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Coleburn 1 - Amor A Medida - Karen Rose Smith

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Amor a medida

Karen Rose Smith


1º Coleburn

Amor a medida (2000)


Título Original: Just the man she needed (2000)
Serie: 1º Coleburn
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1544
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Slade Coleburn y Emily Lawrence

Argumento:
En medio de una tormenta de nieve, el solitario Slade Coleburn encontró
refugio para pasar la noche en el rancho Double Blaze. Cuando vio que
Emily Lawrence estaba embarazada y se encargaba ella sola del rancho,
decidió quedarse para ayudarla. Pronto esa casa se convirtió en su hogar.
Emily nunca había imaginado los deseos prohibidos que Slade podía
despertar en ella. Al fin y al cabo, estaba embarazada de nueve meses y ya
tenía un hijo de siete años. Pero aunque las caricias de Slade conmovían
profundamente su corazón, sabía que él no se quedaría mucho tiempo en el
rancho; a menos que pudiera convencerlo de que era justo la esposa que él
necesitaba….
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Capítulo 1
Slade Coleburn vislumbró la silueta de un viejo cobertizo, iluminado por una
pequeña luz en el techo, mientras la nieve, cada vez más densa, caía sobre el
limpiaparabrisas del camión. Pero ese no era el problema. Había pensado que tendría
oportunidad de llenar su depósito, pero no había visto ninguna gasolinera en aquel
último tramo de carretera que atravesaba el oeste de Montana. Le faltaba por lo
menos una hora para llegar a Billings y sabía que no encontraría nada hasta allí. Sería
una estupidez quedarse tirado en una carretera desierta en medio de una nevada.
Slade sabía bien que lo más sensato sería buscar un techo para pasar la noche. Incluso
aunque fuera un cobertizo. Cuando dejara de nevar, buscaría a alguien que pudiera
proporcionarle gasolina para llenar el depósito.
Se fijó en el pequeño buzón de correos y en el letrero que colgaba de un poste al
lado de aquel: Rancho Double Blaze. El pequeño sendero llegaba hasta una casa de dos
plantas con porche delantero. La casa tenía un aspecto tan viejo y poco cuidado como
el cobertizo y mientras subía las escaleras de madera, pensó que ambos necesitaban
un buen arreglo. Sería algo con lo que poder negociar si lo necesitaba. Slade sabía
mucho de negocios.
Había un timbre, pero no funcionaba. Así que abrió la puerta de cristal que
debería haber sido sustituida por una contrapuerta antes de que llegaran las nieves
de noviembre.
—¡Hola! —gritó—. Me queda muy poca gasolina, quizá para una milla o dos, y
vengo para ver si podrían darme un poco ustedes. Y de no ser así, me gustaría saber
si puedo usar su cobertizo para pasar la noche.
—No tengo gasolina —contestó una voz femenina, suave y melódica—. Lo
siento.
Slade no veía a nadie y se preguntó si la mujer estaría sola.
—Escuche, me imagino que siempre tomará sus precauciones con los
desconocidos que llamen a su puerta, así que la dejo que salga con el rodillo de
cocina y me amenace con él hasta que le enseñe mi carné de identidad.
El viento y la nieve azotaron el porche y a Slade le pareció que había pasado allí
varias horas antes de que ella abriera finalmente la puerta. Apenas abrió una rendija
para poder verlo.
—El enseñarme su carné de identidad no me asegura que no nos vaya a robar o
que nos haga daño, si es lo que ha venido a hacer.
—Señorita…
—Señora —le corrigió—. Emily Lawrence.
Slade tuvo ganas de echarse a reír debido a la educación con la que se presentó
la mujer después de haber hablado de la posibilidad de que fuera un ladrón.

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—Señora Lawrence, tengo referencias en el bolsillo de la chaqueta. Me alegraría


poder enseñárselas.
De repente, la mujer abrió la puerta de par en par.
—Si nos quisiera hacer daño, nos lo habría hecho ya. Entre y caliéntese un poco.
Cuando Slade entró en la estancia, vio a una mujer alta de cabello castaño claro
y ojos marrones… en avanzado estado de gestación.
—Ahora entiendo por qué es usted tan precavida.
Al quitarse el sombrero, el hombre notó que le tiraban de la manga del
chaquetón.
—Mamá me dijo que me pusiera en el rincón y no hablara.
Slade miró hacia abajo y vio a un muchacho de unos siete años. Tenía unos
grandes ojos marrones como los de su madre y el cabello más oscuro. Slade se
agachó para ponerse a su nivel.
—Tu madre trataba de protegerte.
—Ha hecho pastas esta tarde. ¿Quieres una?
Slade soltó una carcajada y se puso de pie.
—No quiero aprovecharme de tu madre. Como he dicho, solo necesito un
establo vacío para pasar la noche.
Emily Lawrence se puso la mano sobre el vientre mientras miraba a su hijo.
Luego, miró de nuevo a Slade. La mujer iba vestida con un jersey de lana ancho y
debajo una camiseta de manga larga. El ambiente era frío y Slade sospechaba que el
fuego de la cocina antigua que había en uno de los rincones se habría apagado.
Miró a su alrededor y vio que la cocina estaba limpia, pero la encimera tenía los
bordes astillados y los armarios de pino estaban viejos por el paso del tiempo. Por el
aspecto de todo y debido a su intuición, bastante agudizada desde su estancia en un
orfanato de Tucson, Slade estaba seguro de que el fuego de la cocina era usado
habitualmente para calentar la casa y ahorrar así en facturas de luz y gas.
—Puedo cortar madera si lo necesita o, si así lo prefiere, pagarle por dejarme
pasar la noche en el establo.
—No puedo aceptar dinero por dejar que pase la noche en un establo —aclaró
la mujer, dirigiéndose al frasco donde tenía las pastas, que estaba sobre la encimera.
Se movía con agilidad a pesar de su estado. Era pequeña y delgada y Slade se
preguntó si le costaría mucho llevar su carga. También se preguntó si estaría casada.
—¿No está su marido?
Después de destapar el frasco, se quedó mirando a Slade durante unos
segundos.
—Soy viuda.

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La respuesta sorprendió a Slade. Tenía que haber ocurrido durante aquel año.
¿O aquella mujer estaba intentando llevar el rancho ella sola? Decidió que no se lo
preguntaría, debido a que no creía que a ella le gustara contestar a preguntas tan
personales.
La mujer se acercó al muchacho.
—Mark, ¿puedes traerme el termo?
—Claro —contestó el niño alegremente.
El muchacho obedeció y la mujer le dio un beso cariñoso.
—Y ahora, vete y te pones el pijama. Es hora de irse a la cama —añadió.
—Pero, mamá… —protestó el niño, mirando a Slade.
Ella le revolvió el pelo.
—El señor… —se detuvo.
—Slade, Slade Coleburn.
—El señor Coleburn va a dormir en el granero, así que no te vas a perder nada.
Anda, vete a poner el pijama.
Con un suspiro resignado, que demostró a Slade que Mark normalmente
obedecía a su madre, el pequeño se dirigió a las escaleras.
Emily Lawrence puso agua hirviendo en el termo y añadió unas cuantas
cucharadas de café instantáneo.
—Solo lo tengo instantáneo —explicó—. ¿Lo quiere con leche?
—No tiene por qué ofrecerme nada.
—¿Cuándo comió por última vez?
—Hacia las doce de la mañana.
—Bueno, pues son casi las nueve. Tengo algunos filetes, si quiere llevarse un
sándwich al granero.
—Es usted muy amable… y tomo el café solo, gracias.
La mujer le preparó y envolvió un sándwich en pocos minutos.
—¿Hacia dónde se dirige?
—Hacia Billings… por ahora.
La mujer lo miró de arriba abajo. Sus ojos se detuvieron en el sombrero de
vaquero, luego en la chaqueta y finalmente en el pantalón vaquero y en las botas.
—¿Por trabajo?
Slade se imaginó que la mujer trataba de asegurarse de no haber cometido una
estupidez al dejarle entrar.
—Voy a ver a una persona, pero también estoy buscando trabajo. Puedo hacer
de casi todo.

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Después de tapar el termo, la mujer envolvió también unas cuantas pastas.


—Si está insinuando algo, no tengo dinero para pagarle.
—Me conformo con la comida y la habitación.
Al no responder nada la mujer, Slade decidió no insistir. Así que se metió el
sándwich y las pastas en el bolsillo del chaquetón y extendió la mano para recoger el
termo. Al hacerlo, sus dedos se tocaron y, por un momento, ambos se quedaron
inmóviles. Ella estaba embarazada y era una desconocida, así que la sangre de Slade
no tenía por qué acelerarse de ese modo.
La mujer apartó la mano.
—Espere un minuto. Le daré un par de mantas.
El hombre apenas se había colocado el sombrero en la cabeza, cuando ella salió
con dos mantas de lana.
—Se lo agradezco muchísimo —aseguró el hombre al agarrarlas—. No tenía por
qué haberme dejado entrar. ¿Por qué lo hizo?
La mujer se quedó pensativa durante unos instantes.
—Recé cuando lo oí acercarse y usé mi sexto sentido para examinarlo. Luego,
recé de nuevo y mi corazón me dijo que le abriera la puerta. Y eso es lo que hice.
Él no se había esperado ese tipo de respuesta. Esa guapa viuda con un hijo
desde luego lo sorprendía e inquietaba cada vez más. Finalmente, se dirigió hacia la
puerta y se volvió antes de salir.
—Le cortaré un poco de leña por la mañana —afirmó—. Y no abra a más
desconocidos esta noche —añadió, extendiendo un dedo a modo de advertencia.
Cuando ella le sonrió, el mundo de Slade pareció estremecerse. Pero se
convenció a sí mismo de que seguramente se debió tan solo al cansancio producido
por la jornada. Mientras bajaba las escaleras del porche y se enfrentaba de nuevo a la
nieve para ir hacia el granero, se preguntó qué clase de destino le habría llevado
hasta allí… y por qué.

Emily se despertó antes de que amaneciera, consciente de que algo había


cambiado. Luego, recordó que había un hombre en el granero. Un hombre muy alto,
de pelo castaño oscuro y con unos ojos azules increíbles. Un hombre con una voz que
relajaba todo su cuerpo como aquel brandy que había probado una vez. El bebé le dio
una patada y ella, sonriendo, se tocó el abdomen. Había dormido profundamente por
primera vez en varios meses. ¿Se debería a que Slade Coleburn estaba durmiendo en
su granero?
¿Cuándo había sido la última vez que le había relajado tener un hombre cerca?
«Cuando papá estaba vivo», le dijo una voz desde dentro.

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El rancho Double Blaze había pertenecido a su padre y este lo había heredado a


su vez de su padre. Cuando ella se había casado con Pete Lawrence, se habían ido a
vivir allí con su padre. Pasaron unos meses antes de que se diera cuenta de que Pete
se había casado con ella solo para tener alguien a su lado. Su marido había trabajado
con su padre, pero haciendo lo mínimo y solo cuando no le quedaba más remedio.
Ella, recién terminada la universidad y echando de menos a su madre, muerta unos
años antes, había querido formar una familia y darle a su padre los nietos que
siempre había deseado este. Pero no había elegido bien.
El recuerdo de su matrimonio con Pete todavía la entristecía.
El bebé volvió a darle otra patada y se dijo que no tenía tiempo para tristezas.
Tenía que prepararse para cuando el niño naciera. Si surgían complicaciones o el
rancho se le hacía demasiado grande después de que el niño naciera, tendría que
venderlo. No tendría otra alternativa.
Sin tiempo que perder, ni siquiera en su estado, se levantó y se vistió
rápidamente, poniéndose unas mallas y un jersey rojo hecho por ella misma.
Después, se dirigió a la habitación de su hijo.
—Voy al granero a ver al señor Coleburn, pero vengo en seguida —susurró al
oído del niño.
—Yo quiero ir —musitó el niño adormilado.
—Ahora no. Duerme un poco más hasta que yo venga —ordenó la mujer,
dándole un beso.
El abrigo que le había servido durante los últimos seis inviernos no le
abrochaba a la altura del vientre. ¡Se iba a quedar más a gusto cuando naciera el niño!
Dentro de tres semanas se podría ver de nuevo los pies. Después de ponerse las
botas, que también le quedaban un poco estrechas, salió al exterior y tuvo que
protegerse los ojos de la luz brillante. Se fijó en que su vecino había limpiado ya su
entrada. Todo parecía puro, tranquilo y blanco. Ella siempre había tenido esa
sensación durante la estación invernal. En cambio, algunos rancheros la odiaban. Y lo
hacían porque traía consigo muchos problemas, pero ella amaba los inviernos de
Montana, por encima de la primavera, el verano o el otoño.
Se dirigió al granero despacio, observando la nieve que cubría los álamos y los
alerces. Tenía que tener especial cuidado con todo. El bebé le producía esa sensación
y estaba impaciente por traerlo al mundo.
Abrió la pequeña puerta lateral del granero. Le encantaba su olor, al igual que
lo que se veía en su interior: heno, caballos, tierra mojada y el olor de cosas que jamás
podrías encontrar en una ciudad. La luz del sol penetraba por las ventanas, cubiertas
de polvo y heladas en ese momento, creando zonas de luz y sombra. Solo se podía
oír el resoplido de un caballo hasta que se internó un poco y llegó hasta ella el sonido
amortiguado procedente del fondo del granero. Ella adivinó a qué respondía.
Al atravesar el granero, se fijó en que las dos mantas que había dado a Slade
Coleburn estaban cuidadosamente dobladas sobre un taburete. Dio de comer a los

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caballos, los acarició cariñosamente e hizo algunas tareas más. Luego, abrió la verja
que daba al corral y siguió el sendero blanco hasta uno de los lados del cobertizo.
Slade no la vio porque estaba concentrado en cortar los troncos, pero algo debió
de avisarlo de su presencia porque se detuvo y miró por encima del hombro.
—Buenos días.
—Buenos días. Ya le dije que no me debe nada. —Ya lo sé, pero me apetecía
corresponder su generosidad.
Los vecinos habían sido amables a la muerte de Pete, pero ella jamás aceptaría
su caridad. En cambio, ese gesto la ayudaría, protegiendo a la vez su orgullo y Slade
Coleburn pareció intuirlo así.
El hombre se fijó en su abrigo abierto.
—No debería estar aquí. Hace mucho frío.
—Los animales tienen que comer, aunque la temperatura baje de los cero
grados.
Los ojos azules de Slade se posaron sobre los de ella durante un segundo.
—¿Está tratando de encargarse de todo el racho usted sola?
—Hasta que decida lo que voy a hacer. Quizá lo venda. Hace unos meses, vino
alguien de una inmobiliaria y me dejó su tarjeta.
Slade hizo un sonido gutural, pero no dijo nada.
—¿Le apetece desayunar? —preguntó la mujer—. Estoy segura de que Mark ya
está levantado. Quería venir conmigo para ver lo que usted hacía.
—¿Cuántos años tiene?
—Siete, pero aparenta diez.
Slade soltó una carcajada.
—No me importa que venga a verme.
A Pete nunca le había gustado el muchacho. Decía que siempre estaba en
medio.
—¿Está acostumbrado a tener niños a su alrededor? —quiso saber Emily.
—No desde que era pequeño —contestó sin más explicaciones.
Una ráfaga de viento silbó y estremeció el alero del cobertizo. Ella se frotó los
brazos para calentarse.
—Entonces, ¿va a desayunar con nosotros?
—Claro, pero me imagino que tendré que encontrar otra faena si acepto.
Cuando ella vio que hablaba en broma, sonrió. ¿Cuánto hacía que un hombre
no bromeaba con ella? Pete no era de ese tipo de hombres.
Antes de seguir pensando en ello, volvió a la casa.

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Mark la estaba esperando y comenzó a hacerle un montón de preguntas.


—¿Ha pasado frío el señor Coleburn esta noche allí? ¿Se va a quedar? ¿Sabe
montar a caballo?
Le hizo las preguntas una tras otra, sin darle tiempo a contestar. De algunas ella
no sabía la respuesta y tendría que ser Mark quien le preguntara al señor Coleburn.
Así vería ella si el hombre tenía paciencia o no.
Cuando Slade llegó, Emily había preparado huevos revueltos con beicon y
había puesto al horno pan casero.
—Huele estupendamente —dijo el hombre mientras colgaba su sombrero y su
chaquetón al lado de la puerta.
Cuando iba a poner los huevos sobre los platos, Emily lo miró y se quedó
paralizada. El hombre llevaba una camisa de franela y unos vaqueros tan ceñidos
que casi podía ver los músculos de sus muslos. Los hombros eran anchos, incluso sin
el chaquetón. Era un hombre muy masculino. Su pelo oscuro, sus rasgos faciales y
evidente fortaleza física así lo evidenciaban. Emily se dijo a sí misma que la sensación
del estómago se debía al movimiento del bebé y que el calor de sus mejillas era
debido a la alteración de sus hormonas.
Mark repitió las mismas preguntas que le había hecho a su madre. Pero Slade
no pareció molesto y las contestó una a una. «No, quizá y sí». Luego, miró a Emily
mientras acercaba una silla a la mesa.
—Me parece que le vendrían bien algunos arreglos. Tendría que reparar la casa
y el granero para pasar el invierno.
—Ya le he dicho que no puedo pagarle.
Emily le colocó el plato delante y se preguntó por qué el corazón le estaría
latiendo con aquella rapidez y por qué se ponía más nerviosa con él que con
cualquier otro hombre.
—Y yo ya le he dicho que me conformo con la habitación y la comida. Podría
hacer lo más duro. Usted no va a poder hacer mucho hasta que dé a luz.
—Le aseguro que sí que puedo. No ha sido un problema hasta ahora. Y Mark
me ayuda mucho —la mujer dio su plato al muchacho y se sentó frente a Slade—. Se
lo agradezco.
Slade se encogió de hombros.
La mujer rezó una breve oración y aconsejó al niño que se diera prisa para
tomar el autobús. Slade, que estaba pensativo, volvió a hablar.
—¿Qué le parece si comprueba mis referencias y luego decide?
—¿Es tan difícil encontrar trabajo? —quiso saber la mujer.
—Cuando no sabes el tiempo que vas a quedarte en un lugar, sí.
Por lo que había dicho, Emily imaginó que era una persona que viajaba
continuamente de un lugar a otro. ¿Por qué lo haría? Pensó que lo mejor sería no
preguntarle por el momento, a pesar de que sentía una gran curiosidad.

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—De acuerdo. Haré las llamadas para comprobar sus referencias después de
llevar a Mark a la parada del autobús. Es un ritual que necesito hacer todas las
mañanas. Le acompaño y le digo adiós con la mano.
La expresión de Slade se ensombreció repentinamente.
Emily intuyó que su reacción se había debido a un deseo insatisfecho, y se
preguntó a qué se debería. Pero fuera lo que fuera, el gesto de él desapareció cuando
Slade se concentró en la comida.
Después de llevar a Mark a la parada del autobús, Emily preparó masa para
hacer pan. Al volver a la casa, había oído golpes de hacha y se alegró de que Slade
fuera a cortarle una buena cantidad de leña. Desde luego, tenía que estar contenta
por la determinación de aquel hombre. Le vendría bien la leña cuando tuviera al niño
y no pudiera salir durante un tiempo.
Puso la masa en el horno y se dispuso a hacer las llamadas para comprobar las
referencias de Slade. Había tres nombres con sus respectivas direcciones. Dos
pertenecientes a Idaho y una a Wyoming. Una era de una constructora y las otras dos
de ranchos. En los tres sitios, le dijeron que era verdad lo que estaba escrito. Slade
Coleburn era una persona en la que se podía confiar y se había quedado hasta
terminar su trabajo.
Pero luego se había marchado, pensó ella.
A pesar de su decisión de hacer varias cosas, Emily empezó a sentirse cansada
en el transcurso de la mañana. Incluso así, preparó una sopa para comer, además de
terminar de hacer el pan.
Slade volvió a eso de las once, cuando ella estaba terminando de hacer la sopa.
—¿Necesita que la ayude? —preguntó él.
—No se preocupe.
—Me imagino que lo ha llenado de agua y lo has puesto sola sobre el fuego.
Ella lo miró en silencio, pero eso no pareció afectarlo.
—¿No sabe que las mujeres embarazadas tienen que tener cuidado?
Slade parecía la voz de su conciencia, que le hacía pensar en lo que más le
convenía. Por eso Emily tomó una decisión.
—He comprobado sus referencias. Si quiere, puedo darle habitación y comida a
cambio de una lista de tareas y arreglos. Hay una habitación pequeña al lado de la
entrada donde puede dormir.
Slade se acercó al fregadero y se lavó las manos. Ella estaba al lado del fuego y,
por tanto, muy cerca de él.
—¿Qué clase de marido tenía para estar tan acostumbrada a hacerlo todo sola?
Ella estuvo a punto de decir que siempre había sido muy independiente.
—Eso no es asunto suyo. Solo porque vayamos a vivir bajo el mismo techo, no
significa que pueda entrometerse en mi vida —contestó.

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En ese momento, un montón de sentimientos la invadieron y le costó respirar.


Eso la asustó.
Él no pareció enfadarse por sus palabras.
—Es justo. Me parece muy bien que no quiera que me entrometa en tu vida.
Dando un suspiro, lo miró con precaución. Ella no había querido decir eso
exactamente. Y después de eso, él no le contaría nada sobre sí mismo. Ambos
hicieron ademán de alcanzar los platos hondos, pero evitaron tocarse.
—Iré a por el pan —murmuró ella.
Slade se pasó la tarde familiarizándose con el rancho. Durante la comida, se
enteró de que Emily iba a dar a luz tres semanas después. También descubrió que la
mujer tenía cuarenta cabezas de ganado. Una vecina se había estado pasando por allí
a llevarle la comida desde que su marido había muerto. Ella, a cambio, le enviaba
comida hecha todos los fines de semana. Parecía una persona cabezota, pero Slade
tenía el deseo de saber lo más posible sobre ella. Como parecía tan reservada, no le
sería fácil. Trató de convencerse a sí mismo de que no podía sentir atracción por una
mujer embarazada que estaba a punto de dar a luz. Pero eso no impedía que ciertas
partes de su cuerpo se acaloraran cada vez que ella estaba cerca.
Estaba en el granero, limpiando las paredes, cuando Mark, que ya había
regresado de la escuela, llegó corriendo.
—Mamá dice que puedo verte, si no te importa.
Slade se encogió de hombros y sonrió al niño.
—No me importa. De hecho, puedes ayudarme si quieres —dijo, dando a Mark
una pequeña pala.
—Mamá dice que vas a quedarte. ¿Hasta cuándo?
—Eso todavía no lo sé.
—Voy a tener pronto un hermanito o una hermanita.
—Ya lo sé. ¿Te hace ilusión?
—Me imagino que sí. Aunque no lo sabré hasta que llegue.
Slade soltó una carcajada y la conversación continuó hasta la hora de la cena.
Mark era abierto y curioso y Slade no pudo evitar preguntarse por el hombre que
había sido su padre. Pero no trataría de sacar información al niño.
Después de la cena, Mark le preguntó a Slade si quería jugar con él.
—No tiene por qué hacerlo —dijo Emily, mirando a su hijo con cariño.
—No tengo otra cosa mejor que hacer, a menos que quiera que empiece a
limpiar la nieve —declaró, con la sutil ironía a la que Emily empezaba a
acostumbrarse.
—Creo que puede empezar mañana.

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Emily imaginó que con las constantes preguntas de Mark, Slade se cansaría y se
escaparía a su cuarto lo antes posible.
El bebé había estado tranquilo desde por la mañana, pero la espalda le había
empezado a doler por la tarde. Imaginó que se habría hecho daño al agarrar la
pesada cacerola. El dolor persistió durante la cena y, cuando se sentó en el sofá, se
colocó un cojín detrás. Al estar allí Mark, no había posibilidades de hablar de cosas
personales y se alegraba.
Cuando dieron las nueve, ordenó a Mark que subiera a su habitación. Allí, le
leyó un cuento como hacía normalmente.
—¿Puede venir Slade a darme las buenas noches?
—Ya te las ha dado abajo —dijo ella sorprendida.
—Ya lo sé, pero no es lo mismo. ¿Se lo puedes decir, por favor?
Ella no podía ofrecer a su hijo muchas cosas materiales, pero podía darle amor y
cariño y todo el tiempo que necesitara. En ese momento, al parecer, el niño también
quería que Slade le dedicara parte de su tiempo.
—Iré a decírselo, pero a lo mejor ya se ha acostado.
—No, seguro que no se acuesta tan pronto.
Ella tampoco lo creía, pero confiaba en que fuera así.
Bajó las escaleras y notó que el dolor de espalda se estaba haciendo cada vez
más fuerte. No podía ser el niño, se dijo. Le faltaban tres semanas todavía y Mark se
había retrasado más de diez días.
Llegó a la habitación de Slade y se detuvo en la puerta. Sabía que su hijo se
enfadaría si no le pedía que subiera, así que se quedó escuchando un momento. No
oyó nada.
—¿Señor Coleburn? —susurró en voz baja.
Oyó pasos y la puerta se abrió al poco.
—¿Pasa algo?
El hombre se había subido las mangas de la camisa y se había desabrochado los
dos botones superiores. Por allí le salía una mata de vello oscuro y rizado. Tan
oscuro, como la barba que ensombrecía su mandíbula.
—No, no pasa nada. Mark me ha dicho que si podía subir a darle las buenas
noches. Sé que es una molestia…
—No es ninguna molestia darle las buenas noches al pequeño. Pero usted no
debería bajar y subir tantas veces las escaleras, ¿no cree?
—Con moderación, el ejercicio es bueno para una embarazada, señor Coleburn.
—Slade.
Le era difícil decirlo en voz alta, aunque cuando pensaba en él le llamaba por su
nombre de pila. Sabía que si se tuteaban, romperían la barrera de la formalidad. Pero

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iban a comer y cenar juntos y, en ese momento, el hombre iba a dar las buenas
noches a su hijo.
—Slade —repitió ella en voz baja.
Cuando él esbozó una sonrisa, su corazón dio un vuelco. Se dio la vuelta y se
dirigió de nuevo hacia la planta superior, en la que había tres habitaciones. El
dormitorio de Emily, el dormitorio de Mark y una habitación pequeña, que la usaba
para coser y que pronto se convertiría en el cuarto del bebé. Había pintado el
dormitorio de Mark no hacía mucho tiempo de color azul claro. Y él había colgado
un póster de uno de sus jugadores favoritos de béisbol, además de algún trabajo para
el colegio y varias fotografías de caballos. Cada noche, antes de irse a la cama, el niño
recogía sus juguetes, pero la tapa donde los guardaba no estaba cerrada casi nunca.
Slade la siguió dentro del cuarto y se quedó de pie junto a la cama de pino, que
era idéntica a la que había en su dormitorio.
—Tu madre me ha dicho que querías que te diera las buenas noches.
—Sí. ¿No sabrás alguna historia que me puedas contar?
—Mark… —le advirtió ella—. No le hagas caso —le dijo a Slade—, yo ya he
estado leyéndole un rato.
—Bueno, puede que otra noche, entonces —le ofreció Slade.
—¿Has rezado ya tus oraciones? —preguntó Emily a su hijo.
El niño asintió.
—Muy bien, pues hasta mañana —le dio un abrazo y lo besó en la mejilla.
Slade se acercó y le golpeó cariñosamente la barbilla.
—Hasta mañana, socio.
Mark sonrió como Emily no le había visto hacerlo en mucho tiempo. Cuando
estuvieron fuera del cuarto, junto a la barandilla de las escaleras, Emily volvió a
sentir un pinchazo de dolor. Ella trató de disimular, pero Slade se había dado cuenta
de que algo pasaba.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—¿Estás segura?
—Es solo que ha sido un día muy duro. Necesito dormir, eso es todo.
—¿Y mañana te lo tomarás con más calma?
—Ya veremos. Buenas noches.
—Buenas noches.
Mientras se dirigía a su dormitorio, Emily no podía quitarse de la cabeza la voz
de Slade. Luego, mientras se preparaba para irse a dormir, pensó en lo bien que le
vendría un masaje. Así que comenzó a imaginarse las enormes manos de Slade sobre
su piel, pero inmediatamente se obligó a dejar de pensar en aquello.

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Se puso el camisón, se metió en la cama y acababa de apagar la luz cuando el


dolor de espalda se hizo más agudo. Así que, con gran esfuerzo, se obligó a
levantarse de nuevo y a pasear un poco por la habitación.
Pero aquello tampoco funcionó. De pronto, sintió un dolor tremendo, que le
hizo caer de rodillas. Intentó levantarse, pero no pudo. Además, se daba cuenta de
que aunque gritara, Slade no podría tampoco oírla. Así que alcanzó el libro que tenía
sobre la mesilla de noche y golpeó con él el suelo.

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Capítulo 2
Slade estaba ya en la cama, pensando en que al día siguiente se acercaría hasta
el Palacio de Justicia de Billings, cuando oyó un ruido en el techo. Desde que le había
dado las buenas noches a Emily, no había podido dejar de pensar que ella estaba
durmiendo encima de él.
¿Se le habría caído algo?
Luego, oyó unos golpecitos. Primero tres y al rato otro tres. No tardó en darse
cuenta de que ella estaba intentando llamar su atención. Se levantó inmediatamente y
subió a toda velocidad las escaleras en dirección al cuarto de Emily. Cuando llegó
allí, se llevó un susto enorme al verla en el suelo.
—Creo que estoy de parto —dijo ella con voz dolorida.
Slade se acercó hasta ella.
—Deja que te ayude a llegar a la cama.
—Tengo que ir al hospital. Me imagino que esto habrá empezado hace rato,
pero hasta ahora no me he dado cuenta. Con Mark, comencé a tener contracciones
cada media hora y luego cada cuarto de hora, pero pasaron siete horas hasta que di a
luz. Sin embargo, con este todo ha empezado de pronto —Emily dejó de hablar y
soltó un gemido de dolor.
—Emily, ¿qué puedo hacer?
—Llevarme al hospital. Aunque siento molestarte.
—Maldita sea, Emily, no me molestas. Esto es una urgencia.
—No es para tanto, Slade —dijo Emily, sonriendo al ver la preocupación de él—
. Tendremos que despertar a Mark. Ve tú mientras yo intento bajar las escaleras.
—No harás nada parecido. Yo te bajaré en brazos y luego iré a buscar a Mark.
—Slade, no tienes por qué… —no pudo terminar ante la aparición de otra
contracción.
—Hay que darse prisa. ¿No podemos llamar a una ambulancia?
—Esto es Montana. Estaremos ya casi en Billings en lo que la ambulancia llega
aquí.
Él no estaba seguro de que la explicación de ella fuera convincente, pero no
quería ponerse a discutir. Así que la levantó en sus brazos.
—¡Slade! —protestó ella.
—Este es el método más rápido, Emily. Además, no podemos arriesgarnos a
que te caigas por las escaleras.
—¿Y qué pasará si nos caemos los dos? —preguntó ella, arqueando las cejas.
—Eres la mujer más testaruda que he conocido.

