MONTENEGRO, JULIA, Don Pelayo y los orgenes de la Reconquista , Hispania (Madrid),
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DON PELAYO Y LOS ORIGENES DE LA RECONQUISTA:
UN NUEVO PUNTO DE VISTA
POR
JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
REsuMEN.-Contrariamente al punto de vista de que el núcleo astur surgió
como un movimiento popular de los astures y que las crónicas medievales
elaboraron un mito .político al poner tanto énfasis en el protagonismo visi-
godo en los primeros tiempos de la resistencia contra el Islam, nosotros pen-
samos que tras la conquista de Toledo los duques en sus respectivas provin-
cias ,quedaron abandonados a sus propias fuerzas y que el ducado Asturiense,
creado entre 653 y 683, debió de capitular ante los musulmanes; pero, unos
años después, don Pelayo encabezó la rebelión contra aquéllos. Se explica así
la importancia que las crónicas menos contaminadas de progoticismo otorgan
a los astures en tal rebelión, bien entendido que éstos eran los habitantes del
ducado Asturiense. Serían éstos, acaudillados por sus autoridades, los verda-
deros artífices de la resistencia; así se concilian dos hechos aparentemente
contradictorios, como son el inicial protagonismo astur y la posterior y rápi-
da emergencia de instituciones visigodas, obra sin duda de estas gentes, refor-
zadas, eso sí, por mozárabes emigrados de Al-Andalus y por los hispano-godos
habitantes de los territorios que paulatinamente se fueron incorporando, y que
habían conservado la estructura e instituciones de época visigoda. Por tanto,
la resistencia de don Pelayo fue, en nuestra opinión, la de un núcleo del anti-
guo reino visigodo de Toledo.
PALABRAS CLAVE: Edad Media, Espafta, Reconquista, don Pelayo, Astures, Rebelión con-
tra los musulmanes.
ABSTRACT.-Don Pelagius and the ongrns of the Reconquest: A new point
of view: Against ,t,he view that the Asturian kingdom arose out of a popular
movement amongst the Astures and that the medieval chronicles created a
political myth by the emphasis they placed on the protagonism of the Visi-
govhs in the early days of the resistance to Islam, it is our belief that, follow-
ing tibe conquest of Toledo, the Dukes of the various provinces were left with
only their own forces. Thus, the Duchy Asturiensis, created between 653 and
683, had to ca,pitulate to the Muslims, though later Pelagius led a rebellion
against them. This explains the importance whioh the less pro-Gothic of the
chronicles attach to the role of the Astures in this rebellion, so long as it is
understood that the Astures concerned were the inhabitans of the Duchy As-
turiensis. It was they, under the leadership of their authorities, who were
the true representatives of the resistance rnovement. Our argument thus re-
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conciles two apparently contradictor-y facts, viz. the initial protagonism of the
Astures and the later, rapid emergence of Visigothic institutions, which were
indubitably the work of these peoples, though they had of course the backing
of Mozarabs who emigrated from Al-Andalus and of the hispano-Goth s who
inhabited the regions that were gradually absorbed and who had retained the
structure and the institutions of the Visigothic period. Hence, in our view,
Pelagius' resistance movement was the action of a district of the old Visigothic
kingdorn of Toledo.
KEY WORDS: Midd.le Ages, Spain, Reconquest, Pelagius, Ducby Asturlensls, Astures,
Rebelllon against the Muslims.
A partir de los estudios de C. Sánchez-Albornoz (1), la historiogra-
fía reciente admite casi unánimemen te como incuestionable la idea de
que don Pelayo, un noble visigodo refugiado en Asturias, logró con-
vertirse en el caudillo de las hasta entonces irredentas tribus norte-
( 1) Cfr., entre otras obras, C. SÁNCHEZ-A.LBoRNOZ, Orígenes de la nación española.
Estudios críticos sobre la Historia del reino de Asturias, I y 11, Oviedo, 1972 y 1974,
y «La sucesión al trono en los reinos de León y Castilla», en Vie;os y nuevos estu-
dios sobre las instituciones medievales españolas, II, Madrid, 1976, págs. 1105-1172 (se
trata de la reimpresión de un artículo del mismo nombre publicado en el Boletín de
la Academia Argentina de Letras, XIV, 50, 1945, págs. 35-124).
Aprovechamos esta primera nota para incluir las siglas utilizadas a lo largo del
trabajo:
A,HDE = Anuario de Historia del Derecho Español.
BRAH = Boletín de la Real Academia de la Historia.
CA= J. GIL FERNÁNDEZ, J. L. MoRALE.Jo y J. l. Rmz DE LA PEÑA, Crónicas asturianas,
Oviedo, 1985.
CHE = Cuadernos de Historia de España.
COAHG, I = E. LAFUENTE Y ALCÁNTARA, A;bar Machmua (Colección de tradiciones).
Crónica anónima del siglo XI (Colección de obras arábigas de Historia y Geogra-
fía que publica la Real Academia de la Historia, 1), Madrid, 1867.
COAHG, II = J. RIBERA, Historia de la conquista de España de Abenalcotía el Cor-
dobés (Colección de obras arábigas de Historia y Geografía que publica la Real
Academia de la Historia, IJ}, Madrid, 1926.
ELH = Enciclopedia Lingüística Hispánica.
ES, XXIII = E. FLóREZ, España Sagrada. Theatro Geographico-Historico de ta Iglesia
de España, XXIII, Madrid, 1767.
FHA, IX= Ponles Hispaniae Antiquae, IX, Barcelona, 1947.
RCE = J. DE GoNZÁLEZ, Fatho-1-Andaluri. Historia de la conquista de España. Códice
arábigo del siglo XII, Argel, 1889.
ICERV = J. VIVES, Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda, 2.ª ed.,
Barcelona, 1969.
MGH. AA., XI = Monumenta Germaniae Historica. Auctores Antiquissimi, XI, ed.
nova, Berlín, 1961.
PCR = M. GÓMEZ-MORENO, «Las primeras crónicas de la Reconquista: el ciclo de Al-
fonso 111», BRAH, C, 2, 1932, págs. 562-628.
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 7
ñas. El movimiento popular de los astures -hábilmente manejados por
don Pelayo- habría sido el artífice de la inicial resistencia frente al
Islam. Este planteamiento ofrece, no obstante, algunas dificultades que
han sido obviadas por J. A. García de Cortázar al indicar que don Pe-
layo debía de estar dotado de una excepcional habilidad diplomática,
que le permitió ser admitido como caudillo por las tribus astures; el
triunfo de Covadonga cimentaría su prestigio militar (2). No obstante
lo dicho, hemos de connotar una excepción en tales planteamientos a
los que hemos catalogado de casi unánimes; nos estamos refiriendo a
la posición mantenida por A. Barbero y M. Vigil (3), cuyos puntos de
vista, a los que nos referiremos más adelante, han encontrado, en ge-
neral, poco eco por lo que atañe a este tema en concreto.
Sin embargo, en torno a los momentos iniciales de la Reconquista
hay varios aspectos que nos plantean numerosos interrogantes. Para
intentar despejarlos es preciso referirnos previamente a los aconteci-
mientos más significativos de este período.
A raíz del desastre de Guadalete (711) (4), y de la subsiguiente
caída en poder de los musulmanes de las principales ciudades, la ma-
yoría de la población hispano-visigoda en su conjunto, y, en concreto,
(2) J. A. GARCÍA DE CoRTÁZAR, Historia de España Alfaguara, 11. La época medie-
val, 5.ª ed., Madrid, 1978, pág. 129.
(3) A. BARBERO y M. VIGIL, La formación del feudalismo en la península Ibérica,
2.ª ed., Barcelona, 1979.
(4) La fecha 711 para la invasión musulmana de la Península fue reivindicada
como válida por C. SÁNcHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de la nación española ... , I, esp. pá-
ginas 362 y sigs., quien demostró que el año 714 como fecha de la invasión recogida
por algunas crónicas, como la Albeldense (Chron. Alb., XIV, 34 = CA, pág. 171) y
crónica de Alfonso III en su versión Rotense (Adef. III Chron., 8 = CA, pág. 122),
además de otras posteriores, es un error de la crónica Profética (PCR, pág. 625); res-
pecto a la aportada por el Anónimo Mozárabe de 754 (Cont. Hisp., 68 = MGH. AA.,
XI, pág. 352 y FHA, pág. 379) mantiene que se contradicen las cuatro fechas que
utiliza (750 de la era hispánica, 93 de la hégira, quinto de Justiniano II y sexto de
Al-Walid) y que tiene razón cuando se refiere al año sexto del califato de Al-Walid,
Jo que está en consonancia con lo indicado por las fuentes musulmanas, además de
que el reinado de Justiniano II resulta una fecha ante quem, al haber sido este em-
perador decapitado a finales del 711. La fecha correcta aparece, por lo demás, en el
cronicón Alcobacense (MGH. AA., XI, pág. 168), en los Anales Compostelanos (ES,
XXIII, pág. 318), en el cronicón Burgense (ES, XXIII, pág. 307) y en un documento
por el que el rey Alfonso I efectúa una donación a la Iglesia de San Salvador de
Oviedo (cfr. S. GARciA LARRAGUBTA, Colección de Documentos de la Catedral de Ovie-
do, Oviedo, 1962, doc. núm. 2, pág. 5).
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muchos nobles hispano-godos (5) -los witizanos, desde luego, pero
también algunos oportunistas- capitularon ante los musulmanes, con-
servando sus bienes y en ocasiones su religión y permaneciendo al
frente de sus distritos (6). El ejemplo mejor conocido es el de Teodo-
miro, personaje que desde la época de los reinados de Egica y Witiza
gobernaba una extensa región del sureste peninsular, donde estaría,
además, hacendado. En el año 713 llegó a un pacto con Abd Al-Aziz
en virtud del cual Teodomiro conservaba sus propiedades y el gobierno
de un territorio que comprendía siete ciudades, aunque, por supuesto,
sometido al califato de Damasco (7). Una actitud similar mantuvo Ca-
sio, dignatario y propietario en el valle medio del Ebro, que dio ori-
gen al linaje de los Banu Qasi, notablemente islamizados (8) .
(5) La conversión .de los visigodos al catolicismo resultó ser un factor decisivo
de integración de los dos grupos de población existentes en el reino (visigodos e his·
panorromanos), contribuyendo a su definitiva unificación. Por tal razón, definimos a
la población resultante desde Recaredo indistintamente con los términos de hispano-
godos o simplemente visigodos, en cuanto miembros del reino.
