Del Gizzo. Girondo y La Negación de La Vanguardia PDF
Del Gizzo. Girondo y La Negación de La Vanguardia PDF
Anclajes
XX.3 (septiembre-diciembre 2016): 21-42
DOI: http://dx.doi.org/10.19137/anclajes-2016-2032
OLIVERIO GIRONDO Y
LA NEGACIÓN DE LA
VANGUARDIA
Oliverio Girondo and the denial of avant-garde
PALABRAS CLAVE: Oliverio Girondo; literatura argentina; crítica literaria; siglo XX;
Argentina
ABSTRACT: A widely accepted hypothesis among readers and critics states that
Oliverio Girondo maintained an avant-garde position throughout his literary career.
However, it is possible to read an unsuccessful attempt at avoiding experimentation
in his intermediate works, such as Interlunio (1937), Persuasión de los días (1942), and
Campo nuestro (1946), written between two different avant-garde periods in Buenos
Aires: one in the 1920s, the other in the 1950s. In analyzing these works, this paper
shows Girondo’s hesitations about the idea of literary renewal following the 1920s, as
well as the influence of nationalist ideals that contrast the internationalism that he had
expressed in his preliminary works. It also explains his subsequent radicalization, in the
late 50s, stemming from his connection with a group of young poets that sought to
reclaim a place for experimentation.
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E
n la reseña sobre Interlunio (1937) que publicó en el nº 48 de Sur
(1938), Leopoldo Marechal celebra el surgimiento del narrador en
Oliverio Girondo y le pide más: un libro de viajes o de memorias,
con el tinte épico de un Gulliver o de un Marco Polo. Sin duda, el futuro autor
de Adán Buenosayres (1948) no sabía que ese sería el único relato del poeta, pero
advierte de manera certera en el texto que se trataba de un punto de inflexión,
el germen de algo más grande o de algo distinto1. Ubicado justo en medio de
seis libros de poesía, apenas antes de torcer transitoriamente el interés de sus
poemas desde la ciudad hacia el campo y de su intento por suavizar la rebeldía
vanguardista contra la tradición, Interlunio es un texto de pasaje y también
de persistencias inevitables, que da lugar a una etapa de reconsideración de su
poética.
Esta revisión de los temas y de la forma de composición que emprendió
Girondo coincidió con una época en la cual las prácticas renovadoras se reple-
garon en la poesía argentina, como se abjura de una moda ya pasada. La revista
Sur, que en los años treinta, cuarenta y parte de los cincuenta difundía las for-
mas culturales convenidas y de buen gusto que contribuía a conformar (King),
mantenía una concepción tradicional de la poesía como valor trascendente
y lenguaje universal, aunque atenta a los cambios de paradigma del exterior.
Probablemente esa noción de lo poético, junto con el rechazo “de toda defini-
ción acomodaticia de vanguardia como humanismo” (Antelo LXXXV), haya
sido uno de los motivos para que Girondo solicitara ser excluido del consejo de
redacción y para no publicar ningún texto en la revista de Victoria Ocampo,
entre otras asperezas con el grupo editor (Antelo). Sin embargo, esto no evitó que
mantuviera un vínculo estrecho y que publicara Interlunio en su sello editorial
(Artundo y Greco).
En la escena literaria europea –de la que Girondo participaba y a la que
prestaba siempre atención, no de un modo subalterno, sino entablando una
relación horizontal con sus pares del viejo continente–, se cumplía lo que había
pronosticado Jacques Cocteau en 1926, el retorno al orden, es decir, la necesidad
de replegar las experimentaciones de los primeros ismos y volver a un enfoque más
tradicional. No obstante, en el ámbito argentino el calificativo de vanguardista
se continuó utilizando durante las décadas de 1930 y 1940 para denominar la
tendencia más actual. Así, la llamada generación del treinta se consideró van-
guardista a causa de romper con los postulados del martinfierrismo, aunque su
poesía se caracterizó por volver al verso medido y la metáfora tradicional. Lo
mismo ocurrió con la generación del cuarenta (Giordano; Soler Cañas): el estilo
elegíaco propio del neorromanticismo al que adscribían muchos de sus poetas
2 Frecuentemente la crítica argentina dividió en generaciones que se oponen unas a otras a los grupos
de poetas, considerando el momento de su consagración, lo cual a menudo tornó arbitraria la
categorización. Lejos de constituir grupos homogéneos, en general, responden a conjuntos amplios
e, incluso, a poéticas divergentes. Como bien señala Carlos Giordano, esta costumbre responde a
las nociones de proceso y cambio, propias de una historiografía de la literatura que necesita de
ciertas generalizaciones, pero también está vinculada a la vigencia y la amplia adscripción de la
crítica argentina a las nociones de José Ortega y Gasset y su teoría de las generaciones literarias.