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Slade la bajó y la dejó sobre el sofá del salón. Luego, fue al cuarto de Mark y le
contó lo que había pasado.
—¿Está bien? —preguntó el chico.
—Sí, pero hay que llevarla al hospital cuanto antes. ¿Crees que podrás vestirte
tú solo mientras yo bajo a cuidar a tu madre?
El chico asintió.
Slade bajó al salón, pero, por supuesto, ella ya no estaba allí. La encontró
sentada en una silla en la cocina con la chaqueta puesta, intentando ponerse una
bota.
Slade la ayudó y, cuando ya tenía ambas botas puestas, apareció Mark en la
cocina, parpadeando de sueño.
Emily se levantó y se dirigió hacia el fregadero a por un manojo de llaves que
había en una repisa.
—Nuestra furgoneta está aparcada dentro del cobertizo. No tiene muy buen
aspecto, pero corre bastante y tiene lleno el depósito de gasolina —dijo ella,
sonriendo.
—Voy a por ella. Vosotros esperad aquí —dijo Slade, tomando su sombrero y
su chaqueta de la percha.
Pocos minutos más tarde, y después de dejar aparcada la furgoneta en la
puerta, entró a buscarlos. A pesar de las protestas de Emily, volvió a levantarla en
brazos para llevarla a la furgoneta. Después, se aseguró de que Mark se había puesto
el cinturón de seguridad y arrancó.
Trató de ir a buena velocidad, aunque no quería alarmarlos. Sabía
perfectamente el peligro que corría Emily y quería que estuviera cuanto antes en
manos de médicos competentes.
Llevaban veinte minutos de camino cuando Emily gimió, pero esa vez de un
modo diferente.
—¿Qué pasa?
—Creo que acabo de romper aguas —murmuró ella.
Slade pisó a fondo el acelerador. Pero cinco minutos después, ella se dobló
sobre el asiento.
—¿Emily?
—Creo que estoy dando a luz, Slade.
—¿Qué?
—Que estoy dando a luz.
Él iba a soltar una maldición cuando se acordó de que Mark iba en el asiento de
atrás. Luego vio una luz junto a la carretera algo más adelante.
—¿Me das cinco minutos?

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—Yo sí —dijo ella—, pero el niño no sé.


La noche era fresca. No debía de haber más de quince grados, pero él estaba
sudando como si estuviera trabajando bajo el sol de agosto.
—¿Va a ponerse bien mamá? —preguntó Mark, sollozando.
—Claro que sí —contestó Slade, dándose cuenta de que la luz que había visto
no estaba tan cerca como pensaba. Además, no estaba junto a la carretera.
—Slade, tenemos que parar —dijo, de pronto, Emily, agarrándolo un brazo—.
Tenemos que…
Él trató de mantener la calma y se dijo a sí mismo que podría ocuparse de todo.
Encendió las luces de emergencia y se echó a un lado de la carretera.
—Mark, voy a necesitar tu ayuda.
—¿Qué quieres que haga?
—Te vas a sentar aquí adelante y vas a tocar el claxon. Pita tres veces seguidas,
luego te paras y luego vuelves a pitar tres veces. ¿Lo has entendido?
—Sí —contestó el chico.
Slade se bajó de la furgoneta y luego se quitó el sombrero y la chaqueta, antes
de sentar a Mark en el asiento del piloto.
—Adelante —le dijo.
El niño se puso a pitar como Slade le había dicho mientras este daba la vuelta
hacia donde estaba Emily. Le puso su chaqueta como almohada y reclinó el asiento
hacia atrás.
—Hay una manta atrás… para el bebé.
Slade le agarró una mano y se la apretó.
—Todo va a salir bien, Emily.
Desde luego, él iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para que así
fuera.
En la parte de atrás de la furgoneta había dos mantas. Una suave y otra más
áspera. Había también una pequeña pala, una botella de agua y una bolsa con astillas
de madera.
Mark siguió haciendo sonar el claxon mientras Salde tapó a Emily con la manta
de lana.
—¿Cómo va la cosa? —preguntó él.
—Tengo que empujar, Slade. No sé si debo, pero no puedo aguantar más.
Slade le dijo a Mark que parara de pitar un minuto para no tener que chillar
todo el tiempo.
Luego, la miró como disculpándose.
—Voy a tener que echar un vistazo.

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—Lo sé —dijo ella—. Haz lo que tengas que hacer.


Lo primero que hizo fue quitarle las botas y luego la colocó lo más
cómodamente posible. Sintió vergüenza ante la idea de mirar las partes más íntimas
de ella y el tener que tocarla. Pero al ver que la cabeza del niño ya estaba fuera, se dio
cuenta de que no había tiempo para pensar en nada.
—¿Slade? —ella le tendió algo—. Toma esto. Lo vas a necesitar para el cordón
umbilical.
Slade se fijó en que era un trozo de tela, que ella debía de haber arrancado de su
camisón.
—Mark, ponte a tocar el claxon de nuevo —le ordenó, tratando de mantener la
calma.
A pesar de las contracciones, el niño parecía negarse a salir del todo al mundo.
Slade comenzó a rezar.
—Viene un coche —dijo Mark.
Él no quería abandonar a Emily, pero tenía que conseguir que el coche que se
acercaba se detuviera. Así que se bajó de la furgoneta y comenzó a hacerle señas.
El coche se detuvo y un hombre con barba bajó la ventanilla.
—¿Qué sucede?
—Esta mujer está dando a luz. ¿Puede usted llamar a una ambulancia desde el
teléfono más próximo?
—Tengo un teléfono móvil.
Slade no era muy amigo de los adelantos técnicos, pero en aquellos momentos
dio gracias al progreso. Luego, volvió a la furgoneta.
—Emily, voy a incorporarte un poco, a ver si eso facilita las cosas y luego,
cuando llegue la próxima contracción, empuja. Empuja con todas tus fuerzas. ¿De
acuerdo?
Se subió a la furgoneta y la rodeó con sus brazos para intentar apoyarla contra
la puerta. Incluso en aquellas circunstancias, se dio cuenta de lo bien que olía ella y
de lo suave que era su piel, así que no pudo evitar acariciarle la mejilla.
—Vamos a conseguirlo, Emily.
Se fijó en que había lágrimas en los ojos de ella.
—Estoy lista.
Luego, Slade volvió a ponerse abajo y vio cómo ella empujaba cuando llegó la
nueva contracción. Al poco, tuvo la cabeza del bebé entre sus manos.
—Otra vez, Emily. Vamos, que ya casi está fuera.
Pareció que pasaba una eternidad hasta la próxima contracción, pero finalmente
llegó y Emily volvió a empujar con todas sus fuerzas. Al poco, Slade tenía a una niña
en sus manos.

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La emoción le paralizó durante unos segundos. Le parecía un milagro.


Pero inmediatamente reaccionó y comenzó a moverse a toda prisa. Comprobó
que la niña respiraba y luego cortó el cordón umbilical. Finalmente, la envolvió en
una manta y se la dio a Emily.
—¿Has decidido ya cómo se va a llamar?
—Amanda —respondió Emily entre lágrimas.
Mientras estaban todavía maravillándose con lo que acababa de suceder,
oyeron el sonido de una sirena acercarse y, en seguida, divisaron las luces de una
ambulancia.
Allí metieron a Emily y al bebé, y Slade y Mark los siguieron hasta el hospital.
Slade era incapaz de relajarse. Esperaba haberlo hecho todo bien.
Finalmente, Mark se quedó dormido en el sofá de la sala de espera de la planta
de maternidad, con la cabeza apoyada en el hombro de Slade.
—Puede ver ya a su mujer si lo desea —le dijo una enfermera, entrando en la
sala.
—Oh, si ella no es… —de pronto, se detuvo. Si le decía a la enfermera que no
era su mujer, quizá no lo dejaran entrar—. No me gustaría dejar solo al niño.
—Yo me quedaré con él. En cualquier caso, no debe estar mucho tiempo con
ella. Lo que necesita su mujer ahora es dormir.
Se dirigió a la habitación de Emily, donde había dos camas. La niña estaba en
una cunita al lado de la cama de Emily, que tenía los ojos cerrados. Slade pensó que
quizá estuviera ya dormida.
Pero ella abrió los ojos y se quedó mirándolo.
—Menuda aventura —dijo ella, sonriendo.
—La verdad es que no me gustaría tener que volver a pasar por esto —bromeó
él.
—Ni a mí tampoco —replicó ella, echándose a reír.
Él se sentó en una silla, junto a la cama.
—¿Qué tal te encuentras?
—Estoy bien. Y Amanda también. Pero, Slade… —ella se detuvo—. Bueno, no
importa.
—¿El qué?
—Que yo no debería estar aquí. El hospital va a costar dinero y…
Él llevaba años trabajando y solo había gastado lo justo, así que tenía unos
buenos ahorros. Quizá cuando se conocieran algo mejor, ella aceptaría que la
ayudara.
—No pienses en eso ahora —Slade tomó la mano de ella entre las suyas—.
Teníamos que asegurarnos de que tú y la niña estáis bien.

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—Podremos marcharnos mañana mismo.


—¿Estás segura?
—Sí, el médico ha dicho que, si me lo tomo con calma, puedo irme a casa.
—¿A qué hora quieres que venga a recogerte?
—¿Estás seguro de que sigues queriendo involucrarte en esto?
—Ya lo estoy.
—Bueno, pues ven a eso de las once.
—Muy bien —asintió él. Luego, miró hacia la niña y sonrió—. Es preciosa,
Emily.
—Lo sé. Gracias, Slade.
Slade se puso en pie.
—Voy a traer a Mark para que te dé las buenas noches. No quiero que se quede
preocupado.
—Me parece muy buena idea —Emily le sonrió, agradecida.
En cuanto salió de la habitación, respiró hondo. Había sido una noche de lo más
intensa. De pronto, comenzó a pensar que quizá se había implicado demasiado. Y eso
podía resultar peligroso, cuando su vida era tan inestable. Él nunca había
permanecido en un mismo sitio durante mucho tiempo.
Además, tenía que encontrar a su hermano.
Pero mientras iba a por Mark, sabía que no importaba dónde fuera o lo que
pasara, nunca olvidaría aquella noche.
Nunca.

Como ya sospechaba Slade, Mark se había quedado dormido de camino al


rancho. Slade lo despertó con delicadeza y el niño salió de la furgoneta y lo agarró de
la mano para llegar hasta la casa. Ambos subieron a la habitación de Mark y Slade lo
ayudó a ponerse el pijama.
—¿Puedes quedarte arriba conmigo?
—Quizá me ponga a roncar y no te deje dormir —bromeó él.
—Por favor —suplicó el chico.
—Te diré lo que vamos a hacer. ¿Qué te parece si me quedó aquí contigo hasta
que te quedes dormido? Luego, me iré a dormir a la habitación de tu madre.
Mark sonrió y Slade se quedó observando al chico hasta que este se hubo
dormido. Luego, salió, dejando la puerta entreabierta y se dirigió a la habitación de
Emily.

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Luego, al ver la cama medio deshecha, pensó que quizá no fuera buena idea
dormir allí. Se acercó y llegó hasta él el mismo perfume a rosas al que olía Emily.
Sintió como si estuviera invadiendo la intimidad de ella al dormir en su cama,
pero no quería decepcionar a Mark. Así que, finalmente, estiró las sábanas y la
colcha, y se tumbó. Desde allí, se fijó en las fotos de Mark que había sobre la cómoda.
A su lado, estaba el retrato de un hombre. Era una fotografía antigua y Slade pensó
que quizá fuera el padre de Emily. El mismo hombre, en otra foto, estaba abrazando
a una mujer joven, que debía de ser la madre. Y también pudo ver el retrato de un
hombre joven, que quizá fuera el marido de Emily.
De un perchero antiguo, colgaba una bata azul. Parecía muy cómoda y debía de
abrigar mucho. Slade podía imaginarse perfectamente a Emily con ella puesta, ya
que aquella mujer, a pesar de lo testaruda que era a veces, también podía ser muy
delicada.
Slade se acordó de la sensación de tener al bebé entre sus manos.
Cuando apagó la luz y cerró los ojos, tuvo la clara sensación de que acababa de
entrar en la vida de otra persona.

A la mañana siguiente, Slade dejó dormir a Mark hasta tarde. El chico no iría al
colegio, pero así podría dar la bienvenida a su madre y a su hermanita. Después de
que se hubo duchado, se enrolló en una toalla y bajó para vestirse.
Después de atender a los animales, comenzó a preparar huevos revueltos y a
tostar el pan que Emily había hecho. Acababa de poner las tostadas en la mesa
cuando Mark apareció.
—Has dormido esta noche arriba —dijo el niño con agrado—. Tuve que salir a
beber agua y, de paso, a asegurarme.
—Ya te dije que lo haría —contestó Slade, mirando con curiosidad al muchacho.
Mark se encogió de hombros.
—Mi padre siempre me decía que iba a hacer cosas que luego no hacía.
—¿Qué tipo de cosas? —quiso saber Slade, sin estar del todo seguro acerca de si
debía seguir preguntando.
—Jugar al balón, montar a caballo, ir a pescar… Siempre me decía que íbamos a
hacerlo, pero nunca lo hacíamos.
Slade tomó una silla para sentarse con Mark a la mesa.
—Quizá tenía demasiado trabajo. Llevar un rancho es muy duro.
—Mamá nunca tiene tantas cosas que hacer.
Slade sospechaba que Emily siempre hacía lo que prometía.
—Me imagino que echas mucho de menos a tu papá.

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Mark se quedó mirando a Slade unos segundos, pensativo.


—Eso creo.
—Me imagino que tu madre también —añadió Slade, sabiendo que era un
comentario imperdonable mientras esperaba a que Mark contestara. Pero Mark se
encogió de hombros y mordió una tostada.
«Eso es lo que te mereces por tratar de sacar información de un muchacho».
Después de desayunar, Slade volvió al hospital. Emily le había pedido la noche
anterior que por favor le llevara un jersey de algodón y una blusa blanca que estaban
en su armario, así como algunos objetos personales que tenía en uno de los cajones.
Slade le había asegurado que lo haría. Pero cuando abrió el armario de ella, no pudo
evitar quedarse mirando el interior. Era la primera vez que estaba delante de un
armario femenino abierto. Claro que había tenido sus novias, pero siempre había
cuidado de mantener cierta distancia. Jamás se había quedado mucho tiempo en la
cama de ellas y ellas tampoco en la suya.
Recogió rápidamente las cosas que Emily le había pedido y fue abajo, llamó a
Mark y se subieron en la camioneta.
Emily sonrió cuando vio entrar en la habitación a Slade con Mark a su lado.
Estaba radiante y con aspecto de haber descansado. Lo cierto era que estaba preciosa.
Pero Slade sabía que sería un error decírselo.
—Me olvidé de pedirte que trajeras ropa para el bebé —murmuró con
dulzura—, así que tendrá que irse a casa con la ropa del hospital.
—No creo que le importe —bromeó Slade.
La mujer abrazó cariñosamente a Mark y luego agarró sus cosas.
—En seguida estaré lista y podremos irnos. Todo está ya firmado.
Mientras Emily se vestía, Slade y Mark esperaron en recepción. Poco después,
la enfermera sacó en una silla de ruedas a Emily y a la niña. Cuando tomaron el
ascensor para bajar, Emily alzó la vista para mirar a Slade. Llevaba la niña en brazos
y había un brillo de felicidad en su mirada que conmovió a Slade íntimamente.
—Es una suerte conservar las cosas de Mark de recién nacido. Ahora mismo no
podría comprar todo lo que un bebé necesita.
—Tendré que ir a la ciudad a echar gasolina. Puedo aprovechar y traer todo lo
que necesites.
De repente, su sonrisa se desvaneció.
—Ya has hecho suficiente, Slade. No tienes por qué preocuparte tanto por
nosotros.
—Quizá no, pero no podía dejarte que tuvieras al niño sola, ¿no te parece?
La mujer no contestó y apartó la mirada, fijándola en su bebé.
Después, todos se quedaron en silencio.

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Cuando llegaron al rancho, Slade ayudó a Emily a salir de la camioneta y fue a


su lado hasta llegar a la casa. Una vez dentro, Emily colocó a Amanda en el sofá
mientras se quitaba el abrigo.
—Será mejor que descanses —le aconsejó Slade—. ¿Puedes subir las escaleras?
—Puedo, pero muy despacio.
—Subiré contigo y te ayudaré a acostarte.
Los ojos de Emily se llenaron de lágrimas. Slade estaba siendo muy amable y ya
no sabía si podría prescindir de él. Ese pensamiento la asustaba tanto como la idea de
estar demasiado cerca de él.
Al llegar a su habitación, se dio cuenta de que Slade le había hecho la cama.
—No tenías por qué haberlo hecho.
—Mark me pidió que durmiera aquí ayer. Lo hice, pero dormí sobre la colcha.
Emily se sonrojó suavemente.
—Tengo la intención de usar la habitación de costura para el bebé. He sacado
todo menos la máquina de coser. Tampoco me dio tiempo a bajar la cuna del desván.
¿Podrías hacerlo tú?
—Claro que puedo. ¿La traigo a tu habitación o la llevo a la de costura? Si me
sobra tiempo, puedo arreglar un poco más la habitación para darle un aire más
infantil.
—Me encantaría pintar las paredes de rosa, pero por ahora pon la cuna aquí.
Eso será suficiente. Al desván se sube desde la habitación de costura.
Emily dejó a Amanda en medio de la cama. Después de que Mark subió al
desván con Slade, bajo el pretexto de ayudarlo, ella se sentó al lado de su hija y se
quedó mirándola, sin creerse casi que aquella cosa tan bonita fuera suya. La peinó
suavemente con la mano y recordó el rostro de Slade cuando la niña había nacido.
Slade.
Odiaba depender así de un desconocido, pero el doctor le había dicho que tenía
que descansar ese día y al siguiente. El problema era que Slade estaba dejando de ser
un desconocido… demasiado rápidamente.
Cuando el hombre volvió a la habitación con la cuna doblada, la dejó en el
suelo.
—La he limpiado con un trapo, así que no tienes que preocuparte. Mark ha
encontrado una caja de juguetes viejos y está buscando entre ellos para ver si alguno
le gustaría a la niña.
Hizo el comentario con tono divertido y eso hizo pensar a Emily que no había
tratado de convencer a Mark de lo contrario.
—Creo que voy a tener que enseñar a Mark a ser un buen hermano mayor.
—No creo que sea muy difícil.

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Slade abrió la cuna y se aseguró de que las patas estaban bien. Luego, colocó el
colchón.
Al levantarse Emily para sacar las sábanas del cajón inferior de la cómoda,
Slade se puso en su camino.
—¿Cómo te encuentras? Y no me digas que estás bien.
Slade olía a jabón y a hombre y Emily se lo imaginó durmiendo en su cama.
—Pero si estoy bien… tengo una niña preciosa a la que no conocía ayer y
muchos años por delante para conocerla.
Los ojos azules de Slade la miraron con dulzura.
—Eres una mujer muy especial, Emily Lawrence.
Ella llevaba mucho tiempo sin sentirse especial ni tampoco guapa o con la
seguridad de poder atraer a un hombre. Pero allí estaba, delante de Slade Coleburn,
avergonzándose porque le dijera un cumplido y, a pesar de ello, sin poder apartar los
ojos de él. ¿Qué tendría aquel hombre?
Cuando él levantó la mano, se dio cuenta de que iba a acariciarla y, también, de
que ella debería apartarse.

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Capítulo 3
Pero Emily no podía apartarse. No, cuando los ojos azules de Slade tenían una
mirada tan intensa. No, cuando el corazón le palpitaba a toda velocidad y
definitivamente no, cuando la mano fuerte de Slade acarició suavemente su mejilla.
Le pareció que él se acercó, aunque quizá fuera ella. Emily cerró los ojos como si con
ello pudiera bloquear de alguna manera los sentimientos que bullían en su interior.
Pero cuando los labios de él rozaron dulcemente los suyos, de un modo más
provocador que un beso, no pudo bloquear nada. Sentirse así era una sorpresa. Con
Pete, ella jamás se había sentido satisfecha. Después de que se casaran, él se
preocupaba únicamente de sus propias necesidades. El roce de los labios de Slade le
producía más placer y ternura que toda la intimidad compartida durante años con
Pete.
¿Cómo era posible? Ese hombre era un desconocido. Solo lo conocía desde
hacía…
El llanto de Amanda rompió el silencio.
Slade se apartó y, cuando Emily abrió los ojos, vio la duda reflejada en los de
Slade. Pero ella también tenía dudas. ¿Qué demonios le había pasado? Acababa de
tener una hija. Una hija que la necesitaba. No debería estar al lado de aquel hombre
que iba de un lugar a otro como un vagabundo. Y menos, besarlo.
Con las mejillas rojas, se dio la vuelta para recoger a su pequeña. Lo que
acababa de pasar con Slade, no volvería a suceder jamás. Tenía las hormonas
alteradas, eso era todo.
¿Y si era Slade quien se las alteraba?
Le diría, para terminar, que tenía dos niños a los que cuidar y que no tenía sitio
en su vida para un vagabundo.
Tomó a su hija en brazos y miró a Slade.
—Tengo que darle de comer.
—¿Tienes biberones y todo lo necesario? —preguntó él con voz ronca—. Como
ha nacido tan pronto…
—Voy a darle el pecho.
Fue una frase breve que quedó flotando en la pequeña habitación. Emily vio
que los ojos de Slade brillaban como si se lo estuviera imaginando, y se fue hacia la
mecedora, casi temblando ante la idea de que él la mirara.
—¿Necesitas que te traiga algo? —preguntó él en voz baja.
«Aire para respirar», estuvo a punto de decir ella. Pero se limitó a mover
negativamente la cabeza.
—Iré a ver si Mark ha terminado en el desván. Luego, prepararemos algo de
comer.

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—Slade, no hace falta que…


—¿Qué te ayude? Es evidente que necesitas ayuda, Emily, así que es mejor que
te acostumbres a la idea. O por lo menos, por unos días.
—Pero tú tienes trabajo en Billings.
—Si ha esperado tanto tiempo, puede esperar unos días más.
Emily acunó suavemente a la niña, pero Amanda dejó salir un grito agudo y
demostró con ello que estaba harta de esperar. Slade hizo un gesto a Emily y luego
salió de la habitación y cerró la puerta.
Emily se desabrochó el botón superior de la sudadera que llevaba puesta y
luego hizo lo mismo con la blusa, revelando un seno desnudo. Mientras su hija
buscaba el pezón y comenzaba a chupar, Emily no pudo evitar una intensa sensación
de amor por ella. Al mismo tiempo, escuchó los pasos de Slade sobre la escalera del
desván y recordó su beso. Luego, trató de pensar en otra cosa.

Slade tenía un conocimiento de la cocina superior al de la mayoría de los


hombres. Había tenido que valerse por sí mismo desde una edad temprana y,
aunque estaba más acostumbrado a usar el microondas, también sabía utilizar una
cocina antigua. Dejó a Mark limpiando algunos de los juguetes que había encontrado
en el desván y se puso a calentar un poco de sopa en el fuego. También cortó en
rebanadas el pan hecho por Emily. Solo la idea de que ella estuviera arriba dando el
pecho al bebé…
No debería tener esos pensamientos. Emily acababa de dar a luz y, además, su
estancia allí era solo temporal, así que sabía que era mejor no tomarles cariño ni a ella
ni a Mark. Él había aprendido con los años que el tomar cariño a la gente acababa
causando sufrimiento.
Y aun así, no podía evitar mirar a Mark con cariño mientras este sacaba uno de
los juguetes de madera y lo ponía en el suelo.
—¿Por qué no subes y le preguntas a tu madre si ya puede comer? Dile que le
subiré la comida a su habitación.
Porque, desde luego, no pensaba subir y arriesgarse a verla dando de comer a
Amanda. Ya había suficiente tensión entre ellos cuando estaban cerca, aunque quizá
solo la sintiera él y ella no sentía nada. No obstante, creía que ella también se ponía
nerviosa.
—¿Podemos subir y comer con ella? —le preguntó Mark esperanzado.
—Es muy duro tener un bebé y tu madre debe de estar cansada. Creo que es
mejor que la dejemos sola un rato para que se recupere. Si luego le apetece, podemos
cenar todos juntos.
—Muy bien —musitó Mark, frunciendo el ceño. Pero en seguida se animó—.
¿Puedo ir contigo esta tarde?

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—Si tu madre dice que sí, puedes venir.


Cuando Mark corrió escaleras arriba, Slade fue a probar la sopa, se quemó con
la cuchara y la dejó caer. Tenía que tener más cuidado con lo que hacía. Tenía que
concentrarse más.
Un rato después, mientras Mark untaba con mantequilla una rebanada, Slade
preparó en una bandeja dos rebanadas de pan, un plato de sopa y un vaso de leche.
Subió y se detuvo en la puerta. Oyó que Emily estaba cantando una nana y el
corazón se le encogió en el pecho. Entonces, después de dar un suspiro, llamó a la
puerta.
—Entra —dijo ella.
El sol, que había empezado su viaje diario, penetraba por la ventana, entre las
cortinas, y caía sobre el cabello claro de Emily. Estaba guapísima bañada por el sol y
con la niña en brazos. Y en ese momento, Slade no pudo evitar preguntarse por el
tipo de hombre que había sido su marido y si todavía lo amaba.
—¿Tienes hambre?
—No mucha, pero sé que tengo que comer para Amanda. Tenemos que hablar
luego. Hay ciertas cosas que no puedo tomar por… bueno, darle el pecho…
—¿Puedes comer carne cocida? He visto carne picada en la nevera.
—Siempre que lo condimentes bien —dijo ella con una sonrisa tímida—. No
creo que muchos hombres sepan cómo prepararla.
—Yo no soy como todos los hombres —replicó él, colocando la bandeja en la
cómoda—. También sé hacer puré de patatas.
—Entonces te convertirás en el mejor amigo de Mark. Es su plato favorito.
«El mejor amigo». Slade apenas podía entender el concepto.
—Mark me ha dicho que no te importa que venga conmigo estar tarde.
—No me importa si a ti no te importa.
—Lo llevaré conmigo para que tú puedas descansar. Lo malo es que necesites
algo…
—No te preocupes. Cuando cambie a Amanda, comeré y me acostaré un rato.
Pero Slade seguía pensando en que se quedaría sola en la casa.
—Si me necesitas, cuelga la funda de una almohada en la ventana. Miraré de
vez en cuando para acá.
Emily se dispuso a cambiar a la niña.
—¿No crees que mereces ganar algo más que la habitación y la comida? Y yo no
tengo dinero para pagarte…
—La generosidad no hay que pagarla, Emily. Es igual que ser sincero o trabajar
honestamente durante un día para ganarte el jornal.

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Al oír aquello, Emily lo miró pensativamente y su mirada le hizo sentirse


incómodo.
—Si necesitas algo más, da un grito. Si no te contestamos, cuelga la funda de
almohada de la ventana.
Antes de perderse en aquellos maravillosos ojos marrones, Slade salió de la
habitación y cerró suavemente la puerta.

La tarde pasó rápidamente mientras Mark corría al lado de Slade, ayudándolo.


Cuando terminaron y volvieron a la casa por la tarde, Slade enseñó a Mark el arte de
hacer carne picada cocida. El pequeño estaba ansioso por aprender y disfrutaba
metiendo las manos en la carne para mezclar los condimentos. Mientras Mark se
lavaba, una vez terminaron, Slade fue arriba para ver cómo estaba Emily. Había
mirado hacia la ventana varias veces, pero nunca había visto la tela blanca.
La puerta estaba abierta y él la empujó con cuidado. Tumbada sobre un lado,
con las manos debajo del rostro, estaba preciosa e inspiraba paz. Slade tuvo que
recordarse que era una mujer prohibida. Había envuelto a la niña en una sábana rosa
y Amanda también dormía. Ella ni siquiera se había tapado y Slade se acercó a la
cama, desdobló una manta de lana que tenía a los píes y la tapó.
Ella abrió los ojos.
—No quería despertarte. Pensé que podías tener un poco de frío.
—Gracias.
—Duérmete otra vez.
Los ojos de la mujer se cerraron de nuevo y su respiración se hizo más profunda
poco a poco. Slade se quedó mirando a la mujer y a la niña durante un rato. Hasta
que sintió algo que jamás había sentido. Algo que no entendía.

Emily bajó a la hora de cenar. Llevaba a Amanda en brazos, como si no pudiera


soportar la idea de separarse de ella. Al sentarse a la mesa, miró a Slade.
—Tengo que pedirte un favor más.
Slade sabía lo difícil que era para ella admitir que necesitaba ayuda y, por eso,
no dijo nada, simplemente esperó.
—En el desván hay otra cuna y me gustaría que la trajeras aquí para poder dejar
a Amanda.
—Claro, no te preocupes. La vi antes, pero me pareció muy vieja.
—La utilicé yo de pequeña. Mi padre la hizo para mí.

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Las diferencias entre él y Emily lo asaltaron una vez más. Ella había conocido la
sensación de tener familia y raíces. Él no.
Emily alabó la comida más de una vez. Comió bien y tenía aspecto de haber
descansado y Slade imaginó que pronto estaría recuperada del todo. Ese
pensamiento no le dio mucha paz. Le gustaba que ella dependiera de él. Nadie había
dependido de él jamás.
Después de la cena, Emily dejó que Mark tomara en sus brazos a Amanda. El
pequeño parecía cautivado por la niña y le daba miedo tocarla o acercarse
demasiado. Poco después, Slade le dijo a Mark que iba a enseñarle un juego de
cartas.
Emily se sentó en el sofá y comenzó a hacer un jersey de ganchillo para
Amanda. De vez en cuando, los miraba pensativamente. Cuando Amanda comenzó a
llorar, dijo que se iba arriba a darle de comer.
—Mark, ponte el pijama. Pronto será la hora de acostarte.
El problema fue que cuando llegó la hora de dormir para Mark, Amanda seguía
llorando. Una hora después, entró Slade en la habitación de Emily y vio que estaba
intentando calmar a la niña, meciéndola en sus brazos y paseándola por la
habitación.
—¿Le pasa algo? —quiso saber, preocupado por la niña.
—Creo que no. Lo niños son así. Mark solía llorar desde las doce a las dos de la
mañana.
—Me imagino que después de haber tenido uno, el segundo hijo resulta más
fácil.
—Ahora no tengo miedo. Cuando tuve a Mark, siempre estaba preocupada por
si hacía o no las cosas bien.
—Puedo acostar yo a Mark si quieres —sugirió, al ver que Amanda seguía
llorando y Emily no parecía querer dejarla sola.
—Dile que venga para que pueda darle las buenas noches. No hace falta que le
leas un cuento…
—No me importa leerle un cuento, Emily.
Se miraron a los ojos. Los de Emily estaban llenos de gratitud y a Slade se le
ocurrió que le gustaría recibir algo más que las gracias, pero se marchó para cuidar al
hijo de Emily.
Mark dio las buenas noches a su madre, se cepilló los dientes y rezó sus
oraciones. Pero una vez en la cama, frunció el ceño.
—¿Qué te pasa, amigo? ¿Crees que yo no sé leerte un cuento como hace tu
madre?
—Mamá siempre me acuesta.
—Las cosas van a cambiar un poco a partir de ahora. Los bebés necesitan
muchos cuidados.

