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La Matanza Del 2 de Agosto de 1810

El documento resume los eventos que llevaron a la masacre del 2 de agosto de 1810 en Quito. Después de que la primera revolución quiteña fracasara, Juan José de Guerrero y Matheu traicionó la causa revolucionaria y entregó el poder de vuelta al Conde Ruiz de Castilla. Luego de que llegaran tropas realistas de Lima bajo el mando de Manuel Arredondo, muchos líderes patriotas fueron arrestados y encarcelados. Finalmente, Ruiz de Castilla y Arredondo ordenaron la masacre de

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La Matanza Del 2 de Agosto de 1810

El documento resume los eventos que llevaron a la masacre del 2 de agosto de 1810 en Quito. Después de que la primera revolución quiteña fracasara, Juan José de Guerrero y Matheu traicionó la causa revolucionaria y entregó el poder de vuelta al Conde Ruiz de Castilla. Luego de que llegaran tropas realistas de Lima bajo el mando de Manuel Arredondo, muchos líderes patriotas fueron arrestados y encarcelados. Finalmente, Ruiz de Castilla y Arredondo ordenaron la masacre de

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LA MATANZA DEL 2 DE AGOSTO DE 18101

Javier Gomezjurado Zevallos2

Luego del golpe del 10 de agosto de 1809 e instalada la Junta Suprema, ésta
terminó por desbaratarse, no sólo por la contrarrevolución que el depuesto
presidente de la Audiencia Manuel Urriez, Conde Ruiz de Castilla, había venido
preparando; sino también por el errado accionar político de la Junta, cuyos
integrantes -autores de la revolución- terminaron desertando de la misma,
surgiendo la idea de algunos de sus vocales de restituir en el poder al decrépito
Conde Ruiz de Castilla.

En efecto, y luego de la renuncia del Marqués de Selva Alegre a la Presidencia


de la Junta a principios de octubre de 1809 -así como de otros miembros,
algunos de ellos nobles que no apoyaban las ideas radicales de autonomía e
inmediata independencia-, los vocales que quedaron buscaron una solución
intermedia para no dejar la Junta Suprema, la cual consistió en encargar su
dirección al vetusto Conde. El pueblo, que no había sido tomado en cuenta,
rechazó dicho nombramiento y una multitud enfurecida invadió violentamente el
Palacio y reclamó a gritos su derecho para hacer tal designación. El
nombramiento quedó sin efecto.

Juan de Dios Morales y Manuel Rodríguez de Quiroga, cerebros del golpe de


agosto, intentando salvar la revolución, optaron por el menor de los males, y
propusieron a Juan José Guerrero y Matheu como reemplazante de Selva
Alegre. Mariano Villalobos, patriota que desconfiaba de marqueses y de nobles,
rechazó enérgicamente esta designación; ello le costaría su vida en agosto de
1810. Sin embargo, se terminó designando a Guerrero, quien lejos de ofrecer
ventajas a la causa revolucionaria, sirvió más bien para precipitar los
acontecimientos hacia el desenlace fatal.

El historiador Manuel María Borrero, en su obra La Revolución Quiteña señala


que Guerrero era hombre de acendrado españolismo, incapaz de reconocer
ningún derecho al pueblo, a los que llamaba plebeyos, aferrado a su estatus
social y económico, soberbio e impulsivo; arrojó la máscara y dio el golpe de
gracia a la revolución. Hizo perder la autonomía de la Junta, y con golpe artero
1 Publicado en Javier Gomezjurado Zevallos, Desempolvando la Historia, Quito, Casa de la
Cultura Ecuatoriana, 2014, pp. 63-69.
2 Javier Gomezjurado Zevallos (Guayaquil, 1964). Doctor en Sociología y Ciencias Políticas,

Universidad Central del Ecuador; Magíster en Historia Andina, Magíster en Desarrollo, y


Especialista Superior en Gestión Ambiental, Universidad Andina Simón Bolívar. Docente de la
Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador, miembro de número de la
Academia Nacional de Historia, miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia,
de la Academia Nariñense de Historia, de la Real Academia de Historia, de la Academia de
Historia del Estado de Carabobo-Venezuela; de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de otras
instituciones. Autor de varios libros, entre ellos, Sangolquí Profundo; Genealogías mestizas;
Historias y anécdotas presidenciales; Construyendo nuestra identidad; Velasco Ibarra, textos
políticos; Desempolvando la Historia; Vicente Rocafuerte, pensamiento y práctica política; Las
bebidas de antaño en Quito; Quito, historia del Cabildo y la ciudad; Memorias de la política; El
Panecillo en la historia; Historia de la muerte en Quito; Amor y sexo en la historia de Quito; y de
numerosos ensayos monográficos sobre temas históricos, sociológicos, políticos y costumbristas.

