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GUIÓN MIÉRCOLES DE CENIZA (Ciclo B)

Este documento presenta las instrucciones para la celebración del Miércoles de Ceniza. Explica el significado simbólico de la ceniza como representación de la humildad, la penitencia y la mortalidad humana. Además, guía la liturgia de la imposición de cenizas, incluyendo lecturas bíblicas, oraciones y la bendición e imposición de cenizas a los asistentes con un llamado a la conversión y el arrepentimiento.

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GUIÓN MIÉRCOLES DE CENIZA (Ciclo B)

Este documento presenta las instrucciones para la celebración del Miércoles de Ceniza. Explica el significado simbólico de la ceniza como representación de la humildad, la penitencia y la mortalidad humana. Además, guía la liturgia de la imposición de cenizas, incluyendo lecturas bíblicas, oraciones y la bendición e imposición de cenizas a los asistentes con un llamado a la conversión y el arrepentimiento.

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ARQUIDIÓCESIS DE TUNJA

Vicaría de Pastoral

Miércoles 14 de febrero de 2018


GUION DE LA CELEBRACIÓN MIÉRCOLES DE CENIZA.

Sentido Simbólico de la Ceniza


La ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego. Por
extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser
humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.
Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación
cuando leemos en el libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra”
(Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que
ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn
3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: “en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve,
por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa
también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícitamente
signo de dolor y de penitencia.
El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la
Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal
y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina
con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en
nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Por eso cuando nos acerquémonos a recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro
corazón las palabras que pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz:
“Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cf Mc1,15) y “Acuérdate de que eres polvo y al
polvo has de volver” (Cf Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que
nos lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y
aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo cada año
quiere comunicarnos en la Pascua.
CANTO:
HOMBRE DE BARRO
No mira en el hombre su color, ni mira el
Cómo le cantaré al Señor, cómo le dinero, es Padre de todos y a todos quiere
cantaré, cómo le cantaré al Señor, el Señor.
hombre de barro soy.
Cuando yo he caído en tentación,
Si yo le he fallado a Jesús Dios, mi Padre bueno, con su gran
y sus exigencias no las he cumplido, ternura quiere darme su perdón.
hoy arrepentido estoy.
Hay una gran fiesta del perdón, cuando
Él está en los montes y en el mar, Él llena yo decido convertirme a Cristo,
el silencio de la noche en calma, y demostrando más amor.
camina en la ciudad.

En una lugar digno junto al altar o junto a la sede se dispone la Ceniza.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. R. Amén.
Si preside un diácono, hace el Saludo, si preside un Ministro no ordenado se inicia
directamente con la monición
La gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, fuente del perdón y de la
misericordia, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos, con la celebración litúrgica de hoy, damos inicio a la Cuaresma, un
período de 40 días que comienza con el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa
de la Cena del Señor del Jueves Santo. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de
conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio Pascual. Por eso hoy se nos
impondrá la ceniza y la Iglesia nos hará ese llamado a convertirnos y creer en el
Evangelio. Dejémonos moldear por el Señor, para que lo hagamos presente en nuestras
vidas. Participemos con fe.
MONICIÓN PARA LAS LECTURAS
Las prácticas a las que la Iglesia nos llama en este tiempo en que nos adentramos hoy,
son el ayuno, la oración y las obras de caridad. El profeta Joel nos llama al ayuno y la
penitencia; el salmo nos hace reflexionar sobre nuestra realidad de pecadores desde
nuestra concepción; San Pablo nos exhorta a reconciliarnos con Dios; y, en el
Evangelio, Jesús nos da instrucciones de cómo realizar bien el ayuno, la oración y las
obras de caridad. Escuchemos con atención.
LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS
LECTURA DEL LIBRO DE JOEL 2,12-18

Ahora --oráculo del Señor-- convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con
luto. Rasgad los corazones no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es
compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las
amenazas". Quizá se arrepiente y nos deje todavía la bendición, la ofrenda, la libación del
Señor nuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión,
congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a
muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba; la esposa del tálamo. Entre el
atrio y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor, diciendo: "Perdona, Señor,
perdona a tu pueblo, no entregues tu heredad al oprobio; no la dominen los gentiles, no se
diga entre las naciones: ¿Dónde está Dios? El Señor sienta celo por su tierra y perdone a
su pueblo.
Palabra de Dios
 
SALMO 50

R.- Misericordia, Señor: hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R.-
 
Pues yo conozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R.-
 
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme,
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.-

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.-

DE LA SEGUNDA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS 5, 20-6,2

Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os


exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con
Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que
nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Secundando su obra, os
exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: "En tiempo
favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda"; pues mirad, ahora es tiempo
favorable, ahora es el día de la salvación.

Palabra de Dios.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 6, 1-6.16- 18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa
de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta
delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser
honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis
no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las
esquinas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú
vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis no andéis
cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que
ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre
que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.

Palabra del Señor.

(El Sacerdote o diácono, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes,
explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la
celebración).

BENDICION DE LA CENIZA

Después de la homilía, el sacerdote, de pie y con las manos juntas, dice:

Hermanos, pidamos humildemente a Dios Padre


que bendiga con su gracia esta ceniza
que, en señal de penitencia,
vamos a imponer sobre nuestras cabezas.

Después de una breve oración en silencio, prosigue:

ORACIÓN:

Oh Dios misericordioso, que te apiadas de quienes se humillan, y encuentras agrado


en quienes expían sus pecados, escucha benignamente nuestras súplicas y derrama
la gracia de tu bendición + sobre estos hijos tuyos que van a recibir la ceniza; para
que fieles a las prácticas cuaresmales lleguen a celebrar con un corazón puro el
misterio pascual de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Rocía la Ceniza con agua bendita sin decir nada

IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
En seguida el sacerdote o ministro imponen la ceniza a todos los presentes que se
acerquen a él y dice a cada uno:

Conviértete y cree en el Evangelio


O bien:
Acuérdate de que polvo eres y en polvo te has de convertir.

Durante la imposición de la ceniza pueden realizarse algunos cantos apropiados para la


celebración.

El rito concluye con la Oración universal o de los fieles.

ORACIÓN DE LOS FIELES:


Hermanos invoquemos a Dios rico en misericordia quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad. Respondemos a cada intención:

“Por tu gran misericordia, escúchanos Señor”

1. Por la Iglesia, para que recorra el camino de la Cuaresma escuchando la Palabra de


Dios y perseverando en la oración, y así llegue purificada a celebrar la Pascua del Señor.
R/-

2. Por el Papa Francisco, para que el Señor lo fortalezca y bendiga en su generosa y fiel
entrega a la Iglesia. R/-

3. Por el Pueblo de Dios y sus Pastores, para que crezca en cada uno la conciencia de la
importancia del sacramento de la reconciliación, don del amor misericordioso de Dios.
R/-

4. Por la paz en el mundo, para que vuelva la concordia a todos los pueblos y cesen los
hechos de violencia que hoy conmueven los corazones de todos los hombres de buena
voluntad. R/-

5. Por los que sufren hambre, para que nuestro ayuno en este tiempo de penitencia les
procure el alimento necesario. R/-

6. Por nosotros, que hemos recibido la ceniza, para que practiquemos con entusiasmo la
oración, la caridad y el ayuno y comprendamos su profundo sentido. R/-

Recibe, Dios eterno, las oraciones de tu Iglesia que se prepara en esta cuaresma para
celebrar con regocijo los misterios pascuales. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

No se dice Credo

La bendición e imposición de la Ceniza puede hacerse también fuera de la Misa. En este


caso conviene celebrar antes la liturgia de la Palabra, usando el canto de entrada, la
oración colecta, las lecturas con sus cantos, tal como se hace en la Misa. Sigue después
la homilía y la bendición e imposición de la Ceniza. El rito concluye con la oración
universal o de los fieles.
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2019

«La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm
8,19)

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de
habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los
misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios»
(Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el
cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de
Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación,
que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye
también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación,
expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta
perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino
de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen


del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación,
conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la
misericordia de Dios.

Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar
por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios,
comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a
la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea
ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la
gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a
alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la
caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos
alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello
también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol”
de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la
armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa
del pecado y de la muerte.

2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos


comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia
nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos
como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que
viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se
siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos,
o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una
esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no
vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del
tener cada vez más acaba por imponerse.

Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los
hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual
estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la
comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con
el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado
en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el
dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el
Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.

Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más
fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23)
—y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien
de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de
las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo
como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su
dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de
Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo,
es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En
efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los
cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el
arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia
del misterio pascual.

Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se


manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres
emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está
llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo sacramental de
esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el
misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno,
la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la
tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por
amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la
idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su
misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para
nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y
volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en
nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y
encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el


desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios
que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma
suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la
creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). No dejemos transcurrir en vano este tiempo
favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera
conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a
la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan
dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así,
acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte,
atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.

PAPA FRANCISCO

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