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Violencia y Estrategias Colectivas en Los Andes

Este documento analiza la violencia en la región andina desde diferentes perspectivas. Explora las dinámicas y representaciones del conflicto armado, así como los vínculos entre drogas, grupos armados y privatización de la violencia. El documento también examina la acción colectiva de las comunidades indígenas y la relación entre justicia y violencia.

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Violencia y Estrategias Colectivas en Los Andes

Este documento analiza la violencia en la región andina desde diferentes perspectivas. Explora las dinámicas y representaciones del conflicto armado, así como los vínculos entre drogas, grupos armados y privatización de la violencia. El documento también examina la acción colectiva de las comunidades indígenas y la relación entre justicia y violencia.

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Violencia y estrategias colectivas en la región

andina
Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela
Gonzalo Sánchez y Eric Lair (ed.)

DOI: 10.4000/books.ifea.3808
Editor: Institut français d’études andines, Editorial Norma, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales
Lugar de edición: Bogotá
Año de edición: 2004
Publicación en OpenEdition Books: 2 junio 2015
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821845596

http://books.openedition.org

Edición impresa
ISBN: 9789580478171
Número de páginas: 656
 

Referencia electrónica
SÁNCHEZ, Gonzalo (dir.) ; LAIR, Eric (dir.). Violencia y estrategias colectivas en la región andina: Bolivia,
Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Nueva edición [en línea]. Bogotá: Institut français d’études
andines, 2004 (generado el 30 janvier 2020). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/
ifea/3808>. ISBN: 9782821845596. DOI: 10.4000/books.ifea.3808.

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© Institut français d’études andines, 2004


Condiciones de uso:
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1

El área andina parece hundida en la incertidumbre: ni gobiernos democráticos, ni ensayos


populistas y mucho menos proyectos autoritarios han logrado darle una perspectiva de
estabilidad económica, institucional y política a la región. Muy por el contrario, afloran en ella
persistentes formas de exclusión, exacerbadas por un proceso de globalización a ultranza, e
inevitables expresiones de inconformidad y de violencia, de las cuales Colombia es sólo el caso
extremo, en cuyo espejo se miran los demás.
El propósito de este libro no es otro que el de proveer, a partir de distintos enfoques
interdisciplinarios y de autores con reconocida trayectoria, en sus respectivos campos y países,
nuevos elementos empíricos, nuevos enfoques analíticos y nuevas categorías que nos permitan
(re)pensar algunos de los puntos nodales de la violencia colectiva en la zona andina. Para ello, el
libro está organizado en torno a cinco ejes temáticos que se relacionan entre sí: dinámicas y
representaciones del conflicto armado; drogas, grupos armados y privatización de la violencia;
formas de acción colectiva en las comunidades indígenas; la relación justicia-violencia y la acción
colectiva; y, finalmente, los roles adquiridos por las mujeres en los diferentes entornos
sociopolíticos.
2

Presentación

1 América Latina, pese a su diversidad, ha vivido en los últimos 50 años procesos y


debates que le son característicos: populismos y dictaduras en el Cono Sur, principal
pero no exclusivamente; revoluciones en el Caribe y Centroamérica (Cuba, Nicaragua);
guerras internas con vanados impactos internacionales y procesos de conciliación más
o menos exitosos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Al mismo tiempo, las fracturas
políticas y socioeconómicas de las sociedades nacionales han estado acompañadas de
esfuerzos regionales o subregionales de integración con la pretensión de hacer viables
sus mercados y contrarrestar los efectos de la creciente marginalización de la región en
el contexto internacional.
2 Dentro de este panorama el área andina parece hundida en la incertidumbre: ni
gobiernos democráticos, ni ensayos populistas y mucho menos proyectos autoritarios
han logrado darle una perspectiva de estabilidad económica, institucional y política a la
región. Muy por el contrario, afloran en ella persistentes formas de exclusión,
exacerbadas por un proceso de globalización a ultranza, e inevitables expresiones de
inconformidad y de violencia, de las cuales Colombia es sólo el caso extremo, en cuyo
espejo se miran los demás.
3 Ante las múltiples demandas que este contexto plantea, se mantienen
sorprendentemente restringidos los escenarios académicos y públicos en general, en
los cuales se debaten las interrelaciones de los diferentes aspectos de la crisis plural que
atraviesan varias naciones de la región. El propósito de este libro no es otro que el de
proveer, a partir de distintos enfoques disciplinarios y de autores con reconocida
trayectoria, en sus respectivos campos y países, nuevos elementos empíricos, nuevos
enfoques analíticos y nuevas categorías que nos permitan (re)pensar algunos de los
puntos nodales de la violencia colectiva en la zona andina. El libro es también una
invitación a la búsqueda de mecanismos que hagan más intenso el diálogo y la
construcción colectiva de los diagnósticos sobre la región, para responder a las
urgencias de nuestra crisis al mismo tiempo diversa y convergente. Para ello, el libro
está organizado en torno a cinco ejes temáticos entrelazados a traves de la obra.
4 En la primera sección, Dinámicas y representaciones del conflicto armado en el mundo andino,
se destacan inicialmente, tanto en perspectiva histórica como en sus desarrollos
actuales, la heterogeneidad de formas y protagonistas de violencia colombiana, sus
interrelaciones y tradiciones, la complejidad de los procesos de negociación y el viraje
3

que producen, en términos de recursos y capacidad militar de los actores armados, (Eric
Lair) los vínculos más o menos orgánicos con la economía de las drogas. Estos nexos,
valga decirlo, no son exclusivos de los grupos armados. Han permeado múltiples esferas
del Estado y la sociedad. La persistencia, ya por décadas, de la confrontación en
Colombia no sólo ha transformado los grupos en conflicto (Eric Lair, Daniel Pécaut) y
las representaciones que la sociedad colombiana se hace de su pasado y de su futuro,
sino que ha penetrado todos los resquicios de la vida privada (Daniel Pécaut, Gonzalo
Sánchez). Con estas premisas se llega al creciente clima de intensificación de la guerra
que prevalece hoy en Colombia tras la ruptura del proceso de paz con las farc en
febrero de 2002, ruptura que contribuyó en buena medida a la elección presidencial de
Álvaro Uribe Vélez. A su turno, y en estrecha correlación con las dinámicas referidas,
Sophie Daviaud explora las transformaciones del discurso de los derechos humanos en
las últimas décadas y a menudo su instrumentalización por las partes en conflicto y por
el propio Estado, así como las dificultades del trabajo de las ONG, cuyos activistas se
cuentan entre las más reiteradas víctimas de la violencia. Cambiando de escenario
geográfico, y pasando a un análisis postbélico, el estudio de Kimberly Theidon versa
sobre el impacto de la experiencia de la guerra en la memoria colectiva en el Perú con
base en las narrativas y especialmente en las representaciones de las jerarquías de
poder, las identidades y las relaciones de género, generación y etnicidad. Fundamenta
su investigación en una cuidadosa aproximación a las mujeres que participaron en las
rondas campesinas de diversas comunidades agrarias de Aya-cucho, en el sur del país,
en la época del activismo armado de la guerrilla Sendero Luminoso. Dentro de esta
misma perspectiva, el sociólogo peruano Carlos Iván Degregori, sentencia: “no hay
violencia política sin discurso”. El punto de partida de su análisis es la eficacia de Sendero
Luminoso en sus sucesivas fases de expansión. Sendero se inventa su profeta; construye
una narrativa dentro de la cual el triunfo es inevitable; le da un sentido de comunidad
mesiánica a su agrupación; la dota de una doctrina coherente, y pone todo ese
andamiaje simbólico al servicio de la guerra, a costa de pujantes movimientos sociales
coetáneos. El sofisticado discurso senderista se impuso sobre la compleja trama social y
política, y precipitó, junto con sus reiteradas acciones violentas, el aislamiento de
Sendero Luminoso de sus propias bases y su virtual (auto) liquidación. Todas estas
múltiples facetas de la violencia se entrecruzan y se convierten eventualmente en
componentes centrales de las relaciones entre los países de la región, llegando incluso
en el caso de Colombia y Venezuela a perfilarse lo que uno de los autores (Miguel
Hernández) llama el “enguerrillamiento” de sus relaciones.
5 Drogas, grupos armados y privatización de la violencia le dan unidad al conjunto de artículos
del segundo campo temático del libro. En uno de los artículos se explora, sin prejuicios
moralizantes, la compleja trama de las interacciones de las FARC con los colonos, que
llevó a aquellas a pasar de la prohibición, a la tolerancia, al control y finalmente a la
aceptación de los cultivos de droga, como mecanismo de captación de bases sociales y
posteriormente como recurso de guerra, mediante cargas impositivas a los cultivadores
(Juan Guillermo Ferro). De allí surge también una alianza duradera entre guerrilla y
colonos contra las políticas de fumigaciones. En el artículo de Mauricio Romero se
ponen de relieve las conexiones del latifundio, los narcotraficantes y sectores del
ejército en la génesis de los grupos paramilitares, en respuesta a las políticas de
democratización y de reinserción de guerrilleros durante el gobierno de Belisario
Betancur que, según el autor, desestabilizaron las viejas bases del poder político local y
regional, en particular en la costa Atlántica de Colombia. Los paramilitares,
4

convertidos, de forma rápida, en grandes ejércitos privados, se proclaman


restauradores del orden quebrantado. Es una de las facetas del fenómeno. Fernando
Cubides pone de relieve otra realidad polimorfa: las cambiantes relaciones del
narcotráfico con el mundo de la política; su papel en el acaparamiento de tierras; la
heterogeneidad regional de las estrategias de los grandes barones de la droga; y la
eventual convergencia cronológica de la mencionada “politización” con la gestación de
múltiples grupos armados, entre ellos los paramilitares. El característico sello reactivo
de estos últimos frente a la expansión guerrillera, sugiere el autor, les granjea a
menudo la complacencia de diversas organizaciones estatales (militares, judiciales,
autoridades locales o regionales). Cubides insiste en todo caso en la pluralidad de
trayectorias y de “brazos armados” asociados a la dinámica, también múltiple, del
narcotráfico. Por su parte, Ricardo Vargas, a partir de un estudio de caso, el Putumayo,
en la frontera colombo-ecuatoriana, detalla las dimensiones de la lucha por el control
territorial entre guerrillas, paramilitares y las fuerzas estatales; muestra hasta qué
punto la prueba de fuego al Plan Colombia de fumigaciones se juega en esa zona; y
devela la trama que rápidamente convierte, bajo la presión norteamericana, el Plan
original en iniciativa regional andina. Resalta igualmente el autor la concomitante
ampliación del conflicto en todas sus expresiones a los países vecinos, especialmente
Ecuador y Perú, corredores estratégicos para el comercio de drogas y de armas que
nutren la guerra en Colombia. En tanto los grupos armados instalan sus retaguardias en
los países vecinos, los Estados Unidos instalan bases militares para la “guerra contra el
narcotráfico”. Con esta lógica, argumenta Vargas, el conflicto lejos de atenuarse
amenaza expandirse en la región.
6 El tercer bloque temático aborda formas de acción colectiva bien diferentes de las
estudiadas en las secciones precedentes. Se centra en el comportamiento paradójico de
las comunidades indígenas bolivianas: por un lado, diversas expresiones de cohesión
interna frente al mundo exterior (unidad de territorio, decisiones colectivas, tareas
solidarias, celebraciones colectivas), y por el otro lado altas dosis de individualismo,
faccionalismo, rivalidad e incluso violencia en las relaciones intracomunitarias (Xavier
Albó). El texto de Albó está lleno de matices y de agudas observaciones que
contrarrestan las habituales simplificaciones sobre los patrones de acción de los
indígenas. El texto de Magdalena Cajías, por su parte, destaca el creciente protagonismo
campesino boliviano al despuntar el siglo XXI. Movilizaciones, bloqueos de carreteras y
caminos, marchas desde la provincia a la capital y otras muchas formas de acción
colectiva del experimentado mundo rural boliviano culminaron en un proceso de
unificación, con otras fuerzas sociales (maestros, trabajadores bancarios) que en las
elecciones pasadas estuvo a punto de llevar a la presidencia del país andino al
candidato Evo Morales, de origen aymará, símbolo de la oposición a las políticas
represivas de erradicación de la coca y al incumplimiento de los planes de
compensación al “desarrollo alternativo”.
7 En el cuarto campo temático se hacen dos aproximaciones complementarias al tema de
la relación justicia-violencia y acción colectiva. En la primera, Andrés Guerrero explora
la funcionalidad, con sus abusos, de los linchamientos en Ecuador, práctica muy
corriente en otros contextos socioculturales, ante todo en Centroamérica (Guatemala
especialmente) con particular incidencia en las comunidades indígenas; en la segunda,
Mario Aguilera explora y tipifica las prácticas de justicia de las guerrillas colombianas,
en una incursión novedosa apartir de documentación de primera mano. Son en todo
5

caso formas difíciles de esclarecer, a veces de acción antiestatal, otras veces


simplemente subsidiarias de las flaquezas mismas de la institucionalidad vigente.
8 En el quinto y último campo temático, un ensayo sobre el Perú, de Maruja Barrig, y otro
de Donny Meertens sobre Colombia, analizan los múltiples roles de las mujeres en
diferentes entornos sociopolíticos. En primera instancia se contraponen las
experiencias de las mujeres de espacios urbano-populares que optaron por el proceso
de democratización, afirmación individual y de género, a las que lo hicieron por la
violencia, sumándose a las filas de Sendero Luminoso, en busca de otros canales de
movilidad social y política, y terminaron convirtiendo a las primeras en uno de los
principales blancos de sus acciones despóticas. En el segundo ensayo, Meertens, pone
en evidencia las específicas simbologías y vivencias de hombres y mujeres, y las
diferenciadas destrezas para afrontar el fenómeno del desplazamiento desde el
momento del desarraigo hasta el de la reconstrucción de sus vidas y su lazo social.
9 En suma, diversidad de escenarios, pluralidad de actores, multiplicidad de enfoques y
de herramientas analíticas se cruzan en esta publicación, que ojalá estimule la
formulación de nuevas síntesis. Con ello habrá quedado cumplido nuestro propósito.
10 Expresamos nuestros agradecimientos, en primer lugar, a Jean Joinville Vacher,
director del Instituto Francés de Estudios Andinos, IFEA, por el apoyo incansable y
decisivo para sacar adelante esta publicación. Asimismo, manifestamos nuestro
reconocimiento al Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, IEPRI , de
la Universidad Nacional, a su director, William Ramírez Tobón, y al grupo de
investigación “Democracia, Nación, Guerra” por haberle brindado un espacio generoso
al desarrollo de este proyecto. Al conjunto de autores, nuestra gratitud por haber
aceptado con sus contribuciones la invitación a este diálogo fecundo, sobre las
manifestaciones de la violencia en la región andina.
11 LOS EDITORES:

12 GONZALO SÁNCHEZ Y ERIC LAIR


6

Dinámicas & representaciones del


conflicto armado en el mundo andino
7

Guerra prolongada y negociaciones


inciertas en Colombia
Gonzalo Sánchez Gómez

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1

1 Para la generación de colombianos nacidos en vísperas de la generalizada insurrección


que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, su trayectoria de
vida ha transcurrido bajo el signo de la violencia. Una violencia percibida a menudo
como repetición, pero que de hecho ha significado una invasión progresiva de más y
más espacios de la esfera pública y privada, a tal punto que no es un sin sentido afirmar
que ella es el factor ordenador-desordenador de la política, la sociedad y la economía. Y
esto en tiempos de globalización tiene desde luego efectos internacionales muy
distintos a los de la Violencia de los años cincuenta que en el contexto de la Guerra Fría
pasó internacionalmente casi desapercibida.
2 En las últimas dos décadas el país ha vivido una tensión no resuelta entre por lo menos
dos dinámicas encontradas. Por un lado, la de los impulsos a la relegitimación y el
fortalecimiento del Estado, con el ethos de la participación, la ciudadanía, y el
pluralismo étnico y cultural, como ethos dominante, que se plasmó en la Constitución
promulgada en 1991; y por el otro lado, la del predominio creciente de la lógica de la
guerra, el protagonismo de los actores privados en armas, la fragmentación y
deslegitimación de las instituciones estatales y la lucha en torno a la sociedad civil. Más
aún, a esta última se la ve a veces como blanco de las acciones bélicas y otras como
terreno por conquistar, en la medida en que se la pueda convertir por parte de los
múltiples actores armados en un recurso táctico o estratégico para sus propios
objetivos1. En este contexto, incluso procesos democratizadores como el de la
descentralización política han sido instrumentalizados por la insurgencia para
incrementar sus recursos y para ejercer todo tipo de controles sobre las decisiones
políticas y administrativas de muchos pueblos y regiones.
8

3 Pero la escalada del conflicto armado ha desencadenado, además, repercusiones


múltiples a nivel internacional: en las fronteras, en los mercados de ilícitos, en la
canalización de las ayudas económicas, por parte de organismos multilaterales, en la
alerta de gobiernos y ONG sobre las violaciones al Derecho Internacional Humanitario y
sobre los daños ecológicos que se derivan como consecuencia tanto de la expansión de
los cultivos ilícitos (coca y amapola) como con los mecanismos aceptados -o que le
imponen- para destruirlos (glifosato). Se entiende entonces que el país haya pasado
crecientemente al centro de la atención mundial y que las opciones de esta súbita
internacionalización negativa se den en torno al complejo movimiento pendular de la
no necesariamente dicotómica pareja intervención-mediación. Desde distintas
perspectivas se reclama la intervención internacional en temas como la creación de las
condiciones de confianza para la negociación; la construcción de la agenda común, y la
verificación del cumplimiento de los compromisos adquiridos. Pero en cualquier caso,
la internacionalización más reciente del conflicto colombiano no puede oscurecer los
orígenes internos del mismo. Ni la guerrilla, ni el narcotráfico, ni la criminalidad en las
proporciones que tiene hoy en el país se le pueden atribuir principal o exclusivamente
a fuerzas externas. Esto sería no sólo negar las responsabilidades de actores específicos
en la configuración de la situación actual sino negar también las raíces históricas de la
crisis colombiana, remontable por lo menos a la liquidación del movimiento popular
que encarnó el gaitanismo y que la memoria colectiva colombiana reconoce como el
momento inaugural de su historia moderna. Es probable sí, que las dinámicas de
reproducción de las múltiples formas de violencia actuales tengan muy poco que ver
con aquel remoto origen. Tampoco habría que pensar que la confrontación armada de
hoy fuera la culminación inevitable de esos antecedentes históricos. No se trata del
desenlace de una historia predeterminada, sino de un proceso social y político en el
cual hay actores y motivaciones muy diversos tanto en la insurgencia como en los
sectores dominantes, alianzas inestables y contextos internos y externos variables.
Lejos estamos, pues, en Colombia, de la temática de la reconstrucción y de la
reinserción de las viejas insurgencias que domina la agenda centroamericana (El
Salvador, Guatemala), y lejos también de los debates continentales sobre el nuevo orden
mundial y la seguridad en la postguerra fría.
4 El curso de acción tanto interno como externo frente al conflicto colombiano depende
por tanto en gran medida de los diagnósticos que se hagan sobre la dinámica de
actores, escenarios y condiciones de aplicación de los sistemas internacionales de
regulación de la guerra.
5 En esta dirección el presente ensayo pretende contribuir a la clarificación de los
ingredientes de las violencias; a la comprensión de sus interrelaciones pensando más en
términos de proceso social y político, que en términos de causas, y al esbozo de
patrones de conducta futura, con miras a una solución negociada. He aquí el orden de
exposición.
6 En la primera parte y no obstante la visibilidad y el peso de la violencia política en el
momento actual, y del narcoterrorismo en el pasado reciente, se insiste en la
irreductibilidad y multiplicidad de expresiones de violencia y de entornos espaciales, a
partir de los cuales los diferentes actores armados despliegan su potencial bélico, su
iniciativa política y sus designios estratégicos. Se subraya allí mismo la creciente
urbanización de la violencia, con sus efectos político-militares y culturales en la vida
cotidiana de las comunidades barriales, que sirven de plataforma a las acciones de las
9

fuerzas encontradas. Todo ello por supuesto sin descartar, sino al contrario
enfatizando, las tendencias a la contaminación e involución propias de la atípica
prolongación de la guerra irregular en Colombia.
7 En la segunda parte, se ilustran los patrones de expansión de unas y otras violencias,
con su impacto en las formas de sociabilidad y en la frágil esfera pública de la sociedad
colombiana, y no obstante la multiplicidad, se introducen criterios de diferenciación
entre las acciones provenientes de la insurgencia, con aspiración de poder y de
refundación del Estado, y las acciones provenientes de la criminalidad que apuntan al
lucro personal y a la desestructuración del tejido social. Se reconoce asimismo la
volatilidad cada vez más notoria de tales fronteras. En efecto se pueden detectar
claramente tendencias a la degradación del conflicto, expresadas por ejemplo en el uso
hipertrofiado del secuestro, o de recursos provenientes de la producción y comercio de
drogas ilícitas, que no sólo dificultan la dinámica negociadora sino que dan pretexto a
discursos, a apoyos y finalmente a grupos de justicia privada cuya legitimidad es
inversa a la de las guerrillas. Es el tema del tercer objeto de reflexión: los paramilitares.
8 Los paramilitares y grupos de Autodefensa, objeto de la tercera parte, se analizan desde
su propio discurso y desde sus articulaciones locales y regionales. Punta de lanza en la
privatización de la guerra, y factor agravante de la crisis humanitaria que vive
Colombia, los paramilitares en su versión de las Autodefensas Unidas de Colombia -Auc-
tienen pretensiones de reconocimiento político como guerrillas del orden, cuyas acciones
más protuberantes son las punitivas que recaen sobre la población civil, dependiendo
del arbitrario nivel de adscripción a la insurgencia que le adjudiquen a sus víctimas,
procedimiento que dicho sea de paso es propio de todos los actores armados, incluidos
los estatales.
9 La persistencia y aún el agravamiento de las manifestaciones de violencia indican que
algo ha andado mal en los casi últimos 20 años de guerra y de negociación. En el cuarto
apartado del texto se indaga por los modelos de negociación y de tránsito de las armas a
la política, puestos en práctica por las sucesivas administraciones, desde 1982 hasta
hoy. Los límites de concepción, de recursos y de decisión política por parte del Estado,
que se superponen a los límites dados por el extrañamiento social y cultural de los ex
combatientes en vías de reinserción.
10 El texto cierra con algunas anotaciones en torno a lo que deberían ser los ejes de las
acciones futuras en búsqueda de la paz: primero, lo que el asesinado profesor Jesús
Antonio Bejarano llamó “ensanchamiento del centro”, es decir de una sociedad civil
protagónica; en segundo lugar, la necesidad de “desguerrillerizar” la paz, volviéndola
una preocupación de la sociedad en su conjunto y no exclusivamente de la insurgencia
y el Estado; en tercer lugar la necesidad de abordar el tema de los campesinos cocaleros
no como un problema militar sino como un problema social, que trasciende las actuales
zonas de colonización armada y la existencia misma de las guerrillas; y finalmente la
necesidad de garantizar la plena vigencia del Derecho Internacional Humanitario.
 
La singularidad del caso colombiano: multiplicidad,
interdependencia y jerarquía de violencias
11 El rasgo característico del espectro político colombiano desde por lo menos la década
del ochenta es la multiplicidad de violencias en términos de sus orígenes, objetivos,
10

geografía, modus operandi y estrategias, en donde lo pragmático y coyuntural parecería


tener cada vez más peso en desmedro de los contenidos ideológicos. En los mismos
escenarios se pueden encontrar, diferenciados pero también muchas veces
entrelazados, el crimen organizado, la lucha guerrillera, la guerra sucia y la violencia
social difusa.
12 Se trata desde luego de una multiplicidad sobredeterminada o atravesada por la
economía subterránea y las organizaciones comerciales y criminales del narcotráfico,
tanto a nivel interno como en los circuitos internacionales, principalmente americanos
(Cosa Nostra) e italianos (mafia siciliana y camorra napolitana), que configuran a la
postre una peculiar forma de globalización de los mercados y las organizaciones
ilegales, con sus estructuras, sus jerarquías, su división del trabajo, sus normas
socioculturales y sus articulaciones específicas a los poderes locales 2. Dominio del
mercado, protagonismo de la violencia y tendencias a la fragmentación, tres signos tan
característicos del tiempo presente, se anudaron aquí con particular intensidad. A nivel
interno asistimos a una verdadera explosión de violencias, con una gran diversidad de
expresiones regionales e históricas. Veamos algunos ejemplos: la violencia puede estar
asociada con la lucha por la tierra, en la cual a menudo las guerrillas operan como
protectoras de algunos sectores campesinos contra los terratenientes, los líderes
políticos locales, el ejército y las autoridades de policía, en tanto que otros buscan
refugio en zonas controladas por los paramilitares, produciéndose así una
fragmentación del campesinado difícil de relacionar exclusivamente con la
composición de clase del mismo. Esta lucha se ha traducido en un proceso de
migraciones masivas y de colonización de zonas de frontera; en una gigantesca
contrarreforma agraria realizada por los narcotraficantes, y en una verdadera
reconfiguración social y política del país. Se podría hablar incluso de la fundación de un
nuevo país sin Estado.
13 Históricamente tendríamos pues dos principales procesos de colonización en el siglo XX
en Colombia. Por un lado, la colonización cafetera antioqueña de la primera mitad del
siglo, una gran fuerza transformadora e integradora que creó las bases de un
campesinado medio, consolidó los vínculos con el mercado internacional, e hizo viable
la primera expansión industrial del país. Y, de otro lado, la colonización
contemporánea, la cual es permeada por la actividad guerrillera y por los cultivos
“ilícitos” yjuega en muchos aspectos un papel desestabilizador. Las salidas políticas
para el campesinado son hoy por hoy extremadamente limitadas. Peor aún, hoy los
campesinos están atrapados entre las redes clientelistas y la insurgencia armada 3.
14 La violencia puede estar asociada también en sus orígenes a disputas territoriales de los
actores armados y a condiciones laborales, es decir, a salarios y condiciones de trabajo;
ejemplo de ello es la agroindustrial zona bananera de Urabá, colindante con Panamá.
Allí los principales protagonistas de los enfrentamientos laborales son los
terratenientes agrupados en la SAC (Sociedad de Agricultores de Colombia) y los
empresarios agrícolas, agrupados en la Asociación de Bananeros ( AUGURA), de un lado, y
los sindicatos agrícolas, Sintra-banano y Sintagro, de antagónicas influencias políticas y
a menudo atravesados por la presión guerrillera, del otro lado. La zona, socialmente
construida como región a través de múltiples procesos de colonización, base de
operaciones, durante décadas de la comercializadora transnacional United Fruit
Company, es hoy de crucial importancia en el mercado de drogas y en el contrabando
de armas. Lo mismo podría decirse de las zonas agroindustriales del Magdalena Medio
11

(especialmente el Departamento del Cesar). En ambas regiones, Urabá y Magdalena


Medio, sindicatos de diferentes afiliaciones han sido forzados desde los años ochenta a
tomar partido entre las facciones contendientes, es decir, guerrillas del EPL VS FARC, y
guerrillas contra paramilitares y el ejército. Las presiones y las acciones violentas las
ejercen unos sobre los directivos y administradores de las grandes empresas
industriales, creando en consecuencia un ausentismo forzoso de los propietarios y, en
el caso específico de la ganadería, un control a distancia de las operaciones productivas;
y los otros, ejerciendo sus medidas punitivas sobre los trabajadores de determinadas
afiliaciones políticas en las mencionadas empresas, en una cadena de venganzas sin fin
por el control de los territorios y de los actores sociales organizados, con catastróficas
consecuencias para los trabajadores mismos, víctimas no sólo del capital organizado,
sino también de la hiperpolitización de los discursos y de los procedimientos de la
sociedad regional, la sustitución de los actores sociales por los actores políticos, y los
proyectos expansivos de los actores armados4.
15 La violencia puede estar asociada también a la exacción tributaria en los centros
mineros estratégicos, tales como el de las esmeraldas en el occidente del departamento
de Boyacá, en donde los grandes patronos han desarrollado un típico poder de carácter
mafioso, que no sólo privatiza el uso de la violencia (y la capacidad negociadora) sino
que actúa incluso por encima de las tradicionales redes de control, de mediación social,
y de favores clientelistas de los partidos políticos5; pero también son escenario de
violencia las más desprotegidas y menos estudiadas minas de oro en Antioquia; las de
carbón en el Cesar y La Guajira al nordeste del país; y, sobretodo, las petroleras de
Santander, Arauca y Casanare, en la frontera venezolana, empotradas buena parte de
ellas en zonas de colonización, y convertidas en una de las fuentes de financiación más
importante del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Con el tiempo, estas zonas se han
ido convirtiendo en puntos estratégicos de confrontación entre el Estado, las
compañías mineras y la guerrilla, a costa de la sociedad. Estado, guerrilla y
multinacionales petroleras en muchos casos arreglan sus ganancias, sus pérdidas y sus
demostraciones de fuerza a costa de terceros. Inclusive se sospecha que hay
multinacionales especulando con la inseguridad en Colombia, es decir que la han
convertido en factor de rentabilidad, dando lugar a lo que N. Richani define como un
sistema de autoperpetuación de la violencia6. La guerra en Colombia, en los términos en
que se desenvuelve actualmente requiere considerables recursos financieros, que en los
hechos se traducen en una triple tributación (a la guerrilla, a los paramilitares, al
Estado) y en un desangre cada vez más insostenible del sector productivo.
16 Tal como lo ilustran estos casos, se trata, pues, en general, de procesos que en contra de
una supuesta correlación automática entre violencia y pobreza, lo que muestran es que
la violencia se ha focalizado en las zonas de gran dinamismo y expansión económica: la
zona cafetera antaño (La Violencia de los años cincuenta), y las relativamente
prósperas zonas de colonización hoy. Más que de regiones de escasa movilidad social, la
violencia se alimenta en especial de las zonas de mayor movilidad, a las cuales fluyen
capitales nuevos, migrantes nuevos y nuevas formas de autoridad. Hay quienes aducen
que es la velocidad misma de los cambios económicos y sociales de muchas regiones (las
petrolíferas Arauca, Casanare y Putumayo, la bananera Urabá), en desfase evidente con
las transformaciones institucionales, lo que explicaría la mayor incidencia de la
criminalidad en algunas zonas del país.
12

17 Son los desequilibrios internos de esas regiones, la coexistencia irritante de la


prosperidad con la pobreza, la sensación de injusticia, más que su pobreza global, los
que pueden operar como detonante de la violencia7. Además, en el caso concreto de las
guerrillas, sobretodo en su fase inicial, más allá del papel de las condiciones objetivas,
había consideraciones estratégicas sobre la funcionalidad de determinados territorios y
sectores de la economía nacional. Las guerrillas buscan zonas de refugio, zonas de
expansión, zonas de captación de recursos. A menudo compiten por poder y
legitimidades con otros actores armados: paramilitares, narcos, autodefensas y las
propias fuerzas del Estado8.
18 Por ello resulta útil interrogarse de forma comparativa sobre los bajos niveles de
violencia en la pobre Bolivia en contraste con los altos de la próspera Colombia en las
décadas recientes. Y la clave del contraste quizás se encuentre en las diferenciadas
experiencias de la acción colectiva, así:
El mito positivo, triunfante, de la revolución boliviana de 1952, que es el triunfo de
la acción colectiva popular, y el mito negativo de la violencia colombiana de los
años cincuenta, con sabor a derrota, que es, por el contrario, la síntesis del fracaso
de la acción colectiva pues ella se tradujo en varias derrotas: de los movimientos
populares urbanos, del gaitanismo. del movimiento campesino, de la guerrilla
liberal, etc. fracaso en fin de la política como construcción colectiva de un orden
democrático, de un Estado moderno9.
19 Confianza boliviana entonces en la acción social y política; asociación negativa de la
política con la violencia, suplantación y no representación de los actores sociales por
los actores armados, en Colombia.
20 Este contraste parecería sugerir nuevamente que en Colombia incluso antes que
reconstruir Estado habría que reconstruir sociedad. Otro factor que no se puede omitir
en el desciframiento de la violencia contemporánea en Colombia es el de la nueva ética
del trabajo, tan distinta de la protestante y la católica, que impera en lo social y en la
dinámica misma de la guerra. Se trata en efecto de una ética dominada por la ley del
menor esfuerzo y el tiempo rápido, en donde la riqueza y la guerra se deben ganar, no
importa con qué métodos, y no importa a qué precio.
21 Sumado a lo anterior, existe desde luego la forma más directa de violencia política, el
asesinato político. Es preciso recordar que el partido UP, la Unión Patriótica, una
coalición social-comunista surgida de los primeros acuerdos de paz en 1985 fue
diezmada entre 1989 y 1992, lo que junto con el asesinato de los carismáticos
candidatos presidenciales de la oposición liberal Luis Carlos Galán y de la mencionada
UP Bernardo Jaramillo Ossa, y de muchos otros dirigentes guerrilleros que se han
lanzado a la arena política (Carlos Toledo Plata, Carlos Pizarro Leongómez, Óscar
William Calvo), refuerza los factores inhibitorios frente a cualquier negociación
posterior. La ocupación militar de La Uribe, santuario del comando central de las FARC
en el departamento del Meta, durante la administración del presidente César Gaviria,
hirió el honor de la guerrilla y dio al traste con cualquier posibilidad de vincular al
conjunto del movimiento guerrillero a la discusión de la nueva Constitución.
22 Esta violencia multidimensional por los recursos, por los territorios, por los apoyos
sociales y el poder se convierte, adicionalmente, en la mayor amenaza a los pueblos
indígenas y afrocolombianos. Más específicamente, ella constituye una amenaza a la
sobrevivencia de las identidades comunitarias en los departamentos de Chocó y Cauca, y
pone en peligro también la estabilidad de los nichos ecológicos de los cuales dichas
13

comunidades han sido guardianes desde tiempos inmemoriales. La violencia


colombiana, en este sentido, cumple en muchas zonas esparcidas por la geografía
nacional un papel similar al de la guerra contemporánea en las tierras mayas de
Guatemala, o a la violencia senderista en la región de Ayacucho en el Perú: el papel de
máquina de demolición de dichas identidades étnicas y comunitarias 10. Dolorosa
experiencia, pues, la de este país que de vez en cuando descubre al “otro” por la vía del
pacto y del derecho, pero que más regularmente se ha ido descubriendo a sí mismo (sus
fronteras, sus aborígenes, sus comunidades negras) a través de las rutas de la violencia.
23 Hasta el momento he caracterizado algunas de las más visibles expresiones de la
violencia reciente en Colombia. Quisiera subrayar ahora los nuevos escenarios
geográficos de la misma, que de alguna forman indican las pautas de las más urgentes
transformaciones. En efecto la violencia está arraigada no sólo en las zonas marginales
de colonización, sino que ha retornado a las tradicionales regiones de la economía
cafetera exportadora que fue antaño el eje de la economía nacional y se encuentra hoy
en declive. En estas regiones, la guerrilla colombiana, que es una guerrilla
económicamente pudiente y no el guatemalteco “Ejército de los Pobres”, puede llegar a
veces a pagar a los trabajadores rurales jornales superiores a los que podría ofrecer
cualquier propietario agrícola medio. Fue esto lo que ocurrió durante una huelga
cafetera y durante la movilización de colonos en el sur del país, en el Departamento del
Caquetá, en 1986.
24 Como dato característico hay que anotar que esta expansión guerrillera es, no sólo
indiferente al florecimiento de la criminalidad común por fuera de sus propios
territorios, sino que no hace mayores esfuerzos de diferenciación con ella en tanto siga
siendo funcional a su crecimiento. Más aún, frecuentemente la subordina a sus propias
estrategias, así sea a un costo ético y político que sólo con los años se podrá apreciar 11.
25 En los últimos diez años se han perfilado modificaciones sustanciales de la geografía del
conflicto armado. La violencia ha dejado de ser un fenómeno exclusivamente rural y ha
adoptado múltiples rostros citadinos. Dada su magnitud y complejidad, este fenómeno
merece una reflexión especial.
26 En primer lugar, tenemos el impacto del narcoterrorismo, y del si-cariato como brazo
armado de una especie de “industria de la muerte” en ciudades como Medellín y Cali,
que continúa aún hoy día pese a la liquidación física o al encarcelamiento de los
grandes capos de los carteles (Pablo Escobar en 1993, Gonzalo Rodríguez Gacha “El
Mejicano”); lo que significa que narcos y sicarios gozan de otros apoyos sociales y
políticos, de los cuales reciben tareas específicas12.
27 La segunda expresión notable de la violencia urbana es la que se manifiesta en la
implantación de “milicias populares” en comunidades barriales de capitales, como
Ciudad Bolívar en la propia Bogotá, Distrito de Aguablanca en Cali, Comunas
Nororientales de Medellín y en ciudades intermedias como Barrancabermeja. Ligadas a
menudo, pero no necesariamente a las guerrillas, las milicias operan, inicialmente al
menos, con un mayor nivel de organización y con la complacencia de los habitantes en
la eliminación de las otrora incontrolables bandas.
28 Una tercera modalidad de violencia urbana es la de las operaciones de “limpieza
social”, con participación a menudo de policías o ex policías, contra mendigos,
prostitutas y delincuentes callejeros, en Cali, Medellín, Pereira o Barranquilla, para
citar sólo los casos más salientes de esta perspectiva neonazi de la miseria y la violencia
en los centros urbanos13. No faltan los casos en que esas “limpiezas sociales” son
14

realizadas con el eufemismo de “ajusticiamientos populares”, por parte de grupos o


milicias que se proclaman revolucionarias.
29 No estamos hablando aquí sólo de cambios en la espacialidad de la violencia, o del
traspaso de ciertas fronteras simbólicas, como las Universidades y las iglesias, lugares
sagrados del pensamiento y del culto sacudidos con asesinatos las primeras, y con
secuestro colectivo u hostigamientos las segundas, como en el caso de la iglesia de La
María en Cali (por su parte, los protestantes en territorios de dominio guerrillero están
sufriendo procedimientos represivos y de hostigamiento similares a las prácticas
despóticas utilizados por las fuerzas policiales en las peores épocas de la Violencia de
los cincuenta). Se trata también de transformaciones en las identidades de los actores o
de la emergencia de nuevos actores, cuyas características obligan a hacer algunas
anotaciones sobre aspectos culturales de la violencia. Retomemos el caso de los jóvenes
sicarios. Se da a menudo el caso de jóvenes que matan por encargo, que se inician con
rituales semisatánicos, que se socializan en el crimen (en bandas, en milicias
guerrilleras, en redes de apoyo a narcos, en grupos “justicieros” contra la delincuencia
común) y que establecen delimitaciones espaciales (“territorios de miedo”) 14 dentro de
las cuales ejercen su jurisdicción. Asociados ini-cialmente con base en vínculos
primarios de vecindad y parentesco, desde temprano en sus vidas estosjóvenes
arrastran la carencia-búsqueda de la figura paterna (la ley y la autoridad) y exhiben por
el contrario una prolongada dependencia de la figura materna, intercambiable o
complementaria, particularmente en Medellín, con la de la Virgen María. De forma
ostensible, ambas figuras femeninas son mitificadas como expresión de tolerancia y de
comprensión y hasta se invoca la ayuda de ambas para lograr más eficacia en la acción
criminal. Quizás no sin razón algunos ven en estas formas de violencia expresiones de
una transición traumática e inconclusa de una ética religiosa-católica, a una ética civil-
laica, que dé sentido a un nuevo orden político. Por eso estos son jóvenes que se han
quedado sin horizonte, y ya sea en Medellín o en Bogotá, viven la vida al minuto, gozan
de forma ansiosa el instante: la muerte es su única certeza. Asimismo, transgreden
todas las normas de la sociedad, pero exigen, eso sí, un cumplimiento tiránico de las
que rigen sus propias organizaciones, por ejemplo respeto casi sagrado a la palabra
empeñada y castigo sin atenuantes a la traición. Su número no encuentra parangón en
país alguno del hemisferio occidental. En la sola ciudad de Medellín entre 1985 y 1990 se
estima que operaron al menos 122 bandas, ubicadas no necesariamente en los barrios
más pobres. Sus relaciones son muy complejas entre sí: a menudo de cooperación, de
rivalidad a veces, de hibridación otras, y en ocasiones de un peculiar reparto del
mercado del crimen que le da exclusividad a algunas bandas sobre cierto tipo de
delitos15. El efecto global de esta proliferación ha sido la saturación de los territorios
disponibles y un ambiente de desconfianza generalizada.
30 En el enrolamiento de los jóvenes a estas bandas cuentan no sólo las privaciones
materiales sino también, y de manera predominante, motivaciones derivadas de
relaciones culturales: la familia, el género, la religión, la escuela, los lazos comunitarios.
Al amparo de la intimidación armada, ellos pretenden adquirir los patrones de
consumo que con la herencia, la corrupción o la especulación han adquirido otros. No
se plantean pues como alternativa a la sociedad de consumo sino que buscan su abrupta
incorporación a ella por el atajo del azar y la violencia.
31 A ninguna de estas formas de ilegalidad-rebelión han sido ajenas las mujeres. Las
bandas constituyen a menudo espacios de socialización de adolescentes maltratadas o
15

abandonadas en su temprana infancia, en busca de reconocimiento y de lazos afectivos


rotos. Para aquellas jóvenes mujeres que ingresan a la insurgencia, especialmente
cuando se trata de las “milicias”, la banda puede ser el lugar de los altruismos y de los
sueños redentores, pero también el lugar para la descomposición y la lumpenización.
Las privaciones acumuladas durante años se pretenden resolver en un día y quizás a
costa de la vida de cualquier desafortunado. El ingreso a las “milicias” puede ser
asimismo la ocasión para romper con ataduras sociales y formas de sumisión que se han
perpetuado en la vida cotidiana, pero la banda puede ser también, y aún sin
proponérselo, el lugar para la autodestrucción16.
32 Desde otro punto de vista, con estas nuevas formas de sociabilidad irregular se han
visto afectados muchos de los referentes de nuestra memoria, del manejo de nuestro
tiempo. Así, mientras la guerrilla se precia de moverse con ritmos mucho más largos
que los de los gobiernos, con un tiempo bíblico, se dice, otros actores de violencia se
mueven en la dirección opuesta, por ejemplo los sicarios:
el sicario ha incorporado el sentido efímero del tiempo propio de nuestra época. La
vida es el instante. Ni el pasado ni el futuro existen. El sicario lleva la sociedad de
consumo al extremo: convierte la vida, la propia vida y la de las víctimas, en objetos
de transacción económica, en objetos desechables. En contrapartida, ha
incorporado la muerte como elemento cotidiano. Es normal matar y morir 17.
33 Desacralización de la muerte, banalización de la vida. Sobre estas visiones trastocadas
de la vida y de la muerte versan precisamente dos sobrecogedoras novelas recientes, La
Virgen de los Sicarios, de Fernando Vallejo, y Rosario Tijeras, de Jorge Franco Ramos. Allí la
vida aparece como despreciable y sin sentido: es el dominio de la fatalidad. La muerte
en cambio, no es como en el cristianismo tradicional, paso a otra vida, sino que en sí
misma reviste el carácter de fuerza sanadora, reparadora y hasta gratificadora. Ella
puede ser imaginada como un bien deseable que permite huirle a esta vida inútil, llena
de privaciones e injusticias. Hay pues en los jóvenes sicarios una perversa fascinación
con la muerte, una lúdica de la muerte: para soportarla, para ejecutarla, para narrarla.
34 Con la violencia cotidiana, el tiempo de los vivos se ha vuelto el tiempo de los muertos.
Los calendarios personales y políticos se han llenado de cruces. Pero a diferencia del
Cono Sur en donde el olvido y la memoria de la violencia fueron teatralizados y
exorcizados en el gran Proceso, en el Nunca Más18, en Colombia, por el contrario, la
violencia, la masacre, tienden a ser rutinizadas y reubicadas incesantemente en una
especie de frontera entre la memoria y la no-memoria. El miedo, el dolor, el trauma, la
memoria, son algunos de los tantos temas sobre los cuales la investigación colombiana
se va volcando con urgencia.
35 Es cierto, durante años el país mismo en su conjunto no dejó de sorprenderse con esta
paradoja: en ese mar de violencias y de tribulaciones descrito, Colombia había sido el
país de la más alta tasa de crecimiento medio (3.7 %) en América Latina desde 1980.
Confortable estadística para los hombres de negocios, que permitía suponer una cierta
autonomía entre economía y política, y que se desvaneció de manera dramática a partir
de 1998. Desde entonces, con la economía en crisis, los analistas empezaron a pensar
más en los impactos negativos de la violencia, representados por ejemplo, en el hurto
de ganado; en destrucción de modestas habitaciones particulares y de edificios públicos
en los poblados; en el sabotaje de carreteras; en incendio de vehículos y de mercancías;
en riesgos de secuestros colectivos en las principales vías, conocidos como “pescas
milagrosas” (forma modernizada de los antiguos salteadores de caminos); en la
medición de recursos destinados a la seguridad; en las diversas expresiones de
16

desaliento a las inversiones y al turismo; en perturbaciones de diverso orden a las


actividades productivas; en la teoría económica del crimen 19. Raza, economía y vida
cotidiana también son atravesadas por la violencia.
36 La primera gran conclusión sería entonces la de que en un contexto latinoamericano o
más amplio, lo que es notable en Colombia es la extraordinaria diversidad de violencias,
acompañadas de aberrantes índices de impunidad, que se convierten a su turno en
factores coadyuvantes de la reproducción y expansión de la criminalidad, y más
recientemente de una visible inestabilidad del orden social y político vigente, que no
desembocará necesariamente en un proceso revolucionario en los términos clásicos, a
juzgar por las plataformas de los diferentes actores armados.
37 Este fue con algunas adiciones el panorama general presentado por un grupo de
intelectuales hace ya casi tres lustros en su informe al Presidente Barco 20. Aunque el
informe tuvo una amplia recepción en los círculos académicos y gubernamentales, y la
idea de múltiples e interconectadas violencias ganó significativa audiencia, se le
hicieron tres reparos fundamentales: primero, que el informe atentaba contra una
visión holística de la violencia, y más aún, que reforzaba una visión fragmentada del
fenómeno. Segundo, que en su esfuerzo por destacar la variedad de violencias, el sistema
de violencias, los autores incluso a su pesar contribuyeron a minimizar las dimensiones
políticas del fenómeno. En tercer lugar, el estudio de los “violentólogos” -se dice desde
posiciones típicamente conservadoras- ha tenido un impacto negativo en las políticas
oficiales de paz al sobredimensionar el peso de las “causas objetivas” de la violencia y
crear de hecho un discurso legitimador de la rebeldía política 21. Retomaremos algunos
de estos puntos más adelante.
 
Una premisa metodológica y estratégica: formas
negociables y no negociables de violencia
38 Otras partes del análisis causaron menos controversia en su momento, pero han
reanimado el debate recientemente. Entre estas últimas estaba la distinción crucial
entre violencia política y no política, y más significativamente aún, entre violencia
negociable y no-negociable, que tanto ha sorprendido a los analistas del conflicto
peruano y centroamericano contemporáneo. La idea era establecer una clara línea de
demarcación, con propósitos académicos pero sobretodo político-prácticos, entre la
violencia circunscrita a la confrontación guerrilla-Estado, y otras expresiones de
violencia que apuntaban a la seguridad pública (la seguridad, no del Estado, sino de los
ciudadanos en cuanto tales) y a las conductas sociales.
39 Sobre la primera modalidad, la violencia negociable, asociada a la rebelión y a la
protesta, Colombia tiene una larga tradición y hasta rutinización de su manejo: los
armisticios de las guerras civiles del siglo XIX; las amnistías y el Frente Nacional luego
del período de la Violencia; los más recientes armisticios con los antiguos guerrilleros
en los noventa, y hasta la propia Constitución de 1991 en lo que tiene de pacto entre el
gobierno y un importante sector del movimiento guerrillero, el popular nacionalista
M-19, y el Quintín Lame, que tomó su nombre del más prestigioso líder indígena del
siglo XX en Colombia.
40 Sobre el segundo tipo de modalidades de violencia las no-negociables—, el criterio de la
Comisión, creada por el gobierno en 1987 fue resaltar las nuevas expresiones que
17

habían sido ignoradas por las agencias gubernamentales y por los científicos sociales.
Con todo, es preciso subrayar que las fronteras entre lo negociable y lo no negociable
son muy inestables: el narcotráfico fue considerado hace unos años, antes de la presión
norteamericana, negociable: y la criminalidad asociada con las milicias urbanas, que era
considerada como no negociable, se resolvió parcialmente a través de negociaciones.
Muchas bandas de Medellín se convirtieron en organizaciones políticas y fueron
tratadas como tales por las autoridades municipales y departamentales, con la
aprobación del gobierno central. En realidad, una de las peculiaridades de la sociedad
contemporánea colombiana es la fluidez entre lo voluntario y lo coercitivo, lo legal y lo
ilegal, lo institucional y lo parainstitucional, lo revolucionario y lo criminal, a tal punto
que muchas veces no sólo hay indefinición de fronteras sino de hecho involución
política.
41 En todo caso, el incremento de la criminalidad se refleja de manera contundente en las
cifras de homicidios. Colombia tenía, en el tránsito de una a otra década (1989-1992),
una tasa de homicidios intencionales alrededor de 77.5 por cien mil habitantes (el tope
fue 86 en 1991). Significativamente los más afectados por estas altísimas tasas de
mortalidad son los jóvenes, de sexo masculino, entre 15-24 años de edad. En términos
de impacto diferenciado de género señalemos que en 1994 el grupo masculino de veinte
a veinticuatro años alcanzó una tasa de 142.5 por cien mil habitantes, en tanto que su
equivalente femenino sólo llegó a 9.3. En términos de distribución regional, vale
también la pena destacar que las tasas más altas se registran en los departamentos de
Antioquia, Caldas y Valle, es decir, en los grandes polos de desarrollo económico del
país, que junto con la capital, Bogotá (cuya tasa es la del promedio nacional),
contabilizaban, a mediados de los noventa, cerca del 70% del total de homicidios del
país22. El homicidio se había convertido en la principal causa de muerte en
42 Medellín desde 1985, con una tasa de 100.8 muertes violentas por cien mil habitantes,
de lejos la más alta del país entonces23. Y aunque a fines de los noventa el porcentaje de
homicidios en el conjunto nacional decreció (72 en 1995 y 56 en 1998), es todavía, en
términos comparativos, y excluyendo los países en guerra, uno de los más altos del
mundo en la actualidad. En Francia fue 4.6; en EE.U.U. 8.0; Perú 11.5; México 20; Brasil
24.6 y Colombia 72.
43 Durante los últimos cinco años la composición de la criminalidad probablemente esté
cambiando: menos homicidios, más secuestros, por ejemplo. Pero, de todas maneras, en
términos de Álvaro Camacho y Álvaro Guzmán, la criminalidad colombiana fue tres
veces mayor que la de Brasil, el segundo país más violento de América Latina, y para el
curso de un año el número de homicidios en Colombia fue casi tres veces más alto que
el de la República China.
44 Si se considera el promedio de homicidios intencionales entre 1986 y 1995, que fue de
aproximadamente 24.000, y hacemos la proyección para la década, tendríamos una cifra
perfectamente cotejable con la de la década sanguinaria de la Violencia de los años
cincuenta, que hace unos pocos años habríamos pensado como irrepetible.
45 La violencia es por otra parte, el mayor problema de salud pública hoy en Colombia, con
una participación del 26% en la carga financiera del sistema de salud, que contrasta
palmariamente con un 3.3% para América Latina y un 1.5% para el resto del mundo 24.
46 Pero hay algo aún más preocupante y es el crecimiento simultáneo de criminalidad e
impunidad. El fenómeno de la impunidad no es nuevo pero las dimensiones sí. Desde la
Segunda Guerra Mundial, en efecto, el sistema judicial colombiano no sólo incrementó
18

anualmente su ineficiencia, en términos del volumen de casos no decididos, sino que


además careció de criterios para darle la prioridad necesaria a las investigaciones por
los delitos socialmente más graves, los delitos contra la vida y la integridad personal.
Hacia 1990 casi la mitad de los procesos judiciales terminaron en la impunidad con un
simple pronunciamiento técnico, el de la prescripción. Por otro lado, el crecimiento
paralelo (interrelacionado?) de la tasa de homicidios y el crimen organizado en las
últimas décadas ha reducido al mínimo los riesgos penales de los delincuentes (sólo un
6% de los homicidios cometidos son judicializados y los penalizados no sobrepasan el
4%, para no mencionar los que simplemente no se denuncian, la llamada “criminalidad
oculta”) lo que equivale de hecho a un verdadero colapso, a una deserción, del sistema
judicial. Hay incluso una relación inversa entre las formas más graves de criminalidad y
la acción judicial: “a más homicidios, menos asesinos detenidos” 25. A todas estas
expresiones de la crisis de la justicia, debe sumarse la crisis del sistema carcelario
colombiano, que se expresa en hacinamiento, en corrupción y en violencia interna que
hace de las prisiones no centros de rehabilitación sino verdaderas “universidades del
mal”. La violencia es asunto de ley, de justicia y de autoridad, de autoridad con
legitimidad.
 
Cifras de Homicidios 1982-1998

Fuente: Comisión Colombiana de Juristas, (Colombia, Derechos Humanos y Derecho humanitario: 1996).
Policía Nacional, Criminalidad 1998. Saúl Franco, El Quinto: No Matar.

47 Como consecuencia de las múltiples violencias, todos los escenarios de la vida cotidiana
en Colombia sufrieron profundas alteraciones en las dos últimas décadas: las formas de
sociabilidad (fiestas, comidas nocturnas en restaurantes, se han reducido
enormemente); las actividades de esparcimiento para los niños en la calle y en los
parques se han limitado (por el temor al secuestro); las maneras de vestir
especialmente para las mujeres se han vuelto particularmente austeras (no pueden
19

portar collares, aretes, pulseras y joyas en general); las casas se han ido convirtiendo en
verdaderas prisiones, cercadas y enrejadas; se han incrementado las construcciones de
conjuntos habitacionales cerrados, considerados con razón como una especie de
apartheid espacial26, con barreras infranqueables para los “indeseables”; en barrios de
muchas ciudades, las calles, especialmente para los jóvenes, “están sembradas de
muerte”27, son escenarios de socialización para el delito; hay alto riesgo en caminar por
la calle o parar un taxi en la noche. En una palabra, todas las prácticas colectivas se han
visto afectadas de una u otra forma por las diferentes expresiones de la violencia.
48 Como resultado de estas tendencias, se ha producido una ostensible contracción de lo
público, convertido ahora en el territorio del miedo y de la fuerza y una exaltación de la
esfera privada. Como corolario, el interés ciudadano se ha ido sacrificando en aras del
movimiento defensivo del interés privado28. Para ponerlo en términos fuertes, las calles
de las ciudades, como diría Yi-fu Tuan, se están convirtiendo en “paisajes de miedo”,
(landscapes offear29): miedo a los terroristas, miedo a los ladrones, miedo también al
vecino, al transeúnte, a los organismos de seguridad, a los mendigos, miedo incluso a
las propias víctimas de la violencia, tendidas en la acera esperando en vano un gesto
solidario. Este ambiente ha dado lugar a una verdadera explosión de guardias privados
—que vigilan residencias, edificios públicos e instituciones bancarias- y en casos
extremos a bandas de autodefensa comunitaria. La ciudad se ha vuelto un mundo de
habitantes incomunicados.
49 No sólo el miedo se ha vuelto una experiencia colectiva, también el dolor bajo esa
modalidad que se expresa con motivo de la partida de los seres queridos y que
llamamos el duelo: ¿a cuántos entierros de parientes, coterráneos, compañeros de
colegio, colegas o copartidarios, originados en la violencia, ha debido asistir cada
colombiano en los últimos diez años? Y cuántas veces también en la experiencia íntima
a raíz de estos episodios abrumadores, se ha pasado del duelo de la marcha fúnebre, a la
rabia, y luego a la impotencia?
50 Dadas las dimensiones de esta experiencia colectiva de violencia no se puede esperar
que la paz sea el logro inmediato de un proceso negociador. La situación es de hecho
tan compleja que en Colombia, así se negociara la reconstrucción institucional con la
guerrilla mañana, la reconstrucción del Estado y del tejido social podría tomar décadas.
Pasar, en efecto, del hobbessianismo actual a lo que en otro contexto se ha llamado un
estado de “reciprocidad generalizada”30, en donde cada cual puede asumir que todos los
demás se están sometiendo a las mismas reglas, implicará un largo proceso de
aprendizaje y de reinvención de tradiciones cívicas que la rutinización de las violencias
ha ido aniquilando. En este sentido, más que de superar una crisis política o una crisis
del Estado, se trataría de una crisis de sociedad, que está por reconstruir o refundar: en
sus valores, en sus solidaridades y en sus conductas anteriores a todo orden político.
Porque se trata en efecto de una sociedad que por efecto combinado de violencia y
narcotráfico ha visto transformadas las estructuras de la comercialización; los
fundamentos de la acumulación (la ilegalidad sustituyendo la ganancia socialmente
aceptada); los valores culturales; las redes entre el dinero, la justicia y la política; las
maneras de relacionarse con la vida y con la muerte. Es una sociedad que más allá de la
posibilidad de formular cualquier proyecto de unidad o de orden nacional está
sometida a un permanente proceso de “negociación del desorden” que lo haga, si no
erradicable, al menos soportable31. Claro que una sociedad así para mantenerse en pie
20

tiene que desarrollar también estrategias y formas inéditas de resistencia cultural, pero
este es un tema que desborda los objetivos de este ensayo.
51 El punto entonces es que la situación presentada en el diagnóstico de los
“violentólogos”, hace más de diez años, ha empeorado y cambiado sus patrones de
desarrollo: la violencia política lejos de ser una forma marginal de violencia entre otras
es reconocida como el contexto de reproducción de todas las otras formas de violencia,
o para decirlo de otra manera, y en palabras de Daniel Pecaut, “la violencia organizada
constituye el contexto de la violencia no organizada”32, que no sólo favorece la
expansión de las otras formas de violencia sino que ella misma se ve afectada y sobre
todo contaminada por ellas.
52 Detallemos algunos indicadores del agravamiento de la situación. Primero, la ecuación
militar: si hace una década las guerillas estaban ubicadas principalmente en las zonas
periféricas, las regiones de la colonización moderna, este ya no es el caso. Las guerrillas
de hoy están presentes no sólo en cerca del 93% de los municipios de ocupación
reciente, sino también en por lo menos la mitad del total de muncipios del país 33.
Aunque a menudo estas cifras no distinguen apropiadamente presencia permanente u
ocasional, son de todas maneras indicativas de las dimensiones del fenómeno
guerrillero y, sobretodo, de su grado de penetración en los poros de la sociedad, como
nunca en épocas anteriores, ratificando las prevenciones de quienes desde las
posiciones más recalcitrantes sostenían que la tregua y las negociaciones de mediados
de los ochenta habían sido un episodio más de la vieja táctica comunista de la
“combinación de todas las formas de lucha” para obtener ventajas en el terreno militar,
como es hasta cierto punto natural en las fases iniciales de todo proceso de
negociación. En todo caso, con la liquidación de la Unión Patriótica y los centenares de
asesinatos políticos posteriores, esa táctica de tener simultáneamente un frente en la
política abierta y otro en la clandestinidad, quedó agotada y por consiguiente la
transición de la guerra a la política en futuros procesos de negociación tendrá que
recorrer caminos inéditos.
53 Según cifras de 1995, que revelan una tendencia no contrarrestada hasta ahora, las
guerrillas pasaron de 7.673 hombres, y ochenta Frentes, en 1991, a 10.483 hombres y
105 Frentes en 1994, y en muchas regiones “las guerrillas constituyen una forma
semiclandestina y semipública de gobierno local”34. Y ese crecimiento ha continuado de
manera exponencial hasta hoy, calculándose en unos 17.000 sus efectivos actuales,
elevando también inusitadamente las operaciones tendientes a sostener
financieramente semejante ejército irregular (secuestro, extorsión, participación en el
negocio de las drogas y apropiación de recursos públicos). Se ha podido establecer, en
efecto, que entre 1991 y 1994, los ingresos de las FARC y el ELN, por concepto de los
anteriores rubros crecieron un 87%, sin que aún se vea muy claro hasta dónde puede
llegar el umbral de tolerancia social con estas prácticas 35. El pago de tributos más o
menos permanentes por parte de los sectores pudientes y de las multinacionales a los
actores armados se ha vuelto una forma de convivencia negociada con la violencia, que
tiende a reproducirse, y que incluso puede ir en contravía de los esfuerzos estatales
para eliminarla. La capacidad operativa le ha permitido a las guerrillas incluso ejercer
lo que se ha llamado una “veeduría armada”36 sobre los alcaldes y sobre los
presupuestos locales y regionales.
54 Henry Kissinger, en un texto pertinente, ha puesto en evidencia la asimetría en la
dinámica de los contendores armados así: “la guerrilla gana si no pierde, el Ejército
21

convencional pierde si no gana”37. Con las cifras antes señaladas es fácil adivinar el aire
triunfante de la guerrilla colombiana y la sensación de fracaso, desmoralización y
decepción del Ejército. Según uno de los más prestigiosos generales retirados, el
General Valencia Tovar, quien tuvo a su cargo las operaciones militares en las que
pereció el cura revolucionario Camilo Torres (1966), el establecimiento colombiano
empezó a perder hace más de 30 años, en 1964, por dos razones: primero, una razón
militar, el Ejército fue incapaz de entender la naturaleza de las nacientes guerrillas de
los sesenta, al asociarlas con el bandolerismo, o en todo caso, con las secuelas de las
viejas rivalidades partidistas. Segundo, una razón política, a saber, la inconsistencia de
las políticas estatales para realizar las tareas de rehabilitación económica y social de las
áreas afectadas por la vieja violencia, que impidieran el renacer de la lucha armada 38. Es
decir, la no resolución de la vieja Violencia, nos metió, casi sin que lo advirtiéramos, en
la actual. Y sólo ahora, terminada la Guerra Fría, se hace posible no sólo para los
militares sino para las elites en general, indagarse sobre las causas endógenas de esa
violencia.
55 Un segundo signo del deterioro actual es el desplazamiento interno. Entre 1985 y 1996 la
cifra se aproximaba al millón de desplazados, el más alto porcentaje de ellos (45%) de
Antioquia, el departamento con mayor número de masacres, seguido por Cesar (10%),
Córdoba (8%), Santander (7%), Sucre (5%) y Caquetá (5%). El ritmo del ascenso es aún
más preocupante: en 1995 fue de 89.510 desplazados, en 1996 se elevó a 181.010,
atribuibles en un 33% a acciones desatadas por los paramilitares y 29% a acciones de las
guerrillas, y en 1998, el número de desplazados se elevó a 308.000, siendo el caso más
crítico el de la población petrolera de Barrancabermeja39. Este proceso incluye, entre
muchos otros, a campesinos, militantes sindicales o políticos, activistas de derechos
humanos, representantes de las minorías indígenas y negras, y-semilla para futuras
violencias- el 55%, son menores de dieciocho años. Como en todas las guerras, los más
pobres, y los más débiles, mujeres y niños, sufren las peores consecuencias,
agregándole nuevos ingredientes a las tradicionales fuentes de marginalización y
vulnerabilidad.
56 El dilema, como se lo relató un campesino a un organismo de Derechos Humanos, es: “Si
nos quedamos nos matan, y si nos vamos nos queman las fincas”. La gravedad de la
situación es tal que recientemente fue creada una Consejería Presidencial para la
atención de la población desplazada por la Violencia. El hecho es significativo, pero hay
que advertir que, en este caso como en el de los reinsertados, los apoyos que se den a
los desplazados pueden ser interpretados por los habitantes de las localidades de
destino como privilegios inaceptables, o como agentes portadores de tensiones y
conflictos40.
57 El número de desplazados (y de refugiados a países vecinos, Venezuela, Ecuador,
Panamá) está adquiriendo proporciones abrumadoras: durante los últimos años la cifra
se aproxima al 1’500.000 desplazados. Estas cifras significan que en la actualidad uno de
cada cuarenta colombianos huye de su región por razones de violencia. En el año 2000
se produjo un incremento sin precedentes. La región de Urabá, el sur del Departamento
de Bolívar y el Magdalena Medio, el Putumayo, áreas de confrontación entre guerrillas
y grupos para-militares, son las más afectadas por el desarraigo forzoso de sus gentes,
que con el territorio y los recursos pierden muchos otros referentes culturales. Y sólo
hasta ahora comienza a hablarse de ello en la prensa internacional, a pesar de que se
trata de cifras superadas sólo por Sudán, Afganistán y Angola. Incluso las migraciones y
22

los exilios de Centroamérica llamaron mucho más la atención, quizás por el hecho de
que su lugar de destino se concentró especialmente en un solo país, siendo este
precisamente los Estados Unidos, a diferencia del desplazamiento muy disperso de
Colombia a los países vecinos, a Europa y también a Norteamérica.
58 Una tercera fuente de inquietud es la asociada a lo que podríamos llamar la involución
política, uno de los más preocupantes efectos de la expansión económica militar y
geográfica de las guerrillas en la última década. Tal involución política es consecuencia,
entre otras cosas, de las alianzas operativas o tácticas con el narcotráfico en algunas
zonas, con grandes beneficios económicos inmediatos, ciertamente, pero con
incalculables costos éticos. De una violencia con claros objetivos políticos, con
horizontes ético-normativos definidos y con criterios de acción regulados o
autorregulados, se ha ido pasando a una creciente indiferenciación de fronteras con la
criminalidad común. Estoy pensando sobretodo en el secuestro por razones
económicas, que se expandió de manera dramática, especialmente después del colapso
del bloque socialista, que fue durante largo tiempo el proveedor de recursos y de armas
a las guerrillas del resto del mundo, incluida Colombia.
59 Colombia tiene hoy el más elevado número de secuestros en el mundo (50% del total) y
más de la tercera parte de ellos realizados por las guerrillas. El número total de
secuestros entre 1995 y 1998 se incrementó en más del doble: en 1995 fue de 1.158
secuestros; en 1996 fue de 1.608 secuestros; en 1997 ascendió a 1.986 secuestros y en
1998 alcanzó la cifra de 2.60941, en el 2000 superaron los 3.000 plagios, siguiendo esta
progresión siniestra, sin contar por supuesto el bajísimo grado de denuncia, estimado
en un 20%, pues los parientes de las víctimas prefieren negociar silenciosamente. A la
luz de estas cifras se puede decir que Colombia es hoy una sociedad asediada.
60 Un antiguo representante del gremio de los ganaderos ha señalado que “ser
secuestrado en Colombia ya no es un riesgo, es una gran posibilidad” 42. Entre 1987 y
1998 el número total fue de 15.181 secuestros. El secuestro, con otras formas de
exacción generalizadas, como el “boleteo” y la “vacuna” (cotización ocasional o
permanente que exime del secuestro) constituyen, lo que Jaime Zuluaga ha llamado,
una verdadera “economía tributaria” de la insurgencia, un sistema de transferencia de
recursos, principal, pero no exclusivamente del sector agrario a los grupos armados.
Adviértase que el sector agrario sufre, además de las mencionadas manifestaciones de
violencia, como el robo o exterminio físico de ganado de los hatos, o el incendio y
destrucción de instalaciones de las fincas, y de otras que deben sumarse a los crecientes
costos de la guerra en Colombia. Si se tienen en cuenta las motivaciones del
secuestrador, las relaciones entre secuestro, dinero y política, resulta extremadamente
compleja. Todas las combinaciones son posibles43. En su texto, Noticia de un Secuestro,
Gabriel García Márquez ha mostrado hasta dónde la retención de un selecto número de
personalidades de la política colombiana, realizada por Pablo Escobar y los
extraditables, activaba todas las redes de poder y de solidaridad entre las elites, y podía
operar también como mecanismo de presión eficaz para inducir cambios en el sistema
legal y judicial del país, e incluso en la formulación de cláusulas específicas de la nueva
Constitución Nacional expedida en 109144. Muchos de los secuestros de las guerrillas se
orientan también a modificar decisiones del Ejecutivo, del Legislativo y en general de
los poderes públicos; a presionar la liberación de prisioneros políticos; a imponer
determinado curso a las negociaciones; hasta llegar al desplante de la oficialización
nacional e internacional de la extorsión colectiva (con amenaza de secuestro) mediante
23

la llamada “Ley 002 sobre tributación” del Estado Mayor de las FARC, promulgada en
marzo de 2000, para los patrimonios superiores a un millón de dólares.
61 No vamos a ahondar en este punto. Lo que queremos subrayar más bien es que el
análisis del secuestro no se puede limitar sólo a sus dimensiones políticas y económicas,
y en especial al “rescate”, que es lo que en la mayoría de los casos interesa a los
plagiarios. Los medios no pueden ser indiferentes a los pretendidos objetivos políticos.
En el secuestro están envueltos en verdad muchos aspectos de un drama humanitario
que se inicia a menudo con los riesgos de la operación misma, en que la víctima es
arrancada del entorno natural, profesional y familiar. Por ello, entre otras cosas, desde
los primeros momentos y hasta el desenlace del secuestro, para los parientes y
negociadores se vuelven esenciales las rituales “pruebas de supervivencia”, que son al
mismo tiempo mecanismo de identificación de los captores. Todas las expectativas del
secuestrado y sus parientes oscilarán entre la ejecución, la liberación voluntaria, la fuga
y el rescate armado.
62 Lo inesperado del hecho y la simple incertidumbre de en manos de quién se está
(delincuencia común, narcotraficantes, guerrilleros) constituye suficiente motivo de
desconcierto y angustia tanto para la víctima como para su familia que gradualmente
descubrirán que hay una secuencia, unas reglas, y unas etapas más o menos definidas
en el modus operandi del secuestro, incluso unos predecibles tiempos muertos en el
proceso de negociación. Cuando se trata de la insurgencia, el hecho mismo de
reconocer el secuestro puede tener ciertas ventajas; obliga ante todo a los victimarios a
comportarse mínimamente como actores políticos. Con todo, importa determinar
también de qué grupo específico proviene la autoría, pues la reputación de barbarie con
sus víctimas se reparte desigualmente entre ellos, aunque a menudo esto tampoco
importa demasiado pues la delincuencia común suele “vender” sus secuestrados a la
insurgencia, y el anonimato de la operación le permite a la guerrilla eludir las
responsabilidades políticas de la operación. El secuestro deviene así la dimensión
antiheroica de la guerrilla.
63 El calvario para la víctima se prolonga con su traslado en vehículos, vendados los ojos, o
tras agotadoras jornadas a pie, a un sitio no identificable, a un no-lugar, cuyos
contornos no debe reconocer, sometida a un tormento adicional, el de la soledad. Allí
en el sitio terminal de la operación estará bajo el control físico y mental de sus
verdugos, con los cuales la mayoría de las veces la interlocución se limitará a los
insultos, a la indagación por los bienes, a la perpetua amenaza de las armas y la muerte
y adicionalmente, en el caso de las mujeres, a la amenaza de la violación sexual y a la
dignidad pisoteada en el ejercicio de los actos más íntimos como bañarse y hacer sus
necesidades fisiológicas, bajo vigilancia o atada a una cuerda. Para algunas víctimas una
de las ansiedades más frecuentes es la de perecer en el cautiverio sin que nadie se
entere del hecho, “sin que haya una tumba a dónde ir a visitarlo” 45. En ese escenario de
incertidumbres cruzadas, la víctima es sometida a un proceso de cosificación, de simple
“mercancía” negociable, rodeada por una estructura organizativa que al igual que la de
los torturadores de las dictaduras tiene sus especialistas en la presión física y
sicológica, en la extracción de información, y en la gradación del suplicio para
mantener la “utilidad” monetaria de la víctima y la eventual cooperación-sumisión de
la familia. El secuestrado se encuentra allí no sólo en una extrema soledad -a la espera
de una transacción de la cual dependen su vida y su libertad- sino además rodeado de
barreras y controles que evitan todo contacto o muestra de simpatía emocional con sus
24

vigilantes. A veces para desconcertarlo hasta se le quita la posibilidad de registrar las


horas, los días, los meses, el control del tiempo. Es el intento de despojo de la memoria,
despojo que tanto obsesiona también a los presidiarios. El secuestro constituye el
símbolo por excelencia de la paradoja guerrillera, que se reclama portadora de un
proyecto emancipador (contra la alienación) y que al mismo tiempo reduce el cuerpo de
sus víctimas a una envilecida mercancía capitalista.
64 Es apenas comprensible que una tal experiencia traumática exacerbe los sentimientos
religiosos tanto del cautivo como de sus familiares. Es frecuente en estos últimos el
recurso a videntes, a astrólogos, a espiritistas. La religiosidad les brinda la única
seguridad imaginaria, pues de hecho es la desconfianza (de los alimentos, de las
noticias, de las personas) la que gobierna las relaciones de los secuestradores entre sí y
de estos con su víctima.
65 Los familiares por su parte no sólo se sienten culpables del secuestro sino que
restringen muchas satisfacciones de la vida cotidiana para no ofender al cautivo. Como
ha subrayado una sicóloga que ha atendido profesionalmente a numerosos
secuestrados, los familiares
viven una experiencia devastadora. En cierta forma, ellos también están
secuestrados. No pueden salir de su casa porque esperan una llamada, tienen miedo
de que los vigilen o se los lleven para canjearlos. Sienten amenazada su integridad
personal. Es tan fuerte la tensión, que toda la familia entra en un estado de crisis.
Cada miembro, de acuerdo con sus características, reacciona ante la situación. Por
eso, los conflictos previos se multiplican, se hacen más intensos y afectan la unión
familiar46.
66 Tras la liberación, negociada o por acción de las autoridades, la memoria del cautiverio
queda por lo general como una experiencia suprimida. Comenzará entonces para la
víctima el arduo trabajo de reconstruir familia, reconstruir afectos, reconstruir
confianza. Con razón se ha definido esta aberrante práctica del secuestro como “una
muerte suspendida”47.
67 Consumado el secuestro vendrán a posteriori para los captores las elaboraciones de las
justificaciones y el reparto, a menudo conflictivo, del botín. Pero estos son temas que
desbordan los objetivos de este ensayo.
68 Colombia es de seguro el único país en el mundo en donde existe una ONG especializada
en la lucha contra el secuestro, País Libre. En años recientes ha habido masivas
demostraciones contra este flagelo y clamores recurrentes por el restablecimiento de la
pena de muerte para enfrentarlo, y pedidos públicos de su exclusión del listado de los
delitos políticos y por tanto de los susceptibles de amnistías e indultos. El confesado
secuestro y posterior asesinato por parte de las FARC de tres ambientalistas
norteamericanos a comienzos de 1999 enturbió las relaciones de la insurgencia con las
ONG de Europa y Estados Unidos y debilitó a los sectores gubernamentales americanos
más claramente interesados en apoyar el proceso de paz. Más importante aún. el
crecimiento desbordado del secuestro ha sido una de las principales justificaciones de
la expansión de los grupos paramilitares, a los cuales recurren preventiva o
punitivamente las potenciales o reales víctimas. Tales grupos cuentan hoy con
creciente respaldo de las comunidades locales, como aconteció en Guatemala con las
“patrullas cívicas” y en Perú con las Rondas Campesinas.
69 Otra derivación de la involución-degradación del conflicto es la circularidad entre los
diversos actores de la violencia: guerrilleros o ex guerrilleros que se vuelven paramilitares
25

(en las filas del movimiento de Autodefensas de Carlos Castaño no sólo hay numerosos
ex combatientes del EPL y del ELN, sino, lo que es más grave, desertores o miembros
despedidos del Ejército regular con rango de oficiales); insurgentes brindándole
entrenamiento militar en sus campamentos a bandas juveniles de delincuencia común
en Medellín al amparo de los acuerdos del proceso de paz de la administración del
presidente Be-tancur48; narcotraficantes y delincuencia organizada ofreciendo sus
servicios a la insurgencia; cambios en identidades para encubrir, o para atribuir a otros,
operaciones que generan el repudio público (en especial el secuestro) y, como se ha
detectado en Medellín49, borrosos y complejos límites entre las milicias urbanas, las
multifacéticas bandas juveniles, y las del sicariato asociado al narcotráfico.
70 Si de las guerrillas de los cincuenta se ha podido decir que se movían hacia la
cualificación, de las de hoy, pese a los numerosos códigos guerrilleros 50, habría que
decir que se mueven, en muchos aspectos, hacia la degradación 51 o involución.
 
Un nuevo modelo de contrainsurgencia: La
privatización de la guerra
71 Los Grupos de Autodefensa tal como existen hoy en Colombia tuvieron su primera
conferencia regional en 1994. Tres años más tarde, en junio de 1997, celebraron la
primera conferencia nacional y siguiendo casi los mismos esquemas de ¡as guerrillas
establecieron una estrategia política y militar para derrotar a las fuerzas subversivas.
Tienen hoy sus propios comandos, una emisora, un órgano de difusión propio, Colombia
Libre, uniformes, emblemas, y un modelo para aplicar: “Puerto Boyacá”, la primera
región de la cual fueron desarraigadas en los ochenta, a “sangre y fuego”, no sólo las
guerrillas sino de paso todas las manifestaciones de inconformidad social y política. El
esquema prácticamente se replicó en la dolorosa “pacificación” de Urabá, en la frontera
con Panamá, y se proponen extenderlo a todo el país. De las 55 masacres realizadas por
motivos políticos entre octubre de 1995 y septiembre de 1996, por lo menos 32,
equivalentes al 59.25% fueron atribuidas a paramilitares, trece a las guerrillas, de las
cuales diez a las FARC.
72 Las Autodefensas tienen múltiples antecedentes históricos: los ejércitos privados
quejugaron importantes papel en las guerras civiles del siglo XIX; las policías privadas
con que los terratenientes pretendieron neutralizar los conflictos agrarios en las
primeras décadas del siglo XX; y mucho más nítidamente tanto las “contrachusmas”,
“guerrillas de paz”, como los célebres “Pájaros” de los años cincuenta, vinculados a un
proyecto político-partidista. Más estrictamente, en su versión actual, las Autodefensas,
surgieron bajo inspiración de la doctrina de la seguridad nacional, que se extendió
durante los setenta y los ochenta por toda América Latina, como parte de una
estrategia mundial contra el comunismo. En su etapa formativa en Colombia recibieron
apoyo financiero decisivo de las asociaciones de ganaderos y también de los
narcotraficantes, que se habían convertido en los nuevos señores de la tierra en
amplias regiones del país. Conel tiempo y el colapso del comunismo, más que a un
proyecto doctrinario, la dinámica de las Autodefensas, al igual que acontece con la
guerrilla, responde a batallas más pragmáticas por territorios y por recursos. La mayor
parte de sus operaciones son de represalia contra el secuestro, el abigeato y la
extorsión.
26

73 Como en la Violencia de los años cincuenta, la venganza familiar es un componente


central en la fase inicial de las Autodefensas. El padre del actual jefe de las
Autodefensas fue asesinado por las FARC, y aquel con varios de sus parientes se propuso
a comienzos de los ochenta llevar a cabo la retaliación, que emprendió efectivamente
en el noroeste antioqueño, “como un proyecto privado de restauración del orden
público”52. Podría decirse, evocando la terminología que circuló en Centroamérica hace
unos cuantos años, que las Autodefensas son las Contras de las guerrillas colombianas.
74 En desarrollo de su táctica de ley del Taitón, “ojo por ojo, diente por diente”, las
Autodefensas campesinas de Córdoba y Urabá secuestraron en 1996 a un alto número
de familiares de la dirigencia guerrillera y forzaron a otros al exilio, para que, según sus
palabras, los guerrilleros sintieran en carne propia el horror del secuestro y la
inhumanidad de esta práctica. Varios de los retenidos fueron liberados posteriormente
ante delegados de la Cruz Roja Internacional, la ONG holandesa Pax Christi y la Iglesia
Católica como expresión de respeto al Derecho Internacional Humanitario, subrayando
con ese mismo gesto su pretensión de marcar diferencias con las guerrillas 53.
75 En regiones como Antioquia, y pese al rechazo ciudadano y las advertencias de los
organismos internacionales de derechos humanos, las Autodefensas recibieron una
especie de legalización encubierta a través de las llamadas CONVIVIR (Asociaciones
Comunitarias de Vigilancia Rural, creadas mediante Decreto 356 de 1994)), muy
cercanas funcionalmente a las Rondas Campesinas que contribuyeron en el Perú a
desvertebrar a Sendero Luminoso, y a las “patrullas civiles” que en Guatemala
sembraron el terror en la década pasada de los ochenta54. Las Autodefensas
colombianas, que se precian de ser la única fuerza contrainsurgente efectiva (en clara
alusión a la ineficacia o desmotivación de las Fuerzas Armadas gubernamentales)
materializan en el momento actual el tránsito de los viejos escuadrones de la muerte a
una cierta masificación de la contrainsurgencia, a una “organización ciudadana en
armas”, para retomar sus palabras.
76 Las Autodefensas han venido ganando creciente protagonismo político, se postulan
como la verdadera alternativa a la guerrilla, y están asumiendo el tradicional papel
antisubversivo del Ejército. El Ejército por tanto opera a menudo como simple
retaguardia de esta nueva fuerza político-militar. Esta tendencia, vigorosamente
cuestionada por organismos de derechos humanos, incluidos los de Estados Unidos, se
refleja en las estadísticas que muestran la evolución reciente de los violadores de
Derechos Humanos.
 
Violaciones de Derechos Humanos. Evolución del porcentaje en relación con los actores armados
1993-1996

Fuente: Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, Derechos Humanos y Derecho Humanitario: 1996,
p.7.
27

77 Desde el punto de vista militar, las Autodefensas sostienen, que a diferencia del Ejército
que libra una guerra regular contra la guerrilla, la de ellas es una guerra irregular, ya
que, según sus manuales de historia militar, “no hay antecedentes en la historia en que
un ejército regular haya derrotado a uno irregular. Un ejército irregular sólo se detiene
con uno de las mismas características”55.
78 Como es apenas imaginable, el impacto sobre la población civil de esta nueva modalidad
de confrontación es abrumador. Se estima que en 1998 hubo un total de 194 masacres
(asesinatos colectivos de más de tres personas), que se distribuyeron así: 103 atribuibles
a las guerrillas y 91 a las Autodefensas56. El año de 1999, el último del siglo xx, impuso
un nuevo récord de rutinización de la barbarie: 403 masacres y 1.865 víctimas, cuya
autoría, según las estadísticas de la Defensoría del Pueblo 57, se estableció así, 38% las
Autodefensas, 16% la guerrilla, 17% grupos armados, 1.4% Fuerza pública, otros 2%. En
términos comparativos, las masacres de ese sólo año 1999 superan las de treinta años
de guerra en Guatemala, y ni la comunidad internacional se moviliza, ni a los actores
armados parece inquietarles ese tipo de vigilancia. Lo que se busca es simplemente
aterrorizar a la comunidad circundante, golpear su precaria economía y dejar
constancia sangrienta de control territorial. Son, en efecto, masacres acompañadas a
menudo de destrucción de viviendas, saqueo de víveres y despojo de animales.
79 Hay sin embargo nuevos desarrollos de estos grupos de Autodefensas, tanto en
términos políticos como militares, desarrollos que están cambiando la naturaleza de la
guerra en Colombia. En términos políticos están mostrando cada vez más preocupación
con la imagen pública. Es así como en tanto que en los textos de la “ III Cumbre
Nacional” subrayaron que los obstáculos puestos por los organismos de derechos
humanos a la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas eran los que las habían
colocado a ellas a “la vanguardia de la lucha”58, en la primera edición del periódico
Colombia Libre, por el contrario dan precisas instrucciones a sus miembros sobre
elementos del Derecho Internacional Humanitario aplicables al conflicto armado
colombiano59. Esto no puede ser tomado muy seriamente con actores que siguen
cometiendo masacres en contravía de su nuevo discurso. Pero en octubre de 1997.
expulsaron de la organización nacional a uno de sus comandos en el suroriente del país
(Meta) por su responsabilidad en la masacre de una comisión de jueces. Durante las
elecciones municipales y departamentales de octubre del mismo año exhortaron a sus
seguidores a votar por el “sí” del “Mandato Ciudadano por la Paz, la Vida y la Libertad”
-un plebiscito que contenía preguntas específicas sobre el Derecho Internacional
Humanitario (secuestro, participación de civiles y de niños en la guerra) y una clara
determinación por la resolución pacífica del conflicto armado. Las Autodefensas (al
igual que las guerrillas) controlan la delincuencia común en sus zonas, suministran
créditos de largo plazo a los campesinos y en algunas regiones ponen en práctica su
propia reforma agraria.
80 En términos militares, la expansión es también impactante. En una entrevista de 1997,
el jefe máximo de las Autodefensas, Carlos Castaño, afirmaba que en ese momento
contaban con veinte frentes, cada uno de entre cien y 150 hombres, y que su meta era
disputarle a las FARC el sur de Colombia, los departamentos de Guaviare, Caquetá y
Putumayo, que dicho sea de paso proveen a la guerrilla de su principal fuente de
ingreso: las plantaciones cocaleras, que son la base del trabajo de pequeños campesinos,
sin fuentes alternativas realistas de ingreso. La importancia estratégica de estas zonas
se pone en evidencia si tomamos en cuenta los siguientes datos: las drogas (coca,
28

heroína, y los impuestos que pesan sobre ellas) representan con el 50%, la primera
fuente de ingreso de las FARC (siendo la segunda el secuestro). Con un 20% las drogas
representan la tercera fuente más importante de ingreso para el ELN (siendo la primera
la extorsión a las compañías petroleras, y la segunda el secuestro) 60. Esto muestra de
paso la creciente diversificación de las finanzas de las guerrillas.
81 Es preciso resaltar que en el momento actual cinco municipios de la provincias sureñas
de Caquetá y Meta, a saber, La Macarena, Mesetas, San Vicente del Caguán, La Uribe y
Vista Hermosa, con un área total de 41.000 km2, y una muy baja densidad de población
—aproximadamente 100.000 habitantes-, siguen bajo “despeje indefinido”. Este
“despeje” consiste en el retiro total de las fuerzas armadas gubernamentales de dicha
área, como marco geográfico de las conversaciones de paz que adelanta el gobierno del
presidente Andrés Pastrana con las FARC, la guerrilla que comanda el legendario
“Tirofijo” (Manuel Marulanda Vélez), un hombre que está en las montañas de Colombia
desde 1949, subrayando de manera patética la continuidad entre la vieja Violencia (de
los cincuenta) y las recientes.
82 Con las Autodefensas, cuyo número de efectivos a fines del año 2000 se calcula en 8.000,
por primera vez en Colombia se consolida un movimiento contrainsurgente de
proyección nacional. Ellas están hoy empeñadas en el reconocimiento político que les
dé algún papel definido en el proceso de negociación, dentro de la fórmula acuñada por
el ex presidente Samper de “un solo proceso, dos mesas de negociación”. El forcejeo en
torno a este punto, que no ha tenido una clara definición por parte del presidente
actual, Andrés Pastrana, puede conducir a un empantanamiento del proceso de paz. En
efecto, en tanto que las FARC exigen al Gobierno, como condición para avanzar en las
negociaciones, demostraciones contundentes en la lucha contra las Autodefensas, estas
a su vez exigen como condición para no sabotear el proceso que se les dé el status de
actor político-militar, en idénticas condiciones a las de la guerrilla. El secuestro en
mayo de 1999 de la prestigiosa senadora del partido liberal, Piedad Córdoba, por parte
de las Autodefensas de Carlos Castaño para denunciar lo que llamaron “diplomacia
guerrillera del partido liberal” puso las cosas en su máximo nivel de presión y de
tensión, en momentos en que, sumado al creciente descontento militar y de otros
sectores con la prolongación del “despeje” por considerarlo una simple cesión de
soberanía sin contraprestaciones, el gobierno pareciera perder la iniciativa en los
asuntos centrales de la agenda de negociación. “Secuestrado el proceso de paz”, fue el
titular de uno de los periódicos de mayor circulación en el país. Y las cosas no han
cambiado de manera sustancial, como para suponer distinta percepción pública del
proceso en el momento actual.
83 Significativamente, tanto las guerrillas como las Autodefensas explican sus orígenes
casi en idénticos términos: la incapacidad del Estado para cumplir con sus obligaciones
económicas sociales y culturales (origen de la guerrilla), por un lado; e incapacidad para
garantizar la seguridad pública, como es función esencial de cualquier Estado moderno
con relación a la vida, la propiedad y las libertades ciudadanas (origen de los
paramilitares). Aquí radica la esencia de la naturaleza de la crisis colombiana: dos
rivales, contra un enemigo ausente, el Estado. El Estado no es ni regulador, ni guardián
del orden. La guerra ha entrado pues en un acelerado proceso de privatización con la
consiguiente deslegitimación del Estado y de las instituciones públicas.
 
29

Paz parcelada, guerra prolongada: los cambiantes


modelos de negociación
84 Uno de los más sorprendentes rasgos de la endémica violencia colombiana es que ha
estado acompañada de un permanente (indefinido) proceso de negociación desde los
ochenta. Después de las primeras pero inconclusas negociaciones que se llevaron a cabo
durante la administración del Presidente Belisario Betancur entre 1982-1986, se
firmaron acuerdos de paz con diferentes grupos: en 1990 con el M-19; 1991 con el EPL
(Ejército Popular de Liberación), PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y
Quintín Lame; y 1994 con la CRS (Corriente de Renovación Socialista). Este modelo de
negociaciones de paz por cuotas da una imagen muy peculiar de Colombia a los analistas de
resolución de conflictos puesto que puede ser presentada simultáneamente como
ejemplo de negociación exitosa, como efectivamente lo fue hasta cierto punto para
América Central, durante el primer año de la administración Betancur, pero también
puede ser considerada como un contraejemplo de conflicto interminable 61.
85 La paz dosificada es una guerra programada. Las negociaciones parciales —parece ser la
lección que va dejando la experiencia colombiana-, a la larga no restan a la magnitud
del conflicto global sino que sirven simplemente de espacio para el reacomodo de los
actores principales de la guerra62. Más aún, la tendencia demostrable, la norma, es que
tras cada negociación, se producen nuevas escisiones, y nuevas radicalizaciones.
Miremos con mayor detalle este aspecto. El modelo de negociación tiene desde luego
fundamentos razonables: se negocia, ante todo con quienes quieren negociar, hay que
tener en cuenta el diverso carácter de los grupos rebeldes, etc. Pero esta aproximación
pragmática conlleva un inconveniente mayúsculo: la superposición, a menudo
irreconciliable, entre los problemas de la guerra y las tareas de la paz. La transición de
la insurgencia a la vida civil, Ejército a partido o movimiento, y a la paz permanente,
requiere en efecto, una definición concertada de diversos temas cobijables bajo el
concepto de la seguridad, tales como la depuración, el presupuesto y tamaño del
Ejército, su reforma interna, su subordinación al control civil, su retiro de las funciones
policiales de seguridad, y su retorno al rol natural en la defensa de la soberanía
nacional, como se planteó con resultados desiguales en Guatemala; la incorporación de
los ex guerrilleros a los aparatos armados del Estado, y por último y no menos
importante, la reconsideración del papel de los militares con relación a la política. Con
muchas dificultades estos han sido temas cruciales en Salvador y Guatemala, con
posterioridad a los acuerdos de paz. El punto allí no ha sido tanto la disolución del
Ejército sino su transformación.
86 En Colombia, por el contrario, con su modelo de negociaciones parciales e inconexas,
los necesarios ajustes son mucho más impredecibles. Veámoslo. Si uno acepta la paz,
acepta la autoridad del Estado, acepta el legítimo monopolio de la fuerza por parte del
Estado, a cambio de que este le brinde las garantías que debe, a todos los ciudadanos, en
condición de tales, empezando por el derecho a la vida y si uno se vuelve parte del
Estado, del sistema existente, se convierte también por ese mismo hecho en “objetivo
militar” de quienes prosiguen la guerra, a menudo sus antiguos compañeros de armas.
Esto es exactamente lo que ha acontecido: uno de los grupos incorporados a la vida
política, Esperanza, Paz y Libertad, antiguo EPL (Ejército Popular de Liberación) arguyó
que entre 1991 y 1994, un elevado número de sus militantes, 274, habían sido
asesinados, la mayoría de ellos, no por el ejército, no por los grupos paramilitares, sino
30

por las guerrillas activas en sus antiguos bastiones, Córdoba y Urabá. Si a esto se
agregan las inconsistencias de los organismos estatales que hacen que mientras unas
entidades sean instancias de mediación, otras lo sean simultáneamente de represión
(asesinando a los propios negociadores o intermediarios), se entenderá el desamparo y
orfandad en que van quedando los partidarios de la solución negociada. Pero aún
aceptando el modelo de negociación que se puso en práctica con estos grupos, no debe
perderse de vista que al fin y al cabo, tanto el Estado como la sociedad receptora de los
ex guerrilleros han sido profundamente afectados por la guerra y por lo tanto deben
prepararse conscientemente para la reinserción.

Fuente: Fundación Progresar. “Informe sobre Derechos Humanos. Caso Reincorporación legal
del EPL”, marzo de 1995.

87 La lógica territorial de la paz parcelada es que el espacio desocupado por uno de los
actores es inmediatamente reconquistado por otro con un discurso aún más radical que
el precedente, que se apropia del nombre del grupo, de sus banderas, de sus insignias,
de sus programas, de sus normas, de su acervo simbólico. Las negociaciones
fragmentadas no conducen a un proceso acumulativo de la paz sino a la reproducción
de la violencia. La paz fragmentada es la guerra prolongada. La única negociación
eficaz, podría decirse, es la negociación global, una negociación que involucre
simultáneamente a todos los grupos.
88 Por otro lado, la transición de la vida guerrera, con sus rigideces y sus jerarquías, a la
vida civil deliberante es muy compleja no sólo en términos políticos sino también
personales. Mientras se estaba en el colectivo comunidad-guerrilla, se anota en un
estudio psicoanalítico, “el compromiso con la historia había borrado los compromisos
familiares o aquellos que tuviesen sólo trascendencia individual”; con el retorno a la
sociedad individualista, “para el reinsertado es casi insoportable pensar que a partir de
ahora su vida está dedicada a superar problemas tan banales como el mercado, el
arriendo, la pensión escolar”63. El desprendimiento-desgarramiento del colectivo
31

guerrilla está acompañado de un cambio fundamental de los referentes cotidianos que


hace ver a menudo como inútil la vieja experiencia guerrera en los nuevos escenarios
de la política y en las nuevas formas de organización social y cultural que deben
emprender con posterioridad a la disolución de las formas organizativas político-
militares. Incluso la misma imagen de los “reinsertados” como simples “beneficiarios”
de los programas gubernamentales los convierten, como diría uno de ellos, en “víctimas
de la paz”, es decir en sujetos pasivos, estigmatizados, y no activos de la paz 64. Se repitió
la historia: en la negociación del M-19, del EPL y los demás grupos, se privilegió la
reinserción política, relegando a un segundo plano la reinserción social.
89 Si a todo lo anterior se agrega la no rara reticencia de la sociedad a la plena
incorporación personal de los ex guerrilleros a la vida profesional y productiva 65; los
eventuales ajustes de cuentas o dificulta des de readaptación por atrocidades cometidas
durante su vida de combatientes; el marginamiento deliberado o inconsciente de ellos
en los organismos de representación (parlamento, concejos municipales); las
resistencias de los caciques tradicionales de nivel regional a tolerar el pleno
cumplimiento, por parte del gobierno, de compromisos como el de la favorabilidad
política, que le daría representación automática en el Parlamento y en las
corporaciones regionales, por designación, no por elección, y por una vez, a los ex
guerrilleros, independientemente de su fuerza electoral; los continuos temores de las
autoridades, justificados o no, de que los desmovilizados sirvan de cobertura para que
los grupos aún activos realicen actos delincuenciales, obtengan beneficios judiciales
(indultos), económicos (préstamos, subsidios) y políticos, que estarían reservados sólo
para quienes han hecho manifestación expresa de “reinserción”; las limitaciones
financieras, operativas y de concepción del Fondo de Paz; si tenemos en cuenta todos
estos factores, repito, es posible entender por qué muchos de estos antiguos
combatientes empiezan a añorar su vieja vida guerrillera, a tener nostalgia del
sentimiento colectivo de seguridad, de poder y de pertenencia del que disfrutaban en la
clandestinidad, en una palabra, a percibir su retorno a la vida civil como una pérdida de
identidad, de ingresos y de prestigio. Lo peor que le puede ocurrir al proceso de paz
hacia el futuro es que los que ya están comprometidos en el proceso de reinserción lo
vean como una simple desposesión de las armas, como una mutilación simbólica, como
una paz a pérdidas, en otras palabras, como un fracaso y no como una conquista de
nuevas formas de relación social, de nuevos colectivos culturales y políticos, o de
resignificación de sus ideales.
90 Un diagnóstico rápido sería suficiente para apreciar que lo que se ha venido realizando
en materia de proyectos productivos, de distribución de tierras, de vivienda y de
educación secundaria y universitaria para los viejos cuadros y militantes, resulta corto
frente a las necesidades actuales. La tentación obvia es la del regreso a las armas, o peor
aún el camino de la delincuencia común.
91 Todo esto hace pensar en las ambivalencias de la reinserción (individualizada): desde
un cierto punto de vista la reinserción, por definición, integra, pero desde otro,
simplemente dispersa y desarraiga. El reinsertado sufre en su tratamiento por parte del
Estado un verdadero descuartizamiento ideológico, pues se le trata separadamente
como individuo, como actor político y como actor social.
92 El corolario es que asumidas en serio las negociaciones, como muy sugestivamente lo ha
observado Malcolm Deas66, pueden apuntar efectivamente tanto a contenidos
materiales identificables, tales como recursos, organización, experiencia, armas, zonas
32

de influencia, como a capitales simbólicos acumulados del siguiente tenor: el haber


representado durante décadas el polo opositor; ser los vengadores potenciales del
atropello y la arbitrariedad; haber sido los gestores o impulsores de muchas
transformaciones institucionales.
93 Yo mismo he planteado el tema en términos de un necesario balance entre la deuda
social de la sociedad con la guerrilla y la deuda histórica de la guerrilla con la
sociedad67. Un balance de memorias. Balance sobre el cual se puedan dar indicaciones,
pero que esencialmente tiene que surgir del propio proceso negociador.
94 Una mirada retrospectiva a los procesos de paz más recientes puede mostrar
ciertamente que las ex guerrillas han dejado una marca muy importante en la gestación
de nuevos derechos, en la estructuración de una nueva institucionalidad con vocación
democrática y participativa y en el reconocimiento de nuevas identidades político-
culturales68; pero desde otro punto de vista tales procesos dejan también un balance
poco estimulante: el M-19 después de haber jugado un decisivo papel como tercera
fuerza en la Asamblea Constituyente de 1991, y de haber alcanzado una notable
representación parlamentaria, fue prácticamente cooptado e invisibilizado
políticamente; el EPL tras una reinserción traumática, que no le permitió construir un
perfil propio en la arena política tomó la senda de la desintegración-desnaturalización
de la mayoría de sus contingentes, muchos de ellos incorporados al paramilitarismo, y
la CRS (Corriente de Renovación Socialista), con una fuerza menor en el Parlamento,
prácticamente se evaporó.
95 Pasar de fuerza contestataria a eventual fuerza cogestora de la función pública es un
viraje que requiere maduración y preparación, y desde luego, más allá del esfuerzo
unilateral de los nuevos ciudadanos, compromisos de la sociedad y del Estado que le
den al proceso el sentido de construcción colectiva. De ahí las invocaciones al cambio
de modelo de negociación. Se ha pasado en efecto en los últimos diez años de la
reincorporación individual de los ex guerrilleros, como sucedió también en la Violencia
de los años cincuenta y sesenta, a la rehabilitación de las “zonas de violencia” y
reinserción de comunidades políticas o étnicas, como sucedió durante la
administración Barco (1986-1990) y la administración Gaviria (1990-1994), y de allí
finalmente a lo que hoy se plantea: la redefinición de un nuevo pacto político-social, no
para los reinsertados, no para las fuerzas insurgentes exclusivamente, sino para la
sociedad en su conjunto.
96 El largo proceso de negociaciones, con sus altibajos y tropiezos, ha conducido en las dos
últimas décadas a la desmitificación de la guerrilla, pero también a una desvalorización
creciente del discurso de la paz.
97 Esto nos pone frente a un último y crucial interrogante: ¿cómo hacer deseable la paz?
 
Repolitización, desnarcotización y despolarización:
Los temas cruciales del momento
98 Antes de dar elementos de respuesta a esta última pregunta es preciso insistir en la
necesidad de esfuerzos continuos de repolitización del conflicto, no sólo de parte de la
sociedad civil, sino del propio gobierno. Y para ello no debe perderse de vista que en
Colombia el tiempo marcha contra los intereses de una negociación global. La
contradicción, ya señalada, entre la expansión militar territorial de la guerrilla y su
33

pérdida de espacios políticos en algunas zonas; la desarticulación organizativa e


ideológica de muchos frentes guerrilleros; e incluso las palpables muestras de
bandolerización y lumpenización en otros, son signos perturbadores. Ni a la guerrilla ni
al país les conviene que en lugar de 10.000 guerrilleros, tengamos mañana 20.000
bandoleros, sumados a narcos, paramilitares y delincuentes comunes. Mil o 2.000
bandoleros fueron ya un trauma suficientemente grande para el país todavía rural de
principios de los años sesenta, como para que nos olvidemos de él al examinar el curso
de los acontecimientos presentes en el país de hoy, ya mayoritariamente urbano 69.
99 Aunque fuera de sus propias zonas (como sucedía también en las violencias pasadas) las
guerrillas colombianas recurren cada vez más frecuentemente a prácticas que
contradicen su discurso, como las operaciones terroristas y las masacres contra las
bases sociales de sus presuntos o reales adversarios, hacia adentro, en cambio, y en el
marco de una especie de racionalización espacial del ejercicio de la violencia, y así sea
por lógica puramente defensiva, y con métodos abiertamente autocráticos, tienen
códigos que imponen severos límites a la delincuencia común, en tanto puede competir
con sus aspiraciones de depositarias exclusivas de la fuerza 70. Cumplida esta
penetración inicial en las comunidades campesinas, desalojadas las autoridades
policiales y subordinada obligadamente la población a sus designios, la fase siguiente es
la de su consolidación política, es decir el control del poder local y eventualmente de
los recursos municipales, dando lugar a lo que parodiando los procesos institucionales
de descentralización política, el analista político Alfredo Rangel ha calificado como la
“descentralización armada”71. A estos cálculos obedecen los cambios de estrategia
frente a los procesos electorales. Si en 1997 la guerrilla se propuso impedir las
elecciones, en las de octubre de 2000 se anotaba que tanto guerrillas como
paramilitares querían incidir abiertamente en los resultados electorales. Como lo anotó
la Federación Colombiana de Municipios, “este año el peligro real es que tengamos
elecciones pero no democracia”72, pues los alcaldes tendrán que actuar bajo tutela armada
de guerrillas y paramilitares. Romper la hostilidad, forjar el consentimiento y lograr la
colaboración, parecen ser los tres momentos acumulativos de esta relación que el
citado autor ha descrito como el tránsito de una relación predatoria, a una relación
parasitaria hasta llegar a una relación simbiótica73.
100 Esta preocupación de cómo hacer deseable la paz es uno de los principales temas del
momento, por el simple hecho de que los contingentes guerrilleros de hoy, poco tienen
que ver con los pobres del campo que pudieron ser a mediados de los sesenta. Nótese
cómo los costos de la guerra y la rentabilidad de la paz son dos de las más recientes
fórmulas incorporadas al léxico político colombiano. Por lo tanto si el eje de las
negociaciones en el pasado fue político (nuevas Constituciones incluidas), el eje de las
futuras negociaciones va a ser, con toda seguridad, social. Los alcances de las
concesiones que habrá que hacer, dado el poder y la cobertura territorial de la guerrilla
hoy, son aún impredecibles. Pero hay unos temas evidentes: condiciones de
expropiación de las tierras en manos de narcotraficantes, y alternativas para su
redistribución y uso productivo; inversión social en las zonas petroleras; nuevos
términos de negociación y contratación con las multinacionales petroleras; ciertas
formas de autonomía territorial; en suma, reformas más tangibles que una abstracta
Constitución Nacional, y desde luego como lo plantearon las FARC en 1993 en su
“Plataforma de Diez puntos para la Reconciliación y Reconstrucción”, perspectiva social
y no militar en el manejo de los temas de la producción, consumo y comercialización de
34

las drogas ilícitas. Es decir, diseño de una política integral que busque la salida a los
cultivos ilícitos no en la represión y el terror, ni en la fumigación aérea y la
erradicación forzada, como torpemente insisten las autoridades de Estados Unidos,
provocando una catástrofe ambiental, sino en la formulación y financiación de
programas de desarrollo alternativo para los cultivadores de coca y amapola en las
diferentes regiones. Es decir, una clara distinción entre los asuntos y los intereses de los
narcotraficantes y el trasfondo social de las zonas campesinas, para las cuales con o sin
insurgencia, el cultivo de la materia prima para las drogas es una necesidad,
particularmente en las regiones de reciente colonización, como Meta en el suroriente o
Guaviare, Caquetá y Putumayo en la Amazonia colombiana. La presencia decisiva de las
guerrillas en estas zonas las podría convertir ante la comunidad internacional y
sobretodo ante los Estados Unidos en las verdaderas garantes de una solución duradera
al cultivo de productos psicoactivos74.
101 Todo esto sugiere una creciente interacción de los temas de las drogas con los de las
guerrillas (recuérdense sus fuentes de ingreso). Es lo que se ha llamado la narcotización
del proceso de paz y la nar-cotización de las relaciones de Colombia con los Estados
Unidos. En efecto, con la centralidad del tema de las drogas, que opera como sustituto
del enemigo ideológico que colapsó con el Muro de Berlín, el conflicto colombiano ha
pasado por esta vía al primer plano de las preocupaciones de los Estados Unidos. Este es
el tema central en el dilema de Washington: o presionar para la negociación, o crear la
legitimidad de alguna forma de intervención. ¿Cuál es el camino a seguir?
102 Los principios que han venido inspirando la acción gubernamental, en acuerdo con las
principales fuerzas políticas, son:
 
El reconocimiento del carácter político de la guerrilla
103 Esto significa aceptar, primero, que a pesar de muchas de sus prácticas condenables, no
son simples bandidos, terroristas o narco-guerrilleros, sino rebeldes con ideología,
recursos, y objetivos específicos contra el orden existente, es decir, que al menos
teóricamente y a diferencia de las mafias, acumulan recursos y poder con una
pretensión colectiva, y segundo, este reconocimiento implica la aceptación de la
imposibilidad de una victoria militar, y por consiguiente la necesidad de una salida
negociada. El más contundente reconocimiento del carácter político de las guerrillas lo
dio el actual Presidente Pastrana, primero como candidato y luego como presidente en
ejercicio, al encontrarse personalmente en las montañas de Colombia dos veces con el
líder máximo de las FARC.
104 No se trata siempre en todo esto de asuntos de principio. Estos reconocimientos
expresan las cambiantes relaciones de fuerza entre los rebeldes y el Estado. Entre 1990
y 1992, después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la guerra Fría las expectativas
oficiales eran las de que las guerrillas verían en el inmediato futuro reducida su
capacidad en muchos niveles. Sin embargo, la enorme autonomía financiera que estas
guerrillas lograron con respecto a sus apoyos externos y la tremenda amenaza que las
políticas internacionales de erradicación de las drogas representaba para amplios
sectores del campesinado, le brindaron a las guerrillas inesperadas bases sociales y
relegitimación política, a pesar de las involuciones que se han señalado en otras partes
de este ensayo.
35

105 El modelo de negociación con estas guerrillas no podrá ser ya el de la reinserción-


atomización. En ello parece haber ya un claro consenso. Modelo de desarrollo social y
político y poder territorial, serán elementos indisociables en el curso de las
negociaciones.
 
Aplicación del Derecho Internacional Humanitario
106 Reconocimiento de que incluso si el conflicto se perfilara como insoluble, debería ser
“civilizado”, es decir, sometido a las históricamente mínimas normas de la guerra. Ello
incluye muchos de los temas a los cuales nos hemos referido a lo largo de este ensayo,
como el secuestro, la desaparición forzada, el tratamiento de prisioneros, el
reclutamiento de niños (cada vez más involucrados en la guerra como víctimas y como
combatientes) y, protección de abusos físicos y sexuales a las mujeres atrapadas en la
guerra, prohibición del uso de minas antipersonales, etc. Este es quizás, después de las
drogas, el aspecto en el que se percibe una mayor y creciente vigilancia internacional
del proceso político colombiano y toca permanentemente con la necesidad de una
reforma militar que reinstale la acción represiva dentro de los marcos de la legislación
nacional e internacional.
107 Aunque se trata de normas permanentemente violadas, operan como un horizonte
ético de la guerra y como principios universales cuyo cumplimiento o desconocimiento
puede definir el grado de legitimidad internacional y el sentido de otras dimensiones
internacionales del conflicto: o bien la mediación internacional o la intervención
humanitaria, con perfiles de presión o de intervención militar multinacional. En todo
caso los esfuerzos mediadores por parte de Naciones Unidas en una región que se
considera de dominio natural de los Estados Unidos van a estar aún más limitados por
la ineficacia o impotencia mostrada por la ONU en los numerosos conflictos
interestatales que han estallado o se han agravado simultáneamente en el África:
Uganda-Ruanda, Etiopía-Eritrea, Angola-Sudán, a los cuales habría que sumar las
guerras civiles reactivadas en el Congo, en Zimbabwe y en Sierra Leona.
108 Gran expectativa reina hoy en Colombia y en los países vecinos en torno al rumbo de la
política de los Estados Unidos con respecto a la situación del país en los años venideros.
De hecho, los Estados Unidos están involucrándose cada vez y bajo múltiples formas en
el conflicto colombiano. La aprobación y puesta en marcha del Plan Colombia muestra
una determinación que ya no tiene marcha atrás. Colombia es hoy por hoy el tercer más
importante receptor de ayuda militar de Estados Unidos, después de Israel y Egipto.
Europa entre tanto apenas se asoma tímidamente, sin arriesgar el diseño de un plan
autónomo frente a los americanos, que apunte a las condiciones sociales de la
negociación y la paz.
109 Dependiendo de todos estos desarrollos y del tipo de presiones internacionales, el
conflicto tomará pues uno de los siguientes caminos: o bien una mayor polarización
entre guerrillas y Autodefensas, o un creciente papel mediador de organizaciones
civiles e internacionales, en lo que el internacionalista Juan Gabriel Tokatlián ha
llamado una “diplomacia ciudadana” por la paz 75. En todo caso, la situación actual es, en
el largo plazo, insostenible.
 
36

La negociación en medio de la guerra


110 Este principio de acción fue aceptado como un presupuesto natural de la agenda de paz,
pero con el curso del tiempo se ha visto la necesidad de ponerle acotaciones, rescatando
la fuerza simbólica de ciertos rituales que puedan ser vistos como signos generadores
de confianza en la solidez de las negociaciones. Para la sociedad lo deseable sería la
tregua, es decir la suspensión de las operaciones armadas mientras se avanza en la
mesa de negociaciones. Lo demás es simplemente la aceptación realista o resignada de
la dinámica entre guerra y política (guerra como continuación de la política, política
como continuación de la guerra por otros medios) tal como la definiera Clausewitz
durante las guerras napoleónicas. Y finalmente, y probablemente más importante hoy
en Colombia.
 
Participación de la sociedad civil
111 En contraste con la pasividad frente a los procesos de negociación anteriores se
advierte hoy en efecto, una activa participación de la sociedad civil en la gestión de
propuestas, en la mediación, en la construcción de escenarios de negociación a través
de sus múltiples expresiones, y en la fuerza vinculante de los eventuales acuerdos.
Ejemplos de esta nueva perspectiva son ilustrativos en la Iglesia, que ha encontrado en
la paz un eje de recuperación de lazos perdidos con sus bases sociales; en los
industriales —la empresa privada en general- que cada vez más se ven forzados a
reconocer que tarde o temprano tendrán que negociar aspectos fundamentales del
modelo económico; en los sindicatos, en los nuevos movimientos sociales y en las ONG
que tendrán que demostrarle a los actores armados las bondades de la acción política
para despolarizar el conflicto. El inmediato futuro depende mucho de la capacidad de
autonomía que la sociedad civil pueda ganar frente a los contendores armados. Pero en
todo caso se reconoce ya que el contenido e itinerario de las negociaciones, en tanto
puesta en escena de múltiples demandas democráticas, no es asunto exclusivo de una
cúpula política y una cúpula guerrillera. Las multitudinarias marchas contra el
secuestro en todo el país, que han unido los polos sociales y los niveles local, regional y
nacional, son un indicio claro de la irrupción o del renacimiento, mejor, de una opinión
pública, bloqueada durante años por el narcoterrorismo76, y del despertar de esta
sociedad civil que quiere jugar un papel más protagónico en los temas de la guerra y la
paz en Colombia. La Red de Iniciativas por la Paz (Redepaz), la Comisión Nacional de
Reconciliación, el Mandato Ciudadano por la Paz, Paz Colombia, entre otros, hacen
parte de ese amplio abanico de actores que buscan jugar su propio rol en las
negociaciones.
112 Pero, y es la conclusión abierta que debe sacarse de lo aquí expuesto, el problema
central de Colombia hoy no puede reducirse a la paz, entendida como simple cese de
hostilidades. El problema básico, como se ha señalado en múltiples estudios 77, es el de la
democracia, que desde luego desborda la agenda guerrillas-Estado. Además de los
temas enunciados, habrá que pensar entonces en otros que apunten a una
reconfiguración de las relaciones de poder; a una reorientación básica de la inversión
pública; a una reforma agraria que satisfaga necesidades aplazadas de los campesinos; a
un ensanchamiento de los espacios políticos; a nuevas formas de relación entre las
periferias y el Estado central. Habrá que pensar en suma en las condiciones de
37

construcción de un acuerdo nacional, que simbólicamente permita redefinir al país


como una nueva comunidad política consensuada.
113 En estas condiciones, Colombia es quizás el país de América Latina que con mayores
responsabilidades ha entrado al siglo XXI . El desenlace le concierne a Colombia pero
también a la comunidad internacional.

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40

El Espectador, 29 de octubre de 2000, Bogotá

Semana, 1-8 de mayo de 2000.

NOTAS
1. Sobre este tema son muy sugestivos los ensayos de María Teresa Uribe. Especialmente Uribe,
María Teresa (1997), pp. 126-37.
2. Krauthausen, Ciro (1998).
3. Uribe, María Teresa (1993). pp. 29-37.
4. Veáse entre otros Ramírez Tobón, William (1997).
5. Uribe, María Victoria (1992).
6. Richani, Nazih (1997), pp. 37-81.
7. Estas relaciones son cuestionadas o reciben diferente presentación en el ensayo de Fernando
Gaitán Daza en Deas. Malcolm y Gaitán. Fernando (1995).
8. Echandía. Camilo (1999), pp. 101 y ss. Véase también Bejarano, Jesús Antonio; Echandía,
Camilo: Escobedo. Rodolfo; León Queruz, Enrique (1997), pp. 135-136.
9. Uprimny, Rodrigo. Texto inédito.
10. Lebot, Ivon (1995) y Degregori, Carlos Iván (1996).
11. Una guerrilla con visión de futuro debería estar planteándose desde ya los problemas de la
reconstrucción, los problemas de la violencia después de la violencia, y para ello asimilar las
lecciones de El Salvador y Guatemala en donde uno de los rasgos más característicos y
preocupantes de la situación posbélica es el crecimiento alarmante de la criminalidad común, que
ha obstaculizado notablemente el cumplimiento de los acuerdos y puede incluso desestabilizar el
proceso de paz. En un coloquio realizado los días 6 y 7 de noviembre de 1997 en el Instituto de
Estudios Latinoamericanos de Londres (“Guatemala after the Peace Accords”) al cual tuve la
oportunidad de asistir, se señalaba cómo no obstante la reducción casi a cero de los hechos de
violencia política en el primer año de vigencia de los acuerdos, había una escalada de la
criminalidad común que los analistas guatemaltecos calificaban de “colombianización” y que
estaba obligando a una creciente remilitarización del orden público, en contravía de expresas
cláusulas de los pactos de paz. ¿Cómo reconstruir un país, aquí y allá, en medio de una
desbordada ola de criminalidad?
12. Salazar, Alonso (1990); Ortiz Sarmiento. Carlos Miguel (1991). pp. 60-73; Alape, Arturo (1995).
13. Stannow, Lovisa (1996). Limpieza del cuerpo; limpieza de la ciudad (“Bogotá Limpia”, “Amor
por Medellín”); limpieza de la sociedad y deshumanización del conflicto (cosificación de los
excluidos, los “desechables”, los “parches” de la ciudad): tres momentos de esta nueva estética
social. Sólo a mediados de los noventa se inició una depuración sistemática de los organismos
policiales, como lo muestran estas cifras: entre 1995 y 1997 habían sido desvinculados de la
institución por diversos motivos 5.044 policías de todos los rangos, 353 oficiales. 517 suboficiales.
647 de otros niveles no especificados, y 3.527 agentes. Esto se tradujo en un cambio notorio de la
percepción pública sobre la institución. Véase Llorente, María Victoria (1999), p. 393. Este mismo
estudio observa que en la última década ha muerto un promedio de 329 policías por año en actos
del servicio, lo que los coloca entre las principales víctimas de la violencia
14. Estoy extrapolando aquí el sentido del título del libro, por demás interesante, sobre las
formas de producción cultural del miedo. Niño Murcia, Soledad: Lugo Torres, Nelson; Rozo
Montejo, César; Vega U, Leonardo A. (1998).
15. Salazar, Alonso y Jaramillo, Ana María (1992). Véase también Jaramillo A., Ana María; Cevallos
M., Ramiro y Villa M., María Inés (1998), p. 70.
16. 16 Salazar. Alonso (1993).
41

17. Salazar, Alonso (1990), p. 200.


18. Taylor, Julie (1993), pp. 192-203.
19. Reina, Mauricio (1996), pp. 153-179 y Bejarano, Jesús A.; Echandía, Camilo; Escobedo, Rodolfo;
León Queruz, Enrique (1997).
20. Comisión de estudios sobre la violencia (1987). El autor del presente ensayo fue el
Coordinador de dicha comisión, integrada por nueve académicos y un General (r) del Ejército.
21. El trabajo más sofisticado en esta última perspectiva y un verdadero manifiesto contra la
impunidad es Criminalidad e Impunidad. Precisiones sobre la Violencia de Mauricio Rubio (1999). Para
una crítica severa de este ver Gutiérrez, Francisco (1999).
22. Para estas y otras cifras, veáse Franco, Saúl (1999). pp. 82 y ss. En ciertos momentos y
regiones las cifras son verdaderamente alarmantes. Por ejemplo, según este mismo estudio, en
Antioquia. en 1994. se registró un tasa de 1.044 homicidios por 100.000 habitantes en el grupo
masculino de veinte/veinticuatro años, es decir, que en ese año uno de cada cien antioqueños de
esa edad fue asesinado. Al comparar el total de defunciones en el país con el total de homicidios
Franco concluye que “más de la mitad de los adolescentes hombres que murieron en 1094 en el
país fueron víctimas de homicidios”, p. 93.
23. Salazar, Alonso y Jaramillo, Ana María (1992), p. 80.
24. Rubio, Mauricio (1999), p. 175.c
25. Franco, Saúl (1999). p. 11 y también Rubio, Mauricio (1999).
26. Veáse esta expresión en Pérez Guzmán, Diego y Mejía, Marco Raúl (1996), p. 171.
27. Salazar, Alonso (1990), p. 180.
28. Camacho Guizado, Álvaro y Guzmán Barney, Álvaro (1996), “La Violencia urbana en Colombia:
Teorías, modalidades y perspectivas”. Ponencia presentada en el Seminario Violencia, terrorismo y
secuestro. Programa La Casa, Universidad de los Andes, 20-21 de marzo, Bogotá.
29. Tuan, Yi-fu (1979).
30. Putman, Robert D. (1993).
31. Tomo prestada y pongo fuera de su contexto esta fórmula de Uribe, María Teresa (1977). p.
168.
32. Pécaut. Daniel (1997), p. 3.
33. Cifras elaboradas por Camilo Echandía y reproducidas en El Tiempo, 9 de julio de 1995, Bogotá.
34. Braun. Herbert (1994). p. 24.
35. Bejarano, Jesús Antonio y otros (1997), p. 35.
36. Vargas Meza. Ricardo (1999), p. 47.
37. Kissinger, Henry A. (1969), “The Vietnam Negotiations”, en Foreing Affairs, Vol. 47 № 2, enero,
p 214. Citado en Zartman, William (1995), p. 9.
38. El Tiempo. 13 de septiembre de 1996, Bogotá.
39. El Tiempo. 14 de marzo de 1997. Bogotá. Según cifras suministradas por la Consultoría para los
Derechos Humanos y el Desplazamiento –CODHES-y el Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia –UNICEF–
40. El Tiempo. 27 de julio de 1997, Bogotá.
41. Policía Nacional, República de Colombia (1997). p. 55.
42. VV.AA (1994). p. 19. En este texto se afirma que cada cinco horas es secuestrada una persona.
43. Ver Turner, Mark (1998), pp. 145-160. La ley colombiana contempla tres modalidades de
secuestro: político, extorsivo y terrorista.
44. García Márquez, Gabriel (1996).
45. Varios autores (1994), p. 98
46. Ibidem, p. 316. Relato de la sicóloga Cecilia Gerlein.
47. Meluk, Emilio (1998).
48. Salazar, Alonso (1990), p. 86-87.
49. Jaramillo, Ana María (1998), pp. 56-59.
42

50. El historiador Mario Aguilera adelanta una novedosa investigación sobre la “justicia
insurgente”.
51. Esta es una de las tesis centrales de mi libro Guerra y política en la sociedad colombiana (1991). Es
en parte también la trayectoria de los rebeldes filipinos, los Huks, que se enmontaron después de
la Segunda Guerra Mundial y fueron confrontados por el gobierno con una mezcla de
autoritarismo, primero, y de reforma agraria después, a fines de los cincuenta, antes de que
entraran en un proceso de involución, que a mediados de los sesenta los puso definitivamente
fuera del espectro político, relevados por la moderna guerrilla. Por cierto, el éxito parcial del
gobierno filipino alcanzó a tener algún eco en Colombia en los llamados Planes de Rehabilitación
de comienzos del Frente Nacional, el acuerdo bipartidista que puso término formal a la violencia.
52. Ramírez Tobón, William (1997). p. 139.
53. El Tiempo. 29 de marzo de 1997. Bogotá. Recordemos que bajo la dictadura argentina y la
“guerra sucia” de 1976 a 1983, el secuestro -la desaparición- y la tortura (en su doble dimensión,
como instrumento punitivo y como instrumento judicial-investigativo fueron los rasgos
característicos de acción de organismos policiales de la triple A.
54. En octubre de 1997 y en vísperas de una decisión de la Corte Constitucional sobre su status
jurídico, se estimaba en 414 el número de tales asociaciones con un número aproximado de 3.531
afiliados. ElTiempo. 29 de octubre de 1997, Bogotá. El periodista y politólogo Hernando Gómez
Buendía ha definido con precisión los dilemas de estas asociaciones.
Las asociaciones de vigilancia rural son inútiles si respetan la Constitución, y si son útiles ¡a violan... Las
Convivir existen sólo porque el Estado no es capaz de controlar ¡os grupos armados: pero su legalidad
depende de que el Estado pueda controlarlas como grupo armado.
El Tiempo. 9 de septiembre de 1997, Bogotá. El fallo de la Corte Constitucional que respaldó su
vigencia por la estrecha mayoría de cinco a cuatro refleja tanto las incertidumbres sobre su
legalidad, como las ambivalentes o divididas actitudes de la sociedad colombiana en general
sobre ellas. El Tiempo. 7 y 8 de noviembre de 1997, Bogotá.
55. El Tiempo. 28 de septiembre de 1997, Bogotá.
56. Vicepresidencia de la República de Colombia (1999), p. 6.
57. “Barbarie Nacional” en Semana. 1-8 de mayo de 2000.
58. “III Cumbre Nacional. Movimiento Autodefensas Unidas de Colombia”. (Panfleto
mimeografiado. Sin fecha y sin lugar).
59. Colombia Libre (1997) (Órgano de divulgación de las Autodefensas Unidas de Colombia - AUC-).
NO. 1, julio, pp. 12-14. En claro contrapunteo con las más chocantes prácticas guerrilleras los otros
temas de mayor prominencia en este ejemplar de las Autodefensas son: “ El crimen del secuestro”
por la Comisión AUC de Asuntos Políticos; “Denunciamos violación de Derechos Humanos” por la
Comisión AUC para los Derechos Humanos con instrucciones sobre tratamiento a la población civil
y condena al uso inhumano de los niños en la guerra; y “Ecologicémonos. Preservación del Medio
Ambiente”, por la Comisión AUC de Asuntos Ecológicos, con un plan de contención de los atentados
dinamiteros contra oleoductos y refinerías, y la tala de bosques en parques naturales.
60. Richani, Nazih (1997). p. 46.
61. Ver una útil presentación del caso colombiano dentro del marco de las teorías de resolución
de conflictos en Hartlyn, Jonathan (1993). pp. 37-61.
62. Comisión de superación de la violencia (1991). Esta comisión fue coordinada por Alejandro
Reyes Posada.
63. Jaramillo Giraldo, Javier (1997), “Prólogo”, p. III.
64. Henao, Idelfonso (1997), p. 110.
65. En una edición reciente de la revista Alternativa se lee lo siguiente: “La respuesta de los
colombianos (a los acuerdos) ha sido contradictoria. A pesar de aplaudir ¡os procesos de paz. amplios
sectores de la población critican al gobierno por considerar que millones de colombianos se encuentran en
43

iguales o peores condiciones que los ex combatientes y. sin embargo, no reciben la más mínima ayuda o
atención por parte del Es- tado”. De hecho, según Tomás Concha (el Coordinador General del
Programa de Reinserción) “a uno le preguntan ¿cuántos años hay que ser guerrillero o qué hay que
hacer para que tengamos acceso a lo que tienen ellos? ”
66. Deas, Malcolm y Gaitán Daza, Fernando (1995), pp. 73 y ss.
67. Ver Sánchez, Gonzalo (1995), “Prólogo”, El libro recoge precisamente las memorias de dos ex
combatientes.
68. Wills, María Emma (1993).
69. Para una visión más amplia de este tema ver Sánchez, Gonzalo y Meertens, Donny (1997)
70. Las FARC han venido recurriendo al terrorismo, especialmente en Urabá y Córdoba, zonas de
las cuales los paramilitares las han venido expulsando sistemáticamente, y más recientemente lo
han extendido a otras regiones del norte y sur del país. Analistas políticos, como Alfredo Rangel,
han venido subrayando la tendencia de la guerrilla colombiana a utilizar los métodos típicos de la
ETA, y los de Pablo Escobar (la “escoba-rización”) en la época del narcoterrorismo. Ver, por
ejemplo, El Tiempo. 2 y 23 de marzo de 1997, Bogotá.
71. Rangel Suárez, Alfredo (1999), p. 43.
72. El Espectador. Domingo 29 de octubre de 2000, Bogotá.
73. Naylor, R.T. (1999), “The Insurgent Economy: Black Market Operations Guerrilla
Organizations”, citado en Rangel Suárez, Alfredo, op.cit. p. 44.
74. Varga Meza, Ricardo (1999). p. 49.
75. El Tiempo. 13 de septiembre de 1999. Bogotá.
76. Pécaut. Daniel (1999). p. 203.
77. Veáse una primera formulación en Comisión de estudios de la violencia (1995), y más
recientemente Palacios, Marco (1999), pp. 50-107.

NOTAS FINALES
1. Profesor Titular, Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales,
Universidad Nacional de Colombia.
E-mail: [email protected]
44

Guerra, proceso de paz y


polarización política
Daniel Pécaut

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteuri
 
Introducción
1 El éxito de Álvaro Uribe en la primera vuelta de la elección presidencial, del 26 de mayo
de 2002 consagra ante todo el fracaso del “proceso de paz”. Aún antes de la ruptura
oficial del 20 de febrero, ya hacía algunos meses que las negociaciones con las FARC, la
principal organización guerrillera, se venían malogrando. Las negociaciones con el ELN,
la otra organización, se prosiguieron durante un tiempo. A comienzos de junio, estas
también se interrumpieron. Para el presidente Pastrana, quien durante tres años había
apostado ampliamente al éxito de estas negociaciones, la ruptura significó un revés
personal. Para la opinión pública, propensa desde tiempo atrás al escepticismo sobre
los resultados, era la prueba de que se imponía otra política.
2 Hasta ese momento, los electores colombianos siempre habían manifestado una
preferencia por el diálogo con los grupos guerrilleros y por los líderes políticos que se
comprometían con este diálogo. Su convergencia masiva alrededor de un candidato que
no ha dejado de preconizar una actitud de firmeza traduce su exasperación creciente
frente a las acciones de la guerrilla. Expresa asimismo su hastío frente a una violencia
proteiforme que hace sentir sus efectos en casi toda la sociedad. En la Colombia del
período reciente se registran más de 25.000 homicidios cada año, cientos de masacres,
la mayoría de ellas perpetradas por los grupos paramilitares, y más de 3.000 secuestros.
El número de personas desplazadas desde 1985 se acerca a los dos millones. Como si
fuera poco, Colombia no logra salir, realmente de la terrible recesión económica que la
golpeó en 1998.
45

3 Un drama así difícilmente se deja encasillar dentro de esquemas simplistas y, menos


aún, maniqueístas. El régimen no es una dictadura y el Estado colombiano no es un
Estado colapsado (collapsed state). Los grupos paramilitares son responsables de
terribles violaciones de Derechos Humanos, entretanto, los grupos guerrilleros también
son culpables de un buen número de ellas. La economía de la droga interfiere con el
conflicto armado, con las instituciones y la vida cotidiana. El propósito de este artículo
no es, no obstante, el de describir todos estos aspectos. Es simplemente el de retratar
cómo, de etapa en etapa, Colombia se ha ido hundiendo en semejante situación y por
qué, el proceso de paz no pudo atajar la progresión de un clima de guerra civil.
 
¿Una “Cultura de la Violencia”?
4 La violencia es presentada con frecuencia como un rasgo permanente de la historia
colombiana. Entre los mismos colombianos son muchos los que suponen una
continuidad entre las guerras civiles del siglo XIX, los conflictos sociales de las décadas
siguientes, el fenómeno de la Violencia que devastó el país hacia mediados del siglo XX,
y la guerra actual. Algunos comentaristas evocan una “cultura de la violencia” que
regiría tanto la vida privada como la vida pública.
5 Colombia, sin embargo, no siempre ha conocido niveles de violencia notoriamente
diferentes de los de sus países vecinos y, si bien ha atravesado períodos de intenso
conflicto social, estos no han sido ni más ni menos sangrientos que en otros lados.
6 Esta visión de una violencia crónica no deja de ser paradójica en muchos aspectos.
Colombia se caracteriza también por su estabilidad institucional, su tradición civilista,
su culto a las reglas jurídicas, sus referencias democráticas. En un siglo, Colombia no ha
vivido sino un sólo golpe de estado militar; las elecciones se han llevado a cabo a
intervalos regulares; dos partidos políticos han regido la vida política durante siglo y
medio y han estructurado las identidades tanto personales como colectivas; espacios
relativamente abiertos se han mantenido de manera casi constante; unas políticas
económicas prudentes han asegurado períodos largos de crecimiento ininterrumpido.
7 Hay, naturalmente, otra cara del régimen colombiano que corresponde bastante menos
a principios democráticos. Las desigualdades sociales siempre han sido entre las más
marcadas del subcontinente; el clientelismo ha obstaculizado la construcción de un
verdadero sentido de ciudadanía; los partidos con frecuencia han recurrido a las armas
para mantener su poder y han bloqueado, por todos los medios, el surgimiento de otras
fuerzas políticas o sociales; el recurso del estado de excepción ha sido constituido en
regla durante largos períodos; la Iglesia por mucho tiempo ha desempeñado el papel de
garante del Statu quo, que en otras partes correspondía a los militares. Sin embargo, un
hecho de no poca monta, como es la ausencia de un Estado autoritario caracteriza a
Colombia, que es uno de los pocos países latinoamericanos que se salvó del
autoritarismo de las décadas de los sesenta y setenta.
8 Esta otra cara ha podido contribuir a la convicción de que la violencia siempre ha hecho
presencia, o ha estado subyacente. Sin embargo, es la experiencia muy concreta de la
Violencia entre 1946 y 1960, aquella guerra civil llevada a cabo bajo la égida de dos
partidos políticos, con visos de guerra de religión, apuntalada por atrocidades que
evocan las de la guerra española, cuyo saldo de 20.0000 muertos, fue lo que hizo
bascular todo. Los campesinos se desgarraron por cuenta de los poderosos y estos, una
46

vez terminada la guerra, quisieron sepultar este episodio en el olvido. Semejante


experiencia no podía sino inspirar posteriormente, un sentimiento de humillación e ira.
Manuel Marulanda Vélez, el jefe de las FARC, quien vivió su primera experiencia armada
durante estos años, no deja de referirse a esta experiencia para justificar su combate.
9 Sin embargo la idea de que la violencia rige las relaciones sociales y políticas está
inscrita en el largo plazo y se manifiesta hasta en los períodos de relativa tranquilidad.
Ella constituye un imaginario que condiciona la aprehensión de la realidad social. ¿De
dónde viene este imaginario? En buena medida, del hecho de que la construcción de la
unidad nacional siempre ha sido incierta, tanto en el plano simbólico como en el
material, lo que comporta no solamente la ausencia de referentes compartidos sino
también la fragilidad de la autoridad del Estado. Colombia, escribe un historiador
norteamericano, constituye “una nación a pesar de sí misma” 1. Múltiples factores han
contribuido a que así sea: la fragmentación natural de su territorio, la competencia
entre los principales polos urbanos, la transformación de los dos partidos políticos en
subculturas antagónicas, la idea de que las libertades no se podían garantizar sino
limitando las prerrogativas del Estado. El hecho es que ningún movimiento nacionalista
o popular de envergadura ha podido extenderse al conjunto de las regiones. Y que, en
un país que se ha caracterizado desde el siglo XIX hasta el presente por la colonización
de nuevas zonas de frontera, el Estado jamás ha logrado, sino de manera rezagada,
acompañar las sucesivas oleadas de inmigración. Es en estas zonas que la violencia,
como fenómeno, a la vez concreto e imaginario, ha regido la vida social con una mayor
persistencia.
 
¿Una “guerra civil” desde hace cuarenta años?
10 La percepción de la violencia como un fenómeno condenado a repetirse de forma
idéntica no ha desaparecido. Una nueva representación ha llegado, sin embargo, a
posicionarse a partir del giro tomado actualmente por la confrontación: la de una “
guerra civil” que perdura desde hace cuarenta años. Las FARC, de hecho, hacen surgir su
historia de un acontecimiento fundador, el ataque que hace el ejército en 1964 a la zona
de autodefensa comunista, Marquetalia. Esta es la base sobre la cual ellas han elaborado
el recuento heroico de sus luchas. En la actualidad los medios, el gobierno y la opinión
pública han retomado este recuento, al punto de volverlo un lugar común. Si bien este
hecho es comprensible, desde la perspectiva de abrir la vía a la reintegración de la
guerrilla a la vida civil, no por esto deja de señalar una distorsión de la historia reciente
o, más aún, una pérdida de referentes históricos, atribuible a las convulsiones del
presente.
11 Ciertamente los grupos guerrilleros modernos se fundaron en los años sesenta: las FARC
en primer lugar, y posteriormente el ELN y el EPL. El M-19, fue formado en los años
setenta2. El surgimiento de estas organizaciones representa indiscutiblemente una
cesura cultural. Tras la Violencia, Colombia apenas estaba saliendo de su
provincialismo conservador y las elites políticas se espantaban ante cualquier
manifestación contestataria. Y he aquí que “unas minorías activas” se sublevaban
contra los partidos tradicionales: erigían la adhesión a la lucha armada en criterio de
una verdadera oposición política; y encontraban un eco asegurado en los medios
estudiantiles y sindicales.
47

12 Sin embargo, estas organizaciones no han conocido una suerte muy distinta a la de
muchos otros grupos guerrilleros latinoamericanos de su época. Acantonadas en las
regiones periféricas; sin armas; viviendo día a día, llevadas al sectarismo, ellas han sido
bastante incapaces de amenazar el régimen. En un país que se urbanizaba y se educaba,
su auditorio disminuyó progresivamente. En 1975, el ELN y el EPL se encontraban al
borde de la extinción; las FARC aún no llegaban más allá de la organización de unas bases
campesinas en autodefensas; el M-19 estaba apenas en sus primeros balbuceos.
Solamente este último logra despertar una amplia simpatía en las clases medias con su
estilo “tupamaro” y su lenguaje nacionalista y populista.
13 Es a finales de los años setenta que el conflicto comienza a coger un nuevo rumbo. Los
acontecimientos de América Central no son ajenos a este viraje ya que muestran la
posibilidad de atacar de frente a los regímenes constituidos. El M-19 es la organización
que más decididamente se compromete con esta vía al intentar implantarse en las
ciudades y, posteriormente, luego de su derrota en este plano, al privilegiar una
estrategia cuya naturaleza primordial era militar y ofensiva. La dura represión
desplegada por el gobierno de Julio César Turbay Ayala logra atajar el ascenso del
movimiento rebelde, si bien a costa del descrédito del régimen.
14 Esta nueva etapa está, sin embargo, también ligada a la activación de la economía de la
droga que se da por la misma época. La lucha armada va a coger nuevo vuelo y todo el
contexto político se verá trastornado. Serán las FARC quienes más se beneficiarán de
este nuevo recurso. Efectivamente, esta organización controla ampliamente las zonas
periféricas en donde se desarrollan los cultivos de coca, y de ahí en adelante
acompañarán su expansión. Esto mismo harán en los años noventa con los cultivos de
amapola, cuyo dinamismo no es igual. El ELN evitará hasta la fecha este medio de
financiación pero las demás organizaciones guerrilleras tendrán vínculos ocasionales
con las redes de traficantes3. En cuanto a los primeros grupos para-militares, muchos
de ellos fueron formados directamente por los narcotraficantes. El cartel de Medellín
desempeña un papel preponderante en este sentido; Gonzalo Rodríguez Gacha, una de
las personas cercanas a Pablo Escobar, es uno de los principales responsables de esto,
sin embargo, el hermano de Carlos Castaño, miembro del cartel durante un tiempo, es
quien crea estos grupos en Córdoba. Son los narcotraficantes quienes, en el norte del
Valle del Cauca, multiplican estos grupos. En 1989, se cuentan oficialmente más de 130
núcleos de “autodefensa”, nombre que reivindicaban los paramilitares.
15 La redefinición de los grupos guerrilleros con base en la captación de recursos
financieros no se da, sin embargo, solamente a partir de la economía de la droga. Por la
misma época, surgen otros polos de producción minera o agrícola que escapan
ampliamente a la influencia del Estado, lo que brinda a la guerrilla nuevas
oportunidades. El ELN se reconstituye gracias a exacciones sobre las actividades
petroleras en plena expansión y sobre los recursos mineros tales como el oro. El EPL
aprovecha el dinamismo de la producción bananera en el Urabá. Las FARC y el M-19
recurren a “impuestos” sobre las grandes haciendas. Todas estas organizaciones
recurren al secuestro como una de sus fuentes importantes de financiación.
16 En estas condiciones, su capacidad militar y sus ambiciones se acrecientan. Desde 1982,
las FARC duplican el número de sus frentes y anuncian un plan para tomar el poder en
ocho años. El M-19 lanza grandes operaciones en el Caquetá y el Valle del Cauca. El ELN y
el EPL consolidan sus posiciones regionales.
48

17 La preponderancia del papel desempeñado por la economía de la droga no se relaciona


únicamente con los medios financieros que brinda a los actores ilegales. Concierne
asimismo los trastornos que ocasiona en todas las estructuras de la sociedad
colombiana, institucionales, sociales y morales. De la corrupción no se salva ninguna
institución. Llega al Congreso, a los partidos políticos, las administraciones, la policía, al
Ejército. No se le escapa el aparato judicial, que. además de todo, se ve sometido a todo
tipo de intimidaciones. La impunidad le resta todo carácter disuasivo a la amenaza de
sanción. La cohesión de los partidos políticos comienza a volverse trizas. Las bandas de
todo tipo se instalan en las periferias de las ciudades. La violencia cotidiana explosiona.
Es decir que el régimen dispone de una autoridad mitigada mientras que todas las
amenazas se incrementan. La intensificación de la confrontación armada se ve
correspondida por una crisis Iarvada de las instituciones.
18 ¿Será que Colombia está por lo tanto en el umbral de una “guerra civil”? Raros son los
colombianos que por ahora tienen esa impresión.
19 El terror político de derecha ha hecho su entrada en escena. Lo que ahora se designa
con el nombre de “guerra sucia” asume la forma de una campaña de asesinatos
sistemáticos, contra todos aquellos a quienes se les sospeche de simpatía con los grupos
guerrilleros, o una simple hostilidad hacia el régimen. El caso más notorio es la
destrucción, mediante el asesinato de 2.000 de sus miembros, de la Unión Patriótica, un
partido creado bajo la égida del Partido Comunista y de las FARC en un momento en el
que estas concluyeron una tregua con el gobierno. El terror enfoca a los cuadros de las
organizaciones populares, los sindicalistas, los dirigentes campesinos, los defensores de
derechos humanos. Los responsables de estas prácticas se reclutan entre los
narcotraficantes y sus aliados paramilitares y militares. Ciertamente, los guerrilleros
eliminan igualmente a muchos de los cuadros de los partidos tradicionales. Sin
embargo, el número de sus víctimas no se puede comparar.
20 La atención de la opinión pública, no obstante, aún no se fija en la confrontación
armada y su prolongación política. Hay otros hechos que llaman más su atención.
21 A partir de 1984, están las tentativas de los famosos “carteles” 4 de la droga por someter
al Estado. Para ese entonces, los grupos guerrilleros no han dado sino uno que otro
golpe a las instituciones centrales5. Entretanto, las redes de narcotraficantes ya han
emprendido su desestabilización. Entre 1987 y 1993, el cartel de Medellín siembra un
terrorismo de alcances sin precedentes: los atentados ciegos y los atentados dirigidos se
multiplican. Tres de los candidatos a la elección presidencial de 1989 son asesinados;
entre ellos Luis Carlos Galán, quien figuraba como el favorito. El cartel de Cali, en lo que
a él concierne, desarrolla una estrategia de corrupción a gran escala. Los gobiernos
acorralados se ven abocados a enfrentar prioritariamente este desafío.
22 En las ciudades, la inquietud nace más que todo de la propagación de fenómenos
heterogéneos de violencia. Unos están vinculados con el narcotráfico o con el crimen
organizado, otros lo están con la expansión de la anomia, o con la arbitrariedad de las
fuerzas policíacas. Sin embargo, existen múltiples interferencias entre ellos. El término
violencia es en este marco el que continúa teniendo vigencia. Conduce a banalizar la
situación y a subestimar su articulación con el conflicto armado en sí 6.
23 El conflicto armado aparece, entonces, como el único con posibilidades de encontrar
una salida política. Los procesos de paz se suceden, uno tras otro. En 19S4, el gobierno
de Belisario Betancur logra concertar un cese al fuego con todos los grupos guerrilleros
49

salvo el ELN. En 1989-90, los presidentes Barco y Gaviria retoman la iniciativa y esta vez
con éxito. El gobierno acepta reunir una asamblea constituyente, condición exigida por
el M-19 para su desmovilización. Este se convierte de inmediato en partido político y su
ejemplo es seguido por el EPL y otros grupos de menor importancia. En la asamblea
constituyente, la Alianza Democrática M-19 -nombre dado al nuevo partido-casi iguala
al partido Liberal. La nueva constitución sienta las bases de una renovación profunda
de las instituciones: un reconocimiento del pluralismo cultural y religioso, la
afirmación de numerosos derechos, la adopción de procedimientos rápidos para
hacerlos valer. La prueba de que el régimen no está condenado al inmovilismo en todos
los campos. El discurso de la paz renueva ahí sus fuerzas 7.
 
La expansión de la guerra
24 Es sin embargo la guerra, que progresa a grandes pasos a partir de 1993, una guerra que
cada vez más asume los rasgos de una guerra civil. No una guerra civil “clásica”, en la
cual una gran parte de la población se identifica con un campo o el otro. Tampoco una
guerra alimentada por antagonismos religiosos, étnicos o regionales. Más bien una de
esas guerras civiles contemporáneas interminables, en las cuales los protagonistas se
definen cada vez más por los recursos financieros que manejan, y por la tendencia a
desligarse más y más de las poblaciones que pretenden representar.
25 Esto no significa que el conflicto no siga estando relacionado con las tensiones u
oposiciones sociales. La confrontación entre grupos guerrilleros y paramilitares
presenta en ocasiones un aspecto de lucha de clases. Los paramilitares disponen de un
apoyo importante entre los sectores privilegiados: grandes hacendados, burguesía rural
media y naturalmente, narcotraficantes. Estos han llegado con el correr del tiempo a
ser grandes propietarios y posiblemente los más poderosos de ellos. Se calcula que han
adquirido cuatro millones de hectáreas, estando así al origen de una verdadera
contrarreforma agraria. De forma inversa, en ciertas zonas los grupos guerrilleros
continúan asumiendo las reivindicaciones de transformación social de los habitantes.
Los pequeños cultivadores de plantas para la producción de drogas -que se reclutan
entre la población urbana desempleada- con frecuencia los perciben como sus
protectores.
26 Las tensiones sociales, no obstante, son todavía más fuertes en las zonas donde existen
polos de producción de riquezas y donde la plata circula de manera abundante -zonas
mineras, de agricultura moderna... o de producción de drogas- que en cualquier otro
lado. Masas de emigrantes llegan a estas zonas rebuscando su oportunidad, con
frecuencia a sabiendas de que no pueden esperar la más mínima asistencia del Estado.
¿Favorecen estas tensiones la inserción en la lucha armada? Es difícil de decir, ya que
es, en todo caso, en estas mismas regiones donde se establecen estos actores armados
para asegurar su financiación y por lo tanto imponer su ley. Lo más probable es que en
efecto exista una relación en los dos sentidos.
27 La relación entre la evolución de las desigualdades y el conflicto armado es aún más
compleja. Entre 1965 y 1984, las desigualdades tienden a disminuir gracias a los avances
en materia de educación y salud. La expansión de la economía de la droga tiende, al
contrario, a traducirse en una acentuación de dichas desigualdades. Sin embargo, es a
partir de 1997 que se produce un viraje dramático con el crecimiento masivo de la
proporción de la población que vive en condiciones de pobreza —estimada en más del
50

60%— y el deterioro brutal de todos los indicadores sociales. Si la reorientación de las


políticas económicas a partir de 1990, tiene su parte de responsabilidad, el conflicto
armado con sus costes directos e indirectos también contribuye de manera extensa a
este deterioro. ¿Suscita, por su parte, la generalización de la pobreza el retorno a las
condiciones que exacerban el conflicto armado? Es probable que este sea el caso en
algunas zonas, pero en otras provoca ante todo una desorganización social y propicia la
expansión de la violencia en lo cotidiano.
28 El conflicto armado adquiere de hecho una dinámica propia que engendra su propio
contexto. Las causas y las consecuencias se confunden ampliamente.
29 El conflicto armado en Colombia todavía conserva el aspecto de una guerra de
proximidad. Guerrilleros y paramilitares continúan asumiendo localmente las
funciones de protección, incluso de socialización. Las venganzas, los odios, los
problemas familiares todavía nutren el acercamiento hacia uno u otro campo. La
presencia de uno de los grupos armados y la economía de la droga generan un mercado
de trabajo que atrae a los jóvenes que carecen de otras perspectivas. Las adhesiones se
hacen en gran parte según las oportunidades que se presentan; numerosos son aquellos
que apelan a protección de los paramilitares con el sólo objetivo de sustraerse a las
exacciones de la guerrilla. Tampoco faltan los guerrilleros que se unen a los
paramilitares.
30 Sin embargo, la tendencia más notoria sí es la de una autonomización de los
protagonistas del conflicto con respecto a la población. La acumulación de recursos
financieros los dispensa cada vez más de la necesidad de conquistar el respaldo de la
población. No obstante, si bien la droga sigue contribuyendo una buena parte de estos
recursos —constituye aproximadamente el 50% en el caso de las FARC y por lo menos el
70% de los recursos de los paramilitares en un momento dado—, los secuestros y la
extorsión representan una parte cada vez mayor.
31 Asimismo, los protagonistas ilegales de la confrontación tienden a transformarse en
verdaderos ejércitos. Los efectivos de las FARC alcanzarán progresivamente los 18.000
combatientes, los del ELN llegarán a ser aproximadamente 4.000 y los paramilitares
completarán 8.000. Estos últimos se adjudican en 1996 el nombre de “Autodefensas
Unidas de Colombia” (AUC), lo que traduce su proyecto de coordinar los diversos grupos
locales y rivalizar con las guerrillas en el plano nacional.
32 La implantación de unos y otros responde de ahí en adelante a cálculos estratégicos
más que a la existencia potencial de unas “bases sociales”. De 1993 a 1997, los
paramilitares recuperan la región del Urabá y Córdoba que comunica con los dos
océanos. Las FARC refuerza su implantación aquí y allá y hace acto de presencia en más
de la mitad de los municipios del país. Sin embargo, estas se apegan sobre todo a ejercer
el control de las rutas de acceso desde sus territorios del Sur hacia las goteras de Bogotá
y hacia el Pacífico.
33 Ninguno de los dos bandos se preocupa por el sentir de los habitantes ni por su
encuadramiento ideológico. En función de sus objetivos tácticos, buscan ante todo
imponer su dominación territorial. La intimidación y el terror sustituyen a los
argumentos. Todos los medios son admisibles; las masacres en el caso de los
paramilitares, la intimidación y los atentados en el caso de la guerrilla. Los
desplazamientos forzados se generalizan, provocados más que todo por los
paramilitares y, en múltiples ocasiones, por los grupos guerrilleros.
51

34 Al deterioro de la situación en el terreno, se suman en 1994 las repercusiones de la


crisis política mayor provocada por la revelación de la participación del cartel de Cali
en la financiación de la campaña del nuevo presidente. Ernesto Samper. Las
instituciones entran en un estado de cuasiparálisis; la opinión pública se divide; los
Estados Unidos se involucra abiertamente en la política colombiana; los escándalos de
corrupción ocupan la primera plana de la actualidad. Durante cuatro años, Colombia se
ve obligada a ajustarse a una especie de poder interino. Dicho contexto no puede sino
favorecer aún más la expansión del conflicto.
35 La expansión del poderío de los grupos guerrilleros durante estos años es
impresionante. Después de la ruptura de las negociaciones de Tlaxcala en 1992, el
gobierno lanza en su contra lo que él mismo presenta como una “guerra integral” pero
es el momento en el que las FARC conocen una progresión territorial sin precedentes. Lo
peor está por venir. Entre 1995 y 1998, las FARC parecen renunciar a las tácticas
guerrilleras tradicionales para lanzar operaciones que concentran cientos de
combatientes, con lo cual logran asestarle una serie de derrotas severas al ejército. Se
apoderan de guarniciones militares, destruyen unidades elites, multiplican el número
de prisioneros que, para 1998, suman aproximadamente quinientos. Las Fuerzas
Armadas parecen haber sido tomadas completamente por sorpresa y hay quienes se
preguntan si la guerrilla no va a darles golpes aún más decisivos. Bajo estas
condiciones, no es de sorprenderse que las Fuerzas Armadas dejen actuar a los
paramilitares y, en ocasiones, les aporten un apoyo logístico.
36 La similitud de la confrontación colombiana con otras guerras civiles contemporáneas
se hace patente. Si bien algunos sectores de la población se involucran en el conflicto, la
gran mayoría es simplemente su víctima. Lo que se presenta como lo que está en juego
en lo “político” se convierte simple y llanamente en una lucha por posiciones de poder
que implican indistintamente la utilización de unos recursos económicos y de
influencia que provienen del uso de la coerción. Para la opinión pública es cada vez más
difícil darles sentido.
 
