La Rebelión Del Vacío. Epílogo para Ingleses
La Rebelión Del Vacío. Epílogo para Ingleses
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consumo digitalizado y la automatización del sistema
laboral y productivo no sólo han venido desde hace tiempo
para quedarse, sino que su implantación es tan necesaria que
urge acelerarla, razón por la cual, la pandemia las tuvo
como “objetivo” según el diario Público. Mención aparte
merece la voluntad de convertir a la pandemia en acelerador
“hacia la Gobernanza mundial". Porque esto vuelve a
presuponer varias cuestiones que en principio no aparecen
claras. En primer lugar, ¿qué instancia política de naturaleza
institucional designa el término “Gobernanza”? ¿En qué
sentido es algo tan sustancialmente diferente de un
“Gobierno”? Y de forma más concreta, ¿quién compone esta
institución? ¿Dónde reside? ¿Quién la elige? ¿Cómo es su
funcionamiento? ¿Qué mecanismos de control tienen sobre
ella las sociedades que se ven afectadas por sus decisiones?
¿A qué intereses representa? ¿Hasta qué punto concuerdan
los intereses del Gobierno con la Gobernanza, y hasta qué
punto entran en conflicto? ¿Qué sucede cuando estos
intereses colisionan? ¿Qué poder se impone a cuál, y bajo
qué mecanismos? Etc.
Como se puede ver, la declaración de las 9:26 horas del
miércoles 22 de Abril de 2020, constituye un hecho
histórico de orden moral y político. Al convertir a la
pandemia en medio de un fin político que desborda las
instituciones representativas de la soberanía popular, debiera
haber caído sobre el Congreso como una auténtica bomba.
Quizás, la propia presidenta de la Cámara debiera haber
interrumpido inmediatamente la sesión para requerir al
presidente del gobierno una aclaración sobre el tema de la
Gobernanza. O quizás, los propios portavoces de los
partidos de la Oposición debieran haber usado su turno de
palabra para inquirir al presidente del gobierno una
aclaración urgente. Sin embargo, nada de esto sucedió. A las
10:24, el portavoz del Partido Popular aprovechó su turno
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de palabra para afirmar que votaría la prórroga del estado de
alarma por tercera vez, sin hacer la más mínima mención al
prodigioso evento de transubstanciación que había tenido
lugar, ni hacer salir de su boca la palabra “Gobernanza” para
revisar su significado en ningún sentido.
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prórroga, pero avisaba al Presidente que no tomara su voto
como “un cheque en blanco”. Aval que extendió sobre su
bomba política, toda vez que ésta no mereció considerarse
en ningún sentido. Y ya sabemos que en el Parlamento,
como en la vida, el que calla, otorga.
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9 menciones a “paseos”, “calle” y “menores” junto con
“populares” [referente al partido político, no a la calidad de
la gente representada en el Congreso], “bng” o “Abascal”.
Hay que bajar hasta las 7 menciones para encontrarnos con
el término “covid”, que todavía pugna infructuosamente por
sustituir al “coronavirus” en el imaginario colectivo, y que,
en el desarrollo de este relato en curso, comparte cifra con la
palabra “Titanic”.
En lo fundamental, este rastreo semántico pretende
demostrar la ausencia normativa de reflejo periodístico
respecto a la declaración de las 9:26 del Presidente. Así que
los medios de comunicación más importantes entendieron
que la transformación de la crisis sanitaria en oportunidad
política efectuada por el presidente del Gobierno en sede
parlamentaria no mereció ni exponerse, ni analizarse
críticamente. Por lo demás, esta impresión mediática parece
estar en sintonía con la propia publicación de la Sala de
Prensa del sitio web del Congreso para noticiar lo
importante de lo sucedido el 22 de Abril del 2020. Con un
total de 1.097 palabras, la nota de prensa no recoge mención
alguna a la palabra “Gobernanza”, ni a la declaración de las
9:26 horas. Por decirlo con palabras de Baudrillard, a lo
largo de los diferentes poderes sociales la declaración de
Sánchez “no tuvo lugar”, convirtiendo la necesidad de su
borrado de la realidad en posición hegemónica sobre el
asunto.
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De hecho, algo más de una hora antes Sánchez había
vuelto a utilizar de nuevo la palabra “Gobernanza” para
aclarar al portavoz de ERC que el manejo de la desescalada
sería “compartido” institucionalmente, en otro intento por
tranquilizar al independentismo respecto a la existencia de
un margen de acción por parte de las autonomías frente a la
acción de poder político del Estado central.
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relacionada con la superación de la necesidad de responder a
un viejo principio de soberanía. Dice Rosenau: "Sí, los
Estados mantienen sus derechos soberanos, pero [...] con la
creciente difusión de autoridad, los Estados no pueden
basarse por más tiempo en su soberanía como la base para
proteger sus intereses" (Hewson y Sinclair, 1999, p. 292). Y
de hecho, el autor se atreve a afirmar que alguna de estas
"entidades pueden haber suplementado, o quizás incluso
suplantado, a los Estados como fuentes primeras de
gobernanza a escala global" (Hewson y Sinclair, 1999, p.
294).
Así que Rosenau reconoce todas las premisas que
convierten a la concepción de una institución transnacional
alternativa a los Estados como un posible problema,
comenzando por la recolocación del tema de la soberanía y
la sustitución de la institución que asegura su
representación. ¿Pero cómo puede llevar a cabo el autor este
movimiento argumental más allá de la exhibición de
términos tan sofisticados como inherentemente
contradictorios? La clave consiste en asignar a la noción de
autoridad la necesidad de referirse a una pura realidad
"relacional" sin considerar que las relaciones son siempre de
poder, obviando, por tanto, las tensiones de dominación que
éstas incluyen (Hewson y Sinclair, 1999, p. 295). En este
punto Rosenau cae en cierto idealismo, pese a que su texto
comienza poniéndose la venda de afirmar que, por el hecho
de tratar el tema ontológico, sorteará la herida metafísica.
