LAS VITRINAS DE LA MEMORIA,
LOS ENTRESIJOS DEL OLVIDO
COLECCIONISMO E INVENCIÓN DE MEMORIA CULTURAL
Monografías
13
CENTRO PENINSULAR EN HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES
Las vitrinas de la memoria,
los entresijos del olvido
Coleccionismo e invención de memoria cultural
Mario Humberto Ruz y
Adam T. Sellen
(coordinadores)
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Mérida, 2010
Primera edición: 15 de diciembre de 2010
Ilustración de portada: Gabinete con objetos diversos.
Colección de Enrique Juan Palacios, 1936, Archivo de la Dirección del Registro
Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos, inah. Reproducción autorizada
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. conaculta-inah
D.R. © 2010, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México, D.F.
centro peninsular en humanidades y ciencias sociales
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ISBN: 978-607-02-1924-5
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
Impreso y hecho en México
ÍNDICE
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Recuerdos de América en Francia: El acervo etnográfico del
Musée du Quai Branly
Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca
Tomás Pérez Suárez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Vestidos como falsos dioses: las urnas zapotecas en la memoria
museística
Adam T. Sellen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Historia de las colecciones arqueológicas del Museo Nacional de
Antropología en Mexico
Federica Sodi Pallares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Atesorar el saber: Bibliotecas particulares en el Yucatán
decimonónico
Luis E. Santiago Pacheco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
La Colección Janssen de arte precolombino en Flandes
¿la atracción de lo bello o una historia de libre mercado?
David Nájera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
La memoria maya: colección de olvidos
Mario Humberto Ruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Carnaval, museo and spa. Disfraces de lo zoque en el chiapas
contemporáneo
Miguel Lisbona Guillén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
PRESENTACIÓN
Homo faber (hombre-hacedor), como lo calificarían los latinos, el ser humano se
caracteriza por producir y conservar objetos, y si bien otros primates comparten
la primera cualidad, se reconoce al hombre como hacedor de artefactos por
excelencia; fabricante de extensiones de su cuerpo que le posibilitan modi-
ficar el entorno natural (Ballart, 1997: 14) y, al tiempo, transformar con esas
herramientas el mundo social, como apuntó desde principios del siglo pasado
Marcel Mauss, cuya insistencia en lo imprescindible que resulta considerar en
forma conjunta las dimensiones económicas, religiosas o jurídicas que conlleva
cualquier hecho social (1971) es bien conocida.
A la capacidad de crear un universo de objetos, nuestra especie une la de
coleccionarlos. La evidencia material en torno a ello es milenaria; los arqueólo-
gos reportan que hace 45 000 años el hombre de Cro-Magnon coleccionaba ya
fósiles para depositar en sus entierros. Sin duda le maravillaban, tal como sigue
ocurriendo hoy, esas muestras de la naturaleza hechas piedra (Belk, 2006: 537).
Actividad humana inmemorial, el coleccionismo se vincula con el deseo de
reunir objetos agradables a la vista, el tacto u otros sentidos, bajo criterios esté-
ticos que pueden cambiar con el tiempo y en el espacio, pero están presentes en
todas las culturas. “C’est la culture, la convention, la connaisance, qui tracent le dessin, qui
confèrent à une impresion rétinienne cette qualité que nous éprouvons sous le nom de beauté”,1
asienta Schama (1999: 18). El complejo mundo material que reunimos funciona
a la vez como un cómodo cascarón que nos rodea, protege y distingue, pues los
objetos nos socializan y perfilan desde edad muy tierna y nuestra sociedad, tal
como la conocemos, no podría existir sin ellos (Pearce, 1992: 23). Por tanto, si
1
“Son la cultura, la convención, el conocimiento, que trazan el diseño, los que confieren
a una impresión retiniana esa cualidad que experimentamos bajo el calificativo de belleza”.
7
8 Mario H. Ruz y Adam T. Sellen
bien reconocemos el coleccionismo como una empresa sensorial que denota el
buen gusto según los parámetros de la época y la localidad, es claro que se trata a
la vez de un proceso de acumulación de bienes que a menudo ha sido empleado
para reflejar estatus social. A lo largo de la historia —y notoriamente desde el
Renacimiento— este aspecto del coleccionismo ha sido vinculado con una clase
dominante, propensa a abastecerse con objetos de arte y cultura, que impone sus
juicios estéticos y ejerce una enorme influencia sobre los gustos de los demás.
Esto dicho, es necesario recordar que una colección no es solamente un
aparato estético dedicado a lo tenido por bello, sino también una manera de
organizar nuestra relación con el mundo físico externo del cual somos parte.
Así, los gabinetes que se iniciaron en Europa en el siglo xix, comúnmente
conocidos como Wunderkammeren, representaban laboratorios caseros de un
acercamiento al mundo material novedoso y cada vez más sofisticado y racional.
Reunían en un lugar determinado —un gabinete o cuarto— un microcos-
mos que reflejaba el conocimiento enciclopédico que permitía maravillarse
ante la obra de Dios. El novedoso espíritu de investigación que resultó de su
fundación fue impulsado por eruditos y aficionados; buena muestra de que
el conocimiento ya no era propiedad exclusiva de filósofos y eclesiásticos.2
Los primeros gabinetes se erigieron en un espacio fronterizo entre la teolo-
gía y la ciencia. La recolección y clasificación incipiente de objetos, sobre todo
los del mundo natural, puso de cabeza el concepto medieval dominante que
partía de principios teóricos para llegar a los ejemplos naturales. Esos coleccio
nistas ayudaron a invertir esta relación: al crear taxonomías de la naturaleza
en sus acervos y organizar el mundo según categorías,3 empezaron a elaborar
otros principios teóricos. Por ende, con el establecimiento de gabinetes y luego
museos, se ocasionó un notable declive en el dominio de las instituciones ecle-
siásticas como repositorios del saber. Cada colección resultó ser un motor de
cambio que se basaba en la sistematización del entorno natural (Blom, 2002: 21).
El descubrimiento de América en el crepúsculo del siglo xv agregó otro
mundo a comprender.4 Diversas misiones de exploradores impulsaron la
Para una acabada exposición histórica sobre el desarrollo de las colecciones desde los
2
gabinetes particulares hasta los museos públicos, véase MacGregor (2007).
3
Una espléndida y acuciosa exposición acerca de la naturaleza y su percepción (el paisaje
como “obra del espíritu”) es el tema de la obra ya citada de Schama.
4
Acerca de la incorporación de Nuevo Mundo en las colecciones renacentistas, véase
Shelton, 1997.
Presentación 9
recolección de una gran variedad de objetos, comúnmente clasificados como
“artificiales” (hechos por el hombre) o “exóticos” (en tanto no propios de
Occidente), que fueron tratados bajo esquemas analíticos diferentes. Los nu-
merosos objetos de culturas desconocidas que llegaron al Viejo Mundo fueron
comparados con lo que se conocía, en su forma o su función, y ya que las cate-
gorías para las cosas eran pocas, a los elementos considerados raros se les trató
como variaciones de lo conocido. No es de extrañar, pues, que “Especie de…”,
sea expresión común en crónicas, memoriales y vocabularios de los primeros
siglos de dominio europeo en América.
Los reportes sobre tierras lejanas no siempre eran tenidos por confiables,
pero a menudo los objetos cancelaron las dudas (ver es creer); los gabine-
tes permitían explorar lo exótico empleando todos los sentidos. Del acto de
fe, transitamos a la experiencia sensorial.
Y no sólo ello, muchos coleccionistas eran proclives a usar sus acervos
como fuente de anécdotas, como una extensión narrativa de sus propias vidas.
Esto no es de sorprender ya que los objetos son recursos mnemónicos por
excelencia, y a través de ellos se podía recorrer los litorales de las tierras leja-
nas visitadas y, así también, revivir el pasado. Objetos, poseedores y visitantes
pudieron, a partir de entonces, elaborar nuevas tramas de memorias, olvidos y
reconfiguraciones, donde ubicar tiempos míticos y contemporáneos, historias
personales y comunitarias; memorias del espacio y de los cuerpos, iconografías y
gestualidades; remembranzas y reinvenciones auditivas, sonoras o tactiles,
que permitían acomodo a distintas formas de organización memorística
(secuenciación versus condensaciones, cronologías versus selección), desde la
oralidad predominante ayer hasta la informática avasalladora hoy, incluyendo
la museología digital y las exposiciones analógicas.
A nadie escapa que nuestras memorias y el mundo material están íntima-
mente ligados, no sólo a nivel individual, sino de manera colectiva. Se habla de
la memoria regional o nacional (o las que se pretende lo sean); memoria que,
a su vez, se expresa en una constelación de intereses donde intervienen, entre
otros, conceptos tales como patrimonio, museología, historia y arqueología, a
la par de afanes económicos, religiosos y, por supuesto, políticos, por no hablar
de reivindicaciones etnicistas o tomas de posición clasistas.
En los últimos cincuenta años el interés en la denominada “memoria
cultural” —amplio campo semántico, urgido de precisión— ha ido en au-
mento, como lo hace evidente el crecimiento de museos locales, regionales
10 Mario H. Ruz y Adam T. Sellen
y nacionales, el de acervos particulares (incluso a través del saqueo, la falsi-
ficación y el contrabando) y, últimamente, en el voraz intercambio de bienes
históricos y culturales a través de internet (Connerton, 2006). Contrastando
con este afán, en ocasiones frenético, por acumular objetos, en nuestro país,
aunque no faltan ensayos que estudien los museos,5 son escasos los trabajos
que abordan el papel que juega el coleccionismo en la construcción y decons-
trucción memoriosa de una colectividad.6
Por ello, propusimos a varios colegas dialogar sobre el tema en un Colo-
quio que tuvo lugar en Mérida, en la sede principal del Centro Peninsular en
Humanidades y Ciencias Sociales de la unam, del 16 al 18 de octubre de 2007.
Especialistas en disciplinas propias de las artes y las humanidades —arqueó-
logos, restauradores, conservadores, museógrafos, juristas, artistas plásticos
y etnólogos—, así como directivos de instituciones que rigen la cultura en
el ambiente sociopolítico de nuestro país, abordaron a lo largo del mismo
cuestiones tales como la propiedad de la memoria cultural, la manera en que
se ha construido la memoria colectiva de las naciones a través de las institu-
ciones, y el papel del coleccionismo no sólo como proceso acumulativo para
recordar el pasado, sino también como testimonio de su re-invención o incluso
de su olvido. A la par de la interdisciplina, se buscó alentar la comparación de
la experiencia mexicana con otras, lo que consideramos permitiría situar a la
primera en contextos históricos y geográficos más amplios.
El texto que el lector tiene en sus manos da cuenta de varias de las expo-
siciones, aunque lamentablemente no de todas. Si bien no nos escapa que
la ausencia de ciertos ensayos desvirtuó el sentido original del Coloquio (al
impedir observar, por ejemplo, cómo la legislación mexicana sobre la propie-
dad de piezas arqueológicas se ve confrontada por intereses económicos y
voluntades políticas en el extranjero, temática que se pretendía ilustrar con dos
ponencias: una relativa a dicha legislación y otra sobre la Colección Janssen),
5
Véanse, a manera de ejemplo, Morales (1996) y Schmilchuk (1987) y, más recientes, Rico
et al. (2007) y la valiosa conjunción de textos editados por Morales y Melville (2009).
6
De particular interés al respecto es el ensayo de Maceira (2009), que aborda el papel juga-
do por el Museo Nacional de Historia y el Nacional de Antropología en la formación de una
“identidad nacional” en los grupos escolares que los visitan; actividad que la autora cataloga
como una especie de peregrinación en el marco de la práctica de la “religión civil” en México.
El museo deviene en lugar ritual y los elementos expuestos, en objetos de culto.
Presentación 11
consideramos que los presentados permiten avances significativos en el análisis
de las temáticas que guiaron los intereses del encuentro.
Así, a modo de contraste, se abordan los avatares que desde el siglo xvi
siguieron los objetos de América hoy considerados “etnográficos” tras su
llegada a Francia, donde finalmente vendrían a formar parte del nuevo Museo
du quai Branly (Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla), y la historia
de las colecciones arqueológicas que hoy se exhiben en el Museo Nacional de
Antropología (Federica Sodi Pallares), dando buena cuenta de los procesos
inherentes a la concepción de dos museos que gozan de justa fama interna-
cional. Por su parte el ensayo dedicado al coleccionismo de piezas olmecas
(Tomás Pérez Suárez) nos ilustra sobre la manera en que éste ha contribuido,
de una u otra forma, a la definición misma de esta cultura, mientras que el
relativo a las urnas zapotecas (Adam T. Sellen) se enfoca en la temática de la
falsificación de piezas y su comercio. Comercio que, trátese de piezas auténticas
o erróneamente tenidas por tales, concita poderosos intereses económicos, que
no se arredran ni siquiera ante legítimas reivindicaciones nacionales, como lo
muestra el caso de la Colección Janssen de arte precolombino (David Nájera).
El coleccionismo de libros y piezas en un contexto más regional, en este caso
el peninsular, es abordado por Luis Ernesto Santiago, quien da cuenta de los
inventarios de dos colecciones del Yucatán decimonónico.
Cierran el volumen dos ensayos que en varios sentidos se complementan: uno
de Mario Humberto Ruz, relativo a la manera en que, desde la alteridad, se pre-
tende construir una memoria museística de “lo maya”, centrándose a menudo en
los objetos materiales, soslayando los valiosos aportes del patrimonio intangible
e ignorando por lo común los lugares por donde transitan las evocaciones de los
propios mayas, y el otro a cargo de Miguel Lisbona Guillén, quien empleando
como ejemplos la creación del Museo Zoque de Copoya en 2006 y la institución
de un “carnaval” en la misma localidad al año siguiente, busca mostrar el papel
que juegan ciertas instituciones en “fijar” la identidad zoque. Ambas iniciativas,
apunta el autor, se acercan al hecho diferencial cultural mediante el concepto
de “rescate” del pasado o de la tradición y, en segundo lugar, ubican a lo zoque
como referencia identitaria de una localidad o un municipio, lo que hace patente
que la identidad étnica no puede ser ya entendida sólo como la manifestación
de un grupo humano en un espacio o territorio determinado, en tanto “sus
ámbitos de discusión trascienden la labilidad intrínseca de sus fronteras. Y ello,
en vez de hablar de certezas identitarias remite a incertidumbres”.
12 Mario H. Ruz y Adam T. Sellen
Confiamos en que la novedad y pertinencia de los textos aquí reunidos esti-
mulen la reflexión y el mantenimiento del diálogo en una temática que se antoja
de particular trascendencia en esta época de globalizaciones; globalizaciones
que nos urgen a reconsiderar los criterios subyacentes en la decisión de lo que
habrá de exponerse en las vitrinas de memorias —verdaderas o supuestas,
propias o ajenas—, y aquello que convendrá soterrar, al menos temporalmente,
en los arcones del sótano. Acaso sea buen momento para sacar a la luz mucho
de lo que ha permanecido hasta ahora en los entresijos del olvido.
Los coordinadores
Mérida, septiembre 2009
Presentación 13
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RECUERDOS DE AMÉRICA EN FRANCIA:
EL ACERVO ETNOGRÁFICO DEL MUSÉE DU QUAI BRANLY
Fabienne de Pierrebourg
Musée du quai Branly
Claudia de Sevilla
École du Louvre
A Marie-France Fauvet-Berthelot
Las colecciones etnográficas que conserva el Musée du quai Branly, compues-
tas de casi 38 000 piezas, tienen una larga historia cuyas raíces remontan a los
primeros encuentros entre Europa y América en el siglo xvi. Este ensayo no
es el resultado de una investigación sobre un aspecto en particular de estas
colecciones; se propone más bien ofrecer una síntesis de su historia y de sus
recorridos. Seguir el rastro de las colecciones desde que fueron registradas por
primera vez hasta nuestros días nos llevará a preguntarnos, a través de algu-
nos ejemplos, cuál es el sentido que se ha dado a estos objetos etnológicos1 a
través de diferentes épocas y la manera en la cual, a partir de estos sentidos,
se formaron varias memorias: la memoria del Otro, la de la historia francesa
y la de la investigación americanista en Francia.
1
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Consideramos como objeto etnológico aquel transmitido de persona a persona, al con-
trario del objeto arqueológico, proveniente de un contexto abandonado. La colección de piezas
arqueológicas está conformada por más de 68 000 objetos.
15
16 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
rastreando los lugares de memoria
Primer periodo colonial: la época de las curiosidades
Francia, al tratar de resolver sus crisis internas territoriales y religiosas, y de
desarrollar un mayor interés por una expansión europea, en particular hacia
Italia, participó de manera episódica en los primeros grandes descubrimientos.
Ya que, como resultado de la bula del papa Alejandro III en 1493 y del Tratado
de Tordesillas, Francia fue excluida —al igual que el resto de los países euro-
peos— de los territorios conquistados por españoles y portugueses, encontró
dos soluciones: la filibustería y la conquista o la colonización de territorios
ubicados en el norte del continente americano y en Amazonía.
Durante los primeros años que siguieron a 1492, la filibustería fue esencial-
mente de origen francés. Jean Ango armaba más de 30 navíos y sus corsarios
realizaron en total más de 300 capturas (Morreau, 1995). El más famoso de
todos los filibusteros fue Jean Fleury quien, entre las Azores y España, se apo-
deró del tesoro de Moctezuma, compuesto de “cosas raras y extrañas”, según
los términos que utilizó Cortés en su Cuarta Carta, enviada a Carlos Quinto
con Antonio de Quiñones y Alonso de Ávila. Desconocemos cuál fue el des-
tino de ese tesoro, y el de los otros botines de los corsarios franceses. Bernal
Díaz del Castillo (1983: 399) indica que “con todo [Jean de Fleury] se volvió
a Francia muy rico e hizo grandes presentes al rey y al almirante de Francia”.
Según Thomas (1994: 624), estas riquezas fueron vistas por última vez en 1527
durante una fiesta organizada por Ango en su manoir de Varengeville, en las
afueras de Dieppe (Normandia). Fue una mascarada, titulada Les Biens, que
presentaba simbólicamente todas las riquezas de la tierra y donde desfilaban
los héroes de la antigüedad, ataviados con extraños atuendos compuestos de
plumas y hojas de oro en forma de serpiente. Según el mismo autor estos
objetos, dentro los cuales se encontraría el tesoro robado, desaparecieron, con
excepción de una gran pieza de jadeita comprada por un aristócrata francés,
Pilippe de Brion Chabot, quien la confundió con una esmeralda. Otras fuentes
afirman que el tesoro de Moctezuma fue entregado al rey de Francia, François I,
en cuyo caso también habría desaparecido.
En 1503 Paumier de Gonneville zarpó de Honfleur (puerto de Normandía)
en el navío l’Espoire y llegó a las costas de Brasil (Morreau, op. cit.: 119). Inicia
ron entonces dos tentativas muy breves de colonización francesa en Brasil.
Recuerdos de América en Francia 17
Entre 1555 y 1560 el asentamiento galo conocido bajo el nombre de La France
antartique se instaló en la bahía de Río de Janeiro. En noviembre del primero de
esos años Nicolas Durand de Villalegagno ordenó construir un fuerte sobre una
isla cercana al pan de azúcar. André Thevet, futuro cosmógrafo del rey y autor
de Singularité de La France Antartique (1557), participó en esta primera tentativa,
pero tuvo que ser repatriado a Francia en enero de 1556 por motivos de salud
(Vidal, 2003: 47). Más tarde, Jean de Lery, convertido al protestantismo, fue
enviado por Jean Calvin a La France Antartique, donde permaneció del 7 de
marzo de 1557 hasta el 4 de enero de 1558. A su regreso escribió Histoire d’un
voyage fait en la terre du Brésil, autrement dit Amérique, publicado en 1578, después
de haber sido extraviado dos veces. Otras expediciones fueron enviadas al
norte del continente durante la primera mitad del siglo xvi. En 1534 Jacques
Cartier descubrió Labrador, recorrió el Golfo de San Lorenzo, y entre 1535 y
1542 siguió el estuario del Saint-Laurent, asentándose en un sitio que denominó
Charlesbourg-Royal, donde años más tarde surgiría el actual Quebec.
Como resultado de estas primeras y breves exploraciones llegaron a Fran-
cia hombres, textos y objetos obtenidos a través de canjes, como botines de
guerra o como obsequios de jefes locales durante intercambios ceremoniales.
Sabemos, por ejemplo, que en 1535 y 1541 Jacques Cartier recibió de los je-
fes iroqueses de Saint-Laurent el tocado que portaban, así como 24 collares
wampum (Feest, 2007: 52). En sus escritos, Thevet y Lery mencionan haber
llevado a Francia ornamentos de plumas.
Los primeros americanos en cruzar el Atlántico rumbo al Viejo Mundo,
en 1505, eran originarios de Brasil y llegaron con Paumier de Gonnevile a
Honfleur, en donde uno de ellos contrajo nupcias con una mujer de la pequeña
aristocracia local y se quedó ( Jarnoux, 1995: 323). Sin embargo, no pocos de
los que realizaron el viaje trasatlántico a lo largo de los siglos fueron rehenes
o esclavos que se convirtieron en intérpretes, como los iroqueses Domagaya
y Taignoagny, llevados por Cartier desde Canadá. Dentro del contexto de la
política colonial, otros eran “embajadores” destinados a jugar el papel de inter-
mediarios y a reunir en torno a ellos un gran número de tribus o “naciones”:
el rey prometía protección a cambio de sumisión. El hecho de traer hombres
y objetos desde América reflejaba la voluntad de apropiación territorial y de su
afirmación (ibid.). Las “fiestas indias” que se organizaban en Rouen, Dieppe y
Bordeaux fueron una respuesta a las grandes fiestas de España, simbolizando
de algún modo oposición a la primacía hispana.
18 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
Los objetos aportados por exploradores, colonos o incluso por los mis-
mos indígenas americanos, integraron los gabinetes de curiosidades, cuyo
origen se remonta a las colecciones de los humanistas del siglo xv en donde
se reunían manuscritos, inscripciones antiguas, medallas (monedas antiguas)
y otros vestigios de la antigüedad. Este tipo de coleccionismo se extendió a
la Corte real y a la aristocracia durante el siglo xvi y tomó un nuevo impulso
en el contexto de los viajes a tierras lejanas y a menudo incógnitas (Pomian,
1987: 49). En estos gabinetes se acumularon artificialia, objetos escogidos por
su belleza, su carácter de curiosidad o su rareza; plantas y animales exóticos
(exotica); criaturas y objetos naturales autóctonos, incluyendo monstruosida-
des como animales de dos cabezas, pretendidos cuernos de unicornio, entre otras
(naturalia) e instrumentos científicos (scientifica), al lado de medallas, objetos de
la Antigüedad Clásica y libros.
El rey de Francia, François I (1515-1547), junto con otros regentes europeos,
se destacó como protector de las artes y como gran coleccionista. Marion du
Mersan (1838: 145) relata que el monarca había instalado un gabinete en el pa-
lacio de Fontainebleau, al lado de la Biblioteca Real, para albergar su colección
de medallas, piedras grabadas, estatuas y pinturas y, según Hamy (1988: 6) tenía
también un gabinete en donde estaban reunidas las “curiosidades”. Su hijo,
Henry II (1547-1559) y su esposa Catherine de Médicis (1560-1564), así como
Charles IX (1560-1574), quien depositó su colección en un lugar ad hoc en el
palacio del Louvre, compartieron el interés de François I. El padre Louis Jacob
afirma que el gabinete de Charles IX era considerado como una maravilla del
mundo por sus rarezas y antigüedades.2 Lamentablemente, el contenido de
esos gabinetes se dispersó durante las llamadas guerras de religión (1562-1598).
Segundo periodo colonial (1589-1683): la época de la expansión
Podemos hablar de una verdadera empresa colonial, de la voluntad de crear
un verdadero dominio colonial, a partir del reinado de Henri IV (1589) y
hasta la muerte de Colbert (1683). El pretexto para la expansión colonial era
ostensiblemente mercantil. El objetivo era el control de territorios capaces
de abastecer a la metrópolis con productos de los cuales carecía, impulsar un
capitalismo balbuciente y fortalecer las emergentes naciones europeas. Objetos
2
Traite des Bibliothèques, p. 478, tomado de Marion du Mersan (1838: 147).
Recuerdos de América en Francia 19
y hombres continuaron llegando, pero en lugar de ser objetos de curiosidad se
convirtieron en objetos o sujetos cuya presencia tenía como propósito estimular
la imaginación e incitar al dominio de nuevos territorios.
Entre 1612 y 1618 Francia realizó un segundo intento de colonización
en el actual Brasil, en lo que es ahora el estado de Maranhão. Un poco más
tarde, el último intento meridional de asentamiento en Guyana adquirió un
carácter permanente, ya que de colonia se transformó en departamento, condi-
ción que conserva hasta hoy. Durante este periodo Champlain exploró Canadá
(1604-1611), Luis Jolivet y Jacques Marquette lo hicieron en el valle superior
del Misisipi (1673, 1675) y Robert Cavelier de la Salle siguió ese río hasta su de-
sembocadura (1678-1682). En 1669 La Nouvelle France fue anexada al dominio
real. Durante su apogeo (primera mitad del siglo xviii), la expansión francesa
cubría el este de Canadá hasta el oeste de los Grandes Lagos; una larga franja
que desciende desde esta región hasta Luisiana, a lo largo del Misisipi.
La originalidad de esa colonización francesa residía en su extrema frag-
mentación territorial, en su dimensión fluvial y en la alianza con los indígenas,
única posibilidad de subsistencia (fig. 1). De hecho se trató de mucho más que
simples alianzas: algunos franceses vivían con los indígenas y el proceso de
aculturación se llevó a cabo en ambas direcciones (Havard, 2007).
Figura 1. Representación de una escena de guerra, de una ceremonia y,
en la parte inferior, un grupo de franceses en su campamento.
Piel de venado, siglo xviii, antigua colección de la Bibliothèque municipale de Versailles.
Musée du quai Branly, 71.1934.33.7.
20 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
Estos dos grandes territorios no eran, sin embargo los únicos; Terre-Neuve-et-
Labrador, que tenía estatus de colonia, era frecuentada por comerciantes, mien-
tras que Las Antillas, de donde se había expulsado a los españoles a principios
del siglo xvii, constituían una fuente importante de productos tropicales.
Henri IV (1589-1610) creó un nuevo gabinete de antigüedades en el pala-
cio de Fontainebleau, mientras que su esposa, Marie de Médicis, que gobernó
de 1610 a 1642, instaló sus colecciones en el Palacio des Tuileries. Estos dos
gabinetes estaban bajo la custodia de Jean Mocquet (sucesor de Thevet),
quien obtuvo del rey permiso para viajar y efectuó cinco periplos, incluyendo
dos a América: uno a Guyana y otro a Venezuela. Al regreso de cada viaje,
Mocquet relataba al rey lo que había visto y le entregaba las plantas y rarezas
recolectadas. Mostrando la manera en la cual los indígenas producían fuego
utilizando dos varas de madera, el viajero daba explicaciones sobre los salvajes
que había traído a la Corte (Hamy, op. cit.: 10). Una vez más, esos gabine-
tes reales desaparecieron, y otros tomaron su lugar. Bajo el nombre de Cabinets
des médailles, des antiques o des médailles et des antiques, fueron trasladados
a diversos lugares, como el Palacio de Luxembourg, el Louvre y Versalles.
Finalmente Louis XV reubicó el gabinete de medallas de Versalles en un gran
salón construido ex profeso en el fondo de la Biblioteca del rey, ubicada en la
calle de Richelieu en París, la cual se transformaría después de la Revolución
Francesa en la Bibliothèque Nationale.
Sin embargo, estos últimos gabinetes reales no parecen haberse enriquecido
de manera considerable, acaso debido a que, a partir de 1650, América dejó de
ser un espacio de descubrimiento y empezó a transformarse para los europeos
en un espacio familiar en donde multiplicaron sus asentamientos día tras día,
viviendo al lado de indígenas, víctimas de guerras y epidemias, convertidos
en mano de obra servil, en enemigos o en abastecedores de materias primas.
Los indígenas dejaron de ser objetos de curiosidad o la imagen de un mundo
en un estado de inocencia primigenia, o necesarios aliados potenciales; durante
un siglo el interés que suscitaban disminuyó, así como su presencia en Francia
( Jarnoux, op. cit.).
Fue ésta también la época de la “Revolución científica” y, quizá por esta ra-
zón, viajeros civiles y militares al servicio del Estado o de compañías comercia-
les que recorrían el mundo y se dirigían en particular hacia las Indias Orientales
y Occidentales en búsqueda de bienes exóticos, comenzaron a depositar los
objetos recolectados en un nuevo lugar, el Gabinete del Jardin du Roi, una de
Recuerdos de América en Francia 21
las primeras instituciones científicas, creado en 1636 por Louis XIII. Sabemos
que el naturalista y viajero Tournefort legó su colección al Jardin du Roi en
1708 y Hamy identificó algunos de los objetos que fueron depositados allí
por La Galissonière, gobernador de Canadá entre 1747 y 1749. Así describía
el abad Expilly en 1768 la sala que precedía a la Galería de Historia Natural:
On entre dans une superbe galerie, dont les travées du plafond sont chargées de toutes sortes
d’armes, d’équipages et d’habillements de sauvages, de fruits des Indes, de reptiles, quadrupèdes,
animaux amphibies, poissons, serpents, etc. [...] Ces armoires, au nombre de vingt-deux, sont
toutes surmontées et couronnées, les unes d’habillements et de plumages des Indiens, les autres de
diverses productions marines […]3 (Hamy, op. cit.: 32).
Además de los gabinetes reales, una gran cantidad de aristócratas, militares o
estudiosos poseía su propio gabinete de curiosidades. Los objetos que llenaban
los armarios y cubrían las paredes y techos de algunos de estos gabinetes for-
man parte de los fondos más antiguos de las colecciones hoy en día conservadas
en el Musée du quai Branly.4 La colección de la Bibliothèque municipale de
Versailles, que se incorporó a las colecciones del Musée de l’Homme en 1934,
fue originalmente constituida en la segunda mitad del siglo xviii por un oficial
de la Armada, quien la vendió al Marqués de Sérent, tutor de los hijos del
conde de Artois, en 1786. Gracias al trabajo de investigación en los archivos de
Versalles realizado por Bégué (2008), sabemos que el gabinete del Marqués
de Sérent contenía 362 piezas de atavíos, armas, herramientas y utensilios
pertenecientes a diferentes grupos de América Septentrional, Meridional y
de la India, que cubrían los muros y colgaban del techo del gabinete. Durante
la Revolución Francesa la colección fue enviada al depósito que se estableció
en el palacio de Versalles y de allí los objetos etnográficos fueron trasladados
primero a la Biblioteca del liceo de Versalles y después a la Biblioteca Municipal
de esa ciudad. El mismo oficial de la Armada fue puesto a cargo de su anti-
gua colección, pero ahora en calidad de conservador del Estado. La colección
3
“Se entra en una galería magnífica, cuyos plafones están llenos de todo tipo de armas, de
material y de vestimentas de salvajes, de frutas de Las Indias, de reptiles, cuadrúpedos, animales
anfibios, peces, serpientes, etcétera [...]. Estos armarios, veintidós, están todos rematados y
coronados, unos con las vestimentas y los plumajes de los indios, otros con diversas produc-
ciones marinas [...].”
4
Esta colección, cuyo número de inventario es 71.1934.33.*, puede consultarse, como el
resto de las colecciones del Museo, en la página www.quaibranly.fr.
22 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
continuó creciendo gracias a las piezas enviadas por los miembros de su familia,
quienes también pertenecían a la Armada.
1750-1878: arqueología y patrimonialización
A partir de la segunda mitad del siglo xviii el imperio francés en América
comenzó a desvanecerse. El indígena americano se convirtió en un pretexto
literario y político, en un intermediario que evidenciaba los vicios de la civili-
zación francesa. Exploradores y viajeros no buscaban ya el encuentro con el
Otro, sino que intentaban entender el significado de los vestigios que cubrían
el territorio de lo que se convertiría en México y Perú. Comenzó entonces el es-
tudio “científico” de los vestigios de las culturas prehispánicas, es decir, el
reconocimiento de las producciones materiales de las civilizaciones america-
nas como objetos de estudio y como documentos históricos que debían ser
interpretados.5 Hamy (op. cit.: 17) afirma incluso que los objetos habían sido
recolectados siguiendo los procedimientos de su época (finales del siglo xix).
De esta manera, los objetos recién llegados de América y que llenaron de nuevo
el Cabinet des Antiques et des Médailles de la Biblioteca del Rey durante el
reinado de Louis XVI, fueron casi exclusivamente arqueológicos.
La Revolución Francesa y los años que siguieron marcaron una ruptura total
en la historia de las colecciones. A partir del mes de noviembre de 1789 se
secularizaron los bienes del Clero; desde el 9 de noviembre de 1791 los bienes
de los “emigrados”6 fueron confiscados y protegidos de las destrucciones y
el 10 de agosto 1792 se nacionalizaron los bienes de la Monarquía. De esta
manera nació o se concretó la noción de patrimonio nacional. Como indica
Chastel, la instrucción del año II concerniente a la manera de inventariar y
de conservar edificios y obras de arte, dirigida a los conservadores de la Re-
pública, adoptó un tono extremadamente severo: “vous n’êtes que des dépositaires
d’un bien dont la grande famille a le droit de vous demander compte”.7 Por supuesto,
las destrucciones, masivas y violentas, continuaron, así como algunas va
cilaciones y discusiones apasionadas dentro de un laberinto de comisiones.
5
Una serie de manuales, instrucciones y cuestionarios fue preparada por numerosos expertos
e instituciones para servir de guía a los viajeros (Riviale, 2000a: 29-30).
6
Aristócratas que huyeron del territorio francés durante la Revolución.
7
“Ustedes no son más que los depositarios de un bien cuya gran familia tiene el derecho
de pedirles que rindan cuentas”.
Recuerdos de América en Francia 23
Sin embargo, fue en el marco de estas discusiones donde fueron enfáticamente
enunciadas las palabras claves de “patrimonio” y “vandalismo”, y donde se
definió la noción moderna de patrimonio, de pedagogía y del poder de los
objetos (Chastel, 1997: 1437-1439).
Por lo que toca a nuestras colecciones, en 1792 la Biblioteca del Rey se con-
virtió en la Bibliothèque Nationale y durante los años que siguieron, su Cabinet
des Antiques y sus dependencias se enriquecieron con numerosas colecciones
resultantes de las confiscaciones de los bienes de los aristócratas que huyeron
de Francia. Los conservadores de la Biblioteca podían elegir los objetos que juz-
gaban útiles entre las colecciones confiscadas, reunidas en diferentes depósitos.
En un informe presentado el 30 de noviembre de 1794, Villar de la Mayenne
resumió el estado de las colecciones, mencionando la necesidad de crear un
Musée des Antiques en los términos siguientes:
Au-dessus du Cabinet des Médailles, est un grand grenier rempli de petites idoles, de vases, de
bustes, de lampes et autres intéressants débris de l’antiquité, en terre, en marbre, en bronze. Cette
collection est perdue pour l’humanité et la curiosité. Comment introduire le public dans un lieu
aussi indécent, où aucun objet n’est garanti des atteintes de la maladresse et l’infidélité? […].
Un autre dépôt d’Antiques d’un poids et d’un volume plus considérables est placé par terre dans
une petite salle humide et obscure au rez-de-chaussée. […]. Ce vœu est plus fortement exprimé
aujourd’hui que la République est propriétaire d’un nombre considérable d’autres antiquités,
médailles et pierres gravées […]. Depuis longtemps et surtout depuis la Révolution, les sciences et
les arts sollicitent pour ce précieux dépôt un emplacement convenable, un établissement particulier
sous le titre de Muséum des Antiquités8 (apud Hamy, op. cit.: 21 y 22).
Barthélémy de Courçay, conservador del Cabinet des Medailles, des
Antiques et des Pierres gravées de la Biblioteca, reunió los objetos y docu-
mentos que podrían ser de utilidad para explicar los textos de los autores de
8
“Arriba del gabinete de medallas se encuentra un desván lleno de pequeños ídolos, de vasijas,
de bustos, de lámparas y de otros vestigios interesantes de la antigüedad, en arcilla, en mármol,
en bronce. Esta colección está perdida para la enseñanza y la curiosidad. ¿Cómo hacer entrar al
público en un lugar tan indecente en donde ningún objeto está protegido de la torpeza y de la
infidelidad? […]. Otro depósito de antigüedades de un peso y volumen mayores se encuentra
sobre el piso en una sala húmeda y obscura en la planta baja […]. Este deseo se expresa con
mayor intensidad hoy que la República es propietaria de una cantidad considerable de otras
antigüedades, medallas y piedras grabadas […]. Desde hace tiempo y sobre todo después de la
Revolución, las ciencias y las artes solicitan para este valioso depósito un lugar adecuado, un
establecimiento especifico bajo el nombre de Museo de Antigüedades”.
24 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
la Antigüedad Clásica y los que podrían ayudar al conocimiento de los usos
y costumbres de diferentes pueblos, en una sala ubicada al lado del Gabinete
de medallas, constituyendo de esta manera el Muséum des Antiques (Hamy,
op. cit.: 35). Por primera vez, la presentación seguía una tentativa de clasificación
geográfica. Además de la llegada de objetos procedentes de los gabinetes de
la aristocracia, en 1796 más de 150 objetos del Jardin du Roi, convertido en
Muséum d’Historie Naturelle9 fueron transferidos al Muséum des Antiques
de la Bibliothèque Nationale (Hamy, op. cit.: 81-83 y 87-89). En 1797 arribaron
unos cuantos objetos de la Biblioteca Sainte-Geneviève, un gabinete de curio-
sidades de gran reputación. Este proyecto se detuvo de manera brutal con el
fallecimiento de Barthélemy de Courçay en 1799, y la colección arqueológica
y etnográfica quedó en el olvido.10
Durante el siglo xix, a pesar de varios intentos para crear un único museo
de etnografía, las colecciones reunidas durante la Revolución en la Biblio-
thèque Nationale fueron, una vez más, dispersadas. Esta tendencia mostró sus
primicias en 1798 cuando el nuevo Musée des Antiques envió objetos, en su
mayoría armas, al Dépôt d’Artillerie, en donde se organizaba en ese momento
un museo con tal nombre (Hamy, op. cit.: 28).
El siglo xix: acumulación y dispersión
El decimonónico fue el siglo de la Revolución Industrial y de la formación
del Estado-Nación. Fue también la centuria de la expansión colonial y, como
consecuencia, el número de exploradores y viajeros se incrementó considera-
blemente; los grandes viajes y las colectas masivas de objetos se generalizaron.
Los resultados de las colectas eran presentados en las exposiciones universales,
manifestaciones temporales que permitían evaluar el interés del público y que
sirvieron de base para la creación de museos de etnografía, como fue el caso
del de Tervuren en Bélgica y del Musée d’ethnographie du Trocadero, en
París. También en ese siglo se definieron nuevas disciplinas: la antropología,
la etnología, la etnografía, la arqueología y la paleontología, cuyos límites no
eran siempre nítidos. En el caso de la investigación americanista francesa, la
arqueología y la antropología física conservaron su supremacía hasta finales
del siglo, cuando empezó a nacer un verdadero interés etnográfico.
9
Hoy Muséum National d’Histoire Naturelle.
10
La colección etnográfica se encuentra registrada bajo el número 71.1878.32.*
Recuerdos de América en Francia 25
El dinámico Muséum d’Histoire Naturelle continuó favoreciendo las gran-
des exploraciones naturalistas. Los viajeros lo enriquecieron con numerosos
especímenes del mundo natural propiamente dicho, pero también continuaron
enviando piezas etnográficas para reconstituir sus colecciones. En 1855 se
creó en este Museo una cátedra de antropología.
Los intentos de la Bibliothèque Nationale para reunir las colecciones etno-
gráficas fracasaron debido, en gran parte, a la rivalidad que existía entre ella y
una nueva institución ubicada en el Louvre. En efecto, en 1827 el rey Charles X
había creado en el Palacio del Louvre un Musée Naval que tomó el título de
su hijo, el Museo del Dauphin, para albergar tanto piezas navales como etno-
gráficas traídas por navegantes que habían recibido instrucciones especificas,
como por ejemplo Durmont d’Urville et d’Orbigny, pero también objetos
de colecciones privadas. A medida que creció el acervo, la sala del Musée Naval,
ubicado en el Louvre, comenzó a mostrarse insuficiente. En consecuencia, en
1850, poco después de la creación del Musée d’Antiquités Américaines en el
Louvre, se abrió una sección etnográfica separada del Museo Naval.
Napoleón III, apasionado por la arqueología, creó en 1862 el Musée des
Antiquités Nationales en el castillo de Saint-Germain-en-Laye. En este museo,
que conservaba y exponía objetos de la prehistoria francesa, se abrió una sala
etnográfica cuyas piezas fueron integradas con fines comparativos. En efecto,
durante el siglo xix empezó a establecerse una historia de la humanidad que
comparaba “artes arcaicas” con “artes salvajes”, se discutía el origen del arte y
de las culturas del pasado, en donde los “salvajes” eran puestos en perspectiva.
De esta manera, el nuevo museo recibió objetos del Musée de la Marine del
Louvre y una parte de la exposición colonial de 1867.11
En 1877 el Musée d’Artillerie (que se convertiría en el Musée de l’Armée
en 1905) organizó con la ayuda de etnógrafos del Muséum d’Histoire Na-
turelle, al lado de una galería que presentaba maniquíes con trajes y armas
europeos desde la prehistoria hasta el siglo xix, una galería de etnografía
constituida por 80 maniquíes tamaño natural, representando guerreros de
África, Asia, Oceanía y América. Los trajes, accesorios y armas que portaban
los maniquíes tenían orígenes diversos: 30 piezas provenían de las bodegas del
Musée d’Artillerie, 15 provenían de la Bibliothèque Nationale, algunas habían
sido donadas al museo, otras procedían de instituciones como el Muséum
Colección 71.1909.19.*
11
26 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
d’Histoire Naturelle o la comisión de la “Exposition permanente des colo-
nies”, o de coleccionistas privados. Muchas piezas habían sido compradas
a comerciantes de arte y anticuarios parisinos como Eugène Boban, quien
prácticamente “vistió” el maniquí mexicano. Para llenar las lagunas, los talleres
del Musée d’Artillerie fabricaron algunas copias con materiales similares a los
originales, como un mazo de América del Norte (n° 71.1917.3.10). En 1917
la galería etnográfica del Musée d’Artillerie cerró sus puertas y 42 maniquíes
fueron enviados al Musée d’ethnographie du Trocadero, seguidos de otros
100 objetos en 1938. Desconocemos el destino de los otros 38 maniquíes
(Mouillard, 2007: 65).
A medida que los museos se multiplicaban, el Ministerio de Instrucción
Pública continuó promoviendo los viajes, los cuales debían seguir protocolos
de colecta que para entonces eran ya extremadamente numerosos. Aunque
correspondían a una concepción amplia de la antropología, estas instrucciones
en realidad reflejaban la supremacía de la antropología física sobre las otras dis-
ciplinas antropológicas, seguidas por la lingüística. En segundo plano se situaba
el estudio de la vida individual y familiar, de la vida social, de las relaciones de
los indígenas con las poblaciones extranjeras, de la religión y de las tradiciones
históricas (Nélia Dias, 1991). Los viajeros, naturalistas, comerciantes, médicos
y diplomáticos pasaban temporadas cortas en cada lugar, recorriendo un am-
plio territorio. Por lo tanto, no llegaban a hablar el idioma local y el objeto se
convertía en el único testimonio de las culturas estudiadas. No es de extrañar
que, por consiguiente, la información sobre su contexto de uso y fabricación
fuera escasa.
A fines del siglo surgió un verdadero interés etnográfico que logró paula-
tinamente imponerse en las misiones científicas. Entre los protagonistas de
este nacimiento podemos mencionar a Crevaux,12 médico de profesión que
exploró una gran parte del Amazonas siguiendo el cauce del río hasta llegar al
norte del Chaco, en donde desapareció el 19 de abril de 1882. Algunos meses
después, gracias a un superviviente de la expedición, se supo que Crevaux y
su equipo habían sido atacados por los toba.
Por su parte, la expedición de André tenía como objetivo la exploración
de Colombia, Ecuador y una porción del Perú. Además de sus registros botá-
nicos y geológicos, regresó a Francia con dibujos de los petroglifos de Pandi,
12
Colección 71.1881.34.
Recuerdos de América en Francia 27
notas sobre las poblaciones con las que tuvo contacto y con una colección
de 78 piezas.13
El especialista en química Leon Diguet fue enviado en misión a México en
varias ocasiones por el Ministerio de Instrucción Pública y el Muséum d’histoire
naturelle, en particular a Jalisco y Nayarit, entre 1896 y 1898, cuando tuvieron
lugar sus primeras exploraciones en la Sierra de Nayarit y su primer contacto
con los grupos huichol y cora. Entre 1899 y 1900 continuó sus exploraciones
en San Luis Potosí, Jalisco y Colima (Simoni-Abbat, 1963a: 3). En 1896 y 1897
Diguet donó al Musée d’ethnographie du Trocadero una colección de 277 objetos
de etnografía de México (fig. 2),14 que incluía 206 objetos huicholes, 29 obje-
tos coras de Jalisco (cintas y bolsas de algodón, telar, arcos y flechas, plumas), 24
objetos yaquis de Sonora (máscaras de madera pintada y grabada, instrumentos
musicales y una cabeza de venado, entre otros) y diversos objetos de Jalisco,
incluyendo cinco de los indios tepehuanes.
Figura 2. Huicholes, Léon Diguet, 1896-1898.
