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Pe. José Mendive, S.J. - Elementos de Derecho Natural (1884)

Este capítulo trata sobre la naturaleza, propiedades y especies del deber y del derecho. Explica que el deber es una necesidad moral impuesta por un superior, y que puede ser absoluto u hipotético, natural o positivo, perfecto o imperfecto. También define la naturaleza y propiedades del derecho.

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Pe. José Mendive, S.J. - Elementos de Derecho Natural (1884)

Este capítulo trata sobre la naturaleza, propiedades y especies del deber y del derecho. Explica que el deber es una necesidad moral impuesta por un superior, y que puede ser absoluto u hipotético, natural o positivo, perfecto o imperfecto. También define la naturaleza y propiedades del derecho.

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KV* "'"'X

"'s.
ELEMENTOS
DE

DERECHO NATURAL
POR EL

P. J O S É MENDIVE
DE L A COMPAÑÍA DE J E S U S

COX U C E X C I A DE LA A U T O R I D A D ECLESIÁSTICA

VALLAD OLID
IMP. Y L I B . DE LA VIUDA DE CUESTA É HIJOS
calle de Cantarrci)ias, núms. j 8 y 40
ÉTICA ESPECIAL

i . — E n la É t i c a ' g e n e r a l h e m o s considerado al hom-


bre bajo su concepto absoluto de ser libre y m o r a l : la
Ética especial p o r el contrarío lo considera bajo u n a
forma relativa, e x a m i n a n d o las relaciones morales del
deber y del derecho que unen á unos h o m b r e s con
otros y á todos con su Criador. L a Ética especial p o r
consiguiente versa sobre los deberes y los derechos
del h o m b r e ; .y justamente puede recibir el n o m b r e
de «Principios de Derecho natural» p o r contenerse en
ella los deberes y los derechos del h o m b r e dictados
por la naturaleza.
2.—Siendo la É t i c a especial la ciencia de los deberes
y de los derechos del hombre, t r a t a r e m o s en ella p r i -
meramente de los deberes y de los derechos del h o m -
bre e n g e n e r a l . Después hablaremos p o r s e p a r a d o de
los deberes y de los derechos particulares, conside-
rando á los h o m b r e s , y a como simples individuos, ya
como m i e m b r o s de las sociedades doméstica y polí-
tica, y a como pueblos y naciones independientes, y a
en fin formando u n a sociedad religiosa. Á este fin
d i v i d i r e m o s la m a t e r i a de esta segunda parte en seis
capítulos; el primero de los cuales versará sobre los
deberes y derechos del h o m b r e en general, el segun-
do sobre los deberes y derechos individuales, el ter-
cero sobremos domésticos, el cuarto sobre los políticos
y sociales, el quinto sobre los internacionales, el sexto
finalmente sobre los político-religiosos.

CAPÍTULO PRIMERO.
D e los deberes y derechos del hombre
en general.

L a materia del presente capítulo nos ofrece las


cuestiones siguientes: i . Cuál es la naturaleza del
B

deber, cuáles son sus propiedades y cuáles sus espe-


cies; 2 . Cuáles son la naturaleza, propiedades y espe-
a

cies del derecho; 3 . Qué se entiende p o r Derecho


a

natural ó Filosofía del Derecho; 4. Cuál es el principio


a

del deber y del derecho. L a respuesta á estas cuatro


cuestiones nos obliga á dividir este capítulo en los
cuatro artículos siguientes.

A R T Í C U L O PRIMERO.

Naturaleza, propiedades y especies del deber.

3 . — E l deber suele tomarse m u c h a s veces por la cosa


que estamos obligados á hacer ú omitir; pero ordina-
riamente significa lo mismo que obligación. De la
obligación y a hemos dicho m á s arriba ( E . 2 3 1 ) que es
una cierta necesidad moral, en el subdito, de hacer lo
mandado por el superior. P o r consiguiente el deber no
- 5 -
es otra cosa que una necesidad moral impuesta al subdito
por el superior. Y porque el superior puede imponer
al subdito necesidad moral de hacer a l g u n a cosa y de
omitir la acción de otra; por eso podemos definir el
deber, diciendo que es: La necesidad moral de hacer ú
omitir alguna cosa, impuesta al subdito por el superior.
E n un sentido lato, sin e m b a r g o , puede l l a m a r s e
deber lo simplemente aconsejado; cuales son todas
aquellas cosas que la razón halla ser conformes á la
ley, a u n q u e no sean necesarias p a r a su cumplimiento.
Con esto y a tenemos explicada la naturaleza del
deber; v e a m o s ahora cuáles son sus propiedades.
4.—La p r i m e r a propiedad del deber se refiere á su
sujeto; y consiste en que no puede existir sino en un
sujeto racional y dependiente de otro. L a razón de
lo primero es; porque el deber es una necesidad moral,
de la cual sólo son capaces los seres racionales y
dotados de libertad física. L a razón de lo segundo se
funda en que el deber es u n a necesidad m o r a l , im-
puesta á un subdito por un superior; y por lo tanto no
puede hallarse sino en un ser racional dependiente de
otro. P o r eso en Dios no tiene l u g a r el deber; porque
Dios no tiene superior alguno que le i m p o n g a obliga-
ciones. Dicese, sin e m b a r g o , que Dios debe g o b e r n a r
de tal ó cual modo á sus criaturas y darles ésta ó
aquella perfección conforme á la naturaleza de cada
una; no p o r q u e deba á nadie nada, pues todos los
seres lo reciben todo de su soberana largueza, sino
porque él se debe á sí propio tal modo de o b r a r dic-
tado por su infinita sabiduría.
5.—La s e g u n d a propiedad del deber se t o m a del
término á que con él es referido el sujeto del deber
m i s m o . E l deber es una relación, y p o r lo tanto re-
q u i e r e esencialmente un término á que p o r medio de
él esté referido un sujeto. Pues bien;-la segunda pro-
- 6 —
piedad del deber es, que este término sea un ser
racional ó u n a persona, y no un ser destituido de ra-
zón ó una cosa. Damiron puso en el hombre deberes
p a r a con la creación entera, considerándola como hija
de Diosy hermana del hombre. A h r e n s no llegó á tanto;
pero enseñó que tenemos deberes p a r a con los bru-
tos (i), apoyando su opinión en que los brutos tienen
derecho á que no los tratemos con crueldad y de mala
m a n e r a . Uno y otro empero erraron g r a n d e m e n t e ;
p o r q u e el deber no puede tener por término sino
á una persona. L a razón es clara: porque el deber
y el derecho son correlativos; y p o r consiguiente,
si el t é r m i n o del deber fuera un ser destituido de
razón, este ser tendría p a r a con la persona obli-
g a d a v e r d a d e r o derecho. E s así que ningún ser
destituido de razón es capaz de v e r d a d e r o derecho;
porque el derecho es u n a cosa moral, que no puede
por lo m i s m o existir sino en un sujeto moral ó s e a in-
teligente y libre. L u e g o los seres destituidos de razón
no pueden ser verdaderos términos del deber.
E s verdad que nosotros estamos en el deber de no
t r a t a r con crueldad á los animales; pero esto no viene
de que ellos tengan verdaderos derechos para con
nosotros. El que tiene este derecho, es Dios; el cual
nos m a n d a hacer uso recto de las cosas puestas bajo
nuestro dominio y evitar, asi el vicio de la crueldad,
como todos los demás vicios. Nada digamos de la idea
peregrina de D a m i r o n ; porque en un poeta podría
p a s a r , pero en un filósofo es u n a ridiculez querernos
e m p a r e n t a r con la naturaleza insensible.
6.—La tercera propiedad del deber finalmente es
ser una cosa, no física, sino moral é inherente^ á un

(i) Ahrens, Curso de Derecho Natural, parte segunda in-


troducción á la sección segunda, § L I V de toda la obra. Nota.
sujeto racional. L a razón es evidente: porque el deber
ú obligación es una necesidad moral, causada por la
ley del legislador en el subdito mediante el dictamen
de la razón. A h o r a bien; esta necesidad moral no es
sino la m i s m a libertad física en cuanto impelida y
determinada m o r a l m e n t e por el juicio de la razón,
que le hace presente la voluntad del superior y le dice
que, p a r a obrar conforme al deseo innato de la felici-
d a d , es necesario observar su precepto. L u e g o la tal
necesidad no es cosa física sino m o r a l y existente en
la voluntad libre del subdito al ser m o v i d a y de-
terminada p o r el dictamen de la razón y a mencio-
nado.
7.—Vengamos finalmente á la división del deber
en sus diferentes clases. P r i m e r a m e n t e , los deberes
se dividen en absolutos é hipotéticos. L o s primeros
son los que obligan al hombre por el mero hecho
de ser hombre y capaz de obligación. L o s segundos
son los que le obligan dependienlemente de alguna
institución humana, ó de algún hecho. Y esta es la
causa por que se llaman hipotéticos; p o r q u e no obli-
gan de una m a n e r a absoluta, sino bajo la hipótesis
de u n a institución h u m a n a , de un pacto, etc.
8.—En segundo l u g a r , los deberes pueden ser natu-
rales ó positivos, según que se hallen fundados en los
preceptos de la sola L e y Natural ó en otros sobre-
añadidos á ella (E. 212). A d e m á s , los deberes pueden
ser perfectos ó imperfectos. Perfectos son aquellos que
obligan por título de justicia, ó sea aquellos por los cua-
les estamos obligados á dar á cada uno lo que es suyo.
Imperfectos por el contrario son los que no nos obligan
sino por título de alguna otra virtud m o r a l . Dice
m u y bien S a n t o T o m á s : «Hay dos clases de deber; el
uno es legal (ó perfecto) y el otro moral (ó imperfecto).
Y por eso Aristóteles en el libro 8 de los Éticos pone
—8—
conforme á esto dos clases de cosas justas. Deber le-'
gal es aquel á c u y o cumplimiento estamos obligados
por la ley (política); y á este deber mira la justicia
estricta. Mas el deber moral es aquel con que uno está
obligado p o r la honestidad de la v i r t u d (i), ó p o r
cierta equidad m o r a l (2).» De aquí es que al cumpli-
miento de los deberes perfectos podemos ser compe-
lidos con penas y castigos por los que cuidan de la
observancia de las leyes, pero no al de los imperfectos.
L a razón de esto es; primero, porque" el cumplimiento
de los deberes de justicia es m á s necesario p a r a la
conservación de la república que el de las otras vir-
tudes; y segundo, porque en los deberes perfectos
aparece con claridad el derecho de la persona á quien
se debe, mientras que en los imperfectos este derecho
suele ser m u y oscuro, por depender de m u c h a s cir-
cunstancias.
S o b r e el deber imperfecto se debe observar con el
m i s m o Angélico Doctor (3) que tiene dos g r a d o s .
P u e s algunos de estos deberes son en tal m a n e r a ne-
cesarios, que sin su cumplimiento no puede ser uno

(1) «Est duplex debitum; scilicet morale et legale. Unde et


Philosophus in 8. Ethic, secundum hoc duplex iustum assig-
nat. Debitum quidem legale est, ad quod reddendum aliquis
lege adstringitur: et tale debitum proprie attendit justitia, quse
est principalis virtus. Debitum autem morale est, quod aliquis
debet ex honestate virtutis (S. Thorn., Summ. Theol., 2, 2,
q. 80, art. ùnico).»
(2) «Duplex est debitum. Unum quidem, quod non est n u -
merandum in bonis ejus, qui debet, sed potius in bonis ejus
cui debetur AUud autem, quod computatur in bonis ejus
qui debet, et non ejus cui debetur: puta, si debeatur, non ex
justitise necessitate, sed ex quadam morali œquitate (Id., ibid.,
q. 3 1 , art. 3, ad 3. ).»
um

(3) Id. ibid. q. 80. art. unico.


—9 —
honesto en sus costumbres; y éstos participan m á s
de la razón de deber ó deuda. Otros p o r el contrario
son necesarios sólo p a r a el m a y o r a u m e n t o de la h o -
nestidad y p o r lo tanto puede uno sin g u a r d a r l o s ser
virtuoso. Tales son p o r ejemplo los deberes de libe-
ralidad y desprendimiento, de mostrarse afable ó de
tener amistad con a l g u n o s , etc.
9.—Finalmente, los deberes pueden ser dispensa-
bles, ó indispensables, excusables ó inexcusables, obliga-
torios para siempre ó para alguna parte de tiempo sola-
mente, etc. Son dispensables, cuando el superior se los
puede quitar á alguno de sus subditos por razones
especiales; é indispensables, en el caso contrario. S o n
excusables, cuando p o r a l g u n a s causas g r a v e s puede
uno eximirse de su cumplimiento sin ofender p o r eso
al superior; é inexcusables, cuando nunca puede darse
causa suficiente p a r a no cumplirlos sin pecado. S o n
obligatorios p a r a siempre, cuando en todos los momen-
tos del tiempo persiste la misma razón p a r a ser g u a r -
dados; y obligatorios p a r a un tiempo d a d o , cuando
el precepto de donde nacen, sólo se refiere á alguna
acción positiva que ha de ser puesta en un m o m e n t o
determinado. Así, el deber de no odiar á Dios, por
ejemplo, es indispensable, inexcusable y obligatorio
p a r a siempre; p o r q u e nunca puede Dios conceder á
ninguna criatura s u y a que le injurie odiándole, ni
ésta puede tener j a m á s motivo g r a v e p a r a ejercer
este acto y por lo tanto en todos los instantes de su
existencia debe evitar este acto. P o r el contrario, el
deber de no t o m a r lo ajeno contra la voluntad de su
dueño es dispensable y excusable; porque Dios, como
dueño absoluto de las cosas, puede conceder en algún
caso á alguno esta facultad, como la concedió á los
hebreos en E g i p t o ; y p o r q u e el h o m b r e en algún caso
de necesidad extrema puede sin pecado t o m a r lo ajeno
— 10 —
p a r a salir de ella. A s i m i s m o , el deber de dar culto á
Dios, p o r ejemplo, obliga siempre, pero no para siem-
pre sino p a r a aquel m o m e n t o determinado, en que el
no ejercer un acto positivo de culto divino seria una
ofensa cometida contra Dios. .
1 0 . — E n general, todos los preceptos negativos d é l a
L e y N a t u r a l , en los cuales se m a n d a la omisión de
a l g u n a cosa intrínsecamente m a l a , obligan siempre
y p a r a siempre; p o r q u e nunca es lícito hacer lo in-
trínsecamente malo. P e r o los preceptos positivos de
la m i s m a L e y N a t u r a l , en los cuales se m a n d a ejercer
a l g u n a acción positiva, obligan s i e m p r e pero no p a r a
siempre, sino solo con respecto á aquel m o m e n t o
determinado del tiempo en que el no ejercer la acción
m a n d a d a sería una ofensa contra el s u p e r i o r . E s
decir, que los preceptos positivos obligan con respec-
to á aquel instante del tiempo en que se e q u i p a r a n
á los negativos.

ARTÍCULO II.

Naturaleza, propiedades y división del derecho.

I I . — L a palabra derecho tiene varias significaciones;


pues se t o m a , ora p o r la ley, ora por el código de le-
y e s , ora p o r lo m a n d a d o en la ley, ora finalmente p o r
la facultad de o b r a r en conformidad con este m a n d a -
miento. E n todos los sentidos sin e m b a r g o expresa
algo relativo á la ley, á saber: ó la ley misma, ó su ob-
jeto, ó un efecto suyo.
T o m a d a en el sentido de ley, equivale á la razón
de lo justo y de lo injusto ó de lo lícito y de lo ilícito.
P u e s las acciones h u m a n a s son lícitas ó ilícitas, en
cuanto q u e g u a r d a n relación de conformidad ó des-
conformidad con el precepto ó ley del s u p e r i o r . É s t e
— II —
las m a n d a ó prohibe, en cuanto que las considera
dignas de ser m a n d a d a s ó prohibidas; y por con-
siguiente las supone y a de suyo honestas ó inhonestas
(E. 82 y siguientes). P e r o m a n d á n d o l a s ó prohibiéndo-
las, las hace lícitas ó ilícitas-. E s decir, que la honestidad
ó inhonestidad de las acciones dichas es el fundamento
de su m a n d a t o ó prohibición; p e r o á este m a n d a t o y
prohibición deben el ser f o r m a l m e n t e lícitas ó ilícitas.
1 2 . — T o m a d a en el sentido de objeto de la ley, signi-
fica lo que es ó debe ser mandado por el superior; y en este
sentido el derecho es lo m i s m o que lo justo. L o justo,
como nota sabiamente S a n t o T o m á s (1) expresa cierta
igualdad entre dos cosas; p o r donde, cuando la una se
adapta á la o t r a , se dice que ajusta con ella. «Aquello
se dice justo en nuestras obras, escribe el S a n t o Doc-
tor en el l u g a r citado, que se acomoda á otro según
a l g u n a i g u a l d a d , como por ejemplo la recompehsa'.de-
b i d a y dada por el servicio prestado (2)». Esta igualdad
no se g u a r d a sino d a n d o á cada uno lo que le perte-
nece, ó lo que de tal m a n e r a se le a d a p t a , que es cosa
v e r d a d e r a m e n t e suya y con todo r i g o r se le debe. P o r
eso lo justo viene á ser lo m i s m o que lo debido ó lo
que en justicia.se debe á uno, como un bien verdadera-
mente suyo; y la virtud d.e la justicia, que tiene por
objeto lo j u s t ó , suele definirse: Una voluntad constante
y perpetua de dar á cada uno lo que le pertenece. P o r
donde el objeto de l a l e y es hacer que reine la justicia
entre los subditos, dando á cada uno lo que se le debe.
1 3 . — A esta justicia objetiva debe acomodarse la ley
para que ella m i s m a sea justa. P u e s , como y a queda

(1) S . Tomás, Summ. Theol.2. 2. q. 57, art. 1.


(2) «Illud enim in opere nostro dicitur esse iustum, quod
respondet secundum aliquam aequalitatem alteri; puta recompen-
sado mercedis debite pro servitio impenso (Id. ibid.h
— 12 —
probado en la p r i m e r a parte de este T r a t a d o (E. 54 y
siguientes) lo moral y lo justo, lo m i s m o que lo verda-
dero, lo bueno y lo bello, son cosas que existen en el
orden de los seres independientemente de la libre vo-
luntad, tanto divina como h u m a n a . E l tus latino,
equivalente á nuestro derecho, viene en v e r d a d , según
la opinión m á s probable, del iussum (mandado), como
os viene de ossum; y p o r lo tanto debemos confesar que
la dicha palabra en un principio significó lo mandado
p o r la ley. Pero el s u p e r i o r , para formular racional-
mente su ley, debe acomodarse al orden objetivo de
las cosas; y así lo m a n d a d o por la ley no es verdadero
ius o derecho, si no se halla en conformidad con lo que
diclan las leyes eternas de la justicia.
1 4 . — T o m a d a finalmente la susodicha palabra en el
sentido tercero, denota la facultad moral inviolable de
hacer alguna cosa ó exigirsela á otro. Este es el sentido
que suelen darle generalmente los h o m b r e s , cuando
hablan de deberes y derechos; pues todos ellos entien-
den significar ese poder m o r a l i n v i o l a b l e , cuando
dicen: Tengo derecho para edificar en este terreno, para
hacer esta petición, para oponerme á los intentos de fu-
lano, para no tomar cartas en este asunto, etc., etc. Y
en este sentido la t o m a r e m o s también nosotros en
este artículo, donde tratamos de explicar la naturale-
za, las propiedades y las diversas especies del de-
recho. %s .
1 5 . — Y en p r i m e r l u g a r , p o r lo que hace á su n a t u -
raleza, ésta q u e d a r á suficientemente explicada con
sólo declarar cada u n a de las partes de la definición.
Dícese facultad; p a r a indicar que es una fuerza pro-
ductora de acciones, al revés del deber, el cual en su
razón formal indica algo pasivo causado en el subdito
por la ley. L l á m a s e fuerza moral; para distinguirse de
las fuerzas físicas; las cuales son algo físico, y p r o d u -
— 13 —
cen con su v i r t u d intrínseca efectos también físicos.
E l derecho no es nada físico sino moral; y los efectos
inmediatos que produce, no son físicos, sino morales.
P o r q u e el efecto inmediato y directo del derecho es
hacer objetivamente lícita la acción ejecutada en su
virtud; lo cual es u n a cosa moral é incapaz de ser pro-
ducida por n i n g u n a fuerza física del m u n d o . Añádese
que esta potestad es inviolable; p a r a denotar que los
demás h o m b r e s tienen obligación de respetarlo y no
hacer nada en contra de él. Con lo cual se ve cómo
el derecho también depende de la ley, no menos que
el deber. P o r q u e el derecho no es inviolable y p o r
consecuencia no es derecho sin el deber de respetarlo
y de o b r a r conforme á él impuesto p o r la ley á los
que no lo poseen. F u e r a de que, como acabamos de
observar, el efecto p r o p i o del derecho es hacer objeti-
v a m e n t e lícita la acción ejecutada en consecuencia de
su posesión. A h o r a bien, lo lícito y lo ilícito se dicen
por razón de la conveniencia ú oposición q u e una cosa
tiene con respecto á ia ley. L u e g o es evidente que el
derecho ó sea la facultad m o r a l indicada es, lo m i s m o
que el deber, u n a consecuencia de la ley.
- F i n a l m e n t e , en las ú l t i m a s palabras de la defini-
ción se e x p r e s a el objeto ó materia, sobre que versa el
derecho. S o b r e lo cual se debe observar, que este obje-
to ó m a t e r i a no puede en ninguna m a n e r a ser a l g u n a
cosa inmoral ó inhonesta; p o r q u e lo i n m o r a l ó inho-
nesto, p o r el m e r o hecho de ser tal, está prohibido
por la L e y Natural y p o r lo tanto es materia de deber
y no de derecho. P o r consiguiente cometió m u y g r a n -
de e r r o r K a n t al decir que el derecho v e r s a sobre
lodo cuanto deja expedito y desembarazado el ejercicio
de la libertad de los demás. M u c h a s cosas que dejan
libre y desembarazado este ejercicio, son inmorales;
las cuales no pueden ser hechas sino contra el derecho
—i — 4

divino del Criador. E n h o r a b u e n a que las leyes h u m a -


nas no puedan prohibir todas las acciones inmorales;
pero no p o r eso tendrán los h o m b r e s verdadero dere-
cho p a r a ejecutarlas. P o r q u e á donde no alcanzan los
h o m b r e s , alcanza Dios; y Dios las prohibe con su ley
sacrosanta.
16.—Viniendo a h o r a á las propiedades del derecho,
la p r i m e r a de ellas es, que el d e r e c h o , p a r a ser tal,
debe hallarse en un sujeto y referirse á un término
dotados de razón, y estar fundado en un título legíti-
m o . L a razón de lo primero es; p o r q u e el derecho es
una fuerza m o r a l , que tiene p o r objeto hacer licitas
las acciones practicadas en conformidad con él, y nin-
g u n o es capaz de ejercer acciones lícitas sino el que
está dotado de razón. P o r donde A h r e n s e r r ó g r a n -
demente concediendo derechos á l o s brutos, d é l o cual
y a h e m o s hablado m á s arriba (5). L a razón de lo
segundo se funda en que el término del derecho es
sujeto del deber; porque él es quien h a de r e s p e t a r el
derecho en quien lo posee. A h o r a bien, el sujeto del
deber no puede ser otro que u n a persona (4). L u e g o
es claro que el t é r m i n o del derecho debe ser un ser
racional. F i n a l m e n t e , la razón d é l o tercero es eviden-
te. P o r q u e el título es el fundamento racional sobre
que descansa el derecho y al cual debe él su inviolabi-
lidad. L u e g o si el título es ilegítimo ó nulo, también
lo será el derecho. Así p o r ejemplo, si uno m e pide
u n a cantidad de dinero p o r q u e se la debo, ó p o r q u e
se la he p r o m e t i d o , ó p o r q u e se halla en u n a necesi-
dad e x t r e m a ; obra lícitamente y conforme á derecho,
p o r q u e todas esas razones son títulos ó motivos r a -
cionales p a r a poder h a c e r la petición sobredicha.
P e r o s i m e pide la tal cantidad p o r q u e así se le antoja,
ó porque es m á s fuerte que yo y quiere apoderarse
de mi dinero; su derecho p a r a este acto es nulo,
• — i 5 -
porque carece de título ó fundamento racional, y
ninguna obligación tengo de acceder á su d e m a n d a .
1 7 . — L a s otras propiedades del derecho son la limi-
tación, la colisión y la coacción. E n efecto, todo d e r e -
cho h u m a n o , de los cuales solamente h a b l a r e m o s en
este artículo, está limitado por los deberes de la per-
sona que lo posee. S i el h o m b r e está obligado á g u a r -
dar la ley de Dios y las de sus legítimos s u p e r i o r e s , y
no puede quebrantarlas sin ponerse en p u g n a , g r a v e
ó leve, con su último fin; claro está que ninguno de
sus derechos hará licítala transgresión de estas leyes.
L u e g o sus derechos sólo le permiten o b r a r dentro del
círculo de sus deberes y p o r lo tanto éstos limitan á
aquellos.
1 8 . — A s i m i s m o , los derechos h u m a n o s pueden ha-
llarse á veces en colisión ó p u g n a unos con otros. L o
cual no quiere decir que esta p u g n a sea real; p o r q u e
en el orden de las cosas no pueden existir dos dere-
chos realmente opuestos, por la sencilla razón de que
p u g n a n entre sí y m u t u a m e n t e se destruyen como
fuerzas contrarias. L o que pues e x p r e s a la tal coli-
sión, es que de dos d e r e c h o s , reales y v e r d a d e r o s
cuando- se consideran bajo un aspecto' absoluto, el
m e n o r tiene que ceder y s u b o r d i n a r s e al m a y o r ,
mientras este existe; p o r q u e así lo e x i g e el orden y la
buena disposición de las cosas. Así p o r ejemplo, si el
deber de c u i d a r á . u n enfermo de g r a v e d a d m e da
derecho para no s e p a r a r m e de su lado, y al m i s m o
tiempo el deber de oir Misa me da también derecho
para asistir á la Iglesia y dejar al enfermo; se m e p r e -
senta una colisión de derechos: pero esta colisión no
es real sino aparente. P o r q u e en tal caso el deber
p r i m e r o vence al s e g u n d o y por lo tanto no tengo
v e r d a d e r o derecho para asistir á la Iglesia, sino por
el contrario m e incumbe el deber de q u e d a r m e en
-16 —
casa junto al enfermo. Si la autoridad civil m e m a n d a
una cosa que está en p u g n a con lo que m e ordena
Dios ó su santa Iglesia; no puedo obedecer á la auto-
ridad civil, sino á la divina ó á la eclesiástica. P o r q u e
a m b a s son superiores á ella y legislan en un orden
m á s alto y m á s i m p o r t a n t e para mi último fin que la
autoridad dicha.
1 9 . — F i n a l m e n t e , la coacción es también inherente
á todo derecho, porque de lo contrario no tendría
bastante fuerza p a r a hacerse respetar. Sólo que no
s i e m p r e puede ejercer esta coacción la m i s m a perso-
na á quien asiste el derecho; sino que m u c h a s veces
debe encomendar este cuidado .á la autoridad bajo
c u y o gobierno vive. Aun m á s : en los derechos i m p e r -
fectos, que tienen por correlativos á los deberes t a m -
bién imperfectos, la coacción no la puede ejercer ni
aun la m i s m a autoridad política, como decíamos m á s
arriba (8); y por consiguiente h a y que dejarla en m a -
nos de Dios, bajo cuya autoridad vivimos todos los
h o m b r e s , p a r a que la ejerza, si así conviene p a r a su
divina gloria.
20.—Veamos ya por fin las diferentes clases de de-
rechos. Y e n ' p r i m e r l u g a r , el derecho puede ser real
ó personal.. El p r i m e r o pertenece á una persona p o r
razón de a l g u n a cosa que ella posee; el s e g u n d o p o r
razón de la persona m i s m a . Así por ejemplo, los de-
rechos de cultivar un c a m p o , de arrendar una habita-
ción, etc., son reales; porque la persona los tiene por
razón del c a m p o , de la habitación, etc., que ella p o -
see: m a s los derechos de vivir, de perfeccionarse, etcé-
tera, son personales; p o r q u e pertenecen á la persona
p o r razón de ella m i s m a ; De aquí es que los reales
pueden ser trasferidos de u n o á otro j u n t a m e n t e
con la cosa; m a s no los personales, porque nadie pue-
de hacer trasmisión de su propia persona.
— 17 —
2 i . — E n s e g u n d o l u g a r , el derecho se divide en
real y personal bajo otro aspecto diferente. E s real,
cuando leñemos obligada una cosa que nos pertenece
y que clama por nosotros donde quiera que se encuen-
tre. E s por el contrario personal, cuando con respecto
á alguna cosa tenemos obligada á una persona por me-
dio de impacto, de una promesa, de un juramento, etcé-
tera. E s lo que suelen llamar los autores derecho sobre
la cosa y derecho á la cosa. ¿Compro un caballo por
ejemplo y lo llevo á mi cuadra adquiriendo posesión
sobre él como sobre todas las d e m á s cosas que m e
pertenecen? Pues tengo derecho sobre el caballo; y
aunque se lo lleven los ladrones, el caballo siempre
será mío. ¿Hago pacto con Francisco sobre que m e
dará su caballo en seis mil reales? Pues mientras no
m e sea entregado el caballo, no tengo derecho sobré
él sino á él; de forma q u e , si Francisco lo vende á otro
faltando á su palabra; yo ya he perdido ese derecho y
solo me queda acción sobre Francisco p a r a obligarle
á resarcir los daños que de su acción se me h a y a n oca-
sionado. L a razón de esto es clara; p o r q u e en este se-
g u n d o caso el caballo de Francisco no fué nunca m i ó ,
sino qué Francisco se obligó tan solo á cederme su
dominio, p a r a lo cual se hizo después impotente tras-
ladándolo á otro. L u e g o á mí sólo m e queda acción
sobre Francisco.
22.—En tercer l u g a r , los derechos se dividen en ab-
solutos, primitivos ó innatos, é hipotéticos, adquiridos, ó
secundarios. Los p r i m e r o s son los que pertenecen al hom-
bre por razón de su propia naturaleza; los segundos son
los que le corresponden por razón de alguna acción libre
legítimamente ejercida. Así por ejemplo, los derechos
de vivir, de perfeccionarse, de adquirir lo necesario
p a r a la vida, de pactar con otros, etc., son absolutos é
innatos á todo h o m b r e : pero los derechos que tengo
Etica especial. 2
—18 —
sobre este libro, sobre esta habitación, sobre estos ca-
ballos, etc., son hipotéticos. L o s primeros se fundan
en mi m i s m a naturaleza perfectible independiente-
mente de toda acción libre, los segundos en esta mis-
m a naturaleza combinada con un hecho.
2 3 . — F i n a l m e n t e , los derechos pueden ser perfectos
ó imperfectos, según que sean perfectos 6 imperfectos
los deberes que á ellos corresponden (8). L o s perfectos
se refieren á la justicia estricta; y el objeto sobre que
versan, es lo justo. L o s imperfectos se refieren á la
justicia lata; y su objeto es lo equitativo ó debido por
cierta equidad moral (1). Entiéndese por justicia estric-
ta aquella virtud moral que tiene por objeto dar á cada
uno lo que es suyo ó bien lo que debe ser contado entre
sus propios bienes. P o r el contrario dícese justicia lata
cualquiera otra virtud m o r a l ; p o r q u e , como observa
m u y bien S u á r e z (2), toda virtud m i r a á poner en las
cosas cierta igualdad ó equilibrio m o r a l y se asemeja
p o r lo tanto en esto á la v i r t u d de la justicia estricta.
2 4 . — E S C O L I O . C o m p a r a d o el derecho con el deber,
debemos decir que a m b o s proceden inmediatamente
de la ley; porque el legislador, p a r a ordenar á sus
subditos al fin propio de todas sus leyes, los debe ne-
cesariamente proveer de medios proporcionados, cua-
les son los deberes y los derechos. Sin e m b a r g o , bajo
cierto aspecto antes deben nacer de la ley los deberes
que los derechos; p o r q u e los deberes i m p o n e n necesi-
dad de o b r a r para llegar al último fin, m i e n t r a s que
los derechos no dan de suyo sino poder m o r a l p a r a
tender hacia este fin. L o necesario es antes que lo li-
bre, y por lo tanto bajo este aspecto antes existen los
deberes que los derechos en el h o m b r e .

(1) S . Thomas. Summ. Theol. 2. 2. q. 3 1 , art. 3, ad 3.


(2) Suárez, de Legibles, lib. 1. cap. 2. n. 4.
ARTÍCULO III.

Qué se entiende por Derecho Natural ó Filosofía


del Derecho.

2 5 . — E x p l i c a d a s y a las nociones del deber y del de-


recho, debemos declarar ahora la de la ciencia racio-
nal, que versa sobre uno y otro, la cual suele desig-
narse con los n o m b r e s de Filosofía del Derecho, Cien-
cia del Derecho Natural, Derecho Natural y finalmente
Derecho Racional. P a r a conseguir esto, es preciso ave-
r i g u a r el objeto de esta ciencia; p o r q u e toda ciencia
se especifica por su objeto, lo m i s m o que toda poten-
cia se conoce por sus actos.
26.—El objeto de la ciencia sobredicha son los de-
rechos naturales del hombre. Pero es preciso declarar
qué es lo que se entiende por derechos naturales;
p o r q u e sobre la significación de la palabra natural h a
habido alguna divergencia entre los filósofos en esta
parte. L o s juristas, como o b s e r v a S u á r e z (1), llamaron'
n a t u r a l todo lo que es común al hombre y á los brutos;
no porque atribuyesen á los brutos verdaderos dere-
chos, sino porque todos ellos, por instinto de la natu-
raleza, hacen ciertas cosas que también hacen ó p u e -
den por lo menos h a c e r los h o m b r e s libremente y
ajustándose á los dictámenes de la razón. De esta
suerte restringieron en g r a n m a n e r a el n ú m e r o de
los derechos naturales del h o m b r e . P o r q u e a d e m á s
de aquellos en virtud de los cuales pueden hacer lici-
citamente los h o m b r e s ciertas cosas, á que son impe-
lidos por el instinto los animales, existen otros m u -
chísimos concedidos al h o m b r e por el A u t o r de la

(1) Suárez, de Legibus, lib. 2, cap. 17, n. 3.


— 20 —
naturaleza, los cuales versan sobre, acciones y cosas
propiamente h u m a n a s que se diferencian en gran
m a n e r a de las de los brutos.
Sin e m b a r g o , esta restricción no fué en realidad
sino aparente y de mero n o m b r e ; porque y a conce-
dían aquellos autores que los derechos de esta segun-
da clase eran v e r d a d e r a m e n t e naturales. Sólo que,
por v e r s a r sobre cosas exclusivamente h u m a n a s , los
colocaron entre los pertenecientes al Derecho de gen-
tes ( i ) , errando así, no en la doctrina, sino en el solo
m o d o de hablar.
27.—No sucedió otro tanto á los filósofos del siglo pa-
sado. Pues siguiendo las enseñanzas del impío R o u s -
seau, entendieron p o r derechos naturales aquellos
solamente que acompañan al h o m b r e desde que nace
y que puede conocer cada uno con su razón privada
sin el auxilio de los d e m á s . Con esto los derechos
naturales del h o m b r e vendrían á ser m u y poca cosa;
pues e l . h o m b r e , abandonado á sí propio y sin el
auxilio de la sociedad, puede conocer m u y poco
acerca del orden moral en los breves años de su v i d a .
P e r o , esta doctrina es enteramente falsa, como se
p r o b a r á en su l u g a r . P o r q u e el h o m b r e es natural-
mente social, nace en la sociedad, cultiva su razón en
medio de otros h o m b r e s , y recibe de ellos m u c h a s
ideas, que nunca hubiera adquirido abandonado á
sus solas fuerzas individuales. E l magisterio externo
y la tradición no se oponen á que cada uno d e m u e s -
tre con su razón privada las verdades del orden natu-
ral, a p o y a n d o sus raciocinios en los solos principios
evidentes de su propia esfera. L o que hacen única-
m e n t e , es dirigir su actividad por via de criterio exter-

(1) Qué cosa sea el Derecho de gentes se dirá, cuando se


trate de los derechos internacionales.
— 21 —
no, proponiéndole ordenadamente la m a t e r i a de sus
investigaciones é impidiéndole extraviarse en ellas
con algún juicio erróneo. P o r consiguiente en la in-
vestigación de nuestros derechos y deberes naturales
no debemos proceder de una m a n e r a tan aislada, que
no tomemos para nada en cuenta el juicio de los de-
m a s hombres. Obrar de otra suerte seria discurrir á
lo racionalista, y el método de estos filósofos y a queda
abundantemente refutado en la L ó g i c a (L. 597 y si-
guientes).
A d e m a s , es completamente falso que sean n a t u r a -
les sólo aquellos derechos que acompañan al h o m -
bre al tiempo de nacer. P o r q u e el h o m b r e p o r razón
de su m i s m a naturaleza debe pasar p o r diferentes es-
tados, los cuales p o r lo tanto le son naturales; y en
cada uno de estos estados le corresponden por la fuer-
za intrínseca de la naturaleza, deberes y derechos di-
ferentes. L u e g o la palabra naturales no puede ser en-
tendida en el sentido que le atribuyó el filósofo gine-
brino hablando de los derechos del h o m b r e .
28.—El verdadero sentido de la referida palabra es
el que le han dado sabiamente los Escolásticos, en-
tendiendo p o r derechos y deberes naturales aquellos
que nos corresponden por razón de nuestra natura-
leza y en virtud de la L e y N a t u r a l , necesariamente
impuesta por Dios á los h o m b r e s en la hipótesis de
que h a y a querido criarlos (1). Estos derechos y de-
beres son los que forman el objeto de la Filosofía del
Derecho ó del Derecho Natural, en cuanto que son
conocidos con la sola l u m b r e de la razón mediante
el estudio de la naturaleza h u m a n a y de los fines á
que está de s u y o destinado el h o m b r e . P o r tanto,
bien podemos definir la Filosofía del Derecho, diciendo

(1) Suárez, de Legibus, lib. 2, cap. 6, n. 8, y cap. 1 5 , n. 4.


que es una ciencia racional que, partiendo de princi-
pios ciertos y evidentes, demuestra con la sola lumbre de
la razón los deberes y los derechos, que corresponden á
los hombres por'razón de su propia naturaleza y en vir-
tud de la Ley Natural, impresa en la mente de cada uno
por su divino Autor.
Diciendo de ella que es una ciencia racional, la
s e p a r a m o s de todas las ciencias experimentales, que
fundan sus raciocinios en la observación de los h e -
chos, y proceden p o r lo tanto a posteriori. L a ciencia
del Derecho N a t u r a l en efecto, como p a r t e que es de
la Filosofía, procede a priori fundada en la conside-
ración de la naturaleza h u m a n a y del fin último á
que está ella de s u y o destinada; y por lo tanto es u n a
ciencia v e r d a d e r a m e n t e r a c i o n a l , como todas las
otras partes de la Filosofía. Añadiendo que d e m u e s -
tra sus conclusiones a p o y a d a en los solos principios
de la razón, la distinguimos de la Teología Moral; la
cual procede iluminada p o r la l u m b r e sobrenatural
de la divina revelación y fundando en ella sus asertos.
S e ñ a l a n d o finalmente como objeto propio y peculiar
s u y o los derechos y deberes, que pertenecen á los hom-
bres generalmente, por razón de sic propia naturaleza y
en virtud de la Ley Natural, la diferenciamos así de
las d e m á s ciencias filosóficas, las cuales versan sobre
otros objetos, como de los Derechos Civil y Canónico;
los cuales no tratan sino de derechos y deberes fun-
d a d o s en leyes positivas, procedentes de la^libre vo-
luntad de algún legislador, h u m a n o ó divino, y no
pertenecen sino á a l g u n a s a g r u p a c i o n e s particulares
de h o m b r e s .
2 g . — D é b e s e , sin e m b a r g o , observar que por el
n o m b r e de Derecho Natural se suele entender con
frecuencia la colección de preceptos de que consta la
Ley Natural ó sea el conjunto de leyes naturales im-
— 23 —
puestas necesariamente al hombre por el Criador en
virtud de su sapientísima Providencia. E n este m i s m o
sentido se suele hablar, cuando se dice que uno
estudia el Derecho R o m a n o , el Derecho E s p a ñ o l , el
Derecho Civil, el Derecho Canónico, etc.; porque en
todos estos casos se entiende por Derecho el conjunto
de leyes que dan origen á los deberes y á los derechos.
E n sustancia a m b a s significaciones vienen á ser u n a
m i s m a cosa p a r a nosotros: porque las leyes tienen
por término propio á los deberes y á los derechos.
30.—Así los deberes como los derechos son otros
tantos medios necesarios p a r a la realización de los
fines á que p o r la intrínseca condición de su esencia
está destinada la h u m a n a naturaleza. P o r tanto,
mirados los deberes y derechos del h o m b r e desde ese
punto de vista, no hay dificultad en definir con
Ahrens el Derecho Natural la Ciencia filosófica que
tiene por objeto el estudio del «conjunto orgánico de las
condiciones libres, ó sea dependientes de la libertad, y
necesarias para el cumplimiento armónico del destino
humano. (1)» P o r q u e este conjunto orgánico de con-
diciones libres no es, en sentir del m i s m o A h r e n s ,
sino el conjunto de los medios necesarios para la reali-
zación de los bienes en que está colocado el destino hu-
mano, hecha abstracción de la buena ó mala intención
del agente (2); y estos medios no son otros que los
derechos y deberes jurídicos. P o r q u e , como nota
sabiamente S a n t o T o m á s , lo justo, que es lo que
constituye el objeto del Derecho N a t u r a l , se dice ser
cierta cosa recta, á la cual se dirige la acción de la
justicia con abstracción de la intención buena ó mala

(1) Ahrens, Curso de Derecho Natural, parte general cap. 1.


§.V y X V I I Í de toda la obra.
(2) Id. ibid. § X X I .
— 2 - 4

del agente (3). P o r lo cual no tenia motivo n i n g u n o el


filósofo krausista para d a r n o s como un g r a n invento
de su maestro K r a u s e lo que m u c h o m e j o r que él y
sin mancharlo con los errores del R a c i o n a l i s m o , h a -
bían enseñado y a m u c h o antes los Escolásticos todos.

ARTÍCULO IV.

Principio fundamental de los deberes y de los


derechos naturales.

3 1 . — P r i n c i p i o , dice S a n t o T o m á s (4), es todo aquello


de donde procede alguna cosa en una manera cualquie-
ra. Varios son los modos en que los derechos hu-
m a n o s pueden proceder d e alguna cosa. P o r q u e , en
p r i m e r l u g a r , proceden del legislador por via de cau-
salidad; y así el legislador es v e r d a d e r o principio
constitutivo de los deberes y derechos á que da origen
con sus íeyes. A d e m á s , todos los deberes y derechos
particulares anejos á la L e y Natural proceden, por
via de presuposición, del deber u n i v e r s a l í s i m o de
obrar el bien y evitar el mal. Pues todos ellos suponen
la existencia del precepto divino, que nos i m p o n e el
deber mencionado; y sin ella la suya p r o p i a sería
absolutamente imposible. P o r q u e así como en el or-
den especulativo, en todo juicio se afirma de una
m a n e r a implícita el principio de contradicción; así
también, en el o r d e n práctico, en todo dictamen de
la razón que nos intima un deber, va implícitamente

(1) Sic ergo iustum dicitur aliquid, quasi habens rectitu-


dinem iustitire, ad quod terminatur actio iustitiée, etiam non
considerato qualìter ab agente fiat (S. Thomas. Summ. Theol.,
2. 2. q. 67, art. 1 ) .
(2) S . Thomas, Summ. Theol. 1. p. q. 33. art. 1.
— 25 —
incluido este principio universalísimo: El bien se debe
hacer y evitar el mal. F i n a l m e n t e , todos los deberes y
derechos naturales dependen, por vía de demostración,
de algún principio fundamental, que nos los dé á
conocer, sirviéndonos como de fundamento y regla
para saber qué cosas son las que están prohibidas ó
m a n d a d a s por la L e y N a t u r a l .
3 2 . — S o b r e la determinación de este ú l t i m o princi-
pio ha habido m u c h a s opiniones entre los filósofos.
Unos dicen que no existe, otros lo colocan en la recta
razón, otros en la voluntad de Dios, otros en el culto
divino. Grocio, Pruffendorf, T o m a s i o y otros lo hacen
consistir en la socialidad, Wolff en la perfección del
sujeto capaz de deberes y derechos, ó sea en la con-
veniencia que los objetos de estos derechos y deberes
g u a r d a n con la naturaleza h u m a n a , L a m b e r t Vel-
thuysen en la conservación del i n d i v i d u o , Hobbes en
la utilidad propia, S c h m a u s e en el instinto común á
los hombres y á los brutos, Aristóteles y Tulio en el
común consentimiento -de las gentes sensatas, los
Escolásticos en el principio generalísimo del bien y
del mal arriba indicado, otros en la recta disposición
de la naturaleza racional, otros en el triple a m o r que
debemos tener en orden á Dios, al prójimo y á nos-
otros m i s m o s , otros en los atributos divinos (1). K a n t
lo halló en su imperativo categórico expresado en esta
forma: Obra de tal suerte, que la ley, que estableces para
tu voluntad, pueda servir de norma general d los de-
mas (2). Cousin señaló el siguiente: Ser libre, conserva
tu libertad (3). Damiron recurrió á la evolución plena

. (1) Véanse sobre este asunto los Wirceburgenses, de Legi-


bus, n. 1 5 .
(2) Kant, Crítica de la Razón práctica.
(3) Cousm, Cours d' Hist. de phü. mor. l e j . I.
— 26 —
de todas las facultades. Con Damiron hacen coro todos
los krausistas. Fichte finalmente lo puso en el egoís-
m o absoluto, diciendo que el p r i m e r principio de la
L e y Natural es el siguiente: Ámate á ti sobre todas las
cosas, y á los demás hombres por tí mismo.
L a naturaleza de este tratado no nos permite exa-
m i n a r una p o r una todas estas opiniones; m u c h a s de
las cuales son manifiestamente falsas, como fundadas
en sistemas filosóficos erróneos, ya refutados por nos-
otros en -varias partes de la Filosofía. P a r a h a b l a r de
ellas, seguiremos otro camino más breve y compendio-
so, asentando con los Wirceburgenses (i) la siguiente

PROPOSICIÓN.

El principio inmediato, par a conocer los deberes y los


derechos naturales del hombre es la naturaleza hu-
mana rectamente dispuesta en el ordena Dios, á
nosotros mismos y á los demás hombres; y
el mediato ó último son los atributos
divinos.

^.—Observación.—Como se vé, la materia de la pre-


sente proposición se refiere al criterio de los deberes
y de los derechos n a t u r a l e s . P o r donde lo m i s m o es
t r a t a r del principio fundamental de los deberes y de
los derechos que del criterio que nos ha de servir de
n o r m a objetiva p a r a conocerlos; pues, en efecto, la
existencia de un deber ó de un derecho no se conoce
sino a v e r i g u a n d o su fundamento. Á alguno parecerá
quizas inútil t r a t a r aquí del criterio de los deberes y
de los derechos, habiéndose hablado en la Ética gene-
ral del criterio de la moralidad. Pero u n a cosa es

(i) Wirceburgenses, de Legibus, n. 16.


— 27-
la moralidad, ó sea la honestidad é inhonestidad de
las acciones, y otra los deberes y derechos; aquella,.en
nuestra opinión, no depende de la L e y Eterna de Dios
y éstos sí; y por lo tanto no es lo m i s m o tratar del
criterio de la p r i m e r a que del de los s e g u n d o s .
34.—Prueba de la i." p.—El principio p r ó x i m o para
conocer los deberes y derechos mencionados es el
fundamento p r ó x i m o de estos m i s m o s deberes y de-
rechos; p o r q u e en este fundamento es donde debe
hallarse la razón suficiente dé la ley que les dá la
-existencia. E s así que el tal fundamento es la n a t u r a -
leza h u m a n a , en cuanto que debe hallarse rectamente
dispuesta en la m a n e r a dicha. L u e g o , etc....
Prueba de la menor.—El fundamento p r ó x i m o de
los deberes y de los derechos naturales del h o m b r e es
aquello que los exige del Legislador divino, para que
la naturaleza h u m a n a se halle rectamente dispuesta
con respecto á su último fin en todas sus acciones. E s
así que quien los exige es la m i s m a naturaleza h u m a -
na, en cuanto que sin ellos no puede estar rectamente
dispuesta con respecto á su último fin y felicidad su-
prema. L u e g o el fundamento p r ó x i m o de los deberes
y derechos naturales del h o m b r e es la m i s m a na-
turaleza h u m a n a . Mirando pues qué es lo que esta
naturaleza exige p a r a hallarse bien ordenada con
respecto á Dios, al m i s m o sujeto operante, y á los de-
m a s h o m b r e s , que son los tres términos á donde
pueden referirse los deberes y derechos del h o m b r e ,
es como p o d r e m o s conocer en los casos particulares
los derechos y deberes mencionados; y por consi-
guiente la naturaleza h u m a n a rectamente dispuesta
en la m a n e r a dicha es el principio p r ó x i m o p a r a co-
nocer los deberes y derechos de que t r a t a m o s .
35.—Dicen m u y bien á este propósito los W i r c e b u r -
genses: «Siguiendo la lumbre de la razón podemos
— 28 —
a r g ü i r de este modo: S i , por ejemplo, no fuesen p r o -
hibidos el homicidio injusto, el h u r t o , el adulterio; y
no fuesen por el contrario m a n d a d o s el ordenado a m o r
de sí m i s m o , la templanza, la caridad m u t u a , la paz
y concordia; la sociedad h u m a n a estaría mal ordena-
da y se hallaría p r i v a d a de su felicidad propia. S i
p r e g u n t o ahora 'ulteriormente por dónde se puede
conocer que tal ó cual cosa son necesarias para la
recta disposición y felicidad de la n a t u r a l e z a racio-
nal, ú opuestas á ellas; la respuesta debe ser que la
sociedad h u m a n a se halla bien ordenada y es feliz por
medio del cumplimiento de los deberes que tienen los
hombres para con Dios, 'para consigo mismos y para
con los demás. P o r q u e , si á Dios se le rinden tributos
de adoración, culto y a m o r , si cada uno g u a r d a consi-
go m i s m o la templanza y el moderado a m o r de sí pro-
pio, si finalmente los hombres con sus semejantes se
muestran justos, fieles y earitativos; la sociedad- esta-
rá bien arreglada y será feliz: y si se descuidan todos
estos bienes, le sucederá todo lo contrario. L u e g o la
lumbre de la razón dicta que todas estas cosas se h a -
llen m a n d a d a s por la L e y Natural y prohibidas sus
contrarias; p o r q u e de otra suerte la sociedad h u m a -
na no estaría bien ordenada y carecería de su felicidad
propia (i).y>
36.—Prueba de la 2.. p.—El principio último p a r a
a

conocer los deberes y derechos naturales del h o m b r e


es el fundamento último en que descansan los p r e -
ceptos de la L e y Natural, puesto que todos ellos nacen
y se derivan de estos preceptos. E s así que este fun-
damento último se halla en los atributos divinos;
porque la razón última de i m p e r a r Dios al h o m b r e
los preceptos sobredichos es, p o r q u e así se lo exigen

(1) Wirceburgenses, de Legibus, 11. 16.


— 20 —
su santidad y sabiduría infinitas p a r a el buen g o b i e r -
no de sus criaturas. L u e g o etc....
Dios en efecto, no sería infinitamente santo y p r ó -
vido g o b e r n a d o r de los hombres, si no les m a n d a s e y
concediese todas aquellos cosas, sin las cuales no pue-
de estar bien ordenada la naturaleza h u m a n a á su úl-
timo fin, y si no les prohibiese todo cuanto en cual-
quiera manera p u g n a con este fin. L u e g o , no teniendo
la naturaleza h u m a n a esta recta ordenación sino p o r
medio de los deberes del h o m b r e p a r a con Dios, para
consigo mismo y p a r a con los d e m á s h o m b r e s ; Dios,
en virtud de su santidad y providencia, no puede m e -
nos de i m p o n e r los referidos deberes al género h u -
m a n o , y de conceder á los hombres todos aquellos
derechos, sin los cuales no estaría bien dirigida á su
último fin nuestra naturaleza. L o cual equivale á
afirmar que el último f u n d a m e n t o . d e los deberes y
derechos en cuestión y el último principio p a r a adqui-
rir noticia de ellos son los atributos divinos (i).
37.—Contra lo demostrado en esta tesis a r g u y e n
los partidarios de las otras opiniones en esta forma:
1.° L o m i s m o que en la naturaleza h u m a n a debidamen-
te ordenada, se puede poner el criterio de los debe-
res y de los derechos en la razón h u m a n a , ó en la v o -
luntad divina, ó en el culto de Dios. 2 . ° L o s siguientes
principios: Vive socialmente, busca tic utilidad, perfec-
ciónate á tí mismo, son n o r m a s suficientes y seguras
para conocer los deberes y derechos del h o m b r e
3. Sobre todo el p r i m e r o de estos principios basta
0

para toda la jurisprudencia natural. P o r q u e , por una


parte, la moralidad interna pertenece á la Ética; y p o r
otra, los deberes del h o m b r e p a r a con Dios son p r o -

(1) Véase sobre esto el P. Suárez, de Legibus, lib. 2, cap. 6.


n. 8.
- 3 0 -
pios de la Teodicea. L u e g o al Derecho Natural no co-
rresponden sino las acciones externas del h o m b r e ;
p a r a las cuales basta el principio de la socialidad.
4.° P o r lo menos el instinto de la naturaleza, ó el co-
m ú n sentir de las gentes sensatas, ó el imperativo
categórico de K a n t , ó el principio g e n e r a l d é l o s Esco-
lásticos: Obra el bien y evita el mal, deben considerar-
se como criterios últimos del derecho y del deber.
5. Finalmente, ninguna razón h a y para recurrir á los
0

atributos divinos en esta materia. P o r q u e basta saber


que u n a cosa p u g n a ó es conforme con el último fin
de la naturaleza h u m a n a , p a r a conocer que tenemos
el deber de evitarla ó derecho p a r a ejecutarla.
38.—Respuesta.—Á lo primero se responde: i." Que
la razón h u m a n a no es por sí sola fuente de ley a l g u -
na, sino simple pregonera de la ley dada por Dios
( E . 236 y siguientes); y que por lo tanto no es en ma-,
ñera a l g u n a fundamento de deberes ni derechos.
2.' Que la voluntad divina es sí causa eficiente de la
L e y N a t u r a l y de los deberes y derechos á ella consi-
guientes, pero no principio fundamental suyo; p o r q u e
ella m i s m a , para ser justa, debe estar fundada en lo
reclamado por la santidad y sabiduría divinas, que
exigen una ley preceptiva para el h o m b r e . 3 . Que 0

p a r a conocer si tales ó cuales actos del culto divino


son prohibidos, ó m a n d a d o s , ó permitidos por Dios,
es necesario atender á la relación que g u a r d a n con la
buena disposición de la naturaleza h u m a n a ; y por lo
tanto ésta es la que nos debe servir de criterio p r ó -
ximo para el conocimiento de los deberes y derechos,
aun en m a t e r i a de culto divino.
39.—Á lo segundo decimos: i.° Que t o m a d o por
principio fundamental de los deberes y de los dere-
chos el principio de la socialidad, todos los h o m b r e s
estarían obligados á v i v i r siempre en sociedad con
- S i -
los d e m á s ; lo cual es falso. P o r q u e la vida social en
tanto es obligatoria al h o m b r e , en cuanto necesita de
ella p a r a perfeccionarse; y por lo tanto, llegado á un
cierto g r a d o de perfección, por el cual no necesita y a
de la sociedad p a r a conocer á Dios y a m a r l e , no tiene
obligación de p e r m a n e c e r m á s tiempo entre sus se-
mejantes; sino que puede v i v i r vida eremítica, como
lo hicieron en los primeros siglos m u c h o s cristianos.
2. Que la utilidad no puede ser tenida como la
0

n o r m a de los derechos y deberes naturales: a n t e s al


contrario ella debe ser subordinada al deber y á la
honestidad, como lo h e m o s p r o b a d o en la Ética g e -
neral hablando del criterio de la m o r a l i d a d (E. 70 y
siguientes.) 3 . Que la perfección propia y v e r d a d e r a
0

debe obtenerse o b r a n d o en a r m o n í a con los d e m á s


seres racionales que existen en el m u n d o , con el
S e ñ o r de todos ellos, que es Dios, g o b e r n a d o r de
todas las c r i a t u r a s , y con el fin último del h o m b r e .
Todo lo cual lo debemos conocer investigando las
exigencias intrínsecas de la naturaleza h u m a n a y
observando qué es lo que se necesita p a r a que se
halle rectamente dispuesta en orden á Dios, al sujeto
operante y á los d e m á s h o m b r e s .
40.—Á lo tercero respondemos que el Derecho Na-
tural no versa sobre las meras acciones externas con
abstracción absoluta de la moralidad; p o r q u e todas
las acciones del derecho y del deber jurídico son hu-
manas y por lo tant© v e r d a d e r a m e n t e m o r a l e s . Aún
más: el Derecho Natural prohibe los pecados pura-
mente internos, lo m i s m o que los externos, y contiene
en sí los deberes del h o m b r e p a r a con Dios, para
consigo m i s m o y p a r a con los d e m á s . S i el Derecho
Natural no versara sino sobre las acciones p u r a m e n t e
externas, y no tuviera por fin otra cosa que la felici-
dad p u r a m e n t e externa de los ciudadanos, como
— 32 —
quieren los secuaces de Puffendorf; no tendría v i g o r
ni fuerza p a r a nada, no miraría en m a n e r a alguna
al bien m o r a l y á la felicidad eterna y todo él estaría
reducido á p r o c u r a r los bienes pasajeros y caducos
de este m u n d o . V e r d a d e r a m e n t e , el a r g u m e n t o de
estos autores, para u s a r de las enérgicas palabras de
los W i r c e b u r g e n s e s (i), prueba que su jurisprudencia
natural no quiere nada con Dios, autor, conservador,
señor, juez y fin de la naturaleza h u m a n a ; p a r a que
todos tengan completa libertad de cometer pecados
ocultos y nadie espere recompensa a l g u n a en la otra
vida p o r sus buenas obras, ni tema ningún castigo
p o r las malas. P o r q u e la felicidad p u r a m e n t e externa
y mecánica, á que únicamente m i r a su principio de
la socialidad, no tiene que ver con n i n g u n a de estas
cosas. ¿Qué fantasma de Derecho Natural es este? E l
v e r d a d e r o Derecho Natural ordena al h o m b r e , no
sólo con respecto al p r ó j i m o , sino también con res-
pecto á Dios y á sí propio.
4 1 . — Á lo cuarto se responde que, ni el instinto, ni
n i n g ú n otro de los otros criterios allí señalados tiene
las condiciones de verdadero criterio. No el instinto:
p o r q u e él, p a r a m o ser causa de e x t r a v í o s , necesita de
u n a n o r m a racional; y p o r lo tanto no puede ser la
norma ú l t i m a , lo m i s m o que los sentimientos de sim-
patía y antipatía (E. 76 y siguientes.) No el común
sentir de las gentes sensatas: p o r q u e éstas, para f o r m a r
sus juicios, deben fundarse en a l g u n a razón objetiva
que les sirva de n o r m a ó criterio. No el imperativo ca-
tegórico de Kant: i.° P o r q u e el tal imperativo no tiene
fuerza de ley (E. 236 y siguientes) y no descansa
sobre cosa sólida, sino sobre el formalismo subjeti-
vo y ciego refutado en la Lógica (L. 402.) 2.° P o r q u e

(1) Wirceburgenses /. cit. n. 18. Resp. ad inst. 1.


— 33 —
K a n t con el tal principio condena como i n m o r a l
toda acción ejecutada por a m o r de la felicidad e t e r -
na; lo cual es s u m a m e n t e falso (E. 261). 3 . F i n a l -
0

m e n t e , porque dicho principio prescinde p o r com-


pleto de la m o r a l i d a d y no considera las acciones
libres del hombre sino bajo el estéril y vacío aspecto
de su libertad é independencia; como si toda la felici-
dad del hombre en esta vida consintiese en carecer
de obstáculos externos que impiden su acción, y no
en tender con todos sus actos á la posesión del Bien
s u m o reservado para los virtuosos en la otra. No
finalmente el principio generalísimo del bien y del mal.
P o r q u e este principio es ciertamente el primero en
el orden práctico; en cuanto q u e , por razón de su
universalidad s u m a , v a implícitamente afirmado en
todo otro precepto m á s circunscrito, al modo que en
todo juicio del orden especulativo v á envuelto el
principio de contradicción, como enseña sabiamente
S a n t o T o m á s (1). P e r o esto sólo le da el título de p r i -
m e r o en el orden de presuposición y no en el orden de
demostración; lo m i s m o que sucede al principio de con-
tradicción en el orden especulativo. P o r q u e , así como
el principio de contradicción p o r sí solo no sirve p a r a
d e m o s t r a r verdad alguna, por m á s que sea el m á s
universal de todos; de la m i s m a m a n e r a el principio
universalísimo del bien y del mal no nos m u e s t r a por
sí m i s m o la existencia de nuestros deberes y dere-
chos;' sino que p a r a esto es menester considerar
nuestra naturaleza en sus relaciones con Dios, con
el sujeto operante y con los d e m á s h o m b r e s , y verla
aptamente ordenada p a r a la consecución de su últi-
m o fin. A h o r a bien; esta consideración no nos la s u -
ministra sino el principio p o r nosotros establecido.

(1) S. Tomas, Summ. Theol. 1. 2. q. 94, art. 2.


Etica especial. 3
- 3 4 -
L u e g o él y no otro es el verdadero principio p r ó x i m o
p a r a conocer los deberes y derechos naturales del
hombre.
4 2 — Á lo quinto finalmente respondemos que la
sola consideración de la naturaleza h u m a n a no nos
descubre sino las cosas de que ella necesita p a r a
tender ordenadamente hacia su último fin. L o cual
no basta p a r a conocer el fundamento absolutamente
último de la L e y N a t u r a l . P o r q u e este fundamento
no se encuentra sino en los divinos atributos; en
v i r t u d de los cuales el Criador, á fuer de g o b e r n a d o r
santísimo y sapientísimo, no puede menos de i m p o -
ner al h o m b r e los deberes y concederle los derechos
que para estar bien ordenada su naturaleza le son
necesarios.

CAPÍTULO II.
D e los deberes y derechos individuales.

43.—Deberes y derechos individuales son aquellos


que corresponden á cada individuo del género humano
por razón de su propia persona ó de los actos por él
ejercidos, ora lo consideremos puesto en sociedad con
oíros hombres, ora aislado y separado de todo consorcio
humano. L a división que naturalmente se nos ofrece,
como la m á s acomodada p a r a hablar de esta clase de
deberes y derechos, es la que resulta de considerar
al hombre en sus relaciones con Dios, consigo m i s m o
y con los demás h o m b r e s . Dividiremos pues el pre-
sente capítulo en tres artículos; el p r i m e r o de los
cuales v e r s a r á sobre los deberes del h o m b r e para
- 3 5 -
con Dios, el segundo sobre los deberes del h o m b r e
p a r a consigo m i s m o y el tercero sobre los deberes y
derechos del h o m b r e para con sus semejantes.

A R T Í C U L O PRIMERO.

Deberes del hombre para con Dios.

44.—Encabezamos en esta f o r m a el presente a r -


tículo, p o r q u e el h o m b r e no puede tener derechos
rigurosos y propiamente dichos para con Dios. E l
h o m b r e en efecto es, p o r su intrínseca condición de
criatura, esencialmente siervo de Dios; y Dios por lo
tanto tiene sobre él y sobre todas las cosas dominio
plenísimo y absolutísimo, m u c h o m á s pleno y abso-
luto que el que puede tener un artífice h u m a n o sobre
todas las cosas fabricadas con su arte. A h o r a bien,
con este dominio plenísimo y absolutísimo no es com-
patible derecho alguno estricto y r i g u r o s o en el h o m -
bre p a r a con su Criador y S e ñ o r (1). L u e g o en el
h o m b r e con respecto á Dios no existen sino deberes.
Estos deberes los podemos dividir p a r a m a y o r clari-
dad en dos clases, á saber; en teológicos y morales.
De ellos hablaremos en los dos párrafos siguientes, á
los cuales a ñ a d i r e m o s otro tercero relativo al indife-
rentismo religioso.

§ I . — D E B E R E S TEOLÓGICOS.

4 5 . — L l á m a n s e deberes teológicos aquellos, cuyas


acciones tienen por objeto propio y directo á Dios mismo.
Estas acciones son hechas, ora por el entendimiento,

(1) Véase el P. L u g o en el Tratado de Incarnalione, disp. 3,


sect. 1.
- 3 6 -
ora por la voluntad. Con las p r i m e r a s nos unimos á
Dios, como á fuente de toda verdad; con las s e g u n d a s ,
como á fuente de todo bien. E s t a s últimas son de dos
m a n e r a s . P o r q u e ó a m a m o s con ellas á Dios como á
Bien s u m o por su bondad absoluta y prescindiendo
de los beneficios que á nosotros nos dispensa, ó por
su bondad relativa y en razón de su aptitud para dar-
nos de sus bienes y hacernos felices. De a q u í las tres
clases de deberes teológicos, que i n c u m b e n á todos y
cada uno de los h o m b r e s , á saber; el deber de creer ó
tener p o r cierto y v e r d a d e r o todo cuanto se digne
Dios revelarnos; el de amarle con amor de benevolencia
p o r razón de su bondad absoluta y buena para si mis-
mo; y el de amarle con amor de concupiscencia por
razón de su bondad relativa y buena para nosotros.
46.—El a m o r de concupiscencia mencionado da
origen en nosotros al deseo de p o s e e r á Dios, en quien
toda nuestra felicidad descansa (E. 192), y á la espe-
ranza firme de obtener de él tanto los medios necesa-
rios y convenientes p a r a poder llegar á su posesión,
como esta posesión m i s m a , si nosotros no nos hace-
m o s indignos de ella m u r i e n d o en pecado y reos de
castigo eterno (E. 253 y siguientes). Con el a m o r de
benevolencia nos complacemos así en su bondad in-
trínseca y en sus soberanas perfecciones, queriéndolas
p a r a él m i s m o , como en la gloria externa que le re-
sulta de ser conocido y a m a d o de sus criaturas.
L a existencia de estos tres deberes ninguna perso-
na sensata la puede poner en d u d a . Sin e m b a r g o ,
p a r a evidenciarla filosóficamente, d e m o s t r a r e m o s la
siguiente
— 37 —

PROPOSICIÓN.

Todo hombre está naturalmente obligado á creer á Dios,


cuando le consta con certeza la existencia de su re-
velación divina, á esperar en él, y á amarle
sobre todas las cosas.

47.—Prueba de la i."p.—La obligación de c r e e r á


Dios cuando consta con certeza la existencia de su
revelación divina y a queda d e m o n s t r a d a en la Lógica
(L. 522). Á ella remitimos al lector.
48.—Prueba de la 2." p.—1.° E l h o m b r e está obligado
por deber de la naturaleza á tender con sus actos li-
bres á s u último fin y bienaventuranza s u m a , que es
Dios. Puesto que p a r a esto ha sido criado p o r Dios, y
esto por consiguiente es lo que pide el orden y a r m o -
nía del Universo. E s así que no puede poner en p r á c -
tica esta tendencia, sin tener esperanza firme de que
p o r parte de D i o s n o le faltarán ni los medios necesa-
rios p a r a poseer este fin, ni la posesión misma. Puesto
que sin ella la posesión del último fin se presenta
como imposible, y n i n g u n o puede d a r pasos p a r a al-
canzar u n a cosa que considera como imposible de
conseguirse. L u e g o todo h o m b r e , mientras se halla
en esta vida, tiene obligación de e s p e r a r e n Dios; pues
el esperar en Dios no significa otra cosa que a m a r á
Dios como objeto de su felicidad, desear poseerlo y
tener la firme esperanza de que por parte de Dios no
q u e d a r á defraudado el tal deseo.
49.—2. En tanto podría alguno no estar obligado
0

á tener la esperanza mencionada, en cuanto le cons-


tase que Dios carece de intención seria y v e r d a d e r a
de darle la posesión de su último fin, aunque la m e -
rezca, ó los medios suficientes para merecerla. P o r q u e
en toda otra hipótesis la falta de esperanza en Dios
sería una ofensa g r a n d í s i m a cometida contra su di-
vina bondad é infinita sabiduría; en virtud de las
cuales Dios d e r r a m a sus dones sobre todas las cria-
t u r a s y , en cuanto está de su p a r t e , intenta con ellos
hacerlas felices, según la capacidad y cooperación de
cada una. E s así que n i n g u n a de estas dos cosas pue-
den faltar á Dios. No la primera; porque Dios, como
sabio y justo r e m u n e r a d o r de los h o m b r e s , da á cada
u n o de ellos al fin de la presente vida la corona de
gloria que con sus buenas obras se ha merecido
(E. 253). No la segunda; porque Dios, en v i r t u d de su
providencia y g o b i e r n o santísimo, da á cada hombre
todos aquellos medios que le son necesarios p a r a la
consecución de su último fin (T. 300). L u e g o . . .
50.—Prueba de la 3. p.—Todo h o m b r e está obliga-
a

do por la L e y N a t u r a l á q u e r e r para Dios un bien ob-


jetivamente m a y o r que el que á todas las criaturas
corresponde; cual es el de sus divinas perfecciones y
el de la gloría e x t e r n a , que le resulta y debe resultar
de la manifestación de estas mismas' perfecciones.
P o r q u e estos bienes son propiedades s u y a s , y todo el
m u n d o está obligado por la L e y Natural á respetar
la propiedad de cada uno, queriendo que sea s u y a ,
mientras deba serlo. A d e m á s , todo h o m b r e está na-
turalmente obligado á a m a r á Dios con a m o r de apre-
ciación de tal suerte, que prefiera verse privado de
todas las cosas antes que perder con alguna ofensa
g r a v e su a m o r santísimo. P o r q u e la recta razón exi-
g e que, en el orden de los bienes, a m e m o s sobre todos
los demás al Bien S u m o , dándole la preferencia sobre
todos ellos, como él se la merece. L u e g o todo, h o m -
bre está obligado á a m a r á Dios sobre todas las cosas
p o r razón de su bondad intrínseca y absoluta.
§ II.—DEBERES MORALES.

51.—Deberes morales p a r a con Dios son aquellos,


cuyas acciones tienen por objeto indirecto á Dios; razón
por la cual pueden ser llamados teológico-morales. L a s
acciones de estos deberes versan directamente sobre
cosas distintas de Dios; pero son ordenadas á él como
á su propio fin, y p o r lo tanto tienen á Dios p o r ob-
jeto indirecto.
T o d a s las acciones m a n d a d a s ó prohibidas por la
L e y Natural y aun por toda ley positiva legítima y
justa tienen este respecto á Dios, que es nuestro su-
perior absoluto y legítimamente exige de nosotros
sumisión y obediencia. P o r consiguiente, los deberes
morales del hombre p a r a con Dios se extienden tanto
como la misma L e y N a t u r a l . S i n e m b a r g o , los que
más nos importa estudiar, son los pertenecientes á la
virtud de la Religión; y a p o r q u e la obligación de dar
culto á Dios es de las más principales, y a también
porque en estos tiempos de irreligión y de indiferen-
tismo es menester inculcar m á s que nunca el cum-
plimiento de los deberes religiosos.
52.—La virtud de la Religión es aquel hábito bueno
que inclina al hombre á rendir á su Criador, como d
principio de todas las cosas, el culto que le es debido.
P o r consiguiente, la materia sobre qne versa la virtud
mencionada, ó sea su objeto material, es el culto de-
bido á Dios. E l objeto formal es la honestidad intrínseca
de este culto: el objeto indirecto finalmente, ó sea el
término á que se refieren los actos de la v i r t u d sobre-
dicha como á su propio fin, es Dios, p r i m e r principio
de todas las cosas y Ser p o r lo tanto superior en ex-
celencia á todos los d e m á s seres.
— 40 —
53-—Entiéndese p o r culto el acto de honor con que
damos testimonio de la divina excelencia y con que confe-
samos la superioridad de Dios sobre todas las criaturas.
P o r donde en el acto de Religión, como observa sabia-
mente S a n t o T o m á s (i), va envuelta la testificación, no
solo de la excelencia divina, sino también de nuestra
pequenez y dependencia del C r i a d o r . P o r q u e , rindien-
do á Dios el testimonio de h o n o r que se le debe como
á p r i m e r principio de todas las cosas, confesamos i m -
plícitamente que nosotros, p o r ser criaturas s u y a s ,
estamos sujetos á él y le debemos esta reverencia.
54.—El culto se divide en interno y externo. Con el
interno reconocemos interiormente en nuestro ánimo la
divina excelencia y nuestra sujeción respecto de Dios.
Con el externo manijestamos al exterior por medio de
signos sensibles los actos interiores que se hallan encerra-
dos en el culto interno. Estos signos exteriores son ó la
p a l a b r a , ó las actitudes del cuerpo a c o m o d a d a s al
efecto, ó los objetos materiales escogidos p o r los hom-
bres p a r a este fin de hacer sensible la testificación so-
bredicha.
55.—El deber de d a r culto á Dios lo niegan en p r i -
m e r l u g a r los Materialistas, los Ateos y los Panteistas;
los cuales en esto proceden lógicamente, pues sus ab-
s u r d o s sistemas se hallan en p u g n a abierta con todo
género de culto. A d e m á s , entre los enemigos del culto
debemos también contar á los Deístas; pues, quitando
á Dios su providencia, van juntamente contra toda
acción religiosa que tienda á testificarla. E n t r e los
Deístas a l g u n o s niegan solamente el deber del culto
externo; pero otros van contra todo culto, tanto in-
terno como externo. Sin e m b a r g o el deber de uno y
otro culto es manifiesto, como se v e r á en la siguiente

(1) S . Tomás, 2. 2. q. 8 1 , art. 3 , ad 2:


— i —
4

PROPOSICIÓN.

JEl hombre está naturalmente obligado á dar á Dios


culto no solo interno, sino también externo.

56.—Prueba de la i . p.—1.° Damos culto á Dios,


a

cuando nos sometemos voluntariamente á él en razón


de su s u m a excelencia; p o r q u e entonces confesamos
de palabra ó de hecho que él es el S e r m á s excelente
de todos los seres y el S e ñ o r de todo lo criado. E s así
que por la L e y N a t u r a l estamos obligados á someter-
nos á él en la m a n e r a dicha; porque Dios es nuestro
Criador y S e ñ o r , y como tal, no puede m e n o s de que-
r e r y m a n d a r n o s que reconozcamos v o l u n t a r i a m e n t e
este su señorío. L u e g o tenemos obligación natural de
d a r culto á Dios.
57.—2. E l h o m b r e está obligado á reconocer y con-
0

fesar que todo viene de Dios y que Dios con su sapien-


tísima providencia gobierna todas las cosas y las diri-
ge á sus propios fines. Puesto que una y otra v e r d a d
son manifiestas; y por lo tanto el no q u e r e r l a s confe-
sar equivaldría á negarlas ó á desear que no existie-
sen, lo cual es u n a g r a n d e ofensa contra el Criador.
A d e m á s , por la m i s m a L e y Natural está obligado á
mostrarse a g r a d e c i d o á su divino Hacedor, á poner
en él su confianza para la consecución de su último
fin, á dirigirse á él con sus actos libres y honestos
como á su Bien s u m o , en que está cifrada su bienaven-
turanza, á a m a r l e sobre todas las cosas, prefirien-
do antes perderlas todas que ofenderle, á reverenciar-
le como á P a d r e , á h o n r a r l e como á R e y , á servirle
como á S e ñ o r y J u e z , etc. E s así que. todos estos son
actos de v e r d a d e r o culto, pertenecientes á la virtud
4 - 2 -
de la Religión. L u e g o el h o m b r e está naturalmente
obligado á dar culto á Dios.
58.—3. E s t o m i s m o se demuestra por el testimonio
0

del sentido c o m ú n ; el cual es fuente infalible de ver-


dad en esta clase de m a t e r i a s , cuando se halla dotado
de los caracteres de universalidad y constancia que
aquí tiene (L. 551). P o r q u e la naturaleza h u m a n a da
este testimonio: i.° en el grito espontáneo y unánime
con que todos los hombres instintivamente se vuelven
á Dios en todo accidente g r a v e y repentino, que pone
en peligro su vida; razón por la cual lo llamaba sabia-
mente T e r t u l i a n o testimonio del alma naturalmente
cristiana (1): 2.° en los sacrificios con que todos los pue-
blos de todos los tiempos y lugares han h o n r a d o siem-
pre á la Divinidad: 3 . en los templos y altares que es-
0

tos m i s m o s pueblos han erigido s i e m p r e á los que


tenían por dioses; de forma que podemos justamente
repetir aquellas palabras de Plutarco: «Si recorres las
tierras, podrás hallar ciudades sin m u r o s , sin letras,
sin reyes, sin casas, sin riquezas, sin m o n e d a , sin
g i m n a s i o s , sin teatros: pero una ciudad sin templos
ni plegarias, donde no se h a g a uso ni del j u r a m e n -
to, ni de los oráculos, que no ofrezca sacrificios p a r a
alcanzar algunos bienes ó p a r a librarse de los males,
no la ha visto nadie nunca. Más fácilmente se p o d r á
levantar una ciudad sobre el aire y sin suelo, que no
reunirse los hombres en sociedad ó p e r m a n e c e r en
ella sin religión alguna (2):» 4. en el uso perpetuo de
0

(1) O testimonium animée naturaliter Christianas (Tertuliano


Apolog. cap. 7).
(2) «Si terras obeas, invenire possis urbes muris, litteris,
regibus, domibus, opibus, numismate carentes, gymnasiorum
et theatrorum nescias; urbem templis, diisque carentem, quœ
precibus, jurejurando, oráculo non utatur, non bonorum causa
—43 —
iodos los legisladores antiguos, los cuales recurrieron
al auxilio de la Religión p a r a d a r fuerza y eficacia á
sus leyes, pues esto es lo que hicieron A m á s i s entre
los Egipcios, Zoroastro entre los P e r s a s , Radarnanto
y Minos entre los Cretenses, Triptolemo entre los Ate-
nienses, P i t á g o r a s entre los Crotoniatas, Zaleuco en-
tre los Locrenses, L i c u r g o entre los Lacedemonios,
R ó m u l o y N u m a entre los R o m a n o s , etc.: 5. final-
0

mente en la misma conducta de los impíos; los cuales,


aunque odian la Religión y quisieran verla aniquila-
da en todo el m u n d o , hablan sin e m b a r g o á cada p a -
so de esta materia, sin atreverse d ir totalmente contra
el sentido unánime del g é n e r o h u m a n o , y contentán-
dose tan sólo con falsear en lo que pueden la idea de
la Religión v e r d a d e r a . L u e g o etc.
59.—Prueba de la 2. p.—1,° E l culto á que estamos
a

obligados, según lo que acabamos de demostrar, debe


ser p o r lo menos interno. P o r q u e el culto p u r a m e n t e
externo, sin ánimo de significar con él la excelencia y
la dependencia que todos tenemos de Dios como de
nuestro p r i m e r Principio y último F i n , no es culto
v e r d a d e r o sino mera apariencia de culto, una ficción y
?

pura hipocresía; y la obligación que tenemos de d a r


culto á Dios, es la de honrarle con culto v e r d a d e r o y
no fingido. L u e g o es evidente que tenemos obligación
de tributar á Dios culto interno.
60.—2.° Damos á Dios culto interno cuando nos so-
metemos voluntariamente á él por razón de su divina
excelencia; puesto que entonces nuestro entendimien-
to, movido libremente por la v o l u n t a d , reconoce la

sacriftcet, non mala sacris avertere nitatur, nemo umquam vidit.


Sed facilius urbem condi solo posse puto, quam, religione et
diispenitus sublata, civitatem eoireaut constare (Plutarco, con-
tra Colotes Epicureo).»
— 44—
excelencia dicha y confiesa humildemente la depen-
dencia que todos tenemos del C r i a d o r , como de nues-
tro p r i m e r principio. E s así que, p o r lo dicho en la
p r i m e r a parte de esta tesis, tenemos obligación natural
de someternos voluntariamente á Dios por su divina
excelencia. L u e g o etc.
6 1 . — P r u e b a de la y."p.—1.° No solo la parte racio-
nal del h o m b r e , sino todo el compuesto con todos sus
m i e m b r o s y potencias es esencialmente de Dios y cria-
t u r a s u y a . L u e g o no solo en el espíritu, sino también
en todos sus movimientos y potencias está obligado
el h o m b r e á reconocerse dependiente suyo y á some-
terse á él, cumpliendo sus soberanos preceptos. P o r -
que la razón dicta que en todo su ser m u e s t r e libre-
mente la dependencia que le es esencial, para que
todo su ser esté sujeto y ordenado á Dios en la m a n e -
ra que corresponde al h o m b r e , ó sea con un modo de
sujeción racional y libre. E s así qué la significación de
esta dependencia, ejecutada por el cuerpo é i m p e r a d a
p o r la voluntad, es un v e r d a d e r o culto externo. P o r -
que el acto i m p e r a n t e con el i m p e r a d o constituye un
iodo moral (E. <¡o); y por lo tanto la significación di-
cha es un acto de culto interno manifestado á lo e x -
terior, ó sea un acto de culto externo. L u e g o el h o m -
bre está naturalmente obligado á tributar á Dios el
culto dicho.
62.—2. E l h o m b r e , no solo como individuo, sino
0

también como m i e m b r o de las sociedades política y


doméstica, está obligado á d a r culto á Dios, como se
p r o b a r á más adelante. E s así que como miembro de
la sociedad no puede dar otro culto á Dios que el ex-
terno. P o r q u e las acciones de un m i e m b r o social, en
cuanto tal, no pueden ser sino sociales y por lo tanto
externas, como ejecutadas de m a n c o m ú n por los dife-
rentes miembros de la sociedad. L u e g o etc.
—45 —
63.—3-° E n tanto no debería estar el hombre obli-
g a d o al culto externo, en cuanto que lo exterior del
culto impidiese á lo interior sirviendo de obstáculo
para la virtud. P o r q u e la naturaleza nos lleva á todos
espontáneamente con g r a n fuerza á manifestar á lo
exterior nuestros pensamientos y afectos internos,
siempre que de ello no se nos sigue algún perjuicio;
y por lo tanto, no existiendo éste, no h a y razón a l g u -
na p a r a que no tributemos culto en todo nuestro s e r ,
como reclama de nosotros la ley de la naturaleza. E s
así que, lejos de causar perjuicio al culto interno el
externo, le a y u d a por el contrario g r a n d e m e n t e ,
como consta tanto por la razón como por la experien-
cia. Por la razón: p o r q u e el h o m b r e es un ser c o m -
puesto de alma y cuerpo; y por lo tanto, en virtud de
la conexión íntima que tienen todas sus potencias es-
pirituales y sensitivas, los actos de estas segundas
contribuyen en g r a n m a n e r a á la producción de los
de las p r i m e r a s . Por la experiencia; p o r q u e cada uno
puede e x p e r i m e n t a r en sí m i s m o que las manifesta-
ciones externas del culto, como son la música sagrada,
las funciones religiosas celebradas con p o m p a , majes-
tad, y d i g n i d a d , el tomar una postura humilde y reve-
rente para o r a r , etc., a y u d a n m u c h o para que la ac-
ción interior se h a g a con m á s intensidad, con m á s
devoción, con m á s deleite y con más perseverancia.
S i á alguno ofenden estas cosas exteriores; es p o r q u e
no tiene lo i n t e r i o r , ó sea porque no le a g r a d a nin-
g ú n g é n e r o de culto, porque es un indiferentista ó un
impío. L u e g o etc.
64.—Dicen los enemigos del culto: ¿Para qué quiere
Dios nuestro culto? Ninguna utilidad le podemos pro-
porcionar con él. L u e g o es u n a necedad pensar que
lo exige de nosotros siendo una cosa completamente
inúltil p a r a su felicidad.
- 6-
4

65.—Respuesta. i.° Con este a r g u m e n t o se p r u e b a


i g u a l m e n t e que no estamos obligados á obedecer á
Dios en n a d a , ni á g u a r d a r ningún precepto de la Ley-
Natural, p o r q u e con tales acciones no p o d e m o s p r o -
porcionar á Dios utilidad a l g u n a . Mas, como esto es
soberanamente a b s u r d o , el tal a r g u m e n t o es de ningún
valor, p o r aquello de que lo que prueba demasiado, no
prueba nada (L. 250). 2. L a razón de estar los hombres
0

obligados á d a r culto á Dios, no se funda en la utili-


dad que con esto le p o d a m o s ocasionar, sino en la
condición intrínseca d é l a naturaleza h u m a n a : la cual,
p o r ser finita y creada, es esencialmente dependiente
de Dios; y por ser racional, debe manifestar esta su
dependencia en una m a n e r a también racional, ó sea
con actos del entendimiento libremente i m p e r a d o s
por la v o l u n t a d .
66.—Replican los m i s m o s adversarios: Al m e n o s
el culto externo es absolutamente inútil. P o r q u e
p a r a manifestar á Dios nuestros sentimientos in-
ternos, no necesitamos de acciones exteriores; bás-
tanos el habla interior que ejercemos con el entendi-
miento.
67.—Respuesta.—La necesidad del culto externo no
proviene de que sin él no p o d a m o s manifestar á Dios
nuestros sentimientos, sino de que la naturaleza h u -
m a n a está compuesta de cuerpo y a l m a , y por lo tan-
to en ambos elementos debe m o s t r a r de una m a n e r a
racional y libre la dependencia esencial que tiene con
respecto á su C r i a d o r .
6 8 . — E S C O L I O . — T a n t o el culto interno como el ex-
terno comprenden diversos actos. E n t r e los internos
los principales son la oración y la devoción; entre los
e x t e r n o s , la oblación y el sacrificio. L a oración suele
definirse: La manifestación de nuestro deseo delante de
Dios. L a oración es un acto libremente imperado p o r
- 4 7 -
la voluntad; p o r q u e libremente o r a m o s , s i e m p r e q u é
manifestamos á Dios nuestros deseos. Pero la poten-
cia que la ejerce, es la inteligencia; porque el habla
interior, en que consiste la oración, es un acto racio-
nal, que versa sobre la verdad y por lo tanto perte-
nece al entendimiento. L a oración la hacemos, no
para que Dios conozca necesidad alguna nuestra qué
antes i g n o r a s e , sino p a r a moverle con el reconoci-
miento de nuestra pobreza y de su riqueza á que nos
conceda lo que le pedimos.
E n t r e los Racionalistas es m u y frecuente atacar la
oración como contraria á la naturaleza divina. P o r -
que, según ellos, Dios independientemente de nues-
tros ruegos y a lo ha arreglado todo en el m u n d o ; y
por consecuencia pedirle que nos conceda algún fa-
vor, es r o g a r l e que m u d e sus divinos decretos. Pero
tanto la razón como el sentido común del género
h u m a n o reprueban t a m a ñ o error. L a primera nos
dice que Dios tiene una providencia especial sobre
sus criaturas racionales y que éstas por consiguiente
hacen m u y bien en r e c u r r i r á él en sus necesidades
por medio de la oración, como acuden los subditos á
su soberano pidiéndole socorro y mercedes. E l se-
gundo nos amonesta que la inclinación á pedir mer-
cedes á la Divinidad es tan innata, tan espontánea,
tan universal y tan perenne entre los h o m b r e s como
la creencia en la Divinidad m i s m a . Ni orando pe-
dimos á Dios que m u d e sus decretos; antes lo que
h a c e m o s , es realizar el plan de su santísima provi-
dencia. P o r q u e Dios, al decretar la existencia de
ciertos efectos, ha decretado juntamente que no sé
realice sino mediante el influjo moral de nuestras
oraciones. Véase lo que sobre esto decimos en nues-
tra obra «La Religión Católica etc.», cap. XVII, pá-
gina 339 y siguientes.
- 4 8 -
69.—La palabra devoción se suele t o m a r en dos sen-
tidos. E n el primero significa la oblación completa que
hace el hombre de si mismo á Dios, entregándose total-
mente á su divino servicio; al modo que de un vasallo
se dice que está á la devoción de su príncipe, cuando
se entrega á su servicio de una m a n e r a particular.
E s t a oblación completa puede hacerse con voto, como
sucede entre los religiosos, ó sin él, como se verifica
entre otras m u c h a s personas no obligadas con voto.
E n el segundo equivale á la prontitud de ánimo con
que alguno está dispuesto á hacer la santísima voluntad
de Dios. Esta prontitud consiste, en cierto afecto abso-
luto y deliberado de la voluntad, en v i r t u d del cual el
h o m b r e verdaderamente devoto se halla firmemente
resuelto á vencer toda clase de obstáculos que se
opongan al divino servicio. No está por consiguiente
la devoción, propiamente h a b l a n d o , en las prácticas
de piedad, sino en la determinación firme y resuelta
de la voluntad de hacer estas prácticas y todo lo
concerniente al servicio divino sin flojedad ni negli-
gencia. Ni se necesita p a r a ser devoto sentir afectos
suaves y agradables en la parte sensitiva, a u n q u e esto
a y u d a no poco á la devoción; sino que basta tener
la firmeza de voluntad dicha. P o r aquí se entenderá
que el ser devoto no es una cosa despreciable, como
m u c h o s suelen afirmar neciamente; sino d i g n a de
s u m a alabanza, como que no puede hallarse sino en
el que es sólidamente virtuoso.