El “Proceso de Paz”
37 Nunca antes, como en 1998, había parecido tan urgente la búsqueda de una solución
negociada al conflicto. Luego de seis años sin diálogo, el discurso de paz encuentra muy
pocos contradictores abiertos. Los reveses sufridos por las Fuerzas Armadas no dan pie
para que estas se opongan. La crisis política que acaba de sufrir el país no puede
subsanarse sino con un programa de paz. La recesión económica que comienza a
golpear a Colombia —de un alcance sin precedentes desde 1930- hace notorio el costo
de la guerra, que se estima en 3% del PIB anual. La “sociedad civil” se moviliza a favor de
unas negociaciones inmediatas. Los países extranjeros, con los Estados Unidos a la
cabeza, no ocultan su preocupación frente al deterioro de la situación.
38 Los grupos guerrilleros parecen estar igualmente interesados en la apertura de
negociaciones. Los avances militares de las FARC no se ven acompañados de un progreso
político y su imagen se degrada día a día. El ELN observa como sus posiciones se
debilitan frente a las arremetidas paramilitares. Con el fin de acceder a una mayor
audiencia, los grupos guerrilleros se ven en la necesidad de retomar el discurso de paz.
52

39 Todos los candidatos a la elección presidencial de 1998 hacen campaña con el tema de
la paz. El éxito de Andrés Pastrana se debe al hecho de encarnar la oposición al
gobierno Samper. Además Pastrana encuentra apoyo de última hora en las señales que
dan las FARC a su favor. No dudan en recibir a un delegado de Pastrana entre las dos
vueltas y hasta llaman a votar por él en las regiones bajo su control. Dadas estas
condiciones, Pastrana parece tener un gran número de ventajas que favorecerían la
salida política al conflicto.
40 Pastrana además muestra de entrada que está decidido a asumir una serie de riesgos
para lograr el éxito de los diálogos. No duda, sin esperar su investidura oficial, en
visitar a Manuel Marulanda Vélez. En dos ocasiones, en las cuales el proceso de paz está
empantanado, Pastrana reitera esta iniciativa. Reconoce a los dos grupos guerrilleros el
estatus de “actores políticos”. Satisface ante todo las exigencias de las FARC a fin de
iniciar las negociaciones: la desmilitarización de una zona de 42.000 km 2, en la región
del Caguán, el equivalente del tamaño de Suiza. Aparentemente, le concede una menor
prioridad a las conversaciones con el ELN y de hecho este, por su parte, pretende
negociar primero con la “sociedad civil”. En 1999, se compromete, no obstante, a
otorgarle su propia zona desmilitarizada. El gobierno incluso da señales de querer
tomar en cuenta el problema de los para-militares, procediendo a la disolución de las
asociaciones “Convivir”8 .
41 Sin embargo, las conversaciones no dan la impresión de poder desembocar en
resultados tangibles. Durante más de tres años andan a la deriva, entre incidentes y
crisis, entre interrupciones y esperanzas rápidamente defraudadas. Al punto de
poderse cuestionar si en realidad en algún momento se inició un verdadero diálogo.
42 Cuando finalmente se produce la ruptura definitiva con las FARC en febrero de 2002, el
balance es notablemente modesto. En 1999, el gobierno y las FARC se ponen de acuerdo
sobre una agenda común y, algunos meses después, sobre el procedimiento para debatir
los diferentes temas. Sin embargo, la agenda es demasiado amplia y los procedimientos
no son lo suficientemente obligatorios como para que las partes se vean realmente
comprometidas. En enero de 2001 la visita de Pastrana a Marulanda permite retomar el
hilo provisoriamente y la asistencia de los “países amigos” admite la posibilidad de una
esperanza. Esta se ve pronto defraudada. En junio del mismo año, un acuerdo
humanitario desemboca en el intercambio de algunos prisioneros enfermos y las FARC
proceden poco después a liberar unilateral-mente a unos 250 policías y militares 9. No
obstante posteriormente no hay avance alguno que permita “humanizar” el conflicto.
En enero de 2002 -cuando la ruptura parece ya inevitable- se firma un acuerdo, que
prevé en particular un cese al fuego dentro de un plazo de tres meses. Obtenido a la
brava, gracias a la intervención de los representantes de la comunidad internacional,
este finalmente no resulta ser más que un simple alivio temporal. Un mes después de
concluido, las FARC provocan un grave incidente que no deja al gobierno otra alternativa
que la de poner fin a los diálogos10.
43 Los diálogos con el ELN parecían más fáciles. Al finalizar el mandato de Samper, esta
organización mostró su predisposición a un primer acuerdo 11. Sin embargo, no lo
respeta y, ante todo, las negociaciones se enfrentan rápidamente a un obstáculo
imprevisto: el gobierno no logra cumplir con su compromiso de desmilitarizar una
segunda zona. La zona prevista -con una extensión bastante menor a la otorgada a las
FARC- está situada en una región mucho más estratégica. Los paramilitares movilizan a
los habitantes a fin de impedir que la decisión sea puesta en práctica y atacan las
53

posiciones del ELN en la zona. Inclinándose frente a los hechos 12 y sin duda ante las
reservas emitidas por los militares sobre esta nueva concesión, el gobierno siembra la
duda sobre el alcance de sus compromisos. Sin embargo, las conversaciones se
prosiguen en el exterior de manera intermitente. Acogidas en La Habana, alentadas por
Fidel Castro, en un momento dado parecen avanzar. A comienzos de junio de 2002,
estos diálogos también se hunden.
44 Un balance así de pobre parece sugerir que las partes estaban desde un comienzo
convencidas de la imposibilidad de llegar a un acuerdo, y que se involucraron en las
negociaciones con la idea de aprovechar esta fase para fortalecer su potencial militar.
Esta interpretación es probablemente demasiado simplista. Es más verosímil que hayan
buscado medir las posibilidades de llegar a unos acuerdos así fuesen parciales. Sin
embargo, es cierto que desde un comienzo actuaron en función de la probabilidad de
que se fracasara, diseñando estrategias alternativas.
45 No hay razón para poner en duda la voluntad inicial de paz del gobierno. Contra viento
y marea, al costo de concesiones frecuentes y a riesgo de perder el apoyo de la opinión
pública y de la clase política, se esforzó por mantener los diálogos hasta el final. Otra es
la constatación de que parece no haber logrado diseñar una verdadera estrategia de
negociación. Como si la referencia a la paz bastase en sí para abrir el camino, jamás
sometió a la guerrilla propuestas concretas que respondiesen, así sea de manera
parcial, a sus reivindicaciones, o que por lo menos los hubiesen obligado a pronunciarse
al respecto. Tampoco logró asociar a la sociedad y a los responsables políticos a lo que
habría surgido como un gran proyecto nacional.
46 No hay razón tampoco para pensar que la guerrilla no era sincera cuando reclamaba
medidas de transformación social. La reforma agraria, el abandono de las
privatizaciones así como la opción de sustitución manual de los cultivos de coca, son
algunas de las demandas que siempre han reivindicado. Lo que sorprende es su
incapacidad para hacer de ellas la base de un proyecto político capaz de convencer a los
sectores populares e incrementar su capital político. Si bien la difícil situación militar
del ELN puede explicar en parte estas dilaciones, el inmovilismo político de las FARC no
deja de ser sorprendente. Se puede, sin duda, atribuir en parte a su larga historia.
Orgullosas de haber capoteado el tiempo, dan la impresión de continuar encerradas en
el viejo país rural -cada vez más amenazado— y de saborear interminablemente su
revancha contra las fuerzas políticas tradicionales, incluso las corrientes de extrema
izquierda que durante tanto tiempo las despreciaron13. Sin embargo, esto también
refleja el hecho de que las FARC se acostumbraron a confundir objetivos políticos con la
lucha por posiciones de poder, para retomar la distinción que evocábamos
anteriormente.
47 El hecho de que se hubiesen iniciado las negociaciones sin que se diera el cese al fuego
condenó el proceso a una sucesión de litigios.
48 La zona desmilitarizada concedida a las FARC pronto se convierte en la manzana de la
discordia. La falta de reglamentación gubernamental al respecto lleva a las FARC a
afirmar su total soberanía. Pronto se ven acusadas de dar a la zona un uso que nada
tiene que ver con la realización de los diálogos: el entrenamiento de nuevos reclutas,
base para replegarse después de ciertas operaciones militares y escondite de muchos de
los secuestrados. Así toda decisión sobre la forma de reconducir la zona se convierte en
una fuente de tensión. La instauración, a finales de 2001, de un control aéreo sobre la
54

zona marca el preludio de la ruptura. La oposición de múltiples sectores al despeje de


una zona para los diálogos con el ELN se debe en buena parte a esta experiencia.
49 Si los enfrentamientos hubiesen seguido dándose únicamente entre las Fuerzas
Armadas y la guerrilla, posiblemente no habría existido tanto riesgo para el desarrollo
de las negociaciones. Las cosas son de otro color frente a la intensificación del accionar
y de las atrocidades por parte de los paramilitares. Los grupos guerrilleros acusan al
gobierno de inercia frente a esta situación y a las Fuerzas Armadas de complicidad. Los
Estados Unidos incriminan el comportamiento de numerosos militares y ejercen
presión para que sean destituidos. El gobierno puede bien afirmar que a partir del año
2000 el número de paramilitares capturados o dados de baja ha aumentado. La
expansión de los paramilitares constituye de hecho uno de los factores marcantes de la
evolución de la guerra.
50 Sin embargo, muchos de los actos de la guerrilla generan una indignación tanto o más
fuerte. Es de ella que la opinión pública espera gestos de apaciguamiento pues es con
ella que el gobierno está negociando. Los secuestros masivos llevados a cabo en diversas
ocasiones por el ELN, la exacerbación de esta práctica por parte de las FARC -con
frecuencia al azar de retenes en las carreteras— provocan un amplio escepticismo sobre
los diálogos. A esto se suma la emoción despertada por algunos de los asesinatos que
más se destacaron, como aquel perpetrado durante el secuestro de una ex ministra de
la cultura muy popular. Por otra parte, la guerrilla multiplica los saboteos y, en el 2001,
llega a bloquear el principal oleoducto durante meses.
51 Las acusaciones y la ira se sublevan desde todos los horizontes. Numerosos sectores
estiman que la adhesión de los grupos guerrilleros al proceso de paz no ha sido más que
una cortina de humo que disimulaba su voluntad de llegar al poder por todos los
medios. Los grupos guerrilleros acusan al gobierno de haber querido ganar tiempo para
permitir la puesta en marcha del Plan Colombia y la modernización de las Fuerzas
Armadas.
52 Las FARC, efectivamente, siempre han afirmado unos objetivos que van más allá de unas
simples transformaciones sociales. Se esforzaron por que la zona desmilitarizada
sirviese de argumento para recibir el reconocimiento de “beligerantes”. Algunos de sus
dirigentes lo presentaron abiertamente como un “Estado en gestación”. Asimismo,
promulgaron sus propias “leyes”, una de las cuales instaura un impuesto del 10% a la
fortuna de los industriales, bajo pena de secuestro14. Por otra parte, paralelamente a las
negociaciones oficiales, Manuel Marulanda Vélez no dejó de exigir la “ley de
intercambio permanente de prisioneros” que permitiría a las FARC recuperar sus
dirigentes militares y políticos que les hacen falta para encuadrar a sus jóvenes
reclutas, con lo cual parecen dar muestra de un interés meramente táctico en las
negociaciones. Desde un plano más general, las FARC con frecuencia han reiterado su
ambición de obtener, si no “el poder”, por lo menos una participación en él. En el caso
de que se convocase una nueva constituyente, con frecuencia han afirmado que
reclamarían la mitad de los puestos. Si bien es posible que esta demanda no sea sino
simple bravata, no cabe la menor duda de que buscarán obtener el reconocimiento de
su poder territorial y la asignación de una parte del presupuesto nacional 15. Aunque
siempre han rechazado la posibilidad de desarmarse, las FARC parecen buscar
asegurarse las garantías indispensables para la institucionalización de su implantación.
Todo lo cual excede lo que puede conceder el gobierno dentro de una negociación
ordinaria.
55

53 Para el gobierno, el Plan Colombia constituye el elemento central de una estrategia


complementaria a la negociación. Elaborado en concertación con los Estados Unidos, el
plan comporta en principio un vasto programa de inversiones a cargo de Colombia y
una modesta contribución de los Estados Unidos para la modernización institucional y
proyectos sociales. Sin embargo, el aparte más significativo—y que generará el mayor
número de debates— es el de la ayuda militar. De un monto inicial de novecientos
millones de dólares, esta ayuda no está destinada a financiar directamente la lucha
contra la guerrilla sino las medidas de aspersión aérea de los cultivos de coca. El
problema de la droga sigue siendo la primera preocupación de los Estados Unidos con
respecto a Colombia. La puesta en marcha de un programa de destrucción de cultivos a
partir de enero de 2001 va a provocar una extensa protesta de parte de los habitantes
de las regiones afectadas, así como de amplios sectores de la opinión, de partidarios de
la sola destrucción manual. Sin embargo, es claro que se trata —mediante el ataque a la
principal fuente de financiación de la guerrilla y de los paramilitares— de disminuir su
potencial militar y de dotar a las unidades elites del ejército asignadas a la destrucción
de los cultivos con técnicas modernas de guerra, y de contribuir a la modernización de
las Fuerzas Armadas en su conjunto. Dicha modernización se vislumbra como la otra
prioridad del gobierno Pastrana. Si bien el gobierno no ve la contradicción entre esta y
el proceso de paz, la guerrilla sí observa, por su parte, la confirmación de que los
dirigentes colombianos no han abandonado el proyecto de cambiar el equilibrio de
fuerzas por la vía militar.
54 Con frecuencia se considera que las posibilidades de una solución negociada dependen,
o bien de la superioridad adquirida por uno de los campos, o bien del equilibrio que se
establece entre ellos y que los convence de la imposibilidad de lograr que la situación
evolucione a su favor. El fracaso del proceso de paz se debe, entre otras, al hecho de que
ninguna de estas dos eventualidades estaba a la orden del día. La confrontación no se
deja restringir a una división entre dos campos. Los protagonistas no dudan de que
podrán mejorar sus posiciones. Una cierta polarización política anda cursando, lo que
exacerba algo el clima de guerra.
55 Los atentados del 11 de septiembre vienen a acentuar esta polarización. Se presentan
en el momento en que las FARC ya dan múltiples señales de estar cercanas a la ruptura.
Ya antes del 11 de septiembre, los Estados Unidos, por su lado, habían catalogado a las
FARC, al ELN y posteriormente a las AUC, como organizaciones terrorista16. El arresto de
tres militantes del ira a su salida del Caguán reforzó las sospechas sobre los lazos entre
las FARC y organizaciones terroristas extranjeras. A pesar de todo, Pastrana trató de
ignorar por unos días las implicaciones que no podían dejar de tener las categorías de la
“guerra contra el terrorismo” en la aprehensión de la situación colombiana. La rigidez
repentina de su actitud a propósito de la zona desmilitarizada y su exigencia de un
rápido cese al fuego para poder de nuevo prorrogarla son, sin embargo, en buena
medida, las consecuencias de una nueva política estadounidense. Y el discurso que
pronuncia el 20 de febrero para anunciar la ruptura de las negociaciones, ratifica
enteramente la transferencia de las categorías de terrorismo internacional al conflicto
colombiano. De un día para otro, las FARC se ven designadas como terroristas y
narcotraficantes.
56 Cae así la cortina sobre tres años de esperanzas y frustraciones. Es un paisaje de guerra
cada vez más y más cruel, sobre un fondo de descomposición social, que surge
prácticamente por todos lados.
56

 
Guerra y polarización
57 Si el gobierno pensó que la modernización de las Fuerzas Armadas le iba a permitir
atajar la progresión de los actores ilegales, no le queda más alternativa que
desencantarse.
58 Las Fuerzas Armadas conocieron indudablemente una modernización considerable a
partir de 1998. Sus efectivos aumentaron y se profesionalizaron parcialmente: ahora se
cuentan 120.000 soldados de los cuales 60.000 son voluntarios. Su dotación en
helicópteros —que se calculan actualmente en 160—y en medios de observación aérea
se ha visto mejorada, principalmente gracias al Plan Colombia. Fueron creadas
unidades de intervención rápida y progresó la coordinación entre los diversos cuerpos.
Se atenuaron algunas de las rigideces burocráticas. En suma, la eficiencia global de los
militares indudablemente progresó. No volvieron a sufrir reveses como los del período
anterior y lograron por el contrario causar a la guerrilla unas pérdidas considerables.
Su propio comportamiento se vio modificado como lo atestigua el número decreciente
de “atropellos” que les son directamente imputados. La vigilancia de los Estados Unidos
no es ajena a esto y es una de sus condiciones para mantener su ayuda. No obstante, sus
efectivos siguen siendo insuficientes para controlar el territorio nacional. Por lo demás,
a fin de no exponerse a los golpes de la guerrilla, el ejército ha dejado numerosas zonas
sin protección. Su presupuesto, apenas un poco por encima de la media de los países
latinoamericanos, no le permite llevar a cabo operaciones de envergadura sino de
manera ocasional. Las clases privilegiadas no muestran ninguna prisa por contribuir al
esfuerzo de guerra ni por que sus hijos participen en ella. Sin embargo, la imagen del
Ejército ha sido indudablemente restaurada al punto de rivalizar con la de la Iglesia en
las encuestas de opinión.
59 Durante el transcurso del proceso de paz, los paramilitares fueron quienes conocieron
la expansión más significativa. Una progresión así supone que las Fuerzas Armadas
están lejos de haber renunciado sistemáticamente a una actitud tolerante. Abundan los
testimonios sobre la coexistencia pacífica que prevalece en muchos pueblos. Es como si
los militares delegaran su trabajo sucio a los paramilitares.
60 De hecho, los paramilitares están ahora presentes en una gran parte del país y son ellos
quienes amenazan las posiciones de la guerrilla en la mayoría de las zonas estratégicas.
Se han implantado en los perímetros de las principales ciudades; han irrumpido en
territorios guerrilleros de vieja data, como el departamento del Putumayo o en Arauca;
les disputan el control de rutas esenciales tales como las que conducen hacia el Pacífico
y el de zonas fronterizas como la compartida con Venezuela; se esfuerzan por
arrancarles el control de los principales polos económicos de las regiones de
colonización reciente, comenzando por las zonas de cultivos de coca, teatros de algunos
de los enfrentamientos más intensos. A comienzos de 2001, muestran la medida de su
fuerza al apoderarse de Barrancabermeja, sede de la principal refinería de petróleo del
país y de un poderoso movimiento sindical, por largo tiempo bajo el dominio del ELN y
de las FARC. Si hacía falta un símbolo de la avanzada paramilitar, este es.
61 En estas condiciones, los grupos guerrilleros se ven con frecuencia reducidos
localmente a posiciones defensivas. Este es, como dijimos, el caso del ELN. Las FARC
llegan con frecuencia a controlar las zonas ocupadas por estos últimos, no sin que se
57

presenten enfrentamientos entre las dos organizaciones, y la ruptura de las


conversaciones de La Habana se podría explicar por el deseo de las FARC de absorber a
su rival17. Sin embargo, los diversos frentes de las FARC están también en problemas. La
vigilancia de la zona desmilitarizada ha tenido -al inmovilizar una parte de sus cuadros
y sus mejores combatientes-como consecuencia la reducción de su capacidad ofensiva.
Los nuevos reclutas, adolescentes entrenados de afán para suplir las pérdidas, hacen
con frecuencia un pobre papel como combatientes.
62 Los grupos guerrilleros, sin embargo, no han perdido en nada su capacidad para
golpear las infraestructuras colombianas y desplegar acciones de terror. Desde antes de
la ruptura oficial de las negociaciones, las FARC se encargaron de demostrarlo con una
serie de sabotajes y atentados. Una vez consumada la ruptura, continúan con estas
acciones a una mayor escala. Por debilitado que se encuentre el ELN, no deja de tomar
parte en esta ofensiva. En un país en el que las redes de transporte son supremamente
precarias y donde el sistema de transmisión de fluido eléctrico ha sido fragilizado por
una sucesión de atentados, los grupos guerrilleros pueden asfixiar la economía, por lo
menos parcialmente. Aún estando a la defensiva en ciertas zonas, las FARC conservan los
medios de conquistar unas y reconquistar otras. Bien parece que los combates actuales
en el Chocó se inscriben dentro de una estrategia por recuperar la zona de Urabá, una
de las zonas de tránsito del tráfico de armas y de droga.
63 Con la generalización de los enfrentamientos en la mayor parte del país, se vuelve cada
vez más remota la posibilidad de hablar de una guerra de “territorios”. Los grupos
guerrilleros y paramilitares conservan ciertas bases más o menos estables. Sin
embargo, ya no están al abrigo de incursiones por parte del adversario y, en la mayoría
de los casos, las fronteras se tornan movedizas en función de las operaciones de los
unos o de los otros. Las “lógicas de protección”, por las cuales los habitantes -con
frecuencia por la fuerza- ratificarían la dominación de aquel de los actores armados que
se implantará de manera duradera, ya no valen.
64 La progresiva desterritorialización de la guerra va de la mano con la degradación de sus
manifestaciones. Los paramilitares continúan utilizando las masacres como uno de sus
métodos corrientes. Los grupos guerrilleros ya no dudan —cuando atacan los pueblos-
en destruir barrios enteros, recurriendo al uso de cilindros de gas a sabiendas de que
sus trayectorias aproximativas pueden causar numerosas víctimas civiles. Prácticas
como el boleteo y el secuestro no pueden sino desmejorar la disciplina e introducir la
corrupción. No todos los frentes de las FARC y del ELN manejan el mismo monto de
recursos financieros. Algunos tienden a actuar por su propia cuenta 18. En las zonas
periféricas de algunos pueblos, la guerrilla y los paramilitares se disputan los barrios
por bandas interpuestas. En Medellín, estos enfrentamientos están a punto de
convertirse en una verdadera guerra.
65 La población civil se encuentra ahora más que nunca sitiada entre dos fuegos o, más
exactamente, bajo los dos fuegos pues, al convertir a la población civil en su blanco y al
desarraigarla, los actores armados ganan terreno. La tragedia a finales de mayo de 2002
en el pueblo de Bojayá en el Chocó resume por sí sola la degradación de la
confrontación. Este pueblo estaba más que todo dentro de la órbita de las FARC. Los
paramilitares comenzaron a instalarse a la vista y conocimiento de los militares y de las
autoridades regionales. Las FARC quisieron retomar el pueblo atacando con cilindros de
gas. Uno de ellos cayó sobre la iglesia en la cual se habían refugiado los habitantes.
Murieron cerca de 130 personas.
58

66 La intimidación es lo que además sirve para roer el poder político a nivel local. Docenas
de alcaldes han sido asesinados o secuestrados. En lo que va corrido del 2002, ya han
sido asesinados ocho. Muchos otros se ven obligados a consultar con los grupos ilegales
antes de tomar cualquier decisión, y deben darles un porcentaje del presupuesto local.
Un número creciente de alcaldes se ve obligado a refugiarse en otras localidades para
desde allí administrar sus municipalidades. Por otra parte, las FARC acaban de expulsar a
todas las autoridades de una parte del departamento de Caquetá. En el momento de las
elecciones, las diversas organizaciones armadas se esfuerzan por hacer que la gente
vote por sus candidatos. En varias ocasiones, los grupos guerrilleros han impuesto
boicots a nivel local. Aunque estas presiones no siempre han sido exitosas 19, bien
podrían acentuarse. En los comicios legislativos del pasado marzo, los paramilitares
hicieron alarde de haber asegurado el triunfo de muchos de sus candidatos.
67 Las FARC actualmente están transfiriendo estas estrategias de intimidación a nivel
nacional. En tiempos recientes, han procedido al secuestro de figuras políticas de
primer plano, la candidata presidencial Ingrid Betancourt, el gobernador de Antioquia,
un antiguo ministro de Defensa, varios congresistas. De acuerdo con algunas de sus
declaraciones, estos secuestros tendrían como objetivo lograr por fin la liberación de
los cuadros de la guerrilla que han sido detenidos. De todas maneras, estos actos tienen
como consecuencia la fragilización del gobierno. Las tentativas de asesinato contra
Alvaro Uribe por parte de las FARC, antes de la elección presidencial muestran que ellas
saben, llegado el caso, recurrir a medios aún más expeditos.
68 Más que la agravación del conflicto en el terreno, lo que se vislumbra como uno de los
nuevos elementos más significativos es la polarización de la opinión pública sobre la
guerrilla. La ruptura del proceso de paz representa un fracaso para el gobierno pero
también lo es para la guerrilla desde un punto de vista político. La opinión pública y los
medios imputan a la guerrilla la responsabilidad de la ruptura; las exacciones, los
cilindros de gas, y sobre todo el secuestro —del cual todo el mundo puede sentirse
blanco potencial— se han encargado del resto. La exigencia, en vísperas de la elección
presidencial, de la desmilitarización de los departamentos del Caquetá y Putumayo, o
sea esta vez un área de 100.000 km2, parecía ser una provocación más de las FARC. Por
rebote y, aunque sigan siendo responsables de la mayoría de las atrocidades y
violaciones de los Derechos Humanos cometidas, los paramilitares avanzan, no
solamente a nivel territorial, sino también a nivel político. Más allá de sus apoyos
explícitos, ellos gozan, de una creciente tolerancia -o simpatía- en múltiples sectores.
La pérdida de zonas rurales y de pueblos, incluso Barrancabermeja, es ciertamente el
resultado de la eliminación física de los militantes de izquierda, como también es el
resultado del hastío de los habitantes con la guerrilla y de la incomprensión de sus
objetivos. Consentir el avance de los paramilitares comporta oscuras amenazas, no sólo
en lo que se refiere a la reanudación eventual de las negociaciones sino, básicamente,
para la estabilidad democrática.
69 Aunque evidentemente de otro orden, el ascenso repentino de Alvaro Uribe en las
encuestas desde finales de 2001 se inscribe dentro de esta misma evolución. Asilos
paramilitares y una extrema derecha heteróclita no disimulan su prejuicio a favor de
Uribe, ellos no representan sino una mínima parte de un amplio movimiento de opinión
que en definitiva se apuntó a favor de Uribe. Ver en este voto un apoyo a la idea de una
guerra total, sería desconocer el pragmatismo de los colombianos. Si bien ellos
constatan el fracaso de la retórica de paz y, aunque aspiran a que el Estado recupere
59

una mayor autoridad, la mayoría son conscientes de que la guerra no sabría sustituirse
de manera duradera a la política.
70 Alvaro Uribe parece ser el primero en estar convencido de esto. Indudablemente,
cuando fue gobernador de Antioquia, fue un defensor vehemente de las asociaciones “
Convivir” y, a pesar de las críticas, siguió insistiendo durante su campaña presidencial
en la prosecución de un esfuerzo por fortalecer las Fuerzas Armadas y, lo que es más, en
la organización de la población civil en alianza con este esfuerzo. Sin embargo, él
también sabe que una estrategia exclusivamente militar no basta y que la opinión
pública se le puede voltear, si dicha estrategia no se ve acompañada de un verdadero
proyecto político, que comprenda amplias transformaciones y que desemboque tarde o
temprano en la búsqueda de una solución negociada del conflicto. Si existían dudas al
respecto, Uribe mismo se encargó de disiparlas desde el momento en el que fue elegido:
en su declaración, hace un llamado a una mediación de las Naciones Unidas. Esto es, un
reconocimiento explícito de la necesidad de retomar el proceso de paz lo más pronto
posible, pero esta vez con la participación institucional de la comunidad internacional.
 
¿Internacionalización del conflicto o
internacionalización del proceso de paz?
71 La referencia a la posibilidad de una mediación internacional es un indicativo de que,
como mínimo, hay un punto frente al cual la política de Álvaro Uribe no se puede
inscribir dentro de la continuidad de su predecesor: la necesidad de un apoyo amplio de
la comunidad internacional. De ahora en adelante, este respaldo se impone en todos los
campos, no solamente en el de la búsqueda de la paz, sino ante todo en la búsqueda de
soluciones al problema de la economía de la droga. La estrategia del Plan Colombia ha
mostrado sus limitaciones. Docenas de miles de hectáreas han sido sometidas a la
fumigación aérea, sin que por esto hayan disminuido las áreas cultivadas. La ira de los
colonos no ha hecho sino aumentar y los cultivos sencillamente han sido desplazados a
otras regiones de Colombia, con las consiguientes repercusiones ecológicas. La
sustitución manual emprendida a pequeña escala, con el apoyo de la Comunidad
Europea, tampoco ha arrojado resultados concluyentes. Ya es hora de que los países
consumidores -implicados, por otra parte, en el lavado de dineros de la droga así como
en el tráfico de armas- tomen en serio el principio de co-responsabilidad sobre el que
tanto hablan desde hace años.
72 Que se sientan interpelados por los programas destinados a ayudar a Colombia a salir
de una situación económica y social, que desde diversas perspectivas se perfila como
explosiva. A pesar de las medidas adoptadas en estos últimos años, el desequilibrio de
las finanzas públicas no ha hecho sino agravarse. Para el 2001, la deuda pública ha
llegado a ser casi del 50% del PIB; el déficit fiscal es de 5,1%; el endeudamiento
internacional nunca había sido tan alto. El crecimiento inevitable de los gastos
militares sólo podrá aumentar el déficit. La situación social es dramática. Si bien
Colombia logró salir de la terrible recesión de 1999, su tasa de crecimiento en el 2001 no
llegó sino al 1,5%. El deterioro de todos los indicadores sociales, aparente desde hace
varios años, sigue su marcha. La tasa de desempleo urbano continúa siendo de
aproximadamente un 20%. El porcentaje de la población asalariada se ve diezmado de
manera constante y los impactos de la pobreza absoluta llegan a una creciente
proporción del sector informal. Sin aumento del gasto e inversión social, el gobierno
60

corre el riesgo de perder rápidamente todo apoyo, y todo nuevo intento de diálogos por
la paz, se vería condenado al fracaso. La cooperación de la comunidad internacional
urge a fin de evitar que Colombia caiga en una desestabilización aún más profunda.
73 Parece evidente que la sola propuesta de mediación de las Naciones Unidas no basta en
sí para definir una estrategia de paz. Es probable que, en una primera instancia, los
grupos guerrilleros y las Fuerzas Armadas piensen sobre todo en el establecimiento de
un equilibrio de fuerzas que les sea más favorable; los primeros recurriendo al
terrorismo y reforzando su dominio sobre las regiones del sur, los segundos
prosiguiendo su modernización. Los Estados Unidos de ahora en adelante parecen, por
lo demás, dispuestos a que su ayuda militar sea destinada a la lucha contra los grupos
guerrilleros y no solamente a la lucha contra la droga. Sin embargo, tarde o temprano
surgirá el tema de la reanudación de las negociaciones y compete al futuro gobierno
trazar los objetivos correspondientes y llegar a lograr que estos se vean respaldados por
la opinión nacional y la comunidad internacional.
74 La actitud del gobierno frente al tema de los Derechos Humanos será decisiva en lo que
atañe a la paz. Los Estados Unidos y Europa no han dejado de insistir en la necesidad de
que el régimen colombiano haga, por su parte, algunos esfuerzos en ese campo y las ONG
internacionales, seguramente, estarán muy alertas frente al nuevo presidente. El
comportamiento de las Fuerzas Armadas con respecto a los paramilitares será
observado muy de cerca. Las Fuerzas Armadas deben demostrar que están dispuestas a
perseguir dentro de sus rangos a quienes sean considerados responsables, y a
interrumpir ciertas de sus fuentes de financiación. El éxito del gobierno dependerá
asimismo de su capacidad para brindar nuevas perspectivas políticas. A este respecto,
las reformas institucionales y sociales parecen indispensables, y no dan espera a los
resultados de las negociaciones. No obstante, son evidentemente las negociaciones las
que requieren, más que nada, otro horizonte político. El “prejuicio favorable” de los
para-militares puede ser en este caso una ventaja. En la medida en que Álvaro Uribe
lograse disminuir el accionar paramilitar de manera significativa, podría convencer a la
guerrilla de que ellas no tienen por que temer involucrarse en las negociaciones y -con
el concurso de la comunidad internacional- incitarlos a conformarse al Derecho
Internacional Humanitario so pena de caer en un aislamiento total. Una mediación, en
el sentido estricto del término, de las Naciones Unidas supone el consentimiento de las
partes. Si se llega a dar, la ONU podría hacer prevalecer una confianza mínima, la cual ha
hecho falta hasta ahora para abordar el problema de la reconversión de los grupos
guerrilleros en fuerzas políticas.
75 En medio de las convulsiones colombianas, no faltan razones para tener esperanzas. La
sociedad civil, en el sentido amplio, intenta organizarse. Numerosas ONG y asociaciones
participan en redes que se reivindican de la “sociedad civil”. En muchos casos, se trata,
sin embargo, de corrientes sin una verdadera representatividad que, aunque adoptan el
discurso de la paz, no logran conferirle un verdadero alcance político, así como
tampoco logran sustraerlo totalmente de la lógica de la confrontación. No obstante,
bajo la égida de la Iglesia como tal, o a través de curas de parroquia, O de ONG de
terreno, no faltan aquellos esfuerzos que respaldan las aspiraciones de la población de
mantenerse por fuera del conflicto. En Urabá y Chocó, se han construido las “
comunidades de paz”. En la región del Magdalena Medio, uno de los epicentros de la
confrontación, se ha puesto en marcha un admirable programa que promueve la
organización de los habitantes alrededor de proyectos productivos, con el apoyo del
61

Banco Mundial y, más recientemente, de la Unión Europea. En estos últimos meses, por
iniciativa propia, algunos pueblos han hecho un llamado a la “resistencia civil” y al
derecho a la “neutralidad”, principalmente en la zona indígena del Cauca donde los
habitantes han logrado repeler en varias ocasiones las incursiones de grupos armados
por medios no violentos. Todo esto refleja una sorprendente voluntad de hacer frente a
la guerra, más precisamente, una valentía asombrosa.
76 En un plano más general, varios representantes de las localidades, alcaldes y
gobernadores, han instaurado nuevos tipos de relaciones con sus comunidades. Las
grandes ciudades, comenzando por Bogotá, se modernizaron profundamente gracias a
una gestión que se esfuerza por combinar racionalidad con democratización. La crisis
de los partidos políticos permite el surgimiento de corrientes y de una opinión pública
autónoma. Pero ante todo, el apego a la democracia sigue prevaleciendo. Estos son una
serie de elementos que pueden favorecer una política de paz de largo aliento.
77 La alternativa ahora está entre la internacionalización de la guerra y la
internacionalización de las negociaciones. La opción no depende solamente del
presidente cuyo margen de maniobra está limitado por múltiples incertidumbres Con
todo, él tiene el poder de influir sobre lo que prevalecerá.

NOTAS
1. Bushnell, D. (1996), Colombia, Una nación a pesar de sí misma. Bogotá, Planeta.
2. Las FARC se situaban dentro de la esfera de influencia del Partido Comunista ortodoxo Los otros
dos. que se reclamaban respectivamente del castrismo y del maoismo, se esforzaron por articular
grupos campesinos con nuevos sectores urbanos radicalizados. El M-19 ha pretendido, en cuanto
a el. rechazar el dogmatismo ideologico e invocar un nacionalismo mas abierto.
3. A comienzos de los noventa, una nueva guerrilla que asume el nombre del fundador del M-19,
“Jaime Bateman Cayon”. y que cuenta entre sus dirigentes antiguos miembros del M-19, se
implanta en el Cauca. Ella es. en gran medida, un apendice del cartel de Cali.
4. Los “carteles” no tienen necesariamente la cohesion que se les atribuye. Son ante todo redes
flexibles. Sin embargo, los de Medellin y Cali lograron efectivamente controlar por un tiempo el
acceso al mercado norteamericano. Despues de la muerte de Pablo Escobar en 1993 y el
encarcelamiento de los jefes del cartel de Cali en 1995, se constituye una miriada de redes
autonomas, mucho mas dificil de destruir.
5. Una de las excepciones es la toma del Palacio de Justicia por el M-19 en 1985, la cual termina en
un bano de sangre con mas de cien victimas, entre las cuales figuran la mitad de los miembros de
la Corte Suprema de Justicia.
6. C. Echandia subraya en diversos articulos que el numero de acciones de las organizaciones
armadas esta correlacionado con el numero de asesinatos ligados a la violencia cotidiana.
7. El mismo dia de la eleccion de la constituyente, el gobierno Gaviria permitia a los militares
lanzar una operacion contra la sede central del secretariado de las FARC. Así las FARC no estuviesen
dispuestas a tomar parte en la constituyente, esta operacion no podia sino reafirmarlos en su
desconfianza. En 1992, no obstante, se reanudaron las negociaciones con las FARC y el ELN, en
Caracas primero, y en Tlaxcala, Mexico posterior mente. Estas se veran truncadas.
62

8. Asociaciones de vigilancia, que funcionan en vinculo con el ejército. Se verán acusadas de lazos
con los paramilitares, principalmente en el caso de aquellas que fueron creadas en Antioquia
durante el mandato del entonces gobernador Alvaro Uribe.
9. La decision de liberar a todos los prisioneros -policias o militares- salvo oficiales y suboficiales,
obedecia sin duda ante todo a la voluntad de las FARC de poder disponer de los cientos de
combatientes que tenian dedicados a vigilar a los presos. Las FARC es peraban, no obstante,
mejorar asi su imagen y parecen haberse sorprendido de no haberlo logrado
10. En 2001, el gobierno y las farc avalaron la constitucion de una comision consultiva compuesta
por tres personas encargadas de plantear propuestas con miras a relanzar el proceso de paz. En
su informe, la comision subrayaba principalmente la necesidad de un cese al fuego. Pero los
incidentes se multiplican a partir de agosto de 2001. Las FARC secuestran a un ex gobernador que
viajaba bajo la proteccion de las Naciones Unidas. Poco despues, se llevan a tres cooperantes
alemanes. El gobierno refuerza la vigilancia de la zona desmilitarizada.
11. El acuerdo fue firmado en Alemania con los representantes de la “sociedad civil” Preve la
reunion en Colombia de una “convencion nacional” entre el ELN y la “sociedad civil”. Ciertas
propuestas que enfocaban en principio la “humanizacion de la guerra” provocan un clamor de
indignacion: si bien el ELN promete renunciar al secuestro de me nores, de mujeres encinta y de
personas mayores, esto equivale a ratificar todas las demas categorias de secuestrables.
Posteriormente, el papel desempenado en la organizacion de este encuentro por un importante
agente secreto aleman, quien estaba implicado en la negociacion de los dineros del rescate de los
secuestrados por el ELN y de su blanqueo en Europa, va a generar un malestar duradero frente al
cual Alemania asumira una actitud extremadamente prudente.
12. Para evitar la repeticion de los errores cometidos en el Caguan, los paises “facilitadores”
habian desarrollado en cooperacion con la guerrilla y los representantes del gobierno, un
proyecto de reglamentacion particularmente minuciosa.
13. A manera de ejemplo del inmovilismo politico de las FARC. con frecuencia se menciona el
exterminio de la UP a finales de los anos ochenta. Sin embargo, tambien habria que evocarse su
rencor tenaz contra la mayoria de las corrientes de izquierda. En los anos sesenta y setenta,
sentian un desprecio infinito por una organizacion subordinada al “revisionismo” o al
“reformismo” del Partido Comunista. Algunos de los dirigentes de otros grupos guerrilleros, en
particular del M-19, se inician en las armas en las FARC y las abandonan cuestionandose sobre la
ausencia de ambicion militar y politica. En una fase reciente, las FARC se emanciparon de un
Partido Comunista reducido practicamen te a la nada. No esconden la poca estima en la que
tienen a algunos de sus dirigentes. En realidad, su desconfianza de todo aquello vinculado de lejos
o de cerca con el mundo de lo politico permite descifrar una buena parte de sus actitudes.
14. El “impuesto” ya no solo se aplica a los grandes o medianos industriales. Lo cobran tambien a
muchos artesanos y comerciantes.
15. El problema del financiamiento de sus combatientes en caso de llegar a un acuerdo surge de
manera recurrente ya que el acuerdo estableceria la suspension de los secuestros. Esto se vio
confirmado en los hechos en el momento que se precisaba la eventualidad de una tregua con el
ELN: a cambio de la liberacion de los secuestrados, el jefe del ELN exigio que el Estado pagara los
rescates.
16. El gobierno estadounidense habia entrado en contacto con los representantes de las FARC en
Costa Rica a finales de 1998 Posteriormente, rehusaron a todo nuevo contacto a raiz del asesinato
por la guerrilla de tres indigenistas norteamericanos y frente a la negacion del secretariado de
entregar a los responsables y, lo que es mas, ni siquiera condenar el acto.
17. Dificilmente se puede pensar que las FARC aceptarian que el ELN concluya un acuerdo
separado, el cual acentuaria su aislamiento politico. En el pasado, las FARC demostraron que no
estaban dispuestas a tolerar una guerrilla desmovilizada en una region importante. Entre
63

1991-1992, no dejaron de intentar tomar el lugar del EPL en Uraba despues que este depuso las
armas. Blanco de atentados en serie, muchos de los antiguos combatientes del EPL no tuvieron
otra opcion que unirse a las filas de los paramilitares. El partido politico surgido del EPL tiene
numerosas alcaldias en Uraba, pero con el aval de las fuerzas paramilitares.
18. En varias ocasiones, las AUC han publicado comunicados en los que reconocen que algunas de
sus unidades extorsionan o participan en la comercializacion de la droga para su propio
beneficio.
19. Las tasas de abstención siempre han sido muy altas, 50% o mas, aun en lo mas algido de las
pasiones politicas de los anos cuarenta. A pesar de todo, la larga tradicion electoral colombiana
hace que la posibilidad de votar forme parte de las libertades esenciales. Durante las elecciones
de octubre de 1997. las guerrillas fijaron una consigna de boicot que fue relativamente bien
acatada pero que generó un gran descontento. En San Vicente del Caguan, corazon de la zona
desmilitarizada, los habitantes eligieron a un re presentante del minusculo partido de Ingrid
Betancourt a pesar de las FARC. En la pasada eleccion presidencial, Alvaro Uribe con frecuencia
quedo de segundo en los municipios supuestamente de dominio paramilitar y de primero en los
municipios bajo la influencia de las FARC. El voto puede servir tambien para expresar el rechazo
de las presiones.

NOTAS FINALES
i. Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales
64

Transformaciones y fluidez de la
guerra en Colombia: un enfoque
militar
Eric Lair

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1

1 Desde hace dos décadas, el recrudecimiento de la guerra1 interna y de todas las formas
de violencia colectiva en general, que azotan hoy a la sociedad colombiana, han
suscitado un número creciente de interpretaciones2. A raíz de la ruptura del proceso de
paz en febrero de 2002 entre el gobierno de Andrés Pastrana y las FARC tras tres años de
infructuosas negociaciones3, esta tendencia se ha vuelto aún más patente con la
multiplicación de los comentarios, a veces algo sensacionalistas, sobre la naturaleza de
la guerra.
2 Sin entrar en el detalle de los enfoques privilegiados ni hacer un análisis de los “
discursos” de la guerra, es interesante anotar que las dimensiones militares del
conflicto no han sido objeto de mayores desarrollos.
3 Retomando una perspectiva maoísta, algunos estudios aluden al carácter “prolongado”
de la confrontación. Argumentan que la larga duración del conflicto ha tenido como
corolario la conformación de una guerra de “guerrillas”. Igualmente, ha sido sinónimo
de recurso4 para los actores ilegales (ante todo las guerrillas y los grupos de “
autodefensa”) ya que estos han desarrollado una importante economía de guerra,
articulada en torno a los tráficos ilícitos y a la extorsión, la cual les ha permitido
acumular poder e influencia socio-espacial en numerosos municipios del país, así como
una gran capacidad de desestabilización bélica.
4 Si bien es cierto que los dos mayores movimientos de guerrilla, las FARC ya citadas y el
ELN, aparecieron en los años sesenta, este largo conflicto entró en una fase de
65

intensificación armada a finales de la década siguiente. A partir de ese momento, la


guerra ha venido dominando el panorama general de la violencia en un país que
registró de manera oficial 28.332 homicidios en el 2002 5.
5 Una señal de la evolución de la guerra es que las percepciones de los colombianos y de
la comunidad internacional acerca de la confrontación se han modificado. Durante
mucho tiempo, el tema de la confrontación fue menospreciado y eludido, en parte, por
la escasez de las acciones armadas perpetradas por los grupos al margen de la ley que
en los años sesenta y setenta no amenazaban los centros políticos y económicos de la
sociedad, en beneficio de la represión contra el comercio de droga. Colombia vivió
entonces un período de guerra sin “nombre” casi exenta de imágenes con una débil
cobertura mediática.
6 ¿Cómo explicar este cambio de percepciones? Varios parámetros complementarios de
índole doméstica y/o externa han contribuido a hacer de Colombia un foco de atención
y preocupación. Citemos de manera sucinta: el recrudecimiento de los enfrentamientos
y de las exacciones contra la población, con su cohorte de desplazados internos
(alrededor de dos millones)6 y de violaciones a los Derechos Humanos; la resolución de
diferentes conflictos armados que singulariza la situación colombiana en América
Latina7; la cuestión de los diálogos de paz con las FARC y el ELN; y la vinculación del país
con problemáticas internacionales como los tráficos ilícitos y la exportación de la
violencia armada hacia los estados fronterizos, sin hablar de las repercusiones de los
atentados anti-estadounidenses del 11 de septiembre de 2001 que han empujado a los
grupos armados ilegales colombianos a la categoría de “terroristas”.
7 Dentro de este escenario, Colombia es a menudo descrita por especialistas en relaciones
internacionales en términos de “zona gris”8, es decir que pertenece a las regiones
caracterizadas por la precariedad o ausencia física y funcional del Estado y en las cuales
se manifiestan agudos fenómenos de violencia criminal. Por interesantes que sean,
estos análisis tienden a homogeneizar espacios que son de una gran diversidad política
y socio-económica y dejan pensar que los territorios nacionales están totalmente
sometidos al accionar de grupos privados.
8 El caso colombiano se acomoda mal a semejantes generalizaciones. Por supuesto, no se
puede negar que el Estado post-colonial ha sido crónicamente precario. No obstante, no
se trata de un Estado colapsado. A pesar del clientelismo, el bipartidismo excluyente y
una violencia atomizada, el país todavía puede preciarse de estar regido por principios
democráticos y de no haber conocido períodos de autoritarismo militar en los años
setenta y ochenta, a diferencia de las demás naciones del subcontinente. Tampoco se
han derrumbado sus aparatos administrativos y judiciales básicos, ni su
infraestructura.
9 El país presenta la particularidad de hacer coexistir una guerra cada vez más
desestructurante, con una institucionalidad democrática alterada, pero no inexistente.
La textura militar del conflicto no es ajena a esta constatación. A continuación,
procuramos identificar algunas características de la guerra, enfocando de manera
prioritaria las trayectorias de las guerrillas y los paramilitares, con el propósito de ver
cómo estas se definen y concurren a explicar la peculiar crisis “societal” que atraviesa
Colombia.
 
66

Un tiempo estratégico de larga duración abierto


10 En primer lugar, queremos destacar los aspectos temporales del alcance estratégico
inherentes al conflicto. Pero antes de esto, es menester detenerse en la noción de
estrategia. Recordemos que la estrategia ya no se restringe a su acepción militar
original que nos ocupa aquí. A lo largo del siglo XX, conoció una ampliación semántica
para remitir a una multitud de acciones colectivas e individuales, aprehendidas bajo el
signo de la intencionalidad y racionalidad bien sea económica, política o sociológica.
11 Por su parte, la abundante literatura sobre la estrategia militar se concentró, durante
décadas, en la guerra entre Estados y en los mecanismos de la disuasión nuclear 9. Ahora
bien, la diseminación de los conflictos internos en el sistema internacional desde los
años cincuenta y la desaparición del paradigma político-militar antagónico “este-oeste”
han valorizado los estudios estratégicos desde “abajo”. Estos conflictos han hecho
imprescindible un análisis más detallado y “localizado” de las guerras para comprender
las lógicas de acción armada de los protagonistas bélicos.
12 ¿Cómo dar cuenta entonces de forma concisa de la estrategia militar 10? Partamos de
unos planteamientos avanzados por el oficial prusiano Carl Von Clausewitz (1780-1831)
para quien la esencia de la estrategia consiste en preparar, movilizar y organizar los
recursos y los soldados (lo cual requiere planificación) con el fin de llevar a cabo y
ganar la guerra, en correlación con metas políticas previamente acordadas 11.
Contemporáneo de Clausewitz, el suizo Antoine-Henri Jomini (1779-1869) acertaba en
complemento que “la estrategia es el arte de hacer la guerra en el mapa, de abarcar
todo el teatro de la guerra”12.
13 Al contrario de lo que plantean varios comentaristas, la concepción clausewitziana de la
estrategia no implica que sus metas y medios estén dados de una vez por todas, ni que
haya una estricta adecuación entre ambos13. La estrategia exige organización y
proyección hacia el futuro. No obstante, es fundamentalmente dinámica y se puede ver
obstaculizada por una multitud de variables: el miedo, los malos cálculos, la falta de
comunicación y de información sobre el enemigo, la incertidumbre, el azar y los
problemas tecnológicos. Estos elementos, que limitan la racionalidad 14, constituyen
fuentes de “fricciones”15. Frenan el uso de la violencia armada e influyen sobre la “
atmósfera de la guerra” en la cual se proyecta la estrategia 16.
14 Con la creciente complejidad de los conflictos que suponen cada vez más preparación
por parte de los beligerantes, numerosos estudios han resaltado que la estrategia
militar se aplica no sólo en tiempo de guerra sino de paz (dilatación temporal y
conceptual de la noción). Conviene agregar que, en una óptica lejana de los
planteamientos hechos por los pensadores militares clásicos, la estrategia no se analiza
exclusivamente en términos de combates frontales. El estratega inglés Basil Liddell
Hart, famoso por haber conceptualizado la táctica de la “aproximación indirecta” 17, y
los teóricos de la guerra irregular, han demostrado que esta se ejecuta también en
enfrentamientos no directos, privilegiados por los grupos infraestatales violentos, y
que interfiere con múltiples parámetros políticos y económicos.
15 Por extensión, la estrategia militar constituye la esfera de análisis que contempla la
visión espacial, temporal y factual más amplia de la guerra, aunque esta no sea efectiva
o inminente, en un medio “resistente” donde prevalece la amenaza de muerte.
67

16 Para volver a la temática del tiempo, la obra de Clausewitz enseña que el espacio y el
tiempo estratégicos de la guerra son mayores a los de la táctica 18, que corresponde a la
preparación y al involucramiento de las tropas en el campo de batalla 19. El componente
estratégico temporal se confunde a menudo con lo que los estudiosos denominan la “
totalidad” del conflicto o. cuando la confrontación se perpetúa, una “guerra prolongada
”. Esta última expresión, central en la tradición maoísta, ha sido usada en varias
oportunidades en el caso del conflicto colombiano.
17 Siguiendo dos preocupaciones formuladas por el propio Mao Tse-Tung (1893-1976),
surgen entonces dos preguntas: “[...] ¿Por qué es una guerra prolongada?” y “¿cómo
llevar a cabo una guerra prolongada?”20.
18 La diversidad de los factores en interacción en el tiempo estratégico hace difícil
responder a estas dos inquietudes en apariencia tan sencillas. Dicho tiempo abre
secuencias que enlazan el pasado con el presente y el futuro del conflicto. El despliegue
de la violencia guerrera es sucesiva o simultáneamente marcado por aceleraciones y
momentos de relativa inacción.
19 A la luz de lo anterior, intentemos leer el tiempo estratégico del conflicto colombiano
cuyo núcleo reside en la idea de “guerra prolongada”. Nuestro postulado es que en los
años sesenta se inició un ciclo estratégico polimorfo con la estructuración del ELN, del
EPL y de las FARC. Al considerar la prolongación del conflicto hasta hoy, estas cuatro
décadas de protesta armada dejan aflorar espontáneamente la imagen de una
confrontación de larga duración.
20 La guerra parece prolongada ya que ocupó casi toda la segunda mitad de la historia del
país en el siglo XX. También supera la longevidad de las guerras que puntuaron en
distintas épocas la construcción del Estado-nación colombiano 21. Por otra parte, la
difusión temporal de la guerra ha sido tan significativa que la violencia ha permeado y
modelado las representaciones y la memoria de muchos colombianos, primeras
víctimas de las acciones armadas. Estos suelen crear continuidades entre la guerra
actual y episodios bélicos lejanos como si la violencia armada fuese continua y la
sociedad se encontrase estancada en un conflicto sin fin 22. Para los grupos ilegales en
conflicto, la guerra se ha vuelto un verdadero modo de vida perennizado en el tiempo,
ofreciendo posibilidades de “carrera” y ascenso social dentro de las organizaciones
armadas, o aún de control coercitivo sobre las poblaciones. Por último, una breve
mirada internacional da pie a la idea de una larga trayectoria de la guerra, ya que
Colombia es el teatro de una contienda que se cuenta entre las más antiguas del mundo,
junto con Israel/Palestina, Myanmar (antigua Birmania), Sri Lanka y Sudán, por
ejemplo.
21 La prolongación de la guerra no significa que sus dinámicas hayan sido uniformes e
impermeables al cambio. De hecho, el conflicto ha evolucionado contundentemente a lo
largo del tiempo. La confrontación colombiana corrobora uno de los principios
fundamentales distinguidos por la literatura militar, a saber que la guerra supone una
repetición en los combates con un telón de fondo que se transforma en permanencia: es
un “camaleón”23.
22 Las guerrillas colombianas -el ELN, el EPL y las FARC- que abrieron el ciclo estratégico de
la presente guerra, se conformaron en los años sesenta después de un período de
profundas convulsiones internas, conocidas como la Violencia 24 (unos 200.000 muertos),
las cuales fueron en gran parte, pero no únicamente, alimentadas por el antagonismo
68

entre los partidarios conservadores y liberales25. Estos tres movimientos de guerrilla se


configuraron en un momento de intenso activismo de lucha armada en el mundo, y en
América Latina en particular, propiciada por la descolonización y la rivalidad “este-
oeste”.
23 De inspiración cubana, el ELN nació en 1962 y trató de adoptar el modelo político-militar
del “foco”. Vanguardia de la “revolución”, la teoría del “foquismo” pretendía constituir
polos de resistencia, inicialmente aislados y diseminarlos en una espiral ascendente de
rebelión popular, cuya vocación era quebrar y transformar el régimen político. En su
concepción, era una estrategia ofensiva que suponía cierta territorialización de la
lógica armada y un fuerte control de las poblaciones. En cuanto al EPL, que se nutrió de
la “vía maoísta”, apareció entre 1964-1965 reivindicando también una misión “
revolucionaria” que pasaba por el uso de las armas. Restringido en su aliento ofensivo
por una escasa capacidad militar y en su afán de no ser derrotado por la fuerza pública,
el EPL se concentró ante todo en municipios ubicados en las regiones del noroeste del
país, mientras que los mayores núcleos del ELN se desplegaban a lo largo de la frontera
con Venezuela. Dibujando y completando una geografía diferenciada de la guerrilla, las
FARC actuaron en un principio en el centro-sur del país, y en concordancia con el
partido comunista colombiano. Fruto de secesiones entre las guerrillas liberales de las
décadas de los cuarenta y los cincuenta y blanco de una represión estatal en la localidad
de Marquetalia (hecho glorificado con heroísmo por los insurgentes), las FARC fueron
fundadas en 1964, aunque recibieron su nombre actual dos años más tarde en la
celebración de una segunda conferencia. La aparición de las FARC se inscribió, en
muchos aspectos, en la prolongación de las “autodefensas campesinas” que
proliferaron en el período de la Violencia en los años cuarenta y cincuenta para
protegerse de las exaccio nes cometidas por una miríada de grupos armados,
especialmente conservadores. A diferencia del ELN y del EPL, la orientación “
revolucionaria” de las FARC fue menos pronunciada en su imaginario de guerra. Muchos
cuadros del partido comunista y miembros de la guerrilla buscaban una reforma de las
instituciones y del sistema político, dominado por el bipartidismo entre conservadores
y liberales, sin sistematizar el empleo de las armas. Las FARC asumieron una postura
globalmente defensiva y acompañaron, no sin reticencia, la ocupación y la
territorialización de poblaciones “flotantes” en la cordillera andina oriental y el sur del
país (colonización armada) donde estimularon una modesta economía de guerra
cerrada viviendo de los productos de la agricultura.
24 Más allá de sus diferencias, estos tres movimientos brillaron por su escasa apertura
internacional y conexiones logísticas (no ideológicas) con el mundo exterior.
Globalmente, se quedaron rEPLegados en áreas rurales mal conectadas con los centros
urbanos en expansión. La escena guerrillera colombiana se demarcaba en otros
contextos armados articulados en redes regionales (Argelia, Myanmar, etc.) o
financiados por las grandes potencias en el marco de la lucha “este-oeste” (Angola,
Mozambique, Centroamérica. etc.), los cuales auguraron la institución de economías de
guerras abiertas que han proliferado desde los años ochenta 26, inclusive en Colombia
como lo vamos a ver.
25 En un plano militar, los pocos recursos disponibles y la desconfianza de la población,
que no cooperaba espontáneamente con la “subversión”, así como su débil experiencia
en combate, la precaria información sobre el enemigo y el anclaje territorial de algunas
facciones, expusieron a las guerrillas a los ataques del Estado. Basta recordar al
69

respecto las derrotas sufridas por las FARC en el departamento del Quindío en 196727 y en
Anorí, en el departamento de Antioquia, por el ELN en 1973. Esas ofensivas tácticas
lanzadas por las fuerzas regulares ocasionaron la muerte de miembros de la cúpula de
las dos organizaciones armadas y de numerosos combatientes y evidenciaron en
filigrana la vulnerabilidad de la guerrilla frente a una acción armada adversa de gran
magnitud.
26 Dichas ofensivas tuvieron también consecuencias de relevancia estratégica. Señalaron
el fracaso del “foquismo” y subrayaron las limitaciones de la política de las FARC,
prisioneras de su línea de “resistencia”28 (modelo de “autodefensas”) y, por otra parte,
el desfase entre las ambiciones del ELN y el EPL y su incapacidad para provocar las
condiciones de una insurgencia popular.
27 A finales de los años setenta, las guerrillas cambiaron de política armada. Aprendieron
de sus errores pasados, acumulando un “capital bélico” que les permitió forjarse una
historia y una memoria de la confrontación. Emuladas por la efervescencia de los
movimientos de oposición armada en América Latina y bajo el impulso de una nueva
guerrilla, el M-19, creado en 1974, pero realmente activo a finales de la década, se
animaron a tomar la iniciativa como nunca antes.
28 En consecuencia, en el umbral de los años ochenta cuando se intensificó la represión
estatal contra el creciente protagonismo de la “subversión”, Colombia vivía una guerra
rural y “periférica”, desde un punto de vista geopolítico interno, que se caracterizaba
por la imposibilidad para la guerrilla de incrementar la intensidad del conflicto y una
relativa indiferencia de la sociedad frente a sus acciones.
29 A partir de ese momento, la guerra experimentó un salto cualitativo y cuantitativo sin
precedente, el cual materializaremos bajo la expresión de “ruptura estratégica”. La
modificación de la postura general de las guerrillas ha acarreado un trastorno en la
fisonomía de la guerra y sus representaciones. También ha revelado la dificultad que
han encontrado las autoridades oficiales para pensar un conflicto difuso y adaptar sus
efectivos al fortalecimiento de la “subversión”, poniendo durante varios años a las
Fuerzas Militares en una posición defensiva y de inferioridad militar.
30 ¿Cómo y en qué circunstancias se han exteriorizado dichos cambios? Por simplicidad,
vamos a distinguir dos grandes “rupturas estratégicas”29 que permiten dar una visión
no uniforme de esta confrontación “camaleón”.
31 La primera “ruptura” se produjo a finales de los años setenta mientras que la segunda
ocurrió a comienzos de los años noventa con el regreso a la vida civil de la mayoría de
los integrantes del EPL, del M-19 y de una guerrilla regional, el Movimiento Armado
Quintín Lame30, y el ataque de las Fuerzas Militares al secretariado de las FARC en Casa
Verde, en el centro-este del país.
32 En resonancia con la efervescencia político-militar provocada por el M-19 que se
singularizaba, entre otras cosas, por su tonalidad nacionalista y populista, además por
su propensión a realizar acciones militares puntuales “espectaculares”, con una gran
movilidad tanto en zonas rurales como urbanas, las FARC y el ELN pasaron a la ofensiva
táctica y estratégica. Tras sus respectivas conferencias celebradas entre 1982-1983, las
FARC y el ELN avalaron planes político-militares “agresivos” con la pretensión de
convertirse en los depositarios legítimos de la lucha “revolucionaria” a escala nacional
mientras que el EPL se confinaba a un radio de acción más local, en Urabá sobre todo
(parte septentrional de Colombia).
70

33 Las FARC y el ELN decidieron desdoblar sus frentes de guerra, diseminarse


geográficamente según una lógica centrífuga, diversificar sus fuentes de
financiamiento e irrumpir en lo cotidiano de los municipios. De manera específica, las
FARC reivindicaron su carácter de guerrilla de “masa” ofensiva, agregando a su nombre
la mención “Ejército del Pueblo”31. Planearon a futuro tomarse el poder contando con la
sublevación del pueblo y suficiente tiempo para aunar fuerzas. Estos eran objetivos que
contrastaban claramente con la apatía de la lucha armada y la posición defensiva
seguida por esta guerrilla durante muchos años.
34 Militarmente, las guerrillas se dispersaron a lo largo del territorio para no ser
vulnerables a un solo ataque enemigo, multiplicar los contactos con las poblaciones y
así amenazar distintos puntos del Estado, obligado a fraccionar sus fuerzas. La nueva
postura estratégica de la insurgencia se nutrió de una transformación radical en la
estructura de la economía organizada de ahí en adelante entre lo local y lo
internacional, con el propósito de sostener un largo esfuerzo de guerra. El auge del
comercio de la droga y la captación de múltiples recursos económicos (minas de oro,
esmeralda y carbón, extorsión a las compañías petroleras y a las poblaciones,
secuestros lucrativos, etc.) hacen a posteriori comprensible la intensificación de la lucha
armada desde hace veinte años. También explican la diversificación de los grupos en
conflicto con la irrupción de los paramilitares, las milicias urbanas y los grupos
delincuenciales que se venden al mejor postor para ejecutar diferentes operaciones
armadas (robos, asesinatos selectivos, etc.).
35 En la continuidad de esta primera “ruptura estratégica”, algunas guerrillas sacaron
provecho de un tortuoso proceso de paz adelantado en los años de la presidencia de
Belisario Betancur (1982-1986), para aumentar su poder bélico y su presencia en los
municipios del país, lo cual contribuyó a generar la conformación y luego la
consolidación de grupos paramilitares de naturaleza antisubversiva.
36 Las organizaciones paramilitares, llamadas Autodefensas, se estructuraron en la
mayoría de los casos en la segunda mitad de los años ochenta 32. Cabe precisar que esta
apelación genérica hace referencia a actores plurales que tienen un enemigo en común:
la guerrilla. Los paramilitares se diferencian en su armamento sofisticado y su
disciplina de los grupos de autodefensa en Guatemala y en el Perú, donde fueron
integrados por campesinos generalmente mal entrenados y equipados, con o sin el
respaldo de las autoridades legales, para luchar contra la guerrilla y/o el abigeato 33.
Tampoco son paramilitares en el sentido “tradicional” de la palabra. Si se beneficiaron
de colusiones locales, patentes en los años ochenta, con agentes encargados del orden
público34, su auge no ha sido el resultado de una política de apoyo estatal a su favor. En
su abastecimiento, no dependen del Estado ni de un entrenamiento constante
suministrado por soldados regulares como se observó en el pasado en El Salvador, por
ejemplo.
37 En Colombia, los paramilitares se reparten desde entonces entre diversos grupúsculos
privados asociados a terratenientes, ganaderos y/o traficantes ilegales en guerra contra
los movimientos de insurgencia. Asumen teóricamente una estrategia general
defensiva, que se manifestó con firmeza hacia la región del Magdalena Medio, entre los
años 1985-1988, antes de propagarse en dirección de varias partes del país (Córdoba,
frontera con Venezuela, Llanos orientales, etc.). Su estrategia tiene un sustrato
defensivo, que no excluye las ofensivas tácticas (ataques directos a la guerrilla, los
pueblos bajo su influencia, etc.), ya que surgieron para oponerse a la guerrilla, lo cual
71

"justifica" su existencia. En esta lógica, se podría pensar que si los guerrilleros cesaran
sus actividades bélicas, los paramilitares deberían desarmarse y regresar a la vida civil.
38 Ahora bien, desde la década de los ochenta, los paramilitares se han involucrado en una
competencia armada por el control de las poblaciones, los recursos y los territorios
(corredores de comunicación, zonas de rEPLiegue y abastecimiento, etc.). De manera
paulatina, se han inclinado hacia una estrategia político-militar más ofensiva, borrando
la frontera con la defensiva. No se han limitado a contener a la guerrilla sino que se han
empeñado en perseguirla en sus bastiones y en emprender acciones anti-guerrilla de
destrucción e inhabilitación preventiva de gran envergadura. Han procurado
fortalecerse en calidad de poderes de facto políticos, militares y económicos locales, en
busca de legitimidad política.
39 La progresión de los paramilitares ha venido acentuando la militarización de la
guerrilla y viceversa mientras que la apropiación de recursos económicos se ha vuelto
primordial para la consolidación de los grupos no legales. La criminalización económica
de la guerra y su militarización se han hecho, en gran parte, en detrimento de la
adhesión de la población. Los objetivos y medios de la confrontación, y finalmente la
trama explicativa de esta, se han “ramificado” a partir de la primera “ruptura
estratégica”. A la voluntad de destitución del régimen y de reforma institucional y
económica reivindicadas por la guerrilla, se han sumado intereses políticos y
económicos locales o ciclos de venganza, los cuales invitan a tener una lectura
multidimensional y “micro” del conflicto que “alberga”diversas lógicas de acción
cambiantes35.
40 Dentro de la bipolarización privada de la guerra, las tropas estatales sobresalieron por
su inmovilismo en el transcurso de los años ochenta. La falta de directivas estratégicas
claras diseñadas por el poder político y la altas instancias militares favorecieron las
condiciones de una correlación de fuerzas favorable a los paramilitares y a las guerrillas
excepto en los grandes centros urbanos del país. Estas evolucionaron de una situación
de inferioridad (1960-1970) a una relación más equilibrada en términos estratégicos, e
inclusive superior tácticamente en algunas ocasiones, mientras que las tropas regulares
no supieron responder a este desafío por no tener una visión acertada de la realidad
bélica ni de los recursos adecuados para repeler la propagación de los grupos armados
al margen de la ley.
41 Estas tendencias se confirmaron y profundizaron con la segunda “ruptura” de índole “
estratégica” que se inició con el retorno a la vida civil de ciertas guerrillas agotadas
militar y económicamente después de años de “infructuosa” rebelión armada (casos del
EPL y M-19 principalmente), y sobre todo con el ataque de las tropas regulares a las FARC
en Casa Verde en diciembre de 1990 bajo la presidencia de César Gaviria 36.
42 De entrada, precisemos que esta nueva etapa en la confrontación ha corroborado hasta
hoy la impresión según la cual los actores ilegales pretenden comprometer al Estado en
una confrontación prolongada y costosa que parece no tener fin. Al diversificar los
escenarios de confrontación, los protagonistas ilegales han agudizado la situación de
incertidumbre estratégica, o de “caos”37, heredada de la década anterior. Han tratado
de erosionar las capacidades de acción y de libertad de la fuerza pública en la
integralidad del teatro de guerra que se ha extendido.
43 Mal preparado y coordinado, el asalto al secretariado de las FARC en Casa Verde se saldó
sin un resultado operacional positivo para las Fuerzas Militares. Por el contrario, ha
72

originado la descentralización geográfica de la cúpula guerrillera y ha desatado una ola


contra-ofensiva por parte de sus facciones en los años posteriores, siguiendo una
política militar “agresiva” afirmada en la octava conferencia de las FARC en 1993.
44 En los años noventa, las FARC alcanzaron a dominar el paisaje de la “subversión” en el
país y se convirtieron en una de las guerrillas, militarmente más poderosas en el mundo
(capacidad armamentista, comunicacional y logística superior a Sendero Luminoso en
el Perú fronterizo, por ejemplo). Pero, en contraste, no consiguieron provocar las
condiciones de una “revolución popular”.
45 En teoría, sus acciones armadas se subordinan a las orientaciones políticas y se funden
en “planes estratégicos”. En los hechos, la repetición de las operaciones armadas de
cualquier corte (combates, atentados, masacres, etc.) y la importancia tomada por la
acumulación de recursos financieros, han alterado la visión clásica de la guerra que
consagra la subordinación (no incondicional) de lo militar a lo político. Eso significa que
la violencia sirve sucesiva o simultáneamente objetivos políticos y económicos, o define
incluso su propio horizonte de acción en una dinámica de atomización de la trama
conflictiva.
46 Dentro de este proceso, desde la segunda mitad de los noventa, todas las grandes
unidades armadas estatales se han convertido en los protagonistas involuntarios de la
intensificación de la guerra, con una aceleración inédita de los ataques de las FARC en su
contra38. Estos ataques pueden ser interpretados como una respuesta o un ciclo de
represalias a la intervención en Casa Verde, con una voluntad de demostración de
fuerza, intimidación y presión en la perspectiva de una negociación de paz, efectiva
bajo el mandato del presidente Andrés Pastrana (1998-2002) quien concedió a las FARC la
desmilitarización de una zona de unos 42.000 km2 (superficie de Suiza) hacia el este del
país (zona de distensión) para conducir las discusiones y aceptó dialogar sin cese de
hostilidades previo en un ambiente de guerra recrudecida.
47 Con la “segunda ruptura”, la guerrilla se ha encerrado en una orientación militarista,
resaltada en su octava conferencia39 con el diseño de operaciones bélicas combinando
concentración y movilidad de las facciones. En paralelo, se han revelado incapaces de
producir un discurso y protagonizar acciones políticas suceptibles de generar la
adhesión de las poblaciones a sus proyectos de reforma institucional y económica. Esta
despolitización era ya perceptible en la década anterior con el alejamiento histórico de
las FARC del partido comunista y la eliminación de los representantes de la Unión
Patriótica, su brazo político creado en 1985. Pero, progresó en los años noventa siendo
evidentes su militarización progresiva y la generalización de las exacciones armadas
contra los civiles (arremetidas a los pueblos, secuestros y asesinatos) aunque la
guerrilla ha tratado de compensar este déficit con una administración de los
municipios, con el propósito de aparecer en calidad de poderes políticos ilegales de facto
al igual que los grupos paramilitares.
48 Por su parte, las grandes organizaciones paramilitares se agruparon en 1996 en una sola
entidad, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), con el fin de ofrecer un frente
unido a la expansión guerrillera. Recurriendo con predilección a la táctica de las
masacres de poblaciones, sumada a los combates directos contra la guerrilla
(principalmente el ELN en el norte del país), las AUC crecieron de forma exponencial
dando a veces el sentimiento de compensar la ineficacia de la fuerza pública.
73

49 La degradación de las relaciones entre la población y los violentos, la cual ha


acompañado la perpetuación de la confrontación, traduce la exasperación y la
desconfianza de estos ante la no cooperación y el rechazo de los colombianos que, en su
mayoría, no se reconocen en esta guerra entre actores privados. En estas condiciones,
la coerción ha sido poco a poco instrumentalizada para suscitar una colaboración
popular deficiente o que tarda en manifestarse.
50 Indudablemente, los paramilitares, las FARC y el ELN se impusieron en ese período como
poderes de facto en diversas localidades, a diferencia del M-19 y el EPL, para quienes la
larga duración del conflicto fue un factor de aislamiento y debilitamiento por la
repetición de las operaciones militares en su contra (guerra interguerrillas y contra los
soldados regulares y los paramilitares). La fortaleza militar-espacial y económica de los
primeros está en desfase con su decreciente facultad para fomentar movimientos de
simpatía y adhesión no coercitiva. Por eso, en varios aspectos, los beligerantes han
venido distanciándose de la población que pretenden representar y se han hundido en
un conflicto que atraviesa una profunda crisis de “sentido” por falta de referentes
compartidos (políticos, identitarios, etc.) con la población.
51 Para concluir, de pronto podríamos identificar una tercera gran “ruptura estratégica”
perceptible con la modernización de la fuerza pública. Esta ha tomado la iniciativa
militar contra los grupos ilegales desde 1998, a raíz de la reforma fomentada por la
administración de Andrés Pastrana con el respaldo de Estados Unidos, entre otras cosas
con la adopción del Plan Colombia40, la cual ha sido ampliada por el presidente Álvaro
Uribe. También el final del proceso de negociación con las FARC en febrero de 2002 ha
influido sobre la evolución de la confrontación con el despliegue geográfico de los
guerrilleros que salieron de la antigua zona desmilitarizada (área de “distensión”
creada para desarrollar las negociaciones de paz) así como la fragmentación de los
paramilitares, divididos acerca de la cuestión de la “alimentación” de la guerra por el
narcotráfico que según uno de sus máximos líderes, Carlos Castaño, hubiera conducido
a una criminalización de las facciones, a la imagen de la guerrilla.
52 Aunque resulta temprano pronunciarse de forma categórica sobre estos hechos, ellos
parecen perturbar la configuración y la ocupación del tiempo estratégico de la guerra
por parte de los actores armados.
53 En primera instancia, la larga duración del conflicto con sus necesidades de
financiación ha debilitado la cohesión de los paramilitares, acusados de múltiples
masacres de poblaciones. Si el fraccionamiento de la guerrilla no fue tan palpable hasta
entonces, la dispersión de los frentes es propicia a fuerzas centrifugas (problemas de
comunicación, autonomía en el manejo de los recursos, insubordinación, etc.) a pesar
de una disciplina interna constante41. Además, la finalización del proceso de paz
(1999-2002) con las FARC y el ELN ha alejado a buena parte de la población colombiana de
la “subversión”, desacreditada por no haber buscado una solución política al conflicto.
Tras tantos años de conflicto y las desilusiones consecutivas al fracaso de las
negociaciones de paz, una parte de la población se inclinó a favor de una opción militar
al elegir en el 2002 a la magistratura suprema al candidato Álvaro Uribe quien pretende
encarnar la “autoridad” frente a los acto res no legales. En los primeros meses de su
presidencia, este se empeñó en vigorizar la reestructuración y la profesionalización de
las fuerzas militares y alentó una política que procura reequilibrar una correlación de
fuerzas hasta ahora globalmente desfavorable a las tropas regulares, dejando perfilarse
una intensificación de los enfrentamientos.
74

54 En resumidas cuentas, el conflicto propone hoy un horizonte de “expectativas político-


estratégicas”42 cambiante y abierto que dificulta su lectura. No lineal en la sucesión de
los acontecimientos violentos, su longevidad ha sido marcada por discontinuidades que
hacen intermitentes y poco previsibles los combates y las exacciones contra la
población, aunque estas sean más frecuentes. Teniendo en cuenta esta complejidad,
resulta entonces difícil afirmar con certeza que el tiempo general (o estratégico) de la
confrontación haya sido siempre benéfico. El tiempo no es un elemento neutral en el
transcurso de la guerra, pero tampoco es un obstáculo o un recurso inalterable para sus
protagonistas.
 
La dilatación del teatro general de la guerra
55 Tras haber subrayado la no linealidad del tiempo estratégico, queremos indagar sobre
la dilatación del teatro general de la guerra.
56 Desde la primera “ruptura estratégica”, se ha asistido a una dilatación del teatro de
guerra que amenaza hoy potencialmente casi todas las regiones continentales de
Colombia, con fenómenos de desbordamiento de la violencia que se registran de
manera esporádica en los países fronterizos, haciendo del conflicto un elemento de la
agenda de seguridad hemisférica y un asunto de política interior para los Estados
circunvecinos.
57 Para aproximarnos a la noción de “teatro de guerra”, es útil volver a las reflexiones de
Antoine-Henri Jomini acerca de la estrategia militar. En una de sus acepciones expuesta
con una clara mirada geográfica a la guerra, el estratega suizo decía que esta era “el
arte de conducir correctamente las masas en el teatro, bien sea para la invasión de un
país, o la defensa del suyo”43. Teórico de las relaciones militares espaciales44 y de lo que
se denomina la “correlación de fuerzas” entre actores bélicos, Jomini definía el teatro
de guerra, en unos términos elusivos, como el conjunto de los espacios que se ven
afectados por los combates o son susceptibles de serlo próximamente 45.
58 El teatro general de la guerra contempla el mosaico de la guerra en su totalidad. Al
igual que el tiempo prolongado, concierne en prioridad la escala de análisis de índole
estratégica.
59 La definición evasiva de Jomini tiene la ventaja de ser maleable y útil para la volátil y
dilatada situación de guerra colombiana, donde la territorialización es aleatoria, como
lo argumentaremos en la última parte del artículo. El teatro de guerra abarca y hace
intervenir una multitud de variables. Aquí, nos limitaremos a algunas de ellas: la
geografía militar, las fuerzas en presencia y las zonas de operaciones militares.
60 En su concepción tradicional46, y algo estática, la geografía militar permite ver en qué
medida los rasgos geográficos de una zona determinada interfieren en la configuración
del conflicto y cómo los protagonistas de la guerra se mueven en los espacios y se
acomodan al ámbito natural.
61 Para evitar confusiones, aclaremos que lo que se describe a veces bajo la categoría de
geografía militar en referencia a la disposición física de los combatientes equivale más
bien a una “cartografía de los actores de la violencia” o a una “geografía del conflicto
armado”47.
62 Como lo afirmaba Carl Von Clausewitz, el espacio geográfico, en su pluralidad,
condiciona el número de beligerantes48 involucrados en los combates y, por ende, la
75

magnitud de estos. A continuación, nos interesaremos en ciertos rasgos topográficos y


morfológicos de la geografía militar colombiana.
63 La geografía física de Colombia impresiona por su diversidad y su superficie terrestre
un poco superior a un millón de km2. Para simplificar, tres bloques geográficos pueden
ser distinguidos: el país presenta un complejo sistema montañoso dominado por las tres
cordilleras andinas que cruzan en longitud el territorio nacional para alcanzar un total
acumulado de unos 3.400 km; los llanos y las regiones selváticas cubren vastas áreas, en
particular hacia el este (la sola zona amazónica corresponde a cerca de 320.000 km 2,
casi el 30% del espacio terrestre); por último, el país cuenta con muchos recursos
hidrográficos (los diez principales ríos se extienden sobre una distancia de alrededor de
9.000 km) que le otorgan una gran navegabilidad y ofrecen diferentes ejes de
penetración internos (hinterland) o de proyección exterior.
64 Por sus propiedades geográficas y su posición geopolítica singular en América del Sur
con una doble fachada marítima, Colombia presenta una ambivalencia para los
protagonistas del conflicto. Es un territorio abierto que se presta a la movilidad, con
numerosos corredores de comunicación. Al mismo tiempo se asemeja a una tierra
fragmentada, compartimentada (por ejemplo en la zona andina o en las regiones
selváticas) y de contrastes socioespaciales, la cual refleja la naturaleza de la guerra.
65 Desde el siglo XIX, y la aparición de la guerra moderna, la historia y la teoría militar se
han interesado por las interacciones entre la guerra y los factores geográficos. Varios
trabajos49 enseñan en este sentido que las selvas tienen un papel fundamental en el
curso de los conflictos. Por lo general, las zonas selváticas constituyen un obstáculo
visual a la progresión de las tropas. Por su densidad, fraccionan a los efectivos
militares, debilitándolos y limitando el principio de concentración de fuerzas sobre el
enemigo. En muchas ocasiones, pero no de forma absoluta, impiden la avanzada de los
blindados y aminoran los efectos de las explosiones y la precisión de la artillería o de
los bombardeos aéreos. A priori, la selva favorece a las tropas que se esconden del fuego
adverso o que se encuentran en una postura defensiva. Es una formidable barrera
natural que proporciona a los defensores una profundidad estratégica explotada para
protegerse, disimularse, descansar y abastecerse de municiones o alimentos mientras
que obliga a los asaltantes a desplegarse en unidades móviles dispersas y a acudir con
prioridad a la infantería ligera50.
66 Zonas de difícil acceso, las montañas son tradicionalmente los lugares de r EPLiegue de
los movimientos armados que buscan sustraerse del alcance de fuerzas hostiles 51 o
lanzar ataques relámpago desde sus estribaciones antes de “evaporarse” 52. Según la
calidad de los suelos, la vegetación y el clima, la montaña frena los movimientos
tácticos y operacionales de las tropas de infantería, blindadas o no, y las hace
vulnerables en sus desplazamientos.
67 Sin embargo, el relieve no es inevitablemente una ventaja para quienes están a la
defensiva. Además de imponer rigurosas condiciones de vida, las montañas suponen
límites a la comunicación entre las facciones armadas dispersas y aisladas en sus
meandros.
68 Por su parte, las vías hidrográficas navegables sirven de soportes a la movilidad
operativa, y a veces táctica cuando son el escenario de combates repetidos. Cumplen
también con una función de aprovisionamiento y logística de primer orden en las
economías de guerra ordenadas en redes y flujos.
76

69 La pregunta que surge consiste en saber cómo los grupos colombianos han logrado
ocupar y recorrer esta geografía sinuosa a lo largo de tantos años de guerra.
70 La geografía del país, y ante todo el tamaño del territorio, han dado a los actores no
legales de la confrontación la oportunidad de experimentar un crecimiento numérico y
espacial exponencial, evitando largas campañas de contactos frontales con las tropas
regulares, en una lógica de guerra “elusiva”53.
71 Algunas cifras confirman dicho crecimiento: las FARC pasaron aproximadamente de
tener 32 frentes y 3.500 combatientes en 1986 a más de sesenta frentes y 8.500
integrantes en 1995; las filas del ELN se incrementaron en el mismo período de once a 32
frentes y ochocientos a 3.200 guerrilleros. En la actualidad, las FARC contabilizarían
16.000 hombres armados contra 4.000 para el ELN. En cuanto a los paramilitares, su
expansión fue fulgurante en la década de los años noventa. De unos 650 miembros en
1987, superaron la cifra de 1.500 alzados en armas en 1990 antes de retroceder y volver
a crecer continuamente para culminar a unos 8.000 en el umbral de 2001 54.
72 Por supuesto, este aumento vertiginoso de los grupos privados en conflicto, el cual
tiene pocos equivalentes en el mundo, no significa que todos sus integrantes estén
disponibles y listos para pelear contra las fuerzas militares cuyos efectivos ascienden a
unos 145.000 soldados55. Muchos de ellos son auxiliares intermitentes, mal entrenados
para la guerra. Tampoco se traduce irremediablemente en una superioridad militar
incondicional sobre el enemigo. No obstante, da una indicación de las capacidades de
desestabilización y “cobertura” geográfica de los beligerantes involucrados en una
competencia armada multidimensional.
73 Desde un punto de vista socioespacial, las guerrillas (sobre todo las FARC y el ELN) se han
acercado al área andina en los últimos veinte años. Allí se concentran las principales
zonas políticas y económicas del país, donde no se ha desarrollado suficientemente la
infraestructura de la costa pacífica, a diferencia de las demás naciones suramericanas.
La guerrilla se ha afirmado como un foco de desestabilización mayor, sin renunciar a su
implantación periférica (regiones fronterizas, deprimidas y/o de colonización reciente,
las cuales brillan por la precariedad del Estado) que les asegura cierto control
poblacional y fuentes de ingresos con el florecimiento de actividades ilícitas. En la
mitad de los noventa, se estima que la guerrilla ejercía su influencia armada en unos
620 municipios del país56.
74 No obstante, esta influencia de la “subversión” no implica que esta tenga siempre un
dominio sobre los espacios nacionales ni los medios de una territorialización estable, a
excepción por ejemplo de sus zonas de implantación histórica: grandes proporciones
del territorio colindante con Venezuela para el ELN y los departamentos del Guaviare,
Caquetá y Putumayo, en dirección del sur del país, en el caso de las FARC.
75 Al explotar la diversidad geográfica con sus numerosos corredores fluviales y terrestres
y puntos montañosos propicios para el descanso de las tropas, el camuflaje y las
acciones armadas de tipo relámpago (ataques por sorpresa, retenes, secuestros, etc.),
las facciones de guerrilla se han aproximado a lo que los economistas llaman “la
Colombia útil”.
76 Dentro de este dispositivo, la cordillera oriental de los Andes representa un bloque
escarpado, pivote para la guerrilla: ha servido de línea de comunicaciones (norte-sur y
este-oeste), de protección de las zonas planas vecinas en dirección del este o aun de
77

área de proyección mediante movimientos concéntricos hacia los centros urbanos y la


capital del país.
77 A su turno, las guerrillas se han dispersado en muchos lugares con el propósito de
tomar posición en ejes de comunicación (incremento de la movilidad y de los tráficos
ilegales), generar amenazas tous azimuts y dividir a sus enemigos. Han intentado
consolidarse en las regiones de potencial económico (zonas ganaderas, agrícolas, más o
menos abiertas al comercio, de cultivos ilícitos, etc.) 57 y humano (para que sus
operaciones violentas tengan un gran impacto, obtener un respaldo popular a menudo
conseguido por la coerción, el reclutamiento, etc.), las cuales se revelan indispensables
para sostener un largo esfuerzo de guerra.
78 El conjunto de los actores ilegales ha utilizado las áreas selváticas para instalar
laboratorios de procesamiento de droga, descansar y abastecerse (importancia de las
regiones fronterizas), crear espacios de seguridad en un ambiente de guerra
caracterizado por la incertidumbre, o aun esconder personas secuestradas (soldados,
personalidades políticas, industriales, etc.) y escapar a la persecución de columnas
adversas (selva del Darién limítrofe con Panamá, sur de la cuenca amazónica, etc.).
79 De allí, la idea de una ocupación armada profusa, con pocas manifestaciones de
territorialización duradera, y finalmente la sensación de que Colombia es un teatro de
guerra inconsistente y descentralizado ya que estos grupos al margen de la ley no
proponen frentes de combate siempre identificables ni fijos.
80 Aunque hacen presencia en municipios periféricos distantes de los grandes centros
urbanos, los paramilitares no han conocido una época de aislamiento y gestación tan
manifiesta como las guerrillas en los años sesenta y setenta. Apoyados por elites locales
y “auspiciados” por el auge del narcotráfico, los paramilitares han venido
fortaleciéndose a raíz de la segunda “ruptura estratégica” en interferencia con las
guerrillas al seguir sus pasos y desplazamientos territoriales en una doble dinámica “
defensiva-ofensiva”. Dan la impresión de haberse involucrado rápidamente en la
espiral de la guerra, aprendiendo por experiencia de la confrontación, y en una violenta
disputa por el dominio territorial y de recursos con la guerrilla.
81 Hoy en día, los paramilitares son organizaciones privadas dotadas de una gran
movilidad, primordial para comprender su aptitud de asediar y sorprender a la
guerrilla. Tienen un radio de acción disperso que se cristaliza en regiones pivotes y de
despliegue, como el Magdalena Medio, partes de los Llanos orientales, el Chocó, la zona
ganadera de Córdoba y la frontera colombo-venezolana.
82 La ubicación de los paramilitares, distribuidos en siete grandes organizaciones
autónomas (únicamente las pertenecientes a las AUC), procede de estrategias de
expansión territorial armada, motivadas por diversos imperativos e intereses políticos
(exhibir un poderío local sobre los espacios sociales), económicos (disputa por los
cultivos de droga, zonas auríferas y de esmeraldas, llanos ganaderos, etc.) y
geoestratégicos (vías de salida hacia el exterior, canales de comunicación y de
movilidad internos, etc.).
83 Estas consideraciones llevan a evocar la importancia de las zonas (también llamadas “
teatros”) de operaciones militares constitutivas del teatro general de la guerra. Aludir a
las zonas de operaciones es considerar y “cartografiar” los espacios donde se producen
los principales combates alrededor de los cuales gravitan otras acciones armadas:
arremetidas contra los pueblos y atentados contra la infraestructura, por ejemplo.
78

84 No podemos dar aquí una proyección geográfica y detallada de las zonas de operaciones
que cambian con regularidad y no corresponden sistemáticamente a la distribución de
las masacres y los actos de violencia más difusos, ni a la geografía de los
desplazamientos forzados de poblaciones58. Tratemos entonces de aludir a algunas de
ellas y buscar temas de análisis transversales.
85 Los principales teatros de operaciones del conflicto colombiano bien podrían entrar en
la clasificación de los “lugares de disputa” y “peligrosos” definidos por el estratega Sun
Tzu (aproximadamente 400-320 A.C)59. La intensidad y el carácter crónico de las
confrontaciones que los caracterizan indican en filigrana el valor que revisten unas
porciones del territorio para los actores en conflicto compitiendo por su control u
ocupación, inclusive parcial.
86 Distingamos las principales zonas de operaciones terrestres más estables donde el
espacio es instrumentalizado por consideraciones militares directamente asociadas a la
dinámica bélica (corredores, zonas de descanso y abastecimientos, etc.) y/o por una
voluntad de control de la población, corroborando la hipótesis según la cual los actores
al margen de la ley aspiran a ser poderes políticos locales. A la convergencia de la
guerrilla hacia la zona andina, los paramilitares han respondido, entre otras cosas, con
la creación de un corredor “antisubversivo”, que va de la frontera con Panamá (selva
del Darién) hasta los límites con Venezuela, y pasa por el norte de Antioquia, Córdoba,
Bolívar, el Magdalena Medio y el Cesar. Este corredor tiene su epicentro en las tierras
ganaderas de Córdoba donde converge una importante actividad paramilitar y cuyos
confines están hoy amenazados por las FARC, empeñadas en su esfuerzo por recuperar
su influencia perdida en estas partes norteñas del país, durante la primera mitad de los
noventa (época de la segunda “ruptura estratégica”).
87 Precisamente, por su ubicación geoestratégica propicia a los tráficos y a la movilidad
hacia afuera (doble fachada marítima y cercanía a Panamá) o el interior del país, la
región del golfo de Urabá, que cubre franjas de Córdoba, ha sido el epicentro de
sucesivos ciclos de confrontaciones: inter-guerrillas entre las FARC y el EPL; luego entre
los paramilitares y las FARC a favor de los primeros tras el regreso a la vida civil del EPL;
y de nuevo entre estos dos actores en la actualidad.
88 Todos los grupos armados, legales o no, libran una aguda guerra en el sur de Bolívar, en
particular en la Serranía de San Lucas que es a la vez un área provista de recursos
auríferos y energéticos y un territorio de comunicaciones de primera importancia que
permite la movilidad de una zona de operaciones a otra (fluidez inter-regional).
89 Por su parte, la extensa frontera colombo-venezolana, de influencia tradicional del ELN,
se encuentra en el centro de una contienda multipolar con diversos subteatros de
operaciones. A las prácticas de sabotaje dirigidas contra las instalaciones petroleras,
hay que agregar ahora combates por el control de la producción de droga y de rutas de
comercios ilícitos (parque nacional del Catatumbo, por ejemplo).
90 En el sur del país, conocido por ser una de las regiones cocaleras claves para la
economía de guerra de las FARC y de mayor erradicación de cultivos ilícitos, el
Putumayo ha conocido una progresiva intensificación de la guerra con enfrentamientos
sustanciales entre grupos armados desde finales de la década del ochenta con las
incursiones, cada vez más rotundas, de los paramilitares a pesar de ser una zona de
implantación histórica de la guerrilla.
79

91 Por último, el Cauca, el Valle del Cauca y franjas del litoral oeste han sido últimamente
el blanco de las acciones de los protagonistas ilegales ( FARC ante todo) contra la fuerza
pública y los pueblos. En estas tierras, los actores ilegales han privilegiado más la
destrucción de los puestos de policía que los contactos sistemáticos con el ejército o la
Fuerza Aérea Colombiana ya que buscan provocar un “vacío” de poder del Estado e
instituir nuevas zonas de cultivos de droga y vías de tránsito para su comercialización
entre las cordilleras andinas central y occidental y el océano pacífico.
92 Para incrementar su flexibilidad y rapidez de acción o aun articular las redes de
abastecimiento y de distribución de la droga en flujos descentralizados, los
paramilitares y las guerrillas utilizan todos los corredores de circulación naturales
posibles. Transregionales, los grandes canales fluviales, a imagen del río Atrato
(noroeste del país con unos 610 km) por el cual las FARC y las Autodefensas combaten en
sus partes septentrionales (la muerte de 119 personas en Bojayá en mayo de 2002 es la
resultante de esta competencia territorial), son “lugares de alta disputa” al igual que los
corredores de comunicación continentales como el Sumapaz, que conecta municipios
aledaños a la capital del país, el este y el sur de Colombia, donde fueron dados de baja
varios integrantes de las FARC por parte de la fuerza pública a finales del año 2000
(tercera “ruptura estratégica”).
93 En el marco de la multiplicación de los teatros de operaciones, no corroboramos
plenamente la tesis de una urbanización de la guerra. Es cierto que los actores armados
no oficiales se han acercado a los centros urbanos, ante todo para que sus operaciones
tengan una gran audiencia y desestabilizar los focos de poder del país 60. Pero los “
centros de gravedad” del conflicto siguen siendo eminentemente rurales, aunque la
magnitud de la violencia presentada en ciudades regionales como Barrancabermeja y
Medellín pudiera indicar lo contrario.
94 Retomando la retórica de la “urbanización de la guerra” sin interrogarse sobre las
implicaciones de semejante afirmación, muchos comentaristas confunden la capacidad
de perturbación puntual con una fuerte connotación simbólica de la guerrilla y los
paramilitares cuando cometen asesinatos o perpetran atentados (para impresionar a los
ciudadanos y desolidarizarlos del Estado) con su propensión muy débil, por ahora, a
penetrar y atacar militarmente con frecuencia las zonas urbanas.
95 Hasta la fecha, no se han observado repetidos fenómenos de guerrilla urbana ni
bombardeos sistemáticos de las ciudades con una clara voluntad de destrucción. Estas
estrategias de sitio se manifestaron recientemente en el Líbano y la ex Yugoslavia, por
ejemplo. Analistas hablaron entonces de “urbicidio” para hacer referencia a la política
de deconstrucción física de los espacios sociales que son los soportes básicos de la
identidad y memoria de los pueblos.
96 La historia militar del conflicto colombiano difiere de esos teatros de guerra. Las tomas
de edificios o de barrios urbanos no han sido comunes, y algunas han fracasado de
manera contundente si evocamos el ataque al Palacio de Justicia en Bogotá perpetrado
por el M-19 en 1985. En Colombia, existen pocas prácticas de guerra urbana con
enfrentamientos en las calles o tácticas de asaltos concentrados desde las afueras,
porque los grupos privados no parecen dispuestos ni preparados para provocar
semejante escalada de la guerra cuyos resultados resultarían inciertos por la fuerte
presencia de tropas regulares y porque estos no conocen bien el mundo de las ciudades
donde no han podido reunir las condiciones de una adhesión popular masiva.
80

97 Por lo tanto, argumentar que la sociedad sufre una “guerra urbana”, supone por lo
menos dos aclaraciones previas: se trata de una urbanización circunscrita desde un
punto de vista geográfico y de la intensidad militar; además, se singulariza en la
mayoría de los casos por una territorialización aleatoria de las guerrillas y las
organizaciones paramilitares, las cuales se encuentran obligadas a recurrir a atentados
puntuales y a fuerzas “delegadas” como las milicias y los grupos delincuenciales para
adelantar operaciones y tener una influencia bélica en las grandes ciudades.
98 Suplementariamente a la prolongación del tiempo estratégico, vemos que la dilatación
del teatro general de la guerra ha contribuido a modelar la textura de la misma. Ahora,
queremos ahondar en algunas modalidades de las confrontaciones para finalizar este
tríptico relativo al análisis militar del conflicto.
 
El carácter elusivo del enemigo y de los combates
99 Empecemos por precisar que, pese a la intensificación de los combates entre grupos
bélicos desde hace varios años61 (período posterior a la segunda “ruptura estratégica”),
Colombia no ha vivido grandes campañas seguidas de confrontaciones militares de tipo
convencional. La guerra que se está librando no es, desde un punto de vista estratégico,
de aniquilación ni de “atrición”62 con repetición de choques frontales.
100 Se trata más bien de un conflicto de “atrición” distorsionado y discontinuo que se
desenlaza en una sucesión espacio-temporal de tácticas de enfrentamientos mediante
emboscadas, ataques relámpago y/o atentados que buscan debilitar moral y físicamente
al enemigo sin comprometerse en una lógica bélica directa, que sería particularmente
costosa. Estas tácticas tienden a multiplicar los teatros de operaciones, ya mencionados,
que afectan en forma diferenciada el tejido social y a hacer "evanescentes" las tropas
adversas que, en muy pocas ocasiones, ofrecen frentes identificables y estáticos.
101 Volviendo a un enfoque estratégico, dichas tácticas remiten a un espectro de conflicto
de desgaste en el cual el elemento militar es uno de los tantos recursos disponibles para
llevar a cabo y hacer inteligible esta compleja guerra prolongada.
102 El caso colombiano se aparenta en este sentido a lo que analistas militares llaman una
guerra desarrollada de modo “estratégico indirecto”63 que permite usar varios medios y
métodos y seguir distintas vías en la confrontación (combates, atentados, masacres de
población, ataques a la infraestructura, lucha política, competencia por el control de
zonas de alto potencial económico, batalla por la inteligencia y la información, etc.).
103 En una acepción clásica, la identificación de actores armados estructurados con planes
de acción y la repetición de combates violentos en incremento, aunque diluidos en un
tiempo estratégico largo, autorizan a hablar de guerra64. No obstante, Colombia se
distancia de los teatros de guerra convencionales donde se privilegian los contactos
directos.
104 Además, la imagen de los combates, de preferencia no frontales, no puede resumir y “
agotar” la complejidad de la guerra en Colombia. Se dispersa a menudo (sin
desaparecer) en una miríada de acciones armadas como los atentados y los asesinatos
de civiles, las cuales no acarrean sistemáticamente una respuesta bélica. Es decir que
este tipo de acciones no encaja en la visión de la guerra heredada de la época de
Clausewitz en la cual los enfrentamientos militares son primordiales y el peso de los
81

combates recae prioritariamente en los hombres en armas. En el presente caso, el


centro de gravedad de la guerra se ha desplazado hacia los civiles
105 ¿Cómo interpretar su relevancia en la difusión de la violencia armada? Fuentes de
respaldo económico, político, moral y logístico, las poblaciones son al mismo tiempo los
medios y los objetivos de las transacciones violentas entre grupos armados privados.
Atacar a la población es una manera de acumular poderío en detrimento del otro y
extenuarlo. Los civiles tienen además un valor militar evidente para los beligerantes
que se esconden entre ellos o los usan en calidad de escudos humanos durante los
combates y los enrolan para incrementar sus efectivos.
106 Otros parámetros, relacionados con la dinámica armada en sí, explican la coerción
contra las poblaciones. Para los grupos en conflicto, ilegales o no, el enemigo parece
estar por todos lados, disimulado en el tejido social. Estos imponen representaciones
binarias “amigo-enemigo” que no preexisten necesariamente en el tejido social pero
que el uso de la violencia va a crear. Las relaciones binarias “amigo-enemigo” impiden
la neutralidad entre los civiles con el propósito de construir una imagen del campo
adverso (aunque pueda ser inexacta) y de reducir los factores de incertidumbre
consustanciales a la “atmósfera”65 de la guerra. La violencia necesita una imagen del
enemigo para desplegarse, autolegitimarse y cohesionar al grupo armado. Por eso,
cualquier individuo que no colabore se vuelve un sospechoso a priori y un objetivo
potencial de la confrontación.
107 En otras palabras, la esfera de definición del enemigo se vuelve cada vez más dilatada y
evasiva: la figura del soldado “regular” coexiste hoy con las facciones armadas privadas
y los civiles sin que se sepa siempre donde se sitúan las fronteras entre estas categorías.
 
Combinación de distintos recursos / multiplicidad de las trayectorias en la violencia

108 A la luz de lo anterior, entendemos porqué se han multiplicado los actos de violencia
contra los civiles dando a veces la impresión que las facciones armadas libran un
conflicto “por poblaciones interpuestas” para evitar caer en una espiral de guerra
directa. Allí, el terror instrumentalizado por los grupos en conflicto juega un papel
fundamental en la dinámica bélica66 para someter, desplazar y/o distanciar a la
82

población de las autoridades oficiales e imponer un orden socioespacial por efecto de


fragmentación del tejido social y parálisis de su capacidad de movilización colectiva.
109 No obstante, sin desconocer la magnitud de las exacciones contra los civiles ni la de los
ataques a la infraestructura del país, la evolución de la lucha armada en los últimos
años lleva a inferir las singularidades de los combates entre grupos armados, los cuales
no han dado lugar a mayores reflexiones. Para ello, evocaremos hechos relativos a la
estrategia y a la táctica militar apoyándonos en los casos de enfrentamientos más “
visibles” inherentes a la segunda “ruptura estratégica” que servirá de hilo conductor a
estas reflexiones finales.
110 En sus grandes líneas, la táctica considera la guerra en el campo de batalla (teatros de
operaciones), la aplicación del fuego y el involucramiento de las fuerzas disponibles
(humanas, mecánicas, etc.) en un entorno de resistencia armada o de “fricciones”,
como hubiera dicho Clausewitz. Correlacionada con la estrategia militar que enuncia
los objetivos “macro” de la guerra y el nivel operativo que articula la movilidad de las
tropas de un teatro a otro o su aproximación a una zona de enfrentamientos, la táctica
estudia más concretamente la disposición de los combatientes (ratio entre el número de
soldados disponibles y el terreno67), la sorpresa, la celeridad, la concentración-
dispersión y la maniobra en la ejecución de las acciones mientras se desarrollan los
contactos con el enemigo.
111 Debido al largo tiempo estratégico de la confrontación, los actores armados han
acumulado experiencia en la preparación y la conducción táctica de los combates. Han
aprendido a luchar por interferencia con un entorno adverso e incierto, como lo revela
la reciente ola ofensiva desatada por las FARC contra las tropas del Estado.
112 Con el incremento, sin equivalente, de sus operaciones contra las fuerzas regulares a
partir de la segunda mitad de los años noventa, las FARC han demostrado una
importante capacidad de maniobra, libertad y rapidez de acción. Recordemos que en
1996 atacaron la base de Las Delicias en el departamento del Putumayo.
Posteriormente, las tropas del Estado sufrieron otras derrotas tácticas entre las cuales
figuran: la ofensiva contra el campo militar de La Carpa en el Guaviare y la toma de un
puesto de telecomunicaciones, estratégico para el sur del país, en Patascoy (Nariño) en
1997; o aún el asalto en 1998 a una brigada móvil, fuertemente entrenada para el
combate, en El Billar (Caquetá) y el ataque a un complejo policial en Miraflores en el
Guaviare.
113 Estas ofensivas de la guerrilla demostraron que la geografía influye pero no determina
de manera definitiva el transcurso de las confrontaciones (no hay determinismo
geográfico). Por ejemplo, se evidenció que las áreas selváticas pueden ser desfavorables
a la defensa, a diferencia de lo que afirmamos con anterioridad ya que las FARC supieron
disimularse en la vegetación en sus técnicas de progresión con el fin de aproximarse lo
más posible a sus blancos sin ser detectadas. Luego atacaron, aprovechándose de la
opacidad de la selva, y de la oscuridad de la noche en algunos casos, para no ofrecer
frentes fácilmente vulnerables (enemigo elusivo).
114 Además, el ataque a Patascoy —puesto ubicado en la parte superior de un cerro- reveló
la dificultad de las tropas estatales para defender una base en montaña, pese a los
obstáculos encontrados por las guerrillas en su ascenso, así como se manifestó la
lentitud de los refuerzos de soldados regulares que llegaron después del asalto por el
83

aislamiento geográfico, las pésimas condiciones climáticas y una falta de flexibilidad y


coordinación interarmas.
115 La explotación del terreno por parte de la “subversión” y la mala preparación de los
soldados no son suficientes para explicar el éxito táctico de la guerrilla. El análisis debe
ser complementado con dos elementos interdependientes en los hechos, a saber la
sorpresa y la concentración de fuerzas.
116 Las FARC hicieron suyo el principio de sorpresa, consagrado en la literatura
especializada68, con la ambición de romper la unidad y la facultad de reacción del
enemigo (idea de “choque” desestabilizador).
117 La historia militar enseña que en la mayoría de los conflictos de larga duración
estratégica (Argelia en la descolonización, Vietnam, Colombia hoy, etc.), los grupos
armados ilegales intentan por lo general “jugar” con el factor sorpresa en sus
movimientos y los choques tácticos limitando la duración de sus acciones 69. Respetan el
principio de “economía de fuerzas” que permite una repartición de los esfuerzos en el
tiempo sin agotarse rápidamente. La sorpresa se vuelve entonces un multiplicador de
poder bélico: con pocas capacidades se espera lograr importantes resultados a costa del
enemigo70.
118 Se habla de sorpresa cuando unas facciones armadas están inadecuadamente
preparadas desde un punto de vista físico, técnico y moral para oponerse a tropas
adversas. Una disposición defectuosa o, mejor aún, una ausencia total de alistamiento
son requisitos sine qua non para la sorpresa71 como lo ilustran las bajas sufridas por las
soldados colombianos ante la guerrilla.
119 Precisemos que la sorpresa es polimorfa. Puede ser temporal (golpear en un momento
inesperado y con una gran velocidad: tempo), geográfica (atacar por un terreno
difícilmente penetrable, asaltar posiciones vulnerables o con reputación de estar bien
defendidas, etc.), tecnológica y/o humana (número y disponibilidad bélica de las
unidades armadas).
120 En un tiempo de guerra alargado que favorece la repetición dispersa de los combates, el
factor sorpresa no deja de manifestarse y modificarse ya que los actores en conflicto
aprenden de sus fallas y deficiencias o, por el contrario, de sus victorias.
121 En el caso colombiano donde se suelen evitar las campañas de choques frontales, todos
los grupos armados pretenden sorprender al otro con la intención de agotarlo
gradualmente. Por supuesto, lo inesperado no es una garantía de éxito o parálisis total
del enemigo, pero permite minar sus capacidades de respuesta y su moral (voluntad de
lucha).
122 Para tener un alto poder de maximización, la sorpresa se acompaña en muchos casos de
una gran rapidez y celeridad en la realización de las acciones con concentración
sostenida del esfuerzo militar. Es lo que las FARC llaman explícitamente el “principio de
masa”72 cuyo principal objetivo es conseguir una superioridad en un lugar y un tiempo
delimitados.
123 La concentración de fuerzas a nivel táctico contrasta con la dispersión observada en el
plano estratégico (dispersión a lo largo del territorio nacional) en el transcurso de los
años ochenta y noventa. La distinción entre estas dos escalas de análisis permite ver
que la guerra es multidimensional y diferenciada: la dispersión de las facciones,
necesaria para evitar una derrota sorpresa táctica con posibles repercusiones
estratégicas, es un concepto válido en tiempo de no confrontación, pero no lo es
84

necesariamente en los asuntos tácticos a la hora de las batallas. Es más, una


concentración continua (“sostenida”) en la fase ofensiva es una condición táctica clave
en la perspectiva de la victoria para numerosos teóricos de la guerra 73.
124 Esta lectura podría llevar a pensar que la guerrilla está ineluctablemente ganando la
guerra y que, por otra parte, va pasando de una contienda fluida y errática a un
conflicto de posiciones –entendido como una guerra ofensiva asumida por la guerrilla–
un poco como si esta fuese apta para territorializar más los combates en una lógica de
enfrentamientos directos.
125 Ahora bien, la complejidad de la situación bélica invita a más circunspección, ya que las
FARC no han renunciado a sus tácticas de hostigamiento no frontales, llevadas a cabo
por pequeños grupos como las así llamadas “unidades tácticas de combate” o “cuadras”
, y sabiendo que desde finales del año 1998 han desacelerado el ritmo de sus grandes
ofensivas estrictamente militares contra los efectivos regulares para dedicarse a la
protección de la antigua zona de distensión en la época de la negociación con la
administración de Andrés Pastrana; al control territorial de localidades amenazadas
por los paramilitares y/o la fuerza pública y a campañas de atentados, también
privilegiadas por el ELN, y amenazas a las autoridades civiles.
126 Volvamos a la imagen de guerra de posiciones sugerida en diferentes comentarios
acerca de la evolución del conflicto74. Esta implica choques frontales y procesos de “
fijación” entre los actores armados. Por supuesto, en las operaciones llevadas a cabo en
Las Delicias y Miraflores ante todo, las FARC lograron paralizar durante varias horas a la
fuerza pública para sitiarla. Pero sólo fueron momentos de guerra de posiciones
puntuales de alcance táctico, y no de envergadura estratégica. Para que la
configuración estratégica del conflicto tome el aspecto de una guerra de posiciones, se
necesita una generalización de este tipo de enfrentamientos con un trastorno
correspondiente del panorama de la confrontación. Además, se requieren beligerantes
fuertemente equipados, una logística “pesada” y una feroz voluntad de lucha, a menudo
territorializada, para soportar repetidos y largos choques frontales.
127 No hay que confundir la propensión que tienen los grupos ilegales a sostener
esporádicamente combates de posiciones, que se prestan a un análisis táctico, con sus
probables efectos de dimensión estratégica. Fue precisamente el caso con la ola
ofensiva de las FARC entre 1996-1998, la cual desmoralizó y deslegitimó a los soldados y
fortaleció a la guerrilla antes del inicio de una negociación de paz con el gobierno de
Andrés Pastrana.
128 En lo que se refiere a la impresión según la cual la guerrilla estaría ganando la guerra,
mencionemos que la dispersión geográfica de sus frentes, al igual que la atomización
del ELN y de los paramilitares, a lo largo de un amplio y sinuoso territorio nacional les
ha planteado numerosos problemas “limitantes” de comunicación, coordinación y
concentración de fuerzas. Planear y lanzar grandes operaciones contra el enemigo
conlleva una enorme capacidad desgastadora de sincronización interacciones,
movilidad y velocidad. Esto podría explicar por qué las campañas de enfrentamientos
directos no han sido tan recurrentes.
129 Otra limitación al accionar de cualquier actor en conflicto es el tiempo contemplado en
una escala táctica. Si bien es cierto que el tiempo estratégico ha servido a los actores
ilegales en su proceso de acumulación de poder económico y militar en detrimento de
85

las tropas regulares, el tiempo de los combates (táctico) constituye un constreñimiento


a las iniciativas militares en un ambiente inseguro.
130 En vez de extenderse, el tiempo de los combates debe ser “contraído” para no
posibilitar la convergencia de fuerzas de apoyo enemigo, respetando la idea
fundamental de seguridad militar vital para la sobrevivencia de las unidades armadas.
En otras palabras, el tiempo táctico se inscribe en un doble registro ambivalente: es una
variable ventajosa indispensable para un ataque sorpresa, pero es también un elemento
hostil que obliga a actuar con rapidez y celeridad con altos niveles de miedo e
incertidumbre (“fricciones” clausewitzianas).
131 Por último, la creación de brigadas móviles y de elementos de reacción rápida, al igual
que el empleo contundente de la fuerza aérea, perceptible con la modernización de los
contingentes en la lucha antiguerrilla, pone unas trabas a la instrumentalización del
tiempo y de la geografía militar por parte de la subversión y los paramilitares cuyas
acciones han sido frustradas desde 1998 en varias partes del país: Caquetá, Meta y
Sumapaz, por ejemplo.
132 La rapidez de acción de los aparatos aéreos (aviones y helicópteros) y su gran alcance
tienden a reducir (pero no a eliminar) las distancias físicas y a aumentar las facultades
de intervención de las tropas estatales, aunque las condiciones atmosféricas y
geográficas puedan ser infranqueables obstáculos naturales.
133 A principios del año 2003, todas las fuerzas oficiales reunidas disponían de unos 250
helicópteros, de los cuales alrededor de noventa unidades habían sido entregadas en el
marco del Plan Colombia. Dentro de este dispositivo, se destacaban los helicópteros de
fabricación estadounidense Bell de clase uh- 1, introducidos en combates en larga
escala en la guerra de Vietnam y conocidos como los “Huey”, y sus sucesores, los
sofisticados Sikorsky UH-60 “Blackhawk”.
134 Se ha comentado bastante la entrega de estas máquinas de guerra, apuntando a un
cambio estratégico en la configuración del conflicto. Es cierto que la adquisición de
nuevos helicópteros va a otorgar una mayor disponibilidad militar y versatilidad a las
fuerzas estatales. En cualquier momento, estas van a poder lanzar ataques o
contraofensivas continuas y/o sorpresivas, si existe una voluntad política en este
sentido, al amenazar a los ilegales (erosión del principio de seguridad) que serán cada
vez más vulnerables y estarán en la obligación de moverse y atacar con velocidad.
135 No obstante, sería erróneo sobredimensionar las capacidades de acción de dichos
helicópteros, que no son todos nuevos. Se necesitan más vehículos de transporte y
ataque y una coordinación estrecha entre los distintos cuerpos de las tropas oficiales
para poner a los actores al margen de la ley en una postura duradera de inferioridad.
136 En este orden de ideas, vale recordar que los “Huey” y “Blackhawk” no son por
excelencia aparatos de ataque, sino de transporte mediano75. Presentan la ventaja de
ser multifuncionales para operaciones de reconocimiento, evacuación, apoyo a la
infantería y asalto limitado. Esta versatilidad podría ser cuestionada muy pronto
cuando los grupos ilegales se hayan adaptado a esta modalidad de guerra moderna con
el despliegue de medidas anti aéreas, con los misiles portátiles ante todo, que harán
vulnerables a los helicópteros (ejemplos de la guerra en Vietnam y Afganistán son
elocuentes en la materia). El Estado tendrá entonces que pensar en la adquisición de
aparatos con altas capacidades de defensa y/u ofensiva, como los helicópteros de
ataque McDonnell Douglas de tipo ah-64 “Apaches”76 o de transporte blindados,
86

indispensables para ingresar y pelear en zonas de operaciones de mayor intensidad


militar como vienen haciéndolo los soldados regulares desde hace varios meses.
Además, privilegiar por vía de las armas, y no negociada, la recuperación de los
territorios nacionales y la legitimidad de la autoridad central así como el monopolio
legítimo de la violencia induce un imponente despliegue de contingentes de infantería
en el terreno. Semejante política ofensiva sería particularmente costosa para cualquier
gobierno en el poder y el conjunto de la sociedad, y obstaculizada, en una perspectiva
militar, por las capacidades de lucha de los grupos al margen de la ley y la diseminación
de minas antipersonales, la cual toma proporciones preocupantes en la actualidad. Pero
se trata de otro tema que dará lugar a futuras reflexiones.

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NOTAS
1. Por comodidad, emplearemos sin distinción semántica las palabras: “guerra”, “conflicto
(armado)” y “confrontación”.
2. Para un análisis de los estudios sobre la violencia armada en Colombia, véase Peñaranda,
Ricardo (2001), pp. 179-194.
3. Para un balance de la negociación y una presentación de la situación socio política actual del
país, ver la contribución de Daniel Pécaut en la presente publicación
4. Rangel Suárez, Alfredo (1999).
5. Consultar las cifras del Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y
Derecho Internacional Humanitario. Vicepresidencia de la República de Colombia. Dirección
electrónica: www. derechoshumanos.gov.co/observatorio [consulta: enero de 2003].
6. Sobre la cuestión de los desplazados en Colombia, ver los informes disponibles en la página:
www.codhes.org.co [consulta: octubre de 2002].
7. Centroamérica con mediación de las Naciones Unidas y Perú por derrota de las guerrillas.
8. Sobre este tema, ver Raufer, Xavier (1993).
9. Gray, Colin (1999).
10. Aquí se refiere, únicamente a la estrategia militar, dejando de lado las consideraciones
relativas a las interacciones entre esta y la estrategia política general, también denominada en el
mundo anglosajón “gran estrategia”.
11. Clausewitz, Carl Von (1955), p. 181.
12. Jomini, Antoine-Henri (2001), p. 125.
13. Como lo recuerda Terray. Emmanuel (1999). pp. 65-67.
14. Ver al respecto la estimulante presentación de la guerra hecha por Desportes, Vincent (2001),
pp. 25-118.
89

15. Sobre estos temas, véase Watts, Barry D. (1996).


16. En este sentido se anota que se pueden establecer correspondencias entre estos escritos
militares y trabajos en sociología de las organizaciones. Muchos de estos apuntan a que la
estrategia es una forma (construcción analítica) de dar inteligibilidad a comportamientos
colectivos, que entran permanentemente en interferencia y a situaciones donde la
intencionalidad (no “perfecta”) sufre vicisitudes y los actores aprenden por experiencia. Ver por
ejemplo, Crozier. Michel & Friedberg. Erhard (1977).
17. Liddell Hart. Basil (1998).
18. Clausewitz, Carl Von. (1955). p. 217.
19. Para una breve diferenciación entre los niveles estratégico y táctico de la guerra, remitimos a
The United States Marine Corps (1994). pp. 27-30
20. Tse-Tung, Mao (1067), p. 207.
21. Para un cuadro sinóptico de esos conflictos hasta la época de la Violencia, ver Ramsey, Russell
(2000), pp. 59-60.
22. Ver en este sentido los relatos de la violencia recolectados en Gómez Nadal. Paco (2002).
23. Clausewitz. Carl Von (1955), p. 69.
24. Ver el trabajo clásico de Sánchez. Gonzalo (2000).
25. Roldán. Mary (2002), demuestra que la eclosión y la difusión de la violencia respondieron a
múltiples intereses y lógicas de acción, más allá de la bipolarización de la sociedad entre liberales
y conservadores.
26. Jean, Francois y Rufin, Jean-Christophe (1996).
27. Pizarro Leongómez, Eduardo (1996), p. 197.
28. Sobre el tema de la “resistencia” armada, remitirse a Ferro Medina. Juan Guillermo y Uribe
Ramón, Graciela (2002). pp. 33-39.
29. Para mayores desarrollos sobre esta noción, ver el número temático de la revista Stratégique,
No. 65, disponible en: www stratisc.org [consulta en enero de 2003].
30. Sobre estos procesos de desmovilización, ver Peñaranda. Ricardo & Guerrero, Javier (Comp.)
(1999).
31. Ferro Medina. Juan Guillermo y Uribe Ramón. Graciela, (2002), pp. 114-116.
32. Para un análisis de las organizaciones paramilitares en Colombia, ver los artículos respectivos
de Fernando Cubides y Mauricio Romero en este volumen.
33. Robo de ganado, crónico en las áreas norteñas del Perú. Ver Degregori, Carlos Iván; Coronel,
José, Del Pino, Ponciano y Starn, Orin (1996). Para el caso guatemalteco, remitimos a Schirmer,
Jennifer (1998).
34. Ver en este sentido los distintos informes de la organización Human Rights Watch disponibles
en; www.hrw.org [consulta; enero de 2003].
35. Se trata de una tendencia común a numerosos conflictos armados contemporáneos de índole
interno. Ver en este sentido las interesantes observaciones de Ranzato, Gabriele (1995). pp. 17-25.
36. Pardo Rueda. Rafael, (1996). pp. 353-378.
37. Sobre esta noción, ver Echevarría, Antulio J. (1997). pp. 23-28.
38. En la tercera parte del presente artículo, a desarrollarse el análisis acerca de algunos de estos
ataques a las tropas regulares.
39. Ferro Medina. Juan Guillermo y Uribe Ramón. Graciela, (2002), p. 117.
40. El así llamado “Plan Colombia” es un paquete de ayuda externa, que tiene un importante
componente militar, destinado a resolver la crisis política, socioeconómica y de orden público
que conoce el país. Ver Rojas Rivera, Diana Marcela: León Atehortúa, Adolfo; García, Andelfo
(2001).
41. Ver el texto de Mario Aguilera en la presente edición.
42. Poirier. Lucien (1997). p. 85.
43. Jomini, Antoine-Henri (2001), p. 19.
90

44. Para una presentación histórica y teórica de su obra, ver Rapin, Ami-Jacques (2002).
45. Jomini, Antoine-Henri (2001), p. 133.
46. Boulanger, Philippe (2002), pp. 121-184
47. Ver al respecto Echandía Castilla. Camilo (1999), pp. 33-60.
48. Clausewitz. Carl Von (1998), p. 65.
49. Ver por ejemplo, Palat, General (1998), p. 126.
50. Caso de la guerra estadounidense en Vietnam Ver Krepinevich. Andrew ( 1986).
51. Ejemplos de las guerrillas etíopes en la época de la guerra fría como lo revela el estudio de
Hammond, Jenny. (1999), o aun de los mujahidín en Afganistán contra la URSS en los años 1980.
Consultar Ahmad Jalali, Ali y Grau, Lester (2001).
52. Para tomar un ejemplo lejano, se citan algunos episodios de los combates de guerrilla en las
zonas montañosas de las Apalachinas durante la guerra civil estadounidense entre 1861-1865. Ver
Current, Richard (1992), p. 133.
53. Término retomado de William Rosenau (2001). Special operations forces and elusive enemy ground
targets: lessons from Vietnam and the Persian Gulf war. Rand Corporation Documento disponible en:
www. rand.org [consulta: marzo de 2002].
54. Ministerio de Defensa Nacional (2000). p. 10.
55. Esquivel, Ricardo (2001), p. 147.
56. Echandía Castilla. Camilo (1999), p. 38.
57. Para un estudio detallado, ver Bejarano Ávila, Jesús Antonio (1997).
58. Tampoco se confunden totalmente con las zonas de fuerte presencia de los actores armados
ya que a veces estos se ubican en una localidad para descansar, abastecerse o explotar recursos
económicos sin que se registre una intensa actividad militar.
59. Tse, Sun [Sun Tzu] (1993), p. 63.
60. Lair, Eric (2000), pp. 30-37.
61. Escobedo David, Rodolfo; Echandía Castilla. Camilo y Salazar Arbeláez. Gustavo (2002). p. 22.
62. Se admite por lo general que la estrategia de “atrición” consiste en una enorme
concentración de fuego en el tiempo y el espacio, con repetición de los ataques directos, cuyo
principal propósito es romper la unidad del enemigo y paralizarlo o agotarlo rápidamente (el uso
de la fuerza aérea por parte de los estadounidenses contra Irak en 1991 es un ejemplo clásico de
conflicto de “atrición”). Aquí, se emplea la noción en un sentido algo diferente: la “atrición”
remite a una serie de operaciones violentas, no necesariamente frontales, que buscan desgastar
al otro de manera gradual. Sobre este tema, ver las interesantes aclaraciones de Coutau-Bégarie,
Hervé, (1999), p. 328.
63. Para una reflexión sobre los modos directos e indirectos de la estrategia militar, véase Anfré
Beaufre, Introduction á la stratégie. París, Hachette, pp. 45-63.
64. Clausewitz insiste en que la guerra es fundamentalmente violenta. Supone ciclos de
enfrentamientos armados no aislados entre al menos dos protagonistas antagónicos que pelean
en una dinámica de reciprocidad (interacciones). Clausewitz, Carl Von (1955). pp. 51-83.
65. Ibidem, p. 89.
66. Las “funciones” del terror han sido analizadas en varias publicaciones, entre las cuales está
Pécaut, Daniel (2001).
67. Idea desarrollada por Archer, Jones (2001).
68. Ver por ejemplo Andel. Michael (2001), pp. 155-164.
69. Cabe precisar que la preponderancia de la sorpresa también ha sido destacada en otros tipos
de guerra.
70. Ver por ejemplo O'Leary, Jeffrey (2000). “Sorpresa e inteligencia: hacia un mejor
entendimiento”. En Air and Space Power Journal. Texto sin paginación ni fecha precisa disponible
en: www.airpower.maxwell.af.mil [documento consultado en agosto de 2002].
71. Leonhard. Robert (2000), p. 184.
91

72. Hoyos Estrada, José Fernando; Mercado Rivera, Bibiana; Soto Franco, Martha Elvira (1997), p.
27.
73. Andel, Michael (2001), pp. 155-193.
74. Salazar Arbeláez, Gustavo (2000), pp. 139-153.
75. Richardot, Philippe (2002), pp. 75-76.
76. Ibidem, pp. 79-80.

NOTAS FINALES
1. Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia & Academia
Diplomática de San Carlos, Bogotá. [email protected]
92

Discurso y violencia política en


Sendero Luminoso
Carlos Iván Degregori

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteuri
 
Introducción
1 Hasta 1977, Sendero Luminoso (SL) era uno de los numerosos grupos de la izquierda
radical peruana que pregonaban la necesidad de la lucha armada para conquistar el
poder. El presente trabajo analiza la importancia que tuvo la elaboración de un
discurso, la aparición de una figura cosmocrática y la construcción de una comunidad
de discurso alrededor suyo, para explicar la transformación de SL, hasta entonces un
grupúsculo marginal provinciano que, a partir de la acumulación de capital simbólico,
se convirtió en una máquina de guerra, SL incidió de manera decisiva en la vida política
peruana de las décadas de los ochenta y los noventa, incluso después de la captura de su
líder máximo en 1992 y su subsiguiente colapso.
2 No hay violencia política sin discurso. La gente necesita convencerse (y/o ser
convencida) para ejercerla. A partir de esta idea, en un texto poco conocido, David
Apter desarrolla una aproximación al fenómeno de la violencia política desde la teoría
del discurso1, que nos parece especialmente útil para explicar la transformación que
hacia fines de la década de los setenta sufren Sendero Luminoso y su líder, Abimael
Guzmán. Esa transformación fue el elemento clave que impulsó a dicho grupo a
desencadenar la violencia a partir de 1980 y contribuye a explicar su virulencia, la
capacidad de resistencia y crecimiento de SL en la década de los ochenta, así como su
súbita caída luego de la captura de Guzmán en 1992.
93

3 Por cierto, esta aproximación desde el discurso está lejos de explicar todo el fenómeno
SL, ni todos los fenómenos de violencia política. Por un lado, no olvidamos las raíces
estructurales de la violencia ni el contexto histórico y sociocultural, decisivos para
entender la violencia política en el Perú y que hemos desarrollado en otros trabajos 2.
Pero consideramos válida la apreciación de Pizarro3, cuando afirma que en el inicio de
la violencia la voluntad política tiene un papel decisivo. Y es de ese inicio que
trataremos en el presente artículo.
4 Por otro lado, la aproximación de Apter tampoco tiene el mismo grado de potencia para
explicar todos los casos de violencia política.
5 El autor se inspira en algunos casos como los Tigres del Tamil Elan, de Sri Lanka y
precisamente Sendero Luminoso, pero él mismo anota que casos como el de la eta vasca
o las farc colombianas corren por otros carriles.
 
La violencia de SL desde el análisis del discurso
6 Según Apter, el discurso necesario para la violencia política comienza con
acontecimientos que sirven de materia prima a partir de la cual se elabora una
interpretación razonada. Tal interpretación es un proceso, emplea ciertos ingredientes,
paradigmas o ejemplos, doctrinas, mitos y teorías, magia (o fantasía) y lógica, metáfora
y metonimia, narrativa y texto. Es a través de esta alquimia lingüística que, por ejemplo
manifestaciones espontáneas, motines o demostraciones, se vuelven movimiento
autosostenido. No importa cuan profunda y antigua sea la rabia de alguna gente o cuan
graves sus reclamos, sin discurso dichos eventos apenas pueden explotar como fuegos
artificiales, brillar por un momento y luego apagarse. Es cuando los acontecimientos
son incorporados en discursos interpretativos y se encarnan en lo que Apter llama
comunidades discursivas, que la violencia política no sólo se retroalimenta, sino que se
vuelve autovalidante y autosostenible.
7 Algún evento, que en circunstancias ordinarias difícilmente hubiera producido
comentario alguno, detiene súbitamente el tiempo y lo reinicia. Los significados se van
cargando acumulativamente, el acontecimiento adquiere densidad simbólica. La
historia se cuenta múltiples veces y se socializa. Las historias, colectivizadas, tienen
consecuencias cuando, convertidas en mitos, pretenden ser historia y como historia,
estos son reinterpretados como teorías y, como teorías, explican como historia los
acontecimientos, que se vuelven metáforas dentro de un proceso narrativo, y
metonimias para una teoría.
8 Se necesita un narrador para consolidar este proceso y transformarlo en poder político.
El narrador puede ser una figura tipo Odiseo, un vagabundo en el exilio, que gana en
sabiduría y luego de muchas pruebas regresa a casa para reclamar el patrimonio. O
puede convertirse en la fuente, el padre o madre de la patria, el falócrata, todo pistolas,
armas, uniformes, figura putativa de la fertilidad. Pero para consolidar un mito, para
convertirlo en una figura mitológica, se requiere una figura cosmocrática. Una suerte
de Budha dentro del círculo tántrico dice Apter, que advierte que hay otras muchas
representaciones posibles.
9 Tal es la figura que encuentra la lógica de la verdad en la narrativa, los mitos repetidos
por el narrador crean un espacio para la explicación teórica. Si no un cosmócrata, el
agente puede ser profético vehículo de una voz más alta que la suya. En realidad, el
94

narrador, el falócrata, el cosmócrata y el profeta pueden combinarse en la misma


persona, que de esta forma no sólo crea un discurso sino también una forma de capital
monopólico de verdades y virtudes. Produce una suerte de pacto por el cual la gente
cede un pedazo de su mente al colectivo, pero puede sacar de ese colectivo más poder
del que rinde. Es el poder del discurso. Apter lo identifica como capital simbólico.
10 El resultado de este proceso es lo que el autor llama “individualismo colectivo”. Los
individuos agregan sus historias individuales para reforzar una colectiva y extraen más
en poder interpretativo de lo que aportan al colectivo. En breve, el proyecto triunfador
así construido es a la vez individual, la transformación individual del ser, y colectivo.
11 Por cierto que no todos los actores políticos que optan por la violencia encajan dentro
de esta definición. Si por un lado tenemos a estos productores de “discurso
inversionario”, en el otro extremo tenemos otros que se enzarzan mucho más
directamente en intercambios competitivos de poder por medio de la fuerza de las
armas, sin mayores cambios de sentido, construyendo lo que Apter llama un “modelo
de intercambio violento”, que tiene que ver más con capital económico, que el modelo
de discurso inversionario, que tiene que ver con capital simbólico.
 
La maduración de un cosmócrata y la formación de
una comunidad de discurso
12 En 1964, la polémica chino-soviética repercutió en el Perú, produciendo la división del
Partido Comunista Peruano (PCP) en dos organizaciones que se distinguían por el
nombre de sus respectivos periódicos, el PCP-Unidad, prosoviético, y el PCP-Bandera
Roja, prochino. Entre 1964 y 1969, el Comité Regional de Ayacucho del PCP-BR, liderado
por el joven profesor universitario Abimael Guzmán experimentó un significativo
crecimiento, logrando influencia en las organizaciones barriales y magisteriales de
Ayacucho y especialmente entre estudiantes y profesores de la Universidad Nacional de
San Cristóbal de Huamanga (UNSCH). SL impulsó también la formación y desarrollo del
Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho, organización que llegó a tener un
significativo reconocimiento social.
13 Discrepancias ideológicas y/o rivalidades caudillistas produjeron sucesivas divisiones
en Bandera Roja, hasta que a inicios de 1970, Abimael Guzmán encabezó una escisión
que, salvo pequeños núcleos en otros lugares y solo logró arrastrar al Comité Regional
de Ayacucho. Surgió así el PCP-Sendero Luminoso (SL), fruto de una doble derrota. Por
un lado, en la lucha interna en BR. Por otro, en el movimiento social, pues un año antes,
a raíz de un masivo movimiento por la gratuidad de la enseñanza en las principales
ciudades de Ayacucho4, el gobierno militar del General Velasco (1969-1975) había
desatado una fuerte represión que desarticuló el Frente de Defensa y llevó al repliegue
del movimiento social en la región, así como de los cuadros de SL.
 
Yenán un campus andino
14 Así, a lo largo de la década de los setenta, Guzmán y sus maltrechas huestes iniciaron su
larga marcha y se refugiaron en la unsch, donde construyeron lo que denominamos un
Yenán andino. Para ello contaron, precisamente desde 1969 y hasta 1973, con un
95

predominio indiscutido en la universidad, en cuya dirección influyeron en esos años


decisivamente.
15 En los años siguientes, el “puñado de comunistas” logró elaborar una doctrina
absolutamente coherente, y una organización sobresaliente. El precio que pagaron para
lograrlo fue el de cortar lazos con los movimientos sociales, precisamente cuando estos
cobraban auge a nivel nacional: tomas de tierras, movimientos regionales, huelgas
magisteriales y de trabajadores, que condujeron a los dos paros nacionales de mayor
envergadura en la historia del Perú contemporáneo, en 1977 y 1978. SL no tuvo ninguna
participación en ellos. Por el contrario, en tanto eran impulsados por el PCP Unidad
(prosoviético) y otros grupos de izquierda, en diversos volantes SL consideró que los
paros eran “revisionistas” y estaban “al servicio del social imperialismo soviético”. En
el documento más importante que publicó por entonces5, se hace sólo una mención
general a la “creciente protesta popular” para fundamentar la táctica de boicot a las
elecciones convocadas para elegir una Asamblea Constituyente 6.
16 En cualquier caso, SL hubiera tenido poco que hacer en los paros porque ya no estaba
preparado para ese tipo de lucha. Poco quedaba, de la gran influencia que tuvieron en
las organizaciones sociales de Ayacucho en la década de los sesenta, pero como se vio
en los años siguientes, esos retrocesos sociales no significaron que SL estuviera
incapacitado para todo tipo de lucha. Para comenzar, siempre conservaron su fuerza en
aquellos frentes que habían privilegiado a lo largo de la década: maestros y estudiantes.
Por otro lado, en otros trabajos7 sostuve que tras cada derrota de masas, SL lograba
cohesionar un grupo de cuadros y que si bien perdía en convocatoria social, ganaba al
mismo tiempo en endurecimiento ideológico y cohesión orgánica, hasta convertirse “en
una especie de estrella enana, esas donde la materia se apelmaza casi sin espacios
interatómicos, alcanzando así un gran peso, desproporcionado para su tamaño” 8. En la
década de los setenta, SL desarrolla mecanismos ideológicos y organizativos que hacen
posible esta aparente paradoja. Veamos en las siguientes páginas como se desencadena
a nivel de discurso la dinámica que les llega a dar esa densidad de hueco negro.
 
De burócrata a profeta
17 Hacia 1977, SL consideró que su línea estaba suficientemente elaborada y que tenía un
núcleo de cuadros aflatados como para iniciar su “guerra popular”. En junio de ese año
aprobaron un “Plan Nacional de Construcción” y “decenas de cuadros son enviados al
campo en función de las necesidades estratégicas de la guerra popular” 9. Pero no fue
fácil convencer a los militantes. No era sencillo invitarlos a desencadenar la guerra por
fuera y al margen de los movimientos sociales, precisamente cuando estos alcanzaban
su pico más alto y la tendencia principal entre los izquierdistas era unirse a ellos con el
fin de “acumular fuerzas” antes de iniciar cualquier aventura militar. Además, debido
entre otros factores a esos movimientos, en aquel preciso momento tenía lugar en el
país una compleja transición democrática (1970-1980). La ciudadanía se ampliaba con la
extensión del voto a los analfabetos, en su gran mayoría campesinos pobres y el
escenario político se ensanchaba de manera notoria, especialmente por el lado
izquierdo, con la incorporación de la mayoría de los partidos marxistas al juego
democrático.
96

18 La dificultad resultaba todavía mayor para un partido maoísta. La Reforma Agraria


emprendida por el gobierno militar (1968-1980), había terminado de borrar el escenario
“semifeudal” de señores terratenientes y campesinos siervos, indispensable para una
revolución del tipo que Guzmán tenía en mente. Por otro lado, Mao Zedong acababa de
fallecer en 1976; el Grupo de Shanghai o “Banda de los Cuatro”, encabezado por su
viuda, había sido derrotado; la Revolución Cultural, que alimentó el imaginario de
buena parte de la izquierda peruana y especialmente de SL, había llegado a su fin. En la
década siguiente vendrían la perestroika y el derrumbe de los “socialismos reales”, la
crisis de las ideologías pasadas y de los partidos doctrinarios.
19 Pero mientras el grueso de la izquierda aceptó entonces, aun cuando parcial y
tardíamente lo que Nun10 llamó “la rebelión del coro”, es decir, que “las masas” tienen
capacidad de iniciativa política y admitió que a nivel internacional no existía “partido
guía”, SL negó las nuevas realidades y propuso un escenario alternativo: rechaza
cualquier papel protagónico de las masas, el partido lo dice todo. Niega el predominio
de la política sobre la guerra: la violencia es la esencia de la revolución. Como sus
esquemas parecen no resistir el movimiento, a la manera de Josué intenta detener el
sol, es decir, el tiempo: según sus definiciones el Perú seguía siendo un país
“semifeudal” y la transición democrática no significaba nada, pues la Asamblea
Constituyente (1978-1979) que precedió la transición democrática era sólo “la tercera
reestructuración del estado terrateniente burocrático corporativo”11 y el gobierno civil
surgido de las elecciones de 1980 representaba el “continuismo fascista”.
20 Si bien es cierto que el proyecto triunfador de Guzmán se situaba por encima de las
vicisitudes de la coyuntura, para poder elevarse sobre una tan adversa, el líder
senderista tuvo que ir más allá de la larga tradición marxista de análisis de coyuntura
política y pasar de la disquisición escolástica al discurso profético. Como si para
compensar la fragilidad de un análisis político que se empobrecía hasta volverse
deleznable, hubiera tenido que apelar a otros registros. Como si hubiera tenido que
contrapesar la liviandad de sus razones con la exacerbación de las pasiones. El
resultado fue una ruptura total. Travesía en el desierto, quema de naves: ninguna
metáfora parece desmesurada.
21 La dimensión de esa ruptura se calibra en cuatro textos cruciales producidos por
Guzmán entre 1979 y 1980. Son los años en que SL alcanza la velocidad de despegue o la
masa crítica para la fusión que produce el estallido. Desde otra perspectiva, podría
decirse que son los años en que SL corta radicalmente amarras, cruza el borde en el cual
se había venido moviendo y penetra en el ignoto territorio de los alucinados. Esa
incursión puede verse en los textos que comentaremos. Son los textos más impactantes
de Guzmán. Al menos, los de mayor densidad simbólica y “potencia inversora” 12. Lo
primero que sorprende en ellos es el abrupto cambio de tono. Hasta entonces sus
escritos, plagados de citas del panteón marxista, eran áridos y obtusos 13. Pero
súbitamente, su discurso se transforma. Los textos que comentaremos carecen de una
estructura “racional”, están llenos de viñetas, metáforas, llamamientos reiterativos y
apasionados.
22 La transformación podría explicarse porque los anteriores eran en su mayoría escritos
oficiales, mientras estos son discursos pronunciados en reuniones cerradas con el
núcleo de “apóstoles” que se disponían a iniciar la lucha armada. Además, la
inminencia del combate otorga a los discursos un tono especialmente épico. Pero, sobre
todo, parecen influir los enconados conflictos internos que debe enfrentar Guzmán
97

cuando decide lanzarse a la lucha armada. Según la historia oficial del partido, en 1977
SL “aplasta” un núcleo disidente “de derecha”, que reconocía que el gobierno había
hecho la Reforma Agraria y proponía un accionar más parecido al del resto de la
izquierda. Los disidentes propugnaban que el partido “organice a los campesinos en
tomo a la Confederación Campesina del Perú”, donde coexistían diferentes grupos de
izquierda. “Y en las ciudades desarrollaron obrerismo, centrando a la clase en
gremialismo y oponiéndose a que cumpliera su papel dirigente” 14. Léase: propugnaban
la participación en la Confederación General de Trabajadores del Perú ( CGTP), que
convocó los exitosos paros nacionales de 1977 y 1978. Luego, entre 1979 y 1980 se
desarrollaron tres “intensas luchas” contra quienes dentro del partido se oponían a
iniciar la lucha armada15.
23 El principio de realidad anidaba todavía dentro del partido. Fue para extirparlo y
derrotar a sus adversarios, que Guzmán debió terminar de convertirse en un
cosmócrata y transformar a su partido en un “pueblo del Libro”. Era necesario expulsar
de la Jerusalén en construcción a todos los timoratos o vacilantes, erradicar cualquier
brizna de duda para culminar así la creación de su comunidad de discurso, un mundo
interior blindado contra una realidad -léase correlación de fuerzas- tan
apabullantemente adversa.
 
• La nueva bandera

24 El primer texto se llama Por la nueva bandera16, fue escrito en junio de 1979, once meses
antes del inicio de la guerra, y comienza con una frase bíblica: “Muchos son los
llamados y pocos los escogidos”. Los ecos de la lucha interna resuenan en esa frase,
como también en otras de raigambre igualmente bíblica: “El viento se lleva las hojas
pero va quedando el grano”. Es interesante que en los momentos decisivos sea la Biblia
la que aparezca como el gran repositorio de simbología. Pero el dios de este libro es la
materia, que avanza de manera ineluctable hacia la luz, hacia el comunismo.
25 Por un hábil recurso retórico, Guzmán y los suyos aparecen encarnando ese
movimiento de la materia y se vuelven entonces indestructibles, adquieren fuerza
cósmica y la minoría queda reducida a “briznas”, “quebradizas gotas”, “apagadas
voces”, “sombrías chispas que quieren negar la hoguera”, porque “¿puede una chispa
rebelarse contra la hoguera?”, “¿Cómo los granos podrían detener las ruedas del
molino? Sería hecho polvo”, “necio es querer destruir la materia”.
Quince mil millones de años llevó la Tierra para generar el comunismo, burbujas
ensoberbecidas, ¿eso queremos ser? ¿Una parte infinitesimal que quiere levantarse
contra quince mil millones de años? ¡Que soberbia, que putrición! 17.
26 El discurso está transido de lo que podríamos llamar un fatalismo optimista: “a la
revolución nada la puede detener, esa es la ley, el destino” 18. Entonces se entiende una
frase repetida en slogans y proclamas e incluso en un poema que un recluso asesinado
en la gran masacre carcelaria de 1986 llegó a escribir antes de morir: “Estamos
condenados a triunfar / que hermosa condena”.
27 Pero no es fácil enarbolar el optimismo. Nadie mejor que Pablo de Tarso para
infundirlo: Algunos qué poca fe tienen, que poca caridad, qué poca esperanza...” hemos
tomado las tres virtudes teologales para interpretarlas. Pablo dijo hombre de fe,
esperanza y caridad.
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28 Para engancharse al carro de la historia es necesaria una ruptura total. Como Lot al
dejar Sodoma, sólo se debe mirar hacia delante.
29 No hay siquiera posibilidad de rectificación: “hecho es hecho, no puede ser
replanteado”. Otra vez, el lenguaje grandilocuente esconde apenas las mezquindades de
una enconada lucha interna. Las votaciones de eventos anteriores, los acuerdos que
llevaron al partido al umbral de la lucha armada, las posibles maniobras (en otro nivel,
no es acaso maniobra recurrir al lenguaje religioso para resolver problemas políticos)
se vuelven hechos cósmicos que “no pueden ser replanteados”: “¿Vamos a revocar el
tiempo escrito, el hecho estampado en materia?”. Sólo queda “levantar el vuelo” hacia
delante. Y adelante está la revolución, descrita con los mismos versos del rey Salomón
que la Iglesia católica resignificó para honrar a la Virgen María. “Hay un viejo canto”,
dice el cosmócrata, y recita su versión del Magnificat: “¿Quién es aquella que tiende sus
miradas como el alba, bella como la luna, esclarecida como el Sol, imponente como
ejércitos de banderas tremolantes?”19.
30 La ruptura es colectiva, pero también personal, interna. “Dos banderas [luchan] en el
alma, una negra y otra roja. Somos izquierda, hagamos holocausto con la bandera
negra”. Para ello es necesario “...lavarnos el alma, lavarnos bien. Basta de podridas
aguas individuales, estiércol abandonado”. Todos los militantes deberían experimentar
las abrasadoras batallas intelectuales del cosmócrata, para terminar finalmente lavados
y vueltos a nacer, a la manera de los “cristianos renacidos”. Pero al mismo tiempo
“...uno no vale nada, la masa es todo, si algo hemos de ser, ser como parte de la masa...
Nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza es colectiva, son realizables, son tres en
una sola bandera”. El alma sólo puede purificarse dentro de la comunidad de discurso,
porque: “el Partido es la sal de la tierra, el árbol vivo, los otros son parásitos”. Su
definición del partido es, como se ve, un abierto plagio de la que hace de sí misma la
Iglesia católica a partir de los Evangelios. Resulta inevitable, por tanto, recordar la
formación del futuro cosmócrata en un colegio religioso de Arequipa 20.
31 Según Gorriti, luego de esta reunión uno de los lugartenientes de Guzmán rompió con
él tildándolo de “hoxhista” y logró reunir en torno suyo a un grupo del Politburó y el
Comité Central21. “El grupo pudo haber quizá logrado la mayoría, y cambiado entonces
la historia del país, pero le faltó cohesión y lo aplastó el temor reverencial hacia
Guzmán”22. Derrotado, el jefe de la oposición dejó la organización y salió del país.
 
• Tres capítulos de nuestra historia

32 El segundo texto se titula Sobre tres capítulos de nuestra historia 23. Fue un discurso
pronunciado el 3 de diciembre de 1979. Era su cumpleaños. Victorioso en la lucha
interna y dispuesto a ligar indisolublemente su vida personal con la de su criatura
política, Guzmán aprovecha esa fecha para dar nacimiento al Ejército Popular y para
recapitular no sólo su historia sino la del Perú. Aquí se comprueba que Guzmán es muy
consciente de su cambio de tono pues le dice a su auditorio:
Hay momentos en que los hombres recurrimos a hablar en símbolos, metáforas, o
en formas no tan directamente intelectuales, sino que, preferimos que nuestro
conjunto de seres comunistas hablen por nosotros directa y ampliamente 24.
33 Como si fuera un oráculo, el conjunto de comunistas van a hablar por su boca pero,
curiosamente, no se expresan en lenguaje científico sino simbólico. Para cumplir su rol
de médium, el narrador utiliza un recurso retórico que se podría denominar fl ash
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forward. Pide a sus escuchas que se pongan “en plan de imaginación revolucionaria” y
se ubiquen en la segunda mitad del Siglo XXI, y desde allí imaginen la historia escrita
por los futuros comunistas. Si vencer es su destino, nada más natural. Trata así de
abolir el tiempo e insuflar seguridad en el triunfo. La diosa Historia está de su lado. La
diosa Materia, que es otro nombre para la misma divinidad, también lo está. Y entonces
convertido en un historiador del Siglo XXI, el cosmócrata comienza su relato “Hubo una
época en que prevalecieron las sombras...”
34 Los miles de años de historia del Perú son concentrados en tres grandes capítulos que
llevan de la oscuridad a la luz. El primero, “De cómo prevalecieron las sombras”, abarca
desde la llegada del homo sapiens a los Andes hasta principios del Siglo XX. Si algo llama
la atención aquí es el poco apego al pasado y al terruño. No está tratando de reafirmar
ninguna identidad parroquial ni primordial, tampoco de recuperar ningún paraíso
perdido. En un país como el Perú, llama la atención la frialdad del texto frente a las
grandes civilizacio nes prehispánicas. Dentro de su visión absolutamente clasista, lo
étnico no juega ningún papel. Lo que importa es el surgimiento del Estado y las clases
en la época Wari (S.vi-xi n.e.). La conquista es un simple cambio de explotadores.
“Como el lncario era un sistema carcomido basado en la explotación se hundieron al
choque con un orden superior”. No hay lágrimas. Se trata más de proyectar que de
recuperar. El paraíso está en el futuro.
35 El nombre del segundo capítulo es “De cómo surgió la luz y se forjó el acero”. Se inicia
entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX cuando, junto con el nuevo orden
imperialista, “una nueva clase amanece, es el proletariado”. En un primer momento,
Mariátegui y la joven clase obrera peruana tienen los papeles protagónicos hasta que,
como en una cosmogonía, de la oscuridad:
Comenzó a surgir una luz más pura, una luz resplandeciente, esa luz la llevamos
nosotros en el pecho, en el alma. Esa luz se fundió con la tierra y ese barro se
convirtió en acero. Luz. barro, acero, surge el partido en 1928... (mayúscula en el
original)25.
36 Ya no se trata sólo de lenguaje bíblico. Es una Biblia con su génesis proletario... y luego
una historia de redención con la clásica trilogía: Vida-muerte-resurrección. Porque José
Carlos Mariátegui murió a los 36, apenas dos años después de fundar el partido. Así
“tuvimos una posibilidad que se deshizo cuando se cegó la vida del que nos fundó”. Sin
embargo: “lo que no pudo ser realidad quedó como Programa y Plan”. Pero ese legado
germinal de Mariátegui: “fue negado, soslayado, ocultado”. Es, sin duda, una temporada
en el infierno. El Santo Grial -Programa y Plan- queda sepultado por los traidores y
revisionistas que se apoderan del partido. Pero no desaparece porque: “la clase lo
encarnó, siguió latiendo en clase y en pueblo combatientes y en los comunistas”. Hasta
que nuevamente la historia se acelera y se vuelve vertiginosa. En la década de los
setenta llega al éxtasis, porque por entonces:
Nuestro pueblo fue iluminado por una luz más intensa, el marxismo-leninismo,
pensamiento de Mao Tse-tung; fuimos primero deslumbrados, al comienzo
rompimiento de luz inacabable, luz y nada más; poco a poco nuestras retinas
comenzaron a comprender esa luz, bajamos los ojos y comenzamos a ver nuestro
país, a Mariátegui y nuestra realidad y encontramos nuestra perspectiva: la
Reconstitución del Partido26.
37 Monte Tabor, Pascua y Pentecostés condensados en una sola frase. Revividos por una
suerte de Dios Padre que habita en China, esos marginales funcionalmente superfinos
están listos para “hablar lenguas” y ser los protagonistas del tercer capítulo que se
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inicia el día mismo en que el cosmócrata pronuncia su discurso. Plan y Programa han
sido reconstruidos. Es el día de la resurrección. Por eso el título del tercer capítulo: “De
cómo se derrumbaron los muros y se desplegó la aurora”. El narrador vuelve al siglo XXI
y desde allí escribe la historia de ese preciso momento:
Se dirá: Nuestro Partido forjado con la luz más fuerte y acero más puro tuvo un
momento de decisión y generó el Plan Nacional de Construcción y el Partido, que
era un pedazo de bandera desplegada al viento, se extendió para iluminar nuestra
patria... Los comunistas se levantaron y la tierra tronó y al tronar la tierra los
camaradas avanzaron... Los pocos comunistas que había se convocaron de varios
puntos, y al final se comprometieron y tomaron una decisión: Forjar en los hechos
la Primera Compañía de la Primera División del Ejército Popular; y, así, comenzaron
a retroceder las sombras en forma definitiva, los muros temblaron y fueron
horadados: Con los puños se abrió la aurora, la oscuridad se aclaró... Las almas
estaban alegres y los ojos resplandecían luz27.
38 Los comunistas se congregan y acuden como las masas al Sermón de la Montaña, o más
bien como al Armagedón. Una vez conformada la comunidad-de-discurso, el nuevo
pueblo del Libro está listo para ponerse en marcha. Nada lo detendrá. Para probarlo, el
narrador recurre a otro flash forward y continúa su historia desde el futuro lejano.
Un capítulo dirá: mucho esfuerzo costó, dimos nuestra cuota [de sangre], y en
momentos difíciles enterramos nuestros muertos, secamos nuestras lágrimas y
seguimos combatiendo. Así se concretó y en el día nacional fue proclamada la
República Popular... Nuestra América brilla, es ya un mundo libre y se extiende por
todas partes. Hoy viejos imperios se hunden, son aguas sucias, ceniza envejecida,
mientras el trabajo está reivindicado y los campos florecen en la República Roja...
Así dirá la historia; en ese sentido nos enrumbamos para llegar inevitablemente al
comunismo, para llegar a la luz plena y absoluta. La sangre de los que cayeron
clama: -luz, luz- al comunismo llegaremos! Eso estará escrito, así dirá la historia 28.
 
• A derrumbar los muros

39 El tercer texto se titula: Comenzamos a derrumbar los muros y a desplegar la aurora. Fue un
discurso pronunciado en una reunión clave: la ii Sesión Plenaria del Comité Central 29,
que Según Gorriti30 empezó el 17 de marzo de 1980 y se prolongó hasta fin de mes. Cabe
explicitar que de acuerdo a la vocación magistral y claustrofílica de Guzmán, las
reuniones eran por lo general largas encerronas en las cuales el líder era no sólo
retórico, exegeta y profeta sino también estratega y organizador. Y los textos
estudiados y citados eran no sólo bíblicos sino predominantemente de Marx, Lenin,
Stalin y Mao, aunque también, como apunta Gorriti, de clásicos occidentales. Largas
reuniones en las cuales el maestro iba venciendo todas las resistencias de los discípulos
y moldeándolos a su imagen y semejanza, más como el herrero que como el alfarero.
Porque, como repetirá a lo largo de los años con variantes, refiriéndose a quienes no
son discípulos pero tampoco enemigos:
No va a ser fácil que acepten.... requerirán unos hechos contundentes... que les
martillen en sus duras cabezas, que les hagan saltar a pedazos sus especulaciones,
para que en sus almas también anide la realidad de esta patria nuestra.
40 Este II Pleno del CC es clave porque la oposición interna subsiste, a pesar de haber sido
descabezada. El jefe de la oposición había salido del país, pero envió un documento que
fue leído “y defendido” en ese evento31. Podemos imaginar las diferencias entre los
jóvenes deslumbrados por las narraciones del cosmócrata, que no necesitan martillos
para que sus almas se abran al proyecto triunfador, y los viejos militantes fogueados en
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las duras pugnas de la izquierda peruana de los setenta, que, además “veían” el auge de
los movimientos sociales y el avance a grandes trancos del resto de la izquierda. Pero
no podemos sino elucubrar sobre el grado de cinismo que pudiera existir en el narrador
cuando se eleva a la cosmología para resolver los problemas internos del partido.
41 Lo cierto es que, como dijimos, entre 1979 y 1980 el partido libró tres luchas internas.
La primera contra una “línea oportunista de derecha”, que negaba la existencia de una
situación revolucionaria. Fueron expulsados. La segunda, “contra una nueva línea
derechista que consideraba que iniciar la lucha armada era imposible”. La tercera, que
parece ser la que se desarrolla en este evento, es ya: “con las divergencias en la
izquierda, en la que se vieron los matices sobre cómo desarrollar la guerra popular,
estableciéndose que el matiz proletario era el del Presidente Gonzalo” 32. En todo caso,
usando terminología senderista podemos decir que en este ii Pleno, Guzmán decidió
“rematar con sello de oro” la lucha interna y “aniquilar” a sus adversarios. Si en el ix
Ampliado predominó el tono paternal, esta vez es el dios de la ira el que desde el
incuestionado poder de la materia, truena y amenaza. La sangre invade el escenario. No
en vano en la reunión se leen trozos de Machbet, de Julio César y del Prometeo de
Esquilo33. “La sangre de nuestro pueblo nos enardece y bulle en nosotros”. “Somos
sangre poderosa y palpitante” ¿Quién habla por la boca de la oposición interna?
Las negras fauces de la opresión y explotación, las negras fauces llenas de baba y
sangre. No olvidar que la reacción necesita verter sangre a raudales para aplacar al
pueblo, es su sueño de fuego y hierro...34.
42 En Por la nueva bandera resonaban ecos del Génesis. La lucha interna separaba la
oscuridad de la luz, el día de la noche. Ahora es el Apocalipsis. El fuego reemplaza a la
luz: “No nos queda sino quemar viejos ídolos, quemar lo caduco...”. La sintaxis se vuelve
por momentos frenética: “Inaceptable, inadmisible: quemarlo, volarlo”. Antes la
ruptura implicaba lavarse el alma y la oposición era “silencio”, “espuma envejecida”,
“viejo mar envejecido, podrido por el tiempo”, “aguas negras en descomposición”.
Ahora, como en un arrebato de pánico, o de histeria, el cosmócrata exige:
Desarraiguemos las hierbas venenosas, eso es veneno puro, cáncer a los huesos, nos
corroería; no lo podemos permitir, es putrición y siniestra pus no lo podemos
permitir, menos ahora... desterremos esas siniestras víboras, esas nocivas víboras,
no podemos permitir ni cobardía ni traición, son áspides... Comencemos a quemar,
a desarraigar esa pus, ese veneno, quemarlo es urgente. Existe y eso no es bueno, es
dañino, es una muerte lenta que nos podría consumir... Los que están en esa
situación son los primeros que tienen que marcar a fuego, desarraigar, reventar los
chupos. De otra manera la ponzoña sería general. Venenos, purulencias hay que
destruirlas: el cuerpo está sano, si no las destruimos se iría el vigor 35.
43 Imposible no mencionar las dolencias que obligaron a Guzmán a retirarse de Huamanga
en 1974. Una enfermedad a la sangre, polistemia, que le impide vivir en la altura, y otra
que le afecta la piel produciéndole escamas y llagas: soriasis, una muerte lenta 36. Y la
muerte, la gran protagonista de los años siguientes, hace su aparición junto a la sangre.
Para culminar la derrota de la oposición es necesario:
Que las acciones armadas confirmen nuestra prédica, que nuestra sangre se junte
con la sangre de los que tienen que verterla; no tenemos derecho a que esa sangre
tirite sola, que su frío se acune con la tibieza de la nuestra. O no somos lo que
somos37.
44 Ser en la muerte. “Si nuestra sangre y vida son reclamadas tengamos una actitud:
llevarlas en la mano para entregarlas...”. Porque: “...nuestra muerte por la buena causa
seria el sello de nuestra acción revolucionaria”. Para la muerte “Mañana la materia nos
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recogerá en su bélica paz, allí es donde podremos descansar definitivamente”. Sangre y


muerte deben ser familiares para quienes han decidido: “...convertir el verbo en
acciones armadas”. El referente evangélico al redentor-“el verbo se hizo carne” -es
plenamente reconocible y nada gratuito: anuncia la actitud de Guzmán y de SL frente a
la violencia. La redentora es ella. No es la partera, es la madre de la historia.
 
• Somos los iniciadores

45 El cuarto y último texto, el más importante, se titula Somos los iniciadores. Fue un
discurso pronunciado al clausurar la i Escuela Militar de SL el 19 de abril de 198o 38, a
menos de un mes del inicio de las acciones armadas. Nuevamente, el narrador anuncia
que hablará “con el corazón abierto, en palabra de voluntad y razón de sentimiento”
pero de inmediato, como si temiera que sus palabras aparentemente contradictorias
fueran malinterpretadas por un auditorio acostumbrado al discurso “científico” del
marxismo-leninismo, añade: “también esto tiene estricta lógica”. La estricta lógica de
los sentimientos. Una pasión fría que en los siguientes trece años abrasó todo el Perú
hasta casi consumirlo.
46 Una vez purificados y en capacidad de interpretar el pasado, el presente y el futuro, es
posible que los maoístas renacidos pasen a la acción. Al hacerlo, conmocionan al
mundo. Porque según Abimael Guzmán, el inicio de su lucha armada en los remotos
Andes peruanos marca un punto de viraje en la correlación planetaria de fuerzas y
significa que“ ...entramos a la ofensiva estratégica de la revolución mundial 39“. El
cosmócrata traza un hilo que va desde las luchas más antiguas de las masas, pasando
por la Comuna de París, la Revolución de Octubre, la Revolución China y la Revolución
Cultural hasta llegar a ese día en el cual: “toda esa grandiosa acción de siglos se ha
concretado aquí. La promesa se abre, el futuro se despliega: ila 80”.
47 ILA son las iniciales de “Iniciar la lucha armada”. Guzmán tiene la cualidad de condensar
en siglas, en fórmulas algebraicas, enorme cantidad de capital simbólico. Si en los
textos anteriores acumuló ese capital moviéndose entre la física y la cosmología, ahora
trata de hacerlo en el terreno del análisis de la situación política internacional. Las
razones para que pueda hablarse de una ofensiva estratégica de la revolución mundial
serían cuatro: “el poderoso movimiento obrero internacional, las encrespadas olas del
movimiento de liberación nacional el desarrollo de los partidos comunistas, el
marxismo elevado a la gran cumbre del pensamiento Mao Zedong”.
48 Es muy difícil pero no imposible imaginar que desde Ayacucho, Perú, no se advirtieran
las debilidades del movimiento obrero internacional y las grietas del movimiento de
liberación nacional en plenas guerras entre China, Vietnam y Kampuchea, para
mencionar un solo ejemplo. Pero hay un inadmisible punto ciego en el análisis de quien
siguió tan de cerca la evolución del Partido Comunista Chino: la muerte de Mao y la
derrota del Grupo de Shanghai o Banda de los Cuatro. Es imposible no sospechar que se
trata de una omisión que se da en esa penumbra entre la conciencia y el autoengaño.
Otra interpretación complementaria es que al sobrepasar el tradicional análisis político
marxista para incursionar en el discurso profético, Guzmán rompe con toda traza de
materialismo. No importa que Mao haya muerto y sus seguidores hayan sido
derrotados, lo que importa es que la idea marxista se ha elevado a la gran cumbre del
pensamiento Mao Zedong y que él encarna esa idea.
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49 “La rebelión se justifica”, fue uno de los lemas centrales de SL, inspirado en Mao. Cabe
preguntarse si las pulsiones apenas disimuladas del líder no obligan a precisar el lema
“la rebelión contra la realidad en nombre de la idea se justifica”. A pesar de que a
primera vista aparece como un lento y paciente trabajo, la historia de SL a partir de los
años setenta podría pues ser vista como una huida cada vez más sangrienta hacia
adelante; y la construcción de una comunidad-dediscurso como la elaboración de un
blindaje impenetrable que permitiera ignorar la realidad en nombre del sueño y
remontar un “hecho contundente”: llegaron tarde a la historia. En qué medida habrán
influido en la decisión guerrerista de Guzmán las reformas de Velasco y la masiva
organización campesina, con las cuales se esfumaba el campesino siervo, sujeto
principal de su proyecto; la transición democrática 1978-1980, que diluía la posible
polarización “dictadura fascista” vs. Revolución; el fin de la Revolución Cultural, que
marchitaba la esperanza en una triunfante revolución maoísta mundial.
50 Somos los iniciadores trata de barrer toda sombra de dudas y fortalecer una convicción: la
lucha armada es posible, necesaria. La situación mundial es favorable; la nacional lo
justifica. La denominada violencia estructural está en la base de esa justificación:
Ellos en su vieja y sangrienta violencia, en su paz de bayonetas, en su guerra
maldita que liquida en las cárceles, en las escuelas, en las fábricas, en los campos,
asesinando incluso a niños en los vientres maternos (...) Esa siniestra violencia
encuentra hoy la horma de su zapato40.
51 Si antes se elevó hasta la cosmología, ahora se hunde en las estructuras profundas para
no “ver” ni la sociedad ni la política, para ignorar a la inmensa mayoría del país, que se
ubica entre ese mítico “ellos” y SL. Sólo existen “revolución y contrarrevolución que se
aprestan a la violencia”. Al centro el vacío. No ve que hay gente rebelándose de otro
modo. Eran los años de mayor auge de movilizaciones sociales del presente siglo:
movimientos sindicales, campesinos, barriales, magisteriales, regionales, el inicio de
movimientos femeninos, contiendas electorales. La izquierda marxista llegó al 28 % de
la votación en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1978. No cuentan. Toda
otra forma de lucha es negada, denigrada y quienes la llevan adelante son acusados de
traición. Ello trajo consecuencias dolorosas en los años siguientes, cuando SL se
convirtió en un verdadero “antimovimiento social”41 al identificar a quienes no estaban
del lado del partido con el mítico “ellos” estatal, encarnación del mal absoluto,
merecedores, por tanto, de la muerte, que SL se encargó de prodigar cada vez más
generosamente.
52 Podríamos decir que mientras se mueve entre el Génesis y el Apocalipsis, el análisis de
Guzmán es menos vulnerable. Pero en realidad ya no se trata de un análisis político de
correlaciones de fuerzas sino de un discurso, una narración a través de la cual el dolor
de los funcionalmente superfinos se convierte en rabia. Y entonces SL pasa a ser la
mano que escribe en la pared en medio del banquete:
Sueños de sangre de hiena tienen la reacción; agitados sueños estremecen sus
noches sombrías; su corazón máquina siniestras hecatombes; se artillan hasta los
dientes pero no podrán prevalecer, su destino esta pesado y medido. Ha llegado la
hora de ajustarle cuentas42.
53 ILA 80 marcará el inicio de ese ajuste, ILA es posible, según SL, porque existe un equilibrio
estratégico a nivel mundial.
En el equilibrio: El pueblo se encabrita, se arma y alzándose en rebelión pone
dogales al cuello del imperialismo y los reaccionarios, los coge de la garganta, los
atenaza; y, necesariamente los estrangulará. Las carnes reaccionarias las desflecará,
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las convertirá en hilachas y esas negras piltrafas las hundirá en el fango, lo que
quede lo incendiará... y sus cenizas las esparcirá a los vientos de la tierra para que
no quede sino el siniestro recuerdo de lo que nunca ha de volver porque no puede
ni debe volver43.
54 La virulencia del lenguaje anuncia la violencia que vendrá:
Sus huestes negras y siniestras irán contra nosotros, montarán poderosas
agresiones, grandes ofensivas. Nosotros responderemos, los desvencijaremos, los
dividiremos; sus ofensivas las convertiremos en multitud de pequeñas ofensivas
nuestras y los cercadores serán cercados y los pretendidos aniquiladores serán
aniquilados y los pretendidos triunfadores serán derrotados y la bestia finalmente
será acorralada y como se nos ha enseñado, el estruendo de nuestras voces armadas
los hará estremecer de pavor y terminarán muertos de miedo convertidos en pocas
y negras cenizas44.
55 Si el hombre está hecho de la madera de sus sueños, es indudable que nos encontramos
frente al producto de una desmesurada pesadilla. Después de ila 8o, la comunidad de
discurso quedó conformada, el proyecto triunfador vibrantemente delineado. “La
destrucción del partido ha sido conjurada”. El partido ha sido reconstituido y sus
militantes se convierten en alquimistas de luz:
Somos un torrente creciente contra el cual se lanza fuego, piedras y lodo; pero
nuestro poder es grande, todo lo convertiremos en nuestro fuego, el fuego negro lo
convertiremos en rojo y lo rojo es luz. Eso somos nosotros, esa es la Reconstitución.
Camaradas, estamos reconstituidos45.
56 Convertidos en superhombres, ansiosos de iniciar la larga marcha hacia la tierra
prometida, los levitas de ese nuevo pueblo del Libro, firman entonces un compromiso:
Los comunistas de la I Escuela Militar del Partido, sello de los tiempos de paz y
apertura de la guerra popular, nos ponemos en pie de combate como sus
iniciadores, asumiendo bajo la dirección del Partido y ligados al pueblo, la forja de
las invencibles legiones de hierro del Ejército Rojo del Perú. -Gloría al marxismo-
leninismo-pensamiento Mao Tsetung! ¡Viva el Partido Comunista del Perú! ¡Por el
camino del camarada Gonzalo, iniciemos la lucha armada! 46.
57 La guerra milenaria estaba a punto de empezar.
 
