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Antonio Manuel Espanha, UnaNuevaHistoriaPoliticaEInstitucional-5073004

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Una nueva historia política e

institucional
A ntonio Manuel H espanha
T raducción: Clara Martínez Valenzuela

Resumen

Hasta hace poco tiempo la historiografía política e institucional había dependido casi por
completo del imaginario político estatalista elaborado por la teoría política liberal del siglo
XVIII. De ahí derivó una reinterpretación del sistema político institucional del Antiguo
Régimen. El análisis que se propone en este artículo adscrito al pensamiento historiográfico
postestructuralista, consiste en una descripción de las instituciones políticas y jurídicas
prerrevolucionarias a través de las categorías que sugiere una interpretación densa de los
discursos y prácticas de la época. De esta manera se pretende evitar el anacronismo, liberar
la narrativa historiográfica de los intereses que condicionan el conocimiento político actual
y restaurar el pluralismo historiográfico de las distintas experiencias de organización política.
En todo caso, aún permanece sin respuesta la siguiente cuestión: ¿qué tan accesibles son las
categorías históricas para comprender lo político?

Abstract

Until very recently the political and institutional hisloriography has been entirely based on the
state’s ideology proposed by the liberal political theory since the 18th century. Upon this idea
has evolved most of the literature on the a n cien e rég im e’s political institutions System. The
analythic method proposed in this paper attempts in compliance with a post-structuralist
historiographic criteria, to describe the pre-revolutionary political and juridical institutions
through a diverse set o f cathegories that suggest the interpretation o f the discourse and
practices of this historical period. This procedure aims to avoid anachronism, to free the
historiographic narrative of all sort of elements conditioning curren! political thouglu and to
restore the historiographic pluralism of the various experiencies of political organization. In
any case still remains without answer the question of the suitability of historical categories for
the understanding of political phenomena.

El objeto de la historia político-institucional.


La precom prensión de lo “político”

unca ha sido fácil ni unánime definir lo que es el poder; y to­


N davía menos, las instituciones. Sin embargo, pasando por en­
cima de las inquietudes y dudas siempre latentes en corrientes

9
menos conformistas, la teoría política liberal — de la mano con el
positivismo jurídico— estableció un concepto según el cual el poder
político tenía que ver con el “Estado” y las instituciones relevantes
eran mecanismos y organizaciones instituidos por él.1 Todo eso
parece cuestionarse de nuevo, y las consecuencias a nivel de la defi­
nición del objeto de la historia política e institucional no pueden
dejar de hacerse sentir. Este es el tema del presente artículo.

La crisis p olítica d el estatalism o

Hace algunos años, el desafortunado historiador italiano R. Ruffilli2


relacionaba las temáticas (y también las perplejidades) de la historia
política (la historia del poder) de nuestros días con aquello que él
llamaba la crisis de las instituciones del Estado liberal representativo,
principalmente en Italia.
Para los que siguen de cerca la situación actual de Italia o para los
que presencian la disolución de las formas establecidas del ejercicio
del poder llamado oficial — en el orden interno o en el orden interna­
cional— , hablar de crisis es seguramente un eufemismo. Ante nues­
tros ojos, el Estado como institución, tal com o fue construida por la
teoría política liberal, se disuelve y desaparece. Y con él, una serie
de modelos ejemplares de vivir la política o de tener contacto con
el poder (el sufragio, los partidos, la ley, la justicia oficial).3 Incluso
lo imaginario ligado al paradigma Estado está en crisis: la igualdad
como objetivo político se enfrenta con las pretensiones de garantizar
la diferencia; el interés general tiende a ceder ante las pretensiones
corporativas o particularistas; el centralismo se debate con todo ti­
po de regionalismo; el imperio de la ley es atacado, tanto en nombre
de la irreductibilidad de cada caso y de la libertad de apreciación del

1 Cfr. Jaques Chevalier e I. Loschak, S cien ce adm inistrative. T b eorieg en eróle d e l ’institu-
tion adm inistrative, Paris, LGDJ, 1978, 2 vol.
1 R. Ruffilli, C lised elleS ta toestorio g rafia con tem porán ea. Milano, II Mulino, 1979; Ruffilli,
que además de historiador de prestigio continuaba su actuación cívica (civil) en un valiente
combate por la reforma y dignificación de la vida política italiana, murió a manos de las
B rig ad as Rosse (B rigadas Rojas).
- Cfr. Antonio Manuel Hespanha, “O poder o direito e a justica numa era de perplexidades",
A d m in istra d o . A d m in istra d o P ú blica d e M acau, 1 5 ,1922a, pp. 7-21, y Ju stica e ligiosidade.
H istoria eprospectiva, Lisboa, Fundación C. Gulbenkain, 1993c.

10
Perspectivas teóricas

juez, como en nombre de las ideas de concertación y negociación;


la intención racionalizadora cede frente a las pretensiones liberales
más radicales. En resumen, el Estado abandona progresivamente lo
imaginario político.
Este modelo de Estado fue diseñado de acuerdo a una arquitectu­
ra precisa4 que postulaba:
a ) La separación rigurosa entre la “sociedad política” (la polis, el
Estado y sus instituciones provistos de im perium ) y la “sociedad
civil” (lo cotidiano y sus convenios de poder “privados”, contractua­
les);
tí) Distinción de la naturaleza de los poderes, cuando se trata de
poderes de los cuales el Estado es el titular (poderes públicos) o
poderes bajo la titularidad de los particulares (poderes privados);
c) La institución de una serie de mecanismos de mediación,
fundados en el concepto de representación (concebido com o un
producto de la voluntad, instituido por contrato-mandato), por me­
dio de los cuales los ciudadanos, viviendo en la sociedad civil, par­
ticipaban en la sociedad política;
d) La identificación del derecho con la ley, concebida com o la
expresión de la voluntad general de los ciudadanos cuyo d em iu rg o
era el Estado;
e) La institución de la justicia oficial como la única instancia de
resolución de conflictos.
Desde el punto de vista de la política, este modelo — con las con­
secuencias políticas que él conlleva— suscita cada vez menos entu­
siasmo.
Se critica el gigantismo de la política a nivel del Estado; se con­
sidera que la política hace imposible la participación de los ciu­
dadanos. Se rechaza la idea de la representación, reconociéndose
cada vez menos los ciudadanos en sus representantes electos. El abs­
tencionismo electoral crece, manifestando la falta de adhesión a los
modelos representativos. Se desconoce la ley, se defrauda su letra
y se cuestionan sus imposiciones en nombre de intereses particula­
res. Se desconfía de la justeza de la justicia oficial proponiéndose su
sustitución por otras formas de composición.
Pero al mismo tiempo que lo imaginario estatalistaáe\ liberalismo

4 Sobre el diseño liberal del Estado, véase Chevalier, op. cil.

u
retrocede, se descubre que, finalmente, no se trataba en realidad
más que de un imaginario, por detrás del cual se agitaban múltiples
mecanismos de organización y de disciplina sociales: la educación
de los sentimientos (la moral), el sentido común, las rutinas, la orga­
nización del trabajo, la familia, los círculos de amigos. Por la inti­
midad de los amores, por los mecanismos viscosos de la rutina, por
la acción del verbo, por los juegos de la evidencia y de la verdad,
por los constreñimientos de la domesticidad y de la amistad, la so­
ciedad continúa tan firmemente organizada como antes. Y por lejos
que estén de las cumbres de la política, los hombres y las mujeres
tienen todos los días sus momentos de poder. En fin, se hace política
tanto como se respira.

La p recom pren sión p o s m o d e m a d el p o d e r

El descubrimiento de una “política a nivel del suelo” (J. Revel) — o


si se prefiere a Lenin, de una política al alcance de la portera— puede
ser relacionado con una temática típicamente posmoderna: horror
al gigantismo y atracción por la pequeña escala, desconfianza de los
modelos globales, de las tecnologías pesadas y de las grandes orga­
nizaciones, revaloración de los componentes personales y de la vida
cotidiana, preferencia por una ética del placer en vez de una ética
de la responsabilidad.
Aunque los legos no se den cuenta de eso, esta valoración de la
micropolítica en relación a las formas “macro” del modelo político
liberal tiene una genealogía bastante extensa en la cual se pueden
encontrar ya sea a Karl Marx o a Cari Schmitt, antes de llegar a los
análisis micro-físicos de Michel Foucault o a los diagnósticos sobre
el cambio de las fuentes, de los niveles y de las tecnologías del poder
y de la organización en las sociedades omnicomunicativas descritas
por Alvin Toffler.
Cualesquiera que sean las genealogías, lo que interesa es que el
diagnóstico o el anuncio del fin del Estado com o modelo de organi­
zación política se volvió usual en la teoría política reciente.5

' [.imitándome a ejemplos de los últimos años, venidos de puntos opuestos de la reflexión
sobre la política: P. Legendre, en el ámbito de una ya prolongada reflexión sobre la forma

12
- — 1 — Perspectivas teóricas

Lo que entonces desempeñó un papel determinante fue la crítica


de la “familiaridad” con la cual la historiografía establecida lidiaba
con el pasado.

