MILLER, J.-A. (1984) Recorrido de Lacan. Conferencias IV y V
MILLER, J.-A. (1984) Recorrido de Lacan. Conferencias IV y V
Conferencias Caraqueñas2 3
1 Miller, J.- A. (1984) Recorrido de Lacan. Ocho Conferencias. Buenos Aires: Hacia El Tercer Encuentro Del Campo Freudiano.
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Las tres primeras conferencias se llevaron a cabo en la Universidad Central de Venezuela, por invitación de la Escuela de Psicología. Las dos
conferencias sobre transferencia estuvieron destinadas a un público psicoanalítico, y se realizaron con el auspicio de la revista Analítica
3 Traducción: J. L. Delmont- Mauri. Texto establecido por Diana Silvia Rabinovich.
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hayan ido exactamente al mismo lugar que aquel adonde fue Freud. Son como viajeros que llegan de lejos
y nos dicen: sí, sí vimos cómo era eso. No estamos demasiados seguros de que se hayan dado cuenta de lo
que ocurría allí; en todo caso es un hecho que Freud, con respecto a los que seguían sus huellas, conservó
una ventaja, que sigue teniendo, que se detecta en el hecho de que los psicoanalistas siempre están
articulando su experiencia con los mismos términos que nos dejó Freud, y que siempre vuelven a examinar
la letra inagotable de sus escritos. Además está Lacan, quien volvió al texto de Freud, que tomó incluso
como slogan a comienzos de los años ‘50 el “retomo a Freud”, pero que, con el correr del tiempo operó de
tal manera sobre el texto de Freud, que hizo surgir de él una temática, una conceptualización e incluso una
formalización inédita. Los términos que introdujo ya se trate del Otro con mayúscula (A) o del sujeto
supuesto al saber, son todos coordenadas hasta entonces desconocidas, que permiten encuadrar mejor los
fenómenos que se producen en la experiencia analítica. Es necesario decir que en torno a Lacan, como en
torno a Freud, hay mucha gente que sigue su enseñanza y que no da fácilmente la impresión de haber
penetrado en aquello de lo que se trata y que, sin embargo, la repite con gran convicción: o sea, que allí
yace una gran verdad. Al respecto, no por haberse convertido en Francia la categoría del sujeto supuesto
al saber en uno de los términos más populares de Lacan, es por ello mejor aprehendida. (p. 60)
Primero, quiero indicarles una frase de Lacan que nos servirá de punto de referencia: “El sujeto supuesto
al saber es para nosotros el pivote con respecto al cual se articula todo lo que tiene que ver con la
transferencia”. “Pivote” es una palabra interesante que puede designar ese trozo de metal o de madera
sobre el cual gira algo, y, en forma figurada, señala el sostén principal de algo, de una cosa que gira en torno.
Busqué en el Diccionario Littré, el más completo de la lengua francesa y de su etimología, el sentido preciso
de esta palabra -como hay que hacer a menudo con los términos de Lacan-, y encontré este ejemplo literario
para comprender el término pivote. Es una frase tomada de Madame de Sevigné: “aquí, tenemos muchas
distracciones, pero allí donde no las tenemos, siempre giramos sobre el mismo pivote”. No sé si en la
experiencia analítica hay siempre muchas distracciones, pero lo que verificamos, rápidamente, es que,
efectivamente, se gira siempre en torno al mismo pivote.
Lo interesante es que el sujeto supuesto al saber sólo interviene en la teoría de Lacan en una fecha
relativamente tardía, hacia los años 64-65. Encontrarán su emergencia precisamente en el texto del
Seminario XI, llamado Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, en el Capítulo 18. ¿Cómo se
comprendió este término? Se creyó que el analizante comienza suponiendo que el analista detenta el saber
que le concierne, que progresivamente descubre que no es así, pero que el análisis se establece sobre la
base de esta suposición. A grosso modo esta es la vulgata que se difundió a propósito del sujeto supuesto al
saber y que como ven, no explica gran cosa. Para aprehender en su concepto verdadero el sujeto supuesto
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al saber como pivote de la transferencia, es necesario conocer precisamente a qué problema de la teoría
freudiana corresponde su introducción, que nada tiene de gratuito.
Por ello empezaré evocando, brevemente, la teoría freudiana de la transferencia. ¿Dónde la
encontramos? La encontramos primero en los textos reunidos bajo el título de “Escritos sobre la Técnica”.
Estos textos son de 1911-1915; antes también la encontramos, fugazmente, en la ciencia de los sueños, en
el caso Dora y aún podemos encontrar sus huellas en los “Estudios sobre la Histeria”. Además de los
“Estudios sobre la Técnica” hay que conocer también “Más allá del Principio del Placer” e “Inhibición,
Síntoma y Angustia”.
En la historia del psicoanálisis hay una evolución de la técnica psicoanalítica, Freud lo destaca en el
capítulo 3 de “Más allá del Principio del Placer”. En primer lugar dice, el psicoanálisis era esencialmente un
arte de interpretar; corresponde, podríamos decir, a la Edad de Oro del psicoanálisis, a esa maravillosa
apertura, observen los casos más conocidos, de un territorio desconocido en que de una vez y con facilidad,
el síntoma se ofrecía al desciframiento y, como por milagro, se desvanecía después de curas cuya brevedad,
muchos, sin duda, echamos de menos. Las curas podían ser, en esa época, un paseo con Freud en el jardín
y seis meses podían parecer una duración muy grande. La Edad de Oro se perdió muy pronto y Freud señala
que llegó a tener que analizar las resistencias. En el fondo es como si este inconsciente al principio abierto
y en cierto modo dócil a la intervención del psicoanalista, hubiese progresivamente retrocedido, se hubiese
vuelto rebelde a la intervención psicoanalítica. Si Freud se dedicó esos años 1911 a 1915 a estudiar la
técnica psicoanalítica fue para responder a la dificultad que representaba el comienzo de un cierre del
inconsciente. También en el Capítulo 3 de “Más allá del Principio del Placer” Freud introduce una tercera
época que veremos, un poco más adelante, a qué lleva.
Si hay una evolución de la técnica psicoanalítica, la misma no debe ser entendida de igual modo que la
evolución, la transformación de las técnicas. Ya no se construyen las casas ni las autopistas como antes.
Todos los días vemos que las técnicas se perfeccionan ¿El modo de evolución de la técnica psicoanalítica es
del mismo tipo? Por supuesto que no. Si la técnica psicoanalítica evolucionó, no tengamos miedo de las
palabras, es porque el inconsciente mismo evolucionó. Hay una historia del inconsciente, puede parecer
fantástico decir algo así si uno está convencido que el inconsciente es una especie de energía vital que sería
tan estable, tan fija como la gravitación del universo. Pero, se entiende mejor si se admite, como Lacan, que
el inconsciente está estructurado como un lenguaje y que la intervención del psicoanalista en el
inconsciente es de naturaleza tal que puede modificarlo.
Algo distingue a Freud de todos los analistas que vinieron después de él: él no repetía una teoría, la
elaboraba en forma auténtica a partir del discurso mismo de sus pacientes. No hay mayor teórica del
psicoanálisis que Anna O., la histérica, quien inventó ese término de “talking cure”, la cura por la palabra.
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Freud sólo lo recogió de su boca. Ella fue quien lo guió a la entrada del psicoanálisis. Uno siempre se
asombra al leer los primeros textos, tan frescos, de los primeros psicoanalistas, de la sencillez de sus
interpretaciones y de los efectos milagrosos que producen, que, podemos decir, están muy lejos de lo que
se puede obtener hoy día. Pueden ustedes intentar obtener efectos milagrosos sobre un sujeto diciéndole
que estaba enamorado de su madre; eso no le hace ningún efecto. (p. 62)
El paciente lo sabe mucho antes de que se lo digan y no se obtiene ninguno de los efectos de
interpretación a partir de burdas intervenciones de este género. Es éste entonces el paraíso perdido de los
inicios del psicoanálisis. Vamos a ver también, con el sujeto supuesto al saber, en qué sentido el
psicoanalista y su discurso forman parte del inconsciente mismo.
Para simplificar las cosas, antes de tomar el texto de Freud, verán ustedes que hay (se los diré pero
espero que lo verifiquen en el texto de Freud, no les pido que crean sólo en mi palabra), tres formas,
distinguidas por Freud, de transferencia, que encontramos dispersas a través de los textos.
La primera forma es la que identifica la transferencia con la función de repetición. La segunda identifica
la transferencia con la resistencia. La tercera identifica la transferencia con la sugestión. Diría que lo que
Lacan trató de deslindar con el sujeto supuesto al saber es el pivote a partir del cual giran estos distintos
aspectos de la transferencia, que Freud había despejado. Diría que éstos pertenecen a los fenómenos que
se producen en la experiencia analítica, mientras que el sujeto supuesto al saber es de otro orden que el de
los fenómenos, es del orden, hablando estrictamente, de un fundamento transfenoménico de los fenómenos
de la transferencia.
Vayamos pues a la historia freudiana de la transferencia que voy a evocar brevemente. Consagré un
curso de un año en Vincennes a esta cuestión, y les daré una especie de resumen de él.
Encontramos el término de transferencia empleado por Freud, desde la ciencia de los sueños,
Übertragung se le dice desde La ciencia de los sueños. ¿Cuál es su uso? A propósito de la psicología de los
procesos del sueño Freud explica cómo el sueño se apodera de lo que llama los restos diurnos, los
recuerdos de lo que ocurrió el día anterior, cómo el sueño se apodera de estos elementos para montarlos
con un valor distinto, con una significación distinta a la del momento de su primera emergencia. Son
entonces formas vaciadas de su sentido, muchas veces son incluso insignificantes y el deseo del sueño las
inviste con un nuevo significado. Allí es donde Freud habla por primera vez de transferencia de sentido, de
desplazamiento, de utilización por el deseo de formas muy ajenas a él de las cuales se apodera, a las que
carga, infiltra y dota de una nueva significación. (p. 63)
Esto es muy importante, aunque luego el término de transferencia tome un significado mucho más
especializado en Freud. Se trata aquí de los disfraces del deseo que, permaneciendo inconsciente, se
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expresa apoderándose de las representaciones más anodinas. Se expresa desplazándose de lo reprimido
hacia una representación que su banalidad misma hace aceptable a la conciencia.
Podemos decir entonces que la primera transferencia freudiana corresponde a los tropos de la
transferencia, podríamos hablar de la tropología de la transferencia. Este es un principio general. El deseo
se apodera de formas errantes, que nada valen por sí mismas, que han sido despojadas de su significación
que funcionan separadas de su significación primera, en el fondo funcionan como letras, y esto es lo que se
comprende mejor a partir de la teoría lacaniana del significante. De hecho, estas formas son significantes a
los cuales el deseo proporciona un significado diferente y nuevo. Esto muestra, entre paréntesis, la vanidad
de las claves de los sueños, vieja tradición que dura desde la antigüedad. Las claves de los sueños están
fundadas en el principio de que a cada significante le corresponde en forma unívoca su significado, si
tenemos la tabla de traducción, podemos pasar en forma invariable del significante al significado. Ahora
bien, basta mirar un momento “La interpretación de los sueños” para ver que esto es absolutamente
incompatible con la concepción freudiana, puesto que precisamente estos significantes sólo valen en tanto
han sido vaciados de significación, y se trata de volver a encontrar, cada vez, esta significación en lo
particular. En este sentido, la transferencia, la primera transferencia freudiana, es el proceso general de las
formaciones del inconsciente. El principio general de las formaciones del inconsciente -el sueño, el lapsus,
el chiste- es que el deseo se enmascara y se aferra a significantes vaciados, en tanto tales, de significación.
Esta es aún una acepción muy general de la transferencia.
