Derecho Divino y Derecho Racional
Derecho Divino y Derecho Racional
Sede El Naranjo
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
INTEGRANTES
NOMBRE CARNÉ
Elías Yovany Coc Chocooj 9450-16-7074
Edlyn Hannelore Meyer Hernández 9450-16-7120
Ricardo Obdulio Soto Alvarado 9450-16-7128
Wendy Carolina Díaz Pérez 9450-16-11523
Dairen Azucena Ivette Chávez 9450-16-13483
Introducción 1
Derecho Divino 9
Derecho Absoluto 11
Derecho Racional 14
Racionalismo 15
Racionalidad Humana 16
Conclusiones 22
Bibliografía; E-grafía 23
INTRODUCCIÓN
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DERECHO DIVINO Y DERECHO RACIONAL
DERECHO DIVINO
Historia del Derecho Divino
Antecedentes:
El concepto de Derecho divino incorpora, aunque exagera el antiguo concepto
cristiano de "derechos dados al rey por Dios", que sostiene que "el derecho a
gobernar es ungido por Dios", aunque esta idea se encuentra en muchas otras
culturas, como las tradiciones de los arios y del Antiguo Egipto. En las religiones
antiguas el rey suele verse como un hijo de una divinidad, lo que le convierte en un
déspota que no puede ser desafiado.
En el cristianismo medieval, doctrinas como la de las dos espadas y el agustinismo
político, llevaron a la constitución de los dos poderes universales (pontificado e
imperio), lo que incorpora la posibilidad de una duplicidad en el poder, y con ella la
del equilibrio entre ambos dentro de un estado.
Tras la Reforma protestante, esta duplicidad se mantuvo como característica de la
tradición católica en la Europa del Sur, como la Monarquía Católica, mientras que
en los países protestantes la idea de del déspota inexpugnable pasó a ser de nuevo
concebible.
Santo Tomás de Aquino consideraba la posibilidad de deposición del rey, e incluso
del regicidio como tiranicidio cuando el rey era un usurpador, y por tanto no un
verdadero rey, pero prohibía, como hacía la Iglesia, que ningún rey legítimo fuera
depuesto por sus súbditos. El único poder en la tierra capaz de deponer a un rey
era el Papa, como vicario de Cristo. El razonamiento era impecable: si un súbdito
pudiera deponer a su superior por alguna mala ley ¿quién sería el que pudiera
juzgar que tal ley es mala? Si el súbdito pudiera juzgar a su propio superior entonces
cualquier autoridad superior legítima podría ser depuesta por el juicio arbitrario de
un inferior y entonces toda ley estaría constantemente cuestionada.
En el Renacimiento, muchos autores, como Nicolás de Cusa y Francisco Suárez
seguían proponiendo teorías similares. La Iglesia era la garantía última de que los
reyes cristianos seguirían las leyes y tradiciones constitucionales de sus
antepasados, y las leyes de Dios y de la justicia. De una forma de algún modo
similar, el concepto chino del Mandato del Cielo requería que el emperador
cumpliera apropiadamente los rituales, consultara a sus ministros y respetara las
disposiciones de sus antecesores, de forma que se le hacía extremadamente difícil
contravenirlas.
El Derecho es algo eminentemente histórico. Por tanto, para hablar en términos
jurídicos de Derecho divino, es necesario ver la revelación desde la perspectiva de
la historia de la salvación y, en concreto, de la peregrinación terrena de la Iglesia.
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Como sabemos por la fe, la Iglesia va avanzando, bajo la asistencia del Espíritu
Santo, de manera homogénea, en el conocimiento de distintas facetas del designio
divino acerca de ella misma, en un continuo progre-so a lo largo de su caminar por
la historia. Por tanto, el ius divinum sólo podrá ser calificado de Derecho en términos
técnicos, en la medida en que es un derecho positivo, o sea, en cuanto es
históricamente operativo.
Durante la mayor parte de la Edad Media, el poder de los reyes era débil frente al
de los señores feudales. Estos últimos ejercían en su señorío el poder político y
económico: cobraban impuestos e impartían justicia. Con respecto a los grandes
nobles, el monarca era sólo el “primus inter pares” (el primero entre los iguales). A
fines de la Edad Media, el poder de los señores feudales disminuyó notablemente.
El agotamiento de las tierras, las hambrunas, las pestes y los levantamientos
campesinos fueron algunas de las causas de su decadencia. Esta circunstancia fue
aprovechada por los monarcas para iniciar un proceso de fortalecimiento del poder
real. Este proceso alcanzó su culminación en el siglo XVII cuando se establecieron
las monarquías absolutas en varios países de Europa.
La característica fundamental del estado absolutista fue la instauración de la
monarquía centralizada. El poder político, que anteriormente se ejercía en el feudo,
pasó a ser ejercido por la corona. Esta nueva forma de gobierno se basó en la teoría
de que el soberano recibía su poder de Dios para, a su vez, gobernar al pueblo.
