0% encontró este documento útil (0 votos)
115 vistas9 páginas

CHRISTUS VIVIT - La Pastoral de Los Jóvenes

Este documento resume las principales líneas de acción para una pastoral juvenil efectiva. Debe ser sinodal, valorizando los dones de cada persona. Se debe poner énfasis en dos aspectos: atraer a los jóvenes a través de un primer anuncio atractivo realizado por los propios jóvenes, y ayudarlos a crecer en su fe a través de la profundización de su experiencia con Dios y el fortalecimiento de la fraternidad y el servicio. Asimismo, se deben crear ambientes acogedores que brinden a

Cargado por

NOUTFOUND
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
115 vistas9 páginas

CHRISTUS VIVIT - La Pastoral de Los Jóvenes

Este documento resume las principales líneas de acción para una pastoral juvenil efectiva. Debe ser sinodal, valorizando los dones de cada persona. Se debe poner énfasis en dos aspectos: atraer a los jóvenes a través de un primer anuncio atractivo realizado por los propios jóvenes, y ayudarlos a crecer en su fe a través de la profundización de su experiencia con Dios y el fortalecimiento de la fraternidad y el servicio. Asimismo, se deben crear ambientes acogedores que brinden a

Cargado por

NOUTFOUND
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 9

CHRISTUS VIVIT

Capítulo séptimo

La pastoral de los jóvenes


 
202. La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a llevarla adelante, ha
sufrido el embate de los cambios sociales y culturales. Los jóvenes, en las estructuras
habituales, muchas veces no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades,
problemáticas y heridas. La proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos con
características predominantemente juveniles pueden ser interpretados como una acción
del Espíritu que abre caminos nuevos. Se hace necesario, sin embargo, ahondar en la
participación de estos en la pastoral de conjunto de la Iglesia, así como en una mayor
comunión entre ellos en una mejor coordinación de la acción. Si bien no siempre es fácil
abordar a los jóvenes, se está creciendo en dos aspectos: la conciencia de que es toda la
comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo
mayor en las propuestas pastorales.
Una pastoral sinodal
206. La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un “caminar juntos”
que implica una «valorización de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y
el rol de cada uno de los miembros [de la Iglesia], mediante un dinamismo de
corresponsabilidad […]. Animados por este espíritu, podremos encaminarnos hacia una
Iglesia participativa y corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la
compone, que acoja con gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes y
mujeres, la contribución de la vida consagrada masculina y femenina, la de los grupos,
asociaciones y movimientos. No hay que excluir a nadie, ni dejar que nadie se
autoexcluya»[111].
207. De este modo, aprendiendo unos de otros, podremos reflejar mejor ese poliedro
maravilloso que debe ser la Iglesia de Jesucristo. Ella puede atraer a los jóvenes
precisamente porque no es una unidad monolítica, sino un entramado de dones variados
que el Espíritu derrama incesantemente en ella, haciéndola siempre nueva a pesar de sus
miserias.
208. En el Sínodo aparecieron muchas propuestas concretas orientadas a renovar la
pastoral juvenil y a liberarla de esquemas que ya no son eficaces porque no entran en
diálogo con la cultura actual de los jóvenes. Se comprende que no podría aquí recogerlas
a todas, y algunas de ellas pueden encontrarse en el Documento final del Sínodo.
Grandes líneas de acción
209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil implica dos grandes líneas
de acción. Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes
a la experiencia del Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de
maduración de los que ya han hecho esa experiencia.
210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los mismos
jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos para convocar. Saben organizar
festivales, competencias deportivas, e incluso saben evangelizar en las redes sociales
con mensajes, canciones, videos y otras intervenciones. Sólo hay que estimular a los
jóvenes y darles libertad para que ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos
juveniles. El primer anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un
“retiro de impacto”, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por
cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es que cada joven
se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven.
211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor
desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta
esperanza y deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no
con el proselitismo. El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la
vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y
debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo tiempo, todavía tenemos que
buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar el kerygma en el lenguaje que hablan los
jóvenes de hoy.
212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos
lugares ocurre que, después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia
de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen
encuentros de “formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre
los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad,
sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es
que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de
seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos
la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de
suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía
Romano Guardini: «en la experiencia de un gran amor [...] todo cuanto acontece se
convierte en un episodio dentro de su ámbito»[112].
213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes,
debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que
esté centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la
experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado.
El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio.
214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno recordarlo.
Por una parte, sería un grave error pensar que en la pastoral juvenil «el kerygma es
abandonado en pos de una formación supuestamente más “sólida”. Nada hay más sólido,
más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación
cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez
más y mejor»[113]. Por consiguiente, la pastoral juvenil siempre debe incluir momentos
que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor de Dios y de
Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios, canciones, momentos de
adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e incluso con
diversos estímulos a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta
experiencia gozosa de encuentro con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.
215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe incorporar claramente medios
y recursos variados para ayudar a los jóvenes a crecer en la fraternidad, a vivir como
hermanos, a ayudarse mutuamente, a crear comunidad, a servir a los demás, a estar
cerca de los pobres. Si el amor fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es «la
plenitud de la Ley» (Rm 13,10), si es lo que mejor manifiesta nuestro amor a Dios,
entonces debe ocupar un lugar relevante en todo plan de formación y crecimiento de los
jóvenes.
Ambientes adecuados
216. En todas nuestras instituciones necesitamos desarrollar y potenciar mucho más
nuestra capacidad de acogida cordial, porque muchos de los jóvenes que llegan lo
hacen en una profunda situación de orfandad. Y no me refiero a determinados conflictos
familiares, sino a una experiencia que atañe por igual a niños, jóvenes y adultos, madres,
padres e hijos. Para tantos huérfanos y huérfanas, nuestros contemporáneos, ¿nosotros
mismos quizás?, las comunidades como la parroquia y la escuela deberían ofrecer
caminos de amor gratuito y promoción, de afirmación y crecimiento. Muchos jóvenes se
sienten hoy hijos del fracaso, porque los sueños de sus padres y abuelos se quemaron en
la hoguera de la injusticia, de la violencia social, del sálvese quien pueda. ¡Cuánto
desarraigo! Si los jóvenes crecieron en un mundo de cenizas no es fácil que puedan
sostener el fuego de grandes ilusiones y proyectos. Si crecieron en un desierto vacío de
sentido, ¿cómo podrán tener ganas de sacrificarse para sembrar? La experiencia de
discontinuidad, de desarraigo y la caída de las certezas básicas, fomentada en la cultura
mediática actual, provocan esa sensación de profunda orfandad a la cual debemos
responder creando espacios fraternos y atractivos donde se viva con un sentido.
217. Crear “hogar” en definitiva «es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los
otros más allá de vínculos utilitarios o funcionales, unidos de tal manera que sintamos la
vida un poco más humana. Crear hogares, “casas de comunión”, es permitir que la
profecía tome cuerpo y haga nuestras horas y días menos inhóspitos, menos indiferentes
y anónimos. Es tejer lazos que se construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos
podemos realizar. Un hogar, y lo sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de
todos. Nadie puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su
construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de aprender a
tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los días a volver a
empezar. Y, ¿cuántas veces perdonar o volver a empezar? Setenta veces siete, todas las
que sean necesarias. Crear lazos fuertes exige de la confianza que se alimenta todos los
días de la paciencia y el perdón. Y así se produce el milagro de experimentar que aquí se
nace de nuevo, aquí todos nacemos de nuevo porque sentimos actuante la caricia de
Dios que nos posibilita soñar el mundo más humano y, por tanto, más divino»[114].
