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Cuenta Cuentos SALVAT 30

Fascículo 30 de la Colección (39 Producidos)
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CUENTA ne (ela) (e CUENHeS Es una produccién de la DIVISION DE PUBLICACIONES INFANTILES Y PEDAGOGICAS DE SALVAT i «ORGANIZACION MUNDO DE LOS NINOS» Direccién: Juan Salvat Direecion de la Division: Ramén Nieto Edicién y Grabacién: José Gaya Direccidn Antistica: Francese Espluga Equipo Editorial: Isabel Gortazar, Camila Batlles, José Luis Sanchez, Edistudio Canciones: Rosa Leén y coro «La Trepa» Sonorizacion: Gritos y Susurros, S.A. Publicado por SALVAT EDITORES, S.A. Mallorca, 41-49. Barcelona, 29. Ey SALVAT EDITORES, S.A.. Barcelona, 1984 © MARSHALL CAVENDISH, London, i984 Impreso por Cayfosa Sta. Perpétua de Mogoda (Barcelona), 1984 Depésito legal: B. 2.956-1983 ISBN: 84-345-6148-4 Printed in Spain Distribucién: Marco Ibérica, Distribucién de Ediciones, S. A. Carretera de Iriin, Km, 13,350 Variante de Fuencarrai ~ Madrid (34) Direccién en Argentina: Salvat Editores Argentina, S.A. Corrientes, 2777. BUENOS AIRES. Distribuidor para la Capital Fe Distribuidora RUBBO, Garay, 4226, Distribuidor para el interior: Distribuidora SADYE, S.A. Belgrano, 355 Titmlo Tomy, el satélte, y el cohete perdido El mago de Oz Petrushka Eljardin El amo del lago El sefior del rio de Los Juncos Tengo una mufieca? eral y el Gran Buenos Aires: Hustrador M. Livingstone Peter Dennis, Gabrielle Stoddart Peter Utton Stephen Lavis C. Barker, P. Tousset Montse Gines Direecién en Colombia: Salvat Editores Colombiana, S.A. Carrera, 10, No 19-65, 4 piso, Edificio Camacol Apartado aéreo 6552. BOGOTA. Direceién en Chile: Salvat Editores Chilena, Ltda., Orrego Luco Norte 026. Providencia. SANTIAGO DE CHILE. Direccién en Ecuador: Salvat Editores Ecuatoriana, S.A. Carondelet 208, y 10 de Agosto Casilla 2957. QUITO. Direccién en México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V Mariano Escobedo, 438. MEXICO 5 DF. Direccién en Peri: Salvat Editores Peruana, S.A. Avda. Grau, 768. Miraffores, LIMA. Direvcién en Puerto Rico: Salvat Editores de Puerto Rico, Inc. G.P.0. Box 4846 SAN JUAN DE PUERTO RICO. Direecién en Venezuela: Salvat Editores Venezolana, 8.4. Gran Avenida, Edificio Arauca, CARACAS. Narrador Rafael Turia Maria Luisa Sold José Gaya Rafael Turia José Gaya Marta Martorell ta Coro infantil “La Trepa” Admi jstraci6n de suscripciones Salvat, S.A. de Distribucién, Arrieta, 25 - Pamplona (Navarra) rea erat uy lejos, en medio del espacio, vivia Un dia que Tomy, en su vuelo, pasé muy Tomy, el satélite, en una estacién cerca de la terminal de carga interestelar, espacial. Tenia muchos amigos que también _vio.a su amigo Brunete, la unidad de radar, vivian alli, como las naves espaciales, junto a un cargamento, con aire triste y los androides y los robots. afligido. D 5 —8Qué pasa, Brunete? Tomy siguié su ronda pensando en la —Ay, Tomy, éno sabes la noticia? Quieren desgracia de Brunete, cuando al sobrevolar deshacerse de mi porque soy demasiado una luna cercana, vio algo que le llamé viejo. Van a quitarme el morro y emplearme la atencién. Parecia una nave espacial como tapadera del cubo de la basura en forastera. Descendié para investigar y se la cantina espacial. encontré con un cohete de gran tamajio, —iEs terrible, Brunete! Hay que impedirlo, _abollado, llorando en un rincon de un créter. —Disculpe usted, pero épor qué llora? El maltrecho cohete miré a Tomy con los ojos llenos de lagrimas. —Me he perdido. No sé regresar a casa. —&Pero qué le ha pasado? Esté lleno de abolladuras. Pero lo peor es que me robaron mi unidad de radar y ahora estoy perdido. iNunca volveré a encontrar el camino de mi casa! —Coramba, qué mala suerte tienen hoy todos. En esto se le ocurrié a Tomy una gran idea. 4 El cohete relaté a Tomy su historia: —Hace un par de semanas sali en misién hacia un lejano puerto espacial. Durante el vigje fui atacado por una banda de meteoritos que me golpearon y aflojaron mis tuercas y tornillos. Llamé por su radio a la abuela computadora, que era muy vieja y sabia y vivia en la estacién espacial. Tomy llamando a la abvela, Tomy llamando ala abvela, me recibes? Cambio. —Abvela a Tomy, te recibo claro, cambio. —Estoy en la luna TL57 y he encontrado a un cohete accidentado. Tomy conté a la abuela su plan. —Me parece una excelente idea, Tomy. Te la haré llegar con Linco. Cambio y cierro. Unos minutos més tarde se oyé un potente silbido y Tomy