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Hervas Sonia - El Hamster Que Llego Del Frio

El documento narra la llegada a casa de un hámster llamado Celemín como regalo de cumpleaños para una niña llamada Irene. Al principio Celemín tiene miedo y se esconde, pero Irene quiere jugar con él a pesar de las advertencias de su madre sobre no asustarlo.

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Hervas Sonia - El Hamster Que Llego Del Frio

El documento narra la llegada a casa de un hámster llamado Celemín como regalo de cumpleaños para una niña llamada Irene. Al principio Celemín tiene miedo y se esconde, pero Irene quiere jugar con él a pesar de las advertencias de su madre sobre no asustarlo.

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 1.

Bienvenido a casa, Celemín

 2. Algo pasa con Celemín

 3. En busca de la felicidad de Celemín

 4. Conociendo a Celemín

 5. Celemín es un prisionero.

 6. Pero, ¿de dónde vino realmente Celemín?

 7. Celemín e Irene hacen buenas migas

 8. El abuelo Mariano y Celemín hacen buenas migas

 9. La dieta del abuelo Mariano y Celemín.

 10. Ñam Ñam

 11. Celemín sufre de estrés.

 12. Un nuevo hogar para Celemín.

 13. Celemín se va de marcha

 14. Se acerca el invierno

 EPÍLOGO PARA LAS MAMÁS Y LOS PAPÁS


EL HÁMSTER

QUE LLEGÓ

DEL  FRÍO

Autora: Sonia Hervás


 Ilustraciones: Natacha Esains

 2014 - Todos los derechos reservados.

 
 Para mi madre, a quien le repugnaban los Hámsters.

 Para mi suegra, a quien también le repugnan los Hámsters.

 Y para Julio y Jesusa, que hicieron lo imposible por hacer felices a sus nietas
y nietos.

 
Nunca olvidaré al primer hámster que sostuve entre mis manos. La emoción al
sentir el cosquilleo de sus bigotillos temblorosos y la suavidad de su pelo de algodón. Sin
embargo, lo que más feliz me hacía era saber que me había ganado la confianza de aquella
roedora tan lista e inquieta.

 A mi primer hámster le puse el nombre de Casiopea...Y al tuyo, ¿qué nombre le has


puesto?

 
 1. Bienvenido a casa, Celemín

 Acababa de cumplir siete añazos. ¡Yuuupi!, ¡ya era más mayor!

 Me portaba bien. No me la cargaba desde hacía mucho. Me comía las


espinacas, a regañadientes, pero me las comía. Y, ¿a que no sabéis qué me iban a
regalar? No, no era ningún juguete, frío frío. ¿Ropa? ¡Noooo, qué va! ¡Helaaaado!
¿La pleisteision? ¡Congelado! Era algo más mejor que todo eso. ¿No lo adivináis? ¿Os
rendís?

 ¡UNA MASCOTA!

 Sí, estaba superfeliz. Pero mis padres, que son unos malvados, me
chincharon de lo lindo sin decirme qué animalito tendríamos en casa. Y, claro,
aquello tuvo unas consecuencias terribles: no pude pegar ojo la semana de antes de
mi cumple. Tenía derecho a saberlo, jopé.  Menos mal que se pasó rápido y en un
pispás llegó el gran día. ¡Sí, y el día de mi cumple también!

 Tuve una fiesta de cumpleaños de lo más chachipiruli, en un sitio donde


puedes hacer mogollón de cosas de lo más diver: como merendar, ponerte una
corona, explotar globos, romper una piñata... Vinieron todas mis amigas; hasta mi
abuelo Mariano, y eso que no perdonaba una tarde sin su partida de mus.

 Y bueno, al volver a casa para la cena, me esperaba mi gran regalo. Y como


soy una niña curiosa, que no es lo mismo que estomagante (que no sé lo que es,
pero me lo dicen mis padres), me puse a fisgonear en unas bolsas sospechosas que
mamá no quería que viera, en busca de pistas.

 No penséis que me gusta revolver cosas. Esa <<fea costumbre>> ya la perdí
en <<la silla de pensar sobre lo que has hecho mal>>. No me miréis así, seguro que
si estuvierais en mi lugar haríais lo mismo.
 ¿Queréis saber lo que descubrí en aquellas bolsas sospechosas?

 Pues descubrí que mi mascota NO ERA UN PERRO. ¿Que por qué? Pues
porque no había ningún collar de perros ni comida para perros ni nada relacionado
con perros. Sin embargo, mamá había comprado serrín. ¿¿¿Sería un gato???

 De ninguna de las maneras podía ser un gato, porque papá se ponía malo
malísimo siempre que íbamos a casa de la abuela Manuela. En esa casa papá
estornudaba echando unas babas increíbles. Se ponía rojo como un pimiento y le
salían ronchas en la cara y en los brazos. Que más que un padre parecía un ser
mutante de otra galaxia del espacio sideral, que es una cosa que no está nada mal,
siempre podría presumir en el cole, pero yo prefería a mi padre de siempre: ése
que me lee cuentos.

 No creáis que se ponía así por mi abuela. Lo que le pasaba a papá es que la
abuela tiene tres gatos: Vericueto, Reina y Calcetines; cuando íbamos de visita
papá se tenía que tomar unas pastillas con superpoderes, que conseguían que
volviera a su estado normal de padre y de ser humano del planeta Tierra. Así que
tampoco era para tanto, después de todo.

 Seguí rebuscando en las bolsas, antes de que mamá regresara..., y ¡toma ya!,
vi un paquetito donde ponía <<comida para roedores>>. Y no me dio tiempo a más,
porque oí los taconeos de mamá acercándose. No me pilló por los mismísimos
pelos. Mamá traía una jaula y la puso encima de la mesita del cuarto de estar. ¿Qué
clase de bicho habría dentro?

  Vi asomarse unas narices con unos largos bigotes. ¡Ooooh!¡Era un


ratoncito!¡Qué monada! De color blanco, con una rayita gris en el lomo. Cuando lo
miré más de cerca me llevé una sorpresa de lo más espeluznante:

   -¡Mamá! ¡Le han cortado el rabito!¡Qué horror! ¡Pobre ratón!

 -Irene, no tiene rabito porque no es un ratón. Es un hámster ruso. Y no


grites tanto, que lo vas a asustar.

 -¡Uf! ¡menudo susto, eso se avisa! ¡Es que es tan chiquitín! Oye, ¿qué es eso
de que es ruso? ¿Por eso es un hámster tan pequeñajo? ¿Por ser ruso? Si es ruso es
porque nació en Rusia...

 -Es de una raza de hámster enano -Se apresuró a decir mamá.


 -¿Qué es una raza? -mamá me ignoró. Es que a mamá se le dan de pena las
explicaciones, siempre se lía. Lo del hámster enano me quedó bien clarito; no había
nada más que verlo,  y siguió diciendo:

 -Verás, hija, este hámster procede de Siberia: un lugar que se encuentra en


Rusia. Allí hace tanto frío que incluso nieva.

 ¡Cómo molaba mi mascota! ¡Era un hámster que había venido desde bien
lejos! Me lo imaginaba rodeado de un montón de nieve, tiritando de frío y
castañeteándole los paletos, y sentí lástima por él.

 -¡Oh! ¡Pobre animalito! Aquí no pasará frío. Le pondremos la calefacción


para que esté calentito, ¿verdad, mami?

 -No necesita la calefacción. El pelo le protege del frío. El hámster lleva un


abriguito puesto.

 Mamá tiene unas cosas... si no tenía cremallera ni botones, ¿cómo iba a


llevar un abriguito puesto? Pero ella a lo suyo, y como siempre, fastidiándome.

 -Pues dentro de casa tendrá calor. ¡Ya lo tengo!, abrimos la ventana para
que le entre fresquito y se sienta como en Siberia -se me ocurrió esa genial idea,
pero a mamá tampoco le hizo gracia.

 -No le pueden dar las corrientes de aire ni tampoco el sol. ¡Así que nada de
sacarlo al balcón, ni en invierno ni en verano!, ¿me oyes, Irene?

 Mamá siempre me habla a gritos, ¡ni que estuviera sorda! Yo le dije a todo
que sí, mejor no contradecirla, pero empecé a sospechar que ese hámster era un
poco rollo. ¿Cómo podría haber sobrevivido en un lugar tan frío? Seguro que en su
país tenían que existir las corrientes de aire. ¡Qué bicho tan rarito!

 Y mamá siguió como si nada, con sus no hagas esto, no hagas aquello... Mi
madre se sabe una larga lista de prohibiciones, y si no, pues se las inventa. Los
mayores son así: tienen respuestas para todo.

 -Y nada de soltarlo en casa, ¡qué ya nos conocemos!

 -¡Jooopelines mamá!, me regaláis una mascota y ¿no me dejáis jugar con


ella?¡De verdad, que no es justo!
 Mamá no me hizo ni caso y siguió como si tal cosa:

 -¡No quiero ni imaginar qué pasaría si se escapa!

¿Pues qué pasaría? Yo es que a mamá no la entiendo nada de nada. Pero se


me olvidó un poco el enfado, porque era más divertido mirar a esa bolita peluda
que seguir escuchando las prohibiciones de mamá.

 -Oye mamá, una cosita. ¿Es chico o chica?

 -Es un macho -respondió.

 -¿Y cómo lo sabes?

 Y entonces fue cuando se le empezó a hinchar la vena de la frente, y decidí


no seguir preguntando.

 -¿Qué le pasa ahora? Se ha metido debajo de la rueda y no quiere salir. ¿No


quiere juntas conmigo?

 -Dale un trocito de galleta. Ya verás cómo se asoma -Me animó mamá.

 El hámster pequeñajo ese se asomó, y muy despacito, se acercó a la galleta


que le tendí educadamente. Movía las narices y le temblaban los bigotes, como si
quisiera descifrar de qué estaba compuesta la galleta. Era igualito que yo cuando
revuelvo las espinacas, también las huelo primero. Nunca se sabe lo que te puedes
encontrar.

 Ese hámster era un desconfiado, porque la galleta estaba buena, que me


había comido yo unas cuantas. Pero se ve que se asustó al oler mis dedos y volvió a
refugiarse debajo de la rueda.

 -¡Eres un cobarde, gallina, capitán de las sardinas! -le dije, cruzando los
brazos muy, pero que muy decepcionada con él.

 -Hija, el hámster tiene miedo porque es su primera noche en un lugar


extraño. Para él todo es nuevo, ponte en su lugar: mira su tamaño y mira el
nuestro.

 Le dije a mamá que vale, que me iba a poner en su lugar. En un momento
de máxima concentración, me vi a mí misma convertida en Pulgarcita,  atrapada en
una jaula, y vi las caras de unos gigantes que no me quitaban sus enormes ojos de
encima.

 -¡Ahora lo entiendo, pobre bicho! ¡Tiene que estar muerto de miedo!

 -Venga, Irene, vamos a dejarlo tranquilo. Coge un poco de algodón y


déjaselo en un rinconcito de la jaula.

 ¡Qué inoportuna!, a mamá le entraron las prisas para cenar; justo en ese
momento que el hámster no me parecía tan rollo. Lo que más me molestaba era ese
dedito que mamá me metía en las costillas, con el que me achuchaba. ¡Hay que ver
como son los mayores, siempre te estropean los mejores momentos!