218. En este marco, en nuestras instituciones necesitamos ofrecerles a los jóvenes
lugares propios que ellos puedan acondicionar a su gusto, y donde puedan entrar y salir
con libertad, lugares que los acojan y donde puedan acercarse espontáneamente y con
confianza al encuentro de otros jóvenes tanto en los momentos de sufrimiento o de
aburrimiento, como cuando deseen celebrar sus alegrías. Algo de esto han logrado
algunos Oratorios y otros centros juveniles, que en muchos casos son el ambiente de
amistades y de noviazgo, de reencuentros, donde pueden compartir la música, la
recreación, el deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños subsidios y
diversas propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio persona a
persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral.
219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos
estructurados, ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales y relacionales en
un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona. La experiencia de grupo
constituye a su vez un recurso para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el
testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero
apostolado entre sus amigos»[115].
220. Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con las comunidades de
parroquias, movimientos y otras instituciones eclesiales. Pero ellos se integrarán mejor a
comunidades abiertas, vivas en la fe, deseosas de irradiar a Jesucristo, alegres, libres,
fraternas y comprometidas. Estas comunidades pueden ser los cauces donde ellos
sientan que es posible cultivar preciosas relaciones.
La pastoral de las instituciones educativas
221. La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a los jóvenes. Es
un lugar privilegiado para la promoción de la persona, y por esto la comunidad cristiana le
ha dedicado gran atención, ya sea formando docentes y dirigentes, como también
instituyendo escuelas propias, de todo tipo y grado. En este campo el Espíritu ha
suscitado innumerables carismas y testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela
necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas
de ellas, una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de
provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos que
parecen estar organizados sólo para la preservación. La fobia al cambio hace que no
puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros, reales o imaginarios,
que todo cambio trae consigo. La escuela convertida en un “búnker” que protege de los
errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta tendencia. Esa imagen refleja
de un modo estremecedor lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de
algunos establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les
enseñaron y el mundo en el cual les toca vivir. Aun las propuestas religiosas y morales
que recibieron no los han preparado para confrontarlas con un mundo que las ridiculiza, y
no han aprendido formas de orar y de vivir la fe que puedan ser fácilmente sostenidas en
medio del ritmo de esta sociedad. En realidad, una de las alegrías más grandes de un
educador se produce cuando puede ver a un estudiante constituirse a sí mismo como una
persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de dar.
222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización de los
jóvenes. Es importante tener en cuenta algunos criterios inspiradores señalados
en Veritatis gaudium en vista a una renovación y relanzamiento de las escuelas y
universidades “en salida” misionera, tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a
todos los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de la cultura
del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la opción por los últimos, por
aquellos que la sociedad descarta y desecha[116]. También la capacidad de integrar los
saberes de la cabeza, el corazón y las manos.
223. Por otra parte, no podemos separar la formación espiritual de la formación cultural.
La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No
debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes tienen derecho a ella. Y «hoy en día, sobre
todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y
que humaniza. Con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida
triviales y efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el
sacrificio, inculcando la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente
algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la
banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no
prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda. Ulises, para no
rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los hacían estrellarse
contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas de sus compañeros de viaje.
En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una
melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los
estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la
investigación, el conocimiento y el compartir»[117].

