Actos motores oro-faringo-faciales y praxias fonoarticulatorias.
Schrager, OL 1 ; O’Donnell, CM 2
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Publicado en la revista "Fonoaudiológica" de la Asociación Argentina de
Logopedia, Foniatría y Audiología en
diciembre de 2001, Tomo 47- Nº 3; págs. 22 - 32.
Registro de propiedad intelectual Nª 213264.
Introducción
Dos interrogantes guían el desarrollo de este artículo:
1) ¿las llamadas “praxias”, tanto respiratorias como alimentarias,
son en realidad actividades práxicas o deberían considerarse tan sólo como
actos sensoriomotores?;
2) ¿actos motores tales como los vinculados a los mecanismos de la
respiración, la succión y la deglución son en realidad los ‘antecesores’
directos de la fonoarticulación del habla?.
Es nuestra impresión que tener que analizar, comprender y explicar diversas actividades
orales, faríngeas y faciales que tienen finalidades nítidamente disímiles -para las que se
utilizan las mismas estructuras, no las mismas funciones- obliga a tener en cuenta no
sólo la dinámica de la acción, sino también los consiguientes procesos discretos y
diferenciados de realimentación. Al mismo tiempo, deben razonablemente implicarse en
el análisis las varias y variadas representaciones mentales que de manera progresiva y
en diversos momentos se van generando, facilitando así el desarrollo gradual, complejo
y armónico de esas desiguales habilidades y capacidades con finalidades distintas. Sin
duda alguna, muchas de esas actividades oro-faringo-faciales complejas se organizan a
partir de comportamientos reflejos o reacciones sensoriomotoras iniciales (como es el
caso de la dinámica secuenciada intencional de la deglución que se desarrolla a partir
del componente reflejo de la deglución). Por otra parte, como es lógico, la integración y
diferenciación de las funciones orales (más estrictamente: estomatognáticas) estará en
directa relación, entre otras cosas, con las modificaciones estructurales -i.e., anatómicas-
que se producen en el desarrollo durante los primeros años de vida. De forma inversa y
recíproca, los cambios anatómicos condicionan la diferenciación gradual de las diversas
funciones. Otros cambios se producen de manera simultánea y sucesiva en otros niveles
funcionales y, por lo tanto, su interpretación y explicación apropiadas demandan el
obligado desplazamiento del contexto hacia otros planos de análisis y hacia otro tipo de
justificaciones y explicaciones.
El concepto de ‘praxia’
Cuando en el ámbito del desarrollo humano oímos y/o leemos designaciones tales
como ‘praxias deglutorias’, ‘praxias alimentarias’, ‘praxias buco u
orofaciales’, ‘praxias bucofonatorias’ o ‘praxias vegetativas’ utilizadas por
lo general para hacer referencias explícitas a actividades sensoriomotrices
iniciales, se nos generan algunas dudas. Estas hesitaciones se desencadenan a
partir de los diferentes criterios con los que no de manera infrecuente suele
interpretarse el concepto de ‘praxia’. Es cierto que un diccionario médico (el
Dorland’s Medical Dictionary) otorga a praxia 3 la acepción de “hacer o
ejecutar una acción” (sic), pero aún siendo así, por algunos componentes de la
redacción (v.g, “cf. gnosis” -sic-) se deduce que esa un tanto escueta
definición de ‘praxia’ no se está refiriendo a cualquier ‘acción’ sino sólo a
aquellas relacionadas con el conocimiento de algo; es decir, aquellas
relacionadas con la cognición, con la representación mental no solamente de la
misma acción a ejecutar sino también de lo que se quiere lograr por medio de
esa acción. Explicitado más concretamente, lo expuesto conllevaría que, en una
concepción más integral, ’praxia’ tendría que ver, además, con el contenido
implícito de los ‘por qué’ y de los ‘para qué’ un sistema -i.e., un sujeto- 3
-del Gr. prâxis = acción, del también Gr. prassô = obrar, ejecutar- 3
