LA RESPONSABILIDAD MORAL DE LA LIBERTAD EN SARTRE.
Estudiante: Rogelio José Mendoza Morales.
“Desde el inicio y para siempre, el hombre no vive como un dios. Por otra parte, la libertad es el
reto de un «hacer» (poieîn) y, por lo tanto, también de un deshacer. Nos debatimos, nos batimos
para ser libres y seguir siéndolo, o bien nos tumbamos y nos dimitimos” (Sartre, 1980, p. 237).
I. INTRODUCCIÓN.
Dentro del conjunto de obras escritas por el francés Jean-Paul Sartre, El Ser y la Nada
(1980) es la que ha sido menos valorada en la actualidad, y esto no es porque carezca de
importancia, no; esta obra en mención es la síntesis de sus estudios ontológicos,
fenomenológicos y psicológicos de las estructuras de la conciencia resueltos en una
fascinante cosmovisión sobre la vida humana. La libertad humana es, sin lugar a duda, el
tema que más le inquietó en su época de filosofo.
Sartre vivió la segunda guerra mundial, y en un contexto tan agitado, se tienen una
de dos opciones: o bien se lucha, o bien se resiste a la lucha. Ambas son decisiones que
ponen en prueba la voluntad de los seres humanos. El hombre, para Sartre (2005), está
situado, arrojado a un momento, tiene que elegir; esta decisión es posible siempre que el
hombre sea libre. Nos proponemos, pues, a analizar la libertad propuesta por el autor en
discusión con el fin de ver la relación que hay entre moral y libertad.
II. LA CONCIENCIA NO-TÉTICA: LA EXISTENCIA PRECEDE A LA
ESENCIA.
El primer paso del existencialismo Sartreano es colocar a todo hombre en posición
de lo que es: radicalmente libre. Para ello Sartre (2005) sostiene la tesis existencialista de
que la existencia precede a la esencia (p. 27), y si esto no fuese así, si hubiese una esencia
mediante la cual la existencia pase a ser: ¿qué le quedaría al hombre por decidir? La esencia
es lo primero que Sartre debe abolir para labrar el camino a la libertad.
Recuperar la libertad del hombre supone suprimir la idea de Dios (Sartre, 2005), y
aunque el ateísmo no es fundamental en este autor, su ontología intenta explicar las
consecuencias de tal estado de indigencia y desamparo (Sartre, 2005, p. 44). Esta es la
llamada Nietzcheana de la muerte de Dios, a la cual, Sartre responde, pues, es necesaria
para abolir el fatalismo de que Dios ha dado ya a nuestra existencia, una esencia. El hombre
está desamparado.
Gordillo (2009) observa que, “la directriz de su investigación se manifiesta con
claridad en su expresión: el hombre es el único ser que se cuestiona su ser” (p. 4). Empieza
así, entregándole primacía a la conciencia y, apoya en ese principio, sus presupuestos
filosóficos y gnoseológicos de su pensamiento. Luego, otorgando semejante puesto a la
conciencia, Sartre reconoce que la libertad absoluta llega su total plenitud en el nivel más
bajo de conocimiento: el estadio precognitivo. Esto es porque, cuando la conciencia se
encarna en el hombre, irrumpe en una situación limitadora desde la que debe proyectarse y
reconocer sus propios límites.
Para Sartre (1980), el hombre, no el ser, ocupa el centro de la existencia: el
significado de las cosas es dado por una invención del individuo humano, por ello dirá que
“no existe otro universo fuera del universo humano, el universo de la subjetividad” (Sartre,
2005, p. 93). Parte del principio de inmanencia: la subjetividad humana. Así, el 'Yo existo'
es la evidencia de la existencia; tomar conciencia de la existencia o de existir es un punto
de partida del pensamiento. Esto no es otra cosa más que el cogito cartesiano, pero,
daremos a Sartre el reconocimiento de una superación, pues, del ‘Yo existo’, dio un paso
adelante con el ‘Yo soy’. El autor del Ser y la Nada, considera el surgir espontáneo de la
conciencia no cognitiva o cogito prerreflexivo como sujeto.