Una pastoral popular juvenil


230. Además de la pastoral habitual que realizan las parroquias y los movimientos, según
determinados esquemas, es muy importante dar lugar a una “pastoral popular juvenil”,
que tiene otro estilo, otros tiempos, otro ritmo, otra metodología. Consiste en una pastoral
más amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes
reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado
entre ellos. Se trata ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas, controles y
marcos obligatorios a esos jóvenes creyentes que son líderes naturales en los barrios y
en diversos ambientes. Sólo hay que acompañarlos y estimularlos, confiando un poco
más en la genialidad del Espíritu Santo que actúa como quiere.
231. Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o clausurados en pequeños
grupos de selectos. Para que sean capaces de generar una pastoral popular en el mundo
de los jóvenes hace falta que «aprendan a auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en
sus voceros y a trabajar por su promoción»[124]. Cuando hablamos de “pueblo” no debe
entenderse las estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas
que no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y
para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se queden atrás: «El pueblo
desea que todos participen de los bienes comunes y por eso acepta adaptarse al paso de
los últimos para llegar todos juntos»[125]. Los líderes populares, entonces, son aquellos
que tienen la capacidad de incorporar a todos, incluyendo en la marcha juvenil a los más
pobres, débiles, limitados y heridos. No les tienen asco ni miedo a los jóvenes lastimados
y crucificados.
232. En esta misma línea, especialmente con los jóvenes que no crecieron en familias o
instituciones cristianas, y están en un camino de lenta maduración, tenemos que estimular
el “bien posible”[126]. Cristo nos advirtió que no pretendamos que todo sea sólo trigo
(cf. Mt 13,24-30). A veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por
ideas abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el
Evangelio en una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas
juveniles y apta solamente para una élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que
en realidad flota en un aislamiento sin vida ni fecundidad. Así, con la cizaña que
rechazamos, arrancamos o sofocamos miles de brotes que intentan crecer en medio de
los límites.
233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y
moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para
que asuman sus responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y las crisis
son experiencias que pueden fortalecer su humanidad»[127].
234. En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios
inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente
que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera hace falta que alguien asuma
completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos
de nuestros espacios para jóvenes. Basta una actitud abierta para todos los que tengan el
deseo y la disposición de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios. Algunas
propuestas pastorales pueden suponer un camino ya recorrido en la fe, pero necesitamos
una pastoral popular juvenil que abra puertas y ofrezca espacio a todos y a cada uno con
sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda de identidad, sus errores, su
historia, sus experiencias del pecado y todas sus dificultades.
235. Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen otras visiones de la vida,
profesan otros credos o se declaran ajenos al horizonte religioso. Todos los jóvenes, sin
exclusión, están en el corazón de Dios y, por lo tanto, en el corazón de la Iglesia.
Reconocemos con franqueza que no siempre esta afirmación que resuena en nuestros
labios encuentra una expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos
quedamos encerrados en nuestros ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a
actividades menos exigentes y más gratificantes, sofocando esa sana inquietud pastoral
que nos hace salir de nuestras supuestas seguridades. Y eso que el Evangelio nos pide
ser audaces y queremos serlo, sin presunción y sin hacer proselitismo, dando testimonio
del amor del Señor y tendiendo la mano a todos los jóvenes del mundo»[128].
236. La pastoral juvenil, cuando deja de ser elitista y acepta ser “popular”, es un proceso
lento, respetuoso, paciente, esperanzado, incansable, compasivo. En el Sínodo se
propuso el ejemplo de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), que también puede ser
un modelo de lo que ocurre en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los dos discípulos que no han comprendido el sentido de lo
sucedido y se están alejando de Jerusalén y de la comunidad. Para estar en su compañía,
recorre el camino con ellos. Los interroga y se dispone a una paciente escucha de su
versión de los hechos para ayudarles a reconocer lo que están viviendo. Después, con
afecto y energía, les anuncia la Palabra, guiándolos a interpretar a la luz de las Escrituras
los acontecimientos que han vivido. Acepta la invitación a quedarse con ellos al atardecer:
entra en su noche. En la escucha, su corazón se reconforta y su mente se ilumina, al
partir el pan se abren sus ojos. Ellos mismos eligen emprender sin demora el camino en
dirección opuesta, para volver a la comunidad y compartir la experiencia del encuentro
con Jesús resucitado»[129].
238. Las diversas manifestaciones de piedad popular, especialmente las peregrinaciones,
atraen a gente joven que no suele insertarse fácilmente en las estructuras eclesiales, y
son una expresión concreta de la confianza en Dios. Estas formas de búsqueda de Dios,
presentes particularmente en los jóvenes más pobres, pero también en los demás
sectores de la sociedad, no deben ser despreciadas sino alentadas y estimuladas. Porque
la piedad popular «es una manera legítima de vivir la fe»[130] y es «expresión de la
acción misionera espontánea del Pueblo de Dios»[131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no hace falta recorrer un largo camino para que los jóvenes