En el caso de los poetas de 1930 o “los novísimos”, se destacan Ignacio B. Anzoátegui, Alberto
Franco y Arturo Cambours Ocampo, su principal promotor (Salazar Anglada). Una particularidad
de la generación del cuarenta fue que los propios poetas se reconocieron como generación, aun
antes de que la crítica los tomara como tal (véase Soler Cañas 1981; Zonana 2001). Sin embargo,
se trató de un conjunto tan numeroso como heterogéneo, que incluyó la tendencia neorromántica
(Antonio Requeni, Juan Rodolfo Wilcock, Silvina Ocampo, Antonio Porchia, Joaquín Gianuzzi,
Alberto Girri, etc.), a los poetas properonistas (Oscar Aguirre, José María Castiñeira de Dios, Raúl
Aráoz Anzoátegui, Eduardo Jorge Bosco, etc.) y a los vanguardistas (Edgar Bayley, Juan Carlos
Lamadrid, Enrique Molina, Olga Orozco, Mario Trejo, etc.). Aunque contingente, la separación
en generaciones ha permanecido como un modo de organizar esta amplia profusión de poetas e
incluso continúa cuando agrupamos a los actuales en categorías como “poesía de los 90”.
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Por eso, cada vanguardia ha sido un momento de inflexión en el devenir
artístico del siglo XX que sustanció lo que ya no era y lo que todavía no tomaba
forma, señalando de ese modo lo que Jauss denomina “umbral de época”, es
decir, la existencia de un giro en la historia antes de que la sociedad tome plena
conciencia del cambio3. En ese paréntesis desplegaron su experimentación vaci-
lante, inexacta e incompleta, que conformó su “estética de umbral”. El término
“estética” subraya el rasgo experiencial de extrañamiento que Adorno indica
como fundamental para desautomatizar el lazo entre el individuo y su entorno,
y poner así en evidencia la originalidad de los tiempos4.
Tal vez porque la historia se compone no sólo de avances, sino de giros y
retrocesos, la vanguardia era alrededor de 1940 en Argentina algo del pasado
y en ese entorno habría reelaborado su poética Girondo si no hubiera sido por
el impulso nuevo que cobró la experimentación a partir del movimiento inven-
cionista y de los jóvenes surrealistas, además de la difusión y la vitalidad que
nuevas revistas como Ciclo o Letra y Línea le infundieron a la experimentación
poética entre mediados de los cuarenta y fines de los cincuenta. Por lo tanto,
¿estaba o no perimida la vanguardia a mediados de siglo? ¿Era un reflujo, una
nueva oleada, o parte de un proceso que no se había cerrado, sino que obedecía
a los vaivenes que suele desplegar un discurso en la duración de su vigencia?
¿Girondo mantuvo su impulso renovador del lenguaje poético en ese escenario?
¿De qué modo?