Rosenau nos ofrece, por tanto, una caracterización
elocuente de la forma en que se considera la noción de
Gobernanza. Por un lado incurriendo en el idealismo
necesario para sortear el problema de legitimación política
que aparece al presentar actores cuya vinculación con la
noción de soberanía no está contrastada. Y por otro,
imponiendo las dinámicas de establecimiento de autoridad
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como un hecho dado, que encuentra en la propia situación
política generada por la pandemia un ejemplo tan ilustrativo,
que la convierte en categoría. Dice Rosenau que la
efectividad de la autoridad ejercida por y para la
Gobernanza "depende de la respuesta de aquellos a quienes
se dirige la autoridad. Si responden, entonces se puede decir
que la autoridad es operativa" (Hewson y Sinclair, 1999, p.
295). No hay quizás mejor forma de anticipar lo vivido en
esta pandemia a modo de afirmación aplastantemente
pragmática.
Básicamente Rosenau concibe un ámbito de poder donde
la soberanía de los Estados puede y debe ser, no sólo
suplementada, sino “suplantada” con la mayor urgencia
posible. Y dictamina que si se puede imponer prácticamente
un ejercicio de autoridad en este sentido, este hecho
refrenda la legitimidad del mismo. No plantea Rosenau en
ningún momento de su escrito que la soberanía estatal es
una referencia que trasciende el límite territorial, de forma
que lo demarcado por éste se refiere a las sociedades
humanas que lo habitan particularmente, y que encuentran
en su instituciones políticas una forma democrática de
representar sus intereses mayoritarios.
Esta peligrosidad es la detectada ante la declaración del
presidente Sánchez el 22 de Abril de 2020, al afirmar que el
efecto de la pandemia conllevaba la aceleración hacia
formas de Gobernanza mundial sin necesidad de dar más
explicaciones, ni de recibirlas por parte de los otros partidos,
la Cámara del Congreso, los medios de comunicación o la
ciudadanía. Este puro pragmatismo arrojado sobre la
pandemia y sobre la ausencia de justificación alguna,
impuesto en el propio éxito de acompañarse por su borrado
mediático y social, extiende su definitivo velo de ironía
cuando el repaso al Prefacio de las “Aproximaciones a la
teoría de la Gobernanza global”, lo primero que se nos
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advierte es un deseo de “enfatizar que no hay por qué
considerar la gobernanza global real como necesaria o
beneficiosa. La gobernanza global no es un bien político en
sí mismo o una solución para los problemas del mundo”
(Hewson y Sinclair, 1999, p. 9). La verdad es que para no
querer dictaminar tal idea, el discurso del libro termina
conjugando un escamoteo de cuestiones democráticas
fundamentales y una imposición de la autoridad por la
fuerza de los hechos que traiciona radicalmente su voluntad
inicial, al punto de convenir la posibilidad aún más
tempranamente expresada de idea la “Gobernanza sin
Gobierno” (Hewson y Sinclair, 1999, p. 6).
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Al resaltar la idea que emerge como denominador común
de todos ellos, el titular queda como sigue: “La OMS queda
en manos de Bill Gates”. No hace falta ser un experto del
lenguaje para entender que la expresión “quedar en manos”,
dota a la información sobre la nueva relación establecida
entre Bill Gates y la OMS, de ambiguas connotaciones
polisémicas pertenecientes al campo semántico de la
posesión. Algo “en mis manos” es algo que yo poseo, o que
depende de mí, o que, en suma, queda en mi ámbito de
dominio. Si alguien leyera cualquiera de estos titulares por
encima y quedara con la vaga idea de que la OMS ha pasado
a pertenecer a Bill Gates, tampoco podríamos culparlo
demasiado.
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En su interior, el artículo también muestra puntos
cuestionables. Armado a través de una oposición falaz entre
las figuras de Bill Gates y Donald Trump, el texto presenta a
la OMS como víctima de la “decisión” del presidente
americano, “de retirarle la aportación económica”, lo cual
“abre serias incógnitas sobre su viabilidad”. Teniendo en
cuenta que Trump ha sido caricaturizado ad nauseam como
villano global, puede aparecer Bill Gates como héroe
financiero al rescate a través de esta reductio ad Hitlerum.
Así que para cuando el artículo afirma que “no parece
demasiado arriesgado afirmar que la OMS queda a expensas
de la generosidad de algunos millonarios”, que ésta “caiga
en manos” de magnates privados casi produce alivio.
En todo caso, la dependencia financiera de un organismo
perteneciente al paraguas de las Naciones Unidas, no es algo
que surja de la coyuntura concreta de la crisis del
coronavirus. Tal posibilidad está implícita en la propia
naturaleza institucional de las organizaciones
supranacionales de orden global armadas tras la Segunda
Guerra Mundial, por el propio desarrollo histórico de su
sostenimiento financiero. El propio artículo se encarga de
hacer un repaso en este sentido, recordando la fundación de
la OMS en 1948 y su presupuesto aproximado de 4.500
millones de euros para el bienio 2020-2021. Pese a “las
contribuciones obligatorias que hacen sus 194 Estados
miembros”, “este dinero apenas sirve para sufragar” gastos,
por lo que las donaciones privadas son más una necesidad
estructural que un complemento de la institución. Aquí es
donde destaca la Fundación Bill y Melinda Gates, “que
aporta casi un 10% a este organismo que dedica la mayor
parte de sus fondos a África, el continente que más sufrirá la
decisión de Trump”.
Como se ve, el artículo es un traje a medida para
convenir la posición de dominio de Gates en la OMS como
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mal menor, si no como hecho felicísimo directamente. Al
final no sabemos si la afirmación de que “la OMS queda en
manos […] de Bill Gates” funciona como una especie de
lapsus freudiano, donde el periodista trasluce una
intencionalidad de forma inconsciente que remite a una
interpretación del todo inaceptable en términos de
institucionalidad democrática, o bien como un colofón para
aceptar la idea de que una institución global ha pasado a
manos privadas de forma tan abierta como disonante.
Quizás por hacer este tipo de periodismo, Anje Ribera se
presenta a sí mismo en twitter a través de una epatante frase
donde afirma: “Me engaño creyendo que soy periodista”
(Ribera, 2020).
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próxima pandemia (Gates, 2015). Y éste es el marco
argumental usado precisamente por Sánchez y El País, es
decir, el marco hegemónico para fijar la comprensión
simbólica de la pandemia en nuestro imaginario colectivo en
un sentido lakoffiano.