En cambio, a partir del caso Dora, emerge la significación precisa de la transferencia freudiana. La
transferencia en sentido psicoanalítico se produce cuando el deseo se aferra a un elemento muy particular
que es la persona del terapeuta. Quizás puedan ver, en corto-circuito, que esta persona no es exactamente
una persona. Esta persona, como quizás lo han entendido, espero, por el análisis precedente, es más bien
el significante del analista que su persona. Por cierto, esto siempre resultaba misterioso cuando se
imaginaba que se trataba de la persona del psicoanalista. Hay un artículo de Tomás Szasz, muy divertido,
sobre la transferencia en el International Journal que dice: “cuando me miran, a mí que soy feo como un
piojo, me pregunto cómo es posible finalmente que se aferren a mi persona”. Esto da origen a la idea de
que la transferencia es ante todo un fenómeno ilusorio, un fenómeno imaginario. Y esto no es equivocado,
salvo que este tipo de ilusión la encontramos a cada momento en la existencia. Es éste un pequeño
cortocircuito para hacerles ver que a “la persona del analista” hay que tomarla entre comillas. El
psicoanálisis está hecho precisamente para hacernos dudar que las personas sean tan verdaderamente. En
todo caso el lacanismo está del lado opuesto a toda teoría de la personalidad. Entonces, la transferencia
freudiana es el momento en que el deseo del paciente se apodera del terapeuta, en que el psicoanalista -no
su persona- imanta las cargas liberadas por la represión.
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Esta concepción de la transferencia implica ya muchas cosas. Implica, precisamente, que no hay
exterioridad del analista al inconsciente. Evidentemente, si se imagina que el inconsciente es algo que está
en algún lugar en el paciente y se piensa que el psicoanalista que está al lado, separado por una pequeña
distancia, que está ahí en su sillón, con sus diferentes preocupaciones, su cuerpo que le molesta, su espalda
que le hace daño, su peso que cuida, es evidente que este analista nada tiene que ver con el inconsciente
que se supone está escondido en el paciente. Pero la idea misma de la transferencia nos conduce ya a
comprender que el analista, en tanto que opera en la cura psicoanalítica, no es exterior al inconsciente del
paciente, que es quizás necesaria una idea más sofisticada del inconsciente que esta idea burda.
Es esto precisamente lo que hace la particularidad de la observación psicoanalítica, del relato de casos.
Si la escritura del caso en psicoanálisis es difícil, es porque en definitiva siempre es un psicoanálisis del
analista mismo. No hay en la observación psicoanalítica esa relación de exterioridad que conserva la
observación psiquiátrica. (p. 65)
Freud es, quizás, el mejor ejemplo, precisamente en el caso Dora. Saben que una vez terminada la cura
de Dora o más bien una vez interrumpida la cura, puesto que se fue, Freud reanalizó su propia posición con
relación a ella, para concluir que se había equivocado fundamentalmente sobre cuál era el objetó del interés
de Dora: había creído que era el hombre su interés principal, el Sr. K. y no se dio cuenta, como lo dice él
mismo, que el interés fundamental de Dora, la histérica, era la Sra. K. Que Dora no se interesaba por el Sr.
K. sino como en una mediación para acercarse al misterio esencial que ocupa a la histérica, a saber, el
misterio ¿qué es una mujer? Y si Freud cometió esta equivocación, fue por prejuicio, porque estaba
convencido que los hombres eran quienes tenían que interesar a las muchachas. En este sentido, el caso
Dora es también el caso Freud. Y lo que hace la grandeza de los Cinco Psicoanálisis, es que el caso que está
en su centro es el caso del propio Freud, así como no vaciló en ponerse él mismo en “La ciencia de los
sueños”, que es lo que hace que finalmente sepamos mucho sobre la relación de Freud con, por ejemplo, la
mujer.
Lo que nos enseña también la transferencia desde sus comienzos, espero habérselos hecho entender a
partir del ejemplo de los restos diurnos, es que el enganche se hace mucho más a un significante que a una
persona. Digamos que el analista como significante forma parte de la economía psíquica. Este es el
descubrimiento de la transferencia. Hay un lugar en la “economía psíquica” que el analista viene a ocupar.
Me atrevería a decir que es imposible hacer la teoría del psicoanálisis si no se admite que el psicoanalista
es una formación del inconsciente. Esta es una tesis general. Espero tener tiempo para mostrarles cómo los
propios teóricos contra los cuales Lacan quiso restituir el sentido inaugural de la experiencia freudiana -a
saber, los teóricos que no se si puedo llamar anglosajones, puesto que eran todos europeos, en su mayoría
exiliados por los nazis- pero en fin, los teóricos que recubrieron la verdad de la experiencia de Freud en las
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zonas de influencia inglesa y norteamericana, estos teóricos eran conducidos, porque eran gente seria, a
asignar al analista un sitio en la economía psíquica. Pero ese sitio no era el adecuado, esto es lo que trataré
de mostrarles.
En fin, aunque lo diga en forma un poco provocadora, esta tesis de que el analista es una formación del
inconsciente, no es, pienso, una tesis solamente lacaniana, sino una tesis para toda teoría del psicoanálisis.
En Dora, ¿cómo se presentan entonces las cosas? ¿Cómo la teoría se presenta de hecho? La teoría de la
transferencia, es esto lo que Freud se ve obligado a construir para dar cuenta de un hecho que se presentó
primero como imprevisto. La transferencia no estaba prevista en la teoría de Freud. Había percibido
mediante lo que se cree que es su autoanálisis, pero que no era su autoanálisis, la posibilidad de descifrar
una formación del inconsciente y por intermedio de este desciframiento trata de hacer desaparecer el
síntoma, la transferencia, ahí interviene primero bajo el modo de la sorpresa. He aquí que el terapeuta
aparece interesando especialmente al paciente, ocupa sus pensamientos y, sobre todo en los comienzos,
desencadena el amor del paciente. Ahora estamos acostumbrados a la idea de transferencia y de
contratransferencia, a lo positivo y a lo negativo, pero habría que ser capaz de guardar cierta sorpresa con
respecto a la emergencia del amor en una actividad que se presenta como científica y terapéutica.
Esta llegada imprevista de la transferencia, la hace primero aparecer como un fenómeno parasitario que
perturba la continuación del trabajo. Es una especie de entorpecimiento de la relación terapéutica y Freud
llega a señalar que es como la creación de una nueva patología, en lugar, quizás, o además, de la antigua.
Evidentemente, éste no es un resultado muy importante para una actividad terapéutica, crear una nueva
patología. La transferencia conserva este carácter de patología propia de la experiencia analítica y Freud,
reconoce que esta patología es inevitable puesto que el deseo inconsciente es movilizado por la cura. Allí
nos damos cuenta del carácter bifaz, de doble cara de la transferencia.
Por un lado la emergencia de la transferencia en la cura es testimonio del inconsciente. Hay que ser
inconsciente para amar a Tomás Szasz. Es testimonio de la puesta en acto del inconsciente y, ésta es una
de las definiciones lacanianas de la transferencia: la transferencia es la puesta en acto de la realidad del
inconsciente. Cuando Lacan dice esto está muy cerca de los textos de Freud, pero desde una formulación
que no está en el mismo nivel que la del sujeto supuesto al saber. Lacan pasó diez años en su seminario
para lograr elaborar esta teoría del sujeto supuesto al saber y, para los que trabajan a Lacan, es necesario
saber ordenar estos diferentes estratos de su teoría, aunque no sea ésta hoy nuestra preocupación.
La transferencia tiene su valor porque permite ver el funcionamiento de un mecanismo inconsciente en
la actualidad misma de la sesión. Por eso Freud puede aconsejar, a todo terapeuta que comience, que
interprete solamente cuando ha empezado la transferencia, porque la emergencia de la transferencia
señala que los procesos inconscientes han sido activados. (p. 67)
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Ahora bien, al mismo tiempo -y este es el segundo aspecto-, es un obstáculo para la cura. Ven que la
articulación en este caso es muy compleja. El texto con el cual hay que orientarse, es el primer texto de los
“Escritos sobre la técnica”, el texto “Sobre la dinámica de la transferencia” de 1912. Freud incluso da un
truco al psicoanalista, si ocurre que las asociaciones de un paciente se interrumpen, pues, entonces,
díganle: “Está pensando en mí”, eso siempre funciona.
Esto destaca que la transferencia tiene una función -podemos decir-, de tapón sobre las asociaciones
inconscientes, viene a interrumpir. Si leen el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
de Lacan, verán que en dicho seminario titubea en cuanto al camino a seguir respecto a la transferencia,
que de una lección a otra, aunque siempre hable con la misma seguridad, busca sus puntos de referencia.
Podrán ver que Lacan asimila la transferencia a un tiempo de cierre del inconsciente, no a un tiempo de
apertura. Esta es la profunda ambigüedad de la transferencia. El análisis se hace, en cierto sentido, gracias
a la transferencia y, en otro sentido, a pesar de la transferencia. Captamos así dos aspectos de la
transferencia: el aspecto mediante el cual se identifica con la repetición inconsciente y el aspecto mediante
el cual se identifica, al contrario, con la resistencia.
Freud evoca la repetición desde el comienzo del texto “La dinámica de la transferencia”. Dice, es una
expresión un poco rudimentaria, que lo que se produce puede ser descripto como una placa estereotípica
o varias placas, que pueden permitir por impresión obtener figuras mediante estereotipos que se repiten
en forma constante reimpresas en el curso de la vida de una persona, en la medida en que las circunstancias
externas lo permiten. Es ésta una forma muy somera de hablar de la repetición: cada individuo tiene una
placa estereotipado de la cual saca ejemplares indefinidamente en el curso de su existencia y, finalmente,
la transferencia es el momento en que el psicoanalista es captado en estos estereotipos, el momento en que
la carga libidinal introduce al médico en una de estas series psíquicas que el paciente ha formado en el
curso de su existencia.
Aquí, podemos evocar el término de imago, el médico es introducido en una serie y puede ser
identificado a la imago materna, pero también a la imago del hermano, a la imago del padre.
El inconsciente aparece como un repertorio de la comedia del arte, en la cual hay personajes muy
tipificados: Pantaleón, Polichinela, Arlequín, Colombina, con estos personajes todas las situaciones de la
existencia pueden ser reproducidas. La transferencia aparece así como una ilusión, precisamente
imaginaria, como algo que no es racional, como un fenómeno aberrante. (p. 68)
Una transferencia en el presente del inconsciente, es lo que Freud formulará en su texto “Recuerdo,
repetición y elaboración” que aparece un poco después en los mismos “Escritos sobre la técnica”; el
segundo texto de la serie se llama “Otras recomendaciones sobre la técnica del psicoanálisis”.
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Una transferencia aparece en la conceptualización de Freud, en este texto, como un fragmento de
repetición inconsciente, como presa del automatismo de repetición. En el fondo, el analista ejerce una
presión sobre el inconsciente, por la oferta misma que hace de escuchar al paciente, escucharlo en tanto
que dice cualquier cosa y sabemos que lo que dice nunca es cualquier cosa, y esa cualquier cosa lo conduce
hacia la zona que imaginamos en el trasfondo, donde su libido estaría escondida. Este empuje del analista,
es, para Freud, necesariamente correlativo de una resistencia. Esta concepción generó, hay que decirlo,
todas las aberraciones del psicoanálisis de las resistencias, donde vemos a un psicoanalista empujar al
paciente hasta sus últimos escondites y al desdichado resistir cada vez más. Esto termina asimilando el
análisis a una especie de lucha, lo que es muy diferente a lo que Freud plantea. Encontramos esto en ciertos
textos y, cuando los analistas se abandonan un poco, esto es del orden de: “te resistes, basura”. El
psicoanalista trata de atravesar estas resistencias, azora al paciente, lo sacude. Finalmente, podríamos
decir que el paciente es paciente y el analista que practica el análisis de las resistencias es, él, impaciente.
