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BETTELHEIM

Este documento presenta una introducción al libro "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" de Bruno Bettelheim. El autor argumenta que los cuentos de hadas son más valiosos para el desarrollo psicológico de los niños que otros tipos de literatura infantil, ya que abordan problemas universales de una manera que los niños pueden comprender a nivel inconsciente. Los cuentos de hadas ofrecen soluciones a las dificultades internas que enfrentan los niños durante su crecimiento, al tiempo que reconocen la ser

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BETTELHEIM

Este documento presenta una introducción al libro "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" de Bruno Bettelheim. El autor argumenta que los cuentos de hadas son más valiosos para el desarrollo psicológico de los niños que otros tipos de literatura infantil, ya que abordan problemas universales de una manera que los niños pueden comprender a nivel inconsciente. Los cuentos de hadas ofrecen soluciones a las dificultades internas que enfrentan los niños durante su crecimiento, al tiempo que reconocen la ser

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BETTELHEIM, Bruno Psicoanálisis de los cuentos de Hadas

Introducción
La lucha por el significado
Si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente
conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y
difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas. Como ya se
sabe, mucha gente ha perdido el deseo de vivir y ha dejado de
esforzarse, porque este sentido ha huido de ellos. La comprensión del
sentido de la vida no se adquiere repentinamente a una edad
determinada ni cuando uno ha llegado a la madurez cronológica, sino
que, por el contrario, obtener una comprensión cierta de lo que es o de
lo que debe ser el sentido de la vida, significa haber alcanzado la
madurez psicológica. Este logro es el resultado final de un largo
desarrollo: en cada etapa buscamos, y hemos de ser capaces de
encontrar, un poco de significado congruente con el que ya se han
desarrollado nuestras mentes. Contrariamente a lo que afirma el
antiguo mito, la sabiduría no surge totalmente desarrollada como
Atenea de la cabeza de Zeus; se va formando poco a poco y
progresivamente desde los orígenes más irracionales. Solamente en la
edad adulta podemos obtener una comprensión inteligente del sentido
de la propia existencia en este mundo a partir de nuestra experiencia en
él. Desgraciadamente, hay demasiados padres que exigen que las
mentes de sus hijos funcionen como las suyas, como si la comprensión
madura de nosotros mismos y del mundo, así como nuestras ideas
sobre el sentido de la vida, no se desarrollaran tan lentamente como
nuestro cuerpo y nuestra mente. Actualmente, como en otros tiempos,
la tarea más importante y, al mismo tiempo, la más difícil en la
educación de un niño es la de ayudarle a encontrar sentido en la vida.
Se necesitan numerosas experiencias durante el crecimiento para
alcanzar este sentido. El niño, mientras se desarrolla, debe aprender,
paso a paso, a comprenderse mejor; así se hace más capaz de
comprender a los otros y de relacionarse con ellos de un modo
mutuamente satisfactorio y lleno de significado.
Para alcanzar un sentido más profundo, hay que ser capaz de
trascender los estrechos límites de la existencia centrada en uno
mismo, y creer que uno puede hacer una importante contribución a la
vida; si no ahora, en el futuro. Esta sensación es necesaria si una
persona quiere estar satisfecha consigo misma y con lo que está
haciendo. Para no estar a merced de los caprichos de la vida, uno debe
desarrollar sus recursos internos, para que las propias emociones, la
imaginación y el intelecto se apoyen y enriquezcan mutuamente unos a
otros. Nuestros sentimientos positivos nos dan fuerzas para desarrollar
nuestra racionalidad; sólo la esperanza puede sostenernos en las
adversidades con las que, inevitablemente, nos encontramos. Como
educador y terapeuta de niños gravemente perturbados, mi principal
tarea consiste en restablecer el sentido a sus vidas. Este trabajo me
demostró que si se educara a los niños de manera que la vida tuviera
sentido para ellos, no tendrían necesidad de ninguna ayuda especial.
Me enfrenté al problema de descubrir cuáles eran las experiencias más
adecuadas, en la vida del niño, para promover la capacidad de
encontrar sentido a su vida, para dotar de sentido a la vida en general.
En esta tarea no hay nada más importante que el impacto que causan
los padres y aquellos que están al cuidado del niño; el segundo lugar en
importancia lo ocupa nuestra herencia cultural si se transmite al niño
de manera correcta. Cuando los niños son pequeños la literatura es la
que mejor aporta esta información. Dando esto por sentado, empecé a
sentirme profundamente insatisfecho con aquel tipo de literatura que
pretendía desarrollar la mente y la personalidad del niño, porque no
conseguía estimular ni alimentar aquellos recursos necesarios para
vencer los difíciles problemas internos. Los primeros relatos a partir de
los que el niño aprende a leer, en la escuela, están diseñados para
enseñar las reglas necesarias, sin tener en cuenta para nada el
significado. El volumen abrumador del resto de la llamada «literatura
infantil» intenta o entretener o informar, o incluso ambas cosas a la vez.
Pero la mayoría de estos libros es tan superficial, en sustancia, que se
puede obtener muy poco sentido a partir de ellos. La adquisición de
reglas, incluyendo la habilidad en la lectura, pierde su valor cuando lo
que se ha aprendido a leer no añade nada importante a la vida de uno.