El arranque de la formulación bélica de la pandemia se
inicia por parte de Sánchez el 21 de Marzo, refiriéndose a
los médicos como “primera línea del frente”, una semana
después de decretar el estado de alarma. Un día después, El
País dedica un artículo a este tema con un titular que deja en
manos de uno de los médicos, la tarea de etiquetar
bélicamente su trabajo. Mientras el periódico habla de que
“los médicos se baten en la UCI”, una supuesta declaración
de uno de ellos afirma que “Es la guerra de nuestra
generación” (Linde y Martín-Arroyo, 2020). El 10 de
Marzo, El País Semanal dedica un extenso reportaje a este
mismo enfoque, con una dramática descripción de la
situación hospitalaria que se está viviendo, preñada de
analogías con el frente de guerra en un alarde retórico que
maneja sin ambages un tono de pornografía emocional
(Rodríguez, 2020). Tres días antes, el 7 de Abril otro
artículo informa sobre la situación en la UCI con mayor
número de camas habilitadas de toda España a partir de un
titular construido con la declaración de otro médico que
afirma: “En la guerra no hay horarios. Aquí tampoco”
(Mouzo, Battista y Microni, 2020). El 15 de Abril, el
suplemento Planeta Futuro de El País publica un artículo
centrado en la República Centroafricana cuyo título reza,
“Covid-19: Un país sin camas de UCI, en guerra, con
epidemia de sarampión y, ahora, la amenaza del
coronavirus” (Zuccalà, 2020). Ese mismo día otro artículo
de Opinión se pregunta si “es posible que hayamos
comenzado la Tercera Guerra Mundial” (Fornari, 2020). La
idea de convertir la pandemia en la versión actual de las
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Guerras Mundiales del siglo anterior, circula por tanto del
TED 2015 a su formulación periodística, redundante y
expresa.
La lista sigue y sigue. El 12 de Abril, un artículo recoge
una declaración del presidente del Gobierno donde afirma
que “Nadie puede ganar solo esta guerra” a cuenta de la
necesidad de acuerdo político con la Oposición del PP
(Marcos, 2020). Cinco días antes, un artículo de opinión
titula “Despertar después de la guerra” a una reflexión
donde afirma que, “uno tras otro, los mandatarios terminan
por tocar los tambores de guerra y convocarnos a esta
batalla colosal contra el coronavirus” (Díaz Álvarez, 2020).
El 22 de Abril, un artículo en el suplemento económico
Cinco Días recoge las declaraciones de Escarrer, consejero
de Meliá, en un titular que afirma que “El coronavirus va a
tener el mismo impacto que una guerra para el turismo”
(Molina, 2020). Cuatro días antes, un artículo muestra el
titular “Coronavirus: Economía de guerra”, para hablar de la
situación de la eurozona (Ubide, 2020). Diez días después se
difunde una noticia de Agencia donde Sánchez afirma que
“Europa debe poner en pie una economía de guerra" (Efe,
2020). Han pasado más de veinte días desde que, el 6 de
Abril, El País publique un artículo de opinión que se titula
“Y tras la guerra, la posguerra” (Gassiot, 2020). Siete días
antes se repasa el drama humano que supone no poder
despedirse de alguien que ha fallecido oficialmente por
coronavirus en un artículo de opinión titulado “Coronavirus:
Cuando la guerra te toca” (Fuentes, 2020).
Este seguimiento ni siquiera es exhaustivo. Pero la
traducción bélica del coronavirus ni siquiera se agota con la
comparación en positivo, sino que su refutación constituye
también su refuerzo pragmático en términos de framing, de
igual forma que, siguiendo el famoso título del texto de
Lakoff, invitar a no pensar en un elefante es obligarte a
231
hacerlo. En este sentido El País presenta una serie de
artículos que refuerzan el framing bélico de la crisis
sanitaria de forma sistemática a costa de criticarlo. El 26 de
Marzo, Josep Ramoneda (2020) denuncia “El discurso de la
guerra”, mientras esta titulación refuerza el propio objeto de
su crítica de forma disonante. El 3 de Abril Nuria Labari
(2020) escribe una Tribuna que titula “Esto no es una
guerra”, advirtiendo en el subtítulo de que “es peligroso que
se utilice esta metáfora porque se trata de una imagen
políticamente inflamable y peligrosa”. Ese mismo día, un
artículo de Ramón Lobo (2020) se refiere en su título a “El
virus y el lenguaje militar”, afirmando en su subtítulo que
“No hay trincheras, ni primera línea. Ni siquiera, enemigo.
Solo es un virus” [la cursiva es nuestra]. El 7 de Abril
Michael Harder (2020) escribe una Tribuna donde se
manifiesta “Contra el uso del concepto de guerra”, con el
mismo resultado lakoffiano contrario al deseado que en los
anteriores ejemplos.
Aparte de todo esto, El País dedicó otra diversidad de
artículos a conectar guerra y coronavirus de forma más o
menos circunstancial o periférica. El 28 de Marzo, un titular
de Economía hace un juego literario al relacionar “La crisis
del coronavirus y el arte de la guerra” de Sun Tzu (Noceda,
2020). El 6 de Abril, un artículo de Sociedad repasa el
drama sanitario desde el punto de vista de la memoria
histórica en un artículo titulado: “Abuelos al rescate: la
generación de la guerra frente al coronavirus” (Rincón y
Oliva, 2020). David Trueba (2020) vuelve a incidir en este
mismo enfoque un día después, en un artículo titulado “Los
niños de la guerra” –civil. El 19 de Abril se abordan
aspectos de cultura y nacionalismo catalán con un titular que
reza, “Guerra, religión y coronavirus: cuando Sant Jordi se
quedó sin ser el Día del Libro” (Segura, 2020). El 20 de
Abril un artículo sobre Tecnología usa la palabra “guerra”
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para enmarcar un tema de competencia mercantil, titulado,
“La guerra de la app de rastreo del virus: investigadores y
gobiernos europeos compiten por su opción” (Colomé,
2020). El 29 de Abril otro artículo sobre Ciencia hace el
mismo ejercicio titulando un artículo “Guerra de datos entre
médicos y la empresa farmacéutica Gilead” (Domínguez,
2020).