(6) Los witizanos fueron colaboracionistas, y así lo indica incluso el Anónimo
Mozárabe de 754 (Cont. Hisp., 68 y 70 = MGH. AA., XI, págs. 352-353 y FHA, IX,
págs. 379 y 381), que en general no se hace eco de esta actitud de los visigodos con
respecto a los árabes, y otras fuentes, que señalan claramente que la traición de los
witizanos fue definitiva a la hora de explicar el rápido triunfo de la invasión musul-
mana [Chron. Alb., XIV, 34 y XVII, 1 = CA, págs. 171 y 256-257, MGH. AA., XI,
pág. 374 y FHA, IX, pág. 380; Adef. llI Chron., 7 y 8 (Rot. y Ovet.) = CA, págs. 120
y 123-124; Hist. Pseudo-Jsid., 20; Add. ad Chron. Maiora, ex codice Londiniensi,
n. 12024, saec. XI. inter excepta ex Beda; Add. ad Chron. Minora, ex variis libris.
sub Anastasio II (a. 713-716)= MGH. AA., XI, págs. 387-388, 493 y 505, y FHA. IX,
págs. 380-382]; ello aparece también en fuentes árabes como Al-Maqqari (COAHG, I,
pág. 178) o Fath Al-Andalus (HCE, pág. 7). Por otra parte, tal forma de proceder fue
general por parte de la población hispano-goda. Algunos incluso se convirtieron al
Islam, otros muchos conservaron su religión y sus bienes mediante el pago de tri-
butos. Este sometimiento de los cristianos a las autoridades musulmanas aparece de-
notado en Al-Maqqari (COAHG, I, pág. 193), Fath Al-Andalus (HCE, pág. 6) y un
texto atribuido a lbn Al-Qutiyya (COAHG, II, pág. 172), cfr. L. BARRAU-DIHmo, «Re-
cherches sur l'histoire politique du royaume asturien (718-910)», Revue Hispanique,
LII, 1921, pág. 109, nota 2. Pero el sometimiento se efectuó en tales términos que la
población conservó la estructura e instituciones de época visigoda, cfr. A. BARBERO y
M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , págs. 211-212.
(7) Este pacto aparece citado en el Anónimo Mozárabe (Cont. Hisp., 74 = MGH.
AA., XI, pág. 354) y en la Historia Pseudo-Isidoriana (Hist. Pseudo-Isid., 21 = MGH.
AA., XI, pág. 388). Se conserva su texto árabe publicado en F. J. SIMONET, Historia de
los mozárabes de España, reimp. Madrid, 1983, tomo IV, págs. 797-800, y en E. A. LLo-
BREGAT CoNESA, Teodomiro de Oriola. Su vida y su obra, Alicante, 1973, págs. 15 y
sigs. Cfr. A. BARBERO y M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , pág. 208, nota 30.
(8) Sobre los Banu Qasi, cfr. F. DE LA GRANJA, «La marca superior en la obra de
Al-Udri», Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, VIII, 1967, págs. 447-545.
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 9
En cambio, otros nobles, presumiblemente partidarios de don Ro-
drigo, se refugiaron en la zona norte peninsular, en la antigua Septi-
mania, o en el reino de los francos. C. Sánchez-Albornoz ha mantenido
que, a raíz de la conquista de Toledo por los musulmanes, muchos no-
bles toledanos huyeron al Norte y se refugiaron en Amaya; allf, en el
712, los sitió Tariq, quien consiguió conquistar este reducto aparente-
mente inexpugnable. Tariq habría cruzado los Campos Góticos y llega-
do a Astorga -ciudad en la que los visigodos tenían tropas, al igual
que en León, seguramente para hacer frente a los astures trasmonta-
nos-, y desde allí habría regresado a Toledo. Al año siguiente, en 713,
Muza iría desde el alto valle del Ebro a Astorga bordeando la Cordille-
ra sin encontrar resistencia, debido a la campaña anterior de Tariq;
y desde allí el jefe musulmán se dirigiría a Lugo. En el transcurso de
esta campaña conquistaría la zona central del actual Principado de As-
turias. Los musulmanes establecieron guarniciones permanentes en
Asturias y, seguramente, también en Cantabria trasmontana, territo-
rios a los que pudieron acceder a través de las vías romanas utilizadas
también por los visigodos; de manera que los musulmanes habrían con-
trolado el mismo territorio que los visigodos, utilizando en ambos casos
las viejas calzadas romanas (9). Algunas fuentes cronísticas corroboran
el establecimiento de guarniciones allende los montes, y concretamen-
te en la Asturias trasmontana: así, por ejemplo, la lectura que hizo
Vaseo del cronicón Alcobacense, y que aparece recogida por Th. Momm-
sen, indica que los sarracenos reinaron en Asturias cinco años (10),
y la crónica de Alfonso III, en su versión Rotense y Ovetense, narra,
por una parte, que únicamente se vieron libres de la ocupación musul-
mana Alava, Vizcaya, Aizone o Alaone y Orduña (11), y, por otra, tan-
(9) En la reconstrucción de estas expediciones musulmanas sobre el noroeste pe-
ninsular seguimos a C. SÁNCHEZ.ALBORNOZ, «Itinerario de la conquista de España por
los musulmanes», CHE, X, 1948, págs. 21-47, y Orígenes de la nación española ... , I,
págs. 182 y sigs. y 413 y sigs.; cfr., también, I, págs. 459 y sigs. y II, págs. 85-86.
(10) MGH. AA., XI, pág. 168: ... ingressus fuit transmarinus dux Sarracenorum
nomine Taric. Qui Roderico ultimo rege Gothorum... interfecto totam fere Hispa-
niam armis cepit, et tune Sarraceni in Austuriis annos quinque regnaverunt. En esa
misma página de Th. Mommsen se puede leer que el cronicón Alcobacense, refie-
re: Antequam dominus Pelagius regnaret, Sarraceni regna-verunt in Hyspaniam an-
nis V. Cfr., asimismo, la crónica Profética (PCR, pág. 628): Era DCCLI. Obtinuerint
sarraceni Spania ante Pelagium. Regnauerunt ibídem annis V et pastea.
(11) Adef. 111 Chron., 14 (Rot.) = CA, pág. 132: ... Alaba, Bizcai, Aizone et Ur-
dunia a suis reperitur semper esse possessas, sicut Pampilonia [Degius est] atque
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10 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
to esta crónica, en sus dos versiones, como la Albeldense dan noticias
de la existencia de un gobernador musulmán en la región asturiense,
en la ciudad de Gijón (12), cargo creado presumiblement e en 713, es
decir, a raíz de la campaña norteña de Muza. El hecho es consecuente
con la noticia de que los musulmanes habían establecido gobernadores
en todas las provincias de España (13).
También es la crónica de Alfonso 111, en su versión Rotense, la que
nos proporciona una serie de datos que consideramos de suma impor-
Berroza; y Adef. lIJ Chron., 14 (Ovet.)= CA, pág. 133: ... Alaba namque Bizkai, Alao-
ne et Urdunia a suis incolis reperiuntur semper esse possesse, sicut Pampilona [De-
gius est] atque Berroza. Sobre la identificación de Aizone o Alaone, cfr., igualmente,
CA, pág. 209, nota 59. R. CoLLINS, La conquista árabe, 710-797. Historia de España,
III, Barcelona, 1991, pág. 137, mantiene que esta información dada por la referida
crónica es inexacta y engañosa, pues la mayoría de las poblaciones citadas debieron
de caer en poder de los musulmanes; desde luego, el hecho es claro respecto a Pam-
plona, a la que se refiere también la crónica, que quedó sometida en tiempos de Abd
Al-Aziz, tal vez mediante un tratado, cfr. R. CoLllNS, Los vascos, Madrid, 1989, pá-
gina 140. En cualquier caso, entre las zonas que no fueron jamás ocupadas por los
musulmanes no figuran ni Asturias ni Cantabria.
(12) Chron. Alb., XV, 1 = CA, pág. 173: ... regnante Iuzep in Cordoba et in
legione cibitate sarracenorum iussa super astures procurante Monnuzza; Adef. III
Chron., 8 (Rot.)= CA. pág. 122: Per idem ferre tempus in hac regione Asturiensium
prefectus erat in ciuitate leione nomine Munnuza conpar Tarec; Adef. III Chron., 11
(Ovet.) = CA, pág. 131: Per idem tempus in hac regione Asturiensium in ciuitate
Gegione prepositus Caldeorum eral nomine Munnuza. Qui Munnuza unus ex quattuor
ducibus fui! que prius Yspanias oppreserunt.
De estas tres crónicas, la más antigua es la Albeldense, seguida cronológicamente
de las versiones Rotense y Ovetense, por este orden, de la crónica de Alfonso III. En
todas ellas se percibe el propósito deliberado por parte de los cronistas de la época
de Alfonso 111 de entroncar el reino de Asturias con el reino visigodo de Toledo, del
que aquél sería una continuidad directa; de las tres crónicas, la Albeldense seria la
menos progótica y la Ovetense la más. Cfr., en general, A. BARBERO y M. VIGIL, La
formación del feudalismo ... , págs. 232-233 y 295, y CA, págs. 31 y sigs., así como la
bibliografía que citan sobre el particular. A. Barbero y M. Vigil (págs. 300 y sigs.)
apuntan la yuxtaposición de una tradición local -que aparece con más fuerza en la
crónica Albeldense- y de elementos progóticos -recogidos en la Rotense y, sobre
todo, en la Ovetense-. Este punto de vista es discutible, pero, en cualquier caso, es
evidente que al no existir en la crónica Albeldense un afán propagandístico tan acu-
sado, las noticias en ella contenidas ofrecen en principio más garantías de verosimi-
litud.
(13) Adef. 111 Chron., 8 (Rot.)= CA, pág. 122: Per omnes provincias Spanie pre-
fectos posuerunt ... Parece lógico pensar que en la sucesión de hechos que este pasa-
je completo va refiriendo existe un desarrollo cronológico que acaba con la conclu-
sión de Córdoba ya como capital del dominio musulmán, por lo que hay que suponer
que la imposición de gobernadores hubo de producirse al menos con anterioridad a
este suceso.
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA l1
tancia a la hora de abordar las cuestiones que nos ocupan en el presen-
te estudio. Según dicha versión de la crónica, Munnuza, el gobernador
musulmán de la regio Asturiensium (14), instalado en Gijón, se ena-
moró de la hermana de don Pelayo -espatario de los reyes Witiza
y Rodrigo, y refugiado en Asturias en compañía de su hermana- y,
por este motivo, le envió a Córdoba legationis causa, con el pretexto
de una comisión o embajada. Durante la ausencia de Pelayo, Munnuza,
mediante engaño, casó con su hermana. Cuando regresó Pelayo no
aprobó tal matrimonio y se declaró en rebeldía; Munnuza intentó apre-
sar a don Pelayo, quien huyó a las montañas. Allí entró en contacto
con astures, reunidos en una asamblea local, quienes le eligieron como
príncipe o caudillo (15).
Este relato para nosotros es sumamente revelador, en particular
por lo que atañe al viaje de don Pelayo a Córdoba legationis causa. Es
(14) La existencia de esta zona de gobierno queda refrendada por una fuente
árabe, Ajbar Maymua (COAHG, I, pág. 66), que, haciendo referencia a Alfonso I, aun•
que confundiéndole con don Pelayo, dice que salió de la sierra y se hizo dueño del
«distrito de Asturias».