También hubo un retorno a los principios del derecho público romano,
fundamentalmente en lo referente al derecho absoluto de los gobernantes. El rey
era la fuente suprema de todo poder y de todas las leyes y su decisión era
considerada “la ley”. El monarca que llevó al extremo esta concepción del
absolutismo fue Luis XIV de Francia, cuya frase célebre fue “el Estado soy yo”.
Coronación de Luis XIV: Los actos oficiales ponían de manifiesto el carácter sagrado
de la monarquía. En ellos se desplegaban los símbolos de la realeza: el manto, la
corona, el anillo, el cetro y la mano de la justicia.
El rey era el jefe del estado absolutista y ejercía en forma personal el poder. Era el
máximo responsable del bienestar de su reino y de sus habitantes, los súbditos.
Para ello debió contar con un ejército que le permitiera derrotar militarmente a los
nobles rebeldes, a los campesinos sublevados y a las tropas de los estados
enemigos. El estado absolutista ejercía un control sobre la burocracia, necesaria
para la administración del reino, la diplomacia, las finanzas y el cobro de los
impuestos. También se preocupó por el desarrollo del comercio.
A medida que las rentas feudales comenzaron a ser percibidas por el monarca, los
nobles debieron depender de la distribución que la corona hacía de aquéllas. De
esta forma la clase noble, debilitada, quedó sometida al poder real. Para reforzar el
control de la administración, el rey se valió de un nuevo tipo de funcionarios: los
intendentes, en Francia y los corregidores, en España. En algunos países, por
ejemplo, en Francia, se produjo la venta de cargos públicos y títulos nobiliarios, que
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fueron adquiridos por la burguesía. Estos beneficios otorgados por el rey respondían
a una cuestión económica, pues los burgueses, muchas veces, prestaban plata y
financiaban los gastos de la monarquía. Sin embargo, más allá del aparente
beneficio de la burguesía, los monarcas mantuvieron a los nobles en lo alto de la
jerarquía social. Por lo tanto, el estado absolutista fue el último intento de la clase
feudal por dirigir la sociedad.
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Es importante señalar en primer lugar cómo se produce el tránsito desde una
monarquía electiva a una monarquía hereditaria, porque es algo que suministrará
algunos argumentos a favor de los reyes y de los emperadores. Para ello tenemos
que remontarnos al siglo XI, aunque la práctica de la monarquía hereditaria no será
plenamente aceptada hasta el siglo XIV. Tras la conquista de Inglaterra por los
normandos, los terratenientes fueron compelidos a prestar juramento de lealtad al
conquistador Guillermo, incluso contra los señores naturales (lo que indica la
tendencia a generalizar la obligación de obediencia a la autoridad central). El
conquistador introdujo, además, el reconocimiento de los principios feudales de
organización de la propiedad territorial. El rey era no sólo el representante de la
comunidad política, también el supremo terrateniente que tenía la posesión mediata
o inmediata de todas las tierras. Esto conducirá a la concepción de la soberanía
territorial, y también a que se asimile la sucesión al trono con la ley hereditaria de
los feudos, que entonces estaba en pleno desarrollo. La ley del mayorazgo se hizo
extensiva a la corona, porque se concebía al rey como una persona física, y a la ley
de sucesión como un caso de la ley hereditaria común. La sucesión primogénita al
trono será muy importante en lo sucesivo; los juristas del siglo XIII, Brancton entre
ellos, contribuirán a la creencia en la santidad del primogénito del monarca al
sostener que "Dios es quien puede hacer un heredero". Todo ello restará
importancia y necesidad a la ceremonia de la coronación, que será uno de los
argumentos principales para quienes defiendan la supremacía del papa frente al
monarca.
El concepto ideal del Estado en la Edad Media se encuentra, en la teoría del Sacro
Imperio Romano; para ésta, el Estado perfecto tiene dos cabezas visibles, una de
lo temporal y otra de lo espiritual, y ambas colaboran armoniosamente en la
conservación de la paz y en la conducta ordenada de los cristianos; y todo ello, en
una república que combina los elementos valiosos del antiguo Imperio Romano con
todo cuanto se considera esencial para la realización de la ciudad de Dios. Cristo
es la verdadera cabeza del Imperio, y tanto el papa como el emperador son
concebidos más como simples ejecutores investidos de poderes administrativos que
como verdaderas autoridades supremas. Será necesario que se pierda de vista el
carácter inmediato de la realeza de Cristo para que las dos autoridades inicien por
su cuenta la pretensión de absoluta independencia y supremacía. En el desarrollo
de este proceso será primero el papa, como el depositario más visible de la
autoridad divina, y después el emperador, como elegido y nombrado por Dios,
quienes pretendan ser la verdadera y suprema cabeza de la cristiandad y, por
derecho divino, señores de toda la Tierra. Para ambos, el concepto de gobierno
terrestre seguirá vinculado al de un reino celestial, y se tendrán a sí mismos como
escogidos capitanes de una organización divina revelada que forma parte del orden
eterno del universo. Así, apoyados en un concepto religioso, los dos bandos
concebirán que el mejor medio para desacreditar las opiniones del oponente es
demostrando que son contrarias a los deberes religiosos y al sentido de las
enseñanzas de Cristo.