C ontra u n a h istoria político-in stitu cion al a c tu a liz a n te

L a p olítica im plícita d e la id ea d e “c o n tin u id a d ” (kon tinu itáts-


d en k en )

Para aquellos que habían tenido contacto con la historiografía gene­


ral moderna, principalmente con el movimiento de los A nnalles, la
falta de distanciamiento histórico era naturalmente irritante. Pero se
hacía todavía más cuando se analizaba la política implícita en la his­
toriografía “de la continuidad”. Tal vez haya sido por entonces cuan­
do la ruptura revolucionaria empezó.
En efecto, la idea de una continuidad, de una genealogía entre el
derecho histórico y el derecho del presente, era todo menos inocen­
te desde el punto de vista de sus consecuencias en el plano de la
política del saber (jurídico).
La continuidad de los dogmas (de los conceptos, de las clasifica­
ciones, de los principios) jurídicos constituye, de hecho, la vía real
para la n atu ralización del derecho y de los modelo establecidos de
poder, para la aceptación de un Derecho natural, de una organiza­
ción política racional, fundados en el primado de un espíritu huma­
no transtemporal que permitiría el diálogo dogmático entre los juris­
tas del presente y los del pasado. La historia tendría, entonces, un
papel esencialmente dogmático. Como saber que lidia con el tiem­
po, tendría la función de lubricar la comunicación transtemporal,
haciendo posible el diálogo espiritual entre los de hoy y los de ayer.
En ese diálogo el presente se enriquecía pero, sobre todo, se justi-

estatal ("desde L 'am our du censeur, 1974, hasta Les enfurtís clu lexte. E lu de su r la fo n c tio n
p a r e n ta le des Etats, 1992, y Trésor historique d e l'Etat en Franco. L'adm inistration classique,
1992), pronostica “su disolución del interior, dejando lugar a otra cosa", (Trésor..., 13). Del
lado de las teorías del m a n a g e m e n t— cuyo papel dogmático (legitimador de las relaciones
políticas establecidas) es planteado por P. Legendre al lado del Derecho de los Estados con­
temporáneos— , tomamos el ejemplo de A. Toffler que ve en las actuales dislocaciones del
poder (powershift) la señal del advenimiento de una nueva época civilizatoria, dominada por
formas blandas y flexibles de organización (flex-organ ization s).

13
ficaba. Porque el pasado, leído (y por tanto aprendido) a través de
las categorías del presente, se volvía un documental vivísimo del ca­
rácter intemporal — y por lo tanto racional— de esas mismas cate­
gorías. “Estado”, “representación política”, “persona jurídica”, “pú-
blico/privado”, “derecho subjetivo”, se encontraban por todos lados
en la historia. No podían dejar de ser formas continuas e irreductibles
de la razón jurídica y política. Que esa continuidad fuera producto
del mirar del historiador era una cuestión de la que al parecer no se
tenía conciencia.
Pero además de poder ser leída en el registro de la “permanencia”,
la continuidad también puede ser leída en el registro de la “evo­
lución”. En este caso, se trata de asistir al nacimiento y secular per­
feccionamiento de un concepto o de una institución. La “continui­
dad” es concebida como la continuidad de los seres vivos, que
crecen y “desbotonan” en flores y finalmente en frutos. La sabiduría
político-jurídica de la humanidad, justamente porque continúa el
pasado y no pierde sus enseñanzas, se perfecciona, progresa lineal­
mente por acumulación. A partir de esta idea se instituye una visión
progresista de la historia del poder y del Derecho, que transforma
la organización institucional actual en un fin de la civilización polí­
tica y jurídica. El Estado liberal-representativo y el Derecho legislado
(o, mejor dicho, codificado) constituirían el fin de la historia, el
término último de todos los procesos de “modernización”.
La visión histórica en este caso todavía servía para documentar esa
saga, esa continua lucha por el Derecho (K a m p fu m Recht). Los dog­
mas del Derecho histórico ya no son, como en el caso anterior, tes­
timonios de la justeza del presente, sino testimonios de la actividad
de liberación de la razón jurídica en relación a la fuerza, a los pre­
juicios y a las dolencias infantiles.6
En uno y en otro caso, la idea de la continuidad era garantía de
estos usos legitimadores de la historia. O sea, la idea de que el saber
del presente se arraigaba en el saber del pasado y que recibía de éste
las categorías fundamentales sobre las cuales trabajaba. De hecho,
la clave del éxito de la tradición romanística, desde los g losad o res
hasta la p an d ectística alemana, siempre fue e n m a s c a r a r el carácter

6 Este tema fue abordado en Antonio Manuel Hespanha, “A historia das instituifoes e a
'morte do Estado’”, A n u ario d e filo so fía d el Derecho, Madrid, 1986c, pp. 191-227.

14
~ " Perspectivas teóricas

innovador de la “recepción”, el hecho de que ésta siempre reposó


en una dú plex interpretado.
En efecto, se imaginaba que el sentido con el cual se tomaban los
conceptos o las normas heredadas del pasado era el sentido acuñado
por sus autores o ligado a sus contextos originales. Ni los propios
textos, ni las condiciones de su producción y apropiación dispon­
drían de densidad suficiente para provocar desviaciones. Por el con­
trario, la limpidez cristalina y la plena disponibilidad de los textos
dejarían reinar, soberano, el único contexto que sería necesario to­
mar en cuenta, el contexto intemporal — y, por lo tanto, común al
pasado y al presente— de la razón jurídica. Esta creencia en la in­
temporalidad del sentido y en la posibilidad de una hermenéutica
sin límites conducía a un aplanamiento o a una negación de la pro­
fundidad histórica y a un sentido de familiaridad con el pasado que,
a la vez, llevaban a una trivialización de la “diferencia” expuesta en
los textos jurídicos históricos.

L a crítica d el atem poralism o

No se puede decir que la cuestión de las rupturas, principalmente


de las rupturas dogmáticas, fuera desconocida para los historiadores
del Derecho. En las décadas de los veinte y los treinta algunos roma­
nistas, reaccionando justamente contra la apropiación actualizante
del Derecho romano realizada por la p an d ectística, denunciaron el
error en el que se incurriría si se ignoraba el trabajo creativo, poiético
de las diversas recepciones de los textos romanísticos ( dú plex inter­
p reta d o ), su progresivo distanciamiento en relación con los sentidos
originales. De la denuncia del carácter ilusorio de las aparentes con­
tinuidades terminológicas provenía la ilegitimidad de aplicar, en el
trabajo histórico, las categorías jurídicas actuales.7
Pero la crítica a la idea de la “familiaridad” más decisiva para el
desarrollo reciente de la historiografía jurídico-institucional vino

7 El precio pagado por esa orientación fue una inevitable “historicización” de las corrientes
romanísticas y su pérdida de peso en las facultades de Derecho. Por eso, algunos sectores
romanistas propusieron un estudio “jurídico” (actualizante) del derecho romano, reactivando
las intenciones dogmáticas de la pan dectística (zu rü ck zu Savigny, zu d em heutigen System
d es rom ischen Rechts). Véase, en este último sentido, el “manifiesto” de Sebastiao Cruz,
“Actualidade e utilidade dos estudos romanísticos”, D ireito rom an o, Coimbra, Almedina,
1989, pp. 113-124.

15
más tarde, en el transcurso de los años setenta. A pesar de la variada
identidad ideológica de los actores, no parece muy arriesgado decir
que se trató de un movimiento de crítica al triunfalismo de la política
establecida — el Estado liberal representativo y su Derecho legisla­
do— que amarró la historia institucional y jurídica a su carro de triun­
fo. Lo que se intentó hacer desde distintos lados fue desatar de ahí
el pasado, mostrando cómo, si lo dejaran hablar en su propio len­
guaje, se alejaría de las formas establecidas del presente y cantaría
la inenarrable volubilidad de las cosas humanas.
En el dominio de la historia político-institucional, esta misión fue
preparada por los trabajos pioneros de Otto Brunner8 — que junto
con Otto V. Gierke, Emile Lousse o Julius Evola, pertenecía a los
críticos tradicionalistas de la “situación política”— , al destacar la
alteridad de las representaciones del Antiguo Régimen sobre el po­
der y la sociedad.
La fortuna que este autor tuvo en los medios historiográficos m o­
dernistas se debe bastante al recibimiento que le brindó la historiogra­
fía político-institucional crítica (aunque, esta vez, “de izquierda”) ita­
liana de los años setenta y al énfasis dado a su obra en los prefacios
de dos antologías que entonces tuvieron mucha fama: la de Schiera-
Rottelli y la de A. Musí.9 La influencia de Brunner, combinada con
sugestiones previas y divulgada por esta nueva historiografía, pro­
vocó un sentimiento historiográfico muy amplio en la actualidad, de
problematización de la justeza de aplicar categorías e interpretacio­
nes contemporáneas a la historia del poder en las épocas medieval
y moderna.10
En el dominio de la historia del Derecho, la crítica a la continuidad
prometía mayores dificultades,-de tal modo que ésta era esencial no
sólo en el mantenimiento de la idea de ratio iuris, sino también en

" Indicaciones bibliográficas, evaluación global y nota sobre los precursores, Antonio Ma­
nuel Hespanha, P oder e instituí^oes n a Europa d o Antigo Regime, Lisboa, 1984a, pp. 31 y ss.
’’ E. Rotteliy P. Schiera, LoStato m oderno, Bologna, II Mulino, 1971 y AurelianoMusi, Stato
e p u b b lic a am m in istrazion e n ell’an cien régime, Napoli, Guida, 1979- Yo le atribuí la misma
importancia en la antología P od er e instituifoes n a Europa d o Antigo R eg im eí Am onio Manuel
Hespanha, P oder e instituifoes n a E uropa d o Antigo Regime, Lisboa, 1984).
10 Wim Blockmans, "Les origines des États modernes en Europe, XlIIe-XVlIIe siécles: état
de la question et perspectives", en Wim Blockmans y Jean-Philippe Genet, Visions su r le dé-
veloppem ent des États européens. Théories et historiographles d e I’État m od em e, Rome, Fran-
t,aise de Rome, 1993, 1 y ss.