Musée du quai Branly, PP0000100.
Aunque su principal interés se centraba en la historia y las culturas pre-
hispánicas, Désiré Charnay también recolectó algunos objetos etnográficos,
incluyendo varias piezas de origen lacandón: 12 incensarios que el explorador
Colección 71.1903.13.
13
Colección 71.1893.38.
14
28 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
encontró en las ruinas de Yaxchilán, cinco arcos de madera y 11 flechas de
madera y sílex que le fueron obsequiados por un grupo de lacandones que
visitó su campamento en Yaxchilán, probablemente en marzo de 1882. Otros
objetos provienen del estado de Yucatán —como un molinillo para chocolate,
un machete en hierro, dos blusas bordadas y 17 objetos votivos en cera—, y
de los estados de Puebla, Oaxaca y Morelos (objetos diversos, incluyendo un
gran número en cerámica). De Jalisco procede un escudo en cuero pintado,
además de cinco flechas en madera y una aljaba también de cuero. En total, las
colecciones etnográficas de Charnay que se encuentran en el Musée du quai
Branly están constituidas por 128 objetos (De Sevilla, en prep.).
Por otro lado, la mayor parte de las fotografías de Charnay fue realizada
durante su expedición de 1880-1882. Éstas son testimonio de una evolución
notable y de una diversificación en los temas privilegiados por Charnay. Los
avances en la fotografía y el “aspecto etnográfico” que deseaba darle a su
trabajo le permitieron introducir personajes, escenas de la calle y paisajes
(Mongne, 2001: 45).15
Bien vale la pena detenerse con mayor detalle en la historia de Alphonse
Pinart, que incluye también la de Léon de Cessac, ya que sus trabajos reflejan
el amplio espectro de los registros que eran tomados en cuenta durante los
viajes del siglo xix.16 La primera exploración de Pinart tuvo lugar en Alaska del
27 de abril de 1871 al 21 de mayo de 1872. Los resultados de su viaje abarcan
la geografía (precisiones de latitudes, altitudes, mapas y el descubrimiento del
archipiélago Thiers); la historia natural (colecciones de conchas, rocas y fósiles
para el Muséum d’histoire naturelle); la etnografía (cráneos, herramientas,
utensilios, armas, máscaras, estatuas) y la lingüística (registro de leyendas, can-
tos y un diccionario). Entre 1875 y 1876 Pinart participó en la misión de
Léon de Cessac en California, de donde continuó hacia el suroeste de los
Estados Unidos. Solamente las revueltas militares en territorio mexicano le
impidieron llegar a Sonora, pero logró entrar a Chihuahua. En 1876 regresó
a la Columbia Británica. Al regresar a Francia, Pinart recibió la noticia de
que se encontraba en bancarrota. Fue el fin de las grandes exploraciones,
pero continuó viajando por México, América Central y las Antillas. Su ruina
15
Les piezas etnográficas se encuentran en las colecciones 71.1882.17, 71.1882.18,
71.1886.96, 71.1886.98.
16
Los objetos etnográficos aportados por Cessac están en la colección 71.1882.30, y aquellos
traídos por Pinart en las colecciones 71.1881.21. y 71.1881.80.
Recuerdos de América en Francia 29
financiera tuvo dos repercusiones en la historia de las colecciones: en 1878
Cessac, que le esperaba en California confiado en que financiaría en parte
su proyecto, había pedido un préstamo para poder continuar su trabajo sin
interrupciones. A causa de la situación financiera de Pinart, Cessac no pudo
pagar sus deudas y regresó a Francia perseguido por sus acreedores, dejan-
do en Estados Unidos una parte de su fortuna para después desaparecer
junto con sus diarios de campo. Esta desaparición, tanto del hombre como
de sus notas, privó a la comunidad científica de valiosas informaciones sobre
culturas de California ahora desaparecidas y sobre un sitio prehistórico hoy
en día cubierto por una pista de aterrizaje. Por otro lado, la ruina de Pinart
tuvo también una consecuencia positiva ya que permitió el enriquecimien-
to de las colecciones. Como no le fue posible reembolsar al Ministerio de
Instrucción Pública, el cual había financiado una parte de sus expediciones,
decidió donar su colección de piezas arqueológicas, la mayor parte de las
cuales había comprado al anticuario Eugène Boban (Lopéz Luján y Fauvet-
Berthelot, 2005). Esta fue la primera colección (71.1878.1.) registrada por el
Musée d’ethnographie du Trocadero.
Si sumamos las enormes colecciones arqueológicas a las etnográficas, de
las cuales hemos presentado solamente algunos ejemplos, es fácil comprender
que los objetos se acumularan en forma excesiva en la Bibliothèque Nationale,
el Muséum d’histoire naturelle, el Louvre y en las oficinas del Ministerio de
Instrucción Pública. Este último decidió entonces presentarlas al público en
un museo provisional, el Musée ethnographique des missions scientifiques, que
abrió sus puertas el 2 de noviembre de 1877 en el Palacio del Trocadero, cons-
truido para albergar la Exposición Universal. Este museo provisional tenía co-
mo propósito valorar el servicio de las misiones francesas en el extranjero y
establecer las bases de una institución permanente que estuviera a la altura de
museos similares de otras ciudades europeas. Por primera vez las colecciones
fueron concebidas y expuestas dentro de un marco metodológico, integradas en
una perspectiva comparativista e interrogadas en función de una problemática
evolucionista (Dias, 1991: 166). Esta organización de las colecciones fue en gran
parte el resultado de la voluntad de Hamy, quien ya había establecido las grandes
líneas —evolucionistas y positivistas— del futuro Musée d’ethnographie du
Trocadero, del cual sería creador y director, como lo muestra el informe que
presentó al Ministro de Instrucción Pública, de Cultos y de Bellas Artes, el
2 de noviembre de 1877, y que reproducimos aquí parcialmente:
30 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
En el museo de antropología, el hombre es estudiado por él mismo y como cria-
tura. En el Museo de etnografía, al contrario, es estudiado como creador. Son sus
esfuerzos para vencer las fuerzas de la naturaleza, para mejorar su situación,
para llegar al progreso, que se muestran al público con sus armas, sus vestidos,
sus costumbres […]. El museo de etnografía es un museo de historia, el museo
de antropología es un museo de historia natural. Pero este museo no puede y
no debe incluir la manifestación más alta y al mismo tiempo la más especial del
pensamiento humano: el arte. Todas las piezas artísticas estarán reservadas a las
colecciones del Louvre, ya sea que procedan de Italia, de Grecia, de Oriente o
de Egipto. Su mayor interés sería establecer series continuas, pasando de un gru-
po a otro siguiendo fácilmente los cambios que se operan en las civilizaciones.
No sería únicamente una colección brillante de objetos de lujo y de gran valor sino,
sobre todo, un museo científico del cual no excluiré ni el objeto más fútil cuando
se podría seguir su evolución […]. En este museo serán centralizadas todas las
colecciones relativas a la etnografía procedentes de las misiones, de donativos, de
intercambios o de adquisiciones. Los objetos arqueológicos, excepto aquellos que
he indicado, estarían incluidos (Hamy, op. cit.: 182-183).
El discurso de apertura del ministro retoma las mismas ideas y rompe de-
finitivamente con la tradición de los gabinetes de curiosidades.
El museo provisional cerró sus puertas con la apertura de la Exposición
Universal y sus colecciones fueron trasladadas a otro pabellón ubicado en el
Champ de Mars. Los objetos arqueológicos peruanos fueron expuestos sobre
una pirámide, las panoplias sobre las paredes, al lado de mapas mostrando los
itinerarios de los viajes y de estantes con los objetos procedentes de las misiones.
Al igual que las precedentes exposiciones universales que habían tenido lugar
en otros países, en 1878 Francia privilegió la etnografía como un medio para
presentar a los otros países europeos su expansión colonial.
1878-1930: Musée d’ethnographie du Trocadero
El 1º de octubre de 1878 el Congreso aprobó la creación del Musée
d’ethnographie du Trocadero. Hamy, nombrado director, retomó entonces
el punto de vista que había presentado en el proyecto del museo provisional,
enfatizando el valor de testimonio del objeto etnográfico como documento
susceptible de aclarar el pasado y el presente tanto de culturas desaparecidas
como de los “salvajes”. El objeto no tenía valor en sí mismo, se clasificaba en
categorías con el objetivo ideal de establecer series continuas que permitirían
Recuerdos de América en Francia 31
pasar de una cultura a la otra (fig. 3). El museo se transformaría en un labora-
torio y la colecta, que debía ser lo más exhaustiva posible, respondería esta vez
a un propósito bien definido: el de enriquecer este laboratorio. En este sentido,
según Hamy, la colección de Crevaux constituía un ejemplo idóneo. Esta vo-
luntad se expresó, por supuesto, en la exposición de los objetos siguiendo una
clasificación por grupo geográfico y dividida en series etnográficas, recurriendo
a maniquíes para reproducir los diferentes tipos humanos (fig. 4).
Figura 3. Vitrina del Musée d’ethnographie du Trocadero con objetos
de la colección Diguet, París, 1898. Musée du quai Branly, PP0001415.
Las colecciones americanas contaban con 10 mil piezas, de las cuales cer-
ca de mil fueron presentadas el 1° de abril de 1882 en la Gran Galería del Palacio
del Trocadero. Estaban compuestas por las colecciones del Musée ethogra-
phique des missions scientifiques, que fueron enriquecidas por las misiones
que continuaron durante y después de su efímera vida. Como hemos visto,
se trataba, entre otras, de las colecciones Pinart, Crevaux, André, Charnay y
Diguet. A ellas se unió en 1878, bajo la forma de un depósito, la colección de
32 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
Figura 4. Maniquí de Guatemala, vendedora de cuerda, París, 1931.
Anónimo. Iconoteca del Musée du quai Branly, PP0001412.
la Bibliothèque Nationale (71.1878.32.) y, después, el fondo del Musée de la
Marine del Louvre a través de un depósito del Musée des Antiquités Nationa-
les (71.1909.09.) y del Musée de l’Armée (71.1917.3.). Además de numerosas
donaciones privadas, el museo se benefició de donaciones e intercambios con
otras instituciones, como los museos de Copenhague y de Estocolmo y de la
Smithsonian Institution.
Aunque el traslado de las colecciones del Louvre al Musée d’ethnographie
du Trocadero había sido solicitado desde 1879, el proyecto se concretó hasta
1887. Este atraso se debió a las disputas que opusieron a quienes estaban a
favor de integrar las colecciones americanas con las antigüedades y a quienes
deseaban incorporarlas a las colecciones etnográficas. Este debate entre et-
nografía y bellas artes (que surgiría de nuevo 110 años después) fue llevado
ante las más altas instancias del Gobierno, en particular el Consejo de Estado.
Dias muestra perfectamente cómo a partir de este debate el americanismo,
cuyo objeto de estudio eran las civilizaciones con escritura, con un arte y una
mitología y, por lo tanto, no completamente “salvajes”, adquiere sus “títulos de
Recuerdos de América en Francia 33
nobleza” y cómo constituye un paradigma para la etnografía. El debate con
cluyó con la observación de que existen un arte y una mitología americanas;
con el paso del registro estético al registro histórico; con el cambio del estatus
del objeto, el cual se transformó en el testigo de una civilización desaparecida o
a punto de desaparecer, y con la afirmación de que a fin de cuentas solamente
el americanismo podía alimentar ese debate (Dias, op. cit.: 177). Al final fueron
reunidas las colecciones arqueológicas y etnográficas, y desde entonces no
se han separado. De esta confrontación surgió también un área de estudio
autónoma, el americanismo, cuyo dominio en el Musée d’ethnographie du
Trocadero se concretó en la Gran Galería, consagrada a las colecciones ame-
ricanas. La alianza entre arqueología y etnografía tendría como resultado uno
de los ejes de investigación que permaneció vigente hasta una época reciente:
la predominancia del objeto como objet-témoin (objeto-testigo).
Según Hamy (op. cit.: 67), en el momento de su apertura en 1881, el Musée
d’ethnographie du Trocadero era considerado en Europa como la institución
que conservaba la más rica colección de objetos americanos. Sin embargo,
27 años después, en 1908, fue calificado por Van Gennep de “vergüenza
nacional”, mientras que Marcel Mauss se lamentaba, en 1913, de un museo
sin luz, sin vitrinas de hierro, sin custodio, sin catálogo y sin inventario, sin
etiquetas fijas y sin una biblioteca digna de ese nombre. En efecto, el museo
había sido abandonado por las instituciones del Gobierno. A principios del
siglo xx solamente contaba con dos conservadores y un escultor para realizar
el inventario de cerca de 70 000 piezas (Dias, op. cit.).
Esta decadencia y el rumbo que tomó la etnología francesa a principios
del siglo xx con la publicación de Las formas elementales de la vida religiosa de
Durkheim en 1912, seguido de los trabajos de Mauss, dieron a luz a un nuevo
museo construido en el mismo sitio: el Musée de l’Homme.
1930-1996: La reorganización del Musée d’ethnographie
y el nacimiento del Musée de l’Homme
Las colecciones del siglo xx, las del Musée de l’Homme, son un reflejo de
las cuatro grandes tendencias que marcaron este siglo: la definición de la
etnología como ciencia, la preponderancia del trabajo de campo, que reem-
plazó los análisis y estudios realizados en el museo; el interés creciente en
los aspectos no materiales de las culturas y la revolución estética consecutiva
34 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
al cubismo y al surrealismo, la cual dejó su marca tanto en el siglo como en
las colecciones.
Dos personas, opuestas y complementarias a la vez, fueron responsables
de la creación del Musée de l’Homme. Por un lado, Paul Rivet,17 profesor de
la cátedra de antropología del Musée National d’histoire naturelle y socialis
ta; por otro, Georges-Henri Rivière, relacionado de manera estrecha con las
personalidades del glamour parisino y del mundo de las artes, egresado de
la Escuela del Louvre. En un inicio, una comisión había decidido que sería
preferible tratar de adaptar el edificio existente. En los años 20 Rivet intentó
reorganizar el Musée d’ethnographie utilizando las herramientas apropiadas,
inspirándose en sus cursos del Instituto de Etnología de París. El primer acto
consistió en incorporar el museo al Musée National d’Histoire Naturelle, en
particular a la cátedra de antropología (Rivet y Rivière, 1931). Las antiguas vi-
trinas fueron modernizadas (fig. 5) y los objetos expuestos siguiendo las reglas
de la museologia moderna, “sin amontonarlos, con etiquetas cuidadosamente
elaboradas, accesibles al público, con mapas de ubicación y mapas indicando
la repartición geográfica de los objetos más característicos” (ibidem). Asimismo
Figura 5. Exposición de lo obtenido durante la misión en México de Jacques S oustelle
en la Galería Circular del Museo de Etnografía de Trocadero, diciembre, 1934.
Iconoteca del Musée du quai Branly, PP0001394.
17
Ver Laurière, 2008a.
Recuerdos de América en Francia 35
fueron creados una biblioteca profesional, bodegas y salas de consulta. Los ob-
jetos eran conservados de manera adecuada y se rescataron aquellos que esta-
ban en vía de destrucción. Se creó un modelo de ficha siguiendo el empleado
en los grandes museos de Europa y América. Estas fichas, en papel Bristol
sólido, eran dactilografiadas con tinta indeleble. En el anverso aparecía la in-
formación esencial sobre el objeto, como su procedencia, su denominación,
etcétera, y al reverso un dibujo o una fotografía del objeto (ibidem). Estas
fichas se apegaban a las últimas instrucciones de colecta (Instructions sommai-
res…, 1931) que continuaron vigentes a lo largo de la historia del Musée de
l’Homme y que reflejaban los objetivos del museo y de los profesores a cargo
de las colecciones.
Retomaremos a continuación las ideas principales de estas instrucciones.
Una colección de objetos no era una colección de curiosidades, ni de obras de
arte. El objeto no era otra cosa que un testigo. Por lo tanto, se debía recolectar
todo tipo de objetos y hacer a un lado cualquier prejuicio relacionado con “la
pureza” de estilo (todo objeto es producto de una mezcla) o con el carácter
“excepcional” de cierto objeto, ya que son los más comunes los que brindan
la mayor cantidad de información sobre un grupo humano. Debían recolec-
tarse muestras de todas las etapas de fabricación y en todos sus momentos de
uso (desde la muestra de arcilla hasta la pieza de cerámica usada), registrar las
tradiciones, la habilidad manual, identificar las personas que los fabricaban y
aquellas que los utilizaban, destacar las variaciones, las ideas asociadas, identi-
ficar los mitos plasmados en un objeto, ubicar el objeto en su lugar de origen
o identificar su difusión e interesarse en la innovación. El objeto debía ser
documentado con fotografías y dibujos lo cual evitaría, una vez en el museo,
presentarlo como un “objeto muerto”. No bastaba con recolectar; cada pieza
debía ser analizada. Si la idea del objet-témoin comenzaba ya a perfilarse al mo-
mento de la apertura del Musée d’ethnographie du Trocadero, se convirtió en
el punto central de la investigación y de la museografía. Por lo tanto, se dio
preferencia al trabajo intensivo sobre el trabajo de campo exhaustivo. Ya no se
trataba de recolectar pocos objetos en un gran número de sitios dispersos den-
tro de un amplio territorio, sino de recolectar y registrar datos en un solo sitio.
En 1937 el Musée de l’Homme reemplazó, sobre la colina de Chaillot, al
Musée d’ethnographie du Trocadero. Esta nueva institución se abría al ciu-
dadano francés común, el cual debería poder identificarse con las técnicas y
los productos cotidianos del mundo entero. El nuevo museo era también una
36 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
respuesta a las teorías raciales, incluso racistas,18 de los años 30 y marcó una
ruptura con el estudio de las razas, muy generalizado en Francia durante el si-
glo xix. De la misma manera el Musée de l’Homme tomó posición en contra
del exotismo de las exposiciones internacionales y de la estética, defendiendo
el rigor y la sobriedad, una división clara de las culturas y la puesta en contexto
de los objetos o, en la medida de lo posible, la presentación del objeto en su
posición de uso (fig. 6).
Figura 6. Vitrina de Brasil, Musée de l’Homme, 1939.
Iconoteca del Musée du quai Branly, PP0001657.
El nuevo museo se benefició de la gran ola de simpatía de la cual gozaba
la etnografía en esa época, tanto entre los miembros del Congreso como del
público. Esta simpatía también se debía a que los trabajos de remodelación
se llevaron a cabo en plena época colonial. El museo recibía ayuda financiera
que completaba los fondos con los que ya contaba, de los que beneficiaba a
través del Muséum d’histoire naturelle y de numerosas donaciones.
Aun antes de abrir sus puertas llegó la primera colección, resultado de las
misiones de Claude Lévi-Strauss (628 piezas, fig. 7), y la segunda dos años
18
Sobre la posición de Rivet con respecto al racismo ver Laurière, 2008b.
Recuerdos de América en Francia 37
después (787 piezas).19 El Musée de l’Homme se enriqueció también con las
colecciones aportadas por Jacques Soustelle (296 objetos etnográficos) y por
Guy et Claude Stresser-Péan (más de 1000 piezas etnográficas),20 acompañadas
de numerosas fotografías (De Sevilla, en prep.). El museo experimentó un
gran dinamismo hasta los años 70, y se acrecentó con numerosas colecciones
etnográficas. Entre las más representativas se encuentran la colección del Chaco
de Métraux, las de Lehmann procedentes de México, Guatemala y Columbia,
la de la Mission Archéologique et Ethnologique Française au Mexique (hoy
Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos), las de Chiara y Guidon
colectadas durante sus misiones en Brasil, y las de Pierre y Françoise Grenand,
procedentes de las Guyanas.
Figura 7. Asiento de celebración. Caduveo, Nalike, estado de Mato Grosso do Sul, Brasil.
Piel de venado pintada de negro con genipa, principios del siglo xx, Misión Lévi-Strauss.
Musée du quai Branly, 71.1936.48.351.
La historia se repitió. Por falta de recursos el Musée de l’Homme no logró
renovarse en su totalidad. Mientras tanto, los etnólogos perdieron interés
Colecciones 71.1936.48 y 71.1939.88.
19
Colecciones 71.1937.24.; 71.1938.164, 71.1939.4. D, 71.1953.45, 71.1955.84, 71.1961.8,
20
71.1961.118, 71.1962.121, 71.1969.21, 71.1987.2, 71.1987.54, y otras colecciones que entraron
después en el Musée du quai Branly.70.2001.40, 70.2003.12, 70.2004.3, 70.2004.14, 70.2008.61;
la colección 002.2, en el Musée de l’Homme está en proceso de regularización.
38 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
en el objet-témoin para enfocarse en las relaciones de parentesco, los rituales,
el pensamiento y otros componentes no materiales de las culturas. También el
mundo cambió y los objetos “típicos” que el público esperaba ver ya no eran
representativos de las sociedades que los producían.
El final del siglo xx coincidió con un movimiento de renovación de los
museos en todo el mundo. En 1996 se decretó la creación de un museo de las
artes y las civilizaciones de África, Oceanía, Asia y las Américas, que reuniría
las colecciones del Musée de l’Homme21 y del Musée National des Arts d’Afrique
et d’Océanie de París. El Musée du quai Branly, orientado hacia una propuesta
más estética y en donde el objeto sería presentado como una experiencia visual,
se convertiría una vez más en fuente de polémica. Abrió sus puertas el 6 de
junio de 2006. Es demasiado pronto para escribir su historia.
tras la pista de las memorias
Ubicación e imaginación
Como hemos visto, los orígenes de las colecciones del Musée du quai Branly
remontan a colecciones privadas, colecciones reales, de la aristocracia y del
Jardin du Roi que fueron reunidas en la Bibliothèque Nationale durante la Revo-
lución. Éstas crecieron y se dispersaron una vez más en los nuevos museos del
siglo xix, para reunirse de nuevo en el Musée d’ethnographie du Trocadero
en 1878. Por lo tanto, aunque es fácil seguir la historia de las colecciones
constituidas después de la apertura de este último, que fueron transmitidas de
un museo a otro de manera directa, no ocurre lo mismo con las colecciones
más antiguas. Tenemos a nuestra disposición los viejos inventarios, pero las
descripciones en extremo sucintas impiden a menudo determinar con exactitud
el origen tanto cultural como histórico de los objetos. Sería necesario que etnó-
logos, historiadores y conservadores llevaran a cabo investigaciones detalladas.
Mientras tanto, algunos estudios, realizados principalmente por Hamy en el
siglo xix, por etnólogos del Musée de l’Homme o de instituciones extranjeras
durante los siglos xx y xxi, así como por estudiantes, nos han brindado ciertos
21
Las colecciones europeas han sido enviadas al Musée de l’Europe et de la Méditerrannée
que abrirá en Marsella.
Recuerdos de América en Francia 39
puntos de referencia en lo que atañe a la historia de los objetos. Por otro lado,
el gran vacío de información propicia el recurrir a la imaginación.
Los objetos más antiguos provienen de la colección de la Bibliothèque
Nationale. Hamy (op. cit.: 81-83 y 87-89) publicó dos listas de 47 y 54 objetos
que fueron trasladados del Musée d’histoire naturelle (el antiguo Jardin du Roi)
a la Bibliothèque Nationale. Se trata esencialmente de sombreros de hoja de
palma y de plumas, tocados (uno de los cuales fue depositado en 1753 por La
Galissonière, antiguo gobernador de Nueva Francia), piezas de vestidos hechos
con pieles, una capa de plumas, aljabas, flechas y arcos, hamacas, bolsas, collares,
modelos en miniatura de canoas, mocasines y probablemente canastas, por
mencionar apenas los objetos que provienen de América.
En el inventario del Musée de l’Homme, 22 objetos se atribuyen al Muséum
d’histoire naturelle: ocho cajas y dos botellas de cestería, un recipiente de
calabaza, dos “bandejas” y un rallador, procedentes de Guyana; un collar, un
tocado y una bolsa, así como cuatro pieles pintadas y una serie de estuches
para peines. Este inventario lista también algunas piezas provenientes del
fondo de los “emigrados”: 15 recipientes en calabaza, un tocado de Guyana,
un peine del Alto Amazonas, una bolsa para tabaco, otra para peine y un par
de mocasines de Canadá. La información sobre los orígenes de numerosos
objetos se ha perdido o, por el contrario, ciertos objetos mencionados en
los antiguos inventarios han desaparecido. Sin embargo, algunos estudios re-
cientes confirman la antigüedad de la colección. Por ejemplo, de acuerdo con
el catálogo de la exposición Premieres Nations, Collections Royales (Feest, 2007),
muchas piezas representativas de la totalidad de las colecciones de América
del Norte datan del siglo xviii.
En lo que se refiere a la colección de la Bibliothèque Municipale de Versailles,
disponemos de un inventario de 1792, realizado cuando Fayolle vendió esta
colección al Marqués de Sérent (Begué, 2008). En esa época la colección con-
taba con más de 200 piezas americanas; en la actualidad alberga un total de
250. Algunos objetos se perdieron, otros se agregaron probablemente entre
1792 y 1934. De nuevo, la escasa información que brindan las descripciones
del inventario dificulta la tarea de establecer las correspondencias entre la co-
lección del siglo xviii y la del siglo xx, aunque al parecer los cambios fueron
relativamente menores. En un grabado del Gabinete del Marqués de Sérent
podemos identificar dos pieles pintadas y probablemente una túnica y un tocado
que guarda aún hoy la colección. Casi sin duda las otras siete pieles pintadas
40 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
formaban parte de las 18 “tapetes” de pieles. Seguramente también llegaron
hasta nuestros días algunos mazos, tocados, ornamentos de brazos y piernas,
collares, zapatos, mocasines, flechas y aljabes. Por otro lado, han desaparecido,
entre otros, los personajes que se encontraban en el interior de los modelos
de canoas, así como la “cabellera inglesa con la piel del cráneo”.
Al comparar el inventario de 1858 establecido por Morel-Fatio, conservador
en esa época de las colecciones del Musée Naval del Louvre, con la colección en
su estado actual, podemos afirmar que ha sobrevivido casi intacta a pesar de
haber transitado por otro museo, el Musée des Antiquités Nationales, antes
de formar parte del Musée d’ethnographie du Trocadero en 1909. Esta colec-
ción, que cuenta hoy en día con 162 piezas, es más reciente que las precedentes y
las piezas, presentadas en el catálogo de la exposición Premières Nations, Collections
royales, datan del siglo xix. La gran mayoría proviene de Canadá, o del este de
Estados Unidos. A diferencia de las colecciones más antiguas, incluye piezas
de California, Columbia Británica, Alaska, Brasil, Perú, Paraguay, Columbia, y
México, que dan testimonio de las exploraciones en nuevos territorios. Cabe
destacar que esta colección cuenta con un menor número de vestimentas en
piel provenientes de Estados Unidos o de Canadá, ya que fueron reemplazadas
por atuendos en tela decorada con cuentas de vidrio y espinas de puerco espín.
También hay que mencionar que las pinturas de George Catlin, que formaban
parte de las colecciones del Musée de la Marine, desaparecieron durante largo
tiempo para reaparecer recientemente. Más adelante regresaremos a esa historia.
Podemos mencionar, en fin, la colección, de carácter más heterogéno, del
Musée de l’Armée. Hay que recordar que esta institución heredó algunas piezas
de la Bibliothèque Nationale en 1877 y que cuando abrió su Galeria Etnográfi-
ca recibió piezas del Muséum d’histoire naturelle, de la exposición permanente
de las colonias y de coleccionistas privados. Hoy en día está compuesta de
88 objetos de América que ingresaron al Musée d’ethnographie du Trocadero
en 1917. Dos piezas son de gran importancia desde un punto de vista histó-
rico: una maza (71.1917.3.62, fig. 8) y una capa tupinambá (71.1917.3.83) del
siglo xvi. Es imposible por el momento conocer con exactitud la trayectoria
que siguieron estas piezas. En el inventario del Musée de l’Armée, la maza,
descrita como un “escudo”, es presentada como de origen desconocido. En
lo que se refiere a la capa, no se sabe si realmente proviene de esta colección,
ya que parece haber existido una confusión con una capa de Oceanía que
fue también registrada bajo otro número de inventario según el cual habría
Recuerdos de América en Francia 41
Figura 8. Maza tupinambá, Brasil, antigua colección del Musée de l’Armée.
Musée du quai Branly, 71.1917.3.62.
entrado a las colecciones del Musée d’ethnographie du Trocadero en 1878.
Pero no hay que olvidar que Hamy (op. cit.: 81) señala un “manteau de plumes
rouges, montées sur un filet auquel tient un capuchón”22 dentro de los objetos que
habían sido transferidos al Musée d’ethnographie du Trocadero desde la
Bibliothèque Nationale.
El ejemplo de estos dos objetos nos permite abordar el tema de la dificultad
de determinar un origen y de la tentación de ver en ellas el recuerdo de grandes
hombres. En efecto, a pesar de la confusión en lo que se refiere al recorrido que
efectuaron por diferentes museos franceses, la capa y la maza fueron asociadas
con Thevet, quien fuera cosmógrafo del rey. Thevet pasó una temporada en la
bahía de Río, pero no explorando el nuevo continente como lo sugiere en sus
textos, sino más bien en su navío, a causa de problemas de salud. Fue Métraux
(1932) quien reconoció el origen tupinambá de estas dos piezas ampliamente
“Capa en plumas rojas, montadas sobre una red a la cual está unido un capuchón”.
22
42 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
descritas y dibujadas por los viajeros del siglo xvi.23 Según este último, si la
maza no fue traída por Thevet pudo haber sido obsequiada a Henri IV o a
Louis XII por algunos de los indígenas tupinambá que viajaron a Francia, o
aportada por uno de los oficiales que intentaron promover la creación de un
imperio francés en Brasil. En el caso de la capa, Metraux indica que según los
textos de Thevet, al regreso de su viaje la obsequió a Monseñor Bertrandy,
quien a su vez la entregó al rey Henry II. Gracias a esta información estaría-
mos en posición, continúa Métraux, de suponer que estas piezas, que quizá
hayan sido depositadas en el Gabinete de Curiosidades del Rey, hayan formado
parte del Gabinete de las Medallas y, por lo tanto, transferidas al Museo del
Louvre y más tarde al Musée d’ethnographie du Trocadero. Sin embargo,
el mismo autor subraya que ninguna de las dos piezas aparece en los antiguos
inventarios del Gabinete de las Medallas. El resultado fue que, a pesar de las
dudas e imprecisiones, los dos objetos tupinambá entraron en la memoria de
las colecciones como “maza de Thevet” y “capa de Thevet”. Es posible que
estos dos objetos le hayan sido atribuidos por haber sido el más famoso de los
viajeros que participaron en el efímero asentamiento francés en el actual Brasil.
Thevet era muy conocido por sus escritos y por haber sido cosmógrafo del
rey durante 40 años, pero no hay que olvidar que sus relatos no son fiables.
Otras leyendas, sin fundamento en tipo alguno de investigación, existen en
torno a otras piezas también provenientes de Estados Unidos y de Canadá.
Es posible, como lo sugiere Vitart (1993: 36-35), que los mocasines, bolsas
y wampum traídos por Cartier y Champlain llegaran a los gabinetes de los reyes y
después al Jardin du Roi; no obstante, hemos perdido su rastro. Tenemos ahora
casi la certeza que el más famoso wampum, llamado “wampum des quatre nations”
(fig. 9), no fue un obsequio de los emisarios hurones a Champlain en 1611 en
símbolo de una alianza comercial con Francia, como asegura la leyenda. Esta
pieza es casi con seguridad de una época más reciente (siglo xviii) y provendría
de los cuatro clanes ottawa (Feest, 2007: 18). De la misma manera, se dice que
las pieles pintadas fueron recolectadas por el Padre Marquette antes de 1675,
fecha de su fallecimiento, en lo que hoy es Michigan. De nuevo, los análisis
de estilo y de iconografía sugieren una fecha más reciente. Por lo menos una de
ellas dataría del siglo xviii y sería testigo de relaciones franco-americanas bien
23
Los resultados de los análisis de carbono 14 realizados por el Centre de Restauration et
de Recherche des monuments français, con fechas incluidas entre 1398 y 1645, confirman la
antigüedad del objeto (Delpuech, 2009).
Recuerdos de América en Francia 43
Figura 9. Wampum. Canadá o Estados Unidos.
Antigua colección de la Bibliothèque Nationale de Paris.
Musée du quai Branly, 71.1878.32.61.
establecidas y de un tipo de asentamiento que existió durante el siglo xviii
(Arnold, 1994).
Aunque se aparte un poco de nuestro tema, no podemos hablar de grandes
hombres y dejar de mencionar a Moctezuma. Al inicio de este texto vimos que
un tesoro suyo habría llegado a Francia, a manos ya sea del armador Ango o
incluso del rey. Hemos perdido el rastro de las preciadas piezas que constituían
este tesoro, con excepción de una, que forma parte de las colecciones naciona-
les francesas y se encuentra hoy en día en la galería mineralógica del Muséum
National d’Histoire naturelle, bajo el nombre de “espejo de Moctezuma”. Su
historia es aún obscura. De acuerdo con algunos autores, este espejo formaba
parte del famoso tesoro (de L’Estoile, 2007: 211). Sin llegar a este extremo,
Simoni-Abbat (1963b: 53) considera que es de origen mexicano y no peruano,
y señala que ya en 1742 Dezalier d’Argenville lo había mencionado como una
de las tres maravillas del mundo que poseía el Gabinete del rey Louis XV,
indicando que era imposible saber a ciencia cierta si el espejo formaba parte
del tesoro perdido. Otras fuentes mencionan la llegada de piezas similares al
Jardin du Roi. Una de ellas fue depositada por Jussieu (Riviale, 1993: 41) y otra,
44 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
conocida como “espejo de los incas”, fue registrada en el inventario de las ca-
jas con objetos del Gabinete de Chantilly, confiscados y depositados en el
Muséum d’histoire naturelle después de la Revolución.24 Cabe señalar también
que las bodegas del Musée de l’Homme conservan un “cráneo de Moctezuma”,
traído de México por el Dr. Ghiesbrech, y que en el inventario de Latour-Allard
que se encuentra en el Museo del Louvre, aparece “un écritoire avec bas-reliefs sur
les 4 faces, présumé avoir servi à Montezuma [...]”.25
Nuestras historias de objetos concluyen con la odisea del estadounidense
George Catlin y de sus pinturas (fig. 10). A principios del siglo xix, fascinado
por el mundo indígena, Catlin atravesó Estados Unidos de este a oeste, pintan-
do retratos y escenas diversas, y recolectando objetos. Creó un “Museo indio”
que nunca fue reconocido en su país y, por lo tanto, cruzó el Atlántico y viajó
Figura 10. George Catlin. Retrato del jefe indio “Roca Negra”.
Encargo del rey Louis-Philippe, tras el espectáculo de danzas p
resentado
por Catlin en el Palacio del Louvre en 1845. Óleo, 81 cm x 65 cm.
Musee du quai Branly, 71.1930.54.2006 D.
24
Informacion encontrada en los archivos de la Biblioteca Nacional por Vanessa Ferry
(Universidad de Montreal).
25
“Escritorio con bajorrelieves en los cuatro lados que supuestamente sirvió a Moctezuma”
(Agradecemos a Fauvet-Berthelot el dato).
Recuerdos de América en Francia 45
a Europa, en donde tuvo más suerte. Durante sus años de gloria (1840-1850) el
museo contaba con 58 pinturas y cerca de mil objetos, y su autor se movía en
los círculos de personalidades londinenses y parisinas de la naciente etnología,
en una época en la que su arte alimentaba con una nueva alteridad los primeros
primitivismos (Fabre, 2006: 8). En 1846 pintó para el rey Louis-Philippe 14
retratos y escenas. El pintor permaneció en el olvido en su país natal hasta
2002, cuando se inauguró en Washington la exposición George Catlin and his
Indian Gallery (Fabre, op. cit.). En Francia, una vista publicada en la revista
Paris Illustré muestra la presencia de las pinturas de Catlin pero después tanto
las pinturas como su autor fueron olvidados hasta 1963, cuando una de ellas
fue encontrada en el Louvre (Guimaraes, 1994: 11). En 1993, por casualidad,
se encontraron en un rincón de la Biblioteca del Musée de l’Homme 12 lienzos
que fueron identificados como obras suyas.26 Así, después de haber conocido
la gloria real e intelectual en París, Catlin y su obra cayeron en el olvido etno-
gráfico, artístico y museográfico. Sin embargo, mientras permanecían en este
olvido, los retratos que había pintado surgían en la imaginería e imaginación
populares, incluso hasta el siglo xx, cuando los niños de los años sesenta los
descubrían en las envolturas de sus chocolates (Maguet, 2006: 102).
Memoria, memorias
Como hemos visto, varias memorias habitan las colecciones: una que quiere ser
recuerdo del hombre americano antes de ser “contaminado” por las culturas
europeas; otra que tiene que ver con la historia de Francia en América y del
encuentro, y una más, asociada con la historia nacional. En todas ellas entra
una parte de imaginario, tanto político e intelectual como popular. Y todas
están tan íntimamente entrelazadas que forman una sola.
Al principio de la época colonial los objetos procedentes de América re-
presentaban los descubrimientos facilitados por los viajes y eran testimonios
del encuentro con una humanidad desconocida. Después fueron presenta-
dos, mostrados, para activar la imaginación y suscitar un nuevo interés en la
expansión colonial. Provienen de Brasil, Guyana, Estados Unidos y Canadá.
Los atributos del “indio,” elementos de un sistema de representación profun-
damente enraizado, fueron establecidos desde el siglo xvi: el arco, las plumas,
71.1930.54.2005 D hasta 71.1930.54.2016 D.
26
46 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
las pinturas corporales, la desnudez, generalmente atenuada con un paño o
un braguero (Maguet, op. cit.: 89). Las colecciones más antiguas de Amazonía
corresponden a este estereotipo ya que están representadas en particular por
ornamentos y armas. Pero nada indica si fueron estas colecciones las que
crearon este sistema de representación o si, al contrario, fue el sistema el
que influyó en la elección de objetos por parte de los colonos, misionarios y
viajeros. De la misma manera, regresando a la capa y a la maza tupinambas,
podemos preguntarnos si su llegada, así como las múltiples representaciones
de escenas de antropofagia que permitieron su identificación, están relacio-
nadas con el doble sentimiento de atracción-repulsión (todavía vigente) que
hizo hincapié muy particular tanto en la antropofagia como en el tema del
sacrificio en Mesoamérica.
La historia de las colecciones de Canadá y Estados Unidos es un poco más
complicada ya que abarcan un espectro más amplio de objetos, incluyendo
ejemplares en donde se combinan las técnicas americanas y europeas. Sin em-
bargo, la iconografía que aparece en registros diversos, desde la alegoría de las
cuatro partes del mundo hasta los disfraces de niños, se inspira completamente
en un imaginario elaborado a través de los atributos propios de los indios de
las planicies (Maguet, op. cit.: 90). Estos atributos, el arco, las flechas, las plumas
y atuendos en pieles, están muy bien representados en las colecciones.
A finales del siglo xviii y durante el siglo xix las colectas se sistematizaron
con el objetivo de reunir un gran número de objetos en un amplio territorio.
El origen se diversificó y aparecieron colecciones provenientes del Ártico,
de México, de Colombia, de Ecuador, del Chaco y de la Patagonia. Fue pre-
cisamente en la época de las grandes colecciones cuando la investigación se
desarrolló en los museos. Los objetos fueron etiquetados, descritos con pre-
cisión y clasificados con perspectivas evolucionistas. El objeto se convirtió en
indicador de las etapas de desarrollo y el hombre americano entró en el gran
friso de la evolución. En el siglo xix el objetivo era acercarse a la realidad,
pero las plumas y las armas ocupaban todavía un lugar privilegiado. Hubo
que esperar el inicio del siglo xx para que se llevara a cabo una ruptura. La
etnografía y sus métodos se definieron y las colecciones se constituyeron por
medio de temporadas largas de trabajo de campo en un mismo sitio, en don-
de todo había de ser registrado y la mayor cantidad de objetos posible debía
recolectarse, en búsqueda del “hecho sociológico”. El objeto era visto como
portador de sentido. Las colecciones que corresponden a esta época abarcan
Recuerdos de América en Francia 47
todas las categorías de objetos (cuerdas, vestidos, armas, hamacas, máscaras,
papeles picados, etcétera). Se reunieron también fichas, fotografías, películas
y registros sonoros. A mediados del siglo xx se cuestionó el concepto del
objeto-testigo. Sin embargo, no se definió una nueva dirección de colecta,
con la excepción de algunos tocados y máscaras de la colección Lévi-Strauss,
resultado de sus encuentros con Boas y con los surrealistas, y utilizados para
ilustrar su publicación La voie des masques.
Las colecciones reflejan también la historia que se desarrolló en el territorio
francés. Muchos puntos, como la sucesión de instituciones, el poder que fue
asociado a los objetos en el marco de la política colonial, la transformación de
la visión del otro y del acercamiento, la evolución de los métodos de colecta
y de la etnografía, fueron ya tratados. Sin embargo, deseamos insistir sobre
algunos puntos.
El museo moderno nació en Francia con la Revolución. Ya no era el pro-
ducto de la curiosidad ni de iniciativas personales, sino que se convirtió en un
instrumento de gestión estatal del patrimonio en beneficio de una sociedad
civil, con la misión didáctica de ayudar a los pueblos a tomar conciencia de
su identidad (Coquet, 1999: 11). Estas nociones tomaron mayor amplitud
durante la III República (1875-1940), cuando el Estado-Nación se afirmó y
se definió gracias a su imperio colonial. El objeto del Otro que entró enton-
ces en las colecciones patrimoniales con misiones idénticas a las de todos los
objetos y obras presentes en el territorio francés, tenia además el papel de
reflejar la expansión colonial ahora dirigida más hacia África, Oceanía y Asia
pero también hacia las Antillas y Guyana. Así, el objeto del Otro que entró
en el patrimonio de la República buscaba revelar la conciencia nacional de los
franceses, probablemente por oposición pero también a través de la memoria
de la cual estaba cargado. En este caso, la memoria francesa. Esto dio como
resultado la primera gran historia de las colecciones, publicada por Hamy en
1890. También explica los esfuerzos para atribuir objetos a los grandes hombres
cuyos nombres están escritos en letras doradas en la Gran Galeria del Musée
de l’Homme, donde estaban expuestas las colecciones americanas. Aparecen,
entre otros, los nombres de André Thevet, Jacques Cartier, Robert Cavalier de
la Salle, Jean de Léry, Jules Crevaux.
De esta manera, hasta fechas muy recientes se mezclaban en el museo de
etnografía la memoria del Otro y la de la historia francesa, de la conquista y
de la afirmación de un Estado-Nación; se reunían memoria e historia. Ahora
48 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
nos podemos preguntar sobre el estado y el porvenir del museo de etnografía,
de la memoria que acompaña las colecciones hoy en día, cuando la historia
se acelera y la globalización se generaliza; cuando “el otro” comparte nuestra
economía, técnicas y gustos; cuando Francia ya no es un estado étnicamente
monolítico como quiso ser —o pretendió creer que lo era— durante siglos;
cuando el Estado-Nación, principal creador de memoria institucional, se
transforma en Estado-Sociedad (Nora, 1997). La memoria se encuentra
debilitada. Sin llegar tan lejos como Nora, que apunta: “On ne parle tant de
mémoire que parce qu’il n’y en n’a plus […] il y a des lieux de mémoires parce qu’il
n’y a plus de milieux de mémoire”,27 podemos constatar el interés de la parte de
grupos de donde son originarias las obras, ya sea a través de la repatriación
de piezas, ya de la visita de sus representantes a los museos para consultar
las colecciones, ya de la multiplicación de trabajos de investigación sobre la
historia de las colecciones.
Estas preguntas tienen su justificación en el hecho de que el objeto que
llamamos etnográfico es a fin de cuentas más bien histórico y que cada uno
de los actores busca, en sus colecciones, memorias. Zaparas, huicholes, tekos y
wayapis, han viajado para conocer estos objetos de sus antepasados. Algunos
de ellos, involucrados de manera activa o profesional en la salvaguarda de
sus tradiciones, pudieron llevar consigo fichas y fotografías para mostrárselas
a los mayores, mientras que algún otro solicitó la fotografía de una túnica
de los años 50 para reproducirla.
Nunca como ahora los franceses se han interesado tanto en la historia de las
colecciones etnográficas. Quizás este hecho haya sido generado por la creación
de un nuevo museo, pero creemos que las razones se encuentran en un estrato
más profundo, en las memorias inscritas en las expectativas del público o en
el trabajo de los conservadores.
El niño que veía la imagen del indio de las planicies creció, pero, al parecer,
espera encontrar en el museo la misma imagen del hombre americano con
sus atributos de siempre. Por su parte, el conservador del museo, al igual que
las comisiones que regulan las adquisiciones, tiene una fuerte tendencia a
valorar una pieza en función de su antigüedad o de la identidad de sus anti-
guos dueños; de su “pedigrée”. Por consiguiente, el objeto recibe una carga de
27
“Hablamos tanto de memoria porque ya no existe […] existen los lugares de memoria
porque ya no existen los medios de la memoria”.
Recuerdos de América en Francia 49
emoria, como testigo de costumbres desaparecidas o de una historia. Todavía
m
nos es difícil evitar el objet-témoin, quizá debido a la historia de la etnología,
forjada en sus primeros tiempos por el americanismo que unía arqueología
y etnografía. A menudo se designa como culpable a Leroi-Gourhan, quien
creó en Francia la antropología de las técnicas, pero se olvida que era com-
pletamente consciente de la fuerza del estilo, el “último grado del hecho”
(Leroi-Gourhan, 1964, 1965).
