Eucaristía y Nueva Alianza
Eucaristía y Nueva Alianza
En su cena de despedida, Jesús nos enseñó a partir, repartir, compartir: en eso estaba la vida.
La Eucaristía es una mesa en la que se aprende convivencia y fraternidad, a salir de la guarida de la
piedad personal, la soledad o engreimiento, para sentirse hermano ante un Padre común.
Eso es eucaristía. Si no se realiza en comunidad, no hay eucaristía. Por muy sacerdote que sea el
oficiante, por muy bien que se realice el ritual, si no se comparte el pan real y lo que simboliza, ese rito
es rito vacío con tufo de paganismo o de viejo Testamento.
Jesús, que era judío, tuvo la valentía de depurar el pasado. Aquella noche les dijo que lo de la antigua
alianza se había acabado.
Una hogaza de pan repartida, una copa de vino compartido, un brindis en forma de bendición al Padre,
una mesa suplían al código, a los novillos degollados y al altar: esa es la nueva era, ese el símbolo de la
nueva sociedad. Se acabaron los altares de sacrificios, la sangre de los becerros. Se acabó la esclavitud
generada por la Ley.
Si nos sentamos en la mesa sin haber compartido el pan, el hambre, el desarrollo, las ideas, las dudas y
a Dios, aquello puede ser un acto religioso, pero no el “sacramento de nuestra fe”. La eucaristía es un
pan y un vino que se hornea y se vendimia en la vida. Después, se celebra en la mesa.
“Este es el pan y el vino de la nueva alianza.” Y cada vez que os sentéis para repartiros la comida y la
bebida –símbolos de la tierra y de la vida - recordad que yo estoy con vosotros.
Eso de comer juntos y repartir lo que hay es todo un programa, un nuevo signo, una nueva concepción
de la humanidad, una “nueva alianza”, un nuevo modo de desarrollo, un nuevo enfoque de la sociedad,
un sacramento que expresa y produce la presencia de Jesús en medio de los hombres. “Un cielo nuevo
y una tierra nueva”.
¿QUÉ OCURRIÓ EN AQUELLA CENA?
¿Qué ocurrió aquella tarde, en aquella cena? ¿El pan se “convirtió” en Jesús o fue Jesús el que “se
hizo” pan? No es lo mismo. El pan-repartido: eso es Eucaristía.
Y ¿cuándo ocurre el “milagro”? ¿cuando se “consagra” mediante fórmulas mágicas o cuando se reparte
y comparte?
Ese “pan” y ese “vino” no han salido del horno ni del lagar para ser adorados sino para ser repartidos.
Crear fraternidad, no cristalizar egoísmos.
El altar es algo vertical, hay que mirar hacia arriba. La mesa es siempre horizontal, hay que mirar a los
lados.
Los hombres quisieron, desde antiguo, sacrificar a los dioses los primeros frutos, las primeras gavillas,
los terneros jóvenes, los primogénitos y se sentían pacificados mientras subía hacia Arriba el incienso
negro de sus sacrificios. Aquello se acabó en la cena de Jesús.
Cuesta más compartir el pan, la vida y el progreso que ofrecer sacrificios al Altísimo. Resultó más fácil
convertir ese pan, ese gesto, en el “Santísimo” y sacarlo en procesión.
La misa no es un precepto. Ese fue un gran error de la santa iglesia católica y romana: hacer del
domingo un sabbat, una ley. Esa asimilación del domingo cristiano al sábado judío se introdujo a
finales del siglo VI, apoyándose –según cuentan los historiadores - en una carta bajada del cielo y que
venía firmada por el mismo Cristo.
SI NO ERES POETA, NO “VAYAS A MISA”
No es una broma. Si sólo vas con la física, con la química, no entenderás nada. Para “ir a misa” lo que
hace falta es la fe, no la poesía. Pero, en este caso, la fe no se puede vivir, sentir, respirar si no eres
poeta.
Entro en un templo y veo cómo se “dice misa”: la gente dispersa, los primeros asientos vacíos, aquí
una señora le reza a un Cristo de una capilla lateral; otra enciende una vela a no se qué Virgen; unos de
rodillas, otros sentados. Cada uno va a lo suyo: sus pecados, sus necesidades, sus peticiones, sus
angustias, sus miedos. Y cada uno con sus muertos. Incluso todavía se ven señoras que rezan sus
rosarios, mientras allí arriba, separado de todos, el cura también a lo suyo. Vestido de forma rara, dice
cosas raras.
La mayoría de las veces, cuando se leen en alta voz algunos trozos de la Biblia, los micrófonos no
funcionan bien, el lector no tiene cualidades de lector, además de demostrar que no entiende bien lo
que lee. Después, el cura trata de explicar estos textos, que salvo contadas excepciones se queda en
largar un rollo cuanto más breve mejor.
El teólogo “dogmático” dirá que como allí se han dado las circunstancias técnicas imprescindibles,
aquello ha sido una “misa”. Había un sacerdote. Había pan y vino. Se han pronunciado las palabras
rituales, por tanto se ha celebrado “el santo sacrificio de la misa”.
Pues miren Vds., si allí no ha habido fraternidad, ni convivencia fraterna, ni aquel pan que se ha
distribuido ha sido el signo de una vida que se comparte, yo dudo (por no decir, niego) que aquello
haya tenido que ver algo con lo que Jesús hizo y dijo.
La física, perfecta. La química, perfecta. El rito, perfecto. ¿Qué ha faltado? La poesía. La poesía de una
familia alrededor de una mesa.
Cuando los primeros hermanos nuestros salían de “una misa”, los paganos comentaban: “mirad cómo
se quieren”
Es una utopía. Ciertamente. Pero toda utopía es poesía.
¡DIOS MÍO, QUÉ MONTAJE!
El catecismo no se contenta con el guantazo que le dio al nacer, comunicándole que era un pecador.
Cuando esa criatura cumpla sus primeros siete añitos, le darán su primer cursillo intensivo: un engrudo
indigesto de verdades que ha de aceptar sin comprender: que Dios es tres y uno, y que uno de los tres
bajó a salvarnos y que lo matamos todos porque somos malos, y que se convirtió en pan, y en vino y
que el día de su primera comunión va a comer a Dios. Y que no olvide nunca que será juzgado cuando
vuelva el Señor. Los malos irán al Infierno. Los buenos al Cielo. Y los medio malos o medio buenos al
purgatorio
Y llega su primera comunión. Irá vestido de almirante, o de novia, le regalarán muchas cosas bonitas, y
habrá una gran comida. “El día más feliz de su vida.” Lo cual será una solemne mentira. “De ahora en
adelante tienes que ser muy bueno”.
En el cursillo lo han preparado para no pecar. Si alguna vez es débil, que se confiese. Se le entrega la
lista y variedades de pecados: pecados contra la ley de Dios; pecados contra la ley de la Santa Madre
Iglesia; pecados de pensamiento; pecados por acción; pecados por omisión; pecados mortales, pecados
veniales, pecados capitales...
El niño no entiende nada de esto, pero se lleva un resquemor y una falsa seriedad ante la vida. La
primera comunión la recordará como un teatrillo en el que fue protagonista.
Desde ese día, la vida de ese niño, joven, hombre, cristiano girará sobre el pecado. Algo que le
perseguirá, paralizará y le aguará la gran fiesta y la gran aventura de vivir. Salvo que, a la primera de
cambio, abandone la eucaristía, el templo, los curas, el confesionario, el alma. Y a esperar qué pasa.
Puede que ese niño elija en el Instituto la clase de religión. Allí le enseñarán la Doctrina y Moral
Católica. Es decir quién es el Papa, qué es la Santa Iglesia, cuáles sus mandamientos, qué son los siete
sacramentos, y aquello de la infalibilidad, y cómo se convierte la substancia del pan en Cristo
quedando los mismos accidentes...etc. Catecismo y más catecismo.
Mientras que los reportajes de National Geographic le mostrarán con frecuencia las maravillas de la
naturaleza, el Catecismo y la Moral Cristiana irán oscureciendo el hoy con un valle de lágrimas. Y un
horizonte tenebroso para cuando acabe de llorar en esta tierra.
En la Iglesia saben mucho más del pecado que de la “buena nueva”. Si a la vieja cristiandad le quitas el
pecado, el confesionario y el infierno se queda en menos de la mitad.
Seguramente nadie le va a explicar con una mínima seriedad y rigor qué es el Evangelio, qué es una
comunidad Cristiana, qué es ser cristiano, qué es eucaristía, quién es Jesús y quién es su Padre. Y
cuánta belleza lleva en sus manos el ser humano, qué bello puede ser el amar y el convivir.
EL PERDÓN, ¿EN NOMBRE DE DIOS?
Nunca se llama a sí mismo “Mesías”. Pero sí se llama “Hijo del Hombre”, en una ocasión,
explícitamente “con poder para perdonar”.
Perdonar, como “hijo del hombre”. ¿Será que Dios no tiene que “perdonar”?
¿No será que Dios Padre no perdona porque es Amor y el Amor no puede estar ofendido? Un padre no
tiene que perdonar. (En cuanto el hijo se arrodilla para pedir perdon, él lo abraza y manda matar el
mejor ternero, porque estaba perdido y ha sido encontrado…).
Perdona quien es capaz de ofenderse. El Amor no tiene receptividad de ofensas, no puede, no tiene que
emitir un perdón.
Este otro esquema puede ser falso: “Dios está ofendido; no me habla, ha suspendido sus relaciones
conmigo…Yo, entonces, le pido perdón. Le ofrezco una satisfacción, un sacrificio, y entonces él
“cambia” y me perdona…” Todo esto puede ser falso. Sería implicar a Dios en nuestros mecanismos,
en nuestras liliputienses historias.
¿No será que los únicos que nos tenemos que perdonar somos los hombres, que los únicos que nos
ofendemos somos nosotros y entre nosotros?
¿No será que “el hijo del hombre”, Jesús, “vino” a decirnos que una actividad del hombre era perdonar;
que la ofensa y el perdón es cosa de humanos; que no hay ser humano si no hay perdón; que el rencor
paraliza lo humano; que el odio es un fracaso y que el perdón plenifica lo humano?
Y que, por tanto, no podemos perdonar “en nombre de Dios”, sino en nombre propio. Que, mientras no
perdonemos, Dios -el Amor- no puede entrar en lo humano y que, en la medida en la que perdonamos,
el Amor entra en nosotros.
“Perdonad, perdonad. Si os perdonáis, Dios, mi Padre, entrará en vosotros. Si no perdonáis, Dios no
puede entrar”.
“El Reino de Dios” que anunciaba Jesús era como un Jubileo Universal en el que deberían caer todas
las barreras, quedar zanjadas todas las deudas, rotas todas las cadenas, abiertas todas las puertas,
entrelazadas todas las manos, curadas todas las heridas comiendo todos un mismo pan, recostados en
una misma mesa.
¡Qué lástima que hayamos convertido tan bella utopía en el quiosco de un confesionario!
LO QUE ES Y NO ES PECADO
El pecado. Es decir: no la imperfección, no el mal en abstracto, no la fragilidad, no el descuido. Sino la
maldad consciente e individualizada. El egoísmo que mata al hermano, lo utiliza, aplasta, viola, olvida,
manipula, margina, la locura autodestructiva.
¿Tenemos que demostrar su existencia? Es curioso cómo se duda de la existencia de Dios y, en
paralelo, de la existencia del pecado. Con demasiada facilidad se acude a la locura para no enfrentarse
ante una mente canalla. Y sin embargo, vivimos inmersos en Dios y en el pecado.
“Creer” en el pecado es admitir que el ser humano es capaz de las mayores heroicidades pero también
de las más refinadas atrocidades.
Pecado es caer en el pozo de la egolatría. “Y seréis como Dios”. El hombre no acepta sus dimensiones
de ser humano. No admite la fraternidad. En consecuencia, se convierte en producto altamente
contaminante de la sociedad. Quiere utilizar a los demás y a Dios, en beneficio suyo.
Para ser hijo necesitas ser hermano. No hay modo de entablar relación con Dios que es Padre, si no es
desde la fraternidad humana. Si ofendes u olvidas a tu hermano no te hagas la ilusión de creerte
cristiano, hijo del Padre. No hay filiación si no hay fraternidad.
El pecado no es infringir una ley. Desde muy antiguo imperó el concepto legalista del pecado. Es decir:
Dios o delegados suyos emiten leyes que prohíben o permiten. Y quien no cumpla esas leyes comete
pecado contra Dios.
Eso es sacralizar una ley. Pero a partir de Jesús, si Vd. cree que por cumplir leyes, Vd. es amigo de
Dios y se “salva”, Vd. no entendió nada de la buena nueva.
Jesús derogó la ley. Nos dejó sólo la conciencia.
Aviso para abogados. No estamos hablando del derecho penal o civil, imprescindibles para la
convivencia social. En Teología hablamos de esas otras leyes que, desde antiguo, y en todas las
culturas y religiones, se imponen a los hombres con promesas y amenazas de vida y de muerte eternas.
Estas leyes generan esclavitud, estafan al hombre, convierten a Dios en capataz. Esa fue la obsesión de
Jesús. Liberar a su pueblo de un sistema religioso basado en el cumplimiento de ritos, leyes y
purificaciones, un sistema opresor. Y es que las dictaduras religiosas esclavizan al hombre, con sus
leyes, mucho más que las dictaduras y leyes civiles.
La relación de Dios Padre con el hombre no entra dentro de un marco legal. La paternidad y la filiación
se mueven en otra atmósfera.
¿El pecado es verdaderamente una ofensa a Dios? ¿Dios se ofende? ¿Tiene el hombre la capacidad de
ofender a Dios?
Si Vd. tiene hijos me comprenderá mejor. Si un hijo suyo le levanta la mano o le mira con desprecio, a
Vd. se le parte el corazón, no por la ofensa sino por el fracaso de su hijo.
¿El pecado no es una mancha? La mancha es algo externo. Demasiado infantil. Si el pecado fuera una
mancha bastaría con un rito purificatorio, con un confesionario: la lavandería clerical, que además es
gratis. Por el confesionario no se cobra ningún “estipendio”.
Dios también está donde hay pecado. Incluso diría que el pecado puede ser una puerta trasera para
encontrar a Dios. Esa “ausencia de Dios” es como una grieta por la que se cuela Dios. El que “cumplió
todos los mandamientos” puede que no sienta la necesidad de Dios. El satisfecho no tiene hambre.
DIOS NO HACE AL HOMBRE
El ser humano no nace terminado de las manos de Dios, ni sale terminado del vientre de su madre. No
nace hecho. Tiene que hacerse. Nace im-perfecto. Un bebé es una incógnita, un proyecto. O mejor, una
aventura peligrosa, pero bellísima. Sólo al Dios Amor se le ha podido ocurrir semejante disparate:
poner en circulación una criatura inteligente y libre, cuyo final dependerá también de ella misma.
De ahí que, enseguida, cuando caiga en la cuenta de que no está terminado, sentirá pánico. Nadie sabe
cuál será el final de su historia. Ni él mismo. Ese niño crecerá al elegir. Llegará a ser individuo cuando
ejercite la inquietante riqueza de su libertad. Ese niño trae consigo una maravillosa posibilidad: ser
humano en plenitud. Y hasta podrá parecerse a Dios Padre.
También podrá romperse, o quedarse a medio camino. Perder las coordenadas de su grandeza y de su
pequeñez. Creerse lo que no es. No aceptar lo que es. Sumarse a la masa de ególatras que nunca
encontraron su razonable plenitud humana, por el único camino posible: la fraternidad.
Ese niño, recién nacido, al que besa su madre, guarda la posibilidad de acabar como un hermano de los
hombres o como un animal carroñero y solitario. Podrá llegar a ser una persona: pobre, rico, listo,
simple, pero humano. O quedarse en el camino como espiga tronchada.
Bien merece que la comunidad le respete, lo cuide y le ayude. Ese pequeño necesitará toda la ayuda de
la sociedad, todo el aliento. Lo que nunca necesitará será el sermón moralizante y amenazador, la
cantinela barata que acreciente su miedo y su grieta de insatisfacción. Sentimientos de miedo y “culpa”
que podrían convertirse en el mejor sistema para hundirlo.
Cuando ese niño comience a ser adulto, tendrá que decidir si aceptar a Dios o rechazar a Dios. Tendrá
que incorporarse a los demás, o idolatrarse a sí mismo.
Ese es el bautismo. Y su decisión tendrá que ser pública, en sociedad, como hombre integrante de la
comunidad humana. Una comunidad en la que intervendrá para aumentar la amargura, o sembrar
estrellas y sueños.
El niño, como todo lo que es vida, viene de la Fuente de la Vida. Pero Dios no lo hace humano. Ha de
hacerse humano entre los humanos. No queráis hacerlo cristiano antes de que sea humano.