Juan Sin Miedo
Existió una vez, en una pequeña aldea, un hombre ya mayor con sus dos
hijos.
El mayor era un muchacho constante y muy trabajador, que colmaba de
alegría continuamente a su padre. El más pequeño, sin embargo, solo le
daba disgustos:
– Hijo mío- Le dijo en una ocasión el padre a su hijo menor– Tengo poco
que dejarte cuando me vaya, y no has hecho por encontrar una buena
posición con la cual puedas vivir cuando me vaya decentemente. ¿Qué
te gustaría hacer?
– No es cierto papá. Muchas veces oigo historias y leyendas plagadas de
monstruos que aterran, y sin embargo, a diferencia del resto que las
escuchan, no siento ningún miedo. ¡Quiero aprender a sentirlo!
Disgustado el padre, creyendo que su hijo pequeño no se tomaba la vida
en serio, le dijo enfadado:
– ¿Crees que eso será suficiente para tu porvenir? ¡Pues márchate a buscar
el miedo!
Tras aquellas palabras, Juan se despidió de su padre y su hermano y
emprendió su camino. En él se encontró a un sacristán con el que se
decidió a entablar una conversación, cansado como estaba de caminar
solo y en silencio.
– Soy Juan Sin Miedo – Le dijo.
– Extraño nombre posees, pequeño – Respondió sorprendido el sacristán.
– ¿Podría mostrarme usted lo que es el miedo? Siempre he vivido sin él, y
he emprendido este camino lejos de mi casa para poder encontrarlo.
– Quizá pueda ayudarte, pequeño. Cuenta una leyenda, que más allá del
valle, existe un terrible castillo gobernado por un mago malvado. El dueño
del castillo, un pobre rey ha prometido una gran recompensa a aquel que
se atreva a enfrentarse al mago y a hacerle salir del castillo. Hasta ahora
todos lo que lo han intentado han huido muertos de miedo. Sin duda allí
podrías encontrar al miedo.
Decidido, Juan emprendió de nuevo el camino dispuesto a no parar hasta
divisar las torres del dicho castillo. Una vez allí, Juan se acercó y situó junto
a la misma puerta en la cual se encontraban dos guardias reales, que
vigilaban aquella puerta principal:
– Soy Juan Sin Miedo y deseo ver a vuestro rey.
El más fuerte le acompañó al salón del trono y allí el monarca le explicó las
condiciones necesarias que debía reunir para conseguir liberar el castillo
del poder del malvado mago.
– Te entregaré todo el oro de mi reino si consigues pasar tres noches allí y
liberar a mi castillo de la oscuridad.
– Le agradezco sus palabras, su majestad, pero yo en realidad solo quiero
descubrir lo que es el miedo.
– «Qué valiente y honesto es este muchacho»- Pensó el rey tras escuchar
sus palabras, sin embargo pocas son mis esperanzas ya…
Juan se dispuso entonces a pasar su primera noche en el castillo, cuando
de pronto, le despertó un alarido que procedía de un espectro tenebroso:
– ¿Quién eres que hasta te atreves a despertarme?- Preguntó sin más
reparo Juan.
Y por más alaridos que realizó el fantasma, solo consiguió burlas por parte
de Juan Sin Miedo. A la mañana siguiente el rey visitó a Juan, advirtiéndole
de que todavía le quedaban un par de noches en el castillo para
conseguir su objetivo y promesa cumplida de liberar el castillo. Advertido,
y ya dispuesto a dormir en la segunda noche, de nuevo Juan Sin Miedo
escuchó unos alaridos que le alertaron. Tras ellos, Juan se dispuso a cortar
la cadena que acarreaba el fantasma que le había desvelado aquella
segunda noche, y tras cortarla el fantasma desapareció para siempre de
la habitación y del castillo.
El monarca consideraba que toda aquella valentía no era suficiente para
enfrentarse al maleficio, y de este modo Juan Sin Miedo llegó a la tercera
noche, y una vez dormido, escuchó los ruidos de una momia espeluznante
que le acechaba:
– ¿Por qué interrumpes mi sueño?- Preguntó Juan.
Al no recibir respuesta Juan Sin Miedo tiró de la venda de la momia, tras la
cual, misteriosamente, se encontraba el malvado mago.
– Parece que mi magia no responde frente a ti. Déjame escapar y liberaré
al castillo de mi encantamiento- Dijo el mago.
¡Qué alegría sentía el rey y la comarca entera! Todos se reunieron a las
puertas del castillo para celebrar la valentía de Juan Sin Miedo y honrarle
por su hazaña. Así, el rey le ofreció residir en su castillo, y Juan permaneció
allí mucho tiempo, convencido de que nunca conocería al miedo.
Transcurrieron los años, hasta que una de las hijas del rey dejó, trasteando,
caer una pecera colmada de pequeños peces sobre la cama de Juan Sin
Miedo.
– ¡Qué horror! ¡Qué miedo!– Exclamó exaltado Juan retirándose el agua y
todos los peces del rostro.
Y así, con unos sencillos pececillos de colores, fue como Juan descubrió lo
que era el miedo. ¡Quién lo iba a decir! Desde luego no la joven princesa,
que decidió guardar el secreto de lo ocurrido para que todos siguiesen
conociendo a aquel hombre como “Juan Sin Miedo”.