ANTES QUE LA LUZ DE LA
ALBORADA, TÚ, MARÍA
EMMA-MARGARITA R. A.-VALDÉS
A ti, Virgen María.
Por tu inmensa bondad te ofrezco mi alma en flor, mi
poesía. Sembraste caridad en mi tierra baldía con el
milagro de tu cercanía.
-
EPÍLOGO: MARÍA SALVA
INTRODUCCIÓN
Desde la eternidad,.
antes que los collados y los montes,
que las fuentes y el mar,
con la primera luz de la alborada,
Dios te elige doncella angelical.
Y tu nombre es María,
Señora excelsa, amada de Yahvé, mirra del agua,
lumbre que ilumina.
¡Salve! llena de gracia,
de caridad y de sabiduría;
río de la esperanza;
fertilizas como el Pisón y el Tigris;
como el Jordán y el Éufrates rebalsas
los surcos de la mies;
como el Guijón y el Nilo, en la vendimia,
rocías los bancales con tu fe.
¡Salve! lirio de amor,
flor del naranjo, palma de Engadí,
rosal de Jericó,
olivo de la tierra prometida,
cedro del Líbano y ciprés de Hermón.
Biznaga de pureza,
ramillete de gálbano y de incienso,
aroma de la Altura que embelesa.
¡Salve! dulzura y paz
para el valle de lágrimas y barro.
Ancló en tu litoral
la prístina promesa, la palabra,
por ti la Maravilla salvará.
Estrella matutina,
cirio implorante, hogar del Creador, Sagrario,
Vino y Pan de Eucaristía.
Virgen inmaculada,
alma de Dios, grial de la alegría,
en mi inquietud callada,
en mi tierra baldía,
has derramado mística ambrosía.
Mi mente atormentada
por trágico espinar, en agonía
por mi noche cerrada
al Sol del nuevo día,
halló en tu amor la célica armonía.
Cantó mi madrugada
al Niño que en tus brazos se dormía,
y a su Cruz abrazada
te sentí Madre mía
en la Voz que en tu carne se ofrecía.
En ti voy refugiada,
sigo los pasos de la profecía,
y a su mesa invitada
por tu creyente fiat,
gozo la Vida de la Eucaristía.
ESTÁS, MARÍA, LLENA DE GRACIA
NACISTE, POR MERCED, GLORIOSO
UMBRAL
Preludio de aleluya universal en el Verbo que
anuncia salvación, se encarnará la Voz, vendrá el
perdón, en tu seno de esposa virginal.
Naciste, por merced, glorioso umbral, aurora de la
humana redención, estela de final resurrección, reina
del paraíso celestial.
Entregarás al mundo tu dolor, aceptarás ser madre
mediadora, esclava de divina voluntad.
Brotaste en la fontana del Amor, sacias la sed del
alma pecadora, y eres remanso azul de la verdad.
LLEGÓ EL FELIZ MOMENTO
Estaba el mundo frío de espaldas a la luz, era lodo la
tierra y el hombre era ceniza, el mar había perdido
su sinfonía azul y el cielo estaba lejos, muy lejos de
la orilla.
En el primer lucero brillaba la promesa con fulgores
divinos para la humanidad: nacería inocente una
humilde doncella que con sus pies de lirio aplastaría
el mal.
Llegó el feliz momento de cumplir la palabra y una
ligera brisa acarició el ciprés, desde la eternidad, la
flor inmaculada, enraíza la Gracia con humildad y
fe.
SEÑORA DE LA PROFECÍA
Por la rueda, rueda, de muerte y de vida, vienes a
este mundo tú, Virgen María. Naces de la tierra con
el alma limpia.
Así nació Eva en el sexto día, reina del Edén sobre
la otra orilla; por la tentación de sierpe maldita
exilió a los hombres, rompió la armonía, y fue su
soberbia la mortal herida.
Y Dios, que nos ama, te elige a ti, niña, y, aunque te
hace libre, atento confía que tú aceptarás la misión
fructífera.
Eres otra Eva /
por El redimida, la reina del cielo
que nos santifica.
Eres la Señora de la profecía, la joven que escucha
misteriosas sílabas, la mujer humilde que cierra la
herida.
DE NIÑA A DONCELLA
En el templo sagrado creces blanca azucena, en
vuelo virginal vas de niña a doncella; inocente
corola, confiada y recoleta, trémula de cantares, de
salmodias proféticas, de exaltación, de celo, de
inmaculada entrega.
Saboreas versículos de luces y tinieblas, manan las
oraciones por tus labios de arena, acaricias
destellos ocultos en la esfera, en tu frente infantil
fulguran las estrellas, y tus manos piadosas
derraman primaveras.
Soledad, soliloquios, circulan por tus venas, está tu
corazón sumido en suave espera. Una lluvia de paz
al desierto se acerca, el Mesías glorioso redimirá la
pena, nacerá un Salvador, según dijo el Profeta.
Eres tú la elegida, prodigiosa colmena, sosegado
jardín, arrobada palmera; el nuevo paraíso abrirá
en ti su puerta.
Y en el templo sagrado creces blanca azucena, con
vuelo virginal vas de niña a doncella.
BODA BLANCA
Te desposa el fiel José en la cima del espíritu, el
voto de castidad une vuestros dos caminos, junto al
Arca de la Alianza cumples el rito judío, tras la
cortina del Templo aguarda el dorado símbolo.
Asciende la tierra al cielo por este inviolable
vínculo. Bajo el árbol de la herencia confluyen los
cuatro ríos. En hontanar del origen rebosa el nuevo
bautismo. Comienza la travesía del arcano
laberinto.
Vuestra virtud es la joya engarzada en el Altísimo,
reflejo de la belleza que conduce al Infinito, la
ciudad de leche y miel, la mesa del pan y el vino.
Sois dos nítidos destellos en aureolado anillo.
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
El ángel te saluda "Ave María”, estás llena de gracia
ante el Señor, eres mujer bendita por tu amor, y en ti
espera cumplir la profecía.
Tu seno virginal concebiría al Hijo del excelso
creador.
Manifiestas al ángel tu candor.
Es tu pureza mística alcancía.
Te informa que Isabel, estéril, vieja, pues nada hay
imposible al Hacedor, tendrá un hijo y ya está en el
sexto mes.
En tu decoro el cielo se despeja, te ofreces como
esclava, con fervor, y a la sombra de Dios vendrá la
mies.
Eres, María, hermosa, fiel, sencilla, un cántaro
colmado de inocencia, el Padre tiene en ti su
complacencia, tú granarás vigor de su semilla.
Por tu cancel avanzará la arcilla a la inmortalidad, a
su presencia; abrirás, con tu fe y su providencia, el
acceso a la Vida en la otra orilla.
Tú conoces la Ley, las Escrituras, sabes el riesgo de
tu decisión y vences la ancestral debilidad.
Dices "fiat" al Rey de las alturas y en el misterio de
la encarnación te hace sagrario de su caridad.
La sombra del paráclito divino desciende sobre ti
con plenitud, el Verbo se hace carne en tu virtud, tu
vaso inmaculado, cristalino.
Resplandeces con brillo diamantino porque albergas
al Hijo de la Luz, te embarga celestial beatitud y
entiendes la razón de tu destino.
Eres el arca de la libertad, del heredero al trono
de David, de Cristo, de Jesús el Salvador.
En tus entrañas late la Verdad, será su sangre el
zumo de la vid y será el pan su cuerpo ensalzador.
EL DESPERTAR DE JOSÉ
Un despertar de párpados confusos asolan a
José,
carpintero del tronco de David.
Aguas turbias, espesas de recelos, inundan sus
raíces.
Sobre la espalda el peso de la niebla le impulsa
hacia la noche.
En su pecho aletean palomas indecisas sin
cobijo.
Por sus dedos incólumes
se derrocha la miel del panal virgen.
Ahogan su garganta
arpegios de dormidas primaveras.
Le emociona mirar tus ojos bellos, el cintillo
granate de tus labios de lozanía cándida.
Se extravía su mente.
¿Cómo vivir o huir de aquella sombra instalada en
tu albura?
¿Cómo romper el muro, el hermetismo? ¿Acaso es
el retoño de su tronco tornasolado azahar en tu
vidriera?
Los Libros lo atestiguan, le perturba un conjuro de
reflejos, de sublimes fulgores.
Un vendaval sagrado le interroga.
Noticias de la luz
pueblan de resplandores sus contrarios, calman su
alborotado amargo mar.
La voz canta el misterio que se esconde tras la
puerta sellada.
Un bálsamo mirífico solaza con ternura sus arterias.
Amantes golondrinas
arrancan los punzantes desvarío s.
Inmerso en el espacio luminoso
despeja sus incógnitas,
llena el cuenco vacío de sus manos
con el calor del nido.
LA VISITA A ISABEL
Traspasas la llanura de Esdrelón y las montañas de
Jerusalén, en tu vientre se mece el dulce Bien, y
llegas a Ain-Karín, cerca de Hebrón.
En Isabel estalla la emoción:
¡Bendita tú y el fruto de Belén!, rendidamente has
pronunciado amén y eres cauce de eterna salvación.
El hijo que Isabel espera ansiosa afirma, desde el
seno, la existencia del Mesías, que en tu interior
reposa.
E Isabel te declara fiel, dichosa, en ti se complació
la Providencia por tu "fiat", tu ofrenda generosa.
Desbordante de fe y de valentía, aceleradamente vas
a darte, a servir, a ayudar, a sincerarte, a derramar
cariño, cortesía.
Es encuentro de gozo, de alegría. Isabel se
conmueve al abrazarte.
Tú alabas al Señor por desposarte. ¡Estás llena de
Dios, de Eucaristía!.
Isabel, por milagro, va a ser madre del Precursor,
profeta del Altísimo, que mostrará el sendero del
perdón.
Tú proclamas la majestad del Padre, en ti se da
misericordiosísimo, y es tu carne la cuna de su don.
Una explosión de luz, de claridad, una confirmación
de profecías, palabras de David y de Isaías, brotan
de vuestros labios con piedad.
Tú, María, adelantas la verdad
que viene a revelar tu hijo, el Mesías,
más allá de las mil teologías
que excluyen la indulgencia y la bondad.
Son ecos, resonancias del pasado, compendiados en
Santas Escrituras, predicciones del Bienaventurado.
Son memorias del pueblo sojuzgado.
Se van a terminar sus desventuras cuando el Reino
pascual sea instaurado.
EN TU GRIAL
Subes hacia Judea llevada por
José.
Es descendiente de familia hebrea, y le acucia el
deber de empadronarse en la pequeña aldea lugar de
su niñez.
César Augusto dicta, señorea, le conmina a partir de
Nazaret.
En tu grial Jesús se balancea camino hacia Belén.
La borriquilla trota y cabecea como regio corcel.
Aunque temes la intrínseca tarea de ser madre y
mujer, la mente se recrea pensando en tu divina
gravidez.
Un ángel por las nubes palmotea festejando al
Emmanuel y arrullo de alabanza te rodea cumplida
tu preñez.
El dolor, que tu gozo aguijonea, indica va a nacer el
Soberano augusto, que alborea para hacer de este
valle nuevo Edén.
José te ve sufrir y pordiosea hospedaje
en Belén,
En muchas puertas busca, forcejea hasta
desfallecer.
Tan sólo un mesonero le franquea la entrada de
un establo, una merced porque el Niño en tu
seno ya tantea el margen de tu piel.
Tu esposo, en el pesebre, se atarea. Transfigura la
gruta en un vergel.
Con la mula y el buey José trastea. Convierte paja
en mies.
Es plena noche, el cielo centellea con fulgor de tu
amén, y en el regazo virginal florea el hombre-
Dios, ¡gigante en pequeñez!
¡QUÉ NOCHE TAN LARGA!
¡Oh!, ¡qué noche tan larga!, oculto está el
invicto ardiente sol.
Los seres exiliados encienden las hogueras,
colocan amuletos de herraduras, solemnizan
banquetes, conjuros, ceremonias...
El sumo sacerdote corta el muérdago de los robles
sagrados con su cuchillo de oro.
Crece el acebo erguido.
Trae corona de espinas en sus hojas y en sus bayas
la sangre.
Los místicos abetos. pregonan alabanzas por los
bosques. Las mariposas, libres, olvidan sus
crisálidas.
En la cueva caliza un Sol naciente injerta en el
ramaje de las horas sus rayos de energía.
Asciende siempreviva en la maleza y la espiga de
luz.
El trigo inmaculado de la Casa del Pan será dulce
alimento de la Vida.
VIRGEN MADRE
AMANECE SOBRE TU FLOR DE LOTO
Vestía el hombre harapos de ventura, jirones de
heliotropos, de azucenas.
El aroma de un trágico final envolvía gardenias
silenciosas por vigilias sin alba.
Entre la lobreguez esclarecían diez guirnaldas de
estrellas goteando su llanto luminoso.
Un sudario de sombras invisibles cubría los
desnudos.
El ángel de alas rotas perecía en el fango
con plumas impregnadas de alto vuelo.
La siembra está granada.
Amanece, María, la promesa sobre tu flor de loto
cuyos pétalos blancos jamás fueron tocados por el
limo.
Surge la antigua forma que dibuja el universo azul
donde el cisne reencuentra la ambrosía.
Alondras penitentes anuncian a
las brasas el húmedo verdor de
las cenizas.
La oscuridad descorre sus crespones acercando la
luz al novilunio.
Marchitos crisantemos se deshojan con el temblor
del éxtasis.
El fruto del olivo está en sazón, germina la semilla
en el trigal y la viña enraíza.
El óleo, el pan y el vino maduran el encuentro.
Comienza el despertar de la materia.
La cuna universal recibe al Sol
con sábanas de almendros florecidos.
El río de la vida
fecunda los estériles desiertos.
El mar sigue en sus límites.
Rasgan las nubes claros resplandores. Toda la
creación se inflama en cánticos y deleita a las dunas
el maná por tu inocencia intacta.
