Reseña:
“Quieren subastarte y llevarte lejos. Me aseguraré de que eso no
suceda”.
Atropos tiene alas; eso lo hace parecer intimidante. Muchos lo
consideran un bruto, pero en realidad es muy inteligente y
sensible. Siempre ha vivido a la sombra de su hermano y nunca
antes ha destacado por sí mismo.
Después de acostarse en su cama una noche, a Amber la
despertó una brillante luz e hizo que se levantara de la cama; de
repente, quedó inconsciente. Lo siguiente que recuerda es
haberse despertado en una nave alienígena.
Pronto se da cuenta de que el hombre al que ha estado viendo es
un extraterrestre.
Le han dicho que después de haberlos visto ya no puede volver a
la Tierra. Atropos intenta que se sienta más cómoda trayéndole
sus cosas de la Tierra para que se sienta mejor. Atropos pasa
cada vez más y más tiempo con Amber y el amor florece.
Por desgracia para ellos, el hermano mayor de Atropos tiene
otros planes para las mujeres de la raza humana. Piensa
mantenerlas cautivas y subastarlas en el mercado negro para ser
utilizadas como incubadoras.
¿Podrán ella y Atropos salvar a sus compañeras humanas de ser
subastadas? ¿Podrá Amber vivir la vida que quiere, en lugar de
la que quieren obligarla a vivir?
Capítulo 1
Las estrellas pasaban como una marea incesante, como olas de
crestas plateadas inmersas en un fondo de un profundo azul-negro que
se estrellaba en las brillantes costas de galaxias y nebulosas. Lanzaban
su espuma radiante alrededor de los pilares de la creación como el
oleaje se estrella contra las rocas del océano. Amber fijó su mirada en
una nave transportada por esa marea salvaje, un cometa que cruzaba el
mar astral, siguiendo una estela azul-blanca. Trazó su curso con
extremo cuidado y reverente asombro, girando el enorme telescopio
para seguirlo.
En una escala cósmica, el espacio era una locura salvaje. Las
estrellas florecían y morían tan rápido como las flores, ardiendo y
chocando en un glorioso caos creativo. Un millón de años era un abrir y
cerrar de ojos para un sistema solar, y en ese momento, todo podría
cambiar. Pero desde la perspectiva del ser humano, la gran ópera de los
planetas parecía un desfile majestuoso, vasto, lento e inevitable.
Pesadas y sombrías como una marcha fúnebre hacia la muerte del
universo, las galaxias se tambaleaban. Para los humanos, un período de
tiempo casi incomprensible yacía ante ellos, cada acción lenta, elegante
y llena de una prístina economía de movimiento. Pero para ellos, bien
podrían ser bolas de billar en una mesa, rebotando entre sí mientras se
disparaban hacia el inevitable agujero.
Amber se preguntó si el progreso humano parecía igualmente
grandioso y lento para la efímera vida de la mosca, vislumbrando solo
un momento de la vida humana en una docena de generaciones. Grabó
el acercamiento lento del cometa y se rió al pensar que su breve y
pequeña vida podría tener algún significado para su progreso infinito.
Cuando se acabó el tiempo programado en el telescopio, Amber
recogió sus cosas y se apresuró a cruzar el campus. Su mente todavía
zumbaba con estrellas; se puso una carpeta sobre la cabeza para
protegerse de la lluvia cálida y tardía del verano, que caía del cielo gris y
nublado a un ritmo ligero pero constante que se había mantenido todo
el día y parecía que iba a mantenerse durante toda la noche. Buscó un
refugio bajo el histórico roble blanco de la universidad. Debajo de sus
ramas largas y retorcidas, sólo escuchaba el suave golpeteo de las gotas
de lluvia cayendo a través de las hojas verdes translúcidas y la charla
distante de otros estudiantes.
—¡Amber!
Amber levantó la vista sorprendida cuando escuchó su nombre.
Una mujer joven corría hacia ella, trotando bajo la lluvia, con una
sonrisa en su rostro. Amber le devolvió la sonrisa, saludándola.
—¡Erin! —dijo cálidamente cuando la otra mujer llegó a la
seguridad del árbol. —Hoy has salido temprano de clase.
—Sí, la profesora no ha venido —respondió Erin, dejándose caer
contra el árbol y tratando de secar su cabello rojo con su chaqueta que
también estaba húmeda. —No es que la culpe. Yo también estuve
tentada de quedarme en la cama esta mañana. ¡Qué día tan horrible!
—No sé... —dijo Amber, mirando la lluvia que caía del cielo gris. —
A mí me gusta.
—¡Te gusta! —bromeó Erin, resoplando.
—Es tan tranquilo —insistió Amber.
Las dos mujeres se habían conocido el primer día de Amber en el
campus. Dos años después, Erin seguía siendo la mejor amiga que
Amber tenía en el campus. Aunque eso no era decir mucho. Amber
siempre había luchado por hacer amigos y ser sociable. Pero cuando lo
intentaba, parecía incómoda y forzada. Y cuando no lo intentaba, todo
el mundo decía que era distante. La socialización básica, algo que
parecía tan fácil para otros, especialmente para Erin, parecía
totalmente fuera del alcance de Amber. No podía evitar estar celosa de
Erin por eso.
Tenía muchas razones para estar celosa de Erin. Su amiga era más
bonita, con un llamativo cabello rojo y ojos color avellana; eso hacía
que Amber se sintiera en un segundo plano. Ambas eran nerd, pero
Erin era del tipo de nerd extrovertido; sin esfuerzo, podía entablar un
debate profundo sobre astrofísica con un colega tan fácilmente como
era capaz de hablar del último episodio de un nuevo programa de
televisión popular con un extraño. Amber apenas podía hablar con sus
profesores. Cuando Amber había luchado por deshacerse de los “cinco
de primer año”, el peso que la mayoría de la gente ganaba después de
llegar a la universidad y comer demasiada comida basura, Erin no había
ganado ni un gramo.
Erin estaba estudiando astrofísica e ingeniería; quería ingresar en
el programa espacial. Cumplió los estrictos requisitos físicos para los
astronautas y se había mantenido delgada y atlética desde que Amber
la conoció. Amber, al hacer ejercicio con su amiga, se mantuvo más o
menos en forma, pero sabía que no era tan buena como Erin. Por
mucho que amara a las estrellas, Amber sabía que nunca llegaría al
espacio.
A pesar de todo esto, y de todas las otras razones por las que
podría haber tenido resentimiento hacia Erin, Amber no podía
enfadarse con su amiga. Erin, además de ser hermosa y brillante,
también era una gran persona. Vio a Amber sola y perdida ese primer
día y no dudó en acudir en su rescate. Nunca había hecho que Amber
se sintiera inferior a ella y jamás la puso en ridículo. Era amable y
optimista y la única amiga que tenía Amber.
—¿A dónde vas en un día tan lluvioso como este? —preguntó Erin
mientras las dos miraban el cielo, esperando que la lluvia amainara.
—A la floristería —respondió Amber instintivamente. Erin sonrió.
—¿Vas a ver a tu chico otra vez? —Erin le dio un codazo a Amber,
divertida. —Es la tercera vez esta semana. ¡Estoy empezando a pensar
que vais en serio!
—Me pidió que volviera —dijo Amber, avergonzada. —Quiere
enseñarme una nueva flor que acaba de recibir.
—Nunca creí que te interesaran las flores —Erin se asomó para ver
mejor el cielo mientras los truenos retumbaban, distantes. Siempre
parecía que no te importaba nada más que las estrellas.
Amber sonrió al escuchar esas palabras. Estaba estudiando
astronomía y era cierto que el espacio siempre había sido su primer
amor. Pero este era un caso especial.
—Tú no has escuchado la forma como habla de ellas —le dijo
Amber. —Puede hacer que un ramo parezca tan fascinante como una
supernova.
—Esa es una cualidad impresionante —admitió Erin con una
pequeña risita. —Pero, no sé... todavía me parece un poco extraño.
¿Qué clase de nombre es Atropos?
—Es griego —dijo Amber un poco a la defensiva. —Su familia vive
allí. Ha venido durante el verano para trabajar. Está ahorrando para
abrir su propia tienda.
—¿Eso no significa que se irá en un par de semanas? —preguntó
Erin. Amber miró hacia otro lado, sin querer recordarlo, y Erin frunció el
ceño con simpatía. —Bueno, eso huele muy mal. Aún así, deberías
disfrutarlo mientras él está aquí. Quizás regrese el año que viene y te
diga que se reservó para ti. Será como en una de esas películas cursis.
Amber se rio, sacudiendo la cabeza.
—Probablemente no —dijo. —Para ser honesta, no sé por qué
alguien como él se interesaría en mí.
—Amber, eres demasiado dura contigo misma —la reprendió Erin.
—Eres más inteligente que cualquiera que yo conozca. Eres
considerada y creativa y…
—Y tengo una gran personalidad, lo sé —dijo Amber, sin creer
realmente nada de eso. —Solo digo que podría aspirar a algo mucho
mejor.
Erin se encogió de hombros.
—Tal vez, pero parece bastante obvio que eres lo que él quiere.
Debes tener algo que le gusta.
La constante llovizna fue amainando poco a poco, y Amber salió
rápidamente de debajo del árbol, contenta de escapar de las preguntas
que le estaba haciendo su amiga.
—¿Cómo lo conociste? —preguntó Erin, siguiendo con el mismo
tema, mientras caminaban rápidamente fuera del campus, hacia el
estacionamiento. Amber vivía dentro del campus, pero Erin vivía fuera
y tenía coche. —Sé que no sales mucho del campus.
—Su tienda es la más cercana a la escuela —le explicó Amber. —Él
vino a hacer algunas entregas. Estaba en la biblioteca dejando un
arreglo de cumpleaños para uno de los miembros del personal y
tropezamos el uno contra el otro. Me sentí profundamente
avergonzada y quise salir corriendo, pero le felicité por sus flores
primero, y entonces Atropos comenzó a hablar de ellas. Lo sabe todo
sobre flores, Erin. No solo lo que son, sino también las variedades, los
significados, la historia. Podría escucharlo hablar de flores durante
siglos.
—Eso suena como si estuvieras coladita por él —dijo Erin con una
sonrisa.
—No lo sé —Amber se sonrojó. —Es tan inteligente y apasionado...
Cualquiera pensaría que es increíble.
—Tal vez deberías decírselo —sugirió Erin cuando llegaron a su
coche. —¿Quieres que te lleve? No puedo dejar que vayas andando con
esta lluvia.
Amber aceptó agradecida, ocupando el asiento del pasajero.
La floristería no estaba lejos, en la pintoresca zona céntrica de la
ciudad universitaria, con viejos edificios de ladrillo del siglo XIX que
ahora eran bares de cerveza artesanales, tiendas de cigarrillos
electrónicos y de teléfonos móviles. La sociedad histórica mantuvo la
señalización antigua y los parterres llenos de pensamientos, pero esos
anacronismos le daban al lugar una sensación de parque temático fuera
de lugar.
La floristería, Lila, Lupin y Lace, por el contrario, encajaba
perfectamente en el lugar. Cuando Amber se despidió de Erin, ella ya
podía ver a Atropos en la ventana delantera, ajustando un arreglo que
acababa de colocar en el escaparate.
Era un hombre alto y de anchas espaldas, lo que hacía que la
delicadeza con la que manejaba las flores fuera aún más sorprendente.
Su piel era de un tono bronceado maravilloso; su cabello, una maraña
salvaje de brillantes rizos negros. Cuando sonreía, como lo estaba
haciendo ahora al ver a Amber a través del cristal, podía haber pasado
por una estatua de Miguel Ángel. Atropos la saludó y Amber le devolvió
el saludo, apresurándose a encontrarse con él.
La tienda era pequeña y excesivamente poblada de vegetación.
Cada pared y superficie rebosaban de helechos y flores. El aire era
espeso debido al perfume de todos los ramos. Para Amber era como
respirar en puro color.
Atropos se agachó cuidadosamente bajo las cestas de violines y
suculentas que colgaban del techo como preparadas para saludarla.
—¡Has venido! —dijo calurosamente. —Pensé que no lo harías.
Tenía un acento peculiar, que Amber suponía debía ser griego, y la
costumbre de pronunciar cuidadosamente cada palabra. Normal,
supuso, para alguien que no hablaba inglés de forma nativa.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —preguntó Amber con curiosidad.
—Bueno, es solo una flor —dijo con timidez. —Sé que tienes cosas
más importantes que hacer.
—No, quiero verla —dijo Amber rápidamente, atropellándose un
poco con las palabras. —Quiero decir, estás muy emocionado con eso,
así que debe ser genial.
Él sonrió cálidamente, agradecido, y la condujo hacia la parte de
atrás. Los congeladores llenos de flores vivas zumbaban detrás del
banco de trabajo donde Atropos hacía los arreglos florales. No había
nadie más cuando pasaron.
—¿Estás tú solo hoy? —preguntó Amber.
—Sí —dijo Atropos, abriendo uno de los congeladores para sacar
una bandeja de flores. —Brooke no ha venido a trabajar hoy, así que
estoy yo sólo. Mira.
Puso la bandeja en el suelo y los ojos de Amber se abrieron cuando
miró las hermosas flores.
—Lilium orientalis —explicó, acunando una delicadamente en sus
grandes y elegantes manos, ofreciéndosela. —Pensé que te podrían
gustar.
Eran tan grandes como su mano, con largos pétalos afilados de
color rosa brillante bordeados de blanco, salpicados de puntitos
oscuros como estrellas, girando hacia abajo como una galaxia hacia un
centro de fuegos artificiales de largos pistilos.
—Es maravillosa —dijo Amber con sinceridad, acariciando un
pétalo aterciopelado. —¿Es una especie muy rara?
—No especialmente —dijo Atropos encogiéndose de hombros. —
Son híbridos, muy resistentes y populares entre los floristas.
—Entonces, tienen un simbolismo extraño, ¿verdad? —preguntó
Amber con una sonrisa, curiosa por saber por qué había estado tan
emocionado de mostrársela. —¿Su nombre es de la época victoriana o
algo así?
—Me temo que no —dijo Atropos con una sonrisa. —Se
desarrollaron en los años setenta. Demasiado tarde para los
victorianos.
—Entonces, ¿por qué querías mostrármela? —preguntó Amber,
notando como crecía su curiosidad.
—Fueron creadas como una alternativa a Rubrums —continuó
pacientemente. —Parecían similares, pero sus cabezas se inclinaban
hacia abajo, haciéndolos parecer muertos y sin vida. Estas fueron
hechas para mirar siempre hacia el cielo. Por eso las llaman
“Observadores de estrellas”. Me recordó a ti.
Le ofreció la flor y Amber sintió que su rostro enrojecía. Miró hacia
abajo, luchando contra el impulso de decir alguna excusa y salir
corriendo; se sentía abrumada. Atropos notó que ella estaba incómoda;
dejó la flor a un lado y retrocedió. Después de un momento, se aclaró la
garganta.
—Entonces —dijo Atropos, ocupándose de otro arreglo, —¿cómo
está tu cometa?
Amber tardó un momento en calmarse, pero su voz aún temblaba
cuando empezó a hablar.
—Todavía en curso. Programé el tiempo del observatorio para
revisarlo hoy. Creo que podría haber pasado a través de una nube
estelar.
—¿Oh? ¿Qué te hace pensar eso?
—Su color es diferente —respondió Amber. —A juzgar por las fotos
y lo que he observado, se encontraba más en el lado rojo del espectro
hace setenta años. Por supuesto, la calidad de la foto no era la mejor en
ese momento.
Ella se encogió de hombros mientras él ponía uno de los lirios
Observadores de las estrellas en un arreglo de peonías blancas.
—Supongo que sólo podemos preguntarnos dónde ha estado —
dijo Atropos suavemente.
—Bueno, en realidad no —dijo Amber, sentada en el mostrador. —
Tal vez en los años cuarenta. Pero hoy podemos usar telescopios para
seguir su rastro y enviar sondas para recolectar muestras de su cola que
nos pueden dar una idea de cómo eran los lugares por los que pasó. ¡Es
realmente sorprendente cuánto podemos descubrir sobre el universo
fuera de nuestro sistema solar usando métodos indirectos! Utilizamos
la radiación como un delfín usa el sonar, usando la ausencia de este o la
forma en que se mueve para adivinar el tamaño y la naturaleza de las
cosas que se mueven, descubriendo nuevas formas de aprender sobre
el universo todos los días.
—Fascinante —dijo Atropos, volviéndose para mirarla. Amber
pensó que lo decía en serio, a diferencia de muchas personas que
tendían a aburrirse rápidamente cuando hablaba sobre el espacio. —
Esa tecnología parece avanzar más rápido cada día que pasa. No puedo
seguir todo lo que puedes hacer.
—Sabes —dijo Amber, moviéndose un poco nerviosa, —se supone
que el cometa será visible desde aquí en aproximadamente una
semana. Pensé que tal vez podríamos ir a verlo juntos.
—¿Como si fuera una cita? —preguntó Atropos, con los ojos muy
abiertos.
—Bueno, no tiene por qué ser así —dijo Amber rápidamente,
sonrojada por la vergüenza. —¿Podría ser, uh, algo casual? Podríamos
invitar a otras personas y...
—No, me gustaría que fuera una cita —dijo rápidamente,
interrumpiéndola, con su sonrisa deslumbrante. —¿Pero por qué
esperar? Si no estás ocupada, me encantaría hacer algo esta noche.
—¿De verdad? —Amber lo miró por un momento, aturdida; luego
sonrió, riendo nerviosamente. —Sí, no tengo planes para esta noche.
¿Podríamos cenar?
—La tienda cierra en una hora —dijo, acercándose y cogiendo su
mano. —¿Te apetece ir a ver una película primero?
—Eso sería perfecto —dijo Amber, sintiéndose como flotando en el
espacio. —Iré a casa y me prepararé. ¿Te veo aquí dentro de una hora?
—Estaré esperando —dijo Atropos, sonriendo mientras le acercaba
la mano a sus labios y se la besaba.
Amber se puso roja, murmuró un rápido adiós y salió corriendo de
la tienda, sintiendo que cada paso era más ligero que el aire. Tropezó
en la puerta y pensó por un momento que podría caer al aire y aterrizar
gloriosamente riendo entre las estrellas. En cambio, se contuvo,
avergonzada y se apresuró a marcharse.
Capítulo 2
Amber regresó una hora más tarde, medio esperando que no
estuviera allí. Después de una llamada llena de pánico a Erin sobre qué
ponerse, se había decidido por su mejor vestido de verano. Gasa suelta
en un patrón de porcelana blanca y azul; era cómoda y, según Erin,
acentuaba sus curvas. Amber no estaba tan segura de eso, pero
confiaba en su amiga.
La lluvia ya se había detenido, pero todavía llevaba el paraguas
alrededor de la muñeca por si acaso. Lo apretó ansiosamente mientras
se acercaba a la floristería otra vez, preparándose interiormente por si
estaba cerrada y sin nadie esperándola, como si todo el asunto hubiera
sido una broma cruel.
Su agarre se relajó abruptamente cuando vio a Atropos apoyado
contra la pared fuera de la puerta de la tienda, sosteniendo un ramo.
Levantó la vista cuando la escuchó acercarse y sonrió, saludando. Ella
se apresuró a acercarse y él presionó las flores en sus manos. Ella
sonrió al ver los lirios Observadores de estrellas, fragantes y dulces.
—Estás muy hermosa —dijo, y Amber sintió que su corazón
tartamudeaba de alegría.
—Tú también —murmuró tímidamente. —Quiero decir, estás bien;
tú siempre estás muy bien.
Él sonrió y, por un momento, tuvo miedo de que se estuviera
riendo de ella, pero Atropos le ofreció su brazo.
—¿Estás lista para ir? —preguntó.
—Por supuesto —dijo ella de inmediato, aceptando su brazo con
solo un momento de incómoda vacilación. —¿Sabes qué película
quieres ver?
—Esperaba que eligieras tú —respondió mientras comenzaban a
caminar. Había un pequeño teatro cerca, con un puñado de
restaurantes locales diseminados entre ellos. La lluvia había dejado el
ladrillo de los viejos edificios oscuro, húmedo y reluciente, y el aire olía
a pizarra mojada y petricor1. —Nunca había visto uno antes.
—¿No hay salas de cine en Grecia? —preguntó Amber, curiosa.
—Oh, no, por supuesto que sí —dijo Atropos rápidamente. —Pero
son un poco diferentes. Nunca he visto una película aquí.
—Bueno, hay una comedia romántica —dijo Amber encogiéndose
de hombros. —Eso es lo tradicional para una cita.
—¿Te gustaría eso? —preguntó Atropos, inclinando la cabeza para
mirarla pensativamente. —¿Ser tradicional?
Amber lo consideró por un momento, luego sacudió la cabeza.
—No, en realidad no —dijo con una pequeña risa. —Sin embargo,
me muero por ver una película de ciencia ficción. Se trata de una misión
para colonizar Marte.
—Por supuesto —dijo, sonriendo. —Entonces eso es lo que
veremos…
Se tomaron su tiempo, disfrutando de la tarde, hablando mientras
iban.
—... y descubrieron que estaba lleno de etil fomato, que es la
molécula que le da sabor a las frambuesas. ¡Entonces la Vía Láctea sabe
a frambuesas!
Atropos miró a Amber, desconcertado.
—Pero, ¿cómo podrían decir algo así estando tan lejos? —
preguntó. —¡Eso es imposible!
—La radiación, como te decía antes —explicó Amber, encantada
por su interés. —El etil fomato absorbe la radiación estelar y la emite
como longitudes de onda de radio, de modo que cuando apuntaron con
ella el radiotelescopio IRAM, pudieron verla. Y como conocemos la
composición química de las frambuesas, es fácil extrapolar a partir de
ahí qué sabor tendría.
—Increíble —dijo Atropos, sacudiendo la cabeza. —Nunca hubiera
pensado en tal cosa.
1
Petricor: es un nombre dado al olor que se produce al caer la lluvia en los suelos secos, equivalente al popular «tierra mojada»
o simplemente «olor a lluvia». Se define como «el distintivo aroma que acompaña a la primera lluvia tras un largo período de
sequía»
—Bueno, no es tu campo —dijo Amber tranquilizadoramente. —
Sabes cosas sobre flores que apenas podía imaginar. No todos podemos
saberlo todo.
—Aún así, es increíble para mí —dijo Atropos, sonriéndole. —Sabes
mucho y tienes tanta curiosidad sobre un lugar al que nunca podrás ir...
Amber se entristeció un poco e intentó ignorar el comentario.
—Bueno, eso es cierto —dijo. —Probablemente nunca veré el
espacio exterior. Pero otras personas lo harán, y yo puedo ayudar.
Quiero ayudar.
—Eso, creo, es lo más sorprendente de todo —él le apretó la mano
y Amber sintió que su cara se ponía roja de nuevo. Deseó no ser tan
propensa a sonrojarse. Odiaba lo ridícula que la hacía parecer. Pero
Atropos no hizo ningún comentario al respecto y pronto llegaron al
cine.
La película fue buena, aunque técnicamente incorrecta en una
serie de puntos, que Amber al principio dudó en señalar, y luego
indulgentemente habló cuando Atropos la animó. En el camino de
regreso, el tema cambió a cómo él había visto las flores en la televisión,
y el tema más amplio de las malas decisiones que tomaron sus clientes
cuando se trataba de elegir flores. Ella se rió de su indignación por una
mujer que quería combinar lilas con rosas rojas. Aunque ella no sabía lo
suficiente para entenderlo. Simplemente le gustaba escucharlo.
La cena fue igual de agradable. Caminaron a un restaurante italiano
cercano donde descubrió que él era vegetariano. Ambos tenían
berenjenas a la parmesana y, a pesar de su insistencia en que era
demasiado, una copa de rico vino tinto. Estaba especialmente
encantado con el tiramisú de chocolate y, para diversión de Amber,
pidió un segundo para el camino.
Lo llevó en una bolsa de papel a su lado mientras la llevaba de
regreso al campus. Amber sintió que la carbonatación burbujeaba en su
pecho, como refresco dulce y pegajoso. Había salido un par de veces en
la escuela secundaria y había experimentado en su primer año en la
universidad. Pero nunca se había sentido así antes. Por primera vez,
pensó, que en realidad podría enamorarse de alguien.
Se detuvieron frente a la puerta de su dormitorio, ambos reacios a
poner fin a la noche. Se quedaron allí por un momento, incómodos con
el silencio. Amber se aclaró la garganta y se armó de valor.
—Ya sabes —dijo ella. —Mi compañera de cuarto trabaja hasta
tarde. Ella no está en casa ahora mismo por si quisieras, ya sabes, venir
a tomar un café.
Atropos miró hacia otro lado con el ceño fruncido, y Amber sintió
que la vergüenza le subía por la espalda como si se hundiera
lentamente en agua fría.
—No debería —dijo, pero Amber ya estaba mostrando una sonrisa
forzada.
—Por supuesto que no —dijo rápidamente. —No te preocupes por
eso. Quizás la próxima vez. Quiero decir, si estás interesado en una
próxima vez. Lo cual, sería genial; si no lo estás... Es solo café. No es
gran cosa.
—Amber.
Ella podría haber seguido divagando, pero de repente él la tomó
por los hombros y la giró hacia él.
—Muy pronto, volveré a casa —dijo. —Está muy lejos de aquí, y
podría no volver a verte nunca.
Amber sintió que su corazón se hundía en lo más profundo de su
ser. Ella miró hacia abajo, agarrando su bolso como si eso le fuera a dar
estabilidad, pero él le tocó la barbilla para que volviera a mirarlo.
—Me encantaría pasar esta noche contigo —dijo, y Amber sintió
esa felicidad efervescente en su pecho otra vez. —Pero no sería
correcto. Nunca quisiera que sintieras que me había aprovechado de ti.
—¿Realmente te estarías aprovechando si soy yo quien te invitó?
—preguntó Amber, atrapada entre un extraño sentimiento de euforia y
desesperación.
Él sonrió, suave y triste, y la atrajo más cerca para besarla. Era
exactamente tan perfecto como lo había imaginado... y más. Su boca
era cálida y sumisa, sus brazos gentiles mientras la sostenía. Sabía al
vino que habían cenado y ella quería que ese momento durara para
siempre. Sin embargo, demasiado pronto, él ya se estaba alejando,
presionando un segundo y breve beso en su frente.
—Adiós —dijo. —Y gracias por esta maravillosa noche.
—Te veré mañana, ¿verdad? —preguntó ella mientras él se
alejaba.
Él sonrió.
—Buenas noches, Amber —respondió, y con un gesto se alejó
rápidamente, dejándola atrás sintiéndose terriblemente sola en la
puerta de su dormitorio.
Abrió la puerta y entró en el apartamento oscuro y vacío. Encendió
la luz malhumorada, dejando caer su bolso en una silla. Ella contempló
pasar por su cabeza los movimientos de quitarse el maquillaje y
ponerse el pijama y decidió que era demasiado esfuerzo. Se dejó caer
en la cama todavía completamente vestida, suspirando al pensar en la
maravillosa noche y su final decepcionante. Tal vez estaba bien así, se
dijo.
Él era un buen tipo. Atropos estaría allí, en la floristería mañana y
ella recibiría su correo electrónico o algo así, e incluso cuando volviera
a Grecia, se mantendrían en contacto. Y tal vez algún día, no sentiría
que se estaba aprovechando. Sería romántico.
Suspiró nuevamente, sintiendo que probablemente se estaba
engañando a sí misma. Se pasó la almohada sobre la cara con
desánimo. Amber cerró los ojos, deseando evadirse y preocuparse por
sus problemas mañana. Curiosamente, la luz parecía demasiado
brillante incluso con los ojos cerrados. Frunciendo el ceño, movió su
almohada. No había dejado la luz del dormitorio encendida. ¿Algo
entraba por la ventana?
Ella hizo una mueca ante la brillante luz blanca cegadora cuando
abrió los ojos, obligándose a entrecerrarlos mientras trataba de
determinar de dónde venía. Su corazón comenzó a acelerarse cuando
sintió que se le despegaba el pelo de los hombros y se dio cuenta de
que la luz provenía de un punto justo encima de su cama. Flotó
suavemente hacia arriba, paralizada por un shock ciego. Ni siquiera
podía sentir miedo. Todo era demasiado repentino y extraño para ser
real. Estaba flotando hacia el techo, dejando su cama atrás, con su piel
hormigueando extrañamente.
El corazón martilleaba en el pecho, buscando una razón, una
explicación, cualquier forma racional de justificar lo que estaba
sucediendo. Estaba dormida, se dijo a sí misma. Se había quedado
dormida y esto era una extraña pesadilla. De un momento a otro
despertaría y todo estaría bien. Ella iba a despertarse. ¡Tenía que
despertarse!
Amber cerró los ojos con fuerza, pero la luz era tan brillante que se
filtraba a través de sus párpados. Se rogó a sí misma despertar. En
cambio, la inconsciencia la sorprendió de golpe, como si se cerrara una
puerta. La joven entró en su negrura con alivio.
Capítulo 3
—¡No puedo creer que hayas hecho esto, Actian!
—Y no puedo creer tu ingratitud. Cualquier otro hermano de vuelo
se me acercaría de rodillas para tener la oportunidad de obtener un
premio como este. La apuesta por los otros comienza en más de un
millón de créditos".
—Sabes que te apoyo, Actian, pero esto…
—¡Y deberías estar doblemente agradecido! Elegí este
especialmente para ti. ¡Mira! Es el que has estado observando durante
meses.
Amber gimió. Estaba acostada en un suelo frío, con la cabeza
dándole vueltas. Ella parpadeó mientras trataba de enfocar su visión.
Seguía oyendo las voces que la habían despertado, acompañadas de un
susurro extraño y constante como el viento entre las hojas.
—Por favor, devuélvela —rogó uno de ellos. —Rápidamente, antes
de que ella despierte. No puedo formar parte de esto.
—Es demasiado tarde, hermano. Ella ya está sentada.
Amber se apoyó sobre sus manos, llevándose una a su dolorida
cabeza. Una oleada de colores nadó ante sus ojos, dejando entrever
por fin dos figuras. Hombres, pensó, con capas. Uno la llevaba marrón y
naranja, el otro en verde pálido brillante. Y maquillaje también. ¿Eran
disfraces? Pero, había algo raro en sus ojos. El de la capa oscura se
volvió hacia ella mientras se movía; la alcanzó. Vio que la capa
temblaba extrañamente y luego se abría, extendiéndose. No era una
capa, sino alas. Ella gimió, con un sonido agudo y repentino de miedo
animal, y se lanzó hacia atrás. La extraña criatura se retiró,
estremeciéndose, con sus alas cerrándose detrás de él rápidamente.
—Debes superar tu aprensión, Atropos —dijo la criatura de verde,
sacudiendo la cabeza. —Este es el camino del vuelo ahora. Os dejaré a
ti y a tu mascota para que os familiaricéis.
Giró haciendo un barrido con sus enormes alas y, separando un
conjunto de pesadas cortinas detrás de él, despegó.
Lentamente, Amber tomó conciencia de su entorno. La habitación
en la que estaba era circular, el suelo algo parecido al mármol blanco.
Detrás de ella, el círculo se aplastaba en una pared; estaba hecha de
yeso o quizás algún tipo de plástico mate y detallado con arabescos y
patrones en blanco sobre blanco que recordaban al barroco francés y,
sin embargo, le era claramente ajeno.
Una cortina cubría el resto de las paredes; era gruesa y
aterciopelada como una cortina de teatro, de un rojo tan oscuro que
era casi negra. Por donde la criatura que se había marchado había
dejado la cortina abierta; no podía ver una puerta o una pared, sino una
barandilla baja y decorativa, blanca y tan detallada como las paredes.
No había muebles en la habitación, nada más que ella y la criatura con
las alas de color marrón oscuro. Estaban salpicadas por distintos
lugares con naranja y oro.
Cuando se giraron para mirar al otro irse, vio un patrón en colores
dorado y tostado en la parte posterior de sus alas. La forma era
abstracta pero fácilmente reconocible como una calavera. Se apretó
contra la pared del fondo, temblando, cuando ese ser se giró para
mirarla de nuevo.
—Por favor, no tengas miedo —dijo la criatura, avanzando
lentamente hacia ella. —No voy a lastimarte.
Amber se acercó con más fuerza a la pared, con los ojos muy
abiertos; un sollozo aterrorizado se le escapó mientras las lágrimas le
corrían por las mejillas.
—Todo va a ir bien —le suplicó la criatura, arrodillándose
lentamente frente a ella. —Encontraré una manera de arreglar esto, lo
prometo. Por favor, no llores.
Era mucho más grande de lo que le había parecido al principio. A
medida que se acercaba a ella, se dio cuenta de que era más alto y
ancho que cualquier humano que hubiera conocido. Su amplio tórax
era más ancho que dos de sus pies de lado a lado. Podría haber
cubierto su rostro por completo con una mano. El corazón de Amber se
tensó en su pecho, acelerando su latido más rápido de lo que nunca
había sentido. La criatura la alcanzó y, en respuesta, Amber chilló,
apartó la mano y pasó a toda velocidad hacia la cortina abierta.
La criatura le gritó que se detuviera, pero la muchacha apenas
podía pensar, atrapada en su propio pánico. Golpeó la barandilla a la
altura de la cintura y voló sobre ella, cayendo.
Gritó, agarrando los barrotes justo a tiempo para detenerse
cuando se dio cuenta de que la “habitación” en la que había estado era,
de hecho, un balcón, uno de los miles que ahora la rodeaba, que
sobresalía en un espacio abierto y esférico. Los balcones, muchos de
ellos con cortinas similares a esta, estaban llenos de vegetación. Vides y
flores trepaban y caían en cascada desde todas las superficies. El
edificio, si eso era lo que era aquella estructura, era enorme, más
grande que cualquiera en el que hubiera estado.