Todos tenemos tendencia a calcular el valor futuro de una actividad a
partir de lo que ésta nos ofrece en este momento. Esto es especialmente
cierto en el niño que, mucho más que el adulto, vive en el presente y,
aunque sienta ansiedad respecto al futuro, tiene sólo una vaga noción
de lo que éste puede exigir o de lo que puede ser. La idea de que el
aprender a leer puede facilitar, más tarde, el enriquecimiento de la
propia vida se experimenta como una promesa vacía si las historias que
el niño escucha, o lee en este preciso momento, son superficiales. Lo
peor de estos libros infantiles es que estafan al niño lo que éste debería
obtener de la experiencia de la literatura: el acceso a un sentido más
profundo, y a lo que está lleno de significado para él, en su estadio de
desarrollo. Para que una historia mantenga de verdad la atención del
niño, ha de divertirle y excitar su curiosidad. Pero, para enriquecer su
vida, ha de estimular su imaginación, ayudarle a desarrollar su
intelecto y a clarificar sus emociones; ha de estar de acuerdo con sus
ansiedades y aspiraciones; hacerle reconocer plenamente sus
dificultades, al mismo tiempo que le sugiere soluciones a los problemas
que le inquietan. Resumiendo, debe estar relacionada con todos los
aspectos de su personalidad al mismo tiempo; y esto dando pleno
crédito a la seriedad de los conflictos del niño, sin disminuirlos en
absoluto, y estimulando, simultáneamente, su confianza en sí mismo y
en su futuro. Por otra parte, en toda la «literatura infantil» —con raras
excepciones— no hay nada que enriquezca y satisfaga tanto, al niño y al
adulto, como los cuentos populares de hadas. En realidad, a nivel
manifiesto, los cuentos de hadas enseñan bien poco sobre las
condiciones específicas de la vida en la moderna sociedad de masas;
estos relatos fueron creados mucho antes de que ésta empezara a
existir. Sin embargo, de ellos se puede aprender mucho más sobre los
problemas internos de los seres humanos, y sobre las soluciones
correctas a sus dificultades en cualquier sociedad, que a partir de otro
tipo de historias al alcance de la comprensión del niño. Al estar
expuesto, en cada momento de su vida, a la sociedad en que vive, el
niño aprenderá, sin duda, a competir con las condiciones de aquélla,
suponiendo que sus recursos internos se lo permitan. El niño necesita
que se le dé la oportunidad de comprenderse a sí mismo en este mundo
complejo con el que tiene que aprender a enfrentarse, precisamente
porque su vida, a menudo, le desconcierta. Para poder hacer eso,
debemos ayudar al niño a que extraiga un sentido coherente del
tumulto de sus sentimientos. Necesita ideas de cómo poner en orden su
casa interior y, sobre esta base, poder establecer un orden en su vida
en general. Necesita —y esto apenas requiere énfasis en el momento de
nuestra historia actual— una educación moral que le transmita,
sutilmente, las ventajas de una conducta moral, no a través de
conceptos éticos abstractos, sino mediante lo que parece tangiblemente
correcto y, por ello, lleno de significado para el niño.
El niño encuentra este tipo de significado a través de los cuentos de
hadas. Al igual que muchos otros conocimientos psicológicos modernos,
esto ya fue pronosticado hace muchos años por los poetas. El poeta
alemán Schiller escribió: «El sentido más profundo reside en los cuentos
de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la
vida me ha enseñado» (The Piccolomini, III, 4). A través de los siglos (si
no milenios), al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido
refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiempo, sentidos
evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los
niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que
alcanza la mente no educada del niño, así como la del adulto
sofisticado. Aplicando el modelo psicoanalítico de la personalidad
humana, los cuentos aportan importantes mensajes al consciente,
preconsciente e inconsciente, sea cual sea el nivel de funcionamiento de
cada uno en aquel instante. Al hacer referencia a los problemas
humanos universales, especialmente aquellos que preocupan a la
mente del niño, estas historias hablan a su pequeño yo en formación y
estimulan su desarrollo, mientras que, al mismo tiempo, liberan al
preconsciente y al inconsciente de sus pulsiones. A medida que las
historias se van descifrando, dan crédito consciente y cuerpo a las
pulsiones del ello y muestran los distintos modos de satisfacerlas, de
acuerdo con las exigencias del yo y del super-yo. Pero mi interés en los
cuentos de hadas no es el resultado de este análisis técnico de sus
valores. Por el contrario, es la consecuencia de preguntarme por qué, en
mi experiencia, los niños —tanto normales como anormales, y a
cualquier nivel de inteligencia— encuentran más satisfacción en los
cuentos de hadas que en otras historias infantiles. En mis esfuerzos por
llegar a comprender por qué dichas historias tienen tanto éxito y
enriquecen la vida interna del niño, me di cuenta de que éstas, en un
sentido mucho más profundo que cualquier otro material de lectura,
empiezan, precisamente, allí donde se encuentra el niño, en su ser
psicológico y emocional. Hablan de los fuertes impulsos internos de un
modo que el niño puede comprender inconscientemente, y —sin quitar
importancia a las graves luchas internas que comporta el crecimiento—
ofrecen ejemplos de soluciones, temporales y permanentes, a las
dificultades apremiantes. Cuando, gracias a una subvención de la
Fundación Spencer, se pudo empezar a estudiar qué contribuciones
podía hacer el psicoanálisis a la educación de los niños —y desde que el
leer algo al niño o que este mismo lea constituye un medio esencial de
educación—, se consideró apropiado aprovechar esta oportunidad para
explorar con más detalle y profundidad por qué los cuentos populares
de hadas resultan tan valiosos en la educación de los niños. Tengo la
esperanza de que una comprensión adecuada de las excelentes
cualidades de los cuentos de hadas llevará a los padres y a los maestros
a concederles de nuevo el papel central que, durante siglos, han
ocupado en la vida del niño.

Los cuentos de hadas y el conflicto existencial


Para poder dominar los problemas psicológicos del crecimiento —
superar las frustraciones narcisistas, los conflictos edípicos, las
rivalidades fraternas; renunciar a las dependencias de la infancia;
obtener un sentimiento de identidad y de autovaloración, y un sentido
de obligación moral—, el niño necesita comprender lo que está
ocurriendo en su yo consciente y enfrentarse, también, con lo que
sucede en su inconsciente. Puede adquirir esta comprensión, y con ella
la capacidad de luchar, no a través de la comprensión racional de la
naturaleza y contenido de su inconsciente, sino ordenando de nuevo y
fantaseando sobre los elementos significativos de la historia, en
respuesta a las pulsiones inconscientes. Al hacer esto, el niño adapta el
contenido inconsciente a las fantasías conscientes, que le permiten,
entonces, tratar con este contenido. En este sentido, los cuentos de
hadas tienen un valor inestimable, puesto que ofrecen a la imaginación
del niño nuevas dimensiones a las que le sería imposible llegar por sí
solo. Todavía hay algo más importante, la forma y la estructura de los
cuentos de hadas sugieren al niño imágenes que le servirán para
estructurar sus propios ensueños y canalizar mejor su vida. Tanto en el
niño como en el adulto, el inconsciente es un poderoso determinante del
comportamiento. Si se reprime el inconsciente y se niega la entrada de
su contenido al nivel de conciencia, la mente consciente de la persona
queda parcialmente oprimida por los derivados de estos elementos
inconscientes o se ve obligada a mantener un control tan rígido y
compulsivo sobre ellos que su personalidad puede resultar seriamente
dañada. Sin embargo, cuando se permite acceder al material
inconsciente, hasta cierto punto, a la conciencia y ser elaborado por la
imaginación, su potencial nocivo —para los demás o para nosotros—
queda considerablemente reducido; entonces, algunos de sus impulsos
pueden ser utilizados para propósitos más positivos. No obstante, la
creencia común de los padres es que el niño debe ser apartado de lo
que más le preocupa: sus ansiedades desconocidas y sin forma, y sus
caóticas, airadas e incluso violentas fantasías.
