Blanchot, Maurice - La Escritura Del Desastre
Blanchot, Maurice - La Escritura Del Desastre
desastre. Maurice
Blanchot
MONTE AVILA
EDITORES
MONTE AVILA
EDITORES
Maurice Blanchot
LA ESCRITURA DEL
DESASTRE
Traducción PIERRE
DE PLACE
Monte Avila Editores
14. edición en M.A.,
1990
Título Original
L'écriture du
désastre G a llimard,
Paris, 1983
2
,1
•
El desastre cuida de
todo.
• El desastre: no cl pensamiento vuelto loco, ni tal vez siquiera
el pensamiento en tanto que lleva siempre su locura.
• El desastre ya ha superado el peligro, aun cuando se está
bajo la amenaza de -- El rasgo del desastre es que siempre uno
está sola mente bajo su amenaza y, como tal, es superación del
peligro.
Se decia a
sí mismo: no te matarás, tu suicidio te
unt ecede. O blen: muere no apto para morir ,
Yo más bien diría: nada extremo sino por la dulzura, La locura por
exceso de dulzura, la mansa locura.
Pensar, borrarse: el desastre de la
dulzura.
cumplimiento del ccro cn que aima y Cuerpo se tornan mutuamente insensibles. La
y C
apatía, decía Sade. 47 HPA*i4 citro AAV
• La lasitud ante las palabras, también es el deseo de las
palabras (ypaciadas, cotas en su poder que es sentido, y dentro
de su compo Sición que es sintaxis o continuidad del sistema (a
condición de que, juos así decirlo, haya sido terminado
previamente el sistema, y cum plido el presentc). La locura que
nunca es de ahora, sino el plazo
k la no razón, el «estará loco mañana», locura a la que no cabe
re currir para ampliar, recargar o aliviar el pensamiento.
La prosa charlatana: el balbuceo del niño y, sin embargo, el
hom bre que babea, el idiota, el hombre de las lágrimas, que ya no
se do mina, que se retaja, también sin palabras, desprovisto de
poder, no obstante más próximo del habla que fluye y se derrama
que de la escritura que se retiene, aún más allá del dominio. En
este sentido, no hay otro silencio que el escrito, reserva
desgarrada, corte que hace imposible el detalle.
• Poder = jefe de grupo, procede del dominador. Macht, e s el
me dio, la máquina, el funcionamiento de lo posible. La máquina
deli cante y anhclantc en vano trata de hacer funcionar el no
funciona miento; no delira el no poder, siempre está salido del surco,
de la ostela, pertenece al afuera. No basta decir (para decir el no
poder): se tiene el poder, a condición de no hacer uso de él, por
ser ésta la definición de la divinidad; la abstención, el alejamiento del
tener, no es suficiente, si no intuye que es, de antemano, señal
del desas tre. Sólo el desastre mantiene a raya el dominio.
Quisiera (por ejem plo) un psicoanalista a quico el desastre
hiciese señas. Poder sobre lo imaginario, siempre y cuando se
entienda lo imaginario como aque llo que escapa del poder. La
repetición como no-poder. . Constantemente tenemos
neces idad d e decir (de pensar): me su cedió algo (muy
importante), lo cual significa a la vez que esto no podría ser del
orden de lo que sucede, ni t ampoco de lo que impor ta, sino
más bien exporta y deporta. La repetición.
• Entre algunos «salvajes (sociedad sin Estado), el jefe ha de
pro bar su dominio sobre las palabras: nada de silencio. Al
mismo tiem po, el jefe no habla para que lo escuchen -nadic
presta atención a lo que dice el jefe, o más bien se finge la
inatención; y, por cierto, el jefe no dice nada, repitiendo como la
celebración de las normas
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MAURICE BLANCHOT
• ¿Acaso es una preocupación ética la que te alcja del poder? Ata el
poder, desata el no poder. A veces al no poder lo lleva la intensi
dad de lo indeseable.
• La pregunta acerca del desastre ya es parte del mismo: no es
in (ttrogación, sino ruego, súplica, grito de auxilio, el desastre
recurre
I desastre para que la idea de salvación, de redención, no se
afirme ruin, produciendo derrelicción, manteniendo el
miedo.
El desastre: contratiempo.
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• En la relación de mí (lo mismo) con El Otro, El Otro es lo
lejano, lo ajeno, mas si invierto la relación, El Otro se
relaciona conmigo como si yo fuese Lo Otro y entonces me hace
salir de mi identidad,
pretándome hasta el aplastamiento, retirándome, bajo la
presión de lo muy cercano, del privilegio de ser en primera
persona y, sacado ske mí mismo, dejando una pasividad
a, la otredad sin unidad), lo no
privada de sí (la alteridad mis m
sujeto, o lo paciente.
es el tiempo pasivo, el morir que me es, aunque exclusivo, común
con todos.
