Hervas Sonia - El Hamster Que Llego Del Frio
Hervas Sonia - El Hamster Que Llego Del Frio
QUE LLEGÓ
DEL FRÍO
Para mi madre, a quien le repugnaban los Hámsters.
Y para Julio y Jesusa, que hicieron lo imposible por hacer felices a sus nietas
y nietos.
Nunca olvidaré al primer hámster que sostuve entre mis manos. La emoción al
sentir el cosquilleo de sus bigotillos temblorosos y la suavidad de su pelo de algodón. Sin
embargo, lo que más feliz me hacía era saber que me había ganado la confianza de aquella
roedora tan lista e inquieta.
1. Bienvenido a casa, Celemín
¡UNA MASCOTA!
Sí, estaba superfeliz. Pero mis padres, que son unos malvados, me
chincharon de lo lindo sin decirme qué animalito tendríamos en casa. Y, claro,
aquello tuvo unas consecuencias terribles: no pude pegar ojo la semana de antes de
mi cumple. Tenía derecho a saberlo, jopé. Menos mal que se pasó rápido y en un
pispás llegó el gran día. ¡Sí, y el día de mi cumple también!
No penséis que me gusta revolver cosas. Esa <<fea costumbre>> ya la perdí
en <<la silla de pensar sobre lo que has hecho mal>>. No me miréis así, seguro que
si estuvierais en mi lugar haríais lo mismo.
¿Queréis saber lo que descubrí en aquellas bolsas sospechosas?
Pues descubrí que mi mascota NO ERA UN PERRO. ¿Que por qué? Pues
porque no había ningún collar de perros ni comida para perros ni nada relacionado
con perros. Sin embargo, mamá había comprado serrín. ¿¿¿Sería un gato???
De ninguna de las maneras podía ser un gato, porque papá se ponía malo
malísimo siempre que íbamos a casa de la abuela Manuela. En esa casa papá
estornudaba echando unas babas increíbles. Se ponía rojo como un pimiento y le
salían ronchas en la cara y en los brazos. Que más que un padre parecía un ser
mutante de otra galaxia del espacio sideral, que es una cosa que no está nada mal,
siempre podría presumir en el cole, pero yo prefería a mi padre de siempre: ése
que me lee cuentos.
No creáis que se ponía así por mi abuela. Lo que le pasaba a papá es que la
abuela tiene tres gatos: Vericueto, Reina y Calcetines; cuando íbamos de visita
papá se tenía que tomar unas pastillas con superpoderes, que conseguían que
volviera a su estado normal de padre y de ser humano del planeta Tierra. Así que
tampoco era para tanto, después de todo.
Seguí rebuscando en las bolsas, antes de que mamá regresara..., y ¡toma ya!,
vi un paquetito donde ponía <<comida para roedores>>. Y no me dio tiempo a más,
porque oí los taconeos de mamá acercándose. No me pilló por los mismísimos
pelos. Mamá traía una jaula y la puso encima de la mesita del cuarto de estar. ¿Qué
clase de bicho habría dentro?
-¡Uf! ¡menudo susto, eso se avisa! ¡Es que es tan chiquitín! Oye, ¿qué es eso
de que es ruso? ¿Por eso es un hámster tan pequeñajo? ¿Por ser ruso? Si es ruso es
porque nació en Rusia...
¡Cómo molaba mi mascota! ¡Era un hámster que había venido desde bien
lejos! Me lo imaginaba rodeado de un montón de nieve, tiritando de frío y
castañeteándole los paletos, y sentí lástima por él.
-Pues dentro de casa tendrá calor. ¡Ya lo tengo!, abrimos la ventana para
que le entre fresquito y se sienta como en Siberia -se me ocurrió esa genial idea,
pero a mamá tampoco le hizo gracia.
-No le pueden dar las corrientes de aire ni tampoco el sol. ¡Así que nada de
sacarlo al balcón, ni en invierno ni en verano!, ¿me oyes, Irene?
Mamá siempre me habla a gritos, ¡ni que estuviera sorda! Yo le dije a todo
que sí, mejor no contradecirla, pero empecé a sospechar que ese hámster era un
poco rollo. ¿Cómo podría haber sobrevivido en un lugar tan frío? Seguro que en su
país tenían que existir las corrientes de aire. ¡Qué bicho tan rarito!
Y mamá siguió como si nada, con sus no hagas esto, no hagas aquello... Mi
madre se sabe una larga lista de prohibiciones, y si no, pues se las inventa. Los
mayores son así: tienen respuestas para todo.
-¡Eres un cobarde, gallina, capitán de las sardinas! -le dije, cruzando los
brazos muy, pero que muy decepcionada con él.
Le dije a mamá que vale, que me iba a poner en su lugar. En un momento
de máxima concentración, me vi a mí misma convertida en Pulgarcita, atrapada en
una jaula, y vi las caras de unos gigantes que no me quitaban sus enormes ojos de
encima.
¡Qué inoportuna!, a mamá le entraron las prisas para cenar; justo en ese
momento que el hámster no me parecía tan rollo. Lo que más me molestaba era ese
dedito que mamá me metía en las costillas, con el que me achuchaba. ¡Hay que ver
como son los mayores, siempre te estropean los mejores momentos!
-Para que se haga una camita –respondió mientras me tiraba del brazo-, ya
lo verás mañana. Ahora, dejémoslo solo para que se vaya acostumbrando a su
nuevo hogar.