quiere hacer algo 4. Es decir: tal como se colige de la forma en que más
ampliamente podría definírselas (i.e., realización de movimientos programados
y organizados en secuencias definidas, con una finalidad determinada, y
ejecutados de forma intencional y coordinada), en las ‘praxias’ hay una
intencionalidad manifiesta más allá de una programación y de una organización
secuenciada y finalística de la acción 5
. Podríamos reiterar aquí la conocida afirmación de que no hay praxias sin gnosias, esto
es: no hay ejecución intencional, adaptada, efectiva y eficiente sin la previa -o, por lo
menos, simultánea- correspondiente representación mental de la acción (proceso éste
que requiere la actividad participativa activa y sincrónica de estructuras distintas, y la
participación también activa de funciones cognitivas diferentes: percepción,
pensamiento/lenguaje, memoria, evocación, programación, organización, atención,
etc.). Las ‘praxias’, como tales, pueden ser consideradas como un muy complejo
proceso integrativo entre a) el conocimiento de algo y su representación, y b) las
acciones correspondientes, oportunas, adecuadas y eficientes para su
exteriorización adaptativa. Es comprensible entonces que sobre este mismo concepto
Steinthal en 1871 ya hubiese identificado como ‘apráxicos’ a trastornos no de los
movimientos propiamente dichos, sino de la “...relación entre los movimientos y el
objeto
al que conciernen...” (cfr., Hècaen, 1977). Casi un siglo después de aquella
afirmación de Steinthal, Julián de Ajuriaguerra y otros relacionaron la ‘apraxia’ con un
trastorno de la organización de la gestualidad (de Ajuriaguerra, Hècaen y Angelergues,
1960; de Ajuriaguerra et al, 1964; de Ajuriaguerra y Stamback, 1969; de Ajuriaguerra y
Tissot, 1969; cfr. también Barraquer Bordas, 1974, y Hécaen, 1977, para aspectos
neurológicos). Por mencionar sólo a otros pocos autores clásicos, recordemos aquí que
para Piaget (1956, 1960, 1967) -quien afirmó aquello de que “...conocer no consiste en
copiar lo real, sino en actuar sobre ello y transformarlo...”-, ha sido la ‘inteligencia’ la
forma más general de la coordinación de las acciones y/o de las operaciones6. Luria
(1974) incorporó conceptos como los de ‘aferencia kinestésica’, ‘relaciones viso-
espaciales’ de los movimientos, y ‘melodía cinética’. Más tarde, de Ajuriaguerra y
Casatti (1985) diferenciaron el ‘gesto acción’ (instrumental) del ‘gesto comunicación’.
Señalaban esos autores con énfasis que el último tiene, por cierto, connotaciones
representativas, simbólicas y semióticas, estando íntimamente relacionado con la
‘memoria’ de la que se ‘extracta’ por evocación el conocimiento necesario para
programar, organizar y ejecutar con eficiencia la acción práxico-adaptativa
correspondiente.
Entendemos, pues, que debe tenerse en cuenta que para referirse con precisión
a ‘praxias’ es necesario considerar el componente representacional de las
mismas, tanto el de la acción motriz en sí misma como el del objeto/objetivo
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4 Así como ‘praxia’ es el término ideado por el neurólogo alemán Ludwig Edinger
(1855-1918) para designar la ejecución de los impulsos paliales (i.e, aquellos generados
por el pallium, la corteza cerebral considerada en su integridad), ‘gnosia’ (del Gr.
gnôsis = conocer) es el término creado por el mismo autor para indicar el despertar de
los complejos mnésicos asociativos por medio de impulsos sensoriales paliales
(corticales). De ahí que ‘gnosia’ implique las capacidades tanto de percibir, como de
comparar y reconocer. Conforma, por lo tanto -y valga aquí la redundancia- el
contenido cognitivo, representacional, ‘la idea’ de una acción intencional y resulta ser
inseparable de ella en el plano cognitivo; también es uno de sus tantos y variados
condicionantes en el plano de análisis de la intencionalidad.