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—¿Por qué llora tanto?


—Amanda estaba feliz y se sentía segura y cómoda en la barriga de tu madre
durante todos estos meses. Allí se estaba muy calentito y oscuro, me imagino. Ahora
ha salido a este mundo grande y viejo, donde hay por todas partes luces, ruido, frío y
calor y tiene que acostumbrarse —explicó, sin mucha seguridad.
—¿Y cuánto tiempo va a tardar? —preguntó Mark preocupado.
—Bueno, no estoy muy seguro, pero imagino que en uno o dos meses las cosas
serán más fáciles.
Mark no hizo ningún comentario. Se limitó a agarrar el libro que Slade había
puesto en la mesilla unos minutos antes y se lo dio.
Después de que Slade hubo terminado de leer el cuento y apagado la luz, pudo
oír el llanto de Amanda. Fue hacia allí y llamó a la puerta.
—Entra —dijo Emily.
—¿Puedo hacer algo?
—Iba a comprarle un chupete, pero se me ha olvidado. Ya se callará en algún
momento.
—Mañana iré a la ciudad a comprar gasolina, así que puedo traerte lo que
necesites —le recordó Slade.
Pero Emily, en ese momento, solo era capaz de mirar a su hija, intentando
tranquilizarla.
—Si necesitas algo, estaré en mi habitación.
Emily asintió y Slade tuvo la sensación de estar estorbando, como si ella en
realidad no quisiera que estuviera allí. Pero quizá lo que no quería era que ningún
hombre se entrometiera en su vida. Así que cerró la puerta despacio y se marchó
abajo.
Era casi la media noche cuando Slade se acostó. Se puso boca arriba, con un
brazo detrás de la cabeza, y fijó la mirada en el techo oscuro. Amanda había dejado
de llorar minutos antes. Quizá Emily la estaba dando en ese momento de mamar. Se
la imaginó…
Slade se dio la vuelta y sacó el brazo para ponerlo sobre las sábanas. Pero el
sueño no le llegaba. Las imágenes que se formaban en su mente tampoco le daban la
paz necesaria. Trató de concentrarse en su viaje a Billings al día siguiente e hizo una
lista en su mente. Primero iría al Palacio de Justicia para ver si podía hacer algunas
averiguaciones. Quizá encontrara a su hermano gemelo.
Ya se había tranquilizado un poco cuando oyó el grifo de la cocina. Luego, oyó
el sonido de una cuchara en el fregadero y se incorporó. Sabía que debería cerrar los
ojos hasta quedarse dormido, pero la idea de Emily en la cocina le hizo levantarse
rápidamente y ponerse los vaqueros que había tirado sobre la silla que había al lado
de la cama. Se puso también una camisa de franela del armario y, sin abrochársela ni
molestarse en ponerse zapatos ni calcetines, salió.

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Al entrar en la cocina, vio que Emily se estaba sirviendo un vaso de leche y se


disponía a calentarlo en el microondas. Cuando lo oyó y se dio la vuelta, puso cara
de preocupación.
—Lo siento, no quería molestarte. Creí que estabas dormido.
—No me había dormido todavía —aseguró, observándola.
Su cabello sedoso le caía sobre la cara. Llevaba un camisón de franela de color
rosa y una toquilla que le protegía el cuello. La bata era de color azul pálido y estaba
bastante vieja. Sus zapatillas eran de color rosa también y parecían suaves y
cómodas. Todo en ella producía en Slade el deseo de tomarla en sus brazos y
abrazarla para que estuviera a salvo.
«¿Seguro que piensas en que esté a salvo?», le dijo una voz interior.
—¿Se ha dormido ya Amanda? —preguntó, tratando de quitarse las imágenes
que llenaban su cabeza en esos momentos.
—Por el momento, sí —contestó Emily, esbozando una sonrisa y tratando de no
mirar el pecho desnudo de Slade.
Este fue al armario y sacó un plato cubierto con papel de aluminio. Dentro,
había algunos panecillos que habían sobrado de la cena.
—¿Te apetecen?
—Sí —replicó ella justo cuando sonó el timbre del microondas—. Pero vámonos
al salón. Allí podré oír mejor a Amanda si se pone a llorar. Mañana me podías traer
de la ciudad también un interfono para oír a la niña en seguida si empieza a llorar.
Recorté un anuncio en el que hablaban de él y lo tengo guardado.
—Tú apunta todo y yo te lo traeré —aseguró él mientras se dirigían hacia el
salón.
Podía haberse sentado en una silla, frente a Emily, pero se sentó en el sofá, a su
lado, y le ofreció un panecillo.
Ella dejó el vaso de leche sobre la mesilla baja.
—Gracias, Slade.
—Los has hecho tú.
—Ya sabes a lo que me refiero. Gracias por haberte quedado y ayudarme,
gracias por acostar esta noche a Mark y la lista crece y crece. No sé si algún día podré
recompensártelo.
—Ya te lo dije. No quiero ninguna recompensa.
Ambos permanecieron en silencio, comiendo relajadamente los panecillos
caseros. Slade no podía dejar de mirarla. Emily tenía un perfil muy bello y también le
encantaban sus labios.
—Me dijiste que pensabas ir a Billings mañana. ¿Estarás todo el día fuera?
—No estoy seguro.

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—Lo siento, no quería ser indiscreta.


—No, no es eso. Es que no estoy seguro de qué voy a encontrarme.
Sus miradas se cruzaron y Slade no pudo añadir nada más.
—¿Estás buscando a una mujer? —preguntó ella, de pronto.
Slade se sintió sorprendido y satisfecho a un tiempo ante la pregunta de ella.
¿Le importaba a Emily que fuera a ver a una mujer?
—No —contestó él, sin querer tensar más la cuerda—. Estoy buscando a mi
hermano.
¿Había cierto alivio en los ojos marrones de ella?
—¿Es que no sabes dónde vive?
Él no podía dejar de contestarle si quería que ella le contara también detalles de
su vida. Y como él sentía mucha curiosidad por saber cómo había sido su
matrimonio y qué clase de hombre había sido Pete Lawrence, decidió hablarle
sinceramente.
—Yo no he tenido una infancia normal. Nunca llegué a conocer a mis padres y
nunca tuve un hogar. Me crié en un orfanato.
—Lo siento.
—Bueno, tampoco fue para tanto. La gente que nos cuidaba nos alimentaba y
nos vestía. Incluso, muchos de ellos eran muy amables. Pero, claro, no era una
familia como las de verdad.
—¿Y tu hermano estuvo también en el orfanato?
—Yo no sabía que tenía un hermano. No me enteré hasta hace un par de meses.
El orfanato de Tucson en el que yo me crié se va a cerrar y hace unas semanas me
mandaron una carta. Yo, en ese momento, estaba trabajando en Idaho.
Como él mandaba un donativo todas las navidades, ellos debían de haberle
escrito al remite.
—Acompañando a la carta, me enviaron una copia del certificado de la muerte
de mi madre y de dos certificados de nacimiento. Uno era el mío y el otro, el de mi
hermano, Hunter. La fecha de nacimiento era la misma, solo que con una diferencia
de cinco minutos.
—¿Entonces tienes un hermano gemelo?
—Eso parece. En la carta, me decían que Hunter fue adoptado cuando teníamos
tan solo ocho meses. También me decían que habían mandado otra copia de los
documentos a una dirección en Billings. Escribí a Tucson para que me dieran más
información, pero nadie sabía nada más.
—¿Y piensas que tu hermano vive en Billings?
—No lo sé. Desde luego, Hunter Coleburn no tiene contratado ningún número
de teléfono. Así que voy a ir para indagar en el registro civil. También quiero ir a la

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dirección adonde el orfanato envió la otra copia. Si no encuentro nada, supongo que
tendré que contratar a un detective privado.
—Pero eso es muy caro —murmuró Emily.
—Lo sé, pero tengo algo de dinero ahorrado.
—No quería…
—Lo sé. En cualquier caso, llevo trabajando muchos años y un hombre solo que
vive en la carretera no tiene demasiados gastos.
—¿Nunca te has quedado más tiempo en un sitio?
—No. Siempre me he movido a sitios donde hubiera trabajo, en la construcción,
en los ranchos… Así que no he parado de viajar. Y tú, ¿has salido de Montana?
Ella se termino el panecillo y dejó su servilleta sobre la mesa.
—No. Lo más lejos que he llegado ha sido a Helena. Mi padre me llevó allí a un
rodeo. —¿Y tu marido?
—Pete también se crió aquí y nunca sintió ganas de… ver ningún otro sitio.
Hubo algo en su tono de voz que provocó en Slade el deseo de saber más, pero
decidió esperar un rato antes de preguntarle nada más, para no atosigarla.
Ella comenzó a beberse su vaso de leche. Parecía algo nerviosa.
—¿Y cuánto tiempo planeas estar aquí? —preguntó finalmente Emily.
—No lo sé. Depende de lo que descubra en Billings, y también de cuánto
tiempo me necesites tú a tu lado.
—Tus ahorros no aumentarán si te quedas aquí.
—Ya te dije que no necesito demasiado.
Ella se quedó mirándolo unos segundos como si estuviera haciendo un esfuerzo
por entenderlo. Slade se fijó en sus labios brillantes por la leche.
—Eres muy guapa, Emily.
Ella se sonrojó y sacudió la cabeza.
—Creo que has pasado demasiado tiempo rodeado de hombres y vacas.
Él se echó a reír y, al verla sonreír, no pudo contenerse y apoyó su mano bajo el
sedoso pelo de ella. Luego, se quedó quieto para darle tiempo, mientras se
preguntaba si ella se retiraría o le permitiría besarla.
Emily estaba hecha un lío. Sabía que tenía que mantenerse alejada de ese
hombre, pero había algo en él, algo en sus ojos azules irresistibles que no la dejaban
moverse. Un beso de Slade Coleburn…
Él se inclinó sobre ella y Emily levantó la cabeza. El beso fue tierno y delicado,
no como los de Pete, demasiado violentos.

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El olor masculino de él hizo que un fuerte deseo se despertara en su interior.


Además, le encantaba la forma en que jugaba con sus labios y su lengua. Aquel
hombre sabía cómo complacer a una mujer. Aquel hombre…
«Aquel hombre se irá muy pronto de aquí», le dijo una voz. Emily lo apartó,
disgustada consigo misma. Tenía que pensar en sus hijos y en el rancho, así que no
tenía tiempo para perder con un hombre que no sabía el significado de la expresión
echar raíces.
—Esto no puede volver a pasar. No sé qué es lo que me ha ocurrido —dijo ella
después de aclararse la garganta.
—Emily… —su voz fue ronca y profunda y la conmovió en lo más íntimo de su
ser.
—Acabo de tener un bebé. No debería ni siquiera pensar en… no puedo…
—¿Es que piensas que yo buscaba algo más que un beso?
—Sí… no… no lo sé. La verdad es que no te conozco apenas.
—¿Que no me conoces apenas? ¿Después de lo que hemos pasado juntos? Está
bien, te aseguro que siempre cumplo lo que prometo, y voy a prometerte que no
volveré a besarte hasta que tú me lo pidas.
Slade se puso en pie y, al hacerlo, su camisa se entreabrió, dejando ver a Emily
lo oscuro que era el vello de su pecho, así como lo liso que era su estómago y lo
musculado que estaba. Ella se sintió confundida ante la excitación que aquella
imagen había despertado en su interior.
—Y ahora, buenas noches —añadió él—. Si me necesitas, solo tienes que volver
a golpear en el suelo —y dicho aquello, salió de la cocina.
Al poco, ella oyó el ruido de la puerta de su cuarto al cerrarse.
Mientras terminaba su vaso de leche, Emily sintió unas tremendas ganas de
llorar. Pero no quería depender de ningún hombre, y mucho menos de Slade
Coleburn.
Porque estaba segura de que nunca iba a pedirle que la besara.

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Capítulo 4
A Slade se le cayó un clavo mientras sostenía contra el marco de la puerta la
cinta aislante. Se sacó otro clavo del bolsillo y comenzó a darle con el martillo. Luego,
se volvió hacia Emily y se fijó en que estaba metiendo una cazuela en el horno. La
mujer se había pasado los dos últimos días tratando de evitarlo y eso producía en él
una sensación desagradable y frustrante. Tan frustrante como el resultado de sus
pesquisas en Billings. Era posible que nunca encontrase a su hermano.
Mientras golpeaba con el martillo otro clavo, se dio cuenta de que había dejado
que Emily lo distrajera de su búsqueda. Era posible que él no debiera haberse
enfadado la otra noche con ella. Y quizá tampoco debiera haberla besado. Pero en
cualquier caso, estaba seguro de que Emily había disfrutado tanto como él con el
beso.
Ella se había mostrado como una mujer apasionada hasta que de pronto se
había acordado de que acababa de tener un hijo y le había dicho que no quería que la
volviera a besar nunca.
En ese momento, Amanda comenzó a llorar desde el salón. Emily miró el reloj
de la cocina y Slade se dio cuenta de lo que estaba pensando. El autocar de Mark
llegaría en cinco minutos y ella siempre iba a recogerlo a la parada.
—Ve a dar de comer a Amanda. Yo iré a buscar al chico —le propuso Slade.
—Pensé que la niña dormiría hasta más tarde y que podría ir yo a recogerlo —
dijo Emily, dando un suspiro.
—No te preocupes. Además, le voy a decir que mañana puede acompañarme, si
quiere, a revisar los abrevaderos —Slade dejó los clavos y el martillo sobre la mesa y
se puso el sombrero—. Volveré en seguida.
—Gracias, Slade.
Él estaba empezando a cansarse de que ella siempre le diera las gracias por
todo. Preferiría que se limitara a sonreírle.
Cuando Mark se bajó del autocar y vio allí a Slade, frunció el ceño.
—¿Dónde está mamá? ¿Está dando de comer otra vez a Amanda?
—Sí, la verdad es que tu hermana no para de comer, ¿verdad?
Mark lo miró de reojo.
El muchacho había estado muy silencioso desde que Emily había vuelto del
hospital. Demasiado silencioso. Pero Slade no sabía qué podía hacer al respecto, si es
que debería hacer algo.
—¿Te gustaría venir a dar un paseo a caballo conmigo para comprobar cómo
está el ganado?
—Seguro que mamá no me deja. Dirá que hace mucho frío.
—Ya se lo he preguntado yo y me ha dicho que sí.

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Pero ni siquiera eso hizo sonreír al muchacho.


Cuando llegaron a la casa, Mark buscó en el salón y en la cocina, pero no vio a
nadie.
—Debe de estar en su habitación otra vez —murmuró el chico, refiriéndose a su
madre.
Slade pensó que tendría que hablar con ella y decirle que podía llegar a tener un
problema serio con su hijo.
Algo más tarde, Emily bajó con Amanda y dejó a la niña en el salón. Entonces,
trató de hablar con el niño de cómo le había ido en la escuela, pero Mark le contestó
con monosílabos, dejando claro que no tenía ganas de hablar.
Emily se mostró preocupada mientras sacaba las cosas de la nevera para hacer
una ensalada.
—Quizá mañana me dé tiempo a hacer galletas. ¿Querrás ayudarme? —le
preguntó a su hijo.
—Slade ha dicho que podía ir mañana con él a atender a los caballos.
—Sí, ya lo sé, pero podemos hacer las galletas mañana por la tarde.
La expresión de Mark se hizo un poco más alegre.
—De acuerdo.
Pero el niño siguió estando demasiado silencioso durante la cena y, como Emily
había insistido en que no hacía falta que la ayudara a recoger, Slade se puso a
enseñarle a hacer nudos. Él había aprendido con uno de sus compañeros de trabajo.
Mark hizo algunos intentos y Slade le aseguró que pronto sería un experto.
A diferencia de las dos noches anteriores, a la hora de acostar a Mark, Amanda
estaba todavía dormida. Así que Emily pudo acostar al chico y, justo al acabar de
contarle un cuento, su hija comenzó a llorar.
Emily le dio las buenas noches a Mark y fue a dar de comer a Amanda.
Una hora después, Emily bajó las escaleras y se preguntó si Slade se habría
acostado. Entonces, oyó la televisión.
—¿Ya están dormidos los dos?
—Eso espero —dijo ella, dirigiéndose a la cocina—. Solo he bajado a por un
vaso de leche. Luego, me acostaré yo también.
—Me gustaría hablar contigo —comentó él, apagando la televisión con le
mando a distancia.
—¿De qué?
Slade se incorporó ligeramente en el sillón y ella pudo ver los pelos que le
asomaban por el cuello de la camisa. Aquello le recordó el resto del vello que cubría
su pecho. Si cerrara los ojos, todavía podría sentir aquel beso que se habían dado.

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—Me gustaría comentarte un par de cosas. Una de ellas es lo que pasó la otra
noche.
—No hay nada que hablar de eso.
—Sí que hay que hablar. Si no, no te alterarías tanto cada vez que me acerco a ti.
—Eso son imaginaciones tuyas.
—Estoy seguro de que no es así.
Ella estaba demasiado cansada como para ponerse a discutir. Se sentía como si
no hubiera dormido en toda una semana.
—Puede que me sienta un poco… incómoda, pero eso es todo. Y es por la falta
de costumbre de tener un hombre cerca de mí.
—¿Y tu marido?
—Eso es diferente. Tú eres un desconocido, Slade.
—Ya no.
Ambos recordaron la noche del parto y también el beso que se habían dado.
Emily se dio la vuelta hacia las escaleras.
—Me voy a la cama.
Pero él se puso en pie y la agarró del brazo antes de que ella hubiera alcanzado
el primer peldaño.
Justo en ese momento, Amanda comenzó a llorar de nuevo y Emily soltó un
suspiro.
—Slade, te prometo que hablaremos mañana. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Y mientras subía las escaleras, se dio cuenta de que no podría rehuir aquella
conversación.

A la mañana siguiente, Slade y Mark salieron a caballo. Emily le había


prometido al chico que se ocuparía de él por la tarde, pero después de comer, llamó
una vecina que se había enterado del nacimiento de Amanda. Le dijo si se podía
pasar a hacerle una visita al día siguiente, después de ir a misa. Mavis O’Neill era
una mujer muy habladora y la tuvo media hora al teléfono. Así que, cuando estaba
sacando los ingredientes para hacer una bandeja de galletas de harina de avena,
Amanda ya se había despertado. La tarde pasó volando y, aunque Mark no dijo
nada, durante la cena Emily se dio cuenta de que el chico se había enfadado.
—Podemos hacer las galletas después de cenar —le propuso su madre.
—Slade va a enseñarme unos juegos de cartas.
—Oh, muy bien. ¿Y qué te parece si las hacemos mañana por la tarde?

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—Creía que iban a venir el señor y la señora O’Neill.


Emily soltó un suspiro.
—Tendrá que ser mañana por la noche, entonces.
El chico se encogió de hombros, como dejando claro que estaba seguro de que
no sería así. Emily se sintió culpable y triste. No sabía qué hacer. Ni con Mark ni con
Slade.
Cuando acostó al chico, este evitó mirarla a los ojos.
—Mark, antes de que naciera Amanda, tú y yo hablamos de que ibas a tener
una hermanita. Sé que parece que tengo que estar cuidándola todo el tiempo, pero te
prometo que mañana sacaré algo de tiempo para que podamos estar juntos los dos.
—No te preocupes. Ya tengo a Slade para que juegue conmigo.
A Emily le preocupó oír aquello.
—Cariño, no sabemos cuánto tiempo va a quedarse Slade, pero tienes que
recordar que está solo de paso.
—Se quedará si yo se lo pido —contestó Mark, dejando claro, por su expresión,
que no quería hablar de aquella posibilidad.
—Hijo, Slade está buscando a su hermano. Y eso puede llevarlo muy lejos de
aquí.
Mark volvió a evitar la mirada de su madre mientras se metía en la cama y se
tapaba con las sábanas hasta la barbilla.
—Buenas noches, mamá.
—Mark, ya sabes que si quieres hablar de algo conmigo…
El chico sacudió la cabeza.
Emily sabía por experiencias pasadas que Mark se lo contaría todo… cuando
estuviera preparado. Por el momento, era evidente que no quería hablar con ella.
Emily se inclinó sobre la cama y lo abrazó.
—Te quiero mucho, Mark.
Pero el chico no contestó.
Ella le revolvió el pelo cariñosamente y luego se dirigió a la puerta.
—Buenas noches.
—Buenas noches —murmuró el chico, dándose la vuelta.
Emily cerró la puerta y, después de darse una ducha, se dio cuenta de que ya
era la hora de dar de comer a su hija.
Estaba sentada en la mecedora, canturreando a la niña, cuando oyó que
llamaban a la puerta. Esta se abrió, antes de que Emily tuviera tiempo de cubrirse.
—Emily, tenemos que hablar. Mark acaba de bajar a preguntarme… —Slade se
paró en seco al fijarse en que estaba dando de mamar a la niña.

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Sus ojos se encontraron y ella sintió miedo al ver la mirada de él, llena de deseo.
Miró a su alrededor para ver si encontraba algo con lo que taparse, pero no había
nada.
Slade se acercó a la cuna y le tendió una manta. Ella se la echó rápidamente por
encima, cubriendo así su pecho y a la niña.
—Muy bien. Finalmente, ha ocurrido —dijo—. Te he visto. Emily, las mujeres
han dado siempre de mamar a sus bebés en público. ¿Por qué tienes que subir a
esconderte aquí cada vez que lo haces tú?
Ella no entendía a qué venía la frustración y la rabia que había en el tono de él.
—No tienes ningún derecho a decirme cómo tengo que cuidar a mi hija.
—Quizá estés cuidando muy bien a tu hija, pero a tu hijo te aseguro que no.
Hace un momento, bajó para preguntarme cuánto tiempo pensaba quedarme.
Cuando le dije que no lo sabía, subió corriendo a su cuarto y ahora no quiere hablar
conmigo.
Emily sabía que Mark estaba dolido y quizá en esa ocasión no debiera esperar a
que él decidiera hablar, sino que tendría que forzar ella la conversación. Dándose
cuenta de la cantidad de problemas que tenía encima, Emily sintió unas ganas
terribles de echarse a llorar. Y a pesar de que trató de contener el llanto, una lágrima
empezó a rodar por su mejilla.
Mientras se la secaba con el dedo, la expresión de Slade se hizo más suave.
—Oh, Emily, no quería hacerte sentir mal. Cuando hayas acabado con Amanda,
tenemos que hablar, ¿de acuerdo? —dijo, agachándose a su lado.
Ella asintió. Sabía que tenía que enfrentarse al deseo que sentía por Slade, así
como a los problemas de Mark.
Continuó llorando después de que Slade hubo salido de la habitación, mientras
daba de mamar a Amanda. Ella no solía llorar y estaba deseando que sus hormonas
volvieran a la normalidad.
Después de dejar a Amanda en la cuna, se sonó la nariz, se echó agua en la cara
y se cepilló el cabello. Estaba horrible. Fue a la habitación de Mark y comprobó que
estaba dormido. Dejó la puerta ligeramente abierta y bajó a la planta de abajo.
Slade dejó una taza de leche sobre la mesilla de café.
—Pensé que te apetecería.
La amabilidad del hombre estuvo a punto de hacerla llorar de nuevo. Pero
reaccionó rápidamente y se sentó en el sofá, a su lado, aunque no demasiado cerca.
—Sé que tengo que dedicar más tiempo a Mark. No me había dado cuenta de lo
difícil que sería cuidar de dos niños a un tiempo. Me puse muy contenta cuando
descubrí que estaba embarazada, incluso cuando Pete ya no estaba. Para mí la idea
de tener otro hijo al que amar fue una bendición. Nunca pensé que uno quitaría
tiempo al otro.
Slade se inclinó hacia ella.

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—Siento haber sido… un poco brusco hace un rato, pero tienes que dejar de
aislarte con Amanda. Ese es parte del problema. Mark ve que le dedicas a ella todo tu
tiempo y atención y piensa que te has olvidado de él.
—Pero él puede entrar si quiere —protestó ella, que jamás había tenido la
intención de cerrar la puerta a su hijo.
—Emily, tú cierras siempre la puerta para que yo no entre y lo entiendo. Bueno,
más o menos. ¿Qué crees que puede pasar si te veo dar de mamar a tu hija?
El problema era que ella no sabía lo que quería que ocurriera.
—Solo quiero tener un poco de intimidad, Slade.
—Pues yo creo que el problema reside en que yo soy un hombre y tú eres una
mujer, y nos hemos dado un par de besos. Si yo fuera una mujer, no tendríamos esta
discusión. Tú darías de mamar a Amanda en el salón o en la cocina, o donde te fuera
más cómodo en ese momento.
—Si fueras una mujer, yo no…
—¿No qué?
Ella no contendría el aliento cada vez que él entraba en el dormitorio. No
temblaría cuando él se acercara. No sentiría nada dentro cuando sus ojos se
encontraran.
—Bueno, no eres una mujer, Slade. Y tampoco un miembro de la familia…
—¿Piensas que sacarás alguna vez a Amanda de la casa?
—Por supuesto que lo haré.
—¿Y qué harás entonces cuando tengas que darle el pecho?
Con Mark, ella siempre se las había arreglado para encontrar un sitio discreto.
—No es difícil alejarse de la gente durante un rato.
—Quizá no, pero creo que tienes que encontrar un modo de incluir a tu hijo en
todo esto o vas a tener graves problemas.
Sabía que lo que decía Slade era cierto. Si Mark comenzaba a alejarse de ella ya,
¿qué pasaría cuando fuera mayor?
—Me imagino que durante el día daré de mamar a Amanda aquí y lo haré con
el pecho cubierto. No quiero sentirme como si tú…
—¿Como si yo tratara de espiarte?
—Sí.
—Esta es tu casa, Emily, y estos son tus hijos. Yo me amoldaré a las reglas que
tú establezcas.
—No es tan sencillo —replicó ella en voz baja, apartando la mirada. Porque en
ese momento, y para su sorpresa, se dio cuenta de que una parte de ella quería que
Slade la «espiara»—. No te preocupes. Agradezco lo que me dices y trataré de
encontrar una solución.

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—¿Por qué te es tan difícil aceptar mi ayuda? —preguntó, buscando su rostro.


—Porque no quiero pedir a nadie que cargue con mis responsabilidades. Pedir
ayuda me hace sentirme débil —declaró con brusquedad, sintiéndose presionada por
tener que explicarlo con palabras.
—Eres la mujer más fuerte que he conocido, pero todo el mundo tiene un límite
y yo diría que tú y Mark lo habéis alcanzado.
—¿Qué crees que debo hacer? —preguntó Emily, consciente de que el hombre
tenía razón.
—Relájate un poco. Yo puedo hacer alguna vez la comida. También podemos
comer alguna vez de lata, en vez de que tengas que prepararlo todo.
—Es que es más caro.
—Yo me encargaré de comprar latas de sopa durante las próximas dos semanas
—se ofreció sonriente.
—Eso es precisamente lo que no quiero —protestó, pensando en el interfono
que él había comprado y no quería cobrarle.
Se miraron el uno al otro. Ninguno de los dos parpadeó hasta que Slade,
finalmente, rompió el silencio.
—Eres la mujer más testaruda que he conocido.
—Bueno, eso ya es algo —contestó ella, sin poder evitar sonreír.
Algo cambió en los ojos de Slade. Adquirieron un tono azul profundo…
mágico. Cuando se inclinó hacia ella, Emily no sabía qué intenciones tenía, pero
simplemente acarició su mejilla con un dedo.
Ella alzó los ojos, confundida por un montón de sentimientos. Porque deseaba
sus besos, pero a la vez deseaba poder escapar de allí.
—Recuerda lo que te he dicho, Emily. La próxima vez que quieras que te bese,
tendrás que pedírmelo —declaró él, apartándose ligeramente.
Emily, inmediatamente, recordó el último beso y cómo había reaccionado ella.
Había pensado que sería fácil mantenerse alejada de él, que sería fácil no tener que
pedirle nada… El orgullo le hizo ponerse rígida.
—Voy a tener una pequeña charla con Mark mañana y quizá pueda hacer
algunos cambios.
—Es preferible que se lo demuestres a que se lo digas —le aconsejó Slade.
—Procuraré no olvidarlo —contestó, levantándose y dirigiéndose hacia las
escaleras.
—Emily, te olvidas de algo.
Ella lo miró, preguntándose si él la tomaría en sus brazos, pero en lugar de eso,
él le tendió la taza de leche.
—Quizá duermas mejor si te la bebes.

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Dormiría mejor si pudiera sacarse a Slade Coleburn de la cabeza. Cuando tomó


la taza, sus manos se rozaron. Ninguno de los dos se movió.
—Buenas noches —dijo ella, apartando la mirada y dirigiéndose hacia las
escaleras.
—Que tengas dulces sueños, Emily.
No quería mirar para atrás, porque sabía que, si lo hacía, Slade se daría cuenta,
por su mirada, de que soñaría con él.