16 ■■ -
Perspectivas teóricas

la defensa de la razonabilidad de dispositivos técnicos como la “re­


gla del precedente” o la “interpretación histórica”.11
Es justamente el culto a la “continuidad” lo que explica las ten­
siones que acompañaron la aparición — en 1977— de un número de
la revista Ius co m m u n e — publicación institucional de uno de los
santuarios de la historiografía jurídica alemana, el M ax-P lan ck-
In stitu tfü reu ropáischeR echtsgeschichte, de Frankfurt/Main— coor­
dinado por un investigador del instituto, Johannes-Michael Scholz,
y subordinado al tema Vorstudien z u r R echtshistorik?2
El mismo título era todo menos inocente, al manejar el contraste
provocador entre la designación clásica de la disciplina — Rechtsges-
ch ich te— y el neologismo Rechtshistorik. La intención iconoclasta
estaba abiertamente explicada en la conferencia inaugural de J. M.
Scholz (“Historische Rechtshistorie. Reflexionen anhandfranzósischen
Historik”). Se trataba justamente de “historizar la historia del Dere­
cho”, importando para la disciplina las sugerencias metodológicas
de la Escuela de los Armales, principalmente la de promover la ob­
servación del Derecho en su contexto social y la de introducir, con
su imponente majestad, la conciencia de la dimensión temporal de
un tiempo marcado por la ruptura.
El pasado jurídico debía ser leído, por lo tanto, respetando su
alteridad, dando cuenta del carácter “local” del sentido de los pro­
blemas, de la justeza de las soluciones, de la racionalidad de los ins­
trumentos técnico-dogmáticos utilizados. O sea, del modo en que
todos sus elementos dependían de condiciones histérico-concretas
de producción de sentido, ya fuera que estas condiciones se ligaran
a los contextos sociales de la práctica discursiva, ya fuera que se rela­
cionaran con los universos culturales particulares de los actores his­
tóricos.
La invitación a una relación, a una negociación más intensa con
la historia social provocaba malestar a una historiografía que vivía
bajo la idea de la “separación” ( Trennungsdenken, O. Brunner) en-

" Éstas requieren que el paso del tiempo y la evolución de los contextos no perjudique
la similitud (la “continuidad") de las situaciones. Las cosas son, en realidad, más profun­
das: la idea de continuidad (de las cosas y de las personas) es la que soporta el esencialismo
que, a su vez, soporta el derecho. Sin él, nuestras cosas se desvanecerían continuamente; las
promesas estarían perdiendo siempre sus garantes, y así sucesivamente.
12 Frankfurt/Main, V. Klosterman, 1977.

IV
tre el Derecho y la sociedad. Pero, por encima de esto, el corte con
las continuidades de la tradición jurídica disolvía esta “familiaridad”
de que se ha hablado, suspendía la trivialización de los dogmas jurí­
dicos del pasado y hacía correr el riesgo de introducir un historicismo
que, tarde o temprano, acabaría por afectar el presente. Porque, real­
mente, la extrañeza del pasado es la señal, en negativo, del enraiza-
miento histórico del presente.13
El programa de recuperación de los sentidos “auténticos” (“loca­
les”) de las instituciones del pasado no sería fácil de llevar a cabo
a menos que se ignoraran los problemas metodológicos planteados
por el designio de describir el pasado jurídico en s í m ismo. O sea,
si se supusiera que el encajonamiento del pasado en las categorías
del presente es un hecho intencional y que puede, por lo tanto, ser
evitado por una especie de disminución voluntaria de los prejuicios
actualistas. Las cosas se complicaron justamente porque los marcos
de aprehensión son producto de prejuicios inmanentes a la propia
mirada del historiador. Scholz estaba consciente de esto. Ni las de­
formaciones epistemológicas de los historiadores tradicionales eran
intencionales, ni la historia podría nunca trabajar con categorías neu­
tras de aprehensión que dejaran vivir, en toda su libertad y autode­
terminación, el objeto sobre el que incidieran. Así, se intentaba su­
perar el impasse recurriendo al concepto, entonces desarrollado por
la teoría alemana de la historia, de marcos de conceptualización su­
geridos por el propio objeto de estudio (g eg en stan d sbezog en e K ate-
gorieri), marcos que posibilitarían una adhesión distanciada y no
pietista en relación a las auto-representaciones de los agentes histó­
ricos. Más adelante volveremos a esta cuestión.
El programa que Scholz trazara en este su “manifiesto”14 ya esta­
ba siendo llevado a cabo, en el dominio de la historia del Derecho
privado, por el jus-historiador florentino Paolo Grossi, uno de los
ejemplos más interesantes de una historiografía jurídica que, man­
teniendo cuidadosamente todas las distancias en relación a la D og-

15 Las propuestas metodológicas de J. M. Scholz se dirigían principalmente contra la


historia de los dogmas (D ogm engeschichte). Pero quedaba claro que éstas no se dirigían
menos contra la historia militante de los años sesenta, políticamente comprometida, lista a
denunciar— en nombre de los valores del presente— las aberraciones del pasado, sobre todo
aquellas que se prolongaban en el presente o a las que se podía recurrir, directa o
metafóricamente, en la lucha cívica o política.
MY que ilustraba con algunos artículos de jus-historiadores “de ruptura”.

18
......... _ Perspectivas teóricas

m en g esch ich tetrad iciom l, tomaba en serio los textos. O sea, Grossi
se rehusaba a ver en los textos históricos de Derecho y en sus figuras
discursivas los antecedentes de una historia futura. No sobreestimaba
las aparentes continuidades formales (palabras o elementos norma­
tivos aislados del contexto), ni trivializaba los elementos extraños o
inesperados. Sus estudios acerca del derecho sobre las cosas (princi­
palmente en su libro Le situ azion e reali n ell’esp erien za g iu rid ica
m edievale, 1968, continuado en II d om in io e le cose. P ercez io n e m e-
d iev ali e m o d e m e d e i diritti reali, 1992) inauguran una nueva forma
de tratar la dogmática jurídica medieval y moderna.
Partiendo del estudio de la dogmática medieval sobre las relacio­
nes entre los hombres y las cosas, y relacionándola con sus raíces
en la teología, P. Grossi intenta revelar un sistema de pensar estas
relaciones diferente del contemporáneo. Un sistema en el que, entre
los hombres y las cosas, se tejen lazos variados y sobrepuestos mu­
cho más complicados que los lazos biunívocos (una cosa es pro­
piedad de una persona, una persona es propietaria de una cosa) del
modelo liberal de una propiedad concebida como un poder exclu­
sivo de uso. Lo interesante del proyecto es justamente el hecho de
suspender la continuidad aparente de los conceptos familiares (c o ­
mo el de dom in iu m ), subrayando, de un solo golpe, la naturaleza
cultural de los conceptos empleados tanto por el sistema dogmático
del Derecho medieval como por el del Derecho contemporáneo. Al
hacer esto, P. Grossi no queda prisionero ni de los marcos dogmá­
ticos actuales (que él rechaza como p la n c h a de reconstrucción
histórica) ni de los de la época. Se limita a observarlos, fríamente,
buscando sus orígenes en el seno del discurso teológico-jurídico y
poniendo en evidencia sus consecuencias en el plano de la per­
cepción de las relaciones sociales. En suma, pone en práctica esa
lectura de los textos “por encima del hombro de aquellos que los
escribieron”, de la que hablan los antropólogos. Lee lo que ellos
leían, con un mirar paralelo; pero lee, también el propio acto de lec­
tura (o de escritura) original.
Para dar otro ejemplo de este género de “lectura participante”
proveniente también del brillante grupo de discípulos de Paolo Gro­
ssi se podría citar el ejemplo de Pietro Costa, autor en los años sesen­
ta de un libro inesperado que, a diferencia de los ensayos comunes
de historia de las ideas políticas, procuraba tomar las categorías de

19
lo político de los tratados jurídicos sobre la jurisdicción ( Cfr. Costa,
1969). La empresa historiográfica de Pietro Costa era doblemente
innovadora. En primer lugar reconstituía, en su alteridad, el sistema
medieval del saber relativo al poder, mostrando así que el lugar del
discurso político en el seno de una sociedad que se creía fundada
en la justicia, se arreglaba en el lugar donde se trataba de la capa­
cidad para hacer justicia, o sea, en el discurso de los juristas sobre
la jurisdicción.15Después Costa revela la eficacia, textual y contextual,
de los sistemas vocabulares (de los campos semánticos) contenidos
en los textos jurídicos, como, por ejemplo, el vocabulario jurídico
medieval sobre el poder, esas relaciones interminables de definicio­
nes y clasificaciones en torno a palabras com o iu risdictio o im pe-
rium. Era en el seno de estos juegos v o ca b u la res donde toda la
realidad social era aprehendida y contenida. Ahí quedaba sujeta a
operaciones de tratamiento intelectual que obedecían a una lógica
estrictamente textual y, de nuevo, era propuesta “al mundo” com o
un modelo, una matriz, destinado a enmarcar las cuestiones políticas
y a servir de norma para ellas.16

El d escu brim ien to d e l p lu ralism o político

Una de las principales consecuencias de la problematización del


imaginario político liberal fue, justamente, el abandono de los pun­
tos de vista historiográficos que sólo consideraban (en la historia o
en la sociología del poder) el nivel estatal del poder y el nivel oficial
(legislativo, doctrinal) del Derecho.
Antes de la brutal simplificación de lo imaginario político llevada
a cabo por la ideología estatalista, a principios del siglo xix, Europa

15 Y que, consecuentemente, el lugar central de la práctica política era el tribunal: lo que


explica muy bien la importancia de la litigiosidad en el marco de las luchas políticas (.Cfr.
Antonio Manuel Hespanha, Les autres raisons d e lapolitiqu e. L ’eco n o m ie d e la grace, 1 9 9 3 4
pp. 451 y ss.).
16 La función política de las clasificaciones doctrinarias del im perium y de la iu risdictio se
encuentran documentadas en Antonio Manuel Hespanha, “Representation dogmatique et
projets de pouvoir. Les outils conceptuéis des juristes du ius comune dans le domaine de
l'administration”, en V. Heyen (org ), Wissenschaft u n d recht seit d e r A n d en Regim e,
liu rop aisch e Ansicbten, Frankfrut-Main, V. Klostermann, 1984c, pp. 1-28. (Versión castellana
en Antonio Manuel Hespanha, ¿ a g r a c ia d el Derecho, Madrid, Centro de Estudios Constitu­
cionales, 19936), véase su posterior valorización en Jesús Vallejo, R u da equ idad, ley
con su m ad a . Concepción d e la p otestad norm ativa (1250-1350), Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1992.