Muchos padres están convencidos de que los niños deberían presenciar
tan sólo la realidad consciente o las imágenes agradables y que colman
sus deseos, es decir, deberían conocer únicamente el lado bueno de las
cosas. Pero este mundo de una sola cara nutre a la mente de modo
unilateral, pues la vida real no siempre es agradable. Está muy
extendida la negativa a dejar que los niños sepan que el origen de que
muchas cosas vayan mal en la vida se debe a nuestra propia
naturaleza; es decir, a la tendencia de los hombres a actuar agresiva,
asocial e interesadamente, o incluso con ira o ansiedad. Por el
contrario, queremos que nuestros hijos crean que los hombres son
buenos por naturaleza. Pero los niños saben que ellos no siempre son
buenos; y, a menudo, cuando lo son, preferirían no serlo. Esto
contradice lo que sus padres afirman, y por esta razón el niño se ve a sí
mismo como un monstruo. La cultura predominante alega,
especialmente en lo que al niño concierne, que no existe ningún aspecto
malo en el hombre, manteniendo la creencia optimista de que siempre
es posible mejorar. Por otra parte, se considera que el objetivo del
psicoanálisis es el de hacer que la vida sea más fácil; pero no es eso lo
que su fundador pretendía. El psicoanálisis se creó para que el hombre
fuera capaz de aceptar la naturaleza problemática de la vida sin ser
vencido por ella o sin ceder a la evasión. Freud afirmó que el hombre
sólo logra extraer sentido a su existencia luchando valientemente contra
lo que parecen abrumadoras fuerzas superiores. Este es precisamente
el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas
maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es
inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no
huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo
injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin,
victorioso. Las historias modernas que se escriben para los niños
evitan, generalmente, estos problemas existenciales, aunque sean
cruciales para todos nosotros. El niño necesita más que nadie que se le
den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar con dichas
historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias «seguras»
no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra
existencia, ni el deseo de la vida eterna. Mientras que, por el contrario,
los cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los conflictos
humanos básicos. Por ejemplo, muchas historias de hadas empiezan
con la muerte de la madre o del padre; en estos cuentos, la muerte del
progenitor crea los más angustiosos problemas, tal como ocurre (o se
teme que ocurra) en la vida real.
Otras historias hablan de un anciano padre que decide que ha llegado
el momento de que la nueva generación se encargue de tomar las
riendas. Pero, antes de que esto ocurra, el sucesor tiene que demostrar
que es digno e inteligente. La historia de los Hermanos Grimm «Las tres
plumas» empieza: «Había una vez un rey que tenía tres hijos ... El rey
era ya viejo y estaba enfermo, y, a menudo, pensaba en su fin; no sabía
a cuál de sus hijos le dejaría el reino». Para poder decidir, el rey encarga
a sus hijos una difícil empresa; el que mejor la realice «será rey cuando
yo muera». Los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y
conciso, un problema existencial. Esto permite al niño atacar los
problemas en su forma esencial, cuando una trama compleja le haga
confundir las cosas. El cuento de hadas simplifica cualquier situación.
Los personajes están muy bien definidos y los detalles, excepto los más
importantes, quedan suprimidos. Todas las figuras son típicas en vez de
ser únicas. Contrariamente a lo que sucede en las modernas historias
infantiles, en los cuentos de hadas el mal está omnipresente, al igual
que la bondad. Prácticamente en todos estos cuentos, tanto el bien
como el mal toman cuerpo y vida en determinados personajes y en sus
acciones, del mismo modo que están también omnipresentes en la vida
real, y cuyas tendencias se manifiestan en cada persona. Esta dualidad
plantea un problema moral y exige una dura batalla para lograr
resolverlo. Por otra parte, el malo no carece de atractivos —simbolizado
por el enorme gigante o dragón, por el poder de la bruja, o por la
malvada reina de «Blancanieves» y, a menudo, ostenta temporalmente el
poder. En la mayoría de los cuentos, el usurpador consigue, durante
algún tiempo, arrebatar el puesto que, legítimamente, corresponde al
héroe, como hacen las perversas hermanas de «Cenicienta». Sin
embargo, el hecho de que el malvado sea castigado al terminar el
cuento no es lo que hace que estas historias proporcionen una
experiencia en la educación moral, aunque no deja de ser un aspecto
importante de aquélla. Tanto en los cuentos de hadas como en la vida
real, el castigo, o el temor al castigo, sólo evita el crimen de modo
relativo. La convicción de que el crimen no resuelve nada es una
persuasión mucho más efectiva, y precisamente por esta razón, en los
cuentos de hadas el malo siempre pierde. El hecho de que al final venza
la virtud tampoco es lo que provoca la moralidad, sino que el héroe es
mucho más atractivo para el niño, que se identifica con él en todas sus
batallas. Debido a esta identificación, el niño imagina que sufre, junto
al héroe, sus pruebas y tribulaciones, triunfando con él, puesto que la
virtud permanece victoriosa. El niño realiza tales identificaciones por sí
solo, y las luchas internas y externas del héroe imprimen en él la huella
de la moralidad. Los personajes de los cuentos de hadas no son
ambivalentes, no son buenos y malos al mismo tiempo, como somos
todos en realidad. La polarización domina la mente del niño y también
está presente en los cuentos. Una persona es buena o es mala, pero
nunca ambas cosas a la vez. Un hermano es tonto y el otro listo. Una
hermana es honrada y trabajadora, mientras que las otras son
malvadas y perezosas. Una es hermosa y las demás son feas. Un
progenitor es muy bueno, pero el otro es perverso. La yuxtaposición de
personajes con rasgos tan opuestos no tiene la finalidad de provocar
una conducta adecuada, como quizá pretenden los cuentos con
moraleja. (Hay algunos cuentos de hadas amorales, en los que la
bondad o la maldad, la belleza o la fealdad, no juegan ningún papel.) Al
presentar al niño caracteres totalmente opuestos, se le ayuda a
comprender más fácilmente la diferencia entre ambos, cosa que no
podría realizar si dichos personajes representaran fielmente la vida real,
con todas las complejidades que caracterizan a los seres reales. Las
ambigüedades no deben plantearse hasta que no se haya establecido
una personalidad relativamente firme sobre la base de identificaciones
positivas. En este momento el niño tiene ya una base que le permite
comprender que existen grandes diferencias entre la gente, y que, por
este mismo motivo, está obligado a elegir qué tipo de persona quiere ser.