• De profeta a Mesías, o un do de pecho para cambiar el mundo

58 Durante la década de los ochenta, el lazo exegético que cohesionaba la comunidad-de-


discurso se desarrolló a lo largo de tres líneas entrelazadas: culto a la muerte, abolición
del ego y exaltación del líder.
59 El culto a la muerte se exacerbó en cada nueva etapa de la “guerra popular”. En el iv
Pleno del Comité Central, celebrado en mayo de 1981, Guzmán señaló la necesidad de
pagar “la cuota” de sangre necesaria para el triunfo de la revolución. A partir de
entonces, los militantes hacían una promesa, que entre otros puntos incluía “...luchar y
entregar la vida por la revolución mundial”47. La lógica que sustentaba el culto era
que“.. .la sangre no detiene la revolución, sino la riega”. Cuando SL propuso alcanzar el
“equilibrio estratégico”, Guzmán comenzó a hablar de un millón de muertos“.. ,y de la
posible conveniencia de un “genocidio” para alcanzar ese equilibrio 48.
60 Para su consolidación, el culto requería la negación de la individualidad y, por tanto,
del valor de la vida de las personas en general y de los militantes en particular, que
debían “...llevar la vida en la punta de los dedos”, estar dispuestos a “pagar la cuota” y
“cruzar el río de sangre” necesario para el triunfo de la revolución. La desvalo ración de
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los sentimientos, del amor y del sexo, fluyen de manera natural en ese contexto. Por
eso para Laura Zambrano, dirigenta nacional de SL, el amor se encontraba “al servicio
de la guerra popular”49. Después de su captura Guzmán parece haber definido el sexo
como una “ansiedad fisiológica”50. Con seguridad, usó esos mismos términos en un
cuadro militar entrevistado en el semanario Sí, el 2 de noviembre de 1992. Corolario: las
normas deuteronómicas, pavlovianas, que regían la vida sexual de los combatientes.
61 Ya en los cuatro textos comentados se advertía una voluntad rabiosa de obliterar la
individualidad, vinculada a la visión teleológica que conllevaba el proyecto triunfador.
En Por la nueva bandera, esa voluntad se expresaba en contraposiciones bíblicas: chispa
vs. hoguera, grano de trigo vs. rueda de molino. En los Tres capítulos de nuestra historia, el
futuro imaginario adquiría ribetes de ciencia-ficción:
Ubiquémonos en la segunda parte del siguiente siglo, la historia estará escrita por
nosotros y los que sigan son nosotros, los futuros comunistas, porque somos
inagotables; y vendrán otros y otros, y los que vienen son nosotros 51.
62 Adviértase que todo está redactado -o dicho- en presente y en primera persona del
plural. En la comunidad de discurso el tiempo es abolido. También, por tanto, la
muerte, pues “...los futuros comunistas son nosotros”. Ese nosotros trascendente y total
-más que como en la Iglesia católica, como en la teoría Gaia o en el planeta-organismo
de las novelas de Asimov- vuelve irrelevante la vida individual, que puede llevarse
entonces en la punta de los dedos.
63 Pero al mismo tiempo, en ese gran Nosotros unos son más iguales que otros. Se trata del
cosmócrata, cuyo ego es exaltado a través de un culto a la personalidad inédito en la
historia del movimiento comunista52. Demos algunos ejemplos. En las Bases de Discusión
elaboradas para su i Congreso y aparecidas en 1988 en El Diario, los capítulos no
aparecen como decisión de una instancia colectiva -Comité Central, Buró Político- de
acuerdo a la tradición leninista y de los partidos políticos en general, sino como
enseñanzas del Presidente Gonzalo53. Lo más peculiar: desde principios de la década de
los ochenta los militantes debían firmar una “carta de sujeción”, que no era en primer
lugar al partido ni a la “línea revolucionaria”, sino al presidente Gonzalo y su
pensamiento. La siguiente no es precisamente una carta de sujeción, sino un informe de
un militante al Comité Central escrito en diciembre de 1988. Sin embargo, el lenguaje es
tan absolutamente canónico, que da una idea bastante precisa de la cadena de
sujeciones' a las cuales se sometía el militante:
Queridos Camaradas: Expreso mi saludo y sujeción plena e incondicional al más
grande marxista-leninista-maoísta viviente sobre la Tierra, nuestro querido y
respetado Presidente Gonzalo, jefe y guía de la revolución peruana y de la
revolución proletaria mundial, maestro de comunistas y centro de unificación
partidaria. Expreso mi saludo y sujeción plena e incondicional a la ideología
científica del proletariado, el Marxismo-Leninismo-Maoísmo, Pensamiento Gonzalo,
principalmente Pensamiento Gonzalo, concepción todopoderosa e inmarcesible que
alumbra nuestro camino y nos arma la mente. Expreso mi saludo y sujeción plena e
incondicional al grande, glorioso, correcto y victorioso Partido Comunista del Perú,
el estado mayor de la revolución armada que dirige magistral-mente ocho años de
guerra popular en nuestra patria. Expreso mi saludo y sujeción plena e
incondicional al Comité Permanente, Buró Político, Comité Central y todo el sistema
de dirección partidaria. Expreso mi saludo y sujeción plena e incondicional al i
Congreso marxista del PCP. Congreso marxista-leninista-maoísta- pensamiento
Gonzalo, brillante hito histórico, hito de victoria, que nos ha dado el pensamiento
Gonzalo y la base de unidad partidaria, a todos sus acuerdos y tareas que emanan de
106

él. Luego de expresar mi saludo, queridos camaradas, paso a plantear el motivo de


la presente...54.
64 Como si los militantes se despojaran de su ego y a través de un sistema de vasos
comunicantes lo entregaran al líder, cuyo ego crecería en proporciones equivalentes, ya
en Por la nueva bandera, Guzmán había dado indicios del posible funcionamiento de este
mecanismo, recurriendo a un tema musical para explicarlo:
La IX Sinfonía tiene una característica: un leve rumor creciente y se va forjando una
luz hasta estallar en explosión musical. Entra la voz humana, la voz de la masa
coral, es la tierra que se convierte en voz: sobre fondo de masa coral cantan cuatro
individuos, la masa genera esas voces que cantan más alto, pero hay una voz que
debía llegar más alto aún. Nunca antes nadie la pudo cantar, pero en este siglo se
logró luego de muchos intentos y lo que era imposible se consiguió 55.
65 Es claro que Guzmán se identifica con esa voz que logra “llegar más alto aún”. En la
persecución obsesiva de ese sueño, en medio de un creciente río de sangre, el caudillo-
maestro que se va transformando en maestro-Mesías. Poco a poco las referencias a
Mariátegui desaparecen. El “Presidente Gonzalo” se convierte en “el más grande
marxista-leninista-maoísta viviente”, “la cuarta espada del marxismo” después de
Marx, Lenin y Mao, el solista de la ix sinfonía, que toma la posta allí donde Mao resultó
derrotado y cree ser capaz de emitir el do de pecho que transformará el mundo 56.
 
Epílogo: La violencia, el genio y la botella57
• 12 de septiembre de 1992 (todos los canales de TV)

66 Encerrado en una jaula de hierro, un tipo desgreñado, barbudo y con el traje a rayas de
los presos de otros tiempos grita y gesticula como fiera acorralada. Es Abimael Guzmán,
finalmente apresado después de doce años de guerra popular. Toda la violencia
acumulada por siglos en el cuerpo social pareciera concentrarse dentro de esa jaula,
dentro del llamado Presidente Gonzalo, que luego de su arenga final es sepultado en
vida en una cárcel de máxima seguridad. El genio de la violencia ha regresado a la
botella. Un suspiro de alivio recorre el país. Años más tarde, reza el slogan oficial, el
Perú es un país pacificado y con futuro.
67 Sin embargo, como en ciertas películas de terror, nadie advirtió ese día que en el
momento en que partía rumbo a su última morada, la violencia concentrada en Guzmán
salía de él, se escurría por entre los barrotes y se encarnaba en otras partes del tejido
social y en el gobierno. En realidad, el genio siguió suelto y siguió castigándonos,
multiplicado y multiforme, de manera más sutil pero quien sabe si igualmente nociva.
En efecto, tanto la violencia del discurso político, especialmente en los medios de
comunicación, así como ciertos estilos de hacer política, exacerbados en el Perú de la
década del noventa, fueron herencia del enfrentamiento o guerra sucia entre las ffaa y
Sendero Luminoso.
 
El discurso mediático
68 La violencia del discurso mediático se hizo patente en los llamados diarios “chicha” y
en la televisión de señal abierta, especialmente cuando quedó controlada en lo
fundamental por el gobierno de Alberto Fujimori hacia 1998. Como en losjuicios
107

populares senderistas, no bastaba que los condenados en el juicio mediático recibieran


la pena máxima, en este caso la destrucción de su imagen, su muerte simbólica. Era
necesario su aniquilamiento. Así como SL chancaba con piedra, cortaba el cuello con
cuchillo sin filo, dinamitaba y volaba en mil pedazos el cadáver de sus víctimas, en este
caso también había que cebarse en ellas, destrozarlas en sucesivos programas o
ediciones, ridiculizarlas y humillarlas en los titulares. Tanto losjuicios populares
senderistas como losjuicios mediáticos fujimoristas (o montesinistas) producían
“castigos ejemplarizadores” que tenían como objetivo atemorizar y envilecer. Se
trataba de inocular el miedo en la polis, paralizándola por el terror que inspiraba el
poder oculto que vigilaba en la oscuridad. Se trataba de atemorizar a políticos
opositores, pero también a los ciudadanos comunes y corrientes, para que no se metan
en política.
 
Los estilos de hacer política
69 El Perú permaneció largos años secuestrado en los tiempos de la guerra contra la
hiperinflación (1988-1990), los partidos tradicionales y la subversión. Mantener vivo el
fantasma de la guerra sirvió para legitimar un régimen cuya frágil institucionalidad y
cuyo estilo bélico de hacer política exhibía las marcas de la violencia en medio de la
cual nació. Las tácticas de la guerra bloqueaban el tránsito de la política como
demolición schimitteriana del enemigo, a la política entendida como acuerdos,
negociaciones o alianzas; de la democracia entendida sólo como el derecho de la
mayoría a gobernar, a la democracia entendida además como participación ciudadana y
como protección de los derechos de las minorías. Para convertir este estilo en sentido
común, el gobierno desarrolló una intensa lucha por la memoria que tenía por
objetivos, por un lado, construir al Estado como la víctima fundamental de la violencia
terrorista; por otro, construir una memoria en la cual el país era salvado por dos
actores principales -el presidente Fujimori y su asesor Montesinos con las Fuerzas
Armadas y Policiales como actores secundarios. Del resto de peruanos, algunos
figuraban como extras' mientras la casi totalidad del país era reducida a la condición de
espectadora pasiva, necesariamente agradecida a la pareja de superhéroes. Para
conquistar este doble objetivo, de construirse como víctima y de implantar la memoria
del presidente salvador, el Estado trató de atomizar y fagocitar la sociedad, para ocultar
su propia violencia y legitimar su lado oscuro, encarnado fundamentalmente en la
figura del asesor Montesinos. Las consecuencias, como hoy se sabe, resultaron
desastrosas.

BIBLIOGRAFÍA
 
108

Bibliografía
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109

NOTAS
1. Apter, David (1992) y (1997).
2. Degregori, Carlos Iván (1985), (1989) y (1996).
3. Pizarro, Eduardo (1996).
4. Degregori, Carlos Iván (1990).
5. Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (1988), p. 343.
6. Guzmán cita a Lenin. que sustentó un Boicot contra la Duma teniendo en cuenta:“el ascenso de
la lucha popular que llevaba a la insurrección”. Guzmán precisa: “En nuestro país el camino no es
la insurrección en la ciudad sino el de la lucha armada, el de cercar las ciudades desde el campo a
través de una guerra popular prolongada; entre nosotros el ascenso es, en esencia, ascenso del
movimiento campesino y es este el que devendrá lucha armada, la historia del país, y la década
del sesenta lo prueban fácilmente”. Ibidem. p. 110.
7. Degregori. Carlos Iván (1985) y (1990).
8. Degregori, Carlos Iván (1985), p. 48.
9. Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (1988), p. 343.
10. Nun, José (1989).
11. Partido Comunista del Perú (1978).
12. Apter. David (1992).
13. Véase por ejemplo, Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. 1978. “Contra las ilusiones
constitucionales y por el Estado de Nueva Democracia” en Arce Borja. Alberto (1990) salpicado de
cuadros sobre la distribución de la tierra y la evolución del Producto Interno Bruto;
“Desarrollemos la creciente protesta popular” (PCP, 1979). Donde se trata de explicar la debilidad
del Estado peruano a partir de citas de Mao y la existencia de una situación revolucionaria
recurriendo a Mao y a Lenin. Mediocres en la interpretación estadística, despistados en el análisis
político.
14. Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (1988).
15. Ibidem. Para una versión bastante detallada del contexto de luchas internas en el cual se
producen estos textos o discursos ver Gorriti. Gustavo (1990). Capítulo III.
16. Discurso pronunciado el 7 de junio de 1979 en el ix Pleno Ampliado del Comité Centra] del PCP,
con ocasión de la jura de bandera del partido, roja por cierto, el mismo día en que las Fuerzas
Armadas juran fidelidad a la bandera peruana. Ver Arce Borja. Alberto (1990), pp. 141-145.
17. Ibidem p. 144.
18. A propósito de esta aceptación fatalista del destino, según Gorriti, Gustavo (1990), Cap. iii, en
una reunión celebrada pocos meses después, Guzmán dio a leer a los asistentes uno de sus libros
favoritos, La vida de Mahoma de Washington Irving. Si se tiene en cuenta que a partir de la década
siguiente los militantes de SL suscriben una “carta de sujeción” al presidente Gonzalo, podríamos
imaginar a Guzmán encarnando no sólo la materia sino también el destino o la voluntad divina.
19. Arce Borja. Alberto (1990), p. 142.
20. Si algo brama en el discurso senderista son los ecos del dios de la ira, el dios de la venganza, el
dios inquisidor, el dios del miedo, tan parecido a aquel que enarbolaronlos cruzados de Francisco
Franco en España y que predicaban muchos hermanos de La Salle en la época en que pasó por sus
aulas el joven Abimael. antes de los profundos cambios experimentados por esa orden, que
produjo años después teólogos de la talla de Noé
Zevallos.
21. “Hoxhista”, por Enver Hoxha, líder de la resistencia antifascista albanesa, dirigente del
Partido del Trabajo de Albania y gobernante de ese país desde 1945 hasta su muerte en 1986.
Hoxha enfatizaba el papel de las ciudades en la revolución, a diferencia de la estrategia maoísta
de “cercar ¡as ciudades desde el campo”. La acusación del Hoxhismo volvió a surgir cuando la
dirección senderista planteó intensificar sus acciones urbanas hacia fines de la década de 1980.
110

22. Gorriti, Gustavo (1990). pp. 53-54.


23. Discurso pronunciado el 3 de diciembre de 1979 en la 1 Conferencia Nacional Ampliada del
PCP con ocasión de la decisión de “forjar en ¡os hechos” la Primera Compañía de la Primera División
del Ejército Popular. Arce Borja, Alberto (1990), pp. 150-159.
24. Ibidem, p. 145
25. Ibidem, p. 148.
26. Ibidem.
27. Ibidem, pp. 148-149.
28. Ibidem, p 149.
29. 29 En Arce Borja, Alberto (1990), pp. 166-167.
30. Gorritti. Gustavo (1990), p. 49.
31. Ibidem.
32. Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (1988).
33. Gorriti, Gustavo (1990), p. 57.
34. Arce Borja, Alberto (1990), p. 154.
35. Ibidem, p. 155.
36. Ver Gorriti, Gustavo (1990).
37. Arce Borja, Alberto (1990), p. 154.
38. Arce Borja, Alberto (1990), pp. 163-175.
39. 39 Según la interpretación de SL. como una de las consecuencias de esa “ofensiva estratégica
de la revolución mundial”, los próximos cincuenta a cien años estarían destinados a ser una
época signada por la violencia “apuntando a una guerra mundial”. Partido Comunista del Perú-
Sendero Luminoso. 1988. Capítulo II y III.
40. Arce Borja, Alberto (1990), p. 166.
41. Wieviorka, Michael (1988).
42. Arce Borja, Alberto (1990), p. 164.
43. Ibidem, p. 165.
44. Ibidem, p. 165.
45. Ibidem, p. 167.
46. En Gorriti, Gustavo (1990), p. 67
47. Ibidem.
48. Guzmán. Abimael (1988).
49. El Diario, 1988.
50. Sí, 24 de septiembre de 1992.
51. Arce Borja, Alberto (1990), p. 146.
52. Recuérdese que el culto a la personalidad de Lenin se despliega después de sumuerte. En los
casos de Stalin, Mao o Kim II Sung el culto se desata después de la tomadel poder.
53. En el título mismo de algunos de los capítulos se advierte esta personalización. Así, un
capítulo se titula, “El Presidente Gonzalo y la Revolución democrática”, y se iniciacon estas
palabras: “Enarbolando, defendiendo y aplicando el marxismo-leninismomaoísmo,
principalmente el maoísmo, el Presidente Gonzalo establece que la revolución peruana en su
curso histórico ha de ser primero revolución democrática...” (1988, Capítulo II). Otro capítulo,
“Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular”, se inicia así: “Enarbolando,
defendiendo y aplicando el marxismo-leninismo-maoísmo, el Presidente Gonzalo ha establecido
la línea militar del Partido...” (1988, Capítulo II).
54. En Starn, Orin, et.al (1995).
55. Arce Borja, Alberto (1990). p. 142.
56. En ese proceso el “Pensamiento Gonzalo” se va asemejando cada vez más, a una versión
tibetana del marxismo en la que la idea' revolucionaria se encarna en determinados individuos o
'espadas' -Marx, Lenin. Mao. Gonzalo- casi como el espíritu de Buda se reencarna en cada nuevo
111

Dalai Lama. Recuérdese que la idea de Perú como centro de la revolución mundial y luego de
Gonzalo como “cuarta espada”, comienza a germinar poco después de la muerte de Mao y que, si
se toma el punto de vista senderista, no ha habido nunca más una espada viva: Stalin asume ese
papel después de la muerte de Lenin y en lucha contra sus otros rivales; Mao después de la
muerte de Stalin y la traición de Krutschev, quien habría podido ser el heredero natural' del
georgiano.
57. Las ideas de este epílogo están más desarrolladas en Degregori, Carlos Iván, (2000).

NOTAS FINALES
i. Instituto de Estudios Peruanos
112

Desarmando el sujeto: recordando la


guerra e imaginando la ciudadanía
en Ayacucho, Perú
Kimberly Theidon

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
Every narrative, however seemingly “full,” is
constructed on the basis of a set of events that
might have been included but were left out; this
is as true of imaginary narratives as it is of
realistic ones.1
1 La guerra y sus secuelas sirven de poderosos incentivos a la elaboración y transmisión
de historias individuales, comunales y nacionales. Estas historias reflejan y constituyen
la experiencia humana en la medida que fijan los contornos de la memoria social y
producen sus efectos de veracidad. Ellas utilizan el pasado de manera creativa,
combinando y recombinando elementos de ese pasado al servicio de los intereses del
presente. En este sentido, la apropiación consciente de la historia involucra tanto la
memoria como el olvido, dos procesos dinámicos impregnados de intencionalidad.
2 En este ensayo, exploro el uso político de las narrativas elaboradas en el campo
ayacuchano respecto a la guerra interna durante los últimos quince años. Planteo que
cada narrativa tiene una intención política y supone un auditorio interno como
externo. En este sentido, el despliegue de narrativas de guerra tiene mucho que ver con
la construcción de nuevas relaciones de género, generación y etnicidad que
caracterizan la política contemporánea de la zona. Sugiero que estas nuevas relaciones
tienen un impacto en la elaboración de las prácticas democráticas y sobre el modelo de
ciudadanía que están siendo elaborados dentro del contexto actual.
113

3 Igualmente, estas narrativas sirven de componente central en la elaboración de


identidades locales y nacionales tomando la épica guerrera como la estructura que guía
tanto la forma como el contenido de dichas historias. Este estilo épico enfatiza el
heroísmo masculino y ha sido canonizado no solamente por las comunidades mismas
sino también por la literatura académica2. Esta homogenización de la narrativa ha
invisibilizado las versiones, experiencias y comprensiones alternas de la guerra al
compactar los recuerdos fragmentados y polifónicos dentro del paradigma dominante
sobre la guerra3. De hecho, la versión masculina de la guerra -la de ronderos que
defienden sus pueblos, derrotando a Sendero Luminoso (SL) y estableciendo nuevas
prácticas democráticas y exigencias de ciudadanía- oscurece los procesos disyuntivos y
contradictorios de la construcción de ciudadanía en estas poblaciones. Sugiero que
estas disyunciones reflejan los ejes de diferenciación que operan en estas poblaciones;
ejes que incluyen género, generación, y etnicidad.
4 Por lo tanto, si bien su participación armada en la guerra ha permitido a los sectores
subalternos del campo ayacuchano conquistar escenarios nacionales en una lenta e
intermitente construcción de ciudadanía, la participación armada contra Sendero
Luminoso y la relación que las rondas formaron con las Fuerzas Armadas han
reforzado, de manera clave, las relaciones patriarcales en estos pueblos, lo que ha
resultado en un desigual ejercicio de derechos y sentido de pertenencia a esa
comunidad imaginada llamada nación. La integración nacional producto de la
participación en un conflicto armado influye en la subsiguiente cultura política
contribuyendo a lo que Caldeira y Holston llaman “la democracia disyuntiva.” Como
explican;
Al tildar la democracia de disyuntiva, queremos enfatizar que ella abarca procesos
en la institucionalización, práctica y significado de la ciudadanía que nunca son
uniformes ni homogéneos. Estos son más bien normalmente dispares,
desequilibrados, irregulares, heterogéneos, arrítmicos, y ciertamente,
contradictorios. El concepto de democracia disyuntiva enfatiza, por lo tanto, que en
un momento dado, la ciudadanía puede ampliar los derechos en un campo mientras
los contrae en otro. El concepto también significa que la distribución y profundidad
de la democracia entre una población de ciudadanos en un espacio político dado son
desiguales4.
5 El que la distribución de la democracia varía según los ejes de diferenciación que
acribillan cualquier espacio político -sea el Estado-Nación o una comunidad campesina-
hace explotar la noción de que uno puede hablar del “subalterno” o “popular” como un
grupo monolítico cuyos intereses fluyen “naturalmente” de su posición marginalizada.
Cualquier lógica binaria que pretende construir una dicotomía rígida entre “lo oficial”
y “lo popular” oscurece tanto la fluidez dentro de tal dicotomía como la fragmentación
que existe por ambos lados, cayendo en la trampa que Spivak denomina “el apartheid
feroz de las oposiciones binarias.”
6 Si bien las oposiciones binarias son feroces, las metanarrativas también ejercen su
poder en el establecimiento de las reglas del compromiso. Esta misma lógica binaria se
manifiesta en la gran mayoría de los textos sobre represión política, procesos pos-
guerra, y memoria. Hay una estructura analítica repetitiva que informa tanto la
producción académica como la producción activista respecto a estos temas. Por un lado
de la dicotomía está la categoría “memoria oficial”. Esta categoría aparece bajo varios
nombres y adjetivos: “Estado”, “grupos dominantes,” “memoria hegemónica”; -en fin,
“memoria mala o represiva”. Por el otro lado está “la memoria popular”. Los
114

portadores y adjetivos son “grupos subalternos” o “marginalizados”, “sociedad civil”,


“memoria contra-hegemónica” -en suma, la “memoria buena o emancipatoria”—.
Entonces, la meta implícita es suplantar “la memoria oficial” con “la memoria popular”
como un proyecto intrínsecamente democrático.
7 Sin embargo, ¿es verdad que el poder y la estratificación no operan dentro del
subalterno o del popular? Qué pasa con los ejes de diferenciación ya mencionados? El
homogenizar “el popular” es borrar el hecho de que puede ser simultáneamente
oposicional y hegemónica en un contexto dado. Como afirma Mallon:
La cuestión de complicidad, jerarquía y vigilancia dentro de comunidades y culturas
subalternas es realmente espinosa; es algo que exige un trato considerado y
matizado. Por un lado, el hecho de que surja esta pregunta implica claramente que
ninguna identidad subalterna puede ser pura y transparente; la mayoría de los
subalternos son sujetos tanto dominados como dominantes, dependiendo de las
circunstancias o ubicación en las que los encontremos5.
8 Entonces, mi meta en este ensayo es descentralizar la producción de las memorias -
siempre en plural- sin reproducir esta estructura analítica binaria. Busco iluminar
tanto el potencial democrático de las narrativas campesinas de la guerra y captar la
manera como el poder de la palabra -la autoridad para narrar estos eventos- se queda
solidamente en manos de los varones. Entonces, intento preservar la polifonía que
interrumpe la metanarrativa, esperando que esta multiplicación de voces históricas
pueda contribuir a la construcción de una democracia menos disyuntiva y más
inclusiva.
9 La información que utilizo en este ensayo ha sido obtenida del trabajo de campo llevado
a cabo en varias comunidades a lo largo del Ayacucho rural entre 1995-99 6.
Complemento esta información con documentos escritos como los Libros de Actas de
varias de las comunidades estudiadas y las historias escritas de las autoridades locales.
El estudio comprende las comunidades de la parte alta de Huanta y Tambo, al norte del
departamento de Ayacucho, que tuvieron un papel protagónico en la lucha contra SL y
donde el repoblamiento desde 1994 ha sido el más intenso del departamento 7.
Adicionalmente, el proceso de retorno y de pacificación logrado en la zona involucra a
nuevos actores sociales que van más allá de una presencia militar. Ciertamente, la
presencia de las ONG y entidades estatales contribuye a que las relaciones en estos
pueblos sean complejas, y juega un papel importante en los nacionalismos campesinos
que se están imaginando en el Ayacucho rural.
 
Militarizando la masculinidad: “la gente comienza a
ponerse macho”
10 En 1991 un joven rondero en Huayllay en la provincia de Huamanga explicó a mi colega
Ponciano del Pino la ruptura en las relaciones de poder con Sendero Luminoso y el
inicio de la respuesta organizada de los Comités de Defensa Civil- CAC (conocidos como
rondas campesinas). Durante los primeros años de la guerra, la relación del campesinado
con sl se caracterizó por una convivencia estratégica; es decir, una postura ambigua
frente a los beneficios potenciales ofrecidos y una disposición a esperar a ver si el
discurso insurgente era algo más que meras palabras. Sin embargo, esta relación se
deterioró rápidamente bajo la política autoritaria y violencia letal de los insurgentes, y
las presiones correspondientes de las FFA A. En las palabras de este rondero, la respuesta
115

campesina a SL implica un cambio de parte de los campesinos; un cambio que él define


como: “la gente comienza a ponerse macho”8.
11 Esta respuesta campesina se extendió rápidamente a lo largo de muchas comunidades
norteñas de Ayacucho, donde se institucionalizaron las actividades de defensa bajo la
modalidad de rondas campesinas9. Esta organización efectivamente ofreció una
respuesta a las amenazas externas aunque trajo consigo implicaciones contradictorias
con respecto a las relaciones dentro de las comunidades mismas.
12 La trayectoria de las rondas variaba de región a región y con frecuencia entre una y
otra comunidad. Sin embargo, se observa que inicialmente las rondas eran lideradas
por las autoridades comunales existentes y dentro del marco organizativo establecido.
Adicionalmente, en los Libros de Actas de los pueblos de Balcón y Carhuapampa en
Tambo y Carhuahurán en Huanta, se registra la participación tanto de hombres como
de mujeres en la defensa comunal. Estos documentos comunales indican que las viudas
y madres solteras debían patrullar durante el día; los testimonios de las mujeres
corroboran esta participación. Es así como los testimonios de las mujeres de
Carhuahurán, y los registros de pago, confirman el rol de las mujeres en la defensa de
sus comunidades. En contraste con las imágenes esencia-listas de mujeres que se
escapan y se esconden, varias mencionan como “con piedra, cuchillo y huaraca, nos
defendimos”. Además de su participación armada, las mujeres rutinariamente seguían a
los ronderos durante sus barridas de la zona, proporcionando alimentos y cargando
municiones. Un conflicto armado desafía los códigos aceptados de la conducta y los
papeles establecidos de género. Sin embargo, la militarización esencializa estos papeles
—no en el momento del combate pero sí en la narración subsiguiente—.
13 La presencia femenina en las actividades de defensa se mantuvo durante toda la guerra
pero sin que se produjese un reconocimiento oficial de este papel. Esta falta de
reconocimiento no se debió a la ausencia de mujeres sino más bien a los valores
chauvinistas con los que llegaban los militares a la zona. La construcción de la “hiper-
masculinidad” del guerrero no dejaba espacio para el protagonismo de las mujeres
rurales en el conflicto armado. De hecho, la presencia castrense trajo consigo nuevos
modelos de masculinidad y de feminidad que se impusieron frente a concepciones ya
existentes de género y enfatizaron el aspecto jerárquico y rígido de dichas
concepciones, en lugar de rescatar los componentes complementarios que también
caracterizan las relaciones de género en la zona andina 10. De hecho, este ejemplo nos
permite criticar una cierta miopía en esta literatura, que construye un modelo de
complementariedad utilizando el hogar como la unidad de análisis, oscureciendo tanto
las desigualdades dentro de la familia como los conceptos de género que moldean el
macro mundo dentro del cual estos hogares se encuentran.
14 Cuando la alianza conflictiva entre el Ejército y la población civil se hizo más estrecha,
llegando a la formación de patrullas especiales de autodefensa conformadas por jóvenes
ronderos pagados por la comunidad para patrullar tiempo completo, se agudizaron las
distancias sociales y las jerarquías de poder basadas en las categorías de género y
generación. Estos jóvenes ronderos asumieron no sólo el discurso militar sino también
una constelación de prácticas que constituyeron una nueva manera de ser varón. A
través de sus apodos de guerra -Rambo, Bestia, Tigre, Lobo- buscaban construir una
identidad que rechazara todos aquellos elementos que pudiesen ser considerados
femeninos, léase “débiles”. En consecuencia, su identidad se construyó en contraste
rígido con los valores femeninos, llegando a autodefinirse como “los más machos”. Esta
116

nueva manera de ser varón utilizó formas globalizadas de una masculinidad armada —
elementos de un “soldado universal,” simbolizada en las películas de acción que están
omnipresentes en los canales televisivos- para establecer una nueva postura dentro de
las comunidades y entre estos varones y el Estado. Ya no eran los campesinos humildes,
agachando la cabeza frente a la sociedad mayor que les considera ignorantes -
campesinos con poco acceso a recursos como la educación o el manejo del idioma
castellano—. Como sugiere Nelson en su trabajo en Guatemala, “The Indian is often coded
as female,” precisamente por el poco manejo de tales recursos 11. Ser guerrillero se
convirtió en una manera de cerrar la brecha entre una identidad feminizada y una
masculinidad deseada.
15 En este proceso de militarización -que involucra no solamente cambios estructurales
sino también giros de conciencia- la organización comunal cedió ante la hegemonía de
los Comités de Defensa Civil y sus comandos. Por un lado, los senderistas asesinaron a
muchas autoridades comunales como parte de su campaña de “descabezar” a las
comunidades campesinas y sujetarlas a sus códigos revolucionarios. Por otro lado, el
ejercicio tradicional del poder terminó desplazado por un nuevo núcleo dirigente de
liderazgo compuesto por jóvenes ronderos. Este nuevo cuadro trastocó el poder
generacional en la medida en que estos hombres jóvenes, prácticamente “jubilaron” a
una generación completa de autoridades comunales mayores. Este nuevo liderazgo se
legitimó a sí mismo a partir de su protagonismo durante la guerra y de sus relaciones
cercanas con las ffaa. De tal manera, la guerra terminó en manos de jóvenes guerreros,
quienes más tarde inmortalizarían este período en la historia comunal. Naturalmente,
las guerras se luchan pero también se relatan.
16 El pertenecer a determinadas patrullas -ser parte de “Los Tigres” 12- significaba para
estos jóvenes un cierto reconocimiento dentro de la comunidad y el acceso al prestigio
masculino en las presentaciones públicas. Este capital simbólico era con frecuencia
canalizado por ellos hacia la búsqueda romántica de una pareja y para desafiar las
jerarquías tradicionales de poder; invirtiendo las relaciones que anteriormente habían
servido para otorgar autoridad a hombre mayores y, en menor grado, a mujeres
mayores.
17 Sin embargo, estos jóvenes ronderos encontrarían contradictores con el título de “el
más macho” en el seno de la propia jerarquía. Si bien esta autopercepción había nacido
de su lucha contra SL, los soldados no estaban tan dispuestos a cederles este título. Una
de las estrategias utilizadas por los soldados para establecer su poderío era la
“feminización” de los ronderos. En mis entrevistas con oficiales de las bases militares
de Carhuahurán y Qellaqocha, estos insistieron que durante los ataques senderistas, los
varones escaparon con sus armas dejando atrás a las mujeres y los niños. En esta
versión castrense de los ataques, las rondas no son perfiladas en el papel heroico que
ellos mismos retratan; más bien, habrían sido los soldados quienes salvaron a estas
comunidades, afirmando que los varones del lugar no podían cumplir con la defensa de
“sus propias mujeres”.
18 Pero había otros actores sociales en escena: los senderistas. A lo largo de la guerra, los
militantes senderistas también hacían uso de la feminización a fin de poner en tela de
juicio la valentía de sus enemigos. En este caso, los senderistas llamaban “maricones” a
aquellos soldados que se asustaban al punto de no poder ni siquiera salir de sus bases.
Así, vemos las múltiples masculinidades que se despliegan en la búsqueda del
establecimiento de relaciones de poder y legitimidad dentro de nuevos modelos
117

militarizados de lo que significa “ser varón”. La construcción y predominio de estos


valores se podría denominar un “patriarcado militarizado”, contexto dentro del cual
han vivido estas comunidades durante casi veinte años13.
19 Sin embargo, los hombres no eran los únicos que jugaban con estas múltiples
masculinidades. Las mujeres también se inscribían en este escenario. Debido a las
exigencias de la violencia política y a la ausencia de sus seres amados, viudas y madres
solteras se veían forzadas a redefinir sus roles y asumir nuevas responsabilidades en lo
que se refería a defensa. En algunos casos, terminaban siendo las presidentas de sus
comunidades y comandas de las rondas. Por ejemplo, la Presidenta Modesta del pueblo
de Pampay (en el valle de Huanta) me habló toda una tarde de su propia trayectoria y
de cómo llegó a ser la primera comanda de la ronda campesina de su pueblo en 1988 y,
posteriormente, presidenta de su comunidad en 1994:
Nos quedamos muchas viudas acá. Entonces obligatoriamente hemos hecho los
cargos. Porque somos viudas y nuestros hijos también fueron a otro sitio a trabajar,
y querer o no querer, tenemos que hacer.
20 Seguidamente pregunte sobre sus experiencias como comanda de las rondas: Pregunta:
Y ¿cómo es la vigilancia -es con arma?
Sí, es con arma. Así chachando la coca, así nos cuidamos. Poniendo a la situación de
un hombre.
21 Pregunta: ¿Es bastante el miedo?
Sí, es bastante. Estamos pensando si llega (Sendero) de día o de noche nos puede
matar. Pero estamos expertas para todo eso. Cuando ladra el perro ya estamos
saltando. Estamos con todo esto expertas para cualquier cosa.
22 La idea de “ponerse a la situación de un hombre” refleja hasta qué punto la toma de
espacio público está asociado con este patriarcalismo militarizado. De hecho, la
comanda actual de Pampay me contó que “hacemos la vigilancia con armas,
qarichaskuspanchik (haciéndonos macho)”14. El proceso de “hacerse macho” no se limita
a las mujeres de Pampay. Según la información brindada por las autoridades mismas,
en 1994, 22 mujeres de diferentes pueblos a lo largo del valle de Huanta asistían a las
reuniones de coordinación con las patrullas de defensa civil en la base militar de
Castropampa.
23 Quiero señalar que esta presencia relativamente tardía de las mujeres en el liderazgo de
los Comités de Autodefensa Civiles (CAC) es bastante excepcional y no sólo obedece a la
ausencia de sus maridos sino también a una redefinición de la estrategia del Ejército.
Mientras que los primeros años de la guerra se caracterizaron por la presencia de la
Marina -la rama más blanca y elitista de las Fuerzas Armadas peruanas- los esfuerzos
contrainsurgentes posteriores se centraron en el desarrollo de alianzas con la sociedad
civil resultando en una mayor apertura frente a los habitantes de las localidades y un
viraje hacia la integración de los lugareños en sus bases 15. Sugiero que esta integración
no implicó un cambio en las nociones de mas-culinidad y feminidad sino más bien era
reflejo de una posición pragmática que fue asumida institucionalmente. Además, esta
estrategia formó parte de la narrativa nacional del Fujimorismo. Esta narrativa
triunfalista enfatizó la alianza entre las Fuerzas Armadas y la población civil en vez de
las masacres, violaciones y otros abusos que también fueron parte de la historia de la
guerra interna.
24 Sin embargo, subrayo que el papel desempeñado por las mujeres no se limita a este
proceso de qarichaskuspanchik; ellas también desarrollaron identidades múltiples que
118

respondían a los cambios abruptos que acompañaron los años de guerra. Las mujeres
seguían siendo las que se encargaban del hogar frente al doble reto de la violencia
política y una pobreza exacerbada por la guerra.
25 Enfatizo que, aunque la lucha por la supervivencia puede ser “menos dramática” que la
lucha armada, el análisis de la economía doméstica de guerra revela el grado al cual la
supervivencia en sí se convierte en una lucha cotidiana. Al vivir en cuevas durante
meses, y en algunos casos durante años; desplazarse cotidianamente de un lugar a otro,
y cocinar y asumir el cuidado de los niños en condiciones adversas, estas mujeres no
limitaron su protagonismo a los modelos épicos masculinos. Como lo relataban las
socias del Club de Madres de Purus:
Estábamos tristes porque no podíamos alimentar bien a nuestros niños. Los niños
lloraban para comer, y es la mamá quien tiene que hacer algo.
26 Lo que revelan las entrevistas con estas mujeres es el reconocimiento implícito del rol
central de la mujer no sólo en lo que se refiere a producción sino a reproducción social;
ambas amenazadas durante la guerra, que coloca la mera supervivencia en entredicho.
27 Sin embargo, el papel activo asumido por las mujeres durante la guerra permanece en
la sombra en las historias comunales que están siendo elaboradas en estas
comunidades. Percibo la brecha entre discurso y práctica: es decir, la brecha entre los
acontecimientos de la guerra y la memoria social que se elabora en este periodo de
transición. Muchas de las historias sobre la violencia política son relatadas por los
varones y con respecto a los varones en la región. Como sugiere Hayden White, sólo una
narrativa imaginaria nos puede proporcionar una historia perfectamente coherente,
sin contradicciones, sin lógicas múltiples, es decir, una gran epopeya heroica 16.
Adicional-mente, White sugiere que la forma narrativa no es inerme sino que moldea el
contenido. Es cierto que la historia épica es algo que nos es familiar; desde la infancia
nos acostumbramos a las epopeyas a través de los cuentos, las tiras cómicas y las
películas. Como asevera Cooke, estas historias reflejan el paradigma dominante de
guerra “que resucita clichés esencialistas y pasados de moda de la agresividad de los
varones y el pacifismo de las mujeres”17. A continuación exploro las historias que
relatan y las implicaciones de estas en la construcción de identidades locales y
nacionales.
 
Memoria y narratividad: La política identitaria
28 Toda comunidad construye un pasado para sí misma, tanto con el fin de dotarse de un
sentido colectivo como para proyectar una identidad colectiva coherente frente a los
“demás”. De hecho, sugiero que la producción consciente de la memoria histórica
empieza cuando se requiere la definición de una identidad colectiva, de “nosotros”. Sin
embargo, “nosotros” es una categoría escurridiza y puede servir a intereses tanto
incluyentes como excluyentes.
29 No es tanto una cuestión de tener o no un pasado; se trata más bien de qué pasado se
debe dotar la colectividad. De tal manera, los historiadores locales corren con la
responsabilidad de seleccionar el pasado que debe recordarse y, por contraste, el
pasado que debe olvidarse, o enterrarse. Es gracias a estas historias, que hacen énfasis
en el heroísmo masculino, que los miembros de estas comunidades han desarrollado la
identidad estratégica que les ha permitido colocar sus demandas frente al Estado.
119

30 En los testimonios que recopilé en diversas comunidades norteñas -allí donde la


población se organizó para oponer resistencia a Sendero- es común encontrar historias
con una estructura narrativa similar y con el mismo discurso nacionalista. El heroísmo
de la resistencia campesina aparece como un componente central en la construcción de
las identidades individuales y locales. Esta es una identidad que ofrece a estos hombres
reconocimiento y orgullo en una sociedad nítidamente marcada por diferencias sociales
y étnicas, y les permite presentarse frente al Estado y la sociedad en general como los
legítimos “defensores de la Patria y la democracia”. De hecho, durante la celebración en
1998 de las fiestas patrias (Día de la Independencia) el alcalde de la comunidad de
Carhuahurán se dirigió a todos los ronderos presentes durante la izada de la bandera. El
señor Rimachi es reconocido como un verdadero héroe de la guerra y un historiador
legítimo de los acontecimientos de la violencia. Su cuerpo lleva las huellas de su
heroísmo: en lugar de diez dedos, sus nudillos terminan en muñones, resultado de las
mutilación causada por una granada senderista que le estalló al bajar la bandera del
grupo insurgente que había sido izada desafiantemente en las punas de su comunidad.
31 En esta izada de la bandera peruana -práctica que se lleva a cabo los domingos en los
pueblos rurales en Ayacucho- el Alcalde Rimachi pronunció las siguientes palabras
frente al grupo que se formó en filas y columnas y con sus rifles colgados al hombro:
Hoy es el aniversario de la patria, por lo que como peruanos debemos festejar con
orgullo, con cariño y con respecto. Un día como hoy nos independizábamos de la
dominación española, así peleando como nosotros peleamos contra Sendero para
defender lo que es ser peruano. Este sentimiento de haber luchado debería estar
presente en nosotros para sentirnos orgullosos y recordar que esta lucha aún no ha
terminado sino quizás va a empezar nuevamente. Por eso deberíamos estar listos
para esta tarea y no seguir perdiendo el fervor de lucha que antes nosotros
teníamos.
32 Vale señalar que la invocación del “nosotros” no incluye a todos los miembros de la
comunidad; en esta ceremonia de izada de bandera -al igual que en todas las demás-
sólo los hombres participan mientras las mujeres observan desde lejos en los umbrales
de sus casas o en grupos junto con los niños.
33 Adicionalmente, tomo nota de la gloriosa historia relatada por el Alcalde Rimachi,
entretejiendo dos siglos de historia de resistencia en nombre de La Patria. Aquí no sólo
se relata la historia, esta además es puesta al servicio de una causa. Esta reapropiación
del pasado se hace aún más notoria en la historia escrita que él elaboró como parte de
un concurso patrocinado por una ONG en 1997.
34 En un documento titulado “El problema de los resistentes: una historia que se repite
después de 182 años,” el sr. Rimachi informa a sus lectores que
... los pobladores de esta región tienen una historia de rebeldía desde el
levantamiento de los “pocras” aliados con los “chancas” y “wancas” contra los
incas, llegando hasta las puertas del Cuzco. (Además) durante los levantamientos de
los Iquichanos, Carhuahurán fue su sede central. Durante las guerras de la
independencia, luchamos a favor de los españoles, y después contra la dictadura de
Bolívar en 1827.
35 Luego procede a hacer una crónica sobre los principales ataques senderistas vividos por
la comunidad de Carhuahurán, el número de muertos causados por dichos ataques, y
cómo los “campesinos rebeldes” derrotaron a la guerrilla. Termina la historia
afirmando que
120

“... se puede decir que el mejor campesino es el campesino peruano, por su


resistencia, capacidad de recuperación y adaptación a las inclemencias, desastres y
problemas civiles que ha permanecido por catorce años de guerra subversiva y casi
como demostró ante la historia su capacidad y recuperación por malos elementos”.
36 En esta historia gloriosa de una “gente rebelde”, presenciamos la construcción de una
identidad imaginada que abarca dos siglos y que reivindica una población marginada
como meros “chutos” (“salvajes”) de la puna. En la toma del espacio público mediante
la izada de la bandera, ellos reasignan su propio sentido a este acto nacionalista -no
sólo como miembros de la nación sino como héroes de La Patria-, Esta reasignación de
sentido se vería también posteriormente ese mismo día cuando los ronderos de los
pueblos circundantes desfilaron con la bandera peruana inscrita con la figura del
rondero, su rifle y sombrero en el lugar que normalmente corresponde al emblema
patrio.
37 Deseo enfatizar el hecho de que este es “un pueblo” que se está volviendo a crear a
través de sus narrativas. Lo que se recuerda en esta historia gloriosa se ve
complementado por lo que se olvida. En ningún lado de esta larga crónica figura la
servidumbre sufrida por la población en las haciendas que existieron por toda la región
hasta hace apenas treinta años. Claramente, el olvido puede consistir en “recordar otra
cosa”; en remplazar la historia de un trato racista y humillante a manos de los
hacendados por otra historia que borra este estigma étnico.
38 De hecho, el eje central de este olvido es el proceso de etnogénesis en el altiplano. Entre
los profundos giros políticos de las últimas dos décadas figura la transición desde una
administración étnica hacia la elaboración de una nueva identidad étnica amorfa, los
“altoandinos”. Esta expresión fue utilizada por primera vez por las ONG en 1993 para
referirse a la zona geográfica en la que operaban. Sin embargo, cuando los campesinos
comenzaron a organizarse para el retorno a sus tierras y la reconstrucción de sus
pueblos, ellos mismos comenzaron a utilizar el término como distintivo identitario,
insistiendo en que “Ya no somos chutos -somos altoandinos”. De tal manera, en un
corto lapso de siete años, ha sido creada una nueva identidad étnica a partir de las
categorías fortuitas desarrolladas por las ONG, quienes con frecuencia pasan por alto la
reelaboración que hacen sus “beneficiarios” de los calificativos tecnocráticos y el
consecuente surgimiento de nuevas subjetividades18. Efectivamente, los líderes locales
recientemente comenzaron a organizar y solicitar que sus comunidades del altiplano
sean reconocidas como la Provincia Altoandina.
39 Sin embargo, quisiera volver a ese domingo en el que se izaron aquellas banderas
reelaboradas con tanto orgullo. Si bien las mujeres estaban ausentes de la escena
pública, esto no significa que ellas no se imaginan asimismo una nación. Es así como,
por ejemplo, ese mismo día nos sentamos a conversar con mamá Victoria, quien nos
preguntó si por casualidad teníamos una bandera para ella colocarla frente a su casa.
Según nos decía,“... si no coloco esta bandera me pueden decir que soy terrorista y
hacerme pagar multa”. Nos comentó que todos los años izan una bandera frente a su
casa para las Fiestas Patrias. Sin embargo, cuando ella estaba joven, jamás izaron una
sola bandera. Como nos explicaba la señora Victoria “... desde que empezó la violencia y
llegaron los militares es que, recién empezamos a conocer la bandera”.
40 Este nacionalismo de los campesinos es disyuntivo, contradictorio e imaginado
diferencialmente según la posición social del actor y, como lo he sugerido, según el
público. No sólo está el hecho de la ONG que patrocina un concurso sobre la mejor
121

historia de guerra, sino que también se presentan otros agentes externos que llegan
buscando el significado del pasado y así suscitan la reelaboración de estos recuerdos.
Por ejemplo, estamos nosotros, los antropólogos, que llegamos con preguntas centradas
en las rondas de defensa civil y la violencia política. En la primera instancia,
escuchamos recuentos épicos y en la segunda, lo que se da es una etnografía de la
violencia en lugar de un estudio sobre la vida humana. Es importante tener en cuenta la
intersubjetividad de la memoria: tanto el narrador como su auditorio moldean los
recuerdos.
41 Estas estructuras narrativas, a pesar de verse manipuladas por la memoria, afectan
directamente las prácticas políticas y el acceso al espacio público. Como vimos, la
ideología del heroísmo masculino se ve inscrita en prácticas espaciales que concretizan
de manera efectiva la marginalización de las mujeres. La práctica simbólica de izar la
bandera con los ronderos impulsada y ordenada por los CAC los domingos -práctica por
medio de la cual los hombres indican su sentido de pertenencia al Estado y llevan a
cabo el nacionalismo militarizado forjado durante la guerra- es una práctica espacial
chauvinista en la cual las mujeres, literalmente, no tienen cabida.
42 Mi objetivo no es el de negar la importancia de las rondas campesinas en la redefinición
del curso de la guerra y en la formación política de los habitantes rurales como actores
de la historia y sujetos de derecho. Más bien, advierto que hay una conquista desigual
del sentido de pertenencia al Estado, y de la integración nacional. Estas narrativas de
guerra chauvinistas no sólo llegan a auditorios externos, ellas son contadas y repetidas
dentro de las comunidades mismas. De tal manera, producen sus efectos de verdad y
poder.
43 En conclusión, deseo invertir el enfoque de Anderson19 y Hobsbawm y Ranger 20 para
quienes las elites son los autores principales de las comunidades imaginadas de la
nación y de la invención de tradiciones. Por el contrario, me parece sugerente la línea
investigativa de Joseph and Nugent21, Manrique22 y Mallon 23 de explorar los
nacionalismos campesinos y las modalidades cotidianas de formación estatal. A
continuación enfoco estas preocupaciones.
44 Ciudadanía y nuevas prácticas políticas
45 Pregunta: ¿Por qué levantan la bandera cada domingo?
Para que si hay terrucos en la puna, van a saber que aquí viven peruanos.
46 Pregunta: ¿Por qué no hay mujeres en el levantamiento de la bandera?
Las mujeres no participan.
47 Víctor, ¿por qué será?
Las mujeres son menos peruanas. No son armadas. Victor, 11 años, Carhuahurán.
48 Si bien es cierto que la guerra ha conformado una temática central en la historia de
estos pueblos, la revisión de las Actas Comunales de Balcón, Carhuapampa y
Carhuahurán revela un hallazgo sorprendente. En plena guerra -de hecho en los años
más difíciles- las actas comunales daban cuenta de las asambleas permanentes en las
cuales se discutía “el progreso del pueblo”. En la calma relativa que reinaba entre
ataque y ataque, los habitantes seguían haciendo preparativos y trabajando hacia el
desarrollo de sus pueblos por medio de solicitudes de apoyo para la construcción de
carreteras, centros de salud o, como en el caso de Carhuahurán, pidiendo la
distritalización. Estas Actas Comunales no son archivos escritos de las penurias de la
guerra sino testigos de una postura desarrollista hacia el futuro.
122

49 En esta pareja improbable entre guerra y progreso, la lógica se repite: el rol de las
mujeres se considera menos protagónico. En su sugestivo trabajo, De la Cadena 24 analiza
los temas de género y etnicidad en el caso cuzqueño y sugiere que, debido a que las
mujeres hablan menos español y tienen una menor experiencia, son consideradas “más
indias”. Es decir, que los ejes de diferenciación de género, raza y etnicidad funcionan de
manera multiplicadora, perjudicando a las mujeres que se encuentran en el cruce de
caminos entre estas formas de calificar a los seres humanos y de construir jerarquías
con base en estas diferencias.
50 En el caso ayacuchano, la construcción de las mujeres como “más indias” —o sea menos
“desarrolladas”- se manifiesta en lo que Víctor expresó como “menos peruanas”. Esta
categorización hace un vínculo implícito entre el modelo de ciudadanía que salió de los
años de violencia política con la imagen de la mujer subordinada al patriarcalismo
militarizado. Este vínculo tiene implicaciones intergeneracionales ya que los niños
incorporan estos valores chauvinistas como requisito central de la construcción de la
ciudadanía. Sugiero que este es un ejemplo de la ciudadanía armada y chauvinista que
Elshtsin llama “virtud cívica armada”; es decir, la fusión entre ideas de ciudadanía y el
concepto del buen guerrero25.
51 Este modelo de ciudadanía militarizada no sólo corresponde al deseo de estos ronderos
de mantener su poder dentro de la comunidad sino constituye una forma de capital
simbólico que les permite negociar una entrada en el “mundo moderno”. De hecho, en
el transcurso de recolección de testimonios, varios ronderos insistieron en el hecho de
que sus recuentos de guerra tenían valor en el mercado. Es significativo el hecho de que
sólo pensaron en términos monetarios al narrar su participación en la lucha armada
contra SL. Parece que la única forma de capital que poseen en el mercado capitalista
global es lo que ellos pueden narrar.
52 Si bien las mujeres se ven relegadas a la periferia de este “mercado de valor”, esto no
significa que nunca traspasen estos márgenes. De hecho, ellas también han tenido un
aprendizaje político a partir de sus propias luchas. La señora Modesta, por ejemplo, al
referirse a los abusos cometidos durante los primeros años de la guerra por los sinchis
(tropas gubernamentales de contrainsurgencia) me comentaba:
En esa fecha no teníamos nuestra experiencia. Si hubiera sido como es ahora, hasta
donde también hubiéramos ido, a los jueces, a los Derechos Humanos, a donde sea
hubiéramos caminado. Ahora recién tenemos nuestra capacidad. En esa fecha,
éramos como unas criaturas, totalmente sin ningún juicio.
53 Las mujeres que han llegado a puestos de autoridad no son las únicas que comentan
sobre los cambios surtidos en estos años, y esta sensación de haber vivido “tiempos
acelerados” es generalizable. La apreciación de estos cambios se trasluce aún más en el
discurso de quienes fueron desplazados de sus pueblos hacia las ciudades. Está el
ejemplo de Teodora, una mujer de 26 años originaria de Macabamba, una comunidad
retornante. Aún siendo joven, habla como si fuera una abuela, contando memorias de
una época distante:
En mi tiempo los padres no les permitían ir a la escuela a las niñas. 'Si quieres ir,
vaya pues con tus animales', nos decían. Las niñas antes y ahora trabajan más en la
familia, lavando ropa, cocinando, cuidando animales, recogiendo leña. Antes era
peor porque se pensaba que la vida iba a ser igual. Pero no es así. Después nos dimos
cuenta y todos se están dando cuenta que la vida de hoy y después va ser para los
que tienen ojos. Esta diferencia se dio después de estos accidentes (violencia). Por
123

eso, ahora tanto los niños y niñas estudian por igual, inclusive terminan la primaria
casi igual. Ya que tienen a nosotras como ejemplo de la ignorancia y ya no ser así.
54 Parece que los cambios abruptos de la guerra han resultado en una apertura en cuanto
al lugar de las mujeres dentro de sus comunidades. Por consiguiente que la narrativas
reflejen esta apertura en vez de cerrarla.
55 Parece apropiado concluir, pensando en términos de hegemonía, tanto en lo que se
refiere a la memoria como al género. La hegemonía siempre es parcializada, enfoque
que requiere si desea mantenerse frente a retos contrahegemónicos. Como sugiere
Ortner, se debe estar atento a la multiplicidad de contradicciones y lógicas que operan
en una sociedad dada. De hecho, ella sugiere que es enriquecedor analizar estas
contradicciones en términos de transformación social:
Hay un ordenamiento -una hegemonía en el sentido de la dominación relativa que
ejercen algunos significados y prácticas sobre otros. A mi me interesa tanto el
ordenamiento como el desordenamiento potencial26.
56 La importancia de escuchar las versiones contrahegemónicas de la guerra radica
justamente en “desarmar el sujeto” que conforma el modelo de ciudadanía surgido de
la violencia política.
57 Por supuesto, la idea no es remplazar una narrativa monolítica con otra igualmente
univocal. Nos recuerda la primera onda feminista. Escribiendo dentro de los marcos
teóricos del materialismo histórico de Marx, la sociología weberiana, y la teoría
psicoanalítica freudiana, esta onda de feminismo académico buscaba remplazar La Gran
Teoría (androcéntrica) con una “meta-correctiva” feminista. El problema: La
dominación masculina. La solución: teoría feminista. Ambos en el singular.
58 Más bien, busco preservar la polifonía de voces históricas -de-construir “el subalterno”
para examinar sus fragmentos múltiples y su totalidad compleja- articulando ambos
con relaciones de poder al nivel local, regional y nacional. Si estos campesinos logran
desarticular los derechos a la ciudadanía del símbolo del rondero armado, es posible
que puedan desarrollar una democracia más amplia que permita a todos los miembros
de estas comunidades gozar de un sentido de plena pertenencia a la comunidad
nacional.

BIBLIOGRAFÍA
 
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NOTAS
1. Toda narrativa, por más completa que parezca, está construida a base de una serie de eventos
que pudiesen haber sido incluidos pero que no lo fueron; esto es tan cierto en lo que se refiere a
narrativas imaginarias como a las realistas.
2. Degregori, Carlos Iván; Coronel, José; Del Pino, Ponciano, y Orin, Starn (1996).
3. Cooke. Miriam (1993).
4. Véase Caldeira y Holston, (1996), p, 717
5. Mallon, Florencia (1994), p. 1.511
6. Esta investigación fue posible gracias a becas del Social Science Research Council (SSRC) y el
American Council of Learned Societies, la Wenner Gren Foundation, la Inter-American
Foundation, y el Human Rights Center de University of California at Berkeley. Agradezco también
el tiempo para la redacción de este trabajo al Institute on Violence, Culture and Survival at the
Virginia Foundation for the Humanities, el Center for International Security and Cooperation at
tanford University, y la Harry Frank Guggenheim Foundation. Estoy supremamente agradecida
tanto por el apoyo financiero como por las relaciones de colegaje brindadas por los
representantes de todas estas instituciones. Por sus lúcidas conversaciones y apreciaciones sobre
este trabajo quiero agradecer a José Coronel, Kathleen Dill, Elizabeth Jelin y Victoria Sanford.
También he sido afortunada de contar con la revisión de un lector anónimo, a quien le doy mis
sinceros agradecimientos.
7. Agradezco a Ponciano Del Pino por haber compartido conmigo los documentos sobre Tambo.
8. Ver en Del Pino, Ponciano (1992).
9. 9 El norte de Ayacucho incluye las provincias de Huamanga. Huanta y La Mar. No es mi
intención examinar las razones que conllevaron a la movilización de la población campesina en
contra de SL. sino más bien explorar las implicaciones de la guerra en términos de relaciones de
poder y reglas de género en el Ayacucho rural. Para un análisis más detallado del proceso de
violencia y la historia de las rondas campesinas en Ayacucho, ver Degregori, Carlos Iván (1996).
10. Ver en Arnold. Denise Y. (1997). Harris. Olivia (1978). Isbell. Billie Jean (1979), p. 12.
Silverblatt, Irene (1987). Reynaga, Gumercinda (1996).
11. Véase Nelson Diane, (1999), p. 26.
12. “Los Tigres” es el nombre dado a los comandos especiales de autodefensa, una organización
civil especializada que opera de tiempo completo con un salario mensual pagado por la
comunidad. Este comando estaba compuesto por hombres jóvenes entre los quince y 33 años,
aquellos que tenían una mayor experiencia de combate.
13. Agradezco a Ponciano Del Pino por una conversación sobre este término.
14. Esta entrevista fue llevada a cabo en Pampay en 1995.
15. Degregori, Carlos Iván (1996); Tapia, Carlos (1997).
16. White, Hayden (1987).
17. Cooke. Myriam (1996).
18. Escobar, Arturo (1995).
19. Anderson. Benedict (1993).
20. Hobsbawm. Eric and Ranger. Terence (1987).
126

21. Joseph, Gilbert and Nugent, Daniel (1994).


22. Manrique, Nelson (1981).
23. Mallon. Florencia (1995).
24. De la Cadena, Marisol (1991).
25. Elshtsin. Jean Bethke (1987).
26. Ortner, Sherry (1990), p. 46.

NOTAS FINALES
1. Kimberly Theidon es antropóloga médica. Es la directora de Praxis, un Instituto para la justicia
social, y desde el 2004 será profesora en el departamento de Antropología de la Universidad de
Harvard.
127

Las ONG colombianas de defensa de


los DD HH de cara a las violencias
Sophie Daviaud

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1

1 A comienzos de los años ochenta con el final de la Guerra Fría, la extensión del modelo
capitalista y la aceleración de los fenómenos de mundialización, el discurso sobre los
Derechos Humanos parece lograr un surgimiento espectacular. La afirmación de un
derecho de injerencia humanitaria1, el proyecto de creación de una Corte Penal
Internacional (CPI) y el juicio de parte de los Lores ingleses contra el ex dictador
Pinochet por crímenes contra la humanidad, son algunos de los hechos que manifiestan
el surgimiento de un espacio internacional de Derechos Humanos, en función del cual
“los derechos fundamentales de cada uno tienden poco a poco a convertirse en
incumbencia de todos”2. Ya no se conciben como una herramienta en contra del
opositor sino que se convierten en el instrumento para construir un nuevo orden
internacional. Algunos analistas incluso interpretan “la consagración actual de los
Derechos Humanos” como “el principal acontecimiento ideológico y político de los
últimos años”3.
2 Sin embargo, este nuevo impulso de los Derechos Humanos no deja de suscitar una
serie de contradicciones y cuestionamientos. Nos invita a preguntarnos sobre lo que
puede suceder cuando estos se convierten en nuevos fundamentos de la política.
Teniendo en cuenta que la difusión del discurso sobre los Derechos Humanos parece ir
de la mano de una creciente ambigüedad sobre el concepto, es conveniente precisar la
forma en que nosotros utilizaremos esta expresión. Para los fines de este artículo, los
Derechos Humanos serán considerados bajo su dimensión jurídica y ética, como
“puntos de encuentro entre la moral y el derecho”4.
3 ¿Será que el advenimiento de esta nueva “religión” de los Derechos Humanos señala la
dimisión de lo político? Este cuestionamiento que ya ha dado pie a virulentos debates
128

académicos parece, hoy más que nunca, de gran relevancia. Para Claude Lefort, los
Derechos Humanos pueden representar una herramienta de renovación democrática en
la medida en que su carácter meramente declarativo y ficticio los lleva a evadir
cualquier poder susceptible de apropiarse de ellos. Marcel Gauchet, por el contrario,
hace hincapié en los riesgos que implica para la política el que los Derechos Humanos se
conviertan en una norma de la acción pública. Llamados a llenar el vacío de los actuales
discursos políticos y sociales, los Derechos Humanos parecen paradójicamente
acrecentarlos ya que “hacen coincidir la instalación de la democracia en lo
incontestable en cuanto a sus fundamentos, con una proyección hacia la incertidumbre
radical en lo que se refiere a su funcionamiento”5. Dado que se limitan a enunciar una
política de intenciones e imágenes, ellos serían “la tumba de la política” al reducirla a
“un cascarón vacío, a un puro teatro de sombras”6.
4 El ejemplo de Colombia no puede sino incitar aún más a la circunspección y a la
prudencia frente a lo que algunos denominan “la nueva ideología de los derechos
homnistas”7. Colombia nos permite analizar lo que sucede con estos derechos en una
situación supremamente compleja y alarmante. Se trata, en efecto, de uno de los países
del mundo en el que más se violan los Derechos Humanos. Es el país en el que se lleva a
cabo el mayor número de secuestros. Adicionalmente, entre 1985 y 1999, 1.843.000
colombianos fueron desplazados por la violencia8. En fin, frente a la constante
degradación del conflicto, ninguno de los actores ha dado prueba de su voluntad de
respetar los principios de base del derecho humanitario y de no involucrar a la
población civil.
5 Si bien el derecho ha ocupado tradicionalmente un lugar preponderante en la sociedad
colombiana, la avanzada del discurso sobre los Derechos Humanos parece un fenómeno
relativamente reciente. La agravación del conflicto y la generalización de la violencia se
han visto acompañadas de una difusión notable del lenguaje sobre los Derechos
Humanos en la sociedad colombiana; no existe un campesino en Colombia que no apele
a los derechos fundamentales. Los informes sobre la situación de los Derechos
Humanos, las organizaciones que se dedican al problema, y las divulgaciones
formativas sobre el tema se multiplican.
6 Por otra parte, mientras que el país atraviesa una crisis mayor, los Derechos Humanos
se convierten en la referencia ineludible del discurso político y el eje de todos los
debates9. Sin embargo, los “efectos de repercusión” de dichos discursos a nivel interno
parecen limitados. Los Derechos Humanos acaban con frecuencia convertidos por los
protagonistas del conflicto en instrumentos estratégicos, y la guerra se prolonga
igualmente en este terreno. En lo que se refiere a la Comunidad Internacional, aunque
esta expresa una creciente preocupación, no existe un consenso sobre el tipo de apoyo
que se debe brindar a Colombia. ¿Por qué en el contexto colombiano, a diferencia de
otros países latinoamericanos, hay tanta dificultad para aplicar los Derechos Humanos?
Esto es, seguramente, en parte debido a que la violencia colombiana es difícil de
aprehender por medio de esquemas simplistas. El conflicto no es una guerra civil
clásica sino más bien el resultado de interacciones entre múltiples actores enfrascados
en una lucha por el control de los recursos territoriales y económicos, pues la mayor
parte de la población colombiana continúa rechazando la violencia.
7 En este artículo, deseamos analizar la situación de los Derechos Humanos
circunscribiéndonos a un contexto particular. Estudiaremos el campo de los Derechos
Humanos en Colombia vinculando la evolución de sus diferentes configuraciones con la
129

de “las violencias” y centrando nuestro interés en sus incesantes metamorfosis.


Efectivamente, al igual que la violencia que no cesa de asumir nuevas formas, el
lenguaje sobre los Derechos Humanos también se modifica constantemente. Las
Organizaciones No Gubernamentales (ONG) colombianas de defensa de los Derechos
Humanos figurarán como referente central de nuestro análisis; son ellas quienes
primero introdujeron el tema en el espacio político colombiano a comienzos de los
setenta. Puede ser interesante estudiar el uso dado a los Derechos Humanos por
aquellas organizaciones que se definen oficialmente como neutras. ¿Logran ellas
construir un espacio de reflexión y de acción alrededor de los Derechos Humanos
escapando así realmente a la dinámica del conflicto?
8 Con el fin de responder a estas interrogantes, enfocaremos primero la configuración del
campo de los Derechos Humanos en sus inicios, período en el cual las primeras ONG
comienzan su accionar en medio de un contexto de violencia política en el que
desempeñan, junto con el Estado y los grupos guerrilleros, un papel protagónico.
Mostraremos enseguida como esta situación inicial se ve trastornada debido a la
generalización progresiva de la violencia. Nuevos protagonistas surgen para apropiarse
del discurso de los Derechos Humanos con sus propios fines estratégicos. Así el campo
de acción de las ONG se ve cada vez más concurrido y disputado y ellas se ven abocadas a
redefinir los fundamentos de su intervención. Finalmente, deseamos recalcar los
límites impuestos a la acción de las ONG a pesar de cambios recientes en sus estrategias
y de sus intentos por adoptar un discurso más neutro. La creciente frecuencia con la
que los actores armados recurren a la creación de un clima permanente de terror y de
amenaza naturalmente coloca a quienes actúan a favor de los Derechos Humanos en
una situación bastante delicada. La naturaleza atípica y convulsiva de la situación
colombiana invita, sin embargo, a reflexionar con prudencia sobre cuál podría ser el
nuevo enfoque a desarrollar sobre los Derechos Humanos a manera de darles UNA
carácter operacional.
 
La defensa de los DD HH en sus inicios: una
confrontación político-jurídica entre las ONG y el
Estado colombiano
El contexto de surgimiento de las primeras ong colombianas

9 En la mayoría de los países de América Latina, las organizaciones de defensa de los


Derechos Humanos se crean en tiempo de dictaduras y representan un espacio de
refugio para la conformación de partidos de oposición. En Colombia, la situación es un
poco diferente ya que es un país que prácticamente no ha conocido lo que es un período
de dictadura militar. El Estado colombiano se caracteriza ante todo por su precariedad;
jamás logró emanciparse de redes privadas ni promover la unidad nacional. Diversos
actores armados se disputan su soberanía: grupos guerrilleros, paramilitares y
delincuencia común. Según Daniel Pécaut:
La violencia es consustancial al ejercicio de una democracia que, en lugar de tomar
como referencia la homogeneidad de los ciudadanos, descansa sobre la
conservación de sus diferencias “naturales”, sobre adhesiones colectivas y redes
privadas de dominación social; y que no aspira a institucionalizar las relaciones de
fuerza que irrigan la sociedad, ya que hace de ellas el resorte de su continuidad 10.
130

10 De esta manera, en Colombia, diferentes oleadas de violencia se suceden la una a la


otra. El nacimiento de las ONG se inscribe dentro de un contexto en el que predomina
una violencia socio-política cuyo aspecto más visible es la expansión de la guerrilla.
Este período de la historia colombiana con frecuencia ha sido comparado con las
condiciones de los países del Cono Sur, mostrando como la lucha armada era la única
respuesta posible para una población sometida a una dictadura. Sin embargo, si bien el
Frente Nacional sí recurrió a medidas de excepción11, no podría este compararse de
ninguna manera a una dictadura. Durante los años setenta se presenta un desgaste del
sistema frentenacionalista ante su incapacidad para asumir las transformaciones de la
sociedad colombiana. Aunque el régimen promulga una serie de medidas represivas,
“no deja de ser muy civilista”, “ampliamente implantado en la sociedad colombiana” y “capaz de
transformarse”12.De tal manera, las experiencias de oposición política como la Alianza
Nacional Popular (ANAPO) o el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) surgen en el
seno de los partidos tradicionales sin que en ningún momento la democracia se vea
amenazada. Se puede más bien hablar de una “democracia restringida” en cuyo seno la
sociedad no está totalmente bajo el control del Estado sino que, al contrario, se ve
abocada a un Estado semejante en sus características a los estados del siglo XIX. El
régimen no es por lo tanto irreprochable y se muestra más bien poco respetuoso de los
derechos fundamentales.
11 Las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos se consolidan en particular
bajo el gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-1982) para protestar contra las
medidas de excepción, el ejercicio de la tortura, y el número creciente de prisioneros
políticos en Colombia en ese momento. Las cifras ponen en evidencia el claro aumento
de los fenómenos de violación de los Derechos Humanos durante este período: más
precisamente en el número de detenidos13, asesinados14 y desaparecidos15.
12 El Comité de Solidaridad con los Presos Políticos nace en 1973 como la primera
organización de defensa de los Derechos Humanos creada en Colombia. Al comienzo
surge como una organización de lucha popular más que como una ONG. Sus vínculos con
diversos partidos de izquierda y con los sindicatos es bastante fuerte, en particular con
la Unión Sindical Obrera (USO)16. Diversos intelectuales participan en la creación de la
organización; entre otros, el famoso escritor, Gabriel García Márquez.
13 Otros grupos de abogados constituyen asimismo organizaciones para la defensa de los
prisioneros políticos, principalmente, el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo
dedicado a la defensa de los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional ( ELN),
Ejército Popular de Liberación (EPL), el M-19, y de dirigentes populares. El Primer Foro
para la Defensa de los Derechos Humanos (1979) da origen al Comité Permanente para
la Defensa de los Presos Políticos. Algunos sectores de la Iglesia Católica, bajo la
influencia de la Teología de la Liberación, comienzan a trabajar directamente en el
campo de los Derechos Humanos. Este es el caso del Centro de Investigación y
Educación Popular (CINEP) y de la Corporación para la Promoción Popular. Finalmente, a
comienzos de los años ochenta, se crea la Asociación de Familiares detenidos y
desaparecidos (ASFADDES) a fin de responder al surgimiento de esta nueva modalidad de
represión.
 
131

El universo político de los militantes y su concepción de los


derechos humanos

14 Las primeras ONG se apoyan gustosas –a propósito, o estratégicamente– en una


representación schmitiana de la política fundada sobre una división bipolar en
términos de amigos-enemigos. Así, estas organizaciones utilizan categorías prestadas a
las experiencias del Cono Sur con el fin de endurecer el perfil del régimen colombiano:
“terrorismo de Estado”, “dictadura”, “fascismo dependiente”. El Libro Negro de la
Represión, Frente Nacional, 1058-107417, analiza el período del Frente Nacional como el
espacio de tiempo en el que todas las formas represivas puestas en práctica durante las
dictaduras de América del Sur se podían observar en Colombia: fusilamientos de
dirigentes agrarios por parte del ejército, práctica de la tortura, toque de queda en
ciertas zonas campesinas, asesinatos de opositores políticos, la creación de grupos
paramilitares y hasta de escuadrones de la muerte.
15 La representación que los militantes de las ONG hacen de la sociedad civil nace del
mismo efecto de amplificación. La visión del Estado se ve de alguna manera invertida
frente a una sociedad civil totalmente magnificada e idealizada. Esta inclinación
contribuye a reforzar la percepción de que todos aquellos que están en contra del
Estado se encuentran del lado del pueblo. En la categoría “Pueblo”, los militantes jamás
incluyen otros que no sean campesinos, obreros, organizaciones sociales, e indígenas.
Es decir, todos aquellos que sufren la represión estatal.
16 La guerrilla ejerce durante este período una atracción fuerte en el medio intelectual de
izquierda, y las organizaciones conciben su misión como de apoyo a las luchas
populares de las cuales la guerrilla es una expresión. Surge entonces el riesgo de
confundir los roles y no saber distinguir entre la finalidad de una organización de
defensa de los Derechos Humanos y los objetivos de una organización armada.
17 Los Derechos Humanos se ven con frecuencia asimilados a un instrumento de lucha
revolucionaria o para la liberación del pueblo colombiano. Los militantes conservan un
posicionamiento crítico frente a la visión liberal del los Derechos Humanos y se
inspiran más bien en la Declaración Universal del Derecho de los Pueblos firmada en
Argelia en 197618. El discurso de las ONG de defensa de los Derechos Humanos se dirige,
por otra parte, a un sector muy restringido en la medida en que la mayoría de estas
organizaciones se dedica a la defensa de prisioneros políticos.
18 Estas percepciones de los Derechos Humanos inspiran en buena parte la defensa
asumida por los abogados, que se asemeja a un combate jurídico en contra del Estado.
Por lo general, se trata de revindicar un tratamiento más favorable del rebelde. Ellos
denuncian la “militarización de la justicia colombiana” y se apegan a la reivindicación
de la perpetuación de ciertas categorías jurídicas, principalmente la conexidad. Esta
noción permite incluir en la categoría de delito político otras prácticas que pueden
considerarse como derivadas de este delito. La interpretación hecha, con frecuencia
bastante laxa, pone en evidencia la politización y hasta el carácter instrumental de su
defensa: los daños a los oleoductos, a las instalaciones industriales o a los sistemas de
transmisión de energía son consideradas actos legítimos de sabotaje y no como
prácticas terroristas, como lo afirma el gobierno.
132

19 Así mismo, las ONG han procedido a la reconstrucción de las características del sistema
penal colombiano. Este último, sin embargo, no se distingue por su severidad; pocos
países confieren un tratamiento tan privilegiado a los rebeldes:
(...) Es indudable que el sistema penal colombiano ha sido siempre particularmente
tolerante con la violencia. (...) El delito de rebelión no sólo se ha considerado como
menos grave que el homicidio sino que además ha cobijado y protegido legalmente
otras conductas punibles violentas, siempre que estas se hayan cometido en una
situación de combate (...)19.
20 La figura de la rebelión sirvió no sólo para dejar impunes muchas muertes violentas, o
para sacar presos políticos de las cárceles, sino además para darle, a través de los
juicios, una amplia difusión a las justificaciones sociales y políticas de la violencia
guerrillera.
 
La violencia que golpea a las ONG
• La generalización de las violencias

21 Desde comienzos de los años ochenta, el panorama de la violencia colombiana cambia y


el conflicto asume otra dinámica. De una violencia socio-política y relativamente
aislada, se pasa progresivamente a una violencia ya como fenómeno mayor que se
extiende al conjunto de la sociedad. La irrupción del narcotráfico surge como el
principal factor de base de las transformaciones del conflicto colombiano. Parece que
en efecto, gracias a su fuerza debilitadora, el narcotráfico ha logrado modificar
considerablemente el panorama inicial de la violencia. Estas mutaciones en los hechos
se traducen en el fortalecimiento de algunos de los protagonistas armados del conflicto,
principalmente de los grupos guerrilleros, y en el surgimiento de nuevos actores cuyo
papel perturbador va a ser determinante: los paramilitares, milicias, sicarios y bandas
terroristas varias. Luego de un período de crisis y división, las guerrillas conocen una
clara recomposición bajo el efecto de la economía de la droga. El surgimiento del
paramilitarismo con la creación del mas (Muerte a Secuestradores) a comienzos de los
años ochenta coincide con el fracaso del proceso de paz del gobierno de Belisario
Betancur (1982-1986). El caso de Puerto Boyacá20 en el cual los paramilitares se aliaron
con el grupo de narcotraficantes de Gonzalo Rodríguez Gacha representa una
experiencia piloto que será posteriormente reproducida en otras zonas. Bajo el efecto
del narcotráfico, la violencia ha adquirido autonomía y es cada vez más delicado
establecer la separación entre lo que tiene origen político y aquello que depende de
otras dimensiones:
En realidad, los progresos de la economía de la droga han llegado a alterar todas las
separaciones bien delimitadas. Son ellos los que subtienden las interferencias entre
protagonistas, ponen a su disposición recursos hasta este momento desconocidos,
provocan efectos sobre el conjunto del funcionamiento de la sociedad y de las
instituciones; en una palabra, contribuyen a la formación de un nuevo contexto 21.
22 La violencia colombiana posee al mismo tiempo una verdadera especificidad, ella es
totalmente inédita en América Latina. Las ONG tendrán cada vez mayores dificultades
para enmarcar esta violencia dentro de esquemas simplistas.
 
133

• Las ONG víctimas directas de las violencias

23 Esta transformación de la violencia se traduce, entre otras, en el aumento del número


de asesinatos de militantes de los partidos de extrema izquierda. La Unión Patriótica
(UP), partido político nacido en 1985 a raíz de los acuerdos de paz entre el gobierno de
Belisario Betancur y las FARC, es un blanco privilegiado22. Las ONG también se ven
duramente golpeadas23.
24 Además de amenazar la existencia misma de los militantes, las transformaciones en el
campo de la violencia trastornan totalmente el panorama de las violaciones de los
Derechos Humanos. Entre comienzos de los setenta hasta comienzos de los ochenta, el
sistema de represión era relativamente centralizado, institucional y basado sobre el
recurso a la legalidad del Estado de Sitio (de Excepción). De acuerdo con Gustavo Gallón,
los años 1981-1982 marcan un giro en la medida en que la dominación con base en un
régimen de excepción se ve acompañada por un aumento considerable de las
ejecuciones extrajudiciales, de desapariciones forzadas y del accionar de grupos
paramilitares24. A partir de 1988, se generaliza la práctica de masacres colectivas 25.
Según el gobierno, se estaría modificando el marco político y jurídico de la acción
represiva. Como esta última ya no se podía llevar a cabo por medios institucionales
legales, la represión paraestatal y la práctica de la guerra sucia se consolidan. Las ONG
por lo general proceden a una lectura bastante lineal de estos cambios, siendo el Estado
el actor principal, aquel a partir del cual se elaboran las diferentes estrategias de acción
contra los medios populares. Nos parece que las modificaciones de la violencia nacen
principalmente de las particularidades del régimen político colombiano y del carácter
fragmentado del Estado. La “Guerra Sucia” no parece ser una estrategia centralizada y
orquestada de manera homogénea por el poder político sino más bien una expresión
contradictoria de la penetración progresiva de actores de extrema derecha al interior
del régimen político colombiano.
25 La generalización de la violencia influye igualmente en el concepto de la
responsabilidad por las violaciones de los Derechos Humanos, tal y como lo
vislumbraban las ONG. Inicialmente, estas organizaciones recurrían a un discurso clásico
de Derechos Humanos en el cual se hacía del Estado el único garante y responsable de
estos derechos. Cuando se desata la Guerra Sucia y aparecen nuevos actores, se vuelve
cada vez más delicado hacer un señalamiento neto y tajante de las responsabilidades y
el discurso clásico revela sus límites. De igual manera, el trabajo de identificación de los
autores materiales de los actos de violencia se complica a causa de la diversidad de los
actores implicados; en numerosos casos, sus móviles y acciones se entremezclan.
26 Así, los sentimientos de incertidumbre e impotencia de las ONG van creciendo. A pesar
del proceso de paz iniciado por el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986), las
masacres se intensifican y las organizaciones aún no saben si son atribuibles al Estado o
a los para-militares. Este período de duda conlleva a la sustitución en sus
reivindicaciones del concepto de Derechos Humanos por la categoría del “derecho a la
vida”. A partir de 1986 y a raíz de las masacres de los miembros de la up, las
manifestaciones por el derecho a la vida se multiplican a lo largo de todo el territorio
colombiano. La utilización de estas fórmulas vagas refleja al mismo tiempo la
impotencia de las organizaciones durante este período y la dificultad para desarrollar
sus estrategias. La asimilación de los Derechos Humanos a los derechos a la vida
134

arriesga con hacer olvidar que la vida solo existe en virtud de aquellos derechos que
son parcialmente despreciados por todos los protagonistas.
 
• La instrutnentalización creciente de los Derechos Humanos

27 La generalización de la violencia se ve acompañada por un recurso creciente a los


Derechos Humanos. Sin embargo parece que entre más se amplía el campo de los
Derechos Humanos más se presta el tema a interpretaciones y utilizaciones diversas. El
carácter “desdibujado” y particularmente flexible de los Derechos Humanos hace de él
un recurso suplementario de poder para los diferentes actores armados en el seno del
conflicto. Los Derechos Humanos se ven convertidos en instrumentos estratégicos y
todos los actores se prendan de ellos con el fin de legitimar su accionar o condenar el
de los demás.
28 El Estado colombiano no está presto a abandonar el tema de los Derechos Humanos. Al
contrario, los programas institucionales y las leyes a favor de los Derechos Humanos
proliferan en Colombia. Si bien en un principio el Estado prefirió ignorar el problema 26
y señaló toda responsabilidad con base en la existencia del movimiento armado, su
actitud ha cambiado progresivamente. La presidencia de Virgilio Barco marca
realmente un giro en el tema pasando de una incipiente institucionalización de los
Derechos Humanos que se prosigue principalmente a través de la promulgación de la
Constitución de 1991 bajo el gobierno de César Gaviria, la creación por el gobierno
Samper de nuevas entidades-organismos y finalmente una actitud de cooperación con
la Comunidad Internacional. Sin embargo, aunque el gobierno admite la gravedad del
problema de los Derechos Humanos en Colombia, no por lo tanto acepta su
responsabilidad; la mayor parte del tiempo procede a una “privatización” del concepto
de Derechos Humanos. Así, el énfasis en una actividad pedagógica va de la mano con un
discurso oficial que tiende a traslapar la responsabilidad de las violaciones de los
Derechos Humanos a otros agentes, incluso al conjunto de los colombianos. El Estado no
sería sino una víctima más de las múltiples violencias. Por otra parte, el desfase entre la
legislación colombiana sobre estos derechos y su ejercicio en la práctica parece revelar
la extrema precariedad del Estado. Este último raramente está en condiciones de hacer
respetar las normas que él mismo sanciona o de proteger a sus propios funcionarios 27.
De tal manera, las leyes que persiguen a los paramilitares pueden parecer bastante
fútiles en un momento en el que este movimiento adquiere poder y autonomía propia y
en el cual la impunidad en materia de violaciones de los Derechos Humanos se acerca al
100%.
29 Sí bien el movimiento de institucionalización de los Derechos Humanos les otorga una
mayor visibilidad, tiene por otro lado un efecto perverso. Efectivamente, a medida que
el poder de control del Estado se torna más y más precario, los actores armados han
aprendido a esgrimir la polisemia del concepto de los Derechos Humanos y a jugar con
ello. Hacen un llamado a estos derechos para denunciar las atrocidades cometidas por
los demás, pero todos los violan de manera continua.
30 Como lo hace notar Jean-Michel Blanquer, la noción clásica de estado de derecho se ve
quebrantada o modificada en beneficio de una “sociedad de derecho”:
La noción de ‘sociedad de derecho’ que surge como consecuencia de la adaptación
de las sociedades latinoamericanas al nuevo contexto del estado de derecho
internacional puede ser definida como una instrumentalización por las personas
(...) de mecanismos y contenidos de diferentes niveles de derecho (internacional,
135

nacional, infranacional) en el marco de estrategias particulares de defensa de sus


derechos28.
31 Precisamente, uno de los jefes de las FARC afirmaba en una entrevista:
Las FARC no violamos los Derechos Humanos. Si nos levantamos, lo hicimos para
luchar por esos derechos (...) Nosotros nunca violamos los Derechos Humanos. El
gobierno sí lo hace. Nosotros somos los defensores de tales derechos desde
Marquetalia29.
32 Las FARC se encuentran, no obstante, lejos de estar por encima de toda sospecha en el
tema y multiplican los secuestros, masacres, ataques a la población civil, reclutamiento
de menores.
33 Se han opuesto hasta ahora a la ratificación de acuerdos humanitarios bajo la
consideración de que el Derecho Internacional Humanitario (DIH) no es aplicable a los
conflictos internos. Añaden que su código revolucionario se encarga de velar por el
respeto de los principios humanitarios. El protocolo II de junio de 1977 o protocolo
adicional de los Acuerdos de Ginebra del 12 de agosto de 1949 se refiere, sin embargo, a
la protección de las víctimas de guerra de conflictos armados que no exhiben carácter
internacional30. Deseosas de afirmarse como actor político, las FARC recurren a algunos
conceptos de DIH: prisioneros de guerra, tratamiento humanitario del adversario. La
interpretación de estos principios ha dependido en buena medida de sus propios
intereses en el seno del conflicto. De tal manera, las FARC afirman que no practican
secuestros sino la retención de “prisioneros de guerra” en el marco exclusivo del
combate. La definición de la población civil es, por decir lo mínimo, ambigua ya que fija
como objetivo militar: sapos y colaboradores de los paramilitares [...], en general todo
lo que huela a paramilitar.
34 El ELN en sus pronunciamientos se ha mostrado un poco más dispuesto a la aplicación
del DIH, hasta el punto de celebrar acuerdos humanitarios parciales 31. Esto, sin embargo,
no ha impedido los secuestros colectivos32 ni las voladuras de oleoductos por parte de
esta misma organización33.
35 Los militares también se han apropiado del discurso de Derechos Humanos. Desde hace
algunos años, los cuarteles cuentan con unidades de Derechos Humanos y no es raro ver
en Colombia a militares diplomados en esta área. El Ejército lleva a cabo sus propias
denuncias sobre las violaciones a los Derechos Humanos contabilizando los secuestros,
extorsiones, homicidios y otros delitos cometidos por la guerrilla. Toda esta
información con el fin de restablecer lo que los militares denominan “la verdad”:
Los enemigos de Colombia no son los humildes defensores contra las injusticias tal
como ellos mismos lo pretendieron mostrar sino los peores detractores y violadores
de los Derechos Humanos34.
36 El discurso de Derechos Humanos se ha vuelto parte indispensable de la estrategia de
los paramilitares y de su reconocimiento como actores políticos. De tal manera, el jefe
de los grupos de Autodefensa de Córdoba y Urabá –ACCU–, Carlos Castaño, buscado por
la justicia colombiana y responsable de la pequeñez de unas cincuenta masacres
colectivas, multiplica sus alusiones a los Derechos Humanos. Los hace figurar como uno
de los objetivos principales de su organización: el artículo 8 g de los estatutos de las
Autodefensas señala que ellas tienen por objetivo “Respetar y hacer respetar los
Derechos Humanos en toda su concepción”. Se constata que ellas insisten sobretodo en
la dimensión de Derechos Humanos pues
136

basan su ideología política y militar en el principio de legítima defensa (...) nuestra


legitimidad de restablecer, por nuestros propios medios los derechos que nos
fueron violados, es nuestro derecho natural a la defensa de la vida, la propiedad, la
libertad y la paz ciudadana que no tutela eficientemente un Estado... 35.
37 En lo que se refiere al DIH, los grupos de Autodefensa dicen aceptar sus postulados
éticos36; no obstante, siempre declaran que es inaplicable dentro del contexto de la
“guerra irregular” colombiana. Así las autodefensas se comprometen a respetar a la
población civil precisando que en esta categoría ellos no incluyen a “los guerrilleros
camuflados-disfrazados de campesinos que cumplen labores de espionaje y así
participan en los secuestros”. Llegan al punto de presentarse como sustitutos del
Estado en su misión de proteger los Derechos Humanos. Durante una reciente
entrevista televisiva, Carlos Castaño declaró:
Las autodefensas, así sea de manera inadecuada e inconstitucional, defienden los
derechos de los colombianos porque el gobierno no es capaz de hacerlo 37.
38 Con el fin de descargarse de toda responsabilidad frente a las violaciones de Derechos
Humanos cometidas, la mayor parte del tiempo utiliza un tipo de argumentación
perversa que se basa en el hecho de que su estrategia es una copia de los métodos de la
guerrilla: “Si cometimos a veces algunas violaciones de Derechos Humanos, es la
guerrilla la que nos lo enseñó”38.
39 De tal manera, no parece haber acuerdo entre los actores sobre lo que es condenable 39;
cada cual encuentra su propia interpretación de los Derechos Humanos.
 
Las tentativas de consolidación de un espacio de
Derechos Humanos fuera del alcance de los actores
armados
40 ¿Será posible poner fin a estos fenómenos de instrumentalización de los Derechos
Humanos? Se desea examinar y evaluar las diferentes estrategias desarrolladas por las
ONG colombianas en este sentido ¿Proponen ellas otro uso de los Derechos Humanos?

41 Consejo Nacional de Paz, la sociedad civil y las Autodefensas de Córdoba y Urabá con
respecto al inicio de un proceso de paz con esta organización.
 
Esbozo de cambio en el seno de las ONG
42 La internacionalización creciente de la violencia colombiana y la evolución de la
dinámica del conflicto van a conllevar a una serie de cuestionamientos en el seno de las
ONG colombianas de defensa de los Derechos Humanos.

43 Con respecto a los países del Cono Sur y de América Central, el problema de Colombia,
considerada por muchos como la democracia más estable de América Latina, parecía
menor. El examen de las diferentes decisiones de entidades y organismos
internacionales sobre Colombia entre 1980 y 1997 muestra hasta qué punto la mirada
fue cambiando progresivamente40 hasta llegar al establecimiento en Bogotá de la
Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. La mirada de los Estados
Unidos sobre Colombia también se modifica en el sentido de una mayor exigencia en
137

materia de Derechos Humanos; el discurso del Departamento de Estado se ha


endurecido41 considerablemente durante los últimos años.
44 A comienzos de los años ochenta las ONG comienzan a salir de su aislamiento y a tomar
consciencia de la necesidad de desarrollar sus acciones a nivel internacional y de
trabajar en redes. Hasta ese entonces no habían considerado necesario participar en las
discusiones en el seno de los espacios intergubernamentales internacionales ( ONU, OEA).
Este tipo de apreciación nacía no solamente de sus concepciones políticas sino también
de un desconocimiento profundo de los mecanismos internacionales. La creación en
Colombia de la Comisión Colombiana de Juristas con el objetivo principal de contribuir
al desarrollo del derecho internacional de los Derechos Humanos y del DIH en Colombia,
facilitó un importante cambio de percepción.
45 La utilización del DIH y la actitud a adoptar frente a las violaciones de Derechos
Humanos cometidos por la guerrilla son igualmente objeto de discusión durante este
período. Hasta ese entonces, las ONG consideraban que no les competía denunciar las
violaciones de los Derechos Humanos cometidas por la guerrilla. Sentían además cierta
reticencia frente al DIH temiendo que este fuese a ser utilizado por el Estado para culpar
a la guerrilla y descargarse así de sus propias responsabilidades. El discurso de las ONG
internacionales sobre la guerrilla tiende a modificarse durante el transcurso de los años
ochenta. Anteriormente, la mayoría de ellas consideraba que su mandato consistía
exclusivamente en denunciar las violaciones de los Derechos Humanos cometidas por el
Estado. A finales de los ochenta, la multiplicación de los conflictos internos las lleva a
asumir otro punto de vista42. A partir de ese momento, a las ONG colombianas les será
imposible ignorar estas transformaciones. Por otra parte, los métodos de las guerrillas
se tornan cada vez menos irreprochables. Un estudio reciente sobre los medios de
financiación de la guerrilla señala que más del 41% de su financiación proviene ahora
de los cultivos ilícitos, aproximadamente un 21% de los secuestros, 16% de extorsiones
al sector minero y ganadero, y el resto a las empresas del Estado 43. La guerrilla
colombiana es la que comete el mayor número de secuestros en el mundo. Según un
estudio de la Fundación País Libre, entre enero y noviembre de 1999,1.531 personas
fueron secuestradas por las guerrillas, es decir, un 56% del total de secuestros en el
mundo (Bureau du Haut Commissariat des Nations-Unies pour les droits de l’homme,
1999). Esta evolución en las modalidades de financiación no deja de tener consecuencias
sobre el deterioro de las costumbres. Alfredo Rangel escribe:
Lo que diferencia más que todo a la guerrilla de hoy con la del pasado es el recurso
permanente y sistemático a una nueva arma contra la población civil: el terror 44.
46 La creación de las primeras instituciones estatales a favor de los Derechos Humanos
bajo el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) y a continuación de espacios de
interlocución con las ONG, conlleva progresivamente a ciertas organizaciones a
modificar sus percepción del Estado. La preparación de la Asamblea Nacional
Constituyente y la posterior promulgación de la Constitución de 1991 contribuyeron a
la creación de nuevas ONG más institucionalistas. De tal manera, las ONG que conforman
el grupo Viva la Ciudadanía se apegan a la promoción de nuevos instrumentos a favor
de los Derechos Humanos y a construir una ciudadanía democrática. Más que oponerse
al Estado, se trata es de consolidarlo.
 
138

• La puesta en marcha de nuevas estrategias

47 El período de cuestionamiento mencionado anteriormente convergió en la formulación


de nuevas estrategias por parte de las ONG a comienzos de los años noventa.
Procedieron a cambiar sus métodos de trabajo a nivel interno y a construir redes
nacionales e internacionales.
48 La Coordinación Colombia Europa reúne actualmente unas setenta organizaciones de
defensa de los Derechos Humanos. La mitad trabaja en Bogotá con todo y ocasionales
antenas regionales y la otra mitad la conforman organizaciones estrictamente
regionales45. La Coordinación se articula por lo tanto alrededor de tres redes
principales: la red local, la red nacional y la red internacional con enlaces específicos en
cada uno de estos espacios. Transmite las informaciones sobre la situación de Derechos
Humanos a una oficina en Bruselas, Oficina Internacional de Derechos Humanos Acción
Colombia (OIDHACO). Esta oficina es la encargada de consolidar los espacios de
interlocución con la Unión Europea, las Naciones Unidas y las ONG europeas. Uno de los
grandes éxitos de la Coordinación es el haber colaborado todos los años desde su
creación en la redacción, con otras organizaciones, de una declaración conjunta que se
presenta en la sesión de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
49 Recientemente, se abrió en Washington un espacio de coordinación Estados Unidos y
Colombia.
50 Adicionalmente, el contenido de las denuncias de ciertas ONG se ha modificado.
Tardíamente, algunas organizaciones deciden romper el silencio sobre las violaciones al
DIH cometidas por la guerrilla. En 1994, producen el primer documento conjunto
condenando a la guerrilla cuando la Masacre de la Chinita en el Urabá 46. Por primera
vez en febrero-marzo de 2000, en su declaración conjunta presentada ante la Comisión
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, las ONG colombianas dedican un párrafo a
las guerrillas:
Las partes en conflicto cometen graves infracciones al Derecho Internacional
Humanitario. Las FARC secuestraron y asesinaron civiles, incluso tres reconocidos
indigenistas. El ELN introdujo como nueva práctica los secuestros colectivos: 42
pasajeros en un avión, 59 personas en una iglesia, 14 personas que estaban
pescando47.
51 Desde hace unos años, las ONG de Derechos Humanos tienden a involucrarse más en el
tema de la paz y de la negociación del conflicto. Se han unido a varios de los espacios de
trabajo y de las grandes reuniones promovidas por las principales organizaciones de la
llamada “sociedad civil” colombiana: Asamblea Permanente por la Paz, Redepaz, Paz
Colombia. Ciertas organizaciones han desarrollado iniciativas a favor de la construcción
de la paz y de la resistencia a los actores armados en zonas particularmente violentas.
Los diferentes proyectos de las Comunidades de Paz apoyados por el CINEP desde 1997
representan primordialmente laboratorios de la aplicación del DIH. Si la ONG ha
participado en la formación del campesinado sobre los principios básicos del DIH y lo ha
acompañado en su reinserción, progresivamente, los miembros de la comunidad han
adquirido autonomía. Elaboran sus propias normas y llevan a cabo sus propias
negociaciones directamente con el Estado y los actores armados. Se comprometen a no
colaborar con ninguno de los grupos en conflicto y exigen a los actores del conflicto que
reconozcan su existencia y respeten sus principios (autonomía de la comunidad,
diálogo, dimensión colectiva como medio de resistencia de la población civil, la no
139

colaboración indirecta con la guerra). Claro está que estas iniciativas han tropezado con
las estrategias de los diferentes actores armados. La guerrilla ha asesinado a varios
miembros de las Comunidades de Paz en medio de procesos pretendidamente
revolucionarios y los paramilitares han matado a personas que tildan de colaborar con
la guerrilla. Por otra parte, el carácter particularmente agudo de los enfrentamientos
en esta zona contribuye a perpetuar la vulnerabilidad de las Comunidades. A pesar de
esto, las tres grandes Comunidades de Paz del Urabá chocoano (San Francisco de Asís,
Natividad de María y Nuestra señora del Carmen), que acogen más de 8.000 personas,
continúan revindicando su neutralidad.
 
• Los límites a la construcción de un espacio de Derechos Humanos

52 Las transformaciones observadas no se deben, sin embargo, sobrestimar. El universo de


las ONG sigue siendo conflictivo, su resistencia a los actores armados particularmente
frágil y ante todo su capacidad propositiva es todavía limitada.
53 Los conflictos políticos entre las ONG persisten y la mayoría de los encuentros revelan
numerosos desacuerdos. Los esfuerzos a favor de transformaciones en los métodos de
trabajo y la búsqueda de una mayor neutralidad encuentran una seria resistencia de
parte de un sector partidario de un discurso radical. Así se constata que la toma de
decisión conjunta sobre los principales puntos es un proceso extremadamente largo y
doloroso. La posición de las ONG respecto a la aplicación del DIH está lejos de ser
consensual y algunas organizaciones siguen rehusándose a referirse a ellas.
Temporalmente, la oposición de las ONG al Plan Colombia 48 parece haber restablecido
una cierta cohesión entre ellas. Han expresado conjuntamente sus preocupaciones
frente a las posibles consecuencias del Plan sobre las condiciones de Derechos
Humanos, y esto último constituye el eje del debate actual. Este tipo de protesta, sin
embargo, difícilmente disimula la débil capacidad de propuesta de las organizaciones.
Los componentes de un proyecto alternativo siguen siendo bastante difusos: enfrentar
los problemas estructurales, democratizar el sistema político, llevar a cabo una
verdadera reforma agraria, elaborar un proceso de sustitución de cultivos. Con esta
finalidad fue pensada la Conferencia Internacional sobre la Paz y los Derechos Humanos en
Costa Ric49 y más recientemente el Congreso Nacional Paz y País 50. Resulta a menudo más
dable protestar por la militarización y la invasión de Colombia que formular propuestas
concretas. La persistencia de divergencias entre organizaciones muestra hasta qué
punto difieren las concepciones sobre los Derechos Humanos, la visión del conflicto, y
la relación con lo político. Se puede, sin embargo, subrayar la existencia actualmente de
tres grandes grupos de ONG:
1. Las ONG que continúan adhiriendo a una representación schmitiana de lo político. La lectura
del conflicto en términos estructurales las lleva a privilegiar la reivindicación de derechos
sociales, económicos y culturales. Conciben los Derechos Humanos ante todo como el
derecho a la resistencia frente al Estado. Con frecuencia se trata de un discurso de origen de
extrema izquierda abierto al lenguaje de los Derechos Humanos. Estas organizaciones se
oponen por lo general a la denuncia de violaciones de los Derechos Humanos cometidas por
las guerrillas. Conciben por demás que el paramilitarismo es una estrategia del Estado. Sus
posturas radicales las han llevado a desinteresarse del tema de la negociación.
2. Las ONG que se pronuncian claramente a favor de una estrategia negociada del conflicto.
Aspiran a una cierta neutralidad y denuncian indistintamente las acciones cometidas por
todos los actores armados, recurriendo esencialmente al DIH. Estas organizaciones se
140

encuentran asociadas a los diferentes movimientos de la sociedad civil por la paz (Asamblea
Permanente de la Sociedad Civil por la Paz, Redepaz). Trabajan por el fortalecimiento del
Estado y la consolidación de las instituciones políticas colombianas. En este grupo convergen
diferentes visiones de los Derechos Humanos, desde organizaciones de la Iglesia que
redescubren sus antiguas concepciones de los Derechos Humanos en términos de derecho
natural, hasta organizaciones que tienen una visión más jurídica y adoptan una concepción
moderna de los derechos fundamentales que integra las tres generaciones principales de los
Derechos Humanos.
3. Las ONG, nacidas recientemente, en el seno de sectores de Derecha y que denuncian
exclusivamente las violaciones de Derechos Humanos cometidas por la guerrilla. Este es el
caso de la organización País Libre que se consagra a denunciar el secuestro desde comienzos
de los años noventa o del Comité Nacional de Víctimas de la Guerrilla.

54 El período actual se caracteriza finalmente por la difusión creciente de las violencias y


por la “embrollada” de los discursos de Derechos Humanos. La diversidad de sus
acepciones es tal que pareciera que los Derechos Humanos fuesen un verdadero
“caleidoscopio jurídico”. A su manera, los Derechos Humanos se insertan dentro de las
configuraciones de la violencia, cuyo carácter “caleidoscópio” es recalcado por Daniel
Pécaut51.
55 Este análisis ha mostrado, así, el desfase entre la extrema difusión del lenguaje de
Derechos Humanos y sus efectos concretos. El conflicto se va intensificando y,
entretanto, todo se reduce a los Derechos Humanos. Esto, a pesar de que esta noción
polisémica y polémica, se ve con frecuencia convertida en un instrumento a nombre del
cual se cometen las peores violaciones. Los protagonistas se apropian de estos derechos
con el fin de legitimar sus actos y denunciar los de los demás. Aunque las ONG
colombianas han intentado recientemente adoptar un tono un poco más neutral, no
parecen poder llegar a la instauración de un “metadiscurso” sobre los Derechos
Humanos. Hasta el momento, su discurso no ha sido constitutivo en la medida en que
no les ha permitido construir un espacio de Derechos Humanos que escape a la
dinámica del conflicto. Por su parte, la mayoría de la población colombiana continúa
asociando la defensa de los Derechos Humanos con un lucha entre partidarios y
desinteresándose. La opinión pública colombiana, ya de por sí bastante debilitada por la
violencia, realmente no necesitaba esto.
56 Esta constatación nos puede incitar a cuestionarnos sobre la manera de restablecer el
carácter operatorio de los Derechos Humanos. Eso supondría, primero que todo, evitar
el servirse de ellos como instrumentos de un análisis simplista por medio del cual se
designan los buenos y los malos. Considerando que el conflicto colombiano difícilmente
se presta para este tipo de esquemas, las ONG han podido verse enredadas en esta
complejidad. Lo menos que se puede hacer es alentar las iniciativas que tienden a
reforzar las actividades de investigación y de análisis que permitan abarcar mejor la
complejidad del conflicto colombiano. Dadas unas configuraciones de la violencia cada
vez más movedizas, es delicado mantener representaciones estáticas.
57 Se hace notoria la necesidad de deshacerse del esquema clásico de responsabilidad y de
hacer de los Derechos Humanos unas herramientas capaces de juzgar a todos los
actores. No se trata de abandonar la perspectiva tradicional sino de integrar su uso con
el DIH. Este instrumento se adapta bien a aquellos contextos en los cuales la separación
entre víctimas y victimarios es confusa. Es sin duda prudente no limitarse a un enfoque
jurídico de los Derechos Humanos, y reintegrar su dimensión ética:
141

Es necesario, pues, ir más atrás de la formulación ya casi tradicional de la doctrina


de los Derechos Humanos para rescatar su significación originaria y ortodoxa. En
efecto, el sentido de la declaración de los Derechos Humanos era de darle a la
sociedad inerme un arma ética y política de defensa frente a las eventuales
arbitrariedades de los actores políticos armados que pretenden representarla (...)
todo actor armado que aspire a contar con alguna legitimación social, está sometido
al tribunal de la sociedad civil cuyo principio central es el respeto a los Derechos
Humanos52.
58 Efectivamente, mientras que en medio de un conflicto interno las normas son
susceptibles de una multiplicidad de instrumentalizaciones, si se emprende la búsqueda
de la dimensión moral de los Derechos Humanos podra atribuírseles nuevamente un
sentido. La mayor parte del tiempo, las ONG colombianas han adoptado una concepción
muy jurídica de los Derechos Humanos. El recurso a la ética indudablemente facilitaría
el llegar a un acuerdo alrededor de principios fundamentales y representaría un freno
frente a los actos de barbarie cometidos por todos los actores armados. En un momento
en el que cada una de las organizaciones tiende a adoptar su propia concepción de los
Derechos Humanos, la tarea principal de las ONG consiste sin duda en definir claramente
el término. Podrían así contribuir a establecer criterios evidentes, a trazar los límites
entre lo tolerable y lo intolerable.
59 Más aún, ya que todo parece indicar que el conflicto colombiano se intensificará, es
urgente que las organizaciones desarrollen estrategias que les permitan trabajar en
tiempos de guerra y diferenciarse claramente de los actores armados. Ciertamente, esta
tarea no es nada fácil. Los diferentes proyectos de Comunidad de Paz representan un
aporte interesante en la medida en que pueden prefigurar el comienzo de una
reorganización social. Los actores armados han mostrado poca inclinación por respetar
estos derechos y parece arriesgado pensar que puedan constituir algo más que una
solución puntual y limitada. Parece que la mayor parte de la soluciones pensadas por
esta vía no pueden ser sino parciales.
60 En efecto, el problema supera los solos Derechos Humanos para abarcar lo político en
su conjunto. Los fenómenos de instrumentalización, de recomposición permanente del
lenguaje de los Derechos Humanos y el hecho de que se hayan convertido en elementos
centrales de los debates políticos, traducen sin duda a su manera la extrema
fragmentación de lo social, la dislocación de la opinión pública y la dificultad para dar
sentido a la violencia. ¿Acaso el poder simbólico que confiere Claude Lefort 53 a los
Derechos Humanos y que lo hace entrever en ellos la posibilidad de un nuevo
relacionarse con lo político no presupone dos elementos de los cuales se carece
cruelmente en Colombia, un poder consolidado y una sociedad civil capaz de
organizarse? En cuanto a los referentes institucionales se debilitan, los derechos se
tornan precarios y la ciudadanía se vuelve “virtual”54. La prioridad de la organizaciones
de defensa de los Derechos Humanos es sin lugar a dudas la de contribuir a la
reconstrucción de lo político en Colombia. Se trata de consolidar su capacidad
propositiva y participativa, ante todo, en la actual coyuntura de intensificación de la
guerra. Las ONG, que con frecuencia han parecido reproducir el funcionamiento de los
actores políticos tradicionales colombianos, deben afirmarse en calidad de actores
autónomos y proponer otro tipo de discurso. La coyuntura actual las sitúa al corazón de
los principales debates. De las ONG depende el saber apropiarse de esta oportunidad.
142

BIBLIOGRAFÍA
 
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143

Otras referencias citadas

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Bogotá, Imprenta Nacional. Tomo II.

Uribe, María Teresa (1999): “Las soberanías en disputa, ¿conflicto de identidades o de derechos?
Ponencia presentada en la Conferencia Museo, Memoria y Nación. Bogotá, 24 de noviembre de 1999.

NOTAS
1. El debate sobre el derecho a la injerencia se configura a comienzos de los años ochenta; un
encuentro en París sobre el tema de la moral humanitaria preconiza el “derecho a la injerencia”.
Véase en Bettati M (1996), p. 12.
2. Badie, B. (1999), p. 260.
3. Gauchet, M. (2000), p. 268 - 270.
4. Papacchini, A (1997), p. 17.
5. Ibidem.
6. Ibidem.
7. De Maillard, J. (1995). pp. 83-90.
8. Cifras presentadas por la Consultorίa para los Derechos Humanos y el Desplazamiento –
codhes en un seminario internacional sobre el tema de los desplazados, organizado en Bogotá del
30 de mayo al 2 de junio de 2000.
9. De esto da fe el lugar que ocupa el argumento sobre los Derechos Humanos desde el inicio del
actual proceso de negociación entre el gobierno y los grupos guerrilleros. La muerte de seis niños
el 16 de agosto de 2000 en Pueblo Rico (Antioquia) –víctimas de un supuesto fuego cruzado entre
el ejército y la guerrilla– provoca fuertes condenas de parte de la Comunidad Internacional y de
la sociedad civil colombiana. Esta exige a los actores armados el respeto de la población civil y la
firma de un cese de hostilidades.
10. Pécaut, Daniel (1987), p. 29.
11. Entre 1958 y 1974, el Sistema Político colombiano se rige por el Pacto del Frente Nacional.
Este acuerdo reparte el poder entre los partidos Liberal y Conservador.
12. Pécaut, Daniel (1989), p. 23.
13. Se señalan 615 casos en 1970, 4.271 en 1973, 7.914 en 1977, 6.819 en l980. A partir de este año,
el número de detenidos se reduce.
14. La práctica de la ejecución también se expande: 49 casos en 1970, 101 en 1973, 139 en 1977,
105 en 1979. La tendencia al aumento se prosigue de ahí en adelante
15. El primer caso de desaparición es el de Omayra Montoya en 1977. Para 1981 ya se señalan 101
desapariciones, CINEP y Justicia y paz. Base de Datos. Comité permanente para la defensa de los
Derechos Humanos. Informes, CINEP. 1982. Colombia: represión 1970-1981. CINEP. Bogotá.
16. La USO o Unión Sindical Obrera es un sindicato formado por la Empresa Colombiana de
Petróleos –ECOPETROL–. Situada en Barrancabermeja en la región del Magdalena Medio ha
desempeñado un papel importante en el movimiento social colombiano desde los años veinte.
17. Comité de Solidaridad con los presos políticos, (1974), pp. 18 - 205.
144

18. La Declaración del Derecho de los Pueblos hace hincapié preferencialmente en los derechos
colectivos: derecho a la autodeterminación, derechos económicos y culturales, derecho a la
educación, derecho al medio ambiente y al acceso a los recursos naturales, derechos de las
minorías. Es de inspiración tercermundista y socialista.
19. Rubio, M. (1999), p. 138. Esa observación es válida hasta el momento de la decisión de la Corte
Constitucional de septiembre de 1997, la cual abroga el artículo 127 del Código Penal de 1980.
20. Medina Gallego, Carlos (1990).
21. Pécaut, Daniel (1996), p. 91.
22. A la fecha, las estimaciones del número de miembros de la UP que fueron asesinados
arrojan números que varían entre 2.500 y 3.000.
23. La mayoría de las organizaciones tienen sus listas de los defensores asesinados y Colombia
sigue siendo uno de los países donde más peligro corren los defensores de Derechos Humanos.
24. Gallón, Gustavo (1992), p. 15.
25. En un solo año se señalan más de 130: La Negra y Honduras, La Mejor Esquina. San Rafael,
Segovia.
26. El presidente Turbay llegará al punto de negar la existencia de prisioneros políticos en
Colombia, y su ministro de Defensa divulgará la tesis de una “autotortura” por parte de los
prisioneros puesto que la acusación de tortura no podía ser más que una farsa.
27. La mayoría de los miembros de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía ha sido
amenazada u obligada a emprender el camino del exilio.
28. Blanquer Jean Michel (2000), pp. 156-157.
29. Entrevista con el Mono Jojoy en Cambio 16 Abril de 1995.
30. El Protocolo adicional a los Acuerdos de Ginebra de 1949 fue ratificado por el gobierno
colombiano en 1995.
31. Acuerdo de Puerta del Cielo firmado entre los representantes de la sociedad civil colombiana
y el ELN el 15 de julio de 1998, en Maguncia. Alemania.
32. El 12 de abril de 1999, el ELN secuestra 46 pasajeros de un avión de la compañía Avianca que
viajaba entre Bucaramanga y Bogotá. El 30 de mayo de 1999. el mismo grupo secuestra 59
personas en una iglesia de Cali.
33. La explosión de un oleoducto en Machuca el 19 de octubre de 1998 provoca un incendio y
múltiples víctimas entre la población civil.
34. Ejército Nacional, Brigada xx (1996), Violación de los Derechos Humanos de la población civil por
parte de la subversión. Bogotá, p. 46.
35. Castaño Gil, Carlos (1997), p. 8.
36. Declaración de Córdoba del 2 de julio de 1998, suscrita por los miembros del Consejo Nacional
de Paz, la sociedad civil y las Autodefensas de Córdoba y Urabá con respecto al inicio de un
proceso de paz con esta organización.
37. Castaño Gil, Carlos (2000).
38. Ibidem
39. Al respecto la Comisión Nacional de Televisión de Colombia emite el siguiente mensaje a favor
de la paz. “Para comenzar a estar bien debemos ponernos de acuerdo en lo que está mal”.
40. Comisión Colombiana de Juristas Defensoría Del Pueblo, 1997.
41. Es más, las amonestaciones al Ejército colombiano no dejan de surtir unos efectos reales: el
desmantelamiento de la XX Brigada a raíz del informe de 1997 del Departamento de Estado
estadounidense y el arresto de militares de alto rango. El informe del Departamento de Estado
para el año 1998 señala el arresto del coronel Bernardo Ruiz Silva, comandante de la XX Brigada
en 1995, la condena del coronel Luis Felipe Becerra por su responsabilidad en la masacre de
Riofrío en 1993, la condena a 18 años de prisión de los tenientes coroneles Marco Báez Garzón y
Alejandro Londoño Tamayo por su responsabilidad en la masacre de Segovia.
145

42. En el caso de Amnistía Internacional la decisión de denunciar igualmente las violaciones de


Derechos Humanos cometidas por actores no-estatales data del Consejo Internacional de Amnistía de
1987 en Aguas de Lindao, Brasil. De hecho, los informes posteriores sobre Colombia examinan la
cuestión de violaciones cometidas por las guerrillas. Se observa una evolución similar en los
discursos de las ong estadounidenses Wola y Americas’ Watch.
43. Echandía, C. (1997), p. 25.
44. Rangel Suárez, Alfredo (1999), p. 6.
45. La mayoría de los departamentos se encuentran allí representados. Se observan sin embargo,
grandes disparidades a nivel de la distribución territorial de las ong. Así, encontramos un gran
número de estas organizaciones en Antioquia, amenazadas por los actores armados, lo que sin
duda no es la única explicación. Efectivamente, a pesar de la situación de violencia extrema, el
Urabá es la región que reúne el mayor número de ong.
46. El 23 de enero de 1994, un grupo de hombres armados irrumpió en un barrio de invasión
denominado La Chinita en Apartadó; ejecutó a 35 personas e hirió a doce. La determinación de
responsabilidades era asunto complejo en la medida en que todos los actores armados presentes
en la zona caían en sospecha: el eln, las farc, los militares, los paramilitares.
47. Declaración conjunta de las Organizaciones no Gubernamentales colombianas durante la
sesión No. 56 de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Marzo de 2000.
48. Se trata de una estrategia nacional integral de lucha contra la violencia en diferentes planos:
narcotráfico, guerrilla, desarrollo económico, protección de los Derechos Humanos. Los Estados
Unidos ha acordado la financiación de una parte del Plan Colombia y su ayuda está orientada a
reforzar el Ejército colombiano en su lucha contra el narcotráfico.
49. La Conferencia Internacional de Costa Rica se llevó a cabo los días 16, 17 y 18 de octubre de
2000.
50. El Congreso Nacional Paz y País se llevó a cabo en Bogotá los días 10,11 y 12 de mayo de 2000.
51. Pécaut, Daniel (1996).
52. Restrepo. Luis Alberto (1996), p. 46.
53. Consideran que los Derechos Humanos son unos principios nuevos de reconfiguración del
espacio social y generadores de democracia. Constituirían un campo en el cual se podría expresar
el lazo simbólico de copertenencia de los individuos dentro de un espacio dividido.
54. Uribe. María Teresa (1999), p. 463.

NOTAS FINALES
1. Doctorante en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales ( EHESS) de París. Asistente de
Investigación en el Instituto de Altos Estudios de América Latina ( IHEAL) de París.
[email protected]
146

Colombia-Venezuela: de la
integración al enguerrillamiento.
(1989-1999
Una perspectiva venezolana

Miguel Ángel Hernández Arvelo

 
Introducción
1 La historia de las relaciones entre Colombia y Venezuela ha estado cruzada
permanentemente por los problemas causados por controversias limítrofes,
convirtiéndose este factor en la dimensión dominante de dichas relaciones. En este
contexto es que ha predominado lo “limítrofe” –entendido como concepto restringido–
sobre el criterio más amplio y rico social y económicamente de lo “fronterizo”. Esta
situación, no obstante la vecindad geográfica y de intereses comunes, ha afectado
negativamente las posibilidades de integración y cooperación bilaterales.
2 Hasta 1941, la difícil y traumática delimitación de la frontera terrestre, y desde
mediados de la década del sesenta, las negociaciones para la delimitación de las aguas
marinas y submarinas en el golfo de Venezuela, se constituyeron en el eje central de la
agenda de relaciones entre los dos países. Desde entonces, los momentos de tensión y
distensión en la bilateralidad colombo-venezolana han dependido casi exclusivamente
del tratamiento que se le estuviera otorgando a las controversias limítrofes. Esto ha
sido particularmente patente desde la década del sesenta en relación con el diferendo
en el golfo de Venezuela. Sin embargo, es constatable a lo largo de dicha relación, la
intensidad del volumen de los encuentros, acuerdos y contactos políticos, sociales y
económicos permanentes entre los dos países, así como el carácter “mixto” de las
relaciones –ya que estas no son puramente cooperativas ni exclusivamente
conflictivas– en cuanto a la variedad de temas y motivaciones, así como a la
simultaneidad de intereses comunes (integración económica, comercio, inversiones
mutuas, empresas binacionales de explotación de recursos e interacción social
147

fronteriza) y opuestos (cuencas hidrográficas, migraciones ilegales, contrabando,


guerrilla, narcotráfico, diferendos limítrofes) existentes en dicha relación 1.
3 Las controversias entre Colombia y Venezuela no tienen que ver sólo con asuntos
limítrofes; existe una serie de factores de carácter histórico, culturales,
socioeconómicos y políticos que siempre van a estar gravitando sobre dichas
relaciones, y que a su vez generan estereotipos y percepciones mutuas negativas entre
los habitantes de ambos lados de la frontera2.
4 Ayer fueron las divergencias causadas por la delimitación de la frontera terrestre entre
los dos países, hoy, además de la aún pendiente delimitación de aguas marinas y
submarinas en el Golfo de Venezuela, persisten los problemas fronterizos atribuibles a
la guerrilla, al narcotráfico y a la delincuencia común. Mañana podría ser una
combinación de estos factores o de algunos nuevos, eventualmente relacionados con las
divergencias propias de una cada vez mayor integración económica y comercial, tal
como ya se evidencia en el conflicto de los transportistas en la zona fronteriza.
5 En síntesis, las relaciones entre dos países con una amplia frontera común –en algunos
tramos muy poblada y dinámica, y en otros prácticamente abandonada– y con
percepciones y estereotipos mutuos negativos, desarrollados a lo largo de una matriz
histórica caracterizada tanto por las controversias limítrofes como por la fluidez de las
relaciones sociales fronterizas, nunca serán totalmente positivas y armónicas, siempre
existirán de uno y otro lado de la línea divisoria internacional, elementos
perturbadores. De lo que se trata entonces es de esforzarnos por lograr conocer y
comprender con la mayor profundidad posible, la realidad de ambos países, así como de
la zona fronteriza, y aprender a convivir con las discrepancias y problemas propios de
naciones que comparten una extensa, compleja y heterogénea frontera común, al
tiempo que desarrollamos nuestras habilidades para sacar el mayor provecho conjunto
a las extraordinarias potencialidades de cooperación existentes entre ambas naciones.
 
1989: un cambio cualitativo en las relaciones
colombo-venezolanas. la metodología de la globalidad
y el nuevo modus operandi
6 Sin embargo, desde 1989 con la firma de la Declaración de Caracas (3 de febrero) y la
Declaración de Ureña (28 de marzo), las relaciones entre Colombia y Venezuela
experimentaron un giro significativo y sin precedentes, caracterizado por la atmósfera
de cooperación y entendimiento entre los dos países.
7 Este novedoso proceso bilateral, signado por la voluntad de entendimiento, se
caracterizó por la separación en el tratamiento de los diversos temas de la agenda
bilateral, para que de esta manera el diferendo limítrofe no perturbara la discusión o el
acuerdo sobre otros temas de interés mutuo. El principio de “globalidad”, adoptado por
los gobiernos de Venezuela y Colombia a partir de las dos declaraciones antes
mencionadas, desde nuestro punto de vista, marcó un hito en la historia de las
relaciones entre los dos países, en la medida en que por primera vez, los gobiernos de
ambas naciones oficializaron los criterios de la cooperación y el entendimiento como
guías fundamentales de la bilateralidad, al tiempo que institucionalizaron un modus
operandi basado en nuevos mecanismos políticos de diálogo y en un novedoso
instrumento de negociación apoyado en la aproximación al conjunto de temas de la
148

agenda bilateral, desde una perspectiva global e inclusiva, donde todos los aspectos
(conflictivos y cooperativos) de dicha relación serían tratados simultáneamente, sin
otorgar privilegio a ninguno.
8 A partir de aquel momento, el proceso de integración entre Colombia y Venezuela se
convirtió en el más dinámico de la región. Dicho proceso influyó positivamente en la
agenda global de las relaciones bilaterales, “desgolfizándolas” y ampliando las
posibilidades de cooperación, otrora obstaculizadas por los problemas limítrofes, al
tiempo que se abrían interesantes retos para la extensión del proceso de integración
hacia otros países de la región.
 
El nuevo marco institucional regulatorio de las
relaciones bilaterales
9 El esquema político-institucional dentro del cual se han venido desarrollando las
relaciones entre Colombia y Venezuela desde finales de la década pasada, tuvo su
origen como ya planteáramos previamente, en la Declaración de Caracas, la Declaración
de Ureña y el Acta de San Pedro Alejandrino (6 de marzo de 1990); acuerdos firmados
por los presidentes Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez. En el primero de los
documentos, los mandatarios de ambos países acordaron mantener una activa
coordinación de esfuerzos en los foros regionales a fin de promover la integración
latinoamericana; por otra parte, decidieron iniciar las consultas conducentes a la
reintegración de la Comisión de Conciliación prevista en el Tratado sobre No Agresión,
Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial, suscrito en 1939. Acordaron, además, designar
dos altos comisionados por cada país para hacer un inventario de las principales
cuestiones pendientes por examinar entre las dos naciones, así como proponer a los dos
gobiernos una metodología adecuada para su tratamiento y solución. Por último, se
decidió excluir de la consideración de los Altos Comisionados la preparación y estudio
de los convenios de carácter político, económico, jurídico o de seguridad, relativos al
desarrollo económico y social de las zonas fronterizas, para lo cual ambos gobiernos
procedieron a designar sendas comisiones.
10 En la Declaración de Ureña, los presidentes nombraron a los integrantes de la Comisión
Permanente de Conciliación. Así mismo, designaron los cuatro Altos Comisionados para
elaborar el inventario de los principales problemas bilaterales. Igualmente designaron
a los integrantes de las comisiones encargadas de la preparación y estudio de los
convenios y tratados relativos al desarrollo económico y social de las áreas fronterizas,
las cuales, a partir de aquel momento, serían conocidas como Comisiones Presidenciales
de Asuntos Fronterizos o Comisiones de Vecindad, como se les denomina en Colombia.
Las tareas asignadas a dichas comisiones serían las de realizar estudios y convenios
relacionados con el tránsito de personas, bienes y vehículos, la integración económica
fronteriza, la planificación conjunta del desarrollo urbano y el uso y preservación de los
recursos naturales.
11 El 6 de marzo de 1990, los presidentes Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez se reunieron
en la Quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia, para recibir el informe
final de los trabajos realizados por los Altos Comisionados de Colombia y Venezuela, de
acuerdo a lo establecido en la Declaración de Caracas y en la Declaración de Ureña y se
149

adoptaron las metodologías de tratamiento y solución sobre una diversidad de


cuestiones pendientes entre ambas naciones, presentadas por los Altos Comisionados.
12 Igualmente, se acordó designar las comisiones mixtas propuestas por los Altos
Comisionados en el informe final presentado a los presidentes, las cuales tendrían como
misión estudiar y analizar cada uno de los temas. Por otra parte, se estableció una
Comisión de Coordinación y Seguimiento de alto nivel y de carácter permanente, que
tendría funciones de coordinación, verificación y seguimiento de las metodologías de
tratamiento y solución de los temas pendientes.
13 El 21 de marzo de 1990, con motivo de la reapertura del puente internacional García de
Hevia, se produjo un encuentro presidencial en la ciudad de San Cristóbal, en la cual los
presidentes Barco y Pérez, para reemplazar a los Altos Comisionados, los cuales ya
habían cumplido con su misión, anunciaron la conformación de la Comisión
Negociadora, a la que encargaron el tratamiento de los primeros cinco temas de la
agenda, es decir: a) Ríos internacionales; b) Cuencas hidrográficas; c) Delimitación de
áreas marinas y submarinas; d) Densificación y demarcación de hitos, y e) Migraciones.
A partir de ese momento se decidió asignarle a la Comisión Presidencial de Asuntos
Fronterizos el tratamiento de los otros cinco temas de la agenda acordada por los Altos
Comisionados, a saber: a) Tránsito y transporte internacional; b) Sustracción de
vehículos y procedimientos para su recuperación; c) Tráfico de estupefacientes; d)
Utilización de recursos naturales transfronterizos, y e) Cooperación y asistencia en
casos de emergencia y para la preservación de ecosistemas.
 
Las Comisiones de asuntos fronterizos
14 Estas comisiones se constituyeron en una respuesta política de los dos estados a las
presiones que, en el contexto de la globalización, vienen ejerciendo los actores
económicos transnacionales, así como las ejercidas por los factores sociopolíticos de la
zona fronteriza, procesos todos que afectan la evolución de las relaciones políticas,
económicas, sociales y diplomáticas entre los dos países. La fuerza implacable de los
acontecimientos locales, regionales y globales, así como el papel de punto de partida
que las relaciones fronterizas juegan en el marco del proceso de integración binacional
y multilateral, están obligando a los Estados y gobiernos a tomar decisiones concretas
que atiendan a este proceso, más allá de la tradicional retórica integracionista.
15 Si bien se reconocen los grandes avances logrados por las Comisiones de Asuntos
Fronterizos, también es cierto que estas han atravesado por altibajos en su desempeño.
Al inicio del proceso, se encargaron de realizar una evaluación de la situación en la
frontera. A tal efecto, sus miembros y los equipos de especialistas en diferentes áreas
procedieron a entrevistarse con las autoridades civiles, eclesiásticas, militares, así como
con representantes de diferentes sectores sociales y económicos, y hasta con los
mismos habitantes, con el fin de identificar las necesidades más apremiantes de la
frontera y buscar soluciones efectivas. Esta evaluación se llevó a cabo, con cierta
continuidad y coherencia, durante los tres primeros años de puesta en práctica del
nuevo mecanismo binacional. Sin embargo, después de esta primera etapa se descuidó
el contacto directo con las zonas fronterizas. Las Comisiones han dejado de constituirse
en voceras de los habitantes de la zona3. El proceso ha adoptado las características de la
tradicional diplomacia secreta que poco se ha preocupado por enterar a la opinión
pública y, más grave aún, a la comunidad directamente afectada, es decir, a la población
150

fronteriza4. De esta forma, el proceso de integración se ha visto reducido a la


suscripción de acuerdos de carácter superestructural entre el sector oficial de los dos
países, o al desarrollo del comercio y de las inversiones entre los sectores privados,
excluyéndose a la mayoría de los pobladores de la frontera de los beneficios que puede
aportar dicho proceso. Esta situación se hizo particularmente manifiesta a partir de
1994, momento en el cual las burocracias de las respectivas cancillerías comenzaron a
ejercer un mayor control sobre el funcionamiento de las Comisiones de Asuntos
Fronterizos, alejándolas progresivamente de las exigencias y necesidades de los
habitantes de la frontera.
16 Otros problemas evidenciados en el trabajo de las comisiones, tienen que ver con el
hecho de que estas no han realizado un diagnóstico diferenciado de los diversos temas a
su cargo de acuerdo a las características de cada uno de los ámbitos territoriales que
componen la frontera colombo-venezolana. Esto se debe a que no se ha contemplado el
carácter heterogéneo de la frontera, y se les da igual tratamiento sin importar las
especificidades de cada una de las cinco regiones limítrofes (Guajira, Perijá-Cesar,
Táchira-Norte de Santander, Apure-Arauca y Amazonas-Guanía)5.
 
Las Comisiones negociadoras
17 Concluida la fase de diagnóstico se iniciaron las negociaciones con la instalación, el 16
de junio de 1990, en cada uno de los países, de las Comisiones Negociadoras, integradas
por representantes de las principales organizaciones políticas de cada país. Durante
toda su existencia, estas comisiones han desarrollado una labor reservada, dada la alta
sensibilidad de los temas a los que están abocadas. El objetivo de este sigilo ha estado
determinado por la necesidad de negociar los cinco temas jurídico-políticos que le
atañen –delimitación de áreas marinas y submarinas, cuencas hidrográficas, ríos
internacionales, demarcación y densificación de hitos, y migración– sin que la opinión
pública interviniera directamente en las discusiones, para librarla de la emotividad que
gira alrededor del tema del Golfo de Venezuela, y de esta manera posibilitar que
ninguno de los temas tuviera prevalencia sobre el otro.
18 Debido a esta característica del método asumido por las Comisiones Negociadoras, es
muy poco lo que conoce la opinión pública sobre sus discusiones internas, así como
sobre eventuales avances en las negociaciones. Esta circunstancia torna muy difícil
realizar una evaluación de sus logros. Sin embargo, alrededor de su actividad, y debido,
sin lugar a dudas, a lo altamente sensible de los temas que son objeto de su análisis,
existen visiones críticas y contradictorias con respecto a su desempeño y utilidad. La
actitud ante estas comisiones oscila entre ópticas pesimistas y optimistas,
particularmente en relación con el tema de la delimitación de aguas marinas y
submarinas en el Golfo.
19 Dentro de la primera perspectiva se inscriben los que consideran que la etapa de la
“globalidad” está agotada, y plantean la necesidad de “congelar” las negociaciones y
diseñar un nuevo mecanismo, mientras el proceso de integración económica y
cooperación en aspectos de interés común se desarrolla y avanza. Para los que así
piensan, la sombra del desacuerdo alrededor del tema del Golfo sigue siendo un
importante obstáculo para concretar los propósitos cooperativos e integracionistas que
animan al proceso iniciado en 1989 a partir de la Declaración de Caracas.
151

20 Sin embargo, estas visiones parecen ser minoritarias. La mayoría –dentro de la cual nos
adscribimos nosotros– aún considera que el esquema adoptado en San Pedro
Alejandrino mantiene plena vigencia. A pesar de las limitaciones y problemas
confrontados, las Comisiones Negociadoras y las de Asuntos Fronterizos abren
importantes posibilidades para canalizar las negociaciones entre Colombia y Venezuela.
Lo peor que les puede suceder a los dos países es asumir el abordaje de los asuntos de
interés común desde una perspectiva inmediatista, y no comprender que entre ambos
siempre existirán tanto temas conflictivos como cooperativos.
21 Sin lugar a dudas, el diálogo directo y bilateral, sin interferencias de terceros, basado en
el tratamiento global de la amplia y compleja agenda común, sigue siendo preferible a
cualquier otra opción. Los problemas de los mecanismos basados en la globalidad no
radican en el método en sí mismo, sino en el hecho de que a ambos lados de la frontera
no hemos estado acostumbrados a discutir, dialogar y gerenciar conjuntamente
nuestros problemas y posibilidades comunes. A pesar del avance en la mentalidad
cooperativa desarrollada a lo largo de la última década, aún debemos enfrentarnos a las
tendencias que privilegian lo espasmódico, lo pasajero y coyuntural por sobre lo
permanente, lo estratégico y lo colectivo6, así como a las visiones prejuiciadas y
estereotipadas, que no ayudan en nada a encontrar caminos de entendimiento y
cooperación entre los gobiernos y pueblos de ambos países. Corresponde entonces
desarrollar a ambos lados de la zona fronteriza una perspectiva que cimente las
relaciones entre Colombia y Venezuela en la idea de la “vecindad”, lo cual significa
fortalecer la tolerancia y el conocimiento del “otro” más allá de la frontera.
 
El dinamismo de la integración económica uno de los
aspectos positivos de la relación bilateral
22 Sin lugar a dudas, los ejes del proceso de integración entre Colombia y Venezuela han
estado sustentados, por una parte, en el establecimiento de una serie de mecanismos
institucionales y políticos que han facilitado el diálogo alrededor de una amplia
variedad de temas que constituyen la agenda común de los dos países, y por otra parte,
sobre el dinámico proceso de integración económica desarrollado a partir de 1989, y
que ha sido uno de los aspectos más relevantes de las relaciones colombo-venezolanas
durante la presente década.
23 El 30 de enero de 1992 los presidentes de Colombia y Venezuela acordaron, mediante la
suscripción de la Declaración de Maiquetía, crear una zona de libre comercio entre los
dos países. Este acuerdo refrendó el proceso de integración económica, incrementando
significativamente el intercambio comercial y las inversiones. Ya para este momento,
dicho intercambio, así como las posibilidades de asociación entre empresas de ambos
países, habían alcanzado un dinamismo sin precedentes. Desde comienzos de la
presente década, especialmente a partir de enero de 1992, cuando entra en vigencia el
acuerdo de zona de libre comercio entre los dos países, se produce un boom del
comercio bilateral.
24 Sin embargo, no todo ha sido positivo en las relaciones económicas entre Venezuela y
Colombia. Se han presentado algunas controversias propias de la intensidad del proceso
de integración. Hasta mediados del año 1997, el gobierno colombiano mantuvo
restricciones para el ingreso de algunos productos venezolanos al mercado del vecino
152

país, específicamente el azúcar, el arroz, el papel, los productos cárnicos, así como
productos siderúrgicos y cauchos, afectados por restricciones impuestas por Colombia,
vía Puente Santander. Sin embargo, algunas de estas restricciones fueron levantadas
luego de una reunión entre los ministros de Comercio e Industria de ambas naciones.
Por otra parte, la crisis del comercio binacional, generada a partir del paro de
transportistas venezolanos del año 1998, que se reeditó en 1999, y ante el cual el
gobierno del presidente Hugo Chávez decidió suspender el libre tránsito terrestre de
mercancías adoptando medidas de trasbordo en las aduanas fronterizas de San Antonio
del Táchira, Ureña y Paraguachón, ha afectado negativamente el proceso de integración
económica y ha agregado nuevos elementos de confrontación y de exacerbación de las
percepciones negativas entre trabajadores venezolanos y colombianos en la frontera.
25 Por otra parte, si bien es cierto que a nivel macro se ha producido desde 1992 un
importante desarrollo de la integración económica entre Colombia y Venezuela,
especialmente en el ámbito del intercambio comercial y de las inversiones, también es
cierto que este proceso, y sus eventuales efectos benéficos, se han concentrado en las
grandes empresas de los dos países, así como en los centros poblados, ocasionando una
serie de efectos perversos sobre la industria y el comercio en las localidades fronterizas
de los dos países. Estos problemas deben ser analizados y enfrentados conjuntamente
por ambas naciones, a través de dos instancias: una intergubernamental, mediante la
cual se deberían crear tanto un Fondo de Inversión Social Fronteriza como uno de
Fomento Industrial, y otra basada en las organizaciones sociales y no gubernamentales
existentes en la zona fronteriza.
 
1995-1996: de la cooperación al conflicto
26 Entre 1989 y 1994, las relaciones colombo-venezolanas tuvieron un giro de 180 grados;
el clima prevaleciente, auspiciado por la voluntad política de los gobiernos y con la
iniciativa privada como pivote de la integración, se caracterizó por el acuerdo y la
cooperación. Si bien las actividades fronterizas de la guerrilla, del narcotráfico y de la
delincuencia común se mantenían, el entendimiento y la negociación, facilitados por el
febril intercambio económico y por los mecanismos institucionales acordados en
diferentes cumbres presidenciales, prevalecieron sobre el conflicto.
 
• El ataque guerrillero a Cararabo: Crisis del nuevo modus vivendi

27 En febrero de 1995, coincidiendo con el comienzo del gobierno del presidente Rafael
Caldera, se va a producir un hecho que significará un nuevo retroceso en las relaciones
entre los dos países. El ataque perpetrado por el Ejército de Liberación Nacional ( ELN) de
Colombia a un puesto fluvial de la Armada venezolana, situado a orillas del río Meta en
la población fronteriza de Cararabo, estado Apure, con un saldo trágico de 8 infantes de
marina muertos, va a dar inicio a un período donde el conflicto prevalecerá sobre la
negociación. Desde ese momento y hasta el año 1997, los problemas fronterizos
(ataques guerrilleros, narcotráfico, secuestros a ganaderos, robo de vehículos etc.) van
a pasar a ser el tema central de las relaciones entre los dos países, afectando
sensiblemente sus relaciones políticas y diplomáticas, mientras que paradójicamente, el
proceso de integración económica continuaba su marcha indetenible.
153

28 Sin embargo, los conflictos en las relaciones entre Colombia y Venezuela no


comenzaron, como algún observador desprevenido podría pensar, en febrero de 1995
con el ataque guerrillero a Cararabo. Ya hacia finales de 1994 comenzaba a hacerse
evidente un giro en la actitud del gobierno venezolano hacia Colombia.
Simultáneamente con el impulso alcanzado por el intercambio comercial se comenzaba
a presagiar una vuelta al espíritu de tensión que por períodos ha caracterizado las
relaciones entre Colombia y Venezuela. Primero fueron las discrepancias entre los dos
gobiernos a propósito de la escogencia del secretario general de la Organización de
Estados Americanos, a la cual aspiraban tanto el ex presidente César Gaviria como el
canciller venezolano Miguel Ángel Burelli Rivas. A este impasse, que si bien no afectó
sustancialmente las relaciones entre los dos países, pero que en cambio generó cierto
malestar y recelo en el seno del organismo rector de la diplomacia venezolana, siguió
por parte de algunos funcionarios gubernamentales venezolanos un lenguaje
caracterizado por cierta dureza que, desde nuestro punto de vista, intentaba dejar en
claro a Colombia que no se le iba a continuar otorgando la importancia, basada en el
diálogo y la cooperación bilateral, que durante los cinco años previos había tenido en la
agenda de política exterior de Venezuela.
29 El evidente cambio que comenzó a manifestarse con la administración del presidente
Caldera, encuentra explicación en dos aspectos específicos: por una parte, el interés del
nuevo mandatario venezolano por distanciarse de todo lo relacionado con la política
desarrollada por el destituido presidente Carlos Andrés Pérez, y muy especialmente a lo
actuado en materia de política hacia Colombia. Por otra, la propensión a estrechar lazos
con Brasil, tanto por el particular interés de Caldera hacia ese país, demostrado desde
su primer gobierno, como por la necesidad de contrapesar el predominio de Colombia
en la agenda regional de Venezuela.
30 Estos elementos, que parecen circunstanciales y subjetivos, reflejan en gran medida que
la política hacia Colombia está muy determinada por los cambios de gobierno, así como
por la poca consistencia en el tiempo de la política exterior venezolana. Lo subjetivo y
cambiante de la política venezolana hacia nuestro vecino, produce impaciencia en los
sectores involucrados en la formulación y aplicación de dicha política, lo cual afecta el
equilibrio en las decisiones y el trabajo de largo plazo. De allí ese permanente vaivén
entre momentos de acercamiento y distanciamiento que ha caracterizado
tradicionalmente a las relaciones entre Colombia y nuestro país.
31 El ataque guerrillero a Cararabo se convirtió así en la chispa que disparó la animosidad
hacia Colombia que ya la política del nuevo gobierno había comenzado a evidenciar.
Activó los latentes resentimientos y prejuicios existentes en buena parte de la opinión
pública venezolana, y muy especialmente en los medios de comunicación social,
proclives a exaltar los conflictos con Colombia. La tensión que siguió al ataque
guerrillero, puso al descubierto que efectivamente las relaciones entre los dos países se
habían “desgolfizado”, al punto que por primera vez en mucho tiempo no era el
diferendo de aguas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela el motivo de las
fricciones entre los dos países, sino los incidentes que se desarrollan en la frontera
común.
32 Después del impacto tremendo causado en la opinión pública por el ataque guerrillero
al puesto fronterizo de Cararabo, se dejó a un lado el esquema de negociación y diálogo
que había prevalecido desde por lo menos seis años antes. Repentinamente, todos los
problemas existentes en la frontera comenzaron a aflorar. El gobierno y la opinión
154

pública venezolana ya no sólo llamaban a utilizar la “persecución en caliente” como


forma de apelar a la legítima defensa ante los ataques de la guerrilla sino que
exhortaban al gobierno colombiano a ejercer una mayor presencia militar en la zona
fronteriza.
33 A mediados de marzo, Venezuela protesta por el supuesto retraso o negligencia por
parte de Colombia en la extradición del narcotraficante Larry Tovar Acuña 7. El 15 del
mismo mes comienza la deportación de ilegales colombianos, supuestamente
sembradores de amapola, asentados en la sierra de Perijá 8. Días después es activado el
Teatro de Operaciones No. 1 en Guasdualito, estado Apure. Pero cuando la escalada
comienza no es exclusividad de una sola de las partes. El 18 de marzo Colombia
denuncia sobrevuelo de aviones de guerra venezolanos sobre su espacio aéreo. En mayo
el comisario de la Disip, Eduardo Iglesias es acusado por la Fiscalía General de Colombia
de pertenecer a una red internacional de robo de vehículos9, lo cual se convierte en un
nuevo hecho que exacerba aún más el malestar entre los dos países. En agosto se abre
una nueva controversia por la publicación por parte del Instituto Agustín Codazzi de un
mapa de Colombia donde se omiten los nombres del Golfo de Venezuela y del
Archipiélago de Los Monjes. El 8 de octubre las Fuerzas Armadas venezolanas inician el
Operativo Sierra VIII con el objetivo de destruir sembradíos de amapola en la sierra de
Perijá. A raíz de este operativo el gobierno colombiano acusa a la Guardia Nacional de
violar su territorio. La denuncia incluía la quema de una estación de radio, de
viviendas, la muerte de reses, así como torturas y el asesinato de un campesino
colombiano.
34 Durante 1996 la tensión continuó y se complementó con la parálisis casi total de todos
los mecanismos de interlocución política. Una incursión de la Guardia Nacional
venezolana en territorio del departamento colombiano de Arauca, ejecutada el 28 de
diciembre del año anterior, produjo nuevas fricciones que enturbiaron las relaciones
durante todo el mes de enero. Esta situación ocasionó que la reunión binacional de las
Comisiones de Asuntos Fronterizos prevista para realizarse el 23 de febrero en la ciudad
de Cúcuta se postergara. Posteriormente en mayo, la denuncia de que aeronaves
venezolanas robadas eran utilizadas por la Fuerza Aérea colombiana y por la aerolínea
privada Satena, ocasionó un nuevo malestar en las ya profundamente perturbadas
relaciones entre Venezuela y Colombia. En julio, la mención en el discurso del
presidente Ernesto Samper ante el Congreso de Colombia de que militares venezolanos
estarían implicados en la venta de armas al narcotráfico y a la guerrilla, levantó revuelo
en el gobierno y la opinión pública venezolana. Esta situación y el rechazo mostrado
por diversos sectores políticos en el país, descartó la posibilidad de una cumbre
presidencial entre Caldera y Samper, propuesta originalmente para realizarse en el
departamento colombiano de Arauca. Hasta agosto de 1996, salvo la inspección
conjunta realizada el 3 de marzo a la zona fronteriza por los cancilleres Rodrigo Pardo y
Miguel Ángel Burelli Rivas, no se produjo ningún encuentro de alto nivel entre
representantes de los dos gobiernos. Por otra parte, las Comisiones de Asuntos
Fronterizos no se reunían desde el mes de noviembre del año anterior. Después de
cuatro convocatorias fallidas, dichas comisiones al fin se reunieron entre el 22 y el 23
de agosto en Cúcuta, exactamente nueve meses después de su último encuentro.
35 Sin embargo, a pesar del estancamiento del diálogo bilateral, este año va a tener gran
importancia en el desarrollo posterior de las relaciones entre los dos países. Se
producirán dos situaciones de particular interés: por una parte, la posición de los
155

gobernadores venezolanos fronterizos, encabezados por el gobernador del estado de


Zulia, Francisco Arias Cárdenas, de abrir un espacio para las negociaciones directas con
las organizaciones guerrilleras colombianas, y por otra, la primera muestra de
disposición del gobierno venezolano de colaborar en el proceso de paz en Colombia 10.
 
Mitos y reacciones frente a Colombia
36 En el contexto de la crisis en las relaciones colombo-venezolanas experimentada entre
1995 y 1997, se desarrollaron algunos mitos de antigua data de gestación en
importantes círculos políticos, gubernamentales e intelectuales del país, que a su vez
fueron ampliamente difundidos –en muchas ocasiones distorsionando la realidad de los
hechos– por los medios de comunicación social del país. Paralelamente dichos mitos,
produjeron determinadas reacciones en la que se hicieron eco por igual, políticos,
analistas, diplomáticos y periodistas. Es fundamental analizar el origen de estos “mitos”
y “reacciones” a los que hacemos referencia, si queremos formular una política
desprejuiciada hacia Colombia y a los efectos del conflicto armado que este país padece.
 
• La violencia en la frontera no es venezolana, proviene de Colombia

37 Este es uno de los planteamientos repetido hasta el cansancio en los días más tensos de
las relaciones entre los dos países posteriores al ataque guerrillero a Cararabo. La tesis
se sustenta en reiterar que la violencia que se produce en la frontera proviene de
Colombia y no se origina en nuestro país, y que por el contrario, es consecuencia de un
conflicto interno en el vecino país, y que de alguna forma es trasladado a Venezuela.
Una encuesta recientemente realizada por el Grupo Académico Colombia-Venezuela,
refleja de manera muy clara esta percepción. Entre los venezolanos consultados, un
63% dijo estar de acuerdo en que los colombianos estimulan la criminalidad en
Venezuela. En cuanto al robo de vehículos, un 78% de venezolanos encuestados afirmó
estar de acuerdo con el supuesto de que ese delito se genera en Colombia. Ante la
afirmación “gran parte del narcotráfico en Venezuela es atribuible a los colombianos”,
el 84% de los venezolanos dijo estar de acuerdo11.
38 Un ejemplo de esta idea o “mito”, como lo hemos denominado, se evidencia en las
declaraciones suministradas hace algunos años por el ex ministro de la Defensa
venezolano, Tito Rincón Bravo: “...la guerrilla es colombiana y el narcotráfico no es
nuestro”12. Según esto, nuestro país no tiene nada que ver con esa situación, por tal
motivo es al Estado colombiano a quien corresponde encontrarle solución. Como
consecuencia del “mito” antes mencionado, el Estado venezolano a través de sus
principales funcionarios, ha venido exigiendo a los distintos gobiernos del país vecino
una mayor presencia militar en la frontera, para evitar que desde territorio
colombiano, y como consecuencia del conflicto armado que Colombia vive, se sufran en
territorio venezolano consecuencias violentas de dicho conflicto, tales como secuestros,
cobro de “vacuna”, ataques a puestos militares fronterizos, contrabando, narcotráfico y
otros delitos.
 
156

• Insistir en exigirle al gobierno colombiano que aumente su


presencia militar en la frontera

39 En la presentación pública de la Memoria y Cuenta del Ministerio de Relaciones


Exteriores, correspondiente al año 1997, el Ministro para ese entonces, Miguel Ángel
Burelli Rivas, reiteraba la insistencia del gobierno venezolano para que Colombia
“...aumente la fuerza pública de su lado hasta igualar, de ser posible, nuestra
presencia...”13
40 De considerar que la violencia en la frontera proviene exclusivamente de Colombia, y
no tiene raíces y actores en nuestro territorio, se deriva que la inseguridad en la
frontera se resolvería con una mayor presencia militar del Estado colombiano en la
zona. Esta visión soslaya las severas dificultades de orden público que tiene Colombia,
atenazada por un cruento y complejo conflicto ya de larga data, en el cual participan
una variada gama de actores armados (guerrilla, narcotráfico, paramilitares, fuerzas de
seguridad del estado, delincuencia organizada), y donde los problemas fronterizos son
sólo un elemento más de la violencia histórica que vive el país.
41 El Estado colombiano no está en capacidad de resolver o eliminar militarmente la
actividad de la guerrilla, del narcotráfico y de las bandas de delincuentes comunes que
actúan en la frontera con nuestro país14, las cuales en muchos casos están conformadas
por nacionales de los dos países, lo que también desvirtúa el mito de que “la violencia
es colombiana”.
42 La insistencia del gobierno venezolano en exigirle a su similar de Colombia una mayor
presencia militar en la zona de frontera es contradictoria con lo afirmado por un
informe del Ministerio de la Defensa, reseñado por la prensa nacional, cuyo título es:
“Necesidades urgentes para elevar el nivel de apresto operacional de las unidades
ubicadas en la zona fronteriza”, el cual en un aparte sobre “La indiferencia del Estado
colombiano”, plantea:
...La situación política interna del Estado colombiano exige de su parte dirigir un
mayor esfuerzo hacia la seguridad y el orden público de los grandes centros
urbanos, dejando el sector rural y en especial la frontera oriental, desasistido del
ejercicio de autoridad... El Estado colombiano no tiene capacidad para controlar su
situación fronteriza al presentarse particularmente débil para contrarrestar la subversión y
el terrorismo, aun en la zona interior de su territorio... (Subrayado nuestro) 15.
43 Lo antes planteado, en cierta forma había sido previamente refrendado por el propio
embajador colombiano, Mario Suárez Melo, al afirmar en una entrevista concedida a un
diario capitalino:
En todo el territorio nacional se está dando la lucha, pero no es que exista una
política para descuidar un área y cuidar otra. Ojalá tuviéramos los medios, los
recursos y la capacidad para estar en todas partes. A una hora de Bogotá actúa la
guerrilla y la gente tiene el mismo reclamo que está haciendo Venezuela 16
44 Pero aún más contundente es lo planteado por el Brigadier General Jaime Cortés
Parada, comandante de la Cuarta División del Ejército colombiano, con sede en la
población fronteriza de Villavicencio:
A pesar de que muchas veces se tiene la intención de participar en este sentimiento
común, de reforzar la presencia de las unidades militares en la frontera debemos
aplazarla porque las diversas situaciones así nos lo imponen. A muy corto plazo va a
ser muy difícil que se note el incremento de los efectivos en la frontera. (Subrayado
nuestro)17.
157

45 No rechazamos la necesidad de plantearle al gobierno del vecino país que evite con sus
acciones el trasiego de la confrontación armada a las zonas fronterizas venezolanas, sin
embargo, debe ser el propio Estado venezolano el que adopte medidas económicas,
sociales, políticas y de seguridad –insistimos especialmente en las tres primeras– para
evitar que la violencia que se genera en Colombia –pero que con frecuencia se ve
alimentada por la participación de venezolanos– penetre y afecte a los pobladores de la
zona de frontera. Debemos entender entonces, que los delitos y acciones violentas en la
frontera tienen, en muchos casos, un carácter binacional. Por otra parte, la violencia y
la inseguridad en la zona fronteriza no está siempre relacionada con el conflicto
armado existente en Colombia. Factores propios de la complejidad de la frontera, y
actores muy diversos, sin motivaciones políticas o ideológicas, también actúan en esas
regiones.
46 El Estado venezolano debe asumir una política proactiva en dicha región, que se base
fundamentalmente en la atención económica y en la incorporación política y social de
los habitantes de la frontera en las labores de desarrollo y poblamiento, única forma de
que a largo plazo puedan enfrentarse con algún éxito los problemas que aquejan a estas
regiones. Sin duda, esta tarea debe ser parte de un programa integral de desarrollo
fronterizo que, al mismo tiempo, tendría que ser consecuencia de un proyecto
socioeconómico nacional.
 
• Creer que con medidas militares se resuelven los problemas de
seguridad en la frontera

47 Este mito no sólo se refiere a los aspectos antes mencionados, es decir, exigirle a
Colombia una mayor presencia militar en la frontera, también incluye de parte del
Estado venezolano, una excesiva tendencia a sobreestimar el componente de seguridad
militar en detrimento de una mayor presencia estatal en aspectos de primera
importancia como lo son la salud, la educación, infraestructura y poblamiento de las
zonas fronterizas, acciones que eventualmente podrían contribuir a resolver a largo
plazo los conflictos de toda índole que se suscitan en nuestra frontera con Colombia.
48 De esta manera se hace énfasis en medidas de corte militar y represivo (“persecución
en caliente” y establecimiento de Teatros de Operaciones). El mismo ex ministro Burelli
Rivas, en la presentación de la Memoria y Cuenta, a la que más arriba nos referíamos,
destacaba entre los logros del gobierno venezolano durante el año 1997, la instalación
de teatros de operaciones y las actividades de inteligencia realizadas en la frontera 18.
49 Este mito, y las medidas y acciones que lo acompañan, en realidad ocultan o soslayan la
responsabilidad del Estado venezolano en el abandono secular al que han estado
sometidos los pobladores de nuestras zonas fronterizas, situación que no es exclusiva
de nuestro país, sino que también es una realidad del otro lado de la frontera.
 
• Las acciones de la guerrilla en la frontera son parte de una
estrategia “invasora” del Estado colombiano o un intento de drenar
sus problemas a los vecinos

50 Otro mito es considerar que las acciones de la guerrilla en la frontera son parte de una
especie de estrategia maquiavélicamente elaborada y puesta en práctica por el Estado
158

colombiano para penetrar progresivamente el territorio nacional o incluso, desviar sus


problemas de seguridad interna hacia los países vecinos. A tal efecto, es significativo lo
que afirmaba el historiador Pablo Ojer a la prensa nacional en 1993: “...se está
produciendo una abierta invasión de la guerrilla a territorio venezolano”. Ojer apoyaba
esta afirmación señalando que los guerrilleros “vacunan” a los ganaderos, y que los
secuestran para obligarlos a vender sus tierras a precios muy bajos; el objetivo de este
procedimiento sería emplear mano de obra colombiana en las fincas de la frontera,
desde donde avanzarían al resto del país19. Por otra parte, en 1992 José Vicente Rangel
afirmaba en la columna semanal que tenía en El Universal que:
Colombia está desbordada por múltiples problemas, por males que no tienen
respuesta en las instituciones, en el sistema político y económico. En ese marco, una
opción consiste en drenar esos problemas hacia los vecinos. El que más atractivo
tiene, por razones muy variadas, para constituirse en recipiente, es Venezuela. Para
el gobierno colombiano es un negocio redondo que buena parte de la incontrolable carga
delictiva que pesa sobre esa nación, revierta en Venezuela (...) Se han creado unas reglas
de juego –no sé si convenidas formalmente o tácitas– entre guerrilla, hampa y otras
manifestaciones delictivas con las autoridades colombianas que determinan que en
el territorio de esa nación no se persiga a los factores de la violencia si no actúan
allí. (Subrayado nuestro)20.
51 Afirmaciones como las anteriores es común encontrarlas en diversos medios impresos
del país y no son, lamentablemente, excepciones. Por el contrario, reflejan una
tendencia que predomina entre algunos periodistas y analistas.
52 Esta visión de las acciones de la guerrilla en la frontera, se sustenta en la presunción de
que guerrilleros y gobierno comparten el supuesto objetivo común de penetrar el
territorio venezolano, no se sabe con que misterioso interés. Por otra parte, el excesivo
celo nacionalista hace perder de vista que la guerrilla colombiana está enfrentada
política, militar e ideológicamente al Estado colombiano, y que, por ende, no comparte
con el gobierno sus mismos intereses. En todo caso, si entre sus metas está ocupar
progresivamente el territorio venezolano con migrantes del vecino país, primero
tendría que tomar el poder en Colombia para concretar una acción de esta naturaleza.
Por otra parte, el mito según el cual el Estado colombiano se hace la “vista gorda” ante
las acciones fronterizas de los diversos actores armados, no toma en cuenta la real
incapacidad de las fuerzas de seguridad del vecino país de enfrentar esa situación, como
consecuencia del conflicto interno que afecta a todo el territorio colombiano. Además,
soslaya el hecho de que las acciones de dichos actores armados en Venezuela, lejos de
significar un alivio para la grave situación de orden público que viven los colombianos,
se ha convertido en un problema más para el Estado colombiano, que se suma a la ya
compleja y difícil agenda bilateral.
 