70.—La oblación es aquel acto de culto externo con


que ofrecemos á Dios algo de nuestros bienes sensibles
en testimonio de nuestra sumisión y de su divina exce-
lencia. E n t r e las diversas clases de oblación la que
tiene el p r i m e r l u g a r , es el sacrificio; el cual es la
oblación de una cosa sensible, con alguna inmutación
suya, hecha á Dios por el sacerdote legitimo en testimo-
-49 —
nio del dominio absoluto que tiene sobre todas sus cria-
turas. P o r consiguiente, el sacrificio no puede ser
ofrecido sino á sólo Dios; porque sólo él es el que tiene
este dominio absoluto. L a obligación de ofrecer á
Dios algún género de sacrificio, según Santo T o -
m á s (i), es de derecho natural. Otros sin e m b a r g o ,
entre los cuales se halla el P. S u á r e z (2), opinan que
no es de estricto derecho natural-sino de derecho na-
tural lato, llamado Derecho de gentes. P o r q u e , a u n q u e
es m u y conforme á la naturaleza h u m a n a y p o r eso
n i n g u n a clase de gentes ha dejado de emplearlo; pero
los hombres tienen otros actos diferentes del sacri-
ficio con que pueden reconocer la divina excelencia y
cumplir con la obligación que á todos incumbe de
servirle; y así no parece que por la L e y Natural estén
obligados á éste precisamente.

§ I I I . — A B S U R D I D A D D E L INDIFERENTISMO
EN MATERIA D E R E L I G I Ó N .

7 1 . — L a palabra Religión se suele tomar en tres


sentidos: 1.° por la virtud de la Religión, la cual y a
queda definida m á s arriba (52); 2. por los actos del
0

culto á que inclina la virtud dicha; 3." por la colección


de los deberes del hombre para con Dios juntamente con
la práctica de los mismos. Este último sentido es el que
tiene en la presente cuestión. L a Religión así conside-
r a d a se divide en natural y positiva. L a n a t u r a l consta
de solos deberes naturales (8); la positiva de los natu-
rales y de los libremente añadidos á ellos por a l g u n a
autoridad legítima.

(1) S. Tomas, Summ. Theol., 2.2. q. 85, art. 1.


(2) Suárez, De Religione, Tract. II. lib. 1, cap. 3 , n, 3.
Ética especial. 4
- 5 0 - •
7 - — L a s Religiones positivas existentes en el m u n -
2

do son m u c h a s ; pero sólo una de ellas puede ser


verdadera. L a razón es clara: porque todas ellas p u g -
nan entre sí por razón de las doctrinas religiosas que
encierran, y entre las doctrinas p u g n a n t e s sólo u n a
puede ser v e r d a d e r a (L. 185-186). P a r a que una Reli-
gión positiva sea verdadera, es preciso que no con-
tenga nada contrario, ni á la L e y natural, ni a l a sana
razón; y además, que todos sus preceptos positivos
procedan de u n a a u t o r i d a d legítima en la m a t e r i a .
L a razón de todo esto es evidente: p o r q u e lo que es
contrario á la L e y Natural, está reprobado p o r Dios;
lo que p u g n a con la sana razón, es falso; y lo que
procede de una autoridad ilegítima, es nulo en m a t e -
ria de obligación. E n t r e todas las Religiones positivas
sólo la Católica llena estas condiciones, como se de-
m u e s t r a en Teología; y p o r lo tanto sólo ella puede
ser v e r d a d e r a . Y que lo sea en efecto, consta con cer-
teza por el hecho indubitable de haber sido revelada
sobrenaturalmente p o r Dios á los h o m b r e s , como
también se d e m u e s t r a en Teología (1).
73.—Indiferentes en materia de Religión se llaman
aquellos, según los cuales todas las Religiones son igual-
mente aptas para conseguir la suprema bienaventuranza
ó salvación eterna. E n t r e ellos unos lo son rígidos y
enseñan que con cualquiera religión absolutamente,
por imperfecta que sea, puede uno ser salvo; p o r q u e
la esencia de la Religión, según ellos, no consiste sino
en tener algún afecto de a m o r y benevolencia á la Di-
vinidad, sea cual fuere el modo imperfecto ó falso con
que el hombre conciba á Dios. P o r donde, según esta

(1) Sobre la divinidad de la Religion Católica puede consul-


tarse lo que tenemos publicado en los capítulos V I y X X X I I de
nuestra obra «La Religion Católica etc.»
doctrina, p a r a poder salvarse, no es necesario cono-
cer ni siquiera la unidad de Dios, y aun los idólatras
m á s ignorantes están en via de salvación por esta
p a r t e . Esto es lo que sostienen los indiferentistas rí-
gidos: pero a d e m á s de ellos, hay otros más benignos;
los cuales piensan que p a r a salvarse, es necesario
abrazar la Religión cristiana; y su indiferentismo lo
encierran dentro de esta Religión, diciendo que p a r a
salvarse basta profesar el Cristianismo en una forma
cualquiera de las que presenta en las diferentes co-
muniones ó sectas, siendo católico entre los católicos,
luterano ó calvinista entre los luteranos ó calvinistas,
etcétera; p o r q u e en todas las comuniones se tiene lo
sustancial de la Religión cristiana, que es a m a r á
Cristo. Cuan falsa y absurda sea la doctrina de u n o s
y otros indiferentistas se verá en las proposiciones si-
guientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

El hombre no es libre en escoger la Religión que más le


agrada; 'sino que para conseguir su último fin debe
inquirir cuál sea la verdadera y abrazarla.

74.—Demostración.—1.° Si para conseguir su último


fin fuera lícito á cada uno escoger la Religión que
m á s le a g r a d a s e , sin m i r a r cuál sea la v e r d a d e r a , Dios
igual amor mostraría al error y al vicio que á la v e r -
dad y á la virtud. P o r q u e lo mismo recompensaría
con la posesión del último fin á los que profesasen
una religión llena de errores y de doctrinas inmorales
que á los que siguen otra pura é inmaculada en todas
sus partes. E s así que Dios no puede m o s t r a r un a m o r
de esta especie; porque de lo contrario sería un Dios
monstruoso, destituido del atributo divinísimo de la
- 5 * -
santidad, é inferior en perfección á todo g o b e r n a d o r
h u m a n o , que quiera g o b e r n a r con prudencia á sus
subditos. L u e g o al h o m b r e no es lícito escoger la R e -
ligión que m á s le a g r a d e ; sino que, p a r a poder con-
s e g u i r su último fin, debe inquirir cuál sea la v e r d a -
dera y abrazarla.
75.—2.° L a doctrina contraria de los indiferentistas
se funda en el absurdo y ateístico principio que quita
toda diferencia intrínseca entre el bien y el m a l ; pues
sólo en la a b s u r d a hipótesis de que la bondad y la
malicia de las acciones h u m a n a s depende totalmente
de los usos y costumbres de los pueblos puede ser ver-
dad que el h o m b r e , p a r a salvarse, no esté obligado á
inquirir y abrazar la Religión verdadera. Es así que lo
que tiene p o r fundamento á una cosa absurda y atea,
es también absurdo y ateo como el m i s m o fundamen-
to. L u e g o lá tal doctrina es falsa y atea; y p o r lo tanto,
p a r a poderse salvar, es preciso i n q u i r i r la Religión
v e r d a d e r a y abrazarla.
76.—3. P a r a a g r a d a r á Dios y conseguir como p r e -
0

mio de nuestros servicios el último fin, no basta que


le obsequiemos de cualquier m o d o ; sino es necesario
que le obsequiemos en la manera que á él le agrada,
P o r q u e él no puede recompensar los Servicios que no
recibe como tales. E s así que á Dios no pueden a g r a -
dar toda clase de cultos sino tan solo los aprobados
por la razón, ó sea aquellos en que no se ve n i n g u n a
inhonestidad, ni por parte del culto m i s m o , ni por
parte de la doctrina religiosa que le sirve de dirección
y n o r m a . L u e g o p a r a poderse salvar, es preciso in-
quirir cuál sea la Religión v e r d a d e r a y abrazarla des-
p u é s de conocida.
77.—4. Cuando Dios determina y ordena el modo
0

con que quiere ser servido; para que puedan los h o m -


bres conseguir su último fin, deben honrarle de esta
- 5 3 -
y no otra m a n e r a , so pena de abrazarse con la conde-
nación eterna. E s así que Dios ha manifestado á los
h o m b r e s que quiere ser honrado err la m a n e r a ense-
ñada p o r Nuestro S e ñ o r Jesucristo. P o r q u e la misión
divina de Nuestro S e ñ o r Jesucristo para fundar en el
m u n d o su Religión, es un hecho comprobado con a r -
gumentos certísimos é irrefragables; y Nuestro S e ñ o r
Jesucristo nos dice expresamente que quien no quiere
creer lo enseñado por él profesando su Religión san-
tísima será privado de la felicidad eterna (i). L u e g o ,
etcétera.
78.—5.° Si en cualquiera Religión se pudiera uno
salvar, hubiera sido m u y necia la conducta de Nues-
tro Señor Jesucristo y de sus Apóstoles en sufrir tan-
tos trabajos y la m i s m a m u e r t e para establecer en el
m u n d o u n a Religión, que no era necesaria para la
bienaventuranza eterna. Y esta necedad hubiera sido
tanto m á s g r a n d e , cuanto que Jesucristo y sus A p ó s -
toles, p a r a persuadir á los hombres su Religión, se la
anunciaban como necesaria para salvarse y en p r u e -
ba de ello dieron sus vidas entre los tormentos m á s
atroces. E s así que tal necedad nadie puede atribuir
ni á Jesucristo ni á sus Apóstoles, por ser el p r i m e r o
Hijo de Dios y los segundos enviados suyos que prue-
ban su divina misión con su virtud t a u m a t ú r g i c a , en-
t e r a m e n t e divina. L u e g o etc.

(1) Dice Nuestro Señor Jesucristo: Quien creyere y se bau-


tizare, será salvo; más el que no creyere, se condenará. Qui cre-
diderit et baptizatus fuerit, salvus erit; qui vero non crediderit,
éondemnabitur (Marc. X V I , 16).
-54 —

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

Para poder alcanzar la bienaventuranza eterna, no basta


creer como quiera en Cristo, rehusando prestar fe á
los demás misterios de la Religión por él fundada;
sino que es necesario tener y profesar cuanto
enseña y abraza la Religión Católica,

79.—Prueba de la 1p.—1.° Si para poderse salvar


bastara creer de cualquiera m a n e r a en Cristo, hubie-
ran podido alcanzar la bienaventuranza eterna todos
los herejes y sectarios del tiempo de los Apóstoles;
p o r q u e todos ellos seguían de un modo ú otro á
Cristo, distinguiéndose en esto de los p a g a n o s , que
totalmente rechazaban su doctrina. E s así que, no
obstante este su a m o r á Cristo, estaban en camino
de perdición á causa de sus herejías. L/uego p a r a sal-
v a r s e , no basta creer en Cristo de cualquiera m a n e r a ,
rehusando prestar su asentimiento á los demás m i s -
terios de la Religión por él fundada.
L a m a y o r de este silogismo no necesita de p r u e b a .
L a menor se evidencia con los siguientes a r g u m e n -
tos. i.° S. Pablo y S. J u a n nos enseñan en términos
expresos que los tales herejes eran dignos por sus he-
rejías de la condenación eterna. E l p r i m e r o nos dice
que h u y a m o s del hereje como de un hombre que ha
naufragado en la fe y por su.propio juicio se ha conde-
nado (1), y de los cristianos juidaizantes escribe qué,
si quieren juntar la circuncisión con los ritos cristianos,

(1) «Hoereticum hominem post unam et secundam correp-


ùanem devita, sciens quia subversus est qui ejusmodi est et
delinquit, cum sit proprio judicio condemnatus (S. Pablo,
Efiìst. ad Philem. III. 1 0 - 1 1 ) . »
-55 —
la fe en Cristo no les servirá para nada (i). E l segundo
llama á los Nicolaitas, (que eran unos ciertos herejes),
Sinagoga de Satanás (2). Y en la m i s m a forma hablan
ambos en otras partes, llamando á los herejes anti-
cristos y pseudoapóstoles. 2° L a primitiva Iglesia, en la
cual según los m i s m o s indiferentistas cristianos que
ahora combatimos reinaba la verdadera fe, condena
á los herejes de su tiempo, cuales eran los Ebionitas,
los Marcionitas, los A r r í a n o s , los Macedonianos, los
Novacianos, los Cuartodecimanos, los Donatistas, los
Pelagianos, los Basilidianos, los Menandrianos, etc.,
lo m i s m o que los Apóstoles á los Nicolaitas, á los Si-
monianos y á los demás herejes de su tiempo. A d e -
más, los Padres Apostólicos de aquella época, á saber,
San J u s t i n o , San Ignacio, San Policarpo, etc., llaman
á estos sectarios patronos de la muerte eterna, condena-
dos por Cristo (3), ateos, impíos, pseudoapóstoles, etcé-
tera (4).
80.—Prueba de la 2. p.—Para salvarse es necesario
a

creer, explícita ó implícitamente, todo cuanto Dios


nos h a revelado por Jesucristo y nos es enseñado por
su Esposa la Iglesia. E s así que la Iglesia instituida p o r
Cristo p a r a g u a r d a é intérprete de su divina relación,
es la Católica solamente. L u e g o p a r a salvarse es nece-
sario profesar y seguir la Religión Católica.
L a mayor de este silogismo es evidente. Primero;
porque Cristo, al enviar sus apóstoles por el m u n d o ,
les encargó que eiiseñasen á las gentes á guardar todas

(1) «Si circuncidamini, Christus vobis nihil poderit (Id. Ad


Galatas, V , 2).
(2) Apocal. II, 9.
(3) S a n Ignacio Mártir en los capítulos IV y V de su Epís-
tola, á los cristianos de Es mima.
(4) S a n Justino en su Diálogo con Trifon, n. 35.
-
6 - 5

las cosas que él les había encomendado (i), y por consi-


guiente en estas m i s m a s palabras m a n d ó á las gentes
que g u a r d a r a n las tales cosas: el cual encargo de en-
señar, según la mente expresa del m i s m o Cristo, h a -
bía de ser ejecutado perpetuamente por ios sucesores
de los Apóstoles hasta el fin del m u n d o , como consta
en el m i s m o l u g a r de S a n Mateo p r ó x i m a m e n t e cita-
do. Y segundo; porque nuestro S e ñ o r Jesucristo dejó
á sus fieles como medio para terminar sus contro-
versias religiosas el juicio de la Iglesia (2), ó sea de los
Apóstoles y de sus sucesores (3), unidos en comunión
con los sucesores de S a n P e d r o (4).
L a m e n o r consta con la m i s m a evidencia. Prime-
ro; p o r q u e solamente los fieles que se hallan en la
Iglesia Católica bajo la dirección y gobierno del
R o m a n o Pontífice, están unidos en unidad de fe y
comunión con la Cátedra de San Pedro;, por ser los
R o m a n o s Pontífices los que con el título de sucesión
hereditaria han entrado en la posesión de los d e r e -
chos inherentes á la primacía del Santo Apóstol, ins-
tituida por Nuestro S e ñ o r Jesucristo p a r a que perse-
verase s i e m p r e en su Iglesia. Segundo: porque sólo
en la Iglesia Católica brillan las notas características
de la v e r d a d e r a Iglesia de Jesucristo, que son la uni-
dad, la santidad, la catolicidad, y la apostolicidad. Ter-
cero; p o r q u e sólo en esta Iglesia se encuentran las
tres propiedades, que J e s u c r i s t o comunicó á su v e r -
dadera E s p o s a , cuales son la perpetuidad, la infalibi-
lidad, y la indefectibilidad, para que, permaneciendo
ella siempre visible en el m u n d o y siempre firme en la

(1) Evangelio de San Mateo, capítulo y versículo últimos.


(2) Id. ibid. X V I I I , 17.
(3) Id. I. cit.; L u c . X , 16;
(4) Matth. X V I , 18; Joan. I., 42 y X X I , 1 5 - 1 7 ; L u c . X X I I , 32.
- 5 7 -
m i s m a fe, pudiesen los h o m b r e s hallarla con facili-
dad en todos los tiempos, hasta la consumación de los
siglos. Cuarto finalmente; p o r q u e sólo la Iglesia Cató-
lica r o m a n a se halla condecorada con las tres h e r m o -
sas p r e r o g a t i v a s , que, conforme á la intención de
Jesucristo, habían de hacer evidentemente creíble á
los hombres de todos los tiempos la divina Religión
p o r él fundada, y que son la p r e r o g a t i v a de los testi-
gos irrecusables, la de los dogmas inmaculados y la de
los sellos divinos consistentes en los dones de los m i -
l a g r o s , de las profecías y d é l a fecundidad p a r a engen-
d r a r hijos á Jesucristo con la conversión de los infieles.
81.—Dicen contra esto los indiferentistas: i.* Con
semejante intolerantismo casi todo el m u n d o se v e r á
privado de su último fin por haber carecido de la fe
católica. ¿Mas quién va á creer que la bienaventuran-
za eterna ha sido hecha solamente p a r a unos pocos
católicos? L u e g o la tal doctrina es abiertamente falsa.
2.° A d e m á s , si no a d m i t i m o s el Indiferentismo reli-
gioso, la sociedad deberá estar en continuas g u e r r a s
por causa de Religión, como lo han estado en los tiem-
pos pasados, pretendiendo cada uno que la Religión
por él profesada era la única v e r d a d e r a y salvadora.
E s asi que toda doctrina necesaria para la paz de los
E s t a d o s es v e r d a d e r a . L u e g o el Indiferentismo es el
único sistema religioso admisible.
82.—Respuesta.—Á lo primero se responde distin-
guiendo la m a y o r . Con la doctrina por nosotros de-
fendida casi todo el m u n d o se vería p r i v a d o de su
último fin p o r h a b e r carecido dependientemente de su
voluntad de la fe católica; lo t r a s m i t o . P o r haber
carecido de esta fe independientemente de su voluntad;
lo niego. L o s teólogos católicos enseñan sanísima-
mente que al que hace lo que está de su parte, Dios no
le niega la gracia de la fe ni de los d e m á s medios que
5 . - 8 -
le son necesarios p a r a salvarse. L a fe católica es pre-
dicada y conocida en todo el m u n d o . Quien cono-
ciéndola y viendo suficientemente los g r a v í s i m o s m o -
tivos en que está fundada, la rechaza; comete un
g r a v e pecado de incredulidad negándose á cumplir la
voluntad de Dios, que le m a n d a creer su revelación.
Á este tal se dirigen aquellas palabras de nuestro
S e ñ o r J e s u c r i s t o : El que no creyere, será condenado (i).
Muchos ciertamente no tienen de ella noticia, p o r q u e
no ha llegado á sus oidos la voz de los misioneros que
se la anuncian. P e r o ni aun estos carecen de medios
p a r a creer: porque, si hacen lo que está de su p a r t e ,
viviendo honestamente y g u a r d a n d o los preceptos de
la L e y Natural por ellos conocidos, Dios no faltará á
su p r o m e s a de querer salvar á todos, y les m a n d a r á
su divina revelación por uno de los infinitos modos
que son posibles á su sapientísima Providencia. P o r
consiguiente, no es exacto que los h o m b r e s se con-
denen simplemente por carecer d é l a fe católica; pues
el carecer de esta fe se debe únicamente á su p e r v e r s a
conducta; la cual por lo tanto es la v e r d a d e r a causa
de su ruina.
83.—Á lo segundo se niega rotundamente la mayor:
pues la v e r d a d e r a causa de las g u e r r a s á que se alude
en el a r g u m e n t o , es la perversidad de los h o m b r e s y
no la Religión. Cumplan bien los hombres con su de-
ber y abracen la Religión Católica, que con a r g u m e n -
tos poderosísimos está manifestando á todo el m u n d o
su origen divino; y no habrá guerra ninguna p o r esta
causa. Si el a r g u m e n t o valiera algo, lo mismo p r o b a -
ría en orden á los preceptos de la L e y N a t u r a l ; pues
t a m b i e n e l l o s , con la diversa manera de ser entendi-
dos por los h o m b r e s , son ocasión de discordias g r a -

to Marc. XVI, 16.


- 59-
vísimas. Con esto toda la L e y Natural caería por el
suelo y quedaría reducida la moralidad al p u r o a r b i -
trio de los h o m b r e s . A d e m á s , con el indiferentismo
que se proclama, no se evitarían las discordias civiles,
antes crecería sin término ni medida. P o r q u e el efec-
to natural del Indiferentismo es el escepticismo com-
pleto en materia de Religión, el ateísmo m á s ó me-
nos descubierto, la i n m o r a l i d a d , el desbordamiento
de todos los vicios, y la ruina consiguiente de la so-
ciedad entera. ¿No estamos sintiendo estos acerbísi-
mos frutos en nuestra E s p a ñ a y en toda E u r o p a desde
que se quiere establecer en el m u n d o la pestilente
doctrina que estamos combatiendo? Sin Religión no
h a y moral; y sin m o r a l no hay paz, ni s e g u r i d a d , ni
orden posible. Foméntese la v e r d a d e r a Religión entre
los hombres; y con ella vendrán la práctica de la m o -
ralidad, la probidad de los ciudadanos, la rectitud de
los g o b e r n a n t e s , la obediencia de los subditos, la paz
y el bienestar de la república.

ARTÍCULO II.

Deberes del hombre para consigo mismo.

84.—Deberes para consigo mismo son aquellos que


cada uno tiene por razón de su propia persona: la cual
no puede continuar en la existencia, ni adquirir aquel
g r a d o de perfección, á que está destinada por la na-
turaleza, sin los actos libres del h o m b r e . Estos debe-
res son de dos clases: los unos se refieren á la conser-
vación y los otros á la perfección del individuo.
De aquí resulta naturalmente la división del pre-
sente artículo en dos párrafos relativos á las dos clases
de deberes mencionados; á los cuales es preciso aña-
dir otro tercero, que verse sobre el deber de la propia
— 6o-
conservacion en sus relaciones con la agresión injusta
y con el duelo. Pero antes debemos observar que el
hombre en orden á su propia persona, no puede tener
m á s que deberes; porque los derechos dicen relación
á un t é r m i n o realmente distinto del sujeto que los
posee, y ningún hombre puede ser realmente distinto
de sí m i s m o .

§ I . — D E B E R DE CONSERVACIÓN.

85.—Los Estoicos entre los antiguos sostuvieron


que es cosa digna del verdadero sabio quitarse á sí
propio la vida con una muerte violenta, cuando así
lo reclama el bien de la patria ó el de sus a m i g o s , ó
cuando no es posible poner de otra m a n e r a remedio,
á u n a molesta enfermedad ó desgracia que hacen in-
soportable la vida. Esta loca doctrina de los Estoicos
la profesaron los filósofos incrédulos del siglo p a s a d o ,
y la profesan hoy dia m u c h o s que se hallan imbuidos
en los falsos principios del ateísmo, del materialismo,-
del fatalismo y del espiritismo. Otros por el contrario
de tal m a n e r a exageran el deber de la propia conser-
vación, que tienen por ilícito é inmoral todo cuanto
-hacen los hombres piadosos en sus cuerpos con peni-
tencias, a y u n o s y otras austeridades para satisfacer á
Dios por sus culpas, ó para cumplir con los preceptos
de la Iglesia, ó p a r a tener á raya sus pasiones. A m b o s
e x t r e m o s son abiertamente erróneos, y entre ellos
está la verdadera doctrina enseñada así por la sana Fi-
losofía como por la Religión Católica. Sean pues las
dos proposiciones siguientes,
PROPOSICIÓN PRIMERA.

En ningún caso es licito quitarse directamente la


vida á si mismo.

86. —Observación.—Decimos directamente. P o r q u e de


una m a n e r a indirecta ó sea haciendo, sin intención de
matarse, cosas de suyo honestas y lícitas, á las cuales
se siga accidentalmente la m u e r t e , y a es lícito qui-
tarse la vida; como cuando u n o , ' por asistir á los
apestados, anda entre ellos en un hospital, y con esto
contrae él también la enfermedad mortífera que le
lleva al sepulcro. L a razón de esto es, porque enton-
ces no intentamos nuestra propia destrucción; sino
que nos habernos con respecto á ella de una m a n e r a
p u r a m e n t e pasiva, intentando un bien honesto y
aprobado por la razón, al cual se sigue la muerte por
la acción de las causas naturales. E n algunos casos no
sólo es lícito sino s u m a m e n t e laudable y meritorio
exponerse al peligro maniñesto de la m u e r t e en la
m a n e r a dicha; p o r q u e el bien que en ellos buscamos,
arrostrando g e n e r o s a m e n t e el peligro de perder el
bien de nuestra propia vida, es de mucha trascen-
dencia p a r a nuestros semejantes, á los cuales estamos
unidos con vínculos de caridad y de último fin. Así,
p a r a no salir del ejemplo propuesto, ¿quién duda que
es laudabilísimo e x p o n e r la vida á manifiesto peligi'o
p o r socorrer á los apestados? Nuestra tesis pues no
va contra los que así obran, sino contra los que sos-
tienen locamente que es lícito en ciertas ocasiones
p r o c u r a r s e la m u e r t e directamente.
87.—Demostración.—1.° E l hombre no es dueño
propietario de sí m i s m o . L u e g o j a m á s puede inten-
tar directamente su propia destrucción. L a conse-
- 6 2 -
cuencia es evidente: porque la destrucción de u n a
cosa es un acto que no corresponde sino al dueño
propietario, el cual solo puede disponer de ella como
mejor le parezca. P o r consiguiente, si el h o m b r e no
es dueño propietario de sí m i s m o , en ningún caso
puede l í c i t a m e n t e i n t e n t a r s u propia destrucción. Pro-
bemos pues el antecedente. E l dominio dice relación
real del propietario á la cosa poseída, y por lo tanto
exige distinción real entre éste y aquel (O. 435). E s
así que entre la persona h u m a n a poseyente y esta
m i s m a persona poseída no puede haber distinción
real. L u e g o el hombre no puede ser dueño propieta-
rio de si m i s m o .
88.—Dice m u y bien á este propósito el Cardenal de
L u g o : «La destrucción de u n a cosa es un acto propio
del dueño, que puede disponer de ella á su arbitrio.
L u e g o el que no es señor sino sólo administrador de
la vida, no p u e d e destruirla; sino que debe adminis-
t r a r l a y conservarla en u n a m a n e r a conveniente.
A h o r a bien; que el h o m b r e no sea señor de su vida,
se p r u e b a ; porque,- a u n q u e ha podido recibir domi-
nio sobre otras cosas que están fuera de él ó son dis-
tintas de su persona, sin e m b a r g o no p u d o recibir
dominio sobre sí m i s m o . P o r q u e , como consta por el
m i s m o concepto y definición, el señor es una cosa
relativa, lo m i s m o que el padre y el maestro. P o r
donde, así como nadie puede ser p a d r e ni maestro
de sí m i s m o ; asi, tampoco puede ser señor de sí p r o -
pio. P o r q u e el señor siempre dice superioridad res-
pecto de aquel de quien es señor. De aquí es que ni
aun Dios puede ser señor de sí propio, por m á s que
se posea perfectísimamente á sí mismo. No p u d o
pues el h o m b r e a d q u i r i r dominio sobre su propio
ser. Puede ciertamente ser señor de sus operaciones,
y por esto se puede vender á otro; en cuyo caso se
- 6 3 -
dice i m p r o p i a m e n t e q u e le t r a s l a d a el dominio de su
p e r s o n a . P e r o entonces en realidad no le da el d o m i -
nio de su persona- p r o p i a m e n t e ; sino lo que h a c e , es
ponerla á su disposición en o r d e n á a l g u n a s acciones
s u y a s . P o r q u e t a m p o c o el d u e ñ o p u e d e d i s p o n e r de
la vida del siervo. Y a u n q u e este p o d e r se lo a p r o p i a -
ron de hecho en otro tiempo los señores; p e r o esto no
era sino con respecto al castigo justo p o r delitos
dignos de pena capital (i).»
89.—Á este solidísimo a r g u m e n t o que traen co-
m u n m e n t e los doctores con el Á n g e l de las E s c u e l a s ,
es preciso a ñ a d i r otros dos aducidos también p o r el
m i s m o S a n t o , el cual a r g u m e n t a en esta f o r m a . «En

(1) «Destructio rei est actus proprius domini, qui potest


pro libito de re sua disponere: qui ergo non est dominus, sed
solum administrator, non potest vitam destruere, sed debet
earn debito modo administrare et conservare. Porro hominem
non esse dominum suae vita? probari potest: quia, licet homo
potuerit accipere dominium aliarum rerum quse sunt extra
ipsum, vel quae ab ipso distinguuntur; non tamen potuit acci-
pere dominium sui ipsius; quia, ut ex ipso conceptu et defini-
tione constat, dominus est aliquid relativum, sicut pater et
magister: quare, sicut nemo potest esse pater vel magister sui
ipsius, ita nec potest esse sui ipsius dominus: nam dominus
semper dicit superioritatem respectu illius rei, cuius est domi-
nus. Unde nec Deus ipse potest esse dominus sui ipsius,
quamvis possideat perfectissime se ipsum. Non potuit ergo
homo fieri dominus sui ipsius. Potest quidem fieri dominus
suarum operationum, et ideo potest vendere seipsum, et tunc
dicitur improprie dare alteri dominium sui ipsius; sed revera
non dat proprie dominium sui simpliciter, sed solum in ordine
ad aliquas suas operationes. Nam nec dominus potest dispo-
nere de servo quoad ejus vitam: et licet olim id de facto sibi
usurpaverint; erat tamen solum quoad punitionem iustam
propter delieta, quando dignus esset servus poena capitali:
(Lugo, De iusiitìa et iure, disp. X , sect. I, n. 9).»
- ó 4 -
p r i m e r l u g a r , todas las cosas, se a m a n n a t u r a l m e n t e
á si m i s m a s ; y de aquí nace que todas ellas procuren
naturalmente conservar el ser a d q u i r i d o , resistiendo
cuanto pueden á los elementos destructores. L u e g o el
m a t a r s e uno á sí m i s m o es contra la inclinación na-
tural y contra la caridad ó a m o r que se debe á sí
propio; y por tanto el atentar contra su v i d a , siem-
p r e es pecado mortal, por ser el tal acto contrario a
la L e y Natural y á la d. A d e m á s , toda parte es
una v e r d a d e r a propiedad del lodo á que pertenece.
Ahora bien, todo h o m b r e es una parte de la sociedad
y á ella por lo tanto pertenece. L u e g o quitándose la
vida, atenta contra el derecho que sobre él tiene ad-
quirido la sociedad, como a r g u m e n t a Aristóteles en
el libro quinto de los Éticos, cap. últ. (i).»
90.—En tanto podría el h o m b r e alguna vez ir con-
tra su natural inclinación á conservarse, en cuanto
que lo crítico de las circunstancias llegase á ponerlo
en un v e r d a d e r o estado de infelicidad. P o r q u e en
todos los demás casos el grito de la naturaleza le in-
dica claramente el camino que ha de seguir con su
libertad; p o r ser el tal grito enteramente racional y
conforme á la inclinación n a t u r a l de todos los seres.

(1) Naturaliter quselibet res seipsam amat: et ad hoc perti-


net quod quselibet res naturaliter conservat se in esse et cor-
rumpentibus resistit, quantum potest. E t ideo quod aliquis se
ipsum occidat, est contra inclinationem naturalem et contra cha-
ritatem, qua quilibet debet se ipsum diligere. Et ideo sui ipsius
occisio semper est peccatum mortale, utpote contra naturalem
legem et contra charitatem existens. Secundo, quaslibet pars id
quod est, est totius. Quilibet autem homo est pars communi-
tatis; et ita id quod est, est communitatis: unde in hoc quod
se ipsum interficit, iniuriam co.mmunitati facit, ut patet per
Philosophum in 5. Ethic. cap. ult. (S. Thomas, Summ. Theol. 2,
2, q. 64, art. 5.)»
E s así que n u n c a , ni aun en los casos m á s a r d u o s de
esta vida, le es imposible al hombre ser feliz; p o r q u e
en todos ellos puede practicar el bien moral, en lo
cual consiste la sustancia de la felicidad propia de
este m u n d o (E. 198-200). L u e g o en ningún caso es
lícito al h o m b r e atentar contra su vida.
91.—Dicen los patrocinadores del suicidio: 1.° La-
vida es un beneficio. E s así que se puede lícitamente
renunciar á los beneficios. L u e g o el h o m b r e puede
lícitamente m a t a r s e . 2." Á quien quiere u n a cosa con
conocimiento de su acto, no se le hace injuria alguna.
E s así que el suicida conoce lo que hace y quiere su
m u e r t e . L u e g o ninguna injuria se hace matándose; y
p o r lo tanto nó peca. 3 . E l suicidio es un acto de for-
0

taleza. L u e g o , lejos de ser pecado, es un acto de v i r -


tud. 4.° E l suicida es como un enfermo consumido
por la fiebre. L u e g o no peca; p o r q u e no está en su
juicio y carece de libertad m o r a l . 5. S a n t a Apolonia
0

y otras vírgenes se suicidaron p o r no caer en las


m a n o s de sus perseguidores, que querían profanar
sus cuerpos; y sin e m b a r g o son veneradas como
santas. L u e g o al menos será lícito quitarse la vida
p a r a evitar algún pecado g r a v e , como opina Puf-
fendorf.
92.—Respuesta.—Á lo primero decimos que la vida
es un beneficio, cuya aceptación no depende de nosotros;
y un beneficio, no simple, .sino mezclado de obligación
de conservarlo. Ahora bien; podemos renunciar á los
beneficios simples, pero no á los m i x t o s , que llevan
embebida la obligación de conservarlos y cuya acepta-
ción no depende de nosotros.
Á lo segundo se responde q u e quien se suicida, no
se injuria propiamente á sí m i s m o ; pero injuria á Dios,
disponiendo sin permiso como verdadero propietario,
de una cosa que no es s u y a sino de Dios.
Etica especial. 5
- 6 6 -
Á lo tercero respondemos distinguiendo la m a y o r
del silogismo. E l suicidio es un acto de fortaleza ver-
dadera; lo niego. Un acto de fortaleza aparente, subdis-
tingo: Alguna que otra vez; lo concedo. Por lo regular;
lo niego. El suicidio nunca puede ser un acto de ver-
dadera fortaleza; porque los actos de esta virtud todos
van regulados por la prudencia y son virtuosos, m á s
el suicidio no va regulado sino por alguna pasión pe-
caminosa, y es un gravísimo pecado. E l suicidio pol-
lo regular es debido á la cobardía de quien no tiene
bastante valor para a r r o s t r a r una afrenta, un dolor ó
un pesar i n t e r n o , etc. P o r consiguiente, ni siquiera
lleva las apariencias de la fortaleza. Sólo algunas raras
veces se parece á un acto de fortaleza; pero en realidad
entonces no es sino un acto de gravísima temeridad.
Á lo cuarto respondemos con distinción: Algunas
veces se comete el suicidio sin libertad moral y en
cierto estado de delirio; se concede. Siempre y en todos
los casos; se niega. L a s circunstancias que acompañan
á algunos suicidios son tales, q u e d a n claramente á
entender haber sido perpetrados por sus autores en
estado de plenísimo juicio; como cuando se m a t a n
por medio del ácido carbónico, anotando sucesiva-
mente las impresiones que e x p e r i m e n t a n , leyendo al-
g ú n libro i m p í o , etc. Esto sucede de ordinario en las
gentes destituidas de creencias religiosas y que juz-
g a n ser p u r o s cuentos de viejas todo lo perteneciente
á la otra vida. Entre los que tienen fe, y a puede suce-
der que el acto mencionado se h a g a sin la suficiente
libertad moral para pecar; pero no por eso el tal acto
dejará de ser en sí, objetivamente considerado y pres-
cindiendo de las circunstancias accidentales del suje-
to, una acción reprobable y pecaminosa.
Á lo quinto finalmente decimos que las vírgenes á
que se alude, obraron de aquella manera movidas p o r
- 6 7 -
[a divina inspiración, que en sí m i s m a s experimentaban
con toda claridad y evidencia; sin las cuales no es lí-
cito i m i t a r un acto de esta especie. De otras perso-
nas sencillas se cuenta haber hecho cosas semejantes
llevadas de su ignorancia. Pero en esto su buena fe es
la que únicamente las excusa; de otra suerte su m a l a
acción les hubiera sido i m p u t a d a á pecado (E 140).
9 3 . — C O R O L A R I O I.—Luego no es licilo cortarse miem-
bro alguno. L a razón es clara: p o r q u e , así como no es
dueño el hombre de su propia persona; tampoco lo es
de los miembros de que esta persona está compuesta.
Sin e m b a r g o , cuando la amputación de un miembro
es necesaria p a r a la conservación del todo, lícito es h a -
cerla: porque así se provee á la conservación del com-
puesto de la mejor m a n e r a posible.
94.—COROLARIO II.—Luego todo hombre tiene el deber
de conservar con actos positivos la vida de su cuerpo. L a
razón es manifiesta: porque sin ellos la destrucción
del compuesto sería infalible. P o r tanto el h o m b r e
está obligado á t o m a r el sustento c o r p o r a l y á hacer
todas las aquellas cosas sin las cuales sufriría g r a v e
detrimento la vida del cuerpo. No se sigue de a q u í ,
sin e m b a r g o , lo que v a n a m e n t e pretenden inferir a l -
gunos e x a g e r a d o s amigos de la carne, como lo v a m o s
á p r o b a r en la siguiente

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

Con el deber de conservar la vida del cuerpo bien se


compadece el uso moderado de las penitencias to-
madas por motivos virtuosos y honestos.

95.—Demostración.—1.° E l cuidado del cuerpo debe


ser tal, que no dañe á las funciones del espíritu,
antes sea apto instrumento para ellas. E s así que el
— 68 —
Uso m o d e r a d o de las penitencias consigue este efec-
to; porque, sin causar perjuicio notable á la salud,
hace que las pasiones-vivan enfrenadas y sujetas á la
razón. L u e g o etc. 2° E s lícito por motivos t e m p o r a -
les, cuales son la defensa de la patria, el deseo de
adelantar en las ciencias ó de acrecentar sus cauda-
les, t o m a r libremente ocupaciones con las cuales
sufra no poco la vida del cuerpo; y por esta causa
nadie acusa de inmorales por esta parte á los milita-
res, á los estudiantes aplicados, á los abogados dili-
gentes, á los comerciantes afanosos, etc. L u e g o con
m u c h a más razón será lícito el uso m o d e r a d o de las
penitencias t o m a d a s . p o r motivos de v i r t u d ; cuales
son el satisfacer á Dios por sus pecados, el cumplir
Jos preceptos de la Iglesia, el tener á raya las pasio-
nes, etc. P o r q u e con las tales penitencias no se acorta
tanto la vida del cuerpo como con los otros ejercicios
indicados; y por otra parte, la causa que las motiva,
es m u c h o más honesta y laudable que las de todos
ellos.
Otra cosa sería, si el uso de las penitencias fuera
excesivo; p o r q u e entonces traería daño g r a v e al cuer-
po con peligro notable de la vida. P e r o nosotros no
h e m o s defendido en la presente proposición sino el
uso m o d e r a d o . Y cierto que por esta p a r t e no será
m u y frecuente el exceso en los h o m b r e s ; p o r q u e el
a m o r de su propia vida lo tienen todos generalmente
m u y metido en sus entrañas. Harto m á s daño h a r á n
á sus cuerpos con el exceso en la comida y en la be-
bida, saliéndose de los límites m a r c a d o s por la v i r t u d
de la templanza y cediendo á los vicios contrarios de
la gula y embriaguez.
- 6 ü -

§ I I . — D E B E R DE PERFECCIÓN.

96.—Que el h o m b r e tenga deber de perfeccionarse,-


lo está diciendo claramente su naturaleza perfectible
y desnuda de toda perfección intelectual y m o r a l con
que viene al m u n d o . L o que pues debemos hacer so-
lamente en este párrafo, es determinar el modo de
esta obligación. P a r a esto nos servirán las tres pro-
posiciones siguientes; en las cuales será considerada
la perfección de nuestras facultades, tanto espiritua-
les como orgánicas.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

Todo hombre está naturalmente obligado á perjeccionar


- - su inteligencia con el conocimiento de aquellas
verdades que le son necesarias para la conse-
cución de su último fin.

97.—Demostración.—Todo h o m b r e está natural-


mente obligado á tender con sus acciones libres y ho-
nestas á la consecución de su último fin (48). E s así
que esta obligación no la puede cumplir, sin conocer
este fin y los medios que á él conducen. Puesto que
la voluntad no puede inclinarse á lo desconocido; y
para querer libremente un objeto, es menester que
se lo h a g a presente p r i m e r o la inteligencia (Ps. 299 y
siguientes.) L u e g o etc. De aquí es que, como nuestro
entendimiento, para conocer los objetos, necesita de
las percepciones sensibles (Ps. 166); todo h o m b r e está
obligado á u s a r de los sentidos, en cuanto sea necesa-
rio p a r a la adquisición de los conocimientos intelec-
tuales sobredichos,
— o -
7

98.—En orden á las demás v e r d a d e s , cuyo conoci-


miento se adquiere con el estudio de las ciencias y de~
las artes, los hombres g e n e r a l m e n t e no tienen obli-
gación de estudiarlas sino de una m a n e r a hipotética
ó sea en cuanto lo exija la condición ó estado que
cada uno se h a y a querido escoger en la sociedad.
A u n q u e el perfeccionar el entendimiento con su estu-
dio es cosa honesta; y por lo tanto todos los h o m b r e s
tienen derecho á practicarlo, siempre que se sirvan .
de medios legítimos y no reprobados p o r n i n g u n a
ley, ni h u m a n a , ni divina.
9 9 . — E s c o n o . — S i los h o m b r e s no tienen obligación
p o r derecho natural de a d q u i r i r otra clase de conoci-
mientos que los ya mencionados; es evidente á todas
luces que cometen una g r a n d e injusticia los Gobier-
nos de nuestros tiempos, empeñándose en introducir
en los pueblos la enseñanza obligatoria. L o s Gobier-
nos no tienen derecho de e x i g i r á los c i u d a d a n o s
otros conocimientos, que los necesarios p a r a la ob-
servancia de las leyes civiles; y p a r a esto no es nece-
sario saber leer ni escribir, ni m u c h o menos ir á u n a
escuela pública, en que sean enseñados por un m a e s -
tro muchas veces impío. Si en l u g a r de esforzarse
p a r a difundir la instrucción hasta las clases m á s
bajas del pueblo, pusieran ese cuidado en moralizar-
las, haciendo que supiesen temer á Dios y guardar
sus santos Mandamientos; sin duda que irían m u c h o
m á s acertados, y no tendríamos que temer las furias
de la Revolución, que por todas partes se presenta
tan a m e n a z a d o r a . L a instrucción sin la moralidad no
es sino una a r m a poderosa puesta en las manos de un
loco, para que se mate con ella á sí m i s m o , después
de haber causado en la sociedad infinitas desgracias.
PROPOSICIÓN SEGUNDA

Todo hombre está obligado á perfeccionar su voluntad


con el amor del último fin y de los medios
necesarios para conseguirlo.

ioo.—Demostración.—El h o m b r e está obligado por


naturaleza á tender con sus acciones libres y honestas
á su último fin (48). L u e g o debe a m a r este fin y estas
acciones; puesto que con la voluntad no podemos
d i r i g i r n o s hacia un término sino queriéndolo, ni
ejercer acción a l g u n a libre sino amándola (Ps. 331).
E s asi que las acciones libres y honestas con que nos
dirigimos al fin mencionado, son verdaderos medios
p a r a conseguirlo (E. 197). L u e g o todo h o m b r e está
obligado á perfeccionar etc.—Los medios necesarios
para la consecución del último fin son la g u a r d a de
los m a n d a m i e n t o s comprehertdidos en la ,Ley N a t u -
r a l (E. 253-255) y en las leyes positivas de nuestros
superiores legítimos; pues uno de los preceptos de la
L e y Natura] es el de obedecer á las autoridades legí-
t i m a s en lo que legítimamente ordenan.

PROPOSICIÓN TERCERA.

Todo hombre está naturalmente obligado á perfeccionar


su apetito sensitivo teniendo las pasiones
sujetas á la razón.

101.—Demostración.— E n las diversas tendencias del


h o m b r e debe existir el orden reclamado por la natu-
raleza y dispuesto p o r el Criador. P o r q u e de lo con-
trario el h o m b r e sería un ser naturalmente destitui-
do de orden é incapaz de ser producido por Dios; el
c u a l no puede criar cosa alguna que por su intrínse-
7 — 2 —
ca naturaleza esté desordenada y descompuesta. E s
así que el orden reclamado por la naturaleza h u m a -
na y dispuesto consiguientemente por el C r i a d o r es
que el apetito sensitivo, en los actos libres del hom-
bre, esté subordinado á la razón; ya p o r q u e lo menos
noble debe estar subordinado á lo m á s noble; ya por-
que las funciones corporales son por las espirituales;
ya finalmente porque todo acto libre debe ser honesto
y por lo tanto debe ir regulado por la razón. L u e g o ,
etcétera...
1 0 2 . — L a subordinación del apetito sensitivo ó de
las pasiones á la razón sólo se entiende en los actos
sujetos al influjo de la libertad. Porque los otros son
m e r o s movimientos primeros, emanados naturalmen-
te de la concupiscencia p a r a advertirnos de la pre-
sencia de un bien sensible; los cuales no pueden ser
m o r a l m e n t e malos ó pecados, sino cuando comienzan
á ser libres ó sea aprobados por la voluntad.

§ I I I . — E L DUELO Y LA AGRESIÓN INJUSTA.

103.—Entiéndose por duelo el combale de dos á más


personas emprendido con autoridad privada, precedien-
do desafio ó reto.
Conviene con la riña en ser un combate de dos ó
más personas emprendido con autoridad privada; pero
se diferencia de ella en el desafio ó reto ofrecido y acep-
tado, que precede al combale y con que se pactan las con-
diciones en que ha de ser ejecutado. Pues en la riña no
h a y pacto n i n g u n o ; sino que los combatientes, por
efecto de un acaloramiento, se acometen como mejor
pueden y en el l u g a r que hallan m á s apropósito p a r a
su intento. El duelo fué desconocido entre los grie-
g o s y los romanos: los longobardos y otros pueblos
bárbaros del Norte comenzaron á visarlo en el siglo VI
-73 —
de la E r a Cristiana como prueba judicial; después en
la E d a d Media lo emplearon supersticiosamente los
caballeros como medio de probar la inocencia, creyen-
do que Dios había de dar siempre la victoria al que
tenía mejor derecho; en los actuales tiempos final-
mente es usado con igual necedad por m u c h o s como
medio de vengar las ofensas reales ó supuestas, y de
lavar las manchas contraidas en el honor por la persona
ofendida.
104.—La agresión injusta consiste en aquella acción
con que uno, sin ningún derecho, acomete á otro con
ánimo de herirlo ó matarlo. Que el acometido de esta
suerte tenga derecho de rechazar la agresión con la
fuerza, lo conceden todos. L o que negaron algunos
antiguos y ahora también niega Ahrens (1), es que
sea lícito nunca, por m u y apretado que se presente el
caso, m a t a r á sabiendas al a g r e s o r . Sin e m b a r g o , la
opinión común y v e r d a d e r a es, que se puede llegar
hasta este e x t r e m o , cuando no h a y otro medio de sal-
v a r la propia vida que el de d a r la muerte al a g r e s o r
injusto. Claro está que p a r a esto el invadido debe
estar siempre á la defensiva y sin ánimo de v e n g a n z a .
P o r tanto, si puede evitar la agresión h u y e n d o , esto
es lo que debe practicar y no hacer frente al invasor;
y si le basta herirle ó cortarle un brazo p a r a salvar su
vida, no le es lícito intentar su muerte. Esto es lo que
significan los doctores con aquellas palabras servato
moderamine incúlpate tutela;; queriendo decir que la
defensa sólo es lícita, cuando se g u a r d a en ella la
moderación de la p u r a defensa. P a r a defender a h o r a
la v e r d a d e r a doctrina en orden á las dos materias
indicadas, t r a t a r e m o s de probar la siguiente

(1) Ahrens, Cours de Droit Naturel, torn. 2, § 53, Sixième


edit. Leipsig, 1868.
- 7 4 -

PROPOSICION.

íA£o es lidio ofrecer ni aceptar el duelo, pero si defen-


derse de todo agresor injusto, aun hasta el extremo
de quitarle la vida, si es necesario para salvar
. $ la propia.

{f¡l^/*/ ^ 1 0 5 . — P r u e b a de la i. />.—El que ofrece e l d u e l o , da


a

o otro p e r m i s o para q u i t a r l e la vida ó herirle; y el


que lo acepta, hace otro tanto, exponiéndose al peli-
g r o de ser herido ó m u e r t o por su adversario. E s así
que esto vá directamente contra el deber que tienen
todos los h o m b r e s de conservar su propia vida junta-
mente con la integridad de sus m i e m b r o s (87 y si-
guientes); pues ambos disponen de su vida y de sus
m i e m b r o s , como si tuvieran sobre ellos verdadero
dominio. L u e g o no es lícito ofrecer ni aceptar el duelo.
106.—Dicen los duelistas: i.° E l h o m b r e debe prefe-
rir la m u e r t e antes que p e r d e r el honor. E s así que
en ciertas ocasiones perdería el honor no ofreciendo
ó no aceptando el duelo. L u e g o en a l g u n o s casos es
lícito aceptar y ofrecer el duelo. 2. A d e m á s , el que
0

pelea en el duelo defiende su honor, haciendo que no


sea tenido p o r cobarde. E s asi que p o d e m o s defender
el h o n o r a u n con peligro de la propia vida. L u e g o ,
etcétera. 3 . L a ofensa inferida á un caballero debe
0

lavarse con s a n g r e ; p o r q u e no queda lavada acudien-


do el ofendido como un cobarde á la autoridad, para
que castigue al delincuente. L u e g o , etc.
107.—Respuesta.—A lo primero se responde distin-
guiendo la m a y o r . E l h o m b r e debe preferir la m u e r t e
antes que perder el honor verdadero; lo trasmito. An-
tes que perder el honor falso y mundano, cual es el que
priva entre la gente perversa y el que únicamente se
— 75 —
pierde no ofreciendo ó no aceptando el duelo; lo niego.
E l honor que se pierde no queriendo ofrecer ni acep-
tar el duelo, es el h o n o r falso y m u n d a n o que dan
los h o m b r e s viciosos á quien, contra toda ley divina y
h u m a n a , se toma el oficio de v e n g a r las injurias con
su propia m a n o , o b r a n d o , no como h o m b r e , sino
como fiera. Pero este honor todo h o m b r e lo debe des-
preciar. P o r q u e no está fundado en v i r t u d , sino en el
vicio; y porque no supone v e r d a d e r a fortaleza en la
persona h o n r a d a , sino temeridad y audacia. ¿Quién
puede tener por cosa de g r a n precio el honor que se
tributa p o r cuatro locos á los espadachines y c a m o r r i s -
tas? E l h o n o r g r a n d e y verdadero es el que correspon-
de al que tiene bastante energía así p a r a sobreponer-
se á los vanos juicios de los h o m b r e s como p a r a
d o m i n a r su ira al verse ofendido por un adversario.
Este honor lo tendrá ciertamente en-el juicio de las
personas prudentes todo el que, p o r motivos de h o -
nestidad y de v i r t u d , se niega á ofrecer y aceptar el
duelo: y así, perderá un honor vano y despreciable,
pero esto será adquiriendo un honor macizo y digno
de g r a n d e estima.
Á lo segundo respondemos con la m i s m a distin-
ción: E l que pelea en el duelo, defiende su honor ver-
dadero; se niega. S u honor vano, aparente y falso; se
concede. E l honor defendido por el que pelea en el
duelo, es el que pertenece á los espadachines y c a m o -
rristas; los cuales, sin ningún temor de Dios, la quie-
ren echar de valentones provocando un duelo á cada
instante. A h o r a bien; por defender este h o n o r vano y
mentiroso no se puede hacer cosa a l g u n a , y m u c h o
menos poner en pligro tanto su vida propia como la
de su a d v e r s a r i o .
P e r o si no acepto el duelo, seré tenido por cobar-
de. ¿Quién te tendrá por cobarde? la gente necia y
- 7 6 -
viciosa, pero no la virtuosa y sensata, c u y o juicio es
el único que debe apreciar toda persona prudente. L a
gente virtuosa y sensata, al ver que no has querido
aceptar el duelo por ser contrario á la L e y Natural,
te h o n r a r á con el honor sólido y macizo que se mere-
cen los verdaderos sabios; los cuales saben refrenar
valerosamente la ira y sobreponerse á los vanos jui-
cios de los h o m b r e s . A d e m á s , el que r e h u s a el duelo
p o r no ofender á Dios, puede m o s t r a r bien su valor,
diciendo á su a d v e r s a r i o que, si no es lícito el duelo,
es permitida k defensa propia aun con la m u e r t e del
a g r e s o r m i s m o , y que él está resuelto á u s a r de este
derecho.
Á lo tercero se niega el supuesto. La ofensa inferi-
da no puede lavarse con la s a n g r e vertida en el d u e -
lo. Porque un pecado no puede lavarse con otro
pecado, ni un crimen con otro crimen. A d e m á s ¿qué
manera de lavar ofensas es esa, ofrecer al adversario
a r m a s p a r a que te mate y darle p e r m i s o para que te
infiera, si puede, otra m a y o r , cual es la de quitarte la
propia vida? No se puede i m a g i n a r locura m a y o r que
la de querer lavar en esta forma las ofensas. Necios
eran los bárbaros de la E d a d Media, apelandoal duelo
p a r a a v e r i g u a r la inocencia de las personas acusadas;
pero la necedad de los duelistas de hoy dia al querer
lavar una ofensa con otra ofensa 3^ dar el ofendido á
su ofensor permiso para que le infiera otra ofensa
m u c h o m a y o r , cual es la de quitarle, si puede, la vida,
no cede en nada á cuantas cosas necias y estúpidas
hallamos entre las gentes m á s salvajes de la tierra.
108.—Prueba de la 2 . p.—El que tiene derecho
a

sobre alguna cosa, tiene también poder p a r a rechazar


con la fuerza al invasor que viene injustamente á arre-
batársela; p o r q u e si puede inclinar su voluntad á la
suya con la fuerza moral que le da el derecho, también
podrá hacer fuerza física á sus miembros p a r a que ño
le arrebate lo que de derecho le pertenece. E s así que
esta fuerza la puede ejercer la persona invadida hasta
el extremo de dar la m u e r t e al agresor, si no tiene
otro medio de salvar la vida propia. L u e g o es lícito
defenderse de todo agresor injusto aun quitándole, si
es necesario, la vida.
Prueba de la menor.—1.° C u a n d o de una acción
física se siguen inmediatamente dos efectos, el uno
bueno y el otro malo, es lícito intentar con ella el
p r i m e r o , c o n t a l que sea proporcionado al fin; porque
entonces el efecto malo es una cosa m e r a m e n t e acci-
dental p a r a el operante, el cual no intenta sino el
efecto bueno. A h o r a bien, esto es lo que sucede,
cuando uno p a r a salvar su vida, hiere mortalmente
al invasor injusto, no hallando otro medio de defensa.
L u e g o , etc. 2. E n tanto no será lícito al invadido
0

ejercer la acción dicha, en cuanto que no podrá con-


s e g u i r su salvación eterna sino dejando de hacer el
acto de m o d e r a d a defensa p a r a evitar la m u e r t e del
invasor. E s así que «no es necesario p a r a la salvación
eterna omitir el acto de m o d e r a d a defensa p a r a evitar
la m u e r t e del invasor injusto; p o r q u e el h o m b r e está
m á s obligado á m i r a r p o r su vida~ propia que p o r la
ajena (1).» L u e g o puede llevar su defensa hasta el
e x t r e m o de m a t a r al agresor, cuando no tiene otro
medio de salvar su vida. 3 . Si no es permitido ai
0

h o m b r e defenderse en la forma dicha contra el a g r e s o r


injusto, los malvados podrán cometer con m a y o r s e g u -
ridad sus crímenes, sabiendo que no peligra su vida
al acometer a los hombres virtuosos y honestos. E s
así que esto se halla en p u g n a abierta con el buen or-
den de la naturaleza h u m a n a y con los divinos a t r i -
t

(1) S. Thom. Silmm. Theol. 3 . 2. q. 64, art. 7.


* - 7 8 - -
butos; porque abre la puerta franca á los delitos m á s
h o r r e n d o s . L u e g o , etc.
P o r eso dice sabiamente el C a r d e n a l de L u g o :
«Nada hay tan natural como el defenderse cada uno de
las injurias; así como también p o r el contrario n a d a
habría m á s opuesto á la paz y tranquilidad h u m a n a s
que el que pudiesen los facinerosos m a t a r i m p u n e -
mente á cuantos quisiesen, sin hallar resistencia en
ellos (i).»
109.—El a r g u m e n t o de A h r e n s en contrario es de
ningún valor. E n efecto; todo él está reducido á afir-
m a r que siendo la vida un don de Dios y el funda-
mento de todos los d e m á s bienes; con ningún crimen
se puede perder el derecho á ella, y por lo tanto nin-
g u n o p u e d e atentar lícitamente j a m á s contra la vida
de ningún h o m b r e . A h o r a bien; este razonamiento
es enteramente falso; ya p o r q u e , á ser valedero, en
ningún caso serían lícitas ni la g u e r r a ni la pena de
m u e r t e ; lo c u a l e s falsísimo, como se verá en su l u -
g a r ; y a también p o r q u e con él se probaría también
que no p o d e m o s q u i t a r la vida á los animales; pues
también en ellos la vida es un don de Dios, y el fun-
damento de todos los d e m á s bienes suyos.

(1) «Nihil tarn naturale est quam unumquemque se ab in-


juriis defendere; sicut e contra nihil magis quieti et paci hu-
manae repugnaret, quam si scelerati impune possent quoslibet
absque ulla resistentia leedere (Lugo, de Just, et Jure, disp. 1 0 .
sect. 6. n. 137).»
A R T Í C U L O III.

Deberes y derechos del hombre para con sus


semejantes.

n o . — T o d o s los h o m b r e s , por razón de la identidad


específica con que estamos unidos, tenemos un cierto
parentesco los unos con los otros; en virtud del cual
caminamos todos al mismo fin de la felicidad eterna
por la misma clase de medios bajo la común p r o v i -
dencia de un m i s m o superior y g o b e r n a d o r , que es
Dios, criador y señor de todas las cosas. Por consi-
guiente, por el solo hecho de ser h o m b r e y aun sin
v i v i r en actual consorcio los unos con los otros, for-
m a m o s parte de un cierto lodo, que l l a m a m o s socie-
dad humana ó sociedad universal; y como partes de
este todo, estamos ligados m u t u a m e n t e con los
vínculos de los deberes y de los derechos, que nos
sirven de medios para tender con armonía y orden
hacia nuestra felicidad eterna. Estos deberes y dere-
chos, los podemos dividir en cuatro clases, que nos d a -
rán materia p a r a otros tantos párrafos, y son las si-
guientes: i." Deberes y derechos de caridad: 2." Deberes
y derechos de justicia: y. Deberes y derechos
a
relativos
á la propiedad: 4."- Deberes y derechos relativos de los
contratos.

§ I . - — D E B E R E S Y D E R E C H O S D E CARIDAD.

1 1 1 . — ' L l a m a m o s deberes y derechos de caridad á


los deberes y derechos imperfectos; los cuales se de-
rivan de la justicia lata ó sea de a l g u n a v i r t u d m o r a l
distinta de la justicia estricta (8), y están fundados en
la obligación natural que tenemos de a m a r n o s los
.— 8o —
unos á i o s otros. E n v i r t u d de estos deberes estamos
obligados á q u e r e r p a r a nuestros semejantes el últi-
m o fin y los medios necesarios para conseguirlo, á no
inducir sus inteligencias al error con nuestras pala-
b r a s , ni sus voluntades al mal con nuestros consejos
ó ejemplos, y á socorrerlos en sus necesidades tanto
corporales como espirituales, según la medida de
nuestras facultades. L o s derechos de la m i s m a clase
son correlativos á los deberes que tienen los d e m á s
de hacer otro tanto con nosotros. P o r esta causa no
hablaremos de los tales derechos y deberes en parti-
cular; sino ora de unos, ora de otros, s e g ú n la m a t e -
ria lo pida; p o r q u e conociendo los deberes, se cono-
cen al m i s m o tiempo los derechos y viceversa. E s t a
será también la conducta que observaremos en lo res-
tante del tratado.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

Todo hombre está obligado naturalmente á querer para


sus semejantes su último fin y los medios necesarios
para conseguirlo.

ii2.—'Demostración.—El buen orden y recta dispo-


sición de la naturaleza h u m a n a exigen que cada uno
quiera p a r a sus semejantes aquello que por razón de
su naturaleza quiere para sí. De aquí ha nacido aquel
tan conocido principio de moral, reconocido espontá-
neamente por los hombres de todas las clases: Lo que
no quieras para tí, no lo quieras para los otros. E s así
que todo h o m b r e , por razón de su naturaleza, quiere
y debe q u e r e r para sí el último fin y los medios nece-
sarios para conseguirlo (100.) L u e g o etc.
1 1 3 . — C O R O L A R I O I.—Luego lodo hombre está natural'
mente obligado á amar á sus prójimos como así mismo,
-8i —
L a razón es clara. A m a r es querer bien á alguno,
deseándole algún bien; y prójimo es todo ser de nues-
tra m i s m a especie, p r ó x i m o a nosotros por razón de
su naturaleza, tan h u m a n a como la n u e s t r a . E s así
que todo h o m b r e está obligado naturalmente á que-
r e r p a r a sus semejantes el Bien S u m o , ó sea el último
fin juntamente con los medios necesarios p a r a conse-
g u i r l o , lo m i s m o que para sí propio. L u e g o etc.—Ad-
viértase, sin e m b a r g o , que las palabras como á sí mis-
mo indican igualdad de bien objetivo' deseado, pero no
igualdad de apreciación subjetiva en el modo de desear-
lo. P a r a nosotros y para nuestros prójimos debemos
q u e r e r un m i s m o Bien S u m o , que es la felicidad
eterna. P e r o p a r a nosotros lo debemos querer con
a m o r de preferencia; de modo que antes debemos
b u s c a r nuestra felicidad eterna que la de ningún otro.
Por eso se suele decir con razón que la caridad bien
ordenada comienza por si mismo: « C h a n t a s bene ordi-
nata incipit a semetipso.»
1 1 4 . — C O R O L A R I O I I . — L u e g o no solo nó nos es lícito
tener odio á nuestros enemigos, sino que los debemos
amar positivamente. E n efecto: todo h o m b r e está, na-
turalmente obligado á a m a r á sus p r ó j i m o s como á sí
m i s m o (113.) E s así que n i n g ú n h o m b r e , por hacer
daño á otro ó ser enemigo s u y o , deja de ser h o m b r e
ó prójimo. L u e g o , a u n q u e un h o m b r e sea enemigo
nuestro y trate injustamente de hacernos d a ñ o , de-
bemos a m a r l e como á nosotros m i s m o s , deseándole
su último fin y los medios necesarios para conseguir-
lo. A ú n m á s : debemos m a n i f e s t a r á nuestros enemi-
gos las m i s m a s señales de amistad ordinaria, que usa-
mos generalmente con los demás; pbrque estas señales
se las d a m o s p a r a manifestarles el a m o r que les d e -
bemos p o r el solo hecho de ser h o m b r e s como nos-
otros.
- • Etica especial. 6
- 8 2 -

PROPOSICION SEGUNDA.

ü\¿unca es lícito mentir; pero algunas veces es licito


ocultar la verdad con anfibologías & equívocos, con
tal que no los usemos con ánimo de engañar
á los demás.

115.—Observación.-—Mentir es proferir como ver-


• dadero lo que interiormente se tiene por falso ó como
falso lo que interiormente se tiene por verdadero. Por
donde, si uno enuncia una falsedad teniéndola por
cosa verdadera se equivoca, pero no miente; p o r q u e
dice lo que siente en su interior. Y p o r el contrario,
si enuncia un juicio en sí verdadero pero considera-
do por él como falso, se equivoca.y miente; p o r q u e
en lo interior tiene un juicio erróneo, y en lo exterior
habla de intento al contrario de lo que siente.
L a mentira puede ser 6perjudicial ú oficiosa, según
que traiga ó no perjuicio al que-con ella es engañado
ó inducido á error. Grocio no tuvo por ilícita la m e n -
tira-oficiosa ó jocosa, sino sólo la perjudicial: de
donde concluyó que podemos lícitamente, no solo
ocultar la v e r d a d , sino también hacer uso de la pala-
bra con la intención expresa de e n g a ñ a r á nuestros
semejantes, cuando éstos ó no tienen derecho para
saber la v e r d a d , ó renuncian á él, queriendo ser en-
gañados. L a v e r d a d e r a doctrina, sin e m b a r g o , es la
enunciada en la tesis: según la cual" toda mentira es
ilícita; y lo" único qtie nos es p e r m i t i d o a l g u n a s veces,
es ocultar la v e r d a d con causa razonable y justa (1),

([) Cuando haya causa razonable y justa para ocultar la


verdad, es cosa que no pertenece á este tratado sino á la T e o -
logía Moral. Por consiguiente, quien no haya estudiado esta
- 8 3 -
por medio de palabras que p u e d a n ser entendidas de
varios m o d o s , y que reciben los nombres de anfibolo-
gías, equívocos y restricciones mentales, permitiendo
simplemente el e r r o r de nuestros semejantes, pero
no intentándolo en m a n e r a a l g u n a . L l á m a n s e anfibo-
logías, equívocos y restricciones mentales ciertas
frases que se prestan fácilmente á dos ó m á s senti-
dos, a l g u n o s de ellos falsos.
1 1 6 . — P r u e b a de la i." p.—Nunca es lícito h a c e r l o
intrínsecamente malo. E s así que toda mentira es
intrínsecamente mala. L u e g o nunca es lícito mentir.
Pruébase la menor.—1.° Toda mentira va directa-
mente contra el fin para el cual nos ha concedido Dios
la facultad de hablar. P o r q u e el habla nos h a sido
dada p a r a manifestar á nuestros semejantes nues-
tros pensamientos y la mentira va formal y expresa-
mente dirigida á manifestar pensamientos esencial-
mente diversos de los que tenemos en nuestro inte-
rior. E s asi que lo que va directamente contra el fin
p a r a el cual nos ha dado Dios una facultad cualquiera,
es intrínsecamente malo. L u e g o etc. 2 . L a m i s m a
0

naturaleza h u m a n a da en cada uno manifiesto testi-


monio de la inhonestidad intrínseca de la mentira;
puesto que la m e n t i r a causa en nosotros el m i s m o
r u b o r natural que todas las d e m á s cosas inmorales.
L u e g o etc. 3 . Sin el deber de la veracidad no p o d r í a
0

subsistir la sociedad h u m a n a . P o r q u e , no estando el


que habla obligado á ser veraz en sus palabras, no
tendrían los h o m b r e s obligación de creerse los unos
á los otros, y sin esto no es posible la sociedad h u -
m a n a . E s así que todo cuanto es necesario para la

importante ciencia, mírese mucho antes de ponerse á ocultarla,


si no quiere manchar su conciencia con algún pecado, y con-
sulte a quien le puede instruir en_esta materia.
- 8 4 -
posibilidad de la sociedad h u m a n a es intrínsecamente
honesto y necesariamente m a n d a d o por Dios; puesto
que el estado de sociedad es n a t u r a l al h o m b r e y por
lo tanto ordenado p o r el Criador. L u e g o la obligación
de decir v e r d a d siempre que hablamos, es de derecho
natural; y por lo tanto toda mentira es intrínseca-
mente mala.
1 1 7 . — P r u e b a de la 2 . p.—En m u c h o s casos es con-
a

veniente ocultar la v e r d a d p a r a q u e de su descubri-


miento no se siga algún d a ñ o , ora al que habla, ora
al que o y e , ora á los d e m á s h o m b r e s . E s así que
entonces es lícito u s a r de anfibologías, de palabras
equivocas y de restricciones mentales p a r a este efec-
to. P o r q u e , p o r u n a p a r t e , n i n g u n a de estas m a n e r a s
de hablar son mentiras propiamente dichas; y por
otra, el error que de ellas se puede seguir accidental-
mente en nuestros oyentes, nosotros lo podemos
lícitamente permitir en tales casos, sin intentarlo; por
ser las tales p a l a b r a s unas ciertas acciones, de las
cuales se siguen i n m e d i a t a m e n t e dos efectos, el uno
bueno y el otro m a l o (108, i.°). L u e g o algunas veces es
lícito ocultar la v e r d a d con anfibologías etc.
1 1 8 . — Q u e las anfibologías, las p a l a b r a s equívocas
y las restricciones mentales no sean de suyo m e n t i r a s
p r o p i a m e n t e dichas, es evidente: porque todas ellas
expresan realmente, a u n q u e de una m a n e r a embo-
zada y expuesta á e r r o r , la idea interna del que habla;
y así éste no habla contra lo que siente, en lo cual
consiste p r o p i a m e n t e la mentira.
L a restricción mental, sin e m b a r g o , p a r a ser lícita,
no ha de ser puramente mental; sino que debe el o y e n -
te poder suplir por las circunstancias extrínsecas del
que habla lo omitido p o r él. De lo contrario éste
mentiría formalmente, dando un sentido á sus p a -
labras, que ellas no tienen, ni p o r sí m i s m a s , ni en
- 8 -
5

v i r t u d de las circunstancias e x t e r n a s en que son pro-


nunciadas. Así por ejemplo, cuando á un sacerdote le
preguntan si sabe algo de los crímenes q u e se im-
putan á quien se los h a revelado en confesión; lícita-
mente puede r e s p o n d e r en esta f o r m a : Ato sé nada.
P o r q u e y a se entiende que el sentido de la respuesta
es, que no sabe n a d a como persona particular; pues de
lo oido en confesión no puede h a b l a r fuera de ella
sin licencia expresa del penitente. Pero si u n o , p a r a
s e g u i r cobrando el sueldo que le ofrece el Gobierno á
condición de j u r a r u n a Constitución i m p í a y per-
v e r s a , dijese: Juro guardar la Constitución; pero en-
tendiendo por Constitución, no la que le presenta el
funcionario público, sino otra buena y santa que él
m i s m o ha compuesto sin noticia de nadie y lleva
oculta en su seno; claro está que proferiría u n a m e n -
tira y cometería un g r a v e sacrilegio jurando en falso.
1 1 9 . — C o n t r a lo dicho en la p r i m e r a p a r t e , d e esta
tesis se podría a r g u m e n t a r en esta forma: Si la m e n -
tira es intrínsecamente m a l a , no será lícito m e n t i r ni
aun p a r a s a l v a r la vida de un inocente. M a s esto es
falso; p o r q u e de dos males se ha de elegir el m e n o r ,
y m e n o r m a l es u n a m e n t i r a leve que la m u e r t e in-
justa de un inocente. L u e g o el mentir no es de suyo
m a l o y p o r lo tanto en algunos casos será lícita la
mentira.
120.—Respuesta.—Concedida la m a y o r , se niega la
m e n o r ; y á la razón que se aduce p a r a p r o b a r l a , se
responde con la siguiente distinción: De dos males
se h a de elegir el m e n o r , cuando son elegibles; lo t r a s -
mito. Cuando no son elegibles, como aquí sucede res-
pecto de la m e n t i r a ; lo niego. F u e r a de que la acción
de permitir que otro m a t e á una persona inocente es
menos m a l a que la de mentir p a r a salvarla. P o r q u e á
s a l v a r la vida de los inocentes no estamos obligados
- 8 6 -
sino cuando honestamente lo p o d e m o s hacer; y asi
el p e r m i t i r que otro le mate, cuando no tenemos otro
medio que echar una mentira, no es malo sino bueno
y honesto. Pero el m e n t i r , siempre es intrinsecamen-
te inmoral. P o r consiguiente, concediendo el princi-
pio de que entre dos males debemos elegir el m e n o r
n e g a m o s la consecuencia sacada de él por el a r g u y e n -
te. P o r q u e la consecuencia que se debe sacar de dicho
principio, es precisamente la contraria, á saber: que
puestos en la alternativa de dejar m a t a r á un inocen-
te ó echar u n a mentira, debemos preferir la primera
de las dos acciones.

PROPOSICIÓN TERCERA.

5\£o es licito inducir en manera alguna el mal moral


á nuestros semejantes; por donde debe ser tenida
por absurda la libertad absoluta de hablar y
de escribir defendida por muchos políticos
modernos.

1 2 1 . — P r u e b a de la r. p.—Todos estamos obligados


a

por el Derecho de la naturaleza á a m a r á nuestros


prójimos como á nosotros m i s m o s , deseándoles el úl-
timo fin y los medios necesarios p a r a conseguirlo (112-
1 1 3 ) . E s así que el inducirlos al mal moral p u g n a in-
trínsecamente con este a m o r . P o r q u e el mal m o r a l ,
si es g r a v e , aparta del último fin á quien lo comete
(E. 253); y si es leve, retarda el m o v i m i e n t o con que
el h o m b r e debe dirigirse hacia él. L u e g o no es lícito
inducir en m a n e r a alguna al mal moral á ninguno de
nuestros semejantes.
122.—Prueba de la 2 . p.—1.° L a libertad absoluta de
a

hablar y de escribir cuanto á uno se le antoje, implica


en sí la facultad de enseñar las m á s pestilentes doc-
- 8 7 -
trinas, presentándolas con los colores m á s halagüeños
y atractivos, y persuadiendo á los demás á que obren
conforme á ellas. E s así que enseñar pestilentes erro-
res, pintándolos con los colores dichos y persuadien-
do á los d e m á s á que obren conforme á ellos, es indu-
cir formalmente al m a l moral; lo cual está prohibido
por L e y Natural (121). L u e g o es completamente ab-
s u r d o el que cada h o m b r e tenga p o r naturaleza liber-
tad absoluta p a r a hablar y escribir cuanto se le anto-
je. 2. Ningún hombre tiene libertad absoluta para
0

opinar como guste en todas las cosas: puesto que to-


d o s , estamos n a t u r a l m e n t e obligados á pensar con
rectitud en orden á nuestro último fin y á los medios
necesarios para alcanzarlo (97). L u e g o tampoco puede
tener libertad absoluta p a r a hablar y escribir como se
le antoje; porque el deber de ser veraces nos obliga á
conformar las palabras con los pensamientos.

PROPOSICIÓN CUARTA

En virtud de los deberes naturales de caridad estamos


obligados lodos, no solo á no hacer daño á nuestros
semejantes, sino también á socorrerlos en sus
necesidades, tanto espirituales como corporales,
según la medida de su necesidad y de
nuestras facultades.

123.—Prueba de la i. p.—Por
a
la L e y Natural esta-
mos, obligados á a m a r á nuestros prójimos como á
nosotros m i s m o s (113). L u e g o por la misma L e y Na-
tural estamos obligados á hacer en favor suyo aque-
llas cosas, sin las cuales no puede subsistir este amor.
E s así que no puede subsistir el a m o r que debemos al
p r ó j i m o , si no le socorremos en sus necesidades, tanto
corporales como espirituales, cuando lo podemos ha-
cer sin algún g r a v e detrimento nuestro. P o r q u e el
— 88-
a m o r v e r d a d e r o es activo y pone en ejecución las co-
sas q u e desea, s i e m p r e que puede (i); y por consi-
g u i e n t e , al a m o r del prójimo pertenece, no solo el que
le deseemos los bienes propios de su naturaleza, sino
también el que se los p r o c u r e m o s con la obra, siem-
p r e que p o d e m o s y él lo necesita (2), L u e g o en v i r t u d
de los deberes naturales de caridad estamos obliga-
d o s , no solo á no hacer daño á nuestros semejantes;
sino también á socorrerlos en sus necesidades espiri-
tuales y corporales.
1 2 4 . — P r u e b a de la 2 . p . — L a medida del socorro es
a

la necesidad del indigente. A h o r a bien, este socorro


cada u n o lo debe p r e s t a r según sus p r o p i a s faculta-
des; porque la razón dicta que, en el hacer bien al
p r ó j i m o , nos a c o r d e m o s también de nosotros m i s -
m o s , para que no nos sea necesario sufrir p o r ello de-
trimiento g r a v e en nuestros bienes. L u e g o debemos
s o c o r r e r á nuestros p r ó j i m o s , según la medida de su
necesidad y la de nuestras facultades. E n las necesi-
d a d e s x o m u n e s y en las g r a v e s no estaremos obliga-
dos á darles sino de lo que á nosotros nos sobra y no
nos es necesario ni p a r a nuestras p r o p i a s personas
ni p a r a la decente conservación de nuestro estado;
en las necesidades e x t r e m a s debemos socorrerles aun
con los bienes en a l g u n a m a n e r a necesarios para la
conservación de nuestra posición y estado (3). P a r a
m á s detenido estudio sobre esta m a t e r i a es preciso
r e c u r r i r á los Moralistas (4).

(1) S. Thomas, Summ. Theol., 2. 2. q. 31,'art. 1.


(2) Id. ibid., q. 32, art. $.
(3) Véase S. Tomás en la Suma Teológica, 2. 2. q. 32,
aa. 3 y 5.
(4) Véase el Busembaum, Medidla Theologice Moralis,
lib. 2, tract. 3, cap. ?, dub. 3.
§ I I . — D E B E R E S Y DERECHOS D E J U S T I C I A .

1 2 5 . — L a v i r t u d de la justicia suele definirse: La


constante y perpetua voluntad de dar á cada uno lo suyo,
ó de observar en todas las cosas lo que es justo (12). L a
g u a r d a de la justicia está manifiestamente m a n d a -
da por el Criador; p o r q u e el recto orden de la na-
turaleza h u m a n a exige que á cada individuo se le
reconozcan como suyos los bienes que realmente son
tales. L a violación de los derechos de justicia se llama
injuria; la cual, es lo m i s m o que atentado contra el
derecho y reclama p a r a ser satisfecha la restitución de
la cosa quitada. P o r eso se suele decir comunmente:
O restitución ó condenación; porque en esta materia
no hay otro medio de restablecer el orden violado,
que poner las cosas como estaban, restituyendo lo
robado.
126.—La justicia se divide p r i m e r a m e n t e en con-
mutativa y distributiva. L a p r i m e r a es la que versa
sobre la igualdad ó proporción que debe haber entre las
cosas, cuando se dan unas por otras. L a segunda es la
que tiene por objeto arreglar la igualdad ó proporción
que debe haber en la distribución de los cómodos y de las
cargas entre los diferentes miembros de una comunidad
cualquiera. L a justicia conmutativa puede pertenecer
á toda clase de h o m b r e s ; pero la distributiva es p r o -
pia sólo de los superiores; p o r q u e á ellos solos toca
hacer la distribuccion de los cómodos y de las cargas
mencionada. A d e m á s , entre estas dos clases de justi-
cia h a y otra distinción; y es, que la i g u a l d a d sobre
que versa la conmutativa, es r i g u r o s a y de cosa á
cosa, cual es la que existe en los contratos entre lo
dado y lo recibido: m i e n t r a s que la i g u a l d a d de la
distributiva no es sino igualdad de proporciones; de
— 90 —
m o d o que si á uno, c u y o s méritos son como 4, le co-
rresponde un p r e m i o como 20, al otro que tiene un
mérito doble ó como 8, se le deba dar un p r e m i o
también doble ó como 40. L a igualdad de la justicia
conmutativa la llamaban aritmética los Escolásticos, y
á la de la justicia distributiva le daban el nombre de
geométrica.
1 2 7 . — L a justicia en segundo l u g a r se divide en
particular y general. L a p r i m e r a es aquella que ordena
una parle de la comunidad á otra, haciendo que entre
ellas reine la igualdad ó proporción, debida..La segun-
da es la que tiene por objeto ordenar las diferentes partes
de la comunidad á la comunidad misma, que es un todo.
E s t a segunda clase de justicia suele también recibir
el n o m b r e de justicia legal; p o r q u e las partes ó miem-
bros de una c o m u n i d a d no se ordenan bien á ella
sino g u a r d a n d o e x a c t a m e n t e lo m a n d a d o por las
leyes vigentes en esta c o m u n i d a d .
128.—Finalmente, además de estas cuatro especies
de justicia, hay otra que se llama vindicativa y cuyo
oficio es poner la igualdad debida entre los delitos co-
metidos por los diferentes miembros déla comunidad y
su castigo. Esta justicia Escoto la redujo á la distri-
butiva; pero S a n t o T o m á s con mejor acuerdo la hizo
pertenecer á la conmutativa, en cuanto existente en
el juez (1). P o r q u e el juez está obligado p o r oficio y
por cuasicontrato con la comunidad á castigar los
delitos, al m o d o que el g u a r d a de una viña está obli-
g a d o á a p a r t a r de ella á los ladrones (2).
P a r a declarar ahora en general la materia de los
derechos y deberes de justicia, nos serviremos de las
proposiciones siguientes.

(1) S. Tomás, Stimm. Theol., 2. 2. q. 108, art. 2, ad i . u m

(2) Véase Lugo, de Justitia et Jure, disp. 1, sect. 4, n. 69.


— i —
9

PROPOSICIÓN PRIMERA. ..

Todo hombre tiene por naturaleza el derecho estricto de


no ser perjudicado por sus semejantes ni en los
bienes internos del cuerpo y del alma, ni en los
externos del honor, de la famay de fortuna.

129.—Observación.—Llámase derecho estricto el de-


recho perfecto, sobre el cual v e r s a la v i r t u d de la
justicia estricta (23). E l h o n o r es cierta testificación de
la excelencia de otro (1). F a m a en general es la opi-
nión que tienen muchos respecto de la vida y costumbres
de alguna persona. L a fama puede ser buena ó mala,
según sea buena ó mala la opinión que m u c h o s tie-
nen de alguno. En la presente proposición no habla-
mos sino de la buena fama; la cual puede definirse.
La buena opinión que muchos tienen de alguno en orden
á algún bien suyo. Este bien sobre que versa la opi-
nión dicha, se entiende ser principalmente la virtud,
la honestidad, la sabiduría, el ingenio, la elocuencia, la
buena índole, y todas las d e m á s cosas d i g n a s de ala-
banza en el h o m b r e . L a diferencia que hay entre la
fama y el honor, consiste: i . ° e n que aquella es la
buena opinión interna y ésta la manifestación externa
de esta opinión; y 2° en que la fama es algo que existe
ya de hecho entre los bienes de la persona jamosa; mien-
t r a s que el honor es algo que no existe de hecho,
sino debe existir entre los bienes de quien lo m e r e -
ce (2). Finalmente, bienes de fortuna se llaman todas
las cosas materiales exteriores á nosotros, que nos

(1) Honor testificationem quamdam importat de excellentia


alicujus (S. Thomas, Summ. Theol.. 2. 2. q. 103, art. 1.
(2) V. Lugo, de Just. et Jure, disp. 14, sect, 1,
— 2 —
9

pertenecen, y de las cuales p o d e m o s u s a r con exclu-


sión de los demás.
130.—'Demostración.—El buen orden y recta dispo-
sición de la naturaleza h u m a n a e x i g e que á cada uno
se le reconozcan como s u y o s los bienes que r e a l m e n -
te son tales. P o r donde es cosa c l a r a , como decíamos
más a r r i b a (125), que el Criador m a n d a á los h o m -
bres la g u a r d a de la justicia. E s así que tanto los
bienes interiores del cuerpo y del a l m a , como los ex-
teriores del h o n o r , de la fama y de fortuna pertene-
cientes á cada u n o , son bienes propios suyos. L u e g o
todo h o m b r e tiene derecho estricto ó de justicia p a r a
no ser perjudicado en ellos. P o r consiguiente, nadie
puede quitárselos; y quien se los quita, tiene siempre
la estrictísima obligación de restituirlos en la m a n e r a
que le sea posible.
1 3 1 . — L a menor de este silogismo es evidente. i.° No
somos en v e r d a d dueños de nuestro cuerpo ni de
nuestros m i e m b r o s con un dominio tan perfecto, que
los p o d a m o s destruir (87 y siguientes); pero tenemos
sobre ellos dominio útil, porque p a r a nuestra propia
y peculiar utilidad nos los ha concedido el A u t o r de
la naturaleza. P o r tanto ningún h o m b r e , ni p a r t i c u -
lar, ni público, tiene derecho para quitar á nadie la
vida, ni p a r a m u t i l a r sus m i e m b r o s , ni para causarle
dolor en su cuerpo; si no se hace él acreedor á estos
males con su conducta perniciosa y digna de castigo.
2.0
E n la m i s m a m a n e r a , se nos ha concedido el
dominio útil sobre nuestro entendimiento y v o l u n -
tad; y p o r lo tanto cometería una v e r d a d e r a injuria
contra otro quien, á sabiendas y con intención, inuti-
lizase física ó m o r a l m e n t e estas potencias s u y a s , dán-
dole un veneno con que le hiciese perder el juicio, ó
corrompiendo su inteligencia con malas doctrinas ó
su voluntad con malos consejos. Y con esto y a se ve
—93 —
que el ser causa de la perversión de alguno por razón
de las m a l a s doctrinas y de los malos ejemplos es
m u c h a s veces, no solo contra la caridad, sino también
contra la justicia.
3.° A s i m i s m o , el honor y buena fama á que somos
acreedores p o r parte de nuestros semejantes, siem-
pre que con acciones positivas no nos h a y a m o s hecho
indignos de ellos, son bienes útiles nuestros. Y a p o r -
que «el bien de la fama y del h o n o r hace al h o m b r e
apto p a r a d e s e m p e ñ a r los diversos oficios en la con-
versación h u m a n a (1);» y por consiguiente es un bien
propio, de que él necesita para los usos comunes de
la vida: y a también p o r q u e la persona h u m a n a en
todos y cada uno de los individuos del h u m a n o linaje
es por razón de su intrínseca d i g n i d a d acreedora á
nuestra consideración y respeto; y a finalmente, p o r -
que la laudabilidad inherente á las acciones buenas
es cosa que nace del ejercicio de la libertad de cada
u n o ; y p o r consiguiente la alabanza y h o n o r que á
ellas corresponde, es un bien propio de quien las
practica, como es propio del árbol el fruto por él pro-
ducido.
4.
0
P o r fin, dígase otro tanto de los bienes de for-
tuna que pertenecen á cada u n o . T o d o s ellos son pro-
piedades s u y a s , de las cuales puede él solo usar lícita-
mente p a r a su propio bien; puesto que el derecho de
poder a d q u i r i r bienes de esta clase es legítimo y dado
p o r el A u t o r de la naturaleza, como se p r o b a r á m á s
adelante.

(1) S. Tomás, q. q. dispp. De virt., q. III, art. 2. c.


PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La obligación de conservar la vida no funda en obrero


alguno derecho estricto ó de justicia al trabajo, como
pretenden algunos autores modernos.

132.—Observación.—Los autores aludidos en la té-


sis pretenden que los obreros, puesto que no tienen
otro medio de conservar la vida sino el t r a b a j a r á jor-
nal, tienen derecho estricto á que se les dé trabajo,
ora por los particulares, ora por el E s t a d o . P e r o esta
doctrina es abiertamente falsa, como se v e r á en la si-
guiente
133.—Demostración.—En tanto pueden tener los
obreros derecho estricto al trabajo, en cuanto que sin
él se verían reducidos ala e x t r e m a necesidad. E s así
que esta e x t r e m a necesidad no se sigue necesaria-
mente de la falta de trabajo; y aun cuando a l g u n a vez
se siga, no obliga á nadie á dar trabajo al obrero ne-
cesitado. L u e g o la obligación de conservar la vida no
da á nadie derecho estricto al trabajo.
Prueba de la /. p. de la menor.—El obrero necesi-
a

tado puede ser socorrido con la limosna de los p a r -


ticulares, antes que llegue á u n a necesidad e x t r e m a .
L u e g o de la falta de trabajo no se sigue necesaria-
mente y por inevitable consecuencia lógica la necesi-
dad e x t r e m a sobredicha. Ciertamente, el obrero,
puesto en estado de necesidad g r a v e , tiene derecho á
ser socorrido por sus semejantes. P e r o este derecho
es imperfecto y á él no corresponde en los d e m á s hom-
bres sino el deber también imperfecto de la caridad;
á cuyo cumplimiento no pueden ser compelidos con la
fuerza por la autoridad pública (8 y 23). Ahora bien;
- 9 5 -
á este deber pueden atender los hombres socorriendo
g r a t u i t a m e n t e al indigente por medio de la limosna;
porque el deber de socorrer al prójimo no determina
la m a n e r a precisa en que se le ha de d a r el socorro.
L u e g o de que un h o m b r e se quede sin trabajo, no se
sigue p o r necesidad que v e n g a á una necesidad ex-
trema.
Prueba de la 2." p. de la menor.—Cuando un obrero
y u n a persona cualquiera se hallen reducidos al caso
de necesidad e x t r e m a ; los demás, por deber de justi-
cia, sólo están obligados á dejarle t o m a r p a r a sí de sus
bienes cuanto le sea necesario p a r a salir de esta nece-
sidad; por aquello de que en el caso de extrema necesi-
dad todos los bienes son comunes. L u e g o ni aun enton-
ces la obligación de c o n s e r v a r la vida da al obrero
verdadero derecho de justicia p a r a que le dé nadie
jornal. A d e m á s , aun en el caso de necesidad e x t r e m a
de un indigente no están obligados los d e m á s h o m -
bres por deber de justicia sino de sola caridad á ejer-
cer acción a l g u n a positiva p a r a sacarle de aquel esta-
do; y por esto nadie puede ser compelido con la fuerza
pública al cumplimiento de este deber. E s asi que el
d a r á uno trabajo p a r a que con él se g a n e su vida es
una acción positiva. L u e g o , aun cuando uno se halle
en estado de necesidad e x t r e m a , no tiene derecho es-
tricto al t r a b a j o .
134.—Lo que decimos de los particulares, lo pode-
mos aplicar en su debida proporción á los g o b e r n a n -
tes. E s t o s , en cuanto tales, no tienen deberes de j u s -
ticia sino respecto de la nación, á la cual están obli-
g a d o s con un cuasicontrato para g o b e r n a r con leyes
sabias y prudentes á los c i u d a d a n o s ; ' y en cuanto re-
presentantes de la nación, no tienen otros deberes
para con los miembros de ella, sino los que la m i s m a
nación tiene p a r a con sus hijos. E s decir, que los ta-
- 9 6 -
les deberes son deberes de piedad, de justicia distribu-
tiva y vindicativa, pero no de justicia conmutativa,
que es la única que se refiere á derechos estrictos.
A d e m á s , ni la nación, ni sus representantes tienen el
deber de atender á los ciudadanos necesitados, -preci-
samente dándoles trabajo p a r a que ganen su vida;
p o r q u e pueden proveer á sus necesidades en otra for-
m a , llevándolos por ejemplo á casas de beneficencia ó
dándoles g r a t u i t a m e n t e lo necesario p a r a remediarlas.
L u e g o , etc.

§ I I I . — D E B E R E S Y D E R E C H O S R E L A T I V O S Á LA PROPIEDAD.

1 3 5 . — L l á m a s e c o m u n m e n t e propiedad iodo bien


sensible y extemo á nosotros, el cual se halla moralmen-
te unido á nuestra persona y formando un todo moral con
ella, de forma que lo podamos llamar nuestro. Así como
los m i e m b r o s del cuerpo son nuestros, p o r q u e forman
parte del todo físico que somos nosotros, y no perte-
necen sino á nuestra propia persona; de la m i s m a
m a n e r a ios bienes externos propios de algún indivi-
duo forman con él un cierto todo moral; pues se ha-
llan inherentes á él á manera de accidentes suyos, y en
virtud de esa unión m o r a l son v e r d a d e r o s bienes
suyos, lo m i s m o que los m i e m b r o s del c u e r p o . Y por-
que el h o m b r e tiene derecho de justicia para u s a r en
su p r o v e c h o propio con exclusión de los d e m á s de todo
cuanto es un v e r d a d e r o bien suyo ( 1 3 0 - 1 3 1 ) , p o r eso
suele definirse el dominio de propiedad el derecho ópo-
testad moral de usar, con exclusión de los demás, de un
bien material y externo en provecho propio. E n lo de
ser derecho y tener por fin natural el provecho de la
persona á que pertenece, conviene con todos los demás
derechos. E n lo de versar sobre un bien externo, con-
viene con el derecho á la fama y al honor, y se distin-
- 9 7 -
g u e como ellos de todos aquellos derechos que v e r s a n
sobre bienes interiores á la,persona. E n lo de v e r s a r
sobre un bien material, se distingue del derecho á la
fama y al honor; porque el honor y la fama son bienes
espirituales y no materiales. F i n a l m e n t e , en lo de ser
derecho de u s a r con excluían de los demás, se indica
que el bien sobre que recae el tal dominio, es algo
moralmenle inherente á u n a persona determinada á
m a n e r a de accidente s u y o , y existente en ella sola;
pues el accidente no puede estar sino en un solo
sujeto.
136.—El derecho de propiedad puede ser directo ó
indirecto, ó ambas cosas juntamente. E s directo; c u a n -
do la persona que lo posee, no puede usar sino de la
sustancia de la cosa destruyéndola ó cediéndola á otro.
E s indirecto; cuando uno no tiene dominio sobre la
sustancia de la cosa, y así no la puede ni destruir ni
e n a g e n a r , pero puede gozar de los emolumentos que
ella produce. E s finalmente a m b a s cosas; cuando uno
puede destruir y enajenar la cosa poseída y gozar de
sus emolumentos, m i e n t r a s no la destruya, ni enaje-
ne. E l sujeto del dominio directo se llama propietario;
el del indirecto ó útil se dice usufructuario. T a n t o el
dominio directo como el indirecto son imperfectos;
porque no hacen á uno señor total de la cosa; el do-
minio directo y juntamente indirecto es perfecto, por
la razón contraria.
1 3 7 . — L a propiedad, por razón del sujeto á que p e r -
tenezca, puede ser individual ó colectiva. E s i n d i v i -
dual, cuando el sujeto á que pertenece, es una perso-
na física. E s colectiva, cuando el sujeto mencionado es
una-persona moral, ó un ser colectivo, cuales son por
ejemplo u n a familia, una ciudad, un reino, etc. P e r o
siempre la propiedad estará en un individuo y será
cosa contradistinta de la comunidad; sólo que este in-
Ética especial, 7
clivíduo Se contrapondrá á otros individuos de la m i s -
ma especie, aunque éi en sí sea una colectividad. Así,
cuando decimos que tal ó cual finca son propiedades
de la familia A, negamos por esto mismo que tengan
derecho de propiedad sobre ellas las familias B, C, D,
etcétera.
138.—Los Comunistas, capitaneados por F o u r r i e r ,
Cabet, Leblanc y otros, sostienen que el sujeto legíti-
mo de la propiedad es solamente la nación. Esta doc-
trina la llevó el impío P r o u d h o n á s u último desarro-
llo, diciendo que la propiedad individual ó privada es
un robo, y concluyendo que todos cuantos propieta-
rios existen en el dia, pueden ser despojados á viva
fuerza de los bienes que poseen: porque todos ellos,
son unos ladrones que están reteniendo injustamente
lo ajeno. Los Socialistas no rechazan en absoluto la
propiedad individnal; pero opinan que, tal como se
halla en el estado presente, es injusta, por razón de
las enormes desigualdades que con ella se han crea-
do entre los hombres. P o r donde concluyen que
la autoridad civil debe desposeer de sus bienes á los
dueños actuales y hacer un nuevo reparto de ellos
é n t r e l o s hombres, dando á todos partes iguales, ó á
lo menos acomodadas al trabajo y á la necesidad de
cada uno.
139.—Otros, no solo admiten la propiedad p r i v a d a ,
sino que además rcprueban los delirios de los C o m u -
nistas y Socialistas; pero siguiendo á Grocio, Puffen-
dorf, Moutesquieu y B e n t h a m , juzgan que todo el
fundamento de la propiedad estriba en la ley ó la de-
rivan con K a n t y Fichte del libre consentimiento de
los h o m b r e s , que así la quisieron establecer por un
contrato en un principio. De donde infieren que la
propiedad en cuestión no es de derecho natural y di-
vino, sino de libre voluntad h u m a n a .
- o - 9

140.—Otros como A h r e n s (1) admiten el derecho de


propiedad; pero lo limitan á las cosas materiales, di-
ciendo que ningún hombre puede tener dominio de
ninguna clase sobre otro h o m b r e , y concluyendo
que la s e r v i d u m b r e perfecta conocida con el n o m b r e
de esclavitud es intrínsecamente injusta. Otros final-
mente con Kant, Fichte y algunos m á s , piensan que la
facultad de t r a s l a d a r la p r o p i e d a d por medio del tes-
tamento no viene del Derecho Natural sino de la ley
civil. L a verdadera doctrina, sin e m b a r g o , es la que
c o m u n m e n t e profesaron los Escolásticos, á saber;
que la propiedad privada es de Derecho N a t u r a l , y que
este m i s m o Derecho autoriza al propietario p a r a ce-
derla á otros por medio del testamento. Esto es lo
que v a m o s á probar por medio 'de las siguientes pro-
posiciones.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

El hombre puede adquirir legítimamente dominio privado


de propiedad, no solo sobre los bienes que se pueden
guardar por algún breve tiempo, sino también
sobre los fijos y estables.

1 4 1 . — P r u e b a de la i . p.—El h o m b r e puede a d q u i r i r
a

legítimamente dominio privado sobre aquellas cosas,


que le son necesarias p a r a sí y para su familia; puesto
que Dios no puede imponerle la obligación de conser-
varse á sí propio y á su familia, sin darle el derecho
de poder a d q u i r i r el dominio de cuanto es necesario
p a r a el cumplimiento de este deber. E s así que para
poder conservar su vida y la de su familia necesita
adquirir dominio p r i v a d o sobre la comida, la bebida
y el vestido; puesto que, sin este derecho de usar de

(1) Ahrens, Cours de Droit Naturel, % XXVI.


— 100 —
las tales cosas con exclusión de los demás, éstos se las
podrían arrebatar lícitamente de sus m a n o s , aun des-
pués que se las hubiese p r o c u r a d o á costa de mil tra-
bajos y fatigas. L u e g o el hombre puede a d q u i r i r legí-
t i m a m e n t e dominio p r i v a d o .
142.—Prueba de la 2 . p.—El h o m b r e , p a r a conservar
a

su v i d a y la de su familia, necesita tener dominio p r i -


v a d o sobre algunas cosas, que debe g u a r d a r p a r a el
invierno, ó p a r a cuando la tierra no le ofrezca alimen-
tos ni vestidos, ó finalmente p a r a cuando le v e n g a
u n a enfermedad, ó se le eche encima la vejez, en que
no pueda p r o c u r a r s e ninguna de estas cosas. P o r q u e
la tierra no produce frutos en todos tiempos, ni to-
dos los años son felices p a r a cosechar, ni la salud es
cosa s e g u r a p a r a nadie, "ni podemos escaparnos con
toda la salud del m u n d o de la vejez; y por consi-
guiente, p a r a ocurrir á todos estas necesidades, debe
t r a t a r el h o m b r e de hacer acopio de bienes útiles, de
los cuales él sólo pueda legítimamente usar. P o r q u e
de lo contrario, los d e m á s podrían quitárselos sin ha-
cerle injuria, y dejar así frustradas sus providencias.
L u e g o al h o m b r e es lícito a d q u i r i r dominio p r i v a d o
sobre todas estas cosas, que pueden d u r a r al menos
d u r a n t e algún breve espacio de tiempo.
143.—Prueba de la y." p.—1.° P u e d e el h o m b r e sem-
b r a r un campo desierto, cuidar después con diligen-
cia que no sea talado por los animales, para que la
semilla s e m b r a d a llegue á perfecta sazón, y reco-
g e r finalmente él fruto de esta semilla. E s así que el
fruto así adquirido es v e r d a d e r a m e n t e suyo, como
efecto producido p o r él y debido á su industria. L u e -
g o el h o m b r e p o d r á a d q u i r i r dominio estable y fijo
sobre él; porque siempre será efecto suyo, y p o r tanto
p e r m a n e c e r á bajo su poder indefinidamente, m i e n t r a s
no se c o r r o m p a ó el h o m b r e quiera conservarlo.
— 101 —
144.—2. E l h o m b r e puede con su industria hacerse
0

un "vestido, elaborando artificiosamente diversas


plantas que no h a y a n pertenecido todavía á nadie, ó
fabricarse una choza con r a m a s de árboles que h a y a
cortado en un monte desierto. E s así que sobre este
vestido y casa puede adquirir dominio estable; pues
a m b o s , durante todo el tiempo de su existencia serán
siempre efectos suyos y por consiguiente propiedades
suyas aptas para p e r m a n e c e r en su poder de una m a -
nera estable. L u e g o etc.
1 4 5 . — 3 . Puede el h o m b r e con su trabajo é indus-
0

tria d e s m o n t a r un terreno ó desecar una l a g u n a que


no se hallen en poder de nadie, disponer luego la
tierra p a r a la labranza, beneficiarla con estiércol, ro-
dear toda la finca con un vallado p a r a protegerla de
los animales, y hacer en ella finalmente otras m u c h a s
mejoras con las cuales se h a y a tornado de estéril en
fructuosa y de desestimada en valiosa y apreciable.
E s así que con las tales acciones a d q u i r i r á dominio
estable sobre la tal finca; porque la fecundidad que la
hace apreciable, es totalmente debida á su industria
y será p o r lo tanto siempre un efecto suyo; del cual no
lo puede despojar n i n g u n o , sin quebrantar las leyes
de la justicia. L u e g o etc.
146.—4. T o d o el género h u m a n o h a estado siem-
0

pre en la íntima persuasión de que el h o m b r e puede


adquirir dominio privado de propiedad estable. P u e s
en esta común persuasión se fundan las divisiones de
los reinos, los limites de las ciudades, de las casas, de
los c a m p o s , etc. Y no h a y pueblo en el m u n d o , por
b á r b a r o y salvaje que sea, cuyos individuos no se
h a y a n considerado habilitados p o r el Derecho de la
naturaleza p a r a tener dominio privado y estable
sobre sus g a n a d o s y sobre sus instrumentos de pesca,
caza y g u e r r a . E s así que los juicios en que todo el
— 102 —
género h u m a n o conviene de una m a n e r a universal,
constante y uniforme, no pueden menos de ser v e r -
daderos, por ser juicios de la naturaleza h u m a n a r a -
cional y r e c t a . L u e g o etc.
1 4 7 . — C O R O L A R I O . — L u e g o son falsas las doctrinas del
Comunismo y del Socialismo. E l C o m u n i s m o niega en
absoluto la legitimidad de la propiedad individual y
el Socialismo niega la de la actualmente existente.
A h o r a bien: i.° según lo d e m o s t r a d o en la tesis, la
propiedad individual es en absoluto legítima, porque
el h o m b r e tiene v e r d a d e r o derecho de adquirir do-
minio p r i v a d o sobre las cosas; y 2. n i n g u n o puede
0

ser j u s t a m e n t e despojado de lo que legítimamente


posee. L u e g o es manifiesto que a m b a s doctrinas son
completamente falsas. A d e m á s , tanto el C o m u n i s m o
como el Socialismo están sujetos á g r a v í s i m o s incon-
venientes, que demuestran con toda evidencia lo
a b s u r d o é incoherente de los tales sistemas, como se
v e r á en la siguiente

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La propiedad privada y estable no solo es naturalmente


licita, sino que además está ordenada por el Criador
á la generalidad de los hombres.

148.—Demostración.—Ni la comunidad de bienes


soñada por los Comunistas, ni la nivelación social
ideada p o r los Socialistas son medios aptos para que
los hombres puedan vivir en sociedad política según
lo exige la condición de su propia naturaleza. L u e g o el
medio dictado para .este fin p o r el C r i a d o r del género-
h u m a n o es solamente la propiedad privada y estable;
p o r q u e , quitados los'Otros dos, no queda sino este solo
p a r a la realización de la vida social y política,
—103 —
149-—La p r i m e r a parte del antecedente nos la p r u e -
ba el Cardenal de L u g o evidentemente con estas bre-
ves y enérgicas palabras: «Si todas las cosas fuesen
comunes; como lo común por lo r e g u l a r se suele cui-
d a r poco, cesaría en gran parte la diligencia en el cul-
tivo de los c a m p o s , en la conservación de los frutos,
y en la procuración de las cosas necesarias para la
vida. P o r q u e serían pocos los que q u e r r í a n t r a b a j a r
p a r a el bien c o m ú n , no esperando p a r a sí nada de su
trabajo y quedándose tan vacíos como los que no hi-
ciesen ningún caso de estas cosas. Esto daría origen
á continuas g u e r r a s , discordias y disensiones: de
donde resultaría que cada uno robaría lo que pudiese;
y el que tuviese m á s fuerza, se apoderaría de las cosas
p a r a su propio uso (i).»
L o que sucedería en la hipótesis comunista, sería
que n i n g u n o querría trabajar y todos harían cuanto
pudiesen para ser administradores del bien público,
resultando de aquí las continuas g u e r r a s , discordias
y robos de que habla el Cardenal citado. A d e m á s to-
dos los ciudadanos serían simples mercenarios de la
nación y ésta no debería considerarlos de otra suerte:
de donde resultarían por fuerza un centralismo y un
despotismo horribles, quedando convertidos los hom-
bres en p u r o s esclavos del Estado. Finalmente, para
ser consiguientes los defensores del tal sistema, deben
establecer la comunidad universal de todo el género hu-
mano, quitando toda división de reinos y naciones.
P o r q u e de lo contrario, ya admiten la propiedad in-
dividual entre las naciones; la cual no se compadece
con el principio por ellos asentado, de que la división
de bienes es ilícita por ser los bienes de este m u n d o
de todo el g é n e r o h u m a n o . Mas esto es un delirio,

(i) Lugo, De Just. el jure, disp. 6, sect. T .


—104 —
q u e no puede caber sino en la cabeza de un loco. L u e -
g o la doctrina del C o m u n i s m o es, g e n e r a l m e n t e h a -
blando y aplicada á los pueblos, u n a b s u r d o m a n i -
fiesto.
150.—Digo generalmente hablando. P o r q u e en hom-
bres especiales y pocos en n ú m e r o , que tratan exclu-
sivamente de v i r t u d y eligen por propia voluntad un
género de v i d a en que no se consiente otra propiedad
que la colectiva, y a la cosa es diferente y no encuentra
los obstáculos á que se h,alla sujeta la idea c o m u n i s t a
aplicada á los pueblos. Hagan de todo el g é n e r o h u -
m a n o ó de una sola nación los C o m u n i s t a s una co-
m u n i d a d de religiosos, despreciadores de las cosas
temporales para g r a n j e a r s e las eternas, amantes de la
mortificación, enemigos de las comodidades del cuer-
po, deseosos de obedecer más que de m a n d a r , etc., etc.;
y entonces les concederemos que es posible en el
m u n d o ó en la nación así dispuesta la propiedad co-
lectiva. Pero como esto no es realizable, ni los C o m u -
nistas tienen intención de realizarlo; al oírles hablar
de sus teorías, con razón p o d r e m o s p e n s a r que no in-
tentan en sus discursos sino e n g a ñ a r á los ignorantes,
p a r a m e d r a r ellos de esta suerte y a d q u i r i r a l g u n a
propiedad p r i v a d a , contra la cual tanto declaman.
1 5 1 . — L a s e g u n d a parte del antecedente es también
clara y manifiesta. P o r q u e , prescindiendo d é l a injus-
ticia e n o r m e , que deberían cometer para despojar de
sus bienes legítimamente adquiridos á los poseedores
actuales, se puede oponer á los defensores del Socia-
lismo el siguiente dilema: O en el nuevo r e p a r t o se
atiende á las necesidades y á los méritos de cada u n o ,
ó no. Si no se atiende; se procede en él con la m a y o r
desigualdad é injusticia, dando partes i g u a l e s á los
que no tienen sino necesidades y méritos desiguales.
Si se atiende; no se evita la desigualdad que se pre-
_io$ —
tende evitar con el tal reparto: porque los méritos y
las necesidades en los diversos miembros de la socie-
dad son m u y desiguales, y por tanto forzosamente
deben d a r origen á una g r a n d e desigualdad de bienes
en el m i s m o r e p a r t o . A d e m á s , aun puesta en p r á c -
tica la nivelación socialista, no se consigue lo que los
tales autores intentan; porque el uso que los dife-
rentes m i e m b r o s de la sociedad harán de los bienes
así adquiridos, producirá al instante u n a g r a n d e
desigualdad en la república. E n efecto: una es la
m a n e r a de negociar con sus bienes p r o p i a de los p e -
rezosos, de los ineptos, de los derrochadores, de los
t r a m p o s o s , etc., y otra m u y diversa la que tienen los
diligentes, los dotados de g r a n talento, los vividores,
los íntegros y virtuosos, etc. De donde resultará infa-
liblemente que dentro de brevísimo tiempo habrá
necesidad de hacer otro nuevo r e p a r t o , con g r a n d e
perjuicio y manifiesta injuria de los que m e j o r h a -
brán sabido conducir sus negocios y habrán sido m á s
diligentes en acrecentar sus caudales. A h o r a bien; ó
se hace entonces de nuevo este otro r e p a r t o , ó no.
Si no se hace, la desigualdad de bienes s e g u i r á sien-
do g r a n d e como antes del reparto primero. Si se
hace; vienen luego las m i s m a s causas de desigualdad
citadas, y así se tendrá que estar haciendo u n a divi-
sión n u e v a á cada momento. L o cual,-además d e s e r in-
justo por la razón y a alegada, quita la g a n a de traba-
jar á los que la t e n g a n y estén dotados de aptitud
p a r a adelantar sus caudales.
Añádase á esto que la tal división de bienes no
puede menos de ser un semillero perenne de discor-
dias entre los ciudadanos. P o r q u e todos se creerán
perjudicados en el reparto; y así se v e n d r á á p a r a r á
los m i s m o s inconvenientes de g u e r r a s , disensiones,
robos, etc., que m á s arriba hemos aducido con el
— io6 — .
Cardenal de L u g o contra el C o m u n i s m o . L u e g o es
evidente que la doctrina socialista es tan a b s u r d a
como la comunista; y no resta por lo tanto otro m e -
dio racional intentado por el Criador para la realiza-
ción de la vida social que el dominio privado y estable.
152.—Dicen los Comunistas: 1.° Dios ha concedido
á todos los hombres los bienes de esté m u n d o . L u e g o
comete u n a manifiesta injusticia contra los d e m á s ,
quien se apropia alguna cosa para si solo. 2.° A d e -
m á s , la naturaleza á todos nos ha hecho iguales.
A h o r a bien; la propiedad privada d e s t r i p e esta igual-
dad, haciendo que unos sean ricos y otros pobres.
L u e g o debe ser considerada como contraria á la na-
turaleza y por lo tanto ilícita.
153.—'Respuesta.—Á lo primero respondemos dis-
tinguiendo el antecedente: Dios ha concedido á todos
los hombres los bienes de este m u n d o negativamente,
ó sea para que todos se los pudieran apropiar, cuando no
hubiesen llegado aún al dominio privado de ningún
particular; se concede. S e los ha concedido positiva-
mente, ó bien para que sean siempre de la colectividad,
de suerte que nadie pueda tener propiedad privada; se
niega. S i Dios hubiera concedido en esta segunda
forma á todos los hombres los bienes de este m u n d o ,
la m i s m a división de los reinos sería ilícita; porque
ella lleva consigo la propiedad p r i v a d a , de forma que
los hombres de una nación no tienen y a derecho
sobre los bienes poseídos por cada una de las otras.
Al principio del m u n d o todas las cosas eran comu-
nes negativamente, en cuanto que la naturaleza p o r
sí sola no aplicó á ningún particular el dominio pri-
vado sobre ninguna cosa. Aún más: se puede decir
que en cierto sentido eran comunes, también positiva-
mente, en cuanto que todos los hombres del género
h u m a n o tenían derecho positivo para apropiarse los
—107 —
que quisiesen; porque p a r a su utilidad habían sido
hechos y todavía no habían sido ocupados por nadie.
E l dominio de los bienes de este m u n d o , p a r a u s a r
de las h e r m o s a s palabras del Cardenal de L u g o , esta-
ba entonces en toda la c o m u n i d a d de los h o m b r e s ,
al modo que suelen estar en poder de teda una ciu-
d a d los árboles y la leña de algún determinado monte;
de forma que antes de ser cortados son de todos;
pero después pasan á ser propiedades p r i v a d a s de
quien los corta (1).
154.—Á lo segundo se responde, distinguiendo la
m a y o r : L a naturaleza á todos nos ha hecho específi-
camente iguales; se concede. Individualmente iguales;
se niega. A u n q u e todos somos iguales en razón de
hombres, pero en razón de individuos somos p o r natu-
raleza s u m a m e n t e desiguales los unos de los otros.
P o r q u e unos son altos y otros bajos, unos blancos y
otros n e g r o s , unos niños y otros ancianos, unos fuer-
tes y otros débiles, unos aptos p a r a las ciencias y
otros ineptos, unos rudos y otros despiertos, unos
perezosos y otros diligentes, unos inclinados al vicio
y otros á la v i r t u d , etc. A h o r a bien; la desigualdad
p r o d u c i d a entre los h o m b r e s por la propiedad p r i v a -
da no destruye la i g u a l d a d específica; sino lo único
que hace, es introducir a l g u n a s desigualdades indivi-
duales m á s sobre las m u c h a s que produce por sí
m i s m a la naturaleza. En lo cual no h a y nada c o n t r a -
rio á la L e y Natural, antes todo va m u y conforme á
ella. P o r q u e la naturaleza dentro de la unidad espe-
cífica h u m a n a produce la infinita variedad de des-
i g u a l d a d e s individuales, para que los hombres v i v a n
en estrecho comercio los unos con los otros, dando
cada uno á los d e m á s de lo que él tiene en abundan-

(0 Lugo, De ]ust. etJtire, disp. 6, sect. 1. n. 3,


— io8 —
cía y á ellos les falta. L o s ricos, tanto en bienes espi-
rituales como en temporales, deben d a r á los necesi-
tados de unos y otros de lo que les sobra: á ello están
obligados con el deber de caridad (123 y siguientes).
Éste es el único C o m u n i s m o racional y á que nos or-
dena el A u t o r de la naturaleza. Con él los h o m b r e s
vivirán en paz y tranquilidad y serán felices; porque
con el cumplimiento de los deberes impuestos por
la caridad al rico de toda especie, h a b r á v e r d a d e r a
c o m u n i d a d de bienes entre ellos y todos los bienes,
tanto espirituales como materiales, serán de todos en
cierto sentido v e r d a d e r o .
155.—Replican los Socialistas: Pero los ricos no
cumplen con su deber de socorrer á los pobres: y así,
en l u g a r de darles de lo que les sobra, los oprimen
p a r a enriquecerse m á s y g a s t a r sus bienes en diver-
siones, banquetes y lujo insultante, con que dan en
rostro á sus h e r m a n o s . L u e g o lícito será á la a u t o r i -
dad civil despojarlos de lo que poseen y hacer un
reparto m á s equitativo.
156.—Respuesta.—Trasmito el antecedente y niego
la consecuencia. Á la autoridad civil no toca c a s t i g a r
los pecados contrarios á la caridad sino solo los que
se oponen á la justicia (8). A h o r a bien; se a r r o g a r í a
este derecho, castigando con el despojo de sus bienes
á los que no emplean lo supérfluo en socorrer las
necesidades de sus h e r m a n o s . L u e g o á la autoridad
civil no es lícito emplear el medio irracional é in-
justo, á que pretenden apelar los Socialistas.
L o que debe hacer la autoridad civil, p a r a que
desaparezca lo m á s posible ese m a l causado p o r la
falta de caridad de los ricos, es fomentar con todas
sus veras el ejercicio de las v i r t u d e s morales, tanto
en los ricos como en los pobres; y entonces aquéllos
serán dadivosos y éstos a g r a d e c i d o s , y todos vivirán
— 109 —
como hermanos, sin insultarse m u t u a m e n t e con sus
vicios. É s t e es. el v e r d a d e r o camino para llegar al
bienestar de la república; que el trazado por los S o -
cialistas no conduce sino á la barbarie, haciendo que
los ricos desprecien á los pobres y éstos se irriten
furiosamente contra los ricos.

PROPOSICIÓN TERCERA.

la ley política, ni el consentimiento de los hombres


son necesarios para la legitima adquisición de la
propiedad privada; sino que basta la ocupación,
la cual propiamente es el único modo origi-
nario de adquirir la propiedad dicha.

1 5 7 . — P r u e b a de la 1.* p.—1.° A n t e r i o r m e n t e á toda


ley política y á todo consentimiento de los demás
h o m b r e s , y a el h o m b r e tiene derecho de a d q u i r i r
dominio p r i v a d o sobre algunos bienes materiales;
p o r q u e a n t e r i o r m e n t e á estas dos cosas tiene obliga-
ción de conservar su vida y la de su familia. L u e g o su
derecho de a d q u i r i r dominio privado es indepen-
diente de la ley y del consentimiento dicho; porque
lo que es p o r su naturaleza anterior á una cosa, no
puede ser dependiente de ella. 2. L a propiedad p r i -
0

v a d a é individual no solo es lícita, sino que además


está ordenada por el Criador (148). L u e g o , conside-
rada en general, no depende de la libertad h u m a n a ;
y por lo tanto no puede ser absolutamente necesaria
para su legitimidad la ley civil, ni el consentimiento
de los h o m b r e s . L o que únicamente puede hacer en
esta materia la autoridad política, es regular en su
ejercicio el derecho n a t u r a l de adquirir dominio p r i -
vado sobre las cosas todavía no ocupadas p o r nadie,
— lio —
y así influir en él de u n a m a n e r a negativa, como nota
el Cardenal de L u g o (i).
158.—Prueba de la 2. p.— L o s bienes de este m u n d o
a

han sido criados por Dios p a r a que sirviesen á las uti-


lidades de los hombres estando p o r lo r e g u l a r bajo
el dominio p r i v a d o de los particulares (148). E s así
que ellos de suyo no están m á s bien bajo el dominio
de un h o m b r e que el de otro. L u e g o , según la inten-
ción del Criador, deben entrar en el dominio privado
de los particulares mediante alguna acción libre de
algún h o m b r e . Mas este hombre no debe ser precisa-
mente distinto del m i s m o particular, según lo de-
m o s t r a d o en la p r i m e r a parte de esta tesis. L u e g o
p a r a a d q u i r i r propiedad de una cosa no poseída toda-
vía p o r nadie, basta que los particulares se la apropien
p o r medio de la ocupación. Con ésta en efecto la cosa
que antes no era de nadie, comienza á tener cone-
xión m o r a l con e l ' h o m b r e que se la apropia, y los
demás contraen el deber de respetar la nueva propie-
dad adquirida por uno de sus semejantes.
159.—Contra esto a r g u y e K a n t , diciendo que la
acción de un hombre particular no puede producir
en los d e m á s obligación de respetar el dominio con
ella intentado, p o r s e r todos los hombres iguales en-
tre sí p o r naturaleza y ninguno superior á otro. Pero
en esto comete un g r a v í s i m o error: la obligación que
resulta en los d e m á s h o m b r e s de respetar mi nuevo
derecho, no h a sido propiamente producida por m i
acción, sino por la L e y del divino Hacedor, que m a n -
da á todos los hombres respetar las acciones legítima-
mente practicadas por los demás. T a n lejos está de
oponerse á la posibilidad del dominio privado, me-
diante la ocupación, la i g u a l d a d específica de todos

(1) Lugo, De fust. et Jure, disp. 6, sect. 1. n. 5.


— lu-
los h o m b r e s , que antes bien esta m i s m a igualdad es
el fundamento p r ó x i m o de la ley con que Dios nos
m a n d a reconocer como legítimo el dominio adquirido
por el ocupante. P o r q u e éste, hallando sin dueño al-
g u n a cosa m a t e r i a ] , tiene derecho p a r a usar de ella
en utilidad propia por todo el tiempo que le plazca;
y siendo igual á los demás, es independiente de todos
ellos p a r a apropiársela; lo m i s m o que lo hubiera po-
dido hacer cada uno de ellos, si se le hubiera presen-
tado ocasión favorable p a r a ello.
160.—Bentham opugna nuestra doctrina por otro
lado. L a propiedad, dice, consiste en la esperanza de
poder sacar tal ó cual ventaja de una cosa material;
y esta esperanza es nula, si no se halla garantizada
p o r la ley. L u e g o la ley es la que en realidad de v e r -
dad da origen al derecho de propiedad p r i v a d a .
Este a r g u m e n t o también es de ningún valor: el
derecho no consiste en la esperanza, sino en el fun-
damento de ella, en virtud del cual el propietario
tiene motivo p a r a j u z g a r que nadie podrá justamente
privarle de las utilidades, de que es fuente la cosa ad-
quirida. Sin la protección de la ley es fácil que a l g u n o ,
amigo de tomar lo ajeno contra la voluntad de su due-
ño, atente contra su derecho, valiéndose de la fuerza.
Pero esto no prueba que la ley h a y a creado el tal de-
recho; sino lo que únicamente d e m u e s t r a , es que el
estado social y político es m o r a l m e n t e necesario al
hombre p a r a conservar intactos los derechos que le
concede la m a d r e naturaleza.
1 6 1 . — P r u e b a de la 3* p.—El que se apropia al-
g ú n bien material que no era de nadie, ó es una per-
sona física ó una persona moral, ó sea una sociedad
de h o m b r e s cualquiera. E s así que en ambos casos la
propiedad no se adquiere sino mediante la ocupación
de la cosa que antes estaba sin dueño, como es evi-
— n á -
dente según lo d e m o s t r a d o en las dos partes anterio-
res de la presente tesis. L u e g o , propiamente h a b l a n -
do, no hay otro modo originario de a d q u i r i r dominio
p r i v a d o de propiedad que el de la ocupación; porque
el modo originario de a d q u i r i r propiedad legítima no
versa sino sobre las cosas que no tienen dueño, y las
tales cosas no se pueden a d q u i r i r sino mediante la
ocupación.
162.—Es v e r d a d q u e , después de apoderarse un ser
colectivo cualquiera de a l g u n a cosa material, v . g r . de
una isla, de un territorio m u y dilatado, etc., pueden
los m i e m b r o s de aquella colectividad dividirse entre
sí, p o r común consentimiento ó p o r u n a ley del jefe
que los m a n d a , la cosa adquirida. P o r esta segunda
adquisición y a no es originaria sino derivativa; y p o r
lo tanto es evidente q u e la m a n e r a originaria de en-
t r a r en posesión de u n a cosa material cualquiera no
es en realidad otra que la ocupación de la m i s m a con
á n i m o de apropiársela.
163.—Pero contra esto a r g u y e Ahrens diciendo: S i ,
p a r a apoderarse de u n a cosa, bastará ocuparla con
á n i m o de apropiársela, una sola persona podría p o -
seer todo u n continente y excluir de él á los d e m á s ;
pretensión que el buen sentido no h a admitido
n u n c a (1).
V a n a dificultad: para a p o d e r a r n o s de una cosa ma-
terial, no basta que la ocupemos como quiera y con el
solo deseo ó voluntad interior; sino que es necesario
ejercer en orden á ella ciertos actos exteriores, en vir-
tud de los cuales p u e d a ser considerada racionalmente
como nuestra p o r los demás. Estos actos consisten
en la producción de a l g u n o s signos externos, como
por ejemplo en el cultivo de un c a m p o , en la rotura

(1) Ahrens, Cours de Droit Natwel. § LVII, A.


— ii3 —
de las malezas, en la construcción de u n a cerca que
rodee algún terreno, ó en la posición de otras señales
análogas; p a r a las cuales se necesita tiempo, no sien-
do por lo tanto n a t u r a l m e n t e posible que un h o m b r e
solo se apodere en la f o r m a dicha de comarcas m u y
dilatadas.

PROPOSICIÓN CUARTA.

El hombre puede adquirir dominio privado, no solo sobre


las cosas materiales capaces de ser ocupadas, sino
también sobre las mismas personas.

164.—Prueba de la 1." p.—Todo lo material é infe-


rior al hombre debe estar subordinado á ¿1 y dirigido
á su propia felicidad, como queda demostrado en la
Cosmología (142 y siguientes). L u e g o todos aquellos
bienes materiales de que puede él usar, están ordena-
dos por Dios p a r a que sean instrumentos de su felici-
dad y objeto por lo tanto de su dominio. E s así que
en la mente del Criador este dominio debe ser privado
y no común á todo el género h u m a n o (148). L u e g o el
hombre puede adquirir dominio privado sobre todas
las cosas materiales capaces de ser ocupadas por él.
165.—Así, el h o m b r e puede adquirir dominio p r i -
vado sobre todo cuanto se halla en la superficie de la
tierra, minerales, plantasy animales. Estos últimos son
de tres clases á saber; domésticos, domesticados y sal-
vajes. L o s primeros, aunque se pierdan, siempre p e r -
manecen bajo el dominio del dueño que los h a y a
adquirido. P o r donde h a y obligación de restituirlos
á él cuando es conocido; a u n q u e por v e n t u r a h a y a n
sido sacados de la boca del lobo. L o s segundos no de-
jan de pertenecer á su dueño, cuando se le escapan,
si no es que h a n recobrado y a su primitiva libertad
Etica especial. 8
volviendo á ser salvajes como antes y perdiendo la
costumbre de salir de casa y volver á ella, que habían
adquirido mediante la industria del hombre. Asi
atendido el solo Derecho Natural, nadie puede apo-
derarse por ejemplo de la avejas, ni de las p a l o m a s ,
ni de los halcones, mientras conserven la costumbre
de volver á casa; porque todavía llevan en sí la señal
sensible del dominio de su señor, ó sea la costumbre,
dicha. Los terceros finalmente están sin dueño, cuan-
do viven en su natural libertad en terrenos no ocupa-
dos por el hombre. Pero si éste los tiene encerrados
en algún l u g a r suyo, como se tienen p o r ejemplo los
pájaros en la jaula, los peces en los estanques, las fie-
ras en bosques cerrados, etc., entonces están bajo su
dominio p r i v a d o y nadie se los puede quitar justa-
mente.
166.—Lo que no puede ocupar el h o m b r e , no es ca-
paz de dominio privado; sino que pertenece por su
naturaleza al uso común de todos. Tales son las in-
mensas planicies y profundidades de los m a r e s no
contenidos dentro del terreno de niguna nación p a r -
ticular, y el aire atmosférico que por todas partes nos
rodea. Pero las orillas de estos m i s m o s m a r e s , las en-
senadas que ellos forman en la tierra, los esteros, et-
cétera, son materia de dominio p r i v a d o ; p o r q u e to-
das estas cosas pueden ser ocupadas por las naciones
particulares.
167.—Prueba de la 2 . p.—i.°Un hombre puede ven-
a

der á otro todas las acciones s u y a s , que no pugnen


con el deber que tiene de conservarse y de perfeccio-
narse; puesto que todas ellas son suyas y por lo tanto
puede lícitamente disponer de ellas en la m a n e r a que
m á s le convenga. L u e g o el otro puede también com-
prarlas; puesto que por u n a parte le pueden ser útiles
y tienen por lo tanto valor ó estimabilidad intrínseca,
- í i 5 -
y por otra el v e n d e r y el c o m p r a r son correlativos.
E s así que c o m p r a n d o las tales acciones adquiere
dominio sobre la persona á que pertenecen; puesto
que ésta entonces en todas sus acciones externas y
honestas se halla sujeta y subordinada al libre albe-
drío de quien se las ha comprado,, no menos que si
fuera una planta, ó un animal, ú otra cosa insensible
cualquiera. L u e g o el h o m b r e puede adquirir dominio
v e r d a d e r o , a u n q u e solamente indirecto (136) sobre
las mismas personas.
168.—2.° Puede un h o m b r e comprometerse á servir á
otro por un tiempo determinado, poniendo á su dispo-
sición todas cuantas acciones externas y no prohibidas
por ningún superior legítimo le quiera él m a n d a r . L u e -
g o también p o d r á comprometerse á hacer esto m i s m o
p o r un tiempo i l i m i t a d o , ó mientras le d u r a r e la
vida; p o r q u e tan dueño es de las acciones de un tiem-
po como de las de otro. E s así que en esto consiste el
dominio de una persona sobre otra; pues sobre la vida
de las personas nadie tiene dominio sino solo Dios
Nuestro S e ñ o r (87). L u e g o , etc.
169.—3. P u e d e darse el caso en que sea lícito al s u -
0

perior de una nación decretar la pena de muerte con-


tra los prisioneros de g u e r r a , que han invadido in-
justamente su territorio. E s así que á los tales les
puede c o n m u t a r la pena sobredicha en la de esclavitud
perpetua, poniéndolos bajo el dominio del E s t a d o
para que presten á la nación todos aquellos servicios
que puede prestar licitamente una persona. L u e g o ,
etcétera.
170.—Dicen los adversarios: i.° E l hombre no se
puede despojar de su propia libertad. E s así que, p a r a
hacerse uno siervo de otro, debe despojarse de ella.
L u e g o ninguno puede hacerse siervo de nadie. 2. L a 0

esclavitud despoja al esclavo de la dignidad d e p e r s o -


-lio-
na, convirtiéndolo en cosa. E s así que á nadie es líci-
to despojarse de la dignidad de persona. L u e g o , etc.
171.—Respuesta.—A lo primero respondemos distin-
guiendo la mayor: E l h o m b r e no se puede despojar
de su libertad jisica; lo concedo. No se puede despo-
j a r de su libertad moral; lo niego. E l h o m b r e puede
lícitamente despojarse en m u c h í s i m o s casos de su
libertad moral, obligándose por medio de un contra-
to ó de un voto á hacer tal ó cual cosa, que él de s u y o
no tiene obligación de-practicar. A h o r a bien; la escla-
vitud no consiste en otra cosa sino en la obligación
moral de ejecutar en provecho del dueño cuantas
acciones honestas y factibles le quiera él m a n d a r .
L u e g o la esclavitud de suyo no tiene nada de intrín-
secamente m a l o , y puede ser en algunos casos con-
veniente p a r a el m i s m o esclavo.
A lo segundo se responde distinguiendo la m a y o r :
L a esclavitud que da al dueño dominio directo sobre el
esclavo, despoja á éste de su dignidad personal, con-
virtiéndolo en cosa; se concede. L a esclavitud que
solo le da dominio indirecto ó útil; se niega. L a escla-
vitud admitida por los p a g a n o s , que convertía al
h o m b r e en cosa dando al a m o derecho de q u i t a r la
vida al esclavo, como si no fuera h o m b r e , despojaba
ciertamente al esclavo de su dignidad personal, y
p o r esto era ilícita. Pero la esclavitud p o r nosotros
defendida deja al h o m b r e en su condición de h o m -
bre, y no p e r m i t e al a m o atentar' contra la vida del
esclavo, ni m a l t r a t a r l o , como si fuera u n a bestia; sino
lo único que le concede, es exigir de él la ejecución
de las acciones honestas que le son posibles, como se
la puede exigir un a m o á su c r i a d o , m i e n t r a s le está
sirvierdo. L u e g o esta esclavitud no despoja al h o m b r e -
de su dignidad h u m a n a , y es p o r lo tanto de s u y o
v e r d a d e r a m e n t e lícita.
-ii 7 —
1 7 2 . — S i n e m b a r g o , con justísimo motivo han p r o -
hibido á los católicos los r o m a n o s Pontífices P a u l o III,
Urbano XIII, Benedicto XIV, Pió VII y Gregorio X V I ,
el trato de negros; p o r q u e o r d i n a r i a m e n t e no se s o -
lían g u a r d a r las condiciones requeridas p a r a que la
c o m p r a de las tales personas fuera justa. Estas condi-
ciones son: i . Que los negros hayan sido
a
justamente
privados de su libertad. 2. Que sean tratados humana-
0

mente y no como bestias. 3 . Finalmente,


a
que no haya
fraude en el contrato. P o r esta causa el último de los
citados Pontífices en sus letras de 3 de Diciembre
de 1839 condenó como ilícito y absolutamente indigno
del nombre cristiano el mencionado comercio de ne-
g r o s , m a n d a n d o que ninguna persona, ni laica ni ecle-
siástica, se atreva á defenderlo como licito bajo ningún
prretesto ó color, ni en público ni en privado (1).

PROPOSICIÓN QUINTA.

El hombre tiene el derecho natural de trasladar á los


demás por medio de testamento el dominio
de sus bienes.

173.—Observación.-—Llámase traslación del dominio


la acción con que el legitimo dueño de una cosa cede en
favor de otro el derecho que tiene sobre ella. E s t a acción
es un acto libre de la voluntad manifestado al exte-
rior. P o r q u e esa conexión especial, que la cosa posei-
da tiene con el legítimo dueño y en virtud de la cual
debe ser contada entre sus bienes, es algo sensible; y
por lo tanto sensiblemente debe ser trasladada al fu-

(1) Escavini, Theologia Moralis, tract. II, dissert. II. Art. I,


De virtute Justitice. q. 3.
— n8— '
turo dueño por la libre voluntad del actual (i). Hay
m u c h a s maneras de t r a s l a d a r el dominio, v. g r . la
venía, la permuta, la donación, etc. Nosotros no h a -
blamos en la presente tesis sino de la que se hace por
medio del testamento. Entiéndese por esta palabra
la determinación de la propia voluntad acerca de lo que
uno quiere que se haga de sus cosas después de su muer-
te. Y a hemos observado m á s arriba (139) cómo a l g u -
nos niegan que venga de la naturaleza el derecho de
testar: contra ellos pues vá la presente proposición.
174.—Demostración.—i.* E n v i r t u d del Derecho de
la naturaleza puede el h o m b r e d a r á otros el dominio
de sus bienes bajo la condición de que m u e r a . Puesto
que, si puede dárselos absolutamente y sin n i n g u n a
condición, con m u c h a m á s razón podrá dárselos bajo
condición, que es u n a cosa inferior dentro de la mis-
ma esfera de donaciones. E s así que en esto precisa-
mente consiste la facultad de testar; puesto que la
acción de testar no es otra cosa que el acto de la v o -
luntad con que en vida d e t e r m i n a m o s y queremos que
alguno sea dueño de nuestros bienes bajo la condi-
ción de nuestra muerte. L u e g o la facultad de testar
es de Derecho Natural.
1 7 5 . — 2 . L o s padres tienen el deber natural de pro-
0

c u r a r á sus hijos el estado conveniente á su propia


condición. E s así que m u c h a s veces no pueden cumplir
con este deber sino dejándoles sus bienes por medio
del testamento; porque la m u e r t e los asalta antes que
el hijo tenga uso de razón para poder aceptar en vida
de ellos los bienes que le ofrecen. Luego el Derecho
Natural les concede la facultad de trasmitirles los bie-
nes por medio del testamento. A h o r a bien; lo que les

(1) Véase el Cardenal de Lugo, De Justiliaet Jure, disp. 23,


sect. 2, n. 3 j ,
— ii9 —
concede en estos casos por esta razón especial, se lo
puede conceder en todos los demás por otras igual-
mente plausibles; cuales son por ejemplo, la de evitar
discordias en la familia y la de no ser tratados m a l a -
mente p o r sus hijos, si les reparten sus bienes en vida.
L u e g o , etc.
176.—Ni se diga contra esto que, cuando el herede-
ro ha de e n t r a r por medio del testamento en posesión
de los bienes que se le dejan, y a la voluntad del tes-
tador no existe; y por consiguiente no puede éste
trasladarle el dominio. P o r q u e la voluntad del testa-
dor existe entonces moralmente en sus efectos; al m o -
do que somos a l u m b r a d o s con la luz del Sol, cuando
y a este astro no existe p a r a nosotros, porque se ha
ocultado bajo nuestro horizonte. L a voluntad del tes-
tador existía al tiempo de m o r i r ; y esta voluntad per-
severa después m o r a l m e n t e , p o r q u e no ha sido retrac-
tada.
1 7 7 . — E S C O L I O . — C u a n d o uno a d q u i é r e l o s bienes de
otro en virtud de un testamento, se dice que sucede
en ellos con el título de herencia, la cual suele definir-
se: La sucesión en el derecho que lenta el difunto al
tiempo de su muerte. L a herencia puede ser de dos ma-
neras; 6-por testamento ó ab intestato. P o r la p r i m e r a
pueden heredar, no solo los hijos del difunto, sino
también los demás que éste h a y a querido designar
en su testamento: la segunda es p r o p i a de los hijos y
de los parientes del difunto solamente. L a sucesión
ab intestato, al menos por lo que atañe á los hijos, es
también de Derecho natural, lo m i s m o que la funda-
da en el testamento. L a razón es, porque lo padres es-
tán obligados por la L e y Natural á dejar á sus hijos los
bienes necesarios p a r a su congruente sustentación,
como decíamos poco ha (175); y por consiguiente se
debe suponer que han tenido intención de cumplir
— 120 —
con este deber, a u n q u e no lo hayan manifestado p o r
haber muerto sin hacer testamento. F u e r a de que los
bienes del padre m á s bien que suyos son de toda la
familia, porque á la utilidad de esta segunda están o r -
denados de s u y o ; y así cuando m u e r e el p a d r e sin
h a b e r hecho testamento, en la familia deben q u e d a r ,
adquiriendo derecho de posesión sobre ellos en pri-
m e r l u g a r los hijos del difunto.

„ . 8 I V . — D E B E R E S Y DERECHOS R E L A T I V O S Á LOS CONTRATOS.

n 178.—El contrato suele definirse: El consentimiento


g>. de dos ó más personas acerca de alguna cosa, en orden á
la cual intentan obligarse con obligación verdadera.Tves
cosas p o r consiguiente entran necesariamente en la
esencia de todo contrato, á saber: 1.« las personas con-
trayentes, que no pueden ser menos de dos: 2 . el a

consentimiento, común, expresado exteriormente p o r


medio de'algun signo sensible con á n i m o de obligarse:
y 3 . la cosa ó materia sobre, que versa el consenti-
A

miento dicho. P a r a que el contrato sea válido y firme,


se requieren por parte de cada una de estas cosas a l g u -
f t^,nas condiciones que es necesario explicar algún tanto.
1 7 9 . — Y en p r i m e r l u g a r , por lo que hace á las per-
i> sonas, se requiere que sean hábiles para este efecto, ó
' bien que estén en su juicio al tiempo de pactar y no se
hallen legítimamente impedidas por alguna ley. P o r
defecto de lo primero son inhábiles los a m e n t e s , los
fatuos, los niños y los borrachos. P o r razón de lo se-
gundo son generalmente nulos los contratos de los
esclavos, de los pupilos, de los menores y de los hijos
de familia; porque las leyes civiles suelen irritarlos,
siempre que no se hacen bajo ciertas condiciones.
«V 5
180.—En segundo l u g a r , por lo que mira al consen-
jLr'q ^ timiento, se requiere que sea libre y hecho con plena
deliberación. P o r falta de libertad suficiente p a r a
p a c t a r , el contrato celebrado por uno en virtud del
miedo g r a v e é injusto que otro le infunde, es en sí
nulo, ó p o r lo m e n o s insubsistente y rescindible al
arbitrio del que ha padecido el miedo. P o r q u e éste
sufre una verdadera injuria, siendo compelido á obrar
de esta m a n e r a ; y por lo tanto, ó carece de suficiente
libertad p a r a que su acto sea válido, ó por lo menos
tiene verdadero derecho para invalidar el contra-
to con solo retractar su consentimiento, para li-
brarse así de la agresión injusta. P o r falta de delibe-
ración plena ó de conocimiento suficiente sobre la
materia del contrato, es éste nulo, cuando ha habido
dolo g r a v e ó e r r o r sustancial. P o r q u e en ambos casos,
el que padece el fraude ó se equivoca en orden á la
m a t e r i a sobre que versa el contrato, no tiene v e r d a -
dero consentimiento ni intención de obligarse sobre
aquella materia; puesto que no la conoce, ó tiene un
juicio enteramente equivocado acerca de ella. Así p o r
ejemplo, si creyendo que compras un diamante, c o m -
p r a s un cristal al precio propio de los diamantes; el
contrato es nulo, porque el e r r o r versa sobre u n a cosa
sustancial al contrato. P o r el contrario, si el error, ora
venga del fraude, ora de alguna causa natural, v e r s a ,
no sobre una cosa sustancial al contrato, sino sobre
algunas circunstancias accidentales s u y a s , entonces el
contrato es válido; pero el que ha padecido el fraude
ó e r r o r , le debe a b o n a r al otro contrayente todo lo
que le h a y a dado de m á s por creer la cosa de m e j o r
calidad. P o r q u e él en tanto h a dado por ella aquel
exceso de precio, en cuanto que la juzgaba libre de
aquellas tachas que no conocía.
1 8 1 . — F i n a l m e n t e , por parte de la m a t e r i a se re-
quiere que no sea i n m o r a l . P o r q u e las cosas i n m o r a -
les tenemos el deber de evitarlas, y p o r lo tanto con
— 122 —
ningún contrato nos podemos obligar á hacerlas. L o
cual quiere decir en otros términos que el contrato
que versa sobre una cosa inmoral, es nulo. P o r q u e el
contrato que no produce en los contrayentes obliga-
ción, es un contrato de solo n o m b r e , según la defini-
ción m i s m a que todos dan del contrato (178). A h o r a ,
si después de hecha la cosa inmoral é ilícita por uno
de los contrayentes, tiene ó no el otro obligación de
darle en pago aquella cosa que le había ofrecido, esto
ya es más difícil de resolver. Sin e m b a r g o , la opinión
m á s común y mejor fundada entre los Moralistas está
por la afirmativa. P o r q u e en los pactos de esta especie
intervienen dos especies de contrato; uno absoluto y
nulo sobre la cosa i n m o r a l que ha de ser hecha por
un cierto precio; y otro condicional y válido, con que
uno de los contrayentes se obliga á dar al otro un
cierto precio en la hipótesis de que el otro h a g a una
cosa inmoral (1).
182.—Los contratos se pueden disolver de varios
modos: i.° P o r el m ú t u ó consentimiento de los con-
trayentes. 2." P o r faltar á la palabra uno de ellos.
3 . P o r haber sido destruida la materia sobre que
0

v e r s a n , ó haber sufrido después una- mudanza m u y


notable, etc. A l g u n o s contratos, sin e m b a r g o , y a por
su naturaleza intrínseca, y a por efecto de a l g u n a ley
extrínseca son indisolubles, y sólo pueden dejar de
existir cuando muere alguno de los contrayentes. T a l
es por ejemplo el matrimonio, el cual es por su natu-
raleza perpetuo é indisoluble.
183.—Los contratos se dividen p r i m e r a m e n t e en
propiamente tales y cuasicontratos. L o s p r i m e r o s son
aquellos que producen verdadera obligación mediante el

(1) Gury Theologia Moralis, tom. I. n. 760 con la nota c o -


rrespondiente del P. Ballerini.
— 12?
consentimiento real y expreso de los contrayentes, como
por ejemplo los de compra y venta. L o s segundos son
ciertas acciones, que son consideradas como contratos
reales por una ficción de la ley, á causa del consenti-
miento presunto y de la obligación consiguiente que en
si encierran. Tales son la gestión de negocios, la cura-
tela, la aceptación de la herencia, etc.
184.—En segundo l u g a r , los contratos se dividen
en nominados é innominados. L o s primeros son aque-
llos que tienen un nombre particular, con que son cono-
cidos en el Derecho público, v. gr. la compra, la loca-
ción ó arrendamiento, el comodato, etc. L o s segundos
son los que no tienen nombre particular y así se hallan
comprendidos en u n a de estas fórmulas generales:
Do ut des; fació ut facías; do ut facías; fació ut des. L o
cual quiere decir: Doy para que des; hago para que
hagas; doy para que hagas; hago para que des. Esta
segunda clase de contratos tiene de particular que
cualquiera de los contra3''entes los puede deshacer
arrepintiéndose de lo hecho, a u n q u e el otro no haya
dado causa p a r a ello, con tal que se le resarzan los
daños que de ello se le sigan. Así p o r ejemplo, si
diste 100 duros á J u a n p a r a que v a y a á Madrid en
l u g a r t u y o , y después m u d a s de intención; puedes
pedirle los 100 d u r o s y no mandarlo.
185.—En tercer l u g a r los contratos se dividen en
unilaterales y bilaterales ó sinalagmáticos, en onerosos
y lucrativos ó gratuitos, en contratos de buena fe y de
derecho estricto. Son unilaterales, cuando una soladelas
partes contrayentes-queda obligada; y bilaterales, citando
quedan obligadas las dos partes. Son onerosos, cuando
las dos partes contrayentes se obligan á hacer alguna
cosa; y lucrativos, cuando esta obligación no la contrae
sino una de ellas y así á la otra no traen sino p r o -
vecho. S o n de buena fe, cuando admiten una inlerpre-
—124 —
¿ación benigna concebida por las partes contrayentes,
aunque no la hayan expresado con palabras; como por
ejemplo, si compro un caballo enjaezado, se entiende
también que en el contrato entra el jaez, a u n q u e esto
rio h a y a sido e x p r e s a d o con palabras. S o n finalmente
de derecho estricto, cuando no admiten otra interpre-
tación que la que expresan las palabras del contrato.
186.—Sobre cada u n o de estos contratos hablan
circunstanciadamente los Moralistas y los J u r i s c o n -
sultos. Á nosotros en estos Elementos generales no
nos toca tratar de ellos en particular: sólo estudia-
remos el llamado mutuo ó p r é s t a m o , para v e r si la
usura está prohibida ó no p o r el Derecho de la n a t u -
raleza. L l á m a s e m u t u o el contrato, en el cual traslada
uno á otro el dominio de una cosa fungible ó que se
consume por el uso, cuales son v. gr. los granos, el
vino, el aceite, etc., con la condición de que le ha de
devolver dentro de un cierto tiempo otra de la misma
especie. Diferenciase del comodato en q u e en este
segundo la cosa prestada no puede destruirse, sino
que debe ser devuelta la m i s m a en individuo; mien-
tras que en el mutuo no puede s e r devuelta sino la
m i s m a en especie p o r haber sido dada p a r a que fuese
destruida con el u s o . E l q u e da el m u t u o , se llama
mutuante; y el que lo recibe, se conoce con el nombre
de mutuatario. E l m u t u a n t e se suele llamar también
prestamista, logrero y usurero, p o r razón del logro,
lucro ó usura, que suelen buscar en semejantes pres-
taciones los h o m b r e s de esta especie.
el interés que lle-
1 8 7 . — L l á m a s e logro, lucro ó usura
va el mutuante al mutuatario por el dinero ú otra cosa
fungible en el contrato de mutuo ó empréstito. Así por
ejemplo, P e d r o presta á J u a n ia cantidad de 100 d u r o s
con la condición de que, al cabo de un a ñ o , le ha de
devolver los 100 d u r o s prestados y otros cinco m á s
- 1 2 5 -
por la prestación. L o s cinco duros de m á s constituyen
el l u c r o , logro ó u s u r a ; y reciben estos nombres, p o r -
que son lo que gana ó logra el mutuante con d a r al
m u t u a t a r i o por un tiempo determinado el uso de su
dinero. L o que se da á logro ó u s u r a , recibe el n o m -
bro de capital, porque la cantidad así prestada es
como la cabeza y fuente de donde se deriva el lucro.
A u n q u e también el n o m b r e de capital comprende g e -
neralmente la totalidad de los bienes materiales que per-
tenecen á una persona, ora sean destructibles con el
uso, ora no.
Hechas estas explicaciones, p a s e m o s a h o r a á de-
clarar lo que nos dice el Derecho Natural en orden á
la prestación del dinero y de las d e m á s cosas fungi-
bles, lo cual es de s u m a i m p o r t a n c i a en nuestros dias.
P a r a esto nos s e r v i r e m o s de las proposiciones si-
guientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

En la prestación del dinero y de las demás cosas fungi-


bles no es licito llevar interés alguno por razón del
solo mutuo; pero pueden darse algunas causas
extrínsecas al mutuo, en virtud de las aca-
les sea lícito exigir algo por via de
compensación.

188.—Prueba de la i.*p.—En el m u t u o ó p r é s t a m o
debe g u a r d a r s e la i g u a l d a d entre lo dado y lo recibi-
do. E s así que no se g u a r d a r í a esta i g u a l d a d , si en la
prestación del dinero ó de otra cosa fungible cual-
quiera se exigiese algún interés p o r razón del solo
m u t u o ó p r é s t a m o . L u e g o en la prestación dicha no
es licito llevar interés alguno p o r razón del solo
mutuo»
~-I2Ó —

L a m a y o r de este silogismo es evidente. P o r q u e


el m u t u o es u n contrato oneroso en que el m u t u a t a -
rio se obliga á devolver dentro de un. tiempo deter-
minado la m i s m a cosa en especie que ha recibido del
m u t u a n t e ; y en todo contrato oneroso, para que se
guarden las leyes de la justicia, debe haber igualdad
entre lo dado y l o r e c i b i d o . Sólo pues resta p r o b a r la
menor, y ésta se evidencia con el a r g u m e n t o siguien-
te. Considerado el dinero en sí mismo é independien-
temente de toda circunstancia accidental, lo m i s m o es
el capital devuelto que el dado; puesto que se s u p o -
ne ser uno m i s m o en especie. E s así que, p a r a poder
llevar juntamente en virtud del solo m u t u o algún in-
terés, el capital devuelto debería s e r , en sí m i s m o
é independientemente de toda circunstancia acciden-
tal, inferior al capital dado. P o r q u e si la inferioridad
le viene de algunas circunstancias accidentales y ex-
trínsecas, esta inferioridad será también accidental
al m u t u o , y por lo tanto no estará contenida en
su esencia intrínseca. L u e g o , si en la prestación del
dinero ó de otra cosa fungible cualquiera se lleva p o r
razón del solo m u t u o algo m á s que el capital, se vio-
lan las leyes de la justicia.
189.-—Prueba de la 2 . p.—Muchas veces puede suce-
A

der, por circunstancias accidentales al préstamo mis-


m o , que el mutuante, para prestar al m u t u a t a r i o su di-
nero ó las demás cosas fungibles, tenga que sufrir ó al-
g ú n perjuicio en sus intereses, ó alguna disminución
en sus ganancias, ó peligro de perder el capital. P o r -
que el desprenderse de tales bienes p o r un tiempo
fijo puede ser causa de que durante aquel tiempo se
vea precisado á c o m p r a r algunas cosas m á s caro de
lo que le hubieran costado teniéndolos á m a n o , ó de
que no obtenga aquella cantidad de ganancia que
hubiera conseguido negociando con ellos p o r medio
— 12^ —

de otros contratos, ó finalmente de que se vea ert


peligro de no volver á v e r m á s sus bienes prestados,
por desgracia ó malicia del mutuatario. E s así q u e en
tales casos puede el m u t u a n t e exigir al m u t u a t a r i o
p o r v í a de compensación algún precio proporcio-
nado. P o r q u e , o r d i n a r i a m e n t e y exceptuados algunos
casos en que pide otra cosa la c a r i d a d , no estamos
obligados á sufrir detrimento en nuestros bienes p a r a
socorrer las necesidades de nuestros semejantes.
L u e g o pueden darse algunas causas extrínsecas al
m u t u o , p o r las cuales es lícito exigir al m u t u a t a r i o
algún precio por vía de compensación.
190.—Contra la p r i m e r a p a r t e de esta tesis dicen
los partidarios de la usura: i.° E l dinero contante es
m á s apreciable que el dinero prometido. E s así que
lo dado p o r el prestamista es dinero contante; y lo
que le ha de ser devuelto por el m u t u a t a r i o , es dinero
en esperanza y en promesa. L u e g o aquél vale m á s
que éste; y por tanto es lícito llevar interés por razón
del m i s m o mutuo. 2° El que presta dinero, p o r el
m i s m o hecho de prestarlo se obliga á no pedirlo den-
tro de un plazo determinado. E s asi que el obligarse
de esta m a n e r a es estimable en precio material. L u e -
g o el dinero del m u t u a n t e vale, p o r razón de este
nuevo precio intrínseco al mutuo, m á s que el del
mutuatario. 3 . E l prestamista, p o r el solo hecho del
0

mutuo, se priva por un tiempo determinado del uso


del dinero. E s así que el uso del dinero es- en sí de
valor estimable. L u e g o , etc. 4. El prestamista hace
0

un g r a n d e beneficio a l m u t u a t a r i o , dándole un i n s t r u -
mento de lucro. E s así que n i n g u n o está obligado á
hacer beneficios de valde. L u e g o , etc. 5 . L a equidad
0

pide que quien dá á otro bienes fungibles, recoja algo


de lo que ellos producen en manos del m u t u a t a r i o .
L u e g o , etc. 6 . ° A nadie se hace injusticia obrando
— 128 —
conforme á su voluntad según aquel a x i o m a . Scienti
et volenti non fit injuria. E s así que el logrero, llevan-
do el interés, obra conforme á la voluntad del mutua-
tario; pues éste libremente le pide dinero prestado.
L u e g o , etc.
191.—Respuesta.—A lo primero respondemos distin-
g u i e n d o la m a y o r : E l dinero contante es por si mis-
mo m á s apreciable que el dinero p r o m e t i d o ; se n i e g a .
E s m á s apreciable por razones accidentales y extrínse-
cas al dinero; se concede. C u a n d o existen estas razo-
nes, y a hemos probado en .la s e g u n d a parte de la tesis
que el m u t u a n t e puede llevar p o r ellas algún interés.
E s t a s razones son accidentales y extrínsecas tanto
al dinero dado p o r el prestamista como al p r o m e -
tido por el m u t u a t a r i o ; porque en algunos casos el
dinero está m á s seguro en las m a n o s de éste que en
las de aquél, por ser una persona s u m a m e n t e rica y
no convenirle en ninguna m a n e r a e n g a ñ a r á los que
le prestan dinero para sus negocios.
Alo segundo se concede la m e n o r con L u g o (1)
y otros autores g r a v e s ; los cuales confiesan franca-
mente que el obligarse á no pedir durante un tiempo
fijo el dinero prestado es estimable en precio (2). Pero
se niega la consecuencia; p o r q u e la obligación que en
sí a s u m e el prestamista, se compensa suficientemente
con la ventaja que j u n t a m e n t e con ella le resulta en
virtud del m i s m o m u t u o , cual es la de no correr á
cuenta suya el dinero prestado. P u e s d u r a n t e todo
el tiempo en que persevera la obligación dicha, el di-
nero es del m u t u a t a r i o , y si se pierde, se pierde p a r a
el m u t u a t a r i o y no p a r a el m u t u a n t e .

( 1 ) Lugo, De Just, et Jure, disf. 2 5 , sect. 3.


(2) Véase el P. Ballerini en la nota a al n. 867 de la Teo^
logia, Moral del P. Gury.
—129—»
Á lo tercero se niega la m a y o r . Y la razón d e esta
negación se funda en que m u c h a s veces el que presta
dinero, no tiene intención de usar p a r a nada de aque-
lla s u m a ; y por lo tanto m a l se puede decir que la
prestación le priva del uso del dinero. Si el presta-
mista tenía intención de usar durante el tiempo p a c -
tado de aquel dinero y esperaba sacar con ello a l g u n a
g a n a n c i a ; podrá por esto llevar algún interés. P e r o
esta su intención y a es cosa accidental y.extrínseca al
- dinero, y así el tal interés no será por razón del m i s -
mo mutuo.
Á lo cuarto se distingue la m e n o r . Nadie está obli-
g a d o en algunos casos á hacer beneficios de valde: se
concide. Nadie está obligado nunca; se niega. E n al-
g u n o s casos la caridad nos obliga á hacer beneficios
de valde y sin n i n g u n a otra recompensa que la grati-
tud por parte de quien los recibe, cuando éste se ha-
lla en u n a necesidad g r a v e y nadie sino nosotros le
puede asistir (123). A d e m á s , mientras que en el dinero
no se encuentren circunstancias accidentales y extrín-
secas, p o r las cuales sea lícito hacer un contrato distin-
to del m u t u o , la prestación sola no dará derecho al
m u t u a n t e para exigir al m u t u a t a r i o m á s interés que
el agradecimiento. P o r q u e el dinero no tiene en sí
m i s m o el ser instrumento de lucro, sino cuando los
hombres quieren l u c r a r con él; y así el q u e r e r l u c r a r
es cosa accidental y extrínseca al m i s m o dinero.
Dice m u y bien á este propósito Benedicto XIV en la
Encíclica Vix pervenit dada c o n t r a í a u s u r a . «Nipuede
servir para p u r g a r esta m a n c h a el decir que quien
recibe el dinero prestado no es un pobre, sino un rico;
y que no lo tendrá ocioso, sino que se servirá de él
p a r a acrecentar sus caudales con los nuevos predios
que c o m p r e ó con los negocios gananciosos que e m -
prenda. P o r q u e contra la ley del m u t u o , la cual nece-
Etica especial. 9
— c o -
sariamente consiste en la i g u a l d a d entre lo dado y lo
recibido, peca abiertamente el que, después de puesta
esta i g u a l d a d , se atreve todavía á e x i g i r á alguno algo,
por razón del m i s m o m u t u o con el cual ya se ha c u m -
plido volviendo una cantidad igual (i).»
Una vez que uno h a y a recibido el dinero prestado,
y a es dueño de él; y puede hacer de él lo que quiera,
lo m i s m o que de todas las demás cosas s u y a s . P a r a
el prestamista lo m i s m o es que el nuevo dueño g r a n -
jee con el tal dinero, como que lo arroje al m a r ; pues
el dinero ya no es s u y o . Por consiguiente, el presta-
mista no tiene derecho p a r a llevar interés a l g u n o por
el solo motivo de saber que el otro quiere el dinero
p a r a negociar.
Á lo quinto se niega el antecedente. S i p o r q u e el
dinero prestado produce algunos frutos mediante la
industria del m u t u a t a r i o , h u b i é r a m o s de decir que
algo de este fruto corresponde al m u t u a n t e ; lo m i s m o
deberíamos afirmar de los d e m á s instrumentos apli-
cados á la industria por los h o m b r e s después que los
han c o m p r a d o en una tienda. P u e s tan dueño es el
m u t u a t a r i o del tal dinero, como los d e m á s h o m b r e s
de los instrumentos que c o m p r a n ; y tanto éstos como
aquél pertenecían antes á otros dueños diferentes. ¿Se

(i) «Neque vero ad istam labem purgandam ullum arcessi-


ri subsidium potest ex eo quod is, a quo id lucrum solius
causa mutui deposcitur, non pauper sed dives existat; nec datam
sibi mutuo summam relicturus otiosam, sed ad fortunas suas
amplificandas, vel novis coemendis preediis, vel quasstuosis agi-
tandis negotiis, utilissime sitimpensurus. Contra mutui siqui-
dem legem, quae necessario in dati atque redditi sequalitate ver-
satur, agere alle convincitur quisquis, eadem asqualitate semel
posita, plus aliquid a quolibet, vi mutui ipsius, cui per asquale
iam satis est factum, exigere adhuc non veretur (Bened. XIV.
Encicl. Vix fiervenit, n. II).»
- l 3 i -
dirá que el dinero es prestado y los instrumentos ven-
didos? Pero esto no i m p i d e que uno y otros p r o d u z -
can las dichas ganancias, cuando y a pertenecen á los
nuevos dueños que los han a d q u i r i d o . T a n t o más que
el mutuatario, [al obligarse á devolver al m u t u a n t e
dentro del tiempo señalado la cantidad prestada, en
realidad de verdad compra esta cantidad, lo m i s m o
que los demás h o m b r e s sus instrumentos. Sólo que
no dá el precio de ella sino en el tiempo convenido.
L a dificultad seria valedera; si el dinero prestado
continuara siendo del mutuante a u n después de pres-
tado. Pero esto no es admisible; p o r q u e si fuera del
m u t u a n t e , p a r a él perecería, cuando sin culpa del
m u t u a t a r i o se perdiese; lo cual no sucede.
Á lo sexto finalmente decimos que e r a x i o m a ale-
g a d o sólo tiene l u g a r cuando el m u t u a n t e dá g r a -
tuitamente y de buena voluntad, no por obligación,
sino p o r m e r o agradecimiento, al m u t u a t a r i o a l g u n a
cantidad, además del capital prestado; p o r q u e sólo
entonces sucede realmente que sabe, lo que hace y
libremente lo abraza. P e r o si el prestamista le i m p o -
ne él interés por necesidad, y a entonces no le dá por
su libre v o l u n t a d , m o r a l m e n t e h a b l a n d o , sino p o r q u e
se vé precisado á sufrir esta vejación ¿Se dirá que lo
quiere p a r a negociar? P e r o aun p a r a esto él racional-
mente quiere-que no se le exija por justicia m á s de lo
que se le dá, como lo exige la condición de todo con-
trato oneroso.
PROPOSICIÓN SEGUNDA.

En los tiempos presentes no está prohibido á los parti-


culares llevar un interés moderado por la prestación
del dinero en virtud de un contrato innominado
distinto del mutuo.

192.—Demostración. — E n los tiempos presentes,


por razón de los g r a n d e s capitales q u e se necesitan
p a r a el comercio y la i n d u s t r i a , el dinero h a a d q u i r i -
do entre las gentes u n valor nuevo y accidental q u e
antes no tenía. P o r q u e el valor de u n a cosa depende
de su necesidad y carestía, y en el estado actual, tanto
del comerció como de la industria, a m b a s cosas h a n
recibido un a u m e n t o general en el dinero respecto de
los tiempos antiguos. P o r q u e ahora, p o r u n a p a r t e ,
se necesitan inmensos capitales para negociar y culti-
v a r la industria con provecho; y p o r otra, por el g r a n -
de lucro que suele sacarse en estas cosas, son m u c h o s
los h o m b r e s de todas las clases que se dedican á ellas.
L o cual es causa de q u e todos miren el dinero como
uno de los agentes principales para sus ganancias, y de
que, buscándolo generalmente con este objeto, le den
un valor nuevo y accidental, q u e antes no tenía. E s
así q u e éste valor nuevo y accidental al dinero consi-
derado en sí m i s m o es estimable en precio; y por "lo
tanto puede ser materia del contrato innominado: Do
uí des, distinto del m u t u o , p o r el cual se exija lícita-
mente á quien reciba el dinero prestado una c o m p e n -
sación justa de dicho valor. L u e g o en los tiempos
presentes-etc.
193.—Este a r g u m e n t o , p o r el cual nos h a b í a m o s
resuelto á defender la proposición aquí asentada antes
de leer la reciente obra de Costa-Rossetti, lo halla-
— ist-
m o s con m u c h o gusto confirmado p o r dicho autor
con las siguientes razones, «i. Supuesto el sistema
' del Capitalismo, son tales ahora las circunstancias,
que el dinero, de estéril que es en sí m i s m o , se h a
hecho de un modo general y ordinario virtualmente
productivo. P o r q u e por la libertad de la producción
industrial y del comercio, todo el que tiene dinero,
puede emplearlo en p r o m o v e r la producción propia
ó ajena, en adquirir bienes productivos de diversos
géneros, ó en c o m p r a r fincas. E s así que el dinero
prestado, si es v i r t u a l m e n t e productivo de una mane-
ra-general y. ordinaria, es materia de un contrato di-
verso del m u t u o , por el cual sea lícito exigir un inte-
rés moderado. P o r q u e el fiador no cede y a á otro el
dinero solamente gastable como en el contrato de
m u t u o , ni el dinero virtualmente productivo por las
solas circunstancias especiales del acreedor ó del deu-
dor, sino el dinero v i r t u a l m e n t e productivo por las
circunstancias generales. P o r donde el tal asume en sí
la obligación de no poder usar de aquel dinero d u r a n -
te un cierto tiempo p a r a sus ganancias; obligación
que es en sí mucho más estimable en precio que la otra
de no usar durante un cierto tiempo de la cosa fungi-
ble; la 'cual es estimable en precio, como lo hemos
notado m á s arriba. E s así que por esta obligación
estimable en precio no se recibe compensación de
otra p a r t e . L u e g o lícitamente podrá ser exigida p o r
medio del lucro. Ciertamente, no solo el lucro cesan-
te, sino también la misma facultad de g a n a r es esti-
mable en precio, a u n q u e alguno no quiera usar de
ella. P o r q u e así como uno que posee un campo por
ejemplo y no tiene intención de cultivarlo ni de arren-
darlo, puede e x i g i r un precio al que se lo pide en
arriendo p o r la sola obligación que en sí contrae de
no poderlo u s a r ; de la m i s m a m a n e r a , el que dá á
—134 —
otro dinero virtualmente productivo, puede exigir
compensación, ora tenga intención de emplearlo de
otra suerte para sus ganancias, ora no. 2. S u p u e s t o
el Capitalismo, m u c h o s h o m b r e s de casi todas las cla-
ses necesitan de dinero fiado, a) p o r q u e es de tal n a -
turaleza el m o d o de producción ya g e n e r a l i z a d o , que
se necesita p a r a él una división del trabajo m u y '
g r a n d e , la cual no sale bien sin g r a n d e cantidad de
dinero, p o r deberse esperar l a r g o tiempo hasta que
se h a g a n y vendan las cosas fabricadas y necesitarse
entre tanto dinero, así p a r a p a g a r los obreros como
p a r a c o m p r a r materiales y renovarlos; b) porque se
h a aumentado en g r a n manera el comercio, cuyo ner-
vio es el dinero; c) porque p o r la libertad de la p r o -
ducción y del comercio se a u m e n t a m u c h í s i m o el nú-
m e r o de los que, sin tener el dinero necesario p a r a
ello, quieren p r o d u c i r y negociar. E s así q u e , cuando
m u c h o s hombres de casi todas las clases necesitan de
dinero fiado para negociar, éste adquiere un precio de
conmutación ó cambio que de otra suerte no tendría
p o r todas partes. P o r q u e , como queda observado
m á s a r r i b a , el precio del cambio por parte de los que
buscan los bienes tiene su origen en el precio del
uso que corresponde á la necesidad; la cual á su vez
depende, por lo menos en parte, de la opinión y cos-
t u m b r e de los pueblos; y así esto es lo que sucede
también, cuando buscan m u c h o s el bien que se halla
colocado en el dinero prestado. A s i m i s m o , así como
el cambio de los d e m á s bienes por parte de los que los
ofrecen depende de la multitud de éstos y d é l a a b u n -
dancia de aquellos unida á la facilidad de hallarse; así
también el precio del cambio del dinero prestado de-
penderá de todas estas cosas. L u e g o , supuesto el
Capitalismo, el dinero prestado tiene un precio de
que carecería p o r lo regular; si, como en los tiempos
—135 —
pasados, fueran pocos los que lo ofreciesen y lo reci-
biesen. E s así que si el dinero prestado tiene precio
de cambio, se puede lícitamente exigir por él también
un precio, es decir, un interés proporcionado por via
de compensación; lo cual no era lícito en otro tiempo
ordinariamente; p o r q u e lo ordinario era que el dine-
ro prestado no tuviese precio de conmutación ó c a m -
bio. L u e g o , etc. (i).»
194.—Por aquí se entenderá la g r a n d e sabiduría
de la Iglesia en orden á la conducta que ha observado
en los diversos tiempos respecto del interés, que
suelen llevar los hombres por e l . dinero prestado.
Hasta los tiempos de Benedicto XIV siempre reprobó
como ilícito todo lucro e x i g i d o por la prestación del
dinero sin los títulos de daño emergente, lucro ce-
sante y peligro del capital, de que heñios hablado
m á s a r r i b a ; y aun este m i s m o P a p a en su Encíclica
Vix jpervenit hizo otro tanto, encargando á los que
quisiesen prestar que mirasen bien p r i m e r o antes de
e x i g i r el l u c r o , si tenían p a r a ello algún motivo
especial y extrínseco al m i s m o m u t u o . Mas en los
tiempos presentes la Iglesia permite que se lleve un
interés m o d e r a d o p o r la prestación dicha, sin que
sea necesaria p a r a ello ni aun la m i s m a tasa legal
señalada por la autoridad política, como consta por
v a r i a s respuestas de la Congregación del Santo Ofi-
cio, en que se dice de los que hacen tal g é n e r o de
prestaciones que 710 se les debe inquietar en la con-
ciencia (non esse imquielandos) (2). L a razón de esta

(J) Costa-Rossetti, Institutiones Ethicce et Juris Naturas,


parte IV, cap. 2, sect.,2. § 2. A, n. 1 2 , pág.733-738, Oenipon-
te, 1883.
(2) Véase el P. Ballerini en la nota al n. 878 de la Teología
Moral del P. Gury, donde se encuentran estas respuestas.
—136 —
diversidad se encuentra en que a h o r a , por razón del
valor especial que ha adquirido generalmente el di-
nero prestado, con la necesidad que tienen de él los
m u c h o s h o m b r e s de casi todas las clases p a r a la in-
dustria y el comercio, h a y siempre un motivo general
extrínseco al mutuo para e x i g i r un interés m o d e r a d o ;
y así no h a y necesidad de que uno, antes de prestar
dinero, mire si tiene un motivo especial p a r a e x i g i r
algún lucro.
195.—Con esto se ve también cómo no h a y p u g n a
n i n g u n a entre lo que enseñaba Benedicto XIV en la
Encíclica citada, al decir que ni aun cuando se p r e s -
tase dinero á un negociante-rico sería lícito llevarle
interés alguno sin algún título especial distinto del
m i s m o m u t u o , y lo que ahora parece desprenderse
de las respuestas de la Congregación del Santo Ofi-
cio. Porque en tiempo de Benedicto XIV era necesario
e l título especial, porque no existía el título general
a h o r a existente, merced á ciertas circunstancias acci-
dentales que han sobrevenido posteriormente. P o r lo
d e m á s , tanto a h o r a como entonces, s i e m p r e es ilícito
e x i g i r interés alguno p o r el solo m u t u o ó p r é s t a m o ;
p o r q u e esto es intrínsecamente m a l o , como queda
probado en la primera tesis de este m i s m o párrafo.
— 137 —

CAPÍTULO I I I .
D e los deberes y de los derechos
domésticos.

196.—Deberes y -derechos domésticos son aquellos


que el hombre tiene como miembro de la jamilia. L a
familia es un todo orgánico y social, cuyos miembros,
esenciales ó posibles, son el marido, la mujer, los hijos
y los criados. P o r consiguiente, p a r a conocer los de-
beres y los derechos domésticos, es menester que
declaremos: i . ° l a noción general de sociedad; 2. la 0

naturaleza de la sociedad doméstica; 3 . la n a t u r a -


0

leza de la sociedad c o n y u g a l ; 4 . la naturaleza de la


0

sociedad p a t e r n a ; 5 . finalmente la naturaleza de la


0

sociedad heril. Esto nos d a r á materia p a r a los cinco


artículos siguientes.

A R T Í C U L O PRIMERO.

Idea de la sociedad en general y sus diferentes


especies.

197.—Entiéndese p o r sociedad en general una cierta


agrupación de seres racionales que se hallan unidos con
el amor de un mismofiny de los medios necesarios para
conseguirlo. L a sociedad no es propia sino de. seres
racionales; porque sólo ellos son-capaces de conocer
el fin común á todos los socios y los medios necesa-
rios para alcanzarlo. E l fin de toda sociedad debe ser
un bien, honesto ó inhonesto; p o r q u e sólo el bien
puede tener razón de fin (Ps. 293; E . 28). A d e m á s ,
este fin debe ser común á todos los socios, p o r q u e él
es el que con el atractivo de su bondad ha de p r o d u -
cir en sus voluntades un cierto intento común con
que se unan m u t u a m e n t e y sean v e r d a d e r a s partes ó
miembros de un m i s m o todo. Finalmente, los seres
racionales, p a r a ser socios ó sea partes y m i e m b r o s
del todo moral llamado sociedad, deben estar a n i m a -
dos de un m i s m o intento común, con que quieran
concordemente, así la consecución del fin, como la
aplicación de los medios necesarios p a r a conseguirlo;
p o r q u e sin este intento común y concordia m u t u a
los tales seres estarían aislados los unos de los otros
y no serían v e r d a d e r a m e n t e partes ó m i e m b r o s de
un m i s m o todo.
Este intento común ó concordia m u t u a en orden
á la intención d e l f í n y á la aplicación indeterminada
de los medios, que se presenten como necesarios p a r a
conseguirlo, envuelve en sí una voluntad seria y
común á todos los socios de obligarse á poner en
práctica todos aquellos medios particulares que les
sean propuestos como necesarios para la consecución
del fin p o r quien tenga el oficio de proponérselos en
esta f o r m a , ó sea por el representante de la autori-
dad. P o r q u e en toda sociedad bien ordenada se nece-
sita un principio ordenador de los medios con que
los socios han de buscar el fin, para que h a y a unidad
y a r m o n í a en las operaciones sociales, principio cono-
cido con el n o m b r e de autoridad; y p o r consiguiente,
q u e r e r de una m a n e r a explícita y formal la consecu-
ción del fin común á todos los socios, es obligarse de
u n a m a n e r a implícita y virtual á poner en práctica
los medios que h a y a n de ser presentados como nece-
sarios por el representante de la'autoridad dicha.
198.—Por lo dicho se ve que los seres racionales
constituyen el elemento material ó sea la materia de
— 139 —
la sociedad; y el intento común ó sea la concordia de
todas las voluntades en orden á la intención de u n
m i s m o fin y á la determinación general de abrazar
los medios necesarios p a r a conseguirlo, es lo q u e se
llama la forma. E s t a v o l u n t a d g e n e r a l , en la sociedad
que y a está en actual posesión de su fin, cual es la de
los bienaventurados en la gloria, no es otra cosa que
la complacencia coman que tienen todos sus m i e m b r o s
en la posesión del medio con q u e se hallan unidos á
su fin, ó sea de la visión beatífica. Mas en la sociedad
que todavía no está en .posesión de su fin, sino q u e
debe moverse hacia él p a r a conseguirlo, cual es la
sociedad h u m a n a aquí en la tierra, la tal voluntad
encierra, a d e m á s del simple a m o r del fin, la intención
general y común de a b r a z a r todos los medios q u e
se presenten como necesarios p a r a la consecución
del fin social; intención g e n e r a l y c o m ú n , q u e se
halla virtualmente contenida en la voluntad ó a m o r
también general y c o m ú n del fin, de q u e están a n i -
m a d o s todos los socios; p o r q u e la intención eficaz de
un fin lleva envuelta y embebida en sí á la intención
también eficaz de los medios necesarios p a r a conse-
guirlo (O. 582). E l compuesto de la materia y de la
forma mencionadas, ó s e a la sociedad, suele designar-
se con el nombre de persona moral; porque, por razón
de hallarse compuesta como la persona física de m a -
teria y forma y s e r un todo racional como ella, se ase-
meja mucho á una persona.
199.—Con esto y a tenemos declarada la noción de
la sociedad en general y designados los "IÍQS elemen-
tos-esenciales de que consta, que son la materia y la
forma. Viniendo a h o r a á la otra parte anunciada en
el artítulo, que es la división, diremos q u e las socie-
dades se pueden distinguir u n a s de otras, o r a p o r
los m i e m b r o s de que se componen, ora por'el fin á
—140 —
que m i r a n , ora p o r los medios con que á el se di-
rigen.
200.—Por razón de los miembros la sociedad puede
ser espiritual ó humana, según sean puros espíritus ú
h o m b r e s los que la componen. E n la sociedad de
p u r o s espíritus los medios de comunicación son pura-,
mente espirituales; pues los espíritus se hablan unos
á otros con solo q u e r e r que sus pensamientos sean
manifiestos. E n la sociedad h u m a n a los tales medios
son cosas sensibles; pues los h o m b r e s no tienen otro
medio de hacer patentes sus actos intelectivos y vo-
litivos á los d e m á s q u e los signos sensibles. E s t o s
signos no deben consistir p o r fuerza en palabras; sino
que pueden s e r v i r á ' e s t e efecto las acciones. A s í , el
perseverar voluntariamente un hombre con otros de
una m i s m a nación, obrando como uno de tantos y
ejecutando las acciones que p o r su parte se requie-
ren para que manifieste de hecho querer tender al
bien común juntamente con los d e m á s , es señal m a -
nifiesta de que quiere f o r m a r sociedad con ellos, aun-
que no lo signifique con palabras. A d e m á s , por razón
de los miembros, puede ser la sociedad simple ó com-
puesta; según que los seres, de que inmediatamente
consta, sean personas físicas ó morales (198). A s í , la
familia y la Iglesia p o r ejemplo son sociedades sim-
ples; p o r q u e sus e l e m e n t o s ' i n m e d i a t o s son personas
físicas. Mas la ciudad es una sociedad compuesta;
p o r q u e sus m i e m b r o s inmediatos son las familias y
no los individuos.
201.—Por razón del fin la sociedad puede ser de tan-
tas clases, cuantos son los fines á que pueden aspirar
concordemente los hombres, los cuales son innume-
rables. Así por esta causa, h a y sociedades mercantiles,
musicales, vinícolas, etc., etc. L a principal división
bajo este aspecto es aquella con que se divide la socie-
—141 —
d a d en completa é incompleta. Completa es la que m i r a
á un fin universal, p a r a c u y a consecución necesita
p o n e r el h o m b r e en ejercicio todas las clases de acti-
vidad que en él existen. Incompleta por el contrario
es la que no se refiere sino á un cierto bien p a r t i c u -
lar; de modo q u e , p a r a conseguirlo, no necesita el
h o m b r e e m p l e a r sino u n a cierta clase de actividad.
Así, la sociedad filarmónica p o r ejemplo es incomple-
ta; p o r q u e no tiene otro fin que el de las a r m o n i a s
musicales, p a r a cuya consecución basta desarrollar
aquella actividad del h o m b r e que dice relación á la
música. Mas las sociedades doméstica, civil y religiosa
son completas; p o r q u e el fin á que m i r a cada una de
ellas, es universal, ó sea la felicidad temporal ó eterna,
y p a r a conseguirlo necesitan poner en ejercicio todas
las fuerzas de la h u m a n a naturaleza. A l g u n o s sin e m -
b a r g o ponen la sociedad doméstica entre las socieda-
des imperfectas; p o r q u e , a u n q u e tiene por fin la feli-
cidad temporal del h o m b r e , pero no puede conse-
guirla p o r sí sola sino de una m a n e r a imperfecta y
por lo tanto necesita p a r a ello del auxilio de la socie-
dad civil. Mas el necesitar una sociedad del auxilio de
otra para conseguir c ó m o d a m e n t e su fin no es razón
suficiente p a r a que p o r ello se llame imperfecta; pues
también la sociedad civil.necesita ser a y u d a d a p o r la
doméstica y p o r la religiosa y ésta p o r la doméstica y
la civil p a r a dirigirse á sus fines propios de u n a ma-
nera conveniente.