volé para recibir a Linco. —Hola, Linco, éla has traido? La nave de enlace abrié una escotilla y sacé una unidad de radar, vieja pero segura. —Hola, Tomy —saludé Brunete, sonriendo. Tomy comenzé a acoplar el radar al cohete Apreté y apreté hasta que Brunete solté un grito de protesta. De pronto soné un chasquido y Brunete quedé encajado. —Ya esté —dijo Tomy. —IGracias! Ahora podré regresar a casa. —Y yo no me convertiré en tapadera de un cubo de basura —dijo Brunete. Entonces, con un gran estallido, el cohete surcé el espacio con la ayuda de Brunete. En busca de la bruja malvada tas descansar aquella noche en el palacio de Oz, los viajeros estaban listos para iniciar la busqueda del Pais de los Peleles y de la malvada bruja del Oeste. El guardia de la entrada les quité las gafas y volvié a guardarlas en la caja. Luego abrio las puertas de Ciudad Esmeralda. —éQué camino hemos de tomar para encontrar a la malvada bruja del Oeste? —pregunté Dorotea. —No existe tal camino, pues nadie desea emprenderlo. —vY como daremos con ella? —Si os dirigis hacia el Oeste, donde se pone el sol, la bruja os hallard a vosotros. Ha convertido a los peleles en sus esclavos y querra hacer lo mismo con vosotros, conque andaos con cuidado. Tras esas palabras de advertencia, los viajeros echaron a andar hacia el Oeste. Dorotea todavia llevaba puesto el bonito vestido de seda que le dieron en palacio, pero vio con asombro que se habia vuelto completamente blanco. 6 Como caminaban muy deprisa, pronto dejaron atras Ciudad Esmeralda. La malvada bruja del Oeste sdlo tenia un ojo, pero tan potente como un telescopio y con él alcanzaba a verlo todo. Sentada en una ventana de su castillo amarillo, divisé a los caminantes a lo lejos y, furiosa, hizo sonar su silbato de plata. En el acto comparecié una nutrida manada de lobos. —iHay unos forasteros en mis tierras! No me sirven ni como esclavos, asi que id a eliminarlos. Los lobos partieron a toda velocidad, pero por fortuna el hombre de hojalata estaba despierto y los oyo acercarse. Cogié su hacha y corté la cabeza al primero que quiso atacarle. Una y otra vez blandio su hacha y fue abatiéndolos uno tras otro, hasta que acabé con los cuarenta lobos. A la mafiana siguiente, al ver aquel montén de lobos muertos, Dorotea se estremecid. Y cuando la bruja comprobé. que los forasteros seguian vivos, se puso més furiosa que nunca y tocé su silbato de plata para llamar a una bandada de cuervos salvajes. —iAtacad a los forasteros en seguida, sacadles los ojos y hacedles pedazos! Tan pronto como el espantapajaros vio a los cuervos volando hacia él, advirtié a sus amigos que se echaran al suelo. Luego agarré al primer cuervo y le retorcié el pescuezo, e hizo lo mismo con el siguiente y el otro, hasta que los cuarenta cuervos yacieron muertos asus pies. Al ver esto, la malvada bruja, presa de un ataque de ira, Ilam6 a una docena de esclavos, les entregé lanzas y les ordend que liquidaran a los forasteros. Pero como los peleles eran unos cobardes, en cuanto se acercaron a los forasteros el leén solté un potente y amenazador rugido, y al instante dieron media vuelta y regresaron corriendo al castillo. La bruja estaba tan furiosa que se puso a patalear, a mesarse los cabellos y a rechinar los dientes. Sdlo le quedaba un recurso: usar el casco de oro para lamar a los monos alados. Asi lo hizo: se puso el casco y gritd: “iEp-pe, pep-pe, kak-ke, zus-zi, zik!” Entonces se oy el batir de multiples alas y unas risotadas y aparecieron unos monos dotados de inmensas y poderosas alas. Su jefe, que era mucho mayor que el resto, dijo: —Esta es la tercera vez que utilizas el casco de oro. Todo aquel que posea el casco podra llamarnos tres veces y ordenarnos lo que le plazca. Nosotros le obedeceremos. Pero recuerda que nadie puede llamarnos més de tres veces. —tY por qué habia de necesitaros otra vez? Me habéis ayudado a hacer de los peleles mis esclavos y a arrojar de mis tierras al gran Oz. Mi tercera y ultima orden es que acabéis con los forasteros que hay en mis tierras, excepto con el leon. A ése quiero que me lo traigdis para ponerle arreos como a un caballo y obligarle a trabajar para mi. —Tus érdenes seran cumplidas —dijo el jefe. Los monos alados se dirigieron hacia donde se encontraban Dorotea y sus amigos. Entre unos cuantos agarraron al hombre de hojalata y lo arrojaron desde gran altura sobre unas afiladas rocas, donde qued6 maltrecho e inmovil. Otros cogieron al espantapdjaros y Je sacaron