1
desvirtuó por completo la naturaleza de la misma y anuló la esencia del
movimiento revolucionario y lo traicionó.

Guerrero se hizo cargo de la Presidencia el 12 de octubre y enseguida entabló


negociaciones con Ruiz de Castilla, mientras que Juan Pío Montúfar salía de la
ciudad en compañía del Dr. Luis Quijano. El 14 de octubre Ruiz de Castilla
escribió desde Iñaquito –donde se encontraba en una hacienda- a Juan de
Salinas, pidiéndole su colaboración para que las cosas volvieran a su antiguo
estado. El 24 de octubre Salinas conferenció con el Conde, quien después de
ello suscribió unas Capitulaciones con la Junta y volvió al mando de la
Presidencia. Al día siguiente Ruiz de Castilla salió de su confinio en Iñaquito y
fue recibido en triunfo en Quito por el grupo español. La primera revolución
estaba terminada.

El 24 de noviembre arribaron las tropas de Lima al mando de Manuel Arredondo;


Ruiz de Castilla disolvió las de Quito pues estaba fuerte otra vez y comenzó a
maquinar su venganza, a pesar de haber dado su palabra de honor de no
proceder contra ningún ciudadano que intervino en el movimiento revolucionario.
Las fuerzas del Batallón Real de Lima, que llegaron casi al mismo tiempo que se
reinstalaba el gobierno de Ruiz de Castilla, estaba conformado de quinientos
hombres: doscientos veteranos y trescientos zambos, maleantes que habían
sido liberados de las cárceles de Lima.

De acuerdo con lo manifestado por el historiador Borrero, de nada le sirvió a


Juan de Salinas haber actuado con cortesía y agasajos hechos a Ruiz de
Castilla, como haberlo escoltado desde Iñaquito al Palacio; pues éste una vez
apoyado por las tropas limeñas, dio órdenes de arresto contra los próceres. El 4
de diciembre de 1809 el prócer Salinas se hallaba en su casa situada en la Plaza
Mayor, contigua al Ayuntamiento y oyó el rumor de gente alarmada. Se asomó
con su familia a la ventana y vio que atravesaban la plaza escoltados los doctores
Morales y Juan Pablo Arenas, en dirección al Cuartel Real. La misma escolta
regresó luego y en momentos en que Salinas se sentaba a la mesa del comedor,
le fue presentada la orden de prisión. Con aspecto al parecer sereno, salió con
los esbirros de Arredondo, ascendió al pretil de la Catedral para seguir al mismo
cuartel y desde allí dirigió el último saludo de despedida a su atribulada esposa,
que le miraba con ansiedad.

Por las calles, la gente veía transitar a escoltas armados, rompiendo cerrojos,
allanando habitaciones, capturando individuos y llevándolos presos a la cárcel,
al presidio –frente al Carmen Bajo-, o al Cuartel Real, ocupado por los pardos.
En la población había alarma, desconcierto, inquietud, desasosiego, y los
ciudadanos querían escapar donde sea o esconderse en cualquier lugar. Se
cerraron las tiendas, se abandonaron los talleres, los negocios y las faenas. Todo
quedó abandonado, las campanas se silenciaron y las calles estaban desiertas.
Fue el día del hambre, del sobresalto, de las despedidas y de las lágrimas; y
entre la gente se hicieron testamentos verbales y se dejaron instrucciones y
disposiciones reservadas. La noche del 4 de diciembre fueron capturados José
Correa, Antonio Castelo, Juan Pablo Espejo y el cura Riofrío.

2
Por su parte, el Marqués de Selva Alegre escapó con su hermano Pedro
Montúfar, se ocultó, y en diciembre de 1809 y desde el obraje de Chillo, huyó a
sus propiedades que tenía en Angamarca. El gobierno realista lo atacó y fueron
tomados presos su hermano Pedro y su hijo Javier; el primero salió libre y el
segundo escapó justamente la tarde del 2 de agosto por la quebrada del Cuartel.

