18/1/2021 La visita al Bioparque M'Bopicuá es un viaje al pasado y al futuro
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UN DÍA EN EL BIOPARQUE M'BOPICUÁ
La visita al Bioparque M'Bopicuá es un viaje al pasado y
al futuro
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18/1/2021 La visita al Bioparque M'Bopicuá es un viaje al pasado y al futuro
En el lugar se combinan el peso de la historia, el llamado de la naturaleza y el ritmo de
una vida distinta.
30.12.2020Portada
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La visita al Bioparque M'Bopicuá es un viaje al pasado y al futuro, una experiencia iniciática
en la que se combinan el peso de la historia, el llamado de la naturaleza y el ritmo de una
vida distinta.
Entrar a esta área de conservación de Montes del Plata es una forma de viajar en el tiempo.
Una vez que uno abre la portera y avanza por el sendero de entrada, el mundo que deja
atrás -en el que se mezclan los ruidos del tránsito en la ruta, las preocupaciones y el ritmo
ajetreado de la vida moderna- parece diluirse. Es como si los ibirapitás que flanquean el
camino filtraran de algún modo los sonidos e introdujeran al visitante en una burbuja.
Esa sensación de un lugar sin edad se acentúa al llegar al casco de la estancia histórica,
centro del bioparque, que desde hace ciento cincuenta años mira el transcurrir del río
Uruguay. Cuesta algunos minutos darse cuenta de qué es lo que provoca ese estado de
calma, esa impresión de haberse trasladado a un lugar en las orillas del tiempo. No lo
produce ni el verde intenso del lugar, ni la belleza de los árboles nativos como el timbó, el
palo borracho, el ceibo y el lapacho rosado, ni el encanto de las construcciones antiguas
muy bien preservadas sino el sonido de los animales.
Llega de todos lados, como un coro permanente, y deja claro muy pronto quiénes son los
verdaderos dueños del lugar. A menos de cien metros de la estancia, en dirección al río
Uruguay, hay un verdadero aeropuerto de la naturaleza. Cientos de garzas y biguás, entre
otras especies, surcan el cielo y aterrizan en una isla llena de vegetación ubicada en una
laguna extensa.
La laguna fue proyectada por el coordinador del Bioparque M'Bopicuá, Juan Villalba, que
insistió en que se fabricara una isla que sirviera como estación de descanso para las aves. El
tiempo le dio la razón. No solo las garzas y biguás hicieron suyo el lugar y lo usan como
alojamiento nocturno antes de reemprender vuelo: chajás, patos, cormoranes, coscorobas
y cisnes de cuello negro, entre muchos otros, llenan de vida y de sonidos el lugar. Al
atardecer, la laguna brinda una imagen casi surrealista, con un arribo tan sostenido de aves
que uno casi que esperaría el trabajo de un controlador aéreo para ordenarlas.
Los pocos seres humanos que habitan o se mueven en el bioparque parecen muy
conscientes del lugar que les toca ocupar. Se manejan con mucha discreción, integrados al
sitio y sin afán protagonista. Y está bien que así sea; el Homo sapiens es el único animal
invasor de todos los presentes en el bioparque, que representan a más de sesenta especies
nativas que conviven en la misma tierra. En ese sentido es una cápsula del tiempo, una
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muestra a pequeña escala de la riqueza natural del Uruguay; la que ya se ha perdido y la
que aún persiste.
Observarlos y escuchar sus sonidos en un
Portada mismo
Última entorno es un viaje al pasado
hora y también a
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un futuro posible. Entre las especies que habitan M'Bopicuá hay algunas extintas (el jaguar)
y al borde de la desaparición (el puma), pero también otras que se están recuperando (el
margay, el coatí, el yacaré y el tamandúa, entre otros) o que regresaron del salón de la
extinción (el pecarí) gracias al trabajo de cría y reintroducción que hace el bioparque.
Mi familia y otros animales
Por impresionante que sea el despliegue aéreo en la laguna de las aves, es apenas el
principio de la aventura en M'Bopicuá, una carta de presentación a la visita. Muy cerca hay
otra laguna, también con una isla, pero cuya realidad no podría ser más distinta. Donde al
lado todo es bullicio, en este lugar, sin embargo, reina el sigilo. Sus habitantes son más
discretos y suelen quedarse inmóviles durante largos períodos, a tal punto de que pueden
pasar inadvertidos pese a alcanzar el imponente largo de dos metros y medio. A veces, solo
su nariz y sus ojos, que en la noche brillan como carbones encendidos si uno los enfoca con
una linterna, delatan su presencia. Son los yacarés, que prosperan a gusto en una laguna
exclusiva para ellos y ya han sido reintroducidos en otras áreas de conservación de Montes
del Plata.