Yo le dije que bueno, que lo dejaba tranquilo; pero antes de salir de la
habitación, me pareció de lo más adecuado decirle a mi nuevo amigo cuál iba a ser
su nombre:
-Te llamaré Celemín. Cuando nací, el abuelo decía que era tan pequeñaja
como un celemín.
2. Algo pasa con Celemín
Al rato volví a la habitación y pude verlo. Ese hámster era un contorsionista
de circo: parecía una pelota, pero con pelo, claro. Y aunque estaba todo quieto, no
estaba muerto. ¿Que cómo lo sabía sin tocarlo? Pues porque su cuerpo se inflaba y
se desinflaba. Al verlo así, dormido como un tronco, me recordaba mucho a mi
primito Pablo, que es un bebé. Lo único que hace es comer y dormir; y no sólo eso,
además hace una caca que huele fatal, del mismo color que las espinacas, os lo juro.
¡Puf, espero que no sea tan plasta como el primito, la verdad! No sabía muy bien
qué hacer, pero por si las moscas me fui. A ver si tenía tan mal despertar como el
primito, y también se ponía de tan mal humor. Ya habíamos empezado con mal pie
el día anterior, mejor no liarla más...
Me fui de la habitación un poco triste, sin hacer ruido para no despertarlo. Y
también me fui, todo hay que decirlo, porque papá me estaba gritando que ya era
la hora de irse al cole. Como ya os habréis dado cuenta, tengo unos padres bastante
ruidosos. Antes de irse al trabajo, papá me lleva en coche al cole, y hasta la hora de
cenar no lo vuelvo a ver. No sé qué cosas tan horribles le harán en ese trabajo: me
devuelven a un padre hecho polvo y sin energías para leerme cuentos. Mis padres
son unos padres o que están muy cansados o que nunca tienen tiempo para hacer
cosas divertidas. En fin, los cansancios de mis padres son otra historia. Sigamos
con aquella mañana catastrófica, en la que por no aprenderme la tabla de
multiplicar del nueve, sufrí unos terribles efectos secundarios, que ahora os contaré
con todos los detalles:
Al volver a casa, fui a ver qué hacía el hámster. Celemín seguía duerme que
te duerme. ¡Qué aburrimiento de bicho! No, sí al final va a ser como el primito: un
dormilón y un cagón. Me puse a hacer la tarea del cole, no fuera ser que mamá se
enfadara y me prohibiera ver al hámster, ver la tele o cualquier castigo de esos de
mamá. Menos mal que a eso de las siete de la tarde, el ratoncito estaba bien
despierto, corriendo en la rueda de la jaula. ¡Parecía que se entrenaba para una
maratón! ¿Por qué corría tan deprisa, si no iba a llegar a ninguna parte?
Otra cosa que me tenía muy preocupada eran sus mofletes, parecían dos
buenos flemones. ¿Qué se suponía que debía hacer si se ponía malito? No tenía ni
la más remota idea de cómo cuidar de mi mascota. No venía con instrucciones.
Mamá decía que no tenía tiempo para mis preguntitas. Papá llegaba tardísimo y
tenía prohibido esperarlo despierta.
3. En busca de la felicidad de Celemín
En cuanto salí de mis clases del Inglish pitinglish, que son un rollazo mortal,
me fui a buscar a mi abuelo Mariano al Centro de Mayores. El Centro de Mayores
es un lugar donde se juntan los abuelos y las abuelas de mi barrio y se lo pasan
pipa. Mi abuelo no tiene pérdida; enseguida lo encontré en una de las salas donde
solía echar su partida de mus. Él sí que podía resolverme las dudas. Tiene, por lo
menos, tropecientos años. Apostaba mi Barbie Ninja a que había conocido a más de
un hámster ruso en su vida.
-Hombre, Irene, ¿qué te trae por aquí? ¿Qué te pasa, alma de cántaro? Anda,
toma un caramelo... Que las penas con pan son menos penas.
-No tengo ni idea de lo que es un Jáster Ruso, pero vamos a hacer todo lo
que podamos para que el Celemín ese, se sienta como en la gloria bendita y sea un
buen amigo...así, ej que, venga, que hacemos tarde.
Como habéis visto, no le conté a mi abuelo que mi hámster era un ratón sin
rabito, más que nada por no chafarle la sorpresa. No soy tan malvada como mis
padres.
No os asustéis, todos los abuelos tienen las mismas urgencias y es que no se
aguantan el pis. Eso es algo que yo comparto con mi abuelo.
En cuanto volvió, se sentó frente a uno de los ordenadores, se puso las
gafas, y tecleó con el dedo de señalar, intentando acertar las letras: J-Á-S-T-E-R R-
U-S-O. Y, acercando la vista todo lo que pudo a la pantalla, leyó que ponía:
<<QUIZÁS QUISO DECIR HÁMSTER RUSO>>.
-Ah, pues eso decía yo -le dijo mi abuelo al ordenador, y pinchó sobre esas
palabras.
-¡Ay, Virgen Santísima!, ¡lo que uno tiene que hacer por una nieta! Bueno,
saca tu libreta y apunta lo que te voy a decir.
-Irene, ten paciencia con tu abuelo. Mis ojos ya no son lo que eran. Me estoy
quedando cegarruto, y no veo ni torta con estos chismes del demonio. Esto me va a
llevar un poco de tiempo.