ARTÍCULO II.

Naturaleza de la sociedad doméstica.

202.—La sociedad doméstica, llamada familia es una


sociedad simple ó compuesta inmediatamente de personas
físicas y ordenadas á la consecución imperfecta de la
-142-
felicidad temporal. E n lo dé s e r simple, conviene con
otras m u c h a s sociedades, q u e no constan i n m e d i a t a -
mente sino de individuos; m a s en lo de dirigirse á la
consecución incompleta de la felicidad temporal, se
distingue de toda otra sociedad, pues esto es propio
y peculiar de ella sola. P a r a declarar la naturaleza de
esta sociedad nos serviremos de la siguiente

PROPOSICIÓN.

La sociedad doméstica es una cosa reclamada por


la naturaleza humana.

20^.— Demostracion.—Por la naturaleza h u m a n a es


c

reclamado todo aquello, sin lo cual el h o m b r e no


puede conservarse ni perfeccionarse (85 y siguientes).
E s así que sin la familia no puede conseguir el h o m -
bre ninguna de estas cosas. L u e g o etc.
Prueba de la i. p. de la menor.—El hombre nece-
a

sita p a r a conservarse de alimentos y vestidos. E s así


que en la infancia no se los puede p r o c u r a r , p o r sí
m i s m o , sino que este cuidado debe estar encomenda-
do á la providencia de los p a d r e s ó de quien hace con
él s u s veces. L u e g o el hombre durante todo el perio-
do de su infancia debe hallarse bajo la tutela de sus
padres y formando con allos la sociedad doméstica.
A d e m á s , no solo en la infancia, sino también, m á s
adelante en la tierna edad necesita el h o m b r e para
conservarse del auxilio de sus padres; p o r q u e sin él
no podría librarse de infinitos peligros, q u e . p o r lo
r e g u l a r le traerían la m u e r t e . L u e g o , etc.
Prueba de la 2." p. de la menor.—E\ h o m b r e , a b a n -
donado á sí m i s m o y destituido de la instrucción de
sus padres; no obtendría sino con s u m a dificultad
algunos conocimientos imperfectos acerca de los p r i -
- 1 4 3 —
m e r o s principios de la m o r a l y en orden á la existen-
cia y naturaleza de Dios. P o r q u e p a r a todas estas
cosas se necesita hacer algún discurso y levantarse
sobre todo esto material y sensible; y el niño no está
p a r a hacer nada de esto en su p r i m e r a edad, cuando
se halla distraído por todas las cosas materiales que
le rodean, y no piensa sino en j u g a r y divertirse.
A d e m á s , a u n en los años siguientes, cuando se le v a
desarrollando la razón, con dificultad podrá sin el
auxilio de la enseñanza paterna a d q u i r i r un conoci-
miento cual conviene acerca de la naturaleza divina,
de la espiritualidad é inmortalidad de su a l m a , de la
existencia de la otra vida, de los preceptos m á s prin-
cipales de la L e y N a t u r a l . P o r q u e todas estas cosas,
p a r a ser conocidas con el discurso propio y por vía
de invención, requieren g r a n fuerza intelectiva, ocio
p a r a meditar, y g u s t o p a r a entregarse á las espe-
culaciones metafísicas: lo cual no es común á la
generalidad de los h o m b r e s . P o r q u e el v u l g o , aun
con la instrucción que suelen d a r los p a d r e s á sus
hijos, es por lo r e g u l a r r u d o é ignorante, carece de
tiempo p a r a las meditaciones filosóficas, y m i r a el
estudio como una cosa insoportable y s u m a m e n t e
pesada. F i n a l m e n t e , aun cuando los h o m b r e s p o r sí
solos pudiesen adquirir estos conocimientos,.esto no
lo conseguirían sino á fuerza de g r a n d e s sudores y
después de m u c h o s años de trabajo, y mezclando las
verdades con m u c h í s i m o s errores; porque no puede
ser otra cosa, considerada la naturaleza de las m a t e -
rias que constituyen el objeto de la Religión y de la
Moral. P o r donde tendrían que p a s a r casi toda su
v i d a sin conocer y a m a r á Dios como es debido,
cuando éste es precisamente el fin á que deben aspi-
r a r principalmente sobre la tierra; y á u n al fin de su
s

vida no'podrían cumplir con este deber perfectamente


— 144—
por los g r a n d e s e r r o r e s de qué se hallarían llenas
sus inteligencias. L u e g o el buen orden y recta dispo-
sición de la naturaleza h u m a n a exigen manifiesta-
m e n t e que el h o m b r e a p r e n d a todas estas cosas p o r
via de m a g i s t e r i o , mediante la instrucción de sus
p a d r e s ó de aquellos á quienes hayan ellos encomen-
dado este cuidado. P u e s á la providencia de los pa-
dres pertenece cuidar que la prole por ellos engen-
d r a d a t e n g a , así en el alma como en el c u e r p o , todo
lo que necesita la naturaleza h u m a n a p a r a conser-
varse y perfeccionarse (i).
204.—COROLARIO.—Luego los Comunistas obran con-
tra el Derecho Natural, queriendo destruir la familia.
L o s Comunistas pretenden que los hijos de los ciuda-
danos sean alimentados y educados por la Nación,
sin que los p a d r e s tengan otro oficio que el d e e n g e n -
darlos. Ahora bien; semejante pretensión p u g n a
abiertamente con el Derecho N a t u r a l . P o r q u e los pa-
dres tienen el estricto deber y por consiguiente t a m -
bién el d e r e c h o . d e conservar y educar á sus hijos;
puesto que la razón n a t u r a l dicta que á la providen-
cia de los p a d r e s h a y a Dios encomendado el cuidado
de atender á las necesidades de sus hijos, tanto en lo
espiritual como en lo temporal, y no á otro ninguno

(1) Por aquí se verá cuan absurdo é impío es el sistema


de Rousseau; según el cual á los jóvenes no se les debe hablar
nada de Religión, hasta que hayan llegado á la edad de diez y
ocho años, para que así puedan escoger libremente la Religión
que mejor les pareciere. De este modo, durante la tercera parte
de su vida, se verían precisados á vivir como bestias, sin regla
ninguna de moralidad; y además, deberían escoger la Religión
bajo el influjo de las pasiones, que entonces bullen poderosas
sin el freno de la madura razón que las rija. El resultado na-
tural de la tal elección sería por lo regular la Irreligión y el
Ateísmo.
-in-
sirió en defecto s u y o . L o único que puede h a c e r la
a u t o r i d a d en esta p a r t e , es castigar á los padres, si
abusan de su derecho educando mal á sus hijos é im-
buyéndolos en doctrinas subversivas y contrarias á
la t r a n q u i l i d a d pública. P e r o aun esto m i s m o lo debe
hacer solamente en los casos e x t r e m o s , y por causas
manifiestamente justas. P o r q u e el derecho d é l o s pa-
dres es m u y s a g r a d o ; y conceder á la autoridad polí-
tica facultad p a r a ir fácilmente contra él, es procla-
m a r el absolutismo del E s t a d o , convirtiendo á los
ciudadanos en puros esclavos de la Nación. Y en v e r -
d a d , que esto es lo que pretenden p r e c i s a m e n t e los
defensores del C o m u n i s m o ; p u e s dicen que los ciu-
dadanos son esclavos y m e r c e n a r i o s de la Nación.
Pero esta es una doctrina absurdísima, que conduce
directamente á los abusos m á s atroces del despo-
tismo.
2 0 5 . — E S C O L I O . — S i e n d o la familia un ser n a t u r a l y
dotado de r a z ó n , claro está que á ella hay que apli-
carle proporcionalmente lo que en el capítulo anterior
dejamos escrito acerca de los deberes y derechos i n -
dividuales. P o r consecuencia la familia t a m b i é n , lo
m i s m o que el i n d i v i d u o , tiene el deber de d a r culto
al verdadero Dios y de profesar la Religión v e r d a d e -
ra; está obligada á conservarse y perfeccionarse á sí
m i s m a , y á socorrer según sus fuerzas á las d e m á s en
sus necesidades; tiene finalmente el derecho de de-
senvolver libremente su actividad interna en la m a -
nera que lo j u z g u e conveniente, con tal que no v a y a
contra la L e y Natural y contra el bien u n i v e r s a l de
la república, al cual debe estar subordinado e! suyo
propio.

Ética especial.
10
—146—

A R T Í C U L O III.

Sociedad conyugal.

206.—Sociedad conyugal es la que resulla del ma-


trimonio entre los cónyuges. E l m a t r i m o n i o es la unión
indisoluble del marido y la mujer para la procreación y
educación de la prole y para el auxilio mutuo en los usos
comunes de la vida. E l m a r i d o y la m u j e r se llaman
cónyuges; p o r q u e a m b o s van atados al m i s m o yugo
de la sociedad doméstica, y forman u n a sola pareja
destinada p o r la naturaleza á la propagación del g é -
nero h u m a n o . S e les ha dado también el nombre de
consortes; p a r a indicar la comunidad de vida y de
bienes que debe reinar entre ellos, como si los dos
fueran una sola persona. Y en efecto: las propiedades
físicas, fisiológicas, intelectuales y morales del m a r i -
do y de la m u j e r están diciendo á voz e n g r i t o que en
el plan sapientísimo del Criador ambos son p a r a en
u n o , y que los dos juntos representan la especie h u -
m a n a en su totalidad: porque cada uno de ellos p o r
sí solo no es sino la mitad de la especie.
207. E l m a t r i m o n i o entre los cristianos puede con-
siderarse como contrato y como sacramento; pues
a m b a s cosas encierra dentro de sí y nunca p u e -
de s e p a r a r s e la u n a de la otra. P o r donde con justí-
sima razón h a declarado la Iglesia que el m a t r i m o n i o
civil de los cristianos, celebrado ante los solos funcio-
narios del E s t a d o , no es matrimonio verdadero sino
torpe y execrable concubinato. P o r q u e nuestro S e ñ o r
Jesucristo en la constitución de su Iglesia ha elevado
á la dignidad de sacramento el mismo contrato matri-
monial legitimo; de m a n e r a que el matrimonio entre
los fieles, por institución divina, no puede ser contrato
- 1 4 7 —
matrimonial legítimo ó sea v e r d a d e r o m a t r i m o n i o ,
sin q u e al m i s m o tiempo sea también sacramento.
208.—El m a t r i m o n i o , como contrato, es aquel pacto
ó convenio, con que el hombre y la mujer se entregan
mutuamente sus cuerpos para la procreación y educación
de la prole en indivisa manera de vida. Como sacramen-
to, es este mismo pacto, en cuanto elevado por Jesucristo
Nuestro Señor á la dignidad de signo práctico de la
unión mística y espiritual, con que está unido él mismo
para siempre con su esposa la Iglesia. S o b r e la natura-
leza del matrimonio h a habido diversos errores. L o s
Maniqueos lo tuvieron por ilícito; y algunos publicis-
tas de nuestros tiempos juzgan lo m i s m o , llegando al
exceso de proclamar el a m o r libre y llevando su co-
m u n i s m o hasta las m i s m a s mujeres. Otros admiten
la divina ordenación del matrimonio; pero le niegan
la perpetuidad intrínseca, ó defienden cosas contra-
rias á su unidad, ó lo hacen superior al celibato abra-
zado p o r motivo de virtud, ó finalmente someten á la
autoridad civil y política a u n el m i s m o m a t r i m o n i o
cristiano. L a verdadera doctrina en orden á la natu-
raleza de la sociedad conyugal y á los derechos y de-
beres de los cónyuges quedará patentizada en las pro-
posiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La jornicacion es ilícita y por lo tanto el matrimonio ha


sido ordenado por Dios para la conservación del
género humano.
209.—Prueba de la i." p.—La fornicación es la unión
carnal de un h o m b r e y u n a m u j e r , que no están ca-
sados ni entre sí ni con otra persona. E s así que esta
acción está prohibida p o r la L e y Natural. L u e g o la
fornicación es ilícita.
—148 —
Prueba de la menor.—Si fuera permitida la acción
dicha, no estaría bien o r d e n a d a la naturaleza h u m a -
na. P o r q u e en tal caso la m u j e r p o d r í a lícitamente
tener comercio carnal con m u c h o s varones; y así no
se podría conocer quién de ellos había sido el v e r d a -
dero p a d r e de la prole, y por lo tanto ninguno de
ellos estaría obligado á e d u c a r l a : lo cual es i m p o s i b l e .
P o r q u e el A u t o r de la naturaleza, p a r a obrar con sa-
biduría, ha debido proveer á la prole una p e r s o n a fija
y d e t e r m i n a d a que tuviese la obligación de alimentar-
la y educarla, siendo ella incapaz de a d q u i r i r , ni los
alimentos, ni la instrucción por sí m i s m a (203). E s así
que Dios no h a podido criar la naturaleza h u m a n a
sino rectamente o r d e n a d a . L u e g o , al criar al h o m b r e
le ha debido p r o h i b i r la fornicación, y esta por lo tan-
to está prohibida p o r la L e y N a t u r a l .
2 1 0 . — Y esta prohibición es g r a v e . P o r q u e c o m o en-
seña sabiamente S a n t o T o m á s (1), es pecado m o r t a l
todo pecado, que v á directamente contra la vida del
hombre; y la fornicación envuelve en si un desorden
g r a v e , que r e d u n d a de suyo en detrimento de la vida
d é l a prole, por dejarla sin p a d r e conocido.
Ni se diga contra esto, que puede uno fornicando
p r o v e e r suficientemente á la educación de la p r o l e .
P o r q u e , como advierte el m i s m o S a n t o Doctor (2), lo
q u e cae bajo el dominio de la ley, se considera según
lo que ordinariamente sucede y no según lo que puede
acaecer en algún caso particular; y por consiguiente
Dios ha debido prohibir con precepto g r a v e y no leve
la fornicación; porque en el caso contrarío lo ordina-
rio sería q u e d a r s e la prole sin p a d r e conocido, y por

(1) S.Tomás, Summ. Theol.'2. 2. q. 154, art. 1.


(2) Id. lbid. art. 2. Véanse los Wirceburgenses, tom. iVcfe
virtutibus. De vitiis temperatiae oppositis, dub. V.
- i49~
lo tanto destituida del a m p a r o que le es necesario en
sus p r i m e r o s años.
211.—Prueba de la 2.* p.—Es evidente. P o r q u e el
género h u m a n o no tiene-otro medio para conservar-
se que la propagación de los hombres p o r medio de
la generación. L u e g o , no siendo lícita en la fornica-
ción, debe serlo en el m a t r i m o n i o : el cual por lo tanto
es el medio escogido p o r la divina Providencia p a r a
la perpetuación del linaje h u m a n o .
No se sigue de aquí, sin e m b a r g o , q u e todos los
h o m b r e s tengan obligación de casarse. P o r q u e la pro-
pagación de la especie no obliga á ningún particular
sino en el caso de q u e su acción generativa sea nece-
saria p a r a conservarla. L o cual nunca sucederá; p o r -
que, consideradas las inclinaciones naturales d e ' l o s
h o m b r e s , es.cierto de todo punto q u e la m a y o r p a r t e
de ellos a b r a z a r á el estado del m a t r i m o n i o .

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

El estado de celibato abrazado por motivos de virtud es


más perfecto y laudable que el estado de
matrimonio.
212.—Observación.—Llámase estado en la presente
tesis el modo de vivir fijo y estable que pueden tener los
hombres en un género de vida cualquiera. Celibato es el
modo de vida profesado por los célibes que tienen el pro-
pósito de permanecer solteros, ora hayan confirmado con
voto este propósito, ora no. Decimos abrazado por mo-
tivos de virtud. P o r q u e el estado de matrimonio es
m u y conforme á la naturaleza h u m a n a ; y por lo tanto
ningún otro motivo q u e ño sea el de la virtud y de la
religión puede hacer que el estado de celibato le iguale
nunca en perfección. F u e r a de que los que, pudiendo
— 150-
casarse, quieren permanecer célibes p o r motivos pura-
mente temporales, generalmente hablando, se suelen
m o v e r á ello p o r el horror de las cargas del matri-
monio; lo cual es egoísmo p u r o ; y a d e m á s , llevan
con demasiada frecuencia u n a vida harto licenciosa
y deshonesta.
213.—Demostración.—1.° Aquello es mejor y m á s
g r a t o á Dios, q u e m á s a p a r t a al h o m b r e de los delei-
tes de la carne y de los cuidados temporales; porque
le hace m á s espiritual y le levanta sobre todas estas
cosas materiales y terrenas. E s así que en esto vence
el estado de celibato abrazado p o r motivo de virtud al
de m a t r i m o n i o . P o r q u e el primero aparta al h o m b r e
de los deleites sensuales y de los cuidados de este
m u n d o , p a r a m á s unirse con Dios á la m a n e r a de los
espíritus angélicos; y el s e g u n d o p o r el contrario le
introduce en unos y otros. L u e g o , etc.
2 1 4 . — 2 . Aquello es m á s perfecto y m á s a g r a d a b l e
0

á Dios, q u e da m á s comodidad para v a c a r á la ora-


ción y al servicio divino; porque nos a p r o x i m a m á s
que ninguna otra cosa á Dios y nos hace familiares y
domésticos suyos. E s asi q u e esto hace el celibato
abrazado p o r motivos de religión; y por el contrario
el m a t r i m o n i o retrae de ello por los g r a n d e s cuida-
dos q u e o r d i n a r i a m e n t e lleva consigo. L u e g o , etc.
2 1 5 . — 3 . Aquello es m á s perfecto y m á s agradable
0

á Dios, que eligieron para sí Nuestro S e ñ o r Jesucris-


to, su Madre S a n t í s i m a , los Apóstoles y los demás
g r a n d e s Santos de la Iglesia.,Es así q u e todos ellos
escogieron p a r a sí el celibato de q u e v a m o s hablan-
do. L u e g o , etc.
216.—4. F i n a l m e n t e , aquello es m á s perfecto y m á s
0

agradable á Dios, que como tal fué siempre considera-


do instintivamente por todos los pueblos de la tierra.
E s así q u e la vida célibe abrazada y g u a r d a d a p o r
- 1 5 1 -
motivo de virtud y de religión ha sido y es conside-
r a d a instintivamente por los hombres generalmente
como m u c h o más perfecta y agradable á Dios que el
estado de m a t r i m o n i o , como consta por las Vestales
r o m a n a s , p o r la Vestal del templo de Belo, por las
Vestales de Atenas consagradas á Minerva, por los
sacrificios de los griegos, á los cuales siempre debía
asistir a l g u n a Vestal, por los Bonzos de los J a p o n e s ,
por los B r a c m a n e s de la India, por los antiguos sa-
cerdotes de la Persia, por los sacerdotes egipcios con-
s a g r a d o s á fsis, por los mismos monjes de los turcos;
p a r a no hablar nada de los religiosos y clérigos cris-
tianos, cuya v i d a casta ha sido siempre la a d m i r a -
ción de las gentes y lo es aun h o y dia, por más que
clamen contra ellos los a m i g o s de la carne. L u e g o , etc.
E s t a es la causa de que sean tan estériles ordina-
riamente las misiones de los protestantes entre los
infieles y tan fecundas las de los católicos. P o r q u e
los infieles, al ver con sus mujeres é hijos á los misio-
neros protestantes, nada advierten en ellos de extra-
ordinario; mientras que la vida célibe y casta de los
misioneros católicos los llena de admiración, por
considerarla, y con razón, como una cosa superior á
las fuerzas de la h u m a n a naturaleza y que tiene en sí
algo de sobrenatural y divino.
217.—Dicen los enemigos del celibato religioso: i . ° E l
celibato religioso disminuye el aumento de la pobla-
ción y es por lo tanto menos conveniente al bien
social que el m a t r i m o n i o . 2. E l bien producido i n -
0

mediatamente p o r el celibato es un bien particular


y el causado p o r el m a t r i m o n i o es un bien universal.
L u e g o el m a t r i m o n i o es preferible al celibato religioso.
218.—Respuesta.—A. lo primero respondemos en pri-
m e r l u g a r , trasmitiendo el antecedente. P o r q u e un
pueblo no es un rebaño de ovejas ó una manada de
- 1 5 2 -
bueyes, sino una reunion de h o m b r e s , cuya felicidad
principalmente consiste en tener sus almas adorna-
das y embellecidas con las virtudes morales. Á esto
añadiremos otra respuesta, negando r o t u n d a m e n t e
el antecedente. P o r q u e , si los célibes religiosos no
engendran por sí mismos hijos á la nación; con sus
virtudes y casta vida, hacen que los demás engendren
en el m a t r i m o n i o m u c h o s m á s de los que engendra-
rían ellos estando casados. L o que disminuye la po-
blación, no son los religiosos y clérigos, sino las g u e -
r r a s , las emigraciones de los hombres á otros puntos
del globo, la incontinencia desenfrenada de los solte-
ros y el vicio calculado de los casados. T o d a s estas
causas disminuirían m u c h o , si los religiosos y los clé-
rigos tuvieran en el m u n d o la libertad y protección
que necesitan para edificar con sus buenos ejemplos,
educar con sus sanos principios é i n s t r u i r con su só-
lida doctrina á los pueblos. E n t r e los religiosos p r i n -
cipalmente, por fuerza debe haber m u c h o s , no solo
virtuosos, sino también sabios; porque el religioso,
para poder p e r s e v e r a r en su estado, necesita de algu-
n a ocupación y ésta o r d i n a r i a m e n t e es el estudio.
Así, las órdenes religiosas con su virtud y ciencia son
m u c h o m á s benéficas á los pueblos de lo que hubie-
ran sido sus individuos quedándose en el siglo y
a b r a z a n d o el estado de m a t r i m o n i o .
Á lo segundo r e s p o n d e m o s distinguiendo el ante-
cedente. E l bien causado i n m e d i a t a m e n t e p o r el m a -
trimonio es un bien universal, pero de inferior condi-
ción al bien particular producido por el celibato religioso;
se concede. Es un bien de igual ó superior condición;
se niega. El bien espiritual y en cierta m a n e r a a n g é -
lico producido p o r el celibato religioso es de un orden
m u y superior al del m a t r i m o n i o ; el cual ni siquiera es
honesto de s u y o , sino indiferente. P o r q u e el e n g e n d r a r
- 1 5 3 -
es cosa honesta ó inhonesta en los c ó n y u g e s , según
la intención con q u e practiquen el tal acto. De todos
m o d o s , el bien del m a t r i m o n i o no es sino m e r a -
mente físico, y el del celibato religioso es espiritual y
m o r a l (i).

PROPOSICIÓN TERCERA.

El matrimonio es perfectamente uno con unidad de


marido y de mujer, é intrínsecamente indisoluble.

219.—Observación.—La unidad del m a t r i m o n i o q u e


aquí t r a t a m o s de d e m o s t r a r , excluye de sí á la Po-
liandria y á la Poligamia. Poliandria es el m a t r i m o -
nio de una m u j e r con varios m a r i d o s al m i s m o tiem-
p o ; y P o l i g a m i a el m a t r i m o n i o de un m a r i d o con
v a r i a s m u j e r e s simultáneas. L a Poliandria r e p u g n a
á la naturaleza del m a t r i m o n i o absolutamente; la P o -
ligamia no, sino solo como una cosa menos convenien-
te. E l matrimonio puede llamarse indisoluble intrín-
seca ó extrínsecamente. S e r í a indisoluble en la primera
m a n e r a , si los cónyuges lo pudieran deshacer p o r sí
m i s m o s conviniendo en ello, como sucede en los d e -
m á s contratos. E s indisoluble en la segunda m a n e r a ,
si ni aun p o r la a u t o r i d a d extrínseca de ningún supe-
rior, á q u e están sujetos los c ó n y u g e s , puede s e r di-
soluto. Nosotros no hablamos en la presente tesis
sino de la primera clase de indisolubilidad. P o r q u e
por la autoridad divina ya puede ser disuelto el m a -
t r i m o n i o , cuando Dios lo tenga p o r conveniente; y en

(1) Véase el P. Lesio en los Wirceburgenses, de.VirhUibus.


De temperantia, dub. V.
- 1 5 4 -
efecto, tanto el matrimonio rato de los cristianos
como el consumado de los gentiles que se convierten
al Cristianismo, pueden ser disueltos en esta f o r m a
por disposición de Dios Nuestro S e ñ o r .
_ 220.—Prueba de la i . p.—Si u n a m u j e r estuviese
a

casada al m i s m o tiempo con dos m a r i d o s , no se p o -


dría conocer con certeza á cuál de ellos pertenece la
prole. L u e g o la Poliandria p u g n a , lo m i s m o que la
fornicación, con el fin p r i m a r i o del matrimonio, que
es conservar y educar la prole; y p o r lo tanto se opo-
ne absolutamente, como ella, á la naturaleza intrínse-
ca de este contrato.
221.—Prueba de la 2 . p.—En la P o l i g a m i a y a es co-
a

nocido el p a d r e de la prole y p o r consiguiente y a se


puede obtener el fin p r i m a r i o del contrato m a t r i m o -
nial. P o r esta causa la Poligamia no r e p u g n a absolu-
tamente á la naturaleza del m a t r i m o n i o ; y así Dios
Nuestro Señor la permitió á los Patriarcas de la anti-
g u a L e y por razones que explican los teólogos. Pero
en ella p o r lo regular no se puede conseguir el fin se-
cundario del m a t r i m o n i o , que es a y u d a r s e m u t u a -
mente los cónyuges en los usos de la vida y en la edu-
cación de los hijos con paz y a r m o n í a . P o r q u e natu-
ralmente han de resultar entre las distintas m u j e r e s
rencillas, envidias y m u r m u r a c i o n e s ; porque el m a r i -
do quiere m á s á u n a que á otras, porque al hijo de la
una se trata m e j o r que á los de las d e m á s , etc., etcé-
tera. Con lo cual se hacen imposibles la intimidad y
el a m o r tierno que deben reinar entre los cónyuges.
L u e g o la P o l i g a m i a es también contraria, a u n q u e en
menor g r a d o , á la naturaleza de m a t r i m o n i o .
222.—Prueba de la y. p. —1.° L a perpetuidad del
a

m a t r i m o n i o se necesita para la educación de los hijos


y p a r a la íntima unión que debe reinar entre los con-
sortes. Para la educación de los hijos: p o r q u e , p o r u n a
— 155 —
p a r t e , la educación r e q u i e r e p a r a cada hijo la tercera
p a r t e de su edad total por término medio; y por otra,
los hijos se v a n sucediendo en el matrimonio durante
un largo período de años los unos á los otros de m a -
nera, que p a r a cuando los padres han acabado de
cumplir con ellos el oficio de criarlos y educarlos, se
les ha debido pasar á éstos la m a y o r parte de su
v i d a . Para la íntima unión de los cónyuges: p o r q u e , no
estando unidos los cónyuges para s i e m p r e , cada uno
m i r a r á en el m a t r i m o n i o p o r su bien p a r t i c u l a r y
tendrá siempre puesta la mira en el tiempo de su
futura libertad. P o r donde los c ó n y u g e s no se m i r a -
rán o r d i n a r i a m e n t e el uno al otro sino como dos
contratantes aislados, de los cuales cada uno v a á
hacer su negocio en el m a t r i m o n i o . Con lo cual y a
se v e que no puede haber entre ellos la intimidad y
a m o r que conviene. L u e g o la naturaleza del matri-
monio exige que el h o m b r e y la m u j e r se casen p a r a
s i e m p r e , y que no puedan después por n i n g u n a c a u -
sa rescindir el contrato por si mismos.
223.—2. Si el contrato matrimonial no fuera de
0

s u y o perpetuo é indisoluble, quedaría en él perjudi-


cada la m u j e r . P o r q u e ésta, después de disuelto el
c o n t r a t o , difícilmente hallaría otro con quien casar-
se: lo cual no sucedería por regla general al v a r ó n .
L u e g o p a r a que sea justo y legítimo, debe ser de
s u y o perpetuo é intrínsecamente indisoluble.
224.—3. F i n a l m e n t e , la indisolubilidad intrínseca
0

del matrimonio J e s u c r i s t o , Nuestro S e ñ o r , nos la ha


declarado manifiestamente. P o r q u e , i n t e r r o g a d o por
los J u d í o s si era lícito ó no d a r por cualquiera causa
libelo de repudio_ á la m u j e r , respondió categórica-
mente que por ninguna causa era esto lícito, dando
p o r razón que Dios crió al h o m b r e p a r a la m u j e r y á
la m u j e r p a r a el hombre y que el h o m b r e no puede
- I 5 6 -

separar lo q u e Dios ha juntado en u n o (i). E s así q u e


las enseñanzas de Nuestro S e ñ o r Jesucristo son esen-
cialmente v e r d a d e r a s . L u e g o el m a t r i m o n i o es d e
s u y o perpetuo é incapaz de ser disuelto p o r el con-
sentimiento de los c ó n y u g e s .
2 2 5 . — E S C O L I O . — P o r lo dicho se ve q u e r e p u g n a el
divorcio p r o p i a m e n t e dicho, ó sea la r u p t u r a del
vínculo m a t r i m o n i a l en vida de los c ó n y u g e s p o r la
sola voluntad de alguno de ellos, ó p o r el m u t u o con-
sentimiento de e n t r a m b o s . E s lícito, sin e m b a r g o , el
divorcio i m p r o p i a m e n t e tal, ó sea la separación, tem-
poral ó p e r p e t u a , de los c ó n y u g e s en cuanto á la
cohabitación y al u s o del m a t r i m o n i o ; con tal q u e
medien causas suficientes p a r a ello, cuales son el
m u t u o consentimiento de los c ó n y u g e s , el adulterio
cometido p o r u n o de ellos, la sevicia con q u e u n o
•trata al o t r o , etc., etc.

PROPOSICIÓN CUARTA.

La autoridad civil no tiene ningún poder sobre el matri-


monio cristiano.
226.—Demostración.—El m a t r i m o n i o cristiano n o
es u n mero contrato civil, ni t a m p o c o u n a cosa sepa-
rable del tal c o n t r a t o : sino el m i s m o contrato m a t r i -
monial, en cuanto elevado p o r Jesucristo Nuestro
S e ñ o r á la dignidad de sacramento. L u e g o el m a t r i -
monió cristiano es u n a cosa s a g r a d a , y como tal,
puesta por Nuestro Señor Jesucristo fuera del ámbito
de la a u t o r i d a d civil; p u e s la esfera de esta potestad
está reducida á las cosas m e r a m e n t e profanas y per-
tenecientes al orden p u r a m e n t e material y propio de
este m u n d o .

(1) M a r c X , 6-9.
—*57-
227.'—Lo único q u e puede hacer la autoridad m e n *
cionada en orden al m a t r i m o n i o cristiano, es decre-
tar la necesidad de g u a r d a r ciertas formalidades para
los meros ejectos civiles, quedando á consecuencia d e
esto el que no las g u a r d a p r i v a d o de aquellos benefi-
cios que se conceden á los que las observan, pero no
dejando p o r eso de estar v e r d a d e r a m e n t e casados los
que no quieran someterse á ellas. Y aun en la posi-
ción de estas condiciones ó formalidades están obli-
gados los gobernantes políticos á obrar de m a n e r a ,
que no causen con ellas perjuicio en lo espiritual á
sus subditos cristianos; p o r q u e éstos tienen verdade-
ro derecho para profesar su Religión y p o r consi-
guiente también p a r a no sufrir detrimento espiritual
con n i n g u n a de cuantas disposiciones p u e d a n e m a -
n a r de las autoridades políticas y civiles.

PROPOSICIÓN QUINTA.

Los cónyuges se deben mutuo amor y fidelidad; la mujer


debe al marido obediencia y éste á la mujer con-
sideración y miramiento.

228.—Prueba de la i." p.— E s imposible á los cónyu-


ges sobrellevar como conviene las cargas del m a t r i -
monio sin este a m o r m u t u o . L u e g o uno y otro están
obligados á conservarlo y fomentarlo. A d e m á s , el
matrimonio hace de los dos cónyuges u n a sola carne
y como u n a sola persona. L u e g o cada uno debe a m a r
al otro, como si fuera parte de su ser ó la mitad de su
persona.
229.—Prueba de la 2 . p.—En virtud del m a t r i m o -
a

nio, el cuerpo de la m u j e r es propiedad del m a r i d o ,


y el del m a r i d o lo es de la mujer. L u e g o ninguno de
ellos puede tener comercio carnal con otras personas,
_ i 8 -
5

sin que por esto m i s m o viole g r a v e m e n t e la propiedad


del otro; y p o r tanto es evidente q u e se deben en esto
fidelidad m u t u a .
230.—Prueba de lay.'p.—En la familia debe, p o r
ordenación divina, h a b e r alguno q u e tenga el d e r e -
cho de m a n d a r . P o r q u e sin este elemento la familia
carecería del principio de orden, p o r el cual h a de
ser reducida á la unidad la pluralidad de los indivi-
duos domésticos; y así la familia sería naturalmente
un ser m a n c o , imperfecto, é incapaz de obtener o r -
denadamente su fin, lo cual r e p u g n a á las obras del
C r i a d o r . E s así q u e este derecho, llamado autoridad
doméstica, corresponde p o r naturaleza al v a r ó n ; p o r -
que el varón es p o r naturaleza m á s robusto y m á s
inteligente q u e la m u j e r ; y por lo m i s m o tiene m á s
aptitud intrínseca q u e la m u j e r , r e g u l a r m e n t e h a -
blando, p a r a g o b e r n a r los negocios de la casa. L u e g o
el gobierno de la familia toca p o r Derecho Natural al
m a r i d o , y p o r consiguiente la m u j e r le debe obedien-
cia en las c o s a s d e la casa.
231.—Prueba de la^.'p.—La m u j e r no es sierva del
m a r i d o , sino igual y c o m p a ñ e r a s u y a . P o r q u e en el
contrato m a t r i m o n i a l ambos entran como i g u a l m e n -
te necesarios para la posibilidad de los fines del mis-
m o ; si bien el m a r i d o tiene p o r naturaleza a l g u n a
superioridad sobre la m u j e r , como acabamos de ex-
plicar. L u e g o el marido debe tratar á su m u j e r como
v e r d a d e r a compañera s u y a , y p o r lo tanto con consi-
deración y m i r a m i e n t o , sin q u e le sea lícito m a n d a r -
le de la misma m a n e r a q u e á los criados ó aun á los
m i s m o s hijos.
ARTÍCULO IV.

Sociedad paterna.

232.—Sociedad paterna es la unión moral de los pa-


dres con sus hijos en orden á la educación de los mis-
mos. E s t a unión moral es natural y no implícitamente
voluntaria, como pensó Pruffendorf, p o r q u e nace in-
mediatamente d é l a obligación n a t u r a l q u e tienen los
padres de educar á sus hijos; obligación que es, el
fundamento del derecho que ellos tienen de darles
la educación dicha, y á la cual.corresponde por parte
de los hijos la obligación de recibirla.
233.—El derecho que tienen los pades de m a n d a r á
sus hijos, se conoce con el nombre de patria potestad.
P o r q u e , a u n q u e pertenece al p a d r e y á la m a d r e ;
pero es m á s propio de aquél que de ésta. P o r q u e el
cuidar de la educación de los hijos corresponde m á s
principalmente al p a d r e , que es el superior de la fa-
milia, que á la madre; así como á ésta' toca con m á s
especialidad m i r a r p o r la conservación de los hijos en
los p r i m e r o s años de su existencia.
234.—La patria potestad envuelve en sí, no sólo el
derecho de m a n d a r á los hijos, sino también el de
hacerles cumplir los mandatos p o r medio de la fuerza
coactiva; p o r q u e sin esto q u e d a r í a m a n c a é incom-
pleta y no tendría virtud suficiente p a r a conseguir su
objeto. Pero no se encierra en ella el derecho de vida
y m u e r t e , y a p o r q u e este derecho se opone al a m o r
que deben tener los p a d r e s á sus hijos, y a también
p o r q u e no es necesario p a r a el gobierno de la fami-
lia; pues los padres pueden castigar suficientemente
á los hijos díscolos desheredándolos y echándolos
de casa.
— IÓO —

2 3 5 . — E l objeto sobre que versa la patria potestad,


lo constituyen ,todas aquellas acciones de los hijos,
que se refieren, ó á su educación propia, ó al bien
universal de la familia. E n las d e m á s , cuales son to-
das aquellas que pertenecen á la elección de estado,
los hijos son dueños de sí m i s m o s y no pueden ser
obligados ni forzados por los p a d r e s . P o r q u e las ta-
les acciones son p r o p i a s del hijo, no en razón de hijo,
sino en razón de persona; y m i r a n de s u y o , no al bien
de la familia del p a d r e , sino al de la vida que ha de
hacer el hijo, cuando se halle fuera de la autoridad
paterna. L o único que pueden hacer en esto los p a -
dres, es aconsejar á sus hijos, representándoles las
justas causas que puedan tener, p a r a apartarlos de la
elección que tengan por i m p r u d e n t e ó injusta; en cuyo
caso los hijos están obligados á considerar sus razo-
nes y á formarse en vista de ellas su juicio sobre lo
que m á s les conviene; p a r a lo cual pueden consultar á
personas doctas y prudentes y al m i s m o tiempo de-
sinteresadas.
236.—Los p a d r e s no están obligados á d a r por sí
m i s m o s á sus hijos la educación conveniente; sino
que pueden c u m p l i r con este deber p o r medio de
otros, á quienes encomienden este cuidado, con tal
que sean personas de toda confianza. C u a n d o esto
hacen, entonces los institutores y m a e s t r o s á quienes
encomiendan sus hijos, ocupan el l u g a r de los p a d r e s ;
y tienen por lo tanto los m i s m o s derechos que ellos
p a r a obligarlos en conciencia á que estudien lo que les
enseñan y p a r a compelerlos con castigos moderados á
que cumplan con este deber. Sin e m b a r g o , en esto de
castigar deben los maestros, antes de e n c a r g a r s e de
los a l u m n o s , a v e r i g u a r hasta dónde se extienden las
atribuciones que les conceden los padres: para que
sepan á qué atenerse en las necesidades ocurrentes,
—161 —
y puedan justamente echarlos de sus aulas p o r dís-
colos, cuando p a r a educarlos é instruirlos son insufi-
cientes las concedidas.
237.—El derecho que tienen los padres de enco-
m e n d a r á las personas de su confianza la educación é
instrucción de sus hijos, por n i n g ú n Gobierno puede
ser violado; puesto que no se deriva de la a u t o r i d a d
civil, sino de la obligación natural que todos ellos
tienen de dar á sus hijos la educación y la instrucción
correspondientes á la condición de cada uno. P o r con-
secuencia, en las naciones donde la enseñanza oficial
es laica y no se ejerce bajo la dirección de la Iglesia,
el Gobierno atenta manifiestamente contra el derecho
paterno, si obliga á los padres á llevar á sus hijos á las
E s c u e l a s , á los Institutos y a l a s Universidades del E s -
tado. E n las tales naciones la enseñanza, tanto supe-
rior como inferior, debe ser forzosamente libre, si se
h a n de g u a r d a r á los padres íntegros é intactos los
derechos que por la L e y Natural les corresponden.
E n h o r a b u e n a que el Gobierno proponga p r o g r a m a s
en los diferentes r a m o s del saber, para que según
ellos puedan ser e x a m i n a d o s los que deseen ser habi-
litados p a r a los cargos públicos. P e r o el estudio de
las materias contenidas en estos p r o g r a m a s debe
ser abandonado á la enseñanza libre; y la respuesta
exigida á las p r e g u n t a s no debe ser tal, que c o m p r o -
meta las creencias religiosas de n i n g ú n c i u d a d a n o ,
p o r q u e de lo contrario se violaría g r a v e m e n t e la li-
bertad de conciencia tan cacareada por los defenso-
res de la enseñanza laica. L o s secuaces del L i b e r a l i s m o
cometen en esto una g r a n d í s i m a injusticia, querien-
do obligar á los padres á que eduquen é instruyan á
sus hijos precisamente según las ideas de los gober-
nantes. Si proclaman la libertad en materia de Reli-
gión; que dejen á cada uno pensar en esto á su mane-
Ética especial. 11
— IÓ2 —

ra, y no obliguen á nadie á hacer pública profesión de


sus doctrinas pestilentes p a r a poder ocupar algún
l u g a r en la república. P r o c l a m a r la libertad absoluta
y luego usar en la práctica la intolerancia m á s com-
pleta, es ejercer la m á s abominable de todas las tira-
nías, que es la que se presenta cubierta con el m a n t o
de la hipocresía.
238.—Pero se dirá: L o s hijos son m i e m b r o s de la
sociedad y ésta tiene el derecho de vigilar sobre la
vida, doctrina y costumbres de los ciudadanos.
Á esto respondemos: i.° Que los hijos, mientras se .
hallan bajo el dominio de la patria potestad, no son
propiamente ciudadanos ni miembros de la sociedad,
sino domésticos y miembros de la familia; porque la
república no se compone inmediatamente de indivi-
duos, sino de familias. P o r consiguiente, á la socie-
d a d no le queda en esta p a r t e sino el derecho de
vigilar cómo cumple con su deber el p a d r e de la fa-
milia; para castigar el abuso de su p o d e r , si es que
educa mal á sus hijos, imbuyéndolos en doctrinas
subversivas y contrarias á la tranquilidad pública.
2. Que en las naciones, donde se tiene por una de las
0

bases de la Constitución la libertad de conciencia y


se establece por el Gobierno la enseñanza laica, la na-
ción no reconoce en sí derecho alguno p a r a vigilar la
v i d a , doctrina y costumbres de nadie, sino en cuánto
estas cosas van directamente contra el orden público,
y la educación é instrucción libres no van directa-
m e n t e contra este orden, según las doctrinas de los
que abogan por la enseñanza laica. P o r consiguiente,
al p r o c l a m a r los Liberales la libertad de conciencia y
establecer luego en la república el monopolio de la
enseñanza oficial, incurren en una contradicción m a -
nifiesta y violan abiertamente uno de los derechos
m á s s a g r a d o s que tienen los ciudadanos, que es el de
— 163—
d a r á sus hijos la educación é instrucción que m e j o r
les parezca para eLbien espiritual de sus a l m a s .
239.—Con lo dicho ya se ve con toda claridad cuáles
son los deberes de los padres p a r a con sus hijos y de
los hijos p a r a con sus p a d r e s . L o s padres están obli-
g a d o s por el Derecho Natural á a l i m e n t a r á sus hijos,
á educarlos, haciendo que sepan los deberes p a r a con
Dios, para con los d e m á s y para consigo m i s m o s y
que los practiquen, á darles la instrucción correspon-
diente á su familia, y á colocarlos en el estado que
ellos elijan libremente, dándoles p a r a ello el dote pro-
porcionado á sus bienes. L o s hijos, en virtud del m i s -
m o Derecho mencionado, deben á sus padres a m o r ,
respeto y reverencia durante toda su vida; obedien-
cia en lo concerniente á su educación y á las cosas de
la casa, mientras sean m i e m b r o s de ella y vivan suje-
tos á la a u t o r i d a d paterna; socorro y a y u d a finalmen-
te en los casos de necesidad g r a v e , cuando ya se han
emancipado y se hallan fuera de la patria potestad.
E l tiempo de esta emancipación no está determinado
p o r la naturaleza: en general puede decirse que el
hijo puede, atendido el solo Derecho Natural, hacerse
independiente de sus p a d r e s ó e m a n c i p a r s e , cuando
y a es capaz de g o b e r n a r s e por sí m i s m o . Pero como
este tiempo es v a r i o en los diferentes individuos, á la
autoridad, de los gobernantes políticos corresponde
el fijarlo, atendiendo al g r a d o de cultura á que h a
llegado la nación. E n t r e los R o m a n o s la emancipa-
ción del hijo no comenzaba sino á la edad de los
veinticinco años, entre los Modernos actualmente co-
mienza á los veintidós, á los veintiuno y aun á los
veinte, según los diferentes pueblos.
—164 —

ARTÍCULO V .

Sociedad heril.

240.—Llámase sociedad heril la unión moral del


criado ó del esclavo con el amo en orden á la prosecu-
ción de los bienes útiles á la familia de este segundo.
Dícese criado aquel que, por medio de un contrato one-
roso, se entrega al servicio de otro, para trabajar en
provecho suyo por un cierto precio durante un cierto
número de meses. S i e r v o ó esclavo es la persona extra-
ña á una familia y aplicada legítimamente á ella, para
trabajar en provecho de la misma durante lodos los años
de su w'¿a.(Esta sociedad es lícita: p o r q u e un h o m b r e
puede v e n d e r á otro s u s acciones, si le acomoda; y
p o r lo que hace á la esclavitud m o d e r a d a , y a h e m o s
probado m á s arriba (167) q u e no es de s u y o absolu-
tamente contraria al Derecho de la naturaleza. Pero
no es natural sino voluntaria; porque p o r naturaleza
todo h o m b r e . e s libre y ninguno está destinado á ser
criado ni siervo de otro. E l criado no se pone á s e r v i r
sino p o r medio de u n contrato oneroso: luego es m a -
nifiesto que la sociedad p o r él formada con su a m o
es voluntaria y no n a t u r a l . E l siervo puede nacer
esclavo, por ser hijo de u n a esclava; pero el p r i m e r o
de s u s ascendientes q u e comenzó á ser siervo, no
lo fue p o r nacimiento, sino por la acción libre del
h o m b r e . Por consiguiente, tampoco es n a t u r a l sino
voluntaria, al menos radicalmente., la sociedad del
siervo cun su señor. 1
2 4 1 . — L a sociedad heril es m u y conforme á la natu-
raleza, tratándose de sirvientes que no sean siervos
sino criados. P o r q u e la naturaleza h u m a n a lleva
- 1 6 5 -
consigo las desigualdades individuales, que dan origen
á la distinción de clases entre pobres y ricos y p o r
medio de ella á la sociedad heril compuesta de a m o s
y criados. No se puede decir otro tanto, hablándose
de los esclavos de nacimiento: pues tal g é n e r o de
esclavitud es manifiestamente indigno de la persona-
lidad h u m a n a ; razón p o r la cual no se dio t r e g u a ni
descanso la Iglesia de J e s u c r i s t o , hasta que la vio
d e s t e r r a d a del m u n d o . A l g u n o s doctores católicos
llegan á considerarla como ilícita é injusta en general
y s i e m p r e que no se trata de algunos casos excepcio-
nales (i). Y el m i s m o L u g o confiesa q u e , atendido el
solo Derecho N a t u r a l , no parece que u n a m u j e r , al
venderse por esclava, p u e d a obligar á ser también
esclavos á los hijos que después conciba en su nuevo
estado; razón p o r la cual r e c u r r e p a r a esto al auxilio
de las leyes civiles (2).
242.—El a m o puede m a n d a r á los criados y á los
siervos todas aquellas cosas que sean conducentes al
buen gobierno de la casa, y ellos en esto están obli-
g a d o s á obedecerle; pues unos y otros se hallan bajo
la autoridad del jefe de la familia y tienen obligación
de cooperar al bien de ella como m i e m b r o s s u y o s .
Pero también el a m o debe cuidar de ellos como de
personas encomendadas á su cuidado, haciendo que
sepan las cosas necesarias p a r a salvarse y p r o c u r a n d o
que g u a r d e n los mandamientos de la L e y santa de
Dios: pues la autoridad que Dios le h a dado en la
familia, á estos bienes debe m i r a r principalmente; y

(1) Por esta opinión se pronuncia el P. Cossa-Rosetti en


sus Institutiones Ethicce et Juris nattirce, thes. 1 4 8 , pag. 4 5 1 .
Oeniponte, 1883.
(2) Lugo, De Just. et Jure, disp. 6, sect. 2, n. 1 6 - 1 7 .
—166—
del uso que h a g a de ella, debe responder al divino
J u e z , que es S e ñ o r de los señores y Dueño absoluto
de todos cuantos tienen algún dominio sobre la
tierra.

; CAPÍTULO IV.
^ D e los derechos y deberes civiles
y políticos.

243.—Llámanse derechos y deberes civiles y polí-


ticos en general los que corresponden á una persona en
razón de miembro de la sociedad política. E n un sentido
m á s estricto se entiende por Derecho Político la co-
lección de leyes, derechos y deberes, que miran próxima-
mente al Gobierno de una nación y á las relaciones del
mismo con los ciudadanos; y p o r Derecho Civil, el
conjunto de leyes, derechos y deberes, que miran pró-
ximamente á las relaciones de unos ciudadanos con
otros. P o r donde derechos y deberes políticos serán
aquellos, que ordenan las relaciones que deben mediar
entre los subditos y el superior de una nación; y dere-
chos y deberes civiles, los qué ordenan las relaciones
de unos subditos con otros. L l á m a s e sociedad política,
estado, nación, república, reino, etc., la colección de
muchas familias, que tienden unidas ordenadamente á
la consecución de un bien común con independencia de
otras agrupaciones semejantes. P a r a conocer los debe-
res y los derechos que v a m o s á considerar en este
capítulo, es menester que estudiemos p r i m e r o la
naturaleza tanto de la sociedad como de la autoridad
política, y las funciones propias de esta s e g u n d a . P o r
167
tanto dividiremos la m a t e r i a en cuatro artículos: el
primero de los cuales v e r s a r á sobre la naturaleza de
la sociedad política, el segundo sobre la naturaleza
de la autoridad del m i s m o g é n e r o , el tercero sobre
las funciones d e . esta fuerza social, el cuarto final-
mente sobre los derechos y deberes políticos.

A R T Í C U L O PRIMERO.

Naturaleza de la sociedad política.

244.—El conocimiento científico de una cosa se a d -


quiere descubriendo las causas de la m i s m a . P o r
tanto, conoceremos la naturaleza de la sociedad polí-
tica, cuando h a y a m o s a v e r i g u a d o sus causas, eficien-
te, material, formal y final. De ellas trataremos en los
cuatro parágrafos siguientes; el p r i m e r o de los cua-
les nos declarará el origen de la sociedad política, el
segundo los elementos de que está p r ó x i m a m e n t e
c o m p u e s t a , el tercero la forma sustancial que da el
ser de miembros sociales á los individuos de la repú-
blica, el cuarto finalmente el fin á cuya consecución
está ordenada de suyo la sociedad dicha.

§ I.—ORÍGEN D E LA SOCIEDAD POLÍTICA. O

245.—Sobre esta cuestión existen tres opiniones


principales. L a primera es la de R o u s s e a u , quien
considera la sociedad política como un efecto p u r a -
m e n t e accidental y dependiente de la libérrima v o -
luntad de los h o m b r e s , que quisieron en un princi-
pio f o r m a r diferentes agrupaciones por p u r a conve-
niencia. L a segunda es de algunos Modernos, que
pretenden explicar el orígen de las sociedades por el
simple hecho de proceder unas familias de otras ó de
—168 —
encontrarse unas con otras en alguna parte del globo
terrestre, al m o d o que se forma por ejemplo un re-
baño por el mero hecho de p r o p a g a r s e naturalmente
las ovejas unas de otras ó de hallarse todas ellas
juntas en un lugar. L a tercera finalmente es la de los
Escolásticos: según los cuales, los hombres están de-
terminados á v i v i r en sociedad política por el impulso
de la m i s m a naturaleza, y por lo tanto la vida civil y
política les es natural, y no p u r a m e n t e libre como
afirma R o u s s e a u ; pero al m i s m o tiempo todas cuantas
sociedades políticas f o r m a n , las producen, no por el
simple hecho de proceder unos de otros, como sostie-
nen los de la s e g u n d a opinión, sino por la voluntad
general que todos ellos tienen y m u t u a m e n t e se m a -
nifiestan, con las palabras ó con las o b r a s , de v i v i r
reunidos y tendiendo concordemente á la consecu-
ción de un bien común á todos ellos.
246.—Así se ve que la doctrina de los Escolásticos
en la presente cuestión ocupa un l u g a r medio entre
las otras dos opuestas y e x t r e m a s de R o u s s e a u y de
los Modernos. No admite lo que asienta el filósofo
ginebrino, al enseñar que el estado n a t u r a l del h o m -
bre es el de aislamiento completo y destituido de
todo vínculo político; pero tampoco tiene por verda-
dero el que las sociedades h u m a n a s sean hechos p u -
ramente naturales y no debidos en manera alguna al
libre consentimiento de los h o m b r e s . Rechaza el con-
trato social de R o u s s e a u ; según el cual los h o m b r e s ,
después de haber vivido aislados los unos de los otros
y haciéndose m u t u a m e n t e la g u e r r a á m a n e r a de
fieras, se juntaron en sociedad por pura conveniencia,
y determinaron lo que había de ser honesto ó inho-
nesto, lícito ó ilícito entre ellos. Pero no niega toda
especie de contrato en la formación de las sociedades
políticas, como hacen los Modernos arriba indicados -
—169—
sino que pone como causa inmediata de toda socie-
dad política particular la voluntad físicamente libre
de los que convienen en formarla, y como causa me-
diata la necesidad moral con que todos ellos se hallan
determinados é invenciblemente impelidos p o r la n a -
turaleza á vivir en sociedad. E s t a doctrina sapientísi-
m a de los Escolásticos es la q u e v a m o s á defender en
las proposiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La naturaleza del hombre reclama la vida civil y


política: por donde debe ser rechazado como
evidentemente falso el contrato social de
Rousseau.

247.—Prueba de la /. p.—1.° L o que es c o m ú n ,


a

constante y uniforme entre los hombres, no puede


ser atribuido en ellos á circunstancias particulares,
sino á la naturaleza h u m a n a ; pues ella sola, por s e r
siempre u n a m i s m a en todos, es la que posee los ca-
racteres de universalidad, constancia y uniformidad,
que se requieren en. la causa del tal efecto. E s así que
en donde quiera q u e se encuentran h o m b r e s , los h a -
llamos siempre a g r u p a d o s y viviendo vida civil m á s
ó menos perfecta: pues todos cuantos h o m b r e s p u e -
blan h o y dia el globo, viven de esta m a n e r a ; y lo
m i s m o ha sucedido en los tiempos antiguos, según
consta p o r las historias. L u e g o la vida civil y política
e£ un hecho natural al h o m b r e , ó sea reclamado por
su naturaleza.
248.—2. E l h o m b r e no nace como los d e m á s anima-
0

les provisto de todo cuanto necesita para conservar-


se, sino que se lo debe p r o c u r a r con el discurso de su
razón y con la a y u d a de sus semejantes. L u e g o esta
—17° —
a y u d a está r e c l a m a d a p o r su naturaleza; y p o r consi-
guiente también lo está la vida civil, sin la cual es
ella m o r a l m e n t e imposible. Así, no estando m u c h a s
familias unidas entre sí p a r a defenderse de los l a d r o -
nes y salteadores, éstos las acometerían y destruirían
i m p u n e m e n t e ; y no prestándose m u t u a a y u d a con la
comunicación de sus conocimientos, adquiridos ora
con el raciocinio, ora con la experiencia, carecería
cada u n a de ellas de m u c h a s cosas necesarias para
la vida.
249.—Dice m u y bien á este propósito Santo T o m á s :
«Es n a t u r a l al h o m b r e ser animal social y político y
vivir reunido con otros m á s de lo que lo están todos los
d e m á s animales, como lo muestra su m i s m a necesi-
dad natural. P o r q u e á los d e m á s animales, la natura-
leza les preparó la comida, los vistió de pelos, los
a r m ó de defensas, como dientes, c u e r n o s , uñas, ó
p o r lo menos velocidad p a r a la fuga. Mas el h o m b r e
nace destituido de todas estas cosas; y en l u g a r de
ellas ha recibido la razón, por la cual puede adquirir-
se cuanto necesite con el ejercicio de sus m a n o s , pero
sin b a s t a r para este efecto la razón individual de cada
u n o . P o r q u e un solo h o m b r e no podría por sí a d q u i -
rir lo suficiente p a r a los usos de la vida. L u e g o es na-
tural al h o m b r e v i v i r reunido con otros m u c h o s en
vida social. Añádase á esto, que los demás animales
tienen su industria natural ó innata para buscar las
cosas que les son útiles y h u i r de las nocivas; y así la
oveja, por ejemplo, naturalmente m i r a al lobo como
e n e m i g o de su naturaleza. Otros animales conocen
p o r su instinto natural las y e r b a s medicinales y las
d e m á s cosas que les son necesarias para conservar
su vida. Mas el hombre no conoce naturalmente sino
en general las cosas necesarias para esto, en cuanto
que al conocimiento de ellas puede llegar con el dis-
— I 7 I —

curso, partiendo de los p r i m e r o s principios. E s así q u e


un solo h o m b r e no p u e d e llegar p o r sí solo al conoci-
miento de todas estas cosas. L u e g o al h o m b r e le es
necesario vivir reunido con otros m u c h o s , para q u e
los u n o s sean a y u d a d o s p o r los otros y las diversas
clases se ocupen en investigar p o r medio de la razón
diversas cosas (i).»
2 5 0 . — 3 . F i n a l m e n t e , la facultad de comunicarse
0

todos los h o m b r e s m u t u a m e n t e sus ideas p o r medio


del habla, la benevolencia n a t u r a l ó deseo innato de
hacerse bien los unos á los otros mirándose como
a m i g o s y participantes de una m i s m a esencia, y la
perfectibilidad también innata de q u e todos ellos
están dotados, y p o r la cual son capaces de ser ins-
truidos los i g n o r a n t e s , y a y u d a d o s los necesitados
por los q u e abundan en algún género de bienes, están
diciendo á g r a n d e s voces q u e el h o m b r e h a nacido
p a r a vivir en sociedad civil con los d e m á s . P o r q u e el
habla no tiene otro fin natural q u e el de u n i r las in-
teligencias de los diversos hombres p o r medio de la
comunicación de las ideas; la benevolencia no m i r a
de s u y o sino á unir las voluntades de todos mediante
la comunicación de bienes, realizada por los h o m b r e s
al encontrarse los unos con los otros; la perfectibili-
dad finalmente empuja á los h o m b r e s con g r a n fuer-
za á buscarse unos á otros, para perfeccionarse m u -
t u a m e n t e y obtener por medio de los demás los bienes
que no pueden conseguir p o r sí mismos. L u e g o es
evidente que el hombre está destinado p o r el A u t o r
de la naturaleza á v i v i r vida civil y política con los
d e m á s individuos de su especie.
251.—Prueba de la 2. p.—E\ contrato social de R o u s -
a

seau consiste en el convenio m u t u o q u e , según este

(1) Santo Tomás, De Regimine Principum, lib. 1 , cap. c.


—172 —
filósofo, celebraron los h o m b r e s en los remotísimos
tiempos de la a n t i g ü e d a d , después de haber a n d a d o
solitarios y errantes p o r los bosques, y en que se
comprometieron l i b é r r i m a m e n t e , por p u r a conve-
niencia y sin necesidad de ninguna clase, á vivir en
adelante reunidos en sociedad y desposeídos de su n a -
tiva independencia. E s así que los h o m b r e s están m o -
ralmente necesitados por la naturaleza á v i v i r en so-
ciedad política; y no se hallan p o r lo tanto en ella
l i b é r r i m a m e n t e , p o r p u r a conveniencia y sin necesidad
de n i n g u n a clase, como consta p o r lo que a c a b a m o s
de d e m o s t r a r . L u e g o el contrato social de R o u s s e a u
es manifiestamente falso.
2 5 2 . — A d e m á s , el tal contrato es ficticio y a b s u r d o .
Ficticio: p o r q u e en n i n g u n a p a r t e consta que h a y a n
celebrado los h o m b r e s tal convenio, antes todas las
historias nos dicen que los h o m b r e s no h a n estado
nunca en ese estado de aislamiento, que finge el filó-
sofo citado; pues todas nos presentan á los h o m b r e s ,
de que nos hablan, reunidos en sociedad política m á s
ó menos perfecta. Absurdo: porque hace á los h o m -
bres inventores de la m o r a l y autores de lo justo y
de lo injusto, de lo lícito y de lo ilícito, de lo honesto
y de lo inhonesto, d e s t r u y e n d o de este modo la mora-
lidad objetiva é intrínseca de las acciones h u m a n a s
y poniendo como principio del Derecho N a t u r a l la
libre voluntad de los hombres; lo cual no p u e d e ser
m á s absurdo (33 y siguientes; E . 63 y siguientes).
253.—COROLARIO.—Luego es igualmente falso el sis-
tema de Hobbes en orden al origen de la sociedad huma-
na. L a razón es evidente. P o r q u e este filósofo dice,
c o m o R o u s s e a u , que los h o m b r e s en un principio
vivieron s e p a r a d o s u n o s de otros en las selvas, sin
moralidad a l g u n a ; y que después, juntándose libre-
mente, d e t e r m i n a r o n lo que en adelante había de ser
— 173 —
tenido p o r honesto ó inhonesto, lícito ó ilícito, justo
ó injusto (E. 58). A d e m á s , añade q u e el estado natural
del hombre es el de la- guerra de todos contra todos;
p o r q u e la vida civil no está r e c l a m a n d a p o r la n a t u -
raleza h u m a n a , sino que es u n hecho p u r a m e n t e libre,
y así al h o m b r e no es n a t u r a l sino el estado de salva-
j i s m o , q u e tenían los individuos de la especie h u m a -
na antes d e juntarse en sociedad, haciéndose los
u n o s la g u e r r a á los otros lo m i s m o q u e las fieras. Y a
h e m o s visto en la tesis q u e acabamos de d e m o s t r a r ,
cuan absurdo es semejante aserto.
254.—Contra lo defendido en la presente tesis se
podría a r g u m e n t a r en esta forma: S i la vida civil y
política está r e c l a m a d a p o r la naturaleza h u m a n a ;
contra esta naturaleza obraría quien se recogiese á
hacer vida solitaria en algún l u g a r desierto. M a s esto
es completamente falso: p o r q u e los anacoretas cris-
tianos de los p r i m e r o s siglos de la Iglesia hicieron tal
género de vida; y no p o r eso son v i t u p e r a d o s , como
deberían serlo en el caso contrario. L u e g o etc.
25"5-—Respuesta.—Á esto respondemos, distinguien-
do la m a y o r del silogismo. S i la vida civil y política
estuviera reclamada comofinpor la naturaleza h u m a -
na; contra esta naturaleza obraría, quien se recogiese
á h a c e r vida solitaria en algún l u g a r desierto; se con-
cede. S i la tal vida está reclamada sólo como medio;
se niega. L a vida civil y política no está dictada p o r
la naturaleza sino como un simple medio de conserva-
ción y de perfección p a r a las diferentes familias. P o r
consiguiente, si algún individuo h u m a n o , por razones
especiales y no comunes á los demás hombres, no nece-
sita y a de la sociedad civil, ni p a r a conservarse, ni
p a r a perfeccionarse, no obra contra la naturaleza
h u m a n a retirándose á un desierto á hacer v i d a soli-
taria, m á s propia de ángeles q u e de h o m b r e s . Esto
— »74 —
es Ío que hicieron los anacoretas mencionados; los
cuales llevaron en el desierto una vida, no antinatu-
r a l , sino s o b r e h u m a n a ; y por esto justamente son
alabados como seres extraordinarios y superiores en
perfección á la generalidad de los hombres.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La causa eficiente próxima de las distintas sociedades


civiles no es la vecindad del lugar, ni el dominio sobre
el territorio, ni el parentesco de las familias, ni la
procedencia de las mismas de un tronco común,
nifinalmenteel hecho de la fuerza.

256.—Observación.—Decimos causa eficiente: porque


no n e g a m o s que la propagación de las familias de un
m i s m o tronco sirve de medio ó disposición p a r a que
la v e r d a d e r a causa i n m e d i a t a , á cuya acción se debe
el origen de las distintas sociedades civiles, pueda
p r o d u c i r su efecto; antes confesamos que la p r o p a -
gación mencionada es el medio ordinario, por el cual
las diferentes familias se disponen á formar la a g r u -
pación que l l a m a m o s ciudad ó sociedad civil. E n este
sentido es m u y v e r d a d e r o lo que escribe Cicerón con
estas palabras: «Cum hoc sit n a t u r a c o m m u n e o m -
n i u m a n i m a n t i u m , ut habeant libidinem procreandi,
p r i m a societas in ipso conjugio est, p r ó x i m a in li-
beris; deinde una d o m u s , c o m m u n i a omnia. Inde
autem est p r i n c i p i u m urbis et quasi s e m i n a r i u m
rei publicas. S e q u u n t u r enim fratrum c o n j u n c i o -
nes, post consobrinorum sobrinorumque; qui, c u m
u n a domo j a m capi non possint, in alias domos
t a m q u a m in colonias exeunt. S e q u u n t u r connubia et
affinitates, ex quibus etiam p l u r e s propinqui; quae
- l 7 5 -
pfopagatio et-soboles origo est rerumpublicarurri (i).*
A d e m á s de este medio ordinario, pueden darse otros
accidentales suministrados por varios hechos físicos,
como son la victoria justa ó injusta alcanzada en la
g u e r r a , el sobrevenir una ó varias familias al l u g a r
habitado por otras, etc., etc. T o d o s estos son h e -
chos físicos que pueden ciar ocasión á que varias fami-
lias formen p o r su propia voluntad la agrupación
llamada sociedad civil; pero no son verdaderas causas
físicas y eficientes de la m i s m a .
Decimos a d e m a s causa eficiente próxima; p o r q u e
la remota es la intrínseca condición de nuestra natu-
raleza, por la cual son m o r a l m e n t e necesitados los
h o m b r e s á v i v i r vida social y no solitaria, como cons-
ta p o r lo demostrado en la proposición anterior.
257.—Prueba de la is p.—1.° L a vecindad del l u g a r
puede ser causa de q u e las familias vecinas tengan
a l g u n a vez obligación de socorrerse las u n a s á las
otras conforme á la ley general de la caridad, ó que
contraigan relaciones amistosas, ó que se sientan m o -
vidas á reunirse socialmente formando u n a sola ciu-
dad. Pero de n i n g u n a m a n e r a puede hacer p o r sí
sola que las tales familias estén obligadas con obliga-
ción de justicia legal á atender concordemente como
partes de un solo todo á la prosecución de un bien
material común á todas ellas; como no obliga á dos
reinos vecinos á fundirse en uno solo y á p r o c u r a r de
común acuerdo el bien temporal de entrambos. L u e g o
la vecindad de las familias no basta por sí sola para
d a r la existencia á n i n g u n a sociedad política.
258.— Dice m u y bien el P. Suárez: «No basta la cer-
canía local: p o r q u e de ella resulta cierta vecindad, la
cual á lo s u m o suele producir cierta amistad ó fami-

(i) Cicerón, De Officiis, lib. 1. cap. 17.


—176 —
liaridad, pero no u n i d a d moral ó c o m u n i d a d , como
puede comprobarse aun con lo que sucede á dos ó tres
familias ó monasterios que viven p r ó x i m o s entre si
en u n l u g a r desierto (1).»
259.—Prueba de la 2." p.—El dominio adquirido so-
bre un territorio p o d r á cuando m á s d a r al dueño d e -
recho para no permitir q u e se establezca en él fami-
lia alguna sino bajo la condición de que quiera formar
con él sociedad política; pero no p o d r á hacer por sí
solo que el p u r o hecho de permitirles vivir en aquel
l u g a r convierta á las tales familias en m i e m b r o s de
u n a comunidad n u e v a q u e antes no existía. De la sola
permisión de vivir en el tal l u g a r no resultará sino
p u r a p r o x i m i d a d local de diferentes familias, como si
el terreno no hubiera pertenecido antes á nadie. De-
cir o t r a cosa, es confundir torpemente el dominio de
propiedad, el cual no m i r a formalmente sino al bien
últil y privado del propietario, con el dominio de j u -
risdicción política, el cual está dirigido totalmente al
bien público y común de toda la república. L u e g o el
tal dominio es insuficiente p o r sí solo é independien-
temente del consentimiento de las familias p a r a h a -
cer que resulte sociedad alguna política.
260.—Ni se diga que el dominio en cuestión, com-
binado con la obligación q u e todo h o m b r e tiene de
i m p e d i r l o s pecados de sus semejantes, es suficiente
p a r a este efecto. P o r q u e la obligación dicha es obli-

(1) «Nec sufficit sola propinquitas secundum locum: nam


inde consurgit vicinitas quaedam, quee ad summum inducere
solet aliquam amicltiam velfamiliaritatem, non tamen moralem
unitatem vel communitatem, ut usu etiam comprobari potest
in duabus vel tribus familiis vel monasteriis in deserto viven-
tibus in proprinquis locis (Suärez. De opere sex dierum, lib. 5
cap. 7, n. 3 ) . »
— 177 —
gacion de caridad y no de justicia; y por lo tanto ella,
de suyo y p o r sí sola, no da al dueño del territorio
derecho para procurar i m p e d i r los pecados de s u s
semejantes, obligándolos como superior, sino amones-
tándolos como amigo. L o cual no basta para que h a y a
sociedad política entre ellos: p o r q u e los deberes de
caridad son diferentes de los deberes jurídicos; y se
deben cumplir haciendo bien, no solo á los conciuda-
danos, sino también á los h o m b r e s de todas clases.
2 6 1 — D e m o s que el dueño del territorio, en v i r t u d
del deber de caridad sobredicho, tenga el derecho de
no consentir que vivan dentro de sus tierras los que
no quieran g u a r d a r los preceptos de la L e y Natural;
lo cual sin e m b a r g o con razón puede negarse en m u -
chos casos. P e r o p o r este solo derecho él no es supe-
rior de ellos ni ellos subditos suyos. P o r q u e el tal de-
recho no hace de suyo m á s que habilitarlo para ofre-
cer á los demás un cierto bien que ellos pueden r e u s a r
sin violar las leyes de la justicia legal; lo cual no suce-
de cuando los subditos reusan someterse á la ley ó
m a n d a t o del superior. L u e g o el derecho mencionado
no produce por sí solo relación alguna política entre
el dueño del territorio y las otras familias que quie-
ren vivir en él; y p o r lo tanto es incapaz por sí solo
de d a r origen á la sociedad política.
262.—Prueba de la 3.* p.—El parentesco tampoco
puede p o r si solo producir obligación alguna de justi-
cia legal. P o r q u e él de suyo no obliga sino á un a m o r
especial que se deben tener unos á otros los consan-
.guíneos y los afines mediante la virtud llamada pie-
dad; la cual es distinta de la que liga á los ciudadanos
con la república y q u e se conoce con el n o m b r e de
justicia legal. P o r q u e la piedad no se p u e d e ejercer
sino con los parientes, y no m i r a sino al bien privado
suyo: m a s la justicia legal corresponde á todo género
Etica especial. 12
— í 8 —
7

de ciudadanos y no m i r a directamente sino al bien


público de toda la c o m u n i d a d . E s así que donde no
hay obligación a l g u n a de justicia legal, no h a y socie-
dad política; p o r q u e ella es la que ha de ordenar las
diferentes partes de la comunidad á la comunidad
m i s m a (127). L u e g o el parentesco por sí solo no es su-
ficiente p a r a dar origen á la sociedad política.
263.—Prueba de la 4 . p.—1.° L a s diferentes fami-
a

lias que se supongan proceder de un m i s m o tronco


c o m ú n , no tienen por el solo hecho de la tal proceden-
cia otro vínculo entre sí y con la familia m a d r e que
el de parentesco. P o r q u e el n ú m e r o m a y o r ó m e -
nor de familias es una cosa accidental y no puede por
tanto por si solo hacer que varíen las relaciones esen-
ciales entre todas ellas, mudándolas de familias civil-
mente independientes y autónomas en familias s u -
b o r d i n a d a s y sujetas á un s u p e r i o r político. E s así
que el parentesco p o r sí solo es incapaz de d a r origen
á sociedad civil a l g u n a , según lo. que acabamos de
p r o b a r en el n ú m e r o anterior. L u e g o la propagación
de m u c h a s familias de un m i s m o tronco común no es
la v e r d a d e r a causa eficiente inmediata de las socie-
dades políticas.
264.—2. E n tanto sería la propagación dicha c a u -
0

sa v e r d a d e r a de sociedades políticas, en cuanto que


p o r el solo hecho de p r o p a g a r s e m u c h a s familias de
un solo p a d r e se convirtiese éste de simple cabeza de
familia en verdadero rey, trasformándose natural-
mente y sin el consentimiento de las familias mencio-
nadas su autoridad doméstica y p a t e r n a en política y
regia. E s así que la tal trasformacion es imposible:
i.° P o r q u e la autoridad paterna y doméstica deja de
existir n a t u r a l m e n t e , cuando los hijos han llegado á
la edad adulta, en que pueden g o b e r n a r s e p o r sí m i s -
m o s ; y así mal se puede trasformar en r e g i a , cuando
- 1 7 9 -
y a no existe. 2.° P o r q u e la autoridad paterna no se
extiende á los nietos, biznietos, tataranietos, etcétera.,
sino á los hijos solamente; p o r donde m a l podrá la
autoridad doméstica de la familia m a d r e sufrir la tras-
formacion dicha con respecto á los nietos, biznietos,
etcétera, cuando nunca los h a tenido bajo su imperio.
3 . ° P o r q u e la autoridad paterna que los hijos, nietos,
biznietos, tataranietos, etc., del p r i m e r p a d r e tienen
sobre sus propios hijos, es i g u a l a la que tiene el p r i m e r
p a d r e sobre los suyos y no sujeta ó subordinada á
ella; pues todas se fundan en el m i s m o hecho de la
generación. P o r donde el solo hecho de la p r o p a g a -
ción de las familias procedentes de un solo tronco no
puede hacer que todas estas familias queden sujetas
ó subordinadas á la familia del p r i m e r p a d r e en la for-
m a q u e lo están los subditos á su soberano. 4 . F i n a l -
0

m e n t e , porque la autoridad doméstica es esencial-


mente distinta de la política; y p o r tanto la autoridad
doméstica del p r i m e r p a d r e nunca puede ser a u t o r i -
dad regia ni con respecto á s u s hijos, ni respecto de
los nietos, biznietos, etc., etc., lo cual sin e m b a r g o se
necesita p a r a que el p r i m e r p a d r e , p o r el solo hecho
de multiplicarse m u c h o su descendencia, se convierta
naturalmente y sin el consentimiento tácito ni e x p r e -
so de sus descendientes, de simple padre en v e r d a d e -
ro r e y de todos ellos. L u e g o la propagación sobredi-
cha no es causa eficiente inmediata de n i n g u n a s o -
ciedad política.
265.—Prueba de la 5 . f>.—1.° L a fuerza p o r sí sola
a

no puede s e r fundamento de orden jurídico alguno.


L u e g o ella no puede d a r por sí m i s m a origen al orden
jurídico de la sociedad política, sin el cual no es ésta
posible. 2 . L a obligación de no resistir á la fuerza
0

física, q u e pueda sobrevenir á varias familias acome-


tidas p o r algún poderoso invasor, no es obligación
— i8o —
de justicia legal, sino ó de caridad p a r a consigo mis-
m a s ó de justicia comutativa. P o r q u e , si la fuerza es
injusta y no pueden contrastarla; tendrán obligación
de a g u a n t a r l a , mientras sean incapaces de h a c e r otra
cosa, p a r a librarse de m a y o r e s males: lo cual no es
o b r a r por obligación de justicia legal, cual es la que
tienen los subditos con respecto á su superior, sino
p o r obligación de caridad p a r a consigo m i s m o . Y si
es justa; la obligación de no resistirle será obligación
de justicia conmutativa, la cual pone orden de igual-
dad entre los iguales, y no de justicia legal regulado-
ra de las relaciones que median entre los subditos y
el superior. P o r q u e la tal fuerza tendrá entonces razón
de compensación justa en cambio de las injurias infe-
ridas p o r un i g u a l á otro i g u a l ; y así pertenecerá
á la justicia conmutativa. E s así q u e , mientras no
h a y a relaciones de justicia legal entre varias familias,
no forman ellas sociedad política, p o r m á s que ten-
g a n p r o x i m i d a d local ú otro género de relaciones
cualesquiera. L u e g o la sola fuerza por sí m i s m a , sea
justa ó injusta, no es capaz de dar origen á sociedad
política ninguna.
266.—Cuando la fuerza es justa, las familias á quie-
nes se infiere y que no pueden p a g a r de otro mo-
do el a g r a v i o inferido por ellas al invasor, tendrán
obligación de sufrirla por via de compensación, du-
rante todo aquel tiempo que sea reclamado p o r la
justicia conmutativa. S i este tiempo no es perpetuo;
las familias así castigadas q u e d a r á n libres y dueñas de
sí m i s m a s apenas llegue á su término la condena. Y si
es perpetuo; tendrán obligación de vivir siempre bajo
la jurisdicción del vencedor, pero no por el solo hecho
físico de haber sido vencidas, sino por el hecho m o r a l
de no tener con qué p a g a r de otra m a n e r a las i n j u r i a s
cometidas contra el vencedor con su voluntad libre.
PROPOSICIÓN TERCERA.

La causa eficiente próxima de las distintas sociedades


políticas es el consentimiento común, explícito ó
implícito, prestado por las familias que las
forman.
267.—Demostración.—1.° S i n el consentimiento c o -
m ú n con que las familias mencionadas convengan en
h a c e r todas juntas vida política, n i n g ú n otro hecho
es suficiente p a r a producir la sociedad civil; y con solo
darse este consentimiento y a existe la sociedad en
cuestión. L u e g o él es la verdadera causa eficiente
p r ó x i m a de las distintas sociedades políticas, según
lo que en la Ontología d e j a m o s escrito en orden á la
naturaleza de la causalidad eficiente (O. 537).
268.—La primera parte del antecedente queda p r o -
bada en la proposición anterior. L a segunda no n e -
cesita de p r u e b a , p o r q u e es evidente por sí m i s m a .
Sólo resta o b s e r v a r q u e este consentimiento lo p u e -
den emitir las familias de v a r i a s m a n e r a s ; ora explí-
cita, ora implícitamente, o r a m o s t r a n d o u n a s á otras
con los hechos ó con las palabras el intento c o m ú n
de buscar a r m ó n i c a m e n t e y de común acuerdo los
bienes temporales convenientes á la naturaleza h u -
m a n a , ora queriendo v i v i r unidas á la familia m a d r e
y puestas bajo su protección y a m p a r o , ora sometién-
dose p o r su propia voluntad á algún g u e r r e r o ilus-
tre, etc., etc. E n todos estos casos muestran suficien-
temente su intención de hacer vida social y política,
y p o r lo tanto también de obligarse á sostener todas
las cargas q u e son inherentes á ella: con 1. feual y a se
dan v e r d a d e r a s obligaciones de justicia legal entre
ellas.
— l82 —
269.—2. Aquella debe ser considerada como la ver-
0

dadera causa eficiente p r ó x i m a de las distintas socie-


dades políticas, que como tal es m i r a d a p o r los sabios
m á s dignos de atención y confianza en esta m a t e r i a ,
sin que nada sólido se pueda objetar en contrario.
E s así que los m a y o r e s sabios ponen la causa eficien-
te inmediata de las distintas sociedades políticas en
el consentimiento de las familias p o r nosotros indica-
do, y nada sólido puede objetarse contra tal juicio.
L u e g o etc.
270.—Prueba de la i." p. de la menor.—Baste p a r a
esto traer las autoridades de Cicerón, S a n A g u s t í n ,
S a n t o T o m a s y S u á r e z ; puesto que los tales autores,
sobre ser en sí mismos de g r a n d í s i m o peso, tienen
en su favor la aprobación de todos los Escolásticos.
Cicerón en el libro i.° de República, cap. 25, define la
sociedad política diciendo que es «una colección de
hombres asociada con el consentimiento del derecho y
con la comunión de utilidad (1).» San Agustín en la
epístola 138 aprueba esta doctrina de Cicerón, dicien-
do: «¿Qué cosa es la ciudad sino u n a multitud de
hombres reducida á cierto vínculo de concordia? P o r -
que en ellos (los Romanos) se l e e de esta manera: En
breve tiempo la multitud dispersa y vaga CON LA CON-
CORDIA se hizo ciudad(2).» P o r eso el m i s m o S a n t o Doc-
tor en el libro 3 de sus Confesiones, c a p . 8, da e x p r e -
samente el nombre de pacto celebrado entre los hom-

(1) «Est autem populus coetus multitudinis, iuris consensu


et utilitatis communione sociatus (Cicerón de República, lib, 1.
cap. 25).»
(2) «Q.^d est autem civitas nisi multitudo hominum in
quoddam vinculum redacta concordias? Apud eos enim ita legi-
tur: Brevi multitudo dispersa atque vaga concordia civitas
facta est (S. Aug. Epist. 138).»
— 183 —
bres á la socidad política (1). S a n t o T o m á s en la Simia
Teológica 2. 2. q. 42, art. 2. cita un l u g a r de S a n
Agustín en que se dice que la ciudad es una colección
de hombres asociada con el consentimiento del derecho
y con la comunión de utilidad, y lo aprueba. F i n a l -
mente S u á r e z enseña en términos expresos que «la
unión política no se hace sin algún pacto tácito ó ex-
preso de ayudarse las familias unas á otras y sin la su-
bordinación de las m i s m a s á un superior (2).
271.—Prueba de la 2."p. de la menor.—Lo único que
puede ofrecer alguna sombra ele dificultad contra la
sentencia de los autores citados, es que toda sociedad
política será según ella efecto de un pacto, tácito ó
expreso, celebrado entre las familias que comienzan
á formarla: lo cual parece conducir al pacto social de
R o u s s e a u y ser contrario á lo que se cuenta en las
historias sobre el orígen de las sociedades. Pero no
hay en esto dificultad alguna sólida. P o r q u e el pacto
de que hablan S u á r e z y los demás doctores en esta
cuestión, es totalmente distinto del pacto social de
R o u s s e a u , como consta por lo que dejamos escrito
m á s arriba (246). Y por lo que hace á las historias,
éstas no niegan que hubiese pacto implícito; antes lo
suponen, al decirnos que los hombres formaron las

(1) Quae autem, escribe, contra mores hominum sunt flagi-


tia pro morum diversitate vitanda sunt, ut pactum inter se ci-
vitatis aut gentis consuetudine vel I gè firmatimi nulla civis aut
peregrini libidine violetur (Id. Confess. lib. 3, cap. 8).»
(3) «Alius ergo modus, escribe, multiplicationis familiarum
seu do.morum est cum tdistinctione domestica et aliqua unione
politica, quEß non fit sine aliquo pacto expresso vel tacito juvan-
di se invicem, nec sine aliqua subordinatione singularum fami-
liarum et personarum ad aliquem superiorem vel rectorem, etc.
(Suärez, De opere sex Herum, lib. 5, cap. 7. n. 3.)»
—184 —
primeras agrupaciones llevados de sus motivos p a r t i -
culares y por lo tanto con voluntad físicamente libre.
L o que sí está en p u g n a con ellas es el pacto social
de R o u s s e a u , que pone á los h o m b r e s por algún tiem-
po aislados y sin f o r m a r sociedad. P e r o los Escolás-
ticos no admiten tal despropósito; antes enseñan ex-
presamente que el estado social es n a t u r a l al h o m b r e
y que por lo tanto el aislamiento soñado por R o u s -
seau es una pura q u i m e r a ( i ) .

§ II.—ELEMENTO MATERIAL DE LA SOCIEDAD POLÍTICA.

272.—Elemento material de la sociedad política es


la materia de que consta y á que damos el nombre
de causa material suya. E s t a materia puede ser próxi-
ma ó remola. L a p r ó x i m a está constituida por las fa-
milias, la remota por los individuos de que se com-
ponen las familias. Sobre la naturaleza de la m a t e r i a
en cuestión existen dos errores m u y perniciosos, que
es preciso refutar en este párrafo. E l p r i m e r o es de
R o u s s e a u y de los Racionalistas; y consiste en afir-
m a r que la m a t e r i a de que p r ó x i m a m e n t e se c o m p o -
ne la sociedad política, son los individuos y no las
familias. E l segundo pertenece á los Centralizadores
y se reduce á s u p o n e r que todas las acciones de los
ciudadanos han de p a r t i r de la autoridad política, d e
suerte que ella lo produzca todo en la república y
los ciudadanos no sean sino como unas moléculas
i n e r t e s , destituidas de vida propia é incapaces de
p r o d u c i r movimiento alguno sin la acción de un a g e n -
te externo que las m u e v a . L a absurdidad de uno y

(1) Sobre la materia de este párrafo pueden verse las Ins-


tit. Eth. et Jur. Nat. del P. Costa Rossetti, thes. 159 y 160.
- i 8 - 5

otro error q u e d a r á patentizada con las dos proposi-


ciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La materia de que próximamente consta la sociedad


política, no son los individuos, sino las familias.

