MANIFIESTO POLÍTICO FRECORA
Frente Colombiano de Feministas Radicales Abolicionistas
Somos una plataforma de articulación conformada por diferentes organizaciones,
colectivas, activistas independientes y ciudadanas feministas radicales y abolicionistas, de
todo el país, con representación en 14 ciudades del territorio nacional (hasta el momento)
y en América Latina, Norteamérica y Europa; que se posiciona desde una agenda política
feminista radical, antirracista y anticlasista para accionar como frente a nivel nacional y, a
su vez, apoyar e incentivar las agendas organizativas y territoriales de cada organización e
iniciativa que hace parte de la plataforma
Nuestro propósito es luchar por la defensa de los derechos humanos y los intereses
estratégicos de las mujeres, para lograr nuestra emancipación del patriarcado racista y
neoliberal que nos oprime, que organiza y administra las relaciones, los poderes, las
instituciones y los recursos en el país y en el mundo. Para esto, nos articulamos contra la
violencia machista, el racismo y la explotación sexual y reproductiva de las mujeres (niñas,
jóvenes y adultas); nos oponemos al borrado simbólico y material de las mujeres en los
ámbitos social, epistemológico y legislativo; y buscamos generar cambios en el terreno
cultural y político que tengan repercusiones estructurales en los imaginarios y en las
relaciones materiales de poder entre los sexos, que se dan en la sociedad y en el Estado.
Nuestro frente es una plataforma de posicionamiento, articulación, defensa, intervención,
información y difusión de las luchas y agendas feministas radicales, antirracistas y
anticlasistas de las mujeres en Colombia, sus diversos territorios y el mundo; orientamos
nuestro trabajo a partir de tres enfoques: el feminismo radical, el abolicionismo y el
análisis-movilización desde los intereses estratégicos de las mujeres; en defensa de 5 ejes
estratégico-programáticos: 1.Lograr una vida libre de violencias y con DDHH para las
mujeres, 2. DDSSRR para las mujeres, 3. Abolir la explotación sexual y reproductiva de
las mujeres, 4. Alcanzar la participación política autónoma, real y efectiva de las mujeres,
5. No permitir el borrado de las mujeres.
Posicionamiento y enfoques para el accionar
Como Frente Colombiano de Feministas Radicales Abolicionistas nos enunciamos y
posicionamos desde el Feminismo radical, antirracista y anticlasista; el Abolicionismo, como
teoría crítica y como agenda política, y desde los Intereses estratégicos de las mujeres que
parten por comprender a la mujer como una categoría sociológica y política que refiere a la
hembra de la especie humana, en cualquiera de sus etapas vitales (niñez, juventud, adultez
y vejez) y que, por cuenta de la normatividad género-sexo, ha sido designada
históricamente a ocupar un lugar subalterno en el marco de las relaciones opresivas de
poder establecidas por el patriarcado, entre mujeres y hombres.
El Feminismo Radical
Nosotras entendemos el feminismo como un movimiento por y para las mujeres, que,
con base en el desarrollo de una teoría crítica de la realidad, persigue la
emancipación de las mujeres de la opresión histórica y específicamente sufrida, a
causa de los hombres como grupo opresor. En esa medida, nos posicionamos desde el
feminismo radical al ser el que -de forma directa, profunda y sistemática- cuestiona
el orden de género-sexo establecido por el patriarcado para legitimar la dominación
de los hombres sobre nosotras y ofrece, en consecuencia, horizontes claros de
liberación en términos de independencia de las mujeres, como clase sexual oprimida,
respecto de los hombres, como clase sexual opresora. Entendemos que la radicalidad
no es un accionar sectario o dogmático sino un método a través del cual se puede
abordar el conocimiento de la realidad, llegando a la raíz, a las causas de los
problemas. En este caso, la radicalidad, de la mano de la teoría feminista, nos
permite indagar y develar la raíz de nuestras opresiones.
Reconocemos al Feminismo Radical como el movimiento de emancipación de las
mujeres que emergió en los Estados Unidos en las décadas de los sesenta y setenta y
que se articuló en torno a consignas como la de que “lo personal es político”,
planteando una ruptura con una tradición feminista que propugnaba la igualdad
formal sin detenerse, realmente, en la discusión sobre las relaciones de poder entre
los sexos. El feminismo radical analiza críticamente la política sexual que hace las
veces de esqueleto sobre el que se reviste la sociedad, cuyo fin ha sido el de mantener
y fomentar la apropiación de los cuerpos, la fuerza productiva, la capacidad
reproductiva y los productos biológicos y sociales de las mujeres por parte de los
hombres.
Por ende, el Feminismo Radical combate las relaciones sociales sexo–políticas,
basadas en la interpretación jerárquica de la diferencia sexual y en el funcionamiento
de mecanismos e instituciones androcéntricas. En la actualidad, el feminismo radical
ha tomado asiento a lo largo del mundo bajo la consigna de que hay que llegar y
acabar con la raíz del problema (el sistema de género-sexo en el patriarcado) para, en
su lugar, sembrar la raíz de la liberación a través de la lucha feminista organizada y
autónoma. Una lucha que debe reconocer una “estructura de dominación y
hegemonía masculina en todas las sociedades”, como bien señala Rosa Cobo Bedía,
además de saber identificar la diversidad de experiencias opresivas y de
discriminación en las que las mujeres podemos estar inscritas o que podemos vivir
simultáneamente; una lucha que tiene como sujeto político a la mujer y como grupo
de referencia y como actor político colectivo a las mujeres.
Ahora bien, entendiendo la simultaneidad de sistemas opresivos (patriarcado,
colonialismo y capitalismo) funcionando al unísono sobre nosotras (mujeres
latinoamericanas, del sur global, negras, afrodescendientes, indígenas, Rrom,
empobrecidas, de clase trabajadora, de sectores populares, campesinas y rurales,
lesbianas, madres cabeza de familia, víctimas-sobrevivientes del conflicto armado,
entre otras) propugnamos por las luchas antirracista y anticlasista como justas e
indispensables en la batalla contra un patriarcado que es, hoy por hoy y desde hace
un buen tiempo, racista y neoliberal. Lo dijeron hace un buen tiempo las compañeras
feministas negras de la Colectiva de Río Combahee cuando, en 1977, publicaron un
manifiesto en el que expresaron que existen sistemas de opresión interrelacionados
funcionando de manera simultánea sobre las mujeres negras. Sostuvieron, entonces,
que la síntesis de estas opresiones creaba las condiciones de sus vidas; de manera que
era necesario luchar contra la opresión racial, sexual, heterosexual y de clase,
paralelamente.
Por racismo comprendemos la forma en cómo los estados y las sociedades, con base
en una herencia colonialista, han estructurado un sistema de opresión racial histórico
estableciendo así una realidad cultural, económica e institucional desigual, basado en
la raza, que tiene manifestaciones que van -contra la población racializada- desde la
burla e instrumentalización étnica hasta el asesinato, pasando por la segregación
espacial, la distribución inequitativa de la riqueza de las naciones, las políticas de
sobrevigilancia de las comunidades, la sexualización estereotipada de las mujeres y
las niñas y su explotación sexual local y transnacional, la falta de acceso a los
recursos mínimos de realización individual y colectiva, el empobrecimiento
sistemático y el aniquilamiento político.