(15) Adef. 111 Chron., 8 (Rot.)= CA, págs. 122 y 124: lpso quoque prefecturam
agente, Pelagium quidam, spatarius Uitizani et Ruderici regum, dicione Ismaelitarum
oppressus cum propria sorore Asturias est ingressus. Qui supra nominatus Munnuza
prefatum Petagium ob occassionem sororis eius legationis causa Cordoua misit; sed
antequam rediret, per quodam ingenium sororem illius sibi in coniungio sociauit. Qua
ilte dum reuertit, nulatenus consentit, set quod iam cogitauerat de salbationem eclesie
cum omni animositate agere festinauit. Tune nefandus Tarec ad prefatum Munnuza
milites direxit, qui Pelagium conprehenderent et Cordoua usque ferrum uinctus per-
ducerent. Qui dum Asturias peruenissent uolentes eum fraudulenter conprendere,
in uico cuí nomen erat Brece pe, quendam amicwn Pelagium manifestum est consi-
lio Caldeorum. Sed quia Sarrazeni piures crant, uidens se non posse eis resistere de
inter illis paulatim exiens cursum arripuit et ad ripam flubii Pianonie peruenit. Que
foris litus plenum inuenit, sed natandi adminículum super equum quod sedebat ad
aliam ripam se trantulit et montem ascendí!. Quem Sarrazeni persequere cessaberunt.
file quidem montana petens, quantoscumque ad concilium properantes inuenit, secum
adiuncxit adque ad montem magnum, cuí nomen est Aseuua, ascendit et in latere
montis antrum quod sciebat tutissimum se contulit; ex qua spelunca magna flubius
egreditur nomine Enna. Qui per omnes Astores mandatum dirigens, in unum colecti
sunt et sibi Pelagium principem elegerunt. Cfr. lo dicho sobre este particular por Al-
Maqqari (COAHG, I, pág. 230; C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, «Otra vez Guadalete y Cova-
donga», CHE, 1-11, 1944, págs. 79-80, nota 39). Para una confrontación clara entre la
narración cristiana y musulmana de estos acontecimientos, resulta particularmente
útil la reproducción de ambos textos que aparece en L. A. GARCÍA MORENO, «La época
visigoda. Reinos y condados cristianos (siglos vm-x)», en M. TuÑÓN DE LARA (ed.),
Historia de España, XI. Textos y documentos de Historia Antigua, Media y Moderna
hasta el siglo XVII, Barcelona, 1984, págs. 212-215.
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12 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
indudable que a la vista de este texto surgen varios interrogantes. Pres-
cindiendo de que lo referente a la hermana de don Pe layo pudiera ser
legendario (16), hay datos contradictorios en la narración, y, en con-
creto, resulta llamativo que don Pelayo -si admitimos, como preten-
de esta crónica, que era un antiguo espatario de Witiza y Rodrigo, en
definitiva un noble, refugiado entre los astures como consecuencia de
la invasión musulmana- estuviera muy poco tiempo después en Cór-
doba legationis causa. También llama la atención que el relato aluda
a la llegada a Asturias de don Pelayo, huyendo de la invasión musul-
mana, cuando al mismo tiempo se hace eco de la previa presencia en
Gijón de un gobernador musulmán. Todavía resulta más sorprendente
que un personaje derrotado y huido en las montañas y, según la cró-
nica, ultrajado en su honor familiar, tuviera fuerza y prestigio para
imponer su caudillaje a los belicosos astures, según la mayoría de los
autores citados, tan reacios a cualquier dominio exterior, que habrían
hecho suya la causa meramente personal de don Pelayo; si bien la ver-
sión Rotense de la crónica de Alfonso III se preocupa en señalar que
don Pelayo actuó movido no sólo por una cuestión familiar, sino tam-
bién por un deseo largamente acariciado: la salvación de la Iglesia (17).
Con todo, creemos que este relato, en términos generales, merece
credibilidad, pues, entre otras razones, los hechos narrados coinciden
con los conocidos por otras fuentes; la rebelión de don Pelayo y sub-
siguiente huida del gobernador musulmán (18) tendría lugar en el 718,
{16) Lo considera muy probable M. GóMEZ-MORENo, «Crónica de Alfonso Ilb,
BRAH, LXXIII, 1918, pág. 56; y lo ratifica C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de la na-
ción española ... , II, pág. 87, que piensa que no hay razón para juzgarlo legendario.
(17) Adef. III Chron., 8 (Rot.)= CA, pág. 122: Quo ille dum reuertit, nulatenus
consentit, set quod iam cogitauerat de salbationem eclesie cum omni animositate
agere festinauit.
(18) Adef. III Chron., 11 (Rot.)= CA, pág. 130: Prefatus uero Munnuza dum fac-
tum conperiit, ex ciuitate idem legionem maritimam exiliuit et fugam arripuit. In
uico quoddam Clacliensem conprehensus cum suis homnibus est interfectus. En pare-
cidos términos se expresa la Ovetense (11 = CA, pág. 131 ). La Albeldense no se re-
fiere a la huida, pero sí a la muerte de Munnuza tras la sublevación de don Pelayo
y subsiguiente batalla: Sicque hab eo hostis lsmahelitarum cum Alcamane interfici-
tur et Oppa episcopus capitur postremoque Monnuza interficitur (Chron. Alb., XV,
1 = CA, pág. 173).
No podemos obviar, sin embargo, aludir a un problema que se plantea a raíz de
todos estos hechos; a saber, la fecha de la batalla de Covadonga. Porque la crónica
Albeldense y la de Alfonso 111 sitúan la marcha y muerte del gobernador musulmán
de Gijón después de esta batalla y a consecuencia de ella, batalla que, a juzgar por
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 13
cumpliéndose de esta forma los cinco años de presencia islámica en
Asturias que indica el cronicón Alcobacense, así como la lectura que
de él hizo Vaseo y lo dicho por la crónica Profética, textos todos a los
que ya hemos hecho mención anteriorm ente; por otra parte, se cum-
plen también los diecinueve años de reinado que las fuentes cronísticas
(incluso también algunas fuentes árabes, como Al-Razi, Ibn Hayyan,
lbn Jaldun, Fath Al-Andalus) atribuyen a don Pelayo, quien murió en
el 737. Por lo demás, tampoco se puede dudar de la, realidad del viaje
a Córdoba de don Pelayo, habida cuenta de que viene refrendado igual-
mente por Al-Maqqari (19), que, sin embargo, matiza el alcance y las
circunstancias de este viaje, pues indica que don Pelayo estuvo en Cór-
doba como rehén para seguridad de la gente de aquel país, y huyó de
Córdoba en tiempos de Al-Hurr, segundo de los emires árabes de Es-
paña, en el año sexto después de la conquista, que fue el 98 de la hé-
gira (716-717). Esta fecha dada por la fuente árabe encaja con la es-
tablecida para la sublevación de don Pelayo. Pensamos, por lo tanto,
que resulta más que probable que don Pelayo efectuase tal viaje y que
solamente a su regreso y por razones que desconocemos, pero que tra-
taremos de dilucidar, se declaró en rebeldía.
Ahora bien, don Pelayo no podía ser un recién llegado; su viaje a
Córdoba denota indirectamente que acierta la crónica Albeldense cuan-
do afirma que don Pelayo estaba en Asturias antes de la invasión mu-
el relato de estas crónicas, parece que habría tenido lugar inmediatam ente después
de la sublevación de don Pelayo. Sin embargo, C. SÁNCHEZ-AL BORNoz, «Otra vez ... »,
págs. 68 y sigs. (lo mismo se reprodujo en Orígenes de la nación española ... , 11, pá-
ginas 7 y sigs. y g"/ y sigs.), utilizando las fuentes árabes considera que el gobernador
musulmán de Gijón huyó como consecuenci a de la sublevación , teniendo lugar la
batalla de Covadonga con posteriorida d, en concreto durante el gobierno de Anbasa,
posiblement e en el año 722. Cfr., en cambio, la posición más radical de R. Dozy,
Recherches sur l'histoire et la tittérature de l'Espagne pendant le Mayen Age, I,
reimp. Amsterdam, 1965, pág. 96, que, en total acuerdo con las fuentes árabes, coloca
igualmente la sublevación de don Pelayo en los momentos del gobierno de Anbasa.
La teoría de C. Sánchez-Alb omoz, a nuestro juicio, plantea notables interrogante s que
hemos intentado dilucidar en un trabajo, que aparecerá publicado próximamen te en
Anales de la Uni'Dersidad de Alicante. Historia Medieval, VIII, 1990-1991, con el títu-
lo de «En tomo a la conflictiva fecha de la batalla de Covadonga» , y en el que con-
sideramos la posibilidad de que con las mismas fuentes se puede llegar a la conclu-
sión de que la batalla de Covadonga pudo tener lugar, tal vez, en el verano del 718,
aún durante el gobierno de Al-Hurr.
(19) Al-Maqqari (COAHG, I, pág. 230).
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14 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
sulmana (20), de lo contrario no tendría sentido su misión en Córdoba,
pero sobre todo no tendría sentido su caudillaje sobre los astures. Dicho
caudillaje está fuera de toda duda, y no fue contestado por los astures;
bien al contrario, fue plenamente admitido por éstos --de hecho la
sublevación de don Pelayo implica la sublevación de los astures--,
pero de ninguna manera se puede asegurar de la forma tan tajante
que se ha hecho que don Pelayo fuera un visigodo más de los que emi-
graron; uno de los nobles partidarios de don Rodrigo que supuestamen-
te se refugiaron en los territorios norteños. Nos parece altamente im-
probable tal huida a Asturias, pero en cualquier caso es imposible que
en estas condiciones don Pela yo pudiera ser asumido como jefe natural
por los astures. Si éstos no tuvieron ningún problema a la hora de ad-
mitir su caudillaje, es forzoso pensar que don Pelayo tuvo que poseer
algo más que habilidad negociadora y suerte: un arraigo en la zona
no fácil de improvisar y seguramente también tropas leales a su per-
sona. ¿Quién podía ser don Pelayo? Con toda seguridad un visigo-
do (21), afincado desde tiempo atrás en esta región, como indica la
(20) Chron. Alb., XIV, 33 := CA, pág. 171: Uittízza rg. an. X. lste in uita patris
in Tudense hurbe Gallicie resedit. lbique Fafilanem ducem Pelagii patrem, quem
Egica rex illuc direxerat, quadam occasione uxoris fuste in capite percussit, unde
post ad mortem peruenit. Et dum idem Uittizza regnum patris accepit, Pelagium
filium Fafilanis, qui postea Sarracenis cum Astures reuellauit, ob causam patris,
quam prdiximus, ab hurbe regia expulit; y XV, 1 = CA, pág. 17 3: lste, ut supra
diximus, a Uittizzane rege de Toleto expulsus Asturias ingressus. Es curioso que Al·
Maqqari (COAHG, I, pág. 230) se refiera a don Pelayo diciendo que era natural de
Asturias, lo cual podría refrendar de alguna manera lo contenido en la crónica Al·
beldense.