Apenas podía comprenderlo, al menos no mientras colgaba de un
balcón que estaba a una altura similar a la longitud de varios campos de
fútbol. El ruido se hizo notar inmediatamente. El aire estaba lleno de
criaturas como las dos que había visto antes, deslizándose con gracia
entre los balcones. Eran cada sombra del arco iris y algo más. Vibrante
escarlata y negro, cobalto brillante ribeteado en oro. Marrones
profundos del bosque y joyas verdes.
Aunque sus cuerpos parecían en su mayoría humanoides, su
coloración, piel y cabello seguían los patrones de sus enormes y
hermosas alas. Los vio descender, deslizarse y revolotearse uno al otro,
bailando, girando y cayendo. Su balcón estaba cerca de lo que suponía
que era la parte superior de la cúpula, pero cerca de su punto central,
vio a las criaturas realizando una delicada maniobra de aleteo para
enderezarse mientras la gravedad parecía invertirse.
La cabeza de Amber dio vueltas y por un momento tuvo miedo de
desmayarse y caer. Luego una mano se cerró alrededor de su muñeca y
la levantó.
Levantó la vista cuando la criatura con la calavera en sus alas, la
levantó fácilmente sobre la barandilla y la abrazó. Sus ojos eran grandes
y negros y de alguna manera familiares.
—Por favor, ten cuidado —dijo, recostándola suavemente sobre
sus pies. —No sobrevivirías a una caída así.
Miró a la criatura con cautela, incapaz de creer que no estaba en
peligro a pesar de sus palabras.
—¿Qué está pasando? —dijo, con voz temblorosa. —¿Dónde
estoy?
—No creo que realmente quieras saber eso —dijo, con expresión
preocupada. —Solo te molestaría. Voy a arreglar esto y estarás en casa
antes de que te des cuenta.
—¡No, quiero saberlo! —Amber puso las manos en sus costados
mientras exigía la verdad, temerosa de que aquella cosa la atacara. —
¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
La criatura la miró tristemente por un momento.
—Sabes quién soy —dijo. —Me conoces. Escuchaste a Actian decir
mi nombre.
—Estás mintiendo —dijo Amber de inmediato, sacudiendo la
cabeza. —¡Es imposible que seas él! ¡Dime la verdad!
La observó por un momento con su mirada solemne, luego tocó
una extraña mancha opalina en su muñeca izquierda. Sucedió una
ondulación de escamas iridiscentes como las de sus alas, que pasaron
sobre él como una ola y dejaron a la vista a un ser de apariencia
humana, un hombre.
Atropos la miró, tan guapo y familiar como siempre había sido.
—Esta fue la mentira, Amber —se señaló a sí mismo con el ceño
fruncido. —Esta es la verdad.
En otro parpadeo de escamas, volvió a convertirse en un monstruo
de nuevo.
—¿Qué eres? —preguntó Amber, con un susurro de sorpresa en su
voz.
—Por eso no podía pasar la noche contigo —dijo. —No soy
humano. Ni siquiera soy de la Tierra. Esta es mi nave.
—He sido secuestrada por extraterrestres —dijo Amber en silencio
y muy lentamente se sentó en el suelo. Puso la cabeza entre sus manos
y después de un momento, comenzó a sollozar.
—Por favor, no llores —suplicó Atropos. —Voy a encontrar una
manera de enviarte a casa, lo prometo. Esto nunca debería haber
pasado.
—¿Y qué es lo que tenía que haber pasado? —preguntó Amber,
con la voz llena de emoción mientras se limpiaba las lágrimas de las
mejillas. —¿Qué estabas haciendo en la Tierra? ¿Alguien más sabe que
estás aquí?
—Es... complicado —dijo Atropos con el ceño fruncido. —Pero no,
eres el único humano que nos conoce.
—¿Qué pasa con el Gobierno? —preguntó Amber. —El Área 51 y el
programa SETI?
Atropos se echó a reír cargado de ansiedad.
—Su Gobierno ni siquiera puede mantener en secreto los
escándalos personales de su presidente —dijo. —Si alguno de ellos
hubiera tenido contacto con nosotros, lo sabrías. Y seguramente
alguien se estaría beneficiando de ello.
Amber, abrumada, gimió y puso su rostro entre sus manos. Ella se
estremeció al sentir que Atropos le ponía una mano en el hombro. Se
había arrodillado delante de ella otra vez. Él retrocedió tan pronto
como ella se apartó de él, pero el alienígena le ofreció una mano.
—Por favor —dijo. —Permíteme explicarte.
Amber miró la mano con desconfianza.
—No planeas diseccionarme ni nada, ¿verdad? —preguntó la
joven.
—Por supuesto que no —dijo de inmediato y, aún cautelosa pero
insegura, ella le tomó la mano. La ayudó a ponerse de pie y la condujo
hacia la pared desnuda.
—Al nivel del jardín, por favor —dijo al aire, y de inmediato, una
puerta apareció en la pared, abriéndose a la perfección en lo que
parecía un ascensor.
—Generalmente volamos entre todos los lugares de la nave —dijo.
—Pero creo que lo encontrarías innecesariamente angustiante. Y no
estoy seguro de estar listo para el resto del vuelo sabiendo que estás
aquí todavía. Hablando de eso...
Habló de nuevo al aire, en una taquigrafía de fuego rápido que
Amber apenas reconoció, que incluía sus medidas. De inmediato, una
prenda brilló en la mano. A diferencia de la ropa suelta y oscura que
llevaba debajo de las alas, era gruesa y rígida.
Se dio cuenta de que era una capa cuando él la colocó sobre sus
hombros. Sus colores eran sombras de marrón pálido, como una polilla
polvorienta. Se cerraba en un grueso cuello de plumas similar al collar
de pelaje negro que ocultaba la garganta de Atropos y la parte superior
de sus alas donde se encontraban con su espalda.
—Es un poco simple —dijo en tono de disculpa mientras lo
sujetaba a su cuello. —Pero es mejor si no atraes la atención en este
momento.
—¿Por qué no? —preguntó Amber. —¿Qué está pasando
exactamente?
—Te lo explicaré todo —dijo Atropos, instándola a subir al
ascensor. —Por favor, ten paciencia.
Amber se mordió el labio, luchando contra el impulso de exigir
respuestas ahora. Ella apenas se sentía unida a él. No estaba segura de
si esta criatura, este alienígena que actuaba como el hombre del que se
había enamorado, estaba ayudando o empeorando las cosas. La siguió
al ascensor y ella contuvo el aliento cuando comenzó a descender. La
parte delantera del elevador era de cristal y observó con un asombro
que no pudo disimular cómo descendían por el laberinto de balcones.
La vida vegetal que creció desenfrenada a través de las estructuras
fue aún más exuberante y extraña de lo que había pensado al principio.
Las flores que crecían en todas partes eran hermosas y extrañas, del
tamaño de platos y en colores y formas que nunca había imaginado. Las
únicas cosas más espectaculares fueron los alienígenas que volaron
entre ellos, una docena de veces más vibrantes y maravillosos.
—El interruptor de gravedad puede desorientar un poco —le
advirtió Atropos mientras se acercaban al centro de la esfera. —Tan
sólo agárrate de las asas.
Hizo un gesto hacia algo con forma de palanca que salía de la
pared. Lo agarró con gesto nervioso, rápidamente.
No fue tan abrupto como había temido que fuera; el ascensor se
desaceleró para hacerlo menos brusco. Pero todavía era sorprendente
sentir de repente que sus pies abandonaban el suelo. El asa se balanceó
lentamente, pero manteniendo todo bajo control, volviéndola boca
abajo en la repentina ausencia de gravedad. No pudo evitar una risa de
confusión mientras su cabello flotaba frente a su cara. Atropos se
movía con natural gracia y facilidad en el aire, girándose hacia lo que
había sido el suelo cuando la gravedad lentamente comenzó a
reafirmarse, empujándolos hacia lo que había sido el techo. Amber
negó con la cabeza confundida cuando el suelo cayó, tropezando
cuando sus pies aterrizaron en el nuevo suelo.
—¡Santo Dios! —murmuró, girando la cabeza.
—Puede que tardes en acostumbrarte —dijo Atropos
amablemente. —Tómate tu tiempo.
—Nunca pensé que llegaría a sentir la gravedad cero —dijo, muy
asombrada. Atropos sonrió.
—Entonces creo que realmente te va a gustar lo que te voy a
mostrar a continuación.
***
Las puertas del ascensor daban a un exuberante jardín interior.
Amber siguió a Atropos, con los ojos muy abiertos, desconcertada
cuando salieron a lo que parecía ser el fondo de la esfera. Los balcones
todavía se alzaban a su alrededor, pero la astilla inferior de la esfera se
había aplanado en un espacio circular donde la vegetación que llenaba
todo el barco se congregaba alrededor de una enorme fuente.
Esculturas abstractas en mármol blanco se dispersaron entre las flores
masivas. Cuando Atropos la condujo hacia ellos, Amber se dio cuenta
de que las estatuas estaban grabadas con elaboradas escenas de vida
extraterrestre.
—Mi gente se llama Lepidopterix —explicó. —Nuestro mundo
natal está muy, muy lejos de aquí. Lo he visto solo una vez.
—¿Por qué? —preguntó Amber sorprendida por la idea de estar
tan lejos y tan desconectada de la Tierra. Atropos hizo un gesto hacia
uno de los relieves tallados en la estatua, que representaba a un gran
alienígena apuntando hacia adelante, un millar de barcos avanzando
desde sus alas.
—No estamos seguros —explicó. —Todo lo que conocíamos se
perdió. Un desastre nos expulsó de las costas de nuestro hogar. Así que
salimos al universo para encontrar nuevos mundos y nuevos
conocimientos. Pero hubo... dificultades.
Hizo un gesto hacia otra talla, donde dos alienígenas se abrazaban,
las cabezas inclinadas con tristeza. Debajo de ellos, otros
extraterrestres levantaron lo que parecía una gran oruga del cuerpo de
otra criatura, de apariencia vagamente canina.
—La exposición a la radiación estelar hizo que muchas de las flotas
colonizadoras fueran infértiles —explicó Atropos. —Recurrieron a otros
medios de reproducción para mantener viables sus poblaciones.
Idearon una forma de albergar un cigoto lepidóptero en el útero de
otra especie compatible. Al principio era destructivo e ineficiente, pero
los colonos tenían muy pocas opciones.
Amber palideció, mirando el cuerpo del alienígena canino y
comenzando a preocuparse porque sabía hacia dónde se dirigía la
conversación. Atropos continuó hacia otra estatua. La talla de esta vez
representaba estrellas cayendo hacia un planeta. La gran figura de
antes yacía cubierta por sus alas.
—Estábamos al borde de la extinción —continuó Atropos. —
Nuestros métodos eran demasiado peligrosos para el cuerpo del
huésped; la mayoría de las veces eran fatales, y nos estábamos
quedando sin ganado demasiado rápido. Y luego encontramos la Tierra.
Los planetas con vida compleja son increíblemente raros, pero el tuyo
estaba en el límite hace unos dos millones de años, ¿entiendes?
—Dos millones… —la cabeza de Amber giró ante las implicaciones
que suponía ese número. —¿Quieres decir que llegasteis a la tierra
desde el nacimiento de mi especie?
—Desde el nacimiento de todo tu género, en realidad —la corrigió
Atropos. —Había muchas variedades de homo sapiens en esos días,
antes de que tu especie, homo sapiens sapiens, evolucionara. En ese
momento, erais menos inteligentes que otras especies de simios que
todavía existen hoy. No teníamos idea de en qué os ibais a convertir.
—Tuvisteis… —Amber sostenía a duras penas su dolorida cabeza,
completamente abrumada por las revelaciones que Atropos estaba
haciendo sobre el pasado de su especie. —¿Estás diciendo que nos
hicisteis? ¿Influisteis en nuestra evolución hacia una civilización
inteligente?"
—Por supuesto que no —dijo Atropos inmediatamente. —Sin
embargo, estabais de camino a ello. E hicimos un esfuerzo para tener el
menor impacto posible. Nuestros primeros experimentos pueden haber
contribuido a la disminución de algunas especies convergentes de
homo sapiens, pero en general, tuvimos tan poco impacto como nos
fue posible.
—Entonces, qué, ¿secuestrasteis a los primeros homínidos? —
preguntó Amber, confundida y abrumada, —y tú, ¿qué? ¿Pusiste tus
huevos en ellos?
—Nada ocurrió como estás contando —dijo Atropos con el ceño
fruncido. —Los primeros días hubo un poco de desorden, sí, pero
siempre fuimos lo más humanos posible, incluso en ese primer
encuentro. Los receptores fueron sedados y pasaron toda la incubación
dormidos. Los que sobrevivieron fueron depositados nuevamente en la
Tierra exactamente de donde habían sido llevados, sanos, ilesos y sin
ningún recuerdo del incidente. Y con nuestra prole de jóvenes sanos,
volvimos a nuestro mundo de origen.
Hizo un gesto hacia la estatua donde se mostraba nuevamente el
planeta que habían dejado, esta vez sin ninguna marca sino con un
símbolo como una V ancha y al revés.
—Cualquier desastre que nos expulsó de nuestro hogar había
terminado —dijo. —Pero no quedaba vida allí. Comenzamos el difícil
proceso de reconstrucción y pronto nos encontramos con que nuestra
población disminuía una vez más. Regresamos a la Tierra para
conseguir nuevas generaciones. Y pronto, la tradición migratoria
comenzó como algo natural.
Indicó otra talla, ésta mostrando un grupo de alienígenas
triunfantes volando entre dos planetas.
—El viaje de la Tierra a nuestro mundo natal y de regreso tarda
unos setenta años —continuó. —Nuestra tecnología ha mejorado lo
suficiente como para que solo necesitemos mantener al huésped
durante una semana, y el proceso ya casi nunca es fatal. En muchos
casos, devolvemos a los humanos con una salud mejor que la que
tenían cuando los elegimos. Los jóvenes maduraban durante el viaje.
Cuando llegan al planeta de origen, son lo suficientemente mayores
como para unirse al próximo vuelo y transmitir sus genes a la próxima
generación.
—Espera —dijo Amber, respirando con dificultad mientras
intentaba procesar toda la información. —Pero la infertilidad de la
radiación debería haber afectado solo a las primeras generaciones.
¿Por qué no han vuelto a la procreación tradicional?
Atropos parecía un poco incómodo, mirando hacia otro lado.
—No podemos —respondió. —Han pasado dos millones de años.
Casi 30,000 generaciones de mi gente. No puedo decir por qué, pero no
volvimos a la antigua forma al principio. Tal vez teníamos miedo, o
hubo otras complicaciones. Pero ahora, ya ha pasado demasiado
tiempo. Hemos perdido la capacidad de reproducirnos de otra manera.
—¿Perdido? —Amber lo miró desconcertada. —¿Qué quieres decir
con que no puedes decir por qué? ¿Cuáles son todos estos detalles que
no sabes? ¿Tienes esta nave, toda esta tecnología avanzada, pero no
puedes inventar un útero artificial? ¿Me estás mintiendo? o ¡hay algo
que funciona realmente mal aquí.
Atropos miró hacia otro lado, preocupado, y sus alas revolotearon
agitadas.
—Déjame mostrarte algo primero —dijo. —Por favor.
Amber, frustrada pero sin saber qué hacer, lo siguió. No podía
reconciliar a esta enorme criatura, con calma, ¡casi con orgullo!,
explicando cómo su especie había estado usando la suya como
sustitutos involuntarios durante millones de años, con el hombre
amable y gentil que había conocido en la Tierra.
La condujo hacia la enorme fuente, y ella se dio cuenta de que
había una rampa que se inclinaba debajo de ella. La acompañó hacia
abajo, debajo del jardín, y sus ojos se agrandaron cuando entró en la
curva inferior de la esfera que, al parecer, estaba hecha
completamente de vidrio. O algo más resistente, tal vez, y cristalino.
Sus bordes eran ásperos y gruesos, proyectando luces de arco iris. Y
más allá de ellos, el espacio extendido, infinito y hermoso.
Debajo de ellos, la Tierra giraba, gloriosa e imposible, del azul más
brillante que Amber sintió que podía describir; un mármol
arremolinándose con vetas de nubes blancas y fragmentos de verde
como copos de oro en un postre caro. Cayó de rodillas sobre el cristal,
mirando a su planeta natal girando como un adorno navideño debajo
de ella. Los bordes de su visión se oscurecieron cuando su corazón
martilleó, su respiración se aceleró demasiado.
—Sé cuánto siempre deseaste poder ir al espacio —dijo Atropos
suavemente. —Y sé que esto no es exactamente como lo imaginabas,
pero espero que esto al menos mejore un poco las cosas.
—Creo que voy a vomitar —respondió Amber, y luego se desmayó.
Capítulo 4
Al despertarse, mantuvo los ojos cerrados con la sincera esperanza
de que todo hubiera sido un sueño. Pero se dio cuenta rápidamente de
que las sábanas de seda en las que estaba acostada no eran las suyas.
Podía oír el susurro persistente de las alas no muy lejos. Ella todavía
estaba en el barco.
Abrió los ojos lentamente para observar su entorno. Estaba
acostada en una amplia cama redonda cubierta con las sábanas más
suaves y cómodas que había tocado jamás. La cama estaba en el centro
del balcón con el que se había despertado, oscura excepto por un
destello de luz blanca visible a través de un hueco en las cortinas. En
esa tenue luz, podía ver a Atropos, recortado contra la abertura,
completamente inmóvil.
Lentamente, ella se deslizó fuera de la cama. No reaccionó al suave
sonido. Curiosa, ella se acercó, aprovechando la oportunidad para
examinarlo más a fondo. Era más grande que la mayoría de los otros
alienígenas que ella había visto. Más alto y más ancho de hombros.
Como había sido cuando era humano y fue construido como un bruto,
muy pesado y poderoso.
El patrón de sus alas también era decididamente amenazante con
su dramático patrón de calavera. Largas antenas emplumadas se
deslizaban con gracia de su frente. Sus rasgos bajo el extraño color
gris—negro carbón de su piel no eran tan diferentes de cuando había
sido humano, aparte de los ojos. Mientras Amber se movía lentamente
alrededor de él, Atropos no reaccionó.
Miró fijamente el espacio entre las cortinas, inmóvil, excepto por el
movimiento lento y ocasional de sus alas, que parecía acompasarse con
su respiración. Ella frunció el ceño, confundida y lentamente levantó
una mano para agitarla frente a sus ojos. Él parpadeó y la miró,
ligeramente sorprendido.
—Oh —dijo. —Estas despierta.
—¿Estabas dormido de pie? —preguntó Amber. —¿Con los ojos
abiertos?
—No duermo —respondió con una pequeña sonrisa. —Cuando
estamos cansados, o tenemos mucho frío, o acabamos de comer
demasiado, podemos quedarnos inactivos, pero no es un sueño
verdadero.
—Qué extraño —dijo Amber, dando un paso atrás.
—¿Te sientes mejor? —preguntó. —Me asustaste, desmayándote
así en el observatorio.
—Estaba bastante abrumada —admitió. —Dios, todavía lo estoy.
¡Estoy en el espacio, hablando con un extraterrestre! No lo sé. Creo que
probablemente lo estoy llevando bastante bien.
Ella emitió una risa nerviosa y confusa; luego sacudió la cabeza,
tratando de no volverse loca.
—Lamento mucho que te haya sucedido esto —dijo Atropos, con el
ceño fruncido en su rostro. —No debería haber ocurrido.
—¿Y por qué fue así? —preguntó Amber.
—Eso es… complicado —Atropos miró hacia otro lado en un gesto
que Amber estaba empezando a reconocer como una señal de que
quería evitar responder a la pregunta. —Debes tener hambre. Déjame
traerte algo de comer.
—Realmente preferiría escuchar por qué es tan complicado —
insistió Amber, pero Atropos ya se estaba alejando de ella, emitiendo
una orden a la computadora en una taquigrafía tan rápida que, aunque
estaba bastante segura de que estaba en inglés, Amber apenas podía
entenderlo. La luz se encendió sobre ellos, iluminando la tenue
habitación del balcón. La cama desapareció en un destello de luz y fue
reemplazada por una mesa blanca, una pequeña y redonda de hierro
forjado como las que se ven fuera de los cafés parisinos.
—Francés de nuevo —Amber murmuró mientras se sentaba en
uno de los delicados taburetes blancos que habían aparecido a su lado.
—¿Te adjudicaron el estilo barroco?
—Al revés, en realidad —explicó Atropos, sentado frente a Amber.
—Nos hemos inspirado mucho en varias culturas humanas a lo largo de
los años. Este período fue particularmente popular entre el vuelo en el
que nací y por eso todavía lo favorezco.
Mientras se sentaba, la superficie de la mesa brillaba iridiscente y
los platos aparecieron ante los dos. Amber frunció el ceño ante la
comida con curiosidad, que parecía varias frutas y hierbas en rodajas en
algún tipo de jarabe.
—¿Es seguro para mí comer esto? —preguntó la joven.
—Por supuesto —dijo Atropos de inmediato, mordisqueando el
suyo. —No es nada que no hayas comido otras veces.
Amber dio un mordisco cauteloso y reconoció el sabor del
melocotón.
—¿También nos robasteis los melocotones? —preguntó Amber,
desconcertada. Aparte de melocotones, había peras y semillas de
granada en su plato. El jarabe en el que estaban empapados era casi
dolorosamente dulce.
—Ese realmente vino de nosotros —respondió Atropos. —Al
principio, se discutió sobre la colonización de tu planeta, y se
sembraron algunas de nuestras plantas nativas, incluido el antepasado
del melocotón moderno. El plan finalmente se abandonó por varias
razones, pero es una de las únicas formas duraderas con las que hemos
alterado tu planeta. Uno de nuestros experimentos para probar la
habitabilidad de la Tierra para nosotros son las mariposas y las polillas
que tenéis.
—Entonces no construisteis las pirámides —dijo Amber, fascinada
a pesar de sí misma. —Pero inventasteis melocotones y mariposas.
—Parece que sí —dijo Atropos con una pequeña sonrisa. —
Aunque, las plantas originalmente dejadas en tu planeta no se parecen
mucho a lo que tenéis ahora. Dos millones de años de cultivo las han
cambiado y diversificado de manera espectacular. Pero la mayoría aún
son comestibles para nosotros, en realidad, preferimos las variedades
de la Tierra. No creo que nuestra especie haya sido particularmente
buena en la agricultura.
La mente de Amber se revolvió con una mezcla confusión y una
especie de deleite por lo que estaba aprendiendo. Tomó otro bocado
de su desayuno, descubriendo que el durazno y la albahaca eran en
realidad una combinación bastante deliciosa. Pero ese jarabe era
demasiado dulce para ella.
—¿Cómo hablas tan bien inglés? —preguntó Amber. Atropos
parecía vagamente incómodo de nuevo.
—Lo aprendí como parte de mi misión —explicó. —Pero todos aquí
hablan una gran variedad de idiomas humanos. Principalmente
mandarín.
—¿Por qué? —preguntó de nuevo. —Cómo es tu lengua materna?
Atropos se movió incómodo.
—No lo sé —dijo al fin. —No lo sé. Nadie lo sabe.
Los ojos de Amber se abrieron enormemente en gesto de
confusión.
—No entiendo —dijo. —¿Cómo puedes no conocer tu propio
idioma?
—Se perdió —dijo, mirando hacia otro lado. —Junto con muchas
otras cosas. Ha pasado mucho tiempo desde que comenzaron las
migraciones.
Amber guardó silencio por un momento, esperando que
continuara. Atropos frunció el ceño ante su plato, incómodo, durante
un largo rato.
—Ya no entendemos la mayor parte de nuestra propia tecnología
—confesó. —Sabemos cómo hacerla funcionar, pero no su mecanismo,
cómo solucionar sus problemas, cómo hacerlo avanzar. Casi todo está
automatizado. Se habla de que una vez que abandonamos nuestra
tierra natal, la educación avanzó, pero la tecnología que aún persiste
allí está obsoleta. Fue más fácil aprender el idioma de los humanos que
aferrarse a los restos de nuestro propio idioma.
Amber se reclinó en su asiento, desconcertada.
—Siempre esperé conocer algún día a los extraterrestres —dijo. —
Nunca pensé que sería así.
—No es como hubiera querido que sucediera —acordó Atropos.
—Bueno —Amber se sentó de nuevo y apartó su plato. —Ya has
eludido la pregunta lo suficiente. ¿Por qué estoy aquí? ¿Voy a ser
utilizada como incubadora?
—No —dijo Atropos rápidamente. —No, absolutamente no. Estás
aquí porque...
Se quedó en silencio por un momento, intentando buscar las
palabras correctas, la forma de explicárselo.
—Eres un regalo —dijo finalmente con un suspiro. —No, eres un
soborno. Una trampa para hacerme cómplice de los planes de mi
hermano. Me enviaron a la Tierra, específicamente a América del
Norte, para buscar incubadoras. Particularmente de alta calidad.
—¿Alta calidad? —preguntó Amber con el ceño fruncido, con
preocupación creciente.
—Te dije que estamos influenciados por la cultura humana —
continuó Atropos, desviando la mirada vergonzosamente. —Siempre ha
habido algo así como un “mercado negro” para artículos humanos.
Películas, música, ropa, chocolate y especias. Pero recientemente, ha
habido más... demandas extremas.
Se lamió los labios con una lengua gris oscura. Amber, ansiosa,
esperó a que continuara.
—Todos somos hermanos de vuelo en esta nave —dijo. —Nacimos
juntos. Aún tenemos concepto de familia, como lo hacen los humanos.
Mi padre donó su genética a dos descendientes, a mi hermano de ala,
Actian y a mí. Mi padre fue el líder de vuelo durante su migración;
estaba destinado a ser Rey cuando regresáramos. Eligió a Actian como
su heredero, para convertirse en líder de vuelo y un día, Rey. Actian
es...
Hizo una pausa, miró hacia otro lado incómodo.
—Ambicioso —terminó por fin. —No está satisfecho con nuestros
caminos.
—Por favor, dime que quiere dejar de usar humanos para
reproduciros —dijo Amber, deseosa de oírlo a pesar de que su instinto
le decía lo contrario.
—Me temo que no —respondió Atropos. —Pero desprecia nuestra
debilidad, la pérdida de nuestra cultura y conocimiento. Desea volver a
reconstruir el Imperio que alguna vez fuimos. Se siente impulsado por
las esperanzas y expectativas de todo el vuelo. Tiene la intención de
hacerlo mediante alianzas con otras especies.
—¿Hay otros extraterrestres? —Amber se enderezó; la curiosidad
se apoderó de ella nuevamente.
—Muchos —confirmó Atropos. —Aunque pocos se aventuran tan
lejos en el espacio. La necesidad de conquistar y explorar parece ser
principalmente un impulso humano. Según mi experiencia, la mayoría
de las razas tienden a permanecer dentro de sus propios sistemas
estelares. Pero hay algunos otros que, por el motivo que sea, deben
abandonar sus plantetas de origen. Actian se ha reunido con
representantes de algunos de estos expatriados y tiene la intención de
reunirlos como aliados.
—¿Y entonces qué? —preguntó Amber, nuevamente ansiosa. —
¿Para qué está reuniendo aliados?
—Tiene la intención de llevar una parte de la población humana de
vuelta a nuestro mundo de origen —explicó Atropos. —Para poner fin a
las migraciones; de forma permanente.
Amber se recostó su silla, con el estómago revuelto al darse cuenta
de lo que eso significaría para los cientos, quizás miles de personas
secuestradas.
—¿Y yo qué? —preguntó ella. Su voz sonaba un poco ronca por la
confusión. —Tu hermano me está usando para sobornarte, pero ¿para
qué? ¡Ve al grano!
—Actian tiene la intención de realizar una subasta —explicó
Atropos, con expresión sombría. —Sus aliados se unirán a él aquí en
una semana, cuando la incubación esté casi completa. Me ordenó
seleccionar varias anfitriones humanas ideales. Jóvenes, sanas,
atractivas. Los venderá a nuestros aliados para asegurar su apoyo y
mostrarles el valor del nuevo comercio humano que creará.
—Oh Dios mío —Amber se sintió mal del estómago. —¿Y eso es lo
que soy para ti? ¿Algún tipo de juguete elegante?
—Yo no pedí esto —declaró Atropos. —Nunca te trataría de esa
manera. Actian nunca ha pasado tiempo entre humanos. Él no te
entiende como pueblo.
—Bueno, entonces, ¡hazle escuchar! —Amber se puso de pie tan
bruscamente que la mesa se tambaleó, estabilizándola mientras
golpeaba sus palmas contra la superficie. —¡No podemos dejar que
haga esto! ¡Todo esto, las migraciones, todo tiene que parar!
—Amber —dijo Atropos suavemente. —Estás hablando de la
extinción de mi especie. La única forma de poner fin a las migraciones
es dejar que mi gente muera o seguir el plan de Actian. Las migraciones
siguen siendo la opción más viable.
—¡Sois despreciables! —insistió Amber. —¡Estás secuestrando
gente e inseminándola contra su voluntad!
—Nadie sale herido —insistió Atropos, hablando suavemente como
si fuera un niño molesto. —Ni siquiera saben que se fueron, ni lo que
ocurrió.
—¡Sigue estando mal! —gritó Amber, tratando de hacerle
entender. —¡Los estáis usando, usando sus cuerpos, sin su
conocimiento o consentimiento! Y no tienes idea de lo que podría
causarles la desaparición durante una semana. ¿Qué pasaría si tuvieran
hijos dependiendo de ellos? ¿Qué pasa si pierden sus trabajos por
desaparecer por una semana? ¿Cómo explican ese tiempo perdido a
sus familias y a todas las personas que forman parte de sus vidas?
¡Podrías arruinar la vida de las personas, hacer que maten a otras
personas y, sin embargo, seguir actuando como si no tuviera ningún
impacto! Y tal vez nadie se dio cuenta hace setenta años, pero ahora
tenemos Internet y cámaras en todas partes, y estas personas que
perdieron la misma semana de sus vidas se encontrarán.
Atropos estaba un poco pálido al final, pero Amber todavía no
estaba segura de si entendía lo que le estaba diciendo.
—No lo entiendes —dijo. —Actian es el líder del vuelo. No puedo
contradecirle, incluso si creo que su decisión es incorrecta. Y no puedo
pedirle que condene a toda nuestra especie por ti.
—Entonces eres igual de monstruo que él —declaró Amber,
empujando la mesa mientras se alejaba de ella, deseando salir de allí.
—¡Y no quiero tener nada que ver contigo!
—Amber —dijo Atropos; su tono dejó claro que pensaba que ella
no estaba siendo razonable.
—¿Me responderá esa cosa de la computadora? —preguntó de
repente sin volverse hacia él.
—Bueno, sí, por supuesto —respondió Atropos. —Pero no veo por
qué...
—¡Computadora, pared! —exigió Amber, señalándola.
Inmediatamente y con un golpe final, un muro surgió entre ella y
Atropos, dejándolo fuera. Estaba segura de que él podría pedir una
puerta si quería, pero no creía que lo hiciera.
—Amber —lo escuchó llamar a través del material de yeso plástico
de la pared. —¡No puedes esperar de verdad que haga esto!
—¡Fui una idiota por hablar contigo! —gritó ella. —No puedo creer
que fuera tan estúpida como para pensar que un tipo así estaría
interesado en alguien como yo. ¡Debí haber adivinado que eras un
monstruo disfrazado desde el principio!
—Amber, por favor...
—¡Déjame sola!
Hubo un largo momento de silencio; luego oyó sus pasos retirarse y
el susurro de la cortina cuando Atropos salió. Ella suspiró aliviada.
Necesitaba tiempo para procesar todo lo que acababa de enterarse.
—¿Computadora? —ella dijo esperanzada. —¿Cama?
La misma cama en la que se había despertado se apareció del suelo
obedientemente, y Amber se tumbó sobre ella con alivio, tapando su
cabeza con las mantas. Sus emociones eran un desastre. Parte de ella
todavía estaba eufórica. ¡Estaba en el espacio! ¡Había conocido a
extraterrestres! Por otro lado, el miedo, el asco y la amarga decepción
se desataron. Le había gustado tanto el Atropos de la Tierra...
Para que él resultara ser... esto, empeñado en usar su especie
como incubadoras vivas, contento de dejar que su hermano esclavizara
a la humanidad... Amber nunca se había sentido tan traicionada. Y no
sabía cómo iba a salir de eso. No sabía cómo escapar de esta nave sola.
No estaba segura de poder hacerlo. Cerró los ojos y esperó a que
pasara la tormenta de sentimientos.
Pero eso ya no iba a ser suficiente, ¿verdad? No podía
simplemente cerrar los ojos y esperar a que esto desapareciera como
cuando era niña, acobardada por las tormentas eléctricas o los ruidosos
hijos de la vecina o cualquiera de las otras cien cosas que la asustaban.
Esto era rea, estaba sucediendo, y si no lo aceptaba, solo Dios sabía
lo que le pasaría. Ella era científica, maldita sea. La mejor de su clase,
camino a la NASA. Era mejor que esto, encogida debajo de las mantas
como una niña. Y lo iba a demostrar, de una forma u otra.
Capítulo 5
Pasó algún tiempo antes de que Atropos regresara. No estaba
segura de si tenían un concepto de día y noche considerando que
habían vivido en una nave espacial desde que nacieron y no dormían.
Pero parecía que había pasado una noche. Amber lo escuchó golpear el
exterior de la pared.
—¿Amber? —dijo, su voz amortiguada a través de la barrera. —
¿Puedo hablar contigo?
—Computadora, puerta —la voz de Amber fue cortante, seria,
centrada en su tarea actual. Una puerta apareció en la pared a su orden
y Atropos entró, con los ojos muy abiertos por lo que vio.
Amber se sentó en la cama, vistiendo una simple camisa blanca y
pantalones largos, no la ropa con la que había llegado allí. Paneles de
luz como pantallas de ordenador flotaban en el aire a su alrededor.