Las polarizaciones de los cuentos de hadas proporcionan esta decisión
básica sobre la que se constituirá todo el desarrollo posterior de la
personalidad. Además, las elecciones de un niño se basan más en quién
provoca sus simpatías o su antipatía que en lo que está bien o está mal.
Cuanto más simple y honrado es un personaje, más fácil le resulta al
niño identificarse con él y rechazar al malo. El niño no se identifica con
el héroe bueno por su bondad, sino porque la condición de héroe le
atrae profunda y positivamente. Para el niño la pregunta no es «¿quiero
ser bueno?», sino «¿a quién quiero parecerme?». Decide esto al
proyectarse a sí mismo nada menos que en uno de los protagonistas. Si
este personaje fantástico resulta ser una persona muy buena, entonces
el niño decide que también quiere ser bueno. Los cuentos amorales no
presentan polarización o yuxtaposición alguna de personas buenas y
malas, puesto que el objetivo de dichas historias es totalmente distinto.
Estos cuentos o personajes tipo, como «El gato con botas», que hace
posible el éxito del héroe mediante ingeniosos ardides, y Jack, que roba
el tesoro del gigante, forman el carácter, no al provocar una elección
entre el bien y el mal, sino al estimular en el niño la confianza de que
incluso el más humilde puede triunfar en la vida. Porque, después de
todo, ¿de qué sirve elegir ser una buena persona si uno se siente tan
insignificante que teme no poder llegar nunca a nada? En estos cuentos
la moralidad no es ninguna solución, sino más bien la seguridad de que
uno es capaz de salir adelante. El enfrentarse a la vida con la creencia
de que uno puede dominar las dificultades o con el temor de la derrota
no deja de ser también un importante problema existencial. Los
profundos conflictos internos que se originan en nuestros impulsos
primarios y violentas emociones están ausentes en gran parte de la
literatura infantil moderna; y de este modo no se ayuda en absoluto al
niño a que pueda vencerlos. El pequeño está sujeto a sentimientos
desesperados de soledad y aislamiento, y, a menudo, experimenta una
angustia mortal. Generalmente es incapaz de expresar en palabras esos
sentimientos, y tan sólo puede sugerirlos indirectamente: miedo a la
oscuridad, a algún animal, angustia respecto a su propio cuerpo.
Cuando un padre se da cuenta de que su hijo sufre estas emociones, se
siente afligido y, en consecuencia, tiende a vigilarlas o a quitar
importancia a estos temores manifiestos, convencido de que esto
ocultará los terrores del niño. Por el contrario, los cuentos de hadas se
toman muy en serio estos problemas y angustias existenciales y hacen
hincapié en ellas directamente: la necesidad de ser amado y el temor a
que se crea que uno es despreciable; el amor a la vida y el miedo a la
muerte. Además, dichas historias ofrecen soluciones que están al
alcance del nivel de comprensión del niño. Por ejemplo, los cuentos de
hadas plantean el dilema del deseo de vivir eternamente concluyendo,
en ocasiones, de este modo: «Y si no han muerto, todavía están vivos».
Este otro final: «Y a partir de entonces vivieron felices para siempre», no
engaña al niño haciéndole creer, aunque sólo sea por unos momentos,
que es posible vivir eternamente. Esto indica que lo único que puede
ayudarnos a obtener un estímulo a partir de los estrechos límites de
nuestra existencia en este mundo es la formación de un vínculo
realmente satisfactorio con otra persona. Estos relatos muestran que
cuando uno ha logrado esto, ha alcanzado ya el fundamento de la
seguridad emocional de la existencia y permanencia de la relación
adecuada para el hombre; y sólo así puede disiparse el miedo a la
muerte. Los cuentos de hadas nos dicen, también, que si uno ha
encontrado ya el verdadero amor adulto, no tiene necesidad de buscar
la vida eterna. Vemos un ejemplo de ello en otro final típico de los
cuentos de hadas: «Y vivieron, durante largo tiempo, felices y
contentos». Una opinión profana sobre los cuentos de hadas ve, en este
tipo de desenlace, un final feliz pero irreal, que desfigura
completamente el importante mensaje que el relato intenta transmitir al
niño. Estas historias le aseguran que, formando una verdadera relación
interpersonal, uno puede escapar a la angustia de separación que le
persigue continuamente (y que constituye el marco de muchos de estos
cuentos, aunque no se resuelva hasta el final de la historia). Por otra
parte, el relato demuestra que este desenlace no resulta posible, tal
como el niño cree y desea, siguiendo eternamente a la madre. Si
intentamos escapar a la angustia de separación y de muerte,
agarrándonos desesperadamente a nuestros padres, sólo
conseguiremos ser arrancados cruelmente, como Hansel y Gretel. Tan
pronto como surge al mundo real, el héroe del cuento de hadas (niño)
puede encontrarse a sí mismo como una persona de carne y hueso, y
entonces hallará, también, al otro con quien podrá vivir feliz para
siempre; es decir, no tendrá que experimentar de nuevo la angustia de
separación. Este tipo de cuentos está orientado de cara al futuro y
ayuda al niño —de un modo que éste puede comprender, tanto
consciente como inconscientemente— a renunciar a sus deseos
infantiles de dependencia y a alcanzar una existencia independiente
más satisfactoria. Hoy en día los niños no crecen ya dentro de los
límites de seguridad que ofrece una extensa familia o una comunidad
perfectamente integrada. Por ello es importante, incluso más que en la
época en que se inventaron los cuentos de hadas, proporcionar al niño
actual imágenes de héroes que deben surgir al mundo real por sí
mismos y que, aun ignorando originalmente las cosas fundamentales,
encuentren en el mundo un lugar seguro, siguiendo su camino con una
profunda confianza interior. El héroe de los cuentos avanza solo
durante algún tiempo, del mismo modo que el niño de hoy en día, que
se siente aislado. El hecho de estar en contacto con los objetos más
primitivos —un árbol, un animal, la naturaleza— sirve de ayuda al
héroe, de la misma manera que el niño se siente más cerca de estas
cosas de lo que lo están los adultos. El destino de estos héroes convence
al niño de que, como ellos, puede encontrarse perdido y abandonado en
el mundo, andando a tientas en medio de la oscuridad, pero, como
ellos, su vida irá siendo guiada paso a paso y recibirá ayuda en el
momento oportuno. Actualmente, y más que nunca, el niño necesita la
seguridad que le ofrece la imagen del hombre solitario que, sin
embargo, es capaz de obtener relaciones satisfactorias y llenas de
sentido con el mundo que le rodea.