El colmo de esta muestra periodística viene dada por otra
serie de artículos donde la pandemia se trata en un contexto
realmente bélico, produciéndose una peculiar redundancia
entre lo literal y lo metafórico. Por ejemplo, el 27 de Marzo
un artículo afirma en un título que “El virus aplaca guerras
interminables” para anunciar la alteración de los conflictos
bélicos que ha propiciado la expansión de la pandemia
(Espinosa, Sanz y Naranjo, 2020). El 5 de Abril un artículo
trata esta cuestión concreta por lo que respecta a Siria
(Reynders, 2020). El 9 de Abril se habla de que Finlandia
abre los almacenes secretos de la Guerra Fría”, relacionando
este hecho con la crisis del coronavirus (Cebrián, 2020). El
20 de Abril se publica una noticia donde se presenta el caso
de “Un veterano de guerra de 99 años” que “luchó en la
Segunda Guerra Mundial, en India y Birmania, y ahora ha
querido enfrentarse al coronavirus” recaudando “28
millones de euros con su andador” (Domínguez, 2020a).
De lo sustancial a lo accidental, de lo afirmado a lo
negado, de lo dramático a lo pintoresco, la sociedad recibió
en tiempo record un volumen de información descomunal,
dedicada a convertir en guerra la crisis pandémica. Si el
TED del 2015 de Bill Gates tenía por objetivo básico
sembrar esta idea, desde luego, en España esa batalla la
libraron el propio Ejecutivo y el periódico hegemónico,
concordando totalmente en términos culturales, y
manejando en lo sustancial, un objetivo idéntico.
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8
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THE CONFLUENCE
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transformación social hacia la digitalización gracias a la
pandemia.
La relación entre pandemia y progreso permite, durante
el TED de Marzo, contraponer falazmente las ideas de
“política” y “ciencia” como si se tratase de campos de
acción excluyentes. Esta contraposición está impulsada
inicialmente por los propios comentarios de Gates, que
comienza por responsabilizar al gobierno americano de
generar una situación “bastante caótica” por no “haberse
asegurado sobre la capacidad de hacer tests”, a lo que el
entrevistador apunta el deseo de “contar con dinero
gubernamental para actividades clave”. No obstante, es de
nuevo el entrevistador quien va a cargar las tintas retóricas
para resaltar este tema, preguntándose si “escucharán los
líderes importantes a los científicos”, en quienes recae la
capacidad “milagrosa” de “comprender este virus”.
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cambiar sus ideas priorizando la ciencia sobre todo? ¿O esto
es pedir demasiado?”
En realidad esto es pedir exactamente lo mismo que el
presidente Sánchez y Gates han planteado tomando por
causa la pandemia del coronavirus. Es decir que la
conversación del TED de Marzo presenta un discurso donde
se desarrolla argumental y emocionalmente la idea que
convirtió en histórica la declaración de las 9:26 del 22 de
Abril del presidente Sánchez, y demuestra que los discursos
del presidente del gobierno y del fundador de una
corporación privada, “en cuyas manos ha quedado la OMS”,
están fundamentalmente alineados.
Pero si este alineamiento entre la declaración del
presidente Sánchez y lo que envuelve al TED de Marzo con
Bill Gates es fundamental, ¿dónde queda en este último caso
la apelación a la idea de Gobernanza mundial? Por lo que
significa vagamente la apelación a este término cuyo
contenido político está por definirse, es de nuevo el
presentador quien expresa “qué importante es que las
naciones del mundo colaboren ahora mismo” contra un
“enemigo común” de la “humanidad”. El presentador aclara
que este enemigo “no sabe si cruzó una frontera. No conoce
la raza de la gente ni qué religión profesan. Él sólo sabe que
aquí hay un humano”. Tras lo cual culmina con una
apelación directa al entrevistado: “¿Qué tienes que decir a
esto, Bill? ¿Ves signos de cooperación o estás también
preocupado?” Por supuesto Bill no está preocupado porque
los Estados son el problema con sus fronteras artificiales, y
Gates es la solución. Así que el magnate comienza por
desdramatizar, aportando un tono sereno, tras lo cual, lanza
signos de solidaridad esperanzadora: “Veo que países
recuperados pueden ayudarse unos a otros, y eso es
fantástico”. Semejante vaguedad se completa con otra
respuesta a una pregunta sobre “cómo pueden nuestros
239
gigantes técnicos y líderes [políticos] jugar un papel para
aislar y contener este virus”. Gates se desentiende del
liderazgo político, y responde directamente que “las
compañías tecnológicas están muy involucradas en asegurar
que la gente pueda trabajar”, “mantenerse en contacto” y
“dar visibilidad numérica” que ayude a resolver el problema
“con algún modelo epidémico”. La guinda al pastel de la
solución tecnológica abunda en resaltar la generosidad
económica de su Fundación. “Ya sabes”, al aportar
“rápidamente 100 millones para ayudar con [la producción]
de todas las piezas: Tests, material terapéutico y vacunas”.
Cuando el entrevistador se despide del filántropo afirmando
que “fue realmente maravilloso escucharle” casi diríamos
que se ha quedado corto en su alabanza.
La conversación con Gates no menciona expresamente la
palabra “Gobernanza”, pero pone sobre la mesa todos los
elementos necesarios para suponerla y, sobre todo, para
reclamarla justo en la línea expuesta por Rousenau unas
páginas más atrás. Para ello, dicha conversación bebe del
creciente descrédito sufrido desde hace décadas por la
política institucional, agravado tras una crisis económica
aún reciente que terminaría revistiéndose de corrupción
sistémica en 2008. Este factor simbólico sobrevuela la
conversación a modo de subtexto, facilitando la
contraposición entre el paradigma del Estado-nación y la
corporación privada como alternativa. Lo peculiar de todo
este esquema es que invierte la relación tradicional de cada
uno de estos polos respecto al interés general. Con todos sus
defectos, podredumbres y corruptelas, el Estado-nación
constituye una instancia articulada en torno a un principio
de soberanía popular de donde emana el poder político, y a
cuyo principio se deben las instituciones que lo representan.