 -Mamá, ¿para qué le sirve el algodón, si no está herido? -A mí lo del


algodón me dejó un poco mosca.

 -Para que se haga una camita –respondió mientras me tiraba del brazo-, ya
lo verás mañana. Ahora, dejémoslo solo para que se vaya acostumbrando a su
nuevo hogar.

 Yo le dije que bueno, que lo dejaba tranquilo; pero antes de salir de la
habitación, me pareció de lo más adecuado decirle a mi nuevo amigo cuál iba a ser
su nombre:

 -Te llamaré Celemín. Cuando nací, el abuelo decía que era tan pequeñaja
como un celemín.

 ¿Qué no sabéis lo que es un celemín? Preguntad a vuestro abuelo, seguro


que lo sabe.

 No sé si el hámster ruso me oyó porque se lo dije en voz bajita para no


asustarlo más:

 -Buenas noches, Celemín, bienvenido a casa. 

 
 2. Algo pasa con Celemín

 Al día siguiente me levanté tempranísimo para ver si mi nuevo amiguito


me dejaba acariciarlo un poquito. Pasé a la salita de estar, me acerqué a su jaula y,
¡recórcholis!; él solito se había construido una tienda de campaña de algodón y
serrín. Estaba muy bien camuflado y era misión imposible verlo. ¡A ver si sois
capaces de  hacer lo mismo! ¡No, de camuflaros, no! Eso está chupado. De
fabricaros una tienda de campaña tan alucinante. Y, ¿a qué no sabéis qué? ¿Os
acordáis de la comida que le dejamos anoche? Ah, que no lo he dicho... pues le
dejamos comida y, misteriosamente, desapareció por arte de magia. ¿Qué creéis
que hizo con ella? ¿Se la habría comido toda? ¡Claro, por eso estaba así de
regordete! ¡Y hay que ver cómo dormía! Tenía el sueño de lo más profundo. Hice
ruido y no se despertaba; no se le movía ni un bigote.

 Al rato volví a la habitación y pude verlo. Ese hámster era un contorsionista
de circo: parecía una pelota, pero con pelo, claro. Y aunque estaba todo quieto, no
estaba muerto. ¿Que cómo lo sabía sin tocarlo? Pues porque su cuerpo se inflaba y
se desinflaba. Al verlo así, dormido como un tronco, me recordaba mucho a mi
primito Pablo, que es un bebé. Lo único que hace es comer y dormir; y no sólo eso,
además hace una caca que huele fatal, del mismo color que las espinacas, os lo juro.
¡Puf, espero que no sea tan plasta como el primito, la verdad! No sabía muy bien
qué hacer, pero por si las moscas me fui. A ver si tenía tan mal despertar como el
primito, y también se ponía de tan mal humor. Ya habíamos empezado con mal pie
el día anterior, mejor no liarla más...

 Pero justo en aquel momento, tuve unos pensamientos de lo más


escalofriantes: Celemín se había pasado la noche en vela, porque echaba de menos
su camita y su casa. Se sentía muy desgraciado y no era para menos, se había
quedado sin familia; y lo peor de todo: sin amigos con los que jugar, y encima, en
manos de una niña que no lo entendía. Y yo sé muy bien lo que se siente. Yo no sé
a vosotros, pero a mí mis padres ni me entienden ni me tienen paciencia.

 Me fui de la habitación un poco triste, sin hacer ruido para no despertarlo. Y
también me fui, todo hay que decirlo, porque papá me estaba gritando que ya era
la hora de irse al cole. Como ya os habréis dado cuenta, tengo unos padres bastante
ruidosos. Antes de irse al trabajo, papá me lleva en coche al cole, y hasta la hora de
cenar no lo vuelvo a ver. No sé qué cosas tan horribles le harán en ese trabajo: me
devuelven a un padre hecho polvo y sin energías para leerme cuentos. Mis padres
son unos padres o que están muy cansados o que nunca tienen tiempo para hacer
cosas divertidas. En fin, los cansancios de mis padres son otra historia. Sigamos
con aquella mañana catastrófica, en la que por no aprenderme la tabla de
multiplicar del nueve, sufrí unos terribles efectos secundarios, que ahora os contaré
con todos los detalles:

 Aquella mañana no fui capaz de concentrarme en la lección. ¡Si es que tenía


la tira de preguntas! Una de ellas era dónde vivía antes Celemín. Mamá me había
dicho que vivía en un país muy frío, que me parecía muy bien, pero ¿vivía en un
bosque, en una pradera, en un parque o tal vez en un iglú? Ese animalillo era un
completo desconocido.

 Estaba yo dándole vueltas a este enigma cuando mi seño, Doña Refugio,


que parece un perro policía (siempre al acecho), se acercó a mi pupitre y me
preguntó si me pasaba algo. Y yo, naturalmente, le dije que sí, que tenía un
problemón. Y que no era culpa mía el que no me aprendiera la tabla de multiplicar
del nueve, que era culpa de mi problemón. Mi seño, que no se rinde a la primera,
me preguntó que dónde estaba ese problemón. Yo le dije que en casa y que mis
padres me lo habían traído por mi cumple. Entonces mi seño dejó de hacer de
perro policía, se volvió a su mesa, hizo unos garabatos y me entregó un sobre. Era
una nota para los padres. Y, como os podéis imaginar, no suelen ser nada bueno.
Una vez que la leen los míos, tengo castigo seguro. Guardé el sobre en mi mochila
y seguí pensando en el problemón del hámster y en el problemón del sobre.
¡Cuánto problemón de golpe! Mi seño me dejó todavía más angustiada. Me iba a
caer una buena, y lo peor era que no sabía por qué.

  Al volver a casa, fui a ver qué hacía el hámster. Celemín seguía duerme que
te duerme. ¡Qué aburrimiento de bicho! No, sí al final va a ser como el primito: un
dormilón y un cagón. Me puse a hacer la tarea del cole, no fuera ser que mamá se
enfadara y me prohibiera ver al hámster, ver la tele o cualquier castigo de esos de
mamá. Menos mal que a eso de las siete de la tarde, el ratoncito estaba bien
despierto, corriendo en la rueda de la jaula. ¡Parecía que se entrenaba para una
maratón! ¿Por qué corría tan deprisa, si no iba a llegar a ninguna parte?
 

-¡A este hámster le falta un tornillo! -dije en voz alta.


 Lo que dije le debió sentar fatal, porque se quedó quieto parao, como si
jugara al pollito inglés. Exactamente igual que las marmotas, que también se
quedan así de quietas. ¿Que ya lo sabíais? Pues vale. Yo no supe que jugaban al
pollito inglés, hasta que fui con el cole de excursión al zoo. Unas marmotas,de las
que viven allí, se quedaron muy quietecitas en cuanto vieron a las niñas y a los
niños de segundo B de primaria del Doctor Fleming. Estaban preparadas y muy
listas, por si tenían que salir huyendo. Y la verdad, no me extraña. Mi seño dice
que no somos de fiar y que no se nos puede llevar a ninguna parte. Esto nos lo dijo
mientras Rubén se saltaba la verja para coger a una, que se empeñó en llevársela a
casa. ¡Vaya pedazo de animal que está hecho el tío! Y ahí se acabó nuestra visita al
zoo.

 ¿Celemín estaría en posición de alerta, como las marmotas?¿Eso quería


decir que yo le suponía un peligro?¿Qué pensáis, si se puede saber? ¡Pues sí que
empezábamos mal!

 Otra cosa que me tenía muy preocupada eran sus mofletes, parecían dos
buenos flemones. ¿Qué se suponía que debía hacer si se ponía malito? No tenía ni
la más remota idea de cómo cuidar de mi mascota. No venía con instrucciones.
Mamá decía que no tenía tiempo para mis preguntitas. Papá llegaba tardísimo y
tenía prohibido esperarlo despierta.

 ¡Aaaaaaah! ¡Este amiguito nuevo me estaba agobiando más que cuando me


tengo que comer las espinacas! Algo tenía que hacer. ¿Pero qué? ¿Qué haríais en
mi lugar?

 
 3. En busca de la felicidad de Celemín

 En cuanto salí de mis clases del Inglish pitinglish, que son un rollazo mortal,
me fui a buscar a mi abuelo Mariano al Centro de Mayores. El Centro de Mayores
es un lugar donde se juntan los abuelos y las abuelas de mi barrio y se lo pasan
pipa. Mi abuelo no tiene pérdida; enseguida lo encontré en una de las salas donde
solía echar su partida de mus. Él sí que podía resolverme las dudas. Tiene, por lo
menos, tropecientos años. Apostaba mi Barbie Ninja a que había conocido a más de
un hámster ruso en su vida.

 -¡Hola, abuelito! -Le di un beso y me dio en las narices el olor a menta. Mi


abuelo siempre lleva los bolsillos llenos de caramelos de eucalisto. Y el vuestro,
¿qué lleva en los bolsillos?

 -Hombre, Irene, ¿qué te trae por aquí? ¿Qué te pasa, alma de cántaro? Anda,
toma un caramelo... Que las penas con pan son menos penas.

 -Me han regalado una mascota -dije consolándome con el caramelo de


eucalisto.

 -¡Vaya, vaya! ¿conque tienes un nuevo amiguito o amiguita? ¡Pero si


deberías estar como unas castañuelas!

 -Sí, y lo estoy..., pero no lo estoy. Me han regalado un hámster ruso. Se


llama Celemín. No es feliz y no quiere ser mi amigo. Abuelito, necesito que me
ayudes para que esté más contento.

 -No tengo ni idea de lo que es un Jáster Ruso, pero vamos a hacer todo lo
que podamos para que el Celemín ese, se sienta como en la gloria bendita y sea un
buen amigo...así, ej que, venga, que hacemos tarde.

 Que sepáis que mi abuelo no tenía ninguna raspa de pescado en la


garganta, y no llegara a decir la ese de es que. Lo que le pasaba a mi abuelo es que
es manchego, y a veces, habla raro. Abrid bien las orejas; a veces es difícil enterarse
de lo que dice.
 <<¿Pero qué diantres es un jáster ruso? ¿Será un chucho de esos modernos,
de esos tan canijos que parecen ratas?>> -pensaba mi abuelo en voz alta, mientras
se ponía de pie.                                                                        

 Mi abuelo se despidió de sus compañeros de mus, se colocó la boina y cogió


su bastón.

 -¿Por dónde empezamos? -pregunté más animada.

 -Lo primero: tenemos que averiguar qué es un Jáster ruso, y lo segundo:


vamos a ver qué es lo que se necesita para que sea feliz. Nos vamos a la sala de los
aparatos esos modernos, a ver si encontramos información sobre quién es ese
Celemín. ¿Tienes tu libreta?

 -Abuelo, siempre la llevo.

 Y saqué mi libreta de la mochila. Siempre llevo una conmigo para apuntar


mis ideas geniales, mis dibujos; pegar fotos chulis, hojas de los árboles, y vamos,
hago todo lo que se me ocurre. ¿Vosotros también tenéis una? ¡Qué guay!

 Como habéis visto, no le conté a mi abuelo que mi hámster era un ratón sin
rabito, más que nada por no chafarle la sorpresa. No soy tan malvada como mis
padres.

  Mi abuelo parecía que iba a apagar un fuego, pero a su ritmo, claro. De


pronto se paró en seco, como si se le hubiera ocurrido otra brillante idea, pero lo
único que dijo fue: -Espera un momento aquí, hija, que tengo una urgencia.