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Puede que el yacaré impresione gracias a las similitudes con su primo más mediático, el
cocodrilo, pero no compite con la atención que despiertan otras dos especies que habitan
esta zona del bioparque. Frente a la laguna de los yacarés se encuentra un ejemplar de la
única especie extinta en Uruguay de todas
Portada las que
Última horase encuentran en M'Bopicuá. Es el
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depredador tope de América del Sur y el felino con la mordida más potente del mundo: el
jaguar. Vive en un espacio amplio, que parece brotar de la vegetación del lugar, donde
tiene árboles, plataformas a distintas alturas y un estanque en el que se baña y captura
peces. Su rugido al borde del río Uruguay traslada al visitante también a otro tiempo, en el
que el tigre americano tenía aún hábitat suficiente para prosperar en estas tierras y
provocaba un estremecimiento en quien lo escuchara.
Muy cerca de él, otros dos recintos amplios dan cobijo al segundo felino más grande del
continente. Todavía ronda por nuestros montes, más discreto que su pariente, aunque casi
indetectable y en un número muy bajo. Es el puma, representado en M'Bopicuá por dos
ejemplares. Al igual que el jaguar, no es criado para su reintroducción debido a que carece
en nuestro país de un hábitat suficientemente amplio como para evitar conflictos con la
población humana. M'Bopicuá da entonces la oportunidad única de verlos muy cerca,
agazapados entre árboles y vegetación de monte, como podían estar hace más de cien
años.
Historia natural
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A partir de la laguna del yacaré, el visitante puede bordear el río Uruguay a través de un
sendero de interpretación que se introduce en el monte ribereño, en cuyo final lo aguarda
una sorpresa.
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Estuvo disimulada durante mucho tiempo por la vegetación, pese a lo imponente de su
tamaño y a que alguna vez albergó a cientos de trabajadores. Su rápida desaparición
alimentó toda clase de leyendas, que hoy repiten los visitantes de más edad.
Son las ruinas del establecimiento cárnico M'Bopicuá, que funcionó entre 1875 y 1878,
cuando Fray Bentos comenzaba a ser "la cocina del mundo". Hoy, enormes higuerones
abrazan la historia y se cierran sobre los ladrillos, que se resisten al olvido. Es ya un símbolo
de M'Bopicuá: la naturaleza, la historia y el paso del tiempo conviviendo en el mismo lugar.
Algarrobos, espinillos y talas mantienen oculto este legado de una historia agitada, que fue
declarado Monumento Histórico Cultural en 2009. Las formas caprichosas de los árboles
sobre la piedra, el halo de infortunio del emprendimiento y un largo túnel por el que aún se
puede caminar colaboraron para tejer varias historias fantásticas. Se ha dicho que no hay
quien sobreviva una noche en las ruinas del saladero (Villalba puede dar fe de que no es
así, gracias a su trabajo de relevamiento de murciélagos), que se escuchan aún ruidos de
sus antiguos habitantes o incluso que a través del túnel ingresaban tesoros traídos desde
Argentina. No es extraño que circulen tantos relatos: flotando entre las raíces añosas y las
ruinas dejadas por el ser humano hay un aire de cuento fantástico, de belleza inesperada,
que sin dudas estimula la imaginación.
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El milagro del nacimiento
Si el visitante desanda camino, pasa nuevamente junto al casco de la estancia y cruza al
extremo opuesto, viaja en cierta forma del pasado al futuro. Allí se encuentra la estación de
cría, donde vive la mayoría de especies del bioparque y donde se juega el porvenir de varias
generaciones de animales amenazados en el país.
Los recintos del criadero parecen surgir del medio de la vegetación, con la naturaleza
desbordando los techos y ganando terreno sobre los tejidos. Más allá de la presencia
carismática del tucán o la bandurria baya, que están al comienzo del recorrido, es probable
que lo primero que llame la atención del visitante sea un coatí encaramado a lo alto de un
algarrobo ya maltrecho, que en los primeros días del bioparque sirvió de faro guía a Villalba
entre la vegetación salvaje y desordenada. El coatí, como un capitán pirata que hace de
vigía para sus compañeros, es de los primeros en advertir la llegada de extraños y mira con
curiosidad desde la libertad que le da la altura. Estuvo entre las primeras especies liberadas
por el Bioparque M'Bopicuá y gracias a ello ocupa hoy espacios en la naturaleza donde se
los había dejado de ver hace ya décadas.