El cuento de hadas: un arte único


Al mismo tiempo que divierte al niño, el cuento de hadas le ayuda a
comprenderse y alienta el desarrollo de su personalidad. Le brinda
significados a diferentes niveles y enriquece la existencia del niño de tan
distintas maneras, que no hay libro que pueda hacer justicia a la gran
cantidad y diversidad de contribuciones que dichas historias prestan a
la vida del niño. La presente obra pretende mostrar cómo dichos relatos
representan, de forma imaginaria, la esencia del proceso del desarrollo
humano normal, y cómo logran que éste sea lo suficientemente
atractivo como para que el niño se comprometa en él. Este proceso de
crecimiento empieza con la resistencia hacia los padres y el temor a la
madurez, terminando cuando el joven se ha encontrado ya a sí mismo,
ha logrado una independencia psicológica y madurez moral, y no ve ya
al otro sexo como algo temible o demoníaco, sino que se siente capaz de
relacionarse positivamente con él. En resumen, este libro explica por
qué los cuentos de hadas brindan contribuciones psicológicas tan
positivas al crecimiento interno del niño. El placer que experimentamos
cuando nos permitimos reaccionar ante un cuento, el encanto que
sentimos, no procede del significado psicológico del mismo (aunque
siempre contribuye a ello), sino de su calidad literaria; el cuento es en sí
una obra de arte, y no lograría ese impacto psicológico en el niño si no
fuera, ante todo, eso: una obra de arte. Los cuentos de hadas son
únicos, y no sólo por su forma literaria, sino también como obras de
arte totalmente comprensibles para el niño, cosa que ninguna otra
forma de arte es capaz de conseguir. Como en todas las grandes artes,
el significado más profundo de este tipo de cuentos será distinto para
cada persona, e incluso para la misma persona en diferentes momentos
de su vida. Asimismo, el niño obtendrá un significado distinto de la
misma historia según sus intereses y necesidades del momento. Si se le
ofrece la oportunidad, recurrirá a la misma historia cuando esté
preparado para ampliar los viejos significados o para sustituirlos por
otros nuevos. Como obras de arte que son, estos cuentos presentan
muchos aspectos que vale la pena explorar, además del significado y el
impacto psicológico, al que este libro está dedicado. Por ejemplo,
nuestra herencia cultural encuentra expresión en tales historias, y, a
través de ellas, llega a la mente del niño.* 1 Otro volumen podría exponer
con más detalle la incomparable contribución que los cuentos de hadas
pueden, y deben hacer, a la educación moral del niño, tópico que sólo
se menciona en las páginas siguientes. Los estudiosos de lo popular
aproximan los cuentos de hadas, de modo relativo, a su propia
disciplina. Los críticos literarios y los lingüistas examinan su significado
por otras razones. Por ejemplo, resulta interesante comprobar como
algunos ven, en la escena en que Caperucita Roja es devorada por el
lobo, el tema de la noche tragando al día, de la luna eclipsando al sol,
del invierno sustituyendo a las estaciones cálidas, del dios tragando a la
víctima del sacrificio, etc. Estas interpretaciones, por muy interesantes
que sean, ofrecen muy poco al padre o educador que quiera saber el
significado que una historia aporta al niño, cuya experiencia está,
después de todo, considerablemente lejos de las interpretaciones del
mundo basadas en deidades naturales o celestiales. En los cuentos de
hadas abundan los motivos religiosos; muchas historias de la Biblia son
de la misma naturaleza que dichos cuentos. Las asociaciones
1
Un ejemplo puede ser ilustrativo: en el cuento de los Hermanos Grimm «Los
siete cuervos», siete hermanos desaparecen y se convierten en cuervos al nacer
su hermanita. Hay que ir a recoger agua del pozo con un cántaro para el
bautizo de la niña, el cántaro se rompe y este hecho da pie al comienzo de la
historia. La ceremonia del bautismo precede también al inicio de la era
cristiana. En la figura de los siete hermanos podemos ver representado aquello
que había de desaparecer para que el cristianismo pudiera llegar a existir.