4. Conociendo a Celemín
-Irene, vámonos a otro sitio que tenemos faena. Necesitamos saber más
sobre ese Celemín.
-Y yo me pido espía secreto como el James Bon ese, jejeje -mi abuelo se
apunta a un bombardeo.
-¡Oiga usted!, abuelo lo seré de mi nieta, que de usted bien podría ser su
padre. Levante el culo gordo ese que tiene, y haga el favor de ganarse su jornal y
buscarnos libros de jásters, y cuanto más rusos sean, mejor -dijo mi abuelo, todo
enfadado, como si fuera a darle un bastonazo en todo el cogote.
La mujer del culo gordo se puso roja como un tomate y no dijo ni pío. Tal
vez por las risitas que se oían por toda la habitación o por lo que le dijo mi abuelo,
no estoy muy segura. Algo le tuvo que molestar porque nos dijo, sin mirarnos,
toda furiosa: -¡Hagan el favor de seguirme!- Y nos llevó a unas estanterías donde
leí <<ZOOLOGÍA>>. Cogió tres libros que se llamaban: <<Cuidados de hámsters y
otros roedores>>,<<El hámster enano>> y un tomo del <<National Geographic>>. Nos los
dio, y se volvió a su mesa, y a su libro. ¿Que cómo me puedo acordar de los
títulos? ¿Para qué creéis que sirven las libretas?
Pero antes de salir a la calle, a mi abuelo se le ocurrió una gran idea: hacerse
el carnet de la biblioteca. Le pusieron mil pegas porque la foto que llevaba en la
cartera era de cuando hizo la mili. Le dijeron que esa no valía, que no se le parecía.
Y mi abuelo dijo que de allí no se iba sin su carnet. Se ve que eso les tuvo que
impresionar, porque le hicieron allí mismo una foto y todo. ¡Mi abuelo es la monda
remonda!
Pudimos llevarnos los libros prestados. Eso significa que te los puedes
llevar, pero que no te los puedes quedar. ¿Qué ya sabíais lo que son libros
prestados? ¡Pues habérnoslo dicho! De haberlo sabido, no nos habrían invitado a
marcharnos. Ya nos habríamos ido por nuestra cuenta. ¡Vaya una invitación más
rara que nos hizo ese señor! A mí no me gustó ni un pelo, y a mi abuelo tampoco.
5. Celemín es un prisionero.
El dueño del bar daba un poco de miedo. Parecía un pirata. Era un tipo
calvo, pero con los pelos largos, con uno de los paletos doblado hacia fuera y
hablaba como un auténtico pirata de mar. Y era muuuuuy feo. ¿Que cómo hablan
los piratas de mar? Con una voz ronca y terrorífica. Éste no llevaba loro ni parche
en el ojo; pero, sospechosamente, cojeaba. Seguro que tenía una pata de palo
escondida debajo de los pantalones. Nada más entrar, el Trampi (así es como lo
llama mi abuelo), le gritó a la puerta de la cocina del bar, aporreándola con la
mano: -¡A toooda prisa, unas patatas friiitas para la nieeeta de Don Mariaaano!
Sin duda era un auténtico pirata. No podía ser uno muy malvado porque
nos invitaba como es debido: a patatas fritas, y no a marcharnos a la calle. Después
de comerte las patatas, se te pasaba el miedo.
-Y vamos a seguir con lo nuestro -dijo mi abuelo, mientras abría uno de los
libros, y se chupaba un pulgar para pasar las páginas -A ver, ¿Por dónde íbamos?
ah, sí, por aquí. Escucha lo que pone aquí, Irenita: <<lo ideal es ofrecer al hámster
todas las comodidades que en la naturaleza sabe procurarse por sí mismo>>
-Entonces ¿dónde vivía Celemín? ¿resulta que antes era libre, correteando a
sus anchas en la naturaleza? Y ahora voy yo y lo encierro en una jaula. Con razón
el hámster no quiere juntas conmigo y ha planeado escaparse. Soy su carcelera y él
es mi prisionero… o peor todavía, ¡es mi rehén! ¡Abuelo, soy cómplice de un
hamstercidio!
-A ver, hermosa, hubo un tiempo en que todas las mascotas vivían en
libertad. Sí, como lo oyes. Los perros, los gatos, incluso los canarios. Pero las
personas querían que les hicieran compañía. A eso se le llama ¡calla, que se me ha
ido...! Mi abuelo en un esfuerzo por recordar, se mordió la lengua, miró al
techo...hasta que dijo al fin:
-¡Leñe, domesticar! ¡Eso mismo! Llevas razón, Irene, es bien triste enjaular a
un animalejo. Van a prisión por un crimen que no han cometido. Ea, pero están
acostumbraos. Si le abres la puerta de la jaula a un periquito, ya verás cómo no se
escapa. Si se escapa, el pobrecico se muere, normalmente en la tripa de algún gato.
Lo mismo pasa con los perros que las personas abandonan. No saben vivir solos en
la calle porque se han domesticao, han perdido sus facultades.
-Pues claro que no Irene, si no, tus padres no te hubieran regalado el Jáster.
Además, me vas a tener que guardar otro secreto:
-Vamos a soltar a tu jáster para que corretee a sus anchas, pero tienes que
prometerme- mi abuelo se ponía todo misterioso -una cosa…
-¿Qué cosa?