 No os asustéis, todos los abuelos tienen las mismas urgencias y es que no se
aguantan el pis. Eso es algo que yo comparto con mi abuelo.

 En cuanto volvió, se sentó frente a uno de los ordenadores, se puso las
gafas, y tecleó con el dedo de señalar, intentando acertar las letras: J-Á-S-T-E-R   R-
U-S-O. Y, acercando la vista todo lo que pudo a la pantalla, leyó que ponía:
<<QUIZÁS QUISO DECIR HÁMSTER RUSO>>.

 -Ah, pues eso decía yo -le dijo mi abuelo al ordenador, y pinchó sobre esas
palabras.

 Cuando mi abuelo vio la foto de un hámster en la pantalla, se puso menudo:


se quitó las gafas, las limpió con su pañuelo de tela (es un hombre antiguo), se las
volvió a poner, y dijo todo horrorizado: -¡Sopla!, ¡pero si no es un perro de esos
que parecen una rata! ¡si es una rata! ¡Pero si resulta que tu Celemín es un ratón, y
encima, un ratón gordinflón! ¿En qué estarían pensando tus padres para que
tengas un ratón de mascota? ¡Esas alimañas destrozan los campos de trigo!

 No comprendía por qué mi abuelo Mariano se había enfurecido tanto. Yo


no sabía qué era eso de alimañas, pero sonaba a insulto. Y eso de destrozar los
campos..., no podía ser, Celemín era muy pequeño para destrozar campos él solito.

 -¡Ay, Virgen Santísima!, ¡lo que uno tiene que hacer por una nieta! Bueno,
saca tu libreta y apunta lo que te voy a decir.
 

-Sí, abuelito, a tus órdenes -dije mientras sacaba la libreta y el boli.

 -Irene, ten paciencia con tu abuelo. Mis ojos ya no son lo que eran. Me estoy
quedando cegarruto, y no veo ni torta con estos chismes del demonio. Esto me va a
llevar un poco de tiempo.

 Mi abuelo Mariano leyó, muy concentrado, todo lo que aparecía en la


pantalla sobre el hámster ruso. Hasta que después de un buen rato, dijo:
 -Estas palabras van a ser indispensables para conseguir la felicidad de tu
amigo: Morada adecuada y Alimentación racional. Las escribí lo más grandes que
pude para recordarlas bien. ¿Que por qué? porque eran las palabras mágicas que
lograrían la felicidad de Celemín, y que se me quitaran los agobios. No sabía qué
significaban, pero vamos, que me daba igual, ya me lo explicaría mi abuelo, que sí
me tiene paciencia y todo el tiempo del mundo mundial.

 
 4. Conociendo a Celemín

 -Irene, vámonos a otro sitio que tenemos faena. Necesitamos saber más
sobre ese Celemín.

 -¡Qué chachipiruli!, ¿nos vamos de misión secreta, abuelito? -le pregunté,


mientras saltaba de lo contenta que me puse.

 -Claro, tenemos la misión de investigar a los jásters rusos. Y es secreta,


porque no te he dicho adónde vamos -me dijo con ojos de pillo.

 -¡Toma ya!, me pido detective -dije yo.

 -Y yo me pido espía secreto como el James Bon ese, jejeje -mi abuelo se
apunta a un bombardeo.

 Fuimos a un edificio enorme con muchas ventanas de color gris y un letrero


que ponía: “BIBLIOTECA PÚBLICA”. Al entrar, lo primero que vimos fue a una
mujer detrás de una mesa, leyendo. No nos oyó cuando la saludamos, porque no
levantó la vista de su libro. A esa señora se ve que no la conocían mis padres; ya le
habrían puesto un castigo de esos que no se olvidan. A mí mis padres me obligan a
decir los buenos días, las buenas tardes, las gracias y el por favor... si no lo hago,
pues me pasa lo de siempre. ¿Que qué es lo de siempre? ¡Pues qué va a ser!, que
me castigan.

 Una vez dentro, nos perdimos. Aquello parecía un laberinto. Yo no veía


nada más que estanterías llenas de libros, tan altas que llegaban al techo. Y un
señor, al que le tuvimos que dar pena, nos acompañó hasta la entrada y nos dijo
que preguntáramos a la mujer del libro. Sí, la misma que no nos dio los buenos
días.

 -¡Ejem, ejem!, buenos días, señora. Estamos buscando un libro sobre


Jásters...
 La señora esta no le dejó terminar a mi abuelo y le habló como si fuera un
viejo loco y estuviera sordo como una tapia:

 -¿Quéeee diiiiiceeee abueloooo?  -La tuvieron que oír hasta en Madrid.

 -¡Oiga usted!, abuelo lo seré de mi nieta, que de usted bien podría ser su
padre. Levante el culo gordo ese que tiene, y haga el favor de ganarse su jornal y
buscarnos libros de jásters, y cuanto más rusos sean, mejor -dijo mi abuelo, todo
enfadado, como si fuera a darle un bastonazo en todo el cogote.

 La mujer del culo gordo se puso roja como un tomate y no dijo ni pío. Tal
vez por las risitas que se oían por toda la habitación o por lo que le dijo mi abuelo,
no estoy muy segura. Algo le tuvo que molestar porque nos dijo, sin mirarnos,
toda furiosa: -¡Hagan el favor de seguirme!- Y nos llevó a unas estanterías donde
leí <<ZOOLOGÍA>>. Cogió tres libros que se llamaban: <<Cuidados de hámsters y
otros roedores>>,<<El hámster enano>> y un tomo del <<National Geographic>>. Nos los
dio, y se volvió a su mesa, y a su libro. ¿Que cómo me puedo acordar de los
títulos? ¿Para qué creéis que sirven las libretas?
 

Mi abuelo y yo teníamos un pequeño problema: los dos necesitábamos


mucho tiempo para leer. Hacía poco que yo había aprendido a leer libros gordos y
el abuelo, como ya sabéis, no veía muy bien. Pero bueno, se lo debía a Celemín. En
aquella sala nos hicieron <<chist chist>> varias veces. Yo creo que fue porque mi
abuelo empezó a leer en voz alta, y yo no paraba de hacer preguntas. Al rato se nos
acercó un señor, y dijo que si seguíamos hablando tan alto, nos invitaría a
marcharnos. Y al final nos invitó, con el por favor y todo.

 Pero antes de salir a la calle, a mi abuelo se le ocurrió una gran idea: hacerse
el carnet de la biblioteca. Le pusieron mil pegas porque la foto que llevaba en la
cartera era de cuando hizo la mili. Le dijeron que esa no valía, que no se le parecía.
Y mi abuelo dijo que de allí no se iba sin su carnet. Se ve que eso les tuvo que
impresionar, porque le hicieron allí mismo una foto y todo. ¡Mi abuelo es la monda
remonda!

 Pudimos llevarnos los libros prestados. Eso significa que te los puedes
llevar, pero que no te los puedes quedar. ¿Qué ya sabíais lo que son libros
prestados? ¡Pues habérnoslo dicho! De haberlo sabido, no nos habrían invitado a
marcharnos. Ya nos habríamos ido por nuestra cuenta. ¡Vaya una invitación más
rara que nos hizo ese señor! A mí no me gustó ni un pelo, y a mi abuelo tampoco.

 
 5. Celemín es un prisionero.

 Mi abuelo me llevó a su lugar favorito: el bar La Esquina.

 El dueño del bar daba un poco de miedo. Parecía un pirata. Era un tipo
calvo, pero con los pelos largos, con uno de los paletos doblado hacia fuera y
hablaba como un auténtico pirata de mar. Y era muuuuuy feo. ¿Que cómo hablan
los piratas de mar? Con una voz ronca y terrorífica. Éste no llevaba loro ni parche
en el ojo; pero, sospechosamente, cojeaba. Seguro que tenía una pata de palo
escondida debajo de los pantalones. Nada más entrar, el Trampi (así es como lo
llama mi abuelo), le gritó a la puerta de la cocina del bar, aporreándola con la
mano:   -¡A toooda prisa, unas patatas friiitas para la nieeeta de Don Mariaaano!

 Sin duda era un auténtico pirata. No podía ser uno muy malvado porque
nos invitaba como es debido: a patatas fritas, y no a marcharnos a la calle. Después
de comerte las patatas, se te pasaba el miedo.

 –Irene, te he pedido una fanta de naranja y para mí un carajillo. Guárdame


el secreto del carajillo, ya sabes que tu abuela me gruñe y me pone la cabeza como
un bombo. Es por quitarme el gusto -Yo le dije que sí, que vale, que le guardaba el
secreto.

  -Y vamos a seguir con lo nuestro -dijo mi abuelo, mientras abría uno de los
libros, y se chupaba un pulgar para pasar las páginas -A ver, ¿Por dónde íbamos?
ah, sí, por aquí. Escucha lo que pone aquí, Irenita: <<lo ideal es ofrecer al hámster
todas las comodidades que en la naturaleza sabe procurarse por sí mismo>>

 -Entonces ¿dónde vivía Celemín? ¿resulta que antes era libre, correteando a
sus anchas en la naturaleza? Y ahora voy yo y lo encierro en una jaula. Con razón
el hámster no quiere juntas conmigo y ha planeado escaparse. Soy su carcelera y él
es mi prisionero… o peor todavía, ¡es mi rehén! ¡Abuelo, soy cómplice de un
hamstercidio!

 A mi abuelo por poco se le cae la dentadura postiza dentro de la taza del


carajillo, de la risa que le entró. A mí no me hacía ninguna gracia. A veces, los
mayores no me toman en serio. Ni siquiera mi abuelo.

 -A ver, hermosa, hubo un tiempo en que todas las mascotas vivían en
libertad. Sí, como lo oyes. Los perros, los gatos, incluso los canarios. Pero las
personas querían que les hicieran compañía. A eso se le llama ¡calla, que se me ha
ido...! Mi abuelo en un esfuerzo por recordar, se mordió la lengua, miró al
techo...hasta que dijo al fin:

  -¡Leñe, domesticar! ¡Eso mismo! Llevas razón, Irene, es bien triste enjaular a
un animalejo. Van a prisión por un crimen que no han cometido. Ea, pero están
acostumbraos. Si le abres la puerta de la jaula a un periquito, ya verás cómo no se
escapa. Si se escapa, el pobrecico se muere, normalmente en la tripa de algún gato.
Lo mismo pasa con los perros que las personas abandonan. No saben vivir solos en
la calle porque se han domesticao, han perdido sus facultades.
 

-¿Qué es perder facultades?

 -Perder facultades es lo que lo que le pasó al Basilio, el del tercero. ¡Vaya un


tonto pelao!, que se empeñó en irse a la residencia de ancianos y ahora es un
completo inútil. ¡Que falta que le mastiquen las cocretas! Por eso yo no quiero ir.
Cuando ya no me pueda cuidar yo solico, ya se verá…

 Me puse un poco triste y caí en la cuenta de que al abuelo Mariano lo


cuidaba la abuela. Así que, eso de cuidarse él solico…, pero no se lo dije. Soy una
niña bastante prudente. Me puse a pensar en los perros abandonados, y le dije a mi
abuelo:

 -El perro es el mejor amigo del hombre, pero el hombre no es el mejor


amigo del perro. Abuelito, yo nunca abandonaría a Celemín. Es tan pequeño y está
tan indefenso...