Los estados racistas y las élites mestizas, a través de las instituciones y distintos
mecanismos sociales, operan en los imaginarios colectivos produciendo, en alto
grado, una identidad racializada con base en una escala de dos polos opuestos: blanco
y negro; que establece -en medio de estos dos polos- los blancos y los n
egros según
cómo el tono de la piel se aleje o se acerque a uno u otro extremo. Dicha escala
determina para cada grupo social experiencias radicalmente distintas (y
fundamentalmente asimétricas) con base en cuán lejos o cerca se encuentre del
espectro dicotómico antes planteado.
Desde dicha perspectiva racista, lo más cercano al polo claro adquiere un estatus de
“blanquitud” (asociado a cierto tipo de prestigio), es catalogado como "blanco" y, por
consiguiente, es valorado como lo i mportante, digno y meritorio; por el contrario, lo
más cercano al polo oscuro adquiere un estatus de “negritud” (su contrario opuesto),
es catalogado como "negro" y, bajo esa lógica, es valorado cómo lo despreciable,
indigno y desechable. El racismo, conectado así con otros sistemas de opresión como
el sexismo, torna la raza como un factor determinante para la exacerbación o
degradación de la violencia contra las mujeres (establece disyuntivas entre los
cuerpos socialmente valorados o no, las vidas que importan o no). Entendemos,
además, que el racismo no se separa del patriarcado, sino que se une puesto que
ambos, como sistemas de opresiones históricas y estructurales, se necesitan
mutuamente para mantener el statu quo, de manera que se transforman y adaptan
conjuntamente a los cambios culturales, políticos y tecnológicos que llegan con el
pasar del tiempo.
Ahora bien, como lo expresó Betty Ruth Lozano, nosotras consideramos que el
antirracismo es una lucha que empieza por comprender que la población negra
-aunque no se comporte como un colectivo que tenga una identidad étnica basada en
los mismos fundamentos socioculturales- comparte un elemento que es común a las
mujeres y hombres que conforman dicha población. Este elemento, que es
estructurante de unas relaciones asimétricas de poder, se basa en la racialización de
los cuerpos; de manera que “lo que (...) comparte la población negra, en Colombia y
el mundo, es la condena por el color de su piel, es el racismo”. Así las cosas, vemos
en el antirracismo la lucha justa e impostergable que pone de relieve y combate -a
partir de un análisis sobre las relaciones de poder que se dan en términos raciales- la
opresión sistemática que sufren las personas racializadas, y enfáticamente las
mujeres negras, para hacer frente a la ideología superiorista de la raza blanca (que
entraña, en nuestro contexto latinoamericano, es decir internamente, la
conformación de élites blanco-mestizas y la superioridad mestiza) y así superar la
segregación y explotación racial.
Por su parte, consideramos el anticlasismo como la expresión de lucha contra la
división de la sociedad en clases sociales, donde una clase oprime y saca provecho de
las otras, a través de la explotación de su mano de obra, la dominación de sus
recursos y el control de los bienes y servicios. Históricamente, desde el
establecimiento de la propiedad privada, han existido las clases sociales y por ende,
la lucha entre ellas. Pero es en el modo de producción capitalista donde se agudiza la
lucha de clases, poniendo en evidencia la opresión ejercida por este sistema, en el
cual todo se convierte en producto para el consumo, incluso las vidas humanas y
donde las mujeres son cosificadas en casi todos los ámbitos de la sociedad.
El centro de ganancias del capitalismo es el capital que se obtiene a partir de la
plusvalía o plustrabajo que los y las trabajadoras producen beneficiando, en su
totalidad, únicamente a los dueños del capital (financiero, industrial, comercial,
tecnológico). Pero son las mujeres, a través de sus cuidados y trabajo doméstico no
remunerado, las que benefician, no solo al capital, sino a toda la sociedad
permitiendo que los roles y estructuras sociales sigan funcionando de la forma como
el capitalismo lo requiere.
Sabemos que el capitalismo se encuentra con el patriarcado en el cuerpo de las
mujeres para sacar el mayor provecho de nosotras, legitimando la mercantilización
de nuestros cuerpos, la explotación sexual y sacando millonarias ganancias de la
industria de la explotación sexual. Es por ello, que nuestra lucha también debe ser
anticlasista, entendiendo que nuestra emancipación no sería completa si no luchamos
contra el capitalismo y su versión actual, el neoliberalismo, y contra todas sus
formas oprobiosas de obtención de capital.
Abolicionismo, como teoría crítica y como agenda política
El abolicionismo, como una crítica negativa de la cultura y del derecho, nos
permite acercarnos de manera radical a la realidad, comprender fenómenos
sociales, revisarlos desde el principio de justicia para, precisamente, tener
herramientas que nos lleven a transformar la realidad. Da claridades frente a la
forma en que se normalizan ciertos discursos, normas, instituciones y prácticas en
los que se esconde una profunda asimetría de poder (ya sea entre los sexos, la clase
y la raza) y se perpetúan los sistemas de opresión que, como sabemos, conllevan
una sistemática violencia y explotación, y constituyen las desigualdades
estructurales que se interceptan en nuestros cuerpos, volviendo más vulnerables
los cuerpos de las mujeres pobres y racializadas.
El abolicionismo ha cuestionado distintos sistemas de opresión desde que nació
como crítica y lucha contra el sistema colonial racista y la esclavitud en los siglos
XVII y XVIII cuando en Portugal se comenzó a cuestionar la esclavitud y el uso
inhumano de mujeres y hombres. Por su parte, la teoría marxista incluyó dentro
de su propuesta revolucionaria la abolición de la propiedad privada como un primer
paso para superar la lucha de clases y la explotación de una clase sobre otra. La
abolición de la propiedad privada constituyó un camino para construir una sociedad
justa e igualitaria.
Para la teoría y lucha feministas, el abolicionismo promueve acciones desde la
política, la cultura y el derecho contra la violencia sexual, la explotación sexual, la
pornografía, los vientres de alquiler y, por supuesto, contra el género, para avanzar
en el camino hacia el derrocamiento del patriarcado. Como feministas, nuestro
objetivo es abolir toda violencia, jerarquización y explotación de las mujeres,
propendiendo por la defensa de los derechos humanos de las mujeres y por la lucha
contra las opresiones patriarcales. En este sentido, el abolicionismo se constituye
en agenda política toda vez que es la hoja de ruta que nos guiará hacia la
emancipación de todas nosotras.
También es necesario precisar que el abolicionismo es contrario al prohibicionismo
(que está amparado en la moral cristiana) en tanto este último da igual tratamiento
a víctimas y victimarios, lo que implica criminalizar y no reparar a las víctimas. De
la misma manera, es contrario al regulacionismo pues éste disfraza la
mercantilización del cuerpo de las mujeres, en el caso de la prostitución, bajo el
sofisma del trabajo, velando la raíz de la explotación sexual.
