Alejandro Jodorowsky
El pato Donald y el budismo zen
A veces, leyendo distraídamente un libro, somos sorprendidos por
unas líneas que nos sumergen en una especie de benéfico terror. Parece ser
que sólo podemos comprender lo que ya conocemos... Gurdjieff dijo que las
ideas necesitaban tiempo para ser comprendidas. La conciencia las guarda
como un estómago de rumiante y poco a poco las va digiriendo hasta que las
nuevas concepciones penetran el total del individuo. Pero, también, a veces,
nos meten un “gol psicológico”. Algo nuevo irrumpe bruscamente en nues-
tro ser saltando toda clase de defensas. Y como toda nueva idea asimilada
produce necesariamente un cambio, (“Cambio” igual a “muerte”) por inercia,
nos aterramos.
Estos últimos días sentí ese terror de comprensión dos veces. La
primera, leyendo “Toutankhamon”, de Cristiane Desroches-Noblecourt,
(Hachette). La autora, después de dedicar todo un capítulo a desmitificar las
leyendas de “venganzas de faraones” que periodistas venales inventaron,
termina reconociendo que sólo dos acontecimientos podrían merecer el
nombre de “sobrenaturales”. El primero se refiere al apagón que sumió en la
oscuridad a todo El Cairo en el mismo instante en que murió Lord Carnavon,
el mecenas que protegió al descubridor de la tumba de Tutankamón. Una
encuesta llevada a cabo no pudo explicar esta extraña pana de corriente. (La
palabra “casualidad” afloró a mi mente. Un hecho fortuito y poéticamente
bello, eso es todo, me dije. Pero el segundo hecho me erizó los cabellos). “En
Inglaterra, en el momento exacto de la muerte de Lord Carnavon, tomando
en cuenta la diferencia de horarios, el perro favorito de éste se puso a aullar
sin que nadie pudiera callarlo, hasta que cayó muerto”. Los acontecimientos
son reales. Cualquier persona puede verificarlos consultando el libro que
mencioné. Si la mente de un perro tiene el poder de viajar de Inglaterra a
Egipto y enterarse de la muerte de su amo, ¿qué no podrá el cerebro humano?
¿He empleado bien la palabra “cerebro”? Responder a mi última pregunta
implica relatar cómo sentí el “Terror benéfico” por segunda vez:
Estos últimos días mis lecturas se han concentrado en el libro
“Wou-men-kouan” (48 koans clásicos del Budismo Zen) y en una selección
del Pato Donald. La historieta del “Pato Bombero” corresponde exactamente
al mensaje de los koans 42 y 44.
Comencemos por el Pato Donald. He aquí el resumen del cuento: el
jefe de los bomberos invita al Pato Donald a formar parte del cuerpo de
voluntarios. Se lo cuenta a sus sobrinitos. Estos también quieren participar,
pero su tío, considerándolos unos bobos, los obliga a quedarse en casa. Le
dan un equipo con la condición de que al escuchar la alarma salga inme-
diatamente con él hacia el incendio. Si llega puntualmente recibirá una
medalla de cobre. El pato, orgullosamente, vacía un cofre diciendo que le
servirá para guardar las medallas que va a ganar. Esa noche suena la bocina
pero el pato no se despierta. Sus sobrinos lo sacan del sueño. El pato se lanza
hacia el incendio olvidando el casco, luego el hacha, luego los pantalones.
Cuando logra equiparse ya es tarde. La casa que quería apagar es un montón
de escombros y los bomberos ya se han marchado. Al día siguiente lo llama
el jefe y le da un puesto menos importante. Le han quitado el hacha y en su
lugar le encargan un pequeño extintor. En la noche vuelve a sonar la alarma
y el Pato vuelve a quedarse dormido. Lo despiertan sus sobrinos. Esta vez se
viste con mucho cuidado pero en su apresuramiento, en lugar de tomar el
extintor, agarra una bomba de insecticida. Al tratar de apagar el fuego hace
que éste se extienda más. Al otro día el jefe lo rebaja aún de categoría. Ahora
apagará el fuego con un costal. Sus sobrinos para ayudarlo deciden organizar
en la calle un pequeño incendio para que el tío no se sienta tan deprimido y
trabaje. El Pato, mientras tanto, encuentra un paquete de cohetes y los guarda
en un bolsillo por estimarlos peligrosos. “Tío, ¡hay un incendio en la calle,
debes tomar tu costal y salvar la ciudad!”. El Pato apaga la pequeña fogata
pero se le incendia la chaqueta. Corre a su casa. Estallan los cohetes. El salón
comienza a incendiarse. Los niños traen una manguera y apagan el fuego.
Llega el Jefe de Bomberos y los admite en la compañía. Esa noche al sonar la
alarma, los niños se despiertan y gritando “¡Hay que ir deprisa!¡Ningún
obstáculo nos detendrá!” parten hacia el incendio en un modernísimo carro
equipado con todos los adelantos, mientras de pie, en la calle, con su mise-
rable costal en la mano, el Pato Donald los ve alejarse, murmurando “¡Tie-
nen mucha suerte!”.
En esta fábula se presentan muchos temas, desde el héroe que se
duerme, hasta la lucha contra el fuego prometeico, pasando por la elimina-
ción de objetos como camino de llegar al Yo original.
Quisiera citar la epopeya de Gilgamesh. En la tableta once un inmortal,
para probarle Gilgamesh su propia debilidad, le recomienda que trate de no
dormir durante seis días y siete noches. Gilgamesh cierra levemente los ojos
y se duerme. El Inmortal dice a su mujer: “Mira a este hombre que quiere
vivir eternamente y que no es capaz ni siquiera de liberarse del sueño.
Cuando se despierte, va a negar que se ha dormido porque todos los hombres
son mentirosos. Tú le proporcionarás la prueba de lo contrario. Cada día
fabrica un pan y ponlo al lado suyo”. Al séptimo día, el Inmortal despierta a
Gilgamesh. Este dice furioso: “¡Cómo, apenas entrecierro los ojos un mo-
mento y ya me empujas para despertarme!”. Pero cuando le muestran los
panes, el primero más podrido que los recién fabricados, Gilgamesh se da
cuenta que ha dormido seis días y siete noches...
Este mentirse a sí mismo lo describe magistralmente Dostoyewski en
“Crimen y Castigo”. Un preso condenado a muerte, quiere dormir toda su
última noche. Se despierta un minuto. En ese minuto se despierta también un
perro que ladra un minuto. Ambos se duermen. Horas más tarde pasa lo
mismo: El preso se despierta un minuto al mismo tiempo que el perro ladra
un minuto. Al amanecer sucede lo mismo por tercera vez. El preso se des-
pierta en la mañana diciendo que no pudo dormir porque toda la noche ladró
un perro.
A juzgar por los textos mesopotámicos, la más antigua preocupación
de los hombres es “despertar totalmente”. Todas las doctrinas esotéricas
subrayan esta “maña” del hombre que le hace unir sus pequeños estados de
conciencia, como el prisionero de Dostoyewski, y olvidar que entre ellos hay
grandes lagunas de sueño. La totalidad del Budismo Zen está basada en este
despertar o iluminación llamada “Satori”. “No hay Zen sin Satori que es el
alfa y el omega del Budismo Zen. El Zen desprovisto de Satori es como un
sol sin luz ni calor... El satori puede ser definido como una mirada intuitiva
en la naturaleza de las cosas en contraste con la comprensión lógica o ana-
lítica. Prácticamente significa el descubrimiento de un mundo nuevo,
desapercibido hasta ahora a causa de la confusión de un espíritu formado en
el dualismo. Al alcanzar el satori, todo lo que nos rodea es visto bajo un
ángulo de percepción hasta ahora desconocido. Para los que obtienen el
satori, el mundo cambia.... (“Essais sur le bouddhisme zen” D. T. Suzuki,
Editions Albin Michel).
Pasemos al Koan 44: “El bastón de Pa-Tsiao”. El maestro Pa-Tsiao
dice a los monjes en su sermón: “Si tenéis un bastón, os doy el bastón. Si no
tenéis bastón, os quito el bastón”. Estas mismas frases se encuentran casi
idénticas en el Nuevo Testamento. “Porque se le dará a aquel que tiene y
tendrá abundancia; pero a aquel que no tiene se le quitará incluso lo que
tiene”. (San Mateo, 13, 12; 25, 29). “Cuidado con la manera con que escu-
cháis, porque a aquel que tiene se le dará y a aquel que no tiene incluso lo que
crea tener le será arrebatado”. (San Lucas, 8, 18; 19, 26).
Analicemos estas frases a la luz del Pato Donald. Nuestro personaje
recibe un “llamado” pidiéndole que apague el fuego. Se le da un bastón sa-
grado en forma de un hacha. (Todos los maestros budistas zen usan en sus
sermones este bastón que tiene su raíz en el Tao. El Taoísmo elige este
símbolo extrayéndolo del reloj de sol. Se enterraba una varilla en la tierra y
siguiendo el cambio de la sombra se podía ver la hora, el cambio de día en
noche, de verano en invierno. El bastón estaba en medio de la luz y la sombra
y a través de su presencia las dos poderosas fuerzas del Universo, Yin y
Yang se manifestaban. El bastón entonces venía a significar el Yo original.
Un bastón que por más que se alargue nunca llega a la sobre abundancia; por
más que se le acorte nunca se agota. Como dice Nicolás de Cues, el “Má-
ximo absoluto y el Mínimo absoluto coinciden”...). Al recibir el llamado
místico, el Pato Donald peca por orgullo. Rompe la ley: “Piensa en la obra y
no en fruto” (Bagavadghitta). Se pavonea con los frutos que va a obtener: un
puesto de gran responsabilidad del que su yo narcisístico sacará caricias y
una medalla de bronce. (Si fuera un verdadero valor, la medalla sería de oro).
Piensa además guardar estos premios en un baúl, símbolo de su ego cerrado.
La idea del premio ha aterrado a todos los santos. Siempre piden que se les
dé el infierno por miedo a amar a Cristo sólo por deseo de obtener el paraíso
y no por Él mismo. Los sobrinos que encarnan la lucha generacional, - son
los nuevos ejemplares de hombres, jóvenes, asociados en grupo- (“mejores
son dos que uno, porque si uno cayere ¿quién lo levantará?” “Un haz de
varillas no presto se rompe” Eclesiastés)- representan al moderno pensa-
miento colectivo, a la gestalt, a la realización social antes que individual.
Ellos son tres y a la vez uno. Hablan una frase dividiéndose las palabras. Así:
A.-“Suena la alarma... B.- ... y el tío debe... C.- estar dormido”. Estos so-
brinos relegados por el pensamiento ególatra son los que despiertan al sonar
de la alarma. Son los que se preocupan de apagar el fuego anónimamente,
son los que piensan en la obra y, por último, son los que tratan de ayudar al
Otro. Ellos “tienen” y por eso se les da el mejor carro de bomberos. El pato
Donald “no tiene”. Por eso mismo se le va quitando. Al final ni siquiera
puede apagar el fuego que hay en él mismo. Este fuego interior pide agua,
¿qué significa esto?
Tellarhd de Chardin nos da la respuesta: “El fuego, este principio del
ser... Al comienzo había el Verbo... no había el frío ni las tinieblas; había el
Fuego... y por la virtud de su inmersión en el seno del Mundo, las grandes
aguas de la materia, sin un temblor, se cargaron de vida. Nada tembló, en
apariencia, bajo la inefable transformación. Y sin embargo, misteriosa y
realmente, al contacto de la sustancial Palabra, el Universo, inmensa Hostia,
se hizo Carne. Toda materia está desde ahora encarnada, Dios mío, por tu
encarnación”.
El llamado de la Palabra-Fuego Divino necesita del Pato Donald para
que este le riegue el agua de su materia. El Pato, al dormirse, no deja que se
provoque la comunión y al no apagar el fuego, la divinidad no puede en-
carnarse en él.
Pasemos al Koan 42. “La mujer sale de su concentración”. Una mujer
cae en concentración junto a Buda. Otros santos se quejan porque ella me-
rece este honor de estar junto al Buda. Ese les dice que la saquen de su me-
ditación. Ninguno puede. Llama al buda a “Ignorancia”. Este se acerca a la
mujer, hace sonar sus dedos y ella se despierta inmediatamente.
El contenido es muy claro: ni la ciencia no la discusión ni la investi-
gación pueden dar el Satori. Sólo la Ignorancia, sin forma, lo encuentra.
Houang-Po dice en su “Esencia de la ley que se transmite por el espíritu”:
“Incluso si todas las divinidades pasan sobre las arenas del Ganges, estas no
son felices. Incluso si todos los corderos, insectos y hormigas pasan ho-
llándolas con sus pies, las arenas no se encolerizan. Las arenas no desean ni
envidian tesoros maravillosos y perfumes refinados. Las arenas tampoco
odian las carroñas ni las basuras malolientes. Este espíritu es el espíritu sin
conciencia”.
El Pato Donald, moderno Prometeo, recibe el llamado para que apa-
gue su pequeña hoguera mental, producto de unos cuantos cohetes, y se
sumerja en el gran fuego-inconsciente-universal. Es evidente que la anor-
malidad del exceso de pensamiento dualístico, hace sufrir al hombre. He
aquí por qué el Pato chilla cuando se le comienza a quemar la casa. Necesita
el satori, pero le teme. Deja la oportunidad y tristemente, aferrado a su costal
filosófico, ve alejarse a las nuevas generaciones diciendo para consolarse:
“¡Tienen mucha suerte!”. Creyendo que ellos no obtuvieron por un trabajo
interior constante que respondía a todas las llamadas, sino que sin trabajar les
dieron.
¡Pobre Pato Donald! Todo se le irá quitando, porque, aferrado a sus
concepciones mentales anquilosadas, espera que le den, sin trabajar por lo-
grarlo.
¿Y cómo lograr? El camino para el Pato Donald está trazado en el
cuento: debe dedicarse a limpiar su baúl, arrojando de él todas las medallas
de cobre.
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PDF original de www.ultranet.cl/axolotl/biblioteca03.htm