La historia de las colecciones y la memoria de esta historia, único punto que
hemos abordado en este balance, presentan numerosas lagunas. No obstante,
en años recientes hemos sido testigos de un renacimiento del interés por la
historia de las colecciones que podría estar relacionado con la creación de un
nuevo museo y con las reflexiones y el redescubrimiento de piezas que esta
creación ha engendrado. Este nuevo interés es muy positivo en el sentido de
que poco a poco los estudios colmarán las lagunas que hemos dejado en este
artículo y permitirán una mejor comprensión tanto de la historia del Otro
como la de los encuentros.
Por otro lado, surgen algunas preguntas, unas “molestias” más intuitivas
que racionales ¿No estaremos repitiendo la historia de las colecciones? ¿No
juzgamos de manera demasiado apresurada a nuestros predecesores?
La pregunta es, en términos más precisos, si este nuevo interés en las co-
lecciones antiguas no tiene sus raíces en un triple sentimiento, el cual es por
un lado científico; por el otro nos remite a un juicio ambiguo combinado con
fascinación por parte de los aventureros, así como a los momentos de gloria
de una aristocracia caída en el infortunio, y que está ligado a la ironía de las
representaciones fantasiosas del pasado. No se trata de negar el carácter fantás-
tico de las representaciones, sus rasgos políticos y expansionistas, ni el carácter
inhumano de las exhibiciones de hombres y mujeres llevados de América,
África u Oceanía. Se trata más bien de preguntarnos si detrás del énfasis que
rodea el recuerdo de estos hechos no hay una desculpabilización mezclada con
una fascinación por el “salvaje” todavía vigente hoy en día. Se trata también
de preguntarnos por qué tenemos tendencia a olvidar a los indígenas que
contrajeron matrimonio en Francia durante los siglos xvi y xvii, los que se
mezclaron con la población francesa, ya que, como lo subraya Jarnoux (1995),
lo extranjero no es un concepto inmutable, y en una época en que la gente no
viajaba fuera de su región, la diferencia entre un tupinambá o un iroqués y un
bretón, desde el punto de vista de un vasco, no era tan grande.
50 Fabienne de Pierrebourg y Claudia de Sevilla
Estas preguntas no tienen como objetivo justificar los hechos del pasado
sino, al contrario, interrogarnos acerca de si no queremos prolongar una
memoria de la diferencia que no reconoce la alteridad como tal sino que la
estigmatiza. ¿Será quizá tiempo de establecer una autentica simetría entre “occidente
y el resto” (Taylor, 2008) y, como lo sugieren Coquet (1999), Galinier y Molinié
(1998), de revivir este pasado integrándolo en la fantástica vitalidad de hoy?
Recuerdos de América en Francia 51
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EL COLECCIONISMO Y LA DEFINICIÓN
DE LA CULTURA OLMECA
Tomás Pérez Suárez
Centro de Estudios Mayas
Instituto de Investigaciones Filológicas, unam
A pesar de ser una de las expresiones mesoamericanas con mayor antigüedad
(1200-500 a. C.), la cultura olmeca —cuyo principal centro de florecimiento
se registró en el sur de Veracruz y la porción occidental de Tabasco— fue de
las últimas en ser definida. Su reconocimiento, como toda civilización primi-
genia, atravesó por diversos pasos que van desde la presencia de pequeños
objetos exhibidos en museos, sin procedencia precisa ni cronología establecida,
apenas agrupados como curiosidades procedentes del “Nuevo Mundo”. En
un segundo momento se comenzaron a publicar algunos de estos objetos,
generalmente mal adscritos a otras culturas mesoamericanas, pero no a la que
correspondía, ya que la olmeca aún no había emergido de la conciencia de los
investigadores (Bernal, 1968: 38-39).
Fue a partir de estas noticias que a principios del siglo xx Marshall Saville
(1900 y 1929) se dio a la tarea de reunir y analizar una serie de objetos que
guardaban cierta similitud estilística, pero que se encontraban exhibidos en
diversos museos de Europa, Estados Unidos y México. Su trabajo tuvo como
resultado el reconocimiento pleno de una cultura nueva que, por sus caracte-
rísticas, expresaba una gran antigüedad (De la Fuente, 1977: 18, 23-24).
Creadora de una nueva forma de organización económica, social, política y
religiosa, la cultura olmeca fue totalmente distinta a la de la vida aldeana y tribal
que le antecedió, y a la que existía en la mayor parte de ese espacio geográfico
57
58 Tomás Pérez Suárez
que, con el transcurso del tiempo, llegaría a constituir la macro área cultural
denominada Mesoamérica.
El carácter primigenio de esta civilización, así como su gran antigüedad,
motivaron desarrollos culturales posteriores que poco a poco la fueron
sepultando, condenándola al olvido y confusión en la memoria de los
pueblos mesoamericanos del siglo xvi, presentes al momento de contacto.
Sin embargo, en todas esas culturas hacía acto de presencia un sinfín de
patrones y rasgos culturales, iniciados por esos olmecas que ahora llamamos
“arqueológicos” para diferenciarlos de los olmecas “históricos”. Fue de
estos últimos, mencionados en los documentos coloniales, que se tomó el
nombre de olmeca para esta antigua cultura arqueológica, pero las evidencias
históricas señalan que no tienen relación lingüística o cronológica alguna
(Jiménez Moreno, 1942).
Los artífices de sitios como San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros
y Tres Zapotes, por mencionar apenas los más investigados, manufacturaron y
plasmaron en diversos materiales su visión del mundo y las imágenes de sus
dioses, así como retratos de gobernantes y personas importantes de su socie-
dad. Solamente de esta región de Tabasco y Veracruz, llamada por Ignacio
Bernal (1968) “zona metropolitana olmeca”, proceden más de 300 ejemplos
de escultura monumental, destacando notablemente las cabezas colosales,
los tronos o altares, las estelas y las numerosas esculturas de personajes sen-
tados en posición felina.
Por la calidad de la talla, bruñido y alto grado de expresión estética, los
numerosos artefactos tallados de preferencia en piedras verdes, genéricamente
denominadas “jades olmecas”, han sido, por mucho, objetos de los más pre-
ciados por coleccionistas de arte prehispánico. Máscaras, figurillas, hachas,
pectorales, pendientes, collares, orejeras, punzones, espejos y muchos otros
artefactos de función desconocida que por su naturaleza perenne, reducidas
dimensiones y facilidad de transporte, están presentes en casi toda Mesoamérica
así como en museos y colecciones particulares contemporáneas.
Es claro que por largo tiempo estas piezas fueron altamente valoradas y
trasmitidas de generación en generación entre los pueblos mesoamericanos,
pues con frecuencia aparecen ofrendadas en lugares importantes. Pero también
han sido las más saqueadas en toda época, incluyendo la actual, y alcanzan un
alto precio en el mercado negro.
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 59
El “coleccionismo” en la época prehispánica
La presencia de pequeñas tallas olmecas, coleccionadas en distintas épocas y
contextos mesoamericanos, obedece a múltiples causas. Carlos Navarrete, a
propósito de la máscara olmeca recuperada en la ofrenda 20 del Templo Mayor,
ha señalado acertadamente que de estas piezas: “Muchas se estarían heredan-
do de generación en generación, pero otras tantas podrían estarse moviendo,
circulando entre mercados, intercambiándose a larga distancia”. Respecto a
su valoración y afán de poseerlas apunta: “Si al valor intrínseco de las piedras
finas, agregamos el aprecio por lo añejo, lo que viene de los antepasados, es
lógico suponer que los jades olmecas se mantuvieran vigentes a través del
tiempo. Algunas veces con sentido religioso, como objetos de veneración y
misterio, otras serían artículos de ostentación y lujo. Le agregarían a lo ofren-
dado respeto y símbolo o calificarían como rico adorno, dando calidad social.”
También se pregunta “si en muchos de los collares y pulseras que sorprendieron
a los españoles, no vendrían rodando cuentas y colgantes que fueron obra de
lejanos lapidarios olmecas” (Navarrete, 1982: 161).
De tal manera, el gusto por reunir y conservar estos artefactos se re-
monta a la época olmeca misma. Ejemplo de ello es la Ofrenda No. 4 de La
Venta, excavada en 1955 (fig. 1). Contuvo, sin duda, una de las primeras y
más antiguas colecciones de piezas olmecas reunidas por dirigentes de ese
lugar. Un conjunto de 22 objetos fue ofrendado en la esquina noreste del
Complejo A, principal centro político y religioso de La Venta, a juzgar por
el número de ofrendas y entierros ahí localizados (Drucker, Heizer y Squier,
1959: 152-161).
Estas piezas, manufacturadas en piedras de grano fino y con diversas to-
nalidades de verde, se acomodaron de forma tal que expresan una reunión
política o religiosa, de 16 personajes frente a seis placas que representan
estelas. Las figurillas humanas, todas manufacturadas dentro de los cánones
olmecas, parecen provenir de distintos talleres. Algunas fueron quizá realizadas
ex profeso para la ofrenda, pero dos de ellas muestran brazos quebrados, lo que
sugiere un uso previo. Por su parte, las seis placas que simulan estelas son las
que mejor evidencian la modificación y reutilización de piezas más antiguas.
Cuatro de ellas presentan esgrafiados con diseños incompletos y seccionados,
que permitieron a María Antonieta Cervantes (1969), deducir su obtención a
partir de artefactos anteriores.
60 Tomás Pérez Suárez
Figura 1. Ofrenda número 4 de La Venta, Tabasco.
Museo Nacional de Antropología, México
(Fuente: Stierlin, 1981: 19, figura 12).
En el Museo Nacional de Antropología se exhibe un pendiente cóncavo,
en forma de hacha y de procedencia desconocida, que muestra esgrafiado un
personaje recostado que, con el brazo extendido, porta una antorcha. Esta
imagen fue decisiva para que ella reconociera que al menos dos de las placas
se obtuvieron al seccionar, longitudinalmente, una pieza similar a la del Museo.
Además de complementarse en el diseño, una de ellas, la superior, aún posee
los dos agujeros de suspensión de cuando funcionaba como un pendiente
(Cervantes, op. cit.: 42-44).
También en el área olmeca, pero en un contexto del periodo Clásico Tar-
dío, el equipo de Matthew Stirling (1941) excavó una extraordinaria ofrenda
constituida por 782 piezas de jade, número que dio nombre al hallazgo (fig. 2).
Entre numerosas cuentas esféricas y tubulares, orejeras y pendientes de estilo
zapoteca, teotihuacano o maya, se encontraban varios objetos con rasgos esti-
lísticos y funciones rituales inconfundiblemente olmecas; destacan los punzones
votivos para autosacrificio y las placas con incisiones longitudinales de función
desconocida. Interesante, por la calidad de su talla y su simbolismo, es un
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 61
Figura 2. Ofrenda de las 782 piezas, Cerro de Las Mesas, Veracruz,
(Fuente: Stirling, 1941: 300, lám. VIII. Foto de Richard H. Stewart).
pendiente en forma de canoa, decorado con dos rostros de seres sobrenatura-
les. También estuvieron presentes en esta rica ofrenda figurillas de personajes
olmecas. Sobresalen la de un jorobado, con una abultada proyección de su
espalda; la de un enano regordete, bellamente bruñida, y la de un personaje
con rasgos atípicos a la cultura olmeca, pero con el mismo canon, en el que la
cabeza de la figura cabe dos veces en el cuerpo (Drucker, 1955).
Aunque carecen de contexto, conocemos tres pendientes olmecas reuti-
lizados en tiempos finales del Preclásico o inicios del Clásico, cuando se les
esgrafiaron inscripciones jeroglíficas, estilo maya temprano. El primero, depo-
sitado en el Museo Británico de Londres, fue dado a conocer en México por
el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana (1964: lámina 60) (fig. 3). Se trata
de una placa con un rostro olmeca al centro. Los ojos fueron modificados
al crearse una horadación circular en forma de iris. Un lado de la pieza está
quebrado y en el otro se esgrafiaron dos cartuchos jeroglíficos que contrastan
con la calidad y firmeza de la talla de la pieza original.
62 Tomás Pérez Suárez
Figura 3. Placa del Museo Británico de Londres
(Fuente: Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1964: lám. 60).
El segundo caso es un pendiente, ahora en el Museo Brooklyn de Nueva
York, que se dio a conocer en una publicación de Román Piña Chán (1982: 232)
(fig. 4). En la parte frontal muestra el rostro de un personaje típicamente ol-
meca, mientras que en la trasera se le esgrafiaron cuatro cartuchos jeroglíficos
de una temporalidad más tardía que la talla original. El tercer ejemplo, deposi-
tado en la colección de Dumbarton Oaks, en Washington, fue dado a conocer
por Michael Coe en 1966, quien reportó procedía de algún lugar de Yucatán
(fig. 5). Se trata de una pieza que, como las anteriores, muestra en la parte
delantera un rostro olmeca flanqueado por grandes orejeras, mientras que en
la posterior se esgrafiaron, en cuatro columnas, un largo texto y la imagen de
un gobernante, cuyo nombre aparece dos veces en la inscripción y a un lado
de su tocado. Por las características iconográficas de la figura esgrafiada y el
estilo de la escritura, se cree que esta modificación de la pieza olmeca fue reali-
zada en tiempos cercanos al inicio de la era cristiana, es decir más de 500 años
con posterioridad a su manufactura original (Schele y Miller, 1986: 119-120).
Excavaciones arqueológicas controladas en el área maya, por otro lado,
también han permitido recuperar objetos olmecas en contextos que pueden
fecharse desde el periodo Preclásico Medio hasta el Posclásico Tardío, pasan-
do por contextos del Clásico. Ejemplo temprano de ello, fechado para la fase
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 63
Figura 4. Pendiente del Museo Brooklyn de Nueva York
(Fuente: Piña Chán, 1982: 232).
Figura 5. Pectoral de Dumbarton Oaks
(Fuente: Schele y Miller, 1986: 129, plate 32. Foto de Justin Kerr).
Real (900-600 a. C.) es el punzón votivo de jadeita recuperado en la capa más
profunda de un pozo estratigráfico efectuado en la plaza central de Ceibal,
importante sitio en la margen del río de La Pasión en El Petén guatemalteco
(Willey, 1978: 97).
De igual temporalidad, pero excavadas en Copán, Honduras, en un contex-
to del Complejo Gordon (900-600 a. C.), son unas ricas ofrendas de vasijas,
hachas petaloides y cuentas de jadeita, cuyas formas y diseños muestran el
64 Tomás Pérez Suárez
inconfundible sello del estilo olmeca, y que fueron recuperadas en las ex-
cavaciones de entierros colectivos en el Grupo 9N-8, en el sector conocido
como Las Sepulturas (Fash, 1991: 67-71). Cabe recordar que Copán se ubica
en la cuenca media del río Motagua, donde se localizan los más importantes
yacimientos de jadeita hasta ahora descubiertos en Mesoamérica.
Para el periodo Clásico Tardío debe resaltarse el pendiente depositado en
el Entierro 36, de la Estructura 50a de San Gervasio, en la isla de Cozumel, y
que ahora se exhibe en el Museo Regional de Yucatán en la ciudad de Mérida
(fig. 6). Fue recuperado en las excavaciones de una unidad habitacional del
periodo Clásico Tardío en este gran núcleo de población localizado en el cen-
tro norte de la isla. Se desconoce en qué época y cuáles fueron los caminos
que siguió este pendiente desde la región olmeca hasta el lugar donde fue
ofrendado, pero su presencia en Cozumel da cuenta de las importantes rutas
comerciales que bogaban en torno a la península de Yucatán (Rathje, 1973).
Figura 6. Pendiente de San Gervasio, Cozumel
(Fuente: Pérez Suárez, 1998: 81. Foto de Michel Zabé).
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 65
También los ríos fueron importantes rutas que dispersaron artefactos de
prestigio e ideología olmeca. Durante la construcción de la presa hidroeléc-
trica La Angostura, en Chiapas, los trabajos de exploración del programa de
salvamento permitieron recuperar una figurilla olmeca en el sitio de Laguna
Francesa (fig. 7). La figurilla, a la que le faltan la pierna y el brazo derecho,
estaba dentro de una gran vasija de cerámica que contuvo el Entierro 29, lo-
calizado en la Estructura 43. Junto con la urna se depositaron cuatro cajetes
que permiten fechar la inhumación para el periodo Clásico Tardío (Gussinyer
y Martínez, 1978).
Figura 7. Figurilla de Laguna Francesa, Chiapas
(Fuente: Gussinyer y Martínez, 1978: figura 12).
Del Clásico Tardío es asimismo la ofrenda de pendientes olmecas recuperada
en 1984, durante la construcción de una escuela en Chacsinkín, Yucatán, pueblo
cercano a Peto (fig. 8). En total conocemos 17 de estas piezas, representadas
mayoritariamente por pendientes cóncavos en forma de conchas o canoas, o
de tipo cucharilla. Según E. Wyllys Andrews V (1986: 12), 11 de ellas llegaron
66 Tomás Pérez Suárez
Figura 8. Jades de Chacsinkín, Yucatán (según: Andrews V, 1986:12, figura 1).
clandestinamente a Nueva Orleáns, donde él las conoció, pero en noviem-
bre de ese año fueron regresadas al Museo Regional de Antropología, en
Mérida, donde se incrementó el conjunto con seis piezas más de la misma
ofrenda, donadas por la Presidencia municipal del pueblo mencionado.
Aunque estas piezas muestran diferencias en los materiales empleados y en la
forma de los objetos, en todas está presente una serie de rasgos que indican un
mismo origen cronológico y cultural. Andrews (1986: 29) se pregunta si los jades
se importaron de la zona metropolitana olmeca o de otras regiones de Mesoa
mérica, como Costa Rica, Honduras o del estado de Guerrero, en México. Igual
cuestiona si llegaron en tiempos del periodo Preclásico Medio, cuando fueron
manufacturados, o si arribaron en el Clásico Tardío, cuando fueron ofrendados.
Difícil de saber, pero dicho autor supone un origen temprano por la presencia
de materiales cerámicos de esa temporalidad en varios sitios de la Península.
En 1974 Tatiana Proskouriakoff (1974: 36, Plate 38a y Color Plate III)
reconoció ocho pendientes olmecas en el análisis y clasificación de las casi
20 mil piezas de jade procedentes del Cenote Sagrado de Chichén Itzá (fig. 9).
Estos objetos fueron recuperados por Edward Thompson, quien con una
rudimentaria draga extrajo cuantiosos objetos de oro, cobre, piedras verdes,
madera, textiles, vasijas de cerámica y huesos humanos. Todos fueron traspor-
tados ilegalmente al Museo Peabody de la Universidad de Harvard, y tras un
largo litigio México pudo recuperar tan sólo una pequeña parte de esos objetos.
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 67
Figura 9. Jades del Cenote Sagrado de Chichén Itzá, Yucatán
(Proskouriakoff, 1974, color plate III).
Es difícil saber si esos jades olmecas se ofrendaron en tiempos olmecas, lo
que haría pensar en una larga tradición en cuanto a la veneración del lugar. Pero
también pudieron ofrecerse en tiempos del apogeo de la ciudad de Chichén
Itzá, entre 800 y 1200 d. C., lo que igualmente plantea el problema de los
mecanismos de obtención y ruta por la que éstos llegaron a la región norte de
Yucatán, rica en cuanto a la producción de sal marina, que sabemos jugó un
papel importante como producto de intercambio en las relaciones comerciales
durante varias épocas prehispánicas. Solamente así pudieron obtenerse tan ri-
cos y suntuosos objetos importados desde regiones distantes, para ser ofren-
dados a los dioses del agua y del Inframundo en el cenote sagrado.
Un ejemplo más de reutilización de objetos olmecas en la península de
Yucatán, pero en un contexto del Posclásico Tardío, es una pequeña máscara
de piedra verde recuperada durante los trabajos arqueológicos que la Institu-
ción Carnegie de Washington realizó en Mayapán (fig. 10). La pieza, así como
todos los datos del contexto de su localización, fueron publicados en 1953 por
A. Ledyard Smith y Karl Rupper, quienes señalan que fue depositada como
ofrenda en el interior y debajo del piso de la Estructura K-52-c, un pequeño
santuario construido encima de una cámara funeraria construida entre 1300
y 1400 d. C. Lo que significa que fue ofrendada casi dos mil años después de
ser manufacturada.
De un contexto incluso más tardío procede la extraordinaria máscara olmeca
que formaba parte de la Ofrenda 20 del Templo Mayor de México (fig. 11).
Actualmente se exhibe en el museo del mismo nombre y fue dada a conocer
68 Tomás Pérez Suárez
Figura 10. Pequeña máscara de Mayapán, Yucatán
(Fuente: Smith y Rupper, 1953: figura 9c).
Fiura. 11. Máscara de la Ofrenda 20 del Templo Mayor, México-Tenochtitlan
(Fuente: Bonifaz Nuño, 1981: 62. Foto de Fernando Robles).
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 69
por Matos Moctezuma en 1979. La ofrenda se localizó en la parte posterior
del Templo Mayor, en la intersección de los dos templos de la Época III.
A diferencia de otras ofrendas, por lo común depositadas en cistas o cajas de
piedra, ésta se colocó directamente en el núcleo de la construcción. Además
de la máscara olmeca la ofrenda incluía numerosos artefactos de diferentes
temporalidades y procedencias mesoamericanas, como figuras y máscaras de
piedra estilo Mezcala de Guerrero, figurillas mixtecas, conchas y caracoles
marinos procedentes del Golfo de México y una máscara con rasgos teoti
huacanos, a la vez que expresiones típicamente mexicas, como esculturas sedentes
de Xiutecuhtli, cuchillos de pedernal, cráneos humanos y máscaras realizadas
con cráneos.
Esta breve revisión de algunos artefactos olmecas, reunidos y ofrendados
por los antiguos mesoamericanos a lo largo de todas las épocas, da cuenta de
la alta estima en que se les tenía, ya por sus características de bienes preciados,
ya, sobre todo, por su simbolismo religioso.
El coleccionismo moderno
Con el descubrimiento y conquista de los pueblos mesoamericanos nació un
nuevo interés por los objetos olmecas, bien reunidos como curiosidades del
Nuevo Mundo, bien, los menos, valorados desde un principio como objetos
de arte. Entre los numerosos bienes que Hernán Cortés, Antonio de Mendoza
o los virreyes subsecuentes enviaron a la Corte española, así como entre los
objetos recuperados por las exploraciones ilustradas de fines del siglo xviii e
inicios del xix, sin duda llegaron los primeros artefactos olmecas a Europa.
Ejemplo de ello es la figurilla de un personaje sedente con piernas cruzadas
y las manos sobre las rodillas y un pequeño pendiente en forma de cabeza
humana con labio trapezoidal que acentúa sus rasgos olmecas (figs. 12 y 13).
Ambas piezas, realizadas en piedra verde, se exhiben hoy en el madrileño
Museo de América, junto con algunas vasijas de esta cultura (De la Fuente,
1994: 25; Martínez de la Torre y Cabello Carro, 1997: 67).
70 Tomás Pérez Suárez
Figura 12. Figurilla sedente del Museo de América en Madrid
(Fuente: De la Fuente, 1994: 25).
Figura 13. Pendiente del Museo de América en Madrid
(Fuente: Martínez de la Torre y Cabello Carro, 1997: 67).
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 71
Mejor documentada está una gran máscara de jadeita, con el labio superior
bastante pronunciado, que ahora forma parte de la colección de Dumbarton
Oaks, en Washington (fig. 14). Según Samuel Lothrop (1963), quien la reco-
noció como olmeca, se cree llegó a Europa en el siglo xvi y fue obtenida en
Italia en la década de 1530. Posteriormente formó parte de una colección
húngara donde se clasificó como una máscara china de la dinastía Tang (Taube,
2004: 147). Su propietario, Robert Woods Bliss, quien logró reunir una de las
más ricas colecciones de tallas olmecas —ahora depositadas en Dumbarton
Oaks—, no brinda mayores datos sobre dónde y cómo la obtuvo.
Figura 14. Máscara de Dumbarton Oaks, Washington
(Fuente: Taube, 2004, plate 30. Foto de Joseph Mills).
Otra pequeña máscara, aunque de manufactura más tardía, modificada en el
periodo Posclásico y adornada como si se tratase de la imagen de una deidad
hindú en el siglo xvii o en el xviii, es la depositada en la colección Residenz de
Munich (fig. 15). Se tiene documentado que para 1616 formaba parte de la co-
lección de Albrecht V de Bavaria (De la Fuente, 1994: 47). La máscara pertenece
a una de las formas más tempranas de los pendientes denominados personajes
con gorro y babero, insignias del poder de los gobernantes, y comunes en el
área maya durante la parte final del Preclásico e inicios del Clásico.
72 Tomás Pérez Suárez
Figura 15. Máscara de la colección Residenz en Munich
(Fuente: De la Fuente, 1994: 47).
Hacia finales del siglo xviii, cuando el mundo ilustrado empezó a valorar
el arte prehispánico, al tiempo que el dominio colonial español comenzaba a
desmoronarse, Alejandro de Humboldt viajó por gran parte del continente
americano. Durante su estancia en México recuperó un hacha de piedra verde,
esgrafiada con numerosos signos olmecas, y la envió al Museo Etnográfico
de Berlín. Hoy, ignoramos dónde se localiza. Humboldt la publicó de cabeza
y la identificó erróneamente como perteneciente a la cultura azteca. En 1890
Antonio Peñafiel la dio a conocer en la posición correcta y Miguel Covarrubias
realizó un dibujo publicado en 1964 por Román Piña Chán y Luis Covarrubias,
quienes acertadamente la reconocieron como olmeca (fig. 16).
La intervención francesa en el México Independiente también aportó piezas
olmecas a las colecciones europeas y posteriormente a las de Estados Unidos.
Ejemplo de ello es una extraordinaria figurilla ahora en el Museo Brooklyn de
Nueva York (fig. 17), adquirida hacia 1860 en Francia, según Herbert Spinden,
quien fue el primero que la ilustró. El tema tratado, un personaje cargando
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 73
Figura 16. Hacha Humboldt Figura 17. Figurilla del
publicada por Antonio Peñafiel Museo Brooklyn, Nueva York
(Fuente: Benson, 1996: fig. 2). (Fuente: Benson y De la Fuente,
1996: 211, núm. cat. 48).
un niño de rasgos sobrenaturales, es el mismo que el observado en algunos
altares de la zona metropolitana olmeca y, especialmente el representado en
la figura olmeca denominada Señor de Las Limas, Veracruz.
La primera figurilla olmeca que Robert Woods Bliss adquirió como objeto
de arte prehispánico, y no como una curiosidad más de los “indios” del Nuevo
Mundo, fue quizá producto de esa misma intervención extranjera (fig. 18).
Comprada en París en 1914, originalmente se identificó como una figurilla
azteca, pero 25 años después Alfred Tozzer le atribuyó correctamente una
filiación olmeca (Benson, 1981: 97; De la Fuente 1994: 31).
En 1884 salió a la luz el primer tomo de México a través de los siglos, coordi-
nado por Alfredo Chavero y nuevamente se presentó un dibujo de la cabeza
colosal de Hueyapan, Veracruz, ahora denominada Monumento A de Tres
Zapotes. Ésta había sido publicada en 1871 por José Melgar, quien la consideró
una evidencia contundente para afirmar la presencia de negros en América
con anterioridad a los esclavos introducidos en el siglo xvi, cuando escaseó la
mano de obra indígena.
74 Tomás Pérez Suárez
Figura 18. Figurilla de Dumbarton Oaks, Washington
(Fuente: Taube 2004, plate 8. Foto de Joseph Mills).
Un gran acierto de Chavero fue el de identificar un hacha olmeca procedente
también de Veracruz, pero en posesión de un coleccionista particular en la
ciudad de México y ahora en el Museo del Indio Americano del Instituto
Smithsoniano (fig. 19). Sin embargo, también cayó en la confusión de relacionar
los labios gruesos del personaje representado con la raza negra, y aseveró que
esta hacha reforzaba las ideas de José Melgar.
George Kunz en su trabajo sobre gemas americanas, publicado en 1890,
dio a conocer un hacha olmeca depositada en el Museo Americano de His-
toria Natural de Nueva York (fig. 20). La comparó con el hacha publicada
por Chavero y otra depositada en el Museo Británico de Londres (fig. 21).
Sin embargo no incluyó imagen alguna de las otras dos piezas con la que
compara el hacha que ahora lleva su nombre. Diez años después Marshall
Saville (1900) realizó un estudio de las tres hachas y propuso que los ras-
gos son los de una cultura nueva en la que el jaguar, más que la raza negra,
inspiró las formas.
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 75
Figura 19. Hacha Chavero, Museo Figura 20. Hacha Kunz,
Nacional del Indio Americano, Museo Americano de Historia
Washington (Fuente: Coe et Natural, Nueva York (Fuen-
al., 1996: 201, núm. cat. 90). te: Piña Chán, 1982: 168).
Figura 21. Hacha del Museo
Británico (Fuente: Fondo
Editorial de la Plástica Mexi-
cana, 1964: lám. 304).
76 Tomás Pérez Suárez
En 1907 William Holmes dio a conocer una importante figurilla de piedra
verde con la imagen de un personaje con máscara de ave acuática, ahora
depositada en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York
(fig. 22). Fue recuperada en la zona de Los Tuxtlas, en el estado de Veracruz.
Esta pequeña pieza, con más de 50 glifos esgrafiados y una fecha de Serie
Inicial, dio la pauta para poner en duda el origen maya del sistema calendárico,
conocido como Cuenta Larga.
Figura 22. Estatuilla de los Tuxtlas
(Fuente: Stirling 1939: 188. Foto de Richard H. Stewart).
La llamada “colección de jades” del entonces Museo Nacional de Arqueo-
logía, Historia y Etnografía de México fue dada a conocer en 1927 por Ramón
Mena. Entre los numerosos objetos inventariados se reconocen al menos tres
objetos típicamente olmecas, pero atribuidos erróneamente a otras culturas
mesoamericanas. El primero de ellos es un pectoral, procedente de Nochistlán,
Oaxaca, con marcados rasgos de jaguar, pero atribuido a la cultura mixteca,
en concordancia con la región donde fue obtenido (fig. 23). El segundo
es una placa con la imagen de un personaje en cuclillas, con rostro olmeca,
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 77
procedente de la región de Olinalá, Guerrero, e identificado como de la cultura
nahua (fig. 24). Igual filiación se le otorga a un hacha petaloide bellamente
bruñida, procedente de Teloloapan, Guerrero.
Figura 23. Pectoral de la Mixteca, Oaxaca. Museo Nacional de Antropología, México
(Fuente: Benson y De la Fuente, 1996: 253, núm. cat. 96).
Figura 24. Placa de Olinalá, Guerrero. Museo Nacional de Antropología, México
(Fuente: Pohorilenko, 1996: 127, fig. 9).
78 Tomás Pérez Suárez
En su expedición tendiente a cruzar el área maya, desde el Golfo de México
hasta el mar Caribe, Frans Blom y Oliver La Farge recorrieron el área olmeca en
1925. A ellos se debe la primera referencia publicada sobre la zona arqueológica
de La Venta; sin embargo, la gente local sabía desde fines del siglo xix de la
existencia de este sitio, como lo confirma el Monumento 8, conocido como
Juchimán por los tabasqueños y depositado en el entonces Instituto Juárez, hoy
Casa de la Cultura de Villahermosa. De hecho fue en este lugar donde dichos
exploradores conocieron el monumento y supieron de la existencia de La Venta.
Blom y La Farge, en 1926, fecha de la edición de su obra, también dieron
a conocer otros monumentos localizados en sitios del sur de Veracruz. En-
tre ellos destaca el denominado “ídolo de San Martín Pajapan”, ahora en el
Museo de Antropología de Xalapa. Éste sería referencia importante para que
Herman Beyer (1927) en la reseña bibliográfica de la obra de dichos autores,
señalara la similitud del rostro sobrenatural de “un dios olmeca o totonaca”,
esculpido en el tocado del personaje, y el representado en una pequeña hacha
que en ese momento estaba en su poder, y cuyo paradero actual desconoce-
mos (fig. 25). En este breve trabajo se empleó por primera vez, aunque de
manera titubeante, la palabra “olmeca” para referirse a esa nueva cultura que
empezaba a ser reconocida.
Figura 25. Hacha Beyer
(Fuente: Beyer, 1927: fig. 1)
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 79
Fue Marshall Saville quien, en 1929, estableció finalmente la existencia
de una nueva cultura, distinta a las hasta ese entonces conocidas del México
prehispánico. Este señalamiento fue posible después de analizar 13 piezas pe-
queñas depositadas en diversos museos de Europa, Estados Unidos y México.
En su estudio incluyó dos esculturas de tamaño monumental, una olmeca:
el “ídolo de San Martín Pajapan”, y la otra mexica: el ocelotl cuauxicalli del
Museo Nacional de Antropología. Además de las tres hachas (Chavero,
Kuntz y Museo Británico) que había publicado en 1900, Saville agregó otra
depositada en el Museo Americano de Historia Nacional, conocida como
Hacha Dorenberg por el nombre del propietario, quien la obtuvo en la región
de Puebla o Tlaxcala (fig. 26). Otra, de rasgos menos finos, figura en el Museo
Peabody y no hay información sobre su procedencia; sólo se cataloga como
“hacha de México”. El autor también retomó el hacha publicada por Beyer
en 1927, y una figurilla que actualmente pertenece a la colección del Museo
del Hombre en París (fig. 27).
Figura 26. Hacha Dorenberg, Figura 27. Figurilla de la Mixteca,
Museo Americano de Historia Museo del Hombre, París
Natural (Fuente: Saville, 1929: figura 88). (Fuente: Saville, 1929: figura 92).
80 Tomás Pérez Suárez
Su investigación le permitió asimismo saber de la existencia de un pequeño
pendiente rectangular, con un rostro olmeca en el centro, que forma parte
de la colección del Museo Nacional del Indio Americano en Nueva York.
Incluyó la placa de Guerrero, ahora en el Museo Nacional de Antropología
de México (publicada por Ramón Mena en 1927) y una pequeña cabeza de
figurilla con perfiles de seres sobrenaturales esgrafiados en las mejillas, obte-
nida por Eduard y Caecilie Seler en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y para entonces
depositada en el Museo Etnográfico de Berlín (fig. 28).
Figura 28. Cabeza esgrafiada de jadeita, procedente de Tabasco,
Museo Etnográfico de Berlín (Fuente: Saville, 1929: fig. 95).
En la segunda parte de su artículo Saville da cuenta de dos piezas existentes
en el Museo Nacional de Antropología, cuyas fotos le fueron enviadas por
Alfonso Caso. Una es una placa procedente de Guerrero (fig. 29) y la otra una
máscara de jaguar reportada como de la Mixteca por Ramón Mena (fig. 30).
Todas estas evidencias, reunidas por Saville, y sobre todo sus acertadas hipó-
tesis, abrieron camino para que investigaciones posteriores reafirmaran sus
señalamientos en cuanto a originalidad y antigüedad de la cultura olmeca.
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 81
Figura 29. Placa procedente de la Mixteca, Museo Nacional de
Antropología, México (Fuente: Stierlin, 1981: 16, figura 11).
Figura 30. Hacha sin datos de procedencia,
Museo Nacional del Indio Americano,
Washington (Fuente: Saville, 1929: figura 98).
82 Tomás Pérez Suárez
Las recientes exploraciones arqueológicas realizadas, tanto en la llamada
zona metropolitana olmeca como en otras regiones mesoamericanas han pues-
to al descubierto numerosos contextos y evidencias materiales características
de esta cultura, pero también han colocado sobre la mesa de discusión si se
trata de una expresión creada en la costa del Golfo de México o de un estilo
pan-mesoamericano.
Los autores que defienden la primera posición están conscientes de que ya
no puede utilizar el concepto de “cultura madre”, tal y como se propuso en
1942 en la 2ª Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, pero
tampoco aceptan la idea de un estilo anónimo, flotando en los cielos meso-
americanos, y creado de la nada. El estilo olmeca es producto de una sociedad
estatal que impuso y difundió su ideología a través de diferentes expresiones
plásticas que constituyen el primer sistema semiótico que explicaba el cosmos
y legitimaba el poder de la clase gobernante.
A juzgar por las evidencias arquitectónicas, las esferas cerámicas y la pro-
ducción de escultura monumental recuperada en sitios como San Lorenzo,
La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes, todo parece apuntar a la zona
del Golfo como la región donde se originaron estas influencias, por lo que se
puede considerar como la “patria” de los olmecas, o su tierra natal. Esta hipó-
tesis se refuerza con la distribución de hablantes de mixe-zoque en la región
ístmica de Veracruz, Tabasco, Chiapas y Oaxaca; familia lingüística a la cual se
considera se adscribía la lengua que empleaban estos olmecas arqueológicos.
El coleccionismo y la definición de la cultura olmeca 83
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LAS URNAS ZAPOTECAS EN LA MEMORIA MUSEÍSTICA
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En 2007 el presidente de la República Mexicana inauguró en Nueva Delhi,
India, una exposición itinerante de 58 artefactos prehispánicos provenientes
del estado de Oaxaca. Los objetivos de la muestra, intitulada “Vestidos como
los dioses”, incluían permitir el público hindú entender el presente de México
a través de su pasado, estudiar las similitudes en las antigüedades de las dos
culturas, y fomentar el entendimiento de la cultura mexicana en la época de
globalización.1 Pieza central de la exhibición —a juzgar por la publicidad—
fue una urna zapoteca que representa un personaje portando un yelmo de ave
(fig. 1). El objeto tiene una curiosa factura rara vez vista en piezas antiguas y,
como discutiremos, parece ser una falsificación.
Lejos de tener 2000 mil años de antigüedad, cumple apenas un siglo, y
lejos de ayudarnos a comprender un pasado remoto, nos confronta con un
presente turbio y un verdadero problema global. Ante tal hecho, las metas
que proponen los curadores de esta exhibición peligran, ya que en esta nueva
realidad contaminada cualquier reflexión sobre el pasado prehispánico queda
bajo la sombra de la duda, que nos hace preguntarnos ¿cuántas otras piezas
de la muestra son falsas?
1
La exhibición fue organizada por el Museo Nacional de Delhi en colaboración con
conaculta y el inah. Reportada en El Universal, 7 septiembre 2007.
87
88 Adam T. Sellen
Figura 1: Anuncio de la exposición.2
Las urnas zapotecas, formas cerámicas que fueron producidas hace unos
dos mil años principalmente en los Valles Centrales de Oaxaca, han sido ob-
jeto de una intensa industria casera de falsificación, alimentada por un feroz
coleccionismo que se gestó a principios del siglo pasado. El propósito de este
ensayo es arrojar luz sobre el tema, precisar las repercusiones que ocasiona
la presencia de falsificaciones en las colecciones, y presentar la historia de los
métodos desarrollados para ubicar estas creaciones. A lo largo de este texto
ilustraré cómo el desarrollo de técnicas cronométricas, en combinación con
estudios históricos acerca de las colecciones, ha proporcionado las pistas para
revelar la identidad del autor del plagio, uno de los fraudes más exitosos del
siglo xx, que sigue engañando hasta nuestro días.
2
La pieza que ilustra el cartel fue publicada en Caso y Bernal, Las urnas de Oaxaca, 180,
figura 305, y tiene el número de catálogo 6-829. Actualmente la resguarda el Museo de las Cul-
turas de Oaxaca. Las faltas de concordancia en género y número del cartel (“Una colección…
han”; “La exposición… será inaugurado”) proceden del mismo.
Vestidos como falsos dioses 89
El problema de falsificaciones de urnas zapotecas en colecciones de mu-
seos es inmenso, y a modo de ilustración basta considerar los catálogos que los
mismos museos publican sobre sus acervos. Por ejemplo, observamos una pieza
falsa en el frontispicio de un catálogo que daba cuenta de una exhibición sobre
el México antiguo en el Museo Field de Chicago, con un subtítulo inverosímil
en inglés: “tres mil años de creatividad”. Asimismo, el museo Etnográfico de
Berlín publicó un extenso catálogo de su inmensa colección de urnas, pero
hicieron una mala elección al reproducir en la portada, sin entonces saberlo,
una falsificación; luego, inmortalizaron la pieza al plasmarla en un timbre,
junto con otros artefactos antiguos (fig. 2).
Figura 2. Catálogos y estampillas.
Incluso peor que aparezcan objetos falsos en timbres o ilustrando catálo-
gos es que se integren en trabajos de investigación y terminen distorsionan-
do los resultados. A modo de ejemplo, la misma pieza de Berlín se puede
observar en una lámina del Magnum opus del investigador Frank Boos, quien
en los años sesenta clasificó centenares de urnas según tipologías y elaboró
una categoría para dicha pieza basada en el tipo de tocado que lleva, de la
cual agregó otra pieza con un turbante similar.3 Pero hoy sabemos que ambas
piezas son falsas, por tanto, a final de cuentas, Boos terminó clasificando
atributos inventados. El problema de falsificación en la obra de Boos es
alarmante, y estimo que debe contar con más de 50 piezas falsas de un total
de cerca de 450 ilustraciones. No obstante, los especialistas recurren a este
Frank Boos, The Ceramic Sculptures of Ancient Oaxaca, 223-224, figuras 204 y 205.
3
90 Adam T. Sellen
catálogo para ilustrar sus trabajos sin saber (o sin importarles) que se trata
de un corpus poco fidedigno.
Paul Shao, por ejemplo, utilizó varias piezas de este catálogo para sustentar
la tesis de que hubo contactos pan-pacíficos entre Asia y Mesoamérica debido
a las semejanzas iconográficas que se observan en las artes plásticas de ambas
civilizaciones.4 En su trabajo yuxtapuso una estatua de Brahma de tres cabe-
zas con una urna zapoteca que aparentemente ilustra el mismo fenómeno
(fig. 3), pero la urna es enteramente falsa, lo cual invalida su hipótesis. La
muestra de urnas zapotecas en su trabajo —todas de manufactura reciente—
cuentan con ojos oblicuos, por lo que se puede suponer que este investigador
eligió justamente estas piezas para sustentar sus postulados sobre la influencia
asiática. Curiosamente, este rasgo mongoloide es notorio en el corpus de las
falsificaciones, quizá porque en el momento en que las fabricaban la misma
tesis de contactos pan-pacíficos estaba en boga.5 Sin duda es primordial para
los estudiosos poder discernir entre las piezas auténticas y las copias modernas,
pues cualquier investigación depende de esta posibilidad, y a la luz de los ejem-
plos expuestos (a los cuales podrían sumarse muchos otros) es evidente que
la presencia de falsificaciones en colecciones de museos es un serio problema.
Figura 3. Comparación de una estatua de Brahma con una urna zapoteca falsa.
4
Paul Shao, Asiatic Influences in Pre-Columbian American Art, 1976.
5
Tesis, por ejemplo, propuesta en la ponencia del oaxaqueño Abraham Castellanos en el XI
Congreso de Americanistas, intitulada: “Procedencia de los pueblos americanos y cronología
mixteca”, 1904.
Vestidos como falsos dioses 91
El problema de falsificaciones en las colecciones de los museos no es nue-
vo. Hace un siglo, Leopoldo Batres, inspector de Monumentos durante la era
Porfiriana, publicó un libro sobre el tema. La principal virtud de su obra son
las ilustraciones de piezas falsas, lo cual facilitaba la identificación por medio
de la comparación con ejemplares similares, aunque cabe subrayar que no
publicó muestras provenientes de Oaxaca. No obstante, y sin mencionar
nombres, en una nota Batres detalla que en la ciudad de Oaxaca no faltaban
quienes se dedicaran a fabricar “vasos e ídolos de barro imitaciones de los
antiguos zapoteca [sic]; siendo tan perfecta la falsificación que solamente las
personas muy entendidas pueden descubrirla”.6 No tenía un buen concepto
de estos individuos, como dejó claro en un texto ampliamente citado:
Acaba de regresar a México uno de los más hábiles falsificadores de antigüedades
en obsidiana, que fue deportado a las islas penitenciarias de Tres Marías por ra-
tero reincidente. Casi todos esos hombres dedicados a tan innoble industria son
alcohólicos y pasan su tiempo en las tabernas.7
El inspector no solamente escribió acerca del problema, sino que confron
tó el tema con una exhibición en el Museo Nacional y, siguiendo la pauta
que dio el curador francés Ernest Théodore Hamy, del Museo parisino de
Trocadero,8 Batres instaló dos vitrinas con ejemplos de falsificaciones para
que el público pudiera distinguir entre un artefacto genuino y otro falso.
Desafortunadamente, este creativo arreglo didáctico no duró mucho tiempo,
porque al caer su protector y mecenas, Porfirio Díaz, el inspector y su obra
fueron relegados al olvido. La vitrina con las falsificaciones fue confinada al
excusado de los empleados del Museo.9
A partir de entonces poco se ha hablado en los museos mexicanos acerca
del problema de la falsificación; silencio difícil de explicar porque en las últimas
tres décadas se han realizado diversos estudios sobre estos artefactos y los
métodos y técnicas para identificarlos. Como apunta Maclaren Walsh, aunque
quisiéramos afirmar que sabemos cuáles piezas son falsas, las certezas sólo se
6
Leopoldo Batres, Antigüedades mejicanas falsificadas, 8, nota 1.
7
Op. cit., 15.
8
Op. cit., 5.
9
Reporte de Ramón Mena, 4 febrero 1918, en AGN/IPBA, caja 107, exp. 54, f. 4.