5 En este caso, la ‘intencionalidad’ está de hecho contenida en la ‘finalidad’.
6 operatividad: término piagetiano utilizado para designar la capacidad que un
individuo adquiere y desarrolla para llegar a representarse las acciones virtuales y
reversibles sobre los objetos. En el concepto piagetiano, la gradual interiorización de
los gestos lleva a la representación mental operativa de los mismos.4 de la misma
acción y el de su intencionalidad. No se estima prudente, por ende, confundir acciones
sensoriomotrices reflejas con aquellas de contenido representacional.
Las representaciones motoras y el contenido cognitivo de las acciones práxicas.
La idea general expresada en trabajos como los de Jeannerod (1988, 1990, 1994, 1997)
es que las acciones (motrices) intencionales (praxias) son guiadas por un objetivo
internamente representado más que por referencias directas del mundo exterior. Las
representaciones pueden ser construidas desde el medio ambiente, pueden depender -al
menos de forma parcial- de conocimientos adquiridos por medio de estímulos
provenientes del exterior (y del interior) del organismo. Aún así, su vehículo es tanto la
estructura del encéfalo, así como su funcionalidad dinámica circuital; esto determina, de
forma obligada, sus expresiones y funciones. Jeannerod sugiere que la generación de la
acción intencional implica un componente representacional que opera con reglas fijas
y que depende de la construcción de ‘bloques’ identificables. Por cierto, para
producir movimientos existen también otros mecanismos alternativos, tales como
las transformaciones directas de la actividad aferencial en actividad eferencial, o la
auto-organización de actividad endógena, pero estos elementos se corresponderían con
los comportamientos sensoriomotores reflejos que, por su condición de tales, no parecen
depender de esquemas representacionales.
También es conocido que se ha propuesto que la generación intencional de la
acción involucra dos formas particulares de representación: a) una forma
‘pragmática’ de representación que contrasta con b) una forma ‘semántica’ de
representación. Al contenido de las representaciones ‘semánticas’ se puede
acceder rápidamente de forma consciente: se pueden generar imágenes de escenas
visuales, rostros, palabras, etc., y después esas imágenes mentales pueden ser
descritas verbalmente. Sin embargo, éste no es el caso para el contenido de
las representaciones ‘pragmáticas’: si bien todos podemos generar vívidas
imágenes motoras varias (como, por ejemplo, hacer una lazada, o abotonarse una
camisa, o saltar sobre un pie), en éstas y otras circuntancias similares las
mismas son difíciles de describir y/o de poder ser explicadas verbalmente. Se
dice por eso que las representaciones motoras no son objeto de contemplación,
ya que normal y rápidamente se transforman en movimientos. Aún así, el autor
referido defiende la idea de la ‘imaginería’ motora, que definida y utilizada
de forma adecuada, puede ser una clave para la comprensión de las
representaciones motrices así como para entender el contenido cognitivo de las
acciones 7
.
Recordemos también que la representación de una acción (cualquiera que ésta
fuese) no puede estar limitada a los parámetros ni a las restricciones
determinadas por su ejecución por parte del sistema motor; su objetivo -i.e.,
el propósito que contiene y el objeto hacia el que está dirigida- debe también
estar codificado, esto es: debe estar también ‘representado’. El objetivo de
una acción incluye una representación interna tanto del objeto/objetivo hacia
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7 Más allá de referencias anátomo-fisiológicas a nivel cerebral, correspondientes a las
diferentes áreas de las cortezas primarias y asociativas vinculadas a la actividad
sensorio-motriz y premotriz, Jeannerod (1994) enfatiza la importancia de la ya clásica
distinción hecha por Mishkin et al. (1983) de las dos principales derivaciones desde la
corteza visual: una hacia el lóbulo parietal (por medio de cuyas conexiones parecen
procesarse los “dónde”), y otra hacia el lóbulo temporal (cuyas conexiones se estima
que procesan los “qué”). Por su parte, Bridgeman (1989) planteó diferencias entre
distintos modos de procesamiento de la información: consciente / no-consciente,
explícito/implícito, y automático/controlado. 5 el cual es dirigido, y otra del estado final
del organismo cuando ese objeto/objetivo hubiese sido alcanzado. Los antecedentes de
este punto de vista se encuentran en la literatura especializada bajo el encabezamiento
de ‘teoría del esquema’ (cfr., Head, 1920; Schilder, 1931/35; Oldfield y
Zangwill, 1942; Lashley, 1951; Schmidt, 1975; Arbib, 1985; Iberall et al.1986; Iberall y
Arbib, 1990).