 -Pues claro que no Irene, si no, tus padres no te hubieran regalado el Jáster.
Además, me vas a tener que guardar otro secreto:

 -¿Cuál? -Quise saber.

 -Vamos a soltar a tu jáster para que corretee a sus anchas, pero tienes que
prometerme- mi abuelo se ponía todo misterioso -una cosa…

 -¿Qué cosa?

 -Que compruebes que donde lo soltemos no haya ningún bujero donde el


bicho ese pueda meterse ni nada que pueda morder: unos cables, cortinas,
armarios…qué sé yo..., nada de nada y, sobre todo, que no se entere tu madre,
porque se la llevarían los demonios.

 -¡Yo no quiero que se la lleven y menos todavía los demonios!

 -Tranquila, que a tu madre no hay quien se la lleve con las malas pulgas que
tiene. Que lo que te digo es que se iba a enfadar, y eso no lo queremos. ¿Verdad
que no?

 -No, por nada del mundo, que se me están amontonando los castigos. A este
paso, no volveré a ver la tele nunca más. ¡Qué bien se lo va pasar Celemín cuando
salga de paseo!

 -Recuerda lo que te he dicho, Irene. ¿Oyes?

 Le dije que sí, y para que viera que decía la verdad, juré mi silencio. ¿Cómo?
Me eché la cremallera en los labios, los cerré con llave y tiré la llave, por si las
moscas.

 ¡Ya habéis oído a mi abuelo! Guardadnos el secreto, porfi.

 
 6. Pero, ¿de dónde vino realmente Celemín?

 -Entonces, abuelo, ¿cómo llegó Celemín hasta la tienda de animales?

 Mi madre dice que vivía en Rusia ¿Cómo pudo hacer un viaje tan largo un
animal tan pequeñajo? ¿Corriendo? ¿Por eso corre tan deprisa en su rueda? ¡Pero si
lo pudo atropellar un coche! ¿O tal vez lo raptaron?¡Estoy hecha un lío!

 ¡Ey!, ¡que sé que estáis ahí! Si sabéis cómo llegó Celemín a la tienda de
animales ¿a qué estáis esperando para contárnoslo?

 -A ver, déjame recordar… -dijo mi abuelo, estrujándose el celebro. -¡Ah!,  ya


me acuerdo. La culpa la tiene un científicucho alemán, que se dedicó a hurgar en la
vida de estos animalejos. Al señoritingo ese se le metió en la mollera tomar al jáster
como  prisionero durante uno de sus viajes a Rusia. Aquel bicho correteaba más
feliz que una perdiz por las estepas del norte de Rusia. Se dedicaba a construir sus
madrigueras, almacenar comida; y se quedaba acurrucao al calorcillo de toda la
parentela. Y, ¡zas!, llegó éste señor tan caprichoso y se dedicó a estudiar y a criar a
los jásters rusos en…espera que no me acuerdo de la dichosa palabreja… en... en
¡cautividad! ¡Eso es, que los encerró en jaulas!

 -Me cae gordo ese señor por raptar hámsters y meterlos en jaulas -dije
disgustada -¿Qué es una estepa? Es la primera vez que oigo esa palabra. No
recuerdo que mis padres me hayan llevado a una de esas. Mi abuelo se quitó la
boina, se rascó la calva, y se la volvió a poner. Le había hecho una pregunta bien
difícil, porque sólo se quita la boina cuando necesita refrescarse las ideas.

 -Una estepa tiene que ser como un desierto. Y del que viene Celemín, es un
desierto donde hace un frío que pela, tanto que en invierno, se cubre de nieve.

 <<En eso mamá llevaba razón>>, pensé yo.

 -Oye, abuelo, tengo otra pregunta a la que le doy muchas vueltas… ¿Por
qué Celemín es un hámster y no ratón con todo lo que se parecen? Cuando lo vi
por primera vez lo confundí con un ratón..., ¡y tú también!
 -Muy buena pregunta, Irene. Vamos a buscarlo en los libros.

 A mi abuelo y a mí el hámster nos resultaba más simpático y más rechoncho


que un ratón. Y a vosotras... y a vosotros ¿cuál os parece más interesante?

 Mi abuelo encontró en uno de los libros el porqué Celemín era un hámster y
no un ratoncito:

 -Ea, aquí está. Los dichosos alemanes que se las gastan así. Resulta que
Celemín es un animal que amontona comida para tener provisiones, y por eso lo
bautizaron con el nombre de jáster, que en alemán significa acaparador. El bicho se
las ingenia para obtener toda la comida que puede y la guarda en un almacén.
Como cuando tus padres hacen la compra para un mes. Guardan los alimentos en
la nevera y en los armarios de la cocina.
 

-¿Pueden estar esos almacenes en los mofletes de Celemín? -pregunté,


acordándome de los mofletes inflados de Celemín.

 Mi abuelo abrió mucho los ojos y se puso a rebuscar en los libros.

 -Vamos a ver, por aquí tiene que estar: <<La boca del hámster>> -leyó mi
abuelo- ¡Atiza! ¡Si resulta que tiene unas alforjas en los carrillos para transportar
las viandas! ¡Vaya un tunante (un listo, en el idioma de los abuelos) el animalejo
éste!

 -¿Qué tiene en los carrillos qué? -a mi abuelo es difícil seguirlo, ya os lo dije.

 -Irene, yo no sé qué te enseñan en la escuela...que tiene unas bolsas en los


carrillos donde lleva la comida.

 Mi abuelo y yo nos quedamos patidifusos mirando la foto de un hámster


que había hecho la compra del mes.

 -¡Eso lo tengo que ver yo con mis propios ojos! -dijo mi abuelo,
impresionado. Miró el reloj. Se nos había hecho tarde. Me guiñó un ojo y me dijo:

 -Hala, cada uno a su madriguera.

 ¡Qué chupi! Mi abuelo dejaba de ver a Celemín como un ratón cualquiera,


que destroza los campos de trigo, y ahora lo veía como un ratón con ciertas
especialidades.

 Ahora, ¿qué pensáis de Celemín?

 
 7. Celemín e Irene hacen buenas migas

 Os voy a contar cómo conseguí hacerme amiga de Celemín. La verdad es


que me resultó mucho más difícil hacerme amiga de un hámster ruso que de un ser
humano cualquiera. Para empezar, todos los días le decía unos cuantos piropos. Yo
no sé a vosotros, pero a mí me animan mucho. Le decía, por ejemplo: ¡Hola,
pequeñín! ¡Guapo…, gordete…! Eres más bonito… más bonito…¡que una rata!
Además, le contaba mi vida a poquitos, porque dicen mis padres que lo mucho
cansa.

 La verdad es que, al principio, no parecía estar muy interesado en mis


historias. Pero como yo hablaba por los codos, llegó a reconocer mi voz. ¿Que
cómo me reconocía? En cuanto me oía hablar, asomaba las narices a través de los
barrotes de la jaula. Celemín esperaba, todo impaciente, a que le cayera algo para
llevárselo a los mofletes, el muy glotón.

 Poco a poco, Celemín dejó de ser un hámster miedica: le acercaba la mano


para que me oliera los dedos con esas narices, que no eran unas narices cualquiera,
eran unas potentes aspiradoras que aspiraban toda la comida que encontraban a su
paso. A mí también me daba un buen repaso, me olisqueaba  para hacerme un
reconocimiento o para buscar comida, según por donde le daba. Llegados a estas
confianzas, probé a darle la comida de mis manos, y el muy bruto se abalanzaba.
¡Ni que se la fueran a robar! La cosa es que empezaba a fiarse de mí: yo había
dejado de ser un peligro para él. Llegó a quererme tanto que me lamía los dedos y
todo. Mamá decía que era por los restos de azúcar que se me quedaba entre los
dedos, de ponerme morada de chuches. Se equivocaba: después de comer chuches
siempre me chupaba muy bien los dedos. Resulta que no le podía dar dulces al
hámster, que podía coger diabetes como la abuela Manuela, pues de eso nada, que
a la abuela Manuela le ponían inyecciones, y eso duele.

 Que sepáis que a Celemín no le gustaban nada los mimitos. Si lo acariciaba,


se encogía y caminaba para atrás, como los cangrejos. Las caricias tenían que ser
tan fastidiosas como los besos de mi abuela Manuela. Yo no sé la vuestra, pero mi
abuela tiene la manía de estamparme unos besos que me dejaban sorda para
siempre. ¿Vuestras abuelas os dan esos besos tan escandalosos? ¿O es solo la mía?
Mamá me regañaba cuando me limpiaba la cara con la manga, pero eso de regañar
es otro de sus deportes favoritos, junto con el de castigar. Los practica demasiado a
menudo, y demasiado bien.

 El caso es que cuando Celemín ya no me tenía miedo,  pensé que había
llegado el momento de cogerlo. Puse un montoncito de pipas y semillas en la
palma de mi mano y Celemín, que no tiene ni un bigote de tonto, se subió a
recargar mofletes. Le costó lo suyo trepar, porque le pesaba el culo. Estudiaba con
las narices el terreno que pisaba. Se paseaba entre mis manos, un pelín inseguro;
algo normal por lo que me pasó después, y es que se me escurrió. Para mí, fue uno
de los momentos más espantosos de mi vida, porque el ratoncito dio un paso en
falso y se cayó. El pobre bicho movía sus patitas con desesperación, como si
quisiera agarrarse a algo, pero desgraciadamente, al aire no te puedes agarrar. Y
menos mal que cayó sobre la cama, en blandito, que si no ya estaría en el cielo de
los hámsters. Del susto que me llevé, me meé en las bragas, y mamá me castigó sin
cogerlo una temporadita.

 Total, ya veis la barbaridad que me costó hacer buenas migas con Celemín,
pero mereció la pena. Resultó ser un gran amigo, porque a pesar de la caída, no me
guardó rencor.

 
 

8. El abuelo Mariano y Celemín hacen buenas migas

 ¡Riiiiiiiiiing! Sonó el timbre y papá fue a abrir. ¿Quién podía ser?

 -¡Hombre, Don Mariano! -saludó papá-. Pase, ¿cómo se encuentra usted?

 -Pues ya me ves, hijo, los años que no pasan en balde -respondió mi abuelo-.
Ahora mismito vengo de mi cita con el médico. Cada vez que tengo la consulta le
temo más que a un nublao. No estaba el tío conforme con quitarme de fumar, la sal
y mis chatos de vino. Ahora va el condenado y me quita la panceta, la morcilla, las
gachas...¡hasta los huevos fritos...!, el muy licenciao va y me dice que le perjudica a
mi corazón; pero si estoy hecho un chaval. No voy a ir más, siempre me saca algún
achaque. Total que ya me he dicho: <<voy a ir a casa de mi nieta a conocer al nuevo
miembro familiar, para quitarme el disgusto>>.

 ¿Que no sabéis lo que es un achaque? Solo los abuelos lo saben bien, de esos
coleccionan a montones.

 -Perdone, Don Mariano, ¿qué nuevo miembro familiar? - Papá miraba raro
al abuelo.

 -Ay, hijo, pareces nuevo por no decir que pareces tonto..., ¡pues quién va a
ser! ¡El jáster!

 -Vaya con Don Mariano, pensaba que le daban grima esos bichos.