Estaban llenos de textos que cambiaban cuando ella se desplazaba por
ellas o las descartaba, pasando los dedos por la pantalla hasta que se
disolvían en motas de luz y se dispersaban, revoloteando como una
nube de polillas.
Dibujó intensamente notas en el aire con un dedo, casualmente
como si hubiera estado estudiando de esta manera toda su vida. Había
hecho que la computadora le diera una ducha y un cambio de ropa. La
exitosa instalación de la ducha todavía se encontraba en una esquina.
Pero la habitación estaba abarrotada de intentos fallidos y
experimentos, extrañas formas abstractas, mientras aprendía a usar el
programa de replicación de la computadora.
—Oh, bien, has vuelto —dijo, deslizando algunas pantallas fuera
del camino y frotando sus picantes ojos oscuros en círculos. —Tengo
más preguntas.
—¿Que es todo esto? —preguntó Atropos, caminando con cautela
alrededor de aquel desastre. Él sostenía un ramo. —¿Que has estado
haciendo?
—Investigar —respondió Amber, distraída por otra pantalla y
alejándose por un momento para agregar algo a sus notas. —Le pedí a
tu computadora que me mostrara todo lo que pudiera sobre tu cultura,
historia, biología. No estabas bromeando acerca de que hay algunas
brechas significativas en esa información. Apenas se ha registrado nada
durante los primeros millones de años. Y a lo que hay, ya no se pudo
acceder. La computadora dice que requiere la aprobación de un Gran
Fritillary que, por lo que puedo decir, ya no es un rango. Parece que
todos vosotros pasasteis por una fase militarizada hace varios miles de
años, completa con información clasificada, pero ahora se ha
colapsado.
Atropos parecía completamente desconcertado por todo esto.
—Tal vez deberías dejar de hacer todo —dijo, extendiendo la mano
para alejar las pantallas, haciendo que Amber frunciera el ceño. —Te he
traído un regalo.
Le tendió el ramo; un arreglo increíblemente hermoso de flores
brillantes y exóticas del jardín de la nave. El ceño de Amber se frunció.
—Gracias, pero no necesito flores —dijo bruscamente, —estoy más
interesada en encontrar un camino que me saque de esta nave a mí y al
resto de los humanos. Si quieres ayudarme con eso, Lo apreciaría.
Atropos suspiró un poco.
—Sería mucho más fácil para ti si lo aceptaras —dijo suavemente,
sentándose a su lado. —No estarás tan mal aquí. Nunca dejaré que te
hagan daño. Podrás ver el espacio como siempre quisiste, incluso mi
mundo natal cuando regresemos. Te daré todo lo que puedas desear.
—Lo que quiero es irme a casa —dijo Amber e ignoró la culpa que
sentía al ver su rostro caer de decepción.
—No puedo hacer eso por ti —admitió solemnemente. —Lo siento.
Si hay algo más que pueda hacer, lo haré.
Amber miró hacia otro lado con un suspiro frustrado, pero su
estómago gruñó, recordándole lo poco que había comido de la fruta
que él le había traído antes.
—Algo para comer estaría bien —dijo. —La computadora no me da
nada más que esa fruta en almíbar, y es tan dulce que me duelen los
dientes. Necesito algo más sustancioso.
—Entonces lo conseguiré para ti —dijo Atropos inmediatamente;
sus antenas se animaron ante la posibilidad de redimirse. —Espera
aquí. Volveré lo más rápido que pueda.
Amber lo vio irse, sin intención de hacer lo que le había dicho. Se
puso la capa que le había dado la última vez, que parecían alas
marrones. El dobladillo estaba bordeado de blanco, con motas
naranjas, a diferencia de una mariposa Brown Argus. El marrón oscuro
hacía juego con su cabello. Si mantenía la cabeza baja y nadie la miraba
demasiado de cerca, podría confundirse fácilmente con uno de los
Lepidopterix.
—Computadora —dijo. —Escalera.
Había pasado buena parte del día averiguando cómo convencer a
la computadora de que no podía planear ni volar. Pero finalmente la
convenció de que podría crearle escaleras y pasillos. Parecía que el
replicador podía hacer casi cualquier cosa con instrucciones
suficientemente específicas. Si estas fueran demasiado vagas, el
ordenador intentaría rellenar los huecos de una manera similar a las
redes neuronales que Amber había visto en la Tierra, adivinando por
contexto y con cualquier material sobre el que hubiera sido entrenado.
Había jugado con uno durante un tiempo que generaba
exoplanetas aleatorios basados en datos recopilados de planetas reales
conocidos. Pero de vez en cuando, solo el contexto y los datos en bruto
no eran suficientes y la computadora devolvía una entrada que era
contradictoria o sin sentido. Del mismo modo, si eras demasiado vago
con el replicador, obtenías extraños enredos de plástico que solo se
parecían un poco a lo que habías pedido.
Amber se colocó el pelo de la capa alrededor de las orejas y se
apresuró a bajar las escaleras que la computadora abrió en la pared.
Ella no sabía a dónde iba. No sabía a dónde ir. ¿Esta nave tenía
botes salvavidas o transbordadores más pequeños? La computadora no
se lo diría, ni tampoco le diría si la nave tuviera un lugar que pudiera
contener tales cosas. Y dudaba que pudiera manejarlos si los
encontraba.
Por otra parte, si había aprendido algo hasta ahora sobre la
tecnología Lepidopterix, era que parecía diseñado intencionalmente
para que un niño pudiera operarlo con una dificultad mínima. No era
solo el ordenador. Todo aquí estaba hecho de esa manera. Encajaba
con lo que Atropos le había dicho antes. Ninguno de ellos entendía
cómo funcionaba la tecnología.
No podía imaginar cuánto habían perdido, cada generación elevaba
a la siguiente apenas hasta la cúspide de la edad adulta, luego dejaba
que la progenie medio madura atendiera a la siguiente, perdiendo un
poco más de sí mismos, su conocimiento y cultura, con cada generación
que pasa. Era terrible pensar en eso. Podía entender la insistencia de
Actian en cambiar las cosas. Pero sacrificar a su gente no era la forma
de arreglar nada.
Así que vagó por los pasillos que la nave le preparó, principalmente
abriéndose paso por la esfera central, que era un centro comunitario
masivo y próspero. Había lugares de reunión, restaurantes, incluso
tiendas, en cierto modo. El Lepidopterix no tenía dinero ni comercio. La
computadora se lo proporcionaba todo, descomponiendo los desechos
y todo lo que no estaban usando actualmente en sus moléculas
constituyentes para reconstituirlas en ropa, muebles, alimentos... lo
que se quisiera.
Pero todavía había artistas entre los habitantes de la nave.
Pintores, escultores y artesanos de todo tipo. Observó a un diseñador
que mostraba la ropa que habían hecho y a un cliente curioso que le
pidió a la computadora que lo copiara mientras el diseñador sugería
modificaciones a la prenda para adaptarla mejor a la forma del cliente y
al color de sus alas. Ocasionalmente, los artesanos intercambiaban
cosas entre ellos, pero el propósito parecía mostrar más su trabajo
obteniendo como única recompensa el elogio y la popularidad.
Había lugares de entretenimiento donde los Lepidopterix jugaban,
algunos de ellos totalmente ajenos a Amber, otros claramente
adaptados de versiones humanas. Algunos veían obras de teatro y
actuaciones, o películas de las que Amber se dio cuenta después de
solo unos momentos de observación, eran solo películas humanas
retransmitidas con actores de Lepidopterix.
Pero, mientras exploraba aquel lugar tan grande, se dio cuenta de
que no había, considerando todas las cosas, tantos alienígenas aquí. En
comparación con una ciudad humana como Nueva York, este lugar no
estaba tan densamente poblado como Queens. No era de extrañar que
sus actividades aún no se hubieran notado.
A una distancia apropiada, incluso si un humano por cada
Lepidopterix hubiera sido secuestrado, sería difícil darse cuenta.
Especialmente cuando las víctimas generalmente hubieran sido
devueltas al cabo de una semana más o menos. Pero terminaría por
notarse, especialmente en esta era de vigilancia y redes sociales. Y si
Actian se salía con la suya y simplemente secuestraba a tanta gente de
forma permanente, definitivamente causaría pánico.
Amber continuó y se alejó de la esfera central. El caparazón de la
nave esférica se extendió alrededor del núcleo habitado mucho más de
lo que ella había esperado. Gran parte era almacenamiento, espacios
residenciales o maquinaria, pero no todo. Los lugares por los que
deambulaba ahora parecían haber sido utilizados por última vez
durante la fase militar de Lepidopterix.
Oficinas, espacios de entrenamiento, lo que parecían armerías,
todo lleno de polvo y plantas secas, secas; las luces tenues, todo
invadido por el desuso. Curiosamente, a pesar de la edad visiblemente
clara de todo aquí, parecía tener el mismo nivel tecnológico que lo que
había visto en las partes habitadas de la nave. Incluso podría haber sido
un poco mejor. Supuso que eso confirmó aún más lo que Atropos había
dicho sobre ellos acerca de perder la capacidad de comprender o
avanzar en su propia tecnología.
Dobló una esquina, y a la computadora le costó encender las
antiguas luces de techo sin mantenimiento, que parpadeaban y
chisporroteaban. Hizo una pausa para mirar como una de ellas lucía por
completo. Un panel se abrió en el techo casi de inmediato, y un
enjambre de pequeños robots del tamaño de pelotas de golf, se deslizó
sobre muchas patas pequeñas y articuladas. Se apresuraron
directamente hacia la luz, sin prestarle atención, y la repararon
mientras ella observaba; tardaron apenas unos minutos.
Una vez que terminaron, regresaron al techo sin dejar rastro de
que habían estado allí. Amber supuso que eso respondía a su pregunta
de cómo habían mantenido la nave operativa durante todos estos años.
Tenía funciones de reparación automática. Presumiblemente, cualquier
problema que tuviera la computadora podría resolverse con una
actualización cada vez que la nave regresara al mundo de origen. Era un
buen sistema, después de todo.
Estaba a punto de proceder cuando la luz recién reparada reveló
algo que no había notado antes. Pasos en el polvo, y marcas de arrastre
como de alas extendidas, viniendo desde la dirección opuesta y
bajando por otro pasillo justo delante de ella. Se agachó para pasar un
dedo por la huella y la encontró limpia. Ella no era la única que había
estado escabulléndose por aquí hoy.
—¡Amber!
La muchacha casi se salió de su piel cuando oyó pronunciar su
nombre. Se dio la vuelta, con la capa girando sobre sus talones, para
mirar a Atropos, que parecía más imponente de lo habitual en estos
sombríos alrededores, su coloración oscura perfecta para mezclarse en
las sombras aquí.
—¡No deberías estar aquí abajo! —dijo Atropos bruscamente.
—¡Shh! —dijo Amber, apresurándose hacia él para callarlo. —
¡Silencio!
—¿Por qué? —preguntó; claramente no esperaba esta reacción,
pero bajó la voz de todos modos.
—Porque no soy la única aquí abajo —siseó, señalando las huellas.
Los ojos de Atropos se abrieron al verlos.
—Deberíamos irnos —dijo de inmediato, tirando de ella por donde
había venido. Amber paró en seco.
—¿Por qué? —preguntó la muchacha. —¿Sabes quién está aquí
abajo?
—Sí —respondió, tirando más fuerte de su brazo. —Por eso
tenemos que irnos. No tienes permiso para estar aquí.
Amber liberó su brazo con impaciencia.
—No —dijo con firmeza. —¿Qué ocultáis aquí abajo?
—Nada que te gustaría ver —insistió Atropos, alcanzándola. —Por
favor, vayámonos ahora.
Amber sacudió su cabeza hacia él y se giró para seguir las huellas.
Su corazón martilleaba en su pecho, temerosa de lo que pudiera
encontrar, emocionada por su propia audacia. Se sentía como un
personaje en una de sus historias favoritas, valiente e inteligente.
¡Descubriría los secretos de esta nave, escaparía y salvaría a la raza
humana!
Atropos se apresuró a seguirla, rogándole que volviera, pero ella lo
ignoró y se dejó llevar por las olas de su propia emoción.
—¿Sabes qué es todo esto? —preguntó Amber al pasar por otra
habitación llena de equipos antiguos enterrados en el polvo.
—Cosas del pasado —dijo Atropos despectivamente. —No son
importantes. Nada aquí abajo tiene importancia. Hay muchas cosas más
interesantes en el centro. Te las mostraré si vuelves conmigo.
—¿Pero sabes qué son? —volvió a preguntar Amber. —¿Para qué
sirven? ¿Quién los usaba?
—No lo sé —dijo Atropos con un suspiro impaciente. —No era
necesario saberlo porque ya no se usan. ¿Por qué quieres saberlo?
—Porque tal vez algo de esto podría ayudarnos —respondió
Amber, exasperada.
—¿Ayudarnos a hacer qué?
—¡A salvar tu especie! —dijo Amber, deteniéndose por un
momento para darse la vuelta y enfrentarlo. —¡A salvar la mía! ¡Tal vez
la respuesta a por qué no podéis reproduciros entre vosotros esté en
algún lugar aquí abajo. ¡Quizás alguien estaba trabajando en un útero
artificial para reemplazar a los huéspedes orgánicos! ¡No hay forma de
saberlo, porque no sabes lo que es todo esto. ¡Ni siquiera te importa!
—Si hubiera algo útil aquí, estoy seguro de que las generaciones
anteriores lo habrían encontrado —dijo Atropos, alcanzando sus
hombros para consolarla. —O Actian lo sabría al menos. Es el líder de
vuelo. Lo sabe todo.
—Excepto que tú mismo dijiste que él está organizando un nuevo
comercio de esclavos humanos para asegurar a sus aliados —señaló
Amber, ignorando el calor de sus manos. —Incluso si hubiera una
manera de dejar de usar humanos, no querría usarlo. No querría que
nadie lo supiera o podrían interferir en sus planes.
Atropos se congeló, sorprendido ante la idea. Amber tenía la
sensación de que no estaba acostumbrado a sospechar de su hermano.
Amber se apartó de él para seguir caminando y, frunciendo el ceño,
la siguió.
—No conoces a Actian —dijo Atropos obstinadamente. —Él no es
así. Está tratando de salvarnos.
—A expensas de toda mi especie —señaló Amber. —No es
exactamente agradable.
—Alguien tiene que tomar las decisiones difíciles —insistió
Atropos, aún siguiéndola.
—No ese tipo de decisión —respondió ella de inmediato.
—¡No es fácil ser el líder de vuelo! Es muy estresante.
—¡Entonces tal vez alguien más debería estar a cargo!
Esto lo aturdió tan severamente que se calló. Cuando comenzó a
hablar de nuevo, Amber levantó una mano para detenerlo. Habían
llegado a un pasillo largo y oscuro, al final del cual había una puerta
entreabierta. Una luz brillante lucía a través de él; era más brillante que
cualquiera de las luces parpadeantes y desvaídas en esta parte de la
nave. Amber se acercó de inmediato, solo para detenerse sorprendida
cuando Atropos la agarró del brazo.
—No entres ahí —dijo, y su voz era baja y firme. —No lo harás.
A pesar de su tamaño y su coloración siniestra, Amber nunca lo
había temido más allá de esos primeros momentos terroríficos después
de despertarse en la nave. Era demasiado amable, demasiado tonto, su
torpe alegría la hacía que fuera fácil pensar que no podía lastimarla,
incluso si quisiera. Por primera vez ahora, parecía realmente
intimidante, y Amber sintió que su corazón saltaba, que su fuerza de
voluntad vacilaba. Ella cuadró la mandíbula, tratando de reunir su
coraje.
—Lo haré —dijo ella y trató de sacar su brazo de su agarre
nuevamente, sorprendida cuando no se movió. Abrió mucho los ojos y
volvió a intentarlo, pero su agarre era como un grillete de hierro. Se dio
cuenta de lo mucho que se debía haber estado conteniendo antes. Casi
no le costó ningún esfuerzo detenerla.
—Bien —siseó, nerviosa y asustada, pero sobre todo, enojada. —
Llévame de vuelta. Pero volveré aquí la próxima vez que me quites los
ojos de encima. Nunca dejaré de intentar salir y, al final, conseguiré
encontrar la salida de la nave.
Atropos la miró con una dureza en los ojos que no estaba
acostumbrada a ver. Luego, lentamente, aflojó su control sobre ella. Él
no dijo nada, mientras lo miraba con cautela, ella se dio la vuelta y huyó
por el pasillo. Él la siguió en silencio, barriendo tras ella envuelto en sus
alas decoradas con calaveras. No intentó detenerla. Sólo la siguió.
Se apresuró hacia la puerta abierta tan silenciosamente como pudo
y miró por el hueco, frunciendo el ceño hacia la habitación blanca al
otro lado, demasiado brillante para distinguir algo. Con cautela, ella
abrió la puerta.
La sala era vasta, curvándose a lo largo del casco exterior de la
nave. El aire zumbaba con una extraña vibración que hizo que le
dolieran los dientes a Amber. De color blanco aséptico, no había rastro
del capricho barroco y la comodidad de otros lugares en la nave, ni un
poco de vegetación. En cambio, la habitación estaba llena, desde donde
estaba Amber hasta donde desapareció alrededor de la curva de la
nave, con humanos dormidos.
Capítulo 6
Todos flotaban, inconscientes, como si estuvieran bajo el agua, con
el pelo y la ropa como algas atrapadas en una corriente. Cada uno
estaba en el centro de un rayo de luz que los suspendía; parecían
anclados en algún lugar de sus cofres. Sus rostros estaban
alternativamente serenos o turbados, como si lo estuvieran viviendo un
sueño.
Observó a una mujer que estaba bastante segura de que trabajaba
en la universidad apretando y soltando lentamente las manos, con el
ceño fruncido, los dedos tensos, y Amber se preguntó si estaba
soñando que estaban rodeando la garganta de alguien o arañando a un
atacante desconocido.
Eran principalmente mujeres, aunque había un puñado de
hombres, todos entre las edades de veinte y treinta años, según la
estimación de Amber. Eran una mezcla uniforme de razas, etnias y tipos
de cuerpo. Aunque todos eran hermosos, era una belleza
indiscriminada, no había dos víctimas iguales.
La prioridad parecía haber sido una coloración dramática en lugar
de lo que se consideraba rutinariamente atractivo en estos días. Había
muchas menos personas delgadas que con cabello teñido. Una mujer
alta y negra con cabello rubio decolorado y la piel blanquecina
indicativa de vitíligo flotaba junto a un jengibre curvilíneo con piel
pálida como la leche y una densa dispersión de pecas. A su lado, un
hombre con piel marrón rojiza oscura y tatuajes dramáticos se tensó y
se movió en su sueño inquieto, el largo cabello negro atrapó la luz.
Amber estaba congelada, atrapada en algún lugar entre el shock y
el horror. Tenía que hacer algo, pensó, sintiendo un pánico salvaje
como un pájaro atrapado. Tenía que sacarlos, tenía que detener esto.
Estaban indefensos. No tenían ni idea de lo que les estaban haciendo.
Un sonido como las sábanas agitadas por el viento rompió su
terrible ensueño, y levantó la vista para ver que algo descendía desde
un nivel más alto hacia ella, con las alas tan extendidas que casi no
podía entenderlo. Amber cayó; todo su coraje y bravura la abandonó
mientras se arrodillaba y se cubría la cabeza con los brazos.
Pero aquella cosa no aterrizó sobre ella, sino enfrente suyo,
deteniéndose con un fuerte golpe de sus amplias alas de color verde
pálido. El viento le quitó el cabello de la cara y arrojó la capa marrón
que llevaba sobre los hombros para abanicarse detrás de ella. El
hombre, el Lepidopterix, que aterrizó ante ella era, en una palabra,
majestuoso. Lo había vislumbrado antes cuando se despertó por
primera vez, pero había estado demasiado angustiada y confundida
para apreciar realmente lo que era.
Actian era más alto incluso que su hermano, aunque no tan
corpulento. Mientras Atropos tenía el aspecto de un bruto descomunal,
todo intimidante, Actian era como un rey, alto y de espalda recta; un
aspecto verdaderamente regio. El pálido verde plateado de su piel y
alas eran casi translúcidas. Los largos filamentos verdes de sus antenas
se curvaban sobre su frente, como una corona.
—No deberías estar aquí —dijo, con su voz profunda y sonora,
sacudiendo a Amber en lo más profundo de sus entrañas. Él la alcanzó,
y Amber estuvo segura por un momento de que iba a morir.
—Yo la traje —dijo Atropos de repente, tranquilo, cuando apareció
detrás de ella. Casi había olvidado que él estaba allí.
—Los anfitriones no deben ser molestados antes de la
implantación —dijo Actian con el ceño fruncido. —Ya lo sabes. Si
alguien pudiera venir aquí, los anfitriones podrían sufrir daños.
—Lo sé, hermano —Atropos se inclinó respetuosamente. —Pero
Amber, la humana, deseaba ver.
—Oh, ¿esta es tu mascota?— respondió Actian, mirando hacia
Amber. —Su coloración es tan aburrida que no podría distinguirla entre
otras propiedades insignificantes. Supe que uno de ellos había
escapado. Tienes gustos extraños, hermano.
—Los humanos tienen otros encantos más allá del color de su piel
—dijo Atropos a la defensiva. —Y yo también soy de color opaco. Nos
adaptamos unos a otros.
—Quizás tú lo hagas —dijo Actian, con sus antenas moviéndose
curiosamente. —Pero no deberías haberla traído aquí. Podrías haberla
llevado a la sala de incubación principal. Este lugar es para guardar el
stock principal para nuestra subasta. No podemos arriesgarnos a que ni
uno solo sufra ningún daño.
—Pensé en mostrarle el lugar que corresponde a un humano —
respondió Atropos, y Amber sintió la frialdad en su voz como un
pinchazo en el corazón. —Ella se resiste a aceptar que este sea su
nuevo hogar.
Actian asintió con repentina comprensión.
—Ya veo —dijo. —Tal vez no estabas siendo tan tonto después de
todo. Es mejor que la criatura aprenda a pensar ahora, antes del Día del
Regalo. Levanta a esa tonta del suelo. Te ayudaré a mostrárselo.
Amber solo pudo obedecer aturdidamente mientras Atropos la
ponía de pie. La vergüenza de su estúpida valentía se cernía sobre ella,
mientras el miedo sacudía su pecho. ¿Atropos realmente había querido
decir eso? Este nuevo lado frío de él era aterrador y desconocido. Él
casi la sostuvo de su brazo cuando Actian comenzó a caminar más allá
de las filas de humanos suspendidos y dormidos.
—¿Ves cómo descansan pacíficamente, humana? —dijo Actian. —
Permanecerán así durante todo el Día del Regalo, cuando sembrarán
una nueva vida. Los humanos están especialmente preparados para
esto, ya lo sabes. No es una teoría impopular que los primeros
Lepidopterix crearon a los primeros homínidos con el expreso propósito
de llevar a nuestros jóvenes. ¿Por qué si no seríais tan perfectos para
nuestros propósitos? La forma de vuestros úteros, la resistencia de
vuestros cuerpos, la compatibilidad de la química interna os hace
ideales. Investigaciones recientes sugieren que podéis ser igualmente
útiles para transportar a las crías de muchas especies diferentes. Y no
solo para hospedar un embrión fertilizado externamente. Incluso se
habla de cruces verdaderos, basados en muestras de sus cromosomas
fascinantemente adaptables. La humanidad puede ser el sustituto
universal que todos hemos estado esperando. Y con el Lepidopterix
manejándolo todo, podréis ayudar a un sinnúmero de especies. En
verdad, vuestro servicio es un regalo para todas las razas más sensibles
y débiles para procrear. Deberías estar muy orgullosa.
Amber agarró su capa tan fuerte que los nudillos y las manos se le
pusieron blancos, luchando contra el impulso de correr o arremeter
contra él. Actian parecía no tener idea de lo horrible que le parecía el
futuro que sugería.
—Probablemente ni siquiera puede entenderme —dijo Actian,
mirando a la joven humana silenciosa y pálida.
—Solo dejaron de ser simios hace unos milenios, hermano —
respondió Atropos. —Sé clemente con ellos.
Actian se encogió de hombros.
—De todos modos, tal vez el hecho de que se vea en su lugar la
hará sentir más agradecida de que le permitas tanta libertad —dijo.
Un atisbo de cabello castaño rojizo distrajo a Amber de su angustia
y enojo ante esta línea de razonamiento. Echó un segundo vistazo a la
mujer al lado de la que pasaban y luego gritó con repentino y
horrorizado reconocimiento.
—¡Erin!
Amber se lanzó hacia su amiga de inmediato, pero el agarre de
Atropos sobre su brazo la retuvo. Amber no sabía que habían llevado
allí a Erin. Todo este tiempo, creía que su amiga estaba a salvo en la
Tierra, preguntándose dónde habría ido Amber. La idea de que Erin, la
hermosa, amable y divertida Erin fuera sometida a lo que sabía que
pasaría aquí hizo que la piel de Amber se erizara.
—Oh, ¿conoces a éste? —preguntó Actian, acercándose a Erin.
Apartó un rizo castaño rojizo del rostro de Erin con sorprendente
delicadeza. —Ella es un espécimen impresionante, ¿no es así? Casi
perfecto, diría. Está destinada a la subasta, pero estoy considerando
llevarla a mi anfitrión personal el Día del Regalo.
—Déjala ir —dijo Amber sin pensarlo. El agarre de Atropos se
apretó sobre su brazo. —Por favor. Envíala de regreso a la Tierra y
cooperaré. ¡Yo ocuparé su lugar! ¡Tan sólo déjala ir!
Actian se rió; no con crueldad sino con indiferencia, como uno se
ríe de un niño tonto.
—Una dulce oferta —dijo. —Pero tu único valor es para mi
hermano. Sin su sentimentalismo, no te tomaría ni como base de cría, y
mucho menos para reemplazar un animal de calidad como este.
Simplemente tendrás que aceptar tu lugar en el mundo... y el suyo.
—¡No! —gritó Amber y luchó contra Atropos; no tenía ningún plan,
excepto llegar a Erin, para detener esta locura. Atropos la sostuvo en su
lugar sin esfuerzo, frunciendo el ceño ligeramente mientras se sacudía
en su angustia. Actian también frunció el ceño.
—Deberías darte prisa y sembrarla —le dijo a su hermano
suavemente. —Será menos problemática una vez que sea grávida.
Nadie te culpará por hacerlo un poco antes del Día del Regalo.
Atropos parecía un poco incómodo. Amber, incapaz de escapar de
su agarre de hierro, se quedó sin fuerzas, con un sollozo brotando de su
pecho.
—No tengo intención de usarla como anfitriona —le dijo Atropos a
su hermano con cierta vacilación.
—¿Por qué no? —dijo Actian con el ceño fruncido. —Ella es
perfectamente capaz de eso. Ya te ha sido asignada. Si estás buscando
una gran cantidad de mejores acciones...
—No tenía la intención de contribuir con mi genética en absoluto
—confesó Atropos. Incluso Amber, colgando desanimadamente del
agarre de Atropos, pudo ver el impacto que esto causó en Actian.
—¡Blasfemia! —gritó Actian. —¡Todos deben contribuir! ¡Sabes
que si incluso un puñado de nosotros se abstuviera, nuestros números
disminuirían más allá de la sostenibilidad en unas pocas generaciones!
Con los números que perdimos por esa enfermedad la temporada
pasada, ya estamos en riesgo.
—Lo sé, lo sé —dijo Atropos de inmediato, retrocediendo. —Es
solo... este método, la forma en que usamos a los humanos... me
molesta, hermano.
Actian sacudió la cabeza y emitió un sonido extraño que podría
haber sido un suspiro.
—Nadie se fijaría en ella —dijo. —Tú siempre has tenido una
concha blanda. Pero todos debemos hacer cosas con las que no nos
sentimos cómodos por el bien de la misión. Hay muchas cosas que
desearía que no fueran así, pero como líder, debo asumir la
responsabilidad. Estoy seguro de que puedes hacer algo tan simple
como donar tu genética, independientemente de tu aprensión.
Atropos dudó por un momento, luego inclinó la cabeza.
—Por supuesto, líder de vuelo.
Habló un poco más con Actian, pero Amber estaba empezando a
tener dificultades para concentrarse en eso. No podía ver nada más que
a Erin, colgando impotente frente a ella, con expresión serena en el
sueño profundo, sin darse cuenta de la pesadilla que la esperaba
cuando se despertara.
Capítulo 7
Atropos la apartó, para marcharse por donde habían venido.
Amber trató débilmente de resistirse, de quedarse con Erin, pero sabía
que no era lo suficientemente fuerte. Atropos, impaciente por la forma
en que colgaba de él, cojeando, obligándolo a arrastrarla, la levantó;
sus brazos eran increíblemente poderosos. La llevó de regreso a su
habitación a través de los mismos pasajes por los que ella había
llegado, cuando estaba tan llena de ilusiones sobre su propio heroísmo.
Pero Amber no era la heroína de esta historia, solo otra víctima. La
facilidad con que Actian los despidió de allí la había atravesado.
De vuelta en la habitación, con las cortinas abiertas, Atropos la
colocó suavemente sobre su cama. Se dio la vuelta para alejarse de él,
abrazándose, sintiéndose golpeada e insegura por lo que iba a suceder
ahora. Atropos le había demostrado una vez más que no era la persona
que ella pensaba que era. Ella ya no sabía en qué podía confiar.
—Lo siento —dijo en voz baja detrás de ella. —Dije cosas crueles.
Permití que te dijeran cosas crueles. Te prometo que sólo quería
mantenerte a salvo.
—¿Cómo quieres que crea eso? —casi susurró Amber, sin moverse
para mirarlo. —No sé quién eres.
Ella sintió su mano sobre su hombro, casi tocándose por un
momento. Luego se apartó.
—No soy el humano que conociste en la Tierra —admitió, —pero
no soy el frío bruto que mi hermano espera que sea. Contigo, incluso en
la Tierra, era más yo mismo de lo que nunca se me permitió ser aquí.
Incluso ese no era del todo mi verdadero yo. Tenía que ser encantador
contigo y con los demás que mi hermano quería para la subasta. Pero
contigo, por primera vez, no sentí que mentía. Quería gustarte, no por
tu bien, sino por el mío. Lo siento mucho, Amber. Si hubiera sabido que
mis sentimientos por ti iban a causar esto, preferiría que me hubieras
odiado.
Amber se cubrió la cara con las manos; sus sentimientos eran
demasiado complicados para darse cuenta.
—Si te preocupas por mí —dijo al fin, su voz era ronca, ahogada
por las lágrimas que estaba tratando de contener, —si alguna vez lo
hiciste, entonces tienes que ayudarme a detener esto. Tengo que salvar
a esas personas.
—No entiendes lo que me estás pidiendo —dijo Atropos tan
gentilmente como pudo. —Traicionar a mi hermano, condenar a mi
especie…
—Sé exactamente lo que estoy pidiendo —Amber se incorporó
lentamente, girándose para mirarlo. —Ya escuchaste a tu hermano. Él
va a hacer que me uses como anfitrión. No te va a dar elección. Te
estoy pidiendo que no me obligues. Te pido que no obligues a eso a
nadie.
Atropos miró hacia otro lado, con expresión preocupada, y Amber
extendió la mano hacia él y le tocó la mejilla suavemente. La muchacha
quería creer que todavía había algo del hombre del que se había
enamorado dentro de él. Amber deseaba que Atropos fuera alguien en
quien pudiera confiar. Ella no tenía a nadie más a quien recurrir aquí. Él
extendió la mano para tocar la de Amber, sosteniéndola contra su
mejilla.
—Lo intentaré —dijo. —No puedo prometerte nada más que eso.
Pero debemos encontrar otra solución. No puedo dejar que mi especie
se extinga.
—Tenemos que conseguirlo —dijo Amber, aprovechando incluso la
más mínima posibilidad. —Tiene que haber una solución que no cambie
la libertad de uno de nosotros por la supervivencia del otro.
—Lo intentaré —dijo de nuevo. —Pero tú debes intentarlo
también. Debes comportarte como si hubieras aceptado tu destino y tu
lugar. Si causas la ira de mi hermano, no tendremos ninguna
posibilidad.
Amber frunció el ceño y luego dejó su orgullo de lado.
—Lo intentaré —estuvo de acuerdo.
—Entonces ven conmigo esta noche —dijo. —Se ha corrido la voz
del regalo de Actian para mí. Hay muchos que quieren conocerte.
Habrá una fiesta esta noche y me gustaría hacer tu presentación.
—¿Es seguro? —preguntó Amber, preocupada.
—Por supuesto —dijo Atropos de inmediato. —Y yo estaré allí para
protegerte. Nunca dejaría que te hiciera daño.
Él le sonrió tan amablemente que, incluso con sus extraños ojos
oscuros y aquellos rasgos alienígenas, hizo que su corazón latiera más
fuerte. Ella deseaba poder creerle realmente.
—Está bien —dijo con cautela, por el amor que sentía hacia Erin.
Haría lo que fuera necesario para asegurarse de que Erin saliera de este
lugar.
—Iré a prepararme —dijo con una sonrisa. —Por favor, descansa.
Sé que esta mañana ha sido estresante para ti. Pero las cosas
mejorarán, te lo prometo.
Entonces se alejó apresuradamente, y ella escuchó el movimiento
de sus alas cuando Atropos despegó del balcón. Se sentó donde la
había dejado; el miedo y la desesperación anidaron en su pecho. Parte
de ella quería correr de nuevo a la parte abandonada de la nave
inmediatamente, arrastrar a Erin fuera de ese rayo de éxtasis y escapar
con ella. Pero Amber sabía que no era posible. E incluso si lo fuera,
nunca se perdonaría por dejar atrás a todos los demás.
Se acurrucó con las rodillas sobre el pecho y las manos sobre la
cara, tratando de ahogar sus gemidos. Necesitaba descansar, como
había dicho Atropos. De repente se arrepintió de no haberle pedido a él
que le trajera comida. Su estómago gruñó infelizmente.