EL NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS
Viene la luz al mundo peregrino por tu jardín
cercado de armonía, por tu fuente sellada, por la vía
de tu incólume cáliz femenino.
Eres la senda clara, leal camino para iniciar la fértil
travesía y encontrar a Jesús. En ti, María, está el
tesoro del caudal divino.
Por la puerta cerrada del Oriente alumbra el Sol la
cepa desvalida desde aquel sí donado
humildemente.
La gloria del Señor luce en tu frente, ha sido tu
modestia enaltecida y Dios duerme en tus brazos
blandamente.
Canta el gallo en la aurora renacida, un nuevo día
asoma por Belén, en un pesebre está la Paz, el Bien
que vencerá a la muerte con su vida.
Tiemblas por su presencia, conmovida, y el futuro
se turbará también de admiración, pues en Jerusalén
conquistará la tierra prometida.
Sembrará el eucarístico alimento, elevará al espíritu
inmortal hasta alcanzar el célico aposento.
En la mañana de su nacimiento la creación es pila
bautismal y en tus brazos palpita el Sacramento.
El Niño, que reposa en la pobreza, es el Ser uno y
trino, el omnisciente, dueño del firmamento,
omnipotente, el arca de la espiritual riqueza.
El nace cada día en la tristeza, en el hambre y la
sed del penitente, en la fe y caridad del oferente, en
la flor virginal de la pureza.
Por ti, María, madre medianera entre el Reino y
sus hijos desterrados, se ha derribado la mortal
frontera.
La Trinidad ha izado su bandera para los justos
bienaventurados que en ti logran la dicha
postrimera.
FELIZ ESTABLO
En Belén de Judá nace el Mesías.
Se cumplen los anuncios, las profecías.
¡Feliz establo
que el Niño ha convertido en un retablo!.
Una mula y un buey le dan calor, retozan los
insectos alrededor.
Sobre la paja
con luz del cielo brilla
divina alhaja.
Un ángel da la Nueva a los pastores y acerca la
alegría a sus temores.
Entre pañales late la vida eterna de los mortales.
¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios en las alturas!
¡Paz a los hombres buenos! ¡Paz y venturas!
De los pastores
hizo Dios los primeros
adoradores.
Estás, María, llena de gracia, cantas al Niño
gozosas nanas. Fuego de amor tu seno abrasa y
se hace música en tu garganta.
El Niño duerme. Tú al Padre alabas.
Su hermoso cuerpo lleva la savia del templo virgen de
tus entrañas. Tu corazón, alegre, danza; tus tiernos
pechos la leche manan, y está tu espíritu en dulce
calma.
Llegan pastores de las montañas, riela en sus ojos
antigua escarcha, en sus zurrones gran esperanza de
contemplar al Sol del alba, rey de los ángeles de
blancas alas.
Ahí está el Niño en pulcras sábanas. ¡Qué bello es!
¡Qué paz emana! Los pastorcillos sienten el alma
subida al cielo, reconfortada y, alborozados, gritan
¡hosanna!.
Y tú, María, llena de gracia, guardas silencio
emocionada. Estas noticias extraordinarias las atesoras
para el mañana. Tu interior reza ¡Dios mío! ¡hosanna!
BAUTISMO DE AGONÍA
Han pasado ocho días
desde el feliz momento en que alumbraste
la claridad del Sol.
Hoy se tiñe de rojo
bajo el signo del pueblo de Israel.
Es la primera sangre del Mesías acatando la Ley, la
Antigua Alianza, sometiéndose al yugo de humana
servidumbre. Una señal sagrada, un rito, un símbolo
de un pueblo circunciso con cuchillos de piedra,
transformados por Él en caricias del agua.
Te atraviesa, María, el daño de su carne, que en ti se
multiplica, y tu aliento se inflama de ternura; deseas
evitar esa agresión temprana cercenando sus límites.
Eslabones ocultos de letales cadenas aprisionan tu
sueño.
Lejanas letanías y suspiros
vibran cruzando el tiempo entre la bruma.
Una densa amargura carmesí anega el lago azul de
tus pupilas.
Bautismo de agonía
derramándose lento por tus sienes
con un presentimiento
de azotes y de espinas, de clavos y lanzada.
Esta sangre infantil
es inicial ofrenda, néctar de amor cautivo en el ara
del mundo.
¡Alégrate, María!, pues su nombre es Jesús.
Él reedificará la tienda de David,
Él la levantará de sus viejos escombros y en todas
las naciones se invocará su nombre
Reyes Magos, ilustres sacerdotes, oficiantes de
arcilla, de agua y fuego, que entonaban al ritmo de
los bosques ante el rústico altar de hierba y trébol,
se ciñeron la túnica del noble, dejaron los ornatos
sobre el suelo, emprendieron el viaje al horizonte,
arrojaron al viento el haz de brezo, decididos a
inspeccionar el orbe y descubrir la cuna del
misterio.
Para adorar al Mesías viajan los Reyes
de Oriente.
La estrella, signo anunciado, se manifiesta
en el cielo, les guiará en largo vuelo hacia
el lugar revelado por oráculo sagrado,
donde habita el Sol naciente.
Para adorar al Mesías viajan los Reyes
de Oriente.
Sin miedo a los desafíos, movidos por
su esperanza, por su fe, por su
confianza, intrépidos y bravíos,
recorren montes y ríos, con espíritu
valiente.
Traen cansancio del camino, en la mirada el
desierto; su corazón late abierto para albergar al
divino Soberano, peregrino en este valle
doliente.
Para adorar al Mesías vienen los Reyes de
Oriente.
Y la estrella se ha ocultado entrando en Jerusalén, la
buscan y no la ven.
Temen haberse apartado del sendero señalado en un
punto de Occidente.
Para adorar al Mesías vienen los Reyes de
Oriente.
Acuerdan escudriñar. Confundidos y asustados
preguntan por todos lados: ¿Dónde está el que va a
reinar, Dios, que acaba de llegar?.
Mas no lo sabe la gente.
Para adorar al Mesías vienen los Reyes de
Oriente.
Herodes, en su castillo, cegado por la codicia,
quiere saber la noticia:
De Belén saldrá un caudillo en el cuerpo de un
chiquillo que reinará eternamente.
Herodes exige, ansioso, le presenten a los
magos y con mentiras y halagos les dice está
deseoso de adorar al poderoso y le informen
prontamente.
Para adorar al Mesías vienen los Reyes de
Oriente.
Cuando salen del palacio, luce en el cielo la
estrella,
¡qué clara y fuerte destella!.
El brillo alumbra el espacio como sublime prefacio
de la luz omnipotente.
Para adorar al Mesías llegan los Reyes de
Oriente.
La estrella se posa encima del lugar donde está el
Niño, rodeado del cariño de su madre, que le mima,
y el buen José no escatima los cuidados
dulcemente.
Para adorar al Mesías llegan los Reyes de
Oriente.
En un modesto portal, una estancia en una cueva,
sonríe la Buena Nueva, la energía universal, el
refugio espiritual del humilde penitente.
Tras alabar a María, de hinojos al Niño adoran, su
providencia le imploran.
Es mensaje de armonía la solemne Epifanía del Ser
excelso y clemente.
Para adorar al Mesías llegan los Reyes de
Oriente.
En homenaje a su Alteza le dan oro, mirra,
incienso, muestras de su elogio inmenso. El oro es
poder, riqueza; la mirra, salud, belleza, y el
incienso es alma ardiente.
Para adorar al Mesías llegan los Reyes de
Oriente.
Los Magos son extranjeros, símbolo del pueblo
infiel que se postra ante Emmanuel. Son del Verbo
coherederos, apóstoles, misioneros en un pueblo
diferente.
Para adorar al Mesías llegan los Reyes de
Oriente.
Un ángel, en sueño extraño, a los Reyes ha
advertido que Herodes, enfurecido, maniobró con
engaño; pues, para no causar daño, marchen
sigilosamente.
Rebosantes de alegría, con el corazón colmado de
amor al Hijo encarnado, loando su legacía,
exclaman ¡Ave María!
¡Gloria a Dios aquí presente!.
Llenos de fe en el Mesías parten los Reyes a
Oriente.
Reyes Magos de Oriente, ¡enhorabuena!,
desvelasteis lo oculto, lo secreto, la sorprendente
magia de la esfera, el mensaje grabado sobre el
cielo, traspasasteis la ruta de la niebla, atendisteis la
voz del firmamento, cobijasteis la paz de Buena
Nueva, abristeis el portal del alto templo, y
entregasteis al Niño las ofrendas, los simbólicos
mirra, oro e incienso.
Reyes Magos, viajeros por la Vida,
que alcanzasteis la dicha del encuentro
con el Dios de la paz y la armonía,
ofrecedle la mirra de los cuerpos,
suplicadle perdón por sus heridas,
entregadle el vil oro del becerro
causante de ambiciones destructivas,
adoradle con humo del incienso
que exhalan nuestras almas renacidas
con su Amor, con su Cruz y con su Adviento.
LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL
TEMPLO
Ya han transcurrido los cuarenta días
desde la fecha en que nació Emmanuel,
Rey de naciones, lumbre de Israel, la
salvación del mundo, el Mesías.
Y tú, que siendo virgen, concebías, y tú, la
vencedora de Luzbel, madre del niño-
Dios, del nuevo Abel, respetas a las bajas
jerarquías.
Permaneces de pie en el antetemplo,
esperas te reciba el sacerdote, vas a
purificarte, sin pecado.
Tu sumisión es magistral ejemplo y
dos tórtolas es sobrado lote para ser
un mortal mundificado.
En la Casa del Padre hay alegría al
presentar a tu hijo al Creador, es el
Hijo enviado por su amor y, en el
altar sagrado, Eucaristía.
Revela su divina cercanía y te
anuncian la espada del dolor, la
cruenta redención por el pastor de
estrellas, en Calvario de agonía.
Te maravilla el justo Simeón, y Ana,
la profetisa, que en Él ven la palabra
encarnada y la esperanza.
Cristo es el signo de contradicción,
para el ateo racional desdén y para el
justo Bienaventuranza.
El primer fruto al templo pertenece, según dijo
Yahvé al fiel Moisés, y es, María, tu primeriza mies
la bendita semilla que florece.
La ley en veinte siclos establece, como precio, el
rescate del burgués, mas tú eres pobre y es bastante
des dos tórtolas, ¡y gratis Dios se ofrece...!.
Con cada humillación Él se engrandece, en el
pesebre brilla más su gloria y su nombre supera todo
nombre.
Tu purificación Él enaltece,
con tu obediencia alcanzas la victoria
y el Ser Supremo en ti se ha hecho hombre.
UN LARGO CAMINAR
EL VIAJE A EGIPTO
Un rumor de alas blancas se introduce en la esfera
de la visible realidad
denunciando a José la espada de la ira.
Es preciso partir, morir un poco,
desasirse del húmedo heno,
del calor del pesebre,
retoñar con el rayo incomprensible.
Os guía el toque de centella albergado en el centro
de la carne y, en José, Dios añadirá.
La noche abre su negro pórtico,
alumbran las luciérnagas, se arrastran las serpientes,
desde el cierzo cabalgan maldiciones
de cactus y de ortigas.
Se inicia el viaje a Egipto.
Un largo caminar
por el desierto, bajo el Sol
que reverbera su oro entre las dunas.
En soledad, a la intemperie, atravesáis las sombras
del crepúsculo doblegados en manos del arquero.
El Niño tiene hambre y tú, solícita, le sacias
con la albura de tu pecho.
Se agiganta tu sed
por el casto manjar que viertes, generosa, para
calmar su triste llanto.
Manan los vaticinios
el acíbar, la hiel, en tus labios salobres.
Lamentos y gemidos, relámpagos de sangre,
lágrimas por los muertos inocentes en la tela de
araña del poder, ensombrecen el firmamento.
Tú, misericordiosa, asumes, la tortura integral de las
mujeres mutiladas.
Tú llevas el consuelo,
el austro suave, portador de lluvia,
anegará los campos,
bendecirá la flor y esparcirá su aroma
sobre rocas, espinas, pedregales.
Ya su tierno verdor
envarona en las márgenes del Nilo.
LA SAGRADA FAMILIA
Un ángel dice a José que ya ha muerto el asesino,
abrasado en su interior por tormento de martirio, y es
tiempo de regresar al lugar del que ha partido. José
obedece y te pide recojas lo más preciso, porque es
voluntad del Padre, y en el cielo está escrito, vayáis
hacia otro lugar o adonde habíais salido.
Pero gobierna Israel Arquelao, de Herodes hijo, y a
José le dice el ángel que se encamine a otro sitio. A
Nazaret se dirige.
Se hace realidad lo dicho por todas las profecías, que
es nazareno el Rey-Niño; partirá de esa ciudad a
consumar su designio y en ella nos dará ejemplo de
sujeción y servicio.
Estáis, María y José, en el destierro elegidos, tú, para
ser madre virgen y José, padre adoptivo. Con el
pequeño Emmanuel formáis un hogar divino, modelo
de convivencia, de un querer limpio y sencillo, sois la
Sagrada Familia, un apretado racimo en la casa
iluminada por la luz del paraíso.
José, en su carpintería, cumple con su cometido para
que puedas comprar leche, miel, harina y vino, y no
falte el alimento necesario para el Niño. Tú, María, en
tus labores y ayudando a tus vecinos, rebosa tu
caridad pues son pobres tus amigos. Tu existencia es
oración de sufragio y sacrificio.
Te das toda, sin reservas, sigues el plan del Altísimo
y, aunque tu vida es tranquila, temes lo que te ha
advertido, en el templo, Simeón, cuando abrazaba al
chiquillo, la espada que partirá tu corazón cristalino.
Duerme sereno en tus brazos el Mesías, el Ungido.
Trono y torre de marfil le das maternal asilo.
Así discurren los años de sosegado retiro, enturbiado
solamente por el peligro sentido y por la
intranquilidad de no ejercer bien tu oficio. Pero tu
enorme confianza en el Poder Infinito mitiga el
desasosiego, te da celestial alivio y contemplas,
sonriente, como va granando el Niño.
EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL
TEMPLO
Doce años cumple el Niño de Belén, ya es "hijo del
precepto", y sumiso va a observar el antiguo
compromiso de ir al templo, sito en Jerusalén.
Sois su familia el único sostén de su novicia edad, y
así es preciso que estéis pendientes de Él, pues un
aviso tenéis de la misión del Sumo Bien.
Salís de Nazaret en caravana para conmemorar el
sacrificio, el rito de la Pascua de Yahvé.
El recuerdo de la feliz mañana
que eximió al pueblo hebreo del suplicio
al señalar sus puertas con la fe.
Pasados cinco días del festejo volvéis a Nazaret,
vuestro destino.
Después de una jornada de camino no halláis al
Niño-Dios en el cortejo.
Tu esposo, el fiel José, gime perplejo.
Tú, apenada, presientes el espino
revelado en la Biblia, brutal sino
del que hace un hombre nuevo al hombre viejo.
Son tres días de búsqueda infructuosa, interrogando
a amigos y parientes, presos de incertidumbre y de
dolor.
Tú, María, angustiada, temblorosa, alzas al Padre
súplicas fervientes por la vida del joven Salvador.
Te sorprendes al verle en compañía de unos
sabios doctores asombrados escuchando a un
chiquillo, embelesados ante su excepcional
sabiduría.
Le dices a Jesús que te dolía no haber sido su
padre y tú informados, tres días le buscasteis,
desolados, pensando si algún mal le sucedía.
Él responde extrañado, ¿os inquietabais
conociendo el mandato, el ocuparme en cosas de
mi Padre, en la misión?.
No entendisteis, mas ambos lo esperabais. Vuelves
con tu hijo a casa y ni un adarme olvidaba tu
absorto corazón.
TU LLAMA DE AMOR VIVA
En Nazaret, María,
meditas al relente y en la aurora,
se empaña tu alegría,
presintiendo la hora
que te sorprenderá madrugadora.
Te despiertan las aves
en el hogar de cálidos amores,
de amaneceres suaves,
de sutiles temores
de luces y de sombras portadores.
Tu familia trabaja
clavando utilidad en el madero,
lo modela, lo alhaja
con arte carpintero,
dará al Hijo el abrazo postrimero.
Cuidadosa te afanas en el vergel alado de la paz,
quedan lejos las nanas, está en la pubertad el infante
de la inmortalidad.
Vas por agua a la fuente
para saciar la sed que os abrasa;
el horno está caliente
para ese pan que amasas,
y a los odres el líquido transvasas.
Y tu hijo, el nazareno,
progresa en gracia, en ciencia, en estatura,
y es su cuerpo moreno,
de exquisita finura,
obra de celestial arquitectura.
José, que fue elegido
timonel y guardián de fruto y flor,
tu espiritual marido,
humano protector,
sube al cielo en los brazos del Señor.
Tú y Jesús ante el mundo, que alejado del Bien os
desafía, sin conocer tu rumbo, rezando en armonía,
sigues la senda de la profecía.
En la inquietud callada
el tiempo lentamente va pasando;
aguardas, retirada,
al Padre venerando,
los dones que la tierra está esperando.
Te asaltan las noticias
de Juan, la voz que clama en el desierto,
y en silencio acaricias
el rosal de tu huerto
creciendo sin espina a cielo abierto.
En la noche cerrada
alumbras, con tu llama de amor viva,
la casa inmaculada
y tu luz volitiva
irisa la escultura primitiva.
Está próximo el día
para el Sol que bajó desde la altura.
En la estepa baldía
tu devota locura
abre el pórtico azul a la ventura.
VIRGEN DE SOLEDAD
TU TIERNA PALOMA EMPRENDE EL
VUELO
Llega el abrazo de la despedida
del hijo que, hecho hombre, se distancia,
lleva tu corazón, tu vida entera,
algo en ti se desgarra.
Él es Hijo de Dios, semilla de paráclito en tu casa.
Tú eres madre y mujer,
en tu carne te sientes cercenada.
Virgen de soledad,
por tu valle de lirio y azucena
brotan las espadañas
bajo la lluvia triste de la ausencia.
Crece melancolía en el latido asceta de tus venas, en
la cascada de tu sangre ardiente abierta por la pena.
Te dicen que otro joven, revestido con pelo de
camello y cinturón de cuero en la cintura, predice la
apertura de los cielos.
Te acuerdas del profeta con su traje de pieles y de
cuero, de un carro, de caballos, torbellino de luces y
de fuego.
Tú sabes que ese joven
surgido por milagro en matriz vieja,
es Juan, el precursor,
allanará el trayecto a la promesa.
En su espacio primero
saltó de gozo al sol de su existencia
e irá delante de la luz del alba
que viene a esclarecer a las tinieblas.
Ya tu tierna paloma emprende el vuelo al horizonte-
Cruz tras la montaña, se bautiza en el agua del
Jordán, y otra paloma blanca desciende por el aire
transparente, y despliega sobre Él sus nobles alas.
Éste es el Hijo amado, en su amor se complace la
Palabra.
Lees las Escrituras
reveladoras del sagrado enigma,
del agua derramada por el suelo,
de hierba renacida,
del sustento frugal, de los insectos,
de la miel que en los ojos relucía.
Pero en la noche oscura nada te aplaca la ansiedad
furtiva.
Te duele que tu niño
se retire a ayunar en el desierto.
Tu maternal entraña,
tu tronco fijo y tu ramaje recio,
que amparaban al único retoño
de la sequía, del calor, del viento,
desbordan por la herida
escarcha de añoranza en su albo pétalo.
Te pesa la materia,
las raíces clavadas en el mundo
y, aunque elevas tus preces
alarmada por tu hijo, por su ayuno,
por las sombras de frío desamparo,
por el rival oculto,
no puedes desasirte de tu vértigo
asomada al augurio.
La caricia del mar vuelve a tu playa, regresa del
desierto a Galilea donde habitas, María, en tu
atalaya.
Su visita enardece la marea maternal de tu cálida
dulzura que en abrazos de espuma se recrea.
Trae la brisa apacible de la altura, la sal de su
oceánica mirada, te invade su oleaje de ternura.
Su fama, en la región, fue pregonada y viene
acompañado de un cortejo de hermanos en la fe por
su llamada.
Vais a Caná, a una boda, a un festejo distinto del
desierto y del ayuno, y el pueblo está asombrado,
está perplejo.
/
Que Él es el Rey de reyes piensa alguno, otro que
un impostor aventurero.
El secreto está en Dios que es trino y uno.
Es hijo de José, del carpintero,
nacido en una gruta de Belén,
que ejerció en Nazaret de humilde obrero.
Su modestia es la causa del desdén.
¿No saben que su ciencia ha deslumbrado a los
doctores de Jerusalén?.
La boda, preparada con cuidado, atrae a mucha
gente para ver a Jesús, el magnífico invitado.
Ante los novios sientes el deber de que la
fiesta acabe felizmente y no falte lo que ha
de menester.
Para ti, observadora, es evidente que el vino se ha
acabado, te entristeces y acudes a tu hijo
omnipotente.
No pides, insinúas. Le enterneces.
Tú le informas con fe: "no tienen vino". /
Él será experto en dar panes y peces.
Te responde mostrando tu destino, llamándote
"mujer". Te hará en la Cruz "mujer-madre" del
hombre peregrino.
Declarar no es su hora es su actitud, pero tú,
designada mediadora, consigues el favor en
plenitud.
/
¡Haced lo que Él os diga!. Sin demora. Tus órdenes
acatan los sirvientes, es mandato de madre y de
señora.
Jesús dice, llenad los recipientes de agua
hasta los bordes y llevad a probar este vino
a los presentes.
Fue por tu mediación, tu caridad, este primer
milagro del Mesías que esclareció su gloria, su
deidad, y adelantó futuras alegrías.
EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN
Pasas desde Caná a Cafarnaúm.
El péndulo incesante,
que irisa en tus latidos los colores
del tiempo navegante de luceros,
acuna alegres horas
con la presencia viva de tu hijo
en su dócil reposo.
Olvidas los enigmas y los contrarios vuelos de tu
mente por abrojos, cerezos y amarantos.
Ha empezado la Fiesta, la Pascua del cordero y de
su sangre, anual florecimiento del pasado, símbolo
del indulto para el éxodo. Vais a Jerusalén,
al templo de oración, hogar del Padre.
Vibra en tu lejanía
el rumor excitado del escándalo:
latigazos y gritos,
la tromba huracanada de Jesús
derribando los muros
que cierran el asilo del Amor.
Mercaderes de aceite, sal y vino,
de corderos y vacas,
cambistas de monedas extranjeras
por los siclos hebreos,
ahuyentan con su ruido a los devotos.
/
Él fustiga la usura y la avaricia, desaloja el
sonido de la plata y aposenta el silencio.
Le aturden expresiones que en sus labios emergen
de la altura.
¡La sinagoga es casa de oración y ellos la han
convertido en una sucia cueva de ladrones!.
El celo le consume.
Rompe su indignación, la santa ira,
y expulsa el chalaneo
que impide oír la música inviolable.
Temes las flechas negras clavándose en el tronco
del laurel, lanzadas con preguntas acerca de señales
misteriosas.
¡Y tu hijo vaticina destrucción!.
Ha caído la noche,
llama a la puerta el sabio Nicodemo,
persona principal, y tú te asustas.
Se alarga la entrevista, te agarrota el horror a las
espadas.
Llega la despedida del extraño y la calma a tu mar,
en los ojos del visitante oscuro ves el rayo del Sol
que tú conoces.
HOY SE CUMPLE LA ESCRITURA
Jesús está en Nazaret y los vecinos del pueblo
sienten gran curiosidad.
Han creado un gran revuelo los milagros, las
parábolas, del llamado nazareno.
Es sábado, los judíos lo celebran en el templo.
Está presente Jesús, el hijo del carpintero, el que
expulsa a los demonios y da salud al enfermo.
Tú, oculta entre las mujeres, desde tu sitio discreto,
celebras la ceremonia y alzas las preces al cielo;
conoces los comentarios de escribas y fariseos.
Después de las oraciones y la lectura del tiempo, el
hazan pide a Jesús que lea el sagrado texto, y Cristo,
desenrollándolo, lee el pasaje profético.
Prevé el Libro de Isaías su unción para el
Evangelio. Él socorrerá a los pobres, dará la vista a
los ciegos, liberará a los cautivos, resucitará a los
muertos.
Diversidad de opiniones convulsionan los
cimientos de una tradición forjada sobre ritos y
preceptos.
Unos quieren sea rey, otros su
aniquilamiento.
Le piden que los milagros los realice en su pueblo.
Él les recuerda que Elías atendió a los
extranjeros. Dominados por la cólera le arrojan
fuera del templo.
Le conducen hasta el monte y, llamándole
blasfemo, determinan despeñarle.
El Ungido cruza entre ellos y se aleja, entristecido
por tantos sordos y ciegos.
Sobresaltada le esperas implorando en tu
aislamiento. Piensas ¿será esto una espada? ¿Habrá
acabado su tiempo?.
Y cuando le ves llegar corres feliz a su encuentro.
SE APROXIMAN LOS FILOS DE LA ESPADA
TU MÍSTICA ALACENA
Vives tu soledumbre tras la ventana abierta al
espejismo poblado con la imagen del familiar
destello que esculpe en tu retina su figura.
Los relojes de arena trasiegan los segundos.
Amaneces cansada
con tus interrogantes y tus aceptaciones. Obstinado
te arrastra el suave imán de su amada memoria.
Lavas su blanca túnica,
calientas tu terneza en el fogón,
recoges del aljibe melancólicas lágrimas,
de los árboles tristes
las manzanas que caen como las horas.
Lentos atardeceres se condensan en el umbrío patio
con la espesa inquietud de tu nostalgia.
Pasa la luna fría
por el jardín cubierto de penumbras,
las palmeras se argentan, los lirios se estremecen,
y en tu moreno rostro
es cárdeno el fulgor de sus reflejos
que acrecientan la hondura de tus ojos errantes.
El aullido lejano
de los perros nocturnos, solitarios, hambrientos,
despedaza la arista del silencio
que augura tus sospechas, tus íntimos presagios.
Desde la lejanía
ascienden las noticias a tu valle,
sus largos dedos pulsan los latidos recónditos,
y agitan la flaqueza en tu ciprés erguido.
Los leprosos, los ciegos, los mudos y los sordos
recobran su inocencia.
Los monstruos infernales huyen ante la Voz en ti
encarnada.
Los preceptos que fluyen de sus labios incólumes
alejan las tinieblas cegadoras.
El asombro fustiga los rencores.
Sol y sombra en el círculo del éter aproximan los
filos de la espada.
Tú sigues guarecida
en la oración, refugio edificado
con el salmo inicial de tu garganta.
Colocas, en tu mística alacena, pétalos de jazmín y
crisantemo, los primeros encajes
y la pequeña ropa del niño que ya es hombre.
El pan está en el horno, el vino en las tinajas,
y crecen en tus manos
las alas de inmortales mariposas.
JUAN ABRIÓ LAS VEREDAS
Como un trueno sangriento,
como un rojo relámpago de escarcha,
incide en tu retiro
la noticia, que Herodes, el tetrarca,
al más grande nacido de mujer,
a Juan, enhiesta caña,
degolló en las mazmorras
por el ritmo sensual de la venganza.
Juan ofreció en bandeja los labios que anunciaron la
palabra, la cima de sus altos pensamientos, la
claridad azul de su mirada.
Gritó el nombre del Hijo e introdujo su eco en las
estancias; bajo el vuelo feraz de la paloma
proclamó su alabanza.
Juan conquistó los lagos, se vistió con los hilos de
las aguas, roció en el palmar frías penurias con las
gotas candentes de sus lágrimas, se hizo nube y
diluvio, océano inmutable para el Arca, alumbró
con la llama del origen su veloz río hambriento de
bonanza.
Juan abrió las veredas hasta la yerma cumbre de las
águilas, espiral de gaviotas en el aire sobre el cantil
agudo de las almas.