A la mañana siguiente, Slade salió a dar de comer a los animales y hacer otras
tareas del rancho. Emily ya se había levantado y estaba en la cocina haciendo todo
con energía. Slade sospechaba que era fruto de la determinación, más que de un
sueño reparador. La mujer se comportó como si hubiera estado pensando sobre
algunas cosas y hubiera tomado decisiones, pero no hizo ningún comentario a Slade.
Seguía tratando de mantener la distancia con él y Slade recordó el modo en que ella
lo había mirado en el sofá la noche anterior. Había sido una estupidez por su parte
acercarse a ella con ademán de ir a besarla. Quizá no volviera a besarla nunca, pensó
con tristeza. Apartó de su mente la idea y se dirigió a dar de comer a los caballos.
Cuando volvió a la casa, Emily estaba preparando la mesa para el desayuno:
huevos revueltos, rebanadas de pan casero y mantequilla. Llamó a Mark y, cuando
este bajó, en pijama y frotándose los ojos, ella le dirigió una sonrisa amplia y trató de
comenzar una conversación con él. Cuando terminaron de desayunar, él le habló
sobre el pavo que había hecho el viernes en clase de dibujo.
—Faltan muy pocos días para el día de Acción de Gracias. Creo que tendría que
intentar conseguir uno.
—¿Estás segura de que no es demasiado trabajo? —preguntó Slade.
—Es el día de Acción de Gracias, Slade —contestó, después de mirar de reojo a
Mark.
El día de Acción de Gracias no había tenido mucho significado para él, al igual
que los otros días de fiesta o vacaciones. Era otro día más, ya que estaba solo. Como
no había podido sacar información sobre su hermano en los archivos municipales,
había decidido poner anuncios en algunos de los periódicos más importantes de
Chicago o Los Ángeles. Tenía miedo de ser demasiado optimista, pero quería
intentarlo antes de contratar a un detective privado.
—¿Por qué no haces una lista? —sugirió a Emily—. Mark y yo podemos ir a la
ciudad a comprar todo. Pero te advertimos que solo te dejaremos hacer el pavo si nos
dejas que te ayudemos. ¿A que sí, Mark?
Mark estaba un poco sorprendido.
—Claro, yo puedo ayudar a hacer el relleno.

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Emily sonrió a su hijo y dio un trago a su zumo de naranja. De repente,


Amanda comenzó a llorar desde el salón.
La expresión de Mark cambió por completo. Pero Emily, en vez de salir
corriendo, miró a su hijo con calma.
—¿Por qué no me enseñas el pavo y lo que has hecho en el colegio la semana
pasada? Puedo verlo mientras doy de mamar a Amanda.
—¿De verdad? —preguntó Mark sorprendido.
—De verdad. Tráemelos al salón —aseguró, levantándose y dando un abrazo al
pequeño.
Slade miró a Emily por encima de la cabeza del pequeño y decidió cumplir
también él su parte en la conversación del día anterior.
—Ve, Mark. Yo me quedo aquí limpiando la cocina. Luego, iré al granero.
Cuando ella le sonrió, el corazón de Slade se hinchó dentro de su pecho.
Aquella sonrisa le hizo creer a Slade que habían hecho un trato y que a ella le gustaba
tenerlo en casa. Antes de salir, oyó que Emily le contaba a Mark los cambios que iba a
sufrir Amanda durante los próximos meses… cuando ya sonriera y tuviera su primer
diente, cuando gateara…
—¿No podrá comer comida de verdad hasta entonces? —le preguntó Mark.
Slade, contento de ver que Emily y Mark volvían a ser amigos, se marchó al
granero.

Una hora después, Slade oyó el motor de la nueva camioneta. Estaba reluciente
y la conducía un hombre alto con un sombrero de piel. Slade la esperaba, porque
había oído hablar de ello a Emily con su vecina, Mavis O’Neill. Así que, aunque tenía
pensado terminar algunas cosas más, se dirigió a la casa, donde acababan de entrar
los vecinos y el conductor, que debía de ser su hijo.
Al entrar, vio que todos menos Mark estaban en el salón. La vecina, una mujer
mayor de pelo corto rizado, tenía a Amanda en brazos. Su marido estaba sentado a
su lado, mirando con ternura a la niña. Pero fue el hombre joven quien llamó la
atención de Slade. Era castaño y tenía ojos verdes. Y estaba sentado demasiado cerca
de Emily, mirándola como si fuera la mujer más guapa del mundo. Después de
pensar un minuto sobre ella, Slade decidió que era cierto. Emily llevaba una falda
negra abotonada en la parte delantera y un jersey rojo de aspecto suave. Fuera quien
fuera aquel hombre, rozaba a Emily con uno de los brazos y a ella no parecía
importarle.
Slade tosió y miró fijamente a Emily.
Ella lo miró a su vez y pareció, por un segundo, confundida. Pero entonces,
también el hombre joven miró a Slade, lo mismo que la pareja de ancianos.
Emily se ruborizó.

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—Slade, estos son Mavis y Rod O’Neill y su hijo Dallas. Os presento a Slade
Coleburn. Él es… le he contratado para que trabaje en el rancho.
Dallas frunció el ceño.
—Mamá debería de haberte dicho que yo iba a venir para el día de Acción de
Gracias y que habría hecho todo lo que necesitaras.
—Tú ahora ya tienes suficiente trabajo archivando en el ordenador los datos de
tu padre y cuidando del ganado —declaró Emily.
—Es un placer —dijo Slade, tratando de ignorar los celos que lo invadían.
—Encantado —contestó Dallas—. ¿De dónde viene?
—Mi último trabajo fue en Idaho, si es eso lo que quiere saber —los ojos verdes
de Dallas tenían una mirada intensa y Slade sabía exactamente lo que estaba
pensando—. Emily comprobó mis referencias.
En ese momento, Emily se levantó y puso una mano sobre el brazo de Dallas.
—¿Os apetece un café? ¿Y a vosotros, Mavis y Rod?
Mark entró en ese momento, corriendo con un papel en la mano.
—¿Quieres ver mi pavo, Dallas?
Dallas soltó una carcajada y se agachó al lado del niño.
—Me parece un pavo precioso.
Mientras Emily preparaba el café, los demás se quedaron en el salón hablando.
Slade se enteró de que Dallas estaba sacándose un master de veterinaria en la
universidad de Illinois, que terminaría en verano. Entonces, volvería a casa para
quedarse. Además de sus estudios, sabía domar caballos.
Mavis fue a la cocina cuando Emily estaba acabando.
—Amanda se ha quedado dormida y la he puesto en la cuna. Es preciosa —dijo
la mujer.
—También yo lo creo —contestó Emily con una sonrisa.
Emily apreciaba y respetaba a Mavis O’Neill. Su padre y Rod habían sido muy
buenos amigos durante muchos años y esa amistad había continuado entre ella y
Dallas, que habían ido juntos a la escuela de pequeños.
—¿Cuánto tiempo lleva aquí el señor Coleburn? —quiso saber Mavis.
Emily ya se había imaginado que le harían preguntas y que pronto los demás
vecinos sabrían que Slade estaba allí.
—Lleva una semana. Se quedó sin gasolina el domingo pasado, cuando nevó, y
durmió en el granero. Luego… bueno, me ayudó a tener a Amanda. Me está
ayudando muchísimo.
—Entiendo. ¿Cuánto tiempo se va a quedar? —añadió la mujer.
—Él no lo sabe y yo tampoco. Está buscando a un familiar —respondió sin dar
más explicaciones.

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—Ya sabes que la gente murmurará. Hace menos de un año que Pete murió.
—Nunca he hecho caso de las habladurías. No lo hice cuando Pete vivía y
tampoco ahora cuando no está. Slade es un buen hombre. No sé qué habría hecho sin
él la semana pasada.
—Puedes llamamos siempre que nos necesites…
—Mavis, ya hemos hablado de ello. A mí no me gusta pedir favores. Yo estoy
pagando a Slade con la cama y la comida y, a cambio, él me ayuda en el rancho.
—¿O sea, que está durmiendo aquí? —preguntó con evidente desagrado.
—Duerme abajo, en la antigua habitación de papá. Mavis, no hay ningún
motivo para preocuparse —añadió, pensando en que sería cierto si no fuera por el
beso.
Pero Emily ignoró ese pensamiento y sacó un plato de pastas caseras de la caja
del pan.
—Yo no diré nada, pero sabes que los demás sí lo harán —contestó Mavis,
sacando un plato del armario para dárselo a Emily—. Sin embargo, sé también que
eres muy independiente y que harás lo que sea mejor para ti.
Cuando Mavis y Emily volvieron al salón, había una tensión evidente entre los
hombres.
—Dallas me ha contado que arregló un trozo de valla rota —comentó Slade—.
Yo le he dicho que puedo hacer ese tipo de cosas mientras esté aquí.
—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí mientras estaba embarazada, Rod
—dijo Emily con tono conciliador.
—Y a nosotros nos han encantado tus panes y tus tartas —contestó él, mirando
sonriente a su esposa.
Luego, Emily fue hacia Dallas con una taza de café en la mano.
—También te agradezco tu ayuda, pero no os preocupéis. Cuando Slade se
vaya, si te necesito, te lo diré.
—¿Me lo prometes? —preguntó Dallas con un guiño, que era producto de la
amistad de tantos años.
—Te lo prometo.
Hubo un silencio hasta que Slade se levantó.
—Ha sido un placer conocerlos, pero tengo cosas que hacer fuera.
Su sonrisa era tensa y Emily imaginó que no se sentía cómodo, pero también
sabía que no tenía por qué presionarlo para que se quedara si quería marcharse.
—No te has bebido el café. Te lo pondré en el termo para que te lo lleves.
Fueron a la cocina los dos y Emily notó que Slade estaba serio.
—¿Pasa algo?

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—No pasa nada. Solo tengo una duda. ¿Qué significa para ti Dallas O’Neill y
desde cuándo?

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Capítulo 5
La pregunta de Slade sorprendió a Emily.
—¿Qué quieres decir con desde cuándo? ¿De qué me estás acusando?
—Nunca me has hablado de tu marido, ni siquiera tienes fotos de él y parece
que Dallas y tú os lleváis muy bien.
—¿Que nos llevamos bien? —Emily bajó también el tono de voz mientras
miraba hacia la sala—. Dallas y yo nos conocemos desde niños. Y en cuanto a mi
marido, no es asunto tuyo. Ni tampoco Dallas.
Emily le dio el termo, dando por concluida la conversación, pero para Slade no
había terminado.
—¿Fuisteis novios?
—Dallas y yo fuimos y somos amigos. Siempre ha sido así y siempre lo será. Y
ahora tengo que volver con mis invitados.
—¿Tu matrimonio fue feliz? —continuó Slade, agarrándola de un brazo para
impedir que se fuera.
Ella no quería hablar de ello con él, no en ese momento ni en ese lugar. Quizá
nunca. Se sentía culpable por el modo en que Slade la hacía sentirse. Nunca había
sentido con su marido la excitación que sentía con Slade.
—Sigue presionándome, Slade, y decidiré que será mejor estar sola.
Dicho lo cual, salió, seguida por la mirada intensa de él.

No volvió a ver a Slade hasta la hora de la cena.


—Voy a ducharme —dijo él al entrar. Tenía una mirada fría y esbozó una
sonrisa tensa a Mark.
—Mamá me ha ayudado a pintar animales. ¿Quieres verlos?
—¿Me lo enseñas después de cenar? —dijo Slade sin mirar a Emily.
Emily no había podido dejar de pensar en Slade mientras los O’Neill
permanecieron en la casa. Y mientras cenaron en silencio, la tensión entre ellos era
evidente. Lo que más había molestado a Emily había sido la acusación de infidelidad
sugerida por Slade. No se lo había dicho claramente, pero lo había insinuado. ¿Cómo
podía pensar eso de ella?
Slade se retiró a su habitación después de ayudar a Emily a recoger la cocina.
Dijo que quería leer y Emily lo sintió como un castigo por haberle dicho que quería
mantener su intimidad. Emily se dijo a sí misma que no le importaba lo que Slade
hiciera y se puso a hacer pastas. Después, ella y Mark se pusieron a ver una serie de
televisión.

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Estaba dando de mamar a Amanda, cuando Mark preguntó a su madre si podía


darle las buenas noches a Slade.
—Quizá es mejor que no lo molestes esta noche. Te acostaré tan pronto como
termine de dar de comer a Amanda.
Afortunadamente, la niña se quedó dormida en sus brazos y no se despertó al
dejarla en la cuna. Emily pudo dedicarse por entero a su hijo. Le leyó un cuento,
escuchó sus oraciones y le dio un beso.
—¿Te has enfadado con Slade? —le preguntó el niño antes de que le apagaran
la luz.
—Sí. Ha dicho cosas que no me han gustado, pero no te preocupes, lo
arreglaremos.
—No quiero que se vaya todavía, mamá.
—Ya sé que no quieres. Le convenceré para que se quede hasta después del día
de Acción de Gracias.
Aunque Mark no parecía muy convencido, asintió y Emily le dio un beso de
buenas noches.
Cuando bajó, no vio señales de Slade. Podía irse a la cama y tratar de olvidarse
de lo que había sucedido entre ellos, pero sabía que no podría dormir. «Nunca
tendrás insomnio si terminas tus días en paz», solía decirle su padre.
Desgraciadamente, terminar en paz aquel día significaba terminar en paz con Slade.
Pero ella nunca había evitado sus obligaciones por muy difíciles que le
resultaran. Así que, alzando la barbilla, se dirigió a la habitación de Slade y llamó a la
puerta.
Al poco, Slade abrió la puerta. Todavía llevaba la ropa que se había puesto
después de ducharse. Estaba guapo y viril y Emily notó la boca seca. Pero en seguida
se fijó en la seriedad con que la miraba.
—Deberíamos hablar.
—Creo que es lo que yo quería esta tarde y tú no quisiste.
—Slade, no he llamado a tu puerta para que discutamos.
—Entonces, ¿por qué has llamado? A veces hay que discutir. No siempre es
agradable hablar.
—De acuerdo —contestó resignada—. He venido para saber qué he dicho o
hecho para que tú supongas que fui infiel a mi marido.
—¿Fue así?
—No —soltó con brusquedad.
Y antes de poder evitarlo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Se dio la vuelta y
salió al vestíbulo. Quizá se había confundido al tratar de hacer las paces con Slade.
Posiblemente, también era un error hacer que se quedara hasta el día de Acción de
Gracias por Mark.

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Slade la alcanzó en pocos pasos y la llevó hacia su dormitorio.


—No voy a entrar ahí —protestó, tratando de apartarse—. Eso demostraría lo
que piensas de mí —añadió, llorando.
—Emily, me temo que no tienes la menor idea de lo que pienso de ti.
Hubo algo en los ojos de Slade que la hizo contener la respiración. No supo si él
fue quien se acercó o fue ella, pero segundos después estaban muy cerca.
—No sé mucho sobre el matrimonio, pero sé que a veces la convivencia no
funciona. Y creo que lo que Dallas siente por ti es más profundo que una simple
amistad.
—Ha estado fuera durante los dos últimos años. Solo ha venido en vacaciones
—explicó ella.
—A veces es suficiente… cuando se sabe lo que se quiere.
—Dallas no me quiere y yo no lo quiero a él. No de esa forma.
Los ojos de Slade buscaron su cara.
—Estaba celoso y tú puedes decirme que no tengo derecho, pero no lo
esquivabas como haces conmigo.
—Yo no te esquivo —murmuró ella.
—¿Cómo lo llamas tú?
Emily sabía que en ese momento, dada la proximidad de él y la forma en que su
corazón palpitaba, debería no solo esquivarlo, sino echarse a correr con todas sus
fuerzas.
—Me siento cómoda al lado de Dallas. Cuando estoy contigo…
—¿Sí?
—Siento cosas que no debería. Acabo de tener una hija y soy viuda. Yo…
—Tú eres una mujer, Emily. Y yo un hombre. Me sentí atraído hacia ti nada más
verte y me dije que no debería.
—Pero si estaba embarazada…
—Lo sé, y ahora que no lo estás, nada ha cambiado. Solo que me gustaría que tú
me correspondieras. ¿Es así?
Emily pensó que Slade era el hombre más honesto que había conocido jamás.
—Sí —confesó ella en un susurro.
A pesar de la confesión de ella, Slade no la besó ni la abrazó. Se limitó a
permanecer allí en pie con las manos bajo el cabello de ella. Entonces, Emily recordó
lo que le había dicho, que no la besaría a menos que ella se lo pidiera. Pero si se lo
pedía, no sabía que consecuencias tendría aquello. Y no solo para ella, sino también
para Mark. Así que se apartó de él.
—¿Quieres que me marche, Emily?

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—No, le dije a Mark que te pediría que te quedaras hasta el día de Acción de
Gracias. Aunque sé que en realidad le gustaría que te quedaras a pasar con nosotros
las navidades.
—¿Y a ti?
—A mí también me gustaría que te quedaras.
Slade se quedó en silencio unos instantes.
—De acuerdo, me quedaré a pasar las navidades con vosotros. Y quizá para
entonces nos hayamos acostumbrado a vivir el uno con el otro.
Para alivio de Emily, él se encaminó a su habitación.
—Hasta mañana —se despidió, antes de cerrar la puerta de la habitación.
Emily suspiró aliviada y pensó que jamás se acostumbraría a convivir con Slade
Coleburn.

Después de la cena del día de Acción de Gracias, Slade se reclinó en su asiento y


sonrió a Emily.
—Esto ha sido una cena digna de un rey.
—Y eso que tú me has ayudado a prepararla —bromeó ella.
—Precisamente es tan buena porque has tenido un gran pinche a tu lado.
¿Verdad, Mark?
Mark, que también había ayudado a preparar la cena, asintió.
—Y lo mejor de todo es que Amanda no se ha despertado ni una sola vez
mientras hacíamos la cena.
Emily le revolvió el pelo a su hijo y le sonrió.
—Al año próximo tendremos que estar cuidando todo el tiempo de que no se
lastime. Cuando Amanda empiece a andar, echarás de menos los tiempos en que era
un bebé.
Slade podía imaginarse perfectamente a la niña con el pelo algo más largo y con
los mismos ojos brillantes de su madre, dando sus primeros pasos por la casa.
—Y hablando de ayudar —Emily miró a su hijo—, mañana tengo que hacer las
tartas para el mercadillo del sábado. ¿Vas a echarme una mano?
—Pues claro que sí. ¿Vamos a ir al mercadillo?
—¿A qué bazar? —preguntó Slade.
—Todos los años, nuestra iglesia organiza un mercadillo el sábado que sigue al
día de Acción de Gracias. En él se venden pasteles y todo tipo de artesanía que hacen
las esposas de los vaqueros. Yo suelo hacer diez tartas.
—¿Diez tartas? Debes de estar bromeando.

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—No, siempre las hago.


—¿Y no te parece demasiado?
—No, si Amanda coopera —contestó ella, encogiéndose de hombros.
—Estoy seguro de que la gente entendería que este año hicieras alguna menos.
—No, ya le he dicho a Mavis que haría las tartas, así que pienso hacerlas.
—Muy bien, entonces tendré que ayudarte —propuso él con sus ojos azules
clavados en los de ella.
—No si tienes otras cosas que hacer —dijo ella con tono firme, así que Slade
pensó que sería mejor no insistir por el momento.
Ambos tuvieron mucho cuidado de no tocarse el uno al otro mientras recogían
la cocina. Era como si los dos supieran que había una línea que no debían traspasar.
Slade metió la leche en la nevera.
—Yo la verdad es que no estoy acostumbrado a celebrar las fiestas.
Emily había comenzado a fregar los platos. Se volvió hacia él y ambos se
quedaron mirándose fijamente.
—A mí me encantan las fiestas —murmuró ella—. Especialmente las navidades.
Durante esos días la gente parece menos egoísta. Yo no puedo donar dinero a la
iglesia, pero sí que hago las tartas todos los años. Con los beneficios, la iglesia ayuda
a los más desfavorecidos.
—La verdad es que yo no conozco mucho las tradiciones de Navidad —
comentó Slade.
—Si te quedas en navidades, Mark y yo te las enseñaremos.
Slade se fijó en que ella había pronunciado el «si» como si esperase que
cualquier día el recogiera sus cosas y se marchara.
—Ya te dije que sí me quedaría —le aseguró.

Más tarde con una libreta, su chequera y las direcciones de los periódicos más
importantes de la zona entre Chicago y Los Ángeles, Slade fue preparando varias
cartas. No quería hacerse demasiadas ilusiones, pero sabía que quedaba alguna
esperanza.
Cuando había ido a Billings a la casa a la que habían enviado una copia de los
certificados de defunción de su madre y de los nacimientos de los gemelos, una
mujer de mediana edad le había abierto la puerta.
Él le había preguntado por los antiguos inquilinos y ella había respondido que
creía que se habían mudado a Colorado.
Por eso, Slade había decidido concentrarse en mandar anuncios principalmente
a los periódicos de Colorado.

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Emily estaba en el salón con Mark y Amanda, a la que se oía llorar. Miró al reloj
de la cocina y vio que ya había pasado la hora de que Mark se fuera a la cama. El
chico parecía más contento desde que Emily se había forzado a prestarle mayor
atención. Pero aun así seguía teniendo algo de celos.
Slade entró en el salón y se fijó en que Mark estaba intentando ver un partido
de fútbol, a pesar del escándalo que había.
—¿Por qué no me la dejas mientras vas a acostar a Mark? —le propuso a Emily.
Ella lo miró sorprendida.
—Es la primera vez que te ofreces a sostenerla.
—Es cierto, pero supongo que no será peor que sujetar a un cerdo, dando
patadas.
Ella se echó a reír.
—No, creo que no. Sin embargo, sí que es igual de ruidosa.
Él se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? A lo mejor se calma conmigo. Venga, dámela.
Emily lo miró con escepticismo y algo preocupada.
—Tendré cuidado. Te he visto enseñarle a Mark a agarrarla y sé que hay que
sujetarle la cabeza.
—Podrá hacerlo, mamá. A Slade se le da todo bien.
Slade se echó a reír.
—Yo no estoy tan seguro.
Slade agarró a la niña y comenzó a darle toquecitos en la barbilla con el dedo.
—Muy bien, señorita, vamos a dar un paseo hasta que tu mamá esté de vuelta.
Te prometo que no te dejaré caer al suelo.
Emily sacudió la cabeza al ver que la niña había dejado de llorar de repente.
—Creo que le gusta tu voz.
—Entonces, seguiré hablándole.
Después de que Emily y Mark se fueran arriba, Slade siguió paseando por el
salón con Amanda en brazos, hablándole como si fuera de la edad de Mark. No
entendía por qué la gente se ponía a hacer ruidos raros a los niños, como si fueran
seres de otro planeta.
Cuando volvió Emily, estaba tan enfrascado, hablando de las estrellas a
Amanda, que no la oyó entrar.
—Veo que eres un experto en estrellas.
—No, pero siendo pequeño leí un libro acerca del Sol y las estrellas. Me lo
regaló una profesora que parecía tenerme mucho aprecio. Yo lo guardaba debajo de
la almohada y lo sacaba mientras todo el mundo dormía.

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Los dos se pusieron a contemplar la luna a través de la ventana helada.


—Me llevaré a Amanda arriba —dijo ella finalmente.
—¿Querrás un vaso de leche caliente antes de acostarte?
—Sí y tú puedes comerte otro trozo de tarta.
Cuando Emily bajó de nuevo al salón, había un vaso de leche sobre la mesa,
junto a una taza de café. Slade seguía de pie, mirando a través de la ventana.
—Hoy ha sido un día especial para mí, Emily. Mucho más de lo que te puedas
imaginar.
—También lo ha sido para nosotros —admitió ella.
Slade se dio la vuelta y la miró con una expresión intensa en los ojos. Era una
mirada que debería de haberla asustado, pero que en realidad la excitó.
—¿Sigo siendo un desconocido para ti? —preguntó él—. ¿Sigues queriendo que
mantengamos las distancias?
Ella no podía seguir mintiéndose.
—Ya no eres ningún desconocido, pero sigo sin estar segura de lo que quiero.
Mi vida ha cambiado mucho durante este año.
—Yo creo que sí sabes lo que quieres. Al menos, en este momento. Y el presente
es lo único que importa, Emily.
Ella había vivido al día con Pete porque no podía esperar otra cosa.
—¿No tienes algún sueño que quieras ver realizado? —le preguntó Emily.
Slade sacudió la cabeza.
—¿Qué sentido tiene desear lo que no se puede tener? Yo prefiero disfrutar de
lo que tengo al alcance de mi mano.
Un silencio íntimo los envolvió.
—Y tú, ¿qué deseas tú?
Notando la presencia masculina de él, Emily sabía exactamente lo que deseaba
en esos momentos, pero no estaba segura de si se atrevía a abandonarse a él.
Además, Slade le había dicho que tendría que ser ella quien diera el primer paso y no
estaba segura de tener el valor suficiente.
—Yo… —Emily no terminó la frase.
—¿Qué?
—¿Te importaría…?
—¿Que si me importaría qué?
—¿Te importaría… besarme? —preguntó ella, sonrojándose.
Él se acercó a ella y la abrazó.
—Pensé que nunca me lo ibas a pedir.

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Slade bajó la cabeza hacia ella y sus labios se unieron. Él dibujó el labio superior
de ella con su lengua y Emily sintió que se le aflojaban las piernas. A pesar de que la
estaba agarrando, le pasó las manos por detrás del cuello para asegurarse de que no
se iba a caer. Entonces, al sentir el pelo de su nuca y el olor que emanaba de su piel,
se sintió caer en un remolino, del que nunca más saldría. Cuando él introdujo la
lengua entre sus labios, sintió que un enorme deseo se apoderaba de ella.
Emily no se reconocía a sí misma mientras, abrazada a él, se preguntaba con
ansiedad qué sería lo siguiente que él haría. De pronto, dejó de sentir el suelo bajo
sus pies y se dio cuenta de que la había levantado para poder besarla mejor. Toda la
realidad desapareció a su alrededor, excepto la sensación que Slade estaba
despertando en ella. Que no era solo placer… Durante su matrimonio, Emily había
perdido el deseo de hacer el amor, pero estaba empezando a recuperarlo con Slade.
Él la hacía sentirse tan bella, tan femenina y tan deseable, que a pesar de que no
podrían hacer nada más en unas cuantas semanas…
¿Nada más? ¿En qué estaba pensando? Ella quería ser un ejemplo para sus
hijos, quería enseñarles los valores en los que siempre había creído. Además, en tan
solo unas semanas, Slade quizá se hubiera ido. Le había dejado claro que no creía en
establecer un proyecto de futuro.
Con ese pensamiento dándole vueltas en la cabeza, se apartó de él. No podía
dejarse seducir. No podía olvidar que él no pensaba quedarse allí para siempre.
—Por favor, déjame de nuevo en el suelo —murmuró ella.
—¿No irás a fingir que no ha pasado nada? —preguntó él, bajándola.
—No, pero…
—Sabía que iba a haber algún «pero».
—Es que somos demasiado diferentes.
—Y por eso, probablemente, nos gustamos el uno al otro.
—Es probable. Quizá lo que me excite de ti es que conozcas tantos sitios, pero
eso no es suficiente. Yo creo en… los compromisos. Creo que un hombre y una mujer
no deberían… bueno, ya sabes, antes de casarse.
—¿Tú y tu marido no lo hicisteis hasta que os casasteis?
—No —contestó ella con voz firme.
Emily a veces se había preguntado si Pete no se habría casado solo con ella por
el sexo, ya que nunca parecía haberse mostrado feliz con el matrimonio. Eso la había
hecho sentirse bastante desgraciada.
—Entiendo. O sea, que estás diciéndome que a menos que tenga intención de
casarme contigo, será mejor que me mantenga alejado de ti.
—Ahora mismo no estoy preparada para casarme ni para pensar en otra cosa
que no sean mis hijos o el rancho —replicó ella, que se quedó pensando en que
tampoco quería que él se marchara.

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Quizá dentro de un tiempo podrían dejar a un lado la atracción que sentían el


uno por el otro.
—Me gustaría simplemente que fuéramos buenos amigos —añadió Emily.
Él se quedó pensativo por unos momentos.
—No creo que un hombre y una mujer puedan ser solo amigos si hay deseo
entre ellos. Pero podemos intentarlo si eso es lo que tú quieres.
Emily pensó en su amistad con Dallas y en cómo siempre había sido suficiente.
Ninguno de los dos había deseado que se complicaran las cosas. Pero lo cierto era
que no se había sentido tan atraída por él como por Slade.
—Sí, eso es exactamente lo que quiero.
Slade se quedó mirándola, todavía con deseo en sus ojos y Emily dio un
suspiro.
—Voy a acostarme ahora mismo —musitó, dándose cuenta de que tenía que
alejarse de él cuanto antes.
Tenía que encerrarse en su habitación y olvidarse de los efectos que su beso
había tenido en ella. Porque si no lo conseguía, no podrían ser amigos.

El sábado por la mañana, la sala aneja a la iglesia estaba abarrotada de gente.


Era la primera vez que Emily salía con su hija. Había planeado salir un momento a
entregar las tartas y saludar a unas cuantas personas a las que solo veía en ese tipo de
acontecimientos. En cuanto llegó, un grupo de mujeres la rodeó para poder ver a la
niña.
—Me han dicho que la has llamado Amanda —comentó una de ellas.
—¿Es verdad que la tuviste de camino al hospital? —le preguntó otra.
—Y también se rumorea que un hombre está viviendo contigo —añadió una
tercera.
Justo entonces, apareció Slade, llevando las tartas, salvo una, que llevaba Mark.
Las tres mujeres se quedaron calladas, mirándolo, pero antes de que Emily
pudiera explicárselo, Slade comenzó a hablar.
—Buenos días, señoras —dijo, tocándose el sombrero—. Emily, ¿dónde quieres
que ponga esto?
—Oh, déjalas en la cocina, que está ahí atrás.
Slade, que parecía estar divirtiéndose, consciente de que era el centro de
atención de todo el mundo, se dirigió a la cocina.
—Así que es verdad —dijo la mayor de las tres mujeres.
—No sé qué es lo que os habrán contado, pero lo cierto es que el señor Coleburn
nos ha ayudado mucho a Mark y a mí. Él fue quien me ayudó durante el parto, que

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efectivamente, tuvo lugar en mi furgoneta, así que le debo la vida de Amanda. Y se


va a quedar con nosotros hasta que yo pueda ocuparme sola del rancho.
—Pero, ¿dónde duerme él? —preguntó Grace Harrison, que vivía a unas diez
millas de Emily.
Sabía que no podía tener secretos en un lugar tan pequeño como Billings, así
que lo mejor sería decir la verdad.
—Duerme en la habitación de papá.
Grace se volvió hacia la cocina. Emily vio que Slade y Mark se estaba riendo de
algo.
—Parece que él y Mark se llevan muy bien —comentó Grace, arqueando las
cejas.
—Así es —contestó Emily.
—¿No va a quedarse en Billings? —preguntó Flo Jansen.
—No, solo está de paso.
Las tres mujeres intercambiaron miradas, pero Emily se negó a sentirse
avergonzada.
—Voy a echar un vistazo, a ver qué ha traído la gente —dijo, dirigiéndose hacia
la mesa donde habían dispuesto los objetos que iban a venderse.
Emily se dio cuenta de que las mujeres no dejaron de observarla mientras se
alejaba de ellas y trató de quitarse de encima la sensación de que había hecho algo
que no debía.
Luego, se quedó allí, frente a las mesas, listas ya para la venta. En una de ellas
había un babero con un revolver dibujado y no pudo evitar que se le erizara el vello
de la nuca.
—Parece que a tus amigas no les ha gustado verme —dijo Slade, que se había
acercado a ella.
—A mí no me hace gracia, Slade.
—Emily…
Cuando él fue a apoyar la mano sobre su hombro, ella se apartó.
—Será mejor que nos vayamos.
—Está bien, iré a buscar a Mark y nos reuniremos contigo en la puerta.
Emily, al borde de las lágrimas, bajó la cabeza hacia la niña y le acarició la
barbilla.
—Todo va a ir bien, Amanda. Todo va a ir bien.
Y siguió repitiendo lo mismo para sí mientras se dirigía a la puerta. Se dijo a sí
misma que no debería importarle tanto lo que pensaran los demás. La lástima era
que ni ella misma supiera lo que de verdad quería.