En diciembre de 1809 se inició el proceso judicial en contra de todos los


involucrados en el golpe del 10 de agosto, y por orden de Ruiz de Castilla no se
exceptuó estado, clase ni fuero. Quiroga declaró el día 11, y Morales, luego de
demostrar su vasta erudición en temas jurídicos, concluyó diciendo: “…Morir
para mí no es otra cosa que una acción de la vida y quizá la más fácil. Tan frágil
y miserable existencia no vale la pena de incomodarse, pero, me debo a la
República y la juzgo interesada en mi vindicación”.

El 12 y 13 de diciembre de 1809 Salinas rindió su declaración. Manifestó: “...que


estando ya desnudo en cama a las diez y más de la noche del 9 [de agosto], le
llamaron de parte del pueblo que se había juntado...” La confesión de Morales
de ser el único autor del plan subversivo permitió a Salinas negar su participación
en él. A decir del historiador Carlos de la Torre, “…Si Salinas hubiere meditado
que al escribir su defensa estaba compareciendo ante el Tribunal de la Historia,
jamás habría caído en una serie de vacuas justificaciones. El terror y las
amenazas que se cernían sobre su existencia, le hicieron vacilar y hasta
tácitamente arrepentirse de su línea de conducta que ante la posteridad le ha
rodeado con los resplandores huidizos de la gloria. Estas grietas que parten la
unitaria reciedumbre de su personalidad, le colocan en un punto equidistante de
la traición y el heroísmo, la humanizan en la plenitud de su desasosiego. Eso, es
lo que fue Salinas: un hombre que sentía la luminosa llamada del heroísmo y
que a la vez se sentía enraizado a la tierra movediza en que el miedo a la muerte
hace olvidar el amor a la gloria. El traidor es infra-hombre y el héroe un super-
hombre. Salinas fue “nada menos que todo un hombre”.

Las semanas subsiguientes se receptaron las declaraciones del resto de los


detenidos. Defensas, alegatos y recusaciones iban y venían, así como los días
transcurrían con los próceres presos en las malolientes y húmedas mazmorras
del Cuartel Real. Las autoridades reales mostraron siempre una parcialidad en
contra de aquellos detenidos, y la sentencia, ansiosamente esperada nunca se
dio ya que los acontecimientos se precipitaron, en los que tuvo culpa el anciano
Conde quien tejió el trágico desenlace.

Ante los rumores sobre una autorización concedida por Ruiz de Castilla para que
saquearan la ciudad las tropas realistas, el 7 de julio de 1810 se produjo una
asonada popular para protestar contra esas probables noticias, la cual fue
apaciguada. A consecuencia de ello, Ruiz de Castilla y Arredondo ordenaron al
capitán Fernando Bassantes victimar a los patriotas reducidos en prisión al
menor indicio de insurrección pública. La muerte estaba ya decretada.

A la una y treinta de la tarde del dos de agosto de 1810 las campanas de la


Catedral comenzaron a tocar a rebato. Unos pocos civiles desprovistos de armas
de fuego asaltaron el presidio frente al Carmen Bajo, tomaron de sorpresa a la
guardia, se proveyeron de fusiles, y antes los desconcertados soldados,

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liberaron a los presos. Asaltantes y liberados se dirigieron hacia el Cuartel Real,
donde se acantonaron los zambos limeños. Con la complicidad de algún guardia,
los patriotas ingresaron al Cuartel. El capitán Nicolás Galup les salió al encuentro
sable en mano y uno de los asaltantes le atravesó el corazón con la bayoneta
del fusil, cayendo muerto.

Era casi las dos de la tarde y comenzó la intentona de liberar a los presos. Pero,
¿dónde se hallaban ellos? Hoy, los visitantes que acuden el Museo del Cuartel
o Museo de Cera se preguntan cómo en ese pequeño sótano pudieron estar
cerca de cuarenta personas y ser asesinadas. Pues la verdad reside en el hecho
de que el Cuartel en aquel entonces tenía tres patios, dos calabozos, once
cuartos altos y dos cuartos bajos, los cuales fueron destinados a prisión. En el
cuarto bajo del segundo patio estuvo el cura Riofrío, y en la única celda del tercer
patio estuvo el doctor Arenas, considerados como los más peligrosos de todos.
En el resto de cuartos, altos y bajos, se ubicaron al resto de presos, algunos con
grillos y en grupos de dos, de tres y de cinco, a tal punto que un mes antes de la
tragedia había 38 presos.