Le atravesó la luz en olas de abismales marejadas,
con el rayo de tu hijo, en noche oscura, el mar Rojo
anegó de espuma blanca.
Y tú al Padre preguntas
qué fue del salto alegre en las entrañas de tu prima
Isabel, de la especial llamada, del mensaje del
Libro de Isaías, del bautismo en el agua...
No obtienes las respuestas.
Y una vez más te postras como esclava.
SALES, CON TUS PARIENTES, PARA
HABLARLE
Por toda la región de Galilea anda tu hijo, el
Mesías, predicando la palabra salvífica y
curando, haciendo dignamente su tarea.
Vigilas asomada a tu azotea, acechas el
futuro, escudriñando los rumores, que
infames van lanzando, y un peligro en el
cierzo merodea.
Sales, con tus parientes, para hablarle.
Pero El está sentado entre la gente, que
le escucha enfervorizadamente,
amontonada, a punto de aplastarle.
Aguardas fuera, absorta al contemplarle.
Le avisan que su madre está presente con su
familia y, sosegadamente, permanecen allí
para esperarle.
Cuando a Jesús le dicen que María le
reclama, en unión de sus hermanos, sus
parientes, discípulos, paisanos, oculta su
emoción y su alegría para dar su esencial
teología:
¿Quién es mi madre y quienes mis hermanos?, los
hijos de mi Padre, los humanos que hacen su
voluntad con valentía.
Tú entiendes su postura, es su misión, El es el
Salvador, el Rey enviado a indultar al confeso de
pecado, y tu ofrenda también es redención. Eres
regia en tu libre humillación, viviendo para El, a su
costado, en tu puesto cercano y retirado,
participando en la obra del perdón.
El escéptico afirma que esta escena es negación
de tu virginidad.
Satanás, tu enemigo, con maldad la tergiversa,
él odia tu patena.
Son parientes, no hermanos, la cadena de la sangre
y la auténtica amistad en la fe, que unifica, y la
heredad que Jesús les dará en la última cena.
Ni Lot era el hermano de Abraham, ni Santiago,
José, Simón y Judas lo fueron del Mesías, y sin
dudas Jacob no era el hermano de Labán. Cuando
en Pascua le buscas con afán no hay otros hijos a
los que tú acudas. Porque estás sola, sin tener
ayudas, desde la Cruz, Jesús te entrega a Juan.
Por amigos y parientes llegan a ti las noticias
portentosas de tu hijo, que va haciendo maravillas.
En algunas compareces, otras te las comunican.
Sigues atenta sus éxitos,
¡cómo la gente le admira!,
¡cómo le escucha arrobada!, ¡cómo está en su
compañía, aguantando el frío, el hambre, la sed, la
humana fatiga, pendiente de sus parábolas,
entusiasta, enfebrecida!.
Mas en ti estalla un pavor:
¿cual será su expectativa?.
¿Entenderá su misión,
que a Dios y al hombre concilia?
¿O quizá exige de El
un triunfo materialista,
su reinado en este mundo?.
Te sientes triste, afligida, pulsa incesante el dolor de
las futuras heridas que padecerá el Ungido, según lo
escrito en la Biblia: su persecución, su oprobio, su
tormento, su agonía...
Y el aroma de las rosas se clava en ti como espina.
Te cuentan que en la montaña expuso los requisitos
para ser considerados dignos del Reino ofrecido.
Que los pobres, los que sufren, los puros, los
fugitivos, los hambrientos, los desnudos, los
mansos, los oprimidos y los misericordiosos,
tendrán paz y regocijo pues hallarán en el cielo
recompensa a su altruismo. Pero aquellos que están
hartos, los que se burlan, los ricos y a los que
aplauden los necios, les advirtió están malditos
porque no sienten amor al hermano desvalido y
aborrecen compartir los talentos específicos que en
el seno de su madre, cuando fueron concebidos,
recibieron para hacer del destierro un paraíso.
Tú, María, lo expresaste en el cántico emotivo
recitado ante Isabel llevando en tu cuerpo al Hijo,
las palabras del Magníficat, resumen de sus
principios.
El gentío, embelesado,
pregona, a diestro y siniestro,
los milagros de Jesús
con enfermos, mudos, ciegos,
leprosos y paralíticos.
El eximio nazareno
también expulsa demonios
y resucita a los muertos.
Obra tan grandes milagros
que está fascinado el pueblo.
Dio de comer, en un monte,
a miles que le siguieron,
con cinco piezas de pan
y dos peces muy pequeños;
sosegó el mar encrespado,
le obedecieron los vientos.
Una noche sus discípulos
sobre el agua andar le vieron,
y una pesca milagrosa
llenó hasta el borde sus cestos.
/
El entró en Jerusalén triunfador, como un guerrero.
Ya predijo Zacarías que viene el Rey a su reino, es
el justo, el victorioso obviador del cautiverio; sale
con gozo, con júbilo, la muchedumbre a su
encuentro, con ramos de olivo y palmas... ¡Todo se
estaba cumpliendo!.
Tú, como las buenas madres, sabes, desde tu retiro,
lo que ocultan, lo que callan de los pasos de tu hijo:
las curaciones en sábado, sembradoras de conflictos
entre fieles seguidores de los preceptos rabínicos; la
amistad con Magdalena, pecadora en un prostíbulo,
y con la samaritana, oriunda de un pueblo impío, a
la que se reveló como el Hijo del Altísimo; la
predicción de la guerra de los padres con los hijos;
la destrucción del amado templo del pueblo judío,
que en tres días, solamente, volvería a construirlo, y
para Jerusalén anunció el mayor castigo. Sabes las
acusaciones lanzadas contra tu hijo, y lees los
Libros Santos, buscas el sutil resquicio por donde
pueda escapar de ser un reo, un convicto. ¡Ay,
Virgen de los dolores!, tu sufrimiento es continuo.
En tu soledad doliente recuerdas aquellos
días venturosos, apacibles, de tu niñez,
recogida en el hogar del Señor, los ángeles
te servían, meditabas y rezabas y la púrpura
cosías.
Luego el Espíritu Santo hizo en ti la maravilla de
formar al niño-Dios en tus entrañas benditas.
Recuerdas cuando en Belén gozaba con tus caricias,
le adoraban los pastores, y los reyes, que venían de
unos lejanos países trayendo oro, incienso y mirra.
Pero muy pronto empezaron persecuciones y
huidas, tu temor a no ejercer bien la misión
recibida, desde el suceso angustioso, en la Pascua
israelita, cuando no hallaste a tu hijo viajando en la
comitiva, y el abrazo emocionante de su humana
despedida. ¡Cuántos recuerdos conservas como un
tesoro, María!.
Mas a ti, corredentora, que conoces el secreto, te
entristecen, te amedrentan, las asechanzas, los celos
de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos, que
falsean sus palabras, basan en Satán sus hechos, le
incriminan de traidor, de embaucador, de blasfemo, y
mil trampas le colocan para cazarle en un yerro. Pasan
rápidas las horas, se está avecinando el tiempo del
sacrificio sagrado que aposentará en el cielo a las
almas desterradas, condenadas al infierno.
El Hijo será oblación en el altar del tormento, la
espada se clavará en tu corazón abierto por amor a los
mortales y por tu entrega en el templo, al Creador
consagraste la blancura de tu cuerpo.
Tú sabes que ya está próxima la inmolación del
cordero. ¡Cómo te duele, María, el alma herida en tu
pecho!
Arriba a ti la voz de sus discípulos rogando
por Jesús, que les revela su muerte, su
cercano sacrificio para acatar la ley de las
estrellas.
Les da su abecedario de cariño, les habla de
una verde primavera, de la puerta que cierra
el paraíso, del trascendente fin de la
tragedia.
No entienden su elevado veredicto, no consiguen
unir letra con letra, y, porque en el misterio son
novicios, detestan que le humillen, que padezca.
Mas tú piensas, María, su martirio es palabra de
Dios por los profetas.
Y Pedro, el elegido, pide a gritos que el Padre
le libere de la afrenta, el Rey omnipotente, el
Infinito, le exima de la muerte y la condena.
Pero Jesús le acusa de egoísmo, de preferir tenerle
en su apariencia, de ser un ignorante y un
mezquino, no ver que sin semilla no hay cosecha, si
fructifica el grano desprendido fue el invierno el
que abrió la sementera, sin la lluvia, la nieve y el
rocío, no florece el jazmín, la madreselva, no brota
la aceituna en el olivo y se muere la vida en nuestra
tierra.
Tú sabes, virgen-madre, que tu hijo es carne de tu
carne, arcilla vieja, y aunque es Poder supremo,
aunque es divino, la tentación de Pedro le espolea a
abandonar el mundo a su albedrío, a renunciar a su
misión benéfica, a dejarse llevar por lo terrígeno y a
gozar de una vida que le espera, se alza el grito del
hombre, y el suplicio estremece el pilar de su
materia, y desea sumirse en un olvido que silencie
el clamor de su conciencia.
Mas, por ser hombre, entiende los desvíos y
concede el perdón a las tinieblas.
Está próximo el día de los Ácimos, es la fiesta ritual
de los judíos.
Tú recoges los panes fermentados, y te ocupas de
todo lo preciso.
Tu hijo habló contigo y te dio ánimos, va a empezar
su Pasión, su sacrificio, es la hora señalada para el
tránsito, pronto desvelará su Ser divino.
Y, como despedida, ha organizado una cena en
unión de sus discípulos, dará su testamento, su
mandato, porque llega el momento decisivo.
Los apóstoles serán, en el cenáculo, testigos de su
amor y su prodigio.
La casa de la madre de Juan Marcos es el lugar que
Cristo ha preferido; desde ese jueves sitio venerado
entre los seguidores del mirífico.
Traes carne de cordero, vino, hierbas; la carne
asada al fuego, es lo prescrito; cuatro copas de vino
habrá en la cena; con la primera copa de ese vino el
anfitrión bendecirá la fiesta; la segunda es
preámbulo al inicio del Hallel; con la copa que es
tercera se da la bendición, está cumplido el ritual, y
la cuarta, al fin, completa el rezo del Hallel. Lo
indica el Libro del Éxodo, reflejo de esta fecha.
Con dátiles, almendras, nueces,higos, harás el
horoseth, que representa el lodo del trabajo del
cautivo; lechugas y achicoria, que amarguean,
forman el merosin, y el pan de trigo, el matsot, con
cebada y con avena, sin levadura, que al salir de
Egipto, por la prisa, no dio tiempo a ponerla. Es
Pascua de Yahvé, es el clandestino banquete que
salvó a la gente hebrea de dura esclavitud, del
genocidio.
Echados estarán los comensales a la forma
habitual de los triclinios, al estilo romano; los
detalles de aquella ceremonia eran genuinos.
Tendrá la cabecera el responsable del grupo y a
los lados los venidos para concelebrar el día
grande; mesa rectangular, con utensilios, cojines
sobre los que recostarse, tres anchos bancos, y
para el servicio queda libre un extremo, como
base a todos los manjares y adminículos.
De este modo vivieron los apóstoles el milagro
dogmático, eucarístico;
Jesús sentado en medio de los doce, y Juan a su
derecha, el más querido; a su izquierda Pedro;
Judas Iscariote en un ángulo, junto al fiel
discípulo; los demás a ambos lados, sin un orden,
aunque ansían tener más cerca a Cristo.
Jesús les dice que no habrá otra Pascua hasta
cuando en el Reino estén unidos, y esta cena,
temida y deseada, es el final para un feliz
principio.
Sentados a la mesa, Él se levanta; se quita el manto;
más cordial, más íntimo con la túnica; toma una
toalla y se la ciñe; echa agua en un lebrillo, y se
postra ante Pedro, que así exclama “¿Tú me lavas a
mí...?”. No está previsto este acto del Mesías; Él lo
aclara diciendo que en asuntos metafísicos más
adelante enviará la llama que clarificará lo acaecido;
quien no lava la suciedad del alma no tendrá parte
en el convite místico, y hagan lo mismo que Él, sin
arrogancia, servir es un deber de amor, de amigo.
Comenzada la cena de hermandad, mustio,
apesadumbrado, les predijo que uno de ellos
le iba a traicionar.
Los presentes dudaban de sí mismos, todos se
preguntaban quién será.
“¿Soy por ventura yo, Rabbí?”. Lo ha dicho Judas.
Cristo contesta: hazlo ya.
Cuando Judas abandonó el recinto cruzando la
infernal oscuridad, aseguró Jesús a los reunidos que
el Verbo en Él se glorificará.
Un año solamente ha transcurrido desde que habló
en Cafarnaúm del pan, manjar de Vida, fruto
beatífico, y en esta cena se lo va a dejar
ministrándose entero en pan y en vino, la dádiva de
su proximidad para elevar al hombre al Infinito.
En sus sagradas manos tomó el pan, lo partió en
once partes, lo bendijo, lo dio: tomad, comed todos
del pan, esto es mi cuerpo...haced por mí lo mismo.
Dando gracias al Padre celestial tomó después el
cáliz, lo bendijo: es mi sangre que se derramará...
¡Cómo entiendes, María, su designio!
Sabes la Omnipotente voluntad.
¡Qué gran muestra de amor quedar cautivo!
Con profundo pesar te van contando les habló como
hermano, como amigo, dio un nuevo mandamiento
a los cristianos: caridad, que les hace sus discípulos.
Ahora no puede, a dónde va, guiarlos, mas volverá
en su fecha a conducirlos al lugar elegido y
preparado, para ir con Él: verdad, vida y camino.
Terminado el banquete, mudo el cántico, fueron al
monte gris de los olivos, tarde negra, telón de luto y
llanto cubre un cielo lejano, apocalíptico.
Moraba en derredor un mal presagio y en los fieles
latidos un cilicio.
Pedro le dijo que estará a su lado, le seguirá por
zarzas, por espinos, sufrirá sus heridas, sus
desgarros, pues él es Pedro, piedra de granito,
arrasará el jaral, el jaramago, bajará hasta el abismo
del maligno, le arrancará el cuchillo, la hoz, el
látigo, y entregará su vida por su amigo.