Dada la radicalización de los procedimientos experimentales que este poeta
ejecuta en su último libro, En la masmédula (1956), se suele interpretar su derro-
tero poético como un in crescendo rupturista (Muschietti, “Oliverio Girondo y
el giro de la tradición”; Masiello), que buscaba profundizar la novedad de sus
operaciones. Sin embargo, luego de Espantapájaros (al alcance de todos) (1932),
donde Girondo termina de ofrecer todo lo que su poética inicial tenía para dar,
se produjo una etapa de replanteos, autocríticas y oscilaciones en relación con
su estilo que es preciso comprender en relación con el derrotero discursivo de la
vanguardia argentina. En efecto, si es cierto que este poeta se mantuvo ruptu-
rista hasta el final, no lo es menos que su resistencia tuvo vacilaciones y, sobre
3 Dice Jauss: “Si creemos al historicismo riguroso cuando mantiene que lo nuevo in eventu
acostumbra a sustraerse a la experiencia consciente y que sólo ex eventu, retrospectivamente,
es reconocido como el límite entre lo que ‘ya no es’ y lo que ‘aún no es’, ¿no le quedará a la
experiencia estética esa oportunidad, siempre confirmada, de apostrofar, frente a la experiencia
histórica, la aparición de lo nuevo, de elevar a la conciencia las posibilidades que se anuncian,
o incluso de dramatizar, como un nuevo comienzo o como un giro único […], ese cambio de
horizonte todavía imperceptible?” (71).
4 Para una exposición pormenorizada de la vanguardia como “estética de umbral”, véase el capí-
tulo 1 de mi tesis doctoral reunida en el volumen Volver a la vanguardia. El invencionismo y el
movimiento poesía buenos aires (1944-1963). Madrid: Aluvión, 2016. El concepto hace confluir
la idea de Jauss de “umbral de época” con el que Susan Buck-Morss le da a “«Estética» en el
sentido original de la palabra de «percepción a través de la sensibilidad». […] Es la experiencia
estética de la obra de arte (o de cualquier otro objeto cultural: texto literario, fotografía…) lo
que cuenta en un sentido cognitivo” (82).
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de interpretación. Tener en cuenta esto permite, para este teórico, desarmar
estas categorías que, como autor, tradición e influencia, desarrollo y evolución,
mentalidad o espíritu, anclan la continuidad histórica y obturan la reflexión
crítica, dado que se autorremiten. Desligarse de los relatos de la continuidad
histórica, parece una tarea compleja y no puede lograrse por una sustitución de
esos términos por otros, que muchas veces sirven para modificar la mentalidad
crítica, pero otras se convierten en eufemismos. La abolición de esas categorías
homogeneizadoras necesita hacerse desde una práctica crítica que deje a un lado
el deslumbramiento por las figuras individuales y las retome como parte de un
entorno discursivo específico con el cual interactúan. En el caso que ocupa
este artículo, es preciso considerar el recorte de la producción de Girondo en
relación con el proceso de instalación en el discurso literario de la conciencia de
que la poesía ya no era un idioma sagrado que hablaba de cuestiones ajenas a lo
cotidiano, así como la práctica de un lenguaje poético llano, conciso, inesperado
que legó la vanguardia.
Casi tan extensa como la fascinación por su ironía, por su perspectiva apla-
nadora de las diferencias o por su lenguaje metonímico, ha sido la seducción
que ha causado en la crítica el intento por develar el misterio de un Girondo
telúrico. En efecto, la composición de Campo nuestro (1946), muy apartada del
estilo experimental de sus trabajos anteriores, ha dejado perplejos a sus exégetas
de todas las generaciones, que explicaron este texto como un hiato en su obra
(Pellegrini, Molina; Perednik) o una interrupción de su proyecto vanguardista
que descartaba su potencial de ruptura (Schwartz, “Ver/Leer”) y explotaba el tono
de plegaria vinculada a la tradición y la religión católica (de Nóbile, Rodríguez
Pérsico). Otras interpretaciones, por el contrario, lo consideraron una experi-
mentación (Muschietti, “Oliverio Girondo y su tienda nómade”), el intento de
desarticular los discursos nacionalistas por la vía de su mismo lenguaje (Masiello),
una transición entre el ejercicio de una poesía visual y la explotación rítmica
(del Corro; Masiello), etc. Estas lecturas contradictorias exponen la necesidad
de comprender más cabalmente la emergencia de este texto en el conjunto de
su obra mediante su contextualización textual y discursiva, esto es, el modo en
que Girondo anticipa su poética en Interlunio junto con el estado del discurso
vanguardista y poético del momento.
