GUIÓN MIÉRCOLES DE CENIZA (Ciclo B)
GUIÓN MIÉRCOLES DE CENIZA (Ciclo B)
Vicaría de Pastoral
Ahora --oráculo del Señor-- convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con
luto. Rasgad los corazones no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es
compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las
amenazas". Quizá se arrepiente y nos deje todavía la bendición, la ofrenda, la libación del
Señor nuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión,
congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a
muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba; la esposa del tálamo. Entre el
atrio y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor, diciendo: "Perdona, Señor,
perdona a tu pueblo, no entregues tu heredad al oprobio; no la dominen los gentiles, no se
diga entre las naciones: ¿Dónde está Dios? El Señor sienta celo por su tierra y perdone a
su pueblo.
Palabra de Dios
SALMO 50
Palabra de Dios.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 6, 1-6.16- 18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa
de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta
delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser
honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis
no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las
esquinas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú
vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis no andéis
cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que
ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre
que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
(El Sacerdote o diácono, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes,
explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la
celebración).
BENDICION DE LA CENIZA
ORACIÓN:
IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
En seguida el sacerdote o ministro imponen la ceniza a todos los presentes que se
acerquen a él y dice a cada uno:
2. Por el Papa Francisco, para que el Señor lo fortalezca y bendiga en su generosa y fiel
entrega a la Iglesia. R/-
3. Por el Pueblo de Dios y sus Pastores, para que crezca en cada uno la conciencia de la
importancia del sacramento de la reconciliación, don del amor misericordioso de Dios.
R/-
4. Por la paz en el mundo, para que vuelva la concordia a todos los pueblos y cesen los
hechos de violencia que hoy conmueven los corazones de todos los hombres de buena
voluntad. R/-
5. Por los que sufren hambre, para que nuestro ayuno en este tiempo de penitencia les
procure el alimento necesario. R/-
6. Por nosotros, que hemos recibido la ceniza, para que practiquemos con entusiasmo la
oración, la caridad y el ayuno y comprendamos su profundo sentido. R/-
Recibe, Dios eterno, las oraciones de tu Iglesia que se prepara en esta cuaresma para
celebrar con regocijo los misterios pascuales. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
No se dice Credo
«La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm
8,19)
Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de
habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los
misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios»
(Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el
cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de
Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación,
que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye
también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación,
expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta
perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino
de conversión en la próxima Cuaresma.
1. La redención de la creación
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar
por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios,
comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a
la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea
ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la
gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a
alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la
caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos
alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello
también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol”
de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la
armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa
del pecado y de la muerte.
Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los
hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual
estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la
comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con
el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado
en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el
dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el
Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más
fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23)
—y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien
de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de
las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo
como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su
dominio.
Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de
Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo,
es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En
efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los
cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el
arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia
del misterio pascual.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la
tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por
amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la
idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su
misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para
nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y
volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en
nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y
encontrar en este amor la verdadera felicidad.
PAPA FRANCISCO