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El ideal del Sacro Imperio Romano fracasó en la práctica (salvo contadas
excepciones con Carlomagno, Otón III o Enrique III) porque era imposible la
cooperación entre dos autoridades cuyas esferas de acción estaban mal definidas.
El desprestigio de la autoridad imperial se debió a la acción del papado que, para
afirmar sus pretensiones de supremacía universal, redujo a un mínimo las
prerrogativas del emperador. La doctrina de la plenitudo potestatis es la expresión
de las pretensiones del papa a la soberanía, fundadas en una concesión de Dios a
San Pedro y sus sucesores, y encierra el elemento más importante de la tesis de la
soberanía: la noción de que la unidad de un Estado sólo puede lograrse mediante
la indispensable supremacía de una sola autoridad cuyos actos están por encima
de toda censura legal.
En la bula Unam Sanctam, el papa Bonifacio VIII, después de afirmar enfáticamente
la unidad de la Iglesia y de todo gobierno, declara que un cuerpo político dotado de
dos cabezas es una monstruosidad. Utiliza el símbolo de las dos espadas: dice que
el empleo de la espada material no corresponde a la Iglesia, pero que debe ponerse
a su servicio. Proclama que el poder temporal debe estar sujeto al espiritual y que
las negligencias en que incurra aquél deben ser juzgadas por éste; el poder
espiritual es sólo responsable ante Dios. Y concluye la bula invocando las palabras
de Jeremías: "quien resista al poder, resiste a la ordenanza de Dios". Son los
mismos argumentos que estarán presentes hasta el siglo XVII, y suponen una teoría
de la obediencia fundada en sanciones de castigos eternos. La obediencia es un
mandato divino. En este sentido se expresan Hildebrando, Juan de Salisbury y, un
poco más moderado, Tomás de Aquino.
En el momento en que Bonifacio VIII expuso estas pretensiones surgió el
antagonismo, no sólo con las fuerzas del imperio -ya decadentes- sino con las
incipientes nacionalidades de Europa que eran cada vez más vigorosas a medida
que el feudalismo iba cediendo ante el poder central de las monarquías. Para
oponerse al papa, los partidarios del Imperio necesitaban una contrateoría: si el
papa fundaba su soberanía en derecho divino, el emperador invocaría el mismo
título para la suya. Para ello, tiene que demostrar que su Imperio deriva
directamente de Dios, y no del Papa.
Los escritores imperiales insistirán en la importancia de la unidad del Estado. Dirán
que la unidad es el alma de todo gobierno, y que ésta queda destruida desde el
momento que existen dos poderes distintos, dotados de sistemas legislativos y
jurisdiccionales rivales, que pretenden a la vez el mando. Dirán que todo reino
dividido contra sí mismo no puede subsistir. En esto consiste buena parte del
Defensor pacis, de Marsilio de Padua, el autor se ocupa en arruinar las pretensiones
papales que son "la gran causa de los disturbios y discordias en el imperio";
Guillermo de Occam, en su Dialogus afirmará que el emperador es "sobre todas las
personas y todas las causas, supremo"; y en De Monarchía, Dante sostendrá que
Dios no puede aprobar la existencia de jurisdicciones rivales dentro del imperio, ni
la de ninguna autoridad que pretenda coartar los actos del que llama "señor de la
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tierra". Los polemistas antipapales defenderán, además, la nulidad de la antigua
donación del Imperio por Constantino al papa Silvestre, (la traslatio imperii,
argumento que los papistas habían esgrimido contra aquéllos), al considerar Occam
que "la soberanía no puede disminuir, que es inalienable e indivisible". Se discuten
incluso algunas cuestiones de detalle: los papistas insistirán en la importancia de la
coronación como prueba de la subordinación del emperador al papa y verán en la
ceremonia de la unción una prueba de la autoridad que el papa tiene sobre los reyes
como intérpretes de la ley divina. Los polemistas del imperio contestarán que la
coronación es innecesaria para conferir poder al rey o al emperador, puesto que lo
tienen antes de ella.