Volviendo a los atacantes, éstos ingresaron al Cuartel Real, y hubiera sido


realmente un triunfo la liberación de los próceres, si los mulatos limeños no
recibían el apoyo de los soldados auxiliares de Santa Fe, que se hallaban
acantonados en el Cuartel adjunto al Cuartel Real. De acuerdo con el historiador
Fernando Jurado, ingresada la tropa santafereña, se trabó un desigual combate
con los asaltantes quienes luchaban por salvar a los patriotas presos. Antes de
la llegada de la tropa auxiliar, apenas alcanzaron a liberar al cura Antonio Castelo
y a Manuel Angulo, quienes escaparon. Penosamente no pudieron salvar a
Vicente Melo, preso en un cuarto contiguo a los anteriores y menos aún a los
encarcelados en la parte alta. Algunos de los asaltantes fueron asesinados y
otros alcanzaron a escapar; salieron las tropas de los cuarteles y empezaron a
disparar como locos contra cuantas personas veían en la Plaza Mayor, matando
una india, un covachero y a un músico que iba hacia el Carmen.

La plaza quedó despejada y ya no había contra quién combatir, pero había


todavía a quiénes asesinar. Adentro del cuartel se cumplió la orden dada por
Arredondo de matar a los presos. El historiador Jurado señala que Morales
recibió varios balazos y en medio de su agonía le trituraron el cráneo con la
culata de los fusiles. Salinas, moribundo, fue muerto en su cama con cuatro
balazos en la cabeza y varias cortaduras en el pecho. Aguilera, durmiendo la
siesta, fue atrozmente sacrificado. Baleados y despedazados con hachas y
sables lo fueron Juan Pablo Arenas, José Luis Riofrío, Juan Larrea Guerrero,
Antonio de la Peña, Manuel Cajías y otros. A Mariano Villalobos y a Atanasio
Olea les destaparon los sesos a sablazos y hachazos. Vicente Melo cayó con un
balazo en la boca. La joven Isabel Bou, fue también herida y empapada en la
sangre de su marido Juan Larrea, habiendo este caído muerto a sus pies. Una
esclava de Quiroga, que estaba embarazada y que concurrió al cuartel en unión
de las hijas de este prócer, fue victimada sanguinariamente por los mulatos.
Salieron las hijas del prócer y rogaron al oficial por la vida de su padre; pero el
cadete Jaramillo le dio un sablazo en la cabeza a Quiroga, quien fue ultimado
con dos balazos más. Cerca de allí, José Vinueza había sido macabramente

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despedazado, a tal punto que al siguiente día su cadáver estuvo entre los no
identificados.

Ninguno de los presos se libró, salvo el ambateño Mariano Castillo, que fingió
estar muerto y fue transportado entre los cadáveres que debían velarse en San
Agustín, donde fue auxiliado por los curas agustinos. Nicolás Vélez había salido
unos días antes cuando fingió estar loco y se salvó.

Consumado el sangriento sacrifico de los próceres, los soldados sedientos de


venganza, muerte, saqueo y violación salieron a las calles y sembraron el terror
en la ciudad, bajo la orden del oficial Bassantes de matar quiteños. El resultado
fue cerca de 300 muertos y 200 heridos. Ese día fue el epílogo de la primera
gesta de independencia que había iniciado casi un año antes, el 10 de agosto de
1809.

*************************

Principales fuentes bibliográficas

- Borrero, Manuel María, La Revolución Quiteña. 1809-1812, Quito, Editorial Espejo, 1962.
- De la Torre Reyes, Carlos, La revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, Edic.
Banco Central del Ecuador, 1990.
- De Guzmán Polanco, Manuel, Quito Luz de América, Quito, UNAP, 2009.
- Jurado, Fernando, Quito Secreto, Quito, Grupo Cinco – Producción Gráfica, 1998.
- Saad Herrería, Pedro, Antes del amanecer. Antecedentes de la independencia, Quito, Crea
Gráfica, 2007.
- Salvador Lara, Jorge, La Patria Heroica, Quito, Editorial Fray Jodoco Ricke, 1961.

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