En general, el abolicionismo, como teoría crítica negativa, cuestiona los discursos
jurídicos/políticos y científicos/académicos que desvirtúan la realidad de las
opresiones y le conceden objetividad y legitimidad a partir de sofismas o falsos
valores; el abolicionismo busca dar origen a un nuevo paradigma moral y legal que
conduzca, de la mano de transformaciones en otros niveles, a la consolidación de
un nuevo paradigma político, cultural y económico. Para ello, es necesario llevar
nuestra lucha contra el patriarcado de la mano con nuestra lucha contra el
capitalismo y su sistema neoliberal, así como contra el colonialismo y el racismo, y
las demás formas de opresión, que no solo dominan y explotan nuestros cuerpos
perpetuando las desigualdades estructurales, sino que nos alejan de ser libres y
seres en sí mismas, no medios para otros, y de realizarnos de forma autoconsciente,
como menciona la filósofa Ana de Miguel, en una sociedad justa e igualitaria.
Intereses estratégicos de las mujeres
Por intereses estratégicos de las mujeres comprendemos aquellos
objetivos-necesidades resultantes de un análisis con enfoque feminista aplicado sobre
las condiciones, problemáticas y contextos de las mujeres, que toma como eje de
reflexión e indagación las relaciones de poder, autoridad y dominación entre los
sexos. Es decir, son aquellos intereses (conveniencias p olíticas, económicas y sociales
que son oportunas y provechosas para las mujeres) que emergen cuando
(superándose la visión inmediata sobre las necesidades de las mujeres y dejándose de
naturalizar sus condiciones) se identifica la dinámica entre: asimetría posicional
hombre-mujer (en detrimento de la mujer) y condiciones sociales de las mujeres.
Así las cosas, orientamos nuestra articulación e incidencia como frente desde el
análisis y la defensa de los intereses estratégicos de las mujeres como enfoque de
posicionamiento político e intervención social basada en la conciencia de sí y para sí,
en tanto que mujeres; dado que lo que nos mueve, en una instancia superior, es
lograr un cambio estructural de las relaciones de poder entre los sexos y que nuestra
finalidad es aportar al florecimiento de un paradigma cuya naturaleza no sea
patriarcal.
Agenda y núcleo programático
Defendemos las acciones, procesos y agendas que se orientan hacia nuestra emancipación,
es decir, hacia la emancipación de las mujeres (en todas las etapas vitales, nombradas
anteriormente), desde una lectura sociológica y política profunda de las diversas realidades
en que nos encontramos inscritas. Coincidimos con Celia Amorós en que conceptualizar es
politizar, de manera que para hacerlo bien en la segunda debemos haberlo hecho bien en la
primera. Así las cosas, presentamos nuestros 5 frentes estratégico-programáticos y los
desarrollamos conceptualmente, bajo la firme convicción de que serán una brújula bien
calibrada en la lucha por nuestra emancipación:
1. Lograr una vida libre de violencias y con DDHH para las mujeres
Una vida libre de violencias y con derechos humanos parte de la necesidad de
ciudadanía de las mujeres. En referencia a eso, Marta Postigo menciona cómo la
modernidad estableció diferencias entre los sexos y solo los hombres pudieron dar el
paso de convertirse en ciudadanos. Esto tuvo efectos claros en la situación de las
mujeres: la existencia de un contrato sexual, la asignación del espacio privado y la
esfera doméstica. Durante mucho tiempo (aún hoy) se defendió la libertad para y la
igualdad entre los hombres, pero no para nosotras, que seguíamos bajo la “tutela
masculina”.
Es así como, con el pasar del tiempo, se va reflejado la necesidad de separarse de la
concepción popular que concibe que los hombres y las mujeres hacen parte de
diferentes espacios de acuerdo con sus características y que nos relaciona a nosotras
con inestabilidad, caprichos, exceso de sensibilidad y sentimentalismo, entre otras
cosas; buscando apoyo en la reflexividad y la razón. Los derechos humanos están
ligados al carácter de ciudadanía y, por lo mismo, la razón era el camino para
alcanzarlos.
Sin embargo, durante los últimos años, se ha venido estableciendo el sistema
neoliberal que, como lo describe Maristella Svampa, está centrado en la primacía del
mercado y se encuentra enfocado en la valorización financiera. Como consecuencia
de un sistema de este calibre inscrito en el patriarcado, se ha producido un efecto
innegable en nuestros cuerpos de mujer que, entre otras cosas, ha contribuido a
reforzar ideas que, por efecto simbólico y material, golpean nuestra vivencia
equipolente de la ciudadanía y nos animan a aceptar, por ejemplo, la sexualización y
la explotación sexual y reproductiva como vías para acceder a lo indispensable o para
proyectarnos y habitar en el espacio público.
Develar esta realidad perniciosa para nosotras implica desmontar metódicamente las
ideas estereotipadas sobre las mujeres y sobre lo que es posible o permitido en los
espacios público y privado. Es por todo esto que reconocemos que este sistema, antes
que garantizarnos vidas libres de violencias, permite y -más grave aún- promueve
una violación sistemática de nuestros derechos humanos como mujeres. Atendiendo
pues a estas consideraciones, vemos como indispensable la reflexión constante sobre
aquellos temas que, en apariencia, pueden ser transgresores pero que, al ser
análizados desde una perspectiva feminista crítica del género, terminan develándose
como trampas patriarcales bien camufladas tras los lugares comunes de la (aparente)
libertad individual y lo open minde, como por ejemplo, la prostitución (mal llamada
trabajo sexual) que es impulsada por proxenetas y tratantes de personas con el brazo
fuerte de la “libre elección” y con el uso instrumental del consentimiento.
De otra parte, nosotras reconocemos, a partir de una lectura atenta de nuestras
diversas realidades como mujeres, diferentes tipos de violencia y expresiones
deshumanizantes que, lamentablemente, no se encuentran todas reconocidas o
catalogadas en los diferentes marcos jurídicos (nacionales e internacionales); de
manera que estamos expuestas estructuralmente a una violencia que es tangible e
intangible y que pasa por lo material, lo cultural y lo simbólico. Enfatizamos en que,
al margen de si un estado reconoce una violencia como tal, nosotras no perdemos de
vista que hay violencias bastante bien toleradas por la sociedad y las instituciones,
violencias que son perpetradas contra nosotras frente a las que prevalece el
negacionismo. Consideramos urgente e impostergable luchar contra el estado de
negación, así como, buscar estrategias que permitan superar las diferentes brechas
existentes y las violencias contra todas nosotras; que sean, verdaderamente, efectivas
para acabar con las violencias específicas que se perpetúan contra las mujeres en los
ámbitos étnico, rural y campesino; estrategias que, además, sean antirracistas y
anticlasistas en todo el sentido social y político que estos enfoques entrañan.