Respiró hondo, preparada para pedirle a la computadora más de
esa terrible fruta en almíbar, cuando percibió el olor de algo familiar.
Sorprendida, se apresuró hacia la puerta que había entre el pequeño
rincón de la habitación del balcón que había tapiado y la habitación
principal.
Atropos había colocado una pequeña mesa, y una bolsa de papel
familiar estaba sobre ella, volviéndose un poco translúcida por la grasa
y oliendo a deliciosa sal y comida frita. Amber de repente se sintió
mucho más optimista.
Se sentó y se atiborró de hamburguesas y patatas fritas, llorando
con su batido medio derretido ante la ola de nostalgia que la inundó en
el momento en que la primera patata tocó sus labios. Cuando no pudo
comer más, sintiéndose hinchada y pesada, se arrastró hasta su cama y
se desplomó.
***
Fue el primer sueño de verdad que había tenido desde que llegó a
la nave, y apenas se movió hasta que Atropos regresó; el sonido de sus
alas cuando aterrizó en la habitación la despertó. Se incorporó
sobresaltada por un momento, temiendo que fuera Actian quien había
entrado. En cambio, era Atropos quien entró en su habitación;
gimiendo, se frotó los ojos.
—Me alegro de que hayas descansado —dijo. —Tenemos mucho
que hacer. Por favor, levántate.
Se puso de pie, todavía demasiado cansada y fuera de sí para
preguntarle a qué se refería.
—Vi que encontraste la comida que te traje —dijo mientras volvía
a envolver la capa marrón oscura alrededor de ella, sujetándola a su
garganta.
—Sí, gracias —Amber murmuró cansada. —Realmente necesitaba
algo así.
Él sonrió un poco mientras ajustaba la capa y su cabello para
ocultar mejor su rostro.
—Bien —dijo. —Necesitarás todas tus fuerzas.
—¿Por qué? —preguntó Amber bostezando.
—Porque te estoy llevando al mercado —explicó. —Debemos
encontrar algo para que te pongas en la fiesta.
—Oh —Amber lo miró sorprendida mientras colocaba un extraño
sombrero de ala ancha en su cabeza. —¿No podemos pedir algo del
ordenador?
—Por supuesto que no —dijo Atropos con el ceño fruncido. —Soy
el hermano del líder del vuelo, y tú eres un regalo exótico. Debes ir
vestida por los mejores diseñadores de nuestro Vuelo. Algo diseñado
por el ordenador nunca funcionaría.
Amber no pudo evitar sentirse un poco nerviosa por esto, y le
permitió que la empujara al borde del balcón. La joven se quedó
paralizada, hasta que casi cayó sobre él.
—El mercado son todos esos balcones allá abajo, ¿no? —dijo ella
con el ceño fruncido. —¿Cómo se supone que voy a llegar hasta allí? No
puedo volar, ¿recuerdas?
—Nuestros jóvenes tampoco pueden volar hasta su pupación —
respondió Atropos. —Y hay muchas razones por las que alguien no
quiere o no puede volar. La nave está preparada para eso.
Él subió al balcón grácilmente y le ofreció una mano para colocarse
a su lado. Con cierta precaución, la tomó, tambaleándose un poco
mientras intentaba mantener el equilibrio en la barandilla.
—Computadora, transporte ambulante —dijo Atropos y dio un
paso adelante, llevando a Amber con él. Ella chilló sorprendida,
temiendo estar a punto de caerse. Pero la joven pisó una superficie
sólida, Atropos de pie junto a ella con una sonrisa. Un disco de vidrio se
había materializado debajo de ellos, resonando como cristal bajo el
tacón del zapato de Amber. Aferrándose a la mano de Atropos, se
volvió con cautela para examinarlo, incapaz de determinar cómo se
sujetaba.
—¿Estás lista? —preguntó Atropos. —Solo camina hacia adelante.
Mantén tus ojos al frente y estarás bien.
Sosteniendo la mano de Amber con delicadeza, avanzó, y Amber se
apresuró a seguirle el paso, temiendo que el cristal desapareciera bajo
sus pies. Con cada paso, un nuevo círculo de vidrio florecía bajo sus
talones, sonando musicalmente mientras bajaban hacia el mercado.
Amber pronto se puso al mismo paso que Atropos, con los ojos muy
abiertos por la magia de aquello mientras miraban a la multitud de alas
de colores brillantes que pasaban por debajo de ellos, revoloteando de
balcón en balcón.
Mientras pasaban entre la nube de personas, el susurro de sus
brillantes alas era abrumador cuando el viento atrapaba la capa de
Amber. Agarró su sombrero con su mano libre y se quedó cerca del
lado de Atropos; no quería perder su atuendo.
Los Lepidopterix que pasaban se detenían, flotando en el aire, para
hablar entre ellos o saludar a algún amigo que pasaba. Pero ninguno le
dijo nada a Atropos ni estableció contacto visual con él. Parecían
ignorarlo por completo o, por el contrario, cuando lo miraban, lo hacían
con una cautela casi temerosa.
Las tiendas con balcón del mercado eran una maravilla para la
vista, tan llenas de color desenfrenado como sus clientes. En todas
partes había ropa hermosa, muebles extraños, joyas brillantes y
accesorios. Amber vio un balcón dedicado por completo a las delicadas
herramientas plateadas que se usan para limpiar y mantener sus alas.
En otro, se encontraban las pelucas más estilosas que había visto,
las antenas peludas de Lepidopterix y los ruffs dramáticos del cuello se
peinaban en estilos extraños y emocionantes, invitando a los clientes
que pasaban a probar un nuevo look. Había baratijas y rarezas que no
podía ni imaginar para qué servían; mientras se detenía cerca de una
exhibición de varitas de forma esotérica, Atropos se sonrojó y la alejó
rápidamente.
Finalmente aterrizaron en el balcón de una de las tiendas más
populares del mercado. Atropos la ayudó a bajar de la barandilla ya que
todos los demás en la tienda parecían darse cuenta de repente de que
habían concluido sus negocios, apresurándose a ir al mercado tan
pronto como ella y Atropos se hubieron alejado del borde.
La tienda en sí estaba oscura, con luces más brillantes que
iluminaban un puñado de maniquíes Lepidopterix en todo el espacio
abierto, vestidos con atuendos de colores brillantes. Brillaban
especialmente en los lugares cubiertos de pequeñas lentejuelas
brillantes tan pequeñas y delicadas como las escamas en las alas de
Atropos. Entre las faldas voluminosas, la tela se reunía en rosas
esculpidas.
Patrones florales alienígenas mezclados con geometría vibrante.
Amber notó una marcada desviación de las tendencias de la moda
humana. Había poca sujeción corporal. Todo se hizo para facilitar la
libertad de movimiento. Estos eran para volar, después de todo.
Necesitaban poder moverse en tres dimensiones en un abrir y cerrar de
ojos.
Si bien había vestidos con trenes de cola de golondrina que
doblaban la longitud del vestido en sí, no había indicios de corsetería,
cuellos rígidos o mangas apretadas. Casi todo tenía espaldas hundidas
para acomodar las alas más fácilmente.
Atropos la condujo hacia la parte trasera de la tienda, donde se
encontraba una Lepidopterix alto y corpulento con alas cortas, de color
rojo y escarlata. Estaba inclinada sobre un banco de trabajo, pasando
un pequeño dispositivo de mano sobre el dobladillo de una bata.
Amber se dio cuenta de que lo que tenía en su mano, no más grande
que una pastilla de jabón, era una especie de máquina de coser,
dejando una hilera perfecta de puntadas detrás.
—Madame Melpomene —dijo Atropos en voz baja. Melpomene
saltó al oír su voz, pero su mano en la pequeña máquina de coser ni
siquiera tembló.
—Lord Atropos —dijo ella, volviéndose con sus ojos oscuros muy
abiertos. —¡Olvidé que estabas de visita!
—Se suponía que debías haber vaciado la tienda antes de que yo
llegara —dijo Atropos. Había una fría autoridad en su voz a la que
Amber no estaba acostumbrada.
—Sí, me temo que estuve entretenida en mi último proyecto y se
me olvidó —dijo Melpomene evasivamente.
—Tú nunca olvidas nada —dijo Atropos en un tono que no invitaba
a ninguna discusión.
—De todos modos, parece que vaciaste la tienda de manera
bastante efectiva —señaló Melpomene, y habló a la computadora
rápidamente, que cerró una cortina pesada alrededor del balcón,
aislándolos. —¿Cómo puedo servirte?
—Mi compañera necesita una bata para la reunión de esta noche
—respondió Atropos.
—Eso es un trabajo de última hora —dijo Melpomene con el ceño
fruncido. —Puedo hacerlo por ti, por supuesto, pero no será mi mejor
trabajo.
—Estoy seguro de que todo lo que puedas crear en unas pocas
horas seguirá eclipsando lo que cualquier otro podría hacer con un mes
de advertencia —Atropos inclinó la cabeza respetuosamente, y las alas
de Melpomene revolotearon, en entre inquieta y halagada.
—Muy bien, déjame verla —dijo Melpomene, alcanzando a Amber.
Atropos extendió una mano para detenerla.
—Primero, has de jurar confidencialidad —dijo.
Melpomene pareció confundida por un momento, luego abrió
mucho los ojos.
—¿Es esto, entonces? —preguntó, mirando a Amber con
curiosidad. —¿El humano que nuestro líder de vuelo te ha dado? ¡Oh,
qué fascinante! ¡Nunca he visto a un humano en persona! Quiero decir,
nadie que no sea parte del equipo de expedición lo ha hecho. ¡Déjame
ver!
Alcanzó a Amber, y Atropos se interpuso entre ellos, lo que la
detuvo.
—¿Lo juras, Melpomene? —preguntó Atropos. La piel de ébano de
la Lepidopterix se volvió gris mientras miraba a los ojos de Atropos.
—Sí, por supuesto, lo juro —dijo ella, dando un paso atrás y
alisando sus alas con un gesto nervioso y quisquilloso. —Mi reputación
es primordial para mí. Su confidencialidad está asegurada.
Finalmente, Atropos dio un paso atrás, dándole a Amber un
pequeño y alentador impulso. Nerviosa, se quitó el sombrero.
—¡Oh! —exclamó Melpomene; se acercó y miró a Amber mientras
la humana se quitaba lentamente la capa. Parecía asombrada al
principio. Luego frunció el ceño. Su mano de dedos largos en sus
labios... —Hmm.... Su coloración es... menos vibrante de lo que hubiera
esperado.
—Ella no es un pájaro —dijo Atropos con cautela. —Ni yo tampoco.
Nos adaptamos el uno al otro.
—Bueno —dijo Melpomene, rodeando a Amber. —Sus colores
pueden ser un poco aburridos, pero puedo encontrar algo para
resaltarlos. Ciertamente se adaptan al propósito de nuestro glorioso
líder de vuelo. ¿Pero esto?
Levantó un mechón del cabello castaño oscuro de Amber con un
chasquido decepcionado de su lengua.
—Quizás si lo tiñéramos.
—No creo que sea necesario —dijo Atropos, al ver la mirada
preocupada de Amber. —Pensé, tal vez, algo en azul.
Melpomene lo consideró y ladeó la cabeza con curiosidad.
—Sabes... puede que sí —murmuró, —¡y sin alas, hay tantas
oportunidades de experimentar con la forma...!
—¿Entonces puedes hacerlo? —preguntó Atropos.
—Por supuesto —se burló Melpomene. Hizo un ajuste a la
máquina de coser en su mano y comenzó a usarla para tomar las
medidas de Amber. —Puedo hacer cualquier cosa. Dejaré todo lo que
estoy haciendo y me pondré con ello. Regresa en unas pocas horas para
adaptarlo.
Se dio la vuelta de inmediato, volviendo rápidamente a su banco
de trabajo, que barrió con un simple gesto de su brazo.
Atropos tomó el brazo de Amber y la condujo de regreso hacia el
frente de la tienda. Amber se volvió a poner la capa y el sombrero.
—Supongo que ser el hermano del líder de vuelo tiene sus ventajas
—dijo cuando pasaron la cortina y volvieron al mercado.
—Algunas —admitió. —Pero menos de las que piensas. Por aquí.
Capítulo 8
Ellos volvieron por el camino de cristal de nuevo; Amber se quedó
cerca de Atropos.
—Lamento lo que dijo Melpomene —dijo Atropos mientras
caminaban. —Sobre tu color.
—Oh, está bien —dijo Amber, encogiéndose de hombros. —He
oído cosas peores. Quiero decir, el cabello y los ojos marrones también
se consideran algo aburridos en la Tierra.
—Me temo que es un para nosotros es un insulto grave —
respondió Atropos con el ceño fruncido. —La forma y la gracia también
juegan un papel en la belleza, pero el color es lo más importante.
Aquellos con colores apagados se consideran feos, menos inteligentes,
incluso menos confiables. Algunos artesanos se niegan a trabajar con
ellos. En el pasado, incluso se les podía restringir acceso a replicadores.
Hubo incluso un movimiento popular, no hace ni tres generaciones, que
propuso excluir a ciertos cuerpos de transmitir su genética en un
esfuerzo por reducirlos. Afortunadamente, se determinó que la
población no podría soportar esa pérdida, o yo no estaría aquí.
Amber sacudió la cabeza, su estómago se retorció un poco ante esa
idea.
—Sí, las cosas no son tan diferentes en la Tierra —dijo. —Me
pregunto si tal vez aprendiste un poco más de nosotros que solo arte
barroco.
—Las cosas serían muy diferentes para mí si mi hermano no fuera
quien es —dijo Atropos, con la mirada perdida. —Le debo mucho.
Algo le llamó la atención y se volvió de repente, llevándola hacia un
balcón donde un artesano estaba trabajando haciendo hermosas joyas.
—¿Qué te parece? —preguntó, mostrándole un collar con
diamantes pálidos del color de la luz del sol.
—Es hermoso —dijo Amber, con los ojos muy abiertos. —¿De
dónde sacas las gemas?
—El ordenador las hace —respondió Atropos. —No es difícil. Hay
un puñado de piedras preciosas naturales en la nave, la mayoría
tomadas de la Tierra, y tres de nuestro planeta. Se guardan en un
museo. ¿Te gustaría tenerlo?
Amber, un poco abrumada, sacudió la cabeza.
—No sé; eso parece demasiado.
—Quiero que esta noche estés más preciosa que nunca —insistió
Atropos, ofreciéndole el collar a Amber.
—Ni siquiera sabemos de qué color será el vestido —le recordó la
joven.
—Entonces tendremos que conseguir varias opciones —dijo
Atropos con una sonrisa. Antes de que Amber pudiera detenerlo, había
hablado con el dueño de la tienda y comenzó a ordenar a la
computadora que replicara copias de algunas de las piezas más bonitas.
Amber trató de recordarse a sí misma que no había dinero aquí; no
había razón para sentirse culpable por tomar algo que le gustara. El
hombre que hacía las joyas no dependía de las ventas para comer o
mantener un hogar. Era artesano porque le gustaba lo que hacía y
quería ver a la gente usando las cosas que había hecho.
Nerviosa, escogió un par de pendientes, intrincados y coloridos.
Atropos, la animaba; la llevó al siguiente balcón donde la envolvió en
elaboradas bufandas y envolturas aleteadoras que se arrastraban
detrás del comprador mientras volaba. Increíbles sombreros llenos de
flores, plumas y cuentas estaban en el siguiente balcón.
Llegaron al siguiente, una especie de café, justo cuando el chef que
lo dirigía estaba sirviendo una nueva creación de postres. Se detuvieron
para darse un capricho; Amber se alivió al descubrir que había otra
comida aquí además de la fruta en almíbar. Aún así, todo era un poco
más dulce de lo que le hubiera gustado. Iba a terminar con caries si
esto continuaba así.
Amber estaba un poco preocupada por Atropos. Había estado
callado desde que salieron, con expresión sobria. Cuando hablaba con
los demás, no había nada de la exuberancia a la que Amber se había
acostumbrado. Era solemne, casi siniestro, con un aire de control
silencioso que no podía ignorar.
Y la forma en que la gente reaccionaba a él era extraña. Lo
evitaban casi patológicamente, a menudo desocupando cualquier
balcón en el que aterrizaba o al menos haciendo todo lo posible para
fingir que no estaba allí. El rechazo no parecía malicioso. Todo lo
contrario, parecían tenerle miedo.
—¿Por qué todos te tratan así? —preguntó en voz baja mientras
terminaban su comida y se tomaban un café. El café humano
aparentemente era una moda en este momento, endulzado más allá de
todo reconocimiento, por supuesto.
—Es complicado —dijo Atropos en voz baja, y por un momento, no
pensó que continuaría. —Puede que hayas notado que soy más grande
que el promedio.
A pesar de la seriedad del tema, Amber no pudo evitar un
resoplido divertido.
—Entre mi tamaño y mi color de piel —continuó Atropos, —se
asumió desde que era pequeño que sería estúpido, cruel y violento. Mi
hermano, por otro lado, siempre ha sido hermoso e inteligente. Era el
elegido natural para ser Líder de vuelo. Pero eso no significa que no
tuviera que luchar por el puesto. Hizo un amplio uso de mi reputación
ominosa para mantener a raya a sus rivales. Y más de una vez, me hizo
refutar esa reputación.
Amber palideció un poco ante aquella idea.
—El impacto de las cosas que hice para asegurar el lugar de mi
hermano como líder... —Atropos se encogió de hombros, sus alas
crujieron inquietas detrás de él, —persistió...
—Lo siento —dijo Amber en voz baja, inquieta. —Estoy segura de
que no quisiste hacerlo.
—Quería hacer lo que mi hermano me pidiera —respondió
Atropos. —Siempre quise hacer lo que él necesitara de mí.
—Debes haberte preocupado mucho por él —dijo Amber,
frunciendo el ceño por su café. —Yo no tuve hermanos.
—No es lo mismo que los hermanos humanos —dijo Atropos, con
las manos sobre la mesa y las escamas brillando a la luz del local. —Los
hermanos Clutch son raros. A la mayoría no se les permite más de un
hijo. La población debe mantenerse estable cuidadosamente. Si es
demasiado grande, corremos el riesgo de quedarnos sin espacio y
recursos. Demasiado pequeña, y careceremos de una diversidad
genética sostenible. Porque nuestro padre era líder de vuelo, y debido a
que el vuelo fue pequeño ese año, se le permitió una excepción. Tenía
dos compañeras, ya ves, y quería descendencia de ambas.
—Eso es algo dulce —dijo Amber con una pequeña sonrisa. —
Entonces, ¿sois los únicos hermanos en el vuelo?
—Hay algunos otros —respondió Atropos. —Y todo el vuelo somos
hermanos. Crecemos juntos, sabemos todo los unos de los otros. Pero
se sabe que el vínculo entre los hermanos de descendencia es más
cercano. Como ocurre con los gemelos humanos. Él siempre ha estado
a mi lado, defendiéndome, construyendo un lugar para nosotros. Yo era
un niño aburrido y tímido... Podría no haber sobrevivido sin él.
—¿Crecer en la nave es tan peligroso? —preguntó Amber.
Atropos frunció el ceño, sin saber muy bien cómo explicarlo.
—Cuando nacemos —dijo, —somos larvas, desarrolladas lo
suficiente para sobrevivir. La eclosión tan temprana en el desarrollo
permite que nuestros tiempos de gestación sean mucho más rápidos,
por lo que confiamos en que los anfitriones nos hagan falta solo una
semana. Permanecemos en esa etapa con muy poca inteligencia o
sentido de identidad, durante varios años, comiendo y creciendo hasta
alcanzar la pupación. Salimos de nuestros capullos como ninfas de
primer estadio; como niños humanos de cinco o seis años, más o
menos. A esa edad ya somos capaces de cuidarnos nosotros mismos.
Después de eso, crecemos muy lentamente. Vivimos mucho más
tiempo que los humanos, y tardamos mucho más en madurar. Cuando
la nave llega al mundo de origen para que la generación anterior se
vaya, acabamos de llegar a lo que llamarían pubertad. Cuando
completé mi muda adulta, ya estábamos muchos años en este viaje a la
Tierra.
—Oh —dijo Amber, un poco sorprendida al pensar en ello. —
Entonces, ¿los adultos os dejan? ¿Un barco entero lleno de niños?
—Sí —respondió Atropos. —La nave se asegura de que tengamos
todo lo que necesitamos. Pero sigue siendo caótico por un tiempo. Se
toman muchas decisiones imprudentes. Suele haber enfermedades
pero las instalaciones médicas de la nave están bastante avanzadas y
protegen a los niños de la muerte, pero aún así, muchos se pierden
antes de su muda final. Solo los más aptos sobreviven para donar su
genética a la próxima generación.
—Pero sois sólo niños —dijo Amber, horrorizada. —¡Eso es
terrible!
—No somos humanos, Amber —Atropos la miró con sus ojos
oscuros y la muchacha recordó nuevamente cuán extraño era. —No es
horrible para nosotros. Es nuestro modo de vida.
Aun así, Amber sacudió la cabeza.
—¿Y tus padres? —preguntó ella. —¿Cómo pudieron simplemente
irse sabiendo que podrías morir antes de llegar a la Tierra? ¿No les
importó?
—Mi padre y mis madres me criaron —respondió Atropos. —Me
quisieron mucho, y yo a ellos, hasta que llegó el día en que me fui. Tus
padres no tenían idea de lo que te podría pasar el día que te mudaste
de su casa. Podría haberte atropellado un automóvil y haber muerto al
día siguiente. ¿Deberían haber evitado que crecieras? Todos debemos
correr riesgos para poder vivir en el mundo.
Amber se recostó, preocupada, pero dándose cuenta de que tenía
razón.
—Tenía muchas ganas de criar a mis propios hijos —dijo Atropos
en voz baja, mirando hacia otro lado. —Siempre lamentaré... no haber
tenido esa oportunidad.
Amber sintió un inesperado destello de culpa retorcerse a través
de sus entrañas, pero antes de que pudiera decir algo, Atropos se puso
de pie, ofreciéndole una mano.
—Todavía hay mucho que ver —dijo con una sonrisa. —¿Me
acompañas?
A pesar de aquella inquietante conversación, no pudo evitar
devolverle esa sonrisa contagiosa cuando aceptó su mano y lo siguió de
regreso al mercado.
Vagaron durante horas entre los artesanos. Parecía que las tiendas
para explorar y las maravillas que había para ver no tenían fin. Amber
todavía estaba decidiendo si quería o podía tener algo de todo aquello.
Por eso ni siquiera necesitaba preguntar. Se consideraba cortés hablar
con el artista sobre su trabajo, no tocar nada sin preguntar primero y
generalmente hacer algún intercambio.
También era indescriptiblemente grosero no saber el nombre del
artista para poder dar sus referencias a otras personas para que lo
felicitaran por su trabajo. Si veía algo que amaba, tenerlo era tan fácil
como pedírselo al ordenador. Amber giraba su cabeza, mirando aquí y
allá.
Atropos fue paciente con ella, dejándola superar sus primeras
preocupaciones por el dinero y la obligación de adquirir algún objeto. Él
parecía alegrarse mostrándole todo y viendo sus reacciones
encantadas. Hablaban mientras exploraban, abriéndose paso por el
mercado hasta que llegaron al fondo de la esfera y de los jardines.
Luego deambularon entre las flores, atrapados en su conversación.
—Tan pronto como conseguí ese telescopio, me obsesioné —le
dijo Amber, recordando su infancia mientras pasaban junto a una
fuente. —Pasé todas las noches ese verano en el patio con él.
Estábamos demasiado cerca de la ciudad para tener muy buenas vistas,
así que una o dos veces, mi padre me llevó a acampar en las montañas.
Yo llevaba el telescopio y él me ayudaba. Lo configuré. Podía ver
planetas y galaxias distantes, y entonces supe que no quería hacer otra
cosa.
—Te envidio por eso —respondió Atropos. —Envidio a cualquiera
que creció sabiendo lo que quería hacer con su vida. Yo aún no estoy
seguro de qué hacer con la mía.
—¿Nunca tuviste una pasión así? —preguntó Amber. Atropos negó
con la cabeza.
—Supongo que mi ambición era ver a mi hermano cumplir sus
deseos y sus ambiciones —dijo Atropos pensativamente. —He
dedicado mi vida a ayudarlo.
—¿Eso te hace feliz? —preguntó Amber. Atropos pareció
ligeramente sorprendido por la pregunta y se quedó pensativo por un
momento. Pareció considerarlo por un largo momento antes de
contestar.
—Nunca lo he pensado —dijo. —Actian es mi hermano. Es mi
deber ayudarlo como pueda.
—Pero entonces, ¿no sería su deber ayudarte también? —
preguntó Amber.
—Sus sueños son más importantes que los míos —dijo Atropos
despectivamente.
—No creo que los sueños de nadie sean más importantes que los
de otra persona —dijo Amber, pero Atropos solo se encogió de
hombros.
—Esa es una cosa más que nos diferencia a los humanos y a los
Lepidopterix. ¡Ah, mira!
Dirigió su atención hacia las flores que había mientras pasaban,
sorprendido cuando ella las reconoció.
—¡Observadores de estrellas! —dijo ella, extendiendo la mano
para tocar los pétalos sedosos del lirio. —¿Qué están haciendo aquí? Sé
que no los conseguimos de vosotros.
—Alguien debe haberlos traído de la Tierra para plantarlos aquí —
dijo Atropos con una sonrisa. —Me alegro. Les tengo mucho cariño.
—Yo también —dijo Amber con una sonrisa, recordando el último
día en la floristería antes de que toda aquella locura ocurriera. El
hombre que estaba a su lado, el extraterrestre, era muy diferente de
aquel con el que había tenido una cita esa noche. Pero aún quedaba
mucho por admirar.
Ella lo miró, a la luz iridiscente en sus alas. Seguía siendo amable.
Seguía siendo gracioso. Era más callado, intimidante cuando quería
serlo, pero también más serio. Él no se parecía mucho al hombre de
antes, pero su corazón todavía se aceleraba cuando él le sonreía.
Quizás el resto no era tan importante.
Cogió un lirio de la vegetación delante de ellos y se lo puso en el
pelo, sonriéndole.
—Todavía creo que te quedan perfectamente —dijo suavemente.
Amber tuvo que mirar hacia otro lado, demasiado nerviosa para mirarlo
a los ojos.
Pasaron cerca de las escaleras hacia el observatorio, y Atropos se
detuvo.
—Realmente no tuviste la oportunidad de mirar alrededor antes —
dijo.
—Sí, me desmayé —admitió, un poco avergonzada. —Era mucho
para asimilar de golpe.
—¿Te gustaría volver a intentarlo? —le ofreció Atropos. Amber lo
consideró, su estómago se encogió ante esa idea; luego con un poco de
vacilación, asintió.
Él sostuvo su mano mientras bajaban las escaleras de caracol hacia
el fondo de la esfera. Amber se agarró fuertemente, su respiración se
paralizó cuando las estrellas aparecieron ante sus ojos. Ningún
telescopio para niños, ni siquiera el de la universidad, podría
compararse con ver las estrellas desde fuera de la atmósfera.
Brillaban como diamantes por todos lados. Debajo de ella, la Tierra
giraba, azul verdosa e imposible. Le temblaron las rodillas y, por un
momento, tuvo miedo de desmayarse de nuevo. Se aferró al brazo de
Atropos intentando encontrar estabilidad. Se quedaron parados en el
centro de la habitación, rodeados de espacio.
Amber se sintió mareada. Había pasado tanto tiempo soñando con
venir al espacio... No era así como había esperado que sucediera, pero
aún así, allí estaba, entre las estrellas, mirando el universo. ¿Se podía
pedir más?
Miró a Atropos, las estrellas se reflejaban en sus ojos oscuros.
Pensó, sorprendiéndose un poco, que él realmente era aún más
hermoso de lo que había sido disfrazado de humano. Qué extraña era
su suerte, buena o mala, al estar de pie aquí junto a esta increíble
criatura etérea, hermosa y poderosa, amable y aterradora.
—En la Tierra —dijo, su voz casi era un susurro, suave por la
emoción, —pensé que no podías ser más encantadora que cuando
hablabas del espacio. Pero estaba equivocado; nunca has sido más
encantadora para mí que en este momento, rodeada de estrellas. Pase
lo que pase, me alegro de poder compartir esto contigo.
Amber sintió que su piel se sonrojaba de vergüenza, pero sonrió.
—Yo también me alegro.
Se inclinó más cerca y, por un momento, ella pensó que la besaría.
Por un momento, no había nada que ella hubiera deseado más. Pero
vaciló, sus alas se movieron con agitación, y luego se alejó.
—Es casi la hora de la fiesta —dijo. —Deberíamos volver a la tienda
de Madame Melpomene a por tu vestido.
Amber estuvo tentada de protestar, pero no dijo nada, dejando
que Atropos la llevara de vuelta a la boutique de Melpomene.
Capítulo 9
—¡Oh, bien! ¡Llegáis justo a tiempo! —Melpomene los empujó
adentro; sus pequeñas alas revolotearon de emoción y la hicieron flotar
más que caminar. —¡Vamos, vamos! ¡No tenemos mucho tiempo!
—Quítate esos trapos de una vez —dijo la diseñadora. —Necesito
que te pongas esto.
Empujó un enorme bulto de tela cerúlea en los brazos de Amber,
luego se volvió para hacer algo en su banco de trabajo.
—Hmm.... —Amber miró a su alrededor; la tienda vacía y la tela en
sus brazos. —¿Hay un probador?
—No seas tonta —se burló Melpomene. —Solo cámbiate. ¡Date
prisa! ¡Tenemos menos de una hora antes de la fiesta!
Amber miró a Atropos quien, con una sonrisa de disculpa, le dio la
espalda. Amber, avergonzada pero sin otra opción, comenzó a quitarse
la ropa sencilla que había sacado de la computadora y luego trató de
descubrir cómo ponerse el vestido azul.
Cuando finalmente encontró el agujero del cuello y se lo puso
sobre la cabeza, se quedó sin aliento al verlo.
—¡Oh, Melpomene, es hermoso! —dijo ella, asombrada.
El vestido largo era una obra maestra escultórica compuesta de
alas de mariposa superpuestas. El verde azul brillante ribeteado en un
negro intenso, brillante con abalorios hechos en cristal y zafiro, tan
finos y sutiles que eran casi invisibles, imitando las escamas de las alas
verdaderas. La falda caía en elegantes pétalos, puntas de las alas que
rozaban el suelo y revoloteaban como si fuera a despegar en cualquier
momento; luego se extendían sobre el corpiño en un escote asimétrico
que se curvaba con gracia alrededor de la garganta de Amber.
—Ah, fantástico —dijo Melpomene, volviéndose a mirar. —Lo
calculé bien. Rara vez me equivoco, ya sabes. Aún así, se necesitan
algunos ajustes.
Atropos comenzó a darse la vuelta para mirar y Melpomene
blandió una muestra de tela para detenerlo.
—¡Shu, shu! ¡Podrás verlo cuando esté terminado! —dijo. —¡No
me importa lo feroz que seas!
Atropos se dejó llevar, vagando por el frente de la tienda mientras
Melpomene se ponía a trabajar ajustando el dobladillo y el calce,
agregando más cuentas en algunos lugares, quitándoselas en otros y
haciendo toques finales, como la larga bufanda de gasa azul oscuro que
se sujetaba al hombro y las muñecas y se arrastraba detrás de ella
como la sugerencia de alas.
Finalmente, Amber le mostró las cosas que habían traído del
mercado, y Melpomene eligió los zapatos y las joyas que mejor
combinaban con el vestido; luego la peinó y la maquilló también.
—¿Qué tipo de diseñadora sería si no pudiera hacer mi propio
estilo? —declaró altivamente cuando Amber se sorprendió por ello.
Durante más de una hora, Amber dejó que Melpomene trabajara sobre
ella, sintiéndose un poco tonta por aquello. Amber sabía lo sencilla que
era. Ningún maquillaje o disfraz arreglaría eso. Todavía recordaba
vívidamente el momento en que tenía ocho o nueve años y su madre la
había disfrazado para Navidad en una avalancha de volantes, lazos y
brillo labial y su tío se había reído y le dijo que parecía un cerdo
pintado. Nunca había recuperado el interés por el maquillaje.
Finalmente, la diseñadora dio un paso atrás y asintió con
satisfacción.
—Ahí —dijo. —Perfecto. E impresionante, creo, considerando el
tiempo de que disponíamos. Si hubiera tenido unos días más...
—Estás increíble —dijo Atropos, apareciendo desde el frente de la
tienda con una sonrisa. —Maravillosa.
—Gracias —dijo Amber, roja de vergüenza. —Pero no necesitas
halagarme. Es solo el vestido. Melpomene es increíble.
—No seas ridícula —respondió Melpomene, convocando un espejo
de cuerpo entero con un gesto de su mano. —Soy increíble, pero el
propósito de la ropa es mejorar lo que ya hay. El vestido es hermoso
porque tú estás en él.
Amber miró con los ojos muy abiertos a la chica en el espejo. Casi
no se reconoció a sí misma. Se había disfrazado antes, pero siempre
solía elegir prendas sueltas, cuadradas y sencillas. Ella no creía que
tuviera nada que mostrar, por lo que había tratado de ocultarlo.
Usar algo tan ajustado, abrazar y acentuar las curvas de sus senos y
caderas antes de que estallara en la hermosa falda... se sintió
avergonzada y estimulante a la vez. Melpomene se había recogido el
pelo en elaborados remolinos que hacían eco del elegante barrido de
las alas del vestido.
El maquillaje hacía que sus ojos parecieran sorprendentemente
grandes y cautivadores. Aunque siempre había pensado en ellos como
unos ojos de color marrón aburrido, aquí estaban iluminados en tonos
de caoba y oro. Se sentía, por primera vez en su vida, genuinamente
hermosa, y no sabía qué hacer con ese sentimiento.