• Mientras el otro es lo lejano (el rostro que viene de lo absoluta
mente lejano del que lleva la huella, huella de eternidad, de
pasado inmemorial), sólo la relación a la que me ordena lo ajeno del
rostro, ('n la huella del ausente, es más allá del ser - lo que
no es entonces o sí mismo o la ipseidad (Levinas escribe: «más
allá del ser, está una Tercera persona que no se define por el
sí mismo»). Pero cuando el otro no es más lo lejano, sino el
prójimo que pesa en mí hasta abrir me a la radical
pasividad del sí, la subjetividad como exposición he rida,
acusada y perseguida, como sensibilidad abandonada a la
dife rencia, cae a su vez fuera del ser, significa el más allá del
ser, en el clon mismo-la donación de signo - que su sacrificio
desmesurado (ntrega al otro; ella es tanto como el otro y como
a que desarregla el orden y se opone al
el rostro, el enig m
ser: la excepción de lo ex Traordinario, la puesta fuera de
fenómeno, fuera de experiencia.
2 Nota más tardía. Sean las cos as no d uív oca s: «filosofía per ennen, por
emasia do eq
cuanto no hay ruptura con el llamado lenguaje «griego» en que se
mantiene la exigencia de u
niversalidad; pero lo que se enuncia o más bien anuncia
con Le vinas, es un sobrante, un más allá de lo universal, una singularidad que
cabe lla marse judía y que espera ser más pensada. En esto prof ét ic a. El
judaísmo como l o que excede el pensamiento de siempre por haber sido siempre
pensado, lleva sin embargo la responsabilidad del pensamiento que vendrá,
esto es lo que nos da l a filosofia distinta de Levinas, carga y esperanza,
carga de la esperanza.
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impropia. Por tanto, habría sin duda que volverse hacia una
lengua jamás escrita, pero siempre por prescribir, para que se
entienda esta palabra incomprensible en su pesadez desastrosa e
invitándonos a volvernos hacia el desastre sin comprenderlo, ni soportarlo.
De es to resulta que ella misma sea desastrosa, la responsabilidad que
nun ca descarga al Otro (ni tampoco me descarga de él) y
nos hace mu dos del habla que le debemos.
Es cierto también que por la amistad es como puedo responder a la
proximidad de lo más remoto, a la presión de lo más liviano, al
contacto de lo que no se alcanza; amistad tan exclusiva como no
reciproca, amistad por lo que pasó sin dejar huellas,
respuesta de la pasividad a la no presencia de lo desconocido.
• La pasividad es una tarea --en el lenguaje otro, el de la exigencia
no dialéctica-, así como la negatividad es una tarea cuando la dia
léctica nos propone la realización de todos los posibles, por
poco que sepamos (cooperando en ello por medio del poder y
el poderío en el mundo) dejar que el tiempo tome todo su
tiempo. La necesi dad de vivir y de morir con esa habla doble y con
la ambigüedad de un tiempo sin presente y de una historia capaz de agotar (para
acceder al contentamiento de la presencia) todas las posibilidades
del tiempo: tal es la decisión irreparable, la locura
insoslayable, que no es el contenido del pensamiento, porque
el pensamiento no la contiene, y que tampoco la conciencia
o la inconsciencia le ofrecen un estatuto para determinarla.
Por eso, la tentación de recurrir a la ética con su función
conciliadora (justicia y responsabilidad), pero, cuando la ética, a su
vez, se vuelve loca, como ha de serlo, tan sólo nos
proporciona un salvoconducto que no deja a nuestra conducta
derecho alguno, lugar alguno, salvación alguna: únicamente el
aguan te de la doble paciencia, porque ella también es doble, paciencia
mun dana, paciencia inmunda.
• El uso de la palabra subjetividad es tan enigmático como
el uso de la palabra responsabilidad -y más discutible, porque se
trata de una designación elegida como para salvar nuestra parte de espiritua lidad.
¿Por qué subjetividad, si no es para bajar hasta el fondo del
sujeto, sin perder el privilegio que éste encarna, aquella
presencia privada que vive como mía por el cuerpo, mi
cuerpo sensible? Mas si la supuesta «subjetividad» es la
n lugar de la mismidad, no es ni subjetiva ni objetiva, la
otredad e
otredad no tiene interioridad, lo ano
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DESASTRE
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• ¿Cómo tener relación con el pasado pasivo, relación que de por sí
no puede presentarse en la luz de una conciencia (ni ausentarse
curidad de una inconsciencia)?
de la os
llo nos llevaría pronto adonde los locos, pero, en cuanto a mí, sólo
las tomo como polichinela...)».