sean misioneros. Aun los más débiles, limitados y heridos pueden serlo a su manera,
porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas
fragilidades. Un joven que va a una peregrinación a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un
amigo o compañero para que lo acompañe, con ese simple gesto está realizando una
valiosa acción misionera. Junto con la pastoral popular juvenil hay, inseparablemente, una
misión popular, incontrolable, que rompe todos los esquemas eclesiásticos.
Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos regularla demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la
pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral misionera. Los jóvenes se enriquecen
mucho cuando vencen la timidez y se atreven a visitar hogares, y de ese modo toman
contacto con la vida de la gente, aprenden a mirar más allá de su familia y de su grupo,
comienzan a entender la vida de una manera más amplia. Al mismo tiempo, su fe y su
sentido de pertenencia a la Iglesia se fortalecen. Las misiones juveniles, que suelen
organizarse en las vacaciones luego de un período de preparación, pueden provocar una
renovación de la experiencia de fe e incluso serios planteos vocacionales.
241. Pero los jóvenes son capaces de crear nuevas formas de misión, en los ámbitos más
diversos. Por ejemplo, ya que se mueven tan bien en las redes sociales, hay que
convocarlos para que las llenen de Dios, de fraternidad, de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero también necesitan ser
acompañados. La familia debería ser el primer espacio de acompañamiento. La pastoral
juvenil propone un proyecto de vida desde Cristo: la construcción de una casa, de un
hogar edificado sobre roca (cf. Mt 7,24-25). Ese hogar, ese proyecto, para la mayoría de
ellos se concretará en el matrimonio y en la caridad conyugal. Por ello es necesario que la
pastoral juvenil y la pastoral familiar tengan una continuidad natural, trabajando de
manera coordinada e integrada para poder acompañar adecuadamente el proceso
vocacional.
243. La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento de los jóvenes, y
es la comunidad entera la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos,
alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a los jóvenes con comprensión,
valoración y afecto, y no que se los juzgue permanentemente o se les exija una perfección
que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y
dedicadas al acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha
implica una reflexión para renovar las formas con las que se ejerce habitualmente el
ministerio presbiteral y revisar sus prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad
de preparar consagrados y laicos, hombres y mujeres, que estén cualificados para el
acompañamiento de los jóvenes. El carisma de la escucha que el Espíritu Santo suscita
en las comunidades también podría recibir una forma de reconocimiento institucional para
el servicio eclesial»[132].
245. Además hay que acompañar especialmente a los jóvenes que se perfilan como
líderes, para que puedan formarse y capacitarse. Los jóvenes que se reunieron antes del
Sínodo pidieron que se desarrollen «programas de liderazgo juvenil para la formación y
continuo desarrollo de jóvenes líderes. Algunas mujeres jóvenes sienten que hacen falta
mayores ejemplos de liderazgo femenino dentro de la Iglesia y desean contribuir con sus
dones intelectuales y profesionales a la Iglesia. También creemos que los seminaristas,
los religiosos y las religiosas deberían tener una mayor capacidad para acompañar a los
jóvenes líderes»[133].
246. Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las características que ellos
esperan encontrar en un acompañante, y lo expresaron con mucha claridad: «Las
cualidades de dicho mentor incluyen: que sea un auténtico cristiano comprometido con la
Iglesia y con el mundo; que busque constantemente la santidad; que comprenda sin
juzgar; que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda
responderles con gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que
reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino espiritual
conlleva. Una característica especialmente importante en un mentor, es el reconocimiento
de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas
imperfectas, que se reconocen pecadores perdonados. Algunas veces, los mentores son
puestos sobre un pedestal, y por ello cuando caen provocan un impacto devastador en la
capacidad de los jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los mentores no deberían llevar
a los jóvenes a ser seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado, dejándoles ser
los protagonistas de su propio camino. Deben respetar la libertad que el joven tiene en su
proceso de discernimiento y ofrecerles herramientas para que lo hagan bien. Un mentor
debe confiar sinceramente en la capacidad que tiene cada joven de poder participar en la
vida de la Iglesia. Por ello, un mentor debe simplemente plantar la semilla de la fe en los
jóvenes, sin querer ver inmediatamente los frutos del trabajo del Espíritu Santo. Este
papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de la vida consagrada, sino que los
laicos deberían poder igualmente ejercerlo. Por último, todos estos mentores deberían
beneficiarse de una buena formación permanente»[134].
247. Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito comunitario de
acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando «tratan de
acoger a todos los jóvenes, independientemente de sus opciones religiosas, proveniencia
cultural y situación personal, familiar o social. De este modo la Iglesia da una aportación
fundamental a la educación integral de los jóvenes en las partes más diversas del
mundo»[135]. Reducirían indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para
el ingreso de estudiantes o para su permanencia en ellas, porque privarían a muchos
jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer su vida.

También podría gustarte