Probablemente, no haya prueba más contundente de que la vanguardia se
hallaba en pleno repliegue durante la década de 1930 que un Oliverio Girondo
narrador. Es que la mayor parte de sus recursos típicamente vanguardistas
tienen un fuerte anclaje en las posibilidades que le daba la poesía: las escenas
instantáneas que capturan sus composiciones en un bosquejo de trazos rápidos,
tal como recomendaba la poética baudeleriana, junto con un lenguaje metoní-
mico aferrado a su materialidad (Schwartz, Vanguardia y cosmopolitismo), son
5 La versión original de Interlunio fue publicada en 1937 bajo el sello editorial Sur y contiene
sobrecogedoras aguafuertes de Lino Spilimbergo. El mismo Girondo convocó al pintor para
trabajar en su proyecto, que incluía las ilustraciones.
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que lo solucionara. Un par de años después de Interlunio, en Nuestra actitud ante
el desastre (1940), donde reclama con tono serio y comprometido una verdadera
emancipación cultural y económica de una Europa sumida en la catástrofe del
odio y el crimen, replica la metáfora que expone una confidencia personal oculta
en la generalización: “Si hasta ayer se encontraban personas cuya adhesión a
Europa las hubiera llevado a «plagiar el desastre», hoy cada cual comienza a
comprender, de acuerdo con su sensibilidad olfativa, que urge apartarse de ella
antes de que llegue a un estado de completa descomposición” (327).
En contraste, la opción por una América fresca y promisoria se divide a
su vez en Interlunio en una dicotomía frecuente: la ciudad y el campo, cuyo
límite es un corte abrupto, sin zonas intermedias u orillas, una construcción
opuesta a la de Borges, pero que fundamentalmente distingue Buenos Aires de
las ciudades europeas:
Cuando el tranvía se detuvo para emprender el regreso, me sorprendió encon-
trarme en los suburbios.
Las capitales europeas carecen de límites precisos, se amalgaman y se con-
funden con los pueblos que las circundan. Buenos Aires, en cambio, en ciertos
parajes por lo menos, termina bruscamente, sin preámbulos. […] de pronto:
el campo, un campo tan auténtico como cualquiera. Parecería que el arrabal
no se animara a distanciarse del adoquinado (Girondo, Interlunio 121).
El puente que comunica el mundo urbano y el rural es, sugerentemente, el
tranvía, símbolo de la poética girondina. La ciudad, ámbito predilecto hasta
Espantapájaros (al alcance de todos) (1932), es aquí el lugar del ruido que pro-
duce horror al personaje, espacio del corte y el desorden, de lo impredecible,
la frivolidad y el engaño; mientras el campo es el lugar de la continuidad, de
la fantasía y el sueño, pero también del orden, la plenitud y lo predecible y,
fundamentalmente, donde se manifiesta la conciencia moral. En uno de sus
paseos, el personaje advierte la irresponsabilidad de su vida disipada a través de
una vaca surrealista, que le dice6:
—¡Hubieras podido ser tan feliz!... Eres fino, eres inteligente y egoísta. ¿Pero
qué has hecho durante toda tu vida? Engañar, engañar… ¡nada más que enga-
ñar!... Y ahora resulta lo de siempre; eres tú, el verdadero, en único engañado.
¡Me dan ganas de llorar!... ¡Desde chico fuiste tan orgulloso!... Te considera-
bas por encima de todos y de todo. De nada valía reprenderte. Crees haber
vivido más intensamente que nadie. Pero, ¿te atreverías a negarlo?, nunca te
has entregado. ¡Cuando pienso que prefieres cualquier cosa a encontrarte con-
tigo mismo! ¿Cómo es posible que puedas soportar este vacío?... ¿Por qué te
empeñas en llenarlo de nada? (Girondo, Interlunio 123).
6 Si bien la figura de la vaca aparece en otros textos de Girondo como símbolo totémico (Molina)
de la cultura campera argentina, el hecho de que aquí se presente de pronto y hablando complejiza
su sentido y remite al símbolo que, por ejemplo, en Luis Buñuel, suele representar el tedio sexual
y de la vida burguesa.