-Tranquila, que a tu madre no hay quien se la lleve con las malas pulgas que
tiene. Que lo que te digo es que se iba a enfadar, y eso no lo queremos. ¿Verdad
que no?
-No, por nada del mundo, que se me están amontonando los castigos. A este
paso, no volveré a ver la tele nunca más. ¡Qué bien se lo va pasar Celemín cuando
salga de paseo!
Le dije que sí, y para que viera que decía la verdad, juré mi silencio. ¿Cómo?
Me eché la cremallera en los labios, los cerré con llave y tiré la llave, por si las
moscas.
6. Pero, ¿de dónde vino realmente Celemín?
Mi madre dice que vivía en Rusia ¿Cómo pudo hacer un viaje tan largo un
animal tan pequeñajo? ¿Corriendo? ¿Por eso corre tan deprisa en su rueda? ¡Pero si
lo pudo atropellar un coche! ¿O tal vez lo raptaron?¡Estoy hecha un lío!
¡Ey!, ¡que sé que estáis ahí! Si sabéis cómo llegó Celemín a la tienda de
animales ¿a qué estáis esperando para contárnoslo?
-Me cae gordo ese señor por raptar hámsters y meterlos en jaulas -dije
disgustada -¿Qué es una estepa? Es la primera vez que oigo esa palabra. No
recuerdo que mis padres me hayan llevado a una de esas. Mi abuelo se quitó la
boina, se rascó la calva, y se la volvió a poner. Le había hecho una pregunta bien
difícil, porque sólo se quita la boina cuando necesita refrescarse las ideas.
-Una estepa tiene que ser como un desierto. Y del que viene Celemín, es un
desierto donde hace un frío que pela, tanto que en invierno, se cubre de nieve.
-Oye, abuelo, tengo otra pregunta a la que le doy muchas vueltas… ¿Por
qué Celemín es un hámster y no ratón con todo lo que se parecen? Cuando lo vi
por primera vez lo confundí con un ratón..., ¡y tú también!
-Muy buena pregunta, Irene. Vamos a buscarlo en los libros.
Mi abuelo encontró en uno de los libros el porqué Celemín era un hámster y
no un ratoncito:
-Ea, aquí está. Los dichosos alemanes que se las gastan así. Resulta que
Celemín es un animal que amontona comida para tener provisiones, y por eso lo
bautizaron con el nombre de jáster, que en alemán significa acaparador. El bicho se
las ingenia para obtener toda la comida que puede y la guarda en un almacén.
Como cuando tus padres hacen la compra para un mes. Guardan los alimentos en
la nevera y en los armarios de la cocina.
Mi abuelo abrió mucho los ojos y se puso a rebuscar en los libros.
-Vamos a ver, por aquí tiene que estar: <<La boca del hámster>> -leyó mi
abuelo- ¡Atiza! ¡Si resulta que tiene unas alforjas en los carrillos para transportar
las viandas! ¡Vaya un tunante (un listo, en el idioma de los abuelos) el animalejo
éste!
-¡Eso lo tengo que ver yo con mis propios ojos! -dijo mi abuelo,
impresionado. Miró el reloj. Se nos había hecho tarde. Me guiñó un ojo y me dijo:
7. Celemín e Irene hacen buenas migas
El caso es que cuando Celemín ya no me tenía miedo, pensé que había
llegado el momento de cogerlo. Puse un montoncito de pipas y semillas en la
palma de mi mano y Celemín, que no tiene ni un bigote de tonto, se subió a
recargar mofletes. Le costó lo suyo trepar, porque le pesaba el culo. Estudiaba con
las narices el terreno que pisaba. Se paseaba entre mis manos, un pelín inseguro;
algo normal por lo que me pasó después, y es que se me escurrió. Para mí, fue uno
de los momentos más espantosos de mi vida, porque el ratoncito dio un paso en
falso y se cayó. El pobre bicho movía sus patitas con desesperación, como si
quisiera agarrarse a algo, pero desgraciadamente, al aire no te puedes agarrar. Y
menos mal que cayó sobre la cama, en blandito, que si no ya estaría en el cielo de
los hámsters. Del susto que me llevé, me meé en las bragas, y mamá me castigó sin
cogerlo una temporadita.
Total, ya veis la barbaridad que me costó hacer buenas migas con Celemín,
pero mereció la pena. Resultó ser un gran amigo, porque a pesar de la caída, no me
guardó rencor.
-Pues ya me ves, hijo, los años que no pasan en balde -respondió mi abuelo-.
Ahora mismito vengo de mi cita con el médico. Cada vez que tengo la consulta le
temo más que a un nublao. No estaba el tío conforme con quitarme de fumar, la sal
y mis chatos de vino. Ahora va el condenado y me quita la panceta, la morcilla, las
gachas...¡hasta los huevos fritos...!, el muy licenciao va y me dice que le perjudica a
mi corazón; pero si estoy hecho un chaval. No voy a ir más, siempre me saca algún
achaque. Total que ya me he dicho: <<voy a ir a casa de mi nieta a conocer al nuevo
miembro familiar, para quitarme el disgusto>>.
¿Que no sabéis lo que es un achaque? Solo los abuelos lo saben bien, de esos
coleccionan a montones.
-Perdone, Don Mariano, ¿qué nuevo miembro familiar? - Papá miraba raro
al abuelo.