Podemos verlo claramente en uno de los textos que evoca la práctica analítica precisamente en aquella
época, en los textos de Wilhem Reich, en la época en que era aún psicoanalista e incluso un teórico muy
destacado del psicoanálisis. ¿Qué dice? Dice, finalmente lo que debemos reprochar al psicoanalista de hoy,
es decir hacia 1920, es que deja al paciente hacer lo que quiere y el paciente no es serio, huye del punto
decisivo de su carga, habla de todo y de nada, zigzaguea. Dice “somos nosotros los que debemos llevarlo de
vuelta al camino recto, y es sólo cuando lo hayamos obligado a pensar en lo que no quiere pensar, que
empezamos a analizar el inconsciente”. En el fondo, todos los analistas de este tiempo fueron teóricos del
psicoanálisis activo, de la posición activa. No sólo Ferenczi promovió la actividad en este sentido, sino que
progresivamente el psicoanálisis entero se abismó en la vía de la actividad del psicoanalista. La prueba es
que se salió de los límites del psicoanálisis cuando se empezó a mirar al paciente, cuando se comenzó a
manipularlo. Pues bien, esto produce quizás, efectos, pero ya no es psicoanálisis. Todo el psicoanálisis se
hundió ahí. Diría que como teórico de la “pasividad”, entre comillas, del psicoanalista de la no-actividad,
pues bien, está Lacan. Finalmente dijo que le tocaba al analista ser paciente.
Pueden darse cuenta en qué se puede oponer Lacan a todos los teóricos del psicoanálisis post-
freudianos. Lacan tiene, fundamentalmente, confianza en el inconsciente. Mientras que los psicoanalistas
hoy ya no creen, no confían en el inconsciente. De esta comprobación partió Lacan al principio de su trabajo.
Por otro lado, lo que muestra mejor que ya no creen en él, es la forma como se organizan en sus sociedades,
la forma en que aceptan un nuevo miembro, la forma como se imponen grados, exactamente como
cualquier asociación, como cualquier sindicato y, la mayoría de las veces, sus asociaciones no son nada más
que sindicatos de defensa profesional. Lacan decía, incluso, que eran sociedades de asistencia mutua contra
el inconsciente. En fin, me alejo aquí un poco del tema.
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La transferencia cuando la situamos entre el empuje del analista y la resistencia, aparece esencialmente
como una formación de compromiso: la libido abandona un poco de terreno ante la demanda del analista
y hay un pequeño pedazo que se suelta y obtura el conducto. Por eso podemos hablar de tapón. En este
sentido, la transferencia señala que el inconsciente fue tocado y se manifiesta inmediatamente por una
infracción a la regla fundamental del psicoanálisis, por un silencio del paciente que elude el pensamiento
que tiene entonces sobre el terapeuta. (p. 70)
Si seguimos esta concepción de Freud, la del primer texto de los “Escritos sobre la técnica”, el motor del
tratamiento parece ser el combate entre la libido del paciente y la demanda del analista. Es entonces
cuando Freud hace intervenir esta inversión que transforma la transferencia de un obstáculo en una
palanca, la transferencia se convierte en el punto de Arquímedes a partir del cual el paciente puede ser
levantado hasta lo más profundo de sí mismo. Freud introduce en ese momento la distinción entre la
transferencia negativa y la transferencia positiva. Evidentemente, si la transferencia es negativa eso no es
psicoanálisis, es mejor que la transferencia sea positiva y distingue dentro de la transferencia positiva, una
transferencia de tipo erótico, (que es mejor proscribir) y lo que conviene apoyar, lo que constituye
verdaderamente la palanca de la operación, es la transferencia positiva, amable, tierna, pero no erótica.
Cuando hay transferencia y simpatía está bien. Entonces, analizar la transferencia consiste en liquidar la
transferencia negativa, la transferencia positiva demasiado ardiente y conservar la transferencia amable,
lo cual permite operar sobre el paciente por sugestión.
Llegamos entonces a la tercera forma de transferencia, la transferencia de sugestión. Freud dice
precisamente: “debemos admitir que los resultados del psicoanálisis descansan sobre la sugestión. Por
sugestión debemos entender la forma de influenciar una persona mediante los fenómenos de transferencia
posibles en su caso”. Ven ustedes aquí que entre transferencia y sugestión hay a la vez una especie de
equivalencia y una distinción que no percibimos muy bien. Uno de los objetivos de la teoría de la
transferencia en Lacan es distinguir radicalmente la transferencia de la sugestión, aceptando al mismo
tiempo que queda un margen de sugestión en toda operación de transferencia.
Es al respecto que se puede captar por qué el análisis del paranoico es, lo menos que puede decirse,
difícil, sino imposible, aunque Lacan dice que el psicoanalista nunca debe retroceder ante la psicosis. La
transferencia del paranoico sigue siendo fundamentalmente negativa, ello hace, efectivamente, difícil
operar sobre él mediante la sugestión.
Saltearé algunas cosas porque sino nunca agotaremos el tema. Quiero evocar Recuerdo, repetición y
elaboración, porque en este texto Freud extiende la transferencia hasta hacerla cubrir toda la dimensión
de la cura analítica. Llega a decir, como saben, que se produce en la experiencia analítica una nueva
neurosis, que él llama neurosis de transferencia. En este sentido, podríamos casi agregarla como un cuarto
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modo de transferencia; la neurosis de transferencia es, si se quiere, la modalidad de conjunto de la cura, la
enfermedad artificial propia del psicoanálisis. Después de todo, quizás sea lo mejor que ha hecho, el
psicoanálisis, inventar una nueva enfermedad. Como dice Freud en este texto, me perturba un poco resumir
un texto que habría que seguir en todos sus rodeos, porque cada uno de estos rodeos enseña, con el
psicoanálisis todos los síntomas del paciente adquieren una nueva significación. Habla al respecto de una
significación de transferencia, Übertragung Bedeutung. Me pregunto como lo entendieron y qué pudieron
hacer con esto los psicoanalistas que no piensan que el inconsciente está estructurado como un lenguaje.
Si Freud puede decir que todos los síntomas adquieren una nueva significación a partir del momento en
que la cura analítica empieza, es porque el síntoma es un elemento que tiene una significación que se dirige
al Otro. El síntoma es fundamentalmente un mensaje dirigido a un Otro. Se trata de determinar, y podemos
ya percibir, en un primer análisis, en qué lugar el psicoanalista se coloca en la cura, se coloca en el lugar a
donde se dirige el síntoma, es el receptor esencial del síntoma y, por eso, el lugar que le debe a la
transferencia le permite operar sobre el síntoma.
Hago un pequeño paréntesis que les permitirá captar, quizás, la consistencia de la teoría de Lacan y
como ella permite ordenar elementos que aparecen en Freud desordenadamente. Hasta tal punto es la
transferencia la modalidad de conjunto de la cura, que Freud llega, ustedes saben, hasta aconsejar a su
paciente que difiera decisiones importantes para su existencia, por miedo a que no sean sino
manifestaciones parasitarias de la cura. Esto funcionaba bien, evidentemente, cuando las curas eran de tres
semanas o de seis meses. Pero, cuando empiezan a durar diez años, es un poco difícil pedirle al paciente
que no viva durante ese tiempo. Toda la cuestión está ahí: ¿qué diferencia verdaderamente a los fenómenos
que se producen en la cura, que son llamados artificiales, de los fenómenos que se producen en la existencia
que imaginamos son reales? ¿Es tan sencillo acaso distinguir entre lo ilusorio y lo real? Lo que llamamos
nuestra vida real no es, menos ilusorio que lo que se produce en la cura y allí adquiere todo su valor el
tercer texto de la serie “Otras recomendaciones para la técnica psicoanalítica” que se llama Observaciones
sobre el amor de transferencia. (p. 72)
Es un texto emocionante de Freud porque, de todos modos, Freud es un victoriano. Lacan dijo que, en el
fondo, sin la Reina Victoria, sin lo que ella representa, nunca hubiera habido psicoanálisis, y dedicó una
lección de su seminario a la biografía de la Reina Victoria de Lytton Strachey. Es éste un punto que Michel
Foucault tomó al comienzo de su historia de la sexualidad. Hay una obra de Moliere que se llama el “Amor
Médico”. Pues bien, el texto de Freud es el “Amor analista”. Nos muestra su incomodidad ante estos amores,
determinados por la situación analítica. Hace una descripción del amor tumultuoso de una dama por el
analista. Lo terrible es que con esta concepción, a esa dama que no pide sino entregarse, debe
considerársela como actuando una resistencia. Es algo delicado en la traducción simultánea el intervalo
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entre el momento en que uno hace una broma y el momento en que el otro reacciona. Es curioso, pues lo
deja a uno con un cierto suspenso y malestar. Si quieren, el síntoma es un poco así, es decir, está dirigido a
alguien, pero es retenido en algún sitio y, durante el tiempo en que permanece retenido, precisamente uno
no se siente muy cómodo. ¿Por qué entonces la abstinencia del psicoanalista? En el fondo, sería satisfacer
un deseo que se manifiesta en forma abierta, sería dice Freud, el triunfo de la paciente, es decir el triunfo
de la repetición sobre la rememoración. La transferencia es cuando la repetición triunfa sobre la exigencia
de recordar y verbalizar que formula el psicoanalista. El psicoanalista pide, mediante la “asociación libre”,
la rememoración. La transferencia opone a la rememoración la repetición. Entonces, satisfacer el deseo de
la paciente, en este caso, sería no tanto ser infiel a la ética del terapeuta, que puede tomarse en
consideración, sino sobre todo ser infiel a la regla fundamental del psicoanálisis, decirlo todo, recordar y
no repetir en el presente.
¿Cuáles son entonces los rasgos que distinguen este amor de transferencia del amor, no diré de todos
los días, puesto que el amor es algo que no se da todos los días, sino del amor de la vida? Freud dice, es un
amor incluso artificial, provocado por la situación analítica, que además es intensificado por la resistencia,
que comprueba ser más irracional que el amor que se encuentra en la existencia, A mí esto no me parece
muy convincente, por otra parte tampoco a Freud. El gran problema es que cuando uno ve las cosas de
cerca no se logra diferenciar este amor de transferencia del verdadero amor. No se logra muy bien
considerarlo como inauténtico. Porque si este amor de transferencia es una repetición estereotipada de las
conductas inscriptas en el sujeto, dispuestas a resurgir cuando se les da la ocasión, ello es cierto de todo
amor. No existe, dice Freud, amor que no tenga su prototipo en la infancia. Dicho de otra manera, este amor
es tan verdadero como el otro. Entonces, este artículo de Freud, el amor analista, está bien disecado para
hacernos cuestionar la idea misma de vida real. Algo que ha proporcionado efectivamente el psicoanálisis
es que la vida es fundamentalmente una repetición, que nos damos la ilusión de lo nuevo, pero que de
hecho, la vida está constituida por la repetición. Necesitamos un psicoanálisis para darnos cuenta de esos
límites tan estrechos en los cuales estamos capturados por un número de significantes sumamente
limitado. Al respecto, no solamente somos poca cosa, como la religión nos lo ha enseñado y repetido, sino
que vivimos en un sueño. Lo que evoca Lacan, muy precisamente, es que no se sueña simplemente cuando
se duerme, cuando uno se despierta, muchas veces es para seguir durmiendo, durmiendo con los ojos
abiertos y en esto pasamos todo nuestro tiempo. Es en el momento en que nos acercamos en el sueño a lo
que es verdaderamente real en nosotros, en ese momento nos despertamos, porque nos da miedo, y nos
despertamos para seguir durmiendo.