273.—Demostración.—El h o m b r e en tanto es m i e m -
bro de la sociedad política, en cuanto lo es de la d o -
méstica. L u e g o no se u n e á la p r i m e r a sino por m e -
dio de la s e g u n d a , y p o r lo tanto ésta es el elemento
p r ó x i m o de aquella.
E l antecedente de este entiméma es manifiesto:
i.° P o r q u e el h o m b r e no obtiene su integridad y su
perennidad sino p o r medio de la familia. 2 . P o r q u e
0

la sociedad política no es necesaria al hombre sino


como u n complemento de la doméstica y ésta p o r
tanto es anterior á aquella. 3 . P o r q u e la necesidad
0

de la familia es m a y o r q u e la de la sociedad política;


y p o r consiguiente la naturaleza antes hace al h o m -
bre miembro de la familia q u e de la sociedad políti-
ca. 4. P o r q u e los deberes y los derechos domésticos
0

son m á s s a g r a d o s y m á s indispensables q u e los civi-


les y políticos; ni la autoridad política puede i r con-
tra ellos; antes todo su cuidado lo debe poner en
protegerlos y defenderlos. L u e g o , etc.
274.—Dicen los Racionalistas. i.° S i la sociedad p o -
lítica se c o m p u s i e r a inmediatamente de familias, el
que no tiene familia no p o d r í a ser miembro de la re-
pública; lo cual es falso. 2. E l a m o r de la familia sue-
0

le s e r nocivo al a m o r patrio. L u e g o la sociedad políti-


ca, p a r a estar bien ordenada, debe hallarse compues-
ta p o r h o m b r e s q u e no tenga a m o r á familia a l g u n a ,
ó sean p o r lo menos meros individuos humanos.
—186 —
275.—Respuesta.—Alo primero se responde que el
no tener familia un h o m b r e , que se halla fuera de la
patria potestad, es cosa accidental y no intentada por
la naturaleza. Así no es extraño que también esta
clase de personas puedan per accidens ser miembros
de la república. Más: estos mismos h o m b r e s en tanto
son m i e m b r o s inmediatos de la república, en cuanto
que son legítimamente considerados como cabezas
de familia, porque y a tienen edad p a r a serlo, luego
n a d a puede inferirse de su unión inmediata con la
sociedad contra la tesis por nosotros defendida.
Á lo segundo responderemos distinguiendo el ante-
cedente. E l a m o r de la familia suele ser por su intrín-
seca naturaleza nocivo al a m o r patrio; se niega. Suele
ser nocivo por los vicios de los hombres, que obran de
u n a m a n e r a contraria al buen orden de las cosas; se
concede. E l a m o r de la familia bien ordenado, lejos
de ser nocivo al a m o r de la patria, le presta aliento y
vigor. P o r q u e quien a m a con a m o r ordenado á su
familia, por fuerza debe a m a r también á la patria; de
la cual es u n a parte la familia y recibe su protección
y a m p a r o . Más bien la falta de a m o r á la familia es
la que causa perjuicio de suyo al a m o r patrio. P o r q u e
el que se olvida del bien de su familia, á la cual debe
todo cuanto es y posee, m u c h o m á s se olvidará del
bien de la patria, encerrándose en su egoísmo p u r o y
no buscando sino su bien privado. Y así se ve en
efecto, que los que proclaman la doctrina aquí refu-
tada, son los m á s egoístas del m u n d o ; y en su inte-
rior no entienden por bien de la patria sino el que
conduce á sus intereses privados,
—18 ^-7

PROPOSICION SEGUNDA.

La multitud de la sociedad política, para estar bien


ordenada, debe tener una estructura orgánica
y no mecánica.

276.—Demostración.—La sociedad, civil tiene u n a


estructura orgánica, cuando en ella existen diversas
clases de ciudadanos dotadas de vida propia en u n a
m a n e r a semejante á lo q u e sucede en las diversas
partes del cuerpo h u m a n o . E s así q u e , p a r a estar
bien ordenada la sociedad civil, debe constar de di-
versas clases de ciudadanos, y estas clases deben ser
verdaderos o r g a n i s m o s , dotados de vida propia en
u n a m a n e r a semejante á lo que sucede en las diversas
partes del cuerpo h u m a n o . L u e g o etc.
277.—Prueba de la i. p. de la menor.—1.° L a distin-
a

ción de clases es u n a cosa natural á la sociedad civil


h u m a n a ; pues la hallamos en todas cuantas socieda-
des civiles h a n existido y existen en el m u n d o . 2 . L a0

tal distinción es necesaria p a r a que la sociedad pueda


conseguir el fin de la prosperidad pública á q u e
n a t u r a l m e n t e aspira. P o r q u e si en la república todos
son sastres, zapateros, carpinteros, labradores, lite-
ratos, filósofos, médicos, etc., n i n g u n o de ellos hará
cosa de p r o v e c h o ; y p o r tanto las familias estarán
tan desprovistas de bienes temporales, como si no se
hubieran juntado en sociedad. 3. Á formar la distin-
0

ción de clases son impelidos naturalmente los h o m -


bres p o r el deseo innato de su felicidad, supuestas
las diferentes aptitudes de q u e cada uno está dotado.
Pues cada hombre se siente inclinado á t o m a r en la
sociedad aquella profesión, arte ó empleo, q u e m á s
ventajas le proporciona. E s así que, p a r a estar bien
—188— .
ordenada la sociedad, debe constar de aquellos ele-
mentos que le son naturales, de que necesita p a r a
conseguir su fin, y á que p o r espontaneidad de la
naturaleza son conducidos los ciudadanos. L u e g o es
evidente que la sociedad política, para estar bien or-
denada, debe contener en su seno diversas clases.
278.—Prueba de la 2 . p. de la menor.—Las diversas
a

clases son verdaderos o r g a n i s m o s dotados de vida


propia, cuando constituyen v e r d a d e r a s corporaciones
ó sociedades particulares libres con sus leyes peculia-
res y con su centro directivo creado por ellas m i s m a s .
E s así que, p a r a estar bien ordenada la sociedad civil,
las diversas clases de que consta deben f o r m a r v e r d a -
deras corporaciones: i.° P o r q u e á ello tienden de s u y o
las familias de cada clase por la semejanza de necesi-
dades é intereses que en todas y cada una de ellas
existen. 2. P o r q u e las tales corporaciones son fuentes
0

de g r a n d í s i m o s bienes, aunando las fuerzas de los ciu-


dadanos, dando estabilidad, orden y paz á las diferen-
tes clases, y protegiendo la libertad de los m i e m b r o s
de cada u n a , mientras quieren permanecer en ella.
3. P o r q u e libran de m u c h o s males, impidiendo el
0

odio y las rivalidades perjudiciales, que suelen llevar


consigo la falta de estas corporaciones con la libertad
de la industria; pues m u c h a s familias quedan a r r u i -
n a d a s , p o r no p o d e r competir con otras, que, dispo-
niendo de m a y o r e s caudales, se resuelven á perder en
un principio, para dejar a r r u i n a d o s á sus rivales y
q u e d a r s e ellas después solas en el monopolio. 4.-° Por-
que así los m i e m b r o s de la república desarrollan sus
fuerzas con m á s espontaneidad y libertad: pues en-
tonces el Gobierno de la nación deja á los ciudadanos
que se organicen por sí m i s m o s , y no ejerce en ellos
su acción centralizadora; sino que se c i ñ e á dirigir las
fuerzas v i v a s de la sociedad, haciendo que no estor-
—189—
ben unas á otras y que funcionen o r d e n a d a m e n t e p o r
su propio impulso. 5 . P o r q u e de esta suerte el orden
0

de las clases sociales es m á s perfecto y estable, y con-


tribuye por lo tanto con m á s eficacia y energía á la
prosperidad pública. P u e s con esta perfección y esta-
bilidad del orden dicho las diferentes clases tendrán
m á s dificultad para hacerse daño m u t u a m e n t e y
o p r i m i r las unas á las otras; los representantes de
cada una p o d r á n exponer al Gobierno las necesidades
de su corporación y las vejaciones que sufra p o r parte
de las otras; y el Gobierno p o d r á o c u r r i r con m á s
prontitud y suavidad á estos males, etc. L u e g o es
cosa manifiesta que las clases de la sociedad civil,
p a r a que ésta se halle bien o r d e n a d a , deben ser or-
ganismos dotados de vida propia y no simples a g r e -
g a d o s de moléculas movidas por la acción centraliza-
dora del Gobierno.
279.—Pero se dirá: 1.° E l régimen de una sociedad
es tanto m á s perfecto, cuanto es más uno. E s asi que
su unidad será tanto m a y o r , cuanto m á s extienda su
acción á los diferentes miembros del cuerpo social.
L u e g o el régimen absolutamente perfecto debe ser
absolutamente centralizador, y no permitir en la na-
ción la existencia de corporación alguna. 2.° No h a y
orden m á s perfecto que el que reina en el ejército. E s
así que en el ejército las corporaciones son imposibles
y debe reinar la centralización m á s absoluta. L u e g o
lo m i s m o debe suceder en toda sociedad bien o r d e -
nada.
280.—Respuesta.—Á lo primero se responde distin-
guiendo la m a y o r . E l régimen de una sociedad es
tanto m á s perfecto, cuanto es m á s uno en el supremo
imperante; se concede. Cuanto es m á s uno en los me-
dios de que él sevalepara ejercerlo; se niega. Estos m e -
dios deben ser proporcionados al fin y á la naturaleza
— ICjÓ —

intrínseca de la sociedad regida; y tanto el u n o como


la otra exigen que los tales medios sean múltiples y
orgánicos, como queda probado en la tesis.
Á lo segundo respondemos negando la paridad y
la consecuencia. L a perfección del orden que reina
en el ejército es relativa al fin y á la naturaleza intrín-
seca del mismo ejército; los cuales son totalmente d i -
versos del fin y naturaleza intrínseca de la sociedad
civil. P o r consiguiente, de que la unidad de régimen
del p r i m e r o sea incompatible con las corporaciones
ó g r e m i o s , no se sigue que h a y a de suceder otro
tanto con la de la s e g u n d a . ¡Buena estaría la socie-
dad civil, si los ciudadanos hubieran de ser regidos
de la misma m a n e r a que los militares! L a vida civil
en tal caso se haría insoportable y los ciudadanos q u e -
darían convertidos en p u r o s esclavos del E s t a d o (i).

§ III.—ELEMENTO FORMAL D E LA SOCIEDAD POLÍTICA.

2 8 1 . — L l á m a s e elemento formal de la sociedad polí-


tica lo que da á las familias el ser de miembros sociales
estando inherente á ellas como verdadera forma sustan-
cial suya. Así como el alma en el hombre es el ele-
mento formal s u y o , p o r q u e por razón de su unión
sustancial con el cuerpo i m p r i m e en todos y cada
uno de sus aparatos orgánicos la razón de partes ó
miembros del compuesto físico h u m a n o ; de la m i s m a
m a n e r a , lo que hace de alma ó forma sustancial en
el compuesto m o r a l h u m a n o llamado sociedad, p o r
razón de su unión sustancial con el cuerpo de este
compuesto, que es la m u l t i t u d , i m p r i m e en todas y

(t) Puede Verse sobre la materia de este párrafo el P. Costa-


RoSsetti en sus Inst. Eth., etc. thesis 149, pág. 4 8 4 7 siguientes.
-la-
cada u n a de las corporaciones y de las familias la r a -
zón de partes ó miembros del E s t a d o .
282. — S o b r e la naturaleza de este elemento h a y
diversidad de pareceres entre ciertos modernos y los
Escolásticos. L o s p r i m e r o s , suponiendo que el origen
de las sociedades h u m a n a s se debe p o r lo r e g u l a r á
algún hecho, distinto del consentimiento de las fami-
lias que comienzan á formarla, señalan como alma
de la sociedad política l a autoridad; y sostienen que
ella es la que da á la multitud la razón de cuerpo
social, p o r q u e á ella se debe la unidad de los medios
con que han de cooperar á la consecución del bien
público los ciudadanos. L o s s e g u n d o s , enseñando
que el origen de las sociedades mencionadas está
siempre en el consentimiento común de las fami-
lias, afirman consiguientemente-que el a l m a de la
sociedad es la unión moral de todas ellas p r o d u c i d a
por este consentimiento, y consideran la a u t o r i d a d
política como una fuerza social necesariamente ema-
nada de la esencia de la sociedad, al modo que e m a -
nan de la esencia los atributos en los seres físicos.
Nosotros, que tenemos p o r ciertamente falsa la doc-
trina de los modernos y p o r indudablemente verda-
dera la contraria de los Escolásticos, no p o d e m o s
menos de pensar en esta parte con estos segundos,
S e a pues la siguiente
—192 —

PROPOSICIÓN.

El alma ó forma sustancial de la sociedad política no


es la autoridad, sino la unión moral de las familias re-
sultante de la voluntad general con que todas ellas
se obligan á tender concordemente á la conse-
cución de un mismo pin.

283.—Prueba de la i.°-p.—1.° S i la autoridad política


fuera la forma sustancial de la república, la multitud
social sería p o r la autoridad y no viceversa; pues,
como dice S a n t o T o m á s y con él todos los filósofos,
la materia es por la forma sustancial (1). E s así que
sucede todo lo contrario; pues la autoridad mencio-
nada es p o r la multitud ó sea p o r la perfección del
sujeto social, como es evidente. L u e g o la tal a u t o r i -
dad no es la f o r m a sustancial de la república, sino
un atributo esencial s u y o . P u e s , como en el m i s m o
l u g a r enseña S a n t o T o m á s con todos los filósofos, los
atributos son por la perfección del sujeto (2).
284.—2. S i la autoridad fuera la forma sustancial
0

del E s t a d o , de ella e m a n a r í a n iodos los derechos s o -


ciales; pues la forma sustancial es la fuente p r i m e r a
de donde emanan todas las fuerzas del ser, y las fuer-
zas del ser social son los derechos con q u e operan
sus diversos m i e m b r o s . E s así q u e de la autoridad
polítita no proceden todos los derechos sociales; p u e s
las leyes fundamentales de toda nación, que son otros

(1) Cum minus principale sit propter pricipalius, materia


est propter formam substantialem (S. Thorn., Summ. Theol.
1. p. q. 77, art. 6).
(2) E converso, forma aecidentalis est propter completionem
subjecti (Id. ibid.)
— 193-
tantos derechos sociales, no proceden de la autoridad
política sino del consentimiento general de la nación
m i s m a . L u e g o etc.
285.—3. Si l a a u t o r i d a d política fuera la forma s u s -
0

tancial dicha, ella sería la que daría el ser de ciuda-


danos á todos los individuos de la república. E s así
que los tales individuos no reciben de la autoridad el
ser de ciudadanos; puesto que la autoridad no puede
producir en ellos influjo a l g u n o , sino en cuanto que
y a los supone miembros de la nación ó ciudadanos.
L u e g o , etc. En efecto: la autoridad no influye en los
ciudadanos sino por medio de leyes ó mandatos que
estén ellos obligados á obedecer. A h o r a bien, la auto-
ridad no puede m a n d a r sino á los ciudadanos; y p o r
consiguiente, para poder m a n d a r á uno, le supone y a
ciudadano ó m i e m b r o de la república. L u e g o la
autoridad á nadie da el ser de ciudadano.
286.—4. L a forma sustancial no une activamente
0

unas p a r t e s d e l c o m p u e s t o con otras, moviéndolas con


su acción, sino formalmente, uniéndose á cada una de
ellas y existiendo en ellas como en su natural sujeto.
E s así que la autoridad política no une formal sino
activamente los diversos miembros de la república;
pues no funciona sino existiendo en alguno ó algunos
iudividuos determinados solamente y moviendo á los
demás por medio de leyes, que armonicen sus opera-
ciones sociales. L u e g o es cosa evidente que la a u t o r i -
dad citada no es el alma ó la forma sustancial de la
república, sino una fuerza suya ó un atributo de su
esencia.
287.—En v a n o dirán los Modernos aquí aludidos
que sin una autoridad que ordene y armonice las
operaciones sociales no concebimos sociedad a l g u n a
política. P o r q u e esto sólo prueba que la autoridad
en cuestión es necesaria á la sociedad para moverse
Etica especial. 13
—i94-
hicia su fin con la práctica de los medios particulares
que á él conducen, c o m o es necesaria al h o m b r e la
razón p a r a obrar. Antes q u e la autoridad política
funcione en el E s t a d o , designando á la multitud los
medios particulares con q u e se ha de m o v e r hacia el
bien c o m ú n , y a esta multitud es sociedad verdadera
en virtud del consentimiento común de todas las fa-
milias en orden á la intención de dicho bien y á la
voluntad indeterminada de los medios que designe la
autoridad mencionada. L u e g o la autoridad política
no da á la república la unión sustancial del ser, sino
la unión operativa del obrar, y por lo tanto ella no es
la f o r m a sustancial de la república, sino un atributo
esencial emanado de su esencia. Dice m u y bien el
P . Suárez: Antes es ser constituido el cuerpo político
ó sociedad, que existir en los hombres la tal potestad;
porque antes debe existir el sujeto de la potestad que
la potestad m i s m a , al menos en el orden de la natu-
raleza (i).»
288.—Prueba de la 2. p.—La unión sobredicha u n e
socialmente-á las familias, tornándolas de simples fa-
milias en partes ó miembros de un todo moral. P o r q u e
ella, p o r el mero hecho de existir, hace que las tales
familias estén unidas con comunidad de intentos en
orden á la prosecución del fin común y á la práctica
general de los medios, que designe la autoridad c u a n -
do comience á funcionar. A d e m á s , la tal unión es la
fuente p r i m o r d i a l de todos cuantos derechos y debe-
res sociales existan en los socios, inclusas las m i s m a s
leyes fundaméntales y la obligación que todos los ciu-

(1) «Prius est tale corpus politicum constituí, quam sit in


hominibus talis potestas; quia prius esse debet subjectum po-
testatis, quam potestas ipsa, saltern ordine naturce (Suárez, de
Legibus, lib. 3, cap, 3, n. 6).
-195-
dadanos tienen de someterse al representante de la
autoridad en todo cuanto m a n d e conforme á dere-
cho. P o r q u e la fuente primera de todos los derechos y
deberes sociales en una república es el pacto, explícito
ó tácito, con que se c o m p r o m e t e n las familias, al
tiempo de formarla, á a y u d a r s e m u t u a m e n t e en orden
á la prosecución eficaz de un fin común y por consi-
guiente realizada bajo la dirección de un principio
ordenador y señalador de los medios determinados
para conseguirlo, porque sin este principio la prose-
cución eficaz es imposible. L u e g o es evidente que la
forma sustancial de la sociedad política consiste en la
unión m o r a l citada.
289.—Ni se diga contra esto que con nuestra doc-
trina caemos en el pacto social de Rousseau, señalando
como este filósofo á la autoridad política un origen
p u r a m e n t e h u m a n o . P o r q u e nuesta doctrina, que es
la de los Escolásticos y del Angélico Doctor, está m u y
distante de t a m a ñ o absurdo. Rousseau pone la fuen-
te de la moralidad y de todos los derechos y deberes
sociales en la libre voluntad general de los hombres;
y así señala á la autoridad política un origen p u r a -
m e n t e h u m a n o . Nosotros con los Escolásticos pone-
mos la fuente p r ó x i m a de la moralidad en las esencias
m i s m a s de las cosas y la última en la Esencia divina:
y por lo m i s m o señalamos á la autoridad política, que
es un derecho v e r d a d e r o , un origen realmente divi-
no. Decimos sin embargo que el consentimiento de
las familias en vivir socialmente unidas es la fuente
de todos ios derechos sociales y de la m i s m a obliga-
ción de someterse á un centro ordenador de las
acciones sociales, llamado autoridad; no porque las
familias con el dicho consentimiento creen la a u t o r i -
d a d , sino porque con él producen un cierto ser so-
cial, cuya esencia exige como atributo necesario suyo
— ig6 —
el centró ordenador dicho. De aquí es que en la m i s m a
idea de sociedad política entra la autoridad, no como
elemento constitutivo de la esencia, sino como un
atributo esencial necesariamente e m a n a d o de ella.
u*
§ I V . — F I N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA.
o
^' 290.—Fin de la sociedad política es aquel bien ó co-
lección de bienes, á c u y a consecución está ella o r d e -
nada por su intrínseca naturaleza. Este fin puede ser
próximo ó último; según que el bien ó colección de
bienes, á cuya consecución naturalmente aspira, sea
ó no ordenable á otro. S o b r e la naturaleza del fin úl-
timo d é l a sociedad en cuestión no puede caber la
m e n o r d u d a . P o r q u e siendo toda sociedad h u m a n a ,
tanto política como doméstica, p o r el bien de los i n -
dividuos que la forman: el fin último de lá sociedad
sobredicha debe ser por fuerza el m i s m o que el de los
hombres particulares, ó sea Dios m i s m o conocido y
a m a d o perfectamente en la otra vida. Lo único pues
que nos resta, es a v e r i g u a r la naturaleza del fin p r ó -
x i m o ; sobre lo cual y e r r a n g r a n d e m e n t e K a n t y los
Racionalistas, no señalando á la sociedad política otro
fin en esta vida que el equilibrio y armonía de las li-
bertades individuales, por el cual sea jurídicamente
lícito á los ciudadanos todo cuanto deje intacta la li-
bertad de los d e m á s . P a r a refutar este pernicioso
e r r o r y defender la v e r d a d e r a doctrina, t r a t a r e m o s
de p r o b a r las proposiciones siguientes.
—197—

PROPOSICIÓN PRIMERA.

El fin próximo á que tiende por naturaleza la sociedad


política, es un bien natural y externo, común á
todos los ciudadanos y ordenado á la moralidad
interna de los mismos.

291.—Prueba de la i."p.—1.° E l fin á q u e tiende de


suyo y p o r su intrínseca naturaleza la sociedad polí-
tica, debe g u a r d a r proporción con ella. E s así q u e
sólo el bien n a t u r a l es de suyo proporcionado á ella;
pues p o r eso se llama el otro sobrenatural. L u e g o el
fin dicho debe ser un bien natural. 2 . A d e m á s , el fin
0

en cuestión debe ser un bien, sin el cual no puede ser


feliz la sociedad mencionada; puesto que ningún ser
puede ser feliz no estando en posesión de su propio
fin. E s así que la sociedad política no necesita p a r a su
felicidad natural de bien sobrenatural alguno; p o r q u e
los bienes sobrenaturales son indebidos á su n a t u r a -
leza. L u e g o , etc.
292.—Prueba de la 2. p.— El fin citado debe ser un
a

bien que satisfaga las dos necesidades, p o r las cuales


se siente movido el hombre á juntarse en sociedad,
á saber: la necesidad de protección externa contra
los q u e pueden a r r e b a t a r l e sus bienes temporales y
poner en peligro su vida, y la de comodidad suficien-
te para perfeccionar sus facultades con e! concurso y
a y u d a de los demás. E s así que no puede satisfacer
ninguna de ellas sino siendo un bien externo; p o r q u e
los hombres no pueden cooperar a la conservación y
perfección de sus semejantes, sino ofreciendo el bien
externo de sus acciones exteriores, encaminadas á la
consecución de estos objetos. L u e g o el fin social debe
ser un bien externo.
— 198—
293-—Prueba de la j . p.—El fin social debe respon-
a

der á los deseos de todos cuantos se mueven por su


a m o r á juntarse en sociedad. E s así que todos los ciu-
dadanos, sin exceptuar ninguno, se mueven á jun-
tarse en sociedad precisamente por el a m o r del fin
social y por el deseo de conseguirlo. L u e g o el fin so-
cial debe ser un bien común á todos y cada uno de
los ciudadanos, de suerte que p u e d a n . u s a r de él to-
dos cuantos quieran gozar de sus saludables i n -
fluencias.
294.—Prueba de la 4 . p.—El fin á que naturalmente
a

aspira la sociedad política, es un medio destinado p o r


el A u t o r de la naturaleza al bien de todos y cada uno
de los individuos que la f o r m a n ; p o r q u e la sociedad,
respecto de los ciudadanos, no es un fin sino un
medio, y como tal la quieren todos cuantos por ins-
tinto la buscan y apetecen. E s así q u e el medio des-
tinado por Dios al bien de todos y cada uno de los
ciudadanos es un bien ordenado ala moralidad inter-
na de los m i s m o s ; porque sólo el bien m o r a l de esta
clase los puede conducir á la posesión de su último
fin. L u e g o el fin á que naturalmente aspira la socie-
dad política, es un bien ordenado á la moralidad i n -
terna de los ciudadanos, ó sea un bien que ó perte-
nece al orden moral ó se halla informado de morali-
dad interna.
PROPOSICIÓN SEGUNDA,

El fin próximo de la sociedad política no consiste en la


armonía de la libertad de los ciudadanos, por la
cual sea jurídicamente licito á cada uno lodo
cuanto no pugna con la libertad de los demás.

295.—Demostración.—1.° E l fin mencionado debe


ser un bien positivo y no negativo; puesto que todo
ser natural, entre los cuales se halla la sociedad po-
lítica, se m u e v e p o r la consecución de un bien posi-
tivo, de q u e carece y q u e naturalmente busca. E s así
que la armonía en cuestión es un bien negativo; pues
todo él está reducido á la mutua coartación de la li-
bertad de los ciudadanos, ó sea á la circunscripción
de l a esfera en que h a y a de contenerse cada u n o , p a r a
que después dentro de ella se m u e v a n todos á su
antojo. L u e g o etc.
296.—2. E l fin p r ó x i m o de la sociedad política no
0

puede prescindir de la moralidad interna de los ciu-


d a d a n o s , sino q u e debe estar ordenado á ella (294). E s
así q u e la a r m o n í a en cuestión prescinde p o r com-
pleto de la moralidad interna; p u e s , según Kant y los
Racionalistas, el Derecho versa solamente sobre lo
externo del h o m b r e , y no tiene nada que v e r con lo
interno (E. 7). L u e g o etc.
297.—3. S i el fin p r ó x i m o de la sociedad civil con-
0

sistiera en la armonía de la libertad política, no po-


dría la autoridad política prohibir acción a l g u n a , q u e
no fuese contra la libertad de los demás. L u e g o en
tal caso serían jurídicamente lícitos el suicidio, la
blasfemia, los escándalos públicos, las torpezas m á s
obscenas, cometidas sin violencia de nadie, etc. etc.,
— 200 —
porque nada de esto va contra la libertad de los ciu-
dadanos. A ú n m á s : hasta el indiferentismo absoluto
en materia de Religión y el Ateísmo serían jurídica-
mente lícitos, según esta doctrina; p o r q u e tampoco
con ellos se comete atentado alguno contra la liber-
tad de nadie. M a s , como todas estas consecuencias
son absurdísimas, debemos afirmar que el fin en
cuestión no consiste en la sola armonía de la libertad
humana.

PROPOSICIÓN TERCERA.

El fin próximo de la sociedad política consiste en la pros-


peridad pública, ó sea en la abundancia pública de
bienes materiales, intelectuales y morales, orde-
nada á la moralidad interna de los ciuda-
danos y subordinada al pin último de
los mismos.

298.—Prueba de la i. p.—El fin p r ó x i m o de la socie-


a

dad debe consistir en aquel bien ó colección de bienes,


por cuya consecución se mueven instintivamente los
hombres á v i v i r en sociedad. E s así que este bien con-
siste en la abundancia mencionada; pues ella sola es
la que da al h o m b r e proporción y comodidad para
conservar su vida y sus haciendas y para perfeccio-
narse así en lo físico como en lo intelectual y m o r a l .
L u e g o el fin citado consiste en la abundancia de bie-
nes sobredicha.
299.—Prueba de la 2 . p.—El fin p r ó x i m o de la so-
a

ciedad civil debe ser un bien ordenado ala moralidad


interna de los ciudadanos (294). L u e g o la prosperidad
mencionada, p a r a que pueda ser v e r d a d e r o fin de la
sociedad política, debe estar ordenada á la morali-
dad dicha.
— 201 —
300.—Prueba de la 3.* p.—Es evidente: p o r q u e todo
lo que está ordenado á la moralidad interna del h o m -
bre, se halla también subordinado á su último fin
(E. 203). A d e m á s , siendo la sociedad un p u r o medio
p a r a la conservación y perfección del h o m b r e , es
evidente que nunca puede hallarse en p u g n a con la.
perfección final de los individuos h u m a n o s , la cual
consiste en la consecución de su último fin. L u e g o en
la prosecución de los bienes externos, en que está co-
locado el fin p r ó x i m o de la sociedad política, no puede
ésta prescindir de aquel bien s u m o , en que está cifra-
da la bienaventuranza del h o m b r e ; sino q u e debe
siempre subordinarse á él en todas s u s acciones, no
haciendo nada que sea contrario á este bien s u m o ; y
p o r lo tanto la felicidad temporal de la sociedad p o -
lítica debe estar subordinada al fin último de los ciu-
dadanos.
3 0 1 . — C O R O L A R I O I.—Luego es falsa la doctrina de
aquellos Economistas, quehacen consistir toda la felicidad
de la sociedad politica en el amontonamiento de riquezas
materiales. L a razón es clara; p o r q u e las riquezas m a -
teriales no son sino una parte de la prosperidad públi-
ca, en que consiste el fin p r ó x i m o de la sociedad
política. A ú n m á s : las riquezas materiales no son sino
la parte m e n o s principal; porque no conducen tan
derechamente á la moralidad interna de los ciudada-
nos como las intelectuales y morales. De aquí es que
una sociedad puede ser m á s feliz que otra, a u n cuan-
do esté menos rica que ella en bienes materiales, con
tal que la sobrepuje principalmente en los morales;
p o r q u e éstos constituyen el objeto p r i m a r i o de n u e s -
tra felicidad en esta vida.
3 0 2 . — C O R O L A R I O II.—Luego cuanto más estable y fir-
me sea el orden exterior de una república y más fun-
dado se halle en la moralidad y justicia, tanto mayor será.
— 202 —
su felicidad aquí en la tierra. L a razón es; p o r q u e la
m o r a l i d a d y la justicia en una nación cualquiera son
el fundamento del o r d e n , paz y tranquilidad, y en
estas tres cosas se hallan v i r t u a l m e n t e contenidos to-
dos los bienes materiales, intelectuales y morales, á
que pueden a s p i r a r los ciudadanos. Cuando las r i q u e -
zas materiales a b u n d a n y el orden m o r a l escasea,
como sucede actualmente en los pueblos de E u r o p a r
no puede menos de sobrevenir el m a l crónico de las
perturbaciones sociales con la turba infinita de vicios,
que hacen ellos brotar en los corazones corrompidos.
E l estado de vértigo á que se hallan hoy dia sujetas
generalmente las naciones europeas, no tiene su orí-
gen sino en el espíritu de inmoralidad y de irreligión
que habita en sUs entrañas.

ARTÍCULO II.

Naturaleza de la autoridad política.

303.—De lo dicho en el párrafo tercero del artículo


precedente consta que la autoridad política es una
fuerza social, destinada por su intrínseca naturaleza
á poner orden en las operaciones, con que los ciuda-
danos han de tender al fin p r ó x i m o de la república.
P o r consiguiente, bien podemos definir la susodicha
a u t o r i d a d , diciendo que es la fuerza iniciadora y regu-
ladora de las operaciones sociales en la sociedad política.
Suele llamarse razón social, p o r la semejanza que
g u a r d a con la razón individual: pues tanto la u n a
como la otra sirven de norma directiva en la p r o d u c -
ción de los actos, con que las personas moral y física
han de dirigirse hacia sus propios fines. P a r a conocer
la naturaleza de esta fuerza social, estudiaremos:
i.° su origen; 2 . ° s u fin; 3 . su sujeto natural; 4.° las
0
— 203 —
formas de que es susceptible; 5. finalmente los títulos
0

con que puede ser adquirida: todo lo cual formará la


m a t e r i a de los cinco párrafos siguientes.

§ I . — O R I G E N D E LA AUTORIDAD POLÍTICA.

304.—Rousseau, al p r o c l a m a r su famoso, pacto so-


cial, de que y a hemos hablado en el artículo ante-
rior (245), estableció que tanto la autoridad política
como la sociedad del m i s m o n o m b r e tienen un origen
puramente h u m a n o . L o cual no podía menos de suce-
der así: pues Rousseau considera como un p u r o efecto
de la libérrima voluntad h u m a n a , no sólo el estado
social y político, sino también todo el orden m o r a l y
jurídico, resultando de a q u í que la m i s m a facultad de
m a n d a r h a debido ser libremente creada por los h o m -
bres, porque la tal facultad no es sino u n a especie de
derecho. E l fundamento sobre que R o u s s e a u edificó
todo su sistema, consiste en que el h o m b r e es esen-
cialmente libre y por lo tanto no puede en m a n e r a
a l g u n a ceder á otro su libertad, porque esto es pre-
tender un imposible. De aquí dedujo que los h o m b r e s ,
al reunirse en sociedad, debieron establecer la autori-
dad política de tal suerte, que, cediendo cada uno á
los demás su libertad, se quedasen al mismo tiempo
con ella. Esto se verificó, según él, entregando cada
uno á la colectividad todos sus derechos individuales,
para m a n d a r después juntamente con ella á c a d a uno
de los asociados. P o r q u e , si cada asociado cede á los
demás sus propios derechos, también recibe de ellos
los suyos, que son enteramente iguales á los cedidos
por él. Con esto define la ley civil, diciendo que es la
expresión de la voluntad general; afirma que la auto-
ridad reside esencialmente y de una m a n e r a inalienable
en la colectividad, p o r q u e esta es la naturaleza del
— 204 —
contrato , en virtud del cual se hacen los h o m b r e s
4

ciudadanos; y concluye diciendo q u e el pueblo es


esencialmente soberano.
305.—Esta es la teoría del impío R o u s s e a u en orden
al origen de la autoridad política; teoría a b s u r d a , q u e
contiene tantas falsedades, cuantas son las palabras
con que se halla expresada. Contra ella está la doctrina
cierta y evidente de los Escolásticos y de la Iglesia
Católica; según la cual la autoridad política, conside-
r a d a en sí m i s m a y en cuanto es el poder de obligar á
los cindadanos á ejecutar las acciones que tiendan al
bien común de la sociedad, tiene su origen en Dios,
A u t o r de la h u m a n a naturaleza, y fuente originaria
de todo derecho. Para refutar pues los errores de
R o u s s e a u y defender la v e r d a d e r a doctrina, tratare-
mos de probar las dos proposiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

El sistema de Rousseau sobre el origen de la autoridad


"política es completamente absurdo.

306.—Demostración.—1.° E s falso q u e al hombre


sea esencial la libertad, de m a n e r a que le sea imposi-
ble enajenarla. P u e s el hombre puede coartar su pro-
p i a libertad, obligándose p o r medio de contratos
legítimos á hacer cosas q u e no esté antes obligado á
practicar. A ú n m á s , en m u c h o s casos puede válida y
lícitamente despojarse de su libertad, vendiéndose
por esclavo, como lo dejamos probado m á s arri-
ba (167).
2.
0
E s también falso que el h o m b r e haya comenza-
do á vivir en sociedad política p o r pura conveniencia
y sin ser obligado á ello p o r la naturaleza; de forma
que su estado natural sea el de aislamiento y no el de
— 205 —
sociedad con otros hombres: porque lo contrario que-
da probado en lo que dejamos escrito sobre el origen
de la sociedad (247).
0
3. E s u n a absurdidad manifiesta el decir que todo
el orden m o r a l y jurídico tiene su origen en la libre
voluntad del h o m b r e , cuando la moralidad intrínseca
de las acciones h u m a n a s ni siquiera depende de la
libre voluntad de Dios ( E . 79).
4. E s una absurdidad p u r a el que la ley civil sea
0

la simple expresión de la voluntad g e n e r a l : puesto


que la ley, p a r a ser justa y v e r d a d e r a debe estar re-
gulada p o r la razón y no por el antojo del soberano
( E . 208-209).
0
5. E s completamente falso que la autoridad polí-
tica no sea sino la suma de las voluntades de los ciuda-
danos: y a porque ningún h o m b r e particular tiene p o r
derecho de la naturaleza autoridad política sobre na-
die y por consiguiente la s u m a de las voluntades p a r -
ticulares no puede m e n o s de ser una s u m a de autori-
dades nula; ya también p o r q u e la autoridad política
puede hacer varias cosas, á que no se extiende el po-
der de ningún ciudadano. Asi, ningún ciudadano tie-
ne derecho p a r a quitarse la v i d a á sí m i s m o , ni p a r a
quitársela á los d e m á s ; y por consiguiente, ningún
ciudadano puede conceder válidamente á la colectivi-
dad el derecho de quitarle la vida p o r crímenes que
cometa. S i n e m b a r g o , la autoridad política puede
i r r o g a r á los criminales la pena de m u e r t e . L u e g o la
tal autoridad no puede ser confundida con la s u m a
de las voluntades de los ciudadanos.
6." E s finalmente absurdo que la autoridad política
resida esencialmente en la nación y que el pueblo sea
esencialmente soberano: ya porque la autoridad polí-
ca puede ser trasladada legítimamente de un sujeto
á o t r o , como se p r o b a r á más adelante; y a por que si
— 20Ó —

el pueblo fuera esencialmente soberano, los represen-


tantes de la autoridad no serían sino simples minis-
tros ó criados suyos; y así los prodría deponer como
y cuando se le antoje, lo m i s m o que despide un a m o
á s u s criados; y esto, aun cuando fuese necesario ape-
lar á las a r m a s y producir una revolución; p o r q u e
con ella no haría sino u s a r de la fuerza material n e -
cesaria p a r a la defensa de su derecho. L o cual no
puede ser m á s a b s u r d o ; p o r q u e a s í , el pueblo estará
absolutamente libre de toda obligación, p o d r á a r r o -
j a r del poder á los que no le a g r a d e n , p o d r á dejar de
c u m p l i r las leyes q u e q u i e r a , como si ninguna de
ellas existiese, p o d r á asesinar con el nombre de justi-
cia del pueblo á cuantos ciudadanos le estorben, p o -
d r á finalmente cometer todos cuantos desmanes le
dicte el absolutismo de su voluntad soberana; con lo
cual no h a y sociedad posible.
E s t a s consideraciones d e m u e s t r a n q u e no h a y
punto alguno del sistema de R o u s s e a u a q u í e x a m i n a -
do, que no sea manifiestamente falso y a b s u r d o . L u e -
go el pacto social de. este filósofo en orden al origen
de la autoridad política es completamente absurdo,
no menos q u e en lo relativo al origen de la sociedad
misma.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La autoridad política, en sí misma considerada, no


es obra del hombre; sino que viene inmediata-
mente de Dios.
307.—Demostración.—Ninguna propiedad natural
de los seres naturales es obra del h o m b r e , sino que
todas las de esta especie vienen inmediatamente del
A u t o r de la naturaleza. E s así que la sociedad política
— 207 —
es un ser natural y la autoridad es u n a propiedad na-
tural s u y a . L u e g o la autoridad política en sí m i s m a
no es obra del. h o m b r e , sino que viene inmediata-
mente de Dios.
L a m a y o r de este silogismo es evidente y no necesi-
ta de prueba. L a p r i m e r a p a r t e de lá menor y a queda
p r o b a d a en el artículo antecedente (247 y siguien-
tes): resta sólo probar la s e g u n d a . É s t a se demuestra
con el a r g u m e n t o siguiente: L a sociedad política no
puede alcanzar el fin á que está destinada p o r su in-
trínseca naturaleza, sin un principio ordenador de
las operaciones sociales. P o r q u e sin este principio
cada ciudadano atenderá solamente á su bien priva-
do y no al bien público; y a u n q u e todos ellos quieran
buscar este s e g u n d o , en la elección de los medios
p a r a p r o c u r a r l o h a b r á diversidad de pareceres y así
las acciones de los unos i m p e d i r á n á las de los otros;
lo que el uno tenga p o r útil á la república, el otro lo
considerará nocivo y p r o c u r a r á impedirlo. De aquí re-
sultarán luchas y discordias entre los ciudadanos, y
nadie podrá hacer cosa de provecho p a r a el bien co-
m ú n ; el cual no puede conseguirse sin orden y a r m o -
nía en las tendencias. E s así que ningún ser natural
puede venir al mundo destituido de aquellas fuerzas
que le son necesarias p a r a la consecución de su p r o -
pio fin: p o r q u e su incapacidad intrínseca para alcan-
zarlo argüiría falta de poder y de sabiduría en su di-
vino A u t o r . L u e g o toda sociedad política posee por
condición de su intrínseca naturaleza un principio
ordenador de las operaciones sociales; y por conse-
cuencia este principio o r d e n a d o r , conocido con el
nombre de autoridad, es una propiedad natural de la
sociedad susodicha.
308.—Contra esta doctrina se podría a r g ü i r en esta
forma: i.° Todos los h o m b r e s nacen dueños de si
— 20§ —
m i s m o s é independientes de los demás. A h o r a bien,
á esta natural independencia se opone la autoridad
política. L u e g o la tal autoridad no puede ser una
cosa natural. 2. L a sociedad política depende del
0

libre consentimiento de los h o m b r e s ; puesto q u e si


quisieran v i v i r vida solitaria, la sociedad no existiría.
L u e g o también depende de este consentimiento la
autoridad dicha.
309.—Respuesta.—1.° Niego la m a y o r del p r i m e r
a r g u m e n t o . T o d o s los h o m b r e s por el contrario nacen
dependientes de otros en lo doméstico y en lo civil;
p o r q u e todo h o m b r e nace en una familia, que vive en
sociedad civil con otras, y nace p o r lo tanto subdito
del jefe de esta familia y del q u e tiene la autoridad
en la sociedad política. Al principio del m u n d o , cuan-
do a u n no había sociedades políticas, los h o m b r e s
nacían independientes en lo civil, pero con la obliga-
ción de vivir bajo la dependencia de la autoridad
política, apenas llegase el momento de poder f o r m a r
sociedad las diferentes familias q u e existiesen. Pues
a u n q u e los h o m b r e s tenían entonces libertad física
para reunirse ó dejar de reunirse en sociedad; pero
no eran libres p a r a ello moralmente, y así nacían con
la obligación de vivir.bajo la dirección y gobierno de
la sociedad que se había de fundar cuando llegara
el caso.
2. Niego la consecuencia del s e g u n d o a r g u m e n t o .
0

E l h o m b r e será libre con libertad física p a r a f o r m a r


ó no sociedad política. P e r o si la forma, ella saldrá
forzosamente dotada de s u s propiedades naturales é
intrínsecas, y p o r consiguiente de la autoridad. S i la
sociedad en cuestión fuera un artefacto p u r a m e n t e
h u m a n o ; el h o m b r e efectivamente la p o d r í a hacer
Gomo se le antojase. Pero la sociedad es un ser n a t u -
ral y los seres naturales vienen al m u n d o con sus
—^co-
propiedades peculiares; que reciben, no del h o m b r e ,
sino del A u t o r de la naturaleza. E l h o m b r e será libre
p a r a producir con su acción algún individuo natural,
como cuando un hombre da á otro por medio de la
generación su existencia. Pero una vez que lo p r o -
duzca, no es libre en darle unas propiedades m á s
bien que otras; sino que lo hace venir al m u n d o
como lo da la m a d r e naturaleza.

§ I I . — F I N D E LA AUTORIDAD POLÍTICA.

Declarada la naturaleza de la sociedad política, no


es difícil a v e r i g u a r el fin á que está destinada p o r su
intrínseca condición la autoridad del m i s m o género;
puesto que la autoridad no es sino la fuerza r e g u l a -
dora de las acciones con q u e la sociedad ha de tender
á su fin propio. L a doctrina que sobre este punto
debe tenerse, q u e d a r á expuesta en las proposiciones
siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La autoridad política no tiene por fin propio y directo


el bien sobrenatural de los ciudadanos, ni la felici-
dad individual de los mismos; ni el bien propio
y pecidiar de las familias; aunque en la
prosecución de todos estos bienes puede
influir de una manera indirecta.

310.—Prueba de la i." p.—El fin propio y directo de


la a u t o r i d a d política no puede ser de un orden m á s
elevado que el de la sociedad m i s m a ; puesto q u e la
autoridad, como propiedad emanada de la esencia
social, es por la perfección de la sociedad; y p o r
consecuencia su fin último es el fin de la sociedad
Etica especial. 14
— 210 —
m i s m a (283). L u e g o el fin á q u e tiende de s u y o la
autoridad política, no puede ser sobrenatural.
311.—COROLARIO.—Luego la autoridad- política no
puede legislar en materias sobrenaturales, cuales son las
de la Iglesia Católica. L a consecuencia es evidente. E n
efecto: la autoridad citada no puede legislar sino en
aquellas m a t e r i a s , q u e m i r a n al fin propio sobre q u e
ella versa. E s así que las m a t e r i a s sobrenaturales, cua-
les son los d o g m a s y las d e m á s cosas s a g r a d a s de la
Iglesia Católica, miran de suyo á u n fin m á s alto q u e
todos los bienes naturales de la tierra; pues todas
ellas dicen relación á la bienaventuranza eterna, la
cual es un bien intrínsecamente sobrenatural é inde-
bido á la naturaleza h u m a n a . L u e g o la autoridad ci-
tada no puede legislar sobre m a t e r i a s sobrenatu-
rales.
312.—Prueba de la 2. p.—1.° L a autoridad política,
a

como dice m u y bien el P . Suárez (1), «no existe en


cada uno de los h o m b r e s considerados en sí m i s -
m o s , ni en la multitud de ellos r e u n i d a accidental-
m e n t e á m a n e r a d e u n simple a g r e g a d o , sino en la

(1) «Hase naturalis potestas condendi leges humanas non


est in singulis hominibus per se spectatis, nec in multitudine
hominum aggregata solum per accidens, sed est in communi-
tate ut moraliter unita, et ordinata ad componendum unum
corpus mysticum, et ex ilio resultat tamquam proprietas ejus:
ergo per se ordinatili- ad bonum commune hujus corporis, ejus-
que felicitatem; nam finis est proportionatus principio: sicut
ergo bonum naturale hujus corporis politici non extenditur
ultra prassentem vitam, imo nec durat nisi in illa; nec finis
hujus potestatis aut legis ultra präsentem vitam extenditur.
E t eadem ratione etiam pro hae vita non intendit bonum sin-
gulorum nisi in ordine ad bonum totius communitatis, in quo
sistit tamquam in ultimo fine proprio talis facultatis (Suärez,
de Legibus, lib. 3, cap. 1 1 , n. 7).»
'—211 —
comunidad moralmente unida y ordenada á la com-
posición de un cuerpo místico; y de este cuerpo r e -
sulta como propiedad n a t u r a l suya. L u e g o de suyo
dice orden y relación al bien común y felicidad de
este cuerpo solamente. P o r q u e el fin debe correspon-
der al principio; y por lo tanto, así como el bien na-
tural de este cuerpo político no se extiende más allá
de la presente vida y sólo en ella existe, de la m i s m a
m a n e r a el fin de la potestad política no se extiende
más allá de esta vida. Y por la m i s m a razón, aun en
esta vida nó m i r a de suyo la autoridad citada al bien
individual sino indirectamente, en cuanto 'que este
bien dice orden y relación al bien de toda la comuni-
dad, en el cual descansa como en su propio fin. L u e -
go es manifiesto que la autoridad política no tiene por
fin propio y directo el bien individual de los ciuda-
danos.
2. A d e m á s , si la autoridad citada tuviese p o r fin
0

propio y directo el bien individual de los ciudadanos,


la gobernación política se confundiría con la indivi-
dual ó monástica; p o r q u e desempeñaría el m i s m o
oficio que ella. E s así que en la sociedad no puede ser
confundida la gobernación individual con la política;
porque en tal caso los ciudadanos perderían su indi-
vidualidad propia y se convertirían en p u r o s a u t ó -
m a t a s y cosas del E s t a d o , lo cual es un absurdo m a -
nifiesto. L u e g o , etc.
3 . Finalmente, la felicidad del hombre, en cuanto
0

persona individual, consiste principalmente en los ac-


tos morales internos con que se dirige hacia su últi-
m o fin. E s así que la moralidad interna de nuestros
actos es cosa exclusivamente n u e s t r a , y sobre ella no
versa directamente la a u t o r i d a d política. L u e g o etc.
313.—COROLARIO.—Luego la autoridad política no
puede atentar contra los derechos individuales de los
ciudadanos. L a razón es clara: porque los tales dere^
chos son otros tantos medios dados á cada uno p o r el
A u t o r de la naturaleza, p a r a q u e con su uso se p r o -
c u r e su perfección individual y su felicidad eterna.
E s t o s derechos, unos versan sobre la conservación,
otros sobre la perfección d e l ciudadano ( n o y s i -
guientes); pero todos ellos deben ser religiosamente
respetados p o r la autoridad política; cuyo oficio es,
no absorber al ciudadano y a n o n a d a r l o , sino prote-
gerle y a y u d a r l e .
314.—Prueba de la 3. p.—1.°
a
L a autoridad política,
como propiedad natural del cuerpo político, no v e r s a
directamente sino sobre el bien común de este cuer-
po. E s así q u e este bien es distinto del bien propio de
la familia; pues el u n o es universal y común y el otro
particular y p r i v a d o . L u e g o la autoridad en cuestión
no tiene p o r fin propio y directo el bien privado de
las familias.
2. S i la autoridad política tuviera p o r fin propio
0

y directo, el bien individual de la familia, la g o b e r n a -


ción política se confundiría con la doméstica; y por
consecuencia la familia dejaría de existir como taL_y-
pasaría á ser un "simple autómata del E s t a d c y E s así
que la familia no puede desaparecer en el E s t a d o ,
c o m o queda p r o b a d o m á s arriba (273). L u e g o etc.
315.—COROLARIO.—Luego á la autoridad política no
le es licito atentar contra los derechos domésticos de los
ciudadanos. L a consecuencia es evidente. E n t r e estos
derechos se encuentran principalmente el de criar y
educar á la prole y el de formar unas familias con
otras diversas corporaciones ó clases organizadas, p a r a
adelantarse en sus intereses. T o d o s estos derechos
los debe respetar la autoridad política, dejando á l o s
p a d r e s que eduquen á sus hijos, p o r sí ó p o r otros,
en la m a n e r a q u e mejor les parezca, sin obligarles á
— 213 —
llevarlos á las escuelas públicas y sin .oponerse con
su centralismo á q u e formen en la sociedad g r e m i o s
ó corporaciones en el modo q u e tengan p o r conve-
niente.
316.—Prueba de la 4-*p.—i.°La autoridad política
debe m i r a r p o r el bien de la Religión, del individuo y
de la familia, en cuanto conducen al bien del E s t a d o .
P o r q u e tiene p o r fin propio y directo el bien del E s -
tado; y p o r consiguiente debe p r o c u r a r que contri-
buyan con su actividad propia á la prosperidad de
este bien la Religión, el individuo y la familia^ de
cuya buena y ordenada disposición depende total-
mente la felicidad del E s t a d o . L u e g o es evidente q u e
puede influir en los bienes de la Religión, del indivi-
duo y de la familia de u n a m a n e r a indirecta.
2. A d e m á s , á la autoridad política corresponde
0

cuidar que queden satisfechos y cumplidos los deseos,


por los cuales se m u e v e el h o m b r e á vivir en socie-
dad. E s así que estos deseos son el tener bien prote-
gidos sus bienes individuales y domésticos, y el hallar
comodidad para perfeccionarse en el cuerpo y en el
espíritu con la adquisición de riquezas materiales,
intelectuales, morales y religiosas. L u e g o á la auto-
ridad citada toca p r o t e g e r y fomentar los bienes re-
ligiosos, individuales y domésticos de los ciudadanos;
y p o r lo tanto puede influir en todos ellos de u n a
m a n e r a indirecta.
PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La autoridad política ni aun en los mismos principes


cristianos se extiende directamente al fin sobrena-
tural ó espiritual de sus subditos; aunque pue-
den y deben atender los tales principes á
este fin de una manera indirecta en el
ejercicio de la misma.
317.—Prueba de la /. p.—«La autoridad política,
a

para u s a r de las m i s m a s palabras de S u á r e z , tal como


a h o r a existe en los príncipes cristianos, no es en sí
m a y o r ni de otra naturaleza que en los gentiles. L u e g o
en sí no tiene otro fin ni otra materia. Como la virtud
adquirida de la templanza no es de otra naturaleza
en el fiel y en el justo que en el infiel y en el pecador,
ni puede ejercer sus actos sobre otra m a t e r i a , ni p o r
otro fin p r ó x i m o , ó motivo ú honestidad intrínse-
ca (1).» L u e g o etc.
318.—Ni se diga q u e los príncipes cristianos pue-
den hacer m u c h a s cosas, á que no se extiende la
autoridad política de los gentiles, cuales son castigar
á los herejes, y á los q u e blasfeman contra Cristo ó
cometen otros pecados contrarios á la Religión cris-
tiana. P o r q u e á esto respondemos con el m i s m o S u á -

(1) «Potestas hose, ut nunc est in principibus christianis, in


se non est major nee alterius naturas, quam fuerit in principi-
bus ethnicis: ergo ex se non habet alium finem nec aliam ma-
teriam. Sicut virtus adquisita temperantke in fideli et infideli,
in justo et injusto non est alterius natura;, nec actus suos effi-
cere potest circa aliam materiam, vel propter alium proximum
finem, aut motivum, aut intrinsccam honestatem (Suárez, de
Legibus, lib. 3, cap. 1 1 , n. 9).»
- 2 1 5 -
rez: «En p r i m e r l u g a r , a l g u n a s de estas cosas no per-
tenecen tanto p o r sí m i s m a s ala potestad civil, cuanto
p o r concesión eclesiástica y p o r q u e la Iglesia invoca
de u n a m a n e r a tácita la protección del brazo secular.
P o r donde todas las leyes civiles de los tales príncipes,
que versan sobre materias espirituales, ó no son le-
yes, ó reciben de la Iglesia su fuerza obligatoria.
A d e m á s , aquellos vicios y pecados que se dicen del
fuero m i x t o , en tanto son prohibidos y castigados por
las leyes civiles, en cuanto q u e , supuesto el estado
civil de la república cristiana, la perturban y le cau-
san g r a n d e s daños aun en su m i s m a p a z y felicidad
externa (i).»
319.—Prueba de la 2 . p.—El principe cristiano es
a

hijo de la Iglesia y miembro de la sociedad cristiana.


E s así que, como hijo, está obligado á m i r a r por el
bien de su Madre; y como 'miembro, tiene obligación
de cooperar según sus fuerzas al bien universal de
todo el cuerpo político religioso. Luego el principe
cristiano está obligado á m i r a r por el bien de la Igle-
sia en el ejercicio de su soberanía.
320.—Débese observar sin e m b a r g o , como nota sa-
biamente S u á r e z (2), que el príncipe cristiano puede

( 1 ) «Respondeo in primis, aliqua ex his non tam per seper-


tinere, quam ex concessione ecclesiastica^ potestatis, et quasi per
tacitam vel expressam invocationem ejus postulantis auxilium
brachii saecularis. E t ita infra dicemus, universas leges civiles,
quae circa materias spirituales versantur, vel non esse leges,
vel habere vim suam a superiori potestate. Deinde dicimus illa
vitia et peccata qua; dicuntur mixti fori, eatenus puniri et cohi-
beri per leges civiles, quatenus, supposito hoc statu reipublicse
christianae, illam perturbant et magna nocumenta illi afferunt
etiam quoad suam pacem et externam felicitatem (Suârez, /. cit.
n. 10).»
(2) Id., ibid., n. i l .
2l6
cooperar á este bien positiva ó negativamente. Coope-
ra de la p r i m e r a m a n e r a poniendo actos, que r e d u n -
den en favor positivo de la' Iglesia; y á esta m a n e r a
de cooperación no está g e n e r a l m e n t e obligado, sino
cuando un precepto eclesiástico ó la necesidad de la
Iglesia lo requieran. Coopera de la segunda m a n e r a ,
p r o c u r a n d o que en sus leyes y d e m á s actos adminis-
trativos no haya nada contrario al bien de la Religión
cristiana; y á esto está obligado en todos y cada uno
de sus actos.

PROPOSICIÓN TERCERA.

- El fin á que por su naturaleza está destinada la autoridad


politica, es la dirección de las acciones sociales al bien
común de la sociedad con la guarda del orden
público y con la promoción de los intereses
temporales de la república.

321.—Demostración.—Aqueles el fin n a t u r a l de la
autoridad mencionada, para, cuya realización es ella
necesaria en la república. E s así que la autoridad no
es necesaria en la república sino p a r a poner orden en
las tendencias sociales, vigilando la observancia de
las leyes y promoviendo los intereses temporales de
la nación p o r medio de auxilios prestados á los ciu-
dadanos para este efecto. L u e g o , etc.
3 2 2 . — E S C O L I O . — D e estos dos fines, que p o r su na-
turaleza intrínseca está destinada á realizar la auto-
r i d a d susodicha, el primero es el m á s principal; y en
los tiempos antiguos él era el único de que cuidaban
generalmente los príncipes, administrando justicia á
sus subditos en tiempo de p a z , y capitaneando los
ejércitos en la g u e r r a . E l segundo es menos impor-
tante; y en el m o d o de p r o c u r a r l o debe atender con
— 217 —
g r a n cuidado el representante del poder á no p e r j u -
dicar á los ciudadanos, ofreciéndoles auxilios que
ellos ni necesitan ni desean, é introduciendo de esta
suerte el pernicioso Centralismo en la república. Mas
a u n q u e secundario, no por eso deja de ser obligatorio
p a r a los gobernantes: pues para eso tienen el poder,
p a r a atender á las necesidades del pueblo y p a r a p r o -
m o v e r los intereses de la socidad entera.

§ I I I . — S U J E T O D E LA AUTORIDAD POLÍTICA.

323.—Declaradas ya las causas eficiente y final de la


autoridad política, es preciso v e r ahora cuál sea su
causa m a t e r i a l ó el sujeto en que naturalmente se
deposita al tiempo de f o r m a r s e la sociedad h u m a n a .
S o b r e esta cuestión, lo m i s m o que sobre la relativa al
origen d é l a sociedad civil (245), existen tres doctrinas
opuestas. L a p r i m e r a es la de R o u s s e a u y de sus se-
cuaces, según los cuales la autoridad reside esencial-
mente en la nación, sin que pueda ser trasladada n u n -
ca á persona alguna determinada; resultando de a q u í
que en toda sociedad política el pueblo es esencial-
mente soberano y los gobernantes meros vicarios y
representantes suyos.
324.—La segunda es la de ciertos autores modernos;
los cuales sostienen que, en la formación de las socie-
dades políticas, la autoridad por lo r e g u l a r se localiza
n a t u r a l m e n t e en a l g u n a persona determinada en vir-
tud de algún hecho, sin que por lo tanto la tal locali-
zación sea producida por la voluntad de los hombres;
pues éstos, según ellos, cuando intervienen de algún
m o d o en la localización dicha, no hacen m á s que dis-
poner la materia y p o n e r las cosas de m a n e r a , q u e
Dios m i s m o , y no la sociedad, sea quien concede á
la persona favorecida la posesión de la soberanía,
— 2l8 —
Conforme á e s t o dicen que, aun cuando alguna vez los
hombres, al reunirse en sociedad, nombren á a l g u n o
soberano, no p o r eso le dan el p o d e r , sino lo único
que hacen, es designar la persona en quien ha de ser
depositada la autoridad, y con esto Dios m i s m o por
sí solo se la confiere como a g e n t e único y ella recibe
i n m e d i a t a m e n t e de Dios el derecho de m a n d a r .
3 2 $ . — L a tercera finalmente es la de los Escolásticos;
según los cuales no reside esencialmente la autoridad
en la nación, sino que puede y aun debe ser concedi-
da á personas particulares: pero p o r la sola naturaleza
de las cosas é independientemente de la voluntad del
pueblo no se localiza nunca en persona alguna de-
terminada al tiempo de formase la sociedad; sino que
pertenece á todo el cuerpo de la nación, y sólo por
la v o l u n t a d , implícita ó explícita, de ésta entran en
posesión s u y a las personas particulares. P a r a esto,
según ellos, no es necesario que la sociedad haya te-
nido formalmente en sí misma la autoridad, sin ce-
derla á nadie por algún espacio de tiempo; pues dicen
expresamente que la sociedad puede estar regida por
u n a sola persona desde el p r i m e r momento de su
existencia, si las familias, al tiempo de formarla, qui-
sieron, no solo reunirse en sociedad, sino también
ponerse bajo la dirección y obediencia de aquella perso-
na. Lo que sólo pretenden, es que la autoridad polí-
tica, el tiempo de formarse la sociedad, está,al menos
con prioridad de naturaleza, antes en la nación que en
las personas particulares; y que éstas por lo tanto
reciben el derecho de m a n d a r , no de Dios m i s m o , sino
de la nación que las escoge y les cede la soberanía.
P o r q u e si ésta es antes s u y a , al menos con prioridad
de naturaleza, se la pueden ceder. He aquí cómo se
expresa el P. S u á r e z sobre este asunto, después de
haber probado con varios a r g u m e n t o s la doctrina
219 —
escolástica. «El p r i m e r m o d o , escribe, de conferir aun
principe esta potestad en su primera institución es
p o r medio del consentimiento del pueblo. Mas éste
consentimiento se puede entender de v a r i a s m a n e r a s ;
la p r i m e r a de las cuales es, que se v a y a dando suce-
sivamente, á m e d i d a que va creciendo el pueblo.
Como por ejemplo, en la familia de Adán ó en la de
A b r a h a n , ó en otra'semejante, en un principio se obe-
decía á A d á n como á padre ó superior de familia, y
después, creciendo el pueblo, s e p u d o continuar aque-
lla sujeción, extendiéndose el consentimiento á obe-
decerle también como á rey, cuando aquella comuni-
dad comenzó á ser perfecta. Y quizás muchos reinos,
y en particular el primero de la ciudad de R o m a , co-
menzaron de esta suerte, y de este m o d o , bien pensa-
da la cosa, la autoridad regia y la comunidad perfecta
pueden c o m e n z a r á un m i s m o tiempo (i).»
326.—Así se ve que también aquí la doctrina esco-
lástica ocupa un l u g a r medio entre la de R o u s s e a u y
la de lbs modernos. E n s e ñ a n d o que la autoridad es
trasmisible de un sujeto á otro, no admite que resida
esencialmente en el cuerpo de la nación, ni que el

(1) «Primus enim modus conferendi uni Principi hanc po-


testatem, in primseva institutione, est per voluntarium populi
consensum. Hic autem consensus variis modis intelligi potest,
unus est. ut paulatim et quasi successive detur, prout succesi-
ve populus augetur. Ut v. gr. in familia Adse, vel Abrahae, vcl
alia simili in principio obediebatur Adamo tamquam parenti,
seu pàtrifamilias, et postea, crescente populo, potuit subjectiq
illa continuari et consensus extendi ad obediendum ilii etiam
ut Regi, quando communitas illa ccepit esse perfecta; et fortas-
se multa regna (et in particulari primum regnum Romanae ci-
vitatis) ita inceperunt. Et in hoc modo, si quis recte consideret,
regia potestas et communitas perfecta simul incipere possunt
(Suàrez. Defens. Fidei, lib. 3, c. 2, n. 19).
— 220 —
pueblo sea esencialmente soberano, ni que los reyes
y demás gobernantes políticos sean meros vicarios y
representantes del pueblo sin autoridad a l g u n a para
m a n d a r l e , ni que el pueblo pueda destronar á los
reyes á su antojo como despacha un a m o á su criado,
ni que pueda siquiera disminuir ó coartar la autoridad
que h a y a n legítimamente adquirido: antes rechaza
todas estas cosas como m o n s t r u o s a s y a b s u r d a s ; por-
que las personas particulares que entran en posesión
de la autoridad por la voluntad de la nación, son
verdaderos superiores suyos, y pueden p o r lo tanto
obligarla con sus leyes, y tienen derecho estricto y de
justicia para no ser desposeídas injustamente de la
facultad de m a n d a r legítimamente adquirida. M a s ,
sosteniendo que ningún particular recibe la autori-
dad inmediatamente de Dios sino de la nación, va
directamente contra los modernos: los cuales juzgan
que en el orden natural de las cosas la autoridad se
deposita en los particulares por la m e r a ley de la na-
turaleza, en v i r t u d de algunos hechos que la aplican
á los casos particulares; y que en el cuerpo de la
nación no recae sino rarísimas veces por razón de
circunstancias s u m a m e n t e excepcionales; cuales son
por ejemplo las de hallarse en una isla v a r i a s familias
procedentes de diversos troncos y juntarse en socie-
dad sin tener n i n g u n a de ellas superioridad sobre las
otras.
327.—Esta es la doctrina de los Escolásticos, á la
cual le dio sabiamente el E x i m i o S u á r e z los epítetos
de antigua, recibida, verdadera y necesaria (1), vin-
dicándola de los ataques del protestante Jacobo I
de Inglatera; el cual sostuvo lo m i s m o que hoy dia
defienden los m o d e r n o s arriba citados. Nosotros nos

(1) Suárez, Defens. Fidei, lib. 3, c. 2, n. 2.


221 —
adherimos plenamente al sentir de la antigüedad
cristiana y tenemos por v e r d a d e r a y cierta su doctrina
en esta parte. Pues los a r g u m e n t o s con q u e es com-
batida, si bien son aducidos p o r personas ilustres y
s u m a m e n t e respetables en el campo de la Filosofía,
nos parecen de levísimo peso y los hallamos y a plení-
s i m a m e n t e refutados en las obras del P. S u á r e z ; q u e
es quien trató con m á s detención y esmero esta m a -
teria. S e a n pues las proposiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La autoridad política no reside esencial é inmutable-


mente en el cuerpo de la nación, como pretenden
con Rousseau los Racionalistas.
328.—Demostración.—1.° E n tanto debería p e r m a -
necer esencial é inmutablemente en el cuerpo de la
nación la autoridad política, en cuanto que sin esto
la sociedad dejaría de existir. E s así que, a u n cuan-
do la autoridad pase de un sujeto á otro de la nación,
no por eso deja de existir la sociedad: puesto q u e la
autoridad siempre quedará dentro de la nación, p o r
ser un m i e m b r o de ella quien la posee; y p o r lo tanto
la sociedad s i e m p r e s e g u i r á teniendo en sí m i s m a
todos, los elementos q u e necesita p a r a existir y p a r a
obrar. L u e g o la autoridad no reside esencial é i n m u -
tablemente en todo el cuerpo de la sociedad política.
329.—5.° S e g ú n los Racionalistas, la autoridad r e -
side esencialmente en todo el cuerpo de la nación;
p o r q u e , cediéndola á a l g u n a persona, p e r d e r í a la s o -
ciedad su libertad nativa, convirtiéndose en cosa ó
propiedad de la tal persona. E s así q u e p o r ceder la
autoridad á alguna persona, no se convierte la nación
-en propiedad s u y a . P o r q u e , para que esto se verifi>
case, el dominio de jurisdicción, ó sea el derecho de
— 222 —

m a n d a r á los ciudadanos, debería tener p o r objeto


propio y directo la utilidad p r i v a d a del i m p e r a n t e ,
como sucede en el dominio de propiedad, y no la u t i r
lidad pública. Mas aquí acaece todo lo contrario; p o r -
que quien entra en posesión de la autoridad política
tiene-obligación de usarla, no en provecho p r o p i o ,
sino en provecho de la comunidad entera. L u e g o la
autoridad puede estar localizada en a l g u n a ó a l g u n a s
personas determinadas de la república; y por lo tanto
no es de esencia s u y a el existir s i e m p r e é inmoble-
mente en todo el cuerpo de la nación. L a autoridad
sí puede ser propiedad ó cosa del i m p e r a n t e , pero no
la sociedad.
330.—3. Á la sociedad civil, p a r a p o d e r o b r a r o r -
0

d e n a d a m e n t e las operaciones sociales; le es m o r a l -


mente necesario, s o b r e t o d o cuando es m u y n u m e r o -
sa, ponerse bajo la obediencia de alguno ó a l g u n o s
que la rijan y gobiernen. P o r q u e sin esto con dificul-
tad se podrían poner de acuerdo los ciudadanos sobre
.las leyes que hubiesen de establecerse en la república,
p o r ser tanta la v a r i e d a d de afectos, intereses y j u i -
cios que reina entre los h o m b r e s . L u e g o tiene verda-
dero derecho p a r a hacerlo; p o r q u e de lo contrarío no
estaría rectamente o r d e n a d a , p o r carecer de los m e -
dios necesarios para alcanzar su fin. E s así que si la
sociedad tiene derecho para p o n e r s e bajo la obedien-
cia de a l g u n a persona d e t e r m i n a d a , puede estar la
a u t o r i d a d política en sola esta persona; p o r q u e la
obligación dé obedecer y el derecho de m a n d a r son
correlativos. L u e g o la autoridad sobredicha no debe
estar esencial é inmutablemente en todo el cuerpo
de la nación.
3 3 1 . — 4 . F i n a l m e n t e , todos los pueblos han reco-
0

nocido siempre prácticamente con el uso como legí-


tima la soberanía de las p e r s o n a s particulares en las
— 223 —
repúblicas; p o r q u e todos ellos ó viven bajo la obe-
diencia de personas particulares, ó están en la intima
persuasión de q u e tienen derecho para elegir este gé-
nero de vida, si les place. A h o r a bien; lo que es común,
u n i f o r m e y constante en los seres, viene sin duda al-
g u n a de su intrínseca naturaleza y de su divino A u t o r ,
que la ha criado. L u e g o la facultad de localizar la s o -
beranía en p e r s o n a s d e t e r m i n a d a s tiene su origen en
Dios, y p o r lo tanto no es de esencia de la soberanía
el que exista siempre en todo el c u e r p o de la s o -
ciedad.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

Por la sola naturaleza de las cosas en ninguna persona


particular existe la soberanía sino en sólo el cuerpo
de la nación.

332.—Observación.—Tomamos esta proposición al


pié de la letra del tratado de Legibles del P. S u á r e z (li-
bro 3, cap. 2, n. 3); p o r q u e pone la cuestión en su
v e r d a d e r o punto de vista y con ella queda plenamen-
te refutada la contraria opinión de los modernos. A l -
gunos de estos sin e m b a r g o , poco conocedores de la
doctrina escolástica, piensan que la tal proposición
puede ser admitida p o r ellos i m p u n e m e n t e ; porque
se i m a g i n a n que en ella se trata de h o m b r e s pura-
mente abstractos y específicamente iguales, por razón de
ser una misma en todos ellos la esencia. Pero en esto se
equivocan g r a n d e m e n t e : pues en la dicha proposición
los Escolásticos hablaron de la sociedad concreta y
f o r m a d a por h o m b r e s llenos de desigualdades indivi-
duales; y otro tanto hacemos nosotros. C u a n d o con
los Escolásticos decimos que por la sola naturaleza de
—224 —
las cosas ningún particular es soberano de nación algu-
na, queremos significar q u e , aun supuestas las desi-
gualdades personales que como individuos tienen en-
tre sí los h o m b r e s , ninguno de ellos comienza á ser
soberano en el orden natural de las cosas en v i r t u d
de hecho a l g u n o distinto del consentimiento general
por el cual le confieren los hombres la soberanía. Este
es el sentido en que tomó S u á r e z la proposición cita-
da; y así ni él ni nosotros nos referimos á sociedad al-
g u n a de h o m b r e s abstractos é iguales p o r naturale-
za, sino á las sociedades concretas y f o r m a d a s p o r
hombres individualmente desiguales.
333.—Prueba de la j . p.—Ninguna
a
de las desigual-
dades indi-viduales con que se hallan los hombres al
tiempo de d a r origen á la- sociedad civil, es suficiente
por sí sola para hacer que nazca en unos m á s bien
que en otros la soberanía. L u e g o p o r la sola n a t u r a -
leza de las cosas en ninguna persona determinada
existe la potestad política.
L a consecuencia de esta argumentación es evi-
dente: pues los modernos, contra quienes va dirigida
la presente tesis, afirman q u e en el origen de las
sociedades las desigualdades individuales, que exis-
ten en los que entran á formarlas, son las que deter-
minan por si solas el derecho natural, convirtiéndolo
de hipótesis en absoluto y haciendo brotar n a t u r a l -
mente la soberanía en a l g u n a persona determinada.
P o r consiguiente, si pruebo que esta proposición es
falsa,.quedará demostrada la verdad de la tesis anun-
ciada.
Prueba del antecedente—Las desigualdades citadas
son las siguientes: .i." la m a y o r aptitud para el g o -
bierno; 2. la victoria del vencedor; 3 . el dominio
a A

territorial; 4 . la paternidad patriarcal. A h o r a bien;


A

n i n g u n a de ellas basta para convertir p o r sí sola en


— 22^ —
superior de la república á ninguno de los individuos
que comienzan á formarla.
3 3 4 . — I . iVo la mayor aptitud para el gobierno.—
i." P o r q u e de lo contrario confundiríamos torpemen-
te el ingenio, la fuerza física, la prudencia, la instruc-
ción, etc., con el derecho de m a n d a r ; pues todas
estas cosas son las que hacen á u n a persona más
apta que las demás p a r a el gobierno. 2. P o r q u e la
0

m a y o r ó menor aptitud para gobernar u n a república


es una cosa demasiado v a g a , para que puedan saber
los h o m b r e s á punto fijo quién ó quiénes son los
designados por la naturaleza para superiores. 3 . Por- 0

que en tal caso todos cuantos en los tiempos suce-


sivos tuviesen esta m a y o r aptitud p a r a g o b e r n a r la
república, adquirirían por esto m i s m o el derecho de
g o b e r n a r l a , echando abajo á los que estuviesen m a n -
dando; pues la m i s m a causa en todos los tiempos ha
de p r o d u c i r los m i s m o s efectos. 4 . P o r q u e con esto
0

se abre la puerta á las discordias civiles y se concede


á los ciudadanos el derecho á la revolución; puesto
que cada uno t e n d r á derecho para colocar en el
p o d e r al que tenga por m á s apto, a u n q u e sea valién-
dose de la fuerza, y cada partido se cree m u c h o m á s
apto p a r a g o b e r n a r que sus contrarios.
3 3 5 . — I I . No la victoria del vencedor.—1.° P o r q u e la
victoria por sí sola no es sino un simple hecho físico;
el cual es cosa m u y distinta del derecho. 2° P o r q u e ,
aun cuando la g u e r r a sea justa, el solo hecho de la
victoria no da al vencedor ningún derecho; sino lo
único que hace, es a p r o x i m a r la materia y poner á
los vencidos en disposiciones aptas para que les
pueda aplicar la pena que merecen. Si esta pena es
tan g r a n d e , que puede el vencedor hacerse sobe-
rano suyo y ponerlos bajo su jurisdicción; lo que le
dará la soberanía, no será la victoria alcanzada sino
Ética especial. 15
— 22Ó —
las injurias de los vencidos cometidas libremente
contra él; y así la v o l u n t a d de los tales será la que
con sus actos voluntarios y libres le confiera la sobe-
ranía.
336.—III. No el dominio territorial.—1.° P o r q u e el
tal dominio es totalmente diverso del de jurisdicción,
teniendo éste por objeto directo la utilidad común de
la sociedad y aquel la utilidad privada del propieta-
rio'. 2. P o r q u e , aunque lo q u e r a m o s combinar con la
0

obligación que tiene el propietario de impedir los


pecados de los que m o r a n en sus fincas; todavía no
se sigue de a q u í que, en virtud del derecho de i m p e -
dir los tales pecados consiguiente ai deber dicho,
quede t r a s f o r m a d o en superior suyo. Pues la obli-
gación dicha y el derecho que en ella se funda, son
obligación y derecho de caridad y no de justicia. P o r
lo cual persisten en el propietario, aun cuando vive
bajo la jurisdicción del soberano y es p o r lo tanto
subdito de la república; ni por la tal obligación y el
tal derecho precisamente están obligados los demás
con deber de justicia legal a n o cometer desórdenes en
el territorio del propietario; p o r q u e al derecho de
caridad no corresponde sino el deber del m i s m o g é -
nero. Véase lo que sobre esto m i s m o hemos escrito
m á s arriba (259-261).
337.—IV. No la paternidad patriarcal.—Porque con-
tra ella militan todas las razones que á un propósito
semejante hemos aducido al hablar de la causa eficien-
te de la sociedad política (264). Ni vale contra esto
decir que, a u n q u e la autoridad paterna y la política
son de diferente especie, pertenecen sin e m b a r g o al
m i s m o g é n e r o . Pues el pertenecer al m i s m o género
no quita que la u n a sea esencialmente distinta de la
otra y que por lo tanto no se pueda trasformar en
ella: como el pertenecer dos especies de animales á
— 227 —
un mismo género no hace que la u n a p u e d a ser
trasformada n a t u r a l m e n t e en la otra. En v a n o se ale-
g a r í a n tampoco los fenómenos naturales del m e t a -
morfismo; porque á poderse inferir de ellos a l g o , se
concluiría que la familia y la sociedad política son
sustancialmente una m i s m a cosa, como lo son el
renacuajo y la rana, la larva y la crisálida. L o cual es
un absurdo g r a n d í s i m o , y conduce derechamente al
despotismo. P o r q u e ¿á dónde iríamos á p a r a r , si p u -
diera hacer el rey en la nación lo que el p a d r e en la
familia?
3 3 8 . — E s v e r d a d que la familia tiende por su intrín-
seca naturaleza á multiplicarse dando origen a otras
nuevas, y á f o r m a r por fin una ciudad. P e r o la for-
mación de la ciudad no se ejecuta con la simple y u x -
taposición de las familias procedentes de un m i s m o
t r o n c o , sino con el sentimiento cpmun de estas fami-
lias así y u x t a p u e s t a s , en v i r t u d del cual se mueven
todas ellas á tender reunidas y bajo la dirección de la
autoridad á un bien común (267 y siguientes). L u e -
g o este consentimiento, y no la autoridad paterna
del patriarca, es el que v e r d a d e r a m e n t e da origen,
. así á la sociedad, como á la determinación del suje-
to, que ha de poseer en ella la autoridad; p o r q u e
a m b a s cosas son dependientes de la voluntad de las
familias.
3 3 9 . — V . F i n a l m e n t e , todas las desigualdades m e n -
cionadas son de suyo cosas accidentales respecto del
pacto en virtud del cual resulta la sociedad política.
P o r q u e en el orden natural de las cosas los h o m b r e s
no son elementos componentes de la sociedad en
razón de poderosos ó de vencedores, ó de propietarios
ó de patriarcas, etc., sino en razón de cabezas de fa-
milia. Y bajo esta precisa razón todos ellos son igua-
les; pues tan completa y perfecta es la autoridad
— 228 —
paterna que tienen sobre sus familias los débiles, los
vencidos, los inquilinos, los procedentes de un tronco
común que se hallan y a fuera de la patria potestad,
como los poderosos, los vencedores, los propietarios,
y los patriarcas ó troncos comunes de familias. Ahora
bien; lo que es accidental á un pacto, no puede in-
fluir de suyo en la sustancia del m i s m o pacto; sino
sólo influye en ella de esta m a n e r a lo que es esencial.
L u e g o , atendida la sola naturaleza de las cosas y
prescindiendo de la libre voluntad de los h o m -
bres, que quieran colocar la autoridad política en
una ó en v a r i a s personas d e t e r m i n a d a s , las desigual-
dades en cuestión no pueden hacer p o r sí solas
que, al tiempo de formarse la sociedad, pertenezca
el derecho de m a n d a r m á s bien á uno que á otro.
P o r q u e todas ellas son cosas accidentales de suyo
en orden al contrato de que resulta la sociedad; y
los contratantes, como tales, son todos perfectamente
iguales.
No sucede así en el pacto matrimonial: pues en él
el h o m b r e entra esencialmente como v a r ó n y la m u j e r
como h e m b r a ; y p o r eso la autoridad de la sociedad
m a t r i m o n i a l reside, según el orden de la naturale-
za é independientemente de la voluntad de los es-
posos, en el hombre y no en la m u j e r . L u e g o es
evidente que ninguna de las desigualdades citadas
es suficiente por sí sola p a r a hacer que, al f o r m a r s e
la sociedad civil, se deposite n a t u r a l m e n t e la a u t o -
r i d a d política en alguna persona determinada; y
por lo tanto queda demostrada la p r i m e r a parte de
la tesis.
340.—Este a r g u m e n t o que acabamos de hacer en el
n ú m e r o precedente, es el que forma S u á r e z p a r a
p r o b a r que la dignidad patriarcal por sí sola no da
derecho al patriarca para m a n d a r como rey á las
— 229 —
familias procedentes de él como de tronco común á
todas ellas. P o n d r e m o s aquí sus palabras, para que
se vea cómo los Escolásticos no consideraban la socie-
dad en abstracto sino en concreto, y m u y en con-
creto, cuando concluían que p o r la sola naturaleza
de las cosas á ningún particular corresponde por de-
recho de justicia ser superior de otros en lo político.
«Por la naturaleza de las cosas, escribe, todos los
h o m b r e s nacen libres (en lo político) y por eso nin-
g u n o tiene jurisdicción política sobre otro, como ni
tampoco dominio; ni h a y razón alguna p a r a que se
atribuya esto á uno respecto de otros y no viceversa
por la sola naturaleza de las cosas. Sólo con respecto
á A d á n podría alguno decir que en el principio de la
creación tuvo por naturaleza el primado y por consi-
guiente el imperio sobre todos los h o m b r e s ; y que
de esta suerte se pudo derivar de él, y a por el origen
n a t u r a l de los primogénitos, ya conforme á la volun-
tad del m i s m o A d á n . . . . , P e r o en v i r t u d de la sola
creación y del origen n a t u r a l sólo se puede colegir
-que tuvo Adán potestad económica, no política. P o r -
que tuvo potestad sobre su mujer y después sobre
sus hijos: p u d o también con el discurso del tiempo
tener criados y familia completa, y plena potestad
económica en ella. Mas después" que comenzaron á
multiplicarse las familias y á separarse los h o m b r e s ,
todos las cabezas de familia tenian la m i s m a potestad
sobre su propia familia. Ahora bien; la potestad po-
lítica no comenzó hasta que comenzaron á reunirse
en u n a comunidad perfecta m u c h a s familias. L u e g o ,
así como la tal comunidad no comenzó por la sola
creación de A d á n , ni por sola su voluntad, sino por
la de todos los que se juntaron en ella; así también
no p o d e m o s decir con fundamento que A d á n tuvie-
se el p r i m a d o político en aquella comunidad por la
— 230 —
naturaleza de las cosas. P o r q u e de ningún principio
natural se puede esto colegir; pues por el solo derecho
n a t u r a l no es debido al p a d r e el ser también rey de
sus descendientes (1).»
L a separación de que habla aquí S u á r e z , no es
precisamente local, sino de familias; las cuales, p o r
el solo hecho de estar localmente juntas, no forman

(1) «Ex natura rei omnes homines nascuntur liberi, et ideo


nullus habet jurisdictioiiem politicali! in alium; sicut nec do-
minium; neque est ulla ratio, cur hoc tribuatur ex natura rei
his respectu illorum, potius quam c conuerso. Solum posset
quispian dicere, Adamum in principio creationis ex natura rei
habuisse primatum, et consequenter imperium in omnes ho-
mines, et ita potuisse ab ilio derivari, vel per naturalem ori-
ginem primogenitorum. vel pro volúntate ipsius Adas. Sic enim
dixit Chrysost., hont. 34. in primam ad Corinth., ex uno Ada-
mo omnes homines formatos, et procreatos esse, ut signiíica-
retur subordinado ad unum principem. Veruntamen ex vi
solius creationis et originis naturalis, solum colligi potest, ha-
buisse Adamum potestatem asconomicam, non politicam; habuit
enim potestatem in uxorem, et postea patriam potestatem in
filios. quandiu emancipati non fuerunt; potuit etiam discursu
temporis habere fámulos, et completara familiam, et in ea ple-
nam potestatem, quos asconomica appellatiti-. Postquam autem
casperumt familias multiplican, etseparari singuli homines, qui
erant capita singularum familiarum, habebant eandem potesta-
tem circa suam familiam. Potestas autem politica non caspit,
donee plures familias in unam communitatem perfectam con-
gregari casperunt. Unde sicut ilia communitas non caspit per
creationem Adas nec per solám voluntatem eius, sed omnium,
qui in ilia convenerunt; ita non possumus cum fundamento
dicere, Adamum ex natura rei habuisse primatum politicum in
ilia communitate; ex nullis enim principals naturalibus id co-
lligi potest, quia ex vi solius juris naturas non est debitum pro-
genitori, ut etiam sit rex suse posteritatis. (Suárez, de Legibus,
lib. 3, cap. 2, n. 3).»
— 231 —
sociedad política, sino m e r a vecindad, como él m i s m o
advierte sabiamente en el lugar que dejamos citado
m á s a r r i b a (270).
341.—Prueba de la 2. p.—1.° L a autoridad política,
a

al tiempo de formarse la sociedad, debe por fuerza


depositarse naturalmente en algún sujeto; puesto
que es un atributo esencial de la república y de ella
e m a n a como propiedad natural suya. E s así que,
según lo demostrado en la p r i m e r a parte de esta
tesis, á n i n g ú n particular determinado pertenece
por la sola naturaleza de las cosas. L u e g o , atendida
esta sola naturaleza, debe depositarse entonces en
todo el cuerpo de la nación.
342.—2. E l derecho que naturalmente está incluido
0

en'otro derecho, se halla de suyo en el mismo sujeto


que ese segundo derecho, si p o r la voluntad de los
h o m b r e s no es colocado en otro sujeto diferente. E s
así que la a u t o r i d a d , ó el derecho de m a n d a r , - e s t á
n a t u r a l m e n t e incluido en el derecho de toda la socie-
dad á la consecución de su fin, y este segundo dere-
cho se halla p o r la naturaleza de las cosas en todo el
cuerpo de la nación como en su propio y p r ó x i m o
sujeto. L u e g o la autoridad política se halla de suyo
y naturalmente en todo el cuerpo de la nación, si los
h o m b r e s con su voluntad libre no la confieren á
alguna determinada p e r s o n a .
Este es el a r g u m e n t o con que el Angélico Doctor
demuestra la doctrina que ahora estamos defendien-
do. P o r q u e , después de haber afirmado que el derecho
de legislar, ó sea la autoridad política, pertenece ó á
toda la multitud ó ala persona pública que tiene el cui-
dado de toda la multitud, prueba su aserto en estas
palabras: Porque tanto en ésta como en todas las demás
cosas el ordenar al fin corresponde á aquel de quien
es propio este fin, «quia et in ómnibus aliis ordinare in
— 232 —
finem est ejus, cujus est p r o p r i u s ille finis (1). A h o r a
bien; el fin cíela sociedad política principal y p r i m a -
riamente es propio de ella m i s m a ; y por consecuencia
también la facultad de legislar ó sea la autoridad.
L u e g o esta autoridad pertenece primaria y princi-
palmente al cuerpo de la nación, lo m i s m o que el
derecho de ordenarse á su propio fin.
343.—3. L a sociedad h u m a n a es u n a fiel semejanza
0

del hombre físico; y p o r esta causa se llama persona


moral, así como el h o m b r e se dice persona física. E s
asi que todo hombre nace libre, y n i n g u n o es p o r
naturaleza esclavo de otro. L u e g o toda sociedad p o -
lítica nace también libre y dueña de sí m i s m a , y nin-
g u n a es p o r naturaleza subdita de nadie. Dice m u y
bien el P. Suárez: «Así como el h o m b r e , p o r el solo
hecho de ser criado y tener uso de razón, tiene potes-
tad sobre sí mismo, y sobre sus facultades, y sobre sus
m i e m b r o s para hacer uso de ellos, y bajo este aspecto
es naturalmente libre, esto es, no siervo sino señor de
sus acciones; de la m i s m a m a n e r a el cuerpo político
de los hombres, p o r el sólo hecho de ser producido á
su m o d o , tiene la potestad y el gobierno de sí m i s m o
y consiguientemente tiene potestad sobre sus m i e m -
bros y dominio peculiar sobre ellos (2).»