-Ay, hijo, pareces nuevo por no decir que pareces tonto..., ¡pues quién va a
ser! ¡El jáster!
-Vaya con Don Mariano, pensaba que le daban grima esos bichos.
-¡Hola, abuelito!
-Sí, ahora estará despierto y lo tengo educado para echarle de comer dentro
de un rato.
-Di que sí, hija, cada uno tiene sus horas para almorzar, y como Celemín
vive de noche como los vampiros, le tienen que estar rugiendo ahora mismo las
tripas.
-Ya verás que almacén tiene de comida. Ven que te lo presente abuelo.
-Acércame una silla, que mire bien a tu jáster. Entre los riñones y las
rodillas, estoy hecho una piltrafa y no me puedo doblar, pero por lo demás estoy
fenomenal; diga lo diga el médico.
Celemín asomó las narices para saludarme, pero se quedó quieto parao, en
posición de alerta. ¡Sí, justo como las marmotas del zoo! ¡Os habéis acordado! A
Celemín le llegaban una voz y un olor desconocidos y se escondió en su
madriguera.
-Tu amiguito me tiene miedo - dijo mi abuelo -Hace bien, no hay que fiarse
nunca de los extraños. Vaya, tu jáster es un bicho un poco desordenao...por no decir
un guarro. Yo creía que tenía una zona para el retrete. El muy cochino echa las
cagarrutas por todas partes.
-Lo mismo no sabe dónde tiene que hacerlo y necesita que lo enseñen,
abuelo. En realidad es un animalito muy limpio. Siempre se está lavando y
peinando. Es un hámster muy presumido.
-No es más limpio el que más limpia, sino el que no ensucia, Irene.
Yo le dije a mi abuelo que vale, y lo dejé refunfuñando a solas para salir
disparada hacia la cocina a por un trocito de pepino. En cuanto volví a la
habitación de Celemín y me acerqué a la jaula, asomó los bigotes, esos que no le
paran de temblar.
-¡Ay madre, qué gordo está! ¡Qué lustre tiene! Se ve que lo cuidas bien,
Irene. No hay nada más que verle la pellica (el pelo, según mi abuelo).
Mi abuelo miraba entusiasmado como Celemín agarraba con sus patitas el
trocito de pepino y se retiraba a un rinconcillo para comérselo tranquilo, dándonos
la espalda. Era un hámster tímido. Cuando se comió un trozo de pepino, se guardó
el resto en el moflete, porque nunca se sabe. Después se limpió bien las patas y el
hocico. E, inmediatamente, se puso hacer carreras en la rueda.
-Je, je, pero si está hecho un Fittipaldi.- Dijo mi abuelo al ver a Celemín como
corría.
9. La dieta del abuelo Mariano y Celemín.
Mi abuelo decía que Celemín disfrutaba como un cerdo en un lodazal con lo
que más le perjudicaba o le engordaba: el azúcar y las pipas. También decía que
Celemín era un tunante, o sea, un listo, porque sólo se comía los cacahuetes y las
pipas que llevaba su comida.
-Ay, animalico- decía mi abuelo- lo que más nos engorda es lo que más nos
gusta- Y, de pronto, se acordó de todo lo que le había prohibido el médico y le
cambiaron todas las arrugas de la cara- Le pasa lo que a mí, que nos prohíben lo
que más nos gusta. Ahora resulta que es malo para la salud ¡Ay, qué vida ésta,
leñe, qué injusta!
Mi abuelo se sacó las gafas del bolsillo de su chaqueta y empezó a rebuscar
en el libro.
-Las proteínas son esas cosas que tienes que comer para estar fuerte. Están
en el pollo que te has dejado para la merienda. Mira que eres terca. Te vas a quedar
en los huesos, y lo que es peor, vas a caer mala y el médico te va a poner una
indición con una aguja bien gorda.
-Oye, abuelo ¿una estepa no es un desierto de esos cómo el del Sahara, todo
lleno de arena?
-No, Irene, dónde viven estos bichos no. De día hace mucho calor en los
desiertos del Sahara. ¿Qué pensabas, que Celemín se pondría moreno? En un
desierto de esos se achicharra con ese pelazo que tiene. Y no hay nada más que
arena, y los jásters se alimentan de hierbas.
-Pues eso está hecho, seguro que tu padre te puede enseñar una foto en el
cacharro ese… ¿cómo se llama?
–Papá, ¿nos puedes enseñar en el ordenador la foto de una estepa, por fi?
En Rusia, ¿¿¿sí??? -Le supliqué poniendo cara de pena.
Creo que papá estaba intrigado porque no dijo ni mú. Dejó lo que estaba
haciendo, y tecleó en el ordenador ESTEPAS EN RUSIA, IMÁGENES.
-¿Cómo cuando me tengo que comer las espinacas y la fruta sin rechistar?
-Esa preguntita la hice yo.
-Sí, algo así -me dijo papá, lanzándome una mirada asesina por no comerme
el pollo. Y ya me estaba preparando para otra regañina mortal, pero en vez de eso
papá dijo:
10. Ñam Ñam
-Anda, tú te comes el queso tan a gusto, con lo mal que huele. Eso sí, nos
costó un berrinche que lo probaras. Porque eso de que pruebes cosas nuevas, que
mal lo llevamos todos -Me reprochó papá.