• El supuesto agotamiento del modelo basado en la globalidad

53 Otra reacción de los sectores políticos y de los medios de comunicación venezolanos al


ataque guerrillero a Cararabo, fue la idea del supuesto agotamiento del modelo de
negociación establecido entre 1989 y 1990, basado en la metodología de la globalidad o,
en todo caso, la necesidad de revisarlo o readecuarlo, debido a lo complejo que se había
hecho dicho mecanismo.
54 La reacción antes mencionada se basa en otro mito, por cierto altamente peligroso e
inconveniente: creer en opciones distintas a las del diálogo, o en el mejor de los casos,
159

poner en duda la efectividad de los mecanismos políticos que han regulado la relación
entre los dos países desde 1989. Si algo se puso a prueba –y salió fortalecido– con la
tensión generada a raíz de Cararabo, fueron las instancias institucionales sobre las
cuales se han desarrollado las relaciones bilaterales durante la última década. Si bien en
un primer momento estos mecanismos se paralizaron como consecuencia de la crisis y
de la tensión entre ambas naciones, inmediatamente se reactivaron, convirtiéndose en
catalizadores de la situación, favoreciendo lenta pero progresivamente el
restablecimiento del diálogo bilateral.
55 Desde nuestro punto de vista, más allá de las críticas que se puedan formular al
mecanismo en el que se han basado las relaciones entre Colombia y Venezuela, el cual
indudablemente puede ser mejorado y ampliado, de no haber existido el importante
andamiaje de acuerdos e instancias de interlocución política y diplomática instaurado
con la Declaración de Ureña y el Acta de San Pedro Alejandrino, y desarrollado a lo
largo de varios años de productiva actividad, hubiera sido muy difícil en aquel
momento de alta sensibilidad y tensión, encontrar salidas positivas a la situación
provocada por el ataque guerrillero en Cararabo. De hecho, al restablecerse el diálogo a
través de la reunión binacional de las Comisiones de Asuntos Fronterizos celebrada en
Mérida entre el 30 y el 31 de abril de 1995, se ponen en funcionamiento acuerdos y
mecanismos previamente establecidos entre los dos países 21, y comienzan a surgir una
serie de nuevos convenios e instancias que poco a poco van a contribuir a destrabar la
compleja madeja de reclamos, desencuentros y notas de protestas en que se vio sumida
la relación colombo-venezolana por aquellos años.
 
El comienzo de la distensión
56 Si bien el conflicto y el deterioro de las relaciones diplomáticas entre los dos países,
paralelamente a un progresivo avance de la integración económica, fueron la
característica principal de las relaciones entre Colombia y Venezuela a lo largo del
período 1995-1997, durante este último año se produjo un lento pero evidente proceso
de distensión y acercamiento entre las dos naciones, facilitado por la disminución de
los ataques guerrilleros, consecuencia directa de los acuerdos de cooperación en
materia de seguridad fronteriza suscritos entre las fuerzas armadas de ambos países 22;
el establecimiento por parte del gobierno venezolano, así como de gobernadores
fronterizos, de conversaciones con la guerrilla colombiana 23, y la adopción de una
política de fronteras que hizo énfasis en el despliegue militar, puesta en evidencia con
la conformación de los Teatros de Operaciones en los estados Apure, Táchira y Zulia.
57 Hasta mediados de año, la situación siguió siendo tensa y conflictiva. En abril se
produjo un nuevo ataque guerrillero, presuntamente ejecutado por el ELN, en el río
Arauca, entre El Ripial y La Victoria, estado Apure. En dicho ataque murieron dos
efectivos de la Armada venezolana. Ese mismo mes se activó el Teatro de Operaciones
No.2, en La Fría, estado Táchira. Después de estos acontecimientos surgie ron voces
planteando una eventual salida del conflicto de los cauces bilaterales. En Colombia se
esbozó la posibilidad de crear una zona de seguridad en la frontera, mientras que en
Venezuela se propuso presentar el caso de los conflictos fronterizos ante la
Organización de Estados Americanos y ante las Naciones Unidas. Sin embargo, a pesar
de los conflictos –o quizás, precisamente por ellos– nuevos mecanismos de
coordinación y diálogo se establecieron entre los gobiernos de ambos países,
160

simultáneamente con la reactivación de comisiones de trabajo largamente postergadas.


En el mismo mes de abril se acordó entre los dos gobiernos un sistema de inteligencia
policial. Mientras que en el mes de junio se reinstalaron las Comisiones de Demarcación
de la Frontera Terrestre, las cuales habían suspendido sus actividades desde hacía
catorce años; asimismo, se reanudaron los trabajos sobre normalización de cuencas
hidrográficas con la integración de las comisiones y la iniciación de estudios
hidrológicos sobre el río Arauca internacional, después de 25 años de paralización.
58 Es interesante destacar que después del ataque guerrillero al puesto fronterizo de
Cararabo, entre abril y agosto, mes cuando se produce el extraño y aún no
completamente aclarado secuestro del teniente de la Armada venezolana Carlos
Bastardo, en la población de Puerto Chorrosquero, estado Apure, no se producirá
ningún incidente fronterizo en el que estuviera involucrada la guerrilla colombiana. En
este contexto de relativa estabilidad en la zona fronteriza, y en un ambiente de
distensión política y diplomática entre los gobiernos de los dos países, se comienza a
desarrollar un debate en el seno de la opinión pública venezolana, diariamente
reflejado por los medios de comunicación social, que centra su atención en la
posibilidad del establecimiento de contactos entre representantes gubernamentales y
dirigentes de las organizaciones guerrilleras colombianas, mientras crece el interés por
parte del mismo gobierno del presidente Caldera de contribuir con el proceso de
negociaciones de paz, el cual en aquel momento, progresivamente ganaba terreno en el
vecino país.
59 En el mes de junio, Pompeyo Márquez, a nombre del Movimiento al Socialismo ( MAS), y
en su carácter de vicepresidente de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de
América Latina y el Caribe (COPPAL), participa en el proceso de negociaciones abiertas
por la Comisión de Paz de la Cámara de Representantes del Congreso colombiano. En
aquel momento, el ministro Márquez insistió en que participaba en representación de
su partido y no del gobierno venezolano, ya que este no estaba en capacidad de
negociar con la guerrilla sino con el gobierno del vecino país. Sin embargo, al ser
consultado sobre la aparente actitud conciliadora que previamente algunos
representantes gubernamentales habían mostrado hacia las FARC, Márquez nuevamente
tendió un puente hacia dicha organización guerrillera, al afirmar:
...Venezuela lo que ha hecho es ser objetiva... Las FARC declara una y otra vez que no
tiene interés en hacer operaciones en territorio venezolano. Que le importan
mucho las relaciones con Venezuela y tiene como posición de su comando el no
operar en ningún territorio vecino y menos en Venezuela...24.
60 Paralelamente a la apertura mostrada hacia las FARC, el ministro de Fronteras
venezolano estableció una diferencia entre las dos principales fuerzas guerrilleras de
Colombia, al plantear:
... El ELN, por el contrario, ha declarado una y otra vez que operará en territorio
venezolano y que considera objetivo de guerra los intereses venezolanos en
Colombia. Son dos actitudes, dos políticas que para cualquier analista u observador son
distintas... (Subrayado nuestro)25.
61 Esta disposición al diálogo entre las FARC y el Gobierno Nacional venía haciéndose
evidente desde el año anterior. Sin embargo, hacia mediados de 1997 se pondrá
claramente en el tapete. Pocos días después de las declaraciones del ministro Pompeyo
Márquez, el comandante Ariel, miembro de la Comisión Político-Diplomática de las
FARC, entrevistado por un diario capitalino, no dejó duda sobre su disposición al
entendimiento como vía para lograr la paz en la frontera. En tal sentido planteó que
161

diferentes sectores políticos, específicamente el MAS, la Causa R (Medina), Convergencia


y COPEI, habían recibido esta propuesta a fin de que la hicieran llegar al Gobierno
Nacional. Por otra parte, el comandante Ariel alabó la participación de Pompeyo
Márquez en las negociaciones de paz en Colombia, y al referirse a sus declaraciones,
agregó:
...Nosotros creemos que es necesaria esa diferenciación. Mientras las FARC están
haciendo una propuesta de paz, los compañeros del ELN han reivindicado como una línea
propia los ataques en la frontera. Para Venezuela la diferenciación es una luz que se presenta
en esta situación tan convulsionada... (Subrayado nuestro)26.
62 Igualmente, Ariel dejó entrever que las FARC le han planteado al ELN la necesidad de
modificar su política y tácticas militares en la zona fronteriza con Venezuela, al afirmar
que:
...El mismo éxito que ha tenido la propuesta hecha por las FARC a Venezuela se ha
convertido en un disuasivo para que el ELN reflexione sobre lo equivocado de su
posición. Hemos conocido recientemente que ellos en un pleno nacional han acordado
enfriar la situación en la frontera provocada principalmente por las agresiones del frente
Domingo Laín”. Esperamos que den los pasos conducentes para que en definitiva
renuncien a esa política de ataques a las Fuerzas Armadas de Venezuela (Subrayado
nuestro)27.
63 La afirmación anterior fue rápidamente corroborada por las declaraciones ofrecidas
por Manuel Pérez, máximo jefe del ELN, a un periodista de El Nacional, en las que
planteaba estar dispuesto a dialogar con el gobierno venezolano sobre los problemas
fronterizos28. Pocos días después aparecieron en la prensa nacional unas declaraciones
del comandante Marcos Calarcá, miembro de la misma comisión de las FARC a la que
pertenece Ariel, según las cuales su organización venía dialogando con las autoridades
venezolanas desde hacía un año y en dichas conversaciones se había supuestamente
hablado de“...acabar las mafias binacionales que operan en la frontera, de respetar a la
población y de poner fin a los ataques indiscriminados de la GN”29. Paralelamente, e
indudablemente muy relacionado con las conversaciones entre el gobierno del
presidente Caldera y la guerrilla colombiana, ganaba fuerza la eventual participación de
Venezuela en el proceso de paz del vecino país. A tal efecto, en el encuentro que
sostuvieran los presidentes Ernesto Samper y Rafael Caldera en la población de
Guasdualito, el 9 de agosto, el mandatario colombiano planteó su interés de que
Venezuela se incorporara como facilitador del diálogo, de concretarse las negociaciones
con la guerrilla. En septiembre, el gobierno venezolano tomó la iniciativa al respecto,
proponiendo la creación de un Grupo de Amigos, que estaría compuesto por Costa Rica,
México y España, además de nuestro país, y que cumpliría labores de buenos oficios
para encontrarle salidas al conflicto en Colombia.
64 La cronología antes descrita deja en claro que durante todo el año 1997, y
probablemente desde el año anterior, el gobierno venezolano y la guerrilla colombiana
habían establecido contactos y concretado algunos acuerdos en aras de resolver la
situación fronteriza. La reducción de los incidentes en la frontera, y el cese de los
ataques a puestos militares venezolanos, ponían en evidencia que no sólo los Teatros de
Operaciones y la colaboración entre las Fuerzas Armadas de ambos países, sino la
puesta en práctica de otros mecanismos de carácter más político, estaban influyendo en
el cambio de la situación, lo cual, sin duda, contribuyó al proceso de distensión que
desde entonces ha caracterizado a las relaciones entre Colombia y Venezuela. Si aún
quedara alguna duda sobre el importante tema que previamente hemos considerado, y
162

que creemos que ha sido decisivo para el significativo y positivo giro en las relaciones
colombo-venezolanas experimentado en los dos últimos años, basta con destacar que el
propio presidente Caldera reconoció públicamente haber recibido mensajes de la
guerrilla colombiana30.
65 Durante el año 1997, lo más significativo sobre las relaciones bilaterales fue el debate
sobre la posibilidad de conversaciones entre la guerrilla colombiana y el gobierno
venezolano, así como el ofrecimiento del gobierno del presidente Caldera de prestar sus
buenos oficios ante un eventual proceso de negociación de paz en Colombia.
Efectivamente, desde junio de aquel año y durante todo el año 1998, el tema de las
relaciones colombo-venezolanas va a girar alrededor de los dos aspectos antes
mencionados, mientras que progresivamente el ambiente de conflictividad pasará a
segundo término.
66 De hecho, la política seguida por el presidente Hugo Chávez durante 1999 es, en gran
medida, continuación de la adoptada por Caldera entre 1997 y 1998. La diferencia
fundamental radica en la forma desembozada y pública como lo ha hecho el actual
presidente venezolano, a diferencia de Caldera que siempre negó cualquier contacto
con la guerrilla, y permanentemente afirmó que su gobierno sólo reconocía como
interlocutor al gobierno legítimamente establecido en Colombia. Chávez, por su parte,
mostró públicamente su interés en negociar con la insurgencia a fin de resolver los
problemas en la frontera; esto fue interpretado en Colombia como un primer paso del
gobierno venezolano para otorgarle el status de fuerza beligerante a la guerrilla
colombiana, al mismo tiempo que declaró su neutralidad frente a los actores armados
en Colombia, actitud que rompía con la tradicional posición asumida por los diferentes
gobiernos venezolanos de considerar a la guerrilla como “enemigo común” de los dos
países.
 
Conclusión preliminar
67 La relativa tranquilidad que caracteriza a las actuales relaciones binacionales, está
permitiendo incluir en la agenda bilateral otros temas de interés común. En Venezuela
gana fuerza la idea de cooperar con decisión y firmeza en la resolución del conflicto
armado en el vecino país, como forma de eliminar a largo plazo la conflictividad en la
frontera. Paralelamente a lo antes mencionado, es notorio el progresivo acercamiento
que se viene produciendo entre las elites académicas y económicas, así como entre la
oficialidad de las fuerzas armadas de los dos países.
68 Al desarrollo de esta atmósfera positiva que nuevamente ha impregnado a las
relaciones entre Venezuela y Colombia, han contribuido los mecanismos institucionales
de interlocución política (Comisiones de Negociación y de Asuntos Fronterizos)
existentes desde 1989, así como la gran variedad de acuerdos sectoriales e instancias
especializadas que desde entonces, y a pesar de los conflictos y de la tensión
diplomática generada por la situación fronteriza, se han establecido para abordar la
cooperación binacional en aras de encontrar caminos de solución a los problemas y
necesidades comunes.
69 La disyuntiva en las relaciones bilaterales entre cooperación y conflicto no puede tener
cabida. Frente a los eventuales hechos controversiales que puedan surgir a futuro, se
impone, por encima de cualquier otra circunstancia, la cooperación, en el marco de una
163

política para la vecindad que deberá recaer en los actores políticos y sociales a ambos
lados de la frontera común.
70 El mecanismo diseñado en el modus operandi, a pesar de sus fallas y dilaciones ha
demostrado que es la mejor posibilidad para manejar el esquema de entendimiento
directo y de tratamiento global de la relación. Hay que profundizar la eficacia de las
instancias existentes y actuar con imaginación para diseñar otros novedosos
mecanismos en caso de que sea necesario hacerlo.
71 En cuanto al futuro de las Comisiones de Asuntos Fronterizos, consideramos que estas
deben revitalizarse incorporando a sus actividades a hombres de frontera,
consustanciados con las necesidades y expectativas de los pobladores de la zona, y
profundizando los lazos con los distintos sectores sociales, políticos y económicos de la
región fronteriza.
72 La seguridad fronteriza seguirá siendo un factor de tensión en ciertos momentos. Los
logros de los mecanismos previstos y la disminución de los incidentes demuestran que
el camino a seguir es el de la cooperación, vía los mecanismos establecidos, por encima
de las estériles recriminaciones mutuas. La responsabilidad de los problemas
fronterizos, trasciende en la mayoría de los casos la valoración subjetiva unilateral,
para convertirse en asuntos que requieren un análisis, tratamiento y decisiones
compartidas.
73 Los problemas generados en las poblaciones fronterizas por el proceso de integración
económica, deben ser analizados y enfrentados conjuntamente por los dos países, a
través de mecanismos de carácter intergubernamental a los cuales se sumen las
Organizaciones Sociales y No Gubernamentales existentes en la zona de frontera, con el
fin de encontrar soluciones compartidas a dichos problemas. En tal sentido, se debería
contemplar la posibilidad de crear Fondos de Inversión Social Fronterizos, así como de
Fomento Industrial, con el apoyo financiero de la empresa privada de ambos países 31.

BIBLIOGRAFÍA
 
Bibliografía
Ardila, Martha (1991): “Obstáculos fronterizos para la cooperación colombo-venezolana”. Análisis
Político, N° 12, Bogotá.

Área, Leandro (1996): “La experiencia colombo-venezolana ‘globalidad’ y ‘vecindad’ en las


relaciones fronterizas”, Revista SIC. No. 581.

Cardona, Diego et. al. (1992): Colombia-Venezuela: ¿Crisis o negociación?, Bogotá, Centro de Estudios
Internacionales de la Universidad de los Andes y Fundación Friedrich Ebert de Colombia.

Ramírez, Socorro; Cardozo, Elsa; Romero, Carlos; Ramírez, José Luis; Hernández, Miguel Ángel y
Jaffé, Angelina (1999): “Colombia y Venezuela: Proyección Internacional y Relación Bilateral”, en
Ramírez, Socorro y Cadenas, José María, Colombia-Venezuela. Agenda común para el siglo XXI, Bogotá,
164

IEPRI-Universidad Central de Venezuela-Convenio Andrés Bello-Corpo-ración Andina de Fomento-


y Tercer Mundo editores.

Salazar, José Miguel y Marín, Gerardo (1975): “El fenómeno de la imagen de espejo en las
percepciones mutuas de colombianos y venezolanos”. Revista de la Asociación Venezolana de
Psicología Social, Caracas.

Venezuela. Ministerio de Relaciones Exteriores (1997): Memorándum de entendimiento entre los


gobiernos de Venezuela y Colombia para la verificación de incidentes fronterizos, Caracas.
(Mimeografiado).

Fuentes hemerográficas

El Diario de Caracas, de 1994 a 1995, Caracas.

El Nacional, de 1995 a 1998, Caracas.

El Universal, de 1995 a 1998, Caracas.

NOTAS
1. Cardona. Diego et al. (1992), pp. 129-130.
2. Salazar, José Miguel y Marín. Gerardo (1975).
3. Cardona, Diego et. al. (1992), pp. 47-48.
4. Ardila, Martha (1991), p. 75.
5. Ibidem, pp. 75-76.
6. Área, Leandro (1996), p. 32.
7. El narcotraficante venezolano Larry Tovar Acuña huyó a Colombia después de obtener un
indulto de parte del presidente Ramón J. Velásquez por medios fraudulentos, y posteriormente
fue detenido en Bogotá a mediados del año 1994. La protesta venezolana formulada ante el
gobierno colombiano por el retraso en la extradición, fue justificada por la Fiscalía General
colombiana en los siguientes términos: “Si Venezuela hubiera optado por la deportación, se
habría surtido un trámite administrativo más rápido, pero no sólo escogió la extradición, sino
que se tardó casi sesenta días para presentar la solicitud formal”. El Diario de Caracas. 23 de
marzo de 1995.
8. El 15 de marzo de 1995, el gobierno venezolano comenzó la deportación de más de
cuatrocientos ciudadanos colombianos asentados ¡legalmente en la sierra de Perijá, Estado Zulia.
El operativo de deportación fue protestado por el vecino país debido al supuesto incumplimiento
por parte del gobierno venezolano al adelantar el procedimiento, el cual previamente había sido
acordado por los dos gobiernos realizar el día 31 de marzo. El Gobierno Nacional ante la nota de
protesta enviada por el gobierno colombiano planteó que se trataba de un acto de ejercicio de la
soberanía para el que no se necesitaba consultar. Sin embargo, era evidente en aquel momento
que el intempestivo adelanto en quince días de la deportación significaba una retaliación por los
sucesos de Cararabo. En ese sentido, resulta muy claro lo afirmado por el vicecanciller
venezolano Roy Chaderton Matos, a la sazón encargado del Ministerio de Relaciones Exteriores:
...“hacer una operación de este tipo, con un conocimiento anticipado de tres semanas o un mes,
en las circunstancias que hemos vivido actualmente y debido a informaciones recibidas, nos hizo
pensar que era mejor adelantar las operaciones”. El Diario de Caracas, 16 de marzo de 1995.
9. El comisario de la DISIP Eduardo Iglesias había trabajado durante cuatro años en Colombia
investigando el caso de los vehículos robados en Venezuela que luego son llevados al vecino país.
10. A finales de 1996, el gobierno venezolano a través del canciller Burelli Rivas planteó que
estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario para contribuir con la paz en Colombia, siempre
165

que el gobierno del vecino país así lo solicitare. En tal sentido, se ofreció a ayudar en la liberación
de los sesenta soldados colombianos en poder de la guerrilla.
11. En nuestra opinión, esta percepción, en gran medida, es generada por la representación que
los medios de comunicación hacen de Colombia y del impacto de su situación interna en nuestro
país. Una investigación realizada por Ángel Álvarez en el marco del Grupo Académico Colombia-
Venezuela, corrobora esta afirmación. Durante el año 1999, el tema, con respecto a Colombia, del
que más se ocupó el diario El Nacional, fue el de las relaciones diplomáticas, el segundo lugar lo
ocupó la guerrilla (veinticinco del total de las menciones al citado país). Álvarez además afirma,
“presumiendo los vínculos lógicos entre los temas que han sido denominados ‘guerrilla’,
‘narcotráfico’, ‘paramilitares’, ‘delincuencia y violencia guerrillera’, se puede construir una
categoría más amplia referida a la violencia en sus manifestaciones políticas y sociales.
Agregando las frecuencias de los temas incluidos en este rubro, se obtiene la cifra porcentual de
36.8. Vistas así las cosas, la violencia es el tema informativo predominante para El Nacional. Este
tema, evidentemente, tiene una carga valorativa negativa. Puede inferirse que la imagen de
Colombia, reflejada o construida desde la óptica de este diario, tendrá obligadamente un fuerte
componente de violencia. Colombia, con esta lectura, se nos presenta en El Nacional como un país
violento”. Álvarez (1999), p. 82.
12. El Universal. 3 de julio de 1997.
13. El Nacional. 12 de marzo de 1998.
14. En abril de 1997, un documento elaborado y discutido en el Congreso colombiano, planteaba
que: “El Gobierno de Colombia ha perdido paulatinamente el control sobre sus áreas fronterizas”.
Dicho documento, además de recomendar hacer fuertes inversiones para revertir la situación de
abandono en que se encuentran las zonas de frontera por parte del Estado, agregaba: “El
Gobierno no se ha dado por enterado de que está perdiendo la soberanía sobre las fronteras”. El
Universal. 18 de abril de 1997.
15. El Universal 13 de abril de 1997.
16. El Universal. 22 de febrero de 1997.
17. El Universal, 6 de febrero de 1998.
18. El Nacional 12 de marzo de 1998.
19. El Globo, 10 de mayo de 1993.
20. El Universal, 9 de agosto de 1992
21. Aquel encuentro de las Copaf de los dos países, tuvo una significativa importancia en
momentos en que la situación había llegado a una extrema tensión. En dicha reunión se anunció
la firma de un acta de intención entre ambos países para designar y reunir en Bogotá –durante el
29 y 30 de mayo del mismo año– a una Comisión mixta colombo-venezolana sobre
estupefacientes. En cuanto al tema de los vehículos robados, los cancilleres Pardo y Burelli
anunciaron la conformación de un grupo de trabajo que se encargaría de reactivar las labores
relacionadas con la detención, recuperación y devolución de vehículos de transporte terrestre,
aéreo y acuático. Igualmente, reactivaron la Comisión de Alto Nivel, creada en 1994 por medio del
Acta de la Casa Amarilla. Asimismo, Colombia, a través de su canciller, reconoció que Venezuela
actuó ajustada al Derecho Internacional en el operativo de deportación de ciudadanos
colombianos asentados ilegalmente en la sierra de Perijá. Por otra parte, el vecino país ratificó su
compromiso de incrementar su presencia militar en la frontera creando el Comando Unificado de
Oriente.
22. El 17 de diciembre de 1996, los gobiernos de Colombia y Venezuela suscribieron un Manual de
Procedimiento Operativo y crearon una Comisión Binacional de Seguridad Fronteriza
(COMBIFRON), integrada por los ministros de Defensa de los dos países, a través de los cuales se
reglamentaría el análisis y los procedimientos conjuntos a ejecutar en la frontera. Igualmente, y a
afectos de profundizar la coordinación de las actividades militares, se suscribió el 25 de febrero
de 1997, un Memorándum de Entendimiento para la Verificación de Incidentes Fronterizos, el
166

cual dispone que:... “En caso de surgir algún incidente fronterizo, previa comunicación entre las
partes, se reunirán los ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa o sus representantes,
quienes conformarán una Comisión ad hoc que se trasladará al lugar del incidente para evaluar
conjuntamente la situación y levantar un acta común de los hechos, exponiendo la realidad que
han encontrado” (Venezuela; 1997).
23. Independientemente de que los voceros gubernamentales hayan insistido en que su único
interlocutor es el gobierno de Colombia, lo cual era obvio que públicamente se planteara, existen
claras evidencias de que tanto los gobernadores fronterizos –los cuales vienen estableciendo
contacto con la guerrilla desde hace mucho tiempo–, especialmente el gobernador del Zulia,
Francisco Arias Cárdenas, como el Gobierno Nacional, han adelantado conversaciones con las
FARC, en una primera instancia, y con el ELN, posteriormente.
24. El Nacional. 28 de junio de 1997.
25. Ibidem.
26. El Universal, 2 de julio de 1997.
27. Ibidem.
28. El Nacional. 5 de jlio de 1997.
29. El Universal, 8 de julio de 1997.
30. Con ocasión de la visita del presidente Ernesto Samper, con el objeto de inaugurar la Oficina
de Negocios de Colombia en Caracas, el presidente venezolano declaró: “Hemos recibido mensajes
de las organizaciones guerrilleras que operan en Colombia y hemos respondido cautelosamente
que no podemos hacer una negociación con ellos porque no estamos autorizados por el gobierno
legítimo de Colombia. Lo cierto es que hemos apreciado esto como una muestra de
reconocimiento de la posición de Venezuela en favor de la paz de Colombia por parte de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en alguna ocasión y del Ejército de Liberación
Nacional en otra ocasión” (El Nacional. 9 de julio de 1998).
31. Ramírez, Socorro: Cardozo, Elsa; Romero. Carlos; Ramírez, José Luis: Hernández, Miguel Ángel
y Jaffé. Angelina (1999).
167

Grupos armados. Drogas y


privatización de la violencia
168

Conflicto Armado, narcotráfico y


fronteras en el sur de Colombia: el
caso de Putumayo1
Ricardo Vargas Meza

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
 
Contexto
1 El Putumayo es un departamento con 24.885 kms2 situado en el sur de Colombia, en la
región amazónica. Como frontera internacional tiene límites con Ecuador y Perú a
través de los ríos Putumayo y San Miguel. Posee dos unidades morfológicas: en primer
lugar, el flanco oriental de la cordillera oriental que se extiende hasta el piedemonte de
la amazonia y en segundo lugar, la llanura amazónica. El relieve montañoso ocupa la
franja occidental del departamento con alturas de hasta 3.800 msnm destacándose los
cerros de Patascoy (3.500 msnm) y Juanoy (3.100 msnm). La llanura amazónica, de
relieve ondulado, abarca el centro y oriente del territorio el cual es irrigado por
diversos ríos como el Putumayo, Caquetá, Mecaya, Sencella, Caucayá, Guamuez, entre
otros.
2 Con base en la estructura morfológica, el Putumayo se divide en tres subregiones: la
región montañosa del alto Putumayo comprende los municipios de Colón, Santiago, San
Francisco y Sibundoy.
3 La región del piedemonte comprende los municipios de Mocoa, Villagarzón y Puerto
Guzmán. Y la parte más baja que se aproxima o hace parte de la llanura amazónica
comprende los municipios Puerto Asís. Orito. San Miguel, Valle del Guamuez. Puerto
Leguízamo y Puerto Caicedo.
169

4 La región media y baja del Putumayo ha sufrido un proceso de ocupación poblacional


reciente a través de tres dinámicas económicas: la extracción de la quina que comienza
hacia 1875 con lo cual se inicia también la comunicación de este territorio con el Brasil
a través de la navegación del río Putumayo2, la explotación del caucho y gomas
silvestres con una incidencia de las caucheras peruanas y el concomitante exterminio
de las comunidades indígenas desde finales del siglo XIX hasta la tercera década del
siglo XX.
5 Hacia 1912 se experimentan procesos iniciales de colonización del Bajo Putumayo hacia
las zonas limítrofes con Perú en inmediaciones de la zona rural del hoy municipio de
Puerto Asís con la construcción de 30 casas y una entrada de dos kilómetros en la selva.
Los colonos provenían principalmente de Nariño y Caquetá, en la región solamente
había indígenas en pequeños grupos localizados en el sector de Guineo y Teteyé 3. A
partir de la colonización de Puerto Asís, este proceso se amplía a otros territorios como
Puerto Caicedo, Puerto San Pedro, Orito, La Hormiga y muchos otros que hoy son
municipios4.
6 En segundo lugar hacia 1958, el Estado interviene y concede a la PETROLIIUM COMPANY,
1.600.000 hectáreas para la explotación del crudo y con esto se estimula una segunda
dinámica de colonización y Puerto Asís se convierte en el centro de asentamiento
poblacional. Cabe recordar que para entonces, Orito era una Inspección de Puerto Asís.
Existiendo una colonización incipiente de comienzos de siglo, los agricultores
nariñenses, huilenses y caqueteños logran transformar esta región en una despensa de
maíz, arroz, plátano, yuca, animales domésticos y ganadería.
7 Finalmente, a partir de 1973, la bonanza petrolera comienza su rápido descenso y
aparece el narcotráfico. Se inicia el ejercicio del poder político, económico y de
seguridad de una fuente ilegal, que marcará el futuro de la vida regional. Esta fase tiene
dos momentos: uno relacionado con el poder económico de grupos organizados del
narcotráfico que teniendo en cuenta la condición de país procesador y exportador de
sustancias ilegales, empiezan a acumular tierras de esta región, instalan laboratorios de
procesamiento de cocaína e inician un proceso de inversiones en el sector servicios,
principalmente en infraestructura hotelera usada más como mecanismo eficiente de
lavado de activos.
8 Un segundo momento se inicia hacia comienzos de la década de los noventa bajo la
condición de Colombia como país productor de materia prima, situación que vive el
Putumayo de manera acelerada, a raíz de las fumigaciones de los cultivos de coca del
Caquetá y Guaviare entre 1994 y 1998. Los cultivos de coca crecen de manera sostenida
desde entonces y se consolidan hacia el 2000 cuando se hace visible el Putumayo como
el principal departamento cultivador de coca en el nivel nacional (40.4% del total de las
áreas de coca), razón por la cual se reconcentraron allí las acciones de erradicación del
Plan Colombia.
 
170

Cuadro No. 1. Áreas de coca (Has.) en Putumayo y en Colombia

Fuente: Con base en Departamento de Estado 1991 a 1998 y DNE - UNDCP Proyecto SIMCI: 1999 -
2001

9 Con el boom de la coca en Putumayo, se producen cambios demográficos significativos


sobre todo con la llegada de migrantes provenientes principalmente de Nariño y Cauca.
10 Hacia el año 2000, por ejemplo el corregimiento de Santana, en el municipio de Puerto
Asís, reflejaba claramente esta situación en un contexto de atracción cocalera:
 
Cuadro No. 2. Composición de la población de Santana, Puerto Asís, por su origen

Fuente: Municipio de Puerto Asis - UMATA “Reconversión de la Economía de Puerto Asís”,


Puerto Asís, Putumayo, junio de 2000

11 Hoy el departamento depende principalmente de la economía ilegal de la coca y de las


actividades propias del sector servicios y del contrabando fronterizo, que son
dinamizados por esta actividad5. A marzo del 2.000 la Policía Antinarcóticos de
Colombia catalogó al Putumayo como el “núcleo de mayor producción” de hoja de coca
del país con 56.800 hectáreas lo que representa cerca del 42% del total de áreas de coca
en el país6. Para el 2001 el SIMCI calculó un área de 47.120 hectáreas que a la luz de su
cálculo nacional (144.807 Has.) representa el 32.53%. La discriminación por municipios
se presenta en el cuadro № 3.
12 Como se aprecia, la coca en el departamento continúa con una alta concentración en el
Bajo Putumayo. Es evidente que los niveles de intensificación de !as fumigaciones
durante el 2002 y sobre todo en el segundo semestre la situación se ha modificado en
términos de áreas (véase mapa). Puerto Leguízamo se constituye en uno de los
escenarios que presenta un fuerte desplazamiento de los cultivos de coca,
experimentándose una fuerte presión sobre el Parque Nacional Natural La Paya (véase
mapa). Esta situación se complementa con los procesos de nuevas e intensivas siembras
hacia la llanura del Pacífico en Nariño, sur de Cauca y el andén del Pacífico caucano. Así
mismo hacia las zonas hoy catalogadas como “no tradicionales” en las cuales se expresa
una dinámica intensa de nuevas siembras en el lapso 2000 a 2001. Se trata de los
171

departamentos de Amazonas, Arauca, Boyacá, Chocó, Cundinamarca, Guainía, Guajira,


Santander y Vichada.
 
Cuadro No. 3. Areas de coca en el Putumayo por municipios - 2001

Fuente: Con base en datos de SIMCI Censo Nacional de cultivos de coca año 2001.
Note 77

13 Entre las principales incidencias de la dinámica ilegal en el Putumayo se tienen:


14 El crecimiento demográfico produjo en el lapso de los últimos siete años una
duplicación de la población al pasar de 154.000 habitantes hacia 1993 a 315.00 en el
2.0008. Este proceso de avalancha generó consecuencias dramáticas en la ocupación del
territorio, en la demanda de bienes y servicios que la capacidad instalada de los
distintos municipios ha sido incapaz de atender. En segundo lugar, los impactos
ambientales por la instalación de los nuevos cultivos, ha significado un incremento de
la pérdida de la cobertura vegetal, afectando seriamente la biodiversidad allí existente.
En efecto, debido a este acelerado proceso de colonización, la zona ha sido talada
indiscriminadamente y de la selva densa y exuberante que existió sólo quedan algunas
manchas en lugares de difícil acceso (véase cuadro No. 4).
15 Como se observa, tan solo entre 1983 y 1996 el Putumayo perdió 355.832 hectáreas de
bosque. Esto equivale al 17.07% de la cobertura de bosque existente en 1983. El caso del
Valle del Guamuez tiene características críticas: en el mismo lapso perdió casi el 70% de
la cobertura que tenía en 1983. San Miguel atraviesa por un ritmo de deforestación
igualmente preocupante al perder en el mismo lapso cerca del 44% de su cobertura de
bosque. En general este comportamiento se concentra en el Bajo Putumayo.
16 En las mediciones sobre necesidades de atención ambiental a nivel municipal de
acuerdo con la metodología desarrollada por IDEAM, aparece La Hormiga-Valle del
172

Guamuez para el bajo Putumayo, con requerimientos de intervención alta. (Véase


cuadro No.5)
17 El caso de San Miguel se debe contrastar con las tendencias producidas por el fenómeno
cocalero. Una dinámica de instalación de cultivos que ha llevado a bajar la cobertura de
bosque de un 74.18% del total del área municipal en 1983 a un 43.92% en 1996 y una
producción que ocupa hoy cerca de una tercera parte del total departamental en un
área municipal que representa tan solo el 1.48% del Putumayo, conduce a niveles
alarmantes de impacto ambiental. Por tales razones, agregado al fenómeno de
avalancha demográfica que presenta la dimensión del área de cultivos ilícitos en
municipios como San Miguel, llevan a la necesidad de elevarlo de una categoría media
de intervención a una necesidad de atención alta.
 
Cuadro No.4. Evaluación comparativa del cambio de uso de áreas boscosas significativas entre el
mapa de bosques (INDERENA - CONIF - IGAC 1983) y el mapa de coberturas vegetales (IDEAM en
1996) a nivel de los municipios del Putumayo

Fuentes: Elaborado con base en información de IDEAM y Corpoamazonía

 
Cuadro No. 5. Estimación de la necesidad de atención a nivel municipal por vulnerabilidad del
medio natural, según presión de población (1996) en el Alto, Medio y Bajo Putumayo9.

Fuente: IDEAM, Elementos para el ordenamiento ambiental del territorio

18 El auge de la economía cocalera produjo una dinámica social típica de un proceso de


ocupación desordenado del territorio, agravada por la ausencia de referentes estatales
173

de legitimidad, hecho que se conjugó con la espontaneidad y el carácter explosivo de las


respuestas sociales. En los primeros indicios de ese contexto de economía ilegal, se
hacen débiles intentos de incidencia con programas de desarrollo alternativo dirigidos
por OSP-UNDCP hacia 1990. El programa fue totalmente rebasado por el agravamiento de
la dinámica económica del narcotráfico, consolidándose un proceso social en contextos
de desorden e ilegalidad.
19 Esta situación se tradujo -entre otros problemas- en índices de muertes violentas que
arrojaron promedios de 425 homicidios por 100.000 habitantes hacia 1995 10. Una vez se
consolida como un área significativa de producción de coca y ante la amenaza de las
fumigaciones, el Putumayo hizo parte de las protestas de las zonas productoras,
generando en ese territorio una explosión social espontánea que, en 1996, buscó ser
capitalizada y de algún modo promovida, por las fuerzas insurgentes presentes en el
territorio con una hegemonía más pragmática que ideológica 11.
20 Las marchas del 96 y sobre todo el tipo de acuerdos con los representantes del gobierno
central, dan buena cuenta del bajo nivel de organización, la gran debilidad política del
movimiento y el predomino de unas respuestas que se contentaron con el
reconocimiento como “interlocutores válidos” del gobierno, pero que a la hora de
concretar compromisos se llevaron simplemente a exigir al Estado el cumplimiento de
sus obligaciones administrativas y de gestión. Sin embargo vale la pena caracterizar
este proceso como una respuesta de avalancha para exigir la presencia del Estado en
áreas totalmente inexistentes para Bogotá, más allá de ser consideradas como lugares
de acogida de delincuentes hecho que, aunado a la criminalización de los cultivadores de
coca, ha llevado a un claro interés por legitimar un tratamiento basado en el
predominio de la fuerza.
21 Luego de las protestas del 96, los dirigentes campesinos y cívicos fueron sometidos a
constantes amenazas que llevaron prácticamente al descabezamiento de las formas
espontáneas de representación, con lo cual se debilitó el seguimiento de los acuerdos,
poniendo de presente la debilidad orgánica de las formas asociativas surgidas en ese
proceso.
22 A esta grave situación se añaden los efectos por razón de la ofensiva de las FARC en el
sur de Colombia, en donde se adelanta entre otras, una acción de fuerza contra la base
militar ubicada en el Cerro Patascoy en límites con el departamento de Nariño, donde
mueren diez soldados y son retenidos dieciocho más.
23 Las dos situaciones, junto con la ofensiva paramilitar que se inicia hacia finales de 1997
y a lo largo de 1998, repercuten sobre las organizaciones sociales de suyo bastante
débiles en el Putumayo. En efecto, tan sólo se observan en esta región algunos leves
intentos de crear organización comunitaria a través de la constitución del Consejo
Municipal de Desarrollo Rural (CMDR)12.
24 Hacia 1999, y como parte del trabajo del CMDR, “se oficializa la solicitud de creación de
una zona de reserva campesina, formándose alrededor de 100 líderes y se incentiva la
organización (hacia la promoción) de grupos de jóvenes y mujeres...” 13.
25 Luego de un ascenso en su construcción de legitimidad el CMDR sufrió un duro golpe con
el asesinato de algunos de sus promotores, según distintas versiones, a manos de las
FARC.

26 Este hecho junto con el asesinato del dirigente y sacerdote católico Alcides Jiménez,
Director del Programa Comunitario de Capacitación Integral de las parroquias del bajo
174

Putumayo, el 11 de septiembre de 1998, también al parecer, a manos de las FARC, pone


fin al frágil papel que pretendió jugar los incipientes procesos de organización de las
comunidades campesinas del Putumayo. En adelante tan sólo las alcaldías serán los
pocos espacios en donde, de un modo u otro, se condensan las dinámicas sociales 14.
27 La inexistencia de un tejido social importante en el Putumayo, las debilidades de las
políticas implementadas en la zona en relación con el fortalecimiento de la
organización de la comunidad como parte del desarrollo alternativo, contribuyen a
acentuar los fracasos estructurales de las políticas implementadas hasta entonces. En
efecto, toda la experiencia de desarrollo alternativo existente en el Bajo Putumayo
desde 1990 (UNDCP-OSP) incluido el fracaso del período 1994-1998 y la notoria ausencia
de política para la región a partir de 1998 hasta diciembre del 2000, fue de alguna
manera racionalizada a instancias de la nueva alcaldía elegida en el 2000 en el
municipio de Puerto Asís, en el ambiente generado por los anuncios de la
implementación del Plan Colombia para esa zona.
 
Plan Colombia y desarrollo alternativo
28 El Plan Colombia se propuso incidir sobre cuatro propósitos:
1. La negociación con los grupos alzados en armas
2. La lucha contra el narcotráfico
3. La recuperación económica y social
4. El desarrollo institucional

29 Observado desde hoy ese primer fin del Plan Colombia, esto es la negociación con los
grupos alzados en armas, la ruptura de conversaciones de paz del 20 de febrero de 2002
expresó la crisis del propósito fundamental en relación con la solución política al
conflicto armado, generando una nueva dinámica a la guerra y que se manifiesta a su
vez en un grave incremento de la crisis humanitaria. Adicional-mente, ese proceso le
costó al país $20.000 millones de pesos es decir unos 8 millones de dólares 15.
30 En segundo lugar, en la lucha contra el narcotráfico aparecen tres componentes:
1. Erradicación forzosa
2. Erradicación voluntaria
3. Interdicción

31 La erradicación forzosa continúa desarrollándose a través de la aspersión aérea de una


formulación especia! del round up cuyo ingrediente activo el glifosato también se ha
incrementado en una dosis que pasó de ocho a diez litros por hectárea 16. Así mismo se
modificó la concentración de glifosato en la formulación (gramos por litro) y se
cambiaron los surfactantes del round up original. La finalidad es lograr por esta vía,
niveles de eficacia de erradicación por encima del 90% en relación con las aspersiones
ejecutadas.
32 Tanto la Defensoría del Pueblo como la Contraloría General del República han señalado
reiteradamente violaciones a las disposiciones legales existentes y a normas
procedimentales. Además para el uso de herbicidas es notoria la ausencia de
experimentaciones y análisis que den cuenta del real impacto de las nuevas
formulaciones del round up aplicadas a los cultivos ilícitos, hechos que generaron un
alto número de quejas de las comunidades objeto de las fumigaciones. Por tales
175

razones, la Defensoría del Pueblo, en virtud del principio de precaución, ha venido


solicitando la suspensión de las fumigaciones hasta tanto no se establezca con mediana
claridad el tipo de impactos y las medidas requeridas para amortiguar dichos efectos.
33 Por su parte la erradicación voluntaria se inscribe en el contexto de los pactos sociales de
erradicación cuyo número y por tanto su incidencia social ha sido proporcionalmente
reducida frente a las dimensiones que tiene el problema. Se calcula que de la coca viven
por lo menos 200.000 familias, mientras el mecanismo de los pactos sólo alcanzó la
participación de 37.000 familias, es decir un 18.5% de! número total de familias
implicadas en esa producción ilegal.
34 Finalmente, en relación con la interdicción, se fortaleció el rol de los organismos de
seguridad del Estado volcados ahora hacia un mayor compromiso en tareas antidrogas,
hecho facilitado por el alto porcentaje que ocupa el componente militar del Plan
apoyado por Washington.
35 El tercer propósito del Plan Colombia17, fue la “recuperación económica y social” en
donde aparecen los programas de Empleo en Acción, Jóvenes en Acción y Vías para la
Paz, que es el rubro más importante de ejecución del Fondo de Inversión para la Paz
(FIP) al contabilizar a mediados de 2002 el 70.85% del total de ese fondo.
36 Finalmente, el cuarto propósito es el “fortalecimiento institucional” el cual reconcentra
el tema de la justicia y las políticas que en el marco del Plan Colombia apuntan a
mejorar el rol de esta rama del Estado.
 
Estructura general de la política y su expresión
institucional
• La perspectiva del Estado central

37 Para la ejecución de todo el Plan se creó una nueva entidad que se denominó Fondo de
Inversión para la Paz (FIP) creado mediante la ley 487 de 1998 y reglamentado por el
Decreto 1813 de 200o18, la cual ha adquirido un fuerte protagonismo en relación con los
propósitos de la erradicación voluntaria, la Recuperación Económica y Social y el
Desarrollo Institucional
38 Junto con el FIP se integraron dos entidades que ya habían sido creadas desde antes del
Plan Colombia, tratándose justamente del Fondo de Programas Especiales para la Paz 19
y el Plan Nacional de Desarrollo Alternativo (PLANTE)20.
39 Sin embargo en el marco del predominio del Plan Colombia, el FIP por encima de PLANTE,
fue quien estableció los lincamientos de los programas de desarrollo alternativo. En
efecto el FIP definió las características de los proyectos de desarrollo, presentó los
criterios de focali-zación, priorizó las áreas geográficas y estableció las líneas de acción.
40 Los proyectos productivos fueron definidos como instrumentos directamente
encaminados a la generación de las condiciones sostenibles de desarrollo y generación
de ingresos en las regiones afectadas por el conflicto armado y los cultivos ilícitos 21.
41 Para ello se definieron tres tipos de proyectos:
1. Generadores de ingreso y empleo, los cuales de acuerdo con FIP, se dirigen a aprovechar y
dinamizar ventajas comparativas y de com-petitividad en determinadas regiones para la
176

producción de bienes agropecuarios, orientando la producción a los mercados nacionales e


internacionales.
2. Proyectos de seguridad alimentaria son los que impulsan la diversificación productiva y el
fortalecimiento de sistemas de producción campesina, buscando que la unidad productiva y
la región en la cual se localiza, logren una mayor suficiencia en la generación de alimentos
frescos de primera necesidad y en la satisfacción de los requerimientos nutricionales de las
familias que habitan en dicho contexto. Los pequeños excedentes generados se destinan a
intercambio o venta en los mercados locales, en los cuales esta producción es competitiva.
3. Proyectos para viabilizar Alternativas Productivas, de Comercialización y/o Tecnológicas,
básicamente son proyectos de investigación aplicada, de corto plazo y bajo costo, orientados
a remover obstáculos para hacer viables proyectos promisorios en la generación de ingresos,
empleo y seguridad alimentaria. Según el FIP, en el interior de este tipo de proyectos pueden
distinguirse aquellos que definan qué producir, proyectos que definan ajustes y mejoras de
los sistemas de comercialización, proyectos que definan cómo producir.

42 Esta era pues la concreción de la perspectiva del Estado central y de modo particular de
los círculos más cercanos a Presidencia, en relación con la implementación del Plan
Colombia frente al problema de los cultivos ilícitos.
 
• La perspectiva local

43 Como ya se enunció, en el contexto regional, principalmente en el caso del Bajo


Putumayo y de modo particular de Puerto Asís se venía de un proceso basado en la
racionalización de las experiencias fracasadas de desarrollo alternativo. En efecto,
como resultado de las experiencias de desarrollo alternativo implementadas en el
municipio de Puerto Asís sobre todo en el período 1994-1998 y la inminente fumigación
generalizada de los cultivos ilícitos existentes en ese territorio, se produjo una
iniciativa local a través de la alcaldía municipal y de modo particular de la UMATA22.
44 Tal iniciativa coincidió en primer lugar con el vacío que se generó frente a la política de
desarrollo alternativo, al quedar replanteada la versión inicial del Plan Colombia 23, una
vez se acepta la financiación del componente antidrogas por parte de Washington y en
segundo lugar, se relaciona con la focalización de su implementación en el
departamento del Putumayo. Como se recordará, la región fue señala da de poseer más
del 40% del área nacional de coca y de concentrar la mayor cantidad de cultivos
extensivos.
45 La alcaldía municipal formuló una propuesta, que a diferencia de los lineamientos del
FIP, giraba alrededor de la búsqueda de un manejo distinto al uso de la fuerza contra los
cultivos ilícitos, hecho que se concretó en la formulación de los Pactos de erradicación
manual en cuyo soporte aparecían tres estrategias24:
a. Seguridad nutricional para la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos en el municipio de
Puerto Asís.
b. Proyectos de mediano y largo plazo basados en la reconversión de la economía regional y de
modo particular en el municipio de Puerto Asís, tomando como eje el proceso de sustitución
voluntaria en Santana, Putumayo.
c. Comercializadora de Doble Vía (compra y venta de productos) para asegurar la
sostenibilidad de estos proyectos.

46 Características generales de la propuesta


177

47 Para el desarrollo de la estrategia se priorizó la necesidad de relevar el proceso de


participación de las comunidades como el fundamento metodológico para la
formulación de las propuestas. En segundo lugar, el fortalecimiento de la economía
campesina bajo un enfoque que estimulace la seguridad alimentaria. Tres, el diseño de
procesos de comercialización tanto para la venta de productos excedentarios como la
adquisición de bienes necesarios para la comunidad. En cuarto lugar, el mejoramiento
de los sistemas de producción existentes en la finca y, finalmente, la transformación
organizativa de la comunidad.
48 Como se puede observar, la propuesta se deslindó de dinámicas compulsivas de
erradicación como criterio principal indicativo de los éxitos del desarrollo alternativo.
Al contrario, se propuso un proceso de erradicación gradual que junto con los recursos
económicos posibilitase una reconversión económica regional. La especificidad local de
la propuesta referida al corregimiento de Santana, está asociada al reconocimiento
“de los problemas estructurales, especialmente económicos, en las zonas de
minifundio de los departamentos de Nariño y Cauca. Igualmente se relaciona con la
expulsión por motivos políticos de una población que ante la cercanía geográfica
optó por emigrar a una región con una oferta de tierras y escasa o nula presencia
estatal”25.
49 La afirmación, soportada estadísticamente, permite ver que una política de manejo
adecuado del tema de los cultivos ilícitos no puede definirse en el interior de una
Inspección o Corregimiento o a nivel municipal e incluso departamental, si no se
reconoce la serie de interacciones sociodemográficas, económicas y culturales del
conjunto de la región y que abarca en este caso los departamentos de Nariño y Cauca
principalmente.
50 La crisis de la economía campesina de estos departamentos se constituyen en
verdaderas condiciones estructurales que requieren políticas adecuadas de manejo, sin
las cuales las acciones en las regiones-síntoma (zonas productoras de coca con fuerte
interrelación sociodemográfica de otras) resultan inútiles. Quiere decir que el
tratamiento del problema de los cultivos ilícitos del Putumayo exige una política
regional que abarque los territorios vecinos.
 
Balance de la experiencia
• El problema institucional en el nivel central

51 Hasta las primeras decisiones alrededor del Plan Colombia, Plante reconcentró la
dirección política formal del desarrollo alternativo. A través de esta entidad se
empezaron a canalizar como contraparte nacional, los primeros recursos del
“componente social” del Plan a través de la AID. Para algunos técnicos en esta materia,
fue este un momento único para el relanzamiento político del Programa de Desarrollo
Alternativo, el cual aparecía debilitado en razón al fracaso de la política y de su gestión
al comenzar la nueva administración del presidente Pastrana. Sin embargo PLANTE no
logró estructurar una política nacional sólida, mostró deficiencias administrativas y de
gestión muy notorias en sus primeras actuaciones dentro del Plan Colombia.
52 La situación del PLANTE pareció agravarse políticamente al crearse el FIP e iniciar este la
reglamentación, focalización y manejo de los recursos orientados al desarrollo
alternativo. De este modo se estableció una competencia poco deseable entre FIP y
178

PLANTE, la cual repercutió en las áreas de incidencia de este último, sobre todo en el
sur26.
53 Adicionalmente, en el manejo de la problemática de los cultivos ilícitos aparece otra
instancia que es la presencia del Consejero Nacional para la Seguridad y la Convivencia
cuyas funciones en esta materia no son claras, pero asumió en los hechos
responsabilidades en nombre del gobierno central alrededor de los compromisos del
Estado en el tema de los pactos de erradicación manual.
54 Así mismo la Red de Solidaridad que es un establecimiento público del orden nacional,
tuvo dentro de sus funciones propias, programas y actividades relacionadas con la
atención a personas afectadas por las fumigaciones aéreas, con lo cual entró también en
aspectos de intervención tanto del FIP como del Plante.
55 En este escenario de entidades paralelas promovido desde Bogotá, se profundiza el
desorden institucional coadyuvado por la descalificación del PLANTE como instancia con
capacidad de gestión, situación agravada por la ausencia de una política de desarrollo
alternativo y los manejos coyunturales y de fuerte improvisación del mismo Programa.
56 A este desarreglo institucional se agrega la ausencia de coordinación entre los
organismos encargados de las fumigaciones aéreas y las entidades responsables del
desarrollo alternativo. Como se sabe, uno de los mayores cuestionamientos a las
fumigaciones es su impacto sobre proyectos financiados por la cooperación
internacional y por el mismo Estado colombiano. A este escenario relacionado con las
actuaciones institucionales con niveles de responsabilidad en el tema de los cultivos
ilícitos, se añade la débil presencia de entidades del orden nacional y regional que
tienen responsabilidades en la planeación del desarrollo de zonas como la amazonia
(Corpoamazonia, Corpoica, entre otras).
 
El problema institucional entre el centro y la región
57 A la debilidad institucional y la descoordinación entre las entidades nacionales que en
los hechos asumieron compromisos paralelos o diferenciados en desarrollo alternativo,
se agrega la ausencia de espacios de concertación y seguimiento entre las autoridades
del orden nacional y las del nivel regional y local. De este modo desapareció en los
hechos la perspectiva del fortalecimiento institucional del nivel local que, en el marco
de la pérdida o ausencia secular de control del territorio por parte del Estado,
constituye una base fundamental de construcción de su legitimidad. En efecto, se
trataba de buscar una incidencia en zona típica de colonización, secularmente ubicada
al margen de la integración en términos nacionales.
58 Esta situación se reflejó, de acuerdo con el balance adelantado por la Contraloría
General de la República, como una característica estructural del Plan Colombia, al
desarrollar una inequitativa distribución regional de los recursos a su cargo, hecho que
se encubre en una supuesta convocatoria neutral para acceder a sus fuentes de
financiación en virtud “de la capacidad de presentar y tramitar proyectos por las
propias regiones”, situación que contrasta con una intervención propuesta sobre la
base de las necesidades reales de esas áreas. Como bien lo señala la Contraloría en su
balance:
59 “De allí que se observe, en muchos casos, que las regiones de un mayor desarrollo
relativo han obtenido una proporción mayor de los recursos en perjuicio de aquellas
179

con mayores problemas relacionados con el narcotráfico y la violencia, objetivos


básicos del Plan”27.
60 Por tener este tipo de distorsiones como base, el Plan Colombia resultó focalizando la
ejecución de los recursos en las grandes ciudades y departamentos distintos a aquellos
en donde el conflicto armado y la presencia de cultivos ilícitos es más agudo, además de
las desventajas que presentan por:
1. La debilidad institucional, agravada entre otros por un entorno de baja presencia de un
soporte académico e investigativo, el cual se refleja en dificultades para la formulación de
proyectos con los estándares exigidos por el alto gobierno.
2. La débil creación de estructuras y redes sociales.
3. La exigencia de cofinanciación a entes territoriales que no están en capacidad de hacerlo,
todo lo cual llevó finalmente a que los recursos dispuestos para los planes sociales se fueran
a regiones muy distintas a departamentos como Guaviare, Putumayo, Caquetá o Norte de
Santander. A modo de muestra, para estos departamentos, en los programas de Empleo en
Acción, sólo abarcan el 2.4% de los proyectos aprobados.

61 Este hecho contrasta fuertemente cuando se sabe que son escenarios de guerra y
fumigaciones, situaciones que además de la crisis humanitaria generan desempleo para
productores, jornaleros, además de la pérdida de empleos indirectos sobre todo del
sector servicios. Agregado a ello está la crisis del sector rural colombiano, dentro de la
cual la generación de empleo e ingresos es altamente desfavorable ya que según la CGR:
“aún si se hace el estimativo optimista de que todos los renglones productivos
legales aumenten su área en los próximos dos años en un 10%, o sea un 5% anual,
apenas se podría ampliar el empleo en 80.000 puestos...” 28.
62 con ello se genera un contexto de mayores dificultades para encontrar respuestas de
empleo e ingreso en el corto plazo en un escenario de desordenamiento provocado por
las políticas de fuerza del Estado. Programas como Jóvenes en Acción no representan
una solución contundente. De acuerdo con la Contraloría General de la República:
“Parece más un incentivo a la oferta privada de instituciones educativas que
recibirán, a través del FIP, el pago de los cursos ofrecidos para capacitar por
períodos trimestrales, asegurando una demanda efectiva para sus programas. Para
la industria, el programa se traduce en la vinculación de mano de obra temporal,
durante tres meses, cofinanciada por el Estado, sin que exista un vínculo laboral ” 29.
63 En resumen, la implementación de toda la política general contenida en el Plan y su
gestión, refleja muy bien el tipo de estructura de Estado vigente en Colombia y, en
parte, a través de ella se explica la realidad que se ha creado con dicho Plan y las
distorsiones generadas en su ejecución. Entre los elementos más destacados en ese
proceso se encuentran:
1. La tensión entre el Estado central y las regiones que secularmente han estado al margen de
la integración en términos nacionales.
2. El desorden institucional del centro, en medio de una compleja e incomprensible red de
normas que crean instancias incapaces de inscribirse en una estrategia de integración y
afirmación nacional.
3. La inexistencia de estrategias de política claramente definidas para las zonas de colonización
cuya mayor importancia es la presencia de complejos ecosistemas relevantes a nivel
ambiental.

64 El peso mayoritario, en el esquema del Plan Colombia, de la lucha antidrogas y la


relevancia de los recursos aprobados por el Congreso de Estados Unidos en relación con
180

ese propósito, hicieron que el escenario de las áreas de cultivos ilícitos tuviesen una
mayor significación. Esto sobre todo a la hora de evaluar los resultados, entre los cuales
la eliminación de cultivos ilícitos tiene el peso mayor, como quiera que la continuidad
de la financiación del Plan ha dependido principalmente de los resultados que arrojen
las tareas de erradicación forzosa30.
 
Los pactos de erradicación manual
• Pactos bajo presión: desconfianza mutua

65 El punto de partida de los pactos de erradicación mostró una situación de crisis del
modelo de concertación ya que primó la decisión unilateral del Estado, focalizada en
exigencias perentorias de erradicación de cultivos de coca en poco tiempo (un año),
como criterio definidor del éxito de la política propuesta.
66 Entre diciembre de 2000 y julio del 2001, se firmaron 33 pactos en 9 municipios del
Putumayo, los cuales involucraron 37.775 familias. De ellas 6.000 pertenecían al
municipio de Puerto Asís. De esas, a febrero de 2002, se habían entregado elementos del
proyecto de seguridad alimentaria a 1.800, esto es, 4.86% del total de las familias
comprometidas en los pactos y sólo un 30% del municipio piloto de los pactos (Puerto
Asís). Tomando como base que los primeros pactos se firmaron en diciembre del 2000,
quiere decir que en ese momento la entrega a ese 4.86% de las familias se hizo en un
lapso de catorce meses.
67 Pero independientemente de los crecientes obstáculos y trabas administrativas que
fueron comunes en la gestión de la parte inicial del proceso, desde el punto de vista de
la política se volvieron a reproducir los límites del modelo del desarrollo alternativo
que toma como indicador fundamental y definitivo los niveles y ritmos de erradicación
forzosa. La preocupación por mostrar resultados medidos bajo esta óptica llevó a
condicionar el resto de las acciones a ese propósito. Como consecuencia:
68 Se abandonó el punto de partida de un ejercicio mínimo de inversiones para el
desarrollo regional, vale decir, el conocimiento riguroso y detallado del potencial
biofísico de la región, la calidad de suelos y el conocimiento técnico de la vocación
agrícola y ambiental de cada subregión. Así mismo se desconoció la medición de la
cantidad de población que pueden soportar este tipo de áreas, fenómeno distorsionado
por la economía de la coca y que permitiría ver las zonas objeto de una mayor
focalización de las inversiones.
69 Al primar el tema de la reducción de la coca en el menor tiempo posible, se buscó
afanosamente establecer un punto de partida para contabilizar la fecha de inicio de las
erradicaciones manuales y por tanto garantizar el elemento disuasivo dentro de las
reglas de juego para los fines de la política antidrogas. Al quedar relegado el tema del
desarrollo, las decisiones quedan condicionadas a los procesos de erradicación y, como
consecuencia, se abandonó la estrategia del fortalecimiento de las comunidades hacia el
desarrollo regional, hacia la creación de una cultura de identidad regional y sobre todo
se relegó la necesidad de crear confianza entre el Estado y las comunidades bajo el
propósito de un desarrollo integral.
70 La autosuficiencia alimentaria lejos de convertirse en la señal de contabilización del
año para erradicar los cultivos ilícitos, fue concebida por las comunidades y el poder
181

local como un proceso necesario en la creación de condiciones de sostenibilidad de la


población en la región. Como tal, encaminado a la creación de unas bases para una
cultura campesina productora de bienes de consumo, de fortalecimiento de redes
sociales y económicas básicas, uno de cuyos soportes era la creación de una estrategia
que se plasmaría entre otras en la constitución de un centro de comercialización de
doble vía. En este proyecto se buscaba concretar el esfuerzo mancomunado entre el
poder local y la comunidad para ese primer nivel de subsistencia y sostenibilidad
alimentaria.
71 La idea inicial era garantizar la comercialización de excedentes producidos por las
inversiones iniciales en la autosuficiencia alimentaria (granjas avícolas,
comercialización de leche y carne, productos de pan coger, frutas, etc.) de modo que
estimulara un nivel de ingresos que solventara el sostenimiento y reproducción de las
actividades correspondientes a este rubro. Así mismo poder ofrecer insumos, semillas,
instrumentos técnicos necesarios en las actividades productivas para la creación de
excedentes.
72 El Estado, al incumplir en cuanto al apoyo técnico y financiero del ente
comercializador, dejó por fuera un estudio que hubiese evaluado el potencial
productivo, los requerimientos de equipos y recursos y en general la planeación técnica
del ejercicio. Así mismo se impidió el conocimiento de las condiciones necesarias para
garantizar el acceso y control de la cadena productiva sobre los excedentes
comercializables.
73 Tan sólo se desarrolló la construcción de un trapiche panelero en los puntos La
Cordialidad y Puerto Bello y un molino arrocero, los cuales fueron financiados con
recursos del Fondo de Inversiones para la Paz FIP31.
74 Lo hemos reiterado, para la comunidad el problema fundamental era justamente el
diseño de los proyectos de largo plazo y subsidiariamente las acciones para garantizar
la autosuficiencia alimentaria. Esta se argumentaba en el reconocimiento a las
distorsiones de la economía cocalera en cuanto a la importación excedentaria de bienes
de consumo para la región. Esta situación estaba llevando a una peligrosa dependencia
frente a los monocultivos de coca, hecho que lesionaba el reconocimiento de las
potencialidades de otros rubros y proyectos socioeconómicos incluidos los ambientales.
75 En el ejercicio estuvo ausente también el manejo de la seguridad alimentaria ya que no
hubo asistencia técnica para una buena gestión de los bienes entregados, sobre todo en
el caso del ganado y aves, programa este último que puso de presente la ausencia de
planificación lo que se tradujo en una pérdida de credibilidad del Estado. Los errores se
reflejaron también en la forma arbitraria y homogénea con que se determinó el monto
para el auxilio de la subsistencia alimentaria, lo que puso de presente el
desconocimiento de la diversidad subregional, en su territorio y su población.
76 Complementariamente a los errores señalados, la inexistencia de una dirección de
política para el desarrollo regional en cabeza de las instituciones del orden nacional
responsables de trazar estas estrategias y el tiempo que corría en contra de un
programa concebido como Plan de Gobierno, llevó a que la subsistencia alimentaria
terminara convertida en un “servicio de entregas”32. De este modo se distorsionó la idea
originaria pensada bajo una condición de integralidad y mínima sostenibilidad del
proceso.
182

77 1. En efecto, entre febrero y septiembre de 2002 la actividad más importante


(administración, gestión) de las instancias estatales y de las ONGS contratadas para ese
fin (véase cuadro No. 7) se condensa en la entrega de un par de reses a cada familia que
suscribió pactos, abandonándose completamente el estudio, análisis y planeación de los
proyectos de largo plazo considerados como las alternativas de fondo a los
monocultivos ilícitos33.
78 La ausencia de una inscripción clara de este tipo de acciones dentro de un proceso
regional de desarrollo lleva una vez más a una relación individual Estado-familia, que
fácilmente se presta para prácticas clientelistas o manejos conflictivos, incrementando
el riesgo de usos improductivos como la conversión de lo entregado en circulante y al
final usarlo como medio de consumo34. Por eso las comunidades han propuesto la
necesidad de manejar la autosuficiencia alimentaria a través de proyectos asociativos.
79 2. Adicionalmente, la inseguridad que crean las continuas amenazas con las
fumigaciones y las situaciones de crisis producidas por las mismas aspersiones por
parte de las autoridades antinarcóticos, al ser fumigados los pastos que se usan para
alimentar las mismas reses entregadas por el Estado, contribuyeron a hacer
inconsistente la política alimentaria. Tal situación sigue mandando señales
contradictorias para las comunidades35.
 
Proyecto de mediano y largo plazo
80 En relación con este componente el gobierno se comprometió a aportar recursos
técnicos y financieros para los proyectos productivos generadores de ingreso en el
mediano y largo plazo y a concertar mecanismos y procedimientos de retorno de los
recursos desde el productor a la Asociación Campesina, en el marco de la creación de
fondos rotatorios para los productores
81 Sin embargo, no hay proyectos identificados en esta dirección más allá de los cultivos
de caucho y palmito. En relación con el palmito, denominado Desarrollo de un
Complejo Agroindustrial del Cultivo de Palmito de Chontaduro lo ejecuta la Empresa
Agropecuaria de la Amazonia, Agroamazonia en los municipios de Puerto Asís, sede de
la planta procesadora de palmito36. La planta procesadora tiene capacidad para atender
una producción de 1.300 hectáreas de cinco municipios (Orito, San Miguel, Puerto
Caicedo y Valle del Guamuéz y Puerto Asís). A comienzos de 2002 sólo existían 180
hectáreas en producción y 250 sembradas. Los requerimientos para atender la demanda
de palmito para ser procesado se estaban cubriendo entonces a través de compras al
Ecuador37.
82 Este es el aspecto que las comunidades perciben como más relevante en el fracaso
relativo de los pactos de erradicación manual y en general del desarrollo alternativo en
la región. El compromiso del gobierno a través de los pactos era que en seis meses se
identificaban y se financiarían los proyectos de desarrollo integral del cultivo del
caucho; el apoyo a asociaciones productoras de plátano; el proyecto palmito; la
ganadería de doble propósito y un proyecto de pimienta.
83 A marzo de 2002, no se habían iniciado los proyectos de ganadería y pimienta. Para los
tres primeros se previó una inversión de u$. 3’741 .440,72 de los cuales sólo se habían
ejecutado entonces el 11.8% esto es, U$ 441.220,1038. Es de anotar, dice la Defensoría,
que aunque se trataba de iniciativas anteriores, su grado de ejecución era bastante
183

reducido, con lo cual el objetivo de generar ingresos sólo se había satisfecho en forma
precaria. La baja capacidad de ejecución del PLANTE, el desorden institucional reinante
en la intervención del Estado en relación con la autosuficiencia alimentaria y las
debilidades e incertidumbre frente a los proyectos de mediano y largo plazo, llevaron a
una crisis en la constitución de la contraparte de la cooperación de AID.
 
El contexto institucional en las políticas de
cooperación internacional
84 Dado el vacío institucional que se generó en la implementación de las acciones de
cooperación, resultó en los hechos posicionándose AID Chemonics, a través del manejo
directo de recursos de cooperación sobre desarrollo alternativo del Plan Colombia. Vale
la pena recordar que AID ocupa a partir del 2000 el primer lugar en montos de toda la
cooperación internacional para Colombia. Véase Cuadro No.6.
 
Cuadro No. 6. Recursos recibidos de Cooperación Internacional

Fuente: DNE La Lucha en Colombia contra las drogas ilícitas, Acciones y Resultados, 2001.

85 De acuerdo con estas cifras oficiales, la cooperación suministrada por AID para Colombia
representa el 92% del fondo total de desarrollo alternativo.
86 El recorrido que tuvo la ayuda para el desarrollo alternativo fue el siguiente 39: el Plan
Colombia fue aprobado en el Congreso de EU en julio 13 de 2000. En ese contexto, el
Congreso apropió: U$869 millones como suplemento de fondos para el Departamento de
Estado.
87 De esos, 123.5 millones fueron a USAID cuya formalización por USAID Colombia se produjo
en septiembre del 2000.
88 De esos 123.5 millones, 42.5 fueron para el programa de desarrollo alternativos bajo el
objetivo estratégico N0.2 de “Promover alternativas económica y social a la producción
ilícita de coca”. Según USAID Colombia, se trataba de generar condiciones sociales y
económicas en áreas de producción de cultivos ilícitos, a través del fortalecimiento de
los pequeños productores que voluntariamente abandonan la producción ilícita. Los
42.5 millones han sido dedicados a esa estrategia a través de una enmienda efectuada a
un acuerdo que existía con el gobierno colombiano. Esta enmienda se agrega al
184

programa de desarrollo alternativo a la coca (Coca Alternative Development CAD) de 5


años.
89 El CAD es implementado a través de un contrato firmado en marzo 30 de 2001 con
Chemonics. En septiembre 30 de 2001 fueron comprometidos 33.5 millones y 1 millón
más fue gastado con una organización gubernamental colombiana 40 y USAID es
responsable por los alcances de estos egresos. Chemonics implementa el programa
concediendo donaciones y subcontratando con gobiernos municipales, organizaciones
locales y regionales de productores, organizaciones no-gubernamentales y el sector
privado.
90 En el caso de las ONGS, tan sólo para seguridad alimentaria en Putumayo ejecutaron
según lo contratado 47.865 millones de pesos, es decir 20.83 millones de dólares (cálculo
efectuado con una tasa de cambio de 2.297.26 pesos en diciembre de 2001).
91 Esta cifra representa el 43.51 % del monto total aprobado para la estrategia de
alternativas a la coca, cifra que se hace más significativa si se tienen en cuenta que
fueron tan sólo cinco organizaciones ejecutoras frente a 165 municipios con áreas de
coca, de acuerdo con el censo de cultivos de coca del año 2001 obtenido por el proyecto
SIMCI y que corresponden a 22 departamentos.

 
Crisis institucional y cooperación internacional
92 La AID percibió así la crisis y la redefinición de su intervención en Colombia de la
siguiente manera:
93 “El plan inicial, desarrollado con las contrapartes del Gobierno colombiano, fue que
USAID se centrara en los esfuerzos de generación de ingresos económicos a mediano y
largo plazo, mientras que la (parte) colombiana de ejecución, se centraba en la entrega
de asistencia inmediata a los agricultores que firmaban los pactos de reducción de la
coca con el Gobierno.
94 A medida que esto se realizaba, la demanda de participación en estos pactos con el
gobierno aumentó en un volumen inesperado, pero fue políticamente difícil para el
Gobierno limitar su oferta inicial. Como resultado, se informó que aproximadamente
37.000 familias firmaron 33 distintos pactos entre diciembre del 2000 y julio del 2001.
Este gran número superó la capacidad del Gobierno colombiano para entregar
asistencia inmediata. Los factores de complicación incluían lo remoto y difícil del
acceso a las áreas donde vivían los suscriptores de los pactos y una serie de incidentes
de seguridad fue generada por conflictos entre las guerrillas de las FARC y los
paramilitares de la AUC en la región. Estos incidentes resultaron en la muerte de dos
trabajadores colombianos del desarrollo alternativo en septiembre de 2001. La
asistencia del Gobierno colombiano está ahora siendo entregada a los suscriptores de
los pactos (se estima que se llegó a aproximadamente 8.500 hasta el momento). El
Gobierno ha dado tiempo hasta el 27 de julio del 2002, a los suscriptores de los pactos
para concluir la erradicación de sus cultivos de coca. Luego de este punto, tiene la
intención de realizar la erradicación aérea de los cultivos de coca restantes 41.
95 Como se puede ver, la crisis que terminó desbordando la capacidad institucional llevó a
que las fumigaciones se vieran como la única salida, justificadas bajo el falso argumento
de que la responsabilidad era de los campesinos que habían suscrito los pactos. La
desazón reinante en las comunidades hacía prever una respuesta de resiembra de la
185

coca en vista de las inseguridades que provocó la crisis institucional, AID fue consciente
también de este vacío generado por la representación estatal colombiana y entró
entonces a reajustar sus programas a través de una intervención directa, en donde se
buscó responderle a las comunidades en los programas de mediano y largo plazo. El
mecanismo fue concertar una erradicación anticipada, esto es, no sometida al desorden
en la contabilización del punto de partida en que finalmente cayeron los pactos de
erradicación manual:
96 “Una evaluación en el terreno realizada por USAID en octubre-noviembre del 2001
constató que muchos suscriptores de los pactos se mostraban escépticos de que el
Gobierno efectuara la entrega oportuna de la asistencia inmediata o reanudara la
fumigación luego del 27 de julio del 2002, ocasión en que terminaría el mandato del
Presidente Pastrana. Muchos han replantado la coca en las áreas que fueron fumigadas
anteriormente. No obstante, otras comunidades han comenzado voluntariamente la
erradicación inmediata, en un intercambio por la provisión de asistencia, a través de los
beneficiarios de USAID. USAID comenzó a reajustar su plan original en noviembre pasado
para comenzar a trabajar directamente con dichas comunidades bajo un programa de
“erradicación temprana”42.
97 De este modo las acciones implementadas por AID-Chemonics se empiezan a desarrollar
en un contexto de ausencia de una política nacional de desarrollo alternativo y en
general de falta de un posicionamiento de un eje nacional, creándose así un tipo de
manejo que termina evitando las instancias nacionales formalmente responsables del
manejo de la política y colocando a la vez sus reglas de juego, a través de:
98 1. La redefinición de los distintos programas ya existentes (Raíz por Raíz), o la creación
de nuevos como el Programa de Iniciativas Locales de Erradicación Temprana ( PILDAET)
con base en las pautas de AID -Chemonics, esto es, interés exclusivo en reducciones
rápidas de áreas de cultivos ilícitos, todo lo cual manifiesta los síntomas de una
claudicación del Estado colombiano en la conducción para el manejo del problema.
99 2. Como se anotó, el esquema transaccional de recursos por erradicación inmediata se
implementa a través de la modalidad de contratación privada a través de ONG
empresariales que resultan debilitando la precaria institucionalidad local y regional.
Observemos la distribución regional y los montos que manejaron estas empresas, en el
cuadro n° 7.
 
Cuadro No. 7. ONGs que ejecutaron contratos para Seguridad Alimentaria en Putumayo

Fuente: Defensoría del Pueblo


186

100 En el proceso de implementación de las acciones contratadas con los operadores que
actuaron como ONG se observó43:
• En general venían de experiencias muy distintas a la realidad de los cultivos ilícitos 44.
• Las estrategias operativas fueron desfasadas tanto en el cubrimiento del territorio como en
la capacidad de los promotores (uso por ejemplo de bachilleres técnicos) teniendo en cuenta
que se trata de acciones que demandaban conocimiento y experiencia.
• No hubo seguimiento y monitoreos efectivos de las ONG en relación con el trabajo de sus
funcionarios.
• La estructura de gestión facilita la proliferación de irregularidades en el manejo de los
recursos (por ejemplo, el ganado que hacía parte de la ayuda alimentaria, dura hasta seis
días sin consumir alimento, entre otros).
101 3. Como consecuencia las autoridades locales, las organizaciones de la comunidad
quedan, por razón de los recursos, girando alrededor de los criterios emanados de
entidades externas (AID, en este caso) que lejos de concertar dinámicas de desarrollo,
termina transando acciones de erradicación45. Todo ese escenario termina, visto en el
mediano y largo plazo, en un mayor desorden institucional al no articularse la
cooperación dentro de los planes de desarrollo local o regional y al propiciar que las
pocas y débiles organizaciones sociales (campesinas e indígenas) giren alrededor de la
demanda de pequeños recursos para sus zonas (2 reses por familia como autosuficiencia
alimentaria o proyectos veredales, resultado de la transacción por erradicar coca de
manera inmediata). Esto sin que se fortalezcan realmente los espacios de concertación
desde el ámbito local ni se cualifique su proyección como entidades representativas de
la comunidad, ni -por tanto -sean protagonistas del desarrollo regional.
102 Al contrario, AID se afirma en la necesidad de jugar un papel complementario con el
elemento disuasivo de la fumigación y en segundo lugar, la promoción de la
organización de la comunidad debe darse alrededor del sustento ideológico de la
estrategia antidrogas de Washington.
103 “Es también importante repetir que los programas de ejecución, tales como la
erradicación aérea, son parte fundamental de la ecuación. No existen alternativas
lícitas a la coca y al procesamiento de la pasta de coca, en el mismo campo, que se
puedan acercar, en relación con la generación de ingresos económicos, para los
agricultores. Esto hace que los esfuerzos de implementación sean fundamentales para
lograr la meta de la reducción de la coca”46.
104 Para AID, las lecciones obtenidas en Bolivia, Perú y Ecuador, demuestran que la
administración, antes que los niveles de ingresos económicos o la pobreza, es el factor
subyacente clave, que determina si la industria de la coca se establecerá o no, si crecerá
o disminuirá. La administración en este contexto incluye una presencia de
implementación del gobierno nacional, gobiernos locales dispuestos a prestar servicios
públicos y crear incentivos contra la producción de la coca, comunidades locales
cohesivas y un sistema de valores o creencias individuales que rechacen la producción
de drogas como medio de vida.
105 Así mismo, para AID si las comunidades locales trabajaran en conjunto, de manera
participativa, y estuvieran apoyadas por una presencia visible del gobierno nacional,
con un fuerte compromiso hacia la erradicación de cultivos para la fabricación de
drogas y una presencia militar capaz, la economía ilícita de la coca podrá ser reducida
significativamente
187

106 “La coordinación con los programas de erradicación e interdicción continúa siendo
crítica. Los agricultores no erradican sobre la base del desarrollo alternativo solamente.
La erradicación forzada es un poderoso incentivo para unirse a un grupo que erradicará
voluntariamente y obtendrá algunos beneficios del desarrollo alternativo. La
interdicción efectiva reduce el margen de ganancias a los cultivos para la fabricación de
drogas y hace que la asistencia de desarrollo alternativo sea una oportunidad
económica mucho más atractiva. Si los agricultores no se alinean para participar en los
grupos de desarrollo alternativo, ellos deben ver mejores opciones que la producción de
cultivos para la fabricación de drogas. Esto significa que nosotros no hemos alcanzado
aún la combinación o equilibrio en forma correcta entre la erradicación y el desarrollo
alternativo”47.
107 4. Como conclusión, la desinstitucionalización de la política de desarrollo alternativo
por parte del gobierno central al limitar y propiciar la descoordinación de los entes
estatales que tienen un papel en la planeación y el impulso del desarrollo regional,
manda señales contradictorias frente a la retórica de la construcción de soberanía
nacional a través de la legitimidad estatal. Este tipo de vacíos que contrasta con la
magnitud de los compromisos adquiridos frente a las comunidades, resulta siendo
llenado por una entidad de “cooperación” que, respondiendo a sus intereses
estratégicos en materia de drogas y seguridad, ha terminado implementando por su
propia cuenta, una política que requiere ser concertada para garantizar una proyección
en el largo plazo. Los acuerdos que se impulsan para garantizar una erradicación
inmediata pueden tener la apariencia de una “transacción”, pero por su contenido
predominante (erradicación previa y no resiembra de la coca como el fundamento de la
política) no hace avanzar realmente el propósito estratégico del fortalecimiento de la
sociedad de estas zonas. En segundo lugar, tampoco se mueve en dirección a fortalecer
la legitimidad del Estado en estas áreas, ya que incluso al promover un modelo
privatizado de ejecución, se aporta muy poco al desarrollo de poder institucional del
nivel local y regional.
108 5. El entorno del conflicto armado que se centra en la lucha por el control del territorio
y dentro de este, por el control de la comercialización de la pasta básica de coca
termina reflejando igualmente intereses particulares de grupo, dada la baja legitimidad
de la representación de los alzados en armas. En ese sentido y como criterio que
corrobora la anterior afirmación, ninguno de los actores del conflicto tiene en su
agenda expectativas por incidir en el desarrollo regional. El predominio del avance
táctico para el logro de un posicionamiento militar para la defensa del status quo del
poder como grupo o sector armado, lleva a manejar el territorio como escenario de la
guerra más que un escenario de desarrollo.
 
Fumigaciones y conflicto en el Putumayo
109 Las fumigaciones en el marco de la implementación del Plan Colombia se iniciaron el 22
de diciembre del 2.000 y en una primera etapa que se dio hasta el 5 de febrero de 2001,
se había erradicado 29.000 hectáreas de coca, lo cual equivalía al 69% de lo erradicado
en todo el año 1999. Situación sin antecedentes en la historia de la aplicación de esta
política en Colombia, sobre todo si se tiene en cuenta que esa cantidad de hectáreas
fumigadas se hizo prácticamente en dos municipios San Miguel y Valle del Guamuez.
188

110 En el caso de San Miguel el 12 de enero del 2001 el Concejo Municipal denuncia a las
autoridades centrales la grave situación provocada por las fumigaciones 48:
• Afectación de los productos agrícolas
• Daños graves en el bosque49, microcuencas, ríos, quebradas, humedales y arroyos.
• Afectación de la fauna de la región (muerte de pájaros, peces, etc.)
• Afectación de la salud de las personas de la región (denuncia de afecciones oculares, en la
piel, en las vías respiratorias y síntomas de intoxicación)
• Daños en pastos que obligaron a traslados del ganado existente en el área
• Afectación de animales domésticos.
111 Por su parte las comunidades indígenas de los resguardos de San Miguel y Valle del
Guamuez denunciaron ante la Defensoría del Pueblo serios problemas relacionados con
el carácter indiscriminado de las fumigaciones afectando los Cabildos y Parcialidades de
Santa Rosa de Guamuez, Nueva Isla, Nuevo Horizonte, Tierra Linda, entre otras. De
acuerdo con la Defensoría:
112 “Los indígenas señalaron que las aspersiones aéreas destruyeron sus cultivos de
pancoger y yagé, causaron la muerte de animales y problemas en la salud de la
población. Se fumigaron 45 hectáreas de bosques de sitios sagrados y cuatro casas
ceremoniales. Adicional-mente, afectaron varios de los proyectos, que, previa
concertación con el Plan Nacional de Desarrollo Alternativo - PLANTE O PNDA - y con
recursos de este, se llevan a cabo en la zona”50.
113 Como hecho insólito en relación con las políticas estatales sobre cultivos ilícitos, los
pueblos Kofan, Awa, Embera, Paez, Quechua y Pastos han firmado con autoridades
centrales un Pacto Social de Desarrollo Alternativo y Erradicación Voluntaria el 12 de
enero del 2.001, con el objeto, entre otros, de restablecer las condiciones de producción
existentes antes de las fumigaciones y que fueron destruidas por estas 51.
114 En el caso de Valle del Guamuez, el carácter indiscriminado de las fumigaciones
adelantadas hasta el 31 de enero del 2.001 afectó una economía diversificada de la
región que aprovecha las ventajas agroecológicas de sus suelos que se caracterizan por
poseer un humus excepcional con respecto a las limitaciones para prácticas agrícolas
que se derivan de las características de los suelos amazónicos. Entre los casos más
relevantes se tiene:
1. Afectación de monocultivos de yuca producidos por la Asociación de Yuqueros del valle del
Guamuez (ASOYU) y en general los producidos por las fincas de la región, así mismo se
fumigaron monocultivos de plátano, chontaduro, pastos, estanques para peces, y en general
los cultivos de pancoger en toda la región.
2. Ganado vacuno, porcino, aves de corral y animales de cría.
3. Bosque, constatable en el impacto sobre árboles de 25 a 30 metros de altura lo cual indica las
distancias a las cuales se fumigó y que explica el gran efecto de deriva que se deduce por esta
situación. Así mismo se denunció la afectación del bosque protector del río Guamuez.

115 Las denuncias presentadas ante la Inspección de Policía de Valle del Guamuez por la
primera fumigación alcanzaron la cifra de 2.400 afectados. Las fumigaciones
desarrolladas en el Putumayo entre el 2000 y el 2001 violaron diversas disposiciones
contempladas en la Resolución 005 del Consejo Nacional de Estupefacientes.
116 En primer lugar, la Resolución reconoce algunas restricciones en el uso de herbicidas en
la zona rural en aplicaciones terrestres, de diez metros y en aplicaciones aéreas de cien
metros, los cuales constituyen una franja de seguridad referidas a cuerpos o cursos de
189

agua, carreteras troncales y a núcleos de población humana y animal o cualquiera otra


área que requiera protección especial.
117 En segundo lugar, se violó lo relacionado con la consulta en el orden local y regional de
que habla el parágrafo 2 de la resolución, ya que ninguna autoridad local o regional fue
consultada para acopiar la información pertinente sobre la existencia de eventuales
ecosistemas frágiles, población, etc. con el fin de crear los mecanismos de protección.
En ese sentido las autoridades antinarcóticos debieron hacer público el documento en
el cual la DNE y la Policía hicieron la evaluación de la consulta.
118 En tercer lugar, dice también la resolución que el planeamiento operacional es de
discreción de la Policía Antinarcóticos, lo cual contradice las consideraciones iniciales
acerca de los niveles de participación de las autoridades ambientales, de salud y de
manejo de plaguicidas. En este sentido llama la atención el último punto, en el sentido
de que la policía antinarcóticos, “fija las normas específicas y técnicas prioritarias a
observar en el procedimiento”52.
119 Finalmente, la resolución 005 contiene una disposición especial sobre el manejo de
acciones de erradicación en relación con Parques Nacionales y en general sobre áreas
protegidas. A la luz de esta disposición cabe también la pregunta por lo sucedido en las
áreas de resguardo del pueblo Kofán, que era y es uno de los actores más importantes
en la preservación del medio natural. Como se sabe, a esta comunidad le fueron
fumigadas sus chagras en San Miguel con las plantas de uso tradicional, además de
soportar una situación muy grave por el asedio de los actores armados en sus
resguardos teniendo que abandonar sus territorios.
120 De alguna manera estas fumigaciones fueron las que generaron un alto poder disuasivo
para que las comunidades se acogieran rápidamente a los pactos de erradicación
manual. Sin embargo este hecho, por su parte, no disuadió a las autoridades
antinarcóticos sino que las fumigaciones continuaron independientemente de que se
hubiesen firmado los pactos.
121 En efecto, en visita de campo de la Defensoría del Pueblo para soportar empíricamente
la Resolución Defensorial No. 4 del 12 de febrero de 2001, se constató la afectación de 13
proyectos de desarrollo alternativo adelantados en diferentes sitios del Bajo Putumayo
adelantados por Plante-BID, Plante, Plante - ECOPETROL - Red de Solidaridad y alcaldía de
La Hormiga, Alcaldía de Orito, UNDCP, Pronata -Gobernación del Putumayo y finalmente,
Corpoamazonia.
122 Al finalizar el 2001 se reinician las fumigaciones en Putumayo en el contexto de la
entrega del componente de seguridad alimentaria (SEGA) de los pactos de erradicación
manual. En esta nueva fase de las fumigaciones se producen nuevos y extendidos
impactos no sólo de la misma seguridad alimentaria sino de otros programas de
desarrollo alternativo implementados en el departamento. La Defensoría del Pueblo
registra entonces una nueva avalancha de quejas por los errores cometidos en la
aspersión aérea.
 
190

Cuadro No. 8. Quejas recibidas en la Defensoria del Pueblo por fumigaciones en Putumayo

Fuente: Con base en Defensoría del Pueblo Resolución Defensorial Nacional 026, oct.9 de
2002.

123 Las quejas provenían de los municipios de Puerto Asís, Orito y Valle del Guamuez, en su
mayor parte de firmantes de pactos, que se suponía habían erradicado si no el 100% de
la coca por lo menos un 70%. En los sitios de los quejosos se encontraban cultivos de
yuca, plátano, maíz, árboles frutales y pastos53.
124 Así mismo, otro de los impactos sociales de las fumigaciones aéreas de coca junto con el
conflicto armado es en efecto, la generación de una migración forzosa provocada desde
el Putumayo denominada “de retorno” hacia diferentes puntos de Nariño e incluso del
Cauca.
125 En efecto y a modo de ilustración, en un estudio de caso hecho sobre desplazados hacia
Samaniego (Nariño), se detecta un peso significativo de nativos del mismo municipio
nariñense que había mi-grado hacia los cultivos de coca en el Putumayo en lapsos de
seis a veinte años.
126 Esta información contrastada con el tiempo de permanencia de los mismos desplazados,
los cuales son en su mayoría personas con una residencia en Putumayo de más de seis
años, muestra que los migrantes forzosos no representan una población flotante sino
que son colonos motivados por el traslado de la producción cocalera hacia Putumayo.
 
Cuadro No. 9. Desplazados hacia Samaniego (Nariño) por su lugar de origen

Fuente: Con base en ACNUR, Corporación Opción Legal, Alcaldía de Samaniego “Proyecto
Censo y Caracterización Población Desplazada del Municipio de Samaniego” Carolina
Cortés (coord.)

 
191

Cuadro No. 10. Tiempo de permanencia en Putumayo de los desplazados a Samaniego

Fuente: ACNUR, Corporación Opción Legal, Alcaldía de Samaniego “Proyecto Censo y


Caracterización Población Desplazada del Municipio de Samaniego”.

127 Dos hechos de coyuntura sobresalen en esas dinámicas de colonización. En primer lugar
los desplazados de 11 o más años y que representan más de una tercera parte del total,
se relacionan con el período más crítico de la economía campesina de Nariño como
resultado del impacto de la apertura económica en ese sector, hecho que a su vez se
relaciona con el inicio de una dinámica más sostenida de la coca. En segundo lugar, el
rango de 6 a 10 años cabe dentro del período de mayor auge de la coca en Putumayo,
estimulada por el traslado de los cultivos hacia los años 96 y 97 como resultado de las
fumigaciones en Guaviare.
128 A pesar de este auge económico que representó la coca para el Putumayo y que a la vez
se constituyó en una fuente importante de ingreso, existe un cuadro a nivel social que
muestra el bajo impacto en términos de indicadores de desarrollo para la región. El
fenómeno tiene que ver con la escasa incorporación a nivel institucional de este
movimiento económico que se refleja a su vez en una pobre capacidad de apropiación
del fisco municipal de una parte de estos recursos, consolidándose las “soluciones
privadas” en materia de atención en salud y educación.
129 En el diagnóstico social, los documentos que sirvieron de base para la propuesta de
desarrollo alternativo local reconocen una situación crítica sobre todo en materia
educativa:
130 De cada cien niños que ingresan a primero elemental sólo terminan la primaria 25... En
el caso de la educación secundaria de 55.525 jóvenes en edad escolar sólo 15.448 se
encuentran estudiando, esto es un 28%. La casi totalidad de los establecimientos
educativos carecen de talleres de educación artística (estética, música, expresión
corporal), se carece de bienestar estudiantil, orientación pedagógica, consejería,
bibliotecas, cafeterías, salas de profesores, aulas inteligentes, ludotecas y laboratorios”
54
.
131 Como resultado de este contexto, junto con las demás causas relacionadas con la crisis
de los espacios de socialización de los niños y jóvenes, la inasistencia escolar alcanza
más del 45% en la zona rural por cuanto se estima prioritario el trabajo juvenil en la
producción agropecuaria o de procesamiento de la hoja de coca, y es en estas zonas
donde se presentan los mayores niveles de deserción escolar 55. En ese escenario de
incertidumbre y ausencia de oportunidades, muchos jóvenes optan o son cooptados
como parte de la guerra.
192

 
El conflicto armado en el Putumayo
132 En la región del Bajo Putumayo se reconcentran hoy dos dinámicas muy conflictivas:
a. Las fumigaciones de cultivos ilícitos adelantadas con intensidad a partir del 22 de diciembre
del 2.000 (véase mapa).
b. La encarnizada disputa entre autodedefensas y guerrilla por el control de todo el bajo
Putumayo. Esta disputa se inicia a través de dos dinámicas:

133 1. Ingreso de grupos de autodefensa a Puerto Asís hacia finales de 1997 y comienzos de
1998, motivadas en gran parte por el impacto de las marchas campesinas del año 96,
percibidas como bases de apoyo de la insurgencia en el sur de Colombia. Durante esta
etapa inicial se desarrollan sistemáticamente asesinatos selectivos sobre líderes
comunitarios, activistas eclesiales y en general sobre sospechosos de tener vínculos con
la insurgencia. Así mismo se desarrolla una acción sistemática de desalojo del control
de la guerrilla sobre el comercio de PBC56 y se adelanta un proceso de amenazas contra
los comerciantes del casco urbano y de colocación de cuotas para financiar las acciones
de las autodefensas. Así mismo se producen amenazas y persecuciones contra los
líderes de las movilizaciones campesinas de 1996, siendo presionados para que
abandonen la región u opten por vincularse a las guerrillas.
134 2. Simultáneamente a finales del 98 se produce un ingreso importante de autodefensas
a la zona de La Hormiga - Valle del Guamuez. En este caso, se conoce que hubo una
labor de inteligencia previa con el fin de detectar los auxiliadores de la insurgencia y
poder desarrollar un proceso de control del territorio.
135 La tendencia general del proceso de desalojo de la guerrilla de la zona arranca con
iniciativas de fuerza dirigidas en primera instancia contra las cabeceras municipales en
la búsqueda del control de dos actividades:
1. La comercialización de la PBC
2. La articulación de las actividades comerciales y de servicios de las cabeceras hacia
condiciones de tributación controlada por los grupos de autodefensa.

136 Para tal fin se lanzan señales contundentes con un uso desbordado de la violencia como
pauta para mostrar que se ha producido un cambio en el control de la localidad o
región. Las masacres tienen esa connotación simbólica. Simultáneamente la guerrilla
reacciona con asesinatos selectivos y masacres tendientes a neutralizar el ingreso de los
grupos de autodefensa a ciertas áreas o revertir el control que empieza a darse en otras.
Una muestra de las acciones de fuerza por el control del territorio con un alto impacto
humanitario en la población civil, se puede observar en el cuadro N0.11:
 
193

Cuadro No. 11. Muestra de lugares y hechos de violencia donde se libra la disputa territorial en el
Putumayo 1998-2001

Fuente: Trabajo de campo y datos del Informe sobre DDHH, DIH y otros derechos. Bogotá,
mayo 19 del 2.000.

137 El proceso de reversión del poder insurgente en la región del Bajo Putumayo se inicia
con labores de investigación con el fin de ubicar la estructura urbana de las milicias y
en general las bases de apoyo e inteligencia que posee la insurgencia en las cabeceras
municipales o en sitios importantes para la comercialización de la pasta básica.
138 Así mismo se busca conocer la estructura de impuestos al sector comercial y de
servicios con el fin de crear las condiciones para revertir las gabelas al nuevo poder.
Una vez se logra obtener esa información se procede a ajusticiamientos selectivos y se
notifica a todo el comercio del cambio en la estructura de poder.
139 En el proceso de control de la economía de la pasta básica, la insurgencia optó por sacar
de la intermediación del capital del narcotráfico a los comisionistas 57. La razón de fondo
es la apropiación de la prima de intermediación que obtenían los “chichipatos”. El
argumento público es la desconfianza de la insurgencia hacia este sector que acusa de
ser proclive al ingreso de grupos paramilitares.
140 La estructura de “servicios” de las milicias es un punto nodal en toda la estrategia
contrainsurgente. Para algunos miembros del alto mando de seguridad del Putumayo,
numéricamente esta base puede representar entre cuatro o cinco veces el número de
combatientes.
141 Para un connotado dirigente gremial:
142 “¿Qué son las milicias de las Farc, las milicias del ELN? Son instrumentos que a ellos les
permiten estar en las ciudades poniendo bombas, asaltando, secuestrando” 58.
143 Y esas milicias se consideran el principal obstáculo para el desarrollo de acciones
contrainsurgentes al verse como la expresión de condiciones de desventaja de las
fuerzas armadas para desarticular el accionar de los grupos alzados en armas. En ese
sentido el accionar paramilitar tiene una racionalidad muy definida en el contexto de la
guerra: desarticular estas estructuras como condición básica para golpear el poder
armado de la insurgencia.
144 Se calcula que sólo en La Hormiga en el proceso de entrada de los grupos de
autodefensa mataron a 53 milicianos.
194

145 Una segunda función de las estructuras milicianas es el control social sobre la
población. El acopio de información, el seguimiento de los movimientos de los
pobladores, sacerdotes, líderes, es una de las características centrales de esta
modalidad organizativa.
146 En tercer lugar en algunos sitios, las milicias en zonas de producción de pasta básica
constituyen un mecanismo para asegurar el comercio de la misma por parte de los
colonos y campesinos de un área. El establecimiento de relaciones económicas
pragmáticas alrededor del negocio de la PBC mediadas por el uso de la fuerza, constituye
hoy una de las mayores fuentes de deslegitimación de la guerrilla en lo local, ya que de
la alta concentración de poder fácilmente se cae en comportamientos arbitrarios.
147 En el rol de comisionistas, milicianos de algunas zonas se constituyen en verdaderas
vértebras en la articulación de los grupos insurgentes al circuito económico de las
drogas. Son los sustitutos de la otrora multiplicidad de intermediarios que irrigaban
parte del capital en diversas actividades comerciales (bares, prostitución, contrabando
de armas, etc.)
148 Por su parte los comisionistas son los primeros damnificados económicos del giro que
da la insurgencia cuando opta por controlar la intermediación del capital del
narcotráfico. Así mismo constituyen una verdadera base social en ciernes para el
ingreso de las autodefensas a ciertas zonas ya que estas se caracterizan por mantener el
papel de los comisionistas, debiendo pagar una prima a los nuevos dueños del poder.
Ello no quiere decir de ninguna manera que haya una aceptación a priori de los
comisionistas del fenómeno paramilitar. Su posición se explica como una reacción
latente por la decisión de la insurgencia de sacarlos del circuito económico entre la
producción de pasta y el capital que la demanda para procesarla. 59
149 Simultáneamente, existe otra diferencia en esta compleja relación entre guerra y
economía ilegal. Se trata de la regulación de los precios. Es notoria la intervención
arbitraria de la insurgencia en la regulación de los precios de la materia prima.
Normalmente lo hace frente al productor rebajando el precio de compra para
incrementar el valor de la ganancia de la intermediación 60. Muchos productores
arriesgan su vida, ya que la desobediencia por vender en ciertos y determinados puntos
la pasta básica puede acarrear la pena de muerte, al buscar sitios de comercio
alternativos donde se le reconozca el precio del mercado a la pasta básica.
150 En algunos casos y oportunidades, las autodefensas -jugando a ganar una mayor
aceptación en diversos lugares de la región amazónica- desarrollan un comportamiento
más flexible en la estructura de precios (por lo menos mientras logran su propósito
estratégico de sacar a la insurgencia de algunas zonas clave) y juegan con unos precios
de acuerdo al comportamiento del mercado (oferta -demanda) sin intervenirlos a la
manera como la hace la guerrilla. Esto va a favor de un mayor apoyo de los
comisionistas y del mismo productor que no entiende por qué en un sitio la guerrilla le
paga muy por debajo del precio, mientras que en otros sitios puede tener diferencias
significativas a favor de quien la produce.
151 Ligado a lo anterior, aparece el problema de las frecuentes situaciones de ¡liquidez de
las guerrillas para cancelar rápida y cumplidamente el precio que le paga al productor.
En estos casos la insurgencia sacrifica su legitimación política. Muchos campesinos
evocan situaciones propias de la colonización y la manera como los institutos de
comercialización del Estado de aquella época como el IDEMA, demoraban meses para
195

hacer efectivos los pagos, fenómeno que aportó a la decisión de las comunidades de
entrar, justamente, a la economía de la coca.
152 También, en este sentido, se observa la diferencia entre el perfil de la guerrilla como
seguridad de la zona para los colonos, los cuales aceptaban sus códigos y
reglamentaciones y otra la situación actual, donde se conjuga una modalidad de
comisionistas armados, en ocasiones incumplidos o demorados en los pagos, a quienes
el colono por razones de seguridad, no puede hacer reclamos por el incumplimiento de
su papel como comprador o por las deficiencias que muestran como intermediarios del
capital que demanda materia prima.
153 En contextos donde existen comerciantes de bienes y servicios con relativa autonomía
y teniendo en cuenta situaciones de ¡liquidez, las guerrillas han usado el sistema de
pago al campesino con bonos que hacen efectivos en el establecimiento del comerciante
a cambio de bienes requeridos por los productores, siendo luego redimidos con valores
en donde muchas veces se sacrifica la ganancia del comerciante. Esto sin lugar a dudas
distorsiona los circuitos económicos locales y crea malestar en sectores que giran
alrededor de la comercialización de la pasta básica. En estas situaciones se
instrumentaliza también el poder armado para disuadir eventuales manifestaciones de
inconformidad.
154 En síntesis, si bien las guerrillas han asumido un comportamiento pragmático sobre la
economía cocalera, en muchas oportunidades el tipo de manejo se convierte en un
verdadero factor de pérdida de legitimidad. Con ello se crean también condiciones
políticas favorables para el ingreso de los grupos paramilitares en algunas zonas que
han sido controladas durante largos períodos por la insurgencia. Como reacción a este
tipo de situaciones la guerrilla elabora e impone reglamentaciones sustentadas en el
control de las armas y, de modo más coyuntural, desarrolla mecanismos como el
impulsado en el Putumayo a finales del 2000 decretando un paro armado que resultó al
final un desastre político para la misma insurgencia 61. Las razones de ese fracaso son las
siguientes:
a. 1. No tenía objetivos claros para las comunidades, más allá de mostrar un rechazo
desesperado como grupo a la presencia paramilitar. Tal situación se vio reflejada en la
ausencia de argumentos consistente cuando se intenta promover una movilización de la
población civil hacia Bogotá.
2. Por encima de una respuesta al Plan Colombia, el paro desgastó a la población y a las
mismas Farc y creó condiciones óptimas para el gobierno central para iniciar las
fumigaciones, en el sentido de adelantarlas cuando la población venía de una resistencia
física de 65 días por los bloqueos del paro.
3. En el contexto del paro fueron incendiados vehículos, dinamitado el oleoducto con daños
en el entorno ambiental y se prohibió el traslado de alimentos tanto al por mayor como de
personas que buscaban desesperadamente elementos básicos para subsistir 62.
4. El paro se levanta por decisión de las Farc sin conseguir ningún propósito y por el
contrario generando una gran inconformidad y rechazo de la población por los costos
sociales, económicos que debió pagar por esta decisión. Con el paro las Farc pusieron de
presente la profunda crisis política de una guerrilla que ha sustituido los objetivos
políticos por demostraciones de fuerza. Es decir, la ausencia de proyecto político y de
propuestas regionales de desarrollo es llenada por un uso excesivo de la fuerza frente a la
población civil.
 
196

Dinámica de la guerra luego de la ruptura de


conversaciones de paz en febrero de 2002
155 A mediados del 2002 la confrontación regional se mueve en la concentración de la
disputa territorial en el eje de interconexión Puerto Asís-Pasto y Puerto Asís-Pitalito
relacionado con el control de Puerto Caicedo. Existe una particularidad en el
comportamiento del dominio sobre el carreteable San Miguel-Mocoa y es que mientras
en el Bajo Putumayo se dio un control relativamente rápido -dominio de cabeceras
municipales como La Dorada, La Hormiga- contrasta con el caso de Puerto Caicedo, en
donde el control no ha sido plenamente establecido a lo largo de los dos últimos años.
Este se puede considerar en el 2001 y 2002 como el principal punto de resistencia de las
FARC, en el control pretendido por los grupos paramilitares del carreteable San Miguel-
Mocoa-Pitalito.
156 Esta situación disparó los índices de homicidios en el 2002, los cuales tuvieron sus picos
más altos durante los años 1999 y 2000 para caer relativamente en el 2001, asociado tal
vez con el proceso de conversaciones de paz. Sin embargo, llama la atención que este
hecho no implicó una disminución de la crisis humanitaria. Al contrario, como se verá
2001 expresa uno de los momentos más agudos en el proceso de desplazamiento forzoso
de la población rural del Putumayo. A 2002 las estadísticas del Departamento
Administrativo de Salud del Putumayo mostraron tendencias alarmantes de violencia,
al registrar 617 homicidios por violencia lo que significó entonces un incremento del
175 % en relación con el año inmediatamente anterior. Véase Gráfico N0.1
 
Gráfico No. 1

Fuente: Dasalud Putumayo

157 El mayor nivel de violencia homicida se observa en la región del Bajo Putumayo y
dentro de esta Puerto Asís tiene un comportamiento nuevamente significativo, al pasar
las muertes violentas de 55 asesinatos en el 2001 a 276 en el 2002, es decir un 401.8%
más en este último año63. Véase gráfico No.2
 
197

Gráfico No.2

Fuente: Dasalud Putumayo

 
Otros impactos del conflicto armado en la región del
Putumayo
• Control de la población

158 El agravamiento de la situación humanitaria se da justamente en el contexto de la


polarización provocada por la ruptura de conversaciones de paz y la ofensiva de guerra
del Estado colombiano. El punto radica en que en el marco de la decisión de Bogotá de
confrontar a la insurgencia, el Estado no ha estado en capacidad de prever y tomar las
medidas indispensables para proteger la vida y seguridad de las personas lo cual hace
muy costosa la estrategia. Son múltiples las consecuencias que se derivan en relación
con la población civil por este tipo de decisiones. Así por ejemplo, en el marco de la
polarización de la lucha por el territorio, cabe señalar el tipo de comportamiento de los
grupos armados frente a las organizaciones comunitarias que no están bajo su dominio.
159 Las organizaciones de la comunidad no son respetadas en su autonomía ni potenciadas
para garantizar su cualificación y participación. Son vistas en realidad, como en general
se ve la sociedad local: como correas de transmisión en la guerra, esto es, dotadora de
recursos (impuestos, captación de jóvenes y niños reclutados en muchas ocasiones
forzosamente) y de seguridad, vale decir, considerados útiles en la creación de
mecanismos de protección e información. En este ámbito, lejos de toda posibilidad de
presencia de organismos veedores de la situación humanitaria, se cometen verdaderos
excesos contra la población civil, sometiendo su vida, sus recursos, sus libertades a los
rigores de una guerra degradada.
160 En el caso de la insurgencia, esto se contrapone a la retórica del poder popular como
alternativa a la exigencia de renuncia de los alcaldes, dado que, el sentido de la
participación está mediado por las armas y por la estrategia de guerra (control
territorial forzoso), ámbito en el cual se requiere tener un control vertical de las
estructuras sociales, impidiendo procesos autónomos de organización de la comunidad.
La sospecha de que cualquier forma de organización distinta a la controlable pueda ser
un vehículo para el enemigo, condiciona la libertad de organización de las comunidades.
198

De este modo se generan dificultades políticas para que la misma comunidad desarrolle
formas propias organizativas. En el caso de los programas de desarrollo alternativo,
algunas comunidades del Putumayo debieron obtener un “permiso” para que la gente
se organizara en núcleos y pudiese recibir la ayuda alimentaria.
 
Desplazamiento forzoso
161 En el año 2000, la Red de Solidaridad registraba 7.248 desplazados, lo que arroja un
promedio mensual de 604 personas. Para el 2001, fueron expulsadas 17.143 personas de
municipios del Putumayo. Y finalmente en el 2002, asociado con la ruptura de
conversaciones de paz, la intensificación de las fumigaciones y de la misma
confrontación armada, se produjo una fuerte salida forzosa que continuó incrementado
esa dinámica hacia los departamentos vecinos de Nariño, Cauca y Caquetá 64.
162 Visto en el mediano plazo, en la reconstrucción histórica del desplazamiento forzoso en
el Putumayo se destacan como causas:
1. El proceso de ingreso de los grupos paramilitares hacia 1997-1998, en la zona del Bajo
Putumayo y que generó un serie de masacres en Puerto Asís, La Hormiga, San Miguel y
finalmente en Puerto Caicedo y Puerto Guzmán,
2. El paro armado promovido por la guerrilla en septiembre de 2000.
3. La ofensiva contra la guerrilla por parte de las fuerzas armadas en abril de 2001 y que
produjo el desplazamiento de 300 familias hacia Ecuador de un total de 600 en Piñuña Negro.
En esos mismos hechos, hacia Puerto Asís salieron 40 familias.
4. También por ofensivas de las FFAA contra la insurgencia se presentó un fuerte
desplazamiento en Teteyé en agosto de 2001.
5. Las cifras de la Red de Solidaridad señalan en 2.500 el número de desplazados tan sólo a la
cabecera municipal de Puerto Asís, provenientes de la grave situación presentada en Puerto
Caicedo, Orito y San Miguel principalmente. Esta situación es más crítica a partir de marzo-
abril de 2002 y está relacionada directamente con el impacto regional por razón de la
ruptura de conversaciones entre el gobierno y las FARC el 20 de febrero de 2002.
6. Finalmente las situaciones relacionadas con el conflicto armado están generalmente
acompañadas de las fumigaciones aéreas con lo cual se complementa un cuadro muy grave
en el estímulo al desplazamiento forzoso.
 
Desplazamiento forzoso en el período reciente año
2002
163 Una de las características del desplazamiento más reciente es que no es masivo
(avalancha) sino que se da a cuentagotas, aunque no por ello resulta menos grave que el
primero. En Puerto Asís se ha triplicado el número de desplazados en lo que va del 2002
frente al comportamiento en el 2001.
 
199

Declaraciones de desplazamiento en Puerto Asís

*Tan sólo a julio 4. Fuente: Personería Municipal Puerto Asís

164 Las amenazas directas y el reclutamiento forzoso son, ajuicio de las autoridades de
veeduría de los DDHH, las principales causas del auge del desplazamiento en el 2002.
165 En general se aprecia que el desplazamiento rural-urbano tiene como autor
predominante la guerrilla y el desplazamiento urbano-urbano los grupos paramilitares.
166 Los principales sitios de expulsión en el 2002 son:
1. Puerto Caicedo: zona rural
2. Puerto Guzmán
3. Puerto Asís: de la zona rural de Teteyé y Piñuña Negro65
4. San Miguel-La Dorada
5. La Hormiga
 
Desaparición forzada
167 A pesar de que por vías indirectas se sabe que se está incrementando la desaparición
forzada, los familiares o personas cercanas no están denunciando los casos. Así mismo,
se dan versiones coincidentes de diferentes fuentes en el sentido de un incremento de
los casos de desaparición forzada, recayendo sobre jóvenes y hombres cabezas de
familia. Esta situación se presenta con fuerza también luego de la ruptura de
conversaciones de paz y tiene que ver con distintos fenómenos:
• Reclutamiento forzoso, sobre todo de niños.
• Ejecución de personas sobre las que los grupos armados tienen sospechas fundadas o no de
ser aliados del enemigo y de actuar como informantes. Esta es una tendencia que crece con la
polarización del conflicto.
168 El área más crítica de los enfrentamientos sigue siendo Puerto Caicedo el cual, como se
señaló, es un punto que condensa un bastión en la intercomunicación entre el Bajo
Putumayo-Pasto y Bajo Putumayo-Mocoa/Pitalito.
169 Existen así mismo indicios de un posicionamiento de los grupos armados hacia la
frontera con Ecuador y Perú en Puerto Leguízamo. Las FARC vienen produciendo
contraofensivas en puntos rurales específicos.
 
200

Asesinatos selectivos y ley del silencio


170 En el casco urbano de Puerto Asís se está presentando una guerra silenciosa de
ejecuciones, en diferentes puntos del municipio. Esto continúa llevando a que los
homicidios sigan siendo la principal causa de mortalidad con un 48.2% (1999) sobre el
total de muertes66. Esta tendencia continúa en alza en el 2002 hasta alcanzar un total de
276 muertes violentas, lo que significa que en Puerto Asís se concentró el 55.5% de la
violencia homicida en todo el departamento. El silencio (una especie de omertá mafiosa)
se consolida como un comportamiento extendido en el área67. Normalmente los occisos
son llevados a las afueras del casco urbano. Por razones de inseguridad de manera
general predomina un subregistro muy alto de estadísticas de homicidios, lo cual
dificulta un seguimiento riguroso de este tipo de fenómenos.
 
Los grupos armados, la guerra y la implementación de
las acciones de desarrollo alternativo
171 En el marco del comportamiento pragmático de las organizaciones armadas, surgen
preguntas acerca de su posición frente a la aparente permisibilidad en relación con la
actuación de las instituciones responsables de esta política: ¿Por qué se ha tolerado
relativamente la presencia institucional en áreas bajo su control? ¿Hasta dónde ha sido
posible esa situación?
a. Una explicación a la permisibilidad del trabajo de las instituciones tiene que ver con la
presión que ejerce la comunidad, la cual busca acceder a los escasos recursos que se ofrecen
por parte de las entidades que pretenden una incidencia en la zona.
b. En el caso de los pactos de erradicación manual de cultivos de coca, es evidente el propósito
de la comunidad de impedir la fumigación. Por tanto, la tolerancia a la presencia
institucional por parte de la insurgencia, se explica por la necesidad de no obstaculizar el
compromiso del Estado, caso en el cual interrumpiría el acuerdo con las comunidades, con lo
cual se abriría un espacio propicio a la fumigación mediando así una responsabilidad política
de la insurgencia. Sin embargo vale señalar que la guerrilla juega acá a la espera del fracaso
del desarrollo alternativo del Estado, con lo cual busca relegitimarse como poder local.
c. Es evidente que la guerrilla también busca acceder a los beneficios de los programas
ofrecidos por las entidades como eventualmente puede darse con la compra de reses que
hacen parte de la ayuda alimentaria y que pueden ser utilizadas para su beneficio. Como se
sabe, en general los recursos de cooperación son un ámbito apetecido por los grupos
armados68.
d. Sin embargo si se tienen en cuenta los comunicados emitidos el 6 y 7 de junio de 2002 por el
frente 48 de las FARC en el Putumayo, haciendo sindicaciones muy graves a la ONG
Fundaempresa y al programa PLANTE -como instituciones aliadas del paramilitarismo-
pueden indicar un giro en la tolerancia a su presencia, situación de cambio que se consolida
si se producen acciones de fumigación en la zona y se entra a romper prácticamente todo el
proceso de erradicación manual impulsado por los pactos. De todas maneras uno de los
aspectos que llama la atención es la situación en que se pueden colocar las entidades que
gestionan la política de pactos, en relación con las pretensiones de guerra del alto gobierno.
Esto incluye a la AID cuya presencia -así sea delegada- estará en grave riesgo dadas las
demandas de la embajada de EU en Colombia, en el sentido de incrementar el pié de fuerza y
en general apoyar un escenario de confrontación total a la guerrilla. Esta posición cada vez
más beligerante deslegitima la confianza en la presencia de instituciones relacionadas con el
201

desarrollo como AID-Chemonics. Como se explicó en esto hay un primer antecedente y fue el
asesinato de los dos miembros de Fundaempresa, catalogados como sospechosos de hacer
inteligencia para las fuerzas armadas, de lo cual se sindica a las FARC.
e. Otro caso que genera interrogantes es la situación a futuro alrededor del potencial petrolero
en la zona de Teteyé en el municipio de Puerto Asís, siendo esta una zona bajo control
insurgente. En esa perspectiva, se sabe que ha habido presencia de técnicos que han hecho
mediciones para establecer el potencial del crudo en la zona. El área coincide con una serie
de ofensivas de las FFAA, intensificadas luego de la ruptura de conversaciones en febrero de
2002.
f. El otro punto que está siendo oficializado es el proyecto de interconexión Tumaco-Pasto-
Puerto Asís-Brasil (a través del río Putumayo, que es navegable en su totalidad hasta Brasil).

172 Cabe de todas maneras la pregunta sobre el tema de la permisibilidad de la presencia


institucional: ¿Se está entrando en la fase de cambio de estas circunstancias, por razón
del agravamiento de la confrontación?
173 Sin lugar a dudas la ruptura de conversaciones del Caguán el 20 de febrero de 2002 ha
trascendido directamente sobre zonas estratégicas como el Putumayo, Nariño y Cauca.
Todos los indicadores sobre crisis humanitaria, incluido el desplazamiento forzoso, se
están incrementando luego de esa fecha. Así mismo ha aumentado la intensidad del
conflicto aunque con nuevas modalidades como una guerra selectiva que reproduce
prácticas asimilables a la vendetta mañosa, que afecta las familias, entre otros, de
quienes tengan algún pariente como activo del paramilitarismo 69.
174 Esta situación tiende a agravarse en la medida en que se fuerza a la población a ser
partícipe de la polarización del conflicto. Ambos actores pujan en este sentido,
situación que se hace aún más crítica ante la ausencia de una posición diferenciada de
las dos fuerzas principales en confrontación.
175 Como se señaló, las restricciones al trabajo de los asistentes y responsables de los
proyectos de desarrollo alternativo se generan sobre todo en zonas consideradas de
tránsito o cordones viales para la insurgencia. Al comienzo de junio de 2002 se dieron
dos comunicados del Frente 48 con graves sindicaciones a las entidades responsables o
ejecutoras de los programas de desarrollo alternativo70.
176 Las amenazas y exigencia de renuncia de las alcaldías junto con el cambio de
condiciones a partir de agosto del 2002, redujeron significativamente el margen de
maniobra de mandatarios como el de Puerto Asís, a pesar de haber logrado un manejo
administrativo que lo diferenció de la serie de situaciones dolosas en que incurrieron
las dos anteriores administraciones. En efecto, a diciembre de 2001 se habían
gestionado $ 9.503564.027 (cerca de 44 millones de dólares) por parte de la alcaldía
como resultado del Plan Colombia o la ayuda externa manejada a través de Bogotá.
177 Así mismo las amenazas y posterior salida del alcalde y la grave situación de violencia e
impunidad, se produjo a pesar de las ventajas que ofrece Puerto Asís frente al resto de
municipios del Bajo Putumayo, en relación con el fuerte dispositivo militar tanto del
ejército como de la policía, incrementado por el mismo Plan Colombia. Vale recordar
que ese tipo de situaciones se produce a pesar de la significativa presencia de entidades
de carácter internacional71, junto con las visitas periódicas de grupos de observadores
de diferentes partes del mundo (periodistas, defensores de derechos humanos, etc).
178 Finalmente aunque no menos importante, en el municipio hacen presencia permanente
algunas entidades nacionales como FIP, PLANTE, Red de Solidaridad, Bienestar Familiar,
202

SENA, Corpoica, INCORA a través de las cuales, aunque de manera muy desequilibrada
fluyeron recursos para la zona.
179 Esta estructura institucional que representa el mundo de lo legal, contrasta
fuertemente con la continuidad de una economía ilegal que sostiene mayoritariamente
las actividades económicas principalmente del sector comercial y de servicios. Así
mismo la continuidad de las actividades del narcotráfico permite una alta participación
de intermediarios de la compra de pasta básica y que de alguna manera democratiza el
acceso de sectores medios a los grandes recursos de la economía ilegal. Allí también se
conjuga un fuerte movimiento de insumos de contrabando como precursores químicos,
gasolina, cemento que estimula un sector medio muy poderoso. Dentro de este sector se
encuentran actividades como la libre circulación y venta de los denominados “12 del
patíbulo” en almacenes de agroquímicos72, hecho que expresa el gran poder de los
sectores ilegales que controlan la economía local.
180 Esta ilegalidad que, como se ve, es mucho más que los cultivos ilícitos, controla toda la
economía local y posee una alta capacidad de ocultamiento a través del sostenimiento
de un equilibrio funcional que involucra la actividad económica legal “visible”. Pero lo
más importante es destacar el predominio de unas reglas de juego resultante en primer
lugar de quienes controlan la economía ilegal; en segundo lugar, de las organizaciones
armadas en guerra, simbiosis que disminuye el ámbito de lo institucional a pesar de la
aparente “normalidad” en el ejercicio de sus funciones.
181 La presencia institucional representa así, hasta cierto punto, una situación de enclave.
Esto es, se estructura paralelamente a unas reglas de juego controladas por el poder
económico ilegal o los grupos armados. En otras palabras, la presencia institucional
tiene alguna incidencia en el interior de las oficinas y en proyectos específicos
caracterizados por una significativa atomización. De puertas hacia afuera existen
algunos circuitos mínimos de legitimación de la institucionalidad ya que deben
moverse dentro de un marco de poder y de orden dominado por el narcotráfico y el
paramilitarismo, en el caso de la cabecera municipal de Puerto Asís y de los municipios
del Bajo Putumayo o de los códigos de la insurgencia en la mayor parte de las zonas
rurales. La debilidad para que los organismos de seguridad puedan controlar estas
actividades tiene una trayectoria que se remonta a antecedentes que se caracterizan
por una ausencia de referentes claros de institucionalidad y pérdida de sentido de la
ética civil73.
182 La falta de unos referentes claros de construcción de instituciones estatales fuertes
tiene como premisa la separación de los poderes privados tanto legales como ilegales,
del poder del Estado. Las dimensiones económicas y de seguridad que maneja aquel
poder terminan manipulando la cobertura institucional existente. Si se observa el
ámbito de acción del Estado, este se ve distorsionado por:
183 a. Justicia: la prevalencia de unos códigos de silencio, detrás de los cuales se extienden
ejecuciones extrajudiciales, baja denuncia de delitos graves como homicidios y la
permisibilidad a actuaciones privadas violentas o de aplicación de la justicia “por mano
propia” que pretenden justificarse en el marco de la degradación de la guerra. El 90% de
los casos denunciados de homicidios aparecen registrados como en indagaciones sin
que se sepa de acciones de cumplimiento de la ley y castigo a los responsables 74.
184 b. Seguridad: secularmente en la zona se ha dado una fuerte convivencia de los
organismos de seguridad con grupos de civiles armados que se remonta a comienzos de
la década de los 90. Esta situación se incrementó desde 1997 cuando se decide el ingreso
203

de grupos para militares en la zona, llegándose al extremo de que en el municipio de


Puerto Asís los grupos paramilitares hacían patrullajes por las calles de la población, sin
que hubiese la más mínima reacción de los organismos de seguridad 75. En el ámbito de
ese manejo de la seguridad aparece consolidado el poder del narcotráfico, que a su vez
tiene en la zona un alto poder económico.
185 En ese sentido, el 4 de octubre de 2001, Human Rights Watch ( HRW) a través de un
informe sobre las relaciones entre militares y grupos paramilitares en Colombia, señaló
específicamente a la Brigada 24 de coordinar actividades con los grupos que operan en
la región. Según ese informe: “HRW tiene pruebas que demuestran que entre 1999 y el
2000, la Brigada 24 con sede en Putumayo coordinó operaciones con paramilitares y que
ciertos oficiales al mando de las tropas recibieron pagos regulares de los paramilitares a
cambio de su cooperación“76.
186 c. Actuación institucional sobre políticas de desarrollo: el ámbito de la actuación
institucional se relaciona fuertemente con el desarrollo alternativo y las políticas
alrededor de la ejecución del Plan Colombia. Como se señaló, la actuación de Bogotá
para la región deja un déficit muy grande en la estructuración tanto de políticas como
de instancias que den claridad sobre las reglas de juego y el poder definido de los
intereses propios del Estado frente a los que pretende el poder privado. En segundo
lugar, ese déficit se da con respecto a la participación del poder local hecho que se ve
con más evidencia en el resto de municipios del Bajo Putumayo. En tercer lugar, la
modalidad de contratación de ONGS como ejecutoras de los proyectos va en contravía al
fortalecimiento institucional local y regional.
187 d. Instrumentalización del desorden
188 La sobreposición de un poder ilegal, y la lucha por el control territorial que plantean los
grupos insurgentes, crea un escenario de predominio de órdenes igualmente ilegales
que generan dos situaciones:
189 Por la existencia de una economía ilegal de base, legitimada so-cialmente se establecen
órdenes de regulación con la hegemonía compartida (en situaciones de equilibrio
aunque inestable) de los dos actores armados ilegales. De un lado el paramilitarismo
controla el mercado más poderoso en la medida en que domina los espacios donde
están establecidas las vías de transporte más expeditas y que son las que permiten el
flujo final de la mercancía. Esto se constata en el control relativamente reciente de la
vía terrestre que comunica la frontera ecuatoriana con el Bajo Putumayo. Esta es una
ventaja comparativa frente a la insurgencia que depende principal aunque no
exclusivamente de la vía fluvial, aunque es claro que dominan corredores estratégicos
en la zona rural que intercomunican a Putumayo con Nariño y Ecuador.
190 Los dos actores armados ilegales instrumentalizan el desorden institucional en
diferentes vías. De un lado la insurgencia se mueve en escenarios de total ausencia de
control estatal, en donde establece sus reglamentos pragmáticos determinados por la
racionalidad de la guerra. Establece sus propios circuitos económicos ilegales y en
buena medida el control de esos circuitos está intrínsecamente ligado a esa
racionalidad de la confrontación armada.
191 De otro lado, el paramilitarismo instrumentaliza el desorden institucional de manera
mucho más amplia porque involucra, si tenemos en cuenta los hechos denunciados, a
sectores del mismo Estado en una alianza en donde confluye el narcotráfico, el ejercicio
204

del poder en el marco de ese desorden y la dinámica de la guerra irregular, ámbito en el


cual se equilibra su papel hegemónico.
 
Conclusiones
192 1. La falta de control de territorios como el Putumayo por parte del Estado obedece en
primer lugar a la ausencia de un reconocimiento de estas zonas como parte constitutiva
de la nación y a la carencia de una voluntad de dominio a través del impulso de un
desarrollo capaz de afirmar su soberanía y legitimidad en el nivel local y regional.
193 2. De la misma manera que lo han venido haciendo intereses privados, el Estado actuó
limitada y selectivamente bajo el enfoque de administrar una economía extractiva bien
por concesión a particulares sin mayor control sobre ellos, o bien directamente a través
de la explotación petrolera sin que velara porque los beneficios de esta actividad
apoyaran adecuadamente con recursos el desarrollo regional. Con ello se promovió un
proceso de ocupación del territorio bajo pautas espontáneas, sin planeación ni
previsión de futuro para estas zonas y sus ocupantes, dilapidándose recursos
importantes para la región.
194 3. La herencia de estas dinámicas previas a la presencia de la coca hace que el fenómeno
ilegal se produzca con toda su dinámica sin que existan condiciones de ordenamiento
institucional y orientación del desarrollo bajo la dirección adecuada del Estado. Por el
contrario, ante la ausencia de pautas de control social se producen sistemas de control
basados en la contención ejercida por la fuerza, con lo cual se establecen reglas de
juego basadas en el poder de las armas que, al privatizarse y entrar así en connivencia
con quienes representan la seguridad del Estado, generan un escenario de desorden y
de ausencia de referentes claros de legitimidad y concreción de un interés general.
195 4. Bajo estas condiciones, agravadas por la ausencia de justicia, respeto a los derechos
humanos encarnado en el Estado y sus instituciones, se establece un contexto de
desorden en el cual emergen distintos poderes que a finales de los ochenta son
liderados por grandes narcotraficantes y en la década de los noventa, a raíz del auge de
los cultivos ilícitos se agrega una masa importante de población inmigrante que vio en
la economía ilegal una salida a sus difíciles condiciones económicas.
196 5. La extensión de los grupos insurgentes hacia estas zonas y la respuesta de una
solución paramilitar contra ellos, terminó por socavar los vestigios de construcción de
soberanía estatal. Esta dinámica creció con la economía de la coca y se agravó con su
articulación plena hacia las arcas de los grupos armados quienes iniciaron un proceso
de construcción de instituciones de control propias de escenarios de guerra:
estructuración de sistemas de impuestos; obligatoriedad de venta de materia prima
ilegal en ciertos y determinados puntos para facilitar la apropiación de la plusvalía del
pequeño productor; control autoritario de la población; destrucción de todo intento de
autonomía organizativa de las comunidades y su articulación como parte de la guerra.
197 6. Bajo este gravísimo escenario se inicia la implementación del Plan Colombia con el
desarrollo de fumigaciones intensivas, desarticuladas totalmente de iniciativas claras
de desarrollo alternativo. Como sustituto de esa ausencia de política, se da inicio a los
pactos de erradicación manual cuya interesante pretensión es distorsionada y socavada
por la muy débil capacidad del Estado central para lograr una intervención que coloque
cimientos mínimos pero eficaces a unos fines de desarrollo de largo plazo. Tal situación,
205

agravada por la creación del sistema de contrataciones de ONGS para desarrollar en un


período extremadamente corto un aspecto muy limitado del programa de desarrollo
alternativo como lo fue la “ayuda alimentaria”, terminó por socavar la institucionalidad
local.
198 Adicionalmente desconoció la necesidad de una base sólida de ordenamiento territorial
y ambiental como presupuesto de la política e impuso una vez más, criterios
centralistas que desconocieron la participación creativa de las comunidades y la
promoción de su organización no basada en las entregas de dádivas sino como base
para el desarrollo regional.
199 7. La ruptura de conversaciones de paz del 20 de febrero de 2002 junto con la debilidad
política del Estado en materia de desarrollo alternativo, contribuyó a hacer mucho más
difícil su incidencia en la dirección normativa de un desarrollo regional. La polarización
del conflicto repercute sobre la débil institucionalidad local y acentúa el desorden en
donde campea el poder de las armas. En este contexto se erige la fumigación como el
único instrumento asible para el interés precario de reducir áreas de cultivos como el
principal si no el único indicador de éxito del programa.
200 8. La cooperación internacional de la AID reestructura las propuestas precariamente en
marcha hacia los fines de una erradicación temprana, con lo cual no se asume de
ninguna manera los problemas de fondo aquí planteados, sino que el desarrollo
alternativo sigue sustentándose en el poder disuasivo de la fumigación y los recursos.
Ahora estos son manejados bajo criterio meramente transaccionales con pequeños
núcleos de comunidades campesinas e indígenas a cambio de erradicaciones, como si el
problema se redujese a un acto volun-tarista de “ingreso”a la legalidad. Como se
argumentó, la oferta de empleo e ingreso para el cumplimiento de ese retorno a la
institucionalidad vigente, es estructuralmente precaria.
201 9. En este contexto emerge el Plan Nacional de Desarrollo del presidente Uribe dentro
del cual, si bien se formula un discurso que busca sacar el desarrollo alternativo de su
condición de plan asistencialista y de emergencia, recuperando un enfoque de
desarrollo regional, se contradice con la modalidad transaccional de AID y con la
irracionalidad comprobada de las fumigaciones que han hecho fracasar proyectos
gubernamentales y de la misma cooperación internacional.
202 10. Se requiere un replanteamiento de toda la política frente a los cultivos ilícitos a
través del fortalecimiento efectivo de la institucionalidad local y regional en procesos
de mediano y largo plazo de desarrollo regional, basados en el ordenamiento del
territorio y en la participación de las comunidades, en lo cual se hace indispensable el
desarrollo de políticas de promoción de la organización social y de las entidades de
socialización (sistema educativo y tejido social). Así mismo es prioritario el
fortalecimiento de un sistema de justicia eficiente que vele por la seguridad de los
derechos fundamentales de la población.
203 11. Las fumigaciones aéreas han causado ya un desplazamiento forzoso hacia zonas en
donde no se han estructurado procesos de desarrollo de mediano y largo plazo que
contribuyan a ofrecer alternativas a esta masa de cultivadores de ilícitos. En general en
estas zonas (Nariño por ejemplo) se vienen improvisando programas asistencia-listas
en lo productivo los cuales son asumidos por entidades entrenadas para atender
emergencias humanitarias, más que para ofrecer alternativas económicas sostenibles.
Con ello se establece otra contradicción flagrante frente a los propósitos políticos
206

consignados dentro del Plan de Desarrollo del presidente Uribe en relación con un
tratamiento adecuado de los cultivos ilícitos.
204 12. El escenario “previsible” a corto plazo es un ambiente de equilibrio muy inestable,
tal como lo demostró la nueva ofensiva de las FARC el pasado febrero de 2003 contra las
inspecciones El Tigre y El Placer, catalogados como puntos de repliegue paramilitar. Las
tensiones se mueven dentro de un período de relativa calma con algunos sobresaltos,
como resultado de los efectos de la fumigación, de reacomodamiento de fuerzas, el
restablecimiento de la “funcionalidad” de la frontera y en síntesis, un proceso de
“normalización” de ese nuevo equilibrio inestable77. Todo esto en un contexto de pocas
fortalezas institucionales, sin embargo cabe la pregunta acerca de las variables que
intervienen en el diseño de ese eventual escenario futuro para el Putumayo.
205 Algunas variables identificadas que podrían intervenir con una incidencia en la
compleja situación del Putumayo serían:
• La estructuración de una política coherente y de clara incidencia sobre el desplazamiento
forzoso.
• El tipo de desarrollos específicos en relación con el programa de desarrollo alternativo y su
componente de guardabosques que ha propuesto el gobierno.
• La estructuración de una política de fronteras (la cual que se relaciona en términos
coyunturales, con el futuro político y su estabilidad en Ecuador).
• La eventual tendencia de movilidad de los cultivos ilícitos de coca hacia Ecuador, sin
embargo quedan dudas sobre la sostenibilidad de un proceso en esta dirección. Así mismo
este aspecto depende de la suerte del tema de seguridad fronteriza y de manera más clara la
opción que asuma el gobierno ecuatoriano frente al desenvolvimiento del conflicto armado
colombiano.
• Las presiones de EU sobre un mayor comprometimiento de las FFAA de Ecuador van a pesar
en la dinámica de fuerzas frente a la disputa sobre el control territorial en la zona.
• Finalmente para el caso del Putumayo, las definiciones en materia de política petrolera van a
tener también una incidencia sobre el futuro de la región y del mismo conflicto.
206 Todos estos factores de poder van a jugar en la serie de definiciones a futuro para la
región.
 
207

Cultivos ilícitos y dinámica de la guerra por el control del territorio en Putumayo (situación a enero
de 2003)

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Diego (Cauca); (delegados gobernaciones región Surcolombiana); Lurduy, José (asesor fescol);
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210

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— “Audit of the USAID/Colombia -Financed Coca Alternative Development Program under the Plan
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de 2001, Bogotá.

— “La conversación”, Jorge Visbal, febrero 25 del 2001

El Tiempo, “Piden revisar visas de militares”, octubre 5 de 2001, Bogotá.

NOTAS
1. La actividad de campo para el soporte de la información se desarrolló desde febrero de 2001,
febrero, julio y agosto de 2002.
2. Sobre el tema, Zárate. Carlos (2002).
3. Municipio de Puerto Asís. Plan Básico de Ordenamiento Territorial, Diagnóstico General.
Puerto Asís, 2001.
4. Ibidem.
5. Así por ejemplo, el 64.5% de los negocios inscritos en la Cámara de Comercio de Puerto Asís
corresponden a “ventas al detal”.
6. Policía Nacional, Dirección Antinarcóticos “Situación del Narcotráfico en Colombia”, marzo de
2000, Bogotá (mimeo).
7. Este total fue ajustado en términos globales para el departamento, es decir, sin discriminar por
municipios arrojando un consolidado de 47.120 has.
8. IGAC Diccionario Geográfico de Colombia (1998), Bogotá y Plan de Desarrollo De partamental del
Putumayo 1998-2.000, Mocoa.
9. La metodología que se siguió para establecer las necesidades de atención se encuentran en el
anexo del documento IDEAM, “Elementos para el ordenamiento ambiental del territorio”. 1999.
Bogotá.
10. Véase Vargas. Ricardo (1999).
11. A pesar de que la Iglesia católica ha jugado un papel de liderazgo muy temprano en la
colonización del Putumayo, no pudo consolidar una influencia socialmente significativa y por el
contrario ha sido aislada y duramente golpeada por la dinámica de vio lencia que se impuso en la
región. Esto junto con la ausencia de una institucionalidad constructora de legitimidad y la baja
cobertura de la legalidad estatal, condujo a crear condiciones de hegemonía de los poderes
privados como el narcotráfico o los grupos insurgentes presentes en la región.
12. Véase Consejo Municipal de Desarrollo Rural (CMDR). Municipio de Puerto Asís, “Documento
del CMDR”.
13. CMDR. Ibidem
14. Sin embargo hacia el 2002 existían síntomas de un nuevo e incipiente proceso de organización
estimulados por ANUC-Putumayo por un lado y por otro, muy pausadamente, la Pastoral Social.
15. Contraloría General de la República, Plan Colombia, Tercer Informe de Evaluación, julio de
2002, Bogotá.
211

16. La dosis de 8 litros por hectárea fue consignada en la Resolución 1065 del 26 de noviembre de
2001. La nueva dosis se decidió a comienzos del 2003. No se conocen estudios que sustenten los
eventuales impactos ambientales y de salud en relación con este cambio.
17. Hemos reseñado dos de los cuatro: negociación con los grupos alzados en armas y lucha
contra el narcotráfico.
18. El FIP se creó como una cuenta especial del Departamento Administrativo de Presidencia, sin
personería jurídica y se administra como un sistema separado. Véase, Contraloría General de la
República, Plan Colombia, Tercer Informe de Evaluación, julio de 2002, Bogotá.
19. Este Fondo se creó mediante la Ley 368 de 1997 como una cuenta especial del Departamento
Administrativo de Presidencia de la República (DAPRE), “cuyo objeto es la financiación de
programas de paz encaminados a fomentar la reincorporación a la vida civil de los grupos alzados
en armas”. Véase Contraloría General de la República ( CGR) ibidem p. 9.
20. El PLANTE es otra entidad dependiente del DAPRE fue creado bajo la administración Samper
mediante el Decreto 472 de 1996 y fue hasta mediados de 2002 la primera autoridad en materia de
políticas de desarrollo alternativo para los cultivos ilícitos.
21. Entre las características que debían reunir los proyectos se señaló: “Que sean de naturaleza
comunitaria y hayan sido formulados mediante procesos de participación y concertación con la
comunidad, la cual debe asumir un papel activo en todo el ciclo del proyecto; incorporen las
acciones de fortalecimiento institucional regional y desarrollo organizativo, necesarias para
garantizar un adecuado soporte a la operación del proyecto y a la dinamización de procesos de
construcción social; prevean acciones e inversiones en infraestructura física y social necesarias
para contar con un entorno que contribuya a los propósitos del proyecto”. Así mismo: “que se
dirijan a beneficiar en forma directa a pequeños y medianos productores, población indígena,
campesinos sin tierra y en general, a los grupos más vulnerables de la población rural;
demuestren su viabilidad y sostenibilidad económica, técnica, financiera, ambiental y
organizativa; sean coherentes con los planes de ordenamiento territorial y con los planes de
desarrollo de las unidades territoriales en las cuales se proyecta su ejecución; su localización
corresponda a las áreas geográficas y a grupos poblacionales priorizados por el Consejo Directivo
del FIP”. Véase República de Colombia, Departamento Administrativo de la Presidencia de la
República, Fondo de Inversión para la Paz, (DAPR-FIP), Consejo Directivo, Acuerdo No. 03 de 2000,
Bogotá.
22. Los documentos estuvieron bajo la coordinación del sociólogo Rubén Darío Pinzón, a la sazón
director de la UMATA.
23. Para la versión inicial del Plan Colombia véase Presidencia de la República. Oficina del Alto
Comisionado para la Paz - Departamento Nacional de Planeación, Plan Colombia, diciembre de
1998, Puerto Wilches.
24. Véase los documentos Alcaldía de Puerto Asís, UMATA “Reconversión de la economía de Puerto
Asís - Sustitución voluntaria de cultivos ilícitos en Santana, Putumayo. Colombia”; “Seguridad
Nutricional para la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos” y “Creación de una
comercializadora de doble vía”, agosto de 2000. Puerto Asís.
25. Municipio de Puerto Asís-UMATA “Reconversión de la Economía de Puerto Asís”, junio de 2000,
Puerto Asís.
26. Lo anterior sin referir los problemas administrativos que de suyo plantea el modelo del FIP
puestos de presente en el informe de la Contraloría sobre Plan Colombia. El FIP “tiene una planta
de 17 profesionales del DAPRE adscritos a este Fondo y una nómina de 592 consultores de todo
orden, con un costo que supera los $9.000 millones al año”. El FIP “se ha convertido en una
organización altamente compleja, que de alguna manera, establece un paralelismo con las
funciones propias del DAPRE. especialmente en materia de revisión jurídica, evaluación y control”.
Contraloría General de la República. Ibidem p.10.
212

27. Contraloría General de la República, Plan Colombia, Primer Informe de Evaluación, agosto de
2001
28. Contraloría General de la República, ibidem.
29. Contraloría General de la República, Ibidem.
30. En diferentes oportunidades la embajadora de EEUU en Colombia Anne Patterson ha señalado
que “la punta de lanza del Plan Colombia son las fumigaciones de cultivos ilícitos”. Véase por
ejemplo, “Las nuevas relaciones entre Estados Unidos y Colombia” en La Revista. El Espectador,
noviembre 4 de 2001, Bogotá.
31. Esta situación contrasta fuertemente con lo consignado por el FIP para atender los proyectos
de comercialización. “Proyectos para viabilizar Alternativas Productivas, de Comercialización y/
o Tecnológicas, básicamente son proyectos de investigación aplicada, de corto plazo y bajo costo,
orientados a remover obstáculos para hacer viables proyectos promisorios en la generación de
ingresos, empleo y seguridad alimentaria. Al interior de este tipo pueden distinguirse proyectos
que definan qué producir, proyectos que definan ajustes y mejoras de los sistemas de
comercialización, proyectos que definan cómo producir”. Véase República de Colombia,
Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, Fondo de Inversión para la Paz,
DAPR-FIP, Consejo Directivo, Acuerdo No. 01 de 2000, Bogotá.
32. Término acuñado por los asistentes a un taller de evaluación de los pactos adelantado en
Puerto Asís durante los días 8 y 9 de febrero de 2002 con presencia de las autoridades locales y
representantes de las comunidades. La responsabilidad de la política recae en primer lugar sobre
el programa plante y en segundo lugar sobre los Ministerios de Agricultura y Ambiente.
33. Las ONG contratadas por el Estado colombiano recibieron $130.000 pesos (U.S. 60
aproximadamente) por cada entrega a la familia beneficiaria. Sin entrar a problema-tizar lo que
ambientalmente representa la ampliación del hato ganadero del Putumayo, en la práctica lo que
hay es la entrega de vacas y no proyectos ganaderos.
34. El cambio de los bienes de la autosuficencia alimentaria por bebidas alcohólicas o su venta a
mitad de precio o la simple desaparición de los mismos como las gallinas, dan cuenta de la
improvisión con que asumió este tipo de acciones.
35. Con las generalizadas fumigaciones de los pastos, los dueños de las reses se ven forzados a
sacarlas hacia otros sitios incrementando así el desorden económico y la in-certidumbre social
con lo cual se pierde lo que el Estado busca supuestamente construir, esto es, una economía legal
alternativa.
36. Este fue un proyecto inconcluso de la administración Samper que generó grandes sobrecostos
para ser terminada.
37. La baja producción de hoy se explica por la serie de errores cometidos por el Estado al
convocar a la siembra sin haber asegurado el funcionamiento de la planta. Muchos cultivadores
se quedaron con la producción y sin su compra.
38. Véase Defensoría del Pueblo, Resolución Defensorial Nacional No. 026 “Dere chos Humanos y
Derecho Internacional Humanitario en el marco del conflicto armado y de las fumigaciones de los
cultivos de coca en el departamento del Putumayo”, octubre 9 de 2002, Bogotá.
39. El recuento del trámite se hace con base en USAID, Testimonio de Adolfo Franco. Sub-
Administrador para América Latina y el Caribe (www.usaid.gov).
40. Seguramente Plante.
41. USAID, Asistencia de los Estados Unidos a Colombia y a la Región Andina, Testimonio de Adolfo
Franco, Sub Administrador para América Latina y el Caribe, (s.f.)
42. USAID Asistencia de los Estados Unidos a Colombia y a la Región Andina, Ibidem.
43. Estas entidades fueron calificadas como “operadoras” y su reconocimiento está contemplado
en el Acuerdo No. 01 de 2000 del DAPR-FIP así: “Los proyectos pueden tener origen en
organizaciones comunitarias, entes territoriales, entidades públicas u Organizaciones no
213

Gubernamentales, las cuales deben formular los proyectos con el apoyo de “Entidades
Operadoras de proyectos” reconocidas por el Fondo de Inversiones para la Paz, a través de las
cuales se presentarán los proyectos”.
44. Como bien lo señala la Contraloría, la mayor parte de estas entidades ( ONG) venían de la
experiencia del Forec (Fondo de Reconstrucción del eje Cafetero). El órgano de control constató
que “aparte de algunos problemas en la selección de las ONG, que se están verificando por la CGR,
el trasplante mecánico de esta fórmula operativa a las zonas de mayor conflicto como el
Magdalena Medio, Putumayo y Caquetá, no fue la más aconsejable, porque las condiciones
sociales, políticas y económicas no eran similares a las del eje cafetero”, CGR, Ibidem p.10.
45. Esta es una de las consecuencias de la máxima que se ha venido consolidando en estos niveles:
“Quien pone la plata, pone las condiciones”.
46. USAID, Ibidem.
47. USAID, Ibidem (s.p.)
48. Concejo Municipal Municipio de San Miguel - Putumayo Carta a Gonzalo de Francisco, enero
12 del 2.001, CSM-013.
49. El bosque protector del río Guamuez fue afectado. El hecho constituyó una violación flagrante
de la resolución 005 de agosto del 2000 que determinó respetar una dis tancia de 100 metros
frente a los cuerpos de agua.
50. Véase Defensoría del Pueblo-Delegada para los Derechos Colectivos y del Ambiente “Informe
Defensorial No. 1 Fumigaciones y Proyectos de Desarrollo Alternativo en el Putumayo” febrero 9
del 2001
51. Véase Pacto Social de Desarrollo Alternativo y Erradicación Voluntaria con las comunidades
Kofan, Awa, Embera, Paez, Quechua y Pastos, que forman parte del Plan de Vida del Pueblo Kofán
y Cabildos indígenas del Valle del Guamuez, San Miguel, departamento del Putumayo, 12 de
enero del 2001.
52. En este punto surge una pregunta: ¿Entonces a qué se reduce la presencia de las autoridades
de Salud. Ambiente e ica? Si antinarcóticos tiene esa discreción pueden decir que la fumigación se
tuvo que hacer a 30 metros de altura: por razones de seguridad!
53. Defensoría del Pueblo Resolución Defensorial Nacional 026, Derechos Humanos y dih en el
marco del conflicto armado y de las fumigaciones de los cultivos de coca en el Departamento del
Putumayo, oct.9 de 2002, Bogotá.
54. Municipio de Puerto Asís, UMATA, Ibidem, p. 9.
55. Municipio de Puerto Asís. Plan de Ordenamiento Territorial, Puerto Asís, 2000.
56. Pasta Básica de Cocaína.
57. En la región se conocen como chichipatos. Los cuales se sitúan entre el productor y el capital
comprador de PBC.
58. Véase “la conversación” con Jorge Visbal en La Revista, El Espectador febrero 25 del 2001.
59. En sólo Puerto Asís, se calcula que pueden existir más de mil pequeños y medianos
comisionistas. Esto da una buena idea del tamaño de las confrontaciones que pueden suscitarse
frente a esta masa de intermediarios.
60. En abril del 2001, la guerrilla pagaba al productor 2 millones de pesos mientras ella vendía ese
mismo kilo por 2 millones quinientos mil pesos, precio real del mercado.
61. El paro armado de las Farc se produce en el departamento del Putumayo desde finales de 25
septiembre hasta el 28 de noviembre de 2000.
62. A partir de ese tipo de medidas como el de bloqueo de alimentos, la guerrilla su fre un
desgaste en donde las fuerzas armadas se limitan a dejar que el paro avance en el tiempo y
efectivamente cuando el paro se hace insostenible por su deslegitimación, al final el ingreso de
las FFAA a puntos como Puerto Asís con cargamentos de alimentos, se vive una euforia colectiva
que es capitalizada por las FFAA.
214

63. Véase Departamento Administrativo de Salud del Putumayo DASALUD, enero de 2003 y
Defensoría del Pueblo “Informe Defensorial Putumayo”, octubre de 2002.
64. Defensoría del Pueblo, Ibidem, p. 10.
65. Sobre este eje se adelanta una ofensiva militar a lo largo del 2002.
66. Véase Departamento del Putumayo, Alcaldía de Puerto Asís Plan de Contingencia para la
Prevención y Atención Integral del Desplazamiento Forzoso en el Municipio de Puerto Asís (s.f.).
67. Un funcionario judicial cuyo nombre se reservó, señaló como ejemplo la ocurrencia de un
homicidio a pocos metros del batallón militar a las 5 de la tarde. El homicida se desplazó delante
de varios testigos. Cuando las autoridades se acercaron a los pocos minutos de haber ocurrido el
hecho, nadie ofreció información, ni siquiera para describir las características externas del
sujeto. Primó el silencio, una práctica consolidada en la zona.
68. En efecto, en zonas como Puerto Limón en Putumayo y en otros sitios de ese departamento,
ya se empiezan a presentar problemas hacia finales de 2002 por la apropiación ilegal al parecer
por parte de la guerrilla de una parte del ganado entregado como ayuda alimentaria.
69. En general la orden perentoria que se imparte es: “Quien tenga familiares en los paras debe
irse”. Este tipo de hechos se retroalimenta de situaciones parecidas usadas por los grupos
paramilitares e incluso por parte de las FFAA y el mismo Estado: casos, entre muchos, como el
asesinato sistemático los hermanos del comandante Gabino del ELN en Santander, o de la familia
de Pablo Catatumbo o recientemente el caso del hermano de Andrés París, miembro este del
secretariado de las FARC, detenido sin mayores pruebas de su supuesto compromiso con la
insurgencia, hecho que fue rectificado con su liberación luego de varios meses de estar detenido.
70. Estas se hicieron a través de dos volantes. El Comunicado No. 1 de junio 6 de 2002 dice así:
“1. El Frente 48 comunica que Alvaro Uribe Vélez (AUV) representa el paramilitarismo estatal. 2.
Que la gran mayoría de funcionarios y entidades como Fundaempresa, plante y otros son los
intermediarios para imponer la política paramilitar en las regiones de Colombia 3. Tanto AUV
como la mayoría de los alcaldes, Concejos Municipales, Inspectores, corregidores, jueces y fiscales
orquestan la guerra criminal contra el pueblo, desviando los recursos de la inversión social para
alimentar la represión, la guerra sucia y la violencia oficial. 4. Convoca a crear un bloque de
resistencia para enfrentar la guerra civil”. Al día siguiente, se emite un segundo comunicado en
los mismos términos, pero amenazando perentoriamente a los alcaldes: “5.... En vista de lo
anterior el Frente 48 no permitirá el funcionamiento de alcaldes. Concejos Municipales,
Inspectores, Corregidores, Jueces y Fiscales a partir de la fecha. 6…. el Frente 48 Pedro Martínez
exige a todos los funcionarios públicos ya mencionados renunciar inmediatamente a sus cargos”.
71. En Puerto Asís han abierto sede las siguientes entidades, ACNUR, OIM. Médicos Sin Fronteras y
la Cruz Roja Internacional.
72. Entrevista a un ingeniero agrícola cuyo nombre se reservó, y que adelantó una labor de
auscultación sobre la presencia de agroquímicos altamente tóxicos prohibidos en los países del
norte pero que siguen circulando en sitios como Putumayo.
73. La trayectoria se refiere a tres momentos en la historia del narcotráfico en la región
relacionados con la acción u omisión de los organismos de seguridad estatal en Putumayo: 1. A
finales de los ochenta y comienzos de los noventa, denuncias graves alrededor de la Policía
Antinarcóticos y hechos de violencia. Véase Comisión Andina de Juristas seccional Colombia
“Putumayo: serie informes regionales de Derechos Humanos”, 1994, Bogotá. 2. Las graves y
reiteradas denuncias hechas por el Personero de Puerto Asís Germán Martínez sobre las
relaciones entre paramilitarismo y organismos de seguridad hacia finales de los noventa y
comienzos del nuevo milenio y que no llegaron a un esclarecimiento por parte de la justicia
colombiana. El personero está hoy asilado en Canadá. 3. Las denuncias de Human Rigths Watch
sobre financiación de agentes de seguridad estatal por parte del paramilitarismo en el 2002.
215

74. Esta grave situación de impunidad contrasta con indicadores de la cooperación internacional
en cuanto a la construcción de “casas de justicia” que si bien representa una mejora de
instalaciones locativas, no significan nada en el mejoramiento en el cum plimiento de la ley.
75. Como se señaló, también esta situación fue reiteradamente denunciada hacia finales de los 90
por el Personero Municipal Germán Martínez quien se movilizaba fuertemente escoltado para
ejercer sus funciones. Su asilo en Canadá obedeció a graves amenazas contra su vida.
76. Véase Human Rights Watch Informe 2001 “La Sexta División”, capítulo La Brigada XXIV. Así
mismo el informe periodístico “Piden revisar visas de militares”, en El Tiempo octubre 5 de 2001,
Bogotá. En este informe se detalla el nivel de relación de las fuerzas armadas y de Policía con los
grupos paramilitares:
“Pilar”, una contadora que trabajó con las autodefensas, cuenta que Darío (jefe de finanzas de las
AUC en el Putumayo) a través de contactos por radio y celular con agentes de la policía y militares,
siempre sabía de antemano lo que iba a hacer el ejército. Según su relato, el 15 de diciembre de
2000 un grupo de fiscales enviados para capturar a los paramilitares en Puerto Asís sólo dieron
con alias “El Ruso” porque no entendió las señales de un policía en el aeropuerto. Ella dice que los
paras le pagan mensualmente a policías y militares. “Si era capitán recibía entre 2000 y 3000
dólares; mayor 2500; y los soldados, 1500. A los coroneles les pagaban pero no directamente”.
Según “Pilar”, los paras manejan en la región US 650.000 dólares por mes de impuestos de la
coca.” Así mismo “paras y militares habrían coordinado el ataque de julio del 2000 a Puerto Vega
e incluso que autodefensas habrían viajado en helicóptero oficial”.
77. Este punto 12 es el resultado de una reflexión colectiva junto con Rodrigo Velaidez y Carolina
Cortés.

NOTAS FINALES
1. Sociólogo. Investigador asociado del Transnational Institute ( TNI) de Amsterdam. Representa a
la plataforma Acción Andina en Colombia. Hace parte del proyecto Drogas y Democracias
desarrollado con el apoyo del TNI y Acción Andina. Autor entre otros de Drogas. máscaras y juegos.
Tercer Mundo, TNI, Acción Andina, mayo 1909 y Fumigación y conflicto, Tercer Mundo, TNI y
Acción Andina, noviembre de 1999. E.Mail:[email protected]
216

Democratización política y contra


reforma paramilitar en colombia
Mauricio Romero

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l'auteur1

1 Este trabajo analiza el paramilitarismo y las autodefensas en el contexto de


democratización iniciada en 1982 con las negociaciones de paz entre gobierno y
guerrilla, la apertura política, y luego la descentralización y la primera elección de
alcaldes en 1987. El texto considera la consolidación de esos grupos armados como
parte de una confluencia más amplia de oposición a cualquier reforma que redistribuya
el poder y la riqueza en el sector rural.
2 Los paramilitares o autodefensas han sido asociados en Colombia con el narcotráfico y
sus formas de resolución de conflictos; con las estrategias contrainsurgentes de las
Fuerzas Armadas, y las tácticas de “guerra sucia” para enfrentar a la guerrilla
revolucionaria con formas parainstitucionales de control de la protesta social por parte
de facciones “mafiosas” del capital, o con el crecimiento del latifundio ganadero y el
desalojo violento de campesinos de la tierra por hacendados 1. Estas fueron las
interpretaciones avanzadas por académicos, abogados, organizaciones de Derechos
Humanos y simpatizantes de izquierda en las primeras publicaciones sobre el tema
durante los años ochenta y comienzos de los noventa. Esas perspectivas iniciales se
apoyaron, entre otras fuentes, en los mismos reportes oficiales del Procurador General
de la Nación o del Departamento Administrativo de Seguridad (das), en los que
vinculaban a efectivos de las fuerzas armadas con grupos de “justicia privada” 2.
3 Junto con estas visiones del fenómeno paramilitar, ganó audiencia otra asociada con la
falta de seguridad para propietarios, inversionistas y negociantes rurales en la segunda
mitad de la década de los años noventa, perspectiva que ya contaba con simpatizantes
dentro del gabinete ministerial desde 19873. Los gremios del sector y los políticos
cercanos prefirieron nombrar a esos grupos como autodefensas, buscando legitimidad
217

para lo que se consideraba como el derecho a la defensa propia de esas élites regionales
agredidas por la guerrilla4. Así lo dejó entender Fernando Botero, primer ministro de
Defensa del gobierno liberal del Presidente Ernesto Samper (1994-1998), en el congreso
ganadero de octubre de 1994. Esta visión tomó forma en la propuesta para crear las
cooperativas de seguridad Convivir en 1995, organizaciones privadas de vigilancia,
información y seguridad rural, diseñadas para obtener la cooperación entre sectores de
propietarios y las Fuerzas Armadas en las labores de control del orden público. Esa
confluencia entre “sociedad y Fuerzas Armadas” había sido largamente buscada por los
altos mandos militares, dada la desconfianza, y en ocasiones franca hostilidad, de
sectores de oposición, organizaciones sociales o de la misma población hacia la
organización militar en las regiones con conflicto social y armado. Las denuncias por
violar los Derechos Humanos hechas por grupos de abogados y activistas sociales,
medios de comunicación y organismos del sector judicial confirmaron ese sentimiento
de inseguridad frente a las fuerzas del orden. Si bien la legalización de las Convivir fue
finalmente revocada a raíz de una intensa oposición de las redes de Derechos Humanos,
las cuales consideraron que la propuesta tenía el riesgo de legalizar a los grupos de
sicarios y justicia privada, la iniciativa señaló la necesidad de protección de los
propietarios rurales frente a los crecientes efectos del conflicto armado. Lo discutible
no era esta demanda por seguridad, sino la delegación implícita de la justicia en manos
privadas.
4 Ese énfasis en la seguridad también vino acompañado con una clara diferenciación
entre autodefensa y paramilitarismo. La distinción había sido útil para separar los
orígenes de estos grupos armados no estatales -campesinos y hacendados organizados
para defenderse o sicarios a sueldo ligados a terratenientes o narcotraficantes- Sin
embargo, el poder descriptivo de esa diferenciación fue perdiendo sentido en la medida
en que los distintos grupos coincidieron a mediados de los años noventa -bien en la
práctica o en la concepción sobre cómo superar el conflicto armado- con los
organismos de seguridad de las Fuerzas Armadas. Sin duda, estos aparatos de seguridad
han continuado atados a las doctrinas de la Guerra Fría, sin una modernización
conceptual que supere el dogma de la eliminación del “enemigo interior”, propio de las
guerras de contrainsurgencia. Una necesaria renovación doctrinaria las ubicaría en el
nuevo contexto mundial de democratización, y por tanto, facilitaría una negociación
política del conflicto armado. La aplicación de ese principio de guerra interior por
organismos estatales y la propia asimilación por grupos privados armados, creó un
campo de acción en donde coincidieron diferentes sectores. Dentro de ese campo de
acción fueron incluidos como blancos no sólo opositores políticos, activistas sociales o
“guerrilleros de civil” o “parasubversivos”, como el jefe de los paramilitares, Carlos
Castaño, nombra a las redes de apoyo civil de las guerrillas, dentro de las cuales
también ubica a un gran espectro de población que no está de acuerdo con sus
estrategias y postulados. Así, la ambigüedad de la distinción ha sido utilizada como
parte de un dispositivo de oculta-miento para darle vía libre a un mecanismo expedito
y efectivo de combatir no sólo la subversión, sino también los intentos reformistas y las
demandas por democratización. Esa manera de ver el paramilitarismo sólo como un
“derecho a la defensa propia” -ha tendido a reducir la amplitud del fenómeno a un
problema de “oferta y demanda por seguridad”, ocultando sus devastadores efectos en
la modernización política iniciada por el presidente Belisario Betancur en 1982.
5 En este trabajo se quiere presentar una perspectiva que añade otra dimensión a la
complejidad del fenómeno paramilitar, sin desconocer los puntos de vista expuestos
218

por las anteriores interpretaciones. El texto busca hacer énfasis sobre un aspecto al cual
no se le ha dado la suficiente atención: el contexto de apertura política,
descentralización y negociación de paz con las guerrillas en el que surgieron los grupos
paramilitares en la década de los ochenta. Los riesgos de una posible democratización
provocaron la reacción negativa de elites regionales ligadas a los partidos Liberal y
Conservador pero principalmente al primero- frente a la posible incorporación a los
diferentes sistemas políticos locales de los antiguos insurgentes, y con esto, la inclusión
de grupos sociales hasta ese momento marginados del debate público. El mismo
fenómeno paramilitar se puede analizar desde una perspectiva que considere los
miedos y temores que genera la inclusión política de grupos que habían sido
considerados como “ajenos a la nacionalidad” por los sectores privilegiados. Esta
apertura del régimen político trajo competencia local, amplió la agenda de discusión
pública a temas de justicia social y derechos en general, y amenazó con desplazar del
poder institucional a las redes políticas y de intereses tradicionales, lo mismo que con
ampliar los marcos de interpretación asociados con estas.
 