Fichte: «Dentro de la naturaleza, toda muerte también es nacimien to,
y la muerte es justamente el momento en que la vida alcanza su
apogeo», y Novalis: «Una unión concluida para la muerte es un da que
nos concede una compañera para la noche», pero Bonaven
tura no considera jamás la muerte como la relación con una
espe ranza de trascendencia: «¡Gracias a Dios! hay una
muerte, y luego, no hay Eternidad».
•
La paciencia, perseverancia
demorada.
• Lo pasivo no tiene por qué tener lugar pero, implicado en el gi
ar que, apartándose del giro, se hace por él giro aparte, es el
tor nento del tiempo que, siempre ya pasado, llega como
retorno sin presente, viniendo sin advenir en la paciencia de
la época, época ine narrable, destinada a la intermitencia de un
lenguaje descargado de habla, desapropiado, y que es la
interrupción silenciosa de aquello a que sin obligación ha de
responderse pese a todo. Responsabilidad
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MAURICE BLANCHOT
• En la cueva de Platón , no h
ay palabra alguna para
significar la muerte, sueño alguno o imagen alguna para que se
vislumbre su
figurabilidad. Allí, la muerte está de más, en olvido, sobreviniendo
desde lo exterior en la boca del filósofo como aquello que lo reduce
previamente al silencio o para extraviarle en lo irrisorio de una
apa r iencia de inmortalidad, perpetuación de sombra. La
muerte sólo es nombrada como necesidad de matar a quienes,
después de liberar se, después de tener acceso a la luz,
regresan y revelan, desarreglan do el orden, turbando la
quietud del refugio, así desamparando. La
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muerte, es el acto de matar. Y el filósofo e s aquél que padece la
vio lencia suprema, pero también acude a ella, porque la
verdad que lle va en sí y pregona mediante el regreso es
una forma de violencia.
to
• Cuando todo se ba oscurecido, reina el esclarecimien
sin luz que anuncian ciertas palabras.
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• ¿Por qué todas las desgracias, finitas, infinitas,
personales, im personales, de ahora, de siempre,
habrían de tener como sobreen t endido, recordándola
sin cesar, la desgracia bistóricamente fecha da, a unque sin
si borrado del
fecha, de un país ya tan reducido que parecía ca
mapa y cuya historia sin embargo rebasaba la b isto r ia del
mundo? ¿Por qué?
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• Escribir para que lo negativo y lo neutro, en su diferencia siem
pre oculta, en la proximidad más peligrosa, se acuerden mutuamen
te de su propia especificidad, quehacer del primero, deshacer
del segundo.
rada
• La otredad es siempre el otro, y el ot ro siempre su otredad, li. p
de toda propiedad, de todo sentido propio, rebasando, de s ta
manera, todo sel l o de verdad y toda señal de luz.
*
t ido en vez de tomar
Peligro de que el desastre tome sen
cuerpo.
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• Puede leer un libro, un escrito, un texto --no siempre, no siem
pre, y ¿acaso lo puede?- porque mantiene, perdiéndola,
alguna re lación con escribir. Lo cual no significa que lee con
más ganas lo que le gustaría escribir escribir sin deseo
pertenece a la paciencia, la pasividad de la escritura-, sino más
bien lo que fulmina la escritu ra, pone al rojo su violencia a la vez
que la destruye o, más sencilla y misteriosamente, está en relación
con lo pasivo inmemorial, el ano nimato, la discreción absoluta, la
debilidad humana.
En l a intensidad mo
rtal, el si lencio huidizo del grito innu
merable.
• El deseo queda vinculado con lo remoto del astro, rogando al cielo,
apelando al universo. En este sentido, el desastre aparta dei deseo
bajo el atractivo intenso de lo imposible indeseable.
LUY*
iTu LET
• Lo extraño de la certeza cartesiana yo pienso, yo soy», es que sólo hablando se
afirmaba y que el habla preesla hacía desa parecer, al suspender
el cogito, a
el ego d l remur el pensamiento al anonimato sin
sujeto, la intimidad a la exterioridad y al reemplazar la presencia
viviente (la existencia del yo soy) por la ausencia inten sa de un morir
indeseable y atractivo. Por lo tanto, bastaria que se pronunciase
el ego cogito para que dejara de anunciarse y que lo in dudable, sin
caer en la duda y permaneciendo no dudoso, intacto, fuese
arruinado
invisiblemente por el silencio que agricta el lengua je,
siendo el chorreo del mismo y, perdiéndose en él, lo convirtiera
en su pérdida. Por eso, cabe decir que Descartes nunca
supo que ha blaba y tampoco que quedaba silencioso. En esta
condición se pre serva la hermosa verdad.
sement de E. Levinas, algo así como la lismona que se da a Cristo en
3 El dés-inter-es la
persona del mendigo. (N. del T.)