Pero junto a estos argumentos se requiere algo más. Será necesario pedir derecho
divino para el emperador, y esto lo percibió especialmente Dante, quien sostiene
que la monarquía universal es de constitución divina; que la posición que ocupó el
imperio romano fue por la gracia de Dios, y que el emperador no deriva su autoridad
de la Iglesia sino directamente de Dios. La misma o semejante posición será
adoptada por los escritores franceses a favor de su rey Felipe El hermoso tras el
repudio de éste a las pretensiones de Bonifacio VIII. A partir de entonces, la
liberación de Francia de toda intervención papal motivará a los escritores gibelinos;
y será aquí cuando comience a desarrollarse una teoría del derecho divino de los
reyes.
En Inglaterra, el deseo de liberarse de la intervención del papa había sido una
aspiración de los estadistas ingleses desde los tiempos de Guillermo el
Conquistador y Enrique II. Estos antecedentes, junto al eco de las controversias
continentales que hemos esbozado, animaron muchos escritos anticlericales.
Mencionaremos el caso del jurista Wycliffe, en tiempos del rey Ricardo II, quien
defenderá la soberanía de la corona inglesa por Derecho divino. En su obra De
officio Regis, pretendía solamente mostrar la obligación que el soberano tiene de
ayudar a la Iglesia privando al clero de sus obligaciones temporales. Pero el caso
es que sus exhortaciones están fundadas en una doctrina muy semejante a la
proclamada en el Imperio y en Francia. El rey es el verdadero vicario en lo temporal
de la misma manera que el sacerdote lo es en lo espiritual. Pero la dignidad del rey
es mayor porque refleja la naturaleza divina de Cristo, en tanto que el sacerdote
refleja su naturaleza humana. Es necesario que en el Estado sólo exista una cabeza
suprema, pues de lo contrario habrá confusión. Esta cabeza es la potestad temporal,
que debe serlo en todo y para todo.
Wycliffe no concede que el rey esté sujeto a la ley positiva. Ciertamente está
obligado a obedecer sus propias leyes, pero por su voluntad, no por apremio. El rey
está solutus legibus, y cuando se dice que la ley norma sus actos, se trata de la ley
divina o moral, nunca de la ley positiva. Al igual que para Guillermo de Occam, la
necesidad de la unidad del Estado es la prueba esencial de la excelencia del
sistema monárquico. En su teoría del dominio fundado en la Gracia (Gracia
adquirida por el ritual de la unción, como sabemos) dirá que un mal rey carece de
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dominio efectivo. El tirano tiene poder, no dominio. Wycliffe caerá en las mismas
inconsistencias que Marsilio de Padua y Occam, porque aquéllos declaraban
también enfáticamente las prohibiciones bíblicas de resistencia y, sin embargo, en
determinados casos, les concedían aprobación. Wycliffe condena toda resistencia
a un tirano, salvo cuando es en pro de la ley de Dios. Esto debilitaba
considerablemente la causa contra el papado, porque en realidad, aunque se
proclama una doctrina de absoluta sumisión en lo que toca a materia civil, lleva
implícita la facultad del papa a intervenir en los asuntos del Estado, precisamente
en su calidad de intérprete de la ley divina.
La doctrina del derecho divino de los reyes reposa en la idea de que la autoridad de
un rey para gobernar proviene de la voluntad de la deidad del pueblo que gobierna,
y no de ninguna autoridad temporal, ni siquiera de la voluntad de sus súbditos ni de
ningún testamento. Elegido por Dios, un monarca solo es responsable ante él. La
doctrina implica también que la deposición del rey o la restricción del poder y
prerrogativas de la corona son actos contrarios a la voluntad de Dios. No obstante,
la doctrina no es una teoría política concreta, sino más bien una aglomeración de
ideas. Las limitaciones prácticas supusieron límites muy considerables sobre el
poder político y la autoridad de los monarcas, y las prescripciones teóricas del
Derecho divino rara vez se tradujeron literalmente en un absolutismo total.
Definiciones
Entendemos por derecho divino el conjunto de leyes eternas, objetivas, universales,
dadas por Dios, con objeto de ordenar, dirigir y gobernar al mundo, señalando los
caminos de la comunidad humana. Diccionario Jurídico Mexicano.
En la teoría social de la Edad media la expresión «derecho divino» indicaba la
doctrina según la cual un monarca tenía derecho divino a la sucesión hereditaria,
derecho que era inviolable. Unida a esta doctrina estaba la idea de que la rebelión
contra el monarca era el peor de todos los crímenes políticos. Se suponía que el
súbdito tenía que soportar pacientemente los castigos que se le impusieran por
desobedecer las órdenes inmorales de un mal gobernante. La teoría se desarrolló
durante la contienda entre los papas y los emperadores en la Edad media. En la
teología moderna la expresión «derecho divino» se refiere más bien a la legitimidad
de ciertos desarrollos, especialmente relativos a las órdenes eclesiásticas, a saber,
el papado, el episcopado y el presbiterado. En este contexto suele usarse la
expresión latina >ius divinum. http://www.mercaba.org/DicEC/D/derecho_divino.htm.