Equilibrios políticos en riesgo y reacción
6 Lo anterior se pudo observar en las regiones en donde la guerrilla y sus aliados
electorales tenían un significativo apoyo, como en Urabá y el sur de Córdoba, el bajo
Cauca y el Magdalena medio, y el piedemonte de la cordillera oriental; estas regiones
son precisamente los centros en donde se desarrollaron los núcleos paramilitares, en su
gran mayoría regiones dominadas por las redes afines al partido liberal y con tendencia
a tener economías basadas en la gran propiedad territorial o con una alta
concentración de la tierra5. Esas redes además de percibir el riesgo político, estaban
siendo cortejadas al mismo tiempo por los emergentes y poderosos jefes del
narcotráfico, quienes venían adquiriendo tierras rurales y urbanas en las zonas con
conflicto social y armado desde finales de la década del setenta 6.
7 Por contraste, es de resaltar la evolución política de los departamentos del sur
occidente del país, como Nariño, Cauca, Tolima, Huila y Caquetá, en donde la crisis del
partido Liberal y Conservador ha sido más aguda, sus liderazgos han tendido a
desintegrarse y los grupos paramilitares han tenido más dificultad para consolidar una
base firme, objetivo logrado en las regiones mencionadas primero. Ese vacío político
está siendo ocupado por movimientos sociales y electorales diferentes al bipartidismo,
con agendas cercanas a la socialdemocracia y el multiculturalismo, como se observó en
las elecciones regionales de octubre de 2000. Hay que resaltar que esas redes
emergentes en el sur occidente han logrado conformar una propuesta progresista,
condenando el uso de la violencia, pero buscando una salida negociada al conflicto
armado y sin renunciar a una mayor democratización. Hasta el momento, estos grupos
emergentes no han sido acusados de apoyar a la subversión armada, recurso aún
utilizado por los políticos tradicionales para descalificar a los movimientos demo-
cratizadores. Éstos han sido el principal blanco de los paramilitares, quienes fielmente
aplican el principio de “quitarle el agua al pez”, aludiendo a la relación de grupos de la
población civil con la guerrilla, lo cual ha significado llanamente el asesinato, la
desaparición, el destierro o el silencio de quienes han buscado reformas y mayor
participación en las estructuras de poder, mientras que la guerrilla ha respondido a esa
“guerra sucia” fortaleciendo su aparato militar y de inteligencia.
219

8 Así, la apertura política y las negociaciones de paz, combinadas con la descentralización


y la elección de alcaldes, pusieron en riesgo -o al menos esa fue la percepción de los
liderazgos tradicionales- los equilibrios políticos establecidos en las regiones en donde
la guerrilla y sus aliados electorales habían logrado influencia. Pero además, esa misma
apertura institucional y del régimen también ofreció posibilidades para la acción
colectiva de grupos y sectores sociales que habían sido marginados por la forma
limitada del sistema de representación electoral y el aplastante dominio de las élites
locales y rurales en la política regional y nacional. Los líderes y activistas que
encabezaron esas movilizaciones han sido las principales víctimas de la crisis de
Derechos Humanos de las dos últimas décadas. Es cierto que la “combinación de todas
las formas de lucha” -electoral, armada y movilización social- de la guerrilla, en
especial de las FARC no contribuyó en nada a la propuesta de paz del presidente
Betancur en 1982, pero la estrategia contrainsurgente de eliminar a los frentes
electorales surgidos de la guerrilla, como resultado de los acuerdos de paz, tuvo un
efecto aún más nocivo en las posibilidades de reconciliación. Al aniquilar a la Unión
Patriótica, UP, coalición electoral que incluía a sectores progresistas, al partido
comunista, y a miembros de las FARC, el grupo insurgente más fuerte, lo mismo que a los
movimientos regionales de otras tendencias de la izquierda, la reacción en contra de las
nuevas agrupaciones acabó con la posibilidad de debilitar a los “guerreristas” de la
guerrilla, al impedir que los partidarios de formas legales de participación pública
cosecharan los beneficios de una movilización política exitosa. Esa estrategia también
dio, desde la autoridad, una señal que legitimó el uso de la violencia como forma de
resolución de conflictos, hecho que ha estado en la base de la crisis de Derechos
Humanos en la que ha vivido el país desde hace dos décadas. Así, a través del terror, los
paramilitares y sus colaboradores civiles y estatales comenzaron una carrera como
actores decisivos en las posibilidades de una negociación de paz.
9 Sin estar ligados a la guerrilla, y algunos con nexos orgánicos con esta, campesinos sin
tierra, pequeños propietarios endeudados y asalariados rurales explotados, pobladores
urbanos sin vivienda o en barrios con limitada dotación de servicios básicos,
trabajadores y sindicalistas perseguidos por exigir derechos laborales y de asociación,
vieron en las negociaciones de paz, la apertura política y la des centralización una
oportunidad para movilizarse y avanzar en la democratización de las relaciones
sociales y políticas del país. Algo similar ocurrió con indígenas y comunidades negras
que buscaban reconocimiento a sus demandas y a la multiculturalidad; activistas de
Derechos Humanos y ambientales que presionaban por el respeto a la vida, a la
biodiversidad y el desarrollo sostenible; periodistas que ampliaban las reducidas esferas
públicas locales; y en fin, una diversidad de grupos, redes y públicos con propuestas de
mayor justicia social y pluralismo. Estas aspiraciones, sin ser revolucionarias, habían
sido apoyadas por los diferentes grupos insurgentes e ignoradas por los dos partidos
mayoritarios, el Liberal y el Conservador. Los gobiernos compartidos y sin verdadera
oposición fomentaron indirectamente esas alianzas entre sectores marginados y
guerrilla, confluencia que debería desaparecer como resultado de un proceso político, y
no a través de masacres, como pretenden los paramilitares.
 
220

Modernización política vs. restauración del orden


10 La tesis fuerte de este artículo sostiene que si bien los antecedentes de los grupos
paramilitares se encuentran en la represalia de narco-traficantes en contra del
secuestro y extorsión de la guerrilla en los inicios de los años ochenta, luego
evolucionaron hacia un proyecto antisubversivo con complacencia y colaboración de
sectores de las Fuerzas Armadas a finales de la década del ochenta y comienzos de la del
noventa, y finalmente, consolidaron a su alrededor un movimiento de restauración del
statu quo rural desde mediados de los años noventa. Este se propone neutralizar
cualquier intento de reforma que afecte las estructuras de poder y riqueza en ese
sector. Ese orden ha sido perturbado por los intentos de modernización política y
reformismo social impulsados desde la Presidencia, especialmente por los presidentes
conservadores Belisario Betancur (1982-1986) y Andrés Pastrana (1998-2002), a través
de las negociaciones de paz con la guerrilla.
11 En la oposición a esas negociaciones, las élites regionales han coincidido con sectores
de las Fuerzas Armadas, políticos locales, en su mayoría liberales, y los nuevos
propietarios provenientes del narcotráfico. Un hecho significativo es que el crecimiento
de la organización paramilitar a finales de los años noventa ha estado acompañado con
un reclutamiento importante de miembros retirados de las Fuerzas Armadas. La base
del frente Calima de las autodefensas en el Valle del Cauca son militares retirados, tal y
como lo anunciaron los panfletos de su aparición en Cali. La guardia personal del jefe de
las autodefensas, Carlos Castaño, también proviene de desertores de los cuerpos de elite
del Ejército, de acuerdo con los propios anuncios del jefe para-militar. Aunque es
posible que esta poderosa confluencia de tan diversos sectores pierda fuerza en el
futuro, como resultado del Plan Colombia y la presión de los Estados Unidos por un
fortalecimiento y una mayor legitimidad estatal -la cual también incluye a las fuerzas
armadas-. Esas afinidades entre paramilitares y fuerzas de seguridad surgidas al
compartir un enemigo común han sido el blanco de los senadores demócratas en el
Congreso norteamericano, argumento que resurgirá cuando se necesiten más recursos
externos. En la misma dirección están las advertencias de la anterior embajadora, Anne
Patterson, de cancelar la visa de entrada a los Estados Unidos para aquellos que apoyen
o financien a los paramilitares. Sin embargo, estas presiones también pueden tener un
efecto boomerang, como se demostró con la baja del servicio de 388 efectivos de las
Fuerzas Armadas a finales del año 2000, entre otras razones, por violaciones de
Derechos Humanos. Aproximadamente 50 de esos efectivos entrenados en todo tipo de
tácticas de guerra fueron reclutados por el jefe de las Autodefensas.
12 Un efecto similar pueden generar las destituciones y juicios militares condenatorios a
los uniformados que por omisión o acción contribuyan a los objetivos de los
paramilitares, como el del General del ejército Jaime Alberto Uscátegui y la masacre de
Mapiripán en 1997, en la que murieron más de 45 campesinos, a pesar de las
advertencias de autoridades locales sobre la inminencia del ataque. Sin embargo, todo
depende del liderazgo hacia una política civilista y de reconciliación. Con titubeos, el ex
presidente Pastrana insistió en esa dirección. En concreto, su ministro de Defensa Luis
Fernando Ramírez, respondiendo a críticas en el Congreso acerca de la política oficial
sobre paramilitarismo, señaló que ese debate es “hipócrita porque se ha circunscrito a
miembros de las Fuerzas Armadas, sin denunciar a civiles y empresarios que respaldan
y apoyan esa práctica”7. Semejante sindicación, reconociendo ese respaldo civil y de
221

sectores acomodados a grupos armados no estatales, no se había escuchado en público


nunca de un alto funcionario, al menos en las administraciones liberales que
gobernaron entre 1986 y 1998.
13 El énfasis en la oferta de seguridad para apreciar el fenómeno paramilitar ha sido
acompañado de otros movimientos en las negociaciones de paz. Si bien el centro de la
discusión hace una década era el acceso a recursos materiales y reconocimiento público
para sectores desposeídos o excluidos, ahora ese debate está más cerca a la protección y
seguridad para los propietarios pudientes afectados por el secuestro y la extorsión. El
cambio también estuvo acompañado con un crecimiento numérico de la organización
paramilitar, la tendencia a la unificación en un único mando de los diferentes grupos
esparcidos en el territorio y una innegable capacidad estratégica y de liderazgo de su
máximo jefe, Carlos Castaño. Este logró crear una imagen de vengador y justiciero
frente a las arbitrariedades y secuestros de las guerrillas, avalando explícitamente el
statu quo y convirtiéndose en el oponente estratégico de aquellas, aún por encima de la
organización estatal. Castaño hizo aún más patente la ausencia de liderazgo y capacidad
del Estado colombiano, semiparalizado por la prolongada crisis de los dos partidos
mayoritarios -si se pueden llamar partidos-, y una corrupción extendida en el manejo
de los recursos públicos, acentuada por el narcotráfico y el conflicto armado.
14 Autodefinido como “el representante de la clase media”, el jefe de las Autodefensas ha
mostrado una efectividad mortífera en la lucha contrainsurgente, asesinando a los que
él considera “auxiliadores de la guerrilla”, ganándose no sólo el apoyo de los que
tendrían algo que perder en un eventual proceso de paz con éxito -ganaderos,
latifundistas, sectores de las Fuerzas Armadas, gamonales locales, narcotraficantes y
otros grupos-, sino también despertando admiración en la población en general por su
lucha en contra del secuestro y la extorsión, y supuestamente por la libertad, la cual, en
la concepción de Castaño, en ninguna forma significa también democracia. El jefe de las
autodefensas ha seguido con aplicación el aforismo de que: “en Colombia hay que ser
rico o ser peligroso” para ser oído por los poderosos8.
15 En esta empresa antisubversiva, los paramilitares han tenido éxito en diversas
regiones, expulsando a la guerrilla de algunas zonas sin debilitarla militarmente, en
particular a las FARC, pero acabando de paso con movimientos sociales y políticos
empeñados en la democratización de la vida pública regional y nacional. Esta relación
entre paramilitares y reacción de élites regionales en contra de las posibilidades de
democratización es la que quiere resaltar este texto. Para darle soporte a semejante
apreciación el trabajo procede de la siguiente forma: primero, se presenta una
dimensión de la acción colectiva desde el inicio de las negociaciones de paz en 1982 y la
presión por una mayor democratización. Luego se discute el papel de las Fuerzas
Armadas en ese proceso, su concepción de “enemigo interior”, y su cercanía con el de
“auxiliadores de la guerilla” o “guerrilleros de civil” de las autodefensas. Finalmente, el
texto hace un recuento del desarrollo de los paramilitares en la década del noventa, su
crecimiento durante los gobiernos liberales y el fortalecimiento de las redes políticas
tradicionales, en particular las que han utilizado la sigla de ese partido.
 
Acción colectiva y negociaciones de paz
16 La crisis de la deuda externa, durante la década de los ochenta en Latinoamérica fue
bautizada como “la década perdida” en términos de desarrollo económico. El impacto
222

de ese fenómeno no demandó en Colombia, los ajustes estructurales que sufrieron la


mayoría de los países de la región. Sin embargo, en términos de desarrollo político y
gobernabilidad democrática, a juzgar por la situación al final de los años ochenta, los
resultados de casi una década de negociaciones de paz habían sido ambiguos, si no
calamitosos. Al filo del caos fue el título de un libro publicado por prestigiosos
académicos, sobre la realidad del país al iniciar los años noventa 9. Con excepción de la
convocatoria a una asamblea constituyente para 1991, había poco para sentirse
optimistas. Como lo expresó un ensayista luego de la promulgación de la nueva
constitución, a esta le faltaba sujeto, una voluntad colectiva para ponerla en práctica 10.
17 En efecto, las garantías para la oposición política de izquierda, uno de los supuestos
resultados del proceso de paz, habían sido borradas en la práctica por el
aniquilamiento, si no silenciamiento, de varios de los grupos opositores más
importantes, y con esto las posibilidades para movimientos políticos más amplios y de
mayor envergadura. El desacuerdo con las negociaciones de paz por parte del
estamento militar, de buena parte de las élites empresariales, de los propietarios
rurales, de la mayoría de la jerarquía de la iglesia católica, la ambigüedad de los dos
partidos tradicionales y un contexto internacional de Guerra Fría poco favorable, no
permitieron un avance en la reconciliación, aunque sí crearon una mayor desconfianza
y distancia entre los sectores enfrentados y polarizaron aún más las identidades.
18 La consolidación del narcotráfico y la compra de tierras rurales y urbanas en las
regiones con conflicto armado fue factor decisivo para esa polarización. Las
coincidencias entre narcos y la organización militar en la necesidad de una “limpieza
política” con el fin de pacificar, en lugar de una política para reconciliar, fueron
determinantes. Los informes del Procurador Carlos Jiménez en 1983 y del director del
DAS en 1989 mostraron la cabeza del “iceberg”, aunque no el monstruo. De igual
manera, el sistema de ingresos de la guerrilla a través del secuestro, la extorsión y las
contribuciones bajo amenaza sentaron las bases para el descontento y polarización de
propietarios grandes, medianos y pequeños, especialmente rurales, y la posterior
consolidación de grupos de autodefensas y paramilitares.
19 El período 1986-1993 ha sido el más violento en la historia reciente del país,
precisamente en el cual ocurrieron el mayor número de asesinatos políticos y se
efectuaron las tres primeras elecciones de alcaldes. En efecto, 15.958 homicidios
políticos y ejecuciones extrajudiciales se realizaron en esos ocho años, contra 2.853 en
los ocho años inmediatamente anteriores. Sólo en 1988 se presentaron 2.738 de esos
casos. En el mismo período ocurrieron 1.379 desapariciones forzadas, contra 577 de los
ocho años anteriores11. En estos años, grupos paramilitares financiados por
narcotraficantes y elites rurales, y apoyados por fuerzas de seguridad, intensificaron
una limpieza política en contra de grupos izquierdistas y comenzaron una carrera como
actores decisivos en las posibilidades de una negociación de paz. Paradójicamente, la
reforma política, impulsada para promover la democracia y autonomía local polarizó
aún más el conflicto armado, y ha expuesto desde entonces a los civiles activos en
política local a las amenazas de los paramilitares, las guerrillas, o las fuerzas de
seguridad.
20 A pesar de la polarización en la “sociedad política” sobre los temas de paz y la violencia
desatada contra grupos y actores sociales opuestos al bipartidismo, el período 1982-90
se caracterizó por una significativa movilización popular y diversidad de respuestas a
cambios estructurales en la economía, en las actitudes de las elites oficiales y en la
223

estructura estatal. Si bien la violencia política redujo las posibilidades de asociación,


comunicación y manifestación públicas, las organizaciones sociales aprovecharon las
oportunidades de las negociaciones de paz para dejar oír su voz, aunque en muchas
ocasiones instrumentalizada por los grupos guerrilleros y sus objetivos estratégicos. Sin
embargo, también hay que reconocerlo, estos grupos fueron tal vez sus únicos aliados
en esos propósitos de mejora social. Con todo, las organizaciones sociales se movieron
hacia un mayor pluralismo y autonomía de los dos partidos tradicionales, cuestionaron
el autoritarismo de la guerrilla y ganaron en capacidad de decisión.
21 Esto fue claro en el ámbito sindical, en donde la creación de la Central Unitaria de
Trabajadores (CUT), en 1986, marcó un hito en la historia del país al superar el
sindicalismo partidista, promover el pluralismo político e ideológico y formar un frente
común para responder a la flexibilización del mercado laboral, a los cambios
tecnológicos en la producción, y a una dramática baja en la tasa de afiliación: de 15.9%
en 1980, pasó a 9.3% en 1984, y al 6.2% en 199212. La confluencia en la CUT del
sindicalismo conservador, de buena parte del liberal, del organizado alrededor del
partido Comunista, y del sindicalismo independiente afiliado a otras vertientes de
izquierda señaló un alentador grado de madurez en este sector social, o al menos un
mínimo sentido de supervivencia, por el cual no se había caracterizado en el pasado. La
unión en la CUT puso bajo una sola dirección a cerca del 65 % de los sindicalizados del
país. El proceso unitario y su consolidación, acompañado con el de apertura política y
paz, tema prioritario en la agenda sindical, también vino acompañado de un aumento
en la actividad huelguística. En efecto, entre 1982 y 1990 se realizaron 1.252 huelgas, lo
cual representó un aumento del 62% en relación con el período anterior 13. Los años de
mayor actividad huelguística fueron 1985 y 1989, con 163 y 167 huelgas
respectivamente.
22 La movilización cívica y popular alcanzó una intensidad sin precedentes en los años
ochenta, hecho que mostró un sentido de oportunidad de las diferentes organizaciones
y sus dirigentes. Sin duda, las negociaciones entre gobierno y la guerrilla abrieron
espacios para la movilización y expresión de esas identidades de resistencia o radicales
en las regiones, lo mismo que para las demandas por reconocimiento de derechos e
inversión estatal. Entre 1982 y 1990 se realizaron 270 paros cívicos 14. 163 municipios
fueron escenario de esas acciones entre 1982-1986, y 298 municipios entre 1986-1989 15.
Las peticiones iban desde dotación de servicios públicos y apoyo a la producción
campesina, hasta defensa de la vida y respeto por los Derechos Humanos. Sin ocultar su
entusiasmo, y también su exagerado optimismo, uno de los dirigentes del movimiento
guerrillero, M-19, sentenció que la “ecuación de la revolución colombiana está en la
suma del movimiento guerrillero y el movimiento cívico”, haciendo un reconocimiento
de la dimensión de la protesta. La acción colectiva en el campo también fue notable. 160
movilizaciones entre 1982 y 1990, ocho paros agrarios regionales entre 1986 y 1990, 110
tomas de oficinas públicas entre 1982 y 1990, y 684 invasiones de tierra en el mismo
período, en donde el caso de Urabá fue notable en este último aspecto 16.
23 Si bien la acción colectiva también era parte de la estrategia guerrillera de negociación
con el gobierno, no hay que menospreciar la capacidad, autonomía y sentido de
oportunidad de los grupos sociales movilizados para impulsar sus agendas de mayor
inversión estatal y bienestar, y por mayor democratización. El incremento en la
protesta fue acompañado por variados intentos de centralización y coordinación
regional y nacional: Congreso Unitario de Vivienda en 1985, Congreso Comunal en el
224

mismo año que acuerda la Comisión Nacional de Juntas de Acción Comunal, y Segundo
Congreso Nacional de Movimientos Cívicos y Organizaciones Populares efectuado en
1986, además de múltiples encuentros locales y regionales. Con el crecimiento de las
organizaciones guerrilleras durante esta década, en concreto las FARC, el M-19, el ELN y
el EPL, y la disputa por controlar las organizaciones sociales, se revivió un viejo debate
sobre si la guerrilla servía para controlar el autoritarismo estatal, o si este existía, como
resultado de las actividades de la guerrilla17. Lo cierto es que el mayor pluralismo
dentro de las organizaciones sociales ganado en esta década, se vio atravesado por las
polarizaciones del conflicto armado y los intentos por subordinarlas a un proyecto
político específico.
24 El movimiento indígena también tuvo cambios significativos en los años ochenta. En
1982 se realizó el primer Encuentro Nacional Indígena del que surge la Organización
Nacional Indígena de Colombia, ONIC, la cual obtiene el reconocimiento del gobierno y
fortalece el proceso de unidad del Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC. El
gobierno de Betancur también acepta a los cabildos como formas autónomas de
organización política y a los resguardos como unidad territorial, hecho que desenlaza
un acelerado proceso de afirmación étnica y política sin precedentes. En parte, ese
proceso se expresó de manera armada en el Movimiento Quintín Lame durante los años
ochenta, cuyos líderes aprovecharon las posibilidades de reinserción a la vida civil
ofrecidas por las negociaciones de paz a finales de esa década. El caso del Quintín es una
experiencia única de reincorporación exitosa de una guerrilla a la vida civil, y el del
movimiento social que lo apoyaba, un ejemplo revelador de éxito electoral, como lo
demostró la elección de Floro Tunubalá, primer gobernador indígena en Colombia,
quien derrotó a una alianza liberal-conservadora en el Cauca en las elecciones de
octubre de 2000.
25 En la década del ochenta, las presiones de los diferentes movimientos armados y los
desacuerdos con estos contribuyeron a reforzar la cohesión de los diferentes grupos
indígenas en el sur occidente del país, y a consolidar no sólo su organización, sino su
independencia y autonomía frente a los dos partidos tradicionales y los actores
armados. Esto también ayudó a consolidar la unidad territorial de los resguardos frente
a terratenientes y colonos, opositores históricos de los indígenas por el control de la
tierra. Esta afirmación cultural y étnica se reflejó en las garantías constitucionales de
respeto a su autonomía política y territorial, obtenidas en la constitución de 1991 18. Los
resultados electorales recientes son un reconocimiento a la persistencia en la
afirmación de unos derechos negados por las elites caucanas, afirmación que tiene aún
más mérito ya que se obtuvo por una vía no violenta.
26 El tema de los Derechos Humanos fue uno de los que más dinamizó a la sociedad civil
durante los años ochenta. La forma como las autoridades políticas y militares han
asumido esta nueva problemática desde la década del setenta, cuando surgió como área
de controversia pública, ha sido revelador de las concepciones oficiales acerca de
quiénes son los sujetos portadores de derechos, y quiénes no, y por lo tanto, qué tipo de
límites tiene el Estado frente a uno u otro cuando llega el momento de aplicar la ley o
usar la coerción. El tema ha estado relacionado con el tratamiento estatal de la protesta
social, la oposición y la rebeldía política, y si estas se consideran amenazas a la
seguridad estatal y traiciones a la nación. Dependiendo de dónde los diferentes sectores
sociales construyan el límite, las implicaciones para las relaciones entre autoridades y
población son definitivas.
225

27 Uno de los puntos álgidos en este campo durante los años ochenta fue el de si los
Derechos Humanos formaban parte de una agenda pública legítima, o eran sólo un
instrumento de la subversión armada para desprestigiar a las fuerzas militares. A pesar
de que el tema ha sido prioritario en la agenda internacional sobre democratización
desde los años ochenta, aún sigue siendo considerado sospechoso por sectores de la
sociedad política, y con franco recelo por el estamento militar. Para finales de 1980
había aproximadamente un centenar de grupos y comités de Derechos Humanos en
diferentes regiones y municipios del país, quienes paulatinamente han ganado
credibilidad en todos los niveles, aún en las esferas civiles del gobierno. Ante la
gravedad de las violaciones y las presiones internacionales, el gobierno inauguró la
Consejería presidencial para los Derechos Humanos a finales de los años ochenta,
reconociendo el tema como uno de los prioritarios en la agenda pública.
28 Esa movilización sectorial descrita, da una idea de la dimensión de la acción colectiva
por recursos, reformas y garantías para el ejercicio de los derechos. Sin embargo, si no
se tienen en cuenta los contextos regionales de negociación con la guerrilla y de
apertura democrática, claves para una acertada apreciación de esa movilización social,
no se perciben los efectos intimidatorios sobre las élites locales. En la respuesta
violenta de estas hay que considerar no sólo la presencia de nuevos propietarios ligados
al narcotráfico, sino también la idea de proceso de paz y de apertura política que tenían
los altos mandos de la institución militar. La asociación directa con la subversión
armada de esas demandas por democratización, reformas y reconocimiento, sin
reconocer la naturaleza política de la situación, resultó ser fatal.
 
Fuerzas armadas, autonomía militar y
democratización
29 La transformación estatal y la apertura política iniciada a principios de la década del
ochenta coincidieron con uno de los momentos más álgidos de la Guerra Fría y con la
polarización surgida del conflicto centroamericano, hechos que enmarcaron las
oportunidades de democratización que ofrecieron esos cambios en la disputa este-
oeste, resaltando su dimensión ideológica. Esto sucedió en detrimento de las peticiones
por justicia social, reconocimiento político y reformas de los sectores movilizados
armados y no armados. En este contexto, las fuerzas militares colombianas, formadas y
entrenadas en el marco de la Guerra Fría para combatir al “enemigo interior”, se
convirtieron en un opositor formidable a los intentos de reconciliación y de ampliación
del sistema político iniciados por el presidente Belisario Betancur, 1982-1986 19.
30 La tensión entre el ejecutivo y el estamento militar, situación que ha llegado a veces a
un evidente enfrentamiento entre presidencia y Fuerzas Armadas 20, ha sido una
constante -hasta hoy- cuando de conversaciones de paz entre insurgencia y gobierno se
trata. Esa diferencia de apreciaciones entre estas dos agencias estatales han
configurado un “path dependency”21 que ha limitado los intentos de paz y reducido las
posibilidades de solución política al conflicto. Esa rivalidad abierta, y a veces soterrada,
por el manejo del orden público y la política frente a la rebelión armada ha durado
cerca de 17 años, creando el contexto para el desarrollo de los grupos paramilitares y
de autodefensas. La tensión entre las fuerzas militares y la Presidencia, y la ambigüedad
resultante en la subordinación-autonomía22 militar frente al gobierno civil y sus
226

políticas de paz, han sido la base para la confluencia a nivel regional de los sectores
sociales y políticos descontentos con una negociación política con las guerrillas.
31 Ese conflicto por autonomía-subordinación entre Presidencia y Fuerzas Armadas -en
particular el Ejército- tuvo efectos inesperados en el nivel subnacional. La
inconformidad militar por las políticas de paz del ejecutivo llevó a la organización
armada a buscar apoyo de las elites regionales hostigadas por la extracción de recursos
de las guerrillas y acosadas por la movilización social. Esto fue un hecho durante el
inicio de las negociaciones entre gobierno y guerrilla en la primera parte de los años
ochenta. En efecto, la sensación de traición sentida por muchos generales y elites
rurales por esas negociaciones creó un espacio de confluencia para estos dos sectores.
32 Elites regionales y organización militar coincidieron en su oposición a las políticas de
paz durante el gobierno de Belisario Betancur, y desde entonces esa coincidencia ha
sido definitiva para los resultados de los intentos de reconciliación que han pretendido
ir más allá de la mera desmovilización y reinserción de los guerrilleros, como se ha
demostrado con las FARC y el ELN. Esa concurrencia a nivel regional, sumada a la
inversión de diferentes narcotraficantes en la compra de predios rurales y propiedades
urbanas a todo lo largo y ancho del país, evolucionó hacia el fenómeno paramilitar y de
autodefensas del presente.
33 Esa “alianza funcional” entre elites regionales, sectores de las Fuerzas Armadas y
narcotraficantes en contra de las guerrillas, se fortaleció aún más con las reformas de
descentralización política y administrativa iniciadas a mediados de los años ochenta. En
efecto, el balance del poder político local se vio amenazado. Había una posibilidad real
de que antiguos guerrilleros o candidatos de los frentes electorales de la izquierda con
aprobación de la guerrilla Unión Patriótica, Frente Popular y A Luchar- ganaran
alcaldías y rompieran el monopolio local y regional de los partidos Liberal y
Conservador, como resultado del proceso de paz, por un lado, y de la nueva estructura
estatal que permitía la elección de mandatarios locales, por el otro.
34 Esto puso al rojo vivo la disputa por el poder político y burocrático local en 1988, 1990 y
1992, años de las tres primeras elecciones locales, en las regiones de influencia
guerrillera. Esa competencia era un hecho sin precedentes en la historia colombiana, ya
que hasta 1988 los gobernadores nombraban a los alcaldes, luego de que aquellos eran
designados por el presidente. Pensar que antiguos guerrilleros, sus voceros o los
tradicionales dirigentes de los frentes electorales de izquierda, pasaran a ser
potenciales líderes políticos con capacidad de competir por el poder local, agudizó la
intransigencia de muchos años de rencores y odios acumulados por la guerra irregular.
35 Mientras se dio ese proceso de radicalización y alinderamiento a nivel regional, en el
cual las Fuerzas Armadas encontraron apoyo y respaldo, en el plano nacional ocurría lo
contrario. Ese mayor protagonismo de la institución militar en el funcionamiento del
régimen político desde mediados de los años setenta, la expuso al escrutinio y crítica de
la opinión pública nacional e internacional. Así, desde el inicio de las negociaciones
entre gobierno y guerrilla en 1982, esos intentos de ampliación democrática y de
respeto por derechos civiles y humanos fueron acompañados por un renovado interés
de la academia, intelectuales, sectores de los dos partidos tradicionales, periodistas y
del público en general, por el manejo del orden y seguridad interna. Igualmente,
sectores de la rama judicial y de la sociedad civil denunciaron las reiteradas violaciones
de Derechos Humanos y atropellos en contra de opositores políticos, activistas de
izquierda, sindicalistas, defensores de los Derechos Humanos o de la misma población
227

por parte de las fuerzas militares, lo que también condujo a investigaciones


disciplinarias y penales.
36 La mayor injerencia de la Presidencia en los temas militares y de defensa, lo mismo que
la discusión pública sobre la amplitud de la jurisdicción de la institución militar,
abrieron un espacio de debate sobre las competencias y prerrogativas otorgadas a las
Fuerzas Armadas por la legislación de Estado de Sitio casi permanente desde los años
sesenta. Esa discusión fue otra cara de la intensa presión democratiza-dora y de
afirmación de derechos civiles y humanos durante la década de los ochenta. Estos
habían sido negados en la práctica por la política de orden público que le dio un
tratamiento militar a las demandas sociales y por ampliación de la democracia durante
el régimen del Frente Nacional (1958-1974) y su prolongación formal e informal en años
posteriores.
37 Esos intentos del sector civil del Estado por recuperar jurisdicción sobre el orden
público y la defensa de los derechos del ciudadano, en desmedro de la jurisdicción
militar, fueron considerados por los altos mandos como una reducción de instrumentos
para el control de la subversión, y tuvo como efecto inesperado el reforzamiento de las
alianzas antisubversivas regionales. El “síndrome de la procuraduría” se le llamó entre
los militares al temor surgido por las posibles consecuencias legales de “hacer cumplir
la constitución”. En efecto, ha sido común en el medio militar decir que “estamos en
Cundinamarca (departamento en el centro del país del cual Bogotá es la capital), y no
en Dinamarca”, para presionar por una “legislación de guerra” que les devuelva las
facultades perdidas hace una década, lo que ajuicio del alto mando les facilitaría el
control del orden público. La ausencia de una excepcionalidad jurídica que ampare
legalmente unas prácticas militares que desconozcan derechos individuales y
colectivos, ha sido la razón aducida por el Ministerio de Defensa para explicar la
ineficiencia militar frente a la guerrilla, e indirectamente, el crecimiento de una
demanda por seguridad privada, o sea por los grupos para-militares 23.
38 Los cuadros que se presentan a continuación dejan ver importantes tendencias en la
jurisdicción militar sobre diferentes áreas de seguridad pública, las cuales indican una
conflictiva desmilitarización de esos dominios en favor de un manejo civilista y
democrático24, el cual ha sido enérgicamente resistido en las regiones con movilización
social y presencia guerrillera. El juzgamiento de civiles por militares fue una de las
primeras prerrogativas que enfrentó una gran oposición de la sociedad civil e
importantes grupos de la rama judicial en la década de los ochenta, hasta que
finalmente fue incluida como prohibición constitucional en 1991. La reforma de la
policía en 1993 le otorgó mayor independencia de las fuerzas militares, aunque aquella
aún sigue siendo parte del Ministerio de Defensa. El titular de esta cartera es un civil
nombrado por el presidente desde comienzos de la década de los noventa, cuando antes
era el oficial activo de mayor antigüedad. Las promociones ya no son prerrogativa
interna de las fuerzas militares, sino son supervisados por la Presidencia y bajo una
mirada vigilante de la sociedad civil, ONG internacionales y aún del mismo gobierno de
los Estados Unidos. Un área sobre la cual se ha progresado, pero no lo suficiente, es la
de los servicios de inteligencia, que aún están bajo fuerte influencia militar. La ausencia
de discusión amplia en el Congreso sobre los temas de defensa y seguridad es aún
notable, y más cuando el presupuesto para defensa llegó a 3.6% del PIB en 1998, el más
alto de América Latina25.
228

39 Un tema sobre el cual existe muy poca información, dados los efectos sobre el
comportamiento de la institución militar frente a la población, es el de la ayuda y
entrenamiento internacional; en este caso, el de la asesoría militar de los Estados
Unidos. Este punto es importante porque la identidad y cohesión interna de las Fuerzas
Armadas en América Latina se constituyeron no sólo en relación con el contexto
interno, sino con gran influencia del sistema internacional, como se demostró durante
el enfrentamiento este-oeste y la Guerra Fría.
40 Una de las prerrogativas que ha generado más polarización es la de la amplitud del
fuero militar, por el cual delitos cometidos por miembros de las Fuerzas Armadas son
juzgados por tribunales militares. Este privilegio, invocando el espíritu de cuerpo, ha
servido para proteger de sanciones administrativas y penales a miembros de las
instituciones castrenses acusados de violar la ley. Esa tensión entre el estamento
militar, por un lado, y sectores de la rama judicial y de la sociedad civil, por el otro, por
la jurisdicción para juzgar los delitos cometidos por miembros activos de las fuerzas
militares, ha sido el terreno de una agria disputa desde finales de los años setenta, en
particular cuando las acusaciones se refieren a violaciones de Derechos Humanos. Los
controles que, difícilmente, el sector judicial ha logrado imponer al ejercicio de la
actividad militar desde los años ochenta, han sido considerados por los altos mandos
como serios limitantes de su deber constitucional, de controlar el orden público, en
especial en un período de confrontación armada.
41 Esa tensión ha tenido importantes repercusiones operacionales dentro de las Fuerzas
Armadas, y con frecuencia es aducida por el Ejército como generadora de baja moral
dentro de sus miembros, responsable de la poca efectividad para combatir a la guerrilla
a pesar de los crecientes recursos, e indirectamente, propiciadora del desarrollo de los
grupos paramilitares. En el más reciente episodio por recuperar las funciones de policía
judicial perdidas a finales de los años ochenta, el Ministro de Defensa, Luis Fernando
Ramírez, presentó un paquete de reformas para “fortalecer la capacidad operativa” de
las fuerzas militares. La reforma contemplaba la ampliación de la jurisdicción militar en
el área de seguridad pública. El ministro la justificó indicando que “en la medida en que
fortalezcamos a las fuerzas militares y de policía con más herramientas jurídicas para
actuar, menos violaciones de Derechos Humanos tendremos en Colombia”. Ramírez
agregó que: “lo que ha ocurrido es todo lo contrario, les quitamos herramientas, les
quitamos facultades, les quitamos autoridad, con lo que llevamos a que los militares se
crucen de brazos y entonces surja la justicia privada”26.
 
Cuadro 1. Cambio en prerrogativas militares en Colombia, 1974-2000

Fuente: Dávila (1998); García-Peña (1995); Leal (1994a), (1994b); Reyes (1990); Torres (1986).
229

 
Cuadro 2. Cambios institucionales en el sector defensa, 1974-2000

Fuente: Dávila (1998); García-Peña (1995); Leal (1994a), (1994b); Reyes (1990); Torres (1986).

42 Como era de esperarse, la propuesta del ministro Ramírez fue recibida con enorme
escepticismo por las ONG de Derechos Humanos, columnistas de la prensa y sectores de
oposición en el Congreso, a pesar de las aclaraciones de que las nuevas facultades
tendrían una supervisión estrecha de la Procuraduría y la Fiscalía. Hay que señalar que
durante el período 1991-1997, precisamente después de la finalización de la Guerra Fría,
la ayuda y asesoría militar de los Estados Unidos a las fuerzas militares estuvo en su
nivel más bajo, debido al récord de violaciones de Derechos Humanos de la institución
armada y a la importancia de este tema en la agenda del gobierno demócrata que
reemplazó a la administración Bush en 1992. Conviene recordar también que el inicio
del período coincide con el nombramiento del primer civil como ministro de defensa en
37 años, y con una mayor injerencia de la Presidencia en materias de seguridad,
financiamiento y organización de las Fuerzas Armadas. Esto vino acompañado de un
mejoramiento salarial y de seguridad social significativo para la oficialidad, y un
aumento importante en la partida militar, la cual llegó al 30% del presupuesto anual del
gobierno central. Paradójicamente, estos años –especialmente hacia el final del período
– también coincidieron con una de las más agudas crisis institucionales de las fuerzas
militares de las últimas décadas, y precisamente, con el desarrollo y consolidación del
paramilitarismo como organización con cubrimiento nacional.
43 Frente a lo anterior, se podría concluir que la ausencia de vínculo con un liderazgo
internacional fuerte que les ofreciera motivaciones ideológicas, políticas y éticas para
justificar una misión dentro de la conflictiva y dividida configuración nacional
colombiana –como lo fue en su momento la Guerra Fría– y frente a la pérdida de
prerrogativas en favor de un poder civil que tampoco ofrecía ese liderazgo, sectores
significativos de las Fuerzas Armadas optaron por continuar operando con la misma
lógica de considerar a sectores de la población como un “enemigo interior”, como lo
habían hecho en el pasado, sin importar el cambio en la nueva agenda internacional,
sin explorar posibilidades de reconciliación, y más grave aún, sin prestar atención a las
credenciales de los compañeros de ese viaje antisubversivo. Valdría la pena reflexionar
sobre la responsabilidad que le compete a las administraciones liberales en esa ausencia
de liderazgo político. No en vano el período 1986-1998. tiempo en el cual se desarrolló y
consolidó el paramilitarismo, la responsabilidad presidencial recayó en ese partido.
44 Si bien parte del origen de esa autonomía militar frente a la Presidencia puede ubicarse
en la resistencia de las elites regionales a las políticas de paz -y en general a las
intervenciones del Estado central que conlleven responsabilidades sociales o
ciudadanas como extinción del latifundio, respeto a derechos y libertades laborales y
civiles, pago de impuestos sobre propiedad rural, etc.–y al apoyo de este sector a la
230

política de “mano dura” favorecida por algunos sectores en el Ejército 27, también hay
que considerar los efectos de la bipolaridad internacional durante la Guerra Fría. El
inicio de las conversaciones de paz en 1982 da una imagen clara. Si las condiciones
domésticas no favorecieron la iniciativa del presidente Betancur, aún menos lo hizo la
situación internacional. La Guerra Fría estaba en su momento más alto en los años
ochenta. En Centroamérica, la administración Reagan apoyó abiertamente a la
oposición armada al régimen sandinista, a la contrainsurgencia en El Salvador y
Guatemala, y protegió de manera vehemente su patio trasero en el Caribe. El presidente
Reagan llamó “luchadores por la libertad” a “la contra” nicaragüense, un término que
le ofreció a los sectores más fuertes de los militares colombianos una justificación
política y moral para sus llamados a que los propietarios asumieran su propia defensa.
Esos grupos dentro de las Fuerzas Armadas necesitaban reivindicar su violencia en
contra de reformadores y radicales, y así responder a las acusaciones de violación de los
Derechos Humanos. Lewis Tambs, embajador norteamericano en Colombia en la
primera parte de los años ochenta contribuyó a enmarcar a los rebeldes izquierdistas
como criminales comunes, acuñando el término “narcoguerrilla”, el cual aludía al papel
de los insurgentes como mediadores entre traficantes de drogas y campesinos
cultivadores de coca.
45 Las negociaciones de paz de los años ochenta indicaron la dificultad para crear una
nueva comunidad política y redefinir el sistema bipartidista. Las conversaciones de paz
revelaron lo inflexible de las identidades moldeadas durante el prolongado conflicto
armado, en el marco de la Guerra Fría. El caso de las Fuerzas Armadas durante la década
de los ochenta demostró cómo sus identidades se forjaron en relación con los actores
domésticos, y también en relación con los foráneos. Las negociaciones indicaron que las
Fuerzas Armadas eran responsables no sólo frente a actores domésticos, sino también
frente a actores internacionales, en este caso el gobierno republicano de los Estados
Unidos. La asimetría de las relaciones entre los Estados Unidos y un país como Colombia
enseña que no sólo la política internacional de un país pequeño está limitada, sino
también su política interna: un proceso de reconciliación nacional es a la vez doméstico
e internacional. Los obstáculos para fortalecer el Estado nacional colombiano y sus
instituciones, a través de la redefinición de la comunidad política, revelaron la
profundidad en que los intereses, imágenes y representaciones favorecidos por el
Frente Nacional y la Guerra Fría estaban entretejidos en la cultura política colombiana.
Que las Fuerzas Armadas, apoyadas por elites regionales y narcotraficantes convertidos
en terratenientes, confrontaran las políticas de paz de la Presidencia revela la
intensidad del antagonismo. Pocos anticiparon la magnitud del proceso provocado por
esa reacción.
 
Años noventa: paramilitares, autodefensas y
reconocimiento político
46 De los grupos de sicarios iniciales al servicio de narcotraficantes de mediados de los
años ochenta, a la organización contrainsurgente nacional del presente, es mucho lo
que esas agrupaciones han cambiado en relación con los propósitos originales, las
alianzas que han establecido y la protección política obtenida. De ser guardianes de las
nuevas haciendas adquiridas por individuos asociados al tráfico de drogas, pasaron a
cooperar con las fuerzas de seguridad del Ejército para eliminar a civiles vinculados a
231

los frentes electorales de la izquierda o sospechosos de prestarle servicios a la


subversión, y luego a formar parte de un proyecto más amplio de reconstrucción del
orden rural. Este, de acuerdo con las regiones en donde han logrado dominar, se acerca
a un sistema político corporativo, en algunos casos basado en la gran propiedad
ganadera o agroindustrial.
47 Aunque el término usado para su denominación ha sido un tema de debate 28, en este
estudio se consideran paramilitares a los grupos armados organizados para realizar
operaciones de limpieza política y consolidación militar, previas al dominio territorial
de un área, mientras autodefensas se refiere a las agrupaciones organizadas para
defenderse de un agresor y mantener el control de un territorio, sin pretensiones de
expansión. Es decir, la diferencia está en el carácter agresivo o defensivo del grupo. Si
bien ese elemento analítico tuvo razón de ser para ayudar a diferenciar el origen de
algunos grupos de autodefensas que reaccionaron frente a la extracción de recursos y el
autoritarismo de la guerrilla, puede ser engañoso para apreciar la evolución del
conflicto, y más en situaciones tan fluidas como la colombiana, en donde la polarización
del enfrentamiento ha tendido a que esas diferencias iniciales entre autodefensas y
paramilitares se hayan reducido.
48 Actualmente, la Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, están compuestas por seis
grupos29, de los cuales las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, es el
sector más importante, el que ejerce el liderazgo, y además, el único que tiene
presencia nacional. El estado mayor de las AUC está compuesto por un miembro de cada
una de las seis autodefensas que la componen, aunque las ACCU tienen un representante
adicional. Cada autodefensa es autónoma en su financiamiento, expansión o alianzas,
siempre y cuando se mantenga fiel a su prédica contrainsurgente. Aunque los orígenes
regionales de los diferentes grupos son muy diversos, se puede adelantar una hipótesis
sobre la confluencia de cuatro factores que hicieron posible su surgimiento: elites
regionales dispuestas a apoyar políticamente y a financiar los aparatos paramilitares;
asesoría, o por lo menos cooperación, de sectores de las fuerzas militares; liderazgo de
grupos o individuos vinculados al narcotráfico; y suficiente presión política y militar de
la guerrilla, o sus aliados, para mantener unidos a tan variada clase de opositores.
49 En sus inicios, se pueden ubicar dos núcleos principales de donde surgieron y
evolucionaron los grupos conocidos de hoy. Primero, la conformación del grupo Muerte
a Secuestradores, MAS, por narcotraficantes alrededor de 198130. El objetivo era eliminar
a aquellos delincuentes comunes o guerrilleros, que habiendo observado las evidentes
muestras de riquezas de este sector emergente decidieron extraerle recursos a través
de la extorsión o el secuestro. El MAS nació ligado estrechamente con fuerzas de
seguridad del Ejército y la policía, lo que facilita entender la ampliación de los objetivos
iniciales de la alianza hacia otros de mayor envergadura y cobertura, una vez los
nuevos grupos emergentes consolidaron su poder económico como importantes
propietarios e inversionistas rurales y urbanos.
50 El segundo núcleo se puede ubicar en la organización, dotación y entrenamiento de
grupos de autodefensa por la XIV Brigada del Ejército en el Magdalena medio durante
los primeros años de la década del ochenta31. Estos grupos armados conformados por
finqueros y hacendados ricos, tuvieron como propósito inicial protegerse de las FARC,
pero pasaron pronto bajo el control del cartel de Medellín, y luego se constituyeron en
la base de los sicarios que eliminaron candidatos a corporaciones públicas o
presidenciales de la Unión Patriótica, la Alianza Democrática M-19 (dos grupos de
232

izquierda surgidos del proceso de paz de la década del ochenta), jueces, periodistas,
sindicalistas, o todos aquellos que se enfrentaron al narcotráfico como Luis Carlos
Galán, candidato presidencial del liberalismo y considerado seguro vencedor de las
elecciones para presidente de 1990.
51 Durante el período 1991-1992 hubo casi un año de cese de hostilidades, como resultado
de las discusiones de la asamblea constituyente y la promulgación de una nueva
constitución en 1991, lo mismo que del abandono de las armas por el M-19, el EPL y el
Movimiento Quintín Lame (la Corriente de Renovación Socialista del ELN lo hizo en
1993). Esto tuvo como contraparte que en las regiones con influencia de los grupos
guerrilleros desmovilizados, los paramilitares también iniciaran un proceso de
desarme, al menos parcial. Un caso significativo y con efectos a nivel nacional fue el del
departamento de Córdoba y la vecina zona bananera de Urabá. Aquí el EPL tenía su
principal zona de influencia, al igual que la familia Castaño y su ejército privado, con su
hermano mayor Fidel a la cabeza. La desmovilización del EPL y su conversión en un
movimiento legal –Esperanza, Paz y Libertad– fue seguida por el anuncio de Fidel
Castaño de la distribución de cerca de 16.000 hectáreas de su propiedad a campesinos
pobres o víctimas del enfrentamiento armado, y de la organización de FUN-PAZCOR -
Fundación para la Paz de Córdoba-, encargada de brindar asesoría técnica y financiera a
más de 2.500 familias favorecidas.
52 A pesar de los acercamientos y ensayos para superar el conflicto que la apertura
política y los nuevos espacios institucionales de la Constitución de 1991 permitieron en
Córdoba durante 1991-1992, la inercia de la guerra terminó por imponerse de nuevo 32.
Como los espacios geográficos dejados por el EPL fueron ocupados por las
organizaciones guerrilleras que no participaron en el proceso de paz –en especial por
las FARC–, esto llevó a la reactivación del aparato militar de la familia Castaño en 1993.
Ahora bajo el nombre de Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, el rearme
y reorganización de este grupo incluyó un apoyo social y político más amplio y
organizado, y una sofisticación del discurso, acorde con su intención de convertirse en
un aparato político-militar similar al de las guerrillas. Para 1995 el grupo ya había
reafirmado su papel de fuerza contrainsurgente, reemplazando paulatinamente a las
fuerzas de seguridad del Ejército, y montando una red de comunicación radiotelefónica
que sólo en Córdoba permitió a 950 fincas ganaderas de la región estar en contacto
permanente33.
53 Esta forma de información y comunicación instalada en los territorios controlados por
las ACCU, sirvió de modelo para las cooperativas de seguridad Convivir propuestas por el
Ministro de Defensa, Fernando Botero, con el entusiasta apoyo del Ejército, durante la
administración del presidente Ernesto Samper (1994-1998) 34. Si bien se aclaró que las
Convivir eran más que todo una red de inteligencia dirigida por civiles y en
coordinación con las fuerzas militares, para beneficio de los habitantes de una región
determinada, existía el riesgo de que se terminara autorizando legalmente el
funcionamiento de los grupos paramilitares, ante la imposibilidad de las autoridades
centrales de vigilar el funcionamiento de esas asociaciones, el tipo de armamento que
utilizaban y las labores que desempeñaban. Como las críticas y las denuncias sobre
coincidencias entre paramilitares y Convivir aumentaron, la Corte Constitucional
declaró estas asociaciones “opuestas a la Constitución Política y a la Ley” 35.
54 Al mismo tiempo, este aparato militar surgido en Córdoba y Urabá, impulsó desde 1995,
en su nueva etapa como ACCU, la agrupación de las diferentes autodefensas y
233

paramilitares del país bajo una misma sigla y mando. Carlos Castaño, hermano de Fidel
y ahora comandante de las ACCU, logró conformar un frente político-militar con
proyección nacional en 1997, denominado Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, el
cual opera como una avanzada militar anticomunista, en “defensa de la propiedad
privada y la libre empresa”, organización que ofrece su modelo de seguridad a
propietarios de otras regiones del país afectados por la guerrilla. Definidos como una
“organización civil defensiva en armas”36, obligada a asumir su protección frente a la
extracción de recursos y amenaza contra la vida por parte de la subversión, justifican la
limpieza política por el “abandono del Estado” de sus funciones de seguridad frente a
los propietarios. A pesar del cambio operativo de las ACCU hacia formas de autoridad
menos arbitrarias en las zonas donde ha logrado consolidar su control, el carácter
agresivo y expansivo de su actividad hace que las ACCU sigan siendo asociadas con el
paramilitarismo, dimensión que sus jefes tienden a soslayar, en favor de una imagen
como la autodefensa, más propicia para su proyecto de restauración del orden rural.
55 Un rasgo que sorprendió de la nueva etapa iniciada por las ACCU fue la pretensión de
organización político-militar, similar a la guerrilla, y la búsqueda de reconocimiento
político. Si bien su objetivo no era enfrentar al Estado, sino suplir sus “debilidades”, ese
giro corresponde a un cambio significativo en su composición. Aunque parezca
paradójico, las ACCU en su nueva etapa absorbieron parte de los combatientes y cuadros
políticos del antiguo EPL y de otras organizaciones de izquierda, las cuales mantenían
una honda confrontación con las FARC, desde los años setenta en la región, y en general
habían iniciado una crítica en contra de los métodos de la guerrilla en sus relaciones
con las comunidades campesinas. Así, para mediados de los años noventa las ACCU eran
una alianza aparentemente insólita, y no sin tensiones, entre negociantes y
empresarios vinculados con el narcotráfico, ganaderos y agroexportadores, y
exguerrilleros o antiguos militantes de la izquierda legal o revolucionaria, coalición que
se mantenía unida dada la dimensión del objetivo común por enfrentar. Si bien, no ha
sido claro el papel y la posición de ese grupo venido desde la izquierda en la jerarquía
de las ACCU, además de proveer mandos militares y experiencia de trabajo político y
social con la población civil.
56 Esa nueva composición de las ACCU se reflejó en cierta distancia, al menos en el discurso,
frente al Ejército, los partidos tradicionales y el mismo narcotráfico, y un
fortalecimiento de las solidaridades internas creadas alrededor de la consolidación del
aparato militar y político. Otra característica que afloró con la nueva composición fue el
inicio de programas de producción, educación y promoción comunitaria en las zonas de
influencia de las ACCU, lo cual aumentó su base social, ya no sólo con respaldo dentro de
los propietarios pudientes, sino entre grupos de menores ingresos beneficiados con los
programas de promoción social. Los años del gobierno Samper (1994-1998), se pueden
considerar como un período de ajuste de esa inusual coalición, en la que se pudieron
observar dos líneas de acción independientes, sin ser contradictorias. Una relativa a la
legalización de las Convivir e impulsada por el grupo de empresarios y ganaderos, y
otra interesada en un reconocimiento de las autodefensas como actor político legítimo
y liderada por los llamados ex guerrilleros.
57 La misma presión del gobierno de los Estados Unidos y de las organizaciones
internacionales de Derechos Humanos, sobre la administración Samper, para que
reaccionara frente al evidente crecimiento paramilitar, también tuvo efectos
cohesionadores. El sólido respaldo social dentro de los propietarios, logrado por las
234

ACCU en Córdoba, lo atestigua la carta que 75 ganaderos enviaron al ministro de Defensa


en enero de 1997, por la persecución contra Carlos Castaño, y los anuncios públicos,
ofreciendo 500 millones de pesos de recompensa por informaciones sobre su paradero.
La carta dice, “Castaño nos quitó el miedo y nos enseñó a pelear contra nuestro
enemigo”37, señalando la transformación del comportamiento político de este grupo
social, el apoyo relativo a la autoridad central en esta región del país y la solidez de las
lealtades locales y regionales, en contraposición con las nacionales, que han logrado las
ACCU.

 
Ley, democratización y aparatos armados
58 A lo que no hace referencia la carta es que, para Castaño, el enemigo fundamental ha
sido la población civil. Él mismo lo afirma:
En guerra, un civil desarmado es un término relativo. Dos tercios de la guerrilla son
miembros desarmados que operan como población civil, y colaboran con la
guerrilla38.
59 Esta concepción del conflicto ha convertido en “objetivo militar” a cualquier individuo
que las autodefensas consideren sospechoso, lo cual no es difícil. Otro término acuñado
por esa manera peculiar de entender la crítica y el disenso es el de “parasubversivo”,
que puede ser cualquiera en desacuerdo con las AUC y sus diferentes componentes. La
romería de intelectuales, profesores universitarios, periodistas o simples activistas de
Derechos Humanos o sindicalistas exiliados en el exterior o en un silencio forzado por
las acusaciones de “parasub-versivos” ha venido creciendo desde 1998, y se suma a dos
millones de desplazados por el conflicto en los últimos seis años, y a la crisis de
violación de Derechos Humanos, evidente desde la década de los ochenta.
60 Lo que no deja de ser preocupante es la persistente relación entre sectores de las
Fuerzas Armadas y paramilitares observada en varias regiones del país, lo mismo que
algunas de las coincidencias ideológicas y operativas entre estos dos aparatos armados,
los cuales quieren derrotar a la guerrilla de las FARC y el ELN sin establecer y mantener
una posición ética y moral superior. Aunque las fuerzas militares han sido uno de los
sostenes del fragmentado régimen bipartidista (bastante cuestionado, por lo demás),
también se han convertido en un obstáculo institucional para la consolidación de la
democracia y una salida negociada al conflicto39. En efecto, los hechos más recientes
tienen que ver con el retiro de tres comandantes de brigada entre abril y agosto de
1999, acusados de promocionar grupos paramilitares o permitir el ataque de estos a
poblaciones desarmadas en dos de las zonas más álgidas de enfrentamiento con la
guerrilla, con más de un centenar de civiles asesinados. Se trata del general Rito Alejo
del Río, comandante de la XVII Brigada con sede en Urabá; el general Fernando Millán,
comandante de la ν Brigada con sede en Bucaramanga, y el general Alberto Bravo,
sucesor del anterior en la misma jurisdicción. A pesar de los reiterados anuncios de los
altos mandos de que esa alianza no es una política institucional, la periódica repetición
de hechos similares hace pensar que debe existir una tendencia al interior de las
fuerzas militares que mantiene viva esa relación, y que de paso, desacredita a toda la
institución al mostrar unos militares violando la misma ley que dicen defender.
61 Hay que reconocer también, que parte de las condiciones políticas para el sorprendente
avance de los grupos paramilitares en los últimos dos años surgieron con el boicoteo
electoral de la guerrilla, especialmente del ELN, durante las elecciones municipales de
235

finales de 1997. Esto fue claro en el sur del departamento de Bolívar, área que forma
parte del Magdalena medio, región de un intenso conflicto armado, desplazamiento y
masacres en los años recientes. Ese saboteo impidió que candidatos con gran aceptación
popular llegaran a las alcaldías o enfrentó a grupos importantes de la población con la
guerrilla, como sucedió en Santa Rosa del Sur, Simití, y San Pablo –todos en el sur de
Bolívar–, hasta hace unos años considerados baluartes políticos de la guerrilla,
municipios que se oponen a una zona de distensión para el ELN, similar a la que tuvo las
FARC en el sur del país. La guerrilla desconoció no sólo decisiones sobre participación
electoral que comunidades enteras habían tomado, sino también se enfrentó con
grupos de las elites tradicionales de esos municipios, hechos que aprovecharon los
enemigos de la guerrilla para denunciar su autoritarismo y presentar la llegada de los
paramilitares como una oportunidad para el ejercicio de la libertad. Un sentimiento
similar también surgió luego del éxodo campesino del sur de Bolívar hacia
Barrancabermeja –Magdalena medio– a finales de 1999, debido al férreo manejo que se
le dio a la organización de los marchistas durante su permanencia en el casco urbano de
Barrancabermeja.
62 El caso del sur de Bolívar muestra que las nuevas posibilidades de participación,
ofrecidas por la descentralización, han sacudido a las organizaciones sociales del
tutelaje bipartidista, lo que ha permitido una mayor pluralidad y autonomía en su
interior, como también un cuestionamiento a las formas de ejercicio del poder por
parte de la guerrilla. Sobre los errores y autoritarismo de esta, los paramilitares y sus
aliados han logrado crear un público que coincide con su propuesta o con puntos de
ella, así no estén de acuerdo con el terror de sus métodos. Si bien el uso de la violencia
en contra de la población civil sospechosa de auxiliar a la guerrilla, usualmente la más
pobre, ha sido un rasgo de las operaciones paramilitares, no hay que olvidar que grupos
políticos y sociales concretos se han beneficiado de los efectos de ese terror, con la
creación de una base política poderosa, que por silenciosa, no quiere decir que no
maquine en la sombra.
63 Además de la tensión mencionada entre el ejecutivo y las fuerzas militares por la
definición de las políticas de paz, hay que llamar la atención sobre una nueva zona de
conflicto entre militares y otra sección del Estado fortalecida por la Constitución de
1991; se trata del sector judicial, con la Fiscalía a la cabeza, y de una serie de
instrumentos de defensa del ciudadano frente a abusos de autoridad por parte de
funcionarios estatales. A ese fortalecimiento institucional corresponde también una
mayor conciencia de la noción de derechos y demandas democráticas, de diferentes
sectores sociales del país, la cual se ha consolidado desde inicios de los años noventa.
Sin embargo, este avance parece que no ha sido bien entendido por grupos influyentes
en la institución militar, haciendo salvedad de la policía, cuerpo que inició una
transformación en 1993 y que está aún en proceso. En efecto, tal vez la mayor queja del
Ejército en la actualidad se refiere a las posibilidades de que sus miembros sean
“judicializados” o acusados de violar los Derechos Humanos. Es lo que un comentarista
de prensa cercano a la fuerza armada calificó como “el Estado contra el Ejército” 40, en
donde acusa a la Fiscalía de una “guerra jurídica” en contra de la organización armada.
64 En el fondo de esta nueva tensión, esta vez no con los intentos de paz de la Presidencia,
sino con la aplicación de la ley y defensa del ciudadano por parte de la Fiscalía, se
encuentra también la concepción del conflicto que aún persiste en el Ejército, o al
menos dentro de sus aparatos de seguridad, y la caracterización como enemigo interior
236

de todos los que no acepten sus postulados estratégicos. Esto está a tono con la idea de
que la lucha democrática y por reforma del régimen, en un contexto de enfrentamiento
armado de baja intensidad como el colombiano, es una “guerra subterránea”. Así lo
expresa el general Adolfo Clavijo, quien considera que esa guerra “se dirige y pelea
desde los escritorios, desde los escenarios políticos y democráticos universales, desde
nuestras propias instituciones políticas, económicas, jurídicas, diplomáticas y sociales,
es una guerra que se ha enquistado en los medios de comunicación masiva para inclinar
la balanza a favor de esta insurgencia terrorista”41. En la amplitud e imprecisión de la
anterior línea de argumentación se podría incluir casi cualquier actividad y hacerla
aparecer como si favoreciera el terrorismo. Algo similar sucede con el incriminatorio
concepto de “parasubversivos” de las AUC.
65 Es conocido que las ACCU se han convertido en los años recientes en refugio de militares
“empapelados”, según el uso coloquial, o acusados de violar los Derechos Humanos,
según afirma la Fiscalía. El influjo reciente ha sido tal, que ha generado roces aún en la
misma coalición de los tres sectores que componen las ACCU, en particular de parte del
grupo identificado como “ex guerrilleros”, quienes han perdido terreno frente a los
recién llegados. En mayo de 1999, Castaño reconoció que trece oficiales del Ejército
habían ingresado a las ACCU, no por violar la ley, sino como resultado de “la
desmoralización en el Ejército”. El jefe de escolta del mismo Castaño es un capitán
desertor del Ejército. “Es que a uno lo quieren empapelar a toda hora”, se queja el ex
capitán, al tiempo que rechaza los controles de las autoridades civiles. Este ex oficial del
Ejército fue alumno de la Escuela de las Américas, ubicada en Fort Benning, Georgia,
famosa por los cursos de contrainsurgencia y por el récord de violaciones de Derechos
Humanos de sus graduados42, de acuerdo con sus opositores en los Estados Unidos.
Además, el nuevo frente de las AUC en el Valle del Cauca está compuesto por militares
retirados, según sus mismos anuncios43. Igualmente, de 388 miembros de las fuerzas
militares dados de baja, entre otras razones por violaciones de Derechos Humanos a
finales del año 2000, aproximadamente cincuenta fueron reclutados por Castaño 44. Es
decir, existen oficiales, o se podría pensar un sector amplio dentro de las fuerzas
militares y del cuerpo de sus miembros retirados, quienes piensan que la institución
armada debería estar por encima de la ley, como fuero especial de su actividad. O más
aún, un sector para el cual el fin justificaría cualquier medio.
 
Conclusiones
66 El presente trabajo ha mostrado el paramilitarismo y las autodefensas en un marco
analítico distinto a los normalmente usados para aproximarse al tema. Ese marco es el
de la modernización política iniciada en 1982 con las negociaciones de paz entre
gobierno y las guerrillas izquierdistas, la apertura política, y luego con la
descentralización y la primera elección de alcaldes en 1988. El énfasis en los efectos del
paramilitarismo sobre las posibilidades de democratización iniciadas en 1982, quiere
llamar la atención sobre la extraordinaria movilización social por derechos y
democracia impulsada por una impresionante variedad de actores regionales,
sectoriales y nacionales desde finales de los años setenta. La atención casi exclusiva
dirigida a las guerrillas y las reacciones en su contra han opacado esas demandas por
justicia y reconocimiento, en favor de una perspectiva en donde los actores armados
han sido casi los protagonistas exclusivos, y por lo tanto, alrededor de los cuales se han
237

centrado las negociaciones de paz. Al aproximarse al surgimiento de aparatos armados


no estatales de orientación política opuesta a la de las guerrillas, en un contexto de
transformación estatal y cambio en los equilibrios políticos, el texto busca ubicar a los
paramilitares como parte de una confluencia más amplia de oposición a cualquier
reforma que redistribuya, como consecuencia de una negociación exitosa con los
insurgentes, el poder y la riqueza en el sector rural. El artículo no afirma que esa
confluencia haya sido el resultado de un proyecto definido de antemano por una cúpula
opuesta a las negociaciones de paz y las posibles reformas, sino más bien la
consecuencia de diferentes procesos que fueron confluyendo en su desarrollo hacia un
mismo propósito: detener a cualquier precio las redefiniciones de poder y riqueza que
traerían una incorporación exitosa de la guerrilla a los sistemas políticos regionales en
donde tiene –o tuvo– influencia.
67 El texto señala dos períodos bien definidos en el origen y desarrollo del
paramilitarismo: el primero, de surgimiento disperso y sin articulación entre los
diferentes grupos, antes de la constitución de 1991, la cual fue en parte resultado de esa
gran presión democratizadora, frente a la cual los afectados reaccionaron de forma
violenta, pero dispersa. El segundo, de articulación y expansión, después de 1992,
cuando el fracaso de las negociaciones con las FARC, el mayor grupo guerrillero, llevó a
una agudización del conflicto armado. Para este segundo período ya hay establecidas
etapas en la forma de conquista de territorios por parte de los paramilitares: un primer
momento de incursión militar, masacres y “ablandamiento” de los posibles apoyos
civiles y sociales de la guerrilla, con el fin de aislarla y cortarle cualquier nexo con la
población. Un segundo momento de consolidación, repoblamiento e iniciativas
económicas con el apoyo de elites locales desafectas de los insurgentes, y una tercera
etapa de legitimación del nuevo orden a partir de inversiones estatales y privadas 45.
Estos tres pasos es lo que los “paras” llaman “recuperar territorios para la
institucionalidad”, que no significa sino el más crudo frentenacionalismo en sus peores
momentos de los años sesenta y setenta, y su reducida agenda pública de seguridad y
orden. Ha sido como devolverse cuarenta años en la lenta y conflictiva modernización
política del país, pero ahora con una corrupción rampante y grupos armados
defendiendo intereses de elites locales.
68 La llave maestra que desencadenó las diferentes dinámicas para la confluencia
mencionada han sido los intentos de modernización política impulsados desde la
Presidencia a través de las negociaciones de paz, las cuales, junto con la apertura
política y descentralización, abrieron oportunidades para la acción colectiva a los
diferentes actores regionales, pero en particular a aquellos en busca de justicia social y
reconocimiento. Para entender el esquema analítico propuesto es importante tener
presente la interacción permanente entre lo regional, lo nacional y lo internacional, y
cómo los actores locales respondieron a aperturas o cierres en las posibilidades de
acción, efecto de políticas nacionales reformistas o de “mano dura”, y de la influencia
de los contextos internacionales en los ámbitos de acción local. Esa tensión entre la
Presidencia y la institución militar en lo relativo a la política de paz, y la confluencia
entre elites regionales y los sectores más recalcitrantes de las Fuerzas Armadas en la
oposición a las negociaciones, crearon el espacio para el surgimiento de los grupos
paramilitares, y sin buscarlo, el fortalecimiento de sus promotores iniciales: los
narcotraficantes. De esto se podría concluir que la expansión del narcotráfico es un
resultado del fracaso de la negociaciones de paz, y no al contrario, que su crecimiento
238

ha alimentado la agudización del conflicto armado. El orden de la secuencia es clave,


porque de la primera se deduciría que un proceso de paz exitoso llevaría a una solución
para la erradicación de los cultivos ilícitos y el tráfico de estupefacientes, mientras que
de la segunda se inferiría que escalando una solución militar se acabaría con el
narcotráfico, y así se conseguiría la paz a través de la asfixia económica de la guerrilla y
su debilitamiento militar, pero con poco o ningún espacio para reformas políticas.
69 El trabajo identifica tres actores clave en esa reacción en contra de la modernización
política: el narcotráfico, las elites económicas y políticas locales, en su mayoría
cercanas al partido Liberal, y sectores de las Fuerzas Armadas. De los tres actores
mencionados, el análisis le da al papel de estas últimas y su concepción del conflicto
armado un mayor peso explicativo en la trayectoria que ha tomado una posible
democratización y la visible disolución estatal de la última década en Colombia. Con
todo, el trabajo también ha tenido en cuenta la ausencia explícita de un liderazgo
civilista en los sectores políticos, en particular en el partido Liberal, grupo que tuvo las
riendas del poder nacional, con mayorías parlamentarias, entre 1986 y 1998. Las
estrategias apegadas a concepciones de la Guerra Fría para resolver la confrontación
armada, bien sean por acción o por omisión, han convertido a la población civil en el
principal blanco, y dentro de esta, a los agentes individuales y colectivos que pueden –o
hubieran podido– impulsar un mayor -e indispensable- cambio democrático en
Colombia. Pretender romper los lazos entre la subversión y la población por medio del
terror y el asesinato, sin un proceso político y reformista de por medio, que muestre las
bondades del cambio por vías no violentas, es adoptar tácticas de genocidio, como en
efecto Castaño lo acepta. El jefe de las AUC, a nombre de la libertad, puede haber aislado
territorios de la violencia guerrillera, pero a costa de las posibilidades de
democratización y sembrando el miedo. Las víctimas de los militares golpistas del Cono
Sur en los años setenta conocen bien el argumento. Y los resultados también.

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paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana, Bogotá, ILSA-CEREC.

“El dossier paramilitar”, en Semana. No. 350. (abr. 11-17.1989).

Semana. No. 669. (feb.-mar. 1995).

Torres, J. (1986): Military Government, Political Crisis, and Exceptional State: The Armed Forces of
Colombia and the National Front. 1954-1974. Disertación doctoral, Buffalo, University of New York
State.

Uprimny, Rodrigo y Vargas, A. (1990): “La palabray la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia”,
en Palacio, Germán (Ed.). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana, Bogotá, ILSA-
CEREC.

NOTAS
1. Medina, Carlos (1990), pp. 166-243. Palacio, Germán y Rojas, F. (1990), pp. 69-104; Reyes.
Alejandro, (1994), pp. 111-122 y Uprimny, Ricardo y Vargas, Alejo (1990), pp. 105 165.
2. Ver Informe del Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, febrero 19 de 1983; y
el reporte sobre paramilitarismo elaborado por el Departamento Administrativo de Seguridad
(DAS), bajo la dirección del General de la policía Miguel Maza Márquez. Parte de este fue publicado
por la revista Semana como “El dossier paramilitar”. abril 11-17 de 1989.
3. Ver el Debate parlamentario de agosto de 1987, en el que el ministro de Defensa, general Rafael
Samudio y el ministro de Justicia, Juan Manuel Arias, justificaron y apoyaron los grupos de
autodefensa campesina. El Tiempo, agosto 28 de 1987, Bogotá.
4. Ver Discurso de Fernando Botero, primer Ministro de Defensa del gobierno liberal del
presidente Ernesto Samper (1994-1998), en el Congreso Ganadero de octubre de 1994. También
hay que recordar que el término autodefensa fue el usado en el informe sobre los “grupos de
justicia privada” del entonces ministro de Gobierno liberal, Cesar Gaviria, en 1987.
5. Cubides, Fernando (1995), pp. 147-155.
6. Reyes, Alejandro (1997), pp. 279-346: Romero, Mauricio (1995), pp. 96-121.
7. El Tiempo. 6 de septiembre de 2000, Bogotá.
8. Salazar, A. (1993), p. 127.
9. Leal, Francisco y Zamosc. L. (1990), p. 2.
10. Castellanos, C. (1992), pp. 9-28.
11. Comisión Colombiana de Juristas (1997), pp. 3-81.
12. Londoño, R. (1994), pp. 25-85.
13. Archila, Mauricio (2000), pp. 12-37.
14. Ibidem.
15. Restrepo, Luis Alberto (1994), pp. 13-72.
16. Archila (2000), y Salgado, C. y Prada, E. (2000), pp. 145-196.
17. Santos, Boaventura De Sousa (1990), pp. 291-299.
18. Orjuela, L. J. (1993), pp. 134-161.
241

19. Dávila, Andrés (1998), pp. 127-174. Leal, Francisco (1994), pp. 67-177. Leal, Francisco. (1994 b),
pp. 131-172.
20. El episodio más reciente de esa tensión fue la renuncia del ministro de Defensa, Rodrigo
Lloreda, en mayo de 1999, debido a desacuerdos con la decisión de la Presidencia de prolongar la
zona de despeje para las FARC. Esto sucedió pocas semanas después de que la Presidencia pidió el
retiro de dos generales acusados de promover grupos paramilitares. decisión controvertida
dentro del estamento militar. En solidaridad con el ministro renunciante, la plana mayor de las
Fuerzas Armadas amenazaron con renunciar: 17 generales, encabezados por el comandante del
Ejército, y más de 100 coroneles y mayores, además de otros oficiales y suboficiales. También se
rumoró sobre amenazas de posibles deslizamientos de oficiales y soldados bajo su mando, hacia
los grupos paramilitares y de autodefensas. Cambio. No. 311, Mayo 31-junio 7 de 1999.
21. Esta expresión se refiere a la trayectoria seguida por un fenómeno social, en la cual las
decisiones de los implicados, o los resultados previos, van delineando un camino o reduciendo las
posibles alternativas disponibles para los sujetos –individuales o colectivos– involucrados. De
esta forma, la evolución de un fenómeno determinado se limita a las variaciones dentro de unos
parámetros ya previsibles. Las negociaciones de paz iniciadas en Colombia en 1982 son un buen
ejemplo. Cada gobierno ha iniciado conversaciones con la guerrilla desde entonces, siguiendo un
libreto similar: un primer año de grandes expectativas, seguido de acusaciones de las Fuerzas
Armadas poniendo en duda la buena fe de la guerrilla, luego se pasa a acusaciones mutuas sobre
incumplimiento de lo pactado, y finalmente estancamiento del proceso. Al menos esta ha sido la
trayectoria con las FARC. El intento de negociación del presidente Pastrana es el quinto desde
1982.
22. Esta polaridad no significa que un extremo excluya al otro. Más bien, hace referencia a una
continuidad a lo largo de la cual hay movimiento permanente, unas veces más cerca de un
extremo que del otro, dependiendo de las condiciones que la afecten. Así, no hay situaciones de
absoluta autonomía o absoluta subordinación, sino diferentes combinaciones.
23. El Tiempo. 18 de agosto de 1999, Bogotá.
24. Se diferencia civilista de civil, porque hay civiles con una concepción más militarista de la
solución de los problemas sociales y políticos que los mismos militares. De igual forma, hay
militares más civilistas que los mismos civiles.
25. Semanario La Nota. No. 39, Junio de 1999.
26. El Tiempo. 18 de agosto de 1999, Bogotá
27. Romero, Mauricio (1999), pp. 175-218.
28. El Ejército considera que en sentido estricto los paramilitares son las guerrillas, mientras que
estas denominan paramilitares a las fuerzas de contrainsurgencia y encubiertas del Ejército. A su
vez, los grupos, que los medios de comunicación y los académicos consideran como paramilitares,
rechazan este apelativo y se llaman a sí mismos autodefensas, mientras que estos reservan la
palabra paramilitar para las fuerzas de seguridad del Ejército.
29. Además de las ACCU están las Autodefensas Campesinas de los Llanos Orientales, Autodefensas
Campesinas de Cundinamarca. Autodefensas Campesinas del Casanare. Autodefensas Campesinas
de Santander y Sur del Cesar, y Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio. Recientemente
se creó un frente nuevo en el Valle del Cauca, pero no está claro aún si es una avanzada de las
ACCU o tiene estructura y base regional autónoma. De acuerdo con volantes repartidos en Cali,
este frente está compuesto por militares retirados de las fuerzas militares.
30. Castro, Germán (1996), pp. 141-232.
31. Medina, Carlos (1990).
32. Romero, Mauricio (1995).
33. Semana. No. 669, 28 de febrero de 1995.
34. El ministro Botero fue uno de los primeros funcionarios de alto rango en renunciar al ser
acusado, y luego condenado, por recibir cerca de seis millones de dólares del cartel de Cali para
242

financiar la campaña que concluyó con la victoria presidencial del candidato liberal Ernesto
Samper (1994-1998).
35. Alternativa. No. 16, Diciembre de 1997.
36. Documento de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, en las que se declaran movimiento
político-militar. Julio de 1997.
37. El Tiempo. 18 de enero de 1997, Bogotá,
38. Castro, Germán (1996).
39. Dávila, Andrés (1998).
40. Mendoza, Plinio. El Espectador. 16 de septiembre de 1999, Bogotá.
41. Mendoza, Plinio. El Espectador. 30 de septiembre de 1999, Bogotá.
42. Entrevista a Carlos Castaño publicada en El Espectador. 18 de mayo de 1999, Bogotá.
43. Ver nota 30.
44. El Espectador, 21 de octubre de 2000, Bogotá.
45. CINEP- Justicia y paz (1997), pp. 155-160.

NOTAS FINALES
1. Investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales ( IEPRI),
Universidad Nacional de Colombia, Este trabajo es parte de la investigación Elites Regionales,
Seguridad y Crisis del Estado en Colombia, financiada por COLCIENCIAS.
243

Narcotráfico y guerra en Colombia:


los paramilitares
Fernando Cubides C.

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
 
El nacotráfico en el entramado de las violencias
colombianas
1 En sus primeros trabajos como investigador, el hoy funcionario de la ONU Pino Arlachi
postuló que la violencia era consustancial al narcotráfico como actividad. Dicho
postulado, incontrovertible en su generalidad, admite grados y matices, y para que sea
fértil ha de combinarse con un conocimiento histórico de la sociedad en cuestión.
Cuando lo formula, el sociólogo Arlachi piensa en Italia, más concretamente en Sicilia, y
tiene como referente principal a una organización delictiva de tal arraigo y tradición
como es la mafia. El propio Arlachi en su libro provocador y antológico, La mafia
imprenditrice-Etica mafiosa e spirito del capitalismo1 elude la generalización acerca de la
naturaleza de las organizaciones mañosas y se adentra en las variantes regionales; se
muestra sensible por tanto a las diferencias entre la mafia siciliana, la camorra
napolitana y la n’dranghetta calabresa, y entre todas ellas (todas en el mezzogiorno, en
la Italia del sur y típicas de su época preindustrial) y las demás organizaciones
delincuenciales de la Italia urbanizada e industrial.
2 Los colombianos Ciro Krauthausen y Luis Fernando Sarmiento retoman el postulado de
Arlachi y lo aplican a la situación colombiana en su trabajo de monografía Cocaina & Co-.
Un mercado ilegal por dentro, presentado y publicado en 1991 (la fecha será importante
para nuestro asunto). En el apartado “El recurso violencia” del capítuloii, y en el
capítulo iv, “Confianza, violencia y cooperación” la aplicación de dicho postulado 2
244

resulta del todo válida para entender lo que ya para entonces ha sido casi una década
de uso preferente e intermitente de la violencia por los narcotraficantes, y en un
contexto global, en el que bajo las administraciones Reagan y Bush, (1980-1988 y
1988-1992, respectivamente) el Estado más poderoso del mundo ha incorporado dentro
de su política internacional una retórica y unas acciones de “guerra contra el
narcotráfico”. Subsiste en todo caso una ambivalencia acerca de la dimensión privada o
pública de la violencia. Mientras que en el contexto inmediato al que se refieren
Krauthausen y Sarmiento existe esa guerra abierta, el postulado en que se apoyan
subraya, que la que es consustancial, de mercado, es la violencia ejercida
individualmente, la violencia en su dimensión privada.
3 En el presente escrito, y con apoyo en varios títulos de la amplia literatura que se ha
acumulado sobre el problema, y un conocimiento directo de algunas de las regiones en
que el cultivo de la coca es la actividad predominante, nos proponemos entender la
cambiante relación entre el narcotráfico como actividad económica y varias de las
modalidades de violencia que afectan a la sociedad colombiana, a la altura de 2002
inmersa en una guerra declarada. A su vez, procuramos entender las determinaciones
que provienen del contexto internacional, pues será la declaratoria de guerra contra el
narcotráfico, como un objetivo estratégico de la política exterior norteamericana lo que
reducirá el margen de acción de los gobernantes y políticos colombianos hasta hacerlo
casi exiguo, dando lugar a todo tipo de incongruencias.
4 Uno de los investigadores colombianos que mencionábamos antes, Krauthausen, en su
disertación doctoral –publicada como libro en alemán y también español: Padrinos y
mercaderes (1998)– relativiza en su segundo trabajo el postulado inicial, refina su
análisis e introduce la variable tiempo de manera explícita mediante una periodización
más detallada, se aparta de algunas de las ideas centrales de su primer trabajo y del
propio Arlachi en sus propósitos generalizadores. Al hacerlo además Krauthausen se
ocupa in extenso de la guerra contra el narcotráfico, y de la estrategia de confrontación
de los narcotraficantes para obtener concesiones e impunidad del sistema político. Ya
para entonces considerar ambas dimensiones -pública y privada- es ineludible, su
distinción analítica va perdiendo sentido y a partir de aquí se irán imbricando cada vez
más.
5 La que adopta Krauthausen es una periodización que ha sido adoptada también por
otros estudiosos del problema y que coincide grosso modo con la que empleamos en este
artículo. En todo caso una recapitulación de los hechos de los primeros años del
narcotráfico –en que predominaba el carácter meramente artesanal y marginal de la
producción y el carácter puramente conspicuo del consumo– sin que se trate de una
reconstrucción minuciosa, historiográfica, de los hechos, nos permite apreciar cómo,
hasta 1980 en la política norteamericana, y hasta 1983, en el ámbito nacional, primó la
permisividad: la confrontación y los hechos de violencia asociados al narcotráfico
fueron muy esporádicos, siempre ligados al ajuste privado de cuentas y en todo caso
por fuera de la escena pública o de cualquier intento de modificación de la forma en
que se distribuía el poder político. A la luz de lo ocurrido después de 1983 hoy esa etapa
puede parecer-nos casi idílica, y requiere de un seguimiento de prensa detallado y de
un esfuerzo imaginativo representarse el grado de aceptación, el tratamiento folclórico
que se le daba a algunos de los primeros grandes narcotraficantes 3.
6 La delimitación cronológica que se ha sugerido es, por ahora la más convencional: las
décadas (años sesenta y ochenta, años noventa, etc.). No obstante, hilando más delgado,
245

el año de 1982 es el punto de ruptura menos arbitrario entre la primera y la segunda


etapa de la historia colombiana del narcotráfico, por las expectativas acumuladas y el
inicio de un proceso de negociación entre el gobierno de Belisario Betancur y las
guerrillas. Aun cuando hoy, vistos los resultados, tiende a soslayarse ese aspecto, el
delinear ese posible proceso de negociación con las guerrillas, así como algunos de los
contenidos nacionalistas de su plataforma como candidato, comportaron un comienzo
auspicioso y un margen de maniobra adicional frente a las presiones externas que
contrastaban con el gobierno precedente. En sus formulaciones iniciales, Belisario
Betancur había indicado que no aplicaría el tratado de extradición vigente. Por su
parte, el grado de originalidad de la política de paz le había valido que su contrincante
perdedor, López Michelsen, saludándola aprobatoriamente afirmara, con la frase
convencional, que ese gobierno “partía en dos la historia de Colombia”.
7 Pronto, sin engaños políticos (el nacionalismo, una cierta laxitud frente al narcotráfico,
y el esfuerzo por dar inicio a un proceso de negociación con las guerrillas) entrarían en
resonancia bajo la presión creciente que provenía del gobierno norteamericano. No
intentaremos a ese respecto una recapitulación exhaustiva, pero puede establecerse
una secuencia entre ese caudal de buenas intenciones, el incremento de la presión
internacional, y las expectativas –pero también las incertidumbres– que generaría el
proceso de paz. Tomaremos para ilustrarlo episodios representativos y documentos
testimoniales cuya representatividad esté fuera de dudas. Uno de los primeros, y que
como punto de ruptura está en la memoria colectiva, fue el asesinato de Rodrigo Lara
Bonilla, entonces ministro de Justicia, a finales de abril de 1984. Su acción como
ministro, acentuada por las dudas que había suscitado el debate parlamentario en su
contra al descubrirse que algunos de los fondos de su campaña anterior provenían del
narcotráfico, lo condujeron de manera paulatina a ser un blanco preferencial. El blanco
escogido para enviar un mensaje al conjunto de la clase política, y al sector político al
que pertenecía (el Nuevo Liberalismo, una disidencia del tradicional partido Liberal) y
que la cúpula del narcotráfico apreciaba como intransigente y el más refractario a sus
intereses. En reacción, es en su funeral que el presidente Betancur anuncia que aplicará
en adelante el tratado de extradición.
8 Pero la resonancia entre lo que se perfilaba como confrontación con los
narcotraficantes y la incipiente negociación con las guerrillas se puede deducir de dos
fuentes documentales: el célebre memorando del Hotel Marriot que personalmente la
cúpula del narcotráfico le entregó a López Michelsen a mediados de 1984, y algunas de
las entrevistas a Pablo Escobar que reconstruían esos mismos hechos.
 
Una imagen ofrecida por los narcotraficantes como
grupo social, 1984: El “Memorando Marriot”
El país tiene que hacerse cargo de la magnitud del problema de la droga.
Alfonso López Michelsen (ex presidente), julio de 1984.
9 El tono admonitorio de la anterior declaración tal vez no fuera indispensable ya para
entonces, cuando habían transcurrido poco más de dos meses del asesinato de un
ministro de Estado como lo era Rodrigo Lara Bonilla, este fue ordenado por la cúpula de
los narco-traficantes, como lo señalan varios indicios y pruebas del expediente judicial;
pero al ex presidente López, dicho tono le parecía necesario para dar cuenta de las
razones que le llevaron a aceptar una entrevista con dos de los capos del cartel de
246

Medellín, Pablo Escobar y Jorge Ochoa, y un antiguo colaborador suyo, Santiago


Londoño White, que oficiaba como mediador. Junto con la entrevista se hizo público un
memorando en que Escobar y Ochoa se presentaban como voceros de
unas cien personas que constituían la cúpula de la organización de la cocaína, una
organización que según ellos había tardado 10 años en formarse y que trabajaban
en coordinación con gentes de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador y con cómplices en los
Estados Unidos4.
10 Al decir de López Michelsen, portador del singular documento. Pero además de la
crónica periodística del momento, y del memorando (un documento de 6 páginas
titulado “Declaración Unilateral” fechado el 9 de mayo, una semana después del
asesinato de Lara) el Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez sostuvo
un encuentro similar, también en Panamá, e hizo profusas declaraciones posteriores
acerca de la conveniencia de un proceso de negociación como el que se proponía.
11 Sin perder de vista que es un documento con intenciones exculpatorias, concebido y
redactado para desviar la investigación judicial y mixtificar sus motivos, no por esto
deja de ser representativo de la mentalidad del sector que lo encarga. Se alcanzan a
traslucir en él algunos de sus motivos verdaderos, y ofrecen en todo caso, una imagen
de sí mismos como grupo social. Encontramos, por ejemplo, una referencia explícita a
valores regionales de los que estuvieron, y están, imbuidos los narcotraficantes
antioqueños: un sentido de supremacía regional y su identificación con los pioneros de
la industrialización, todo un tópico en la historia económica colombiana:
Según ellos, esa organización se forjó al imponerse el espíritu empresarial
antioqueño sobre el de otras regiones, y otros países, en un negocio que deja varios
miles de millones de dólares al año. Alguno de ellos afirmó que uno de sus
representados se había ganado 90 millones de dólares durante el último trimestre 5.
12 Una de las intenciones declaradas del documento es el apaciguamiento, propiciar una
negociación, y de hecho uno de los intermediarios en su difusión, el Procurador General
de la Nación se convierte en defensor de la idea de un diálogo y negociación con los
narcos6. Pero la idea no prospera, la suspicacia que genera en el plano internacional se
hace evidente y las vicisitudes del propio proceso de negociación promovido por
Betancur con las guerrillas, impiden cualquier modificación del libreto preexistente 7.
Según todas las evidencias disponibles y como lo registran varios recuentos históricos,
de ese período proviene la formación de los primeros grupos paramilitares.
13 En tanto no se puedan establecer las pruebas de la existencia de un plan de conjunto, de
una estrategia unificada, nacional, para su formación, lo que se puede constatar por
ahora es la coincidencia en el tiempo de varios fenómenos regionales. Desde luego que
la formación del mas, una organización creada por los narcotraficantes para luchar
contra el secuestro de algunos de sus familiares, tiene validez como precedente, y la
eficacia de sus operaciones iniciales lo convertirán en un modelo, e incluso en el origen
de un calificativo popular y genérico para todos los grupos armados por los
narcotraficantes (“los masetos”). Cosa distinta es afirmar que los muy disímiles grupos
regionales que surgen en la época, se originen allí, o tengan nexos orgánicos con una
organización de vida efímera y con objetivos muy delimitados. Además porque en
adelante se hará patente la diferencia entre los dos más grandes grupos de
auspiciadores de grupos armados: el “cartel” de Cali y su homólogo, el de Medellín.
14 Vale la pena a este respecto retomar a Arlachi en aquello de las diferencias regionales.
Uno de los aspectos de su trabajo inicial que sigue siendo válido es precisamente el
247

examen detallado que hace de “la función de integración por vía mañosa, de las
subculturas políticas locales en el sistema político nacional” 8. Nótese en nuestro caso
que si las aspiraciones de negociación se plantean en un plano nacional, y aspiraciones
individuales como las del capo Escobar se manifiestan en ese plano, son las redes
locales y regionales las más permeables a la influencia de los narcotraficantes, las más
comprometidas, y bastaría la enumeración de los políticos que en el plano local y
regional han resultado ser instrumentos de los narcos. Habría que examinar la
estructura de los movimientos del capo Lehder en el Quindío, de Escobar en el Valle de
Aburra –el dominio absoluto que consiguió en un municipio como Envigado–, de los
Rodríguez Orejuela en Cali y en el Valle, para corroborarlo.
15 Desde luego que en las alternativas de guerra y conatos de negociación que se seguirán
de modo intermitente hasta 1992, aparecerán una y otra vez los grupos armados,
autodefensas o paramilitares, ya existentes, como una baza fuerte, como un argumento
negociador9, sin que dejen de ser perceptibles las variaciones regionales en el uso de la
violencia, las diferencias en cuanto a orientación estratégica que caracterizan a los
diversos grupos, como trataremos de ilustrarlo en seguida. En ese contexto, el hecho de
que Lehder, cuando era perseguido, o Escobar en uno de sus delirios cuando se
encontraba en máximo estado de confrontación amagaran con organizar su propio
grupo guerrillero (“Antioquia Rebelde” era la denominación escogida por Escobar)
tiene una significación apenas anecdótica.
16 En todo caso, lo que se puede deducir del contexto y de todas las entrevistas e indicios
consultables es que para los capos del narcotráfico, en este momento era inaceptable
que el gobierno que había emprendido una negociación con la guerrilla y formulaba lo
que para la época era una novedosa política de paz, al mismo tiempo emprendiera una
guerra contra ellos, que se sentían “de una pieza con el sistema”. Y eso es constante, ya
sea en las disparatadas y vehementes declaraciones y gestos teatrales de un Lehder, o
en los cuidadosos y melifluos alegatos de Gilberto Rodríguez Orejuela. Pero sobre todo
lo encontraremos en las acciones que emprenden las dos organizaciones más
estructuradas, y en el momento que eligen para introducir variaciones en su estrategia.
17 De mayor alcance, y más representativo como una modalidad de uso de la violencia es
la participación de los principales capos de la organización de Medellín en la formación,
el aprovisionamiento y el entrenamiento mediante asesoría de mercenarios ingleses e
israelíes10, de los primeros grupos paramilitares. Basándonos en “El Dossier
Paramilitar” compilado por el das, y divulgado por varios medios 11, en los casos
judiciales consolidados contra Luis Alfredo Rubio, primer alcalde electo de Puerto
Boyacá, se puede ver cómo, lo que había surgido como grupos de escoltas y de
guardianes de su patrimonio privado, por confluencia de intereses con los
terratenientes tradicionales de Puerto Boyacá, se convierte luego en una organización
para la guerra irregular, que se propone disputar el control territorial que había
adquirido previamente la guerrilla, y la hegemonía política de las fuerzas de izquierda
en el municipio. El caso Puerto Boyacá, y su difusión como modelo ha sido objeto de
excelentes trabajos de monografía histórica, como el del historiador Carlos Medina
Gallego12. Hay aspectos por investigar todavía sobre todo la responsabilidad de oficiales
del Ejército colombiano en el aprestamiento logístico, e incluso en la mediación para la
contratación de los mercenarios, como lo señalan varias fuentes. Sobre lo anterior será
necesario volver cuando abordemos la cuestión de la génesis y los desarrollos iniciales
del paramilitarismo.
248

 
El expediente Pallomari. Datos calificados sobre uno
de los organigramas delincuenciales: El cartel de Cali
18 Durante varios años hizo carrera en el lenguaje periodístico, y en algunos de los
analistas, hasta convertirse en un tópico, una fácil contraposición entre las
organizaciones de Medellín y de Cali. Según ella, a los narcotraficantes de Cali había
que reconocerles un ánimo pacifista, una actitud contemporizadora y la continua
disposición a la transacción que evitara la violencia. Fuentes documentales posteriores,
y los propios registros estadísticos, desvirtúan ese tópico. La principal de las fuentes, es
el llamado “Expediente Pallomari”.
19 Se trata de una fuente sujeta a lícitas dudas en cuanto a la veracidad de su testimonio,
pero que corroboran buena parte de las investigaciones judiciales que conformaron los
casos contra Miguel y Gilberto Rodríguez. Nos referimos a la sinopsis del mencionado
expediente –como se sabe, Pallomari, el contador del cartel de Cali que tras una
primera captura en 1995 y el inicio de un proceso en su contra, decidió entregarse a la
justicia norteamericana–. La cautela crítica se impone, pues los de Pallomari son datos
que se ofrecen en un testimonio –al igual que el de Max Marmelstein– en función del
plea bargain, en el cual quien está siendo procesado judicialmente, negocia su pena y
está obviamente interesado en magnificar su propio papel; las evidencias que entrega
entonces están tamizadas por su interés en esa misma causa, y no son en modo alguno
el cuadro general de su acción delincuencial. Las distorsiones son, pues, inevitables.
20 Pero la representatividad del personaje es indiscutible: ocupaba un papel clave en la
cúpula de la organización, contribuyó a su diseño y fue quien a la vez diseñó el sistema
que durante mucho tiempohizo posible que las ganancias ilegales irrigaran los negocios
legales de los Rodríguez Orejuela; así mismo quien ideó el sistema de guardar en
archivos magnéticos la información más sensible: la que comprometía a constituyentes,
parlamentarios y personajes de la vida política. Tales archivos eran un instrumento
clave de la intimidación y del chantaje político al que serían sometidos los que fallaran.
También al que someterían a los miembros del Ejército y de la policía que aparecían en
su nómina, y que habían sido cooptados. Toda la destreza de Pallomari como ingeniero
de sistemas, y su técnica contable, la puso al servicio de esa empresa y al momento de
su detención era la mano derecha, el analista financiero y representante personal de
Gilberto Rodríguez en las juntas directivas de varias de las empresas legales (entre ellas
en veinte compañías de distribución y venta legal de drogas, siendo la más conocida de
ellas “Drogas la Rebaja”). Es eso lo que da un valor especial a su testimonio de 1997, tal
como fue presentado a la oficina del fiscal del Distrito Sur de la Florida y utilizado como
prueba reina contra los abogados norteamericanos Michael Abell y William Moran,
abogados de la Florida, cuyo bufete tenía a su cargo todos los asuntos penales de los
integrantes de la organización, y que fueron condenados luego por encubrimiento.
21 Del testimonio se infiere, por cierto, la visión estratégica de los hermanos Rodríguez
Orejuela, de José Santacruz y de Helmer “Pacho” Herrera, quienes conforman la cúpula
de la organización. Al igual que lo hace la junta directiva de cualquiera de las grandes
empresas, sostienen rutinariamente una reunión semanal para evaluar los resultados;
reuniones de las que se lleva un acta: muy temprano se trazan como objetivo la
corrupción (a cargo de una de las divisiones –es su propia terminología– de la
organización), la financiación a políticos en trance de campaña y a altos funcionarios,
249

como la garantía de la impunidad que buscan, pero en un sentido más amplio, como la
forma de acceder al poder político regional y consolidar el poder económico ya
adquirido. Practican la violencia hacia sus rivales, pero eluden la confrontación con el
Estado, es en eso que se distinguen de la organización de Medellín, y de sus principales
capos. Escobar y Rodríguez Gacha. La competencia ocasionalmente conduce a la
confrontación y en el curso de ella no vacilan en acudir al terrorismo (carro-bomba
contra el edificio de Escobar en enero de 1988), pero a su vez eso no excluye nuevos
acuerdos y alianzas como la que hace posible un “pool” de donantes para obtener la
abolición de la extradición en la Constitución del 91. El testimonio de Pallomari
describe con verosimilitud el sistema adoptado, que tuvo como uno de sus pivotes al
propio secretario de la Asamblea, que por ese entonces redactaba el nuevo texto
constitucional. Tras la abolición de la extradición mediante norma constitucional, para
los narcotraficantes de Cali, solo seguía, según sus planes, “bussiness as usual”. El apoyo
a grupos de limpieza social –“Cali Limpia, Cali Linda ”– entra en este punto. También las
amenazas a grupos menores, y esto es característico, como un arma más de
negociación, el apoyo a un grupo guerrillero con presencia regional. Como señalan
varios autores sobre el tema, el uso de la violencia por los narcotraficantes no es que
sea su medio específico o preferente, pero siempre está allí como recurso, y en la
medida en que amplían su ámbito de actividades y crece el volumen del negocio,
aunque hayan decidido en principio optar por penetrar pacíficamente en los círculos de
poder y eludir la confrontación, en la medida en que en los territorios de sus
actividades tiene presencia un actor irregular o según su diagnóstico, el Estado ha
colapsado, se hace inevitable la tentación de acudir a ella, y una vez tomada esa
decisión, debe hacerse de la manera más metódica.
22 Si hay una verdad establecida, una sabiduría convencional como se dice, es la que
relaciona la primera etapa de la actividad de los narcotraficantes –una etapa de
acumulación y expansión patrimonial–, con la formación de los primeros grupos de
justicia privada, los núcleos originales del paramilitarismo. Las investigaciones
pioneras sobre la consolidación de un patrimonio agrario por los narcos se han
incorporado ya, como un dato básico a la mayoría de los análisis y figuran incluso,
como uno de los supuestos clave para el abordaje del problema en un documento del
Ministerio de Defensa que comienza a circular ahora. En cambio, la territorialidad de
esos grupos, su transformación de defensores del patrimonio agrario de los
narcotraficantes en practicantes de un tipo de guerra degradada en busca del control
territorial, está menos establecido, es más discutible y se basa ante todo en inferencias,
en especulaciones acerca de sus estrategias; inferencias hechas no a partir de sus planes
reales sino de sus declaraciones a los medios. Hay un panorama general en trabajos ya
publicados, pero no existe suficiente conocimiento acerca de esa lógica territorial, de
los mecanismos de implantación y de expansión en un ámbito regional, como para
hacer generalizaciones sobre el conjunto de los narcotraficantes colombianos, aún si su
presencia territorial o su expansión, obedecieran a una pauta común. Ese aspecto del
entramado, tal vez para la región en que se ha podido examinar con más detalle y
fundamentación empírica, es para el norte del Valle, en los trabajos de los historiadores
Darío Betancur y Adolfo Atehortúa. Un expediente, que ha contado con difusión
internacional como el de la masacre de Trujillo.
 
250

Trujillo: Un caso para la infamia


23 El que aparece registrado como caso 11.007 en la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos es un expediente que hizo posible reunir evidencias y testimonios, que
gracias a la acción de varias ONG y a la presión internacional, han sido compilados y
divulgados. Con este, el investigador puede a su vez reconstruir el entramado de
intereses y la alianza funcional que se creó entre narcotraficantes, algunas de las
autoridades locales y regionales, sectores de la fuerza pública, y representantes del
sistema judicial en una región circunscrita.
24 El poder de la maquinaria creada para cometer los delitos, los componentes que se
fueron sumando, las entidades que llegó a involucrar y los márgenes de impunidad que
garantizaba, hubiesen hecho difícil esclarecer las principales responsabilidades penales
de no haber mediado los organismos internacionales y un interés constante de los
sectores de la opinión sensibilizados por la cantidad de las víctimas y la crueldad que
denotaban las formas de tortura y de asesinato que sufrieron. Aunque no todas las
responsabilidades penales han sido esclarecidas, lo que finalmente salió a la luz,
permite entender las características de la organización que se creó. La secuencia de los
acontecimientos y el período que abarcan son también, muy representativos. Por todo
lo anterior el de Trujillo es un caso en el que se debe ahondar.
25 Acerca de la compra de tierra por narcotraficantes, los primeros indicios para el caso de
Trujillo provienen de 1985, y consisten, como suele ocurrir, en rumores y consejas
locales. No muy diferentes de los que surgen y se divulgan sobre otros municipios del
centro del Valle del Cauca como Tuluá, un municipio adyacente, o para un municipio
del norte del mismo departamento como Cartago. En principio no hay diferencias
sensibles ni en el volumen de tierras adquiridas por los narcotraficantes, ni en otros
indicadores. En cuanto a los hechos de violencia y a sus registros históricos, por cierto
persiste la noción de su vecindad con Tuluá, más protuberante en los hechos, un
municipio de mayor importancia económica y demográfica y más conocido por ser la
tierra de “El Cóndor”13. En la rudimentaria estadística que se emplea en el libro La
Violencia en Colombia, por ejemplo, mientras que Tuluá aparece en 45 ocasiones, Trujillo
aparece en 13, lo cual apenas corresponde a las diferencias en la importancia
demográfica para la época. En todo caso, para esta etapa, ambos son catalogados como
muy violentos14.
26 Será el cruce de la información acerca de tierra adquirida por parte de narcotraficantes
y las cifras de homicidio, las que comenzarán a destacar este caso en la etapa más
reciente, y luego, la crónica roja, que da cuenta de una brutalidad y sevicia sistemáticas.
En cuanto a lo primero, en una de las visiones panorámicas iniciales que ofrece
Alejandro Reyes y un grupo de investigadores, el caso de Trujillo aparece como muy
representativo en ese doble componente15. En cuanto a la crónica roja, será la
descripción de asesinatos con moto-sierra, los que llevarán a Trujillo a las primeras
planas e indican una degradación en la crueldad y en lo insensible de las técnicas de
tortura y de asesinato: los peritazgos forenses no dejan dudas acerca de que a la
mayoría de las víctimas y como forma de tortura, se les amputaron miembros con esa
herramienta y sufrieron una larga agonía antes de ser asesinadas.
27 Siguiendo la secuencia de acontecimientos que se deduce del expediente judicial que
mencionamos antes16, la intensificación de la violencia en este municipio se produce ya
en 1990. Un destacamento del ELN, el Frente Luis Carlos Cárdenas, hace notar su
251

presencia en la parte occidental del municipio, una presencia que se traduce en


homicidios, secuestros y acciones extorsivas. El 29 de marzo de 1990 se produce un
enfrentamiento, con un saldo inicial de dos militares muertos y de varios heridos civiles
que se hallaron entre dos fuegos. En un combate posterior el mismo día y mediante una
emboscada mueren siete militares. La presencia de civiles en el sitio de combates, y el
hecho de que algunos de los militares actúen vestidos de civiles, le añade mayor
confusión a los hechos. A partir de la emboscada guerrillera se desata una serie de
detenciones, y acciones bajo la cubierta de autoridades locales pero por parte de una
organización integrada por miembros del Ejército, de la policía, de los organismos de
inteligencia y de particulares. Lo inmediato de la reacción aunado a lo metódico de las
acciones emprendidas permite inferir que el diseño organizativo estaba en marcha con
anterioridad a la emboscada. El principal testimonio proviene de un civil que
acompañaba a las tropas, participaba en los operativos como auxiliar e informante, en
las acciones ilegales de represalia y luego, tras declarar a la justicia, ingresa a las
estadísticas de los desaparecidos, apareciendo finalmente asesinado. Mientras que
entre las víctimas se cuentan un concejal electo, un inspector de policía y el párroco del
municipio, entre los culpables por acción u omisión, se cuentan autoridades locales,
oficiales al mando y diversos rangos de funcionarios estatales, dentro de los cuales está
uno de los peritos en evaluar las pruebas. Tal como los aprecia Adolfo Atehortúa, quien
investigó sobre el terreno:
los objetivos de la acción consistieron en aniquilar la base social del movimiento
guerrillero ELN que operaba en la zona: atemorizar a sus colaboradores y expulsar
los destacamentos armados. Pero, al mismo tiempo, se pretendía golpear de muerte
al movimiento campesino y a las organizaciones parroquiales y católicas de base
que había construido con empeño y entrega el sacerdote-tutor de la comunidad:
eliminarlo personalmente y desterrar a sus seguidores; aniquilar a las familias que
históricamente habían disputado el poder en Trujillo, y advertir a los líderes de la
población...17.
28 Un objetivo múltiple cuya consecución no podía ser el resultado de una alianza
ocasional sino que como decíamos, delata la existencia de una estructura organizativa,
de una estrategia delineada con anterioridad a los hechos, y en lo político, el propósito
de llegar a un total control del poder local, del poder en el municipio.
29 Expresada en su forma más esquemática la secuencia: inversión masiva en tierras por
parte de reconocidos narcotraficantes => arribo de la guerrilla => enfrentamientos
armados => acciones ilegales de autoridades locales y de miembros de la fuerza pública,
denota además la capacidad de adaptación, de aprendizaje, el designio por parte de los
narcotraficantes de tener una retaguardia consolidada para una actividad exportadora
más discreta y la necesidad de consolidar un poder territorial. Nótese que a diferencia
del cartel de Cali, al cartel del Norte del Valle no se le ha podido desarticular hasta hoy
el tejido organizativo, y salvo el expediente de Trujillo, que afecta a componentes
individuales, no se han consolidado expedientes judiciales en su contra. Con todo el
interés que suscitó, y las miradas que se han puesto en este caso célebre, algunos de los
responsables no han salido a la luz. Como asevera Atehortúa en el escrito citado antes,
ese despliegue de brutalidad en busca del poder territorial se da en momentos en que el
cartel de Cali comienza a ser desarticulado18. Cautela y creciente división del trabajo en
la empresa exportadora (en desarrollo de la cual, se abstienen, por cierto, de emplear la
violencia), consolidación de la retaguardia, del frente interno, así sea mediante el
despliegue más intensivo de las acciones violentas, caracteriza a los narcotraficantes
252

del norte del Valle. A nuestro modo de ver es muy significativa la coincidencia entre lo
que afirma el historiador colombiano Atehortúa, y la enunciación del problema, tal
como la formula el norteamericano Michael Kenney acerca de “La capacidad de
aprendizaje de las organizaciones colombianas del narcotráfico” 19. Coincidencia en
cuanto a la capacidad de aprendizaje y de adaptación de las organizaciones
significativas, habida cuenta de que parten de supuestos distintos, y aplican enfoques y
herramientas de análisis también muy distintos.
30 El saldo de ese aprendizaje es que, aun cuando el grupo que produjo las torturas y
masacre de Trujillo ha sido desarticulado, algunos de sus mentores siguen en la sombra,
y en Trujillo, así como en Riofrío (un municipio adyacente) y otros municipios cercanos
del centro y el norte del Valle, se registra hoy la presencia del Bloque Calima de los
paramilitares20.
 
Otra versión de “la combinación de todas las formas
de lucha”
31 Los paramilitares como “brazo armado del narcotráfico” es una formulación genérica
que puso a circular ya hace unos años López Michelsen21, sumaria y simplificadora.
Como todas las expresiones genéricas, oculta más de lo que revela. Útil para abrir el
debate pero al fin de cuentas inexacta por la univocidad que establece entre los
narcotraficantes y tan sólo uno de los grupos armados. Aquí lo que cabe, de nuevo, es el
empleo del plural. Como grupo social los narco-traficantes han empleado varios
“brazos armados” según la coyuntura y el contexto regional De acuerdo con el
testimonio de Pallomari para el caso del Valle un 30% de la oficialidad del Ejército y de
la policía llegó a figurar en la nómina de los Rodríguez Orejuela. Allí mismo se trasluce
que a la vez ellos no escatimaron esfuerzos para apoyar grupos de justicia privada y de
modo simultáneo mantuvieron nexos con uno de los grupos guerrilleros de presencia
regional, el Jaime Bateman Cayón. Es decir en su momento de mayor poderío el cartel
de Cali en verdad combinó todas las formas de lucha, y el vínculo con esa guerrilla
regional, que existe todavía pero que durante mucho tiempo actuó a la sombra del
cartel es, precisamente, de los rasgos más típicos y a la vez menos estudiados. Como se
infiere de informaciones regionales y de testimonios dispersos, dicha guerrilla, cuyos
efectivos son cerca de trescientos hombres, parecía ser una carta más de negociación:
un recurso al que se echaba mano si los demás fallaban, según se documenta en el
expediente Pallomari.
32 Pero esa flexibilidad en cuanto al uso de la fuerza no es exclusiva de los
narcotraficantes de Cali: en este punto tal vez no sea superfluo retroceder hasta un
momento anterior, algo olvidado ya, y que mencionábamos en la nota 7: cómo los
paramilitares aparecen en el borrador de una agenda de negociación entre la cúpula del
cartel de Medellín, ahora bajo el rótulo de Los Extraditables, y Los Notables, grupo de
personajes entre los cuales están dos ex presidentes, el arzobispo primado de Colombia
y el presidente del principal partido de oposición, la Unión Patriótica, grupo que
durante el gobierno Barco Vargas, procura un alto a las acciones terroristas y de
secuestro selectivo por parte de la organización de los narcotraficantes y explora
fórmulas de favorabilidad jurídica para el caso de que cesen en la confrontación.
33 ¿Cuál es el propósito al prohijar grupos armados tan disímiles en un amago de
negociación? ¿Intención especulativa? ¿ “Alarde” en un conato de negociación que
253

finalmente no se realiza? En todo caso, junto a los buenos oficios como mediadores ante
sicarios y paramilitares, al padrinazgo que sugieren respecto de ellos, la mimesis e
impostación del lenguaje por parte de los narcos es tal, que en el cruce de comunicados
que se produce en esta coyuntura entre “notables” y “extraditables”, el periodista
Antonio Caballero encuentra motivo para una de sus columnas más satíricas, titulada
“Los intercambiables”22. Cotejando al detalle los pasajes de unos y otros, Caballero,
demuestra de modo convincente que el tono elusivo y formalista es el mismo y en
ambos campea un tono “santanderista”, como concluye el citado columnista, aludiendo
a una tendencia inclinada al formalismo jurídico en el pensamiento político
colombiano.
34 No se trata tan sólo de una anécdota; desde que existen indicios acerca de la
organización de Medellín, y más allá de las diferencias personales que subrayan algunos
cronistas (inclinación por contemporizar y agotamiento de recursos legales por los
Ochoa, intemperancia verbal y proclividad por el uso desembozado de la violencia por
Rodríguez Gacha. “El Mexicano”, volubilidad de Escobar, etc.) puede rastrearse una
dirección y un propósito negociador. Además una idea directriz como constante: desde
que existe y se hace explícita una política de negociación con la guerrilla, los
narcotraficantes la toman como modelo y pretenden un tratamiento análogo.
35 Si de los comunicados de los narcotraficantes, redactados por un grupo de asesores, la
mayoría de ellos abogados de formación, es posible inferir una retórica y una actitud
transaccional que acaban siendo una manera de disfrazar su genuino desprecio por la
ley, “ser guerrero” el uso metódico de la violencia, resulta una actitud más genuina,
interiorizada. Actitud que surge como tal en las entrevistas más espontáneas y
distensionadas, pero sobre todo que se haya corroborada en la secuencia de los
acontecimientos. Pablo Escobar, por ejemplo, fue lo suficientemente hábil para eludir
entrevistas que no estuviera en capacidad de controlar, de guiar hacia sus propósitos;
en la única que se acerca a lo que se podría denominar una entrevista a profundidad, el
conjunto de pinceladas que traza Germán Castro Caicedo sobre la base de notas
dispersas de varias entrevistas inconclusas a lo largo de los años que preceden a la
oleada narcoterrorista, ese del guerrero resulta un rasgo sobresaliente 23. Además de los
intermitentes contactos con dirigentes guerrilleros, de proclamar su admiración por los
líderes del M-19, de asumir su papel como cofundador del mas (todo lo cual al fin
apunta sólo a una semblanza individual), lo indicativo está en las actitudes de grupo, en
lo que hay de concertado como estrategia negociadora cuando se adelanta a nombre de
una organización por precaria y adventicia que sea (como la de Los extraditables) y en
la secuencia que se puede establecer entre las negociaciones con la guerrilla, sus
alternativas, las oleadas de acciones violentas y narcoterroristas que acometen, y los
reclamos de un tratamiento en pro de una negociación por parte de los
narcotraficantes. Es posible que “El Mexicano” y Pablo Escobar se hayan ido a la tumba
con el convencimiento de que en Colombia toda autoridad al fin es corruptible, que
basta encontrar el canal y el momento adecuado para obtener decisiones a su favor (en
su lenguaje la ley es siempre algo peyorativo, sinónimo de autoridad susceptible de ser
corrompida) y que siempre como grupo hay aproximaciones, tratativas, actitudes
transaccionales, conatos de negociación. El modelo que se invoca, el precedente por
excelencia es el proceso de paz con la guerrilla.
36 Pero hay una secuencia y una analogía más inquietante: la campaña sistemática de
secuestro que emprende la organización liderada por Pablo Escobar, y que está dirigida
254

a secuestrar a personajes de figuración pública (incluyendo el “cuarto poder”, la


prensa) el objetivo político y la técnica de negociación empleada para obtener
dividendos políticos del secuestro de Andrés Pastrana, Maruja Pachón, Francisco Santos
y Diana Turbay, figuras principales de la política y del periodismo, sigue al pie de la
letra el tipo de secuestro con finalidades y dividendos políticos llevado a cabo por una
guerrilla como el M-19 en la persona de Alvaro Gómez. Podría afirmarse en contra de
este argumento que no hay mayor misterio en ese tipo de delito, que se trata de una
“técnica universal” y que ya hay ejemplo de ellos en el Antiguo Testamento, o que
bastaba leer un mal folleto sobre los Tupamaros o los Montoneros para hacerse a los
elementos básicos, pero lo específico y diferencial en este caso, como se desprende de la
entrevista de Castro Caicedo que citábamos antes, es que el capo Escobar –antes de
proceder– está persuadido de que es un modelo probado, y después de los hechos, se ve
confirmado por los resultados.
37 Si el ex presidente López Michelsen, al dar cuenta de su encuentro en el Hotel Marriot
de Panamá con Pablo Escobar y Jorge Ochoa, y respondiendo a sus críticos rechaza el
parangón entre esos diálogos y exploraciones y la política de paz en curso, lo hace con
un argumento contradictorio:
Hay gente que tratando de justificar las conversaciones intenta establecer un
parangón entre el diálogo con los guerrilleros y esta conversación con los
narcotraficantes. Esto es cierto en derecho, pero no es cierto moralmente. Incluso
no es cierto en derecho porque estas gentes no estaban bajo ninguna sentencia o
proceso, a tiempo que entre las guerrillas no sólo hay gente sindicada sino
condenada por los tribunales24.
38 Pero incluso, si creemos a pie juntillas en la versión de López Michelsen y tomamos al
pie de la letra su argumentación, lo que para el caso importa es que se reúnen
suficientes testimonios para inferir que de parte de los narcotraficantes el parangón
tiene pleno sentido, mas aún: es ese parangón lo que los mueve a explorar una
negociación. Al unísono, perciben en la política de paz que se delinea en la
administración Betancur, una posibilidad para adelantar sus propios asuntos. A partir
de allí, el desencadenamiento de oleadas de acciones violentas, de intermitentes
declaraciones de guerra, en respuesta a las previas formulaciones de guerra al
narcotráfico, hacen parte de esa lógica: “ser guerrero” como prerrequisito de la
negociación.
39 En toda la etapa que va de 1982 a su desarticulación, para los narcotraficantes de
Medellín y de Cali, el reconocimiento de sus intereses como grupo social, una posible
reinserción, pasa por la política, y esta, tarde o temprano, pasa por la guerra. Las
diferencias entre las dos organizaciones (diferencias que se convirtieron en un tópico,
harto interesado, que manejaron los periodistas y comunicadores afines a la
organización de Cali; a la que siempre que pudieron, solían presentar como pacifista,
más “empresarial” y poco inclinada a la guerra) son diferencias de matiz, puramente
adjetivas. Los narco-traficantes de Cali no escatiman el uso de la fuerza, ya sea en el
ámbito privado de sus negocios, ya sea en el ámbito público en el que participan del
esfuerzo bélico en contra de la extradición, o en otras coyunturas sumándose a la
confrontación del Estado en contra de sus rivales de Medellín.
40 Al hacer el balance global de este período, algunos analistas aplican además una
variante de la teoría conspirativa de la historia: deducen (o infieren) que puesto que la
guerra es un ambiente general que conviene a los intereses económicos de los
narcotraficantes, y mientras exista conllevará dispersión de esfuerzos que impiden que
255

la represión se focalice en su contra, los narcotraficantes medran y sacan provecho de


la guerra y (aquí viene la deducción) por ende han aplicado un cálculo estratégico
superior: promueven la guerra para sacar adelante sus negocios y no por la guerra
misma. El único problema de una teoría tan lógica, es que no cuenta con evidencias
suficientes a su favor; y al hablar de evidencias no nos referimos a pruebas
documentales en la forma de planes estratégicos, dispositivos, etc; sino a la secuencia
de los acontecimientos: el uso de la violencia por parte de una u otra organización ha
sido intermitente, puramente táctico y coyuntural. No cuenta con metas a largo plazo, y
puede señalarse, ha sido reactivo y defensivo, siempre determinado por las previas
declaratorias de guerra al narcotráfico, por la retórica de guerra desatada en contra
suya, ya fuere en el plano internacional (sobre todo en las administraciones Reagan
1980-1988 y Bush padre 1988-1992) ya fuere en el plano nacional.
 
De nuevo: narcotráfico y paramilitarismo
41 Cuantas veces fue indagado sobre el asunto, Fidel Castaño mostró una gran obcecación
en negar cualquier relación con el narcotráfico. Hasta hace poco, su hermano Carlos
hizo lo mismo. Esa obcecación en la negativa resulta tan reveladora como la correlación
simple entre narcotráfico y paramilitarismo que pudiera establecer un analista si, por
un extraordinario azar, tuviera acceso al cuadro general de las finanzas de los
paramilitares. La hoja de parra con la que los hermanos Castaño encubrieron el origen
de sus recursos para la guerra, ha sido el aporte de medianos y grandes propietarios, y
su soporte documental, ya legendario: una carta de la Federación de Ganaderos de
Córdoba. De parte de los organismos investigadores, las evidencias acerca de esa
relación narcotráfico-paramilitares, son, como es fácil suponer, apenas fragmentarias.
Cuando se ha anunciado que se detuvo al encargado de las finanzas de un bloque
regional, o aún, al contador de la organización25, la evidencia termina siendo apenas
circunstancial.
42 Lo que por su parte la investigación social ha hecho por establecer esa relación es sólido
y hoy en día es insumo analítico de los documentos oficiales del Ministerio de Defensa 26.
Ha sido corroborado cuantas veces se superponen los mapas “Compras de tierras por
narcotraficantes” y “Presencia de grupos paramilitares” como en los trabajos que
citamos arriba de Camilo Echandía; se trata de un ejercicio analítico revelador, aunque
no tiene el rango explicativo que se le suele atribuir. Es decir, no da cuenta de los
planes de guerra, del grado de autonomía que han logrado para ello los paramilitares,
de su actual dispositivo regional. Es una de las causas, pero no la única y no podría
establecerse como causalidad unilineal. Precisamente una de las claves de su
crecimiento como aparato militar ha sido su movilidad, su trashumancia. Por su valor
didáctico, y la difusión que logró para el público medio europeo y norteamericano, una
de las asociaciones elementales que se puede establecer entre el narcotráfico y la
guerra apareció en la serie televisiva del oceanógrafo y documentalista, Jacques Yves
Cousteau, dedicada al Río Amazonas; el penúltimo capítulo de Cousteau en el Amazonas,
titulado “Tormenta de nieve en el Amazonas” (Snowstorm in the Amazonas), se basaba en
el testimonio de un presunto guerrillero que hacía alarde de llevar a cabo dos metas
mediante la protección a los cultivadores y a los mercaderes de la droga: el
debilitamiento del imperio al enviarle por cantidades un producto dañino, y a la vez el
financiamiento del aparato militar para la toma del poder. Típica declaración para
256

consumo externo y con efectos propagandísticos; equivalió a lo que en el plano


nacional fue la expresión “narcoguerrilla” acuñada por el ex embajador Lewis Tambs.
En la realidad las cosas no son tan simples, las cadenas de producción y de distribución
son más largas y cada uno de sus eslabones da lugar a intereses diferenciados. Por
cierto, ninguno de sus agentes cuenta con una estrategia global y en ninguno de ellos
los ingresos provenientes de su participación en el narcotráfico se aplican de lleno a la
guerra. En el peor de los escenarios, y como lo ejemplifica el caso del narcotraficante
brasileño “Fernandinho”, la guerrilla controlaría el cultivo y el procesamiento en su
fase inicial, y ha establecido alianzas funcionales con narcotraficantes obteniendo un
ingreso especial por concepto de embarque.
43 En cuanto a los narcotraficantes, y cuando les es imperativo, prefieren hacer la guerra a
través de intermediarios, a verse envueltos de manera directa. Por su parte, hace
mucho tiempo los paramilitares en su acción sobrepasaron esos intereses concretos, el
narcotráfico viene siendo su logística, no la clave de su estrategia 27.
44 A la altura de 2002, se puede afirmar que el proceso de acumulación de tierras, se
estabilizó. La actual generación de empresarios no parecen interesados en volver en
patrimonio sus ingresos. La diversificación de sus inversiones parece ser la pauta y eso
es lo que explica la aparente incongruencia: se ha desarticulado a las organizaciones
mayores de gran capacidad de exportación, y a la vez se observa un incremento en la
superficie de cultivo y en los volúmenes de producción; las cifras son bien elocuentes:
según cifras oficiales entre 1995 y el año 2000 el área de cultivo en Colombia pasó de
20.000 a 120.000 hectáreas28.
45 Cuando sus líderes abandonan la postura de la negación de esos nexos (Carlos Castaño,
hace unos meses; Ramón Isaza en una de sus últimas entrevistas) es cuando la evidencia
es inocultable: cuando ha llegado a los primeros eslabones de la cadena. Existen
evidencias acerca del funcionamiento de esa economía y el modo en que irriga la
guerra, para regiones concretas: en la polémica entrevista que hiciera el 10 de Agosto
de 2000 Claudia Gurisatti29 a Carlos Castaño, este se refiere a las cifras de la Gabarra: da
un estimativo mensual, una aproximación30. Lo más importante que tienen tales
evidencias, por fragmentarias que sean, es que denotan que ya hace unos años los
paramilitares como producto de las necesidades militares, decidieron lucrarse de los
primeros eslabones de la cadena: cultivo y procesamiento de la pasta-base para el caso
de la coca; cultivo y procesamiento hasta la producción de la goma, en el caso de la
amapola.
46 A partir de 1994, y de toda la visibilidad y la vulnerabilidad que adquieren con el
proceso 8000, en la cúpula del narcotráfico se hace patente el relevo, decisiones para un
rediseño organizativo y para una modificación de las relaciones con la política y los
políticos. También para una variación en las relaciones con la guerra. El bajo perfil será
la característica dominante de las nuevas organizaciones, que sustituyen a las
desarticuladas: medran en la guerra en tanto existe y hace posible ocultar mejor sus
actividades y expandirlas, pero abandonan una estrategia general, una relación directa
con ella. Su única estrategia, si es que se puede llamar tal, es su propia supervivencia, y
la subsistencia, lo más discreta y lo más camuflada posible, de la actividad del
narcotráfico. No es posible hallar, pongamos por caso, un plan que abarque al país en su
conjunto, a la totalidad del territorio, como acostumbran a pensar los oficiales de
estado mayor, o los analistas que se han hecho a esa mentalidad. Es indudable que de
parte de los grupos regionales, existe una estrategia de confrontación de sus enemigos
257

inmediatos y también una estrategia de expansión. Pero no es posible hoy suscribir, sin
más, una afirmación como la que hacía Alejandro Reyes en 1994 “Es probable que la
compra de tierras sea la inversión preferida de los narcotraficantes colombianos” 31.
Distintos observadores y varios indicios señalan que desde entonces las estrategias de
inversión de los narcotraficantes, sin duda se han diversificado. En ello se puede hallar
también el efecto ejemplificante de las leyes de extinción de dominio, y los obstáculos
legales que se han puesto al testaferrato. Entre los narcotraficantes latifundistas que
subsisten tal vez predominen aquellos que están connaturalizados con la guerra, a
quienes es familiar ya “ser guerreros”. En todo caso, la guerra circunda sus posesiones
desde los cuatro costados, pero las lecciones de lo desventajosa que resulta una
confrontación directa, parecen haberse asimilado hace varios años. No se concluye de
lo anterior que los narcotraficantes de hoy sean indiferentes a las alternativas de la
guerra, o que pretendan sustraerse a su dinámica, pero tal vez lo perceptible es que la
analizan en un contexto más global y se han hecho conscientes de la gama de
implicaciones internacionales que conlleva.
47 Al eludir la tentación enciclopédica, la pretensión de recapitular un proceso tan
intrincado y sobre el cual la endeblez del fundamento empírico es la nota
predominante, puede decirse sin embargo, que una de las claves del crecimiento
sostenido del narcotráfico como actividad económica radica en esa variada relación con
los agentes de la guerra. Los narcotraficantes han apoyado, y han querido convertir en
instrumentos para sus fines, a mercenarios, a sectores del Ejército y de la policía y han
infiltrado con éxito a los organismos de seguridad del Estado colombiano y prohijado a
los paramilitares. La relación con estos últimos es más orgánica y siempre ha sido
consustancial, pero lo engañoso puede ser explicar hoy lo uno por lo otro, considerar
sin más al narcotráfico como el único fundamento del paramilitarismo. Esta sería otra
forma de reduccionismo. Aquí sí que conviene periodizar, pues las generalizaciones
siguen siendo muy riesgosas. Por lo demás, la diferenciación y la fragmentación siguen
siendo la pauta; bastaría examinar de nuevo, la relación de la organización liderada por
Pablo Escobar con el aparato militar de los hermanos Castaño, para convencerse: como
se deduce del conjunto de los testimonios y de toda la documentación accesible, es
Escobar quien prohija la formación de ese aparato y convoca el apoyo de otros
narcotraficantes a su favor; es él quien concibe su papel inicial, y quien delinea su
estrategia, pero ese aparato militar una vez creado tiene su propia dinámica, y llega a
ser definitivo como parte de “Los Pepes” en la liquidación del propio Escobar y de su
organización.
48 Las acciones recientes de la Fiscalía en contra de los financiadores de grupos
paramilitares. si bien apenas han dado para encabezar algunos procesos de indagación
judicial y han sacado a la luz algunos de los aportes y parte de la estructura financiera
que sostiene el aparato paramilitar, ha surtido un efecto de demostración en la región
en donde más aceptación social han tenido: el departamento de Córdoba. Acciones
tímidas de una justicia que quiere ser ejemplarizante, y el enviar, por fin, señales claras
a los sectores sociales que han apoyado y financiado a los paramilitares, y que surten
efecto pues coinciden con una presión sostenida de los norteamericanos que anuncian
represalias comerciales y cancelación de visas a quienes resulten comprometidos en
dicha financiación.
49 Más ilustrativo resulta el que esas pocas acciones judiciales hayan producido efectos
internos en la cúpula paramilitar. El desplazamiento del liderazgo ostensible de Carlos
258

Castaño (su “renuncia irrevocable”, para seguir el flamante comunicado fechado el 6 de


junio de 2001 por el Estado Mayor de las AUC) y su reemplazo por una dirección
colectiva, integrada por los comandantes de los distintos frentes, pone de presente la
frágil articulación: la rapidez de su expansión territorial y del crecimiento en el número
de sus efectivos, proviene de la flexibilidad del organigrama, de su capacidad para
adaptarse a la diversidad regional, pero a su vez supone una desventaja en el plano
nacional al hacer evidente que dicha organización es apenas una precaria federación de
grupos regionales muy disímiles, que en muchos casos actúan sin control alguno por
parte de la dirección central. En todo caso, con sus ires y venires, con sus flujos y
reflujos, un saldo neto a favor de los paramilitares es el de que todos los precandidatos
y candidatos de la actual campaña presidencial e independientemente de su filiación
política, se han pronunciado por la conveniencia de una negociación política, en
reconocimiento del poder real que ellos han adquirido. Es bien probable que el discreto
perfil que tendrá Carlos Castaño en cualquier conato de negociación, facilite esa
tendencia.
50 Además de lo consistente de la correlación que se ha señalado sobre expansión de un
tipo de latifundio y formación de grupos paramilitares, hay una región en la que se
puede examinar esa lógica territorial en su fase expansiva, y esa región es el
Departamento del Putumayo. Los cultivos de coca se propagaron de manera tan rápida
y tan tecnificada (la comparación con la agroindustria no es exagerada, la velocidad del
crecimiento se deduce fácilmente de las imágenes de satélite), que se produjo un
precario equilibrio entre la presencia anterior de varios frentes guerrilleros, y el arribo
e implantación de los paramilitares. La lucha por el excedente para financiar la guerra,
y el papel de enclave fronterizo, han conducido a todos los participantes a fijarse
objetivos precisos y a señalar como prioritario este control territorial. A la vez es la
región que figura como prioritaria para el Plan Colombia, aquella que surtirá un efecto-
demostración hacia otras regiones de cultivo. No por casualidad el Putumayo aparece
como Fase i, en el apartado “Focos Integrados del Plan”, del Plan Colombia. Su carácter
estratégico como región se revela en cualquier análisis de sus componentes por somero
que sea.
51 En ninguna otra porción del territorio colombiano como en el Putumayo el cultivo de
coca se ha propagado tan rápido y de modo tan tecnificado. Dado su carácter fronterizo
y la porosidad de la frontera, la guerrilla de inmediato visualizó su importancia y
consiguió en principio excluir a los primeros grupos paramilitares, que organizados
directamente por “El Mexicano” pretendieron implantarse, pero al cabo y al ritmo de la
expansión, nuevos grupos paramilitares arribaron y lo consiguieron. No es casual por
eso que el Plan Colombia sea el primer documento del gobierno colombiano en el que el
paramilitarismo es llamado por su nombre y enunciado con todas sus letras. La
novedad de parte de las fuerzas armadas del Estado colombiano es que por primera vez
se fijan, y como objetivo a corto plazo, una actividad simultánea en dos frentes. Al
cuadro anterior se añade un reconcentrado interés en el caso colombiano por parte de
los países vecinos, y del contexto internacional en su sentido más amplio, pero ante lo
intrincado del cuadro, cualquier juicio predictivo queda en suspenso.
 
259

En el corazón de nuestras tinieblas


52 Criticando las pretensiones de sinceridad total de Rousseau en sus Confesiones, Heine, el
poeta, advierte al comienzo de sus propias confesiones: “ni con la mejor voluntad de
honradez puede un hombre decir la verdad sobre sí mismo”: pero ¿qué ocurre cuando
no hay la menor voluntad de honradez y un libro titulado Mi Confesión viene siendo, tan
sólo, una pieza más de una guerra psicológica? Atraído por las tendencias de la
industria editorial colombiana, que en los últimos años ha encontrado toda una venta
en los diversos protagonistas de la violencia, y operando con la consigna business as
usual, ha decidido explotar el interés que suscitan nuestras violencias. Con patetismo y
banalidad enfática, el jefe de la organización paramilitar quiere ofrecernos su versión
de la guerra. Para sorpresa incluso de los que querían con él pescar en río revuelto, ese
libro de confesiones de Carlos Castaño, se convirtió muy rápido en un suceso de
librería. Desde fines de 2001 y hasta comienzos de 2002, se ha mantenido como el libro
más vendido de la categoría de libros colombianos de no-ficción. En todo caso, y como
lo han puesto de presente los hechos con posterioridad, la idea misma de publicar el
libro obedece a un cuidadoso cálculo de la situación: al igual que un amago de renuncia
a la jefatura de su organización y de cambios en el organigrama de la cúpula, tiene
propósitos de diluir las responsabilidades frente a la posibilidad de enfrentar un
tribunal internacional y más a corto plazo está en función de una intensificación de la
guerra. Mirado de modo retrospectivo, muchos de sus argumentos, dirigidos a la
sensibilidad de la población urbana del país, contemplan la posibilidad de una ruptura
de las frágiles conversaciones, y de una intensificación de la guerra.
53 Y como si se tratara de una marca de la cultura colombiana, en el libro, el más brutal de
los actores de la guerra, demuestra su sentimentalismo y hace gala de sus veleidades
literarias. Como en toda guerra irregular prolongada, aquí ha ido aflorando un
elemento de machismo y de teatro público que Castaño expresa como pocos. En algunas
de sus intervenciones acerca de la guerra interna colombiana, García Márquez
pronosticaba que las actitudes hacia el enemigo y la consideración hacia los civiles
mejorarían si cada combatiente llevara un libro en su mochila. Pues bien, Castaño tiene
el suyo; y lo que parecía en algún momento una baladronada, ha resultado una de las
cosas ciertas de sus Confesiones. Ese libro es En el corazón de las tinieblas (Hearth of
Darkness) de Conrad, y Castaño demuestra paso a paso haberlo leído y en efecto haber
tomado de él ideas y motivaciones en una muy singular lectura, que por otra parte, no
parece corroborar las bienintencionadas formulaciones del Nobel colombiano. El
frenesí expresivo de Castaño en su libro, recuerda en todo y por todo los de los
traficantes belgas del relato de Conrad: “Su forma de hablar era la propia de sórdidos
bucaneros, temeraria sin intrepidez, codiciosa sin audacia, y cruel sin coraje... ”
54 No se le ha dado suficiente importancia a la identificación de Castaño, con Kurtz, y con
varios de los pasajes del relato conradiano; tal vez desconfiamos de una clave que se nos
ofrece de manera tan gratuita. Al igual que todas sus otras revelaciones, esa inclinación
por Conrad, las otras claves que el texto nos ofrece han de tomarse con cautela, alertas
a las mixtificaciones, pero claves sí que hay. Cuando se propone en cambio ofrecer una
definición completa, la incongruencia queda patente; su propia definición de la
organización que contribuyó a crear y que lidera es un ejemplo de la pretensión de
aglutinar componentes disímiles: “grupo político-militar de resistencia civil armada
antiguerrillera”, añadiendo: “único en el mundo” y la pretensión de originalidad no se
260

detiene pues afirma: “he ido creando un nuevo concepto universal” 32. Definición tan
incongruente, tan dada a la desmesura como la que ofrece de su propio hermano,
presuntamente desaparecido: “un gentleman, un ganadero, un paramilitar y sobre todo
un experto en arte francés”, del cual dice además que era asaltante y cuatrero
“realizaba grandes robos”33. Uno de los rasgos que desconcierta a quienes lo suelen
entrevistar, es su habilidad mediática; muy pronto accedió a internet, ha sabido sacar
partido de la red, y de entrada la define como “mi frente de guerra más importante”.
No deja de advertirse que gracias a ella es que logra ejercer un cierto grado de
fascinación sobre la mayoría de los entrevistadores.
55 Pero pasando a asuntos más prosaicos, de varios pasajes de la entrevista, y de su
corroboración con otras fuentes, puede inferirse la lógica económica con la que opera
este actor armado que describíamos antes y a la que nos hemos referido en trabajos
anteriores. Un mecanismo elemental que consiste, en una primera etapa, en lucrarse de
la inseguridad comprando tierras en donde la presencia o las incursiones de la guerra la
han desvalorizado, una vez vendidas o redistribuidas a simpatizantes o potenciales
adherentes, y tras haber expulsado a la guerrilla, captar el tributo, ya como una
actividad continuada, rutinaria.
56 La ruptura, a fines de febrero de 2002, de las precarias conversaciones que venía
sosteniendo el gobierno con las FARC, la más antigua y la más fuerte –en términos
militares– de las guerrillas colombianas (conversaciones que la retórica oficial
denominó “proceso de paz”), abre nuevas posibilidades al accionar de los paramilitares,
tras un período en el que sin disminuir su fuerza militar, su aprovisionamiento logístico
ni el aprestamiento de su dispositivo, habían decidido bajar el perfil de su
protagonismo al acusar los efectos de la presión norteamericana, pues desde el 2001
quedaron clasificados como terroristas, en la definición ritual que viene haciendo el
gobierno de los Estados Unidos acerca de sus amenazas en el exterior.
57 La de los paramilitares es, pues, una lógica económica y una representación eficaz de
un cierto tipo de intereses que sirven para explicar por qué, siendo un personaje al cual
uno de sus entrevistadores más incisivos diagnosticó una psicosis maníaca 34, eso no sólo
no le ha impedido captar adherentes, sino además le ha permitido convertirse en
interlocutor de la alta política (al suscribir el flamante “Acuerdo del nudo de Paramillo”
con algunos de los más altos funcionarios de los organismos de control: Procurador
General de la Nación, Defensor del Pueblo, Alto Comisionado de Paz, y voceros de los
gremios más importantes).
58 El problema no está, desde luego en que haya individuos criminales que se inspiren en
Conrad como Castaño. El problema está, lo hemos dicho, en que existiendo hayan
podido construir una organización de una cobertura y una eficacia como la suya, hayan
adquirido tal poder, y por ende se pueda deducir que cuenten con tales apoyos para sus
fines.
59 Locura y frenesí, claro está; megalomanía, sin duda, pero lo que lleva a desconfiar y a
temer y lo que resulta significativo en la Colombia de hoy es que, como en aquella otra
locura, hay en todo ello cierto método.
261

BIBLIOGRAFÍA
 
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NOTAS
1. Arlachi, Pino (1983).
2. "La comunidad de los mercados ilegales no conoce códigos escritos, policía y tribunales, a los
cuales pueda recurrir un actor en el caso de que uno de sus derechos sea lesionado (...) Las
condiciones en las cuales tienen lugar el intercambio ilegal. de este lado se acercan a las
sociedades primitivas descritas por los antropólogos: falta un poder soberano y público".
Krauthausen, Ciro (1998), p. 195. Se concluye entonces por parte de Krauthausen y Sarmiento que
la violencia es recurrente y consustancial a la actividad: "La ausencia de un aparato formal de
derecho produce la sustitución de las instituciones judiciales por la violencia, que pasa a ser
ejercida individualmente". Ibidem, p. 194.
3. Es típico de esa etapa el artículo "Un Robin Hood paisa" dedicado a Pablo Esco bar, en Semana.
N° 50, abril 19, 1983, pp. 28 y 29.
4. En el estilo de las mejores crónicas periodísticas, con una adecuada contextualización, el
periodista Germán Santamaría hizo una entrevista detallada, de la que tomamos el anterior
pasaje. El Tiempo. 29 de julio de 1984, Bogotá. En esta indagó por los motivos y el contenido del
encuentro de López M. con los capos Escobar y Ochoa. Los hechos se siguieron discutiendo por
algún tiempo, y produjeron una polémica directa con otro ex-presidente: Misael Pastrana. Hay
algunas diferencias de una a otra versión acerca de si el presidente Betancur estuvo enterado
previamente de la entrevista y la aprobó. La versión de Belisario Betancur apareció con
posterioridad. El Tiempo. 11 de marzo de 1991, Bogotá, bajo el título " Memorias no escritas sobre
hechos que fueron y no fueron ".
5. López Michelsen, en la entrevista mencionada. El Tiempo. 29 de julio de 1984, Bogotá.
6. Además de los documentos y declaraciones que aparecen en un libro de su autoría, lo reitera
en una entrevista posterior: "Afirma Jiménez Gómez: se debió conversar con los narcos". El
Tiempo. 2 de noviembre. 1987, Bogotá.
7. Una nueva ronda de desmentidos y rectificaciones acerca de la entrevista en el Hotel Marriot
que se produce tras la publicación del libro de López Michelsen (2001) y en la que participan de
nuevo además del ex presidente Betancur, su exministro Bernardo Ramírez, y el ex procurador
Jiménez Gómez (El Tiempo. 22 de abril de 2001) aunque no logra alcarar del todo el origen de la
entrevista, y los compromisos -tácitos- que llegó a adquirir el gobierno, corroboran que la
existencia de negociaciones con la guerrilla era determinante de sus propias aspiraciones a una
negociación. Al respecto, muchas claves, acerca de la relación y de la afinidad de Pablo Escobar y
otros capos del narcotráfico con algunas de las organizaciones guerrilleras, sobre la base de
testimonios de primera mano, particularmente con el M-19. se encuentran dispersas a lo largo
del libro de Alonso Salazar (2001), pp. 103-104, pp. 141 y ss.
8. Arlachi, Pino (1983), p. 60.
9. En ese intenso cruce de comunicaciones entre "Los Notables" y " Los extraditables", entre
diciembre de 1989 y enero de 1990. se hace ya evidente: sin que viniera al caso, el Comunicado de
los Extraditables del 17 de enero de 1990, en respuesta a la declaración previa de "Los notables"
(así se denominó a una comisión de buena voluntad conformada por tres ex presidentes, el
263

Arzobispo de Bogotá y el presidente de la Unión Patriótica) dice: "8 -Nos ofrecemos como
mediadores para obtener la paz con los grupos de esmeralderos, de los llamados paramilitares y
con los grupos denominados bandas de sicarios, con el único propósito de poner fin a la violencia
que lesiona y conmueve nuestra patria".
10. Entre los israelíes, el teniente coronel de la reserva, Yair Klein, capturado en Sierra Leona en
el 1999, y quien estuvo en Colombia en 1989 al frente de varios instructores de su empresa Hot
Hahanit; en sus declaraciones ha sostenido siempre que su acción fue legal, y que fueron
funcionarios colombianos quienes sirvieron de intermediarios para su contratación; al
preguntársele si era consciente que los narcotraficantes eran quienes pagaban su labor sólo
respondió: "We worked withfarmers.If drug dealers got into te group we worked with one or two of them,
then only God knows". The Boston Globe, 5 de septiembre de 1989, p. 14, Boston.
11. La versión más completa apareció en el N° 362 de la Revista Semana. 17 de abril de 1989, p. 22
a 34.
12. Medina, Carlos (1990).
13. Apodo de un asesino célebre, ligado a los poderes regionales y locales en los años cincuenta,
todo un ptototipo acerca del cual hay una novela histórica y una película.
14. Cuadro III-Ubicación Geográfica de la Violencia 1958-1963. Apéndice al Capítulo II, Vol. II, en
Guzmán, Germán; Fals Borda, Orlando y Umaña Luna, Eduardo (1977).
15. " Los narcotraficantes han invertido extensamente en tierras en el Valle. De 40 municipios
analizados, hay propiedades de ese grupo en 28 municipios y se ha informado sobre la presencia
de paramilitares en 15 municipios. Aquellos donde hay inversión en tierras y operan grupos
paramilitares son Buenaventura, Sevilla, Trujillo, Tuluá y Zarzal". Reyes, Alejandro, Delgado, Luz
Piedad, Krauthausen. Ciro (1998), p. 33.
16. Aun cuando el Estado colombiano adquirió el compromiso de hacer una edición oficial, las
publicaciones consultables por ahora son las hechas por Organizaciones Humanitarias que se han
apersonado de los intereses de las víctimas y sus parientes. La que aquí utilizamos, básicamente,
es la prologada por Javier Giraldo (1995)
17. Atehortúa, Adolfo (2000), "Narcotraficantes, paramilitares y desplazados en el Valle del
Cauca", ponencia en el Seminario Internacional: La Société prise en otage Stratégies individuelles et
collectives face à la violencia. Marsella. Un análisis detallado de esos componentes que enuncia el
historiador Atehortúa se encuentra en su libro: Atehortúa, Adolfo (1995).
18. "En tales circunstancias, la más rica experiencia para los narcotraficantes colombianos fue
aportada por los grupos del Norte del Valle. Mientras la represión del Estado colombiano y de los
Estados Unidos se ocupaba de los grandes carteles de Cali y Medellín, los narcos del norte del
Valle se apoderaban cautelosamente de diversas rutas y mercados. Las dificultades de las
autoridades y de la DEA para establecer su identidad y golpear sus estructuras han sido notorias"
en la ponencia mencionada en la nota anterior.
19. Es el título del artículo de Michael Kenney (2000).
20. Sin que en este caso haya plena coincidencia en cuanto al período analizado, una ilustración
de esa presencia se puede consultar en los mapas 4.3: "Municipios con presencia paramilitar y
compra de tierras por narcotraficantes", y 12.1: "Geografía de la violencia en los municipios del
litoral pacífico 1993-1995". en Echandía, Camilo (1999), pp. 68, 201.
21. "No importa lo que sea el paramilitarismo en sus orígenes, el hecho es que es el brazo armado
rural del narcotráfico frente a la guerrilla". López M., Alfonso (1999), p. 89.
22. El Espectador. 21 de Enero de 1990, Bogotá.
23. "Es que en este país uno se hace es en la guerra" en Castro C, Germán (1996), p. 283. En ese
pasaje y los siguientes Escobar demuestra un conocimiento de experto sobre el tipo de guerra
irregular, se expresa además sobre el mas, y acerca del pacto de no agresión que finalmente se
establece con el M-19.
24. En la ya citada entrevista de Germán Santamaría, El Tiempo. 29 de julio de 1984, Bogotá.
264

25. Ver "Los hombres que manejan el dinero de auc", el informe de la Fiscalía publicado, en: El
Espectador. 10 de septiembre 2000, Bogotá.
26. Ministerio de Defensa Nacional (2000), pp. 14 y ss.
27. En dos ensayos publicados con anterioridad, hemos procurado fundamentar esta afirmación.
Cubides, Fernando (1998 y 1999).
28. Pardo, Rafael (2000), p. 70.
29. Joven periodista y presentadora de televisión, quien hizo una fulgurante carrera en parte
gracias a esta clase de entrevistas, y luego tuvo que salir del país por amenazas durante una
temporada.
30. Para las cerca de 5.000 hectáreas cultivadas en coca de La Gabarra y San Lucas, en agosto de
2000 cuando se lleva a cabo la entrevista, Castaño afirma que su organización extrae como tributo
600 millones de pesos al mes.
31. Reyes, Alejandro (1994).
32. Aranguren, Mauricio (2001), p. 90.
33. Ibidem, p. 83.
34. Levy, Bernard Henry, (2001).

NOTAS FINALES
1. Sociólogo, profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia, autor de varios estudios
sobre colonización, guerrilla, historia de las ideas políticas y de análisis sobre diversos aspectos
de la violencia y su dimensión municipal.
265

Las FARC y su relación con la


economía de la coca en el sur de
Colombia: testimonios de colonos y
guerrilleros1
Juan Guillermo Ferro Medina

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
 
Introducción
1 Mucho se ha especulado sobre la relación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) con la economía de la coca. El propósito de este artículo es analizar esta
relación desde una perspectiva regional (departamento del Caquetá) e histórica (los
últimos veinte años) con base en los testimonios de sus protagonistas (colonos y
guerrilleros). La ubicación espacial, el seguimiento cronológico y la viva voz de los
actores sociales involucrados permitió entender mejor esta compleja relación o, por lo
menos, en una forma diferente a la de los discursos reduccionistas, sensacionalistas o
incluso moralistas propios de los medios de comunicación masivos nacionales e
internacionales.
2 El vínculo de la guerrilla y los cultivos de hoja de coca es uno de los temas más
complejos y candentes en la esfera del análisis político de las FARC y por lo tanto muy
relevante para entender las dificultades de los diálogos de paz. Prueba de ello son dos
tesis generales y contradictorias que se refieren a esta relación. La primera, asegura
que las FARC han crecido significativamente en los niveles político y militar desde el
momento en que se vieron involucradas con los cultivos de coca. La segunda, afirma
266

que sin esta relación coca-FARC este grupo guerrillero estaría ubicado en una posición
política mucho más ventajosa.
3 En este artículo, mostraremos que el efecto de esta situación es diferente según se
analicen las regiones cocaleras o al país en su conjunto. Específicamente creemos que la
decisión de las FARC de permitir el cultivo de la coca significó por un lado ganar un
espacio de legitimación, con algunos vaivenes frente a la población involucrada en
estos cultivos y, por otro lado, una pérdida de legitimidad frente a otros actores, y en
general frente a la opinión pública que está por fuera de esta economía. Vale la pena
aclarar que el presente trabajo se ocupará de las expresiones regionales de este
problema y de las percepciones y análisis de los actores directamente involucrados, y
no de sus implicaciones en el nivel nacional.
4 Adicionalmente, creemos que la historia de la relación de las FARC con los cultivos de
coca es dinámica y cambiante porque las formas de su intervención no han sido
siempre iguales. Esta característica es precisamente la que justifica plantear un análisis
por etapas, que se desarrollarán a lo largo de este texto. La parte final del artículo
pretende analizar y mostrar las versiones tanto de las FARC como de los colonos
cocaleros, sobre las implicaciones que han tenido para esta organización sus diversas
formas de intervención en la economía de los cultivos de coca.
 
Formas de intervención de las FARC en la economía
coca en el departamento del Caquetá
La coca llega al Caquetá
La coca llega primero por la acción individual de algunos colonos, inclusive tengo
entendido que antes que la coca llegó la marihuana. Algunos colonos mínimos,
pocos, empezaron a entrar las variedades caucanas, motivados tal vez porque ya en
el sector del Putumayo se estaba consolidando un mercado pequeño con respecto a
la coca. Ellos (la guerrilla) llegan y su primer contacto realmente no es propiamente
con el cultivo, es con los colonos, a raíz precisamente de querer regular un espacio
que ellos veían potencialmente estratégico para sus posibilidades de expansión del
movimiento. Así como en el Urabá. ellos veían al Caguán como un punto estratégico
para su expansión política y su expansión como fuerza militar 2.
5 Para comprender este proceso habría que remontarse a los años setenta cuando se
inician los cultivos de coca en el Caguán, y las FARC se enfrentan al dilema de autorizar o
prohibir a los colonos su producción. El anterior testimonio y la siguiente entrevista
con una personalidad cívica de Cartagena del Chairá muestran el complejo contexto en
el que se tomó esta trascendental decisión.
Cuando entró las FARC era una época de demasiada pobreza, o sea, no podemos
tampoco en ese momento histórico, asociar que la guerrilla bajó al medio y bajo
Caguán porque había una solvencia económica muy grande que era la coca. No.
Cuando ellos entraron, que entraron en el 78 oficialmente, digámoslo así, hasta
ahora se iniciaba la coca y coincidía con un período de demasiada pobreza. Entró la
sequía del 79, la famosa sequía donde murió una cantidad de ganado, porque se
inició la colonización masiva e indiscriminada, es decir, por las malas políticas del
INCORA empezó una deforestación masiva e indiscriminada, entonces hubo un
desbalance económico y eso hubo unas plagas las tremendas. Todo el mundo
comenzó a tumbar monte, quemar y sembrar pasto, para los cultivos de pasto y
para la ganadería extensiva. Las quemas se utilizaban como procedimiento barato
para la limpieza de los potreros en medio del prolongadísimo verano de diciembre
267

de 1978. Entonces eso cogió diciembre, enero, febrero, marzo, abril y mayo de puro
verano seco que no cae una gota de agua, imagínese el desastre que hubo. Esto
provocó el mayor incendio forestal de la historia natural del país sobre 15.000
kilómetros cuadrados de región, eso fue una barbaridad, mejor dicho la mortandad
de ganado que hubo en el Alto Caguán, las sabanas del Yarí y de ahí para abajo... El
desequilibrio biológico que el incendio provocó desató una plaga de gusanos, lo que
la gente llamaba medidores. Eso quemó el pasto, los orines lo picaron y lo quemaron
y se extendió como maldición bíblica, atacó los pastos que retoñaban, y una vez
terminado se apoderó de los cultivos hasta el punto de llegar a destruir el 70% de las
cosechas, provocar la muerte por hambre de 2.000 cabezas de ganado y obligar a la
evacuación de cerca de 50.000 reses desde San Vicente para acá, todo el mundo las
vendió, las sacó, las regaló de toda la zona del Caguán. Entonces fíjese que en medio
de esa hambre tan bestial, la guerrilla entró3.
6 Este relato ilustra la importancia de considerar un fenómeno que la literatura sobre
este tema no ha tenido en cuenta: las condiciones ambientales y económicas presentes
en la zona del Caguán cuando se inician los cultivos de coca. En otras palabras, el
contexto económico y natural descrito fue coyunturalmente muy propicio para el des
pegue de los cultivos ilícitos a finales de los años setenta. Además, se agregan las
circunstancias de orden político que se relacionan con el tipo de presencia del Estado
en esta región durante los años que estamos analizando.
Ah, es que se me olvidaba que en ese año 79, para el colmo de la crisis ecológica que
hizo morir mucho ganado y por ende las consecuencias económicas de la gente,
estaba el idema, como única entidad representativa del Estado que compraba las
cosechas y todo, y en ese año era el maíz, y en ese diciembre del 79, fue como
digamos el florero de Llorente, la gente vino toda ilusionada con sus cargas de maíz
y la pagaron mucho menos que el comercio. Entonces empieza a surgir la coca, muy
tentativa y les dan ese mazazo con el producto convencional, entonces, para mí, ese
fue el florero de Llorente que hizo que se disparara la gente y se metiera, y entonces
la guerrilla tomara como argumento eso4.
 
De la oposición inicial a la aceptación de los cultivos

7 En medio de la situación descrita anteriormente, la guerrilla tenía que tomar una


decisión con enormes repercusiones hacia el futuro: prohibir como hasta entonces la
siembra de la coca por parte de los colonos o permitirla. La presión social y la falta de
oportunidades económicas para la población conducen a la aceptación de la siembra de
este cultivo ilícito por parte de las FARC, confiando en la posibilidad de su regulación.
En el Caguán arriba casi no se oía, no sé, porque había mucha duda por San Vicente
y daban miedo a la gente, porque de todas maneras era algo prohibido, la guerrilla
lo prohibía, en esos años la guerrilla no admitía la coca. La guerrilla no admitía la
coca, es más, uno de los que ajusticiaron se creía que era porque traficaba con coca
por debajo de cuerda, o con marihuana, exactamente yo no supe si era con
marihuana o coca. La guerrilla empezó a entrar en crisis, ellos decían, hemos hecho
un proceso para que la gente no se marée con los estupefacientes, que cuándo va a
ver la revolución el proletariado, con esas millonadas que pasan por el Caguán...
Entonces ellos, de pronto lo hicieron sinceramente, hicieron un consenso
democrático y llamaron a un grupo de gente, entre ellos llamaron al padre Pepe, a
Gonzalo Artunduaga, a mi persona, no me acuerdo a quién más llamaron, y ellos
argumentaron algo muy social. Ellos tenían el dilema, o seguimos con la política
dada de que la gente no vaya a meter vicio, que no vaya a haber prostitución en fin,
todo un cuento, y a la vez aparecía una coyuntura débil del gobierno que era que el
idema pagaba mal. Entonces nos llamaron y dijeron, miren la gente está muy pobre,
está muy mal paga la cosecha, ustedes saben el precio del maíz este año, creemos
268

que sería bueno darle a la gente la oportunidad económica, ya que existe esta
oportunidad económica, porque no hay manera de pagarles las cosechas, no hay
canales de comercialización para que la gente pueda sacar sus ganancias y
capitalizar, ¿ustedes que dicen? ¿Damos permiso por uno o dos años o no?' Ellos
querían que su presencia de recién llegado fuera bien vista por la gente, entonces
ellos no podían de primerazo volverse coque-ros, tenían que aparentar alguna
salida democrática, o algo diferente, entonces ellos nos preguntan, yo me acuerdo
que yo dije Ό todo o nada'. Si ellos admitían la coca, en dos o tres años era tanto la
afluencia de plata que ellos se corrompían también, ellos no iban a cortar en dos o
tres años, después de haber una gallina de los huevos de oro, no la iban a matar,
ellos iban a seguir, entonces que se decidieran en seguir por sécula seculorum o que
de una vez la cortaran antes del fenómeno, ya que estaba en ese momento
iniciándose, gestándose. El padre Pepe me apoyó. Yo me acuerdo que el padre Pepe
dijo: ‘Claro esa es la salida’. El padre Pepe era radical corten, no hay ninguna
concesión’ y ellos con el argumento de que la gente pobre, que no era sino por dos o
tres años... El padre Pepe fue radical, dijo no. Yo sí fui más o menos, yo decía Ό la
cortan toda o lo otro es mentira, es un sofisma decir en dos o tres años, eso ya se va
indeterminado’. Entonces ellos decidieron que la iban a dejar en dos o tres años, y
dicho y hecho, cuántos años llevamos ya, vamos para veinte 5.
 
