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L aiPrimer ec: 1997
Sun fics 2005
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“Tilo original Ls tree pirates
© 199, Jean Markle
(© 1996, Editions de a Table Ronde, Paris
(© 2005, para a presente eicin,
José. de Olafeta, Editor
Resear todos ts derechos
ISBN. 84 76516444
Dept Lag Bn 0 205
S-Baneloe
P ‘or mi memoria circulan imagenes que vuel-
ven una y otra vez como si estuvieran gra~
badas para la eternidad, imagenes surgidas de los.
manuales escolares de mi infancia y que hacen
referencia a nuestros antepasados los galos. En ellas
uparecen extrafios personajes, grandes, peludos y
barbudos, de aspecto rudo, carros tirados por
hueyes indolentes y también mesas de piedra,
eonocidas como délmenes. Las leyendas que
Acompafian a estas imagenes estén en conformi
acl con Io que se pensaba entonces de los anti
juos habitantes de la Europa occidental, antes de
li bienaventurada llegada de los civilizadores ro-
manos. Una de estas leyendas me dejé una fuer-
Wste impresi6n. Hela aqui: «Se encuentran en cier-
tas regiones de Francia, y sobre todo en Bretafia,
una especie de grandes mesas de piedra que,
construidas en tiempos remotos, servian de alta-
res a los galos, nuestros ancestros. En estas mesas
sacrificaban a sus vietimas, y dichas victimas eran
a veces hombres, prisioneros de guerra, escla-
vos.» Este texto tan efectista no es del todo ine-
xacto, puesto que suponemos que los galos se sir~
vieron de monumentos que existieron mucho
antes que ellos, pero es de una ignorancia abso-
uta en cuanto a la distribucién de los délmenes,
mucho mds numerosos al sur del Macizo Central
que en Bretafia, y sobre todo esta en contradic~
cién con la logica mas elemental: a la vista del ta~
mano de los délmenes, s6lo unos gigantes ha-
brian podido sacrificar a sus victimas sobre esas
‘mesas. Pero, en fin, nos da el tono de una época
que veia monumentos drufdicos y piedras de sacrifi-
cio alli donde existia algun rastro de los pueblos
bairbaros que fueron nuestros ancestros.
6
zAcaso es necesario que a toda evocacién de
una vida religiosa le sea asociada la idea de sacri-
ficio y, sobre todo, de sacrificio sangriento? Ha-
cerlo es restringir notablemente el sentido y el
cance del sacrificio, 0 cuanto menos no com-
prender —o no tratar de comprender— cusll es el
significado exacto de esta palabra, con demasia~
da frecuencia maneillada por una moral negativa
contemporinea segiin la cual «hacer un sacrifi-
cio» es privarse voluntariamente de algo y «sacri-
ficar» es abandonar o incluso matar a una victi-
ma, consienta o no en ello. El deslizamiento
semintico de esta palabra merece ser revisado y
corregido.
El término sacrificar proviene, en efecto, del
latin sacrum fieri, que significa con toda exactitud
sser hecho sagrado» y, por derivacién, «conver-
tirse en sagrado», puesto que la forma pasiva del
verbo fucere se utiliza como un verdadero verbo
deponente. No hay, pues, ninguna connotacién
de rito sangriento ni de privacién de ningiin tipo.
NoSe trata simplemente del paso de un estado a
otro, de un estado profano, es decir, humano, co-
tidiano, natural, a un estado sagrado, o lo que es
igual, divino, celeste, sobrenatural, El sacrificio
no es, pues, sino un paso espiritual mediante el
cual se accede a un estado de conciencia dife-
rente, perteneciente a una dimensién distinta de
la de la vida material. Y es la base no slo de to~
da actividad religiosa, sino también de toda bis-
queda espiritual, cuando no mistica, En este ca
s0, es posible afirmar que, contrariamente a lo
que se pensaba hace un siglo, estos barbaros ga-
los no debian de contentarse con matar victimas
en improbables altares, sino que eran capaces de
alcanzar un muy alto grado de conciencia en el
mbito de lo sutil y lo invisible.
Por otra parte, no fueron los primeros, Cuan-
do se hace referencia a los délmenes a propésito
de los galos, bueno es recordar que, tres mil afios
antes que ellos, sus lejanos predecesores, esos
misteriosos constructores de megalitos, también
sk
tuvieron concepciones metafisicas muy evolucio-
das. Sin estas concepciones jamis habrian
onstruido timulos siguiendo planos precisos y
bien estudiados, como por ejemplo orientindo-
los de tal modo que el sol naciente del solsticio
de invierno iluminara la cémara funeraria central
afin de proceder al renacimiento simbélico de
las cenizas o de las osamentas de los difuntos
que se encontraban alli. Y dado que los celtas, de
origen indoeuropeo, poseedores de una sabiduria
tradicional incontestable, enriquecieron sus in-
vestigaciones asimilando las especulaciones de
los pueblos que les precedieron, no se puede du-
dar de su vida espiritual.
Los griegos y los romanos, que mantuvieron
contacto con los galos, lo sabian muy bien, y ast
Jo atestiguaron, «Segiin vosotros [se trata de los
druidas], las sombras no alcanzan las estancias
silenciosas del Erebo ni los pélidos rcinos de
jel mismo espiritu gobierna a otro cuerpo
en otro mundo!» (Lucano, La Farsalia, hacia
Wo450-451). Por otra parte, dijo Julio César, siem-
prevabcorriente de los modos de hacer galos,
los druidas ensefiaban que «las almas no pere~
cen, sino que después de la muerte pasan de un
cuerpo a otro» (De Bello gallico, VI, 14). «Las al-
mas son inmortales», afiade Pomponio Mela
IIL, 3), «y hay otra vida en el pais de los muer-
tos.» En cuanto a Valerio Maximo, encuentra
esttipida esta creencia gala, pero la toma en
consideracién porque el gran Pitagoras dijo lo
mismo.
No es la ingenuidad lo que lleva a los druidas
a ensefiar esta doctrina, sefialan los autores de la
Antigiiedad clisica, sino que lo hacen como re
sultado de especulaciones intclectuales de alto
nivel. Dichos autores no escatiman elogios sobre
la ciencia de los druidas, sacerdotes y guias de los
pueblos celtas. «Los druidas ensefian muchas co-
sas» (Pomponio Mela). «También discuten mu-
cho acerca de los astros y de su movimiento, del
tamafio del mundo y de la Tierra, de la naturale
wh
ta de las cosas» (César). Estudian «la ciencia de
li naturaleza» (Estrab6n), «ciencias dignas de es-
tima» (Ammiano Marcelino), «el cilculo y la
tmética» (Hipélito), las «leyes de la naturale-
‘za, lo que los griegos aman fisiologia» (Cice-
. Asi pues, los celtas legaron a tener una vi-
sién metafisica después de numerosos estudios
sobre los fenémenos naturales, y no se les puede
acusar de ignorancia.
El problema, pues hay uno, es que todas estas.
observaciones no se deben a los propios celtas,
sino a extranjeros que no siempre comprendian
bien el pensamiento céltico o que lo interpreta~
ban a su manera, Los galos no escribieron, los de-
mas pueblos celtas tampoco, al menos no antes
dle ser cristianizados. Y, aparte de los testimonios
{griegos y romanos, los Ginicos documentos dis-
ponibles son los manuscritos irlandeses y galeses
teritos en una lengua céltica (gaélico o galés),
pero obra de monjes cristianos que, a pesar de su
buena voluntad y del deseo de conservar las tra~
wudiciones ancestrales, estaban muy marcados por
a ideologia de la nueva religién.
Asi pues, aunque conocemos el papel de los
druidas en la sociedad céltica, lo ignoramos casi
todo sobre su doctrina, Ensefiaban oralmente,
durante una veintena de afios, segiin César y
Pomponio Mela, utilizando versos que se apren~
dian de memoria. Y prohibjan la utilizacién de la
escritura, al tiempo que utilizaban los caracteres
griegos cuando tenfan necesidad de comunicarse
con otros pucblos. César explica con mucha cla-
ridad esta prohibicién de la escritura: los druidas
no quieren que su doctrina sea divulgada a cual-
quiera y, ademas, la escritura fomenta la pereza.
En efecto, el hecho de escribir suprime la fun-
cidn de la memoria y la memoria es el patrimo-
nio de un pueblo. Lo cierto es que una tradicion
que se ponga por escrito es una tradici6n petrifi-
cada, casi muerta, que ya no evoluciona, mientras
que una tradicin transmitida por via oral es una
tradicién viva, que afiade o suprime elementos en
nk
cada transmisién de una generaci6n a otra, La
tradicién druidica estaba, pues, perfectamente
viva. Desgraciadamente, como los druidas desa-~
parecieron con la llegada de los misioneros cris~
tianos, aunque con mucha frecuencia se fundian
con ellos, su doctrina se encuentra en un estado
dle vago recuerdo y es preciso, para intentar re-
construirla, extrapolar a partir de los textos grie~
os y latinos y de las informaciones que suminis-
tra la arqueologia, asi como de los textos tardios
irlandeses y galeses e incluso de los cuentos po-
pulares difundidos oralmente por los campos de
Ja Europa occidental. ¥ como se trata de una tra~
dlicidn oral, es susceptible de haber sido modifi-
tdi a lo largo de los siglos: nos vemos limitados
‘vas hipétesis y a las reconstrucciones coyuntu-
rales.
Latradicién drufdica debié de ser particular-
mente rica y viva, pues asi lo afirman los autores
igtiegos y romanos con insistencia. Pero esta ri-
{quieza y esta vida tienen como contrapartida la
Wafragilidad de la via oral. No se puede ejercer nin-
giin control histérico. En estas condiciones, no
podemos sorprendernos al ver que, en la actuali-
dad, determinadas personas, las mas de las veces
de buena fe, pretenden ser druidas y afirman ha-
ber tenido conocimiento de la tradicién por
transmisi6n oral, afirmacién totalmente incon-
trolable y en verdad sospechosa. El neo-druidis-~
‘mo, que experimenta una cierta moda en visperas
del tercer milenio, no es més que un enfoque in-
dividual de una espiritualidad cuya realidad pro-
funda se nos escapa,
No obstante, existen elementos que pueden
conducir a observaciones pertinentes: los objetos
artisticos hallados en las excavaciones arqueolé-
gicas tienen mucho que decir sobre el sistema
metafisico de los celtas, por poco que se quiera
estudiarlos en funcién de todos los demas ele-
mentos a nuestra disposicién, testimonios grie~
0s y latinos, relatos mitolégicos de la antigua Ir-
anda, cuentos populares ¢ incluso todos estos
“kk
rituales lamados paganos tan extendidos en las
sociedades rurales. Es ahi donde se encuentra la
memoria ancestral. Es ahi donde se manifiestan
tal vez los tiltimos vestigios de lo que los druidas,
sacerdotes e inspiradores de la sociedad céltica,
maestros de sabiduria», como los llama Pom-
ponio Mela, ensefiaban a sus discipulos «a es
condidas, durante veinte afios, bien en cavernas,
bien en bosques apartados».
Uno de los documentos més valiosos y com-
pletos sobre este tema es un pasaje de Plinio el
Viejo en su Historia natural (XVI, 249), relativo
4 la famosa «recoleccién de muérdago», que se
ha convertido en un verdadero cliché. Este pa~
saje es muy conocido, pero de forma fragmenta
ria, y las mas de las veces se olvidan detalles
esenciales para la comprensién del ritual y su
significado.
Pues se trata de un verdadero ritual; pero
todo ritual no es més que la expresi6n de un es-
quema mitol6gico 0 teolégico. Todos los gestos
Wisque se realizan, todas las palabras que se pro~
nuncian tienen su importancia, y es necesario.si-
tuarlas en su contexto sin por ello poner en duda
ciertas afirmaciones de quien transmite la infor-
macién.
Plinio el Viejo empieza haciéndose eco de
una curiosa opinién que probablemente compar-
tian todos los griegos y romanos: el nombre de
los druidas provendria del nombre del roble en
griego, drus. A decir verdad, no vemos razén al-
guna que pudiera empujar a los celtas a buscar el
nombre de sus sacerdotes allende su territorio,
pero la asociacién del druida y el roble ha pare-
cido tan evidente que se ha convertido en lugar
comin hacer del druida un «hombre del roble».
Cicrtamente, en numerosas tradiciones antiguas,
el roble se asocia a la divinidad: representa la
fuerza vital, luego la fuerza divina y, segin Mé~
ximo de Tiro, es también la representacién de
Zeus. Sin embargo, la informacién que nos da
Plinio est bien matizada. Dice exactamente:
isk
«Los druidas no realizarén ningiin rito sin la pre-
ade una rama de este arbol, de suerte que
parece posible que los druidas tomen su nombre
del griego» (Historia natural, XVI, 249). Y si es-
to parece imposible, un anilisis lingiistico de-
muestra que efectivamente es imposible. El tér-
mino empleado por César es la forma latina
druides, de la tercera declinaci6n, lo que supone
para el singular el genitivo druidisy el nominati-
vo druis, De ahi que la forma druides slo pueda
proceder de un antiguo céltico druwides, que se
descompone faicilmente en dos elementos: el pri-
mero es dru-, prefijo superlativo (que ha dado el
sdverbio francés «trés» = «muy»), y el segundo es
wid, de una ratz indoeuropea que ha dado el
jriego idein, ever» y el latino videre, «ver, saber».
Literalmente los druidas son pues «muy viden-
te» 0, sin ninguna contradiccién, «muy sabios».
Esto no impide en absoluto la relacién evi-
dente que los druidas parecen tener con el roble,
¥-con todos los arboles en general, y los célebres
Nwexcolios, comentarios marginales del manuscrito
de la Farsalia de Lucano, escolios muy valiosos
porque forman parte de tradiciones religiosas to-
davia presentes durante la alta Edad Media, afir-
man que los druidas «reciben su nombre de los
rboles porque viven en bosques apartados». El
detalle es importante y se ve corroborado en
‘otras informaciones procedentes de fuentes di-
versas: de un modo u otro, los druidas estan vin-
culados a los Arboles, y esto parece la base ¢ in-
cluso la justificacién de la espiritualidad céltica.
Hay que remitirse a lo que dice Plinio el Vie~
jo, naturalista que tenia tendencia a creer a pies
juntillas lo que ofa. Su Historia natural tal vez no
sea cientifica, pero reiine datos muy valiosos so-
bre la mentalidad de la época y especialmente
sobre las tradiciones orales, sobre los «se dice»
inverificables pero reveladores de un estado de
espiritu, Sin duda Plinio jamés fue testigo direc-
to de Ia recoleccién del muérdago, sino que
cuenta lo que le han referido, «Los druidas no
1s
tienen nada més sagrado que el muérdago y el
drbol que lo sostiene, suponiendo siempre que este
dirbol es un roble.» La leyenda del druida que re~
coge muérdago en lo alto de un roble queda aqui
un tanto maltrecha, Los robles, de hecho, salvo
una variedad bastante rara, no son demasiado
acogedores para el muérdago, el cual abunda, en
cambio, en los manzanos y los élamos. Ahi hay
pues un simbolo y este simbolo, como vamos a
ver, no debe descuidarse.
Otra leyenda se derrumba ante el andlisis: la
recoleccién del muérdago se efectuaba «el sexto
dia de la luna... porque la luna ya tiene una fuer~
a considerable sin estar todavia en la mitad de
su recorrido». En ninguna parte se dice, ni en
Plinio ni en otros autores, que se trataba del sols-
ticio de invierno, como se nos quiere hacer creer,
por analogia con la costumbre de colgar ramille-
tes de muérdago en las casas en Navidad o el dia
de fin de afio (que por otra parte no ha sido fin
de afio hasta muy tardiamente). El texto de Pli-
Wonio s6lo menciona el sexto dia de la luna, pero no
precisa de qué época, Ademas, tampoco precisa
que el muérdago que cortaban los druidas tuvie-
ra bolas, cosa que apuntaria que se trata de
muérdago de invierno. Es un abuso de interpre~
tacién sostener que el muérdago debe recolec-
tarse con sus bolas, las cuales, por otra parte,
contienen veneno. Sélo se puede decir que el
muérdago tenia que cortarse el sexto dia de la
luna, es decir, en el momento en que la fuerza de
los rayos lunares esta en una fase ascendente.
‘No obstante, esta recoleccién del muérdago
se desarrolla en unas condiciones muy concre-
tas: el druida corta por si mismo el muérdago
«con una hoz de oro» y el muérdago se recoge
«en un lienzo blanco», dado que el druida viste
«un traje blanco». El color blanco es el color sa~
cerdotal por excelencia. En cuanto al oro, es
perfectamente simbélico: el oro es, en efecto,
un metal blando con el que seria imposible cor~
tar nada. Se trata, por supuesto, de una hoz de
20 &
hierro 0 de bronce, revestida con una hoja de
oro para afirmar su sacralidad. El doble simbo-
lismo luni-solar se hace patente, puesto que el
oro es la imagen del sol y la hoz, la de la luna
creciente. Esto no es casualidad, tanto mas
cuanto que los celtas dividian el afio en doce
meses lunares (comenzando en la luna lena),
con un decimotercer mes intercalar para coinci-
ir con el afio solar. Y esto no es todo: la reco-
leccién del muérdago sélo es una parte de una
ceremonia mucho més larga. Plinio afiade que a
continuaci6n se sacrificaban toros blancos, muy
jovenes, dado que «sus cuernos se atan por pri
mera vez». Por otra parte, se sabe que el sacrifi-
cio de toros es un rito de entronizacién real,
tanto en el pais de los celtas como en todos los
demas pueblos de la antigiiedad. Esto pareceria
indicar que la recoleccion del muérdago no era
un ritual aislado, sino parte de un conjunto ce~
remonial que, desgraciadamente, nos sigue
siendo desconocido.
Waperviviente de una remota época cuyas condicio-
nes de vida no eran las mismas que las nuestras,
cabe suponer que ha sobrevivido a diferentes fa-
ses de la evoluci6n y que se ha adaptado a cir-
cunstancias nuevas que habrian podido eli
narla perfectamente: para él era una cuestién de
vida o muerte. Al no poder tomar su alimento en
la tierra como las demas plantas, se fijé en deter-
minados vegetales apropidndose de su energia
vital. De ahi su interés para los druidas, pues real-
mente representa la més alta tentativa que jamas
se haya realizado para dejar atras la muerte y ha-
cer triunfar a la vida,
El muérdago absorbe la savia del arbol, sim-
bélicamente del roble, y se alimenta exclusiva~
mente de ésta. Ahora bien, si el roble representa
ala divinidad —y si los demas Arboles se consi-
deran, siempre simbélicamente, como robles—,
no se puede dejar de admitir que esta planta se
alimenta con la sangre misma de la divinidad. Es-
to recuerda algo: la Eucaristia, instituida por Je-
ak
siis, tiene el mismo fin: dar la vida eterna me-
diante la ofrenda y el reparto de la energia divi~
na contenida en la sangre y el cuerpo de Cristo,
hijo de Dios. En este caso, mal que les pese a los
fandamentalistas, el ritual del muérdago descri-
to por Plinio el Viejo se corresponde muy estre~
chamente con lo que los cristianos laman «co-
muniény sin saber demasiado bien lo que
encierra esta nocién, que es a la vez reparto entre
os miembros de una comunidad y relacién pri-
vilegiada con un plano superior que resulta difi-
«il no calificar de divino.
Y es también el tema principal que revela la
leyenda del «Santo Grial», sintesis compleja de
tradiciones hebreas, tradiciones gnésticas, datos
teolégicos de los siglos XII y XIII (especialmen-
te el dogma de la transubstanciacién y el culto a
Ja Sangre de Cristo) y de la extraordinaria mito-
logia céltica transmitida por la memoria popular,
que nunca ha dejado de brillar en el inconscien-
te colectivo de la Europa occidental. El Grial es
Woostun recipiente misterioso (es el significado del
término occitano gradal, hoy grazal), tal vez ta-
lado en Ia esmeralda que adornaba en otros
tiempos la frente de Lucifer, antes de que se pre~
cipitara en las tinieblas del abismo; pero nos dit
cen que contiene la sangre de Cristo, recogida
por José de Arimatea tras el descendimiento de
la Gruz. ¥ el contenido del Grial sana a los en-
fermos, resucita a los muertos, ilumina a los vivos
y les procura inspiracién, conocimiento y ali-
mentos inagotables. Resulta, pues, audaz afir~
mar que el tema del Santo Grial aparece ya evo-
cado en la recoleccién del muérdago tal como la
relaté Plinio el Viejo?
Se trata claramente de una relacién funda-
mental entre el ser creado y la entidad creadora
que s6lo puede ser alimenticia. El Génesis, que
encierra un buen niimero de enigmas pero tam-
bién muchos guifios, sostiene que Dios, después
de crear el mundo en seis dias, descansa el sépti~
‘mo. Pero nunca ha pedido que se descansara es~
26 K
te séptimo dia. Todo lo contrario: tras haber da-
do a los seres vivos la vida, la inteligencia, la li-
bertad (esto esta muy bien especificado), parece
decir: «Muy bien, ahora, ;continuad! Debéis ter-
minar lo que esta inacabado, puesto que tenéis
los medios necesarios.» Pero por mas que los se-
res tengan los medios para perfeccionar lo que es
imperfecto, les es preciso alimentarse de esta
prodigiosa energia césmica sin la cual nada seria.
Los celtas jamés evocaron la creacién del mundo
ni este «traspaso de poderes» entre Dios y las
riaturas, mas que de forma sutil, no sdlo en sus
relatos mitolégicos, sino una vez més a través de
tro ritual descrito por Plinio el Viejo.
Plinio relata, en efecto (Historia natural,
XXIX, 52), una curiosa historia ala que apenas
atribuye fe, rebajéndola a mera sesién de magia.
Sehala «una especie de huevo del que los griegos
ho hablan, pero que es muy conocido en las Ga-
lias. Durante el verano, innumerables serpientes
{jue estén enrolladas juntas, se unen en un abrazo
Wozarmonioso gracias ala baba de sus gaznates y alas
secreciones de sus cuerpos. Es lo que se conoce
como el huevo de serpiente, Los druidas dicen que
este huevo se lanza con silbidos y que hay que
recogerlo con un manto antes de que toque el
suelo. En este momento, el raptor debe huir muy
deprisa a caballo, puesto que le persiguen las ser-
pientes, las cuales slo se detendrén ante el obs~
taculo de un rio. Se reconoce este huevo debido a
que flota contra la corriente, incluso si esta en-
ganchado a algo de oro. La extraordinaria habili-
dad de los magos (druidas) para esconder sus
fraudes es tal, que sostienen que hay que apode-
rarse de este huevo sélo en una determinada fase
de la luna, como si fuese posible hacer coincidir
dicha operacién con la voluntad humana, Cierta~
mente, he visto este huevo, del tamafio de una
‘manzana redonda de talla mediana, con una cor~
teza gelatinosa como los numerosos brazos del
pulpo». Todo esto, si se toma a pies juntillas, es
absolutamente inverosimil. ¥ sin embargo...
2s K&
Los comentaristas que han estudiado este
texto piensan que el huevo de serpiente asi des-
tito es un erizo de mar fasil. Esta asimilacién se
apoya en descubrimientos arqueolégicos: en nu-
‘merosos ttimulos galos, o sea en las tumbas, se ha
observado que se depositaron erizos de mar fési-
les intencionadamente. Un timulo céltico de
Saint-Armand-sur-Sévre (Deux-Sévres) parece
incluso haber sido construido tnicamente para
contener un pequefio cofre en el que se encon-
traba un erizo de mar fosil. Es probable, a juzgar
por estas constataciones, que el erizo de mar {6-
sil tuviera un valor simbélico —o simplemente
sagrado— absolutamente excepcional entre los
galos. Mas a la vista del texto de Plinio, hay algo
que no va bien: en efecto, Plinio era naturalista,
estaba versado en el ambito de las ciencias I
madas naturales y, a pesar de que los conoci-
mientos de su época hayan sido algo limitados,
suponer que no reconocié un erizo de mar fosil
seria considerarle un imbécil. Pues describe el
W 29huevo que afirma haber visto, pero la descrip-
cin que ofrece del mismo no se corresponde pa-
ra nada con la del erizo de mar fési
Es evidente que el huevo de Plinio que «flo-
ta a contra corriente», incluso si esta «engan-
chado a algo de oro», no puede ser un objeto
real: es un objeto maravilloso, por no decir ma-
gico, y en cualquier caso simbélico. Entonces, es
imposible no reconocer ahi el equivalente del
‘uevo césmico de la tradicion india, envoltura del
Embridn de Oro, germen principal de la luz uni-
versal, que se encuentra en las Aguas primor-
diales y que es incubado por el Pajaro tinico, es
decir, el fabuloso cisne Hansa, el cual reaparece
a continuacién en la leyenda de Lohengrin, hi-
jo de Parsifal, rey del Grial. Lo que dice Plinio a
propésito de la «contra corriente» y de los «vin-
culos de oro» no permite la menor duda al res~
pecto, tanto mas cuanto que el Huevo galo a
menudo se representa como un motivo lanci-
nante en los extraordinarios grabados de las mo-
30 K
nedas galas, expresi6n de una mitologia y de una
metafisica al mismo tiempo que objetos utilita-
rigs. Ciertamente, se podria pretender que se
trata de motivos decorativos cuyo aleance real se
ha olvidado, pero no cabe azar alguno: en algu-
nas de estas monedas se ve claramente una for-
ma ovoide de la que escapan una especie de te-
gumentos, forma que acompafia generalmente a
la imagen de un jinete, de un caballo o de una
simple cabeza. De todos modos, este motivo se
repite constantemente, especialmente en las
monedas del pueblo galo de los Parisi y en las de
los pueblos armoricanos.
Estos tegumentos o cadenas que surgen del
huevo y salen en todas direcciones hacen pensar
en otra cosa. Otro escritor de la Antigtiedad, es
ta vez un griego, Luciano de Samosata, filésofo
‘escéptico donde los haya, relata uno de sus en-
euentros con un galo y su discusién a propésito
de una divinidad en la que reconocié a Heracles,
4 quien los galos aman Ogmios. «Lo més ex-
Wottraordinario de este retrato es que este Heracles
anciano atrae hacia si a una multitud de hom-
bres, todos unidos por las orejas mediante finas
cadenas de oro o de ambar, semejantes a bellos
collares... Lo que me parecié mis insélito de to-
do es que el pintor, al no saber de dénde colgar
los extremos de las cadenas, puesto que la mano
derecha ya sostenia la porra y la izquierda el ar~
co, habia perforado la punta de la lengua del
dios, siendo ésta la que tiraba de los hombres
que le seguian y hacia los cuales se volvia son~
Hiente» (Heracles, I, 7). Tras estas informacio~
nes, a Luciano le cuentan que este personaje es
el dios de la elocuencia y que se representa bajo
cl aspecto de un Heracles anciano, debido a que
los galos creen mas en la fuerza del espiritu que
en la de los misculos. Pero estos vinculos de los.
hombres con la lengua del dios que lanza la pa~
Jabra, o sea el soplo vital, son de la misma natu-
raleza que los tegumentos que salen del huevo:
alimentan a los seres vivos, les dan la vida, les
a kK
dan energia: pero esta energia es de orden espi-
ritual.
El texto de Plinio seguramente no es la des-
ctipcién de un ritual, juzgado incluso aberrante 0
cuanto menos sospechoso. Es Plinio quien lo to~
ma como tal. Debieron contarle un relato mito-
légico del que no comprendié nada, pero no obs-
tante conservé los elementos esenciales: el
arrollamiento de las serpientes, es decir, el nudo
de viboras, el huevo secretado por las serpientes
y que evidentemente no es un huevo, el rapto del
huevo por un caballero audaz y veloz, la persecu-
cin que emprenden las serpientes para recupe~
tar el huevo y la imposibilidad que tienen de cru-
war el rio, Este iltimo punto es, por otra parte,
wradldjico, puesto que las serpientes nadan muy
len, pero sin duda hay que ver otra cosa més
we una banal lucha entre el hombre y la ser-
Piente entendida al pie de la letra.
Bstos elementos son en efecto caracteristi-
tox de una verdadera epopeya iniciatica: un ca~
Hossballero, 0 sea un héroe civilizador, un buscador de
infinito, podriamos decir, penetra en los émbitos
prohibidos al comtin de los mortales, este Otro
Mundo con el que los celtas suefian sin cesar y
que es un mundo concomitante al nuestro, un
mundo en el que es facil extraviarse sin siquiera
saberlo, porque est junto a nosotros y las puer~
tas de acceso son numerosas a poco que se tenga
el famoso don de la doble visién. Alli, el caba~
Mero descubre maravillas, lo que a partir del
glo XII se simbolizar4 con el famoso Grial, y,
deslumbrado, se apodera del mismo para llevar~
lo al pais de los vivos, a fin de que puedan bene~
ficiarse todos los miembros de la comunidad.
pues, persiguen al caballero, pero no pueden
cruzar determinados limites: cada uno en su ca-
sa, y tanto peor para quienes hayan perdido la
carrera, es decir, la prueba de inteligencia y pers
picacia,
Solo se puede comprender realmente esta
epopeya fantastica si se compara su trama con la
de las que transmite la tradicién oral popular,
guardiana inconsciente de una sabiduria que s6-
lo espera reaparecer en la superficie del agua. El
mejor ejemplo es un tipo de cuento bastante ex-
tendido, en el que un joven se introduce en la
morada de un mago o incluso del diablo, donde
se convierte en criado. El joven aprende casual-
mente los secretos de este mago o de este diablo,
libera a una joven prisionera que le ayuda con
Sus consejos y huye con ella en un caballo més
veloz que el viento, llevandose los secretos o los
tesoros que alli habia. Evidentemente, el mago, 0
el diablo, los persigue pero, cuando han logrado
Mravesar un rio, se ve obligado a darse por ven
Woss
Responde al tipo del héroe civilizador, del bere
de luz, de origen prometeico, pero es también el
misionero que viene a despertar a quienes se dor-
mian en la sombra, faltos de esta luz divina in=
dispensable para la vida. Esto constituye un cri~
men para los del Otro Mundo, los cuales
quieren reservarse esa luz para si mismos. Asi
34kcido y dejarles marchar a/ otro lado del espejo, en.
‘este caso el mundo de los humanos.
Lo que cuenta Plinio el Viejo responde clara~
mente a este esquema: hay que apoderarse del
huevo de la serpiente, pues es el que posee los se-
cretos 0 los tesoros del Otro Mundo. Pero se tra-
ta de una aventura peligrosa que sélo pueden Ile-
var a cabo con éxito quienes estén Ilenos de
audacia y tienen el corazén puro. Una vez alli,
hay que hurtar el huevo y huir sin volver la vista,
atris, a riesgo de verse convertido en estatua de
sal. Entonces, al verse mofados y robados, los
habitantes del Otro Mundo, es decir, las ser-
pientes, se precipitan para atrapar al audaz y ha-
cerle pagar caro su acto blasfemo, y el caballero.
s6lo consigue salvarse gracias a la rapidez de la
huida y a su capacidad de cruzar el rio. Los per~
seguidores no pueden abandonar su mundo. El
Hiuevo esta ahora en el mundo de los vivos, pero.
Jo importante es saber qué uso harén del mismo
os humanos.
36 &
Se impone una segunda comparacién con las.
muy numerosas leyendas referidas a vouivres, es
decir, mujeres-serpiente, como Melusina, que es
uno de sus aspectos, esas mujeres magicas que
acuden a beber a las fuentes aisladas de los bos-
ques. En los cuentos populares, su descripcién es
fantdstica: tienen el cuerpo a menudo recubierto
de fuego, uno de sus ojos es un carbunclo w otra
piedra preciosa, o bien ocultan en la cola, ade-
mas, una piedra magica que da la invisibilidad, la
riqueza o el conocimiento. Y se cuenta que en el
momento en que beben en la fuente, depositan
ddicha piedra en el borde: es el momento, para
todo audaz que se respete, de precipitarse, coger
la piedra y huir lo més deprisa posible. Y pobres
tle quienes se dejen atrapar por la vouivre.
No cabe ninguna duda de que el carbunclo 0
Jn piedra preciosa tienen el mismo papel que el
huevo de serpiente. El tema es absolutamente
éntico. En la version gala de la Busqueda del
rial, el héroe, que se llama Peredur, debe com-
Wozbatiry vencer a una gran serpiente que se escon-
de en una gruta, en el interior de un timulo. Y
«en la cola de la serpiente hay una piedra. La
piedra tiene la virtud de que quienquiera que la
sostenga en una mano puede tener en Ia otra tan~
to oro como dese». He aqui una vez mas el
Huevo de Serpiente. No es otro, evidentemente,
que el huevo césmico, puesto que otorga tanto
oro, simbolo solar de conocimiento, otorga tan-
tas riquezas como se puedan desear. Se trata,
pues, de la Piedra Filosofal de los alquimistas,
esa piedra que no sélo permite transmutar el plo-
‘mo en oro, funcién muy accesoria aunque la més
conocida, sino que contiene el conocimiento del
Secreto universal de la Creacion, es decir, la Uni-
dad en toda su complejidad, cristalizacién de to~
das las ambigiiedades del mundo, de todas las
aparentes contradicciones que percibe el espiritu
humano.
El Huevo césmico, como la Piedra Filosofal,
esta vinculado en cierta medida a la Serpiente,
38
simbolo de conocimiento, asi como también de
Ja infinita movilidad del Espiritu, La serpiente
¢s un animal que merodea por todas partes, que
se desliza en las mis pequefias cavidades de la
‘Tierra, como en el vientre de la Madre univer-
sal, donde descubre el secreto de la Creacién.
Este es el Secreto que vino a revelarles a Adan y
Eva, si creemos lo que dice el Génesis, pero
Adan y Eva no comprendieron la dimension del
mismo y sdlo lo aplicaron parcialmente, de ahi
su fracaso y, como consecuencia, el fracaso de la
humanidad, lo que el judeocristianismo califica
de pecado original, mientras que para los celtas,
segtin su mitologia, no es més que un error, sin
ninguna connotacién de culpabilidad: en efecto,
{e6mo podria un ser imperfecto como el huma-
ho comprender plenamente lo Perfecto? Esta es
la raz6n por la que el jefe galo Brennus, mas mi-
tico que histérico, escandalizé tanto a los grie~
0s, hacia el afio 290 antes de nuestra era, con
easién de la expedicién de los celtas a Delfos,
#39por su actitud juzgada blasfema. Brennus entré
en un templo griego y se sorprendié mucho al
ver estatuas antropomérficas: «Brennus se echo
4 reir porque habian supuesto que los dioses te~
nfan formas humanas y los habian fabricado de
madera y piedra» (Diodoro de Sicilia, fragmen-
to XII). Y de hecho, todos los testimonios con-
cuerdan al hacer hincapié en que, antes de la
conquista romana, los celtas jams osaron repre~
sentar lo divino mas que mediante simulacra, es
decir, formas naturales (pilares de piedra o de
madera), simbélicas 0 geométricas. A partir de
entonces, la andadura espiritual de los celtas
aparece claramente: se trata de aprehender lo
divino con los medios de que disponemos, y asi
pasar de lo imperfecto a lo perfecto mediante
una perpetua superacién del ser.
En estas condiciones se comprende que, en
Jas enseflanzas de los druidas, existiera la no
cién fundamental de un devenir. El Hombre no
¢s, deviene. Pero como es a imagen del Dios crea~
ok
dor, hay que admitir que Dios tampoco es, sino
que deviene. Y es imposible fijar, cuajar, un de-
venir, puesto que dicho devenir no es mis que
movimiento, Los hombres tienen necesidad de
Dios, ciertamente, para tratar de alcanzar lo
inaccesible, pero lo contrario también es vilido:
Dios tiene necesidad de los hombres para que
éstos le ayuden a cumplir el plan universal. Y, a
través de las multiples divinidades de lo que se
ha dado en llamar el «Pante6n céltico», se adivi-
na una Entidad primera inefable que sélo puede
representarse mediante simbolos, figuraciones
coneretas que no son sino signos de funciones
sociales. Y si los supuestos dioses celtas forman
una sociedad a imagen de la de los hombres, si
discuten mucho, siluchan entre si, si copulan, si
se embriagan y a veces mueren, es porque repre~
sentan el devenir del Dios tinico presente en lo
més hondo de la conciencia humana. Es este
Dios el que esti presente en el Huevo césmico.
Y este Huevo sélo aparece a través del arrolla~
Aamiento, en la mezcla de las serpientes, en este
nudo fantastico que es el punto de conjuncién
donde convergen todas las energias. De esta
conjuncién nace el Huevo, o la Piedra Filosofal,
Yes de este huevo de donde todo proviene, por-
que ya lo contiene todo.
El simbolismo del Huevo de Serpiente es evi-
dente. Es la Unidad concentrada. Peto no es el
origen, pues no puede haber origen absoluto. El
Huevo es secretado por las serpientes que repre-
sentan las energias anteriores desplegadas que,
en.un momento de la historia del universo, inte~
rrumpen su evolucién para emprender su involu-
cién, su concentracién. El huevo podré liberar
nuevas energias que, a su vez, se desplegarin has-
ta el momento en que recomenzarin su involu-
cién y producirn un nuevo Huevo, y asi sin in-~
terrupcidn, eternamente. Este planteamiento no
esti lejos de la famosa teoria del Big Bang, teoria
ciclica del universo y de la vida, que se parece ex-
trafiamente al pseudo-ritual descrito por Plinio
ak
el Viejo y que volvemos a encontrar bajo distin-
tas formas en los antiguos relatos mitolégicos, en
los cuentos populares cuyo asunto es la toma de
posesin de los secretos y tesoros de un mago y,
también, en el plano puramente plistico, en nu-
merosas representaciones en las que aparece la
Espiral, motivo que bien parece haber sido la ba~
se misma de toda la especulacién metafisica de
los celtas.
El Huevo de Serpiente se presenta como el
inicio de un ciclo, pero al mismo tiempo es tam-
bien el fin de un ciclo precedente, lo que se ex-
presa perfectamente bien en la geometria de la
espiral. El Huevo de Serpiente es la Vida, pero es
también la Muerte, como lo es, en un relato mi-
tologico irlandés, la maza del dios Dagda: cuan-
do golpea con un extremo, mata; cuando golpea
con el otro, resucita. Todo depende de Ia volun-
tad del dios, y no se puede obviar esta constata~
cién fundamental: no hay bien ni mal en el pen-
samiento céltico, lo cual hace que no exista
Waspecado en el sentido judeocristiano del término.
Solo hay error o falta cuando un individuo se te~
vela incapaz de cumplir lo que debe cumplir 0
cuando se equivoca de camino para alcanzar el
objetivo que se ha marcado, Esta nocién de falta
se refiere a la constatacion de la debilidad del in-
dividuo més que a la transgresién de una norma
establecida con anterioridad y debidamente ca~
talogada. Y sila moral de los celtas hace aparecer
un no-dualismo feroz, con mis razén su pensa-
miento metafisico no establece ninguna distin-
cién entre un Dios del Bien y un Dios del Mal.
Es el mismo, y todo depende de las polaridades
puestas en juego.
Es ahi donde el simbolo de la espiral adquie-
re todo su valor: este vortex se desenrolla y se
enrolla segtin la polaridad en torno a un punto
central inmutable y no obstante perdido en el
infinito, ala vez ninguna parte y todas. La esp
ral jamds est inmévil. Es la imagen de un uni-
verso puesto en movimiento por la Palabra divi-
ak
na, Los druidas posefan el dominio de la palabra,
tal como parece indicarlo el nombre del hechice-
ro, el gutuater, es decir, el Padre de la Palabra, y
como también parece demostrarlo la representa~
cién de Ogmios haciendo partir de su lengua las
cadenas que terminan en las orejas de los huma-
nos, porque practicaban un uso razonado de los
fenémenos vibratorios. En efecto, gqué es la pa~
labra sino una sinfonia de vibraciones capaces de
alcanzar la psiquis y transformarla? El sonido
cura, pero también puede matar 0 simplemente
adormecer. Cuando el dios Dagda tocaba al arpa
el Aire del Lamento, todos cuantos lo ofan se
echaban a llorar; cuando tocaba el Aire del Suerto,
todos se dormian; cuando tocaba el Aire de la Ri-
sa, todos se echaban a reir. En cuanto al miste~
rioso péjaro de la diosa Rhiannon, la «Regia»,
sus cantos «dormian a los vivos y despertaban a
los muertos». Estos detalles mitol6gicos, refleja~
dos en numerosos textos escritos a lo largo de la
alta Edad Media, demuestran que los celtas ha-
Wasbian alcanzado un profundo conocimiento de los
fenémenos vibratorios y que sin duda sabjan uti-
lizarlos para mejor aprehender, o para mejor ha-
cer aprehender, las fuerzas invisibles que animan
a todos los seres vivos.
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