Jesús contesta que al cantar el gallo tres veces
negará ser su discípulo. Cuando caigan las sombras
del ocaso y comiencen las horas del suplicio, le
lanzarán la flecha del sudario, se acallarán las voces
de los címbalos, beberá hasta las heces los agravios
y, en soledad, padecerá el martirio.
De temas importantes les ha hablado dejándoles
confusos, afligidos; al final, tristemente, dijo
¡vamos! ha llegado el momento. Sus discípulos
salieron en silencio del cenáculo hacia el huerto de
paz de los olivos.
MADRE DOLOROSA
VUELAS POR LAS CALLES DEL INFIERNO
Como un mazazo,
como una enorme piedra contra el pecho, recibes la
noticia:
Han cogido a Jesús. Ha caído prisionero.
Te tambaleas.
Helado escalofrío atraviesa tu centro.
Estremecida,
casi sin voz, exclamas que es voluntad del cielo, lo
sospechabas
desde que Simeón te lo anunció en el templo, su
advertencia llenaba tus vacíos, esperabas vencer
ante su asedio, pero no conocías el impacto del
dolor, del tormento.
Un cúmulo de lágrimas maduras resbalan por tu
légamo, desalentada
habitas en las sierras inhóspitas del duelo, un
insalubre páramo
donde mueren los pájaros, se marchitan los pétalos,
revientan las semillas en la tierra, anida el cuervo.
Los telares telúricos,
urdimbre de la estrella y el lucero,
entretejen locura y fanatismo
en un sudario etéreo,
el manto sepulcral que te amordaza
inclemente, violento.
El pensamiento vuela hacia tu hijo, lánguida
oscuridad, letal desvelo.
Tus ojos han perdido la tenue claridad de los
recuerdos cegados por su imagen dolorosa
sufriendo retirada, en duro cautiverio, y se
inundan de rojo tus pupilas, con llamas de tu
fuego.
Un sabor ácido
se extiende por tu boca y tus labios resecos, el
estómago ardiente se rebela, se encoge con
náuseas de amargura, de recelos.
Y vuelas, vuelas.
¿A dónde vas, mujer, que pasas con el viento?. ¡A
su lado! ¡con mi hijo! ¡a su lado! ¡con mi hijo!,
martillea incansable tu cerebro.
No puedes más.
Te alarma derrumbarte, caer muerta en el suelo y
desaparecer debajo de la tierra, porque has de
endurecerte, ser de acero, y proteger la herencia, el
Tabernáculo de un mundo nuevo.
Aguantas, desviviéndote,
y vuelas por las calles del infierno
y en tu mente golpea,
como en la fragua es golpeado el hierro:
¡a su lado! ¡con mi hijo! ¡a su lado! ¡con mi hijo!.
No hallas sosiego, no cesa tu penar
desde que te contaron su oración en el huerto.
Te pesa la impotencia
que separa tus alas de su cuerpo.
En la noche callada
tus suspiros son lúgubres, funestos.
ajenos pasos
parecen de asesinos salvajes, gigantescos.
Avaricioso
conspira el corifeo.
La luna reverbera en las rocas del muro carcelero,
riela por tu lívida ceniza erguida por el miedo.
Y pretendes subir como la yedra
por las losas grisáceas hincadas en tu aliento,
y alcanzar el azul luminiscente,
traspasar la negrura del trayecto.
Un vendaval
cruza los callejones como agudo escalpelo, es una
mano fría en tu garganta ahogando tus lamentos.
Caen los segundos
por el perfil de trágicos espectros
que pálidos se asoman tras la afilada esquina,
fatídicos, siniestros.
En la noche doliente
acechas, anhelante, los acontecimientos,
y vislumbrar,
sin el infausto velo,
el fruto de tu amor, que por amor te hiere. Mas
tienes tus raíces en el cielo y reflexionas
sobre lo que pasó en su oración del huerto.
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
Finalizado el cántico y la cena hacia Getsemaní se
encaminaron, las sombras de la noche
enmascararon los rostros demudados por la pena.
Llevaban de tristeza su alma llena.
Ocho, a la entrada, para orar quedaron; Pedro,
Santiago y Juan acompañaron a Jesús. Empezaba la
condena.
Se alejó de ellos pálido, afligido, de hinojos se
postró, la frente en tierra, y elevó al Padre bueno su
plegaria.
Estaba atribulado, decaído, y su materia, que a
existir se aferra, pedía su razón originaria.
Jesús medita brutalmente herido, rasgado por
contrarios sentimientos de olvido o redención. Sus
pensamientos viajan de gloria a oprobio. Está
aturdido.
Pedro, Santiago y Juan ya se han dormido y Cristo
les reprende. Sus tormentos, las causas de
profundos sufrimientos, son vilezas del hombre
redimido.
Ruega al Padre le exima del martirio, le aparte el
cáliz portador de Cruz, le salve de la muerte y la
agonía.
Suda sangre abrumado en su delirio, y dice, al
recibir de Dios la luz, haré tu voluntad y no la mía.
Bajo el anciano olivo, con horror al cruento
final, al sacrificio, de rodillas, humilde, es su
cilicio apurar el acíbar del dolor.
No hará su voluntad porque es Amor. Y su carne,
rebelde ante el suplicio, enrojece su arcilla, el
edificio que sufrirá su Cruz de vencedor.
Estalla la liturgia del perdón.
Es carmesí holocausto al trasvenarse. Será mártir
por todos sus hermanos.
Es la primera sangre de Pasión.
Él es el alto precio y al donarse abre la salvación a
los cristianos.
EL RELOJ DE LA VIDA INICIA SU
ANDADURA
La sabia sincronía de soles y planetas desplegaba
los límites nocturnos.
Atardecía en rojo
cuando el monte se alzaba hospitalario.
La luna llena, sobre los olivos, plateaba las hojas de
la paz orlándolas con místicos fulgores; el rostro del
Mesías brillaba carmesí, su sangre coagulada en la
renuncia era tangible huella
del soma liberado en alas inmortales; sus ojos
reflejaban el perfil de los ámbitos sutiles y el
ingente holograma universal.
Retumba entre las sombras el desfilar de fúnebres
pisadas.
Un Judas inseguro va a su encuentro, lleva avidez el
rictus de sus labios traidores y su boca el acíbar.
¡Salve, Rabbí!, saluda a Jesucristo, le besa, es la
señal,
beso inmundo que empaña la pureza y naufraga en
su acento.
Cristo interpela a Judas, ¿a qué vienes?, y Judas no
responde.
¿A quién buscáis?, pregunta a los soldados.
A Jesús nazareno, le contestan.
Él les dice, Yo soy,
si me buscáis a mí dejad marchar a éstos.
Se refiere a los suyos, que están sobrecogidos.
Pedro saca su espada, ataca a Malco cortándole
la oreja.
Jesús le ordena, envaina ya tu espada pues quien a
espada hiere a espada morirá. Con sus dedos
virtuosos cicatriza la herida. Ha llegado su hora,
está en las Escrituras, ha de beber el cáliz.
Se acercan los sicarios con garrotes y espadas y
amarran la paloma mensajera, anidada en sus
manos milagrosas, con la cuerda trenzada en el
orgullo.
Cesa la tempestad
rota en su acantilado acogedor.
Delimitan su mar con diques de tinieblas.
Los ciegos vespertinos huyen hacia la noche. Cubre
la soledad, como el relente, la túnica sagrada
y empapa de abandono su entramado.
El reloj de la Vida inicia su andadura girando a
contraluz de los olivos.
Conducen a Jesús al tribunal formado por corruptos
arrogantes que se jactan de lujo, de opulencia, de
poder transitorio, dignos representantes del
maligno.
Cae la noche cerrada sobre Getsemaní.
Un vendaval de pájaros deserta del ramaje.
El horizonte rojo presagia otro diluvio.
TREINTA MONEDAS
Treinta monedas, treinta,
por el fruto maduro en el desierto.
Treinta años fue la savia sometida para la
flor del fruto.
Germinan los crepúsculos soliloquios de encina y
se impone la voz del orden cósmico.
Universal sentencia
dictada por la ley de la armonía.
Las ramas filtran luz del pensamiento desvelando
espejismos.
Por sólo treinta siclos el buey bravo derriba, cornea
al siervo manso.
Luna menguante argenta las monedas con sus
cuernos nocturnos.
Comienza la ordalía por la magia del gesto. Treinta
monedas caen sobre las piedras.
Treinta gritos de plata
exorcizan raíces en el templo del mundo.
En el árbol maldito
estalla la violencia del destierro.
La muerte resucita con las treinta monedas.
Hacéldama que habitan los cuerpos vagabundos por
las treinta monedas de los príncipes.
¡Sólo treinta monedas, sólo treinta!
¿POR QUÉ?
Interrogas, María,
a los hombres, a Dios, ¿por qué?, ¿por qué esta
injusta agonía
del Ungido, que honesto siempre fue e hizo
milagros por amor y fe?.
No encuentras la respuesta, está en la lejanía del
misterio.
Tú subirás la cuesta acatando el sublime ministerio
que libra al pecador del cautiverio.
Le ves pasar, sencillo
le llevan maniatado desde Anás
al lujoso castillo
del Sumo Sacerdote, de Caifás.
Amedrentada tras sus pasos vas.
Llaman a los testigos.
Te alteras. Todos los citados son confidentes y
amigos de cuantos orquestaron la traición para
encerrar a tu hijo en la prisión.
Vigilas impaciente,
temblando, las noticias del suceso.
Preguntas a la gente
¿qué sabéis del Mesías, que está preso
por amar a los hombres en exceso?.
Dicen ha blasfemado y Caifás se rasgó sus
vestiduras.
Que es Dios ha confesado, y le verán venir de las
alturas.
¡Por la Verdad soporta desventuras!.
Le han pegado, escupido,
se han mofado de Él. En ti, María,
surge ahogado un gemido:
¡Oh, Señor, ten piedad!, su arcilla es mía, ¡que sufra
yo, y no Él, la profecía!.
Las horas caen despacio
por la inmensa ansiedad de tu desvelo.
El pueblo está reacio
a luchar por Jesús, el rey del cielo.
Tu esencia se estremece por su hielo.
Escuchas que Simón
le ha negado esta noche varias veces.
Te duele el corazón,
recuerdas cuando Pedro, sin dobleces,
se brindó a acompañarle en arideces.
Canta el gallo en la aurora.
Unidos confabulan los traidores con fiebre
vengadora.
No pueden erigirse ejecutores, ni sentenciar a
muerte a malhechores.
Cruza Jesús la calle, custodiado le empujan al
pretorio.
No pierdes un detalle.
Deseas que el proceso acusatorio termine con un
fallo absolutorio.
Te hiere ver a tu hijo.
Pasa a Herodes por orden de Pilatos. Quieres darle
cobijo, protegerle de ultrajes, malos tratos, apartarlo
de abyectos y de ingratos.
Jesús sale otra vez.
De Herodes va a Pilatos. ¡Qué locura!.
Nadie acepta ser juez.
Sólo ellos han urdido la conjura.
Tú sabes que es el Hijo de la Altura.
¡Le han puesto un blanco manto!.
Te traspasa el dolor por tanta ofensa.
Tu angustia mana en llanto, tu carne está
aterida, tu alma tensa.
Te arrebata salir en su defensa.
Oyes los comentarios
que corren hasta ti de boca en boca:
Es un juicio arbitrario;
Jesús está seguro, es una roca;
Pilatos ve que el pueblo se equivoca.
Sale al balcón Pilatos y pregunta cuál es la
acusación Chillan los insensatos: se ha
proclamado rey. Con la intención de lograr
su tortura, su Pasión.
Es costumbre judía
liberar por la Pascua a un prisionero,
y tu ánimo confía
que elijan a Jesús, el mensajero...
Piden a Barabbás, el bandolero.
Pilatos les advierte, yo le castigaré y le
soltaré, pues no es justa su muerte.
Ruegas a Dios: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?. Mas
en su voluntad está tu fe.
SIGES, MARÍA, EL CAMINO A LA CRUZ
PORQUE ÉL DA LA PAZ, LE HACEN LA
GUERRA
Amaneció la envidia entre los hombres y reunió en
su entorno los afanes que hacen, de los príncipes,
rufianes, por ambición y fama de sus nombres.
Tienen miedo los reyes de la tierra,
Él pregona evidencias que lastiman, por odio sus
milagros desestiman y porque da la paz le hacen la
guerra.
Pero es legal la humana hipocresía, es el quiero y no
puedo de Pilatos, los corruptos, rastreros, sucios
tratos, vil moneda acuñada en cobardía.
Tú, Señora, comprendes la condena, le escarnecen
los falsos, los impíos, por erigirse en rey de los
judíos, mas su Pasión es otra Nochebuena.
Insistes anhelante preguntando qué saben de la
marcha del proceso, las noticias rebosan odio espeso
y amargura, y en ti van arraigando.
JESÚS ANTE EL SANEDRÍN
En una noche oscura le prendieron;
arrancaron el Sol de las cenizas, la cepa
luminosa de sarmientos, la semilla del trigo
de la vida.
Al despertar del alba, maniatado con el triple
cordón, como un pabilo que se apaga en
rituales candelabros, era reo en la ley de los
judíos.
Acallaron los ecos y los gritos, las cien
voces del órgano ecuménico, cantaron
alabanzas los espinos, profetizaron rocas los
abetos.
El misterio estallaba en el rompiente con las olas de
su caudal salobre y el poder le encadena, pues
conviene que, para el bien del pueblo, muera un
hombre.
En este amanecer arrastra el viento palabras que
falsean la Verdad, no entienden es Jesús el nuevo
templo que en la resurrección construirá.
¿No han oído el clamor de los Profetas?.
¿No han recibido el agua del Bautista?.
El clamor es lamento y la marea agita el lago azul
de agua bendita.
¡Cuán profundo, cuán largo su silencio!.
Le conjura el pontífice a que diga si es el Hijo de
Dios, está su pueblo esperando el reinado del
Mesías.