Creación y crisis de las Autodefensas

8 En este período de inicio de los cultivos y de despliegue de la guerrilla, las FARC


conforman las llamadas Autodefensas con el fin de controlar la población y la
expansión de los cultivos. Se trata de una de las etapas más críticas para las FARC por la
cantidad de arbitrariedades que estas cometieron.
Empezaron a aparecer unos grupos que se llamaban autodefensas, que eran los que
informaban a la guerrilla, pero a la vez actuaban también, pues supuestamente eran
organizados por ellos. Se hablaba de eso en las veredas, se hacía como un sistema de
los que iban a controlar el mismo proceso del manejo de la coca en las regiones,
quienes tenían que mirar que no entrara más gente, las comunidades tenían que
constituir sus propias autodefensas, su propio grupo de informantes que eran
miembros de la comunidad, supuestamente, se fue rápidamente difundiendo esa
idea y se juntaron varios grupos, unos grupos desenfrenados. Los resultados no
fueron muy buenos porque esa gente empezó a actuar por su propia cuenta, tomó el
control, asesinaban de pronto, hacían sus cosas a su manera y empezaban a acabar
con viciosos, a matar gente, en el mismo campo. Los muchachos con la cuestión de
la coca, empezaron de alguna u otra forma a probar ese producto y se enviciaron,
después no pudieron salir de eso y los asesinaron. Las autodefensas causaron un
problema grande que después la misma guerrilla tuvo que volver a exterminarlos y
a matar y acabar con un poco de gente de esa; es decir a aplicarles el correctivo,
porque a ellos se les salió de las manos esa gente. Eso hubo problemas de violencia
en los años 82, 83, 84, asesinaron mucha gente, supuestamente alguien aparecía
desconocido, gente sospechosa y no se averiguaba mucho y de una vez se eliminaba.
De pronto fue una de las situaciones difíciles que se vieron en esa época, porque
esos grupos no se controlaron6.
 
La regulación del cultivo y el cobro de impuestos

9 Ante el desprestigio de las autodefensas, las FARC asumen directamente el control de la


economía de la coca a través de los impuestos y de la regulación del mercado.
Ya después la guerrilla comenzó como a sancionar, a sacar sus impuestos sobre la
coca, a controlar sobre la compra de coca y a hacer todos los controles en las
comunidades, ya no eran las autodefensas porque estas desaparecieron, sino que
269

esta gente directamente empezó a actuar. Había grupos grandes de guerrilla, ya no


era raro en el año 83, para uno encontrarlos en los caminos de la vereda, ya hubo
los primeros enfrentamientos con el Ejército, ya era un movimiento duro que se
hablaba de Remolino como el centro de ellos, porque eso se fue desplazando hacia
abajo. Inicialmente era Santafé y cuando se hablaba de algo de guerrilla había que ir
a Santafé, que después otro puerto, que a Cristales, y se hablaba de Remolino y el
manejo era directamente de la guerrilla7.
Después de ver las posibilidades que estaba brindando la coca como una fuente de
ingresos, y a raíz de la problemática que generaba esto, porque indiscutiblemente
los primeros ciclos productivos de la coca fueron bastante violentos en la zona, era
tierra de nadie, era el farwest, y efectivamente así era, inclusive hay testimonios de
personajes de esa época que todavía viven hoy, que comentan cómo era en ese
momento, donde todos los productores andaban armados, con sus guardaespaldas,
e incluso algunos deshonestamente pagaban con la eliminación del individuo. No
había respeto por la vida. Precisamente ese espacio de tierra de nadie es el que
aprovechan las FARC en ese momento, y empiezan a hacer una especie de
ordenamiento social, de empezar a dictar algunas normas de comportamiento, y es
a partir de ese momento que ellos entran en contacto realmente con los cultivos
ilícitos, no directamente al principio, porque eran unos ingresos que les entraban
por multas, por resolución de conflictos de vecinos que a veces sucedían. Ellos
empezaron a establecer un régimen político y digamos un régimen llamémoslo
social, autóctono, allá en esa zona8.
10 La “cocalización” de la economía conduce a que la guerrilla concentre su acción
recaudadora sobre los compradores, disminuyendo la presión sobre los productores o
recolectores.
El comprador grande llega y le da plata a 4,506 personas, vaya compre y yo le
recibo, les dan un margen de utilidad de $10.000 o $20.000 en kilo, ellos compran y
enseguida entregan, porque el comprador no va a llegar con 100 o 200 millones de
pesos, de pronto al gunos tienen alguna platica, ellos compran y les dan un margen
de ganancia, entonces ellos en el momento de vender, al comprador pues le sacan
su porcentaje. Ellos (la guerrilla) se empezaron a justificar por los atracos, que de
pronto había atracadores a los compradores, en los puestos de compra. Entonces la
guerrilla manejaba eso, la seguridad y de ahí ha venido dándose ese proceso, que ya
no se hace el pedido directamente a la persona, entonces ellos sacan la plata allá,
supuestamente a los mayoristas también le sacan, porque está el repelador que le
vende al negociante, al mediano comprador, al que ya acapara un poquito, ese a
veces directamente negocia con las cocinas que es donde se hace el volteo de la
coca, que supuestamente aquí la guerrilla le saca al comprador, le saca al otro
intermediario y luego a los de las cocinas, posteriormente a los que ya la negocian
cristalizada. Entonces no se sabe cuánto es lo que se está sacando 9.
Al raspador en este momento no le cobran, a ellos le sacan a veces un aporte para la
comunidad, el raspachín tiene que colaborar en algunas cosas con la comunidad,
pero el raspachín se gana su plata pulpita. Que la deja en las fondas, pero eso es otro
cuento, pero en este momento ellos no le sacan al pequeño. Sale indirectamente
porque al cultivador también lo tienen condicionado, yo pago de acuerdo a como
venda, entonces ellos dicen si la coca está a $1.000, usted tiene que pagar $100 la
cogida delibra de hoja, más o menos un 10% del valor del gramo vale la cogida, si
vende a $1.200 paga a $120. Ahora estuvo bajita la coca a $700, pagaban a $70;
entonces todo está condicionado al precio de venta, y eso es respaldado por ellos (la
guerrilla), son quienes ordenan, si, esa es la norma que hay, usted como productor
no puede pensar en otra cosa, porque ya le llaman la atención e incumple, y le
ponen multa o tiene que dar plata, sale, o no lo dejan trabajar 10.
270

11 El impuesto no sólo se le exige a los compradores sino que también se hace extensivo a
los dueños de las “cocinas” (término con que se conoce a los laboratorios que
transforman pasta de coca en cocaína), y a los vuelos en que se despacha la mercancía.
Y después siguen cobrando esos impuestos a los que trabajen en las cocinas. Allá sí
les cobran. Ellos cobran por la hechura, por ejemplo si salen 100 kilos, cobran por
100 kilos hechos. Por el avión me parecen que cobran a $50.000, por kilo ya hecho,
por cristal11.
 
La primera propuesta de sustitución de cultivos

12 Durante el gobierno de Belisario Betancur ( 1982-1986), las instituciones del Estado, la


comunidad y las FARC elaboraron la que podría denominarse como la primera propuesta
consistente de sustitución de cultivos ilícitos en el Caguán. La participación de la
guerrilla en ese entonces fue activa y abierta al diálogo y a la concertación con el
Gobierno y con la comunidad. Sin embargo, los intereses a favor de la guerra impiden la
puesta en marcha de este plan, como lo relata uno de los líderes colonos que
participaron en este proceso.
Inicialmente, en el trabajo de levantamiento de la reserva forestal participó mucho
la guerrilla. Trabajó en bien de la comunidad para que se lograra este objetivo.
Cuando eso, delegaron a un señor que le decíamos “el abuelo”, ese señor era muy
dinámico y muy amante del desarrollo de la comunidad. El trabajó y nos colaboró
mucho con todo lo que había que hacer, el papeleo y todos los requisitos para lograr
eso. Se vio la necesidad de crear un comité de colonos, de desarrollo, pero había que
tener una organización con su personería jurídica y todo, para poder por
intermedio de ese comité solicitar el levantamiento de la reserva forestal. La
guerrilla nos colaboró mucho en el aspecto de orientaciones y reuniones. El abuelo'
era el encargado de eso, él nos ayudaba mucho, nosotros no éramos prácticos en
hacer reuniones, eran reuniones muy grandes, eran reuniones en donde de pronto
participaba el mismo Estado con delegados del INCORA, de la Gobernación, del SENA,
de Bienestar Familiar, de todas las organizaciones del mismo Gobierno. Podemos
decir que la guerrilla colaboró mucho en eso; ellos fueron aliados nuestros en ese
sentido. Posteriormente, cuando el gobierno de Belisario Betancur, cuando se
comenzaron esos diálogos de paz, era un proceso que se estaba abriendo, que se
estaba haciendo con la guerrilla. El Caguán fue un epicentro de esas conversaciones,
a ellos les abrieron espacios políticos para que tuvieran derecho a representaciones
en la Cámara y en el mismo Senado, en las Asambleas Departamentales y en el
Concejo. Nosotros en todo momento pensábamos que los cultivos de coca eran
ilícitos y que tarde que temprano el Gobierno tenía que hacer algo. Pero el mismo
Gobierno no hacía nada. No hubo una política que dirigiera eso y que dijera no
cultiven coca; fue la comunidad la que inició un proceso de sustitución de cultivos.
Nosotros en el año 86 presentamos un proyecto a Planeación Nacional por cerca de
10.000 millones de pesos, para hacer la sustitución de cultivos del municipio de
Cartagena del Chairá, incluyendo toda la región del Caguán, fue un proyecto muy
ambicioso y muy bueno Con un poquitico de interés del Estado y con unos buenos
manejos, eso hubiera sido un éxito. Ese proyecto creo que lo alcanzaron a aprobar
pero desgraciadamente no dejaron de suceder cosas que fueron mal entendidas. Por
esa época mataron unos 25, 28 soldados, y hubo presión por parte de algunos
elementos para que esos dineros no llegaran al Caguán, porque según decían ellos,
la guerrilla estaba en el Caguán y la población del Caguán era población guerrillera.
Esos recursos de ese proyecto los trasladaron a lo que ellos llamaron ‘El triángulo de
la Bota Caucana’. Por allá hicieron un experimento, pero muy diferente al que
nosotros pensábamos poner en marcha en el Caguán. Nosotros presentamos el
proyecto a Planeación Nacional para que Planeación lo estudiara y consiguiera los
271

recursos de donde fuera. Hicimos ver que todos los días se presentaban nuevos
cultivos, y la gente se estaba volviendo muy ambiciosa, ya había problemas sociales,
había problemas de mucha clase. Creo que se consiguieron los recursos, no se de
que países, pero trajeron unos recursos grandes. Desgraciadamente a raíz de la
matanza de estos soldados, desviaron esos recursos y se fueron para la Bota
Caucana, yo no sé si fueron los Estados Unidos o los países europeos, los que
aportaron los dineros. Lo único que sé es que fue un triste fracaso porque eso lo
manejó el Estado con representantes del Gobierno; desgraciadamente no hay cosa
más mal manejada que la que maneja el que no le duele. Sí a uno le ha costado y uno
quiere que esto sirva, uno lo maneja bien para que la plata rinda y las cosas se
hagan bien12.
 
La regulación policiva

13 A partir de 1986, la preocupación por el control económico y las acciones de tipo


policivo y militar empiezan a afectar el papel político de las FARC. Este fenómeno se
aprecia en los cambios que se establecen en la relación con los cultivadores, los
raspachines y los narcotraficantes.
Cuando yo llegué en el 82, ya había presencia de guerrilla, cuando uno llega a una
zona de esas después de vivir en la ciudad, se encuentra con la visión romántica de
la guerrilla, que el marido le pegó a la señora, entonces va un guerrillero y lo
castiga, que él está pendiente del lindero, del problema, de las cuestiones de la
justicia doméstica, por hablarlo de alguna forma. Eso era. En la medida en que fue
aumentando la población, los asentamientos, que fueron creciendo los caseríos
obviamente fue creciendo también la presencia de la guerrilla, en cantidad de
tiempo, la actitud ha sido más o menos la misma, la de pedir un gramaje por cada
arroba de hoja, la de pedir una contribución, de pedir una colaboración, tanto al
colono, al campesino, al narcotraficante y la presencia siempre ha sido esa, no la de
solucionar problemas hasta este momento, que lamentablemente fue un grandísimo
error de las FARC, que ellos descuidaron mucho la parte de formación de
acompañamiento a la sociedad y le dedicaron demasiada fuerza a la parte militar y a
la parte económica, o sea, demasiada atención económica y descuidaron los otros
aspectos. Con el colono, con el fincario, siempre ha sido una relación buena, con los
raspachines siempre ha habido una cierta renuencia por el tipo de personal que
reúne el gremio, por ser personal flotante, por el hecho de que ellos tienen una
conducta de migración muy fuerte, entonces ellos no son estables en ninguna parte;
entonces no son unas personas muy fiables. Con los narcotraficantes, los
acaparadores la actitud era distinta, las relaciones eran distintas tal vez por la
cantidad de dinero que representaban, entonces se le daba más permisividad, más
tolerancia en ciertas conductas pero eran más o menos parejas. Las relaciones con
todo el mundo han venido cambiando, en la medida en que se ha venido acentuando
la política de dedicarle más tiempo a la parte militar que a la parte de formación y
acompañamiento a la comunidad, supuestamente se le carga la mano a los que más
dinero manejan, o sea a los de las pistas y a los de los laboratorios, esta gente
supuestamente aporta más dinero, que el campesino, pero el campesino de todas
maneras está sometido a contribuciones, aportes y a una cantidad de cosas 13.
Mire que la solicitud inicial fue directamente de la comunidad, como le decía
inicialmente, se solicitó que ellos (la guerrilla) regularan y pusieran condiciones de
vida, llamemos “humana” en la región, y los mismos narcotraficantes eran los que
solicitaban que ellos hicieran toda la vigilancia para hacer ellos sus envíos, para
enviar la coca a otros sitios14.
14 A principios de los años noventa, la comunidad organizada del Caguán le solicita a la
guerrilla el ejercicio de un mayor control policivo pero a la vez una mayor intervención
272

en la dimensión organizativa. El resultado fue una respuesta efectiva con respecto a la


primera demanda y una de carácter débil a la segunda.
Mirando esa situación, nos reunimos con la Junta de Acción Comunal, gente que
tiene alguna importancia en la comunidad, mandándole una carta a Fabián 15,
pidiéndole el favor de que tomaran algunas medidas por ese aspecto. Que la
comunidad estaba en un estado lamentable, que no había sino cadáveres por todas
partes. Fabián bajo y volvió a Remolinos, y comenzaron a imponer unas normas,
que para mí fueron buenas. Primero que el que matara a otro sin causa justa como
legítima defensa, lo ajusticiaban en la plaza pública. Era una amenaza dura, que por
borracho yo mataba a un vecino, a mí me cogían y me ajusticiaban. Creo que eso no
se llevó a cabo, y al cabo de tres meses no volvió a haber un muerto ni en las
veredas, ni el pueblo. Fue una medida que sirvió porque se frenó la matada de
gente. Nosotros le hicimos el reclamo a Fabián, que nosotros necesitábamos como
comunidad organizada, que ellos tuvieran más presencia para que apoyaran
algunas decisiones de la misma organización. Pero ellos en ningún momento
tomaron eso como una cuestión, como tratar de apoyar. Tenían su gente allá, pero
se limitaban a cobrar impuestos, al manejo económico 16.
 
La organización de las marchas de los cocaleros

15 ¿Cuál fue el papel de las FARC en las marchas de los campesinos cocaleros de 1996
durante los meses de agosto y septiembre? ¿Cuál fue la repercusión político-militar de
su intervención?
16 Mientras que la versión del Estado sostuvo que estas marchas estaban orientadas y
dirigidas por las FARC, la versión pública de los cocaleros decía que ellos estaban
protestando por la política de fumigaciones de cultivos ilícitos que adelantaba el
gobierno en las zonas de la Amazonía. No obstante, posteriormente los cultivadores han
reconocido el protagonismo de la guerrilla en el auspicio de la movilización.
Que el narco sostuvo la marcha, eso es mentira, le tocó por obligación. Esa marcha
la ideó directamente la guerrilla, ellos fueron los gestores, fueron los que hicieron
todo. Uno por tener su finca, por ser de tal parte, tenía que llevar remesas. ‘Usted
tiene que hacer esto y lo otro. Se necesita que usted dé 30 estufas, que dé 30 pares
de botas, que dé dos vacas, una vaca’. Pero que el narco haya sostenido el paro, por
decir algo económicamente, no. Le tocó por obligación, por fuerza 17.
En ese momento le decían a la gente que la marcha se iba a dar por las
fumigaciones. Pero más que todo por la presencia del Ejército, porque lo de las
fumigaciones no fue tanto. Incluso la guerrilla decía que tenían que desalojar
Remolino, y así el Ejército no tendría ningún objeto para estar allí, porque no había
población civil. El Ejército debe estar donde hay población civil, y donde no hay
población civil pues no tienen nada que hacer. De todas maneras eso fue presionado
así, ‘tienen que irse y hacer invasiones’18.
Yo creo, que el interés primordial era hacerle ver al Gobierno, que ellos (la
guerrilla) sí pueden. Que ellos son las Fuerzas Armadas, como ellos mismos se
autodenominan, y que ellos pueden poner al país en jaque y demostrarle al Ejército
que ellos lo que se ‘dice se hace’, y segundo tener en algo que ver, en proteger al
campesinado porque de todas formas, con la no fumigación el campesino se ayuda
mucho, pues no se va a acabar, ¿cierto que sí? pues desde que haya coquita hay
plata, hay para todo, pero que ellos hayan hecho el paro, únicamente y
exclusivamente para favorecer al campesino, no lo creo, por mi forma de pensar no
lo creo, ellos tenían dos objetivos uno demostrarle al Gobierno y a la opinion
pública y a nivel nacional y a nivel internacional, que ellos pueden, que ellos
mandan, y el que tiene las armas puede y segundo sí, favorecer 30%, 40% al
campesinado19.
273

17 De la misma manera, las FARC aceptan el papel central que desarrollaron tanto en la
preparación como en el desarrollo de las marchas. Sin embargo, si en algún momento el
objetivo era rechazar el avance de la acción del Ejército (a través de la llamada
“Operación Conquista”), esto no se logra con la movilización social sino con los
enfrenta-mientos posteriores estrictamente militares, y en particular con el combate
ocurrido en El Billar (Cartagena del Chairá, 3 de marzo de 1998) donde fueron retenidos
43 soldados de la Brigada Móvil No. 3 del Ejército.
En el Caguán sí fue un año casi de trabajo. Para poder hacer esas marchas,
prácticamente fue un trabajo diario con cada una de las veredas, realizando
balances, recolección de los dineros y preparando toda la infraestructura. Eso duró
casi seis meses y claro, hubo un trabajo de concientización y a la gente se le explicó
el efecto de las fumigaciones. Se entendía que era la defensa por la subsistencia. A la
gente se le explicó y adquirió conciencia que las fumigaciones les podía truncar
todo su proyecto económico. Hay gente que prácticamente tenía todas sus
inversiones en esa región del Caguán. Nosotros de alguna manera jugamos el papel
catalizador de esas marchas, le hacíamos ver a la población campesina de esa región
que en gran medida estaba en peligro todo el proyecto económico de esa región.
Eran las perspectivas económicas de esa región. Nosotros sabíamos que si la gente
había metido los cultivos de coca como medida extrema para tener un nivel medio
de subsistencia en esas regiones, con esas fumigaciones iban a tener unas
implicaciones y de hecho eso fue así. Pese a las marchas campesinas y a los
compromisos que adquirió el Gobierno, la desolación que hoy se vive, y los
comentarios que se escuchan de los habitantes de esa región son bastantes
dicientes. La economía se ha deteriorado, inclusive la ciudad de Florencia ha tenido
una depresión de todo el comercio, el transporte, la construcción y todos los
renglones que giran alrededor de los cultivos de coca se han visto afectados.
Principalmente estas eran las motivaciones. Lo que pasa es que nosotros no
podemos quitarle el papel dirigente, el papel de vanguardia que tiene el
movimiento guerrillero en esa zona. La guerrilla no la podemos separar del
contexto de toda la problemática de esa región, de hecho el movimiento guerrillero
es una vanguardia en esa región, es una vanguardia política y es una organización
dirigente, es una organización que proyecta, que traza planes, que compromete a la
población dentro de sus luchas. El movimiento armado tiene una visión mucho más
esclarecida de la problemática y cómo reaccionar y cómo organizar la respuesta
popular frente a ese tipo de situaciones. Nunca podemos decir que el movimiento
guerrillero no tuvo nada que ver con las marchas. Claro que tuvo que ver, el
movimiento guerrillero estuvo y jugo un papel preponderante y justamente es el
papel que nosotros hemos reclamado. El papel de defensa, el papel de orientador y
el papel de organizador de esas poblaciones. Si bien es cierto que el movimiento
trazó unas orientaciones muy generales, todo el soporte organizativo, lo que fue el
manejo y las negociaciones, fueron exclusivamente de la dirigencia campesina.
Nosotros sabíamos que una acción militar la teníamos que repeler militarmente. Es
decir, nosotros no podemos, y mal haríamos en pensar en poner a la población civil
como un escudo para una operación de carácter militar, a sabiendas de que eso no
ha servido nunca en este país. En Colombia las operaciones militares cuando han
sido diseñadas han pasado por encima de la cabeza de todo el mundo. El retiro de la
fuerza pública y el retiro de las Fuerzas Armadas en una determinada región nunca
ha sido el compromiso que el Gobierno haya adquirido con la comunidad, sino que
ha sido el producto del mismo desenlace de la confrontación militar. Y una prueba
de esa situación es que pese a la capacidad de movilización que hubo, a la cantidad
de gente comprometida en esas movilizaciones, y a lo que eso significó a través del
debate político y militar de este país, la ‘Operación Conquista’ continuó y la presen
cia militar antes que disminuir se multiplicó en los Departamentos del Caquetá,
Putumayo, Guaviare. Lo que se demostró posteriormente es que si el Ejército salió
de esa región, fue como resultado de las operaciones militares que allí se realizaron.
274

La liquidación de un batallón de contraguerrillas hizo cambiar un poco la


correlación de fuerzas en esa región. Después del ataque de la unidad militar del
Billar, prácticamente las unidades militares que se encontraban diseminadas en
diferentes regiones del Caguán fueron retiradas desde el mismo Remolinos del
Caguán, que era el centro de todo el despliegue de la operación de la región del
Caguán. Pero la motivación fundamental de las marchas fue más que todo por las
implicaciones que eso tenía para la economía de esa región 20.
18 Una de las pruebas del papel protagónico e incluso autoritario de las FARC en la
promoción y el desarrollo de las marchas cocaleras, es que una vez finalizadas no
derivaron en la construcción de organizaciones de cultivadores de hoja de coca. Sin
embargo, la experiencia sufrida por varios marchantes sí sirvió para la ampliación del
reclutamiento de combatientes por parte de la guerrilla.
En las marchas campesinas de hace dos años, ustedes recuerdan la confrontación
aquí con la fuerza pública, con el Ejército, fue muy dura. Esa experiencia contribuyó
a que muchos de los campesinos que estuvieron en las marchas, la gente que no
tiene propiedades, jornaleros, hablemos de los raspachines también, mucha de la
gente que estuvo en las marchas campesinas, que estuvo en la pelea, que vio caer
muertos, que vio caer gente herida, que vio caer a su familia, quedaron después de
las marchas campesinas prácticamente en la nada. Ha habido un ingreso masivo a
las filas de la guerrilla, sin poder comprobar datos oficiales, pero eso se lo cuentan a
uno los campesinos, uno lo ha visto, cuando uno va a una región uno se da cuenta,
se fueron 10, 15 de esta vereda, eso porque la gente experimentó eso, el
enfrentamiento con la fuerza pública fue muy duro entonces. Mientras los
campesinos estaban armados con palos y machetes en las marchas, porque no
tenían más nada, el Ejército los agredió y ¿qué salió a nivel nacional e
internacional? Mucha gente vio, primero, que todos los acuerdos a que llegaron con
el Gobierno los incumplió en más del 60%, segundo, que lo que se logró negociar no
contribuyó a un desarrollo de lo técnico y antes por el contrario lo que se pedía en
las marchas que era la no fumigación y un proceso de concertación de desmonte
por la vía manual, culminò en la fumigación masiva. Entonces obviamente mucha
gente quedó en la olla, en la calle y unos optaron por la guerrilla, otros se habrán
ido con los paramilitares. Pero que eso contribuyó al crecimiento (de la guerrilla) en
estos dos años, eso es verdad21.
 
La segunda propuesta de sustitución de cultivos

19 Actualmente hay un debate sobre la capacidad que tiene la guerrilla para adelantar un
proceso de sustitución de cultivos de coca. Algunos aseguran que las FARC no
abandonarán jamás su fuente principal de financiamiento. Otros consideran que por el
ascendiente que ejercen sobre la población, y por su capacidad militar, es el único actor
capaz de controlar y vigilar un proceso de sustitución. Frente a estas posiciones habría
que tener en cuenta cuál escenario es el que se está considerando, y por lo tanto ubicar
este problema dentro de la dinámica del conflicto armado y de su posible negociación
política. Uno de los escenarios posibles es la guerra, en donde la economía de la coca
como muchas otras economías del país es aprovechada para el financiamiento de un
ejército insurgente. Otro escenario es el cogobierno, por ahora futuro e hipotético,
donde las FARC ya como integrantes de un poder oficial no tendrían ningún interés en
patrocinar esta actividad. Los temas de la agenda actual con el gobierno y la propuesta
de declarar a Cartagena del Chaira como municipio piloto de sustitución de cultivos
apuntan en esta última dirección. Es decir, que en la medida en que avance la
negociación, las FARC serán más proclives a participar en planes de sustitución,
275

mientras que si el proceso se dificulta este interés quedará aplazado. Veamos algunos
ejemplos de las visiones sobre este fenómeno.
No creo que las FARC estén en capacidad de orientar un proceso de sustitución de
cultivos ilícitos por varios razones: la primera, la gran dependencia que tienen, la
dependencia económica que tienen frente a los colonos, a los cultivadores, a los
intermediarios, por la participación que tienen indirecta dentro de todo el proceso
de cultivo, de transformación y de exportación de la droga. Y segundo, por que
dicho de alguna manera, el Bajo Caguán y gran parte del Caquetá fue una república
independiente durante mucho tiempo, donde tuvieron absolutamente toda la
autonomía, donde la gente era poquita y el resultado ¿cuál es? O sea después de
quince, veinte años, la república independiente del Bajo Caguán, como alguien se
atrevió a decir, ¿qué tiene para ofrecer, para mostrar? ¿Este es el ejemplo de lo que
van a hacer cuando lleguen al poder?22.
Vamos a partir de una conclusión a la que hemos llegado sobre los programas
alternativos de sustitución o de erradicación que se han adelantado, no solamente
en Colombia sino en el Perú y en otros países: ninguno de estos métodos hasta
ahora ha sido efectivo, y no será efectivo por muchas razones, dentro de esas, la
principal es la de ¿quién controla o regula en la zona que la gente haga sustitución o
erradicación a largo plazo? Mire, a partir de las fumigaciones, que aparentemente
aparecen como un resultado de erradicación, efectivamente en la zona del Caguán
por lo menos el 30% de los cultivos han dejado de ser productivos, pero ¿qué ha
pasado? Que tenemos referencia que en la vereda de Monserrate había 100
hectáreas, y en la zona misma en la vereda de Buena Vista que se fundó dos o tres
horas más adentro, se están volviendo a implementar las mismas 100 hectáreas, y lo
peor es que se está desplazando la zona coquera del Bajo Caguán al Alto Caguán o a
la zona de la Bota Caucana o a la zona inclusive de Piedemonte, al pie de Florencia.
Entonces esos son los resultados grandes, que puede que se termine en un sector del
área coquera, llamemos identificada, pero se desplaza a otros sitios. Falta
precisamente alguien que fiscalice directamente en el campo, que realmente pueda
hacer esta labor de fiscalización efectiva de desmonte de los cultivos de coca, en un
proceso seguramente a largo plazo. Y yo sí pienso que los únicos que pueden hacer
eso son las FARC. Y si partimos de este principio debe haber propuestas de cómo se
va a desmontar la coca y eso depende principalmente de la voluntad y de la
propuesta concreta que pueda tener el movimiento guerrillero con respecto a la
coca. Si ellos llegaran a un acuerdo directamente, como parece que lo están
haciendo con Estados Unidos, ellos se comprometen a acabar los cultivos ilícitos en
un plazo largo, proyectado a una década, a cambio de que se hiciera realmente una
fuerte inversión de dinero. La gran conclusión que hemos tenido las personas que
de alguna manera tenemos algún conocimiento de esto, que hemos participado en
eventos de tipo nacional e internacional, con respecto a la problemática de los
ilícitos en el mundo, es que inversión económica, en programas de sustitución como
tal, realmente no ha habido, una inversión que se acerque a la problemática
económica real del flujo de la coca. Cuatro o cinco millones de dólares, por ejemplo,
para una región del Bajo Caguán, serviría de pronto para hacer un programa de
sustitución, para unas cien familias en una o en dos veredas de la región. Pero no
para seguir un plan o un programa de desarrollo sostenible para las veredas, que
involucre no solamente las alternativas económicas sino todo lo que requiere el
desarrollo de una región: educación, vías de acceso, capacitación todos esos
elementos que requiere la gente. Entonces, si la propuesta que ellos tienen, tiene
eco dentro de los grandes países consumidores y los que puedan de pronto tener la
plata para hacer este proceso de sustitución... yo pienso que la propuesta está en la
mesa. En la zona amazónica, pensamos que el primer tema importante, el tema
global, es la paz, pero la paz no se consigue por sí sola. La paz es la sumatoria de
todos los conflictos que vivimos en la Amazonia, y el conflicto número uno que
vivimos en la Amazonia es el de los “ilícitos”. Entonces, el primer tema sobre la
mesa importante, es la regulación y la sustitución de los cultivos ilícitos y ellos (las
276

FARC) pienso yo, vuelvo y reitero, son los únicos agentes con capacidad de fiscalizar
y con capacidad de poner orden y disciplina, de hacer unos acuerdos con los
productores de coca, hacer un proceso de desmonte paulatino, porque ese es un
proceso que no se va a llevar a cabo en un año o en dos. Pensamos que debe ser una
década porque debe conllevar no solamente la extracción y la caducidad física de
los cultivos de coca, sino que también debe ir acompañado de crear una nueva
mentalidad para los jóvenes y las personas que están en capacidad de adquirir otra
forma alternativa23.
 
• La entrada de los paramilitares

20 En el momento actual, con el avance de los paramilitares en el Caquetá las cosas


empiezan a tomar un nuevo rumbo. Se trata de algunos cambios en materia del papel
de las FARC en la cadena comercial de la coca. También en el que desempeñan algunos
carteles que deciden hacer circular sus dineros para la compra de pasta de coca a través
de los paramilitares y no de las FARC. En el primer caso, las FARC deciden participar
directamente en la compra para evitar que a través de los compradores y comisionistas
se filtren los paramilitares: ya no se limitan a cobrar el impuesto sino también a
seleccionar compradores de confianza o a los propios milicianos. Esto de alguna manera
significa pasar de cumplir una función de “Estado” a la de simple comerciante, puesto
que el fruto no es el impuesto sino la comisión por ventas.
21 Las FARC están dispuestas a asumir el costo político de lo que significa formar parte de la
cadena comercial con tal de evitar esta amenaza24. Pero también hay razones sociales y
económicas. Una es impedir que los compradores los roben, pues es muy difícil saber
exactamente cuánto compró cada comerciante. Otra, es la necesidad de establecer un
precio de sustentación para los campesinos cocaleros. Es decir, un precio que esté por
encima de los costos de producción y que permita una ganancia mínima para la
subsistencia de estas familias de productores.
22 La guerra entre guerrilla y paramilitares por el control de la compra está generando
dos fenómenos nuevos: la muerte de compradores y de comisionistas a manos de los
dos bandos, y el alza considerable de los precios. De julio a octubre de 1999 los precios
pasaron de $1.300.000 a $2.300.000 por kilo de pasta de coca. El gran interrogante es
sobre el futuro de esta disputa por el control de la economía de la coca. Una expansión
paramilitar podría significar que los actuales carteles de la droga que financian la
compra a través de las FARC decidan pasarse a aquel sector, pues es claro que entre estos
carteles y las FARC hay pactos comerciales pero no políticos, y por lo tanto, es factible
pensar que hay más afinidades políticas entre estos grupos mafiosos y el
paramilitarismo. ¿Cuáles son los carteles que trabajan con las FARC y cuáles con los
paramilitares? ¿Qué tan sólidos son los pactos de las FARC con estos carteles? ¿Los
campesinos cocaleros ante el alza súbita de los precios abandonarán su cercanía con las
FARC y trabajarán con el mejor postor? Esta puede ser la prueba de fuego para
determinar la solidez del apoyo político que estas comunidades le han brindado hasta
ahora a las FARC.
 
277

Cuadro Resumen. Las formas de intervención de las FARC en la economía de La Coca25

 
Efectos de los ingresos provenientes de la coca sobre
el crecimiento de la organización
La percepción de las FARC

23 Las FARC le restan importancia a los ingresos que perciben provenientes de la economía
de la coca, con el argumento de que así como en el Caquetá reciben recursos de estos
cultivos, en otras regiones del país su sustento proviene del tipo de economía que allí
exista. De igual manera, plantean que también han crecido en estas regiones no coca-
leras. Con respecto a la pregunta sobre el efecto que han tenido los cultivos de coca
sobre el crecimiento de las FARC ellos dicen:
El desarrollo nuestro no está basado en los cultivos ilícitos, de hecho cuando las
FARC se formaron no había cultivos. Si no hubieran existido cultivos ilícitos igual el
movimiento tendría que desarrollarse. Igual hubiera tenido que recurrir a otro
método. A lo mejor esa área donde se siembra coca, serían grandes cultivos de maíz,
entonces es del maíz que vivimos. El problema de nuestro crecimiento no puede
estar ligado, supeditado a la producción de coca, porque ese es el cuento que los
militares le han vendido a los gringos y es el cuento que le han vendido al mundo,
que nosotros subsistimos en Colombia no porque haya unas convicciones subjetivas,
para que nosotros existamos, sino porque hay cultivos de droga 26.
En Córdoba, por ejemplo, que no hay cultivos ilícitos, ¿por qué están creciendo los
frentes? En Urabá, allá solamente hay banano y agricultura, ¿cómo está creciendo
sin cultivos ilícitos? Entonces ¿cómo crecen las FARC en esos lados? ¿Cómo están
creciendo los frentes de Urabá, los frentes de la Sierra Nevada? Sin necesidad de
coca, solamente con el trabajo que nosotros hacemos a nivel urbano y a nivel rural y
suburbano, el trabajo político, el trabajo de concienti-zación. Cuando yo ingresé a
278

las FARC había cinco frentes, a los 809 meses a mí me eligieron como responsable
político del frente para que organizara todas las masas campesinas del Urabá
antioqueño, después me mandaron para los límites de Córdoba y Antioquia a hacer
trabajos organizativos, conocer tierras. Entonces uno hablaba en una vereda con los
campesinos y diariamente los muchachos iban ingresando a la guerrilla sin
necesidad de eso. Fíjate, a mí me postularon a crear el 18 frente de las FARC, y lo
creamos con 10 hombres, al cabo de un año éramos 120. Después del 18, surgió el 35
y no en zona cocalera, en zona agrícola, latifundista. No necesariamente la coca ha
contribu ido al desarrollo nuestro, al contrario, yo pongo el ejemplo de cómo a
algunos comandantes nuestros el narcotráfico los corrompió. Eso es cierto, yo me
acuerdo de un muchacho muy querido y muy joven y vino un mafioso y le hizo un
trabajo, un mafioso caleño, el tipo muy inteligente, el tipo le comenzó a llevar
cositas al muchacho, que whisky, que la cadenita, que la platica, tómese para la
gaseosa y le dejaba $400.000, $500.000, a los cuatro sábados le llevó una muchacha
quién sabe de dónde, se la llevó y el tipo se enamoró tanto de la muchacha que puso
a dudar al comandante, ¡terrible! Como ese caso en la historia del Caguán hay miles
y miles. Primer Decreto mío: nadie me carga cadena, cadena que les regalen, me la
dan a mí y yo la mando. Todo ese oro del Caguán sirvió para hacer unas medallas,
unas condecoraciones dedicadas a Isaías Pardo, un guerrero nuestro por allá de la
época de Marquetalia. Nosotros no cargamos oro, prohibido mientras yo estaba allá.
Los cultivos ilícitos no han hecho crecer al movimiento en sí, porque entonces qué
sería de la guerrilla donde no hay coca27.
24 El discurso de las FARC frente a su relación con los cultivos de coca está basado en
razones de corte social: para este grupo es importante resaltar su relación con el
pequeño cultivador y soslayar su vínculo con los demás actores de la cadena productiva
y comercial de la coca.
Nosotros tenemos contactos directos con los campesinos que cultivan la hoja de
coca, y no con los grandes procesadores de la hoja, con el narcotraficante en sí,
mucho menos con el que saca el producto y se lo lleva, porque eso es carreta en el
fondo. Nosotros tenemos es contacto con el campesino, y si ese campesino se gana
5, 10015 millones de pesos (que ya no se los ganan, porque la coca está en bastante
retroceso), ese campesino nos consigue una dotación, nos da comida, o hace un
potrero y monta ganado. Nosotros les decimos que siembren mucha comida, que
siembren yuca, plátano y maíz, para que no tengan que traer todo de Bogotá, como
acontece aquí, para ir teniendo la autosustentación y de ahí también comemos
nosotros y que si de ahí nos dan un millón, dos millones de pesos, eso es cosa de
ellos, pues los recibimos, eso no es problema, los dólares del café, son los mismos
dólares que entran por el narcotráfico, no hay problema28.
25 Las consecuencias de relacionarse con los narcotraficantes en el Caquetá son un
elemento problemático para las FARC. El narcotraficante local le vende a uno más
grande y poderoso que posiblemente financia grupos paramilitares en otras regiones. El
hecho de que los “peces gordos” no vayan al Caquetá, no significa que no haya una
cadena entre narcotraficantes que negocian con la guerrilla y aquellos que patrocinan
grupos paramilitares.
En la época en que yo estuve allí, la mayoría de los que compraban coca eran del
cartel de Cali. ¿Por qué digo yo que eran del cartel de Cali? Porque la mayoría
compraba y se la vendía a los peces gordos de Cali y las avionetas que cargaban era
de la gente de Cali y la gente que nos pagaba a nosotros era gente de Cali, eso era lo
que nos decían. En el Caquetá nunca ha habido grupos de paramilitares de parte de
capos del cartel29. Lo que pasa es que ¡o que compraban era gente del Caquetá, no
eran los peces gordos, porque el pez gordo jamás llegó a la zona. O sea si ese pez
gordo fuera sospechoso de patrocinar grupos paramilitares, si nosotros lo
hubiéramos podido coger, o si lo hubiéramos podido aniquilar lo hubiéramos hecho.
279

No podíamos porque está fuera de nuestro alcance. El que compraba y vivía en la


zona se sometía a las normas de nosotros: no cargar armas, máximo un revolver,
jamás una nueve milímetros, no traer gente sin saber uno quién es, y si la traía
tenía que responder por lo que él hiciera en la zona30.
 
La percepción de los colonos

26 Para las FARC es imposible aceptar que el crecimiento de su organización tenga que ver
con el dinero que proviene de la economía de la coca. Sin embargo, es claro que esta por
lo menos aceleró tal crecimiento y permitió la autonomía financiera de las FARC, como
claramente lo señala un líder y cultivador de la zona del Caguán.
Cualquier ejército necesita una financiación y mantener unos hombres con armas
vale mucha plata; si ese dinero del narcotráfico no hubiera aparecido habría sido
muy difícil sostener y darle alimentación a miles de hombres. Ellos tienen los tres
renglones económicos más productivos que existen, que son el narcotráfico, la
extorsión y el secuestro. Yo creo que a punta de extorsión y secuestro difícilmente
habrían podido llegar a los niveles de poder económico y militar que tienen en este
momento, creo que habría sido muy difícil, personalmente pienso que la gran
cantidad de dinero del narcotráfico ha jugado un papel fundamental, tanto en el
enriquecimiento de la guerrilla y por tanto el aumento de su poderío militar, como
en la formación de los grupos paramilitares y autodefensas. El incremento de
cultivos ilícitos y la cantidad de tributantes si tiene que ver con la expansión, en
cantidad, de la guerrilla. De pronto a mayor cantidad de cultivos, mayor cantidad de
arrobas y mayor cantidad de coca, entre más hoja y más coca, hay más plata, de
pronto en ese sentido hubo una correlación directa por supuesto entre lo uno y lo
otro. Que se les dificultó más por la cantidad de gente que había, hay más gente que
paga impuesto, pero hay más gente que pone problemas, eso sí 31.
27 Aunque parezca paradójico, el control de la economía de la coca le reporta ventajas a la
guerrilla en términos de su crecimiento, incluso cuando hay crisis de precios. Las crisis
periódicas de la coca también favorecen a la guerrilla porque frente a la falta de
oportunidades laborales ingresar a sus filas se convierte casi en la única alternativa.
La guerrilla ha venido en incremento de acuerdo a las circunstancias. La gente
cuando llega la crisis dice: es que no hay nada más que hacer, no hay alternativas,
más que meternos a la guerrilla’, porque no saben hacer otra cosa. Se fue creando
esa cultura de la coca, que a partir del noventa, ya la gente no hacía otro trabajo
diferente a la coca. Anteriormente yo tenía cinco, seis trabajadores en la finca,
trabajaba uno el pedacito de coca y seguía sembrando el plátano, sembrando el
maíz. (La Guerrilla) ha ido creciendo a la par, entonces yo pienso que eso ha ido
muy ligado, porque supuestamente la presencia de estos grupos armados, se da
donde hay más coca. En Remolino que era la zona más productora de coca, entonces
también había más presencia de guerrilla, entonces van de la mano. Uno piensa que
cada que se presenta una crisis de estas, hay más gente que puede ingresar allá,
porque hay gente que no sabe hacer otra cosa. Cuando la otra crisis de la coca, que
fue cuando hubo presión del Gobierno dura, en el 9632 no sabía uno cuánta gente se
fue a la guerrilla, cuántos muchachos se fueron, y lo mismo actualmente, uno se
encuentra con los raspachines, que se metieron a eso, que desafortunadamente son
los mismos hijos de nosotros, los hijos de los campesinos que se metieron en lo del
negocio de la coca, con lo de la raspa. Y usted le pregunta a esa gente: '¿Y usted que
piensa hacer cuando la coca se termine, cuando la coca no sea una alternativa?'
Dicen: 'Pues yo me meto a la guerrilla, pues para yo irme a ganar nada, a ganar
$8.000 o S10.000 que no se pueden pagar aquí en jornal, yo no me voy a dar a eso,
pues mejor me meto a la guerrilla', entonces se piensa que esos grupos tienen que
seguir creciendo33.
280

28 Si se entiende por cartel la organización que se encarga de comercializar la droga a


nivel internacional, nadie, a excepción de algunos militares colombianos, asegura que
las FARC son un cartel. Esa unanimidad, por lo menos en la región, incluye tanto a los
simpatizantes como a sus detractores.
Ahí realmente hay una distorsión, hasta donde yo conozco, no existe un cartel de
las FARC, que a mí me conste ellos no tienen ni cultivos, ni laboratorios, ni pistas: la
labor de ellos se limita a cobrar unas contribuciones por el uso de las pistas, por los
vuelos, por los kilos que se compran, que se venden y por las hectáreas de hojas que
se cultivan, contribuciones, como se quieran llamar, que son las que los han
alimentado a ellos. Pero que ellos propiamente dicho estén involucrados en forma
directa en el comercio de la base, en el comercio del cristal no, que a mí me conste
no, hasta este momento no34.
Ellos (la guerrilla) como reguladores del mecanismo de la coca, lo que hacen es de
recaudadores de impuestos. Yo sí puedo dar testimonio que ellos directamente no
son cultivadores de los cultivos, también puedo decir que ellos directamente se
lucran de la coca es a partir de unos impuestos que cobran, tanto a los campesinos
por kilo o por arroba de hoja según el caso. Por ejemplo, sé que por kilo a los
compradores intermediarios les cobraban $20.000, $30.000 por kilo, o sea
recaudando el impuesto, sé también que con los narcotraficantes grandes, lo que
ellos hacían era cobrar por el servicio de vigilancia o por el servicio de regulación
del flujo de los vuelos35.
29 El Bloque Sur de las FARC es la facción que recauda la mayor cantidad de ingresos dado
que en su zona de operaciones están los departamentos del Caquetá y del Putumayo,
dos regiones que cuentan con un alto desarrollo de los cultivos de coca. Al no depender
del apoyo material y voluntario de la población sino de los impuestos que obtiene de la
actividad cocalera, el Bloque Sur adquiere mayor autonomía en términos de la
iniciativa militar con respecto a la que puedan tener otros bloques que operan en zonas
con otro tipo de producción. No es casual, entonces, que este Bloque haya sido el
protagonista de varios enfrentamientos militares exitosos contra el Ejército colombiano
durante los años de 1996, 1997 y 1998.
Yo pienso que no más la zona del Caguán que yo conozco con propiedad, le puede
suministrar todas las necesidades económicas al Bloque Sur, y si a eso le agregamos
las otras zonas coqueras del Caquetá, pues pienso yo que el Bloque Sur, es un
generador permanente de excedentes para todo el movimiento. Tengo entendido
que es tan fuerte la economía del Bloque Sur que ayuda o aporta a otros frentes, que
de pronto no tienen esa capacidad de gestionar los recursos económicos. Ellos (la
guerrilla) argumentan que indiscutiblemente la coca a ellos les propicia,
aproximadamente por lo menos un 40% o un 50% de sus entradas. Otras actividades
como el secuestro y la toma de bancos, que yo particularmente no comparto,
pueden contribuir por lo menos con otro 40%. Pero hay un detalle que a mí me
llamó poderosamente la atención, y es que ellos argumentan que la población civil
aporta voluntariamente a la causa un 10%, lo cual es bastante representativo 36.
Entonces puede usted imaginarse que con la sola recaudación de impuestos en una
zona que llegó a producir alrededor de unos 15.000 kilos mensuales de pasta de
coca, usted puede más o menos multiplicar eso por $20.000, $30.000, y le da la
dimensión de lo que ellos se lucraban haciendo solamente esta acción 37.
 
Balance y perspectivas

30 Hacia el futuro es muy importante hacerle seguimiento a la relación de los cultivos


ilícitos con el conflicto armado, pues la resolución de este último va a depender, en
gran medida, de lo que suceda en la relación de las FARC con la economía de la coca. Los
281

vínculos que hemos detectado entre estos dos problemas se pueden resumir de la
siguiente manera:
• El control de la economía de la coca por parte de los actores armados (guerrilla y
paramilitares) se está convirtiendo en un instrumento fundamental para el control
territorial, para el social y económico de la población que vive en estas zonas. Tales
controles definen la corrrelación de fuerzas político-militares de estos actores.
• Las relaciones comerciales de las FARC con el narcotráfico han permitido la adquisición de
ingresos económicos considerables para el sostenimiento y crecimiento material de la
organización. No obstante, las consecuencias han sido alimentar simultáneamente los
objetivos sociales, económicos y políticos del narcotráfico, claramente adversos al proyecto
político de las FARC. Paradójicamente este negocio también auspicia el desarrollo del
“enemigo “. Prueba de ello es el riesgo que existe de que los carteles que han trabajado con
las FARC, frente al crecimiento de las fuerzas paramilitares en la región, decidan apoyarse en
estas para sus propósitos comerciales por la mayor identidad política que tienen.
• Los narcotraficantes son un actor social muy interesado en la continuidad del conflicto
armado, en la medida en que tanto guerrilla como paramilitares se han convertido en
“socios” indirectos del negocio de la droga en Colombia. La terminación del conflicto con
victoria de cualquiera de los bandos, necesariamente, se traduce en un Estado más fuerte y
con mayor capacidad para controlar el negocio de los ilícitos.
• La actual propuesta de sustitución de cultivos para la región del Caguán, hecha por las FARC

muestra el interés de esta organización por contrarrestar, en los niveles nacional e


internacional, el efecto político negativo de sus relaciones comerciales con el narcotráfico.
Sin embargo, la viabilidad de su implementación va a depender de una correlación de
fuerzas política y militar con relación al Estado colombiano, mucho más favorable que la que
históricamente esta organización ha tenido. Poder realizarlo implica el reconocimiento del
status político y de beligerancia de las FARC
• La estrategia de minar la base social de la guerrilla mediante las fumigaciones y el combate
al narcotráfico puede tener varios efectos incluso contradictorios sobre la población que
vive de los cultivos ilícitos. Una primera posibilidad es el abandono de estas zonas y el
desplazamiento de los cultivos a nuevas regiones. Una segunda es el desplazamiento de
población a ciudades capitales. Y finalmente, un sector, de la juventud, podría vincularse
directamente con la organización armada.
• La ayuda del gobierno americano para la realización del llamado Plan Colombia presentada
como una colaboración para la lucha contra el narcotráfico es una muestra de la estrecha
relación que existe entre el combate al narcotráfico, a los cultivos ilícitos y a las FARC. En los
términos de las autoridades norteamericanas se trata de la recuperación del sur de
Colombia, lo cual no se podría hacer si no es con un enfrentamiento directo e intenso con las
FARC actual autoridad military económica en esta zona. El interés del gobierno
norteamericano con esta ayuda es apoyar la lucha contrainsurgente del Estado colombiano
con el fin de debilitar militarmente a la guerrilla y por lo tanto, su capacidad de negociación.
282

NOTAS
1. Artículo inicialmente publicado en la revista: L'ordinaire Latino-américain. ipealt, Université de
Toulouse-Le Mirail, Toulouse, France, vol. 179, enero-marzo de 2000. Este artículo es uno de los
productos de una investigación más amplia realizada en conjunto con la investigadora Graciela
Uribe sobre la dinámica organizacional de las FARC, publicada en Ferro J. G. y Uribe G. (2002) “El
orden de la guerra. Las FARC-EP: Entre la organización y la política”, Bogotá, Ceja.
2. Entrevista a Rodrigo Velaidez. agrónomo. San Vicente del Caguán. Caquetá 1999.
3. Entrevista a Manuel Ruiz, médico e historiador, Cartagena del Chairá, 1900.
4. Ibidem
5. Ibidem
6. Ibidem
7. Entrevista a Jorge Castillo, líder comunitario, Cartagena del Chaira, 1999.
8. Entrevista ya citada a Rodrigo Velaidez.
9. Ibidem.
10. Entrevista ya citada a Jorge Castillo.
11. Entrevista a Raúl Plazas, cultivador, Florencia, Caquetá, 1999.
12. Entrevista a Bertil Trujillo, colono del norte del Caquetá, 1999.
13. Entrevista a Fernando Sarmiento, colono de la región del Caguán, Caquetá, 1999.
14. Entrevista ya citada a Rodrigo Velaidez.
15. Se refiere a Fabián Ramírez, Comandante del Bloque Sur y actual vocero de las FARC en el
proceso de negociación con el Gobierno colombiano.
16. Entrevista ya citada a Bertil Trujillo.
17. Entrevista ya citada a Raúl Plazas.
18. Entrevista ya citada a Jorge Castillo.
19. Entrevista ya citada a Raúl Plazas.
20. Entrevista al comandante de las FARC. Yesid Arteta, preso en la cárcel Modelo de Bogotá en el
momento de la entrevista, 1999.
21. Entrevista a Octavio Collazos miembro del Partido Comunista. Florencia. Caquetá, 1999.
22. Entrevista ya citada a Fernando Sarmiento.
23. Entrevista ya citada a Rodrigo Velaidez
24. Entrevista a Fabián Ramírez, Comandante de las FARC, Cartagena del Chairá, Caquetá. 1999.
25. Intervención que se inicia en El Caguán y que posteriormente se generaliza en todo el
departamento del Caquetá.
26. Entrevista a Fernando Caicedo, Comandante de las FARC San Vicente del Caguán. Caquetá,
109g.
27. Entrevista a Julio Rincón, miembro de las FARC.
28. Entrevista a Camilo (Sacerdote), Comandante de las FARC, San Vicente del Caguán, Caquetá,
1999.
29. El testimonio se refiere al contexto de principios de los años noventa.
30. Entrevista citada a Julio Rincón.
31. Entrevista citada a Fernando Sarmiento.
32. Se refiere a las marchas campesinas de 1996.
33. Entrevista citada a Jorge Castillo.
34. Ibidem
35. Entrevista citada a Fernando Sarmiento
36. Entrevista citada a Rodrigo Velaidez.
283

37. Entrevista citada a Fernando Sarmiento.

NOTAS FINALES
1. Profesor e investigador de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad
Javeriana. Bogotá, Colombia.
284

Retornandо a la solidaridad y
faccionalismo aymara
Xavier Albó

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1

1 El aymara tiene, por una parte, un fuerte sentido de grupo: ha demostrado una
resistencia colectiva a la desintegración cultural en un grado superior al de otros
grupos andinos, y en algunos casos, ha llegado incluso a formar movimientos de fuerte
contenido etnocéntrico. Pero, por otra parte, uno de los elementos más típicos en su
esquema cultural es un faccionalismo interno, con manifestaciones entre otros en el
ciclo familiar, sociopolítico y religioso, que logicamente parecería deber llevar a la
desintegración, sobre todo teniendo en cuenta las presiones del mundo urbano
circundante.
2 La paradoja se refleja también en las reacciones de la gente ante los aymaras. Muchos
forasteros que por primera vez entran en contacto con el aymara quedan
inmediatamente sorprendidos por su sentido comunitario y su fuerte espirit de corps.
Por otra parte, cuando los propios aymaras examinan entre sí sus problemas, uno de los
primeros puntos que salta a la vista es la mutua desconfianza y el divisionismo. Unos y
otros tienen razón.
3 A veces tanto la solidaridad como el faccionalismo han generado situaciones violentas.
En el año 2000 hemos tenido en Bolivia ejemplos de ambas situaciones. Para empezar, el
año se estrenó con un fuerte rebrote de la crónica lucha armada entre comunidades
rivales de los ayllus Laymi y Qaqachaka, que en pocos meses dejó el saldo de al menos
ochenta muertos hasta que toda la zona fue ocupada por tropas del Ejército. Después,
en abril y, de nuevo, en septiembre su espíritu solidario se manifestó en dos fuertes
bloqueos de caminos realizados por quizás un millar de comunidades aymaras en
diversas provincias del altiplano de La Paz y Oruro, que mantuvieron bloqueada y
aislada a la ciudad de La Paz durante varias semanas. El Ejército intentó romper el cerco
285

sin éxito, a pesar de haber causado varios muertos y heridos entre los bloqueadores.
Pero también estos incendiaron, en Achacachi, un puesto de la policía y lincharon a un
oficial del Ejército. En ambos levantamientos, la calma no vino por el camino militar
sino por las concesiones (siquiera formales) en la mesa de negociaciones.
4 En estas páginas retomaré algunas partes de un anterior trabajo Desafíos de la
solidaridad aymara1, actualizándolas con algunos complementos de investigaciones y
acontecimientos posteriores hasta los que acabamos de mencionar y para enfatizar algo
más la dimensión conflictiva.
 
El aymara comunitario
5 El aymara rural, en medio de la aparente soledad de la Puna no puede vivir aislado.
Vive sumergido en sus grupos primarios: la familia y la comunidad. Casi no puede
tomar decisiones, ni organizar su trabajo, ni divertirse, ni rezar si no es con referencia
a estos grupos a los que pertenece. Incluso su individualismo, del que como ser humano
no está exento, se manifiesta principalmente como un egoísmo comunitario, de grupo.
Resulta prácticamente imposible hablar a fondo de la vida del aymara, al menos del
campesino altiplánico, sin hacer referencias constantes a la comunidad en que se halla
inmerso. Cada familia tiene su propia actividad económica relativamente autónoma de
la de otras familias. Pero un conjunto de ellos forma una comunidad 2 caracterizada
globalmente por características como las siguientes:
6 Todos comparten un mismo territorio (tengan o no títulos individuales de propiedad),
con sus linderos conjuntamente defendidos, sus terrenos comunes de pastoreo, sus
cultivos repartidos familiarmente, pero en última instancia, controlados
comunalmente. Dentro de él, comparten un centro ceremonial y de servicios y algunas
otras áreas de uso común: allí están los lugares de encuentros religiosos y festivos, las
capillas, cementerio, cancha de fútbol, el lugar de asambleas, la escuela, posiblemente
una plaza central rodeada de estos y otros servicios y quizás varias casas.
7 La comunidad cumple, además, regularmente una serie de tareas y trabajos en conjunto
principalmente para construir y mantener algunos de los servicios comunes.
8 Siempre que haga falta, esta comunidad tomará decisiones en común sobre diversos
asuntos internos o para enfrentar conjuntamente amenazas y desafíos que le llegan
desde afuera: para ello cuenta con su propio sistema de autoridades y también con una
serie de normas y principios éticos, regularmente no escritos, por los que se rige.
9 Finalmente, la comunidad celebra periódicamente sus alegrías y angustias conjuntas, a
lo largo del ciclo agrícola o de los principales acontecimientos del ciclo vital y familiar,
culminando todo ello en la fiesta patronal, que es al mismo tiempo la celebración
misma de y a la comunidad, coincidente con frecuencia con la culminación del ciclo
agrícola anual.
10 Dentro de la comunidad cada familia tiene sus derechos, empezando por el derecho a
un pedazo de tierra, y sus obligaciones, incluyendo la de ir sirviéndola en una serie de
cargos y tareas sobre todo a partir del momento en que se contrae matrimonio y por
tanto se ad-quieren derechos a una o diversas parcelas dentro de la comunidad y se
llega por fin a ser realmente jaqi ‘persona’. No es siquiera pensable la posibilidad de que
dentro de la comunidad alguien viva como zángano a costa de los demás, o que persista
en un estado de total mendicidad. A la larga los mecanismos comunales lo irán
286

incorporando de manera regular en sus derechos y obligaciones, o acabarán


expulsándolo. Por todo lo dicho, se comprende la frase del aymara Víctor Hugo
Cárdenas, ex vicepresidente de Bolivia, al discutir qué es la comunidad: “es como un
miniestado”. Veamos algunos indicadores de este sentido comunitario aymara.
 
• Decisiones comunitarias

11 Uno de los campos en que aparece más este control de todo el grupo es en la manera de
manejar la “república” local. Se observa ya en el sentido rotativo de cargos, cargas o
beneficios, que en otras partes hemos llamado la “democracia aymara” 3 o a un nivel de
mayor generalización, la “democracia étnica”4. Incluso en muchos lugares en los que,
desde la Reforma Agraria de 1953, se ha introducido la organización “sindical”
campesina5, persiste el esquema de que todos los miembros del grupo-sean estos
familiares, estancias, zonas, comunidades, o grupos de comunidades- vayan pasando
por turno rotativo a ir ocupando los diversos cargos necesarios para el funcionamiento
del grupo. La igualdad de oportunidades (y de inoportunidades 6) para todos y cada uno
es considerado un criterio más importante que el de aptitud para el cargo. Es cierto que
este enfoque lleva con frecuencia a que la actividad comunal sea estática y el turno de
autoridad recaiga sobre alguno menos capacitado o innovador 7. Pero este mismo hecho
fomenta el sentido comunal, casi ritual, de toda la gestión comunitaria y exige, para su
buen funcionamiento, un constante control comunitario sobre los que están de servicio
en un período determinado.
12 Este sistema genera también una cierta mística de “servicio a la comunidad” en
contraposición a la de “poder sobre la comunidad” más propia de sistemas
occidentales. Finalmente puede generar una especie de consejos comunales,
ordinariamente informales, que son los que en realidad tomarán las decisiones
importantes (no simplemente rutinarias) de la comunidad. En este sentido no es raro
que el grupo múltiple de autoridades de un determinado año, tanto tradicionales
(corregidor, jilaqatas, mallkus, etc.) como de nuevo cuño (principales carteras
“sindicales”, junta vecinal, etc.) actúe en conjunto: “Todos caminan juntos”, me han
comentado en diversos lugares y ocasiones. Dentro de este esquema es también
frecuente que los “pasados”, (autoridades de años anteriores) no sólo tengan un status
especial sino que funcionen además como consultores para determinados asuntos más
importantes. Estas son varias huellas actuales de lo que quizás fueron los consejos de
amawt'as de tiempos antiguos.
13 Pero el sentido de decisión comunitaria no se limita al grupo de la elite dirigente ni
menos al grupo informal de “pasados”. Normalmente las decisiones pasan por la
asamblea comunitaria en que participan activamente los hombres jefes de familia, y
después, en forma menos visible pero quizás más eficaz, pasan además por el tamiz de
cada hogar donde marido y mujer tienen consultas sobre el asunto antes de llegar a una
decisión firme. En asuntos impuestos desde afue-ra, la situación de dependencia
centenaria influye para que estas asambleas sirvan a veces simplemente para transmitir
órdenes (por ejemplo, la prestación vial anual o algún requisito para la escuela). Pero
en asuntos dentro del control de la comunidad, estas asambleas son un foro de
expresión y proceso colectivo de decisiones, que sorprende al forastero por su grado de
participación y por su sentido de respeto democrático. Suelen ser asambleas pacíficas
en las que el mismo tema es repetido de forma machacona por diversos participantes
287

hasta llegar a cierto consenso comunitario explícitamente asimilado o si este no se


logra, hasta que los miembros empiezan a desfilar hacia sus casas. En este caso, si el
asunto es de importancia, no es probable que los dirigentes solos tomen la decisión a su
cuenta y riesgo.
14 La frecuencia de asambleas varía según las circunstancias. En la época de la Reforma
Agraria, en la que la solidaridad campesina llegó a su ápice, había asambleas al menos
semanales. La asistencia está abierta a todos, pero no todos asisten, cobrándose a veces
multa por la inasistencia nojustificada. Actualmente, hay lugares en que se reúnen
mensualmente, otros en que se reúnen simplemente “cuando hay asuntos” sea cual sea
la frecuencia, otros que hacen coincidir la asamblea con trabajo comunitarios, etc.
Tampoco es raro que en torno a la asamblea ocurra algún tipo de celebración o ritual,
con lo que refuerza la mística comunitaria. La asamblea suele ser al nivel de comunidad
en el sentido más restringido de la palabra, equivalente a sindicato (o cabildo, en
algunos lugares), ordinariamente con menos de cien familias.
 
Sentido de reciprocidad y trabajo colectivo
15 Muchos han llamado la atención sobre la riqueza de instituciones de ayuda mutua,
reciprocidad y trabajos colectivos en el mundo cultural andino 8. De tiempo en tiempo
algunos observadores precipitados han deducido de ahí el sentido comunista o
colectivista de estas sociedades. Sin llegar a esta apreciación insostenible, es evidente
que el sentido de reciprocidad y ayuda grupai es uno de los temas culturales andinos
más desarrollados. He aquí algunas muestras:
16 Es frecuente el trabajo colectivo de grupos relativamente numerosos de individuos,
ordinariamente varones pero a veces mixtos, probablemente apoyados por un grupo de
mujeres que preparan comida y bebida para los trabajadores varones. A veces este
trabajo y comida colectivos tiene también algún ritual, o bien ocurre con ocasión de
algún rito, por ejemplo del rito de la primera siembra. Los participantes pueden
trabajar juntos para alguna obra de interés colectivo, o para el beneficio de alguno del
común, o de todos para el beneficio de alguna autoridad.
17 Así la faena [phayna] indica algún tipo de trabajo en conjunto, ordinariamente durante
todo un jornal. Este nombre, de origen castellano, refleja la raíz aymara jayma-, o ayma-,
que Bertonio (1612) ya definía como “ir a trabajar en las chácaras que se hacen de
comunidad, como son las del cacique, fiscal, o de los pobres, etc.”. Hasta ahora jayma
indica primordialmente algún terreno para uso colectivo, por ejemplo para la capilla, la
escuela, el corregidor, etc., y que-como tal- exige también trabajo colectivo.
18 Otra variante se llama chuqu en el norte de Potosí y umaraqa, umaraqi en La Paz y
Cochabamba. Es un trabajo agrícola colectivo y festivo iniciado por un individuo para su
propio beneficio. En él adquiere una importancia primordial la comida y bebida en
común. A veces el trabajo va acompañado de música. Es corriente que todos juntos
empiecen a trabajar en casa de una familia, que obsequia buena cantidad de comida y
bebida, y después el grupo va pasando de casa en casa en fechas ulteriores, hasta que
todas las familias hayan recibido la ayuda de todos.
19 Los trabajos que con más frecuencia se realizan en forma colectiva, son los relacionados
con alguna obra comunitaria de envergadura, como una escuela, iglesia, u otro edificio
público; y los referentes a la defensa conjunta frente a algún peligro natural, por
288

ejemplo defensivos en época de lluvias. Este tipo de trabajo colectivo ha llegado incluso
a adquirir rango de impuesto nacional, a través de la llamada “prestación vial”, por la
que cada campesino en forma colectiva ofrece tres días anuales de trabajo en el arreglo
de caminos, en medio de frecuentes libaciones y regocijo. En regiones más
accidentadas, el trabajo colectivo se extiende también a caminos de herradura y en
muchas comunidades cubre muchos más días que la prestación vial obligatoria,
arreglando otros caminos secundarios, o abriendo otros nuevos. La apertura de
caminos es una de las principales ocasiones para la coordinación del trabajo colectivo
de varias comunidades. Cuando se inicia una nueva comunidad en áreas de colonización
aumentan, también notablemente, los trabajos comunales hasta tener los servicios más
esenciales; pero después disminuyen. Un estudio realizado en Caranavi en 1980 mostró
que como promedio cada colonizador -nuevo y viejo- invertía veintidos jornales
anuales en trabajos colectivos, de los que la mitad se iba en caminos. Pero si había una
obra urgente, como un camino o escuela, fácilmente cada comunario podría invertir en
ella un mes o más de trabajo. En algún caso más urgente, como la construcción de un
puente, que debe concluirse antes de la época de lluvias, el número anual de jornales
colectivos, puede alcanzar a noventa y más por comunario. En el Altiplano crisis
extraordinarias, como la sequía de 1983, han estimulado también la intensificación de
trabajos comunales, en este caso combinados con ciertas ayudas externas en alimentos
o semillas.
20 La unidad que se suele agrupar para algún trabajo colectivo es la comunidad en sentido
estricto, es decir la que comparte un mismo sindicato y una misma asamblea. Las
principales ocasiones en que llegan a colaborarse varias comunidades son la
construcción de caminos nuevos, de núcleos escolares, y de algunos edificios u obras
comunes en el pueblo, al centro de todas las comunidades de una región. Especialmente
en el último caso, la presión puede venir de grupos no aymaras que en última instancia
son los principales beneficiarios de este trabajo colectivo mancomunado.
21 Entre los antiguos aymaras la propiedad de la tierra era colectiva, de modo que para los
individuos o familias sólo cabía cierto nivel de usufructo. A pesar de un sinfín de
expoliaciones en la época colonial y republicana y de los diversos intentos de “
liberalización” individual de la propiedad durante la República, la propiedad
jurídicamente colectiva se ha mantenido en casi todas las comunidades originarias que
se libraron de ser haciendas. Muchas de ellas guardan con orgullo y secreto
documentos de la época colonial y republicana en los que se especifica esta propiedad
colectiva. Esta tenencia de tierra comunitaria es, sin duda, una base económica que
explica en parte la prevalencia de la solidaridad al nivel comunitario.
22 Al nivel de usufructo, la situación varía mucho. En lugares más aislados, como en el
norte de Potosí, y en lugares donde hay exceso de tierra con pocas posibilidades de
agricultura, como en el oeste de Oruro, hay mayor flexibilidad de uso. Pero en otros
lugares más céntricos y más densamente poblados, los derechos individuales quedan
mucho más delimitados por la costumbre, de modo que cada familia conoce desde
tiempo inmemorial los terrenos de su uso.
23 Además la Reforma Agraria de 1953 aceleró el proceso de parcelación individual.
Prácticamente todas las titulaciones de exhaciendas y la mayoría de las dotaciones en
zonas de colonización se han hecho en forma de propiedades familiares individuales.
Con este ejemplo, hay también bastantes comunidades originarias que desean y algunas
que ya han logrado este tipo de titulación individual más “moderna”. De todos modos
289

incluso en estas individualizaciones de uso, así como en las exhaciendas que ya habían
perdido la propiedad colectiva, este derecho último de la comunidad sobre los
miembros se manifiesta eficazmente, en momentos especiales, como el de asignar
terrenos que han quedado vacantes, o el de afectar terrenos de uso particular para
satisfacer alguna necesidad común prioritaria (escuela, nuevo pueblo, etc.), o incluso
para expulsar a algún miembro que por su comportamiento indigno no merezca seguir
usando terrenos de la comunidad.
24 En sentido comunal solidario aparece también en el conjunto de servicios prestados a la
comunidad. En ellos el concepto de mit'a o turno reaparece como un mecanismo por el
que todos los de la comunidad van sirviendo al grupo, unos tras otros, y a través de una
serie larga de servicios o cargos: los que pasan fiestas a diversos niveles, los delegados
para atender a alumnos y profesores (alcaldes escolares), los que cuidan las chacras
incluso ritualmente (yapu alcalde o qämana), las autoridades comunales...
25 Evidentemente esta imagen de servicio al grupo ha sido distorsionada con frecuencia
por los no aymaras hacia servicios obligatorios al patrón, al cura, a las autoridades
mestizas y a otros poderosos. De esta forma la hacienda fue creando todo el llamado
sistema de pongueaje, y los pueblos mestizos sus sistemas de servidores, mayordomos y
demás prestaciones. Aún hoy. después de la Reforma Agraria, se sigue corriendo el
riesgo de reincidir en esta distorsión en instituciones nuevas. Por ejemplo, en algunas
escuelas los “alcaldes escolares” no difieren mucho de lo que habría sido un pongo del
profesor. Pero en general, en los casos en que no hay claramente un “señor”, prevalece
la imagen de servicio al grupo. En el santuario de Copacabana, por ejemplo, los
religiosos quisieron eliminar el antiguo sistema de mayordomos que por turno servían
en el santuario. Pero las propias comunidades se opusieron, por considerar que la
presencia de un “delegado” de ellas en el santuario era una especie de garantía para el
grupo contra calamidades naturales.
 
El aymara individualista
26 Pasemos a mostrar ahora la otra cara de la moneda. El aymara no llega a quedar
sumergido completamente por el grupo. Mantiene claramente su propia identidad
individual. Sin embargo, la presión positiva y negativa ejercida por el grupo, junto con
otros factores que varían según las circunstancias, determinan con frecuencia que esta
identidad del individuo, frente al grupo, se manifieste bajo la figura de mutua
desconfianza y envidias; eventualmente también bajo la forma de agresividad más o
menos reprimida, que en algunos casos puede llegar a salir a la superficie, en forma de
pleitos, demandas, o incluso violencia.
27 Con lo aquí señalado no pretendo adherirme a las imágenes evidentemente
distorsionadas sobre el carácter del aymara, presentadas por todo un coro de
investigadores y escritores. Estos, en la mayoría de los casos, conocieron al aymara sólo
a distancia, a través de los vecinos de los pueblos, los hacendados, o las empresas de
extranjeros establecidos en la región aymara. Además, casi todos escribieron en épocas
en que la opresión sobre el aymara por parte de hacendados, vecinos y autoridades se
hacía sentir mucho más que en el momento actual9. En base a mis conocimientos del
aymara boliviano actual, puedo asegurar que estas explicaciones reflejan prejuicios
encontrados aún hoy día en gente “culta” de la ciudad pero no reproducen la realidad
aymara. En algunos casos, la insistencia de esta leyenda negra en subrayar los rasgos de
290

hostilidad e inaccesibilidad del aymara puede reflejar la distancia que el aymara ha


mantenido, y en forma algo suavizada sigue manteniendo, frente a los grupos sociales
que lo han sometido, explotado o marginado durante siglos. En realidad este
distanciamiento que al extraño aparece sobre todo como hostilidad e inaccesibilidad,
puede esconder más bien una personalidad noble y digna, difícil de doblegar, capaz de
desarrollar un sentido de identidad y, dadas las debidas circunstancias, de solidaridad
de clase y etnia frente a estos mismos grupos que la amenazan.
28 Pero dejemos de momento este aspecto de las relaciones verticales entre aymaras y los
grupos que quieren dominarlos, para centrarnos en analizar las relaciones horizontales
entre comunarios aymaras. Primero señalaré algunos aspectos generales del
individualismo aymara y después mostraré cómo esta actitud tiene su faceta en las
propias instituciones aymaras y va construyendo todo un sistema propenso al
faccionalismo.
 
• Individualismo en la política intracomunal

29 El individualismo y desconfianza del aymara pueden observarse perfectamente en


aquellas mismas ocasiones en las que se consolida su vivencia comunitaria. Por
ejemplo, en el nombramiento de cargos y asambleas. Debido en parte a los conflictos
surgidos por querer imponer democracia y valores competitivos occidentales en la
organización social aymara (por ejemplo a través de los llamados “sindicatos” y más
recientemente, los municipios rurales), los mecanismos de control arriba mencionados
funcionan a veces deficientemente. Entonces las autoridades, sean rotativas o elegidas
por medio de una votación libre que camufla algún tipo de rotación, quedan un poco
lanzadas a su propia suerte. Estos dirigentes se quejan de que las “bases” (es decir, el
resto de la comunidad) no quieren colaborar y que algunos ni siquiera asisten a las
asambleas que ellos convocan; o que, si acuden a las asambleas, las bases asumen una
actitud pasiva o falsa, diciendo por detrás, o al retirarse, lo contrario de lo expresado
públicamente minutos antes. Parecería que entonces la autoridad queda convertida en
un simple chivo expiatorio que debe cargar durante un año todas las obligaciones y
pecados de la comunidad. Las bases la dejan sola en el ruedo mirando la lidia detrás de
la estacada.
30 En situaciones como estas las asambleas para nombrar cargos podrían caricaturizarse
como una carrera comunitaria para ver quién escabulle mejor el bulto. Sobre todo en el
nombramiento de cargos secundarios, menos sujetos a rotaciones automáticas, unos se
dedican a sugerir nombres de candidatos y estos se excusan uno tras otro y apelan a
que son demasiado viejos o jóvenes, o a que “ya han cumplido” con otros cargos. El que
no logra escabullirse (a veces por estar ausente) es el que asume el cargo. No faltan
casos en que la asamblea decide nombrar al más flojo o criticón para que “aprenda” a
no protestar. Es comprensible que en todos esos casos, cuando al fin del año las
autoridades acaban su purgatorio, sólo piensen en descansar. Todo el sistema conduce
entonces a una rutina individualista y poco creativa.
31 El sistema de autoridades y decisiones comunitarias de la mayoría de las comunidades
aymaras se mueve en una cuerda floja con elementos del polo comunitario idealizado
en la sección 1, y elementos del polo individualista caricaturizado en el párrafo
precedente. El que el acróbata se acerque a uno o a otro polo depende en parte de la
291

pericia de las propias comunidades y sus dirigentes, y en parte de una serie de factores
ambientales a que me referiré más adelante.
32 Tomemos el ejemplo de la distribución equitativa de beneficios entre todos los
miembros de la comunidad. La equidad de la distribución puede deberse no sólo a un
espíritu igualitario sino también a la desconfianza colectiva. Hace unos años hubo una
iniciativa en una colonia de Yungas para introducir naranjos. Pero la iniciativa no se
realizó hasta que, por fin, toda la comunidad logró ponerse de acuerdo y al unísono
todos introdujeron naranjos en sus parcelas. La razón dada fue: “Ahora ya no hay
peligro de que los que no tienen naranjas se las quiten a los que tienen”. Las mutuas
sospechas encontraron su equilibrio a través de una acción colectiva. La desconfianza
engendró un cierto comunitarismo que, en última instancia, era sólo una yuxtaposición
sincronizada de individualismos.
33 El campo de las innovaciones es un terreno más abonado que otros para desatar
individualismo y desconfianzas. Son muchos los agentes de cambio de cualquier tipo -
económico, técnico, religiosos, político, etc.- que dicen tropezar ante la desconfianza e
incomprensión de sus propias comunidades (por no hablar de los agentes no aymaras).
A pesar de ello los aymaras siguen innovando nuevos elementos en muchos aspectos de
su existencia, porque no están cerrados al progreso ni mucho menos. Hay muchas
razones para desconfiar ante el innovador. Puede ser una especie de instinto
comunitario que ve amenazada la solidaridad del grupo, si algunos empiezan a
descollar excesivamente. Puede ser el mecanismo de defensa propia de toda sociedad a
nivel de subsistencia, que se aferra a lo poco que tiene porque no puede correr el riesgo
de perder este poco. Puede ser la experiencia de que otras aparentes innovaciones han
resultado en una mayor opresión de estos grupos oprimidos. O quizás es la propia
interiorización de la estructura de dominación por parte del aymara oprimido, por la
que innovación equivale a subversión y por tanto a represión o pérdida del débil
equilibrio actual.
34 Igualmente en los trabajos colectivos de toda la comunidad las autoridades suelen
llevar control estricto de la asistencia y cobran multas a los ausentes. Pero aquí surge el
contrapunto entre este sentido egoísta, que exige sanciones, y el sentido comunitario.
En varios lugares la gente indica que acude a la reuniones, trabajos, etc., para no tener
que pagar multa, pero por otra parte esta misma gente no recuerda ningún caso en que
esa multa haya llegado realmente a cobrarse a los ausentes injustificados. Cuando se
cobra, suele tratarse de una cantidad insignificante que, con criterio puramente
económico, resultaría menos onerosa que eljornal exigido por el trabajo comunitario.
En una comunidad observé un arreglo que encaja perfectamente con la tensión
individuo/comunidad. Allí se cobran eficazmente las multas pero sirven para que las
autoridades hagan un obsequio (refresco, panes, etc.) a los asistentes en la siguiente
reunión comunitaria.
35 Los trabajos colectivos pueden ser también la ocasión para la competencia entre grupos
dentro de la comunidad, o entre comunidades, si se trata de obras de mayor
envergadura. Cada grupo suele tener asignada una tarea bien específica, por ejemplo,
un ala determinada de la escuela, un tramo del camino, etc. y cada grupo tomará sumo
cuidado en que los otros cumplan su cometido. Si un grupo falla en la parte que tiene
asignada, ninguno de los demás moverá un dedo para reemplazarle en la misma,
aunque el resultado sea que la obra, por ejemplo el camino, resulte incompleta en
292

perjuicio de todos los participantes. Hay incluso una forma de trabajo colectivo,
llamada wayka, que consiste en trabajar en forma competitiva dos o más grupos.
 
• Individualismo de grupo

36 Resumiendo lo dicho hasta aquí, el aymara resuelve muchas veces la tensión entre
individualismo y comunitarismo por medio del individualismo en grupo. Ello puede
lograrse o bien haciendo desfilar sucesivamente a todos y cada uno por los servicios y
cargos comunitarios, o bien sincronizando los intereses de los diversos individuos a
través de ayudas recíprocas o de empresas conjuntas, en las que en última instancia
sólo se uniforman los intereses particulares dentro de una común matriz institucional.
Evidentemente, a la larga, esta resolución grupai de los intereses individuales puede ir
creando la mística comunitaria que analizábamos al principio del trabajo.
37 Dentro de la comunidad aymara local abundan las desconfianzas, envidias, etc., y en
algunos lugares las divisiones y pleitos internos no son tampoco desconocidos. Los
casos más frecuentes suelen ser pequeñas demandas por daños causados por animales
en sementeras ajenas, por golpes o palabras intercambiadas durante una borrachera,
por conflictos entre marido y mujer y ocasionalmente, por algún caso de infidelidad
conyugal o de embarazo sin matrimonio. También son frecuentes en lugares más
poblados los litigios por herencias. Todo ello es compatible con la existencia del sentido
comunitario. En su gran mayoría estos conflictos se resuelven -o se mantienen a raya-
localmente con las autoridades o en una asamblea. Pero una manera de manifestar
enojo, estimulado quizás desde afuera de la comunidad, puede ser elevar el caso hasta
las autoridades criollas del pueblo o a los abogados de la ciudad.
38 En algún caso excepcional el conflicto puede llevar a la muerte del culpable, por
ejemplo del cónyuge infiel o más frecuentemente de un ladrón sobre todo si es
forastero. Pero entonces la propia comunidad se solidariza con el que ha administrado
justicia y sirve de cobertura frente a la autoridad externa. En otros casos, también
esporádicos, el culpable puede ser forzado, directa o indirectamente, a abandonar la
comunidad, reestableciéndose así de nuevo la pax comunitaria. A pesar de lo anterior y
gracias a esos mecanismos internos de control, hay una relativa armonía dentro de la
comunidad, en comparación, por ejemplo, con lo que sucede en el valle de Cochabamba.
39 Otro indicador de la misma tranquilidad es la escasez de brujería de unos individuos
contra otros de la misma comunidad. A pesar de la gran riqueza de prácticas en el
mundo mágico aymara, son relativamente pocas las prácticas tendientes a embrujar a
otro miembro de la comunidad. En los casos de embrujamiento, la víctima suele ser
algún individuo mal identificado, por ejemplo algún ladrón desconocido, o alguien de
otra comunidad.
40 Dentro de este punto el siguiente hecho puede ser significativo para entender el
individualismo de grupo del aymara. Se cree que los niños o fetos que mueren sin
bautizar (limpu, limbo) pertenecen al achachila, divinidad ancestral de los cerros. Por lo
tanto hay que enterrar sus cadáveres en la punta de estos cerros achachila. De otro
modo llegarán granizadas, heladas y otras mach'a o calamidades a la comunidad (no al
individuo) culpable. Por lo mismo, cuando llega alguna de estas calamidades a la
comunidad, el yatırı (sabio sacerdote) y las autoridades hacen investigaciones prolijas
entre las mujeres para averiguar cuál de ellas ha enterrado algún “limbo” dentro de los
límites comunitarios sin llevarlo al cerro. Ahora bien, en varias comunidades de
293

Omasuyos, región especialmente proclive al faccionalismo, se cuenta que la gente ha


llegado a una simplificación del rito. En vez de llevar el cadáver hasta el cerro,
demasiado lejano, se limitan a enterrarlo dentro de los límites de alguna comunidad
vecina. De esta forma la comunidad culpable se libra de la calamidad y si el achachila
decide vengarse, el daño caerá en todo caso sobre la comunidad vecina, lo cual ya no
tiene importancia10. Algo parecido se hace por todo Oruro con las enfermedades, que se
van sacando de una comunidad a otra, construyendo casitas mágicas en los caminos
junto a los linderos.
 
El aymara faccionalista
41 De todo lo dicho hasta aquí se deduce que el comunitarismo ha nacido muchas veces de
intereses individuales. Gracias a la coordinación acumulativa de esos intereses, se va
forjando ciertamente algún comunitarismo. Pero el germen original subsiste. Por eso
hemos hablado de individualismo de grupo. De ahí al faccionalismo sólo hay un paso.
Basta que los intereses de uno de los grupos entren en conflicto con los de otro.
42 El faccionalismo puede revestir distintos grados de gravedad. En muchos casos está sólo
latente. Cuando sale a la superficie suele manifestarse ante todo en forma verbal con
ocasión de los encuentros intergrupales en las fiestas, sobre todo bajo los efectos del
alcohol. El siguiente grado puede ser un pleito entre comunidades que puede durar
décadas y hasta siglos y llenar miles de páginas en expedientes, sin mayores resultados,
excepto para los bolsillos de los abogados. A veces al calor de la disputa llega la
confrontación física. La chispa puede ser el desvío de una acequia, la roturación de un
terreno disputado o cualquier otro tipo de acción unilateral en torno al objeto de
controversia. Entonces puede haber intercambios de golpes, pedradas, guerra de
hondazos, etc., de los que pueden quedar algunas víctimas, heridos o muertos como
saldo. En casos más extremos, no del todo raros, esta situación puede volverse crónica y
los incidentes de violencia se hacen entonces reiterativos, acumulándose las víctimas
por cada lado.
43 Es difícil determinar con precisión qué es la comunidad para el aymara, por ser varios
los círculos concéntricos comunitarios a que se pertenece y porque, al mismo tiempo,
se pueden ir formando diversos subgrupos en una comunidad, los cuales
potencialmente pueden llegar a facciones dentro de la comunidad, y con bastante
frecuencia a la formación parcial o definitiva de nuevas comunidades, fragmentadas de
la comunidad original.
44 En consecuencia, el faccionalismo puede darse a diversos niveles. El más común es
entre dos o más comunidades colindantes claramente definidas como unidades
distintas. El siguiente nivel más frecuente es entre dos grupos dentro de la misma
comunidad. Estos grupos suelen ser nuevas comunidades en gestación, las cuales en un
momento álgido del conflicto llegarán a su autonomía definitiva (manteniendo muchas
veces vínculos con la comunidad madre o las otras neocomu-nidades hermanas a otros
niveles o para determinadas actividades y colaboraciones). Un tercer nivel menos
frecuente pero no excepcional de faccionalismo se da entre grupos de comunidades,
sobre todo cuando entre los dos grupos litigantes cruza una frontera más importante,
por ejemplo entre comunidades pertenecientes a distintos pueblos, a distintas
provincias, o a distintos departamentos. Aunque lo más corriente es que la línea
divisoria entre los contendientes siga alguna de las fronteras aquí indicadas a uno u
294

otro nivel, no siempre es este el caso. Puede ocurrir a veces que en un conflicto entre
dos comunidades o entre dos grupos de la misma comunidad cada contendiente
empiece a reclutar aliados sin respetar jurisdicciones de ayllus, pueblos etc. En este
sentido se confirma la generalización de que el campesino no hace alianzas
permanentes sino coaliciones ocasionales y tácticas11.
45 A continuación me referiré a tres factores que pueden favorecer el faccionalismo: el
acceso a los recursos naturales, la religión y la política. Pero enseguida desarrollaré con
cierto detalle uno de los casos más crónicos y violentos de faccionalismo, en el norte de
Potosí, en el que se conjugan estos y otros factores, para de ahí pasar en las siguientes
secciones a hacer un análisis más estructural de toda esta dialéctica de solidaridad y
faccionalismo.
 
• La pugna por recursos escasos

46 El motivo casi omnipresente en este faccionalismo es el acceso a recursos naturales. En


este punto casi no hay región -con excepciones en Yungas y zonas de Colonización- en
las que no haya algún conflicto, siquiera al nivel de querella. Son pugnas por territorio.
47 El recurso más frecuentemente controvertido es obviamente la tierra. Por ello el
conflicto toma casi siempre la figura de litigio sobre linderos. No se trata de un
desarrollo reciente provocado sólo por el crecimiento demográfico ni por la Reforma
Agraria. Se dan también conflictos en sitios casi despoblados, y los ha habido desde
tiempos inmemoriales. Más bien, si cabe hablar de tendencias, me inclinaría a pensar
que los conflictos por linderos eran más frecuentes y violentos en tiempos pasados. Así
lo expresan la mayoría de los comunarios.
48 En la provincia Pacajes, por ejemplo, se dice que en tiempos antiguos los
enfrentamientos eran violentos, con frecuentes víctimas y hasta casos en que, en el
calor de la agresividad, el grupo vencedor comía ritualmente alguna parte de la víctima
enemiga12. Un resultado de esta violencia ha sido que Calacoto se separó de Caquingora,
su pueblo matriz, separación mitificada en el dicho de que la gente de estos lugares no
pueden casarse entre sí porque sería como casarse el hijo con su madre. Pero ahora la
región es relativamente tranquila. En Jesús de Machaqa los conflictos actuales son
también mucho más suaves que los de unas décadas atrás. En esta misma región, un
mapa de origen colonial indica que entonces casi no había lindero entre ayllus que no
estuviera en discusión. El mapa coloca casi siempre una doble línea de trazado sólo
simbólico, en el que una línea indica el límite según el ayllu de un lado y la otra el
mismo límite de acuerdo al ayllu del otro lado. Entre dos de estos ayllus las pugnas eran
tan fuertes y crónicas que ambos bandos habían conseguido armas de fuego, que iban
renovando13.
49 La Reforma Agraria sin duda ha estimulado algunos conflictos, por haber puesto una
nueva chispa en un fuego que se mantenía al rescoldo. Pero en conjunto más bien ha
puesto punto final a varios litigios centenarios entre comunidades. Aunque, al
estimular de hecho la delimitación de propiedades individuales, más bien ha trasladado
el problema del nivel intercomunitario al nivel interfamiliar.
50 La contienda puede referirse tanto a pastizales para el ganado como a terreno de
cultivo. En el primer caso el ganado -poco experto en jurisprudencia- provoca
fácilmente el conflicto por pasarse a los terrenos reclamados por el contrincante, o
dañar las sementeras ajenas. En el caso de terrenos de cultivo, casi siempre de
295

temporal, es sintomático que los conflictos se agudicen en forma cíclica cada cierto
número de años, es decir cuando toca barbechar los terrenos disputados. Donde hay
terrenos escasos es fácil que la necesidad compartida por muchos individuos llegue a
polarizar grupos antagónicos en la misma comunidad.
51 Cuando hay escasez de tierras también suele sufrir el antiguo principio andino de la
verticalidad o acceso compartido a múltiples climas y pisos ecológicos 14. Ello puede
suceder a un nivel regional, por ejemplo, entre ayllus de Puna (tierras altas) y sus
contrapartes de Valle en el Norte de Potosí. En alguno de estos casos, el conflicto ha
llegado a perder la característica de faccionalismo entre iguales y ha adquirido ciertos
rasgos de levantamiento social de los cuasi co-Ionos del Valle, frente a sus cuasi
patrones de la Puna. Así ha sucedido, por ejemplo entre los campesinos de las colonias
machaqueñas de Timusí y los representantes o apoderados de los doce ayllus en la Puna
de Jesús de Machaqa, o entre los campesinos de algunas “valladas” en Inquisivi y Loayza
y sus contrapartes en el Altiplano. Puede suceder también a un nivel micro, para
disputarse, por ejemplo, los terrenos de ladera a que previamente tenían derecho los
comunarios cuya sayaña (o asentamiento) principal está situada en la pampa. Así han
surgido subdivisiones de comunidades que siguen llevando ahora el mismo nombre más
incisos como “arriba/abajo” u otros.
52 Aparte de las tierras, otros tipos de recursos también pueden desencadenar el conflicto,
según las ecologías de cada región. Así son frecuentes los litigios por la distribución
equitativa del agua, ordinariamente demasiado escasa. En la orilla del lago Titicaca y en
varios ensanchamientos del río Desaguadero son frecuentes los pleitos por causa de los
totorales, a los que de ordinario se asigna propiedad al nivel comunitario 15. A pesar de
la gran inmensidad del Altiplano de Oruro, también allí pueden surgir conflictos por un
determinado recurso. Por ejemplo, el conflicto ya centenario entre los urus de Chipaya
y el ayllu Qullana de Huachacalla, en una zona con una densidad demográfica inferior a 1
habitante por Km2, es por un determinado sector con mejor pasto que el resto.
Igualmente las comunidades de Coipasa y Vitalina en la misma región tienen una
querella por un sector del inmenso salar en el que la sal tiene ciertas ventajas para su
comercialización.
53 En un grado mucho menor pueden ocurrir otros motivos, muchas veces en forma
concomitante con los anteriores o como racionalización de algún motivo básicamente
económico, como los mencionados hasta aquí. Las formas más frecuentes de litigio no
puramente económico son la religión y la política.
 
• El factor religioso

54 El faccionalismo con matices religiosos es frecuente y presenta una doble faceta, la


primera de tipo más tradicional y la segunda de tipo más moderno. La primera, es el
reflejo ritual de la organización social, de la que me ocuparé después. En pocas
palabras, expresa los conflictos maniñestos o reprimidos entre comunidades, ayllus o
zonas, con ocasión de la fiesta patronal, en la que todos se encuentran. En el norte de
Potosí esta rivalidad está tan institucionalizada que adquiere también una plena
ritualización en los tinku (en quechua: “encuentro”) o peleas institucionalizadas entre
ayllus u otros grupos16. Hay evidencia de que años atrás la ceremonia del tinku se
realizaba en muchos más lugares del altiplano y valles, en áreas tanto quechuas como
aymarás. Pero aun cuando se haya perdido el tinku, en muchos lugares la fiesta -al
296

tiempo que es una de las principales expresiones de solidaridad comunitaria e


intercomunitaria- sigue siendo de vez en cuando el catalizador expresivo de conflictos
más o menos latentes. Puede ser simplemente a través de grupos de borrachos que se
dicen las verdades, que no osarían decir de sobrios, y puede ser a través de la
competencia y rivalidad entre grupos de baile o conjuntos musicales de los diversos
sectores, etc. Son varias las nuevas comunidades que dicen haberse desgajado de la
comunidad madre porque en las fiestas los otros se reían de ellos. Evidentemente esas
burlas pueden esconder un sinfín de causas más definitivas. Cabe notar que las
celebraciones al nivel interno de la pequeña comunidad manifiestan menos
agresividad. Es otro indicio más de la inclinación al grupo cuando se trata de la
comunidad local.
55 El faccionalismo religioso de tipo moderno surge sobre todo de la proliferación de
diversos grupos evangélicos en el campo. Estos nuevos enfoques del cristianismo suelen
dar énfasis al concepto de iglesia o asamblea de creyentes y con alguna frecuencia
tienen una mística iconoclasta de tipo más o menos fundamentalista que rechaza las
imágenes y las viejas costumbres como idolátricas. No es de extrañar, pues, que este
conflicto de valores y costumbres, junto con el sentido grupai de las nuevas iglesias,
degenere a veces en rivalidades entre estos grupos innovadores y los más tradicionales
o entre diversos grupos innovadores, como evangelistas vs. catequistas católicos. Las
diferencias religiosas no desembocan necesariamente en faccionalismos internos. Hay
comunidades en las que diversos grupos religiosos conviven con bastante armonía.
Pero la persistencia de dos o más grupos religiosos, por lo menos, sí conduce a una
pérdida de la cohesión comunitaria porque las fiestas religiosas, que regularmente eran
una de las principales expresiones simbólicas de la unidad comunitaria, dejan de tener
este sentido solidario: los “evangelistas” o “hermanos” muchas veces dejan de acudir
bajo el pretexto de que su religión se lo prohibe.
56 Sin embargo, son también frecuentes los casos en que las diferencias religiosas llevan a
divisiones más profundas. Con la pérdida de cohesión en los aglutinantes rituales de la
comunidad, los adherentes a uno u otro grupo religioso se reúnen separadamente del
resto de la comunidad: los “sabadistas” cada sábado, los “dominguistas” cada domingo,
etc. Hay comunidades pequeñas en que llegan a formarse tres y cuatro capillas cada una
con su grupo separado de fieles. En torno a esos grupos de culto puede que se monten
otras actividades y servicios que antes eran incumbencia de toda la comunidad: surgen,
por ejemplo, escuelas privadas denominacionales; y los miembros de un determinado
grupo evangélico pagan sus cuotas y diezmos a su pastor o a su iglesia. Finalmente, al
no contribuir a ciertos gastos y servicios comunes, principalmente como pasantes de
fiestas porque su religión no se lo permite, las diferencias socioeconómicas dentro de la
comunidad tienden a aumentar.
57 Un resultado final puede ser la escisión de la comunidad en dos comunidades nuevas,
una de tipo más tradicional, y la otra con gran mayoría de evangélicos. Con todo, este
resultado es más frecuente cuando las diferencias religiosas se montan sobre otras
motivaciones de tipo socioeconómico, como el acceso a determinados recursos;
entonces es también más fácil que los innovadores religiosos se concentren en una
determinada zona geográfica, y dentro de ciertos grupos familiares, facilitando así el
desgaje final como una comunidad separada.
58 Otra forma no rara de división es a través de la emigración de los “hermanos”
pertenecientes a algún grupo religioso determinado a una zona de colonización, donde
297

sueñan formar su propia comunidad. Varias colonias nacidas de esta forma tienen
nombres como Nueva Israel, Galilea, Sinai, Berea, etc. Algunas de ellas conservan
después de los años cierta mística casi mesiánica que mantiene a sus miembros
relativamente aislados del resto, o -por lo menos- estos creyentes retienen el control de
la nueva comunidad.
 
• El amplificador político

59 El faccionalismo político se ha dado en menos lugares, pero puede adquirir cierta


virulencia. Por ejemplo, a raíz de la guerra entre liberales y conservadores de 1900
surgieron muchos conflictos entre comunidades de La Paz y Oruro y en los años
sesenta, a raíz de las divisiones internas en el partido gobernante MNR surgieron
algunos conflictos entre comunidades en varias provincias. Muchas veces es un
subproducto lateral de algún conflicto de la política nacional que añade belicosidad a
pequeños conflictos locales de otra índole.
60 Tienen una alta dosis política algunos litigios surgidos a raíz del control del poder en
alguna comunidad o más frecuentemente, en alguna región y sobre todo en los niveles
superiores de alguna organización, cuando el control comunal ya es muy débil o nulo 17.
61 Un caso típico es el de la región de Achacachi durante la época inmediatamente
posterior de la Reforma Agraria, caso que ha sido objeto de un estudio más detallado 18.
A raíz de la Reforma Agraria dicha región estuvo fuertemente politizada y después en
varias ocasiones surgieron alianzas y contra alianzas de comunidades para apoyar a
uno u otro dirigente, y a los diversos partidos que representaban principalmente al MNR
VS MNRA, primero, y a pazestenssoristas vs. barrientistas después.

62 Un poco más al norte, ya en la provincia Camacho, en esta misma época la comunidad


hacienda de Yaricoa se convirtió en fuerte aliada del MNR por lo que fue asaltada por
otras comunidades cercanas pazestenssoristas, apoyadas por dirigentes de la cercana
Mina Matilde, dejando un saldo de por lo menos 13 muertos y 50 casas incendiadas 19. En
las provincias de Omasuyos, Aroma, Inquisivi y Loayza sucedieron algunos conflictos
comparables pero menos violentos. En alguno de ellos, como el de Tablachaca, hubo
también participación de mineros de Colquiri y Caracoles en apoyo a Paz Estenssoro,
cuyo compañero de fórmula era en aquel momento el líder minero Juan Lechín.
63 Pero en el conjunto de todas estas escaramuzas locales, entre los aymaras ha habido
menos faccionalismo claramente político que entre los quechuas, sobre todo del valle
de Cochabamba, donde este tipo de faccionalismo-caciquismo ha dejado un saldo de
cientos de muertos, principalmente en la zona de Cliza y Ucureña. Fuera del caso más
complejo de los ayllus de Potosí, a los que enseguida nos referiremos, en ningún lugar
del Altiplano, ni siquiera en Achacachi, el faccionalismo de tipo político ha llegado a
proporciones comparables a pesar de que en conjunto los aymaras son mucho más
propensos que los quechuas, incluso de Cochabamba, a la formación de facciones
rivales. Una probable explicación de esta inesperada tranquilidad política es la
persistente funcionalidad de la “democracia rotativa” en el nombramiento de
autoridades locales ε incluso regionales. Con ella ya resulta menos realista la tentación
de llegar a perpetuarse en el poder. Este control ocurre más fácilmente dentro de la
pequeña comunidad local. El faccionalismo político, en cambio, tendrá dimensiones de
conflicto en aquellos niveles superiores en los que ya no existe un sistema de autoridad
común rotativa.
298

64 Incluso en Achacachi, una de las regiones más superpobladas del Altiplano, muchos de
estos conflictos suelen tener un trasfondo de acceso a recursos. Así, por ejemplo, al
analizar en detalle los casos más sonados de faccionalismo político, en la región de la
Rinconada se ve con claridad que se trataba primordialmente de aprovechar las
influencias políticas para utilizar los dos recursos más escasos y codiciados de la zona:
tierra y agua.
 
Los ayllus en el norte de Potosí
65 Uno de los casos más notorios y complejos de faccionalismo aymara crónico ocurre en
el Norte de Potosí y su contorno. Su análisis más detallado puede ayudarnos a entender
qué factores entran en juego sea como causa, detonante o amplificador del conflicto.
66 Ya en la época colonial se registraron casos crónicos cuya solución requirió muchas
décadas, como el que ha sido estudiado por Ramiro Molina R., entre los ayllus Siwaruyu
y Killaka. Limitándonos a tiempos más recientes, en los años sesenta hubo un grave
conflicto entre los ayllus Laymiy Jukumani, que causó centenares de muertos. La raíz de
este conflicto, como de tantos otros, era un problema crónico de linderos que se
reproducía sobre todo en aquellos años y lugares en que volvían a roturarse terrenos
disputados que habían estado descansando. De ahí surgieron también problemas de
abigeato, que incluían incluso razzias a comunidades distantes fuera del área en litigio.
Pero este se amplificó significativamente al adquirir también ribetes políticos.
67 En efecto, este pleito entre comunarios fue aprovechado y en algunos momentos
incluso estimulado por grupos gubernamentales, sobre todo durante el régimen del
general Barrientos, para mantener fuerzas militares en esta región minera de gran
importancia estratégica para todo el país. Los trabajadores mineros de Catavi y Siglo XX,
colindante con estos ayllus, eran un fuerte foco de resistencia a las medidas de
flexibilización laboral del régimen militar y en la noche de San Juan de 1967 fueron
incluso objeto de una brutal masacre. La manipulación política de este caso de
faccionalismo tradicional fue clara en la época del pseudo-dirigente campesino Wilge
Nery, quien quiso sacar partido de luchas ancestrales para enfrentar políticamente a los
comunarios de uno de los ayllus contra los mineros de Catavi y Siglo XX, que se resistían
a las medidas de flexibilización laboral del régimen militar y quienes a su vez se
acercaron entonces al otro ayllu. Esta manipulación política desde afuera aumentó
considerablemente la gravedad y el número de bajas del conflicto 20.
68 Aquel conflicto se apaciguó pero desde los años noventa ha habido rebrotes que han
involucrado a comunidades de estos mismos ayllus -ahora aliados- y de otros vecinos,
enfrentados todos ellos a comunidades del ayllu Qaqachaka, perteneciente al vecino
departamento de Oruro. Como en las décadas anteriores, los motivos iniciales eran
problemas de linderos y de ahí se pasó al abigeato armado, incluyendo operaciones de
uno u otro bando en comunidades distantes y desprevenidas, en las que han ocurrido
bastantes muertes principalmente de mujeres y niños sin mayor provocación que la
cultura de violencia y rechazo que se ha ido acumulando desde muchos años atrás.
69 Esta vez ya no había un objetivo político que pudiera motivar a escudarse en este
conflicto tradicional, pues la beligerancia minera había desaparecido con el cierre de
las empresas a partir de 1985. Las comunidades del lado Laymi son católicas mientras
que en el lado Qaqachaka hay una mayor presencia de los evangélicos, pero no parece
299

que esta diferencia se exprese o incida en la beligerancia. Lo que sí contribuye a agravar


el conflicto es la existencia de una frontera departamental que nunca quedó bien
definida desde la fundación de la República; en ciertos momentos parecía que incluso
algunas autoridades estatales de ambos departamentos, en vez de calmar los ánimos,
tomaban partido por sus ayllus acusando a las comunidades del otro departamento.
70 Cabe subrayar también otros factores exógenos que concurren tanto en este conflicto
reciente como en el anterior de los años sesenta. En primer lugar, la Reforma Agraria
de 1953 nunca llegó a aplicarse sistemáticamente en esta región, dejando imprecisos los
límites de casi todos los ayllus, como muestran los mapas de Mendoza et al. (1994 y
1997). Es decir, mientras los comunarios seguían manteniendo de alguna forma los
referentes territoriales de la época colonial, basados a veces en mapas y documentos de
entonces, la República los había rechazado o ignorado pero sin haber consolidado por
otra parte sus propias estructuras, pensadas sin tomar en cuenta la historia previa. Ni
siquiera con la promulgación de la nueva ley del Servicio Nacional de Reforma Agraria
en 1996, la región era considerada prioritaria para el saneamiento de tierras y
territorios; más le interesaba poder asegurar que las eventuales concesiones mineras
prevalecieran sobre los derechos territoriales de estos ayllus aymaras.
71 Se trata además de áreas extremadamente pobres y aisladas que ni siquiera cuentan
con caminos transitables; el desespero y falta de alternativas económicas parece haber
influido también en recurrir al principal artículo negociable que es el ganado. Lo que no
falta, en cambio en la región, son cuarteles, uno en el lado Laymi y otro, para grupos de
asalto ranger, en el lado Qaqachaka, construidos ambos cuando el gobierno tenía
conflicto con los mineros, hoy despedidos y emigrados, como resultado de la baja
cotización del estaño y la flexibilización laboral neoliberal. Ambos cuarteles están fuera
del área misma en litigio, pero parte de su alimentación debe ser proveída por los ayllus
(que también para ello recurren a veces al abigeato). Además, son los jóvenes de los
ayllus implicados quienes cumplen un servicio militar obligatorio que más bien
refuerza su cultura bélica. Aunque no hay evidencia comprobada, se habla también de
negocio de armas modernas en estos u otros cuarteles, compradas con el producto de
ganado robado o simplemente sustraídas del cuartel, a veces por comunarios que
retornan por segunda vez al servicio militar con nombre ficticio con el propósito
deliberado de sustraer armas.
72 Todo ello muestra cómo se ha ido formando en la zona lo que podría llamarse una
cultura de violencia, que conduce a resolver diferencias y necesidades por la vía armada
y del asalto. Esta cultura genera temores, odios e incluso conductas sádicas a veces
ritualizadas, sea en la práctica real o en el imaginario. Hay, por ejemplo relatos de
beber la sangre del enemigo, beber su sangre, cortar y comer sus testículos. Han
surgido también cuentos populares que pintan al bando enemigo con cola, como si no
fuera humano, y es frase típica de amenaza e incitación -allí y en otras partes-, decir
que el triunfo se celebrará bebiendo chicha en el cráneo del enemigo derrotado. Ilustra
también el nivel de violencia crónica de esos conflictos, la forma cómo se llegó a calmar
el de los años sesenta. En diversas ocasiones el Ejército había intervenido e incluso
levantado mojones de cemento tras acuerdos entre las dos partes. Pero al poco tiempo
los mojones saltaban a dinamitazos y la pugna se recrudecía. Dirigentes actuales nos
han comentado que la calma llegó recién cuando un militar muy “macho”, oriundo de
la región, estableció su cuartel en plena zona en conflicto, a través de su red de
espionaje localizó y detuvo a los principales cabecillas de ambos bandos, les gritoneó y
300

les cortó la oreja. Cabe añadir que este militar era uno de los más sanguinarios frente al
movimiento minero y su cadáver apareció años después descuartizado dentro de una
bolsa de polietileno en una calle periférica de la ciudad minera de Oruro.
73 Toda esta violencia frente al otro bando coexiste con un notable nivel de solidaridad
entre los miembros de un mismo bando, participen o no en las acciones beligerantes.
Las delaciones o denuncias, fundadas o no, provienen siempre del otro bando. Y aunque
todos afirman que sólo unas pocas comunidades de cada ayllu están implicadas en las
acciones consideradas delictivas, nadie del mismo ayllu delatará a los cabecillas de estas
ni las autoridades tradicionales los castigarán. La justicia comunitaria consuetudinaria
sigue funcionando a otros niveles inferiores y para otras infracciones individuales; pero
en estos casos de faccionalismo prevalece el sentido de Fuenteovejuna, todos a una.
Pero, como era previsible, entre los ayllus en conflicto ya no hay un nivel de autoridad
tradicional común y estos mecanismos de resolución interna ya no tienen un canal
adecuado.
74 Hasta ahora, cuando alguno de estos conflictos ha crecido hasta convertirse en una
preocupación de orden público, sólo se ha apaciguado momentáneamente con la
intervención de las Fuerzas Armadas. Varias veces se han realizado actos solemnes de
entrega de fusiles a cambio de alimentos, herramientas o promesas de tales
intercambios, que después llegan muy tarde o nunca. Pero mientras no se afronten con
decisión política otros factores, como los aquí señalados, el rebrote ocurrirá en
cualquier lugar y momento.
 
• Los bloqueos de 2000

75 Concluiremos este recuento con una referencia más detallada a los bloqueos masivos, a
los que hicimos alusión al principio de este trabajo. Nos ofrecen un buen ejemplo de
solidaridad y conflicto, en este caso estimulado sobre todo por los dirigentes de niveles
superiores, ya poco controlables desde sus bases comunales. Este caso, que ha adquirido
dimensiones nacionales, involucra no sólo a los aymaras sino también a campesinos
quechuas de Cochabamba y otras regiones. Pero es particularmente significativo el rol
de aymaras, en conexión con los de la región de Cochabamba, que es también
eminentemente conflictiva.
76 Sin querernos remontar más allá en la historia previa, en 1998 la CSUTCB (Confederación
Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia), heredera actual de la
Organización Sindical Nacional Campesina creada con la Reforma Agraria medio siglo
antes, estaba muy dividida, debido sobre todo a un conflicto fuerte entre dos líderes -el
cochabambino quechua Alejo Véliz y el aymara Evo Morales, dirigente de los
colonizadores quechuas y aymaras emigrados a la zona productora de hoja de coca en el
trópico de Cochabamba- que habían creado una escisión del movimiento primero en el
departamento de Cochabamba y después en el seno de toda la CSUTCB. Se convocó
entonces un congreso de unidad, que se logró reconstruir apelando a la legendaria
figura de Felipe Quispe para que dirigiera la organización.
77 En torno a este aymara, nacido en una comunidad cercana a Achacachi, se había creado
una aureola de admiración por su pasado guerrillero21, que lo retuvo varios años en la
cárcel, y por la agresividad y valentía con que hacía sus denuncias a los q 'aras y
reclamaba por la nación aymara. Por eso le empezaron a llamar “el Maliku”, en
referencia a uno de los principales títulos de autoridad originaria. En sus declaraciones
301

y acciones utiliza muy conscientemente la figura del héroe colonial aymara Tupaj
Katari22, hay reminiscencias explícitas al célebre cerco de La Paz en 1781, que sigue muy
vivo en la memoria colectiva tanto de los aymaras como de los habitantes criollos de la
ciudad. Ya en los años ochenta, cuando participaba en el movimiento de los Ayllus
Rojos, se descubre su autoría en un libro anónimo titulado Tupaj Katari vuelve, carajo.
Más tarde, en la cárcel, Felipe Quispe leyó ávidamente, completó el bachillerato y, al
salir, estudió historia en la universidad, lo que le permite tener un discurso ilustrado y
coherente que combina la denuncia a la sociedad neocolonial, la figura de Tupaj Katari
y la idea de que esta otra Bolivia marginada y, en particular, la nación aymara debe
llegar a tomar el poder.
78 Sin embargo, llegado a este nuevo cargo en la organización nacional más
representativa, el Maliku no resultó ser el vínculo de unión esperado, pues empezó a
mostrar la misma agresividad, ahora no exenta de autoritarismo, en la manera de tratar
a aquellos dirigentes campesino indígenas, incluso aymaras, que se permitían
discrepar. Se rodeaba de quienes le aceptaban y expulsaba sin mayor trámite a los que
le hacían sombra. El año 2000 se cumplía su mandato de dos años y en diversas
ocasiones otros dirigentes que se habían sentido desplazados o tenían sus propias
ambiciones empezaron a hacer movidas para sustituirlo. La división principal se dio
entonces entre los partidarios del Maliku, a los que se unió el grupo del cochabambino
Alejo Véliz, y -en el otro bando- los partidarios del aymara Evo Morales, entre los que se
contaban varias organizaciones departamentales o sectores significativos de ellas,
además de los productores de coca.
79 Pero surgieron por entonces en el país graves conflictos sociales multisectoriales 23,
primero en abril y después en septiembre. Ambas circunstancias fueron bien
aprovechadas por el Maliku para recuperar su liderazgo amenazado. En una acción
firme y conjunta, logró movilizar a grandes contingentes aymaras: en abril, en torno a
la región de Achacachi, de donde procede; y en septiembre y principios de octubre, a
casi todo el altiplano. En realidad no había allí ninguna queja o coyuntura local
específica sino que, en este contexto propicio, se impuso su carisma de líder para
catalizar el crónico descontento de este pueblo aymara pobre y marginado. En frase del
Maliku, abril habría sido el primer ensayo para la toma aymara del poder y septiembre
el segundo. La Federación Sindical Campesina de La Paz apoyó disciplinadamente el
bloqueo y en todas partes hubo movilizaciones solidarias de hombres, mujeres y niños,
a veces incluso con cierto sentido de wayka o competencia colectiva para ver qué
comunidad o subcentral era más firme y eficiente.
80 Sobre todo a fines de septiembre y principios de octubre, después de tres semanas de
bloqueo en el altiplano aymara -liderado por el Maliku- y en el área de productores de
coca24 en el trópico de Cocha-bamba -bajo la batuta de su ya consagrado dirigente Evo
Morales-, las ciudades del eje central del país seguían aisladas y empezaron a sentir la
ausencia de alimentos y de intercambio comercial, debiendo cerrarse varias industrias,
lo que finalmente obligó a un gobierno acorralado a entrar en negociaciones,
solicitadas y facilitadas por una comisión mixta mediadora, constituida por la
Defensoría del Pueblo, la Iglesia y la Asamblea de Derechos Humanos. El nombre del
Maliku, catapultado por los medios de comunicación, estaba en boca de todos -con
entusiasmo para los aymaras y pánico para muchos citadinos blancos- hasta el punto de
que a fin de año una de las estaciones de radio de mayor sintonía nacional hizo sondeos
sobre el personaje del año y el más votado fue este líder aymara.
302

81 Pero por entonces su aureola ya volvía a eclipsarse por el mismo tipo de conflictos
internos que habían ocurrido antes de abril. El conflicto interno reapareció ya en el
momento mismo de las negociaciones iniciadas en octubre. El gobierno había
priorizado la negociación con este sector del Maliku y el de los maestros rurales,
dejando aislado a Evo y sus cocaleros sin que el Maliku le tendiera una mano, a pesar de
ser ambos aymaras. Pero Evo tiene también muchos seguidores en bastantes partes del
país, incluidos algunos dirigentes de La Paz que habían sido marginados por el Maliku;
su hermano Hugo Morales es además el máximo dirigente de los campesinos aymaras y
quechuas de Oruro, en el altiplano central. Todos estos grupos quisieron participar
también en la negociación con el gobierno, dejando constancia que toda negociación
hecha exclusivamente con el Maliku carecería de representatividad. Se dio entonces la
sorprendente situación de que la comisión mediadora de alto nivel, antes de llegar a
mediar entre bloqueadores y gobierno, tuvo que gastar sus buenas horas para mediar
más bien entre estos dos bandos de campesinos indígenas para que llegaran a aceptarse
mutuamente y presentaran una propuesta conjunta, que al final se plasmó en un pliego
de cincuenta puntos. Pese a los rencores, el Maliku reconoció que era el momento de
sumar fuerzas pero dando por descontado que el máximo liderazgo debía seguir en sus
manos. Significativa y paradójicamente, la mayoría de los puntos incluidos en el pliego
provenían de un ampliado de la CSUTCB realizado en Oruro pocos días antes de los
bloqueos, en el que se había decidido convocar al nuevo Congreso en el que sin duda se
pretendía destronar a Maliku; pero ahora quien lideraba ostensivamente la negociación
de estos puntos era precisamente el mismo Mallku, fortalecido por su capacidad de
convocatoria y por haber puesto de rodillas al gobierno con el masivo y exitoso
bloqueo. A su lado estaba Alejo Véliz y sus colaboradores más cercanos, llegados
oportunamente desde Cochabamba y otros tres departamentos; y en frente, bastante
silenciosos, todos los dirigentes del otro bando que sin embargo decidieron no
abandonar la mesa de negociaciones.
82 Suspendidos finalmente los bloqueos del altiplano, por las concesiones que hizo el
gobierno siquiera en “decretos de papel mojado”, una de las primeras declaraciones del
Maliku fue que, por las circunstancias y la necesidad de precisar mejor los alcances de
los decretos, el congreso de la CSUTCB se aplazaba indefinidamente. No lo aceptaron tan
fácilmente los del otro bando y de hecho en enero de 2001 se realizó el congreso en
Oruro -territorio del aymara Hugo Morales, hermano de Evo- en el que, efectivamente,
se desconoció a Maliku y se nombró como nuevo secretario ejecutivo a otro aymara:
Humberto Choque, también de La Paz. Pero el Maliku no asistió a este congreso; él
mismo había señalado aquella fecha pero a última hora, al sentirse de nuevo en
minoría, propuso otras fechas. Quien sí asistió al congreso de Oruro fue Alejo Véliz, tras
un simulacro de rompimiento con el Maliku, pero con la clara intención de obstruir la
realización del evento. En un momento dado él y su gente, proveniente de varios
departamentos, llegó a disparar petardos contra los asistentes, antes de abandonar la
sede del Congreso. Los afectados, airados, asaltaron al alojamiento de estos donde, en
un confuso tumulto, golpearon y patearon a un cochabambino hasta dejarlo muerto.
83 En el momento de escribir estas líneas (18 de marzo de 2001) la CSUTCB está de nuevo
dividida en dos directivas, cada una presidida por un aymara, ambos de La Paz. Diversos
sectores del poder ejecutivo, correspondientes a partidos distintos dentro de la
coalición gobernante, se dirigen a una u otra directiva como a su interlocutor válido sin
que se perciba en el horizonte cercano la superación de esta situación, de la que no son
303

ajenas las estrategias preelectorales de algunos partidos. Aquella gran solidaridad


aymara en los bloqueos de unos meses antes quedó rápidamente en nada, por la pugna
interna de intereses hegemónicos, que involucran y enfrentan al menos a cuatro líderes
de origen aymara, además de otros varios de diverso origen.
 
La paradoja en las estructuras culturales
84 La interpenetración de lo comunitario y lo divisivo es algo tan interiorizado por el
aymara, que hasta encuentra su clara expresión en la estructura de su organización
social y de su esquema mental. No puedo entrar aquí a una descripción sistematizada de
este punto, ello exigiría todo un estudio en sí mismo. Simplemente voy a apuntar
algunas pistas que muestran la estructuración de la paradoja. En ellas se verá que uno
de los temas más recurrentes en la organización social y en la organización simbólica
aymara es la unión de contrarios, con una coherencia interna que haría las delicias de
cualquier adherente a las escuelas filosóficas dialécticas.
 
• La unión dual básica

85 La unión de contrarios empieza a construirse a partir de la unión dual del hombre y la


mujer en el matrimonio. En la concepción aymara esta es una “unión” de “contrarios”,
que se exigen y condicionan mutuamente, y llegan a un equilibrio estable-la estabilidad
conyugal es alta entre los aymaras- pero hasta cierto punto conflictivo o al menos
competitivo. Este equilibrio de contrarios se manifiesta tanto al nivel de relaciones
hombre/mujer como al de relaciones entre la familia del hombre y la de la mujer. En
múltiples ceremonias, desde la petición de mano hasta la construcción de la casa de los
nuevos casados (achu-qalla), y en las numerosas ocasiones en que las familias
respectivas se colaboran para ayudar a la pareja durante su vida, se dramatiza al mismo
tiempo la unidad y la competencia a veces agresiva entre ambos grupos. Los padres de
la novia se niegan a entregarla; echan piedras al grupo del novio cuando este se la lleva;
en las comidas conjuntas, ambos grupos compiten en el servicio; el techado de la casa es
una carrera entre los familiares del varón y los de la mujer, etc. 25.
86 Este dualismo mantiene su huella en todo el simbolismo aymara, con mayor o menor
intensidad según las regiones, como aparece cada vez con mayor fuerza en los estudios
sobre las estructuras mentales andinas26. Se trata siempre de dos realidades o mundos
en oposición, pero al mismo tiempo complementarios, que de alguna manera vienen a
unirse a través de una u otra forma de mediación. Hay, por ejemplo, piedras masculinas
(más duras) y otras femeninas (menos duras, pero más resistentes); nubes masculinas y
otras femeninas; la casa es considerada masculina y el patio, femenino; o al nivel
comunal, la torre de la iglesia es masculina, en contraste con el atrio o plaza que es
femenino. Todo el paisaje en el que se mueven las comunidades aymaras queda dividido
regularmente en puna/valle o cerro/pampa, según las circunstancias, atribuyéndose la
dimensión masculina o femenina a una parte en oposición a la otra... y finalmente las
dos grandes fuerzas ordenadoras del universo quedan sintetizadas en el mundo de
arriba (alax pacha), con su orden notorio, contrapuesto al mundo de abajo (manqha
pacha), con sus fuerzas ocultas pero generadoras de nueva vida. Nuestro mundo (aka
pacha) sería fundamentalmente el punto de encuentro entre esos dos universos
opuestos.
304

87 En el ritual es regular la utilización de determinados elementos clave por pares. Por


ejemplo, dos botellas. En el Norte de Potosí este punto está mucho más desarrollado
(como lo está también el faccionalismo institucionalizado). Por ejemplo en las fiestas se
bebe siempre en dos vasijas llamadas turutum, cada una de las cuales a su vez contiene
en su interior dos toritos a veces también dos círculos concéntricos. Hay evidencia de
que el dualismo ceremonial estaba antes más desarrollado en partes del mundo aymara
donde ya ha perdido importancia.
 
• Organización social por mitades

88 Aunque en muchas partes, sobre todo cerca de La Paz, el esquema social dual ya se ha
perdido o se está perdiendo, quedan aún bastantes pueblos divididos en dos
parcialidades o mitades del tipo Aransaya/Urinsaya27. En muchas pequeñas
comunidades, incluso en lugares que ya no conocen la división fundamental por
mitades, se han producido divisiones más recientes en estas mismas líneas o en otras
análogas como grande/chico, cerro/pampa, etc. A veces llegan a combinarse varias de
ellas en sucesivas divisiones28.
89 Un caso antiguo particularmente complejo es el de Chayanta en el Norte de Potosí. Allí
desde antiguo han existido dos pueblos casi contiguos, Chayanta y Aymaya, a cada uno
de los cuales pertenecen dos mitades de ayllus geográficamente entreverados. Además,
el pueblo de Chayanta ha poseído hasta hace poco dos parroquias, situadas a ambos
lados de la plaza, una para cada mitad de ayllus. En la iglesia, común, la derecha
corresponde a una de las mitades y la izquierda a la otra. La gran mayoría de los santos
de dicha iglesia se encuentran asimismo por duplicado. Finalmente las mitades de
ayllus de Chayanta están subdivididas a su vez en varios ayllus, en forma ya no dual y
uno de estos ayllus consta en realidad de dos. En las fiestas más importantes los
comunarios de todos los ayllus se reúnen en Chayanta para sus celebraciones. Como en
el resto del Norte de Potosí, un acto culminante de la fiesta es el tinku o enfrentamiento
ritual pero real entre grupos de diversos ayllus. Por intervención de las autoridades,
ahora el tinku suele hacerse en encuentros mano a mano de parejas de luchadores
debidamente pertrechados quienes tras cada victoria van siendo reemplazados por
otras parejas de los mismos ayllus contendientes. Pero no es raro incluso hoy día que en
momentos de inmenso control y de mayor influjo del alcohol lleguen a formarse tinkus
entre grupos más numerosos entre los que corre piedra y en los que en más de una
ocasión ha habido algún muerto. Hay incluso tinku entre mujeres.
90 Se ha caracterizado el tinku como una unión sexual simbólica entre las binas que en
último término vienen a conformar toda la sociedad campesina de la región. El
momento de máxima comunión, que sin duda son estas fiestas, se expresa precisamente
por esta máxima agresión. La paradoja aymara llega así a su plena expresión estrucural
y ritual29.
 
Reflexión final
91 En resumen, hemos visto que el sentido comunitario del aymara, del que hablan tantos
que no le conocen, existe ciertamente. Se ve en la gestión conjunta de los asuntos
comunitarios, en el sentido de ayuda recíproca y en otros muchos rasgos. Pero el tema
es mucho más complejo de lo que a primera vista parece. La unidad se da sobre todo al
305

nivel de pequeña comunidad. Pero incluso allí es ante todo la yuxtaposición


sincronizada de intereses particulares más o menos estáticos la que lleva a crear el
fuerte sentido de grupo. Por eso surge entonces un individualismo de grupo. Esta
paradoja es central en el aymara, hasta el punto de poderse descubrir en su propia
estructuración simbólica, basada en la unión de contrarios, y en toda su organización
social.
92 Pero el equilibrio de ahí resultante es frágil y puede ser roto por una serie de factores.
Al enfrentarse los intereses de un grupo con intereses de otros grupos, puede brotar
tanto un sentimiento de unidad entre estos grupos, si coinciden plenamente, como un
conflicto entre ellos, si discrepan. Puede generar solidaridad, faccionalismo e incluso
situaciones altamente violentas. En esta última parte nos preguntamos qué factores son
los que más fácilmente rompen el magro equilibrio aymara y qué estimula, en cambio,
una mayor solidaridad y hasta qué niveles de integración.
 
• Los factores ecológicos

93 Por lo general se constata el carácter relativamente tranquilo que presentan los


Yungas, a veces también algunos valles, y ciertamente las zonas nuevas de colonización.
Allí nuestra paradoja pierde importancia. Tampoco tiene tanta fuerza la estructura
social y simbólica típica del aymara. ¿Se debe ello únicamente a su condición de
“colonias”? O estamos además ante un factor de tipo geográfico y ecológico? Sea cual
fuere la causa, lo que los hechos sugieren es que en estas zonas baja la agresión y el
faccionalismo tiende a disminuir. Casos de divisionismo como los de Achacachi en la
Puna desaparecen o disminuyen en Yungas, que son tierras bajas y más fértiles. En el
norte de Potosí también son mucho más tranquilas las secciones de valle de los mismos
ayllus que en la Puna luchan aguerridamente. ¿Quiere decir esto que el clima más
áspero, la nutrición menos balanceada y las inseguridades agrícolas más agudizadas en
la Puna llevan a un carácter y organización grupal paralela? Estaríamos entonces
acercándonos a los planteamientos de Bolton en sus estudios de agresividad en
Capachica (Perú)30. Según él existe una correlación entre el nivel de agresividad, y el
desequilibrio en la proporción de azúcar en la sangre, incluso entre los miembros de
una misma comunidad en la Puna. Pero no parece que podamos simplificar el problema
a este tipo de factores. Entran en juego muchos otros elementos.
94 Varios campesinos de valles han mencionado como explicación de su mayor
tranquilidad y armonía la necesidad de trabajar en común para poder sobrevivir. En
general los valles son más fértiles que la puna, por lo que hay también menos angustias.
Pero el mantenimiento de esta fertilidad supone constantes trabajos comunitarios, para
fines como conservar las acequias o levantar defensivos contra el furor de las
torrenteras en la época de lluvias. Todo ello fortalecería el hábito de actuar juntos
como garantía de sobrevivencia.
 
• La presión demográfica

95 Otro factor importante es la presión demográfica. Es cierto que los Laymis y Jukumanis
del valle tienen menos fricciones que sus hermanos de la Puna y es posible que a ello
contribuyan factores ecológicos y climáticos como los señalados más arriba. Pero en
situaciones climáticas comparables a las de los tranquilos ayllus del valle se encuentra
306

también un fuerte faccionalismo. El caso más notorio es el de Cliza y Ucureña en el


Valle Alto de Cochabamba, de habla quechua. Aquí parece que la presión demográfica
juega un papel importante (aunque no único): el Valle y la Puna de los Laymis tiene una
densidad moderada, mientras que los valles de Cochabamba están superpoblados.
96 Con frecuencia se ha comparado a los aymaras de la región alti-plánica de Achacachi
con los quechuas del Valle Alto de Cochabamba por su faccionalismo y su inquietud
política. Efectivamente en ambos casos, junto con la proximidad a una ciudad
importante, encontramos una alta densidad demográfica. Esta estimularía por una
parte la densidad de intercambio social, comunicaciones, etc., y por la otra la pugna por
recursos limitados. Por eso en regiones como la de Achacachi habría más posibilidades
de que se rompa el equilibrio, y en regiones casi despobladas -como el vasto Altiplano
orureño- sería más probable que los conflictos se mantengan dentro de ciertos límites.
97 Pero la cuestión no acaba aquí. Junto a Achacachi (como junto al Valle Alto de
Cochabamba) hay regiones de características demográficas semejantes (casi toda la
orilla del Lago; el Valle bajo de Cocha-bamba) más bien caracterizadas por su
tranquilidad. Movimientos faccionalistas, solidarios, o simple tranquilidad se
encuentran en muchos contextos demográficos. Si se quiere considerar esta variable,
hay que perfilarla más incluyendo elementos como densidad relativa al número real de
recursos existentes en las condiciones actuales, las posibilidades reales de un flujo
migratorio, etc.
 
• El contacto con centros importantes del país

98 No es fácil determina r en qué forma la cercanía o contacto con los centro urbanos
importantes desequilibra en uno u otro sentido la tensión entre unión y división. En
general las regiones que podríamos llamar plenamente marginales a estos centros
nacionales mantiene mejor el equilibrio. Pero al mismo tiempo estas regiones no llegan
a desarrollar tampoco ninguna solidaridad a nivel supralocal ni a desencadenar ningún
movimiento social de tipo reivindicativo. Viven en su mundo cíclico y relativamente
estático. En cambio, cuando hay más contactos, aumenta tanto el faccionalismo como la
posibilidad de que surja algún movimiento social reivindicativo, como también la
posibilidad de que se desarrollen lazos de dependencia de tipo servil con relación a los
intermediarios del sistema nacional.
99 El conflicto crónico en el norte de Potosí ocurre en una doble situación muy especial.
Por una parte, como vimos, la lucha ocurre en áreas rurales aisladas pobres y sin
caminos. Pero, al mismo tiempo, estos ayllus han estado en el patio trasero del
desarrollo minero desde los tiempos coloniales hasta la época de las grandes empresas
capitalistas mundiales y los conflictos laborales de estas últimas, han provocado la
intervención activa del ejército, que mantiene ahí sus cuarteles hasta el día de hoy.
100 Todas estas reflexiones, por supuesto tentativas, plantean entre otras la siguiente
pregunta: la mayor integración a través de los mayores contactos, ¿se resolverá
últimamente en una mayor solidaridad del aymara o en una mayor desintegración?
Estos contactos sacan ciertamente al aymara de su rutina y lo empujan a algún tipo de
activismo. Este activismo toma entonces tanto la ruta de las reivindicaciones sociales,
potencialmente productiva, como la del faccionalismo interno, fundamentalmente
estéril sobre todo a este nivel ya nacional.
307

101 Brota entonces una nueva pregunta: ¿Hasta qué punto los grupos que detentan el poder
estimulan este faccionalismo? Ciertamente muchas de las luchas intercomunitarias en
Achacachi y zonas cercanas antes de la Reforma Agraria fueron estimuladas por
patrones que esperaban sacar ventaja de ellas para sus respectivas haciendas. Incluso
después de la Reforma Agraria, algún pleito entre comunidades se debe al menos
indirectamente a ex patrones que buscan cómo vender mejor lo que quedó de sus
haciendas, o a leguleyos que alientan esos pleitos por el beneficio lucrativo que les
traen31. Es decir, ha existido una manipulación directa o indirecta. Ya hace dos milenios
que se inventó la fórmula “divide y vencerás”. Aunque tampoco debemos olvidar que el
faccionalismo es además muy aymara, independientemente de si hay o no
manipulación de estos grupos.
 
• Procesos en zigzag

102 Sin embargo, a veces esta manipulación ha tenido efectos contrarios a los pretendidos.
Algunos conflictos inicialmente fueron el resultado de una manipulación interesada.
Pero cuando surgió un objetivo reivindicativo bien definido, se transformaron en
movimientos de protesta en contra de los propios grupos dominantes que los habían
manipulado.
103 Algunos episodios del vasto movimiento del Willka Zárate en Aroma y Oruro en 1899,
tan bien documentado por Condarco32, muestran este cambio. En su guerra para
determinar la capital de Bolivia, el general Pando quiso aprovecharse de los indios y del
faccionalismo, por ejemplo entre Umala y Sicasica; pero en varias ocasiones el conflicto
se transformó en levantamiento aymara vs. militares y blancos 33.
104 Las peleas, años más tarde, entre liberales y republicanos, queriendo aprovechar la
fuerza india, también caldearon el ambiente para el famoso levantamiento contra el
pueblo de Jesús de Machaqa en 1921. Más aún, la agresividad que ahí existía entre
algunos ayllu por conflictos de linderos encontró entonces un cauce más solidario y
reivindicativo frente a los abusos de las autoridades mestizas del pueblo central 34.
105 En Achacachi los patrones estimularon el faccionalismo entre colonos inmediatamente
antes de la Reforma Agraria de 1953, y es probable que este antecedente ayudara al
movimiento general aymara contra patrones de la región pocos años después. La rápida
expansión del sindicalismo campesino en aquellos años se entiende mejor gracias a la
persistencia de “comunidades cautivas”, con todas sus redes internas de reciprocidad,
incluso en el seno de las haciendas. Pero en este último caso el boomerang habría
tenido un efecto de ida y vuelta: en un primer momento creó este tránsito del
faccionalismo manipulado por los patrones al movimiento reivindicativo; pero en su
segundo momento, una vez desaparecido el común enemigo -la hacienda- la belicosidad
revirtió nuevamente a la lucha entre comunidades, alimentada a su vez por su
vinculación con una u otra rama del ya dividido partido gobernante MNR35.
106 Finalmente, ya hemos visto que en los bloqueos de 2000, en el curso de apenas un año,
ya se ha producido un zigzag de cinco tiempos: división, unidad en el bloqueo, división,
nueva unidad en el bloqueo y la actual división. Es todavía prematuro analizar en
detalle los diversos factores que intervienen en este proceso inconcluso, pero es
evidente que la paradoja o dialéctica aymara, entre la solidaridad y el faccionalismo,
sigue muy presente, bien alimentada por una constelación de factores internos y
externos.
308

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NOTAS
1. Albó, Xavier (1985).
2. El prestamo castellano kumunirara (comunidad) es el termino actualmente mas utilizado para
esta instancia social. Pero segun los lugares y su historia su organizacion recibe tambien el
nombre ancestral de ayllu o el mas moderno de sindicato. Como despues explicaremos, hay varios
niveles de comunidad.
3. Albó, Xavier (1972) pp. 773-816,
310

4. Rojas. Gonzalo (1994) Ticona. Esteban (2000); Rojas. Gonzalo y Albó, Xavier (1995)
5. Los sindicatos locales actuales solo son una nueva version de una realidad anterior que de
sindicalismo solo tiene el nombre. Cualquier adulto casado de la comunidad es miembro nato del
sindicato y en muchos casos le llegara tambien automaticamente el turno de ser dirigente en
diversas carteras por rotacion directa o indirecta. Ver Iriarte (1980, cap. 13) y nuestra discusion
mas adelante.
6. Insisto en lo de “igualdad de inoportunidades”. Sea causa sea efecto del sistema, con frecuencia
sucede que ocupar un cargo sea realmente visto como “cargar una carga”, de la que sigue si un
aumento de prestigio, pero tambien de gastos. Los rituales de transferencia de autoridades, por
ejemplo a principio de ano. abundan en este simbolismo: se ha de coger de sorpresa al nuevo
ocupante del cargo para que no se escape: el que ya ha cumplido su turno, baila con aire de
“liberado” al que empezara a sonreir la abundancia, etc.
7. Lo cual, a su vez cuestiona la posibilidad de persistencia o validez del sistema en una situacion
de rapido cambio socioeconomico y de incorporacion a los sistemas nacionales y continentales, a
menos que se renueve con la incorporacion de nuevos criterios y elementos mas o menos
“revoluvionarios”. Pero seria tambien lamentable que en este proceso de renovacion se perdieran
otros elementos tradicionales con una funcion claramente favorecedora de lo “comunitario”, que
tanto echamos a faltar en instituciones de tipo moderno. Ver Astvaldsson (2 0 0 0 : cap. 6), Ticona
y Albó (1997: cap. 3).
8. Ver Alberti, Giorgio y Mayer, Enrique (1974), con bibliografia; Golte, Jurgen (1974).
9. Ver resumen de opiniones en Bolton, Ralph (1976).
10. Alien, Guillermo (1972).
11. Wolf. Eric (1966), p. 80.
12. ritualismo belico se menciona tambien en otros lugares del altiplano. Ver la Barre (1948: 162),
Choque y Ticona (1996: 168-170, 293) y las narraciones noveladas sobre el cronico conflicto de
Laymis y Jukumanis del Norte de Potosi en Taboada (1968: 119). Sobre el faccionalismo en esta
ultima region ver Harris y albo (1984) y la seccion 3.4, mas adelante.
13. Choque, Roberto y Ticona, Esteban (1996), p. 33.
14. Murra, John (1972).
15. Sabidas son las multiples utilidades del junco llamado totora. Se utiliza para forraje, para
techar las casas y hacer tumbados, para construir balsas, trojes, esteras de cama, objetos de
artesania; su raiz tierna es alimento, etc.
16. Platt, Tristan (1976).
17. Ticona, Esteban; Rojas, Gonzalo; Albó, Xavier (1995); Ticona, Esteban (2000) .
18. Albo, Xavier (1979a).
19. Albo, Xavier (1979a), pp. 71-75.
20. Ver Harris, Olivia y Albo, Xavier (1984).
21. En torno a un grupo mixto de aymaras y marxistas urbanos llamado prmero los Ayllus Rojos y
despues el Ejercito Guerrillero Tupaj Katari (EGTK)
22. Entre los muchos estudos de este gran levantamiento anticolonial, los trabajos de Golte (1980)
y Albó (1986b) analizan especificamente el mismo tema que aqui nos ocupa.
23. El conflicto de abril fue iniciado por la coordinadora del agua, que agrupa a diversos sectores
populares en la ciudad de Cochabamba y que, en propuesta por un alza de precios del agua y un
proyecto de ley para privatizar este recurso; pero pronto se le unieron sectores tan diversos
como la policia, que reclamaba un aumento salarial, los productores de coca y, en el distante
altiplano, las organizaciones aymaras. En Septiembre el conflicto fue iniciadopor un pueblo del
tropico de Cochabamba que reclama ser municipio y, por efecto cascada, siguieron los
productores de coca primero en el vecino Chapare y despues en las distantes yungas de La Paz,
los maestros rurales y, de nuevo, las organizaciones aymaras, con eco en otras partes y sectores
del pais,
311

24. Estos productores de la hoja de coca, tan utilizada en la cultura tradicional andina pero a la
vez materia prima de la cocaina, si tiene una razon local coyuntural muy fuerte para levantarse.
Han sido objeto de fuerte represion y sujetos de no menor resistencia desde que fuerzas
conjuntas de Bolivia y Estados Unidos han orientado hacia ellos la mal llamada “guerra contra las
drogas”, como si estos pequenos productores fueran su enemigo principal. Dentro de ello ha sido
precisamente el gobierno del general Banzer el que ha asignado maxima prioridad a su meta
“coca cero”, con bastante exito y mayor publicidad internacional.
25. Ver Albó. Xavier y Mamani. Mauricio (1976).
26. Ver, por ejemplo, Harris (1978), Harris y bouysse (1988), Platt (1976. 1988). Montes (1986),
Mendoza et al. (1994). Ayllu Sartanani (1995). Fernandez, 1995. Yampara 1999).
27. Esta nomenclatura con terminologia quechua (lado de arriba/lado de abajo) se escucha en
algunos lugares, como por ejemplo Sicasica. mas frecuente es la erminologia aymara (alasaya/
masaya o variantes) incluso en lugares que hoy son de habla quechua, como Macha. En la region
nortenna de La Paz, donde hay un elclave quechua, algunos pueblos como Moqomoqo y Ayata
tienen mitades conocidas como Wargas/Inka; Wargas corresponde a las comunidades mas
elevadas y es netamente aymara; Inka corresponde a las comunidades mas bajas y es
primordialmente quechua, aunque cada vez con mayores presiones el aymara dominante. En
otros lugares las mitades son mas conocidas a traves del nombre de sus ayllu preponderantes.
28. Ticona, Esteban y Albo, Xavier (1997).
29. Platt. Tristan (1976, 1988).²
30. Bolton, Ralph (1976).
31. Estos tinterillos pueden estimular tambien en forma interminable pleitos entre particulares
por incidentes insignificantes. En cierto lugar un insulto entre ninas inicio una demanda judicial
que duro anos y anos, consumio un capital y llego hasta la Corte Suprema de Sucre.
32. Condarco, Ramiro (1983)
33. Ibidem, 294, 299-344, 376-387.
34. Choque, Roberto y Ticona, Esteban (1996).
35. Albó. Xabier 1979.

NOTAS FINALES
1. Investigador del Centro de Investigacion y Promocion del Campesinado (CIPCA), la Paz, Bolivia
312

Rebelión y negociación en el mundo


aymara boliviano
Magdalena Cajías de la Vega

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
 
Introducción
Aquí hay dos Bolivias. Una Bolivia es la que está en las Bolivias. Yo soy de otra (...).
Esa Bolivia no tiene teléfono, no tiene Internet. No tiene otros medios de
comunicación. Esa Bolivia no tiene electricidad: tenemos que vivir con mechero. Esa
Bolivia no tiene postas sanitarias, no hay farmacias, no hay mejoral. No hay heno:
nosotros tenemos que estar masticando coca o tomando orín. Esa es nuestra
realidad. Así hemos crecido y así hemos nacido, debajo de la pollera... y entre cueros
de abeja. Esa Bolivia no tiene agua potable, no tiene duchas, no hay jaboncillo:
tenemos que utilizar poq’e y montón de esas otras cosas. Esa Bolivia no tiene buenos
caminos. Esa Bolivia no tiene otros medios para estar feliz. Yo soy de eso. Además,
esa Bolivia o lo que era el Kollasuvo tiene su propia cultura, su propia religión, su
propia filosofía, su propia historia : tenemos nuestros propios territorios y nuestras
leyes ancestrales, que están ahí, nuestros hábitos y nuestras costumbres.
1 Esas palabras fueron pronunciadas por el dirigente campesino Felipe Quispe Huanca en
una entrevista realizada en septiembre del año 2000 en el programa “De Cerca”,
conducido por el prestigioso periodista boliviano Carlos Mesa. Felipe Quispe, más
conocido como “el Mallku”, tuvo la oportunidad de ser invitado a ese programa que
convoca normalmente a personalidades, y logra gran audiencia televisiva, porque se
había constituido en un protagonista de primera línea de acontecimientos sociales que
en ese momento conmovían al país. Justamente, en esos días, el movimiento campesino
boliviano desarrollaba un contundente bloqueo de caminos y ponía en jaque al
gobierno de Hugo Bánzer Suárez.
313

2 Felipe Quispe ya había conducido como Secretario Ejecutivo de la Confederación


Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia ( CSUTCB), pero sobre todo como
líder de los aymaras del altiplano boliviano, un conflicto que estalló en el altiplano
paceño en abril de ese mismo año y que estuvo articulado a un movimiento social de
importantes proporciones en el departamento de Cochabamba.
3 En el momento en que se escribe este artículo junio-julio de 2001, un nuevo bloqueo de
caminos desarrollado en el altiplano de La Paz y dirigido una vez más por Quispe,
vuelve a concitar atención, alarma y preocupación tanto en instancias gubernamentales
como en distintos ámbitos de la sociedad boliviana. En general, los bolivianos observan
con bastante perplejidad cómo el movimiento campesino-indígena, que hasta abril del
pasado año estuvo sumergido en una larga crisis, emerge con una fuerza inusitada, cuya
proyección final provoca traumas y temores, principalmente en los sectores
dominantes.
4 En efecto, las movilizaciones campesinas ocurridas desde abril de 2000 a julio del
presente año, aunque recogieron y asimilaron tradiciones y formas de lucha propias del
sector campesino-indígena boliviano, alcanzaron dimensiones insospechadas, hasta el
punto que pueden ser calificadas como una auténtica rebelión de masas.
5 La contundencia de sus estrategias de lucha, principalmente el bloqueo de caminos, la
capacidad para resistir e incluso neutralizar la represión militar-policial, la efectiva
utilización de los espacios de negociación para arrancar respuesta a sus
reivindicaciones, la interpelación a la sociedad a través de un discurso simbólico y
fuertemente agresivo de reivindicación étnica, entre otras cosas, han sacudido
fuertemente la conciencia de los bolivianos.
6 Decenas de artículos de opinión, primeras planas en la prensa, programas televisivos,
algunos textos impresos y todo tipo de comentarios de detractores y adherentes al
movimiento, han buscado y aún lo hacen, explicaciones para lo que se considera un
fenómeno social de gran envergadura.
7 En ese camino, un grupo de estudiantes de la carrera de historia, coordinado por la
autora del presente artículo y en el que Felipe Quispe participa, desarrolla una
investigación histórica sobre tales acontecimientos.
8 Ese trabajo colectivo tiene como objetivos principales, articular la reconstrucción y el
análisis de los acontecimientos ocurridos en la actualidad con fenómenos de mediana y
larga duración de la historia del pueblo aymara boliviano, en especial de la provincia
Omasuyos ; recoger testimonios directos de los actores principales y de campesinos
(hombres y mujeres) de base; explicar de la manera más objetiva posible las causas,
características, sentidos explícitos y subyacentes, métodos de lucha, proyecciones del
movimiento campesino-indígena aymara y otros, además de someter
permanentemente los resultados de la investigación a discusiones con los actores
directos.
9 La cercanía de los acontecimientos, el hecho de que la investigación aún está en curso,
pero, sobre todo, la comprobación de que los conflictos que se suscitaron en el sector
aymara paceño son sólo parte de un proceso que día a día muestra nuevas caras,
expresiones y proyecciones, nos ha llevado a plantear el presente artículo desde una
perspectiva más descriptiva que analítica y a advertir que las reflexiones que se
proponen aquí son parciales y preliminares.
 
314

La rebelión intermitente
Estos movimientos de abril y septiembre no van a ser en vano. Alguna gente debe
pensar que solamente es una actitud o locura de nuestra gente, pero yo digo que no
es tanto así. Este movimiento ya ha generado intelectuales, ha generado
pensamiento diferente a lo occidental, un pensamiento en el marco de la lógica
aymara (...). Este no es un movimiento callejero, o sólo furia, o sólo emocional 1.
En lo posterior vamos a plantear la autodeterminación de la nación aymara, así
como de la quechua y las demás (etnias) que hay en este país y eso va a ser una
lucha por las nacionalidades y no como ahora que es una lucha de clases 2.
 
• La coyuntura histórica boliviana

10 Para entender mejor los alcances de la rebelión campesina de este nuevo siglo, es
necesario hacer unas rápidas apreciaciones sobre algunas de las características
fundamentales de la coyuntura histórica boliviana en la que esta se desarrolló:
 
El neoliberalismo

11 La implementación de políticas neoliberales desde 1985 comenzó a ser fuertemente


cuestionada a partir del estallido de una crisis económica de profundas dimensiones y
que el actual gobierno -conducido hasta agosto de 2001 por Hugo Bánzer Suárez- no ha
podido sortear. En ese sentido, la opinión pública ha identificado de manera creciente
como causa principal de la crisis económica, la aplicación de un radical neoliberalismo
que ha conducido a la desnacionalización de empresas estatales estratégicas
(principalmente los hidrocarburos a través de la llamada “capitalización”), se descuidó
totalmente la reactivación del aparato productivo, lo que ha generado desempleo y
ampliado la brecha entre ricos y pobres (estos últimos, cada vez más).
12 De esa manera, si las políticas neoliberales cimentadas en el conocido decreto Supremo
No. 21060 aprobado en 1985 permitieron estabilidad económica luego de un proceso
inflacionario sin precedentes, no tuvieron como resultado paralelo el crecimiento
económico, realidad que se ha hecho más contundente en los últimos dos años.
13 Al mismo tiempo, aunque en un principio la clase media se vio algo favorecida por la
nueva política económica, en la actualidad el poder adquisitivo de esta ha disminuido
sustancialmente, mientras que los sectores que fueron afectados desde su aplicación,
como los trabajadores de las minas, fábricas y otros asalariados expulsados en masa de
sus fuentes de trabajo, así como los campesinos, que tienen que soportar la
competencia desigual de sus productos en el mercado libre, sienten hoy más que nunca
que los gobiernos neoliberales que se han sucedido desde entonces no han hecho nada
para paliar y/o superar su condición de desempleados y subempleados, así como la
extrema pobreza en la que viven miles de bolivianos.
14 En suma, el neoliberalismo es visto actualmente por la mayoría de la población
boliviana como un sistema económico que afecta negativamente sus posibilidades de
mejora social y económica.
 
Democracia representativa

15 Bolivia cuenta con casi dos décadas de régimen democrático representativo, en el que
se han sucedido cinco gobiernos elegidos de forma democrática. Aunque es evidente
315

que la mayoría de la población boliviana aprueba la continuidad de ese régimen


político, los partidos políticos que son sus actores fundamentales han caído en un
profundo descrédito que comienza a arrastrar al propio sistema. La población boliviana
ha manifestado de muchas maneras su rechazo y molestia por las prácticas políticas de
estos, identificadas en primer lugar como corruptas. En ese sentido, son muchos los
negociados, robos y fraudes cometidos por políticos contra el patrimonio económico
estatal. A ello se suma su incapacidad para recoger las expectativas de la población, su
falta de creatividad para dar soluciones a los problemas, su autoritarismo y la
dependencia extrema de presiones externas para la aplicación de determinadas
políticas, en especial, las relacionadas de la lucha contra el narcotráfico.
16 Incluso una política que se inició con grandes auspicios y que fue aplaudida en el
exterior, la participación popular -que entregó recursos a los municipios urbanos y
rurales en proporciones mucho mayores al pasado y creó novedosas estructuras de
participación social-, se encuentra hoy desacreditada por la reproducción de muchos de
los vicios del gobierno central.
17 En la actualidad, ya no son sólo organizaciones políticas y sindicales -percibidas como
“antisistema” o sectores populares-, los que cuestionan la manera en que se ha
desarrollado en Bolivia la democracia representativa y las voces que exigen profundas
reformas son cada vez más fuertes.
 
Los actores sociales

18 Es ampliamente conocido que la aplicación de las políticas liberales tuvo como uno de
sus efectos sociales más significativos el contundente debilitamiento de las
organizaciones obreras y populares que en Bolivia jugaron durante décadas un papel
central tanto social-sin-dical como político. La otrora poderosa Federación de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), prácticamente desapareció luego de que la
crisis de la minería de 1985-1986, provocó el despido de más del 80% de los trabajadores
de las empresas estatales; y la Central Obrera Boliviana ( COB), en cuyo seno los mineros
fueron hegemónicos, vive la crisis más profunda de su historia.
19 En los últimos 15 años la protesta social ha sido abundante pero poco efectiva,
principalmente por la ausencia de objetivos claros, el sectarismo, la utilización de
métodos de lucha desacreditados, la ausencia de liderazgos renovados, las políticas
laborales estatales y privadas fuertemente antisindicalistas y tendientes a la
“flexibilización laboral”, y otros. También ha influido el debilitamiento de la izquierda
política que en el pasado actuó preferentemente en el seno del movimiento obrero y
popular y la crisis de las utopías revolucionarias a nivel internacional e interno.
20 Por otro lado, el descrédito de la democracia ha llevado a que diferentes sectores de la
población vuelvan a utilizar prácticas de confrontación abierta y de presión social, a
través de todo tipo de movilizaciones, para obtener reivindicaciones que no creen
poder conseguir por la vía del diálogo o recurriendo a las instituciones democráticas.
Este tipo de comportamiento social, más antiguo y permanente en sectores como los
mineros, los productores de coca del Chapare cochabambino o los maestros, es ahora
práctica común de distintos tipos de actores, que presionan al gobierno con paros,
huelgas de hambre, bloqueos, marchas e incluso acciones violentas.
21 A estos elementos coyunturales de carácter general y que se acumularon en las últimas
dos décadas, se ha sumado una gestión gubernamental no sólo ineficiente y carente de
316

un programa de gobierno claro y transparente, sino que ha profundizado la corrupción,


el dis-tanciamiento entre las estructuras político-estatales y la sociedad, y que ha
utilizado crecientemente la represión para frenar el ascenso del malestar social.
22 En ese contexto, los acontecimientos de abril del año 2000 tuvieron un profundo
significado, puesto que después de muchos años las acciones populares que se
desarrollaron tuvieron un impacto político y social de grandes proporciones y abrieron
un proceso de ascenso y fortalecimiento de movimientos sociales que muestran una
nueva cara. A partir de entonces, se han sucedido revueltas y rebeliones que han
involucrado de manera masiva a sectores populares urbanos, prestatarios de los
bancos, jubilados, cooperativistas mineros, transportistas, comités cívicos, indígenas
del oriente, campesinos cocaleros del Chapare y de los Yungas de La Paz y campesinos
indígenas, que han obligado al gobierno y a la clase política a intentar dar respuestas a
sus demandas sacudiendo al conjunto de la sociedad boliviana.
23 En todo caso, estos movimientos sociales, principalmente los ocurridos en el sector
campesino –cocalero e indígena/campesino– no pueden ser vistos sólo como reacciones
a la problemática coyuntural, sino que la trascienden a través de sus objetivos,
reivindicaciones y planteamientos explícitos, así como con relación a sus sentidos y
orientaciones subyacentes. De esa manera, el proceso histórico que se ha abierto tiene
alcances y consecuencias que son aún muy difíciles de prever.
 