Ahora bien, consideramos la sexualidad heterocentrada como un espacio de poder
que violenta nuestros cuerpos, nuestros proyectos, las imágenes que de sí mismas
tenemos y nuestros deseos más íntimos, en la medida en que se ha construido como
una normatividad sobre la que se han edificado las instituciones más indispensables
del patriarcado, como la familia, la iglesia, la medicina, la milicia, por nombrar
algunas. Esta normatividad (que aplaude unas formas -a las que les garantiza
bienestar y perpetuidad- y que condena a otras la miseria, la marginalidad y el
terror) es profundamente misógina y lesbófoba. De acuerdo con Beatriz Gimeno, la
existencia lesbiana es únicamente representable desde la no humanidad, la
monstruosidad y la abyección, representaciones todas que han contribuido
directamente al mantenimiento del régimen heterosexual y de la lesbofobia.
La lesbofobia, impregnada de misoginia, funciona creando dos ámbitos: adentro y
l afuera se relega todo lo que sale del ideal social, esto es, marcar una
afuera. A
diferencia excluyendo e inferiorizando aquello diferente; todo esto, integrando
emociones, conductas y un dispositivo ideológico. El resultado de esta exclusión es
la inexistencia y la repulsión del amor lesbiano: el mantenimiento de esta
invisibilidad lesbiana perpetúa, también, la jerarquía sexual y la desigualdad.
Siguiendo lo anterior, el borrar la existencia lesbiana, incluye pues, evitar la
posibilidad de visibilizar otras formas de vida, de placer, de vínculos afectivos y de
construcción de subjetividades, creando solo una imagen posible de relacionamiento:
la heterosexualidad. De la misma manera, impide que se pueda comprender la
lesbofobia como una forma de opresión, partiendo de la idea que la existencia del
lesbianismo, en sí misma, supone un debilitamiento del régimen heterosexual y es
por ello, que se desarrollan todas estas estrategias de invisibilización.
Frente a eso, señala Terry Castle que aquella posibilidad de que las mujeres
podamos sentir placer sin los hombres, que no los necesitemos y busquemos
organizarnos con otras mujeres, es un hecho que amenaza directamente a la
autoridad política, económica y sexual de los hombres sobre las mujeres.
Recordemos que la heterosexualidad no es solamente las relaciones sexo-afectivas
entre mujeres y hombres, sino todo aquello que ha sido construido en torno suyo. En
este sentido, Sheila Jeffreys, menciona que la construcción del deseo heterosexual
tiene cabida desde la concepción de la heterosexualidad como un sistema político, del
cual la violencia sexual funge como una forma de control social. Es por lo anterior
que nosotras defendemos y propendemos por el continuo lesbiano, como lo hizo en
su momento Adrianne Rich; es decir, por la existencia y prevalencia de las relaciones
entre mujeres y de ése vínculo entre nosotras como fuente de legitimidad, amor,
poder, autoridad, organización, lucha, seguridad y placer.
De otra parte y hablando ya de femininicidio, consideramos, tal como señala Esther
Pineda, que el asesinato de mujeres por ser mujeres es una constante histórica que
ha sido soportada desde lo religioso y lo jurídico. Existen antecedentes claros como
el código Hammurabi, explica Pineda, en el que es posible ver formas de castigo
específicas tales como quemas en vida y empalamientos, entre otras formas,
cometidas contra la humanidad de toda mujer que actuara o realizara acciones que
fueran contrarias a aquellas esperadas para su sexo; éste, junto con otros
antecedentes históricos, ha reforzado la idea del asesinato sistemático de las mujeres
como una forma válida de control social (sexual-político). Nosotras estamos de
acuerdo con Diana Rusell y Jane Caputi cuando afirman que “el feminicidio es el
extremo de un continuo de terror antifemenino que incluye una gran cantidad de
formas de abuso verbal y físico: como violación, tortura, esclavitud sexual, incesto y
abuso sexual infantil, maltrato físico y emocional, hostigamiento sexual, operaciones
ginecológicas innecesarias, heterosexualidad forzada, esterilización forzada,
maternidad forzada, (...) y (otras) mutilaciones en nombre de la belleza.”
Hemos pues reconocido que el feminicidio es la peor forma de violencia contra las
mujeres, que definitivamente en ningún espacio estamos seguras y que en cualquier
momento podemos resultar siendo víctimas de este delito, que desafortunadamente,
en la mayoría de los casos, a razón de un inexistente o casi nulo análisis de los
contextos patriarcales, machistas y misóginos de la sociedad, terminan siendo
catalogados/tipificados como otros delitos, atentando directamente contra la
dignidad de las víctimas y las familias de las víctimas.
Este es un problema que se presenta desde el ámbito jurídico, iniciando por la
inoperancia del gobierno, de las instituciones, así como la negligencia,
desconocimiento y poco interés de muchos de las y los profesionales del derecho
penal y del derecho en general, -para gestionar los procesos legales en donde las
mujeres son víctimas de violencias de tipo sistemáticas-, quienes siguen replicando
discursos que invalidan completamente los análisis feministas y que por supuesto,
carecen de voluntad para buscar garantizar los derechos humanos de las mujeres,
porque aun cuando pareciera incoherente, todavía las feministas estamos llamando y
poniendo sobre la mesa insistentemente la necesidad de que las mujeres seamos
consideradas seres humanas.
Es por esto que conocer las leyes que rigen los derechos de las mujeres es
importante, necesario y sustancial, pero, de igual importancia es exigir que las
personas que imparten justicia como: magistrados, magistradas y jueces o juezas,
tengan una formación con perspectiva feminista para que las decisiones judiciales
entren a valorar e identificar los roles, estereotipos, mitos, prejuicios sociales,
costumbres y manifestaciones del entorno, así mismo, revelaciones del sexismo en
la situación que se analiza y las relaciones de poder, en todas las etapas procesales;
todo ello para evitar la vulneración de los derechos fundamentales de las mujeres.
No basta que la decisión sea oportuna y de fondo, también se requiere que tenga una
mirada integral, que garantice la eficacia o vigencia del derecho a la igualdad, la no
discriminación de la mujer y la abolición de todas las formas de violencia contra las
mujeres. En este sentido, es necesario conocer y reconocer que hay unas normas o
Instrumentos Internacionales que reafirman los derechos humanos, que generen
mecanismos para reducir la desigualdad histórica de las mujeres y que se debe exigir
su aplicación tangible, teniendo en cuenta que Colombia adquirió compromiso con
estos instrumentos Internacionales a partir del momento que los suscribe y pasan a
ser parte de la constitucionalidad (Artículo 93 C.P).
2. DDSSRR para l as mujeres
Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres como camino hacia la
autonomía de los cuerpos son uno de los puntos más necesarios e importantes de
trabajar, entendiéndose por supuesto, que hacen parte de los derechos humanos. Sin
embargo, existen en la práctica muchas más barreras de las que se esperarían,
generando una continua afectación a la situación de las mujeres como grupo.
El trabajo por los derechos sexuales y reproductivos requiere el entendimiento de
los conceptos de sexualidad, así como la salud sexual y reproductiva y un análisis de
lo que el sistema patriarcal y capitalista ha construido en torno de la experiencia
corporal de las mujeres. Así pues, dice Mackinnon, que la sexualidad es una
dimensión que se encuentra presente en la vida social, aunque desde el patriarcado,
la sexualidad en las mujeres las define o las mantiene en la categoría de segunda
clase; es entonces, una sexualidad moldeada bajo el esquema genérico que nos
mantiene en desigualdad con respecto al otro sexo. De la misma manera, esta
sexualidad se define desde el deseo masculino y lo que los hombres necesitan para su
satisfacción y excitación, generando pues, una definición de mujer.