92 Adam T. Sellen
afianzan con el aumento del saber en el tema.10 En lo que concierne a las urnas
zapotecas, el parteaguas en el desarrollo de nuestro conocimiento ocurrió con
un estudio realizado por Shaplin y Zimmerman a finales de los años setenta.11
Ellos analizaron un centenar de urnas en la colección del Museo de Arte de
Saint Louis, Missouri, y con base en el análisis visual que tomaba en cuenta los
cánones estéticos antiguos, así como los patrones de técnica y forma, intentaban
distinguir las piezas antiguas de las de manufactura reciente. Luego compararon
sus resultados con un método cronométrico más objetivo, creado por la ciencia
moderna: la termoluminiscencia (TL), prueba que mide la cantidad de radiación
natural a la que ha sido expuesta una pieza cerámica. Así, un objeto de barro
enterrado durante cientos de años contendrá niveles de radiación más altos
que otro manufacturado en este siglo. Por tanto, cuando la muestra se calienta
(termo-) su energía se libera en forma de luz (-luminiscencia), y la intensidad
de ésta se mide para saber aproximadamente cuántos años estuvo enterrado
el objeto. Ahora bien, empleando esta última técnica, Shaplin y Zimmerman
encontraron en una muestra de 110 urnas de dicho museo que un 5% del total
eran falsas, incluyendo una pieza casi idéntica a la que ilustramos al principio
de este artículo (fig. 4).
Figura 4. La urna MCO 6-829 comparada con MASL E2095.
Jane Maclaren Walsh, “Falsificando la historia: Los falsos objetos prehispánicos”, p. 20.
10
P. D. Shaplin y F. Zimmerman, “Thermoluminescence and Style in the Authentication
11
of Ceramic Sculpture from Oaxaca, Mexico”, 1978.
Vestidos como falsos dioses 93
La urna que se exhibió en Nueva Delhi, la cual señalé como falsa en los
párrafos iniciales, nos ilustra acerca del principal método para ubicar una
falsificación por la inspección visual: la comparación con una falsificación
conocida. De esta manera, existe un alto grado de probabilidad que la pieza
del Museo de las Culturas de Oaxaca (mco) sea falsa, porque al comparar-
la con la pieza del Museo de Artes de Saint Louis (masl), condenada por una
prueba de TL, nos podemos dar cuenta de muchas semejanzas de factura, pues
son casi idénticas. Este método es bastante fiable, pero resultó problemático
cuando intentaron sistematizarlo.
La observación de que había notables semejanzas iconográficas entre las
falsificaciones señaladas por el técnico cronométrico dio pie al trabajo de Pascal
Mongne, quien propuso una serie de parámetros estéticos para identificar estas
creaciones, basándose en los resultados de TL que se aplicaron a más de 200
vasijas efigie del Museo del Hombre en París.12 El investigador francés, partiendo
del supuesto de que los falsificadores empleaban ciertos tipos de vasijas falsas,
elaboró unas 23 categorías subagrupadas en 11 estilos, que ilustró con dibujos
de una pieza ejemplar. Su catálogo de arquetipos falsos servía como herramienta
comparativa, pues basada en las semejanzas iconográficas de las piezas ejemplares
uno podría identificar una pieza falsa en una colección sin aplicar la prueba de TL.
En principio el estudio no carece de utilidad, pero Mongne ignoraba que en
el complejo mundo de la falsificación a menudo los artesanos se inspiraban
en originales, copiándolas completos y de manera fidedigna. Una de estas
piezas originales está en la colección Rickards del Museo Real de Ontario
(ROM), Canadá. A partir de ella se realizó una docena de copias, que ahora
resguardan museos europeos y estadounidenses, que aprovechó Mongne para
elaborar una de sus categorías.13 Si bien su registro de tipos de falsificaciones
no cumple con el propósito de esclarecer el corpus —de hecho lo confunde
más—, es importante destacar que abrió un camino importante para dar cuenta
de la tendencia de los falsificadores a recurrir a una tipología, a más de señalar
la magnitud del problema en las colecciones europeas.
Pascal Mongne, “Les urnes funeraires zapoteques: collectionnisme et contrefacon,” 1987.
12
Cabe mencionar que la colección que estudió fue trasladada al museo parisino du quai Branly.
13
Cf. el “Chambellan”, ibid. 25-26, fig. 10. Es probable que en este mismo trabajo las figuras
9,12, 28, 31, 32 y 33 sean copias fidedignas de originales. Mayores detalle sobre este fenómeno
en Adam Sellen, El Cielo compartido, pp. 85-88, y “The Lost Drummer of Ejutla: The Provenance,
Iconography and Mysterious Disappearance of a Polychrome Zapotec Urn”, 2005.
94 Adam T. Sellen
Después del trabajo de Mongne, nuestra capacidad para identificar las urnas
zapotecas falsas aumentó considerablemente gracias al análisis sistemático de
varias colecciones por medio de la técnica de TL, a la cual me referí antes, y
con la que se han revisado cerca de 460 objetos en una decena de museos.
Objetos
Museo País Fuente
analizados
Shaplin y Zimmerman,
Museo Peabody Estados Unidos 6 objetos
1976, inédito.
Museo de Arte Shaplin y Zimmerman,
Estados Unidos 117 objetos
Saint Louis 1978.
Museo Real de Shaplin y Zimmerman,
Canadá 36 objetos
Ontario 1978, inédito.
Gauthier, 1978,1980, 1982,
Museo del Hombre Francia 24 objetos
inédito
Museo del
Bélgica 16 objetos Gauthier 1979, inédito.
Cincuentenario
Museo Etnográfico Alemania 233 objetos Goedicke et al., 1992
Museo Nacional
México 1 objeto Schaft 1999, inédito.
de Antropología
Museo Real de
Canadá 16 objetos Martínez 2003, inédito.
Ontario
Museo Gardiner de
Canadá 4 objetos Martínez 2003, inédito.
Arte Cerámico
Trabajo en
Museo Británico Inglaterra
proceso
Los resultados obtenidos proporcionan una amplia muestra comparativa
que ayuda a refinar nuestra capacidad de distinguir el material genuino del
falso por medio del análisis visual de los atributos. Algunas de las características
que permiten hacer la distinción son: la calidad de la pasta, la manufactura
en general, la presencia o ausencia de huellas de raíces en la superficie y la
congruencia iconográfica general de todos los elementos.
Con los resultados de ambos métodos analíticos se pudo hacer una aproxi-
mación de cuántas urnas zapotecas falsas existían en los museos mundiales.
En la figura 5 se ve esta proporción relativa a las piezas genuinas.
Vestidos como falsos dioses 95
Figura 5. Aproximación de niveles de falsificación de urnas zapotecas en diversos museos.14
En esta gráfica destaca que las colecciones en México cuenten con relati-
vamente pocos ejemplares de urnas falsas, y opino que la razón se debe a un
proceso histórico, ya que desde finales del siglo xix coleccionistas particula-
res y arqueólogos profesionales alimentaron sus estantes con el material que
obtuvieron directamente de excavaciones. En cambio, se observa que en las
colecciones ubicadas en el extranjero el monto de piezas falsas a veces sobre-
pasa el de las genuinas. No hay una razón única para explicar el hecho, pero
seguramente las piezas provienen de otra trayectoria en el tiempo. Baste con
decir que la mayoría de los donadores obtuvieron sus colecciones a través de
terceros, y luego canalizaron éstas a los museos; a veces este proceso se hizo
poco a poco por varios donadores, y a veces respondió al esfuerzo de un solo
individuo. De particular interés en la gráfica es la colección del Museo Real de
Ontario, en Toronto, Canadá (ROM por sus siglas en inglés) ya que el nivel
de falsificación en su acervo lo ubica como líder mundial. Pensé, pues, que
sería un buen lugar para estudiar el fenómeno.
Como es obvio, los falsificadores no firman sus creaciones, por lo que desci-
frar su identidad requiere de un minucioso trabajo de detective, así que comencé
14
Basada en Pascal Mongne, op cit., 14.
96 Adam T. Sellen
imaginando cuál pudiera haber sido su modus operandi. En la antigüedad las
urnas zapotecas fueron fabricadas utilizando moldes y sellos especiales: la ar-
cilla era presionada contra un modelo, pieza por lo común fabricada con pasta
horneada, a partir de la cual se podían producir cientos de ejemplares iguales.
La misma técnica es ampliamente empleada en la actualidad por ceramistas
oaxaqueños y en el registro arqueológico se han identificado moldes y sellos
que los antiguos alfareros usaban para manufacturar urnas. Por ejemplo, en
la figura 6 se aprecia un raro sello prehispánico que se empleó para moldear
orejeras.
Figura 6. Molde para orejeras, Museo Real de Ontario 917.4.137.
Suponiendo, entonces, que los artesanos locales fueron los que falsificaban
las urnas, sería de esperar que hubieran utilizado la técnica de molde, y este
dato nos hace presumir que se inspiraban en las piezas genuinas para elaborar
gran parte de su repertorio. Al estudiar las urnas originales en la colección
canadiense, era evidente que ciertos motivos “propios” aparecían en ejempla-
res falsos en colecciones alrededor del mundo: como un glifo, un elemento
decorativo, o incluso una cara. Estos motivos, al estar ensamblados en
conjunto, constituyen un tipo de plagio que llamamos “pastiche”. Dado que
las partes constitutivas de las urnas pastiche son copiadas de urnas antiguas
Vestidos como falsos dioses 97
Figura 7. Los modelos originales para fabricar una urna pastiche.
éstas ostentan una apariencia verosímil, no obstante, los motivos están unidos
conforme a patrones que violan los cánones ancestrales de composición. En
otras palabras, el vocabulario visual es en general correcto, pero las palabras
están ordenadas de acuerdo a una gramática diferente, que carece de sentido.
Un singular ejemplo de urna pastiche se encuentra en el Museo Peabody
de Harvard (fig. 7). Esta pieza conjunta elementos copiados de por los menos
cuatro objetos: la cara, el glifo en el tocado, el respaldo, y también la base. Tres
de estas piezas pertenecen a la colección Rickards en el ROM y resultaron au-
ténticas según la prueba de TL, por tanto podemos deducir que constituyen los
modelos originales a partir de los cuales se elaboraron los moldes. El caso de la
pieza ROM 1879 apoya esta conclusión de manera contundente, ya que el glifo
que aparece en el tocado es un ejemplar único. Es decir, el glifo y coeficiente
relativo al calendario zapoteco expresan mucha variación en tanto se trata de
20 signos que pueden combinarse con 13 numerales, y en la plástica antigua
el diseño de cada conjunto varía; de allí que exista poca probabilidad de que
haya otro compuesto glifo-coeficiente exactamente con esas características.
Ante este dato se puede tener toda la seguridad de que la pieza ROM 1879 fue
el modelo de donde se tomó el glifo plasmado en el tocado de la urna en el
98 Adam T. Sellen
Peabody (PMAE 10161). La base de este pastiche también ha sido reproducida
en otras falsificaciones, como la que ilustro del catálogo Decoración Primitive,
pero es de notar que fue invertida en la pieza del Peabody, lo cual significa que
a veces los elementos fueron empleados de manera indiscriminada.
Mezclando y ensamblando una gran variedad de moldes para crear cada
urna, los falsificadores podían hacer un número ilimitado de piezas y con un
amplio repertorio de combinaciones en las formas. Aun así, veremos más
adelante que a veces los alfareros solamente cambiaban uno u otro detalle en
un objeto para hacerlo único.
Sorprendentemente, los falsificadores se inspiraban en la expresión plástica
de otras culturas para fabricar sus creaciones. Por ejemplo, el tocado de la urna
ROM 1900, así como otra pieza en el Museo Etnográfico de Berlín (ilustrada
arriba en la portada de un catálogo, figura 2) está claramente inspirado en
una pieza maya del conocido estilo de las figurillas de Jaina (fig. 8). Además,
en este serie de piezas se ve claramente la técnica de los falsificadores de
simplemente variar el peinado sobre un cuerpo estándar, ya que la repetición
de ciertas formas facilitaba la producción, en tanto la inclusión de otras hacía
que la pieza tuviera más rareza.
Figure 8. Comparación de una pieza maya con tres urnas zapotecas falsas.
El empleo de estilos antiguos de otros áreas de México devela la sofis-
ticación de los falsificadores, quienes podrían haber utilizado catálogos de
objetos arqueológicos para diversificar su repertorio visual. Percatarme de ello
fue como oír sonar una alarma. Consultar catálogos es algo fácil hoy en día,
Vestidos como falsos dioses 99
pero a principios del siglo pasado existían pocos trabajos de esta naturaleza, y
la mayoría se quedaban en manos de personas letradas. Si las falsificaciones
fueron generadas por artesanos indígenas como se supone, nos podemos
preguntar: ¿Cómo tuvieron contacto con formas antiguas provenientes de
otros estados? y ¿Cómo lograron acceso a los modelos originales que ahora
se encuentran en la colección del museo canadiense? Sin saber exactamente
cómo actuaron, era lógico pensar que algún perito en la materia estaba detrás
de la empresa, alguien con gran conocimiento acerca de las urnas antiguas.
Esta línea de investigación me obligó a dirigir mi mirada hacia el coleccionista
Constantino Rickards.
Oriundo de Oaxaca, Rickards era hijo de un rico minero inglés que había
hecho una fortuna en el estado gracias en parte a una relación de clientelismo
pactada con Porfirio Díaz. En 1905, cuando murió su padre, Constantino
recibió como herencia las minas más productivas de la región, y como otros
extranjeros cobijados por el poder, vivía en opulencia en el seno de la ciu-
dad de Oaxaca, a expensas de la pobreza que le rodeaba. La moda entre los
“caballeros” de la alta sociedad oaxaqueña era mantener una biblioteca y un
gabinete de curiosidades, fuese de historia natural o arqueológico. Desde muy
joven Rickards coleccionaba en ambos sentidos y contaba con una impresio-
nante colección de mariposas y coleópteros así como artefactos prehispánicos.
Aunque era un aficionado de la arqueología, frecuentaba las conferencias aca-
démicas, publicaba artículos y, con su propio dinero, produjo un libro sobre la
arqueología de Oaxaca. Asimismo era miembro de la prestigiosa Sociedad de
Americanistas, codeándose con los arqueólogos más brillantes del momento,
como Alfonso Caso y Ramón Mena. La historia de Rickards poseía los ingre-
dientes necesarios para elucubrar un escándalo de falsificación a gran escala.
En primer lugar, conocía profundamente el diccionario visual utilizado en las
urnas. En segundo, estaba bien conectado con los compradores potenciales,
viajeros extranjeros y científicos a quienes sus credenciales impecables ase-
guraban confianza absoluta. Finalmente, al haber crecido en Oaxaca, hablaba
perfecto español y pudo haber entrado fácilmente en contacto con artesanos
locales capaces de fabricar los objetos. Así, Ignacio Bernal, gran conocedor
de la historia de la arqueología de Oaxaca, sospechaba que pudo haber sido
Rickards el estafador, pero nunca proporcionó pruebas.15
Ignacio Bernal y Lorenzo Gamio, Yagul, el palacio de los seis patios, prólogo 8.
15
100 Adam T. Sellen
Las pruebas existen, y como hemos visto la evidencia adorna las piezas de
su propia colección, lo que deja entrever que su conocimiento particular
de estas formas le servía para fabricar falsificaciones. Rickards fue el pri-
mer investigador en producir una monografía sobre la rica ornamentación
de las urnas zapotecas, un estudio repleto de dibujos de detalles iconográ-
ficos de las piezas, la mayoría de las cuales reposaban en su gabinete. En la
figura 9 reproduzco su ilustración de una lengua de serpiente que cuelga como
pectoral en una urna genuina de su colección (ROM 1878). Curiosamente este
mismo elemento aparece en muchas piezas falsas, ahora ubicadas en museos
como el Etnográfico de Berlín y el Field Museum de Chicago.
Figura 9. A. ROM 1878 (genuina); B. Museo Field, Chicago;
C. Museo Etnográfico, Berlín; (b, c, falsificaciones).
¿Cuál hubiera sido su motivo? Al reconstruir sus últimos años en Oaxaca,
a partir de la historia oral de la familia y también documentos de archivo, las
causas parecen haber sido económicas. A finales de 1906 estalló una crisis en
el sector minero de los Estados Unidos y la inversión foránea dejó de fluir. La
familia Rickards había invertido fuertemente en las minas para su moderni
zación, pero en un abrir y cerrar de ojos el capital se evaporó y se encontró en
plena bancarrota. En dos ocasiones, después de la caída de Don Porfirio, intentó
vender su colección al Museo Nacional, y en el segundo intento solicitó al
Gobierno que le reembolsen nada más la cantidad necesaria para liquidar los
impuestos que pesaban sobre sus minas.16 El Gobierno rechazó la oferta sin
16
Rickards al Director de Bellas Artes, 12 septiembre 1916, AGN/IPBA, caja 158, exp. 33,
fs. 1, 1r, 2.
Vestidos como falsos dioses 101
dar explicaciones, pero sin duda su cercanía con la dictadura anterior influyó en
la decisión. ¿Fue entonces su quiebra la que le motivó a vender falsificaciones?
La evidencia es circunstancial, pero bastante convincente. Las falsificaciones
comienzan a infiltrarse en el mercado justo un año después de la crisis minera.
Podemos comprobar este dato al revisar la colección de urnas en Berlín —la
cual ha sido en su totalidad puesta a prueba con TL—, y organizarla según
fechas de adquisición. Ninguna falsificación entró en el museo antes de 1907,
pero a partir de este año fluyeron docenas de ellas. Sabemos que en este año
Rickards conoció el gran mesoamericanista Eduard Seler, quien pasó tiempo
en su casa realizando una copia a mano de un códice que el coleccionista tenía en
su poder, y quien seguramente adquirió las piezas.
Veamos otro caso. Agrupar por año y donador las adquisiciones de urnas
del Museo Británico revela un patrón semejante, consistente con los años en
que Rickards tuvo dificultades económicas y el supuesto momento en que hizo
estas creaciones. Según los registros del Museo las falsificaciones llegaron en
distintos momentos, desde 1908 hasta 1946, por medio de tres vías, Alfred
Maudslay, Cecil James y Joseph Pyke. ¿Qué relación tenía ellos con Rickards?
Como bien se sabe, Maudslay es un destacado inglés reconocido por sus in-
vestigaciones en el área maya, pero un dato menos reportado de su vida es que
era dueño de una hacienda en Oaxaca, llamada “Zavaleta”, donde planeaba
retirarse.17 Maudslay conoció bien a la familia Rickards y mantenía una nutri-
da correspondencia con Constantino y su hermano. Del mismo modo, mis
investigaciones revelan que Cecil James era un íntimo amigo de Rickards, y
en fotografías que guarda la familia es frecuente ver a los dos hombres juntos.
Joseph Pyke se desempeñaba como vice-cónsul de la Embajada Británica en la
ciudad de México donde también laboró Rickards, y por lo tanto eran colegas.
En particular, se sabe que la pieza falsa que Pyke vendió al Museo Británico
provenía de la colección Rickards (ver figura 3), ya que contamos con una
fotografía de ella en su casa, colocada sobre el gabinete que contenía su co-
lección de mariposas, una pieza que los familiares reconocieron con el apodo
de “La chinita”. Entonces, una explicación es que algunos amigos de Rickards
se confabularan para vender estas urnas al Museo Británico, protegiendo así a su
amigo; otra, alternativa, es que Rickards engañara hasta a sus mejores amigos
y colegas. Lo que sí es evidente es que todos los caminos llevan a Rickards.
Ian Graham, Alfred Maudslay and the Maya, 213.
17
102 Adam T. Sellen
La pista decisiva proviene de una urna original en su colección. En 1919
Rickards logró por fin vender toda su colección al Museo Real de Ontario
en $25 000 dólares.18 Ciertas fotografías que envió al museo canadiense para
promoverla ilustran las piezas colocadas en estantes mientras todavía se en-
contraba en México, gracias a lo cual sabemos cómo estaba constituido el
acervo poco antes de su traslado al Norte. En una de las imágenes, al final
de la fila superior, se observa una urna que porta dos objetos en las manos, y
gracias a la prueba de TL sabemos que es un original (fig. 10 A y B). En 1938,
casi 30 años después de la venta de su colección, Rickards publicó un artículo
sobre las urnas donde aparece una copia de esta pieza19 (fig. 10 C). Si alguna
vez poseyó el original ¿Por qué presentaría una copia?
Figura 10. A. Original en su casa, circa 1919; B. Original en el ROM
no. 1399; C. Falsificación publicada en 1938 por Rickards.
Es más, en el articulo mantiene que cuatro de estas piezas salieron de
la misma tumba aunque solamente resguardó un ejemplar en su colección.
Curiosamente, en el Museo de quai Branly de París existen cuatro ejempla-
res, todos falsos. Es evidente, entonces, que estaba tratando de inventar una
procedencia para las piezas que había vendido; el viejo truco del falsificador.
Pero aquí cayó Rickards en su propia trampa, porque de un solo original, ahora
18
Adam Sellen, “Breve historia sobre la colección Rickards en el Museo Real de Ontario”, 16-17.
19
Constantino Rickards, “Monograph on Ornaments on Zapotec Funerary Urns,” lámina V.
Vestidos como falsos dioses 103
en el museo canadiense, hay demasiadas copias conocidas en colecciones de
museos en todo el mundo.
Todavía hay muchas preguntas respecto a la participación de Rickards en
el ilícito, entre ellas, ¿quién más participó? Es claro que un grupo selecto de
alfareros en Oaxaca se empeñaba en ayudar a Rickards en su empresa, ya que es
poco probable que él se ensuciara las manos con el barro, y no sabemos cuántos
más estaban metidos en el asunto. Los resultados de un estudio realizado ha
poco en el Instituto de Física de la unam, empleando un acelerador nuclear
para caracterizar la composición química de las piezas en su colección, revelan
un registro químico semejante en los materiales utilizados en las falsificaciones,
mientras que los originales varían bastante. Esta información sugiere que las
falsificaciones fueron fabricadas en uno o dos lugares, probablemente cerca de
la ciudad de Oaxaca. Estudios más acuciosos harán posible ubicar este lugar
con más precisión, y quizá hallar entre la herramienta de algún artesano los
moldes que se empleaban hace un siglo para realizar estas creaciones, ya que
rara vez se deshacen de estos implementos.
Sin una carta o documento no podemos precisar cuántas personas se
involucraban en la empresa, pero sí podemos aseverar que Rickards, ante su
ruina financiera, recurrió al fraude y que el cónsul inglés, sin exagerar, llegó
a ser uno de los falsificadores más prolíficos del siglo xx. En 1950 Rickards
murió de un infarto mientras trabajaba en la Embajada Británica en la ciudad
de México. Para evitar lo que hubiera sido un incidente embarazoso para el
cuerpo diplomático inglés, su cadáver fue discretamente removido del recinto,
un gesto sin duda apropiado para poner fin a una vida que siempre se preocupó
por guardar las apariencias.
Figura 11. Constantino Rickards (1876-1950) en tres etapas de su vida.
104 Adam T. Sellen
El hombre murió pero su legado se sigue extendiendo por todos los mu-
seos y exposiciones del mundo. La pregunta es, una vez que hemos ubicado
una falsificación en el contexto de un acervo, ¿qué hacemos con ella? Un
museo tomó la drástica medida de destruirlas; las hizo literalmente polvo, y
esparcieron el material sobre una milpa para asegurar que no regresaran, ni
siquiera como telpalcates. La práctica no duró mucho porque prevalecieron
curadores más sensatos. En el segundo intento de deshacerse de ellos graba-
ron el nombre del Museo en el fondo y intentaron venderlas en la tienda de
souvenirs. Después de haber vendido la mitad, llegaron a la conclusión que eran
antigüedades y las tenían que cuidar como cualquier artefacto. En lo personal
aplaudo esa decisión, porque esas piezas fueron precisamente la base para
realizar mi investigación.
Vestidos como falsos dioses 105
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HISTORIA DE LAS COLECCIONES ARQUEÓLOGICAS
DEL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA EN MÉXICO
Un acercamiento a través de la política e ideología
que imperaban a fines del siglo xix y principios del xx
Federica Sodi Miranda
inah
Y todo pasó con nosotros,
Nosotros los vimos,
nosotros lo admiramos .
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre
Anónimo de Tlatelolco, 1528.
(Visión de los Vencidos, 1972: 166)
La lectura de este pequeño fragmento del poema anónimo de Tlaltelolco
revive en nosotros el choque brutal entre la cultura mexica y la española en
México-Tenochtitlan. La heroica defensa que hicieron los mexicas de su ciudad,
107
108 Federica Sodi Miranda
y el sanguinario y rudo ataque de que fueron víctimas dio como resultado la
destrucción total de la antigua capital indígena. Apenas si permanecieron en
pie las enormes moles de los teocallis y los restos de los edificios de sólida cons-
trucción de los gobernantes y de la nobleza. También fue destruida la antigua
organización socio-política de la urbe, aunque logró sobrevivir gran parte de
la antigua infraestructura económica, asimilada dentro del sistema colonial.
Como es sabido, después de algunas indecisiones Hernán Cortés resolvió
edificar sobre los restos de la antigua ciudad indígena y establecer la capital
de la Nueva España; Cortés define su espacio en la destruida urbe para cons-
truir el núcleo de la población española y es precisamente este espacio, el
que los documentos designan como la “traza” (Galindo y Villa, 1925: 93-95).
Las razones del grupo conquistador para delimitar de esa manera a la ciudad
fueron principalmente de carácter defensivo, pues en esta forma se sentía más
protegido ante cualquier eventual ataque de los vencidos por los edificios que
comenzaron a construirse. A medida que la población española fue creciendo,
ocupó zonas situadas fuera de esa traza, donde poco a poco se había dotado
con solares a los conquistadores, a los evangelizadores y a los funcionarios
del gobierno virreinal.
La huella que dejó la antigua ciudad indígena fue muy importante, pues la
capital novohispana no sólo heredó su planta en el plano de la nueva ciudad, sino
que sobrevivieron elementos de infraestructura urbana —como el acueducto
de Chapultepec, que la proveía de agua— y también otras ciertas características
entre las cuales quizá la más notable fue el manejo del espacio por parte de los
indígenas, el cual se impuso en las enormes dimensiones de la Plaza Mayor y en
la posesión de los solares centrales que, emulando a los nobles aztecas, Hernán
Cortés reservó para sí y para sus colaboradores más cercanos.
Así pues, a partir de la conquista surge una nueva organización social con
características peculiares, en las que el grupo peninsular adquiere la preponderan
cia en todos los ámbitos: religioso, cultural, político y económico entre otros,
y que daría forma a la estructura social novohispana a lo largo de tres siglos.
No podemos ignorar la valiosa contribución de aquellos pioneros que
recopilaron no sólo la gran hazaña de la conquista española, sino que se pre-
ocuparon por registrar todo lo concerniente al tipo de vida que llevaban los
conquistados. Ejemplo de ello es sin lugar a duda el tesoro escrito que dejó
fray Bernardino de Sahagún, infatigable escritor y filólogo que registró fechas
calendáricas, fiestas, dioses, cantares, poemas, vida cotidiana, antiguas leyendas,
Historia de las colecciones arqueológicas 109
mitos y pueblos que ya habían desaparecido pero cuya presencia, sin embargo,
era evidente entre los pobladores del ya remoto México-Tenochtitlan.
De esta forma los registros se suceden poco a poco, algunos de manera
muy superficial y otros con mayor atención; a la par se desarrolla, en conta-
dos casos, el deseo de “guardar” para sí algunos objetos elaborados por las
antiguas culturas, originando una forma incipiente de coleccionismo. Tal es
el caso de Lorenzo Boturini Benaduci quien llega a la Nueva España orillado
por la guerra que estalla en el viejo continente.
Infatigable aventurero, Boturini arriba en el año de 1735 a estas tierras, cuyo
“exotismo” lo subyuga y hace florecer en él un verdadero y auténtico deseo
de conocer y conservar todo aquello que restaba como mudo testigo de la
grandeza y esplendor del México Antiguo. Por ello, inició la recopilación de
objetos diversos, documentos, manuscritos, códices y otros elementos, y creó
un espacio particular para su conservación y resguardo que años más tarde
llamaría con cariño “Mi Museo Histórico Indiano” (Boturini, 1974).
Por una serie de aciagos acontecimientos que aquí no señalaremos, Botu-
rini fue extraditado a España, a donde parte con gran tristeza ya que el virrey
conde de Fuenclara emitió esa orden junto con el decomiso de su “museo”;
Ballesteros describe su viaje a España en el buque mercante La Concordia, el
cual fue asaltado por corsarios que guiaban dos fragatas inglesas:
Perdió Boturini unos curiosos mapas que llevaba, pieles de animales y algunos
manuscritos especiales que habían podido escapar del embargo, porque a la sazón
los tenía fuera de casa, prestados a varios amigos, y algunos apuntes que había for-
mado de las noticias verbales que adquirió en los viajes que hizo y observaciones
curiosas en ellas, y en cambio de la ropa decente que llevaba sobre sí, le dieron una
camiseta y calzones marineros de lona (Ballesteros, 1947: 184).
El propio don Lorenzo relató así este desagradable encuentro: “Una de estas
pieles traía conmigo para presentarla a vuestra majestad y me la quitaron los
ingleses, con otros papeles de mucha importancia, ropa y alhajas, en el navío
nombrado La Concordia, en que fui apresado...” (Boturini, 1974: 55). Hasta
los últimos días de su vida, sin resultado alguno, trató por todos los medios
de recuperar su “Museo”. Tras su muerte su preciado tesoro quedó olvidado,
y también se soslayó el hecho de que fue este personaje quien puso las bases
para crear en la Nueva España una institución que, al paso del tiempo, llegaría
a formalizarse como museo.
110 Federica Sodi Miranda
En efecto, años después de su muerte se realizaron gestiones para resguardar
y contabilizar lo que quedaba de su colección. En 1771 el virrey Bucareli decidió
trasladar la colección a la Biblioteca de la Real y Pontificia Universidad, a fin
de que tuviera la seguridad y los cuidados necesarios. Poco a poco comenzaba
a germinar cierta conciencia cultural. Con el transcurso de los años se agrega-
ron a esa colección otros valiosos objetos, como las espectaculares esculturas
arqueológicas descubiertas al nivelar el piso de la plaza mayor en 1790, a las
que actualmente se conoce como Coatlicue, piedra de Tizoc y la Piedra del Sol,
llamada popularmente “Calendario azteca” (Bernal, 1979: 126-127).
En el ocaso del régimen colonial español en México, surgieron diversas
instituciones que hoy conocemos como museos y que en aquel entonces fue-
ron designados como “Conservatorios”, en concordancia con la terminología
empleada durante la Ilustración, corriente nacida en Europa y que al llegar a
México dio a la cultura de nuestro país una nueva forma de ver las cosas. Fue
por entonces cuando surgió la idea del museo en la Universidad.
Después de Boturini se sucedió una fila interminable de curiosos y estudio-
sos de las civilizaciones antiguas que, por una u otra causa, tuvieron contacto
personal con la colección. Recordemos, entre ellos, al poblano Mariano Fernán-
dez de Echeverría y Veitia, el cual, sintiéndose heredero directo de los sueños y
proyectos de su amigo don Lorenzo, decidió usar el material que había copiado
para él en la Historia del México prehispánico que intentaba escribir, ya que co-
mo él mismo apunta, tenía”...entre manos todos los monumentos antiguos
que el recogió...” (Veitia, 1944, t.1. p. XV). Esto, como comenta León Portilla
en su introducción al texto de Boturini “...contribuyó ciertamente a acelerar
la dispersión del ya mermado repositorio” (Boturini, 1974: XXXVIII).
Por esa misma época don Antonio de León y Gama comienza a copiar
algunos papeles y documentos que había recibido en calidad de préstamo a
través de Veitia, quedándose con parte de ellos. La colección del insigne ca-
ballero estaba formada por las copias realizadas sobre los manuscritos de don
Lorenzo, que a su muerte pasaron a manos del padre Pichardo.
Otro importante personaje que tuvo acceso a lo que quedaba del “Museo”,
fue el barón de Humboldt, el cual adquirió algunos documentos que llevó
consigo a Alemania, y hoy forman parte de la famosa “Colección de Humboldt”
en la Biblioteca Estatal de Berlín.
Los cambios en el ambiente social y político que conllevó el movimiento in-
dependentista provocaron modificaciones en el desarrollo cultural, incluyendo
Historia de las colecciones arqueológicas 111
el que el Museo quedara en el olvido. No ocurrió lo mismo en el pensamiento
europeo, que puso su mira en los bienes culturales mexicanos. En 1823 llegó
al país el inglés William Bullock, primero de varios extranjeros que se intere-
saron en adquirir “antigüedades mexicanas”, en este caso en particular para
una exposición en Londres, que se presentó un año después.
En 1825 el presidente Guadalupe Victoria dictó un acuerdo en el que reafir-
mó las razones para la subsistencia del Museo. Seis años más tarde se decretó
una ley que formalizó su vida futura. Así, fue fundado el 18 de marzo de 1825,
pero como su existencia no estaba legislada por la ley podríamos decir que en
realidad nació por decreto del Congreso Nacional en 1831, mismo que fue
promulgado por Anastasio Bustamante, vicepresidente de la República.
No obstante los decretos y legislaciones para salvaguardar la colección que
daba forma al museo, los europeos continuaron llegando a tierras mexicanas
con el fin de adquirir objetos de valor histórico. Tal fue el caso del coleccio-
nista francés Joseph Marius Alexis Aubin, que en 1830 comenzó a obtenerlos,
para partir 10 años más tarde con su valiosísimo tesoro. Eugène Boban refiere
la salida de este francés de tierras mexicanas comentando, respecto a los
documentos que llevaba:
Cuando abandonó México en 1840, temiendo con razón que la aduana de Veracruz
examinara sus colecciones de documentos históricos, se ingenió dividiéndolos,
confundiéndolos y borrando los números y las marcas de las bibliotecas públicas
o particulares, con el fin de que este conjunto confuso tuviera la apariencia de un
amontonamiento de papeles sin valor y pudieran pasar desapercibidos en la aduana...
(Boban, 1891: 298-299, apud León Portilla, en Boturini, 1974: XLII).
Más tarde estos “papeles” de Aubin salieron a la venta y estuvieron a
punto de regresar a México a través de don Antonio Penafiel, pero le fueron
prácticamente arrebatados por una sustanciosa oferta del caballero Eugène
Goupil. La colección, denominada por Boban “Colección Boturini-Aubin”,
se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional de Francia.
A mediados del siglo xix llega a México, con el archiduque Maximiliano, una
fuerte influencia francesa que sería rápidamente adoptada por la clase social
que concentraba los grandes capitales del país, misma que apoyó el estableci-
miento del Imperio y que, más por imitación que por conocimiento, se mostró
de acuerdo en hacer brillar las culturas antiguas que se habían desarrollado en
México. Puesto que se declaró vigente la Ley de Comonfort, y se suprimió
112 Federica Sodi Miranda
la Universidad en 1865, al desocuparse el edificio que la albergaba, el museo
y los libros que pertenecían a la naciente Biblioteca Nacional se trasladaron
al espacio designado, que antiguamente funcionaba como Casa de Moneda,
si bien el emperador Maximiliano deseaba concederle un sitio en el mismo
palacio nacional, según lo hizo expreso:
Deseo que se establezca en el Palacio Nacional un Museo público de Historia Na-
tural, Arqueología e Historia, formando parte de él una biblioteca en que se reúnan
los libros ya existentes que pertenecieron a la Universidad y a los extinguidos con-
ventos, reunidos en este establecimiento que estará bajo mi inmediata protección
[…] todo lo que de interesante para las ciencias existe en nuestro país, y [ya] que
por desgracia no es bastante conocido, llegaremos a formar un Museo que eleve a
nuestra Patria a la altura que le es debida (apud Castillo Ledón, 1924: 21).
Con una sencilla ceremonia que presidió Maximiliano —acompañando de la
emperatriz, los miembros de la Academia de Ciencias y Literatura, y un grupo
que representaba a las más notables familias de la época—, se inauguró el Museo
Nacional el 6 de julio de 1866, dedicándolo “A los sabios que honran a la Patria”.
Museo de Moneda. Al fondo, la catedral.
Ya desde la primera publicación hecha por el Museo, antes de trasladarlo de
la Universidad a la Casa de Moneda, se buscó ubicar el lugar que ocupaban las
culturas del México antiguo en relación con las del Viejo Mundo:
Historia de las colecciones arqueológicas 113
La curiosidad universal por las antigüedades mexicanas se ha aumentado mucho
en todo el mundo después que los heroicos esfuerzos de la nación la colocaron en
el rango que le corresponde. Ellas solas pueden conducirnos a conocer un pueblo
cuya historia envolvieron en tinieblas casi impenetrables la ignorancia y el fanatismo.
Pero el celoso é ilustrado gobierno de la República no podía dejarlas sepultadas
en el olvido en que yacían en nuestro suelo mientras las solicitaban con ansia las
naciones cultas de Europa, y habiendo concebido el proyecto de formar en la
capital de la federación un Museo en que ocupase el primer lugar, ha reunido en
poquísimo tiempo, y va siempre aumentando la apreciable colección que expuesta
al público en la universidad, es visitada con manifiesta complacencia con toda clase
de personas (Castillo Ledón, op. cit.: 22)
A la caída del Imperio el Museo sufrió modificaciones, pero no fue sino
hasta el gobierno del general Porfirio Díaz cuando supo de una era de progreso
constante. Así, en 1877 se dividió en tres departamentos (Historia Natural,
Arqueología e Historia), se introdujo el alumbrado de gas para continuar con
los estudios por la noche, se preparó un salón con condiciones adecuadas para
la instalación de la Biblioteca, se creó un pequeño laboratorio para el análisis
mineralógico y botánico, y se hicieron buenas adquisiciones de objetos para
exhibir en el Departamento de Arqueología y para las secciones de Paleon-
tología, Zoología y Botánica. Asimismo se adquirieron textos especializados
para la Biblioteca, y por último se apoyó una serie de publicaciones científicas,
que hasta la fecha son de vital importancia: Los Anales.
Piedra del Sol en el Salón de
Monumentos, Museo Nacional.
114 Federica Sodi Miranda
Para 1880 se contaba con nueve salones de exhibición y se preparaban
otros más; dos años después salía el segundo catálogo de colecciones, en 85
se trasladó al Museo el célebre y enorme monolito ya bautizado desde aquel
entonces como calendario azteca, que se encontraba desde 1790 recargado en
una de las torres de catedral. Al año siguiente se integraron nuevas esculturas
arqueológicas, y las que se encontraban en el patio se colocaron en la vasta
galería que se acababa de construir, misma que inauguró el general Díaz con
el nombre de “La gran galería de monolitos”.
Dirección y oficina del antiguo Museo.
Historia de las colecciones arqueológicas 115
Patio central del antiguo Museo.
La gran galería
Los salones del Antiguo
Museo fueron adecuados
para la exhibición de las
diferentes colecciones de
objetos arqueológicos,
históricos y paleontoló-
gicos que conformaban
en ese entonces el acervo
cultural de México.
118 Federica Sodi Miranda
Con Díaz la corriente del positivismo toma un lugar relevante. Bajo el lema
“Orden, paz y progreso” establece una tiranía honesta de poca política y mucha
administración. Su deseo era la obtención de grandes riquezas, lo que conllevó
mayor marginación para los grupos empobrecidos del país, cuya cultura fue
relegada al olvido. El grupo en el poder recurría a la influencia francesa para
opacar a la estadounidense.
Por lo que respecta a la defensa del patrimonio nacional, Díaz promulgó
dos decretos (1896-1897) que alcanzarían gran trascendencia jurídica: el pri-
mero facultaba al Ejecutivo Federal para permitir a particulares explorar bajo
vigilancia e inspección del Gobierno, fijando un límite máximo de 10 años para
las concesiones, y a condición de que los objetos encontrados permanecieran
como propiedad gubernamental, si bien se daban al explorador facilidades
para realizar moldes, copias o duplicados (Bulnes, 1979).
El segundo decreto reafirmó la propiedad de la Nación sobre los monu-
mentos arqueológicos, declaró delito su destrucción o deterioro, y necesaria la
autorización del Ejecutivo para poder exportar antigüedades, códices, esculturas
(“ídolos”), amuletos, muebles y demás objetos que el propio Ejecutivo conside-
rara de interés para el estudio de la historia de México. En éste se define como
monumentos arqueológicos —en el lenguaje de la época— las ruinas de las
ciudades, las casas grandes, las habitaciones prehispánicas, las fortificaciones,
palacios, templos, rocas esculpidas o con inscripciones y, en general, todos
aquellos que bajo cualquier aspecto fueran interesantes para el estudio de la
historia: además se dispuso que todas las antigüedades mexicanas adquiridas
por el Ejecutivo fueran depositadas en el Museo Nacional.
Asimismo, el gobierno de Díaz apoyó de manera importante las expedi-
ciones científicas de carácter arqueológico, a la vez que la ubicación de zonas
arqueológicas y sitios históricos llevó a un mayor conocimiento y control de
los vestigios históricos, que comenzaron a tomar el carácter de tesoro nacio-
nal. Al mismo tiempo, apoyó la rehabilitación de la Universidad, que contó
con todo su apoyo. Es así como México empieza a mostrar un perfil político
y cultural ante los países extranjeros, y comienza a ser invitado a una serie de
exposiciones internacionales, como la Exposición Histórica que se realizó
en Madrid en octubre de 1892 con motivo de la conmemoración del cuarto
centenario del descubrimiento de América.
El instituto que manejaba el museo comenzó a ser reconocido mun-
dialmente, y en 1895 fungió como sede del XI Congreso Internacional de
Historia de las colecciones arqueológicas 119
Americanistas, por lo que se realizaron algunas mejoras en los salones y en la
organización técnica de los departamentos.
En 1901 Justo Sierra fue nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas
Artes. Bajo su dirección el Museo progresó con mayor rapidez, convirtiéndose
en un establecimiento verdaderamente docente; se abrieron las clases de antro-
pología, etnología, arqueología, historia y lengua náhuatl (“idioma mexicano”).
Aumentaron en forma extraordinaria las colecciones arqueológicas con la
adquisición de museos particulares como los que se encontraban a manos de
los señores Dorenberg, Sologuren y Heredia; se engalanaron las colecciones
con piezas tan importantes como el tercer tablero de la cruz de Palenque que
se encontraba en poder del gobierno de los Estados Unidos y que fue devuelto
a México gracias a las gestiones realizadas por Elihu Root. En 1904, durante
la exposición de San Luis Missouri, el contingente mexicano fue premiado.
En 1907 el subdirector del museo, Genaro García, formuló un nuevo regla-
mento de 36 artículos permanentes y dos transitorios, donde se hacía hincapié
en la necesidad e importancia de “la recolección, conservación y exhibición
de los objetos relativos a la Historia, Arqueología, Etnología y Arte Industrial
Retrospectivo de México, y el estudio y la enseñanza de estas materias” (Castillo
Ledón, op. cit.: 70-76).
Dos años más tarde, ante el desarrollo vertiginoso del museo, el Ejecuti-
vo dispuso por acuerdo que a partir de febrero se independizara uno de los
departamentos —que constituiría el Museo Nacional de Historia Natural—,
y que desde la misma fecha la institución que hasta entonces había llevado el
nombre de Museo Nacional, se denominaría “Museo Nacional de Arqueología,
historia y Etnografía”. Por largos meses el museo se mantuvo cerrado, mientras
las colecciones de historia natural se trasladaron al gran pabellón de hierro
conocido como Museo del Chopo, a la vez que se realizaban rápidamente las
obras de ampliación del Museo, pues se deseaba abrirlo con toda la dignidad
que se requería para conmemorar el primer centenario de la Independencia
de México.
Fue entonces cuando el Departamento de Arqueología amplió sus secciones
de cerámica, joyas y piedras preciosas, que ocupaban toda la planta alta; al de
Historia se le agregó un salón más y el de Etnografía ocupó la mayor parte
de la planta baja, aumentando sus colecciones con múltiples y diversos objetos
solicitados a diferentes regiones de la República; se destinó un salón especial
para los códices, mapas y documentos que contenían escrituras jeroglíficas,
120 Federica Sodi Miranda
provisionalmente se instalaron en el patio las majestuosas esculturas, colo-
cadas sobre pedestales de mampostería. Terminados los trabajos, el Museo
volvió a abrir sus puertas el 28 de agosto de 1910 en vísperas de las fiestas del
Centenario. A la reapertura, llevada a cabo sin acto especial alguno, asistió Díaz,
quien simplemente recorrió todos los salones acompañado del Estado Mayor,
del secretario de Instrucción Pública Justo Sierra, el director y el subdirector del
propio ramo, profesores y empleados del Museo.
En 1911 inicio sus funciones, en la misma área del museo, la Escuela In-
ternacional de Arqueología Americana, pese al conflicto armado que estaba
en pleno apogeo. De hecho, el movimiento revolucionario no pareció afectar
el funcionamiento y desarrollo del museo y de la institución que lo manejaba.
Fue incluso en este momento cuando el Museo formalizó su organización
incorporando la Inspección de Monumentos Arqueológicos, que hasta esa
fecha no sólo se encontraba en desacuerdo sino que pugnaba continuamente
en contra de éste.
Tras la derrota del gobierno de Porfirio Díaz y la toma de poder por parte
de Francisco I. Madero, el museo siguió su auge, como lo haría también du-
rante la dictadura del usurpador Victoriano Huerta; la Escuela Internacional
de Arqueología Americana realizó incluso una exposición para celebrar los
resultados del año escolar. Tras la caída de Huerta los resabios de la Revolu-
ción y la delicada situación económica por la que atravesaba el país dañaron
en algún modo a la institución, pero ésta continuó realizando mejoras en su
funcionamiento interno.
La adquisición de la colección Alcázar en 1917, compuesta por más de
10 mil objetos etnográficos de la época y de la Colonia, enriqueció notable-
mente las colecciones. Entre ellos destacaban 32 códices pertenecientes a la
célebre Colección Boturini, trasladada de la Biblioteca Nacional de México.