La presencia de un gobernador musulmán en Gijón en los años inmediatamente
posteriores a la invasión hace altamente improbable la huida a Asturias de nobles
godos, por lo menos en número significativo. Seguramente sí tuvo lugar la llegada
a Astorga de algunos nobles toledanos a raíz de la conquista de la capital, al mismo
tiempo que otros se dirigieron a Amaya, como ha denotado C. Sánchez-Albomoz (cfr.,
asimismo, L. BARRAU-DIHIOO, «Recherches sur l'histoire ... », pág. 111). La huida de
godos a Asturias, por otra parte, únicamente aparece recogida en la versión Ovetense
de la crónica de Alfonso III -Adef. lll Chron., 8 = CA, pág. 123: Goti uero partim
gladio, partim jame perierunt. Sed qui ex semine regio remanserunt, quidam ex illis
Pranciam petierunt, maxima uero pars in patria Asturiensium intrauerunt ... - cuyo
contenido ofrece pocas garantías de veracidad en razón de su acusado progoticismo.
Las fuentes árabes aluden a la huida de algunos a Galicia (esto es, el N.O. peninsu-
lar, cfr. L. BARRAU-DIHIOO, «Recherches sur l'histoire ... », pág. 56), aunque este autor
(pág. 112) considera que debieron ser una minoría.
(21) Tanto la crónica Albeldense como la crónica de Alfonso 111 en sus dos ver-
siones, Rotense y Ovetense, e incluso lbn Hayyan, en cita de lbn J aldun (R. Dozv,
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DON PELA YO Y LOS ORÍGENl:S DE LA RECONQU 1ST A 15
Albeldense, y muy probablemente en razón del cargo que ejercía en
ella él o algún miembro de su familia.
A este respecto resulta importante señalar que L. A. García More-
no, apoyándose sobre todo en datos de tipo prosopográfico, y teniendo
en cuenta que las Actas del Concilio VIII de Toledo aparecen suscritas
por seis duces provinciae, mientras que las del XIII de Toledo por ocho,
ha llegado a la conclusión de que, como consecuencia de la militari-
zación producida en tiempos de Chindasvinto y Recesvinto (en la que
se supeditan, e incluso desaparecen, los funcionarios civiles a los mi-
litares), se habría llegado entre 653 y 683 a la creación de dos nuevas
circunscripciones, la Asturiense y la de Cantabria, con capitales en As-
torga y Amaya respectivamente. Al mismo tiempo, Lugo pa.sa a ser la
capital de la Galecia (22). En ello influirían razones militares, funda-
Recherches ... , I, pág. 93), coinciden en indicar, más o menos explícitamente, que don
Pelayo era visigodo. Y así lo defendió el siempre hipercrítico L. BARRAU-DIHIGO, «Re-
cherches sur l'histoire ... », pág. 115, y de hecho ningún autor ha puesto en duda la
estirpe visigoda de don Pelayo. Unicamente A. BARBERO y M. VIGIL, La formación
del feudalismo ... , págs. 299-300, defienden la posibilidad de que don Pelayo fuera un
jefe local de la región cántabro-astur, precisamente para obviar las dificultades que
ofrece el explicar convincentemente las razones de su caudillaje sobre los astures,
pero no aportan ninguna prueba que permita sostener tal hipótesis; se basan exclusi-
vamente en el hecho de que las crónicas, a medida que se avanza en el tiempo y
se hacen más progóticas, van magnificando la estirpe de don Pelayo hasta convertir-
lo en un individuo de sangre real. Para nosotros que don Pelayo era un visigodo no
ofrece ninguna duda, lo que no obsta para que las crónicas engrandezcan sus oríge-
nes. La pretendida yuxtaposición que existe, según estos autores, de una tradición
local y de elementos progóticos no es tal, en nuestra opinión, sino la realidad magni-
ficada por el paso del tiempo. Existe un hecho que nos parece muy significativo: si
se aceptase la idea de A. Barbero y M. Vigil habría que pensar que don Pelayo, se-
gún ellos un cántabro-astur, tuvo la extraordinaria previsión de saber lo que después
iban a hacer las crónicas con su figura, y por ello puso a sus hijos los nombres de
Fávila y Ermesinda, claramente góticos. Denotemos, finalmente, que la idea de que
don Pelayo pudo ser un cántabro hubo de ser defendida con anterioridad al año 1921
a tenor de lo expuesto por L. BARRAU-DIHIGO, «Recherches sur l'histoire ... », pág. 115,
nota 3.
(22) L. A. GARcfA MORENO, «Estudios sobre la organización administrativa del
reino visigodo de Toledo», AHDE, XLIV, 1974, págs. 138 y sigs.; Historia de España
visigoda, Madrid, 1989, pág. 334. Cfr. J. ORLANDIS, «La Antigüedad tardía (409-711
d. C.)», en A. MoNTE.NEORO y otros, Historia General de España y América, II. Cons-
titución y ruina de la España romana, Madrid, 1987, pág. 531: A. DEL CASTILLO, «Es-
tado, economía y sociedad en la Hispania visigoda», en J. M.ª BLÁZQUEZ y A. DEL
CASTILLO, Manual de Historia de España, l. Prehistoria y Edad Antigua, Madrid, 1991,
págs. 484 y 486. La posibilidad de la existencia en concreto del ducado de Cantabria,
sin embargo, ya fue sugerida anteriormente por C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de
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16 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
mentadas en la especial situación de la zona norte, donde se necesitaba
mantener importantes efectivos; pero también parece indudable que
para controlar a los teóricos pueblos insurrectos del Norte era sufi-
ciente con poner guarniciones militares, ¿para qué crear dos ducados?
La única explicación radica en un intento por parte de los reyes visigo-
dos de llevar a cabo tareas de aculturación de un territorio recientemen-
te sometido. Según el Biclarense, Leovigildo sometió a toda la provincia
de Cantabria: His die bus Leovigildus rex Cantabriam ingressus provin-
ciae pervasores interficit, Amaiam occupat, opes eorum pervadít et
provinciam in suam revocat dicionem (23). Después de ello existen
muy pocas referencias a ataques o sublevaciones de cántabros y astu-
res: en tiempos de Sise bu to se producen rebeliones, por lo que se hubo
de luchar en Cantabria, así como contra los astures y los runcones o
roccones, pueblo montañés situado posiblemente entre Asturias y Can-
tabria (24), y durante el reinado de Wamba se dan campañas milita-
res contra los vascones y los astures (25). Todos los demás aconteci-
mientos, de los que tenemos noticias, en la zona norte se refieren a en-
frentamientos o sublevaciones de los vascones con posterioridad tam-
bién a la torna por Leovigildo de una parte de su territorio y la funda-
ción de Victoriacum (26) : además de los ya referidos, se pueden citar
el que Recaredo hubo de rechazar algunas de sus irrupciones (27), que
Gundemaro les atacó, posiblemente para cortar sus peródicas depre-
la nación española ... , I, pág. 48, aunque es verdad que de una forma un tanto im-
precisa y en los términos siguientes: «Me parece seguro que Cantabria dejó de cons-
tituir un peligro para la corte de Toledo en el último siglo de la historia hispano-goda.
No es imposible que durante él integrara un ducado regido por un dux, delegado
regio en el país ... »; cfr., asimismo, II, pág. 80.
(23) Juan de Biclaro, Chron., s. a. 574, 2 = MGH. A.A., XI, pág. 213 y FHA, IX,
pág. 155.
(24) Fredeg., IV, 33; Isid., H. G., 61= MGH. AA., XI, pág. 291 y FHA, págs. 243-
244.
(25) Así aparece en la crónica de Alfonso III en sus dos versiones, tanto la Ro-
tense como la Ovetense (Adef. 111 Chron., 1 = CA, págs. 114-115). Sin embargo, hay
que dejar constancia de que la crónica Albeldense (Chron. Alb., XIV, 30 = CA, pá-
gina 170 y FHA, IX, pág. 327) y la Historia de Wamba (Julián de Toledo, Historia
Wambae, 9-10 = FHA, IX, págs. 328-329) hacen referencia exclusivamente a campa-
ñas militares contra los vascones.
(26) Juan de Biclaro, Chron., s. a. 581, 3 = MGH. AA., XI, pág. 216 y FHA, IX,
pág. 182.
(27) Isid., H. G., 54 ·= MGH. AA., XI, pág. 290 y FHA, IX, pág. 226.
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 17
daciones a las tierras llanas (28), que Suintila luchó contra ellos y los
venció, obligándoles a la construcción de la fortaleza de Ológico (Oli-
te), donde sería establecida una guarnición visigoda con la misión de
vigilar el territorio de los vascones (29), que en tiempos de Chindas-
vinto continuaban sus periódicas incursiones (30), y que nuevamente
se levantaron contra Recesvinto ayudando en la rebelión de Froya (31).
Incluso, cuando tiene lugar la invasión musulmana, don Rodrigo tal
vez se hallase combatiendo a los vascones (32) -aunque también po-
dría haber sido contra el usurpador Agila II (33)-; seguramente ya
estaban completamente pacificados cántabros y astures, y seguramen-
te, además, sus estructuras sociales y económicas no serían tan primi-
tivas como algunos autores han pretendido. No deja de ser curioso que
la campaña de Sisebuto en el Norte se encontrase finalizada en el 613
y que hasta el reinado de Recesvinto o el de Wamba, en que posible-
mente se crearon los ducados de Cantabria y Asturiense, transcurrie-
ron entre cuarenta y sesenta años, tiempo suficiente para pacificar la
zona de una forma casi total; pese a la existencia de campañas milita-
res de Wamba contra los astures, lo que parece muy poco probable (34),
pero que de ocurrir se darían algo después de la constitución de los
nuevos ducados o justo antes, lo cierto es que ambas zonas debían de
encontrarse prácticamente pacificadas en su totalidad y, por ello, pres-
tas para ser asimiladas como dos provincias más. Obviamente una zona
=
(28) lsid., H. G., 59; Hisl. Pseudo-Isid., 16 MGH. AA., XI, págs. 291 y 386, y
FHA, IX, pág. 238.
=
(29) Isid., H. G .• 63 MGH. AA., XI, pág. 292 y FHA, IX, pág. 255.
(30) Así parece desprenderse de la inscripción JCERV, 287, que hace referencia
a la muerte de un joven noble, llamado Oppila, a manos de los vascones; ello ocu-
rrió el 12 de septiembre del 642 y su cuerpo fue trasladado a sus tierras de la Bética.
=
(31) Taio, Epist., 2 PL, LXXX, col. 727 y FHA, IX, pág. 311.
(32) «Estaba a la sazón ausente, en tierras de Pamplona, en guerra con los vas-
cones, pd'r graves rebeliones que habían estallado en aquel país ... », relata Al-Maq-
qari (COAHG, I, pág. 176). «Estaba ausente de la corte con batiendo a Pamplona ... »,
dice Ajbar Muymua (COAHG, 1, pág. 21. Cfr. R. Dozy, Recherches ... , I, pág. 43).
« ... se hallaba ausente combatiendo a los Vascones», dice Fath Al-Andalus (HCE,
pág. 7).
(33) Cfr. J. ÜRLANDIS, «La Antigüedad ... », pág. 524; L. A. GARCÍA MORENO, His-
toria de España ... , pág. 189; A. DEL CASTILLO, «Las invasiones y la formación del
reino visigodo en Hispania», en J. M.ª BLÁZQUEZ y A. DEL CASTILLO, Manual de His-
toria de España, l. Prehistoria y Edad Antigua, Madrid, 1991, pág. 481.