Esto es algo que exige más precisión de la que utilizo. Pero en el psicoanálisis hay una aspiración al
despertar que no es satisfecha del todo por la vigilia de nuestras actividades cotidianas. No puede decirse
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que uno esté despierto cuando se pasa hora y media en un embotellamiento de tránsito para llegar aquí.
Nuestra vida se acomoda muy bien a este sopor, al cual conducen también las conferencias demasiado
largas, es una especie de hipnosis mutua. Pero en la palabra algo hay de eso, la palabra en sí misma es
hipnótica. El hecho mismo de consentir oír es ya una pérdida del libre albedrío, los pone ya a merced de la
voz, que en el sentido de Lacan, es un objeto, un objeto de carga. En fin, aquí me alejo un poco del tema,
aunque volveremos a encontrarlo cuando se trate precisamente de la sugestión de este valor que evoco al
pasar. (p. 74)
Les señalaré aún, lo que Freud dice en Más allá del principio del placer, texto de 1920. En el Capítulo 3,
distingue al psicoanálisis como arte de interpretar, luego evoca cómo el analista se vio en la obligación de
analizar las resistencias y, por fin, se pregunta a dónde hemos llegado hoy día. Comprobamos que el
paciente tiene que repetir lo reprimido como una experiencia actual, en vez de recordarlo, es incluso esto
lo que permite destruir las cargas en las cuales está capturado, porque esto no se puede hacer in absentia,
hay que hacerlo en el presente, y dice, -una frase absolutamente esencial- “no hay que olvidar que el
inconsciente, lo reprimido, no ofrece ninguna resistencia a los esfuerzos de la cura”. Esto es algo muy
importante porque marca su evolución entre 1912 y 1920, es algo que tiene para Lacan la mayor
importancia. El inconsciente freudiano, en tanto tal, no resiste, sólo pide decirse, no pide emerger, abrirse
paso. Las resistencias, dice Freud, que está construyendo su segunda tópica, provienen del yo (moi), no de
lo reprimido. Vienen del yo porque la liberación de lo reprimido produce displacer. Aquí empieza entonces
a figurar ese término, que va a ser tan importante después, de compulsión a la repetición, que está presente
en el inconsciente. El famoso Wiederholungszwang será el objeto del texto mismo de Más allá del principio
del placer. Como pueden observar tenemos una oposición entre la resistencia que es referida al yo y la
repetición que es repetición de lo reprimido. Eso basta para contradecir la construcción anglosajona a
propósito del análisis de las resistencias. De hecho, lo que Wilheim Reich criticaba en los que dejaban al
paciente seguir sus zigzagueas, era su propia incapacidad para descifrar, en sus movimientos mismos, el
lenguaje propio del inconsciente, su lenguaje metafórico y metonímico, su lenguaje que está todo en el
deslizamiento.
En Inhibición, síntoma y angustia se encuentra una especie de cuadro de las resistencias. Freud evoca la
resistencia de la represión, la resistencia de transferencia, la resistencia del ello, la resistencia del superyó,
que fue la última que descubrió, que dice ser la más obscura, enraizada en el sentimiento de culpabilidad.
Volveremos en la segunda conferencia sobre esta resistencia del superyó, para ver cómo podemos aclararla
un poco.
Entonces, en todo esto no vemos al sujeto supuesto al saber. Tenemos por una parte, una transferencia
muy polimorfa, que puede cobrar distintos valores, repetición, resistencia, sugestión, incluso cubrir el
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conjunto de la cura. La transferencia aparece siempre como un concepto evanescente, que se confunde con
otros conceptos, que se confunde en un sentido con la repetición, en otro con la resistencia, y con la
sugestión en un tercer sentido, es un concepto absorbido, de algún modo, por los otros. Los analistas están
todavía en este punto. Hoy leía un artículo en el periódico -creo que en El Nacional, pues aunque no hablo
el castellano lo leo bien, sobre todo la prosa moderna- donde alguien evocaba al pasar la transferencia en
Freud diciendo que la transferencia, a grosso modo, era la repetición. Tenía algo de espacio para decir
algunas generalidades sonoras acerca de Freud y, entre ellas, estaba la de que la transferencia equivale a
la repetición. Pues bien, Lacan también lo dijo antes de construir su teoría. En el gran texto de Lacan de
1953, Función y Campo de la palabra y el lenguaje, llamado más familiarmente el Informe de Roma, Lacan
decía: “El automatismo de repetición no busca sino la temporalización de la experiencia de la
transferencia”. (p. 75)
No intentaremos comentar el detalle de la cosa que es muy fino. Pero, ven ustedes que un lector podría
considerar que Lacan también, finalmente, absorbía el concepto de transferencia en la idea de repetición,
que de algún modo sigue siendo de sus tres valores, el valor principal, el valor que más retuvo a los
analistas.
Esta confusión entonces, porque es una, sólo fue eliminada por Lacan en el texto al cual aludí: “Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Lo más notable de estos cuatro conceptos es cuales son. Lacan
considera como conceptos fundamentales: el inconsciente, la repetición, la transferencia y la pulsión. Lo
más importante allí es, precisamente, que hace de la transferencia un concepto distinto del concepto de
repetición. Su elaboración va, precisamente, a despejar sus aspectos contradictorios, múltiples, que Freud
aisló digamos con cierto desorden -creo que no exagero- verán si leen los textos que hay allí un cierto
“bululú”, como se dice aquí, en la teoría freudiana de la transferencia y traten de aislar con precisión el
pivote en torno al cual giran todos estos fenómenos.
¿Entonces, es acaso una pura y simple creación de Lacan ese sujeto supuesto al saber? No sé cuanto
tiempo tenemos aún, comenzamos a las 8:30 hs. y hace una hora y tres cuartos que hablo, voy a detenerme
un poco en el borde, eso hará que vuelvan la próxima vez. ¿Dónde se ubica el sujeto supuesto al saber,
puesto que haciendo una breve revista de los textos de Freud sobre la transferencia, nada percibimos de
esta categoría? Pues bien, hay un pequeño texto de Freud que dejé de lado en mi enumeración, el primer
texto de la serie “Otras consideraciones sobre la técnica psicoanalítica” y que versa sobre el comienzo del
análisis.
Lacan funda la transferencia, en su dimensión radical, sobre el dispositivo mismo de la cura. Funda la
transferencia como una consecuencia inmediata del procedimiento freudiano, como una consecuencia
inmediata de la regla fundamental del psicoanálisis. Es una deducción, si se quiere, propiamente lógica, el
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sujeto supuesto al saber no es algo que se observe, aunque puede observarse, pero según modalidades muy
precisas. Es, fundamentalmente, un principio que hace a la lógica misma del psicoanálisis, a una lógica que
depende de ese principio puesto al comienzo por el analista, que tiene que ver con esa invitación que se
hace al paciente de decir todo en desorden, sin retener nada, sin ser detenido ni por la decencia ni por el
displacer. El sujeto supuesto al saber en el sentido de Lacan es una consecuencia directa de este
procedimiento. Si se quiere, es el principio constituyente de la transferencia, luego sobre este fundamento
toda la diversidad de esos fenómenos que seguimos en Freud pueden producirse. El sujeto supuesto al
saber no es de ningún modo, como se imagina, que el psicoanalizante, el que viene a pedir un psicoanálisis,
imagine que el psicoanalista sabe todo. En la mayoría de los casos puede incluso, estar un poco
decepcionado por su terapeuta al lado de la idea que podía hacerse de él. Si el paciente tiene idea del
psicoanálisis en Freud, con ese parangón, el psicoanalista con que se va a encontrar quizás le parezca un
poco decepcionante. Puede, incluso, más bien desconfiar de su psicoanalista y, en vez de suponerlo tan
sabio, poner en duda su capacidad. A menudo, por cierto, no está necesariamente equivocado.
Lacan evoca en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis un artículo de Nunberg del
“International Journal”, en el cual éste refiere precisamente los dichos de un paciente más bien insatisfecho
con su psicoanalista, que le dice más bien “usted, no sabe eso, por supuesto y esto otro, por supuesto, no es
capaz siquiera de aprenderlo”. Nunberg dice con justeza, finalmente, en esta insistencia vi que estaba listo
para la transferencia, habla de readiness to transference. No se trata, entonces, de pensar que el sujeto
supuesto al saber se encarna en la presencia física del analista y de suponer que el paciente le atribuye la
omnisciencia. Esto puede ocurrir, pero entonces hay que tener cuidado de no estar en presencia de una
psicosis alucinatoria. Hay psicosis desencadenadas por la experiencia analítica, a partir de lo cual
efectivamente, allí la transferencia funciona. Funciona, de algún modo, en estado puro. El paciente está
convencido de que el analista conoce sus pensamientos e incluso que los fomenta en su cabeza. Eso, más o
menos, es lo que le ocurrió a Schreber en su transferencia con el profesor Flechsig. La psicosis en tanto
provocada por el psicoanálisis nos hace ver, en estado puro, la emergencia del sujeto supuesto al saber en
una forma aterradora. Puesto que el terapeuta se convierte en el otro emisor de los propios pensamientos
del sujeto, se convierte en la referencia de lo que el psiquiatra Clérambault, que Lacan reconoció como su
maestro en psiquiatría, llamó el automatismo mental. No sé si este término, que es clásico en la clínica
francesa, es aceptado en la clínica psiquiátrica latinoamericana. Para dejarlos en el borde de esta teoría del
sujeto supuesto al saber, voy, de todos modos, a indicarles por qué camino la introduce Lacan. (p. 77)
¿Qué implica la posición que asume el psicoanalista al invitar al paciente a decir todo y cualquier cosa?
Dice al mismo tiempo con ello, “diga todo, cualquier cosa, eso siempre querrá decir algo”. Da al paciente la
garantía de que no habla en pura pérdida. Garantiza el psicoanálisis y hay que decir que allí
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fundamentalmente hay una impostura, una impostura consustancial al psicoanálisis, una impostura en
obra. Cuando se construye con el psicoanálisis una nueva iglesia, mundial, que censura y que se infla al
modo de una transnacional, de una ITT del psicoanálisis, se le está añadiendo mucho a la impostura,
mientras que el ejercicio del psicoanálisis hace -al contrario-, vacilar todos estos semblantes. La fuerza de
Lacan es haber continuado su trabajo invariablemente a pesar de la grotesca excomunión de la cual fue
víctima por parte de los centros de poder instalados de esta internacional, encontrando su fundamento en
el ejercicio auténtico de su práctica, que es hoy ineliminable del discurso del psicoanálisis y que, en el
momento en que el psicoanálisis decae en los Estados Unidos, encuentra en Francia una expansión, una
importancia incomparable con la decadencia inglesa y norteamericana. Hasta el punto que, en París, si la
Escuela Freudiana de Lacan se volvió la más importante, es porque los pacientes iban allí y los analistas los
siguieron.
Hay una impostura que es nativa al psicoanálisis ¿qué es el psicoanalista? Alguien que está ahí para
poner la impostura en obra por su sola posición, garantiza al paciente que el trabajo en pura pérdida, en el
vacío, ese trabajo profundamente contrario a la ética del trabajo de nuestra sociedad capitalista, en el
sentido del capitalismo que ahora se extiende a todo el planeta sin ninguna excepción; es decir, la exigencia
de rentabilidad de la actividad, que todo lo que uno hace sirve para algo, es decir precisamente para alguna
otra cosa. El psicoanalista está allí para garantizar al paciente que este ejercicio en pura pérdida quiere
decir algo, antes incluso de que se sepa qué quiere. En esta articulación delicada y puramente lógica Lacan
ve el fundamento mismo de los fenómenos que luego son dados como de transferencia.