—Serás el ser más encantador en la nave esta noche —dijo
Atropos, tomando su mano. —Me siento honrado de acompañarte.
—Todavía no, tú no estás preparado —respondió Melpomene,
agarrándolo por el ala y tirando de él. —¿Pensaste que no tendría algo
preparado para ti también? ¡Tenemos que vestirte!
Ella lo arrastró hacia su banco de trabajo, y Amber se alejó para
darle privacidad. Poco después, él emergió, vestido con casi el mismo
tono de azul que ella llevaba, lo que destacaba el naranja en sus alas.
Su forma se refería claramente a la casaca y la corbata de la Francia del
siglo XVII, pero con un largo drapeado en forma de túnica que se
arrastraba dramáticamente mientras estaba en el aire.
—Pareces algo sacado de un cuento de hadas —dijo Amber con
seriedad, demasiado aturdida para ser consciente de sí misma.
—Entonces nos compenetramos a la perfección —respondió
Atropos, tomándola del brazo. —Aunque, para ser sincero, me siento
un poco tonto. No suelo vestirme así de elegante.
—¡Pues deberías! —le sonrió Amber, olvidando su situación por un
momento.
—Ella tiene razón —intervino Melpomene. —Un poco de color te
queda bien. No puedes ser tan sombrío siempre.
Sonó una campanilla extraña, como si golpearan un cristal y
Atropos miró hacia la entrada.
—Deberíamos irnos —dijo. —La fiesta está comenzando.
***
La fiesta estaba en uno de los balcones más grandes cerca del
fondo de la esfera con impresionantes vistas del jardín. El balcón se
desbordaba de plantas y flores colgantes. Fuentes y esculturas de
cristal se alzaban entre montones y montañas de flores en más colores
de los que Amber podía nombrar con facilidad.
Estaba deslumbrada por la belleza exuberante y delicada de todo
aquello, y sobre todo, por el Lepidopterix que se movía entre esa
decoración regia, cada una de color luminoso, con sus brillantes alas
moviéndose con elegancia.
No podían acercarse de ninguna manera sino con ostentación,
bajando una escalera de cristal hasta el borde del balcón. Atropos la
sostuvo de la mano y voló a su lado, las colas de su traje se arrastraba
mientras la de ella fluía por el cristal como una cascada de seda. Amber
apretó su mano con más fuerza cuando vio a las personas debajo
congelarse para mirarlos, murmurando detrás de sus manos.
—Quédate cerca de mí —dijo. —Todo irá bien.
Llegaron al balcón y la multitud se separó para dejarles espacio,
mirándolos abiertamente. Por un momento, todos callaron a excepción
de los susurros. Un par de Sara Longwings, iridiscentes de color negro
azulado, fueron las primeras en romper el silencio, acercándose para
mirar a Amber.
—¿Es eso realmente un humano? —preguntó uno de ellos,
aparentemente a Atropos, aunque no lo miraron ni parecían esperar
una respuesta.
—Es tan monótono en comparación con los de las películas —dijo
el otro con un puchero.
—Toda la bonita seda azul del mundo no puede compensar ese
desafortunado cabello —dijo el primero con una burla.
Un susurro de risa de la multitud que observaba esto le siguió, y
Amber sintió que su breve emoción se desvanecía como un globo
pinchado.
—Debe haber algo especial en este humano para que el Líder de
vuelo lo haya elegido para su hermano —dijo otro Lepidopterix,
acercándose, seguido por otros.
—Tal vez es más brillante por dentro?
—Tal vez puede hacer trucos?
—¡Sí, haz un truco, humano!
Amber, inquieta, se acercaba cada vez más a Atropos. Un repentino
zumbido enojado interrumpió a la multitud que se acercaba cuando un
viento agitó el cabello de Amber. Las alas de Atropos sobresalían de su
espalda, vibrando con una repentina y violenta tensión. La expresión de
su rostro era de una ira tan fría que incluso Amber se asustó por un
momento.
La multitud se dispersó rápidamente, mirándolo como si fuera un
tigre que caminaba desatado entre ellos. Amber, a pesar de su
preocupación, se sintió aliviada. No esperaba esa reacción del otro
Lepidopterix. Había esperado que estuvieran interesados, pero no así,
tan descuidados y desconsiderados, como si fuera un objeto o una
mascota. Habían pasado toda su vida imitando su cultura, viviendo
entre ellos. ¿Cómo podrían no saber que ella era una persona?
Más cerca del centro del balcón, un quinteto con instrumentos de
cuerda humanos y algunos otros instrumentos que Amber no reconoció
estaban tocando música. Era alto, extraño y delicado, parecía
serpentear por el aire como una enredadera o una mariposa atrapada
por la brisa. Alrededor y por encima de ellos, los invitados a la fiesta
estaban bailando.
Se lanzaron al aire, rodeándose uno al otro en un vals elaborado y
ondeante, uno apoyando al otro en el aire de vez en cuando. Solo tenía
un ligero parecido con el baile con el que Amber estaba familiarizada. Si
el arte humano hubiera evolucionado a a lo largo de un plano vertical,
pensó que podría ser algo así. Era hermoso de ver, en cualquier caso.
—¿Te gustaría bailar? —le preguntó Atropos, sonriéndole mientras
miraba a los bailarines.
—No estoy segura de poder —admitió Amber. —No puedo volar.
Ni siquiera soy tan buena en el baile humano.
—Yo puedo llevarte —prometió Atropos, acercándola a él. —
Créeme.
Amber no estaba tan segura, pero abandonó sus zapatos en la pista
de baile de todos modos, pisando con cuidado la parte superior de sus
pies, preocupada de estar lastimándolo. Pero él apenas pareció darse
cuenta, tomando su mano y su cintura y abriendo sus alas.
Eran mucho más grandes y mucho más poderosos completamente
abiertos de lo que Amber había esperado. Una ráfaga de viento atrapó
su cabello y sus faldas cuando él las levantó en el aire, no pareciendo
en lo más mínimo preocupado por el peso extra. No podían realizar el
baile complejo y vertiginoso como los demás a su alrededor; solo
giraban en el aire cerca uno del otro.
Pero Amber, sostenida cerca de su cálido pecho, mareada mientras
giraban y caían por el cielo, pensó que esto era mejor. Sonrió cuando él
la levantó más alto, su felicidad comenzó a regresar después de ese
momento inquietante en la multitud. Los otros bailarines y la gente de
abajo todavía los miraban de manera extraña, pero era más fácil de
soportar cuando Atropos la sostenía tan cerca.
Hubo una pausa en la música, y Amber se dio cuenta de un
repentino aumento en los murmullos de la multitud. Atropos miró
hacia otro lado, y ella siguió su mirada hacia el frente del balcón, donde
aterrizaba el Líder de vuelo Actian, con sus enormes alas verdes
revoloteando hasta detenerse y plegándose detrás de él. Estaba vestido
aún más bellamente que Atropos en un estilo casi militar, con bordes
verdes en oro.
Detrás de él, bajando una escalera de vidrio que se desplegaba
ante ellos y se disolvía detrás, llegaron tres alienígenas que
definitivamente no eran Lepidopterix.
El primero era alto, delgado y bípedo, con una cabeza en forma de
flecha y grandes ojos compuestos rodeados por una pelusa amarilla y
negra. Tenía tres pares de brazos que se movían hipnóticamente
alrededor de su brillante tórax negro, que se estrechaba en una cintura
terriblemente delgada. Si Atropos y su gente estaban relacionados con
las mariposas y las polillas de la Tierra, esto sería lo que sucedería si
agregaras avispas y abejas a la mezcla. Las alas translúcidas
revoloteaban contra su espalda, pero parecían demasiado pequeñas
para volar.
El segundo era mucho más grande y amplio y, pensó al principio,
cuadrúpedo, hasta que llegó al pie de la escalera de cristal y se sentó y
se dio cuenta de que era más un centauro. Sus patas traseras eran
gruesas y parecidas a un tronco, lo que le permitía adoptar una marcha
bípeda temporal, ayudado por una gruesa cola de saurio para
equilibrarse.
Sus extremidades anteriores eran brazos extraordinariamente
largos con una segunda articulación del codo que terminaba en una
mano de tres dedos, cada dedo y el pulgar cubiertos con una amplia
uña curva que juntos formaban algo así como una pezuña. Su cuello era
largo y casi tan grueso como su torso, terminando una cabeza roma con
una nariz puntiaguda en forma de pala, con fosas nasales de doble
hendidura.
El tercero no se parecía a nada, en todo caso a una gran roca gris
que arrastraba frondas fantasmales y medusas desde su suave vientre
morado. Mientras caminaba, desplegó numerosas piernas delgadas,
rojas y no mucho más gruesas que un lápiz, avanzando con pequeñas
garras. Tan pronto como su peso se había desplazado de una pierna,
ésta se plegaba en la masa principal y era reemplazada por otra.
Atropos llevó a Amber de vuelta al suelo y fue a encontrarse con su
hermano. Amber, mirando a los nuevos alienígenas con franco
asombro, se quedó cerca de él.
—Ah, Atropos —dijo Actian con una sonrisa cuando los vio,
volviéndose hacia los alienígenas. —¿Puedo presentarte a mi hermano
embrague, Atropos? Esta es Vespula del himenóptero, representante
de la reina Apocrítica.
Hizo un gesto hacia la avispa, que susurró sus alas e hizo un saludo
ante ellos.
—Este es el Capitán Ixion del Magnesio, liderando la flota de
corsarios Foloi.
Hizo un gesto a la criatura centauro, que inclinó respetuosamente
su largo torso.
—Y la colonia Zoa, inmortal de la Hexacorallia.
El alienígena de la roca no reconoció la presentación por lo que
Amber podía ver, aunque tal vez se perdió algún gesto en el constante
ajuste cambiante de sus muchas extremidades pequeñas.
—Es un honor —respondió Atropos, moviendo sus alas hacia atrás
mientras se inclinaba. Cuando se enderezó, estaba mirando a Actian
con el ceño fruncido. —¿Entiendo que son tus invitados para la
subasta?
—Han llegado un poco temprano —explicó Actian. —Los invité a
disfrutar de la comodidad de nuestra nave por un tiempo mientras
discutíamos los detalles de nuestra asociación.
—Ya veo —dijo Atropos.
—¿Es este el animal? —dijo Vespula. O más bien, chasqueó las
partes de la boca y zumbó las alas y emitió un olor extraño y acre, y la
computadora tradujo, sorprendiendo a Amber mientras transmitía las
palabras en su mente en un tono monótono relajante.
Vespula la alcanzó, agarrándola por el brazo casi antes de darse
cuenta de lo que estaba sucediendo. Sus seis manos extrañas la
recorrieron con velocidad e indiferencia profesionales.
—Parece demasiado pequeño y delicado para soportar muchos
huevos. Y una vez que eclosionen, la larva difícilmente podría
alimentarse durante un día antes de que expirara.
Amber hizo un ruido de miedo, horrorizada tanto por esa imagen
mental como por las manos invasoras. Al instante, Atropos la apartó y
sus alas se abrieron como advertencia. El himenóptero también levantó
sus alas con un zumbido peligroso. Actian actuó rápidamente.
—Esa es una de las mismas especies, sí —dijo. —Pero es una
mascota para mi hermano, no una incubadora de cría decente. Te
mostraré nuestros mejores ejemplares después de la fiesta.
—¿Y son más resistentes? —preguntó Vespula sospechosamente.
—Por supuesto —le aseguró Actian. —Tenemos varios cuerpos
más grandes que estoy seguro te complacerán.
El himenóptero se calmó, aunque todavía miraba a Atropos con
hostilidad.
—No me interesan los pequeños —dijo el Capitán Ixian, la criatura
centauro, en un retumbar bajo y profundo, inclinándose más cerca de
ella, aunque no la alcanzó, respetuosa del brazo de Atropos todavía
alrededor de sus hombros protectoramente. —Parece suave. Podría
romperlo sin siquiera intentarlo.
Ixian se acercó hasta que Amber pudo sentir su cálido aliento en su
rostro. Tenía una cara casi de sello, con ojos húmedos y oscuros.
—¿Qué dices, pequeña? —preguntó. —¿Te gustaría ser mía? Te
daría ropa, juguetes, besos y cualquier otra cosa que desees.
—Esta está tomada —dijo Atropos bruscamente, con un pequeño
silbido en su voz.
—Habrá humanos de mucha mejor calidad en la subasta, Capitán
—le aseguró Actian con una sonrisa. —No hay razón para apresurarse
por un espécimen de bajo grado como ese. Ven, déjame mostrarte
todo el buffet.
Actian los alejó rápidamente, y Amber se estremeció, finalmente
aflojando su agarre en su mano.
—No puedes dejar que le dé humanos a ninguna de esas personas
—dijo, pálida de miedo ante la idea. —¿Escuchaste lo que esa avispa
quería hacer?
Atropos tarareó, pareciendo un poco preocupado.
—Tratemos de disfrutar la noche —dijo, llevándola lejos.
Capítulo 10
Atropos le mostró el arte y la escultura en exhibición, pero Amber
no podía olvidar la forma en que esos extraterrestres la habían mirado.
Estaba sacudida y no podía calmarse. Cada vistazo de los tres extraños
entre la multitud trajo una nueva ola de inquietud.
Finalmente, Actian los encontró. Llevaba champán dulce y nectario
y una copa para Atropos, que lo tomó agradecido.
—Me alegra que hayas decidido presentar tu regalo como te sugerí
—dijo Actian. —Los otros ya están reclamando uno propio. Aunque no
esperaba que bailaras con él.
Él se rió entre dientes, divertido, pero Atropos solo le sonrió a
Amber.
—Me pareció apropiado —dijo. —Ella es una excelente bailarina.
—Eres un misterio, hermano —dijo Actian, sacudiendo la cabeza.
—De todos modos, el vuelo y mis nuevos aliados están intrigados. No
gracias a ti. Pensé que le quitarías la pequeña cabeza puntiaguda a
Vespula.
—Pido disculpas si los insulté —dijo Atropos. —Era... demasiado
posesivo.
Actian rió.
—No hay nada por lo que disculparse —dijo. —Quería que los
intimidaras. Los himenópteros no son una especie que me gustaría que
pensaran que eres una presa fácil. Son... bastante más indiscriminados
sobre dónde ponen sus huevos que nosotros.
—Es lo que había oído —dijo Atropos con inquietud.
Amber quería decir algo. Deseó desesperadamente ser lo
suficientemente valiente como para gritarle.
¿Quieres dar humanos a eso? pensó. ¡Sabiendo lo que les harán!
Incluso aunque creas que solo somos animales, ¡eso es demasiado
cruel!
Pero ella tenía demasiado miedo. Amber permaneció en silencio,
sintiéndose culpable y cobarde pero incapaz de hablar. Actian y Atropos
conversaban ociosamente, ignorándola.
—¿Se han reunido los últimos humanos anfitriones? —preguntó
Actian.
—Anoche —informó Atropos, mirando a Amber en tono de
disculpa. —Todo está preparado para la ceremonia de regalo de
mañana.
—Bien, también arreglé todo para el festival —respondió Actian. —
Todo debería estar a tiempo. Una vez que los anfitriones estén
implantados de manera segura, comenzará la subasta. Con esas
alianzas aseguradas y su moneda a nuestra disposición, podremos
comenzar cosechando la población humana para traer de vuelta con
nosotros. ¿Por dónde me recomiendas que comience?
—El continente más grande tiene la mayor densidad de población
—dijo Atropos con calma, como si no estuviera hablando de secuestro
en masa y esclavitud. —Si la prioridad es la velocidad, esa sería la mejor
opción.
—Pensé que podríamos tomar un número de todos los principales
centros de población —respondió Actian. —Así tendremos una gran
variedad de cuerpos que puedan comenzar a reproducirse. También es
más probable que obtengamos una muestra más amplia de
especímenes de alta calidad, que necesitaremos para comerciar y
mantener alianzas. Tengo la sensación de que el Capitán Ixian se va
para revisarlos rápidamente.
Amber se sintió enferma. Se alejó de Actian y Atropos; no quería
escuchar más de su conversación. Atropos la vio irse pero mantuvo su
atención en su hermano, confiando en que ella no se alejara.
Más o menos sola por primera vez esa noche, Amber miró a su
alrededor en la fiesta, esperando distraerse de la idea de que Atropos
ayudara a su hermano a esclavizar a su especie.
Todos los asistentes a la fiesta lucían colores muy vivos, incluso
más que los que había visto en el mercado hoy. Había pensado que
esto se debía a que todos estaban vestidos para la fiesta, pero estaba
empezando a darse cuenta de que eso no era cierto. Parecía que solo
los más coloridos habían sido invitados. Alas de pájaro, golondrinas y
monarcas. ¿Era ésta la aristocracia Lepidopterix?
Pero no; se dio cuenta de que estaba equivocada. Acababa de ver
un destello marrón entre todos los llamativos colores. Había al menos
un par de alas de color opaco aquí. Se acercó, tratando de verlo mejor,
y vio a otro.
Había varios pequeños morfos marrones y blancos que se movían
por los bordes de la habitación, llevando bandejas de bebidas y
refrescando el buffet. Los otros invitados los ignoraban por completo.
Se movían tan rápido y en silencio que Amber ni siquiera se había fijado
en ellos antes. La joven humana, curiosa, se acercó a una que llenaba
copas de champán en una mesa cerca del borde de la habitación.
—Disculpa —dijo Amber, tocando su hombro.
—¿Cómo puedo ayudarte? —dijo la polilla de inmediato antes de
girarse para mirar a Amber, momento en el que saltó sorprendida. —
¡Oh, el humano!
—Lo siento —dijo Amber rápidamente. —No quise asustarte.
—¡Está bien! —respondió rápidamente la polilla. —Es sólo que no
sabía que podías hablar.
—Estás hablando en inglés —dijo Amber con el ceño fruncido. —
Ese es mi idioma.
—Bueno, sí, pero... —la polilla parecía nerviosa, luego se sacudió.
—¿Puedo ayudarte?
—Me preguntaba por qué tú y todos los demás Lepidopterix
marrones están sirviendo bebidas y esas cosas. ¿Por qué ninguno de
vosotros fue invitado como invitado?
—¡Oh, lo estamos! —dijo la polilla rápidamente, sonriendo. —A
cambio de trabajar, ¡podemos estar aquí! No hay forma de que alguien
de mi color pueda entrar en una fiesta como esta, de modo que es
realmente emocionante incluso poder verlo.
—¿Pero no quieres ser parte de la fiesta? —preguntó Amber. —
¿Del baile y todo lo demás?
—¿Y quién bailaría conmigo? —dijo la polilla con una carcajada. —
¿Algún otro chico moreno? Estaríamos ridículos aleteando allí arriba.
No, es mucho mejor simplemente mirar.
Amber no tuvo oportunidad de preguntar más antes de que un
destello rojo llamara su atención.
La colonia Zoa, inmortal de la Hexacorallia, la criatura de roca,
estaba cerca, presumiblemente observando a la Lepidopterix marrón,
aunque no tenía ojos que pudiera identificar. Se reunió para irse de
inmediato, inquieta, pero se detuvo al ver que alcanzaba una de las
polillas marrones con una pierna roja y delgada. Atrapó al servidor por
el ala, casi haciéndole derramar las bebidas que llevaba.
—Sí, ¿cómo puedo ayudarlo, señor? —dijo la polilla al momento,
asumiendo que había estado llamando su atención. Pero el Inmortal no
soltó el ala del sirviente y tampoco dijo nada. En cambio, extendió un
segundo brazo, luego un tercero, para tirar de la delicada membrana
con curiosidad.
—Por favor déjalo ir —dijo el Lepidopterix, pálido.
En cambio, el Inmortal hizo un agujero en su ala con una pequeña
garra. La polilla gritó de dolor y comenzó a luchar para escapar.
—¡Alto! ¡Alto! ¡Eso duele! —gritó, intentando y sin poder apartar
sus alas del alienígena mientras calmadamente hacía otro agujero. En
cambio, desplegó una docena de brazos más y comenzó a rasgar las
alas de la polilla indefensa con una velocidad nauseabunda.
La polilla no estaba en silencio. Estaba gritando en lo que parecía
un dolor inimaginable, llorando y aullando mientras trataba de escapar
de la criatura que lo mutilaba. La fiesta había llegado a un punto
muerto, los invitados miraban con horror congelado pero sin hacer
nada.
Amber no esperó lo suficiente como para preguntarse por qué
nadie le ayudaba. Corrió a través de la habitación; estaba aterrorizada
por lo que le estaba pasando a la pequeña polilla. Se arrojó entre el
Inmortal y la polilla, golpeando sus extremidades delgadas, que se
rompieron como ramas secas, goteando un líquido blanco cuando se
dispersaron por el suelo.
Se tambaleó hacia atrás de inmediato, y la polilla cayó al suelo
sollozando detrás de Amber, sus alas eran un tembloroso encaje de
agujeros.
Amber, temblando de miedo, se interpuso entre la polilla y el
Inmortal. Sintió que su miedo aumentaba mientras el Inmortal
desplegaba brazos nuevos y más fuertes con extremos puntiagudos de
aspecto peligrosamente afilado. Ella se mantuvo firme, con los ojos
muy abiertos, mientras se movía hacia ella.
Un segundo después, con un zumbido de alas enojado, Atropos
estaba entre ella y él, escondiéndola completamente detrás de sus alas.
El Inmortal retrocedió, retirando sus brazos de inmediato. Actian llegó
allí un momento después, murmurando rápidamente algo al Inmortal.
Levantó la vista hacia Atropos y Amber por solo un momento, su
mirada intensa por un momento antes de mirar hacia otro lado.
—Tú —le espetó brevemente a uno de los otros sirvientes. —Lleva
ese a la enfermería.
La polilla con la que Amber había estado hablando y otra se
apresuraron al lado del sirviente herido y se alejaron rápidamente
mientras Actian continuaba negociando en voz rápida y silenciosa con
el Inmortal.
Atropos tomó a Amber del brazo y la alejó rápidamente, mirando
hacia atrás por encima del hombro mientras avanzaban.
—Qué horror —murmuró uno de los invitados a otro mientras
pasaban.
—Al menos eligió a uno de esos criados aburridos —respondió el
otro en un susurro. —Quiero decir, no es como si esas alas pudieran
ponerse mucho más feas...
Amber se sintió enferma y se aferró al brazo de Atropos mientras
se abrían paso entre la multitud.
—¿Qué está pasando? —preguntó Amber, preocupada.
—Atacaste a un caprichoso dignatario extranjero —respondió
Atropos con sorprendente calma mientras se dirigían al oscuro y
desierto extremo del balcón cerca de la pared del fondo.
—¡Estaba mutilando a ese hombre!
—Lo sé —dijo Atropos y se detuvo para mirarla a los ojos. —Y estoy
muy orgulloso de ti. Has sido más valiente que cualquier otra persona
en esa habitación.
Amber lo miró sorprendida por los elogios inesperados. Se inclinó
para presionar un beso en su frente.
—Pero si nos quedamos aquí, el Inmortal te hará lo mismo antes
de que termine la noche —convocó una puerta en la pared y un
ascensor más allá, instándola a entrar. —Actian está haciendo que
ganemos tiempo y, con suerte, el Inmortal se calmará y lo olvidará.
Se unió a ella en el ascensor, que comenzó a llevarlos de regreso a
su habitación.
—Me sorprende que Actian no me haya dado de comida para el
Inmortal —dijo Amber con un poco de amargura, aunque todavía
estaba demasiado aturdida y temerosa de mostrar verdadera
indignación.
—Él no te quiere muerta más que yo —dijo Atropos, colocando un
brazo reconfortante alrededor de ella. —Ha estado haciendo todo lo
posible toda la noche para protegerte.
—¿Por qué? —preguntó Amber. —¡No le importa ningún humano!
¡Quiere vendernos a cosas así!
—Porque eres importante para mí —dijo Atropos como si fuera
obvio. —Él es mi hermano. Y sabe cuánto me dolería perderte.
La franca admisión de su importancia para él pilló a Amber un poco
desprevenida, lo que la obligó a mirar hacia otro lado, nerviosa, cuando
la puerta del ascensor se abrió y volvieron al balcón.
—Por favor, no confundas la política de mi hermano con un
indicador de crueldad —continuó Atropos. —Es una buena persona,
valiente y leal. Generoso, amable...
—Para las quienes que él cree que son personas —interrumpió
Amber, murmurando primero, luego más fuerte cuando su miedo se
convirtió en ultraje. —Pero yo no soy una persona para él. Actúa como
si los humanos fueran objetos, ganado. Pero no lo somos, Atropos.
Somos personas, como tú. Y creo que él lo sabe. Creo que todos
vosotros lo sabéis. No hay forma de que hayan pasado todo este
tiempo viviendo con nosotros, viendo nuestras películas, copiando
nuestra moda, y sigáis creyendo que somos animales tontos.
Simplemente os estáis mintiendo a vosotros mismos porque... porque
os gusta sentiros superiores a alguien , tal vez. ¡O porque no queréis
dejar de usarnos y os hace sentir culpables admitir que somos iguales a
vosotros!
—Amber —dijo Atropos amablemente, y ella sabía que estaba a
punto de dar una excusa terrible que la haría querer no volver a mirarlo
nunca más.
—¿Crees que soy una persona? —le interrumpió ella sin rodeos.
Cuando él apartó la mirada evasivamente, ella lo repitió más fuerte. —
¿Crees que soy una persona, Atropos?
La miró fijamente, con sus ojos oscuros muy abiertos ante aquella
pregunta, pero sus alas colgaban bajas detrás de él.
—Sí —dijo finalmente. —Sí, por supuesto.
—¿Tanto como una persona como tú o tu hermano o cualquier
otro Lepidopterix? —continuó la muchacha.
—Sí —dijo Atropos, cediendo.
—Y si crees eso —continuó Amber, —pensando que cada humano
es tan persona como tú, ¿cómo puedes dejar que esto suceda? ¿Cómo
puedes ayudar a tu hermano a secuestrar a miles de nosotros y
entregarnos a esos monstruos? ¿Qué es esa cosa?, el Inmortal... lo que
le hizo a esa polilla... ¡va a hacerles lo mismo a Dios sabe cuántos
humanos! ¡Esas avispas nos van a comer de adentro hacia afuera! ¡Y
vas a ayudar a que eso suceda!
Atropos parecía estar enfermo. Él apartó la vista de ella, sus alas se
movían y crujían a su espalda.
—Atropos, mírame —dijo Amber más gentilmente, alcanzando su
mano. Él obedeció, con los ojos brillantes de inquietud. —¿Dejarías que
me pasara eso?
—Nunca —dijo, tan silenciosamente y con tanta pasión que Amber
sintió cómo la recorría una repentina emoción.
—Entonces tenemos que detener esto —ella apretó su mano con
más fuerza, mirándolo a los ojos con determinación. Tienes que
ayudarme a enviar a todas esas personas a casa antes de que sean
implantados.
Atropos la miró por un largo momento, y ella supo que él estaba
considerando las consecuencias, para él personalmente y para su
especie. Luego inclinó la cabeza.
—Lo haré —dijo. —Por ti.
Apenas se dio cuenta de que lo estaba besando hasta que ya lo
había hecho. Sus labios eran suaves, su textura ligeramente extraña,
como tela con un grano elevado, pero no desagradable. Él le devolvió el
beso de inmediato, tirándola hacia sus brazos y levantándola en el aire.
Su boca era cálida y exigente, dejándola preguntándose cuánto
tiempo había querido hacer esto. Ella había querido hacerlo
desesperadamente cuando pensó que él era solo un hombre normal
trabajando en una floristería. Después ya no estuvo tan segura, pero
era muy agradable. Lo sentía, sólido y seguro cuando la presionó contra
él.
Capítulo 11
Se sentía extrañamente ingrávida, y no solo porque sus pies no
tocaban el suelo. Su estómago revoloteó de emoción cuando sus besos
desaparecieron por su garganta; el leve roce de los dientes la hizo
temblar.
Sentía un calor recorrer su cuerpo de arriba a abajo, y sintió que su
cara se ponía roja de vergüenza. Su mano se deslizó sobre su estómago
con un toque fantasmal a través del vestido de seda, y Amber contuvo
la respiración, como anticipando lo que iba a suceder. Hizo una pausa,
apartándose para mirarla, aunque estaba claro por el aturdido calor de
su mirada que quería continuar.
—¿Puedo? —preguntó.
Amber asintió e inmediatamente fue aplastada por otro beso. La
presionó contra la pared mientras devoraba su boca, deslizando su
mano por su muslo, empujando sus faldas alrededor de sus caderas.
Con la otra mano la sostuvo en alto, cogiéndola del culo con tal
posesión que la dejó sin aliento.
Tiró de la parte delantera de su vestido hacia abajo para esparcir
besos sobre y entre sus senos. Las caderas de Atropos rodaron entre los
muslos de Amber, enviándole una descarga de emoción. Su mano se
deslizó debajo de su falda para rozar su ropa interior, y ella jadeó,
apretándose contra la mano de Atropos.
—Por favor —rogó, desvergonzada por la necesidad.
Él rodó la palma de su mano contra ella, haciéndola retorcerse y
gemir de deseo.
—¡Por favor! —ella rogó de nuevo, y él respondió a su súplica,
tirando de su ropa interior hasta que colgó de un tobillo. Sus dedos se
deslizaron delicadamente entre sus labios, extendiendo la humedad
que ya se estaba acumulando allí. Ella susurró su nombre, sus piernas
se enderezaron, mordiéndose el labio inferior, los dedos de los pies
curvados, mientras él pasaba el pulgar sobre su clítoris, enviando
chispas de placer que recorrían su cuerpo.
Se detuvo cuando sus susurros se convirtieron en jadeos sin aliento
para desabrocharse los pantalones. Amber se congeló, por un
momento preocupada por lo que vería. ¿Y si no reconocía lo que iba a
ver?
Sus ojos se abrieron cuando Atropos dejó a la vista lo que sus
pantalones escondían, sorprendida, pero no por lo que había temido.
Había dos.
Eran largos y afilados, de un tono similar al gris oscuro del resto de
él con un sonrojo de naranja dramático. Dispuestos uno al lado del
otro, bifurcando en la base, le recordaron las fotos que había visto en
sus cursos de biología de tiburones y ciertos reptiles.
Se presionó más fuerte contra la pared cuando él inclinó las
caderas hacia arriba y alineó una de sus pollas con ella, dejando que se
deslizara entre sus labios por un momento para lubricarla antes de que
él comenzara a hundirse dentro de Amber.
Amber jadeó al primer tramo suave de penetración, cerró los ojos y
mordió su labio para concentrarse en la sensación de que él la llenaba
lentamente. Era diferente a todo lo que ella había sentido antes, la
textura era más suave y la anchura se extendía lentamente.
La segunda polla se deslizó sobre sus labios, balanceándose contra
su clítoris cuando él movió sus caderas, empujando lentamente más
profundamente dentro de ella. Ella gimió, rodeándole el cuello con los
brazos mientras él la llenaba hasta la empuñadura, luego se retiró casi
por completo, solo para volver a entrar, golpeándola lo suficientemente
profundo como para hacerla ver estrellas.
Amber se aferró a él, con su espalda rozándose contra el yeso de la
pared cuando él la penetró de nuevo lo suficientemente fuerte como
para robarle el aliento y dejar manchas bailando ante sus ojos. Ella
maldijo suavemente ante los destellos de placer cuando él golpeó
profundamente dentro de ella, con su segunda polla moliéndose contra
su clítoris.
La besó, su lengua saqueó su boca tan profundamente como la
estaba llenando, haciéndola sentir mareada y abrumada por el placer y
una especie de asombro salvaje. Estaba teniendo sexo con un
extraterrestre. Probablemente era el primer humano en hacerlo. Y era
increíble.
Él la agarró por las caderas, apretándolas con fuerza contra las
suyas al ritmo de sus embestidas con una fuerte palmada de piel contra
piel, y Amber maldijo cuando sintió que el placer crecía como un
resorte en espiral dentro de ella.
Sosteniéndola con fuerza, él abrió las caderas de Amber para
empujar más profundamente dentro de ella, apretando contra sus
paredes cuando su pulgar encontró su clítoris nuevamente, besándola
larga y fuerte hasta que la estimulación fue abrumadora. Ella se apretó
alrededor de él con un grito cuando el placer la atravesó como una ola,
dejándola temblorosa y con los ojos llenos de estrellas.
La atrajo hacia sus brazos y la llevó hacia la cama. Sabía que él no
había terminado, y tenía una idea de por qué.
La recostó en la cama, le besó la mejilla y estaba a punto de
retirarse cuando ella lo agarró por la camisa y lo atrajo para un beso
más completo.
—Quiero las dos —dijo con claridad y vio que sus mejillas se
sonrojaban, sus ojos brillaban de deseo.
Se subió la falda por encima de las caderas, con las piernas
colgando sobre el borde de la cama, mientras él se movía entre sus
muslos. Estaba tan mojada de la primera vez que la penetró que dudó
que pudiera ser difícil. Pero Amber comenzó a cambiar de opinión
cuando él sostuvo las dos pollas juntas y comenzó a empujarlas
lentamente hacia ella. Cada una de ellas pro separado era de una
circunferencia promedio, pero juntas era algo increíble.
El hecho de que fueran cónicas ayudó, pero Amber aún maldijo un
poco más vehementemente que antes, ya que sintió que la estiraban
lentamente, abriéndola de par en par. Se echó un brazo sobre los ojos y
se mordió el labio, tratando de respirar a través de la sensación de
quemadura que la envolvía.
—Es demasiado —murmuró Atropos, viendo la forma en que
estaba agarrando las sábanas. —Debería parar.
—No te atrevas —dijo Amber rápidamente, moviendo su brazo
para mirarlo a modo de advertencia. —Joder, por favor. Continúa.