(34) L. A. GARCÍA MORENO, «Estudios sobre la organización administrativa ... »,
pág. 141, nota 555, considera que Wamba realizó únicamente la campaúa contra los
vascones.
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18 JULIA MONTENEG RO y ARCADIO DEL CASTILLO
en la que estaban acantonados importantes dispositivos militares esta-
ba en mejor disposición para resistir la embestida musulmana, y natu-
ralmente a ella se debieron de dirigir los restos del recientem ente ven-
cido ejército visigodo -y en concreto sabemos que muchos nobles
toledanos huyeron a Amaya y presumimos que algo similar ocurrió
con Astorga- y no a pedir ayuda frente al invasor a las, denominadas
por algunos, irredentas tribus del Norte.
¿Hasta qué punto hemos de aceptar sin discusión alguna la existen-
cia de un arreglo con tales tribus insurrectas del Norte debido a la
notable habilidad de don Pelayo para aglutinar posiciones contrarias
(y en definitiva para convencer a los astures de la necesidad de unirse
frente a un enemigo común) y no suponer que la creación de los du-
cados visigodos Asturiense y de Cantabria en la época referida fue el
detonante para una asimilación de los habitantes de ambas zonas, cosa
que precisamente buscaba la creación de dichos ducados, cuando si no
era así bastaba una fuerte guarnición por parte visigoda para sujetar
a tales insurrectos? Si esto es verdad, y no parece existir nada que nos
haga pensar lo contrario, la creación de tales ducados buscaba preci-
samente la asimilación de las poblaciones, y a lo largo del amplio pe-
ríodo que va desde su creación hasta la invasión musulmana se pudo
completar en su mayor parte y permitir así que curiosamente sirvieran
para algo para lo que no fueron concebidos, a saber, para servir de pla-
taforma en la recuperación del reino perdido. No deja de ser curioso
que unas poblaciones que en ningún momento, salvo los claros intentos
de expansión de los vascones (naturales, por otra parte, ya incluso en
época romana), habrían pretendido ningún dominio real fuera posi-
blemente de su propio territorio, de repente fuesen convencidas por
don Pelayo para resistir frente al Islam y, muy poco tiempo después,
para tomar la iniciativa reconquistadora. Contra ello podría argumen-
tarse la existencia del famoso limes de época romana para mantener a
raya a las belicosas tribus del Norte, puesto que si los romanos se ha-
brían visto obligados a establecer un límite fronterizo es que tales tri-
bus necesitaban ser paradas de alguna forma. Sin embargo, la idea de
la existencia de dicho limes se basa fundamen talmente en la referen-
cia contenida en la Notitia Dignitatu m con respecto al ejército de la
diocesis Hispaniar um en el Bajo Imperio, en concreto a partir del año
395, fecha en que fue compilado el referido documento. Según tal do-
cumento, al margen de las tropas de Mauritania Tingitana, al mando
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 19
de las cuales estaba el ca-mes Tingitaniae, bajo el que se encontraba
un praefectus alae y siete tribunos que comandaban las correspondien-
tes cohortes, y que mandaba también sobre dos auxilia palatina, una
legión pseudocomitatense y dos legiones comitatenses, se encontraban
bajo la autoridad del magister militum praesentalis a parte peditum,
en la provincia de Galecia, el prefecto de la legio VII Gemina, estacio-
nada en Legio (León) y los tribunos de las cohortes 11 Flavia Pacatia-
na, estacionada en Paetaonium (Rosinos de Vidriales, Zamora), JI Gal-
lica, cuyo acuartelamiento se situaba ad Cohortem Gallicam (lugar no
identificado), Lucensis, estacionada en Lucus (Lugo) y Celtibera, que
había sido trasladada desde Brigantia a luliobriga (Retortillo, Santan-
der), y en la provincia Tarraconense, el tribuno de la cohorte 1 Gal-
lica, estacionada en Velleia (lruña, Alava); asimismo, bajo el mando
de un vir spectabilis comes estaban once auxilia palatina y cinco le-
giones comitatenses. La situación de las tropas mandadas por el ma-
gister militum praesentaiis a parte peditum hizo que R. Grosse man-
tuviese que se trataba de contingentes limitanei ( 35) , lo que fue reite-
rado, entre otros, sobre todo por A. Barbero y M. Vigil en el sentido
de la existencia en el Bajo Imperio de un limes en la zona norte penin-
sular contra unos pueblos que aún eran considerados peligrosos por
las autoridades romanas, lo que probaría un dominio débil en esta
zona (36), opinión que actualmente parece encontrarse en franco re-
troceso, aunque algunos autores, como L. A. García Moreno y A. J. Do-
mínguez-Monedero, la defienden aún, si bien hay que decir que con
ciertas matizaciones (37). Tal hipótesis resulta bastante discutible, so-
bre todo porque las tropas de frontera estaban al mando de un dux o
un comes, cosa que no ocurría en la diocesis Hispaniarum, salvo en
Mauritania Tingitana. Por esta razón J. Arce supone que, habida cuen-
(35) R. GROSSE, en FHA, IX, pág. 25.
(36) A. BARBERO y M. VIGIL, «Sobre los orígenes sociales de la Reconquista: cán-
tabros y vascones desde finales del Imperio romano hasta la invasión musulmana»,
en Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelona, 1974, esp. págs. 16 y
sigs. (se trata de la reimpresión de un artículo del mismo nombre publicado en
BRAH, CLVI, 1965, págs. 271-339).
(37) L. A. GARCÍA MORENO, «Estudios sobre la organización administrativa ... »,
esp. págs. 89--90, y «Vicentius dux provinciae tarraconensis. Algunos problemas de la
organización militar del Bajo Imperio en Hispania», Hispania Antiqua, VII, 1977,
págs. 79 y sigs.; A. J. DoMíNOUEZ-MONEDERO, «Los ejércitos regulares tardorromanos
en la península Ibérica y el problema del pretendido limes hispanus», Revista de
Guimaraes, XCIII, 1983, págs. 101 y sigs.
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20 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
ta de que la Península se mantuvo alejada de peligros exteriores y de
que los pueblos del norte no son mencionados como actores de ata-
ques contra los romanos en el siglo 1v, podría tratarse de tropas de
defensa marítima en retaguardia y de defensa fluvial, pues los lugares
en los que se concentraban no se encontraban demasiado lejos de la
costa cantábrica, sin descartar tampoco una posible función policial en
caminos y pasos montañosos para evitar posibles invasiones de piratas;
lo que no carece de cierto sentido si tenemos en cuenta que los asen-
tamientos de estas tropas se encontraban dominando cuencas fluviales
y pasos de penetración a la Meseta, y que las referencias de la Notitia
Dignitatum se insertan dentro de un contexto de enumeración de flo-
tas y flotillas establecidas en Italia y las Galias (38). Este mismo autor,
abundando en el tema, ha llegado incluso más lejos, afirmando rotun-
damente que no existía ni siquiera ejército establecido tal y como lo
describe la N otitia Dignitatum, puesto que lo que allí aparece viene a
representar la organización que debería haber tenido la diócesis en un
momento concreto, y ello concuerda con la ausencia total de mención
de un ejército regular en los testimonios que se refieren a los aconte-
cimientos de los primeros aii.os del siglo v, como la usurpación de Cons-
tantino III, cuyas tropas al mando de su hijo Constante (aunque real-
mente dirigidas por Geroncio) lucharon en la Península contra los fa-
miliares de Teodosio, o la entrada de suevos, vándalos y alanos (39).
Si admitimos la existencia de los dos ducados, así como que desde
la creación de los mismos se hubiese caminado fuertemente hacia la
asimilación de las respectivas poblaciones, es posible deducir la más
que probable presencia de don Pelayo en la región en fechas muy ante-
riores a la invasión musulmana, como pretende la crónica Albeldense,
según la cual Pelayo llegó a Asturias expulsado de Toledo por el rey
Witiza (40). Dos motivos llevan a hacer esta afirmación: esta crónica
(38) J. ARCE, <<La Notitia Dignitatum et l'année romaine dans la diocesis Hispa-
niarum», Chiron, X, 1980, págs. 593 y sigs.; El último siglo de la España romana,
284-409, Madrid, 1982, págs. 67 y sigs.; «La crisis y el Bajo Imperio (161-409 d. C.)»,
en A. MONTENEGRO y otros, Historia General de España y América, 11. Constitución y
ruina de la España romana, Madrid, 1987, pág. 312.
(39) J. ARCE, «Notitia Dignitatum 0cc. XLII y el ejército de la Hispania tardo-
rromana», en A. DEL CASTILLO (ed.), Ejército y sociedad. Cinco estudios sobre el mun-
do antiguo, León, 1986, págs. 51 y sigs.
(40) Cfr. la nota 20 de este trabajo. En cambio, según la versión Rotense de la
crónica de Alfonso 111, don Pelayo se refugió en Asturias después de la caída de
Toledo: Urbs quoque Toletana, cunctarum gentium uictris, Ismaeliticis triumfis uicta
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OON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE JA RECONQUISTA 21
es más antigua y está menos contaminada de progoticismo que la cró-
nica de Alfonso III y, además, por pura lógica hay que admitir que
don Pelayo -por las razones que fueran- tenía que estar en Astu-
rias antes de la invasión; de otra manera no se puede explicar su cau-
dillaje sobre los astures. La Albeldense, por otra parte, dice que don
Pelayo fue el primero que asumió la rebelión contra los musulmanes,
sin mencionar ninguna elección, lo cual parece denotar un caudillaje
natural, que también se detecta de alguna manera en el relato de la
Rotense, en el que la rebelión de don Pelayo parece implicar la rebe-
lión de los astures, si bien en este caso sí se menciona la posterior
elección (41); tal caudillaje es preciso ponerlo en relación con una si-
tuación preeminente en el ducado de Asturias, lo que explicaría que
los astures cerraran filas en torno a su jefe. No podía ser el duque,
pues, sin duda, lo hubieran consignado las crónicas, pero sí segura-
mente alguien muy próximo a la máxima autoridad del ducado; no
olvidemos que, según algunas crónicas, don Pelayo era hijo del duque
Fávila (42).
subcubuit et eis subiugata deseruit. Per omnes prouincias Spanie prefectos posue-
runt ... 1pso quoque prefecturam agente, Pelagius quidam, spatarius Uitizani et Rude-
rici regum, dicione 1smaelitarum oppressus cum propria sorore Asturias es/ invessus
(Adef. 111 Chron., 8 = CA, pág. 122); esta ideil <1parece m.-ís cxplícit<1 en la versión
Ovetense, en la que don Pelayo se refugió en Asturias después de la invasión musul-
mana en compañía de otros nobles godos: Arabes lamen patria simul cum regno
oppresso pluribus annis per presides Babilonico regi tributa perso/uerunt, quousque
sibi regem elegerunt et Cordobam urbem patriciam re¡.:num sibi firmauerunt. Goti
uero partim gladio, partim fame perierunt. Sed qui ex semine rt!gio remanserunt,
quidam ex illis Franciam petierunt, maxima uero pars in patria Asturiensium in-
trauerunt sibi que Pelagium filium quondam Faffilani ducis ex semine regio prin-
cipem elegerunt (Adef. 111 Chron., 8 = CA, pág. 123).
(41) Chron. Alb ... XIV, 33 = CA, pág. 171: ... Pelag,ium filium Fafilanis, qui pos-
tea Sarracenis cum astures reuellauit ... ; y XV, 1 =--= CA, pág. 173: Et postquam a
Sarracenis Spania ocupata est, iste primum contm eis sumsit 1·euel/ionem in Astu-
=
rias ... ; Adef. 111 Chron., 8 (Rot.) CA, pág. 124: Quem Sarraceni persequere cessabe-
runt. llte quidem montana petens, quantoscumque ad concilium properantes inuenit...
Qui per omnes Astores mandatum dirigens, in unz1111 colecti sunt et sibi Pelagium
principem elegerunt.
(42) Adef. 111 Chron., 8 (Ovet.) = CA, pág. 123: ... Pelagium filium quondam
Faffilani ducis ex semine regio ... Chron. Atb., XIV, 33 =: CA, pág. 171: ... Fafila-
nem ducem Pelagii patrem ... Pelagium filium Fafilanis ... Si bien esta última crónica
dice en otro lugar que don Pelayo era hijo de Vermudo, nieto de Rodrigo, rey de
Toledo: Pelagius filius Ueremundi nepus Ruderici regis Toletani (Chron. Alb., XVa,
1 = CA, pág. 172). Sobre la razón de ser de esta última genealogía, cfr. CA, pág. 65.
También considera a don Pelayo hijo de Fávila el códice anónimo del siglo XII, Fath
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22 .JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
Admitida la creación de los ducados Asturiense y de Cantabria en
época visigoda, así como la muy temprana presencia de don Pelayo en
Asturias, seguramente en relación con la existencia de tales ducados,
y el claro progoticismo de la crónica de Alfonso 111, lo que invalida
muchas de sus afirmaciones, es factible plantear una nueva visión de
los acontecimientos que dieron lugar al surgimiento del núcleo astur.
Una visión que gira en torno a dos hechos fundamentales: que don
Pelayo fue un visigodo que estaba en situación de aglutinar tras de
sí un amplio contingente dispuesto a resistir la invasión, si no a recu-
perar el reino perdido; y que este contingente -tal y como indican
las crónicas menos contaminadas de progoticismo e incluso un texto
tan progótico como el de la versión Ovetense (43)- estaba formado
básicamente por los habitantes del ducado, los "astures" a los que rei-
teradamente aluden las crónicas. Don Pelayo se hallaría seguramente
en Astorga, capital del ducado Asturiense, cuando se produjo la toma
de la ciudad por los musulmanes, y sería entonces cuando se retiró al
otro lado de los montes. Allí aceptó en un primer momento la nueva
situación, pero después, y por causas desconocidas, aunque presumi-
bles, cambió su actitud inicial de sometimiento por otra de franca re-
beldía, pues el relato de la versión Rotense de la crónica de Alfonso 111,
con todo lo que pueda tener de legendario, denota un período de clara
connivencia entre don Pelayo y las autoridades musulmanas previo a la
sublevación. Tal connivencia no fue nada excepcional, sino más bien
una actitud casi generalizada por parte de los visigodos (los casos de
Teodomiro en Orihuela y Casio en el valle del Ebro son los más cono-
cidos, pero no los únicos). Sí fue excepcional, en cambio, la actitud pos-
Al-Andalus (HCE, pág. 29), e igualmente lbn Jaldun (R. Dozv, Recherches ... , I, pá·
gina 93). Tal ascendencia explicaría el nombre del hijo de don Pelayo. Ahora bien,
somos conscientes de que se pudo dar el fenómeno inverso, a saber, que se asigna·
ra al padre del caudillo astur el nombre de su nieto. Para C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ ,
Orígenes de la nación española ... , II, págs. 8 y 79, resulta incuestionable que don
Pelayo era hijo de un duque llamado Fávila. L. BARRAU-DIHIGO, «Recherches sur l'his-
toire ... », pág. 115, parece aceptarlo, y R. CoLUNS, La conquista ... , pág. 132, lo en-
cuentra muy verosímil.
(43) Al narrar la huida del gobernador musulmán Munnuza, pese a que esta
crónica incide en el protagonismo de los visigodos huidos a Asturias en el surgimien-
to del núcleo astur, dice: Quumque Astores pe,sequentes eum ... [Adef. III Chron., 11
(Ovet.) = CA, pág. 131]. Alude también a los astures en la sublevación de don Pelayo
contra los musulmanes el famoso documento del 812 (cfr. S. GARCÍA LARRAGUETA, Co-
lección ... , doc. núm. 2, pág. 6).
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DON PELAYO Y LOS ORÍGI'NES DF LA RECONQUISTA 23
terior de don Pelayo. Cuando tal hecho tiene lugar, cuenta la Rotense
que Munnuza, el gobernador musulmán, intentó apresar a don Pelayo,
pero éste se dirigió a las montañas (44) -fue el primero en meterse
en las ásperas montañas, dice la crónica Albeldense (45) - fuera del
control musulmán, debido a la fragosidad de la zona. Y, una vez a sal-
vo, los "astures" eligieron a don Pelayo como príncipe o caudillo, se-
gún narra la Rotense, como ya hemos indicado.
Estos acontecimientos provocaron la huida de Gijón del goberna-
dor musulmán, lo que, como hemos señalado antes, debió de tener lu-
gar en 718. El alcance real de estos sucesos sería que don Pelayo logró
aglutinar a la población de la zona, y puede que incluso también a al-
gunos elementos que se encontrasen al margen del antiguo dominio
visigodo, localizados en las zonas más recónditas del territorio (46),
además, naturalmente, de propiciar el surgimiento del núcleo astur.
Con tales resortes de poder estaba en condiciones de imponer su lide-
razgo en la resistencia y reconquista subsiguiente.
Queremos hacer notar que las crónicas Albeldense y de Alfonso 111
en su versión Rotense no guardan grandes similitudes en el relato de
los acontecimientos, pero ambas dejan claro un punto: el protagonis-
mo de don Pelayo y su huida a las montañas. Ni una ni otra mencionan
a otros visigodos y, en cambio, sí a los astures, explícitamente la Ro-
tense, implícitamente la Albeldense. Ello denota que es preciso poner
en tela de juicio la llegada masiva a Asturias de visigodos huidos de
la invasión musulmana. Sin duda llegaron algunos, que en principio
buscarían refugio en Astorga, pero su participación en los momentos
iniciales del surgimiento del núcleo astur debió de ser irrelevante.
Dicha llegada y especialmente el protagonismo de los visigodos huidos
en la elección de don Pelayo solamente la recoge la versión Ovetense
de la crónica de Alfonso III (47), y es de todos sabido el afán progótico
(44) Adef. III Chron., 8 (Rot.) = CA, págs. 122 y 124.
(45) Chron. Atb., XVa, 1= CA, pág. 172: Jpse primus ingressus est in asperibus
montibus sub rupe et antrum de Aseuba.
(46) A. BARBERO y M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , págs. 212-213, hacen
notar que los musulmanes no sobrepasaron los puntos de penetración visigoda, y que
la parte del actual Principado de Asturias controlado por los musulmanes es el terri-
torio de Pésicos, donde acuñaron moneda los visigodos.
(47) Adef. 111 Chron., 8 (Ovet.) = CA, pág. 123: Sed qui ex semine regio reman-
serunt ... maxima pars in patria Asturiensium intrauerunt sibique Pelagium ... princi-
pem elegerunt.
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24 .JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
de este relato. Hay que concluir, por lo tanto, que fueron don Pelayo
y los astures los artífices de la sublevación. Ahora bien, ¿qué hay que
entender por astures? Desde luego no las pretendidas, por algunos au-
tores, tribus irredentas, sino grupos de población sobre los que don
Pelayo tenía un gran ascendiente, como demuestra un pasaje de la Ro-
tense, según el cual, cuando don Pelayo se refugió en las montañas
"una vez que él hizo correr sus órdenes por entre todos los astures,
se reunieron y eligieron a Pelayo como su príncipe". Algo similar se
aprecia en la Albeldense, que indica que don Pelayo se rebeló con los
astures contra los sarracenos. Existe un hecho que nos parece definiti-
vo en torno a la influencia que ha tenido el término "astures" en las
crónicas, y es que la de Alfonso III, en su versión Ro tense, hace ref e-
rencia a Pedro como du.--c Cantabrorum (48), por lo que el término
"duque de los cántabros" no deja de denotar el hecho de que alude al
gobernador de la provincia de Cantabria, como sí parece ponerlo de ma-
nifiesto con mayor claridad la crónica Albeldense que le denomina dux
Cantabrie (49). ¿Cómo habrían de llamar los cronistas a las personas
que habitaban el ducado Asturiense, si llamaban a las que habitaban
el de Cantabria "cántabros"?; naturalmente, resulta lógico que "astu-
res". Así, pues, los astures ya no eran tanto una etnia como los habi-
tantes del ducado visigodo denominado Asturiense, y así se explica la
facilidad con que don Pelayo pudo convertirse en su caudillo. Incluso,
los que pretenden que el término "astures" de las crónicas hace refe-
rencia a algo étnico, han de reconocer que es posible que esta pobla-
ción no fuera en su totalidad descendiente, en última instancia, de la
etnia astur, pues para A. Barbero y M. Vigil el valle del Sella, el pri-
mitivo núcleo astur, era en época romana territorio cántabro, poblado
por cántabros vadinienses (50 J •
(48) Adef. llI Chron., 11 (Rot.) = CA, pág. 130.
(49) Chron. Alb., XV, 3 = CA, pág. 173.
(50) A. BARBERO y M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , págs. 279 y sigs. Por
nuestra parte, creemos que, en principio, no podemos descartar el que precisamente
al fonnarse los ducados Asturiense y de Cantabria en época visigoda se trazara la
línea divisoria entre ambos precisamente entre Liébana y Primarias, nombre este
último con el que se designaba al valle del Sella. Así se explicaría que a partir de
este momento se incluya en el concepto de astures a un pueblo, habitante en el
valle del Sella, que por etnia pertenecía al grupo de cántabros vadinienses. De esta
manera, tendría también explicación el hecho de que mucho tiempo después -en la
versión Rotense de la crónica de Alfonso III- se establezca una distinción entre
Asturias y Primarias, Adef. III Chron., 14 (Rot.) = CA, pág. 132: Eo tempore popu-
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 25
La redacción Ovetense de la crónica de Alfonso III, además de mag-
nificar la estirpe de don Pelayo y la intervención de los visigodos hui-
dos a Asturias, silencia el papel de los astures (salvo el párrafo ya men-
cionado, en el que posiblement e el cronista olvidó por un momento su
afán propagandís tico y reflejó sin pretenderlo la realidad), y, lo que es
más significativo, guarda un expresivo silencio en torno a los sucesos
acaecidos en Asturias en los años inmediatam ente previos a la rebe-
lión de don Pelayo; una narración tan pro gótica no podía asumir ni
considerar honrosa la actitud inicial de don Pelayo de sumisión a los
musulmanes . La inicial connivencia entre el gobernador musulmán y
el primer caudillo del núcleo astur no podía ser asumida por unos clé-
rigos empeñados en ensalzar al máximo la figura del héroe. Sin embar-
go, tal connivencia no fue algo excepcional, como ya hemos indicado,
y, además, la propia Ovetense relata un incidente que indirectame nte
constituye, a nuestro juicio, una prueba de cuanto acabamos de afir-
mar. Nos referimos a la presencia en la batalla de Covadonga, y entre
las tropas islámicas, de Oppa, comisionado para que convenciese a don
Pelayo de que cambiase de actitud, es decir, para que volviera a su
actitud de sumisión de los primeros años de la invasión (51).
Al margen de las exageracion es de los cronistas, para nosotros es
evidente el protagonism o visigodo -si bien no en los términos reco-
gidos en la Ovetense- en el surgimiento del núcleo astur. Los dos du-
cados norteños -el Asturiense y el de Cantabria- , igual que otras
demarcacion es del reino visigodo, debieron de hacer frente al Islam.
La toma de Amaya supuso la muerte para muchos visigodos y el des-
latur Asturias, Primarias, Liueria, Transmera, Subporta, Carrantia, Bardulies qui nunc
uocitatur Castella et pars maritimam [et] Gallecie ... Si bien es cierto que A. BARBERO
y M. VIOIL, La formación del feudalismo ... , pág. 282, hacen otra lectura de este texto
y entienden que con el término Asturias se designa al conjunto del reino, y a con-
tinuación aparecen citadas todas las regiones que lo integran.
(51) Adef. 111 Chron., 8 y 9 (Rot. y Ovet.) = CA, págs. 123-127. Según esta cró-
nica, Oppa fue hijo de Witiza y obispo de Toledo en la versión Rotense, y de Sevilla
en la Ovetense. En cambio, el Anónimo Mozárabe (Cont. Hisp., 10 = MGH. AA., XI.
pág. 353 y FHA, IX, pág. 381) le considera hijo de Egica. Por su parte, A. BARBERO
y M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , págs. 207 y 275-276, consideran que acier-
ta el Anónimo Mozárabe y que Oppa, en efecto, fue hijo de Egica y por lo tanto her-
mano de Witiza; por lo demás, hacen notar también que Oppa fue obispo de Sevilla,
como indica la Ovetense, pues el nombre de Oppa figura en las nóminas de esta dió·
cesis.
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26 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
mantelamiento de su organización (52); los restos del ejército vencido
se refugiarían en Liébana. En cambio, a diferencia del caso de Amaya,
la toma de Astorga debió de efectuarse mediante capitulación (53). En
el pacto estipulado entre musulmanes e hispano-godos, éstos, además
de comprometerse a abandonar Astorga, encomendarían a una persona
con ascendiente sobre la población del ducado Asturiense, esto es don
Pelayo, como comes encargado de garantizar el cumplimiento del pac-
to y de recaudar los tributos, tal como parece que fue la práctica ha-
bitual según se indica en un pasaje de la crónica Profética (54); así se
explicaría todo el contexto y especialmente que sea don Pelayo quien
viaje a Córdoba legationis causa. A su regreso, don Pelayo tomó la ini-
ciativa de resistir al Islam.
Tal vez el problema a dilucidar serían las razones que impulsaron
a don Pelayo a rebelarse contra los musulmanes, cosa harto complica-
da de no aceptarse la ya referida del matrimonio de Munnuza con su
hermana. Aun a riesgo de plantear una hipótesis algo atrevida, nos
inclinaríamos a suponer que las razones que empujaron a don Pelayo
pudieron tener que ver en gran medida con el régimen administrativo
(52) Sobre la toma y destrucción de Amaya por los musulmanes ya hemos habla-
do con anterioridad, cfr. la nota 9 de este trabajo.
(53) La idea de una capitulación fue ya sugerida por C. SÁNCHEZ-A.LBORNOZ, Orí-
genes de la nación española ... , II, págs. 7-8 y 84. aunque con cierta ambigüedad, ya
que no concreta ni el momento ni la ocasión de la capitulación, ni quién pudo ser
la cabeza visible de los habitantes del territorio que fue la encargada de llevar a
cabo el pacto; en los términos propuestos no parece tener ningún sentido, pues no
es concebible que en dicho pacto una de las partes estuviera formada indistintamente
por godos refugiados y astures irredentos. Para este autor, don Pelayo se acoge a un
pacto que ya había sido anteriormente estipulado, siendo uno de tantos de los que
vivieron en Asturias bajo el dominio musulmán. Difícilmente es asumible que don
Pelayo fuera uno más de los que vivían en Asturias bajo los musulmanes, ya que el
viaje a Córdoba de éste indica con claridad su relevancia y protagonismo. Por lo
demás, resulta notable la perspicacia de R. CoLLINS, La conquista ... , pág. 134, quien
llega a plantear que don Pelayo era un noble local empujado por la caída de la auto-
ridad central a asumir la responsabilidad de su propia región, por lo que pudo haber
negociado un acuerdo con los musulmanes. Si este autor hubiese conectado tal idea
con la existencia de los ducados visigodos Asturiense y de Cantabria, tal vez hubiese
podido llegar a conclusiones muy próximas a las mantenidas por nosotros.
(54) ... et sic super pactum firmum et uerbum inmutauile descenderunt. Ut et
homnis ciuitas frangerent et castris et uicis habitarent et unusquisque ex itlorum ori-
gine de semetipsis comites eligerunt qui per omnes hauitantes terre illorum pacta
regis congregarentur. Omnis quoque ciuitas que ilti superaberunt ipsas sunt constric-
tas a suis omnibus habitantes. Ipsi quoque sunt serui armis conquisiti (PCR, pág. 626.
Cfr. Chron. Alb., XVII, 3b= CA pág. 183).
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 27
y fiscal -Y en esto estamos de acuerdo con C. Sánchez-Albornoz, cuan-
do considera que "siempre ha sido ese el primer paso de toda rebel-
día" (55) -, puesto que sabemos que Al-Hurr estableció importantes
medidas administrativas y fiscales, que conllevaban el comienzo de una
auténtica administración árabe en la Península (56). ¿No podría ser
que a raíz de la llegada de Al-Hurr y sus pretensiones se hubiese crea-
do un cierto malestar en la población sometida y que don Pelayo, por
ello, hubiera sido enviado a Córdoba para renegociar las condiciones
del pacto, y que en esta ciudad hubieran surgido problemas, hubiera
sido confinado y hubiera conseguido huir, y, tras su vuelta, iniciado la
rebelión?
Posiblemente cuando los refugiados en Liébana tuvieron noticia de
la rebelión de don Pelayo se dirigiría al valle del Sella el futuro Alfon-
so I, hijo del duque Pedro, que desde su llegada colaboró estrechamen-
te con don Pelayo, además de contraer matrimonio con su hija, Erme-
sinda; matrimonio perfectamente planificado, seguramente, por el pro-
pio don Pelayo (57).
Las crónicas del ciclo de Alfonso 111 exageran y distorsionan, pero
no nos parece que inventen cuando hablan reiteradamente de la conti-
nuidad del reino visigodo en el reino de Asturias. Así, por ejemplo,
cuando Alfonso I pobló los territorios de su reino --Y utilizamos el tér-
mino poblar con el significado del mismo que propuso R. Menéndez
Pidal (58), a saber, poblar entendido como reducir a una nueva orga-
(55) C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de la nación española ... , II, pág. 94. Desde
luego, no se puede obviar el hecho de que Fath Al-Andalus (HCE, pág. 6) dice que
los sometidos a los musulmanes, que pagaban impuestos de guerra, en un determina-
do momento cesaron de pagar y entonces fueron atacados por las tropas. Cfr. L. BA-
RRAU-DIHIGO, «Recherches sur l'histoire ... », pág. 120, nota 3.
(56) Cont. Hisp., 80-81 = MGH. AA., XI, pág. 356. Cfr. C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ,
«Otra vez ... », pág. 90 y R. CoLLINS, La Conquista ... , pág. 48.
(57) Así lo indica la crónica Albeldense: Iste Petri Cantabrie ducis filius fuit.
Et dum Asturias uenit, Bermisindam Pelagi filiam Pe/agio precipiente accepit (Chron.
Alb., XV, 3 = =
CA, pág. 173). Cfr. Adef. 111 Chron., 11 (Rot.) CA. pág. 130: Infra
pauci uero temporis spatium Adefonsus filius Petri Cantabrorum ducis ex regni pro-
sapiem Asturias aduenit. Filiam Pelagii nomen Ermesinda in coniungio accepit.
J. ÜRLANDIS, <<La reina en la monarquía visigoda», ARDE, XVII-XVIII, 1957-1958,
pág. 132, refiriéndose a este matrimonio lo cataloga como «un deliberado y feliz
intento de conjugar y fundir la vieja y nueva legitimidad». Curiosamente, la versión
Ovetense de la crónica de Alfonso 111 no menciona para nada tal matrimonio.
(58) R. MENÉNDEZ PmAL, «Introducción. Dos problemas iniciales relativos a los
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28 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
nización político-administrativa una población desorganizada, informe
o acaso dispersa producto de la invasión musulmana- la organización
que hizo, igual que la que se llevó a cabo después de la batalla de Cova-
donga, tuvo que seguir los esquemas, aunque simplificados por la fuer-
za de las circunstancias, de época visigoda, pues el monarca lo era, pero
también los habitantes de su reino. Sabemos, por otra parte, que desde
el principio se detecta la existencia de una nobleza palatina; hay alu-
siones en las crónicas a los magnates palatii (59) y surge enseguida una
monarquía fuerte, ¿en qué tradición autóctona hunde sus raíces?; la
continuidad se aprecia también en el sistema de sucesión al trono,
idéntico al de época visigoda, por más que A. Barbero y M. Vigil lo
nieguen hablando de una tradición local matrilineal indirecta en co-
existencia con un sistema hereditario patrilineal (60). Todos estos sín-
tomas son previos al reinado de Alfonso II; se respeta el orden visigo-
do antes de la llegada al trono de este monarca; de manera que creemos
que no se desarticuló, totalmente al menos, el aparato político visigodo
como consecuencia de la invasión musulmana. De la reorganización lle-
vada a cabo por Alfonso II en la Iglesia y en el Palacio no se puede
dudar, pues la noticia procede de la crónica Albeldense (61), la menos
progótica de las del ciclo de Alfonso 111, pero sí cabe preguntarse por
el alcance exacto de dicha reorganización; y, en este sentido, la clave
puede estar en las expresiones omnem ordinem, cuneta (que parecen
romances hispánicos, 1. Repoblación y tradición en la cuenca del Duero», en ELH, I,
Madrid, 1960, pág. XXX. Desde nuestro punto de vista la prueba de que este autor
acertó en su interpretación del término populatur o populantur nos la proporciona
Adef. Ill Chron., 11 (Rot. y Ovet.)= CA, págs. 130-131, que, inmediatamente después
de relatar la batalla de Covadonga y subsiguiente huida de los musulmanes, narra
cómo Tune populatur patria, restauratur eclesia ... (Tune ... populatur patria, restau-
rantur ecelesiae ... , en la versión Ovetense) y en este caso la expresión populatur no
tiene más que un significado posible: la reorganización del territorio.
(59) Adef. III Chron., 19 (Rot. y Ovet.) ==- CA, págs. 136-137. Cfr., también, 23
(Rot. y Ovet.)= CA, págs. 142-143.
(60) A. BARBERO y M. VIGIL, La formación del feudalismo ... , págs. 286 y sigs. Es-
timamos más acertada la opinión de C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, «La sucesión al trono ... »,
passim, que considera que la monarquía asturiana fue electiva con tendencia a hacer-
se hereditaria, al igual que ocurría en época visigoda. Cfr. L. BARRAU-DIHIGO, «Re-
cherches sur l'histoire ... », págs. 213 y sigs., quien estima que en el primitivo reino
de Asturias la monarquía fue hereditaria como modificación de la monarquía visi-
goda.
(61) Chron. Alb., XV, 9 = CA, pág. 174: ... omnemque Gotorum ordinem, sieuti
Toleto fuerat, tam in eclesia quam palatio in Ouetao cuneta statuit.
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DON PELA YO Y LOS ORÍGENES DE I.A RECONQUISTA 29
dar a entender una reorganización de mayor alcance que lo existente),
pues, como ya hemos indicado, hay indicios anteriores de la existencia
de un Palatium. Por otra parte, durante el reinado de Alfonso II, a
finales del siglo VIII, los francos y el reino de Asturias mantenían es-
trechas relaciones (62); relaciones que parecen heredadas de época
visigoda, porque los astures, que nosotros sepamos, no cultivaban la
política exterior. Hay una evidente contradicción al afirmar que el rei-
no de Asturias no supone la continuadad del reino visigodo de Toledo,
y no asombrarse del hecho de que cincuenta años después el reino de
Asturias tenga estrechas relaciones con los francos y exista entre am-
bos reinos una notable identidad política y religiosa. Estas relaciones
con los francos, por otra parte, pueden ser determinantes a la hora de
explicar la reorganización llevada a cabo por el rey Alfonso II. En de-
finitiva, es indiscutible la continuidad institucional del reino de Astu-
rias con respecto al reino visigodo de Toledo; continuidad clara y di-
recta, en mucha mayor proporción que en el caso de otros núcleos de
resistencia, y que se manifeista, como hemos visto, en los más diversos
aspectos.
Cuestión distinta es que haya que desechar tal continuidad del rei-
no visigodo de Toledo en la forma en que la expresan las crónicas, con-
taminidas, sin duda, por obra de los mozárabes. Muchos huyeron a los
reinos cristianos del Norte durante el emirato de Hisam (796-821) y
luego prosiguieron las oleadas durante el siglo IX y a comienzos del x
(la inmigración mozárabe fue muy intensa durante el reinado de Al-
fonso III) , oleadas que, como señalan A. Barbero y M. Vigil, incidieron
sobre una población visigoda asentada en las zonas reconquistadas que
no sufrieron una despoblación y que habían conservado la estructura
e instituciones de época visigoda. Pero una cosa es admitir una ideolo-
gía concreta en las crónicas y otra muy distinta pensar que los cronis-
tas distorsionaron excesivamente lo acaecido. En otras palabras, pode-
mos admitir que los cronistas magnificaron algunos acontecimientos
-e incluso en algún caso puntual alteraron la realidad de lo sucedi-
do- para potenciar una ideología concreta, pero no los pudieron in-
ventar, entre otras cosas porque tenemos testimonios de que había una
memoria histórica, y determinados relatos no pudieron ser admitidos
como válidos si no tenían una base cierta. A este respecto es curioso
(62) Sobre estas relaciones, cfr. CA, pág. 20, nota 30.
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30 JULIA MONTENEGRO y ARCADIO DEL CASTILLO
que, aunque las crónicas del ciclo de Alfonso III dan erróneamente
como fecha de la invasión musulmana el año 714, como ya indicamos
más arriba, en Asturias se sabía perfectamente cien años después que
la invasión tuvo lugar en 711, como prueba el famoso documento de
812 por el que el rey Alfonso II efectúa una donación a la iglesia de
San Salvador de Oviedo. Y, por otra parte, Asturias y Cantabria no fue-
ron las únicas zonas peninsulares libres de invasores musulmanes per-
manentes; en la misma situación estuvieron algunos valles del Pirineo,
y también allí llegaron hispano-godos y mozárabes y, sin embargo, fue
el núcleo astur el que experimentó un intenso y temprano sentimien-
to de continuidad con respecto al mundo visigodo, previo incluso al
reinado de Alfonso II, además de ser con diferencia el primero en sur-
gir desde un punto de vista estrictamente cronológico. Este fenómeno
no pudo ser casual ni deberse exclusivamente a la presencia de los ca-
rolingios en el Pirineo. El rey Alfonso II y, en cierta medida, los clé-
rigos mozárabes de su corte, dieron carta de naturaleza a una realidad
que no se había desvanecido nunca: la continuidad del núcleo astur
con respecto a la monarquía visigoda; continuidad incluso física, pues
los primeros reyes de Asturias estaban de alguna forma cercanos a la
monarquía visigoda. Resisten los visigodos en el Norte, pero no los
refugiados en aquellas tierras a raíz de la caída del reino visigodo de
Toledo, sino los hispano-godos afincados en ellas, esto es, los habitan-
tes de esa zona, pertenecientes de hecho y de derecho al antiguo reino
visigodo, capaces de aglutinar a los astures.
En conclusión, frente a la teoría tradicional, recogida sobre todo
en la versión Ovetense de la crónica de Alfonso III, y según la cual
don Pe layo fue elegido príncipe o caudillo por los no bles visigodos re-
fugiados en el Norte, dando así lugar al surgimiento del núcleo astur,
heredero directo de la monarquía visigoda de Toledo, C. Sánchez-Al-
bornoz afirmó que el núcleo astur fue obra de los astures acudillados
por un visigodo, don Pelayo, argumentando, que el núcleo astur no
pudo ser obra de una aristocracia caduca y vencida. Con este plantea-
miento discreparon A. Barbero y M. Vigil, para quienes era inadmi-
sible la estirpe visigoda de don Pelayo, que sería en realidad un jefe
local cántabro-astur. De manera que, si bien con matices diferencia-
dores, hoy es por todos admitida la idea de que el núcleo astur surgió
como un movimiento popular de los astures. La conclusión lógica de
tales puntos de vista es que las crónicas medievales elaboraron un im-
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DON PELAYO Y LOS ORÍGENES DE LA RECONQUISTA 31
portante mito político al poner tanto énfasis en el protagonismo visi-
godo en los primeros tiempos de la resistencia contra el Islam.
Contrariamente a este punto de vista, nosotros ofrecemos una vi-
sión distinta de los acontecimientos acaecidos en las zonas norteñas
peninsulares a raíz de la invasión musulmana. Cuando los musulma-
nes conquistaron Toledo y se desplomó la monarquía visigoda, los du-
ques en sus respectivas provincias quedaron abandonados a sus propias
fuerzas. Respecto al ducado Asturiense, debió de capitular ante los mu-
sulmanes. Pero, unos años después, don Pelayo encabezó la rebelión
contra aquéllos. Se explica así la importancia que las crónicas menos
contaminadas de progoticismo otorgan a los astures en tal rebelión,
bien entendido que, desde nuestro punto de vista, éstos serían los
habitantes del ducado Asturiense. Porque las teóricas poblaciones no
sometidas en el Norte no podían estar en condiciones de asumir algo
que nunca demostraron pretender, esto es, la toma de la Península Ibé-
rica. Si la resistencia frente al invasor musulmán hubiera sido produc-
to de tales poblaciones, no hubieran hecho otra cosa que lo que habían
hecho frente al reino visigodo, esto es, resistir; una tendencia hacia la
recuperación de lo perdido sólo pudo ser obra de los que habían tenido
bajo su mando el reino, los visigodos, que a partir de Recaredo es una
única población en ideas, y por lo tanto en un proyecto común.
Razones de mera supervivencia no pueden explicar el inicio del
avance reconquistador, tan impetuoso y temprano. Se ha alegado como
un motivo básico de tal avance la superpoblación que se habría origi-
nado en los reductos montañosos del Norte como consecuencia de las
campañas de Alfonso I, que habría trasladado contingentes de pobla-
ción desde la Meseta. Pero, dicho trasvase de población no debió de
afectar a un número significativo de personas, pues, siguiendo a R. Me-
néndez Pidal, creemos que no provocó la despoblación del valle del
Duero en los términos en los que la pretende C. Sánchez-Albornoz. Por
lo tanto tuvo que latir una ideología muy concreta en el temprano an-
helo reconquistador del núcleo astur, unido, eso sí, a otras necesidades
más perentorias. De manera que, cuando las crónicas cristianas inci-
den en una visión de la Reconquista como un intento de recuperación
del viejo orden, desplomado en Toledo, de recuperación de la España
perdida, reflejan una realidad, idealizada sin duda por los clérigos mo-
zárabes, pero realidad al cabo; no tiene sentido atribuir todo el mito
a la obra de unos clérigos, influyentes, sin duda, pero que también
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32 JULIA MONTENEGRO y ARC,\UIO DEL CASTILLO
encontraron refugio en otros núcleos de resistencia sin dar lugar a
una ideología comparable a la que alentó en los reyes de Asturias y
en sus sucesores los reyes de León y Castilla. Los clérigos mozárabes
no habrían elaborado tanto un mito político como plasmado una rea-
lidad que ya a finales del siglo IX estaba en vías de consolidación.
Serían los habitantes del ducado de Asturias -los "astures" de las
crónicas-, acaudillados por sus autoridades, los verdaderos artífices
de la resistencia; así se concilian dos hechos aparentemente contradic-
torios como son el inicial protagonismo astur y la posterior y rápida
emergencia de instituciones visigodas, obra sin duda de estas gentes,
reforzadas, eso sí, por mozárabes emigrados de AI-Andalus y por los
hispano-godos habitantes de los territorios que paulatinamente se fue-
ron incorporando, y que habían conservado la estructura e instituciones
de época visigoda.
En definitiva, creemos que el surgimiento del núcleo astur no se
debió a un movimiento popular de los astures acaudillados por un vi-
sigodo refugiado en aquel territorio, como pretende C. Sánchez-Albor-
noz, ni a un movimiento popular de los astures acaudillados por un
jefe local de la región cántabro-astur, como quieren A. Barbero y
M. Vigil, y sí a la actividad de un visigodo arraigado en un pueblo ya
muy incardinado en el mundo visigodo. Dicho caudillo, posiblemente
por los motivos antes apuntados, cambió su actitud inicial de someti-
miento a los musulmanes por otra de franca hostilidad contra el Islam,
apoyándose en los habitantes del territorio bajo su control (los deno-
minados "astures" en las crónicas). La resistencia de don Pelayo fue,
en nuestra opinión, la resistencia de un núcleo del antiguo reino visi-
godo de Toledo.
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