20
1 ~ Perspectivas teóricas

había vivido en un universo político plural; pero sobre todo, estaba


consciente de eso. Consciente tanto de la diversidad de los niveles
de normación social, como de la diversidad de las tecnologías por
las cuales eran impuestas las normas.
Coexistían, en primer lugar, diferentes centros autónomos de po­
der, sin que esto acarreara problemas, ni de orden práctico ni de
orden teórico. La sociedad era concebida como un cuerpo; esta m e­
táfora ayudaba a comprender que, como los diferentes órganos del
cuerpo, así los diversos órganos sociales podían disponer de la auto­
nomía de funcionamiento exigida por el desempeño de la función
que les estaba atribuida en la economía del todo . 17
Después, en este mundo de poderes — sobrenaturales, naturales
y humanos— distintos y autónomos, la sistematización se realizaba
también a varios niveles. Existía un orden divino, puesto en evi­
dencia por la revelación. Pero, independientemente de este orden
primero, la propia creación estaba ordenada, poseyendo “las cosas”
una densidad que las volvía relativamente indisponibles. Finalmen­
te, los hombres habían agregado a estos órdenes supra-humanos di­
versos complejos normativos particulares. A pesar de que había una
jerarquía entre los diferentes órdenes, ésta no privaba a los órdenes
inferiores de su propia eficacia, que predominaba en los ámbitos que
les eran propios.
Dicho pluralismo jurídico no era específico del Antiguo Régimen.
Por el contrario, éste todavía se verifica en el mundo político de
nuestros días. El carácter construido del Estado y la lentitud y costos
de esta construcción fueron muy bien ilustrados por Pietro Costa en
un bello libro sobre la dogmática jus-política italiana del siglo xix . 18
Yo mismo — en un artículo reciente— sugerí que, a pesar de lo ima­
ginario de la unidad instituido por el estatalismo, las revoluciones
del siglo pasado crearon mecanismos nuevos de periferización del
poder (com o la burocracia ) . 19 Pero fueron sobre todo los sociólogos
de la justicia los que revelaron la multiplicidad de mecanismos de

17 Sobre eso véase, en síntesis, Antonio Manuel Hespanha, 1993b, op. cit., pp. 122 y ss.
18 Véase Pietro Costa, L oS lato im aginario. M etáfora e p a r ax d ig m i n ella cu ltu rag iu rid ica
f r a ottocen to e novecento, Milano, Giuffre, 19H6.
19 Cfr. Antonio Manuel Hespanha, “La revolución y los mecanismos del poder (1820-
1851)’’, en Carlos Petit (coord.), D erecho p riv a d o y revolución burguesa, Madrid, Pons, 1990b,
sobre la pluralidad de los poderes y de las tecnologías de nuestros días, véase Hespanha,
1992o, op. cit.

21
normación y de resolución de conflictos en las sociedades contem­
poráneas.20
En todo caso, la idea de que la normación social se efectúa en
múltiples niveles ya ha encontrado aplicaciones notables en la más
reciente historiografía político-institucional del Antiguo Régimen.
Tomo como ejemplo a Bartolomé Clavero, uno de los historiadores
más interesantes del Derecho de nuestros días. Desde 1979 (D erecho
com ú n , Sevilla, 1979), Clavero desarrolla un modelo alternativo y no
anacrónico para describir el universo político del Antiguo Régimen.
El autor encontró ese modelo, casi explícito, en la literatura jurídica
de la época. Esta literatura no hablaba del Estado, sino más bien de
una pluralidad de jurisdicciones y de derechos, derechos en lo plu­
ral, estrechamente dependientes de otros órdenes normativos (co ­
mo la moral religiosa o los deberes de amistad). Clavero insiste en
dos temas:

El orden jurídico del Antiguo Régimen tiene un carácter na­


tural-tradicional; el Derecho, desde el momento en que no es
producto del Estado sino de una tradición literaria, tiene fron­
teras fluidas y movedizas con otros saberes normativos (com o
la ética o la teología);
La iurisdictio, facultad de decir del Derecho, de asegurar
los desequilibrios establecidos, y por lo tanto, de mantener el
orden a sus diferentes niveles, es vista com o dispersa en la so­
ciedad, siendo la su m m a iurisdictio la facultad de armonizar
los niveles más bajos de la jurisdicción.

El resultado es un modelo intelectual del mundo político que se


adecúa muy bien a los datos de las fuentes y muy explicativo en
relación al universo institucional de la época. A partir de aquí, la
autonomía de los cuerpos (familia, comunidades, Iglesia, corpora­
ciones), las limitaciones del poder de la Corona por los derechos par­
ticulares establecidos, la arquitectura antagónica del orden jurídico,

211Información bibliográfica en Hespanha, 1993c, op. cit. ( “Introdugao”). Véase también


Mauro Cappelletti, Accés a la ju sticie et Etat-pmvidence, París, Económica, 1984 y Gerd
Spittler, "Streintregelung im Schatten des Leviathans. Eine Darstellung”, Zeitschrift f ü r
Rechtssoziologie, 1, 1980, p. 4 y ss.

22
- Perspectivas teóricas

la dependencia del Derecho respecto a la religión y la moral, son


perfectamente comprensibles.2122
Esta visión pluralista del poder y del Derecho atrae la atención,
desde luego, hacia universos institucionales claramente no estatales
como la familia y la Iglesia.
Es trivial subrayar la importancia del redescubrimiento, por Otto
Brunner ( Cfr. Brunner, 1939, 1968a, 1968®, de un hecho que sería
evidente si no fuera por los efectos del enmascaramiento de la ideo­
logía estatalista: la centralidad política del mundo doméstico. No
sólo como módulo autónomo y autorreferencial de organización y
disciplina social de los miembros de la familia, sino también com o
fuente de tecnologías disciplinarias y de modelos de legitimación
utilizados en otros espacios sociales.2123
En lo que se refiere a la Iglesia, los estudios sobre las tecnologías
disciplinarias se multiplicaron. En primer lugar, sobre los mecanis­
mos eclesiales de coerción típicos como la confesión, la inquisición
o las visitas parroquiales.24 Después, sobre el núcleo de legitimación
del discurso jurídico canónico, la fr a te r n a correctio o el amor.25 El

21 La influencia de este modelo —que también fue propuesto, aunque de manera menos
sistemática, en Italia, por historiadores contemporáneos a Clavero, como P. Schiera— actual­
mente es muy importante en Italia, España y Portugal, sobre todo entre los modernistas. La
historiografía inglesa siempre le estuvo más próxima, así como algunas corrientes de la histo­
riografía alemana. En todo caso, tanto en Alemania como en Francia, el modelo estatalista to­
davía domina. Para un panorama de los puntos de vista más recientes sobre el "Estado moder­
no”, ver Wim Vlockmans yJean-Philippe Cínet, Visions su r le dévelopm ent, des Etats eu ropéens.
Théories et historiographies d e l ’Etat m odem e, Rome, Ecole Franyaise de Rome, 1993.
22 Los efectos de esta lectura de la historia jurídico-política son chocantes para los parti­
darios de la historia jurídica, institucional y política centrada en el Estado y que insiste en la
idea de centralización, como característica de las monarquías europeas de la época moderna.
En España, esta imagen era tributaria del centralismo político de la época de Franco U ispapa,
una, g ran d e, libre). Pero ciertas corrientes de la historiografía posfranquista no dejan de co ­
mulgar con esta visión centralizadora. Lo que explica, en cierta medida, el tono polémico que
envuelve todavía hoy a la obra de Clavero en su propio país.
21 El papel ejemplar de la familia y de la disciplina domésticas fueron objeto de estudios
recientes por parte de Daniela Frigo ( IIp a r e d i fam iglia. G ovcm o d ella c a s a e g o v em o civile
n ella tra d iz io n e d el “(¡econ óm ica ”ira Cinque eSeicenlo, Roma, 1983a; "La dimensione ammi-
nistrativanellariflessionepolítica(secoliXVI-XVIII)’’,en C. Mozzarelli (ed.), /.’a d m in istraz io n e
n ella Italia m oderna, Milano, Giuffre, 1983b, pp. 21-94; "Disciplina rei familiaria: l'oeconomia
come modelo amministrativo d’ancien régime”, Penélope, 1989, pp. 47-62), sólo por citar un
ejemplo notable.
21 Ver los estudios de Joaquim Ramos de Carvalho o de Francisco Bethencourt, entre otros.
Para Europa en general ver Angelo Turchini y Umbeno Mzzone (coords.), I.e visitepastorali,
Bologna, II Mulino, 1985 y Miriam Turrini, !.a coscien za e le leggi. M orale e diritto nei testip er
la con fession e della p rim a éta m oderna, Bologna, II Mulino, 1991.
25 Hay además una dimensión fundamental del amor cristiano, llena de virtualidades legi-

- _____________ ' ------------ 23


estudio del amor com o dispositivo legitimador y com o tecnología
disciplinaria supera en mucho los límites del Derecho canónico.
Pero fueron los historiadores de este orden disciplinario quienes
inauguraron un campo de investigación que puede volverse de
enorme importancia para la comprensión de los mecanismos polí­
ticos: la disciplina de los sentimientos o la disciplina por la educa­
ción sentimental. Más tarde volveremos al tema. Por lo pronto baste
subrayar la importancia heurística, a pesar de su carácter algunas
veces hermético, de los trabajos de Pierre Legendre26 sobre las rela­
ciones entre el poder y el amor.27
Pero, como se dijo, la lectura pluralista del poder y de la disciplina
en la sociedad del Antiguo Régimen sobrepasa al Derecho, tal y co ­
mo éste es concebido en la actualidad. Realmente, este Derecho
constituía un orden mínimo de disciplina, rodeado de otros más efi­
caces y cotidianos.
Por ejemplo, aquello a lo que se llamaba — en la literatura del D e­
recho común— el Derecho de los rústicos d u r a rusticorum ),28es
decir, esas prácticas a las que el Derecho común ni siquiera otorgaba
la dignidad de costumbres, pero que constituían la norma de com ­
portamiento y el patrón de resolución de conflictos en las comuni­
dades campesinas. Los trabajos empíricos de Yves y Nicoles Castan
prueban bien su eficacia, por muy difícil que sea evaluar su impacto
a través de la lectura ingenua de las fuentes jurídicas letradas
(Hespanha, 1983).
Pero la normación y la disciplina sociales están garantizadas sobre
todo por la domesticación del alma. No se puede dejar de pensar en
Michel Foucault cuando se evoca el tema de las “tecnologías de sí”
(Cfr. Martin, 1992). El interés por estos temas de investigación pro­

timadoras y disciplinarias, el amor a Dios y su irrupción en la historia por medio de los sacra­
mentos. Sobre la relación entre amor divino, gracia y poder, véase el excelente libro de Paolo
Prodi, 11sa cram en to delpotere. IIgiu ram en to ¡xilitico n ellastoriacostitu zion aledell'O cciden te,
Bologna, II Mulino, 1992.
26 Pierre Legendre, L ’a m o u r d e censeur. Essai su r l ’o rd re dogm atiqu e, Paris, Seuil, 1974;
Jouir du pouvoir. Traité de la bourgeoisie patrióte, Paris, Minuit, 1976; y L 'empire d e la vérité.
Intrvductions a u x espaces dogm atiqu es industriéis, Paris, Fayard, 1983.
27 Sobre el contexto emocional y afectivo de la política, véase también Pierre Ansart, La
gestión des p assion s politiques, Paris, L’age d’homme, 1983.
28 C/r. Andreas Tiraquellus, Tractatus deprivilegiis rusticorum , Coloniae Agrippinae, 1582;
Renatus Chopinus, De privilegiis rusticorum, Parissis, 1575; D esprivilegesdesperson n esvivan t
a u x cham ps, Paris, 1634 (cfr. Antonio Manuel Hespanha, “Savants et rustique. La violence
douce de la raison juridique”, lu s com m une, 1983).

24
*~ ~ ***^ ~ ~ 11 ~ ~ Perspectivas teóricas

viene también de pistas teóricas más antiguas (desde Max W eber


hasta Norbert Elias) sobre los mecanismos de interiorización de la
disciplina social (D isziplinierung). Por otro lado, el estudio de los
“sentimientos políticos” ha avanzado mucho con los trabajos his-
tórico-antropológicos sobre el don, la liberalidad y la gratitud, como
cimientos ideológicos de las redes de amigos y clientes.
Una primera corriente dedicada al estudio de la educación senti­
mental, ya sea la moderna o la contemporánea, en sus relaciones con
el mundo del poder,29 apenas ha dado sus primeros pasos.
Otra corriente, cuyo punto de partida está constituido por los es­
tudios de Clyd Mitchel y G. Boisevain30 sobre las redes de amigos
en la Sicilia contemporánea, exploró las virtualidades disciplinarias
de las normas de la moral tradicional (principalmente de Aristóteles
y de Santo Tomás) sobre dominios aparentemente tan libres como
los de la libertad y la gracia.
En un texto reciente (Hespanha, 1993e) traté de mostrar de qué
forma un campo tan importante como el de la liberalidad regia es­
taba sujeto a una gramática rígida, que constreñía la liberalidad y la
gracia y que casi quitaba al rey toda su libertad en el dominio de lo
jurídicamente indebido.
Al mismo tiempo, Bartolomé Clavero publica su libro A n tidora
(...), donde aborda, siguiendo trabajos anteriores, la teoría jurídica
de la usura en la época moderna. Es ahí donde él encuentra un ejem ­
plo magnífico de la complementariedad entre el Derecho y la moral,
en un libro que revoluciona profundamente el campo de la historia
del pensamiento económico. Clavero muestra cómo la disciplina de
instituciones hoy tan “amorales” y formalmente jurídicas como el
préstamo de dinero o la actividad bancada reposaban sobre las nor­
mas de la moral beneficiaría y no sobre las normas del Derecho.31

29 Sobre la fundón política de la educación sentimental en el contexto de la sociedad laici­


zada de los siglos XVIII y XIX, véase Pierangelo Schiera, "Lo Stato moderno e il rapporto disci-
plinamento/Legittimazione", en Prohlem i d el socialism o, no. 5, 1985, pp. 111-134; II. J.
Schings, M elancholie un dA ujkldrung. M elanchotichcr u n d ihre Kritiker in Ifa h ru n g a seelen -
k u n d e u n d L iteratu rd es /S.Jahrhunder e Nestore Pirillo, L ’u o m o d i m o n d o fr a m o r a le e celo,
Bologna, II Mulino, 1987.
10 Cfr. J. Boisevain, Fricnds o f frien ds. Networks, m an ipu lation s a n d coalitions, Oxford,
1978; C. Mitchell & J. Boisevain (eds.), NetWork analysis in hu m n in h u m a n interaction, The
Hague, 1973-
31 Clavero, Bartolomé, A ntidora, Antropología católica d e la eco n o m ía m oderna, Milano,
Giuffré, 1991.

25
Al hablar de amistad, liberalidad y gratitud estamos hablando de
disposiciones sentimentales que no pueden ser observadas directa­
mente. Por eso las corrientes historiográficas que tienen que ocu­
parse de ellas están obligadas a trabajar sobre los textos normativos
acerca de los sentimientos y de las emociones. La hipótesis de que
se parte es la de que estos textos disponen de una eficacia estruc­
turante sobre, en primer lugar, la autocomprensión de los estados
de espíritu y, después, sobre la modelación de los sentimientos y de
los comportamientos que de ahí resultan. En este sentido, la lite­
ratura ética — diseminada por las obras de divulgación, por la pa-
renética y por la confesión— constituirá una más de las tecnologías
de modelación de los sentimientos particularmente importante para
la realización del orden en la época moderna.
Pero también la literatura jurídica en unos casos más que en otros,
se ocupa de los sentimientos, de las emociones o de los estados de
espíritu. Los ejemplos clásicos son, en el dominio del Derecho penal
pero también del Derecho civil, los estados psicológicos como la
culpa ( cu lpa), el dolo ( dolus), el estado de necesidad ( necessitas),
la mentira, la locura, la amistad, etcétera. Refiriéndolos, como presu­
puestos para la aplicación de normas jurídicas, el Derecho instituye
una “anatomía de alma” (una “geometría de las pasiones”, según
Mario Bergamo) que fija los contornos de cada sentimiento. A partir
de este momento, el discurso va más allá de una actitud meramente
cognitiva, instituyendo normas que disciplinan la sensibilidad y los
comportamientos.

Una lectura densa de las fuentes

Tratada la cuestión de la definición del objeto de la historia del po­


der, a continuación nos referiremos al esclarecimiento de los méto­
dos empleados al abordar ese objeto.
Al citar las obras de Paolo Grossi y de Pietro Costa subrayábamos
su especial metodología para leer las fuentes, principalmente las
fuentes jurídicas. Destacábamos entonces la forma en que estos dos
autores to m a b an los textos en serio. No los desvalorizaban com o
metáforas, ni como si contuvieran sentidos figurados; además y prin­

26 " — ............. —
1— ~ Perspectivas teóricas

cipalmente, evitaban leerlos a través de las categorías del presente.


Con esto pretendían preservar la lógica original de las fuentes, aun­
que ésta no coincidiese con la actual. La frescura de la visión con que
las veían provenía justamente de ese esfuerzo por no trivializar los
testimonios del pasado filtrándolos por las categorías del sentido
común como del historiador. El carácter no trivializante de esta lec­
tura distanciada de las fuentes debe ser subrayado.

R espetar la lógica d e las fu en tes

Realmente los textos que constituyen la tradición literaria europea


sobre el poder y el Derecho han sido objeto de un constante trabajo
de reinterpretación, y de manera especial los textos jurídicos.
Una tradición secular de juristas que creían que en dichos textos
se depositaba la ratio scripta, los fue releyendo bajo la influencia
de nuevos contextos procurando encontrar en ellos los sentidos
“adecuados”. En otras palabras, los fueron in n ov an d o. Por su par­
te, una tradición de historiadores, sobre todo los historiadores del
Derecho, educados en la escuela de la historia de los dogmas jurí­
dicos ( D ogm en geschichte), los leyó retrospectivamente, buscando
en ellos la prueba de que los conceptos y estatutos actuales ya ha­
bían aflorado en el pasado. En otras palabras, los fueron recu p e­
ran do.
En la actualidad, la frescura del sentido original se ha ido per­
diendo por oleadas sucesivas de innovación y recuperación. Lo e x ­
traño se convirtió en familiar, lo inesperado en banal, lo chocante
en esperado. La lectura corriente encuentra las palabras esperadas en
los lugares previsibles. Las palabras están llenas de sentido común,
lo que quiere decir que no tienen algún sentido específico. El pre­
sente mira hacia el pasado y allá encuentra su imagen, como quien
se ve al espejo.
La obra de Paolo Grossi sobre las situaciones reales en la expe­
riencia medieval es representativa de lo que se acaba de decir. Por­
que las fuentes en que él reencontró los “nuevos” antiguos senti­
dos que hacen de su narrativa una novedad, no habían dejado de
ser invocadas — a lo largo de los últimos doscientos años— justa­
mente para probar el carácter tradicional, incluso natural, del Dere­

27
cho de propiedad.32 El mérito de Paolo Grossi fue el de saber ir más
allá de las evidencias en busca del sentido perdido.
Otra forma de trivializar los textos históricos es aligerar el peso de
lo que dicen, atribuyéndoles el estatuto de metáfora o dispositivo
meramente retórico. El autor no podía querer decir precisamente,
literalmente, aquello que dijo. En todo caso estaría utilizando una
imagen, adornando el discurso con un artificio de elocuencia, o tam­
bién, queriendo engañar al lector escondiendo la dura realidad con
el manto diáfano de la fantasía. Le correspondería, entonces, al his­
toriador interpretarlo cu m g ra n o salís, reduciendo lo dicho a las ver­
daderas dimensiones de lo pensado, dándole su verdadero sentido.
Ejemplo de esta lectura “perspicaz” es la que normalmente se ha­
ce de las continuas referencias que se encuentran en los textos
jurídicos a las órdenes superiores de la ética y de la religión. Una
actitud común de los historiadores del Derecho, por no hablar de los
historiadores de lo social que frecuentan los textos jurídicos, es la
de considerar estas referencias, completamente extrañas a la actual
comprensión secularizada de un Derecho y de un poder completa­
mente secularizados, como artefactos retóricos desprovistos de sen­
tido.33 Por el contrario, en el caso de los textos de Derecho medie­
val y Derecho moderno, esas referencias son la señal de una ligación
ontológica entre el Derecho y la religión, sin la cual no pueden ser
entendidos ni el sentido global del orden jurídico, ni muchos de sus
detalles.34
Lo mismo sucede respecto a las referencias al amor. En este caso,
la trivialización presenta dos vertientes. Por un lado, se reinterpreta
el concepto de amor. En efecto, no habría sino uno, el que corres­
ponde a nuestra gramática de los sentimientos, el amor por el aman-

’2 Hace muchos años leí que cuando el cardenal De Gasperi elaboraba el borrador de la
encíclica Q uadragesim o arm o, preocupado por encontrar una fundamentación histórica y
tradicional para la doctrina de la Iglesia de defensa de la propiedad privada contra los “errores”
del comunismo, saludó con una entusiasta anotación "Ecco il diritto di proprietá" un pasaje
de Santo Tomás donde se hablaba de dom inium en el sentido no exclusivista y no
individualista que el término tenía. Es un ejemplo de cómo las preocupaciones contextúales
actúan sobre la lectura. Generalmente, sin embargo, los procesos de contextualización social
de la lectura son menos directos.
" O mejor dicho, de un sentido pragmático (destinado a conmover al lector) y no semán­
tico (destinado a denotar objetos).
* Cfr. El testimonio del principal responsable de la divulgación, en términos nuevos, de
esta idea: Bartolomé Clavero (Clavero, 1991, op. cit ).