 -Sí, y un poco de repelús también. Pero el otro día estuvimos Irene y yo


investigando al jáster, y ese bicho me ha picao la curiosidad.

 -Don Mariano, ¡nunca perderé la capacidad de asombro con usted!.

 -Nunca pierdas la capacidad de asombro y punto, hijo. El mundo es en sí un


completo misterio. Creo que por eso me lo paso tan rebien con mi nieta, porque
nunca dejo de ver las cosas asombrosas de la vida. Bueno, no te entretengo, que
tendrás trabajo. Me voy a buscar a Irenita.

 -En su habitación la encontrará.-dijo papá.

 Y mi abuelo dejó a papá igual que si lo dejara en la misma luna: sólo y


desorientado.

 Mi abuelo le dio con el bastón a la puerta de mi habitación. Es su forma de


llamar y de enfadar a mamá, que le dice que ya no estamos en el pueblo. Yo me
puse loca de contenta al verlo y corrí a darle un beso.

 -¡Hola, abuelito!

 -¡Hola, hermosa! Vengo a conocer a tu amigo. ¿Es buena hora para


presentarle mis respetos?

 -Sí, ahora estará despierto y lo tengo educado para echarle de comer dentro
de un rato.
 -Di que sí, hija, cada uno tiene sus horas para almorzar, y como Celemín
vive de noche como los vampiros, le tienen que estar rugiendo ahora mismo las
tripas.

 -Ya verás que almacén tiene de comida. Ven que te lo presente abuelo.

 -Acércame una silla, que mire bien a tu jáster. Entre los riñones y las
rodillas, estoy hecho una piltrafa y no me puedo doblar, pero por lo demás estoy
fenomenal; diga lo diga el médico.

 Celemín asomó las narices para saludarme, pero se quedó quieto parao, en
posición de alerta. ¡Sí, justo como las marmotas del zoo! ¡Os habéis acordado! A
Celemín le llegaban una voz y un olor desconocidos y se escondió en su
madriguera.

-Tu amiguito me tiene miedo - dijo mi abuelo -Hace bien, no hay que fiarse
nunca de los extraños. Vaya, tu jáster es un bicho un poco desordenao...por no decir
un guarro. Yo creía que tenía una zona para el retrete. El muy cochino echa las
cagarrutas por todas partes.

 -Lo mismo no sabe dónde tiene que hacerlo y necesita que lo enseñen,
abuelo. En realidad es un animalito muy limpio. Siempre se está lavando y
peinando. Es un hámster muy presumido.

 -No es más limpio el que más limpia, sino el que no ensucia, Irene.

 Yo le dije a mi abuelo que vale, y lo dejé refunfuñando a solas para salir
disparada hacia la cocina a por un trocito de pepino. En cuanto volví a la
habitación de Celemín y me acerqué a la jaula, asomó los bigotes, esos que no le
paran de temblar.

 -¡Ay madre, qué gordo está! ¡Qué lustre tiene! Se ve que lo cuidas bien,
Irene. No hay nada más que verle la pellica (el pelo, según mi abuelo).

 Mi abuelo miraba entusiasmado como Celemín agarraba con sus patitas el
trocito de pepino y se retiraba a un rinconcillo para comérselo tranquilo, dándonos
la espalda. Era un hámster tímido. Cuando se comió un trozo de pepino, se guardó
el resto en el moflete, porque nunca se sabe. Después se limpió bien las patas y el
hocico. E, inmediatamente, se puso hacer carreras en la rueda.

 -Je, je, pero si está hecho un Fittipaldi.- Dijo mi abuelo al ver a Celemín como
corría.

 Aquella tarde mi abuelo y yo nos lo pasamos bomba hablando sobre las


galerías que construían los hámsters bajo tierra, y de los peligros a los que se
enfrentaban al salir de su madriguera en busca de comida, allá en algún lugar
lejano de las estepas. El abuelo decía que se llenaba los carrillos para tener que salir
menos veces de la madriguera a buscar comida, y yo insitía en que salía de noche,
cuando todo el mundo duerme, para que nadie se lo merendara. Y mi abuelo me
dijo que una lechuza si se lo merendaría porque es nocturna. Y así estuvimos
durante un buen rato: discutiendo sobre la vida tan arriesgada que llevaban los
hámsters rusos y de cómo se buscaban la vida en las duras estepas de Siberia. ¿No
os parecen de lo más valientes?

 Pasadas unas horas, Celemín perdió el miedo, y se asomó a través de los


barrotes para mirar más de cerca al que fue su primer abuelo. Yo me puse muy
contenta, porque Celemín y mi abuelo también hicieron buenas migas.

 
 9. La dieta del abuelo Mariano y Celemín.

 Mi abuelo decía que Celemín disfrutaba como un cerdo en un lodazal con lo
que más le perjudicaba o le engordaba: el azúcar y las pipas. También decía que
Celemín era un tunante, o sea, un listo, porque sólo se comía los cacahuetes y las
pipas que llevaba su comida.

 -Ay, animalico- decía mi abuelo- lo que más nos engorda es lo que más nos
gusta- Y, de pronto, se acordó de todo lo que le había prohibido el médico y le
cambiaron todas las arrugas de la cara- Le pasa lo que a mí, que nos prohíben lo
que más nos gusta. Ahora resulta que es malo para la salud ¡Ay, qué vida ésta,
leñe, qué injusta!

 Como veis, mi abuelo entendía bastante bién a Celemín.

 -A mí me da que esos bichejos- siguió diciendo mi abuelo- se tienen que


alimentar de raíces, semillas, hierbas, insectos… Raro es que encuentren frutas y
verduras en las estepas. Por cierto, dales muy poquitas, que si no le entrará
cagalera, y enfermará. Ya que estamos, veamos qué come. Tráete los libros que
sacamos de la biblioteca y lo repasamos juntos.

 Mi abuelo se sacó las gafas del bolsillo de su chaqueta y empezó a rebuscar
en el libro.

 - A ver, aquí está: ALIMENTACIÓN.

  Mi abuelo leyó en voz alta lo que decía el libro:

 <<La alimentación de los hámsters enanos no sólo se compone de semillas, cereales y


vegetales, sino que una parte importante de su dieta es carne, que encuentra en la
naturaleza como caracoles, gusanos...>>. ¿Ves? Lo que yo decía.

 -¿Podemos darle gusanitos, abuelito? 

 -Alguno le daremos. Tienen muchas proteínas. Mi amigo Ceferino los usa


de cebo para pescar, alguno nos dará.

 -¿Qué son las proteínas?

 -Las proteínas son esas cosas que tienes que comer para estar fuerte. Están
en el pollo que te has dejado para la merienda. Mira que eres terca. Te vas a quedar
en los huesos, y lo que es peor, vas a caer mala y el médico te va a poner una
indición con una aguja bien gorda.

 -Vaya, ya te has enterado.- Mi madre tiene la fea costumbre de contarle a


todo el mundo las cosas que, según ella, hago mal. Y los castigos, claro.

 -Sí. Tendrías que aprender un poco de Celemín, que el animalico no es tan


delicao. A buen hambre no hay pan duro, Irenita.

 Para cambiar el tema, le hice otra pregunta a mi abuelo; lo de la jeringuilla


con la aguja grande me dio un poco de canguis.

 -Oye, abuelo ¿una estepa no es un desierto de esos cómo el del Sahara, todo
lleno de arena?

 -No, Irene, dónde viven estos bichos no. De día hace mucho calor en los
desiertos del Sahara. ¿Qué pensabas, que Celemín se pondría moreno? En un
desierto de esos se achicharra con ese pelazo que tiene. Y no hay nada más que
arena, y los jásters se alimentan de hierbas.

 -¡Cuánto me gustaría saber cómo son esas estepas de Rusia!

 -Pues eso está hecho, seguro que tu padre te puede enseñar una foto en el
cacharro ese… ¿cómo se llama?

 -Se llama ordenador-Le recordé a mi abuelo.

 -Ay, hija, se me van olvidando las cosas... los años no perdonan.


 

-No te preocupes, abuelo. A mí también me pasa, sobre todo con la tabla de


multiplicar del nueve, que por más que intento recitarla de carrerilla, no me sale
-dicho esto, me fui a buscar a papá.

 –Papá, ¿nos puedes enseñar en el ordenador la foto de una estepa, por fi?
En Rusia, ¿¿¿sí??? -Le supliqué poniendo cara de pena.

 Creo que papá estaba intrigado porque no dijo ni mú. Dejó lo que estaba
haciendo, y tecleó en el ordenador  ESTEPAS EN RUSIA, IMÁGENES.

 -Uy, qué feo. No hay flores. Sólo se ve…

 - Matorrales y hierbajo -dijo mi abuelo.

 -¿Qué tramáis, si puede saberse? -preguntó papá.


 Y el abuelo contestó : -Estamos viendo de qué se alimentan los jásters rusos,
que con ese alpiste que le das, no tiene ni para empezar. Esos bichejos tienen que
comer un poco de todo, yerno.

 -¿Cómo cuando me tengo que comer las espinacas y la fruta sin rechistar?
-Esa preguntita la hice yo.

 -Sí, algo así -me dijo papá, lanzándome una mirada asesina por no comerme
el pollo. Y ya me estaba preparando para otra regañina mortal, pero en vez de eso
papá dijo:  

 -Bueno, Irene, si quieres vamos a la tienda de mascotas de aquí al lado, a ver


qué tienen para hámsters rusos.

 
10. Ñam Ñam

 Papá y yo fuimos a la tienda de animales.

 -¡Uf, qué peste, papá!.

 -Hija, huele a pienso para perros.

 -Pues con esa peste, no sé cómo se lo pueden comer.

 -Anda, tú te comes el queso tan a gusto, con lo mal que huele. Eso sí, nos
costó un berrinche que lo probaras. Porque eso de que pruebes cosas nuevas, que
mal lo llevamos todos -Me reprochó papá.

 -¿Necesitaban algo? -Nos preguntó un chico que estaba colocando unas


bolsas de piensos apestosos.

 -Sí, queríamos comida para hámsters -dijo papá.

 -Todo lo que puede ver aquí es para hámsters -dijo señalando a unas 
estanterías, que parecían no tener fin.

 -¡Ejem! No es para un hámster cualquiera -corregí a  papá-, es para un


hámster que es ruso, quiero decir, que es un hámster enano. Y preferimos que la
comida no contenga colorines ni conservancias. ¡Una dieta rica en fibra y pobre en
grasa! Como la de mi abuelo Mariano. ¡Una comida como la de las estepas rusas!

  -Se dice “sin colorantes ni conservantes”, hija -me corrigió papá- ¡Qué cosas
tienes, mira que comparar la dieta de tu abuelo con la del hámster!

  <<En esta familia no puedo hablar sin que me caiga una regañina>> Pensé
en aquel momento.

 -Ya veo que te has informado bien- dijo el dependiente -Te voy a sacar los
preparados que tengan menos colorantes, pipas y cacahuetes. Además de semillas,
hay verduras, alfalfa; el heno les encanta y tiene mucha fibra. Barritas de cereales
por si tienes que dejar a tu hámster mucho tiempo sólo. Le puedes dar galletas,
bizcochos, dulces de leche, de yogur, de chocolate, de vainilla y bla bla bla - creo
que mi cerebro no pudo con tanta información y me saturé; disimulé e hice como
que me enteraba, como cuando habla papá.