7 La escena no deja de ser irónica y guarda por eso cierta ambivalencia: recuérdese que el símbolo
de la vaca es en el bestiario surrealista de Luis Buñuel símbolo del aburrimiento burgués y,
asimismo, de la simpleza bruta de los campesinos.
8 Aquello que advierte Patricia Artundo en el campo de las artes plásticas en la primera posguerra
es posible extenderlo a la atmósfera de la segunda: “Europa seguía actuando como un espacio
de aprendizaje: ella no había perdido su carácter de repositorio cultural del mundo occidental,
al tiempo que actuaba como puente de comunicación con culturas de otros tiempos y espacios.
[…] Sin embargo, el quiebre producido por la Primera Guerra Mundial determinaba que los
calificativos de “Viejo Continente” o “Viejo Mundo” recibieran una carga semántica negativa:
Europa era también lo “viejo” y lo “gastado”; ella se había manifestado incapaz de evitar la
guerra y, en todo caso, de dar una respuesta vital ante esa circunstancia. […] En todo caso, eran
los países jóvenes los que ofrecían una esperanza nueva y esta percepción era común no sólo
a nuestros artistas, sino también a otros intelectuales, escritores y artistas europeos” (Artundo
s.p.).
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tono de solemnidad a sus versos elegíacos, que lamentaban el tiempo de ruina
y añoraban el esplendor pasado:
Todo es triste en un mundo lleno de confusión y de violencia. Ahora no
basta el recuerdo de los poetas amados leídos sobre la suave hierba (“Edi-
torial”).
Nosotros somos graves, porque nacimos a la literatura bajo el signo de un
mundo en que nadie podía reír. De ahí, pues, que casi toda nuestra poesía
sea elegíaca (Benarós).
Los jóvenes del 40 no están para bromas: actúan en serio, muy en serio, y
por eso, en cambio, el brulote se maneja desaprensivamente […]. Tienen
una disculpa: la poca edad, la vehemencia y, sobre todo, que no lo hacen por
jugar, por pasar un buen rato a costa del prójimo o del colega. Actúan con
una terrible seriedad: son los infantes serios y terribles (Soler Cañas).
En verdad los cuarenta fueron años en los que no había lugar para el humor
en la poesía; la ironía y la frivolidad que en los años veinte habían inundado
muchos de los textos de la revista Martín Fierro formaban parte de lo que no
podía decirse dos décadas después9, tal vez, porque la conciencia destructiva de
la guerra no hacía lugar a bromas10; el texto de la portada de Disco n° 1 (1945)
se lamenta “¡Oh sol, cómo te atreves a iluminar esta tierra de crímenes!”. En
su lugar, planteaban una retórica alta y elocuente, donde el individualismo se
convertía en un elevado valor humano, la subjetividad era puro sentimiento
(Giordano) y la literatura era el único espacio de perduración frente a la caducidad
de lo real, de preservación del mito, como una versión de la historia protegida
de la corrosión del tiempo, lo cual también era un desborde si se compara con
la economía lingüística que la experiencia bélica directa había producido en
poetas como Paul Celan (Badiou) o Giuseppe Ungaretti.
En ese contexto discursivo de la poesía, las formas vanguardistas eran un
derroche fuera de lugar. La propia producción girondina se permearía de esa
atmósfera. Si bien en Interlunio la autocrítica conserva todavía la forma irónica
y se expresa con los recursos experimentales de la vanguardia, al colocarla en
consonancia con el artículo posterior, Nuestra actitud ante el desastre, se advierte la
inquietud por generar una poética “seria” y reflexiva, entroncada con la identidad
nacional y escindida de cualquier aspecto europeizante. Como ha puntualizado
9 El clima social de una y otra época es diferente en Buenos Aires. Los años veinte estuvieron
caracterizados por cierto bienestar económico y la apreciación de los salarios, que junto con
la instauración del descanso dominical pago, generaron las condiciones para el apogeo de las
actividades de esparcimiento, que iban desde el club social hasta los teatros del Centro. La crisis
de 1929, o Gran Depresión, produjo una crisis económica con baja de salarios y aumento del
desempleo que terminó con esas condiciones, las cuales no se reanimaron luego del golpe de
estado ni durante toda la Década Infame.