La sexualidad, es por tanto, patriarcal y esencialista, pues el discurso presente radica
en la promoción de esta como “impulso no condicionado, prepolítico, natural,
primario, sui generis e innato, dividido a lo largo de la línea biológica de género que
se centra en el coito heterosexual”, y esto pasa también, por la llamada libertad
sexual, que no es más que el mantenimiento del régimen heterosexual, por cuanto se
anima a las mujeres a comportarse de la misma manera que los hombres, esto es,
buscar la satisfacción del impulso genital, pero que se lleva a cabo solo, mediante el
coito heterosexual.
En tal sentido, se debe tener claro cómo el sistema patriarcal, mediante el
mecanismo género-sexo de opresión, la moralidad y la religión, han afectado por
años la visión y el disfrute de la sexualidad, imponiendo unas formas de vivirla que
incluyen una valoración distintiva de la sexualidad en hombres y mujeres: la
maternidad como fin único en la vida de las mujeres; la pornografía como mecanismo
de promoción de prácticas sexuales que son en sí mismas degradantes y violentas,
que finalmente se reproducen en espacios privados y públicos; el establecimiento de
la heterosexualidad como norma con todo lo que la compone: violencia, amor
romántico, la omisión del placer sexual de las mujeres; así mismo, la
heterosexualización de las relaciones sexo afectivas entre mujeres y la
discriminación que se vive por ser lesbianas, de igual manera, las continuas
expresiones de violencia en espacios de salud como lo son la violencia
gineco-obstétrica; y todo lo anterior traducido en la visión del cuerpo de las mujeres
como un territorio a conquistar (también visto de este modo en contextos de
conflicto armado), a mantener ajeno, presto al uso y disfrute del patriarcado y de los
hombres.
En este sentido, es imperante tener en cuenta que en Colombia se debe realizar una
exigencia mayor en términos del cumplimiento de la Convención sobre la
Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW),
1979 y su Protocolo Facultativo, 1999, en lo referente a DDSSRR y todo el marco
jurídico existente que permite garantizar y mejorar el acceso a estos derechos por
parte de todas las mujeres que habitan el territorio colombiano.
3. Abolir la explotación sexual y reproductiva de las mujeres
El patriarcado es un sistema sexual-político en el que los hombres se apropian
sistemáticamente de la capacidad reproductiva y la sexualidad de las mujeres, a
través de la violencia o a través de medidas pacíficas, como dice Marta Fontenla.
Nosotras entendemos como medios pacíficos a quellos que no se basan en la coacción
física o en el uso de la fuerza física directa y que pueden incluir los dispositivos de
transferencia cultural; la legislación, normatividad y la jurisprudencia; los
mecanismos de socialización diferencial; los dispositivos de disciplinamiento
mental; las estrategias de persuasión y condicionamiento psicológico; las dinámicas
del mercado; los aparatajes conceptuales, filosóficos y epistemológicos; el
empobrecimiento y la precarización laboral; la racialización y sexualización; los
valores morales y religiosos; entre otros.
Por explotación sexual nos referimos a la violación severa y sistemática de los
Derechos Humanos de las mujeres (niñas, jóvenes y adultas), que se lleva a cabo
mediante actividades de carácter sexual (que pueden ser o no consentidas) y que
implica beneficios y ganancias al explotador (quien ostenta el poder como
capacidad relacional) a costa de la libertad, integridad, bienestar y dignidad de
quien es explotada (y se encuentra en una posición de subalternidad, desventaja
y/o dominación, por lo que la capacidad relacional del poder le es ajena, esquiva o
mínima).
En esa misma línea, la explotación reproductiva (que también implica la violación
severa y sistemática de los Derechos Humanos de las mujeres y la niñez) involucra
a las mujeres como gestantes de embriones humanos, que, luego de darles a luz,
deben renunciar a los derechos que sobre ellos tienen, para que terceras personas
puedan acceder a una niña/niño recién nacido. En efecto, comprende la
mercantilización de dos seres humanos: la mujer y el bebé, aun cuando el alquiler
de útero se haga bajo la figura engañosa de “subrogación altruista”. Por otro lado,
y como bien sostiene Ángeles Álvarez la “maternidad” subrogada es “el sueño
dorado del patriarcado” puesto que con ella se busca “desvincular por completo el
concepto de la maternidad del proceso biológico de la gestación y el parto que es lo
único que el hombre no puede llevar a término”.
Así pues, los úteros de alquiler (y por favor recordemos que son las mujeres
quienes tienen úteros y que ser madre en la especie humana excede el hecho
biológico) son legitimados desde varios discursos que propenden por los supuestos
derechos reproductivos de familias homoparentales, la apertura liberal y
posmodernista de la escala de valores (aparentemente deseable de la forma en que
estos discursos la plantean) y la pretendida desnaturalización del dimorfismo
sexual (que es una realidad biológica de la especie humana), considerado
problemático desde el punto de vista de la queernormatividad. No perdamos de vista
que ésta, como agudamente señala Alicia Miyares quien ha acuñado este término,
condensa un buen número de trampas conceptuales, entre las que se encuentra la
enfática “deconstrucción” de las mujeres; que se orienta, en realidad, a nuestro
borrado.
La explotación sexual y la explotación reproductiva ocupan un lugar neurálgico
dentro del patriarcado neoliberal y en el entramado relacional del sistema
sexo-género, tomando forma en la denominada industria global del sexo cuyo
nombre correcto es industrial global de la explotación sexual (prostitución, trata de
personas con fines de explotación sexual, pornografía, “modelos” webcam, “turismo
sexual” que en realidad es turismo criminal, matrimonio servil, entre otras formas
de violencia sexual) y la llamada maternidad subrogada que nosotras señalamos,
atendiendo a la necesidad de llamar las cosas por su nombre, como el nefasto negocio
n ambas modalidades y contextos de explotación, el cuerpo
de los úteros de alquiler. E
de las mujeres es tomado como mercancía para ser subastado en el patriarcado del
consentimiento y en el mercado de la libre elección; y, en ambas, se presenta una
imagen distorsionada sobre las mujeres y sus derechos.
La prostitución, como bien señala Ana de Miguel, es una escuela de desigualdad
humana que se conecta con otras formas de explotación sexual de las mujeres, como
la pornografía. Nosotras, como Ana de Miguel, insistimos en que es necesario
“desplazar el debate actual sobre la prostitución de mujeres desde el tema del
consentimiento de las prostituidas hacia la reflexión sobre el prostituidor”, es decir,
hacia la demanda de satisfacción del deseo sexual masculino y hacia la ideología que
legitima y hace posible dicha demanda y dicho deseo. Las mujeres prostituidas
necesitan y exigen derechos humanos, no derechos laborales, como dice Claudia
Quintero, activista y sobreviviente de explotación sexual.