El que procede directamente de Dios, o por ley natural, o por medio de revelación.
Definición de Derecho Divino del Diccionario de Términos de Seguros, Reaseguros y Financieros
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¿Qué es el Derecho Divino?
“Es el conjunto de factores jurídicos instituidos por Dios para estructurar su Iglesia,
al que están subordinados los elementos de derecho canónico humano o
eclesiástico, con el que forma un orden jurídico único e inseparable.”
En la Iglesia se habla principalmente de Derecho Divino Positivo, que es el
promulgado mediante la Revelación, y no deriva de la naturaleza humana sino de
la elevación del hombre al orden sobrenatural. Es, en definitiva, la dimensión de
justicia del designio de Cristo acerca de su Iglesia e incluye el conjunto de normas,
principios y demás elementos jurídicos propios del Pueblo de Dios y de la
participación del hombre en la vida divina.
El Derecho divino existe y funciona decididamente en los estados asiáticos. Las
religiones y los Derechos nacionales quedan aún unidas en las religiones principales
de todo el Oriente, así en el judaísmo, en el Islam, en el Hinduismo, en el Budismo
y en el Confucianismo. El Derecho divino deriva cue los escritos dogmáticos propios.
Por eso diferentes especies de Derecho divino pueden existir, uno al lado del otro,
en los diferentes partes. Pero todos estos Derechos divinos se encuentran en la
adoración de su y nuestro Dios y en la ley moral común a todos, que dice: «Si no
quieres que se te haga algo a ti, no lo hagas tu al otro.» Se debería aplicar esta
recomendación razonable también al enemigo. Y esos mandamientos tienen fuerza
en toda la moral cristiana. Todos viven, pues, o deberían vivir en el amor de Dios y
a lo menos en el amor al hermano o prójimo. Este amor al hermano o prójimo forma
la base para el entendimiento de Dios por los cuáqueros ingleses y
norteamericanos, quienes recibieron en 1947 el premio Nobel en reconocimiento de
sus beneficios a amigos y enemigos.
El derecho divino se manifiesta a través de la ley eterna, el derecho natural y la
Revelación, conocidos también estos dos últimos como derecho divino revelado o
derecho divino positivo o derecho divino natural.
Ley Eterna
Al crear Dios el universo le imprimió un movimiento permanente, movimiento que
no es anárquico, sino ordenado por el mismo Creador, y dirigido a su fin de un modo
peculiar y propio según su naturaleza; esto es, a través de lo que llamamos la ley
eterna. Ahora bien, entre todas las criaturas solamente el hombre tiene inteligencia
y voluntad, es un ser libre, por ello, la parte de la ley eterna que se refiere al hombre,
precisamente por esas características, contendrá también peculiaridades
especiales, ya que en el hombre implicará un conocimiento racional de la misma y
una aceptación voluntaria, que traerá consigo su valor moral; por ello, la porción del
derecho divino que se dirige al género humano se llama ley natural. Así como la ley
eterna es en las otras criaturas porque lo es, en el hombre se requiere que a través
de su razón la desentrañe y por medio de su libre voluntad la cumpla, ya que
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precisamente ha sido promulgada en el hombre por medio de la razón y la cual está
sometida desde su nacimiento. Se llama natural porque a ella se llega con las solas
luces de la razón, sin necesidad de la Revelación. Dicho de otra manera, atendiendo
a la naturaleza racional, libre y social del hombre, surge la necesidad de un derecho
superior a los meros convencionalismos humanos, a la voluntad política del Estado
o a otras premisas limitadas por su finitud, en virtud de que se apoya en el supremo
valor de la justicia; de lo que resulta un conjunto de preceptos universales e
innumerables que expresan lo que hay de permanente en la naturaleza del hombre
y reflejan sus conexiones con lo trascendente, con los demás hombres y con el
mundo, estos es el derecho natural, según lo expresado por Legaz.
La Revelación
Ahora bien, el derecho natural no lo debemos considerar como un sistema moral, ni
como derecho ideal, ni como un ideal de justicia, aunque, al igual que estos últimos
lo conocemos por la recta razón. Las características del derecho natural son:
universalidad, inmutabilidad, congnoscibilidad y el valor soteriológico en su
cumplimiento.
Finalmente, el derecho divino positiva, implica la manifestación expresa del Creador
a las criaturas – la Revelación – para que, según Santo Tomás de Aquino, el hombre
pueda saber, sin ningún género de duda, lo que debe hacer y lo que debe evitar.
Las fuentes de la Revelación se encuentran en las Sagradas Escrituras (tanto el
Antiguo como el Nuevo Testamento) y en la Tradición. Un ejemplo de este tipo de
normas podría ser aquel en que Jesucristo expresamente establece materia y forma
de los sacramentos. Las características de los preceptos del derecho divino positivo
son: universalidad, inmutabilidad y obligatoriedad. Una perversión del concepto de
derecho divino fue el utilizado en la época moderna para legitimar el poder de los
monarcas absolutistas, cuando lo definían como el derecho divino de los reyes.
