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La miseria de la posmodernidad

La Izquierda Socialista 17 Ago, 2018

Escrito por David García Colín

Si le preguntas a un posmodeno cuál es la causa de la opresión, te va a contestar algo


como: «la opresión es configurada -como señala Lyotard (un buen posmoderno debe
siempre citar a un oscuro e intragable gurú que sólo los iniciados en la secta han leído)-
por una narrativa que impone un discurso hegemónico de dominación del «otro», la
«otredad», de las «minorías», «lo diferente», etc». 
Si, fingiendo interés, le preguntas sobre el origen de esa narrativa opresora, te responderá:
«el discurso hegemónico -como dice Foucault (el Lex Luthor de la posmodernidad)- es
impuesto de acuerdo a relaciones de poder que se imponen en todos los ámbitos de la vida
cotidiana».

Si, aguantando el bostezo, le preguntas sobre el origen de esas misteriosas relaciones de


poder, es probable que te responda: «Se configuran históricamente en tanto «ser ahí»
(“dasein”)-como señaló Heidegger-«. Un posmoderno elegante procurará siempre, para
aumentar el embrujo de la palabra, fingir que sabe alemán, aunque no sepa otra maldita
cosa que «dasein». Otro mandamiento es nunca decir en pocas palabras y de manera clara
lo que se puede decir con mil palabras y de la manera más oscura concebible
(presuntamente para aparentar profunda sabiduría).

Si le insistes, resistiendo las ganas de recordarle que Heidegger era un maldito nazi, sobre
en qué consiste esa evolución histórica, te dirá: «Esto sólo se puede desentrañar -como dijo
Gadamer- mediante un análisis hermenéutico que revele la tradición histórica que
determina el texto y el discurso».

Y si le preguntas, resistiendo las ganas de tundirle con el espantoso libro «Verdad y


método» con el que la maestra hippie (esa que confundía la poesía con filosofía) te torturó
en la carrera de filosofía, sobre qué es lo que determina la tradición dominante en un
momento histórico determinado, te dirá: «se configura a través de un discurso
hegemónico que imponen las relaciones de poder; en occidente ha dominado el discurso
eurocéntrico, heteronormativo, patriarcal, falocéntrico, machista, judeocristiano, racista,
de racionalidad instrumental (como dijo la Escuela de Frankfurt y Enrique Dussel)…».

Después de tanto mareo, volvemos al punto de partida de una «explicación» que no


explicó nada. Como burro de noria, giran en círculo vicioso que no sale del lenguaje, la
narrativa y el discurso.

Si, en un vano intento, te esfuerzas en aclararle que la ideología dominante (o la narrativa


como ellos le llaman) es la de la clase dominante de un modo de producción determinado
y que el poder (relaciones de poder) de las clases sociales se estructuran conforme a las
relaciones de producción de un sistema socioeconómico dado; realidad que trasciende y
determina al lenguaje y al discurso, te dirá: «no existe nada que escape al discurso pues la
realidad se configura a través del lenguaje y los metarrelatos que estructuran la realidad.
No hay verdad objetiva, todo es una narrativa construida históricamente. La ciencia es un
mito de la razón ilustrada, no menos dogmática que la religión (como decía Lyotard)». El
talante oscurantista, nihilista, no puede ocultarse. 

A estas alturas ya da flojera recordarle al posmoderno que antes de Nietzsche, Lyotard o


Foucault; Marx ya había estudiado la ideología pero siempre en relación con intereses de
clase realmente existentes. Marx no sólo se conformó con explicar que de toda realidad
social genera una expresión ideológica contradictoria pero funcional a la clase dominante,
también explicó las leyes del desenvolvimiento de la sociedad capitalista. La única manera
de transformar la ideología de las masas es a través de la lucha colectiva para cambiar las
condiciones de existencia, por derribar el capitalismo. Lo único que han hecho los
posmodernos es tergiversar, desde una óptica idealista, subjetivista, relativista y absurda,
lo que ya habían estudiado los fundadores del marxismo. Para ellos, en general, la lucha
de masas es absurda pues la alienación -también estudiada por Marx- se declara un
fenómeno absoluto y monolítico -que obviamente no incluye a los “genios” posmodernos-.

Pero este debate engorroso y aparentemente escolástico tiene consecuencias prácticas


pues la posmodernidad influye fuertemente en colectivos, grupos feministas y
neozapatistas involucrados en la lucha. Para el posmoderno, atrapado en el fango del
subjetivismo extremo, la lucha contra la opresión no consiste en la lucha de clases-proceso
objetivo, de masas, colectivo- sino, simplemente, en cambiar el lenguaje, en
«desestructurar» (como decía Derrida) el discurso para «desmontar» las estructuras de
dominación, en discutir éste o aquél aspecto del discurso o la forma de hablar. Se pretende
crear «nuevos paradigmas» que «den apertura» a «lo otro», a los olvidados (Lévinas), como
si la ideología dominante pudiera derribarse por decreto. De aquí la absurda idea de
querer acabar con la opresión de la mujer cambiando vocales por @ o ‘x». No se pretende
derribar al sistema capitalista, se conforman con cobrar conciencia de la opresión,
estudiar las maneras subjetivas en que ésta se expresa y reproduce. Como no tienen
ninguna alternativa al capitalismo, pues no se puede transformar lo que no se comprende,
sólo les queda la opción de la «resistencia», o sea dejar todo como está. 

Se le da al lenguaje un poder místico y mágico que apela al amor propio de intelectuales


que viven encerrados en la academia y que obtienen su sustento y ascenso social con
palabras y discursos. Normalmente estas personas desprecian a los trabajadores y sus
luchas prosaicas como huelgas y marchas -«cómo yo, distinguido académico, me voy a
mezclar con la chusma ignorante»-.
No se trata ya de lucha de clases, sino de infinidad de luchas parciales, confinadas en
espacios domésticos, privados, académicos, sectoriales; entre mujeres vs hombres, oriente
vs occidente, centro vs periferia, privilegios vs excluidos, blancos eurocentricos vs
minorías, etc. Se trata, para ellos, de un cambio subjetivo, predominante individual – o a lo
sumo de colectivos pequeños-.

Por supuesto, el marxismo debe partir de la luchas concretas, por modestas y limitadas
que sean, pero siempre vinculándolas con la lucha por el socialismo. Los posmodernos se
resisten a entender que toda lucha parcial se inserta en un sistema socioeconómico
dominante que subsume a los fenómenos parciales.

Como no se tiene una visión de clase, se divide, en beneficio de la burguesía, a los


oprimidos en líneas culturales, de género y hasta raciales. Obviamente no se «desmonta»
nada con este vicioso embate de palabras -que pretende sustituir la lucha de clases por la
«lucha de frases»- y la clase dominante puede seguir tranquila explotando real y
objetivamente a los trabajadores, mientras con la otra mano paga las becas de esa
aristocracia posmoderna e inútil.

Es la miseria del posmodernismo y su orgánica incapacidad de entender la dinámica y


leyes del capitalismo, única manera de aspirar a acabar con toda clase de opresión.

 Filosofía marxista posmodernidad

© 2020 - www.marxismo.mx
Izquierda Socialista. Sección mexicana de la Corriente Marxista Internacional

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