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Capítulo 6
Un día, dos semanas antes de que empezaran las navidades, Slade llegó a la
casa a la hora de comer después de haberse pasado la mañana trabajando en el
rancho. Hasta él llegó un olor a canela y a algo realmente apetitoso que estaba
cocinándose.
Emily estaba en el fregadero, cortando zanahorias y echándolas a un cacharro.
Llevaba unos vaqueros y una camisa de manga larga y estaba muy guapa.
Luego, Slade pensó en lo difíciles que habían sido las cosas entre ellos desde
aquella mañana en que habían estado en el mercadillo de la iglesia. Aunque no
habían hablado de ello, Slade estaba seguro de que a Emily no le gustaba que hubiera
rumores acerca de ellos. Pero pensaba que si no hubiera nada entre ellos, no había
motivo para que ella se sintiera culpable ante lo que la gente decía.
Pero ambos sabían que sí había algo entre ellos y ese era el problema.
Ella se volvió hacia él y lo observó mientras colgaba su abrigo y el sombrero.
—Huele muy bien —comentó él despreocupadamente, tratando de no fijarse en
lo bonitos que eran los ojos marrones de ella.
—He hecho masa para hacer un pudín. Saldrá del horno en seguida. Ha llegado
una carta para ti —al decirlo, señaló un sobre que había sobre la mesa.
El corazón de Slade comenzó a palpitar a toda velocidad. Tomó la carta y se
sentó. Era de Denver y se la había enviado John Morgan.
—¿De quién es, Slade?
—Casi no lo quiero saber —murmuró—. Esto puede ser algo que cambie mi
vida para siempre.
—El único modo de saberlo será abrirla.
Al principio, Slade se preguntó si debería leerla en privado, pero en seguida se
dio cuenta de que se alegraba de tener a aquella mujer a su lado. La leyó
rápidamente y se quedó en silencio, mirando a Emily.
—Este hombre de Denver dice que él y su mujer adoptaron un niño hace treinta
y un años. El niño se llamaba Hunter Coleburn. En aquel momento, vivían en
Tucson, pero se cambiaron a Billings poco después. Más adelante, se mudaron a
Denver.
—¿Te dice dónde está ahora Hunter?
—Hunter es abogado y está fuera del país en este momento —contestó Slade,
mirando de nuevo la carta.
—¿Vas a ir a Denver? —quiso saber Emily.
Faltaban dos semanas para las navidades y él no debería sentirse aferrado a
aquella casa. Nunca se había sentido aferrado a ningún lugar. Pero, de todos modos,

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Hunter no estaba ni siquiera en el país. ¿Para qué ir en busca de alguien cuando


Emily, aunque no quisiera admitirlo, lo necesitaba?
—Hay que atender al ganado y, pronto, volverá a nevar. Esto puede esperar —
respondió, metiendo la carta en el sobre.
—¿Cuánto tiempo hace que quieres tener una familia, Slade?
—Nunca la he tenido, así que no sé si la quiero.
—¿No quieres conocer a tu hermano?
—No sé si es mi hermano. Y aunque lo sea, está fuera del país.
—Pero si vas y hablas con ellos…
—Creí que habías dicho que Mark quería que me quedara a pasar las navidades
con vosotros.
—Quiere, pero nosotros no somos tu verdadera familia, Slade. Y no quiero ser
la causa de que no encuentres a Hunter.
—No he dicho que no vaya a ir a buscarlo. Contestaré a ese tal John Morgan y le
enviaré una foto. Así podrá ver si Hunter y yo somos gemelos. Y si esto es una
simple coincidencia, también lo sabré. De todos modos, me quedaré aquí en
Navidad. A menos que de verdad quieras que me vaya. Si te molestan los cotilleos, si
piensas que estás haciendo algo malo…
—No estoy haciendo nada malo.
—Entonces deja de actuar como si así fuera. Deja de comportarte como si no
pudiéramos ni mirarnos a los ojos, ni rozarnos, ni pasar un rato juntos de vez en
cuando.
Emily se ruborizó violentamente y Slade supo que había acertado plenamente.
—La verdad es que no tenemos mucho tiempo para estar juntos.
—Es cierto que estamos ocupados, pero si quisiéramos sacar un poco de
tiempo, imagino que lo haríamos. De hecho, quiero ir a la ciudad para hacer algunas
compras. Quizá Mavis puede quedarse con Amanda y podemos ir cuando Mark esté
en el colegio.
Slade deseó que Emily no lo mirara con tanta inseguridad. Deseó poder soñar
con un futuro conjunto. Pero había aprendido hacía mucho tiempo que los sueños
eran solo humo. Y como el humo, los sueños desaparecen y dejan al hombre a solas
con la realidad de su mundo.
Esperó la respuesta de ella, casi deseando que rechazara su ofrecimiento.
En ese momento, sonó el timbre del horno. Emily apartó la vista y fue a sacar el
pudín. El maravilloso olor se hizo más intenso, igual que su deseo por Emily.
Finalmente, dejó las bandejas en la encimera, se apartó el pelo de la cara y lo
miró a los ojos.
—Yo también tengo que hacer compras.

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—¿Cuánto tiempo podrías dejar a Amanda con la señora Mavis? Me gustaría


llevarte a cenar.
—Puedo intentar acostumbrarla a tomar biberones. Estaría bien por si surge
alguna emergencia y así no tendríamos prisa en volver.
Slade se levantó sin poder disimular la alegría.
—Podemos llamarlo una cita —bromeó.
—Vamos de compras, Slade.
—Entonces será una cita para hacer compras.
—Algunas veces eres…
—¿Qué?
Pero Emily no contestó. Se quedó muy quieta y lo miró a los ojos. El inclinó la
cabeza y cubrió sus labios. El beso se prolongó hasta hacerse eterno y el deseo de
Slade fue haciéndose cada vez mayor. La sensualidad de la mujer aumentó su anhelo
y su necesidad. Ella se abrazó a él y respondió a su beso con un abandono que
sorprendió a Slade. Pero sabía que era mejor detenerse antes de que ella lo hiciera.
Detenerse y dejarla deseosa de más. De manera que la soltó y se apartó lentamente.
Cuando ella lo miró, parecía confusa y él se afirmó en su pensamiento de que
era mejor dejarla así.
—Voy a lavarme —dijo él, tratando de que el tono de su voz fuera normal—.
Llámame cuando la comida esté lista.
Y antes de que ella tuviera oportunidad de decirle que no deberían volver a
repetirlo, que no deberían ir de compras juntos, que no lo considerara una cita, él se
fue hacia el baño con una sonrisa en los labios.

Después de que Slade y Emily compraron, cada uno por su lado, lo que les
hacía falta, en un pequeño centro comercial en las afueras de Billings, se encontraron
en el almacén de juguetes. Para Slade ese sitio era como un paraíso de deseos
incumplidos. Allí había todo lo que él había querido de niño y jamás había podido
tener… pelotas, guantes, camiones y todo tipo de juegos. En el orfanato de Tucson,
sus regalos habían sido siempre juguetes muy viejos o que nadie quería. Casi nunca
nuevos. Y nunca había tenido que comprar regalos de Navidad para nadie. Pero ese
año tenía que hacer regalos. Necesitaba hacerlos.
Sabía que Emily no aceptaría demasiados regalos. Llevaba dos semanas
tallando en madera un ciervo para ella. Estaba seguro de que le gustaría, aunque no
sabía cuál sería exactamente su reacción.
Con Mark, la cosa era diferente.
En ese momento, pasaron al lado de una estantería con todo tipo de animales.
—Había pensado regalarle a Mark una silla de montar.

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—¿Y cuándo vais a ir a montar?


—Ya lo haremos. Yo usaré la silla vieja de Pete.
—Desde luego, a Mark no le vendría mal tener una silla propia que le durara
unos cuantos años —hizo una pausa y lo miró preocupada—. Pero ese regalo es
demasiado caro, Slade. No puedo permitirlo.
—Creo que los regalos no hay que medirlos por el precio —replicó Slade. Emily
siguió caminando y el hombre se dio cuenta de que aquello iba a ser una dura
batalla—. ¿Qué le vas a comprar tú?
—Mavis me encontró un trineo a buen precio. Solo hay que darle una mano de
pintura. Y también quiero regalarle un bate nuevo de béisbol. Cuando llegue la
primavera, jugará con él en el colegio.
—¿Y el guante?
Emily movió negativamente la cabeza y Slade sospechó que no estaba dentro de
su presupuesto.
Pocos minutos después, llegaron a la parte donde estaban las pelotas y los
guantes de béisbol y Slade se detuvo.
—Déjame que le compre un guante y una pelota. Así podrá jugar al lado del
granero.
—Slade…
Sabía que iba a echarle un sermón y no quería escucharlo.
—La Navidad es una época para hacer regalos y es bueno que los niños tengan
lo que deseen.
—Mark tiene lo que desea. Siempre le he dado lo que he podido. Y ahora
también está Amanda.
—Razón de más para que me dejes comprarle algo especial —concluyó Slade—.
Si no puedo comprarle una silla, ¿qué opinas de una bicicleta o un tren?
—¿Lo quieres hacer para que te recuerde cuando te hayas ido?
Quizá fuera cierto. Quizá él quería dejar al muchacho una marca, algo para ser
recordado. Pero no le gustaba que ella se lo dijera.
—Simplemente pienso que Mark necesita saber que es especial, que no es como
los demás chicos. Puedes pensar en lo de la bicicleta o el tren. Yo haré lo que tú me
digas. Y por lo menos, lo que sí voy a comprarle es una pelota y el guante.
Había mucha gente, ya que se acercaba la Navidad. Emily miraba de vez en
cuando a Slade mientras estaban en la cola para pagar. Veía en su rostro una
expresión firme y se dio cuenta de que para él era muy importante regalar algo a
Mark.
Cuando salieron del almacén y pusieron todo en la parte de atrás de la
camioneta, comenzó a nevar. Slade miró hacia arriba y frunció el ceño.

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—Espero que no nieve durante mucho tiempo. Quería ir a por un abeto con
Mark hoy o mañana, cuando él saliera de la escuela. ¿O tienes algo contra los árboles
de Navidad?
—No lo digas así, Slade. Lo que pasa es que he aprendido a vivir con poco
dinero, eso es todo.
El rostro de Slade adquirió una expresión triste durante unos segundos. Luego,
cerró la puerta de la camioneta. Emily se quedó mirando hacia una zona del
aparcamiento donde había un puesto de árboles navideños y figuritas de barro.
—¿Quieres echar un vistazo antes de comer?
—Vas a resfriarte.
—No, con el abrigo estoy bien —contestó ella con una sonrisa.
Pero él no sonrió, simplemente esperó a que ella comenzara a caminar hacia el
puesto de árboles navideños.
Aunque nevaba, casi no hacía viento y a Emily le encantó estirar las piernas y
caminar al aire libre. Cuando llegaron al puesto, observaron el pequeño tren que
daba vueltas alrededor de un árbol y las figuritas.
—Háblame de tus navidades cuando eras pequeño —dijo ella.
La intensidad de la mirada de Slade estuvo a punto de hacer que se diera la
vuelta, pero no lo hizo. Se limitó a esperar.
Slade se quedó en silencio durante tanto tiempo, que ella pensó que no iba a
decir nada.
—La Navidad era siempre una época triste. Los que vivíamos en el orfanato
íbamos al colegio con niños que tenían familias normales. Se hacían fiestas y se
hablaba mucho de la Navidad. Los niños que tenían familia hablaban
constantemente de lo que les iban a regalar, de lo que querían o de lo que Santa
Claus les llevaría, pero nosotros sabíamos que Santa Claus no existía. ¡Ni siquiera
teníamos padres! Y no había nadie con una chaqueta roja que nos trajera regalos. Y
no es que no agradezca lo que hacían por nosotros en el orfanato. Nos daban techo,
comida y todo el cariño que podían. En Navidad, nos daban zumo de naranja, una
tarta y un regalo, generalmente un puzzle. Como tú has dicho, vivir sin dinero es
duro. El orfanato tenía que controlar mucho los gastos.
Emily le tocó el brazo con suavidad.
—La Navidad no es solo regalos, papel brillante y lujos. No es que no quiera
que hagas regalos a Mark, es que quiero que se dé cuenta de que puede ser feliz sin
ellos.
—Oh, Emily, sé que tienes razón, pero también sé lo que se siente al ser un niño.
Yo volvía a la escuela después de las vacaciones y los niños hablaban de sus
familiares y de los regalos, de sus bicicletas nuevas y sus trenes eléctricos. Era otro
mundo y era como si yo no perteneciera a él o no tuviera derecho a ello. O como si no
me lo mereciera.

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Emily se detuvo y lo miró fijamente a los ojos.


—Tú te mereces ser feliz, Slade, y una familia y gente que te quiera.
Al decirlo, se dio cuenta de lo mucho que lo quería. Le había comprado un libro
un rato antes y, aunque no tenía mucho tiempo libre, había empezado a hacerle unos
calcetines de punto. No era gran cosa, pero había mucho cariño en cada milímetro de
lana. Y en ese momento, se daba cuenta de que había mucho más que cariño. El
cariño se estaba convirtiendo en amor. Había tratado de luchar contra ello, pero una
parte de Slade se había metido en su corazón y se había quedado allí.
Aunque sabía que tenía que tratar de que aquello no fuera a más. Debía intentar
protegerse para no sufrir cuando él se fuera.
Los ojos de Slade habían adquirido un color azul de tormenta, un azul intenso
que Emily conocía bien. Si no se iban pronto a comer, él la besaría y ella se olvidaría
por completo de proteger su corazón.
—Tenías razón, hace frío aquí a pesar de ir con abrigo. Creo que es mejor que
vayamos a comer.
Él esbozó una sonrisa.
—Muy bien. Haremos lo que tú quieras.
Pero cuando llegaron a un pequeño restaurante familiar, Emily se dio cuenta de
que en el menú no encontraría lo que en realidad ella quería. Porque, aunque la
asustara, sabía exactamente lo que era.

La excitación en los ojos de Mark al llegar a la fila de abetos significaba mucho


para Slade, quien recordó la conversación que había tenido el día anterior con Emily.
Tenía que admitir que comprar el árbol era tan importante para él como para Mark.
Aunque trataría de amoldarse a la opinión de Emily.
Aquel día había sido claro y brillante, sin nubes ni nieve como el anterior. Pero
les quedaba menos de una hora de luz, así que tenían que darse prisa. Slade aparcó al
lado del alambre de púas y sospechó que tendría que subir a Mark por allí, ya que
debido a la nieve, no había sitio para que pasara por debajo.
—Mamá me dijo que los abuelos siempre cortaban árboles en Navidad —dijo
Mark mientras Slade le desabrochaba el cinturón de seguridad.
—¿Y qué pasó cuando murieron?
—Mamá a veces cortaba alguno pequeño, pero no siempre. ¿Podemos cortar
uno grande?
Slade soltó una carcajada.
—Solo tan alto como el techo. No creo que tu madre nos deje hacer un agujero
en él para que quepa.
Mark se echó también a reír y ambos saltaron fuera de la camioneta.

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—¿Te quedarás después de Navidad? —quiso saber Mark.


—¿Lo preguntas por algo en especial?
—Pronto será la fiesta anual del colegio. Los niños y sus padres harán muñecos
de nieve si podemos salir al patio. Habrá un premio para el mejor. Y también habrá
juegos. Me preguntaba si querrías venir conmigo.
Slade se dio cuenta de que era algo importante para el pequeño.
—Claro que sí. Hace mucho que no hago muñecos de nieve, pero imagino que
podemos practicar si continúa nevando.
Mark sonrió y asintió vigorosamente.
—Claro.
Slade no estaba acostumbrado a que nadie lo mirara y lo incomodaba, al tiempo
que lo agradaba.
—Y ahora tenemos que elegir un árbol y cortarlo —dijo, poniendo una mano
sobre el hombro del pequeño.
Al llegar a la valla, levantó fácilmente a Mark y luego saltó también él. La nieve
era allí más profunda y tardaron más tiempo del que Slade había calculado. Porque
Mark no solo quería un árbol alto, sino también perfecto. Uno sin agujeros, con
muchas ramas y el tronco liso. Cuando encontraron por fin el que le gustaba, el sol se
estaba poniendo en el horizonte.
—Tendremos que darnos prisa —bromeó Slade—, o tendremos que guiarnos
por la luna.
—Me alegro de que pases el día de Navidad con nosotros —replicó Mark con
una sonrisa en el rostro.
Slade notó un nudo en la garganta y se dio cuenta de lo mucho que estaba
empezando a querer a aquel niño.
—A mí también me alegra estar aquí. Y ahora, vamos, tenemos que darnos
prisa.
Era ya de noche cuando terminaron de cortar el árbol y llegaron a la valla.
Slade dejó en el suelo la sierra y el árbol, y volvió a subir a Mark.
—Métete en la camioneta para que no te enfríes —ordenó al muchacho.
Mark obedeció y Slade se quedó solo. Pasó al otro lado la sierra y luego levantó
el tronco y se dispuso a subirlo por la valla. Pero en la oscuridad, pisó mal y el peso
del árbol le venció. Oyó cómo se rasgaba el pantalón y notó las púas. Ignorando el
dolor y diciéndose que solo él tenía la culpa por haber ido demasiado deprisa, cargó
el árbol y la sierra en la camioneta.
—¿Listo? —preguntó a Mark.
—Estoy listo para la cena —contestó Mark con entusiasmo—. ¿Vamos a colocar
esta noche el árbol?

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—Tendremos que hablar con tu madre de ello, pero no veo por qué no íbamos a
poder hacerlo.
Emily había dejado el soporte para el árbol en el porche. Slade le dijo a Mark
que se metiera en casa y él sacó el abeto y lo colocó. Luego, abrió la puerta de la
cocina.
—¿Puedo meter el árbol en el salón? —gritó desde fuera.
Emily, que estaba sacando carne asada del horno, lo miró sonriente.
—Sí, he hecho sitio. Tráelo.
Amanda estaba dormida en su cuna, al lado del sillón, y Slade, vio en seguida
que Emily había hecho un sitio junto a la ventana. El sitio ocupaba casi medio salón.
—Me imaginé que Mark querría un árbol bien grande —explicó, examinando el
árbol.
Estaba a punto de decir algo, cuando vio el pantalón roto de Slade.
—Pero, ¿qué te ha pasado?
Al mirar hacia abajo, Slade vio que tenía el pantalón roto por varios sitios y que
la tela estaba manchada de sangre.
—Son solo unos rasguños. La valla y yo tuvimos una pequeña pelea.
—Es mejor que me dejes verlo. ¿Te has puesto últimamente la antitetánica?
—El verano pasado.
—Es un alivio. Pero, en cualquier caso, vamos al cuarto de baño y te lo limpiaré.
—Emily, de verdad…
—Es mejor que le hagas caso, Slade, para que no se te infecte —le aconsejó
Mark.
—No quiero retrasar la cena —protestó.
—La cena esperará unos minutos. Mark, ¿por qué no vas arriba a lavarte
mientras yo le echo un vistazo a h herida de Slade en este cuarto de baño?
Emily precedió a Slade hacia el aseo. Una vez dentro, ambos se dieron cuenta
de lo pequeño que era el cuarto.
—Tendrás que quitarte los pantalones —dijo ella finalmente.
—Emily…
Ella se sonrojó mientras abría el botiquín y sacaba un bote de mercromina.
—No tardaré nada. Además, debes darle ejemplo a Mark.
Él no estaba seguro de qué clase de ejemplo sería para el chico con los
pantalones bajados.
—No te preocupes, puedo curarme yo solo.
—Será más fácil si lo hago yo.

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Él se echó mano al cinturón y se fijó en que Emily estaba poniéndose cada vez
más roja. Pero Slade no estaba menos confuso y se olvidó de quitarse las botas antes
de quitarse los vaqueros. Así que, cuando ya los tenía a medio bajar, tuvo que
sentarse y quitarse una bota. De ese modo se quitó una pernera del pantalón,
dejándose la otra puesta. La tela vaquera se había quedado pegada a las heridas, así
que al tirar del pantalón, estas habían empezado a sangrar de nuevo.
—Oh, Slade, esto debe de dolerte.
—No, ni me había dado cuenta.
Ella abrió los ojos de par en par y sacudió la cabeza. Luego, agarró una gasa y le
echó un líquido transparente.
—Es desinfectante. Voy a limpiarte las heridas con él antes de ponerte
mercromina.
—Muy bien.
Aunque los movimientos de ella fueron rápidos y eficientes como los de una
enfermera, él no pudo evitar imaginarse los dedos de Emily sobre otras partes de su
cuerpo mientras estaban los dos en la cama… Cuando se dio cuenta del efecto que
esos pensamientos estaban teniendo, trató de pensar en otra cosa inmediatamente.
Era imposible no desear besar a aquella mujer, que estaba inclinada sobre su pierna.
La luz amarillenta del baño realzaba los mechones rubios de su cabello, de ese
cabello que él sabía que era suave y sedoso. Pero también sabía que si le tocaba el
pelo, no se conformaría solo con eso.
Ella empezó a vendarle la pierna y él tuvo cuidado de tapar con los vaqueros la
reacción de su cuerpo ante los encantos de Emily.
Una vez acabó de vendarlo, Slade se disponía a subirse otra vez los vaqueros
cuando ella se lo impidió.
—¿Por qué no te los quitas del todo? Así podré lavarlos y quizá cosértelos.
—No es necesario.
—Sí que lo es.
De pronto, ella reparó en el bulto que tenía bajo el calzón. Slade, por su parte, se
fijó en que ella se había dado cuenta de su erección.
Emily, con las mejillas encendidas, se dio la vuelta inmediatamente, y empezó a
guardar las cosas en el botiquín.
Él terminó de ponerse los pantalones, se acercó a ella y apoyó ambas manos
sobre sus hombros.
—No te avergüences, Emily. Me imagino que ya sabrás lo que siento por ti sin
necesidad de más pruebas.
Ella lo miró a través del espejo.
—No puedo evitar sentir vergüenza. Deberías haberte dado cuenta de que…
Slade la volvió hacia él y le apartó dulcemente el pelo de la cara.

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—No importa que mi cuerpo reaccione así ante ti. Sabes que no tienes nada que
temer, ¿verdad?
—No es eso —respondió Emily.
—¿Y qué es entonces?
—Bueno, las necesidades de los hombres y las de las mujeres no son iguales.
—¿A qué te refieres?
—Bueno los hombres tendéis más a la satisfacción física de vuestros deseos
mientras que las mujeres somos más complicadas.
—No voy a negar que mi reacción ha sido física, pero eso no quiere decir que yo
no sienta nada más por ti. Tú me has dado cosas que yo no había tenido nunca. Me
has enseñado lo que son las fiestas en familia y las tradiciones.
Slade soltó un suspiro.
—De verdad que te estoy muy agradecido y te puedo asegurar que mi atracción
por ti no es solo física. Así que no tienes por qué estar temerosa de mí.
—No tengo miedo —dijo ella, levantando la barbilla.
—¿Y cómo lo llamarías?
—Simplemente, soy precavida. Cuando te vayas, yo tendré que continuar con
mi vida. Tengo dos hijos a los que cuidar y tengo que llevar el rancho. Y puede que
besarte sea placentero, pero no puedo dejar que eso me distraiga de mis obligaciones.
Slade reconoció que ella estaba en lo cierto. Quizá si no estuviera buscando a su
hermano, las cosas serían distintas. A lo mejor, incluso decidía quedarse, suponiendo
que ella quisiera que se quedara.
Slade se apartó de ella al oír que Mark bajaba las escaleras.
—Ya me he lavado y Amanda está llorando —dijo el chico, asomándose al
baño—. Por cierto, ¿vamos a cenar ya?
—¿Te importa distraer a tu hermana mientras yo empiezo a preparar la cena?
—le preguntó su madre, saliendo del baño—. Luego, mientras la doy de comer,
vosotros podéis terminar.
—Muy bien. ¿Qué tal la pierna de Slade?
Ella miró a la zona donde se transparentaban los vendajes, pero fue Slade quien
contestó.
—Estoy bien, Mark.
A Slade le gustaría decir lo mismo de su estado de ánimo. Le gustaría no tener
esa sensación de vacío cada vez que pensaba en que se tenía que marchar de allí.
Pero él siempre había vivido al día y no había ninguna razón para cambiar su
forma de ser.

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Capítulo 7
Emily sujetó a Mark para que este pudiera colgar una campana en miniatura
del árbol de Navidad, desde el taburete al que se había subido. A su alrededor había
varias cajas llenas de motivos navideños. Se volvió para mirar a Slade, quien estaba
observando una bolita azul brillante con el nombre de Mark grabado encima.
Ante la presencia de él, sintió un gran calor en sus mejillas. Ningún hombre la
había hecho sentirse así antes. En cuanto estaba cerca de él, no podía dejar de pensar
en cómo olía, en el calor que desprendía su cuerpo, en su largas piernas, en su…
Al darse cuenta antes, en el baño, que él tenía una erección, ella no había
podido evitar sentirse excitada a su vez. Y no podía evitar pensar en qué pasaría si se
dejara llevar por las emociones. Porque en un par de semanas, ya podría…
En un par de semanas, Slade ya se habría ido.
—¿Puedo poner la estrella en lo más alto del árbol antes de irme a la cama? —
preguntó Mark.
—Claro que sí, pero creo que no llegarás desde este taburete.
—Yo te subiré —dijo Slade.
—La estrella está en la caja que hay sobre el sofá —les informó Emily. Mark
corrió a buscarla.
Slade agarró la bola azul que había estado contemplando.
—¿Pintaste tú esta bola? —en ella no solo estaba el nombre de Mark, sino
también la fecha de nacimiento y el dibujo de un pequeño ángel.
—Sí, para su primera Navidad.
—Me encanta lo detallista que eres —comentó Slade con una voz grave y
profunda que conmovió a Emily.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, supongo que a Mark debe de encantarle esta bola. Y apuesto a que
siempre le haces una tarta para su cumpleaños, ¿a que sí?
Ella asintió y se dio cuenta, en ese momento, que Slade seguramente nunca
había celebrado su cumpleaños.
—¿Cuándo cumples tú los años?
—El ocho de abril.
Emily pensó que para entonces ya haría bastante tiempo que se habría
marchado.
Slade decidió cambiar de tema y señaló un copo de nieve de ganchillo que
estaba colgado del árbol.
—Algunos de estos adornos parecen bastante antiguos.

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—Mi madre hizo ese cuando yo tenía cinco años. Y muchos de estos otros
también son del árbol que ponían cuando yo era pequeña. A Mark le encanta
escuchar la historia que hay detrás de cada uno de ellos —señaló un árbol de
bronce—. Mi padre compró este cuando fue a visitar a un amigo en Wyoming —
luego señaló una iglesia de madera—. Y este me lo regaló Dallas cuando estábamos
en la universidad.
—Nunca había pensado que un árbol de Navidad pudiera estar tan cargado de
recuerdos —comentó Slade después de quedarse pensativo unos instantes—. Debe
de estar bien tener tantos recuerdos.
—¡Aquí está! —gritó Mark, acercándose con la estrella.
Slade dejó otra vez la bola con el nombre del niño grabado en el árbol. Luego, se
volvió hacia Mark y lo levantó para que pudiera poner la estrella en lo más alto del
árbol. Era dorada y, aunque estaba algo deslustrada, el chico la colocó como si fuera
la estrella de Navidad más bonita que nunca hubiera visto.
—¿No está genial? —preguntó el niño—. ¿No es el mejor árbol de Navidad del
mundo?
—El mejor —respondió Emily, sonriendo luego a Slade, que había hecho
posible aquel momento y había convertido aquella Navidad en algo muy especial
para Mark.
—¿Podemos encenderlo ya? —preguntó el niño.
Todavía no funcionaban todas las luces, solo una tira, pero era suficiente para
iluminar el árbol.
—Está bien, lo encenderemos y luego irás a ponerte el pijama.
—¿Podemos cantar antes un villancico?
—Todos los años solemos cantar después de iluminar el árbol —le explicó
Emily a Slade.
—¿Otra tradición más? —preguntó él con voz ronca.
Ella asintió.
Slade encendió las luces y Emily abrazó a su hijo.
—¿Qué villancico quieres que cantemos?
—Noche de Paz —contestó Mark sin dudarlo un momento.
Emily comenzó a cantar y el niño se unió a ella y, finalmente, también Slade. Al
terminar, se quedaron todos callados, saboreando aquel momento tan especial.
Pero justo entonces sonó el teléfono y Emily fue a contestar.
—Vete subiendo, que ahora voy yo —le dijo a Mark antes de descolgar.

***

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Aquella noche había sido de lo más turbulenta para Slade y después de darle
las buenas noches a Mark, siguió a Emily a la cocina en vez de dirigirse a su
habitación. El nunca antes había vivido unas navidades en familia. Nunca había
cortado un árbol de Navidad ni había visto a un niño tan feliz como a Mark.
Poco antes, después de que encendieran las luces del árbol, se le había formado
un nudo en la garganta. Había sentido una enorme tensión en el pecho antes de
ponerse a cantar. El caos que había sentido en su interior, le había recordado de
algún modo que quizá ya llevara demasiado tiempo allí. ¿Qué estaba haciendo él en
aquel lugar al que no pertenecía? ¿Qué estaba haciendo allí como si fuera un
miembro más de aquella familia?
Estaba pensando en irse a su habitación cuando oyó contestar a Emily.
—Hola, Dallas. ¿Ya estás en casa para pasar las navidades?
De pronto, Slade sintió la necesidad de tomarse un vaso de leche… y se tomó su
tiempo para servírselo. De ese modo, pudo enterarse de que Dallas seguía en la
universidad y que llamaba por si ella o Mark necesitaban algo. También debía de
querer asegurarse de que él no les había hecho ningún daño.
En un momento, ella miró hacia él.
—Sí, está aquí todavía. Va a pasar las navidades con nosotros.
Algo después, mientras Slade estaba apoyado en la encimera, tomándose el
vaso de leche, ella colgó el teléfono.
—¿Quería algo especial Dallas?
—No, solo quería saber si todo iba bien. Aquí, los vecinos nos preocupamos los
unos de los otros. ¿No era así en otras zonas en las que has estado?
—Yo siempre que he trabajado en un rancho, he vivido en los barracones, así
que no sé mucho de las costumbres de la gente. Me limitaba a hacer mi trabajo. Pero,
¿estás segura de que Dallas no está un poco lejos para que le puedas considerar un
vecino?
—Que esté lejos, no significa que haya dejado de ser mi amigo. Después de que
Pete muriera, Dallas comenzó a llamarme una vez cada dos semanas. Solo quiere
asegurarse de que estoy bien.
Sus ojos se encontraron.
—¿Cómo está tu pierna? —le preguntó Emily.
—Bien.
—De no ser así, tampoco me lo dirías, ¿verdad?
—Sí, no quiero tirar abajo mi imagen de vaquero duro.
—En cualquier caso, eres un buen hombre —dijo ella, acercándose a él—. Estás
consiguiendo que estas navidades sean muy especiales para Mark.