No lejos de allí, otro mamífero algo más tímido tiene unas instalaciones de lujo con piscina,
una palmera y un pequeño bosque de cañas de bambú. Es el lobito de río, un buceador
experimentado que pasa horas disfrutando del estanque circular en el que vive, epicentro
del criadero de fauna.
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En las cercanías, aves y mamíferos se reparten el espacio en ambientes diseñados
especialmente para garantizarles la experiencia más natural posible. Un águila negra
observa con el aire grave de un caballero digno y antiguo. Un grupo de cardenales
amarillos Portada
canta con un talento natural para la melodía,
Última hora uno de los motivosMásqueleídas
lo ha vuelto
víctimas de captura y mascotismo. El coendú descansa con placidez sobre una rama, con un
aspecto inofensivo que puede ser muy engañoso para quien desconoce la temible arma
que le dio la evolución: pelos convertidos en espinas. El hurón sale a ver quién es el
visitante impertinente que se asoma a su hogar. Las cigüeñas se paran en una pata con
distinción y miran con aire circunspecto al curioso. La lista de inquilinos en el espacio más
ajetreado del bioparque es larga: ñacurutúes, reyes del bosque verdoso, agutíes, seriemas,
peludos, tatúes de rabo molle, espátulas rosadas, loros chiripepes o charatas, entre tantos
otros.
M'Bopicuá en 1959. Foto: Aníbal Barrios Pintos.
El guardián más celoso y temperamental del bioparque no es el jaguar, el puma o el yacaré.
Es la garza colorada, que al notar a un intruso infla indignada las plumas, asume una
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posición defensiva y hace un tac-tac-tac intimidatorio con su pico largo y fino. No en vano
se la llama también garza tigre.
El extremo del criadero más alejado de laÚltima
Portada estancia
horalo custodian tres especies
Másde felinos.
leídas
Varios ejemplares del bellísimo margay, un éxito del bioparque en materia de reproducción,
se esconden entre los árboles de uno de los recintos, de los que bajan y suben con la
agilidad de una ardilla. El gato de pajonal, muy por el contrario, suele camuflarse entre los
pastos, mientras el gato montés se pasea inquieto ante la presencia humana. Si la
curiosidad mata al gato (lo que explica la timidez de algunos de estos felinos) parece sin
embargo ser muy saludable para el mano pelada. Este primo del mapache, de manos
ágiles, dedos largos y antifaz parecido al de un ladrón de caricatura, tiene una mirada
inquisidora que parece interpelar al visitante ocasional.
Claro que hay animales que tienen sus propios aposentos privados, un poco más alejados
del bullicio del área central de la estación de cría. Quien se introduzca por el sendero del
tamandúa al caer la tarde, puede toparse con la visión de una docena de osos hormigueros
chicos, encaramados a los árboles con toda su pachorra. Si no están allí arriba, es probable
que anden metiendo el hocico donde les incumbe, que es básicamente un termitero o un
tronco podrido. Durante el día, se retiran a sus habitaciones de "hotel", confortablemente
mantenidas por encima de los 20 grados.
Aún más lejos, trotando nerviosamente en un terreno extenso y bordeado de árboles, se
encuentran los pecaríes. Aquel lugar es la nueva cuna de la especie en el país; desde allí
regresaron al territorio nacional luego de haber estado ausentes por más de cien años.
Al borde de la desaparición estuvo también el venado de campo, que pasta en un campo
verde no muy lejos de donde habitan los pecaríes. Las dos subespecies que aún sobreviven
en el país están representadas en el bioparque, junto al otro ciervo nativo: el guazubirá.
Luego de pasar una tarde en M'Bopicuá, completar el circuito produce cierta tristeza, como
quien sabe que un viaje está por llegar al final y hace lo posible por estirar inútilmente los
minutos. La oscuridad se extiende sobre el bioparque y genera también efectos sobre los
animales. Unos pocos descansan; otros, por el contrario, se activan. El murmullo de las aves
va bajando de intensidad y una sensación de paz gana terreno como una marea.
La visita al Bioparque M'Bopicuá es también un viaje iniciático. Para quien no está al tanto
de la realidad de la fauna en el país, es una experiencia que ayuda a volver al mundo
exterior- el mismo del tránsito en las rutas y el ajetreo de la modernidad- con una mirada
nueva. Para el que lo está, es un momento de comunión y de reflexión, de contacto con el
ritmo de la vida natural, perdido en las urgencias de la carrera cotidiana. Como toda
vivencia removedora, deja siempre su huella, marcada o latente: uno no se va de MB́opicuá
igual que como llegó.
Texto: Martín Otheguy
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