28
Perspectivas teóricas

te, cuando mucho por los padres o por los hijos. El amor por los
gobernantes, por el orden, por la justicia, un amor que está en el
origen de la justicia, no serían más que maneras enfáticas de decir,
dispositivos retóricos sin contenido mental ni (todavía menos) so­
cial. Esta aproximación de los sentimientos afectivos (y de las acti­
tudes correspondientes) en relación con personas tan diferentes
como el rey, los padres, los compañeros de viaje o los amantes, no
diría nada de la realidad política “real”, pudiendo ser dejada de lado
en el análisis histórico de los efectos políticos .35
Por el contrario, una lectura profunda (una lectura “densa”, para
retomar la terminología propuesta para describir preocupaciones
del mismo género ) , 36 que respete todo lo que es dicho (y no dicho),
que rechace el sentido común, que subvierta una lectura tranquili­
zante del pasado, mostrará cómo los textos que se referían al amor
reposaban (construían, difundían) sobre una diferente gramática de
los sentimientos, otra a n a to m ía d ell’a n im a (Mario Bergamo), que
constituía lo impensado del Derecho, así com o del conjunto de los
saberes sobre el hombre y la sociedad, y daba, por lo tanto, un senti­
do profundo y específico a sus proposiciones. El trabajo de recupe­
ración de los sentidos originales es, como se ve, penoso. El sentido
superficial tiene que ser separado para dar lugar a las sucesivas capas
de sentidos subyacentes. Como en la arqueología, la excavación del
texto tiene que hacerse por capas. Los hallazgos de cada una de ellas
tienen que tener sentido a ese nivel. La manera como ellos fueron
posteriormente recuperados puede ser objeto de descripción, pero
eso es otra historia, la historia de la tradición.
A cada nivel, por lo tanto, el esfuerzo consiste en recuperar la ex-
trañeza, no la familiaridad, de lo que es dicho; en evitar dejarse llevar
por lecturas pacíficas; en leer y releer, planteándose porqués a cada
palabra, a cada concepto, a cada proposición, a cada "evidencia” y
buscando las respuestas no en nuestra lógica sino en la lógica del
propio texto. Hasta que lo implícito de éste se haya vuelto explícito

" Para un análisis del amor como senlimienlo político, véase Legendre, 1974, op. cit., y
Boltanski, 1990.
* Cfr. C. Geertz, “Thick description: toward an interpretative theory of culture", en C.
Gertz, The interpretation o f culture. Selected essays, New York, 1973 y Uans Medick,
“Missionare im Ruderboot? Ethonologische Erkenntnisweisen ais Herausforderung an dic
Szxialgeschichte”, Geschichte u. Gesellschaft, 1984.

- 29
y pueda ser objeto de descripción. De esa forma, lo vanal se carga
de sentidos nuevos e inesperados. El pasado, en su escandalosa di­
versidad, es reencontrado.
El escuchar de las profundidades del texto es también un sondeo
de las zonas límite del universo de la interpretación.
Realmente, en la base de los comportamientos o de las prácticas
se encuentran opciones humanas frente a situaciones. Estas situacio­
nes son evaluadas de acuerdo con disposiciones espirituales, cogni-
tivas o emocionales, que también dictan el tipo de reacciones de los
sujetos. A menos que se compartan los puntos de vista de una na­
turaleza innata y común de estas disposiciones, ellas están fuera del
alcance del conocimiento exterior, histórico o no. Lo más que se
puede hacer en esta hermenéutica de las raíces de la práctica es
anotar las manifestaciones exteriores, sean éstas comportamientos
o discursos (principalmente discursos que autorrepresenten los es­
tados de espíritu), describirlos con todo el detalle y la fidelidad y,
a partir de ahí, intentar identificar las disposiciones espirituales ahí
embebidas, el origen de los sentidos auténticos de las prácticas.37,38

La literatu ra ético-ju rídica: vía p a r a u n a an tro p olog ía p o lítica d e


la é p o c a p reco n tem p o rán ea

Si consideramos los géneros literarios ético-jurídicos de la época m o­


derna, la probabilidad de que los textos contengan más que fantasías378

37 La expresión "fuertes”, sentidos auténticos de la práctica, significa que se rechazan


concepciones de la historia, para las cuales el historiador es el que da el sentido auténtico a
los actos humanos, reconduciéndolos a una cadena escatológica de tipo providencialista/
finalista, o a un encadenamiento causal de tipo dentista. Pero no pretende crear ilusiones en
cuanto a la validez final del conocimiento histórico, como se concluye de la siguiente nota.
38 Cfr. en el mismo sentido de un trabajo, no de reconstitución de los sentimientos sino
de la lectura de las formas simbólicas — palabras, imágenes, instituciones, comportamientos—
a partir de las cuales las personas se ven unas a otras. Geertz, 1986, p. 75. Esta propuesta
presenta, evidentemente, problemas epistemológicos serios pues no es fácil encontrar un
fundamento, en este pleno, para el optimismo de lograr alcanzar ese nivel irreductiblemente
individual en que se funda cada acción. Los problemas se atenúan si se orienta la investigación,
no para los puros proposita in m ente retenta (las disposiciones puramente interiores), sino
para las disposiciones espirituales “de alguna forma objetivadas” en discursos o comporta­
mientos. Lo anterior para hacer posible, por una especie de procedimiento reconstructivo, la
reconstitución de una disposición espiritual objetiva, que en realidad no es de nadie, pero que
se induce de aquello que los individuos que participan en una cultura depositan en sus actos
externos, comunicativos. Los problemas del círculo hermenéutico, sin embargo, no desapa­
recen con eso, ya que esta reconstrucción se funda en las experiencias subjetivas y culturales
de los intérpretes.

30
1 .............. .................. - Perspectivas teóricas

o fervientes votos aumenta bastante. Porque hay quien piensa que


si existen vías de acceso a lo impensado social de la época moderna,
la vía real de todas ellas es justamente la de los textos de la teología,
de la moral y del Derecho.
Esta es la posición de Bartolomé Clavero, en sus reiteradas pro­
puestas de una antropología de la época moderna fundada en los
textos jurídicos39 o, en la versión más reciente, también en los textos
teológico-morales .40
A partir del conjunto de preceptos de la literatura ético-jurídica y
de la exaltación de la lógica política profunda de la sociedad pre­
contemporánea que ella permite, se obtendría la misma sensación
experimentada por Leonardo Sciascia en relación a la sociedad sici­
liana, una vez descubierta su clave mental. Las sorpresas, a nivel de
las actitudes dominantes, acaban. Todo se vuelve lógico y previsi­
b le .41 ¿Por qué?
Desde luego, la teología moral y el Derecho constituyen, hasta el
siglo xviii, los saberes más importantes relacionados con el hombre
y la sociedad. Saberes prolijos. Basta un vistazo a la bibliografía de
los títulos impresos a lo largo de la época moderna para darnos cuen­
ta del dominio abrumador de estos saberes en el conjunto del teatro
del conocimiento.
En la época moderna, la teología moral y el Derecho representan
una tradición ampliamente sedimentada, o sea, una tradición en la
cual se acumulan esquemas culturales de representación del hom­
bre y del mundo muy experimentados y consensúales. La continua
discusión intelectual de un mismo universo literario puso a prueba
la consensualidad de las interpretaciones y de las lecturas y la ade­
cuación de éstas a los datos vividos.
Por otro lado, el carácter consumado de la tradición hizo que ésta
embebiera los esquemas más fundamentales de aprehensión, insti-

w Cfr. Clavero, “Bartolomé. Historia y antropología. Por una epistemología del derecho
moderno”, en Cerda y Ruiz-Funes, 19B5.
Cfr. Clavero, op. cit., 1991, “Prefacio”. F.l pesimismo a este texto no deriva de “dudas"
locales en cuanto al valor histórico de los textos ético-jurídicos para la reconstrucción de lo
imaginario social moderno, sino de dudas “generales" en cuanto a la pertinencia de cualquier
reconstrucción.
11 En el plano pedagógico esto acarrea la ventaja de permitir la sustitución de una
exposición atomista de la historia institucional en la que cada institución es descrita p e r sí, por
una exposición de los grandes marcos de la cultura institucional subyacente.