(1) S. Thom., Summ. Theol., 1 . 2. q. 90, art. 3. Vanamen-


te pretenden los adversarios hacer partidario de su opinión al
Angélico Doctor citando un texto suyo de sus Comentarios á los
Políticos de Aristóteles (Lect. I. in IPolit.); pues allí no se tra-
ta sino del proceso histórico en orden al modo de formarse las
sociedades civiles por la libre y espontánea voluntad de los hom-
bres. Véase lo que sobre esto mismo decimos más abajo (383).
( 2 ) «Sicut homo, eo ipso quo crea tur et habetusum rationisi
habet potestatem in se ipsum et ¡n suas facultates, et membra ad
eorum usum, et ea ratione est naturaliter líber, id est, non s e r -
— 233 —
344-—4-° F i n a l m e n t e , esta doctrina se demuestra
con el consentimiento c o m ú n de todos los Escolásti-
cos; los cuales, siguiendo las huellas de San A g u s t í n ,
de S a n Crisóstomo y de los d e m á s P a d r e s de la Igle-
sia, han convenido u n á n i m e m e n t e en admitirla como
cierta y evidente. Tan g r a n d e u n a n i m i d a d sobre una
cosa tan g r a v e como esta es imposible sino en la s u -
posición de que sea manifiestamente v e r d a d e r a la
doctrina de que v a m o s h a b l a n d o . Sólo los galicanos,
y los que experimentaron en Francia m á s ó menos el
influjo regalístico de L u i s XIV, quisieron oponerse á
ella, ó no la tuvieron por enteramente cierta. P o r
motivos análogos la m i r a n h o y dia con malos ojos
varios autores ilustres; á los cuales el t e m o r de las
perturbaciones políticas se la ha pintado como favo-
rable á las ideas revolucionarias, y les ha obligado á
defender la infundada opinión del protestante J a c o -
bo I. P e r o ni el regalismo de los unos, ni el miedo de
los otros deben ser parte para que abandonemos la
sólida, "cierta y segura doctrina de la antigüedad cris-
tiana, principalmente siendo falsos los cargos que se
hacen contra ella y de ningún valor los a r g u m e n t o s
con que se pretende atacarla (i).

vus, sed dominus suarum actionum; ita corpus politicum homi-


num, eo ipso quod suo modo producitur, habet potestatem et
régimen sui ipsius, et consequenterhabet etiam potestatem super
membra sua et peculiare dominium in illa (Suárez, de Legibus,
üb. 3. cap. 3, n. 6).»
(1) Sobre la imanimidad de los Escolásticos en esta parte pue-
de verse la obra del P. Costa-Rossetti intitulada: Instit. Ethicce
et fui-, nat. Parte IV, sect. II, § II, donde se muestra además
muy á la larga, la verdad de la doctrina por ellos profesada.
— 234-

PROPOSICION TERCERA.

Atendiendo el orden natural de las cosas, ninguna


persona particular tiene la soberanía política inme-
diatamente de Dios sino mediatamente y por
institución humana.

345.—Demostración.—Esta tesis es un corolario de


la anterior, y se d e m u e s t r a facilísimamente. E n efec-
to: aquella potestad se dice recibir inmediatamente
de Dios, que viene á alguno ó por la sola voluntad de
Dios, ó en v i r t u d de la sola razón n a t u r a l , ó merced
á la institución divina. E s así que ningún particular
recibe de Dios la potestad política en esta f o r m a ,
según el orden natural de las cosas. P o r q u e la volun-
tad é institución divina no nos pueden constar sino
p o r medio de la revelación; y ésta sólo nos dice que
toda potestad legítima viene de Dios, sin Hablarnos
nada sobre si viene mediata ó inmediatamente. Y por
lo que hace á la razón natural, ya h e m o s visto en la
tesis anterior que ninguna desigualdad de cuantas
existen entre los h o m b r e s , determina segurí el Derecho
N a t u r a l á que, por la sola naturaleza de las cosas, se
convierta alguno de simple particular en soberano de
sus semejantes. L u e g o atendido etc.
346.—Sucede en esta materia lo m i s m o que en el
dominio de propiedad. Porque las cosas sobre que
versa este dominio, las ha dado Dios al h o m b r e p a r a
que viniesen, g e n e r a l m e n t e hablando, al dominio de
los particulares. Pero el dominio de cada una de ellas
en particular es cosa h u m a n a y debida á la libre v o -
luntad del hombre; pues el modo originario de adqui-
r i r dominio privado es la ocupación libre de la cosa
con ánimo de apropiársela. Así aquí también: la sobe-
— 235 —
ranía política considerada en general viene de Dios.
Pero el que este h o m b r e tengan tal potestad en tal
república determinada, viene de la institución h u m a -
na, ó sea de la voluntad de los hombres: los cuales,
;

p o r un consentimiento tácito ó e x p r e s o , han conve-


nido' en que sea él y no otro su posesor. P o r eso S a n t o
T o m á s dice m u y sabiamente que tanto la prelatura
política como el dominio privado han sido introducidos
por derecho humano (i).
347.—Á esto responden los a d v e r s a r i o s que los
h o m b r e s , al elegir á uno para soberano, no le confie-
ren la soberanía, sino que únicamente designan la
persona á quien se la confiere Dios por sí m i s m o .
Pero semejante réplica es de ningún valor. i.° P o r q u e
carece de todo fundamento y solo parece inventada
para declinar la fuerza de las razones aducidas por
los Escolásticos. 2.° P o r q u e la autoridad política, al
menos con prioridad de naturaleza, antes está en el
cuerpo político de la nación que en ninguna persona
determinada. P o r donde, al elegir á uno p a r a superior,
hacen algo m á s que designar la persona; pues le ceden
la soberanía, traspasándola en él y creando así en la
tal persona la posesión de la autoridad ó el derecho de
m a n d a r á la sociedad. Así como por el mero hecho de
ceder uno en favor de otro un derecho que le perte-
nece, le confiere realmente este derecho; así también
la sociedad, por el mero hecho de ceder en favor de
u n a persona determinada la posesión d é l a a u t o r i d a d ,
que por naturaleza le corresponde, le confiere en rea-
lidad esta posesión y crea en ella, no la autoridad p o -
lítica, sino el derecho de usarla con exclusión de los de-
mas. 3 . P o r q u e , como dice sabiamente S u á r e z respon-
0

dí) «Dominium et preelatlo introducta sunt ex jure humano


(S. Thómas, Summ. Theolog. 2. 2. q. 10. art. 10).»
— 236^-
diendo á esta dificultad, «en los casos en que uno se
hace esclavo de otro ó una nación subdita de alguno
p o r su p r o p i a voluntad, no basta la designación de
la persona, ni la tal designación es separable de la do-
nación ó del contrato ó cuasicontrato h u m a n o , para
que tengan el efecto de conferir la potestad; porque
la sola razón natural no infiere la traslación de la p o -
testad de un h o m b r e á otro con la sola designación de
la persona, sin el consentimiento y eficacia de la v o -
luntad de aquel p o r quien debe ser trasladada ó con-
ferida la tal potestad (1).» 4. P o r q u e , si los hombres
0

no hicieran otra cosa que designar la persona, la


soberanía vendría s i e m p r e u n i f o r m e m e n t e con las
m i s m a s prerúgativas á todos los que comienzan á ser
soberanos. L o cual no sucede así; pues u n a persona la
adquiere con una limitación y otra con otra, ésta con
el derecho de trasmitirla á sus descendientes, y a q u e -
lla sin el tal derecho, etc. 5. F i n a l m e n t e , porque si
0

los particulares recibieran inmediatamente de Dios la


potestad de m a n d a r en la república y no p o r el inter-
medio de la nación y en virtud del acto con que ella
le confiere y traslada la autoridad, en n i n g u n a m a -
n e r a se p o d r í a decir que el príncipe, en tanto tiene
p o d e r para legislar, en cuanto que representa la
nación. P o r q u e en tal caso no seria representante de
la nación, sino de Dios solo. A h o r a bien, esto es falsí-
simo: p o r q u e como sabiamente enseña S a n t o T o m á s
y con él la generalidad de los doctores «el príncipe no
tiene potestad p a r a d a r leyes sino en cuanto represen-
ta la persona de la multitud (2).» E s verdad que el

(1) Suärez, Defens.-fidet, lib. 3, cap. 2, n. 17.


(2) «Princeps non habet potestatem eondendi legem, nisi in
quantum gcrit personam muhitudinis (S. Thomas, Summ.
:

Theol., 1 . 2 . q. 97, art. 3, ad 3." )»


m
— 237 —
príncipe tío es un m e r o vicario ó representante de la
nación, destituido de autoridad verdadera, á m a n e r a
de simple inspector ó alguacil; sino que es v e r d a d e r o
superior. P e r o la autoridad que tiene, la ha recibido
inmediatamente de la nación, a l a cual pertenece p o r
derecho n a t u r a l ; y por eso bajo ese sentido la ejerce
como v e r d a d e r o representante suyo.

PROPOSICIÓN CUARTA

La doctrina de los Escolásticos relativa al sujeto de la


autoridad política ni está fundada en una ficción, ni
es democrática, ni peligrosa, como falsamente
afirman ciertos autores modernos.

348.—Prueba de la 1." p.—1.° L a doctrina citada no


p a r t e de las ficciones a b s u r d a s , sobre que descansa
el contrato social de Rousseau (326). 2.° Ni afirma
tampoco que en s u s principios toda sociedad tiene,
durante algún tiempo, la autoridad difundida p o r
todo el cuerpo político y sin localizarla en alguna
persona determinada (325). A u n q u e si esto dijera, no
p o r eso podría afirmarse de ella que está fundada en
una ficción; porque no se sabe con certeza cómo han
comenzado las diversas sociedades; si bien es m u y
probable que m u c h a s de ellas desde su m i s m o p r i n -
cipio estuvieron regidas p o r un monarca. 3 . Ni es 0

una ficción, sino una verdad g r a n d í s i m a , el que el


vínculo de la justicia legal, propio del orden jurídico
y civil, sea esencialmente distinto de los vínculos per-
tenecientes á las otras virtudes; como no es u n a fic-
ción, sino una v e r d a d evidentísima, el que la justicia
legal se diferencia esencialmente de todos los d e m á s
géneros de justicia. 4. T a m p o c o es v e r d a d que la
0
— 238—
doctrina en cuestión esté totalmente fundada sobre
un vergonzoso p a r a l o g i s m o , en que se confunde el
orden abstracto con el concreto, y en que se conside-
ran los hombres como esencialmente iguales, sin to-
m a r s e p a r a nada en cuenta las desigualdades indivi-
duales, que en ellos produce la naturaleza. P o r q u e
los Escolásticos no toman al hombre en abstracto,
sino m u y en concreto.y haciéndose cargo de las des-
igualdades m e n c i o n a d a s ; sino que en las tales des-
igualdades no hallan razón suficiente p a r a reconocer
á ningún particular por soberano de un pueblo, in-
dependientemente de la institución h u m a n a ; en lo
cual discurren como v e r d a d e r o s sabios (333 y si-
guientes). 5. Ni llevan razón los susodichos autores,
0

al afirmar que la autoridad no depositada en a l g u n a


p e r s o n a determinada es u n a cosa abstracta. P o r q u e
no es abstracto sino m u y concreto el derecho á la
consecución del fin, que tiene el cuerpo político en sí
m i s m o por el solo hecho de existir; y por consiguiente
tampoco será abstracto sino m u y concreto el derecho
de o r d e n a r los m i e m b r o s á este fin, ó sea la autori-
dad política, la cual se halla contenida v i r t u a l m e n t e
en el derecho citado. 6.° Ni es m á s exacto lo que afir-
m a n , diciendo que la autoridad política existente en
u n a persona determinada es el principio formal de
la sociedad; de suerte que ella sea la que da la razón
de miembros sociales á las familias, y á toda la multi-
tud la razón de cuerpo social. P o r q u e y a hemos visto
m á s arriba (283 y siguientes) que el alma de la socie-
dad política no es la autoridad, sino la unión moral de
las familias, resultante de la voluntad general, con
que todas ellas se comprometen á tender o r d e n a d a -
mente y por consecuencia bajo la dirección de la au-
toridad á un m i s m o fin. En lo cual no hemos hecho
otra cosa que seguir al pie de la letra la enseñanza
— 239 —
de los Escolásticos (i). P o r lo cual, a u n q u e es v e r d a d
lo que escribe S u á r e z , diciendo que «sin gobernación
política ó sin orden á ella no se puede concebir un
cuerpo político (2);» pero esto no quiere decir que la
autoridad sea la esencia de la nación ó el principio
formal que da el ser de ciudadanos á los individuos;
sino lo que únicamente significa, es que la esencia de
la sociedad dice relación esencial á la autoridad como
á propiedad ó atributo e m a n a d o necesariamente de
ella. 7. Ni tiene finalmente nada de r e p u g n a n t e el
0

que la autoridad pertenezca p o r derecho n a t u r a l al


cuerpo de la nación; y sin e m b a r g o no pueda ser p o r
lo r e g u l a r convenientemente ejercida por la nación
m i s m a , sino siendo trasladada p.or ella á a l g u n a ó
algunas personas particulares. P o r q u e , en p r i m e r
l u g a r , la autoridad no la confiere Dios positivamente
á la nación, sino de una manera negativa p o r via de
natural resultancia. A d e m á s , la nación, absolutamen-
te hablando, puede usar p o r sí m i s m a de la autori-
d a d , sin cederla á los particulares, dando leyes que
estén obligados á g u a r d a r los ciudadanos. Sólo que
este modo de gobierno está lleno de dificultades; y
por lo tanto es m u y conveniente á la nación no u s a r
de él, sino ceder su derecho natural á a l g u n a persona
determinada, poniéndose bajo su obediencia. E n lo
cual no hay nada más r e p u g n a n t e que en lo que p r e -

( 1 ) «Secundo assero, dice Suárez, hanc potestatem (politi-


cam) non resultare in humana natura, doñee homines in un&m
communitatem perfectam congregentur et politice uhiantur.
Probatur; quia hasc potestas non est in singulis hominibus di-
visim sumptis, nec i a collectione vel multitudine eorum quasi
confuse, et sine ordine et unione membrorum in umim corpus.
Ergo prius est tale corpus politicum constituí, quam sit in ho-
minibus talis potestas. (Suárez, de Legibus, lib. 3, cap. 3, n. 6.)»
(2) Id. ibid., cap. 2, n. 4.
— 240 —
sentaría u n h o m b r e cualquiera; el cual, habiendo r e -
cibido de Dios la razoñ para q u e busque con ella lo
que m á s le conviene, usase de ella poniéndose b a j ó l a
obediencia de otro. Finalmente, el estado de la socie-
dad naciente es un estado rudimentario é imperfec-
to; y así no es estraño que la sociedad no pueda hacer
entonces mejor uso de su autoridad que el de cederla
á una persona bajo las condiciones, que tenga p o r
convenientes y que constituyen las bases fundamenta-
les de la república. Antes el suponer concedida p o r
Dios de esta m a n e r a transitoria la autoridad á la
nación es mucho m á s conforme á la naturaleza hu-
mana que el localizarla Dios mismo en alguna p e r s o -
na determinada. P o r q u e así ella m i s m a es la que dis-
pone de sí, constituyendo las leyes fundamentales y
dándose la forma de gobierno que le a g r a d e .
349.—Prueba de la 2 . p.—Para que la doctrina de
A

los Escolásticos fuera democrática, debería procla-


m a r la Democracia, ó sea la forma de gobierno en
que la nación entera es la que m a n d a y constituye las
leyes, como una forma estable y como la mejor de todas
las maneras de gobierno; á la cual por consiguiente
deben aspirar todos los hombres de la tierra. E s así
que la doctrina en cuestión hace todo lo contrario:
pues enseña que la Democracia es la m á s imperfecta
de todas las formas de gobierno, y q u e p o r lo m i s m o
la nación, lejos de p e r m a n e c e r en este estado i m p e r -
fecto y r u d i m e n t a r i o dado p o r la naturaleza, debe
p r o c u r a r salir cuanto antes de él, dándose con su
propia libertad otra forma m á s perfecta y a s p i r a r á
la Monarquía t e m p l a d a ; que es la que vence en p e r -
fección á todas las d e m á s formas de gobierno, L u e g o
la doctrina citada dista m u c h o de ser democrática.
350.—Prueba de la 3." p.—En tanto la han creido
peligrosa algunos m o d e r n o s , en cuanto q u e , en su
— 241 —
sentir, es semejante á la i m a g i n a d a por R o u s s e a u en
elcontrato social; favorable á la Democracia; yocasio-
nada á sediciones, con la facultad que, según ellos,
concede en ciertos casos de tiranía á los subditos,
para levantarse contra su legítimo soberano. E s así
que ninguna de estas acusaciones tiene fundamento
sólido. No la primera; porque la doctrina escolástica
es totalmente diversa del contrato social de Rousseau
(246, 326). No la segunda; p o r q u e la doctrina indicada
no es democrática, sino antes bien juzga s e r l a m e j o r
de todas las f o r m a s de gobierno la Monarquía. No es
ocasionada á sediciones: porque todo cuanto se puede
conceder al pueblo en a l g u n o s casos excepcionales
contra el tirano, en virtud del contrato con que le fué
entregada la soberanía, todo esto lo puede hacer en
virtud del derecho de defensa; el cual n o le viene de
contrato a l g u n o , sino del derecho á la vida concedido
por el A u t o r de la naturaleza. Así s u p o n g a m o s que
en algún caso raro es lícito á la nación levantarse
contra el tirano y deponerle, p o r q u e así lo pide la
naturaleza del contrato por el cual le entregó la so-
beranía. P u e s esto mismo le será lícito también por
derecho de defensa; porque el tal contrato no da en
esta parte á la nación m á s derecho para ponerse en
a r m a s contra su legítimo soberano, que el que le con-
cede la naturaleza p a r a defender su vida contra los
ataques de todo a g r e s o r injusto. P o r el contrario, si
el derecho natural de defensa no hace lícito en nin-
g ú n caso, por horrible que sea, al alzamiento contra
el tirano, tampoco lo hará la naturaleza del pacto, en
v i r t u d del cual posee el tirano la soberanía. L u e -
go la doctrina escolástica por esta parte no es m á s
favorable á la sedición, de lo que puede serlo la
de los m o d e r n o s , contra los cuales estamos c o m b a -
tiendo.
Etica especial. 16
— 242 —
35i-—Pero se dirá: i.° Con la doctrina escolástica
el soberano no p o d r á llamarse rey por la gracia de
Dios, sino rey por la gracia del pueblo. 2.° A d e m á s , no
h a b r á sino-un solo título, legítimo p a r a alcanzar la
soberanía, á saber; el consentimiento del pueblo.
3. Cuando el pueblo no puede negar la obediencia á
0

u n a persona sin pecar contra Dios, contra sí m i s m o


ó contra otros h o m b r e s , entonces á e s t a persona no le
viene del consentimiento del pueblo la soberanía, sino
de la providencia de Dios. 4 . L a obligación de obede-
0

cer á a l g u n o , y por lo mismo el derecho de m a n d a r


correlativo á esta obligación, m u c h a s veces nace de
circunstancias inevitables; y p o r lo tanto no es el con-
sentimiento del pueblo el que confiere s i e m p r e la so-
beranía á los particulares.
352.—Respuesta.—A lo primero respondemos negan-
do rotundamente el aserto. i.° P o r q u e la a u t o r i d a d ,
donde quiera que esté, siempre viene de Dios al me-
nos remotamente. 2. P o r q u e Dios, como g o b e r n a d o r
0

de los h o m b r e s , tiene una providencia especial sobre


las autoridades h u m a n a s , sean r e y e s , senados de no-
bles, ó congresos de diputados; y p o r esta razón to-
das ellas se pueden llamar tales por la gracia de Dios,
aunque Dios no las produzca sino mediante el con-
sentimiento del pueblo.
A lo segundo se niega de la m i s m a m a n e r a el aser-
to; cuya falsedad q u e d a r á patentizada en su l u g a r ,
cuando t r a t e m o s de los títulos, por los cuales se pue-
de adquirir legítimamente la soberanía.
A lo tercero respondemos que los que así a r g u -
mentan, confunden torpemente la obligación de ca-
ridad y la de justicia conmutativa con la de justicia
legal. Esta última solamente es la que existe entre
los subditos y el soberano. P o r tanto, a u n q u e un
pueblo, p o r un caso s u m a m e n t e raro, que quizás ni
- 2 4 3 -
siquiera es posible, esté obligado con obligación de
caridad p a r a con Dios ó p a r a consigo m i s m o á po-
nerse bajo la obediencia de u n a persona; no por eso
tendrá ya esta persona la soberanía. L o único que
sucedería en tal caso, es que el pueblo tendrá obliga-
ción (moral y no de justicia) de conferir la soberanía á
aquella persona: la cual no a d q u i r i r á verdadero de-
recho de m a n d a r , hasta que el pueblo h a y a cumplido
con este deber. Y si el pueblo se niega á darle la obe-
diencia, pecará por el mal uso de su libertad; pero
no cometerá pecado de injusticia contra la tal per-
sona, porque á ella no le debe nada, sino á solo Dios.
A s i m i s m o , si un pueblo, con las injurias que ha co-
metido contra algún príncipe, se ha hecho digno de
que lo sujete á su dominio con las a r m a s ; estará obli-
g a d o con obligación de justicia conmutativa á reco-
nocerle como rey, cuando él con su libre voluntad
quiera indemnizarse en esta forma de los daños que
le han sido inferidos. Pero mientras no ponga este
acto de voluntad expresa, no será soberano s u y o ; y
por lo tanto no tendrá la tai soberanía porque el p u r o
orden de las cosas se la haya deparado, sino porque
el pueblo i n j u r i a d o r se la ha dado libremente de una
m a n e r a virtual, al injuriarle con sus acciones crimi-
• nales é injustas.
Á lo cuarto respondemos del mismo m o d o que á
lo tercero. L a s circunstancias á que se alude, podrán
hacer, si se quiere, moralmente necesario el consen-
timiento, en virtud del cual la nación confiera la
soberanía á alguna persona determinada. P e r o mien-
tras el pueblo no p o n g a este consentimiento, la tal
persona no tendrá verdadero derecho de m a n d a r l e .
Y así, a u n q u e el pueblo falte á la caridad para con
Dios ó p a r a consigo m i s m o , no usando bien del
derecho de elegir soberano; no cometerá por eso
— 2 4- 4

pecado de injusticia contra aquella persona. P o r q u e


á ella no le debe nada, sino á solo Dios. Pero es m u y
dudoso que se dé j a m á s tal género de circunstancias;
p o r q u e la necesidad de ponerse bajo la obediencia de
alguna persona determinada para salvar la r e p ú -
blica, no se presenta nunca á los h o m b r e s de tal
m a n e r a , que no vean otros medios probables para
conseguir legítimamente este m i s m o efecto.

- O
§ I V . — D I V E R S A S FORMAS D E GOBIERNO.

V^ 353-—Llámase forma de gobierno el modo estable


^ycon que es poseída y ejercida la autoridad política por
quien legítimamente la posee. E s t a s formas pueden ser
•/ simples ó mixtas. Son simples aquellas que no se com-
^ ponen de otras: y m i x t a s las que tienen la cualidad
<b/ contraria. E n t r e las simples se e n u m e r a n g e n e r a l -
/ mente la Monarquía, la Aristocracia y la Democracia;
según que la autoridad política resida en una sola
persona, llamada rey ó soberano, ó en un colegio de
nobles, ó en la colectividad de todos los ciudadanos.
L a Monarquía puede ser absoluta 6 templada. E s
absoluta cuando la persona jisica en que reside el
poder, lo posee plenamente y sin otras limitaciones que
las impuestas por la Ley Natural; a u n q u e para ejer-
cerlo, necesite de varios ministros y m a g i s t r a d o s , que
ejecuten sus órdenes y administren justicia en n o m -
bre suyo. E s p o r el contrario templada; cuando posee
el poder con alguna limitación mayor que la impuesta
por la Ley Natural; de forma que en a l g u n a s cosas
sus actos carecen de valor jurídico, si no llevan en si
la aprobación de los nobles ó del pueblo.
354.—La M o n a r q u í a templada, es una forma, no
simple, sino m i x t a , ó compuesta de la Monarquía y
de alguna de las otras dos formas simples restantes;
4—25—
según que, p a r a la validez de algunos actos suyos, se
requiera el consentimiento, ó de los nobles, ó del
pueblo, ó de entrambos. De la m i s m a m a n e r a , pode-
m o s i m a g i n a r que son absolutas ó templadas la A r i s -
tocracia y la Democracia; según que dominen solas
en un pueblo, ó se hallen limitadas por las otras, pero
conservando las principales partes. Así por ejemplo,
los Gobiernos representativos que hoy dia rigen en
casi todas las naciones de E u r o p a , son v e r d a d e r a s
Democracias templadas. P o r q u e , si bien entran en
ellas los tres elementos, m o n á r q u i c o , aristocrático y
democrático, pero el predominante es este último, y
los dos restantes no tienen otro objeto en realidad
que el de t e m p l a r su acción impetuosa y destructora.
355.—Llámase Gobierno representativo aquel á
cuya acción cooperan los representantes del pueblo ó
de sus diferentes clases, elegidos y diputados para
este objeto. E s t a clase de Gobiernos es propia de los
tiempos presentes. P u e s , a u n q u e en las antiguas
Cortes los diputados elegidos por las ciudades solían
representar al rey las necesidades, los deseos y los
derechos de sus electores; pero su elección no se
hacía e x p r e s a m e n t e para este efecto sino para tratar
en general los negocios del reino ó algún asunto par-
ticular sobre que deseaba consultarlos el monarca.
E n los tiempos presentes, después de la Revolución
francesa, los Gobiernos representativos se han gene-
ralizado así en América como en E u r o p a , entrando
en lugar de los antiguos, los cuales consistían en m o -
narquías m á s ó menos templadas.
356.—El Gobierno representativo puede ser parla-
mentario ó no parlamentario. E l parlamentario se com-
pone: i . ° D e Cortes deliberativas, las cuales deliberan
acerca de las leyes que han de ser impuestas á la
nación y las votan con ánimo de obligar á l o s c i u d a d a -
— 246 —
nos. Estas Cortes generalmente constan de dos cuer-
pos llamados Senado y Congreso, que representan la
aristocracia y el pueblo, y suelen tratar y votar los
m i s m o s asuntos en lugares separados. 2.° De un rey
que apruebe y.sancione las leyes votadas por las Cor-
tes; sin cuya aprobación y sanción no tengan ellas
fuerza obligatoria y no sean por lo tanto v e r d a d e r a s
leyes. 3. De ministros intermedios entre las Cortes y
0

el rey, los cuales forman el Consejo s u p r e m o del mo-


narca y asisten también á las Cortes, sirviendo por
lo tanto como de instrumentos destinados á contra-
balancear el influjo de los tres elementos d e m o c r á -
tico, aristocrático y r e g i o , y á hacer que se cumplan
p o r los ciudadanos las leyes provistas y a de su san-
ción conveniente. En el citado r é g i m e n , los ministros
deben proceder de la m a y o r í a del Congreso ó al m e -
nos ser designados por ella; son además responsables
de sus acciones á las Cortes; y deben hacer dimisión
de su c a r g o , cuando en a l g u n a cuestión g r a v e está
•contra ellos la m a y o r í a de los diputados. S i , en l u g a r
de tener esta dependencia de la m a y o r í a citada, los
elige el rey á su arbitrio y pretenden imponerse á los
diputados, siguiendo, y a la política de un partido, ya
la de otro, según las circunstancias del m o m e n t o ;
entonces resultan en las Cortes dos centros de acción
independientes; el de la m a y o r í a y el de los minis-
tros, dando origen á una forma de gobierno m u y
poco parlamentaria, llamada dualística por algunos.
F i n a l m e n t e , en el sistema parlamentario el rey es
inviolable y no responsable de las acciones de sus m i -
nistros, y tiene la facultad de disolver las Cortes,
cuando los ministros no están favorecidos por la m a -
yoría de los diputados. A u n q u e en esto de disolver
las Cortes debe ser sobrio; porque de lo contrario
con el excesivo uso de este derecho se impondría ó
—2 7—
4

pretendería p o r lo menos i m p o n e r s e á ellas y de esto


resultaría la f o r m a dualística sobredicha. .
357.—El Gobierno representativo no p a r l a m e n t a r i o
consta: i.° De u n rey dotado de potestad plena p a r a
reinar y g o b e r n a r ; de suerte que él sea quien forme
y sancione las leyes generalmente, después de haber
oido á los representantes del pueblo ó de sus clases,
y las h a g a cumplir por medio de sus subordinados.
2. De Cortes ó Cuerpos consultivos; los cuales estén
0

formados p o r diputados elegidos por el pueblo ó por


las diferentes clases de ciudadanos, p a r a que r e p r e -
senten al rey sus intereses, y legislen juntamente con
él en a l g u n a s materias de m a y o r importancia; de
m a n e r a que las leyes relativas á ellas no puedan tener
fuerza obligatoria sin su aprobaeion y consentimien-
to. E s t a s Cortes ó Cuerpos pueden reunirse con m a -
y o r ó m e n o r frecuencia; y hacer sus representaciones
al r e y , ora en público, ora en secreto; pero ordina-
r i a m e n t e y para la generalidad de las leyes no tienen
voto deliberativo, sino solo consultivo.
358.—Para declarar ahora la m a y o r ó menor p e r -
fección de todas estas formas de gobierno, es preciso
hacer distinción entre la perfección absoluta y la rela-
tiva. L a perfección absoluta de u n a forma de gobier-
no consiste en su aptitud intrínseca para conducir á
los h o m b r e s á la consecución del fin, p o r el cual se
hallan reunidos en sociedad. P o r el contrario la p e r -
fección relativa consiste en su aptitud intrínseca y na-
cida de circunstancias accidentales para conducir á los
hombres al fin dicho. P o r consiguiente, aquella for-
m a de gobierno vencerá en perfección absoluta á las
d e m á s , que tenga en sí m a y o r aptitud intrínseca
p a r a proporcionar á los hombres la felicidad social;
y aquella las sobrepujará en perfección relativa, que
en un caso dado y tratándose de un pueblo particular
— 248 —
y concreto, presente m á s .-ventajas que las otras
para conducirlo á su fin, no por razón de su estruc-
tura intrínseca, sino á causa de las condiciones espe-
ciales en que se encuentra dicho pueblo. Un ejemplo
para aclarar m á s esta idea. L a a r m a d u r a completa de
un g u e r r e r o es en sí un instrumento m á s apto que
la honda para pelear con el enemigo. Sin e m b a r g o ,
respecto del pastorcillo David la honda tenía m á s per-
fección relativa que la a r m a d u r a ; porque con ésta no
hubiera podido menearse por falta de costumbre, y
en el uso de aquella había adquirido una destreza
s u m a . P u e s esto m i s m o sucede con las formas de go-
bierno; las cuales no son en sí sino cierta clase de ins-
t r u m e n t o s , fabricados para conseguir con ellos la feli-
cidad de la república. Sean ahora las proposiciones
siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

Tratándose de un pueblo determinado, aquella forma de


gobierno es para él la más perfecta, que es legitima
y se adapta mejor á su índole, cultura, usos y
costumbres.

359.—Prueba de lai."p.—Si la forma de gobierno


es ilegítima, no puede menos de haber en la repúbli-
ca continuo peligro de g u e r r a s civiles, á causa de los
esfuerzos que han de hacer para destruirla los defen-
sores de la legitimidad. Ahora bien; una forma de
gobierno que de suyo trae á un pueblo peligro conti-
nuo de g u e r r a s civiles, lejos de ser la m á s perfecta
para él, ni siquiera es buena; porque es incapaz de
proporcionarle la parte principal del fin social, que
es la paz, orden y tranquilidad de la república. L u e -
g o , p a r a que una forma de gobierno pueda vencer en
• ' —249 —
perfección relativa á las d e m á s , debe s e r legítima y
estar fundada en justo derecho. A d e m á s , las f o r m a s
de gobierno son para hacer q u e reinen la justicia y el
orden en la república. A h o r a bien; m a l p o d r á conse-
g u i r que reinen la justicia y el orden en la sociedad,
quien está públicamente contra ellos con la introduc-
ción de u n a forma de gobierno contraria al derecho
y r e p r o b a d a p o r las eternas leyes del orden y de la
justicia. L u e g o es evidente que ni siquiera puede
tener perfección relativa la forma ilegítima.
360.—Prueba de la 2 . p.—La f o r m a de gobierno es
A

el instrumento de q u e se vale la república p a r a con-


seguir su fin. E s así q u e en el uso de los instrumen-
tos cada u n o debe echar m a n o , no del q u e sea en sí
m e j o r , sino del q u e mejor se acomode á sus condicio-
nes subjetivas de destreza y fuerza p a r a usarlo; pues
éste, y no aquél, será el q u e mejor le proporcione la
consecución del fin á que uno y otro están destinados.
L u e g o , hablándose de un pueblo determinado y con-
creto, debemos decir que aquella forma de gobierno
es la mejor- para él, q u e , sobre ser legítima, se adap-
ta mejor á sus condiciones subjetivas; cuales son la
índole especial, su g r a d o de c u l t u r a , sus hábitos y
costumbres, etc.
361.—COROLARIO.—Luego, si en algún caso es licito
y conviene cambiar la forma de gobierno en algún pue-
blo, este cambio debe ejecutarse despacio y con grandísi-
ma cautela. E n algunas circunstancias, en que nin-
g ú n particular se presenta con derecho p a r a m a n d a r
en la república; ó en que la persona ó personas, á
quienes pertenece este d e r e c h o , consientan con los
d e m á s ciudadanos en q u e se cambien las leyes fun-
damentales de la nación y se introduzca otra forma
de g o b i e r n o , se p o d r á llevar á cabo esta m u d a n z a
sin a g r a v i o de nadie. Pero para hacerla, es necesario
— 250 —
asegurarse p r i m e r o de su conveniencia; p o r q u e la
prudencia dicta q u e no se introduzcan innovaciones
en la sociedad sin utilidad manifiesta: y además esta
m u d a n z a se debe ejecutar con lentitud y m u c h o tien-
to; porque p a r a ello se deben m u d a r también los
usos y costumbres, y esto no puede practicarse salu-
dablemente en n i n g ú n pueblo de repente, sino con
m u c h a lentitud y s u m a cautela.

PROPOSICIÓN SEGUNDA ,

Entre las formas simples de gobierno la monarquía es


la más perfecta.

362.—Demostración.—1.° Aquella forma supera en


perfección absoluta á las demás, q u e tiene m a y o r
aptitud intrínseca para p r o p o r c i o n a r á los ciudada-
nos la paz y tranquilidad, en que consiste el fin prin-
cipal de la república. E s así que la Monarquía tiene
esta m a y o r aptitud respecto de las otras dos formas
simples, q u e son la Aristocracia y la Democracia.
P o r q u e , como a r g u m e n t a sabiamente S a n t o T o -
rnasol), la paz y tranquilidad de la república resul-
tan de la unión y concordia de los ánimos, p o r las
cuales la pluralidad de los ciudadanos se convierte
en unidad de república. Ahora bien, m u c h o m á s apto
para p r o d u c i r la unidad es lo que es de suyo u n o , ó
el m o n a r c a , q u e lo que no tiene sino unidad similitu-
dinaria, ó sea el cuerpo de gobernantes aristocráticos
ó democráticos. L u e g o la forma m o n á r q u i c a es en si
m á s perfecta q u e la aristocrática y la republicana.
363.—2. Cuando es uno el que gobierna la m u l t i -
0

t u d , la autoridad es m á s poderosa p a r a p r o m o v e r el

(1) S. Thomas, Summ. Theol., 1. p. q. 103, art. 3 .


— 251-
bien público y resistir á los elementos contrarios que
tienden á destruirlo ó disminuirlo. P o r q u e la auto-
ridad es una .fuerza; y toda fuerza es tanto más po-
derosa, cuanto se halla m á s concentrada y menos di-
vidida: y esta m a y o r concentración no se obtiene
sino en la Monarquía. P o r donde, aun en las m i s m a s
repúblicas, para llevar á cabo alguna empresa difícil,
siempre se recurre al gobierno de uno; y así el pueblo
r o m a n o , p a r a salvar la patria en los g r a n d e s a p u r o s ,
r e c u r r í a al nombramiento de un Dictador, que m a n -
dase como soberano. L u e g o etc. Así, consta p o r la
Historia que las m o n a r q u í a s son de más larga d u r a -
ción que las repúblicas; p o r q u e tienen mejor contex-
t u r a p a r a resistir á los elementos disolventes, tanto
internos como externos, uniendo más estrechamente
entre sí los ánimos de los ciudadanos, haciendo me-
nos frecuentes las discordias civiles, y dando m a y o r
fortaleza para rechazar á los enemigos extraños.
364.—2. Aquella forma de gobierno encierra más
0

perfección absoluta, que es m á s conforme á la natu-


raleza h u m a n a . E s así que esto se verifica en la Mo-
n a r q u í a ; p o r q u e en el hombre hay una razón que le
rige; en la familia una persona que m a n d a ; en todo
oficio y arte h u m a n o debe haber uno que rija, p a r a
que v a y a n bien las cosas; en todo el Mundo finalmente
los pueblos tienden por cierta especie de espontanei-
dad.á la Monarquía. L u e g o
3(35.—4. Aquella forma de gobierno es en sí la m á s
0

perfecta, que, considerados los defectos ordinarios de


los hombres, se halla rodeada de menos inconvenien-
tes que las otras. E s así que esto sucede con la M o - ,
narquía. E n efecto: los inconvenientes que se suelen
alegar contra la Monarquía son; i.° que con facilidad
puede ser el monarca un hombre i m p r u d e n t e , i n m o -
r a l , ó ignorante; 2. que los hombres suelen m i r a r
0
— 252 —
por sus propias comodidades m á s que por las ajenas;
y así el monarca dirigirá todo su gobierno á su bien
p r o p i o , convirtiéndose en tirano de la nación; 3 . que 0

á los h o m b r e s les gusta m á s m a n d a r que obedecer, y


por tanto se les hace violento el estado de perpetua
obediencia con la Monarquía; 4 . que por esta causa
0

los d e m á s ciudadanos tienen envidia al Monarca y


m u e v e n cismas y disensiones contra él en la repú-
blica. A h o r a bien; estos inconvenientes se hallan tam-
bién y m u c h o m á s aumentados en la Aristocracia y
en la Democracia. P o r q u e : i.° la i m p r u d e n c i a , la in-
m o r a l i d a d y la ignorancia son m á s fáciles de evitarse
en u n a persona destinada al m a n d o é instruida y
educada desde su infancia p a r a este efecto, que en
m u c h a s , destituidas generalmente de esta instrucción
y educación especial. 2. El m i r a r por las propias
0

'comodidades en el gobierno de los pueblos, es n a t u -


ralmente m á s propio de los que m a n d a n en las A r i s -
tocracias y en las Repúblicas, que de los Monarcas.
P o r q u e éstos deben ser personas s u m a m e n t e abasta-
das de bienes t e m p o r a l e s , y no deben necesitar de
enriquecerse p a r a ser h u m a n a m e n t e felices. P o r
donde lo único que pueden buscar, es el honor y la
gloria que les resulta de hacer bien á sus subditos,
p r o c u r a n d o el orden y la prosperidad de la república.
Al contrario; cuando son m u c h o s los que m a n d a n ,
no tienen esta abundancia de riquezas; y así, se sien-
ten naturalmente inclinados á u s a r del poder en be-
neficio propio, sacrificando á su utilidad p r i v a d a el
bien común de la nación. Tanto m á s , que m u c h o s de
ellos, p a r a subir al poder, habrían debido emplear
g r a n d e s s u m a s en g a n a r votos, y m u c h a s veces en
comprarlos con dinero. P o r donde, puestos en el
m a n d o , intentarán resarcir sus pérdidas, buscando
su bien propio á costa del bien común. 3 . E l m i s m o
0
— 253 —
a m o r de la libertad hace que los hombres a g u a n t e n
con m á s dificultad el i m p e r i o de m u c h o s q u e el de
uno solo, sobre todo cuando la Monarquía es heredi-
taria. P o r q u e , cuando son m u c h o s los que m a n d a n ,
se les hace á los ciudadanos m á s fácil el camino p a r a
subir al poder por medio de i n t r i g a s , sobornos y toda
suerte de acciones inmorales; y así, á todos se les
excita el apetito de m a n d a r ; y nadie quiere obedecer.
Mas cuando es uno solo el que m a n d a , y para siem-
pre, y con título de herencia; el apetito de escalar el
poder es generalmente nulo, y los ciudadanos obede-
cen con gusto al que ven revestido de g l o r i a y ocu-
pado de ordinario en labrar la felicidad de su pueblo.
4.° De aquí es, que en las Aristocracias y Repúblicas
la envidia es m u c h o m á s frecuente que en las Monar-
quías. P o r q u e en éstas el R e y es g e n e r a l m e n t e respe-
tado y querido de sus subditos; los cuales p o r poco
bien que se porte con ellos, lo m i r a n c u m o u n a espe-
cie de divinidad y lo veneran. Mas en las otras formas
de g o b i e r n o , los gobernantes son m i r a d o s frecuente-
mente con desprecio; p o r q u e son m á s pequeños y no
tienen, ni el expiendor, ni la magnificencia, ni la esta-
bilidad, ni las demás cualidades p r o p i a s de un M o -
narca. L u e g o etc.

PROPOSICIÓN TERCERA.

La Monarquía hereditaria es de suyo más útil á los


ciudadanos que la electiva, y la templada que la
simple.
366.—Prueba de la 1 * p.—La Monarquía heredita-
ria libra á la sociedad de los g r a n d e s disturbios y
disensiones, que suelen llevar consigo las electivas por
razón de los diversos pretendientes, que desean subir
al trono. L u e g o es m á s firme y estable que la electiva,
-254 —
y p o r lo tanto m á s conveniente á la república. E s v e r -
dad que con ella se corre el riesgo de tener p o r sobe-
ranos á P r i n c i p e s m e n o s aptos para g u i a r los nego-
cios del E s t a d o . Pero este inconveniente es menor que
el de las disensiones civiles en q u e abundan las Mo-
narquías electivas: fuera de q u e se evita en g r a n
m a n e r a , con la instrucción y educación que se da á
los Príncipes reales desde la infancia, y con los conse-
jeros q u e se les señalan, cuando suben al trono, p a r a
que oigan y mediten bien sus consejos antes de t o m a r
sus resoluciones.
367.—Prueba de la2.*p.—«Para la buena ordenación
de los Príncipes en alguna ciudad ó nación se debe
atender á dos cosas. L a primera es, q u e todos ten-
g a n alguna p a r t e en el principado: porque esto hace
que se conserve la paz del pueblo; y q u e todos a m e n
y g u a r d e n la tal ordenación, como escribe Aristóteles
en el segundo libro d é l o s Poliiicos, cap. 1. L a segunda
se refiere á las diversas especies de r é g i m e n , que son
el regio, el aristocrático, y el democrático. P o r donde la
m e j o r m a n e r a de arreglar la ordenación de los P r í n -
cipes en a l g u n a ciudad ó reino es, que por una p a r t e ,
h a y a uno á quien todos obedezcan, y debajo de él v a -
rios superiores subordinados; y p o r otra, todos los
ciudadanos tomen parte en el principado, en cuanto
que todos puedan ser elegidos para superiores y todos
puedan elegir á los otros. Y tal es la policía bien mez-
clada del reino, en cuanto que u n o solo es el q u e
preside; de la aristocracia, en cuanto que son muchos
los que m a n d a n ; y de la democracia, en cuanto q u e
los tales superiores son elegidos de entre los hombres
del pueblo y al pueblo pertenece elegirlos (1).»

( 1 ) «Respondeo dicendum, quod circa bonam ordinationem.


Principum in aliqua civitate vel gente, duo sunt attendenda.
•-255-
Á este h e r m o s o a r g u m e n t o del A n g é l i c o Doctor,
s e g ú n el cual es m á s conveniente la M o n a r q u í a tem-
plada q u e la p u r a p o r q u e es m á s a m a d a d é l o s c i u d a -
d a n o s á causa de la p a r t e m a y o r ó m e n o r que todos
ellos t o m a n en el g o b i e r n o , p o d e m o s a ñ a d i r otro p o r
p a r t e del m i s m o soberano. P o r q u e , con los elementos
aristocrático y d e m o c r á t i c o , q u e e n t r a n p a r a t e m p l a r
el r i g o r de la M o n a r q u í a , q u e d a r e s t r i n g i d o el p o d e r
del soberano en las cosas en que p u d i e r a a b u s a r ; y
sufre u n a cierta especie de presión m o r a l én el s e n t i -
do del bien, m e r c e d á las amonestaciones q u e le hacen
las Cortes, p a r a q u e reforme los a b u s o s , i n t r o d u z c a
m e j o r a s , y no viva e n t r e g a d o al ocio, d e j a n d o el c u i -
d a d o de la cosa pública en m a n o s de sus p r i v a d o s .
L u e g o etc.

Quorum unum est, ut omnes aliquam partem habeant in princí-


patu: per hoc enim conservatur pax populi, et omnes talem ordi-
nationem amant, et custodiunt, utdicitur in 2. PO/ÍÍ... Aliudest,
quod attenditur secundum speciem regiminis, vel ordinationis
principatuum: cujus cum sint diversas species, ut Philos. tradit
in 3. Polit.; prascipuee tamen sunt regnum, in quo unus prin-
cipatur secundum virtutem; et aristocratia, idest potestas opti-
morum, in qua aliqui pauci 'principantur secundum virtutem.
Unde optima ordinatio Principum est in aliqua civitate, vel reg-
num, in quo unus prssficitur secundum virtutem: qui omnibus
prsesit: et sub ipso sunt aliqui principantes secundum virtutem,
et tamen talis principatus ad omnes pertinet: turn quia ex om-
nibus eligi possunt, turn quia etiam ab omnibus eliguntur. Talis
vero est omnis politia bene coromixta ex regno in quantum unus
praaest; et aristocratia, in quantum multi principantur secundum
virtutem; et ex democratia, idest potestate populi, in quantum
ex popularibus possunt eligi Principes; et ad populum pertinet
electio Principum. ( S . Thomas, Summ. Theol. 1. 2. q. 105,
art. 1).»
— 256—

PROPOSICIÓN CUARTA.
*
La Monarquía templada con la representación de las
diferentes clases sociales es en si una excelente forma
de gobierno.

308.—Observación.—Tomamos esta proposición de


la obra del P . Costa-Rossetti (1); porque la hallamos
m u y conforme con nuestras ideas. Qué se entienda
a q u í p o r clases sociales, consta p o r lo q u e h e m o s
dicho al t r a t a r de la estructura orgánica de la socie-
d a d civil (278); donde h e m o s probado q u e las clases
sociales deben s e r v e r d a d e r a s corporaciones, y no sim-
ples agregados movidos inmediatamente p o r la auto-
ridad política.
369.—Demostración.—La representación menciona-
da: i.° ofrece u n a singular g a r a n t í a de unidad y efica-
cia en el r é g i m e n ; 2 . ilustra convenientemente la
0

inteligencia del soberano en lo que debe h a c e r p a r a


bien del E s t a d o ; 3 . m u e v e con suficiente energía la
0

v o l u n t a d del m i s m o , p a r a q u e ejecute lo q u e convie-


ne; 4. finalmente, aparta el peligro de abuso de la
0

potestad real, q u e existe en la M o n a r q u í a p u r a . E s


así q u e ninguna otra cosa se puede pedir en u n a
M o n a r q u í a , para q u e sea perfecta; p o r q u e con esto la
autoridad está siempre dirigida enérgicamente en el
sentido del bien social, en cuanto lo comporta la fla-
queza de la naturaleza h u m a n a . L u e g o la M o n a r q u í a
templada etc.
370.—Prueba de la í . p. de la menor.—Los diputa-
a

dos de las sobredichas clases no tienen poder de legis-


lar con el soberano sino en a l g u n a s materias d e

(1) Costa-Rossetti, Instit. Eíh. et Jur. nat., tb.es. 167.


- 2 5 7 -
m a y ó r importancia'; y por lo tanto su acción o r d i n a -
ria se limita á representar al soberano los intereses,
los deseos y las necesidades, tanto comunes á toda la
nación, como privativos de sus clases respectivas.
L u e g o su modo de representar no divide en partes la
autoridad política, sino que la deja entera con su u n i -
dad y eficacia en la persona del monarca; y p o r lo
tanto ofrece una garantía s i n g u l a r de unidad y efica-
cia en el g o b i e r n o .
371.—Prueba de la 2.* p. de la menor.—En el sistema
de representación mencionado, todos los diputados
juntos, ya por sí m i s m o s , y a p o r medio de u n a c o m i -
sión elegida por ellos p a r a este efecto, deben i n f o r m a r
al Monarca sobre los intereses, los deseos y las necesi-
dades comunes á todas las clases del reino, ó sea á la
nación entera; además los diputados de cada sección
deben informarle por separado sobre los intereses,
deseos y necesidades particulares de las clases por
ellos representada. E s así que la totalidad de ellos co-
nocerá perfectamente las necesidades y los intereses
comunes á toda la nación; y cada sección conocerá con
la misma perfección las necesidades y los intereses
particulares de la clase por ellos representada; pues
han de ser elegidos por los m i e m b r o s de esta m i s m a
clase. L u e g o el Monarca no podrá menos de conocer
con seguridad las necesidades y los intereses dichos;
y por consecuencia, el género de representación dicho
ilustra convenientemente al Monarca sobre lo que
conviene hacer en el reino p a r a el bien común de sus
vasallos.
372.—Prueba de la 3. p. de la menor.—Con el dere-
a

cho de representación sobredicho pueden obligar los


diputados al Monarca á que oiga lo que pide y de-
sea, la nación entera: con lo cual no puede menos de
ser fuertemente m o v i d a su voluntad regia á cumplir
Ética especial. 17
- 3 5 8 -
bien con él deber de soberano. A d e m á s , con el de-
recho de votar sobre a l g u n a s m a t e r i a s i m p o r t a n -
tes, q u e á todos ellos asiste, de f o r m a que las leyes
del Monarca relativas á ellas son nulas y de ningún
valor, si no llevan el sello de su consentimiento; p u e -
den mover eficazmente al R e y á q u e atienda á los
deseos justos del reino y de las clases particulares.
L u e g o el citado modo de representación m u e v e con
suficiente energía la voluntad del Monarca, p a r a q u e
ordene y m a n d e lo q u e conviene.
373.—Prueba de la 4 . p- de la menor.—Ya queda
a

evidenciada con lo dicho en el n ú m e r o anterior. P o r -


que si la voluntad del Monarca es eficazmente movi-
da en el sentido del bien con la representación de los
diputados; claro está q u e la tal representación i m p e -
d i r á que se extralimite el R e y en el u s o de la sobera-
nía. L u e g o , etc.

PROPOSICIÓN QUINTA.

El sistema parlamentario es una forma de gobierno


intrínsecamente imperfecta.

374.—Observación.—No negamos que el sistema r e -


presentativo p a r l a m e n t a r i o pueda ser, con respecto á
algún pueblo p a r t i c u l a r , m á s conveniente que las d e -
m a s f o r m a s de gobierno. P o r q u e puede suceder q u e
algún pueblo de tal m a n e r a se aficione á él, q u e no
Viva contento sino gobernado con esta forma i m p e r -
fecta; y en tal caso ella será la q u e goce de m á s p e r -
fección relativa con respecto á dicho pueblo. L o q u e
afirmamos pues en la tesis, se refiere á su perfección
absoluta é intrínseca.
375.—Prueba de la 1.° p.—1.° E n el referido sistema,
la autoridad política se halla dividida entre el S e n a d o ,
— 259 —
el Congreso, los Ministros del R e y y el R e y m i s -
m o . E s así que esto encierra una v e r d a d e r a imper-
fección intrínseca; porque así no puede menos de
entorpecerse la acción de la autoridad política, que se
halla fraccionada en diferentes sujetos, animados por
lo regular de afectos encontrados. L u e g o la citada
f o r m a de gobierno es intrínsecamente imperfecta.
376.—2. A d e m á s , los diputados son en el tal sis-
0

tema elegidos p a r a representar á las Cortes los inte-


reses, deseos y necesidades, no de alguna clase parti-
cular, sino de todas ellas; y sobre todo lo concerniente
á las diferentes clases de ciudadanos deben t r a t a r y
d a r su voto legislativo en las Cortes. E s así que en
esto hay también una imperfección g r a n d í s i m a . P o r -
que ni el pueblo tiene la ciencia suficiente para poder
elegir como conviene esta clase de diputados, que
sepan de todo cuanto hay que saber en la república;
ni los diputados, puestos y a en las Cortes, son capa-
ces de j u z g a r con tino sobre todas las materias qué
allí se discuten, por carecer de la ciencia conveniente.
A s í , sucede con m u c h í s i m a frecuencia que den su
voto muchos de ellos, sin saber sobre lo que votan y
sin m i r a r más que á sacar triunfantes á los de su
partido; sea esto útil ó nocivo á la nación, que con
sus votos representan. L u e g o etc.
377.—3. L a representación parlamentaria tiende
0

de suyo á dividir siempre m á s y m á s los ánimos de


los ciudadanos, con la división indefinida de partidos
á que da l u g a r , y con las nuevas elecciones de d i p u -
tados que deben hacerse á cada m o m e n t o , p o r los
cambios de ministerio que hacen necesaria la disolu-
ción de las Cortes. Con lo cual se introduce la divi-
sión, no sólo en el S e n a d o y en el Congreso, sino
también en las ciudades, en las villas, y hasta en las
m i s m a s aldeas. A h o r a bien; esta es.una imperfección
— 2Ó0 —
g r a n d í s i m a ; porque tiende de suyo á disolver la
unión social, rompiendo por completo los víncu-
los, con que están unidos entre sí los ciudadanos.
L u e g o , etc.
378.—4. E n el sistema citado, se debe reconocer al
0

pueblo el derecho de manifestar su voluntad, no sólo


p o r medio de los diputados en el P a r l a m e n t o , sino
también p o r medio de la prensa, de los discursos
pronunciados en público y de los memoriales presen-
tados á las Cortes. P o r q u e si al pueblo se le concede
el derecho de manifestar las cosas que le parecen
necesarias ó convenientes; no h a y razón p a r a que se
le pueda n e g a r modo a l g u n o , en que le sea posible
hacer esta manifestación, principalmente no p r e s e n -
tándosele otro camino pacífico que el de la prensa,
de los discursos públicos y de los memoriales, p a r a
indicar sus deseos, cuando están y a los diputados en
las Cortes. E s así que el tal derecho lleva consigo
inconvenientes g r a v í s i m o s : p o r q u e la voz pública se
puede falsear con facilidad, haciendo q u e no aparez-
can en ella las v e r d a d e r a s necesidades del pueblo
sino las falsas y fingidas, é intimidando con gritos y
amenazas á los diputados, p a r a q u e voten lo que
cuatro alborotadores y ambiciosos ocultos desean.
L u e g o , etc.
379.—5.° Con el sistema parlamentario no se p u e -
den obtener la a r m o n í a y eficacia en el gobierno, sin
que ó las Cortes se sometan á los Ministros del M o -
narca ó los Ministros á las Cortes. E s así que a m b a s
cosas encierran en sí g r a n d e s inconvenientes. L a
primera; y a porque, sometiéndose l a s Cortes á los
Ministros, dejan por esto mismo de ser representantes
de la nación; y a también porque, antes de someterse,
andarán en continuos conflictos con los Ministros. L o
cual, además de quitar su eficacia al gobierno,.hace
— 2ÓI —

que los Ministros empleen mil i n t r i g a s y torpes


manejos, no sólo para g a n a r s e á los diputados con-
trarios, sino también p a r a obtener mayoría en las
elecciones. Ciertamente, sin los tales manejos é intri-
g a s es imposible la producción de este hecho perenne-
mente observado en los pueblos regidos por el P a r -
l a m e n t a r i s m o , á saber; que en las elecciones siempre
saca m a y o r í a el Gobierno. La v e r d a d e r a m a y o r í a de
la nación no cambia con tanta facilidad como aparece
en las elecciones. L a segunda: porque la multitud de
partidos impide que ninguno de ellos pueda obtener
mayoría estable en las Cortes; y así, someter los Mi-
nistros al P a r l a m e n t o , equivale á a n d a r en una con-
tinua variación de Ministros, con p e r p e t u a s crisis,
caidas de Ministerios, disoluciones de Cortes, eleccio-
nes de diputados, etc., etc., sin tener otra cosa fija en
la nación que el perpetuo semillero de discordias
entre los ciudadanos, como la experiencia continua
de todos los dias nos lo está diciendo á cada momen-
to. L u e g o , etc.
380.—6.° F i n a l m e n t e , el sistema p a r l a m e n t a r i o , al
menos como se ejerce y profesa en la actualidad p o r
la generalidad de los pueblos, contiene en sí una
multitud de contradicciones g r a v í s i m a s . P o r q u e ,
p a r a hablar con las palabras del P. L i b e r a t o r e , el
P a r l a m e n t a r i s m o «dice que quiere conservar la p o -
testad regia, y la reduce á la nada con la siguiente
fórmula de Benjamin Constant: El Rey reina y no
gobierna. Quiere que sea inmoble y fijo el ejercicio de
la potestad ejecutiva, y por esta causa concede el R e y
la inviolabilidad: m a s lo hace s u m a m e n t e movible;
puesto que el R e y no puede m a n d a r cosa alguna sin
los Ministros, y éstos no tienen ni un solo m o m e n t o
s e g u r o . Concede al Príncipe la fuerza pública, ó sea
el ejército: y al instante se esfuerza p o r dividirla,
— 2Ó2 —

oponiéndole la milicia nacional. P r o c l a m a la libertad


de conciencia y de la razón; y sin e m b a r g o quita
enteramente á los p a d r e s la facultad de enseñar y
e d u c a r á sus hijos; y conculca los derechos de la
R e l i g i ó n . E n s e ñ a que la soberanía reside en el pueblo
y que el pueblo no hace uso de ella sino en la elec-
ción de diputados; y al m i s m o tiempo quita á la
m a y o r parte la facultad de votar, sirviéndose y a de
leyes, y a de amenazas p a r a ello. Introduce un meca-
nismo con el solo intento de que los derechos indivi-
duales posean g a r a n t í a cierta; y sin e m b a r g o , no h a y
derecho q u e p e r m a n e z c a s e g u r o , si así place á la
m a y o r í a , real ó ficticia. M a n d a tener reverencia á las
leyes y á la honestidad pública; y permite que a m b a s
sean pisoteadas con la libertad de imprenta y con el
libertinaje de los m a l v a d o s (i)».
3 8 1 . — N a d a diremos del L i b e r a l i s m o , con que en
todos los reinos y naciones está inficionado dicho sis-
t e m a , y con que c o r r o m p e los corazones y las inteli-
gencias de todos, llevando el veneno del escepticismo,
de la indiferencia religiosa, y de la inmoralidad con-
siguiente hasta los rincones m á s ocultos de la socie-
d a d . P o r q u e este vicio no es intrínseco al sistema
p a r l a m e n t a r i o ; y lo m i s m o se puede hallar en las
M o n a r q u í a s m á s absolutas, como se p r u e b a con la
regalística conducta de Carlos III, p a d r e y a m p a r o de
los liberales españoles del siglo p a s a d o .

(1) (Liberatore, Eth. et Jus nat. pars secunda, cap. III, n. 67,
resp. ad obj. ult.)
— 263 —

§ V . — D I V E R S O S T Í T U L O S CON QUE S E A D Q U I E R E LA
AUTORIDAD POLÍTICA.

382.—Entiéndese por título en esta materia el modo


legítimo de adquirir el derecho de mandar en la repú-
blica, ó de adquirir el dominio privado de la soberanía
política. Estos títulos ó m o d o s son de dos clases: los
unos son originarios y los otros derivativos. L o s ori-
ginarios son tres; á saber: i.° el consentimiemto tácito
y sucesivo de los h o m b r e s , que se van a g r u p a n d o poco
á poco, hasta que forman u n a sociedad perfecta; 2. el 0

consentimiento expreso y simultáneo de los ciudadanos


constituidos ya en forma de república; los cuales se
eligen voluntariamente un rey ó una determinada co-
lección de personas, á cuya obediencia se entregan
haciendo cesión en ellos de la soberanía; 3 . la victoria 0

en la guerra justa. L o s derivativos son: i.° la herencia


y la prescripción. Digamos de cada uno de ellos' algu-
nas breves p a l a b r a s .
383.—Sobre el consentimiento tácito y sucesivo y a
h e m o s visto m á s arriba (325) cómo la multiplicación
de familias procedentes de un m i s m o tronco ha po-
dido d a r , según S u á r e z , origen á la sociedad perfecta
constituyéndose las diferentes familias, á medida que
iban naciendo, bajo la autoridad del padre común de
todas ellas con ánimo de formar sociedad política y
de que él y sus sucesores fuesen los que poseyesen la
soberanía. Esta m i s m a doctrina enseña Aristóteles
en el libro primero de los Políticos, diciendo que así
fué como se formaron generalmente las sociedades en
los principios, p o r q u e esta m a n e r a es m u y conforme
al modo de o b r a r de la naturaleza h u m a n a . S a n t o
T o m á s , comentando á Aristóteles en la lección p r i -
m e r a de sus Comentarios á dicho libro, conviene con
el E s t a g i r i t a , pues no rechaza su doctrina.
— 264 —
E n éste l u g a r del S a n t o Doctor se quieren fundar
los defensores de la opinión moderna sobre el origen
de la autoridad política, para decir que S a n t o T o m á s
está con ellos y enseña la comunicación inmediata del
poder de los reyes, hecha por Dios sin el consenti-
miento de la nación. Nada m á s fútil, sin e m b a r g o ,
que este f u n d a m e n t o : pues tanto Aristóteles como el
Angélico Doctor no hablan en dicho l u g a r sino del
modo histórico con que se han f o r m a d o los pueblos.
P o r eso dice este segundo q u e , «porque toda casa está
r e g i d a p o r a l g u n o s u m a m e n t e a n t i g u o , cual es el p a -
d r e con respecto á los hijos, p o r esto sucede que todas
las familias vecinas y procedentes de un m i s m o tron-
co h a y a n tenido un régimen semejante (i)»; y añade
que «este régimen se p r o p a g ó de las casas y de los
barrios á las ciudades, p o r q u e los diversos barrios
son como u n a ciudad dispersa (2)». No afirma que los
derechos regios vengan al patriarca de la m i s m a na-
turaleza; sino lo que dice es, que las diversas familias
procedentes de un padre común se van colocando es-
p o n t á n e a m e n t e y p o r su propia voluntad bajo la auto-
ridad del que es m á s principal y notable en todas
ellas, á imitación de lo que pasa en la familia entre
los hijos y el p a d r e . P o r lo d e m á s cuál sea el sentir
del S a n t o Doctor en esta parte, bien claro consta por

(1) «Quia omnis domus regitur ab aliquo antiquissimo, sicut


a patrefamilia's reguntur filli. Et exinde contingit, quod etiam
tota vicinia, quae erat instituta ex consanguineis, regebatur
propter cognationem ab aliquo qui erat principalis in c o g n a t i -
ne, sicut civitas regitur a rege (S. Thom. tect. Un I. Politi-
um

co rum J.»
(2) «Ideo autem hoc regimen ä domibus et vicis processit ad
civitates, quia diversi vici sunt sicut civitas dispersa in diversas
partes (Id. ibid).»
— 265 —
lo que dejamos escrito m á s arriba. S a n t o T o m á s pen-
só, ni m á s ni m e n o s , lo m i s m o que pensaron antes
y después de él todos los Escolásticos.
384.—En cuanto al segundo modo originario, que
es la elección ó el consentimiento simultáneo, basta
decir con S u á r e z ( 1 ) que es m u y natural; y que, una
vez t r a s p a s a d a la autoridad á una ó v a r i a s personas
por medio de este consentimiento, y a no puede en
justicia la nación usar de esta autoridad, como si
fuera s u y a , despojando al soberano de los derechos
legítimamente adquiridos, ó disminuyéndolos, ó ne-
gándose á obedecerle en lo que m a n d a conforme á
derecho. P o r q u e esto sería violar g r a v e m e n t e un pre-
cepto de la Ley N a t u r a l , que m a n d a observar reli-
giosamente la fidelidad en los contratos y no quitar
á nadie lo que es s u y o .
385.—Por lo que hace al tercer m o d o , que es la vic-
toria en la g u e r r a justa, debemos observar que este
título en tanto será justo y legítimo, en cuanto el
vencedor tenga derecho para p o n e r bajo su sobera-
nía á los vencidos en compensación de las ofensas de
ellos recibidas. P o r q u e la fuerza física por sí sola no
es suficiente motivo para que el vencedor, por el
m i s m o derecho de la-naturaleza, se convierta en so-
berano de los vencidos (265). P o r tanto, quien da de-
recho en este caso al vencedor para hacerse soberano,
es la voluntad libre de los vencidos. P o r q u e , como
escribe S a n A g u s t í n , «en casi todas las naciones sonó
en cierto modo la voz de la naturaleza, de que prefie-
ren quedar s u b y u g a d o s á los vencedores antes que ser.
completamente aniquilados por ellos en la g u e r r a (2).»

(1) Suarez, Defens. Fidei, lib. -j, cap. 2, n. 19.


(2) «In ómnibus fere gentibus quodammodo vox natura; ista
personuit, ut subjugari victoribus mallent, quibus contigit vin-
— 266 —
386.—Con respecto al p r i m e r modo derivativo, es
preciso advertir que en la sucesión hereditaria el
hijo sucede al padre en el t i o n o en v i r t u d de la pri-
m e r a institución de la Monarquía, establecida así por
la nación, y no por la voluntad del p a d r e . P u e s ,
como nota m u y bien S u á r e z (1), «el p r i m o g é n i t o s u -
cede en el reino, a u n q u e el p a d r e . n o quiera; y p o r
esto el padre no hace otra cosa que presentar la p e r -
sona, á la cual sea trasferida su m i s m a potestad
regia en v i r t u d del p r i m e r contrato.» De lo cual se
infiere manifiestamente que el p a d r e , renunciando
al trono no puede privar á sus hijos del derecho de
reinar, con que vienen al m u n d o ; ora h a y a n nacido
y a , cuando hace la renuncia, ora no. P o r q u e este
derecho no les viene de la voluntad del p a d r e , sino
del p r i m e r contrato celebrado entre la nación y a l g u -
no de sus antepasados: el cual debe seguir siempre
firme y estable, m i e n t r a s la nación no convenga en
otra cosa con el legítimo posesor de la corona.
387.—Finalmente, en orden á la prescripción, se
hace necesario advertir que no viene de la m i s m a na-
turaleza, como algunos han pensado equivocadamen-
te, sino de la voluntad de la nación; la cual implíci-
tamente la h a establecido, para bien suyo propio,
con respecto á aquellos casos en que es posible ad-
quirir p o r medio de ella el derecho de m a n d a r . L a
prescripción, como escribe el Cardenal de L u g o , es
u n a excepción perentoria, que recibe su fuerza del
tiempo y de las demás condiciones determinadas p o r
la ley (2). Y si toda su fuerza le viene de la ley posi-

ci, quam bellica omnifaria vastatione deieri (S. August. De


Civit. Dei, üb. 18, cap. 2).»
(1) Suärez, l. cit.
(2) Preescriptio seu usucapio est exceptio peremptoria cx
— 267 —
tiva, claro está que nunca puede existir con sola la
L e y Natural.
L o s casos en que puede uno adquirir legítima-
mente el derecho de m a n d a r en la república p o r
medio de la prescripción, tienen lugar, cuando p o r
efecto de u n a revolución ó de una invasión injusta,
es echado de su trono el soberano legítimo y se colo-
ca en su l u g a r otro ilegítimo. Entonces, con el proce-
so del tiempo, puede suceder que el rey legítimo
pierda su derecho á la corona, por hallarse este dere-
cho en colisión con otro m á s fuerte de la nación; cual
es el que tiene toda sociedad política de no ser desga-
rrada con g u e r r a s civiles y g r a n d e s disturbios, por-
que el legítimo soberano entre en posesión del m a n -
do. L a autoridad política en tales casos vuelve á su
sujeto natural, que es la nación: pero ésta implícita-
mente la traslada al que á la sazón se halla ejercien-
do las funciones propias de la soberanía y á quien
trata y a ella como á su legítimo superior. P a r a esto
se ha debido p a s a r un tiempo bastante notable; por-
que sólo así puede suceder que los legítimos herede-
ros del trono se encuentren y a desposeídos de su
derecho, por hallarse éste en colisión con el otro
m á s poderoso de la nación ya mencionado. C u á n d o
tengan l u g a r en cada reino la cesación de este dere-
cho y la prescripción á ella consiguiente, es cosa que
no se puede d e t e r m i n a r a priori. Los sabios son los
que deben decidir la cuestión y declarar en cada caso
p a r t i c u l a r si han llegado ó no las cosas á tales t é r m i -
nos, que y a el legítimo soberano esté obligado á r e -
nunciar á la soberanía.

tempore et aliis conditionibus lege definitis vim habens (Lugo,


De Just, et Jur. disp. 7, sect. 1, n. 3).
ARTÍCULO III.

Funciones de la autoridad política.

388.—Llámanse funciones de la autoridad política


las diversas clases de acciones que puede y debe ejercer
en la sociedad para ordenarla y dirigirla á su fin propio.
E s t a s clases podemos decir que son tres, á saber: ac-
ciones legislativas, acciones ejecutivas y acciones judi-
ciales. P o r q u e todas las acciones que en virtud de la
autoridad política puede ejercer un superior en la re-
pública, se reducen ó á dictar leyes que sirvan de
norma á los ciudadanos en la prosecución del bien
c o m ú n , ó á cuidar de la ejecución y observancia de
estas leyes, ó finalmente á ventilar los litigios que se
pueden ofrecer en su aplicación á los casos prácticos,
imponiendo el castigo conveniente á los que las infrin-
jan. S e g ú n esto, podemos considerar la autoridad
como potestad legislativa, como potestad ejecutiva y
como potestad judicial; y así trataremos de cada una
de estas tres potestades en párrafo separado.

§ I.—POTESTAD LEGISLATIVA.

389.—La potestad legislativa es la parte m á s prin-


cipal de la autoridad política; y así p a r a conocer cuál
sea la forma de gobierno que rige en una nación,
basta m i r a r en dónde se encuentra la facultad de
dictar leyes á los ciudadanos. L a ley, como lo deja-
mos y a observado en la p r i m e r a parte de este tratado
con S a n t o T o m á s (E. 207), es una ordenación de la
razón al bien común, promulgada por el que tiene el
cuidado de la comuninidad. S e g ú n esto, el dictar ó d a r
leyes, como escribe también el mismo Santo Doctor,
2Ó9—
pertenece, ó á toda la multitud, ó á la persona pública
que tiene el cuidado de ella; puesto que, asi en el ser
social como en t o á o s l o s d e m á s , el ordenar al fin co-
rresponde á aquel de quien es propio estefin(1).
P a r a adquirir un conocimiento conveniente de la
potestad citada, basta considerar la naturaleza de la
ley civil, s u s propiedades, sus efectos, y finalmente la
materia sobre que versa. Á este fin asentaremos las
proposiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La ley civil no es la misma ley natural más desarrollada


y aplicada á alguna materia particular, sino una
ordenación formalmente humana y sólo radi-
calmente divina.

390.—Prueba de la i." p.—La ley civil se diferencia


intrínsecamente de la L e y Natural por razón de su
origen, de su naturaleza, de su sujeto y de su fin. Por
razón de su origen: porque la L e y N a t u r a l recibe i n -
mediatamente su origen de la voluntad de Dios, autor
de la naturaleza; y la ley civil, de la voluntad del
h o m b r e , superior de la sociedad política. Por razón
de su naturaleza: p o r q u e la L e y Natural versa sobre
las cosas intrínsecamente buenas ó malas, y es p o r lo
tanto absoluta é inmutable: m a s la ley civil versa
sobre cosas indiferentes y está sujeta p o r lo tanto á
todas las variaciones h u m a n a s , pudiendo convertirse
con el tiempo de útil y obligatoria en inútil y no obli-
gatoria. Por razón del sujeto: porque el sujeto de la
L e y Natural, ó sea la persona á quien ella obliga, es

(1) S. Tomas, Summ. Tkeol., 1. 2. q. 90, art. 3 ,


-—270 —
el h o m b r e , en cuanto individuo racional; m a s el de l a
ley civil es el h o m b r e , en cuanto miembro de la socie-
dad política. Por razón del fin: p o r q u e el fin á que m i r a
directamente la L e y Natural, es la felicidad espiritual
y eterna de los individuos h u m a n o s ; mientras que el
de la ley civil es la felicidad terrena y material de la
sociedad política. A h o r a bien; dos leyes que se dife-
rencian entre sí en esta forma, son esencialmente
diversas. L u e g o la ley civil no es la m i s m a L e y N a -
tural m á s desenvuelta y aplicada.
E s v e r d a d que la ley civil, p a r a ser ley v e r d a d e r a ,
debe ser conforme á la Ley Natural p o r razón de las
propiedades de que debe estar a d o r n a d a . P e r o esta
conformidad no basta, para que la consideremos como
identificada con la m i s m a L e y Natural aplicada á los
diferentes casos, porque la L e y Natural, aun aplicada
de este m o d o , siempre versa sobre cosas intrínseca-
mente honestas ó inhonestas; lo cual no sucede con
la ley civil.
• 391.—Prueba de la 2.* p.—El autor inmediato de la
ley civil no es Dios, sino el h o m b r e . E s así que todo
efecto corresponde á la causa p o r que es producido.
L u e g o la ley civil es u n a ley formalmente h u m a n a .
Ni vale decir contra esto que el h o m b r e m a n d a
con la autoridad recibida de Dios. P o r q u e también
p r o d u c e los efectos físicos con la virtud de c a u s a r r e -
cibida de Dios; y sin e m b a r g o no por'eso se dice q u e
estos efectos sean formalmente divinos.
392.—Prueba de la y* p.—La autoridad con q u e
m a n d a el superior h u m a n o , es una fuerza moral ori-
ginariamente divina (307). L u e g o la obligación pro-
ducida p o r él es radicalmente jdivina. P o r esto tie-
ne su último fundamento en Dios; el cual, por medio
de la L e y Natural, m a n d a g u a r d a r lo legítimamente
estatuido por las autoridades h u m a n a s (E. 2 1 7 ) .
PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La mejor manera de dictar leyeses darlas por escrito;


pero no es de esencia de la ley civil el que sea dada
en esta forma.
393.—Prueba de la 1p.—Las leyes deben ser fijas
y estables; y p a r a esto es un medio m u y bueno la
escritura. A d e m á s , m u c h a s veces es necesario consi-
d e r a r las palabras p r o p i a s y formales, en que ha sido
dada la ley; y esto se puede obtener facilísimamente,
teniéndola escrita. Finalmente, en .todos los pueblos
civilizados las leyes se dan siempre por escrito; lo
cual p r u e b a que este es un medio aptísimo p a r a ha-
cerlas c u m p l i r . L u e g o el m e j o r modo de dictar leyes
es darlas por escrito.
394.—Prueba de la 2." p.—Las razones aducidas en
favor de la escritura sólo prueban que este es un m e -
dio convenientísimo, para que sea conocido con se-
g u r i d a d y perseverancia el precepto del superior;
pero no que sea un medio absolutamente necesario
p a r a este efecto. P o r q u e el superior puede d a r su
precepto de viva voz en términos breves y claros; de
forma que pueda ser publicado fácilmente de viva
voz en los m i s m o s términos y conservado siempre
vivo y fresco en la sociedad por medio de la tradición
oral. L u e g o la escritura no es de esencia de la ley
c-ivil; sino que, absolutamente hablando, puede una
ley ser ley v e r d a d e r a , a u n q u e no h a y a sido dada p o r
escrito (1).

(t) Suárez, deLegibus, lib. 3, cap. 1 5 , n. 6.


PROPOSICIÓN TERCERA.

La ley civil no puede mandar actos intrínsecamente


malos, ni contrarios á lo mandado por Dios con
algún precepto positivo.
395.—Prueba de la i."p.—Los actos intrínsecamente
m a l o s están prohibidos p o r Dios p o r medio de la L e y
N a t u r a l siempre y para siempre (E. 247). E s así q u e
lo prohibido p o r Dios siempre y para siempre no
p u e d e ser legítimamente m a n d a d o p o r ningún s u p e -
r i o r h u m a n o ; p o r q u e s i e m p r e y en todos los m o m e n -
tos es ilícito hacerlo. L u e g o la ley civil no p u e d e
m a n d a r lo intrínsecamente malo.
396.—Prueba de la 2." p.—La ley de u n superior su-
balterno es n u l a , cuando v a contra el precepto claro
y expreso del superior p r i m e r o ; p o r q u e éste no p u e -
de aprobar p o r medio de sus subordinados lo q u e ex-
p r e s a m e n t e reprueba p o r sí m i s m o . E s así q u e todo
legislador h u m a n o es u n legislador subalterno res-
pecto del L e g i s l a d o r divino. L u e g o , cuando éste h a
manifestado su voluntad á los h o m b r e s p o r medio de
algún precepto positivo; las leyes h u m a n a s , q u e v a n
contra este precepto, son completamente nulas. P o r
esta causa decían sabiamente los Apóstoles a l a s auto-
ridades civiles del pueblo hebreo. Es preciso obedecer
antes á Dios que á los hombres (2) Y esto es también lo
que repiten hoy dia á los gobernantes incrédulos los
buenos cristianos.
397.—COROLARIO.—Luego es abiertamente falsa la
doctrina de los Maquiavelistas relativa al objeto de la

(2) «Obedlre oportet Deo magis quam hominibus (Act.


V, 29).»
— 273 —
ley civil. Estos falsos políticos pretenden con Maquia-
velo, su m a e s t r o , que la ley civil debe prescindir p o r
completo de la honestidad ó inhonestidad y atender
tan sólo á la utilidad temporal del E s t a d o , sea hones-
ta ó inhonesta. Contra esta p e r v e r s í s i m a doctrina va
dirigido lo que hemos probado en la presente tesis;
según la cual n i n g u n a cosa m a l a puede ser m a n d a d a
p o r la ley civil, y p o r lo tanto el objeto de toda ley
h u m a n a debe ser alguna cosa, positiva ó negativa-
mente honesta (i).

PROPOSICIÓN CUARTA.

La ley civil puede mandar cosas rectas en materia de


todas las virtudes morales y prohibir los vicios á
ellas contrarios, en cuanto convenga el bien
común de la república.

398.—Prueba de la i." p.—El fin de la ley civil es


hacer á los hombres políticamente virtuosos, p o r q u e
sin las virtudes "políticas es imposible que los h o m -
bres tiendan ordenadamente al bien social de u n a
m a n e r a estable y constante (E. 2 1 0 ) . E s así que las
v i r t u d e s políticas se extienden á toda clase de actos
morales externos; y no pueden ser engendradas por
la ley civil, sino en cuanto que ésta impera á los ciu-
dadanos la práctica de los tales actos. L u e g o la ley
civil puede m a n d a r cosas rectas en materia de todas
las virtudes morales y prohibir los vicios á ellas con-
trarios.

(1) Véase sobre esto el P. Suárez, de Legibus, lib. 3, c. 1 2 ,


n . 2 y siguientes.
Etica especial. 18
— 274 —
P o r esto dice Aristóteles (i) que «las leyes civiles
versan sobre todas las cosas honestas, en cuanto lo
pide el bien común;» y añade que «la ley manda lo
que atañe á la fortaleza, como es no a b a n d o n a r el
l u g a r en el campo de batalla, no huir ni dejar las
a r m a s ; lo relativo á la templanza, v. g r . no cometer
adulterios, ni otras acciones semejantes; lo pertene-
ciente á la m a n s e d u m b r e , como p o r ejemplo no herir
á nadie, ni meterse en contiendas, y así de las d e m á s
virtudes.» Y Platón en el libro primero de las leyes se
expresa en términos equivalentes, distinguiendo dos
órdenes de bienes, unos divinos y suministrados p o r
las cuatro virtudes cardinales, y otros h u m a n o s con-
sistentes en los bienes materiales; y diciendo que el
legislador en sus leyes debe preferir los p r i m e r o s á los
segundos.
399.—COROLARIO.—Luego la ley civil puede prohibir
los actos externos contrarios á la Religión Natural. E s
evidente. P o r q u e los tales actos son contrarios á la
virtud moral de la Religión y sobremanera perjudi-
ciales al bien común de la sociedad política. E n efecto:
los actos contrarios á la Religión Natural, cuales son
la negación de la existencia de Dios ó de su providen-
cia, la de la espiritualidad, inmortalidad y libertad
del a l m a , la blasfemia contra Dios, etc., etc., socavan
abiertamente los fundamentos d é l a moralidad, hacen
p e r d e r el respeto que se debe á las leyes y á los magis-
trados, y tienden á p r o d u c i r discordias civiles irritan-
do á los buenos contra los que ejecutan tales actos.
L u e g o etc.
400.—Prueba de la 2 . p.—La ley civil no puede
a

m a n d a r todos los actos de todas las virtudes morales,


ni prohibir todos los vicios á ellas contrarios; sino que

(1) Aristot. 5. Ethic, cap. 1.


— ¿ 7 5 -
en todos sus mandatos y prohibiciones debe estar r e -
g u l a d a p o r el bien social. P o r q u e , como escribe sa-
biamente Suárez. á este propósito (i), la ley h u m a n a
debe ser moderada y atemperarse á la naturaleza
h u m a n a , no mandando sino lo que es m o r a l m e n t e
posible a l a generalidad de los ciudadanos, ni prohi-
biendo sino aquellos vicios que dañan notablemente
al bien c o m ú n , el cual debe ser la regla y medida de
to'dos sus actos- L u e g o , etc.

PROPOSICIÓN QUINTA.

La ley civil no puede mandar directamente acto alguno


interno; pero puede imperar de una manera indirecta
todos los actos internos que sean necesarios para
la posición de los externos.

401.—Prueba de la 1 . " p.—La. potestad legislativa


h u m a n a no está ordenada de suyo sino á la paz e x -
terior y á la felicidad material de los ciudadanos. E s
así que para esto nada i m p o r t a n los actos p u r a m e n t e
internos que de n i n g u n a m a n e r a salen al exterior.
L u e g o estos actos no pertenecen al objeto propio y
directo de la facultad mencionada, y p o r lo tanto no
los puede m a n d a r la ley civil de u n a m a n e r a directa.
402.—Prueba de la 2 . p.—La ley civil no m a n d a
a

actos externos mecánicos sino humanos; p o r q u e m a n d a


á seres racionales, que deben ejecutar sus órdenes con
inteligencia y razón. E s así que los actos h u m a n o s
externos no pueden ser practicados sin el ejercicio de
algunos actos internos, que no salen por sí m i s m o s al
exterior, sino que se quedan en las potencias interio-
res, ó sea en la voluntad y en la inteligencia. L u e g o la

(1) Suárez, de Legibus, 3, cap. 1 2 , n. 1 . 1 - 1 2 .


—276 —
ley civil, al m a r d a r á los ciudadanos la posición de
algunos actos externos, les i m p e r a también de u n a
m a n e r a indirecta q u e produzcan todos aquellos actos
internos, q u e son necesarios p a r a la producción
h u m a n a de los externos. Así por ejemplo, si la ley
m a n d a cumplir lo prometido en un contrato justo,
poniendo la acción externa q u e es necesario p a r a
ello; por fuerza debe m a n d a r también de u n a m a n e r a
indirecta el acto interno de la inteligencia con q u e
pensemos en este cumplimiento, y el de la voluntad
con que q u e r a m o s interiormente p r o d u c i r la acción
dicha; porque sin estos dos actos interiores es i m p o -
sible ejercer la acción humana de cumplir lo p r o m e -
tido (1).

PROPOSICIÓN SEXTA.

La ley civil obliga en conciencia y produce su obligación


independientemente de la aceptación del pueblo.

403.—Prueba de la /. p.—La ley civil debe tener en


a

sí suficiente virtud p a r a m o v e r eficazmente al fin


social á los ciudadanos; puesto que para esto es esta-
blecida y á esto se ordena la autoridad política conce-
dida á la sociedad p o r el A u t o r de la naturaleza. E s
así que carecería de la virtud citada, si no quedara
obligada con ella la m i s m a conciencia de los c i u d a d a -
nos. Puesto que la r e g l a p r ó x i m a de las acciones
h u m a n a s es la conciencia; y por lo tanto n i n g u n a ley,
ni h u m a n a ni divina, puede ser regla eficaz de estas
acciones, si no penetra en la m i s m a conciencia; p r e -
sentándose en ella como obligatoria. L u e g o la ley civil
obliga en conciencia.

(1) Véase el P. Suárez, de Legibus, lib. 3, cap. 1 3 .


— 277 —
404-—Prueba de la 2 . p.—1.° L a ley civil, por sí
a

m i s m a y p o r su intrínseca v i r t u d , liga la conciencia


de los ciudadanos p o r el solo hecho de ser i n t i m a d a
por el superior. E s así q u e el pueblo, después que ha
cedido la a u t o r i d a d política á u n a persona p o n i é n d o -
se bajo su obediencia, y a no es dueño de sí m i s m o sino
verdadero subdito de aquella persona. L u e g o la ley
dada p o r ella obliga p o r sí m i s m a é independien-
temente de la voluntad del pueblo. 2. S i la ley no0

obligara sino dependientemente de la voluntad del


pueblo, no tendría éste otras obligaciones que las q u e
él m i s m o quisiese recibir. Con lo cual quedaría r e d u -
cida á un vano n o m b r e la a u t o r i d a d del superior:
pues no podría u r g i r la obediencia de sus leyes; sino
que debería presentárselas á los ciudadanos á manera
de consejos, para q u e las aceptasen, si quisiesen. M a s
esto es un a b s u r d o manifiesto. L u e g o etc.
405.—ESCOLIO.—Débese observar sin e m b a r g o que,
a u n q u e la aceptación del pueblo no es necesaria p a r a
el valor de la ley, lo es p a r a su estabilidad y firmeza.
L a razón es clara, p o r q u e si el pueblo no la acepta;
pecará ciertamente faltando á la obediencia ' debi-
da, cuando la ley tiene las condiciones necesarias
para que pueda y deba ser cumplida: pero con no
observarla 'por algún tiempo h a r á que caiga en desuso
y que el superior desista de su p r i m e r intento; con
lo cual dejará de ser y a ley v e r d a d e r a , p o r q u e y a
n a d i e pecará obrando contra ella.
—278—

PROPOSICIÓN SÉTIMA.

Las leyes civiles,para tener las condiciones deverdaderas


leyes, deben ser posibles, justas, útiles á la sociedad,
estables y promulgadas por el superior: y para
obrar como conviene, deben ser claras, bre-
ves, constantes, escritas y proporciona-
das á la naturaleza de los subditos.

406.—Demostración.—La p r i m e r a p a r t e la dejamos
demostrada al hablar de las condiciones de la ley en
general (E. 209). L a s e g u n d a p o r sí misma se d e m u e s -
tra. P o r q u e si no son claras, darán l u g a r á continuos
litigios: si no son breves, causarán molestia á los
ciudadanos: si no son constantes, no tendrán en su
favor la veneración de la a n t i g ü e d a d : si no son p r o -
porcionadas, caerán prontamente en desuso. L u e -
g o , etc.

§ II.—-POTESTAD E J E C U T I V A .

407.—Esta potestad tiene p o r objeto u r g i r la ejecu-


ción de las leyes decretadas p o r la potestad legislati-
v a , y forma p o r lo tanto u n a p a r t e de la autoridad
política. P o r q u e la autoridad en vano decretaría leyes
á los ciudadanos; si no tuviese en sí medios suficien-
tes para hacérselas cumplir, r e c u r r i e n d o , cuando es
preciso, á la fuerza. P a r a exponer en breves p a l a b r a s
y con la claridad debida lo perteneciente á esta m a t e -
ria, nos v a l d r e m o s de las proposiciones siguientes.
— 2 9-7

PR0P0S1CI0N PRIMERA.

La potestad ejecutiva debe serfiel,fuerte y prudente.