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• Al suponer que cabe decir escolarmente: el Dios de Leibniz
es porque es posible, se comprenderá que cabe decir por el
contrario: lo real es real por cuanto excluye la posibilidad, vale
decir, es impo sible, lo mismo que la muerte, lo mismo, con
más razón aún, que la escritura del desastre.
rente y previo, q
ue nadie lleva a cabo, llegamos (por supuesto
no se trata de «nosotros») al cebo del final de la historia en el que
todo regresa a la naturaleza (una naturaleza supuestamente desnaturaliza
da), cuando la muerte, dejando de ser una muerte siempre
doble, habiendo como agotado la pasividad infinita del morir, se
reduce a la simplicidad de algo natural, más insignificante
que el derrumbe de un montículo de arena.
cubre la paciencia del habla que vela, alcance de lo infinito sin po der,
aquello que no acontece bajo un cielo sideral, sino aquí, un aquí
que excede a cualquier presencia. Aquí, luego dónde?
e na d
«Voz d ie, otra vez».
• Lo teórico es necesario (v.gr. las teorías del lenguaje),
necesario e inútil. La razón obra para autogastarse, mientras se organiza
en sis temas, en busca de un saber positivo en el que se pone y
se repone, a la vez que llega hasta un extremo que detiene y
clausura. Tenemos que pasar por aquel saber y olvidarlo. Mas el
olvido no es secunda rio, no es el desfallecimiento impro visado d e lo
que se constituyó en recuerdo. El olvido es una práctica, la práctica de una
escritura que profetiza porque se cumple renunciando a todo:
anunciar es re
ciar tal vez. La lucha teórica, aunque fuese contra una forma de violencia,
siempre es la violencia de una incomprensión; no deje mos que nos
pare el rasgo parcial, simplificador, reductor, de la mis ma
comprensión. Dicha parcialidad es propia de lo teórico: «a
mar t illazos» -decía Nietzsche. Pero el martilleo no sólo es el choque
de las armas; la razón que martilla anda en pos de su último golpe por
donde no sabemos si comienza o termina, el pensamiento que se
prolonga, como un sueño hecho de vigilia. ¿Por qué, aun refuta do, es
invencible el escepticismo? Levinas se lo plantea. Hegel lo sa bía,
quien hizo del escepticismo un momento privilegiado del siste ma.
Tan sólo se tra taba de que sirviese. La escritura, aun cuando
parece muy expuesta para decirse escéptica, también supone que
el escepticismo, previamente y siempre de nuevo, despeje el
terreno, l o cual sólo puede todavía acaecer mediante l a escritura.
• Admito (a título de idea) que la edad de oro fuese la edad despó. tica
en que la felicidad natural, el tiempo natural, por tanto la natu raleza, se
perciben en el olvido de la Soberanía del Rey supremo, único
poseedor de Verdad-Justicia, que siempre ordenó c abalmente a
todos los entes, cosas, seres vivientes, humanos, de modo que
es te orden al que todos, vivan o mueran, están sometidos y
felices, es de lo más natural, ya que la obediencia rigurosa al
gobierno que lo asegura hace que este mismo se vuelva único,
invisible y cierto. Resulta de ello que cualquier retorno a la
naturaleza corre el peligro de ser regreso nostálgico a la
administración del único tirano o tam bién, según la cabal lectura
de una tradición griega, que no hay na turale
za, todo siendo
«político» (Gilles Susong). El mismo Aristóte les sostenía que la
tiranía de Pisistrato, en la tradición de los campesinos
atenienses, era la edad de Cronos o edad de oro; como si la
jerarquía más férrea, cuanto todos l os valores están de un solo
LA ESCRITURA DEL DESASTRE
• Del «cáncer» mítico o hiperbólico ¿por qué nos asusta con su
nom bre, como si, con esto, se designara lo que no tiene nombre?
Porque pretende poner en jaque el sistema de código bajo
cuya autoridad, v iviendo y aceptando vivir, se nos asegura una
existencia puramen te formal, obedeciendo a un signo modelo
de acuerdo con un pro grama cuyo proceso es quizá normativo de
cabo a rabo. El «cáncer» simboliza (y «realiza») el negarse a
responder: he aquí una célula que no oye la orden, se
desarrolla fuera de ley, de manera que dicen anár quica ---
es más: destruye la idea de programa, haciendo dudoso el
intercambio y el mensaje, la posibilidad de reducirlo todo a
simula ci ones de signos. El cáncer, en este enfoque, es un
fenómeno políti co, una de las pocas maneras de dislocar el
sistema, de desarticular por proliferación y desorden el poder
programante y significante uni versal --tarea antaño
cumplida por la lepra y luego la peste. Algo que no e
nt end
emos
neutraliza maliciosamente la autoridad de un sa ber maestro. Por
lo tanto, el cáncer sería una amenaza singular no
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