10 Giordano da un paso más y afirma que esta poesía constituyó una interrupción en el proceso
modernizador vanguardista, que se reiniciaría en los años cincuenta, esta vez, enriquecido por la
experiencia neorromántica.
El repliegue de la experimentación
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delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado…
¡como hubiera deseado!
“Azotadme” (130-131)
El reconocimiento de la falta por no haberse entregado a la adoración de la
naturaleza o de los motivos rurales en su poesía anterior oscila sugerentemente
entre una expresión de culpa por la que se justifica (“por timidez / por miedo /
por pudor”) y tonos de descalificación apenas insinuada de esa misma postura
poética (“en comunión de espanto, / de humildad / de ignorancia”); tampoco
falta cierta ironía que puede leerse a contrapelo en la mención a las vacas como
símbolo de lo convencional argentino o el término “lamí”. Esto tiene continui-
dad en el arrepentimiento, menos irónico, por no haber atendido a lo simple y
haberse distraído con la urbe infecta:
Allí están,
allí estaban
las trashumantes nubes,
la fácil desnudez del arroyo,
la voz de la madera,
los trigales ardientes,
la amistad apacible de las piedras.
[…]
¡Pero no!
Nos sedujo lo infecto,
la opinión clamorosa de las cloacas,
los vibrantes eructos de onda corta,
el pasional engrudo
las circuncisas lenguas de cemento,
los poetas de moco enternecido,
los vocablos,
las sombras sin remedio.
Y aquí estamos:
exangües,
más pálidos que nunca;
[…]
“Testimonial” (135)
Aunque “poetas de moco enternecido” y “más pálidos que nunca” sugiera
cierto sarcasmo sobre el lamento típico del neorromanticismo, que a veces se
volvía lacrimoso y elevaba el ideal poético hacia una solemnidad de panegírico,
no hay nada en el resto del libro que permita interpretar una verdadera crítica,
como podría esperarse de un autor plantado en el modo vanguardista de concebir
11 Sin duda, el mar también es un escenario que desencadena su poética, pero lo hace no en tanto
escenario natural, sino en una lógica urbana, en la que ya ha avanzado la civilización: es la
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En definitiva, Girondo ensaya una resolución a su autocrítica en este texto con
una poética seria, sin parodia e ironías, con elementos de la identidad nacional,
pero cuidándose permanentemente de no caer en el nacionalismo, que se encuen-
tra completamente disociada de los elementos europeizantes de la vanguardia.
La prueba de que responde a la abjuración transitoria de la experimentación que
plantea en Interlunio son dos referencias a ese texto:
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
y en tu silencio sólo hallé una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada (211).
[…]
Gracias, campo, por ser tan despoblado
y limpito de muertos,
que admites arriesgar cualquier postura
sin pedirle permiso a los espectros (215).
La vaca, esta vez, no habla ni tiene rasgos surrealistas; es una vaca trivial que
reproduce en su estatismo la nada metafísica del desierto campestre. Por eso,
tampoco enuncia una crítica: ha sido devuelta a su papel como símbolo de lo
nacional despojada de personificaciones desopilantes; su sola presencia interpela
la poética. La referencia a la ausencia de muertos es casi textual de Interlunio.
Con esto, Girondo señala nuevamente la futilidad de una postura vanguardista
allí donde no hay nada que rendirle a los muertos y su tradición. Sin embargo,
esa negación del pasado responde a una operación que desarma el mismo texto:
aunque el poema procure eludir la tradición gauchesca, la referencia al campo
la evoca inevitablemente.
Persuasión de los días y Campo nuestro son, por lo tanto, dos poemarios de
repliegue o, incluso, de negación de la vanguardia, que responden a la autocrítica
enunciada en Interlunio, un paréntesis narrativo en su poesía. Podría pensarse
que esa negación responde también a la voluntad de rechazar cualquier rasgo
europeizante, tal como expresa en Nuestra actitud ante el desastre, donde mani-
fiesta una evidente permeabilidad hacia los discursos nacionalistas pero que,
fundamentalmente, muestran un cuestionamiento de Europa como paradigma
cultural:
Nuestro profundo hartazgo por Europa nos impulsó, hace ya varios años, a
sugerir la conveniencia de dirigirle un saludo expresivo y recogernos, momen-
táneamente, dentro del cascarón.