-Todo lo que puede ver aquí es para hámsters -dijo señalando a unas
estanterías, que parecían no tener fin.
-Se dice “sin colorantes ni conservantes”, hija -me corrigió papá- ¡Qué cosas
tienes, mira que comparar la dieta de tu abuelo con la del hámster!
<<En esta familia no puedo hablar sin que me caiga una regañina>> Pensé
en aquel momento.
-Ya veo que te has informado bien- dijo el dependiente -Te voy a sacar los
preparados que tengan menos colorantes, pipas y cacahuetes. Además de semillas,
hay verduras, alfalfa; el heno les encanta y tiene mucha fibra. Barritas de cereales
por si tienes que dejar a tu hámster mucho tiempo sólo. Le puedes dar galletas,
bizcochos, dulces de leche, de yogur, de chocolate, de vainilla y bla bla bla - creo
que mi cerebro no pudo con tanta información y me saturé; disimulé e hice como
que me enteraba, como cuando habla papá.
-Irene, elige bien que sólo nos llevaremos un par de cosas -dijo papá
mirando su cartera -después, le habló al dependiente: -Le compras un bicho
pequeño para no arruinarte, y es casi que peor. A un perro aun le puedes dar los
restos de la comida, pero resulta que los ratones son gourmets sibaritas, hay que
fastidiarse.
-Pues que tu hámster tiene unos gustos refinados, justo como tú. Y es
gourmet, no gordo. Es una palabra francesa.
Mi papá siempre aprovechaba cualquier ocasión para decir cosas en otros
idiomas. Es un papá algo repipi. Mientras tanto, yo miraba muy pensativa a todos
los paquetitos de comidas para hámsters.
-Papá, ¿puedo coger unas golosinas para dárselas como premio cuando se
porte bien?
-Me parece muy bien que quieras mantener sano al hámster con comida
variada y que pruebe cosas nuevas. Pero tú también tienes que comer de todo para
estar sana. Que te pones insoportable cuando mamá y yo queremos que te comas
las verduras y el pescado, que es por tu bien. Y ya no digamos para que pruebes
algo nuevo. Si no te entra por el ojo, apartas el plato y ahí se queda hasta el día
siguiente, y como eres tan cabezota no te lo comes y hay que tirar comida... -Y papá
siguió echándome la bronca- ¡Nos tienes fritos a tu madre y a mí, que tu hámster
no pone tantas pegas!
Hay que ver cómo se puso papá. Más me valía comerme lo que me pusieran
en el plato, porque comprendí que si yo no comía, tampoco comía Celemín. El
dependiente también debió comprenderlo porque se fue alejando poco a poco de
nosotros.
11. Celemín sufre de estrés.
Poned atención, que os voy a explicar cómo me hice con su idioma para que
también lo aprendáis, aunque depende también de las ganas que le ponga vuestro
hámster.
Si mordía los alambres de la jaula significaba: <<hazme caso, por fi>>.
Entonces lo cogía un ratito.
Si se ponía a correr en la rueda haciendo sprints era lo mismo que <<estoy
nervioso>>. Si se metía corriendo dentro de los tubos quería decir <<uy, qué susto me
has dado, no te había reconocido>>.
Si chupaba nervioso el tubito del bebedero, quería decir <<El agua no cae,
colócame el bebedero, no ves que me muero de sed>>.
-Oye, papá, a Celemín le pasa algo, ¿no será que necesita un amiguito o una
amiguita?
Papá se puso rojo como un tomate, y yo, que no soy tonta, me di cuenta de
que se había alterado. Mamá dice que papá se altera con algunas de mis preguntas,
y que es mejor dejarlas para otro día. Entonces papá, para escaquearse, cambió de
tema.
Hasta que un buen día, lo averigüé: cada vez que intentaba correr en la
rueda, salía disparado y se caía de morros. Celemín había crecido: los hámsters
también se hacen más mayores.
Tenía que contárselo al abuelo, pero claro, tenía que ser después de que me
levantaran el castigo por haber cogido el sombrero de mamá y haberle escrito
“DeteKtibe Irene” con los rotus. No hay quien entienda a los mayores.
12. Un nuevo hogar para Celemín.
Mi abuelo Mariano y yo fuimos a una tienda de animales para comprar una
jaula mucho más grande para Celemín, que como se había hecho más mayor,
necesitaba más espacio para sus actividades.
-Pues si, majete -dijo mi abuelo- necesitamos una jaula para un jáster ruso
que ha pegao el estirón.
El chico, sin entender ni jota, me miró. Y yo, que era experta en
hamsterniano, (porque seguí siendo detective aunque no llevaba sombrero) traduje
a mi abuelo al milisegundo.
–Lo que queremos es una jaula para un hámster ruso que se ha hecho más
mayor -le dije con una sonrisa profident.
-No, si estaba clarísimo…, síganme por aquí, que se las voy a enseñar -nos
dijo el dependiente.
Había jaulas de todos los tamaños y todas las formas. Y justo frente a
nosotros, había roedores hasta el infinito y más allá. Mientras yo me decidía por la
jaula, mi abuelo Mariano se dio una vuelta por la tienda.
-¡Irene, ven aquí.! ¡Mira que montón de celemines, todos juntitos, dándose
calor!
Me puse a mirar otra jaula y vi otros aún más pequeños que Celemín, muy
inquietos, que se llamaban hamster Rovoroski. Estos también tenían que venir de
muy lejos, por el nombre tan rarito.