Es evidente, que sólo les di una pequeña visión de la teoría del sujeto supuesto al saber. Se los muestro
como una agudeza en el sentido de Freud un Witz. Pienso que la próxima vez podré desarrollar la
articulación y las consecuencias del sujeto supuesto al saber.
Este esquema se lee de diversas formas, aquí podemos contentarnos con leerlo del siguiente modo: A es
el primer eje, el eje del significante; en el segundo eje escribimos el significado, y colocamos al analista en
este punto, al mismo tiempo como aquel a quien se dirige el significante y en tanto es quien,
retroactivamente, decide acerca de la significación de lo que le es dirigido. Y aquí, en gran A, colocamos al
analista que funciona como el sujeto que se supone sabe el sentido. Como pueden ver, la gente que imagina
que Lacan es complicado se equivoca. Este esquema es un esquema especialmente robusto, que tiene en la
obra de Lacan un valor polimorfo, polivalente, estoy convencido de que a partir del momento en que lo
escriban lo podrán utilizar con toda sencillez. Es muy robusto en su sencillez, no es fácil quebrarlo, y es
posible complicarlo mucho, podemos preguntarnos qué ponemos en este sitio, nombrar este punto y aquel
otro, multiplicar y desplegar el esquema, Lacan lo ha hecho, pero tienen ustedes aquí la célula básica y, sin
ella, el término mismo del sujeto supuesto al saber es difícil de aprehender en la teoría de Lacan. La idea
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inicial, por cierto, el término mismo de inconsciente corresponde a esta idea, es que el saber que va a
elaborarse en la experiencia analítica en un sentido ya está allí, el término mismo de inconsciente remite a
ese ya allí de la red de significantes. A partir de allí se funda la demanda del paciente. El diagnóstico es una
función esencialmente médica, una función psiquiátrica, mientras que la experiencia analítica sólo es
posible sobre el telón de fondo de la suspensión del diagnóstico. Es esta reserva la que Freud formula
aconsejando al psicoanalista recomenzar, con cada caso, como si fuese el primero. Desde este punto de
vista, hay un desvanecimiento del saber ya constituido necesario para que comience de modo auténtico la
experiencia analítica, lo que muestra que el psicoanalista no debe dejarse engañar por este efecto de sujeto
supuesto al saber intrínseco a la experiencia analítica. Volveré más tarde a este punto. El psicoanalista no
debe identificarse al sujeto supuesto al saber: el sujeto supuesto al saber es un efecto de la estructura de la
situación analítica, lo cual es muy distinto a identificarse a esta posición.
Lo dije la última vez, no se observa forzosamente que el paciente comience a creer y a decir que el
analista sabe todo lo que le concierne. Lo que puede observarse muy bien, y es lo que observa Nunberg
cuando habla de la apertura a la transferencia, es, al contrario, una desuposición de saber por parte del
paciente con relación al analista o, como dice Lacan, un cierto modo de verificar que el hábito no le queda
muy bien al psicoanalista. (p. 82)
En cambio, lo que se observa de modo muy puro es la emergencia aterrorizante del sujeto supuesto al
saber cuando la experiencia analítica desencadena una psicosis alucinatoria crónica, en la cual el
psicoanalista encarna realmente al sujeto supuesto saber todo lo que se refiere al paciente y es imaginado
por éste en posesión de los hilos que mueven las marionetas. Tenemos allí una emergencia real del sujeto
supuesto al saber y esta teoría permite explicar esos efectos que conocemos, ese efecto de
desencadenamiento psicótico que se produce por la entrada misma en la experiencia analítica.
Por cierto, encontré en un diccionario médico del siglo XIX, un párrafo donde se explicaba cómo
reconocer a un paranoico: cuando se comienza a interrogarlo les dirá, inmediatamente, “¿por qué me
interroga si usted ya lo sabe todo de mí?” Es sin duda un truco un poco simple, pero nos permite palpar
que en la psicosis vemos bajo un aspecto real y aterrorizante el rostro del sujeto supuesto al saber.
Esta posición, hagamos un paréntesis, no es una creencia, no se trata aquí de un sentimiento del sujeto.
Se trata de una suposición de estructura que puede traducirse por el fenómeno exactamente contrario.
Esto es difícil de entender (pero lo es tanto en París como aquí, ya que esta advertencia la hice, hace poco,
en la Escuela Freudiana de París), pues existe la tendencia a confundir, a superponer la dimensión
fenomenal a la dimensión estructural.
Este simple esquemita explica muy bien lo que puede aparecer como la modalidad fundamental de la
cura analítica, como Freud pudo llegar a hablar de la transferencia como de la emergencia de una nueva
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significación de conjunto de la neurosis y de todos los síntomas. Después de todo fue Freud mismo, no
Lacan, quien habló de significación de transferencia. Coloco entonces a la transferencia en este eje, la
significación de transferencia se produce sobre este vector y es en este sentido que la transferencia es la
relación misma de la cura, es el tiempo mismo del psicoanálisis. La transferencia es a la vez el tiempo de la
experiencia y la perlaboración (sic), el trabajo de la experiencia analítica en tanto que tiene como pivote al
Otro en esta posición. Evocamos el término pivote, tenemos aquí, en forma localizada, el lugar de ese pivote.
El analista como gran Otro donde se constituye la Bedeutung, la significación. Evidentemente la
transferencia en este sentido tiene un carácter ilusorio y por esto ella se presta a quedar reducida a su sola
dimensión imaginaria. Podríamos decir que el rasgo que une los tres aspectos que distinguí la vez pasada,
la transferencia-repetición, la transferencia-resistencia y la transferencia-sugestión, es la transferencia-
amor. Por ello es que se puede intentar explicar la transferencia en su dimensión imaginaria, que sin duda
existe, y la primera teoría de Lacan sobre la transferencia es una teoría de la transferencia como fenómeno
imaginario, es decir la transferencia como amor, como pasión. Es divertido que en el primer seminario de
Lacan, de 1954, -que versa sobre los Escritos Técnicos de Freud, es decir sobre los textos que enumeré en
la primera conferencia, donde los examiné desde su teoría posterior- esté presente esta frase, donde
encontramos el mismo término “pivote”, que diez años más tarde encontramos con relación al sujeto
supuesto al saber. En el ‘54, Lacan decía que el fenómeno de carga imaginaria juega en la transferencia un
rol pivote. Diez años después atribuirá al sujeto supuesto al saber este papel de pivote, exactamente en los
mismos términos.
¿Qué lleva a situar la transferencia en la dimensión imaginaria? Que la transferencia se presenta como
amor y hay, en Freud, una teoría narcisista del amor. Es, por otro lado, lo que se ve cuando se intenta colocar
en primer plano la teoría de la transferencia-contratransferencia. Aunque hay grandes desviaciones de la
teoría y la técnica psicoanalíticas que centran todo en la contratransferencia, se puede descifrar esta teoría
en forma positiva, pues es una forma torpe de percibir la existencia de este vector retroactivo, retrógrado,
que figura en este esquema, en su estructura.
Con relación a la contratransferencia, por cierto, hay obviamente que desconfiar de la
contratransferencia demasiado positiva, lo que equivale a desconfiar del deseo.
En la experiencia psicoanalítica la simpatía no es necesaria y quizás lo mejor es un poco de
contratransferencia negativa. Si la transferencia es amor, no se trata simplemente de que el analizante ame
al analista, sino que desea hacerse amar por el analista, es decir que se presenta y tiende a presentarse, por
un lado u otro, como amable. Es todo lo que puede introducirnos al hecho de que el analista ocupa la
posición del Ideal del Yo, en tanto ella es diferente de la posición del Yo Ideal. (p. 84)
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La posición del Ideal del Yo es el punto a partir del cual el sujeto se ve como amable, a partir del cual se
ve como Yo Ideal. No tengo tiempo ahora de detenerme en esta teoría de Lacan que distingue la función del
Ideal del Yo de la del Yo Ideal. El Yo Ideal es una función imaginaria, mientras que el Ideal del Yo es una
función simbólica. Lacan construyó un esquema, más complicado que éste, que se funda en las traslaciones
de un espejo, para explicar esta diferencia, que esclarece textos muy densos de Freud. A partir de esto, la
teoría imaginaria de la transferencia-amor puede ser llevada hasta ese punto esencial que es la teoría
simbólica de la transferencia, la que se apoya en lo que, al comienzo, Lacan llamaba el “pacto analítico”.
Freud mismo utilizó un término sumamente peligroso: “la alianza analítica”, término que hizo bastantes
estragos en la historia del psicoanálisis y al que volveremos después.
Lo divertido es que, al mismo tiempo que desarrolló esta teoría imaginaria de la transferencia, en sus
inicios, Lacan, a partir de su Discurso de Roma, en el 53, había reservado ya el lugar del sujeto supuesto al
saber, pero no pudo descubrirlo sino retroactivamente, obedeciendo así a su propio esquema. Escribe dos
párrafos que lo llevan a poner una nota en 1966, en la cual explica: “Se encuentra entonces allí definido lo
que luego designamos como el soporte de la transferencia; el sujeto supuesto al saber4“.
Fue necesaria una retroacción de diez años para que se diera cuenta de lo que había escrito. Dice “Sin
duda no tiene que responder por su parte, de ese error subjetivo que, confesado o no en su discurso, es
inmanente al hecho de que entró en análisis, ya que ha cerrado su pacto inicial”5.
Lo que Lacan aquí llama el error subjetivo inmanente a la experiencia analítica es precisamente la ilusión
del paciente, la ilusión fundamental, estructural, de que su saber, el saber del inconsciente, está ya todo
constituido en el psicoanalista. Dice: “Y no puede descuidarse la subjetividad de este momento, tanto
menos cuando que encontramos en él la razón de lo que podríamos llamar los efectos constituyentes de la
transferencia en tanto que se distinguen por un índice de realidad de los efectos constituidos que le
siguen”6. La diferencia que hace aquí Lacan entre los efectos constituyentes y los efectos constituidos, es la
que les presenté distinguiendo los fenómenos de transferencia, que son los efectos constituidos, y su
fundamento transfenoménico, que es constituyente de estos efectos. Es singular que este análisis haya
quedado así como una piedra de espera en el discurso de Lacan, que sólo encontró su empleo diez años
más tarde, en la teoría del sujeto supuesto al saber, en un punto muy preciso. Esto nos permite esperar que
haya numerosas piedras de espera en el discurso de Lacan, a las que le hacen falta lectores precisos y
convencidos, a fin de que puedan ser desarrolladas y utilizadas.
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A mi criterio, la teoría de Lacan apenas comienza. Como en la de Freud, hay aún una mina en este
discurso. No quiero decir que Lacan sea El Dorado, pero hay mucho aún que recoger. En el fondo, este pacto
analítico consiste para el paciente en ofrecerse a la interpretación, es decir que, por el hecho mismo de
entrar en la experiencia analítica, él consiente a la posición del analista como Otro, y es por eso que yo decía
que podemos encontrar el comienzo de la teoría del sujeto supuesto al saber en Freud, en su texto sobre el
inicio del análisis, en los “Escritos sobre la técnica”.
¿Qué es lo que Freud llamó la “regla principal del análisis”, que siempre situó, de la cual dio diferentes
formulaciones, pero cuyo carácter operatorio y fundamental siempre subrayó? La experiencia del análisis
supone la libertad que se le deja al sujeto en sus asociaciones. Hay un punto que no puede ser eliminado
del discurso del psicoanalista a su paciente, el que consiste en fijar esta regla original. Esta regla principal
es la de asociar libremente, la de renunciar a toda crítica, toda regla -ella tiene ya entonces un carácter
paradojal- la de confiar en lo que Freud llama “lo que le viene en mente”, en lo que, en el sentido
etimológico, es el “caso”.