31
tuyendo parrillas de distinción y clasificación, formas de describir,
constelaciones conceptuales, reglas de inferencia, patrones de valo­
ración. Esquemas que se habían incorporado al propio lenguaje,
que se habían vuelto comunes en una literatura vulgar o en tópicos que
se exteriorizaban en manifestaciones litúrgicas, en programas icono-
lógicos, en prácticas ceremoniales, en dispositivos arquitectónicos,
y que, por eso, habían ganado una capacidad de reproducción que
iba mucho más allá de aquella que provenía de los textos originales
en sí mismos. La tradición literaria teológica, ética y jurídica cons­
tituía así un habitu s de autorrepresentación de los fundamentos an­
tropológicos de la vida social. En este sentido, su acción conformadora
antecedía incluso cualquier intención normativa, pues era conse­
cuencia de la introducción necesaria de una colección completa de
utensilios intelectuales básicos imprescindibles para la aprehensión
de la vida social.
Pero esta literatura era todo menos puramente descriptiva, todo
menos anormativa. Su carga preceptiva era enorme, tanto porque
sus proposiciones aparecían ancladas al mismo tiempo en la natu­
raleza y la religión, como porque su intención no era describir al
mundo, sino transformarlo. De hecho, lo que aparece descrito en los
libros de teología y de Derecho aparece o com o dato inevitable de
la naturaleza o com o dato inviolable de la religión. Los estados
de espíritu de los hombres ( affectus), la relación entre éstos y sus
efectos externos ( effectus), eran presentados com o modelos forzo­
sos de conducta, garantizados por la inderogabilidad de la natura­
leza y por la amenaza de la perdición.
Estos textos tienen, a nivel de la sociedad, una estructura sem e­
jante a la del habitus, tal como es concebido por Pierre Bourdieu.
Por un lado, constituyen una realidad estructurada (por las condi­
ciones de una práctica discursiva embebida en dispositivos textua­
les, institucionales y sociales específicos), que incorpora esquemas
intelectuales cuya adecuación al ambiente había sido comprobada .42
Pero, por otro, constituyen una realidad estructurante que continúa

42 Esta es una ventaja de dicho cuerpo literario sobre la tradición ficcional o puramente
ensayística. Aquí los mecanismos de control de adecuación práctica de las proposiciones o
no existen o tienen mucho menos fuerza reestructurante. Un personaje psicológicamente
inverosímil no obliga necesariamente al autor a reescribir una novela.

32 " =
Perspectivas teóricas

operando para el futuro, inculcando esquemas de aprehensión, eva­


luación y acción.
Tanto las finalidades prácticas como el recurso a valores univer­
sales tales como la naturaleza y la religión favorecían la difusión de
los modelos mentales y pragmáticos contenidos en estos textos por
auditorios culturalmente muy diferentes al grupo de los producto­
res. Además de eso, los ambientes institucionales en que se pro­
ducían los textos disponían de “interfaces de divulgación”, muy
eficaces (para la teología: la parenética, la confesión auricular, la li­
teratura de devoción, la liturgia, la iconología sagrada; para el De­
recho: las fórmulas notariales, la literatura de divulgación jurídica,
los brocardos, las decisiones de los tribunales), por medio de los
cuales los textos-matriz obtenían traducciones adecuadas a un pú­
blico muy diverso.
Este secular embebimiento transformó a la moral y al Derecho en
saberes consensúales. Además, la consensualidad en torno a sus
proposiciones fundamentales constituía un potencial primordial de
estos discursos, que provenía ya fuera del ambiente en que ellos se
desarrollaban o de las funciones que se les atribuían.
Esta vocación por la consensualidad proviene, en primer lugar,
de las propias condiciones de producción de la tradición literaria en
que los textos se insertan. Se trata, en efecto, de una tradición que
durante varios siglos había trabajado sobre bases textuales inaltera­
das y había podido producir, como por sedimentación, las opiniones
más probables, es decir, las más aceptables para el público. Dicha
sedimentación había cristalizado el acq u is consensual en tópicos,
b rocard a, dicta, reglas, opin ion es com m unes. Por lo tanto, era ahí
donde estaban depositadas las opiniones más comunes y perdura­
bles de lo imaginario sobre el hombre y la sociedad. Pero también
provenía de la intención práctica a la que ya hicimos referencia. La
educación por la persuasión no se puede llevar a cabo sino a partir
de un núcleo de proposiciones generalmente aceptadas.
El carácter consensual de este núcleo de representaciones funda­
mentales no excluía, evidentemente, visiones conflictivas sobre las
cuales era preciso optar, en vista de la formación de una regla de
comportamiento. Ahora, el saber teológico-jurídico había desarro­
llado métodos para encontrar la solución justa que, por un lado,
dejaba aparecer la pluralidad de visiones conflictivas y, por el otro,


-= '! _____ . -------------- 33
inducía a consensos posibles, registrando la solución más consen­
sual (o p in io com unis) como la solución probable (aunque no for­
zosa). Estos procesos metodológicos eran, por un lado, el esquema
expositivo de la qu aestio y, por el otro, la combinación de doctrina
( ars tópica) y opinión común. Con la compilación de las qu aestion es,
el historiador adquiere un capital de proposiciones discutidas ( q u a ­
estiones disputatae) que da cuenta de los conflictos provenientes de
diferentes apropiaciones de los textos. Con la doctrina accede al ca­
tálogo de las bases consensúales de cualquier discusión, a los topoi
socialmente aceptables. Pero la doctrina garantizaba además que la
solución final, registrada para la posteridad como opinión común,
fuera la solución más consensual, tomada com o base de nuevos de­
sarrollos textuales.
Q uaestio y topiqu e son así dos poderosos mecanismos de enrai-
zamiento de los textos teológico-jurídicos en los contextos sociales,
que transforman estos textos en testimonios particularmente fiables
acerca de los datos culturales embebidos en la práctica. El lugar cen ­
tral ocupado por lo imaginario jurídico en la representación de la
sociedad y del poder es una prueba convincente de eso.
Pero ¿no perjudicará la finalidad preceptiva de la teología, de la
moral y del Derecho la relevancia de sus textos com o testimonios
de las relaciones sociales? O sea, en estos textos, el p a th o s normativo
¿no los hará estar más atentos al d eber ser que al s e r ? ¿No les dará
una coloración mistificadora, ' ideológica”, que los inutilice com o
fuentes idóneas de la historia?
Algunas objeciones hechas por historiadores a la utilización de
estas fuentes insisten justamente en este punto. A las fuentes car­
gadas de intenciones serían preferibles fuentes no intencionales,
subproductos brutos de la práctica como peticiones, descripciones,
apuntes, etcétera. O sea, textos que no fueron escritos para consti­
tuir modelos de acción, sino más bien que hayan sido escritos bajo
la modelación de la acción.
Es probable que esta jerarquización de los dos tipos de fuentes,
desde el punto de vista de su “fidelidad a lo real”, descanse en el
concepto de ideología como conciencia deformada y del discurso
ideológico como discurso mistificador, discurso que podría oponer­
se a otros meramente denotativos, que reproducirían sin mediacio­
nes el “estado de las cosas”. Este concepto de ideología en la actua­

34 — ......... li______________________ — — —
— Perspectivas teóricas

lidad no tiene muchos adeptos, pues generalmente no se acepta


que, en oposición al discurso ideológico, existan discursos no defor­
mados que den neutralmente cuenta de la realidad. Y así, entre un
texto explícitamente normativo y un texto aparentemente denotativo,
la diferencia es apenas la de dos gramáticas diferentes de construc­
ción de objetos. Porque, finalmente, la realidad se da siempre como
representación. Con la desventaja de que en los discursos explíci­
tamente normativos, esta gramática se encuentra escondida, encap­
sulada en actos discursivos aparentemente neutros, o fragmentada
en manifestaciones parciales, por lo que su explicitación y recons­
trucción global constituyen un trabajo suplementario.

“C álculos p ra g m á tico s” conflictivos y ap rop iacion es sociales d e los


discursos

La vocación consensualista de la literatura teológico-jurídica a que


nos referimos, no excluía, sin embargo, que en la sociedad moderna
convivieran representaciones diversas de los valores, que a la vez
comandaban prácticas de sentidos diversos o incluso abiertamente
conflictivos.
La sociedad moderna no era, evidentemente, una sociedad uni­
forme. Las personas no actuaban siempre de la misma manera, aun
en contextos prácticos objetivamente equivalentes. O sea, sus siste­
mas de aprehensión y evaluación del contexto, así como los de elec­
ción de la acción y de anticipación de sus consecuencias no siempre
eran los mismos.
Algunos de estos conflictos se sitúan a un nivel más superficial de
evaluación y decisión, en el seno de un espacio de variación dejado
por los modelos más profundos de representación y de evaluación
transmitidos por la tradición teológica-jurídica. Es decir, los actores
sociales sacan partido de la propia naturaleza argumentativa del
discurso teo-jurídico, optando por uno u otro asunto, más coherente
con sus otros sistemas particulares de cálculo pragmático.
Estas situaciones no escapan, sin embargo, al análisis discursivo
propuesto. Por un lado, estos submodelos “tópicos” son sólo op­
ciones posibles dentro de un sistema de categorías más profundo.
Puede optarse por la preferencia de las “armas” sobre las “letras” o,
por el contrario, por la de las “letras” sobre las “armas” y construirse,

= 35
sobre cada una de las opciones, una estrategia discursiva y práctica
propia. Pero el catálogo de los argumentos a favor de cada posición
y hasta las formas alternativas de jerarquizarlos están fijadas en un
meta-modelo común que compendia las bases culturales del con­
senso que, justamente, permiten que sus posiciones dialoguen.43 O
sea, las diferentes apropiaciones del conjunto contradictorio de tó­
picos que integran el sistema discursivo del Derecho no saltan hacia
afuera de su sistematicidad, a un nivel más profundo, así com o las
posiciones contradictorias de las partes en un proceso no cimbran
las normas de decisión procesual.44
No obstante, no creemos que sea prudente erigir el modelo cul­
tural subyacente al espíritu de las instituciones y de la literatura doc­
trinal que trata de ellas como un modelo global, com o lo hace Louis
Dumont para los marcos mentales subyacentes, a las jerarquizaciones
sociales de la cultura hindú.45 Evidentemente, existen modelos de
representación ajenos al discurso de los teólogos y de los juristas.
Por ejemplo, para la época primo-moderna peninsular, la de los
políticos, fundada en valores (como el de la oportunidad o de la efi­
cacia concebidas como adecuación a un único punto de vista)46 que
son claramente incompatibles con los fundamentos de la imagen
de la sociedad que moldea el discurso de la teología moral y del De­
recho.
El discurso de los teólogos y de los juristas apenas permite el
acceso a estas otras constelaciones cognitivas y axiológicas en con­
traposición, en la medida en que polemiza con ellas. Y ni eso,
cuando ni siquiera es obligado a polemizar con ellas, limitándose a
descalificarlas por el silencio o por el desdén.47
Naturalmente que estos modelos “variantes” (en el primer caso)
o “alternativos” (en el segundo) deben ser considerados por el his-

" Pero que, por ejemplo, excluye una discusión del mismo tipo sobre la preferencia del
estado “noble” y del estado "mecánico”.
44 O las estrategias opuestas de dos jugadores no destruyen el patrimonio común de las
reglas del juego.
44 L. Dumont, H om o hierarchicu s. Essai su r le systém e des costes, Paris, Gallimard, 1966.
46 Por ejemplo, la oportunidad o eficacia desde el punto de vista del interés de la Corona,
desatendiendo los puntos de vista de otros intereses, cuya consideración conjunta y
equilibrada constituía precisamente la justicia.
47 Como sucede con el "derecho de los rústicos”, ignorado o referido despectivamente
como los usos de los ignorantes o de los rudos ( Cfr: Hespanha, 1983, op. cit.).