Desde este punto de vista, simbolizan el mundo precristiano, el mundo pagano
en el que los siete planetas representaban a los dioses del cielo de la
Antigüedad. La niña recién nacida es, pues, la nueva religión, que sólo puede
triunfar si la vieja creencia no interfiere en su desarrollo. Con el cristianismo,
los hermanos, que encarnan al paganismo, quedan relegados al olvido. Al ser
convertidos en cuervos habitan en una montaña situada al final del mundo, es
decir, continúan existiendo en un mundo subterráneo e inconsciente. Su
regreso a la humanidad acontece sólo gracias a que su hermana sacrifica uno
de sus dedos, hecho que concuerda con la idea cristiana de que únicamente
aquellos que están dispuestos a sacrificar, si las circunstancias lo requieren,
la parte de su cuerpo que les impide alcanzar la perfección, podrán entrar en
el reino de los cielos. La nueva religión, el cristianismo, puede incluso liberar a
aquellos que, al principio, permanecían adictos al paganismo.
conscientes e inconscientes que los relatos provocan en la mente del
que las escucha, dependen de su marco general de referencia y de sus
preocupaciones personales. Por lo tanto, las personas religiosas
hallarán en los cuentos muchos aspectos importantes que aquí no se
mencionan. La mayor parte de los cuentos de hadas se crearon en un
período en que la religión constituía la parte fundamental de la vida;
por esta razón, todos ellos tratan, directa o indirectamente, de temas
religiosos. Los cuentos de Las mil y una noches están llenos de
referencias a la religión islámica. Muchos relatos occidentales poseen
un contenido religioso, pero la mayor parte de estas historias están, hoy
en día, olvidadas, siendo desconocidas para el gran público,
precisamente porque, para muchos, estos temas religiosos ya no
provocan asociaciones de significado universal ni personal. Una de las
historias más hermosas de los Hermanos Grimm, la olvidada «Hija de
Nuestra Señora», ilustra esto perfectamente. Comienza igual que
«Hansel y Gretel»: «Muy cerca de un frondoso bosque vivía un leñador
con su mujer». Como en «Hansel y Gretel», este matrimonio es tan pobre
que apenas tiene con qué alimentar a su hijita de tres años de edad.
Conmovida por su miseria, la Virgen María se les aparece ofreciéndose
para cuidar a la pequeña, a la que se lleva consigo al cielo. La niña vive
allí una vida maravillosa hasta que cumple los catorce años. En aquel
momento, como en el cuento tan distinto de «Barbazul», la Virgen confía
a la niña las llaves de trece puertas, de las cuales tan sólo puede abrir
doce pero no la que hace trece. La niña no puede resistir a la tentación,
miente y, por lo tanto, tiene que volver a la tierra, muda. Sufre grandes
penalidades y está a punto de ser quemada en una pira. Pero en aquel
preciso instante, cuando ya sólo desea confesar su delito, recupera la
voz y al arrepentirse la Virgen le concede «felicidad para toda la vida». La
moraleja de la historia es la siguiente: la voz que sirve para decir
mentiras nos conduce sólo a la perdición; por lo tanto, sería mejor estar
privados de ella, como la heroína de esta historia. Sin embargo, si se
utiliza la voz para arrepentirse, para admitir nuestras culpas y declarar
la verdad, ésta puede redimirnos. Algunas de las historias de los
Hermanos Grimm contienen o empiezan con alusiones religiosas. «El
hombre viejo vuelto a la juventud» empieza diciendo: «Hace mucho
tiempo, cuando Dios andaba todavía por la tierra, él y san Pedro se
detuvieron una noche en casa de un herrero...». En otra historia, «El
pobre y el rico», Dios, como cualquier otro héroe de un cuento de hadas,
está cansado de tanto caminar. La historia empieza así: «En tiempos
remotos, cuando el Señor aún solía andar por la tierra entre los
hombres, una vez se sintió cansado y le sorprendió la noche sin que
pudiera encontrar ninguna posada. Allí, a los dos lados del camino,
había dos casas, una frente a la otra...». Aunque el aspecto religioso de
los cuentos de hadas sea importante y, a la vez, fascinante, no entra, en
este caso, dentro de los propósitos del presente libro y, por esta misma
razón, prescindiremos de él. Incluso para el objetivo, relativamente
restringido, de este libro, es decir, el de indicar por qué los cuentos de
hadas tienen tanto significado para los niños y les ayudan a luchar con
los problemas psicológicos provocados por el crecimiento y a integrar su
personalidad, han de aceptarse algunas importantes, pero necesarias,
limitaciones. La primera de ellas se apoya en el hecho de que hoy en día
sólo un número muy reducido de cuentos es del dominio público.
Muchos detalles citados en este libro podrían haberse ilustrado más
vivamente si se hubiera podido hacer referencia a algunas de las
historias más confusas. Pero, puesto que estos relatos, aunque en otros
tiempos fueran familiares, hoy en día son desconocidos, hubiera sido
necesario volver a imprimirlos aquí, haciendo de este libro un volumen
de considerable tamaño. Por ello, he decidido centrarme en unos pocos
cuentos de hadas que todavía siguen siendo populares, y, a partir de los
mismos, mostrar algunos de sus significados subyacentes, y cómo éstos
pueden relacionarse con los problemas infantiles del crecimiento y con
nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo. La segunda
parte del libro, más que esforzarse por lograr una perfección
exhaustiva, fuera de todo alcance, examina detalladamente algunos de
los cuentos más conocidos, por el placer y el significado que se puede
obtener de los mismos. Si esta obra estuviera dedicada sólo a una o dos
historias, se podrían mostrar varias de sus facetas, aunque tampoco en
este caso se lograría un estudio completo, pues cada historia tiene
significado a muchos niveles. El que un cuento sea más importante que
otro para un niño determinado y a una edad determinada, depende
totalmente de su estadio de desarrollo psicológico y de los problemas
más acuciantes en aquel momento. Al escribir este libro parecía
razonable centrarse en los significados básicos del cuento de hadas,
pero esto tiene el inconveniente de descuidar otros aspectos que
podrían ser mucho más significativos para algún niño en particular,
debido a los problemas con los que en aquel momento esté luchando.
Por lo tanto, esta no deja de ser otra limitación necesaria de esta obra.