Al respecto hay una exhortación psicoanalítica que es: “Diga siempre, ya veremos”. En el fondo, la
presencia del analista es una prueba de la confianza que él tiene en el inconsciente, a saber que eso siempre
asociará. Hay allí en el momento original, una demanda del analista, la demanda de decir lo que no quiere
decir nada estando seguro de que eso siempre querrá decir algo.
Podemos, en este sentido, llamar a la transferencia, transferencia del sin-sentido a la significación,
promesa de significación. Percibimos así por qué Lacan puede decir que la situación analítica histerifica al
sujeto que entra en análisis, precisamente porque su más mínima palabra, su menor producción es
inmediatamente valorizada por la experiencia analítica misma. Es valorizada en la forma más material del
mundo, por el precio -es muy divertido- el sujeto tiene que pagar sus propias producciones. Este es el
hallazgo del psicoanálisis: hacer pagar el trabajo por el que trabaja, en lo cual es mejor que el capitalista.
(p. 86)
En el fondo, allí es donde está el sujeto supuesto al saber. Conocen la fórmula de Freud, que la princesa
Marie Bonaparte, o quizás, Ana Bergman, tradujo como “el yo debe desplazar al ello”, traducida pues según
el modelo “quítate de ahí, para ponerme yo”. Lacan, por el contrario dio a esta frase de Freud un valor
mucho más esencial, y la tradujo en formas distintas a lo largo de su discurso. Yo puedo tratar de traducirla
de otra forma, con relación al sujeto supuesto al saber: Là où ça était, (ça ne veut rien dire); Allí donde eso
estaba (eso no quiere decir nada), yo sé lo que debe ser, lo que debe advenir. Esto nos permite percibir la
dimensión racionalista esencial de la experiencia analítica. La experiencia analítica (hay que pasar por alto
muchos de los discursos de los psicoanalistas mismos para darse cuenta) es profundamente laica. Mientras
que en las experiencias antiguas, las que buscan el conocimiento más profundo de la verdad del sujeto, hay
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siempre un tiempo de meditación, de concentración, una invitación a entrar en sí mismo, a purificarse,
nada de esto encontramos en la experiencia analítica. Si ella promete al sujeto una verdad acerca de su
deseo, es en un marco que no implica ninguno de estos aspectos de purificación, de concentración. Al
contrario, es una ceremonia, un ritual, pero fijo, podríamos decir que implica una regularidad casi
burocrática, volver a la misma hora, un cierto número de veces por semana y, lejos de que por adelantado
el sujeto tenga que concentrarse, por el contrario, debe entregar, sin preparación alguna, el material.
Debe percibiese lo que implica esta extraordinaria operación, la misma se opone a todos los antiguos
ensayos de descubrimiento de la verdad del sujeto. Efectivamente, es con la invención de la regla
fundamental que Freud traza en la historia del pensamiento un corte cuyo precedente es imposible
encontrar. Y, una vez dispuesto el sujeto a decir cualquier cosa, como por azar, la presencia del analista
atestigua que asume sobre sí el principio que está en la base de la ciencia: que todo, incluso lo que allí se
dice de cualquier modo, tiene una causa.
El inconsciente, en tanto que es puesto en obra en la experiencia analítica, en tanto que el sujeto es invitado
a decir lo que se le pasa por la cabeza, y a pagar el hecho mismo de este decir lo que se le pasa por la cabeza
ante el analista, movilizado o más bien inmovilizado, por esta experiencia, implica este axioma, que nadie
formuló a propósito de la experiencia analítica antes de Lacan, pero que funciona de todas maneras como
soporte de la experiencia: “todo tiene una causa”. Es un principio esencial del pensamiento científico y fue
formulado en un momento muy preciso de su historia, cuando Leibniz formuló sus dos principios “nada es
sin causas” y también, en su forma positiva, “todo tiene una causa”.
En el fondo, esto constituyó en la historia del pensamiento un corte radical. Heidegger, por cierto, dedicó
un librito a este axioma, que se llama “El principio de razón suficiente”, en el cual lo analiza en detalle, pues
su formulación constituye un corte en la historia de la filosofía, que consagra la emergencia de ese discurso,
distinto del discurso analítico pero que no deja de tener relación con él, el discurso de la ciencia.
Hay un determinismo implícito en la experiencia analítica, que implica, si se quiere, al comienzo una
especie de acto de fe en la racionalidad de todo lo que se produce, y el psicoanalista es aquel que se consagra
a sostener este acto de fe, a partir del cual el analizante puede trabajar.
Volveremos más adelante a esta diferencia entre el analista y el analizante en el acto y el trabajo
analítico. Pero quisiera primero tratar de mostrarles las consecuencias que tuvo, en la historia del
psicoanálisis, la identificación del psicoanalista con la posición del Otro. La posición del Otro es una
posición de amo, y el psicoanalista se identificó gustoso al amo, al maestro, al que exhorta, al que demanda,
al Otro poderoso y omnisciente (lo que le permite no saber gran cosa). Hay un extraordinario contraste
entre la fatuidad del analista y la ignorancia, bastante general, que le permite continuar prolongando esta
situación.
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Esta identificación del psicoanalista con el Otro generó una teoría esencial, dominante en el área de
influencia anglo-sajona, que ubica al analista como superyó del paciente.
Es muy interesante esta teoría, cuyos excesos hoy se han borrado un poco, pero que sigue presente y
actuante en los psicoanalistas no lacanianos (creo que es distinto entre los kleinianos). Es una teoría
interesante porque muestra que todos los teóricos verdaderamente serios de la experiencia analítica se
ven obligados a asignar un lugar al analista en el inconsciente. Sin ello no se podría entender cómo opera
el analista. De allí que, lo que les formulaba como una proposición lacaniana, el analista es si se quiere una
formación del inconsciente, se impone a todo teórico serio del psicoanálisis. (p. 88)
Esta teoría implica, en primer lugar, que el analista debe ocupar el lugar del superyó y, en segundo lugar,
que el analizante debe identificarse a él, la cura es así el proceso de identificación del analizante con el
analista como superyó. Un fantasma está allí desarrollado: que el analista a partir de su posición superyoica
podrá insinuar valores verdaderamente positivos en el yo del sujeto. La cura entonces se presenta ante
todo como una especie de educación, una educación por sugestión del paciente, y el analista simplemente
se ofrece él mismo en la experiencia como la verdadera medida de la realidad, el que sabe lo que la realidad
debe ser, y que por medio de su prestigio superyoico debe llevar al sujeto a situarse en el mismo nivel de
realidad. Es decir, muy ingenuamente, que el psicoanalista se constituyó él mismo como el nec plus ultra de
la experiencia universal. En ese sentido, la cura se convierte en una empresa de adoctrinamiento que tiene
como consecuencia el aplastamiento de la dimensión propia de un deseo fundamentalmente irreductible.
Esto el psicoanalista no lo logra, pero tiene tiempo como para hacer cierto daño. El psicoanálisis entonces
puede ser un verdadero combate contra este esfuerzo de adoctrinamiento del analista, quien se hace fuerte
amurallándose en la teoría psicoanalítica constituida y en sus propios prejuicios sobre todos los temas de
este mundo, empresa que el deseo del paciente intenta resistir. Esa es la resistencia que no hay que olvidar,
la buena resistencia, la resistencia que los psicoanalistas descubrieron cuando enfocaron el análisis como
adoctrinamiento y ejercicio de la demanda del psicoanalista. Encontraron la resistencia del deseo.
Lacan dejó, desde hace algunos años, de leer a los psicoanalistas del International Journal; nosotros lo
seguimos haciendo, y hacemos la crónica de esta lectura en nuestra revista Ornicar?, un poco para
conservar el contacto. Lacan dejó de leerlos pero los leyó, los leyó muy precisamente, tanto los grandes
como los pequeños textos de la historia del psicoanálisis en el International Journal, fue siguiendo las
indicaciones que se encuentran en esos textos. En el curso que hice sobre transferencia, analicé todos los
textos dedicados a la teoría del analista como superyó. No sé si todavía se lee a alguien como Richard Sterba,
quien formula una teoría acerca de la disociación terapéutica del yo. En ciertos textos antiguos, que tengo
aquí, Sterba basa la experiencia terapéutica de la cura en la capacidad de disociación del yo y dice: “Esta
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capacidad da al analista la oportunidad de hacer una alianza con el yo contra las fuerzas del instinto y de
la represión y, con ayuda de una parte del yo, intenta vencer las fuerzas contrarias”.
¿Qué es entonces la experiencia analítica? ¿Es una bipartición constante del yo? Esto se parece un poco
a la paradoja de Zenón; se toma al yo, se lo corta en dos, hay una parte buena y una parte mala, si nos
apoyamos en la buena le ganamos a la mala, entonces volvemos a cortar en dos, volvemos a hacerlo, y
seguimos así. Según Zenón, nunca se detendrá el proceso. Sterba termina diciendo cuál es el modelo de esta
disociación terapéutica del yo en el paciente. La respuesta, dice, es que se trata del proceso de formación
del superyó mediante una identificación del analizante con el analista. Juicios y evaluaciones son recibidos
en el yo y empiezan a producir efectos en su seno.
No sé si ven lo que implica esta concepción del psicoanálisis, pero podemos admitir que el término de
Lacan “abyección” se adecua bastante bien a este tipo de teoría, la cual no le deja otra salida al paciente que
la de tomar como modelo acabado de perfección a su psicoanalista e introyectarlo. El psicoanalista se
ofrece así como una ostia, la ostia sagrada que el paciente debe mascar y remascar. No voy a entrar en los
detalles, porque es bastante fácil imaginar esta manducación imaginaria en la que el analista se convierte
en el alimento de su paciente y la cura en el relato de una pasión crística. Lo divertido es que esta teoría
cobra forma hacia 1920. El artículo de Sterba es de 1934. Hay, al mismo tiempo, un artículo muy
interesante, del 34 también, del joven Strachey, el eminente y notable traductor de Freud, al que debemos
la mejor edición existente, superior incluso a la edición alemana, la Standard Edition. Strachey escribe lo
siguiente: “El superyó del paciente ocupa una posición clave en la terapia analítica. Es una parte de la mente
del paciente en la cual una alteración favorable sería susceptible de provocar una mejoría general y es
también una parte especialmente sometida a la influencia del analista”. También nos hace entender de
donde proviene esta teoría, que no dejó de influenciar la concepción analítica de la transferencia. Proviene,
exactamente, de Freud, del capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo. Saben que este capítulo
es del período en que Freud elabora su segunda tópica, que va a dar lugar a tantos malos entendidos acerca
de la experiencia analítica. Hay en El yo y el ello, y en Psicología de las masas párrafos que, al final de su vida,
embarazaron mucho a Freud, cuando vio cómo fueron entendidos. Entonces, en este capítulo VIII, Freud,
como saben, distingue entre una identificación consecutiva a la pérdida de objeto -la pérdida de objeto
traduciéndose por la introyección del mismo en el yo y por una alteración parcial de su estructura- y una
identificación por la cual el objeto es colocado en el lugar del Ideal del yo. Es este tipo de identificación la
que explica la puesta en serie de los yo, su identificación recíproca en los organismos como el ejército o la
iglesia. Insiste en el hecho de que esta identificación recíproca supone la identificación común de estos yo
a un elemento externo, a un objeto colocado en el lugar del Ideal del Yo de cada sujeto. Creo que evoco aquí
algo que es familiar a los que leen a Freud. Por esta identificación con el objeto puesto en el lugar del Ideal
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del Yo, Freud explica fenómenos como el amor y, sobre todo, la hipnosis, la sugestión. Entonces, el Ideal del
yo no es exactamente el superyó, aunque sus funciones en parte se recubren, habría que distinguirlos muy
cuidadosamente.