Derecho Absoluto
Podríamos decir que “todo derecho viene de Dios”, e la misma manera como se
dice que “todo poder viene de Dios”. Esta afirmación, sin embargo, es relativa. Si
todo derecho proviene de Dios. Entonces todo derecho es divino. Y si admitimos
que no es un pleonasmo decir derecho justo, implícitamente estamos admitiendo
que puede existir un derecho injusto. Ahora bien, ¿es concebible que este último
también provenga de Dios? Entre los diversos atributos que los filósofos de mayor
fuente están acordes en reconocer al ser Divino, se encuentra el de la
Omnipotencia. El sumo Hacedor, se dice, todo lo puede; es todopoderoso. No se
puede imaginar que por encima de él exista un poder superior, pues entonces
dejaría de tener el carácter de divino, el cual pasaría al ser en cuyas manos
estuviera el poder supremo. De manera que, si el poder de Dios es ilimitado,
ilimitado es también su derecho. ¿Quiere esto decir que el derecho divino queda al
libre arbitrio de la voluntad divina? Más que de la voluntad divina, este derecho
depende de la sapientísima razón del Altísimo, si tenemos en cuenta que también
son atributos de éste, la suma sabiduría y la suma bondad.
Así como un hombre honrado y bueno podría cometer un crimen si quisiera, pero
no lo comete porque su conciencia y su razón se lo impiden, así la razón y la bondad
divina controlan, por así decirlo, la suma voluntad, formando con ella un todo
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armónico. Lógico sería pensar que la acción divina contraviniera los dictados de la
razón suprema. Todo en dios es armonía. La razón ordena, y la voluntad ejecuta.
Llegamos así a la conclusión de que el derecho divino es el sumo derecho, el
derecho absoluto, el derecho total, que Dios posee. Dios posee todo derecho y, sin
embargo, no tiene frente a nadie ninguna obligación. Kant, entre otros, ha hecho
notar igualmente esta carencia de obligación correlativa al derecho divino.
Origen Divino De La Naturaleza
El supremo creador, con todo el poder y todo el derecho que posee, formó el
universo. En una particular de éste encerró al hombre y lo rodeó de una
circunferencia irrompible, incambiable por la voluntad humana: la naturaleza. Esta
circunferencia se rige por leyes naturales que imponen, por decirlo así, obligaciones
estrictas e inviolables a todos los seres de la creación. Pero dentro de toda
circunferencia encontramos siempre el espacio libre del círculo. Dentro de los límites
fijados por las leyes naturales, encontramos un área en la que los entes racionales
tienen cierta libertad de arbitrio (tanto física como psicológica), y los entes
irracionales cierta libertad de movimientos animados o de desplazamiento
inanimados. Es precisamente esta superficie libre a la que hemos denominado
derecho natural, o sea, el derecho de hacer todo lo que la naturaleza permite.
(Frente a las obligaciones naturales, aparecen los derechos naturales.) Este
derecho, según hemos visto, se mide por la fuerza (cualquiera que ella sea: energía
física, inteligencia, habilidad, grande o pequeña) del ser racional o irracional. De
acuerdo con esta idea, sí sé acepta que los animales tienen voluntad, también tiene
entonces derecho: podría decirse, por ejemplo, que el tigre tiene derecho a caminar,
a sentarse, a matar, etc. Todo esto, naturalmente, tomando en un sentido
excesivamente amplio la palabra derecho. Aun cuando estos seres animados
ignoren por decirlo así, sus derechos, los ejercitan digamos, inconsciente e
instintivamente. No es la misma situación la que se presenta en los seres
inanimados: no podemos decir, por ejemplo, que la hoja que se pone en movimiento
al ser impulsada por el aire, ejercita un derecho, sino más bien podría decirse que
cumple una obligación de desplazamiento; la hoja es obligada, dijéramos, por el aire
a mover. Sólo el hombre está capacitado para conocer su derecho de fuerza, que
puede ejercitar o no ejercitar, y con respecto al cual no existe, propiamente
hablando, una obligación. Guillermo de Auxerre expone una concepción semejante
del derecho natural. Distingue tras clases de éste: el ius naturale universalissimum,
el universalius y el speciale. Universalissimum es el derecho natural “que se
encuentra en todas las cosas”. De esta justicia natural trata Platón en el timeo.
Universalius es el derecho natural que la naturaleza dicta a todos los seres
animados, y del cual había hablado Ulpiano. El speciale es el derecho natural que
ha sido dictado por la recta razón.
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DERECHO RACIONAL
Concepto
Como ya dijimos, todo lo justo es racional, pero no todo lo racional es justo: puede
ser ajusto, es decir, ni justo ni injusto; todo lo injusto, en cambio, es irracional.