Por ejemplo, al tratar de «Hansel y Gretel», el empeño del niño por
seguir junto a sus padres, aunque haya llegado la hora de lanzarse al
mundo por sí solo, es violento, al igual que la necesidad de superar una
oralidad primitiva, simbolizada por el apasionamiento de los niños por
la casita de turrón. Así, parece que este cuento tiene mucho que ofrecer
al niño pequeño que está a punto de dar sus primeros pasos por el
mundo. Da forma a sus angustias y le inspira seguridad frente a estos
temores, porque, incluso en su forma más exagerada —angustia de ser
devorado—, se muestran injustificados: al final vencen los niños y el
enemigo más temible —la bruja— es totalmente derrotado. Así, podría
decirse que esta historia alcanza mayor atractivo y valor para el niño a
la edad de cuatro a cinco años, es decir, cuando los cuentos de hadas
empiezan a ejercer su beneficiosa influencia. Sin embargo, la angustia
de separación —el temor a ser abandonado— y el miedo a morir de
hambre, junto con la voracidad oral, no son exclusivos de ningún
período de desarrollo en particular. Tales temores se dan en todas las
edades en el inconsciente, por lo que dicho cuento tiene también
sentido para niños mayores, a la vez que los estimula. Evidentemente, a
un adolescente le resulta mucho más difícil admitir, de modo
consciente, su miedo a ser abandonado por sus padres o enfrentarse a
su voracidad oral; razón de más para dejar que los cuentos hablen a su
inconsciente, den cuerpo a sus angustias inconscientes y las liberen,
sin llegar nunca al conocimiento consciente. Otros personajes de la
misma historia pueden ofrecer la guía y la seguridad que tanto necesita
el niño ya mayor. Una niña, en su temprana adolescencia, quedó
fascinada por «Hansel y Gretel», que le brindó un gran consuelo
leyéndolo una y otra vez y fantaseando sobre dicho cuento. De pequeña
había estado dominada por un hermano mayor. En cierto modo le había
mostrado el camino, como Hansel al ir esparciendo las piedrecitas que
les guiarían a él y a su hermana de vuelta a casa. En la adolescencia,
esta chica seguía apoyándose en su hermano, y esta escena del cuento
le inspiró confianza. Pero, al mismo tiempo, se resintió por el dominio
de su hermano. Sin ser consciente de ello en aquel momento, su lucha
por la independencia giraba en torno a la figura de Hansel. La historia
le dijo a su inconsciente que seguir el camino de Hansel le haría
quedarse atrás en vez de ir adelante; por otra parte, es también
significativo que al principio de la historia fuera Hansel el que guiara,
mientras que al final es Gretel quien consigue la libertad y la
independencia para ambos, puesto que es ella quien vence a la bruja.
Una vez alcanzada la edad adulta, esta mujer comprendió que dicho
cuento la había ayudado mucho a abandonar la dependencia en su
hermano, al convencerla de que una temprana dependencia en él no
tenía por qué influir en su vida posterior. Así, una historia que, por una
razón, había sido significativa para ella cuando era niña, le proporcionó
una guía en la adolescencia por otra razón completamente distinta. El
tema central de «Blancanieves» es el de una niña que, todavía en la
pubertad, supera, en todos los aspectos, a su perversa madrastra,
quien, loca de celos, le niega una existencia independiente,
simbólicamente representada por el esfuerzo de la madrastra por ver
aniquilada a Blancanieves. Sin embargo, el significado más profundo de
esta historia, para una niña de cinco años, estaba muy lejos de los
problemas de la pubertad. Su madre era tan fría y distante que la niña
se sentía perdida. El cuento le aseguró que no tenía por qué
desesperarse: Blancanieves, traicionada por su madrastra, fue
rescatada por personas del sexo masculino; primero, los enanitos y,
más tarde, el príncipe. Esta niña tampoco se desesperó por el abandono
de su madre, sino que confiaba en que algún hombre la salvaría.
Segura del camino que Blancanieves le mostraba, se volcó hacia su
padre, el cual respondió favorablemente; el final feliz del cuento hizo
posible que esta niña encontrara una solución satisfactoria a la
situación inevitable que estaba viviendo y a la que la había proyectado
la falta de interés por parte de su madre. De este modo, vemos cómo
una historia puede tener un importante significado, tanto para un niño
de cinco años como para otro de trece, aunque el sentido personal que
obtengan del cuento sea totalmente distinto. En «Nabiza», vemos cómo
la hechicera encierra a Nabiza en una torre cuando ésta alcanza la edad
de doce años. Su historia es asimismo la de una niña en la edad de la
pubertad, y de una madre celosa que trata de impedir que sea
independiente; un problema típico de la adolescencia, que encuentra
una solución satisfactoria cuando Nabiza se une a su príncipe. Sin
embargo, esta historia ofreció una ayuda totalmente distinta a un niño
de cinco años. Cuando se enteró de que su abuela, que cuidaba de él la
mayor parte del día, tenía que ingresar en un hospital a causa de una
grave enfermedad —no tenía padre y su madre trabajaba todo el día—
pidió que le leyeran el cuento de Nabiza. En aquel momento crítico de
su vida, dos elementos de la historia desempeñaron un importante
papel para el niño. En primer lugar, se sentía protegido de todos los
peligros por la madre sustituta, cosa que en aquel momento le atraía en
gran manera. Bajo determinadas circunstancias, la conducta egoísta
puede dar un significado tranquilizador a lo que normalmente podría
tomarse por una representación negativa. Pero había otro tema central
mucho más importante para el niño: que Nabiza encontrara la manera
de escapar de su encierro en su propio cuerpo: las trenzas por las que
el príncipe escala hasta su estancia en la torre. El hecho de que el
propio cuerpo pueda proporcionarnos la salvación lo tranquilizó y le
llevó a pensar que, en caso necesario, también él encontraría, en su
propio cuerpo, el origen de su seguridad. Esto demuestra que un cuento
de hadas tiene también mucho que ofrecer a un niño pequeño, aunque
la protagonista de la historia sea una adolescente, puesto que se dirige
indirectamente, y del modo más imaginativo, a los problemas humanos
cruciales. Estos ejemplos pueden ayudar a contrarrestar cualquier falsa
impresión provocada por mi enfoque en los temas centrales de una
historia, y demostrar que los cuentos de hadas tienen un gran
significado psicológico para los niños a todas las edades y de ambos
sexos, sin tener en cuenta la edad y el sexo del héroe de la historia, A
partir de estos cuentos, se obtiene un rico significado personal, pues
facilitan los cambios en la identificación mientras el niño pasa por
distintos problemas, uno después de otro. A la luz de su primera
identificación con una Gretel satisfecha de ser guiada por Hansel, la
posterior identificación de la adolescente con una Gretel que vence a la
bruja, la hizo avanzar hacia la independencia mucho más segura y
confiada. El hecho de encontrar seguridad en la idea de ser preservado
en la inmunidad de una torre, permite que el niño pequeño se dé
cuenta, más adelante, de que puede hallar en lo que su propio cuerpo le
ofrece una mayor seguridad, al proporcionarle un cable de salvación.