• Abril de 2000: el descubrimiento de la fuerza
Si vamos a morir, moriremos en la lucha, para eso hemos nacido los achacacheños.
Toda la provincia Omasuyos está en pie de guerra”3.
Es delito matar al blanco, al mestizo, pero matar al indio es como matar a un pájaro.
No hay justicia. Matar a una vicuña tiene cárcel, pero cuando matan a un indio
nadie entra a la cárcel4.
24 El 9 de abril de 2000, una ciudad, Cochabamba, y un pueblo rural paceño, Achacachi,
fueron los escenarios privilegiados del estallido de una revuelta popular y una rebelión
campesina que impactaron profundamente a la opinión publica nacional e
internacional.
25 En Cochabamba, la Coordinadora del Agua, una organización de reciente creación,
mostró gran capacidad para representar y articular a vastos sectores de la población de
ese departamento, que desde meses anteriores impugnaron la probable aprobación por
el Parlamento de una “Ley del Agua Potable y Saneamiento Básico”, que mercan-tilizara
en extremo el acceso a ese recurso, y la entrega de la empresa regional del agua a un
consorcio internacional, Aguas del Tunari, cuya primera medida fue elevar las tarifas
del agua.
26 Fabriles, “regantes”, campesinos de los alrededores, vastos sectores de clase media y el
pueblo en general, realizaron desde principios de abril numerosas movilizaciones
urbanas, a las que se sumaron los productores de coca del Chapare que decretaron un
bloqueo de caminos en la carretera que une a Cochabamba con Santa Cruz. Sin
embargo, no habían logrado cambiar el rumbo de la política estatal. El sábado 8 de abril,
la convocatoria a una nueva movilización se convirtió en una auténtica revuelta
popular de grandes proporciones. La “guerra del agua” había estallado. El gobierno
apeló sin contemplaciones a la represión. Los muertos y heridos -caídos por la acción de
francotiradores no impidieron que una multitud encabezada por jóvenes denominados
popularmente “los guerreros del agua” atacaran Aguas del Tunari y siguieran
317

movilizados a pesar de la medida de estado de sitio. Días después, el gobierno se veía


obligado a ceder y prometió la anulación de la Ley de Aguas y la empresa extranjera
aceptó rescindir su contrato.
27 Mientras los medios de comunicación concentraban toda su atención en esos
acontecimientos, otros, que muy pronto mostrarían que no podían pasar
desapercibidos, se desarrollaban el domingo 9 de abril en Achacachi (provincia
Omasuyos del departamento de La Paz).
28 En los días previos, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de
Bolivia (CSUTCB), a través de su dirigente Felipe Quispe, se adhirió al movimiento
iniciado en Cochabamba y decretó un bloqueo de caminos. Este no había tenido el
impacto que se esperaba en los primeros días, pero el apresamiento de su líder junto a
otros dirigentes laborales desató inmediatamente la protesta en el campo.
29 Para el 9 de abril, comunidades campesinas de las provincias de Omasuyos, Los Andes e
Ingavi, desarrollaban bloqueos esporádicos en la carretera que conduce de la ciudad de
La Paz al santuario de Copacabana situado a orillas del Lago Titicaca, mientras
campesinos de otras provincias bloqueaban la carretera que une La Paz con el
departamento de Oruro. A la demanda de anulación de la Ley de Aguas, el movimiento
campesino había incluido las de abrogación de la Ley del Instituto Nacional de Reforma
Agraria (INRA), atención para los afectados del fenómeno del Niño y la Niña, no
erradicación de los cultivos de coca en los Yungas de La Paz, no al incremento del
precio de los carburantes y otras menores.
30 Achacachi, pueblo conocido por la actitud revoltosa de sus habitantes, quienes en
numerosas ocasiones históricas demostraron su coraje y actitud levantisca se convirtió
en el centro de la movilización campesina, sumado a que el propio Quispe es originario
de la zona.
31 El 9 de abril, luego de concentraciones realizadas desde tempranas horas, los
campesinos se dispusieron a bloquear distintos puntos de la carretera al lago, pero, esta
vez, el Ejército avanzó disparando armas de fuego y cometiendo una serie de abusos.
Los campesinos, apoyados por sus mujeres y sus hijos, respondieron a las balas con
piedras lanzadas con sus tradicionales hondas desde los cerros circundantes. En los
enfrentamientos, cerca a la localidad de Achacachi, murió un joven campesino
proveniente de una comunidad cercana y un poblador adulto vecino de ese pueblo.
32 Recuperados los cadáveres de Ramiro Quispe Chambi (28 años) y de Hugo Aruquipa (17
años), la furia se apoderó de campesinos y vecinos de esa localidad quienes, en una de
sus primeras acciones, ingresaron al Hospital de Achacachi para extraer de allí al
capitán Omar Téllez, que había sido herido por los campesinos minutos antes, y lo
asesinaron en el patio de ese local. Luego marcharon al pueblo y, desde el atardecer,
una multitud enardecida atacó la subprefectura. ingresó en sus instalaciones, quemó
muebles, papeles, documentos y todo cuanto encontró a su paso, asaltó y quemó las
instalaciones de la policía local en las afueras del pueblo así como el vehículo de las
fuerzas del orden, liberó a los presos comunes y se hizo dueña del pueblo.
33 Policías y autoridades estatales buscaron rápidamente refugio; las tropas militares,
tanto del Regimiento Ayacucho acantonado desde la década de los setenta en la zona,
como las que habían llegado desde La Paz, retrocedieron y no intervinieron para
impedir todo lo que ocurría en el pueblo.
318

34 Desde los primeros despachos periodísticos y mientras se revelaban los entretelones de


lo ocurrido en Achacachi, los medios de comunicación calificaron unánimemente a las
acciones campesinas como producto del salvajismo, irracionalidad e ignorancia de
estos, y se propagaron versiones exageradas principalmente sobre la muerte del
capitán.
35 En los siguientes días el bloqueo campesino se amplió a otras provincias paceñas, así
como a los departamentos de Chuquisaca, Potosí, Oruro, Pando, Tarija y Benj, es decir,
prácticamente todo el territorio nacional, aunque en varios lugares los bloqueos sólo
fueron esporádicos. Al mismo tiempo, policías y militares –unos mil efectivos del Grupo
de Defensa Antiaérea (GADA), el Regimiento Toledo de Viacha y la Fuerza Naval de Chua,
que llegaron a Achacachi al amanecer del 10 de abril- aterrorizaban al pueblo y a las
comunidades adyacentes buscando a los culpables de la muerte del capitán Téllez, y
como los campesinos habían huido hacia los cerros, tomaron presos a numerosos
jóvenes a quienes golpearon y maltrataron en busca de información. Pero nada de eso
sirvió. El fiscal designado por la Policía Técnica Judicial ( TTJ) declaro a la prensa: “Existe
un compromiso del silencio, como es norma en todos los pueblos”.
36 Por otra parte, la opinión publica, la Asamblea Permanente de
37 Derechos Humanos de Bolivia (apdhb), la Defensoría del Pueblo, la Iglesia Católica e
incluso partidos políticos de la oposición presionaron al gobierno para que levantara el
estado de sitio -que duro 13 días–e iniciara negociaciones con todos los sectores en
conflicto. Este, acorralado por las revueltas de Cochabamba y La Paz y por un inusitado
amotinamiento de policías en la sede de gobierno el mismo 9 de abril, se vio obligado a
ceder y frenar la represión que ya había cobrado cinco muertos, 88 heridos, 22
detenidos y tres desaparecidos.
38 Liberados los dirigentes que habían sido confinados, Quispe salió al frente de las
acusaciones que habían circulado contra los campesinos y hábilmente explicó la actitud
de estos como una reacciónjusta, no sólo a los atropellos cometidos por las Fuerzas
Armadas y el gobierno, sino a la opresión y explotación que los indígenas aymaras
bolivianos sufren desde hace quinientos años.
39 El líder campesino, que no había estado presente en el momento crucial de los
acontecimientos, fue pronto reconocido como el artífice central y el ideólogo de la
rebelión campesina, la que dejó de verse paulatinamente como un estallido espontáneo
y casual.
40 En efecto, salió a luz el hecho de que el Mallku contaba con una importante
representatividad entre los aymaras paceños, la que había conseguido a través de un
largo trabajo con las bases indígenas-campesinas a las que interpeló con un discurso de
fuerte contenido de reivindicación étnica y organizó con métodos que recuperaban las
formas colectivas originarias de esta comunidad.
41 El Mallku, un hombre de 58 años, que en la década de los setenta fue un dirigente
menor y en la de los ochenta pasó cinco años en la cárcel acusado de alzamiento
armado al ser el cabecilla de un grupo de orientación armada llamado “Ejército
Guerrillero Túpac Katari” (EJTK), encontró en el movimiento campesino de abril la punta
de la madeja que continuaría desatando en los siguientes meses.
42 La experiencia de abril no sólo fue positivamente asimilada por Quispe, sino por los
dirigentes intermedios de las organizaciones campesinas y de manera muy amplia, por
las bases, como pudimos advertir cuando realizamos entrevistas de campo en el mes de
319

mayo del pasado año. En esos testimonios directos, tanto campesinos de base como
dirigentes intermedios, se refirieron con orgullo a las acciones realizadas el 9 de abril,
las que consideraban sólo el inicio de una larga lucha. Asimismo, entendían a su
movimiento básicamente como la respuesta de los aymaras a la explotación que ejercen
contra ellos los “k'aras” (blancos, criollos, sectores dominantes) y consideraban que
había llegado el momento de lograr su autodeterminación como nación indígena, por lo
que lucharían en el futuro.
43 En los hechos, Achacachi comenzó a aplicar algunas de esas reivindicaciones al impedir
desde entonces la presencia de autoridades estatales en el pueblo y en las comunidades
indígenas, al expulsar a la policía, y clausurar definitivamente a “tranca” ubicada en la
entrada al pueblo. Pronto irían más lejos.
44 Por otro lado en todos los puntos donde se había bloqueado, los campesinos hicieron
flamear la “wiphala”, es decir, la bandera del Tahuantinsuyo que comenzó a utilizarse
desde la década de los setenta, gritaron consignas contra el gobierno, enfrentaron a los
militares con palos, piedras e insultos y respondieron al grito de estos de “matar,
matar, matar”, con “jallallas” (vivas en aymara) a su líder mítico Túpac Katari, a la
nación aymara y a Mallku.
45 De manera organizada, las comunidades participaron en el bloqueo por turnos, en una
franca recuperación de la “mink’a” de origen prehispánico y se ejerció una fuerte
presión social contra aquellos que dudaban de dar su concurso al movimiento colectivo.
Además, todas las decisiones que se tomaron emergieron de asambleas, ampliados y
otras instancias participativas en las que se practicó la democracia directa, utilizada
tradicionalmente por los aymarás bolivianos y otros sectores populares sindicalizados.
46 Además, como nunca había ocurrido en el pasado, contaron con la solidaridad y
participación directa en los bloqueos, de vecinos de los pueblos, maestros rurales,
transportistas de las rutas interprovinciales, además de la tradicional presencia en
conflictos de mujeres y niños.
47 Antes que se iniciaran las negociaciones con el gobierno, los campesinos exigieron la
presencia del presidente de la República, Hugo Bánzer, en Achacachi. Al respecto, un
dirigente dijo a la prensa “También somos bolivianos los aymaras y campesinos en
general, por lo que consideramos ser merecedores de la palabra del presidente y de la
atención de su gobierno que debe ser igual para todos, no sólo para quienes viven en las
ciudades”5. Obviamente, este no acudió a la cita.
48 Finalmente, el 15 de abril, la CSUTCB y el gobierno firmaron un convenio de paz, con la
garantía de la Iglesia Católica, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de
Bolivia (APDHB) y la Defensoría del Pueblo. Los bloqueos fueron levantados y las fuerzas
militares abandonaron el campo.
49 En los siguientes meses, a la cabeza de Quispe, la CSUTCB desarrolló negociaciones con el
gobierno en torno a un pliego de peticiones del que hablaremos más adelante.
Paralelamente, el dirigente campesino visitó decenas de comunidades y numerosas
provincias, y secundado por los dirigentes indígenas de esas localidades, se comenzó a
preparar la eventualidad de un nuevo conflicto social, que estalló en septiembre del
mismo año.
50 El movimiento campesino del Altiplano había descubierto su fuerza. Ahora pensaba
cómo seguir utilizándola.
 
320

• Septiembre de 2000: el “segundo ensayo”


Esta vez ya no esperaremos desarmados como en abril. Vamos, a responder a los
ataques de lo militares con todo lo que tengamos a mano: piedras, palos, palas
rondas y chicotes6.
Los aymarás nunca nos hemos hecho vencer, desde que han venido las invasiones
de los españoles y no nos van a vencer porque dominamos la parte ideológica (...) y
somos orgullosos en decir eso: que somos aymarás7.
51 A la conclusión del conflicto de abril, Quispe anunció: “Volveré en septiembre”. La
elección de la fecha no fue casual, pues las labores de siembra en el campo se realizan
en agosto, pero la precisión con que se anunció el estallido de un nuevo conflicto
significaba muchas cosas más. Una de las más importantes, la desconfianza en que en
los siguientes meses el gobierno diera respuesta concreta a sus demandas. Por otro
lado, la emergencia de otros conflictos sociales en ese mismo mes lo favoreció.
52 En efecto, en septiembre de 2000 Bolivia se vio envuelta en un huracán social sin
precedentes, por lo menos desde hacía 20 años.
53 Los problemas sociales se iniciaron cuando el magisterio nacional impulsó la
realización de una marcha que recorrería más de 200 km desde la ciudad de Oruro hasta
la sede de gobierno, La Paz. A partir del 2 de septiembre, cientos de maestros
marchistas impulsaron la movilización con el objetivo principal de lograr un aumento
del 50% de sus salarios. Además, en rechazo del Reglamento de Unidades Educativas,
por la recuperación del Fondo Complementario del magisterio, la devolución de sus
aportes al Fondo Nacional de Vivienda (fonvis), la vigencia del fuero sindical y otros.
54 El gobierno respondió lacónicamente que no atendería el pedido por carecer de
recursos, pero el conflicto cobró más fuerza a partir del 13 de septiembre con la
declaratoria de huelga general indefinida en el magisterio urbano, el inicio de una
huelga de hambre por parte de los maestros rurales, el apoyo brindado por la COB al
movimiento y las masivas marchas y manifestaciones desarrolladas en distintas
ciudades del país.
55 El ministro de Educación, Tito Hoz de Vila, intentó quebrar la huelga convocando a
maestros jubilados y recién graduados para que ocupen los puestos de los maestros
huelguistas, pero fracasó. Días después, propuso una mejoría en los salarios que fue
aceptada por los dirigentes de los maestros rurales quienes firmaron un acuerdo con
este y aunque después las bases lo desconocieron, ya no se pudo dar marcha atrás. Los
maestros urbanos continuaron con su movimiento y buscaron articularse con los
bloqueos campesinos que ya se encontraban en pleno desarrollo en el Chapare y en
distintos puntos del país, especialmente en el altiplano paceño.
56 En cuanto a los campesinos productores de coca, el bloqueo dirigido por Evo Morales y
secundado por seis federaciones del trópico cochabambino se inició el 14 de
septiembre, con acciones relámpago, en la carretera que une Santa Cruz con
Cochabamba. Al día siguiente ya había veinte puntos de bloqueo, impidiendo el paso de
unas 1.000 flotas, camiones y otros vehículos que quedaron atrapados en una de las
carreteras más transitadas del país.
57 El conflicto cocalero, que se arrastra desde hace varios años a raíz de las políticas de
erradicación de coca excedentaria que de acuerdo a informaciones oficiales estaría
destinada a la producción de cocaína, se agudizó a partir de la aplicación del “Plan
Dignidad” en el actual gobierno. Este Plan, respaldado totalmente por los Estados
321

58 Unidos, la ONU y otros organismos internacionales, contempla la erradicación de toda la


coca excedentaria (coca cero) en el Chapare y los Yungas de La Paz, “el desarrollo
alternativo, la interdicción y la prevención”. Con un presupuesto de 952 millones de
dólares, entre 1988 y el año 2000, se lograron erradicar unas 38.000 hectáreas de coca
ilegal, quedando aproximadamente 4.500 hectáreas en el Chapare y 2.000 en los Yungas
de “coca ilegal”.
59 Aunque en 1998 las organizaciones campesinas aceptaron la erradicación de coca en el
Chapare, pronto estallaron conflictos en la zona y entre ese año y el 2000 se produjeron
constantes enfrentamientos entre fuerzas combinadas del Ejército y la Policía y los
campesinos, que cobraron la vida de 11 cocaleros y 6 policías.
60 Estos surgieron a raíz de que los campesinos cocaleros cuestionaron las características
represivas de las tareas de erradicación y el incumplimiento o deficiencia de las
políticas de compensación acordadas con el gobierno. En cuanto a lo primero,
denunciaron constantes violaciones a los Derechos Humanos, detenciones
injustificadas, maltratos e incluso torturas a cocaleros de base, violaciones a mujeres,
allanamientos de viviendas y otros. En cuanto a lo segundo, señalaron que la pobreza se
había incrementado, que no existían mercados para los productos alternativos que se
introdujeron en la zona —cítricos, bananos, piña, tembe, palmito–, que la ganadería
bovina, porcina y ovina que se impulsó tuvo alcances muy limitados y que, en
definitiva, la sustitución de la coca no estaba beneficiando a los campesinos de la
región. Además, denunciaron la exagerada intervención de los Estados Unidos en la
definición de las políticas nacionales en el tema del narcotráfico.
61 En septiembre de 2000, al conocer que la CSUTCB estaba dispuesta a impulsar un bloqueo
de caminos a nivel nacional, los cocaleros aprovecharon la coyuntura para luchar por
sus reivindicaciones particulares. Uno de los puntos principales que motivó su
movilización fue el anuncio gubernamental de que se iban a construir tres nuevos
cuarteles militares en la zona -con un financiamiento de aproximadamente 8 millones
de dólares americanos provenientes del gobierno norteamericano y de la ONU–, que fue
rechazado. Por otro lado, demandaron la industrialización de los productos
alternativos, la apertura de mercados, construcción y mejoramiento de caminos
vecinales, la creación de una universidad agrónoma y otros.
62 Cuando el conflicto alcanzo su punto más alto, Evo Morales recibió el pleno apoyo de
sus bases, a las que consultó en asambleas, cabildos y ampliados, en su pedido de cese
total de la erradicación de coca en la región y de “un cato de coca por familia
campesina”, que implicaba que el gobierno aceptara que se siga produciendo coca en el
Chapare, aunque los campesinos insistieron en que esta no sería desviada al
narcotráfico.
63 Cuando se inició el conflicto, el movimiento cocalero acudió masivamente al llamado de
sus dirigentes y desarrolló un contundente y radical bloqueo de caminos, que demostró
una vez más que este es uno de los sectores mejor organizados y más combativos del
país. Al respecto, hay que recordar que además de estar compuesto por quechuas de la
zona, migrantes temporales y permanentes provenientes de todo Bolivia, cuentan en
sus filas con cientos de ex mineros, quienes han transmitido a sus compañeros su larga
tradición de lucha y experiencia sindical. Por otro lado, su máximo dirigente, Evo
Morales -de origen aymara- dirige desde hace años a las seis federaciones de la zona y
cuenta con gran apoyo de sus bases, lo que se demostró cuando su organización política
participó en las elecciones municipales de 1995 y nacional-municipales de 1997,
322

obteniendo el triunfo en diez alcaldías. Además cuenta con 49 concejales, siete


consejeros departamentales y 4 diputados, entre ellos, el propio Morales.
64 En cuanto al altiplano, el bloqueo de caminos estalló el 18 de septiembre, a raíz de la
ruptura del diálogo entre la CSUTCB y el gobierno, que se produjo el 13 de septiembre
ante el argumento de la organización campesina de que el gobierno no había cumplido
con los puntos acordados en abril. Sin embargo, posiblemente pesó más en la dirigencia
campesina el hecho de que el gobierno de Bánzer estaba atravesando por un momento
de gran debilidad.
65 Desde el primer día de bloqueos, la participación de las comunidades indígenas del
altiplano fue masiva. En ampliados provinciales y asambleas locales se determinó la
concurrencia a los puntos de bloqueo por turnos, se organizaron las distintas tareas, se
acumularon alimentos y se debatieron las tácticas y los objetivos del mismo. En todo
ello, Quispe jugó un rol fundamental, quien además, volvió a contar con el respaldo de
maestros rurales de base, vecinos de los pueblos, gremialistas, pescadores y balseros del
lago Titicaca, transportistas y otros.
66 Las provincias que salieron primero fueron Omasuyos, Camacho, Ingavi y Los Andes;
luego se adhirieron Manco Kápac, Pacajes, Aroma, Inquisivi y Loayza y, un poco más
tarde, Río Abajo y los Yungas, completándose la participación de casi todas las
provincias paceñas y la presencia de más de 50.000 campesinos en los bloqueos.
Achacachi emergió una vez más como la “vanguardia” del movimiento al concentrarse
allí la toma de las principales decisiones, la dirigencia más esclarecida o como ellos
mismos denominan “el Estado Mayor”, y las posiciones más radicalizadas.
67 A pocos días de iniciado el bloqueo las carreteras que conducen al Lago Titicaca, al
centro ceremonial de Tiwanacu, al Desaguadero, al norte de Chile, a Oruro, estaban
“alfombradas de piedras”, entre las que se encontraban incluso enormes rocas. Por otro
lado, se habían levantado barricadas compuestas por troncos, palos, maderas y todo
tipo de materiales. Ningún vehículo se atrevía a asomar por allí. Los campesinos eran
dueños de sus territorios mientras en los bordes del camino y en los cerros se
preparaban para resistir la intervención militar.
68 Para mediados de septiembre, la crisis social se había agudizado. Además de los
bloqueos en el Chapare, el altiplano y otros puntos del país dirigidos por la CSUTCB, se
desarrolla un bloqueo en la localidad de Bulo Bulo (Santa Cruz) como consecuencia de
un conflicto de límites con Cochabamba; choferes del transporte pesado cercaban a la
ciudad de Sucre cerrando todas las vías de acceso con sus enormes camiones; 5.000
médicos de la Caja Nacional de Salud realizaban un paro indefinido; continuaba el
conflicto con los maestros urbanos; muchos sectores se declararon en emergencia y casi
todos los días había manifestaciones de fabriles, gremiales y otros sectores afiliados a la
COB en las principales ciudades del país. Estas, por lo demás, comenzaban a sufrir la
escasez de alimentos provenientes del campo y de carne, así como el aumento de
precios de buena parte de los productos de primera necesidad.
69 Frente a esa situación el gobierno decidió utilizar a las Fuerzas Armadas para despejar
los caminos y a la Policía para dispersar manifestaciones, aunque se abstuvo de declarar
un estado de sitio, dada la mala experiencia de abril. Después de dos semanas de
conflicto movilizó a los lugares de bloqueo una fuerza militar de seis mil hombres y
algo más de dos mil policías.
323

70 Pero tanto en el Chapare como en el Altiplano los soldados y policías se encontraron


con una misión imposible. Por un lado, porque cuando lograban “limpiar” un tramo –ya
que los campesinos evitaban el enfrentamiento– en cuanto se retiraban, estos volvían a
poner piedras y otros objetos. Como los puntos de bloqueo eran muy numerosos, de
acuerdo al “plan pulga” auspiciado por el Mallku, el bloqueo no podía ser controlado.
Por el otro, porque en los lugares de concentraciones masivas de campesinos, estos
hostigaban a las fuerzas del orden lanzándoles desde los cerros una lluvia de piedras
para luego huir sin poder ser alcanzados.
71 Sin embargo, en algunos de esos enfrentamientos se produjeron bajas : siete muertos en
el Chapare, cuatro en el altiplano paceño y cuatro en el valle alto de Cochabamba, así
como decenas de heridos. Como en abril, esta situación provocó una condena
generalizada y la intervención de Derechos Humanos, la Iglesia y la Defensoría del
Pueblo, que se ofrecieron como facilitadores del inicio de un diálogo.
72 Este se acordó a fines de septiembre y tras algunos días de consultas se convocó a las
partes enfrentadas a las oficinas de CARITAS, una institución de la Iglesia Católica. El 1°
de octubre, horas antes de que el diálogo se iniciara, las fuerzas militares habían
ingresado a la localidad de Huarina en gran alarde de fuerza e incluso utilizando un
avión militar que disparó contra los pobladores, provocando la muerte de 3 lugareños.
Felipe Quispe, llegó a CARITAS y en medio de lágrimas encaró a los ministros allí
presentes por la muerte de sus hermanos, los llamó asesinos y dijo que no negociaría
con quienes se habían manchado con la sangre campesina. Nunca antes un dirigente
campesino se había atrevido a utilizar un lenguaje tan agresivo frente a representantes
gubernamentales y a hacerlo ante la prensa, que había acudido masivamente a la cita.
73 Un día después aceptó negociar pero puso como condición que el diálogo se realizara en
Achacachi. Tras algunos días de tires y aflojes terminó aceptando dialogar en la sede de
gobierno, concluyendo este encuentro con la firma de un convenio en el que el
ejecutivo se comprometió a dar respuestas favorables a cincuenta pedidos planteados
por la CSUTCB y que tuvo lugar el 8 de octubre.
74 De esa manera, el movimiento campesino del altiplano salió fortalecido. Miles de
campesinos esperaron a su líder en Achacachi donde lo alzaron en hombros y vivaron.
El “segundo ensayo”, como el
75 Mallku denominó al movimiento de septiembre, había sido exitoso. Pero tanto Quispe
como las propias bases campesinas sabían que las cosas no acababan allí.
76 En efecto, si en abril quedó claro que el movimiento campesino había dejado atrás un
largo período de reflujo, en septiembre, ya no cabía duda que detrás de la rebelión
campesina no sólo había motivos coyunturales sino objetivos y reivindicaciones de
mucho mayor alcance, y entre estas la reivindicación étnica aparecía como central.
77 Pero también reveló que, como en el pasado, el movimiento campesino estaba dividido.
Cuando Quispe firmó el acuerdo con el gobierno no incluyó la problemática de la coca
del Chapare, acusando a Morales de haber llevado su movimiento al margen de la
CSUTCB. Este se quedó solo y aunque sus bases resistieron la represión unos días más,
terminó levantando los bloqueos habiendo conseguido únicamente la promesa del
gobierno de no construir más cuarteles en la zona y promesas menores. Pero la
erradicación continuaría y el cato de coca por familia fue rechazado.
78 Por otro lado, aunque Quispe se convirtió en un personaje cotidiano de los medios de
comunicación, parte de la población de las ciudades se volcó contra su movimiento al
324

sentirse afectada por los bloqueos, amén de la total oposición de los empresarios que
decían haber perdido millones de dólares como consecuencia de los mismos. Al
respecto, la Unidad de Análisis de Política Económica (udape) calculó las pérdidas
globales provocadas por los bloqueos en 100 millones de dólares, de los cuales 73
millones corresponderían al sector productivo y 26 millones a otros rubros;
empresarios cochabambinos arrojaron a la puerta de la sede de la Federación
Departamental de Campesinos miles de polluelos muertos que no pudieron ser
transportados a sus lugares de comercialización, el sector hotelero y turístico se
declaró en quiebra y el gobierno afirmó que la reparación de carreteras costaría más de
cinco millones de dólares.
79 Más allá de esos argumentos en contra del movimiento campesino, el Mallku fue
acusado de racista, de querer el desmembramiento de Bolivia, de enfrentar a indios
contra kara’s, de violento y agresivo. Pero, lo que olvidaban esas críticas es que Felipe
Quispe no estuvo solo. Miles de campesinos secundaron su movimiento; al respecto,
Quispe declaró:
Somos toda una nación. La opinión pública urbana dice que el Mallku está solo. No,
estoy con mis hermanos: ¿acaso los miles de aymaras no cuentan?, ¿acaso siguen
pensando que son indios y nada más? (...). No es el Mallku el que bloquea, sino todo
un movimiento consciente de sus deberes de hombres libres y rebeldes; estoy ha-
blando de la nación aymara8.
80 ¿Hasta dónde es posible desmentir esa realidad? Hasta el momento, los hechos han sido
contundentes.
 
La instrumentalización de la negociación
No voy a dialogar, voy a retirarme de este recinto (oficinas de CARITAS), pero si
ustedes quieren dialogar, dialoguemos en Achacachi, si son hombres vayan allá, les
vamos a dar todas las garantías porque no puedo negociar la sangre derramada por
mis hermanos9.
Con diálogo o sin diálogo, nuestra meta final es la toma del poder por el pueblo
aymara10.
81 Los levantamientos campesinos de abril y septiembre conducidos por la CSUTCB y
estallados, como se ha visto, en el contexto de una crisis social generalizada,
merecieron más que otros la atención del gobierno. Este se vio obligado a cambiar la
represión por la mesa de diálogo en las dos oportunidades y a aceptar la mayoría de las
reivindicaciones campesinas al advenir que no hacerlo podría significar incluso el
derrocamiento del gobierno.
82 En cuanto a esto último, aunque en abril ya se levantaron algunas voces pidiendo la
renuncia de Bánzer, en septiembre, el pedido fue repetido de manera permanente por
los campesinos alzados en Cochabamba y La Paz, principalmente. Mas allá de los
discursos, las dimensiones que cobraron las movilizaciones sociales y el levantamiento
campesino generaron temor en varios sectores de la población del estallido de una
insurrección popular de vastos alcances e incluso se habló de la posibilidad de un
“segundo 52”.
83 Al negociar con la CSUTCB por separado, el gobierno intentó frenar esa amenaza latente,
y al mismo tiempo, impedir la articulación de los distintos movimientos bajo una sola
dirección, cosa que no ocurrió pues los campesinos particularizaron su movimiento y la
COB, que en décadas anteriores fue la cabeza unitaria de los sectores obreros y
325

populares, demostró gran debilidad y una actuación marginal en los acontecimientos


sociales de 2000.
84 En el primer caso, las negociaciones se iniciaron inmediatamente después que el 15 de
abril, la CSUTCB firmara con el gobierno un acuerdo en el que los principales puntos
aprobados fueron los siguientes:
• El Poder Ejecutivo se compromete a anular el proyecto de Ley de Agua Potable y de
Saneamiento Básico y a elaborar una nueva legislación con la participación de la CSUTCB.
• El gobierno se compromete a aprobar un decreto supremo para reglamentar la Ley INRA.
• El gobierno reconocerá a favor de las familias de las víctimas de los conflictos sociales una
indemnización económica (15.000 Bs. para los fallecidos).
• Se acuerda la formación de comisiones para resolver varios problemas agrarios, entre ellos,
atención a las zonas que sufrieron desastres naturales.
• Se establece, por parte de los campesinos, un plazo de 90 días para el cumplimiento del
convenio, o volverán los bloqueos.
85 Este primer acuerdo, aunque respondía al problema central que habían provocado las
movilizaciones, el del agua, no incluía buena parte de las reivindicaciones que en el
transcurso del conflicto habían emergido desde las bases y que, en la mayoría de los
casos, se referían a problemas estructurales de las condiciones de vida del campesinado
indígena y a reivindicaciones de autodeterminación étnica que florecieron con gran
ímpetu.
86 A pesar de ello, Quispe mostró el acuerdo ante sus bases y la opinión pública como un
triunfo, aunque también se encargó de recalcar que lo logrado sólo era el inicio de
cambios de mucho mayor alcance por los que se lucharía en el futuro inmediato.
Justamente, en la preparación del movimiento de septiembre su discurso frente a las
comunidades campesinas se centró en la necesidad de luchar por demandas más
radicales y de carácter estructural.
87 En ese camino, la CSUTCB elaboró un pliego de peticiones de cincuenta puntos que fue el
que el gobierno aceptó en su totalidad, al momento de firmar el convenio que, el 8 de
octubre de 2000, puso fin a los nuevos bloqueos. Los aspectos fundamentales planteados
en ese pliego fueron:
• Anulación de la Ley de Aguas mediante un Decreto Supremo que la ley que se discuta
reconozca el derecho propietario que tienen las comunidades originarias sobre los ojos de
agua que existen en su territorio.
• Revisión de 13 artículos de la Ley INRA y modificación consensuada con los campesinos del
decreto reglamentario de la misma.
• Retiro de la Ley de Uso del Suelo y Biodiversidad para que sea consensuada con los
campesinos.
• El gobierno debe poner a consideración de los campesinos, la Política Nacional de Desarrollo
Rural y Agropecuario y debe estar dispuesto a recibir propuestas de la CSUTCB.
• Atención médica y entrega de un bono vitalicio a los campesinos heridos en Escoma durante
los enfrentamientos de abril pasado.
• Habilitación y mejoramiento de carreteras troncales y ramales para una mejor
comercialización de productos agropecuarios.
• Rechazo a las tareas de erradicación de cultivos de coca en los Yungas de La Paz.
• Atención a los problemas económicos y productivos de los pequeños agricultores causados
por los desastres naturales provocados por los fenómenos de El Niño y La Niña.
326

88 Pero tanto en abril como en septiembre-octubre, ni la dirigencia campesina ni las bases


estaban dispuestas a contentarse con papeles firmados. La desconfianza de que los
decretos, resoluciones y acuerdos no sean cumplidos, como había ocurrido en muchas
ocasiones y no sólo en relación a los resultados de diálogos entre representantes
estatales y campesinos, sino entre estos y distintos sectores sociales, salió a luz. Quispe
canalizó el descrédito de la clase política para presionar una y otra vez por la
concreción de los acuerdos, teniendo “bajo el poncho” siempre la carta de nuevas
movilizaciones. Así, cuando rompió el diálogo con el gobierno en septiembre y convocó
a la realización de nuevos bloqueos, utilizó como argumento el hecho de que el
Proyecto de Ley de Aguas aún no había sido retirado del Poder Legislativo, situación
que el Ejecutivo negó.
89 Levantados los bloqueos en octubre de 2000, las negociaciones entre el gobierno y la
CSUTCB duraron varios meses, durante los cuales Quispe nunca dejó de amenazar con
nuevas movilizaciones, mientras los miembros del Ejecutivo firmaban apurados un
decreto tras otro. En abril de 2001, el Mallku llevó ese juego de poder al extremo y
argumentando que el avance de los acuerdos era muy lento anunció cotidianamente en
los medios de comunicación la realización de un nuevo bloqueo, al que incluso le puso
fecha: este estallaría el primero de mayo.
90 Otros sectores sociales, principalmente los cocaleros, encontraron en el anuncio de
Quispe, al que le creyeron, la posibilidad de volver a convulsionar el país en pos de la
obtención de sus demandas postergadas. La Coordinadora del Agua de Cochabamba, las
seis Federaciones del Trópico cochabambino, maestros, sectores obreros y otros,
comenzaron a prepararse para el estallido de mayo. La COB, en un intento por
convertirse esta vez en la articuladora central de este se reunió con todos los sectores y
decidió organizar una masiva marcha hacia la sede de gobierno, ciudad a la que los
marchistas debían arribar el primero de mayo.
91 Para ese momento, el movimiento campesino padecía de una división en sus filas que
estaba en su punto más alto. Ya en febrero de 2000, un “congreso de unidad” había
fracasado, luego de que fuerzas favorables a Evo Morales se enfrentaron violentamente
—con el saldo de un campesino muerto– con los simpatizantes de Quispe, que prefirió
no asistir al mismo, al igual que Morales. A la cabeza del dirigente campesino Humberto
Choque el Congreso concluyó con la organización de una CSUTCB paralela a la dirigida
por el Mallku. En los últimos días de abril, varios intentos por lograr reunificar a las
fuerzas de Evo Morales y Felipe Quispe no tuvieron éxito, lo que pesó en el desarrollo
posterior de los acontecimientos.
92 A pesar de ello, los cocaleros del Chapare impulsaron dos marchas desde Cochabamba a
la ciudad de La Paz, antes del primero de mayo, las que, aunque contaron con el apoyo
de la recientemente creada “Coordinadora de Bases” -sobre la base de la Coordinadora
del agua dirigida por Óscar Olivera- y sectores campesinos afiliados a la CSUTCB de
Choque, terminaron en fracaso. La primera, porque el grupo de marchistas no pudo
neutralizar la represión combinada del
93 Ejército y la policía que impidieron que pudiera continuar; la segunda, porque aunque
con gran esfuerzo y valentía logro arribar a La Paz, no contó con el apoyo esperado y la
represión los obligó a replegarse.
94 Por su parte, tras la realización de un nuevo congreso campesino de unidad en los
últimos días de abril, que en realidad fue un congreso al que asistieron solo las
327

federaciones campesinas favorables a Quispe, este afirmó una vez más que los bloqueos
se iniciarían el primero de mayo y que esta vez duraría 90 días. Pero, 24 horas antes de
que este se concretara, un ampliado grupo campesino controlado por el líder aymara
decidió suspender la medida.
95 Al levantar el bloqueo, Quispe privó a la Central Obrera Boliviana (сов) de su principal
fuerza, y aunque la marcha laboral preparada por esta logró aglutinar a miles de
trabajadores y arribar a la ciudad de La Paz el 10 de mayo, tras varios días de eludir la
represión, no tuvo la fuerza suficiente como para provocar el movimiento de masas
previsto. Lo único que logró fue que el gobierno iniciara el diálogo con la сов para
discutir las demandas planteadas en su pliego de peticiones.
96 Desinflado el anunciado estallido social, la actitud del Mallku fue fuertemente criticada
por diversos sectores populares, que mostraron asombro, desconcierto y también
desilusión y se empezó a generalizar la opinión de que Quispe había sido comprado por
un partido de la coalición del gobierno, que su actitud se debió a la rivalidad con el líder
cocalero Evo Morales, que sus comportamientos erráticos respondían a una
personalidad autoritaria y otras apreciaciones similares.
97 Esas percepciones aumentaron cuando dos semanas después Quispe recibió del
gobierno una sede social para la CSUTCB avaluada en 200.000 dólares, mientras los
portavoces del gobierno se comprometían en público, una y otra vez, a cumplir con los
puntos que aún quedaban pendientes.
98 Pero el líder campesino no tomó en cuenta esas acusaciones y, contrario a lo que podía
esperarse, comenzó a preparar en silencio un nuevo bloqueo de caminos, que estalló en
junio de 2001. Frente al envío de tropas militares a los Yungas del departamento de La
Paz, con el objetivo de erradicar coca excedentaria, se encontró con una tenaz
resistencia campesina del lugar, Quispe volvió al camino de la rebelión, argumentando
que el gobierno había violado uno de los puntos del acuerdo de octubre.
99 En el desarrollo de los bloqueos iniciados el 21 de junio, año nuevo para tos aymaras-
puso en práctica su “Plan Pulga” consistente en acciones de baja intensidad, es decir, la
no realización de bloqueos masivos sino concentrados en algunos puntos y
principalmente durante horas de la noche. En las tres primeras semanas de bloqueo
este parecía ir al fracaso pues se había concentrado en pocas provincias del altiplano
(las localidades de Achacachi y Huarina, principalmente). Mientras la mayoría de las
Federaciones Campesinas del país se habían negado a acudir al llamado del Secretario
Ejecutivo de la CSUTCB, los cocaleros de los Yungas habían logrado doblar el brazo al
gobierno y los del Chapare no veían motivos para volver a los caminos.
100 El propio gobierno dio poca importancia a los hechos, aunque los reclamos de los
operadores turísticos -pues justamente la zona bloqueada es la que conduce al lago
Titicaca– y de otros sectores de la sociedad, lo llevaron a dos caminos: intentar
tímidamente iniciar negociaciones, que fracasaron de inmediato y mandar tropas al
campo, que pese a los intentos por desbloquear no lo lograron pues el plan pulga
funcionó perfectamente.
101 Como el bloqueo continuaba causando perjuicios, el gobierno decidió dar un ultimátum
a los aymarás paceños, sintiéndose en una posición de fuerza. Este se cumplió a las dos
de la tarde del viernes 13 dejunio. Ante el asombro de todos, bastó un llamado de
Quispe y sus dirigentes intermedios para que aproximadamente 20 a 30 mil campesinos
decidieran salir a los caminos a resistir al Ejército, en forma compacta e inmediata.
328

Frente a la decisión mostrada por estos, los militares se vieron obligados a retroceder,
aunque en el camino de regreso cometieron atropellos con pequeños grupos de
campesinos y decenas de ellos fueron arrestados.
102 A los pocos días, una nueva jugada maestra fortaleció a Quispe al lograr firmar un pacto
de apoyo con el dirigente cocalero Evo Morales, con el dirigente cocalero de los Yungas,
Dionisio Nuñez, y con un dirigente fabril que en abril de 2000 dirigió la “guerra del
agua”, Óscar Olivera. Al mismo tiempo, la carretera a Oruro comenzaba a ser bloqueada
y varios sectores campesinos y populares amenazaron con plegarse al movimiento.
103 El gobierno tuvo que ceder y firmar un nuevo convenio con Quispe en el que se
comprometió a retirar inmediatamente las tropas del altiplano y comenzar a discutir
las demandas planteadas por el sector campesino. Ya no se trataba sólo de los cincuenta
puntos de septiembre del pasado año, ahora se incluía lo que varios ministros y medios
de comunicación señalaron como demandas irrealizables, ya que, entre otros, se exigía
la abrogación del D.S. 21060 que instauró en 1985 el neoliberalismo, la Ley 1008, que es
la que combate al narcotráfico en Bolivia y la Ley INRA, instituida hace algunos años
para reglamentar la tenencia de la tierra y otros.
104 Pero más importante que eso fue que en el movimiento de junio/ julio, las
reivindicaciones tendientes a la autodeterminación étnica salieron a luz con más fuerza
que antes. En muchas localidades se expulsaron a las autoridades estatales -la mayoría
de las cuales aún no han podido volver a ocupar sus puestos-, se cerraron y atacaron los
puestos policiales, se declararon territorios libres, se desconoció la jefatura nacional de
Hugo Bánzer y el discurso predominante en los lugares de concentración aludió a la
explotación y opresión que viven los aymaras en el seno de Bolivia. Un mes después de
concluido el conflicto, los festejos por el día de la patria -6 de agosto, que conmemora el
nacimiento de Bolivia en 1825, fueron suspendidos en todo el altiplano.
105 Quispe, al que muchos creyeron debilitado salió fortalecido del movimiento y habiendo
logrado la reunificación de hecho del movimiento campesino, aunque la alianza con
Morales es todavía muy frágil y otros dirigentes –como su segundo hombre, Alejo Váiz,
han comenzado a atacarlo.
106 En todo caso, la importante dimensión de las concesiones que obtuvo del gobierno en
un acuerdo firmado el 23 de agosto de 2001 en la localidad de Pucarani -una de las que
mas secundó al movimiento del Mallku-, lo ponen como un líder que ha sido capaz de
obtener resultados con sus acciones.
107 Entre los puntos comprometidos por el gobierno, en esta oportunidad, están:
• Más de 70 millones de dólares a ser invertidos en desarrollo agrario, en microcrédito y en la
compra de 1.000 tractores.
• Reparación de todas las carreteras interprovinciales de La Paz.
• Dotación de 3.8 millones de hectáreas, tierras saneadas para programas de asentamientos
humanos, con asistencia técnica del gobierno.
• Implementación del “Seguro Básico de Salud Indígena y Originaria”.
• Indemnización con un monto de 50.000 Bs. por cada indígena originario fallecido en los
conflictos, además de cubrir los gastos hospitalarios, medicamentos y/o de entierro.
• Suspensión inmediata de las investigaciones iniciadas por el tribunal militar, contra 33
dirigentes de Omasuyos.
• Vigencia plena del fuero sindical.
• La presentación por parte de la CSUTCB de una propuesta de “Ley de Tierra y Territorio”.
329

• El gobierno suspenderá el tratamiento del “Proyecto de Ley de Biodiversidad”, hasta que la


CSUTCB presente una propuesta.

• En lo referente al tema minero, hidrocarburos y de medio ambiente, la CSUTCB presentará


una propuesta consensuada a nivel nacional, emergente de su congreso “Tierra y territorio”.
• La presentación por parte de la CSUTCB y el sector cocalero de una propuesta de ley
sustitutiva a la Ley 1008, para su tratamiento ante el Congreso nacional.
• El gobierno se compromete a no ingresar a la región de los Yungas del departamento de La
Paz para erradicar cocales de forma forzosa.
• El estudio de una comisión del Proyecto de Ley para la creación de la Universidad Indígena y
Originaria.
• El gobierno fortalecerá y garantizará la labor del Consejo Educativo Aymara.
• Los Asesores Pedagógicos (enviados por la Reforma Educativa) serán retirados del área rural
de las veinte provincias del departamento de La Paz.
• Propuesta de Ley para declarar feriado nacional el día 21 de junio, por ser Inti Raymi (Año
Nuevo Indígena originario).
• El gobierno legalizará la práctica de la espiritualidad de los pueblos indígenas originarios.
• El apoyo del gobierno a la CSUTCB en la creación e implementación de una instancia
económica y financiera denominada Mit’a, que será el brazo económico de la organización
sindical.
108 A pesar de lo obtenido, Quispe ha dicho que los aymaras aún están en pie de lucha y
sobre la cabeza del gobierno pesa un nuevo plazo: 90 días para el cumplimiento del
acuerdo, u otro movimiento estallará.
109 Los hechos descritos más arriba, nos muestran que es muy probable que el movimiento
campesino dirigido por Felipe Quispe instrumentalizó una y otra vez el diálogo y las
negociaciones con el gobierno para ir ganando tiempo, en función de su objetivo
principal : desatar la rebelión. Lo cierto es que seguramente sin los movimientos de
abril, septiembre/ octubre de 2000 y junio/julio de 2001 el movimiento campesino
nunca habría logrado la atención del gobierno, ni la diligencia con que ahora firma
decretos favorables a ese sector.
110 En todo caso, rebelión y negociación, diálogo y confrontación son apenas los
instrumentos visibles de un movimiento social que aún no ha sido totalmente develado
en sus razones profundas y menos todavía en su proyección futura.
 
Apuntes finales
111 Tal vez apenas sea una coincidencia, pero las tres rebeliones más importantes del
mundo aymara en el territorio de la actual Bolivia se desarrollaron a fines de siglo; el
legendario Túpac Katari se levantó en 1781-1782. Zarate Willka, “el temible”, dirigió la
más importante rebelión indígena del siglo XIX en 1898-1899 y ningún levantamiento
campesino aymara del siglo XX tuvo los alcances del ocurrido en los años 2000-2001.
112 Más importante que las fechas en que las principales rebeliones del mundo aymara
estallaron, está la posibilidad abierta de encontrar coincidencias sobre los motivos
explícitos y subyacentes que las desataron. Esta tarea sólo puede ser encarada si se
reconoce que en la lógica de los comportamientos sociales aymaras, en su manera de
relacionarse con el Estado, en sus formas organizativas internas y, sobre todo, en su
330

identidad étnica, hay experiencias, memoria, acumulaciones, percepciones,


perspectivas culturales que se inscriben en la “larga duración”.
113 En el presente artículo no pretendemos ni siquiera bosquejar ese análisis, pero no
podíamos dejar de advenir que creemos en que esa perspectiva metodológica de
carácter histórico, contribuirá en mucho a superar los análisis excesivamente
coyunturalistas que han circulado profusamente en los medios de comunicación y en
las apreciaciones de buena parte de los intelectuales sobre los levantamientos aymaras
actuales.
114 Para tal análisis no sólo será necesario escudriñar sobre los motivos económicos y
sociales que desataron la rebelión aymara en distintos momentos históricos, que, al
parecer, no son tan diferentes de una época a otra, sino, y como un aspecto central, el
carácter de reivindicación étnico-cultural de esos movimientos que estuvo presente en
los tres casos y, a pesar de los múltiples intentos por incorporar a los indígenas a la
nación boliviana, principalmente después de 1952.
115 El juego entre negociación y rebelión tampoco es algo nuevo. Ya Tristan Platt se refirió
a él en sus análisis sobre “pactos” y ruptura de estos en el relacionamiento de los
aymarás con el Estado –colonial y republicano— o, en otras palabras, frente al
colonialismo y al colonialismo interno. La identificación del adversario como kar’a, por
otro lado, no escapó a los análisis de Silvia Rivera en su clásico libro Oprimidos pero no
vencidos, que justamente ensayó un análisis de larga duración.
116 Más que eso, el Mallku, así, ha utilizado permanentemente símbolos que sus
predecesores, Katari y Zárate utilizaron a su tiempo y buena parte de sus
comportamientos sólo pueden ser comprendidos a la luz de la lógica aymara.
117 En definitiva, la rebelión de 2000-2001, aun cuando esté cubierta por ropajes
coyunturales, y aunque no se puede desconocer para su mejor comprensión el peso de
las transformaciones y las rupturas vividas históricamente por el mundo aymara, tiene
sentidos, objetivos, reivindicaciones y orientaciones que trascienden la temporalidad
presente. Ese es el gran desafío para una investigación futura.

NOTAS
1. Entrevista a dirigente campesino de Achacachi. octubre de 2000.
2. Entrevista a Felipe Quispe, Semanario El Juguete Rabioso, 15 al 28 de julio de 2001
3. Arenga de un dirigente campesino recogida por el periódico La Razón, 10 de abril de 2000.
4. Declaración a La Razón de Felipe Quispe, 18 de abril de 2000.
5. La Razón, 11 de abril de 2000.
6. Dirigente campesino de Achacachi, septiembre de 2000.
7. Campesino de base. Achacachi, octubre de 2000.
8. El Juguete Rabioso, 15 al 28 de julio de 2001.
9. Felipe Quispe, en reunión con representantes del gobierno y facilitadores del diálogo, La Razón,
2 de octubre de 2000.
10. Entrevista realizada a dirigente campesino de Achacachi en agosto de 2001.
331

NOTAS FINALES
1. Profesora Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia.
332

Formas de justicia paraestatal


333

Los linchamientos en las


comunidades indígenas (Ecuador)
¿La política perversa de una modernidad marginal?

Andrés Guerrero

NOTA DEL AUTOR


Note portant de l’auteur1
 
Introducción
1 Antes de comenzar conviene precisar el alcance del presente ensayo: es una
aproximación incipiente, previa a una posterior investigación de campo. Fue el
resultado que arrojó la primera sistematización de la información disponible en la
prensa sobre el tema. Al momento de su redacción, el objetivo de este ensayo apuntaba
a sugerir un haz de vectores para diseñar la investigación futura. He preferido dejarlo
casi tal cual con el fin de que trasmita a los lectores aquel impulso primigenio y sin
duda ingenuo. De todas maneras, he debido agregar precisiones en algunas páginas,
sobre todo en las secciones donde se describen los sucesos tal como los relatan los
cotidianos. Dichos datos nuevos provienen de la información inédita producida por el
trabajo de campo. Incorporarlos me pareció una tarea imprescindible para rectificar
algunas distorsiones o vacíos obnubilantes en las narraciones que ofrecen los
periodistas. La información nueva (posterior a la redacción de este ensayo) fue recogida
durante tres meses del año 1999 en Cachi (Provincia de Cotopaxi) y seis meses del
mismo año en el cantón Quisapincha (Provincia de Tungurahua). Sin embargo, el
volumen mayor de datos que los trabajos de campo arrojaron está todavía en una fase
de procesamiento y selección. Por consiguiente, el lector deberá tener en cuenta que en
estas páginas se le ofrece apenas un adelanto rugoso sobre el tema y no una
investigación perfilada1.
334

2 Un domingo del mes de agosto de 1997 el cotidiano de mayor difusión nacional, El


Universo, desplegaba una advertencia en la primera página de un suplemento dominical
que traía grandes caracteres y era corroborada por las aterradoras imágenes de un
reportaje gráfico: “Un linchamiento cada mes”. Aportaba los siguientes datos que
completo con alguna información esporádica sacada de otros periódicos 2. Los ordeno
por provincia, cantidad de sucesos y número de muertos. Distingo aquellos realizados
por actores colectivos pertenecientes a comunidades indígenas de los que tuvieron
lugar en otras partes:
 
Cuadro No. 1. Linchamientos entre enero 1996-septiembre 1997

Fuente: El Universo. 30/8/1997; El Comercio. 1996-97.


* Según El Comercio (12/8/1996), en 1996-97 los casos registrados serían seis, de los cuales
cuatro en comunidades indígenas.

3 Sin duda alguna estos datos son parciales y defectuosos. No existen, a mi conocer, cifras
más o menos verificables de los así llamados “ajusticiamientos”, que es la designación
oficializada por los medios de comunicación para estos actos colectivos de violencia.
Para empezar, el empleo de la palabra ajusticiamiento ya de por sí espejea ambigüedad.
Parangona la violencia colectiva e ilegal del linchamiento con los actos de justicia,
propios al “monopolio legal de la violencia” ejercida por el Estado, si se acepta la
definición weberiana. Dicho término, por lo tanto, los sitúa en la vertiente de aquellos
hechos sociales resguardados por una cierta connotación semántica de legitimidad en
cuanto al uso de la violencia. Al mismo tiempo, la palabra (como noticia), se
autojustifica y facilita un acto de encubrimiento. Diluye los objetivos espectaculares de
tipo comercial: la avidez con la que los medios de comunicación masivos difunden los
actos de violencia (más aún cuando es colectiva) para captar audiencia y ganar índices
en el mercado de la difusión de las noticias. Por último, desvía la atención del público,
de la fascinación morbosa, de la mirada de los propios periodistas cuando captan
imágenes, obtienen relatos y difunden en directo los hechos más truculentos.
4 Además, los datos del cuadro son parciales porque los periodistas del cotidiano El
Universo transcriben información de los archivos de la Policía Nacional que tan sólo
registran un suceso cuando el linchamiento concluyó en al menos un cadáver, con lo
cual se ignora una cantidad imponderable de casos que terminaron en personas heridas
que consiguieron huir o fueron rescatadas por la policía. En el cuadro anterior, gracias
a un cruce de información obtenida de otros cotidianos y algunos archivos
335

informatizados de noticias, he podido incluir algunos de estos últimos casos de


violencia en los que no se asesinó a la persona acosada.
5 Los datos del cuadro son también incompletos porque una cortísima y muy parcial
revisión de unos pocos meses de 1996 y 1997 en otros dos cotidianos. El Comercio y Hoy,
arroja una frecuencia mensual bastante superior de “sucesos”. Por lo general, este tipo
de información aparece en la prensa en pequeños recuadros y se le dedica unas pocas
frases que relatan los hechos sin ninguna ampliación. Son notas redactadas por algún
corresponsal local que logra hacer pasar el acontecimiento. Por las entrevistas
realizadas previamente a este trabajo, se aprecia que el fenómeno debe ser más
frecuente y generalizado de lo que aparece en la información que se puede recoger en
los cotidianos. En los pueblos y las comunidades indígenas algunas personas recuerdan
haber asistido o participado en la persecución de un supuesto abigeo y, a veces, de
haberlo matado en grupo.
6 De todas maneras, por más limitados que sean los datos que por el momento manejo,
me inducen a creer que los linchamientos no son un fenómeno que se restrinje a zonas
geográficas localizables. Precisamente una de sus características es que, en los últimos
años, los linchamientos se convirtieron en un hecho social a escala nacional. Los medios
de comunicación asocian este tipo de actos de violencia al discurso de un incremento de
la delincuencia en todo el país. Discurso que, en sí mismo, es también un fenómeno
nuevo. “Por la amplitud que (el discurso sobre la ola de delincuencia) ha adquirido en
los medios de comunicación”, como afirma H. Ibarra, los linchamientos convocaron la
atención de los periodistas y fueron convertidos en noticia. Se transformaron en un
fenómeno mediático: es un aspecto que conviene incluir en el problema. En efecto, la
información de la violencia delictiva se ha vuelto una preocupación enraizada en la
opinión pública. Los noticieros más serios de la radio, la televisión y las páginas rojas de
los cotidianos reproducen historias y fotos macabras de las víctimas. Dedican columnas
y tiempo de difusión a relatos que se complacen en detalles escabrosos, entrevistan a
los sobrevivientes y a los ejecutores. Cierran la noticia con un colofón moralizante que
disimula apenas la manipulación de la opinión pública. En este sentido, la amenaza de
la delincuencia se convirtió en la última década en el Ecuador en un elemento
constitutivo de un sentir que ha sido moldeado por los medios de comunicación, una
suerte de nueva vivencia nacional asociada a la crisis (económica, política y cultural) y
la apertura de las fronteras. El tema de la violencia, en toda la crudeza de las imágenes
que se presentan, ha cobrado importancia comercial en el espacio mediático. Sin duda,
contribuyó a la formación de una opinión pública que tiende a justificar las acciones de
violencia por mano propia.
 
La violencia, un sentir colectivo
7 La violencia integra hoy en día un sentir colectivo: el cambio al respecto es notable.
Marca la transición en la última década del Ecuador apacible, al país ahora violento e
inseguro. Es en este contexto de transformaciones de un sentir público que los
linchamientos durante el año 1996 y 1997 recibieron una amplia difusión en la prensa,
la radio y la televisión. En esos años algunos casos fueron descritos; al menos dos se
filmaron a lo largo de varios días; se convirtieron en un espectáculo que los medios de
comunicación presentaban a diario. Para los ciudadanos esas noticias aportaban
pruebas, en lo irrefutable de las imágenes construidas para la pantalla, que ratificaban
336

los cambios que estaban ocurriendo en el mundo indígena. Casi sin tapujos, los medios
de comunicación insistían en un “retorno del salvaje” y manejaban las imágenes del
“indio por civilizar” creadas por el liberalismo de fines del siglo XIX3.
8 Sin embargo, los linchamientos tienen lugar tanto en las ciudades como en el campo y
ocurren entre los ciudadanos blanco-mestizos y la población indígena. Más aún, al
revisar la prensa, se tiene la impresión de que estos actos grupales de violencia pública,
en una doble connotación: por el lugar de realización y la colectividad de personas que
lo practica, ocurren a escala nacional y obedecen a un cierto efecto mimético de
repercusión: reverberan y remodelan la imaginación colectiva. Surten de ejemplo e
instituyen una modalidad de justicia que se impone por acción particular. Validados
por lo autoreferencial, des-contextualizado y acrífico de las imágenes televisadas, esos
ejemplos de violencia colectiva son integrados en un acervo de pautas mentales que el
proceso de imaginación asocia y reutiliza continuamente.
9 Un autor señala para el Brasil, que los linchamientos parecen suscitarse en hondas de
repercusión que se expanden. Uno o varios linchamientos ocurren en un lugar y al cabo
de un tiempo, se lee en la prensa que ocurrieron casos en otras partes 4. Las noticias de
un suceso parecen predisponer en la imaginación y avalar en los hechos, el ejercicio de
una violencia colectiva y pública por otras poblaciones, en otros puntos del país. Al
mismo tiempo, los medios de comunicación se integran en esa onda de difusión y la
amplifican a nivel nacional. Cuando ocurre uno en un lugar, los medios de
comunicación son sensibilizados por la búsqueda de lo espectacular y reservan mayor
amplitud informativa a los sucesos siguientes. Así, por ejemplo, los veinte
linchamientos registrados en el país se sucedieron a una cadencia de más de uno por
mes, a lo largo de un año y medio y obtuvieron una atención concentrada en los
informativos. Pasado un cierto tiempo, la onda de expansión decrece por saturación. La
prensa, la radio y la televisión (¿y el público?) abandonan temporalmente el suceso.
10 La impresión que se tiene al hojear los diarios en búsqueda de información es que los
casos más difundidos imprimieron una suerte de guión discursivo, gestual y temporal.
Crearon un estereotipo de estrategias que cunde y suscita las mismas reacciones, en
otros casos y en otras situaciones percibidas como de amenaza o delito. En algunas
entrevistas que he realizado se reiteran los argumentos, que explican la motivación de
la violencia, en la negligencia de la policía y la corrupción de la justicia 5. Es un discurso
que, sin duda, pone de manifiesto los nódulos de un sentido común. Como es una de sus
características, deviene circularmente obvio: se autovalida en la experiencia personal
despojada de crítica6.
11 Los entrevistados culpan de ineficacia a la policía y de corrupción a la justicia estatal.
En lugar de castigar a los delincuentes, los dejan en libertad. Significativa y
contrariamente a lo que se podría pensar, la constatación de una repetición de los
discursos y los gestos no parece válida solamente para los actos en el medio urbano,
sino también para aquellos realizados en comunidades indígenas de la Sierra. Más aún,
y se verá posteriormente, el guión rural e indígena tiende a calcar en los linchamientos
una misma modulación (en cuanto a motivos y secuencias) en varios aspectos: en las
relaciones que se establecen con las autoridades del Estado, los tiempos de coyuntura
que crean y el propio lugar del ceremonial.
12 En este sentido, es probable que la publicidad de un suceso contribuya a una reiteración
ubicua de los “ajusticiamientos”. Hipótesis que parece apoyarse en la advertencia
amenazante de que “nosotros mismos hemos de castigar a los ladrones que vienen
337

desde fuera, no hemos de dejar que las autoridades (estatales) vengan (a la


comunidad)”. Palabras dichas sin prisa, en un tono de voz sosegado por un hombre
moderno y satisfecho por el ascenso social que ha logrado en su vida; es la declaración
de un pacífico, instruido e inteligente presidente de Comuna 7. Esas palabras eran una
lección que impartía delante del micrófono sostenido por el investigador. Pero además,
su actuación delataba que también amagaba una advertencia frente al micrófono
imaginario de una radioemisora o la cámara de televisión. Sin duda el presidente estaba
al corriente de otros linchamientos, en otras regiones, donde sí habían “venido” a la
comunidad las autoridades.
 
Medios de comunicación y el espacio público
comunero
13 En los noticieros el tema de la violencia es un fenómeno relativamente nuevo. De
alguna manera, en la opinión pública se lo relaciona a los cambios sociales ocurridos, al
menos en el sector rural, desde la Reforma Agraria de los años setenta. Por lo demás, la
irrupción de este espacio público mediático en las más alejadas comunidades (sobre
todo por los programas de la radio) es un fenómeno relativamente nuevo. Las primeras
experiencias masivas de difusión en las comunidades se iniciaron a finales de la década
de los sesenta. Fueron impulsadas por organizaciones de la Iglesia y su objetivo era
cultural: la alfabetización y el desarrollo. Hoy en día casi no existe un hogar en la más
remontada de las comunidades indígenas de la Sierra, donde no se escuchen los
noticieros al despuntar el alba y al caer la noche. Sin embargo, en el presente, las
emisoras religiosas o de desarrollo ya no tienen la audiencia del pasado. Están en un
franco proceso de retroceso de lo que fue su posición antes monopólica. Tienen que
competir por mantener una audiencia con las radiodifusoras comerciales que son cada
vez más preferidas por los comuneros. La desafección de los programas confesionales y
de desarrollo en un mundo rural es particularmente acentuada en la población que
tiene menos de 40 años: pierden audiencia en las generaciones que nacieron durante y
luego del proceso de Reforma Agraria8. Estos grupos de campesinos vivieron sujuventud
en plena experiencia de apertura de las comunidades hacia “el mundo ancho y ajeno”
ciudadano y la inserción en el mercado laboral urbano. Por ejemplo, Radio Latacunga
en la provincia de Cotopaxi, que fue una de las grandes iniciadoras, hoy en día tiene que
destinar un menor tiempo de emisión a programas de tema religioso y de apoyo a la
comunidad. Dedica mayor atención a comentar sucesos nacionales y a emisiones de
música ecuatoriana.
14 Conviene destacar que la introducción de un sistema de comunicación colectivo, en las
comunidades, significó el inicio de un proceso de cambio de incalculables
consecuencias e impulsó la creación de una forma de espacio público en el medio rural.
Una esfera de sociabilidades e intercambios comunicativos distinta fue surgiendo. No
era una emanación ni una expansión de un ámbito de intercambios comunicativos
propios de la vida doméstica o comunal; era algo inédito.
15 Precisamente, los primeros experimentos se realizaron fuera de las comunidades. En la
plaza de Zumbahua (Provincia de Cotopaxi) donde se había organizado un mercado
semanal, se plantó un par de postes en las esquinas para sujetar altavoces. Algún
comunero (por lo general un dirigente o un catequista) fue entrenado para crear los
programas. Utilizaba una grabadora y una consola rudimentarias alimentadas por una
338

batería de camión puesto que, en los años setenta, no había llegado todavía la
electricidad a Zumbahua. La idea era difundir noticias y problemas que concernían a las
comunidades que concurrían al mercado. Muchos programas tenían el formato de
radiodramas en los que los actores eran los propios comuneros. Con la innovación de
los altavoces, el mercado semanal se transformó; la plaza tomo el carácter de un
espacio público en el sentido moderno de la palabra; un lugar con una comunicación a
la vez colectiva y anónima9.
16 El segundo paso en la creación de ese espacio público comunero vino con la
radioemisora episcopal ubicada en Latacunga, la capital de la provincia. El nuevo medio
de difusión desbordó el tiempo de comunicación colectivo pautado por la concurrencia
semanal al mercado, extendió un espacio social restringido a la congregación en la
plaza, creó una audiencia amplia y desconocida y modificó el único tipo de comunidad
existente hasta entonces: la agrupación de personas que se frecuentaban cara a cara, y
se ubicaban por historias de vida relatadas de boca a oído. La radio expandió el espacio
público al horizonte de una circunscripción de comunidades hasta entonces ignoradas.
Al escuchar los mismos programas de radio creados en las cabinas radiofónicas
comunales, una amplia región de comuneros tomó consciencia de su existencia. Se
vincularon, así no se conocieran, ubicaran ni tal vez nunca se llegaran a encontrar. La
radio, sobre todo al trasmitir los sucesos de cada lugar y provocar comentarios, creó
una vinculación abstracta en una suerte de tiempo sincrónico que regía en todas las
comunidades de la provincia y favoreció el surgimiento de una agrupación imaginada
de radioescuchas comuneros. El fenómeno tiene sin duda semejanzas con aquel de los
lectores de periódico estudiado por B. Anderson10. La radio crea un público que en una
región geográfica (que puede alcanzar la escala de un país), a la misma hora todas las
mañanas y todas las noches, escucha simultáneamente las mismas noticias como una
radionovela de intriga. En las décadas siguientes y sobre todo luego del Primer
Levantamiento Indígena Nacional en 1990, esa nueva forma de comunidad abstracta
alcanzó una escala nacional en la escena política y los medios de comunicación.
17 Un fenómeno más reciente es, en cambio, el acceso de los comuneros a otros dos
medios de comunicación: la prensa y la televisión. La lectura de la prensa roja es un
hecho constatable en las últimas décadas. Probablemente habría que vincularlo a
múltiples variables que han modificado los hábitos de los comuneros e introducido
nuevos comportamientos de sociabilidad: por ejemplo, el acceso a la lectura con la
escolarización, la urbanización de los comportamientos de los comuneros durante su
prolongada emigración fuera de la comunas, la extensión de la red de caminos y un
consiguiente acercamiento de la vida rural a la urbana. Los cotidianos que compran los
hombres combinan dosificaciones intensas de noticias espectaculares sobre sexo y
violencia. En una corta visita a un mercado frecuentado por indígenas, por el ejemplo el
gran mercado de Latacunga o el pequeño de Quisapincha, el visitante observará en las
esquinas de la plaza, sentados en fila, campesinos que ojean esos periódicos
inconfundibles precisamente por la tinta roja de sus fotorreportajes. Circulan de mano
en mano.
18 Pero sin duda el medio de comunicación que más fascinación y avidez produce hoy en
día es la televisión. Tiene un empuje cada vez mayor y alcanza a las más alejadas
comunidades indígenas. Los comuneros que ahorran algo de dinero en su trabajo
urbano aspiran a comprar un receptor, aún a costa de endeudarse y de postergar
339

necesidades primarias. Las antenas comienzan a erguirse en los techos de las casas
cuando una comunidad consigue acceso a la red eléctrica nacional.
19 Las noticias y las telenovelas acaparan la atención en el seno de los hogares indígenas.
Miran la pantalla colectivamente entre familiares, parientes y vecinos. Son un tema de
conversaciones dentro de la familia y una forma de vivencias imaginarias compartidas
en la calidad de espectadores que pertenecen a un círculo amplio, no solo regional sino
nacional. Como en todas partes donde la utilización de la televisión se convierte en una
costumbre, remodela el arreglo del espacio de habitación familiar y modifica la
repartición del tiempo de cada uno y de todos sus miembros, en particular de los
niños11. Al respecto, las comunidades no son una excepción. Pero, además de esto, la
televisión introduce cambios específicos en las relaciones entre ancianos, adultos y
niños: induce un proceso de jerarquización. Algunos entrevistados relatan, por ejemplo,
que las mujeres y los ancianos de la zona alta de Quisapincha no entienden lo que ven,
ya sea porque sólo hablan quichua o porque carecen de un saber contextual de tipo
urbano. La explicación viene dicha con un dejo apenas velado de menosprecio. Los
jóvenes con la emigración y los niños en la escuela, acceden a esos conocimientos.
Sobre todo los niños, averiguan al maestro lo que no entienden de las telenovelas y los
noticieros. Son quienes más explican a los ancianos y a las mujeres los sucesos que
presenta la pantalla.
20 Las familias comuneras, en cuanto a esto, siguen la querencia común hacia la
uniformización nacional, tal como sucede en el resto de los hogares blanco-mestizos del
país. Sin embargo, el fenómeno más importante para el tema de los linchamientos es
sin duda, el proceso de nivelación en el imaginario que acelera la televisión, lo cual no
significa forzosamente que provoque ni un mayor acercamiento ni un mejor
entendimiento entre la población indígena y la ciudadana blanco-mestizos. Sin
embargo, bajo su influencia las poblaciones ciudadana e indígena incorporan un
“mundo del sentido común”12, un conjunto de principios de clasificación compartidos a
escala nacional. Por lo tanto, en cuanto al principio de la división entre blancos e
indios, es un medio de comunicación que transgrede en el imaginario las restricciones
de intercambio social, definidas por las estrategias de frontera étnica en los espacios
públicos y el mercado. Los medios de comunicación en general, y con intensidad la
televisión, crean un conjunto supuestamente no diferenciado de espectadores, aunque
cada cual haga diferentes lecturas de lo que ve. Para los indígenas, la pequeña pantalla
se convierte, utilizando la metáfora de un presidente de comunidad, en una ventana.
Permite “ver como viven en las ciudades los blancos” desde su remontada comunidad
que, en el caso preciso del presidente que habla, no tiene camino estabilizado pero si
televisión permanente. Permite vislumbrar la vida íntima de los ciudadanos y atisbos
de los comportamientos públicos de los políticos. Por esa ventana virtual, desde el otro
lado de la frontera étnica, las telenovelas son interpretadas, además de emotiva,
pedagógicamente. Dan acceso a un conocimiento del mundo ciudadano y, aunque se
reconoce que son tan sólo una ficción, de todas maneras se considera que introducen a
la realidad de la vida de “los blancos”. Realidad que debido a las exclusiones que
imponen las estrategias de frontera étnica, es un mundo por muchas vías inaccesible
para los comuneros en las relaciones cotidianas. Los noticieros les introducen en la
escena de la representación política, asunto de particular interés para los dirigentes de
las comunidades. Según explica el Presidente entrevistado, para él mismo ha sido un
aprendizaje. La televisión es más accesible a los hombres en general y a los dirigentes
en particular. En efecto, los informativos son asiduamente seguidos por los líderes, más
340

allá del interés que suscitan las noticias del día 13. Los gestos de los ciudadanos políticos,
que atentamente se estudian en la pantalla, adquieren la jerarquía de modelos
imaginarios y, provocan una proyección de espejo. En cuanto a los discursos, sobre todo
respecto al vocabulario burocrático y la entonación de la voz, brinda modelos formales
para expresarse ante el micrófono que propone un periodista o la grabadora que
enciende un antropólogo. Son gestos y palabras que se incorporan. Serán readecuados y
utilizados en las entrevistas con las autoridades estatales o, por ejemplo, en las
asambleas de las organizaciones comunales14.
 
Un vacío bibliográfico
21 Reflexionar sobre el tema en el Ecuador conlleva una desventaja mayor; hay que
encarar una suerte de travesía del desierto en la literatura de las ciencias sociales.
Además, la revisión de dos importantes centros de documentación me hacen intuir que
la bibliografía sobre el tema tampoco es pletórica, al menos en América Latina. Lo cual,
de ser comprobado, destacaría una paradoja puesto que los linchamientos son una
práctica frecuente en casi todos los países. Sin embargo, por ahora, apenas si dispongo
de trabajos sociológicos, antropológicos o históricos que enfoquen el tema 15.
22 En tres artículos que he podido consultar (dos sobre Brasil y uno sobre Argentina), se
analiza linchamientos de tipo urbanos que se dieron en barrios populares y entre la
clase media ya sea de las grandes urbes o de las pequeñas ciudades. Sin embargo, uno
de los autores (J. Souza Martins), advierte que en el Brasil existen una “cantidad
significativa de linchamientos en áreas rurales y al menos en dos casos los linchados
fueron indígenas”16. El autor asocia estos actos de violencia a tres procesos nacionales.
En primer lugar, los linchamientos se vincularían a una “resurrección de las
concepciones y prácticas de justicia privada” imperantes en las regiones rurales más
atrasadas del país en el proceso de transición del régimen militar al democrático. En
segundo lugar, tendrían una relación con la invasión de las ciudades por emigrantes
que implantan “un estilo más rural de prácticas políticas”. En tercer lugar, serían actos
de violencia asociados a potentados locales, mediadores políticos de corte rural, en
“ficticias organizaciones de barrio”, que el Estado no ha impedido que resurjan. En
síntesis, para de Souza Martins, los linchamientos en el Brasil deben ser
contextualizados entre los fenómenos sociales que, por un lado, tienen un origen rural
y, por otro, surgen en las situaciones inconclusas de transición hacia la modernidad.
Brotan de procesos de cambio social que sitúan a las poblaciones emigrantes en una
suerte de “filo de la navaja”: “un espacio donde la propiedad, el trabajo y las relaciones
de autoridad se están desintegrando”. El autor caracteriza el tiempo y el espacio donde
ocurren los linchamientos, con una metáfora inspirada en Borges: son un “umbral de
intersecciones inacabadas”. Dichos umbrales agrupan poblaciones con acceso
bloqueado o negado a la modernidad17.
23 Estos planteos interesan aquí por una razón: los linchamientos en las comunidades
indígenas implican precisamente a poblaciones que se encuentran en un umbral de
cambios que, en el propio curso del proceso, quedan desdibujados. Como en otro
trabajo he mencionado, es un proceso de “modernidad metaestática”. Se caracteriza
por la metáfora de una piedra que rueda por una pendiente y algo la detiene en su
recorrido, para volver a rodar y detenerse: o sea, un proceso a la vez en inercia y en
desequilibrio que, de todas maneras, progresa en una situación de transición
341

permanente. El proceso de cambio social en las comunidades parece bloqueado pero, no


obstante, impone transformaciones en la vida de los comuneros. Uno de los resultados
es que crea amplios grupos sociales marginales18.
24 Un segundo tipo de trabajos aluden al tema de los linchamientos en la literatura que
trata sobre el ejercicio de una así llamada “justicia popular” en las comunidades
campesinas. Aparece asociado al análisis de los nuevos movimientos sociales y sus
prácticas de autogobierno en organizaciones al estilo de las rondas campesinas o los
grupos de autodefensa. Así, H-J. Brandt, al estudiar el problema de la justicia popular
consuetudinaria en comunidades campesinas e indígenas de la Sierra Norte y la Región
Amazónica peruanas, describe casos en que, campesinos o comuneros, aplican la pena
de muerte, fríamente o en una suerte de desbordamiento colectivo, a acusados de
violaciones contra mujeres o de abigeo. De igual manera, O. Starn en su estudio sobre
las Rondas Campesinas en la región de Cajamar-ca y de Piura describe actos semejantes
a lo que, en el Ecuador, los medios de comunicación denominan ajusticiamientos 19. Para
ambos autores, aunque desde puntos de análisis distintos -el primero jurídico y el
segundo sociológico-, son actos encuadrados en procesos en los cuales las instituciones
comunales o campesinas asumen funciones de vigilancia y justicia. Su apreciación es
que la organización jurídico-política campesina se fortalece con dichos actos: se
substituye, ignora y contrapone al Estado. Sin embargo, en la práctica, son las
modalidades de la justicia estatal las que inspiran sus acciones y suelen ser tan
arbitrarias y violentas como las que acostumbran los cuerpos de policía.
25 Esos análisis evocan dos aspectos importantes que conciernen al caso ecuatoriano. En
primer lugar, ¿los linchamientos comunales son una forma de ejercicio de una justicia
consuetudinaria, una nueva forma de autoridad que emerge o se consolida?; en segundo
lugar, y vinculada con la pregunta anterior, ¿se trata de actos que afirman una nueva
institucionalidad política en pugna con el Estado?
26 Antes de emprender con una descripción de los sucesos, en la versión de los diarios
consultados, creo conveniente precisar que en estas páginas acoto el análisis a una
gama exclusiva y restringida de linchamientos. Me limito a aquellos actos de violencia
colectiva ocurridos en las comunidades indígenas de la Sierra 20. Al respecto una
advertencia me parece necesaria: en sí, el fenómeno no es nuevo ni reciente. Si se lo
considera en el marco de una definición amplia de linchamiento (vale decir, una
práctica de violencia colectiva dirigida contra una o varias personas por un grupo de
comuneros), hace tres décadas hubo al menos dos casos que fueron ampliamente
divulgados por la prensa. No obstante, a pesar de estos precedentes, dada la forma y las
situaciones en las que ocurren hoy en día, sin duda presentan situaciones inéditas por
dos tipos de razones.
27 En primer lugar, dichos actos colectivos de violencia son realizados en el marco de un
espectáculo ceremonial, un “hacer justicia por mano propia” público y masivo. Son
organizados y están presididos por los dirigentes o los líderes informales de las
comunidades indígenas. En segundo lugar, en algunos de esos actos (al menos en los dos
que aquí describo), dichos dirigentes o líderes solicitaron la presencia de los medios de
comunicación: radiodifusoras y canales de televisión. El objetivo consciente y explícito
fue dar a conocer el linchamiento a una audiencia nacional.
28 Además, sin duda son un fenómeno reciente porque, más allá de las razones específicas
y locales que intervienen en cada caso (el delito imputado), los ajusticiamientos de hoy
en día adquieren un significado de conjunto que sobrepasa los confines comunales.
342

Integran la categoría de un hecho social nacional. Ocurren en una localidad pero crean
un escenario (político y espectacular) difundido en casi todo el país y derivan de las
estrategias de actores desconocidos, insertos en micro coyunturas. Obedecen a razones
restringidas (antes particulares que públicas) pero, sin embargo, el objetivo final que se
construye en el proceso de la acción es lograr un acto preformativo: implicar a las
autoridades estatales en una negociación.
29 Es a este nivel que los llamados linchamientos interesan aquí. Precisamente, en estas
páginas se intenta pensar los linchamientos como una suerte de “revelador político”.
Con esto quiero decir que pueden ser enfocados en tanto que hechos colectivos que
iluminan más allá de lo événementiel. Interrogan las situaciones de cambio, las
modificaciones que se han dado en el sector rural, las tendencias en las prácticas
políticas que se adoptan en las comunidades y las relaciones de las organizaciones
indígenas con respecto al Estado y la sociedad nacional. Pero antes de continuar me
detengo en la descripción de un par de sucesos ejemplares.
 
El relato de los hechos
30 Escojo aquellos linchamientos que considero más significativos y accesibles en cuanto a
información. Desde luego, como sucede en todo fenómeno social que se replica, no
todos los casos se asemejan y escasos son los apropiados para los objetivos del análisis
que se pretende realizar aquí. Escojo aquellos que destacan procesos mayores entre el
Estado y la sociedad debido a las situaciones de conflicto que desencadenan entre los
actores. En estos casos el ejercicio de la violencia adquirió un carácter instrumental.
Creó una coyuntura política que implicó a fuerzas, instituciones y agentes sociales
internos y externos a la comunidad. Más aún, fueron linchamientos que alcanzaron una
alta “eficacia preformativa” en la interlocución con el Estado y tuvieron un fuerte
impacto en la opinión pública. Vale decir, fueron actos colectivos de violencia que, en el
contexto preciso en el que se dieron y al filo de las estrategias de los actores, se
construyeron en actos políticos. Sin embargo, en su propio desenvolvimiento,
desbordaron los parámetros de las redefiniciones de lo político que proponían.
31 Desde luego, los casos que escojo fueron aquellos que mayor divulgación tuvieron en los
medios de comunicación, en tiempo de emisión de radio y televisión, tamaño de los
titulares y páginas en los cotidianos21. Suscitaron intensos comentarios en los
encuentros cotidianos, como se dice, “en la calle”. Sintéticamente, organizados en
secuencias temporales, los sucesos tuvieron el siguiente curso.
 
• 1° Caso. El castigo de “las brujas de Calguasig”. 15-22 de julio de
1996. Lugar: Comuna de Calguasig (cantón Quisapincha, Prov. de
Tungurahua).
Primer momento: secuestro y movilización comunal

32 Día 15. Dos mujeres que viven en la ciudad de Ambato (capital de la provincia) son
detenidas por los comuneros de Calguasig. La comunidad indígena es pobre y está
trepada a un flanco interno de la cordillera a 3.500 metros. Se ubica a pocos kilómetros
de la capital de la Provincia de Tungurahua. Sin embargo, llegar requiere largas horas
de camino en autobús y a pie. Cuando llueve es inaccesible de subida y de bajada, este
343

clima es frecuente a lo largo de todo el año en esa parte de la cordillera. Las dos mujeres
de las que se trata tendrán unos 40 años en el momento de los hechos. Son acusadas de
ritos de brujería por los comuneros de a poncho. Para los dirigentes de corte moderno
del cabildo (algunos de los cuales adoptaron la religión evangélica) son estafadoras:
aprovechan la credulidad, la ignorancia y la superstición de los indígenas. De todas
maneras, es una creencia enraizada en el sentido común de los comuneros que sus
maleficios habrían provocado la muerte de varias personas. Hay, sobre todo, una pareja
postrada que se debate entre la vida y la muerte, y sus hijos están abandonados. Corre
un rumor de boca en boca que enciende una alborotada indignación. Se dice en
Caguasig que les habrían echado una brujería, como a muchos otros comuneros. Todos
saben que las dos mujeres alardean de eficaces intermediarias del poderoso San
Gonzalo, un santo de la ciudad de Ambato. Se trata de una imagen ambivalente, capaz
de causar el bien y el mal. En la opinión de los comuneros, las culpables de las muertes
serían aquellas dos mujeres secuestradas: por lo tanto, exigen un castigo ejemplar. Para
los dirigentes en cambio se trata de una estafa. Lo que conviene hacer es denunciarlas
para, así, eliminar de una vez por todas la superstición y la ignorancia de los
comuneros22.
33 Día 16. Las dos mujeres continúan encerradas bajo candado en una habitación en la
Casa Comunal. Las autoridades de Calguasig vocean por los altoparlantes a una reunión
que tendrá lugar ese mismo día en la comuna23. Citan a los dirigentes de la
Confederación de Organizaciones Campesinas Indígenas de Quisapincha, (cociq 24),
convocan a los presidentes de cabildo de las demás comunas y extienden el
llamamiento a los comuneros en general (hombres y mujeres) del cantón de
Quisapincha. Proponen realizar una asamblea abierta. En el orden del día está inscrito
discutir si conviene o no entregar las mujeres apresadas a las autoridades judiciales y
de policía. En el primer caso, si se las entrega, las autoridades estatales deberán dar
garantías de que las dos mujeres pagarán una indemnización por cada enfermo y por
cada muerto, y que no se las dejará en libertad y serán juzgadas. De ante mano
previenen que, de todas maneras, las autoridades del cabildo de Calguasig impartirán a
las dos mujeres un castigo según sus costumbres. En caso contrario, si la asamblea
decide no entregar las dos mujeres a las autoridades de la provincia, queda sin decir,
pero para todos planea en el aire la amenaza de quemarlas, emulando anteriores casos
en el país. Además, la asamblea deberá discutir si adopta diversas acciones de protesta,
tal vez obstaculizar las carreteras, como en los levantamientos nacionales de indígenas.
El objetivo sería presionar a las autoridades estatales a que cumplan y “hagan justicia”.
34 Ese mismo día llegan a la plaza de la comunidad de Calguasig varios periodistas de
diferentes medios de comunicación del país. El presidente de la comunidad se pone en
contacto con una radioemisora (privada y comercial) de Ambato, la capital de la
provincia. Dicha radio es muy conocida y escuchada en la región, sobre todo en las
comunidades. Se ha convertido en medio privilegiado de difusión para comunicarse con
los dirigentes de las comunas de la región, para enviar mensajes a familiares,
condolencias por deceso y celebración de onomásticos con música. Hacer público el
secuestro de las brujas, más allá del circuito de las comunidades de la región, es una
decisión tomada por las autoridades del cabildo indígena y la organización mayor, la
Confederación de Organizaciones. El objetivo es lanzar una advertencia a las
autoridades estatales de la provincia (al comisario de Policía, a la fiscal y al gobernador)
para que adopten medidas eficaces. Los comuneros se quejan de estar abandonados por
344

la negligencia de las autoridades con respecto a su pobreza. Todos quieren que el país
“conozca como vivimos”. Varias radios locales y nacionales retransmiten la noticia y
despachan reporteros para cubrir los sucesos desde el lugar de los hechos.
 
Segundo momento: un hecho público y las negociaciones

35 Día 17. Se reúnen algunos miles (dice la prensa) de campesinos en “asamblea”. Los
dirigentes acusan a las autoridades estatales (jueces y policías) de ineficacia y de poner
en libertad a los brujos que habrían sido denunciados anteriormente (señalan un caso
en 1993). Por otro lado, se indignan de que, cuando los indígenas han querido imponer
su propia justicia, las mismas autoridades estatales (“mestizas”, dice el periódico) les
han maltratado y hasta encarcelado.
36 Día 18. El secuestro es un hecho público en la provincia y recorre el país por los medios
de comunicación nacionales.
37 Día 19. Nueva reunión de dirigentes de las comunidades. Siguen deliberando sobre si
conviene entregar a las secuestradas o no a las autoridades. Afluyen más comuneros
hacia Calguasig. El cotidiano El Comercio dedica dos páginas enteras al caso y añade
información sobre otros linchamientos en el país. Las emisoras de radio y la televisión
siguen difundiendo noticias del secuestro de “las brujas” en los informativos. Hay
negociaciones con las autoridades estatales de la provincia. El propietario de una radio
difusora de Ambato actúa de intermediario. Los dirigentes de las comunidades ( COCIQ)
exigen que los funcionarios de la provincia concurran a la comuna de Calguasig a
negociar personalmente.
 
Tercer momento: el acto de castigo

38 Día 22. El gobernador de la provincia, la ministra fiscal de la provincia y el comisario de


Policía viajan a la comunidad. Luego de tediosas horas de viaje a pesar de la cercanía del
lugar, llegan con gran dificultad por un camino intransitable bajo una lluvia intensa.
Durante el recorrido, solicitan ayuda a los dirigentes de las comunas para desatascar los
vehículos del infranqueable lodazal (fotos en los periódicos). Desde un teléfono celular
las autoridades estatales se comunican con los dirigentes comunales por intermedio de
la radioemisora de Ambato, cuyo propietario hace de mediador en la negociación. Los
dirigentes de las comunidades agrupadas en la Confederación (21 según el cotidiano)
están reunidos en comité permanente en la casa comunal. Pasado medio día, bajo una
impasible garúa de páramo, al fin llegan a la plaza de Calguasig el gobernador, la fiscal y
el comisario. Los dirigentes de la COCIQ lo hacen esperar largo tiempo antes de recibirles
en la casa comunal25. La multitud se impacienta, los ánimos se caldean. Negocian los
dirigentes de la Confederación (COCIQ) y los dignatarios del Estado. Las autoridades
prometen abrir un juicio a las dos mujeres acusadas (de engaño y estafa) por los
dirigentes indígenas, ofrecen mejorar el camino de acceso a Calaguasig y proponen un
programa de salud. Los periodistas destacan en varios artículos que hay una epidemia
de tuberculosis en la comuna: las numerosas muertes se deberían a esta enfermedad.
39 Finalmente, al caer la tarde, los dirigentes de la Confederación abren el cuarto donde
mantienen encerradas desde hace 8 días a las dos mujeres y las conducen a una plaza
ubicada a un costado de la casa comunal. La multitud las rodea. Varios dirigentes les
obligan a desvestirse quedando en ropa interior; un dirigente les azota con un acial,
algunas mujeres indígenas se acercan y les frotan con ramas de ortiga y un hombre les
345

echa agua (les baña)26. Las autoridades observan el castigo. El Presidente del cabildo da
por terminada la ceremonia y, apresurado, embarca en los vehículos del Estado a las
dos mujeres. Las autoridades las conducen a Ambato27.
 
• 2o Caso. Secuestro, asesinato y cremación de un joven acusado de
abigeo. 7 de Agosto 1997. Lugar: Comunidad de Cachi San
Francisco (Provincia Cotopaxi, cantón Pujilí).

40 Cachi es una de aquellas comunidades con historia ambigua, a la vez de secular pasado
y de reciente constitución. Bajo una cierta forma de agrupación comunal no
reconocida, integraba una antigua y extensa hacienda colonial que entre herencias y
ventas se fue desmembrando poco a poco. Finalmente, se desintegró del todo cuando
prosperó un conflicto liderado por los campesinos externos que se calificaba de “los del
camino”. En efecto, sus casas estaban a la vera del carretero; o sea, en un espacio
público y no dentro de la hacienda como los huasipungueros. Corrían los últimos años
de la década de los setenta cuando “los del camino” pidieron el cumplimiento de la
Reforma Agraria. Fueron quienes arrastraron en el conflicto a las demás familias
trabajadoras. Entonces, a la vez por intervención del Estado y con la compra de las
tierras por las antiguas familias de trabajadores, a inicios de los años ochenta, se
constituyó la actual comuna en una entidad autónoma, dotada de sus propios estatutos,
autoridades nombradas y tierras reconocidas. Los miembros de una ong católica
jugaron el papel de “intelectuales externos” y colaboraron en la organización de los
campesinos. Desde fines de la década anterior a la solución del litigio vivían en el lugar
y venían realizando varios programas de desarrollo agrícola y educacional: con los
campesinos crearon escuelas, un taller de carpintería, un molino de granos, una
panadería y un almacén comunal. Salvo la escuela que luce bien conservada, los locales
que acogieron esas actividades dan una idea exacta de la decadencia de aquellos
programas de desarrollo28.
41 Ubicada a unos 15 kilómetros de la ciudad de Pujilí (la cabecera cantonal) y servida por
transporte público frecuente, a la comuna de Cachi San Francisco se llega por un
camino vecinal estable que se bifurca de una carretera a la costa con intenso tráfico.
Hay un trasiego perseverante: los comuneros van y vienen de la capital de la provincia
Latacunga. Llevan productos agrícolas y compran alimentos, ropa e insumos para los
cultivos. Al borde del camino, temprano por la mañana, los hijos e hijas de los
comuneros en uniforme escolar esperan el paso de las camionetas de transporte
público. Concurren al colegio de enseñanza secundaria a 10 kilómetros en el camino a
Pujilí. Un comunero me cuenta que desembolsa un excesivo presupuesto en el
transporte de sus hijos. Los escolares pobres van y vienen a pie. De regreso a sus casas,
los que tienen televisión siguen ávidamente las populares telenovelas mexicanas,
venezolanas, brasileras o argentinas29. Desde fines de la adolescencia, hombres y
mujeres emigran para buscar trabajo en Quito. Cuando pueden, retornan a sus casas los
fines de semana. Las comunas de esta zona están dotadas de alumbrado público en el
carretero y de electricidad para uso doméstico. Se conectan a la red sobre todo aquellas
casas -casi todas abandonaron el techo de paja luego del último terremoto- en la parte
central, cercana al camino. Las antenas de televisión no son una excepción en los
tejados. Los camiones de distribución de gas para consumo familiar recorren las
comunas y venden bombonas al borde del camino. Con carretillas o a lomo de burro, las
346

familias las llevan a sus casas. Hace más de una década, la cocina de gas desplazó al
fogón de tres piedras, fuego de leña y olla de barro.
42 El escenario escogido para el linchamiento en Cachi San Francisco fue un antiguo patio
de hacienda, un sitio de connotado prestigio y recuerdos. En ese mismo patio apenas
hace tres décadas, el patrón en persona o en función de una delegación de poder común
en la Sierra, su mayordomo, ejercía una “justicia de patio de hacienda”: amarrados a
una gran piedra, azotaba a los trabajadores incumplidos o acusados de robo. En un
costado de ese destituido cuadrilátero, hondamente incrustada en uno de los taludes
pero sobresaliendo, destaca a la mirada una piedra grande. Sirvió de apoyo material y
de sitio simbólico para el fusilamiento y la cremación del joven. Al pie de esa piedra de
unos tres metros de altura, dos comuneros cómplices fueron obligados a enterrar el
cadáver. El antiguo patio de hacienda es ahora un espacio público comunal: acoge las
reuniones del cabildo y las fiestas anuales que algún prioste dedica al Niño de Atocha.
Por un costado de ese cuadrilátero la perspectiva desborda y se pierde hacia el ilimitado
paisaje del valle de Latacunga; al frente, se erige una pequeña y desangelada iglesia de
un solo campanario. Una casa comunal desconchada cierra un tercer costado. En una
explanada donde desemboca por ahora el camino transitable, hay una escuela pública
de arquitectura burocrática: losa de cemento armado, grandes ventanas en marcos de
metal, pintura verde desteñida por el sol y las lluvias. Quizás por el indefinible
ambiente urbano que produce el encuadre de los postes del alumbrado público
alineados a lo largo del camino, el acceso al lugar recuerda la llegada a una suerte de
remota periferia urbana, quizás una suerte de villa de miseria apenas en formación. Es
un tipo de impresión primera, un ambiente que resalta con frecuencia en las
comunidades de la Sierra ubicadas en la cercanía de una ciudad. Se diría que son
lugares rurales sin definirse ni alcanzar el rango de espacios urbanos. El conglomerado
de comunidades de la región de Cachi, en algún momento no muy remoto, debieron
amagar una aletargada transformación desde hace tiempo y que aún continúa.
43 Primer día: la búsqueda y el encuentro. Al amanecer empezaron los sucesos. Una
familia comunera de Cachi San Francisco constató el robo de una vaca y de un caballo.
Fueron sustraídos al amparo de la noche de un terreno propio, aledaño a la casa.
Apenas aclara la mañana y ya se dispersa de boca en boca en la comuna la noticia del
robo. Se reúne un grupo de 85 comuneros que tienen las autoridades del cabildo a la
cabeza. El grupo de hombres se fija la tarea de rastrear las huellas de los animales,
según declaran a los periodistas30. El robo de ganado (vacas, caballos y llamas) había
sido frecuente en los últimos meses en la comuna. Hay un ambiente de inquietud
colectiva y de indignación. Las huellas, explican los comuneros a los periodistas,
conducen al grupo de búsqueda a una distante comunidad, situada a un buen día de
camino a pie por senderos de alto pajonal en el páramo. Reconocen al ganado robado.
Pace cerca (o en los terrenos, según otra versión) de la casa de una familia de cuatreros
blanco mestizos con antecedentes delictivos probados, afirman los comuneros. Cuentan
que el padre de la familia tuvo hace unos años un castigo en otra comunidad de la
región por sustracción de ganado (lo ortigaron, bañaron y arrastraron atado a un
caballo). Cuentan que a último momento, antes de que lo mataran, fue rescatado por la
policía; sitúan los sucesos hacia 1983. El grupo de hombres de Cachi San Francisco ataca
con armas la casa del supuesto cuatrero que se defiende a tiros. Al fin consiguen entrar
en la casa, la destruyen y secuestran a dos de sus hijos y a la joven esposa de uno de
ellos; tienen 16, 20 y 19 años respectivamente. Golpean ferozmente a la madre y la
dejan por muerta; el padre huye por una puerta trasera. Los tres jóvenes son
347

conducidos durante la noche a la comunidad de Cachi San Francisco. Llegan al


despuntar el alba y son encerrados bajo llave en un cuarto de la casa comunal, a un
costado de la iglesia.
44 Segundo día: un hecho público en las comunas y la ciudad de Pujilí. Los dirigentes y
líderes convocan a una reunión en Cachi San Francisco a las autoridades de las otras
comunidades aledañas, hacia arriba y hacia abajo del flanco de la cordillera. Acuden los
presidentes de cabildo y sus segundos; se exhibe a los detenidos. Bajo amenazas, los
líderes de Cachi imponen un interrogatorio y exigen la confesión de cada uno de los
secuestrados. La joven esposa acusa a dos comuneros, miembros de sendas comunas
colindantes (con una de las cuales hubo en tiempo pasado un conflicto de linderos), de
ser cómplices del robo. Como se dice, eran los “aviadores” del ganado: fueron quienes
sustrajeron los animales. La misma noche del robo, los arrearon al desolado páramo y
de allí otros “aviadores” desconocidos condujeron el ganado hasta la distante casa de la
familia de cuatreros que fue atacada. Los dos comuneros cómplices son buscados en sus
casas. Detenidos por los líderes de Cachi San Francisco, les conducen a la comuna y son
encerrados en el segundo cuarto de la casa comunal. Las autoridades y los habitantes de
las dos comunas de los “aviadores” hacen acto de presencia en la plaza de Cachi San
Francisco. Imponen un gesto que expresa solidaridad y defensa silenciosa de sus
compañeros. Es sabido que los dos comuneros detenidos son parientes de algunos de los
dirigentes de sus propias comunas. Además, tienen lazos de parentesco con otras
familias que también concurren al lugar en un acto de solidaridad y de prevención por
lo que pueda ocurrir.
45 Tercer día: interviene la policía y los mediadores locales. Afluyen más comuneros de los
alrededores y se instalan en el entorno de la plaza de Cachi San Francisco. El sitio es
propicio para observar los sucesos como espectadores pues ofrece un gran anfiteatro
natural. Los ciudadanos blanco mestizos de Pujilí, el pueblo aledaño, informados por las
radioemisoras, suben a la comuna; quieren participar directamente del espectáculo y
esperan el desenlace. Los periodistas dan la cifra de unas mil personas reunidas. Cuatro
policías despachados a Cachi por la comisaria de Policía de Pujilí entran en la
comunidad. Por orden del comisario llegan sin armas. Los comuneros les rodean y
obligan a presenciar un nuevo interrogatorio a los secuestrados. Les declaran testigos
de las declaraciones de los acusados. El testimonio es grabado, como si se tratara de un
programa de radio. Por la tarde ingresa en la plaza el párroco del pueblo cercano
(Pujilí), que viene acompañado de un alto dirigente del Movimiento Indígena de
Cotopaxi (mic) la organización mayor de la provincia. Ambos toman la palabra sin
convencer a los líderes de que liberen a los secuestrados. El dirigente del mic se retira
del lugar. El párroco exhorta y prédica contra la violencia. Hay largas y confusas
negociaciones con un grupo informal de líderes que son quienes, de hecho, toman
decisiones y dirigen la acción31. El párroco propone que se ponga en manos de la policía
a los dos jóvenes. A cambio, ofrece que vendrían las autoridades de la provincia (se
menciona al gobernador) a la comunidad a negociar personalmente con los líderes. El
párroco sugiere que pidan al Estado una indemnización por los animales perdidos. No
convence, pero consigue que el ajusticiamiento sea postergado hasta el día siguiente.
Mientras tanto, conversará con el gobernador de la provincia 32.
46 Cuarto día: el fracaso de las mediaciones y el asesinato. Llegan a la plaza de Cachi San
Francisco reporteros de la prensa, las radioemisoras y los canales de televisión, quienes
son acogidos amistosamente. Los líderes les conceden entrevistas que son filmadas y
348

serán luego trasmitidas en los noticieros de la noche33. Retorna el párroco a la


comunidad. El gobernador de la provincia no se presenta: delega al comisario de policía
(miembro de una organización de izquierda) para que lleve adelante las negociaciones y
entreguen los acusados a las autoridades de policía. Nuevas discusiones: el párroco
ofrece conducir en persona a los dirigentes y líderes ante el gobernador para que
obtengan justicia e indemnizaciones. El presidente de la comuna se opone al asesinato
de los muchachos, entre tanto, las negociaciones se difunden casi en directo por las
radiodifusoras de la capital de la provincia (Latacunga). Al anochecer, sin conseguir
ningún resultado positivo, es hora de la misa de domingo y el párroco abandona el
lugar. El presidente de la comuna se aleja de la plaza. Los líderes obligan a los
reporteros de la televisión a salir de la comunidad. Uno de ellos abre el cuarto y saca a
los tres detenidos; otro dispara un fusil sobre el mayor de los hermanos. Un tercero
asperje gasolina al herido y le prende fuego. El sitio preciso es “una parte alta de la
comuna, donde hay una piedra grande”, reza un documento. Un cooperante italiano
consigue que los líderes perdonen la vida del hermano de la víctima (que es flagelado) y
de la esposa. Al día siguiente les embarcan en un autobús hacia Pujilí; salvan la vida y
quedan libres. Los dos cómplices de las comunidades colindantes son juzgados. Su
castigo será cavar una fosa al pie de la piedra grande y enterrar el cadáver de la
víctima. Además, les obligan a entregar las escrituras de sus terrenos. Los documentos
serán retenidos hasta que paguen una indemnización por los animales que robaron.
47 Al día siguiente, el gobernador de la provincia acusa a las organizaciones indígenas de
planificar los linchamientos. El objetivo sería conseguir el derecho a la
plurinacionalidad que es un tema que se discute en ese momento a nivel nacional. Dos
días luego, un canal de televisión de audiencia nacional difunde un vídeo del
linchamiento y varias entrevistas a los sobrevivientes. En el juzgado de Latacunga, el
fiscal inicia un juicio contra los autores34.
 
¿Actos reveladores sociales?
48 Cada linchamiento hace referencia cuando menos a las situaciones heterogéneas en las
cuales ocurre, a las diversas motivaciones que impulsan a los actores a ejercer una
violencia colectiva y al despliegue cruzado de juegos de poder que la situación
desencadena. Cada caso requiere una investigación detallada. Sin embargo, si algún
valor tiene decantar un rasgo común, convendría tal vez subrayar que son estrategias
de poder que enarbolan una soberanía comunal, en el sentido más amplio del término.
Los envites, los actores y los juegos de dichas estrategias pueden variar y de hecho así
sucede: combinan largas y cortas duraciones. Por ejemplo, los archivos notariales del
siglo XIX de la región de Otavalo revelan conflictos relativos a la autonomía comunal
sobre las tierras ejidales. Se inician en el umbral de la transición del orden colonial al
republicano; al concluir el siglo persisten en estado latente pero sumidos en un compás
de espera. Al final estallan en los años noventa, cuando la dinámica de una coyuntura
de conflictos, quizás tangenciales y fortuitos, desdoblan un enlace de significados entre
pasado y presente35. Algunas veces, esa autonomía atraviesa un arco de larga duración
cuyas dimensiones se pierde en las brumas de una memoria mítica, apenas conservada
en lo fragmentario de los rituales. Las aristas conflictivas de larga duración encuentran
puntos de soporte y resurgencia en las coyunturas del presente que las reinterpretan.
Engendran discursos sobre la comunidad que rehacen una historia y, en algunos casos,
349

“renace” habiendo casi desaparecido36. En cierta medida, la amenaza de matar parece


asociar de manera confusa aquellos discursos sobre la soberanía de larga y de corta
duración que resignifican a la comunidad frente al Estado y la sociedad mayor. El envite
de dichas prácticas puede volcarse hacia juegos internos o ser redirigido hacia el campo
político externo de “la sociedad mayor” ciudadana. En Calguasig y Cachi San Francisco
resalta, en efecto, la utilización de estrategias discursivas de poder en un primer
momento volcadas hacia adentro y luego, en una segunda serie de secuencias, dirigidas
hacia afuera.
49 Hacia adentro, el tema del enfrentamiento en Calguasig fue la consolidación de la
comunidad amenazada, en la diferenciada óptica de los actores, a la vez por la
ignorancia y la superstición, la brujería y la muerte. En Cachi San Francisco, el nudo
interno del linchamiento fue la inseguridad, la hostilidad hacia las otras comunas
colindantes y el afianzamiento de una oligarquía de líderes. En ambos casos la acción,
en las secuencias iniciales, apuntaba a restañar una ruptura del orden social y
pretendía restaurar una legitimidad comunal violada por el delito. Las estrategias
desbordan sin embargo el recinto de la comuna en el curso de los acontecimientos. El
linchamiento es definido hacia afuera y se convierte en una pugna a brazo partido con
el Estado. A partir de ese vuelco, lo que está enjuego sobre el tablero político es
conseguir una difusión en los medios de comunicación y un impacto en la opinión
pública. En este segundo momento, el juego interno de poder pasa a un segundo plano
pero no desaparece, sino que es integrado en la pugna con los actores externos
individuales e institucionales.
50 Precisamente, si resalta alguna hebra común a los dos linchamientos sería que
trascienden lo micro y lo local. Con la elaboración de una temporalidad sustentada por
la tensión que crea la amenaza de matar, apremian a las instancias estatales y convocan
a los medios de difusión. El juego de poder pasa a mayores, puesto que al final, pone
frente a frente el discurso de la microsoberanía de la comunidad contra la ley del
Estado y por lo tanto, impugna el derecho ciudadano.
 
Un juego contextual de fuerzas
51 Resulta obvio que un acto comunal de castigo que se convierte en un rito espectacular
construye el suceso en un tiempo de suspenso. Crea una audiencia mantenida en vilo y
suscita la avidez morbosa de asistir al acto culminante de dar muerte. Los actores (los
líderes, los dirigentes, la comunidad espectadora, el Estado) amagan o ejecutan gestos y
elaboran discursos que se ensamblan en las secuencias pausadas de una estrategia
utilitaria. El objetivo final son las negociaciones. Además, desde el momento que
deviene un espectáculo público producido, por así decir, para los espectadores
inmediatos y para los medios de comunicación masivos (sobre todo la radio y la
televisión), la lógica del suspenso salta a primer plano en las estrategias. Implica la
manipulación de un tiempo y un ritmo al estilo de las demás formas de creación de una
espera, como en una telenovela: prolonga el desenlace para convocar y retener un
público. El linchamiento espectáculo crea al público presencial y al abstracto (el de los
medios de difusión) y, a su vez, queda atrapado en su mirada concreta e imaginada 37.
52 Si se observa a posteriori el curso de estos linchamientos en los cotidianos, los
programas de la radio y los noticieros de la televisión, y cuando se los concibe en su
totalidad, aparece en el análisis una lógica en filigrana que estructura cada una de las
350

secuencias y las articula a la siguiente. Aparecen como juegos de poder que despliegan
la posibilidad de que los sucesos adquieran plena repercusión y logren una difusión
fuera de la comunidad: primero en la región, luego en el país. No son actos realizados
de manera encubierta y bajo el sigilo de actos violentos y clandestinos; por lo contrario,
son ampliamente publicitados. Mientras más numerosos los espectadores, mayor el
éxito en cuanto a la capacidad de negociación de los agentes comunales. Interviene la
lógica sacrílega (para la soberanía ciudadana) del sacrificio humano. En este sentido, el
linchamiento se convierte en un gesto de soberanía comunal, que empuja hasta los
confines de lo político, una capacidad colectiva de significación en el ejercicio de un
poder simbólico. Interpelan al Estado y la sociedad nacional: abren una coyuntura. Por
una parte, el desafío impugna el monopolio del ejercicio de la violencia por el Estado;
transgrede no solamente sus leyes, atribuciones y funciones, sino sus principios
constitutivos. La violencia se convierte y es transformada por los medios de
comunicación en un espectáculo público que obtiene una difusión nacional, con
secuencias de expectativa y desenlace. Los dos casos de linchamientos comunales arriba
descritos tienen precisamente en común que el retardo del desenlace los convierte en
una coyuntura política, aunque de ninguna manera sea aquella una intención
preconcebida (inicial) ni el motivo que desencadena los sucesos.
 
De espacio compartimentado a la marginalización
nacional
53 Pensar en las micro coyunturas de violencia en el sentido de un revelador social,
conlleva el supuesto implícito de que pueden ser concebidas en el rango de hechos
sociales totales, en una semejanza al ejemplo clásico del potlach de M. Mauss o la pelea
de gallos en Balí estudiada por C. Geertz38. Ahora bien, de asumir dicha hipótesis,
quedaría por precisar esos actos de violencia entre los parámetros de la historia
republicana. A mi parecer, son los cambios ocurridos en la forma de administración de
poblaciones en las últimas tres décadas, los que abren la posibilidad de una bifurcación
del hecho aldeano e indígena, hacia lo político nacional y ciudadano. Un primer aspecto
remite a la historia de la transición del gobierno colonial indirecto, ejercida bajo la
modalidad de las dos Repúblicas: de españoles y de indios 39. En resumen, el proceso de
la construcción ciudadana y nacional en el siglo XIX consiste en la transición de las dos
repúblicas do tadas de soberanías supeditadas y jerarquizadas, a un gobierno unitario e
igualitario pero cruzado por una frontera étnica40. Este problema recorre toda la
historia poscolonial y, sin duda, encausa una tensión de larga duración que de ninguna
manera ha concluido. Hoy en día resurge y vuelve a significarse en los levantamientos
indígenas y la violencia comunera local. Aunque el tema desborda el alcance de estas
páginas, conviene mencionarlo aquí porque concierne a la soberanía comunal y los
cambios en la administración de poblaciones por el sistema ciudadano.
54 Los linchamientos de comunidad actuales no son actos inéditos. Recuerdo al menos dos
casos que pueden situar un fiel para apreciar las transformaciones de las últimas tres
décadas. A comienzos de los sesenta un médico y funcionario de la primigenia
institución internacional de desarrollo en comunidades indígenas (Misión Andina, un
organismo de la OEA), fue asesinado colectivamente en una comunidad de la provincia
del Chimborazo porque esta se sintió amenazada. Luego, en 1962, dos encuestadores
que recorrían la comunidad de Pul (cantón Guamote) fueron asesinados por los
351

comuneros. Obviamente, ambos casos revisten significados distintos. Sin embargo,


tienen en común el hecho de que la irrupción de desconocidos en las comunidades
(viene al caso el término quichua para desconocido, extranjero: “huairapamushca”,
traído por el viento) era una amenaza: podía desencadenar violencia colectiva hasta
causar la muerte. Dichas acciones y discurso connotan el espacio comunal en el sentido
de una circunscripción compartida de poder indígena, extrínseca a la esfera particular
de los ciudadanos y la pública del Estado. El grupo comunal se defendía de la
dominación, demarcaba un territorio de resistencia. Recuerdo las frases amenazadoras
de un niño al borde del camino arenoso que conduce a la comunidad de Pul en 1977,
precisamente donde década y media antes habían matado a los encuestadores: “a los
que suben, nosotros les matamos” o la advertencia velada de un comunero en el
cercano páramo de Cebadas: “no, no se puede subir (a la comunidad), se pone brava la
gente”. Con discursos, gestos y ritos algunas comunidades (por ejemplo en Quisapincha)
cultivaban en la mentalidad ciudadana, sobre todo en los habitantes de los pueblos
colindantes, un fantasma de omnipresencia teñida de bravura y revestida de altivez
comunera41.
55 Se deberá tener en cuenta que lo comunal no integraba la esfera particular ni tampoco
la pública nacional que se construye desde mediados del siglo XIX. cuando desaparece el
tributo de indios. Aunque constitutivo del sistema político ciudadano, aquello
concerniente a los indígenas pertenecía a una categoría de nociones nunca explicitada
y exterior a las nociones del régimen republicano: la dominación de poblaciones no
ciudadanas. Era un contorno no definido en las leyes y abandonado al arbitrio de la
configuración de poder periféricas al Estado; un dominio sin normas ni códigos regido
en la vida cotidiana por la ciudadanía del sentido común 42. Por lo tanto, las
comunidades se encontraban insertas hasta la Reforma Agraria en una situación
supeditada al triángulo delimitado por las haciendas, los pueblos y el Estado. Este
sistema de administración de poblaciones aunque no impedía los movimientos de los
comuneros dentro del triángulo, si los restringía hacia afuera: los centraba sobre todo
en cada formación de poder. Cada una competía para resguardar un monopolio de
acceso a las poblaciones indígenas aledañas, dentro del contorno (a veces territorial) de
aquello que consideraba (la cosa propia) le era atingente. Esta modalidad de dominación
posee una característica importante: los conflictos de los ciudadanos con los indígenas
no son políticos en sí mismos, puesto que conciernen lo privativo de las relaciones
particulares. Devienen políticos sólo cuando ponen en peligro la estabilidad del
triángulo de dominación o aparecen conflictos entre las haciendas y los pueblos, o el
propio Estado, por el derecho de acceso a las poblaciones 43.
56 La Reforma Agraria (1964-1972) inició un segundo período: las formaciones particulares
de poder local se desintegraron. Durante las dos décadas que siguieron las esclusas se
abrieron hacia el mundo ciudadano. Los comuneros recorrían el espacio público urbano
y el mercado de trabajo empujados por la presión demográfica sobre la tierra (en
muchos casos perdieron el acceso a terrenos de las haciendas) y jalados por las
esperanzas del auge de exportación de petróleo44.
57 La emigración de hombres y mujeres era un aspecto estructurante de la vida individual,
doméstica y comunal45. Salir fuera de la región y buscar empleo asalariado se convirtió,
en esas décadas, en una condición de vida impresa en el ciclo individual de vida: un
imprescindible ritual de paso a la condición de adulto y la constitución de la familia. La
socialización de los comuneros (hombres y mujeres) se completa desde entonces en las
352

ciudades y los centros de trabajo asalariado. El fenómeno fue masivo: en muchos


lugares alcanzó tasas de 6o y hasta 80% de los hombres adultos emigrantes y entre 40 y
60% de las mujeres46. Durante el auge económico (1970-1980) las comunidades
mejoraron su nivel de vida gracias a los ingresos urbanos de los emigrantes.
Finalmente, las mujeres y los hombres de las comunidades en poco tiempo pasaron de
un horizonte de vida definido por las haciendas y los pueblos, casi siempre en una
región, al ambiente urbano y el territorio nacional.
58 La crisis económica de la década del ochenta señala un tercer hito de cambios, esta vez
marcados por una recesión económica y la retracción del Estado cuando comienzan a
ser aplicadas las medidas neoliberales de desmantelamiento del sector público. De los
aspectos económicos destaco tres: 1) los salarios urbanos que aportaban los emigrantes
a sus hogares rurales casi desaparecen y la reproducción doméstica y comunal entra en
crisis; 2) los comuneros (sobre todo los jóvenes) no encuentran trabajo en las ciudades y
deambulan en trasiegos de ilegalidad popular y actividades informales urbanas 47 y 3) las
pautas de consumo en las comunidades y las aspiraciones de las generaciones jóvenes
se habían urbanizado sin que pudieran ser satisfechas.
59 En cuanto a la crisis del Estado, repercute en las comunidades porque, en primer lugar,
no aporta fondos para proyectos de desarrollo, lo cual debilita las organizaciones
comunales y regionales que los manejaban. En segundo lugar, las redes estatales de
infraestructura no se expanden (medicina, escuelas, caminos, electricidad, agua
potable) y la diferencia de vida entre el campo y la ciudad se vuelve abismal lo cual
incrementa el flujo de la emigración hacia las ciudades 48.
60 La conclusión obvia de la crisis es que durante la última década el Estado pierde
legitimidad en las comunidades cuando se retrotrae. Dejó de ser el interlocutor que
respondía a los pedidos de recursos para mejorar las condiciones de vida y consolidar al
cabildo. El estado posdesarrollista elude un “hacerse cargo” y esta nueva situación
engendra una frustración difusa (“nos tienen abandonados”, declara un dirigente de
Quisapincha) y, al mismo tiempo, las comunidades se vuelven autónomas y retiran la
soberanía que tácitamente habían delegado a este.
61 Sintetizando, se puede decir que todos estos procesos de cambio confluyen hoy en día
hacia un umbral de inacabadas intersecciones: reúne una población en proceso de
modernización, pero sin posibilidades de progreso ni tampoco de retorno al pasado,
sobre todo para los campesinos más pobres. Provocaron una redefinición de la noción
de comunidad del pasado, no solamente respecto al período anterior a la Reforma
Agraria (un remoto tiempo para las nuevas generaciones), sino respecto a lo que fueron
apenas hace una década, cuando inició el movimiento indígena actual. Tienen el
carácter hoy en día en lo que se puede calificar de territorios étnicos de marginalidad:
zonas rurales de predominio indígena con escasas y agotadas tierras, altas densidades
de población y una sobredeterminación de las variables de pobreza 49. Las áreas
comunales son recintos de segregación en todas las dimensiones sociales: espacial,
económica, cultural y, desde luego, política50. Es una discriminación que se reduplica
con la variable étnica: concentra una población excluida por la violencia silenciosa y
afelpada que ejerce la ciudadanía del sentido práctico en la vida cotidiana 51.
 
353

¿Un campo de negociación de la marginalidad?


62 Tanto el asesinato colectivo en Cachi, como el castigo de las dos mujeres en Calguasig,
ofrecen situaciones ejemplares de la constitución de un campo político a partir de un
suceso local52. En los dos casos antes mencionados, el linchamiento crea dos hechos
políticos de enfrentamiento con el Estado que se puede “aprovechar”, en el sentido de
una apuesta en un juego de fuerzas perverso; precisamente en un campo que se
delimita de lo político en una arista de violencia sin normas de encuadramiento ni, a
veces, mesa de negociación. En Cachi, las autoridades no llegaron para hablar con
quienes ejercían la violencia sobre una víctima propiciatoria que, sin duda, servía tan
sólo de intermediario de una frustración social dirigida hacia el Estado y la sociedad
mayor. En efecto, A. Girard señala que las víctimas en un ceremonial de inmolación son
tan sólo una advertencia a terceros intocables y una forma de restaurar la ruptura del
orden comunal provocada por el delito. Se debe añadir que los linchamientos son,
además, una modalidad de recuperar una soberanía y negociarla con el Estado 53. Al
final, en Cachi las autoridades no llegaron para hablar en nombre de la víctima que,
desde luego, no podía hablar puesto que era un simple sustituto, un peón en un juego
de poder al que se le tomaba tan sólo como un sujeto destinado a un sacrificio. En
efecto, al sacrificio final de las secuencias, el interlocutor era el Estado nacional. Por la
mediación de la amenaza de ajusticiamiento, el punto en juego es la transgresión de la
autoridad del Estado (la soberanía: la ley de los ciudadanos) y, como toda transgresión,
lleva la impronta a la vez de la perversidad y del conformismo. Quizás habría que
considerar a los linchamientos (al menos en el estilo de los dos casos aquí descritos), en
el sentido de una acción de identificación de los dirigentes y los líderes de las
comunidades con el propio Estado como un objeto ideal. La identificación al Estado
provoca un efecto que es común a los procesos de proyección. Los dirigentes y líderes
indígenas son captados por la imagen en la cual se identifican, o sea, hacen como el
propio Estado suele hacer. Por lo general en este tipo de coyunturas, la consecuencia
política es que se produce una anulación de la posibilidad de creación por metáfora: la
identificación provoca una cancelación de los márgenes de la imaginación en el
ejercicio de una soberanía comunal.
63 A mi parecer, se puede concluir en un hipótesis provisional. Conviene retornar al
contexto histórico de corta y larga duración que otorga significado a estos actos. Un
recorrido por las zonas de predominio indígena de las provincias de Imbabura,
Pichincha, Cotopaxi, Chimborazo y Bolívar, lleva a una constatación inmediata: el
repliegue del estado neoliberal y los efectos de la crisis económica demarcan a las
comunidades indígenas en una geografía de modernidad marginalizante. Al mismo
tiempo, en esos espacios se gesta una resistencia al poder del Estado y al mundo
ciudadano (blanco-mestizo). Pero esta denotación de sí mismo por un “nos tienen
abandonados”, reduce el margen de la creatividad política de los indígenas e impulsa a
formas perversas de conflicto con el Estado. Induce formas de violencia que reproducen
(en la figura de una semejanza inversa) aquella arbitraria y negligente de los
organismos del estado al retirarse y dejar morir las poblaciones, en el sentido de una
biopolítica54. La ciudadanía esencializada (me refiero a su fundamento civilizatorio
poscolonial en los Andes ecuatoriales) fue erigida en una formación de dominación de
poblaciones: genera conflictos que, para ser reconocidos como políticos, derivan hacia
estrategias de chantaje a la soberanía legal. A título de una estrategia de recuperación
354

de soberanía (hacer justicia propia), los dirigentes y líderes de Calguasig y Cachi


contraponen la biopolítica estatal de “dejar morir” con la amenaza de “dar muerte”.
Las políticas neoliberales transgreden los principios de la legitimidad del sistema
político ciudadano; el estado mata en forma arbitraria y sin justicia al “dejar morir” a
los indígenas. Es un hecho que, en las últimas dos décadas, demuestran las estadísticas
de mortalidad infantil, de mujeres en los partos, por enfermedades curables y la
disminución de la esperanza de vida en casi todas las comunidades de la Sierra.

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Rappaport, J. (1994): Cumbre reborn. University Chicago Press, Idem. 1990. Cambridge University
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Fuentes hemerográficas

Hoy. Archivo informatizado de Infodatos para el período 1991-1998.

El Comercio, algunos meses de 1996 y 1997.

El Universo, un mes de 1997.

Vistazo. Archivo informatizado 1994-1998.


356

NOTAS
1. En Cachi realicé personalmente el trabajo de campo, con el apoyo de Radio Latacunga.
Agradezco a la institución y, sobre todo, a las personas que me brindaron su colaboración, en
especial a Eduardo Guerrero. En las comunidades de la Confederación de Organizaciones
Campesinas Indígenas de Quisapincha (COCIQ, provincia de Tungurahua) la antropóloga Maite
Marín realizó el trabajo de campo bajo mi dirección. Además de la valiosa información que
produjo Maite Marín, le debo un fructífero y creativo diálogo. La antropóloga Gardenia Chávez
colaboró en recoger alguna información. Adriana Jarrín revisó algunos archivos con perspicacia.
La investigación fue financiada por el Centro Andino de Acción Popular ( CAAP): agradezco a su
director, Francisco Rohn, por el apoyo de su amistad, las finanzas y la institución. El Centro de
Documentación de Movimientos Sociales (CEDIME) prestó su apoyo para un primer acercamiento a
la COCIQ. La Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA), con larga implantación en la zona de
Quisapincha. colaboró con su imprescindible infraestructura al trabajo de Maite Marina.
Agradezco el apoyo que se le brindó.
2. Hoy (archivo informatizado de Infodatos para el período 1991-1998): El Comercio,
algunos meses de 1996 y 1997; El Universo, un mes de 1997: archivo informatizado de la
revista Vistazo los años 1994-1998. Existen dos imágenes filmadas por periodistas de dos
canales de televisión sobre los linchamientos en Cachi y Quisapincha.
3. Guerrero. Andrés (1997), pp. 555-590.
4. Souza Martins. J. (1901). p. 25.
5. Entrevista en la comuna de Quindigua Alto (Ctón. Guamote, prov. del Chimborazo). Abril de
1998.
6. Geertz, C. (1986), pp. 94-97.
7. Entrevista en la comuna de Quindigua Alto (Ctón. Guamote, prov. del Chimborazo). Abril de
1998.
8. Venegas, José (s. í), (policopiado, s.l.).
9. Entrevista al p. J. Herrán, inventor de las cabinas radiofónicas comunales, Cayambe, mayo de
1999.
10. Anderson, B. (1993). pp 48-62.
11. Quisapincha. entrevista al presidente de la comuna Illagua, Chico. 30 de diciembre de 1998.
12. Bourdieu, Pierre (1997), pp. 118-119.
13. Quisapincha, entrevista al presidente de la comuna Illagua Chico. 30 de diciembre de 1998.
Sobre la noción de frontera étnica y el espacio ciudadano, me permito remitir a Guerrero, Andrés
(1997). pp. I-XIX.
14. La televisión presenta cada vez más frecuentemente dirigentes indígenas (mujeres y
hombres) filmados en sus funciones de representación. En las comunidades se los observa con
admiración de nuevos modelos.
15. Una búsqueda por la palabra “Lynch” y sus derivados “lynching”, “lyncher” en el Handbook of
Latin American Studies de la Biblioteca del Congreso Norteamericano arrojaba una respuesta
desoladora: dos títulos, que obviamente citaré aquí. En la Biblioteca Hispánica de Madrid, por
linchamiento no se encontraba ningún trabajo clasificado en el catálogo informatizado.
16. Souza Martins, J. (1991).
17. Ibidem, pp. 21-24.
18. Guerrero. Andrés (1992).
19. Brandt, Hans-Jurgen. (1986), (anexos): Starn, O. (1992), pp. 89-111.
20. No encuentro una definición satisfactoria de linchamiento. Los artículos citados
establecen tipologías pero eluden una definición. La Enciclopedia of Social Science no trae
357

el término. The Encyclopœdia Americana propone una curiosa explicación: Lynch Law or
Judge Lynch: “a name for irregular punishment, especially capital, inflicted by private
individuals independently of the legal authorities (...) This mode of administra-ting
justice has always prevailed more or less in every country in times of great popular
excitement, and it is necessarily resorted to in newly-settled territories, where the
power of civil government is not fully established”, (vol. 17, p. 883). La explicación es
contradictoria con el hecho que el fenómeno de los linchamientos es relativamente
tardío en la historia de los Estados Unidos. Hubo más de 4 mil linchamientos entre 1885
y 1956. Ocurrieron en territorios donde las autoridades estaban bien establecidas. The
New Encyclopedia Britanica. Vol. 7, p. 589. C. Van Woodward: “Dangerous Liaisons”, nybk.
Vol. XLV, No. 3, feb. 1998, pp. 15-16. Por su parte. Stewart E.Tolnay y E. M. Beck
proponen una definición en cuatro puntos: 1- una persona fue asesinada; 2- fue un acto
ilegal: 3- tres o más personas participaron: 4- actuaron bajo el pretexto de servir a la
justicia o a la tradición (1992), A Festival of Violence. Analysis of Southern Lynchigs
1882-1930. Univ. Ill. Press. Urbana, p. 260.
21. La forma del relato que produce la prensa es un tema en el que habrá que detenerse en la
investigación por su impacto en la formación de la opinión pública y la imagen que construye de
los indígenas, la crisis y la violencia social.
22. Entrevista al ex presidente de Calguasig, J. A. P febrero de 1999 (realizada por Gardenia
Chávez).
23. Las comunas de Quisapincha se “vocean” información de unas a otras por
altoparlantes colocados en altos postes clavados en la plaza de cada comuna.
24. Unas 18 comunidades del cantón Quisapincha están agrupadas en una organización de
“segundo grado”, la Confederación de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Quisapincha
(cociq). La decisión del secuestro fue adoptada por los dirigentes de la comuna. Un dirigente de
esa comunidad había ocupado anteriormente puestos importantes en la Confederación.
25. Relata un periodista: “De pronto, con un micrófono en mano, un dirigente, desde el segundo
piso de la Casa Comunal, ironizó en contra de las autoridades por la poca importancia que dieron
a la detención de las dos presuntas hechiceras. Las autoridades estaban pasando bonito en la
ciudad, ahora están sintiendo frío y dolor', dijo el indígena a viva voz. La prolongación de la
asamblea dijo uno de los mediadores, es para que las autoridades sientan, en carne propia, lo que
es vivir en el páramo, sin educación, vivienda y salud.” El Comercia 22 de julio de 1996.
26. Algunos minutos del “castigo” fueron difundidos por un canal de televisión con
alcance nacional durante la hora de mayor audiencia. Se observa en el video que las
mujeres (calificadas de “morenas”, en la prensa) eran mulatas y que también se castigó
a un hombre mulato. Salvo los azotes con acial de cuero trenzado, el tormento fue
realizado colectivamente. Algunas mujeres irrumpían de la multitud con ramas de
ortigas y les azotaban: otras personas les echaban agua Una autoridad mediaba y
amortiguaba la violencia. En un momento del castigo, un hombre se aproximó a una de
las dos mujeres y amagó el gesto de rociarlas con un líquido (¿gasolina o agua?). El
dirigente que presidía la ceremonia le apartó con un enérgico movimiento de brazo.
Presenciaba el espectáculo una multitud de indígenas (mujeres y hombres) de todas las
edades.
27. El Comercio. 18, 19, 22 y 28 de agosto de 1997.
28. Entrevista al hijo de un antiguo huasipunguero que lideró el conflicto, R.T., Latacunga febrero
de 1999. Entrevista al último propietario de la hacienda Cachi San Francisco, Dr. A. P.M., mayo de
1999 (agradezco a Alicia Torres por esta última entrevista).
29. Entrevista a N. C, comunero de Cachi Alto-El Tablón, mayo de 1999.
358

30. Es la versión oficial de los hechos recogida sin más en los cotidianos. Desde luego que es
imposible rastrear huellas de unos pocos animales en los densos pajonales del páramo. Adelanto
aquí que los comuneros manejaban obvia información del lugar donde se hallaba el ganado.
Sabían además que existía una red de cuatreros constituida por personas de las comunidades
aledañas.
31. “Los líderes son como unos caciques”, me explica un abogado que les conoce per sonalmente.
Entrevista al Dr. J. A., Latacunga. mayo de 1999.
32. Entrevista al párroco de Pujilí, julio de 1999. Las dos mujeres iniciaron un juicio contra las
autoridades de la comuna. Los funcionarios estatales que presenciaron los hechos fueron
destituidos.
33. Entrevista al periodista de Ecuavisa G. A. Quito. Marzo de 1999 (realizada por Adriana Jarrín).
34. Artículo de J. M. Ruiz N. (obispo de Latacunga). “Incultura de la violencia” en El Universo, 31 de
agosto de 1997; El Comercio, 12 y 13 de agosto de 1997; reportaje de Santiago Roídos B. y María S.
Játiva. “El quinto: no matarás” en Vistazo 27 de agosto de 1997.
35. Concretamente me refiero al conflicto entre los habitantes del pueblo de San Pablo
del Lago con las comunidades colindantes por las tierras al borde de la laguna.
36. Rappaport, J. (1990 y 1994); Guerrero. Andrés (1991).
37. La COCIQ constituyó una comisión para observar los noticieros de la televisión en los días del
secuestro y analizar la imagen que daban de los sucesos. (Comunicación de un dirigente de la
COCIQ, febrero de 1999).
38. Mauss, M. (1983).
39. Annino, A. (1994). pp. 229-250.
40. Thurner. M. (1997).
41. Entrevista al Teniente Político del Quisapincha, F. S. Diciembre de 1998
42. Guerrero, Andrés (1992), pp. 331-354: y del mismo autor (2000). pp. 9-61.
43. Clark, K. (1994).
44. Lentz, Carola (1998)
45. Ibidem.
46. Korovkin, T. (1997). pp. 25-49.
47. Waters, W. F. (1997), pp. 50-64.
48. Rudel. Th. K. and Richards, Samuel (1990), pp. 73-89.
49. Korovkin, T. (1097), pp. 89-110.
50. Zamosc, L. (1996).
51. Guerrero. Andrés. (1997). pp 98-105.
52. Vistazo, 21 de agosto 1997.
53. Foucault, Michel (1997), pp. 216 y ss.
54. Foucault, Michel (1997), pp. 216 y ss.

NOTAS FINALES
1. Profesor de flacso Ecuador y Honorary Research Fellow de la Universidad de St. Andrews
Escocia.
359

Guerra, insurgencia y prácticas


judiciales1
Mario Aguilera Peña

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1

1 En varias regiones de Colombia los campesinos resuelven sus conflictos a través del
arbitraje de la guerrilla. A esa experiencia judicial aluden términos como “la ley del
monte”, “la ley de los muchachos” o la “fiscalía 45”, con el que se hace referencia a una
pistola con ese calibre. A eso mismo se refieren cuando alguien comenta que fue citado
al “tribunal del río” o a “la oficina”, es decir, a los “despachos” más o menos
permanentes que en algunas regiones sirven de escenario a la actividad de la justicia
insurgente.
2 El ofrecimiento a las comunidades de seguridad y de justicia es uno de los factores que
contribuyen a explicar el crecimiento territorial de las guerrillas. Las prácticas
judiciales de los grupos guerrilleros han sido tan importantes para su proceso de
expansión como el incremento de ingresos económicos derivados del narcotráfico, del
secuestro o de su sistema de tributación y la relativa deslegitimación del Estado al no
poder resolver viejos problemas estructurales de orden económico y social, o al
enfrentar la acción guerrillera con mecanismos violatorios de los Derechos Humanos.
3 El ejercicio por parte de la guerrilla de unas practicas judiciales, y su progresivo
fortalecimiento en el actual conflicto interno, se explica por razones que van más allá
de la obvia necesidad de todo grupo armado de ordenar por razones de seguridad el
territorio bajo su influencia. Sin que sean las únicas razones, nos parece que debemos
destacar dos causas: la primera, la incapacidad del Estado de atender las demandas
provenientes de diversos procesos de colonización en los últimos cincuenta años. En
esos espacios, las guerrillas, especialmente las FARC, se encargaron de imponer un orden
y de estimular los procesos de organización comunitaria. La segunda causa, proviene de
la crisis de la justicia en general y no exclusivamente de la justicia penal. La
360

administración de justicia no ha logrado satisfacer las demandas sociales ya que, por


motivos de orden público, no ha contado con la colaboración de otras agencias del
Estado, porque es una justicia paquidérmica y costosa, porque en los grandes y
pequeños despachos judiciales el formalismo todavía puede derrotar el reconocimiento
efectivo de los derechos, y porque hay una permanente y asistemática producción de
normas. Además, porque ante la ausencia de medidas políticas que verdaderamente
ayuden a solucionar la crisis que vive el país, a la justicia penal le asignan grandes
responsabilidades simbólicas e instrumentales para el control social por parte de unos
legisladores que persisten en multiplicar los tipos penales y recargarla de
procedimientos que endurecen cada vez más la penalidad existente. A todo ello se suma
que las agencias encargadas de la prevención, investigación y detención de los
culpables son desacertadas, ineficientes y morosas.
4 La justicia guerrillera actual no es la misma que existió en los orígenes del movimiento
guerrillero. En los inicios de las organizaciones insurgentes fue más importante
aprovisionarse de unas normas disciplinarias dirigidas hacia el interior de las mismas
organizaciones que la concepción de un orden hacia fuera distinto al estrictamente
militar. Sin embargo, en forma desigual y con diferencias en las estrategias
revolucionarias, los movimientos insurgentes descubrieron que las demostraciones
judiciales frente a los civiles podían convertirse en un asunto clave para garantizar su
estabilidad y sobretodo su expansión territorial.
5 La justicia guerrillera que surge con el control militar de un espacio determinado es
esencialmente penal, esto es, una justicia de castigo. El control de un espacio implica
que la guerrilla imponga unos anillos de seguridad con el fin de establecer un orden
tanto para la defensa como para la guerra, que penaliza implacablemente las
infracciones. En cambio, cuando interviene en los conflictos entre los individuos o en la
solución de los problemas de la comunidad en la que se encuentran, lo hacen tratando
de dirimir desaveniencias o reconciliando intereses encontrados entre las partes. Lo
que pretende, entonces, es sustituir con alguna eficacia a las agencias del Estado
simplificando el procedimiento judicial al intervenir en pleitos que en la lógica del
derecho estatal pertenecerían a diversos campos (policivo, penal, laboral, civil, familiar,
etc.).
6 En la resolución de conflictos entre individuos puede observarse que en sus comienzos,
la tendencia de la guerrilla era la de desafiar el derecho “burgués” o estatal al tomar
decisiones judiciales en contra del orden social que combatían. Posteriormente, a
mediados de los años ochenta, cuando comenzó a acuñar normas parciales y dispersas,
la tendencia fue contraria, pues sus decisiones respetaron los pilares básicos del
capitalismo. Su acción judicial estaba dirigida a la desactivación de conflictos, a
resolver los problemas con criterios de equidad y a que “prevaleciera lo justo y el
interés de los más humildes y explotados”, sin que ello significara un cuestionamiento
de fondo de las relaciones económicas vigentes.
7 Si bien en la justicia de la guerrilla predominó la imposición de la pena capital,
recientemente ha evolucionado hacia la diversificación de penas como producto, entre
otras razones, del rechazo de las comunidades a esa medida, de los “errores judiciales”
en que incurrió y que en algunos casos ha reconocido, del debate interno sobre ese
problema, y de la presión de diversos sectores sociales que en diferentes momentos han
logrado llevar hasta sus filas la discusión sobre los límites de la guerra y la adecuación
de sus conductas al Derecho Internacional Humanitario.
361

8 En síntesis, las prácticas de justicia de la guerrilla se desenvuelven en los campos


militar y político. Las prácticas de justicia en el ámbito militar tienen como objetivo la
vigilancia y el ordenamiento del territorio a fin de garantizar la seguridad del aparato
armado, y su disposición para generar respuestas a las diferentes formas de la guerra.
En el ámbito político, las prácticas de justicia, pretenden la configuración de una base
social al ofrecer solución a los conflictos de intereses que se presentan entre miembros
de la población civil o al atender algunos de los problemas de las comunidades. En los
dos campos en que se desenvuelve la justicia guerrillera, las prácticas se dan de manera
articulada y simultánea aunque, dependiendo del contexto histórico o de los espacios
concretos en los que se presentan los conflictos, una de ellas puede ser más notoria que
la otra.
9 El presente análisis de las formas de justicia insurgente demuestra que ha existido una
relación indisoluble entre justicia y estrategia política guerrillera. En buena medida, la
justicia insurgente ha tratado de establecer una relación permanente con las diversas
expresiones del movimiento social. Así, luego de la etapa de aislamiento o de su fase
“foquista” y militarista, la guerrilla diseñó estrategias judiciales que le permitieron
ganar espacios en las organizaciones obreras y en los movimientos estudiantiles. Por
ello, intentó crear una justicia “revolucionaria” que terciara en los conflictos sociales,
sentenciando a los poderosos o castigando a los traidores del “pueblo”.
10 Posteriormente, cuando tales movimientos declinaron y se activó el movimiento cívico
y las reivindicaciones locales y regionales, la guerrilla logró un importante control en
zonas estratégicas en las que desarrolló funciones estatales a partir, en algunos casos,
del uso de la fuerza. En otros casos el control de los territorios se debió al
reconocimiento de la autoridad, que ellos ejercían, por parte de los pobladores. En ese
contexto, sus prácticas judiciales se orientaron hacia el desarrollo de la solución de
conflictos individuales o comunitarios haciendo hincapié en el manejo de los recursos
municipales.
11 El siguiente análisis no sólo hace visible los fines políticos de las prácticas judiciales de
la guerrilla, sino que permite identificar los cambios en sus diferentes modalidades e
instrumentos. No es casual que la justicia guerrillera haya decidido intervenir en otros
campos diferentes al de la justicia penal, y tampoco es gratuito que haya disminuido la
imposición del castigo de la pena capital para muchos casos, optando por graduar las
penas que van desde las multas, el resarcimiento del daño y el trabajo comunitario,
hasta el destierro.
12 El presente análisis de las formas de justicia insurgente no parte de la observación de
un determinado grupo guerrillero tomándolo como modelo, sino de la mirada
transversal a diferentes grupos insurgentes, desde sus orígenes hasta la actualidad,
estableciendo puntos comunes y diferencias con relación a las prácticas judiciales que
ejercen con respecto a la población civil. Tampoco se sitúa dentro de un marco
geográfico específico, sino que, todo lo contrario, el análisis accede a diversos contextos
con el fin de precisar los diferentes tipos de justicia guerrillera que existen, tanto en sus
rasgos dominantes como en los subordinados.
13 Intentaremos mostrar en varios momentos históricos de las guerrillas colombianas el
surgimiento de prácticas judiciales frente a la población civil. Si bien relacionaremos
cada una de ellas con respecto a un determinado contexto histórico, el propósito no es
el de realizar una periodización de la justicia guerrillera ya que una forma no sustituye
a la otra, sino que coexiste con la siguiente.
362

14 A continuación presentamos tres formas de la justicia guerrillera: la justicia


ejemplarizante, la justicia retaliadora y la justicia del poder local. Cada una de estas
justicias se origina en un momento histórico preciso y se articula, luego, a la siguiente
estrategia política y judicial.
15 La justicia guerrillera nunca ha perdido su esencia instrumental. Su justicia es un
método de guerra: de un lado, porque funciona para enfrentar o suprimir al enemigo
político, y de otro, porque intenta construir órdenes o poderes políticos locales, por lo
menos parcialmente, mediante el uso de un rigorismo penal desproporcionado en
relación con los “delitos” o con los problemas que se pretenden resolver. Todo ello sin
ahondar en el significado que tienen, dentro de sus prácticas judiciales, la existencia de
tratamientos desiguales para los procesados, las posiciones parcializadas por razones
de conveniencia política, y el hecho de que los civiles no tengan toda la claridad sobre
las normas, los procedimientos y los medios de defensa.
 
La justicia ejemplarizante
16 La primera forma de justicia, la “justicia ejemplarizante”, se dio entre 1964 y 1976
durante los orígenes mismos de la insurgencia. Su proceso inicial de penetración en
diferentes lugares del país se caracterizó por su preocupación en querer proyectar ante
la población civil la existencia de un orden que debía asegurar la supervivencia y el
crecimiento de los aparatos armados. En aquel entonces el orden parecía estar al
interior de los movimientos guerrilleros, esto es, en las relaciones entre los
combatientes, “religiosamente” convencidos de su proyecto político. Desde la
perspectiva guerrillera la primera amenaza para ese orden interno provenía de un
entorno extraño y de unos campesinos políticamente “enajenados que podían
reaccionar negativamente ante la irrupción de grupos armados. Someter o ganarse de
alguna forma a los pobladores de las zonas del país que estaban bajo su acción política y
militar, pareció ser la regla de oro para asegurar la existencia de los grupos
guerrilleros.
17 Si bien el modelo revolucionario que adoptó cada grupo guerrillero contribuyó a
delinear claramente las prácticas de justicia, a la postre pareció prevalecer en la
finalidad de las tres agrupaciones guerrilleras el afán de supervivencia y de crecimiento
militar. De ello resultó una práctica judicial que buscaba la intimidación y la aceptación
de los grupos armados por medio del uso de la pena de muerte frente a los infractores
de ciertas prohibiciones que afectaban fundamentalmente la guerrilla (delatores,
informantes, etc.), y la seguridad o tranquilidad de las zonas campesinas (cuatreros,
pequeños delincuentes). Las lógicas que prevalecieron en el funcionamiento externo de
la prácticas guerrilleras respondieron a tres criterios:
18 1.) Las prácticas judiciales son un instrumento para hacer más eficaz la guerra. 2.) La
vida de la “vanguardia guerrillera” o en sus palabras, la vida de esa primera semilla
revolucionaria, no tenia equivalencias, lo cual justificaba, en su lógica, la muerte de
todos aquellos civiles que la colocaran en peligro. 3.) El pequeño delincuente que
asolaba las propiedades de los campesinos se convirtió en una especie de “chivo
expiatorio”, casi una ofrenda para la conquista, la aceptación o la expansión de las
guerrillas en las comunidades rurales. La muerte del pequeño delincuente era tanto la
demostración de autoridad y eficacia, como la insinuación del proyecto futuro de una
sociedad sin delincuencia.
363

19 La estrategia revolucionaria se apoyó en modelos exitosos de otras revoluciones: en el


Ejército de Liberación Nacional -ELN-, es clara la influencia de la revolución cubana y la
reivindicación “foquista” en la acción guerrillera. En el Ejército Popular de Liberación -
EPL-, del Partido Comunista Marxista-Leninista - PC-ML-, fue notorio el impacto del
proceso de la Revolución China y la adopción del modelo de “guerra popular
prolongada”. En cambio, la estrategia de las FARC, proviene de las experiencias de las
guerrillas liberales y comunistas durante la violencia bipartidista, antes que de la
apropiación de un modelo foráneo. Cuando esta acepta la crítica de que es una guerrilla
de “autodefensa”, se convierte en una guerrilla móvil, subordinada a los intereses
políticos del entonces Partido Comunista de Colombia -PCC-, cuya dirigencia admiraba el
modelo de revolución soviética y defendía el criterio de la “combinación de todas las
formas de lucha”2.
20 La adopción de un modelo de lucha revolucionario contribuyó a definir una forma de
relación de las guerrillas con las llamadas masas populares y una asignación de
funciones a los sujetos destinados a adelantar el proceso revolucionario. El tipo de
relación con las bases sociales y de la cual se desprendieron unas formas judiciales tuvo
importantes diferencias.
21 Para el ELN lo fundamental fue la supervivencia y el crecimiento del aparato armado, así
se reconozca que hubo posiciones en contrario e incluso experimentos para lograr el
acercamiento con los campesinos en sus zonas de operaciones. El ELN no aceptó la
división del trabajo revolucionario entre guerrilla y partido y por ello defendió la vía
armada como la única forma para acceder al poder del Estado 3. Esa política implicó que
el ELN aplicara un tratamiento disciplinario a los campesinos en sus centros operativos,
y en parte explica los motivos de su acelerado aislamiento y de su crisis a mediados de
los años setenta.
22 Respecto de las FARC, es necesario comprender, primero, el esquema del partido
Comunista. Este consideraba a la clase obrera como la vanguardia de las demás clases y
capas sociales en la lucha por el socialismo. Para el PC, las FARC eran una especie de
reserva para enfrentar la violencia y “las agresiones que realizan las Fuerzas Armadas o
bandidos a sueldo de los latifundistas y capitalistas”, y un respaldo a la “existencia de
las organizaciones de masas y al trabajo del Partido Comunista” 4.
23 Ahora bien, en la estrategia de las FARC, las masas jugaban un papel importante no sólo
porque complementaban de alguna manera la acción legal del partido Comunista en
algunas zonas rurales sino también por sus orígenes campesinos y su pasado reciente
vinculado a algunas zonas de colonización. En las FARC, la relación con los campesinos
tuvo correspondencia con el grado de libertad de movimiento en cada zona. Allí donde
poco operaba el Ejército y podía movilizarse con facilidad, pudo establecer un mejor
contacto con los pobladores y respaldar diversas actividades y formas de organización.
En cambio, en las áreas que recién penetraba, el trato con la población fue más bien
restringido y descansó precisamente en el ofrecimiento de seguridad y de justicia.
24 El EPL, grupo guerrillero de inspiración maoísta y brazo armado del PC-ML, consideraba
que el principal escenario de la revolución eran las zonas rurales colombianas. En su
concepción la lucha armada como objetivo a corto plazo debía crear “bases de apoyo o
bases liberadas” que articuladas podrían estrangular los centros neurálgicos y las
arterias vitales del enemigo. El trabajo político del PC-ML en la ciudad, se entendió como
complementario de la “guerra popular” que se debía desarrollar en el campo y su
364

fuerza llevaría a que los obreros fueran arrastrados al combate. Sobre el particular, el II
Pleno de esa organización política estableció que
La lucha urbana estará supeditada durante todas las fases iniciales a la lucha en el
campo (...) mientras que la lucha campesina girará, principalmente al comienzo,
alrededor de la guerrilla, y tan pronto como sea posible, alrededor de los
destacamentos semirre-gulares y regulares de combate5.
25 La instalación de la guerrilla en zonas apartadas y marginales del país hizo que se
establecieran relaciones de diverso tipo con los campesinos y que de alguna manera se
rompiera el orden habitual en esos territorios. En líneas generales, la guerrilla provocó
tres tipos de situaciones sucesivas y complementarias: la imposición de un orden en el
entorno para mantener su seguridad, la sustitución de algunos funcionarios del Estado
en relación con las tareas propias de sus cargos, y como corolario de lo anterior, la
oferta de justicia y seguridad a los campesinos.
26 Sin embargo, de los diversos modelos –en medio de enconados debates ideológicos
dentro de la izquierda de la época, en donde cada grupo decía tener la razón o la
verdadera y única “línea correcta” para el logro de la revolución–, las guerrillas
tendieron en la práctica a ser muy parecidas y a convertirse en guerrillas “foquistas” y
militaristas. Esos rasgos definieron a su vez el contenido de sus prácticas judiciales, las
cuales adquirieron un perfil esencialmente penal. Esto quiere decir que la mayor
preocupación en la relación de los guerrilleros con los campesinos fue la de intimidar
por medio de la imposición de la pena de muerte. Por supuesto que en sus orígenes, los
guerrilleros impusieron otras penas y regularon diversos aspectos de la comunidades,
como lo hizo particularmente el EPL con sus experiencias en el Alto Sinú y en el Alto San
Jorge. Sin embargo, dichas formas judiciales fueron más bien marginales en el contexto
que estamos analizando.
27 Las guerrillas impusieron la pena de muerte para ciertos “delitos”, es decir, para
acciones u omisiones de los campesinos en relación con la seguridad de los grupos
armados; además, reforzaron con la imposición de la pena de muerte un par de
prohibiciones contenidas en el Código Penal colombiano. En otros términos asimilaron
los pobladores a combatientes y fueron más allá de las penas estipuladas por el Estado
al castigar con pena de muerte a delincuentes menores que tenían fama de atentar
contra tres pilares del orden social: la propiedad, la vida y el honor sexual.
28 A esa justicia guerrillera la hemos denominado ejemplarizante, porque busca la
penetración y permanencia del movimiento insurgente en espacios rurales extraños a
la mayoría de sus componentes: porque revela una aplicación instrumental en la
medida en que muy poco tiene que ver con los ideales de los aparatos armados, y
porque antepone el interés de la guerrilla sobre los intereses de los campesinos, al
predominar en sus acciones la búsqueda de seguridad y de aceptación de los grupos
guerrilleros. Es también una justicia que le crea problemas a las zonas campesinas
porque es una justicia que impone un orden para la guerra. Si bien resuelve problemas
de seguridad sin consideración a sus utopías –porque en concordancia con ellas algunos
de los “ajusticiados” hubieran podido salvar sus vidas-, su fin último apunta a la
penetración y el avance militar en zonas consideradas como estratégicas para su
existencia y expansión.
29 La justicia ejemplarizante presenta tres matices, que como ya se dijo, responden a
modelos revolucionarios, pero también al papel que cada grupo le asigna a las masas o
al pueblo, y que se refleja de alguna manera, en la relación de los guerrilleros con los
365

campesinos de las zonas escogidas para sus acciones. A mayor distancia con las bases
sociales y con los pobladores campesinos, la justicia penal o la justicia como castigo
tendió a ser la única forma de impartir justicia. En cambio, a mayor relación del grupo
guerrillero con las bases sociales, menor fue el aspecto penal de la justicia guerrillera y
más amplias y diversificadas las funciones judiciales. Así, en un extremo, se halla el caso
del ELN, que denominamos justicia defensiva. Este grupo estableció una escasa relación
con los campesinos y fue el que más tendió al rigorismo interno y externo, y al ejercicio
de una justicia de tipo penal. En cambio, en el otro polo identificamos al EPL, por cuanto
establece una relación estrecha con los campesinos, muestra una variabilidad de
ejercicios judiciales (expropiaciones, resolución de conflictos familiares etc.) y una
menor penalidad sin que se excluya por supuesto la pena capital. A la justicia del EPL, la
denominamos justicia comunitaria. En el centro ubicamos a las FARC, específicamente
en su proceso de transición de guerrilla de “autodefensa” a guerrilla móvil, momento
en el que establece unas relaciones tenues con las comunidades fundadas en asuntos
puntuales como el ofrecimiento de condiciones de seguridad a través de la “limpieza”
de delincuentes. La fórmula de explorar y de configurar influencias territoriales sobre
la base de una justicia exclusivamente penal contra algunos delincuentes la bautizamos
como justicia expedicionaria. Veamos brevemente las características de las tres formas
de justicia ejemplarizante.
 
• La justicia defensiva

30 En sus orígenes el ELN antepuso el aspecto militar al político. Rechazó de plano la acción
legal reivindicativa, es decir, la lucha organizada encaminada al reconocimiento de
ciertos derechos porque se consideró que esta acción convertía al pueblo o las masas en
conformistas y los apartaba de los verdaderos y grandes objetivos revolucionarios. Para
esa organización, lo fundamental era que la guerrilla asumiera el papel de foco
generador de una “conciencia revolucionaria” que se transformaría espontáneamente
en aparatos organizados acordes con las necesidades ”concretas de la práctica
revolucionaria”6. De esta manera se le atribuía a la guerrilla un poder casi mágico, pues
se pensaba que sus actos podrían ser un detonante que arrastraría tras de sí a los
sectores sociales interesados en la revolución social7.
31 Con tales presupuestos era explicable que el ELN no pudiera lograr explotar las relativas
ventajas históricas y políticas de sus primeros escenarios de actividades. Eso también
permite comprender que el contacto con la población campesina se rigiera por
necesidades logísticas. Las normas no escritas que la guerrilla ponía en funcionamiento
al penetrar en una zona pasaban, en lo fundamental, por una primera fase de
clandestinización en las zonas de operaciones. Luego, en un segundo momento, se
buscaba el acercamiento con los campesinos para explicarles los objetivos de su lucha y
los futuros beneficios si triunfaba la revolución. Y, por último, procedían a la
imposición del silencio a los campesinos en cuanto a los movimientos del grupo, y,
eventualmente, a la asignación de tareas de abastecimiento, de enlace o de información
a los habitantes de la región8.
32 La guerrilla imponía un “orden de guerra” e involucraba a los campesinos en la lucha,
asimilándolos a combatientes o militantes revolucionarios. No hubo códigos escritos,
pero en cambio era claro para los campesinos que algunas omisiones o acciones que
eran delitos podían ser consideradas como traición. Indicativo de aquel “orden de
366

guerra”, es el que recuerda uno de sus jefes históricos, Nicolás Rodríguez Bautista:
estaba prohibido que los campesinos se relacionaran entre sí, “sin una estricta
necesidad”9.
33 La pena de muerte ordenada por el jefe del grupo guerrillero fue por lo general, la
respuesta al quebrantamiento de las normas de seguridad de la guerrilla. En muy raras
excepciones el comandante le entregó a civiles la valoración de la falta y el
señalamiento de la sanción. Las muertes de campesinos fueron criticadas por algunos
de sus miembros y por los propios campesinos de la zona que todavía recuerdan que las
ejecuciones contribuyeron a la crisis que vivió ese grupo a comienzos de los años
setenta10.
 
• La justicia comunitaria

34 Los primeros pasos del EPL apuntaron a repetir el proceso de la Revolución China y a
construir un nuevo Estado de “dictadura popular” denominado “República Popular de
Colombia”. La etapa inicial del proceso revolucionario se desarrollaría en el campo, con
la formación de varios “frentes armados” o “bases de apoyo” en distintos lugares del
país. En teoría se pensaba aprovechar las contradicciones sociales rurales, entre
terratenientes y campesinos, agitando un programa agrario que bajo la consigna de “la
tierra para quien la trabaja”, entregara tierra a costa de las propiedades de los “
imperialistas”, los “latifundistas” y los “enemigos de la revolución”. Se planteaba
también la devolución de las tierras arrebatadas a los campesinos por medio de la
violencia respetando los derechos de terceros, el reparto de bienes muebles
confiscados, la anulación de las deudas e hipotecas, el castigo para los especuladores y
el respeto a las propiedades indígenas11.
35 La realización del programa agrario en cada “base de apoyo” debía pasar por la
movilización campesina, la organización de una fuerza armada, la liquidación de los
enemigos internos en las regiones y la configuración de los gobiernos locales como un
elemento fundamental de ese proceso. En ese aparato de poder local debían estar
representados organismos militares como el EPL, políticos como el Frente Patriótico y,
“esencialmente los obreros y peones agrícolas, campesinos pobres y los aliados”. El
desarrollo de ese poder local no debía seguir un modelo determinado ni estar
supeditado a una teoría especial, sino que había que construirlo sobre la base de
experiencias concretas, de las particularidades regionales y de su racionalización por
parte de la dirección del partido y de las bases sociales.
36 Ahora bien, a esas “bases de apoyo” se les asignaba un papel central en el proceso
revolucionario, pues debían multiplicarse por todo el país, “estrangular los centros
neurálgicos y las arterias vitales del enemigo”, convertirse en retaguardia de las
guerrillas y nutrir los destacamentos del Ejército Popular de Liberación, el cual en una
fase más avanzada de la revolución, se transformaría en el “ejército regular del pueblo”
encargado de asegurar la dictadura del proletariado.
37 En los planes del EPL estuvo el propósito de establecer 22 zonas campesinas en varias
regiones del país, pero sólo se concretaron dos en las zonas del Alto Sinú y del Alto San
Jorge, en la región del nordeste antioqueño. Y lo más próximo que hubo a una base de
apoyo se dio en esta región, en los años 1967 y 1968, es decir, hasta cuando los cercos
militares de mayo y agosto de 1968 desmantelaron la organización guerrillera lo cual
determinó el retiro temporal del EPL de la región. Con dicho experimento político, este
367

grupo guerrillero practicó lo que le había criticado a las autodefensas comunistas,


fundadas décadas atrás, pues su base de apoyo se convirtió en territorio de autodefensa
al no tener la capacidad de seguir creando nuevos escenarios. En estos territorios de
autodefensas, la población civil era al mismo tiempo guerrilla, y como tales fueron
tratados por las vanguardias revolucionarias. En corto tiempo, estos territorios
corrieron con la misma suerte de las autodefensas de los años cincuenta y sesenta:
fueron cercadas y desmanteladas por las fuerzas del Estado sin ofrecer mayor
resistencia.
38 La estrategia revolucionaria del EPL implicó una mayor integración con la población
campesina y por ello mostró una variada práctica judicial que desbordó el ámbito
estrictamente penal. El relativo vínculo entre guerrilla y comunidad permitió el
surgimiento de una instancia de gobierno conocida como la Junta Patriótica Regional
del Sinú, San Jorge y Cauca, conformada por guerrilleros y campesinos, que funcionaba
como una instancia superior de las juntas patrióticas de carácter local. Las juntas
organizaron la producción económica, la defensa del territorio, regularon precios y
actuaron como tribunales de justicia.
39 En el aspecto judicial podemos identificar tres niveles de prácticas: en primer término,
se advierte un conjunto de medidas dirigidas a transformar las relaciones sociales del
campo, pues se ordenó la expropiación sin indemnización y la invasión de tierras.
Paralelamente, operó la penalización de los propietarios o de los comerciantes
monopolistas del café, forzándolos al desplazamiento o aplicándoles la pena de
muerte12.
40 En segundo término, abocaron un cuerpo de problemas comunitarios e individuales
entre los que se destacan: asuntos de linderos, problemas de ventas y obligaciones,
infidelidad conyugal, el abandono de las responsabilidades hogareñas, la violencia
intrafamiliar y las relaciones sexuales entre hermanos o entre padres e hijas. Algunos
de tales problemas fueron resueltos con equidad y en otros se buscó la conciliación.
También fueron bastante drásticos cuando se aplicaron criterios moralistas, en
ocasiones mucho más rigurosos que los existentes en el medio rural de la época.
41 En tercer lugar, impusieron unas normas mínimas que debía observar el “buen
revolucionario” que denominaron “Normas Morales de las Juntas Patrióticas”. Estas
disposiciones de carácter general mezclaban moralidad patriótica, pautas de seguridad
y reglas básicas de relaciones sociales. Las disposiciones fueron las siguientes:
1) Amar, servir y defender al pueblo y la patria sobre todo los intereses personales.
2) Hacer todo lo posible por la revolución. 3) Cumplir lo que se promete. 4) Guardar
los secretos de la organización. 5) Denunciar a los enemigos del pueblo. ó) No servir
de ninguna forma al enemigo”13.
42 ¿Cómo se castigaban las infracciones de la guerrilla y las Juntas Patrióticas? Aparte de
las referidas ejecuciones de hacendados para promover la movilización campesina, se
aplicó la pena capital a “soplones”, delatores e infiltrados. Otras infracciones recibieron
como castigo la obligación de cultivar una hectárea de plátano o la memorización de
impresos maoístas que circularon con notoriedad en los años setenta 14. En teoría, según
los mandatos del II Pleno del Comité Central del PC-ML, todo ejercicio de represión penal
implicaba como condición que la “masa ”estuviera “convencida de su justeza”.
 
368

• La justicia expedicionaria

43 Las FARC nace como guerrilla durante la primera y segunda Conferencia del Bloque
Guerrillero del Sur de Colombia, realizadas en septiembre de 1964 y en mayo de 1965,
cuando a partir de la reivindicación de su pasado como “autodefensa campesina”
aprueba la transformación a guerrilla móvil, y el despliegue a nuevas zonas del país. En
su primera década, las FARC se convirtió en una guerrilla móvil, pero mantuvo algunos
rasgos de la experiencia anterior, lo cual tuvo repercusiones en sus prácticas judiciales.
Veamos a grandes rasgos sus dos principales formas de acción que, dependieron, en
gran medida, de la escasa presencia o de la ausencia de aparatos armados estatales.
44 Una primera forma es la que despliega al apoyar formas de “autodefensa campesina” o
“autodefensa agraria” en regiones de reciente colonización, apartadas, de muy difícil
acceso, y con alguna presencia del Partido Comunista. Estas autodefensas fueron
diferentes a la de los años cincuenta, en la medida en que sus miembros no eran
guerrilleros ni tenían la tarea de defender un territorio. Se trataba de campesinos
organizados en ligas o sindicatos agrarios que tenían el respaldo de las FARC para
emprender acciones políticas frente al Estado, contra los grandes propietarios, o para
acceder a la tierra como para facilitar las tareas de colonización y explotación de los
recursos. En Yacopí, por ejemplo, el sindicato agrario, compuesto por unos 450
campesinos, recibió el respaldo de ese grupo guerrillero para invadir tierras o para
garantizar la posesión de las mismas. Los campesinos no apelaban a la entidad estatal
encargada de resolver los conflictos en el campo, sino que recurrían al grupo
guerrillero15.
45 El grupo guerrillero promovió el acceso a la tierra, resolvió conflictos entre colonos,
avaló el traspaso de bienes en lugares en que no existían notarías y cobró porcentajes
por el valor de la venta de los inmuebles. Otros conflictos de su competencia, como los
delitos contra la propiedad, los castigó con la pena de muerte.
46 Una segunda forma de acción de las FARC es la que desarrolló como aparato móvil en
zonas que estaban en proceso de colonización desde los años cincuenta, y en lugares
con antecedentes históricos de resistencia liberal y de influencia del Movimiento
Revolucionario Liberal -MRL- En esas áreas los grupos guerrilleros entablaron relaciones
con los pobladores a partir del ajusticiamiento de delincuentes acusados de delitos
menores y de bandas organizadas denunciadas por homicidios, atracos, violaciones
sexuales y robos. Ese método, que le da el nombre a la presente denominación de
justicia, fue tan característico de las FARC que uno de los jefes fundadores del ELN,
Nicolás Rodríguez Bautista alias “Gabino”, indicaba: “Donde llegaba, limpiaba la zona de
delincuentes y creaba, de alguna manera, una atmósfera de seguridad” 16.
47 ¿De dónde provenían las acusaciones y peticiones de castigo? Generalmente de los
mismos campesinos, y en ello coincidían tanto el hacendado acomodado como el
pequeño propietario, coincidencia que indicaba el interés de los pobladores por
instaurar un orden mínimo en regiones apartadas, pero que también resultaba de la
desconfianza en la acción de la justicia penal del Estado. La ejecución procedía luego de
un llamado de atención, y siempre que el delincuente no diera señales de querer
corregirse17. A cambio de esas tareas, el grupo guerrillero exigía silencio, colaboración e
impuestos.
369

48 El anterior repaso de las formas iniciales de justicia guerrillera, en los orígenes de estos
movimientos muestra la tendencia a actuarde manera preferentemente penal,
intimidando a la población civil y asimilándola a la condición de militantes
revolucionarios. La justicia ejemplarizante es el resultado de una combinación entre
justicia defensiva y justicia expedicionaria, porque se trata de asegurar a toda costa,
por un lado, la seguridad del grupo guerrillero, y, por otro, la aceptación de los mismos
a través de la ejecución de delincuentes. Los dos rasgos que formaron esa combinación
se convirtieron en una técnica de penetración en diferentes zonas del país, desde los
años sesenta hasta la actualidad. El tipo de justicia del EPL fue marginal y muy
particular, debido a la existencia de pequeños aparatos de poder local y al sentido
comunitario de la misma. Sin embargo, resultó coincidente con las demás
organizaciones en cuanto a que la población campesina recibía el tratamiento de
“ejército popular” para la revolución. Con ello, se llegó por otro sendero a asimilar a la
población civil del territorio guerrillero como una extensión del grupo combatiente.
 