A propósito de ello, creemos indispensable analizar el rol, la posición, los intereses
y las obtenciones que movilizan a los distintos actores que se involucran en la
prostitución, así como identificar las repercusiones simbólicas, políticas,
económicas y sociales que la prostitución y la pornografía ejercen sobre las mujeres
prostituidas (aquellas que son víctimas del flagelo de la explotación sexual), sobre
las mujeres prostituibles (todas las mujeres en su condición de hembras humanas),
sobre la lucha emancipatoria de las mujeres (el feminismo como movimiento que busca
la destrucción del sistema sexo-género), sobre la sociedad moderna (en tanto que
democracia que reúne pretendida y formalmente pares e iguales) y sobre los
distintos sistemas de opresión (como sistemas que en su interacción perfecta
producen este tipo de violencia exacerbada contra las mujeres).
La prostitución (y las demás formas de explotación sexual) así como los úteros de
alquiler (y las demás formas de explotación reproductiva) no pueden observarse ni
tratarse por fuera de las relaciones de género-sexo, es decir, al margen del análisis
sobre las relaciones de poder entre los sexos, que son configuradas a la luz del
universo simbólico, la normatividad y los vínculos materiales propuestos y
afianzados, sistemáticamente, por patriarcado neocolonialista y neoliberal.
Rechazamos las tesis que sostienen que la prostitución es un “mal menor”, que la
prostitución es liberadora o que la prostitución es un trabajo. Rechazamos las tesis
que sostienen que los úteros de alquiler son una muestra de altruismo, que los
úteros de alquiler son una forma de trabajo, o que los úteros de alquiler son un
progresismo deseable.
En vista de lo anterior, rehusamos cualquier defensa que se haga de la explotación
sexual y la explotación reproductiva de las mujeres, venga de la orilla que venga, y
exigimos la consolidación de un estado colombiano y de una sociedad colombiana
abolicionistas. Exigimos al estado colombiano, en cabeza del gobierno nacional y
los gobiernos territoriales, poner en marcha las acciones constitucionales,
legislativas y penales que sean necesarias; así como elaborar las políticas públicas y
los planes de acción, programas y proyectos que sean indispensables para
garantizar a las mujeres (niñas, jóvenes y adultas) el fin de la esclavitud moderna
que constituyen estas dos formas de explotación patriarcales.
4. Alcanzar la participación política autónoma, real y efectiva de las mujeres
“A la disposición de poder y autoridad vinculada al polo viril se le denomina
patriarcado”. El patriarcado concede a los hombres, como sexo, la ostentación del
poder y la autoridad, lo que ha otorgado a cada uno de ellos el derecho a
encontrarse mucho más cómodo con su propio lugar (aunque no todos sean
individualmente poderosos) que a todas las mujeres pensadas como grupo, puesto
que nosotras somos, genéricamente, inferiores a ellos. Así lo argumenta Amelia
Valcárcel, quien además sostiene que la existencia de algunas mujeres superiores a
un hombre, en rango, no ha puesto ni pondrá en riesgo la esencial superioridad
masculina.
Las mujeres, a través de la historia, hemos estado relegadas a una posición de
subalternidad con respecto a los hombres y, por lo tanto, no hemos tenido o, mejor,
ejercido sistemáticamente el poder, s alvo contadas excepciones. Las formas
específicas en que esta realidad de desigualdad se ha materializado han variado, por
supuesto, de acuerdo con los contextos concretos en que hemos estado inscritas las
mujeres y, por ende, de acuerdo a la simultaneidad de opresiones que opere sobre
cada una de nosotras. Así pues, nuestra posición como mujeres (nuestra
subordinación frente al poder y los privilegios masculinos) no son fenómenos
atemporales, sino histórica y geográficamente situados. Es por ello, por lo que la
transformación de la desigualdad social y política entre nosotras y los hombres
(que nos ha representado una paulatina conquista de derechos), ha implicado un
proceso histórico de largo aliento y, con ello, cambios graduales en los universos
simbólico, relacional e institucional; es decir, en la escala de valores, las normas, las
creencias, las formas de socialización y sociabilidad, las identidades y en las
experiencias interpersonales.
Este proceso que se ha gestado gracias a nuestra incansable lucha por lograr la
igualdad de derechos de forma plena (más allá del ámbito formal que es por
supuesto imprescindible) ha implicado para nosotras la superación de barreras
semánticas y políticas que se han alzado taxativas entre nosotras y nuestros
derechos. Una de ellas, por ejemplo, ha sido el propio concepto de igualdad. Este
concepto, dice Celia Amorós, se ha visto obligado a lidiar con el “fantasma del
tedioso mundo de lo idéntico”, lo que para nosotras equivale a decir que la
identidad, como concepto, ha sido utilizada ideológicamente para sofocar la lucha
por la igualdad, bajo la premisa de que ésta constituye una amenaza a la diferencia
y, por tanto, podría implicar la homogeneización o la invisibilización de la
diversidad.
La igualdad también ha cobrado sentido según los contextos de dominación
presentes en un determinado entorno social. Por ejemplo, si atendemos a una
lectura interseccional del poder, podríamos decir que en nuestro país conviven
nociones paralelas de igualdad, fundamentadas, cada una, por un principio distinto
(aunque en el fondo complementario) de asimetría. Por ejemplo, la igualdad que se
establece, desde una perspectiva racista, entre las élites blancas o mestizas; o desde
una clasista, entre las élites económicas o la clase burguesa; o desde una sexista,
entre los hombres.
Con todo lo anterior, sin embargo, observamos que la noción de igualdad r efiere, en
realidad, a un tipo específico de relación entre las personas, de manera que plantea
una situación interrelacional asociada con el poder. La igualdad, como concepto,
nace en la modernidad y, para el caso de nuestro análisis, ha involucrado a mujeres
y hombres en una relación asimétrica de cara al poder. La igualdad nacida en el
seno del patriarcado fue construida como un pacto entre hombres, edificado a partir
de una visión androcéntrica de la vida social y, por tanto, fue entendida como
fraternidad (vínculo solidario entre hombres para el mantenimiento de sus
privilegios de casta).
Sin embargo, Amelia Valcárcel explica que la igualdad, que es fundamentalmente
una cuestión ética de la modernidad, se debe comprender como simetría y
equipolencia, es decir, como la facultad de reconocimiento mutuo y como la
equivalencia en el poder (capacidad en el despliegue de las potencialidades). De esta
manera, la igualdad no se basa ni en la otrerización ni en la homogeneización, de las
personas y para nuestro caso específico de los sexos, sino en la homologación; es
decir, en el acto político de conceder y reconocer igual valoración, iguales
posibilidades de realización e igual margen para existir y obrar a quienes
conforman la comunidad humana y, en concreto, a mujeres y hombres.
No perdemos de vista que el poder es una capacidad relacional que implica la
potencialidad de influir en las decisiones de otras personas y de la comunidad, así
como la posibilidad de conducir el horizonte de la propia vida con autonomía y
libertad. Hablar de nuestro poder, del poder de las mujeres, supone hablar de nuestra
independencia respecto del poder de los hombres, así como de las barreras
presentes entre nosotras y el ejercicio de una ciudadanía en un pie de igualdad.