Ejemplo de derecho racional ajusto es el caso que ya hemos citado de la regla de
tránsito que ordena seguir tal o cual sentido: no es ni justa ni injusta, es simplemente
una "norma de ordenación", según el nombre que le da Radbruch. Desde el punto
de vista del derecho estatal, este precepto es más bien una obligación; desde el
punto de vista del derecho racional, es más bien un derecho, pues la razón no lo
ordena ni lo prohíbe, sino que simplemente lo permite. En último análisis, sin
embargo, toda obligación entraña o implica un derecho: el derecho, cuando menos,
de cumplirla; pero no todo derecho entraña o implica una obligación, a menos que
sea la de no impedir que se ejercite ese derecho. Estas obligaciones de "no impedir"
se asemejarían bastante a las correlativas de los derechos positivos llamados
reales.
De manera que en el derecho racional encontramos, por vez primera, una obligación
correlativa a un derecho. Al derecho de no hacer injusticia (derecho racional en
sentido amplio) corresponde la obligación de no forzar a cometer injusticia; a la
obligación de hacer justicia (derecho racional en sentido estricto: derecho justo)
corresponde el derecho de recibir justicia. Un ejemplo nos aclarará mejor estas
ideas: frente a la obligación justa que tiene el deudor de pagar su crédito al acreedor
(obligación de hacer justicia), existe el derecho justo del acreedor de recibir el pago
(derecho de recibir justicia); frente al derecho de pagar el adeudo (derecho de no
hacer injusticia), existe la obligación de no impedir esta actitud, es decir, que el
deudor pague su deuda a su acreedor (obligación de no forzar a hacer injusticia).
Podría decirse que el acreedor tiene también derecho a no ser impedido a recibir el
pago de su prestación.
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Racionalismo
Desde el punto de vista actual el Derecho natural racionalista de los siglos XVII y
XVIII aparece como el último capítulo filosóficamente poco honroso de un gran tema
de la Filosofía del Derecho europeo. El pensamiento del Derecho natural se inicia
en la antigua Grecia, tiene sus efectos sobre Cicerón, especialmente en su
expresión estoica, luego lo recoge San Agustín y lo adapta a la cristiandad, para
luego alcanzar su mayor esplendor con el aristotelismo cristiano en la Edad Media
y continua influyendo de forma importante hasta los tiempos modernos, hasta que
posteriormente el Derecho natural racionalista, después de deshacerse de sus
justificaciones teológicas, perdiera también su base filosófica para llegar a su
eliminación a través de la crítica de la metafísica, primero de los empiristas ingleses
como Hobbes y luego del “devastador” Kant. Los sistemas del Derecho natural
moderno: El derecho natural de los siglos XVII Y XVIII está marcado por el concepto
de que el Derecho se podría basar en principios superiores, generalmente
comprensibles y obligatorios, por ser accesibles a la razón humana, para
posteriormente, a partir de esos principios, poder derivar, con un procedimiento
asimismo razonable, “more geométrico”, sistemas de Derecho completos con
muchas reglas individuales bien organizadas. K. Luig ha llamado la atención sobre
la arbitrariedad relativa de estos conceptos de sistemas.
Dice al respecto: “Los contenidos del Derecho natural se determinaron por lo que
los diferentes teóricos del Derecho creían observar en la naturaleza. Cada teórico
del Derecho tenía en este punto absoluta libertad. Y al respecto existen tan grandes
diferencias que ya casi no se puede hablar de “un” Derecho natural. Los temas
principales eran los derechos y las obligaciones del individuo frente a Dios, frente a
sí mismo y frente a sus congéneres en el ámbito privado y en la sociedad, en sus
diferentes niveles, desde la familia, la casa, la ciudad, el Estado y la comunidad
internacional.
Los sistemas de Derecho natural, sin embargo, llegaban en muchos casos a los
mismos resultados, ya que se movían en las rígidas tradiciones del Derecho romano
y del Derecho alemán u otros Derechos locales. Además, asumían impulsos del
espíritu dominante de la época, en la fase final concretamente de la época de la
Ilustración; esto les garantizaba ser aceptados. De esa forma se convirtió el Derecho
natural en la base de las grandes codificaciones que se realizaron en la segunda
mitad del siglo XVIII. Es, al mismo tiempo, parte integral y la expresión ilustrativa de
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aquella teoría social del Derecho natural la que se puede considerar como el
fundamento ideológico del Estado de Derecho moderno.
Racionalidad Humana.