Se puede deducir, entonces, que, en última instancia, las representaciones no sólo son
las ‘fuentes’ desde las que se ‘conceptualiza’ la dinámica para conducir el logro
secuenciado de la acción motriz práxica; ésta, aparte de programada y organizada, debe
ser intencional, adecuada, ajustada, adaptativa y finalística. Además, las
representaciones deben anticipar (y, por ende, preparar al sujeto -organismo/mente-
para...) las consecuencias de esa acción.
En tal sentido, estimamos oportuno mencionar aquí una aseveración de van Hofsten
(1994): “...el principal problema de la cognición es el de anticipar las reacciones...”
(para una revisión de los modelos cognitivos de la actividad gestual/práxica cfr., Rothi,
Ochipa y Heilman, 1991; Rothi y Heilman, 1984, 1997; Shallice y Burguess, 1991;
Schwartz y col., 1991, 1993, 1995; o Le May, 1998). De hecho, los conceptos arriba
expresados no parecerían poder ser aplicables a los actos sensoriomotores llamados
‘reflejos’.
Sin duda y de forma simultánea al desarrollo lingüístico -cuyo análisis corresponde al
plano cognitivo-, el desenvolvimiento madurativo de los mecanismos normales para la
dinámica neuromuscular del habla (como parte del ámbito biológico, en función de
movimientos o ‘procesos fonoarticulatorios’) requiere primordial y gradualmente (1)
adaptación, (2) co-ordenación y (3) control directo de los músculos involucrados en las
actividades de los niveles abdominal, torácico, laríngeo, faríngeo y de la cavidad bucal,
así como control indirecto del soporte corporal, en especial la regulación tónicopostural,
principalmente en los grupos musculares de a) las dos cinturas -la pelviana y la
escapular-, b) en toda la extensión de la masa muscular paravertebral y c) en la
equilibración del macizo cráneo-facial. Por lo tanto, para la realización eficiente de los
mecanismos neuromusculares para el habla se requieren en particular no sólo los
comportamientos sensoriomotores reflejos iniciales, sino praxias precisas, de
estructuración y desarrollo gradual, pero no derivadas directamente de aquellos
componentes reflejos.
Los movimientos o habilidades motoras oro-faringo-faciales
No resulta sencillo, entonces, asimilar directamente las dinámicas respiratorias y
alimentarias, inicialmente de nítida dependencia refleja, a aquellas necesarias para la
adquisición y el desarrollo de los mecanismos neuromotores útiles para el habla
(procesos articulatorios). En primer lugar porque, como ya lo anticipáramos, esas
referidas acciones que comienzan teniendo un carácter reflejo, más allá de ser no-
práxicas, tienen un accionar cuyo sentido es de afuera hacia adentro; esto es: son
centrípetas. En otro aspecto, la dinámica fonoarticulatoria, aunque al principio se apoye
en actividades reflejas, requiere una progresiva organización práxica (y
consecuentemente gnósica) compleja y tiene como componente incuestionable un
sentido desde adentro hacia afuera; esto es: es centrífuga. Además, como ya anticipara
Bosma (1975), si bien en la dinámica de los procesos fonoarticulatorios pueden
encontrarse componentes de acciones neuromusculares comunes con la respiración, la
succión, la masticación y la deglución, es más que obvio que la fonoarticulación no es
ninguna de esas cuatro actividades. Es una actividad decididamente diferente.