Bajo el gobierno de Venustiano Carranza alrededor de 15 mil objetos pasaron
a engrosar las bodegas del museo, y fue bajo ese mismo régimen cuando se
llevaron a cabo obras de reparación (1916 – 1920), con el auspicio de la Secre-
taría de Comunicaciones y Obras Públicas, como lo señalaba una lápida alusiva.
Después de la Revolución el investigador Manuel Gamio llevó a cabo una
interesante labor que marcó de manera profunda a la investigación arqueoló-
gica y que produjo una conciencia real de la importancia que tienen las colec-
ciones de objetos en la historia nacional y las raíces mismas de lo mexicano.
Se introdujeron en el trabajo de investigación la estratigrafía y los proyectos de
Historia de las colecciones arqueológicas 121
investigación con carácter interdisciplinario, llevando a la arqueología por la
ruta de la investigación científica, lo que dio como resultado, en los años 40’s
del siglo xx, la fundación de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Atrás quedaba la época de de los antiguos coleccionistas, interesados apenas en
almacenar objetos denominados como antigüedades, y dando pie a la creación
de un grupo de “anticuarios” que sólo veían el lucro posible, sin atender al
valor histórico de las pieza. Bajo la normatividad de la nueva escuela, los estu-
diantes se educarían en la visión cultural y el conocimiento de los antiguos po-
bladores en relación con las colecciones arqueológicas.
122 Federica Sodi Miranda
Se reacondicionaron los salones y se adquirieron colecciones mayores de objetos etnográficos,
líticos y restos óseos, con los que se apoyaban las lecciones que recibían los estudiantes en la
“novedosa” escuela de Antropología.
Así, al despertar la conciencia de pertenencia a una gran herencia cultural,
dio como resultado una serie de proyectos y propuestas de investigación que
se buscaba permitieran mostrar la secuencia histórica de México, con la fina-
lidad de que la Nación entendiera su pasado y se fomentaran la protección y
cuidado de la herencia cultural de la República.
En ese intento por definir y defender la esencia de lo mexicano, intelectuales
como Gamio, Vasconcelos y Molina Enríquez propusieron diferentes modelos
a fin de integrar el pasado indígena como parte fundamental de la identidad.
Historia de las colecciones arqueológicas 123
El museo jugó entonces, como ya lo mencionamos, un papel trascendental
como sede de la investigación y la conservación de las imágenes que alimen-
taban dicho nacionalismo.
A finales de la década de los treinta seguía imperando la idea de conservar
de manera conjunta todas las colecciones; los Museos de Antropología e His-
toria proyectarían, así, la imagen de un México pluricultural, donde la realidad
nacional es un conjunto articulado de las diferentes culturas y etnias, locales
y regionales, que alberga la República.
Ya para los años sesentas el desarrollo cultural a través de los descubri-
mientos arqueológicos, coloniales y etnográficos dio como resultado una serie
de dispositivos que regularían de manera más precisa el resguardo, cuidado y
conocimiento de los mismos. El espacio en el que se exhibían al público en el
Museo de las calles de Moneda, era para esas fechas totalmente insuficiente.
Un nuevo movimiento reafirma la idea del cambio, la renovación y actualiza-
ción de los espacios museográficos; imagen y funcionalidad serían el centro
promotor de dicha idea. La celebración del XXXV Congreso Internacional
de Americanistas en 1962 fue el marco preciso para dar a conocer el acuerdo
presidencial para la construcción de las nuevas instalaciones del Museo Na-
cional de Antropología, el cual se inauguró con gran pompa en 1964. Desde
ese momento hasta nuestros días se consolidó como vitrina de la identidad
mexicana y, resplandece de tal forma que su fama atrae a conocedores y cu-
riosos del mundo entero.
124 Federica Sodi Miranda
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México, Talleres Gráficos de la Nación.
1999 Visión de los Vencidos. México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Coordinaciòn de Humanidades.
Lorenzana, Francisco Antonio
1770 Historia de la Nueva España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés,
aumentada con otros documentos y notas. México, s.p.i.
Historia de las colecciones arqueológicas 125
Moreno de los Arcos, Roberto
1971 “La colección de Boturini y las fuentes de la obra de Don Antonio de León
y Gama”, Estudios de Cultura Náhuatl 9: 253-270.
Orozco y Berra, Manuel
1973 Historia de la Ciudad de México. México, Secretaría de Educación Pública.
ATESORAR EL SABER:
BIBLIOTECAS PARTICULARES
EN EL YUCATÁN DECIMONÓNICO
Luis E. Santiago Pacheco
cephcis, unam
La historia del libro y de las bibliotecas en México se ha convertido en un
campo de estudio fértil y heterogéneo donde concurren diversas disciplinas,
métodos y enfoques. No obstante, los estudios sobre dichos temas en las di-
versas regiones del país muestran una notable disparidad y son por lo común
escasos, en particular si se les compara con los fecundos aportes que existen
para la ciudad de México.
Para Coudart y Gómez Álvarez:
[…] las bibliotecas particulares como fuente para el historiador encierran una gran
riqueza […] a través de ellas podemos reconstruir la comunidad de lectores y hacer
una relación entre quiénes leían y que leían. Son al mismo tiempo un reflejo de lo
que se publica, lo que circula, las preocupaciones de una profesión, de un individuo,
de una época y, en cierta medida, dan testimonio de la formación de un espacio
público. Además nos permiten observar los intercambios culturales internacionales,
el movimiento de las ideas, las influencias tanto en el fondo como en la forma de
los libros, la historia de las casas editoriales, ya que el libro no sólo es un objeto
cultural, sino también una mercancía (2003: 173-191),
y como tal no se descarta que el libro fuera considerado, en cierta forma,
objeto de coleccionismo.
127
128 Luis E. Santiago Pacheco
En el caso específico de Yucatán los estudios históricos sobre bibliotecas
han sido fortuitos y al situarnos en el siglo xix se hace más notable esta situa-
ción. Los esfuerzos han sido cualitativos más que cuantitativos al historiar las
bibliotecas yucatecas públicas e institucionales.
Ahora bien, si los estudios históricos son exiguos en lo que toca a bibliotecas
públicas de cuya existencia se tenía conocimiento, la situación se hace nula
con las bibliotecas cuya posesión y acceso no eran de uso público, sino que
pertenecían a personajes que las destinaban a usos privados o particulares. Ello
es aún más notorio en lo que respecta a bibliotecas particulares pertenecientes
a individuos de la sociedad yucateca que no destacaron particularmente en la
historia social, cultural o intelectual de su época, a diferencia de personajes de
renombre cuya vida ha sido estudiada en algún momento.
Cuando se analizan las bibliotecas de forma particular, el lector es claramente
conocido y se encuentra perfectamente individualizado. La tendencia general
ha sido estudiar en especial los acervos de personajes relacionados con el mun-
do de la producción literaria o con el de la cultura, a lo que se suma, en segundo
término, la aproximación a quienes tuvieron relevancia en ámbitos políticos o
religiosos. De esta manera, quedaban normalmente fuera de la investigación
individuos pertenecientes a otros sectores de la población, como serían pro-
fesionistas, artesanos o lectores populares, entre otros. Y a lo anterior puede
agregarse lo relativo al género, pues rara vez se aborda lo concerniente a las
mujeres lectoras. Sea como fuere, coincidimos con Vázquez Mantecón cuando
afirma: “las colecciones bibliográficas particulares y los bibliófilos son materia
fundamental de la historia de las bibliotecas del siglo xix, sencillamente porque
con ellos hubo un verdadero movimiento de ideas” (1988: 133).
El entorno de la sociedad yucateca
durante la segunda mitad del siglo xix
Para situarnos en el periodo que aborda este ensayo es menester aproximarse,
aun cuando sea brevemente, al entorno del cual nos ocupamos. Recordemos,
pues, que durante la segunda mitad del siglo xix, que se inserta cronológica-
mente en el lapso histórico conocido como el Porfiriato (1876-1911), el país
experimentó una serie de drásticos cambios en lo político, económico, social y
cultural. Yucatán no fue la excepción; se registraron cambios socioeconómicos
Atesorar el saber 129
sustanciales en particular en sectores de elite conformados a partir de la ex-
plotación del henequén y el comercio, que supieron de una gran prosperidad
económica, lo cual conllevó el desarrollo de pautas de consumo extraordinario,
en tanto el consumo suntuario se reveló como una estrategia de reproducción
social, en tanto permitía cimentarse como parte de la clase más alta de la so-
ciedad regional (Ramírez, 1994: 35-38).
Esta conducta [suntuaria] se reflejó en Yucatán en la proliferación de casas que
importaban todo tipo de artículos, desde ropa, telas, sombreros y calzado, hasta
cuadros, imágenes religiosas y mobiliario. Para fortuna de los yucatecos con intere-
ses intelectuales y afanes de coleccionismo, al menos dos casas importaban libros
y revistas de Europa y de Estados Unidos; los barcos de vapor traían los textos a
pocas semanas de haber sido editados en importantes imprentas de Nueva York,
y del Viejo continente: Barcelona, Inglaterra o París, dando lugar a colecciones
que los pudientes integraban a sus bibliotecas particulares (Ramírez, op. cit.: 42).
El consumismo de objetos de decoración, ornamentación o simplemente
utilitarios se refleja en los inventarios y denota la frecuencia con que se usaban
ciertos bienes muebles en las familias yucatecas. Basta revisar las revistas y
periódicos de la época para observar la gran variedad de objetos ofrecidos en
venta por los comercios, almacenes y casas importadoras, pues los productos
ofertados no se limitaban a aquellos manufacturados localmente, sino que se
importaban del extranjero para proveer las exigencias de los clientes; consu-
mismo motivado en parte por la moda imperante y el posicionamiento social,
donde los objetos materiales eran reflejo del poder adquisitivo.
Almacén “El Mundo Elegante”. Fototeca Pedro Guerra, UADY.
Fuente: Luján Urzaiz, 1992.
130 Luis E. Santiago Pacheco
Adentrarse al estudio de bibliotecas particulares y al coleccionismo en la
sociedad decimonónica yucateca requiere del uso de fuentes documentales
peculiares, ya que no existen catálogos o inventarios realizados por los pro-
pietarios. Un resquicio por el cual atisbar y conocer del tema lo proporciona
la documentación notarial.
Las fuentes de estudio: inventarios y testamentos notariales
Existe toda una serie de documentos vinculados con los protocolos notariales,
pero destaca un tipo de materiales especialmente adecuado para adentrarse
con cierto nivel de profundidad en otras facetas del mundo del libro, las
bibliotecas y, a través de ello, a la cultura en general. Estos documentos his-
tóricos lo constituyen los testamentos e inventarios por fallecimiento o post
mortem, que ponen en relación al libro con el individuo, y se han utilizado
para analizar los fenómenos de la lectura, de las bibliotecas y del lector en
periodos históricos determinados.
A grandes rasgos, un testamento en general es la declaración que de su última
voluntad hace una persona, disponiendo de bienes y asuntos que le atañen para
después de su muerte; en este documento la persona consigna y hace constar
su voluntad, que habrá de ser cumplida después de su fallecimiento, y es re-
frendado por un notario o escribano. Existen otros tipos de testamentos.
Ahora bien, cuando la persona fallece sin hacer previamente testamento
alguno, y sus bienes muebles e inmuebles quedan en consecuencia intestados,
los herederos no pueden disponer legalmente de ellos de inmediato. Es en-
tonces cuando se promueve un juicio de testamentaría, a lo largo del cual se
realiza un inventario (más o menos exhaustivo) de los bienes del fallecido, que
dada su naturaleza se denomina inventario post mortem, para de allí proceder a
su avalúo (Dadson, 1998: 15-16).
En la historiografía actual los inventarios por fallecimiento se han utilizado
para el estudio de diversos aspectos vinculados a las posesiones materiales.
Bartolomé Bennassar ha descrito las cinco aportaciones principales de los
inventarios a la historia de las mentalidades: establecer la “fuerza coactiva de
la moda sobre el difunto y su familia”, “definir el espíritu rentista o atesora-
dor de la gente”, brindar “informaciones acerca de la religiosidad”, “conocer
los gustos artísticos de los difuntos” y “explorar la cultura sabia, escrita, para
Atesorar el saber 131
saber qué libros se poseían y leían en una época determinada por determinadas
gentes [sic]” (1984, II: 140-141).
El estudio de la biblioteca de un individuo es una de las mejores medidas
para el conocimiento del individuo en cuestión. Las materias, los autores, los
títulos que contiene describen a su propietario, pero es imprescindible enmar-
car los libros dentro del resto de sus bienes y de sus actividades. La tipología
documental que proporciona la información más precisa y de mayor calidad
sobre las posesiones muebles del individuo y la familia es el inventario, que
de una forma muy directa permite obtener una panorámica de los intereses
culturales, artísticos y de ocio del individuo o del núcleo familiar cuyo inven-
tario se realiza, abordando los objetos que poseen relacionados con nuevas
técnicas avanzadas para la época, objetos artísticos o de lujo, tableros de juegos,
imágenes o estampas religiosas, etc. (Pedraza, 2001: 93-94).
Como era, pues, de esperar, los estilos de vida de la sociedad yucateca durante
la segunda mitad del siglo xix a que antes aludí, se reflejan en los bienes men-
cionados en sus testamentos o en el levantamiento de los inventarios de éstos
cuando fallecían intestados. Hecho de particular interés para nuestro objetivo
ya que fue por esa época cuando, según se desprende de la investigación, se
conformaron muchas de las colecciones particulares del estado.
Para dar cuenta de la valía de los inventarios como fuente para el estudio
del coleccionismo, ya sea de libros, cuadros, imágenes y objetos arqueológicos,
entre otros bienes, presento los casos de dos personajes de la época.
La colección bibliográfica de don Francisco Negrón Acevedo
Dentro de la tipología de las bibliotecas particulares, la perteneciente a Fran-
cisco Negrón Acevedo se inserta dentro de lo que denominamos biblioteca
de profesionistas, caracterizadas porque el desarrollo de colecciones tiende
a orientarse hacia la formación y actividades profesionales del poseedor. La
relación de los libros que pertenecieron a Negrón se halla en un inventario de
sus bienes realizado en 1889, realizado ante notario.
¿Quién era el lector que hacía uso de la biblioteca? Gracias al número 96
de “El Espíritu Nacional”, periódico oficial del Estado de Yucatán, nos ente-
ramos que don Francisco obtuvo el grado profesional de farmacéutico en
1863. Durante el ejercicio de su profesión estableció un farmacia en la “casa
132 Luis E. Santiago Pacheco
habitación de altos y bajos ubicada en esta capital, en la esquina que forma
el ángulo Sur Este de la plaza principal”1 y se dedicó a la enseñanza como
profesor en la Escuela de Medicina y Farmacia del Estado, fundada en 1874,
impartiendo la cátedra de farmacia.
Don Francisco Negrón, soltero y dedicado a la farmacéutica, dictó ante
notario público su testamento en 1889, a la edad de 48 años. Declaró entonces
que “sus bienes consisten en la botica que tiene abierta al público en los bajos
de la casa en que hace esta su disposición, y en los demás objetos muebles
existentes en ella que aparezcan ser de su propiedad, incluyendo sus coleccio-
nes de libros y objetos diversos.”2 Un año después se fecha un inventario post
mortem de sus bienes, a consecuencia de un juicio testamentario promovido
por sus albaceas, el Lic. Ceferino Monforte y Don Pablo García. La finalidad
del inventario y avalúo era sacar a remate público los bienes muebles e inmue-
bles y destinar el dinero, después de cumplir con las deudas del finado, a dar
cumplimiento a sus mandas testamentarias.
A lo largo de las 95 fojas del documento se listaron en el inventario y avalúo
de los bienes los libros que formaban parte de su biblioteca particular. Puesto
que es imposible en este espacio transcribirlo en su totalidad, veamos, a modo
de ejemplo, las primeras 35 obras inventariadas, de un total de 249 títulos de
libros y 538 volúmenes, valuados en $3 032 pesos.
Ynventario y abaluo de las obras que quedaron por bienes del finado Don Francisco Negrón
No. Obra inventariada avalúo en pesos
1 Le Monde des Ciseaux, en tres tomos, por A. Tonssenel 12 00
2 Historia de la vida de Marco Tulio Cicerón por Conyers Middleton,
en cuatro tomos3 6 00
3 Biblioteca de autores mejicanos, un tomo, por Rozen de Raza 2 50
4 Voltaire en un tomo, por Noel 2 50
1
“Juicio de testamentaría del C. Francisco Negrón Acevedo. Vecino que fue esta ciudad
capital”, Mérida, 16 de diciembre de 1889. AGEY, Exp. 9, Caja 227.
2
Ibidem.
3
Middleton, Conyers, 1683-1750. Historia de la vida de Marco Tulio Ciceron / escrita en inglés
por Conyers Middleton; traducida por Joseph Nicolás de Azara. Madrid: Imprenta Real, [17--]-
Descr. v.: il.; 21 cm. [Fuente: Fac. de Filosofía y Letras, unam].
Atesorar el saber 133
5 Viaje artístico de tres siglos por las colecciones de los cuadros de los reyes
de España, por Dn. Pedro de Madrazo, en un tomo 1 50
6 La sociedad y el patíbulo, un tomo, por Manuel Pérez de Molina 3 50
7 Historia de los conflictos ente la religión y la ciencia por Juan Guillermo
Draper, un tomo 2 00
8 Almanach de Gotha 1 50
9 Novelas de Voltaire, en tres tomos á 75 s, traducidas por J. Joseph
Marchena 2 25
10 La política del Papa, un tomo, por Francisco Bouvet 2 50
11 Dos ejemplares de Abelardo y Eloísa, á 50s4 1 00
12 La belleza y las bellas artes, dos tomos, por José Tunkmann 4 00
13 El nuevo secretario de los amantes 50
14 El traductor francés, un tomo 50
15 Fábulas de Fhedro, un tomo, por Liberto de Augusto5 75
16 El Citador, un tomo, por Pigault-Lebrum 1 50
17 Elementos de economía política, dos tomos, por J. Mill [1821?]6 3 00
18 Colección de filósofos moralistas antiguos, trunca 75
19 El cura, la mujer y la familia, un tomo, por J. Michelet7 1 50
20 Las Ruinas, un tomo, por C. F. Volney8 1 50
4
Abelard, Pierre, 1079-1142. Verdaderas cartas de Abelardo y Eloísa. / Tr. del latín con
arreglo al texto original que se conserva en la biblioteca de París, por Manuel Aranda y Sanjuan.
Barcelona, Trilla y Serra, 1875, 343 pp. (Fuente: Biblioteca Central, unam).
5
Fabulas de Phedro, liberto de Augusto, traducidas del latín al castellano, e ilustradas con
algunas notas para el uso de los principiantes en las Escuelas de Gramática. Corregidas por
José Carrasco. 8º. X-238 pp. Barcelona, Viuda Piferrer, 1785. Pergamino [Catálogo Nº 127 de
la Librería Els Gnoms. Librería Antiquaria www.elsgnoms.com].
6
Mill, John Stuart, 1806-1873. Elementos de Economía Política, puestos en castellano por Manuel
Marín Gutiérrez. Madrid:
���������������������������������������������������������������������������
Imp. de Miguel de Burgos, 1831. �����������������������������������
Madrid, XLVIII, 312 pp., 19 cm (Bi-
blioteca Univ. Complutense de Madrid [ucm]).
7
Michelet, Jules, 1798-1874. Le Prêtre, la femme et la famille / [par] J. Michelet; avec une
préface nouvelle / Paris, Chamerot, 1861 (Impr. Simon Raçon et Comp.), 7e éd. XII, 356 pp.;
18 cm. [Fuente: UCM].
8
Volney, Constantin François de Chesseboeuf, Comte de. Las ruinas de Palmira: meditación sobre
las revoluciones de los imperios por Volney; adicionadas con la ley natural y adornadas con láminas. Barcelona,
Est. tip. edit. de Manero, 1869, 264 pp. [1] h. de lám.; 16 cm [Fuente: ucm].
134 Luis E. Santiago Pacheco
21 Historia de la literatura antigua y moderna, un tomo, por Federico
Schlegel 2 50
22 Enciclopedia para la juventud, un tomo, por Dn. Celos Gomis 1 50
23 Les Philosophes classiques du xix si[è]cle en France, un tomo, por A.
Taine 2 00
24 Diálogos morales de Luciano, un tomo, traducidos por Francisco
Herrera Maldonado9 1 00
25 La bruja, un tomo, por José Michelet 75
26 Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos por
Montesquieu, un tomo 1 50
27 Vida de Jesús, un tomo, por Ernesto Renan 1 00
28 Ensayo sobre las preocupaciones, un tomo, por Dumarsais 75
29 La desigualdad personal en la sociedad, un tomo, por Ramón Campos 75
30 Elementos de economía política, un tomo, por José Garnier 1 50
31 Historia de los Estados Unidos por J. A. Spencer, tres tomos 30 00
32 Galería de escritores célebres, un tomo, por Sainte-Beuve 10 00
33 Tratado de la pintura, un tomo, por Leonardo de Vinci 15 00
34 Historia de la humanidad, cinco tomos, por F. Laurent 50 00
35 Yd. [Historia] de los papapas[sic] y de los Reyes, cuatro tomos, por
un abogado 30 00
Vuelta $199.50
Analizando los títulos y temas que abarcan los libros que fueron propiedad
de Negrón podemos aproximarnos a sus intereses lectores. Puede decirse que
su biblioteca se caracterizó por el predominio de obras propias de su actividad
profesional, o utilitarias, como farmacéutico, pues los títulos en el rubro de
farmacología, química y medicina, áreas del conocimiento primordiales en su
formación, consulta y actualización constante, conforman un 21%. Tales obras
resultarían trascendentales para la formación profesional de su propietario,
9
Luciano, de Samosata. Dialogos morales / Luciano de Samosata; tr. rev. de Francisco
Maldonado Paris, Louis Michaud, [19--] 282 p (PA4232.A3 L8318) (Biblioteca Inst. Inv.
Estéticas, unam).
Atesorar el saber 135
sobre todo considerando la escasez en ese período de bibliotecas de acceso
público cuyo acervo contemplara los títulos principales de las carreras propias
de las ciencias médicas y de la salud.
No obstante, del listado se desprende que don Francisco no se limitaba a
incrementar sus conocimientos en el rubro de lo profesional, pues sus intereses
lectores versaban sobre otros temas generales que denotan gusto por la lectura
y la actualización en la producción intelectual de la época. Así, se aprecian
títulos diversos con temáticas acerca de religión (6 títulos), literatura (42), arte
(13) e historia (20). Dentro del desarrollo de las colecciones de esta biblioteca
se aprecia la presencia de obras que actualmente clasificamos como obras de
consulta (21 títulos) y que, como veremos más adelante, son recurrentes en
otras colecciones de la misma época.
Es interesante mencionar que al menos 81 libros de lo que fuera su colec-
ción, sin contar obras de consulta, versan sobre tópicos distintos a las materias
profesionales. Por lo visto las obras sobre literatura, arte e historia ocupaban el
interés lector de Negrón; mientras que menos del 3% de sus libros versaban
sobre temas religiosos, lo cual puede indicar poco interés en ello. Respecto
a la presencia de obras regionales, a no ser por una mención del Viage [sic] a
Yucatán, la conocida obra de John L. Stephens, puede decirse que los títulos
sobre Yucatán están casi ausentes.
La biblioteca de Negrón fue ofrecida en remate público, y la adquirió Manuel
Sales Cepeda en $2, 021.66 pesos.
Las colecciones del presbítero Crescencio Carrillo y Ancona
El caso de Carrillo y Ancona, quien fuera obispo de Yucatán de 1887 a 1897,
es un claro ejemplo del coleccionismo no sólo de libros y obras valiosas yuca-
tecas, sino de un interés que iba más allá, al grado de ser uno de los impulsores
y fundadores del primer museo en Mérida, establecimiento cuya necesidad se
había venido sintiendo para conservar los objetos de interés arqueológico o
histórico que se encontraba en los viejos monumentos mayas y en templos y
edificios de la época de la dominación española (Suárez, 1981, III).
El primer intento de establecer un museo se registró en 1866, pues el comi-
sario imperial de la Península, siguiendo la política impulsada en todo el país por
Maximiliano, decretó la creación de un Museo Público de Arqueología y Artes,
136 Luis E. Santiago Pacheco
dirigido por una Junta, de la cual formaría parte el propio Carrillo. La caída del
Imperio impidió llevar a cabo el proyecto, pero a fines de 1869 el gobernador
Manuel Cirerol convino con don Crescencio fundar el Museo Yucateco, em-
pleando para ello la colección privada que éste había venido reuniendo y que
constaba de 194 piezas históricas, antigüedades mayas, manuscritos y libros
raros, así como objetos de la naturaleza. Al propietario se le prometió por su
colección un pago de dos mil pesos (pago que nunca se realizó) y a principios
de 1870 se le nombró director del Museo Yucateco, el cual se inauguró el 16 de
septiembre de ese mismo año, en los bajos del Instituto Literario del Estado.
Crescencio Carrillo y Ancona
Fuente: Suárez Molina, 1981.
Entre las piezas de la colección Carrillo y Ancona que se exhibieron se hallaban
esculturas y objetos arquitectónicos de la cultura maya y artefactos obtenidos de
entierros. Asimismo, se integraron libros e impresos yucatecos que pertenecían
a la biblioteca particular del flamante director, y que hasta hoy se conside-
ran joyas invaluables de la bibliografía yucateca. Dichos materiales y obras fueron
listados por el propio prelado, en un documento que ahora resguarda el Fondo
Reservado Ruz Menéndez de la Biblioteca del cephcis, unam, en Mérida.
Atesorar el saber 137
Museo de antigüedades del Sr. Carrillo y Ancona, a su muerte. Cuadros e imágenes.10
Estado Num. 1
“Catálogo de los objetos destinados a la formación de un Museo Y ucateco
y que pertenecen al gabinete particular de quien suscribe”
De piedra
1 Una columna con jeroglíficos en relieves
2 Una cabeza como de hombre
3 Otra id. como de mujer
4 Una piedra con caracteres fonéticos
5 Otra id. con adornos grabados
6 Un adorno de fachada
7 Un rostro pequeño
8 Una achuela o instrumento de corte
9 Un fragmento de mosaico
10 Un instrumento de pulir
11 Otra id. más pequeña
12 Una fruta, imitación de calabaza
Una piedra esculturada, volcánica, que perteneció
12 ½
al Museo de los pp. Camacho de Campeche
13 Un fragmento de fachada
De barro o yeso
14 Un lebrillo
15 Un plato
16 Un sahumador
17 Un fragmento de lebrillo
18 Un pequeño sahumador
19 Un baso [sic]
20 Un rostro pequeño
Fuente: Fondo Reservado Ruz Menéndez, Sección de manuscritos. Biblioteca del Centro
10
Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, unam.
138 Luis E. Santiago Pacheco
De barro o yeso
21 Una cara como de tigre, pequeña
22 Un pie como humano, con pulse-
ras y adornos
23 Una mano que lleva en la planta
una especie de plato con panales
24 Un ídolo
25 Fragmentos de un lebrillo colo-
rado
26 Fragmento o extremo de un
miembro como pene humano
27 Otro id. id. de barro encarnado
28 Un adorno como pequeño tur-
bante o mitra
29 Un círculo o rosca
30 Un fragmento de piezas mayores
desconocidas
31-41 Otro id.
42 Un cajete grande
43 Una cantarilla
44 Una tasa [sic]
Nota: todos estos objetos de barro han sido extraídos de sepulcros antiguos, por lo
común debajo de los cerros.
Manuscritos indios
45 Recetario de los antiguos mayas
46 Colección de nombres indígenas de las plantas medicinales de Yucatán
47 Profecías mayas de Chilam Balám y de otros profetas antiguos (en lengua
maya)
48 Lunario de los indios
49 Colección de copias de los libros de los indios, sacadas de diferentes origi-
nales por D. Pio Peres (Códice Peres)
Atesorar el saber 139
Manuscritos indios
50 Épocas mayas
51 Historia indígena por el indio D. Juan José Hoil (Códice Chumayel)
52 Historia de los indios y la cronología
53 Calendario maya
54 Otro id.
55 Otro id.
56 Devocionario maya por el P. Beltrán
57 Botánica de los indios
58 Varios devocionarios
59 Colección de documentos de tierras indias
60 Cartas originales de los indios sublevados
61 Cartas a los mismos
Manuscritos castellanos
62 Extractos del Informe contra idolorum cultores del Dr. D. Pedro Sánchez de
Aguilar
63 Manuscrito del P. Zuñiga sobre los indios
64 Memorias sobre los gobernadores, alcaldes y otros jefes, así civiles como
eclesiásticos, de Mérida de Yucatán, desde 1798 hasta 1822
65 Observaciones en siete años seguidos sobre la lluvia caída en Mérida, por
don Pío Peres
66 Diario del Concilio Provincial 4° de Méjico
67 Constituciones del Sínodo Diocesano de Yucatán en la época del ilustrísimo
Sr. Gómez de Parada
68 Fragmentos históricos sobre la guerra de indios de Yucatán por uno de los
jefes que militaron en los primeros años de la misma guerra
69 Documento histórico sobre los tratados de paz con los indios del sur de
Yucatán
70 Noticias sobre las distancias en que se hallan situados los puertos más no-
tables de las costas de Yucatán, así en el Seno Mejicano como en el Mar de
las Antillas, por D. Juan Pablo Celarain
140 Luis E. Santiago Pacheco
Impresos raros
71 Doctrina cristiana en maya por Beltrán, edición del año de 1816
72 “Pláticas” en maya por el Dr. Domínguez, cura de negros y pardos de Mérida,
edición de Méjico, 1758
73 Idea de una historia general de la América Septentrional por el caballero Boturini,
Madrid, 1746
74 Cartas de Hernán Cortés sobre el descubrimiento y la conquista a Carlos V,
edición de Méjico, año de 1770
75 Historia general de la América ó Décadas de Herrera, obra que abraza desde los
años de 1492 hasta 1531, edición de Madrid año de 1601, 4 volúmenes sin fol.
76 Historia de Yucatán por [López] Cogolludo, edición de Madrid, año de 1608,
un vol. sin fol.
77 Historia de la conquista de Peten-Itzá escrita por el Lic. D. Juan Villagutierre y
Sotomayor, Madrid, 1701, sin fol.
78 Historia del origen de los indios del Nuevo Mundo por Fr. Gregorio García, Madrid,
1729, sin fol.
79 Fastos del Nuevo Mundo: obra latina titulado Fasti Novi Orbis, por Morelli,
edición de Venecia, año de 1776, sin fol.
80 Arte de la lengua maya por fr. Gabriel de San Buenaventura, edición de Méjico,
año de 1684
81 Arte del idioma maya y diccionario yucateco (semilexicón) por Fr. Pedro Beltrán,
edición de Méjico, año de 1746
82 Elogio latino del célebre yucateco P. José Vicente Anguas y Alcocer, de
la Compañía de Jesús, por otro yucateco célebre de la misma Compañía,
impreso en Ferrara (Italia), año de 1786
Obras impresas que tienen relación [con] o que tienen la historia de Yucatán
83 Ensayo histórico de las revoluciones de Méjico por D. Lorenzo de Zavala, 2 tomos,
París, 1832
84 Viaje a los E.U. por Zavala, París, 1834
85 Impresiones de un viaje a los E.U. y el Canadá, por D. Justo Sierra, 4 tomos,
1850
86 Viaje a Yucatán por Mr. Stephens, 2 tomos, trad. de Sierra
87 Viaje a las regiones equinocciales del N. Mundo por Mr. Humboldt, 5 tomos,
París, 1826
Atesorar el saber 141
Obras impresas que tienen relación [con] o que tienen la historia de Yucatán
88 Ensayo político sobre la N[ueva] España por Humboldt en 4 tomos, París,
1822
89 Historia de Yucatán por [López] Cogolludo, edición yucateca [en] dos tomos,
año de 1845
90 Cuadro descriptivo de las lenguas indígenas de Méjico por D. Francisco Pimentel.
2 tomos, 1862
91 Colección de leyes del Primer Congreso Constituyente de Yucatán, dos tomos, 1832
92 Memoria sobre la raza indígena por Pimentel, 1864
93 Disertaciones sobre la historia de Méjico por [Lucas] Alamán, en 2 tomos
94 Historia de Méjico por [Lucas] Alamán, 5 tomos
95 Memoria sobre la erección del Estado de Campeche por Aznar
96 Cartas para servir de introducción a la historia primitiva de las naciones civilizadas de
la América septentrional, por el Abate Brasseur [de Bourbourg]
97 Manuscrito del P. Landa, Las cosas de Yucatán, impreso y anotado por el
Abate Brasseur
98 Colección de documentos para la historia [¿…?] y civil de Yucatán, en ocho volú-
menes
99 El Registro Yucateco, 3 tomos
100 La revista, 2 tomos
101 Fragmentos del Museo Yucateco
102 El Mosaico, de la Academia de Ciencias y Literatura de Mérida
103 La Guirnalda
104 Las costumbres yucatecas, por D. Manuel Barbachano, un tomo
105 Manual de biografía yucateca por D. Francisco Sosa, un tomo
106 Diccionario histórico yucateco por D. Jerónimo Castillo, un tomo
107 El Repertorio Pintoresco, un tomo,
108 Estudio histórico sobre la raza indígena de Yucatán por D. Crescencio Carrillo,
opúsculo, Veracruz, 1865
109 Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde 1840 hasta 1860 por D.
S[erapio] Baqueiro
110 Colección de Memorias sobre el Estado de Yucatán desde el año de 1842
hasta el de 1862
111 Colección de Memorias sobre el Estado de Campeche, 1869 y 1862
142 Luis E. Santiago Pacheco
Variedades
180 Una gargantilla de piedras de jaspe [sic] sacada de un sepulcro
181 El vidrio grueso redondo y convexo de la ventanilla de uno de los buques
descubridores o conquistadores
182 Un hueso como colmillo o cuerno pulimentado
183 Fragmentos de una osamenta humana antigua, aborígena [sic]
184 Diseño del escudo de armas de Yzamal al ser declarada ciudad
el año de 1842
185 Una firma original de fr. Diego López de Cogolludo
186 Una id. de fr. Pedro Pedro Beltrán, escritor yucateco del xvii
187 Retrato al daguerrotipo de Fr. Estanislao Carrillo, anticuario yucateco,
miembro de la Sociedad de Historia de New York, cuyo retrato sacó Mr.
Stephens cuando estuvo en Yucatán
188 Cráneo del gobernador que fue de Yucatán, D. Juan de Cosgalla
189 Un retrato al óleo del rey Fernando VI, época del gobierno colonial
190 Unas monedas raras para iniciar un monetario o colección numismática
del museo
191 Un cráneo como de hombre, artificial, tamaño natural
192 Un plano de la Península de Yucatán levantado por Hernández en la in-
cursión al sur y oriente en tiempo del gobernador y comandante general
D. Rómulo Díaz de la Vega
193 Fragmentos de mapas antiguos
194 Id. de planos topográficos de algunas partes del país
Mérida, junio 10 de 1870
Crescencio Carrillo
Copiado
Atesorar el saber 143
Estado Num. 2
Catálogo de los objetos del Museo Público
De piedra De barro
-El escudo de armas de Mérida -Un ídolo Yumil Cab de Cozumel
-Una piedra con una inscripción (costó $32)
-Una cabeza de mono -Cuatro basos [sic]
-Un lebrillo
-Una castanilla
De instrumentos De adornos
-Dos hachuelas -Una gargantilla de cuentas de piedra
-Una lanza de pedernal
De variedades De historia natural
-La bandera yucateca. Seda de raso y un -Conchas raras, estrella de mar, erizos
diseño de ella.
-El cráneo del P. Velásquez
-Un cuadro de Cordero: la cocina de los
capuchinos de Roma
-El retrato del gobernador y capitán
general de Yucatán Don José Crespo y
Honorato, época de la sublevación de
Quisteil
Mérida, junio 10 de 1870
Crescencio Carrillo
Como puede observarse, en las colecciones bibliográficas destacan obras
y documentos del siglo xviii y xix que incluyen devocionarios, doctrinarios
en maya, escritos y documentos sobre la lengua maya y acerca de la Guerra
de Castas; obras de autores yucatecos, que sin duda fueron material de referencia
para sus escritos, así como publicaciones periódicas yucatecas (El Registro
Yucateco, El Museo Yucateco, El Mosaico…), en los que de vez en cuando pu-
blicaba contribuciones.
Es evidente la calidad de las colecciones del presbítero, que se juzgaron
dignas de ser exhibidas en el incipiente museo. Los documentos que cataloga
como “manuscritos indios” eran irrepetibles y únicos e incluían, entre otros va-
liosos textos, un recetario de los antiguos mayas, cartas indígenas de indios
sublevados, medicina maya, calendarios y obras de botánica.
144 Luis E. Santiago Pacheco
No tardó mucho tiempo Carrillo y Ancona en ser sustituido al frente del
museo (11 de enero de 1874) y ya que entre los documentos que había apor-
tado estaban el Chilam Balam de Chumayel, así como los de Kaua, Tizimín e
Ixil, que no le habían pagado, los llevó consigo al separarse del establecimien-
to. Pasaron a su muerte a manos de su albacea, el Lic. José Dolores Rivero
Figueroa, y luego a las del señor Arturo Gamboa Guzmán. En 1915 el Gral.
Salvador Alvarado, gobernador y comandante militar de Yucatán, los incautó,
depositándolos en la Biblioteca “Cepeda Peraza” de Mérida, donde se creó
una sección denominada “Carrillo y Ancona” que en un principio albergaba
los libros y documentos del difunto obispo. Posteriormente se integraron a
un fondo bibliográfico “yucateco” compuesto de obras editadas en Yucatán,
escritas por autores de la entidad o que trataban sobre la península.
La Biblioteca Cepeda Peraza cambió de local en varias ocasiones. En 1868,
año de su fundación, ocupó el antiguo edificio del colegio de San Pedro y en
1894 la trasladaron a un costado de la Iglesia de Jesús (Tercera Orden). Entre
1904 a 1907 fue cerrada para ser “reorganizada”. En 1979 se le reubicó en el
ex Convento de Monjas, antes de establecerse definitivamente en el actual barrio
de Santa Lucía. A finales de 1993 se decidió que el fondo “Carrillo y Ancona”,
o lo que quedaba de él, se integrara al recién creado Centro de Apoyo Histórico
a la Investigación de Yucatán, donde permanece actualmente. Como era de
temer, durante el ir y venir de las colecciones bibliográficas por los cambios
de local, la colección de Carrillo y Ancona, como otras, sufrió el extravío de
obras valiosas para la historia yucateca, aunque no falta quien presuma que
fue saqueada durante las diversas labores de reorganización que se han hecho
a través de los años, incluso en épocas bastante recientes.
Otra parte de lo que fuera la colección bibliográfica del obispo se encuentra
en el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida, a donde fue remitida
en calidad de donación por el propio prelado.
Volviendo al inventario efectuado después de la muerte del mitrado, vemos
que en él se aprecia su interés por coleccionar retratos y cuadros de persona-
jes importantes, en su mayoría yucatecos, tanto civiles como eclesiásticos. El
listado, también resguardado en el CEPHCIS, reza como sigue:
Atesorar el saber 145
El Museo Yucateco a principios del siglo xx, fuera ya del Instituto Literario.
Fuente: Cetina Sierra, 1984
Museo de antigüedades del ilustrísimo Sr. Obispo Dr. Dn. Crescencio Carrillo y Ancona,
que en paz descanse.11
Inventario de muebles y cuadros existentes en el palacio episcopal al morir el
ilustrísimo Sr. Carrillo y Ancona
Cuadros e imagenes
-Retrato del Dr. D. Rafael del Castillo y Suere, al óleo, sin marco.
-Retrato del Dr. D. Manuel José González, al óleo, sin marco.
-Retrato del Dr. D. Joseph de la F. González, cura de Maxcanú.
-Retrato del Br. D. Antonio de Solís, cura b[eneficia]do de Peto.
-Retrato del cura Pasos de Condal, al óleo.
-Escudo de armas del ilustrísimo Sr. Guerra.
-Retrato del Dr. D. José Chacón [de] cuerpo entero, al óleo, sin marco.
-Retrato del cura D. Eusebio Barceló, al crayón.
-Retrato del cura Dr. D. Vicente Marín.
-Retrato del Dr. D. Manuel F. Delgado.
Fondo Reservado Ruz Menéndez, Sección de manuscritos. Biblioteca del Centro Penin-
11
sular en Humanidades y Ciencias Sociales, unam.
146 Luis E. Santiago Pacheco
-Retrato del cura Dr. D. Manuel L. Sánchez.
-Retrato del Dr. D. Pedro de la Mora y Rocha, al óleo, sin marco.
-Retrato del ilustrísimo Sr. D. Manuel I. Pardío.
-Retrato del Dr. D. Pedro Faustino Brunet y Camacho, al óleo, sin marco.
-Retrato del Dr. José Díaz y Tirado, al óleo, sin marco.
-Retrato del franciscano P. Larena.
-Retrato de D. José María Meneses, al óleo, sin marco.
-Una fotografía con marco del ilustrísimo Sr. Carrillo y su Cabildo.
-Retrato del Dr. D. Pablo Pérez, al óleo, sin marco.
-Retrato en fotografía de D. Juan Peón Contreras.
-Retrato del cura D. Manuel Pacheco, al óleo sin marco
-Un cuadro con fotografías del Seminario.
-Retrato del ilustrísimo Sr. Estévez, al óleo,
-Retrato del ilustrísimo Sr. Guerra.
-Cuadro de la Asociación de Sacerdotes Oradores, 1889
-El patrocinio de San José, cuadro monumental con los retratos del ilustrísimo
Sr. Piña, obispo de Yucatán y Sr. Merino y Zeballos, gobernador, al óleo.
-Retrato del ilustrísimo Sr. D. Fr. Luis de Cifuentes y Sotomayor, de cuerpo
entero, al óleo.
-Id. del ilustrísimo Sr. D. fr. Ignacio Padilla, de cuerpo entero al óleo,
-Retrato del ilustrísimo Sr. D. Pedro Reyes y La Madrid, [de] cuerpo entero,
al óleo.
-Retrato del ilustrísimo D. Gonzalo de Salazar al óleo, [de] cuerpo entero.
-Retrato del ilustrísimo Sr. Alcalde, [de] cuerpo entero, al óleo.
-[Ilustración del] catafalco del ilustrísimo Sr. Gala, a la pluma.
-Retrato del ilustrísimo Sr. Tejada entregando las const[ancia]s del Seminario
al primer rector y seminarista.
-Retrato del ilustrísimo Sr. Matías Coronado.
-Retrato de la antigua imagen de Nuestra Sra. de Izamal.
No tenemos noticia cierta del paradero actual de estos cuadros y retratos,
aunque cabe la posibilidad de que se conserven como propiedad de la Arqui-
diócesis de Yucatán y/o la Pinacoteca del estado.
Atesorar el saber 147
Reflexiones finales
Según se desprende de los materiales consultados, el coleccionismo de libros
era una actividad común entre un sector particular de la sociedad yucateca de
la segunda mitad siglo xix; actividad alentada incluso por la valía de los libros,
considerados inversión en dinero y tiempo. El aprecio que se tenían por ellos
explica que se dispusiera su destino en los testamentos o se les valorara en
los inventarios como bienes en remate.
A reserva de un análisis más profundo, parecería que los libros constituían
una marca de clase social, dado que, a más de representar una considerable
inversión de dinero, distinguían a aquellos que habían sido educados y disponían
del tiempo y la capacidad para dedicarse a los estudios.12 Ello no descarta la
posibilidad de que las colecciones de libros por parte de ciertos sectores de
la sociedad yucateca del siglo xix respondiera al interés de poseer una biblioteca
con fines de aparentar erudición e insertarse en una clase social culta, por lo
cual no podemos asegurar que sus propietarios hayan sido asiduos lectores de
los mismos, aunque cabe recordar que, la tendencia en el contenido de la infor-
mación de los libros exhibe a menudo una relación directa con la formación u
ocupación del propietario. Sea como fuere es claro que las colecciones privadas
de libros no han de analizase de forma aislada, sino estudiarse dentro de un
contexto de otras propiedades e intereses del lector, a fin de poder apreciar de
manera más completa los diversos aspectos de su personalidad.
Como hemos visto, a la par de las bibliotecas privadas, el acopio de otros
bienes con fines de colección se ve reflejado en los documentos notariales,
así es posible identificar notables colecciones de cuadros y pinturas, imágenes
religiosas, joyas y mobiliario diverso, como se trasluce en el caso del presbítero
Carrillo y Ancona, cuyo afán de coleccionismo abarcaba, además de libros y
documentos, artefactos y elementos arqueológicos. En consecuencia, la docu-
mentación notarial, en particular la relativa a testamentos e inventarios, resulta
un reflejo valioso y válido para aproximarse a la cultura material de una época;
su estudio hace posible vislumbrar intereses de coleccionismo y atesoramientos
de bienes tenidos por entonces en alta estima, y, a partir de ello, adentrase con
cierto nivel de profundidad en la vida cotidiana de sus propietarios.
Véase Mercedes Vaquero, “Cultura nobiliaria y biblioteca de Fernán Pérez de Guzmán”.
12
LEMIR: Revista Electrónica sobre Literatura Española Medieval y Renacimiento, No. 7, Universidad
de Valencia, 2003.