Con todas sus virtudes, lujos y sofisticaciones, las
corporaciones privadas constituyen instancias articuladas en
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torno al interés particular de sus propietarios. Sin embargo
al final de la conversación con Gates, flota la idea de que el
interés general tiene como obstáculo al Estado-nación, que
además se alimenta de una casta obtusa de políticos que
ponen freno a la ciencia. El interés general a nivel mundial
pasa, entonces, al lado de las corporaciones privadas,
ejemplificadas en las grandes empresas tecnológicas. Es por
esto que la acción de “gobierno” se queda corto frente a lo
que precisa el siglo XXI. Frente a lo cual hace falta designar
un ejercicio de poder político esencialmente nuevo bajo el
nombre de “gobernanza”, que, consecuente, hibrida una
relación negociada, de igual a igual en el mejor de los casos,
entre instancias de liderazgo político propias de un pasado
aún dependiente del Estado-nación, y poderes emergentes
de dimensiones análogas como las grandes corporaciones
privadas, que se introducen así en un nuevo marco de
decisión política a todos los efectos. Esto es lo que significa
invocar a la pandemia como catalizador cuyo efecto acelera
positivamente cambios sociales que ya venían dándose hacia
formas de Gobernanza mundial. Por ello, la declaración de
las 9:26 horas del presidente durante la tercera renovación
del estado de alarma es un ejercicio histórico de traición a la
soberanía popular que representa, en beneficio de intereses
alineados con grandes corporaciones que ha tomado impulso
con esta crisis sanitaria. Y que no parará aquí, porque ya
avisa Gates en el último TED que “saldremos de ésta. Y
entonces estaremos preparados para la siguiente epidemia”.
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APÉNDICE I
242
entre los sectores del negocio privado y el sector público es
de una importancia tan crítica en este momento”. En su
página principal se afirma que “una severa pandemia […]
requeriría una sólida cooperación entre diferentes industrias,
gobiernos nacionales e instituciones internacionales clave”.
Para atajar el problema presenta “quince líderes de los
negocios, gobierno y salud pública” capaces de ilustrar
cómo se resolvería un escenario catastrófico con “suficiente
voluntad política, inversión financiera y atención”. La
verdad es que, cuando revisamos la lista concreta de
ponentes, no encontramos un solo cargo político relevante
en activo, y sí diferentes figuras de fundaciones privadas
asociadas a grandes corporaciones y organizaciones
transnacionales como la Fundación Naciones Unidas (no
confundir con la ONU) de Ted Turner, el Grupo del Banco
Mundial, la Fundación UPS, el Grupo Lufthansa, Johnson &
Johnson, NBC y Universal Media, la consultoría global de
marketing y relaciones públicas Edelman, y diversas
personas en calidad de especialistas en pandemias y salud
pública además de la propia Fundación Gates. Lo más
parecido que hay en la lista a un gobernante político actual
es una antigua ministra australiana, que actualmente figura
como miembro del comité del Banco AZN, junto al jefe
representativo del banco central de Singapur y un antiguo
cargo de la CIA y la Seguridad Nacional estadounidense.
Como se ve, para demostrar prácticamente la posibilidad de
combinar los sectores, público y privado, el Event 201
decanta la balanza del lado del segundo.
El caso es que el escenario planteado por el Event 201
clava a grandes líneas la situación que estamos viviendo tres
meses antes de que se produzca. A mediados de Octubre de
2019, el Event 201 “simula un brote de un nuevo
coronavirus zoonótico, transmitido de murciélagos a cerdos,
y a personas, que finalmente se vuelve eficientemente
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transmisible de persona a persona, lo que lleva a una
pandemia severa. El patógeno, y la enfermedad que causa,
se basan en gran medida en el SARS, pero es más
transmisible en la comunidad por personas con síntomas
leves”. En lo sustancial, la simulación del Event 201 acierta
en su predicción al trazar un escenario que desemboca en
una explosión global de la epidemia sin “posibilidad de que
haya una vacuna disponible en el primer año”. “El número
de casos aumenta exponencialmente, duplicándose cada
semana. Y a medida que se acumulan los casos y las
muertes, las consecuencias económicas y sociales se
vuelven cada vez más graves”.
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publicación en la necesidad de tomar conciencia sobre
temas de liderazgo político para realizar cambios profundos
a cuenta de una pandemia por coronavirus.
Con una portada donde aparece la icónica imagen de un
virus ya instalado en el imaginario colectivo junto a
personas que portan las ya populares mascarillas, el informe
se titula “Un mundo en riesgo”. El Sumario Ejecutivo de su
página seis se titula “Acciones para llevar a cabo por parte
de los líderes”. Y el apartado dedicado a “Progreso,
Desafíos, Acciones”, se abre con un punto que se titula, “El
liderazgo conduce al progreso” [sinonimia de lo epidémico
según Gates]”. El punto que lo cierra se titula “Mecanismos
de coordinación internacional”, y es que, en el informe de la
“Junta de Monitorización para la Preparación Global”
(GPMB), todo destila reflexión sobre liderazgo.
“La pregunta por la verdad del arte surge cuando algo que no
existe se presenta como si existiera. De acuerdo con su mera
forma, el arte promete lo que no es, y anuncia objetiva y
torpemente la pretensión de que, como eso aparece, también tiene
que ser posible.” Lo no existente (Adorno, 2004, p. 153)
247
“El proceso de la autorepulsión tiene que renovarse
constantemente.” Relación entre el arte y la sociedad. (Adorno,
2004, p. 27)
248
Pero ¿qué es esta “preparación” en términos de liderazgo
que cabe colegir como sinónimo de Gobernanza? Según la
GMPB, “la ONU y la OMS definen Gobernanza como la
habilidad (conocimiento, capacidades y sistemas de
organización) de los gobiernos, y la respuesta profesional de
las organizaciones, comunidades e individuos para anticipar,
detectar, responder y recuperarse efectivamente, frente al
impacto de emergencias […] inminentes o presentes,
peligros, eventos y condiciones. Significa disponer de
mecanismos que permitirán a las autoridades nacionales, a
las organizaciones multilaterales y a las organizaciones de
ayuda ser conscientes de los riesgos para desplegar personal
y recursos rápidamente una vez que la crisis se desata”
(GMPB, 2019, p. 16).
253
se sigue del otro de igual forma que ambos acontecimientos
se siguen en el tiempo con un mes escaso de distancia,
formando parte de la misma agenda.
El resto del documento abunda en esta necesidad de
establecer nuevas relaciones entre el sector público y
privada, y la consiguiente necesidad de reajustar el marco
político constituido por los actuales Gobiernos, en
representación de la soberanía de sus pueblos. El punto 2
afirma que “Industria, gobiernos nacionales y
organizaciones internacionales deberían trabajar juntos”. El
punto 3 afirma que “Países, organizaciones internacionales
y compañías de transporte global deberían trabajar juntos”
(JHCHS, 2019, p. 2). El punto 4 afirma que “los Gobiernos
deberían proveer más recursos y apoyo al desarrollo”. El
punto 5 afirma que “El negocio global debería reconocer la
carga económica que conlleva el progreso y luchar para una
Gobernanza más poderosa”, señalando que “los líderes de
negocios y sus accionistas deberían implicarse activamente
con los gobiernos y abogar por aumentar recursos para el
progreso a la Gobernanza” (JHCHS, 2019, p. 3). De forma
especialmente interesante, el punto 7 aborda el control de
los medios en lo que podría conllevar un posible ejercicio de
censura, señalando que “los Gobiernos y el sector privado
deberían asignar una mayor prioridad para desarrollar
métodos para combatir la mala información y la
desinformación”. El documento finaliza afirmando:
254
construcción de un mundo mejor preparado para un severo
progreso” (JHCHS, 2019, p. 4).
255
Sirva todo este análisis para mostrar fehacientemente, si
no para demostrar hasta su último extremo, que la pandemia
tiene un trasfondo político. Que el lapsus de medios como
Público o El Confidencial reflejan este trasfondo mejor que
el término usado por el presidente del gobierno al corregir,
mediante su error de transcripción, el uso eufemístico del
término “efecto” por el de “objetivo”. Y que este trasfondo
apunta una traición histórica a la política como noble
ejercicio representativo de la soberanía popular, que
pagaremos por no haber estado atentos al deber de hacer
rendir cuentas a nuestros líderes.
256
APÉNDICE III
257
El 6 de Mayo de 2020 los medios se hacían eco de la
incursión clandestina de Banksy en el Hospital General de
Southampton, saltándose el confinamiento para regalar a sus
trabajadores un cuadro de un metro cuadrado donde se
reproduce la imagen de “un niño en vaqueros con peto
jugando con una enfermera superhéroe, y figuras de Batman
y Spider-Man tiradas en una papelera”. El cuadro iba
acompañado de una nota que rezaba, “Gracias por todo lo
que estáis haciendo. Confío que esto ilumine un poquito el
lugar, incluso si es sólo en blanco y negro” (Morris, 2020).
Como suele suceder en el mundo del arte, los signos de
las obras siembran pistas ambiguas sobre su simbolismo
inevitablemente polisémico. Y en verdad, la obra de Banksy
es “sólo en blanco y negro” por lo que se refiere de forma
literal a su composición cromática, pero también cabría
recurrir a esta expresión para señalar el aspecto
extremadamente esquemático y simplista de su
composición. Porque el cuadro de Banksy es una
acumulación de tópicos actuales con coartada sentimental, a
cuento de un niño jugando en un momento de aprensión
global sin precedentes en este siglo, por lo que el gesto del
artista al regalar esta obra en ese momento no puede sino
incluir un factor de chantaje sentimental a la hora de
valorarla.
No es fácil zafarnos de este chantaje pero, cuando
intentamos valorar artísticamente esta obra más allá de la
influencia provocada por el corto plazo del confinamiento,
empieza a resaltar sin obstáculos lo que ya entonces
resultaba más que evidente. Esta evidencia comienza por la
propia naturaleza representativa de la obra, totalmente
alejada de cualquier informalismo vanguardista. Sorprende
comparar las características de esta obra emblemática de
nuestro tiempo con lo que hubiera sido relevante hace un
siglo de acuerdo a la propia historia del Arte, en función de
258
la cual, las vanguardias históricas siguen constituyendo el
canon que legitima al arte actual por su espíritu crítico y
rupturista. De tal manera, la figura de nuestro clandestino
street-artist se prestigia de cosas que sucedieron en 1920.
Un año radicado en plena crisis de gripe española donde,
por ejemplo, Max Ernst, Jean Arp, y Alfred Grünwald
estaban formando la Colonia Dadaísta. Marcel Duchamp,
Man Ray Katherine Dreier formaban la Société Anonyme
dedicada al arte abstracto. O donde Daniel-Henry
Kahnweiler publicaría su “Ascenso del Cubismo”.
Las primeras décadas del siglo XX conocieron la
emergencia del arte radicalmente informalista y abstracto,
pero eso no fue óbice para que 1920 produjera, también,
obras representativas con un mensaje marcadamente crítico
respecto a los temas sociales de su tiempo. Max Ernst
confeccionó los collages “Aeroplano asesino” en respuesta a
la Primera Guerra Mundial, mientras con “El sombrero hace
al hombre” acometía una aguda crítica al incipiente mercado
de consumo masivo. Mientras, el Realismo Crítico de Hans
Baluschek mostraba en su expresionista “Ciudad de
trabajadores”, una representación del tortuoso y oscuro
escenario en que se había convertido el itinerario normal al
lugar de trabajo industrializado, cuyo horizonte aparecía
cubierto por el humo de las fábricas. Por su parte George
Grosz confeccionaba sus “Autómatas Republicanos” con
técnica mixta, una crítica a la “robotización” del ciudadano
medio el mismo año en que el Partido Obrero Alemán pasó
a incluir el término Nacionalsocialista. En fin, no hace falta
acumular más ejemplos para demostrar que el arte de hace
un siglo difería radicalmente en fondo y forma del niño
jugando a superhéroes con una enfermera presentado en
Mayo por Banksy. Una obra totalmente ausente de crítica
salvo quizás al propio estereotipo del superhéroe construido
bajo parámetros hipermasculinizados. Pero incluso en este
259
sentido, luego veremos sus limitaciones. Porque a la vista de
lo presentado en el Epílogo, la obra de Banksy resulta
insultantemente simple. ¿Dónde está la crítica en su obra
que permita reflexionar sobre los posibles excesos del poder
político a la hora de aplicar medidas de vigilancia y control
propias de escenarios distópicos para asegurar el
confinamiento? ¿Dónde está la crítica que nos permita
preguntarnos sobre los aspectos más oscuros del origen del
virus? ¿Dónde está la crítica sobre la instrumentación de la
desgracia por parte de distintos poderes para forzar cambios
sociales sin consultar a las sociedades, al punto de proyectar
un horizonte de desnaturalización democrática marcado por
la idea de Gobernanza? Y por cierto, ¿dónde está la
capacidad de investigación de los medios para descubrir la
identidad de este superhéroe del arte transgresivo en
tiempos de hipervigilancia incorporada en nuestros distintos
gadgets? Por supuesto esta última pregunta es retórica. La
identidad secreta de Banksy es sostenida artificialmente
gracias al respeto del statu quo, porque Banksy es statu quo.
260
cabezas de instituciones detentoras despóticamente de los
poderes fácticos. Da grima ver que un siglo después que
Singapur implementa perros-robot pastoreando a la gente en
los parques, para evitar congregaciones que aseguren el
respeto a las “distancias de seguridad”. Da miedo pensar
qué no podrá usarse en el plazo de 20-30 años contra el
derecho de las gentes a reunirse y asociarse para organizarse
por los derechos de las mayorías. Da rabia pensar en las
connotaciones humillantes del hecho de que el robot
guardián de las distancias se asemeje a un perro,
convirtiendo a las gentes en un rebaño.
261
es posible que hayamos llegado en el plazo de un siglo a una
situación como la descrita por el tramo que va de “La
rebelión de las masas” a “La rebelión del vacío”? ¿Cómo es
posible la ausencia de reacción de la sociedad
probablemente más numerosa, formada e informada de la
Historia? ¿Cómo es posible que una sociedad con estas
características, no cuente con mecanismos para reaccionar
inmediatamente generando un debate sólido sobre el arte
que la representa? ¿Cómo es posible que el arte se haya
convertido en una referencia tan ambigua y disonante en lo
que respecta a su naturaleza crítica, como complaciente y
alineada con el discurso del poder establecido? ¿No es
evidente que el reconocimiento del papel heroico de los
sanitarios en esta crisis se basa en la propia traducción
bélica de la crisis sanitaria? Es porque políticos como el
presidente del gobierno y medios de comunicación
hegemónicos siguen el propio discurso de líderes como Bill
Gates al tratar un riesgo de pandemia como guerra del Siglo
XXI desde 2015, que los sanitarios se convierten en héroes
batallando en primera línea del frente. ¿Cómo es posible que
no se aprecie de forma evidente que el cuadro de Banksy
refuerza tópicos hegemónicos más propios del tándem
Disney-Pixar y el cine Marvel, que de las vanguardias de
donde gana legitimación y prestigio artístico? ¿Cómo es
posible que no se vea que este cuadro remeda Toy Story?
¿Cómo es posible que, siguiendo a Lakoff, no se perciba
que refuerza la presencia del superhéroe por el solo hecho
de presentarlo como signo, ni que sea para impugnarlo?
¿Cómo es posible que la opinión pública no esté hastiada de
la mención de elefantes en los que no pensar, para el caso,
con forma de reiteración superheroica ausente de alternativa
imaginativa? ¿Cómo es posible que las audiencias acepten
modelos devaluados y puerilmente esquemáticos de lo que
significa ser héroe como referencia personal de iniciativa en
262
el difícil cruce entre sacrificio y empoderamiento? ¿Cómo
es posible que, incluso abordando el cuadro de Banksy
desde la óptica feminista, no haya una percepción clara de
que Game Changer objetualiza literalmente a la mujer, y la
pone en manos de un hombre, ni que sea para ensalzarla a
costa de jugar con ella como si fuera un superhéroe? ¿Cómo
es posible que no sea evidente que esta imagen encierra la
enésima reformulación de Pigmalión, especialmente
perversa por jugar la carta del chantaje emocional y el
instinto materno al hacer del hombre, niño, en cuyas manos
puede, entonces, aparecer como héroe social una enfermera
adulta con la capa al viento? ¿Cómo es posible que no sea
visible que la imagen tiene todas las marcas de un cartel
propagandístico de tiempos de guerra? ¿Cómo es posible
que se haya olvidado que el arte de vanguardia es lo
radicalmente contrario de la propaganda, si la propaganda es
el instrumento disuasorio de fabricación de consenso
utilizado por el poder establecido para perpetuarse? ¿Cómo
es posible que la obra de Banksy haya llegado a ser un
modificador fundamental de las reglas de juego, esto es, un
game changer en un sentido propagandístico, y la gente lo
cosa a “me gustas” en redes sociales? ¿Cómo es posible que
en tiempos de perros robot patrullando parques para
dispersar humanos que obedecen como ovejas eléctricas, el
arte haya llegado a un nivel de carencia imaginativa y
ausencia de desafío propio de un mundo de pesadilla?
264
arte, es decir, que es “parte”; un nudo de intereses
contrapuestos.