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—Al contrario, tú y tus hijos estáis haciendo que sean muy especiales para mí
—Slade decidió que lo mejor sería cambiar de tema—. Por cierto, he estado echando
un vistazo al trineo del que me hablaste. He pensado que podía lijarlo.
—Me parece bien, pero solo si me prometes que me dejarás jugar al fútbol con
Mark y contigo.
A él le costaba hacerse a la idea de Emily jugando al fútbol, pero pensó que
sería divertido.
—Te lo prometo.
Y después de decir aquello, se quedaron mirándose el uno al otro, conscientes
de la química que había entre ellos. Tenían que reconocer que algo los unía, quisieran
ellos o no. Slade se moría de ganas de besarla, se moría de ganas de tomarla en sus
brazos, pero no estaba seguro de que pudiera conformarse con eso.
Estaba empezando a pensar que no debería quedarse allí ni un solo día más
después de que acabaran las navidades.
—Me voy arriba —dijo Emily finalmente.
—Si quieres dejarme ese aparato —dijo, señalando al interfono infantil, que ella
llevaba—, así podré estar pendiente de si se despierta Amanda mientras tú acuestas a
Mark. Y si lo hace, la distraeré mientras tú terminas —a Slade le gustaba mucho estar
con la niña.
Al recoger el aparato de manos de ella, sus dedos se tocaron, pero ninguno de
los dos se apartó. Slade pudo ver en los ojos marrones de ella la misma emoción que
lo invadía a él, pero prefirió achacarlo al estado de ánimo en que los había dejado el
encender el árbol de Navidad.
Mientras Emily subía las escaleras, Slade se puso a pensar en su verdadera
familia, en el hermano al que aún no había encontrado y que tanto podía cambiar su
vida.

El día antes de Navidad, Slade estaba volviendo de echar un vistazo al ganado


cuando Mark se acercó corriendo al corral.
—Ven corriendo. Mamá dice que tienes una llamada de teléfono muy
importante —dijo el chico sin resuello.
Solo había una persona que tuviera su número de teléfono, John Morgan, el
padre adoptivo de Hunter Coleburn. Así que Slade corrió hacia la casa. Al entrar,
Emily le señaló el teléfono.
—Es Hunter Coleburn.
Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Emily le pasó un brazo a su hijo
por detrás del cuello.
—Vamos al salón, así dejaremos a Slade hablar tranquilamente.

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—¿Diga? —dijo Slade al auricular.


—¿Slade Coleburn? —preguntó una voz profunda.
—Sí.
—Soy Hunter Coleburn. Acabo de regresar a mi despacho en Londres y me he
encontrado con un mensaje de mis padres. Después de hablar con ellos, me enviaron
por fax tu carta y la foto que incluiste. Si no fuera porque yo soy moreno y, según me
dijo mi padre, tú eres castaño, seríamos idénticos. Al parecer, somos gemelos, Slade.
Slade estaba tan emocionado que no sabía qué decir y, por el tono de voz de
Hunter, tampoco podía estar seguro de qué pensaba él de encontrar a un hermano
perdido.
—¿Y qué piensas tú de todo esto? —preguntó finalmente.
Hubo un silencio.
—Pues ha sido toda una sorpresa. Yo no tenía ni idea de que tuviera algún
familiar vivo. No sabía que… —se detuvo—. Pero esto es un tema difícil para tratarlo
por teléfono y yo no volveré a Estados Unidos al menos hasta dentro de tres
semanas. Me gustaría verte para entonces. Quizá tú puedas ir a Denver o yo podría ir
a Montana.
—Ya hablaremos de ello cuando vuelvas —le aseguró Slade—. Todavía no
estoy seguro de si seguiré aquí para entonces, pero si no es así, ya contactaré yo
contigo. ¿Puedes darme un número donde localizarte?
Hunter se lo dio y Slade lo apuntó en la libreta que había al lado del teléfono.
—Por cierto —había una cosa que inquieta a Slade—, ¿me puedes decir por qué
mantuviste el apellido Coleburn?
—Era mi segundo apellido hasta que tuve veintiún años y entonces decidí
usarlo como primer apellido.
Slade sintió ganas de saber más cosas de su hermano, pero sabía que no les
bastaría una conversación telefónica para satisfacer su curiosidad.
—Papá me contó que estabas trabajando en un rancho en Montana —comentó
Hunter, que también parecía tener curiosidad por él—. ¿Es a eso a lo que te dedicas?
—Bueno, hago un poco de todo. También he trabajado en la construcción. La
verdad es que me gustan los espacios abiertos y llevo toda la vida yendo de un lado
para otro. Y tú, ¿a qué te dedicas?
—Soy experto en jurisprudencia internacional, así que no paro de viajar. Así
que parece que los dos tenemos la necesidad de… vagar por ahí.
Volvieron a quedarse en silencio, como si ninguno de los dos supiera por dónde
empezar.
—Me alegro mucho de que me hayas llamado —dijo Slade finalmente—. No
estoy seguro de si realmente tenía la esperanza de encontrarte.

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—Yo también me alegro de hablar contigo. Ya contactaré contigo cuando sepa


más exactamente cuándo vuelvo.
—Está bien, te mantendré informado de dónde puedes localizarme. Feliz
Navidad.
—Gracias —murmuró Hunter con voz todavía más profunda—. Cuídate, te
llamaré pronto.
Slade sintió un nudo en la garganta al colgar el teléfono. Oyó a Mark subir las
escaleras y se preguntó si Emily lo habría mandado arriba por algún motivo.
Ella entró en la cocina en ese momento con Amanda en sus brazos.
—¿Quieres hablar conmigo de ello? —le preguntó, dándole golpecitos en la
espalda a Amanda.
Él nunca había tenido antes a nadie para hablar las cosas y tampoco había
sentido la necesidad de hacerlo. Un hombre tenía que saber resolver sus propios
problemas. Pero Hunter Coleburn no era ningún problema.
—Parece que efectivamente tengo un gemelo. El padre de Hunter le envió por
fax mi foto y dice que somos muy parecidos.
—¿Y cómo te sientes?
—Extraño. No sé qué era lo que me esperaba, pero ha sido como hablar con un
desconocido.
—Es que realmente no os conocéis. Tendréis que pasar algo de tiempo juntos
para conoceros. ¿Es lo que vais a hacer?
—Él parece que tiene ganas, y yo también. Pero ahora mismo, Hunter se
encuentra en Londres, trabajando, y cree que no volverá hasta mediados de enero.
Así que nuestro encuentro tendrá que esperar.
—¿Qué te ha parecido?
—Parece reservado… y educado. Probablemente no tengamos mucho en
común.
—Bueno, tenéis lazos de sangre, que es algo muy poderoso.
Amanda estaba empezando a revolverse en los brazos de Emily, así que Slade
se acercó y la agarró para jugar un poco con ella. Comenzó a pensar en los lazos que
tenía con su hermano y luego miró a Emily y se dio cuenta de los lazos tan fuertes
que lo unían con ella. Desde la noche en la que habían decorado el árbol, habían
estado más tranquilos el uno con el otro. Todavía seguían temerosos de la química
que los unía, pero ella ya no se sobresaltaba cada vez que él la tocaba
accidentalmente. Quizá por eso, él había aprovechado para pasar con ella todo el
tiempo posible. Habían pintado juntos el trineo de Mark y el día en que ella había
pintado el nombre de su hijo, Slade había aprovechado para envolver los regalos que
le había comprado al chico.
—¿Te gustaría acompañarme a la iglesia esta noche? —le preguntó ella.
—¿Vas a llevar a Amanda?

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—Mavis se ofreció a quedarse con Mark y Amanda si yo… si nosotros…


queríamos ir juntos a la iglesia.
Slade dudaba que Mavis se ofreciera a cuidar a los niños solo para que él la
acompañara a la iglesia, pero en cualquier caso era una oferta que no podía rechazar.
—Me encantará acompañarte. Pero, ¿no se enfadará Mark con nosotros por
dejarlo de lado?
—Él tiene que acostarse a su hora. La misa no empieza hasta las diez y media.
Así que podemos estar de vuelta a medianoche.
De pronto, Slade pensó que no podía ir a la iglesia así vestido. Pero eso tenía
fácil arreglo.
—Tengo que ir esta tarde a Billings. ¿Necesitas algo?
Ella sacudió la cabeza.
—No, no me hace falta nada.

Como era Nochebuena, les llevó más tiempo del habitual acostar a Mark. El
chico estaba excitado, pensó Slade mientras se vestía en su cuarto para ir a la iglesia.
Emily ya había dado también de mamar a Amanda. Slade acababa de ponerse las
botas que se había comprado cuando oyó voces en la cocina. Supuso que era Mavis,
que ya había llegado. Agarró la chaqueta de piel de camello nueva y se la puso.
Luego, salió de su cuarto y se dirigió a la cocina.
Cuando lo vieron llegar las dos mujeres, dejaron de hablar y se quedaron
mirándolo fijamente. Emily se quedó sin habla al verlo con su nueva indumentaria.
Se había comprado, aparte de la cazadora y las botas, unos vaqueros negros, una
camisa blanca y una corbata de lazo.
¿Estaría muy distinto a cuando iba con su indumentaria habitual?
Slade se fijó en que ella también estaba muy guapa con un vestido de manga
larga.
—¿Qué pasa, que me he cortado al afeitarme? —preguntó él al ver que las dos
mujeres seguían mirándolo.
—¿Es que no pueden las mujeres observar a un hombre que se ha arreglado
para salir?
—¿Y tú que dices, Emily?
—Yo, bueno… la verdad es que estás muy cambiado.
—¿Para bien o para mal?
—Casi no te reconozco.
—Pues soy la misma persona, Emily.
—Supongo que deberíamos irnos si no queremos llegar tarde —dijo Emily.

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—Muy bien —contestó él.


Slade tomó el abrigo de Emily y la ayudó a ponérselo. Al estar tan cerca el uno
del otro, él pudo oler el aroma de su champú. Cuando se lo terminó de poner, él no
se apartó inmediatamente y acarició el cabello de ella como accidentalmente.
Ella se volvió para mirarlo mientras él contenía la emoción.
Slade no pudo recordar lo que le dijo a Mavis antes de irse. Durante todo el
camino a la iglesia, no pararon de mirarse el uno al otro en la furgoneta.
—Estás muy guapo —dijo ella finalmente.
—Sí, la verdad es que me he lavado a conciencia.
—Slade…
—No puedo evitar bromear. Tendrías que haberte visto la cara. ¿Estoy
realmente tan distinto con esta ropa?
—No era por eso.
—Entonces, ¿por qué era?
—Creía que estaba empezando a conocerte, pero esta noche parecías tan
distinto que me he preguntado si realmente te conozco.
—Sí me conoces, Emily. Solo porque me haya comprado un poco de ropa no
significa que vaya a ser diferente. Yo no pienso que tú seas diferente porque te pintes
los labios.
—Pues en parte sí me hace ser diferente —se sinceró Emily—. Ponerme un
vestido y pintarme los labios, me hace sentirme más… femenina.
—Tendré que recordarlo —murmuró él, notando que el corazón le latía más
deprisa.
Cuando llegaron a la iglesia, el aparcamiento estaba ya abarrotado de coches. Y
ya dentro, casi todos los bancos estaban repletos. Una familia les hizo sitio en el
extremo de uno de los bancos y, mientras dejaba pasar a Emily, él se dio cuenta de
que había varios ojos curiosos clavados en ellos. Luego, cuando se sentó, vio que
Dallas O’Neill estaba sentado dos bancos más adelante. Por lo que pudo ver Slade,
no había ido nadie con él, o mejor dicho, ninguna mujer.
Hacía mucho tiempo que Slade no iba a misa. La última vez había sido cinco
años atrás en Easter. Había ido con dos muchachos de la cuadrilla de un rancho en el
que había estado trabajando. Pero aquella vez no había sido tan especial como esa
noche. Cuando abrió el libro de himnos y se puso a cantar junto a Emily sintió que su
corazón se conmovía de un modo muy especial. Como no lo había hecho desde que
era niño.
A Slade también le impresionaba el sentido de comunidad que había en
Billings. Todo el mundo se conocía entre sí.
Hubo oraciones para los que estaban enfermos y salmos para los recién casados
y los recién nacidos. A aquello, le siguió el sermón. Emily lo escuchó con las manos
en el regazo, su hombro tocando el de Slade.

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—Me alegro de que me invitaras esta noche —le susurró él al oído.


Ella le sonrió sin decir nada y Slade se preguntó en qué estaría pensando ella.
Quizá en otra navidades o en su marido. Él apenas sabía nada de Pete Lawrence y
sabía que tendría que ser ella quien le informara cuando estuviese lista para hablar
de su matrimonio.
Después del himno final, el párroco salió al pequeño vestíbulo para saludar a
los miembros de la congregación.
Pero antes de llegar hasta él, Dallas le tocó el hombro a Emily.
Ella se fijó en la expresión de Slade cuando Dallas la abrazó.
«Pero si está celoso de verdad de Dallas», pensó, dándose cuenta de que eso la
llenaba de una extraña satisfacción. Aquella noche, al verlo con sus nuevas ropas, le
había parecido el hombre más guapo del mundo. Y toda aquella noche había sido
muy especial. Emily se daba cuenta de que cada vez se sentía más atraída por él.
Incluso cuando estaban escuchando el sermón, le habría encantado que él le agarrara
la mano para sentir su fuerza.
—Feliz Navidad, Dallas —saludó a su viejo amigo.
—Feliz Navidad a ti también —hizo un gesto hacia Slade—, Coleburn.
—Feliz Navidad, O’Neill —dijo Slade secamente.
—Mamá ha dicho que pensaba invitarte mañana a la comida de Navidad —le
dijo Dallas a Emily—. ¿Vendrás?
—Todavía no lo he hablado con Slade. Dile que la llamaré cuando volvamos a
casa y le daré una respuesta.
—Bien, me encantaría que vinieses. ¿Vas a ir a la fiesta de Nochevieja de los
Diamond?
—Un vecino, Amos Diamond —informó Emily a Slade—, que se dedica a criar
caballos, da una fiesta todos los años en el campo de entrenamiento de estos. Viene
mucha gente de los alrededores.
—Parece que debe de estar bien —comentó Slade.
Después de charlar un rato más, Dallas besó la mejilla a Emily y le dio las
buenas noches. Luego, le dio la mano al párroco y se marchó.
Emily presentó a Slade al párroco y luego se marcharon. Emily se extrañó del
silencio de Slade mientras se dirigían a por la furgoneta.
—¿Qué ocurre?
—Si quieres ir a comer a casa de los O’Neill mañana, adelante —dijo Slade
finalmente.
Emily sabía la cantidad de días de Navidad que él había pasado solo, así que
quería pasar el día siguiente con él.
—Pero si tú también estás invitado…

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—Pero por obligación.


—Eso no es verdad, y yo no iré si tú no vienes conmigo. No quiero pasar el día
de Navidad sin ti.
—Eres una mujer muy buena, Emily, pero yo no quiero que te apiades de mí.
—¿Crees que me estoy apiadando de ti? —preguntó ella, mirándolo fijamente.
Como él no contestaba, ella se soltó de su brazo.
—Haremos lo que tú prefieras, Slade. Así que tú serás quien decida si nos
quedamos en casa o vamos a comer con los O’Neill.
—Te diré lo que vamos a hacer —propuso Slade, ya más relajado—, te
acompañaré mañana a casa de los O’Neill y tú serás mi pareja en la fiesta de
Nochevieja.
—Pensé que te marcharías una vez pasara el día de Navidad…
—He estado pensando en ello. Mark me pidió que lo acompañara a la Fiesta
Anual del colegio, la semana que viene, y tú todavía necesitas que te eche una mano
en el rancho. Así que será mejor para todos que me quede hasta que Hunter regrese.
Ella se alegró al oír que iba a quedarse más tiempo.
—Pues bien, entonces iré contigo a la fiesta de Diamond.
Él ladeó la cabeza y la luz iluminó sus ojos, que hasta entonces estaban ocultos
por la sombra de su Stetson. O quizá el brillo que había en ellos no tuviera nada que
ver con la luz, quizá proviniera del deseo que le había invadido a Emily.
—Bueno, entonces tenemos una cita —dijo él con su voz profunda.
Una noche a solas con Slade, pensó Emily, dándose cuenta de que su relación
con él estaba pasando a otro nivel. De pronto, sintió un escalofrío.
De camino a casa, Slade encendió la radio y los acordes relajados de los
villancicos navideños llenaron la furgoneta. Cuando llegaron al rancho, Emily fue a
casa de Mavis para decirle que irían a comer con ellos al día siguiente.
—Cuánto me alegro —Mavis le dio un abrazo a Emily—. Feliz Navidad, Slade
—dijo luego, volviéndose hacia él y dándole la mano—. Espero que te guste el jamón
cocido, porque es lo que vamos a comer manara.
—Sí que me gusta.
Poco después se despidieron de los O’Neill y se fueron a casa.
—Sé que es algo tarde —le dijo Slade al entrar—, pero tengo algo para ti, y me
gustaría dártelo esta noche.
—Slade, no tenías que…
—Es Navidad, Emily. Tú siéntate en el sofá y en seguida estaré contigo.
Pero en lugar de hacer lo que él le dijo, Emily se acercó al árbol y agarró un
paquete que había debajo de él. Luego, se sentó en el sofá y se aseguró de que el

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interfono de Amanda estuviera debidamente encendido. Finalmente, dejó el paquete


sobre la mesa de café.
Cuando Slade entró, ella se fijó en que se había quitado la chaqueta y, sin ella,
sus hombros parecían aún más anchos.
Le dio un regalo envuelto en papel rojo y lazo dorado.
—Adelante, ábrelo.
Al desenvolverlo, vio que era una caja de zapatos. Pero al abrir la tapa, encontró
en ella un ciervo esculpido. Lo tomó en sus manos completamente emocionada.
—Oh, Slade, es precioso. ¿Lo has hecho tú?
—Sí, lo he ido esculpiendo en ratos libres, desde hace muchos años. Me
ayudaba a olvidarme de las preocupaciones.
Emily lo examinó más de cerca mientras las lágrimas asomaban a sus ojos.
—Gracias, es el regalo más bonito que me han hecho nunca —sin pensarlo, se
echó hacia él y le dio un beso en la mejilla.
No era como los besos que se habían dado antes, pero a su manera, también fue
un beso especial. Ella se dio cuenta, al ver los ojos de Slade, que él había sentido lo
mismo. Respirando hondo, agarró el paquete que había dejado sobre la mesa y se lo
dejó sobre el regazo.
Slade lo desenvolvió, descubriendo que eran unos calcetines.
—Me vendrán muy bien para trabajar fuera —dijo, sosteniéndolos entre sus
manos—. Parecen muy calentitos.
Luego, vio el libro. Era un mapa celeste.
—No sabía si todavía conservabas tu viejo libro.
—No, se estropeó al inundarse un barracón en el que estuve viviendo hace unos
cuantos años —luego levantó la vista hacia ella—. Gracias, quizá algún día podamos
salir juntos a mirar las estrellas.
Había algo hipnótico en los ojos azules de él que impidió a Emily apartar la
vista. Slade le quitó el ciervo de las manos y lo dejó, junto con sus regalos, sobre la
mesa de café. Sus movimientos dejaban ver una gran seguridad y con la misma
convicción se inclinó sobre ella y la besó. Luego, se separó ligeramente para examinar
su rostro, antes de volver a besarla con gran pasión. Emily se perdió por completo en
la sensualidad de sus labios y lengua. Pero entonces, oyó un ruido detrás de ella.
Se apartó de él y se pasó una mano por el pelo.
—Es Amanda. Tengo que subir.
Slade asintió y la siguió con la mirada mientras ella recogía el ciervo y se dirigía
a las escaleras.
—Una de estas noches, Emily, nada va a interrumpirnos —dijo él finalmente,
haciendo que ella se quedara sin aliento.

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—Buenas noches —consiguió decir Emily, a pesar de la emoción—. Hasta


mañana —añadió mientras subía las escaleras.
Necesitaba el refugio de su dormitorio. Definitivamente, se había enamorado de
Slade Coleburn. ¿Qué haría cuando él se fuera?

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Capítulo 8
Poco antes de que llegaran a la fiesta de Nochevieja de Diamond, se había
desatado una ventisca de nieve. El día de Navidad había superado todas las
expectativas de Slade. Aún se acordaba del brillo en los ojos de Mark al ver sus
regalos y de sus gritos de alegría mientras los abría uno a uno.
También le había encantado que Emily hubiera puesto el ciervo que le había
regalado dentro de su cuarto. El gesto demostraba que él empezaba a ser importante
para ella.
Ese pensamiento lo extrañó. ¿Querría él ser importante para ella? Hasta ese
momento, él nunca se había quedado demasiado tiempo en ningún sitio. No tenía ni
idea de lo que significaba estar casado y cuidar de los hijos. Pero lo cierto era que se
sentía muy a gusto viviendo con ellos.
Decidió que ya pensaría en eso en otro momento y luego se preguntó si Dallas
O’Neill estaría en la fiesta. Preferiría que no fuera así. El día de Navidad habría sido
perfecto si no hubiera sido por él. Y eso que Slade se había esforzado por ser
educado.
El interior de la pista donde Diamond entrenaba a los caballos y donde se
celebraba la fiesta era impresionante. Había muchas mesas y sillas alineadas
alrededor. Y apiladas por doquier, había balas de heno en las que poder sentarse. Al
final, había un escenario, sobre el que había una banda de música tocando. Una
mujer estaba cantando una conocida balada country.
—¡Menuda fiesta! —exclamó Slade.
—Amos Diamond es un maestro organizando fiestas. Es un hombre muy
respetado en toda la región y sus caballos tienen mucha fama.
—¿Quieres dejar tu abrigo en el guardarropa o prefieres quedarte con él? —le
preguntó Slade.
—Sí, podemos dejarlo aquí.
Cuando Slade la ayudó a quitárselo, sus dedos tocaron los hombros de ella y
sus miradas se encontraron. Desde el día de Navidad, siempre que se habían rozado,
se había producido una descarga eléctrica que los había dejado a ambos
conmocionados.
Luego, se quitó la chaqueta y la dejó junto al abrigo de ella.
Slade llevaba los vaqueros negros y la camisa blanca, junto con su corbata de
lazo y, a juzgar por la mirada de ella, parecía que a Emily le gustaba su
indumentaria.
—Estás preciosa esta noche —le dijo Slade, decidiendo que le gustaba mucho
cómo se había recogido el pelo con un pasador.
Emily se había pintado los labios y llevaba una camisa roja de manga larga con
bordados en el cuello y en los puños, y una falda vaquera.

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—Gracias —murmuró ella, sonrojándose por el cumplido.


—De nada —contestó él con una sonrisa.
Luego, apoyó su mano sobre la espalda de ella y la condujo dentro de la fiesta.
Iban muy juntos y él podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Emily bajo la
camisa. Sintió un hormigueo en los dedos y su cuerpo le dijo que el deseo que lo
estaba torturando tenía que verse satisfecho. Pero quizá no pudiera ser así, debido a
los principios de ella.
Encontraron sitio en una mesa a la que estaban sentados un grupo de personas
a las que Emily conocía. A diferencia de aquellas mujeres del mercadillo del día de
Acción de Gracias, aquellos vecinos no parecían tener ninguna curiosidad por la
relación de Emily con él. Parecía que solo tenían ganas de pasarlo bien, y eso alegró a
Slade.
En ese momento, se formaron varias filas de personas, que se disponían a
bailar.
—¿Quieres bailar? —le preguntó Slade a Emily.
—Sí —contestó ella con una sonrisa.
Él le ofreció el brazo y Emily se levantó y, agarrándose a él, se unieron a la
gente que bailaba.
Durante la hora siguiente, Slade vislumbró una faceta de Emily que no conocía.
Ella no paró de bailar alegremente mientras reía, charlaba y bromeaba con todo el
mundo. Slade, por su parte, se alegraba de que ella, por una noche, se lo pasara tan
bien y dejara atrás sus responsabilidades. De hecho, trataría de que se divirtiera más
a menudo. Bueno, en realidad, trataría de que sucedieran muchas otras cosas.
Cuando terminaron el baile, volvieron a la mesa para tomar una copa y algo de
comer. Pero en ese momento la orquesta se puso a tocar una balada romántica y
Slade quiso tomar a Emily en sus brazos.
—¿Sabes bailar agarrado tan bien como suelto?
—Tendrás que descubrirlo tú —replicó ella, mirándolo seductoramente.
Emily era increíblemente bonita, además de sexy y dulce. Dejó que él la llevara
al centro de la pista y la agarrara. Se habían rozado y agarrado brevemente durante
los bailes sueltos, pero bailar juntos era muy diferente. Slade tomó la mano de ella y
se la puso en el pecho para que notara el latido de su corazón. El olor que emanaba
de ella era más embriagador que un whisky añejo y el deseo en Slade se hizo más
intenso y profundo a medida que pasaba la noche. Era un sentimiento más profundo
que la mera atracción sexual y Slade casi no lo entendía. Estaba relacionado con
pasar las fiestas en familia y con el sentimiento de pertenecer a un lugar… a una
persona.
¿Cuántos años había estado diciéndose que era un solitario y le gustaba ser así?
Pero tener a Emily en sus brazos y disfrutar del modo en que ella le hacía sentirse,
era algo totalmente nuevo para él.

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Los senos de ella se apretaban contra su pecho suavemente. Slade le colocó una
mano en la cintura y ella lo miró. En ese momento, pareció que el tiempo se detenía.
Slade inclinó la cabeza y, como era consciente de que los vecinos estarían mirando,
no la besó, sino que la rozó con los labios en la frente. Notó el cabello sedoso de ella
contra su mandíbula y tuvo una sensación más erótica que si la hubiera besado. La
acercó un poco más, apretó su cintura y ella colocó las manos alrededor de su cuello.
Más que bailar, se mecían abrazados. La proximidad parecía necesaria, porque era
parte de lo que estaban empezando a ser… de lo que cada uno estaba empezando a
ser para el otro. Slade tuvo que hacer un gran esfuerzo para no olvidarse de los
vecinos y besarla allí mismo.
Para Emily, la música, las voces y el olor a heno y comida eran una realidad
borrosa. En ese momento, Slade llenaba todo su mundo con poder, energía y una
sensación de protección que le agradaba extrañamente. Ella jamás había querido que
nadie la protegiera, pero con Slade muchas cosas habían cambiado. Un
estremecimiento en su vientre le confirmaba que ese hombre podía excitarla hasta
límites insospechados. Sus miradas, sus caricias suaves y su olor, la excitaban tanto,
que le daba miedo. Pero esa noche no se estaba dejando asustar por esa sensación.
Esa noche sentía la necesidad de arriesgarse. Y por el modo en que Slade la abrazaba,
también él parecía tener ganas de arriesgarse.
Pero, de repente, Slade se apartó de ella. Emily miró hacia arriba y descubrió
por qué. Dallas estaba allí, mirándolos con una expresión seria y decidida.
—¿Interrumpo?
—Eso tiene que decirlo Emily —contestó Slade.
Emily no quería separarse de los brazos de Slade, pero tampoco podía ofender a
Dallas. Además, tenían toda la noche por delante y un descanso les vendría bien a los
dos. Cuando asintió y esbozó una sonrisa a Dallas, Slade la soltó. Emily sintió frío.
Miró a Slade y, por la expresión de sus ojos, se dio cuenta de que se había
equivocado.
—¿Seguiremos luego? —le propuso ella antes de que diera la vuelta para
marcharse.
—Estaré esperando —contestó él con expresión más tranquila.
Dallas la agarró de una manera menos íntima.
—¿Te lo estás tomando en serio? —quiso saber Dallas.
—No sé muy bien a qué te refieres.
—No juegues conmigo, Emily. ¿Te estás enamorando de él?
Emily se quedó mirando el rostro de su viejo amigo.
—Somos amigos desde hace mucho tiempo, pero me resulta extraño hablar de
Slade contigo.
—Eso lo dice todo. Me imagino que es inútil que te advierta que vas a sufrir.
—Soy adulta y sé que Slade seguirá su camino, si es a eso a lo que te refieres.

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—No sabía que eras ese tipo de mujer, Emily.


—¿Qué tipo de mujer? —preguntó Emily, parándose en seco.
—No importa —murmuró Dallas, visiblemente incómodo.
—¿El tipo de mujer que se acuesta con un hombre y luego se olvida de él? —
preguntó enfadada—. Si no me equivoco, a los hombres les encanta eso. No veo
ningún anillo en tu dedo. ¿Vas a decirme que te estás reservando para la mujer
adecuada?
—Claro que no —contestó Dallas con las mejillas rojas—. No debería haberte
dicho nada, lo siento. Y ahora, ¿seguimos bailando o vas a quedarte en medio de la
pista sin moverte?
Emily arrugó la nariz y comenzó a moverse.
—Y entonces, ¿cuándo volverás a casa para quedarte?
—A finales de agosto, espero. Pero vendré algunas veces antes de eso. He
decidido construirme una casa en la cima, con vistas a los pastizales del norte.
—¿Qué tipo de casa?
—Una casa de madera. Quizá tú puedas ayudarme a decorarla —contestó
sonriente.
—¿No quieres que te la decore una de esas mujeres de la capital?
—Ya sabes lo que pienso de las chicas de la capital, Emily.
La música cesó y se separaron. Dallas la miró con cariño.
—Te deseo lo mejor, Emily. Lo sabes, ¿verdad? Quiero que seas feliz.
—Lo sé, Dallas. Gracias por preocuparte por mí. Eso significa mucho para mí.
El rostro del hombre adquirió una expresión extraña que Emily no entendió.
Pero fue muy breve y Emily pensó que habían sido imaginaciones suyas, ya que
Dallas volvió a sonreír.
—Diviértete con Slade si eso es lo que quieres. Y si no te vuelvo a ver hoy, ya te
diré cuándo empezaré con la casa.
Emily se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Dallas se marchó hacia la
entrada y, desde allí, le hizo un gesto de despedida con la mano. Al parecer no iba a
quedarse más tiempo en la fiesta. Emily le deseó que encontrara pronto a alguien
especial.
Cuando Emily fue hacia la mesa, Slade estaba hablando con el hombre que
estaba a su lado.
—¿Se ha ido Dallas? —preguntó, levantándose.
—Parece que sí.
—Bien, así no nos volverán a interrumpir. Parece que van a tocar otra lenta.
¿Estás preparada?