La conciencia Sartreana está siempre en mira al mundo y no lo toma como
evidencia, es siempre situación y opera bajo la tesis de la intencionalidad, es decir, está
siempre arrojada. Dicha intención operativa de la conciencia no es cognitiva, ni reflexiva.
Uno de los más célebres hallazgos del autor, es el descubrimiento del cogito prerreflexivo o
conciencia no-tética: la conciencia de conciencia. Esta es la conciencia que está antes de ser
conocida, pues, ser conciencia de sí, no implica que se ponga ante sí como objeto de
conocimiento. Es, pues, el Cogito real, la conciencia que antecede a todo postulado teórico
es donde se funda toda reflexión posterior, porque para Sartre, la Conciencia ya existe antes
de la reflexión. Desde aquí, la existencia no es una evidencia fruto de una reflexión como lo
tomará el Cogito Cartesiano, sino que, la facticidad de la conciencia se da en el mundo, no
encerrada en sí misma en un acto cogitante donde se pone entre paréntesis la existencia de
todo.
Satre nombra a esta conciencia como no-tética y con ello quiere mostrar que este
hallazgo responde a la tesis del existencialismo: la existencia precede a la esencia (Sartre,
2005). En el cogito prerreflexivo está la facticidad de la existencia bruta, la conciencia en
su forma más primitiva.
“El primer paso de una filosofía ha de ser, pues, expulsar las cosas de la conciencia
y restablecer la verdadera relación entre ésta y el mundo, a saber, la conciencia como
conciencia posicional del mundo. Toda conciencia es posicional en cuanto que se
trasciende para alcanzar un objeto, y se agota en esa posición misma: todo cuanto hay de
intención en mi conciencia actual está dirigido hacia el exterior” (Sartre, 1980, pp. 18-19).
III. LA CONCIENCIA HUMANA COMO PROYECCIÓN
Gracias a la estructura pre-cognitiva de la conciencia, el hombre está libre de toda
determinación cognitiva. Además, Sartre (1980) muestra que esta conciencia no-tética o
pre-cognitiva, es la condición del cogito Cartesiano -conciencia reflexiva. Esto muestra la
preocupación de Sartre de alcanzar una libertad absoluta a través de la conciencia pura,
precognitiva e incondicionada, hasta llegar a la conciencia reflexiva, encarnada 1. El hombre
no tiene Dios, ni nada que le preceda, no hay esencia, está arrojado al mundo, ahora que
tiene conciencia de conciencia debe mirar sus propios límites y decidir, forjarse.
Esta primera conciencia espontanea es crucial para entender la libertad en su aspecto
teórico y práctico, tanto como conciencia no-cognitiva, como conciencia encarnada. Ahora
bien, existir supone tomar conciencia de su existencia en su confrontación con el mundo,
una conciencia que se enfrenta a sí misma como pura espontaneidad. Esta confrontación de
la conciencia consigo misma es el 'cogito'. Por ello, hay que explicar la conciencia en
referencia al mundo, ya que Sartre ha manifestado que la conciencia no-tética es condición
de la reflexiva. La conciencia es referencia al ser y auto referencia: para-sí; la conciencia es
un ser que es su propia nada.
1
La conciencia que se toma a sí misma como objeto de conocimiento: conciencia-de-sí.
Sartre (1980) explica está estructura sosteniendo que “el para-sí surge como
nihilización del en-sí, y esta nihilización se define como proyecto hacia el en-sí: entre el en-
sí nihilizado y el en-sí proyectado, el para-sí es nada. Así, el objetivo y el fin de la
nihilización que soy es el en-sí. Luego, la realidad humana es deseo de ser-en-sí. Pero el en-
sí que ella desea no puede ser puro en-sí contingente y absurdo, comparable de todo punto
al que ella encuentra y nihiliza. La nihilización, como hemos visto, es asimilable, en efecto,
a una rebelión del en-sí que se nihiliza contra su contingencia.” (p. 763)
Ahora bien, afirma Yepes (2018) “esta nada no es alguien estable. Esta nada se impulsa a
ser, aunque tiene que nadificarse. Tiene que hacerse nada. Y a pesar de llenarse, de
historizarse, es un vaciamiento, un conocimiento de nada, un reconocimiento de su
ausencia.”. La conciencia no contiene nada, es por sí sola impensable, por ello, para
entenderla hay que analizarla, como ha mostrado Husserl, con su correlato, esto es, como
conciencia de algo (Sartre, 1980).