Él no se opuso, pero se ayudó con una mano para frotar en círculos
lentos sobre su clítoris y así facilitar el camino mientras presionaba más
profundamente. Amber hizo un ruido ahogado de placer sin sentido
cuando lo sintió en lugares donde nunca había sentido nada más. Para
cuando Atropos estuvo completamente dentro de ella, Amber
prácticamente babeaba, temblando por la tensión. Le quemaba, sí,
pero de placer.
—¿Estás bien? —preguntó Atropos, sin aliento y esforzándose,
resistiendo el impulso de tomarla como quisiera. —Todavía puedo
parar si quieres.
—Es increíble —le dijo Amber, encontrando sus ojos con su propia
mirada ligeramente aturdida. —Eres increíble. Te quiero, Atropos.
Su respuesta a eso fue retirarse hasta la mitad y volver a entrar con
tanta fuerza y rapidez que las caderas de Amber se levantaron de la
cama. Él escondió su rostro en su garganta, cubriéndolo con besos y
pequeños mordiscos mientras la golpeaba con una fuerza y velocidad
vertiginosas. Amber se sentía como un muñeco de trapo en sus manos,
agotada y encantada. Se balanceaba contra él tanto como podía, pero
sus intentos parecían superfluos ante su crudo poder y necesidad.
Ella pasó los dedos por los filamentos extraños y suaves de su
cabello cuando él besó su pecho y mordió la suave piel de su seno lo
suficientemente fuerte como para dejar una marca, una pequeña
muestra de su reclamo. Ella los quería en todas partes.
Él empujó sus piernas más arriba, apoyándolas en sus hombros, y
el nuevo ángulo dejó a Amber casi sin sentido. Nunca había sentido
tanto placer. Ella se había corrido varias veces, pero sabía que Atropos
no. El placer era tan intenso que no podía determinar dónde empezaba
un orgasmo y acababa otro.
Su lengua contra su clavícula, sus dedos cavando en sus muslos, la
gloriosa sensación de plenitud cada vez que la empujaba, todo le hacía
girar la cabeza, con la boca abierta y los ojos nublados, temblando de
éxtasis. Sabía que estaba cerca de su límite, pero si él podía hacerla
sentir de ese modo, debería tener que encontrar nuevos límites.
Su mano encontró su clítoris nuevamente, regalándole un último
orgasmo tembloroso mientras sus embestidas perdían el ritmo,
volviéndose ásperas y salvajes. Sus alas se encendieron detrás de él, el
color deslumbró los ojos desenfocados de Amber cuando lo sintió
crecer aún más dentro de ella, palpitando cuando se acercaba al clímax.
Él empujó profundamente en ella por última vez, sus caderas se
encontraron con la parte posterior de sus muslos de una manera que
hizo que sus ojos se pusieran en blanco. Ella sintió la cálida oleada de su
orgasmo y se sonrojó de sorpresa ante la cantidad de esencia que
recibía. Había tanto que llenaba cada espacio restante dentro de ella
que no se llenaba con él, y luego se agotaba a su alrededor. Sentía calor
y un hormigueo semejante a una efervescencia o a pasta de dientes de
menta.
Se quedó donde estaba mientras los dos recuperaban el aliento,
sudorosos y temblorosos, y se abrazaron muy fuerte. Amber
lentamente comenzó a recuperar su sentido común y tuvo un
momento de vergüenza por la rapidez con la que se apresuró desde el
primer beso hasta la primera doble penetración.
A Erin le habría costado al menos un día. Pero Amber no podía
aferrarse a la vergüenza. Se había sentido demasiado bien. Todavía se
sentía bien con él acomodado dentro de ella, su cabeza contra su
hombro, ocasionalmente dejando pequeños besos aturdidos sobre la
piel que tenía al alcance.
Pero gradualmente, el desorden entre ellos comenzó a enfriarse y
se volvió incómodo. Se retiró lentamente, haciendo que Amber gimiera
por el estiramiento y la sensación de vacío que dejó. Lentamente, con
la espalda dolorida, se sentó y miró el charco de sustancia que habían
dejado en las sábanas.
—Estoy realmente contenta de que el ordenador pueda
reemplazar esto —dijo. —Odiaría tener que tratar de limpiar todo eso
del colchón.
Atropos se rió un poco cansado donde se había alejado de la cama
e intentaba distraídamente arreglar su ropa.
—No voy a quedar embarazada, ¿verdad? —le preguntó Amber, de
repente preocupada.
—Por supuesto que no —le dijo, tranquilizador. —La ceremonia del
regalo requiere la implantación de un cigoto clonado cultivado en
laboratorio. Nosotros somos infértiles, sin ayuda.
—Bien —dijo Amber con un suspiro de alivio, recostándose en sus
manos.
—¿No quieres hijos? —preguntó Atropos, dejando su ropa y
sentándose a su lado.
—No sé —dijo Amber, sin saber cómo responder. —Aún no, de
todos modos. Todavía estoy en la universidad. Quiero trabajar para la
NASA. Tener hijos lo haría mucho más difícil.
Atropos frunció el ceño en silencio, mirando hacia otro lado.
—¿Entonces no estás considerando la posibilidad de quedarte
aquí? —preguntó Atropos.
—Estábamos de acuerdo en que teníamos que liberar a todos —
dijo, preocupada.
—Por supuesto —dijo Atropos de inmediato. — Y lo haremos. Pero
aún así, tú podrías...
—Soy parte de todos —dijo Amber con firmeza. —Me preocupo
por ti, pero no me voy a quedar aquí como una mascota. Tengo una
vida y una familia. Y hay cosas que quiero hacer.
Miró hacia otro lado, aceptándolo pero claramente dolido.
—Eres más que una mascota para mí —dijo; su voz era el único
sonido en la habitación tranquila. —Pensé que era obvio.
Amber se movió sobre la cama, poniendo sus muslos juntos,
sintiéndose repentinamente fría.
—Quizás después de que esto termine —dijo, —podrías quedarte
en la Tierra. Con la floristería.
—Debo quedarme con mi hermano y mi vuelo —respondió
Atropos, mirando hacia otro lado. —Yo también tengo una vida.
Amber no sabía qué hacer. Ella no quería alejarse de Atropos,
especialmente después de lo que acababa de suceder. Pero no podía
elegirlo a él por encima de todo su planeta y su futuro, ¿verdad? Era
mucho pedir después de todo lo que ella ya había pasado por él.
—Ya lo resolveremos —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza, y
luego se giró para agarrarle el brazo y tirar de él hacia abajo para darle
un beso en la mejilla. Pareció un poco sorprendido cuando ella lo miró
a los ojos con determinación. —¿De acuerdo? No hubiera hecho esto
contigo si no hubiera querido encontrar una manera de permanecer
juntos. Por ahora, concentrémonos en hacer que esas personas estén a
salvo.
Él sonrió, apretando su mano y asintió, aunque todavía había
tristeza en sus ojos.
—Pero primero, me voy a duchar —continuó Amber, mirándose. —
Y luego podemos comenzar a planificarlo todo.
Capítulo 12
Mientras se lavaba y cambiaba, Atropos examinó un esquema de la
nave que flotaba en el aire en las pantallas holográficas que utilizaba.
Cuando Amber apareció, secándose el cabello, él la saludó con la mano.
—La ceremonia de regalos es mañana por la noche —dijo. —Cada
persona en la estación será emparejada con un huésped humano y
donará su genética. El ordenador combinará eso con la genética de su
pareja, si la tienen, y clonarán un cigoto que se implanta en el huésped
humano, donde crecerá en un huevo.
—Tenemos que sacarlos de allí antes de la implantación —dijo
Amber con firmeza. —No podemos enviarlos de regreso a la Tierra con
un huevo extraterrestre en ellos, y no podemos esperar a que los
retiren. Actian está planeando traer a un grupo de humanos con él, de
todos modos. Podría irse antes de que los huevos se agoten. Incluso
podría haberlos hecho incubar.
Vio a Atropos fruncir el ceño y supo que estaba pensando en la
pérdida de una generación entera, una pérdida que podría significar el
fin de su especie.
—Encontraremos otro camino —le prometió ella, tomando su
mano. —Tiene que haber una mejor manera que esta.
—Sé que tienes razón —dijo Atropos. —Simplemente me preocupa
que una sola generación no sea lo suficientemente larga como para
encontrar esa manera. Hemos estado buscando durante años.
—Todavía me cuesta creerlo —dijo Amber, frunciendo el ceño ante
la idea. —Quiero decir, que no hayáis encontrado otra manera después
de todas estas generaciones de búsqueda. Incluso si tuviéramos que
contarlo en la Tierra y pedir voluntarios, encontraremos una manera.
—¿De verdad crees que los humanos harían esto voluntariamente?
—Atropos parecía dudoso.
—Sí, muchos de ellos —Amber estuvo de acuerdo. —Solo ofréceles
algunas de esas piedras preciosas hechas por ordenador, tal vez. Pero
creo que habría un puñado que lo haría gratis. Los humanos son raros.
—Así es —asintió Atropos, luego hizo un gesto hacia el mapa. —
Nuestra mejor oportunidad será mañana durante el Festival. El trabajo
de preparación para el Regalo se terminará esta noche para que todos
puedan participar en la celebración. Todos estarán en los jardines del
centro y los humanos estarán sin vigilancia.
—¿Habrá cerraduras o contraseñas o algo así? —preguntó Amber.
—No —respondió Atropos. —La cámara donde se guardan los
humanos es sagrada. Nadie iría allí y correría el riesgo de contaminar a
los anfitriones, y muchos menos liberarlos. Es inaudito.
—Creo que haremos historia entonces —dijo Amber con una risa
nerviosa. —Y devolviendo a todos, ¿podemos hacer eso? ¿Será seguro?
—El proceso de devolución está automatizado, como todo. Los
anfitriones generalmente se devuelven lentamente en el transcurso de
una semana o dos. Enviarlos de nuevo a la vez no les causará ningún
peligro, pero se notará más.
—Creo que el hecho de que se den cuenta en la Tierra es el menor
de nuestros problemas —respondió Amber. —Nos preocuparemos por
eso una vez que todos estén a salvo.
Pasaron el resto de la noche planeando, aunque sinceramente, no
había mucho que planear. Sería relativamente simple. Los delitos de
cualquier tipo eran inusuales en los vuelos, por lo que simplemente no
había muchas medidas de precaución. La seguridad que existía eran las
salvaguardas automáticas implementadas por el ordenador, que
Atropos tenía la autoridad de anular.
Cuando no pudieron pensar en nada más que resolver, Amber hizo
que la computadora reemplazara la cama, y se acostaron juntos,
Atropos sobre su estómago, con sus alas desplegadas sobre ellos y
moviéndose al ritmo de su respiración mientras caía en una especie de
sueño. Amber yacía a su lado, con su brazo sobre su estómago, mirando
hacia el techo mientras sus pensamientos giraban en círculos a través
de su cabeza.
Se preguntaba qué era esto con Atropos; si estaba haciendo lo
correcto al poner en peligro a su especie para proteger la humanidad.
¿Y qué pasaría si los atrapaban? Había examinado su sistema de
justicia, tal como era, y aunque el crimen era raro, las consecuencias no
eran nada buenas.
Y no había ningún precedente para algo a este nivel. Atropos
podría convertirse en la primera víctima de la pena capital en su
especie en toda la historia. Por no hablar de lo que podrían hacerle a
ella, un animal sin personalidad ni protección.
Cuando finalmente concilió el sueño, durmió inquieta y soñó con
las manos rojas del Inmortal rasgando alas y carne, silenciosas e
implacables.
Se despertó cuando el sonido de la música y los vítores se filtraron
en sus sueños. Se sentó lentamente, parpadeando y confundida, y vio la
puerta de su pequeña habitación abierta. Más allá, Atropos estaba en el
balcón, con la cortina parcialmente abierta.
Se unió a él y sus ojos se abrieron mientras miraba hacia la nave.
Ayer había muchos colores, pero hoy, era una explosión de color que
apenas podía creer. Flores, serpentinas y decoraciones en todos los
colores del arco iris colgaban de todas las superficies disponibles o
flotaban en el aire.
La música estaba por todas partes, fuerte, brillante y alegre. El aire
estaba lleno de Lepidopterix, moviéndose en parejas y tríos, sonriendo
y riendo, con sus alas brillantes. Amber no había visto mucho del
Lepidopterix de color oscuro antes, pero hoy, había tantos como los
más brillantes y, como resultado, la esfera estaba llena.
Todos los balcones públicos estaban llenos de eventos, juegos,
comida y exhibiciones de artistas. No había ningún lugar donde no
sucediera algo sorprendente. Amber estaba completamente
deslumbrada y miró con los ojos muy abiertos por un largo momento.
—Es increíble —dijo.
—Ojalá tuviéramos tiempo para disfrutarlo —respondió Atropos.
—Al menos podremos pasar entre ellos mientras seguimos nuestro
camino. Deberíamos dejarnos ver allí todos modos.
Amber asintió, entendiendo y fue a cambiarse. Ella eligió ropa de
color marrón sable suelta para combinar con su cabello y la capa alada,
la mejor para mezclarse entre la multitud. Pero Atropos la detuvo.
—No hay razón para esconderse hoy —dijo. —Todos sabrán quién
eres porque estarás conmigo. Y una vez que hayamos pasado el
Festival, no habrá nadie que nos vea de todos modos. También podrías
llevar un vestido de fiesta.
Le ofreció en cambio una capa. Las alas eran de un azul zafiro
brillante, llegando a sus caderas en la espalda, justo debajo de su
esternón en la parte delantera. El vestido que le dio para que lo
acompañara era un hermoso color amarillo dorado, de encaje, con una
falda larga y esponjosa. Amber se sintió tan brillante y vibrante que era
casi vergonzoso.
—Estás maravillosa —le aseguró Atropos cuando Amber se miró
inquieta, besando el dorso de su mano. —Serás la envidia de todos los
que desearían poder cambiar el color y el patrón de sus alas tan
fácilmente.
—Bueno, con suerte, no atraeré demasiada atención —dijo Amber
con una pequeña risa. —Queremos poder escapar en algún momento.
Él la tomó de la mano y descendieron a la alegre vorágine del
Festival.
Había maravillas por todas partes que Amber miraba. La gente
flotaba con ropa tradicional escandalosamente colorida. Los bailarines
profesionales mostraban complejos pasos. Los olores de comidas ricas y
deliciosas estaban en todas partes, tan omnipresentes como la música,
todas las campanas y percusiones y las cuerdas altas.
Amber apenas pudo resistir el impulso de detenerse en cada
balcón que pasaban para pasar sus manos por los montones de flores
brillantes, los derrames de tela brillante, el empaste decadente de
pinturas donde la pintura parecía casi como si hubiera sido entubada
como un glaseado.
Era una sobrecarga sensorial del tipo más magnífico, y mientras
ella y Atropos descendían, señalándose las maravillas el uno al otro al
pasar, Amber casi podía olvidar para qué estaban allí. Pero entonces se
daría cuenta de la gente que la miraba, condescendiente y adquisitiva.
Una vez, entre el gentío, vislumbró al himenóptero, deteniéndose
cerca de un puesto de dulces y observándola. No podía permitirse el
lujo de olvidar lo que necesitaba hacer. Demasiada gente contaba con
ella.
Llegaron al fondo de la esfera y rápidamente se perdieron entre los
jardines, sacudiéndose las miradas de la curiosa multitud.
—¿Estás listo para hacer esto? —le preguntó Amber a Atropos,
sonriendo nerviosamente.
—No —respondió Atropos con franqueza. —Pero entonces no sé si
alguna vez lo estaré. Así que tendremos que proceder y esperar
encontrar mi confianza en algún lugar del camino.
—Suena como un plan —respondió Amber con una pequeña y
temblorosa risa. —Computadora, puerta.
Mirando una última vez a su alrededor por si alguien los estuviera
observando, Amber y Atropos se metieron en el caparazón interior de
la nave y se dirigieron hacia la sala de incubación.
No estaba tan escondida como la habitación donde Actian
mantenía a los humanos para la subasta, y los pasillos que conducían a
ella habían sido limpiados y decorados recientemente. Preparaciones
para el Día del Regalo, supuso Amber. Pero el área estaba desierta;
todos estaban en la esfera central, disfrutando del festival. Una vez que
el sonido de la música detrás de ellos se desvaneció, los pasillos
quedaron en silencio.
Finalmente, llegaron a un conjunto de vastas puertas adornadas,
cerradas con un sello gigante e intrincado del tamaño de una tapa de
registro que parecía estar hecha de cera o algo similar.
—Es simbólico —explicó Atropos, viendo a Amber mirándolo
fijamente. —La ruptura del sello antes de la ceremonia es un momento
importante. Pero no tiene ningún propósito real. Trataremos de
molestar a los anfitriones lo menos posible; ellos y los mecanismos de
la sala aún necesitan atención. Los trabajadores entran por una entrada
de servicio. Por aquí.
A lo largo de un pasillo más pequeño que Amber casi no había
visto, situado junto a las puertas ceremoniales y parcialmente
escondida detrás de una estatua, Atropos la condujo a una puerta más
simple. Se abrió con un ligero toque, y los dos entraron.
La gran sala, era incluso más grande que el salón que Amber había
visto antes; estaba llena de más humanos de los que Amber creía haber
visto en un solo lugar. La sala se extendía en ambas direcciones más allá
de la curva de la nave y se extendía aún más allá de lo que podía ver.
Los humanos flotaban en ordenadas filas y columnas, a la deriva en la
extraña ingravidez de su suspensión.
Atropos se apresuró hacia las grandes puertas, donde estaba una
especie de podio, como un atril de libros. Cuando se acercaron, Amber
vio la pantalla puesta y se dio cuenta de que era la primera pantalla de
una computadora sólida y no las holográficas que había visto en la
nave.
—Todas las funciones de recolección y mantenimiento de
anfitriones se controlan desde aquí —explicó Atropos cuando comenzó
a tocar la pantalla. —Están aislados del resto del sistema para que no
puedan ser manipulados.
—¿Entonces puedes usarlo para enviarlos a todos de vuelta? —
preguntó Amber.
—Teóricamente —respondió Atropos. —No hay razón para que no
pueda hacerlo.
—No pareces muy seguro de querer hacerlo —dijo Amber,
apretando los labios y mirando a su alrededor a la multitud silenciosa y
flotante.
—Bueno, es algo que nunca se ha hecho antes —dijo Atropos,
frunciendo el ceño hacia la consola. —Nadie ha devuelto un anfitrión, a
menos que yo sepa. Estoy un poco preocupado de que, si existe la
función, no pueda localizarla.
—Es un poco tarde para preocuparnos por algo así ahora —
mencionó Amber, frunciendo el ceño. —Pero, confío en ti.
—Gracias —dijo Atropos, frunciendo el ceño con más fuerza en la
consola.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos antes de la ceremonia? —
preguntó Amber, mirando las puertas con cautela. Si la ceremonia
comenzaba, ella y Atropos estarían justo en medio, sin poder
esconderse en ningún sitio.
—Estoy seguro de que tenemos mucho tiempo —respondió
Atropos. —El festival dura la mayor parte del día. ¡Oh, creo que lo he
encontrado!
Presionó un botón e inmediatamente, una fuerte alarma comenzó
a sonar en toda la nave. Inmediatamente comenzó a presionar otros
botones más rápido.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la muchacha, gritando para que
Atropos la escuchara por encima de la sirena de alarma. —¿Qué es eso?
—Aparentemente —dijo Atropos con voz tensa, —esa es una parte
perfectamente normal del procedimiento de purga, por la que se
informa a los residentes de que deben mantenerse alejados de los
anfitriones que serán devueltos. No esperaba que fuera tan...
escandalosa.
—¿Pero funciona? —volvió a preguntar Amber, pálida de
preocupación. —¿Están siendo enviados de vuelta?
—En un momento —confirmó Atropos, con sus antenas
temblando. —¡Allí!
Amber levantó la vista cuando una luz creció alrededor de los
humanos capturados. Mientras observaba, comenzaron a desaparecer,
uno tras de otro, desapareciendo de allí y, supuestamente,
reapareciendo en la Tierra.
—¡Lo hicimos! —rió Amber, un poco abrumada.
—Ahora viene la parte difícil —dijo Atropos, cogiéndola del brazo y
empujándola hacia la puerta. —Actian, y probablemente todos los
demás en la nave, están a punto de darse cuenta de lo que significa esa
alarma y vendrán aquí tan rápido como puedan. No debemos estar aquí
cuando eso ocurra.
—De acuerdo —dijo Amber, palideciendo un poco.
Regresaron al corredor de servicio; Amber todavía estaba aturdida
por el éxito de su plan. Pero se puso seria repentinamente al escuchar
el pánico de voces que se acercaban desde el otro extremo del pasillo.
—¡Computadora, puerta! —dijo Amber con un susurro rápido. —
Pasillo para, hmm, oficina nivel B.
Recordaba vagamente ese nombre de sus investigaciones en las
secciones abandonadas el día anterior. Arrastró a Atropos por la puerta
y la borró detrás de ellos, corriendo a toda velocidad. No sabía qué tipo
de seguridad tenían, si es que tenían alguna, en esta nave, pero no
quería estar cerca de la sala de incubación en este momento.
—Debemos regresar a la cámara central —dijo Atropos. —Mi
hermano esperará mi ayuda.
Amber asintió y, haciendo todo lo posible por recordar sus
exploraciones del otro día, los envió de vuelta a un rincón apartado de
los jardines en la base de la esfera interior.
El festival era un caos. La música había desaparecido; ahora sólo se
escuchaba una cacofonía de gritos angustiados mientras todos
intentaban averiguar qué había sucedido. Ella y Atropos se apresuraron
a través de la multitud, dejándose ver mientras buscaban a Actian.
Como era de esperar, lo encontraron cerca de las grandes puertas de la
sala de incubación, donde estaba quieto ante el sello, ahora roto y la
sala vacía detrás de él.
—¡Hermanos de vuelo! —gritó para ser escuchado por encima del
ruido de pánico. —¡Calmaos y escuchadme!
Poco a poco, la multitud se calmó lo suficiente como para que se
escuchara a Actian. Atropos y Amber se abrieron paso hacia el frente de
la masa. Él asintió con la cabeza cuando los vio, luego se dirigió al vuelo.
—Mantened la calma —ordenó. —No hay motivo de pánico. Los
anfitriones han sido devueltos...
Un grito surgió de la multitud y Actian esperó hasta que se hizo de
nuevo el silencio para continuar.
—Pero no están perdidos —dijo. —El Regalo se retrasará
temporalmente mientras se recopilan nuevos anfitriones. Nuestro
cronograma se verá perjudicado. Esto es solo un inconveniente, no un
desastre.
La victoria de Amber se volvió agria en su boca. ¿Realmente sería
tan fácil para ellos secuestrar a más personas?
—En este punto —continuó Actian, —sospechamos que el
responsable del error ha sido un fallo en el ordenador. Sin embargo, si
ha habido algún individuo responsable de ello, puede estar seguro de
que será encontrado y castigado. Regresad al festival y disfrutad.
Pronto anunciaré otra fecha para la ceremonia del regalo.
Se alejó y la multitud se dispersó lentamente, murmurando unos a
otros. Atropos y Amber se quedaron atrás cuando Actian se les acercó.
—¿Has escuchado algo? —preguntó Actian; estaba tranquilo, pero
dejaba entrever algo de preocupación y de ira bajo esa aparente
serenidad. —Sé que los aburridos te hablan a ti más que a mí.
—Solo el discurso que acabas de dar —dijo Atropos con el ceño
fruncido. —Amber y yo estábamos en los jardines cuando sonó la
alarma.
—Es una pesadilla —Actian hizo una mueca, sus alas se movieron y
se acomodaron nerviosamente sobre su espalda. —No sé cómo pudo
haber sucedido esto. Afortunadamente, el comando se detuvo antes de
llegar a las existencias para la subasta.
Amber apretó los dientes con ira repentina y un sentimiento de
desesperación retorciéndose en sus entrañas. ¡Erin!
—Pero quién sabe cuánto afectará este retraso al curso de nuestro
vuelo de regreso —continuó. —¡Puede que haya que reorganizarlo por
completo! Y la subasta aún debe continuar mañana...
—Debes retrasarla —dijo Atropos inmediatamente, y el corazón de
Amber saltó a su garganta. Los ojos de Actian se abrieron y Atropos
continuó. —Ten en cuenta el vuelo, hermano. Habrá suficientes
malestares como para que todavía tenga acceso a un anfitrión cuando
se deniegue el resto. Si comienzas a dar anfitriones a extraños antes de
al vuelo, habrá un motín. Debes retrasar la subasta hasta después el
regalo!
Actian consideró las palabras de Atropos por un momento; sus
rasgos normalmente distantes se tensaron con preocupación.
—Tienes razón —dijo. —Por supuesto, tienes razón. Pero nuestros
invitados no estarán contentos.
Se mordió el labio con unos dientes tan puntiagudos que
sorprendieron a Amber; su expresión era la de estar perdido en sus
propios pensamientos. Alrededor de ellos, la mayoría de la multitud se
había marchado, pero muchos aún estaban allí. Algunos observaban a
Actian con ojos ansiosos, queriendo hacerle preguntas pero con miedo
de acercarse mientras hablaba con su hermano. Otros observaban a
Atropos con recelo o miraban a Amber con codicia celosa en los ojos.
Actian los miró y frunció el ceño.
—Te necesitaré allí cuando se lo diga —continuó Actian,
enderezando con un susurro de sus alas. —Mientras tanto, te sugiero
que lleves eso a tu habitación y lo escondas.
Hizo un gesto a Amber con un movimiento despectivo de su
muñeca.
—No queremos arriesgarnos a empeorar la situación haciendo
alarde de tu buena suerte.
—Por supuesto —Atropos inclinó la cabeza en señal de
reconocimiento. —La llevaré ahora mismo.
—Te llamaré pronto —prometió Actian y se alejó con un susurro
agitado de sus alas para saludar al otro Lepidopterix que estaba cerca.
Atropos se apresuró a alejar a Amber, y no se dijeron nada el uno
al otro hasta que estuvieron de vuelta en las habitaciones de Atropos,
con las cortinas cerradas y todos los rincones revisados para comprobar
que no los estaban vigilando..
—Lo hicimos —dijo Amber, finalmente permitiéndose sentirse
aliviada. Ella lo agarró en un fuerte abrazo. —¡Realmente lo logramos!
—Sí, aunque solo sea temporalmente —confirmó Atropos,
apretándola cerca por un momento. —Pero nuestro trabajo aún no ha
terminado.
—No pensé que habría tanta demora entre la bóveda principal y la
de subasta —dijo Amber un poco amargamente. —Pero los enviaremos
de vuelta antes de la subasta. Solo tenemos que volver a intentarlo.
—Tendremos que hacer más que eso —dijo Atropos en voz baja. —
Tendremos que destruir la terminal y todas las herramientas para
recolectar anfitriones.
Amber se apartó de él, con los ojos muy abiertos.
—Pero eso significaría...
—Que se destruiría cualquier esperanza de que mi vuelo se
reproduzca de esta manera —respondió, inclinando la cabeza. —Por lo
menos, no tendríamos más remedio que regresar al mundo natal para
reparaciones. Si no encontramos una solución para entonces, puede
significar el final para mi especie.
—¿Arriesgarías eso? —preguntó Amber, tocando su mano. Una
cosa era interrumpir a esta generación, pero potencialmente destruir
toda la capacidad de reproducción de su especie... ¿Era justo que ella le
pidiera eso?
—Tenías razón —dijo Atropos, tomando su mano suavemente. —
No puedo permitir que Actian cometa este genocidio contra tu especie.
Ni siquiera para salvar la mía.
Le tocó la cara y le acarició la mejilla con el pulgar. Ella colocó su
mano sobre la de él, con el corazón lleno de dolor compartido por su
especie.
—Hemos sido un pueblo en decadencia durante mucho tiempo.
Hemos estado luchando contra lo inevitable por más tiempo de lo que
tu especie ha existido. Quizás es hora de que dejemos de luchar.
Ella lo besó, triste y dulce, y agradeció el extraño giro del destino
que los había traído el uno al otro.
Una campanilla sonó desde el aire y una pequeña pantalla apareció
junto a Atropos.
—Debo ir con mi hermano —dijo, escaneando las palabras en la
pantalla antes de pasar los dedos por él para descartarlo. —Quédate
aquí. Volveré pronto.
—¡Espera! Déjame ir contigo —insistió Amber, tomando su mano.
—Quiero ver qué ocurre.
—No es seguro para ti estar allí —dijo Atropos, sacudiendo la
cabeza y retirando la mano.
—¡No es seguro para mí aquí! —señaló Amber. —Si uno de ellos
decide que me quiere, ¿qué le impide venir aquí y llevarme? Estoy más
segura contigo.
—Nadie se atrevería —insistió Atropos con calma, colocando sus
manos sobre sus hombros mientras la apartaba suavemente. —Mantén
las cortinas cerradas y quédate en silencio. Volveré pronto.
Él besó su frente suavemente, luego desapareció con un torrente
de alas. Amber lo vio irse, mientras su estómago se encogía de
preocupación.
Inquieta, caminó por la habitación, intentando creer que era mejor
quedarse allí.
Fuera del balcón, lo que se oía era muy diferente. Ya no podía
escuchar la risa alegre y la música del festival, ni siquiera la charla
pacífica y el susurro de las alas de la actividad normal. Había una
tensión en el aire que zumbaba como una cuerda arrancada. Apenas
había volantes que iban de balcón en balcón. Los que se movieron, lo
hicieron rápidamente y no se detuvieron para hablar.
Algunos pasaron cerca de las habitaciones de Atropos, mirando
pensativamente la cortina cerrada. Amber los observó a través de un
hueco en la tela, sintiendo como si su corazón estuviera siendo
apretado por una mano gigante. Ella sacudió la cabeza y se alejó. No,
no podía permanecer ahí. No podía ser vista públicamente con Atropos,
pero ya había aprendido a escabullirse.
Se puso su atuendo marrón opaco de nuevo, convocó una puerta y
comenzó a caminar hacia donde la computadora decía que Actian se
encontraba, la sala de audiencias.
Capítulo 13
—Seguramente entenderás que nuestra confianza esté un poco
maltrecha.
Amber abrió una pequeña puerta en la parte trasera de la sala de
audiencias y miró con cautela. Era una habitación larga cuya decoración
mostraba claramente la influencia barroca que había visto en otros
lugares. No se parecía en nada a una especie de Versalles alienígena. En
una silla de respaldo alto al final de la sala, Actian se dirigía a los
delegados de sus nuevos aliados.
Era el Capitán Ixion, el alienígena con forma de centauro, quien
estaba hablando. Un grupo de Lepidopterix, presumiblemente
importante a juzgar por su color y vestimenta, se interpuso entre ella y
los delegados, pero ella reconoció su voz, que sonó en el techo alto de
la habitación.
—Nos prometieron un nuevo intercambio —continuó Ixion. —
Pero, ¿cómo podemos confiar en ti para gestionar el comercio de una
especie completa cuando ni siquiera puedes controlar a un puñado de
animales?
—Esto es solo un pequeño contratiempo —explicó Actian con
calma. —Nuestro sistema automatizado está diseñado para purgar las
salas de incubación si detecta patógenos que podrían poner en peligro
el vuelo. Uno de los animales estaba enfermo y pudo haber infectado a
los demás, por lo que todos fueron devueltos para garantizar la
seguridad de la misión. Recolectaremos nuevos anfitriones en una
semana, momento en el cual la ceremonia del regalo y la subasta
sucederán con normalidad.
Los Lepidopterix situados frente a Amber se movieron con
inquietud, murmurando entre ellos proporcionando a Amber una visión
más amplia de los acontecimientos mientras Vespula del himenóptero,
se acercaba al trono, con sus alas zumbando furiosamente. Vio a
Atropos en último lugar, de pie a la sombra del trono de Actian. Dio un
paso adelante para bloquear a Vespula, con las alas extendidas, y el
himenóptero se detuvo, aunque todavía parecía indignado.
—¡La subasta debe continuar! —siseó. —¡A la Reina le prometieron
una entrega completa de anfitriones para la temporada de puesta!
El Inmortal no habló, pero sus piernas chasquearon y se movieron
en movimientos rápidos y bruscos.
—La flota también tiene obligaciones en otras partes de la galaxia
—agregó el Capitán Ixion. —El Almirante no tolerará el retraso. Pero
tengo otra propuesta.
Vespula retrocedió para mirar a Ixion sospechosamente. Atropos
dobló sus alas y regresó a su posición al lado del trono de Actian.
—Dado que no se puede confiar en que hagas un seguimiento de
los animales —dijo Ixion, su tono cordial, alegre incluso, —el control del
planeta y sus recursos deberían ser entregados a otra persona.
Recibirás el pago y la asistencia que solicitaste a cambio de todos los
derechos sobre la Tierra y sus especies nativas. Pero todos los negocios
en el futuro relacionados con el comercio humano se realizarán a través
de otra persona.
—¿Debo entender que ese otro serás tú? —preguntó Actian,
levantando una ceja.
—Bueno —Ixion se encogió de hombros con fingida humildad. —La
flota de Foloi tiene una amplia experiencia en el comercio interestelar.
Fue interrumpido por un furioso silbido de Vespula, que se lanzó
hacia él, amenazándolo abiertamente.
—¡Querrás decir que son conocidos piratas y ladrones! —chilló el
himenóptero. —¡Nadie sería tan tonto como para confiarle un recurso
tan valioso! ¡Los humanos deberían ser entregados a los himenópteros!
—¿Y verte arder a través de todos ellos en un minuto Rigelliano? —
Ixion se echó a reír, sin preocuparse por tener la avispa tan cerca de su
rostro, con el aguijón levantado. —No te ofendas, amigo mío, pero he
visto los Páramos de papel que dejaste atrás en el sistema Beetleguise.
Tu voracidad es legendaria. Si no fuera porque tus primos fórmicos te
tienen retenido, habrías acabado con todos los seres vivos de tu
sistema solar y te habrías extinguido antes de descubrir el viaje
interestelar.