La “justicia retaliadora”
49 La segunda forma de justicia guerrillera, la “justicia retaliadora”, nació durante la crisis
y reconstitución de las guerrillas colombianas, es decir, entre los años de 1976 y 1985.
La forma de justicia en estos años estuvo influenciada por la llamada “justicia
revolucionaria o popular” acuñada con especial énfasis por los movimientos
revolucionarios de Uruguay y Argentina. Esta justicia, igualmente penal, amplió el
espectro de los sujetos potencialmente castigables por cuanto fue guiada por una lógica
clasista y retaliadora al definir enemigos en dos sentidos: se podía ser enemigo del
pueblo, cuando se le explotaban o violaban sus derechos, y se podía ser enemigo de la
revolución si se pertenecía a los aparatos de seguridad del Estado, si se era miembro de
partidos políticos tradicionales, o por representar a las autoridades civiles.
50 La justicia que hemos llamado como retaliadora se inspiró en la experiencia del
movimiento guerrillero urbano suramericano, que surgió a finales de los años sesenta y
comienzos de los setenta. En Uruguay, por ejemplo, las prácticas de justicia guerrillera
se denominaron “justicia popular o revolucionaria”. Se pueden identificar por lo menos
tres ideas básicas alrededor de los grandes juicios aplicados por los Tupamaros:
51 1) Su origen se entiende como una respuesta a la “farsa de una justicia burguesa”, que
se define como clasista en cuanto sirve a los intereses de unos pocos y porque se ensaña
contra los “luchadores sociales”. 2) Se trata de una justicia que penaliza y en esa
medida se convierte en un medio de defensa del pueblo, para responder a la “violencia
reaccionaria con lucha revolucionaria”. 3) Se considera que es un medio de lucha que
debe estar articulado al movimiento social y que apunta a demostrar que se trata de la
prefiguración de un poder paralelo, que puede desarrollarse y llegar a constituir una
alternativa para sustituir al existente18.
52 La adopción por parte de la guerrilla colombiana del modelo de justicia retaliadora fue
una expresión un tanto superficial, por el afán de buscar puentes de comunicación, con
un movimiento social en ascenso desde finales de los años setenta, cuando se muestra
un apre-ciable desarrollo del sindicalismo, las luchas estudiantiles y los paros cívicos.
Con el auge del movimiento social, los movimientos de izquierda y las agrupaciones
guerrilleras trataron de ganar una audien-cia, para la difusión de las ideas socialistas y
comunistas19. El impacto de esas ideologías permitía que las organizaciones tomaran
370

distancia de los partidos tradicionales, y avanzaran con el propósito de lograr cierta


identidad y un manejo discursivo que justificara las razones de los conflictos sociales.
Sin embargo, esa influencia tuvo serias limitaciones; ya que los grupos de izquierda
trataron de instrumentalizar los movimientos sociales en función de los intereses
partidistas o de la lucha armada.
53 Con ia estrategia de penetración sobre los movimientos sociales urbanos, los grupos
guerrilleros pretendieron romper el marginalismo y el militarismo arraigado desde sus
orígenes. Hay que recordar que los grupos guerrilleros atravesaron por una etapa
crítica a comienzos de los años setenta, debido a sus divisiones internas, a la falta de
proyección sobre el movimiento social y a las acciones contrainsurgentes organizadas
por el Ejército. Por esos años, el ELN y el EPL estuvieron al borde de la extinción. Las FARC,
a diferencia de los dos movimientos anteriores, ya se había recuperado de los golpes
propinados por el Ejército en los primeros pasos como guerrilla móvil y presentaba un
lento pero continuo crecimiento. Sin embargo, tampoco estuvo exenta, por lo menos en
alguna medida, del eco de los debates guerrilleros que colocaron en cuestión el
autoritarismo y la falta de democracia al interior de sus filas, el futuro de la lucha
guerrillera y, muy especialmente, la desconexión con los movimientos populares.
54 El ascenso de los movimientos populares y el debate interno de las guerrillas coincidió
con la aparición de nuevos grupos guerrilleros, y con el fortalecimiento de sus redes
urbanas. Nacieron en ese contexto el M-19, la Autodefensa Obrera - ADO- y el grupo
indigenista Quintín Lame. De los tres, el de mayor relevancia fue el M-19, tant0 por su
impacto social como porque se apartó de algunos de los rasgos y métodos de las
organizaciones políticas y militares de la izquierda. El M-19 no sólo rompió con las
abstracciones teóricas de la izquierda tradicional, sino que se abstuvo de matricularse
en alguna vertiente del marxismo internacional. Con ello se alejaba tanto de las
referencias poco atractivas a los héroes y episodios revolucionarios de otras culturas,
como del examen de los problemas colombianos a través de dogmas sacralizados del
marxismo. A cambio, el M-19 se apoyó en el imaginario político del país recuperando a
los héroes nacionales y las luchas históricas inconclusas contra la “oligarquía” y la
ampliación de la democracia. La ruptura también se hizo extensi-va a los métodos de
acción política, ya que este movimiento se caracterizó por tratar de obtener simpatía y
legitimidad apelando a actos espectaculares, el uso de símbolos y las campañas de
propaganda. El M-19 alcanzó un gran protagonismo con el robo de la espada de Simón
Bolívar, con la aplicación de lo que hemos denominado como justicia retaliadora, y con
el robo de armas del Cantón Norte; también por la toma de la embajada de la República
Dominicana, la repartición de víveres robados en barrios populares, la toma de
sindicatos y escenarios estudiantiles, las arengas en los buses, colegios y hospitales, y
las interferencias a los canales de televisión para difundir comunicados.
55 La justicia retaliadora tuvo dos variantes en su aplicación y sus diferencias se podían
apreciar en los fines político-sociales, en el tipo de “delito” que accionaba la justicia
penal, en el perfil de procesado al que se le descarga el peso de la justicia guerrillera, y
en el uso o no de un remedo de procedimiento penal. A la primera variante pertenecían
las acciones judiciales, que trataban de integrarse a los conflictos sociales a través de la
realización o la amenaza de grandes juicios públicos, en los que aparecieron como
acusados las contrapartes del pueblo o de la clase trabajadora, es decir, los que en
determinadas coyunturas consideraron sus explotadores o traidores. Y la otra, en
cuanto a que la justicia revolucionaria fue sinónimo de ajusticiamiento de los enemigos
371

de la revolución por deudas pendientes con la guerrilla o con algún sector del pueblo.
Estudiemos cada una de ellas.
 
La justicia retaliadora con el pueblo por testigo
56 El M-19 más que cualquier otro de los grupos guerrilleros colombianos recogió los
rasgos esenciales de la justicia aplicada por los Montoneros de Argentina o los
Tupamaros de Uruguay. Pese a que fueron pocas sus acciones dejusticia retaliadora,
juicios como el realizado contra José Raquel Mercado, presidente de la Confederación
de Trabajadores de Colombia, contra Hugo Ferreira Neira, ex ministro de Agricultura, o
el intento de procesar al propio presidente de la República Belisario Betancur, fueron
suficientes para lograr un gran despliegue propagandístico y para intentar mostrarle a
los movimientos sociales de la época que había nacido una justicia de clase dispuesta a
favorecer a los sectores populares. El comunicado que anunciaba el juicio contra
Mercado por considerar que había incurrido en varios delitos, entre ellos el de traición
a la clase obrera, argumentaba:
El pueblo debe de aplicar justicia, pero no la envejecida y gastada justicia que como
limosna nos concede el burgués. El pueblo debe crear las defensas de sus luchas, las
leyes de defensa de su trabajo, la condena a sus opresores. La justicia popular es la
justicia contra los explotadores y todos sus agentes. Los campos son claros el
combate es a fondo (...)
Toda ley contra el pueblo debe ser rota en la lucha diaria. El estado de sitio debe
romperse en las calles. El limitado código laboral debe combatirse en cada huelga.
La libertad del pueblo debe ser obra del pueblo mismo. Los derechos del pueblo
deben ser conquistados por el pueblo. Los enemigos del pueblo deben ser juzgados
por una nueva justicia: la justicia popular20.
57 La justicia del M-19 fue una justicia muy selectiva. Únicamente funcionó cuando se
podían obtener fines políticos y publicitarios, o cuando la detención del sindicado y su
procesamiento podía contribuir a resolver un conflicto social o laboral. Con el
juzgamiento a Mercado se pretendió la aceptación en los escenarios obreros; sobre ese
juicio Jaime Bateman, el más importante dirigente del M-19, llegó a decir que se había
constituido en un triunfo muy grande por haber abierto “la puerta de la clase obrera” 21.
En el caso de Ferreira Neira, se perseguía que su empresa Indupalma le cumpliera a los
trabajadores con normas mínimas consignadas en el código de la “legalidad burguesa”:
jornada laboral de 8 horas, salario mínimo, reconocimiento de días festivos y
dominicales, y reconocimiento del sindicato. En cuanto al secuestro o detención de
Camila Michelsen, la justicia del M-19 intento presionar a su padre, el banquero Jaime
Michelsen Uri-be quien se hallaba prófugo de la justicia estatal, para que respondiera e
indemnizara a los ahorradores perjudicados por sus negocios financieros y la quiebra
del Grupo Grancolombiano. El fallido juicio al presidente Betancur en el Palacio de
Justicia, donde funcionaba el más alto organismo de la rama judicial, buscó establecer
su responsabilidad por el deterioro del proceso de paz iniciado durante su gobierno.
58 En los tres primeros casos los secuestrados o detenidos fueron instalados en una “cárcel
del pueblo”, es decir, en una habitación subterránea provista de ducha e inodoro.
Mercado y Betancur fueron acusados de delitos que no estaban en el Código Penal
estatal y que sólo se explican en el contexto del pensamiento de izquierda de la época y
en la lógica de una justicia clasista y vindicatoria. A Mercado se le sindicó de “Traidor a
la clase obrera” “ (...) por aliarse con los patronos” y“ (...) colaborar con el enemigo de
372

clase” y “Traidor a la Patria” por hacer aparecer a los Estados Unidos como benefactor
del pueblo “ocultando su verdadero papel de saqueador de nuestras riquezas
naturales”. Al presidente Betancur se le acusó de haber suscrito un acuerdo de paz con
la guerrilla en “forma dolosa y mal intencionada, abusando de la confianza de la Nación
y deshonrando su alta investidura”, de aplicar una política económica y social contraria
al proceso de paz, de violar la soberanía nacional al entregar a los extranjeros recursos
naturales y, de firmar un tratado de extradición con los Estados Unidos.
59 A diferencia de los anteriores, las detenciones de Ferreira Neira y de Camila Michelsen
aludían al incumplimiento de normas del orden legal vigente en materia laboral, penal,
civil y comercial. El M-19, con tales detenciones, pretendió presionar la resolución de
conflictos pero dentro de la lógica capitalista, al aparecer como un brazo armado
dispuesto a superar, o por lo menos a hacer realidad, la “legalidad burguesa”.
60 El procedimiento judicial en los procesos adelantados por el M-19 implicó la
presentación de pruebas. En el caso de Mercado, el grupo guerrillero publicó un
extenso folleto citando datos tomados de periódicos, libros y revistas. En cuanto a los
casos de Ferreira y Camila Michelsen, las pruebas fueron de cierta manera de dominio
público, debido a las numerosas referencias de prensa sobre los motivos de la huelga en
Indupalma o sobre el proceso penal abierto por la quiebra del Grupo Grancolombiano.
61 En los tres casos el M-19 ofreció la liberación de los detenidos a cambio del
otorgamiento de reivindicaciones sociales. Con Mercado, la guerrilla prometió la
conmutación de la pena de muerte a cambio del reintegro de trabajadores despedidos
en varias recientes huelgas, la abolición de decretos que atentaban contra la estabilidad
laboral y la movilización sindical. El gobierno del presidente López Michelsen no cedió
y Mercado fue encontrado muerto después de 64 días de cautiverio. En cambio, Ferreira
y Camila Michelsen, fueron liberados. El primero, como resultado de un acuerdo
“satisfactorio” entre los directivos y el sindicato de Indupalma, y la segunda, como
consecuencia de una “negociación parcial” con la familia y la promesa de “cancelar
pasivos a los acreedores”22.
 
• Justicia retaliadora como simple sentencia de muerte

62 Al igual que en otros países, en Colombia primó esta modalidad de justicia que no
implicaba la imitación o la presencia de algunos elementos del proceso penal de la
justicia estatal. No se dio la detención en una cárcel guerrillera, ni la acumulación de
pruebas, ni la determinación de las acusaciones y respuestas del acusado; tampoco la
publicidad que indicaba la existencia de una acusación o de un proceso, y aunque
existieron sentencias orales, fueron mínimas las probabilidades de negociación o de
conmutación de las mismas. La sentencia a muerte era producto de la voluntad de los
comandantes guerrilleros, de los comandos o de las células guerrilleras. La mayoría de
los ejecutados fueron ajenos a los designios secretos de la justicia revolucionaria: no
recibieron amenazas que pudieran prever que contra ellos caería una sentencia capital:
algunos conocieron minutos antes de la ejecución que debían morir por conductas
contra el pueblo y la revolución y otros nunca supieron por qué iban a morir.
63 Esta modalidad de aplicar la sentencia de muerte a nombre de una justicia del pueblo se
ejerció sin excepción en todos los grupos guerrilleros y en dos sentidos: como castigo a
los enemigos del pueblo cuando se presentaban conflictos sociales para estimular, de
esta manera, la movilización popular en busca de reivindicaciones de clase, y como
373

castigo a los enemigos de la revolución representados en los miembros de las agencias


de seguridad del Estado, en funcionarios locales o en miembros de los partidos
tradicionales: penalización que aspiraba a debilitar la acción del Estado o a perfeccionar
el control de territorios.
64 En el primer sentido, la guerrilla intervino en el desarrollo de los conflictos laborales
castigando a los patronos o a sus representantes. A diferencia de los actos judiciales del
M-19 que permitieron la posibilidad de negociar, en función de la solución de algún
conflicto, lo que se pretendía era imponer un castigo e intimidar a patronos o
funcionarios públicos.
65 A manera de ilustración y para citar un caso por cada organización guerrillera,
recordemos los atentados contra los gerentes de las empresas de textiles Vanitex y
Coltejer, realizados en 1977, por el Comando Pedro León Arboleda - PLA- y el EPL: el
primero, acusado de despedir trabajadores, y el segundo, por ser “un agente
antiobrero”. Las redes urbanas del ELN se adjudicaron la ejecución del Secretario de
Educación de Santander, Gerardo Ortiz, debido a sus continuos enfrentamientos con los
maestros del departamento y por haber emitido una resolución que dejaba sin recursos
a las organizaciones sindicales al prohibir a la tesorería descontar las cuotas sindicales.
En esta misma lógica se explica el atentado perpetrado por la Autodefensa Obrera - ADO-,
el 12 de septiembre de 1978, contra el ex ministro de Gobierno Rafael Pardo Buelvas;
ese grupo guerrillero consideró que el ex ministro, como primera autoridad en el
control público, había sido responsable de más de cincuenta muertes ocurridos el año
anterior en enfrentamientos entre manifestantes y la policía a raíz de un paro cívico
nacional23.
66 Las FARC no fueron ajenas al ambiente de la época. Aunque realizó algunas ejecuciones
retaliadoras, trató de obtener mejores resultados por la vía de la presión o de la
intimidación, sin entrar en un abierto conflicto con los hacendados y dueños de fincas.
En la región de Ura-bá, por ejemplo, un territorio de grandes haciendas, el v frente de
las FARC exigió el mejoramiento de las condiciones salariales de los trabajadores en
cumplimiento de las normas laborales vigentes. El principal argumento que
presentaron a los hacendados fue recordarles que ellos se estaban beneficiando de la
aplicación de su justicia expedicionaria dirigida a controlar al cuatrerismo, el robo y el
chantaje24.
67 El segundo sentido en que se aplicó esta justicia guerrillera fue la que golpeó a
miembros de las agencias represivas del Estado o autoridades públicas del orden local.
Entre los grupos guerrilleros hubo algunas inclinaciones frente a los blancos de
venganza: las redes urbanas del ELN “ajusticiaron” militares y agentes de seguridad; el
PLA a policías y las FARC castigaron a inspectores de policía, alcaldes y concejales.

68 ¿Cuál era el argumento para realizar atentados a miembros de los cuerpos de


seguridad? El propósito lo definió el ELN en los siguientes términos.
Los cuerpos secretos del Estado constituyen los organismos es-pecializados en la
lucha política de la oligarquía contra el pueblo, y por ello se han ganado el repudio
y el odio de las masas populares. Con esta acción de ajusticiamiento, queremos dejar
claro que con el pueblo no se juega, y que todos los delitos y crímenes que se
cometan contra él, se pagan. Las organizaciones revolucionarias son las encargadas
de impedir que los atropellos contra el pueblo queden impunes. El ELN castigará
ejemplarmente a los esbirros de la oligarquía que tienen cuentas pendientes con la
justicia popular. No habrá crimen que no se cobre.25
374

69 Un procedimiento al parecer muy peculiar de las FARC, fue el ajusticiamiento de


autoridades o personalidades políticas locales, es decir, alcaldes, inspectores de policía
y concejales. Esas ejecuciones bien pudieron responder al quebrantamiento de la
convivencia entre guerrillas y hacendados debido a la acentuación de cargas
económicas, a las fricciones generadas en los períodos electorales y a la intensificación
del conflicto en la segunda parte de la década del setenta, particularmente en el
Magdalena Medio.
 
La justicia del poder local
70 La tercera forma de justicia guerrillera corresponde a la evolución reciente de los
movimientos insurgentes, es decir, a los años comprendidos entre 1985 y 2003. Durante
estos años hubo cierto dinamismo de los movimientos cívicos, al tiempo que se hizo
notorio el reflujo del movimiento sindical y estudiantil y la pérdida de la influencia
insurgente en esos dos sectores sociales; asimismo, los intentos de formar frentes
populares o no prosperaron o fueron exterminados por la “guerra sucia”. En contraste
con el deterioro de los movimientos sociales, con la crisis del socialismo y el colapso de
la Unión Soviética, las FARC y el ELN mostraron un crecimiento de combatientes y de
frentes guerrilleros. Señala Rangel Suárez que las FARC pasaron de 32 frentes y 3.600
hombres en 1986, a 7.000 hombres y 60 frentes en 1995. Durante esos mismos años, el
ELN pasó de 800 hombres y 11 frentes a 3.000 hombres y 32 frentes 26. Un indicativo
aproximado de su crecimiento son los datos oficiales que registran la presencia
guerrillera, ocasional o permanente, en el 60% de los municipios colombianos 27.
71 En los últimos años la guerrilla ha establecido la modalidad de enjuiciar a los miembros
de los poderes locales, alcaldes y concejales, que habían hecho mal uso de los dineros
públicos. Mecanismo esencialmente penal que se presenta en el contexto del nuevo
dinamismo del municipio colombiano, a partir de la elección popular de alcaldes, del
proceso de descentralización fiscal que ha permitido autonomía en el manejo de
recursos y cierto control en la determinación de las inversiones públicas en zonas
rurales. La guerrilla se abrogó la veeduría en el manejo de las inversiones públicas en
sus zonas de influencia y entró a terciar indirectamente en los procesos electorales
municipales, tanto porque adoptó actitudes de veto o neutralidad frente a las
candidaturas de las corporaciones públicas o porque pudo presionar el cumplimiento
de las obras prometidas por los empleados públicos locales electos.
72 Junto con esa practica, las guerrillas desarrollaron un apreciable arbitraje judicial en
los conflictos individuales entre los campesinos. La guerrilla no sólo siguió brindando a
las veredas campesinas la “limpieza” de delincuentes, sino que también ofreció a los
campesinos solución a conflictos cotidianos de muy diverso tipo. Allí donde era mayor
el dominio guerrillero, suplió al Estado imponiendo medidas para la construcción o
conservación de obras públicas o para la adecuada explotación y conservación de los
recursos naturales. Además, en las zonas de reciente colonización, las guerrillas,
particularmente las FARC, continuaron sustituyendo al Estado en la asignación o en el
respaldo a la ocupación y explotación de tierras baldías.
73 La acentuación de las prácticas judiciales en esas direcciones coincidía con la idea
guerrillera de desarrollar formas de “poder local o popular”, para poner a las masas al
frente de sus aspiraciones y preparar el terreno para la construcción del nuevo poder
375

que se supone surgirá con la victoria de la guerrilla. Tal eje estratégico no sólo
reorganizó la acción de la justicia guerrillera, sino muchas de sus actividades políticas y
de combate. Acciones como el asalto y destrucción de las sucursales de la Caja Agraria
en los pueblos, o el apoyo de las guerrillas a las marchas campesinas que protestaban
por las fumigaciones de los cultivos de coca, no son simplemente formas de
confrontación con el Estado, sino que responden a objetivos muy precisos de atraer el
apoyo campesino: de un lado, el de los deudores de esa institución bancaria estatal, o el
de los recolectores y pequeños cultivadores de la coca afectados con esa medida en el
sur del país, del otro.
74 El preponderante ordenamiento de la guerra en función del poder local y la escasa
influencia de los grupos insurgentes en las ciudades colombianas, ha hecho más
evidente la centralización de la lucha guerrillera en las zonas rurales, luego de un
período en el que las movilizaciones obreras y estudiantiles hicieron visible el trabajo
de la guerrilla urbana o de sus redes urbanas. El ordenamiento de la guerra en torno del
poder local ha llevado también a que la guerra sea una disputa de territorios y a que los
grupos paramilitares adopten algunas metodologías exitosas de la guerrilla. Nos
referimos, exclusivamente, a que cada vez es más notorio el intento de los paramilitares
de convertirse en árbitros en algunos conflictos individuales; el desarrollo de proyectos
socioeconómicos en las zonas conquistadas por ellos y la vigilancia más bien política
sobre las alcaldías o el poder municipal en las regiones bajo su control.
 
• El control del poder local

75 El ejercicio de un control sobre los poderes municipales por parte de las guerrillas se
origina en el mismo proceso electoral. Sobre ese mecanismo democrático, los grupos
guerrilleros han mostrado posiciones complejas y contradictorias que varían de
acuerdo a los frentes guerrilleros, las regiones y las coyunturas electorales. Ha sucedido
que mientras la mayoría de los frentes guerrilleros de una organización armada se
muestran indiferentes o manifiestan su incredulidad frente al proceso electoral, otros
frentes optan por sabotear ese proceso, lo cual no indica que su posición se convierta
en sistemática o inmodificable. El saboteo electoral presenta diversos elementos: la
amenaza para lograr la renuncia de los aspirantes, la prohibición de hacer campaña, el
secuestro de los candidatos, la amenaza contra jurados electorales y la presión para que
los electores no sufraguen el día de las elecciones28.
76 Las razones invocadas para el saboteo del proceso electoral son de vieja data: la
ilegitimidad del orden político, la existencia de maquinarias o clientelas electorales, y la
falta de garantías y candidatos que representan sectores sociales populares. El saboteo
puede responder también al veto a los candidatos, con argumentos que van desde la
proximidad con los grupos paramilitares hasta antecedentes de malos manejos de los
recursos del Estado, sin que para esto último se necesite, por supuesto, una previa
sentencia judicial estatal en contra del acusado. Ahora bien, cuando hay libertad de
movimiento de los candidatos en zonas con notoria influencia guerrillera puede
intuirse que se han realizado acuerdos, o por lo menos diálogos, entre la guerrilla y los
aspirantes para que el proceso electoral pueda realizarse normalmente 29.
77 Una buena parte de la guerrilla ablandó sus antiguas posiciones abstencionistas,
aunque siguen refiriéndose a las elecciones como “farsa electoral”, y no parecen tener
en esas jornadas intereses directos. Pese a ello, han mostrado cierta preocupación por
376

el desarrollo de esos procesos, en la medida que les permite influir o actuar de alguna
forma en la política local. La guerrilla refuerza al Estado en la medida en que se suma
indirectamente a la búsqueda de la trasparencia electoral a través de la amenaza de no
dejar ejercer a los candidatos electos cuyas victorias hayan dependido de la comisión de
delitos electorales: compra de votos en dinero o en especie, trasteo de votantes y
coacción para votar por determinado candidato30.
78 La guerrilla asume la fiscalización de las administraciones municipales cuando obliga a
los alcaldes o a las corporaciones públicas a rendir cuentas sobre asuntos importantes
tales como el cumplimiento de los programas de gobierno, las inversiones y el manejo
de los dineros del Estado. La guerrilla establece también una vigilancia sobre las
calidades de los funcionarios que son nombrados en las administraciones locales y el
otorgamiento de contratos de obras públicas municipales. Igualmente, trata de
controlar la forma como funcionan y se usan los recursos de otras entidades del Estado
como los hospitales, las entidades de crédito como la Caja Agraria y los centros de
enseñanza. Sólo en raras ocasiones la guerrilla cuestiona las determinaciones de los
funcionarios judiciales.
79 La vigilancia sobre el manejo político local puede conducir al secuestro del investigado,
que ellos llaman “retención”, a fin de que haga entrega de informes, explicaciones o
cuentas de su gestión. La retención puede ocurrir cuando los alcaldes, personeros o
ediles, se hallan en ejercicio o han cesado en sus funciones.
80 La escasa información que existe sobre los juicios, los delitos y las sanciones, se ha
obtenido a través de los comunicados de los grupos insurgentes. Los retenidos, al ser
liberados, no entran en detalles, y por lo general expresan que salieron bien librados
del juicio guerrillero.
81 Durante el tiempo de la retención, que es muy variable, la guerrilla presenta pruebas y
exige explicaciones y documentos; se podría inferir que la administración municipal
afectada por la retención de uno de sus miembros se encarga de hacer llegar las
pruebas que solicitan tanto el procesado como las organizaciones guerrilleras.
82 El juicio lo realizan generalmente en los campamentos guerrilleros y excepcionalmente
al frente de la comunidad como ocurrió con un ex concejal de un pueblo del Cesar, que
fue detenido por 10 guerrilleros, paseado por la localidad, acusado públicamente en la
plaza principal, y condenado y fusilado en presencia de varias personas. A ese ex
concejal, que no había acatado la orden de desocupar la localidad, se le enjuició por el
“extravío de algunos dineros públicos, por incumplimiento de programas que había
anunciado en su campaña electoral y por otras irregularidades que había cometido” 31.
83 La justicia guerrillera en su vigilancia a las administraciones locales no se aparta, en
términos generales, de los delitos previstos por el Código Penal colombiano para el
juzgamiento de las conductas de los empleados estatales que lesionan el patrimonio y
los intereses de la administración pública. Sin embargo, en sus comunicados y en las
pocas resoluciones escritas que se conocen, no hacen diferenciación en las modalidades
de peculado, ni usan los términos corrientes del derecho penal. Ese desconocimiento de
los tipos penales no les impide que en términos llanos persigan y traten de castigar las
diversas modalidades del peculado en el ámbito pequeño de la localidad. Así, en un
comunicado en que se anunciaba la “apertura de un proceso de investigación” contra
varios funcionarios y en el que a la vez se exigía su renuncia so pena de ajusticiamiento,
se rechazaba la apropiación de recursos de la comunidad a través de: “a) Jolgorios,
comidas, festejos y borracheras con dineros del pueblo, b) Sobrefacturación, c)
377

Exigencia de porcentajes a ingenieros contratistas, y d) Excursiones y arreglos de casas


y vehículos particulares”32.
84 Al lado del peculado, en forma muy secundaria se ha mencionado la realización de
juicios por enriquecimiento ilícito, refiriéndose a dineros provenientes de las arcas de
Estado33. Es más corriente hallar acusaciones contra autoridades locales por relaciones
o “permisividad con las autodefensas”34.
85 El juicio generalmente concluye con la liberación de los procesados, bien sea porque
fueron declarados inocentes, o porque han cumplido por lo menos parcialmente con las
penas impuestas. A lo largo de la década del noventa, la pena de muerte fue cada vez
más excepcional para los funcionarios públicos condenados por malversación de fondos
del Estado, en cambio, fue utilizada para funcionarios acusados de fomentar los grupos
paramilitares.
86 La guerrilla divide la pena para los funcionarios sentenciados por corrupción en
principales y accesorias. La primera radica en la orden de restituir una suma dinero, la
cual rara vez se ordena entregar al fisco municipal. Lo usual es que el dinero lo reciba
una obra de “beneficio común”. En la selección de los beneficiarios se advierte
indiscutiblemente la intención de atraer las simpatías de la comunidad; en el primer
renglón de preferencia parecen hallarse los centros educativos y las instituciones de
caridad pública35.
87 La pena principal implica al mismo tiempo, la obligación de renunciar al cargo y como
medida accesoria la prohibición perpetua de acceder a cargos públicos. El
incumplimiento de cualquiera de los puntos anteriores significa que el condenado es
considerado como “objetivo militar”, algo así como un potencial sentenciado a la pena
de muerte36.
 
La diversificaáón de la justicia
88 Junto con el juzgamiento de alcaldes, políticos y funcionarios públicos del orden local,
existen otras prácticas judiciales, algunas de las cuales se han desarrollado en los
últimos años y son compatibles con la estrategia del poder local. En territorios en
donde ejerce una influencia más o menos estable, o incluso en zonas urbanas con
presencia de todas las agencias del Estado, la guerrilla, judicialmente, actúa según dos
modalidades: como árbitro en los conflictos entre los pobladores, y como actor
regulador o veedor de ciertas relaciones sociales y económicas de la comunidad. Según
la primera modalidad, la guerrilla soluciona conflictos jurídicos de diverso tipo entre
los moradores (penal, policivo, familiar, civil, laboral, etc.) ciñéndose por lo general a
las normas estatales. Es usual que la guerrilla o el comandante actúe a petición del
interesado, que resuelva los conflictos en equidad más que en derecho, y que su
intervención apunte, siempre que el caso lo permita, a una conciliación o a un acuerdo
satisfactorio para las partes. Esa forma de terminación de los juicios ha adquirido una
considerable importancia en los últimos años, debido a que por razones de seguridad la
guerrilla evita el resentimiento de alguno de los contendientes judiciales. No obstante,
sus resoluciones tienen una profunda debilidad por lo menos en una de las dos partes:
para fallar se tiene en cuenta la conveniencia política 37.
89 En el campo penal, tanto las FARC como el ELN castigan el “asesinato” con la pena capital.
En sus denominadas “normas de convivencia”, definen esa conducta como “el
378

homicidio con premeditación, alevosía e indefensión de la victima” 38. Para los


homicidas que luego de incurrir en ese delito se lo atribuyen a una organización
guerrillera, parece poco probable que logren escapar de la pena capital. En cambio, en
otros homicidios, y a juzgar por los relatos que hacen los habitantes de varias zonas
guerrilleras, el asunto no parece ser tan claro. Se han dado casos en que se sentencia
con una indemnización de los victimarios a la familia de la víctima y con la imposición
de penas accesorias como la realización de trabajos comunitarios; igualmente hubo
oportunidades en que los campesinos intercedieron para que se hiciera entrega del
homicida a la Fiscalía General de la Nación.
90 Para las lesiones personales, se dispone que tanto el directo agresor como sus cómplices
deben hacerse responsables de los gastos médicos y hospitalarios, de la droga y del
resarcimiento del tiempo perdido por el lesionado. La excepción a tales obligaciones es
que las lesiones hayan sido causadas en defensa propia.
91 La represión al hurto por medio de la pena de muerte es una vieja fórmula utilizada por
las organizaciones guerrilleras, que como hemos visto pertenece a la primera forma de
justicia insurgente, la que hemos llamado como justicia ejemplarizante. Importa aquí
señalar que el hurto lo consideran más grave que el delito de peculado, pese a que los
bienes afectados por el primer delito son individuales, mientras que en el segundo se
trata de bienes colectivos, que supuestamente deberían ser considerados como de
mayor jerarquía y protección. Esta incongruencia y la desproporción con que se castiga
el hurto pueden tener explicación en la acogida que despiertan en el medio campesino
las soluciones rápidas a sus problemas de seguridad así sea con la aplicación de la pena
capital. Es también significativo en ese sentido que otras organizaciones de justicia
privada coincidan con la guerrilla en las prácticas de “limpieza” de delincuentes.
92 En asuntos civiles, los guerrilleros cobran deudas y exigen el cumplimiento de
contratos. Los plazos para el cumplimiento de las obligaciones son perentorios. Al
respecto es ilustrativo la carta membreteada que a finales de 1996 le dirigen Joel y
Geovanny, comandantes militar y político de un frente guerrillero del EPL, a un vecino
de un poblado del sur del país. Aparte de recordarle que ha incumplido con la venta de
la mitad de una casa y un solar, le fijan un plazo máximo de 90 días para que resuelva el
problema, con la advertencia de que si no cumple “actuaremos con rigor” 39.
93 En materia civil es donde más claramente se aprecia la solución de conflictos con
equidad por diferencias de linderos, servidumbres, uso de aguas, amparo y
reconocimiento de la posesión de predios, y liquidación de herencias. En algunos de
esos casos los conciliadores o los abogados de las partes tienen la encomienda de
legalizar a la menor brevedad el acuerdo ante las autoridades respectivas. Los propios
funcionarios judiciales de varias zonas del país reconocen en los tribunales guerrilleros
a sus competidores y aceptan que tal cosa sucede porque los campesinos no tienen ni el
tiempo ni el dinero para soportar un largo trámite judicial.
94 La justicia insurgente también incursiona en conflictos de tipo familiar. La violencia
contra uno de los cónyuges, la infidelidad, la irresponsabilidad de los padres y hasta la
desobediencia y la falta de respeto de los hijos para con los padres, pueden ser objeto de
un llamado de atención. Si persiste la mala conducta, los guerrilleros aplican una
sanción leve: en casos de infidelidad, el ELN en Arauca amarra al procesado a un árbol
por ocho horas. En el sur del país, la pena por esa misma conducta consiste en
engancharlo en la guerrilla por unos días y obligarlo a caminar descalzo. Una nueva
379

desatención puede culminar en el destierro y eventualmente en el fusilamiento, si el


marido ejerce violencia contra la mujer40.
95 En las zonas de cultivos de coca y amapola, en donde nadie tiene interés por ser
reconocido legalmente como titular o usufructuario de predios, la guerrilla protege la
posesión de los baldíos o terrenos abandonados, y cobra impuesto a quienes cultivan
más de tres hectáreas de coca, aplicando una tarifa fija por cada hectárea adicional a la
cuota establecida. A los comerciantes de la pasta de coca, la guerrilla les impone el
“impuesto de gramaje” y tributos fijos para quienes operan los laboratorios de
procesamiento, es decir las llamadas “cocinas”. La regulación de la actividad
comprende la práctica adicional de promover entre los campesinos la diversificación de
los cultivos a fin de evitar el encarecimiento de los productos de pan coger 41. Si bien, en
alguna medida, las guerrillas contribuyen a la explotación de los cultivos ilícitos,
prohiben la distribución y el consumo de drogas en las zonas bajo su influencia. Al
respecto se conocen comunicaciones en las que anuncian “tomar medidas' ” en contra
de los expendedores en caso que no atiendan el llamado a suspender esta actividad;
igualmente advierten que habrá una “observación permanente” sobre las personas que
se dedican al consumo de “vicios” alertándolas que actuaran en su contra en caso de
reincidencia42.
96 De otra parte, ambos grupos han promulgado medidas de tipo policivo para controlar el
funcionamiento de cantinas, discotecas y prostíbulos. Para esos establecimientos
ordenan horarios de atención teniendo en cuenta las costumbres de la región. Así, el II
Frente de las FARC, del Bloque Sur, en una hoja repartida en un pueblo de Nariño
planteaba que atendía las peticiones de la comunidad y respetaba sus tradiciones
religiosas al ordenar que durante la “novena de aguinaldo (...) a partir del 16 de
diciembre y hasta el 25 del mismo mes no hay expendio de licores ni apertura de
discotecas, cantinas ni billares”.
97 Las normas de control urbano refrendan el mandato estatal de no permitir la entrada a
menores de edad a estos establecimientos, de prohibir en los mismos el porte de armas,
y la obligación de los proxenetas de mantener vigentes los certificados de salud de las
prostitutas. El castigo para los infractores es variable; en algunas localidades las
personas a las que se les sorprendan bebiendo por fuera de los horarios establecidos
son amarradas a los postes del alumbrado, y en otras se les obliga a laborar por un día
en una obra comunitaria. Las FARC, en algunos frentes, impone como castigo al dueño
del establecimiento que incumpla con los horarios, una multa de $800.000 y un día de
trabajo con la comunidad. La reincidencia implica el sellamiento del negocio “por dos
mercados”, es decir, que el propietario pierde por dos oportunidades la posibilidad de
atender a los clientes que concurren a los pueblos en cada mercado semanal 43.
98 Las FARC y el ELN prestan especial atención, tanto normativa como práctica a la
protección del medio ambiente. Eso resulta un tanto contradictorio respecto del
segundo grupo, si se tiene en cuenta que uno de sus métodos de lucha es la voladura de
oleoductos, lo cual ha producido graves contaminaciones en las fuentes hídricas. En esa
materia, los dos grupos han promulgado normas que prohiben la pesca con dinamita y
otros medios que puedan producir la muerte indiscriminada de peces, igualmente
limitan la explotación del pescado al consumo interno de regiones o departamentos.
Respecto de la fauna, vedan la caza de especies en peligro de extinción, lo mismo que la
venta de caballos, muías y burros para el consumo humano. En cuanto a la flora, en
algunas zonas impiden, sin excepciones, el corte de madera o la quema de sabanas,
380

cordilleras o páramos, mientras que en otras se obliga a que se demuestre la necesidad


de la misma y a la reposición de lo talado con un porcentaje de exceso.
99 Eventualmente, las acciones judiciales pueden alcanzar las ciudades bien sea porque las
milicias urbanas adscritas a las fuerzas guerrilleras en los barrios populares confrontan
a las bandas delincuenciales o bien porque la “jurisdicción” de algunos frentes
guerrilleros alcanza las zonas urbanas. Esto último sucede cuando se recurre a la
guerrilla para que conozca un conflicto en el que las partes del litigio son habitantes de
la ciudad, caso en el cual “el pleito” se resuelve mediante la citación de las partes al
territorio dominado por el respectivo frente guerrillero.
100 Una segunda modalidad de justicia, más excepcional que la anterior, es la que se
aprecia en zonas de exigua presencia estatal. En algunos de estos territorios la guerrilla
actúa con mucha más libertad estimulando un ordenamiento de la vida social y
económica, lo cual involucra formas de organización, de gobierno y de justicia nacidas
de la propia comunidad. El ordenamiento económico por el que propugna la guerrilla,
particularmente en cuanto a las relaciones entre propietarios y trabajadores, o entre
comerciantes, productores y consumidores, no se orienta hacia la construcción de un
nuevo orden social sino a limitar las relaciones de explotación. Un documento inter-no
del ELN señalaba que no se trataba de crear “islas de socialismo” apartadas de las
“relaciones económicas imperantes”, sino de evitar que la guerrilla se quedara con los
“brazos cruzados” ante la reproducción impune del capitalismo. Con esta salida, entre
realista y pragmática, la guerrilla parece encontrarse con el pensamiento de Jorge
Eliécer Gaitán que no se declaraba enemigo de la riqueza sino de la pobreza. Asimismo,
se coloca en la misma línea ideológica de aquellos movimientos populares colombianos
de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que si bien confrontaban la expoliación
ejercida por el propietario o el monopolista, pensaban que su peor problema era el
quebrantamiento de “fueros tradicionales” que hasta entonces le habían puesto límites
tanto a la pobreza como a la explotación.
101 En dichos territorios, el ordenamiento social involucra la fijación de mecanismos que
permitan el control sobre los forasteros, la introducción de usos que prevengan y
eviten los conflictos (arreglo de cercas, aseguramiento de animales), y la creación de
instancias comunitarias para la ventilación y sanción de problemas de la comunidad o
para la socialización de los conflictos individuales o familiares. Otro elemento
destacado en el ordenamiento social es la relación comunidad-naturaleza, a juzgar por
el interés normativo que llega a minucias tales como las que se aprecian en una
Constitución Política Campesina, denominada así por sus “constituyentes” locales, en la
que se prohibe “retener” cualquier tipo de animales en jaulas so pena de multa de 10
días de trabajo. Los nuevos criterios que se introducen en las normatividades
comunitarias de zonas como las señaladas, comprenden adicionalmente el rescate de la
“identidad cultural a través de la música, el arte, el teatro, la poesía y el humor”, o por
el “respeto al libre pensamiento y a las costumbres del pueblo” siempre y cuando no
entorpezcan “el desarrollo de los planes comunitarios”. Las reformulaciones no olvidan
tampoco el deporte, pues se establece, quizá siguiendo el criterio del profesor Francisco
Maturana anterior entrenador de la selección Colombia, que el fútbol debe practicarse
“como deporte mas no como competencia”44.
 
381

Conclusión
102 El presente artículo ha abordado una de las manifestaciones más desconocidas de la
relación de las guerrillas con la población no combatiente. Hemos planteado la
existencia de tres grandes formas de justicia que se explican en correspondencia con
contextos históricos muy definidos, moldeados por los rasgos internos de cada grupo
guerrillero, el contexto internacional, los cambios institucionales y las formas con que
se manifiestan los movimientos sociales. En la configuración de cada modelo es notoria
la intención de las guerrillas de articular las prácticas judiciales a las expresiones más
notables de los conflictos sociales. Si bien, la “justicia ejemplarizante” respondió a los
primeros modelos de la lucha insurgente, se convirtió desde entonces en una técnica
expedita para la penetración en las zonas rurales e incluso en las zonas urbanas. Más
ligadas a las expresiones del movimiento social son las prácticas de “justicia
retaliadora” y de “justicia del poder local”. La primera se incuba y difunde entre los
grupos guerrilleros ante el ascenso del movimiento obrero y estudiantil de mediados de
los setenta. El eco actual de esa forma judicial, pero sin la espectacularidad ni el
argumento propio de aquella década, se advierte en la idea de la guerrilla de cargar los
costos económicos del conflicto al peculio de los grupos sociales adinerados o con
alguna capacidad económica; o en las públicas conversiones de los no combatientes en
“objetivos militares” por conductas o posiciones políticas relacionados o no con el
desarrollo de la guerra.
103 La actual forma predominante de justicia guerrillera surge articulada a los conflictos o
movimientos locales o regionales, o se engarza a ciertos cambios institucionales
relacionados con la democracia local. Al mismo tiempo la “justicia para el poder local”
es también consecuencia de la reciente territorialidad de la guerra. La oferta de
seguridad y de una justicia rápida, barata y eficiente, es un importante elemento para el
control permanente de los territorios. La justicia guerrillera rivaliza con la justicia
estatal pero en ocasiones se complementan. En materia penal, por ejemplo, ha ocurrido
que la guerrilla entrega delincuentes a los funcionarios estatales o que la justicia estatal
tiene que proceder rápidamente contra delincuentes para protegerlos y evitar que sean
ajusticiados. Al lado de la rivalidad o de la complementariedad, surge también la
instrumentalización de la justicia guerrillera por quienes recurren a ella, en tanto que
los vencidos en juicios por la justicia estatal en ocasiones apelan a la justicia guerrillera
como si fuera una “vía extraordinaria” o una forma alternativa de “revisión de
sentencias”. En este evento el combate judicial puede volverse más complejo, por la
probabilidad que el frente guerrillero que ha “revisado” la sentencia sea desalojado de
su territorio por grupos paramilitares, deseosos de fortalecer sus adscripciones con la
solución de conflictos individuales.
104 La justicia guerrillera muestra la relación entre el derecho y la guerra, en cuanto es una
justicia que nace en medio del conflicto y se convierte en una metodología para tratar
de potenciar subordinaciones originadas en la fuerza o en las adhesiones políticas. Es
una justicia condenada a ser embrionaria: primero, por su situación de inestabilidad, y
porque no puede proteger realmente ni los bienes jurídicos puestos en juego en cada
contienda judicial ni garantizar la vigencia de los Derechos Humanos. Y segundo,
porque no logra delinear claramente formas jurídicas propias y sobrepasar los
principios y los procedimientos de la justicia estatal.
382

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Nariño. Tesis de grado Universidad de Nariño-Universidad Nacional de Colombia, Pasto.

NOTAS
1. Este artículo ha sido publicado con el título de “Justicia guerrillera y población civil” en Santos,
Boaventura De Sousa; García Villegas, Mauricio (2001): El Caleidos-copio de las Justicias en Colombia.
Tomo II, Bogotá, Colciencias, Universidad Nacional. Uniandes, Siglo XXI y Universidad de Coimbra,
pp. 389-422. Esta investigación fue patrocinada por Colciencias.
2. Partido Comunista Colombiano (1967).
3. ELN, insurrección (1970).
4. Partido Comunista Colombiano (1967).
5. Partido Comunista Colombiano (M-L) (1975).
6. ELN. Insurrección (1972).
7. ELN (1970).
8. De La Torre. Cristina (1980). pp 122-137.
9. Medina Gallego, Carlos (1996).
10. Meléndez Sánchez. Jorge (1996).
11. Partido Comunista Colombiano (M-L) (1975).
12. EPL, Resolución (1969).
13. EPL, Avancemos (1979).
14. Villaraga, Alvaro y Plazas. Nelson (1994).
15. Consejo de Seguridad. Ministerio de Gobierno (1974).
16. Medina Gallego, Carlos (1996).
17. FARC, Trinchera, s. f, 8. Órgano del v Frente de las FARC.
18. Costa, Omar (1976).
19. De La Torre, Cristina (1976), S. P.I.
20. Órgano del Movimiento 19 de Abril (1976).
21. Jimeno, Román (1984).
22. Pizarro Leongómez, Carlos (1987).
384

23. El Bogotano (1977), Bogotá; El Tiempo (1977-1982), Bogotá; Vanguardia Liberal (1983),
Bucaramanga; El Espectador (1982), Bogotá. Comunicado de Prensa en Autodefensa Obrera (1978)
24. Anónimo (1977), p. 114.
25. Vanguardia Liberal (1982), Bucaramanga.
26. Rangel Suárez, Alfredo (1996), pp. 4-16.
27. Echandía, Camilo (1994) (Mimeografiado).
28. FARC (1998). Comunicado, XIII Frente, Cacique Gaitana.
29. El Tiempo. Mayo 15 de 1994.
30. ELN A la opinión pública. Frente Comuneros del Sur (1997).
31. Diario Vallenato (1992). Valledupar.
32. ELN, Comunicado al pueblo. Sandoneño. s. f.
33. El Tiempo (1994).
34. Diario Vallenato (1994).
35. El Tiempo (1990).
36. ELN. Frente Comuneros del Sur (1996).
37. ELN, Métodos Jurídicos (1998).
38. FARC-ELN, Normas de Convivencia Ciudadana, iv Cumbre Regional (1997).
39. Dávila Ortiz, María Elena y Salas Portilla, Luis A. (1998).
40. Arrazola, María del Rosario, en El Tiempo. Noviembre 1 de 1992.
41. Ardila Delgado, Mery y Espitia Plaza. Diego (2000).
42. FARC. Frente Timanco, Comunicado a la población de Guadalupe (1998).
43. FARC-EP, II Bloque Sur. s. f
44. Constitución Política Campesina (1992).

NOTAS FINALES
1. Historiador Abogado. Profesor de la Facultad de Ciencias Humanas e investigador del Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Profesor Asociado. Universidad Nacional de
Colombia, [email protected]
385

Mujeres y violencia: actores y/o


víctimas
386

Entre la vulnerabilidad y la
reconstrucción: mujeres
desplazadas en la costa caribe
colombiana
Donny Meertens

NOTA DEL AUTOR


Note portant sur l’auteur1
 
Introducción
1 El desplazamiento interno a causa del conflicto armado es tal vez una de las más
dramáticas y extendidas consecuencias sociales de la violencia en Colombia. Esas
consecuencias no se distribuyen de manera uniforme entre la población. Tanto la
violencia política como el desplazamiento forzado tienen simbologías y efectos
diferenciados por el género, por la edad o por la etnia de las personas y comunidades
afectadas. En este artículo nos concentramos en las particularidades del género y su
interacción con otras variables sociales como elementos diferenciadores de los
proyectos de reconstrucción vital. El estudio recoge las diferentes experiencias de
violencia, desplazamiento y reconstrucción de mujeres campesinas desplazadas en una
región de la Costa Atlántica colombiana (departamento de Córdoba). Al comparar
viudas (sin experiencias organizativas) con líderes campesinas desplazadas, se muestra
cómo las experiencias previas de participación social configuran diferentes caminos
para la reconstrucción del proyecto de vida y de las redes sociales.
 
387

Género, violencia y desplazamiento


2 En todas las prácticas de guerra, el género, como principio estruc-turador de las
dinámicas sociales y culturales1 siempre ha estado presente. Los hombres siguen siendo
los principales actores de la guerra y por consiguiente ellos también cargan con la
mayor parte de las consecuencias fatales: casi el 90% de las muertes violentas son del
sexo masculino2. Las mujeres, por otro lado, no sólo participan de manera creciente
como actores en las acciones bélicas, sino que también son objeto militar específico,
aunque de manera históricamente variada. Durante el período “clásico” de la violencia,
las masacres de familias campesinas del bando opuesto eran una práctica común. En
esas matanzas, la tortura, la violación y la mutilación de mujeres embarazadas cumplía
el papel simbólico de “acabar con la semilla” del enemigo odiado 3. Es decir, las mujeres
eran objeto específico de la violencia en su condición de madres, de actuales o
potenciales procreadoras del enemigo, portadores de la identidad y del honor de la
comunidad odiada. En cambio, la dinámica actual del conflicto armado se caracteriza
por una alta dosis de instrumentalismo, aún en los actos de retaliación, en los cuales
acabar con la maternidad o humillar el honor sexual del enemigo ha perdido
importancia frente a la ocupación del territorio, la sujeción efectiva de la población o la
apropiación de sus tierras.
3 Las mujeres, sin embargo, siguen siendo objeto militar en cuanto hacen parte de las
“acciones indiscriminadas” de terror contra la población civil. Frecuentemente, esas
matanzas son perpetradas de manera anónima, pues no conviene reconocer
públicamente el asesinato de mujeres y niños. No obstante, a veces su autoría es
asumida abiertamente por paramilitares con el objetivo de amedrentar la población o
causar su desplazamiento4. Más aún, la violación sexual, predominantemente dirigida
hacia las mujeres, continúa siendo una práctica de guerra, aunque escasamente
documentada. Al igual que las acciones indiscriminadas, constituyen una forma de
violencia de género subterránea y pocas veces públicamente conocida. Otros estudios
latinoamericanos (por ejemplo Bunster (1993):114) reportan que la violación es usada
como instrumento de tortura “en familia”, no sólo para humillar sino para extraer
información acerca de las actividades políticas de esposos e hijos. En Colombia, la
precariedad de la información y la continuación del conflicto armado dificultan un
análisis sistemático que vaya más allá de las denuncias que se han podido formular. Sin
embargo, en la recopilación de casos de violencia sexual realizada por la Mesa de
Trabajo Género y Conflicto Armado5 con base en la información de organizaciones de
Derechos Humanos y organizaciones de mujeres, tanto nacionales como
internacionales6, se destaca la participación de todos los actores armados en estas
prácticas de guerra. Se afirma en el mismo informe, que la vulnerabilidad de mujeres y
niñas frente a la violencia sexual en el contexto del conflicto armado no es claramente
visibilizada. Frecuentemente, los homicidios cometidos contra mujeres y niñas son
precedidas de violencia sexual, pero esta no suele ser tenida en cuenta por los
investigadores de la Fiscalía, Medicina Legal u otros organismos del Estado, ya que su
gravedad es opacada por los delitos contra la vida7.
4 No sólo como víctimas, sino también en calidad de sobrevivientes de la violencia, las
mujeres tienen vulnerabilidades y capacidades específicas en comparación con los
hombres. Frente al desplazamiento forzado, el desarraigo, la reconstrucción sin medios
apropiados de supervivencia, ellas reaccionan de acuerdo a sus experiencias vitales
388

previas, que en muchos aspectos se diferencian de las de los hombres. Pero también
entre las mujeres mismas existen diferencias en la forma en que se sienten afectadas
por el conflicto armado, o asumen la reconstrucción de su proyecto de vida después del
desplazamiento -diferencias que remiten a experiencias laborales, niveles de educación,
movilidad social y geográfica o el trauma sufrido por la violencia-. Para las mujeres, el
factor más incisivo en la manera de enfrentar la reconstrucción post-desplazamiento,
ha sido su experiencia en participación pública (social, política) desarrollada antes del
desplazamiento y las habilidades sociales que esta participación les aportó para la
reconstrucción. A manera de ilustración de estas tesis, analizamos y comparamos en el
ámbito regional las experiencias de dos categorías de mujeres desplazadas, ambas jefas
de hogar. Las primeras, mujeres campesinas tradicionales, repentinamente convertidas
en viudas por la violencia rural y expulsadas hacia las ciudades. Las segundas, mujeres
campesinas líderes, cuyas experiencias de participación y organización han ayudado a
forjar un nuevo proyecto de vida, individual y colectivo, en la ciudad.
5 El desplazamiento interno por razones de violencia, si bien estaba siempre presente en
la segunda mitad del siglo XX, comenzó a sentirse en toda su magnitud a partir de los
años 1988 y 1989. En esos años se dispararon las cifras de asesinatos políticos y
masacres, especialmente en aquellas zonas donde confluyeron varios factores: luchas
campesinas en el pasado, posteriores enfrentamientos entre guerrilla y Ejército,
compra de tierras por narcotraficantes y llegada de para-militares a “limpiar” la región
de guerrilleros y de paso también de organizaciones campesinas. La Conferencia
Episcopal de Colombia, en una primera investigación a escala nacional, encontró
600.000 desplazados entre 1985 y 1994, expulsados principalmente de zonas como
Urabá y Córdoba en la Costa Atlántica (región de estudio en este artículo), la región del
Magdalena Medio en el interior y los Llanos Orientales en el oriente del país 8. En las
más recientes estimaciones9, el número de desplazados internos ha sobrepasado los dos
millones en 15 años (entre 1985 y 2001), cifra que representa el 2.5% de la población
total del país y que sigue en aumento. En efecto, en el año 2000 se ha registrado el
número más alto hasta el momento: 315.800 desplazados entre enero y diciembre. Lo
anterior indica la magnitud del problema en términos de devastación de zonas rurales,
reordenamiento territorial y demográfico, crecimiento desordenado de ciudades y
crisis humanitaria permanente. Pero ante la permanente extensión de las dinámicas de
guerra, no sólo se ha incrementado el número de desplazados, sino también el número
de zonas geográficas expulsoras, como el Departamento del Chocó en la Costa Pacífica,
el Sur del Bolívar, el Norte del Valle, el Sur del Tolima, el Cauca, zonas de intensiva
producción de cultivos ilícitos como el Putumayo y en general las zonas fronterizas con
Panamá, Venezuela y Ecuador, hasta comprometer a la mayor parte del territorio
nacional.
6 Según los primeros datos de la Conferencia Episcopal en 1995, el 58.2% de los
desplazados eran mujeres y niñas (7 puntos por encima de la proporción de mujeres en
la población total de Colombia) y el 25% de los hogares desplazados era encabezado por
una mujer. En estudios posteriores, sin embargo, la proporción de jefatura femenina del
hogar subió a 31 % a nivel nacional y a 38% entre los hogares desplazados en Bogotá 10.
De ellas, el 40% eran viudas que huyeron con sus hijos tras la muerte violenta de sus
maridos, y el 18% fueron abandonadas después del desplazamiento a la ciudad 11.
7 Las corrientes de migración forzada se dirigen en parte hacia la capital, Bogotá, pero
mayoritariamente hacia las ciudades intermedias en proximidad de las zonas de
389

expulsión. Por su tamaño -suficientemente grandes para garantizar cierto grado de


anonimato- y por su cercanía, las mismas capitales departamentales de las regiones de
expulsión constituyen los sitios de llegada12 de la población desplazada. En cada ciudad,
los migrantes llegan a través de diversas modalidades de desplazamiento. Durante los
años más duros de asesinatos, masacres, desapariciones y bombardeos de zonas
campesinas, el desplazamiento fue de comunidades enteras. En todas las regiones,
incluyendo a la Costa Atlántica, al período de éxodos organizados siguió una nueva
etapa de hechos violentos más selectivos y, por consiguiente, de llegadas a cuentagotas
de las familias que silenciosamente se ubicaban donde conocidos o familiares en la
ciudad.
8 Los diferentes grados de colectividad, de organización y de conciencia política han
influido enormemente en el papel de las mujeres en el desplazamiento, pues son estas
condiciones que determinan, en buena medida, la posibilidad que ellas tienen de
anticipar el desplazamiento, resistir los traumas psicológicos y enfrentar el desafío de
supervivencia y de construcción de un nuevo proyecto de vida.
 
El desplazamiento en Córdoba
9 La ciudad de Montería, capital del departamento de Córdoba, constituye un foco
importante de inmigración. En el período de 1985 a 1994, como lo anota el investigador
cordobés Víctor Negrete, llegaron a Montería 35.081 personas, pero el desplazamiento
forzoso afectó de una manera directa una población aproximada de 115.000 personas en
todo el departamento de Córdoba13, producto de la violencia en la región noroccidental
de la Costa Atlántica. La proximidad física y cultural con la región bananera de Urabá
permitió que en las últimas décadas se consolidara un circuito económico, político y
laboral entre las dos, de modo que muchos de los desplazados actuales efectivamente
son descendientes de una o dos generaciones de colonos o de trabajadores de las fincas
bananeras. Al lado de esas zonas caracterizadas por los conflictos laborales en las
empresas bananeras, se encuentran otras cuyas características son de vital importancia
para entender la actual dinámica violenta: se trata de zonas con larga tradición de
luchas y de organización campesina. Desde los “baluartes rojos” de colonos en los años
treinta hasta la recuperación de tierras de las manos de latifundistas, organizada por la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, en los años setenta, la región ha
sido escenario de acciones reivindicativas y pacíficas de parte del campesinado 14. A ello
se agregan las luchas indígenas de los Zenúes por reconstituir sus antiguos territorios,
lucha que ha dado lugar al asesinato de un alto número de sus dirigentes. A finales de
los años setenta se inicia la presencia de los grupos guerrilleros (predominantemente el
Ejército Popular de Liberación, EPL), los cuales se entremezclaban con los campesinos
organizados en las parcelaciones de tierra recuperada, con pretensiones de
reclutamiento (que a veces se lograba) dejóvenes militantes o auxiliadores. En el curso
de la década de los ochenta, aparecieron los paramilitares quienes entraron a “limpiar”
las zonas de la presencia guerrillera, y de paso también de las antiguas organizaciones
gremiales de los campesinos. Al sur del departamento, los hermanos Fidel y Carlos
Castaño, líderes nacionales de esta organización, instauraron su propia “para”-reforma
agraria-, creando de esa manera un cordón de campesinos armados leales a su causa, en
torno a sus haciendas. El contexto del desplazamiento en Córdoba y en las contiguas
sabanas del departamento de Sucre, pues, se ha conformado por esos elementos
390

básicos: la experiencia de la colonización, los conflictos laborales en empresas


bananeras, la tradición de las luchas reivindicativas del campesinado organizado, la
presencia de una clase terrateniente latifundista tradicional en algunas zonas y el
ascenso de una nueva clase narco-terrateniente en otras, apoyadas ambas en grupos
paramilitares cada vez más organizados15.
10 Se han presentado varias olas de violencia y desplazamiento en la región. El primer
período, de 1988 a 1992, se caracterizó por la ocurrencia de varias masacres. Ante las
matanzas y quemas de vivienda, el tipo de desplazamiento era masivo,
predominantemente de familias extensas, o de familias encabezadas por las viudas de
las masacres. El segundo período comprende de 1994 a 1995 en el cual las familias
llegaron a Montería en forma dispersa, no tan masiva que antes pero por ello no menos
impactante y numerosa. Eran generalmente familias nucleares, salían por amenazas y
miedo más que por masacres y han tenido un poco más de tiempo para programar el
desplazamiento. Entre ellas encontramos algunas líderes campesinas y mujeres que
habían jugado un papel importante en organizaciones comunitarias. Su inserción en el
medio urbano de la capital departamental era ini-cialmente silenciosa, casi clandestina.
Cuando a partir de 1995 se inició un tímido reconocimiento público y una primera
política oficial de atención a desplazados16, ellas empezaron a identificarse como tales.
En la ciudad de Montería surgieron organizaciones propias de mujeres como la
Asociación “Olla Comunitaria” y “Orfedec” que agrupa a madres comunitarias 17.
 
Mujeres desplazadas en Córdoba: campesinas
tradicionales viudas y líderes campesinas18
11 Hemos agrupado los efectos diferenciados por género del proceso de desplazamiento,
en torno a dos grandes momentos: el de la destrucción de vidas, de bienes y de lazos
sociales y el de la supervivencia y reconstrucción del proyecto de vida y del tejido social
en el sitio de llegada. Hombres y mujeres han vivido de manera diferente ese proceso.
Al interior de estas categorías binarias, miramos otras variables que conjuntamente nos
permitieron descubrir diferencias entre mujeres y desarrollar el contraste entre
campesinas tradicionales (en el sentido de encerradas en el pequeño mundo de lo
doméstico y de las relaciones primarias), enviudadas y huyentes de la primera ola de
masacres, y líderes campesinas desplazadas más tarde con algún tiempo de prevención
y preparación. Dos factores resultaron de especial importancia para captar las
diferentes capacidades de reconstruir sus proyectos de vida -individual o colectivo- en
la ciudad: las experiencias previas de movilidad geográfica y participación en la vida
pública (comunitaria, cívica, política) y el grado de inmediatez con que tuvieron que
abandonar el lugar donde vivían.
 
El “antes”: vida campesina, destrucción y desarraigo
Las viudas

12 La mayor parte de las familias desplazadas eran pequeños propietarios o poseedores de


fincas conseguidas a punto de machete en las zonas de colonización, mediante la
organización campesina, como parceleros del INCORA, o trabajadas en compañía de los
padres titulares de la tierra, como una especie de herencia anticipada. Las fincas eran
391

pequeñas pero daban para el sustento diario. El trabajo de las mujeres se confinaba a las
actividades domésticas, la cocina y la atención a la huerta o las especies menores. Sus
vidas transcurrían dentro de un círculo relativamente cerrado y tranquilo de familiares
y vecinos.
Teníamos como unas 10 hectáreas entre tres personas, a cada hectárea se le sacaban
unos veinte quintales de maíz... allá cultivamos maíz, yuca, ñame, ajonjolí, plátano.
El plátano nos servía para la venta; se sacaba un poquito, se vendía en el pueblo y
con eso se mercaba. Yo era ama de casa, criaba mis animalitos, barría los patios,
lavaba, hacía de comer(...) La vida era muy tranquila, y había mucho compañerismo
entre la gente, entre los mismos vecinos nos comprábamos las cosas, que un huevo,
la gallina, plátano, cualquier cosa; nos reuníamos y jugábamos naipe, pero no se
jugaba la plata, sino que por ejemplo, yo hacía dulces o tortas, entonces la gente
apostaba era eso y de paso me compraban a mí. (Lydia, 31 años).
13 La movilidad de esas mujeres campesinas solía ser muy restringida, se criaban en una
vereda y allí se casaban. O si se pasaban de una vereda a otra, era por el trabajo del papá
o del marido, cuando estos eran jornaleros.
Mi papá era un triste machetero en madera. Vivíamos de finca en finca, mi papá
rodando, pa allá y pacá pues él no tenía tierra (...) De Arboletes fuimos para
Naranjito, porque mi papá se fue para allá, entonces allá me conseguí el señor con
quien viví. Bueno, entonces allá tuve la mala suerte que “Pran”(... ) para mí fue el
fracaso, ese que tuve, que lo mataron a él... (María, viuda de 30 años).
14 La mayoría de las mujeres campesinas desplazadas habían sido criadas en una tradición
campesina de sujeción a la autoridad del hombre y de una rígida separación de esferas
masculina y femenina, donde la última se centraba casi exclusivamente en lo doméstico
y en aquellas actividades agrícolas (la huerta, el procesamiento) cercanas al espacio del
hogar. Tenían una niñez y una adolescencia caracterizadas por el aislamiento
geográfico y social, con poco acceso a la economía del mercado, la información, o las
instituciones formales. Aún el contacto con organizaciones cívicas o comunitarias era
escaso. En otras palabras, los límites del “mundo”, del contacto con la sociedad, eran
dados por los jefes de hogar, primero el padre y luego el esposo.
15 Para muchas de ellas, la violencia les llegaba de sorpresa. Precisamente por no
participar mucho en la vida pública, confiaban en que el conflicto no tuviera por qué
tocar la puerta de sus casas. Sin embargo, cuando las matanzas llegaban a veredas o
fincas cercanas, eran ellas las primeras para presionar al marido para salir de allí.. Hay
un notorio dramatismo en los relatos de las viudas del primer período de
desplazamiento (1988-1992):
Yo le dije vamonos pa’l monte, él me dijo no, yo no le debo nada a nadie. Yo sí me
tiré pa’l monte con los niños(...) al momentico todas las casas estaban prendidas (...)
al otro día llegaron y mataron cinco, yo le decía vámonos(...) él me dijo vete para
Montería a donde tu tío, yo me quedo aquí con los peladitos, pero yo no me
aguantaba aquí sola(... ) me volví y una noche se lo llevaron y lo mataron. (Gloria,
viuda de 28 años).
Estábamos trabajando en una finca bananera, yo le dije, mira vámonos de esta finca,
cuando mataron a cuatro muchachos compañeros de él; no hombre, el decía quien
no la debe no la teme’(...) cuando yo me acerqué a la puerta vi venir a unos
hombres(...) ’mire señora nos permite hablar con su marido pero saca a sus niños, y
nos espera ahí en frente porque nosotros vamos a hablar con él’(...) cuando yo oigo
los disparos yo digo ¡ay mami que pasó!’ y solté a la niña y así sola me le eché a uno
para desarmarlo, para también darle, porque, ajá, estaban matando a mi propio
marido, y yo no iba (a dejarlos) pero él luchó conmigo hasta que me dio una
trompada y ahí quedé, me llevaron al servicio médico para que volviera en mí.
392

(Olivia, viuda de 27 años; estaba esperando el quinto hijo cuando mataron al marido
en una masacre en una finca bananera).
16 El siguiente relato, de una mujer cuya viudez fue causada por la retaliación de los
paramilitares hacia familiares de guerrilleros, muestra los efectos desgarradores del
conflicto político en todas sus matices al interior de una familia:
A mi esposo lo mataron los paramilitares, por tener un hijo guerrillero, ellos decían
que tenían que acabar con la última semilla. Siempre nos acusaban de auxiliares de
la guerrilla, por ese mero hecho, nos querían obligar a decirles dónde estaba
nuestro hijo, cuando ni nosotros mismos sabíamos si estaba vivo o muerto(...).
También desaparecieron al otro hijo, por ser hermano de guerrillero, pero eso si
fueron las FARC (...) Ese viejo era un viejo bueno, nunca se metía en nada, el único
pecado fue tener un hijo que se había metido a la guerrilla(...) Antes de llevárselo
estuvieron dos días en la casa, se quedaron, cocinaron, era como una especie de
arresto domiciliario. Después lo vistieron de militar y se lo llevaron, no sin antes
burlarse de él, por todo el camino. Lo vistieron así, diciéndole que si de pronto los
atacaba la guerrilla y él moría, entonces lo habría matado su propio hijo(...) No tuve
quien me ayudara en la salida(...) Uno trata de sobrevivir y seguir, pero son muchas
las heridas que no cicatrizan. Los nietos son como la semilla de mis hijos, son como
mis hijos. Yo vivo es por mis nietos... (Mercedes, 50 años).
17 Las viudas de esas masacres emprendían la huida, no sólo por las amenazas de los
asesinos de volver o por sus órdenes perentorias de desocupar la finca o la casa, sino
impulsadas en forma dramática por el trastorno emocional, el miedo y la necesidad de
salvar a sus hijos. A veces huyeron casi a ciegas y quedaron totalmente desubicadas
cuando llegaban a la ciudad. María, la hija del machetero, se demoró casi ocho días para
enterarse del asesinato de su marido, porque ella huyó cuando lo sacaron
violentamente de la casa. No se atrevió a recoger el cadáver de la morgue. Otra mujer
contó (cuando se llevaron al esposo y a ella le dieron tres horas para desocupar):
No recogí nada, yo no tuve que ver con nada, yo con la sorpresa que me llevé, yo
únicamente me aseguré mis niños y les dije, bueno vamos(.) llegamos a la carretera
sin saber para dónde íbamos a llegar(...) ahí vimos como un campero: ’vea señor’, y
me puse a contarle a él, y le salían las lágrimas de lo que yo le estaba contando y
ahí(.., ) nos subieron al carro(...) ellos se metieron la mano al bolsillo, me regalaron,
pues, platica, me dijeron, ’ustedes no tienen conocidos ni nada como una dirección’,
pero yo no cargaba una dirección ni nada en la cartera. (Belén, viuda de 38 años).
18 Cuando Olivia llegó con sus hijos a la ciudad después del asesinato de su esposo en la
finca bananera, buscó a una hermana pero esta se negó a recibirlos por el hacinamiento
en que ya vivía. A Olivia no le quedó otro remedio que quedarse en la calle:
Cuando yo estaba durmiendo en un corredor aquí en la ciudad, agachadita con mis
hijos, llegó la policía una noche con unos hombres que llevaban presos y me vieron
en el corredor en medio de un aguacero torrencial, a preguntar qué hacía ahí, y yo
les dije: estoy esperando que llueva para irme a tirar del puente pa’bajo, al agua con
todo y pelado; yo estaba que no sabía qué más hacer, estaba como un barco sin
bahía... (Olivia, viuda de 27 años).
19 A partir de las especificidades de género anteriores al momento de la destrucción y el
desarraigo, se podría considerar a las mujeres campesinas tradicionales, enviudadas y
desplazadas, triplemente víctimas: por el trauma que les había producido el asesinato
de su cónyuge, por la pérdida de sus bienes de subsistencia (casa, enseres, cultivos,
animales), que implicaba la ruptura con los elementos conocidos de su cotidianidad
doméstica y por el desarraigo social y emocional que ha significado el desplazamiento
desde su mundo único de relaciones primarias en una apartada región campesina, al
anonimato de un medio urbano desconocido. La destrucción en la fase del antes, en
393

otras palabras, ha afectado su identidad social, en un grado mucho mayor a las viudas
que a los hombres cuya libertad de movimiento y acceso a la información se daba por
supuesto: también les ha afectado más que a las líderes quienes manejaban un espacio
geográfico, social y político más amplio. Para las mujeres viudas, la ruptura del tejido
social a nivel de la familia y de vecindad les ha producido la sensación de estar
completamente a la deriva: como un barco sin bahía.
 
• Las líderes

20 Durante las intensas luchas por la tierra en la Costa Atlántica al comienzo de los años
setenta, particularmente en las numerosas tomas o recuperaciones de tierra que se
realizaron en 1971, 1973 y 1974 en Córdoba y Sucre, la participación de las mujeres fue
destacada aunque no reconocida en todas sus dimensiones. Las mujeres participaban en
el levantamiento de ranchos, la siembra de cultivos, la defensa del terreno
“recuperado”. Constituían, además, la fuerza de choque contra la fuerza pública
durante las operaciones de desalojo19. Dentro del movimiento campesino mismo, el
reconocimiento del papel de las mujeres en la organización se limitaba más bien a
destacar su papel de garantes de la supervivencia y de fuerzas de apoyo. En ese sentido
se crearon un gran número de comités femeninos con actividades más económicas que
formativas u organizativas. Con todo, las invasiones dieron la oportunidad a las mujeres
de mostrar su fuerza de resistencia, a la vez que los comités femeninos iban a constituir
el primer espacio de organización propia para mujeres campesinas a nivel de base, que
permitiera de alguna manera el surgimiento de liderazgos femeninos. Tres dirigentes
campesinas y comunales relatan sus luchas con -y a veces contra- sus compañeros
campesinos en la recuperación de la tierra y en las organizaciones campesinas:
Entonces nació la reforma agraria en el año de 1970 y los activistas nos la fueron a
llevar allá al pueblo, los activistas con cartillas que nos enseñaban qué era la
reforma agraria; nosotros lo vimos con buenos ojos, era recuperar tierra y vivir uno
más o menos como un ser humano (...) Entonces fue cuando vinieron las primeras
tomas de tierra a nivel nacional, nos organizamos durante seis meses y nos
tomamos la tierra. Y esa fue una lucha constante de seis meses: mete y entra a la
tierra y bajo los aguaceros -porque fue en un invierno- nos tocaba hacer ranchos y
dormir en tierra. (Leonor, antigua líder campesina).
“De esa manera participamos, y también, en la misma lucha, hacíamos resistencia a
la policía: cuando venía por los compañeros, ellos se metían al rastrojo y nosotras
éramos las que dábamos la cara para que no se los llevaran presos porque en esa
época respetaban a las mujeres. Siempre fuimos la salvaguardia de los campesinos.
(Maribel, antigua líder campesina)
Con mi hermana, vivíamos en la toma, pero en esa época todavía no se reconocía la
fuerza de la mujer, a nosotras las mujeres no nos daban una parcela porque éramos
mujeres, éramos solteras, entonces la parcela se la dieron a mi papá; él había estado
en la lucha, pero no en la toma, las de la toma éramos nosotras(...) pero a él fue al
que le adjudicaron la parcela (Leonor).
21 A pesar de los desconocimientos fundamentales que menciona Leonor -se trataba en la
práctica de una negación del derecho a la tierra para las mujeres 20 - ellas no pararon
ahí. Comenzaron a preguntarse qué hacer con ese pedazo de tierra y a organizar a los
parceleros para ver cómo conseguir un préstamo para empezar a cultivar y a formar
proyectos económicos para apoyar a las tomas de tierras y para que los dirigentes de la
organización se pudieran desplazar por la zona. En ese trabajo de base de las mujeres,
poco a poco elevaban su autoestima y comenzaban a cuestionar los comportamientos
394

de sus compañeros de la organización campesina, ganándolos por la causa femenina


con el despliegue de tantas iniciativas:
Nosotras llegamos a tener, con todo ese trabajo, llevándolo así cotidianamente, ¡tres
cooperativas! Entonces, cuando los compañeros nos veían a nosotras, pues, nos
seguían: ’compañero, que necesitamos unos jornales para que nos tumben unas
hectáreas de monte’, y los compañeros nos la tumbaban(...) y nos ayudaban a
sembrar, eso sí, nosotras les decíamos ’que no sean ustedes los que siembren,
porque aquí qué estaríamos haciendo nosotras(...) seamos nosotras mismas las que
siembren, que sea del sudor nuestro, lo que se gana con sacrificio’ y así enseñamos a
todas las comunidades y a todas las compañeras. Específicamente a las mujeres(...)
porque los compañeros, ellos siempre a la mujer la tenían allá, que de la cocina y de
la batea y de criar muchachos no pasa(...) Entonces nosotras les dijimos que no,
porque nosotras también desempeñábamos un puesto muy importante en la
organización(...) entonces los compañeros empezaron ellos mismos a hacer
programas educativos para la mujer. (Leonor).
22 Los años setenta y parte de los ochenta no sólo marcaron el despliegue y auge del
movimiento campesino en la región sino también de organizaciones sociales y cívicas
en los pequeños cascos urbanos de los municipios y en la capital departamental
Montería. Al igual que en los grandes centros urbanos, estas organizaciones comunales
comenzaron a servir de canales de participación y expresión de reivindicaciones de las
mujeres en torno a diferentes dimensiones de la supervivencia cotidiana. Recuerda una
líder comunal que:
En el pueblo a mí me gustaba participar en la parte pública, yo estaba inscrita como
miembro activo de la Junta de Acción Comunal y de la Junta de Padres de Familia de
la Escuela, siempre tuve como interés de participar en ese tipo de cosas, como que
siempre fui impulsora también de algunos procesos comunitarios, que llega ran de
pronto a nivel de ejecución de obras, por decir, hay que hacer una cuneta, yo
siempre fui inspectora de esas cosas... (Cristina).
23 Sin embargo, sólo pocas mujeres lograban posiciones de liderazgo dentro de sus
organizaciones, fueran estas comunales o campesinas. Las que accedían a esas
posiciones solían tener algo más en común que la indispensable dosis de iniciativa
personal y voluntad de superación: mujeres como Leonor, Maribel y Cristina,
compartían experiencias de vida que incluían movilidad, mayores niveles de educación
y vivencias urbanas durante algún momento de su juventud.
24 La llegada de las guerrilla a la región introducía una compleja dinámica entre las
organizaciones populares, los grupos guerrilleros, el ejército, los terratenientes y más
tarde los paramilitares. La guerrilla reclutaba jóvenes campesinos, se metía a veces en
los comités vere-dales, cooptaba a algunos líderes y donde no lograba influencia
organizaba sus propios grupos de apoyo21. Líderes campesinos –hombres y mujeres- que
no querían estar con ellos se consideraban ’gobiernistas’, mientras que, por otro lado,
los grandes terratenientes de la zona, amenazados por las invasiones, seguían
considerándolos ’comunistas’. En medio de ese intrincado juego real y simbólico de
atracción-rechazo entre las luchas concretas y las posiciones políticas, las mujeres
llevaban la peor parte. De un lado, se intuía su enorme potencial de movilización de las
masas campesinas empobrecidas. Del otro, se sospechaba de su modo de actuar y de su
espíritu rebelde, tan ajeno a la sumisión que se suponía natural en las mujeres
campesinas, pues podrían reflejar influencias extrañas, urbanas, portadoras de
ideologías subversivas. Entre todos los bandos, se desconfiaba de sus lazos afectivos, en
cualquier momento suceptibles a la traición.
395

Entonces, los terratenientes y los gamonales empezaron a mirarnos con ojos


malitos; nos señalaban como unas personas raras, las ’mujeres estas’; cuando viene
la guerrilla a tomarse la zona, entonces ya querían decir que nosotras estábamos
con ellos, que éramos de ellos, y nosotras en ningún momento fuimos fuerza
política de ellos, nunca, pero siempre nos señalaban así (...) Venían las
investigaciones ’tú porqué estás aquí, con quién estás, estás con la guerrilla o con el
ejército... ’ Pero en últimas, aplicaron la ley de la escoba, allá barrieron con todo el
mundo, no importaba si la gente era buena o a quién buscaban o no buscaban, a la
que primero encontraran a esa gente llevaban(... ) Yo me tuve que venir cuando la
cosa se puso muy mala, se puso sabor a vinagre, ya nos mataban la gente allí...
(Leonor).
Ya uno tenía que tener muchísimo cuidado, inclusive uno cuidaba hasta con quien
conversaba, hasta con quien salía, porque en ese entonces empezó la persecución
por parte de la fuerza de inteligencia hacia la gente que tenía de pronto algún
vínculo con la guerrilla y de pronto uno hasta cierto punto desconocía algunas
cosas de quién estaba o no estaba, quién participaba o no participaba, es decir, se
volvió una situación tenaz en ese momento(...) En el mismo pueblo comenzaron a
matar a los líderes de las organizaciones, esto ya a mí me dio miedo. Me decían que
me cuidara, que dejara eso así, yo me retiré de toda actividad y salí de ahí. (Cristina,
líder comunal de 27 años).
25 De esta manera, las mujeres dirigentas de organizaciones campesinas y comunitarias,
también se convirtieron en desplazadas, cuyo futuro personal se proyectaría con mayor
énfasis en el ámbito urbano. Su desplazamiento, sin embargo, y a pesar de los dolores y
tensiones sufridas por los actos de terror, se produjo con algún tiempo de preparación y
después de un análisis de la situación que se vivía en sus zonas de origen con sus
propios criterios.
 
El “después”: supervivencia, proyectos de vida,
organizaciones femeninas
• Las viudas

26 Los trayectos de desplazamiento de las viudas de la violencia solían ser directos:


llegaban a la capital regional, por tener familiares allí, porque estas les brindarían el
necesario anonimato, por la esperanza de encontrar más fácil empleo en una ciudad
que en un pueblo pequeño, o por todas esas razones juntas. Muchas de las viudas que
huyeron súbitamente, espantadas por el asesinato de su compañero, consiguieron el
pasaje para irse con algún alma compadecido (el párroco, como en el caso de Olivia, o el
conductor de un vehículo, como en el caso de Belén). A partir del primer alojamiento en
la ciudad, comenzaban a divergir sus caminos. El tiempo que se quedarían con
parientes antes de conseguir un lugar propio o que se demorarían en buscar trabajo o
algún negocio para sobrevivir, dependía de múltiples factores. Su condición social
específica antes del desplazamiento, era un factor importante de diferenciación. La
viuda del trabajador de una finca bananera o la maestra de una escuela tenía más
estructuras de apoyo que la viuda de un jornalero o un minifundista, debido a su propia
vinculación laboral o la de su difunto esposo. También lo ha sido el grado de inmediatez
del desplazamiento, y ligado a él la magnitud del trauma sufrido. Unos días de
preparación y un pequeño capital logrado por medio de la venta de unos animales,
enseres o parte de la cosecha, solía mitigar los primeros momentos de supervivencia en
la ciudad.
396

27 Desde otra óptica, cierto grupo de viudas sufría, al llegar a la ciudad, discriminaciones
especiales de estigmatización, como la de haber sido compañeras de hombres
reconocidamente pertenecientes a los grupos guerrilleros22.
28 También el ciclo de vida familiar incidía en las oportunidades para sobrellevar el
primer período de supervivencia en la ciudad. En ese sentido, las historias de Belén y de
Olivia se inscribían en las peores circunstancias donde todos los factores negativos se
conjugaban: se encontraban en la fase expansiva del ciclo familiar, nunca habían salido
de su pequeño mundo, su huida fue repentina, ante las amenazas de los asesinos y con
el shock de la muerte de sus esposos encima. Como viudas cabezas de hogar debieron
comenzar una nueva vida en la ciudad, a solas con sus pequeños niños. Muchas veces,
en medio del drama personal, las viudas mostraban entereza para asumir la
supervivencia de ellas mismas y sus hijos23. Pero la misma responsabilidad de los hijos
que era fortaleza, también encarnaba amenaza, pues no dejaba tiempo para entregarse
a las emociones o los recuerdos, y tendía a aplazar casi indefinidamente el duelo por la
pérdida del ser querido.
29 Miremos sus experiencias desde el lado de las fortalezas. Para lograr la primera
supervivencia después del desplazamiento, las viudas han sido muy recursivas,
buscaron, más que la compasión de los hombres, la solidaridad de otras mujeres:
familiares, maestras o comerciantes de la plaza de mercado. Así aseguró Belén la
comida para sus hijos:
Allá en el mercado me puse a charlar con una señora. Me regaló manguitos(...) y ella
me daba la comida(...) y enseguida vi a una señora que tenía una proveedora y le
dije: oiga, doña, hágame el favor y me acredita una libra de arroz, aceitico,
espaguetis. Me dio huevos, pan(...) ’cuando consiga me los paga, no ponga a los
niños a trabajar’(...) ella dijo que la historia mia era bastante dolorosa; ahí los niños
se van todos los días almorzados y allá, como ya sabían la historia de ellos, allá en
ese mercado, en ese costal, tenían para comer carne, arroz, de todo, tomate,
berenjena, de todo me mandaban... (Belén).
30 El contraste más fuerte con los hombres se da en las oportunidades que unos y otras
han tenido para insertarse en el mercado laboral urbano. En las estadísticas nacionales
recogidas por codhes resaltan no sólo las diferencias de género en el tipo de
ocupaciones antes y después del desplazamiento, sino más que todo en el enorme
incremento del desempleo de los hombres jefes de hogar, en comparación con un
aumento mucho más modesto del desempleo de mujeres jefes de hogar 24. Los hombres
en Córdoba trabajaban antes en la agricultura y la ganadería 25, de los cuales podría
decirse que son oficios de poca utilidad en el nuevo entorno urbano. Según los datos
nacionales, mientras que el 63% de los hombres había trabajado antes en la agricultura,
sólo el 13% lo hacían después (como trabajador trashumante y con la familia en la
ciudad); en el caso de las mujeres la disminución fue de 18% a 3%. Por consiguiente, en
ciudades como Montería a los hombres les esperaba la inutilidad, el desempleo o
actividades muy marginales como la venta ambulante de jugo en la plaza de mercado
(un líder indígena), la venta de naranjas en un triciclo (antiguo trabajador de una finca
bananera), o el esporádico oficio de “todero” (sacar tierra, cargar agua, ayudar en
albañilería) de un ex-colono de tierras baldías. En todos esos casos, el trabajo de sus
mujeres era indispensable para la supervivencia de la familia. Para las mujeres, la
migración forzada no significaba igual ruptura de labores, pues si bien trabajaban en la
agricultura antes del desplazamiento, dedicaban la mayor parte del tiempo a las labores
domésticas. Por consiguiente, emplearse como aseadora, planchadora o sirvienta
397

doméstica después del desplazamiento, no significaba ninguna ruptura; sus


conocimientos habituales del trabajo doméstico, ahora pagado, les ayudaban a
insertarse en el mercado urbano de una manera más fácil que los hombres, aunque por
ello no menos precaria. En efecto, a nivel nacional la ocupación de ellas en el trabajo
doméstico pagado se amplió de 4.1 a 20%. En Montería, las viudas de las masacres
todavía sobrevivían, a los tres o cuatro años de desplazadas, a punta de esas
actividades.
31 Es significativo que las viudas no buscaban solidaridad con otras viudas o mujeres
desplazadas del mismo lugar. Ese rechazo a compartir la misma historia deja manifiesta
la necesidad de olvidarse del trauma sufrido, pero también remite al miedo y al
ambiente de clandestinidad que rodea a las sobrevivientes de una masacre, cuya vida
comunitaria ha sido destruida por el terror. Las prácticas del terror, cada vez más
frecuentes en el conflicto armado, sumadas a los efectos psicológicos del trauma, la
huida repentina y la desorientación social, convirtieron los procesos de reconstrucción
vital de las viudas ’tradicionales’ en proyectos predominantemente individuales 26.
32 Es en este punto que pasamos a revisar las historias de reconstrucción de las otras
mujeres, las que pasaron por experiencias de participación pública y liderazgo en
organizaciones de base.
 
• Las líderes

33 Para las mujeres desplazadas que habían sido líderes en sus organizaciones campesinas,
las actitudes de desconfianza y total ruptura con el tejido social no se presentaron tan
tajantemente. Generalmente, su salida de la región fue menos precipitada que en los
casos de las viudas “tradicionales”. Y, como ya mencionamos, tenían un rasgo en
común: el de haber encontrado, durante su juventud, algún camino para escapar al
confinamiento del hogar de la típica familia campesina, fuera mediante el servicio
doméstico en la ciudad, o el estudio secundario en internados urbanos. Haber viajado,
haberse educado, haber desempeñado un papel en la organización campesina o haber
conocido la ciudad y las instituciones públicas, les daba una ventaja en la
reorganización de sus vidas, con acento más colectivo, después del desplazamiento
forzado. Aunque mencionaron grandes tensiones emocionales a consecuencia de las
matanzas y las amenazas, lograron rehacer sus vidas con un mínimo de solidaridad
entre sí. “Lo que conseguíamos lo compartíamos, vivíamos así”. Todas contaban con
contactos urbanos y habilidades específicas para la supervivencia. Aún así, la
supervivencia era muy dura y requeriría jornadas triples entre lo laboral, lo doméstico
y lo público. Todas se reunieron con otras mujeres, desplazadas y no-desplazadas, para
organizarías y luchar por mejores condiciones de vida: organizaciones comunales,
organizaciones populares de mujeres, organizaciones de madres comunitarias,
empresas productivas femeninas.
Dedicamos tres días de la semana a la actividad económica, a la producción de
vestidos y camisas, y tres días se los dedicábamos al fortalecimiento de la
organización de mujeres. Nos turnábamos para cuidar a los niños, o me llevaba al
niño al trabajo con la organización y dejaba a la más pequeña al cuidado de un
compañera que siempre nos dio solidaridad. (Maribel).
Nos tocó de pronto del totazo empezar a trabajar en cosas tan mínimas; o sea,
nosotros llegamos que no sabíamos qué hacer, y mi mamá no hacía sino llorar y
desesperarse porque la situación cómo la iba a resolver, entonces yo me fui a una
tienda desconocida porque, imagínate, primera vez que llegamos y entré a la tienda
398

y dije que me fiaran, que me fiaran unas cositas para yo empezar a trabajar, y me
fiaran el arroz, el aceite. Entonces empezamos a tener una mesa de frito a vender
patacones, empanadas, quesos, de pronto también chicharrones, esas cosas, en una
esquina. Mi mamá, ella no hacía sino llorar, llorar, llorar, la hemos sometido a
terapia psicológica y ella no supera esa crisis(...) pero ahora ella hace parte de
nuestra organización y de pronto dice que la organización le ha servido muchísimo
y no solamente a ella, pienso yo, sino que a mí me ha dado conocimientos
impresionantes a pesar de que yo ya venía trabajando en algunas cosas, trabajos
comunitarios, pero es aquí que se ha consolidado realmente la organización y ha
abierto posibilidades a uno. (Cristina).
34 En Montería y otras ciudades de la región costeña, se consolidaron organizaciones
populares y no-gubernamentales femeninas, que han logrado una importante labor de
asociación y apoyo mutuo como estrategia de supervivencia, económica y psicológica,
de las mujeres desplazadas. No obstante, con la continua agudización del conflicto
armado, estas organizaciones de mujeres han sido en creciente medida objeto de
hostigamientos por parte de los actores armados, como también se ha señalado para
otras regiones del país27.
 
• Viudas y líderes: lo público y lo privado

35 Uno de los grandes dilemas del desplazamiento forzoso es precisamente la perspectiva


a futuro en una condición que todos los involucrados (desplazados, Estado, comunidad
de llegada) definen como transitoria. Pero, ¿transición hacia dónde? Ante la disyuntiva
de retorno al sitio de salida, o permanencia en la ciudad de llegada, las propensiones
expresadas a nivel nacional se inclinan claramente a la permanencia: así lo expresan el
60% de los hombres y el 70% de las mujeres, incrementándose la proporción al 88% en
el caso de mujeres jefas de hogar28. Es que el miedo y la continuación de los conflictos
en las zonas de expulsión hacen que para muchos, el retorno no sea una opción realista.
36 En Montería vimos que los asesinatos y masacres que constituyeron un motivo
importante de huida, confunden aún más el recuerdo de la zona de expulsión. No sólo la
imposibilidad económica sino también las razones de seguridad y los impedimentos
emocionales de las viudas están presentes en el rechazo a esa idea:
Yo no me devolvería sola y sin ningún apoyo. Si me devuelvo quiere decir que estoy
con ellos, y yo nunca podría estar con los verdugos de mi familia, prefiero ser
neutra aquí. (Mercedes).
37 También hay factores positivos que inclinan a las mujeres jefas de hogar hacia la
permanencia en el medio urbano. No sólo por encontrar mejores posibilidades
educativas para sus hijos, sino por encontrar también más posibilidades de ampliar su
propia experiencia, su horizonte, y con ello ganar un poco más de autonomía. Pese a las
múltiples dificultades, carencias y cúmulo de responsabilidades, para muchas mujeres
la posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo urbano a través del servicio
doméstico les ha dado una garantía de supervivencia, por más precaria que sea, de la
cual carecen los hombres. Y no sólo la inserción laboral, sino la participación en los
grupos comunitarios, les proporciona nuevos elementos de reconstrucción de su
identidad, de sociabilidad y reconstrucción del lazo social, de nuevos horizontes vitales
que no existían en el campo.
38 Este planteamiento recobra aún más significado en el caso de las mujeres líderes. Tanto
antes como después del desplazamiento ellas han cumplido papeles de dirección en sus
399

organizaciones. Pero hay una diferencia: antes estaban en organizaciones mixtas, ahora
dirigen organizaciones de mujeres. En ambas situaciones, las mujeres líderes habían
pagado un precio por su participación pública: la soledad en la vida privada, la
restricción de su vida afectiva. Estos costos del lide-razgo femenino, sin embargo, eran
mayores cuando participaban en las organizaciones campesinas o populares mixtas,
antes del desplazamiento. Eran costos enfrentados con una cierta dosis de ambigüedad,
producto del orgullo por el reconocimiento ganado y las nuevas responsabilidades
asumidas; pero también de la desesperación de no tener con quién compartir las
intimidades de la vida.
La relación con los compañeros de lucha era muy linda, mucho respeto, había
compañeros atractivos, pero a uno le enseñaron a tener una mística, que uno no se
podía prostituir(...) era una de las enseñanzas que nos daban los dirigentes. Como
uno iba a tener una dimensión de liderazgo, tenía que ser el espejo en que se
miraran las otras mujeres que la seguían. Nosotras conformamos los comités
femeninos. Una forma de ganarnos la confianza de los compañeros era ser de
conducta intachable, que no lo vieran a uno besándose con un tipo porque ya no
dejaban ir a la compañera a la reunión, porque las íbamos a convertir en
prostitutas(...) Había mucha vigilancia encima de nosotras(...) siempre estaban
atentos que uno no se estuviera enredando, porque sino no podía cumplir las
tareas. (Maribel).
39 Una vez en la ciudad, esa soledad no ha desaparecido. Aún en el medio urbano, no
resultó fácil defender un nuevo concepto del mundo y nuevas prácticas sociales en una
región que, como la costeña, es conocida por su proverbial subordinación de género.
Pero por otro lado, trabajando con organizaciones de mujeres, no había más miradas
restrictivas sobre ellas, y comenzaron a experimentar nuevas formas de autonomía:
Pero nunca más busqué compañero, no, no, porque ... yo pienso que la solución del
problema económico de uno, no es depender de otra persona sino de uno mismo, en
la medida en que uno se abra el paso, en la medida en que uno crea metas con uno
mismo, así progresa. (Cristina).
He tenido la posibilidad de capacitarme, de ver las cosas de otra manera, de poder
tener la oportunidad de pensar las cosas diferente, de no ser una campesina
dependiente, yo tengo mi autonomía, he logrado tener conocimientos. (Maribel).
40 Por ende, los costos del liderazgo representados en la soledad afectiva, la falta de un
compañero estable que acepte que su mujer tenga protagonismo en la comunidad y
perciba ingresos propios, son de cierta manera compensados por la plenitud que les
brinda el trabajo por la satisfacción de las necesidades más urgentes y el empode-
ramiento de las mujeres en la ciudad:
La finalidad de nuestra organización es crear realmente sólidas organizaciones de
mujeres que nos permitan luchar por la reivindicación de nuestros sectores...
luchar por lo de nosotras... que las mujeres se valoren y sean reconocidas no como
objeto sino como un ser útil, como persona. (Maribel).
 
Conclusiones: Supervivencia, organización y
construcción de un nuevo futuro
41 La violencia política y sus consecuencias sociales han afectado de manera diferenciada a
mujeres y hombres. La “violencia de género” como dimensión de la violencia política ha
cambiado de contenido e intensidad, a la par con el creciente instrumentalismo de las
acciones de guerra. Entre las víctimas del desplazamiento, las mujeres campesinas
tradicionales, en especial las viudas de la violencia, han sufrido una mayor pérdida de
400

su identidad social que los hombres. Sin embargo, son ellas quienes deben asumir la
responsabilidad de la supervivencia física de la familia y enfrentar la construcción de
una nueva identidad social en un medio urbano desconocido y hostil. Los hombres
desplazados, por su parte, debido a su mayor movilidad geográfica y su mayor
experiencia social y política, han enfrentado con más fuerza las rupturas con el tejido
social de su entorno rural.
42 En la fase de reconstrucción de la vida familiar, las oportunidades para hombres y
mujeres parecen invertirse: el impacto del desplazamiento se concentra para los
hombres en su desempleo, situación que le despoja del papel de proveedor económico.
En contraste, las mujeres parecen mejor equipadas para continuar las rutinas de las
labores domésticas -tanto en el servicio a otros como en su propio hogar-. A pesar de
los traumas, la pobreza, la falta de espacio para vivir el duelo, aún para las viudas se
han presentado algunas nuevas posibilidades de desarrollo personal. Estas posibilidades
han surgido con mucha más fuerza en el caso de aquellas mujeres campesinas que ya
tenían una historia de liderazgo. Sin embargo, también en el caso de ellas, su nuevo
papel de liderazgo en organizaciones femeninas en la ciudad, ha tenido algunos costos.
En lo público, la visibilidad de ellas y sus organizaciones las han puesto cada vez más en
la mira de los actores armados, sufriendo serios hostigamientos y amenazas. En lo
personal, la figuración pública ha mostrado otra cara de la moneda: la dificultad de
encontrar un hombre que tolere una mujer líder a su lado y comparta la vida con ella.
Por ende, y como balance general, hay que destacar que las experiencias organizativas
previas de las mujeres, ayudaron en todo caso a sobrellevar las penurias del
desplazamiento, aportándoles un acervo de fortalezas y habilidades para emprender la
reconstrucción personal y colectiva de su nueva vida urbana.

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1. Scott, Joan W. (1988), p. 28-52.
2. Comisión Colombiana de Juristas (1996); y Meertens. Donny (1998), p. 236-265.
3. Uribe, María Victoria (1990), pp. 167-175 y Guzmán, Germán; Fals Borda, Orlando y Umaña
Luna, Eduardo (1977), pp. 340, 344 y 1977.
4. Comisión Colombiana de Juristas (1996).
5. La Mesa de Trabajo “Género y Conflicto Armado”, conformada por diferentes organizaciones
de mujeres y de Derechos Humanos, ha preparado en 2001 la visita a Colombia de la Relatora
Especial de las Naciones Unidas para la Violencia contra las Mujeres.
403

6. Entre otras, Comisión Colombiana de Juristas, Amnistía Internacional, Asociación Nacional de


Mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia, Ruta Pacífica de las Mujeres, Colectivo María
María, Liga Internacional de Mujeres para la Paz y la Libertad LIMPAL
7. Mesa de Trabajo Género y Conflicto Armado (2001), pp. 7-10. Ver también: Comisión
Colombiana de Juristas (2000).
8. Conferencia Episcopal de Colombia (1995).
9. Como resultado de diferentes metodologías de conteo y debido a las dificultades prácticas para
el registro confiable de desplazados en un país en guerra, se han presentado enormes
discrepancias en las cifras y en las referencias temporales usadas entre organizaciones no-
gubernamentales como CODHES y organismos del Gobierno como la Red de Solidaridad Social,
actualmente encargado de la coordinación interinstitucional para la atención a población
desplazada. La RSS sólo maneja cifras (en menor cuantía) a partir de 1997 (cuando se aprobó La
Ley 387 sobre atención a población desplazada), con el argumento de que el Gobierno no puede
atender a la población que migró hace años y de la cual se supone su establecimiento a cuenta
propia en algún lugar, CODHES (Consul-toría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento)
(1999). CODHES/UNICEF (2000).
10. CODHES (1995).
11. La cifra más alta de jefa tura femenina del hogar, 49%, ha sido proporcionada por un estudio
de familias desplazadas en Cali. Comisión Vida, Justicia y Paz y Arquidiócesis de Cali (1977), p. 42.
Rojas, Jorge (1997). “Desplazamiento forzado, conflicto social y derechos humanos”, Ponencia
presentada al Seminario sobre Desplazamiento Forzado y Conflicto Social en Colombia. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.
12. Preferimos usar el término lugares de “llegada” y no de “recepción”, ya que las familias
desplazadas, al contrario de refugiados internacionales, no son recibidas por nadie, ni
concentradas en campamentos.
13. Negrete. Victor (1994), p. 24.
14. Fals Borda, Orlando (1986) y Zamosc, León (1986).
15. Romero. Mauricio (1994).
16. Departamento Nacional de Planeación ( 1995), p 11. En estos instrumentos de política pública,
el desplazado es definido como “toda persona que se ha visto forzado a mi-grar dentro del
territorio nacional abandonando su localidad de residencia o actividades económicas habituales,
porque su vida, integridad física, su seguridad o libertad personales han sido vulneradas o se
encuentran amenazadas, con ocasión de cualquiera de las siguientes situaciones: conflicto
armado interno, disturbios y tensiones interiores, violencia generalizada, violaciones masivas de
los Derechos Humanos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario u otras circunstancias
emanadas de las situaciones anteriores que puedan alterar o alteren drásticamente el orden
público” Para una clara delimitación del concepto “desplazado interno” en relación al
“refugiado” o “migrante económico”, ver Cohen, Roberta and Deng. Francis (Eds.) (1998). pp.
26-30.
17. Las Madres Comunitarias trabajan por una mínima bonificación en programas
gubernamentales de atención a niños en edad preescolar.
18. La información de esta sección ha sido recogida en su mayor parte en varios procesos de
investigación que se iniciaron a partir de 1994. Las entrevistas en los departamento de Córdoba y
Sucre se recogieron entre 1994 y 1996. Se realizaron entrevistas a profundidad y se recogieron
historias de vida y testimonios a 20 hombres y mujeres desplazadas por violencia en la Costa
Atlántica: de ellas 7 eran viudas y 4 mujeres líderes. Posteriormente se realizó una investigación
sobre reconstrucción de proyectos de vida de hombres y mujeres desplazadas en Bogotá,
Bucaramanga y Piedecuesta, cuyos resultados, entre otros, se publicaron en varios artículos. Ver
Meertens, Donny (2000); pp. 112-133; (2001a), pp. 133-148 y (2001b). Se realizaron entrevistas a
404

profundidad y se recogieron historias de vida y testimonios a 20 hombres y mujeres desplazadas


por violencia en la Costa Atlántica: de ellas 7 eran viudas y 4 mujeres líderes.
19. Medrano, Diana y Escobar, Cristina (1985), p. 268.
20. Por el lado gubernamental, el derecho a la tierra de las mujeres, independientemente de su
estado civil, tampoco había sido reconocido, ni en los programas de titulación de baldíos, ni en
las adjudicaciones de la Reforma Agraria. Habría que esperar hasta 1994 para que las mujeres
campesinas ganaran acceso a la tierra en forma parcial, a través de una nueva Ley de Reforma
Agraria que disponía, al menos en el papel, la titulación conjunta a la pareja. Para un exhaustivo
estudio del acceso de la mujer a la tierra en América Latina, véanse Deere, Carmen Diana y León,
Magdalena (2000).
21. A estas dinámicas políticas y sociales en las zonas rurales de Córdoba en los setentas y
ochentas, se ha referido también Isabel Bolaños, con una mirada desde su actual posición de
dirigenta de las Autodefensas. Lara, Patricia (2000). pp. 134-142.
22. Tovar, Patricia (2001), p. 75,
23. Tobón, Gloria y Otero, Yuli (1997).
24. Ver CODHES (1995).
25. Osorio, Flor Edilma y Lozano, Fabio (1996).
26. También la falta de asistencia integral post-desplazamiento con dimensión psicosocial,
dificulta el desarrollo de procesos colectivos locales y regionales de recuperación post-traumática
y de reconstrucción del tejido social mediante organizaciones sociales de mujeres por el estilo de
CONAVIGUA en Guatemala o COMADRES en El Salvador. Ver al respecto Light, Deborah ( 1992). p.
297-308: Acosta. Mariclaire ( 1993), pp. 126-139; Zur, Judith (1997), pp. 1-5.
27. Los casos más conocidos de amenazas contra organizaciones de mujeres son la Organización
Femenina Popular en Barrancabermeja y la Asociación de Mujeres Campesinas e Indígenas de
Colombia, anmucic. en Norte de Santander y otras regiones del país. Ver también en Rueda, Pilar
(2000): “Una realidad silenciosa: los efectos del conflicto armado en las organizaciones
femeninas”. Ponencia presentada en la Conferencia “Género, conflicto y la construcción de la paz
sostenible: Experiencias de América Latina”. Bogotá, Mayo.
28. CODHES. (Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento) (1999).

NOTAS FINALES
1. Antropóloga PhD. Profesora del Programa de Estudios de Género e investigadora del Centro de
Estudios Sociales. Universidad Nacional de Colombia. Apartes de una versión anterior de este
artículo se han publicado en inglés en Latin American Perspectives. 2001, Vol. 28, N0.1 pp. 132 148.
con el título “Facing destruction, Rebuilding Life: Gender and the Internally Displaced in
Colombia”.
405

Liderazgo femenino, ciudadanía y


violencia en el Perú de los noventa1
Maruja Barrig

 
Introducción
1 El Perú de los años noventa, mirado en retrospectiva, se caracterizó por tres situaciones
atípicas en comparación con otros países latinoamericanos. Primero, un movimiento
hacia formas cada vez más autoritarias de Gobierno, a contramano de las tendencias
democratizadoras en el Cono Sur. Dos años después de su elección, en abril de 1992, el
presidente Alberto Fujimori –en aquel entonces figura constitucional, ahora un fugitivo
refugiado en Japón– disolvió el Congreso y con la ayuda de las Fuerzas Armadas
desmontó la endeble institucionalidad de las instancias estatales. En segundo lugar, la
respuesta del Perú a las políticas de ajuste estructural. En 1990, el Gobierno había
iniciado un programa de ajuste estructural cuya implementación no encontró el mismo
grado de resistencia popular que se había presentado en otras partes del continente, a
pesar de la debilidad de los programas sociales creados para mitigar sus efectos. Uno de
los resultados fue el incremento de la población por debajo de la línea de pobreza y la
propagación de enfermedades relacionadas con la pobreza extrema. En efecto, la
epidemia de cólera en 1991 mató a miles de personas. Tercero, el fortalecimiento del
movimiento guerrillero maoísta Sendero Luminoso, hoy prácticamente vencido.
Mientras que en Centro América los grupos guerrilleros iniciaban procesos de
negociación, Sendero Luminoso expandió su área de influencia y sus prácticas
terroristas de las provincias andinas sureñas hacia la costa y la capital, Lima.
2 Pobreza agudizada como producto de las medidas de ajuste estructural, epidemia del
cólera y el movimiento maoísta Sendero Luminoso fueron, entonces, los fenómenos
aposentados en el Perú de los noventa. Las causas del surgimiento y expansión de
Sendero Luminoso se remiten indudablemente a las profundas fracturas sociales,
económicas y raciales del Perú. Si es posible registrar alguna lección del accionar de
este grupo, es que enfrentó al país, a sus intelectuales y su clase política, a una realidad
406

que había estado empañada como la luna de un espejo y que ocultaba resentimientos,
violencia subterránea, frustraciones y postración.
3 No es el objeto de este texto enumerar las claves interpretativas del fenómeno
senderista, aunque sí incluirlo como un factor explicativo importante en la dinámica
social de los grupos de mujeres movilizadas hace dos décadas por dos propuestas
radicalmente distintas: la organización en torno a la sobrevivencia familiar y el
consumo colectivo, y la militancia alrededor de un líder, Abimael Guzmán, quien
solicitó a sus seguidores la destrucción del Estado para construir una nueva sociedad.
4 Las líneas siguientes proponen una lectura del rol de las mujeres en el proceso de
democratización, y el surgimiento de los conflictos entre sus aspiraciones personales y
los proyectos colectivos, entre sus deseos y la frustración. En la primera parte se
sugiere una interpretación sobre las organizaciones populares femeninas y la tensión
que se desnudó al momento en que, al interior de los grupos, se visibilizaron proyectos
individuales, de afirmación y progreso personal. El encono, la envidia, los celos ante los
méritos y triunfos ajenos, son rasgos de un comportamiento social generalizado, sobre
cuyas raíces todavía no existe una reflexión sistemática. En la segunda parte, se
recorren las aspiraciones y frustraciones de otro grupo de mujeres, quienes optaron
por la violencia y en nombre de su verdad, asesinaron a las dirigentes populares.
Muchas militantes senderistas apostaron al progreso personal mediante la educación
universitaria, progreso que se truncó tanto por la débil modernización del país como
por los invisibles barrotes de la discriminación social. Finalmente, en la última sección,
a raíz de la presencia de Sendero Luminoso en Lima y el asesinato de la líder popular
María Elena Moyano, se intentan graficar los límites de los procesos de
individualización y la intolerancia y rechazo que estos provocan en sociedades
deprimidas y fuertemente jerarquizadas.
5 Por rebasar los marcos del objetivo de este documento, están ausentes de él dos
aproximaciones analíticas que, sin embargo, hubieran sido pertinentes para una mayor
claridad de las afirmaciones que se resumen: la ruptura o reformulación de una
identidad de género en las líderes de ambos grupos y, en segundo lugar, una reflexión
cuidadosa sobre el proceso de constitución de la noción de ciudadanía en el Perú
(donde derechos individuales y políticos aparecen desdibujados, cuando no ausentes de
la preocupación y demandas de la mayoría de la población 2).
 
El temor al cambio
6 Una especificidad del Perú en el contexto latinoamericano es la masividad y
heterogeneidad del movimiento de mujeres. Esta es una manera pertinente de aludir a
las diferentes vertientes del movimiento femenino, que exhibió desde la década del
ochenta una multiplicación de las ideas feministas y de visibilidad pública de sus líderes
más importantes, un conjunto vasto de folletos, programas de radio, revistas e
investigaciones sobre la mujer desde las cientos de ONG existentes, y una vigorosa
expansión en las ciudades de organizaciones femeninas populares por la sobrevivencia.
Esta masividad del movimiento de mujeres dificulta el abordaje del conjunto de sus
piezas, y pese a que para el caso de este análisis se priorizará la descripción de las
líderes de estos grupos femeninos urbano-populares, es cierto también, que a su
dinámica no le son ajenas las influencias de las ideas feministas y un pertinaz
407

acompañamiento y compromiso de profesionales de ONG dedicadas al trabajo con las


mujeres.
7 Lo que se desea subrayar en esta primera parte es que los estilos y campos de actuación
de las líderes femeninas, que surgieron por decenas en los barrios pobres de las
ciudades, grafican los ribetes particulares que asume la constitución de los sujetos
populares en el Perú. En particular en las mujeres se evidencia una peculiar
combinación de las prácticas, símbolos y valores de la construcción de género al
interior de un complejo proceso de reelaboración del concepto de democracia y
ciudadanía. Esta, en el Perú al igual que otros países de la región, está fuertemente
sesgada por la priorización de los sujetos colectivos y los derechos sociales antes que
por la afirmación del logro personal y los derechos individuales.
8 La crisis económica de los años ochenta, la donación de alimentos desde el Estado o
agencias de desarrollo y un antiguo patrón organizativo barrial fueron los factores que
rodearon el surgimiento de los comedores comunales en la Lima de esa década.
Alrededor del consumo colectivo, con la asesoría de parroquias y ONG, las mujeres del
sector urbano popular articularon un servicio eficiente de preparación y distribución
de alimentos. En Lima, en 1991, existían alrededor de 7.200 comedores que preparaban
casi un millón y medio de raciones de comida por día. Dos años después, cálculos
extraoficiales sugerían que el número se había reducido a la mitad, aunque aún cubrían
con su servicio al 21 % de la población pobre de Lima. Esta reducción, como se verá más
adelante, no fue ajena al agotamiento de la fórmula organizativa ni a la violencia e
intimidación desatada por Sendero Luminoso contra las dirigentes de estas
organizaciones. Estas, junto con las líderes del Programa Municipal del Vaso de Leche,
fueron el blanco de las amenazas de los seguidores de Abimael Guzmán.
9 En 1986, las dirigentes de estas organizaciones de sobrevivencia iniciaron un proceso de
centralización primero barrial, luego distrital y, finalmente, metropolitano y nacional.
Tres años después existían 62 centrales de comedores en 17 de los 43 distritos limeños.
Siguiendo una estructura piramidal y el patrón asambleístico de la base, las socias
eligieron a sus representantes ante estos distintos niveles de centralización. Estas
habían ganado presencia gracias a un conjunto variado de atributos: habían jugado un
rol destacado en la consolidación del barrio desempeñando funciones en la directiva
vecinal, exhibían un mayor nivel educativo y una situación económica y familiar algo
más estable que el resto del vecindario, disponiendo, por tanto, de tiempo libre.
Estudios realizados sobre estas dirigentes, señalan que su liderazgo en la organización
femenina se asentaba en estas y otras distinciones previas, respecto al conjunto de sus
vecinas, percepción compartida por las líderes, quienes solían explicar las motivaciones
de su actuación como una forma de ayudar a las familias más necesitadas del barrio.
10 De otro lado, las dirigentes se crearon un espacio de legitimidad en su base social por su
constante deslinde con el estilo jerarquizado de los líderes vecinales masculinos: ellas
eran democráticas y no manipuladoras, eran neutrales en las disputas de política
partidaria, y sobre todo, habían demostrado eficiencia en responder a las necesidades
de las mujeres y sus familias, sus bases. Con la centralización, las líderes negociaron con
mayor éxito recursos alimenticios, infraestructura para su comedor, campañas de salud
para los niños, cursos, charlas y talleres educativos de multitud de materias ofertados
por las organizaciones no gubernamentales, agencias de cooperación, los gobiernos
central y local, la Iglesia Católica. Pese a su fragilidad y las tensiones, producto de una
fórmula organizativa nueva, las protagonistas de este movimiento –y sus analistas–
408

encontraron en él un espacio de confluencia de intereses que las mujeres pobladoras


nunca antes habían tenido.
11 El ejercicio del liderazgo, como se ha señalado ya innumerables veces, fue al mismo
tiempo una escuela: socias y dirigentes vencieron la resistencia conyugal a su
participación en grupos extradomésticos, se vincularon con un gran número de agentes
externos y aprendieron a expresar sus ideas en un círculo mayor que el familiar. “Saber
hablar” es un recurso simbólico tan importante como la educación, la privación del
habla está enraizada en un antiguo patrón de dominación no sólo genérico sino
también cultural3. Para las investigadoras Stahr y Vega, las mujeres pobres de las
ciudades imaginan su ingreso a la vida moderna a través de la palabra, la capacidad de
expresarse para ellas condensa poder y sentimientos de estima personal 4.
12 Aproximaciones iniciales a las organizaciones de consumo colectivo subrayaron su
anclaje con las habituales actividades domésticas, pero perdieron de vista la dinámica
expansiva del proceso, en el cual las líderes estaban inmersas y que les permitieron
autoconfianza y seguridad5. Es cierto que las dirigentes de estas organizaciones
difícilmente superaron una agenda acotada en la alimentación y en la respuesta a
necesidades inmediatas. Sin embargo, se desplazaron muy bien por las pantanosas
aguas del clientelismo político, orillando la presión y la seducción en sus negociaciones
con los partidos políticos, hasta convertirse en una capa de dirigentes intermedias que
Henríquez6 ha calificado de mediación horizontal entre la elite política y la base social.
13 Pero los éxitos políticos de estas dirigentes, su tendencia a institucionalizar la
organización y a ser reconocidas como interlocutoras por el Estado, encerraba en su
demostración de fortaleza una creciente debilidad: a medida que avanzaba el proceso
de centralización y se perfilaban los liderazgos al interior del mismo, se ensanchaban
las distancias entre la dirección –cada vez más volcada a las gestiones institucionales– y
las bases, ocupadas de las tareas cotidianas de preparar los alimentos y distribuirlos. El
anonimato de estas bases, decenas de miles de mujeres, contrastaba con la creciente
visibilidad pública de las líderes. Estas últimas habían iniciado un camino de afirmación
individual que entraba en conflicto con la homogénea postración del resto.
14 Como sugieren las psicólogas Stahr y Vega en su texto ya citado, la tensión entre la
modernidad y la tradición se revela en las mujeres del sector popular urbano en su
resistencia a aquello que pueda considerarse una búsqueda de cambio y de progreso
personal, pues para ellas esto equivale a egoísmo e individualismo, y reproduce un
patrón de dominación: los beneficios individuales no pueden alcanzar para todos e
implican privilegios de pocos a costa de muchos. En su trabajo terapéutico con mujeres
pobres, las investigadoras encontraron que parte de los conflictos surgidos entre la
dirigente y sus bases se originaba en el temor al cambio de estas últimas. El cambio
presupondría una ruptura con los orígenes y las bases familiares y comunales, suscita
miedo frente a un mundo nuevo –lo urbano-moderno– al cual ellas no están integradas.
Pero simultáneamente envidian a quien se distinga, ejerza un liderazgo y se haya
atrevido a buscar otro tipo de relaciones interpersonales. En los barrios pobres de la
ciudad de Lima parece haber poco espacio para la diversidad y la individualización, más
aún cuando la experiencia cotidiana del poblador le indica que difícilmente podría
sobrevivir sin los vínculos afectivos e instrumentales de su familia y su vecindario 7.
15 Pese a esas trabas, las dirigentes experimentaron un proceso de afirmación individual,
enfrentando en el camino dos órdenes de tensiones distintas: una derivada de su
condición de pobladoras y otra no desligable de su ubicación de género. Es frecuente el
409

rechazo de las líderes a ensombrecer su rol con la sospecha de una búsqueda –por lo
demás legítima– de poder. Por el contrario, afirman constantemente que su cargo
dirigencial es un sacrificio que realizan por su vocación de servicio y su defensa de la
vida, y se refieren a sus bases y su organización como sus “hijos” o a su barrio y sus
necesidades como su “casa grande”8. Las líderes escurren su deseo de cambio personal a
través de una figura de maternidad ampliada, su único rol socialmente legitimado,
recuperando el discurso de la tradición y reelaborando para el exterior sus intereses.
16 Si las dirigentes comenzaban a superar las trabas impuestas por la socialización en
función a su género, fue más complicado remontar la lógica comunitaria. Estas mujeres
han sido y siguen siendo pobladoras, tributarias entonces de la acción colectiva en la
resolución de necesidades y demandas, que se tensiona y contrapone a las iniciativas
individuales. Carlos Franco9 ha argumentado que los cientos de miles de migrantes
andinos que llegaron a las ciudades desde los años setenta en adelante, construyeron
una “otra” institucionalidad en los bordes del precario patrón de modernización
propuesto por el Estado, en donde ellos no tenían cabida: invadieron terrenos para
levantar sus barrios, auto-construyeron comunitariamente sus viviendas e
infraestructura básica, se organizaron como trabajadores independientes ante la
creciente tendencia de informalidad y precariedad en el empleo, y propusieron
fórmulas de ejercicio participativo vía sus organizaciones culturales, poblacionales y
gremiales.
17 El Estado no fue ajeno a este proceso. La organización para la autoayuda fue tolerada
cuando no alentada por el Estado, como un recurso eficaz para que los pobladores
suplieran por sí mismos los servicios que el sector público no les ofrecía. Se desnudaban
así las profundas brechas sociales que, de acuerdo a Franco, tienen su correlato en la
exclusión política de las mayorías y generan un proceso peculiar en la constitución de
la ciudadanía. Los derechos individuales suelen ser ejercidos a través de organizaciones
sociales: al derecho a la propiedad y la vivienda se suele acceder en las ciudades
peruanas mediante una actuación grupal e ilegal, como son las invasiones masivas; una
demanda individual de un poblador frente a una dependencia pública tiene más
posibilidades de ser atendida si la presión se ejerce a través de una acción colectiva.
Para Franco, en el Perú es a través de organizaciones sociales que se canalizan muchos
derechos civiles que en Europa o los Estados Unidos se ejercen individualmente y, más
aún, estos derechos individuales serían experimentados por la población como
derechos sociales.
18 Es este el contexto en el cual surgen las líderes de las organizaciones de sobrevivencia.
Su presencia en los barrios populares no fue inusual en la constante recreación de
espacios comunitarios y de autogestión, aunque el impacto personal que generó el
movimiento en decenas de mujeres tropezó con las limitaciones impuestas por su
propio grupo de referencia, como se verá en detalle más adelante.
19 A las distancias crecientes entre la líder y las bases, en 1992 se sumó la actuación
política de varias de las dirigentes más destacadas. Anteriormente, las dirigentes
habían subrayado su público rechazo a la militancia partidaria con el signo común de la
mayoría de las direcciones de los movimientos sociales. Es posible, como asegura Ruth
Cardoso (1992), que esta neutralidad en términos de la política partidaria fuera una
contraseña útil para negociar con mayor libertad con los funcionarios públicos y para
mantener una legitimidad ampliada en su grupo social de referencia 10. Pero tampoco es
menos cierto que la devaluada imagen de los partidos políticos no invitaba a exhibir la
410

militancia en alguno de ellos. De otro lado, bajo el argumento de la autonomía, las


dirigentes soslayaron relaciones estables con organizaciones vecinales, municipios
locales y partidos políticos pues eran instancias masculinas que no les reservaban otros
roles que los secundarios e instrumentales.
20 Sin embargo, en las elecciones a la Asamblea Constituyente y las municipales (1992,
1993) varias dirigentes de organizaciones femeninas populares integraron listas de
candidatos. La virtual desaparición del escenario de algunos cuadros políticos, la
abstención de varios partidos importantes para competir en las elecciones y la
gravitación social que ellas habían alcanzado, resaltó la visibilidad de las líderes,
fotografiadas y entrevistadas por los medios de comunicación masivos. Esta especie de
“promoción” del liderazgo social a la arena política, ahondó la brecha con sus bases. El
terreno ampliado entre una líder que se visibiliza y distingue de su grupo de referencia
será regado con sal, como se verá más adelante, por las desconfianzas y las sospechas
esparcidas por militantes de Sendero Luminoso.
21 Para Sendero Luminoso la “autogestión es mayor explotación” y las líderes del
movimiento una “capa dirigencial corrupta” a la que era preciso eliminar. Las
amenazas y el asesinato fueron un corte brusco en el desarrollo personal y ciudadano
de cientos de dirigentes y en su propuesta participativa. Fue llamativo que este
retroceso proviniera justamente de un movimiento que ofrecía el cambio y una nueva
sociedad.
 
La frustración de las jóvenes
22 Durante los últimos veinte años transcurridos desde el inicio de las acciones de Sendero
Luminoso y particularmente a partir de su virtual derrota en 1992, se han escrito
sesudos análisis desde múltiples perspectivas, aunque quizá no tan numerosos como los
casi 25 mil muertos que se cuentan desde entonces en el país, como producto de las
acciones senderistas y de la guerra antisubversiva11. Sin embargo, son escasas las
aproximaciones al rol de las mujeres en Sendero Luminoso, pese a que se calcula que un
40% de su militancia fue femenina, más del 50% de su Comité Central estuvo integrado
por mujeres y que fueron ellas quienes disparaban el “tiro de gracia” a los hombres y
mujeres que asesinaban en sus llamados “ajusticiamientos populares” 12.
23 La militancia femenina en SL puede ser un punto de partida interesante para señalar el
entrampamiento y los límites del proceso de democratización del país, los
contradictorios roles que pueden jugar las mujeres en el marco de una frágil
democracia y el conflicto entre dos lógicas de actuación pública femenina: la de las
líderes comunales y la de las jóvenes senderistas. Estas últimas asesinando a las
primeras en nombre de una verdad inconmovible que, para imponerse, debía eliminar a
todos sus adversarios.
24 El gobierno militar de fines de los años sesenta, mantuvo el énfasis en la educación
pública iniciado a comienzos de la década, cimentando el llamado “mito del progreso”
por la vía de la educación y el estudio universitario, de cada vez un mayor número de
jóvenes de clases populares y medias, urbanos y campesinos. Como lo han señalado
varios estudios, el Perú fue uno de los países de la región que invirtió más en educación
en su presupuesto nacional, y que generó en la población expectativas de superación
411

personal y movilidad social, bajo el supuesto que mayores niveles de calificación


desdibujarían las raíces de la discriminación.
25 En la década del setenta la educación se convirtió, en el imaginario popular, en la
“varita mágica” que abriría el acceso al respeto social, al consumo de bienes
impensados desde el campo, a la igualdad en un medio tan excluyeme y discriminante
como Lima. Pero el Perú es un país azotado por una permanente pobreza, con una
aguda desigualdad distributiva y atravesado por un subterráneo encono racial, que
suele operar como complejo mecanismo de contención social. En esa perspectiva
podemos aislar, entre muchos otros, dos factores que son útiles para referirse a sl y su
militancia femenina: la brecha entre las expectativas y la realidad y la búsqueda de
alternativas de inclusión social entre los jóvenes, y el efecto, en la sensibilidad de las
mujeres, del devastador impacto de la “guerra sucia” con su ola de violaciones a los
Derechos Humanos en los espacios geográficos y sociales del conflicto.
26 Como lo han señalado Kirk y Balbi y Callirgos13, la reapertura después de décadas de la
Universidad San Cristóbal de Huamanga en Ayacucho a fines de los años cincuenta fue
la puerta de entrada, por su cercanía y el prestigio que adquirió en el contexto de las
universidades públicas de provincias, por donde se filtraron las expectativas de jóvenes
hijos de campesinos y pequeños comerciantes, y también de sus familias. Ya en 1969 un
tercio de la población estudian til en Huamanga eran mujeres. Desde el control de
puestos claves en la docencia y la administración de la Universidad, Abimael Guzmán y
sus seguidores iniciaron el desarrollo de un discurso dirigido específicamente a las
estudiantes.
27 Bajo el esquema simple de “Mi sacrificio a cambio de tu esfuerzo” los padres de estos y
otros miles de estudiantes de clases populares en diversas universidades nacionales
apostaron a la educación superior de sus hijos como el cambio de rumbo para su
familia14. Era una inversión simbólica pero también económica. La madre de una joven
profesora ayacuchana de origen campesino, sospechosa de militar en Sendero
Luminoso y asesinada extrajudicialmente por las Fuerzas Policiales en dicha provincia,
recuerda cómo trabajaron ella, su esposo y sus cuatro hijos mayores para sostener los
estudios de la muchacha muerta. Con su desaparición se liquidaron también sus sueños:
“Vas a comer rico, me decía, te voy a comprar tus vestidos. Hemos invertido en ella y
ahora está muerta”15.
28 Pero la muerte no era el único desencadenante del quiebre de las ilusiones: la larga
crisis económica de la década del ochenta trajo consigo un paulatino estrechamiento de
las oportunidades laborales de cuello blanco y también un lento descenso de empleos
estables en otras ramas de actividad. En contraste, y pese a su situación de
subordinación, cada vez más mujeres ingresaban a estudios técnicos y universitarios,
dibujando un perfil de mano de obra femenina con importantes niveles de calificación.
En Lima Metropolitana en 1991, el 30% de las mujeres laboralmente activas tenían
estudios superiores –concluidos o incompletos– y un porcentaje semejante había
completado sus estudios de secundaria. Pero estos mayores y mejores niveles de
calificación no habían implicado una mejora sustancial en su ubicación laboral. Según
información del ministerio de Trabajo, en Lima en ese mismo año, 35% de las mujeres
eran “trabajadoras independientes”, categoría que engloba las múltiples formas de la
informalidad y cuentapropismo, y 11 % eran empleadas domésticas. Si lo que ofrece el
mercado laboral estaba muy por debajo de las aspiraciones y niveles educativos de estas
mujeres, sus ingresos por trabajo eran dramáticamente menores: el 81 % de las
412

trabajadoras en Lima se ubicaban en la categoría del subempleo, que indica


insuficiencia en los niveles de ingresos.
29 Una investigación realizada en Lima sobre los casos de los sentenciados por delitos de
terrorismo en los seis primeros años de la década del ochenta, encontró que cerca del
60% de los senderistas tenían entre 18 y 25 años de edad, casi un 80% eran migrantes,
mayo-ritariamente de las provincias andinas más empobrecidas del país, una cuarta
parte de ellos eran estudiantes universitarios y otro grupo, obreros y pequeños
comerciantes informales. El 86% de estos sentenciados por delitos de terrorismo vivía
con un ingreso menor al salario mínimo legal. Si bien por sus ingresos y categoría
ocupacional eran personas del sector popular, lo que marcaba el contraste era el alto
nivel educativo alcanzado: el 36% exhibía educación universitaria 16.
30 Al separar por sexo los diversos niveles educativos de los sentenciados por actos
terroristas, lo más notorio era el mayor grado de educación de las mujeres: 57% de las
mujeres sentenciadas tenían educación superior en comparación al 31 % de los hombres
en esa misma situación; el 10% de ellas tenía título profesional o estudios de postgrado
en contraste con el 4% de los hombres. Como sugiere la investigación, los lugares de
nacimiento de estos jóvenes indica que provenían de un cierta elite provinciana, pues
habrían llegado a la universidad gracias al esfuerzo de sus familias que mantuvieron sus
estudios; de alguna manera eran privilegiados en relación a su medio. Sus expectativas
delineadas en un futuro profesional- contrastaban con sus ocupaciones laborales y sus
magros ingresos. Y en ese contexto de frustración por una movilidad social bloqueada
es posible imaginar la atracción de una opción encaminada al cambio de estructuras a
través de la violencia17.
31 Los investigadores Balbi y Callirgos en su indagación sobre las militantes en Sendero
Luminoso ya citada, reconstruyeron el mensaje que el partido dirigía a las mujeres
como parte de una estrategia que los demás partidos peruanos, independientemente de
su línea política, obviaron de su discurso. De un lado, la iconografía senderista –
material útil por la decodificación simbólica que permite– ha mostrado siempre a las
mujeres cercanas al líder Guzmán, incluso en primeros planos y con un protagonismo
mayor al de los hombres. Sendero Luminoso no sólo le había dado más visibilidad y
poder a las mujeres en sus filas que ningún otro partido en el Perú, sino que había
sabido elaborar un conjunto de ideas específico para cada grupo de mujeres: las amas
de casa, las madres de familia, las obreras, las estudiantes, las profesionales. El marco
general del mensaje era la situación de subordinación de las mujeres en la sociedad,
identificando en el capitalismo y el imperialismo las fuentes de la opresión y
deslindando con el “feminismo burgués”, que desliga la lucha del movimiento feminista
de la de todo el pueblo, adormeciendo la conciencia de las mujeres (sic).
32 Los altos niveles de educación encontrados en las militantes senderistas tenían su
correlato en directos mensajes a la mujer profesional, recuperados por Balbi y Callirgos
en su lectura del vocero senderista El Diario:
Cada año se agudiza el problema de la formación y desempeño de los profesionales
en general y de las mujeres en particular. Está ligado precisamente a la crisis de la
sociedad peruana, pues el Estado cada vez más reaccionario, les niega el futuro.
¿Qué deben esperar las mujeres profesionales de este viejo sistema? En síntesis,
nada. En un orden donde los profesionales ven truncados sus ideales de forjarse y
servir al pueblo... el único camino de la mujer profesional es asumir el rol que como
intelectual la historia le demanda, participar en la revolución 18. Las estudiantes, las
413

jóvenes universitarias ven que su futuro se trunca, que el viejo Estado les niega
desarrollarse como profesionales, que nada pueden esperar del viejo orden 19.
33 En 1991, un vídeo de aficionados encontrado en uno de los refugios senderistas mostró
a Abimael Guzmán y los miembros de su Comité Central en la celebración de una de sus
reuniones políticas. Hombres y mujeres posaban junto al líder. Alrededor de Guzmán se
desbrozaba ansiedad, sonrisas turbadas, excitación adolescente entre las mujeres que se
le acercaban. Kirk y otros analistas políticos, a partir de las imágenes del vídeo, no
pudieron evitar la comparación de la actitud reverencial de las senderistas hacia
Guzmán con la de las monjas respecto al Papa. Como a ellas, esta nueva fe les exigía
dedicación exclusiva. Igual que los hombres, las mujeres en Sendero firmaron cartas de
sujeción al “Presidente Gonzalo”, renunciando a su pasado, a su familia y a sus
aspiraciones personales, poniendo su vida al servicio de Guzmán y su causa. La
periodista Robin Kirk, en 1992 entrevistó a una mujer senderista en una cárcel de Lima.
A la pregunta de si tenía hijos, ella respondió:
Eso es secundario. También es secundario dónde se encuentren ellos. (Finalmente
admitió tener cuatro hijos).
¿Qué sientes al dejar a tus hijos para unirte a esta guerra?
La más grande herencia que uno les puede dejar: una nueva sociedad. Es lo que nos
hace felices.
34 Las militantes de Sendero sufrieron la desvalorización común de su pertenencia de
género, fueron afectadas también por las profundas discriminaciones raciales y
sociales, se frustraron en sus expectativas de progreso. A su déficit narcisista se le
añadió un proceso de alienación consecuente a ese déficit y un hombre –Abimael
Guzmán, también llamado “Presidente Gonzalo” y reconocido por sus seguidores como
el “Pensamiento Guía”– las definió, las valorizó, les ofreció un futuro de igualdad y
felicidad20. De otro lado, el “Presidente Gonzalo” les permitió a las mujeres un poder
que al interior de su organización las equiparó con los hombres y hacia el mundo
externo, las proyectó como un peligro, ellas inspiraban temor. El costo, sin embargo,
era altísimo y contradictorio con el pretendido feminismo de Sendero. A la dominación
de “la familia, el clan y la religión” que Sendero señalaba como fuentes de opresión
femenina, el Partido les propuso otra sumisión, esta vez a un hombre todopoderoso e
infalible. La socióloga norteamericana Carol Andreas recogió la explicación de una
militante:
(...) ella insistió en que tener un liderazgo cabal, que era digno de confianza, no
vacilante, le era inspirador (...) el liderazgo vertical de “El Guía” aparece como un
grato alivio. (Traducción de la autora)21.
35 Como le confesó un militante senderista a la investigadora Carmen Rosa Balbi, “el
Partido canalizaba su odio”. Una pista para comprender el enrolamiento en Sendero
Luminoso de jóvenes con aspiraciones y sin esperanza, es que la furia brota cuando se
sospecha que las condiciones pueden cambiar, pero estas permanecen iguales 22. Así,
existiría una mayor relación entre violencia política y desigualdad económica en los
países de nivel medio de modernización. Estos son países, como el Perú, en donde se ha
generado un proceso que quebró estructuras tradicionales e impulsó en la población
una movilización de expectativas que, sin embargo, no pudieron ser satisfechas. Al
mismo tiempo, la democratización generó también una población con mayor
conciencia de sus derechos y deseos de participación, que en contraste está excluida de
una adecuada distribución de los ingresos, del empleo y del consumo. Frente a las
demandas de los excluidos, las elites dominantes y el Estado asumen una conducta
414

rígida e inflexible. Esta es, sugiere López, una combinación explosiva 23. Y en el caso del
Perú esta hipótesis parece factible.
36 Pero existe también otra combinación explosiva: la violación sistemática de los
Derechos Humanos desde el Estado en el contexto de la lucha antisubversiva, infringida
contra población campesina o urbana-popular. La aparición de Sendero Luminoso fue
inicialmente soslayada y luego respondida desde la escena gubernamental como un
problema delincuencial y luego militar. Las Fuerzas Armadas ingresaron al conflicto en
1982, en una demostración más del error en el tratamiento de un fenómeno político,
enraizado en las seculares postergaciones sociales y económicas de importantes
sectores de la población. De otro lado, el maltrato de los mandos militares a los
sospechosos de senderismo y a la población civil campesina develó el profundo
desprecio de las clases medias, blancas y hasta mestizas, por el indígena y el pobre.
37 A partir de ese tiempo, al amparo de la declaración del estado de emergencia se
registraron casos de asesinatos extrajudiciales, descubrimiento de fosas comunes con
decenas de campesinos asesinados en masa, torturas y desapariciones forzadas,
acciones que casi siempre quedaban impunes. Desde 1982, un cálculo conservador de la
Coordinadora Nacional de Derechos Humanos estimó en 2.785 las personas
desaparecidas. En 1991 y por cuarto año consecutivo, el Perú fue considerado por el
Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzosas de las Naciones Unidas como el país
que registraba más casos de desaparecidos en el mundo 24. Amnistía Internacional
estimó en 1992 que un 85% de los abusos a los Derechos Humanos sucedieron en “zonas
de emergencia” y habían sido producidas por las FFAA25.
38 Aunque no existe una información sistematizada al respecto, algunos análisis revelan
que la incorporación de nuevos militantes a las filas del senderismo podrían motivarse
en reacciones emocionales ante esos abusos, cometidos contra hermanos, padres,
esposos o en el caso de las mujeres, contra ellas mismas. Un informe de la institución
privada Americas Watch (1992) descubre que la violación de mujeres, según Amnistía
Internacional y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, “puede considerarse
una práctica común tolerada –o al menos ignorada– por la oficialidad” o “una condición
difundida y rutinaria en las incursiones militares a las comunidades campesinas” 26.
Como señala el informe que comentamos, la violación a mujeres estaba fuertemente
codificada por la raza (eran indígenas o de piel oscura) y la clase social, eran pobres.
39 Informes sobre violación de mujeres durante la represión política en países del Cono
Sur, sugieren que el ensañamiento contra ellas es también un castigo por haber
transgredido su rol de género: las sospechosas participan en política, pueden empuñar
un arma. En el caso peruano, la violación de mujeres por parte de miembros de las FFAA,
revela también el triple surco de la dominación femenina: son mujeres, pero también
pobres y cholas27. El testimonio de un ex infante de Marina que cumplía misiones en
Ayacucho recogido por Degregori y López es bastante significativo al respecto:
Un día nos dieron una chola para que le demos curso (...). Nos instalamos ahí, todos
pasaron de uno en uno con la pobre chola. Me acuerdo que previamente los patas la
vistieron bien con su vestidito y todo, la pusieron bien a la chola. Me acuerdo
también que el jefe de patrulla no quería que la tocásemos y yo le repliqué. Tú estás
bien cojudo, la orden ya está dada, hay que darle curso a esta chola y nada más. Me
acuerdo que decía: yo soy virgen, yo soy virgen. Fuera de acá chola. Por supuesto
que no era virgen. Aquí uno aprende a ser mierda. Después los chibolos la tenían
como a un yo-yo. Ya después le dimos curso28.
415

40 Muchas mujeres torturadas o violadas sobrevivieron para contarlo. No es difícil


suponer que el rencor acumulado las haya empujado a la desesperación de Sendero y en
esa ruta, a disputar el control de un territorio y de una propuesta con las líderes
populares de la ciudad.
 
La batalla por Lima
41 Las dirigentes de las organizaciones femeninas por la supervivencia incidieron con su
acción en dos espacios que, por diferentes razones, se convertirían en campo de batalla
por la disputa de la hegemonía: la organización social, con un claro sesgo de
democratización y servicio, y del otro lado, un liderazgo local, legitimado desde su base
social y otras instancias públicas. Como asevera con acierto Henríquez 29, era esa
legitimidad con la que Sendero Luminoso no podía coexistir en su batalla por Lima. Un
archipiélago de instituciones populares de diverso signo –comerciantes, pequeños
empresarios, clubes culturales, organizaciones femeninas– crecieron en la ciudad más
poblada del país, recreando, en cierta manera, un nuevo tipo de poblador urbano, una
diversa manera de vivir la ciudadanía.
42 Cuando en 1990, el Comité Central de Sendero Luminoso declaró el inicio del “equilibrio
estratégico” –momento en el cual las fuerzas insurgentes se colocan a la par de las
fuerzas del gobierno– la disputa de espacios geográficos en Lima se tornó decisiva. sl
inició sus acciones en los barrios populares limeños con la orientación de eliminar las
organizaciones autogestionarias, pues se oponen a su lógica confrontacional, y con la
intención de ejercer un control social y territorial. Sendero se instala en la vida
cotidiana de los barrios. A diferencia de lo sucedido en la década del setenta en algunos
países del Cono Sur, donde ante la violencia del Estado se abrieron algunas alternativas
de resistencia en espacios micro sociales, en el Perú la violencia contra la sociedad civil
se ejerció también desde las fuerzas sociales. A la “mimetización” de los militantes
senderistas, tan pobres y mestizos como los pobladores que podrían ser sus hijos, le
siguió un intento de cooptar dirigentes vecinales quienes, al resistirse a la prédica
senderista, fueron intimidados y asesinados: sólo en Lima entre 1991 y los primeros
meses de 1992 fueron asesinados más de cuarenta dirigentes barriales, de los cuales una
decena eran mujeres, líderes de organizaciones de sobrevivencia 30.
43 Como ya se señaló, desde los siete mil comedores comunales, se preparaban y
distribuían diariamente en Lima un millón y medio de raciones de comida y a una
cantidad semejante se aproximaban los niños beneficiarios del Programa Municipal del
Vaso de Leche. En medio de una pobreza generalizada acrecentada por las medidas de
Ajuste Estructural de agosto de 1990, la importancia de este tipo de servicio fue
innegable. Sendero Luminoso tampoco pudo soslayarlo:
Tras la fachada del vaso de leche y los comedores populares, se esconde un tráfico
ideológico-político, de manipulación directa de las masas. El objetivo es mantener
una enorme masa extremadamente empobrecida en situación de mendicidad, sin
espíritu crítico, sin voluntad de lucha, que no piense más allá del plato de comida
diaria que le “regalarán”(...) Los comedores populares tienen una importancia
estratégica en los planes del Estado y el imperialismo 31.
44 Al atacar a las dirigentes, Sendero intentaba de un lado, destruir un liderazgo popular
que paulatinamente superaba su rol instrumental –distribución de alimentos– para
visibilizar un proceso de construcción institucional democrática, y del otro,
416

transformar las organizaciones de sobrevivencia en “comités de lucha”, que dieran


alimento y refugio a sus combatientes. El patrón de actuación era recurrente: SL
invitaba a una dirigente de una organización de sobrevivencia a asistir a sus charlas, a
dar alimentos gratuitos a los senderistas, a participar en acciones de violencia, como
ataques a comisarías, bloqueo de carreteras u otros. Si rehusaban, las mujeres eran
visitadas por militantes que las amenazaban de muerte, mientras simultáneamente
repartían entre los vecinos volantes anónimos donde las acusaban de robo de los
alimentos donados, corrupción en complicidad con el Estado o de ser informantes de las
FFAA.

45 De esta manera, SL cosechó las desconfianzas, las envidias y rencillas vecinales que
podía suscitar la dirigente y el ejercicio de su liderazgo. Simultáneamente,
simpatizantes senderistas se infiltraron en la organización, creando temor e
infundiendo sospechas: el terreno está sembrado para asesinar a la dirigente, crimen
ante el cual muchos vecinos pueden reaccionar con una frase: “por algo será” 32. El
grupo se debilita o se quiebra. Pero para que esto ocurra es preciso también que se
presente una constelación de situaciones: la indiferencia del Estado frente a los ataques
senderistas a la organización civil, la falta de una respuesta articulada desde las fuerzas
políticas opositoras a Sendero y, ante esto, la soledad y el desconcierto de los vecinos
para organizar la autodefensa desde las bases. Finalmente, las amenazas constantes a
los profesionales de las ONG que trabajan con mujeres en los barrios.
46 La intimidación a profesionales de ONG, asesinados también por Sendero, tanto en Lima
como en el campo, se redoblaron con las ONG de mujeres y las organizaciones
feministas. Sus nombres, sus acciones y zonas de trabajo son señaladas constantemente
en el vocero senderista El Diario y calificadas en los siguientes términos:
Señoronas feministas(...) colchones de adormecimiento)...) instrumentos de
opresión y retardamiento de la mujer con el fin de alejarse del camino que el
proletariado y el pueblo se han trazado con la guerra popular 33.
Aún cuando el imperialismo –vía las ONG– intente prostituir dirigentes, detener y
anular la rebeldía mediante limosnas...34.
47 Las organizaciones no gubernamentales cumplieron un rol fundamental en la asesoría
de las organizaciones femeninas populares, en la elaboración de propuestas, en la
oferta de ciertos servicios. Con las amenazas, muchas profesionales tuvieron temor de
permanecer en los barrios. Las dirigentes comenzaron a quedarse solas. Como sugirió
un analista político, alrededor de las líderes se creó un vacío social por la desconfianza
generada en sus bases, un vacío político por el inmovilismo de los partidos y también
una carencia de seguridad física.
48 Es inútil detallar nombres y situaciones en las que dirigentes del Programa del Vaso de
Leche o de Comedores Comunales, tanto en Lima como en otras provincias, comenzaron
a ser asesinadas y sus locales destruidos por Sendero Luminoso. Todas las dirigentes de
la Comisión Nacional de Comedores estaban bajo amenaza de SL en 1991 y en cada uno
de sus barrios de origen los simpatizantes senderistas activaban rumores y sospechas.
Una de ellas, Enma Hilario, se salvó milagrosamente de morir luego que fue abaleada en
su cama mientras dormía. Desde 1992 vive en el exilio y varias de sus compañeras, ante
la inseguridad y el riesgo, renunciaron a sus cargos o viajaron temporalmente fuera del
país.
49 Un exilio temporal era lo que había vivido poco antes de su muerte, en febrero de 1992,
María Elena Moyano, Teniente-Alcaldesa de Villa El Salvador, un poblado distrito
417

limeño. Meses antes. Sendero la había acusado de dinamitar el almacén de un comité de


comedores de ese distrito, comedores que ella había contribuido a formar desde la
presidencia de la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador (FEPOMUVES),
institución que fundó y que aglutinaba a unas diez mil mujeres del lugar. Desde fines de
1991, Moyano había encabezado las marchas de mujeres que desfilaron en la ciudad y
en su distrito con la consigna “Contra el Hambre y el Terror”; su rechazo a la
infiltración senderista en Villa El Salvador la llevó a debatir y declarar públicamente en
contra de Sendero Luminoso. Pese a que, como medida de seguridad, había dejado su
casa y su familia para vivir clandestinamente, el día anterior a su asesinato, lideró una
movilización de vecinos contra Sendero Luminoso que, bajo el paraguas de la
intimidación, había convocado a un “paro armado”.
50 Moyano había crecido en Villa El Salvador. Igual que muchos jóvenes de su generación
militó en partidos de la nueva izquierda, fomentó las organizaciones barriales de base y
se aproximó al feminismo, sin las reticencias de otras mujeres de origen popular. Ella
no era como las demás dirigentes populares, de procedencia andina, mayores de
cuarenta años, austeras en el vestir, maternales y creyentes. María Elena Moyano tenía
33 años, era negra, bonita, carismática y arrogante. Amiga de las feministas de clase
media, usaba jeans y casacas de cuero; le gustaba fumar, cantar y bailar. De alguna
manera era el símbolo de un nuevo modelo de ser mujer, dirigente y popular. Quizá un
patrón exitoso contrapuesto al de las jóvenes senderistas. Sus antiguos camaradas de
escuela del barrio la miraban con desconfianza, la sentían distinta, se había “apitucado”
35
; sus compañeras mujeres tenían por ella una mezcla de admiración y de envidia. Para
Stahr y Vega (1988) la envidia en las mujeres populares se produce ante la cercanía de
las diferencias, estas son más toleradas cuando las exhiben personas que están lejos,
que no son de su medio36.
51 Lo anterior pretende subrayar una de las razones por las que, suponemos, los
senderistas asesinos de Moyano exhibieron un ensañamiento inusual con ella respecto
de otras dirigentes “ajusticiadas”: le dispararon en un acto público, delante de sus hijos
y luego volaron su cuerpo con cinco kilos de dinamita. A la actuación de Moyano como
figura pública, ella incorporó tácitamente el desafío y el desmontaje de los mecanismos
raciales y de estratificación social que subyacen en la dominación de género en el Perú.
Con la piel oscura, de origen humilde y con una educación superior incompleta, ella,
desde la organización popular, había iniciado un proceso de afirmación e individuación
ciudadana.
52 La antropóloga Patricia Oliart ha rastreado crónicas de peruanos del siglo XVII, mitos,
cuentos y canciones contemporáneos en un intento de deconstruir las representaciones
simbólicas a través de las cuales se mantiene a las mujeres, sobre todo de los sectores
populares rurales y urbanos, cercadas dentro de los límites de su familia y de su grupo
social. El control social y sexual ejercido por los hombres sobre las mujeres sería mayor
cuanto más profunda es la dominación económica, social y cultural de un extenso
grupo humano. Una de las formas como este control masculino se expresa es por medio
de una constante devaluación –en la cotidianidad de la familia o en imaginario
cultural– de la capacidad personal y de la apariencia física de las mujeres (un insulto
recurrente de los esposos a sus mujeres es llamarlas feas, inútiles, estúpidas) 37. Las
investigaciones de Stahr y Vega en los barrios populares señalan que las pobladoras
sienten que en su persona concentran “aspectos feos, cholos, motivos de vergüenza que
hay que ocultar”38.
418

53 En una comunidad campesina del Cusco, se les preguntó las mujeres porqué no usaban
ropa urbana, moderna, en lugar de las acostumbradas ropas tradicionales, una mujer
contestó llorando:
Si yo me cambio de ropa, seguro van a decir que de la caca del perro se ha levantado
una mestiza.
54 De otro lado, uno de los personajes de fiestas de carnaval en los Andes es la “limaca”
(de Lima), una mujer joven, que luego de ir a Lima, regresa con aires de elegancia y
desprecio por los quechuas, dice ignorar el idioma y viste a la moda con brillantes
pantalones muy ajustados, camina presumidamente, masca chicle y se acomoda el pelo.
En esta representación, y en la burla y el sarcasmo que pretende provocar, está
implícita una advertencia, una llamada al orden a esta mujer que pueda distinguirse
(¿individualizarse?) e identificarse con otros grupos (Oliart, 1988:207). No es extraña la
coincidencia de esta escenificación, con la reconstrucción que hace Carol Andreas de
una obra de teatro que Sendero utilizaba para “educar” al pueblo: las mujeres que
chismean y quienes tratan de imitar a las peruanas de clases altas o personajes de series
de televisión son también ridiculizadas39.
55 El asesinato de Moyano fue, por estas y otras razones, la destrucción de un símbolo; fue
el patriarca Guzmán quien castigó a la desviada a la norma utilizando, por cierto,
militantes mujeres para ejecutarla. La autoría del crimen fue reivindicada por un
organismo local de SL en Villa El Salvador con la siguiente explicación:
¿Era dirigente popular? No! Sólo nata superficial que traficaba y cabalgaba sobre el
hambre de nuestro pueblo(...) María Elena Moyano fue aniquilada no por ser
‘dirigente popular’, sino por ser una declarada y probada agente del imperialismo 40.
56 Las demás dirigentes de organizaciones femeninas acusaron recibo del aviso y se
paralizaron: Moyano había proclamado un doble desafío, contra Sendero y contra la
oscuridad de su origen y de su género, y por eso fue asesinada.
 
• A manera de conclusión

57 Resulta difícil escribir conclusiones sobre este texto. Las conclusiones suelen tener un
aire de recomendaciones objetivas sobre lecciones (no) aprendidas que podrían servir
para un futuro. Lo cierto es que el Perú de las décadas del ochenta y del noventa
pareció entrampado en un pasado irresuelto de injusticias y adversidad, en el cual la
violencia de Sendero Luminoso y la respuesta igualmente violenta del aparato del
Estado despertaron al viejo león dormido del encono y la animadversión entre los
peruanos. Existía una deuda social impaga que cotidianamente nos pasaba la factura.
Las respuestas fueron múltiples: desde la destrucción total con el aniquilamiento del
“viejo Estado” propugnado por Sendero hasta la aquiescencia, durante años, de la
opinión pública con la propuesta autoritaria y veladamente dictatorial de Fujimori, que
ofreció orden y seguridad. De otro lado, no deja de ser paradójico que fuese en el marco
de una democracia cuando en el Perú sucedían los horrores de la “guerra sucia” que se
desnudaron en los países del Cono Sur durante los regímenes dictatoriales.
58 Las formas organizativas para el consumo colectivo de alimentos y las acciones de las
mujeres que las lideraron, fueron motivo en el país de apasionados debates que
pendularmente las calificaron de espacio democrático, solidario y emancipatorio para
los grupos femeninos, y de otro lado, las estigmatizaron por estar ceñidas a los viejos
estilos nacionales del caudillismo y el autoritarismo. Posiblemente esté maduro el
419

momento de un balance más reflexivo, que rescate los beneficios personales que
obtuvieron sus integrantes y también su condición humana, es decir, su imperfección,
relevando el proceso de conformación de estos grupos en actores sociales, en sujetos
colectivos. Porque así actuaron en todos los espacios disponibles: el barrio, las calles
con sus movilizaciones, las agencias donantes y el Parlamento. Fueron eficientes en su
papel de madres nutrientes y actuando, ganaron en confianza personal, en autoestima.
Es posible que en ese camino las dirigentes vieran en el liderazgo de una organización
un canal, sino de ascenso, sí de visibilidad social. ¿Y qué si así lo fuera? ¿A qué espacios
de realización personal y/o prestigio podían aspirar estas mujeres de barriada, mestizas
y de piel oscura, amas de casa y madres sin una carrera profesional?
59 Si entendemos la ciudadanía no sólo como el ejercicio grupal de reclamos sociales, sino
también como un proceso de individuación que nos permita reconocernos en y con los
otros como sujetos portadores de derechos individuales, lo que hicieron Juana López,
María Elena Moyano, Bernardina Maldonado y tantas otras líderes populares,
asesinadas por Sendero Luminoso hace más de una década, fue un proceso de
afirmación ciudadana.
60 Pero en la tendencia a la uniformización hacia abajo que recorre el comportamiento
social peruano, encajó Sendero Luminoso. Interrumpió el proceso de crecimiento
personal de las líderes y congeló entre las jóvenes las aspiraciones de relevo
generacional de la dirigencia; atemorizadas por el terror, renunciaron u optaron por el
perfil bajo. Sentirse orgullosas de ser reconocidas y valoradas, distinguirse por sus
habilidades de conducción y eficiencia, a la postre les había costado la vida a las otras
dirigentes. También en este sentido Sendero Luminoso fue una fuerza retardataria del
cambio que empató con el malestar y la desconfianza que, en un ambiente de enorme
privación, generaba la diferenciación del otro.
61 Finalmente, las organizaciones de sobrevivencia no sólo amortiguaron el impacto de la
depresión económica en las familias pobres, desactivando así una de las válvulas de la
explosión social que Sendero Luminoso buscaba. Demostraron también que, desde la
práctica social autogestionaria, era posible tender puentes de negociación con el
Estado, construcción inadmisible en una estrategia de confrontación y destrucción del
viejo orden.

BIBLIOGRAFÍA
 
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Ureta De Caplansky, Matilde (1993): “Feminidad y violencia”, en Idéele, No. 56, octubre, Lima.
421

NOTAS
1. Este texto es una versión en español, con modificaciones, del capítulo 5, “Female Leadership,
Violence and Citizenship in Pera”, en Jaquette Jane S. y Wolchik, Sharon L. (1998): Women and
Democracy: Latín America and Central and Eastern Europe. Baltimore, The John Hopkins University
Press, pp. 104-124. El esquema inicial del texto recibió valiosas sugerencias de Jane Jaquette y
Susan Bourque. Mi reconocimiento a Ernesto de la Jara y María Angela Cánepa por facilitarme
generosamente importantes materiales de información, así como al Centro de Documentación de
la Mujer y el Centro de Documentación de DESCO. Las gracias también a Jessica McLauchlan,
Eduardo Bailón, Carmen Rosa Balbi y Marga Stahr por sus acertados comentarios a la redacción
inicial de este artículo. Los errores que muestra son de mi responsabilidad.
2. La gravitación de los derechos sociales en América Latina y la fragilidad de la construcción del
ciudadano como sujeto de derechos individuales han sido trabajados por Jelin, Elizabeth (1992) y
han motivado apreciaciones interesantes en Ugaz, José Carlos y Vargas. Virginia (1993). Para el
primero, entre los peruanos parece no existir una conciencia extendida de “su derecho a tener
derechos” (en una cárcel peruana, pre guntado un sospechoso de terrorismo que había sido
torturado, por qué no denunció el maltrato, contestó: “Porque no sabía que no podía ser
torturado”). Para Vargas, lalucha por la despenalización del aborto en el Perú no tuvo eco en
amplios sectores de mujeres porque, junto con otros factores, no hay conciencia del derecho
autónomo de decidir.
3. Como ilustración se puede mencionar el caso de los padres del cronista mestizo Garcilaso de la
Vega. Su madre, la princesa inca Chimpu Ocllo, fue entregada en concubinato a un capitán
español de la Conquista en el siglo XVI: ni ella hablaba el español ni él quechua y a pesar de la
azarosa convivencia, treinta años después de su unión, cuando ella dicta su testamento, debe
recurrir a un intérprete. No es difícil imaginar la violencia de este y otros encuentros; sin duda el
lenguaje fue una de las privaciones más notables de las mujeres. Ver en Hernández, Max (1993).
4. Stahr. Marga y Vega, Marisol (1988).
5. Barrig, Maruja (1993a).
6. Henríquez, Narda (1992).
7. Barrig, Maruja (1993b).
8. Córdova, Patricia (1993).
9. Franco, Carlos (1991) y ( 1992).
10. Cardoso, Ruth (1992).
11. Balbi. Carmen Rosa y Callirgos. Juan Carlos (1992). Kirk, Robin (1992).
12. El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación entregado oficialmente el 28 de
agosto del 2003. eleva casi a 70.000 las víctimas del conflicto armado interno.
13. Ibidem.
14. Portocarrero. Gonzalo (1990).
15. Rodríguez Rabanal, César (1990), p. 30.
16. Chávez de Paz, Denis (1993). p. 80.
17. Ibidem, p. 58.
18. “Mujeres profesionales en la lucha de clases. Bregan en difíciles condiciones de trabajo y
formación”, en El Diario. 13 de setiembre 1991.
19. “Por la emancipación de la mujer ¡Combatir y resistir!”, en El Diario. 26 de marzo 1992.
20. Ureta de Caplansky, Matilde (1993).
21. Andreas, Carol (1991).
22. Arendt, Hanna, citada en Portocarrero, Gonzalo (1990), p. 66.
23. López, Sinesio (1992).
422

24. En una investigación reciente, la Defensoría del Pueblo señala que, sobre siete mil casos de
desapariciones forzadas entre 1981 y 1996, se encuentran debidamente documentados 4.020.
Instituto de Defensa Legal (1992). Ver también Instituto de Defensa Legal (1093).
25. Americas Watch (1992).
26. Ibidem.
27. Barrig, Maruja (1993).
28. “Dar curso” significa asesinar en lenguaje coloquial. Degregori, Carlos Iván y López Ricci, José
(1990), p. 27.
29. Henríquez, Narda (1992).
30. Ibidem.
31. “La Historia no contada de la Madre Coraje”. El Diario Internacional, abril 1992.
32. Americas Watch (1992).
33. “Más Hambre y Desocupación sobre la Mujer”, en El Diario. 21 de febrero. Citado por America’s
Watch 1992.
34. “Barriadas. Campos de lucha por el poder”, en El Diario. 30 de noviembre 1991.
35. La “pituquería” es la palabra desdeñosa para referirse en el Perú a la clase alta; pitucas y
pitucos sus integrantes.
36. Stahr, Marga y Vega, Marisol (1988).
37. Oliart, Patricia (1991).
38. Stahr. Marga y Vega. Marisol (1988).
39. Andreas, Carol (1991), p. 26.
40. “La historia no contada de la Madre Coraje “, en El Diario Internacional, abril, 1992.

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