Del mismo modo que ignoramos a qué edad un determinado cuento
será importante para un determinado niño, tampoco podemos saber
cuál de los numerosos cuentos existentes debemos contar, en qué
momento, ni por qué. Tan sólo el niño puede revelárnoslo a través de la
fuerza del sentimiento con que reacciona a lo que un cuento evoca en
su consciente e inconsciente. Evidentemente, uno de los padres
empezará por contar o leer a su hijo un cuento que haya sido
significativo para él en su infancia. Si el niño no se aficiona a esta
historia, quiere decir que sus motivos o temas no han logrado provocar
una respuesta significativa en aquel momento de su vida. Entonces, es
mejor contarle otra historia la noche siguiente. Pronto nos daremos
cuenta de que un determinado cuento se ha hecho importante por su
inmediata respuesta a él, o porque el niño pide que se lo cuenten una y
otra vez. Si todo va bien, el entusiasmo del niño por esta historia será
contagioso, y ésta llegará también a ser importante para los padres, si
no por otro motivo, porque significa mucho para el niño. Finalmente,
llegará el momento en que el niño ya habrá obtenido todo lo posible de
su historia preferida, o en que los problemas que le hacían responder a
ella habrán sido sustituidos por otros que encuentran mejor expresión
en cualquier otro cuento. En este caso, el niño puede perder
temporalmente el interés por dicha historia y disfrutar mucho más con
cualquier otra. Al contar cuentos de hadas lo mejor es tratar de seguir
siempre el interés del niño. Incluso si uno de los padres adivina por qué
su hijo se siente emocionalmente implicado en un determinado cuento,
es mejor que lo guarde para sí. Las experiencias y reacciones más
importantes de un niño pequeño son generalmente inconscientes, y así
deberán permanecer hasta que éste alcance una edad más madura y
una mayor comprensión. Es siempre desagradable interpretar los
pensamientos inconscientes de una persona y hacer consciente lo que
ésta desea mantener en el preconsciente; especialmente cuando se trata
de un niño. Es tan importante para el bienestar del niño sentir que sus
padres comparten sus emociones, disfrutando con el mismo cuento,
como la sensación que tiene de que sus padres ignoran sus
pensamientos internos hasta el momento en que el niño decide
revelarlos. Si los padres dan muestras de conocerlos ya, el niño evita
hacer a sus padres el regalo más valioso, es decir, evita compartir con
ellos lo que hasta entonces fue algo secreto y privado para él. Y puesto
que, además, los padres son superiores al niño, el dominio de aquéllos
parecerá ilimitado —y, por lo tanto, abrumador y destructivo— si el
pequeño ve que son capaces de leer sus pensamientos secretos y de
conocer sus más ocultos sentimientos, antes, incluso, de que el mismo
niño sea consciente de ellos. Si explicamos a un niño por qué un cuento
de hadas puede llegar a ser tan fascinante para él, destruimos,
además, el encanto de la historia, que depende, en gran manera, de la
ignorancia del niño respecto a la causa que le hace agradable un
cuento. La pérdida de esta capacidad de encanto lleva también consigo
la pérdida del potencial que la historia posee para ayudar al niño a
luchar por sí solo y a dominar el problema que ha hecho que la historia
fuera significativa para él y ocupara un lugar predominante. Las
interpretaciones de los adultos, por muy correctas que sean, privan al
niño de la oportunidad de sentir que él, sin ayuda alguna, se ha
enfrentado satisfactoriamente a una difícil situación, escuchando y
reflexionando, repetidamente sobre la misma historia. Todos crecemos,
encontramos sentido a nuestras vidas y seguridad en nosotros mismos,
al comprender y resolver nuestros propios problemas personales sin
recibir ayuda alguna, y sin que nadie tenga que explicárnoslos. Los
temas de los cuentos de hadas no son síntomas neuróticos, no son algo
que estamos en posición de entender racionalmente y de lo que, por lo
tanto, podemos deshacernos. Estos temas se experimentan como algo
maravilloso porque el niño se siente comprendido y apreciado en el
fondo de sus sentimientos, esperanzas y ansiedades, sin que éstos
tengan que ser sacados e investigados a la áspera luz de la racionalidad
que yace todavía tras ellos. Los cuentos de hadas enriquecen la vida del
niño y le prestan una cualidad fascinante, precisamente porque no sabe
de qué manera ha actuado el encanto de dichas historias en él. Este
libro se ha escrito para ayudar a que los adultos, y especialmente
aquellos que tienen niños a su cuidado, sean mucho más conscientes
de la importancia de dichas historias. Tal como ya se ha indicado,
además de las interpretaciones sugeridas en el texto que sigue, puede
haber otras igualmente pertinentes; los cuentos de hadas, como todas
las verdaderas obras de arte, poseen una riqueza y profundidad tales,
que trascienden más allá de lo que se puede extraer mediante un
examen superficial. Lo que se dice en este libro debería considerarse
ilustrativo, como una mera sugerencia. Si el lector se siente estimulado
a ir más allá de lo superficial, siguiendo su propio camino, obtendrá un
variado significado personal de estas historias, que tendrán, a su vez,
un mayor sentido para los niños a los que se las puedan contar. Sin
embargo, debemos anotar una limitación especialmente importante: el
verdadero significado e impacto de un cuento de hadas puede
apreciarse, igual que puede experimentarse su encanto, sólo a partir de
la historia en su forma original. La descripción de los personajes
significativos de un cuento da muy poca idea de lo que éste es en
realidad, al igual que ocurre con la apreciación de un poema al
escuchar el desenlace del mismo. No obstante, una descripción de las
características principales es todo lo que esta obra puede ofrecer, si no
se quieren volver a repetir las historias. Puesto que la mayoría de estos
cuentos de hadas se pueden encontrar en otra parte, la pretensión es
que se lea este libro al mismo tiempo que se realiza una segunda
lectura de los relatos que aquí se discuten 2. Tanto si se trata de
«Caperucita Roja»," «Cenicienta» o cualquier otro, tan sólo la historia
permite una apreciación de su calidad poética, y con ella una
comprensión de cómo puede enriquecer a una mente sensible.

2
Las versiones de los cuentos de hadas discutidos en este libro están citadas
en las notas que se ofrecen en las últimas páginas del libro.

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