Vespula estaba tan indignada por esto que sus alas, que latían con
furia, la elevaron a unos centímetros del suelo para revolotear de forma
amenazadora, con el aguijón curvándose entre sus piernas.
—¡La Reina Apocrítica no responde a ningún fórmico! —chilló
Vespula.
Detrás de ambos, el Inmortal estaba desplegando varias
extremidades largas y puntiagudas, chirriando extrañamente.
—Señores —dijo Actian bruscamente antes de que estallara una
pelea, —el control de la Tierra no será cedido a nadie. Los anfitriones
prometidos se entregarán una vez que se complete el regalo. Por
desgracia, no se puede evitar el retraso.
—Si el tiempo es un problema —ofreció Ixion, —¿por qué no se
adelanta la cosecha? La flota está cerca. Podríamos comenzar a sacar a
los humanos en un día.
Amber se agarró a la puerta con fuerza para que no se dieran
cuenta de que estaba allí, palideciendo de horror ante la idea de que
podría haber avanzado la invasión.
—¡Ladrón! —chilló Vespula. —¡El Enjambre está a un mes luz!
¡Cogerías a los mejores anfitriones antes de que llegue!
—No puedo permitir que comience la cosecha hasta que se
complete el regalo —dijo Actian, implacablemente tranquilo. —Esto no
es negociable. Los humanos resistirán este sacrificio inicial, y aunque se
espera que las pérdidas sean pequeñas, no arriesgaré ni una vida de mi
vuelo hasta que la próxima generación esté asegurada.
—Si llamas a la Flota, no será necesario que haya un solo
Lepidopterix en la Tierra,— instó Ixion. —Podemos recolectar los
anfitriones para tu fiesta del regalo primero. No es necesario confiar en
tus métodos más lentos como para mantener el secreto.
—¡Ladrón mentiroso! —zumbó Vespula, temblando de rabia. —
¡Haría que sus piratas fueran los únicos en la superficie para que pueda
coger lo que quiera y no dejar nada para el resto de nosotros! ¡Cargaría
sus naves y se iría en un instante!
—Vespula, por favor cálmate —dijo Actian, con su mirada helada.
Pero la avispa lo ignoró.
—Fuiste tú quien contaminó las cámaras de incubación, ¿no? —
gruñó Vespula a Ixion. —¡Hiciste esto por la poca influencia que tienes!
¡Ladrón!
Apuñaló a Ixion con su aguijón, e Ixion retrocedió sobre sus patas
traseras con forma de tronco con sorprendente destreza,
balanceándose clavado en Vespula con sus extremidades anteriores
más largas y con garras. Aseguró el agarre de las inútiles alas vestigiales
del himenóptero y las rasgó, pero no antes de que los cuartos cercanos
permitieran a Vespula enterrar su aguijón en las tripas expuestas del
extraterrestre más grande. Ixion palideció y cayó al suelo casi de
inmediato; su piel se volvió seca y parecida al papel. Vespula dio un
paso atrás con una sonrisa cruel.
—La subasta continuará según lo planeado —exigió Vespula,
caminando hacia el trono donde Actian seguía sentado impasible.
Atropos comenzó a dar un paso adelante, pero Actian lo detuvo.
Vespula apuntó con su aguijón todavía sangriento a Actian de forma
amenazante. —Mañana. O cuando llegue el enjambre, llevará a este
planeta a una guardería, ¡y tu vuelo llevará nuestros huevos junto a los
humanos!
—Un día —respondió Actian, impasible. —Habrá que ajustar los
planes. Tendrás tu subasta pasado mañana.
—¡La tendremos hoy si yo lo exijo! —chilló Vespula, arremetiendo
con su aguijón.
Actian se movió tan rápido que, desde su lugar en el otro extremo
de la habitación, Amber ni siquiera supo qué había pasado. El
himenóptero cayó hacia atrás sobre el brazo del trono, gritando. Actian
se inclinó sobre él, con las alas desplegadas vastas y luminosas detrás
de él; una mano en la garganta de Vespula, la otra a su lado,
sosteniendo su aguijón, arrancado y goteando por la herida. Su cabello
pálido cayó sobre su elegante rostro, todavía sereno y frío como una
estatua de mármol, mientras sostenía la avispa que aullaba sin parar
inmovilizada. Le arañó inútilmente el brazo, dejando marcas irregulares
y sangrantes que dejaron a la vista un líquido verde, pero Actian apenas
pareció darse cuenta.
Cuando finalmente dejó de gritar para jadear, Actian habló.
—Representante Vespula, te estás avergonzando a ti mismo —dijo.
—Y tus amenazas están tan vacías como tus sacos de veneno. Sí, si el
enjambre viniera a por nosotros, puede que nos destruyera, como hace
con todo. Pero no antes de atravesar una franja de destrucción tal que
se necesitaría la devastación de mil planetas para restaurar la cifra de
sus integrantes. Y no antes de que hubiéramos destruido la Tierra, sin
dejar ningún lugar más grande que un meteorito para que incubaras a
tus crías.
Amber tembló en la puerta ante la tranquila certeza con la que
Actian habló de destruir su planeta. Pensó que Vespula también estaría
temblando. Actian se inclinó sobre él, mirando directamente a sus ojos
negros y compuestos, tan cerca que su cabello rozó su mejilla. Todavía
sostenía el aguijón sin hacer nada, como si en cualquier momento
pudiera empalar a los himenópteros agresivos.
—Los Lepidopterix han viajado por estas estrellas desde antes de
que tu especie saliera de sus primeras colmenas —continuó Actian. —
Esta nave lleva armas que hacen que los guerreros más poderosos del
enjambre parezcan crías con rocas y palos. Cosas que incluso apenas
nosotros entendemos. Pero si estás interesado en ver una
demostración, estaría encantado de organizarla para ti.
La Vespula no respondió; simplemente se ahogó y zumbó de ira y
humillación.
—Muy bien —Actian finalmente se alejó, liberando a Vespula, que
se alejó de él tanto como pudo, como si temiera que Actian todavía
tuviera la intención de destriparlo. —La subasta tendrá lugar pasado
mañana. Espero veros a todos allí.
Los Lepidopterix de color opaco que llevaban la marca de
sanadores ya se llevaban al Capitán Ixion, que se encontraba ceniciento
y temblando. Otros comenzaron a instar a Vespula a seguirlos,
seguramente hacia una enfermería. Actian los observó irse, con
expresión ilegible. Luego su mirada se posó en el Inmortal, que no se
había movido y parecía estar mirándolo.
Por un momento, solo hubo silencio entre ellos. Luego, el Inmortal
levantó varias de sus delgadas extremidades rojas y comenzó a
aplaudir, el sonido hizo clic y se secó, haciendo eco en la cámara alta.
Fue un aplauso misterioso pero inconfundible. Tan rápido como había
comenzado, se detuvo y se escabulló, volviendo a sus asuntos.
Actian, que aún sostenía el aguijón del himenóptero, intercambió
unas pocas órdenes con el otro Lepidopterix en la habitación, luego se
volvió hacia su hermano.
Amber cerró y escondió la puerta cuando la habitación comenzó a
vaciarse; su corazón se aceleró. ¿Cómo podría sacar a Erin y los otros
humanos de esta nave antes de la subasta? E incluso aunque lo hiciera,
por lo que acaba de suceder, eso podría desencadenar una guerra
interestelar y destruir su planeta de todos modos. ¿Qué iba a hacer
ella? ¿No había una respuesta correcta?
Deseó ser más valiente. Deseó que Erin estuviera aquí en lugar de
ella. Erin era inteligente, hermosa y valiente. Ella habría sabido cómo
salvarlos a todos. Amber ni siquiera pudo salvarse a sí misma. Intentaba
fingir que tenía confianza frente a Atropos, pero estaba aterrorizada.
Apenas podía mirar a Actian, y mucho menos enfrentarse a él,
especialmente después de verlo desarmar a Vespula como si no fuera
nada. Se estremeció, luego ordenó a la computadora que le hiciera un
pasillo al otro lado de la habitación. Necesitaba escuchar lo que le
estaba diciendo a Atropos. Tal vez así podría llegar a alguna conclusión.
Abrió una pequeña puerta detrás del trono donde Actian y Atropos
estaban hablando, la habitación estaba vacía..
—No tengo otra opción, Atropos —dijo Actian, con voz tensa. La
fachada fría e impasible que había mantenido sin esfuerzo durante la
audiencia se desvaneció. —Ya has visto lo que ha sucedido. ¡Si muestro
un poco de debilidad, nos destrozarán a todos!
—Pero como para celebrar la subasta antes del regalo... —protestó
Atropos.
—¡Lo sé! —lo interrumpió Actian; sus alas se sacudieron con
frustración. —¡Se trata de enfrentar la ira de mi propio vuelo o
arriesgar la supervivencia de mi especie con la ira de los extraños!
Sabes mejor que nadie el puesto en el que estoy. Tendrán su subasta y
dos o tres humanos cada uno, y en el proceso asegurarán un futuro real
para nuestra gente, uno en el que no nos olvidemos un poco más de
nosotros mismos con cada generación. Si no puedo explicar el valor de
eso a mis propios hermanos de vuelo, entonces he fracasado como
líder.
—Tiene que haber otra forma —dijo Atropos, casi suplicando.
—Entonces por favor, dime cuál —espetó Actian, con sus alas
entreabiertas mientras se acercaba a Atropos. —Dime qué forma, por
favor. ¡Ilumíname!
Atropos dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos.
—Hermano —dijo suavemente, alcanzando al otro hombre, y las
alas de Actian bajaron de inmediato.
—Te pido disculpas —dijo Actian, apartándose. —Tú no tienes la
culpa de esto. No es culpa de nadie. Nuestra especie ha estado
haciendo todo lo que ha podido para aferrarse a la supervivencia
durante tanto tiempo que ni siquiera podemos recordar el desastre que
nos puso en este camino. Por supuesto, tratar de dejar pasar eso es
peligroso. Pero no tenemos otra opción. Llegará el día en que ya no
entenderemos cómo operar esta nave, las computadoras que nos
alimentan, las armas que nos protegen. Debemos adaptarnos, o nos
desvaneceremos de la faz del universo.
—Sabes que te apoyo, Actian —dijo Atropos, con dolor en su voz.
—Pero me temo que al cambiar para sobrevivir, perderemos quiénes
somos. No quiero convertirme en un flagelo como el enjambre, ni caer
en la flota pirata de Foloi, ni alejarme tanto de la vida que ya no puedo
entenderla como lo ha hecho el Inmortal. Me da miedo el camino que
nos estás marcando. Me temo que tal vez... sería mejor desaparecer.
—Atropos... —Actian parecía herido. Alcanzó a su hermano y lo
tomó por los hombros. —No debes rendirte. Sería más fácil acostarse y
aceptar la derrota, sin duda. Pero no está en mi naturaleza dejar que la
orgullosa historia de nuestro pueblo termine aquí. Tengo que
intentarlo.
Atropos miró hacia otro lado, incierto, y Actian lo sacudió
levemente, animándolo.
—Además, no caeremos en bajezas tan violentas —aseguró a su
hermano con una sonrisa. —Porque estarás a mi lado, recordándome la
nobleza de la que es capaz nuestra especie.
Se fundió con Atropos en un abrazo. Sobre el hombro de su
hermano, la expresión de Atropos estaba llena de preocupación. Una
preocupación que creció cuando vio a Amber mirando a través de su
puerta detrás del trono.
Cuando sus ojos se encontraron, Amber cerró la puerta
rápidamente y se alejó, sabiendo que probablemente tendría
problemas cuando él regresara. Pero sus pensamientos estaban
ocupados por lo que había visto de Actian, tanto durante como después
de la reunión.
Hubiera sido fácil tacharlo de villano, pensar que era un alienígena
cruel e insensible que condena a su especie alegremente. Pero cuanto
más sabía su especie y cuanto más lo conocía a él, especialmente con
su hermano, se le hizo más evidente que Actian no era ninguna de esas
cosas.
Era un líder que intentaba frenéticamente salvar a su gente. Era
insensible, tal vez, o de mente estrecha en su incapacidad para ver a los
seres humanos como algo más que animales. Pero también creía de
forma sincera que estaba haciendo lo mejor, lo único que podía hacer
para salvar a su familia.
Quizás ella también había sido insensible, presionando a Atropos
para evitar la posible extinción de su raza para salvar a los humanos.
Ella y Actian podrían tener mucho en común, después de todo.
Capítulo 14
Amber estuvo de vuelta en las habitaciones de Atropos antes de
que él regresara.
—Supongo que has visto todo lo que ha pasado —preguntó
mientras aterrizaba, cerrando la cortina detrás de él. Ella asintió.
—¿Sobrevivirá ese centauro, Ixion? —preguntó Amber.
—Estará como nuevo antes de que termine el día —le aseguró
Atropos. —Su especie es muy fuerte y nuestra tecnología médica es
insuperable. En cuanto a Vespula, habitualmente pierden sus aguijones
clavados en sus presas. Volverá a crecer en unas pocas semanas. Lo que
más le duele es su orgullo.
—¿Y Actian? —preguntó Amber con más cautela.
La expresión de Atropos se agrió, llena de culpa y preocupación.
—Ya lo has visto —dijo. —Continuará con la subasta. Está más
seguro que nunca de que esta es la mejor opción para nosotros.
Amber miró hacia otro lado, preocupada. Porque, en cierto modo,
Actian tenía razón. Esa era la mejor opción para los Lepidopterix. Los
humanos eran simplemente un daño colateral.
—Debemos liberar a los otros humanos —dijo Atropos, sacando a
Amber de sus pensamientos. —Esta noche, si podemos.
—¿Estás seguro? —preguntó Amber, acercándose para tocarlo.
Atropos frunció el ceño ante ella; había confusión en sus ojos. Esperaba
que ella estuviera más segura de lo que él estaba. Pero no era así.
Amber se sentía confusa; los fundamentos de la justicia tal y como los
conocía se estaban evaporando.
—Quiero decir, tiene razón —dijo Amber, mirando hacia otro lado.
—Él solo está tratando de salvaros a todos. Y es tu hermano. Y yo te
estoy pidiendo que hagas algo que pueda hacer que tu especie se
extinga. Demonios, si molesta a esos alienígenas lo suficiente, podría
causar una guerra.
Atropos le tocó la barbilla y la levantó para que Amber lo mirara.
—Él es mi hermano —respondió Atropos suavemente. —Y tiene
razón en que nuestro camino debería cambiar. Pero no de esta manera.
Si permito que eso suceda, ya no sería yo mismo. Ya no merecería el
futuro que él quiere para nosotros. Encontraremos otra forma.
Amber le sonrió, le tocó la mejilla y la acercó a él para besarla.
—Pero primero —dijo Amber cuando se separaron, —tenemos que
sacar a esas personas.
—Esta noche —prometió. —Habrán aumentado la seguridad.
—Entonces tendremos que tener más cuidado —dijo Amber. —
Dudo que crean que ha sido un error en el ordenador de nuevo.
Pasaron unas horas frenéticas tramando el mejor plan que
pudieron. No había tiempo para nada complicado. En poco tiempo,
Amber ya estaba urdiendo una ruta hacia las secciones abandonadas de
la nave hasta la bóveda donde Actian mantenía a los humanos para la
subasta.
Se abrieron paso a través de los polvorientos pasillos de los
laboratorios y oficinas no utilizados en medio de un silencio tenso y
ansioso, ambos sabiendo cuán grave era esta situación y cuán
lamentablemente no estaban preparados para ella. Ni siquiera podían
saber qué cambios había hecho Actian a la seguridad.
A medida que se acercaban al lugar por donde habían entrado
antes en la bóveda, disminuyeron la velocidad; los nervios los volvieron
demasiado cautelosos.
—Mira el polvo —señaló Amber en un susurro tenso. Donde antes
podían verse huellas ahora el polvo había desaparecido por completo y
las luces ya no parpadeaban. Alguien había pasado por allí hacía poco.
Atropos la miró preocupado y se apresuraron a seguir.
Esta vez la puerta estaba cerrada, pero Atropos la abrió con unos
pocos toques en una pantalla flotante.
—¿No dejará eso algún rastro? —preguntó Amber mientras lo
hacía. —¿La computadora no podrá decirles que estuviste aquí?
Atropos la miró confundido.
—¿Por qué tendría que hacer eso? —preguntó. Amber no estaba
segura de cómo responder. Tal vez eso era algo que habían perdido con
las generaciones. O tal vez rastrear el uso de la computadora de todos
era algo humano.
Se metieron en la bóveda sin problemas. Amber estaba tensa. No
podía ser tan fácil.
—Erin —susurró, olvidando su angustia al ver a su amiga, colgando
en el aire exactamente como había estado la última vez.
—Date prisa —la instó Atropos, con su antena alta y temblando. —
Hay otros aquí... guardias. No tenemos mucho tiempo.
Amber dejó a Erin a regañadientes, siguiendo a Atropos mientras
corrían hacia el podio de control. Amber se encargó de esa parte,
buscando los protocolos para enviar a los anfitriones de vuelta. Ella
frunció el ceño, las manos le temblaban, mientras la computadora le
contestaba con negativa tras negativa.
—Me está bloqueando —susurró. —¡No me dejará cambiar nada!
—Déjame intentarlo —dijo Atropos, pero no consiguió hacer más
avances que Amber. —Actian ha cambiado todos los requisitos de
seguridad. Creo que todavía puedo saltármelos, pero necesito...
—Viene alguien —dijo Amber, con el pelo de punta mientras
escuchaba pasos acercándose.
—Corre —Atropos la empujó lejos. —¡Ve a los pasillos! Los
distraeré.
No había tiempo para discutir. Atropos probablemente podría salir
airoso aquí, pero ella no. Regresó al pasadizo oculto, solo para escuchar
a otros acercarse desde la dirección en la que habían llegado. Más
guardias, murmurando. Corrió en la dirección opuesta, con el corazón
martilleando, y siguió corriendo hasta que, sin aliento y temblando, se
desplomó contra la pared de un pasillo mucho más cerca del centro.
Este todavía se usaba, y con bastante frecuencia. En su
investigación, había aprendido que no todos los Lepidopterix tenían sus
habitaciones en la esfera central. Algunos estaban retenidos aquí. Los
aburridos, ocultos y discretos como siempre, tenían sus hogares en
estos túneles. Era un corredor ancho, como una calle, bordeado de
puertas marcadas. Algunos tenían pequeñas plantas y flores que
crecían a su alrededor, pero en general, era mucho más discreto que la
exuberante elegancia de la esfera central. Al igual que los aburridos, era
evidente.
Había algunos de ellos en el pasillo mientras miraba hacia arriba,
mientras recuperaba el aliento, pero rápidamente miraron hacia otro
lado y se marcharon rápidamente cuando ella los miró a los ojos.
Estaba segura de que no le dirían a nadie que la habían visto. No
querían problemas. Ella se quedó donde estaba, esperando que cesara
aquel temblor que la recorría.
¿Atropos habría logrado terminar el trabajo? No había escuchado
ninguna alarma. Pero estaba segura de que debía haberse escapado. Se
reunirían de nuevo en su habitación y volverían a intentarlo ahora que
sabían más.
Casi se había recuperado cuando escuchó una voz familiar.
—¿Estás perdida, cosita?
Levantó la vista, tensa como una liebre a punto de correr cuando
vio al Capitán Ixion acercándose a ella. No parecía acusar su intento de
muerte.
—¿Dónde está ese protector grande y feroz tuyo? —preguntó,
mirando a su alrededor como si esperara que Atropos se escondiera
detrás de una esquina. —No estás sola aquí, ¿verdad?
—Está cerca —dijo Amber inmediatamente, mirando al extraño
con cautela mientras se acercaba. —Llegará en un minuto.
—¡Oh, entonces puedes hablar! —dijo Ixion con una risita
complacida, aún moviéndose hacia ella con la persistencia sin prisas de
un depredador. —Y también puedes mentir. Qué inteligente.
Amber retrocedió hacia la pared, pensando en pedirle a la
computadora que abriera un pasillo.
—Me alegra que te hayas recuperado tan rápido de lo que pasó
antes —dijo, jugando por tiempo. Atropos podría no estar muy lejos de
ella. —Me preocupaba que murieras.
—Oh, ¿viste ese asunto tan terrible? —Ixion chasqueó la lengua
con desaprobación. —Qué dulce eres al preocuparte por mí. Pero uno
no entra en negociaciones con un himenóptero sin esperar ser atacado.
He probado ese veneno al menos una docena de veces. Es potente, y
bastante doloroso, pero fácilmente superable. No tuve miedo. ¿O sí,
pequeña mascota?
—Por supuesto —respondió Amber, buscando en la pared que
tenía detrás de ella un lugar donde abrir una puerta. —No quería ver
morir a nadie.
—Me gustaría mucho verte asustada —comentó Ixion; su tono era
tan tranquilo como siempre. Intentaba inmovilizarla mirándola a los
ojos; que se sintiera como una mariposa en el tablero de un
coleccionista.
—¿Q… qué estás haciendo aquí? —preguntó Amber, con el corazón
acelerado, mirando el pasillo por encima de él con la esperanza de
encontrar ayuda, o al menos algún lugar para correr. El lugar parecía
desierto. Ixion estaba incómodamente cerca de ella, casi acorralándola
contra la pared.
—Bueno, después de mi exhibición de hoy, pensé que era
necesaria una distracción —respondió Ixion, con una jovialidad
incongruente con el brillo en sus ojos. —Había planeado aprovechar
una o dos de estas pequeñas polillas pintorescas. Después de todo,
fueron muy complacientes con el entretenimiento del Inmortal la otra
noche. Pero apenas tienen importancia ante la novedad de alguien
como tú.
Se movió tan rápido que Amber no tuvo tiempo de reaccionar;
aprisionó su brazo con fuerza. Tiró de ella más para acercarla, mirando
su mano e ignorando su exclamación de sorpresa, que se convirtió en
un grito cuando, un segundo después y sin esfuerzo aparente, le
rompió la muñeca.
—Qué huesos tan delicados —dijo Ixion con una risita complacida.
—Sospechaba que te romperías con facilidad. Eso sí, el sonido es un
poco estridente. Quizás debería colocarte una mordaza hasta que
aprendas.
Amber apenas podía procesar lo que estaba diciendo debido al
dolor, candente y eléctrico y a sus propios gritos. Nunca antes se había
roto un hueso, nunca había sentido un dolor así en su vida. Su visión se
desvaneció por un momento y creyó que iba a desmayarse. Casi lo
agradecía, como escape al terror de esta situación. Fue entonces
cuando Ixion abofeteó su mejilla para espabilarla.
—Vamos, acabamos de empezar —le reprendió. —Actian afirma
que tu especie es bastante... flexible. Tengo muchas ganas de ver
cuánto.
Se lamió los labios; su lengua era larga y obscena, y de repente
Amber estuvo segura de que tenía mucho más que temer que unos
simples huesos rotos.
—¡Capitán!
Ixion levantó la vista con el ceño fruncido, claramente irritado, y
Amber miró más allá de él con alivio al lugar donde estaba Atropos,
respirando con dificultad. Dos polillas se colocaron cerca de él; parecían
inquietas. Atropos se dirigió hacia el centauro, con los ojos negros de
ira y sus alas sacudiéndose amenazadoramente.
—Creía que estábamos de acuerdo en que son humanos —siseó,
con ira apenas contenida.
—Oh, ¿este es tuyo? —preguntó Ixion, imperturbable. —Lo vi
vagar solo y creí que era un callejero. Ha sido un error, amigo mío.
Empujó a Amber hacia Atropos, y ella tropezó en sus brazos,
agarrando su muñeca hinchada y palpitante. Estaba avergonzada de
que Atropos la viera llorar, la forma en que sollozaba y se aferraba a él,
pero estaba demasiado conmocionada como para detenerse. Atropos
la rodeó con un brazo y la protegió con un ala.
—Comete ese error de nuevo y no habrá nada ni nadie que pueda
salvarte —le amenazó Atropos abiertamente. La sonrisa de Ixion se
volvió fría y burlona.
—¿De verdad, amigo? —murmuró entre dientes; Amber se
estremeció al escuchar su voz. —Te voy a dar un consejo del viejo Foloi.
No hagas amenazas que no puedas mantener.
—Es un consejo que te doy —dijo Atropos, enseñándole los
dientes, —te aconsejo que no me subestimes.
—Esa no es una amenaza vacía, Capitán.
Actian había aparecido de lo que parecía no estar en ninguna
parte. Las dos polillas retrocedieron cautelosamente, y el Capitán Ixion
se puso un poco más rígido, aparentemente preocupado por primera
vez. Había visto a Actian desarmar a Vespula. Amber imaginó que no
tenía prisa por demostrarle eso también.
—Atropos es el guerrero más fuerte y experimentado de nuestro
vuelo —dijo Actian. —Posiblemente incluso más fuerte que yo.
Se colocó junto a Atropos y le dirigió una sonrisa a su hermano.
—No puedo decirlo con certeza, ya que él siempre para cuando
entrenamos antes de hacerme daño.
Atropos, comenzando a calmar su ira, inclinó su cabeza hacia el
líder del vuelo.
—Nunca te lastimaría, hermano.
—Ha sido un simple malentendido, líder de vuelo —dijo Ixion con
una sonrisa desarmante. —Tu hermano debería controlar mejor su
propiedad. Podría pasarle algo a una linda mascota como esa vagando
sola.
—Sí, como cualquier cosa podría pasarle a un extraño en una nave
extraña, vagando por los pasillos equivocados —dijo Actian, con una
advertencia implícita en sus palabras. —Creo que encontrarás la
habitación que preparamos para ti mucho más cómoda y más segura
que estos pasillos alejados.
—Quizás tengas razón —dijo Ixion con una sonrisa tensa. —Esto
está un poco abarrotado para mi gusto.
—Por favor, adelante —dijo Actian, respondiendo a la sonrisa de
Ixion con la suya. —Te veré cuando haya hablado con mi hermano.
Ixion vaciló por un momento, luego inclinó la cabeza brevemente
hacia Actian y pasó junto a ellos, sorprendentemente silencioso a pesar
de su tamaño. Amber se estremeció de alivio, acurrucada cerca de
Atropos, todavía aturdida por el dolor que sentía.
—Deberías llevarla a la enfermería —dijo Actian, oyendo sus
gemidos de dolor. —¿Qué estaba haciendo aquí sola?
—Estaba dando un paseo —mintió Atropos. —Pensé que estaría
bien en algún lugar tan alejado. Sólo la perdí de vista un momento.
—No deberías haberla sacado de tus habitaciones —le regañó
Actian, bajando la voz. —¡Sabes el peligro que podría causar! No la
dejes salir otra vez.
Se alejó rápidamente, dejándolos a los dos solos. Atropos esperó
un momento hasta que estuvo seguro de que nadie los escuchaba
antes de volverse hacia las dos polillas que todavía estaban cerca.
—Gracias por encontrarme —dijo. —Te debo la vida.
—Esa polilla que el Inmortal atacó es el hermano de mi compañero
—dijo una de las polillas; sus alas crujían nerviosamente. —Si el
humano no lo hubiera detenido, podría haber perdido sus alas.
—Seríamos monstruos si no ayudáramos de alguna manera —dijo
la otra polilla. —Y siempre has sido amable con los aburridos.
—En cualquier caso, estoy en deuda contigo —dijo Atropos,
inclinándose tanto como pudo sin soltar a Amber.
—Gracias —susurró Amber entre lágrimas, y Atropos la llevó
rápidamente hacia la enfermería.
Capítulo 15
La enfermería era un lugar extraño. En lugar de ser estéril y blanco
como Amber esperaba, estaba lleno de plantas; había un jardín interior;
el suelo estaba cubierto de musgo verde suave y el techo cubierto de
hortensias en flor. Podía escuchar agua y sentir una brisa.
Esa sensación era lo más cerca que había estado de sentirse al aire
libre desde que llegó a la nave. Algún Lepidopterix yacía boca abajo en
el musgo o debajo de los arbustos en flor; algunos descansaban, otros
hablaban con otros Lepidopterix de blanco con la marca del sanador en
la ropa.
Amber había leído que su tecnología médica era capaz de curar casi
cualquier lesión o enfermedad, por lo que los curanderos dedicados
empleaban su tiempo principalmente a la salud mental. El software de
diagnóstico y tratamiento real podría ser más o menos utilizado por
cualquier persona, pero los curanderos aprendieron a manejarlo de
manera más eficiente.
Un sanador la condujo de vuelta a través de los árboles en flor a un
marco blanco que fácilmente podría haber confundido con una
escultura moderna y la sentó dentro. Atropos rondaba cerca,
observando con el ceño fruncido.
Un momento después, la sanadora trabajó silenciosamente en los
controles mientras una serie de finas y elegantes armaduras blancas se
extendían desde el marco y tomaban su muñeca, enderezándola y
examinándola con una variedad de dispositivos que se movían
demasiado rápido para que Amber pudiera distinguirlos o adivinar para
qué servían.
—Parece que su estructura esquelética no es muy diferente de la
nuestra —dijo el sanador, mirando su pantalla. —Deberíamos poder
reparar el daño con bastante rapidez. Primero, algo para mitigar el
dolor.
La computadora zumbó, una señal que incluso Amber podía
reconocer como negativa. El sanador frunció el ceño.
—¿Por qué no? Tenemos anestésicos seguros para los humanos.
¡Los usamos en los huéspedes!
La computadora zumbó en negación nuevamente.
Se extendieron más brazos, empujando a Amber a sus pies y
escaneando de la cabeza a los pies.
—¿Que está pasando? —preguntó ella, comenzando a
preocuparse.
—¿Está herida? —preguntó Atropos, con sus alas revoloteando
agitadas, en señal de angustia.
—No estoy seguro —dijo el sanador; sus pequeñas alas blancas se
movieron con confusión. —Nunca he visto que el equipo se comporte
de esta manera. No administrará tratamiento médico a un humano.
Pero tampoco usará la medicina Lepidopterix. Actúa como si ella no
fuera ni humana ni Lepidopterix, o ambos. O como si...
Las alas del sanador revolotearon rápidamente y quedó en silencio.
Se le ocurrió algo, pero no dijo nada, en cambio, escaneó rápidamente
los datos en la pantalla. De repente, se alejó.
—Un momento —dijo y se alejó rápidamente.
—Espera —Atropos intentó llamar al sanador, pero ya se había ido.
Se volvió hacia Amber; su expresión era claramente de preocupación.
—¿Cómo te sientes?
—¿Bien? —dijo Amber, desconcertada. —Quiero decir, me duele la
muñeca. Realmente me duele. ¿Pero aparte de eso...?
—¿Tienes alguna enfermedad, alergia? —preguntó. —El equipo
debería detectarlos, pero no está acostumbrado a los humanos, así que
tal vez...
El sanador regresó, trayendo otro sanador con ellos. Los dos
ignoraron a Amber y Atropos por completo, inclinándose sobre el
ordenador y discutiendo lo que veían en voz baja. Los dos pronto
avisaron a un tercero y luego a otro más.
—... no podría haberlo hecho sin ayuda —escuchó decir Amber. —
Y mira, no hay marcadores quirúrgicos. Incluso si pudieran llevarlo a
cabo sin ayuda, aún dejaría señales ...
—¡Y la forma en que está unido! —dijo otro. —No es así como se
supone que debe funcionar.
—Pero nunca podría haber sucedido espontáneamente...
—¿Lord Atropos? —el primer sanador detuvo a los demás para
mirar a Atropos con seriedad. —¿Has implantado este huésped antes
de la Ceremonia del Regalo?
Atropos parecía sorprendido, el color desapareció de su cara y lo
dejó ceniciento.
—No, por supuesto que no —dijo. —Actian me lo propuso, pero
decidí esperar.
El sanador miró a Atropos, evaluando su honestidad.
—¿Pero has estado en la intimidad con este humano? —adivinó. El
color volvió a la cara de Atropos abruptamente.
—Sí —dijo Amber cuando Atropos parecía incapaz de responder. —
Dijo que no quedaría embarazada.
—Teóricamente, no debería haber ocurrido —dijo el sanador,
mirando a Amber con una especie de asombro curioso. —Un
Lepidopterix no puede reproducirse por sí solo. Todo el mundo lo sabe.
Pero lleva dentro un niño Lepidopterix.
Los ojos de Amber se abrieron; se sintió desfallecer cuando una ola
de conmoción y confusión la inundó. Colocó su mano sobre el vientre,
sorprendida.
—Pero —susurró, —pensé que...
—Nosotros también —los sanadores sacudieron la cabeza,
claramente desconcertados. —Y, por favor, déjenme aclarar que esto
no es un huevo, como ocurre en la implantación de la Ceremonia del
Regalo. Ni siquiera parece ser una larva. Es algo que no podemos
identificar.
Las rodillas de Amber cedieron, y Atropos se colocó a su lado en un
segundo; el viento de sus alas agitó su cabello cuando la atrapó,
bajándola suavemente al suelo. Amber estaba demasiado
conmocionada para interpretar su expresión.
—Basándome en nuestro conocimiento limitado de la
reproducción humana —dijo otro de los sanadores, señalando una
pantalla que mostraba una especie de ultrasonido en color en el que los
pequeños y abstractos comienzos de la vida estaban tomando forma,
—se comporta más como un feto humano que una larva de
Lepidopterix. Pero al mismo tiempo, todos los escaneos muestran que
tiene un color de piel claramente lepidóptero. Aunque es imposible
decir cómo continuará desarrollándose...
—Pero, es demasiado pronto —dijo Amber, aferrándose a ese
hecho y tratando de recuperar sus sentidos. —Solo estuvimos juntos
hace unos días, ¡menos de una semana! Los embarazos humanos no
son detectables hasta al menos después de dos semanas.
—Como he dicho, la fisiología es claramente lepidóptero —dijo el
sanador. —Y el período de gestación para la larva de Lepidopterix es
mucho más rápido que el humano. Esto no está tan avanzado como
podríamos esperar que estuviera un huevo de Lepidopterix puro en
este punto, pero aún continúa bastante rápido.