Como un trueno retumba su respuesta:
Tú lo has dicho, yo soy. Y en ese instante rasga
sus vestiduras la galerna oculta en el abismo de la
sangre.
Un látigo restalla en el infierno, destroza la materia
que le anubla y fluye de su piel el vino espeso que
convidó en Caná a eternas nupcias.
¡Profetízanos, Cristo, profetízanos!.
¿Quién es el que te hirió?. Y en su sagrario son
campanas de gloria sus latidos, son coloquio de
tiempos y de espacios.
Los azotes desgarran su figura
con la mano brutal de la injusticia,
del desprecio, del odio y la malicia
de un mundo anonadado en su hermosura.
Es un surco sangrante su ternura.
Esparce la semilla, la primicia del fruto inmaculado.
La sevicia del látigo su génesis madura.
Se somete al martirio con valor.
Su silencio es la voz de enamorado eximiendo al
amado del castigo.
Atado a la columna del dolor, el cuerpo
malherido, lacerado, es oblación de
excepcional amigo.
Le fustigan con fuertes latigazos, le flagelan con
pesos en la cuerda.
Cesan de cuando en cuando, que no pierda la vida
por continuos cimbronazos.
Le arrancan piel y carne en mil pedazos los sádicos
soldados, y así muerda su humillación, el barro le
remuerda y afirme que Satán le ató en sus lazos.
Pilatos sólo intenta complacer a los que
actúan alevosamente por orgullo,
codicia y vanidad.
No desea valerse del poder para causar la muerte a
un inocente que insiste, torturado, en la Verdad.
Le despojan de humana dignidad, amancillan su
honor y su derecho como persona libre. Y por su
pecho surge el oasis de la caridad.
Es enorme su celo y su bondad.
No permite en su ánimo el despecho por lesiones y
ofensas que le han hecho y con su sangre sella su
piedad.
Subsiste, solitario, abandonado, su pueblo ya ha
elegido a Barabbás, y ha pedido que a Él le
crucifiquen.
Desvalido, maltrecho, ensangrentado, va al
sacrificio, sin volverse atrás; llegará el día en que le
glorifiquen.
Entre insultos soeces, los soldados despegan a
Jesús de sus vestidos arrastrando los restos
adheridos, reabriendo los surcos coagulados.
Manan dogma los músculos rasgados y un manto
rojo oprime sus latidos, se concentran en todos sus
sentidos deserciones y agravios aceptados.
Con espinas taladran su cabeza coronándole rey de
los judíos y por cetro le entregan una caña.
Desconcertados ante su nobleza le escupen, le
apalean, los impíos, pues les turba una sensación
extraña.
Circundan su cerebro las espinas, le atraviesan
agudos pensamientos de aflicción. Se resigna a los
tormentos para salvar las ánimas mezquinas.
Derrocharán su pan en las esquinas, arrancarán
su vid y sus sarmientos, le agobiarán con
súplicas, lamentos, le clavarán mil veces las
espinas.
Mas lleva la corona bien ceñida, el amor se
derrama por su frente y sujeta la caña con
honor.
Resiste los puyazos, la embestida del desamor, que
hiere cruelmente, y pide al Padre aumente su valor.
Las espinas clavadas en su frente dañan más en
su tierno corazón. Agiganta el dolor de su
pasión la soledad cercándole la mente.
La tibieza futura del creyente le ciñe con perfidia y
decepción, es difícil sufrir la sinrazón del hombre,
ante la gloria indiferente.
Le duele ver su credo incomprendido. La frialdad le
asquea, le repugna, su vértice punzante le
conmueve.
Se ofrece por el mundo descreído. Porque a la
indiferencia Él impugna, será el cordero de la
parasceve.
DESCUBRES LA SOMBRA DEL VERBO
Sube como la hiedra tu loca rebeldía, se enrosca en
la blancura de tus alas y te abaja hasta el barro.
Un fragmento del salmo universal grita tu nombre
por los arrecifes exigiendo el rescate de la materia
errante en el exilio.
Eres, Virgen María, escalera de luz para los pies
sacrílegos que están pisoteando los laureles de tu
jardín frondoso.
La rama verde es pasto de las llamas
y calcinan tus párpados
las ascuas encendidas que te ciegan
velando las raíces
del sellado portal que tú inauguras.
Como al ardiente arbusto del desierto no te consume
el fuego enajenado, sólo el cierzo del mísero
abandono te seca y te marchita con su zarpazo frío.
Se rompe en tu garganta la música armoniosa de la
esfera, la vibración divina, el venerable cántico de tu
niñez armónica.
Te reclama el silencio con vocación de lápida.
Vulneran tus confines
latigazos, espinas, vejaciones,
el soez populacho, la denigrante túnica,
el vejatorio báculo
y el rostro ensangrentado que en paz se desdibuja.
El astro moribundo engendrado en tu seno
resplandece en el último horizonte alumbrando las
cumbres.
Pero tú, que contemplas el poniente,
no puedes escapar
de la acidez que infecta la razón.
Henchida de terrores y tinieblas
batallas con las nubes que ensombrecen el día,
te elevas hacia Oriente desde heladas montañas
y clamas en los riscos de las aves rapaces.
Trasciendes las preguntas,
dejas la reflexión suspendida en el éxtasis,
y olvidas el pesar de la existencia.
Descubres el contorno
de la sombra del Verbo en el origen
y concilia contrarios su nacimiento incólume.
JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
Sobrelleva la Cruz de su agonía descarnando sus
pies en la andadura. Sube por el sendero, con
dulzura, a cumplir la sagrada profecía.
Es reo de ambiciosa villanía que arrastra por el
suelo su hermosura, y en un lienzo transmite su
figura con mensaje de etérea cercanía.
Es la soberbia humana, deicida, la insoportable cruz
de su interior que causa la caída y el desgarro.
Tiene el alma angustiada, malherida, la tristeza
es más grande que el dolor y en su mente
palpita añejo barro.
Cargado con la cruz de salvación camina el
redentor, desamparado, es el justo, por odio
condenado a morir, acusado de traición.
Delante del cortejo, un centurión y el heraldo, que
informa han coronado al que se dice rey. Y a cada
lado, como insulto, le ponen un ladrón.
Penosamente pasa el buen pastor, exhausto,
maltratado, pero entero, trasluciendo su
espíritu inmortal.
Lleva a cuestas la cruz del desamor, su peso es
superior al del madero, símbolo de su Reino
universal.
Cae tres veces, cansado, el galileo. Arguyen que
no llegará al Calvario. Para cargar la cruz, feliz
gregario, eligen a Simón, el cirineo.
Jesús yace en el suelo. Un clamoreo, piadoso ante
el suplicio sanguinario, baja hasta Él. Y Cristo,
humanitario, les advierte del mal del pueblo
hebreo
Él es el leño verde, incombustible, su savia lleva
el agua del bautismo que saciará la sed de
eternidad.
El leño sacrosanto e invencible es pasto del
ardor del fanatismo ciego ante el esplendor de
la Verdad.
LLEVAS EL PESO DE SUS TREINTA Y TRES
AÑOS
¡Qué estrecho es el paisaje del
hombre en el Calvario! ¡Qué
orfandad de luceros asolan al
penado!
El acerbo dolor traspasa el fino
manto de tu piel destinada a
albergar los naufragios. Es tu
cuerpo, María celestial
Tabernáculo.
Aquellos suaves dedos de sus
cálidas manos, que tanto
acariciaste, están ensangrentados;
en su húmedo cabello gotean rojos
astros; el vigor de su imagen se
aproxima al ocaso; el brillo de su
ojos nublado con presagios, sus pies
itinerantes hendidos, desollados.
La corona de espinas, la cruz, los latigazos,
lastiman tus adentros más fuertes y más trágicos. Es
tu Pasión más honda. Los ecos más amargos crecen
por tu impotencia, por tu ansia de evitarlos, y te
duele el amor y el amigo ultrajado y las múltiples
llagas de tu Jesús amado.
Tú subes por la cuesta tras el cordero manso
llevando todo el peso de sus treinta y tres años, más
largos que la cruz, más altos que el Calvario.
Te acosan lejanías que abriga tu regazo, se clavan
los recuerdos con cada nuevo paso, los días de su
infancia fustigan tiempos mágicos, y caen sobre tu
espalda, en voz del populacho, las soeces
blasfemias y los gritos profanos.
Tú, madre dolorosa, mantienes en tus ámbitos
candentes sentimientos que reprimen tus labios, y
emergen viejas lágrimas abrasando tus párpados.
GIMES, MARÍA, LA ÚLTIMA NANA
Pies y manos le clavan sin luchar.
Sus brazos en la cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto a quien le ha herido,
consagración de amor sobre el altar.
Llagado, solo y próximo a expirar, otorga su perdón
en un gemido.
Absuelve con el último latido al infiel que le va a
crucificar.
Se olvidó de sí mismo. Con piedad al buen ladrón
por su sentir bendijo concediéndole el Reino de su
Padre.
Sabiendo la polémica hermandad dijo a María: "Ahí
tienes a tu hijo", y dijo a Juan: "Ahí tienes a tu
Madre".
La ingrata humanidad le ha ajusticiado.
Su queja, su clamor, su amante celo extraña de su
Padre el fiel consuelo:
¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
Tiene sed de los hombres que ha salvado, y no
acepta el vinagre. Mira al cielo, triunfante brinda al
Padre su desvelo: por Él la redención se ha
consumado.
Cristo es fruto del árbol de la vida, maduro en
sacrificio sobrehumano, rezumando en agraz su
savia ungida.
La voluntad de Dios está cumplida, deposita el
espíritu en su mano, y muere por amor al deicida.
Tembló la tierra, el cielo ennegreció, un centurión y
muchos comprendieron realmente era Dios al que
prendieron y para ellos la Vida comenzó.
El velo del Santuario se rajó, el signo de la Antigua
Ley perdieron, con una lanza al Bien acometieron y
una fuente de gracias le brotó.
Como el gusano de las profecías se revela ante el
mundo el nuevo Abel, el Ser que descendió de las
alturas.
El hijo de María es el Mesías, es el Rey que
unifica esta Babel y destierra las lápidas
oscuras.
Por el sendero angosto sigues la huella roja de su
pie.
Tu maternal cuidado se adelanta y se posa en su
frente, quieres llenar el cuenco de tus manos con
inocentes lágrimas de su niñez perdida y así lavar su
rostro.
Al final la amenaza del monte
que se eleva ante ti con su faz cadavérica.
Te enardece la música del violín de las sombras.
Calcinada en tu lumbre
avivas las cenizas entre el velo enlutado.
Amordazas los gritos, los quejidos,
con cuerdas de laúd.
En el sigilo lánguido de tus labios sensibles
cicatrizan las llagas dejando en tus rincones la
amargura, acelerando el pulso febril de tus arterias.
Pesa la iniquidad sobre tus hombros cuando alcanzas
la Cruz y el martillo quebranta tu interior clavándote
fronteras.
Ves su cuerpo desnudo,
es la piel infantil que tu mimaste
con ternura infinita.
Reparten sus vestidos y la preciosa túnica, tejida por
tus dedos. Recuerdas cómo y cuándo se la diste, y un
aluvión de hiel desemboca en tu centro.
Levantan el madero que se cimbrea lúgubre.
Un golpe seco, un vertical suspiro, crucifican tu
esencia.
/
Las bíblicas miradas ascienden hacia Él.
Desolación, tristeza, desamparo, tortura, dolor,
sed, le agobian en la cruz.
Tú atiendes, anhelante, a sus menores gestos.
Deseas convertirte en bálsamo amoroso que
mitigue su lúcida agonía.
Escuchas sus palabras que caen como la sangre.
Te encomienda ser Madre de este suelo, postrer
rayo de Sol.
Terminó su misión y rinde a Dios su espíritu.
Manifiesta su Reino. El sismo de las cumbres
agrieta endurecidos corazones.
La cortina del templo deja paso a la luz.
Mientras muriendo esperas sus restos fríos, rígidos,
con el cálido abrigo de tus brazos, iluminas
penumbras y ruegas comprensión para tu pobre
arcilla dolorida.
De pie estabas,
frente a la Cruz, al lado de tu hijo; de pie
estabas,
tu corazón llagado, estremecido.
Madre de Dios, pequeña golondrina, palpitabas
con el dolor de clavos y de espinas. Madre de amor,
de un manantial de vida, rebosabas
lágrimas de perdón por las heridas; cobijabas
en tu pecho la cuna primitiva, en tu pecho, de nanas
y caricias, conservabas
todo el fervor de tu alma de novicia.
De pie estabas,
en el monte sagrado del martirio; de pie estabas,
frente al cadáver frío de tu hijo.
Tú compartes, María, el sufrimiento, el
pesar de sentirse abandonado, el vacío de
inmensa soledad, la aridez del sendero del
calvario.
El mismo azote rompe vuestra esencia con
calumnias, con ira, con tensión; latigazo del
odio irracional por el orgullo roto con su
voz.
La misma espina hiere vuestra mente,
arrancada del tallo de la envidia; es el rencor
punzante del hermano por el amor que
disteis sin medida.
La misma cuesta crece con la infamia y
lacera los pies en el camino; es la oblación
de vida y de trabajo que rendísteis, en paz, al
enemigo.
El mismo clavo rasga vuestros pulsos con el
mazo ofensivo del pecado; es réplica al
abrazo de piedad abierto para ser
crucificados.
La misma lanza horada vuestro aliento con el fiero
bramido de la injuria; es mensaje del claro
manantial de agua viva que el mal transformó en
turbia.
Tú compartes, María, el sufrimiento.
Tu albedrío inmolado, tu indulgente y virginal
entrega, tu abnegada valentía, son tu pasión y
muerte.
DAS A TU HIJO EL ÚLTIMO ABRAZO
Esperas el cadáver de tu hijo amortajado ya con
sangre y agua, envuelto en el temblor del mundo
antiguo, celado por el velo de la Alianza.