148 Luis E. Santiago Pacheco
bibliografía
Bennassar, Bartolomé
1984 “Los inventarios post-mortem y la historia de las mentalidades”, La documentación
notarial y la Historia: Actas del II Coloquio de Metodología Histórica Aplicada, pp. 139-
146. Santiago de Compostela, Junta de Decanos de los Colegios Notariales de
España. Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Santiago, II.
Cetina Sierra, José Adonay
1984 Mérida de Yucatan, 1542-1984: historia gráfica. Mérida, Ayuntamiento de Mérida.
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2000 “Las bibliotecas particulares del siglo xviii: una fuente para el historiador”,
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1998 Libros, lectores y lecturas: estudios sobre bibliotecas particulares españolas del Siglo de Oro.
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Luján Urzaiz, Eduardo
1992 Mérida: el despertar de un siglo. Mérida, Cultur, Gobierno del Estado de Yucatán.
Pedraza Gracia, Manuel José
2001 “La documentación notarial: fuente para la investigación de la historia del
libro, la lectura y los depósitos documentales”, pp. 79-103, Documentación de
las ciencias de la Información 24: 79-103.
Ramírez Carrillo, Luis Alfonso
1994 Secretos de familia. Libaneses y élites empresariales en Yucatán. México, conaculta
(Serie Regiones).
Suárez Molina, Víctor
1981 Historia del obispado y arzobispado de Yucatán, siglos xix y xx. Tomo III. Mérida de
Yucatán.
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2003 “Cultura nobiliaria y biblioteca de Fernán Pérez de Guzmán”, LEMIR: Revista
Electrónica sobre Literatura Española Medieval y Renacimiento (7), Universidad de
Valencia. http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista7/Vaquero/Merce-
desVaquero.htm
Vázquez Mantecón, Carmen
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México, unam-cuib (Memorias, 6).
LA COLECCIÓN JANSSEN DE ARTE PRECOLOMBINO
EN FLANDES, ¿LA ATRACCIÓN DE LO BELLO
O UNA HISTORIA DE LIBRE MERCADO?
David Nájera Rivas
Secretaría de Relaciones Exteriores, México
Inicio este documento con unas citas deliberadamente incluidas en el texto
principal y no al pie de página; se trata de una propuesta para ubicar al lector
en la diversidad de ideas y concepciones éticas que circulan alrededor de la
acción del coleccionista. Estas líneas se centran en una colección en particular,
la de los barones Paul y Dora Janssen, personajes de empresas con la pasión,
recursos y, como veremos, con el marco legal para construir una colección de
arte precolombino al fin del siglo xx en un país miembro de la Unión Europea:
1. Inder Bugarin, “Ancla en Amberes el mercado negro”, en Reforma, sección
Cultura, 28 de julio de 1998, p. 3c:
El aangelegplaats noordwest... está caracterizado por ser una zona práctica-
mente desolada, está decorada por viejas bodegas, numerosos desperdicios
y residuos metálicos, y decenas de bolsas de basura que destilan un olor
repugnante: el lugar perfecto para descargar cualquier mercancía sin ser visto.
Dos días después de haber anclado, recuerda, llegaron a la “nave nodriza”
dos carros BMW y una camioneta de carga, “se bajaron seis sujetos y una
mujer de edad, muy elegante, y se pusieron a revisar las obras de arte a
plena luz del día.
“Eran figuras de la cultura maya, estaban intactas y la más grande medía
unos 30 centímetros.... Me parece que eran como 20, aunque la verdad
149
150 David Nájera
no lo recuerdo”. En el botín había también pinturas y otras esculturas,
sostiene.
“Estoy seguro que esas obras valían una fortuna por la forma en que las
trataban, por el tipo de gente que llegó al puerto y [por] la discreción con
que se llevó a cabo el negocio”.
El carguero zarpó sin problemas con destino a Hamburgo. Atrás, afir-
ma, dejó un rastro de misterio que al menos en los últimos tres años se ha
repetido en media docena de ocasiones.
2. Dora Janssen, “Les maitres de l’art precolombien. La collection Dora et
Paul Janssen”. Fonds Mercator, Musées royaux d´art et d´histoire, Belgique,
2005. Prefacio p. 5:
¿Por qué este apasionamiento con el arte precolombino? Es una pregunta
que me he planteado con frecuencia. Las circunstancias de la vida me han
dado la oportunidad de poder viajar y admirar las obras de arte de creado-
res conocidos y de desconocidos dispersos a través del mundo. Desde la
infancia se nos inculcan nociones de estética ilustradas por el arte egipcio,
fenicio, griego, romano, budista, zen, islámico, romano, gótico, sin olvidar
la antigua China, el Renacimiento y tantos otros.
¡Qué maravilla el descubrir la belleza de las artes precolombinas! Desde
el principio de mis viajes, ese patrimonio me ha fascinado pues invita a la
reflexión. Uno no puede contentarse con echar un vistazo sobre esas obras.
Ellas tienen una dimensión oculta. Para mí, guardan misterios, los misterios
de pueblos que vivían en intensa comunión, diría incluso de simbiosis con la
naturaleza. Ellas me iniciaron en el arte de contemplar y de soñar. Cada vez
que he tenido la oportunidad de tener en mis manos uno de esos objetos,
mi pensamiento viaja hacia su creador, ¿Quién fue? ¿En qué pensaba?
3. Página institucional de los laboratorios Janssen-CILAG (http://www.
janssen-cilag.com.mx/home/home.asp):
Janssen-Cilag México está dedicado a proveer productos inovadores [sic]
y de alta calidad que ayuden a mejorar la vida de las personas. Logramos
esta meta siguiendo de una manera constante los lineamientos de Nues-
tro Credo, una Excelencia Organizacional, una Cultura de Mejoramiento
Contínuo [sic], Diversidad y el Dinamismo y el Reto constante de nuestras
ideas. Janssen Farmacéutica fue creada en 1953 por el Dr. Paul Janssen, uno
La colección Janssen de arte precolombino 151
de los científicos más importantes del siglo xx. El Dr. Janssen estableció
en Beerse, una pequeña ciudad cercana a Amberes, Bélgica, un pequeño
laboratorio dedicado a la investigación molecular. El primer medicamen-
to, producto de sus investigaciones, fue el Ambusetamide, un antiespas-
módico. Para difundir más ampliamente sus investigaciones, y llevar los
beneficios de sus descubrimientos a la mayor cantidad de personas posible,
se unió en 1960 a la corporación Johnson & Johnson.
Cilag [siglas de Chemical Industry Laboratory AG] fue fundada por el
Dr. Joos, doctorado en químicas. En 1933, el Dr. Joos creó un pequeño
laboratorio de investigación en Suiza (Schaffhausen) y en 1936 fundó Cilag.
Piridacil sería su primer descubrimiento, un antiséptico para los riñones
y vías urinarias. En 1952, había descubierto ya siete nuevos compuestos
químicos que dieron lugar al desarrollo de nuevos productos. En 1959
Cilag se unió al grupo de compañías de Johnson & Johnson. La labor de
Investigación y Desarrollo de la compañía alcanza todo un record de des-
cubrimientos y desarrollos en las áreas de biotecnología, sistema nervioso
central, salud de la mujer, dermatología, antiinfecciosos e inmunología.
Nuestro Credo
Creemos que nuestra primera responsabilidad es para con los médicos,
enfermeras y pacientes, para con las madres y los padres, y para con todos
aquellos que utilizan nuestros productos y servicios. Debemos esforzar-
nos constantemente en reducir nuestros costes para poder mantener precios
razonables. Los pedidos de nuestros clientes han de servirse con rapidez y
precisión. Nuestros proveedores han de tener la oportunidad de obtener
un beneficio justo.
4. Gillet Griffin, “Les maitres de l’art precolombien. La collection Dora et Paul
Janssen”. Fonds Mercator, Musées royaux d’art et d’histoire, Belgique, 2005, p. 9:
La fuerza de la Colección Dora Janssen [radica en que] tiene antes que
nada espléndidos ejemplos del arte maya sobre los cuales se establece. Su
pieza monumental es una estela maya recubierta de jeroglíficos elegante-
mente grabados. Esta obra, firmada con orgullo por su escultor, se reviste
en un amplio nicho brillantemente iluminado y a su vista, todo espectador
pierde el aliento. Se trata de un retrato sobre el que el autor se ha tomado
el placer de reproducir los motivos bordados en los vestidos de la soberana.
152 David Nájera
5. Kyria Núñez, “Muestran en Ginebra la colección Janssen en homenaje a
las culturas precolombinas. En todo su esplendor, el acervo de casi 300
piezas se exhibe por primera vez al público”. La Jornada, 6 de abril de 2006
(http://www.jornada.unam.mx/2006/04/06/a06n1cul.php):
La han llamado Trazas de las Américas, pero bien pudieron haberle puesto
Tesoros de las Américas, porque de ello se trata la colección de los belgas
Dora y Paul Janssen, consistente en alrededor de 300 piezas que se erigen
como proeza técnica de civilizaciones antiguas, con una increíble variedad
de estilos, técnicas e inspiración, a veces barroca y otras de moderni-
dad inconcebible, que abarca al continente entero: de los inuit de Alaska a
los mapuches del sur de Chile.
La exposición, que se presenta en el Museo de Arte y de Historia de
Ginebra, Suiza, constituye un homenaje a las culturas precolombinas.
Es la primera vez que la colección Janssen puede ser admirada pública-
mente y en todo su esplendor.
Dora Janssen explicó su leitmotiv para ese acervo, iniciado en 1970: “La
atracción de lo bello”.
Y de todo ello, aquí en Ginebra por estos meses, centro neurálgico de
nuestra historia americana desde los orígenes hasta la conquista.
Estos tesoros son objetos raros inclusive para museos. Pero llega el mo-
mento en que se le da honor a quien honor merece. Como al oro. Ese oro
que tanto buscaron los conquistadores, aquí brilla espléndido; pectorales y
joyería de una orfebrería fuera de gama provenientes de Costa Rica, Perú
y Colombia.
Tiene lugar predominante y compite en excelencia con las obras en piedra
o terracota, remplazando al jade como el bien de prestigio.
“¿Expolio o difusión cultural?” tituló en su momento una revista en
Bélgica a las apreciaciones de lo que esta colección representa.1
1
Se trata del encabezado hecho por la Redacción a una nota de mi autoría publicada en
revista ECOS Bélgica en español, octubre de 2006. He retomado parte de esa publicación para
este artículo.
La colección Janssen de arte precolombino 153
El coleccionismo y la responsabilidad histórica
El coleccionismo es una afición humana, inmemorial, relacionada con el deseo
de reunir objetos agradables estéticamente a la vista, al tacto, al olfato. Afición
sensorial por antonomasia, es en siglos recientes cuando resulta evidente que
es a la vez una forma de acumulación. Pero hay una diferencia entre el deseo
individual de coleccionar y aquél de quien procura hacer de su colección una
forma de estar presente en la sociedad; especialmente en ciertos sectores.
El coleccionar, acumular y atesorar objetos peculiares se convierte en una
forma de reafirmar la propia distinción.
Así, lo que puede tener un inicio casi inherente a los grupos humanos; el
conservar materiales como alimentos para enfrentar el invierno por ejemplo,
deviene acumulación de lo que Pierre Bourdieu denominó capital simbólico:
valores subjetivos añadidos a objetos posiblemente de uso común, como la
numismática, o cacharros de barro de una determinada cultura. Lo que fue
parte de ritos, como urnas funerarias, joyas o ropajes de tumbas, en fin, se
convierte, bajo concepciones distintas, en objeto “de arte” tiempo después
de su producción original.
Y así como, pongamos por caso, hoy no se sabe de colecciones de epitafios
de cementerios civiles del siglo xx, sí existen instituciones que han consagrado
dinero y esfuerzos para atesorar colecciones enteras de sarcófagos egipcios.
Pareciera una comparación absurda a primera vista, mas no lo es.
Cuando Lord Elgin, uno de los coleccionistas más conocidos (justamente
por sus rapacerías), decidió llevarse a Gran Bretaña una serie de frisos del
Partenón, lo hizo bajo el autosatisfactorio argumento de que ante la ignorancia
del pasado que profesaban los griegos de la época, la humanidad salvaguardaría
para sí lo mejor de la memoria de su grandeza bajo el manto protector y civi-
lizado del Imperio Británico.
Lo que no fue más que un robo apoyado en la capacidad económica, sería
justificado con numerosos volúmenes que explican la grandeza de Atenas para
con la humanidad. Se afirma, aún hoy en día, que de no haber sido por ese
tipo de coleccionismo culto, especialmente en el siglo xix, mucho se habría
perdido y nuestra vulnerable humanidad caminaría a ciegas en la comprensión
de su pasado (No cito específicamente quien mencionó tal cosa, no por una
limitación metodológica, sino porque hacer del lugar común una apología es
siempre un reto metodológico, justamente de origen eurocentrista).
154 David Nájera
Aunque el coleccionismo no es exclusivo de Occidente, en estas líneas me
refiero en especial al coleccionismo europeo sustentado e incluso eventual-
mente autojustificado en una superioridad cultural. Por ejemplo, el justificar llenar
la sala de la casa de objetos para demostrar riqueza y triunfo en los negocios,
va de la mano con demostrar que después de la acumulación de dinero viene la
satisfacción hasta para limpiar conciencias y darle sentido al exceso de efectivo.
Por ejemplo lo que afirma Gillet Griffin, el académico a sueldo en la colección
que nos ocupa:
Las obras que ha reunido son impresionantes, expresivas, poderosas, en ocasiones
cómicas. Es su propio humanismo el que la ha guiado hacia el arte de la América
antigua. Una América que otros han evitado o ignorado, pese a su belleza o a su
sensibilidad, por su ceguera eurocéntrica. Porque muchos de nosotros fuimos
formados en no reconocer la existencia de una civilización más allá de la que en
tanto tuviese antecedentes ‘europeos’ que, en la medida que ésta tenga con respecto
a antecedentes europeos de belleza o a su sensibilidad, ya sea por ceguera o por
insensibilidad. ¡Y vuelta a iniciar la lucha diaria!”
Bajo motivaciones equivalentes, el acumular objetos arqueológicos “esco-
gidos” muestra una sofisticación y sensibilidad artística especial ¿Se ha imagi
nado usted el estar una casa a oscuras y que al volver la energía eléctrica se
dé usted de frente con un sarcófago o una urna con el dios Huitzilopochtli?
Se requiere tanta entereza como ser admirador en la infancia de las películas
de Boris Karloff. Pero, el coleccionista, con entera calma explica a sus amigos
durante el café después de la cena, que ese objeto sobre la mesa, que parece
ser un cenicero, “se trata en realidad de un objeto que contenía las cenizas de
los sirvientes incinerados para acompañar al noble difunto en su tránsito a la
otra vida ¡bonito, elegante y sofisticado!
Así es en gran medida el coleccionismo y por ello deliberadamente no
me refiero a la investigación arqueológica científica, con método, reportes y
conclusiones. Aún hoy en día abundan quienes justifican la acumulación de
objetos originales de otras culturas como una forma de salvaguardarlos de la
ignorancia del buen salvaje subdesarrollado.
Cuando a principios de 2006 la aduana belga decomisó un cargamento de
cientos de piezas de procedencia ilegal africana, los investigadores menciona-
ron que era tal la mezcla de orígenes culturales que se complicaba la investigación
acerca de su ubicación histórica. Fuera de contexto el objeto arqueológico
La colección Janssen de arte precolombino 155
tiende a incrementar su valor estético, al tiempo que pierde su razón de ser
como referente histórico. Tal y como hacia Lord Elgin mientras mantuvo en
su jardín de Atenas los frisos que posteriormente traficó a Inglaterra.2
Así, resulta que muchos amigos belgas consideran hoy que las colecciones
privadas de objetos arqueológicos deben permanecer en Bélgica, país que no es
signatario de la Convención de la unesco para la salvaguarda de ese patrimonio
histórico. El caso Janssen es uno que en gran medida debiese hacer reflexionar
a los ciudadanos que son impulsados a tener una concepción nacionalista por
sobre sus diferencias regionales, sólo para justificar el conservar objetos de
otras culturas bajo argumentos tan sólidos como los que esgrimen quienes
concurren a un estadio de fútbol para apoyar al equipo nacional.3
El coleccionismo, sinónimo de buen gusto y buen ser, es también parte
inherente de una una pretendida demostración de superioridad cultural. Para
muchos de nosotros eso hoy se manifiesta en carteles, postales y catálogos
que adquirimos el domingo después de visitar un museo; salimos satisfechos de
vivir bajo la paz y luz de la civilización que nos permite contemplar, en este
caso lo arqueológico, con la satisfacción de mirar in situ nuestra evolución.
Que ello se haga a costa de la pobreza y bajo el argumento de una supuesta
capacidad de conservación que no existe en otras parte del mundo, es una
invitación para que los belgas visiten el Museo del Oro en Bogotá o el Mu-
seo Nacional de Antropología en la ciudad de México, y descubran que su
Museo del Cincuentenario, si bien ciertamente imponente por fuera, no es si
no una pálida reproducción de lo que tres mil años han construido en otras
2
Existe sin embargo, el esfuerzo por parte de especialistas de catalogar las obras fuera de
contexto cuando éstas aparecen en público, procurando ubicarlas en un contexto histórico
arqueológico. Al respecto véase una pieza de la Colección Janssen registrada una vez que fue
publicado el Catalogo por el investigador Adam T. Sellen: http://research.famsi.org/spanish/
zapotec/zapotec list es.php?_allSearch=janssen
3
La Convención de 1970 de la unesco referente a las medidas a adoptar para impedir la
importación, exportación y transferencia de propiedad ilícita de bienes culturales, y ratificada a
la fecha por más de 95 países, no es reconocida a la fecha por Bélgica, incluso pese a que el 6 de
diciembre de 2002 el Consejo de Ministros de ese país adoptó un proyecto de ley que permitiría
la adhesión a dicho instrumento. Eso hizo pensar al principio de 2003 que el Senado ratifica-
ría dicho proyecto a la brevedad, como lo mencionó el senador Francois Roelants du Vivier
en la inauguración, el 10 de enero de 2003, del Coloquio “La restitución de bienes culturales,
¿Qué papel para Bélgica?”, llevado a cabo en la sede del Senado belga. Dicha adhesión a la
Convención de la unesco no ha tenido lugar a la fecha.
156 David Nájera
latitudes. Entonces comprenderemos todos que las cenizas de los sirvientes
han acompañado a los poderosos durante demasiado tiempo.
Una colección muy, muy particular
La Colección Janssen es el fruto de años de viajes por todo el mundo de Paul
y Dora Janssen, el primero un químico que construyó un emporio farmacéu-
tico, la segunda su esposa. Ambos fueron hechos barones por decisión de la
Monarquía belga, en virtud de las aportaciones del científico a la ciencia y a
la economía de su país.
Dora aprovechó los innumerables viajes para recorrer museos y sitios ar-
queológicos. En uno de sus primeras viajes a México —recordaría—, fue tal
el impacto que le produjo su visita a la tumba del rey Pacal , en Palenque, que
ahí decidió iniciar su colección. Menciona a un guía maya local como quien le
introdujo a la sensibilidad de la cultura maya. Posiblemente también le vendió
un primer artefacto.
La colección creció durante poco más de 20 años, es decir, ya con la ley
mexicana del 72 en vigor.4 La baronesa afirma que sus piezas grandes fueron
adquiridas en subastas y en casa de antigüedades y que tan sólo unas cuantas
lo fueron directamente en algún país de origen. Incluso sus defensores, como
Sergio Purini, curador en los Museos Reales de Arte y de Historia de Bruselas,
de las colecciones provenientes de América Latina —legales—, declaró en
octubre de 2006 que “los gobiernos no actuaron a tiempo cuando las piezas se
vendían ilegalmente en subastas públicas”, ergo, la compra en subasta legalizaría
una pieza de acuerdo a estos criterios.
Bajo asesoría profesional los Janssen acondicionaron el sótano de su residen-
cia principal en Bélgica, un castillo en las afueras de Bruselas, para albergar su
colección bajo condiciones de seguridad, ambientación, iluminación, humedad
y museografía. Una visita a esta colección sólo era posible mediante invitación
personal y expresa de los barones.
4
La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, publicada
en el Diario Oficial de la Federación el 6 de mayo de 1972 y reformada el 13 de enero de 1986. En ella
se prohíbe la excavación arqueológica sin permiso previo del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, se establece un Registro Nacional y la obligación de inscribir en él aquellas piezas en
manos de particulares, y se regula la salida de piezas del país sólo con autorización del inah.
La colección Janssen de arte precolombino 157
Si bien las salas del castillo mostraban algunas piezas de la colección, los
anfitriones reservaban para el final de la velada el descenso al sótano y la visita
guiada a su dedicada afición, con frecuencia con el acompañamiento de un
curador experto en las piezas.
Tampoco era extraño que la baronesa luciera alguna joya arqueológica en
forma de collar o prendedor durante esas ocasiones.
Diversos diplomáticos extranjeros, incluyendo algunos de los países de
origen de las piezas, así como funcionarios belgas, fueron invitados a esas
veladas. No era extraño escuchar a los convidados referirse a la colección en
los círculos diplomáticos, en una combinación de expresiones que iban de la
indignación... al gusto de haber sido convidados por tan exquisita pareja.
La colección permaneció en ese museo particular hasta 2005, cuando fue
expuesta por primera vez al público bajo el título “Traza de las Américas”, en
los Museos de Arte e Historia de Ginebra. Posteriormente, de septiembre de
2006 a abril de 2007, se expuso bajo el título “Los maestros del arte precolombino.
La colección Dora y Paul Janssen” en los ya mencionados Museos Reales de Arte
y de Historia de Bruselas.
Para ese momento la colección, al menos la parte registrada para la exposi-
ción y el respectivo catálogo de poco más de dos kilos de peso (en la edición
rústica), sobrepasaba las 350 piezas, clasificadas en siete ejes temáticos: el arte
indígena de la América del Norte; los olmecas y Xochipala; Mesoamérica; Los
mayas; Costa Rica, Panamá y la cultura taina del Caribe; América Andina y,
finalmente, El oro precolombino, con piezas de Perú y Ecuador, Colombia,
Costa Rica, Panamá y las Tierras Altas de México.
En noviembre de 2003 Paul Janssen falleció y dio inicio el proceso de su-
cesión testamentaria que propició la divulgación de la Colección Janssen.
Es posible que desde tiempo antes el futuro de la colección hubiese sido
motivo de reflexión de sus creadores quienes, con o sin tentación de trascender,
habrían contemplado la idea de donarla a Bélgica. Al menos Sergio Purini,
el curador de las Colecciones de las Américas de los Museos Reales de Arte
y de Historia de Bruselas —quien afirma conocer la colección desde hace al
menos 20 años—, había intentado que el destino de la misma fuesen las salas
bajo su responsabilidad. La muerte del barón y los impuestos testamentarios
se convirtieron en la clave para que ese camino fuese tomando forma.
La baronesa ofreció entregar la colección al Estado belga como pago en
especie por los derechos testamentarios. El Gobierno se interesó pero primero
158 David Nájera
procuró una equivalencia menor que el precio valuado, éste varió en cantidades
y sin saberse con exactitud el método finalmente seguido, el monto se fijó en
unos 15 millones dólares.
Pero antes de llegar a esa cantidad y en el estira y afloja inicial, se sumó a la
discordia el Gobierno de la Provincia de Flandes, que reclamó para sí la colec-
ción bajo el argumento del origen flamenco de los Janssen, así como el hecho
de que la residencia de ambos estaba en esa provincia. El Gobierno Federal
argumentó que la colección iría a los Museos y que en tanto Bruselas es una
ciudad enclavada en Flandes, aunque con estatuto de gobierno semi-autonómo,
esa provincia tendría físicamente la Colección. Ese argumento no convenció
a los flamencos, quienes contemplaban la idea de construir un museo especial
para la Colección en Amberes, ciudad que eventualmente podría llegar a ser
la capital de un Flandes independiente.5 Es decir, la Colección Janssen se ha
llegado a considerar como un capital cultural relevante para la construcción
de una identidad nacional.
Ese conflicto retrasó la resolución del destino de la colección. Mientras tanto
varios compradores se habían acercado a la viuda, o ésta se había acercado
a ellos, especialmente a raíz de la exposición en Ginebra. Se mencionaba en
los medios a un museo estadounidense, un jeque árabe o la dispersión de la
colección, todo ello bajo el argumento de que la viuda necesitaba del efectivo
para pagar los impuestos.
Cuando se preparaba la exposición de la colección en Bruselas, la búsque-
da de los expedientes de otros casos de obras prehispánicas en colecciones
belgas propició que se pusiera por fin atención al caso Janssen y se buscara
llevar a cabo una acción legal al respecto, lo que suponía la intervención del
área jurídica del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y
reanudar el camino andado de al menos otra infructuosa demanda anterior.
Y es que ya en 1998 se había planteado un caso similar a México y las notas de
prensa del periodista Inder Bugarin propiciaron que el entonces embajador en
Bélgica, Manuel Rodríguez Arriaga, solicitase la visita de un experto del inah
5
La situación política de Bélgica y la compleja relación entre dos provincias de habla
distinta como Flandes y Valonia, constituye un debate constante, como lo muestra la endeble
sucesión de coaliciones en el poder en los últimos 15 años, no es por tanto extraño que los
medios de comunicación se hagan eco de intenciones separatistas y argumentos nacionalistas
que pueden derivar en que incluso una colección adquiera un valor político adicional al de su
componente histórico o estético.
La colección Janssen de arte precolombino 159
para una muestra en Amberes. En esa ocasión el caso llegó a una investigación
del mencionado Instituto y a una demanda internacional de la Procuraduría
General de la República, con solicitudes formales a las autoridades belgas de-
mandando la devolución de varias piezas. Durante su gestión como agregada
cultural, Silvia Molina realizó pesquisas de ese caso y de los avatares legales
para un reclamo formal de Estado a Estado, ello a raíz de una exposición
denominada Nieuwe Kijk op Azteken en Maya’s (Nueva visión de los aztecas y
los mayas) en el Centro Cultural de la ciudad flamenca de Saint Niklass, del
1° de septiembre al 27 de octubre de 2002, muestra integrada por piezas de
colecciones privadas belgas. Aun tratándose de una actividad organizada por
una institución académica, en este caso America Antigua III, del Instituto
Flamenco de las Culturas Americanas, parte del Instituto Científico Interna-
cional, la proveniencia de las piezas no pareció ser motivo de preocupación
para los organizadores. De nueva cuenta la ausencia de Bélgica de los acuerdos
internacionales en materia de bienes culturales se convertiría en el obstáculo
para lograr recuperar el patrimonio en cuestión.
En ninguno de los casos hubo respuesta positiva y seria del Gobierno bel-
ga y hasta el momento sucede lo mismo con los reclamos hacia la Colección
Janssen. Por ejemplo, en 2002 se revisó el expediente del caso de 1998, y se pudo
confirmar que buena parte de los folios legales enviados por las autoridades
mexicanas nunca fueron reconocidos como si hubiesen sido recibidos por las
autoridades belgas, quienes durante varios meses dieron largas al caso. Por ello
es posible ubicar en la ausencia de leyes belgas al respecto, el ardid para evadir
responsabilidades del propio Estado belga y sus particulares, argumentando
su ausencia de la Convención de la unesco.
Honradez y civilización
Bélgica, reiteramos, no es signataria de la convención de la unesco de 1970, que
prohíbe y previene la importación, exportación y tráfico ilegal de objetos
que conforman el patrimonio cultural de los Estados. En ese país, incluso,
el tráfico de piezas de arte robadas no constituye un delito si no una falta
administrativa que es penada sólo con multas. La prensa local da cuenta de
tiempo en tiempo de la aparición de piezas robadas en exposiciones o en
casas de antigüedades.
160 David Nájera
En el área de Interpol dedicada a los casos de tráfico de arte robado, Bélgica
es considerada como “santuario” para el resguardo de ese tipo de piezas. Se
sabe de varios casos en los que piezas sustraídas de otras partes de Europa,
reaparecen años después en el mercado de arte belga. Para ello no es raro que
en medio de una determinada exposición se introduzca una pieza robada,
incluso sólo en el catálogo, sin haber sido expuesta. Se inicia así un cuidadoso
recorrido por galerías y muestras, que permiten “construir” una fachada de
legalidad para la pieza. En buena medida se replica en otros la afirmación
de Dora Janssen de que la mayor parte de sus obras fueron adquiridas en
subastas en casa establecidas y conocidas como Christie’s y Sotheby’s (lo que
sabemos, no es garantía más que de precios altos y publicidad). Tal vez ello
explique también las dos grandes exposiciones públicas de la Colección Janssen,
en Ginebra y en Bruselas; ambas presentadas como arrebatos de generosidad
para allegar al vulgo el placer de la estética cultivada por los barones.
En el seguimiento de prensa realizado a los reclamos mexicanos para la
devolución de algunas piezas de la Colección Janssen destacan las declaracio-
nes de Jacques Blazy, un experto independiente en arte precolombino, encar-
gado de subastas como por ejemplo la de arte precolombino del Amazonas
realizada en la casa Binoche de París en mayo de 2005: “El hecho es que los
gobiernos latinoamericanos intervienen cada vez con más frecuencia para
exigir la restitución de objetos puestos en venta en los países occidentales,
que alegan saqueo de su patrimonio nacional.” Por eso expertos en el arte
precolombino, como el mencionado Blazy, expresan: “Estamos obligados a
poner mucha atención y a tener la documentación que indique los orígenes
y los precios de los objetos que se venden. Pero la presión de las embajadas
debe hacernos aún más prudentes. Aunque sus esfuerzos sean infructuosos,
motivan sospechas contra el mercado”.6
Esta tensión en el mercado del arte precolombino, agrega el experto, tiene
lugar también debido a la instalación de grandes casas de venta anglosajonas
en París, cuya maquinaria de comunicación alerta a los países latinoamericanos.
“Hay una exasperación del sentimiento nacional. Sus piezas arqueológicas son
6
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Como muestra de su calidad de experto véase: On June 12, Me. Binoche, with the exper-
tise of Jacques Blazy at Richelieu Drouot, presented a collection of Pre-Columbian items. Lot
152, a Teotihuacan serpentine mask from the classical period fetched €42,000, and a Veracruz
ceremonial hacha went for €21,000. En: http://www.tribalarts.com/auctions/review.html
La colección Janssen de arte precolombino 161
el soporte de una identidad nacional, cuya antigüedad se enfrenta a la arrogancia
de los depredadores occidentales, sobre todo estadounidenses”, evalúa.7
Sergio Purini, el conservador de arte precolombino de los museos de
Bruselas y coautor del catálogo de la Colección, respondió así, en una entre-
vista publicada en octubre de 2006, a la pregunta acerca de la ausencia de los
embajadores latinoamericanos en la inauguración de la exposición:
Entiendo su postura, finalmente tienen razón. Los gobiernos han preferido que no
asistieran porque son piezas robadas. Pero también sé que todos los embajadores
han visitado la colección en casa de Dora Janssen, cuando tenía las piezas en su
casa. Ellos conocían muy bien esa realidad. Ahora reaccionan de esa manera cuan-
do están en un museo. Creo que esa protesta deberían de haberla hecho antes,
cuando lo sabían. Hay una falta enorme de reacción por parte de los diplomáticos
y del gobierno del país. Hay que ser lógico, no protestar años después. Muchas
piezas ya fueron expuestas en los museos y no hubo este tipo de protestas, no sé
a qué se deben ahora. 8
Ignoro en este momento el curso actual de dicha demanda. Sé que los belgas
nos darán una respuesta burocrática en la que su debilitado Gobierno Federal
explicará al mexicano que no puede hacer nada ante las autoridades de la Pro-
vincia de Flandes y que entre las competencias que tienen las provincias y ya no
el Gobierno Federal, está la de la gestión del patrimonio cultural. También nos
recordarán que no son signatarios de la Convención de la unesco y volverán a
dar largas tanto para esa firma como para un acuerdo bilateral México-Bélgica.
Ambas acciones por cierto, tendrían a su vez que ser aprobadas por los par-
lamentos provinciales de Flandes y Valonia, además del Federal, para poder
ser válidas y por supuesto sin retroactividad alguna. Para entonces los varios
barones, empresarios y comerciantes de antigüedades habrían hecho todo lo
posible para que ello no suceda.9
7
Milenio Diario México reclama tres piezas prehispánicas a Bélgica, http://www.milenio.
com/mexico/milenio/imprime.asp?id=444190
8
“Siempre quisimos la colección para el museo”, entrevista a Sergio Purini en Revista ECOS
Bélgica en español. Octubre 2006, p.19 www.revistaecos.be
9
Por cierto, en su discurso de inauguración del Coloquio “La restitución de los bienes
culturales…” citado anteriormente, el senador Roelants saludó entre los asistentes a represen-
tantes de organismo internacionales, de otros estados, científicos, profesionales del comercio
del arte, servicios de policía y aduanas, así como “amorosos” del arte y coleccionistas. La lista
162 David Nájera
Sí entre ellos se enredan tanto, más aún lo harán en un tratado con México.
En el caso de la Colección Janssen el Gobierno Federal advirtió al de Flandes
que si éste insistía en quedarse con las obras, no entregaría participaciones pre-
supuestales a la Provincia por el tanto del valor adjudicado a la Colección; en
medio de las protestas flamencas se supo de ofertas de compra por extranjeros
y la fecha perentoria de la propia viuda, quien fijó el 1° de octubre de 2006
como fecha límite para que los gobiernos decidieran. Ello supuso una campaña
del público para recabar firmas exigiendo que la colección permaneciese en
Bélgica, organizada por los propios Museos Reales. Más de 20 000 firmas re-
colectadas en pocos días con referencias en sus debates electrónicos del estilo
de la siguiente: “si bien hay pobres, migrantes, clandestinos, niños maltratados
y gente explotada como otras causas por las cuales suscribir peticiones, uno no
puede sustraerse al compromiso aunque fuese pequeño de hacer del mundo
un lugar estéticamente más bello”.10
El 28 de septiembre De Morgen, el diario flamenco de mayor circulación,
publicó en primera plana que la Colección Janssen estaba sujeta a una investiga-
ción por parte de las autoridades mexicanas y que otros países como Colombia
seguirían el mismo camino.11 Desde la inauguración de la exposición un par
de semanas antes, la cobertura mediática tanto de las obras como del debate
sobre el futuro de la colección había sido amplia.12 La bomba noticiosa de
de participantes y las memorias del coloquio se encuentra en: Sénat de Belgique. Colloque La
restitution des biens culturels, quel rôle pour la Belgique? Bruxelles 10-1-2003, Annales.
10
Como lo menciona una de las cartas publicadas en esos días en la página de internet de
los Museos durante la campaña para que la Colección permaneciese en Bélgica http://www.
kmkg-mrah.be/ (t. del autor).
11
L. Del Putte. 28 de septiembre de 2006. http://www.demorgen.be/dm/article/search.do.
12
Vease por ejemplo: Le temps pressait. Dora Janssen menaçait de vendre la collection aux Etats-Unis.
En outre, une pétition lancée pour le maintien de la collection en Belgique avait recueilli 20.000 signatures. Depuis
mardi, la collection appartient à la Flandre et cela contre les 7.700.000 euros de droits de succession. Maintenant où
va-t-elle aller? Dora Janssen souhaiterait le Cinquantenaire à Bruxelles. Le ministre des Finances flamand, Dirk
Van Mechelen, pense qu’elle y restera un temps. Ensuite elle pourrait partir en Flandre. Mais rien n’est moins sûr.
La collection pourrait rester à Bruxelles en dépôt tout en mentionnant bien qu’il s’agit d’une propriété flamande. Une
vitrine flamande dans un musée fédéral. A propos de propriété, notons encore qu’après le Mexique c’est la Colombie
qui vient de lancer une enquête sur la provenance de certaines oeuvres de la collection et leur sortie du territoire. Dora
Janssen explique qu’elle est en règle. Elle a tout acheté chez des marchands d’art reconnus. Mais certaines oeuvres
pourraient cependant venir d’un site clandestin de fouilles au Mexique. La Belgique pourrait remettre une de ces
oeuvres mais elle n’est pas obligée. Elle n’a en effet pas signer la convention de l’Unesco sur le trafic d’oeuvres d’art.
Une convention vieille de 30 ans. http://www.rtbf.be/info/societe/ARTICLE_045290.
La colección Janssen de arte precolombino 163
De Morgen incluía la inminencia de la fecha límite de la viuda y la existencia
de otras ofertas firmes, incluyendo el camino de la dispersión de la colección.
El Gobierno flamenco reaccionó y aceptó las condiciones del Gobierno belga
y de la baronesa, y el 29 de septiembre se anunció que la Colección Janssen
sería tomada por Flandes a cambio de exonerar el pago de impuestos por
herencia, por un total de 7 700 000 euros. Temporalmente la obra continuaría
en resguardo de los Museos Reales en Bruselas. Se especula aun ahora que
esa permanencia será de unos cinco años, antes de que Flandes concluya la
construcción de un lugar específico de exhibición en Amberes.
Ante los reclamos, la indignación... del comprador
Dora Janssen declaró ese 29 de septiembre al diario valón La Libre Belgique,
que había recibido la visita de la entonces embajadora de México, quien ya le
había adelantado las noticias. “Reiteró que todo lo había comprado, excepto
unas cuantas joyas colombianas, con vendedores reconocidos. Le irritaban
un poco todos estos decires, declaró: “Yo, yo me intereso desde hace mucho
tiempo por este arte indio que ahora expongo. Pero no es si no a partir que
ellos saben que estos objetos tienen valor que esos países los reclaman. Pero
¿qué han hecho durante decenios a favor de sus indios? Que primero cons-
truyan hospitales y escuela para ellos”.13
Por eso, como al principio, vuelvo a las citas en el cuerpo del texto:
En esta ocasión —dijo— se evaluaron nuestras prácticas con relación a las mujeres.
Hoy les digo con orgullo que este reconocimiento refleja la necesidad que tenemos
de ser congruentes. Buscamos ser un Gran Lugar para Trabajar y apoyamos con-
sistentemente la equidad. Bajo la línea de equidad que hoy nos distingue, lo único
que buscamos para nuestra empresa son personas que sólo se diferencien por su
entrega, su compromiso y su pasión.
Este reconocimiento es de nuestros colaboradores en Janssen-Cilag: mujer-
madre, mujer-hija, mujer-esposa, mujer-ejecutiva, más allá de las etiquetas, sencilla-
mente mujeres que aportan su talento y que con gran profesionalismo representan
a nuestra empresa ante nuestros clientes —agregó—.
Edición del 29 de septiembre de 2006. http://www.lalibre.be/index.php. Véase, igualmente
13
México reclama tres piezas prehispánicas a Bélgica, en Milenio Diario http://www.milenio.com/
mexico/milenio/imprime.asp?id=444190.
164 David Nájera
Y es que en Janssen-Cilag escuchamos la voz de nuestros colaboradores y
es en esta medida que realmente alcanzamos nuestros objetivos, es decir, al estar
enfocados en las necesidades, no sólo de nuestros clientes externos, sino princi-
palmente de nuestros clientes internos, es como podemos llegar a la excelencia y
la satisfacción de todos los que trabajamos en la compañía.”
Cabe recordar que la empresa Janssen-Cilag produce también medicamen-
tos contra la esquizofrenia y el alzhaimer, medicamentos que tal vez no son
conocidos ni entre la sociedad belga ni sus baronesas... ni se sabe si sirvan esas
medicinas para la vergüenza de algunos coleccionistas, políticos, diplomáticos
y funcionarios en general.
Por último, una pregunta en este discreto y opaco mundo de los coleccio-
nismos, ¿era acaso la baronesa aquella mujer elegante y de edad que revisó
ese extraño cargamento de antigüedades en Amberes? Y sus acompañantes,
¿serían algunos de los expertos firmantes de su catalogo?
LA MEMORIA MAYA: COLECCIÓN DE OLVIDOS
Mario Humberto Ruz
cephcis, unam
La Historia quiché de don Juan de Torres, redactada hacia el siglo xvii, nos habla de
cómo los pueblos mayas: “De allá vinieron, del oriente, del otro lado de la laguna,
del otro lado del mar, cuando salieron de allá, de la llamada Babilonia” (1957: 25);
el Popol Vuh narra cómo surgieron las lenguas mayas en el barullo idiomático de
Babel y el Título de los señores de Totonicapan apunta que el primer caudillo de las
“tres naciones” quichés, Balám Quitzé, “cuando llegaron a la orilla del mar... le
tocó con su bastón y al instante abrió paso, que volvió a cerrarse luego, porque
el gran Dios así lo quiso ... pues eran hijos de Abraham y de Jacob” (1980: 216).
Hoy, durante el famoso carnaval de Chamula, ciertos danzantes se atavían
con casacas inspiradas en las que empleaba la guardia belga de la emperatriz
Carlota; algunos mayas de Campeche identifican al Anticristo con la serpiente
emplumada (Gutiérrez, 1995); no faltan tzeltales de Cancuc que conciban los
trece niveles de las cuatro montañas ch’iibal —mundo replica del terrestre donde
se custodia a las almas—, provistas ya no sólo de milpas sino de helicópteros,
computadoras y televisores (Pitarch, 1996), y los mayas de Quintana Roo, si
bien continúan practicando el rito prehispánico del hetz-mek, tendiente a dotar
a sus hijos lactantes de capacidades para desempeñarse en el mundo adulto,
no colocan ya en sus manitas pequeñas réplicas de herramientas agrícolas, sino
un libro de texto, cuando no un diccionario de inglés o una pequeña copia
plástica de una computadora.
¿Cómo explicar esta colección de reacomodos memoriosos y abandonos
voluntarios? ¿De qué manera seleccionan los propios pueblos mayas lo que
165
166 Mario Humberto Ruz
ha de exhibirse en la vitrina de la identidad y lo que deberá confinarse a los
baúles del olvido?
Imposible dar, si es que existe, una sola respuesta. La memoria identitaria
de los mayas es múltiple y cambiante, y desborda con harta frecuencia los
moldes en los que Occidente considera reposa lo memorioso, para privilegiar
un universo de gestos, rituales, evocaciones parentales, voces, texturas y otros
marcadores que se han revelado capaces no sólo de conjurar el olvido sino
de poner continuamente al día las versiones propias y ajenas del pasado, a fin de
hacer de éste, más que recuento memorioso, un programa de futuro. Y eso exige,
al mismo tiempo, coleccionar para exhibir y olvidar para permanecer.
Por ello, resulta particularmente arriesgado (cuando no tendencioso) hablar
de la memoria maya como si de una mera “arqueología del pasado” se tratase;
en no pocos aspectos el brocado que surge de entretejer olvidos y memorias en
el pensamiento maya se asemeja más a una “etnología de lo atemporal”, un
bordado continuo del sin tiempo cósmico en el tiempo de los hombres, que
se empeñan en reconfigurar cotidianamente una trama semántica que exhibe
hilos y diseños procedentes de diversas temporalidades. E hilos cuya dispo-
sición y significados últimos pueden incluso variar dependiendo del campo
de sentido al que aludan, en tanto la memoria se constituye en una estrategia
discursiva de construcción identitaria que puede optar por recurrir al recuerdo
o al olvido, sin soslayar mitificaciones, extraños maridajes entre lo fugaz y lo
permanente, tránsitos de lo individual a lo colectivo, o incluso empeñarse en
dar por culturalmente ciertos hechos que históricamente ocurrieron en forma
diversa o que, en ocasiones, ni siquiera ocurrieron.
Así, en aras del futuro, el pasado es a menudo sacrificado en el altar de las
necesidades presentes, de donde surgirá trasmutado; nunca idéntico en tanto
hecho histórico, siempre el mismo en tanto se busca maya. No es por tanto en
la naturaleza del acontecimiento, sino en su potencial como germen de mayanidad,
en donde reside su posibilidad de transformarse en asidero de “una historia”;
ni siquiera de “la” Historia, con mayúsculas. De hecho, más allá de la manía
homogeneizadora de algunos estudiosos, la visión interesada de ciertos pan-
mayistas desvelados (en particular líderes indígenas promotores de una especie
de “neo-mayanidad”, la tendencia simplificadora de no pocos museógrafos,
o el afán comercial de los funcionarios de turismo y otros gobernantes que
pretenden vender programas como el Mundo Maya o el Plan Puebla Panamá,
resulta un despropósito hablar de “Una” historia maya.
La memoria maya 167
Pese a sus continuas transformaciones, que por momentos la tornan
inasible, la manipulación discursiva no parece ser, por cierto, una estrategia
conceptual reciente tampoco por parte de los propios pueblos mayas. Basta
asomarse a ese compendio de “sucesos” pretendidamente verídicos de que
dan cuenta no pocos registros epigráficos (en ocasiones curioso antecesor de
un Hola prehispánico) o mejor aún, detenerse en ciertas “narrativas mayas”
de la época colonial, para percatarse de lo lábil y hasta tendencioso que puede
resultar nuestro afán por “interpretar” las historias mayas desde una perspectiva
occidental, pretendidamente objetiva por veraz, si no nos preguntamos sobre
la intencionalidad de los emisores de ese discurso/decurso memorioso.
Lo anterior se ostenta con claridad meridiana en esos escritos coloniales que
por lo común atribuimos a los mayas, pese a no faltar quienes sospechen de
una determinante influencia frailuna en su factura.1 Ciertamente la impronta
cristiana es en ellos patente, aunque resulta casi imposible determinar en qué
medida los eclesiásticos intervinieron en el hecho o hasta dónde éste obedeció
a un acto de volición maya, que no sería de extrañar en un pueblo que desde
antiguo se caracterizó por su afán conciliador ante otros credos. Más o menos
impuesta, en mayor o menor medida deseada, en todo caso lo que resulta de
interés es la manera en que —ya desde los inicios de la colonización— los
mayas se apropiaron del discurso histórico del otro para insertar el propio;
cómo mantuvieron pautas legadas por sus antepasados a la vez que crearon
otras amalgamando en su concepción conceptos, creencias y actitudes aportadas
por el dominador; en suma, la manera en qué, armados con la plasticidad de
su cultura milenaria, re-crearon su universo memorioso para encontrar cabida
en el nuevo orden que les tocó vivir, y legar a la vez a sus descendientes esa
misma posibilidad.