Amber miró hacia abajo, aturdida más allá de lo imaginable. Estaba
embarazada. Ella iba a tener un bebé. El bebé de Atropos. No podía
pensar en nada más. El futuro de repente le dio un miedo terrible.
—¿Le hará daño? —preguntó Atropos. —¿Está en peligro?
—Es difícil de decir —admitió el sanador con el ceño fruncido. —
Esto no es algo que ninguno de nosotros haya visto antes. No tenemos
idea de cómo se desarrollará. Todo puede estar bien. O puede crecer
demasiado rápido para que su cuerpo se ajuste, o su sistema
inmunológico puede atacarlo, o puede colonizarla parasitariamente
para alimentar su crecimiento acelerado. Estas son todas las
condiciones que mataron o pusieron en peligro crítico a los huéspedes
en las primeras generaciones de uso del huésped.
Atropos la apretó más fuerte, con expresión pálida.
—¿Puedes quitarlo? —preguntó.
—Posiblemente —confirmó el sanador. —Lo hemos descubierto
pronto. Sería peligroso, pero mucho menos que llevarlo a término.
Tendremos que realizar más pruebas.
Atropos la ayudó a ponerse de pie y regresar a la máquina de
diagnóstico. Con cierta dificultad, los sanadores encontraron un
tratamiento para su muñeca que no dañaría la extraña vida que crecía
dentro de ella, prometiéndole que estaría tan bien como antes de una
hora. Luego comenzaron un aluvión de pruebas y escaneos para
determinar más completamente la composición genética del feto y
cómo podía haber ocurrido. También hicieron pruebas a Atropos,
exclamando mientras leían sus resultados.
—Es fértil —le dijo uno de ellos a Amber, con los ojos muy abiertos
y exultantes. —¡Totalmente fértil! ¡Puede ser el primer Lepidopterix
fértil en siglos!
—¿No se debería haber visto eso en exámenes médicos antes? —
preguntó Amber.
—No lo buscamos —respondió el sanador. —La mayoría de los
procedimientos están automatizados. Y la esterilidad ha sido lo habitual
desde el principio.
Amber todavía no sabía cómo reaccionar. Con la muñeca curada y
las pruebas hechas, Atropos la llevó de regreso a sus habitaciones;
ambos iban en silencio. Los sanadores habían prometido ponerse en
contacto con ellos si descubrían algo importante.
—¿Estás bien? —preguntó Atropos, dejándola suavemente sobre la
cama. Él se arrodilló ante ella, sus alas alejándose de su espalda en
señal de tensión.
—No sé —respondió sinceramente, con las manos tensas en su
regazo. —No creo que realmente... lo haya procesado todavía.
Simplemente me siento... perdida.
—Todo estará bien —le prometió. —Los sanadores lo eliminarán y
estarás bien.
Amber frunció el ceño, tocando su estómago.
—¿Qué pasa si no quiero hacerlo? —preguntó Amber en voz baja.
—¿Por qué no ibas a hacerlo? —preguntó Atropos, confundido. —
Podría matarte.
—No lo sé —Amber negó con la cabeza otra vez, mirando hacia
otro lado.
—Tú misma me dijiste que no quieres tener hijos en este
momento. Que tenías una vida en la tierra, tus estudios, una carrera.
—¡Lo sé! Yo solo... esto es diferente.
Atropos la miró con expresión sombría y tensa. Él tomó su mano, el
pulgar corriendo sobre la parte posterior de sus nudillos en pases
suaves y relajantes.
—Esta es tu decisión —dijo. —No puedo tomarla por ti. Si eliges
eliminarlo, me sentiré aliviado. Que sigas viva y sana es más importante
para mí que cualquier otra cosa.
Él apretó su mano con más fuerza, pensativo.
—Pero si no lo haces —dijo, —si eliges correr el riesgo de
continuar, entonces estaré aquí para ti. Cualquier peligro que surja,
nazca o no, me ocuparé de ti.
Nadie le había prometido tanto en términos tan directos. Amber se
congeló por un momento, dándose cuenta por primera vez de lo mucho
que significaba para Atropos. No se había dado cuenta de lo rápido que
había pasado a ser de algo que él consideraba apenas por encima de un
animal a una persona con la que estaba dispuesto a pasar su vida, a
protegerla y apoyarla en la forma en la que estaba diciendo que lo
haría. Fue, en cierto sentido, aterrador.
¿Y si ella no podía sentir lo mismo? ¿Qué pasaría si terminaran
separados por todo lo que estaba pasando? ¿Qué pasa si ella no estaba
lista para una relación como esa?
Pero mirarlo arrodillado ante ella allí, mirándola con nada más que
devoción en sus ojos, independientemente de lo que ella eligiera hacer,
le aseguró que valía la pena enfrentar esos problemas. Sintió que las
lágrimas le afloraban a los ojos y se deslizó de la cama a sus brazos,
besándolo con fuerza.
Él tiró de su ropa y ella susurró su aprobación contra sus labios,
moviéndose cuando la tocó. Se unieron suavemente, de forma más
tierna que la vez anterior. Se derritieron y se movieron juntos,
ininterrumpidos y silenciosos, excepto por su respiración.
Lo que antes había sido un baile salvaje, una locura en busca de
placer, se había convertido en algo casi ritual. Cargados de significado,
potentes con una energía que era casi divina, escribieron sus
esperanzas para el futuro en los cuerpos de los demás.
Más tarde, se acostaron juntos en el suelo, con la piel fría y una
sábana arrastrada hacia abajo desde la cama para enrollarla como un
velo en una pintura clásica. Tenía una mano sobre su estómago, su cara
llena de contemplación. Su mano estaba sobre la de él, trazando las
pequeñas y brillantes escamas de su piel, preguntándose cómo sería
tener una familia con él.
—Tenemos que liberar al último de los humanos —dijo al fin.
Ella levantó la vista, sorprendida.
—¿Tienes un plan? —preguntó Amber.
—No podremos andarnos con sutilezas esta vez —dijo, mirándose
las manos, las pestañas proyectando sombras en su mejilla. —No
tendremos tiempo. Cuando hagamos esto, nos atraparán.
—Pero tu hermano —dijo Amber. —Si se entera de que has sido
tú...
Él la miró a los ojos con una pequeña sonrisa y ella perdió el hilo de
sus pensamientos.
—Si vas a llevar a mi hijo —dijo, con la mano caliente sobre su
estómago, —no puedo permitir que Actian destruya a tu especie,
¿verdad? ¿Cómo podrías volver a mirarme como lo estás haciendo en
este momento?
Amber le tocó la mejilla y lo besó suavemente.
—¿Pero qué nos pasará? —preguntó Amber. Atropos miró hacia
otro lado.
—Mi hermano es una buena persona —dijo. —Creo que, cuando
vea hasta dónde estamos dispuestos a llegar para detener esto, lo
entenderá. Y si no... puedo desafiarlo.
Amber recordó lo que había leído sobre el Lepidopterix y se tensó.
—¿Pelearías con él por el control del vuelo? —preguntó ella.
—Sí, si es necesario —dijo Atropos con el ceño fruncido. —No
quiero ser líder. No creo tener lo que se necesita para liderarnos como
él. Pero si se niega a renunciar a este plan, haré lo que debo.
Amber miró hacia otro lado; los pensamientos bullían en su cabeza.
—Entonces creo que sé lo que debemos hacer.
Capítulo 16
La subasta se realizaría en el jardín central de la esfera. Se había
erigido un estrado, sobre el cual se dispuso una selección de una
docena de humanos de “alta calidad”, a la deriva en inconsciencia
pacífica. Actian había elegido claramente a los humanos más hermosos
y con el mejor color de piel para abrir la subasta. Erin no estaba entre
ellos.
Actian se colocó en el escenario, vigilando a los humanos mientras
Lepidopterix de colores brillantes llenaba los asientos. Al final del
pasillo central, ante los murmullos nerviosos de la multitud reunida, los
representantes de los aliados de Actian se dirigieron a sus asientos en
el frente. A Vespula todavía le faltaba el aguijón, pero por lo demás
parecía ileso. Miró a Actian con desconfianza y mantuvo al Inmortal
entre él e Ixion.
Mientras se acomodaban, Atropos llegó al final del pasillo. Se
apresuró hacia donde estaba su hermano, sonriendo al acercarse
Atropos.
—Creía que te lo ibas a perder —dijo Actian a modo de saludo. —
Escuché que había algo extraño con el examen médico de tu humano.
—Lo hubo —confirmó Atropos, tomando la mano ofrecida por
Actian y subiendo al escenario junto a él. —Ha sucedido... algo así como
un milagro. Pero antes de decírtelo, debo preguntarte una cosa.
—Lo que sea, Atropos —dijo Actian calurosamente. —Me alegra
tenerte aquí a mi lado en la víspera de nuestro mayor triunfo.
—Debo pedirte que liberes a los humanos —dijo Atropos. Actian se
congeló, mirándolo fijamente. —No solo a estos. Debes abandonar este
plan para explotar su raza.
—Atropos —Actian respiró hondo, frunciendo el ceño. —¿A qué
viene esto? ¿Es ese anfitrión tuyo? Sé que te gusta, pero esto es...
—Hablo en serio, Actian —dijo Atropos, alcanzando el brazo de su
hermano. —Tenemos que parar. Hemos ignorado deliberadamente lo
que los humanos son durante demasiado tiempo.
—Atropos... —Actian suspiró cansinamente, tratando de acabar
con la discusión antes de que comenzara.
—Son nuestros iguales, Actian —insistió Atropos, agarrando a
Actian por los hombros, lo que provocó una ronda de murmullos
sorprendidos de la multitud, que no podía escuchar la conversación
pero ciertamente podía ver los gestos. —Según algunas medidas, son
tan inteligentes como nosotros, tan sensibles emocionalmente como
nosotros, incluso más avanzados que nosotros. Al menos saben cómo
funciona su tecnología, para tratarlos como ganado, venderlos de esta
manera...
—Es suficiente, Atropos —dijo Actian bruscamente, soltándose del
agarre de su hermano. —No importa lo que sean los humanos.
Sacrificaría mucho más que su bienestar por esto; una oportunidad de
salvación para nuestra especie. ¿Entiendes que estoy tratando de
salvarnos?
—No podemos ser salvados a expensas de otra gente —insistió
Atropos, su voz suave y suplicante. —Si haces esto, condenas a
nuestras dos razas.
—Mejor que nos condenen —siseó Actian entre dientes, —y aún
exista para lamentarlo, que extinguirnos por culpa de un orgullo inútil.
Atropos se calló; sus ojos estaban llenos de pesar. Estaba claro que
no sería capaz de convencer a Actian. Actian, satisfecho porque la
discusión había terminado, se enderezó y liberó la tensión de su rostro.
—Discutiremos esto más tarde —dijo. —Debo comenzar la subasta.
Él comenzó a alejarse.
—Espera —Atropos lo detuvo. —Hay una cosa más.
Actian se volvió hacia él, con una fina línea de disgusto entre sus
cejas.
—La humana que me diste está embarazada —dijo Atropos, y lo
dijo lo suficientemente fuerte como para que la audiencia lo escuchara;
sus gritos de asombro hicieron evidente que lo habían hecho. —No
implantada como lo habría sido por la Ceremonia del Regalo; es un
verdadero embarazo. Ella está gestando un hijo híbrido.
Actian lo miró fijamente, su expresión tranquila desapareció.
—Pero eso es imposible —dijo. —No podemos...
—Los sanadores lo han confirmado —respondió Atropos. —He
visto las imágenes yo mismo. Soy fértil, Actian. Y si yo lo soy, entonces
otros entre nosotros también podrían serlo. Y no sería necesario usar a
los humanos.
Actian tropezó hacia atrás; estuvo a punto de caerse.
—No puedo permitir que conviertas otra especie inteligente en
ganado —continuó Atropos. —Especialmente no ahora que mi hijo
compartirá ese linaje. Debes cancelar esto, o según las leyes de nuestra
gente, te obligaré.
Actian se puso rígido, recobrándose, sus alas ardiendo.
—¿Me desafiarías por el liderazgo? —preguntó. —¿Hoy, entre
todos los días?
—Hoy es el único día —dijo Atropos, sombrío pero resuelto. —No
quiero ser el líder de vuelo, Actian. Pero te lo quitaré si es necesario
para detener esta locura.
—¡Esto nos salvará! —gritó Actian, con sus alas completamente
desplegadas y temblando de ira. —¡Incluso si lo que dices es cierto,
incluso si hasta la mitad de nosotros somos fértiles, no será suficiente
para mantener una población reproductora viable! ¡Seguiremos
muriendo! Y sin el nuevo comercio, nunca recuperaremos la gloria de
nuestro pasado! Esta es la única manera!
—¡No es la única forma! —declaró Atropos, desplegando sus
propias alas, más anchas que las de su hermano. —¡Debemos buscar
otra manera! ¡Aún hay tiempo si lo intentas!
En cambio, Actian se arrojó contra Atropos, una mancha verde con
un movimiento tan rápido que hubiera pillado desprevenido a
cualquiera pero Atropos había entrenado junto a su hermano toda su
vida y podía igualarlo fácilmente en velocidad. Cogió la mano que le
llegaba a la garganta y con un fuerte golpe de sus enormes alas,
arrastrando a su hermano al aire.
Atropos arremetió, y se separaron, tomando vuelo con sus propias
alas. Se lanzaron el uno al otro, chocando en una breve ráfaga de
golpes, solo para desmoronarse una vez más. Giraron juntos por el aire
en un baile demencial. Se propinaban furiosos golpes a las caras y las
secciones centrales del otro, siempre en ángulo para rasgar las alas.
El primero en hacer caer a su oponente sería el vencedor, como era
tradición en tales concursos. Pero ambos eran altamente hábiles y
similares en destreza y rapidez. Al principio, parecía que ninguno de los
dos podría obtener una ventaja sobre el otro. Pero entonces Actian,
golpeando la cara de Atropos, falló e hizo un agujero en el ala de
Atropos.
Hubo una breve pausa en su batalla por la conmoción antes de
volver a enfrentarse el uno al otro, más brutalmente que antes. Lo que
antes parecía una demostración de sus habilidades ahora se reveló
como simple renuencia de ambas partes para llevar esto a violencia
real.
Pero ya había pasado el tiempo de la suavidad. Ya no podían ser
hermanos mientras un desafío para el liderazgo se tendía entre ellos.
Escamas de alas y jirones de las delicadas membranas cayeron hacia el
escenario mientras se agarraban.
El siguiente ala rota fue la de Actian, y desde allí, las cosas se
sucedieron rápidamente. Un golpe estratégico de las garras de Atropos
dejó sangre corriendo de un corte en la frente de Actian,
obstaculizando su visión. Otro de Actian rasgó una gubia en las alas de
Atropos que lo dejó luchando para compensar con el menos dañado,
luchando por mantenerse en el aire.
Él arremetió contra la sección media de Actian, tratando de bajar la
guardia del otro hombre el tiempo suficiente para alcanzar las alas de
Actian, pero su atención estaba dividida, enfocada en permanecer en el
aire. Incluso medio cegado, Actian pudo ver eso. Una rápida patada en
el pecho de Atropos dividió a los combatientes, y mientras Atropos
luchaba por recuperarse en su ala dañada, Actian se lanzó hacia él,
esperando rasgar fácilmente su ala, lo que le haría caer en picado.
Pero sobreestimó cuánto tiempo le costaría a Atropos estabilizarse.
El otro hombre estuvo listo cuando Actian lo golpeó y los dedos de
Actian no rozaron las alas de Atropos. La mano de Atropos se cerró
alrededor de la garganta de Actian, la posición en la que ambos habían
estado luchando durante toda la breve y furiosa pelea. El alcance de
Atropos fue lo suficientemente largo como para mantener a Actian a
distancia y aún alcanzar sus alas.
Actian colgaba del agarre de su hermano, rascando los dedos
alrededor de su garganta, con los ojos muy abiertos y llenos de ira
cuando la mano libre de Atropos encontró la parte superior de su ala.
Atropos podría fácilmente derribarlo ahora cortando completamente el
ala de Actian de su cuerpo. Los rasguños podrían repararse, pero tal
amputación sería casi imposible de recuperar. Con un gesto, obtendría
su victoria y Actian nunca volvería a volar.
Él dudó, y los ojos de Actian se entrecerraron, viendo la duda en los
ojos de Atropos. Un instante después, arremetió, enterrando los
talones en las tripas de Atropos. Su hermano lo soltó, girando hacia
atrás, y Actian no perdió tiempo en aprovechar la herida.
Atropos todavía estaba reaccionando al golpe en su estómago
cuando Actian golpeó su barbilla con el puño y luego, agarrando a su
hermano aturdido por el hombro, hizo un agujero en su ala intacta que
envió a Atropos cayendo en picado hacia el escenario.
Aterrizó mal, recibiendo un duro golpe directamente en su rostro.
Yacía en un montón arrugado, sus alas destrozadas, cuando Actian
aterrizó detrás de él.
—Te contuviste —declaró Actian, con ira y confusión en sus ojos
mientras se paraba sobre su hermano caído. —Podrías haberme
derrotado y elegiste no hacerlo. ¿Por qué me desafiarías si no estabas
dispuesto a terminar lo que empezaste?
—Siempre me detengo cuando entrenamos —dijo Atropos con una
risita cansada y dolorida, mirando a su hermano. —Nunca podría
hacerte daño.
Los ojos de Actian se abrieron.
—Este desafío fue una farsa desde el principio —dijo Actian. —¿Por
qué, Atropos? ¿Qué has hecho?
—Para distraerte —respondió Atropos, sentándose lentamente. —
Y todos los demás.
En ese momento, una alarma comenzó a sonar a través de la nave.
Un segundo después, los humanos alineados en el escenario
comenzaron a desaparecer, transportados de regreso a la Tierra. Actian
lo miró horrorizado.
—Tú —dijo, aturdido. —¡Has sido el responsable todo este tiempo!
—Sí —confirmó Atropos.
—Me has traicionado —Actian parecía menos enojado que
consternado y dolido. La sangre verde del corte en su frente corrió por
sus ojos. —Has traicionado a toda tu especie.
—Solo he hecho lo necesario —respondió Atropos. —Para salvar a
nuestras dos especies.
Actian levantó la vista hacia el público, con una mezcla de asombro
y horror. En la primera fila, los himenópteros vibraban de rabia. La
expresión del capitán Ixion estaba en algún lugar entre la decepción y
una especie de desprecio presumido, como si hubiera sabido
exactamente que esto sucedería. El Inmortal era tan inescrutable como
siempre, sus largas piernas rojas golpeaban el piso como dedos
impacientes.
De todos modos, todos observaron a Actian, esperando ver qué
haría, cómo reaccionaría ante esta traición. Actian respondería con la
rápida y despiadada justicia que le había mostrado a Vespula un día
antes. O demostraría ser débil, un cobarde que no podía sofocar a sus
rivales. Actian miró a su hermano golpeado, su rostro era un rictus de
dolor tallado en piedra.
—Morirás por esto —dijo, sin ninguna sorpresa en los ojos de
Atropos al escucharlo. Conocía su destino desde el momento en que
subió al escenario.
Actian chasqueó los dedos llamando a dos guardias, que se
llevaron al herido Lepidopterix. Actian, todavía ensangrentado, con las
alas hechas jirones, irrumpió en la dirección opuesta. Los
representantes de sus aliados y muchos de su vuelo lo siguieron
mientras los conducía a través de las partes abandonadas de la nave
hasta la bóveda donde se habían guardado los humanos para la
subasta.
Estaba vacío, salvo por Amber, sosteniendo una palanca. Se
enderezó y se limpió el sudor de la frente, de pie sobre los restos
retorcidos y rotos del podio.
—También he destrozado el que está en la sala de incubación —le
dijo a Actian cuando apareció, ocultando su miedo mientras se ponía de
pie tan alto como pudo. —Nunca volverás a secuestrar a otro humano.
—¿Tienes idea de lo que has hecho? —Actian avanzó hacia ella, la
indignación y el horror se mezclaron en sus rasgos hermosos. —¿Tienes
alguna idea de lo que nos has robado?
—Mucho menos de lo que habrías robado de la humanidad —
respondió Amber. Estaba temblando, pero luchó para que no se le
notara. —Mi especie nunca será tu esclava.
Él la golpeó, tan rápido que ella ni siquiera tuvo tiempo de
reaccionar. Amber cayó, con la cara ardiendo, a sus pies, y se acurrucó
para proteger su estómago de nuevos golpes.
—¡Líder! —uno de los otros Lepidopterix gritó cuando Actian
levantó el puño, claramente con la intención de hacer eso. Hizo una
pausa, miró hacia atrás y vio que su vuelo lo miraba horrorizado. —¡El
niño!
—El niño es un mutante —declaró Actian, con las alas extendidas,
—una abominación que con toda probabilidad nunca habría
sobrevivido lo suficiente como para nacer. Este animal y su engendro
retorcido serán ejecutados junto con el traidor Atropos.
La disidencia y la consternación del vuelo fue evidente incluso para
Amber cuando alzaron sus voces en un coro de afligidas objeciones.
Amber sintió que un escalofrío le recorría la espalda al pensar en la
ejecución. Atropos había estado seguro de que Actian les perdonaría la
vida. Amber debería haber imaginado que subestimaba la crueldad de
Actian.
—Cobarde —dijo ella, olvidando su miedo por un momento ante la
muerte inminente. —Sigues diciendo que quieres un cambio, pero la
verdad es que estás aterrorizado, ¿no? Tan desesperado por volver a
una época en la que nadie recuerda que ni siquiera puedes ver lo que
está frente a ti.
Luchó por ponerse de pie, mirando a los ojos de Actian con un
desafío sin disimulo.
—Los seres humanos son tus iguales —dijo. —Y podríamos haber
sido tus aliados. Pero decidiste explotarnos en su lugar. Sea lo que sea
lo que depare el futuro para tu gente, no tienes a quién culpar sino a ti
mismo.
Levantó la mano para golpearla nuevamente. Esta vez, lo vio venir
y se armó de valor, no lo suficientemente rápido como para evitarlo.
Pero esta vez se mantuvo de pie, y antes de que el sonido de su golpe
se desvaneciera, lo golpeó con fuerza en la cara. El impacto de la
bofetada envió otra oleada de voces conmocionadas a través de la
multitud. Él la miró con los ojos muy abiertos y furiosos incluso cuando
su mejilla tomó un color verde brillante por el golpe.
—Incluso si me matas —dijo, con la voz temblorosa, —nunca serás
mi dueño.
Las fosas nasales de Actian se dilataron, su boca era una delgada y
furiosa línea.
—Llévate esto —se lanzó rápidamente a su vuelo, y dos
Lepidopterix dieron un paso adelante, al principio con incertidumbre, y
luego con más confianza, para agarrar a Amber por los brazos y tirar de
ella hacia la puerta.
Los tres representantes la vieron irse. La expresión de Ixion estaba
fríamente satisfecha de sí misma.
—Creo que la Flota ha visto todo lo que necesita del poderoso
Imperio Lepidopterix —dijo, inclinando su cabeza hacia Actian. —Me
marcho.
—El Enjambre se enterará de esto... poco apropiado —siseó
Vespula, sus alas zumbando de agitación. —La reina no estará
contenta.
El Inmortal simplemente aplaudió sus pequeñas piernas juntas
como si hubiera disfrutado del pequeño drama.
Luego los tres se giraron para irse.
—Esperad —dijo Actian, luego exigió más fuerte mientras seguían
caminando. —¡Espera! ¡Tendremos más humanos! ¡Esto no ha
terminado! ¡Esto no ha terminado!
Capítulo 17
Aunque raramente se usaba, la nave Lepidopterix tenía celdas de
prisión. Era una habitación pequeña, oscura y desnuda. Quizás había
habido más en algún momento, pero había pasado años, quizás
generaciones sin usarse y lo que contenían había sido descompuesto y
reciclado por el sistema replicador. Amber intentó pedir una cama al
menos, pero la computadora ya no estaba reconociendo sus peticiones.
Había estado sentada en el cuarto oscuro casi una hora cuando
Atropos fue empujado por la puerta para unirse a ella. Amber se puso
de pie para cogerlo mientras él tropezaba, y él la atrajo hacia sí,
enterrando su rostro en su cabello.
—¿Estás bien? —preguntó Amber. —¿Qué ha pasado? Tenía tanto
miedo de que te hubiera matado...
—Estoy bien —dijo, sosteniéndola a distancia para mirarla. —¿Qué
te ha ocurrido? Tu cara...
—Mi cara está bien —dijo Amber despectivamente. —Es solo un
ojo morado. Tus alas...
—No duelen —le aseguró. —El daño se repara fácilmente.
O lo sería, si no estuvieran a punto de ser ejecutados. Lo dejaron
sin decir, pero las palabras colgaban pesadas entre ellos.
—Lo siento —Atropos le acarició la mejilla con sus ojos llenos de
remordimiento. —Pensé que podría elegir que me destruyeran, por el
bien de su reputación, por lo menos. Pero nunca creí que él también te
mataría.
—No deberías haberlo hecho si hubieras pensado que te mataría
—dijo Amber, asustada y frustrada. —Podríamos haber hecho otra
cosa, descubrir algo.
—No tuvimos tiempo —dijo Atropos. —Esto es más importante
que mi vida.
Amber sacudió la cabeza y lo abrazó con fuerza, presionando su
rostro contra su pecho. Ella sabía que él tenía razón. Habían salvado a
Erin, a toda su especie. Pero era difícil pensar en todas esas otras vidas
cuando la vida que más le importaba estaba a punto de desaparecer.
El tiempo pasó, y solo podían sentarse en la oscuridad,
preguntándose qué estaba pasando, qué decisiones se estaban
tomando sobre sus vidas.
—Todavía pueden decidir perdonarte —dijo Atropos, rodeándola
con el brazo. Se sentaron contra la pared, abrazados en la oscuridad. —
Actian cederá a la voluntad del vuelo si están lo suficientemente
unidos. Y ninguno de nosotros vería un huésped implantado destruido
fácilmente.
—¿Y cómo sería el punto de eso si te hubieras ido? —Amber pidió.
—No me enviarán la vuelta a la Tierra con tu hijo. Estaría atrapada aquí
como un experimento de laboratorio o una incubadora viva. Morir
suena casi preferible.
—Todavía —Atropos se echó el pelo hacia atrás y le besó la frente.
—Descansaría más tranquilo, sabiendo que tú y nuestro hijo todavía
están vivos en alguna parte.
Él puso una mano sobre su estómago, todavía por el momento sin
cambios por la vida que crecía dentro de ella. Amber puso su mano
sobre la él, preguntándose sobre el bebé y el futuro y deseando poder
saber más sobre ellos.
Ambos se sentaron más erguidos cuando oyeron que se abría la
puerta y se abrazaron con más fuerza. ¿Era esto? ¿Uno o más de ellos
iban a ser llevados a la muerte?
Una polilla asomó la cabeza por la puerta, un pequeño y
polvoriento ratón gris.
—Date prisa —dijo, señalando hacia la puerta. —¡No tenemos
mucho tiempo!
Amber, confundida, se puso de pie y Atropos la siguió. La polilla
empujó aún más la puerta, lanzando miradas furtivas por el pasillo.
Había otras dos polillas en el pasillo, ambas más grandes que la
primera, una gris más oscura y la otra marrón. Sostenían lo que eran
inconfundiblemente armas, dos cuchillas curvas y puntas hechas para
romper alas.
—Esta parte de la nave está bastante desierta —dijo la pequeña
polilla gris. —Pero debemos tener cuidado de todos modos. Tenemos
un servicio de transporte esperando. Por aquí.
—Espera —dijo Atropos, deteniendo la polilla. —¿Quién eres tú?
Me resultas familiar.
—Soy Betula —dijo la pequeña polilla, con sus alas susurrando
inquietamente. —Salvaste a mi hermano Biston hace años, antes de
que tu hermano fuera del líder de vuelo.
La polilla gris más grande asintió respetuosamente a Atropos.
—Lo recuerdo —dijo Atropos. —Fue un desafío deshonroso.
—Uno de los brillantes pensaron que serían dignos de ser líderes al
matar a todos los aburridos en el vuelo —dijo Betula con un toque
amargo. —Y otros toman el control de las computadoras y atesoraron
la comida. Estábamos débiles y hambrientos, y ese brillante reclamó el
derecho de desafío contra Biston. Pero tú lo detuviste. Y luego nos
encontraste comida. Gracias a ti, perduramos hasta que Actian y tú
tomasteis el control de las computadoras y restablecisteis los derechos
alimentarios para todos.
—Soy Laothoe —dijo la gran polilla marrón, ofreciendo una mano a
Atropos para que la estrechara. —En esos días, cuando los aburridos
estaban más desesperados, tú eras nuestra esperanza. Te queríamos
como líder de vuelo, pero estaba claro que tú solo apoyarías a tu
hermano.
—Pero ahora tu hermano puede haber atraído la ira del Enjambre
sobre nosotros —dijo Betula. —Los aburridos están indignados de que
planee ejecutarte, e incluso los brillantes están frenéticos por su
intención de matar al humano y al niño. Todo el vuelo es un caos.
—Debería ir a hablar con Actian —dijo Atropos, con el rostro
pálido. —Tenemos que hacer algo.
—Tienes que irte —lo corrigió Betula. —Tú y el humano. El niño
debe estar protegido. Una nave está esperando para llevarnos lejos.
—¿Dejar el vuelo? —preguntó Atropos; sus alas ardían en estado
de shock. —¡Ningún Lepidopterix ha salido del vuelo!
—Ninguno ha fecundado a un humano tampoco —respondió
Betula. —Los vientos están cambiando, y debemos cambiar con ellos o
desapareceremos.
—¿A dónde iremos?— Amber preguntó, con los ojos muy abiertos.
—¿A la Tierra?
—Todavía no estamos seguros —admitió Betula. —De vuelta al
mundo natal de los Lepidopterix, o tal vez a los planetas fuera de la ley
centauro. Lo decidiremos más tarde. Ahora debemos irnos, antes de
que Actian te ejecute y recupere el control de este lugar. Eres la
esperanza de la rebelión que tanto se ha esperado. Pero para que
sobreviva, ambos deben vivir.
Atropos miró a Amber y le tomó la mano. Ella lo miró, aturdida por
todo lo que estaba sucediendo. Si ella aceptaba, no solo significaría
dejar atrás su planeta. También significaría comprometerse a llevar a
este niño, una elección que podría matarla a la larga. Significaría
involucrarse en una rebelión que podría matarlos a todos. Pero
quedarse aquí significaba una muerte casi segura. No era una opción.
—Siempre quise explorar el espacio —dijo con una sonrisa
desesperada. Él le devolvió la sonrisa y le apretó la mano.
—Dirige el camino —le dijo a Betula, y las tres polillas se
apresuraron por el pasillo, llevándolos a través de los pasillos oscuros
de las partes no utilizadas de la nave Lepidopterix a una lejana cámara
de aire.
—Estas lanzaderas de escape están totalmente equipadas para
viajes de largo alcance —explicó Laothoe al pasar por la esclusa de aire.
—Se remontan al lanzamiento inicial de la nave. Si la nave principal
alguna vez se viera comprometida, los transbordadores de escape
tienen el poder y los suministros para regresar al mundo de origen.
A través de la esclusa de aire, subieron al puente del transbordador
de escape, apenas lo suficientemente grande como para acomodarlos a
todos a la vez, además del gran Lepidopterix marrón sentado en el
asiento del piloto.
—Vamos —dijo Betula, y el piloto asintió, manejando los controles.
Atropos y Amber observaron a través de la pantalla principal cómo, con
un gran clamor estremecedor, la lanzadera de escape se separó de la
nave principal y comenzó a alejarse.
—Velocidad de la luz, rápido —instó Betula. —¡Antes de que
puedan proyectar un rayo tractor sobre nosotros!
Amber nunca había visto la nave Lepidopetrix desde el exterior. Era
una esfera blanca gigantesca, la superficie texturizada, que le recordaba
a una vaina de semillas o un capullo. La tierra estaba debajo de ella,
azul, hermosa y remota. Comenzó a retroceder rápidamente cuando el
transbordador aceleró, dejando atrás la nave y todo lo que había
conocido. Estaba conmocionada por lo rápido que todo había sucedido.
Betula dio un suspiro de alivio tan pronto como perdieron a la nave
de vista.
—Somos el primer Lepidopterix independiente en la historia
conocida —dijo Betula un poco sin aliento. —Todo un logro para un
grupo de polillas aburridas. ¿Estamos fuera de alcance, Clarus?
—Sí —respondió el piloto. —Pronto estaremos fuera del alcance de
toda comunicación.
—¿Un último mensaje? —preguntó Betula a Atropos.
—Sí —dijo Atropos en voz baja. —Por favor, abre un canal.
El piloto lo hizo, y Atropos se inclinó un poco más cerca.
—Actian —dijo, tranquilo pero tenso por el agotamiento. —Lo
siento. Un día, estaré a tu lado otra vez. Adiós, hermano.
Él mismo cerró el canal y se volvió. Amber lo alcanzó, su pecho
dolía de simpatía, y sostuvo su mano.
—Vosotros dos debéis ir a recibir atención médica —dijo Betula. —
Hepia cuidará de ti.
Amber se volvió para ver al mismo sanador de alas blancas que la
había ayudado a regresar a la nave, de pie en el estrecho pasillo que
conducía al resto del transbordador. Ella los saludó con una pequeña
sonrisa.
—Podrás encontrar una litera y descansar un poco —dijo Betula. —
Pronto no tendremos nada de eso. Vosotros dos estáis a punto de
convertiros en los líderes de una revolución.
Amber apretó la mano de Atropos, sintiendo que el miedo sacudía
su corazón dentro de su pecho. Respiró hondo para calmarlo y sonrió a
la polilla.
—Vamos.
FIN