En lo que se refiere a la maduración del patrón deglutorio y sus posibles relaciones con
los procesos fonoarticulatorios, entendemos importante recordar aquí que el reflejo oral,
antecesor funcional del reflejo de succión (que se 6 concatena con el reflejo de
deglución), ya es identificable sobre la 20ª semana de desarrollo fetal, según referencias
de Peterson y Schneider, 1991). Junto con las reacciones de enderezamiento cefálico, la
reacción refleja de succión es uno de los patrones conductuales complejos más
tempranos que exhibe el recién nacido humano (cfr., Ross, Fisher y King, 1957) La
referida actividad fetal sin duda prepara al recién nacido para la succión. Respecto de
la dinámica deglutoria, hay poca literatura acerca del momento en que ocurre el cambio
del patrón deglutorio, de infantil a adulto. Para Graber, Rakosi y Petrovic (1985) este
cambio de patrón de movimientos para la deglución se produciría entre los dos -2- y los
cuatro -4- años post-natales, en tanto que para Proffit (1986) el mismo ocurriría no antes
de los cuatro -4- o cinco -5- años de edad cronológica.
En otros niveles se debe tener en cuenta que es a los tres -3- años postnatales cuando
normalmente se completa la dentición temporaria, adquiriendo entonces la boca una
estructura casi completa, y es entre los cuatro -4- y los seis -6- años de edad cronológica
cuando el desarrollo normal del habla y de los diversos componentes constitutivos del
lenguaje, deberían ir completándose (cfr., entre otros, respecto de diversos aspectos del
desarrollo del lenguaje, Katz y Fodor, 1963; Cromer, 1974, 1976, 1981; Slobin,
1973, 1985; Dale, 1980; Bates y McWhinney, 1982; Fernández Lagunilla y Anula,
1985; Langley y Carbonell, 1987; Nelson, 1988; Clemente Linueza, 1992; Belinchón,
1995a,b).
El desarrollo de los procesos fonoarticulatorios:
comparación de patrones motores
Durante el período inicial del desarrollo del habla, los efectores motores comienzan a
modificarse en forma y función (Bosma, Op.Cit.). Cambios anatómicos como la
posición del hioides, el ‘descenso’ laríngeo y el desarrollo de la articulación témporo-
mandibular (ATM) son muy importantes en este aspecto, así como también lo es el
logro de la estabilidad postural cérvico-craneal, a la cual, a su vez, dichos cambios
contribuyen. Talmant, Renaudin y Renaud (1998a) han hecho valiosos aportes respecto
de la trascendencia de la relación cráneo-cervical en el desarrollo de la orofarínge. En el
mismo sentido, también los aportes de Rocabado (1984) han puesto en evidencia la
estrecha concomitancia entre el sistema hioideo, la relación cráneo-cérvico-mandibular
y las vías aéreas superiores. Esta concordancia polifactorial sería trascendente para el
desarrollo óptimo de las diferentes funciones que, con distintas finalidades y empleando
mecanismos diversos, se cumplen en las cavidades faríngea, oral y nasal.
Para algunos autores (p.ej., Bosma, Op.Cit) las primeras producciones del habla ocurren
en el contexto de la categorización funcional de la región en base a dinámicas esenciales
para la respiración y la alimentación. Sin duda, el habla tiene en común algunos
elementos del funcionamiento de dichas categorías, pero compartimos la idea de que los
procesos fonoarticulatorios no resultarían ser un derivado directo de ninguna de ellas.
Podría considerarse que el desarrollo de la fonoarticulación del habla no parecería estar
relacionado con el desarrollo de la alimentación en la infancia, aún cuando algunas
adquisiciones de los procesos articulatorios pudiesen considerarse como presentando
alguna aparente analogía con el comportamiento motor de algunos gestos alimentarios,
como, por ejemplo, la deglución. En primer lugar hay que enfatizar que los tipos de
movimientos linguo-faríngeos no serían los mismos en la deglución que en los procesos
articulatorios. Bloomer (1963), en base a estudios fotográficos, ya refería que la
comparación de los movimientos pálato-faríngeos durante la conversación revelan un
patrón de diferente configuración que los de la deglución. Por otra 7 parte, en uno de los
pocos estudios comparativos directos realizados respecto de los movimientos de la
deglución y aquellos utilizados para el habla, se concluyó que la primera diferencia en
esos movimientos radica en la naturaleza de la sinergia lengua-mandíbula (Martin,
1991, citado por Kent, 1999). En la deglución, los movimientos de la mandíbula y de la
lengua se hallan rígidamente coordinados con la estabilización mandibular y la rápida
elevación de la lengua. En cambio, la coordinación lengua-mandíbula utilizada para el
habla, es mucho más variable. Además, según referencias de estudios de Fischman,
Stone y McCall (citados por Talmand et al., Op.Cit.) “...durante la deglución la lengua
modifica su forma como resultado de su contacto con el paladar -el que es limitado en
variedad-, no como en el habla en la que las diferencias en la forma de la lengua
determinarán la producción de diferentes
fonemas...” (sic).