-Oye, chaval, ¿se puede saber por qué tenéis ratas, que dan un asco que pa
que? - Mi abuelo traducido: las ratas me dan mucho asco- Y no me digas que la
gente se las compra como mascotas, que no me lo trago.
-No, señor, no. La gente no las compra como mascotas, las compra como
alimento para serpientes.
–¡Puaj! -mi abuelo arrugó su cara, que ya la tenía bien arrugada -¡Lo que me
faltaba por oír! ¡Venga, hombre! ¡Ratas para dar de comer a una bicha que te puede
comer a ti! ¡La gente está para que la encierren!
-El mundo se ha vuelto loco, pero loco de remate -dijo mi abuelo muy triste.
La verdad es que yo también me puse triste cuando vi a una ardilla en una jaula,
corriendo en una rueda, y me acordé de las ardillas del parque, a ese que mis
padres me llevan todos los domingos. Mi abuelo Mariano y yo salimos de la
tienda, como dos almas en pena, callados todo el camino hasta casa, cargando con
la nueva vivienda para Celemín. Bueno, una cosa sí que le dije a mi abuelito:
-¡No será que no te gusta la jaula, después de todas las perras que me he
gastao!
-Claro que si, Irenita. A pesar de que existan montones de Irenes, tú también
eres única en el mundo.
Mi abuelo Mariano me dio un beso y creo que se le metió algo en los ojos,
porque los tenía llorosos, pero no dijo nada. Y se le olvidó que ese mes ya no
habría más carajillos en La Esquina.
13. Celemín se va de marcha
Os voy a contar, con pelos y señales, el día que Celemín se dio un paseo. Ese
día había quedado con el abuelo, y yo no paraba de mirar el reloj. Lo teníamos
todo planeado al milímetro: soltaríamos al hámster en el pasillo de mi casa. Había
tomado todas las precauciones que se me ocurrieron. Me aseguré de que no había
ningún rinconcillo por el que Celemín se colara. Cerré bien todas las puertas;
mamá me había dicho que no volvería hasta bien tarde y papá, mejor aún, estaba
de viaje. Ese era el único día en el me alegraba de que papá llegara tarde a casa. La
verdad es que solía liarla cuando papá estaba fuera. Es que mi papá mola un
pegote: todas las noches, antes de acostarme, hablamos de nuestras cosas o me
cuenta cuentos.
-Hala, vamos, pues -dijo mi abuelo Mariano mientras aceleraba el paso (lo
de acelerar, es un decir).
-Mamá me dijo que en una bola de plástico que sí, que valía, que lo podía
soltar.
-Yo creo que eso es un juguete para las personas, pero un aparato de tortura
para el animalico. Es mejor que corra al aire libre, con los pelillos al viento, y no ahí
encerrao, que seguro que las tiene que pasar canutas.
-¡Abuelito, despierta!
-Ay, si hija -dijo mi abuelo frotándose la cara- ¡Qué susto me has dado!
Vamos al lío -Mi abuelo se puso de pie con cara de dolor, ya sabéis, los achaques
que son un tostón. La cosa es que por fin nos metimos en la habitación de Celemín.
El abuelo y yo esperamos un ratito más, hasta que Celemín dio un gran
bostezo a modo de saludo.
-Date prisa, Irene, que ya me están doliendo las rodillas y tu madre estará al
caer. Me voy a sentar en el pasillo para no perderme la jugada desde este rincón.
Puse la jaula en el suelo, y le quité la parte de arriba, así Celemín podría
salir de la jaula sólo dando un saltito.
En esto estábamos los tres, cuando oímos que alguien abría la puerta de la
calle. La cara de mi abuelo se puso blanca reluciente. ¡Era mamá! Tenía la puerta
entreabierta, y estaba a punto de entrar, pero no pasaba porque estaba hablando
con mi vecina Josefa, que vive enfrente.
Mi abuelo estaba sentado justo al lado de la puerta por la que mamá estaba
a punto de entrar, y me hacía señas para que cogiera a Celemín y lo metiera en la
jaula. Pero mira tú por dónde, que Celemín era tan rápido que no fui capaz de
cogerlo. Todo se complicó cuando se dirigió a la puerta que mamá tenía
entreabierta. Me quedé petrificada, quería gritar, pero tenía un nudo en la
garganta, sentía como si me hubiera zampado un polvorón. Y lo peor fue que
Celemín se coló por la puerta y salió al rellano de la escalera. Y de pronto, se oyó a
mi vecina Josefa gritar:
-¡No es un ratón! -me volvió la voz, que al igual que mi hámster, se había
ido de paseo- ¡Es Celemín!, ¡no le hagas daño, por favor! -le dije llorando a mi
vecina Josefa.
Y después me volví hacia mamá. -¡Por favor, mamá, dile que no le haga
daño! ¡Se me ha escapado!
-¿Y ahora qué hago yo? -preguntó la vecina -este armario no se puede
mover y, cuando se muera el ratón, va a oler fatal.
-Y cuando salga, si es que sale, se comerá las cortinas, el cable de la tele, mis
muebles...-gritaba la vecina, loca perdida.
-Yo creo que se le podría colocar la jaula cerca del hueco del armario, que
tarde o temprano el bicho saldrá en busca de comida, por instinto de
supervivencia.