Nosotras reconocemos que, aun cuando sean invisibles, como el techo de cristal y el
suelo de barro (o suelo pegajoso), los obstáculos echan raíces profundas en la
asimetría originaria propuesta por el patriarcado contra nosotras, a partir del
establecimiento del pacto entre los hombres y del mandato de la masculinidad,
como principios de oro.
Así las cosas, nosotras exigimos el derecho a participar en la esfera pública desde la
simetría y equipolencia, a través de la emergencia, discusión y representación de
nuestros intereses estratégicos como mujeres; a través de la posibilidad real y no
solo formal de desplegar nuestra agencia individual y colectiva para impulsar
dichos intereses; y a través de la autonomía reconocida y garantizada para
reflexionar sobre nuestros intereses particulares (como mujeres y como individuas)
y sobre los intereses comunes a la vida social, así como para actuar en función de
ellos. Exigimos, así mismo, la transformación de nueva sociedad (los valores,
instituciones y normativas) con fundamento en los análisis y los principios
propuestos desde el pensamiento crítico feminista, que parta por reconocer
profundamente -y no solo discursivamente- la realidad histórica de nuestra
opresión por cuenta de los hombres y la existencia tangible de un patriarcado
racista y neoliberal que busca sostener, en general, los privilegios de los hombres y,
específicamente, de los hombres blancos de las elites económicas.
Exigimos el diseño y ejecución de medidas y políticas públicas que garanticen la
vida de las mujeres que son representantes, portavoces y lideresas de las mujeres
como grupo de referencia -como casta- así como de los diversos grupos y entornos
comunitarios a los que pertenecemos. Así mismo, exigimos, que estas medidas
cuenten con los enfoques antirracistas y anticlasistas, que promuevan la
participación real y efectiva de las mujeres rurales, campesinas de comunidades
étnicas y de sectores populares. Rechazamos la invisibilización sistemática de
nuestros intereses estratégicos, la marginación de nuestro campo de acción
político, siempre condicionado por el sexismo dominante, y la utilización de las
mujeres como cuotas políticas o instrumentos de legitimación institucional o
partidista. Exigimos que en los cargos del estado -dentro de sus instituciones y los
gobiernos (central y territoriales)- haya mujeres feministas y mujeres con
conciencia de casta (negras, indígenas, rurales, obreras, provenientes de sectores
populares, lesbianas, académicas, científicas y profesionales); así mismo
demandamos garantías efectivas para que ellas puedan representarnos y aportar
activamente a la transformación de la sociedad y del estado.
Romper la subordinación requiere e incluye tomarnos los espacios públicos,
reclamar lo que es nuestro y asumir -no demostrar- que estamos preparadas para
tal función; buscando, en definitiva, el bien común de todas las mujeres. Romper la
subordinación requiere un estado y una sociedad verdaderamente comprometidos
en la superación del sexismo, el racismo y el clasismo estructurales; un estado que
rompa con el pacto de los hombres, es decir, con su principio de oro.
5. No permitir el borrado de las mujeres
Este eje de acción lo vemos estratégico, pero, sobre todo, inevitable. Desde
siempre, las mujeres hemos luchado contra formas de borrado que el patriarcado ha
hecho imperativas para el mantenimiento del orden sexo-político; como
instrumento o, mejor, principio de la política sexual. Política sexual que observamos
cuando comprendemos que la relación entre los sexos es, fundamentalmente,
política como argumentó Kate Millet. Para nosotras, el borrado de las mujeres
consiste en la invisibilización y desaparición sistemática de las mujeres como sujeto
histórico y actor colectivo, en la invisibilización y negacionismo de su historia, sus
experiencias y puntos de vista, su producción, sus aportes, sus realidades, sus
necesidades prácticas e intereses estratégicos y sus expectativas. Sabemos que el
borrado puede ser simbólico, legal, filosófico, epistemológico o físico; temporal o
definitivo, directo o subrepticio, y contra todas sus formas nos organizamos.
Así mismo, consideramos que el borrado de las mujeres ha operado de muy
diversas maneras y ha estado siempre situado sociohistóricamente. Es decir, ha
variado de acuerdo con los contextos específicos (geográficos, culturales y
políticos) en que las mujeres habitan y se ha expresado de forma en que permite la
prevalencia masculina y el engranaje de sexo-poder entre mujeres y hombres, que
demande el entorno patriarcal particular. Por ejemplo, el confinamiento de las
mujeres en espacios determinados durante su menstruación que sucede en
comunidades Nepal (que no solo atenta contra su bienestar físico y mental sino que
también las priva / margina del espacio público y, por ende, conlleva a su borrado
temporal de los escenario de decisión), o, por ejemplo, la imposición de la categoría
de identidad de género con la que en algunos países se está buscando reemplazar las
categorías de sexo y género, en el ámbito legislativo, lo que ha ido llevando
-paulatinamente- al desconocimiento de las problemática que afectan a las mujeres
en términos del sexismo (en razón del sexo y la norma de género), que ha venido
aconteciendo en varios países como Argentina y España y, cada vez más, en
Colombia.
Por lo anterior, nosotras insistimos en que el género ha sido y es una categoría
analítica nacida en el seno de los estudios feministas, con la que las teóricas y
pensadoras feministas han buscado explicar la realidad de la opresión de las
mujeres, a partir del estudio riguroso de los elementos s ociales que han operado
sobre la corporalidad y el dimorfismo sexual (naturales de la biología humana),
para producir, naturalizar y legitimar el tratamiento diferencial que se ha dado a
los sexos, la subsecuente asimetría de poder que se ha dado entre ellos y, por tanto,
la probada opresión de las mujeres por los hombres.
El género permite nombrar los dispositivos culturales a través de los cuales se ha
capturado la corporalidad de las mujeres (hembras humanas), con el propósito de
favorecer los intereses de los hombres (machos humanos). El género es el que
construye significados sobre el sexo, es el que normatiza el sexo, es el que limita o
restringe la libertad, y el que crea y, al mismo tiempo, se expresa en la feminidad y
la masculinidad con las que la sociedad reviste los cuerpos humanos. Como dice
Rosa Como, “el concepto de género es la categoría central de la teoría feminista. La
noción de género surge a partir de la idea de que lo ‘femenino’ y lo ‘masculino’ no
son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales”.
Siguiendo esta línea de pensamiento, debemos decir que reconocemos los estudios,
investigaciones y teorizaciones feministas como fuentes legítimas de conocimiento,
de producción científica, de construcción de agendas y de organización feminista,
pues es en ellas que encontramos respuestas claras y bien argumentadas sobre la
opresión que sufren las mujeres y caminos lógicos y oportunos para llevar a buen
puerto nuestra lucha por la emancipación. Observamos que el análisis de las
violencias contra las mujeres desde el feminismo ha sido bastante bien sustentado,
permitiendo ver cómo el entramado del sistema patriarcal ha sabido afianzar muy
bien, epistemológica y políticamente, el discurso con el que mantiene el orden
género-sexo; haciendo emerger -siempre que ha sido necesario- nuevas formas de
opresión, a través de novedosas estrategias para mantener a las mujeres en la
posición de inferioridad a la que han sido relegadas desde tiempo atrás.