toda la paja, arrojando luego sus ropas sobre las ramas mas altas de un rbol. Los demas monos ataron al leon con una cuerda larguisima y se Jo Ilevaron al castillo, dejandole en un pequefio patio rodeado por una verja muy elevada. Dorotea no sufrié ningun dafio. El jefe de los monos se acercé a ella sonriendo pérfidamente, pero al ver la sefial de un beso en su frente, se detuvo en seco. —No debemos lastimar a la nifia ni al perro que lleva en sus brazos. ‘ad dae ie Asi que tomé suavemente a Dorotea ya Toto en sus brazos y los llevé al castillo. Cuando la malvada bruja vio la sefial del beso en la frente de Dorotea y los zapatos de plata que llevaba puestos, se echo a temblar. Pero al mirarla a los ojos recobré la confianza. “Es evidente que la nifia no conoce el maravilloso poder que poseen los zapatos”, penso. “iLa haré mi esclava!” Riendo satisfecha, condujo a Dorotea a la cocina y le ordend con muy malos modos que fregara todos los cacharros. Durante los dias siguientes Dorotea trabajé muy duro, porque tenia miedo de que la bruja la azotara, aunque lo cierto es que la vieja no se atrevia a hacerlo debido a la sefial del beso que tenia en la frente. Aparte de Toto, el unico amigo que tenia Dorotea era el len. Todas las noches la nifia bajaba al patio donde se hallaba preso, se tendia junto a él, apoyando la cabeza en su suave melena, y entre ambos urdian un plan para escaparse. La malvada bruja anhelaba poseer los zapatos de plata de Dorotea para hacer uso de sus poderes magicos, y un dia le tendié una trampa. Colocé. una barra de hierro en medio del suelo de la cocina y la hizo invisible. Cuando Dorotea entré en la cocina, tropezo con la barra y cay6, perdiendo uno de sus zapatos de plata, y la bruja, que estaba al acecho, se apoderé rdpidamente de él. 10 —iDevuélveme mi zapato! jada de eso! —dijo riéndose la bruja—. Me lo quedaré yo, y algtin dia conseguiré también aduefiarme de su pareja. Dorotea, enfurecida, cogié el cubo de agua y lo arrojé sobre la bruja, quien lanzo un grito tremebundo, y ante el asombro de Dorotea, empez6 a encogerse y a desaparecer. —iMira lo que has hecho! —grité la bruja desesperada—. éNo sabes que el agua puede acabar conmigo? Dentro de un minuto me habré deshecho por completo. La bruja se transform6 en una masa marron e informe que se extendio por el suelo. Dorotea cogié entonces el zapato de plata y corrié a contarle lo ocurrido al leén. El leon se llev6 una gran alegria al conocer la noticia, lo mismo que los peleles, quienes al saber que ya no eran esclavos decidieron ayudar a Dorotea a buscar al hombre de hojalata y al espantapdjaros. Salieron en grupo y anduvieron todo aquel dia y parte del siguiente hasta llegar al lugar donde el hombre de hojalata yacia maltrecho sobre las rocas. Lo depositaron con cuidado en una camilla y lo trasladaron al castillo, donde los herreros lo soldaron y pulieron hasta dejarlo como nuevo. Cierto que presentaba algunos remiendos, pero poseia un nuevo mango de oro para su hacha. Estaba tan contento que lloré de alegria, y Dorotea se apresuré a enjugar sus lagrimas para que no se oxidaran sus articulaciones. Al dia siguiente, Dorotea y sus amigos organizaron una patrulla para buscar al espantapdjaros. Divisaron sus ropas en las ramas de un drbol tan alto que no podian trepar a él. Entonces el hombre de hojalata lo abatié con su hacha y Dorotea tom6 las ropas, las llevé al castillo y volvié a rellenarlas con paja limpia. El espantapdjaros no sabia como darle las gracias por salvarle la vida. Los amigos pasaron unos dias muy felices en el castillo, pero Dorotea no podia olvidar a sus tios Ema y Enrique y su hogar en Kansas. Un dia dijo: —Debemos regresar a Oz y recordar al mago que prometié ayudarnos si matébamos a la malvada bruja del Oeste. Todos estuvieron de acuerdo. Al dia siguiente se despidieron de los peleles y emprendieron el regreso a Ciudad Esmeralda. as campanas sonaban en Moscu, y el eco de sus tafiidos se extendia por toda la llanura. Era martes } de carnaval. La plaza del Almirantazgo estaba repleta de gente que habia acudido a contemplar a los artistas del circo: hombres forzudos que levantaban pesos, jinetes a lomos de pequefios caballos, tragasables, devoradores de fuego, malabaristas y bailarinas. La mas concurrida era la caseta donde se representaba una funcién de titeres. —El espectaculo que vais a presenciar, damas y caballeros, es unico; no hay otro igual en todas las Rusias —afirmaba el titiritero, con