 -Irene, elige bien que sólo nos llevaremos un par de cosas -dijo papá
mirando su cartera -después, le habló al dependiente: -Le compras un bicho
pequeño para no arruinarte, y es casi que peor. A un perro aun le puedes dar los
restos de la comida, pero resulta que los ratones son gourmets sibaritas, hay que
fastidiarse.

 -Papá, ¿qué es un gordo sibarita? -quise saber.

 -Pues que tu hámster tiene unos gustos refinados, justo como tú. Y es
gourmet, no gordo. Es una palabra francesa.

 Mi papá siempre aprovechaba cualquier ocasión para decir cosas en otros
idiomas. Es un papá algo repipi. Mientras tanto, yo miraba muy pensativa a todos
los paquetitos de comidas para hámsters.

 -Papá, ¿puedo coger unas golosinas para dárselas como premio cuando se
porte bien?

 -Sí, hija, si, todo sea por hacer feliz al bicho.

 Uy, algo me decía (seguramente mi olfato de detective que nunca me falla)


que se avecinaba una regañina de las que hacen historia:

 -Me parece muy bien que quieras mantener sano al hámster con comida
variada y que pruebe cosas nuevas. Pero tú también tienes que comer de todo para
estar sana. Que te pones insoportable cuando mamá y yo queremos que te comas
las verduras y el pescado, que es por tu bien. Y ya no digamos para que pruebes
algo nuevo. Si no te entra por el ojo, apartas el plato y ahí se queda hasta el día
siguiente, y como eres tan cabezota no te lo comes y hay que tirar comida... -Y papá
siguió echándome la bronca- ¡Nos tienes fritos a tu madre y a mí, que tu hámster
no pone tantas pegas!

 Hay que ver cómo se puso papá. Más me valía comerme lo que me pusieran
en el plato, porque comprendí que si yo no comía, tampoco comía Celemín. El
dependiente también debió comprenderlo porque se fue alejando poco a poco de
nosotros.

 -Papá, te prometo que de ahora en adelante no rechistaré.


 -¿Ni cuando te toque comer algo verde?

 -Ni cuando me toque algo verde, lo juro, papá. De verdad de la buena.

 Y así fue como, después de salir de la tienda con un padre mosqueado,


quejándose por lo cara que era la comida para gordos sibaritas, empecé a comer
variado y a probar platos nuevos. Me comía las espinacas sin liarla y le guardaba
un trocito muy pequeñito para Celemín. A mamá, de la impresión, se le cayó un
plato al suelo al verme comiendo brócoli. Qué poco confían papá y mamá en mis
juramentos.

 Cambié mis hábitos alimentarios y ya no merendaba bollicao ni me tomaba


el batido; los cambié por bocata y fruta. A veces, compartía con Celemín un trocito
de fruta, otras veces un trocito del pan del bocadillo o de las galletas, según lo que
me tocara en la merienda. Mamá y papá también cambiaron sus hábitos
alimentarios, y cocinaban mejor.

  El abuelo decía que nos alimentábamos de porquerías. Siempre apuntaba,


con desconfianza y con el bastón, a un aparato mágico de la cocina que prepara las
comidas él solito, y decía: <<Tanto cacharro, tanta modernidad y mira, el gasto
tonto de la termomis>>. Entonces papá decidió utilizar ese gasto tonto para hacer
tomate frito, pisto, pizzas, bizcochos…Yo nunca había querido probar el pisto,
pero como hice un juramento, lo probé, y resultó que estaba bueno. Esto no le hizo
mucha gracia a la abuela, que miraba a la máquina como a una enemiga que
competía con sus guisos. El abuelo Mariano y la abuela Manuela venían más a
menudo a casa para probar los experimentos culinarios de papá, y para saludar a
Celemín. Bueno, sólo el abuelo, a la abuela Manuela no le cayó muy simpático.

 ¡Anda, casi se me olvida contároslo! Papá, mamá y yo volvimos a comer


fuera de casa, porque mamá ya no se tenía que llevar el taper con comida para mí.
Es que papá dijo que no pasaba más esa vergüenza, y que yo ya era bien grande
para comer lo que me pusieran en el plato. No solo comíamos fuera, me quedaba a
cenar en casa de mi amiga Gloria; papá me apuntó al comedor del cole, donde era
más divertido comer con mis compis que con las prisas de mamá. Hasta papá me
enseñó a comer con palillos chinos. ¡Jopé, hay que ver todo lo que me había
perdido por no haber querido probar comidas nuevas!.
 

Como veis, cambiaron muchas cosas, y todo gracias a Celemín. ¿A qué


esperáis para probar comidas diferentes? ¡Mola mogollón!

 
 11. Celemín sufre de estrés.

 No sabía qué mosca le había picado a mi amiguito, porque estaba de un


raro: mordía los barrotes de la jaula y, en un primer momento, pensé que lo que
necesitaba era desgastar los paletos. ¿Por qué? Porque le crecen. Le puse una
pastilla de calcio, que dicen que es muy buena para sus paletos, pero a Celemín le
dio igual. La había tomado con los barrotes, a los que se agarraba, histérico
perdido, con las cuatro patas. Celemín dejó de ser ese ratoncito simpático y glotón
para convertirse en un hámster radiactivo, y no conseguía comprender lo que
trataba de decirme en aquel momento.

 ¿Qué os creíais? Mi hámster y yo nos entendíamos la mar de bien. Celemín


no sabía hablar, y yo no tenía ni idea de hámsterniano, pero empecé a hacerle
mucho caso para ver si me hacía señas. Comprendía lo que decía en todo
momento, ¿Cómo lo hice?, ¿es que ya no os acordáis de que soy detective?

 Poned atención, que os voy a explicar cómo me hice con su idioma para que
también lo aprendáis, aunque depende también de las ganas que le ponga vuestro
hámster.

 Para pedir comida: corría de la rueda al comedero y del comedero a la


rueda, una y otra vez. Si apuntaba con el hocico al comedero, quería decir:
<<échame comida, que estoy hambriento>>. Si quería algo más especial, como una
galleta o una golosina, se acercaba a los barrotes a olisquear. Esa era su forma de
suplicar.

 Si mordía los alambres de la jaula significaba: <<hazme caso, por fi>>.
Entonces lo cogía un ratito.

 Si se ponía a correr en la rueda haciendo sprints era lo mismo que <<estoy
nervioso>>. Si se metía corriendo dentro de los tubos quería decir <<uy, qué susto me
has dado, no te había reconocido>>.

 Si chupaba nervioso el tubito del bebedero, quería decir <<El agua no cae,
colócame el bebedero, no ves que me muero de sed>>.

 Como no era capaz de saber qué le pasaba, puse en marcha un sistema de


vigilancia: anotar en mi cuaderno cualquier comportamiento sospechoso. Y algo 
sospechoso era que ya no corría en la rueda, Celemín había abandonado su
entrenamiento. No hace falta que os diga que era un tipo muy deportista.
Necesitaba consultarle a un adulto lo que le pasaba a Celemín, y el que tenía más a
mano era papá. Me tendría que conformar con él, qué le iba hacer.

 -Oye, papá, a Celemín le pasa algo, ¿no será que necesita un amiguito o una
amiguita?

 -Irene, ya te he dicho que no podemos juntarlo con una hembra. Lo más


seguro es que tu hámster quiera tener hámstercitos, y no nos podemos permitir
tener la casa llena de esos bichos. Y si es un macho, se peleará porque les gusta
tener su espacio.

 Papá no llevaba razón- Celemín era un hámster pacífico y amistoso, aunque


por un momento me lo imaginé como uno de eso luchadores de sumo (esos
japoneses gordos que pelean abrazados), con una cinta en la cabeza y su calzón,
dispuesto a hincarle los paletos a su rival para defender su madriguera a toda
costa. Pero no, eso no podía ser viniendo de Celemín.

 -Papá, ¿y por qué si tiene una amiguita va a querer tener hijitos?

 Papá se puso rojo como un tomate, y yo, que no soy tonta, me di cuenta de
que se había alterado. Mamá dice que papá se altera con algunas de mis preguntas,
y que es mejor dejarlas para otro día. Entonces papá, para escaquearse, cambió de
tema.

 -Irene, te tenemos dicho que no molestes a tu hámster durante el día. Los


hámsters viven de noche.

 -Pero si pongo mucho cuidado en no despertarlo.

 -Es verdad, se me olvida lo bien conoces al hámster. Es que me he acordado


de que el primo Alberto tenía uno y el pobre animal sufría mucho porque lo
despertaba y lo cogía cuando estaba en lo mejor de su sueño. Por eso se volvió un
hámster tan arisco.

 -Sí, me acuerdo. Ese hámster era un salvaje. ¡Menudos mordiscos pegaba!


Papá, Celemín es mi amigo. A los amigos y a las amigas no se les chincha de esa
manera tan brutal. Ya sé lo que haré: voy a estudiar todos los movimientos de
Celemín con mi lupa.
 Y ahí dejé a papá, pensando en el pobre hámster del primo Alberto. Yo, me
fui a investigar. No es por alarmaros, pero era cuestión de vida o muerte.

Lo primero: averiguar si tiene agua; segundo: comprobar que la jaula está


limpia; tercero: el aspecto. Pelo Pantén pro uve (el champú de la tele que deja un
pelo brillante y sedoso)...correcto; ninguna herida, ¡correcto!, no ha perdido el
apetito porque sigue estando tan regordete como siempre, ¡correcto!; y carrillos: ¡a
tope!

 Pero, de golpe y porrazo, empecé a sospechar. ¿Y si estaba poniendo en


marcha un plan de fuga, y roía los barrotes para hacer un agujero por donde
colarse y salir por patas? La verdad es que era un bicho muy astuto y escurridizo.
¡Puf, ya me estaban entrando los agobios otra vez!.

 Hasta que un buen día, lo averigüé: cada vez que intentaba correr en la
rueda, salía disparado y se caía de morros. Celemín había crecido: los hámsters
también se hacen más mayores.

 Tenía que contárselo al abuelo, pero claro, tenía que ser después de que me
levantaran el castigo por haber cogido el sombrero de mamá y haberle escrito
“DeteKtibe Irene” con los rotus. No hay quien entienda a los mayores.

 
 12. Un nuevo hogar para Celemín.

 Mi abuelo Mariano y yo fuimos a una tienda de animales para comprar una
jaula mucho más grande para Celemín, que como se había hecho más mayor,
necesitaba más espacio para sus actividades.

  ¿Sabíais que los hámsters son animales culillomalasiento y necesitan


actividades igual que las personas? Las actividades de Celemín consistían en hacer
gimnasia, llenar la despensa y dormir. ¡Qué suerte tiene! Yo sí que tengo
actividades, y si se me acaba alguna, ya se encargan mis padres de buscarme otra.
¡No doy abasto!

 A lo que iba, mi abuelo y yo nos metimos en una tienda enorme de


animales, porque papá decía que a la tienda del barrio ya no podíamos volver. Los
dos mirábamos asombrados al ver tantísimos animales en jaulas. Uno de los
dependientes de la tienda, al vernos un poco perdidos, se acercó a nosotros.

 -¿Necesitan que les ayude en algo?

 -Pues si, majete -dijo mi abuelo- necesitamos una jaula para un jáster ruso
que ha pegao el estirón.

 El chico, sin entender ni jota, me miró. Y yo, que era experta en
hamsterniano, (porque seguí siendo detective aunque no llevaba sombrero) traduje
a mi abuelo al milisegundo.

 –Lo que queremos es una jaula para un hámster ruso que se ha hecho más
mayor -le dije con una sonrisa profident.

 -No, si estaba clarísimo…, síganme por aquí, que se las voy a enseñar -nos
dijo el dependiente.

 Había jaulas de todos los tamaños y todas las formas. Y justo frente a
nosotros, había roedores hasta el infinito y más allá. Mientras yo me decidía por la
jaula, mi abuelo Mariano se dio una vuelta por la tienda.
 -¡Irene, ven aquí.! ¡Mira que montón de celemines, todos juntitos, dándose
calor!

 Fue entonces cuando me di cuenta de lo que quiso decir mi madre con lo de


la raza de Celemín. En la tienda había hámsters de diferentes tamaños. Fui leyendo
los cartelitos pegados a las jaulas: HAMSTER COMÚN, unos hámsters el doble de
grandes que Celemín, con los pelos de muchos colorines.                                                                           

 Me puse a mirar otra jaula y vi otros aún más pequeños que Celemín, muy
inquietos, que se llamaban hamster Rovoroski. Estos también tenían que venir de
muy lejos, por el nombre tan rarito.

 Seguí leyendo y mirando a los ocupantes peludos de las jaulas: hamster


panda…, hamster dorado…; mientras tanto mi abuelo miraba unos conejos muy
regordetes.

 –¡Mejor estarían estos bichos en la cazuela, con un arroz caldoso, y no por


aquí, haciendo sus necesidades por todas partes! ¡Uf, qué peste! -dijo mi abuelo
tapándose la nariz con la boina, y dio un respingo cuando vio a un cerdito muy
negro, muy negro...

 -¡Lechuga! ¡Un marrano! ¡Menudos jamones! ¡Y qué chorizos más ricos,


encima de pata negra! Aunque un poco chico, pero bueno, sería cuestión de
engordarlo bien.

 Mi olfato de detective me dijo que el chico de la tienda pensó explicarle a mi


abuelo que los cerdos vietnamitas eran mascotas y no se comían, pero seguro que
se le tuvieron que quitar las ganas, cuando vio a mi abuelo frotándose la barriga y
relamiéndose, mientras señalaba a ese cerdito tan negrito.

 –¡Me están entrando los picores de la muerte! ¡Decídete pronto y vámonos


ya, que me pongo malo de ver tanta rata! -Mi abuelo se sentía un pelín incómodo,
y ya me estaba dando codazos. Pero como le puede la curiosidad, le preguntó al
dependiente:

 -Oye, chaval, ¿se puede saber por qué tenéis ratas, que dan un asco que pa
que? - Mi abuelo traducido: las ratas me dan mucho asco- Y no me digas que la
gente se las compra como mascotas, que no me lo trago.

 -No, señor, no. La gente no las compra como mascotas, las compra como
alimento para serpientes.
 –¡Puaj! -mi abuelo arrugó su cara, que ya la tenía bien arrugada -¡Lo que me
faltaba por oír! ¡Venga, hombre! ¡Ratas para dar de comer a una bicha que te puede
comer a ti! ¡La gente está para que la encierren!

 Mi abuelo ya no aguantaba más, y ya se marchaba de la tienda sin mí, pero


se detuvo al ver una chinchilla; junto a ella, en la jaula de al lado había un hurón;
mas adelante, unos jerbos…e incluso miró con tristeza a los simpáticos perritos de
las praderas, que dijo que una vez vio a unos cuantos en estado libre, en uno de
esos documentales de la tele. Esos que ve antes de quedarse inconsciente en el sofá
a la hora de la siesta.
 

-El mundo se ha vuelto loco, pero loco de remate -dijo mi abuelo muy triste.
La verdad es que yo también me puse triste cuando vi a una ardilla en una jaula,
corriendo en una rueda, y me acordé de las ardillas del parque, a ese que mis
padres me llevan todos los domingos. Mi abuelo Mariano y yo salimos de la
tienda, como dos almas en pena, callados todo el camino hasta casa, cargando con
la nueva vivienda para Celemín. Bueno, una cosa sí que le dije a mi abuelito:

 -Abuelo, ¿quieres saber una cosa?

 -¡No será que no te gusta la jaula, después de todas las perras que me he
gastao!

 -No, no es eso. Que a pesar de que haya montones de hámsters rusos, yo sé


que Celemín es único en el mundo.

 -Claro que si, Irenita. A pesar de que existan montones de Irenes, tú también
eres única en el mundo.

 Mi abuelo Mariano me dio un beso y creo que se le metió algo en los ojos,
porque los tenía llorosos, pero no dijo nada. Y se le olvidó que ese mes ya no
habría más carajillos en La Esquina.

 
 13. Celemín se va de marcha

 Os voy a contar, con pelos y señales, el día que Celemín se dio un paseo. Ese
día había quedado con el abuelo, y yo no paraba de mirar el reloj. Lo teníamos
todo planeado al milímetro: soltaríamos al hámster en el pasillo de mi casa. Había
tomado todas las precauciones que se me ocurrieron. Me aseguré de que no había
ningún rinconcillo por el que Celemín se colara. Cerré bien todas las puertas;
mamá me había dicho que no volvería hasta bien tarde y papá, mejor aún, estaba
de viaje. Ese era el único día en el me alegraba de que papá llegara tarde a casa. La
verdad es que solía liarla cuando papá estaba fuera. Es que mi papá mola un
pegote: todas las noches, antes de acostarme, hablamos de nuestras cosas o me
cuenta cuentos.

 Mi abuelo me estaba esperando en la puerta de la academia del Inglish


pitinglish. Me despedí de mi amiga Gloria, le dije que tenía prisa, que mi abuelo y
yo teníamos una cita importante con Celemín. Gloria me dijo que a ver cuando se
lo presentaba y que le diera recuerdos. Gloria es una envidiosa, ella se tiene que
conformar con un hermanito que solo come, hace pipí y caca, en lugar de un
hámster superchulo que come pipas, hace pipí, caca y además corre en una rueda.

 -Hola, Irene -me saludó el abuelo alzando su bastón.

 -Hola, abuelito. Estoy deseando ver cómo corre Celemín en libertad.

 -Hala, vamos, pues -dijo mi abuelo Mariano mientras aceleraba el paso (lo
de acelerar, es un decir).

 -¿Estás segura de que tardará tu madre en llegar a casa? -me preguntó mi


abuelo, que le tiene tanto miedo como yo -no quiero que se enfade con nosotros, ya
verás como con el tiempo la convencemos de que hay que sacar al bicho más a
menudo. Ya veras, ya, tiempo al tiempo.

 -Mamá me dijo que en una bola de plástico que sí, que valía, que lo podía
soltar.
 -Yo creo que eso es un juguete para las personas, pero un aparato de tortura
para el animalico. Es mejor que corra al aire libre, con los pelillos al viento, y no ahí
encerrao, que seguro que las tiene que pasar canutas.

 Al fin llegamos a casa. Me fui corriendo a ver si Celemín ya se había


despertado, pero se le habían pegado las sábanas.

 -Abuelo, celemín todavía está durmiendo.

 -Pues esperaremos, qué remedio, también tiene derecho a descansar.


Bastante tarea tiene todas las noches. Haz los deberes mientras tanto. Yo me voy al
sofá, a echarme la siesta.

 Mi abuelo Mariano se quedó roque en cuestión de segundos, con la cabeza


colgando hacia abajo.

 -¡Abuelito, despierta!

 -¿Carajillo? ¿qué carajillo? -se despertó mi abuelo, asustado y sin saber


dónde estaba.

 -Abuelo, estás en mi casa, esperando a que Celemín se despierte y poder


soltarlo. ¿Es que ya no te acuerdas?

 -Ay, si hija -dijo mi abuelo frotándose la cara- ¡Qué susto me has dado!
Vamos al lío -Mi abuelo se puso de pie con cara de dolor, ya sabéis, los achaques
que son un tostón. La cosa es que por fin nos metimos en la habitación de Celemín.

 -Mira, abuelo, ya se está desperezando, ¡mira como se estira!

 El abuelo y yo esperamos un ratito más, hasta que Celemín dio un gran
bostezo a modo de saludo.

 -¡Madre, qué envidia de dentadura! Ya quisiera yo unos colmillos de esos


para mí. ¡Así podría comer buenos chuletones! -dijo mi abuelo Mariano,
asombrado -¡Como te pegue un mordisco te deja seco, caray, con el animalito!

 A mí me dio la risa floja al oir a mi abuelo.

 -Date prisa, Irene, que ya me están doliendo las rodillas y tu madre estará al
caer. Me voy a sentar en el pasillo para no perderme la jugada desde este rincón.
 Puse la jaula en el suelo, y le quité la parte de arriba, así Celemín podría
salir de la jaula sólo dando un saltito.

 -No lo obligues, Irene, que ya saldrá el solico.

 Celemín empezó a mover los bigotes, explorando el terreno, e hizo un


esfuerzo por salir de la jaula. Al principio, le patinaban las patas en el suelo de
tarima, pero después le pilló el tranquillo y, finalmente, se puso a corretear,
arrastrando toda la panza contra el suelo.

 -¡Allá va Induráin! ¡Corre que se las pela!-gritaba mi abuelo, todo divertido.


 

En esto estábamos los tres, cuando oímos que alguien abría la puerta de la
calle. La cara de mi abuelo se puso blanca reluciente. ¡Era mamá! Tenía la puerta
entreabierta, y estaba a punto de entrar, pero no pasaba porque estaba hablando
con mi vecina Josefa, que vive enfrente.

 Mi abuelo estaba sentado justo al lado de la puerta por la que mamá estaba
a punto de entrar, y me hacía señas para que cogiera a Celemín y lo metiera en la
jaula. Pero mira tú por dónde, que Celemín era tan rápido que no fui capaz de
cogerlo. Todo se complicó cuando se dirigió a la puerta que mamá tenía
entreabierta. Me quedé petrificada, quería gritar, pero tenía un nudo en la
garganta, sentía como si me hubiera zampado un polvorón. Y lo peor fue que
Celemín se coló por la puerta y salió al rellano de la escalera. Y de pronto, se oyó a
mi vecina Josefa gritar:

 -¡Aaaaaaaaaaah! ¡Un ratón, qué asco! ¡Un ratón!

 Y Celemín, asustado por los gritos, se fue a meter en la misma casa de la


vecina, que también es mala suerte que tuviera la puerta abierta.

 -¡No es un ratón! -me volvió la voz, que al igual que mi hámster, se había
ido de paseo- ¡Es Celemín!, ¡no le hagas daño, por favor! -le dije llorando a mi
vecina Josefa.

 Y después me volví hacia mamá. -¡Por favor, mamá, dile que no le haga
daño! ¡Se me ha escapado!

 -¡Buena la has hecho Irene! -dijo mi madre enfadada.

 -Cógelo, Irene, no te quedes ahí como un pasmarote -dijo la vecina, furiosa-


que si no...¡lo aplasto de un escobazo!