Justificaban este retraimiento malhumorado –entre muchas razones–
dos apremios gemelos: el de impedir que nos contagiara el odio que la car-
dinámica social que pone en juego el ámbito citadino, aquello que despierta la poética más
genuina de Girondo, tal como se reconoce en los poemas de Persuasión de los días.
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impracticable. Porque si bien su poética podía elaborar una reconsideración y
volverse reflexiva o, incluso, alcanzar una profundidad metafísica, ya había
desplegado su poder corrosivo de desarticulación de jerarquías. La ruptura de
la subordinación del objeto al sujeto o la crítica a la moral burguesa que había
ejercido en sus poemas de los años veinte y treinta (Schwartz, Vanguardia y cos-
mopolitismo), entre otras operaciones, constituían no sólo recursos estilísticos,
sino dispositivos discursivos que alteraban las normas que regulaban aquello
considerado poético (Foucault) y de los cuales no podía desertar. Es decir, a
diferencia de algunos de sus compañeros martinfierristas, esas operaciones habían
sido genuinas y efectivas, y no meros juegos lingüísticos o gestos de legitimación
en el campo literario de los que hubiera podido abjurar (Ledesma; Sarlo)13.
Por eso, a pesar de que una vez clausurada la primera oleada vanguardista se
restauraron muchas de las normas tradicionales y la solemnidad volvió a inundar
la poesía, difícilmente su poética podría reponer las palabras encumbradas o el
tono altisonante que requiere una aventura heroica como la que pedía Marechal.
Como se ha observado aquí, se le escapaba la ironía, o bien no lograba la eficacia
en la expresión, al tiempo que le resultaba imposible desactivar el punto de vista
horizontal, que desarmaba jerarquías y difuminaba los claroscuros románticos;
de modo que la manera vanguardista de concebir el mundo le era propia. La
producción de Marechal pareció adaptarse mejor a una época en la que no había
lugar para las transgresiones alborotadas de la vanguardia, a la vez que aprovechó
los cambios ya asimilados.
La poética de Girondo, por el contrario, se vio descolocada o paradójicamente
corrida de su centro descentrado en tiempos que requerían un respiro en el ritmo
de transformación, y cuyos discursos nacionalistas permeaban sus ideas e inter-
pelaban sus producciones. O también podría pensarse que procuró adecuarse
sin demasiado éxito al tono de la época, en caso de que se aborde el problema
en un corte sincrónico para evitar la ordenación de los textos bajo la lógica de
una obra de autor (Foucault; Perednik). Sin embargo, la suspensión de la expe-
rimentación sería pasajera, en gran parte también por un cambio discursivo en
el modo de concebir lo poético: se avecinaba un tiempo en el cual la renovación
sería definitiva y ya no habría vuelta atrás14. En efecto, si Espantapájaros sólo pudo
encontrarse con su lector modelo a partir de los años sesenta (Muschietti, “La
fractura ideológica”), fue por un proceso de transformación de las figuraciones
de lo poético, de actualización de los modos de leer y de reconsideración de la
13 Otros casos de persistencia de una poética vanguardista son los de Nicolás Olivari y Raúl
González Tuñón.
14 Hal Foster considera que son las vanguardias de mediados de siglo en adelante las que ponen
en obra el proyecto vanguardista por primera vez y de forma definitiva: toma el concepto de
Freud “acción diferida” para explicar que la neovanguardia constituye no una repetición a
modo de farsa (como puede interpretarse a partir de Bürger y también si se la homologa a la
revolución de acuerdo al texto de Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte), sino
un acontecimiento que registra por primera vez y recodifica su antecedente en la vanguardia
histórica, para recolocar su discursividad de forma definitiva.
15 El surrealismo en Argentina tuvo una expresión temprana en la revista Qué de 1928, editada por
Aldo Pellegrini y un grupo de amigos, estudiantes de Medicina. Luego de sus dos números de
tibia difusión, el movimiento no tuvo mayor repercusión. Dos décadas más tarde, la revista Ciclo
(1948) reflotó su influencia, aunque no desde una perspectiva netamente surrealista, sino a partir
de la difusión de un estilo moderno, que incluía varias corrientes; algo similar ocurrió con Letra
y Línea (1953-1954). La primera revista que tuvo mayor acogida y que aglutinó un grupo de
poetas identificados con el surrealismo fue A partir de cero (1952).
16 En el reportaje incluido en la reciente edición facsimilar de Letra y Línea (2014), Miguel Brascó
se queja de cierta “actitud terrateniente” de Girondo, con un tono que parece revivir rencores del
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quienes conformaron la figura heroica de un Girondo vanguardista a ultranza
–o a pesar de todos los avatares señalados aquí–, lo que favoreció la recepción
de En la masmédula. Así compone Pellegrini su colocación en el centro del
rebrote surrealista:
La poética moderna rechaza la simetría, sustituyéndola por la adopción de
un equilibrio inquietante: no es el desorden sino el orden autónomo […]
que no reduzca sino realce la línea de la exaltación poética.
La nueva poesía de Girondo está situada en la corriente de esta evolu-
ción fatal. Se encontró en un momento en que la carga de sus contenidos o
admitía la valla de las convenciones idiomáticas […] o rompía con ella. Sin
quebrar la unidad espiritual que significa toda su obra anterior, ha dado el
paso decisivo. […].
Oliverio Girondo, que hace ya muchos años diera el golpe de gracia
al esteticismo barato en nuestro país con su «20 poemas para ser leídos en
el tranvía», afirmó en su obra posterior, fuerte, antidecorativa, viril y poé-
ticamente actual, una solitaria posición de vanguardia en el seno de una
generación que traicionó sus propósitos iniciales (653-654).
Nótese que Pellegrini advierte el momento de incertidumbre, pero rápida-
mente lo reconfigura como un instante de vacilación natural, sin importancia,
previo a un paso trascendente. Unos años más tarde, en 1956, Raúl Gustavo
Aguirre, introduce sus poemas en la revista poesía buenos aires:
Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891) es uno de los primeros poetas que
en nuestro país se rebelan contra el modernismo rubendariano […].
Esta rebeldía está, por otra parte, de acuerdo con la vivacidad espiritual
y el claro sentido de la función interrogadora de la inteligencia que son la
permanente característica personal de Oliverio Girondo, tal como se revela en
la trayectoria que va desde los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
(1922), hasta En la masmédula (1954), pasando por Calcomanías (1925),
Espantapájaros (1932), Interlunio (1938) y Persuasión de los días (1942).
Es decir, un lapso de más de treinta años, durante los cuales Oliverio
Girondo ha permanecido fiel a la idea de la poesía como una búsqueda
inquieta y permanente, de la solvencia expresiva […]
Fue uno de los principales animadores de la revista Martín Fierro, de
cuyo espíritu renovador sigue siendo quizás el único representante, ahora que
tantos de sus colaboradores de antaño se han retirado hacia el prudente cla-
sicismo o el sillón académico. Lo prueba ese inconformismo, ese constante
batallar contra la perversión de la poesía (Aguirre 14; énfasis en el original).
Sugerentemente, Aguirre elimina de la “trayectoria rebelde” Campo nues-
tro; Pellegrini tampoco lo menciona; ninguno distingue la diferencia de tono
pasado, porque el poeta organizaba reuniones en su casa con ciertas reglas: “ibas un día acordado
y todos eran poetas surrealistas. Si ibas otro día porque te había llamado, te encontrabas solo con
apellidos de Palermo Chico” (Wenner 13-16). Por el contrario, estas reuniones exclusivamente
poéticas pudieron haber favorecido ese “entre-nos” surrealista y literario, una confianza de amigos
en sintonía que propiciaría la sociabilidad que se necesitaba para legitimar sus experimentaciones.
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