¿Pero qué hicieron los psicoanalistas a partir de este texto de Freud? Hay un artículo de Sandor Rado
que dio la señal de largada de este proceso. Rado publicó sólo la primera parte de este artículo, nunca la
segunda. En este texto, Sandor Rado inventó algo sumamente grave para el desenvolvimiento de la historia
del psicoanálisis. Estamos en una época en que había entre los psicoanalistas cierta desorientación con
relación a ciertos cuestionamientos sobre la técnica psicoanalítica, que evoqué la vez pasada. Para
responder a estos cuestionamientos Freud elabora su segunda tópica, porque el psicoanálisis estaba en
una situación conceptual y práctica difícil, y los analistas intentaban conceptualizar el proceso mismo del
psicoanálisis. En esa época vemos entonces muchos artículos sobre el tema y, en 1925, Sandor Rado
propone estudiar lo que llama “el principio económico” en la técnica analítica. Nunca llegó al final, pues
hizo solamente la primera parte de su estudio, que por el contrario, habla de la hipnosis. Nunca hizo la
segunda parte sobre técnica psicoanalítica. ¿Qué dice? “Podemos decir que establecida en el yo de la
persona hipnotizada existe una representación ideacional del hipnotizador, si esta representación logra
atraer los lazos naturales del superyó, el hipnotizador, de objeto exterior que era, es promovido a la
posición de superyó, parásito”. Esto sigue aun relativamente a Freud, aunque hable de superyó y no de
Ideal del yo. (p. 91)
En 1934, con Strachey, ¿en qué se transforma esto? Strachey dice lo siguiente: el paciente en análisis
tiende a centrar el conjunto de sus funciones sobre el analista, pero sobre todo tiende a aceptar al analista
como un sustituto de su propio superyó y agrega: “creo que en este punto podemos tomar la acertada
expresión de Rado -modificándola levemente- respecto a la hipnosis y decir que en el análisis el paciente
tiende a hacer del analista un superyó sustitutivo, parásito”.
La teoría que Freud elaboró especialmente para dar cuenta de algo muy distinto a la experiencia
analítica, la hipnosis, fue usada por los psicoanalistas, a partir de 1934, para explicar la operatividad del
psicoanálisis mismo. Debo decir que no se trata solamente de burlarse de este error de lectura, de esta
desorientación, que los llevó a aferrarse de la teoría freudiana de la hipnosis para entender algo del
psicoanálisis, porque, efectivamente, por allí aprehendían algo acerca de la posición en A del psicoanalista.
Era, a su manera, un modo de percibir que el analista está en el lugar del Otro, pero considerando que debe
identificarse a esta posición y que por esta vía el paciente, debe identificarse a él. Era necesario que se
hubiera perdido el sentido del descubrimiento de Freud para llegar a esto, porque el superyó freudiano
nada tiene que ver con una función normalizante y legal.
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Una de las bases de la diferencia entre el Ideal del yo y el superyó es que el Ideal del yo, en Freud implica
efectivamente ciertas funciones de asunción normalizante del sexo, que el superyó no implica de ningún
modo. Quien lo muestra muy bien es, una vez más, Franz Alexander, quien siempre estuvo más cerca de la
inspiración freudiana y debo decir que, a pesar de sus divergencias, fue amigo de Lacan. Alexander en 1925
(ven que siempre estamos en los diez años decisivos entre 1925 y 1935), escribió un artículo muy hermoso,
en el International Journal, Nº 1, que se llama Una descripción metapsicológica del proceso de la cura.
Alexander evidentemente también habla de la ocupación por parte del analista del papel del superyó. Pero
en este artículo tenemos un sentimiento muy preciso de lo que es el superyó en Freud. Dice “no hay que
pensar que el superyó es el órgano de la adaptación a la realidad, no debemos pensar que el superyó es la
ley”. En su lenguaje dice que es un código legal pero arcaico, que preserva en el sujeto muchas adaptaciones,
pero adaptaciones completamente inadaptadas a su situación real, que de ningún modo es una instancia
que tenga acceso a la realidad. Al contrario, el superyó cumple su tarea en forma automática y con una
uniformidad monótona de reflejo. Ve muy bien el vínculo entre el superyó y el automatismo de repetición,
no es una función de adaptación sino de inadaptación en el sujeto.
Freud relaciona el superyó con la organización de los síntomas del sujeto. Dice también, en forma
divertida, que el superyó puede tener informaciones sobre la realidad pero son informaciones out of date,
superadas, es esto lo que da lugar a los síntomas neuróticos. Dicho de otra manera, esta función que
Alexander comprendió bien como la raíz del síntoma, se convierte nueve años después, en 1934, en la
posición misma que debe ocupar el analista para llevar al paciente al nivel de la realidad.
Considero que esta demostración a partir de los textos es muy difícil de refutar. El superyó freudiano
tiene exigencias completamente incoherentes, de ningún modo es un todo armonioso, es una ley, una
orden, pero en tanto le es imposible al sujeto respetarla. Si es una ley, es una ley con todo su valor irracional,
una ley terrible.
Lacan es muy fiel a la posición del superyó en los textos de Freud, habla de la figura obscena y feroz del
superyó. El superyó en Freud es una función imposible de satisfacer, no es del orden: “Si se hace todo lo
que quiere el superyó todo va bien”, al contrario, el superyó nunca queda satisfecho.
Así es como emerge en los textos de Freud. Es una instancia que exige siempre más y no hay que creer
que, dado el caso, alcanzar el éxito atempera el superyó. Freud lo dijo, no hay nada más peligroso en
ocasiones que el éxito y reflexionó sobre aquellos que precisamente son destruidos por el éxito, el éxito
puede muy bien ser inintegrable. Lacan habla al respecto de la gula del superyó, el superyó nunca está
satisfecho. Efectivamente, porque la exhortación superyoica implica esta insaciabilidad, una imposibilidad
intrínseca de satisfacción, Lacan formuló así el imperativo del superyó, el superyó no dice: “¡triunfa!”, el
superyó, formula este imperativo imposible: “¡goza!”.
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Descubrí esta mañana que en el español propio de Venezuela no hay una oposición entre placer y goce
y que se utiliza la expresión “gozo” para decir tengo placer. Traten de admitir la diferencia entre placer y
goce en el sentido de Lacan. El goce está más allá del principio del placer y como tal es imposible de obtener
en forma plena, y perciban el humor que hay en el hecho de formular el imperativo del superyó cómo un
imperativo de goce. (p. 93)
Freud, hay que decirlo, fue equívoco respecto de los procesos terapéuticos de la cura. Él mismo,
efectivamente, formuló en los textos de los años 30, el proceso analítico como un proceso de alianza del
terapeuta con el yo, pero, al mismo tiempo, se dio perfectamente cuenta de las desviaciones flagrantes que
se producían en su teoría hacia 1935. Por eso los textos que escribió en 1937 y 1938 Análisis terminable e
interminable, Construcciones en psicoanálisis y El esquema del psicoanálisis, se debaten con las
contradicciones que acaban de manifestarse en forma masiva. La cura no consiste de ningún modo en
lograr esta manducación progresiva del psicoanalista por el paciente, sino en lograr lo que Lacan llama, en
otro sitio, el pacto originario del psicoanálisis. Es verdad que el psicoanálisis supone el consentimiento del
paciente, que está basado en su libertad. Freud, cuando habla del caso de la joven homosexual, imputa los
problemas que pudo encontrar en este análisis precisamente al hecho de que fue un psicoanálisis
impulsado por su familia y no por su propia voluntad. La emergencia del sujeto supuesto al saber supone
el respeto de la regla analítica. En este sentido, hay efectivamente pacto, alianza. Pero si traducimos esto
por la manducación del paciente por el psicoanalista contra las fuerzas del instinto que se trata de reprimir
y de vencer progresivamente, obtenemos por el contrario esta definición que preocupaba a Freud. Vemos
a Freud en sus textos, admitir estas alianzas, pero al mismo tiempo diferencia completamente el
psicoanálisis de la sugestión, en oposición a la inspiración de esta gente. En 1935, escribe, por ejemplo:
“Puedo afirmar que nunca caí en tal abuso de sugestión en el curso de mi práctica”. Dice en El esquema del
psicoanálisis, que no es el mejor de sus textos, pero que lo muestra preocupado por esta desviación,
especialmente en el Capítulo VI Técnica del psicoanálisis: “si el paciente coloca al analista en el lugar de su
padre o de su madre, le da también el poder que su superyó ejerce sobre el yo. Este nuevo superyó tiene
ahora la ocasión de realizar una especie de post-educación del neurótico, puede corregir errores de los
cuales los padres fueron responsables cuando lo educaban”.
Así, admito que hay algo acertado en la posición que evoqué hace un rato, en el hecho de que el analista
ocupa el lugar del Otro y que, a partir de allí, tiene efectivamente una posición de poder. Pero agrega Freud:
“Se debe alertar acerca de su mal uso. Por grande que sea la inclinación del analista a convertirse en
educador, en modelo y en ideal para otros, a crear hombres a su imagen, no debe nunca olvidar que ésta
no es su tarea en la relación analítica y que faltaría a su deber si se permitiese dejarse llevar por estas
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inclinaciones”. Podemos entonces decir que los psicoanalistas no respetaron de ningún modo esta
advertencia.
Voy a remitirlos a los textos que fueron publicados en 1950, en el International Journal, cuando los
analistas hicieron un pequeño simposio a fin de intentar entender cual podía ser el objetivo final del
psicoanálisis y verán ustedes que, con excepción de Melanie Klein, todos los que hablan en esta
oportunidad formulan el objetivo del psicoanálisis didáctico como identificación del analista. Dicho de otra
manera, el pecado que Freud precisaba en este texto: crear hombres a su imagen, podemos decir que los
psicoanalistas lo cometieron.
El psicoanalista debe ser digno de la posición de poder que le da esta experiencia. Hay -decía Freud-, dos
peligros para el psicoanálisis: los sacerdotes y los médicos. Porque desde el origen de los tiempos los
sacerdotes y los médicos están en la posición de abusar del gran Otro, son las figuras más antiguas y más
poderosas del sujeto supuesto al saber. Pero si el analista ocupa el mismo lugar, no debe usar el poder
estructural de la relación de la misma forma. Por eso Freud libró este combate, lo que no impidió a los
analistas, que se decían freudianos, echar este texto al olvido. Y uno de los combates de Lacan, uno, de los
combates que ganó en Francia completamente, y no solamente en Francia, es el combate por el “análisis
lego”.
Hoy en día en todas las sociedades francesas de psicoanálisis, hay no médicos aceptados, reconocidos
por las asociaciones. Este combate no estaba ganado en 1953 y fue una de las causas de la primera escisión
del movimiento psicoanalítico francés.
Lo interesante es que si no hay análisis sin el sujeto supuesto al saber, la función del sujeto supuesto al
saber puede ser ocupada por cualquiera a partir del momento en que se establece la relación. No es
necesario que este saber sea científico, hasta que haya algo que sea “estructura de saber”. Tomemos el
ejemplo de la medicina: la medicina existió mucho antes de que el discurso científico existiese y
encontramos, en las comedias de Moliére, en su teatro, la figura del médico en tanto que sujeto supuesto al
saber que no sabe nada. (p. 95)
Durante siglos, el médico se paseó así por el mundo. Durante un tiempo se pudo pensar que había un
acuerdo entre medicina y ciencia, en el curso del siglo XIX, y todavía a principios de este siglo. Pero hay que
saber que la medicina está quizás a punto de desaparecer comida por la ciencia. Hace poco tuve la ocasión
de encontrarme y discutir, para la revista Ornicar? con el sucesor de Jacques Monod en el Colegio de
Francia, quien es uno de los más destacados científicos franceses dedicados a la biología molecular y que
está esperando, como los demás, recibir el Nóbel, está en la buena línea de sucesión. Pues bien, él considera
que los tiempos de la medicina han terminado, que al nivel de la biología molecular los problemas que los
médicos se planteaban con su palabrería, tienen ahora oportunidad de ser resueltos. A este nivel el médico
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aparece para él como un psicoterapeuta mediocre, que no actúa en el nivel molecular en el que los
fenómenos tienen su realidad. Percibimos así la estructura del porvenir, podemos anticiparlo: por un lado
los especialistas de la estructura molecular, por otro los psicoanalistas, entre los dos, nada. Este es el paisaje
que se está dibujando.
