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La Ciudad - Jean Remy y Lilian Voyé

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JEAN Remy - LILIANE Voyé LA CIUDAD (HACIA UNA NUEVA DEFINICION? Titulo original: La ville: vers une nouvelle definition? © Epirions LHaRMATTAN, Parfs 1992 Titulo: La ciudad: ;hacia una nueva definicién? © De la traduccién: Idoia Erayo y Manuel Prieto Iustracién de portada: Javier Berasaluce, 2005 L? edicién, febrero de 2006 © EDICIONES BASSARAL Aptdo. 1630 - 01080 VITORIA-GASTEIZ hheepe/www-bassaraicom ‘e-mail: [email protected] ISBN: 84-89852-58-8 Depésito legal: Z. 441-06 Impresisn: Cometa, S.A, 50013 Zaragoza JEAN REMY - LILIANE VOYE LA CIUDAD thacia una nueva definicién? Traduccién de IDOIA ETAYO y MANUEL PRIETO BARJARAL? ENSAYO INTRODUCCION Esta obra tiene como objeto la comprensién del estatuto del espacio y de las formas de reagrupa- miento de la poblacién y sus actividades. Partien- do de la oposicién que surge voluntariamente del lenguaje entre la ciudad y el campo, lo aqui pro- puesto mostraré cémo la urbanizacién -entendida como proceso integrador de la movilidad ‘espacial en la vida cotidiana— conduciré a una redefinicién de la incidencia de los modos de territorialidad sobre las formas sociales de intercambio y de estructuracién de las relaciones de fuerza Aun siendo una palabra de uso corriente, el tér- mino «ciudad» no deja de ser ambiguo. Alude, en efecto, a la vez a un concepto descriptivo que per- mite identificar una realidad material concreta y a un concepto interpretativo en la medida en la que evoca un conjunto de funciones sociales diversas, que hacen de la ciudad algo muy diferente a una empresa o a una escuela, por ejemplo. La impor- tancia de esta distinci6n es esencial puesto que per- mite rechazar de entrada toda tentacién de entrela- zar autométicamente los dos niveles y abandonar la idea segiin la cual un modo de composicién espa- cial, descrito en el plano de su materialidad, estarfa ligado a un tinico tipo de interdependencia entre funciones o modos de vida. Serfa asi, por ejemplo, si dejdramos entrever que el simple hecho de ir a habitar una ciudad induce, por el hecho en si, a un modo de vida especifico, fuertemente matcado por la multiplicaci6n de redes relacionales deslocaliza- das. La observacién de lo que de hecho sucede en la ciudad viene a contradecir, realmente, el cardctet automatico y univoco de tal afirmacién puesto que se puede constatar que si efectivamente para algu- nos, la ciudad favorece este tipo de desarrollo rela- cional, es también para otros un lugar de anonima- to, mientras que existen atin quienes limitan sus relaciones a aquellas que les ofrece la proximidad Por lo tanto, las caracterfsticas materiales no pue- den ser aucomaticamente traducidas en términos de modos de vida -la confusién de unos y otros induciendo efectos perversos més 0 menos graves. éNo ha sido ella, por ejemplo, la que a menudo ha trafdo por millares a los barrios de chabolas de las inmediaciones de las grandes ciudades de América del Sur a toda una poblacién que habfa abandona- do su aldea con la esperanza de encontrar en la ciu- dad las condiciones de vida que habfan Ilegado hasta ellos a través del rumor o los medios de comunicacién? {No ¢s esta misma confusién la que explica igualmente por qué, por el contrario, y eras un cierto tiempo, un ntimero relativamente importante de j6venes quieren vivir y trabajar en los pueblos, guiados por la idea de que alli encon- 8 trarén una convivencia que en la ciudad aparece como imposible? Con la intencién de eliminar esta frecuente confusién entre la materialidad y el efecto social conviene aclarar el sentido que provoca el concep- to en cada uno de los dos niveles que acaban de ser sefialados. En cuanto a su descripcién, el concepto de ciu- dad se organiza sobre la base de diversos elementos. En un principio evoca una cierta densidad del hébi- tat y un predominio de lo edificado sobre lo no edi- ficado; es un espacio en el que la naturaleza puede evidentemente inscribirse en mayor 0 menor grado, pero en todo caso no de manera estructurada. Ademiés, este tipo de espacio esencialmente edificado se articula a través de distintas oposicio- nes: la oposicién entre el interior y el exterior de la ciudad, particularmente nitida cuando estaba rodeada por murallas abiertas a través de puertas; la oposicién entre el centro, dotado generalmente de una arquitectura relativamente monumental, y los barrios, ea los planos y en lo edificado mas 0 menos distintos; también la oposicién entre los espacios «privados», es decir, lugares cuyo acceso esté limitado o reservado, y los espacios piiblicos -plazas, calles, parques, etc.— abiereos a todos Considerada desde esta perspectiva morfolégica, la ciudad debe su especificidad al hecho de que ella 9 misma no es el lugar de ejercicio de una funcién especifica —como en el caso de una escuela, una casa, un hospital, una empresa, ete.—, ni tampoco el lugar en el que se yuxtaponen esas funciones especificas, sino mas bien el lugar en el que se rela- cionan entre sf a través del espacio. Insistiendo sobre esto, nos alejamos del funcionalismo que, durante aproximadamente tres cuartos de siglo, ha querido reducir la ciudad a una mera suma de espacios monofuncionales y, por ejemplo, limitar la calle a no ser més que un simple eje de circula- cién, distinguiendo ademés la citculacién peatonal de la circulacién mecénica. Por el contrario, la ciu- dad es para nosotros el lugar en el que las interre- laciones son decisivas y se traducen en la morfolo- gia misma. Otros ~como Wirth han abordado la ciudad a partir de caracterfsticas sociodemogréfi cas ~volumen, densidad, heterogeneidad-, pero se trata de un punto de vista distinto al utilizado aqui, el cual rechaza de entrada cualquier idea de uni6n automitica entre estas caracteristicas y sus efectos. Si se quiere, por otra parte, caracterizar la ciu- dad como concepto interpretativo, conviene entonces definir el lazo existente entre un tipo de apropiaci6n del espacio y una dindmica colectiva. La ciudad, por lo tanto, aparece como una unidad social que, por convergencia de productos e infor- maciones, desempefia un rol privilegiado tanto en 10 los intercambios ~sean 0 no materiales~ como den- tro de todas las actividades de direccién, de gestion y del proceso de innovacién. Es por excelencia el lugar dénde grupos diversos, aun siendo diferentes los unos respecto a los otros, encuentran entre sf miiltiples posibilidades de coexistencia e inter- cambio a través del reparto legitimo de un mismo territorio, lo que facilita los encuentros programa- dos y multiplica las posibilidades de encuentros aleatorios favoreciendo el juego de estimulos reci- procos. Luger a partir del que se estructura el cam- po de actividades sociales, la ciudad oftece tam- bién una dimensién sistemdtica a la cultura regio- nal citcundante; pudiendo ser, en ciertos momen- tos, un lugar de rupeura e innovacién!. Otra aproximaci6n interpretativa se centra en la dimensién socioafectiva, esforzdndose en percibir la relacién entre una exploracién de las posibilidades y de las potencialidades ofrecidas por intercambios inmediatos. Estas dos perspectivas pueden ser carac- terizadas como «efectos de medio», entendidas en el sentido de Durkheim?, es decir, como el resultado del encuentro, en una unidad espacial dada, de una pluralidad de elementos cuya composicién modifi- 1 Jean REMY, Ville, phénomine écomomique, Bruselas, Ed. Vie Ouvriére, 1966, ver principalmente el capfeulo II Jean REMY y Liliane VOYE, Ville, ondve t violence, Pacis, PUP, 1981, ver principalmente desde la p. 28 hasta la 32 ? Emile DURKHEIM, Les régles de la méthode. n card sus reacciones; ese tipo de interdependencia que aparece a través del espacio recoge, desde el punto de vista sociolégico, el andlisis econémico de los aspectos externos. Por otro lado, la ciudad estimula la formacién de redes de relaciones a partir de los intercambios aleatorios que suscita, Como en el caso de la ciudad, el campo ofrece de igual manera una doble definicién. Consideran- do su morfologia, el campo ofrece un paisaje don- de el habicat y las edificaciones se distribuyen de manera discontinua sobre un fondo natural —cam- os o bosques; los caserios, las aldeas, constituyen unidades de pequefia dimensién, con un hébicat compacto o disperso, separadas espacialmente unas de otras, 0 més o menos alejadas del pequeiio cen- tro que abriga algunas funciones mas especificas, destinadas al uso del conjunto-. En su definicién funcional, el campo aparece como el Iugar a partir del cual se organiza Ja produccién agricola, aun no siendo, sin embargo, ni en este dominio un lugar totalmente autocéfalo pucsto que mantiene una relacién de dependencia més 0 menos marcada a través de una entidad exterior que lo controla, Existe asf una dependencia orgénica del campo respecto a la ciudad, la cual se distingue a través de la referencia morfolégica. Esta doble definicién de la ciudad y el campo nos conduce a una forma dada de tertitorialidad, es decir, a un modo dado de relacién entre habitat y 12 vida social, es el modo de relaci6n el que modifica- 14 el proceso de urbanizacién, entendiendo por ello un proceso 2 través del cual la movilidad espacial estructura la vida cotidiana, de una parte porque lo hacen posible las diferentes técnicas y de otra parte Porque su desarrollo se ve progresivamente apoya- do por connotaciones positivas, aunque tenga un impacto diferente sobre los diversos usos y repre- sentaciones del espacio. Dentro de esta perspectiva, vamos a analizar sucesivamente dos tipos de situa~ iones: una, llamada «no urbanizadam, donde apa- ece una cuasi superposicién entre el aspecto mor- foldgico y la estructuracién de la vida colectiva; otra, denominada «urbanizada», en la que los lazos se vuelven mucho mis flojos y menos necesatios. El primer tipo corresponde a un estado previo a la urbanizaci6n, es decir, a una situacién en la que la vida cotidiana debe estructurarse fuera de toda posibilidad técnica de desplazamiento: el paso del hombre y el galope del caballo organizan cl radio de acciéu posible de la vida cotidiana y la captacién del mundo, Esta coaccién técnica se des- dobla a través de una coaccién moral que tiende a desvalorizar Ja movilidad en la vida cotidiana, dejando lugar a ciertas aspiraciones més lejanas, las cuales, en circunstancias excepcionales, pueden verse dotadas de una valencia positiva. Esta superposicién de la morfologfa y de la estructuracién de la vida colectiva va, pot el con- B trario, a dislocarse en cuanto la urbanizacién se desarrolle, es decir, en cuanto aparezcan medios cada vez més diversos y eficaces, no s6lo para des- plazar a la gente y a los bienes, sino también y sobre todo para difundir a distancia los mensajes y las ideas. La coaccién espacial decae, la conjuncién radical entre la morfologia y los efectos sociales se diluye, hasta el punto en que los lugares que son considerados como estratégicos pueden, en lo suce- sivo, convertirse en lugares periféricos, desplazan- do de esta manera las posiciones y destruyendo, al mismo tiempo que las murallas, un gran mimero de monopolios de la ciudad para redistribuirlos segtin diferentes modalidades espaciales. Este desmoronamiento no provoca siempre —y el caso debe ser esencialmente sefialado- una rup- cura total de la relacién entre morfologia y funcio- nes sociales. En efecto, el acceso cotidiano directo, unido a la proximidad espacial, resulta determi- nante para asegurar la posibilidad de intercambios répidos no programados y la multiplicidad de encuentros aleatorios, es decir, de encuentros a pro- pésito de los cuales no podemos decir ni con quién os Vamos a encontrar ni si seré importante dentro de los encuentros realizados 0 dentro de las infor- maciones recolectadas al azar. La existencia de tales encuentros aleatorios descansa en la presencia de lugares piiblicos y semiptblicos, que son los luga- res idéneos para que surjan estos encuentros y los 4 soportes més seguros de la vida colectiva. La impor- tancia que acribuimos a la existencia de tales espa- Gos se confisma al encontrarnos con una arquitec- tura y una urbanizacién «modernas» que, si bien Beneralmente han resuelto los problemas de higie- ne y salubridad y han respondido positivamente en la mayoria de los casos a lo que se esperaba de la exgonomfa, han descuidado, sin embargo, los espa- cios de la vida colectiva; estos no han encontrado un lugar en Ja visién utdpica y voluntarista, Ia cual, atribuyendo un espacio especifico a cada funcién, ha creado un ambiente en el que no se tolera frac. cién alguna de espacio que no haya sido explicita- mente designada o reservada. Refutando esta con- cepci6n que ha guiado la ordenacién del espacio desde los afios treinta y sobre todo los cincuenta, queremos de todas formas rechazar las tendencias més recientes que, cayendo en un automatismo inverso, imaginan que el redescubrimiento o la res- titucién de tramos urbanizados del pasado y del habitat engendraré en sf mismo la vuelta a un modo de vida «comunitario» —visto més que nada de forma idealizada: ausente de conflicto, ausente de jerarquia..~ y devolverd a esta «comunidad local» el poder de decisién sobre ella misma y sobre su futuro. A estos dos puntos de vista extremos quetemos oponer una situacién en cuyo seno se conjugan dos aspectos cuya composicién espacial puede ser una traba 0, por el contrario, favorecer la complementariedad: el reconocimiento del «valor» 15 de los espacios piiblicos por el dinamismo de la vida colectiva y la importancia de la movilidad que, en adelante, estructurard la vida cotidiana tanto de los individuos como de los actores colectivos que se constituyen a través de miileiples espacios*. La urbanizacién asf definida afecta tanto a la ciudad como al campo o conlleva cambios anélo- 0s. Si, en situacién no urbanizada, la asociacién entre la morfologfa y la funcién social es relativa mente estricta, no ocurre lo mismo cuando inter- viene el proceso de urbanizacién. El lazo entre los dos parece entonces aflojarse ya que hoy por hoy el habitar en el campo no significa necesariamente trabajar en Ja agriculeura, puede haber disociacién entre el futuro de la aldea y la dindmica de la agri- cultura; de esta manera, sin que se anule radical- mente el lazo entre Ia aldea y el simbolo agricola, que sigue siendo un elemento integrador impor- tante de la percepcién del campo como marco de vida, el hecho de volver a vivir en el campo esta lejos de implicar una vuelta automdtica a la activi- dad agricola, y los ciudadanos ~como solemos 3 Ver principalmente acerca del tema de la movilidad: = Niimero temético de la revisea Espaces et Société, n° 54-55, sobre la movilidad, coordinado por Michel BASSAND, Moni- que COORNAERT, Jean-Marie OFFNER y Pierre PELLE- GRINO, Paris, LHarmarran, 1989. ~ Alain TARRIUS, Anthropologie die Mowcemens, Ed, Paradigme, Caen, Coll. Transports et Communication, 27, 1989. 16 designar a los habitantes de una ciudad- que en un momento dado irén a vivir al campo no se recluta- rn prioritariamente entre aquellos que no tienen responsabilidades en la ciudad y/o que no sacan provecho maximo de sus ventajas. Nuestro enfoque se organizaré a partir del cru- ce de estas dos parejas. Analizaremos el proceso de urbanizaci6n y el paso de una sociedad no urbani- zada a una sociedad urbanizada esforzindonos en mostrar en qué resulta fundamental este cambio para comprender la relacién que tiene la sociedad con el espacio. Para cada una de estas dos situacio- nes, evocaremos las particularidades de la ciudad y el campo, destacando que la semejanza que mani- fiestan dentro de la estructuracién de lo cotidiano en situacién no urbanizada es mayor que la seme- janza que puede existir entre una ciudad no urba- nizada y una zona rural urbanizada. Esta semejanza entre el campo y la ciudad en situacién no urbanizada permite ver la proximidad que verifica, a pesar de la diferencia de las funcio- nes, la estructuracién del tiempo y de los espacios cotidianos de uno y de otro. En otra seccién, comenzaremos estudiando las transformaciones producidas en la ciudad por la urbanizaci6n, ya que es ahi donde se ha manifesta- do en primer lugar y donde conserva sus efectos més destacados. Veremos a continuacién cudles son ” los efectos de este mismo proceso de urbanizacién sobre el campo sin dejar de matizar las relaciones existentes entre la morfologia y la vida colectiva. Entre estas dos secciones, analizaremos una sicuacién de transicién en la que se produce un cambio sin llegar a la urbanizacién, La industriali- zaci6n, que seré igualmente analizada, modificaré las condiciones de produccién, provocando en par- ticular el paso del itil individualmente empleable y apropiable al «cil que supone una puesta en préc- tica colectiva a través de una apropiacién, la cual, si puede ser también colectiva, resulta muy a menudo concentrada en manos de unos pocos. Es decir, no existe necesariamente una superposicién espacial entre urbanizacién e industrializacién. Esto mismo ha sido una de las caracteristicas del comienzo de la era industrial: ver desarrollarse las principales regiones industriales en zonas atin no urbanizadas, dependiendo su localizacién esencial- mente de los lugares de extraccién de materias pri- mas, carbén y mineral de hierro. Sin duda habré que encontrar en el «desorden» que caracteriza a estas primeras zonas industriales el referente nega- tivo que permite al urbanismo «moderno» fundar su critica de la ciudad, y que le lleva a querer sus- tituir espacios estrictamente ordenados y regulari- zados; por ello confundfan los procesos que, sin embargo, estaban tan alejados el uno del otro como lo estén atin hoy en dia tanto en los pases en 18 desarrollo, donde una fuerte urbanizacién se encuentra a la par con una débil industrializacién, como en los paises del Este en los que el acelerado desarrollo industrial se ve confrontado con una patente suburbanizacién’, Las diferentes secciones que acaban de ser enunciadas serén abordadas analiticamente. En cada una de ellas describiremos primero breve- mente la composicién espacial, del pueblo por un lado y de la ciudad por el otro. Seguidamente reto- maremos la explicacién de los efectos sociales de éta, destacando las interferencias reciprocas>. Insistiremos de igual forma sobre el hecho de que no existe una relacién automética y univoca entre una forma espacial dada y un efecto social particu- lar, pero que, sin embargo, existe entre ellos toda una gama de posibles compatibilidades ¢ incom- patibilidades. En esta perspectiva, nos pregunta- mos qué papel juega el espacio, que es un modo de composicién de movilidades y temporalidades diversas, en la medida de lo posible, partiendo de la hipétesis de que la distancia disminuye las posi- bilidades de contacto puesto que siempre hay «cosas» que no pueden cambiarse, jni tan siquiera pagando!~ y de que la proximidad es fuente de las 4 Ivan SZELENYI, Urban Inequalities under State Socialism. > Amos RAPOPORT, Human Aspects of Urban Form. Towards a Man —Environment Approach to Urban Form and Design, Oxford, Pergamon Press, 1977 economias de aglomeraci6n, es deci, ventajas que no pueden ser producidas como tales por nadie porque resultan precisamente de la proximidad que favorece las complementariedades. Considera- mos, asimismo, al espacio componiendo el «refle- jo» a través del complicado juego de visibilidades y encubrimientos. A propésito de esto, es intere- sante remarcar que el espacio ha sido considerado hasta hace poco como el universo por excelencia de significados y representaciones -y esto, a diferen- cia de otros aspectos de la cotidianidad que no tenfan o casi no tenfan representaci6n propia y debjan transitar por el espacio para poder represen tarse—. Hubo una época en que el tiempo a menu- do no podia expresarse o manifestarse ms que en términos de espacio ~desde el reloj de sol hasta el reloj de pulsera-, aunque a veces ocurriera a la inversa ~cuando expresamos, por ejemplo, las dis- tancias en términos de tiempo, situando tal ciudad a X dias de tal otra, como hoy Bruselas se encuen- tra.a 6 horas de avién de Nueva York-. Parece evi- dente que el espacio ha sido considerado desde hace mucho como més dominable que un tiempo considerado como propiedad inalterable de Dios. Mas concretamente, el espacio ha sido y atin sigue siendo frecuentemente utilizado para representar aquello que parece no directamente accesible ~ya © George BATAILLE, La part maudite, Parts, Ed. de Minuit, 1967 20 Pr se trate del tiempo, ya evocado, la «distancia social» 0 la movilidad social. Para estudiar estos efectos sociales y no univo- cos del espacio y de las composiciones espaciales, analizaremos necesariamente tres perspectivas sin olvidar el hecho de que las posiciones sociales se constituyen a través de relaciones asimétticas. Este anflisis nos Ievaré a destacar el impacto del espa- cio sobre: — El sistena social, es decit, las interacciones estructuradas en funci6n de ciertos objetivos y modalidades de control y poder. ~ El sistema cultural, es decir, la produccién, la duracién o la transformacién de esquemas operatorios que proponen soluciones y res puestas producidas de forma colectiva, y como tales colectivamente reconocidas como legitimas, en cualquier problema que aparez- ca en el transcurso de la vida colectiva. El sistema de lu personalidad, es decit, las modalidades a través de las cuales el indivi- duo se implica afectivamente por medio de la afirmacién de su propia identidad y de la ela- boracién de su proyecto Considerando sucesivamente estos tres siste- ‘mas, nos preguntaremos si la integracién se efectiia © no a través de los mismos procedimientos; com- probaremos que, mientras en situacién no urbani- a zada, ¢s la relaci6n interpersonal la que estructura y legitima el sistema de interacciones y su control, Jos modelos culturales y también Ia identidad y el proyecto, en situacién urbanizada los procedimien- tos que aseguran la integracién del sistema social, del sistema culcural y del sistema de la personali- dad se vuelven particularmente diferentes, de tal manera que puede coexistir, por ejemplo, una gran «eficacia» en el control con, para algunos, una importante carencia a nivel de identidad. Habiendo efectuado un primer anilisis, reto- maremos el conjunto de la problemética interesin- donos esta vez por la interferencia que existe entre los diversos elementos. Partiendo del culcural, nos interesaremos por los efectos del régimen de inter- cambio, sobre el sistema social y sobre el sistema de la personalidad. De la misma forma, apoydndo- se sobre la red de interacciones y sobre las fuentes movilizables, nos preguntaremos qué efectos pro- duce este nivel estructural en cuanto al sentido, es decir, en el plano cultural o estructural, Por ulti- mo, teniendo clara de entrada la ambivalencia del sistema de la personalidad, en el que esta es a la vez «pasiva», debido a sus adhesiones colectivas, y «activa», en distanciamiento respecto a ellas, insistiremos sobre la oposici6n que existe entre el universo estructurado por un simbolismo confir- mado y el espacio y tiempo alternativos, sostenidos por lo imaginario. 2 Habiendo pasado de la descripcién de la com- posicién espacial al anélisis de los efectos sociales de esta, rizaremos el rizo preguntdndonos sobre el significado del espacio visto a la vez como factor inductor y como factor inducido -lo que nos per- mitiré explicar mejor el sentido que imaginaba la relacién con la materialidad en la constitucién de una dindmica social-. A través de esta puesta en situacién de forma recfproca de una descripcién espacial y los elemen- tos relacionados con la vida social, aparecerdn los tres tipos de relaciones que les unen. Podemos encontrar distintos elementos en los andlisis de la Escuela de Chicago, alejéndonos de ella y de la relacién excesivamente aucomética que suponen los trabajos entre la morfologia social -volumen, densidad, heterogeneidad— y los efectos sociales de os que dan cuenta. Estas son las etapas del andlisis que vamos a seguir y el propésito que las mantiene. Antes de comenzar, nos parece aconsejable insistir sobre dos opciones metodolégicas que estructurarén el con- junto del andlisis, Cuando hablemos del pueblo y de la ciudad, no pretenderemos presentar lo que podriamos enun- ciar como «tipos medios», sino més bien acercar- nos a aquello que evoca el concepto de tipo ideal. Lo que realmente queremos aclarar aqui son los radios heurfsticos, dotandoles en tiltima instancia 2 de sentido para comprender la légica que produce su dindmica. Para construir un tipo ideal, nos refe- riremos a veces de manera explicita a una situacin que esquematizaremos para aclarar las caracteristi- cas estimadas pertinentes. Construida de esta manera, la situacién simplificada nos servird de base para la elaboracién de métodos sociales. Para concrerarlas propondremos ejemplos con los que trataremos de comprender, segtin el sentido webe- riano del término. De esta manera dispondremos de un esquema de preguntas que nos permitiré interpretar situaciones concretas, Quertfamos también sefalar el riesgo probable de caer en la ilusi6n técnica, riesgo que podria inducit a un anélisis que abordard los problemas a través de los sesgos de la materialidad y de las téc- nicas. Comenzar de esta manera no significa en modo alguno que veamos estos como los elementos inductores o las condiciones necesarias y suficien- tes para las cransformaciones que intervienen en los efectos sociales. Adoptar tal perspectiva signifi- catfa considerar, por ejemplo, que ha bastado con descubrir ¢ instalar ascensores para pasar de una sicuacién en la que en los inmuebles habitaba gen- te de niveles sociales diferentes dependiendo de la planta —los ricos abajo, los més pobres en el sobra- dillo de la escalera— a una situacién que tiende a la homogeneidad social de los habitantes por inmue- ble -siendo anulada la desventaja que suponia el 4 SaeEaeee subir a pie los diferentes pisos. La ilusi6n técnica que traduciria un caso asi conllevaria ver al ascen- sor como el factor técnico que ha hecho posible el cambio socio-cultural que se tramaba por otra par- te y que, debido a que las diferencias sociales comenzaban a ser utilizadas en términos de injus- ticia, hacfa cada vez menos tolerable la compene- tracién de medios sociales diferentes y desiguales. Asi, Ia técnica puede modificar muchas situacio- nes, pero el uso que se ha hecho de ella y el cambio que ayuda a introducir no dependen de ella mis- ma, sino de aquello que, en un momento dado, parece o no legitimo. En el centro de nuestro andlisis se encuentra el interés hacia la légica de apropiaci6n de un espacio ya constituido, Este interés va a la par de la hipé- tesis que pretende afirmar que, frente a un contex- to dado, cada posicién social, cada actividad, dis- pone de posibilidades diferentes. Asf, la referencia prioritaria hecha en esta obra a la légica de apro- piaci6n se articula sobre el andlisis en términos de estructura social y pretende poner en evidencia de qué manera las diferentes oportunidades de las posiciones sociales y de las actividades determinan diferentes efectos, incluso de sentido opuesto, en cuanto a la capacidad de cada una de ellas de apro- piarse de un espacio dado y de obtener ciertas ven- tajas. Por consiguiente, podemos decir que el espa- cio es considerado aqui como un determinante 25 social global que adquiere su significado dentro de un modelo complejo, en el interior del cual actéan otros determinantes. Como tal, no pretende ser una reelaboracién de nuestra obra precedente, La ciudad y la urbaniza- Gin’, la cual recoge grosso modo la trama desarro- llando ampliamente elementos que aqui apenas se mencionan. Sin embargo, ahora como entonces, pretendemos ponernos en guardia ante los efectos ideol6gicos que pueden introducirse en las relacio- nes simples y directas establecidas entre la organi- zacién del espacio y de la vida social. Si definimos la ideologia como contenido mental a partir del cual es posible justificarse en su existencia y en su posicin social y, por tanto, aceptar, comprender y, de igual manera, afianzar una estructura social, los efectos ideolégicos desembocan en la aceptacién de una situacién social por desplazamiento del lugar de la explicacién y el encubrimiento de las causas reales, Es un fenémeno de este tipo el que conduce a la elaboracién de diferentes planteamientos sobre el problema del medio ambiente, el cual, por ser real, se arriesga a veces a borrar la diversidad de percepciones y preocupaciones, eri nombre de una identidad de situacién y de interés. Asi, cuando adoptamos una perspectiva de andlisis en términos de légica de apropiacién, con- 7 Dulucot, Glembloux, 1974 26 | | | | viene desafiar al desplazamiento del lugar de expli- cacién, desplazamiento que tenderé a hacer del espacio la mediacién global de todos los fenéme- nos registrados. El riesgo es sin duda mayor en cuanto que, en el plano de la vida cotidiana, el espacio aparece como un lugar de convergencia al que se refieren diferentes autores Podemos sefialar también que el anélisis en rétminos de apropiacién que aqui proponemos se distingue de un andlisis que se anclaria dentro de una légica de produccién, y donde se tratarfa entonces de preguntarse acerca de la manera a tra- vés de la cual los diferentes actores son capaces de transformar el escenario espacial. Este era el propé- sito iniciado en Ville, phénomine économique®. En cuanto al volumen Ville, ordre et violence, si se sittia principalmente en la linea de la l6gica de apropia- cién, ubica lo simbélico y sus relaciones con la tetritorialidad en el centro de su reflexi6n. * Jean REMY, Ville, phénomine économique, Bruselas, Ed. Vie Ouvritre, 1966, ver principalmente el capitulo III. ° Jean REMY y Liliane VOYE, Ville, ordre et violence, Paris, PUE, 1981, ver principalmente desde la p. 28 hasta la 32. a PRIMERA PARTE SITUACIONES NO URBANIZADAS Definiendo las situaciones no urbanizadas, segiin el métoco tfpico ideal, como aquellas en las. que la vida cotidiana se organiza a través de posi- bilidades muy débiles de desplazamiento y donde la movilidad, fuertemente limitada, aparece ade- més generalmente ligada a connotaciones negati- vas, describiremos sucesivamente el pueblo y la ciudad tal y como estan presentes en su organiza- cin espacial y en su modo de vida, o abordando este tiltimo desde el punto de vista del sistema social, del sistema cultural y del sistema de la per- sonalidad. En segundo lugar retomaremos el pro- blema partiendo del régimen de intercambio y por lo tanto dentro del modelo cultural. Seguidamen- te, reemprenderemos Ja problemitica desde el punto de vista de la dialéctica existence entre el arraigo y la movilidad espacial. Seguiremos el mis- mo método para analizar la ciudad y el pueblo, dando prioridad de presentacién a este tiltimo con el fin de insistir sobre las semejanzas que, en estas situaciones no urbanizadas, existen entre estas dos realidades. 3 CAPITULOI EL PUEBLO SIN URBANIZAR® La reducida movilidad y Ia extensi6n de super- Ficies agricolas necesarias para alimentar al grupo y permitir el pago a los nobles -extensién cuyos limites estan fijados por la combinacién entre dicha movilidad y la carencia de tecnologia de cualquier tipo, que intensifique la productividad— explican el tipo de organizacién espacial dominan- te y el apoyo que encuentra en esta un sistema socio cultural elaborado, 1. Caracteristicas espaciales y sociales 4, Oganizactin espacial Los pueblos, ¢ incluso los caserfos que forman parte de estos, se presentan como un conjunto de edificios, mas 0 menos diseminados, separados espacialmente unos de otros. El trabajo agricola, actividad econémica dominante, hace que las tie- tras cultivables se sittien lo més cerca posible de la vivienda, puesto que la ausencia de cualquier tipo de técnica de desplazamiento hace que se trate de minimizar el tiempo necesario para ir y volver, y, por lo tanto, la distancia que debe recorrerse. 1} N, del T.: utilizaremos la expresién «pueblo sin urbanizare para lo que comiirmente se denomina «aldea» 33 Esta exigencia supone que los agrupamientos de poblacién sean de pequefia dimensién, ya que cuanto menor sea la poblacién reagrupada y por lo tanto las casas, més cercano y accesible seré el lugar de trabajo La discontinuidad espacial de los pueblos, jun- to con su débil dimensién, determina un paisaje en el que lo edificado aparece mas 0 menos disemina- do sobre un fondo de nacuraleza ~campos y prados, los bosques y las llanadas ocupan la mayor parte del espacio y dominan la percepcién-. &. Sistema social: interacciones y control Si entendemos por interacciones las interde- pendencias que resultan de las actividades colecti- vas, el sistema social es la organizacién de todas estas teniendo en cuenta las prioridades que defi- nen el lugar del poder y su capacidad de control social dentro de un espacio restringido. Esta situa- cién favorece el control ecolégico, es decir, un con- trol basado en la visibilidad y la observacién direc- tay en la capacidad de todos de conocer las activi- dades de cada uno multiplicando los comentarios personalizados. Un control asi —que hoy se tiende sin duda a releer de manera negativa expresando una voluntad de vigilancia permanente y de enjui- ciamiento constante a menudo dominado por la malevolencia— esperaba un significado diferente en un pueblo sin urbanizar, donde apreciamos la 34 expresin de una solidaridad incondicional y de tuna confianza recfproca basadas en la calidad de la relacién personal. Ademés, este tipo de control funciona mejor cuando el pueblo asegura estabilidad temporal a su poblacién —hecho que realiza principalmente ale- jando todo lo que le es extrafio-. Cierto es que generalmente, si bien se acoge al extranjero de paso, se es mas 0 menos hostil respecto a todo lo que, viniendo del exterior, parece tener intencién de instalarse en el pueblo, ya que el

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