 Pasé a casa de la vecina y lo intenté atrapar en el pasillo, incluso lo llamaba -


¡Ven aquí, bonito, ven, no tengas miedo, soy yo, Irene! -pero Celemín no me hacía
ningún caso. Corría desesperado, buscando un rincón donde esconderse, y
encontró uno, justo detrás de un armario enorme, y mi mano no cabía por dentro.

  -¿Y ahora qué hago yo? -preguntó la vecina -este armario no se puede
mover y, cuando se muera el ratón, va a oler fatal.

 -¡No es un ratón, es un hámster ruso y se llama Celemín, es mi amigo, no


quiero que muera! ¿Verdad que no se va a morir, mamá? - Esta vez lloraba a moco
tendido.

 -Y cuando salga, si es que sale, se comerá las cortinas, el cable de la tele, mis
muebles...-gritaba la vecina, loca perdida.

 A mamá le cambió la cara e intentó tranquilizarme, porque mi cuerpo daba


unas encogidas bestiales del disgusto. Me abrazó y me dijo que no me preocupara,
que ya veríamos la manera de sacarlo de ahí, y yo le dije que vale, mientras me
limpiaba los mocos con la manga.
 El abuelo Mariano se acercó a las dos mujeres, y sólo le faltó sacar el
pañuelo y agitarlo en son de paz, porque se ve que les tenía miedo, ¿quién no?

 -Yo creo que se le podría colocar la jaula cerca del hueco del armario, que
tarde o temprano el bicho saldrá en busca de comida, por instinto de
supervivencia.

 -Estoy de acuerdo con el abuelo -dijo mi vecina Josefa -. Veremos cuando


sale. Espero que tu hija reciba una buena azotaina, porque buena nos la ha
formado en casa. Ahora tendremos que estar pendientes del dichoso bicho, con el
asco que me dan.

 -Irene tendrá su castigo por no haber sido más responsable -dijo mamá, que
ya había dejado de ser una madre tierna y comprensiva, para ser la madre
insensible de siempre.

 Todos nos fuimos a nuestras casas, y una vez dentro, el primero que habló
fue el abuelo:

 -¡Será bruja la tía! Llamarme a mí abuelo. ¡Si ella es más vieja que yo!

 Y después, habló mamá, sin hacerle caso al abuelo:

 -Irene, me duele la boca de decirte que no sueltes al hámster.

 -¡Mamá, perdóname! ¡Me ha traicionado el celebro! ¡Y yo no sabía que te


dolía la boca! -Y volví a llorar.

 -Hija mía -esta vez habló el abuelo-, no martirices más a la criatura, que la
culpa es mía. Yo le metí en la cabeza esas ideas de soltar al jáster.

 -De verdad, papá, es que a veces no te entiendo, con el asco que le has
tenido siempre a estos animales. Y encima, nunca nos has permitido tener una
mascota en casa cuando éramos pequeños.

 -¡Uy!, ¡en eso te equivocas!. Luego dices que se me olvidan las cosas, pero a
ti bien que se te olvidan. ¿O es que ya no te acuerdas de aquel cachorro que llevé a
casa?

 Mamá se puso colorada, y yo dejé de llorar. Algo bien gordo estaba pasando
entre el abuelo y mi madre.
 -Venga, dile a tu hija lo qué pasó…uhm, ya veo, se te ha comido la lengua el
gato. Pues si la memoria no le falla del todo a este viejo chocho, recuerdo la historia
de dos hermanitos y un cachorrito. A ver si me acuerdo bien:

 <<Érase que se era un hermano y su hermanita que deseaban un perrito más que
nada en este mundo. Un buen día, su papá les trajo un cachorrito. Al principio, el
hermanito y la hermanita se peleaban por acariciar y dormir con el chucho. El animalico
tenía la mala costumbre de comer, de hacer sus necesidades, de bañarse…, y estos dos
hermanitos, cansados del perrito, se comportaron como unos auténticos gandules. Así que
el papá se lo regaló a otro chaval que sí lo cuidaría como era debido. Y colorín y colorado,
ese cuento se te ha olvidado.>>

 -Antes de traerle una mascota a tu hija, acuérdate de que todas las mascotas
tienen sus necesidades, y Celemín tiene la necesidad de salir de su jaula de vez en
cuando.

 Nada mas decir esto, llegó papá. Entonces mi abuelo aprovechó que estaba
la puerta abierta y se marchó: -Anda con Dios, yerno- solo se despidió de papá.

 Mamá no dijo nada, ni a mí, ni a papá, y se fue llorando a su habitación.

 -Pero, ¿qué ha pasado aquí? -me preguntó papá, preocupado.

 -Que Celemín se ha ido a casa de la vecina Josefa; y yo me he puesto a llorar


porque la vecina quería que Celemín se muriera; y mamá me ha regañado; pero el
abuelo le ha contado a mamá una historia muy triste, de un hermanito y una
hermanita que no cuidaron de un cachorro, y mamá se ha emocionado tanto que se
ha puesto a llorar; y el abuelo se enfadado con mamá, porque Celemín tiene sus
necesidades. Pero ya está.

 Pobre papá, nadie le hacía caso y, de repente, parecía muy cansado. Y a


veces, como habla sólo, como esa vez, dijo:

 -Anímate, podría ser peor, podría haber arañado el coche…podría...podría


ir a la nevera a ver qué hay de cena.

 Jopé, con mi papá, con cualquier cosita se anima. Aquella noche se ganó que
le leyera un cuento, creo que lo necesitaba más que yo.

 
 14. Se acerca el invierno

 Celemín decidió tomarse unos días de vacaciones detrás del armario de la


vecina Josefa. Al abuelo se le pasó el enfado en un periquete y mamá me prometió
que en cuanto Celemín volviera a casa, me permitiría soltarlo a diario, con la
condición de que la avisara antes de hacerlo.

 Me puse loca de contenta cuando vino a casa la vecina, con cara de pocos
amigos, pero con la jaula de mi Celemín y mi Celemín dentro. Mi hámster estaba a
salvo.

 -¡Hola Celemín, cuánto te he echado de menos! ¡No vuelvas a escaparte!

 El abuelo decía que, con lo listo que era el bicho, le habría dejado buenos
regalitos a la bruja. Celemín no tenía dinero para comprar regalos, y no había
estado en casa de ninguna bruja, pero a mi abuelo la idea le hacía mucha gracia, y a
mí me encantaba ver feliz al abuelo.

 Se acercaban las vacaciones de Navidad y nos íbamos a pasarlas al pueblo


del abuelo Mariano, a Daimiel. El abuelo dice que allí hay brujas. Me toma el pelo.
Ya me gustaría ver a una bruja volando sobre nuestras cabezas con su escoba y su
gatito negro. Pero, jobar que pena, que solo existan en los cuentos, y salgan feas y
malvadas, con lo prácticos que deben ser los hechizos y los encantamientos.

 En el pueblo del abuelo me lo paso chachi con mis primos, mis primas, los
titos, las titas, mis amigas... y lo mejor de todo es que me dejan jugar en la calle y
pedir el aguinaldo. Lo malo es que no puedo llevar a Celemín conmigo a que
conozca el pueblo y a mi familia. Papá insistió en que no me preocupara, que se
podía quedar sólo, y es que no me había dado cuenta de que Celemín al haberse
hecho más mayor, ya sabía cuidar de sí mismo.¡Cómo pasa el tiempo!
 

Durante este mes, Celemín se pasaba más horas durmiendo y se había


puesto bien gordo y, si no fueran imaginaciones mías, juraría que tenía el pelo más
blanco. ¿Le estarían saliendo las canas de viejo? No, no podía ser.

 Al hámster le dejé un bufet, de hierbas, semillas, pan, galletas..., para que no
se muriera de hambre. No paraba de ir de un lado a otro, cargándose los mofletes,
loco de alegría al ver tanta comida y sus dulces favoritos.

 –Celemín, te tienes que repartir la comida para todos estos días, a ver si te
vas a dar un atracón y te da una indigestión, y no voy a estar aquí para llevarte al
médico. Sé obediente y pórtate bien, ¿vale?. Haz un poco de gimnasia, que estás
engordando mucho, que te estás volviendo un hámster perezoso -yo sé que mi
hámster, a veces, me escucha, luego ya, le pasará lo que a mí, que desobedezco sin
querer. Papá dice que es una enfermedad que tengo que se llama “entendimiento
selectivo” y que no tiene cura. Pero a mí no me duele, así que no debe ser tan mala.

 Estaba yo pensando en estas cosas cuando se asomó mi abuelo Mariano a la


puerta, también quería despedirse de Celemín. En cambio, papá y mamá estaban
terminando de hacer la maleta y poder irnos todos juntos en el coche.

 -¡Hola, Irene!

 -¡Hola, abuelo!

 -¿Te estás despidiendo de Celemín? No te preocupes, que se las arreglará


bien. Recuerda que Celemín es todo un superviviente de las estepas asiáticas, es
duro de pelar -Sonrió mi abuelo Mariano.

 -¡Vámonos, que ya estamos listos! -gritó papá desde la calle.

 -¡Feliz Navidad, Celemín, nos vemos a la vuelta! - le dije yo.

 -¡Feliz navidad, hermoso! -le dijo mi abuelo.

 Cogí a mi abuelo de la mano para marcharnos, y cuando estábamos a punto


de salir por la puerta de la habitación, nos paramos para decirle adiós, por última
vez, a ese pequeño hámster que llegó del frío.

 
 EPÍLOGO PARA LAS MAMÁS Y LOS PAPÁS

 Irene se alejó de la habitación, lo había dejado todo listo, el agua, la comida,


su jaula estaba limpia…, pero algo se le escapó. ¿Qué creéis que pudo ser?

Pues que Irene, por despiste o por la emoción del momento de la despedida,
se dejó la puerta de la jaula abierta. Y es que a veces le traiciona su cerebro. El
hámster olisqueó y notó algo extraño...se acercó a los barrotes y se dio cuenta que
su puertecita estaba abierta de par en par.
 ¿Qué haría Celemín durante las vacaciones de Navidad, con todo un nuevo
mundo por descubrir?

 Mientras conducía, el papá de Irene repasaba mentalmente: el gas, cerrado; el


agua, cortada; la nevera, encendida; las ventanas, cerradas…todo bien, pero…falla algo...
¿Pero qué?

 Una parte primitiva de su cerebro, esa que heredamos de nuestros


antepasados animales y que los científicos llamaban instinto, le estaba avisando
que algo no iba bien.

 Si los seres humanos no hubiéramos evolucionado tanto, el papá de Irene


habría oído como ese instinto suyo le gritaba: “¡Da la vuelta! ¡Insensato! ¡Las cortinas
del salón peligran! ¡Y la tela del sofá! ¡Y lo que es peor, el cable de la tele! ¡Y el de
Internet!”

 Pero en lugar de volverse a toda prisa, el papá de Irene encendió la radio


del coche y se puso a tararear una canción, mientras los demás miraban como
cambiaba el paisaje.

 La Evolución, a veces, es una castaña.

 FIN
Agradecimientos:

 A mis sobrinos: Ángel y Jaime, que aman a los hámsters con locura.

 A mis jóvenes amigas: Irene, Candela y Andrea, porque sin ellas no habría sido
posible esta historia.

 A todos los abuelos y abuelas del mundo mundial, por jugar un papel tan
importante en nuestra infancia.

 Y especialmente, a mis padres (Sergio y María), que me dieron la vida y han sido
mi ejemplo a seguir.

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