-Irene tendrá su castigo por no haber sido más responsable -dijo mamá, que
ya había dejado de ser una madre tierna y comprensiva, para ser la madre
insensible de siempre.
Todos nos fuimos a nuestras casas, y una vez dentro, el primero que habló
fue el abuelo:
-¡Será bruja la tía! Llamarme a mí abuelo. ¡Si ella es más vieja que yo!
-Hija mía -esta vez habló el abuelo-, no martirices más a la criatura, que la
culpa es mía. Yo le metí en la cabeza esas ideas de soltar al jáster.
-De verdad, papá, es que a veces no te entiendo, con el asco que le has
tenido siempre a estos animales. Y encima, nunca nos has permitido tener una
mascota en casa cuando éramos pequeños.
-¡Uy!, ¡en eso te equivocas!. Luego dices que se me olvidan las cosas, pero a
ti bien que se te olvidan. ¿O es que ya no te acuerdas de aquel cachorro que llevé a
casa?
Mamá se puso colorada, y yo dejé de llorar. Algo bien gordo estaba pasando
entre el abuelo y mi madre.
-Venga, dile a tu hija lo qué pasó…uhm, ya veo, se te ha comido la lengua el
gato. Pues si la memoria no le falla del todo a este viejo chocho, recuerdo la historia
de dos hermanitos y un cachorrito. A ver si me acuerdo bien:
<<Érase que se era un hermano y su hermanita que deseaban un perrito más que
nada en este mundo. Un buen día, su papá les trajo un cachorrito. Al principio, el
hermanito y la hermanita se peleaban por acariciar y dormir con el chucho. El animalico
tenía la mala costumbre de comer, de hacer sus necesidades, de bañarse…, y estos dos
hermanitos, cansados del perrito, se comportaron como unos auténticos gandules. Así que
el papá se lo regaló a otro chaval que sí lo cuidaría como era debido. Y colorín y colorado,
ese cuento se te ha olvidado.>>
-Antes de traerle una mascota a tu hija, acuérdate de que todas las mascotas
tienen sus necesidades, y Celemín tiene la necesidad de salir de su jaula de vez en
cuando.
Nada mas decir esto, llegó papá. Entonces mi abuelo aprovechó que estaba
la puerta abierta y se marchó: -Anda con Dios, yerno- solo se despidió de papá.
Jopé, con mi papá, con cualquier cosita se anima. Aquella noche se ganó que
le leyera un cuento, creo que lo necesitaba más que yo.
14. Se acerca el invierno
Me puse loca de contenta cuando vino a casa la vecina, con cara de pocos
amigos, pero con la jaula de mi Celemín y mi Celemín dentro. Mi hámster estaba a
salvo.
El abuelo decía que, con lo listo que era el bicho, le habría dejado buenos
regalitos a la bruja. Celemín no tenía dinero para comprar regalos, y no había
estado en casa de ninguna bruja, pero a mi abuelo la idea le hacía mucha gracia, y a
mí me encantaba ver feliz al abuelo.
En el pueblo del abuelo me lo paso chachi con mis primos, mis primas, los
titos, las titas, mis amigas... y lo mejor de todo es que me dejan jugar en la calle y
pedir el aguinaldo. Lo malo es que no puedo llevar a Celemín conmigo a que
conozca el pueblo y a mi familia. Papá insistió en que no me preocupara, que se
podía quedar sólo, y es que no me había dado cuenta de que Celemín al haberse
hecho más mayor, ya sabía cuidar de sí mismo.¡Cómo pasa el tiempo!
Al hámster le dejé un bufet, de hierbas, semillas, pan, galletas..., para que no
se muriera de hambre. No paraba de ir de un lado a otro, cargándose los mofletes,
loco de alegría al ver tanta comida y sus dulces favoritos.
–Celemín, te tienes que repartir la comida para todos estos días, a ver si te
vas a dar un atracón y te da una indigestión, y no voy a estar aquí para llevarte al
médico. Sé obediente y pórtate bien, ¿vale?. Haz un poco de gimnasia, que estás
engordando mucho, que te estás volviendo un hámster perezoso -yo sé que mi
hámster, a veces, me escucha, luego ya, le pasará lo que a mí, que desobedezco sin
querer. Papá dice que es una enfermedad que tengo que se llama “entendimiento
selectivo” y que no tiene cura. Pero a mí no me duele, así que no debe ser tan mala.
-¡Hola, Irene!
-¡Hola, abuelo!
EPÍLOGO PARA LAS MAMÁS Y LOS PAPÁS
Pues que Irene, por despiste o por la emoción del momento de la despedida,
se dejó la puerta de la jaula abierta. Y es que a veces le traiciona su cerebro. El
hámster olisqueó y notó algo extraño...se acercó a los barrotes y se dio cuenta que
su puertecita estaba abierta de par en par.
¿Qué haría Celemín durante las vacaciones de Navidad, con todo un nuevo
mundo por descubrir?
FIN
Agradecimientos:
A mis sobrinos: Ángel y Jaime, que aman a los hámsters con locura.
A mis jóvenes amigas: Irene, Candela y Andrea, porque sin ellas no habría sido
posible esta historia.
A todos los abuelos y abuelas del mundo mundial, por jugar un papel tan
importante en nuestra infancia.
Y especialmente, a mis padres (Sergio y María), que me dieron la vida y han sido
mi ejemplo a seguir.