36 ________ _____
Perspectivas teóricas

toriador al trazar el marco de los paradigmas de organización social


y política de la sociedad moderna.
Su eficacia en medios sociales determinados debe ser contex-
tualizada. No necesariamente en términos de una contextualización
“social”, atenta sobre todo a los “intereses” de los grupos, sino de una
contextualización cultural, que tome en cuenta los sistemas cognitivos
y axiológicos propios de esos grupos de los cuales justamente pro­
vienen sus “intereses”.
Sin embargo, el peso y difusión social — y su capacidad para dar
sentido a (para “explicar”) las prácticas— de estos modelos alterna­
tivos de cálculo pragmático deben ser tomados en cuenta.
Ahora, por las razones ya mencionadas, los discursos alternativos
a la teología moral y al Derecho son, durante toda la época moderna,
francamente minoritarios. Sin sobrevalorarlos cuando se trata de
describir conductas masivamente dominantes son, en todo caso,
muy importantes para explicar las resistencias a los poderes estable­
cidos y, también, los procesos de ruptura y desintegración del uni­
verso cultural moderno que conducen a su sustitución por el univer­
so cultural contemporáneo.

Texto y contexto. M odelos políticos y co n d icion alism os prácticos.


L a sociolog ía h istórica d e las fo rm a s p olítica s

Finalmente, una referencia a aquello que se podría llamar — en


cierto tipo de historiografía— los “condicionalismos prácticos”, las
“condiciones objetivas” o la “fuerza de las cosas”.
Con cualquiera de estas expresiones se pretende referir circuns­
tancias que “objetivas”, “forzosas”, imponen o condicionan la eva­
luación y libre decisión de los sujetos: sus intereses objetivos, una
lógica forzosa de la realidad, una manera inevitable de actuar o reac­
cionar. Sólo quiero insistir en que los contextos de la acción siempre
son subjetivamente evaluados, que los intereses provienen de pro­
posiciones individuales de objetivos, de trazados personales de es­
trategias; en fin, de opciones, y que las “cosas” tienen la fuerza que
los sujetos decidan atribuirles.
La observación que me gustaría hacer es que la perspectiva pro­
puesta pretende, antes que otra cosa, reaccionar contra varias for­

------- --- 37
mas de mecanicismo objetivista que tiende a explicar la acción hu­
mana a partir de un juego de determinantes puramente externos, ya
sea la necesidad fisiológica, las leyes del mercado, los ritmos de los
precios, las curvas de natalidad o las estructuras de producción.
Insistimos, por el contrario, en que las prácticas de que se ocupa
la historia son prácticas humanas, consecuencia de alguna manera
de actos de cognición, de afectividad, de evaluación y de voluntad.
En cualquiera de estos niveles de actividad mental presupuesta por
la acción, se encuentran momentos irreductibles de elección en que
los agentes construyen versiones del mundo exterior, las evalúan,
optan entre formas alternativas de reacción, representan los resul­
tados y anticipan las consecuencias futuras. Todas estas operaciones
pertenecen a la esfera del mundo interior. Son operaciones irreduc­
tiblemente intelectuales basadas en representaciones construidas
por el agente, eventualmente a partir de estímulos (de muy variada
naturaleza) recibidos del exterior. Sin embargo, éstos son reprocesados
por mecanismos puramente intelectuales constituidos por utensilios
mentales tales com o esquemas de aprehensión y de clasificación,
sistemas de valores, procesos de inferencia, baterías de ejemplos,
modelos típicos de acción, etcétera. En fin, todo representaciones.
Cuando, por ejemplo, Karl Polanyi insiste en el carácter “antropo­
lógicamente embebido” del mercado no está destacando otra cosa
que las “leyes del mercado” no constituyen lógicas de comporta­
miento forzoso, consecuencia o de una lógica de las cosas o de una
razón económica, sino modelos de acción que se fundan sobre
sistemas de creencias y de valores situados en una cultura determi­
nada (de una época, de un grupo social).48 De la misma manera,
cuando M. Bakhtin sostiene que el mundo no puede ser aprehen­
dido sino como un texto49 y que, por lo tanto, la relación entre
“realidad” y representación necesariamente tiene que ser entendida
como una forma de comunicación inter-textual, sólo está insistiendo
en la idea de que todo el contexto de la acción humana, al cual esta
acción necesariamente responde, es algo que ya pasó por una fase

Karl Polanyi, T h eg reat transform ation: th ep olitical a n d eco n o m ic origins o f o tir times,
New York, 1944 (apreciación reciente, Ida Fazio, “Piccolla scala per capire i mercanti",
Meridiana, 1992, principalmente en las páginas 107-116).
Cfr. sobre la idea de pan-textualidad de Bakhtin, Zyma Peter, Textosoziologie. E in e
krislische Einfbürung, Stuttgart Metzler, 1980 (Cap. “Gesellschsft ais Text”).

38 ■" - — -
Perspectivas teóricas

de atribución de sentido .50 La realidad, al ser aprehendida como con­


texto de acción humana, fue consumida por la representación . 51
Lo que acabamos de decir anticipa una posición crítica en relación
a una buena parte de los intentos de interpretación sociológica de
las formas políticas modernas, principalmente el llamado “Estado
moderno ” . 52 Sin considerar la simplificación brutal a que muchos de
los modelos obligan (pero que podría ser connatural a cualquier in­
tento de modelización), la contextualización que normalmente se
hace de las formas políticas consiste en insertarlas en ambientes
económicos, geodemográficos, tecnológicos y militares. Casi siem­
pre está ausente el contexto específico de este universo de entidades
mentales que constituyen la forma de “leer”, representar, imaginar
las relaciones de poder, pues este contexto específico está formado
por otras representaciones mentales vecinas o de otro tipo. Por lo
mismo, en esos ensayos todo sucede como si las condiciones exter­
nas actuaran directamente, por un proceso no explicado y difícil­
mente explicable, sobre las disposiciones interiores de los agentes
políticos.

In terpretación d e n sa d e los discursos, historia d e los dogm as e


historia d e las id ea s

¿En qué se distingue, entonces, el proceso de interpretación dirigido


sobre todo a los textos, de los métodos de disciplinas tradicionales

Que la transformó en “texto"; o sea, en realidad significativa dominada por un código.


Sl Sin embargo, hay una idea que conviene subrayar ahora para alejar cualquier idealismo
o esencialismo psicologista. Las raíces mentales de la práctica no son innatas, sino
externamente dependientes. Las operaciones intelectuales y emocionales comportan momen­
tos de relación con el mundo exterior (a lo que algunos llaman momentos cognitivos). F.n esta
medida, la mente está sujeta a procesos de incorporación de datos ambientales, procesos a
los que, simplificadamente, llamaríamos “de aprendizaje" (o más radicalmente, en el sentido
de un constructivismo propuesto, por ejemplo, por Humberto Maturana y R. Várela,
A u top oiesisan d cog n ition , Boston, Reidel, 1979, o más tarde por Pcter Hejl y W. Rock, Wahr-
nehmung und Kommunikation, Frankfurt/Main, 1978 y Niklas Luhmann ( “Autopoiesis hand-
lung und kommunikative Verstandigung”, en ZeitschriftF. Soziologie, 1982 y Soziale autopoié-
sis). En Schmidt (1988) encontramos una buena introducción al sistemismo constructivo.
' 2 Para una visión panorámica actualizada, véase Blockmans, 1993, op. cit., principalmente
los artículos de Wim Blockmans, G. Galasso, Ch. Tilly, M. Bentley, W. Weber, R. Evans, P.P.
Albaladejo, C.O. Carbonell. Yo mismo ensayé este género, tanto en el artículo "O Estado
absoluto. Problemas de interpretado histórica", en Kstudos d e hom en agem a o Pro/. J J .
T eixeira Ribeiro, Coimbra, 1978, como en el manual Historia des instituifoes (...), 1982,
principalmente en las páginas 107 y ss. y 187 y ss.
en este dominio como la historia de las ideas (políticas) o la historia
de los dogmas (jurídicos)? Justamente en una actitud que aquéllas
no cultivan y que es central en esta última: el “distanciamiento” lE nt-
frem d u n g ) del historiador en relación a su objeto de estudio. En ver­
dad, la crítica más pertinente que se puede hacer a la historia jurídica
tradicional no es precisamente a su fo rm a lism o , sino sobre todo a
su dogm atism o. Mientras que el primero puede incluso constituir
una actitud positiva, en el sentido de salvaguardar la autonomía del
nivel jurídico-institucional y de evitar caer en determinismos reduc­
cionistas, el segundo impide toda la contextualización histórica,
pues las instituciones o los dogmas doctrinales aparecen com o mo­
delos necesarios (y, luego, ahistóricos), consecuencia de la natura­
leza de las cosas o de la evidencia racional. En contrapartida, al re-
lativizar los modelos jurídico-institucionales, la orientación pro­
puesta convida a considerarlos desde una perspectiva histórica, a
leerlos en el contexto de la historia de las formas culturales y, natu­
ralmente, del arraigo de éstas en contextos prácticos.53

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