El ser y la nada, mi ser y mi nada, quedan en tensión, porque soy ausencia, mi
conciencia no es más que autorreferencia, está disparada al mundo y en cuanto esté
proyectada es sí misma, por tanto, como hemos analizado, hay una ausencia de sí. “El
hombre se hace nada para-sí mismo, situando el ser en el plano de la negación: su nada es
un llamado a ser. En efecto, la nada se humaniza en este llamado ontológico a ser.” (Yepes,
2015, p. 8). La conciencia encarnada toma la forma de una nada sostenida por el ser, pero el
sujeto tiene su propio ser: ser y nada en unidad. El sujeto en tanto conciencia (para-sí) es: 1)
una nada, pura intencionalidad en referencia al ser. 2. presencia así y al mundo.
La conciencia en tanto presencia a sí es carencia de sí, ausencia, pero la forma de
completarse es la posibilidad de ser. Esa ausencia debe completarse. Hay ahí un constante
proyecto, un querer ser lo que no se es, y ser lo que no se es. Es en este constante
aplazamiento que el hombre en tanto conciencia humana o para-sí, puede forjarse un vivir y
esto posibilita la obra, además de que muestra como el para-sí es el fundamento Sartriano
para la libertad: La pura incondicionada libertad de conciencia, que es elegida para ser la
base de la libertad humana. De este modo, nos resume Gordillo (2009), que la conciencia
puede entenderse de tres formas: la conciencia es proyecto, la conciencia está en situación y
la conciencia es sujeto.
IV. UNA TEORÍA NO-EGOLOGICA DE LA CONCIENCIA
Este camino desesperante que ha recorrido la conciencia humana desde su pura
condición irreflexiva hasta su encarnación en el hombre es la base para asegurar la
autonomía que permitirá una libertad humana donde él mismo es su propio responsable. Y
sí: el hombre es responsable de sí mismo, de sus actos y sus proyectos, tanto de si los
cumple, como si no los cumpliese, de lo que no es, como de lo que puede ser.
Sartre (1980) entrega total vacuidad a la conciencia, es, como a él le gusta definirla,
una caja de cristal, siempre transparente, por la cual el aire pasa libremente. Uno de los
méritos de Sartre es el de defender la nadificación de la Conciencia, así, por ejemplo,
destacamos en La Trascendencia del Ego (1968), la tesis de la conciencia como un “Campo
Trascendental impersonal”, y en este sentido, el yo no es sujeto de la conciencia. Y a pesar
de esto, nos advierten Ramírez y Arrieta (2018), que no se trata de hacer del ser humano
menos persona, sino, de expulsar todo fundamento egológico de la conciencia. En este
sentido, vemos la insistencia de Sartre en asegurar la soberanía de la conciencia: sin yo, la
conciencia, nadificada, es incondicionada.
Ramírez y Arrieta (2018) afirman que Sartre -al igual que Husserl-, asevera la
existencia de un yo psíquico y psicofísico, el yo empírico, en-sí existente, el cual debe ser
sometido, de golpe, como objeto trascendente, a la epojé fenomenológica. Nótese que el yo,
así entendido, en minúscula, es un objeto trascendente a la conciencia, mas no una
estructura trascendental -yo- (p. 7). El Yo en Sartre (1980) es trascendente, no
trascendental. Esto quiere decir, entre otras cosas, que el Yo no puede ser generado por la
conciencia, ni puede residir en ella, debe ser, por lo tanto, producto de lo exterior, viene de
fuera. Por ello, hay que anotar que el yo no es directamente la unidad de las conciencias
reflexivas, ya que, a juicio de Sartre (1968a), el flujo de la conciencia garantiza su unidad
inmanente y, así, el Ego es solo unidad de los estados y de las acciones, mas no de la
conciencia. El yo es un objeto trascendente, y por ello mismo dudoso; producto de los
estados y de las acciones, a los que realmente les antecede, en primer lugar, la conciencia.