Tampoco parecería haber una relación directa entre los movimientos complejos usados
en el habla con algunos de los movimientos de la mecánica respiratoria.
El habla, nos dice Bosma (Op.Cit.), no es sólo el funcionamiento laríngeo y faríngeo en
la respiración; es más que eso: en ese sentido el habla sería una adaptación del
componente espiratorio de la respiración, como ocurre también en el llanto o la tos (lo
que involucra particular y diferencialmente a la fase espiratoria). Creemos que no es
necesario remarcar que tanto la espiración como la tos o el grito del llanto, dependen de
comportamientos motores secuenciales, cuya dinámica es centrífuga, no centrípeta
como ocurre a los producidos en la inspiración, la succión y la deglución 8
.
Propuesta
En base a los lineamientos que hemos desarrollado hasta este punto, somos partidarios
de sostener la presunción de que las llamadas con cierta frecuencia “praxias”
‘bucofaríngeas’ u ‘orofaciales’ o ‘vegetativas’ (acciones a las que preferiríamos
considerar como ‘actos motores oro-faringo-faciales’), no sólo no serían verdaderas
praxias, sino que tampoco parecerían necesariamente ser las precursoras (al menos, no
las precursoras directas) de los procesos articulatorios, neuromusculares, del habla. En
ese sentido y como hipótesis general nos parece interesante plantear la presencia de al
menos dos tipos de patrones en los movimientos oro-faringo-faciales, que no sólo
tendrían connotaciones diferentes, sino que merecerían un distinto abordaje conceptual
y funcional. Esos dos tipos de patrones en los movimientos orofaringo-faciales, según el
criterio que proponemos, serían:
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8Recuérdese que estamos enfatizando sobre la direccionalidad de las secuencias de los
movimientos que están en la base de los componentes respiratorios, y no haciendo una
diferenciación de las distintas fases (inspiración, espiración), ya que, entendemos que la
dinámica respiratoria es una unidad funcional. Pero aquí nos referimos a los
componentes neuromusculares que regulan los disímiles elementos funcionales de la
‘dinámica’ neuromuscular que subyace a esa ‘unidad’. Stein (1942) ya hacía esa
distinción entre las fases inspiratoria y espiratoria de la respiración en función de habla,
e incluso señalaba a los componentes de realimentación auditiva derivados de los ruidos
producidos por el acto de succión y les otorgaba un valor prelingüístico. Si bien es
lógico considerar que esas realimentaciones favorecerían el desarrollo
perceptual auditivo y participarían en la regulación de los movimientos de succión, es
hoy muy difícil considerarlas como antecesores directos del Lenguaje.
1) los que llamaríamos ‘de tipo centrípeto’, porque su dinámica se dirige hacia adentro
(succión-deglución-inspiración), gobernados por (dependientes de) reflejos primarios y
vinculados a funciones de sobrevida;
2) aquellos que designaríamos como de ‘tipo centrífugo’ (espiraciones, eructos,
regurgitaciones, vómitos, llantos, gemidos, grititos, vocalizaciones, gorjeos, laleos, etc.),
dado que las secuencias de su dinámica se dirigen desde adentro hacia afuera, y que de
forma gradual y compleja sus representaciones se integran -o son integradas- con las
representaciones de tipo simbólico-comunicativas que se van conformando en otro
nivel.
Es nuestra impresión hipotética que estos comportamientos neuromotores que aquí
reconocemos como ‘de tipo centrífugo’ serían los que --incorporando, gradualmente y
en diferentes niveles, las representaciones verbales auditivas y la realimentación verbal
y no-verbal que involucran a los primeros estadíos de la adquisición del lenguaje--, se
irían transformando de procesos prearticulatorios iniciales (al principio carentes de
componentes representacionales estables) en ‘praxias’ fonoarticulatorias ya
dependientes de una estructuración gnósica tanto de los actos motores en sí mismos y de
los objetivos de la actividad, como del componente cognitivo-lingüístico en formación.