Tú aguardas aterida,
mientras cruzan tu mente las espadas
contemplando
su cabeza inclinada,
sus manos extendidas a la muerte
y su carne seráfica
macilenta,
y la orfandad del labio sin parábolas.
En tu glaciar exhaustas golondrinas quieren abrir
sus alas y elevarse.
Mujer-Madre te ha hecho, tus entrañas parirán con
dolor al hombre nuevo que nacerá mañana, y tienes
que vivir sobre la tierra hasta que la semilla este
granada.
Desenclavan a tu hijo.
Presurosa te lanzas y le abrazas.
Su rigidez helada te conmueve, te haces llama,
se subleva el volcán de tu dulzura y el fuego por
tus besos se derrama. Apoyada tu frente en sus
cabellos gimes la última nana.
Un suspiro de incienso, un aleluya, un inconsciente
hosanna se escapa por jirones del relámpago que te
abrasa.
José de Arimatea, con permiso que Pilatos le dio sin
pedir nada, va a enterrar a tu hijo en su sepulcro,
compró una nueva sábana, y Nicodemo trae una
mixtura de mirra y áloe, para la mortaja.
Con el cortejo fúnebre
te llevan a la tumba, una cueva cercana.
Su cuerpo yerto, exánime,
han vendado con fajas impregnadas
en la olorosa mezcla.
Respetuosos lo envuelven en la sábana.
Por la abertura baja y estrechísima
pasas de la antecámara
al lugar de su solitario lecho,
donde un banco de piedra frío y gris le esperaba.
Le tienden sobre él, su bello rostro
cubren con una tela fina y blanca,
el sudario.
Te vence el desconsuelo y te abalanzas sintiéndote
morir.
Te pesa el alma,
se aferra a la reliquia del amado,
en El está su casa.
Tus horas de agonía pasan lentas.
El cándido verdor está manido
como vaso de barro,
su lengua se ha pegado al paladar
y ya le han conducido al polvo del sepulcro.
Ansías arrancarle
de las babosas fauces del león
y de las astas de los unicornios.
Por su ánima expectante pasan los remolinos de las
aguas y las olas del mar,
arrastrándole al más umbroso abismo. Desciende a
la gehena.
Va a absolver las raíces de los álamos, a forzar los
cerrojos del infierno, que le vomitará luminiscente
el glorioso tercero de los días.
Ha pisado el lagar,
están sus vestiduras teñidas con su sangre.
Rechaza el latrocinio
que disfraza de guerra al holocausto,
mas con sus cinco llaves luminosas
abre el portal de bronce que desune
la ciudad de la muerte de las verdes praderas.
Volverá majestuoso con llameante antorcha, con
sus flechas agudas, enarbolando el célico
estandarte.
Asentará sus pies sobre la piedra, heredará
naciones, repartirá despojos de los fuertes y en los
últimos tiempos construirá un palacio de marfil más
alto que las cimas.
Le alabarán los labios que han bebido del mágico
torrente; le aromarán con mirra, acacia y áloe; le
alegrarán con arpas.
Serán los invitados a las bodas, advendrán con el
traje arregazado y tomarán el ázimo de Vida.
Tú, María, te vestirás de luz, coronarán tu frente
doce estrellas, se postrará la luna a tus pies
peregrinos.
Está prendado el Rey de tu hermosura, perfecta es
la belleza inmaculada.
Inclínate ante El,
agradece los dones recibidos
y presenta tu ofrenda del dolor.
Te dará leche, harina, miel y aceite; adornos de oro
y plata.
Porque has crecido dulce flor de loto reinarás
colmenera en los países.
Serás matriz afable,
el tronco firme y recio
del frondoso ramaje de los hombres,
gestarás vida eterna,
le darás un lugar distinguido en su casa
y en la mesa del familiar banquete.
Te han taladrado siete espadas, sus dobles filos te
han herido, fueron las penas anunciadas que en un
principio has asumido.
La primera, de Simeón, al noticiarte los dolores,
cuando exultabas de emoción ciega en asombro de
esplendores.
La segunda al dejar Belén para salvar la
nueva Vida.
La tercera en Jerusalén, sin el Niño,
desfallecida.
La cuarta en el mortal Calvario compartiendo el
dolor con tu hijo. La quinta en tu íntimo sagrario
ante el lóbrego crucifijo.
La sexta en el descendimiento del cadáver del
Ser amado.
La séptima en tu abatimiento cuando el
sepulcro fue cerrado.
Ante la fría sepultura, con Juan y las demás mujeres,
sumida en triste noche oscura mueres porque de
amor no mueres.
Desde su cuna en el Portal hasta que le
crucificaron, atravesando el bien y el mal sus
cinco rayos te alcanzaron.
Pides clemencia, arrepentida por no esperar en
paz la gloria, tú eres la esclava, la elegida, y en
El reside la victoria.
A la sombra de Dios, anonadada, te pliegas a su
sabia voluntad, aceptas tu Pasión con humildad en
torre de David fortificada.
Alcázar de Sión eres llamada, das valor en tu gran
debilidad, gracia en tu virginal maternidad, refugio
al pecador en tu morada.
Suplicas comprensión por tus desvelos,
tus pesares y tu melancolía,
al Padre que halló en ti su complacencia.
/
El conoce tus místicos anhelos de estar siempre en
su amante cercanía, de vivir a su lado, en su
presencia.
¡ALÉGRATE, MARÍA!, JESÚS ESTÁ
CONTIGO
¡GLORIA!
Cuando la tempestad derriba las estrellas
sobre tu barca adormecida,
varada tierra adentro, abarloada al muro
que separa tu orilla del amado;
cuando la marejada remueve los recuerdos
y la espuma se funde con la lluvia
que martillea tus pétalos marchitos
entre los secos arrecifes;
cuando el trueno y el rayo despiertan a los sordos
y los pavos reales chillan
con miedo irracional y primitivo;
cuando en el viento suenan los versos de los salmos
sobrevolando el horizonte
y su son te golpea
con el rumor de cepas y de espigas,
tu sangre se levanta
como sonido y esplendor.
Cuando asoma la calma con rubor de crepúsculo
por desnudas vigilias de álabe
y amanece la luz, inteligible y próxima;
cuando el arco inicial corta el umbral del cielo
desde la arena fría y húmeda,
irisando las ánimas, grabando sus colores
sobre la catedral del cosmos;
cuando su voz potente descorteza las selvas
y sacude a los viejos palmerales,
navegas rumbo al Sol
y tu brújula indica: ¡GLORIA!.
EN TU ZARZAL HOY BROTAN ALELUYAS
En tu zarzal hoy brotan alhelíes, gardenias, mirtos,
albahacas, el aljibe rebosa
y en las gotas destella su mirada.
Un ruiseñor albricia su existencia entre tu
adormidera blanca.
Vuelan los estorninos
al son rojoazulado de su llama.
En tu zarzal hoy brotan amapolas,
jazmines, lilas, buganvillas,
y el olivo madura,
trae el ungüento fiel de su caricia.
Las cantáridas saltan con su nombre
por tilos, fresnos y glicinias.
Las aves migratorias regresan al sabor de su semilla.
En tu zarzal hoy brotan aleluyas en el escaramujo
agreste.
Hay flores en tu algaida.
La mandrágora mustia reverdece.
Se remansa un enjambre en el ejido de crisantemos y
cipreses.
Y enjalbega tu hogar la mano creadora de vergeles.
POR TI, MARÍA, LLEGÓ AQUÉL FELIZ
MOMENTO
Estaba el universo de espaldas a la luz, era limo
la esfera y el hombre era ceniza, el mar había
olvidado su sinfonía azul y el valle opaco erraba
muy lejos de la orilla.
Prendida en un lucero brillaba la promesa con
fulgores benditos para la humanidad: y fue por
ti, María, que amaneció en la tierra porque tus
pies de lirio aplastaron el mal.
En el feliz instante de cumplir la palabra una
ligera brisa acaricia el ciprés, la flor dio paso al
fruto en tu corola blanca y eres trigal y viña para
el naciente Edén.
Fuiste la esposa virgen, el barro primitivo que
libremente acepta la expiación salvífica, por ti se
abre la puerta del eterno recinto cerrada en el
origen por necia rebeldía.
Has tenido noticias de su resurrección con la
presencia ingrávida de su imagen divina. Surgía un
paraíso bañado en su esplendor y en agua rutilante
del manantial de Vida.
¡Alégrate, María!, Jesús está contigo.
Se engrandece tu espíritu en el laurel de Dios.
Fuiste, en todas sus horas, el maternal latido y
sigues siendo virgen esclava del Señor.
TU CORAZÓN SE LLENA DE ALEGRÍA
Jesucristo ha triunfado en el Calvario, ha vencido a
la muerte y da la vida al alma enamorada,
arrepentida, al cuerpo transformado en un Sagrario.
Y a ti, Madre, dedica su rosario de gozoso elixir, tu
fe ejercida es el perdón y cálida acogida en las
moradas de tu Santuario
¡Alábenle los cielos y la tierra!.
¡Cristo ha resucitado!. ¡Aleluya!.
Tu corazón se llena de alegría.
Ha arrancado la espina de la guerra, la corona de
dignidad es suya, y es Rey en beatífica armonía.
Sus fieles seguidores, sus hermanos, volvieron al
cenáculo afligidos, asustados, temiendo ser cogidos
y recibir la muerte por villanos.
Van a ungir el cadáver con sus manos las mujeres,
ahogando sus plañidos, no están todos los ritos
conseguidos y piensan que los riesgos no son vanos.
Al llegar al sepulcro se asombraron por encontrar la
piedra removida y a un ángel que les dice: No está
aquí.
Alteradas, corriendo, se alejaron con el alma
exaltada, conmovida, a ver entre los vivos al
Rabbí.
Jesucristo se muestra a las mujeres, les anuncia su
marcha a Galilea, que lo digan sin miedo a la
asamblea, allí se informarán de sus poderes.
Todos dudan, pues son los pareceres femeninos, y
su dolor sortea, con locas fantasías, la marea de
impaciencias, deseos y quereres.
Juan y Pedro deciden comprobarlo.
Allí estaban los lienzos recogidos y el sepulcro
vacío, abandonado.
Los soldados dispuestos a velarlo huyeron del lugar,
despavoridos,
¡el Mesías había resucitado!.
Los once a Galilea se encaminan al cerro que
Jesús les ha indicado, cuando le ven venir,
resucitado, ante su gloria espléndida se inclinan.
Cuarenta días junto a Él se hacinan, les promete que
siempre irá a su lado, que no teman, poder le ha sido
dado, sus palabras la inmensidad dominan.
Su mandato es que vayan por el mundo bautizando
en la Santa Trinidad y salvando a las almas en su
nombre.
Enviará al Espíritu fecundo que con sus siete
dones da la paz y diviniza el ámbito del
hombre.
CUARENTA DÍAS DE SUBLIME PRESENCIA
Al pueblo de Emaús partieron dos discípulos,
marchaban aterrados, confusos, descontentos;
hablaron con Jesús aludiendo al martirio, citó
las Escrituras, partió el pan, y le vieron.
Después, en el cenáculo, sin lumbre en los candiles
y las puertas cerradas por temor a la muerte, le
esperaban sus fieles, unidos en sus límites, cuando,
resucitado, apareció esplendente.
La paz sea con vosotros, yo soy, no temáis -dijo.
Creyeron que un fantasma se había presentado.
Jesús les enseñó huellas del sacrificio, dejó tocar
sus llagas, comió el pez solidario.
Al apóstol Tomás, que no estaba con ellos, le
dieron la noticia: Hemos visto al Señor.
Contestó, creeré si yo meto mis dedos y mi puño
en las marcas de su mortal Pasión.
Pasados ocho días, Cristo volvió al Cenáculo.
Tomás está presente. Él le mandó tocarle.
¡Señor mío y Dios mío! -exclamó emocionado-.
(Serán enaltecidos los que sin ver le amen).
Los discípulos fueron al Mar de
Galilea, se hicieron a la vela a la puesta
del sol, recogieron las redes, allí no
había pesca, se apareció el Mesías y las
redes llenó.
En la playa con todos degustó la comida, preguntó
a Simón, Pedro, tres veces si le amaba, le
encomendó la iglesia, celebrará la Misa, difundirá
el mensaje de su inmortal palabra.
Jesús citó a los once en un cerro cercano, les
ordenó viajaran por pueblos y ciudades, y en
el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo
bautizasen al hombre y curasen sus males.
Tras los cuarenta días de sublime presencia
Emmanuel vuelve al Padre y, como despedida de
todos sus apóstoles, organiza otra cena les
instruye y anuncia la gracia que ilumina.
Subieron al simbólico Monte de los Olivos,
les dio su bendición y se elevó a la gloria, una
nube cubrió la luz del Sol invicto, dos ángeles
afirman que volverá a su hora.
Millares y millares proclaman la grandeza del
Cordero inmolado, digno de honor, insigne; el orbe
canta Amen al brillo de su estrella, todas las
criaturas redimidas le siguen.
Cristo, el Ungido, sube al cielo, deja al mundo en su
paz, su cercanía, en cuerpo y sangre está en la
Eucaristía y es el sustento del piadoso anhelo.
Arrastra con la estela de su vuelo la esclavitud y la
melancolía, recuperan los seres la alegría, convierte
en esperanza el desconsuelo.
Por milagro de amor se da cautivo en el pan y
en el vino consagrados; es el legado de su
despedida.
Por su entrega total bajo el olivo enraíza en
desiertos rescatados y es el Camino, la Verdad, la
Vida.
¡Resucitó!. ¡Jesús resucitó!
¡Aleluya!. ¡Hosanna en las alturas!.
Ha encumbrado la tierra a las venturas perdidas por
la carne que pecó.
En el principio Dios lo prometió.
Su brisa recorrió zonas oscuras, y su espíritu en las
entrañas puras de la Virgen María se encarnó.
Asciende victorioso el Sembrador, su deidad ha
quedado esclarecida, es el Mesías
Bienaventurado.
Es el Hijo alabado, el Redentor del alma
esclavizada, envilecida en el abatimiento del
pecado.