Punto a destacar es que, a la par de la re-creación, asistimos a la reflexión que
hicieron sobre esa experiencia histórica.2 No es de dudar que muchos otros
1
Resulta indudable que el empeño que pusieron los frailes de la época colonial temprana en
mantener las lenguas indígenas y escribirlas en el alfabeto latino, con independencia de sus variados
motivos, posibilitó a los mayas coloniales plasmar tradiciones que hasta entonces pertenecían al
ámbito de la oralidad popular y conocimientos que —al estar escritos con símbolos no accesibles
al profano— eran del dominio exclusivo de las clases dirigentes. Trasmutados en tinta, perdura-
ron así antiguos testimonios de literatura e historia prehispánica y colonial de enorme valía.
2
Sobre la conciencia histórica de los antiguos mayas, véase el libro homónimo de De la
Garza (1978). Para mis propias reflexiones me baso aquí en trabajos previos, en particular Ruz
168 Mario Humberto Ruz
pueblos amerindios hayan hecho reflexiones similares, pero por desgracia muy
pocos de entre ellos las consignaron por escrito, lo cual acrecienta el valor de
los testimonios mayances que han llegado hasta nosotros. Por otra parte, cabe
insistir en que a menudo buena parte de las consideraciones que nos legaron
otros pueblos hacen hincapié en describir el encuentro y sus consecuencias
inmediatas, mientras que entre los mayas tal reflexión, entre otras particu-
laridades, acudió a la denostación del presente y la recreación idealizada del
pasado; posiciones ambas que les permitieron seguir construyendo el futuro
en un tiempo en el cual, para emplear la patética y poética expresión del Chilam
Balam de Chumayel, Yucatán, “se estremeció toda la inmensidad de lo eterno”
(ChBCh, Libro de los espíritus: 79).
Puesto que somos a menudo los Otros los que coleccionamos esa (preten-
dida) historia maya, es de señalar también,
—Que nuestra propia visión predominantemente lineal de la historia
dificulta el fijar las datas cronológicas en el discurso narrativo maya y deter-
minar la ocurrencia y periodicidad de los hechos que —con independencia
de ubicarse en el terreno de lo que nosotros consideramos mito o historia—,
se sitúan desde la perspectiva indígena en una visión cíclica del acontecer, y
que otro tanto ocurre con la “espacio-temporalidad” de los sucesos, ya que en
ello también influye una percepción culturalmente determinada. Baste como
ejemplo apuntar que entre los tojolabales de Chiapas el futuro, en tanto tiempo
desconocido y al que, en consecuencia, no se puede mirar, se sitúa “detrás”,
mientras que el pasado, tiempo “ya visto” se ubica “frente” al narrador. Y
eso por no hablar de la diversa concepción sobre lo que duran los “meses” o
incluso los “días”.
—Que mientras en la concepción lineal del tiempo “un acontecimiento es
único, irrepetible y de una singularidad tal que puede servir como hito para
marcar periodos temporales”, para una concepción cíclica o secuencial es, en
cambio, “algo previsto [y] repetido periódicamente” (Gutiérrez, 2003: 14-15).
En el primer caso Occidente hablará de historia y en el segundo de profecía
(ibid.), un “tono” fácilmente detectable en el discurso maya incluso en el siglo
xix (basta revisar las proclamas de los cruzoob que protagonizaron la Guerra de
Castas) y que pervive en no pocos mitos contemporáneos. Destaquemos que
2004 y 2006, de los cuales reproduzco incluso algunos párrafos, por tratarse de textos de escasa
difusión. Confío en la indulgencia del lector.
La memoria maya 169
no se trata, empero, de una perspectiva profética exclusivamente religiosa, sino
cargada de una clara intencionalidad política, lo cual hace posible re-lecturas
sucesivas de un mismo acontecimiento, una y otra vez re-significado, como
puede verse desde los escritos coloniales hasta los discursos neo-zapatistas.
—Que no pocos de estos relatos fueron escritos, al menos en sus primeras
versiones, en épocas próximas al contacto, lo cual explica su carácter dramático
y de denuncia;3 denuncia que si bien se mantuvo a lo largo de toda la Colonia
contra la explotación, adquirió otros tintes en lo que al cristianismo toca, a
la vez que fue modificándose en algunos casos en cuanto a la apreciación
de la conducta de los españoles, que dejaron de concebirse como un todo
homogéneo,4 y
—Que prácticamente todo lo que ha llegado hasta nosotros se encuentra
escrito en idiomas de dos subgrupos lingüísticos mayas: el quicheano y el yu-
catecano, o en el español hablado en las regiones donde esos mismos grupos
habitaban y habitan en caso de tratarse de traducciones o “traslados”, cuya
experiencia histórica a menudo extrapolan los estudiosos (epigrafistas inclui-
dos) a todo el universo maya.
No puedo detenerme en ejemplificar cómo han influido los supuestos
anteriores en la recreación estereotipada de la historia y cultura mayas (tema
apenas estudiado). Apunto tan sólo que ya desde los textos coloniales se aprecia
el interés de los propios mayas por insertar su devenir en la trinidad cronoló-
gica —pasado, presente y futuro— a que se limita nuestra propia percepción
histórica, desde una perspectiva providencialista (única pensable y admisible
en la época), lo cual explica que personajes míticos mayas sean trasplantados
a territorios del Antiguo Testamento o aparezcan realizando hazañas bíblicas,
sin que —en mi opinión— eso implique, como han considerado autores como
3
Es de considerar también que debido a que fueron por lo general los miembros de las
elites mayas quienes aprendieron a emplear la escritura de los dominadores, la mayor parte de
los testimonios tempranos que llegaron hasta nosotros corresponden a reclamos y reflexiones
de tales estamentos (lo que explica por ejemplo la particular insistencia en la pérdida del antiguo
señorío), sin invalidar empero el que muchas veces pueda accederse a través de ellos a lo que
en diversos aspectos debió haber sido una reflexión comunitaria sobre el devenir histórico del
grupo todo,
4
Así, en las épocas tardías de varios de los textos aquí tratados los escritores mayas recono-
cen la labor benéfica (al menos comparada con la de otros) de ciertos frailes y algunos oidores,
como Tomás López Medel en Yucatán, Alonso Cerrato y Alonso Maldonado en Guatemala.
170 Mario Humberto Ruz
Carmack, Mondloch o De la Garza, que los escribanos padezcan de errores de
perspectiva histórica “al identificar sucesos prehispánicos con sucesos post
hispánicos”, o hayan sufrido de “confusión”.5 Una confusión que se antojaría
extraña en pueblos dotados de una peculiar memoria oral, capaz de recordar
los nombres de sus gobernantes (hijos y mujeres a menudo incluidos) hasta
por 14 generaciones y evocar uno a uno los sitios por los que habían migrado,
y los enfrentamientos que habían sostenido en cada uno de ellos.
Sería más lógico y justo pensar que los mayas optaron por sepultar en el
baúl de los olvidos parte de sus registros históricos para adecuarlos a la nueva
realidad, modificando las tradiciones ajenas para encontrar cabida en ellas y de
esta manera perpetuarse; legitimando su propio discurso a través del empleo
del discurso del dominador; recurriendo incluso al mito ajeno, que veía en los
americanos a descendientes de las tribus perdidas de Israel, como se observa en
numerosas fuentes, entre las cuales menciono apenas dos ejemplos: el Título de
Pedro Velasco, escrito en quiché, que al narrar los orígenes de los Tamub habla
del Paraíso terrenal, donde se comió “el zapote prohibido”, de los antepasa-
dos “egipcios e israelitas”, de la llegada a Babilonia, donde “las parcialidades”
convivían “con la gente mexicana y los sacrificadores” y desde donde salieron
al pueblo de Tulán Siwán, siete cuevas y siete barrancas” (1957: 173-174), y la
Historia de los Xpantzay de Tecpan, escrita poco después de la conquista, la que a
pesar de su brevedad logra uno de los compendios más sorprendentes entre
las antiguas y nuevas tradiciones. Elementos mayas, mexicanos, españoles y
hebreos se amalgaman en sus dos primeras páginas, donde apunta:
Nosotros los principales, éste es nuestro título, cómo vinieron nuestros abue-
los y padres cuando vinieron en la noche, en la oscuridad. Somos los nietos
de los abuelos Abraham, Isaac y Jacob, que así se llamaban.6 Somos, además, los de
Israel. Nuestros abuelos y padres quedaron en Canaán [...] Nosotros también
estuvimos en Babilonia, donde hicieron una gran casa, un gran edificio todos
los hombres. La cima del edificio creció hasta la mitad del Cielo por obra de
5
Carmack y Mondloch, 1989: 89, nota 66. De la Garza atribuye tal “confusión” a la idea
cíclica de la Historia (1980: XXXV).
6
Adán, Jacob, Isaac, Abraham, Moisés... Es de destacar que los mayas coloniales extiendan
sus raíces a la parte más pura y noble de la tradición hebrea; no reivindican descender de Caín,
Cam, Ninus o Indo, como harían algunos cronistas y misioneros, asimilando a los indios a la
porción “maldita” del linaje de Israel. Para el caso de los mayas de Chiapas consúltese Núñez
de la Vega, 1989: 274ss, 111, 132 y Ordóñez y Aguiar, 1907.
La memoria maya 171
todos los hombres. Entonces se hablaba un solo lenguaje por todos los grandes.
Luego se separaron en la noche [...] como eran pecadores, se mudaron las lenguas
y se volvieron muy diferentes [...].
Después se levantaron, llegaron a la orilla del mar y pasaron en siete navíos
como los de los españoles. Desembarcaron y descansaron allá las siete tribus de
los señores: el Ahpozotzil, Ahpoxahil, Ahpotucuché, Ahpoxohinay, Ahtziquinahay,
Xpantzay Noh, Ahau Hulahuh Balam. Luego se levantaron de la orilla del mar;
la mitad caminó por el cielo y la otra mitad andando por la tierra, porque eran
grandes brujos y encantadores [...] llegaron al amanecer a Tub Abah y tocaron el
tun (Historia de los Xpantzay de Tecpan, 1957: 121-123).
Y a la vez que se buscaba en las concepciones llegadas de ultramar nuevos
asideros para enraizar su temporalidad y asegurar al mismo tiempo su conti-
nuidad, las narraciones alteraban la memoria histórica, entre otras cosas idea-
lizando un pasado que debió ser particularmente oprobioso para maceguales
y esclavos. El Chilam de Tizimín, por ejemplo, hace aparecer a la que precedió
a la llegada de los cristianos como una época de oro en la que ni siquiera
existían tributo o enfermedad,7 al tiempo que, como si se buscara hacer aún
más afrentosa la comparación, se describe en forma apocalíptica ese “pasado
aún por-venir” bajo el cristianismo: “se volteará el Sol, se volteará el rostro
de la Luna; bajará la sangre por los árboles y las piedras; arderán los cielos y la
tierra por la palabra de Dios Padre, del Dios Hijo y del Dios Espíritu Santo”
(Libro de los libros... Segunda rueda profética: 84).8 No parece muy aventurado
colegir que les resultaba claro que comenzaba el desmoronamiento de un
mundo milenario y, con ello, nacía una renovada identidad. Dos fenómenos
que el Chilam Balam de Chumayel resume cabalmente en un par de líneas: “Once
Ahau se llama el katún en que cesaron de nombrarse mayas. Mayas cristianos
se nombraron todos” (ChBCh, Libro de la serie de los katunes: 139).
“Había en ellos sabiduría. No había entonces pecado. Había santa devoción en ellos.
7
Saludables vivían. No había entonces enfermedad; no había dolor de huesos; no había fiebre
para ellos, no había viruelas, no había ardor de pecho, no había dolor de vientre, no había
consunción. Rectamente erguido iba su cuerpo, entonces.”
8
No fue el único, Nahau Pech, Napuc Tun, Chilam Balam, Ah Kuil Chel, Natzin-Yabun
-Chan, todos ellos grandes sacerdotes, habían también “manifestado las cargas de las penas” para
cuando llegaran los cristianos: “vómitos de sangre, pestes, sequías, años de langosta, viruelas, la
carga de la miseria, el pleito del Diablo” (ChBCh, Libro de las profecías: 182).
172 Mario Humberto Ruz
A pesar de todo, la conciencia de que les aguardaba un porvenir distinto no
parece haberlos abandonado. El chilam había expresado: “castrar al Sol. Eso
vinieron a hacer aquí los extranjeros” (ChBCh: 26), pero también auguró que
vendrían otros tiempos; tendría que llegar el momento en que la rueda de los
katunes girara de nuevo... Nada más natural en una civilización como la maya,
señora del tiempo, que confiar en un futuro reordenamiento, en el surgir de
nuevos y grandes soles, en un retorno de las antiguas palabras. Estaba escrito
en el Libro de los vaticinios del Chilam: “Nadie podrá evitar que en los días
de los grandes soles se deje ir sobre ellos la palabra de los sacerdotes mayas.
Es la palabra de Dios” (op. cit.: 172). Y puesto que la memoria del futuro oc-
cidental, basada en la pretendida universalidad del cristianismo, pronosticaba
un apocalipsis, el Chilam Balam de Chumayel aprovechó para identificar a los
castellanos con el Anticristo del que tantos horrores predicaban los frailes, a la
vez que apunta confiadamente que contra ese Anticristo “chupador del pobre
indio”, bajaría algún día “la justicia de Dios” (op. cit.: 170).
Y si la justicia del dios cristiano tardaba en descender, sus nuevos fieles
buscaron la forma de apresurar su llegada. Para ello se recurrió a imágenes de
santos y a advocaciones de vírgenes, pero también estuvieron presentes las “cajas
parlantes” de los antiguos, o piedras y cruces que hablan, como aquellas que
alentaron las llamadas Guerras de Castas de Chiapas y Yucatán. Buscando un
futuro más justo, los mayas coloniales no dudaron, pues, en recurrir a toda la
memoria del pasado, el propio y el impuesto; aquel que a fin de cuentas habían
hecho también suyo a fuerza de soportarlo y de re-crearlo, entronizándolo
sobre un ayer de deliberados olvidos.
Ese largo, arduo y continuo proceso no sólo recurrió a las expresiones es-
critas (al fin y al cabo privilegio de algunos cuantos), sino a una y cien formas
memoriosas, que transitaban sin problema por antiguos y nuevos cauces, pues
resulta indudable que a menudo los mayas aprovecharon inteligentemente
los signos de debilidad del sistema colonial para canalizar sus demandas y obte-
ner respuesta a sus requerimientos. Fracturándose y cicatrizando para fisurarse
al poco rato de nuevo, el sistema mismo les dio oportunidad para ubicarse en
los intersticios, colmar los vacíos, insinuarse en las grietas, enraizarse en ellas
y desde allí extraer los jugos para permanecer, florecer y fructificar. El uno
puso pues, queriéndolo o no, los espacios donde la inteligencia de los otros fue
capaz de insertarse. Mucha de esta labor, como las incitaciones a la revuelta o el
apremio por preservar los antiguos gestos, se hizo al cobijo de la sombra; otra,
La memoria maya 173
como la resistencia plasmada en tinta, escrita sobre papel oficial y rubricada
con nombres o cruces, a plena luz.
Lo anterior se observa por ejemplo en el lenguaje desplegado en los tes-
tamentos coloniales, que muestran la capacidad maya para vehicular costum-
bres antiguas con la legislación hispana, o en particular en la forma en que
aprovecharon el cristianismo para cobijar a sus antiguas deidades o mantener
creencias añejas, pues en no pocos casos la existencia de puntos paralelos
entre ambas concepciones religiosas —que los misioneros juzgaron “astucia
diabólica”— facilitó el desarrollo de ciertos sincretismos y otras formas de
mestizaje cultural, en ocasiones incluso estimulados por los frailes.9 Dígalo, si
no, el que hasta hoy los numerosos santos católicos siguen siendo identificados
con otras tantas divinidades menores, a cuya memoria permitieron subsistir.
Como he señalado en otra parte,
[…] no se trató de meras substituciones o yuxtaposiciones; la analogía etnológica
nos permite comprobar hoy que los santos no fueron ni son concebidos como
representaciones icónicas de figuras históricas o míticas ni tampoco epifanías de una
deidad única. Son personajes por derecho propio; no exclusivos de o definidos por
la ortodoxia eclesiástica. Fue su integración plena con el universo de lo propio la
que posibilitó el que hoy se les encuentre formando parte de los mitos de fundación
de los pueblos e incluso en otros que dan cuenta del origen de los seres humanos.
De hecho, si lograron permanecer en el paisaje maya fue gracias a la capacidad
de sus nuevos hijos para incorporarlos a su antiguo universo cultural, de hacerlos
memoria, porque como era de esperar en una cultura fascinada por el registro del
tiempo, el imaginario maya acerca de los santos es siempre un imaginario histórico.
No en balde vemos santos que adoptaron incluso alter ego zoomorfos, como era de
esperar en personajes poderosos, que de tal manera pudieron incluso trascender
el presente histórico para volverse pasado mítico. Los santos superaron la barrera
de una alteridad pretérita para venir a formar parte del tiempo sin tiempo de un
“nosotros” maya (Ruz, 1997).
Otro tanto ocurrió con el símbolo de la cruz, sembrada ad infinitum por
los frailes buscando cristianizar antiguos lugares de culto, el cual no sólo no
9
Los dominicos, por ejemplo, según consigna el cronista Remesal, organizaban reuniones
y escribir tratados en los que se explicaba cómo aprovechar las creencias prehispánicas para
enseñar la sagrada escritura, y buscaron los modos de emplear la existencia de antecedentes
como el de la confesión, la comunión, el bautismo y la supuesta idea de una “Trinidad” entre
los indios para introducir o reforzar concepciones y creencias cristianas (apud Ruz, 1997).
174 Mario Humberto Ruz
exorcizó a los dioses rivales sino que incluso sirvió para cobijar su memoria,
y hasta fue empleado en los primeros años de la Colonia como instrumento
donde llevar a cabo sacrificios humanos, a la usanza antigua (Nájera, 1987:
220ss) o con la figura del Demonio, también usada para resguardar memorias,
pues sin mayores problemas los mayas aceptaron el cambio de nombre de las
deidades del Inframundo, y así Lucifer, Satán o Belcebú pasaron a designar a los
eternos ocupantes del mundo subterráneo, guareciendo la memoria de Pukuj,
Kisín, Ik’al o Cimí. Más adelante la amalgama incluyó un tercer elemento: la
figura del patrón. Hoy varias etnias conciben al Diablo como un ser blanco,
alto, vestido como mestizo, que muestra atributos de riqueza y hace trabajar
día y noche a los indígenas difuntos que transgredieron las normas sociales.
Sin duda ello hizo aún más próxima al indígena la imagen del Maligno.
Santos provistos de tonas, diablos enmascarando patrones y dioses del
Inframundo, ángeles trasmutados en naguales, vírgenes vestidas con huipiles...
Memoria propia y ajena que se paseaba en andas por los pueblos, sahumada
con copal, cubierta de flores, resplandeciente de velas, acompañada del es-
truendo de los fuegos de artificio, la cadencia de los “Alabados” y la música
de las chirimías, los tunkules y los sacabuches mayas, los adufes árabes, los
clarines y las ruedas de campanillas europeas, en medio del alborozo del pue-
blo, irradiando honor y prestigio sobre el barrio, la familia o el individuo que
costeaba el festejo. Y, en especial, sobre quienes más a menudo se encargaban
(y encargan) del ritual: las cofradías.
Procesión, Chichicastenango, Guatemala.
La memoria maya 175
No puedo entretenerme en ello, pero sí deseo destacar que a la vez que
se recreaban pasados mucho más ajenos que el hispano (como lo muestran
los combates navales escenificados por los otomangues de Chiapa en el río
Grijalva, donde aparecían Neptuno y Eolo junto con las ninfas del Parnaso),
la antigüedad memoriosa mesoamericana irrumpía continuamente en los
espacios festivos como se deduce de las continuas (y es de suponer, por ende,
infructuosas) órdenes para suprimir la representación de danzas “de la gen-
tilidad” maya, como las del Tumteleche, Trompetas Tun, Ahtret Jjet, Oxtum
y Kalecoy. Más tarde se sumarían a la lista de proscritos otros bailes de clara
filiación judeocristiana —como la “Historia de Adán”—, pero que en opi-
nión de los eclesiásticos habían sido totalmente trastocados, convirtiéndolos
en un peligroso medio para perpetuar “costumbres antiguas” y “resabios
idolátricos”.10 A nadie escapaba que, como asentó en 1801 el chiapaneco
Ordoñez y Aguiar, los bailes para los indios tenían “el [mismo] oficio que las
historias entre nosotros” (1985: 7).11
Decididos a mantener a toda costa tal memoria, los naturales llegaban incluso
a ofrecer sustanciosos pagos a las más altas autoridades locales a fin de que les
permitiesen celebrar sus danzas, como hicieron por ejemplo los del pueblo de
Alotenango, que propusieron al presidente de la Audiencia la cifra por entonces
enorme de mil pesos a cambio de poder bailar, “por una sola vez”, el baile
llamado Oxtun,12 del mismo modo en que otros pueblos sobornaban a ciertos
funcionarios para que no talaran sus ceibas.13 Bien había percibido el obispo
Núñez de la Vega a finales del siglo xvii que tal reverencia se vinculaba con la
memoria familiar y comunitaria, cuando asentó que, a decir de los indios, de
las raíces del árbol provenían sus linajes.
El enorme y complejo abanico de formas memoriosas empleadas por
los pueblos mayas (formas variantes en el tiempo e incluso en cada grupo
10
El arzobispo Cortés y Larraz, percibió con agudeza que los bailes, bajo su aparente capa
festiva, encubrían resabios “idolátricos” (apud Ruz et al., 2002a).
11
Que la situación era generalizada en el área maya lo muestran tanto documentos guate-
maltecos como yucatecos e incluso tabasqueños.
12
En vez del permiso obtuvieron un severo castigo “para el público ejemplar de los demás”
(Fuentes y Guzmán, 1969, I: 78).
13
Y si el soborno no prosperaba aún podían recurrir a la violencia, como lo experimen-
tó el jesuita Sebastián de Grijalva en 1722, quien tuvo que enfrentar un motín cuando intentó
cortar la ceiba que se encontraba en la plaza del pueblo zoque de Ocozocuautla (Boletín del
AGE, 2: 55-66).
176 Mario Humberto Ruz
y comunidad) no desdeña, en efecto, ni la flora, ni la fauna ni el paisaje, do-
mesticado desde hace milenios, hecho propio a fuerza de nombrarlo, hollarlo,
transformarlo. Los surcos de la tierra se roturan una y otra vez con la memoria
tecnológica, de idéntico modo en que los recuerdos del paladar se nutren
día tras día con los mismos sabores del maíz, el frijol, la calabaza, el chile o
los frutos de la tierra, enriquecidos desde hace cinco siglos con especias y
aromas aportadas por europeos, asiáticos y africanos. Imposible listar siquiera
el número de pliegues que conforman tal abanico evocativo; mucho menos
dar cuenta de su profundidad o sus formas de expresión, que transitan a sus
anchas por lo sensorial y lo racional, del silencio a la explosión musical, de siglo
en siglo, resemantizando una y otra vez influencias externas para transmutarlas
en memoria propia siempre actual.
Herederos de una cultura milenaria los mayas, son —no obstante— pertur-
badoramente modernos, por lo cual viven empeñados en una continua puesta
al día que no desdeña la carrera en el ciberespacio ni escapa a los embates de
la globalización. No es por tanto extraño que en algún relato tzotzil Jesucristo
use un avión para descender a la tierra o que los testigos de Jehová que viven
en las selvas de Chiapas reinterpreten de acuerdo a sus propias referencias
asuntos tan extraños como las inteligencia artificial, las bombas atómicas o las
microondas (Hernández, 1996), y ya vimos cómo durante el rito milenario del
hetz-mek se provee a los niños no de instrumentos agrícolas sino de elementos
útiles para alternar con los turistas. Cuando la oferta laboral se centra en el
sector terciario de Cancún, ¿quién tendría interés en dotar a sus hijos con una
memoria milpera?
Al mismo tiempo que se actualiza, el cosmos cultural mantiene vivas ex-
presiones milenarias de sensibilidad donde reside, sin duda, no poco de lo que
tiene de peculiar. Por ello, aproximarse a alguna de las múltiples expresiones
de “las memorias mayas”, requiere de un decidido esfuerzo por trascender las
vitrinas-marcos de una cultura que se nos pretende vender como primordial-
mente arqueológica, y adentrarse en ellas con los sentidos dispuestos a captar
el impresionante abanico de anclajes identitarios que posibilitan las expresiones
múltiples de su alteridad. Porque la maya no es una mera cultura de museo, ni el
mundo maya un simple museo de cultura. Tampoco es, no obstante el discurso
de los mercaderes del turismo, región de refugio de lo primitivo o lo exótico.
Ciertamente los ajenos requerimos acudir a “la historia” para ser capa-
ces de leer signos inscritos en el paisaje, los rituales y hasta en el propio
La memoria maya 177
cuerpo,14 pero para aproximarse a ciertas formas particulares de la memoria
maya no basta con la escriturística, ni alcanza la metodología historiográfica
que diseñó Occidente para dar fe de sus propios procesos históricos. Mundo
texto, el universo maya es en buena medida una constelación de memorias
sensoriales.
Memoria olfativa que ha de recorrerse con las narinas dilatadas. Imposible,
si no, apreciar el discreto aroma con memoria de siglos que desprenden las
agujas de pino extendidas sobre el piso de una vivienda en fiesta o los efluvios
del incienso y el estoraque que enmarcan con nubes de pasado a los rituales.
Si nos restringimos a la historia escrita, ¿cómo daremos cuenta de lo que
en los pliegues de la memoria de los hombres de maíz? ¿Existirá museógrafo
suficiente para hacer degustar, con sólo explicaciones, la sabrosura de los
los zacahuiles, chenkulwajes, mucbipollos u otros tamales que acompañan cier-
tos ritos, o los de chipilín, espelón y chanchames que se extienden en la mesa
cotidiana? Porque, como pocos en Mesoamérica, el universo maya también se
paladea; se declina en sabores. ¿Cómo encerrar tantas y tales fragancias en las
vitrinas de una colección? ¿Dónde encontrar al curador capaz de dotar a sus
cédulas con los innumerables gustos y olores del entorno maya?
¿Tenemos dispuesta la memoria visual para intentar comprender no sólo el
gesto del señor prehispánico que siglos después sigue reinando en su trono de
piedra —en la mano, el cetro maniquí—, si no también el atuendo multicolor
del tzeltal contemporáneo que a la sombra de la ceiba del pueblo —usanza
prehispánica—, recibe orgulloso su vara de alcalde —herencia colonial? ¿Po-
dremos distinguir, en la penumbra de una iglesia tzutuhil, qué tanto guardan
de olvido voluntario los modernos lentes oscuros que se colocan ahora a
santos ataviados a la usanza india o la sacra coquetería de la yax cruz vestida
con un huipil yucateco?
Pese a su relevancia el tema ha sido poco tratado. Particularmente valiosos al respecto
14
son los textos de Pitarch (op. cit.) y Figuerola (2010), ambos acerca de los tzeltales de Cancuc.
Sobre los tzotziles pueden revisarse las obras ya clásicas de Guiteras (1965), Köehler (1995) y
Laughlin y Karasik (1992), que proporcionan algunos datos al respecto. Para los ixiles, Colby
y Colby (1986).
178 Mario Humberto Ruz
Altar doméstico, Tixhualactún, Yuc.
(Foto: Mario Humberto Ruz).
Cofradía de San Antonio, Santiago Atitlán
(Foto: Paola García Petrich).
La memoria maya 179
¿Cuántos somos capaces de apreciar lo que de memoria conllevan no sólo
los complejos gestos del ritual sino incluso aquellos de la vida cotidiana? ¿Al-
guna vez los que pretendemos reconstruir historias nos hemos preguntado por
la antigüedad y la razón del gesto que implica el que la madre maya ofrezca
al visitante la cabeza del niño que amamanta, para que la toque? ¿Cuántos
sabemos que busca conjurar, con el calor benévolo de la mano, el frío dañino
que pudiese desprender la mirada, según recuerdan y enseñan esas bibliotecas
memoriosas que son los ancianos? ¿Está dispuesta nuestra memoria táctil a
dejar correr los dedos sobre el frío esplendor pétreo del huipil que porta la
señora Ix Mut Balam en su estela milenaria y apreciar luego la calidez del
magnífico brocado que urdió apenas ayer una mujer de Tenejapa?
Nuestra memoria libresca, ¿tiene dispuesto el oído para percibir la cadencia
eufónica de la treintena de lenguas mayances y aquilatar lo que de memoria
de la resistencia conlleva ese universo de paralelismos, metáforas y perfor-
matividad, que pese a todos los embates “civilizatorios” siguen ganando la
apuesta por permanecer? ¿A aprehender en un mismo registro los susurros
de las mayordomas en la iglesia del pueblo (como si arrullasen a los santos), con
la parla del pentecostal que en el templo vecino, súbitamente poseído por el
Espíritu, clama su milagrosa glosolalia, mientras que en la península yucateca
el h-men invoca a las deidades de la lluvia con “trece jícaras frías y vírgenes
palabras”. Vírgenes pese a los milenios durante los cuales han sido una y otra
vez desgranadas; nuevas, puesto que son memoria continuamente amasada:
Aquí os congrego donde está la majestad, los Santos Señores:
el señor Zaztunchaac, Dios de la Lluvia Piedra Transparente en el Oriente […]
Ah Tzohxoncaanchauac, Nuestro Dios de la Lluvia del Tercer Cielo,
Boloncaanchaac, Dios de la Lluvia del Noveno Cielo,
Lelemcaanchauac, Dios de la Lluvia Látigo Relampagueante,
Hohopcaanchauac, Dios de la Lluvia del Quinto Cielo.
Sed glorificados
[…] Tres saludos cuando cae mi palabra allí en Chichén.15
Plegaria maya yucateca contemporánea recopilada por Alfonso Villa Rojas y traducida
15
por D. Sodi (1964, pp. 57-62).
180 Mario Humberto Ruz
Ritual del ch’a cháak (petición de la lluvia), Tixhualactún, Yuc.
(Foto: Mario Humberto Ruz).
Al mismo tiempo que nosotros guardamos silencio en las galerías de los
museos (no es de buen gusto parlotear ante cadáveres expuestos), el oído maya
se abre atento a las voces de sus difuntos, porque la muerte, entre ellos no es,
como entre nosotros, fosa de olvidos sino semillero de memorias. Por ello se
urden en la cotidianeidad numerosas creencias y actitudes que conforman un
tejido memorioso para conjurar el olvido, única forma definitiva de desaparición
de los muertos como bien lo señala Ariès (1977). Su mantenimiento ha de ser
constante si se pretende que el conjuro sea eficaz; no en balde se asegura entre
los pokomames de Palín que quienes nacen en un día k’amé, día de la muerte,
serán olvidadizos. Como si la muerte conllevase, por esencia, el riesgo del olvido.
Es por eso que hasta los calendarios sirvan para traer a la memoria aquellas
fechas en que los difuntos transitan por el mundo. Bien sabe un tzutuhil de
San Pedro la Laguna que los días ajmaj y kemé (también llamado significati-
vamente “día de los abuelos”) son especiales para invocar a los muertos que
por entonces rondan el poblado, y los cakchiqueles de Santa Cruz la Laguna
crecen sabiendo que los días kimé son fechas especiales en que se puede ver y
escuchar a los muertos, y son por ello ocasión para rezarle y pedirles favores,
aprovechando que por entonces deambulan por los caminos.
Las estrategias comunitarias para auxiliar la memoria de los vivos en esta
empresa compartida de mantenimiento del cosmos, donde los muertos juegan
un papel primordial —que pasa por los senderos de la memoria— son múlti-
La memoria maya 181
ples, como lo indica el que la cifra de parientes muertos se corresponda siempre
con el número de veladoras encendidas por los huaxtecos, o sus nombres se
atesoren en las listas que guardan los ixiles de Nebaj y los achís de Chicaj,
para invocarlos uno a uno cada vez que sea necesario convocarlos, bien para
anunciarles un suceso grato, bien para pedir su apoyo en un problema, bien
para que acompañen a los vivos por el simple placer de tenerlos cerca.
Vivos y muertos requieren unos de otros, y de su engarce pende la conti-
nuidad de los linajes y, a través de ellos, de la comunidad toda. Poco importa, a
la larga, que por momentos uno sucumba a la tentación de la desmemoria,
bebiendo aguardiente en los velorios para olvidar, o pretendiendo borrar
la violencia sufrida durante el genocido guatemalteco; épocas de tal horror que
a decir de los rabinaleros, “uno se acuerda y no quisiera recordar” (Ruz, 2003).
Imposible hacerlo; si se les deja perecer definitivamente en esa muerte definitiva
que es la nada del olvido, los difuntos arrastrarán en su muerte a los vivos.
Y al tiempo que los supervivientes se afanan por mantener la memoria
social, los propios muertos luchan contra el olvido. Se aparecerán en sueños
o en visiones diurnas para alertar a sus parientes sobre el hecho, moverán
objetos o provocarán ruidos, y llegarán hasta a tomar actitudes extremas
—enfermando a sus familiares16— con tal de llamar su atención y conminar-
los a reavivar las conmemoraciones y no verse para siempre desvanecidos.
El ixil de Nebaj que no practique la ceremonia del cha’, tendiente a aplacar a
parientes difuntos, corre el riesgo de sufrir calambres o dolores o incluso un
“espanto” que provoque “derrame” [parálisis facial], conocido precisamente
como “enfermedad de ánimas”.
Los vínculos entre antepasados y descendientes se expresan con peculiar
fuerza en varios grupos en la herencia del nombre en generaciones alternas
(abuelos/nietos), sobre todo en la línea agnática; una idea en el cual subyacen
ideas de re-encarnación, que se expresan en forma particularmente clara en-
tre tzotziles y tzeltales a través del concepto del “reemplazo” o “reposición”
(jelol), de manera un poco más vaga entre los tojolabales (kelol) y, en otras
formas entre algunos pokomames, quichés y tzutuhiles. Y el vínculo puede
ser de naturaleza tan íntima que incluso en algunas comunidades se asegura
16
Por ello en X-Pichil, Quintana Roo, se acostumbra celebrar un oficio en honor a los
difuntos cuando hay un miembro de la familia enfermo, lo cual puede significar que “uno de
los muertos de la familia está castigando” (Ruz et al., 2002).
182 Mario Humberto Ruz
que los jelolil genealógicos comparten la misma esencia vital y un alma animal
de idéntica especie.17 Vínculo generacional que adquiere tintes macabros para
un visitante del cementerio campechano de Tenabo cuando ve a los grupos
familiares afanarse los últimos días de octubre limpiando con cepillos los res-
tos óseos de sus muertos, que colocan sobre paños blancos con sus nombres.
Ya levantarán los padres a sus hijos pequeños el dos de noviembre a fin de
que puedan “saludar” frente a frente los cráneos de sus antepasados, mientras
—uno a uno— se los “presentan”. El futuro se expone ante el pasado.
Rituales en el Día de muertos (pixano’ob). Cementerio de Tenabo, Campeche
(Fotos: Mario Humberto Ruz).
17
Montagu y Hunt, 1962: 141-147. Véase también Guiteras, 1984: 45-62.
La memoria maya 183
Lo anterior, y muchos otros rasgos que por razones de espacio no he podido
siquiera evocar (como la relación entre sueños, memoria e historia), nos alerta
sobre los riesgos que enfrenta quien pretenda aplicar mecánicamente premisas
historiográficas al devenir amerindio en general y maya en particular, sin tomar
en cuenta la prevalencia de criterios tales como la secuencia de los acontecimien-
tos y la impronta que esta creencia en ciclos proyecta incluso sobre las historias
personales; o que no tome en cuenta la insistencia maya en conjuntar los hechos
dependiendo de su sincronía más que de la diacronía que según nosotros les da
origen, o la manera en que la forma prima no pocas veces sobre el contenido.18
Eso no provoca necesariamente, como por lo común se ha argüido, que la
historia oral o gestual exhiba como rasgo distintivo la fugacidad. El que un mis-
mo acontecimiento pueda ofrecer a la perspectiva maya diversos significados
no lleva implícito un desorden interpretativo; se trata más bien de estrategias
diferentes de construcción de identidad (por el recuerdo o por el olvido),
dependiendo de lo que esté en juego memorar; testimonio de un proceso
permanente de reconfiguración que articula distintos registros (autóctonos
o alóctonos; fonéticos, gestuales, tejidos o escritos) que serán interpretados a la
luz de códigos culturales comunitarios únicos y singulares en tanto que surgidos
de una manera propia de entender el mundo y representarse su devenir.
Imágenes y voces memoriosas, insisto, que se anclan en tiempos y espacios
que no son necesariamente los nuestros ni se simbolizan de idéntica manera,
ya que el sentido que se les atribuye diverge a menudo del que nosotros acostum-
bramos asignarles. Y se difiere en la manera de evocar los hechos precisamente
porque se difiere en la forma de percibirlos y categorizarlos, ordenándolos en
esquemas semánticos por lo común dispares de los que emplea Occidente y
que, para mayor complejidad, pueden variar dependiendo no sólo del emisor
y el receptor, sino del contexto mismo de la enunciación.19 De hecho, no existe
una sola evocación del devenir maya más que en los discursos de ciertos líderes
nativos o en las historias oficiales.
18
Sobre estos temas resultan particularmente valiosos los textos de Manuel Gutiérrez,
citados en la bibliografía.
19
Harto común es también que los discursos memoriosos difieran no sólo entre un grupo
mayanse y otro, sino incluso de una comunidad a otra, cuando no entre los diversos grupos
políticos y religiosos que conforman un asentamiento determinado, lo que reafirma la dificultad
de tratar las narrativas mayas como si de un producto cultural único se tratase.
184 Mario Humberto Ruz
Así pues, no se trata ya tan sólo de una memoria colectiva forjada y reforzada
con los recuerdos de los otros, como postula Ricoeur, sino también de un obje-
to disputable y expropiable: un verdadero botín que —debidamente depurado
y maquillado— puede pasar a engrosar las arcas de patrimonios esencialistas
pretendidamente nacionales (cuya gestión quedará a cargo de los mestizos en el
poder), o de saberes supuestamente panétnicos cuya recreación, interpretación y
custodia se adjudican líderes locales y regionales que pretenden, asimismo, acre-
centar sus cuotas de poder, al costo de reducir la historia a mero capital político.
En ambas perspectivas es común presentar a los pueblos mayas como meras
víctimas históricas inermes, ya del colonialismo hispano, ya de los gobiernos
liberales decimonónicos, ya del feroz capitalismo globalizador. Con ello, sufren de
una nueva modalidad de “victimización”: la que les despoja de su capacidad para
fungir como actores activos de su propio devenir histórico y construir sentido.
En ese y otros aspectos, la memoria no es pues tan sólo objeto de estudio
de la historia; es reo y rehén de intereses políticos que pretenden hacer de los
portulanos comunitarios y regionales (tejidos de saber e imaginario) un mapa de-
finitivo que cancele especificidades territoriales, lingüísticas y socioculturales, y
donde se plasma un devenir chato, amorfo y homogéneo.20 Ciertamente puede
antojarse válido, con fines metodológicos o didácticos, intentar hilvanar las
diversas experiencias memoriosas de los pueblos mayas en un brocado único
expuesto sobre el telar de ese magnífico proceso civilizatorio que dominamos
maya, pero habremos de hacerlo sin perder de vista el hecho fundamental de las
diversas texturas, colores, densidades y longitudes de los hilos que lo conforman.
Así, resulta a todas luces ahistórico y antiético que los pretendidos intelectuales
de Occidente continuemos arrogándonos el derecho exclusivo de decidir cuál o
cuáles gestos y datos han de relegarse al olvido y cuáles memorias sean “dignas”
de convertirse en sujetos históricos de dicho pasado para resucitarlo. Siendo es-
trictos, desde una perspectiva maya, tal pasado ni siquiera requiere ser resucitado,
por el hecho elemental de que nunca ha estado muerto. Una y otra vez re-creado,
re-memorado, re-inventado y re-semantizado, se mantiene tenazmente vivo en
ese no lugar propio de una memoria culturalmente definida como atemporal.
20
De ello dan cuenta, en México, el empleo de textos uniformes de una historia maya, tanto
como el uso de pasamontañas que, ocultando las diferencias, busca paradójicamente hacer visible
un rostro indio, que por definición se nos vende como rural, comunitario y armónico (el mito del
buen salvaje regresa re-significado), soslayando entre otras mil cosas las fisuras comunales y el hecho
de que cerca de un 26% de los mayahablantes habita hoy en menos de una decena de ciudades.
La memoria maya 185
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CARNAVAL, MUSEO AND SPA.
DISFRACES DE LO ZOQUE EN EL CHIAPAS CONTEMPORÁNEO
Miguel Lisbona Guillén
unam, iia, Proimmse
Introducción
Pero una sociedad humana hace fiestas no porque está
cohesionada, sino precisamente porque no lo está sufi-
cientemente. Es erróneo pensar que el énfasis festivo es
un síntoma de salud social. Un colectivo humano que
apologiza el dispositivo festivo para producir cohesión e
identidad está indicando un déficit de estas substancias.
Manuel Delgado Ruiz, 1992: 79-80.1
No es la primera vez que se pone a consideración del lector una reflexión di-
rigida a cuestionar el papel asignado al grupo humano conocido como zoque
en el Chiapas contemporáneo, y especialmente desde instituciones sitas en la
capital del estado, Tuxtla Gutiérrez (Lisbona Guillén, 2006 y 2008). De ahí
que este texto pueda ser leído como una tercera entrega de un pensar en voz
alta o, si se prefiere, de un deseado razonar con los hablantes de zoque o con
aquellos que se asumen como tales. Un razonar que nunca quiere transcurrir
por los derroteros de la corrección política o cultural sino por aquellos donde
1
Ésta, como las demás traducciones al castellano de la obra de Delgado Ruiz que figuran
en el artículo, fueron hechas por el autor del artículo.
189
190 Miguel Lisbona Guillén
el pensar crítico permita observar con mayor fluidez intelectual las transforma-
ciones cotidianas de la sociedad, y los discursos construidos alrededor de un
grupo humano asumido como totalidad étnica. Es por ello que las siguientes
páginas no tienen como objetivo una exposición etnográfica; por el contra-
rio, se quieren puerta abierta a la reflexión para futuros trabajos etnográficos
soportados en la información y salvaguardados de cualquier tono folklorizante,
tentación nunca ajena a la presencia de lo indígena en espacios urbanos.
Esta entrega, en definitiva, tiene como finalidad discurrir en torno a una
institución creada en el año 2006,2 el Museo Zoque de Copoya, y una fiesta
nacida en el 2007, el Carnaval de Copoya. Ni los museos ni las carnestolendas
son construcciones recientes en el mundo, y tiempo habrá en estas páginas para
profundizar en ello, pero sí llama la atención que en la localidad de Copoya, a
escasos cinco km de la capital chiapaneca, de donde depende administrativa-
mente, surgieran casi al alimón sendas propuestas que tienen a la “zoquedad”
del lugar como punto de inflexión para su nacimiento.
De historiadores y antropólogos es conocido el pasado zoque del centro de
Chiapas, y en concreto de su capital y de Copoya, lugar fundado en el siglo xix por
hablantes del idioma zoque como ha descrito con precisión Dolores Aramoni
(1992). Hablantes de tal idioma todavía viven en los estados de Chiapas, Oaxa-
ca, Tabasco y Veracruz, alejados de los grandes centros urbanos del país, cuya
cercanía ha influido para que muchos lugares donde históricamente se habló
el zoque hayan perdido de manera paulatina hablantes, como ha ocurrido en
Copoya, donde ya casi no se hallan. La existencia de un idioma, sin embargo,
tampoco es una exigencia identitaria, como rasgo cultural inamovible, para que
los copoyeros o ciertos habitantes de Tuxtla Gutiérrez se asuman como zoques
o, al menos, como descendientes de los mismos. Tampoco es de extrañar que
lo zoque se encuentre presente en la capital en forma de apellidos, sabores ali-
menticios y en una serie de festividades que conforman un complejo entramado
de cargos relacionados con devociones católicas, casi todas ellas uniendo a
habitantes de Tuxtla Gutiérrez y Copoya, como han apuntado algunos estudios
(López Espinosa, 2001) y también lo sigue haciendo de manera incansable la
ya mencionada antropóloga Aramoni. El carnaval de Tuxtla Gutiérrez es un
2
El proyecto fue presentado el año 2005 al presidente de Tuxtla Gutiérrez por la Dirección
de Difusión Cultural de la propia Presidencia Municipal. Para llegar a dicho proyecto se mantu-
vieron reuniones con académicos y miembros de la sociedad civil de Tuxtla Gutiérrez y Copoya.
Carnaval, museo and spa 191
Inauguración del “Festival Cultural Zoque” en el Museo Zoque
de Copoya, marzo de 2008. Foto: Ricardo García Robles.
ejemplo de dicha colaboración, aunque en la actualidad aparezcan versiones
distintas tanto en la capital chiapaneca como en Copoya.