Conclusiones
Al considerar el tema central de este artículo, resulta indudable que se está frente a un
complejo sistema funcional oro-faringo-facial que además, por cierto, incluye tanto a la
estructura de la nariz como a las funcionalidades nasales. Dicho sistema funcional
complejo está vinculado muy estrechamente al ‘sistema hioideo’ por un lado, y a la
relación cráneo-cervical por el otro. El sistema funcional al que estamos haciendo
referencia se organiza a partir de actos motores reflejas que se van complejizando en el
transcurso del crecimiento anatómico y del desarrollo funcional de las estructuras que lo
componen, sosteniendo así importantes funciones vitales para el ser humano y
facilitando la implementación de aprendizajes más que significativos para su relación
con el medio en el que se desarrolla. Esas funciones innatas así como los procesos
aprendidos usan las mismas estructuras (componente anatómico), pero es indudable que
requieren sistemas dinámicos distintos (componente fisiológico) y que, con el correr del
tiempo, pasan a depender de representaciones mentales incuestionablemente diferentes
(componentes analizables, comprensibles y explicables desde los planos cognitivo e
intencional).
Sería, en principio, nuestra impresión que hay una compleja interrelación dinámico-
temporal entre las diversas funciones y actividades referidas en este artículo, poniéndose
sobre todo en evidencia cuando, en sujetos considerados ‘normales’, se observan
algunas coincidencias en algunas pautas madurativas como la adquisición de la posición
sentado, la aparición de los primeros dientes temporarios, el esbozo de la masticación, el
‘juego vocal’ (designación en sí misma, a nuestro criterio, poco precisa), el
controvertido cambio de patrón deglutorio, etc..
Es también posible considerar que pudiésemos estar frente a una regulación indirecta de
los actos sensoriomotores (reflejos) en base a la construcción gradual de
representaciones para las actividades fonoarticulatorias intencionales (es decir: la
dinámica práxica utilizada como supraordinada al sustrato del mecanismo
neuromuscular para el habla), reguladas, a su vez, por las representaciones auditivas.
Pero si observamos, sobre todo, los patrones de movimientos diferenciados de tipos
centrípeto y centrífugo a los cuales hiciéramos referencia, no podemos menos que dudar
cuando escuchamos o leemos afirmaciones respecto de que unas ‘capacidades’, como
las fonoarticulatorias --que están íntimamente relacionadas con componentes cognitivo-
lingüísticos-, se vinculen de manera directa con otras ‘habilidades’, como las
deglutorias, dependientes más de componentes del contexto biológico y, por ende,
explicables de forma más coherente desde ese otro plano de análisis.
Es nuestro parecer que podría llegar a ser conveniente dejar de referirnos a esas últimas
funciones mencionadas utilizando el término "praxias" y pasar a llamarlas simplemente
‘funciones’ o ‘habilidades motoras (o actos motores) naso-oro-faríngeas u oro-faringo-
faciales’ o, de forma más generalista y sencilla, ‘habilidades motrices orales’. En
cambio, estimamos que los procesos fonoarticulatorios utilizados para el habla sí se
corresponden, indudablemente, con el concepto de "praxias".
Por último y con respecto a la referencia que suele comúnmente hacerse respecto de la
succión, la deglución, la respiración y el llamado ‘juego vocal’, asignándoles a todas
ellas el rol de "funciones prelingüísticas", nos permitiríamos sugerir la conveniencia de
tener en cuenta otras consideraciones al respecto. En nuestro criterio, esos actos
sensoriomotores no deberían ser a priori considerados como “prefunciones del
lenguaje”. De hecho, no tienen directamente que ver con la estructura --abstracta, meta-
representacional, lingüística--, del ‘lenguaje’, sino con algunos aspectos (muchos de
ellos aún discutibles) vinculados tan sólo a parte de algunos de los muchos mecanismos
neuromusculares involucrados en la dinámica del habla.
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