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Emily estaba preparada para ser de nuevo agarrada por los brazos fuertes de
Slade. Y, quizá, para algo más.
De modo que siguieron bailando toda la noche, haciendo de vez en cuando
descansos. Era medianoche cuando salieron de la pista de baile y Slade la llevó hacia
una pila de balas de heno.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, cuando finalmente terminaron en un rincón.
—No pasa nada malo. Solo que se me ocurrió que podíamos estar un rato a
solas ahora que ha pasado la medianoche.
—Pues creo que es una idea estupenda.
Pero al ir a besarse, oyeron risas.
—Me parece que alguien más ha tenido la misma idea.
Emily se apartó de Slade y miró en la oscuridad. Allí estaba Sharon Conner, una
antigua compañera del colegio, al lado de un hombre alto.
—Hola, Sharon —saludó con timidez.
—Buscaremos otro rincón —replicó la mujer castaña con una sonrisa—. Emily
estaba casada con Pete Lawrence. He oído que el hombre con el que está ahora es un
vagabundo, pero cualquiera será mejor que Pete —oyó Emily que explicaba a su
acompañante.
Emily entonces se quedó pensativa. ¿Por qué había ido allí con Slade, si sabía
que todos hablarían de ella? ¿Cómo había podido pensar que iba a pasárselo bien y
que aquello no era asunto de nadie más que de ellos dos?
—¿Emily? —Slade estaba mirándola con los ojos muy fijos.
—Mejor que nos vayamos.
—¿Qué quería decir esa mujer? —replicó él, agarrándola por los hombros.
—Este no es lugar…
—Creo que es hora de que me hables de tu matrimonio —gritó Slade para
hacerse oír por encima de la música y las voces—. Podemos retrasarlo una hora si
quieres seguir bailando, pero vamos a hablar de ello esta misma noche.
Emily se dio cuenta de que ya no iba a poder evitar por más tiempo las
preguntas de Slade. Y aunque una parte de ella se rebeló contra la firme decisión del
hombre, otra parte admitía que tenía que contárselo todo cuanto antes.
—No me apetece bailar más. Vamos a casa.
Regresaron en silencio. Hacía mucho viento y, a pesar de llevar la calefacción
encendida, el interior de la camioneta estaba frío. Emily iba pegada a su puerta, como
si necesitara espacio y estuviera muy lejos de allí. Slade dejó el interrogatorio para
cuando llegaran al rancho.
Como hacía tanto frío, Slade dejó a Emily en la puerta y fue a aparcar. Rod y
Mavis se habían quedado cuidando a Amanda y estaban viendo la televisión.

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Al volver, Slade oyó a Mavis hablar con Emily.


—Amanda se acaba de quedar dormida. A Mark le dejamos quedarse hasta las
diez. Estuvimos jugando a las cartas con él.
Emily les dio las gracias y una hogaza de pan de arándanos que había hecho
aquella misma tarde. Luego, se despidieron todos con besos y deseándose un feliz
Año Nuevo.
Y entonces, se quedaron solos.
Slade se quitó la corbata y la dejó sobre la mesa. También se desabrochó los dos
botones superiores de la camisa.
—Me imagino que querrás echar un vistazo a los niños.
Ella asintió.
—Subiré yo también por si Mark se despierta —añadió.
Emily le precedió escaleras arriba. Mark estaba dormido profundamente, pero
como se había destapado, Slade se acercó a la cama y lo tapó.
Si fuera su padre, haría aquello todos los días y jamás se cansaría. Pero no sabía
qué era ser padre. Nadie lo había enseñado. Además, para ser padre, tienes que
quedarte en un mismo sitio durante mucho tiempo.
Cerró la puerta de Mark y vio que la habitación de Emily estaba abierta. Se
acercó y vio que la mujer estaba junto a la cuna, mirando a la niña. Slade se quedó
allí al lado de ella, consciente del palpitar de su corazón, consciente de la respiración
de Emily, que movía sus senos arriba y abajo, consciente de la pequeña en la cuna…
—Es un milagro, ¿verdad, Slade? Cuando la tengo en brazos, cuando le doy de
comer, a veces no puedo creérmelo. Y tú ayudaste a que viniera al mundo.
Quizá aquel había sido el momento de su vida del que más orgulloso se sentía.
Pero al mirar a la niña, recordó que esta era el fruto de la unión de Emily y Pete
Lawrence y no pudo esperar un minuto más.
—¿Sigues amando a tu marido?
Los ojos de Emily se abrieron de par en par.
—No, no amo a Pete. Antes de que muriera… mis sentimientos hacia él habían
desaparecido ya.
Slade pensó que era mejor comenzar por el principio.
—¿Cómo os conocisteis?
Emily se sentó en el borde de la cama.
—En el instituto. Él era dos años mayor que yo. Cuando terminó, encontró
trabajo en un almacén de Billings. Ya salíamos juntos en el instituto y, cuando yo
terminé, nos casamos. Nunca me di cuenta de que…
—¿De qué?

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—De que Pete no era el hombre que yo pensaba. No pasó nada terrible entre
nosotros, pero Pete… creo que nunca aceptó las responsabilidades que conlleva el
estar casado y ser padre. Después de la boda, nos vinimos a vivir con mi padre. En
seguida me di cuenta de que Pete no iba a esforzarse por cooperar en el trabajo. Mi
padre nunca dijo nada, pero yo sé que se preocupaba por mí. Pete quería que yo
cuidara de todo, desde la colada hasta…
—¿El sexo?
—No quiero hablar de eso —dijo ella, visiblemente ruborizada—. Creí que tener
un hijo cambiaría las cosas, pero cuando Mark nació, nada cambió, excepto que yo
tenía mucho más trabajo. Traté de que fuera feliz, traté de darle todo lo que
necesitaba, pero él apenas hablaba conmigo… solo veía la televisión, eso si no estaba
fuera. El año antes de su muerte, comenzó a beber. Por eso tuvo el accidente.
Había muchas más cosas que Slade quería saber, pero se dio cuenta de que sería
mejor esperar a otro momento. No quería ofender a Emily ni a su orgullo. Pero sí le
preguntó por qué no se había divorciado.
—Yo creía en el matrimonio. Creía que si seguía intentándolo… En cualquier
caso, Amanda fue un accidente. Incluso me enteré de que estaba embarazada
después de que Pete muriera.
—Yo no sé mucho de matrimonios, pero me imagino que es responsabilidad de
los dos. ¿Te trató… mal alguna vez?
—Oh, no, jamás. Pero, aun así, mis sentimientos hacia él cambiaron. Le perdí el
respeto. Después del primer año de matrimonio, me di cuenta de que me había
equivocado totalmente. Yo quería seguridad, como mis otras amigas, y pensé que,
como él era mayor, podría dármela. Pero ahora me pregunto si alguna vez estuve
enamorada de él. Decidí no pasar nunca más por ello y mantener siempre la cabeza
fría.
—No fue cariñoso con Mark, ¿verdad? —preguntó Slade tras un silencio.
—Tú le has dedicado más tiempo y cuidados desde que estás aquí que Pete en
toda su vida.
La mirada de Emily hizo que a Slade le costara respirar. Se acercó a ella y como
no se apartó, le pasó un brazo alrededor de los hombros.
—No nos hemos deseado feliz año. ¿Te apetece que lo hagamos ahora?
—Sí —susurró ella.
Cuando la besó, no fue suficiente. Durante la fiesta, él había intentado seducirla,
despacio, profundizando la relación que estaba naciendo entre ellos. Pero en ese
momento era incapaz de ir despacio y ambos se vieron envueltos en el mismo deseo
apasionado y desenfrenado. Las sombras de la habitación, el silencio de la noche y el
viento golpeando contra la ventana, invitaban a la intimidad. A un beso siguió otro y
después otro que pareció durar eternamente. Slade acarició el cabello de Emily y, sin
darse apenas cuenta, de repente se encontró tumbado en la cama, acariciándola por
todas partes. Ella era más dulce que la miel y su piel, tan delicada como los pétalos
de una flor. La cabeza le daba vueltas y todo el cuerpo le dolía por el deseo.

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No pudo aguantar más y comenzó a desabrocharle los botones de la blusa. Uno


por uno. Ella, a su vez, le sacó la camisa del pantalón y acarició su pecho. Slade soltó
un gemido y ella, entonces, comenzó a jugar con su vello.
Pero cuando él le tocó los senos, ella se detuvo.
—Slade, no puedo —dijo, incorporándose—, quiero decir que estoy dándole
todavía el pecho y…
—Ya sé que estás dándole el pecho, Emily. No me dices nada nuevo. ¿Te
refieres a que tengo que tener cuidado?
—No, estoy diciendo que no puedo.
—¿Qué es lo que no puedes, Emily?
—Pensé que podíamos estar aquí, simplemente besándonos y tocándonos,
pero…
—¿Es demasiado pronto? —preguntó, tratando de encontrar una razón lógica
para su reacción.
—No, Slade, no es eso. Aunque pudiéramos, si lo hiciéramos, todo cambiaría.
Yo cambiaría. No soy una mujer que pueda acostarse con un hombre y a la mañana
siguiente olvidarme de ello. ¿No lo entiendes?
Claro que lo entendía, y deseaba con toda su alma poder cambiarlo. Pero sabía
que era imposible. Emily era así.
—¿Y entonces qué es lo que estaba pasando hace un rato?
—Pensé que iba a poder hacerlo, pero, lo siento, debería de conocerme mejor.
Slade se levantó y estiró las piernas.
—No tienes por qué disculparte. Ninguno de los dos tiene que disculparse. Esto
ha ido surgiendo desde que llegué y quizá tendría que empezar a pensar en
marcharme. Le prometí a Mark que me quedaría hasta la Fiesta Anual de su colegio y
lo haré, pero me iré a finales de enero.
Ella se quedó en silencio durante unos segundos. Luego, se abrochó la blusa.
—Si crees que será lo mejor…
—Lo creo. Por todos. Pero creo que será preferible no decírselo a Mark todavía.
Esperaremos a que se acerque el momento —declaró, levantándose.
—Muy bien, si eso es lo que quieres —dijo ella con tono educado.
Y él deseo que siguiera hablando, aunque no sabía muy bien lo que quería oír.
Ya en la puerta del dormitorio, Slade se detuvo un momento y miró hacia la
cuna. Luego, fue abajo y pensó que el nuevo año había empezado fatal.

De camino a Denver, Hunter Coleburn estaba impaciente por llegar y llamar al


hermano al que tenía decidido conocer. Era la primera semana del nuevo año y,

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después de mirar por la ventanilla del avión privado, Hunter volvió a concentrarse
en los papeles que tenía en la mano. Había conseguido finalizar las negociaciones
antes de lo esperado y, aunque normalmente habría tenido que esperar hasta el día
siguiente para volver a Denver, su cliente, en Nueva York, le había ofrecido que
usara su avión privado. Y Hunter tenía razones importantes para querer llegar lo
antes posible. Aunque tenía la mirada fija en el contrato que estaba formalizando, no
podía dejar de pensar en Slade Coleburn.
Se había quedado atónito al descubrir que tenía un hermano gemelo.
Era, probablemente, la cosa más importante que le había sucedido en su vida.
Bueno, la segunda. La primera fue…
Trató de evitar acordarse de Eve Ruskin, como había estado haciendo durante
los últimos cinco años, y pensó en su infancia. Una infancia en la casa de una familia
que nunca sintió como la suya. John y Martha Morgan le habían dado cariño y un
hogar junto a sus dos hijos, pero Hunter siempre se había sentido diferente a su
hermano Larry y a su hermana Jolene. Larry siempre había estado recordándole a
Hunter que no era hijo natural de sus padres y los ojos de John nunca brillaban con el
mismo orgullo cuando miraba a los dos chicos. Eso produjo en él un continuo
sentimiento de soledad que nunca lo abandonó.
Cuando sus padres lo habían llamado a Londres antes de Navidad, finalmente
le habían confesado el secreto largamente guardado.
La conversación quedó grabada en su mente.

—Hunter, tu madre y yo tenemos que decirte algo. Ella está en el otro teléfono
—había dicho John Morgan.
Hunter había notado inmediatamente un nudo en el estómago. ¿Habrían
reñido? ¿Les habría pasado algo a Larry o a Jolene? Pero en seguida oyó la voz de su
madre.
—Hunter, hay algo que hemos mantenido en secreto durante todos estos años.
Pensamos que era lo mejor, pero…
—¿Qué es, mamá?
—Tienes un hermano gemelo —contestó su padre.
—¿Un hermano gemelo? —repitió sorprendido.
—Se llama Slade —continuó John Morgan—. Es un poco difícil hablar de ello
por teléfono, pero él ha estado buscándote. Puso un anuncio en el periódico y yo le
escribí. Hemos recibido una foto suya y… os parecéis mucho. La única diferencia es
que él es castaño y tú moreno.
Hubo una pausa.
—¿Por qué no me lo dijisteis nunca?

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—No sabíamos si él seguía vivo —respondió su padre—. Nosotros pensamos


adoptaros a los dos, pero sucedieron ciertos imprevistos que lo impidieron. Slade
contrajo una neumonía y fue hospitalizado. Al principio, parecía que no respondía al
tratamiento. Tu madre, por aquel entonces, se quedó embarazada y a mí me salió un
trabajo en Montana. Tuvimos que tomar una decisión, Hunter. Por otro lado, el
orfanato no nos dejó seguir con el proceso de adopción estando Slade tan enfermo.
También nos aseguraron que si se recuperaba, le buscarían una buena familia.
Nosotros, en realidad, estábamos bastante mal de dinero, con el niño que venía de
camino y teniéndonos que mudar…
—Así que abandonasteis a Slade.
—Sí.
Hunter dio un suspiro profundo.
—¿Tenéis un teléfono en el pueda localizarlo?
—Sí. Está en el rancho Double Blaze, cerca de Billings —le había explicado su
padre después de darle el teléfono.
—¿Hunter?
—Sí, mamá.
—Hablaremos de esto cuando regreses.

Y justo en ese momento, estaba regresando al fin, pero, ¿qué había que hablar?
Habían abandonado a su hermano y Hunter no sabía si les podría perdonar algún
día.
Hunter no era una persona que creyera en la telepatía. No creía en lo que no
pudiera ver, tocar o sentir, pero en cuanto escuchó la voz de Slade… Quizá conocer a
Slade llenaría el vacío que había en su interior, del mismo modo que había hecho Eve
años antes.
Pensó en ella. Normalmente solo lo molestaba en sueños, no cuando estaba
despierto.
Trató de olvidarse una vez más de ella, y volvió a pensar en su hermano.
El piloto anunció que estaba nevando en Denver, pero añadió que el aeropuerto
estaba abierto. Aterrizarían en unos diez minutos. Hunter recogió sus papeles y
admitió que no había estado muy concentrado en su trabajo. Frunció el ceño y metió
los papeles en su maletín. Luego, se bajó las mangas y se abrochó los puños, deseoso
de aterrizar y llamar a su hermano. En su impaciencia, se olvidó de abrocharse el
cinturón mientras planeaba un viaje a Montana para quedarse el máximo tiempo
posible. Una semana, quizá diez días. Tenía una cita muy importante el día veinte.
Apenas había empezado a descender el aparato cuando, de repente, comenzó a
bajar demasiado deprisa. Hunter fue arrojado fuera del asiento y, cuando el avión
chocó contra algo, se golpeó la cabeza contra el suelo y todo se volvió oscuro.

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Capítulo 9
Emily colocó un barreño de ropa recién lavada sobre la mesa de la cocina. De él,
sacó un calzón que dobló y, sin poder evitarlo, recordó lo que había sucedido en
Nochevieja y la distancia que se había abierto entre ellos desde entonces. Sufría
cuando pensaba en que Slade se iba a marchar pronto. Aquella noche, había
descubierto que lo amaba lo suficiente como para haber hecho el amor con él, como
para pasar con él el resto de su vida. Pero él no era de ese tipo de hombres a los que
les gustaba formar una familia. Slade no quería comprometerse con nada ni nadie y
ella no se conformaría con menos.
Era casi la hora de la cena cuando la puerta de la cocina se abrió y Mark
apareció corriendo. Había estado ayudando a Slade con los animales.
—Slade dice que vamos a ganar el viernes. ¿Crees que es posible, mamá?
Faltaban dos días para la Fiesta Anual del colegio y Mark estaba tan excitado,
que llevaba diez días hablando de ello.
La puerta de la cocina volvió a abrirse y Slade entró.
—Creo que lo importante no es ganar, sino divertirse y participar —le dijo
Emily a su hijo.
—Tu madre tiene razón, Mark. No importa si ganamos o no —el hombre se
acercó al niño y le revolvió el cabello—, pero también es cierto que ganar sería
agradable. Y si nos esforzamos, no hay razón por la que no podamos conseguirlo.
El teléfono sonó en ese momento y Slade contestó.
Emily sabía que esperaba una llamada de su hermano. Slade había estado
nervioso durante aquellos días y Emily sospechaba que se iría antes de que terminara
el mes.
Emily se dio cuenta de que había pasado algo grave por la expresión de Mark y
porque no decía nada. Mark seguía hablando y Emily le dio varias prendas de ropa y
le ordenó que las llevara a la habitación de Slade.
—Entiendo —contestó Slade—. Llegaré mañana, no sé a qué hora —después de
quedase en silencio de nuevo durante un rato, volvió a hablar—. No se preocupe,
alquilaré un coche e iré directamente al hospital. Si él… No importa. No se preocupe,
señor Morgan… también aquí rezaremos.
En el momento en que Slade colgaba el teléfono, Mark volvió a la cocina.
La expresión de Slade era sombría y se acercó al muchacho.
—Siéntate, socio. Tengo que decirte algo. ¿Te acuerdas que te dije que tenía un
hermano al que iba a conocer pronto? Ha tenido un accidente ayer y está grave.
Sigue inconsciente y los médicos temen… —Slade se aclaró la garganta—. Tengo que
ir a Denver cuanto antes.
—¿Y volverás para el viernes?

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—No, no estaré aquí el viernes. Sé que te había prometido estar contigo, así que,
cuando vuelva, te recompensaré de alguna manera.
Emily fue hacia ellos y tomó cariñosamente al niño por los hombros.
—Mark, esto es algo que Slade no puede evitar. Tienes que intentar entenderlo.
—No lo entiendo. Dijiste que ibas a estar y no va a ser así —el niño se soltó de
su madre y salió corriendo hacia las escaleras.
Slade se pasó una mano por el rostro con un gesto de cansancio.
—Sé que el chico esperaba que me quedase, pero no puedo esperar al sábado
para marcharme. Hunter regresó ayer en el avión privado de algún colega. Debido a
la nieve, tuvieron problemas al aterrizar y chocaron contra un camión. Hunter se ha
roto la pierna y lo han operado, pero lo peor es que no se ha despertado todavía y no
saben si lo hará. Su padre está destrozado.
—Mark lo entenderá —contestó Emily, sin tener la seguridad de que así fuera.
—¿Tú crees? ¿Y serás capaz de arreglártelas mientras estoy fuera? Me siento
como si te estuviera abandonando.
—De todos modos, pensabas irte a finales de mes.
Y Emily también pensaba que no volvería ya de Denver. Los hombres como él
van de un lugar a otro sin mirar atrás.
—Tengo que llamar al aeropuerto. Probablemente, no conseguiré encontrar
ningún vuelo hasta mañana por la mañana —declaró con voz ronca, sacando la guía
de teléfonos de un cajón y poniéndola sobre la encimera con un golpe seco.
El corazón de Emily pareció romperse en dos. Amaba a ese hombre y no quería
que se fuera de allí nunca. Pero sabía que no podía hacer nada para impedirlo.

Slade trató de hablar con Mark aquella noche y también al día siguiente por la
mañana, pero el chico no entendía que tuviera que marcharse. Solo sabía que aquel
hombre al que tanto cariño había tomado, no cumpliría su promesa de quedarse para
la fiesta.
Slade se despidió de Emily con brevedad. No la había acariciado ni besado
desde la víspera de Año Nuevo porque pensaba que ella así lo quería. Pero dejarla en
ese momento fue más duro de lo que jamás había imaginado. Le prometió llamarla
en cuanto supiera cuándo regresaría, pero ella lo miró de un modo extraño que
provocó en él una enorme desazón.
Al alejarse de la casa, miró por el espejo retrovisor y vio a Emily de pie en el
porche. Durante el vuelo a Denver, Slade sintió como si hubiera dejado una parte de
sí en el rancho Double Blaze. A pesar de eso, poco después, sus pensamientos se
centraron en Hunter y en lo que se encontraría al llegar al hospital.
Horas después, en un coche alquilado, llegaba al hospital donde estaba
internado Hunter. Notó un nudo en la garganta al detenerse en la entrada. Un

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hombre elegante, de pelo castaño, estaba sentado al lado de la cama de Hunter. Tenía
la ropa arrugada y Slade se preguntó si habría estado allí toda la noche. También
había una mujer de pelo rubio canoso, que estaba al otro lado de la cama y tenía la
mano del enfermo entre las suyas. Finalmente, Slade miró al hombre que estaba
tumbado. Tenía una pierna escayolada y en alto, y algunos moretones y rasguños en
la cara. En la nariz, tenía un tubo de oxígeno. Parecía dormir. Si no fuera por su pelo
negro, Slade habría pensado que se estaba mirando al espejo.
Se oyó una exclamación y Slade descubrió que la mujer lo había visto.
—¡Oh, cómo os parecéis! —la mujer se levantó inmediatamente y se acercó a
Slade.
Este se quitó el sombrero y le dio la mano.
—Soy Slade Coleburn, señora.
Ella tomó la mano de él entre ambas suyas.
—Yo soy Martha Morgan. Nos alegramos mucho de que haya podido venir.
El marido de la mujer también se levantó y fue a su encuentro.
—No hay ningún cambio en el estado de Hunter. Los doctores siguen sin saber
si va a recuperar la conciencia —le informó el hombre, cuya expresión delataba un
gran sufrimiento—. Nuestra hija ha ido a casa a cambiarse de ropa y comer algo. Y
Larry… no vendrá hasta la noche —John pasó un brazo alrededor de los hombros de
su esposa y miró a Hunter—. Nosotros vamos a tomar un café.
Le iban a dejar solo con su hermano y Slade se lo agradeció. Eso no era el
encuentro que él había soñado, pero trató de esbozar una sonrisa al matrimonio y,
cuando estos se fueron, Slade avanzó hacia la cama y se detuvo al pie de esta. Ese era
su hermano gemelo. Tomó la silla que había ocupado poco antes John, y se sentó,
buscando palabras que no encontraba. Le resultaba imposible decir todo lo que
estaba pensando.
—Estoy aquí, Hunter —fue lo único que consiguió decir, tocando el brazo de su
hermano.

Aquella noche, Slade conoció a los hermanos de Hunter. Al igual que habían
hecho los padres, Jolene Morgan lo saludó con cariño. Larry, sin embargo, le dio la
mano, pero parecía estar muy lejos. Era rubio, como su madre, pero no tenía su
personalidad y se mantuvo distante. Slade imaginó que estaba preocupado, como los
demás. ¿Querría Hunter establecer una relación con él, a pesar de tener tanta
familia?, se preguntó Slade.
El viernes por la tarde, se sentó de nuevo al lado de la cama de Hunter mientras
los Morgan se iban a descansar un rato. John y Martha habían insistido en que se
quedara en su casa la noche anterior, en vez de en un hotel. Al principio, Slade había
rechazado su ofrecimiento, pero había cambiado de opinión al ver que ellos se
enfadaban. Jolene, además, lo había llevado aparte y le había explicado que su madre

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necesitaba cuidar de los demás y que el tenerlo en casa la ayudaría. De manera, que
Slade dejó que le hiciera una tortilla mientras que él le hablaba de su vida a grandes
rasgos. John se había quedado toda la noche en el hospital y había vuelto a casa por
la mañana para dormir un poco. Jolene se había quedado con Hunter. Después de
desayunar, Slade llevó a los Morgan al hospital.
A eso de las dos, John y Martha dieron un paseo y volvieron a dejar a Slade a
solas con su hermano. Slade no pudo evitar sentir tristeza al pensar que Mark estaría
en esos momentos haciendo un muñeco de nieve. Seguía sintiéndose mal por haberse
ido, pero como había dicho Emily, no hubiera tardado mucho tiempo en hacerlo
definitivamente.
Miró a su hermano, deseando que viviera, que recuperara de nuevo la salud. Y
de repente, entendió que quizá desearlo no era suficiente. Quizá tenía que decírselo.
—Hunter, sé que tus padres te hablan, pero yo me siento un poco estúpido
haciéndolo. Aun así, creo que es hora de que no me preocupe por tonterías. Eres el
hermano al que nunca conocí, la familia que nunca tuve. No puedes morirte ahora
que nos hemos encontrado. Hunter, ¿puedes oírme?
Slade miró a su hermano, buscando una señal de que lo había oído. Creyó notar
un movimiento sutil en los párpados.
—¿Puedes oírme, Hunter? Demuéstramelo de alguna manera. Despierta para
que yo pueda conocerte.
Al principio no hubo respuesta, pero unos segundos después, Hunter Coleburn
abrió los ojos. Estos se posaron en los de Slade, quien, emocionado, no pudo decir
nada.
—Me alegra… conocerte… hermano —dijo en voz baja Hunter.
Slade sintió ganas de gritar para que fueran la enfermera y los Morgan, pero
solo pudo apretar el brazo de Hunter.
—¿No sabes que es peligroso aterrizar cuando nieva?
El enfermo esbozó una sonrisa triste.
—Quería llegar a casa cuanto antes… para llamarte. ¿Está bien el piloto?
—Está bien, aunque muy nervioso. ¿Cómo estás tú?
—Me duele mucho la cabeza y tengo sed.
Slade le sirvió un vaso de agua y lo ayudó a bebérsela a pequeños sorbos. Se
miraron y Slade notó una unión entre ellos que jamás había sentido con nadie.
—Tus padres han ido a dar un paseo. Volverán en seguida.
Hunter se acostó de nuevo.
—Anoche conocí a tus hermanos —añadió Slade para dar tiempo a Hunter a
que se orientara. Pero Hunter estaba totalmente consciente.
—¿Qué te han parecido?

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Antes de que pudiera contestar, la enfermera entró corriendo, contestando a la


llamada de Slade por medio del interfono. Examinó las constantes vitales de Hunter
y esbozó una sonrisa.
—Llamaré al doctor.
Cuando se hubo ido, se miraron y sonrieron.
—Es extraño, ¿verdad? —comentó Hunter.
—¿Te refieres a enfrentarte a ti mismo? Claro que lo es. Yo imaginaba que no
nos parecíamos tanto. Hemos llevado vidas tan diferentes…
—Quizás sí.
Hubo un silencio largo.
—Bueno, me ibas a decir qué pensabas de mi familia —le recordó Hunter.
—Tus padres son estupendos y Jolene también me hizo sentirme bien recibido.
Con Larry, no estuve mucho tiempo.
Hunter cerró los ojos unos minutos. Luego, volvió a abrirlos para mirar
fijamente a Slade.
—Siempre me sentí adoptado. Y por eso… siempre me he sentido solo. Me
imagino que no es fácil de entender.
—Sé lo que es sentirse solo. Lo he sentido toda mi vida. Pero al verte… al saber
que estás ahí, sé que todo cambiará.
Hunter asintió y ambos volvieron a quedarse en silencio unos minutos, como
tratando de asimilar las palabras.
—¿Te han contado papá y mamá lo que pasó? ¿Por qué nos separaron?
Slade hizo un gesto negativo.
—Ya habrá tiempo para todo. Te lo tienen que contar ellos mismos —dijo
pensativo Hunter—. ¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
—Ahora no tengo mucho tiempo, ya que tengo que resolver algunos asuntos en
Montana, pero volveré más adelante.
Primero tenía que asegurarse de que Emily podía arreglárselas bien sin él.

La factura del hospital por el nacimiento de Amanda llegó el día que Slade se
fue, poniendo a Emily en un grave aprieto. Y aunque no fue solo por la factura, sí
que esta fue la gota que colmó el vaso e hizo que Emily sacara de su cartera la tarjeta
del agente inmobiliario y lo llamara. Este se alegró de hablar con ella y acordaron
verse ese mismo día.
El domingo por la tarde, Emily sacó todas las facturas del año anterior y las
puso sobre la mesa. Pete había hipotecado el rancho y ella no podía seguir
haciéndose cargo de los pagos. Había sido una tontería pensar que podía hacer frente

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ella sola al rancho con dos niños pequeños a su cuidado. Pero había querido
intentarlo… Ella había crecido allí y la idea de perderlo…
Las lágrimas empañaron los ojos de Emily, pero sabía que en ese momento no
podía ser débil. Tenía que ser fuerte para darles un futuro a sus hijos. Se irían a vivir
a Billings y buscaría trabajo en una tienda o en una oficina. Quizá podía hacer un
curso de informática. Haría todo lo posible para ofrecer a sus hijos una vida cómoda
y segura.
En ese momento, sonó el teléfono y su corazón dio un vuelco. Tomó el
auricular, tratando de no desear que fuera Slade. ¿Por qué iba a llamarla si estaba
segura de que no regresaría?
—¿Emily? —dijo una voz grave, que ella reconoció inmediatamente.
—Hola, Slade —contestó, tratando de pensar que era un simple desconocido
que había contratado para que trabajara en el rancho.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Qué tal se lo pasó Mark en la fiesta del colegio?
—No fue. Le dije que podía llamar a Rod para que fuera con él, pero no quiso.
—Entonces seguirá enfadado conmigo.
—Traté de explicárselo una y otra vez, pero todo fue inútil. ¿Cómo está Hunter?
—Va a ponerse bien.
Emily notó un gran alivio en la voz de Slade. Quizá también una inmensa
alegría.
—Eso es estupendo.
—¿Emily?
—¿Qué?
—Deja de hablar conmigo como si no fuera yo y como si tú no fueras tú.
Volveré pronto.
—¿Vas a volver?
—Te dije que volvería.
—He puesto el rancho en venta y nos vamos a ir a vivir a Billings.
—¿Qué? ¿Cuándo lo has vendido?
—Me llegó la factura del hospital y, como tengo que pagar también la hipoteca
de la casa, no tengo dinero. No puedo seguir así, Slade. Es imposible. Tengo que
construir una vida para Mark y Amanda, no puedo seguir anclada al pasado.
—Volveré mañana y hablaremos de ello —aseguró Slade.
—No hay nada que hablar.