Pero si la presencia de lo zoque está viva en el estado de Chiapas, tanto en
los municipios donde prácticamente toda la población es hablante del idioma,
y también de diversas formas en la capital chiapaneca y en la misma localidad
de Copoya, ¿qué sentido tienen la creación de un museo zoque y la invención de
un carnaval cuando ya existía uno? De esta pregunta surgió la idea de escribir
este texto, interrogante consciente de las suspicacias que puede conllevar,
aunque no exenta de interés por seguir pensando lo zoque si es que es factible
entenderlo, repito, como totalidad étnica.
Tampoco hay que olvidar que este nuevo museo no es la única iniciativa de
tal naturaleza. Funciona desde hace tiempo una sala zoque en el Museo del
Centro Regional del Conaculta-inah que contiene piezas arqueológicas, otra
en el Centro Cultural Jaime Sabines, llamada Sala Tuxtla, que expone fotos
y documentos históricos de la ciudad, así como un mural, obra de Francisco
Vargas, que muestra actividades rituales y festivas de los zoques, entre ellas
representaciones del carnaval de Tuxtla Gutiérrez (ambas en la ciudad capital
del estado de Chiapas), y un museo de cultura e historia natural en la cabecera
192 Miguel Lisbona Guillén
municipal de Ocozocoautla donde comparten espacio piezas paleontológicas y
algunos textiles y cerámicas locales. Tampoco hay que dejar atrás las nuevas
iniciativas que se ponen sobre la mesa de instituciones políticas y culturales
para crear otros museos, como es el caso del llamado “Museo Vivo de la
Cultura Zoque”, proyecto particular pero que responde al interés despertado
por la ruta turística zoque, dedicada a promover las obras arquitectónicas
coloniales en municipios históricamente habitados por hablantes del idioma.3
De la misma manera, los recientes hallazgos arqueológicos en el municipio de
Chiapa de Corzo,4 supuestamente habitado por los hablantes de algún idioma
protomixezoqueano antes de la llegada de los chiapanecas, han despertado el
interés político por la creación de un Museo Nacional de la Cultura Zoque en
la zona excavada, como ha propuesto la senadora por Chiapas, María Elena
Orantes López.5
Seguramente la reflexión en forma de interrogante señalada en párrafos
anteriores es la que más problemas causa a la hora de abordar cuestiones re-
lacionadas con lo étnico. La ecuación tradición = identidad suele dar al traste
con cualquier ocasión de pensar lo zoque actual como una multiplicidad de
posibilidades, tal vez porque siempre fue así o porque el propio devenir histórico
lo ha querido. Ni siquiera lo pensado como refugio de la tradición, que son las
fiestas religiosas, se libra de innovaciones constantes y conscientes por parte
de sus participantes. De tal suerte que construir un museo o crear una fiesta,
ambas ligadas a una concepción estable de lo cultural, resulta un buen espacio
para la reflexión del significado de la identidad pero, sobre todo, del concepto que
las instituciones políticas o culturales le otorgan. Una visión de la diversidad
cultural estética más que moral como afirmó Appiah (2007: 227).
3
La propuesta tiene la intención de construir un museo entre los municipios de Copainalá
y Tecpatán, aprovechando “la estrategia que el gobierno del estado ha implementado sobre
el Corredor Zoque”, según las palabras de la persona que lo promueve, la ingeniera María
Elena Castillejo; J. Citalán, “Museo vivo de la Cultura Zoque atraería al turismo”, en Noticias,
Tuxtla Gutiérrez, 13 de marzo de 2009, p. 4.
4
El trabajo arqueológico estuvo financiado por la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo,
la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia,
National Geographic Society y por una beca Fullbright-García, además de algunas donaciones
privadas. El director del proyecto fue Bruce Bachand, el co-director Emiliano Gallaga y la
arqueóloga encargada de campo, Lynneth Lowe.
5
“Aprueba Senado construcción de museo nacional de la cultura zoque”, en El Heraldo,
Tuxtla Gutiérrez, 8 de julio de 2010, p. 9.
Carnaval, museo and spa 193
Mural de Francisco Vargas, Sala “Tuxtla”, Centro Cultural Jaime
Sabines, Tuxtla Gutiérrez. Foto: Julio C. Sarmiento Martínez.
Con estas afirmaciones es posible entender que el texto discurrirá por varios
caminos que confluyen en la determinación de ciertas instituciones por fijar la
identidad zoque. Determinación que no tiene por qué ser consciente pero que
se apoya perfectamente en dos aspectos de resonancias identitarias: la inven-
ción de tradiciones y la delimitación de una cultura a través de un museo. Por
tal motivo, el concepto de invención, tal como fue tratado por Hobsbawm y
Ranger (1988),6 las ideas que sobre los museos expuso Anderson (1993) y la
visión de la fiesta tratada por Delgado Ruiz (op. cit.) serán ejes vertebradores de
una exposición que iniciará con aspectos que están delimitando la zoquedad
publicitada a una serie de representaciones festivas o rituales trasladadas de sus
originales espacios; continuará con las visiones del carnaval y sus derivaciones
festivas actuales, y finalizará con la construcción del museo y la de invención y
6
La traducción al castellano de la obra coordinada por Hobsbawm y Ranger es responsa-
bilidad del autor de este artículo.
194 Miguel Lisbona Guillén
sujeción de las realidades culturales referidas a los zoques de la Depresión
Central de Chiapas.
Lo zoque en un nuevo contexto
Nada en este mundo es perpetuo. Todo, aunque aparente-
mente firme, está en continuo flujo y cambio. El mundo
mismo da síntomas de fragilidad y disolución. ¿Qué más
contrario a la analogía, por lo tanto, que imaginar que una
única forma, que parece la más frágil de todas y sujeta a
los mayores trastornos, es inmortal y, por las causas más
triviales, indisoluble?
David Hume, 2002, p. 173.
Un aspecto que debe llevar al análisis antropológico referido al tratamiento
de lo étnico en los medios de comunicación, en muchos casos a través de
referencias a las labores realizadas por instituciones culturales oficiales, es el
que visualiza la diferencia cultural en lugares caracterizados por una pérdida
paulatina o casi total del idioma indígena. Los hablantes de zoque son rara
vez tomados en cuenta, y si lo son, forman parte de alguna actividad que los
reúne con otros hablantes o ex - hablantes del mismo o de otro idioma, a
manera de festival o encuentro. Estas modalidades de reunión han proliferado
en los últimos años, y en el caso concreto de los zoques se visualiza a través
del “Festival Cultural Zoque” y 7 el “Festival de la Provincia Zoque”,8 este
último continuidad del anterior pero con distinto nombre: “El Día del Músico
Tradicional Zoque”,9 o el “Encuentro de Joyonaqueros” con motivo de las
festividades del santo patrón de Tuxtla Gutiérrez,10 por citar sólo alguna de
las modalidades ofrecidas con formato similar.
7
Verónica Huesca, “Inicia Festival cultural zoque”, Cuarto Poder, Tuxtla Gutiérrez, 12 de
marzo de 2008, p. D2.
8
Sara Regalado, “Convergen grupos zoques”, Cuarto Poder, Tuxtla Gutiérrez, 28 de abril
de 2010, p. D2.
9
“En el suceso participaron más de 50 músicos zoques, de los municipios de Tecpatán,
Copainalá, Ocotepec y Coapilla”, Cuarto Poder, Tuxtla Gutiérrez, 27 de noviembre de 2008, p. B23.
10
El joyonaqué es un ramillete floral elaborado con hojas y tallos de flores de la región.
En dicho encuentro participaron ramilleteros de municipios con diverso origen étnico. Cuarto
Poder, Tuxtla Gutiérrez, 25 de abril de 2008, p. D2.
Carnaval, museo and spa 195
Carnaval de Copoya 2008, Músicos tradicionales del
municipio de Suchiapa. Foto: Ricardo García Robles.
Por supuesto, la carga organizativa corre a cargo de las instituciones en-
cargadas en Chiapas de la divulgación cultural: el Consejo Estatal para las
Culturas y las Artes (Coneculta) y los ayuntamientos correspondientes, y por
otras instancias a nivel nacional, como fue el caso del día del músico tradicio-
nal, donde participó la Comisión Nacional para el Desarrollo Indígena (cdi),
sucesora del antiguo Instituto Nacional Indigenista (ini). Estas reuniones
institucionalizadas no necesariamente son asumidas por los miembros de la
Mayordomía del Rosario de Tuxtla Gutiérrez o por la Junta de Festejos de
Copoya, que son los nombres que designan a las agrupaciones de personas
encargadas de preservar las actividades festivas y religiosas de raigambre zoque.
El deslinde de la mayoría de miembros de estas asociaciones, que resguardan
la ritualidad zoque local de los actos ajenos a lo que consideran tradición, es un
nítido posicionamiento frente a una visión folklorizante de las instituciones
políticas y culturales de los gobiernos municipal y estatal.11
Tal folklorización, por supuesto, condiciona de dos maneras las menciones
a lo zoque. En primer lugar, se acerca al hecho diferencial cultural mediante el
concepto de “rescate” del pasado o de la tradición y, en segundo lugar, ubica lo
zoque como referencia identitaria de una localidad o un municipio. Un ejemplo
ofrece mayor claridad a lo expuesto. La publicación de un “Calendario Zoque”
en un periódico de la capital chiapaneca motivó las siguientes palabras:
Información personal de Dolores Aramoni Calderón.
11
196 Miguel Lisbona Guillén
La historia proporciona los valores de identidad que definen las características
más representativas dentro de la sociología y psicología de los pueblos […]. Las
raíces zoques que nos arraigan a esta tierra, llegan hasta nuestros días con su ale-
gría y colorido, pero desconocidas para una cada vez más grande parcialidad de
la población […]. La importancia de reconocer en nuestro pasado las actividades
que hasta el día de hoy nos dan identidad, da cabida a este calendario que debería
formar parte de cada uno de los hogares tuxtlecos, con base al reconocimiento de
nuestros orígenes, otorguemos a nuestra cotidianidad el valor intrínseco de la rica
cultura que nos precede.12
Ya habrá tiempo de tratar en estas páginas la conversión en espectáculo
de lo festivo o ritual, pero no cabe duda que muchas de las actividades que
tenían dichas características en la tierra de los zoques se están equiparando,
con celeridad, a esta modalidad de espectáculo, por encima de la participación
en los mismos. Fiestas antiguas o nuevas ocupan espacios físicos que ante-
riormente les eran ajenos o les estaban vedados. De esta manera el carnaval
de Tuxtla Gutiérrez, todavía celebrado por personas que se reconocen zoques
junto a sus conciudadanos de Copoya, tiene como núcleo de la celebración
la danza de Napacpoetzé13 o Te’Hatajamaetzé,14 con una ritualidad alejada de
los despliegues festivos de las instituciones políticas locales. Miembros de la
Mayordomía del Rosario y de la Junta de Festejos de Copoya se han negado
a participar en dichos actos por considerarlos folklóricos, aunque alguno
de ellos, por decisión personal, y cobrando, se ha incorporado al melting pot de
la carnestolenda capitalina oficializada.15 De ahí que en el año 2009 “danzantes
de esta capital, así como invitados provenientes de lugares como Copainalá
y San Fernando hicieron un despliegue de sus danzas al ritmo de tambor,
carrizo, guitarra y armónica, en el escenario a cielo abierto en la Calzada de
los Hombres Ilustres”, lo que, a decir de un diario local, fue ejemplo “de las
raíces que dan identidad al pueblo tuxtleco”.16
La novedad de esta forma de ubicar las expresiones culturales locales
se adecua muy bien a la adhesión de otras innovaciones como lo son la
12
El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 17 de marzo de 2008, Suplemento Especial.
13
Información personal de Dolores Aramoni Calderón.
14
Véase Juan Ramón Álvarez Vázquez, Te’Hatajamaetzé. La Danza de Carnaval, 2010 (video).
15
Información personal de Dolores Aramoni Calderón.
16
El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 16 de febrero de 2010, p. 31.
Carnaval, museo and spa 197
proclamación de la “Embajadora del Traje Regional Zoque 2008” o,17 inclu-
so, aspectos más políticos que adquieren legitimación a través de conceptos
ya asimilados como tradicionales, por indígenas, como fue la elección, por
primera vez, de un candidato a alcalde por un partido político a través de “usos
y costumbres” en Tecpatán.18
Seguramente el caso más sintomático de esta reconducción de ciertas
fiestas se observa en el Carnaval de Tuxtla Gutiérrez y en la invención de
un Carnaval en Copoya, aunque dentro de este ciclo carnavalesco no habría
que olvidar la promoción turística que el más conocido y estudiado de los
carnavales zoques está recibiendo, el de Ocozocoautla (Rivera Farfán, 1991 y
1998; Loi, 2009). El tirón que los carnavales en forma de desfile tienen en el
mundo, y en el país, ha promovido esta modalidad en la capital de Chiapas,
aunque se quiera aderezar con referencias al pasado zoque, como se mencionó
en párrafos anteriores.19
La nueva celebración de Copoya reviste tintes distintos, puesto que resulta
una invención al no haberse realizado en dicha localidad carnaval alguno en su
historia. En el año 2007 un comité organizador, mismo que sigue llevando a
cabo sus preparativos y puesta en escena hasta la actualidad (véase documento 1),
estructuró una propuesta de festividad carnavalesca amparada por las institucio-
nes culturales estatales y por el Ayuntamiento de la capital chiapaneca. No sólo
se le apoya con invitaciones y publicidad a dicha manifestación festiva, sino que
“el Gobierno manda la comida” que se ofrece a participantes y visitantes, como
recordaba una de las cocineras en la celebración del año 2009.20
La elección de una “reina zoque de la tercera edad”, los bailables públicos y
un desfile con carros alegóricos y manifestaciones musicales de diversa índo
le componen este carnaval que en gran número está integrado por alumnos
de escuelas públicas dirigidos por sus profesores, y por músicos y danzantes del
17
“Más que un certamen [de belleza cabe suponer] fue un encuentro con la cultura zoque.
Música, danza, canto, belleza y remembranza al pasado”, El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez,
8 de mayo de 2008, p. 33.
18
Cuarto Poder, Tuxtla Gutiérrez 13 de mayo de 2007, p. A3.
19
“Ojalá que la festividad del ‘Carnaval Zoque, Tuxtla 2010’ despierte el sentido de origen y
pertenencia del pueblo tuxtleco y rescate sus valores étnicos y populares tradicionales…”, José
Luis Castro, El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 14 de febrero de 2010, p. 32.
20
Entrevista realizada en el Carnaval 2009 de Copoya por Tania Cruz como parte de su
proyecto “Copoyeros somos. Documentación de la memoria colectiva de Copoya”, Programa
de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico-Conaculta.
198 Miguel Lisbona Guillén
Carnaval de Copoya 2008, comparsa de alumnas
de una escuela pública primaria. Foto: Ricardo García Robles.
Carnaval de Copoya 2008,
comparsa de alumnos de una
escuela pública primaria.
Foto: Ricardo García Robles.
Carnaval, museo and spa 199
pueblo o de localidades vecinas.21 Rescatar las tradiciones y costumbres zoques se
convierte en el argumento vertebrador para los organizadores y exégetas de esta
festividad:22 “Estas celebraciones permiten mantener vivas las raíces que dan iden-
tidad a la población, además de dejar un legado a las próximas generaciones”.23
El carnaval conjunto de Tuxtla Gutiérrez y Copoya, en manos de los
participantes en los cargos religiosos de la Mayordomía y de la Junta de Fes-
tejos de ambas localidades, y que no ha sido estudiado desde una perspectiva
antropológica,24 cuenta ahora, por lo aquí expresado, con una competencia
doble. Por una parte la suscitada por el carnaval copoyero y, por la otra, la am-
bivalente relación que el carnaval capitalino espectacularizado ofrece para
alguno de los aspectos del pretérito carnaval, en concreto la ocasional contra-
tación de danzantes y músicos.25
Aunque este texto no pretende realizar un estudio del carnaval en sí, parece
conveniente remitirse a sus orígenes para poder llegar a la concepción festiva
que estas nuevas manifestaciones sugieren, a la vez que inquietan hacia la
interrogación de sus transformaciones y nuevos caminos.
De carnaval a carnaval: ¿dónde quedó la fiesta?
Detrás de esta ansia por encontrar aquello que de pro-
fundo, ancestral, atávico o secular hay en las fiestas lo que
se disimula es en realidad el deseo de unos pocos o de
muchos de construir esta referencia simbólica poderosa
sin la cual no es posible conjugar el “nosotros”. Esto
no quiere decir que haya identidades artificiales; quiere
decir que todas lo son.
Delgado Ruiz, op. cit.: 119.
21
Una descripción más extensa de las actividades realizadas puede verse en “Resaltan
colorido y música en Carnaval Zoque de Copoya”, El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 17
de febrero de 2010, p. 7.
22
Sergio Granda, “Festejarán Carnaval Zoque de Copoya”, Cuarto Poder, Tuxtla Gutiérrez,
16 de febrero de 2008, p. B3; “Preparan Carnaval Zoque en Copoya”, El Heraldo de Chiapas,
Tuxtla Gutiérrez 12 de febrero de 2010, p. 8.
23
El Heraldo de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 16 de febrero de 2010, p. 31.
24
Si bien Aramoni Calderón lo está trabajando desde hace varios años como parte del ciclo
festivo anual de la capital chiapaneca.
25
Información personal de Dolores Aramoni Calderón.
200 Miguel Lisbona Guillén
Historiadores y antropólogos han hecho del estudio del carnaval un tema pe-
renne de las referencias festivas al pasado y al presente de pueblos y ciudades
influidos por el cristianismo. De las clásicas aportaciones sobre el territorio
hispano (Caro Baroja, 1989) pasando por trabajos que tienen al mundo indí-
gena de los Altos de Chiapas como lugar de análisis (Bricker, 1989), el carnaval
es punto nodal para interpretar el tiempo festivo. Es por ello que también
muchas han sido las tentaciones a la hora de buscar en esta festividad sus
orígenes remotos, paganos en el caso europeo, y simbolismos prehispánicos
en el latinoamericano.
Esta especie de pasión por los orígenes no debe retraer que el carnaval era
“un preludio lógico o […] una antítesis previa”, como recuerda Le Roy Ladurie
(1994: 327), a la purificación que representa la Cuaresma. Esta circunstancia
real tampoco implica que su nacimiento y desarrollo no suscite diversas re-
flexiones inclinadas sobre su carácter urbano inicial (Heers, 1988: 256-257), las
diferenciaciones entre las versiones urbanas y rurales (Roma, 1996: 209), o la
unión entre fiesta carnavalesca y revuelta que tan bien expresó Le Roy Ladurie
(1994) para la Europa moderna, y recuerda Delgado Ruiz (2007: 178-179) para
la urbanidad más próxima en el tiempo, por sólo citar algunas referencias.
Pero en la cuestión que nos ocupa —y dejando posibles interpretaciones
del contenido de los carnavales en tierras americanas, concretamente en
poblaciones indígenas—, lo que parece ser un motor del nuevo carnaval de
Copoya es la idea de continuidad con el pasado, algo que no debe sorprender
y que ya fue utilizado para otros carnavales más conocidos, como lo recuerda
Hobsbawm (1988a: 7-9) entre los brasileños.
Carnaval, museo and spa 201
La diversidad de expresiones festivas ligadas al carnaval en tierras chiapane-
cas, los múltiples elementos que la componen, así como el distanciamiento con
prácticas existentes en la celebración del carnaval tuxtleco donde participan
habitantes de Copoya, hacen que este nuevo carnaval pueda ser considerado
una invención que toma como modelo la parafernalia urbana internacionalizada
por los carnavales visibilizados en el siglo xx por los medios de comunicación.
Por supuesto, este modelo de carnaval nada tiene que ver con la diversidad
de enunciados rurales constatables en los pueblos de Chiapas y tampoco
responde al modelo de carnavalización o de lo carnavalesco que popularizó
Bajtin (1994) a la hora de ubicar la narración ahistórica y pluritonal (Delgado
Ruiz, 2004: 96), ejemplo de confrontación con la explicación unívoca y lineal
de la realidad, y modelo de inversión del orden social.
No se está, pues, frente a la recreación de una antigua fiesta o al surgi-
miento espontáneo de una —a pesar de que se desconozcan los caminos por
los que pueda transitar—, sino que su aparición se acerca más a fenómenos
que diseminan lo étnico más allá de fronteras definidas, pero que responden,
como bien lo ha expresado Galinier (2008: 111), a las “búsquedas de raíces”
o, si se prefiere, a modalidades de anclar en lo ancestral zoque la existencia de
una identidad local, aunque se sostenga en un sustantivo generalizador como
el utilizar la palabra “zoque”.
Roberto DaMatta (2002: 162), uno de los especialistas en los carnavales de
su país, Brasil, lanzaba en una investigación considerada clásica una pregunta
al aire: “cuando hablamos de carnavales y tenemos dos ‘carnavales’ en dos
(o más) sociedades diferentes, ¿tenemos realmente un mismo fenómeno?”.
La respuesta parece clara si se parte de una perspectiva que los estudie a través
de su carácter festivo. En sus análisis sobre el desfile carnavalesco brasile-
ño destaca su condición polisémica frente a otro tipo de desfiles, como el
militar del día patrio, donde los símbolos, gestos y lenguas son marcadamente
unívocos. De esta explicación de DaMatta, sin entrar en la complejidad del
análisis carnavalesco, sería resaltable para nuestro caso esa diferenciación
de fenómenos festivos que se esconden tras el nombre de carnaval y, por
supuesto, la unicidad que el caso de Copoya representa dentro del panorama
festivo local.
¿A dónde se quiere llegar con tal afirmación? En primer lugar, lo que se
pretende realzar es que la adopción o visión de una realidad festiva estará li-
gada a un posicionamiento teórico determinado. La fiesta como transgresión
202 Miguel Lisbona Guillén
del orden establecido, como crítica a la sociedad o al poder tan dado entre
ciertos carnavales (Burke, 2005), significa una forma de observar la realidad
que se contrapone a los análisis más afines a la sociología de Emile Durkheim
preocupada por la misión renovadora de los vínculos solidarios de los miem-
bros de una sociedad y por aquellos funcionalismos que la observarían como
activadora de la cohesión social. Es decir, las afirmaciones de organizadores,
participantes y medios de comunicación de este nuevo carnaval copoyero
responden a dicho modelo cohesionador y pervivencial de la sociedad, o
en este caso de la tradición zoque. La tarea —muchas veces olvidada— de
quienes deberán estudiar estos fenómenos será ubicar esta nueva festividad
en el universo simbólico, pero también político, en que se encuentra inscrita
(Delgado Ruiz, 1992: 14).
Aunque para esclarecer con mayor nitidez estos aspectos hubiera sido ne-
cesario partir de una pregunta inicial: ¿este nuevo carnaval de Copoya es una
fiesta? La división expresada por Jean Duvignaud (1976) para diferenciar fiestas
de participación y fiestas de representación, y que es retomada por Rodríguez
Becerra (1982: 32) para castellanizar la clasificación en fiesta y espectáculo, sitúa
este interrogante en una disyuntiva y enlaza perfectamente con otra tipología
que divide la fiesta en dos modelos:
[…] cuando la fiesta es un modelo de la realidad (es decir, cuando refleja con una rela-
tiva fidelidad la concepción cultural que una sociedad tiene de sí misma) y cuando
la fiesta se presenta como un modelo para la realidad (o sea, cuando lo que se refleja
a través de la fiesta no es tanto lo que la sociedad es o cree ser, sino lo que cree
que debería ser o le gustaría ser (Prat, 1982: 164).
Si toda fiesta es un espectáculo es tema de discusión intrincado, pero a
donde se quiere llegar con alguno de estos ejemplos teóricos es a complejizar
los análisis futuros y, sobre todo, a aportar dos aspectos que se pueden reto-
mar desde ámbitos académicos al igual que por públicos lectores más amplios.
El primero refiere a la utilización del pasado, y del pasado étnico en concreto,
como soporte legitimador o nebulosa interpretativa. Legitimador porque la
sola mención de lo zoque, para este caso en particular, no tiene trascendencia
interpretativa alguna; por el contrario, disfraza tras el nombre la creación de
un espectáculo, sin poner en duda su legitimidad por ello. Remueve, eso sí,
la búsqueda de arraigo y las conciencias de una sociedad atravesada por una
Carnaval, museo and spa 203
desigualdad secular que sólo parece alcanzar su tranquilidad a través del llamado
cultural de los ancestros.
El segundo aspecto, ligado al anterior, se dirige al mismo contenido, orga-
nización y participación de este nuevo espectáculo, que en nada se diferencia
de otros que otorgan al sustantivo étnico y su defensa su propia legitimación.
Convertir en espectáculo lo étnico, por iniciativa de miembros de la sociedad
civil o por instituciones gubernamentales, se ha vuelto un fenómeno cotidiano
en el Chiapas y el México contemporáneo, aunque podría hacerse extensivo a
otros lugares del planeta. Esta afirmación no tiene como objetivo realizar una
crítica hueca sino que, por el contrario, enfoca los reflectores sobre realidades
muy concretas. Una es el papel de las instituciones públicas, especialmente,
a la hora de definir qué es y cómo debe comportarse lo étnico (lo zoque),
cómo debe ser culturalmente en conclusión; la otra es la asunción por parte
de determinadas personas, incluso de participantes en estas actividades es-
pectacularizadas, de un discurso que homogeneiza lo étnico, trasladando los
originales espacios de realización de fiestas y rituales a ámbitos higienizados, en
una especie de folklorización de lo anteriormente vetado, o todavía denostado
si no se incorpora a los mencionados ámbitos permitidos. El papel de la Iglesia
católica en las denigraciones públicas de tales actividades ha sido permanente y,
en el caso que nos ocupa, el control de las tres imágenes religiosas del templo
de Copoya, y que conectan a dicha localidad con la capital del estado en una
serie de visitas rituales, es el ejemplo más claro.
Esta forma de utilizar las actividades rituales o festivas, de crear alguna de
ellas bajo el manto de la recuperación de tradiciones, es tan artificial como
cualquier construcción identitaria; como afirma Delgado Ruiz (1992: 119),
todas las identidades son artificios construidos por nosotros mismos, y en
nuestra modernidad esa parece ser una obligación constante: la de informar
quién somos (Delgado Ruiz, 2007: 195). Las prácticas culturales, encabezadas
por las manifestaciones festivas, se han convertido en hilos conductores de
la identidad visible y nombrada, pero hay que recordar, a lo mejor como lo
hizo Gellner (1991: 87), que, sin la necesidad de identificación, las prácticas
culturales siempre han sido como el propio aire que se respira.
204 Miguel Lisbona Guillén
El Mundo como Museo
No podemos pretender que los demás nos proporcionen
un museo cultural para que hagamos turismo o para que
visitemos en un interminable safari virtual a través de la
televisión vía satélite, ni podemos exigir que exista un
surtido de paraísos estilo Shangri-la a fin de ampliar el
abanico de opciones con que contamos para configurar
nuestra identidad.
Appiah, 2007: 380.
En el año 2006 abrió sus puertas el Museo Zoque de Copoya como una
dependencia adscrita a la Secretaría de Desarrollo Social de la Presidencia Munici-
pal de Tuxtla Gutiérrez. La demolición de cuatro casas permitió la construcción
de diversos edificios de adobe aparente y techo de teja sobre losa que albergan
diversas salas que ofrecen, en concreto, una colección fotográfica sobre el
tratamiento de la enfermedad y la mitología —no muy extensa—, una peque
ña biblioteca, una supuesta casa tradicional zoque y una muestra de trajes,
tejidos y bailes tradicionales con los correspondientes instrumentos musicales.
Igualmente aparecen expuestas fichas que remiten al pasado de los zoques y
de sus rutas comerciales históricas. En el espacio también se cuenta con un
pequeño salón donde pueden llevarse a cabo conferencias, presentaciones de
libros y otras actividades afines.
Construcción del Museo Zoque de Copoya, 2006. Foto: Ricardo García Robles.
Carnaval, museo and spa 205
La propuesta inicial del museo era convertirlo en un espacio de “investiga-
ción, documentación, conservación, divulgación de la cultura zoque, teniendo
como efecto agregado convertirse en un punto de atracción turística de Tuxtla
Gutiérrez, generando con ello un beneficio social y empresarial”. Asimismo
se pensaba contar con expendios de hierbas y plantas medicinales, restaurante
de cocina tradicional y tienda de artesanías y objetos relativos al museo, sin
embargo hoy sólo existe un local donde se realizan masajes terapéuticos.
También en el diseño original estaba proyectado que hubiera un temazcal
a modo de atractivo turístico, tal como si fuera un spa de los hoteles de lujo
nacionales. El temazcal es hoy una bodega abandonada que nunca se llegó a
usar para lo que era su objetivo inicial.
Respecto al contenido del museo es conveniente detenerse en alguno de
sus detalles, por ejemplo en los trajes expuestos. Las descripciones que los
secundan conducen a un modelo de vestuario que se quiere zoque y, sobre
todo, que se congela en el tiempo. Tampoco, en ningún caso, existen seña-
lamientos que hagan pensar a los visitantes que esa forma de vestir remite
a las derivaciones de la indumentaria que el periodo colonial impuso a los
originales habitantes de lo que hoy es la República Mexicana, más bien empata
con una lógica folklórica que determina qué tipo de vestimenta corresponde
a cada grupo humano, o a aquella forma de vestir que se perdió por el paso
del tiempo y las transformaciones de la sociedad.
Algo similar ocurre con la explicación de las danzas. El museo parece
obligado a interpretar para los visitantes lo que observan, por tal motivo las
exégesis de investigadores o aficionados dan contenido a dichos bailes, algunos
de ellos mantenidos por los miembros de la Mayordomía del Rosario de Tuxtla
Gutiérrez y la Junta de Festejos de Copoya en su afán de evitar la tendencia a
la folklorización ya apuntada en páginas anteriores.
En referencia a las cédulas históricas, éstas describen sitios prehispánicos o
etapas que los arqueólogos han bautizado para diferenciar periodos del pasado.
También aparecen comentarios a construcciones coloniales, como templos
y conventos, y mapas más recientes de los municipios considerados zoques.
De manera general se puede afirmar que todas se apoyan en los trabajos de
disciplinas de las ciencias sociales, aunque hay marcadas carencias respecto a los
últimos trabajos de los especialistas que han investigado la temática zoqueana.
Hay que destacar, antes de cerrar esta breve descripción del museo, que
existe un proyecto para reestructurarlo, es decir, para efectuar adecuaciones
206 Miguel Lisbona Guillén
en el contenido que ofrece. De ahí que la propuesta piense en la compra de
materiales etnográficos, a la antigua usanza de los primeros etnógrafos que
recorrían las antiguas colonias para los museos del exotismo en el primer
mundo, o tenga contemplado una adecuación a los tiempos actuales mediante
el uso de medios audiovisuales. Por último, existe la intención de formar un
archivo sonoro de las tradiciones zoques, así como convertir la biblioteca en
un centro especializado de los zoques.
Detenerse en la descripción del Museo Zoque de Copoya, aunque sea de
forma breve, tiene una intención que va más allá de la simple narración o enu-
meración de su contenido, piensa en la concepción que de lo zoque se tiene en
este museo y que podría enlazarse con lo expuesto por algunos especialistas
al estudiar el origen de esta institución. Seguramente el multicitado trabajo de
Anderson (1993) se ha convertido en un referente para interpretar el papel que
este establecimiento cultural, llamado museo, jugó o juega en la construcción del
Estado nacional en territorios coloniales. El museo creaba un pasado, un origen
y una fundación a los nuevos territorios que se querían naciones. “Museizar”
el pasado no sólo legitimaba las instituciones incipientes que surgían tras el
colonialismo, sino que construía una historia, una herencia tradicional, o un
trasfondo cultural compartido por los habitantes que se estaban convirtiendo
en mexicanos, argentinos o peruanos, por citar algunos ejemplos. Es decir,
junto al mapa y el censo desde la perspectiva de Anderson (op. cit.: 228-259),
los nuevos Estados usaban herramientas incluso coloniales para delimitar el
territorio, contar a sus habitantes y, en el caso del museo, ofrecer una única
lectura del pasado y de la concepción cultural que permitiera identificar a los
nuevos ciudadanos, a los connacionales. ¿Qué tiene que ver esta visión de la
construcción de la Nación con el museo de una etnia? Ésa es la pregunta que
subyace a la escritura de este apartado, o del texto en general.
La visión de los zoques ofrecida en el museo delimita, con ayuda de los
mapas, la presencia zoqueana en el actual territorio mexicano pero remite, sobre
todo, a unos zoques del pasado, y no tanto a los del presente, muchos de ellos
viviendo más allá de las fronteras de sus municipios, e incluso de las nacionales.
Esta delimitación es coincidente con una forma de observar el hecho cultural
como algo estable y exótico. Es el caso de la estabilidad ejemplificada con la
casa, el vestuario o los bailes. Es como significar que los zoques o son así o
no son. Hay que agregar que en ningún momento son mencionadas todas las
manifestaciones rituales en forma de baile que se llevan a cabo en municipios
Carnaval, museo and spa 207
con presencia de hablantes zoques. Por su parte, el exotismo se destaca con
las referencias al tratamiento de la enfermedad y de los personajes míticos,
obviando cualquier explicación que relacione ambos aspectos con una peculiar
visión del mundo, hecho que la antropología se ha encargado de reseñar y
destacar a la hora de entender la llamada diferencia cultural.
En definitiva, lo que se muestra en el museo es una imagen parcial, y en
buena medida congelada en el tiempo, de lo zoque; una visión que delimita
y constriñe la diversidad cultural y la propia diversidad zoqueana y que, sobre
todo, restringe lo zoque al pasado de Tuxtla Gutiérrez, pero sin siquiera mostrar
con claridad las actividades que todavía se llevan a cabo en esa ciudad capital.
Por otra parte, la concepción de lo indígena como patrimonio nacional o
estatal, o “riqueza cultural” que hay que preservar a través de actividades como
las mencionadas en los apartados precedentes, o gracias a museos como el
aquí analizado, no es una singularidad local. Las políticas internacionales de las
Naciones Unidas, a través de la Unesco, tienden a concebir la realidad con este
sentido, y casos como el expuesto no son ajenos a estas políticas, tal como lo
expresara con claridad Sarrazin al estudiar las transformaciones del Museo del
Oro en Bogotá, donde se efectuaron remodelaciones para incorporar salas
dedicadas al chamanismo (2008: 353-354). Situación que remarca una visión
exótica y descontextualizada de ciertas prácticas culturales, al mismo tiempo
que las exporta al mundo de la mercancía, del consumo turístico básicamente,
como pasado idealizado frente a la vida cotidiana urbanizada.
Vista parcial del exterior del Museo Zoque de Copoya. Foto: Ricardo García Robles.
208 Miguel Lisbona Guillén
La apuesta por el turismo, por convertir a seres humanos vivos en materia
de museo, puesto que prácticamente no se hace hincapié en los actuales ha-
blantes de zoque, además de folklorizar aspectos culturales al enajenarlos de
sus espacios de realización original, interroga, por supuesto, en dos direcciones.
Una es la concepción que se tiene y quiere de los indígenas desde las instancias
encargadas de crear y vigilar estas instituciones, mientras que la otra se dirige
hacia la construcción de una peculiar identidad local.
Con respecto al primer punto, habría que recordar lo que el doctor José
Gómez Robleda decía a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado
refiriéndose a los indígenas mexicanos:
Los indios no necesitan de la misericordiosa protección de los poderosos porque,
de manera absoluta, valen más que ellos. Pero es preciso comprender claramente
que sus jarros, sus jícaras, sus jorongos […] sus curiosidades, y en una palabra su
arte, su técnica primitiva así como también sus lenguas, deben pasar al museo.
Necesitan nuevos instrumentos de cultura, el primero entre ellos: un idioma común
que debe ser necesariamente el castellano […] las combinaciones que los turistas
llaman “interesantes”, ponen de manifiesto no un buen sentido cromático, sino
por el contrario, una ostensible deficiencia. Si se comparan los trabajos de los indios con
los hechos por los enfermos mentales de los manicomios, se encontrarán demasiadas semejanzas
y es que los indios son primitivos, y los locos obran como primitivos (cit. en Suárez y López
Guazo, 2005: 105).
Lógicamente, en la actualidad a ningún encargado de la preservación del
llamado patrimonio se le ocurriría establecer similar comparación referida a
las actividades o artesanías indígenas, sin embargo, la obsesión museística en-
claustra el hecho cultural y tal circunstancia higieniza, convierte en aséptica la
realidad indígena al concentrarla en un espacio de definición y alejarla de su
vivir cotidiano, como ya manifesté en otro trabajo (Lisbona Guillén, 2008). Este
hecho, de igual manera, facilita que la reconversión a un referente identitario local
de lo zoque pierda cualquier viso de infección cultural, de aquello que hacía
a los indígenas sinónimo de atraso y de infortunio nacional, puesto que su
tipismo transformado en manifestación folklórica se produce, curiosamente,
donde en la práctica no existen hablantes del idioma zoque, al mismo tiempo
que la influencia urbana de Tuxtla Gutiérrez se hace cada vez más presente
en la vida cotidiana de una localidad como Copoya. Una vez museizada una
realidad, es más fácil hacerla propia.
Carnaval, museo and spa 209
Inventar y criogenizar: a modo de conclusión
…una vida feliz es una vida sin sentido. Sólo la vida infeliz
pregunta por el sentido, porque no lo halla en sí misma,
y piensa que su infelicidad debe de consistir en estar en
función de otra cosa que sea su sentido…
Sánchez Ferlosio, 2008: 84.
Como se habrá comprobado, uno de los hilos conductores que engarzan tanto la
creación de una nueva festividad, el Carnaval de Copoya, como la construcción
y funcionamiento de un Museo Zoque es la decisión de establecer, de “inventar
una continuidad” con el pasado, tal como lo expresó Hobsbawm (1988a: 9).
Concretamente este autor, junto con Ranger, se encargó de recordar, además
de delimitar teóricamente, lo que significaba una “tradición inventada”,26 al
mismo tiempo que ambos separaban lo que juzgaban era tradición y costumbre.
La primera, incluyendo la inventada, tiene como característica la invariabilidad
demostrada por la imposición de prácticas fijas y normalmente formalizadas,
mientras que la costumbre, en “sociedades tradicionales”, tiene la función de
“motor y engranaje” ya que no excluye el cambio ni la innovación sin perder
los anclajes con el pasado (op. cit.: 14). En definitiva, sus reflexiones se dirigen
a señalar cómo las tradiciones inventadas, tal como la comentada en estas
páginas, “usan la historia como legitimadora de la acción y como cimiento de
la cohesión del grupo” (op. cit.: 22).
Por tal motivo, no es extraño que quienes hayan estudiado el hecho festivo
y su contenido tomen las reflexiones de Hobsbawm y Ranger para realizar
afirmaciones en torno a las mismas:
La fabricación de formalizaciones ritualizadas con look tradicional puede servir,
entonces, para establecer o reforzar identidades simbólicamente deficitarias, pero
también para cumplir idéntica misión en relación a instituciones o determinadas
relaciones de poder o sistemas de autoridad, inculcando valores, convenciones,
principios, creencias, etc. (Delgado Ruiz, 1992: 121-122).
26
“Se entiende por ‘tradición inventada’ una serie de prácticas, normalmente gobernadas
por unas reglas aceptadas explícitamente o tácitamente, y un ritual de naturaleza simbólica que
intentan inculcar ciertos valores y normas de comportamiento por repetición, lo cual implica
automáticamente continuidad con el pasado” (Hobsbawm, 1988b: 13).
210 Miguel Lisbona Guillén
Es decir, al mostrar algo conocido, como la invención festiva del Carnaval
de Copoya, lo que se quiere resaltar no es tanto su condición de tradición in-
ventada, circunstancia fácticamente demostrable, sino su intención de ser un
refuerzo identitario al mismo tiempo que se pliega a una concepción determi-
nada de lo que debe ser lo zoque. Una fiesta “dirigida, reavivada o mantenida
por las instituciones, a menudo decae y se convierte en una caricatura de sí
misma” (Roma, 1996: 212).
Desconocer el carnaval ya existente realizado entre habitantes de Tuxtla
Gutiérrez y Copoya mediante la creación de uno nuevo en esta última loca-
lidad, y bajo el amparo de las instituciones culturales, escenifica más que una
preservación cultural, imposible por el dinamismo del hecho cultural en sí,
una forma de fijar lo zoque gracias a su folklorización, e informa, a la vez, de un
artificio identitario secundado por las instituciones políticas y culturales. No se
está frente a un apuntalamiento de la identidad zoque de la capital de Chiapas
o de su localidad emblemática por su origen poblacional zoqueano, sino que
lo observado remite a una construcción claramente delimitada de lo que ha
sido, es y debe ser lo zoque. Cuando hay que insistir en quiénes y cómo somos,
lo que se está mostrando es un déficit identitario más que una recreación de tal
identidad. Rara vez los hablantes de zoque con quienes se han compartido ritua-
les y fiestas remiten a dicha identidad zoqueana para justificar sus actividades,
salvo cuando la presencia de miembros de instituciones culturales estatales así
lo requiere. Lo zoque, incluso en su propia construcción idiomática, muestra
muchas facetas, y la reseñada podría ser una más. La única diferencia, tal vez,
es que en los últimos años la zoquedad referida a Tuxtla Gutiérrez y Copoya
ha adquirido tintes de legitimación identitaria de un pasado compartido pero,
sobre todo, de fijación a través de criogenizar lo que debe ser lo zoque. Y lo
más significativo de lo hasta ahora narrado es que la Mayordomía del Rosario
y la Junta de Festejos de Copoya siguen llevando a cabo sus actividades rituales
sin necesidad de reflectores o afirmaciones innecesarias.
Seguramente el Museo Zoque de Copoya representa con mucha claridad esta
congelación en el tiempo de la realidad. De Martino (2008: 108), el antropó
logo italiano en el lenguaje gramsciano de la época, señalaba que “el folclore
progresivo de los campesinos no se recopila, no entra en circulación cultural;
está vivo, sí, pero la suya es una vida no oficial”. Cuando las manifestaciones
rituales y festivas se paralizan en el tiempo, o cuando se fija el hecho cultural
en recintos oficiales como un museo, aquello que no es expuesto, interpretado,
Carnaval, museo and spa 211
o simplemente enumerado, deja de tener interés o formar parte de lo consi-
derado zoque en este caso.
Esta reconstrucción artificial de los tesoros culturales por parte de las mismas
instancias que se encargaron de su desaparición, en palabras de Feixa (2008: 53),
no puede más que llamar la atención sobre lo que en este caso es llamado zoque.
Por una parte, existe un dinamismo vivo y perceptible por parte de los hablantes
de zoque o por aquellos que se consideran tales, alejado de las instituciones que
legitiman el hecho cultural. Esta circunstancia no obvia el progresivo acerca-
miento individual y colectivo con esas instituciones cuando se las requiere para
financiar o rescatar —esta última palabra con contenidos pseudomágicos a la
hora de concretar apoyos económicos— prácticas culturales determinadas.
Y, por otra, hay una evidente necesidad de inmovilizar la multiplicidad de mani-
festaciones culturales en pos de una homogenización en la definición de lo zoque
que atañe a la capital estatal y sus alrededores, puesto que el resto de zoques rara
vez son mencionados o visibilizados. De hecho, no parece que existan.
Esta determinación por fijar la identidad, que surge de Tuxtla Gutiérrez en
gran medida, remite a la rápida transición de lo rural a lo urbano, a la pérdida
de anclajes socioculturales de los últimos años, pero también enuncia una as-
piración de legitimidad por parte de quienes encabezan las instituciones po-
líticas y culturales, sin olvidar que pueden ser secundados por individuos que
en su buena intención por preservar la llamada “tradición” ejemplifican la
búsqueda de sentido existencial, como lo afirma Sánchez Ferlosio (op. cit.: 84),
especialmente en el pasado redivivo como imagen inmóvil. Sin embargo, algo
que se olvida en muchas ocasiones es que los “que deben decidir si conservan
‘la tradición’ son ellos, y no nosotros” (Appiah, op. cit.: 227).
Llamar al rescate cultural de tradiciones, inventarlas, o sujetarlas en espacios
determinados, sentencia a la petrificación del hecho cultural, caracterizado por
su constante dinamismo, y ubica en el pasado la obsesiva exigencia de identidad
de individuos o grupos humanos determinados. Los futuros trabajos de las
ciencias sociales que se fijen en la etnicidad como objeto de estudio tendrán que
tomar en cuenta tales circunstancias a la hora de discutir la temática. La identi-
dad étnica ya no puede ser entendida únicamente como la manifestación de un
grupo humano en un espacio o territorio determinado —afirmación frente a
otros grupos si se prefiere— sino que sus ámbitos de discusión trascienden la
labilidad intrínseca de sus fronteras. Y ello, en vez de hablar de certezas identitarias
remite a incertidumbres. ¿Qué otra cosa cabría esperar de la condición humana?
212 Miguel Lisbona Guillén
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Editado por el Centro Peninsular en Humanidades y
Ciencias Sociales de la unam, siendo jefe de Publica-
ciones Ricardo Rodríguez Alemán, se terminó de
imprimir el 15 de diciembre de 2010 en los talleres
de Formación Gráfica, S. A. de C. V., Matamoros 112,
Col. Raúl Romero, C.P. 57630, Cd. Nezahualcóyotl,
Edo. de México. La composición fue realizada, en
tipos Garamond de 11:13, 10:12 y 9:11 puntos,
por Isabel Vázquez Ayala. La corrección de
estilo del texto la efectuó Mario Humberto Ruz y
el cuidado de su edición estuvo a cargo de ambos
coordinadores. La portada fue diseñada por Samuel
Flores Osorio. El tiraje consta de 300 ejemplares
impresos en papel cultural de 90 g.