408.—Prueba de la 1.° p.—La potestad ejecutiva,


p a r a obrar en la debida forma, no se ha de a p a r t a r
un ápice de lo decretado en las leyes. P o r q u e de lo
contrario las leyes serian inútiles y toda la g o b e r n a -
ción práctica se reduciría á determinaciones arbitra-
rias del superior, que es el gobierno de los déspotas.
E s así que la fidelidad en cuestión consiste precisa-
mente en que el Gobierno no obre á su arbitrio sino
en conformidad con las leyes establecidas. L u e g o la
potestad ejecutiva debe ser fiel.
E s t o no quita, sin e m b a r g o , que el s u p r e m o g o -
bernante pueda dispensar de la ley en algunos casos
excepcionales y r a r o s , haciendo gracia á algún p a r t i -
cular, cuando lo juzgue conveniente p a r a el bien p ú -
blico ó parezcan exigirlo las circunstancias especiales
de la persona. P o r q u e la ley sólo m i r a á lo general y
á lo que o r d i n a r i a m e n t e debe hacerse.
409.—Prueba de la 2.*p.—Si la potestad ejecutiva
es floja ó carece de fortaleza en el u r g i r el cumpli-
miento de las leyes; éstas no podrán producir el efec-
to para el cual han sido hechas y serán poco menos
que inútiles. L u e g o es evidente que la tal potestad
debe ser fuerte y firme en llevar á cabo lo decretado
en las leyes.
410.—Prueba de la 3. p.—El superior en el gobier-
a

no debe juntar, en cuanto sea posible, la suavidad


con la fortaleza, sin declinar al extremo del rigor, ni
al de la flojedad. P o r q u e de lo contrario su adminis-
tración no será sabia, y los subditos violarán con fre-
cuencia las leyes, o r a por descuido y negligencia, o r a
— 280 —
p o r rabia y despecho; según propenda y se incline á
la flojedad ó al rigor en el gobierno. E s así q u e la
prudencia en cuestión consiste precisamente en p r o -
c u r a r j u n t a r lo m á s posible en el gobierno las dos
virtudes mencionadas. L u e g o , etc.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

El supremo gobernante tiene derecho para obligar á los


ciudadanos d la milicia, cuando no se presenta
suñciente número de reclutas para el ejército;
pero no le es licito apelar á este medio en
el caso contrario.

411.—Prueba de la 1* p.—El ejército es necesario


en la nación, y a para m a n t e n e r el orden interno i m -
poniendo saludable temor á los revoltosos, y a para
que se h a g a respetar de las d e m á s y no sea tratada
i n d i g n a m e n t e p o r ellas. P a r a lo cual no basta cual-
quiera clase de gente allegadiza; sino q u e se necesi-
tan soldados bien disciplinados y bien instruidos en
el arte de la g u e r r a . L u e g o , si no se presenta sufiente
n ú m e r o de reclutas q u e ingresen voluntariamente
en las filas y estén así dispuestos para servir con su
pericia militar á la patria en todas las necesidades
que ocurran, el s u p r e m o imperante puede obligar á
los ciudadanos p o r medio de levas ó quintas á pres-
tar este servicio al Estado. P o r q u e la sociedad tiene
derecho para conservarse y defenderse; y p o r consi-
g u i e n t e , puede obligar á los miembros á q u e presten
los servicios necesarios para esta su conservación y
defensa.
412.—Prueba de la 2.'p.—El Gobierno, obligando á
los ciudadanos á la milicia, v a contra los derechos
g r a v í s i m o s , personales y domésticos, q u e ellos tienen
— 28l —
de elegir la ocupación y el estado de vida q u e m á s les
a g r a d e , de a d q u i r i r bienes materiales p o r medio del
trabajo, de casarse, educar sus hijos, m i r a r p o r su
propia salud y no e x p o n e r l a á los peligros de la g u e -
r r a . E s así q u e no puede de ninguna m a n e r a ir con-
tra estos derechos tan s a g r a d o s sino obligado p o r la
necesidad de conservar la patria. L u e g o , habiendo
gente q u e p o r su voluntad se ofrezca á v i v i r en la m i -
licia, no es lícito al Gobierno echar levas ó quintas.
PorTa m i s m a causa, comete u n a g r a v e injusticia con-
tre los ciudadanos, si pide á la nación u n n ú m e r o
m a y o r que el q u e necesita p a r a los dos fines a r r i b a
indicados, con el objeto de sacar dinero por medio de
los q u e redimen la suerte de soldado. Si el Gobierno
necesita dinero; p a r a esto están los tributos, los cuales
son contribuciones distintas de la llamada contribu-
ción de sangre.

PROPOSICIÓN TERCERA.

El supremo gobernante tiene derecho para imponer


tributos á los ciudadanos, si la nación no posee bienes
raices suficientes para retribuir sus servicios á los
funcionarios públicos; pero estos tributos deben
ser necesarios, proporcionados á las necesidades
de la república y ajustados á las leyes
de la justicia distributiva.

413.—Prueba de la i. p.— E l s u p r e m o gobernante


&

no puede u r g i r p o r sí m i s m o la observancia de las


leyes en toda la nación; sino q u e necesita de agentes
subalternos, los cuales estén pensionados p o r el E s -
tado para este efecto, según la categoría de cada u n o .
P o r q u e nadie está obligado á emplear directa y ex-
p r e s a m e n t e sus facultades en servicio de la nación
— 282 —
sin retribución n i n g u n a ; y sin ella no habría gente
que quisiese t o m a r sobre sus h o m b r o s la m a y o r p a r t e
de los empleos públicos. Antes p a r a que los tales e m -
pleos estén bien servidos y no cometan fraudes y
tropelías los que los ocupan, conviene que éstos se
hallen bien retribuidos. L u e g o si la nación carece de
los bienes mencionados, es evidente que el s u p r e m o
gobernante tiene derecho á e x i g i r , por medio de tri-
butos pecuniarios, todo lo necesario para este objeto.
L o s tributos pueden ser directos ó indirectos: los pri-
m e r o s se imponen á las personas por los bienes que
poseen ó por la industria que ejercen; los segundos á
las mercancías que han de'consumirse, como al vino,
al p a n , á los g r a n o s , etc.
414.—Prueba déla 2 . p.—1.° Deben ser necesarios:
a

porque de lo contrario violaría el Gobierno g r a v e -


mente el derecho de propiedad, que cada uno tiene
sobre sus bienes. 2 . Deben ser proporcionados á las
0

necesidades de la república: porque, si el sacrificio que


se ha de exigir á los ciudadanos p o r medio de alguna
contribución es un m a l m a y o r que el que se preten-
de evitar con ella; la razón dicta que no se eche esta
contribución. Así por ejemplo; si para reponer al
Príncipe legítimo en su trono es necesario emplear
s u m a s e n o r m e s y la nación se halla bien regida y g o -
bernada p o r el intruso; no puede imponerse á los ciu-
dadanos la obligación de aprontar estas s u m a s : por-
que el derecho que ella tiene á la paz y tranquilidad,
prevalece sobre el del Príncipe legítimo á gobernarla.
3 . Deben ser ajustados á las leyes de la justicia distri-
0

butiva: p o r q u e en el repartimiento de las cargas y de


los honores está obligado en virtud de su oficio el so-
berano á g u a r d a r este género de justicia con sus sub-
ditos. Esta justicia quedará manifiestamente violada,
si en la imposición de los tributos indirectos se g r a -
—283 —
van también las m i s m a s cosas s u m a m e n t e necesarias
p a r a la vida. P o r q u e o b r a n d o de esta suerte d e s a p a -
recerá la proporción geométrica que debe reinar en
los impuestos, y á los pobres se les i m p o n d r á m u c h o
m a y o r c a r g a que á los ricos.

§ III. POTESTAD JUDICIAL.

4 1 5 . — L a potestad judicial puede ser considerada


con toda v e r d a d como una parte de la potestad ejecuti-
va; pues su objeto es aplicar las leyes d los casos parti-
culares, haciendo que sean cumplidas en la debida
f o r m a , lo cual es propio de la potestad dicha. P e r o
como esta m a n e r a de aplicación es diferente de la que
emplea la potestad mencionada; p o r eso se suele h a -
cer generalmente distinción entre una y otra, y en los
funcionarios públicos destinados á cada u n a de ellas
se requieren conocimientos diferentes. L a s acciones
propias de esta potestad son: i.° Decidir los pleitos y
contiendas, que puedan s u r g i r entre los ciudadanos
sobre los derechos de cada uno protegidos por las le-
yes; y 2. aplicar la debida pena á los malhechores, que
0

con sus crímenes se hayan hecho reos' de la justicia.


De a q u í las dos clases de juicios que emplea p a r a este
efecto; los juicios civiles y los juicios criminales. S o b r e
unos y otros v a m o s á h a b l a r en las proposiciones si-
guientes.
—284—

PROPOSICIÓN PRIMERA.

cAl supremo gabernante político corresponde, en virtud


de su cargo, administrar justicia, ora definiendo los
derechos sobre que disceptan los ciudadanos,
ora castigando los crímenes de los delin-
cuentes, aun con la misma pena de
muerte.

416.—Prueba de lai.'p.—Al s u p r e m o gobernante


político toca, en virtud de su oficio, poner orden y
armonía en los ciudadanos; p a r a q u e reine entre ellos
la p a z y tiendan todos a r m ó n i c a m e n t e al fin común de
la sociedad, q u e es la prosperidad pública; pues p a r a
este fin h a recibido la autoridad en la república. E s
asi q u e en las diferencias, que surgen á veces entre
los ciudadanos sobre los derechos de unos y otros, no
se puede establecer la paz y a r m o n í a sino definiendo
los derechos q u e á cada u n o corresponden según la
ley, en la m a t e r i a sobre que v e r s a la contienda. L u e g o
al s u p r e m o g o b e r n a n t e pertenece definir estos de-
rechos.
417.—Prueba de la 2 . p.—La autoridad supre-
a

ma tiene el derecho de castigar con penas sensi-


bles (E. 250) á los delincuentes: i.° P o r q u e sin este
castigo las leyes civiles estarían destituidas de con-
veniente sanción; y p o r lo tanto quedarían inutilizadas
p o r completo, siendo violadas i m p u n e m e n t e p o r los
m a l v a d o s . 2.° P o r q u e quien viola con su crimen el
derecho de algún ciudadano, p e r t u r b a el orden social
y se hace con esto digno de que este orden, represen-
tado p o r la autoridad política reaccione sobre él, i m -
poniéndole la pena proporcionada á su delito. P u e s ,
— 285 —
como escribe sabiamente S a n t o T o m á s (i), siendo el
pecado un acto desordenado, el q u e lo comete, obra
contra algún orden, el cual reacciona consiguiente-
mente contra él con el género de reacción q u e llama-
mos pena. P o r donde de los tres órdenes, individual,
social y divino, á q u e está sujeta la voluntad del ciu-
dadano y q u e viola él con su pecado, debe recibir su
conveniente castigo; del individual el remordimiento
de la conciencia, del social el dolor sensible tasado p o r
la ley del legislador político, del divino los padeci-
mintos que en esta vida ó en la otra le r e s e r v a el Cria-
d o r y Gobernador del Universo. 3 . F i n a l m e n t e , p o r -
0

que esta h a sido siempre la práctica constante de


todos los pueblos y naciones de la tierra: lo cual
indica q u e todo el género h u m a n o reconoce p o r ins-
tinto de la naturaleza esta facultad de castigar con
penas á los malhechores. E s así que.la s u p r e m a auto-
r i d a d política se halla en el s u p r e m o g o b e r n a n t e de.
la nación al m e n o s p o r v í a de ejercicio. L u e g o , al s u -
p r e m o gobernante le corresponde, en virtud de su
oficio, castigar con penas los crímenes de los delin-
cuentes.
418.—Prueba de la 3.* p.—La potestad de i m p o n e r
la pena capital á los delincuentes la niega en nuestros
dias A h r e n s con Reccaria y B e n t h a m ; á los cuales se
junta una g r a n d e turba del populacho literario, d i -
ciendo que la autoridad de este castigo no se c o m p a -
dece con la cultura de nuestro siglo, y q u e es p o r lo
tanto necesario abrogarlo. Pero la falsedad de esta
doctrina y la vanidad de las declamaciones, q u e en
l u g a r de a r g u m e n t o s aducen sus defensores p a r a pro-
barla, se evidencian claramente con las razones
siguientes.

(t) S. Thomas, Summa Theol. 1. 2. q. 87, art. 1.


— 386-
i." L a autoridad política puede legítimamente im-
poner á los culpados la pena proporcionada á sus de-
litos, según consta de lo que acabamos de probar en
la s e g u n d a parte de esta tesis. E s así que h a y deli-
tos dignos de la pena capital por razón de su especial
g r a v e d a d ; cuales son por ejemplo el homicidio v o -
l u n t a r i o , el asesinato cometido con s i n g u l a r crueldad
y ensañamiento, la traición á la patria de la cual re-
sultan á m u c h o s gravísimos daños, etc. L u e g o la au-
toridad citada puede i m p o n e r á ciertos delitos aun
la m i s m a pena de m u e r t e .
2.
A
E l A u t o r de la naturaleza ha debido d a r á cada
ser todos los medios que le son necesarios p a r a poder
alcanzar su fin; pues esto se lo exige su sapientísima
providencia, á la cual toca ordenar y dirigir conve-
nientemente todas las cosas criadas á sus peculiares
fines. E s así que,, sin el derecho de castigar con la pe-
„na de muerte ciertos delitos g r a v í s i m o s , no puede al-
canzar la sociedad su propio fin. P u e s este fin consiste
principalmente en la paz, s e g u r i d a d y tranquilidad
de los ciudadanos;, las cuales quedan p e r t u r b a d a s
desde el m o m e n t o en que conste á los m a l v a d o s que
p o r ninguno de sus delitos, p o r g r a n d e s y atroces que
sean, han de ser condenados á m u e r t e . L u e g o , etc.
3.
A
L o s bienes que el reo percibe de algunos deli-
tos, cuales son v. g r . una inmensa cantidad de r i q u e -
zas, la posesión de un trono alcanzada p o r medio de
u n a rebelión, etc., son tan g r a n d e s , que sólo el temor
de la pena capital puede r e t r a e r del deseo de come-
terlos á ciertos h o m b r e s desalmados. E s así que la so-
ciedad ha recibido de su divino A u t o r suficiente virtud
p a r a poder proteger y g u a r d a r estos bienes de toda
agresión injusta; porque de lo contrario no estaría
bien ordenada y este desorden debería atribuirse
al mismo Dios. L u e g o la sociedad tiene derecho
— 287 —
p a r a castigar los tales delitos con la pena sobre-
dicha.
4.
1
Hay ciertas leyes de que necesita absolutamen-
te la sociedad y cuya observancia no se puede conse-
g u i r eficazmente sino dándoles por sanción la pena
de m u e r t e ; cuales son v. g r . la que prohibe la violen-
ta usurpación de la autoridad política. L u e g o la so-
ciedad ha debido recibir de Dios el derecho de castigar
con la pena capital á los que osan q u e b r a n t a r l a s .
5.
a
Finalmente, «todas las partes se ordenan al
todo, como lo imperfecto á lo perfecto; y p o r esto cada
una de las partes es naturalmente por el todo. Y esta
es la causa de que sea laudable y saludablemente cor-
tado un m i e m b r o podrido, que lleva la corrupción á
los d e m á s , cuando la amputación es conveniente p a r a
la salud de todo el cuerpo. A h o r a bien; toda persona
particular c o m p a r a d a con la sociedad, está con ella
en la relación de parte al todo. L u e g o , si algún h o m -
bre es peligroso para la sociedad y tiende á su des-
trucción con algún pecado,- laudable y saludablemen-
te se le quita la vida, p a r a que se conserve el bien
común. P o r q u e , como dice S a n Pablo (I. Cor. V , 6),
un poco de levadura pone en fermentación á toda la
masa ( 1 ) » .

(1) «Omnis pars ordinatur ad totum, ut imperfectum ad per-


fectum. E t ideo omnis pars naturaliter est propter totum. E t
propter hoc videmus, quod si saluti totius corporis humani ex-
pédiât prœcisio alicujus membri, puta cum est putridum, vel
corrumptivum aliorum membrorum, laudabiliter, et salubriter
abscinditur. Quaslibet autem persona singularis comparatur ad
totam communitatem, sicut pars ad totum.
E t ideo, si aliquis homo sit periculosus communitati et cor-
ruptibles ipsius prof tir aliquod peccatum, laudabiliter et salu-
briter occiditur; ut bonum commune,conservetur. Modicum enim
— 288 —
4 9 — L o s que claman h o y dia contra esta pena lla-
I >

m á n d o l a cruel é indigna de la civilización,.presente,


en realidad son crueles con los ciudadanos pacíficos
y honestos; p o r q u e es género de crueldad c o m p a d e -
cerse de los m a l v a d o s de m a n e r a , que esta compasión
los a n i m e á quitar la vida sin n i n g ú n t e m o r á los
buenos.
Ni se diga que, p a r a a p a r t a r del mal á los hom-
bres, basta el t e m o r de la cárcel perpetua. P o r q u e
este mal generalmente es m i r a d o , y con razón, como
m u y inferior al de la pena capital; ya p o r q u e no pri-
v a , como la m u e r t e , de todos los bienes presentes;
y a porque siempre deja en el ánimo la esperanza de
que no será perpetuo en realidad, por razón de las
causas que hacen posible y probable el fin del encie-
rro antes que se acabe al preso la vida. P o r q u e todos
los h o m b r e s saben que la cárcel perpetua se puede
convertir en temporal, merced á un indulto del s u p r e -
mo i m p e r a n t e , ó sobornando á los carceleros con dine-
ro, ó aprovechándose el preso de la ocasión favorable
que se le presenta para la fuga, ó estallando una re-
volución que abra de p a r en p a r las p u e r t a s de las
cárceles, etc.
E n vano se dirá con A h r e n s que el fin de la pena
es la enmienda del reo. P o r q u e la e n m i e n d a del de-
lincuente no es el fin primario de la pena sino el
secundario; el cual por lo m i s m o no se debe p r o c u r a r
sino de u n a m a n e r a secundaria. E l fin p r i m a r i o y
principal de toda pena es la restauración del orden,
violado con el delito. Si con ella se puede j u n t a r l a
e n m i e n d a del r e o , debe p r o c u r a r s e ciertamente; m a s
porque el reo no se arrepienta de su pecado, no p o r

fermentum totam massam corrumpit,. ut dicitur I. ad Cor. 5.


{ S . Thomas, Summ. Theol. 2. 2. q. 64, art. 2).»
—289-
eso debe suspenderse. P o r lo r e g u l a r , o r a se a r r e -
pienta, ora no, la restauración dicha debe llevarse á
cabo; y por tanto debe darse la pena de m u e r t e á
quien la h a y a merecido. P u e d e hacer el s u p r e m o
i m p e r a n t e alguna excepción; pero ésta debe ser r a r a ,
para q u e no cobren ánimo los malhechores con la
esperanza de q u e serán indultados.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

El supremo gobernante debe encomendar el oficio de


administrar justicia, asi en lo civil como en lo
criminal, á personas sabias é íntegras, que
estén bien retribuidas, sean inamovibles, .
juzguen según las leyes y sean respon-
sables de sus actos.

420.—Prueba de la r . p.—El s u p r e m o gobernante,


a

principalmente cuando la sociedad p o r él g o b e r n a d a


es algo numerosa, no puede a d m i n i s t r a r de o r d i n a -
rio esta justicia por sí m i s m o ; p o r necesitar el tiempo
p a r a otras cosas del gobierno, á que ha de atender
por fuerza en virtud de su oficio. L u e g o es evidente
que este c a r g o lo debe encomendar á sus subal-
ternos.
421.—Prueba de la 2. f.—Si&
las personas á quienes
se encomienda el cargo mencionado, no son sabias ó
prácticas en la ciencia del Derecho; necesariamente
han de d a r muchos fallos equivocados en sus juicios,
con daño de los interesados. Y si no son íntegras; con
frecuencia se dejarán sobornar p o r los litigantes y
darán sus sentencias contra derecho. L u e g o , p a r a
evitar ambos inconvenientes, se debe p r o c u r a r que
las tales personas tengan las cualidades sobredichas.
A u n m á s : para este m i s m o efecto, el s u p r e m o g o b e r -
Etica .especial. 19
— 290 —
nante debe hacer que en la nación h a y a tribunales
de p r i m e r a , s e g u n d a y tercera instancia; p a r a que
los que se creen a g r a v i a d o s , puedan apelar de la sen-
tencia dada en el p r i m e r tribunal á la del s e g u n d o , y
de la de éste á la del tercero, si lo tienen por conve-
niente. Pero deben poner un término á estas apela-
ciones; p a r a que las causas no se dilaten indefinida-
mente por la malicia de los contendientes.
422.—Por lo dicho se ve que la m a n e r a de adminis-
trar justicia en lo criminal por medio del jurado,
compuesto de hombres del v u l g o , que ni conocen las
leyes, ni están obligados á responder de sus actos., es
m u y imperfecta. P o r q u e de esta m a n e r a los jueces
pueden equivocarse fácilmente por falta de ciencia, y
j u z g a r contra la v e r d a d conocida, no teniendo que
dar á nadie cuenta de su voto.
E s v e r d a d que los m i e m b r o s del j u r a d o , á quienes
no se exige ni conocimiento de las leyes, ni responsa-
bilidad de sus acciones, no juzgan sino sobre el hecho,
dejando la cuestión de derecho p a r a el m a g i s t r a d o
que debe entender en ella. Pero esto no destruye la
v e r d a d de nuestro aserto: i.° P o r q u e lo que es p r o -
p i a m e n t e difícil en las causas criminales, es ventilar
la cuestión del hecho, sobre si el tal individuo come-
tió tal crimen ó no, sobre si obró como v e r d a d e r o
homicida ó ejecutó una acción de otra especie, etc.;
y esta cuestión es la que se deja precisamente al
juicio de las personas del pueblo. 2. P o r q u e este jui-
0

cio lo deben dar sin responsabilidad alguna entre los


h o m b r e s y atendiendo sólo á su propia conciencia; lo
cual se presta á abusos enormes. 3 . Finalmente, 0

p o r q u e el v u l g o , que suele asistir de ordinario á la


ventilación de estas causas, fácilmente puede inclinar
por medio del terror á los jueces á que den por libres
á los malhechores y viva apestada de ellos la república.
— 201 —
423.—Prueba de la y."p.—Si las personas destina-
das á j u z g a r en los tribunales, tanto civiles como cri-
minales, no están bien retribuidas; fácilmente se d e -
jarán s o b o r n a r con dinero ó con otro género de
bienes materiales. L u e g o deben tener u n a pensión
conveniente á su estado, p a r a que no necesiten de
beneficios ajenos.
424.—Prueba de la 4." p.—La inamovilidad en el
cargo es sobremanera conveniente á los magistrados,
para que puedan j u z g a r con libertad en las causas
en que está interesado el Gobierno. S i los m a g i s t r a -
d o s no están seguros de que, por d a r su sentencia
contra el Gobierno y en favor de los particulares, no
serán removidos de su cargo; con facilidad faltarán
á la justicia, p o r dejar contentos á los que m a n d a n .
L u e g o , si para que no sean c o r r o m p i d o s con dádivas
deben estar suficientemente retribuidos; para que no
sufran coacción p o r parte de los que se hallan en el
poder, han de ser inamovibles en su cargo.
325.—Prueba de la 5 . p.—Los jueces no son legisla-
a

dores; sino que su empleo es hacer simplemente u s o


de las leyes en los casos particulares, juzgando siem-
p r e según la mente del legislador, manifestada en
ellas de una manera tácita ó expresa. L u e g o deben
siempre fallar sus sentencias acomodándose á. las
leyes vigentes.
426.—Esto n o ' q u i t a , sin e m b a r g o , que los jueces
puedan interpretar en algunos casos la mente del
legislador, juzgando, no según el sentido material de
las palabras escritas, sino conforme al espíritu del
que las h a dictado. Cuando esto sucede, el juez hace
uso de lo que llamamos epiqueya; la cual no es otra
cosa que una benigna interpretación de la ley; en v i r -
tud de la cual, p o r razón de las especiales circuns-
tancias en que se encuentra alguna persona ó alguna
— 292 —
acción s u y a , j u z g a m o s q u e esta acción ó esta perso-
na no se hallan c o m p r e n d i d a s dentro de alguna ley
general; a u n q u e , atendidas las solas palabras de la
ley, d e b e r í a m o s afirmar lo contrario. L a razón de
esto es; p o r q u e el legislador h u m a n o no puede p r e -
ver todas las cosas é introducirlas en sus leyes; y p o r
esto deja los casos particulares al juicio y equidad de
los v a r o n e s p r u d e n t e s , que interpreten s u s leyes
según lo bueno y justo; de forma que nunca obren
por seguirlas contra la equidad y la sana prudencia.
Así p o r ejemplo, si veo q u e J u a n m e pide su espada
p a r a quitar la v i d a á su enemigo ó p a r a quitársela á
sí m i s m o ; uso justamente de la epiqueya no dándo-
sela; p o r m á s q u e la ley m a n d e á todos los h o m b r e s
restituir á cada u n o lo q u e es s u y o . L o m i s m o pues
pueden obrar los jueces en los casos particulares, en
que la equidad y prudencia exigen q u e se h a g a u n a
interpretación de esta especie.
427.—Prueba de la 6. p.—Si los jueces no son res-
a

ponsables de sus actos; están expuestos á proceder


p o r arbitrariedad en sus decisiones y á cometer en
sus juicios muchas injusticias sin t e m o r de s e r casti-
g a d o s . L u e g o , para q u e sean íntegros y justos, deben
estar obligados á responder de sus decisiones, p u -
diendo ser castigados p o r las faltas cometidas con el
m a l desempeño de su c a r g o .
4 2 8 . — E S C O L I O . — L o s políticos m o d e r n o s , siguiendo
á Montesquieu, pretenden q u e cada una de las tres
potestades, de q u e h e m o s tratado en el presente a r -
tículo, debe estar separada de las otras; d e f o r m a q u e
las tres se hallen en sujetos distintos, p o r q u e de lo
contrario peligraría la libertad de los ciudadanos.
E s t o es v e r d a d , tratándose de los q u e h a n de ejer-
cer las funciones de las tres potestades indicadas.
P o r q u e unos h a n de ser los que dicten las leyes,
— 293 —
otros los que cuiden de su observancia p o r medio del
poder ejecutivo, y otros finalmente los que juzguen
conforme á 'ellas en los tribunales de justicia. P e r o ,
hablando del sujeto en que estos poderes deben resi-
dir primariamente y por via de derecho, este sujeto ha
de ser el m i s m o con respecto á todos ellos; p o r q u e
así lo requiere la noción de autoridad política, la cual
es u n a fuerza destinada por su intrínseca naturaleza
á m o v e r eficazmente á los ciudadanos al fin común
de todos ellos. Sin concebir estos tres poderes radi-
calmente concentrados en un mismo sujeto, la auto-
ridad en n i n g u n a persona se encuentra dotada de
suficiente virtud p a r a m o v e r eficazmente á los ciuda-
danos; y por tanto deja de ser autoridad v e r d a d e r a .
L o s que ejercen pues las funciones propias de las tres
potestades dichas-, no deben tener entre sí absoluta
independencia siendo como tres soberanos de diferen-
te orden; sino que deben ser subalternos y dependien-
tes del que posee el poder legislativo, que es la parte
m á s principal de la autoridad política.

ARTÍCULO IV.

Deberes y derechos de los ciudadanos.

Después de lo dicho en los artículos anteriores fácil


es conocer cuáles sean los derechos y los deberes de los
ciudadanos. Sin e m b a r g o , es preciso decir aquí algu-
nas palabras sobre ciertos puntos que necesitan de
alguna ulterior explicación; p a r a lo cual considerare-
mos primero los deberes y los derechos de los subdi-
tos y después los del soberano.
— 2Q4-

§ I . — D E B E R E S Y D E R E C H O S D E LOS SUBDITOS.

429.—Los deberes de los subditos p a r a con su sobe-


rano se pueden reducir á los tres siguientes: Respeto,
obediencia y fidelidad. E n virtud del p r i m e r o , están
obligados los subditos á tributar al soberano el honor
que se le debe p o r razón de su excelencia y autoridad,
la cual lo hace representante de Dios en la tierra. E n
v i r t u d del s e g u n d o , deben obedecerle en las cosas que
l e g í t i m a m e n t e m a n d a . E n v i r t u d del tercero, á nin-
g ú n otro pueden tributar los h o n o r e s de superior que
á él le son debidos (1). Esto es claro y manifiesto; pero
queda todavía p o r explicar qué es lo que deben los
subditos al soberano en los casos de tiranía. De esto
v a m o s á decir cuatro p a l a b r a s en este párrafo, para
que sepan los alumnos á qué atenerse en una doctri-
na de que tanto se habla p o r desgracia en nuestros
dias, no solo en las aulas, sino también en los cafés,
en los periódicos, en los Ateneos y en todas partes.
430.—Tirano se dice aquel que abusa de la autori-
dad política, buscando con ella su utilidad propia, en
l u g a r de p r o c u r a r el bien común de la república. E l
tirano puede ser tal p o r razón del hecho ó del gobierno.
E l p r i m e r o es el que usurpa el m a n d o , constituyén-
dose soberano de hecho p o r medio de la fuerza; el se-
g u n d o es el que posee legítimamente el m a n d o y es
soberano de derecho, pero abusa de su poder, dirigien-
do el gobierno á su utilidad propia con perjuicio de
los subditos.
E n cuanto al u s u r p a d o r ó tirano de hecho, debe-
mos advertir las cosas siguientes: i." E l u s u r p a d o r ó
soberano de hecho no se convierte en soberano de.

(1) Véase Santo Tomás, Summ. Theol. 1. 2. q. 100, art. 5.


— 295 —
derecho por el solo título de poseer pacíficamente el
m a n d o . P o r q u e puede suceder que, no obstante esta
pacífica posesión, al legítimo soberano no se le h a y a
hecho todavía moralmente imposible la vuelta á su
t r o n o , y que la causa de no levantarse los ciudadanos
contra el intruso sea, no p o r q u e le consideren como
legítimo, sino p o r q u e la resistencia les parece nociva
al bien público. 2 . Mientras el u s u r p a d o r no pase á
a

ser soberano de derecho, no tiene autoridad a l g u n a


sino m e r a fuerza física: p o r q u e la injusticia de la
u s u r p a c i ó n no puede ser título de autoridad; como el
h u r t o no puede ser título de derecho de p r o p i e d a d .
Dicen algunos que entonces posee la autoridad injusta-
mente; pero en esto hay una contradicción manifiesta.
P o r q u e la autoridad es un derecho; y es una contra-
dicción decir que un derecho se posee injustamente ó
contra derecho. 3 . E n todo este tiempo por consi-
A

guiente los ciudadanos no tienen obligación de pres-


tarle obediencia formal en ninguna cosa, ni civil ni
política; p o r q u e en nada m a n d a con verdadera auto-
r i d a d . Sólo pueden estar obligados, como enseña
S a n t o T o m á s (1), á obedecerle en lo civil de una ma-
nera material y cediendo á la fuerza p o r evitar m a y o -
res males; al modo que en algunos casos, por evitar el
escándalo ó por librarse de algún peligro, están t a m -
bién obligados los ciudadanos á hacer algunas cosas
i n j u s t a m e n t e m a n d a d a s por el v e r d a d e r o soberano.
4." P o r m á s que reine ya pacíficamente; d u r a n t e todo
el tiempo en que al legítimo soberano no se le haga
moralmente imposible para siempre la recuperación
de su trono, los ciudadanos tienen v e r d a d e r o derecho

(1) S. Tomás, Summ. Theol., 2. 2. q. 1 0 4 , art. 6, ad 3. um

Véase sobre esto el P. ,Suárez, De Legibus, lib. 3, cap. io,


n. 8-9.
— 296 —
p a r a reponer al legitimo, aun p o r medio de la fuerza.
Sólo q u e , en el uso de este derecho, deben m i r a r prin-
cipalmente al bien de la patria; y por lo tanto les es
moralmente ilícito introducir en ella la g u e r r a ó hacerla
sufrir otros males g r a v e s , con el solo intento de reponer
al legitimo en el ejercicio de sus derechos, y sin m i r a r
al bien universal de la nación, que debe ser el norte y
g u í a de todas sus acciones políticas. C u a n d o el intruso
se halla y a en pacífica posesión del m a n d o y gobierna
con justicia, los ciudadanos faltarían al a m o r que
deben á su patria, si por el solo hecho de que es usur-
p a d o r , intentaran levantarse contra él, p a r a favorecer
al legítimo á costa del bien común. P o r consiguiente,
entonces están obligados á acomodarse al orden vi-
gente y á obedecer al tirano en las cosas necesarias
p a r a la administración de la justicia y p a r a el bien
c o m ú n , no porque deban obediencia formal al tirano
en n i n g u n a cosa, sino p o r q u e así lo e x i g e j a virtud de
la piedad para con la patria; cuyo bien es superior al
que le puede resultar al soberano legítimo de verse
repuesto en el ejercicio de su c a r g o .
4 3 1 . — E n cuanto al tirano de gobierno, diremos en
p r i m e r l u g a r que se "debe hacer distinción entre la
tiranía moderada y la intolerable. L a p r i m e r a tiene
l u g a r , cuando el soberano legítimo abusa ciertamente
de su a u t o r i d a d , convirtiéndola en su utilidad propia,
pero esto no lo hace sino con cierta templanza y sin
p e r t u r b a r con sus injusticias la tranquilidad p ú -
blica. L a segunda existirá en el caso de que el sobe-
rano mencionado exceda en su tiránico gobierno de
u n a m a n e r a enorme los límites de la razón, maltra-
tando á los ciudadanos en m u c h a s m a n e r a s y pertur-
bando g r a n d e m e n t e el orden público.
432.—En s e g u n d o l u g a r , sobre la tiranía m o d e r a d a
baste decir con S a n t o T o m á s que «es m á s útil tole-
— 297 —
rarla d u r a n t e el corto tiempo que puede d u r a r que,
envolver la nación en m u c h o s pelibros, superiores en
g r a v e d a d á la misma tiranía, obrando contra el tira-
no (i).» E n orden á la tiranía intolerable, todos con-
vienen en que es lícito oponerse al tirano p o r medio
de la resistencia pasiva, ó sea dejando de c u m p l i r sus
órdenes inicuas y destructoras siempre que esto se
p u e d a hacer sin peligro propio ó de la república.
P o r q u e el soberano carece de autoridad p a r a dar
orden a l g u n a injusta, y p o r consiguiente no p u e d e
i m p o n e r á los subditos obligación de ejecutarlas.
A d e m á s , todos los católicos enseñan unánime-
mente que no es lícito á los particulares oponerle,
por su propia autoridad, resistencia activa, levantán-
dose contra éi con las a r m a s en la mano y trabajando
para derribarle del tronco. Y en esto llevan g r a n d í -
sima razón: p o r q u e , como escribe sabiamente S a n t o
T o m á s , «sería una cosa peligrosa, así para la nación
como para sus rectores, el que los particulares, por
su propio arbitrio, pudiesen atentar contra la vida de
los que m a n d a n , a u n q u e sean tiranos. P o r q u e las
más de las veces á estos peligros m á s se exponen los
malos que los buenos; y á los malos les suele ser pe-
sado el dominio, no m e n o s de los reyes, que de los
tiranos. P o r q u e según la sentencia de Salomón
(Prov. X X , 26), el rey sabio desbarata á los impíos. P o r
tanto, de semejante doctrina m á s bien resultaría p a r a
las naciones peligro de perder sus r e y e s , que remedio
en los casos de verdadera tiranía (2).»

(1) S. Tomas, De Regimine Principimi, üb. 1, cap. 6.


(2) «Esset autem hoc multitudini periculosum et ejus rec-
toribus, si privata preesumptione aliqui attentarent prassiden-
tium necem, etiam tyrannorum. Pleiumque- enim hujusmodi
periculis magis exponunt se mali quam boni. Malis autem solet
—298—
F i n a l m e n t e , sobre si el uso de la resistencia activa
en el caso sobredicho es ó no en sí lícito á la nación,
h a y dos opiniones opuestas entre los católicos. L o s
unos dicen que ni aun en el caso de tiranía intolerable
es en sí lícito á la nación levantarse y ponerse en a r m a s
contra el soberano legítimo. P o r q u e nunca es lícito á
los subditos levantarse contra su legítimo superior; y
el soberano legítimo, a u n q u e abuse enormemente del
p o d e r , no p o r eso pierde su derecho, ni deja p o r con-
siguiente de ser superior legítimo. L o s otros por el
contrario a s e g u r a n que la nación tiene derecho p a r a
r e c u r r i r á la fuerza; p o r q u e el tirano en tal caso aten-
ta contra ella injustamente y ella tiene derecho de
defendirse de todo agresor injusto.
4 3 3 . — A nosotros esta s e g u n d a sentencia nos p a r e -
ce la m á s razonable, considerada la cosa en abstracto
y en el orden p u r a m e n t e objetivo. L a razón que á
ello nos m u e v e , es que, cuando el soberano legítimo
abusa enormemente de su a u t o r i d a d , ejerciendo una
tiranía intolerable en la nación con sus injusticias
destructoras del m i s m o orden público, y no ofrece
esperanza a l g u n a de enmienda, antes da g r a v í s i m o
m o t i v o para t e m e r que s e g u i r á haciendo lo m i s m o
en adelante; entonces se halla en colisión el derecho
de la sociedad entera á su existencia y conservación
y á los medios necesarios p a r a poder conseguir su
fin, con el derecho del soberano á s e g u i r poseyendo
la soberanía. A h o r a bien; en la colisión de estos dos

esse grave dominham non minus regun quam tyrannorum,


quia, secundum sententiam Salomonis (Prov. X X , 26), Dissi-
pât impios rex sapiens. Magis igitur ex hujus prœsumptione
immineret periculum multitudini de amissione régis, quam re-
medium de subtractione tyranni (S. Thomas, De regim. Prin-
cip. lib. 1. cap. 6).
— 299 —
derechos, manifiestamente debe prevalecer el de la
nación: q u e es el m á s poderoso y principal; p o r s e r ,
no sólo la posesión de la soberanía, sino también la
soberanía m i s m a por el bien de la nación. L u e g o en
el caso en que la tiranía sea intolerable y de tal con-
dición, que no deje esperanza alguna de que el tirano
se e n m e n d a r á en adelante, es en sí lícito á la nación
apelar á la resistencia activa, p a r a defenderse de la
agresión injusta haciendo la g u e r r a al tirano.
4 3 4 . — E s t a es la doctrina expresa del Angélico Doc-
tor, el cual, condenando la sedición como una cosa
inicua, y proponiéndose en contra la objeción de q u e
son alabados los h o m b r e s que libran á la patria d é l o s
que la oprimen con sus tiranías, responde á ella con
las siguientes p a l a b r a s : «El r é g i m e n tiránico no es
justo; p o r q u e no está ordenado al bien c o m ú n sino al
bien p r i v a d o del regente, como lo patentiza Aristóte-
les (3. Polit. cap. 3 , y 8 Ethic. cap. 10). P o r tanto, el
ir contra esta clase de régimen no tiene nada de sedi-
cioso; á no ser que esto se ejecute de una m a n e r a tan
d e s o r d e n a d a , que la multitud puesta debajo de su
obediencia sufra m a y o r e s daños con los trastornos
consiguientes al alzamiento, que con el régimen del
tirano. El sedicioso v e r d a d e r o es el tirano: el.cual ali-
m e n t a las discordias y las sediciones en el pueblo
puesto bajo de su obediencia, p a r a p o d e r d o m i n a r
con m á s s e g u r i d a d . P o r q u e esto es tiránico, p o r ser
dirigido al bien p r i v a d o del i m p e r a n t e con perjuicio
de la multitud (i).-»

(1) «Regimen tyrannicum non est justum, quia non ordi-


natur.ad bonum commune, ut patet per Phil, in 3. Polit. cap. 5,
et in 8. Ethic, cap. 10. E t ideo perturbatio hujus regiminis non
habet rationem seditionis: nisi forte quando sic inordinate per-
— 3 0 0

4 3 5 • — E s t o mismo enseña en el libro p r i m e r o de
Regimine Principian, cap. 6 , diciendo que «contra la
crueldad del tirano se debe p r o c e d e r , no según el
juicio y arbitrio de los particulares, sino con la auto-
ridad pública.» Dice allí en verdad el S a n t o Doctor
que, si no se puede alcanzar absolutamente ningún
auxilio h u m a n o contra el tirano, entonces se debe
r e c u r r i r al R e y de todos, Dios Nuestro Señor, el cual
sabe socorrer o p o r t u n a m e n t e en la tribulación.» P e r o
con esto no quiere indicar en m a n e r a alguna que á
la nación, aun en los casos de tiranía enteramente
intolerable, no le queda otro recurso sino la oración,
como equivocadamente han pensado los de la opinión
c o n t r a r i a : pues semejante interpretación está en pug-
na abierta con lo que había dicho un poco m á s arriba.
L o que significa con las tales palabras, es que, cuan-
do el pueblo oprimido por el tirano no es una nación
independiente, sino una parte de un todo superior
sujeto á otra autoridad m á s alta, y después de haber
recurrido como debe á esta autoridad p a r a que pon-
g a remedio á sus m a l e s , no alcanza de ella el remedio
deseado; entonces esta parte de la república no tiene
otro remedio que recurrir al r e y de los reyes. P o r q u e
ella no forma una nación aparte; ni tiene por lo tanto
vida propia é independiente p a r a defenderse por sí
m i s m a del tirano que la oprime; sino que este cuida-

turbatur tyranni régimen, quod multitudo subjecta majus de-


trimentum patitur ex perturbatione consequenti, quam ex ty-
ranni regimine. Magis autem tyrannus seditiosus est, qui in
populo sibi subjecto discordias et seditiones nutrit, ut tutius
dominari possit. Hoc ennin tyranncium est, cum sit ordinatum
ad bonum proprium prassidentis cum multitudinis nocumento
(S. Thomas, Summ. Theol.. 2. 2. q. 42, art. 2, ad -j." )111
—3 0 1

do corre á cuenta de la autoridad superior, á la cual
están sujetos, así ella, como el tirano (i).
436.—Lo que acabamos de p r o b a r , pertenece al de-
recho de resistencia activa considerado en sí m i s m o
y en asbtracto. Mas por lo que hace á la resistencia
considerada en concreto, ó sea al uso del derecho su-
sodicho, debemos decir que por maravilla se presen-
tarán circunstancias tan favorables, que- sea posible
echar m a n o de la resistencia activa sin pecado. P o r
donde debemos concluir que la resistencia activa al
poder, considerada prácticamente, siempre es ilícita;
porque nunca suelen hallarse juntas las circunstan-
cias concretas, que se necesitan p a r a que sea lícito el
uso del derecho, que á la sociedad asiste, de levan-
tarse contra el tirano. E n efecto; estas circunstancias
son las siguientes: r. Que la opresión causada por el
a

tirano no c o m p r e n d a sólo á algunos particulares sino


á la sociedad entera; y que la c o m p r e n d a , no como
quiera, sino de una m a n e r a constante, sin dejar espe-
ranzas de que en adelante irá cesando. 2. Que no a

basten p a r a reprimirla otros medios más suaves, ni


aun la misma resistencia pasiva practicada g e n e r a l -
mente por los ciudadanos. 3. Que de la resistencia
a

activa se espere con fundamento un nuevo estado de


cosas más bonancible y m á s favorable al bien social.
4.' Que toda la nación convenga en la utilidad y con-
veniencia de la resistencia m e n c i o n a d a ; porque si los
pareceres de los ciudadanos no concuerdan acerca de
esto, unos favorecerán al tirano y otros estarán en
contra, y por lo tanto faltará la esperanza requerida
en la condición tercera. A h o r a bien; estas circunstan-
cias con dificultad se hallarán todas juntas en nin-

(1) Véase sobre esto el P. Suárez, de Charitat.\ disp. 1 3 ,


sect. 8.
— 302 —
g u n a nación oprimida con las vejaciones de algún ti-
rano; y en el estado presente de las sociedades h u m a -
nas tal conjunto de circunstancias es sin género
alguno de duda m o r a l m e n t e imposible. L u e g o prác-
ticamente hablando, la resistencia activa de que aquí
t r a t a m o s , es siempre ilícita.

§ II.—DEBERES Y DERECHOS DEL SOBERANO.

4 3 7 . — P o r lo que toca á los derechos del soberano,


basta notar que todos ellos se corresponden con los
deberes de los subditos: porque los derechos y los de-
beres son correlativos. P o r consiguiente, el soberano
tiene derecho para exigir á sus subditos el honor que
es debido á su dignidad de supremo imperante, la
obediencia que reclaman sus leyes, y la fidelidad á
que es acreedor por razón de su c a r g o . A d e m á s , al
soberano le corresponden todos aquellos derechos
qué resultan naturalmente de sus deberes propios y
peculiares; p o r q u e todo deber funda el derecho con-
siguiente de hacer aquella cosa, á la cual estamos por
él obligados. E s t o s deberes los podemos r e s u m i r bre-
vemente en dos, á saber: i.° deber de proteger los
bienes, tanto corporales como espirituales, de los ciu-
dadanos con la g u a r d a del orden externo; y 2.° deber
de fomentar la prosperidad pública, proporcionando
á sus subditos medios convenientes, p a r a que puedan
adelantarse, mediante el uso de su libertad regulado
por las leyes, en los bienes materiales, intelectuales y
morales. Digamos sobre cada uno de ellos algunas
breves palabras.
438.—Por lo que hace al p r i m e r deber, el soberano
está obligado á cuidar que los ciudadanos no sufran
detrimento alguno ni en los bienes del cuerpo, ni en
los del espíritu, ni en los de fortuna, por la malicia y
perversidad de los malvados. P o r lo cual debe prohi-
bir con sus leyes, en cuanto lo comporten las condi-
ciones particulares de la sociedad por él g o b e r n a d a ,
que ninguno ofenda á los d e m á s ; ni de o b r a , m a t á n -
dolos ó hiriéndolos ó usurpándoles injustamente los
bienes; ni de palabra, induciéndolos con sus d i s c u r -
sos ó con sus escritos, ya á perniciosos e r r o r e s , y a á
vicios escandalosos, que redunden en perjuicio de la
república. S u deber principal en esta parte ha de ser
atajar el e r r o r y el vicio con firmeza y p r u d e n c i a ,
cuanto le sea posible; y prestar su auxilio á la v e r d a -
dera Religión, en cuanto lo permitan las condiciones
subjetivas del pueblo entregado á su custodia. P o r -
que los bienes moral y religioso son los m á s princi-
pales del h o m b r e , y los que m á s influyen en el bienes-
tar y t r a n q u i l i d a d de la república.
4 3 9 . — P o r lo que toca al fomento de la prosperidad
pública, ha de p r o c u r a r p r i m e r a m e n t e que h a y a v a -
rias Universidades y establecimientos literarios fun-
dados y sostenidos p o r el E s t a d o , donde se enseñe
doctrina sana y buenas costumbres á los que en ellos
quisieren cursar. P a r a lo cual-es menester que p o n g a
m u c h a vigilancia en la clase de Rectores y Maestros,
á quienes encomienda este i m p o r t a n t í s i m o c a r g o ;
p r o c u r a n d o que todos ellos sean de buenas ideas y de
costumbres intachables. Porque de ellos ha de depen-
der en gran p a r t e la buena ó mala dirección, que han
de llevar las cosas en el E s t a d o , con la enseñanza y
educación que den á los jóvenes. Pero la fundación de
estos establecimientos públicos no debe ser tal, que
obligue á los ciudadanos á recibir en ellos precisamen-
te la instrucción; sino que se les debe p e r m i t i r también
á los tales erigir sus establecimientos privados, p a r a
que puedan a d q u i r i r en ellos la ciencia con libertad
los que gusten de frecuentar sus aulas. Sin e m b a r g o
— 3°4 —
á estos establecimientos p r i v a d o s no se les debe p e r -
mitir una libertad absoluta en la enseñanza, de suerte
que los Maestros puedan profesar en ellos las doctri-
nas q u e s e les antojen; porque esto p o d r í a dar m a r -
gen á que muchos de estos establecimientos se con-
virtiesen en centros de irreligión y de i n m o r a l i d a d
con g r a n d e peligro p a r a el E s t a d o . L a libertad de en-
señanza por lo tanto no debe ser enteramente abso-
luta; sino que debe ajustarse á las leyes sabias y p r u -
dentes del Gobierno, como todos los d e m á s derechos
de los ciudadanos; y claro está que, para ser sabios
y prudentes, deben reconocer á la Iglesia el derecho
divino que le asiste de vigilar la enseñanza, para que
n a d a s e introduzca en ella que sea contrario ala sana
Moral ó á los sagrados D o g m a s .
440.—En segundo l u g a r , la moralidad pública la
debe fomentar el soberano, estableciendo u n a buena
policía, compuesta de hombres intachables, diligentes
y avisados, que vigilen con g r a n cuidado en todas
partes la g u a r d a de las buenas costumbres, y pongan
en manos de la justicia á los que obren contra ellas
ejecutando acciones escandalosas y prohibidas por
las leyes.
4 4 1 . — F i n a l m e n t e , para el fomento de la riqueza pú-
blica debe s e g u i r el soberano un camino medio entre
los secuaces del Capitalismo y los del Socialismo. L o s
p r i m e r o s conceden á los particulares absoluta libertad
de industria y de comercio, p a r a que todos ellos t r a -
bajen á competencia por enriquecerse; resultando de
aquí que, en esta lucha y concurrencia, los g r a n d e s
capitalistas arruinan á los pequeños, la riqueza se va
poco á poco depositando en m a n o s de m u y pocos, y
crece de dia en dia la plaga del p a u p e r i s m o . L o s se-
g u n d o s por el contrario niegan á los ciudadanos toda
clase de libertad en materia de industria y comercio
— 305 —
depositando en la nación todos los bienes que sirvan
de instrumentos para la producción de la riqueza,
como las heredades, las fábricas,' etc., y convirtiendo
á los particulares en meros mercenarios del E s t a d o .
Con lo cual no queda otro r e c u r s o á los ciudadanos
p a r a vivir y a d q u i r i r su propio sustento, que t r a b a -
j a r diariamente á cuenta del Estado y recibir de él su
salario. A m b o s sistemas son contrarios á la p r o s p e r i -
dad material de los ciudadanos: el primero por su in-
dividualismo absoluto, el s e g u n d o por su centralismo
también absoluto. El que debe servir de n o r m a al so-
berano prudente y v e r d a d e r o ' a m a d o r del bien común
es el recomendado por los buenos economistas cató-
licos; el cual ocupa un l u g a r medio entre los dos e x -
tremos indicados. P o r q u e , por una parte, concede el
derecho de adquirir p r o p i e d a d p r i v a d a á los indivi-
duos, y les deja libertad para que puedan negociar
según su ingenio y sus aptitudes particulares y a u -
m e n t a r así sus caudales por medio del trabajo, del
comercio, y de la industria; y p o r otra, pone límites y
restricciones razonables al uso de estos derechos na-
turales, con la organización de las clases sociales y con
el orden jurídico de la justicia legal dispuesto y arre-
g l a d o por la autoridad política. De esta suerte todos
trabajan p o r enriquecerse; hay entre los ciudadanos
la suficiente concurrencia, para que se aviven el tra-
bajo, el comercio y la industria; los g r a n d e s capitalis-
tas no pueden destruir con su manera de negociar
enteramente libre á los pequeños; sino que las ganan-
cias van creciendo ordenadamente, con lo cual se po-
ne un remedio m u y eficaz ala plaga del pauperismo (i).

(i) Véase sobre esto el P. Costa-Rossetti, Inst. Eth. et ]ur.


nat., thesis 177.
Etica especial. 20
CAPÍTULO V.
TJe los deberes y de los derechos
internacionales.

442.—Supuesto lo que dejamos escrito acerca de


los derechos, tanto individuales como sociales, en
esta s e g u n d a parte de la É t i c a , no es necesario que
nos d e t e n g a m o s m u c h o en la declaración de los inter-
nacionales. P o r q u e éstos últimos se conocen m u y
fácilmente con sólo hacer u n a sencilla aplicación de
los derechos y de los deberes de un individuo h u m a -
no p a r a con otro á los que deben m e d i a r entre las
diversas naciones: las cuales no son otra cosa que
ciertas personas morales, dotadas de u n a m i s m a n a t u -
raleza, u n i d a s entre sí con la comunidad de un
m i s m o fin y de unos mismos medios, y sujetas á u n
m i s m o Criador y S e ñ o r , que las dirije y gobierna
con su sapientísima providencia. P o r donde todas
ellas son verdaderos miembros de la sociedad u n i v e r -
sal, á que pertenecen por naturaleza todos los h o m -
bres; y están unidas unas con otras con el m i s m o
linaje de deberes y derechos naturales, que ligan y
juntan entre sí á los ciudadanos de la familia h u m a -
na (100). P o r tanto, el presente capítulo lo dividire-
mos en cuatro artículos. E n el primero d a r e m o s
a l g u n a s nociones generales relativas á este asunto,
deteniéndonos sobre todo en explicar el Derecho de
gentes; el segundo v e r s a r á sobre los derechos y de-
beres internacionales de caridad ó benevolencia; el
— 307 —
tercero c o m p r e n d e r á los deberes y derechos de justi-
cia; el cuarto finalmente tratará de los deberes y
derechos de las naciones en los casos de g u e r r a .

ARTÍCULO PRIMERO.

Derecho de gentes.

443.—La colección de deberes y derechos n a t u r a -


les, con q u e están ligadas entre sí todas las socieda-
des civiles de la m i s m a m a n e r a que los individuos
h u m a n o s , constituye aquella parte de la L e y Natural,
que los modernos suelen llamar Derecho Natural de
gentes. Este Derecho es u n o , universal é inmutable lo
mismo que la L e y Natural, de la cual no se distingue
sino como la parte del todo; y p o r tanto pertenece á
todos los pueblos de todos los tiempos y l u g a r e s .
P e r o además de estos deberes y derechos naturales,
h a y también otros, introducidos p o r las costumbres
y usos establecidos generalmente entre los diversos
pueblos con el trato q u e tienen unos con otros. Estos
derechos y deberes no son naturales sino positivos; n i
tienen p o r autor inmediato al S u p r e m o G o b e r n a d o r
de las h u m a n a s sociedades, sino á los mismos h o m -
bres, que con su libre voluntad, por cierto consenti-
miento tácito, han querido establecerlos. P o r esta
causa ni se extienden á todos los pueblos absolu-
tamente, sino sólo á la generalidad de ellos; ni son
tampoco enteramente inmutables, sino que pueden
cambiar con el tiempo, como cambian los usos y cos-
t u m b r e s á que deben su origen. L a colección de estos
derechos y deberes positivos introducidos con el uso
es lo que suele llamarse Derecho positivo de gentes,
ó simplemente Derecho de gentes; pues el otro Derecho
Natural, de que acabamos de hablar, m á s que Dere-
— 308 —
cho de gentes es verdadero Derecho Natural, como sa-
biamente advierte S u á r e z (i); y no se distingue de él
sino-como la parte se distingue del todo.
E n t r e este Derecho positivo de gentes y el Derecho
positivo Civil h a y también diferencia real: p o r q u e
las leyes pertenecientes al primero en ninguna parte
se hallan escritas, sino que existen en la sola con-
ciencia de los ciudadanos: a d e m á s , no deben su orí-
gen á ningún decreto expreso de las autoridades
políticas sino al uso comunmente recibido entre los
pueblos: finalmente obligan, no á un pueblo sola-
m e n t e , sino á la generalidad de ellos, en virtud de
una especie de pacto implícito, en que se han compro-
metido á observarlas: nada de lo cual existe en las
leyes del Derecho Civil.
4 4 4 . — L a existencia de este Derecho positivo de gen-
tes la d e m u e s t r a el referido S u á r e z con estas pala-
bras: «El género h u m a n o , a u n q u e se halla dividido
en varios pueblos y reinos, siempre tiene a l g u n a uni-
dad, no sólo específica, sino también en cierto m o d o
política y moral; y esto nos lo m u e s t r a el precepto
n a t u r a l de a m a r s e m u t u a m e n t e los h o m b r e s y de
compadecerse los unos de los otros; el cual se extien-
de á todos, aun á los extraños, por diversa que sea
su condición. P o r esto, a u n q u e cada ciudad, repúbli-
ca, ó reino sea en sí u n a comunidad perfecta y conste
de sus propios m i e m b r o s ; sin e m b a r g o , cada u n a de
ellas es en cierto modo m i e m b r o de este Universo,
en cuanto dice relación al género h u m a n o . P o r q u e
nunca las tales c o m u n i d a d e s se bastan á sí m i s m a s
p o r si solas de tal suerte, que no necesiten de a l g u n a
m u t u a a y u d a , sociedad y comunicación, u n a s veces
por razones de utilidad y otras p o r cierta necesidad

(1) Suárez, de Legibus, lib. 2, cap. 1 7 , n. 9.


- 3 0 9 -
m o r a l y á causa de su indigencia, como el m i s m o uso
lo c o m p r u e b a . P o r tanto, bajo este aspecto necesitan
de algún Derecho, que las dirija y ordene rectamente
en este g é n e r o de comunicación y sociedad. Y a u n -
que p o r la m a y o r parte esto se consigue por medio
de la razón natural; pero no en todo, de forma q u e
ella sola baste i n m e d i a t a m e n t e p a r a todas las cosas:
,y por esto pudieron introducirse algunos derechos
especiales entre ellas con el uso. P o r q u e , así como en
u n a ciudad ó provincia la costumbre introduce cier-
tos derechos; así también en el g é n e r o h u m a n o se
p u d i e r o n introducir derechos de gentes con las cos-
t u m b r e s . Tanto m á s que las cosas pertenecientes á
este Derecho son pocas en n ú m e r o , y se acercan m u -
cho al Derecho N a t u r a l , y fácilmente se deducen de
él, no como conclusiones lógicamente necesarias y
evidentes, sino como consecuencias útiles y m u y con-
venientes á la naturaleza h u m a n a y aceptables de
s u y o á todos (i).»
4 4 5 . — F i n a l m e n t e , a d e m á s de este Derecho de q u e
acabamos de h a b l a r , h a y también otro positivo de
gentes; el cual se llama así, no p o r q u e conste de de-
rechos y deberes internacionales que sirvan p a r a
arreglar las relaciones de unas naciones con o t r a s ,
sino p o r q u e las leyes que encierra, se hallan admiti-
d a s bajo una forma ú otra en los diversos pueblos de
la tierra. Así p o r ejemplo, en todos los pueblos del
m u n d o existe la ley que obliga á sus ciudadanos á
h o n r a r á la Divinidad p o r medio de sacrificios; y por
tanto esta ley, por hallarse libremente establecida en
todas las naciones, se dice que pertenece al Derecho
de gentes entendido en esta tercera m a n e r a . L o s de-
rechos y los deberes de esta tercera clase son también

(1) Suárez, l. cit'., cap. 19, n. 9.


— 310 —
positivos, como los de la segunda, por depender de la
voluntad de los superiores que en cada nación los in-
troducen. Unos y otros pertenecen m á s bien á la His-
toria que á la Filosofía; y así nosotros en este capítulo
no hablaremos sino de los comprendidos en el Dere-
cho Natural de gentes.

ARTÍCULO II.

Deberes y derechos internacionales de caridad


ó benevolencia.

446.—Por el deber de caridad ó benevolencia esta-


m o s obligados: i.° á desear á nuestros semejantes la
consecución de su último fin (112); 2. á socorrerles
0

según nuestras fuerzas en sus necesidades tanto espi-


rituales como corporales (123); 3 . á no inducirlos al
0

m a l con nuestra vida escandalosa ni con nuestras


palabras c o r r u p t u r a s , habladas ó escritas (121). Estos
m i s m o s deberes existen naturalmente en cada so-
ciedad política ..respecto de las otras; pues entre las
sociedades, v e r d a d e r a s personas morales, deben exis-
tir por el Derecho de la naturaleza las m i s m a s rela-
ciones que unen á unos individuos con otros.
447.—En virtud de estos deberes, cuando una so-
ciedad política experimenta gran carestía de víveres,
p o r razón de los malos años que la afligen, las na-
ciones circunvecinas están obligadas naturalmente á
suminístrale los víveres de que necesita, vendiéndo-
selos á un precio equitativo; pues la caridad no obliga
á d a r de balde los bienes materiales al necesitado,
cuando éste tiene otros bienes también materiales
con que puede c o m p r a r l o s .
448.—En v i r t u d de los m i s m o s deberes, es lícito á
una nación socorrer á otra con sus ejércitos, cuando
— 3ii-
la v e m a l a m e n t e oprimida p o r algún i n v a s o r injusto
y ella le pide a u x i l i o , y a explícita, y a implícitamente.
P o r q u e , si es lícito hacer esto con los particulares,
con m u c h a m á s razón lo será hacer lo m i s m o con las
naciones injustamente i n v a d i d a s , en que son tantos
los que sufren la vejación injusta y desean s e r soco-
r r i d o s p o r las otras naciones s u s h e r m a n a s . P o r con-
siguiente, es falso á todas luces lo q u e a l g u n o s p e r -
versos políticos se han atrevido á proferir en nuestro
siglo, con el objeto de que nadie pudiese oponerse á
sus inicuos latrocinios, diciendo q u e n i n g u n a nación
tiene derecho de intervención en los asuntos de otra,
a u n q u e la vea injustamente oprimida p o r otro cual-
quiera. Con esta doctrina podrían los grandes ladro-
nes ensanchar á m a n s a l v a s u s E s t a d o s , sin otro título
que la fuerza bruta; que no merecen otro n o m b r e los
q u e , sin contar p a r a nada con el derecho y la justicia;
se ponen á conquistar los países ajenos por el solo h e -
cho de considerarse bastante poderosos p a r a esta
clase de empresas. A ú n m á s : no sólo lícito, sino tam-
bién obligatorio puede ser a l g u n a s veces el i r en
socorro de la nación necesitada y deseosa de ser a y u -
dada. P o r q u e la c a n d a d nos obliga á socorrer á los
necesitados, siempre que p o d e m o s dispensarles este
beneficio sin g r a v e perjuicio de nuestros propios
bienes. P e r o con m á s facilidad se dispensan las nacio-
nes de esta obligación que los particulares; porque el
i n t e r v e n i r una nación en los negocios de otra, a u n -
q u e s e a con justa causa y con el solo propósito de
prestarle a y u d a en s u necesidad, puede ser ocasión de
m a y o r e s males, levantándose otras naciones en favor
del invasor injusto y encendiéndose con esto u n a
g u e r r a universal.
4 4 9 . — F i n a l m e n t e , por el m i s m o deber de cari-
dad están obligadas todas las naciones á no incitar
—3 1 2

con sus crímenes y doctrinas inmorales á las de-
m a s á que s i g a n sus escandalosos ejemplos. E n lo
cual se hacen reos de g r a v í s i m o s delitos los que en
nuestros tiempos fomentan las revoluciones y las
perturbaciones políticas en sus propios reinos; pues
con esto alientan á los de las naciones vecinas p a r a
que h a g a n en las s u y a s otro tanto, con g r a n perjuicio
de la moralidad pública y con no m e n o r riesgo del
buen orden que debe reinar en los E s t a d o s europeos.

A R T Í C U L O III.

Deberes y derechos internacionales de justicia.

450.—Hablando de los deberes y derechos indivi-


duales de justicia, decíamos que todo h o m b r e tiene
el derecho extricto de no ser perjudicado por sus se-
mejantes, ni en los bienes internos del cuerpo ó del
a l m a , ni en los externos del h o n o r , de la fama ó de
fortuna (129). De donde resulta que todo individuo
está obligado con deber de justicia á respetar todos
estos bienes de sus prójimos, no atentando injusta-
m e n t e , ni contra su vida, ni contra su libertad, ni
contra su honor, ni contra su fama, ni finalmente con-
t r a n i n g u n o de los bienes que legítimamente le per-
tenezcan. E s t o m i s m o debemos afirmar de los dere-
chos y "deberes internacionales, c o m p a r a n d o u n a s
naciones con otras. P o r q u e las sociedades civiles, como
personas morales que son, creadas por el A u t o r de la
naturaleza, tienen derecho á existir y á buscar su
perfección propia, lo mismo que las personas físicas;
son por naturaleza a u t ó n o m a s y señoras de sí m i s m a s ;
y poseen el derecho de adquirir las cosas útiles, que
carezcan de d u e ñ o , y de comerciar y hacer alianzas
— 313 —
con las d e m á s , según lo estimen conveniente p a r a sus
intereses.
4 5 1 . — P o r razón del derecho á la existencia, que
todas las sociedades políticas han recibido del A u t o r
de la naturaleza, á n i n g u n o es lícito destruirlas ó des-
m e m b r a r l a s , si no es en los casos de justa defensa;
como no es lícito á los particulares atentar contra la
vida y ó los miembros d e s ú s semejantes, sino cuando
este g é n e r o de acciones les es necesario p a r a conservar
sus justos derechos. Dígase otro tanto de la obligación
que todas las naciones tienen de respetar la i n d e p e n -
dencia de las d e m á s , sean g r a n d e s ó pequeñas, pode-
rosas ó débiles, ignorantes ó ilustradas, bárbaras ó
civilizadas. P o r q u e si es contraria al Derecho N a t u -
ral la esclavitud, impuesta por fuerza y sin motivo
justo á las personas físicas; también lo será la servi-
d u m b r e , i m p u e s t a á las naciones por los conquistado-
res ambiciosos: pues no nacen m e n o s libres éstas que
aquellas.
452.—El derecho de a d q u i r i r es una consecuencia
n a t u r a l del derecho á la vida: por donde, no estando
todavía poseído por nadie un territorio, será lícito á
u n a nación cualquiera apropiárselo,' como lo es á los
particulares. Y no se puede decir que esté poseído,
cuando es de una extensión m u y dilatada, en la cual
no habitan sino u n a s pocas familias errantes, sin tener
l u g a r fijo y estable en toda ella. P o r q u e en tal caso tan
pequeño n ú m e r o de h o m b r e s no es bastante á poner
exteriormente la acción que se requiere p a r a la a d q u i -
sición del dominio (163).
453.—La m i s m a razón en que se funda el derecho
de a d q u i r i r sirve p a r a poder comerciar; p o r q u e en el
comercio no se hace sino cambiar unas cosas útiles
por otras, dando uno á otro lo que le sobra, p a r a r e -
cibir de él otras cosas que le son m á s necesarias ó m á s
— 3i4-
útiles. P o r tanto, n i n g u n a nación tiene derecho para
comerciar ella sola con n i n g ú n pueblo; porque esto
sería coartar injustamente la libertad de las d e m á s
y aun la de este m i s m o pueblo: el cual tiene derecho
p a r a v e n d e r sus cosas á quien fuere de su m a y o r
a g r a d o . Sólo p o d r í a ser lícito este linaje de exclusión,
cuando el pueblo q u e con ella comercia, se hubiera
obligado p o r medio d e algún contrato á no traficar
sino con ella sola; pues los pueblos son libres para
h a c e r este género de contratos.
454.—Lo que decimos del comercio, debe entender-
se igualmente de las alianzas; las cuales no son sino
ciertos pactos ó contratos, que celebran unas naciones
con otras. T o d a s las naciones tienen derecho p a r a
aliarse con las q u e m á s les acomodan; con tal que en
esto se g u a r d e n las leyes generales de los contra-
tos (179 y siguientes). L a s alianzas pueden ser perso-
nales ó reales: las p r i m e r a s se celebran en n o m b r e del
soberano de una nación y le obligan á él solo: las s e -
g u n d a s se hacen en n o m b r e de la sociedad m i s m a , y
ella es la que queda obligada. S i e s t a s alianzas son de
paz, reciben el n o m b r e de treguas, cuando son para
algún tiempo limitado; y el de alianzas de paz simple-
mente, cuando la paz firmada es para siempre. A d e -
m á s , las alianzas se dividen en defensivas y ofensivas.
L a s defensivas tienen por objeto la defensa mutua contra
las invasiones injustas de todo enemigo externo. L a s
ofensivas, que mejor deberían llamarse vindicativas,
se dirigen á v e n g a r las injurias cometidas contra
cualquiera de los aliados p o r una nación cualquiera.
455.—Finalmente, p o r lo q u e hace á los bienes es-
pirituales, tanto morales como religiosos, toda nación
tiene derecho p a r a e x i g i r á las d e m á s q u e no con-
sientan á sus individuos i m p r i m i r libros inmorales
é impíos, q u e sean luego i m p o r t a d o s á su territorio
- 3 1 5 -
con g r a n r u i n a ' d e la moralidad pública. E s t o m i s m o
debe decirse con m u c h a m á s razón de las m a q u i n a -
ciones p e r v e r s a s , que algunos m a l v a d o s quieran t r a -
m a r en algunas naciones contra otra, ora perturban-
do directamente su estado social y llevando á ella la
revolución, ora tratando de arrancarle el bien s u m o
de su Religión v e r d a d e r a , p a r a introducir en ella las
discordias religiosas y civiles. P o r q u e todos estos son
males g r a v í s i m o s , que dañan en g r a n m a n e r a á la
nación así ofendida, poniéndola en peligro de g u e -
r r a s y disensiones políticas, y ella tiene derecho p a r a
no ver así amenazada la tranquilidad pública. P o r la
m i s m a razón finalmente, cuando v a r i a s naciones se
sienten amenazadas p o r los excesos y escándalos de
alguna otra, que con su libertinaje y desenfrenado
m o d o de proceder las tiene en continuo peligro de
revolución, p o r el mal ejemplo que da á sus ciudada-
nos; le pueden avisar que se modere, y amenazarle
que de lo contrario tomarán providencias, para r e -
ducirla al orden por medio de las a r m a s .

ARTÍCULO IV. l j^Z^


L x

Deberes y derechos internacionales en orden á las


cosas de la guerra.

45b.—Dase propiamente el n o m b r e de g u e r r a al es-


tado de dos ó más naciones, que pelean entre sí por me-
dio de las ai-mas. C u a n d o este estado de pelea existe
entre el soberano y la sociedad ó entre ésta y algunos
ciudadanos, se llama sedición; y cuando son simples
particulares los que riñen, se dice pendencia ó desafio.
L a g u e r r a puede ser defensiva ú ofensiva. E s defensi-
va, cuando se hace para repeler la fuerza, que está ha-
ciendo un agresor injusto. E s ofensiva, cuando se toman
— 316—
las armas para vengar una injuria ya ejecutada y pol-
la cual no quiere dar el injuriador una satisfacción con-
veniente. P a r a explicar los deberes y los derechos in-
ternacionales en esta parte, nos serviremos de las
proposiciones siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La guerra defensiva no sólo es licita, sino que algunas


veces puede ser obligatoria.

457.—Prueba de la i.-p.—Á todo hombre es licito


rechazar la fuerza con la fuerza, con tal q u e g u a r d e
la moderación debida en su defensa propia. L u e g o
también será lícito á una república hacer otro tanto
con la q u e injustamente la acomete. E s así que en
esto consiste precisamente la g u e r r a defensiva. L u e -
g o ésta es de s u y o una cosa lícita.
458.—Prueba de la 2.' p.—Tanto el soberano como
la m i s m a república están naturalmente obligados á
defender los derechos de los ciudadanos. E s así q u e
a l g u n a s veces no pueden defender estos derechos
sino repeliendo la fuerza por medio de las a r m a s .
L u e g o algunas veces la g u e r r a defensiva puede ser
obligatoria.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La guerra ofensiva es algunas veces lícita y honesta.

459.-—Demostración.—El Derecho de la naturaleza


pide q u e la injuria inferida á una república p o r otra
pueda s e r satisfecha, no menos que la que infiere un
p a r t i c u l a r á otro. P o r q u e sin esto no tendría límites
la insolencia de los hombres malvados; y así no vivi-
— 3 I 7 —
ría seguro ningún pueblo en la tierra. E s así que en
algunos casos esta satisfacción no se puede obtener
sino por medio de la g u e r r a ofensiva; pues m u c h a s
veces sucede que el a g r e s o r injusto se niega á darla
p o r sí m i s m o , y así no q u e d a otro medio que el de
v e n g a r el a g r a v i o p o r medio de la g u e r r a . L u e g o etc.
460.—Se dirá: i.° E n la g u e r r a ofensiva u n a r e p ú -
blica t o m a r l a por sí m i s m a venganza de las injurias
cometidas p o r otra contra ella; lo cual no es lícito á
los particulares. 2. A d e m á s , la m i s m a república ejer-
0

cería los oficios de actor y de juez en la causa forma-


da contra la república ofensora. 3 . S i p o r q u e la r e -
0

pública ofendida no tiene superior á quien a c u d i r ,


puede tomarse por sí m i s m a la venganza; esto m i s m o
será permitido á los particulares, cuando se encuen-
tran circunstancias análogas; lo cual no es admisible.
461.—Respuesta.—Á lo primero se responde que á
los particulares está prohibida la venganza p r i v a d a ;
p o r q u e ya tienen superiores, á quienes pueden o r d i -
n a r i a m e n t e acudir en busca de castigo contra s u s
ofensores. Pero á las sociedades políticas indepen-
dientes falta este recurso; y p o r lo tanto no les queda
otro que la v e n g a n z a t o m a d a por su m a n o . F u e r a de
que esta v e n g a n z a no es p r o p i a m e n t e privada, sino
pública; porque se ejecuta con la autoridad del sobe-
r a n o , que es u n a persona pública.
Á lo segundo decimos que el ser actor y juez en la
g u e r r a ofensiva es u n a cosa necesaria, p a r a que la
república ofendida pueda recibir de la ofensora una
compensación justa. Ni en esto h a y el peligro que en
los particulares; p o r q u e el soberano, antes de d a r
este p a s o , ha debido oir el consejo público de sus
consultores y h a de estar cierto de que no h a y otro
m o d o de obtener del ofensor la satisfacción que éste
le debe.
- i 8 -
3

Á lo tercero respondemos negando la paridad. E l


que los particulares no tengan algunas veces á quien
acudir p a r a que venguen las ofensas cometidas con-
t r a ellos, es u n a cosa accidental; y p o r lo tanto en
tales casos no les queda otro remedio que a g u a n t a r s e ;
p o r q u e las leyes m i r a n á lo que sucede de ordinario
y no á lo accidental y extraordinario. Pero si la r e p ú -
blica ofendida no pudiese lícitamente tomarse la ven-
g a n z a p o r sí m i s m a ; lo ordinario y natural sería el
carecer d e suficientes m e d i o s , para conservarse y
defenderse. P o r q u e las malas y perversas acomete-
rían osadamente á las buenas, con la s e g u r i d a d d e
que, una vez cometida la injuria, y a ellas no tendrían
derecho p a r a v e n g a r l a .

PROPOSICIÓN TERCERA.

"Para la justicia de la guerra defensiva no se necesita


la aprobación del soberano, pero sí para
la de la ofensiva.

462.—Prueba de la p.—El derecho de defenderse


contra el injusto i n v a s o r en todos existe; y para él no
se necesita autoridad alguna. E s así que en la g u e r r a
defensiva los ciudadanos ó las provincias no hacen
otra cosa que defenderse. L u e g o p a r a hacer esta
clase de g u e r r a no necesitan esperar la aprobación
del soberano.
463.—Prueba de la 2 . p.—1.° T a n t o las provincias
A

como los particulares dependientes del soberano pue-


den recurrir á él, p a r a que les h a g a justicia contra
las ofensas recibidas. L u e g o el buen orden de la
república pide q u e entablen este recurso y q u e no
acometan á sus enemigos p o r autoridad propia.
2. A d e m á s , para hacer la g u e r r a ofensiva, es necesa-
0
— 3i9 —
rio llamar á las a r m a s á los ciudadanos; y este oficio
pertenece al superior de toda la nación. 3. F i n a l - 0

mente, el defender los derechos de los ciudadanos


pertenece á la autoridad s u p r e m a . L u e g o también el
vindicarlos por medio d e la g u e r r a ; p o r q u e este
g é n e r o de vindicta es u n a cierta acción, q u e la a u t o -
ridad s u p r e m a ejecuta p a r a salvar ilesos en lo s u c e -
sivo los derechos de los s u b d i t o s .
4 6 4 . — N o es necesario, sin e m b a r g o , q u e esta a p r o -
bación sea expresa y formal: basta la voluntad pre-
sunta del soberano p a r a este efecto, m á x i m e si el
peligro es urgente y no se puede r e c u r r i r fácilmente
al superior. A ú n m á s : si los enemigos invaden u n a
provincia y permanecen dentro de ella, pueden ser
lícitamente acometidos y castigados sin permiso del
soberano. P o r q u e p o r el crimen cometido con la
invasión se convierten en subditos del territorio
invadido en orden á la condignidad del castigo; y
p o r lo tanto pueden ser castigados como todos los
demás subditos criminales (1).

PROPOSICIÓN CUARTA.

Para la justicia de la guerra se requiere además una


causa legitima, ó sea la existencia de una injuria
grave, que no pueda ser vindicada ni reparada
de otro modo.
465.—Demostración. — 1 . ° L a g u e r r a no es lícita
sino p a r a q u e con ella pueda conservarse i n d e m n e
la república; p o r q u e de lo contrario r e d u n d a r í a en
g r a v e perjuicio del género h u m a n o p o r las muertes,
devastaciones y otros muchos males, q u e p o r lo r e -

(1) Suárez, De Chántate, disp. 1 3 , sect. 2, n. 3.


— 320 —
g u i a r suele llevar consigo. L u e g o si falta esta causa,
no habiendo injuria alguna g r a v e que la motive, fal-
t a r á también la justicia de la g u e r r a , 2.° A d e m á s , en
la g u e r r a son despojados los h o m b r e s de sus propios
bienes, de la libertad y aun de la m i s m a v i d a . A h o r a
bien; hacer esto sin u n a g r a v e injuria, que la m o -
tive y que no puede ser vindicada ó r e p a r a d a de otro
m o d o , es u n a cosa injusta. L u e g o , etc. P o r consi-
guiente, si la nación ofensora está pronta y dispuesta
á d a r á la ofendida u n a satisfacción conveniente p o r
la injuria inferida, es injusta la g u e r r a que se preten-
da hacer contra ella.
4 6 6 . — V a r i a s son las injurias que pueden dar motivo
p a r a u n a g u e r r a justa; pero todas ellas se pueden
reducir á tres clases. L a primera es, que el Príncipe
de u n a nación se apodere de a l g u n a s cosas p e r -
tenecientes á otra y no las quiera restituir. L a segunda,
el n e g a r sin causa razonable á los de alguna república
ó reino los derechos comunes de gentes, v. g r . el paso
por los c a m i n o s , el comercio, etc. L a tercera, el vul-
n e r a r g r a v e m e n t e la fama ó el h o n o r de un pueblo ó
de su soberano, ó aun d é l o s m i s m o s subditos: p o r q u e
al soberano i n c u m b e defender, no sólo á la república,
sino también á cada uno de sus m i e m b r o s .
4 6 7 . — M a s p a r a que por a l g u n a de estas causas
p u e d a lícitamente el soberano declarar la g u e r r a al
pueblo a g r a v i a n t e , es preciso que su existencia sea
cierta, ó por lo m e n o s m á s probable que lo contrario.
P o r q u e el soberano que quiere declarar la g u e r r a por-
que se j u z g a a g r a v i a d o , ha de proceder en esto como
juez; y por lo tanto no puede fallar sentencia en favor
s u y o , sino en cuanto que se ve asistido, de mejor de-
recho. A d e m á s , p a r a que el soberano pueda lícita-
mente e m p r e n d e r una g u e r r a , no basta que tenga el
derecho en su favor; sino que debe tener por lo menos
— 321
sólida probabilidad d e buen éxito. P o r q u e la g u e r r a
es un negocio gravísimo q u e trae muchísimos males
á los subditos y á la nación entera; y p o r consiguiente,
no se puede e m p r e n d e r p o r uri motivo cualquiera y
sin esperanza por lo m e n o s probable de q u e t e n d r á
buen éxito. «El soberano, escribe S u á r e z , está obli-
g a d o antes de d a r principio á la g u e r r a , á p r o c u r a r
la m a y o r certeza de la victoria q u e le sea posible, y á
c o m p a r a r la esperanza de la victoria con el peligro
de los daños; para v e r si, después de bien pensado
todo, prevalece la esperanza. Y si no puede a d q u i r i r
tan g r a n d e certeza, es necesario p o r lo m e n o s q u e
tenga una esperanza m á s probable ó equiprobable,
según la necesidad de la república y del bien c o m ú n .
S i la probabilidad de la esperanza es m e n o r y la
g u e r r a es ofensiva, casi siempre se debe evitar; - si
defensiva, se debe e x p e r i m e n t a r (tentandum est):
porque ésta es cosa de necesidad, aquélla de v o -
luntad (i).»

PROPOSICIÓN QUINTA.,

Finalmente, para la justicia de la guerra, deben guar-


darse el modo debido y la igualdad en el principio,
en el medio y en el fin de ella.

468.—Demostración.—Si el soberano excediese los


términos de la igualdad entre la ofensa y la vindicta
en alguna de las tres partes de la g u e r r a indicadas en
la tesis, en aquella parte faltaría á la justicia; porque
la justicia consiste en la igualdad entre lo dado y lo
recibido. L u e g o p a r a q u e la g u e r r a sea justa, etc.

(1) Suárez, De Charitate, disp. 1 3 , sect. 4 , n. 1 0 .


Etica especial. 3 1
— 322 —
4 6 9 . — L a i g u a l d a d en cuestión exige que el a g r a -
viado no dé principio á la g u e r r a ofensiva, sin h a b e r
pedido primero satisfacción al a g r a v i a n t e y sin h a -
bérsela declarado después que él se negó á dársela.
S i obra de otra suerte, la g u e r r a será injusta; p o r q u e
el acreedor no tiene derecho para cobrarse p o r su
propia cuenta, cuando el deudor le ofrece lo que le
debe. Comenzada la g u e r r a , es lícito hacer al enemigo
todos aquellos daños que sean necesarios p a r a la
indemnización de la i n j u r i a recibida ó p a r a alcanzar
la victoria. Pero todo esto se debe hacer sin violar las
leyes de la g u e r r a introducidas por el Derecho de
g e n t e s y sin a t e n t a r directamente contra la vida de
los inocentes; pues la g u e r r a ofensiva de s u y o no
tiene p o r objeto sino el castigo de los culpados; y
por otra parte, el Príncipe no tiene dominio directo
sobre la vida de los ciudadanos vencidos. F i n a l m e n t e ,
después dé conseguida la victoria final, puede el
soberano hacer sufrir á la república vencida todos
aquellos males que en su prudencia juzgue ser sufi-
cientes p a r a la justa v e n g a n z a , satisfacción de la
ofensa é indemnización de las pérdidas sufridas. Pero
en esto debe m i r a r también á la g u a r d a de la justi-
cia, no pasando m á s allá de lo justo y no quitando la
vida á los inocentes, por las razones p r ó x i m a m e n t e
alegadas.
CAPÍTULO VI.
D e los deberes y de los derechos
político-religiosos.

470.— Deberes y derechos político-religiosos son


aquellos, que el hombre tiene en cuanto miembro de las
dos sociedades, política y religiosa. P a r a explicarlos
conforme á su dignidad é i m p o r t a n c i a , sería preciso
emplear l a r g a s p á g i n a s ; pero esto no -lo sufre la natu-
raleza de nuestro trabajo, y así habremos de conten-
tarnos con decir tan sólo lo m á s principal en esta
materia. A s í , pues, p r o b a r e m o s p r i m e r a m e n t e la
existencia de estos dos deberes y derechos, refutando
con esto el Ateísmo legal p r o c l a m a d o por los falsos
políticos de nuestros tiempos. Después h a r e m o s v e r
la obligación que tienen todas las naciones de p r o -
fesar la Religión v e r d a d e r a con exclusión de las falsas;
con lo cual quedará explicada la doctrina de la tole-
rancia civil, que importa tanto conocer en nuestros
dias. F i n a l m e n t e , declararemos la naturaleza de las
relaciones que p o r institución divina deben m e d i a r
entre la Iglesia y el E s t a d o , rechazando de este modo
así el Naturalismo político de los Católico-liberales
como las falsas docrinas de los Regalistas. Á este fin
dividiremos el presente capítulo en los tres artículos
siguientes.
ARTÍCULO PRIMERO.

Existencia de los deberes y de los derechos


politico-religiosos.

L a existencia de los tales deberes y derechos q u e -


d a r á probada; si d e m o s t r a m o s q u e la sociedad polí-
tica, como tal, está obligada á d a r culto al verdadero
Dios, y que p o r lo tanto este m i s m o deber se extiende
á los Gobiernos, á los cuales está encomendado el
cuidado del orden público. Sean pues las proposicio-
nes siguientes.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La sociedad política no puede subsistir sin Religión.

471.—Observación.—En la presente proposición


afirmamos q u e la Religión es uno de los elementos,
sin los cuales no puede subsistir la sociedad. A l g u n o s ,
así en el presente como en el pasado siglo, h a n p r e -
tendido sostener lo contrario, diciendo que es posible
u n a sociedad compuesta de solos ateos; p o r q u e éstos,
aun sin creer en Dios, podrían tender al bien c o m ú n ,
o b r a n d o el bien p o r el bien y m o v i d o s p o r la sola
h e r m o s u r a de la virtud. E s t e delirio lo intentó r e a -
lizar en el pasado siglo el impío Owen, fundando u n a
sociedad, cuyos m i e m b r o s no mirasen sino á la a d -
quisición de los bienes terrenos y al g o c e . de los
placeres sensuales. Pero el funestísimo éxito de esta
sociedad, no obstante ser su fundador u n a persona
s u m a m e n t e hábil p a r a los negocios, de m u y buen
ingenio y m á s que m e d i a n a m e n t e instruida, dio bien
á conocer lo errado y a b s u r d o de semejantes cálculos.
3— 25 —
4J2.—Demostración.—1.° L a sociedad civil atea de-
bería constar de familias y personas ateas: p o r q u e de
lo contrario tanto las u n a s como las otras harían
pronto externo y público el culto con que honrasen
en su interior á la Divinidad, por la propensión s u m a
con q u e son arrastrados todos los h o m b r e s á comuni-
car á los d e m á s el bien de la Religión,"que ellos con-
sideran como el m a y o r de todos. E s así q u e la socie-
dad compuesta de personas y familias ateas es i m p o -
sible: p o r q u e la obligación de d a r culto á Dios la r e -
conocen p o r cierto impulso espontáneo todos los
h o m b r e s (58); y p o r tanto es naturalmente imposible
que los individuos de u n a república sean todos gene-
ralmente ateos. L u e g o la sociedad civil no puede sub-
sistir sin Religión.
2.
0
L a sociedad política no puede estar basada s o -
bre el p u r o egoísmo: p o r q u e el egoísmo todo lo sacrifi-
ca al bien privado, y la sociedad exige por el contrario
que cada uno de sus m i e m b r o s sacrifique, cuando
conviene, el bien privado al bien público (E. 56). E s
así q u e la sociedad atea no puede estar basada sino
sobre el egoísmo; pues el único móvil q u e puede te-
ner un ateo en sus acciones, es el deleite; por serle
imposible aspirar á otra cosa que á los bienes y delei-
tes de esta vida (E. 57). L u e g o la sociedad, para poder
subsistir, debe profesar alguna Religión.
E n vano se dirá q u e los h o m b r e s pueden moverse
á obrar por el a m o r á la virtud enteramente desinte-
resado. P o r q u e esta m a n e r a de obrar es demasiado
perfecta para la generalidad de los h o m b r e s , y p o r
tanto siempre será practicada por m u y pocos. F u e r a
de q u e el obrar p o r el puro a m o r de la honestidad es
una cosa imposible p a r a el irreligioso y ateo; el cual
no puede m e n o s de considerar la honestidad como
una palabra sin sentido.
— 326—
3.
0
L a sociedad civil no puede subsistir sin leyes;
ya p o r q u e la sociedad en cuestión es una colección
de h o m b r e s coadunados con el consentimiento del
derecho (270); y a también porque la multitud de
h o m b r e s sin leyes, que regulen sus acciones, m á s bien
que sociedad es un atajo de fieras, que no cesan de
r e ñ i r entre sí p a r a d i s p u t a r s e la presa. E s así que la
sociedad atea es incapaz de tener ley a l g u n a : i.° P o r -
que no h a y ley a l g u n a posible sin el precepto del L e -
gislador divino que le dé fuerza y vigor (E. 217), y en
la sociedad atea no se atiende para nada á este p r e -
cepto. 2. P o r q u e las leyes que existan en la sociedad
0

de esta especie, no pueden m e n o s de hallarse desti-


tuidas de la sanción conveniente; p o r no tener el
legislador h u m a n o suficientes bienes con que recom-
pensar las buenas acciones de los ciudadanos, ni po-
der disponer de otros medios que la p u r a fuerza p a r a
impedir las malas y antisociales de los h o m b r e s m a l -
v a d o s . L u e g o la sociedad atea ó destituida de Reli-
gión es imposible.
4.
0
L o s ciudadanos de la sociedad atea, si quieren
g u a r d a r consecuencia en sus o b r a s , deben m i r a r s e
los unos á los otros como enemigos. P o r q u e , siendo
ateos, no 'pueden tener otro m ó v i l en sus acciones
que el de las fieras, ni pensar en otra cosa que en
idear medios p a r a despojar á los demás de cuanto
poseen. Y asi v e m o s hoy dia que los I n t e m a c i o n a -
listas ateos no hacen otra cosa, sino c l a m a r contra los
r i c o s , y buscar como lobos hambrientos el m o m e n t o
propicio p a r a lanzarse sobre sus bienes: en lo cual no
pueden ser m á s consecuentes.
Ni se diga que la sociedad puede ser atea, sin serlo
los individuos; p o r q u e esto es completamente falso.
L a sociedad no puede m e n o s de ser la expresión fiel
de lo~que son sus individuos: si estos son incrédulos,
- - 37— 2

indiferentistas ó ateos, la sociedad será también incré-


dula, indiferentista ó atea; pero si son creyentes y
v e r d a d e r a m e n t e religiosos, estas m i s m a s propiedades
se dejarán ver en la sociedad, la cual por lo m i s m o
profesará a l g u n a Religión. L u e g o , etc.
5.
0
Sin Religión no h a y verdadera honestidad,
ni v e r d a d e r a probidad, ni ciudadano alguno v e r d a -
deramente útil á la república. E s así que sin estas
cosas la sociedad h u m a n a es físicamente imposible.
L u e g o , etc.
Prueba de la mayor.—1.° Sin Religión no hay verda-
dera honestidad: p o r q u e el h o m b r e irreligioso despre-
cia los castigos con que Dios amenaza á los vicios, y
carece de la perfección que se requiere para poder
a m a r la v i r t u d por su sola h e r m o s u r a ; y por conse-
cuencia no puede obrar sino m o v i d o por el placer ó
por el temor como las bestias. 2.° Sin Religión no hay
verdadera probidad: p o r q u e sin a m o r á la honestidad
y á la virtud no hay probidad posible; y el hombre
irreligioso, lejos de fomentar este a m o r , haciéndose
fuerza á sí mismo, para que las pasiones se hallen en
él sujetas á la razón, naturalmente ha de fomentar el
a m o r á los placeres y dar rienda suelta á sus pasiones
dejando que se enseñoreen de la razón. 3. Sin Reli- 0

gión no hay ciudadano útil á la república: porque el


ciudadano irreligioso, sea subdito, sea superior, no
m i r a r á en todas sus acciones á otra cosa que á su uti-
lidad p r i v a d a ; y sacrificará á sus comodidades el bien
público, s i e m p r e que pueda hacerlo impunemente y
sin temor de ser castigado. L u e g o , etc.
6.° La Religión y el culto divino son cosas tan es-
pontáneas y naturales al género h u m a n o , que con ra-
zón podemos decir de una y otro que son con respec-
to á nuestra naturaleza moral lo que con respecto á la
física es el aire que respiramos. P o r esto no h a y pueblo
— 328—
n i n g u n o en la tierra, ni lo h á habido j a m á s , en q u e
no aparezcan la Religión y el culto: razón p o r la cual
p u d o decir justamente Plutarco q u e es m á s fácil edi-
ficar u n a ciudad en el aire y sin cimientos, q u e desti-
tuida de toda Religión y de todo culto (58). L u e g o , etc.