En términos más simples: “el Ego no es el propietario de la conciencia, sino su objeto”
(1968a, p. 77).
Esto, es un aporte a la fenomenología, el cual Sartre sostuvo con total insistencia. Al
demostrar que el Yo es trascendente y que es producto de los estados y de las acciones, deja
al descubierto que la conciencia, en la cual Sartre basará su libertad, es sí misma un
vaciamiento total y aquí el Yo es objeto de la conciencia. Esto es, si el yo es producto de
los estados y de las acciones, resulta, en consecuencia, que en el interior de la conciencia
refleja surge un foco de pasividad que, no obstante, está contaminado por la espontaneidad
de la conciencia. Eso es un problema en cierto sentido. “La respuesta que da Sartre es
compleja, y es la misma que anticipa siempre que está en medio de un callejón sin salida:
la magique -irracionalidad-” (Ramírez y Arrieta, 2018, p. 10). Espontáneamente-pasiva: he
allí la irracionalidad profunda del yo, y según Sartre, en virtud de la cual, al reflexionar
sobre sí, “el hombre es siempre un brujo para el hombre” (1968a, p. 64). De tal manera, que
estamos situados frente a una teoría de la conciencia y la libertad no-egológicas, donde la
piedra angular será la autonomía y libertad de la conciencia humana en el obrar y la acción.
V. SARTRE Y LA RESPONSABILIDAD MORAL DE LA LIBERTAD.
Si hemos expulsado el Yo como un residente de la conciencia podemos decir que el
hombre no actúa siendo, sino que se hace mientras es lo que no es. En este sentido estamos
de acuerdo con Sartre (1980) cuando afirma que “el hombre es una pasión inútil” (p. 708).
La libertad es absoluta, pues, como indican Giraldo y Burgos (2018), “es
responsable en dos sentidos: el descubrimiento en la relación que establece con su
correlato, o lo que llamamos intención de cosas, y la construcción personal de su ser.” (p.
25). Es decir, que nuestra libertad es además la responsabilidad de una construcción
personal de nuestro ser, el hombre que se proyecta, y en ese sentido, el conocimiento es la
primera responsabilidad: conciencia-de, apuntar al mundo en tanto se es auto referencia, y
así, mostrar una nueva responsabilidad en ese distanciamiento de sí, el cual revela al
hombre como inacabado, aplazado: mi ser proyectado, mi nada presente. Luego, arrojada
nuestra responsabilidad se moraliza: ya reflejado nuestro proyecto de ser, condenados a la
libertad, sin Dios, sin avatares, ni esencias, arrojado así mismo sin excusa alguna, y es de
alguna manera, como si estuviésemos intencionados otológico-moralmente y a
construirnos.
Tal es afirmación de Sartre (1980): “Todo ocurre, pues, como si estuviera
constreñido a ser responsable. Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de quedarme
abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al
contrario, en el sentido de que me encuentro de pronto solo y sin ayuda, comprometido en
un mundo del que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga, arrancarme ni
un instante de esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio deseo de rehuir
de las responsabilidades” (p. 750). Estamos comprometidos: es absurdo que nos arrojasen
al abismo de existir, es absurdo que nuestra estructura apunte a que somos libres de obrar,
también es absurdo que nuestra misma libertad e inteligencia nos dé la capacidad de privar
la libertad de los otros. Por tanto, la responsabilidad de la libertad no es solo nuestra, en la
individualidad, sino también de los otros: la libertad es querer que los demás sean libres
también.
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