Nació Jesús del barro desahuciado con energía
resucitadora, fue rocío engendrado en alta
aurora, es príncipe en el árbol venerado.
Sobre montes y mares se ha elevado dejando la
Señal libertadora, en el Sagrario es Vida
ensalzadora, y a la diestra de Dios está sentado.
Es justicia en la bóveda celeste, vestido de
poder y majestad, y su nombre supera todo
nombre.
Es Rey de Norte a Sur, de Oeste a Este, espléndido
derrama caridad y reza alegre el corazón del
hombre.
ERES, MARÍA, ESCALERA DE LUZ
MADRE AUXILIADORA
Loada seas Madre auxiliadora,
bella vendimiadora,
custodia de mirífica simiente;
manantial del bautismo en la confianza
que sacia la añoranza
del hombre desterrado y penitente.
Te quedas en la tierra confortada, en tu hijo
refugiada, y en el Cenáculo eres la Señora.
Tu oración cotidiana les consuela.
La ansiedad te desvela esperando su luz reveladora.
Los apóstoles temen predicar,
no quieren declarar
sobre la maravilla contemplada.
Han tenido a Jesús resucitado,
le han visto y les ha hablado,
mas la esencia a la arcilla está apegada.
Viven acobardados por el miedo
a confesar su credo,
recelan que les van a condenar.
Unidos en tu afable compañía
aguardan ese día
que Cristo les acaba de anunciar.
Persisten encerrados, escondidos,
aunque están elegidos
para ser operarios del viñedo.
En el silencio se oyen sus latidos, en brío
convertidos, y saldrán a la lucha con denuedo.
ERES EL CAUCE DE LA SALVACIÓN
Aún te duele, María, el corazón, no puedes alejar
del pensamiento el martirio de tu hijo y el tormento
de su muerte en la Cruz, de su Pasión. Lo descifras
inmersa en la oración, perseveras confiada en el
momento que en pasajes del Nuevo Testamento
profetizó será su exaltación.
Tú eres el barro que alcanzó el perdón y logró el
celestial advenimiento por rendido y humano
acatamiento de tu calvario en la corredención.
No has caído en el mal, la tentación de
renunciar a tu anonadamiento, y por tu virginal
alumbramiento eres el cauce de la salvación.
Hace siete semanas que el Ungido fue
semilla y fue trigo. En este día se hace
ofrenda del pan, es Ley judía.
De Nueva Ley, Jesús lo ha revestido.
A rezar, con María, se han unido
sus leales seguidores. Les envía
el aliento de luz y valentía
que en las lenguas de fuego ha descendido.
Impregnados del Astro matutino, tienen el don de
hablar en otro idioma y encuentran el sentido de
la vida.
Se manifiesta entero, Uno y Trino.
Ellos baten sus alas de paloma y proclaman la
gracia recibida.
El Ser, lumbre de fe y de santidad, trae sus dones
en llamas de indulgencia: sabiduría,
entendimiento, ciencia, fuerza, consejo, amor a
Dios, piedad.
Sus frutos: longanimidad, bondad, mansedumbre,
fidelidad, paciencia, benignidad, modestia,
continencia, castidad, gozo, paz y caridad.
El Espíritu Santo es libertad, es jubileo y
conversión al Padre, es dulce huésped de las
almas puras.
Es alfaguara de inmortalidad encarnada en el
seno de la Madre portadora de célicas venturas.
Resurrección de amor es su doctrina. El Verbo que
amanece en claridad es el Sol de esencial felicidad
que en la noche a las almas ilumina.
El paráclito guía y predestina al creyente que
vive en la verdad cumpliendo la divina voluntad
y por Jesús el Reino vaticina.
Entre los pedregales del dolor se descubren las arras
de su herencia en el sendero de la perfección.
Extiende su poder transformador sobre las rocas de
la indiferencia con el milagro de su comunión.
TU LEGADO
Velas, María, vas del rojo al azul, cruzas las
sombras como un hilo de tul. Las maravillas han
dejado su huella en tus orillas.
Por tus pestañas resbala el sentimiento hacia el
regazo cuna de advenimiento. Agua de vida, rocío
esperanzado de otra venida.
Vives muriendo mecida por la brisa del hijo ausente
que tu alma irisa. Rumor de cielo agita en tus raíces
ansias de vuelo.
Tú manifiestas a Juan, el más querido, y a los
apóstoles, prodigios que has vivido. Con sus
palabras y sus grandes milagros, su valle labras.
Lo que conserva tu ardiente corazón, se hace
Evangelio en tu última misión. Mucho has
guardado y este fiel testimonio es tu legado.
Sus seguidores escuchan tu opinión y están
unidos contigo en oración.
Eres la esposa del Espíritu Santo que en ti
reposa.
Sereno asilo de los desamparados, en ti confían
pobres y marginados. Madre amantísima,
distribuyes las gracias generosísima.
Hija de Dios, has sido la elegida sobre la tierra que
en ti fue redimida.
La Trinidad exculpa a los mortales por tu
bondad.
JUAN TE ACOGE
Es Juan, el galileo,
nacido en la evangélica Betsaida,
hijo de Zebedeo y Salomé,
a quién tu hijo te deja encomendada.
Es símbolo de tu maternidad para el mundo, tu
casa.
Juan significa hermano,
dice su nombre su función exacta.
Tenía por oficio pescador.
Con Santiago el Mayor fue pescador de almas,
atendió la llamada del Cordero desde el Jordán,
bautizado en sus aguas. Estuvo con Jesús en Caná,
en Galilea..., contempla sus milagros y escucha sus
palabras.
Juan era "hijo del trueno", por su arrojo, pero Jesús
le amansa, es su amado discípulo, virginal,
predilecto, interpreta fielmente sus parábolas; en la
última cena
/
le anuncia la traición que El esperaba,
y deja que en su pecho
apoye la cabeza, tiene allí su morada.
Juan le siguió contigo
hasta el monte Calvario, esa mañana
de la Pasión y Muerte. De pie bajo la Cruz,
como Madre de todos, fuiste a Juan entregada.
Entiende la importante comisión
y te acoge, te ampara.
Recibe junto a ti al Espíritu Santo.
En la asamblea acata
tu sabio parecer, tu inspiración,
tus claras decisiones y enseñanzas.
Permanece a tu lado, queda en Jerusalén
a pesar de presiones y amenazas;
sólo viajó con Pedro,
a sembrar la Noticia por Samaria.
Instauró la Ley Nueva,
reconoció que Pablo era un patriarca,
y fue con Pedro, Cefas y Santiago
la columna del arco de la Alianza.
/
El difundió la Voz a los gentiles, pueblos que los
judíos despreciaban.
Te acompañó en la hora de la muerte y presenció la
gracia
que en brazos del Señor, por el amor del Hijo,
fuiste al Reino elevada.
/
Juan se trasladó a Efeso
y la santa doctrina predicaba,
cristianizó a paganos,
le seguía la gente entusiasmada.
Le apresan los infieles y le llevan a Roma,
le insultan, le maltratan,
le introducen en un aceite hirviendo
y sale ileso de las llamaradas.
A la isla de Patmos le deportan.
Muere a edad avanzada.
/
Es enterrado en la ciudad de Efeso, sobre su tumba
un templo se levanta.
El maternal abrazo,
el cálido torrente de alegría,
la brillantez del rayo,
es en tu pecho el Pan de Eucaristía.
Un sabor agridulce
forma el umbral sonoro del tormento. Un dolor te
consume y un gozo florecido te da aliento.
En tu vaso de amor
hay zumo de cipreses y azucenas,
macerado con Sol
y el peso de grilletes y cadenas.
Latidos incesantes
resuenan en la cumbre de la Alianza,
el río de tu sangre
circula por arterias de esperanza.
Las esclusas del tiempo se abrirán en el lecho de tu
herida, terminará tu invierno en una primavera
verdecida.
El cuerpo de tu hijo
preña con su presencia tus entrañas,
y alumbras tu cariño
sobre piélagos, valles y montañas.
Es su Voz en tu centro éxtasis, armonía, plenitud;
añoranza del cielo gravita en tu corpórea
esclavitud.
Se encierra el firmamento en la sustancia efímera
del pan, con su fugaz destello se acrecienta el ardor
de tu volcán.
Ya viene la alborada persiguiendo su estela en la
espesura, y doran las mañanas la fruta que en tu
rama está madura.
Cuando en sus brazos duermas, el Niño que en tus
brazos se dormía te invitará a su Cena, a la mesa de
eterna Eucaristía.
María, por tu hogar los serafines, los seres de la
altura, angelicales, entonan melodías celestiales
y danzan en Belén los querubines.
Hacia Jerusalén, a sus confines, te llevan a
cumplir las terrenales ceremonias de lápidas
mortales con tu ánfora colmada de jazmines.
Un resplandor más fuerte que la luz nimba tu faz
de célicos fulgores en el momento de tu
dormición.
De tu corredención junto a su Cruz, te sube tu
hijo, plena de loores, albergada en su tierno
corazón.
Alcanzado el final de tu destino arriban los
apóstoles a verte, a asistirte en el trance de la
muerte, guiados por presagio repentino.
Getsemaní es tu lecho vespertino, yace inviolada tu
hermosura inerte, y en alas de su amor, inmenso y
fuerte, Dios te eleva al calor del Sol divino.
Por tu anonadamiento eres alzada. Joven virgen,
mujer, filial esposa, casto verdor regado con su
fuente.
Te nombra madre, reina y abogada, confidente y
amiga generosa, medianera dulcísima y
clemente.
El Padre te eligió y te bendijo para vencer el mal con
su simiente y has aceptado, humilde y obediente, dar
a Jesús tu maternal cobijo.
Por tu vida abrazada al Crucifijo, unida al
Salvador fervientemente, te da acceso a gozar
eternamente del honor alcanzado con su Hijo.
Tu inocencia no admite corrupción, maravilla de tu
carnal pureza, es torrente de albura en tierra umbría.
Asunta como vía del perdón, iluminas la
senda a la Belleza, eres el faro que a la gloria
guía.
BIENAVENTURADA
Bendita eres, María, la criatura electa,
remanso de agua clara, milagrosa, inmaculada vía, la
niña predilecta, la joven inocente y amorosa.
Nítida lozanía de la mujer dilecta, sumisa esclava,
reina dadivosa, Madre de la Alegría,
Casa de Oro, perfecta,
el Arca de la Alianza, prodigiosa.
Te rindes al Amado como Eva
salvadora reservando sin mancha tu
virtud.
Su Verbo has encarnado,
piadosa servidora,
con su sombra triunfal nació la Luz.
En tu jardín cercado
surge la Nueva Aurora,
luminaria de Vida en plenitud.
Al mundo has liberado
por ser corredentora
unida a su martirio y a su Cruz.
Te elogian en el cielo.
La bienaventurada
te llaman todas las generaciones.
Escancias el consuelo,
Señora consagrada,
mediadora de gracias y de dones.
Eres guía y modelo,
amada y venerada,
refugio de dolientes corazones.
El mimoso desvelo
de tu vida abnegada
es bálsamo en efluvio de oraciones.
Salve, Paloma
portadora de rama sin espinas, lirio del monte Sión,
arco en la nube, estrella matutina, laurel de paz,
vereda de llegada y de partida.
Como arca de Noé
rescatas del diluvio a los mortales,
cálida brisa
para las tristes lágrimas del valle. Escala de Jacob
anclada entre las olas de los mares, firme peldaño
para subir al ámbito del Padre.
Salve, Azucena,
plenitud de color, blancura intacta, la rosa mística
que perfuma el vergel de la esperanza,
aromado sosiego
de la naturaleza desterrada.
TU CORONACIÓN
POR REINA DE CIELOS Y TIERRA
Eres reina en la tierra y en la gloria, por derecho
adquirido y natural, por promesa y justicia original,
por luchar junto al Rey de la victoria.
Fue tu entrega la causa decisoria que libró al hombre
del poder del mal, dio la ascética al mundo material
y la mística al curso de la historia.
Tu corona forjada en sufrimiento
es joya de infalible religión
que riela bajo el Sol de la hidalguía.
Se inaugura la entrada al firmamento con su
resurrección y su ascensión, y es tu asunción
herencia de alegría.
Eres madre, eres hija, eres esposa, el Rey de Reyes
te ama y te entroniza, conviertes en diamante a la
ceniza por ofrecerte sierva respetuosa.
En tu arcilla sufriente, dolorosa, la descendencia
humana se bautiza. Derribas la barrera fronteriza y
eres puerta oriental ancha y hermosa.
Te engrandeció el Señor por tu humildad, porque su
paternal amor te sacia y una morada halló en tu
corazón.
Señora de suprema dignidad te designa, en el orden
de la gracia, a ser el puente de su compasión.
Gozas de realeza espiritual, en conciencia, en
sentido propio, estricto, tu castillo se ha mantenido
invicto y tu solio es eterno, excepcional.
Riges lo natural y temporal, por el omnipotente
veredicto y el justo permanece fiel, adicto, redimida
la culpa original.
Reinas sobre los ángeles y santos, apóstoles,
patriarcas y profetas, concebida sin mancha de
pecado
La creación alaba tus encantos. Gobiernas, guías,
todo lo sujetas.
¡Servir y amar a Dios es tu reinado!
EPÍLOGO MARÍA SALVA
reina
reina MARÍA
reina mujer
madre
amada
amiga
reina
libre
casta
asunta al cielo - bella - estrella
de las familias - dócil - reina de
de los profetas - nueva - madre de
sabia
nutre
acuna
eleva
sacia
brisa
lirio
credo
calma
astro
fuego
cirio
llama
busca
llega
reúne
radia
ruega
llora
sufre
SALVA
de la mañana las vírgenes buen consejo
-k-k-k-k-k-k-k-k-k-k
La presente edición de
ANTES QUE LA LUZ DE LA LABORADA,
TÚ, MARÍA
Se terminó de imprimir del día
8 de Septiembre de 2001
Fiesta de la Natividad de la Virgen María
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI