Las voces de Penélope (1997), de Itziar Pascual: la espera como
perspectiva femenina del mito odiseico.
Germán Brignone
Itziar Pascual es una dramaturga madrileña nacida en el año 1967 cuyas obras son
ampliamente reconocidas por la crítica como pertenecientes al teatro alternativo de la
escena española actual1. Asimismo, la autora forma parte de la Asociación de Mujeres en
las Artes Escénicas de Madrid Marías Guerreras (AMAEM), un grupo integrado por cerca
de 40 mujeres, todas ellas profesionales de las artes escénicas en distintas ramas. La
temática principal del grupo, reconocible también como tópico de nuestra autora, concibe al
teatro como forma de pensar el lugar de lo femenino, reflexionando y buscando una
revisión de la figura de la mujer a través de sus personajes emblemáticos del teatro y de la
cultura occidental; de hecho, en Tras las tocas (2001), la primera obra escrita en conjunto
por dramaturgas de la asociación, confluyen en escena la Salomé bíblica con la Ifigenia y la
Medea de la mitología (y el drama) de los griegos. Las obras escritas por Itziar Pascual
superan los treinta dramas, la mayoría de ellos publicados o representados. Además de su
actividad en la creación, la autora es Licenciada en dramaturgia por la Real Escuela
Superior de Arte Dramático (RESAD), donde actualmente se desempeña como docente. El
trabajo como profesora en paralelo a su labor como dramaturga produce un
entrecruzamiento a conciencia de la teoría en la misma escritura teatral. Las teorías
asimiladas en sus obras generalmente se observan en rasgos que la ubican dentro del teatro
alternativo contemporáneo, como el uso monólogo en tanto búsqueda de una nueva forma
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Por lo general, la crítica aglutina bajo la tutela del término “alternativo” al teatro conocido comúnmente
como “marginal”, “nuevo”, “underground” o “vanguardista”, es decir, obras representadas en salas no
tradicionales, ajenas al circuito comercial.
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de intercambio con el público, una alternativa enfrentada con lo tradicional. Asimismo, en
algunas obras la temática planteada en los mismos discursos de los personajes aluden a este
tipo de problemáticas teóricas, como el ejemplo de su obra Jaula, publicada en una
recopilación del año 2002 que incluye obras contemporáneas de autores españoles,
mexicanos y argentinos2.
En el drama Las voces de Penélope (1997) observamos la puesta en práctica de una
reescritura del mito narrado por Homero en La Odisea a partir de una focalización
exclusiva en el personaje de Penélope, que concebimos como un “recorte” del mitema de la
espera3. En el poema de Homero, el “motivo” o la situación de la espera constituye la parte
correspondiente a Penélope; las pruebas que Ulises deberá afrontar y vencerá en su viaje
gracias a su ingenio se corresponden entonces con el ingenio de Penélope para mantener la
espera en los pretendientes y, sobre todo, en sí misma. En este sentido, reconocemos como
mitema de la espera al motivo mítico que define y caracteriza a este personaje femenino
desde la versión del mito homérico. Del mismo modo, en el drama de Itziar Pascual la
espera también constituye el tema o la situación dramática correspondiente al personaje de
Penélope, que se transforma en protagonista de la reescritura a partir de su constante y
solitaria intervención. De la misma forma que en La Odisea (Homero) se realizaba una
focalización casi exclusiva del viaje y las aventuras de Ulises, en el drama de Itziar Pascual
se focaliza la perspectiva de Penélope a través del recorrido íntimo de sus peripecias. La
citación de Penélope en la obra de Itziar Pascual es presentada desde el programa de mano
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“…A quién me dirijo? ¿Debe haber alguien ahí, oyendo, escuchando, asintiendo, para que tenga sentido lo
que digo? (…) ¿Estoy obligado a la locura, a la borrachera o al sueño si hablo sin que nadie me escuche?¿Es
esto teatro? ¿Qué teatro? ¿Estoy obligado a hablar conmigo mismo? ¿Necesito un espejo, una grabadora, un
teléfono, para que mi discurso sea aceptable en soledad?...” (I. Pascual, en AAVV, 2002: 74).
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Entendemos al mitema en el sentido que le asigna Durand (1968), como la “…unidad míticamente
significativa más pequeña del discurso, (…) cuyo contenido puede ser indiferentemente un motivo, un tema,
un decorado mítico, una situación dramática…” (1968: 344).
2
(o el texto de la entrada de la obra) a partir de su puesta en duda, su confrontación con el
personaje instaurado en la tradición:
A Penélope la conocemos por Homero y La Odisea: la esposa de Ulises,
madre de Telémaco, mantuvo el palacio de Itaca en los tiempos de
ausencia tejiendo de día y destejiendo de noche. Pero, ¿cómo fue ese
tiempo? ¿Cómo convivió con la soledad, un hijo sin padre y unos
pretendientes ambiciosos de poder y riquezas? ¿No renegó nunca de su
esposo? ¿La conocemos realmente? (1999:1).
El personaje de Penélope aparece a lo largo del drama de Itziar Pascual como el único
personaje perteneciente al mito, narrando sus acontecimientos en primera persona, desde su
perspectiva y sus “verdaderos” sentimientos. Asimismo, este personaje es confrontado con
otras dos mujeres que pertenecen al “aquí y ahora”, y que transitan del mismo modo que
Penélope la experiencia de la espera, solo que “…entre teléfonos que no suenan, días de
euforia y shoping y otros de tristeza y alcohol…” (1999: 2). Los mismos nombres (o
etiquetas) de estas dos mujeres (La mujer que espera y La amiga de Penélope) aluden en sí
mismos al personaje citado de La Odisea (Homero) y a su situación en el mito, que se
repetirá en el drama.
Los tres personajes femeninos aparecen solos en la escena durante la gran mayoría de sus
veinte actos, a excepción de cuatro en los que aparecen juntas La mujer que espera y La
amiga de Penélope; y el último acto, en el cual terminan reuniéndose las tres en forma
progresiva y por única vez en la obra. De esta forma, la soledad en escena las obliga a la
utilización de diferentes tipos de monólogos o discursos monologados que resultan ideales
para constituir la forma que adquiere en la obra el camino de ese paradójico viaje que es la
espera: “…Todas esperan, viven y aprenden, entre el amor, la ironía, el humor, el
desamor... y la esperanza final de sentirse vivas descubriéndose a sí mismas. Ulises viajó:
3
ellas, también…” (1999: 2). De esta manera, desde lo previo a la representación de la obra
encontramos la noción de reescritura del mito orientada hacia una revisión y valoración de
la espera, cuestión que es subrayada cuando aparece como temática propia de los mismos
discursos de los personajes, como el ejemplo de Penélope en el último acto del
drama: “…La espera es una forma de resistencia / Es un acto silencioso de reafirmación/ En
lo que somos, en lo que sentimos, en lo que esperamos/ El tiempo no es un enemigo: es un
compañero de viaje…” (1997: 31).
El personaje de Penélope empieza su narración en el momento de la partida de Ulises
hacia la guerra de Troya, momento que puede definirse como el comienzo de la espera de
una Penélope que, inicialmente, no se construye muy diferente de la del mito griego. En el
acto Siete (“Pasos”) incluso llega a reconocer el rango que le asignaba Homero, al referirse
a su cuerpo como “…una razón de Estado (…) un botín de guerra…”. Más adelante, en el
acto Dieciocho del drama (“La condena”), la Penélope de Itziar Pascual mantiene un
coloquio con el Telar en el cual la espera se reflexiona como la acción unívoca de los
personajes en esta propuesta del mito. El Telar, único personaje masculino del drama,
define la acción de la espera como una manifestación de amor, pero también como toda una
forma de observar el mundo:
Alguien espera siempre al que, esperando, se siente abatido y solo. El
mundo es una muralla de seres expectantes, que miran a las estrellas y
piden deseos secretos. Vos esperáis y yo te espero a vos. Que densidad de
tiempos que se contradicen (1997: 26).
En el último acto (Veinte, “Muchos años después, mi verdadera historia…”) Penélope
realiza una confrontación definitiva con la versión de los hechos que narra la “historia
oficial”. Esta historia oficial es definida con características que nos motivan a interpretarla
como “vieja” o muy pasada, al referirse a ella como escrita “en piedra” (1997: 29) por su
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marido; mientras que su triunfo discreto fue “…el del diminuto espacio del ser y del
estar…” (1997: 29), es decir, aprender a esperar, a crear una conciencia de la espera, a
buscar el “…umbral del conocimiento. No de la pasión…” (1997: 26). En el último
discurso de Penélope observamos que la espera logró producirle incluso una nueva
conciencia de la espera misma, a partir de una nueva noción sobre quién o qué esperaba:
Al principio, es verdad, esperaba por él. (…) La espera me hizo más
fuerte, más segura y descreída. Y un día aprendí a esperar. A esperarme a
mí misma. Y a proteger un poco ese lado del corazón que se hace arena o
fuente, dependiendo de la luz que lo ilumina (1997: 29/ 30).
Penélope termina este discurso con la frase “…Me esperé a mí misma. Esta es mi verdadera
historia…” lo que reafirma al carácter de independencia y la nueva conciencia del
personaje. La exposición de un cambio en Penélope que la distancia del personaje femenino
homérico resulta inseparable del cambio en su concepción de la propia espera. Asimismo,
la noción de “verdadera historia” expuesta en el título del acto y en el discurso del
personaje termina de presentar su relato como opuesto, disidente de la “historia oficial” que
representa La Odisea de Homero.
La historia de La mujer que espera presenta un paralelismo con Penélope signado por
elementos de la modernidad que nos permite definirla como una Penélope de hoy. Desde el
comienzo de la actuación del personaje, también en el momento de la partida de su pareja
(acto Dos: “La despedida”), inmediatamente posterior al acto en que Penélope despedía a
Ulises, las historias narradas por estas dos mujeres presentan similitudes en los momentos
más determinantes, que son acomodados consecutivamente dentro del montaje del drama:
así como los actos Uno y Dos corresponden a las “despedidas” de las mujeres, en los actos
Diecisiete y Dieciocho hacen referencia a una “nueva partida” de sus parejas, lo que
concebimos como el cambio más significativo en cuanto a la comparación con los hechos
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narrados en Homero. En este sentido, el cambio que se observa en la Penélope de Itziar
Pascual, se encuentra “reafirmado”, es decir, repetido en el personaje La mujer que espera,
lo que subraya el paralelismo entre las dos mujeres.
En el caso del personaje La amiga de Penélope, la cuestión de la espera presenta
variantes respecto de las otras dos mujeres de la obra; no obstante, el tópico también
representa una temática de suma importancia su desarrollo. Teniendo en cuenta el nombre
del personaje, podríamos deducir que la mujer pertenece a la época y el lugar de Penélope,
pero en los actos Cuatro y Cinco (como luego también en los actos Doce y Dieciséis)
vemos que, paradójicamente, el personaje llamado La amiga de Penélope es en realidad
amiga de La mujer que espera, a cuyo tiempo y lugar pertenece. La dualidad contrastante
presente en el nombre, que la acerca a Penélope, y en la relación dentro del drama que la
une a La mujer que espera, nos permite concebir a este personaje en términos de un nexo
utilizado para reforzar el mencionado paralelismo entre las otras dos mujeres. No obstante,
en el transcurso de la obra subyace siempre la idea de lo femenino a partir de la sentencia
con que se titula al acto Tres: “Todas somos iguales”. La espera representa entonces esa
igualdad, el motivo que en la obra va terminar definiendo la condición de la mujer en
general, sin distinciones de lugar ni de tiempo, ya que son “todas iguales”, es decir, están
todas sujetas a la misma condición, pero, por sobre todas las cosas, porque deben terminar
con ella. Por esta razón, observamos en el último acto, único que nos muestra a las tres
mujeres del drama juntas en el escenario, que sus reflexiones apuntan a la espera en forma
unívoca; en el caso de Penélope y de La mujer que espera, a partir de un aprendizaje y una
nueva conciencia de la espera que las vuelve tan protagonistas como a los hombres que
viajan, en el caso de La amiga de Penélope, en un no reconocimiento del hombre, de la
pareja masculina, que termina como el fin común de las tres mujeres en el drama, aunque
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recorran caminos aparentemente opuestos o distantes. Este no reconocimiento, a su vez, es
el resultado de esa nueva conciencia que la espera ha creado en las mujeres de Itziar
Pascual.
La importancia de la espera en Las voces de Penélope (1997) radica entonces en su
aparición como un acto conciente y decisivo de los personajes, como una aparente forma de
inacción que, paradójicamente, constituye la acción que los define dentro del drama, en un
principio a Penélope y La mujer que espera (personaje definido por la cuestión de la espera
desde su nombre o “etiqueta”), pero hacia el final también reconocemos el tópico en los
discursos de La amiga de Penélope y hasta en el Telar. En otras palabras, lo que
observamos durante el transcurso de la obra son personajes que, mientras esperan,
reflexionan sobre la espera. El mitema de la espera aparece entonces como el motivo
mítico reproducido, multiplicado, “contagiado”, desde Penélope a los otros personajes
femeninos, las otras voces del drama que, a partir de la espera como común denominador,
son también las “voces de Penélope”. En este sentido, podemos hablar de la reescritura de
un mito que, en lugar de relacionar una serie de mitemas diferentes, se dedica a relacionar
diferentes formas de representación del mismo mitema de Penélope, que alcanza un sentido
propio como mitema de la espera. A su vez, la manipulación del mitema de la espera en el
drama produce un desplazamiento que cambia la perspectiva desde un mitema patente en
un principio a un mitema latente resultante cuando observamos que, más allá de mantener
(y hacer bandera) el motivo y el lugar asignado a la mujer en el mito por Homero (es decir,
la espera), el drama tiende finalmente al apólogo y a la parábola. A medida que la obra va
transcurriendo y los personajes continúan exponiendo sus confesiones, ese mitema se va
modificando, y la resemantización se va dando, progresivamente, tanto en el nivel de la
integración (intercalación) de ese mitema citado y “desgajado” del mito con otros
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personajes femeninos (que también “aluden” desde sus nombres al de La Odisea), así como
en los cambios que ocurren al final de los hechos narrados por Penélope en el drama
respecto del mito homérico, como el reencuentro frustrado (o no reencuentro) y el no-
reconocimiento entre Ulises y Penélope, quien sí se reúne y se reconoce al final de la obra
con las otras mujeres que la refieren desde el hoy.
Bibliografía:
Fuentes:
- PASCUAL, Itziar (1997) Las voces de Penélope (y Texto de la entrada para la representación en
el Teatro Sur, 1999), en http://parnaseo.uv.es/Ars/Autrores/Pascual/autor/itziar.htm
------------------------ (2002) Jaula, en AAVV, Exilios. Buenos Aires, Galerna.
Estudios teóricos:
- BAREI, Silvia (1991) De la escritura y sus fronteras. Córdoba, Alción editora.
- DURAND, Gilbert (1964) La imaginación simbólica. Madrid, Amorrotu.
------------------------- (1993) De la mitocrítica al mitoanálisis. Barcelona, Anthropos.
- GENETTE, Gerard (1989) Palimpsestos. Ed. Taurus, Madrid.
- PAVIS, Patrice (1980) Diccionario del teatro. Barcelona, Paidós.
- PÉREZ RASILLA, E. (1997) “La escritura teatral, hoy”, en Revista Ínsula, n° 601- 602. Enero-
Febrero, Madrid, número monográfico.