Tenemos el testimonio en el texto mismo de Freud, en lo que algunos imaginan fue su autoanálisis, de
que el saber científico no sea necesario para producir el efecto de sujeto supuesto al saber. Freud no hizo
autoanálisis, porque lo que analizó de sus formaciones del inconsciente, lo hizo durante mucho tiempo,
como saben, en referencia a un sujeto supuesto al saber encarnado en la figura de su amigo Fliess. No se
entiende cómo Freud, que era espíritu científicamente tan preciso y minucioso, pudo apasionarse por las
teorías de Fliess, que eran teorías delirantes. Como ustedes saben, Fliess construyó un sistema
absolutamente demente, fundado en la nariz. Lacan lo llama por cierto el “rascador de narices” y
publicamos en la colección de Lacan, que se llama el Campo Freudiano, una traducción del libro de Fliess.
Lo releímos en detalle: es un saber completamente elucubrado que Freud respetó durante años. Ustedes
saben que esta relación analítica con el sujeto supuesto al saber Fliess se rompió, efectivamente, y que
Fliess luego conoció episodios que podemos calificar de psicóticos.
Aquí tenemos el estatuto del sujeto supuesto al saber en tanto que diferente de la ciencia y el estatuto
médico, como dice Lacan, es desde siempre un estatuto de mistificación, es tan sólo desde el matrimonio
reciente de la medicina y la ciencia, que el médico ha podido escapar a la mistificación, pero el médico es
una figura muy antigua en la historia, que precede en mucho a la aparición del científico. Esta figura del
médico científico quizás desaparecerá ya que la ciencia parece seguir otro camino. (p. 96)
Entonces, dice Lacan: “Esta mistificación del sujeto supuesto al saber”, cito exactamente, “ha abierto el
lugar donde el psicoanalista desde entonces se colocó”. Esto no debe tranquilizar a los psicoanalistas,
porque la impostura está siempre próxima a la experiencia analítica: en cuanto el psicoanalista se identifica
al sujeto supuesto al saber, cae, igualmente, en la mistificación. Pero el psicoanalista tiene muchas
dificultades para mantenerse en los límites de su experiencia y en los límites de lo que puede saber por
intermedio de la palabra. Por eso muchas veces recurre a cualquier saber para tapar esta hiancia, esta
apertura que el lenguaje lleva consigo. También, como decía la última vez, en ocasiones puede buscar la
sustancia de su experiencia, sustancia evanescente en el lenguaje, puede buscar esta sustancia hasta en el
feto.
Hay con todo un sentimiento justo en esta elucubración, que vale lo mismo que la de Fliess; el
sentimiento de que después de todo la estructura no se puede deducir, siempre se debe considerar que ya
está allí.
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Melanie Klein, por ejemplo, proyectó la estructura en los primeros años de vida. Siempre podemos decir:
¿qué puede ella saber de eso? Hacía hablar al lactante como un filósofo. Pero de hecho, si Lacan siempre
fue favorable a Melanie Klein, es porque ella tenía el sentimiento justo de que la estructura estaba siempre
allí desde el origen. Se puede retroceder el origen y decir que la estructura está en el feto, pero pienso que
hay que dejarle la ciencia del feto a los que tienen los aparatos adecuados para observar verdaderamente
el nacimiento de la vida, los biólogos, a los que tienen opiniones completamente precisas sobre el papel de
la estructura nerviosa a partir del nacimiento. Que yo sepa el psicoanalista no es un radiólogo, no observa
el fondo de ojos, no hace tomografías. La última vez hablábamos del lenguaje visual y es cierto que
soñamos. Cuando soñamos sabemos cómo es para nosotros y pensamos que es igual en los demás, es decir
que vemos imágenes. Lo que interesa al psicoanalista, lo que interesó a Freud en la ciencia de los sueños,
es el relato proporcionado por el paciente de su sueño, nunca se fascinó por una realidad subjetiva que por
definición no puede ser visualizada; por el momento no podemos visualizar los sueños de otro. En los
relatos de ciencia-ficción se logra, pero en la experiencia psicoanalítica es por intermedio del relato
verbalizado del paciente que es posible un análisis. También hay una ciencia que se ocupa del durmiente,
que cubre su cuerpo con electrodos y que establece las distintas y diversas variaciones de su cuerpo
durante la noche.
La teoría del psicoanálisis, de la experiencia analítica, se refiere esencialmente a su comienzo y a su
final. Como dice Freud, el desarrollo mismo de la partida es sumamente variable y, como en el ajedrez, lo
que es estructurable es el comienzo y el final. Lacan, por cierto, retoma esta comparación y dice, el
psicoanálisis es como el ajedrez, hay aperturas y desenlaces, en el medio las combinaciones son demasiado
múltiples, son demasiado particulares y no se puede hablar de ellas en la misma forma.
El sujeto supuesto al saber en el sentido de Lacan, es la estructura de apertura de la partida, de la entrada
en juego, y la cuestión es la del final de la partida. Vemos claramente como dan el final de la partida los
psicoanalistas anglosajones: es la identificación al analista, es el momento en que el superyó obsceno y
feroz ha finalmente consumido al paciente, es el análisis que podríamos llamar caníbal. Esto explica por
qué los analizantes de un mismo analista terminan por parecerse. De acuerdo al principio que Freud
expuso en el capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo, si varios ponemos al mismo objetó en
el lugar del Ideal del yo, todos nos parecemos en un rasgo esencial.
Frecuento a los psicoanalistas desde hace tiempo en Francia y puedo decir que esto es cierto, con un
poco de práctica en el caso de ciertos analistas, se reconoce a los pacientes que “analizaron”, entre comillas,
se los reconoce como si llevasen un uniforme, por un rasgo. Hay un analista del cual puede decirse que el
resultado de su cura es una inflación sumamente extraordinaria del narcisismo de su paciente, una
agitación verdaderamente específica. Encontrándome con un recién llegado, a los alrededores de la Escuela
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Freudiana que yo no conocía, he llegado a pensar: “Éste debe ser un analizante de fulano de tal” y así era.
Por cierto, tuvo la feliz idea de ir a lo de Lacan después y debo decir que esta inflación, verdaderamente
especial, esa demanda constante de atención para su persona, una vez en análisis con Lacan se desinfló.
Era incluso visible externamente. Ciertamente debió pasar momentos difíciles. La identificación con el
analista al final del análisis, es el omega de la teoría analítica tal como ella se fijó en 1930. (p. 98)
Quisiera hacer aún dos observaciones: primero que el analista tiene la función de garantizar la
experiencia analítica, es decir que interviene legítimamente en tanto que Otro, en tanto que amo, maestro
cuando se trata de mantener el marco de la relación analítica, y que en el seno de este marco es el paciente
quien realiza un trabajo, una tarea que toma tiempo. El acto en tanto que simbólico corresponde al
psicoanalista, consiste en plantear el axioma: “todo tiene una causa”. El trabajo, la producción están del
lado del analizante.
Lacan siempre promovió la importancia del silencio del analista, quien no debe considerar que la
interpretación debe duplicar constantemente el discurso del paciente, no se trata de yuxtaponer un
segundo texto al primero y descifrar todo, precisamente porque el poder de la interpretación es enorme.
Debe medir exactamente el peso de cada una de sus palabras.
Aquí sería demasiado largo desarrollar la teoría de la interpretación de Lacan, pero él considera que uno
de sus vectores, sumamente importante, como constitutivo de la transferencia, es el tiempo, que el tiempo
en sí mismo es una modalidad de la transferencia, como lo dije al principio, es una variable interpretativa.
Si enfocamos la relación analítica como una relación dual entre un analista y un analizante que están en
posición recíproca, entonces es necesario un gran Otro que fije el encuadre de la situación, se requiere un
gran Otro, que es el ídolo reglamentario y a ello se debe ese superyó parásito, para retomar la expresión de
Sandor Rado. De este superyó parásito, los psicoanalistas hicieron, entre todos, un gran síntoma mundial,
la Asociación Psicoanalítica Internacional, cuya presencia debía marcarse en la relación analítica misma,
pues prescribía la duración, el número de las sesiones y porque era, efectivamente, el sujeto supuesto al
saber lo que es el psicoanálisis. Es un recurso, hay que decirlo de debilidad, que los psicoanalistas han
construido porque carecían de la experiencia misma de esta posición del Otro, porque en tanto que
analistas eran insuficientes para asumir esta posición. (p. 99)
Estos son evidentemente puntos que habría que desarrollar. Sé que hay aquí psicoanalistas vinculados
con la IPA. Simplemente, es así como concebimos y experimentamos a la IPA.
El segundo punto, que merecería por sí solo un largo desarrollo, es el final del análisis. El análisis de la
transferencia consiste en descubrir que no hay, en sentido real, sujeto supuesto al saber. Esto es lo que
constituye el deseo del analista, deseo muy singular que Freud localizó en un momento de la historia, el
deseo del analista de no identificarse al Otro, de respetar lo que Freud, en su lenguaje, llama la
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individualidad del paciente, de no ser un ideal, un modelo, un educador, sino dejar libre campo a la
emergencia del deseo del paciente.
Hay algo allí que podría semejarse a una ascesis, y vemos bien que los psicoanalistas, que se protegen
del discurso psicoanalítico, tomaron el camino exactamente contrario, el de proponerse como ideales y
modelos. Vean los textos. En cambio, Lacan está muy cerca de Melanie Klein cuando ella formula que el
final del análisis posee un carácter depresivo que muestra en cierta forma que debe ser relacionado con la
pérdida del objeto. La pérdida del objeto, el duelo del objeto, cómo es simbolizado en el psicoanálisis mismo
sino por el rechazo, el abandono del psicoanalista.
Al respecto, es el psicoanalista quien representa el residuo de la operación analítica y Lacan elaboró esta
teoría que hace del psicoanalista el desecho de toda la operación y, al mismo tiempo, la causa que desde
siempre animaba el deseo del paciente. Es esto lo que Lacan formuló, escribiendo:
a → $
S₂ // S₁
El $ es el sujeto que habla, el analizante, que habla a partir de la posición del psicoanalista ¿Con la
ambición de producir qué? Precisamente el significante que Lacan llama el significante-amo. S₁ a partir del
cual justamente el sujeto está en posición de ser gobernado. Lejos de instalar al significante-amo en la
posición de dominante, Lacan formula la experiencia analítica como el rechazo, la escupida por parte del
sujeto de su significante-amo. Es por lo tanto en términos exactamente contrarios a los de la introyección
como Lacan formula la experiencia analítica, si se quiere en términos de deyección o en términos de
exclusión. Entonces, esta renuncia al dominio en el psicoanalista es perfectamente enigmática. ¿Cómo pudo
elaborar Freud, poner a punto este deseo de no-dominio que, podemos decir, es inédito en la historia? Es,
efectivamente, porque este deseo es inédito que los psicoanalistas han renunciado a él, que se imaginaron
como superyó, como figura exaltada del amo. La grandeza del psicoanalista, en el sentido de Lacan, es, por
el contrario, consagrarse a permanecer en el lugar de desecho. Concluiré pues con esta paradoja. (p. 100)
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