' PROPOSICIÓN SEGUNDA.

La sociedad política está gravisimamenteobligada á dar


culto al verdadero Dios.

473.—Demostración—1.° L a sociedad política está


g r a v i s i m a m e n t e obligada á practicar aquellas cosas,
sin las cuales no puede conservarse. E s así que, según
lo demostrado en la proposición antecedente, no pue-
de conservarse sin Religión y sin rendir alguna, espe-
cie de culto á la Divinidad. L u e g o tiene obligación de
h o n r a r y glorificar á Dios con el culto religioso. A h o r a
bien; esta Religión y este culto no pueden ser sino los
v e r d a d e r o s : p o r q u e Dios no obliga á profesar una R e -
ligión ó u n culto falso. L u e g o , etc.
E s v e r d a d q u e la sociedad puede absolutamente
subsistir sin la profesión de la Religión v e r d a d e r a .
P e r o p a r a esto es necesario q u e a d m i t a alguna como
verdadera: lo cual indica q u e en el orden de la P r o v i -
dencia divina la Religión verdadera es uno de los ele-
mentos q u e deben entrar en la constitución de u n a
bien ordenada república; y p o r lo tanto es claro q u e
toda república tiene obligación de profesar esta R e -
ligión s a g r a d a .
2. L a persona m o r a l , l l a m a d a república, es u n
0

ser racional criado p o r Dios, no menos que cualquiera


p e r s o n a física. L u e g o está obligada como ella á m o s -
t r a r con s u s actos libres la dependencia esencial, en
que v i v e con respecto á s u C r i a d o r , agradeciéndole
— 329—
sus beneficios, reconociendo sus infinitas perfeccio-
nes, cumpliendo su l e y santísima, etc., etc. (56-157).
3.
0
F i n a l m e n t e , todos los pueblos y naciones se
h a n considerado siempre sujetos al estrechísimo d e -
ber de rendir culto á la Divinidad: razón p o r la cual
no ha existido j a m á s en el m u n d o un solo pueblo sin
alguna idea de Dios y sin el culto que á esta idea es
consiguiente (58). A h o r a bien; el consentimiento u n á -
nime y constante de todo los pueblos en tal clase de
materias es manifiestamente un grito de la naturaleza
racional y recta. L u e g o , atendiendo á lo q u e esta na-
turaleza nos dice debemos concluir sin género alguno
de d u d a q u e toda sociedad política está g r a v í s i m a -
mente obligada á profesar la Religión v e r d a d e r a y á
rendir á la Divinidad el culto q u e ella prescribe.

PROPOSICIÓN TERCERA.

La misma obligación incumbe á todo Gobierno político:


por donde proclamar el Ateísmo legal, es sustituir la
fuerza al derecho, y llevar la ruinadla sociedad
bajo la engañosa apariencia de progreso.

474.—Prueba de la 1. - p.—1.° E l Gobierno también,


a

lo m i s m o que la sociedad, es una obra o r i g i n a r i a m e n -


te divina, ordenada n a t u r a l m e n t e á Dios, y capaz de
reconocer y confesar con sus actos libres su natural
dependencia del Criador, no m e n o s que los indivi-
duos y la sociedad en-tera. L u e g o está obligado p o r la
Ley Natural, lo m i s m o que ellos, á rendir culto á la
Divinidad en el ejercicio de sus actos.
2. L a obligación de tributar culto á la Divinidad
0

q u e i n c u m b e á toda sociedad política, es propia de


todos y cada u n o de los ciudadanos: p o r q u e á todos
y á cada uno de ellos obliga á manifestarse dependien-
- 3 3 0 -
tes de Dios, en cuanto ciudadanos apartes de la repúbli-
ca. A h o r a bien: el Gobierno, en cuanto tal, es una
parle de la república. L u e g o está manifiestamente
obligado á rendir culto al verdadero Dios.
3.0
No sólo está obligado el Gobierno á tributar
este culto; sino que esta obligación le incumbe á él de
u n a m a n e r a especial, obligándolo con m u c h a m á s
fuerza que á los ciudadanos particulares: i.° P o r q u e el
Gobierno es la parte m á s principal de la nación y la
que debe preceder con el ejemplo á los d e m á s ciuda-
danos en el cumplimiento de sus deberes; para que
así todos se esfuercen á hacer otro tanto y reine entre
ellos la paz y tranquilidad, conforme á aquello del
poeta: Regis ad exemplum totus componitur orbis.
2. P o r q u e al Gobierno toca, en v i r t u d de su c a r g o ,
0

u r g i r la observancia de las leyes y hacer que los ciu-


dadanos cumplan con el extrictísimo deber que como
tales tienen de h o n r a r á la divinidad con sus actos;
lo cual haciendo, ya reconoce p o r via de hecho el
dominio absoluto de Dios sobre todos ios h o m b r e s y
le tributa de una m a n e r a implícita el culto, que como
Gobierno le debe. 3 . F i n a l m e n t e , porque el Gobierno
0

es el representante de la nación; y por consecuencia,


si ella está obligada, como tal, á dar culto al verdade-
r o Dios; esta m i s m a obligación pesa sobre el Gobier-
no que la representa.
4.0
Este ha sido s i e m p r e el sentir común de todos
los hombres: contra el cual no pueden valer nada las
necias pretensiones de ios políticos, que en nuestros
tiempos pretenden defender lo contrario, a r r a s t r a d o s
por la corriente del filosofismo impío y ateo. P o r q u e ,
como los filósofos impíos del siglo pasado vieron que
con todos sus esfuerzos no podían a r r a n c a r de los
pueblos la idea de Dios y de su sapientísima p r o v i -
dencia, que tenían altamante g r a b a d a en sus ánimos;
— 331 —
diéronse á a p a r t a r de la administración pública toda
acción que tuviese algún sabor de Religión; p a r a q u e
así poco á poco se fuesen acostumbrando los h o m b r e s
á no acudir p a r a nada al C r i a d o r , y prácticamente se
portasen como si no hubiese Dios ni divina Providen-
cia. Este es el origen del Ateismo legal, y p o r eso no
es e s t r a ñ o que de él se siga lo que afirmamos en las
otras p a r t e s de la tesis.
475.—Prueba de la 2 . p.—El gobierno ateo, p o r el
a

mero hecho de prescindir completamente de Dios en


la confección de las leyes civiles y en la administra-
ción de la cosa pública, s u p r i m e el fundamento de
todo derecho y de todo deber, que es Dios, como a r -
g ü í a m o s en la p r i m e r a tesis (471, 3. ) E s así que, qui-
0

tado el fundamento del derecho y del deber, no queda


en la república otro elemento para i m p e d i r á los ciu-
dadanos la perturbación del orden social que la sola
fuerza física. P o r q u e los deberes y los derechos que no
se hallan fundados en Dios y en su divina ley, no en-
cierran v e r d a d e r a obligación p a r a el h o m b r e ; y así,
p a r a hacer que se cumplan los p r i m e r o s y sean res-
petados los s e g u n d o s , no queda al Gobierno sino la
p u r a fuerza material. L u e g o , etc.
E s t a es la causa p o r que en estos tiempos a u m e n -
tan tanto los Gobiernos la fuerza pública. Quitada á
lo Moral y al Derecho con la administración atea la
fuerza que reciben de la L e y Eterna de Dios, los dere-
chos y los deberes de los ciudadanos se convierten en
cosas puramente convencionales; y así no tienen otro
fundamento en su favor, que la sola fuerza física de
las bayonetas y de los cañones. P o r consiguiente, p a r a
que pueda haber en la república alguna sombra de
orden y no se desencadenen los vientos de las p a s i o -
nes h u m a n a s , se hace necesario que sé multipliquen
los individuos del ejército y que los agentes del orden
— 332 —
público m a n t e n g a n á los ciudadanos en su deber de
la m i s m a m a n e r a q u e se usa con las fieras.
476.—Prueba de lay.'p.—1.° Decir q u e el Gobier-
no como tal, no debe tener n i n g u n a Religión, sino
q u e debe ser ateo, es p r o c l a m a r el Ateísmo social,
afirmando q u e esto m i s m o debe hacer la república. E s
así q u e el Ateismo social conduce derechamente á la
r u i n a de la sociedad civil; porque la Religión es uno
de los elementos necesarios p a r a su conservación
(471 y siguientes). L u e g o p r o c l a m a r el Ateismo legal
es llevar la sociedad á su ruina.
Que esto se h a g a con capa de progreso, es evi-
dente: porque los partidarios de esta perversa doc-
trina apelan á ella en n o m b r e de la civilización y del
progreso; como si la civilización y el progreso consis-
tieran en desterrar á Dios del m u n d o y en no acor-
darse p a r a nada de él en todos los dias de la vida.
2.
0
P r o c l a m a r el Ateismo legal, es l i b r a r al G o -
bierno y á los subditos de toda obligación v e r d a d e r a .
P o r q u e , si prescindimos de la L e y E t e r n a de Dios,
que m a n d a g u a r d a r á cada u n o su derecho, los de-
rechos y los deberes quedan en el aire y sin funda-
mento alguno sólido en q u e descansen. E s así q u e
librar al Gobierno y á los subditos de toda obligación
verdadera, es llevar la sociedad á su ruina; porque
en tal caso gobernantes y gobernados no seguirán
sino sus propios antojos, y sólo se abstendrán de
hacer el m a l , cuando á ello se vean necesitados p o r
t e m o r de alguna pena. L u e g o , etc.
3.
0
S i el Gobierno es ateo, de suerte q u e prescin-
da absolutamente de Dios en la confección de las le-
yes y en la administración de las cosas temporales;
no puede tener otra n o r m a de sus acciones q u e el
aumento de las riquezas materiales, sin t o m a r p a r a
nada en cuenta el orden moral. E s así que, obrando
- 3 3 3 - •
de esta m a n e r a , lleva la ruina y la destrucción á la s o -
ciedad; pues ésta no puede conservarse sino mediante
la virtud y honestidad de los ciudadanos, q u e el tal
Gobierno descuida p o r completo (E. 210). L u e g o , etc.
Véase lo que dejamos escrito m á s arriba al hablar de
la potestad legislativa ( 3 9 8 - 3 9 9 ) .

A R T Í C U L O II.

Tolerancia civil en materias religiosas.

4 7 7 . — L l á m a s e tolerancia en general el sufrimiento


de una cosa tenida por mala, pero que se cree convenien-
te 'dejar sin castigo. «La idea de tolerancia, escribe
m u y bien nuestro B á l m e s , anda siempre acompaña-
da de la idea del m a l . T o l e r a r lo bueno, tolerar la
v i r t u d , serían expresiones monstruosas. C u a n d o la
tolerancia es en el orden de las ideas, supone t a m -
bién un m a l del entendimiento: el error. Nadie dirá
jamás que tolera la verdad Cuando decimos que
toleramos u n a opinión, hablamos siempre de opinión
c o n t r a r i a á la nuestra. E n este caso la opinión ajena
es en nuestro juicio un e r r o r (1).»
L a tolerancia en materias religiosas puede ser
dogmática ó civil. L a d o g m á t i c a consiste en conside-
r a r como i g u a l m e n t e aptas p a r a la consecución de la
vida eterna á todas las Religiones y p o r consecuen-
cia como d i g n a s de ser p e r m i t i d a s en el m u n d o sin
contradicción p o r parte de nadie. L a civil se reduce á
p e r m i t i r simplemente en la sociedad política el libre
ejercicio de varias Religiones, sin afirmar ni n e g a r
nada sobre su verdad ^intrínseca, ni sobre su aptitud

(1) Bálmes, El Protestantismo comparado con el Catolicis-


mo, cap. X X X I V .
• —334 —
p a r a conducir á los h o m b r e s á la vida eterna. Una y
otra pueden ser universales ó m á s ó menos restringi-
das. L a tolerancia dogmática universal considera
como i g u a l m e n t e aptas para la vida eterna á todas
las Religiones absolutamente, p o r imperfectas q u e
sean: la particular del mismo género no atribuye esta
aptitud sino á algunas solamente v. g r . á las diferen-
tes comuniones cristianas. P a r a la tolerancia civil uni-
versal se necesita q u e la autoridad política conceda
completa libertad á los ciudadanos p a r a profesar p ú -
blicamente cualquiera clase de Religiones, sin excep-
ción a l g u n a . S i por el contrario esta libertad no se
concede s i n o ' c o n respecto á a l g u n a s de ellas, ó con
ciertas restricciones; entonces la tolerancia es parti-
c u l a r y restringida.
4 7 8 . — L o s defensores de la tolerancia dogmática se
llaman Indiferentistas; p o r q u e , sosteniendo que en
todas las Religiones se puede igualmente conseguir
la felicidad del alma, enseñan que es una cosa indife-
rente p a r a la vida eterna el profesar ésta ó aquella,
puesto q u e con cualquiera de ellas se puede s e r p e r -
petuamente dichoso. E s t a clase de Tolerantistas y a
queda refutada en lo que m á s arriba dejamos escrito
acerca de la obligación estricta q u e tienen todos los
h o m b r e s de a b r a z a r la Religión verdadera ( 7 4 ) .
4 7 9 . — L o s proclamadores de la tolerancia civil ó po-
lítica se conocen con el nombre de Liberales católicos.
L o s cuales «aplicando, como escribe P i ó IX en su E n -
cíclica Quanta cura, al consorcio civil el impío y
absurdo principio del Naturalismo, como le llaman,
se atreven á enseñar que la idea de una bien ordenada
república y el progreso civil requieren absolutamente que
sea constituida y gobernada la humana sociedad con abs-
tracción completa de la Religión, como si ella no existie-
se ó por lo menos sin que se haga diferencia alguna entre
— 335 —
ta Religión verdadera y las falsas. Y contra la doctrina
de las s a g r a d a s letras, d e la Iglesia y d é l o s S a n t o s P a -
dres no d u d a n en a f i r m a r que el estado más perfecto de
una sociedad es aquel, en que no se le reconoce al Im-
perio el deber de refrenar con leyes penales á los violado-
res de la Religión Católica sino en cuanto lo exige la paz
pública. P o r esta idea de r é g i m e n social enteramente
falsa no temen f o m e n t a r aquella errónea opinión, p e r -
judicial p o r e x t r e m o ala Iglesia católica y á;Ia salva-
ción de las a l m a s , l l a m a d a delirio p o r el P a p a G r e g o -
rio X V I de reciente m e m o r i a á saber: que la libertad
de conciencia y de cultos es un derecho propio de cada
hombre, el cual en toda sociedad bien constituida debe ser
proclamado y afirmado por la ley, y que á los ciudadanos
compete el derecho á una libertad tan omnímoda que por
ninguna autoridad ni eclesiástica, ni civil, pueda ser
coartado; de forma que todos los hombres puedan mani-
festarpaladina y públicamente^sus conceptos, sean ellos
los que fueren, de palabra, ó por escrito, ó de cualquiera
otra manera (i).»

(i) «Etenim probe noscitis, Venerabiles Fratres, hoc tem-


pore non paucos reperiri, qui civili consortio impium absur-
dumque naturalismi, uti vocant, principium applicantes, audent
docere, optimam societatis publicas rationem, civilemquc pro-
gressum omnino requirere, ut humana societas constituatur et
gubernatur, nullo habito ad religionem respectu, ac si ea non
existeret, saltem nullo facto veram inter falsasque religiones dis-
crimine. Atque contra sacrarum Litterarum, Ecclesia?, sancto-
rumque Patrum doctrinam, asserere non dubitant, optimam
esse conditionem societatis, in qua Imperio non agnoscitur
officium coercendi sancitis pasnis violatores catholicea religio-
nis, nisi quatenus pax publica postulet. E x qua omnino falsa
socialis regiminis idea, haud timent erroneam illam fovere opi-
nionem, catolicas Ecclesias, animarumque saluti maxime exitia-
lem, aree. meni. Gregorio XVI Prasdecesore Nostro delìramen-
— 336 —
480.—Como se vé, los Liberales católicos sostienen
que la tolerancia civil en materia de Religión es de
suyo una perfección social y una cosa que no debe faltar
en ninguna república que haya llegado ya á un cierto
grado de civilización. Por esta causa afirman q u e «en
esta nuestra edad no conviene y a que la Religión C a -
tólica sea tenida como única religión del E s t a d o con
exclusión de otro cualesquiera culto (1).» P o r q u e la
sociedad, según ellos, ha llegado y a á ese g r a d o de
civilización, al cual no debe faltar la perfección de la
tolerancia dicha. Pero p o r lo .que hace á los otros
tiempos en que los pueblos se hallaban menos civili-
zados, y a conceden que era útil la intolerancia; porque
entonces la sociedad no estaba p a r a tan g r a n d e p e r -
fección como se encierra en la libertad de conciencia
y de cultos.
4 8 1 . — E s t a es la doctrina del Liberalismo católico
en orden á la tolerancia política de que v a m o s tratan-
do: doctrina a b s u r d a ; según la cual la libertad civil
de conciencia y de cultos es un bien absoluto, á que
debe aspirar toda sociedad política, c a m i n a n d o por
la senda del p r o g r e s o , hasta que logre consegirlo; y
la unidad de Religión, a u n q u e ésta sea la v e r d a d e r a ,

tum .'appellatam, nimirum, libertatem conscientiae etcultuum


esse proprium cujuscumque hominis jus, quod lege proclaman,
et asserì debet in omni recte constituía societate. et jus civibus
inesse ad omnimodam libertatem, nulla, vel ecclesiastica vel
civili, auctoritate coarctandam, quo suos conceptus quoscum-
que, sive voce, sive typis, sive alia ratiorie palam, publiceque
manifestare, ac declarare valeant.» (Pio IX en la Enciclica
Quanta cura.)
(1) jEtate hac nostra non amplius expedit Religionem ca
tholicam haberi tamquam unicam Status religionem, casteris
quibuscumque cultibus exclusis (Proposición L X X V I I del S y -
llabus).»
— 337 —
no es sino u n bien relativo, transitorio de s u y o y apto
tan sólo p a r a el estado infantil y rudimentario de l o s
pueblos. Como si la sociedad, en llegando á la v i r i -
lidad, quedase y a libre del precepto de profesar la
Religion v e r d a d e r a ; ó como si la Religion y el culto
no tuviesen otro objeto en la república q u e servir á
los intereses temporales, conforme á la p e r v e r s a ense-
ñanza de Maquiavelo. P o r tanto con justísima razón
h a sido condenada p o r la Iglesia en la Encíclica Quan-
ta cura y en las cuatro últimas proposiciones del S y -
llabus. L a v e r d a d e r a doctrina en este punto es la
sostenida por todos los Escolásticos y enseñada p o r la.
Iglesia Católica, á saber: que la tolerancia civil es de
suyo un m a l , y q u e p o r lo tanto no debe s e r permiti-
da en las naciones p o r ningún imperante político,
sino cuando el no permitirla sea causa de males m a -
y o r e s que la m i s m a tolerancia mencionada. Esto es lo
que vamos, á d e m o s t r a r en las siguientes p r o p o s i -
ciones.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La unidad en la verdadera Religión es un bien absoluto


de la república, que la conduce de suyo á su propia
perfección: por donde la tolerancia política no
puede ser permitida sino de una manera
relativa.

482.—Prueba de la 1.' p.—1.° L o que el A u t o r de la


naturaleza i m p o n e á la sociedad como u n deber, q u e
esté ella obligada á c u m p l i r en todos los tiempos se-
g ú n sus fuerzas, no puede menos de ser u n bien s u y o
absoluto, q u e tienda p o r su intrínseca naturaleza á
poner en ella alguna perfección; pues el A u t o r de la
Ética especial. 22
- r ¡ 8 -
naturaleza no impone á los hombres otros deberes
que los que tienden de s u y o á perfeccionarlos y m e -
jorarlos.' E s así que el A u t o r de la naturaleza m a n d a
á toda sociedad política, no menos que á los indivi-
duos, h o n r a r l e y alabarle con el culto de la Religión
v e r d a d e r a ( 4 7 3 ) . L u e g o la unidad en la verdadera R e -
ligión es un bien absoluto de la república, que por
su intrínseca naturaleza conduce á la perfección de
la m i s m a .
2° L a unidad en la Religión v e r d a d e r a une estre-
chamente los ánimos de los ciudadanos en orden á
los bienes m á s principales de la república; cuales son
el bien religioso del culto divino, el bien m o r a l de las
v e r d a d e r a s virtudes, que tienen su fundamento en la
v e r d a d e r a Religión y son á su vez el fundamento m á s
firme de la sociedad política (472, 4. ) E s así que lo
0

que une de esta m a n e r a los ánimos, no puede m e n o s


de ser por s u intrínseca naturaleza un bien absoluto
p a r a la república. L u e g o , etc.
3.0
L a libertad de conciencia y de cultos tiende de
suyo á dividir profundamente los ánimos de los ciu-
dadanos y á p r o d u c i r l a discordia en la sociedad po-
lítica. P o r q u e el h o m b r e está por su natural condi-
ción inclinado á. comunicar á los demás los bienes
intelectuales, religiosos y m o r a l e s que él posee ó se
figura poseer. De donde resulta:, i.° Que los ciudada-
nos de u n a república en que reina la libertad de
conciencia y de cultos, se sienten naturalmente i m -
pelidos á inducir,á los d e m á s , por medio de la p a l a -
b r a , de los escritos y de las obras, á que acepten su
modo de pensar sobre las cosas de la Religión, sobre
las doctrinas morales que tienen relación intrínseca
con ella, y sobre los mismos bienes temporales; pues
de u n a manera m u y diferente tienen que pensar por
fuerza sobre estos bienes los que profesan una Reli-
— 339 —
gion y los que tienen otras ideas religiosas (i): y 2° Que
con este empeño de cada ciudadano en que los demás
sientan con él y en que las cosas, de la república se
-arreglen conforme á sus propios sentimientos, se en-
ciende la discordia en los ánimos de la m u l t i t u d ,
teniendo el uno por contrario al bien común lo que el
otro considera como un g r a n bien. L u e g o la libertad
de conciencia y de cultos es de suyo nociva al Estado;
y por consecuencia la unidad en la Religión verdade-
ra es por su intrínseca naturaleza u n bien suyo abso-
luto, que se debe p r o c u r a r s i e m p r e , en cuanto sea
posible.
4. 0
L a libertad de conciencia y de cultos conduce
de s u y o , no solo al indiferentismo y al escepticismo
en materia de Religión, sino también á la ruina de la
Moral. Al indiferentismo: porque la lucha y exaltación
de los ánimos, que se siguen á ella inmediatamente,
producen en los contrincantes u n a cierta especie de
cansancio, en v i r t u d del cual pierden muchos de ellos
aquella firmeza de adhesión á sus creencias que antes
tenían, y comienzan á m i r a r á las de las diversas

(1) Esto es lo que nota muy sabiamente Donoso Cortés, en-


cabezando el primer capítulo de su «Ensayo sobre el Catolicis-
mo, etc.» con estas palabras: De cómo en toda, gran cuestión
política va envuelta siempre una gran cuestión teológica, y
comenzando este mismo capítulo con las siguientes líneas:
«Mr. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucio-
nario estas palabras: Es cosa que admira el ver de qué manera
en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con Ha
Teología. Nada hay aquí que pueda causar sorpresa sino la
sorpresa de Mr. Proudhon. La Teología, por lo mismo que es
la ciencia de Dios, es el Océano que contiene y abarca todas las
ciencias, así como Dios es el Océano que contiene en sí y abarca
todas las cosas. (Donoso Cortés, Ensayo sobre el Catolicis-
mo, etc. lib. 1. cap. 1).»
— 340 —
religiones con otros ojos m u y diversos: de lo cual no
h a y m á s que un paso al indiferentismo. Al escepticis-
mo: p o r q u e la multitud innumerable de opiniones
religiosas á que dá l u g a r la libertad mencionada, en-
g e n d r a naturalmente en el ánimo de los q u e á cada
paso las están presenciando muchísimas dudas sobre
lo q u e antes tenían como cierto; y de aquí, vienen á
caer muchísimos en la d u d a universal sobre todas l a s
religiones, sobre la Providencia divina y a u n sobre la
m i s m a existencia de Dios. Á la ruina de la Moral: por-
que, quitada con el escepticismo religioso á los p r i n -
cipios morales la base de la Religión, sobre que ellos
descansan y de la cual reciben toda su fuerza, no p u e -
den menos de caer p o r el suelo todos ellos. A s í v e m o s
que los que han llegado al último g r a d o d e escepti-
cismo sobredicho, hablan y escriben contra la liber-
tad del h o m b r e , contra la espiritualidad é inmortalidad
del alma h u m a n a y contra los premios y las penas
de la otra vida; confunden á Dios con el m u n d o , ó le
niegan su providencia santísima; reducen la Moral al
placer y dicen otros m i l despropósitos, con los cuales
no puede quedar en pié ni u n solo principio d e la
Moral verdadera. E s así que lo que p o r su intrínseca
naturaleza tiende á plantear en los ánimos de los ciu-
dadanos el indiferentismo y el escepticismo en m a t e -
rias de Religión juntamente con la ruina de la Moral,
no puede menos de ser perjudicial á la república.
L u e g o la unidad en la v e r d a d e r a Religión, q u e es lo
opuesto de la libertad de conciencia y de cultos, es
manifiestamente un bien absoluto de la sociedad civil;
el cual tiende de suyo á proporcionarle la perfección
v e r d a d e r a en todos los momentos de su existencia.
483.—Prueba de la 2. p.—Es evidente. P o r q u e si la
a

unidad en la Religión verdadera es un bien absoluto


p a r a l a república, y la libertad de conciencia y de cul-
— M i -
tos u n m a l también absoluto p a r a la m i s m a ; claro
está q u e todo c i u d a d a n o , según el orden de la n a t u -
raleza, debe a s p i r a r , siempre y en todos los tiempos, á
que reine en su nación la p r i m e r a y se vea desterrada
desella la segunda; y que ésta p o r consiguiente no
puede ser permitida nunca en república a l g u n a sino
de u n a m a n e r a relativa, ó sea como se permiten los
m a l e s cuyo castigo traería á la sociedad otros m a -
les m a y o r e s q u e ellos m i s m o s .

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

El soberano tiene el deber y el derecho^ consiguiente de


conservar y fomentar la unidad en la Religión verda-
dera; pero si de esto se temen alguna vez por la mala
disposición de los ciudadanos mayores males
para el Estado, licito le será permitir la
libertad de conciencia y de cultos.

484.—Prueba de lai.'p.—1.° Al soberano toca en


virtud de su c a r g o hacer q u e los ciudadanos c u m -
plan con el deber, á que está obligada la república.
E s así que la república está obligada á profesar la R e -
ligión v e r d a d e r a (473), y ésta no es sino una sola (77).
L u e g o el soberano tiene el deber y el derecho consi-
guiente de p r o c u r a r q u e en el E s t a d o reine, en cuan-
to sea posible, la unidad en la Religión v e r d a d e r a ,
no permitiendo en él la libertad de conciencia y de
cultos, y e x h o r t a n d o á los ciudadanos á q u e todos
abracen la Religión católica (80).
485.—Digo: exhortando; porque el Príncipe no p u e -
de obligar p o r medio de la fuerza á sus subditos á
que se bauticen y se hagan cristianos, puesto que la
fe debe ser libremente aceptada por cada uno de ellos.
P o r esta causa, cuantas veces los Príncipes católicos
- 3 4 2 -
se han extralimitado en esta parte- llevados de un
falso celo, la Iglesia ha reprobado su conducta. L o
único á que pueden obligar á sus subditos infieles, es
á que oigan la palabra de Dios predicada p o r los Mi-
nistros evangélicos. Pero si oída ésta, ellos persisten
todavía en su infidelidad; el Príncipe no los puede
castigar p o r esto.
2. E l soberano está obligado á p r o c u r a r el verda-
0

dero bien de la república. E s así que el verdadero


bien de la república está en que las operaciones so-
ciales vayan reguladas y dirigidas por la única R e - '
ligion verdadera (473). L u e g o el soberano está obli-
g a d o á hacer cuanto está de su parte para que la
república, como tal, profese la única Religión ver-
dadera; y que p o r consiguiente á n i n g ú n m i e m b r o
de ella sea permitida la libertad civil de conciencia y
de cultos.
3.
0
E l soberano tiene en virtud de su cargo el de-
ber y el derecho de protejer los derechos de los ciu-
dadanos. E s así que los ciudadanos tienen el derecho
estricto de no ser inducidos al e r r o r con las doctrinas
y ejemplos perniciosos de los demás (121-122). L u e g o
el soberano debe, si algunas razones g r a v e s no se lo
impiden, prohibir en el Estado la profesión pública
de los errores religiosos, que lleva consigo la libertad
de conciencia y de cultos; ó lo que es lo m i s m o , debe
p r o c u r a r , en cuanto sea posible, que en la nación
reine el único culto de la Religión v e r d a d e r a .
486.—Prueba de la 2 , p.—Es evidente y todo el
1

m u n d o la admite. L a razón de ella .está en que el


p r i m e r oficio del soberano es buscar el bien de la
nación. De donde se infiere que si ésta, por empeñar-
se en conservar la unidad religiosa en su seno, h a de
sufrir m a y o r e s males que la m i s m a libertad de con-
ciencia y de cultos, cuales serían p o r ejemplo las
— 343 —
continuas perturbaciones políticas; lícitamente puede
dar entrada á la libertad de conciencia: aun a d m i -
tiéndola si es preciso en la m i s m a Constitución del
E s t a d o . «Aunque el Príncipe ó el Magistrado político,
escribe el P. Becano S . J . , debe impedir por todos los
modos ia libertad de Religión, como queda dicho; sin
e m b a r g o , si esto no lo puede obtener sin otros perjui-
cios m á s graves del bien público, puede tolerarla como
un m a l menor, p a r a evitar el m a y o r que de lo con-
t r a r i o se seguirá. Esta conclusión se funda en aquel
axioma: De dos males se debe elegir el menor, cuando
es imposible librarse de entrambos. L a razón es; por-
que, en tal caso, aquel mal no se elige precisamente,
en cuanto tal, sino en cuanto es un medio útil p a r a
evitar un mal m a y o r : y por lo tanto se elige bajo la
razón de bien útil. Esto es el sentir de autores g r a v í -
simos, como S a n t o T o m á s 2 . 2 . q. 1 0 , art. 1 1 , Cayeta-
no, Valencia, etc Si el Príncipe ó el Magistrado
católico hace pacto con los herejes de que tolerará la
libertad de Religión, que no puede impedir sin m a -
yores daños; debe sin género alguno de duda estar á
lo pactado. P o r q u e en todo pacto lícito se debe g u a r -
dar la palabra dada; y es lícito tolerar la libertad de
Religión para evitar m a y o r e s males, y el principe ca-
tólico puede lícita y honestamente pactar la toleran-
cia sobredicha ( 1 ) . »

(1) «Tametsi Princeps aut Magistrates catholicus omnibus


modis impedire debeat libertatem Religionis. ut dictum est; ni
tamen id facere non possit sine graviori incommodo boni publi-
ci, potest earn tolerare, tamquam minus malum, ad evitandum
majus quod alioqui sequeretur. Ha;c conclusio fundatur in ilio
communi axiomate: Ex duobus malts minus est eligendum; sci-
licet, si utrumque evitare non possumus. E t ratio est; quia in
tali casu, illud minus malum non eligitur prsecise, ut malum
— 3 4 4 -
E s t a es la v e r d a d e r a doctrina, enseñada p o r los
teólogos católicos. Nótese, sin e m b a r g o , que en su
aplicación á los casos prácticos pueden caber m u c h a s
ilusiones, así como también m u c h a s hipocresías y
fingimientos. Cuan fácil es en efecto que algunos co-
bardes, ó ambiciosos, ó demasiado a m i g o s de una
falsa p a z , ó v e r d a d e r o s liberales y patrocinadores de la
tolerancia religiosa, se forjen falsamente la ilusión de
que y a no es posible en su patria un modo de ser p o -
lítico, en q u e sea p r e s t a d a p o r los gobernantes á la
v e r d a d e r a Religión una protección franca y sincera,
ó finjan t r a i d o r a m e n t e imposibilidades que en rea-
lidad no existen? L a teoría del mal menor es en sí
buena y laudable, aun aplicada á la tolerancia civil en
m a t e r i a de Religión; pero cuidemos m u c h o en estos
t i e m p o s peligrosos que bajo su m a n t o no se nos m e t a
la perversa y abominable doctrina del Liberalismo ca-
tólico.
4 8 7 . — C o n t r a lo dicho en la p r i m e r a p a r t e de esta
tesis a r g u y e n los Tolerantistas en esta forma; i.° E l

quoddam est, sed ut medium utile ad evitandum majus malum,


ac proinde eligitur sub ratione boni utilis. Ita sentiunt gravis-
simi auctores, D. Thom. in 2. 2. q. 10, art. 1 1 , ubi ex hoc
principio probat ritus gentilium et hasreticorum tolerari posse
ad majus malum evitandum; Cayetanus ibidem, Gregorius de
Valentia, tom. 3, d. 1. q. 10, p. 7.; Molina, tract. 2. de jure et
just. d. 335 et alii plures Si Princeps vel Magistratus ca-
tholicus paciscatur cum haereticis de toleranda libértate Reli-
gionis, quam sine majori detrimento impedire non potest; sine
dubio fides servanda est. Probatur ex dictis. Nam fides servari
debet in omni pacto licito et honesto: atqui Keitum et hones-
turn est, tolerare libertatem Religionis ad majus malum evitan-
dum; et de ea toleranda licite et honeste pacisci potest Prin-
ceps catholicus. Ergo, si paciscitur, fidem servare debet (Becano,
De Charitate, cap. 16, q. 4, nn. 10-11).»
— 345 —
soberano político carece de la infalibilidad que se re-
quiere para i m p e r a r los actos de Religión, en los c u a -
les nos a d h e r i m o s con el entendimiento á una verdad
religiosa conocida. 2. El fin de la sociedad política es
0

la felicidad temporal aquí en la tierra. L u e g o á ella,


como tal, no le pertenece m i r a r p o r el bien de la R e -
ligión, que es espiritual y eterno, prohibiendo la li-
bertad civil de cultos. 3 . Si la sociedad política, en
0

que se profesa la v e r d a d e r a Religión -con exclusión


de las d e m á s , tiene derecho p a r a oponerse á la liber-
tad de cultos, p o r q u e ésta es contraria al bien p ú b l i -
co; esto m i s m o habrá que decirse de las sociedades
en que dominan las sectas disidentes. Con lo cual los
gobernantes políticos dé aquellas naciones tendrán
derecho para p r o h i b i r en ellas el culto católico. 4 . ° L a
libertad de conciencia y de cultos no es dañosa á la
Religión v e r d a d e r a ; antes le proporciona el g r a n bien
de aparecer cada vez m á s gloriosa, venciendo á las
falsas; pues al fin siempre triunfa la v e r d a d del error
y la virtud del vicio. 5 . Más bien debe decirse que la
0

intolerancia política hace daño á la verdadera Reli-


gión; porque el odio que los hombres conciben contra
la tal intolerancia, lo extienden naturalmente á la R e -
ligión m i s m a . 6 . ° Aun m á s ; si no se concede la liber-
tad de conciencia y de cultos, se altera la paz y el
orden en el Estado. L u e g o éste, para vivir en paz y
tranquilidad, debe concederla á los ciudadanos. 7 . ° Fi-
nalmente, Dios con toda su majestad y omnipotencia
deja libre al hombre p a r a abrazar ó no abrazar la
Religión verdadera. ¿Por qué pues ha de coartar el
soberano político esta libertad, prohibiendo en la
nación la libertad de conciencia?

488.—Respuesta.—Á lo primero se responde que el


soberano político puede conocer con evidencia y por
consiguiente de una m a n e r a infalible m u c h a s cosas
— 34 6

pertenecientes á la v e r d a d e r a Religión N a t u r a l , v . g r .
la unidad de Dios, su providencia santísima, etc. P o r
tanto bien p o d r á dar leyes contra los ateos, contra los
panteistas, contra los materialistas y contra los fata-
listas, los cuales van contra las verdades evidentes de
la Religión sobredicha, y c a s t i g a r con penas sensibles
sus delitos en esta parte: p o r q u e los errores propala-
dos p o r todo este linaje de gentes son ruinosos al E s -
tado y verdaderamente culpables. Además, por lo que
hace á la Religión revelada, ésta es evidentemente
creíble á todo el m u n d o ; de m a n e r a que todo h o m -
bre puede, si quiere, adquirir conocimiento cierto de
su v e r d a d . L u e g o tampoco en esto falta al soberano
la infalibilidad que se requiere, para que p u e d a con-
s e r v a r en su pueblo la unidad en la verdadera Reli-
gión y prohibir la libertad de conciencia. Finalmente)
tanto el soberano como los subditos están obligados
á profesar la Religión Católica y á g u i a r s e en las co-
sas religiosas y m o r a l e s p o r los que en ella han sido
puestos p o r Dios p a r a enseñar á los h o m b r e s el cami-
no de la vida eterna. L u e g o , a u n q u e el soberano no
pueda conocer por sí mismo con certeza m u c h a s v e r -
dades pertenecientes á la fe y á las costumbres; no
p o r eso carecerá de la infalibilidad que necesita p a r a
prohibir á sus subditos las cosas, que van contra la
Religión revelada. P o r q u e esta infalibilidad se la co-
m u n i c a r á s i e m p r e la Iglesia Calólica, cuyo juicio está
obligado él á seguir en las cosas pertenecientes á la
salvación eterna.
Á lo segundo respondo distinguiendo en esta for-
m a : E l fin directo é inmediato de la sociedad política
es la felicidad temporal; lo concedo. E l fin indirecto y
último; lo. niego. L a felicidad temporal, á que tiende
de suyo directa é inmediatamente la sociedad polí-
tica, debe estar subordinada al último fin de los ciu-
— 347 —
dadanos (300). L u e g o la sociedad, en la prosecución
de los bienes temporales, no puede prescindir de la
Religión verdadera; la cual es el medio con q u e h a n
de conseguir s u fin último los h o m b r e s : antes está
obligada á no hacer nada en contra de ella y á favore-
cer su acción en cuanto le sea posible (316-320; 395-397).
Á lo tercero se niega la p a r i d a d . L a nación en que
domina una secta falsa, está g r a v e m e n t e obligada á
deponer el e r r o r y abrazar la Religión v e r d a d e r a , que
es el Catolicismo. L u e g o no puede tener verdadero
derecho de prohibir á sus m i e m b r o s la Religión y el
culto católico. P o r eso nuestro a r g u m e n t o en favor
de la unidad religiosa no se funda precisamente en
que la unidad en la Religión v e r d a d e r a es provechosa
al E s t a d o , sino en que le es provechosa en la forma
marcada por el orden natural y por la Providencia divi-
nado cualquiera utilidad es suficiente p a r a que el so-
berano de u n a nación pueda establecer en ella la uni-
dad de Religión, sino la utilidad legitima; la cual no
puede p r o v e n i r sino de la Religión v e r d a d e r a .
Bien puede suceder que el soberano de una nación
crea ser verdadera la Religión falsa profesada por él y
por s u s subditos; y que, en virtud de este e r r o r , juz-
g u e poder lícitamente i m p e d i r la pública profesión
de la Religión realmente v e r d a d e r a . Pero esta es u n a
cosa accidental, que-no nace del orden de las cosas,
sino de las circunstancias anormales de l a s personas:
ni d a verdadero derecho para patrocinar la Religión
falsa, sino lo único que puede hacer, es escusar del pe-
cado á la persona que obre en conformidad con el tal
juicio, p o r hallarse en un e r r o r inculpable.
Á lo cuarto responderemos que el g r a n bien á q u e
se apela, es como el bien que traen las enfermeda-
des á un médico diestro, dándole ocasión para q u e
luzca admirablemente su arte. ¿Es lícito dejar libre
— 348 —
paso á la peste en un pueblo, p a r a que muestren los
médicos sus habilidades? Pues dígase otro tanto de la
libertad de conciencia. L a Religión v e r d a d e r a en efec-
to m u e s t r a cada vez m á s su v i r t u d , peleando con las
falsas. P e r o , esto no obstante, donde reina la libertad
de conciencia, los h o m b r e s perecen víctimas del indi-
ferentismo y del escepticismo religioso, como lo ve-
mos con la experiencia; y la v e r d a d e r a Religión se
queda con su fulgor subjetivo. L a razón de esto con-
siste, en que con la libertad de conciencia los h o m -
bres, por efecto de sus pasiones, se hallan cada vez
menos dispuestos para ver el fulgor de la Religión
v e r d a d e r a y m á s inclinados al m a l . P o r donde, en lu-
g a r de reconocer la divinidad de la Religión, se hacen
irreligiosos, escépticos y ateos. Si el a r g u m e n t o de
los adversarios .valiera algo; probaría que ni en la so-
ciedad ni en la familia debe haber nadie, que cuide
del orden; p o r q u e la v e r d a d y la v i r t u d se abren al
fin paso por sí m i s m a s y salen triunfantes del e r r o r
y del vicio. Dice m u y bien á este propósito S a n A g u s -
tín: «Los reyes cumplen el deber de tales que Dios
les ha impuesto, cuando en sus reinos m a n d a n lo
bueno y prohiben lo m a l o , que dice orden no sólo á
la sociedad h u m a n a , sino también á la Religión di-
vina. E n vano dices: Quedaré en mano de mi libre albe-
drio. ¿Por qué no p r o c l a m a m o s esta misma doctrina
tratándose de homicidios, de estupros y de toda otra
clase de crímenes? Sin e m b a r g o , el impedir todos
estos desórdenes con leyes justas es s u m a m e n t e útil
y saludable (i)».

(i) «In hoc reges, sicut eis divinitus praecipitur, Deo serviunt,
in quantum sunt reges; si in regno suo bona jubeant, mala
prohibeant, non solum quse pertinentad humana m societatem,
verum etiam quee ad divinara religionem. Frustra dicis: Relin-
— 349 —
A lo quinto responde m u y bien el m i s m o S a n
Agustín en estas palabras: «Pero estas medidas no
aprovechan á algunos. ¿Mas acaso se debe descuidar
la medicina, p o r q u e en algunos la pestilencia no tiene
remedio? T ú no te fijas sino en los que son tan d u r o s ,
que ni aun reciben la disciplina. P o r q u e de los tales
se ha escrito: «En vano azoté á vuestros hijos, pues
no recibieron la disciplina»: sin e m b a r g o p o r a m o r y
no p o r odio, según creo, fueron flagelados. P e r o debes
también p o n e r tu atención en los m u c h í s i m o s , de cuya
salvación nos a l e g r a m o s . Si sólo se u s a r a con ellos el
terror y no la'enseñanza; entonces podría p a r e c e r que
se apela á un despotismo injusto. Y viceversa, si se
los doctrinase y no se les metiese ningún miedo; en-
durecidos con la antigüedad de la costumbre, serían
m á s perezosos en resolverse á t o m a r el buen camino
de la salvación. P o r q u e m u c h o s , que nos son m u y
conocidos, cuando se les daban razones y se les m a -
nifestaba la verdad con los divinos testimonios, res-
pondían que deseaban e n t r a r en el seno de la Religión
Católica, pero que temían la enemistad violenta de
los h o m b r e s perdidos Mas después que al útil
terror se ha a g r e g a d o la doctrina saludable, nos re-
gocijamos, como he dicho, con la salud de m u c h o s ;
los cuales alaban con nosotros al S e ñ o r , p o r q u e , cum-
pliendo sus promesas, en que había prometido que
los reyes habían de servir á Cristo, ha sanado de esta
m a n e r a á los enfermos (i).» E s decir, que la unidad

quar libero arbitrio ¿Curenim non in homicidiis, et instupris,


et in quibuscumque alus facinoribus, et flagitiis libero arbitrio,
dimittendum esse proclamas? Quas tamem omnia justis le-
gibus comprimi, utilissimum ac saluberrimum est (S. Agustín,
Contra Cresconium, 1. 3. cap. 51)».
(1) «At enim .quibusdan ista non prosunt. ¿Numquid ideo
negligenda est medicina, quia nonnullorum insanabilis est pes-
— 350 —
religiosa se hace odiosa á a l g u n o s que desearían vivir
libres de todo freno; pero a p r o v e c h a á otros m u c h í s i -
m o s , los cuales v e n d r í a n á caer sin ella en las tristí-
s i m a s s i m a s del indiferentismo, del escepticismo y
aun del h o r r e n d o a t e í s m o .
Á lo sexto y a q u e d a respondido en la s e g u n d a p a r t e
de la tesis. P o r q u e sí én a l g ú n reino ó nación los
c i u d a d a n o s a n d a n s i e m p r e en continuas discordias
p o r causa de la unidad religiosa, y ésta n o p u e d e a l l í
c o n s e r v a r s e sino á costa de la paz y t r a n q u i l i d a d
pública; lícito será al soberano p e r m i t i r la libertad de
conciencia. P o r eso h e m o s dicho que el soberano debe
c o n s e r v a r y f o m e n t a r la u n i d a d en la R e l i g i ó n v e r d a -
d e r a , no á todo trance y por todos lo m e d i o s , sino en
cuanto sea posible y compatible con la tranquilidad
pública.
Á lo sétimo finalmente se responde que Dios nos ha
dejado con libertad física, p e r o no moral, p a r a a b r a z a r

tilentia? Tu non atendis nisi ad eos, qui ita duri sunt, ut nec
istam recipiant disciplinam. De talibus enim scriptum est:
«Frustra flagellavi filios vestros: disciplinam non receperunt»:
puto tamen, quia dilectione, non odio, flagellati sunt. Sed debes
edam tam multos attendere, de quorum salute gaudemus. Si
enim terrerentur et non docerentur, improba quasi dominatio
videretur. Rursus, si docerentur et non terrerentur, vetustate
consuetudinis obdurati ad capessendam viam salutis pigrius
moverentur; quandoquidem multi, quos bene novimus, reddita
sibi ratione et manifestata divinis testimoniis ventate, respon-
debant nobis, cupere se in Ecclesiae catholicas communionem
Iransire, sed violentas perditorum hominum inimicitias formi-
dare..... Cum vero doctrina salutaris, terrori utili adjungere-
tur de multorum, ut dixi, salute laetamur benedicentium
nobiscum Deo, quod sua pollicitatione completa, qua reges
terree Chisto servituros esse promissit, sic sanavit infirmos
( S . Agustin, epist. 93, (alias 48) ad Vicentium, n. 3).»
—35* —
la Religión verdadera; lo cual ha hecho también con
respecto á los demás preceptos de la L e y N a t u r a l .
A h o r a bien; p o r q u e Dios nos ha dejado físicamente li-
bres para g u a r d a r ó no g u a r d a r la Ley Natural, ¿carece
acaso el soberano político de derecho para p r o h i b i r
con leyes penales ciertos delitos escandalosos, que
traen daño al orden público? No, ciertamente. P u e s
dígase otro tanto de los vicios contrarios á la Religión
v e r d a d e r a y entrañados en la libertad de conciencia;
los cuales son tan ruinosos al E s t a d o como otros
cualesquiera (i).

ARTÍCULO III.

Relaciones entre la Iglesia y el Estado.

489.—Entendemos por E s t a d o la sociedad civil y


por Iglesia la sociedad religiosa, fundada por Nuestro
S e ñ o r Jesucristo sobre la firme roca de S a n Pedro y
regida por sus legítimos sucesores en el P r i m a d o de
jurisdicción, los Pontífices romanos. L a Iglesia Cató-
lica r o m a n a es la única que con razón puede llamarse
Iglesia de Jesucristo; y en la que es necesario entrar,
para poder alcanzar la salvación eterna (74-80).
Acerca de las relaciones que según el orden recto
de las cosas deben m e d i a r entre esta Iglesia y las so-
ciedades políticas, existen algunos errores que es
preciso refutar en este artículo. El p r i m e r o es el de
los Regalistas; los cuales consideran la Iglesia como
un Colegio ó corporación sujeta á la autoridad civil,
lo mismo que las compañías de mercaderes, músicos,

(t) Pueden verse sobre la materia de este articulo el Padre


Mazzella, De Religione et Ecclesia, disp. 1, art. 4, y el P. Li-
beratore, La Chiesa e lo Stato, cap. 1, art. 4-7.
— 252 —
artesanos, etc.; los cuales no tienen en el E s t a d o
otros derechos, que los que les concede la autoridad
política. E l segundo es el de los Liberales católicos:
según los cuales la Iglesia y el E s t a d o son dos socie-
dades independientes y tan perfectamente iguales,
como lo pueden ser dos naciones que no dependen
una de otra. E l tercero finalmente es el de cierta cla-
se de Regalistas católicos: los cuales, conociendo y
confesando q u e el Estado debe estar subordinado á la
Iglesia en la persecución de los bienes temporales,
como lo está el cuerpo al espíritu; sin e m b a r g o , p r e -
tenden que á la autoridad política corresponden p o r
el Derecho de la naturalaza las Regalías del Pase Re-
gio y de los Recursos de fuerza. P o r la p r i m e r a de es-
tas dos Regalías pueden los soberanos políticos, según
ellos, revisar las B u l a s y d e m á s Documentos pontifi-
cios, p a r a ver si contienen algo contrario al bien del"
E s t a d o y a n u l a r en este caso su fuerza obligatoria im-
pidiendo su publicación. P o r la segunda es licito á los
Magistrados civiles admitir las apelaciones de los que
se creen agraviados con la sentencia de algún juez
eclesiástico y obligar á la Iglesia á hacerles justicia.

PROPOSICIÓN PRIMERA.

La Iglesia es independiente del Estado én el gobierno


espiritual de sus subditos.
490.—Demostración.—1.° P a r a que la Iglesia depen-
da naturalmente del E s t a d o en el ejercicio de sus fun-
ciones espirituales, es preciso que el fin propio de la
Iglesia esté subordinado al fin directo y peculiar del
E s t a d o : puesto que la naturaleza efe cada sociedad se
halla d e t e r m i n a d a y especificada p o r el fin á que n a -
turalmente tiende. E s así que el fin de la Iglesia no
— 353 —
está p o r su intrínseca naturaleza subordinado ai fin
del E s t a d o ; puesto que el de la p r i m e r a es u n bien es-
piritual y sobrenatural y el del s e g u n d o u n bien m a -
terial y natural. L u e g o la Iglesia es independiente etc.
2. 0
S i la Iglesia d e p e n d i e r a d e l Estado en el ejerci-
cio de sus funciones espirituales, su administración
sería i.°precaria; porque estaría pendiente d é l a s auto-
ridades civiles; 2.°poco uniforme; porque variaría en las
diversas naciones según el g u s t o d é l o s Gobiernos po-
líticos; dañosa á los fieles; p o r q u e los Gobiernos di-
rigirían de ordinario las cosas de la religión á las t e m -
porales propias del E s t a d o , siendo así q u e se debe
hacer todo lo contrario; 4 . finalmente peligrosa para
0

la Iglesia; porque entre los imperantes políticos p o -


dría haber algunos enemigos de la Religión Católica,
como lo fueron en los p r i m e r o s siglos del Cristianis-
mo los emperadores r o m a n o s y ahora lo son la m a y o r
parte de los gobernantes de todo el m u n d o . A h o r a
bien; es una insigne necedad el creer q u e Cristo, v e r -
d a d e r o Hijo de Dios y la m i s m a sabiduría p o r exce-
lencia, haya querido fundar su Iglesia de u n a m a n e r a
tan imperfecta y tan i m p r o p o r c i o n a d a al fin altísimo
de salvar las almas, q u e le señaló p a r a siempre.
L u e g o la Iglesia de Jesucristo no está p o r su n a t u r a -
leza sujeta á Gobierno alguno en el ejercicio de sus
funciones'espirituales.
3 . ° Cristo fundó su Iglesia sobre la firme roca d e
P e d r o , dando á él y á sus sucesores el oficio de regirla
y gobernarla hasta la consumación • de los siglos, y
confiriéndoles la potestad de atar y desatar á los fieles
en lo espiritual, como v e r d a d e r o s Pastores universa-
les y legítimos Vicarios suyos aquí en la tierra ( 1 ) .

(1) Matth. XVI, 1 8 - 1 9 ; Joann. X X I , 1 5 - 1 7 .


Etica especial. 23
- 3 5 4 -
E s así que si los R o m a n o s Pontífices dependieran de
las autoridades civiles en el gobierno espiritual de
sus ovejas, la Iglesia no estaría fundada sobre la roca
de Pedro ni los Vicarios de Jesucristo podrían atar y
d e s a t a r e n ella todo lo que tuviesen por conveniente;
puesto que todos sus actos se hallarían pendientes
de la voluntad de los soberanos políticos; los cuales
los podrían anular á su arbitrio, según lo creyeren
útil p a r a el bien del Estado. L u e g o , etc.
4.
0
L o s Apóstoles de Jesucristo, los cuales sabían
perfectamente el g é n e r o de misión que les e n c o m e n -
dó su divino Maestro y las atribuciones que p a r a
desempeñarla les había concedido, siempre obraron
con perfecta independencia de las autoridades civiles
en el ejercicio de su c a r g o . Así, p a r a anunciar en J e -
rusalen el S a n t o Evangelio el dia de Pentecostés, no
pidieron primero permiso á los magistrados políti-
cos; y este mismo t e m o r de vida g u a r d a r o n , así los
años que pasaron después en la J u d e a , como d u r a n t e
todo el tiempo que vivieron en el m u n d o predicando
y evangelizando y formando sus iglesias. Y cuando
las autoridades políticas de Jerusalen les prohibie-
ron predicar la L e y de Cristo, ellos respondieron
valerosamente: «Obedire oportet Deo m a g i s q u a m
hominibus», antes debemos obedecer á Dios que á los
hombres (1). En conformidad con lo cual en todas
partes del m u n d o fundaron sus iglesias sujetas, no
a las potestades temporales, sino á los obispos, pues-
tos por el Espíritu Santo, según ellos mismos enseñan,
para regir la Iglesia de Dios (2).
5.0
L o que los Apóstoles enseñaron en nombre
de Cristo sobre esta m a t e r i a , esto m i s m o p r o c l a m a -

(1) Act. V, 29.


(2) lbid., XX, 28.
- 355 -
ron m u y alto los obispos de los p r i m e r o s siglos. A s í ,
S a n Ignacio Mártir en la epístola á los T r a l i a n o s
escribe: «Qué otra cosa es el obispo, sino un h o m b r e
que posee el principado y la potestad en la Iglesia?»...
El g r a n d e Osio, en la carta que escribió al e m p e r a d o r
Constancio y que cita con sus textuales palabras S a n
Atanasio en su epístola á los Solitarios, dice: «Á tí te
encomendó Dios el imperio: á nosotros los obispos
nos confió las cosas de la Iglesia. No te metas en las
cosas eclesiásticas, .ni nos mandes en esto cosa al-
g u n a ; sino por el contrario recibe nuestras enseñan-
zas.» San Gregorio Nacianceno en su Oración 1 7 . al a

e m p e r a d o r Teodosio: «Á tí, también, oh e m p e r a d o r ,


le dice, te sujeta la L e y cristiana á mi imperio.
P o r q u e también nosotros los obispos tenemos nues-
tro imperio, y m á s excelente y perfecto que el tuyo».
De la m i s m a m a n e r a se podrían citar otros mil testi-
monios semejantes de los Padres de la Iglesia, que
vivieron en los siglos posteriores. P e r o bastan los
aducidos p a r a muestra de lo que siempre han creído
los cristianos como cosa revelada por Nuestro S e ñ o r
Jesucristo.
6.° Aún más: los m i s m o s soberanos temporales,
que vivían en el seno del Cristianismo, reconocieron
paladinamente esta verdad. Así, el e m p e r a d o r C o n s -
tantino Magno, según cuenta Rufino en el libro p r i -
mero de su Historia, dijo á los obispos: «Dios os ha
hecho sacerdotes y jueces nuestros, y no está bien
que un hombre, cual es el e m p e r a d o r , juzgue á los
que en cierta m a n e r a son dioses.» Teodosio el joven
escribió al Sínodo de Efeso: «No es lícito á quien no
pertenece al orden de los obispos santísimos m e z -
clarse en los negocios eclesiásticos». Así podríamos
citar las palabras de los emperadores Basilio, Valen-
tiniano, Honorio y Justiniano; las de L u i s VII, rey de
— 3 So-
los F r a n c o s , y las de otros varios: pero es necesario
m i r a r por la brevedad (i).
491.—Dicen los Regalistas: i.° S i la Iglesia fuera
u n a sociedad independiente, á cada paso podrían
s u r g i r conflictos entre ella y el E s t a d o ; por ser unos
mismos los subditos sobre que han de i m p e r a r a m b a s
potestades. 2. E n tal caso un Estado existiría dentro
0

de otro E s t a d o : lo cual es imposible. 3 . P a r a que la


0

Iglesia fuera una sociedad independiente, debería te-


ner territorio, derechos majestáticos y el derecho de la
espada, ó sea la potestad coactiva; nada de la cual le
pertenece. 4. L a m i s m a Escritura prohibe á los clé-
0

rigos toda dominación; y S a n Crisóstomo enseña que


«del sacerdote es propio solamente reprender y a m o -
nestar con valor, pero no e m p u ñ a r las a r m a s , ni em-
brazar el escudo, ni vibrar la lanza, etc.:» lo cual sin
e m b a r g o pertenece á los jefes de toda sociedad inde-
pendiente. L u e g o etc.
492.—Respuesta.—Á lo primero se responde que en-
tre la Iglesia y el E s t a d o no puede h a b e r según el
orden de las cosas, conflicto alguno v e r d a d e r o sino
perfecta armonía; p o r q u e a m b o s proceden de Dios, y
en las obras divinas no hay contradicción alguna. L o s
conflictos tendrán origen en los diferentes afectos de las
personas. P e r o estos conflictos se podrán a r r e g l a r fá-
cilmente, si los imperantes políticos atienden con la
diligencia que deben á los bienes m o r a l e s y espi-
rituales de sus subditos, poniendo en ellos m á s
cuidado que en el amontonamiento de bienes t e m -
porales (301-302; 316-320; 395-396). P o r q u e p o r lo que
toca á la Iglesia, harto condescendiente se ha mostra-
do siempre esta buena M a d r e , concediendo á los prín-

(1) Véase sobre esto el P. Suárez en su tratado «Defensio


Fidei catholicss» lib. 3, capp. 7 y 8.
— 357 —
cipes cristianos m u c h o m á s de lo que estaba obligada
á concederles.
Á lo segundo respondo distinguiendo en esta forma:
Un E s t a d o de una especie existiría en otro Estado de
otra especie diferente; lo concedo. E n otro E s t a d o de la
misma especie; lo niego. Ahora bien; ninguna dificul-
tad h a y en que exista un E s t a d o dentro de otro,
cuando ambos son de diferente especie. Así, el alma
h u m a n a está en el cuerpo informado por ella; y el
cuerpo está en el alma como en su principio susten-
tante. Dios está en el Mundo, llenándolo con la in-
mensidad de su sustancia; y el m u n d o está en Dios,
como en su base y f u n d a m e n t o , recibiendo de él con-
tinuamente la existencia. Otro tanto sucede en el caso
presente: la Iglesia está en el E s t a d o , como en su pro-
tector y defensor nato, de cuyo auxilio y protección
material necesita para poder desarrollar con toda
expedición su fuerza intrínseca; y el E s t a d o está en la
Iglesia, como en su director y guia, cuyas celestiales
enseñanzas le son necesarias p a r a buscar en la m a n e -
ra debida la felicidad t e m p o r a l , á que naturalmente
aspira. E n el orden presente de la divina providencia
a m b o s E s t a d o s , el espiritual y el temporal, se necesitan
m u t u a m e n t e . P o r q u e , como escribe el P a p a Nicolás I
al e m p e r a d o r Miguel, «Cristo separó de tal manera
Gon sus actos propios y con sus dignidades distintas
los oficios de e n t r a m b a s potestades, que los empera-
dores cristianos necesitasen de los pontífices para la
vida eterna y los pontífices usasen de las leyes impe-
riales p a r a el curso de las cosas temporales sola-
mente.»
A lo tercero decimos: i.° Que la Iglesia tiene terri-
torio en la forma propia que le corresponde como á
sociedad espiritual, ó sea habitando en él y teniendo
derecho extricto para no ser desalojada de él por nadie:
- 3 5 8 -
pero no lo tiene en la forma propia de las sociedades
temporales, ó sea teniendo sobre él derecho de p r o -
piedad. 2. Que la Iglesia tiene todos aquellos dere-
0

chos majestáticos que son propios de toda sociedad


perfecta. P o r q u e puede d a r leyes, que obliguen en
conciencia á todos sus subditos; puede y debe cuidar
la exacta observancia de las m i s m a s , no menos que el
E s t a d o respecto de las leyes temporales; puede final-
mente castigar con penas proporcionadas y conve-
nientes á los que las infringen, valiéndose p a r a ello, si
es preciso, del brazo secular en los Estados cristianos.
3 . Que á la Iglesia no le falta tampoco el derecho de
0

la espada ó la potestad coactiva. P o r q u e , por lo que


hace á las penas espirituales, éstas las puede i m p o n e r
siempre por sí m i s m a á sus hijos rebeldes, como las
ha impuesto en todos tiempos. Y p o r lo que toca á las
sensibles, las puede decretar ó inmediatamente por
sí m i s m a ó mediatamente p o r medio de los príncipes
cristianos, mandándoles que den leyes en sus reinos
contra los perturbadores de la Iglesia, según las dife-
rentes opiniones de los teólogos católicos.
Á lo cuarto finalmente decimos que la E s c r i t u r a
no prohibe á los clérigos todo g é n e r o de dominación,
sino sólo la dominación soberbia, despótica y arro-
g a n t e , propia de los príncipes civiles que se abando-
nan á sus pasiones y siguen las costumbres m u n d a -
nas. Y por lo que mira á S a n Crisóstomo, éste S a n t o
Doctor, lo m i s m o que S a n Ambrosio y S a n t o T o m á s
Cantuariense y otros, solo se refiere al uso de las
a r m a s materiales, el cual no está bien á un socerdote.
L o m á s que se puede inferir de sus palabras es, que la
Iglesia no puede defenderse por sí misma con las
a r m a s materiales contra sus p e r s e g u i d o r e s injustos;
sino que este oficio lo debe encomendar á los prínci-
pes c r i s t i a n o s , los cuales están en el extricto deber de
— 359 —
protegerla y defenderla. Pero ni aun esto m i s m o se
deduce'de ellas en recta Lógica: p o r q u e el Santo no
habla sino de los obispos particulares; y lo que no es
permitido á un obispo particular, puede serlo al Jefe
s u p r e m o de la Iglesia.

PROPOSICIÓN SEGUNDA.

Tanto el Estado como la Iglesia son independientes en


su propia esfera; pero el Estado en la prosecución
de su 'fin está indirectamente subordinado á
la Iglesia.

493.—Prueba de la i."p.—La independencia d é l a


Iglesia en la esfera de las cosas espirituales y a queda
demostrada en la tesis antecedente. P o r lo que hace
á la independencia del Estado en la esfera de las p u -
ramente temporales, la cosa es manifiesta. P o r q u e
la Iglesia no tiene derecho sino en lo perteneciente á
su fin espiritual y en lo que á él se refiere. P o r consi-
guiente, si las cosas temporales, sobre que versa la
autoridad política, son de tal naturaleza que ni van
contra el fin espiritual de la Iglesia, ni son necesarias
para su consecución; la Iglesia no tiene ningún dere-
cho, ni directo, ni indirecto, sobre ellas; y p o r tanto,
en orden á ellas, el Estado goza de perfecta indepen-
dencia. P o r esto el Pontífice Gelasio escribía al e m -
p e r a d o r Anastasio: «En cuanto pertenece al orden de
la disciplina civil, los mismos prelados de la Religión
obedecen á tus leyes, convencidos como están de que
se te ha dado el i m p e r i o por disposición divina.» Y
Gregorio II en su epístola segunda á León Isáurico:
«Así como el Pontífice, le dice, no tiene poder para
meterse en las cosas de palacio y d a r las dignidades
reales; así tampoco el E m p e r a d o r etc.» Y u n Concilio
— 360—
Lateranense en el capítulo 42 escribe. «Así como que-
r e m o s que los legos no usurpen los derechos de los
clérigos; así también debemos querer que los clérigos
no se a r r o g u e n los derechos de los legos p a r a que
lo que es del César, se dé al César; y í o que es de Dios
se dé á Dios con la debida justicia.» L u e g o , etc. (1).
494.—Prueba de la2.*p.—El recto orden de las cosas
exige que en el buscar los bienes temporales tenga-
m o s cuidado de no causar perjuicio á los espirituales
y eternos. P o r esta causa dice Cristo Nuestro S e ñ o r :
«Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y las
d e m á s cosas os serán d a d a s por añadidura (2).» L u e g o
todo E s t a d o , sea cristiano ó infiel, en la prosecución
de los bienes materiales debe m i r a r indirectamente
al bien espiritual de la Iglesia, al menos de una m a -
nera negativa, ó sea no haciendo nada que v a y a con-
tra el bien v e r d a d e r a m e n t e espiritual de sus subdi-
tos (395-396). Este es su deber objetivo: si bien puede
m u y bien suceder que los h o m b r e s de los E s t a d o s
infieles no pequen formalmente obrando contra él,
por no conocer suficientemente la divinidad de la Re-
ligión cristiana. E n este caso la ignorancia los excusa.

(1) Véase el P. Suárez en su tratado de Defensione fidei;


lib. 3, cap. 5, núm. 6 y siguientes, donde se halla largamente
tratada esta materia.
(2) Matth. VI, 33.
PROPOSICIÓN TERCERA.

El Estado católico está indirectamente sujeto á la Iglesia


en lo concerniente al bien espiritual de la misma;
no tiene de suyo sobre ella la Regalía del pase
regio ni la de Recursos de fuerza.

495.—Prueba de la i . p. — i." T a n t o el soberano


a

como los subditos del Estado católico están obligados


á obrar como católicos en s u s actos deliberados, aun
civiles: puesto que la regla p r ó x i m a , p o r la cual se
deben d i r i g i r en todos ellos, es la conciencia católica
r e g u l a d a p o r la L e y de Dios y de los preceptos ecle-
siásticos. E s así que no pueden obrar como católicos
sino obedeciendo á la L e y del E v a n g e l i o y á los p r e -
ceptos de la Iglesia. L u e g o el E s t a d o católico, a u n q u e
en su esfera propia y t e m p o r a l no está directamente
sujeto á nadie y goza de la m i s m a independencia q u e
los d e m á s E s t a d o s ; pero p o r razón de la moralidad
de los actos civiles de sus m i e m b r o s , la cual perte-
nece al dominio dé la Iglesia, se halla sujeto á ésta de
u n a m a n e r a indirecta.
2.° E n t r e las potestades eclesiástica y civil del
E s t a d o católico debe haber alguna a r m o n í a : puesto
que u n a y otra i m p e r a n á unos m i s m o s subditos y
éstos no pueden obedecer á las dos sino cuando m a n -
dan ordenadamente, de forma q u e la una no se opon-
ga á la otra. E s así que la a r m o n í a exigida p o r la n a -
turaleza consiste en que la civil, como menos perfecta
y de un orden inferior, se subordine en el ejercicio de
sus funciones á la eclesiástica, que es de u n orden
s u p e r i o r y m á s perfecta. P o r q u e la razón exige q u e
lo temporal en cada individuo ó reino esté sujeto
— 362 —
y subordinado á lo espiritual, y lo natural á lo sobre-
natural; como se halla sujeto y subordinado en el
h o m b r e el cuerpo al espíritu. L u e g o , etc.
3.
0
E l soberano Pontífice, en virtud de la jurisdic-
ción espiritual que tiene sobre todos los cristianos,
puede a n u l a r ó dejar sin fuerza obligatoria todas las
leyes civiles contrarias al bien espiritual de los ciuda-
danos católicos. P o r q u e quien tiene derecho al fin,
también lo tiene á los medios; y por consecuencia, si
el soberano Pontífice p o r el derecho divino del P r i -
m a d o puede conducir á todos los ciudadanos á su fin
espiritual, como v e r d a d e r o superior s u y o ; también
podrá eximirlos de las leyes civiles positivamente
contrarias á este fin. Y así consta que lo ha hecho en
todos tiempos, desde que comenzaron á m a n d a r en
el Imperio los emperadores r o m a n o s hasta nuestros
dias. L u e g o el E s t a d o católico se halla por esta parte
indirectamente sujeto á la Iglesia. A d e m á s , el Pontí-
fice r o m a n o , por la m i s m a razón que acabamos de
indicar, puede m a n d a r á los soberanos católicos que
dicten en sus E s t a d o s ciertas leyes necesarias p a r a
el bien de la Iglesia. P o r q u e tanto los soberanos
como los simples ciudadanos católicos están obliga-
dos, como subditos de la Iglesia, á p r o c u r a r según
sus fuerzas el bien espiritual de esta su Madre; y si
andan en esto reacios descuidando el cumplimiento
de su deber, al s u p r e m o J e r a r c a de la Iglesia corres-
ponde hacérselo cumplir con sus preceptos saluda-
bles y prudentes. L u e g o es evidente que el Estado
católico se halla sujeto y subordinado de una m a n e -
ra indirecta á la Iglesia.
4. 0
Éste ha sido siempre el sentir de la Iglesia
m i s m a ; y por tanto sólo con una temeridad incalifi-
cable pueden n e g a r esta v e r d a d los Católico-liberales,
contra quienes estamos combatiendo en esta tesis.
—3 36

P o r q u e el criterio que debe g u i a r á todo católico en
las cosas relacionadas con la fe y con los intereses de
la Iglesia, no es otro que el sentir de esta m i s m a Iglesia.
Que este sea el común sentir de los católicos, lo
dice expresamente S u á r e z con estas palabras. «Esta
aserción explicada en esta forma es recibida por el
común consentimiento d é l o s católicos (i).» Y e n efec-
to: León P a p a , en su carta 7 5 á León A u g u s t o , escri-
be lo siguiente: «Debes advertir sin d e m o r a que la
potestad regia te ha sido d a d a , no sólo p a r a el gobier-
no del m u n d o , sino principalmente p a r a la defensa
de la Iglesia.» E l P a p a S a n Gregorio (lib. 2, Indict. 1 1 ,
epist. 6 1 , ó cap. 100) dice: «Á la piedad de los empe-
radores ha sido dado el p o d e r , p a r a que" reciban de
ellos a y u d a cuantos a m a n el bien, y p a r a que sirva el
reino terrestre al celestial.» Finalmente, dejando á
un lado otros innumerables testimonios de P a d r e s
que se p o d r í a n citar, el P a p a Bonifacio VIII en su
B u l a Unam sanctam enseña expresamente que «la es-
p a d a espiritual y la material están en poder de los
r o m a n o s pontífices: la material p a r a que se emplee
en favor de la Iglesia, la espiritual p a r a que sea u s a -
da p o r la Iglesia m i s m a : la espiritual p a r a que sea
m a n e j a d a por la m a n o del sacerdote, la material
p a r a que sea m o v i d a por la m a n o de los reyes y de
los soldados, pero al arbitrio y paciencia del sacer-
dote (2).»

(1) Asertio hese sic explicata communi consensu catholico-


rum recepta est (Suárez, Defensio Fideichrist. lib. 3. cap. 22, n. 2).
(2) «Uterque ergo est in potestate Ecclesias, spiritualis sci-
licet gladius et materialis. Sed is quidem pro Ecclesia, ille vero
ab Ecclesia excercendus. Ule sacerdotis, is manu regum e t m i -
litum, sed ad nutum et patientiam sacerdotis (Bonifacio VIII
en la Bula citada).».
— 3 4—
6

4 9 6 . — E n v a n o dicen los Católico-liberales contra


esta Bula que no es dogmática sino disciplinar. Por-
que lo contrarío está diciendo abiertamente el rema-
te de ella, en q u e escribe el Pontífice: «Declaramos,
decimos, definimos y pronunciamos que el estar s u -
jetos al r o m a n o Pontífice es absolutamente necesario
á todos los h o m b r e s con la necesidad de la salva-
ción (2).» L o cual no puede ser m á s manifiesto testi-
monio de q u e en la tal B u l a no se trata de cosas dis-
ciplinares, sino doctrinales; y en tal g r a d o , q u e deben
absolutamente ser tenidas como ciertas p o r los cris-
tianos. Así es que la doctrina q u e en ella se contiene,
es también enseñada en el Concilio Lateranense IV y
en el L u g d u n e n s e I. P o r eso en la B u l a Quanta cura
dice el Pontífice P i ó IX que «la Iglesia Católica, p o r
institución y m a n d a t o de su divino A u t o r , debe ejer-
cer su influjo saludable hasta el fin del m u n d o no sólo
en los p a r t i c u l a r e s , sino también en las naciones y en
los pueblos y en los príncipes cristianos civiles;» y
condena como falsa la doctrina de los Católico-libera-
les, en q u e se enseña que «la mejor disposición de la
sociedad es aquella, en que no se le reconoce al I m -
perio el deber de refrenar con leyes penales á los vio-
ladores de la Religión católica, sino en cuanto lo pida
la paz pública.» Y este mismo e r o r d é l o s Católico-li-
berales fué lo que condenó el citado Pontífice en la
siguiente proposición: «La Iglesia debe ser separada
del E s t a d o y éste de aquella (3).»

(1) «Subesse romano pontifici, omni humanos creaturae de-


claramus, dicimus, definimus et pronuntiamus omnino esse de
necessitate salutis (Id. ibid).»
(2) «Ecclesia ab Statu, Statusque ab Eeclesia sejungendus
est, (Syllabus, prop. LV).» Puede verse sobre esta importante
materia el P. Suárez en el lugar poco ha citado y el capítu-
lo XXXI de nuestra obra «La Religión católica, etc.»
— 3 & 5 -
497-—Prueba de la 2. p.—Si al E s t a d o católico co-
rrespondiera por el Derecho de la naturaleza el pase
regio; los soberanos católicos podrían c o a r t a r cuanto
quisiesen la autoridad de la Iglesia en el ejercicio de
sus funciones espirituales; no dejando paso libre sino
á aquellas disposiciones del P a p a que fuesen de su
a g r a d o . Es así que esto p u g n a manifiestamente con
la libertad concedida por Cristo á su Iglesia, según lo
demostrado en la p r i m e r a tesis de este artículo. L u e -
go el pase regio es una regalía injusta, y no pertenece
p o r el Derecho de la naturaleza á ningún s o b e r a n o
católico.
P o r esto con m u c h í s i m a razón ha sido condenada
la doctrina del pase regio p o r los P a d r e s del Concilio
Vaticano; los cuales en la Constitución Dogmática
de Ecclesia Christi dicen de esta m a n e r a : «De la s u -
p r e m a potestad de g o b e r n a r la Iglesia universal que
corresponde al Pontífice r o m a n o se le sigue al m i s m o
el derecho de comunicar libremente en el ejercicio
de su cargo con los pastores y los rebaños de toda
la Iglesia, p a r a que los tales puedan ser enseñados
y regidos en el camino de la salvación. P o r t a n t o ,
condenamos y reprobamos las sentencias de aquellos
que dicen, q u e se puede i m p e d i r lícitamente esta co-
municación de la s u p r e m a cabeza con los pastores y
los rebaños, ó la hacen sujeta á la potestad secular;
de suerte que pretenden ser de ningún |valor cuanto
p a r a el régimen de la Iglesia es estatuido p o r la S e d e
Apostólica ó p o r su autoridad, si no está confirmido
p o r el beneplácito de la potestad secular (1).»

(1) «Porro ex suprema illa Romani Pontificis potestate gu-


bernandi universam Ecclesiam, jus eidem esse consequitur, in
hujus sui muneris exercitio libere communicandi cum pastori-
bus et gregibus totius Ecclesise, ut iidem ab ipso in via salutis
— 366 —

498-—Prueba de la¿.*p.—1.° Á l o s príncipes cristia-


nos no les asiste por el Derecho de la Naturaleza nin-
gún título justo p a r a que puedan recibir las apela-
ciones que h a g a n sus subditos católicos del tribunal
eclesiástico al civil en las causas religiosas. No el Ulu-
lo de dejensa: p o r q u e el católico que se crea a g r a v i a d o
por el tribunal eclesiástico, no tiene derecho p a r a re-
peler la fuerza; sino lo que debe hacer, es apelar á
otro tribunal eclesiástico m á s alto, si quiere que se le
h a g a justicia: y por consiguiente, la obligación que
tiene el soberano político de defender á sus subditos
de los a g r e s o r e s injustos, no le da derecho p a r a a v o -
car á su tribunal laico, con el título de defensa, la
causa fallada p o r el tribunal eclesiástico. No por título
de custodios y ejecutores de los cánones, que tienen n a -
turalmente los príncipes católicos. P o r q u e , este título
sólo les da dereho para a y u d a r con la fuerza física
á la Iglesia, p a r a hacer que se cumpla lo decretado
p o r ella; y en los R e c u r s o s de fuerza no h a y nada de
esto, antes la autoridad política emplea su fuerza
contra los tribunales eclesiásticos y contra la misma
Iglesia. P o r q u e ésta prohibe en el Derecho Canónico

doceri ad regi possint. Quare damnamus ac reprobamus illorum


sententias, qui hanc supremi capitis cum pastoribus et gregi-
bus communicationem licite impediri posse dicunt, auteamdem
reddunt sasculari potestati obnoxiam, ita ut contendant, quae
ab Apostolica Sede vel ejus auctoritate ad regimen Ecclesiae
constituuntur, vim ac valorem non habere, nisi potestatis sas-
cularis placito confirmentur {Concil. Vatic, Const. Dogmat. de
Ecdesia, cap. 3). Acerca de esta materia puede consultarse la
Disertación del Cardenal Tarquini S. J . sobre el Pase règio;
la cual se halla traducida al Español è impresa juntamente con
las Instituciones de Derecho público eclesiástico del mismo
autor por D. A. Manjon. Granada, 1881. Calle de Mesones,
núm. 1 7 .
las apelaciones sobredichas; y m a n d a que la causa se
lleve p o r los trámites legales, dando el derecho de
apelación de un tribunal eclesiástico á otro del m i s m o
género. No finalmente otro titulo cualquiera. P o r q u e
el orden de la justicia pide que, cuando se cree uno
a g r a v i a d o por otro en alguna cosa, acuda al que es
superior de ambos en aquella materia. P o r d o n d e ,
así como es ilícito de suyo apelar en lo civil del t r i b u -
nal laico al eclesiástico; de la m i s m a m a n e r a es ilícito
también apelar en lo espiritual del tribunal eclesiásti-
co al civil. L u e g o , etc.
2.° L o s tales R e c u r s o s son contraríos á la libertad
que Cristo ha concedido á su Iglesia en el gobierno de
sus subditos; p o r q u e ponen la potestad judicial ecle-
siástica sujeta al juicio de los tribunales civiles, como
si la Iglesia fuera inferior al E s t a d o y estuviese sujeta
á él por su intrínseca naturaleza. L u e g o es a b s o l u t a -
mente falso que por la misma naturaleza d é l a s cosas
pertenezca á la corona del soberano católico el dere-
cho de ejercerlos.
499.—Dicen los Regalistas aquí aludidos: i.° Al prín-
cipe político ha sido dada por Dios la potestad p a r a
castigar á los malos. L u e g o así como puede ejercer
esta potestad, también p o d r á admitir las súplicas de
los que recurren á él, por creerse ofendidos por el tri-
bunal eclesiástico. 2. Con los juicios injustos del t r i -
0

bunal ecclesiástico puede turbarse la paz y tranquili-


dad de la república. E s así que al soberano político
pertenece intervenir en los asuntos que t u r b a n la paz
y tranquilidad del E s t a d o . L u e g o el tal soberano pue-
de lícitamente admitir las apelaciones mencionadas.
500. — Respuesta. — A lo primero respondo distin-
guiendo el antecedente: Al príncipe católico ha sido
dada la potestad p a r a castigar á los malos, guardando
empero los derechos de la Iglesia y no atentando contra
— 368 —
ta libertad de acción, que le concedió su divino fundador,
lo concedo. Violando estos derechos, y atropellando con
la libertad sobredicha; lo niego.
Á lo segundo se niega la consecuencia. P o r q u e , si
el causador del desorden es un eclesiástico, que lleva
ia perturbación á la república violando alguna ley ci-
vil; el remedio que debe poner; es avisar á su.superior
correspondiente, para que le aplique el castigo m e r e -
cido. Y si es una persona laica; debe llamarlo al orden
imponiéndole la pena proporcionada á su delito.
Hemos llegado y a al fin de nuestro trabajo. Con
esto v e m o s con s u m o g u s t o cumplido nuestro deseo,
que era de poder servir según la m e d i d a de nuestras
débiles fuerzas á nuestra patria y á la Iglesia Católica
nuestra M a d r e , poniendo en manos de los jóvenes es-
pañoles un libro que los imbuyese en las saludables
doctrinas de la Iglesia Cristiana. Resta a h o r a que los
profesores católicos de nuestros Institutos y Univer-
sidades nos quieran a y u d a r con sus esfuerzos, tomán-
dolo de texto para sus a l u m n o s , como y a varios lo
han hecho; á los cuales no podemos menos de m o s -
t r a r en este escrito nuestro sincero agradecimiento.

A. M. D. G.
SEGUNDA PARTE.

Ética especial.

Págs.

CAPÍTULO PRIMERO.—De los deberes y de los derechos del


hombre en general 4
Artículo primero.—Naturaleza, propiedades "y especies
del deber 4
Art. II.—Naturaleza, propiedades y división del derecho. 10
Art. III.—Qué se entiende por Derecho Natural ó Filo-
sofía del Derecho 19
Art. IV.—Principio fundamental de los deberes y de los
derechos naturales 24
C A P . II.—De los deberes y de los derechos individuales. 34
Artículo primero.—Deberes del hombre para con Dios. 35
§ I.—Deberes teológicos 35
§ II.—-Deberes morales 39
§ III.—Absurdidad del indiferentismo en materia de
Religión 49
Art. II.—Deberes del hombre para consigo mismo. . .. 59
§ I.—Deber de conservación. . 60
§ II.—Deber de perfección 69
§ III.—El duelo y la agresión injusta 72
Art. III.—Deberes y derechos del hombre para con sus
semejantes 79
§ I.—Deberes y derechos'de caridad 79
Págs.

§ II.—Deberes y derechos de justicia 89


§ III.—Deberes y derechos relativos á la propiedad. 96
§ IV.—Deberes y derechos relativos á ,los 'contratos. 120
C A P . III.—De los deberes y, de los derechos domésticos. . 137
Artículo primero.—Idea de la sociedad en general y sus
diferentes especies 137
Art. II.—Naturaleza de la sociedad doméstica. . . . 141
Art. III.—Sociedad conyugal 146
Art. IV.—Sociedad paterna 159
Art. V.—Sociedad heril 164
C A P . IV.—De los debares y de los derechos civiles y po-
líticos 1C6
Articulo primero.—Naturaleza de la sociedad política. . 167
§ I.—Origen de la sociedad política 167
§ II.—Elemento material de la sociedad política.. . 184
§ III.—Elemento formal de la misma 190
§ IV.—Fin á que por naturaleza tiende la sociedad
sobredicha. 196
Art. II.—Naturaleza de la autoridad política. . . . . 202
§ I.—Origen de la autoridad política 203
§ II.—Fin de la misma. 209
§ III. —Sujeto en que por naturaleza reside. . . . 217
§ IV.—Diversas formas de gobierno 244
§ V.—Diversos títulos con que se adquiere la auto-
ridad política 263
Art. III.—Funciones de la autoridad política 268
§ . I.—Potestad legislativa 268
§ II.—Potestad ejecutiva 278
§ III.—Potestad judicial , 283
Art. IV.—Deberes y derechos de los ciudadanos.. . . 293
§ I.—Deberes y derechos de los subditos 294
§ II.—Deberes y derechos del soberano. . . . . 302
C A P . V.—De los deberes y de los derechos internacio-
nales 306
Artículo primero.—Derecho de gentes 307
Art. II.—Deberes y derechos internacionales de caridad
ó benevolencia. 310
Pags.

Art. III.—Deberes y derechos internacionales de jus-


ticia . . . . 312
Art. IV.—Deberes y derechos internacionales en orden
á las cosas de !a guerra 315
C A P . VI.—De los deberes y de los direchos político-
religiosos 323
Artículo primero.—-Existencia .de los tales deberes y de-
rechos '• 324
Art. II.—Tolerancia civil en materias religiosas. . . . 333
Art. III.—Relaciones entre la Iglesia y el Estado.. . . 3 5 1
Se halla de venta esta obrita en la Imprenta y Li-
brería católica de los señores Viuda de Cuesta é Hijos,
Cantarranas, 38 y 40, Valladolid.

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