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—Claro que lo hay, así que no hagas nada de lo que puedas arrepentirte hasta
que yo llegue. ¿De acuerdo?
Ya había hecho algo de lo que se arrepentía. Se había enamorado de Slade
Coleburn.

Cuando apareció la casa ante sus ojos, Slade apretó ligeramente el acelerador,
aun siendo consciente de que era una imprudencia con la carretera nevada. Pero
echaba de menos a Emily y al rancho más de lo que estaba dispuesto a admitir. La
idea de que Emily lo fuera a vender le hacía daño, aunque no estaba seguro de por
qué.
La conversación que había tenido con los padres de Hunter sobre lo sucedido
treinta años antes, parecía muy lejana. Aunque Hunter no lo había dicho, Slade sabía
que su hermano estaba muy enfadado con ellos por haberlo dejado abandonado.
Pero como Slade había dicho a su hermano, una vez a solas, lo que importaba era que
por fin se habían encontrado. Eso sí, sabía que la tristeza que llenaba los ojos de
Hunter tardaría bastante tiempo en desaparecer. También haría falta mucho tiempo
para que se conocieran de verdad.
Después de que Slade aparcó la camioneta, agarró su equipaje y se acercó a la
casa con pasos rápidos. Al abrir la puerta de la cocina, el olor que le llegó provocó en
él una emoción incontrolable. Mark estaba sentado en la mesa, haciendo los deberes.
Emily estaba metiendo una bandeja en el horno y Slade deseó levantarla en sus
brazos, besarla y apretarla contra sí. Pero en lugar de ello, se quedó allí en la entrada,
mirándola. Emily sonreía como si se alegrara de verlo.
—¿Cómo ha ido el viaje?
Slade dejó su bolsa en el suelo y el sombrero y la chaqueta detrás de la puerta.
—Bien. Hola, Mark, ¿qué tal todo?
—Me voy a mi cuarto —contestó el chico, mirando hacia abajo.
Emily frunció el ceño.
—Slade te está saludando, Mark. No seas maleducado.
El chico miró a su madre y luego a Slade.
—Hola. ¿Puedo irme ahora?
—Creo que primero deberíamos hablar tú y yo. Me han dicho que no fuiste a la
fiesta.
—No tenía ganas.
Slade se sentó a su lado.
—Siento no haber podido estar contigo, pero deberías haber dejado que tu
madre llamara a Rod. Tenías que haber ido.

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—Rod no es… No es como un padre. Todos los demás chicos fueron con sus
padres.
Las palabras de Mark fueron como un puñetazo para Slade. Le demostraban lo
mucho que había herido a Mark y lo mucho que lo quería.
—¿Me dejarás que lo arregle?
—¿Cómo?
—Déjame que lo piense esta noche, ¿de acuerdo?
Mark se quedó pensativo durante unos momentos. Luego, hizo un gesto
afirmativo.
—Muy bien.
En ese momento, Amanda comenzó a llorar. Mark se levantó de la mesa y
corrió hacia el salón.
—Le diré que has llegado —aseguró el pequeño.
Emily terminó lo que estaba haciendo en el horno y pasó junto a Slade, pero
este la agarró del brazo.
—Deja que te dé el dinero que te hace falta para que el rancho siga
funcionando.
—No tienes ni idea de cuánto sería eso.
—Y tú no tienes idea de lo que yo he ahorrado. He trabajado desde los
dieciocho años y apenas he gastado.
—¿Y por qué ibas a dármelo? —preguntó tras permanecer en silencio unos
instantes.
—Porque yo no lo necesito y tú sí.
Slade habría jurado que a ella no le gustaba la explicación, pero no sabía por
qué.
—No puedo aceptar dinero tuyo, Slade. Yo soy la que tengo que conseguirlo.
—Si no quieres aceptarlo como un regalo, hazlo como un préstamo.
Ella hizo un gesto negativo.
—No quiero aceptarlo, porque estoy cansada de tener deudas. Sea un regalo o
sea un préstamo, estaré en deuda contigo y no quiero. Pero no creas que no te lo
agradezco.
Amanda seguía llorando, pero no era un llanto desesperado. No parecía estar
hambrienta, sino simplemente despierta. Así que Slade tomó las manos de Emily de
una manera más íntima.
—¿Quieres vender el rancho?
—No. ¡Claro que no quiero venderlo! Pero no hay otra solución. Ya he hablado
con una inmobiliaria y voy a firmar todo mañana. Se pondrá en venta el lunes
mismo.

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—¿Por qué no aceptas mi ayuda?


—Porque ya he aceptado demasiados favores de ti, Slade. Es hora de que ambos
sigamos con nuestras vidas.
Sabía que ella tenía razón y seguir con su propia vida era lo que él también
había planeado, aunque no le agradara ni le pareciera bien.
Los gritos del salón se hicieron más agudos y Emily se soltó. Desde el día de
Año Nuevo, Slade había notado la determinación de Emily de alejarlo de su vida. Y
él sabía por qué. Ella era el tipo de mujer que necesitaba una relación estable. Él
nunca se había comprometido con nada y para ella, el comenzar una relación
amorosa con él sería un riesgo. Y Emily no era una mujer a la que le gustaran los
riesgos. Era demasiado responsable para ello, y más teniendo a los niños a su cargo.
De manera que Slade quizá fuera a Denver a ver a Hunter antes de lo esperado.

Mark no solo daba importancia a lo que era la Fiesta Anual de su colegio en sí,
sino también al ambiente que se creaba. Los niños, el ruido, la diversión… Por eso
Slade decidió recrear ese ambiente, aunque fuese a pequeña escala. Después de
hablar con Emily y los padres de algunos amigos de Mark, preparó una tarde de
juegos en el rancho. Se incluirían batallas de nieve y hacer un muñeco. Aunque los
padres también estaban invitados, estos dejaron a los niños y se marcharon.
Slade estuvo todo el rato al lado de los pequeños, ayudándolos a hacer sus
muñecos de nieve y riendo mientras se arrojaban bolas los unos a los otros. Se alegró,
además, de que el tiempo ayudara, ya que pudieron estar fuera unas cuantas horas.
Luego, cuando entraron en la casa, Emily puso su granito de arena, preparándoles
chocolate caliente y pastas. Incluso tostaron malvavisco en el horno. Más tarde,
fueron al granero y Slade les enseñó a hacer nudos. Mark pareció disfrutar mucho y,
cuando todos se marcharon, Slade se sintió muy satisfecho de cómo había salido
todo.
Por la noche, fue a la habitación de Mark, donde el niño se estaba poniendo las
zapatillas.
—¿Te lo has pasado bien esta tarde? —preguntó al niño.
—Claro —contestó, atándose una de las zapatillas.
—Estoy seguro de que ha sido tan divertido como la fiesta de tu colegio.
—Los padres no han venido.
—Pero yo sí he estado.
—Sí, pero estuviste jugando con todos nosotros. No es lo mismo que si
estuvieran los demás padres y tú fingieras todo el día que…
La palabra fingir molestó a Slade, como el resto de lo que Mark había dicho,
pero no podía protestar.
—Quizá algún día tengas un padre de verdad.

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—Yo quiero que tú seas mi padre.


La declaración de Mark hizo que Slade diera un suspiro profundo.
—No estoy seguro de si puedo ser un padre, Mark. Yo no tuve y tampoco he
conocido a muchos padres.
—Sabrías hacerlo si quisieras. Sé que sabrías. Pero me imagino que no quieres.
—Tu madre también tendría que decir algo sobre todo esto.
—Podrías convencerla. Estoy seguro.
Antes de que Slade encontrara la respuesta adecuada, se oyó la voz de Emily.
—Slade, te llaman al teléfono. Es tu hermano.
—Seguiremos hablando de esto después —le dijo a Mark.
Bajó las escaleras con la premonición de que había ocurrido algo grave en
Denver.
Pero en Denver no había pasado nada. Hunter había sido dado de alta en el
hospital, aunque el doctor le aconsejó que no estuviera solo. De modo que, en vez de
irse a su apartamento, se quedaría con sus padres unos días.
—Mamá no me deja tranquilo ni un instante —se quejó.
Slade soltó una carcajada.
—Eso es lo que hacen todas las madres, Hunter.
Hubo un silencio.
—Me imagino que es cierto. Dejaré de quejarme y trataré de ser agradecido.
Casi me siento como… ¿Cuándo vuelves a Denver? —añadió, cambiando de tema.
Slade miró a Emily, que estaba en el salón con Amanda.
—No estoy seguro. Dentro de unos días te lo diré.
Después de colgar, Slade se quedó mirando a Emily y a la niña, que había
terminado de comer y estaba tranquila.
—¿Va todo bien? —preguntó Emily.
—Sí, Hunter ha salido ya del hospital y está mejor —explicó, sin poder
olvidarse de Mark—. Sigo con la idea de comprarle una bicicleta a Mark.
—¿Por qué?
—Porque siento que lo abandoné al marcharme. Se lo ha pasado bien esta tarde,
pero dice que no fue como la fiesta de su colegio.
—¿Y crees que una bicicleta hará que olvide que no estuviste? —preguntó
Emily, como si él estuviera intentando hacerle chantaje a su hijo.
—Maldita sea, Emily. No lo sé.
—¿Le has dicho que te vas a marchar?

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Era la primera vez que a Slade le molestaba esa expresión. Además, todavía no
había pensado en ello seriamente.
—No, no se lo he dicho.
—Mañana voy a comenzar a limpiar el desván. Los de la agencia quieren traer
el lunes a posibles compradores. Me han dicho que no tendré problemas para vender
el rancho si pido un precio justo.
—Me gustaría que reconsideraras mi oferta.
Emily sacudió la cabeza con expresión seria.
—No puedo hacer eso, Slade. No puedo… —la mujer se aclaró la garganta y
miró a su hija—. Voy a empezar una nueva vida. Será lo mejor.
La idea de que Emily comenzara una nueva vida asustó a Slade. Él desearía…
Pero los deseos no podían hacer nada frente a la realidad.
—Voy a echar un vistazo a los caballos —murmuró él.
Emily no alzó la vista siquiera y Slade imaginó que a ella le daba igual lo que él
hiciera.
En cuanto la puerta trasera de la casa se cerró, Emily dejó escapar un sollozo.
Apretó a su hija y la acunó con ternura. No quería que Slade se marchara, odiaba la
idea de pasar el resto de su vida sin él, pero no podía encarcelarlo. Él le ofrecía
dinero para poder mantener el rancho, pero no quería su dinero.
Lo quería a él.
Pero no podía pedirle que se quedara. Tenía un hermano en Denver y miles de
millas por hacer antes de asentarse y formar una familia. Eso, suponiendo que alguna
vez lo hiciera.

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Capítulo 10
El desván era un cofre lleno de recuerdos. Emily trató de reprimir las lágrimas
al día siguiente, cuando, aprovechando la hora de la siesta de Amanda, se enfrentó
con todo lo que ella y su padre habían ido guardando allí. Finalmente, se sentó en
medio del cuarto y se abandonó al llanto. Mientras lloraba porque su padre jamás
conocería a su hija, se dio cuenta de que lloraba también porque amaba esa casa y la
tierra que había a su alrededor. Lloraba porque amaba a Slade y quería que él la
amara a su vez, pero sabía que eso era imposible.
Slade era amable, dulce y fuerte a la vez, y tenía mucho que dar. Pero su pasado
sin una familia, le hacía incapaz de asentarse o de echar raíces y, por irónico que
resultara, trataba de buscar algo que quizá nunca encontraría a menos que echara
esas raíces. Pero había llegado a un acuerdo consigo mismo y, probablemente, nunca
lo haría.
Soltando un suspiro, Emily se levantó y se limpió las lágrimas. No podía hacer
nada en ese estado. Para avanzar, tenía que comenzar de verdad a recoger cosas, en
vez de quedarse mirándolo todo. Una cosa que sí quería llevarse eran las pipas de su
padre. Todavía conservaban el olor al tabaco que su padre solía fumar. También se
llevaría su colección de puntas de flecha y algunas herramientas antiguas que el
hombre había coleccionado durante años. Pero tenía que envolverlas con cuidado.
Había llevado cajas, pero no periódicos.
Al ir a recogerlos, pasó por la habitación que iba a ser de Amanda y se encontró
con Mark.
—¿Puedo ir con Slade al granero?
El niño había estado jugando en su cuarto y seguramente estaba ya aburrido.
—Te diré qué vas a hacer. Vas a ir al cobertizo y me vas a traer periódicos
viejos. Yo, mientras, te haré chocolate caliente. Después de que te lo tomes, te irás con
Slade.
El pequeño asintió y corrió escaleras abajo. Emily miró por la ventana. Hacía sol
y la nieve brillaba de un modo intenso, casi cegador. A pesar de ello, habían
asegurado en la radio que nevaría al día siguiente. Emily esperaba que se hubieran
equivocado. Cuanto antes pudieran ir a ver el rancho, antes lo vendería. Iba a ser
duro, así que cuanto antes sucediera, mejor.
«Y cuanto antes se vaya Slade, también mejor», añadió la voz de su conciencia.
Aunque ella no se lo creía del todo.
Mientras Mark se ponía el abrigo y las botas, Emily sacó el bote de cacao del
armario.
—Vuelvo en seguida —dijo el pequeño, saliendo.
Emily se quedó preparando a su hijo el chocolate y preguntándose cómo sería
Amanda a la edad de Mark. Se preguntó si sería un marimacho o le gustaría ponerse

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vestidos. ¿Echaría de menos el tener un padre tanto como Mark? Slade podría ser un
buen padre si…
«Basta», se dijo. «Te lo estás poniendo más difícil».
Emily estaba tan concentrada en sus pensamientos, que terminó de hacer el
chocolate sin darse cuenta de que Mark no había regresado. Quizá había ido primero
a ver a Slade para decirle que iría luego o quizá había empezado a ayudarlo y se
había olvidado de los periódicos. Pero no creía que pudiera haberse olvidado del
chocolate caliente.
Fue hacia la ventana y miró fuera. Primero al corral y luego al cobertizo.
Entonces, no pudo evitar dar un grito. La puerta estaba cegada por una gran
montaña de nieve. Quizá se había caído al cerrar Mark la puerta, dejándolo atrapado.
Sin pensarlo, agarró su abrigo y se cambió las zapatillas por unas botas. Luego,
corrió hacia el cobertizo gritando.
—¡Mark! ¡Mark!
Al llegar al pequeño edificio, creyó oír un llanto y volvió a llamarlo.
—¡Mark!
—Mamá —gritó el pequeño—. No puedo salir, ayúdame —había caído casi un
metro de nieve—. Estoy asustado. Está muy oscuro.
—Lo sé, cariño. Voy a ir a buscar a Slade.
—No te vayas, mamá.
—Mark, escúchame. Toma aire y cuenta hasta diez. Ya verás como te
tranquilizas. Vuelvo en seguida.
Emily le oyó llorar y le costó un gran esfuerzo dejarlo allí, pero Slade podría
sacarlo mucho antes que ella y necesitaban palas. Fue corriendo al corral y gritó su
nombre. Él salió en seguida.
—Slade, Mark se ha quedado atrapado en el cobertizo. Trae dos palas. Date
prisa.
Ella regresó al cobertizo y Slade se metió de nuevo en el corral para salir un
segundo después. Llevaba dos palas y le dio a ella la más ligera.
—Hazlo con cuidado, no ayudarás a Mark si te haces daño.
Emily sabía que lo decía pensando en su debilidad debido al parto reciente.
Mientras quitaban la nieve, trató de hablar con Mark.
—Te sacaremos en seguida. No te asustes, cariño. En seguida estamos ahí.
—¿Estás ahí, Slade? —preguntó Mark entre sollozos.
—Estoy aquí, hijo. Espera un poco.
La nieve prácticamente volaba sobre Slade, que quitaba en cada palada el doble
que Emily. La puerta de madera quedó limpia en pocos minutos. Mark salió
temblando y se abrazó a Slade. Emily se agachó para abrazar también a su hijo y los

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tres se quedaron abrazados unos minutos. Finalmente, Emily y Slade se miraron sin
poder contener la emoción.
Slade pensó en ese momento que quizá era hora de arriesgarse, de tirar a un
lado toda su prudencia y su orgullo y…
Emily, por su parte, trató de apartar la mirada y concentrarse en su hijo. Lo
abrazó con cariño para transmitirle seguridad y calor.
—¿Estás bien? —quiso saber, echándose hacia atrás.
—Estaba muy oscuro allí dentro. Yo grité y grité, pero nadie me oía. Y luego,
pensé que a lo mejor nunca me encontraríais…
Emily lo abrazó de nuevo.
—¡Oh, Mark!
Esta vez el pequeño fue quien se retiró para mirar a Slade.
—Creo que no debería haber llorado.
Slade se arrodilló en la nieve y miró a Mark fijamente.
—No hay nada de malo en llorar si hay una causa justificada, y tú tenías una —
Slade abrazó al niño de nuevo.
Emily no pudo ver su expresión, ya que el sombrero le tapaba los ojos.
Pero sí notó que le temblaban las manos cuando soltó a Mark y se puso de pie.
Porque, efectivamente, Slade tenía un nudo en la garganta y le palpitaba el corazón
tan rápidamente, que creía que jamás iba a volver a su ritmo normal. Cuando el niño
había salido del cobertizo y se había abrazado a Emily y a él, había tenido una
premonición de lo que debería ser, de lo que podría ser su vida si él tuviera el valor
de aceptarlo. De repente, todo estuvo muy claro para él. Sus sentimientos por Emily
eran mucho más profundos que una mera atracción sexual. Necesitaba tenerla entre
sus brazos todos los días durante el resto de su vida, necesitaba verla a su lado
cuando se despertara, necesitaba besarla cuando volviera de hacer sus tareas,
necesitaba su fuerza, su decisión y su dulzura para enseñarle el camino. Para llenar
su vida con un proyecto, para tener una razón por la que existir.
Pero no sabía cómo decírselo a ella. Y de alguna manera, tenía que intentarlo.
Tenía que decirle lo que llevaba dentro de su corazón.
—Creo que vamos a tener que calentar de nuevo ese chocolate —bromeó Emily,
mirando a Mark—. ¿Vienes con nosotros? —añadió, mirando a Slade.
Pero este necesitaba unos minutos para aclarar sus ideas. Necesitaba encontrar
las palabras para convencer a Emily de que pasara el resto de sus días junto a él.
—En cuanto limpie de nieve el resto del tejado. Así, evitaremos nuevos
accidentes.
Emily asintió con los ojos muy abiertos por la sorpresa y por algo más… que
Slade no supo exactamente qué era. Quizá fuera únicamente gratitud. Pero cuando la
mujer y el niño se alejaron hacia la casa, Slade se dio cuenta de que habían entrado a
formar parte de su vida.

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Minutos después, cuando Slade entró en la cocina, seguía sin saber cómo o qué
decirle a Emily. Se quitó las botas y colgó el sombrero y la chaqueta en la percha que
había detrás de la puerta. Luego, se fijó en que Mark estaba en el salón, viendo la
televisión con una taza en las manos.
Emily se levantó y fue hacia la cocina.
—¿Te apetece un chocolate?
—No —contestó con brusquedad. Emily dejó el cazo sobre la encimera y lo
miró confundida.
—¿Prefieres un café?
—Emily, me da exactamente igual lo que beba. Yo…
Se detuvo porque se sentía estúpido, desconcertado y aterrorizado, como nunca
se había sentido, ante la idea de decirle lo que pensaba. Pero iba a decírselo sin
volverse atrás.
Los dos hablaron al mismo tiempo.
—Quiero que nos casemos —fue la frase de él.
—Quiero que te quedes —dijo ella.
—¿Qué? —preguntaron los dos al mismo tiempo.
Entonces, Slade se acercó y la agarró por los hombros.
—¿Me has pedido que me quede?
—¿Me has pedido que me case contigo? —replicó ella.
La inseguridad que Emily expresó, impulsó a Slade a abrazarla.
—Tengo que romper costumbres de muchos años, Emily, y tendrás que tener
paciencia conmigo. Me ha costado darme cuenta de que mis deseos hacia ti van más
allá de darte un beso o de la satisfacción física de una noche. Te has vuelto parte de
mí, como Mark y Amanda. Cada vez que pensaba en marcharme, me sentía mal y
ahora sé por qué. Quiero formar una familia contigo. Quiero que seas mi esposa.
Quiero ser un padre para Mark y Amanda. Nunca supe lo que era el amor hasta que
llegué aquí y te conocí. ¿Te casarás conmigo?
Emily tenía los ojos llenos de lágrimas, pero esbozó una sonrisa que pareció
envolver a Slade.
—Sí, me casaré contigo. Eres el hombre más bueno, fuerte e inteligente que he
conocido. Te quiero, Slade Coleburn.
Él no podía creer lo que oía. No podía creerse que ella sintiera lo mismo. No
podía creer que fueran a casarse. Para hacerlo más real, la tomó en sus brazos y buscó
sus labios. Se besaron de una manera nueva, sin barreras, y Emily respondió con la
pasión que Slade siempre había intuido había en ella. Sus lenguas se entrelazaron,
sus brazos se aferraron y sus cuerpos se excitaron hasta que Slade llegó a pensar que
creía de nuevo en los sueños y quizá también en el Paraíso.
Emily también sentía lo mismo y fue, para ambos, una sorpresa.

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—¡Caramba! Nunca he conocido a nadie que besara igual —exclamó Emily.


Antes de apartarse de Emily, Slade supuso que tendría las mejillas rojas.
También sabía que ser padre no comenzaría el día en que se casaran, sino que
comenzaba en ese preciso instante.
Así que hizo un gesto a Mark para que se acercara a él.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que podía ser tu padre cuando quisiera?
Mark asintió.
—Bueno, pues ahora quiero. ¿Qué te parece si tu madre y yo nos casamos?
—¿Serás mi verdadero padre y el de Amanda?
—Me gustaría. Y como tú eres su hermano mayor y ella todavía no sabe hablar,
tendrás tú que hablar por los dos.
—Yo quiero que seas mi padre y Amanda también quiere —declaró
solemnemente Mark.
Slade pasó un brazo por los hombros de Mark y otro por los de Emily.
—Entonces, vamos a fijar el día de la boda.

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Epílogo
El día de san Valentín, casi tres semanas después, Emily estaba en el cuarto que
había al lado del vestíbulo de la iglesia, donde iba a casarse en seguida. Mavis le
estaba abrochando la cremallera del traje de novia. Era de satén de color crema y
tenía el cuello y las mangas bordadas. La falda era larga y le hacía sentirse como una
princesa.
—Es un vestido precioso.
—Me lo ha regalado Hunter. Tiene un cliente que diseña trajes de novia. Él me
envió unas fotografías y yo elegí este. Todavía no me creo lo que me está sucediendo.
Se había rizado el cabello y lo tenía recogido sobre la cabeza. Encima, llevaba un
sencillo velo. Todavía no se hacía a la idea de que en pocos minutos sería la esposa
de Slade.
Aquella noche sería verdaderamente suya.
Slade había insistido en no hacer el amor hasta la noche de bodas, sabiendo que
así sería más especial. No iban a irse de luna de miel por Mark y Amanda, pero Slade
le había prometido que, una vez se acostumbraran a ser una familia, los dos se
escaparían un fin de semana solos.
Se oyó un golpe en la puerta.
—¿Quién es?
—Soy Dallas. ¿Puedo entrar?
—Entra —contestó Emily.
Al hacerlo, se quedó unos segundos mirando a Emily.
—Estás guapísima.
—Gracias —murmuró, contenta de que su amigo estuviera allí para su boda.
—Después de la boda, estarás rodeada de gente y yo quería decirte que… que
espero que siempre seas tan feliz como hoy. Anoche no pude decirte que estoy
seguro de que Slade va a ser el marido que te mereces.
Hunter había llegado la noche anterior y Emily había invitado a los O’Neill para
que lo conocieran. La tensión entre Dallas y Slade había desaparecido al final de la
velada.
—Me alegro que pienses así. Va a ser también un padre estupendo.
—Es evidente que estáis muy enamorados —se aclaró la garganta—. Su
hermano también parece una buena persona. Cuando supe que era abogado y que
trabaja mucho en el extranjero, pensé que iba a sentirse fuera de su ambiente, pero es
muy sencillo.
A Emily, Hunter le había parecido más reservado que Slade, pero igual de
amable y educado. Además, parecía impaciente por conocer a su hermano y eso

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alegraba a Emily, que sabía que Slade sentía lo mismo. Después de que los O’Neill se
hubieron marchado, encontró a Hunter leyendo una tarjeta que Mavis le había dado
a Emily. Hunter parecía muy triste. Ella le preguntó si pasaba algo y él, borrando
toda tristeza de su rostro, contestó que estaba muy contento de que lo hubieran
invitado a la boda y que consideraba un honor ser el padrino de Slade.
La música del órgano llegó hasta la habitación donde estaba Emily.
Dallas sonrió.
—Creo que será mejor que me vaya a buscar un sitio —le dio un beso a Emily
en la mejilla—. Te prometo que no os interrumpiré cuando os vea bailando en la
fiesta.
Después de que Dallas se marchara, Emily dio un suspiro profundo.
—Creo que hay que salir ya.
—Yo también lo creo —replicó Mavis.
Rod estaba esperando en el vestíbulo. Emily le había pedido que la acompañara
al altar. El hombre había sido el mejor amigo de su padre y le parecía lo adecuado.
Así que, después de que Mavis diera a Emily el ramo de rosas blancas y rosas, hizo
una seña y el órgano comenzó a sonar. Mavis se adelantó y Emily y Rod se agarraron
del brazo y comenzaron a caminar.
Solo unas diez filas de asientos estaban llenas, ya que Emily y Slade habían
decidido hacer una fiesta íntima. Solo los amigos de Emily estaban allí. Los amigos
que, esperaba, se hicieran también amigos de Slade. Grace Harrison y Mark estaban
en la primera fila, junto con Amanda. Dallas estaba también en la primera fila, pero
al otro lado del pasillo, y había un sitio vacío a su lado para cuando su padre dejara
solos a Emily y a Slade. Luego, vio a Hunter, junto al altar. La pernera de la pierna
escayolada estaba rajada por un lado hasta la rodilla. El hombre sonrió a Emily y esta
le sonrió a su vez, sintiendo que también ella había encontrado un hermano.
Pero su mirada no descansó mucho tiempo en Hunter, sino que buscó a Slade,
el que iba a ser su marido. Fue hacia él impaciente y esbozó una sonrisa cuando Rod
la dejó a su cuidado.
—Te amo —susurró Slade a su oído.
—Yo también te amo —dijo ella, tomando su mano.
Luego, miraron al sacerdote, con la sensación de que todo encajaba, de que todo
era perfecto.
Totalmente consciente de la presencia de Slade y de las promesas del
matrimonio, el corazón de Emily parecía a punto de estallar de felicidad. Recordó
cuando Slade llegó al rancho y también cuando la ayudó a dar a luz. Así como sus
palabras cariñosas y sus besos apasionados. Cuando le llegó el turno de decir el «sí»,
se volvió hacia él y deseando poder expresar todo lo que sentía.
—Yo, Emily, te tomo, Slade, por esposo, compañero y amigo —sintió que los
ojos se le llenaban de lágrimas—. Prometo estar siempre a tu lado, prometo ayudarte,
escucharte y respetarte todos los días de nuestras vidas. Dios te ha enviado cuando

Nº Páginas 105-107
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más te necesitaba. Has cuidado de mí, de Mark y de Amanda como si fuéramos


importantes para ti. Hay tantas cosas de ti que amo… tu honradez, tu fuerza, tu
amabilidad…
Dio un suspiro e ignoró las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
—Prometo serte fiel, quererte y confiar en ti desde hoy hasta que la muerte nos
separe.
Slade apretó la mano de Emily, expresando así su emoción. La miró y sus ojos
estaban llenos de cariño.
—Emily, yo no tengo palabras tan bonitas como las tuyas. Solo quiero decirte lo
que hay en mi corazón. Siento que eres mi hogar y yo nunca tuve ninguno. Al
hacerme mayor, me fui olvidando de mis sueños y del deseo de tener una familia,
aunque no sabía muy bien lo que eso significaba. Gracias a ti, ahora lo sé.
La emoción obligó a Slade a hacer una pausa.
—Te has convertido en mi sol, en mi paz y en mi razón para mirar al futuro.
Amo todo lo que hay en ti, desde tu dulzura hasta lo testaruda que eres. Prometo
amarte en lo bueno y en lo malo. Prometo cuidarte y protegerte y amar a Mark y
Amanda como si fueran mis hijos. También prometo serte siempre fiel. Te amo,
Emily, y te doy todo lo que soy y tengo y todo lo que alguna vez seré y tendré.
Ambos se quedaron unos instantes mirándose a los ojos, hasta que Hunter le
dio un golpecito a Slade en el hombro y le ofreció el anillo. Mavis le dio el suyo a
Emily. Luego, se pusieron los anillos con el mismo fervor con el que habían hablado
y cuando el sacerdote les dio la bendición final, sus manos estaban entrelazadas con
la misma fuerza con la que lo estaban sus corazones.
Al final de la ceremonia, el sacerdote les ordenó que se dieran la vuelta para
mirar hacia los allí reunidos. Su voz sonó con claridad.
—Os presento al señor y a la señora Coleburn.
Todos comenzaron a aplaudir y Mark se acercó a ellos corriendo.
—¿Ya eres mi padre?
Slade soltó una carcajada mientras Grace devolvía Amanda a Emily.
—Sí, ya soy tu padre —respondió, pasando un brazo alrededor de su esposa.
—Entonces, ahora somos una familia verdadera.
—Sí, una familia verdadera —repitió Slade.
Hunter dio una palmada a su hermano.
—Creo que te has olvidado de algo. ¿No tiene el novio que besar a la novia?
—Es verdad —dijo Emily, que, a pesar de que sabía que Slade estaba siendo
considerado pensando en los invitados, quería demostrarle su amor.
Cuando los labios de Slade se posaron sobre los suyos, Emily respondió
apasionadamente, impaciente por que llegara la noche, impaciente por que llegaran

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todos los días y las noches que los esperaban. Había encontrado por fin su
compañero y su media naranja.
Y tenía prisa por empezar su vida futura.

Fin

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