El planteamiento de Adorno es aún más complejo que
todo esto, porque su modelo de obra de arte combina
contradictoriamente este principio de radicalidad autónoma
con los antagonismos sociales creados por conflictos de
interés particulares, al punto de obligarse a resolverlos
mediante una doctrina no exenta de cierta circularidad
lógica donde se apela a lo inefable. En todo caso, este libro
no es un análisis profundo de las aporías adornianas. Lo
importante para el tema que nos ocupa es que el esquema
del discurso adorniano sobre la función paradójica de la
obra de arte como catalizador excepcional de cambio social,
encaja con el conjunto de premisas que llevan a considerar
la pandemia como oportunidad de progreso. Esto es, en
primer lugar, que la sociedad está transida de problemas
sociales que son fruto de antagonismos por la lucha
incesante de intereses particulares. Para el caso que nos
ocupa, los problemas ecológicos derivados de una
superpoblación en aumento, con sus derivaciones laborales,
económicas, políticas y de estilo de vida. En segundo lugar,
que la solución definitiva a estos problemas no puede venir
de una iniciativa que responda al intento de solucionar
alguno de estos problemas parciales, sino de una especie de
fenómeno radicalmente ajeno a la sociedad, capaz de
ponerla radicalmente en crisis precisamente por su carácter
de otredad. En la estela del pensamiento romántico Adorno
asigna esta posibilidad típicamente a la obra de arte. Pero en
el escenario construido por el discurso que convierte al
coronavirus en enemigo global, este papel recae en un virus
capaz de desatar la pandemia y los cambios necesarios para
atajarla. Esta es una de las paradojas más potentes que
emerge al considerar el tratamiento de la pandemia como
motor acelerado de cambio social. Que, de forma implícita,
265
el virus es tratado como obra de arte justo en los dos
sentidos que facultan al arte como factor de vanguardia
según Adorno. En primer lugar atribuyéndole un sentido
dual que incluye, por un lado, su condición autónoma como
otredad enemiga de la especie humana, y por otro, una capa
de significado social donde se yuxtapone de forma integral
el juego de antagonismos sociales en su conjunto. Y en
segundo lugar, atribuyendo a esta combinación la capacidad
vanguardista de provocar un cambio a mejor, hacia un
nuevo orden social más equilibrado en términos ecológicos,
más igualitario en términos sociales, menos penoso en
términos laborales, y mejor adaptado institucionalmente en
términos políticos. El problema es que, en el caso del arte,
esto conlleva una crisis simbólica. Pero en el caso del
coronavirus, la pandemia arrastra una tragedia asociada a
cifras ingentes de muertes reales. El problema del
coronavirus como obra de arte de vanguardia es que es
lesivo masivamente frente al cese literal de actividad del
organismo humano. Mientras la obra de arte de vanguardia
se concibe románticamente como un crimen simbólico, el
virus como factor de progreso vanguardista lleva inserto en
su ADN un código de replicación asesina, que convierte a la
crisis necesaria para impulsarnos hacia la utopía, viendo
cómo librarnos de un sobrante de miles de millones de
personas. Y el problema es que quien concibe así al virus y
dice tener los recursos para facilitar la vacuna, ya avisa que
ésta es sólo la primera de una serie de pandemias que
asolarán al planeta durante todo este siglo, sustituyendo a
las guerras.
Y entonces viene Bansky, todo transgresor. Tope
clandestino, pero nada sorprendente. Porque la nueva
normalidad para el resto del mundo es la esperanza abierta
por un sistema de control y vigilancia donde la privacidad se
convierte en cosa del pasado, pero el respeto a su
266
clandestinidad es su “normalidad” desde que lo conocemos.
Y se marca un cuadrito con las formas características de un
cartel de propaganda. Y legitima todo este discurso armado
en torno a la metáfora bélica mediante la celebración de sus
héroes: Sanitarias capaces de conjugar un batirse el cobre en
las trincheras médicas con entretener a los niños en pleno
confinamiento. Y de paso, con ello, derrotar implícitamente
a machirulos obsoletos que van de superhombres. Aunque,
para eso, Banksy convierta a la enfermera literalmente en
mujer objeto en manos de un chico que, victoria pírrica,
quizás hasta la tome por modelo. Como la OMS queda en
manos de Bill Gates de puro salvarla económicamente. Para
mejor ejercer su global filantropía negociando
alternativamente con un problema epidémico y su solución
médica. Encontrando inmejorable plataforma para los
dividendos económicos derivados a través de su Fundación,
que para eso lleva invertidos años y millones en explorar esa
vía de negocio. Y de paso amortizando definitivamente esos
activos en términos de valor añadido con un plus
carismático que difumine, de su imagen personal, su
naturaleza depredadora como tiburón en el vértice de la
cadena trófica de la economía global. Que no engaña a
nadie. Que la filantropía se presupone de serie en el ser
humano porque nuestra naturaleza incluye neuronas espejo
que nos hacen capaces de empatía hacia el semejante. Y que
quien contra esa norma va por delante exhibiendo la amistad
al ser humano como un galardón excepcional, incurre en la
vieja locución latina que nos avisa de que una “excusatio
non petita, accusatio manifesta”. Pero va el presidente del
gobierno en representación de los intereses de todos los
españoles y le compra el producto. Y suelta en sede
parlamentaria que hay que aprovechar la pandemia para
acelerar un camino hacia la digitalización y la Gobernanza.
Y van los medios de comunicación como cuarto poder
267
vigilante, y no dicen ni mu. Y los partidos de la oposición,
tan críticos por sistema con todo lo que pueda usarse
ciegamente contra el contrario, escuchan una declaración
escandalosa y antidemocrática, y dicen llamarse Andana.
Mientras en Singapur perros-robot inauguran el pastoreo de
humanos por los parques como si fueran ovejas eléctricas a
cuenta de este nuevo orden acelerado revolucionariamente
por la pandemia. Y el resto del rebaño observamos atónitos
y nos quedamos sin habla, pensando que ojalá todo fuera un
mal sueño de algún androide fácilmente formateable. Pero
es real.
268
APÉNDICE II
270
que acudir a la versión inglesa del texto sobre el nuevo
espíritu del Capitalismo para advertir este matiz (Boltanksi
y Chiapello, 2005, p. 384). Cómo será la ambigüedad
existente entre el uso de ambos términos –ambigüedad
aprovechada por el presidente Sánchez para aludir a la
Gobernanza sin provocar revuelo-, que en la versión
española aparece traducida como “Gobierno” (Boltanksi y
Chiapello, 2002, p. 499). Es decir que la Gobernanza es un
término impulsado políticamente por la propia instauración
de un nuevo orden geoestratégico a nivel global tras la caída
del muro de Berlín, pero alimentada por el sector privado a
través de los retratos que teje de sí mismo con los relatos
donde describe las nuevas formas de dirección empresarial.
En estos relatos el CEO usurpa el carisma de genialidad
visionaria al artista de vanguardia, de igual forma que el
Romanticismo usurpó este papel a la religión para
entregárselo al artista. De la religión al arte y del arte a la
empresa privada, recorre una necesidad secular de redención
que instaure una utopía contra la propia amenaza de
apocalipsis que está en la base de la cultura cristiana.
272
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