En la actualidad, estamos enfrentando un nuevo i ntento de borrado, probablemente
el más directo y feroz hasta ahora, que surge y se mantiene desde varios frentes y
que consiste en la usurpación de la existencia de las mujeres: en la usurpación del
lugar histórico y político que las mujeres encarnan-mos como sujeto. Y como
derrotero absolutamente esencial, para dicho propósito, la exaltación de la defensa
del género c omo algo deseable y como una identidad innata. Laura Leucona dice que
para el feminismo el género e s una estructura externa que debe ser eliminada,
mientras que para el patriarcado, como es de esperarse, debe ser perpetuada como
elemento intrínseco de la naturaleza humana, y de ahí que haya distintos actores,
entre los que se encuentran mujeres que se llaman a sí mismas feministas,
defendiendo y celebrando su existencia.
La negación de la categoría sexo, el neolenguaje, la condena a los espacios
separatistas de mujeres, el feminismo como el movimiento del trans-sujeto, el
género como identidad, las identidades como innatas y los deseos como derechos
constituyen una avanzada patriarcal, propia de una era neoliberalista, y son
resultado de uno de los frentes reactivos contra las mujeres como llama Alicia
Miyares a los progresismos de izquierdas que apalancan los posicionamientos del
generismo queer. Este generismo queer, produce una normatividad alternativa a la
heteronormatividad que no es, en todo caso, liberadora para las mujeres.
La queernormatividad se fundamenta en un constructivismo esencialista que
defiende una nueva posición binaria entre lo que ha dado a llamar lo trans y lo que
ha dado a llamar lo cis; tergiversando las categorías de sexo y género y
desplazándolas como instrumentos de análisis de la opresión. De manera que el
sujeto transgénero pasa a designar lo que es y no es una mujer y, además, lo que es
y no es verdaderamente revolucionario. Con ello termina disputando directamente,
tanto, el lugar de sujeto histórico mujer a quienes lo encarnan y acuerpan (es decir
las mujeres), como, la herencia, lucha y sujeto político del feminismo.
Esta nueva normatividad que impone el generismo queer, como explica Alicia
Miyares, promueve deliberadamente el desplazamiento del debate: de la igualdad
hacia la diversidad, de los derechos hacia los deseos, de la vindicación colectiva
hacia la subjetividad individual, que ataca directamente a las mujeres y encubre el
sexismo, tras la estrategia de relativizar, hasta el absoluto, todo. Por supuesto, el
feminismo debe saber explicar la diversidad de las experiencias de las mujeres,
específicamente, situadas (cosa que sabe hacer), pero sin descuidar el análisis del
núcleo común de dominación que opera sobre todas las mujeres (cosa que busca
anular el generismo queer).
Atendiendo a todo lo anterior es que para nosotras se hace una necesidad,
imperante, mantener las categorías, las teorizaciones y los discursos feministas que
logren visibilizar y explicar las realidades materiales de las mujeres, develando su
fundamento sexista desde un análisis crítico del sistema género-sexo. Así mismo,
nos alzamos en resistencia ante las acusaciones de fobia y de odio con que revisten
nuestra legítima lucha como, por y para las mujeres. Rechazamos aquellas palabras
y expresiones que niegan nuestra biología, rechazamos el estigma con el que
o aceptamos ser nombradas como cis y, menos
quieren recubrir la categoría mujer, n
aún, que se nos pretenda señalar de privilegiadas contra toda la evidencia que
demuestra nuestra opresión.
Las acusaciones de esencialismo biológico y fundamentalismo pierden fuerza
cuando, desde la politización feminista radical, se reconoce -tal como lo dice Raquel
Rosario Sánchez- que nuestro sexo es inmutable y que las teorías sobre la identidad
de género son constructos sociales impuestos a las personas. Bien lo mencionaba
Simone de Beauvoir, en la cita que han tergiversado por años: “No se nace mujer:
llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que
reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es
quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se
califica como femenino”, con lo que señalaba la incidencia de valores e intereses
patriarcales en la producción de la feminidad, como normativa sobre/contra las
mujeres (pretendidamente innata) y no que ser mujer dependiera del deseo,
voluntad o arbitrio de los hombres o las instituciones. El sexo se observa, decimos
con Amelia Valcárcel y todas las feministas críticas del género, no se asigna; lo que
se asigna es el género.
Así las cosas nos declaramos en activa resistencia, luchando contra la
despolitización del feminismo y el arrebato de nuestro sujeto político por parte de
corrientes neoliberales y patriarcales, que siguen manteniendo el discurso
negacionista de las violencias contra las mujeres y nos proponemos promover con
fuerza el feminismo radical en Colombia, puesto que entendemos que la
organización y la lucha autónomas feministas son condiciones indispensables para
identificar nuestros intereses estratégicos como mujeres y avanzar -por esa vía- en
nuestra liberación.
Integrantes, voluntades y alianzas
A las mujeres, compañeras y hermanas, que hoy leen nuestro manifiesto queremos
agradecerles por su interés, compromiso y convicción. Así mismo, queremos invitarlas a
integrar nuestro FRENTE, como parte de esta lucha a favor de nuestra emancipación y
contra el patriarcado racista y neoliberal que nos oprime. Compañeras, son bienvenidas.
Vinculación al Frente
Pueden vincularse al Frente Colombiano de Feministas Radicales Abolicionistas,
FRECORA, MUJERES Y ORGANIZACIONES COLOMBIANAS (con o sin
personería jurídica) que se asuman públicamente como feministas radicales
abolicionistas. Para esto deberán surtir un proceso que inicia diligenciando un formulario
de postulación que se presenta a continuación a través de un enlace. Luego de consignar la
información en el formulario FRECORA dará inicio al proceso de vinculación y se
contactará a la interesada.
https://forms.gle/nUJ31baehZD1ZeKt6
Pliego de exigencias / peticiones
Como parte de nuestro accionar, hemos desarrollado un documento que denominamos
PLIEGO DE EXIGENCIAS Y PETICIONES. En este documento desarrollamos cada
uno de los componentes y frentes de acción de nuestra AGENDA Y NÚCLEO
PROGRAMÁTICO, desde un enfoque de desarrollo e intervención. Esperamos que este
documento sirva para orientar al Estado, a los gobiernos y a la sociedad en general, en las
acciones, proyectos y programas concretos y urgentes que requerimos las mujeres en
nuestro país para superar el patriarcado racista y neoliberal que nos oprime y vulnera
sistemáticamente nuestros derechos humanos.
Este documento contiene nuestras exigencias y peticiones, desde una perspectiva
feminista, abolicionista, antirracista, anticlasista y centrada en nuestros intereses
estratégicos como casta. Les invitamos a sumarse con su voluntad y con su firma, en el
enlace que encuentran a continuación.
El PLIEGO lo pueden suscribir TODAS LAS PERSONAS que estén a favor de la
emancipación de las mujeres.
Este pliego está próximo a publicarse. Invitamos a estar pendientes de nuestras redes
sociales para conocerlo y firmarlo.
Firmamos:
Feministas radicales abolicionistas de Colombia
28 de septiembre 2020, Día Internacional por la despenalización y legalización del Aborto
Colombia.