El ser humano puede usar la razón para evaluar la mejor manera de alcanzar un
determinado objetivo. El ser humano tiene otras formas para tomar decisiones o
idear comportamientos donde la racionalidad no parece el principal factor. Estas
decisiones o comportamientos, adjetivadas a veces como "irracionales" en realidad
esconden frecuentemente aspectos de racionalidad limitada y aspectos de imitación
social otras veces. Algunas conductas humanas parecen completamente
"irracionales" (desde la perspectiva de la maximización de la satisfacción a corto
plazo), y muy pocas son completamente "racionales" (en el sentido de maximizar la
consecución de un objetivo). Generalmente suele decirse que todos los humanos
son racionales, pero tal afirmación pasa por alto que existen humanos que no actúan
de acuerdo a lo que se define por racional o lo hacen en un grado disminuido, por
ejemplo, bebés, discapacitados psíquicos graves, seniles, etc. Es por ello que a
estos individuos no se les exigen los mismos deberes que a humanos plenamente
racionales. Evolutivamente, la racionalidad humana surgió a partir de un conjunto
de mecanismos cerebrales, que permitían conductas más complejas basadas en la
percepción, la memoria y el procesado eficiente de nueva información con el fin de
favorecer la supervivencia de los individuos. En el caso de los seres humanos,
la sociabilidad y la tendencia de la especie a formar grupos de individuos
emparentados entre sí y que son capaces de reconocer a sus parientes y formar
alianza llevó al desarrollo de capacidades sociales específicas, que facilitarían el
desarrollo del lenguaje humano y por tanto de una racionalidad discursiva, y la
capacidad de transmitir comportamientos complejos a las nuevas generaciones,
que es la base de la tecnología humana.
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exigencias de la racionalidad, ni tampoco nuestras intenciones a la hora de actuar,
ni la forma como lo hacemos. La racionalidad es, desde este punto de vista, una
aspiración humana, más que una realidad. Por esta razón muchas personas
consideran necesarias las religiones, son un atajo a nuestra mente, frente a la
agotadora realidad de hacer frente nosotros solos a absolutamente todas las
situaciones. En la filosofía de la ciencia del siglo XX una de las grandes críticas a la
noción clásica de racionalidad provino de la Tesis de la Inconmensurabilidad, la cual
daba lugar a una racionalidad valorativa que permitía Desacuerdos Racionales.
Racionalidad y Derecho
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en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Weber considera el
"racionalismo" como "... un concepto histórico, que encierra un mundo de
oposiciones". También resulta útil tener en cuenta, como advierte Schluchter, que
el tema de la racionalidad y la racionalización se presentan en Weber en una doble
perspectiva: primera, la relación de la racionalidad de una acción social y del orden
social, y segundo, la variación de la racionalidad dentro y a través de las distintas
culturas.
Puede que parezca contradictorio destacar por un lado que la noción de racionalidad
aparezca en Weber como relativa a distintos puntos de vistas y direcciones, y por el
otro reconocer que él mismo utiliza también el término con una connotación objetiva
en el sentido de racionalidad científica y técnica. La aclaración de este punto nos
plantea cuestiones de la teoría weberiana del conocimiento científico y las
connotaciones filosóficas de sus estudios sobre los procesos de racionalización. En
el fondo subyace la tesis que sobre las cuestiones valorativas no hay solución última
que no sea subjetiva, pero sobre el conocimiento de los hechos sí cabe alcanzar
una validez objetiva. Para Weber las verdades lógicas y matemáticas son
normativamente correctas y constituyen el a priori de todas y cada una de las
ciencias empíricas. A su vez, con los recursos de la experiencia científica pueden
efectuarse comprobaciones empíricas objetivamente válidas que son también la
base de reglas técnicas objetivamente válidas. Tales reglas técnicas se construyen
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mediante la inversión de proposiciones causales (para el fin y es adecuado el
medio x, porque empíricamente "de x se sigue y").
Nos cabe ahora establecer la relevancia que tienen esos diversos sentidos en que
Weber emplea el término "racionalidad" dentro de su obra, respecto de su sociología
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del derecho en particular. Para Zaccaria el segundo de los significados por él
identificados, que podríamos llamar de "racionalidad teórica", es el que prevalece
tanto en la sociología del derecho, como en la sociología de la religión. Sin embargo,
como el mismo Zaccaria reconoce, todos estos sentidos se entrecruzan en
recíprocas y complejas relaciones. Por ello, para la propia sociología del derecho
no dejan de ser relevantes los tres sentidos de racionalidad ya señalados.
En un pasaje clave para el análisis de este tema, Weber sostiene que un derecho
puede ser "racional" en muy diversos sentidos, de acuerdo con las diferentes
direcciones de racionalización seguidas por el desenvolvimiento del pensamiento
jurídico. Dos son las operaciones intelectuales que según Weber racionalizan un
derecho y entre ellas encuentra una diferencia de complejidad:
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relaciones de los individuos con el sistema y con los demás individuos, pudiéndose
hablar entonces de una perspectiva intersubjetiva.
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CONCLUSIONES
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Bibliografías
E-grafías
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