sus ojos negros reluciendo bajo su gorro de piel—. iJamés habéis visto titeres como éstos! Cobraran vida ante vosotros, aqui mismo. Acto seguido el hombre levanté el telén y aparecieron tres magnificos titeres: el moro, un gallardo principe marroqui; la princesa, una delicada bailarina; y Petrushka, un marinero de aspecto grotesco. —iQué van a estar vivos! trond una voz desde el fondo de la caseta, donde un obeso comerciante guifiaba el ojo a dos jévenes gitanas—. iNo nos creemos ese cuento! El titiritero le lanzé una mirada fulminante, sacé del bolsillo una pequefia flauta plateada y tocé a los titeres en el hombro. Al instante se pusieron en pie, y mientras el titiritero tocaba una alegre melodia, comenzaron a bailar y girar por el minusculo escenario. Al finalizar el baile el publico aplaudié entusiasmado, y el comerciante, riendo satisfecho, arrojé al aire un monton de rublos. Las gitanas dieron un salto para atrapar las monedas, pero el titiritero impuso silencio con una nota grave y prolongada de su flauta. Los titeres quedaron inmoéviles, como hechizados. Entonces el titiritero empezo a tocar una melodia lenta y misteriosa y el moro se desplaz6 a un lado del escenario, erguido y orgulloso. La princesa se colocé en el centro, sonriendo dulcemente, y Petrushka cayé de rodillas, en ademan suplicante. —Petrushka, el grotesco marinero, ama a la princesa —explico el titiritero—, pero ella le rechaza. La bailarina se volvio hacia el moro y le tomé del brazo. Juntos avanzaron hacia el borde del escenario, mirandose fijamente a los ojos. En esto, Petrushka, tugiendo como un tigre, sacé un garrote y atraveso el escenario para atacar a su rival, pero el moro se colocd valientemente delante de la princesa y arrebaté el garrote al marinero. Petrushka regres6 abatido al lugar que habia ocupado en el escenario, se volvié e imploré perdén, pero la bailarina tom6 al moro del brazo y avanzaron hasta el centro del escenario. Sin hacer caso del desgraciado Petrushka, se abrazaron y saludaron respetuosamente al publico con una reverencia. El titiritero corrié el telon, mientras decia: —Asi, el moro se casa con la princesa y el marinero se convierte en su criado. La ultima funcién serd a las cuatro. Luego, sin perder ni un solo instante, recogié en su gorro de piel las monedas que le daba el publico. En un claro gesto de avaricia, el titiritero corrié detras del escenario para contar su dinero. iQué dia tan provechoso! Ya se habian dado cinco funciones y tenia el gorro Ileno de monedas. Rio satisfecho y entorné los ojos para dormir un rato. Detras del telén, en sus camerinos, ‘ los titeres no paraban de moverse. Petrushka no cesaba en su llanto: —iCémo odio al jefe! éPor qué me habra hecho tan feo y a la princesa tan bella? iSi yo fuera apuesto, como el moro, supiera bailar como él, tal vez la é princesa me amaria a mi! —Se levanté y dio unos torpes pasos de baile hacia el escenario—. iTengo que aprender a bailar! iEntonces mataré al moro y me casaré con la princesa! En aquel preciso instante, Petrushka noté que la bailarina le observaba desde su camerino, y se acercé a él sobre las puntas de sus pies, airosa y delicada como un pajarillo. El corazén de Petrushka se puso a latir violentamente y el mufieco intent bailar junto a ella, pero era inutil. Tras varios tropezones, cayo al suelo. La bailarina, aburrida de observar los torpes esfuerzos del marinero, se alejé por el escenario sin cesar de bailar. EI moro, en su camerino, blandia su cimitarra con aire desafiante frente al espejo. Al ver entrar a la bailarina danzando, dejé el arma y se puso a aplaudir y mover los pies al compas de ésta. Luego comenzaron a bailar juntos una desenfrenada danza oriental. >__ Enesto “Bparecid Petrushka. Les habia observado desde el escenario y no soportaba ver a su amada bailando en brazos del moro. —iNo toques a mi princesa! —grit6, y se lanz6 contra el moro blandiendo el garrote. Junto a la entrada del teatro se habia congregado una multitud para asistir a la ultima funcién del dia. Las doradas cupulas arrojaban sombras alargadas sobre la plaza, pero la gente aguardaba pacientemente para contemplar el espectaculo de los titeres. El comerciante habia regresado con las dos gitanas, y hasta habia un oso acompafiado por su domador. La gente formaba un semicirculo y el titiritero anuncié con gran voz: —Damas y caballeros, jamas habéis visto titeres como éstos. iCobraran vida ante vuestros mismisimos ojos! En aquel preciso momento, se levanto el telon detras del titiritero y aparecié Petrushka, quien salté del escenario y atraves6 corriendo la plaza. Le perseguia el moro, furioso y agitando su cimitarra. Mientras el publico observaba asombrado la escena, Petrushka resbald y cay6 al suelo. El moro blandio su cimitarra sobre Petrushka, le asesté un golpe y el mufieco quedo inmévil, tendido de bruces en la nieve. —iUstedes no estan sofiando! —grité el comerciante—. iEsto es un asesinato! El titiritero cogié al moro y a Petrushka y les sacudié unos golpes Por el rostro de Petrushka se deslizé un reguero de serrin, y el titiritero dijo con tristeza: —Ya lo véis, no son més que titeres. Por hoy ya no habra mas funciones. Cuando la muchedumbre se retiré, el titiritero metié a los dos mufiecos en la parte trasera del teatro y cerré la caseta. Luego se encaminé a una taberna, moviendo la cabeza afligido. Horas més tarde regres6 al teatro. Al levantar el telén, vio a la bailarina durmiendo en su camerino. El moro, estaba en el escenario puliendo su cimitarra tranquilamente. En el suelo yacia Petrushka roto y maltrecho. —iQué es eso? —exclamé de pronto el titiritero, atemorizado. Algo se movia en la oscuridad por encima del teatro. Alz6 la vista y vio, a la luz de la luna, el espiritu de Petrushka, que danzaba en el aire. El marinero agité el puiio y gritd: —iHiciste de mi una figura ridicula! Pero me he librado del cuerpo que me hiciste y ahora bailo tan bien como el que mas. iMirame! Mi amor por la bailarina ha hecho de mi un espiritu libre y delicado. iMi fealdad te perseguiré el resto de tus dias! iJa, ja, ja! Sus palabras acabaron con unas tétricas carcajadas, que resonaron con 4 gran estruendo en i el frio ambiente de la noche i, 5 (9m U na princesa vendré a visitar nuestro pais —dijo el leén—. {Cémo podemos demostrarle la satisfaccion que nos causa su visita? —Haciéndole una reverencia —dijo el hipopétamo—. Aunque bien pensado, algunos somos demasiado pesados para inclinarnos. —Dando vitores de alegria —dijo el elefante—, pero quizds eso la asuste. —Podriamos bailar —dijo la jirafa. El le6n miré al hipopotamo e intentd imagindrselo bailando, luego sacudid la cabeza negativamente y los animales dieron un suspiro de alivio. El pajaro castafio, que escuchaba la conversacién, intervino timidamente: —tPor qué no hacemos un jardin? A las princesas les encantan las flores. Todos miraron al diminuto pajaro y el len respondié: —Si, Haremos un jardin entre todos. Tras haber elegido la parcela de tierra, el leon dijo: Es muy desigual. Hay que nivelarlo. —Yo lo haré —dijo el hipopétamo—. Mis patas son grandes y peso mucho. Y pisotes la tierra hasta dejarla bien lisa. —iPerfecto! —exclamé el leén—. Ahora cavaremos unos pequefios hoyos para plantar las semillas. ~Yo lo haré —dijo el puerco espin—. Mis pias son muy afiladas. Se encogié en forma de pelota y se revolcé sobre la tierra hasta dejarla cubierta de pequefios agujeros. El pdjaro castafio estaba muy triste, pues deseaba ayudar, pero era tan pequefio que no servia para nada. Muy pronto comenzaron a asomar los pequefios brotes. Y un dja en que el len eché un vistazo al jardin, exclamé disgustado: —iEstd lleno de malas hierbas! éQuign las arrancard? Nadie respondid. Los animales clavaron la vista en el suelo y permanecieron silenciosos —Yo lo haré —dijo el elefante—. Utilizaré mi trompa. Llené su trompa de agua del rio y rocié todo el jardin. —iPerfecto! Ahora tendremos que vigilar que no venga el mono y nos estropee el jardin. Yo lo haré —dijo la jirafa. Y estir6 su largo cuello para mirar en todas direcciones. Los perezosos animales dieron media vuelta y Entonces dijo el hipopétamo: —Tengo las patas demasiado grandes y no puedo escardar. Mis puas dafiarian las hojas —se disculp6 el puerco espin. —Las malas hierbas pesan demasiado para mi —dijo el saltamontes. —Yo romperia con mi trompa los tallos de las flores —djjo el elefante. —Tengo el cuello demasiado largo para agacharme hasta el suelo —dijo la jirafa. abandonaron el jardin. Entonces se acercé el pajaro castafio y arrancé con su pico un yerbajo, que arrojé detras de un arbusto espinoso. Luego arrojé otro, pero las raices eran resistentes y su pico minusculo. Al cabo de un rato, las alas le dolian de hacer tantos esfuerzos. Todos los dias acudia el pdjaro castafio para arrancar la cizafia del jardin. Cuando hubo completado su tarea, no quedaba un solo yerbajo, y las flores, rojas, azules y amarillas, crecieron altas y erguidas. Los animales se reunieron en el jardin, asombrados de ver lo hermoso y aseado que estaba. El le6n, sin poder disimular su nerviosismo, di —Han desaparecido las malas hierbas. EI pdjaro castafio, posado en un Arbol, no dijo nada. La princesa sonrié al ver el jardin. —iEs el jardin mas bonito que he visto nunca! iHabréis trabajado muy duro! —Oh, si, muchisimo —contestaron los animales, sontiendo satisfechos. iQuién de vosotros cogera algunas de estas bellas flores para ofrecérmelas? El le6n se adelanté y dijo: —Yo, puesto que he sido el que ha dado las érdenes. ~Yo nivelé la tierra —dijo el hipopdtamo. ~Y yo hice los hoyos —dijo el puerco espin. Yo planté las semillas —dijo el saltamontes. Yo regué el jardin —dijo el elefante. —Yo me quedé para vigilar —dijo la jirafa. La princesa pregunté con una sonrisa: —iY quién arrancé las malas hierbas? Los animales no se atrevian a contestar. AL fin dijo el leon: —Nadie. Entonces la princesa vio unos ojos relucientes y un diminuto pico que se asomaban timidamente por entre las hojas de un arbol, y pregunté al péjaro castafio: —tHas sido ti? EI pajarillo asintié con la cabeza. Pues tui cogerds las flores para mi, ya que has trabajado mas dura y constantemente que los demés. —Ademis, se lo merece porque tuvo la feliz. idea de hacer el jardin en tu honor —reconocié el elefante. EI pajaro castafio cogié una flor con el pico y se la ofrecié. Luego otras mas, hasta que la princesa tuvo entre sus manos un hermoso ramillete. La princesa bes6 al pdjaro castafio en la cabeza y le sonri6, y éste comenzé a cantar alegremente hasta que el sol se puso sobre el espléndido jardin de los animales. —Esta bien, muchacho, si te crees lo bastante fuerte para colgar mi lago de las nubes, no creo que te niegues a medir tus fuerzas conmigo. Disputaremos una carrera alrededor del lago, y si me ganas te concederé tu deseo. —iConforme! Pero antes tendras que derrotar a mi hermano menor, que duerme ahi entre los matorrales. Si logras vencerle, haré una carrera contigo alrededor del lago. El gigante se adentré entre los matorrales a orillas del lago, y de pronto salié una liebre en rdpida carrera. El amo del lago emprendié répidamente su persecuci6n, pero, como es natural, por mas que corrid no pudo dar alcance a la liebre. Enfurecido, grité a Avram: —iPélea conmigo! iYo te venceré! —Muy bien, pero antes tendras que vencer a mi anciano abuelo. Si consigues derribarle, no tocaré tu lago. Ahi lo tienes, duerme en aquella hondonada. Como tiene el suefio muy pesado, tendrds que atizarle en la cabeza para despertarlo. El amo del lago se dirigié a la hondonada, donde un inmenso oso pardo dormia plicidamente. El gigante dio al oso en la cabeza con una estaca, y el animal se levanté de un salto, agarré al gigante con sus vigorosos brazos y lo derribo al suelo. El gigante regres6 cojeando visiblemente. —iHay que ver lo fuerte que es tu abuelo! No me quedan ya fuerzas para luchar contigo, pero dame una Ultima oportunidad. Tengo un hermoso caballo rucio, el mejor de la manada. Veamos quién de nosotros es capaz de Ilevarlo alrededor del lago en menos tiempo. —Inténtalo ti primero. El gigante levanté al caballo sobre sus hombros y dio una vuelta con él alrededor del lago. Luego, con un grito de triunfo, deposité al animal en tierra y dijo: —Ahora te toca a ti Avram dejé la soga y se acercé al caballo, diciendo: —T% has cargado con él sobre tus hombros, ipero yo lo levaré entre mis rodillas! ‘Avram se monté en el caballo, clavé los talones en sus flancos y galopé alrededor del lago. El triunfo de Avram fue aplastante. El gigante se dio por vencido. Acaricié al caballo rucio por tiltima vez, y se lo entregé a Avram. Era un espléndido animal, con una espesa melena, las patas recias, las orejas puntiagudas y el pecho amplio y fuerte. Avram regres6 a casa muy contento a lomos del bello animal. ranscurrian los dias estivales y Susana vivia dichosa con Jos cisnes del rio. Pasaba muchos ratos en una pequefia isla cubierta de sauces, oculta entre cafias y juncos. A veces se adentraba entre los juncos, donde anidaban los patos silvestres, pero éstos la conocian y no se alarmaban. El sefior del rio habia dado orden de que nadie debia descubrir la presencia de Susana en aquel lugar. De noche, cuando brillaba la luna, 0 a primeras horas de la mafiana, Susana abandonaba su escondite y nadaba en el rio, contemplando los campos, el sendero y el pueblecito, que aun dormia. De vez en cuando era vista por alguien que regresaba tarde a su casa o que habia madrugado, y comenzo a circular el rumor de que en el rio habitaba una ninfa. Pero casi nadie lo creia. Todos los dias, el sefior del rio Ievaba comida a Susana, en una cesta hecha por ella con juncos y que el cisne transportaba en su pico. A veces, el cisne acudia al molino, pues sabia que la molinera siempre le daba algo. O se detenja en el puente para recoger los mendrugos de pan o galletas que la gente arrojaba al agua. Casi todos los dias se presentaba en el corral del panadero, donde la hija de éste le esperaba sentada en la cerca, sosteniendo en su regazo unos bollos, tortas o trozos de pastel que quedaban del dia anterior, sin sospechar que iban destinados a una nifia como ella. El cisne inclinaba la cabeza en sefial de agradecimiento y proseguia su camino. es Susana crecié y engord6, estaba tostada por el sol y parecia feliz y mas bonita. Sdlo le preocupaba una cosa: conseguir un vestido para ponerse el dia que regresara su padre, pues el que llevaba estaba hecho jirones. Un dia conté su problema ala madre del cisne, y ésta discutid el asunto con su hijo. —Mi hijo te ayudar. Dice que todos los lunes la esposa del panadero tiende Ja colada en el patio, y en cuanto vea tendido un vestido de su hijita, que es de tu misma talla, te lo traerd. Qué idea tan ingeniosa, éverdad? (Estas contenta? Susana protest6, diciendo: —Se lo agradezco mucho, mama cisne, pero no debe hacerlo, eso seria robar. iNo puedo ponerme un vestido robado! La respuesta de Susana desconcerté a los cisnes. Ambos eran valerosos, comprensivos y amables, pero jamds se habian preocupado de lo que estaba bien o mal. Susana les explicé lo que significaba robar y dijo que estaba mal. Pero el cisne seguia decidido a conseguir un vestido para ella, y los dias que las mujeres lavaban la ropa, si soplaba el viento, él se mantenia al tanto por si volaba un vestido. El verano dio paso al otofio, y las gaviotas volaron rio arriba siguiendo el reguero de lombrices de los campos arados. Pero siempre quedaban centinelas en la costa aguardando el regreso del padre de Susana. Un dia aparecié una gaviota que venia de la costa, gritando: “iNoticias, noticias!” Dibujando amplios circulos en el cielo, se posd en el viejo nido de los cisnes, donde éstos se hallaban congregados a la espera impaciente de sus noticias. Les conté que habia visto un barco que se dirigia lentamente hacia el puerto y fue a posarse en los aparejos, para escuchar a los marineros que hablaban de sus familias. Susana apenas podia creer que su padre se hallara tan cerca. Queria ponerse a bailar, gritar y cantar de alegria, pero los cisnes le recomendaron que guardara silencio hasta estar segura de que se trataba de su padre. Susana se senté junto a mamié cisne, pensando cémo se las arreglaria para estar presentable si no disponia de un vestido nuevo. El cisne dijo: —Iré a comprobar si se trata del caballero que aguardamos. _ Y al ponerse el sol, extendié las alas y partio volando. Se acercé a un barco fondeado fuera del muelle. El viento habia amainado y la marea descendia, asi que la embarcacién no penetraria en el muelle hasta la mafiana siguiente. Habia un grupo de marineros apoyados en la barandilla de cubierta; miraban hacia tierra. —Qué curioso: un cisne por aqui. éQué andara buscando? —exclamo un marinero Uno de ellos, un hombre alto, con el pelo canoso y ojos oscuros, hablaba de una hija amada Susana. Es posible que hubiera otros © marineros con hijas que se llamaran Susana, pero la gaviota estaba convencida de que se trataba del hombre que esperaban. 26 al ver al noble animal posarse en el agua y nadar en torno al barco. —iCreo que es Juan Cisne! —dijo un hombre - alto y con pelo Mg canoso—. Yo cuidé de él hace afios. F Tal vez venga a ‘darme la bienvenida. Los hombres sonrieron y siguieron empaquetando los regalos que Ilevaban a sus familias: cuentas, conchas, chales de seda y pafuelos. El marino de pelo canoso desdoblé una prenda, maravillosamente bordada, que habia subido a cubierta. Estaba muy arrugada después de tenerla tantos meses en su armario. —iQué es eso, Jaime? —preguntd un compafiero—. iParece un regalo para una princesa! —Lo hicieron para una princesa, pero cuando estuvo terminado, ella no lo quiso. Yo lo compré en un mercado persa a una pobre mujer que empled muchos meses trabajando en este vestido. Seguramente pagué demasiado por él. Lo colgaré para quitarle Jas arrugas. Colg6 el vestido en la barandilla y retrocedié para admirarlo. El sol del atardecer hacia relucir los magnificos colores de las hojas y flores, bordados en el dobladillo. El vestido estaba cubierto de mariposas y pequefios djaros y flores, salvo en el pecho, le habia un sol bordado cuyos dorados rayos destacaban entre los pajaros y las flores. EI mas anciano de los marineros, un hombrecillo arrugado, miré el vestido detenidamente y dijo: —Lo han cosido las hadas. He visto muchas prendas bordadas en mis viajes por el mundo y yo te garantizo, Jaime, que este vestido te traera suerte. La que te lo vendio no era una mujer de carne y hueso, sino una hada. En aquel preciso instante se oyo el batir de unas alas, y vieron al cisne volando en circulos sobre la embarcaci6n. De pronto se levanté la brisa y se Ilev6 el vestido por los aires. Los hombres corrieron tras él, pero el cisne se les adelantd. y lo agarré con el pico. EI marinero, afligido, vio alejarse al cisne, que se fue haciendo mas y mas pequefio en la distancia. Luego suspiré resignado y miré sus pertenencias. Todo lo que le quedaba eran unas cuentas y una pequefia cantidad de oro. 28 Al dia siguiente, al atardecer, Susana se hallaba sentada en la orilla del rio, oculta entre unas flores silvestres. Habia Ilegado nadando a primera hora de la mafiana, y fue entonces cuando el cisne le dio el vestido. No quiso decirle cémo lo habia obtenido, y Susana estaba tan contenta que lo tomé sin protestar. Al fin y al cabo, era un ave maravillosa y nada tenia de extrafio que le hiciera un regalo maravilloso. Podia decirse que Susana estaba lista para recibir a su padre. El dia anterior se habia despedido de algunos amigos en el remanso del rio, pero no de los cisnes, que se hallaban congregados en grupo vigilando en la orill Un caminante que se di Los Juncos se sorprendié al ver a los cisnes, como también al observar que le acompafiaban unas gaviotas. De pronto, el graznido de las gaviotas se hizo mds intenso, y ante él aparecié una nifia en el sendero. Con una mano se protegia los ojos del sol, que daba de lleno en su sonrosado rostro y en sus brazos y pies desnudos, y sobre su vestido, que lucia unos bellos colores. La nifia corrié hacia su padre, inundada de alegria, y se echo en sus brazos. Las gaviotas cesaron de graznar y los cisnes, todos excepto uno, se alejaron discretamente. Tenjan tantas cosas que contarse, que cuando aparecieron las estrellas en el cielo Susana y su padre seguian su conversaci6n a orillas del rio. Las aves habian informado a Susana que en su vieja casita vivian ahora otras personas, asi que su padre decidié que pasarian la noche en la posada. —Vamos —dijo el marino—. Es hora de cenar y acostarse. Antes de alejarse de alli, Susana se volvié para mirar el rio y vio a su fiel amigo posado sobre las oscuras aguas, aguardando. —iMira, papa, es el sefior del rio! iNo nos hemos ( 7. despedido de él! * El marino se quité la gorra y dijo: we PS 29 Susana y su padre se alojaron en la posada. Pero a los pocos dias, al saber que el viejo barquero habia dejado su empleo, el marino pas6 a ocupar su puesto y se instald con Susana en una casita junto al embarcadero. Durante los afios siguientes, el marino no se cansaba de repetir que toda su felicidad se la debia a Juan Cisne, el sefior del rio de Los Juncos, y éste visitaba al barquero y asu hija todos los dias, satisfecho de haber contribuido a su dicha. —Sejior, soy un hombre sencillo, y hace afios te puse el nombre de Juan Cisne, pues desconocia tu titulo. Sea como sea, te estoy profundamente agradecido por cuidar de mi hija. Satisfecho, el cisne incliné la cabeza y se alejo majestuosamente. Tengo una mufieca vestida de azul con su camisita y su canest tengo una mujeca vestida de azul con su camisita y su canest. La saqué a paseo, se me constip6, la tengo en la cama con mucho dolor, y esta mafianita me dijo el doctor que le dé jarabe con un tenedor. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, y ocho veinticuatro y ocho treinta y dos, 4nimas benditas me arrodillo yo. ROB COC Uum Ui oc mi Cs emai o) Cuando un conejo pierde su color marrén, unas campanulas pierden su color azul y un libro pierde sus letras coloreadas, Hugo recurre a una Cet ee ren) BRO Cues ue eT a numerosos peligros cuando deciden visitar el satélite, entra en accién cuando unos ee tet et ents) Better ta PEWS IC ROM CRS eo keU OTE Peete a ora iss Cee orn Serene Cos ny pres

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