Universidad Nacional Autónoma de México
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Leticia Durand
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Universidad Nacional Autónoma de México
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias
Cuernavaca, 2019
Aviso legal
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina. Leticia Durand, Anja Nygren y Anne Cristina
de la Vega-Leinert, coordinadoras.
Autores:
Leticia Durand
Anja Nygren
Anne Cristina de la Vega Leinert
Fernanda Figueroa
Angela Caro-Borrero
Tim Trench
Antoine Libert Amico
Gert Van Hecken
Pierre Merlet
Mara Lindtner
Johan Bastiaensen
Claudio Garibay Orozco
Laura Tejada
Stephan Rist
Beatriz Rodríguez-Labajos
Peter Clausing
Karla Melissa Guzmán
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Saila-Maria Saaristo
Joaliné Pardo Núñez
Hélène Roux
Esta edición en formato electrónico de un ejemplar (7.5 mb) fue coordinada y preparada por el Depar-
tamento de Publicaciones del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad
Nacional Autónoma de México. La transformación a formato ePub fue realizada por la Dirección General
de Publicaciones y Fomento Editorial de la unam. Fecha de aparición 18 de septiembre de 2019.
Diseño de cubierta: Jael Araceli González Pérez; corrección de originales y lectura de pruebas: Mario
Alberto Islas Flores; lectura de pruebas finas: Perla Alicia Martín Laguerenne; diseño tipográfico, diagra-
mación y formación: Irma G. González Béjar. Revisión técnica de la edición electrónica: Mario Alberto
Islas Flores.
© D. R. 2019 Universidad Nacional Autónoma de México
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Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias
Av. Universidad s/n, Circuito 2, colonia Chamilpa, 62210,
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isbn: 978-607-30-2223-1 (libro electrónico)
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Contenido
Introducción 9
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
Leticia Durand
Anja Nygren
Anne Cristina de la Vega-Leinert
1 Neoliberalización de la naturaleza a través del programa
de Pago por Servicios Ambientales en México
Diversidad de efectos y multiplicidad de visiones 33
Fernanda Figueroa
Angela Caro-Borrero
2 ¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización? Experiencias
desde Chiapas y Yucatán en el sur de México 81
Tim Trench
Antoine Libert Amico
3 ¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar
la deforestación en la frontera agrícola de Nicaragua?
Un análisis desde los sistemas agrarios 127
Gert Van Hecken
Pierre Merlet
Mara Lindtner
Johan Bastiaensen
4 Clúster minero global: instauración de horizontes de coerción
y resistencias en sociedades locales mexicanas 165
Claudio Garibay Orozco
5 El boom del bioetanol y (re)concentración de la tierra en la costa
norte peruana: luchas agrarias en un contexto neoliberal 215
Laura Tejada
Stephan Rist
6 Sistemas productivos campesinos y la integración al mercado
en un mundo neoliberal: estudios de caso del delta del Mekong
(Vietnam) y Veracruz (México) 249
Anne Cristina de la Vega-Leinert
Beatriz Rodríguez-Labajos
Peter Clausing
7 Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
El caso de la cadena de marañón orgánico 297
Karla Melissa Guzmán
8 La finis terrae en la economía mundo: un análisis de
los imaginarios territoriales y sus tensiones en la Patagonia chilena 325
Juan Carlos Rodríguez Torrent
9 Residentes de las favelas: entre represión, violencia y política 385
Saila-Maria Saaristo
10 Gobernanza neoliberal de riesgos
y vulnerabilidad en acuajes urbanos en México 423
Anja Nygren
11 Consumir y resistir: los mercados alternativos
de alimentos en la Ciudad de México 467
Joaliné Pardo Núñez
Leticia Durand
12 Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia en un contexto
neoliberal. Un paralelo tentativo entre el Bajo Aguán hondureño
y la ciudad de Detroit, Michigan 505
Hélène Roux
Acerca de los autores 549
Introducción
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
Leticia Durand
Universidad Nacional Autónoma de México
Anja Nygren
Universidad de Helsinki
Anne Cristina de la Vega-Leinert
Universidad de Greifwald
El neoliberalismo como concepto analítico
Actualmente, en las ciencias sociales existe gran interés por entender lo que
Noel Castree (2008a) llama la “neoliberalización de la naturaleza”, es decir, la
forma en que el neoliberalismo rige y transforma las interacciones humanas
con la naturaleza. América Latina alberga el 40 % de la biodiversidad mun-
dial, posee más de un cuarto de los bosques de la Tierra, la tercera parte de
las reservas de agua dulce del mundo y en su territorio restan importantes
reservas minerales de petróleo, gas, hierro, cobre y oro (Bovarnick, Alpizar y
Schnell 2010). Además del hecho de ser una “superpotencia en biodiversidad”
(Bovarnick, Alpizar y Schnell 2010, 3), el análisis de la relación entre el neo-
liberalismo y la naturaleza en América Latina es particularmente importante
debido a que, durante los últimos veinte años, el neoliberalismo ha apuntalado
una transformación radical de las economías y las sociedades latinoamericanas
y, por lo tanto, de los entornos “naturales” y de las políticas ambientales (Mar-
tin 2005; Perreault y Martin 2005).
El neoliberalismo no es un concepto fácil de definir, puesto que conforma
un conjunto complejo de ideologías, representaciones, normas y prácticas propa-
gadas por actores muy diversos y organizados en múltiples escalas (McCarthy
9
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
y Prudham 2004; Perreault y Martin, 2005; Ferguson 2010). Sin embargo, de
manera muy general, es posible decir que, como una vertiente de la economía
política, el neoliberalismo supone que el bienestar humano puede incremen-
tarse mediante el impulso de la capacidad emprendedora de los individuos, ya
que observa al mercado como el mejor mecanismo para la distribución de los
bienes y servicios requeridos para cumplir las necesidades de las personas en el
mundo (McCarthy y Prudham 2004; Castree 2008a).
El Estado, desde la perspectiva neoliberal, es una entidad poco confiable
para promover el desarrollo económico, entonces se procura retraer (roll-back)
sus funciones para facilitar el libre mercado y abrir nuevos espacios de inversión
(Perreault y Martin 2005; Liverman y Vilas 2006). Este proceso no siempre
equivale a disminuir el tamaño o la función del Estado, pero sí a su reconfi-
guración y reinstitucionalización (Bridge 2014; Perreault 2014). En términos
prácticos, el neoliberalismo incluye procesos como la privatización de bienes
de propiedad social o de servicios antes proveídos por el Estado; la comodifica-
ción o asignación de precios a objetos o fenómenos que estaban fuera del inter-
cambio comercial; la desregulación o disminución de la presencia del Estado en
numerosas áreas de la vida social; la rerregulación o la adaptación de las políticas
públicas para facilitar la creación de mecanismos de regulación voluntaria basa-
dos en el mercado, y finalmente, el respaldo o fomento a empresas privadas o
grupos organizados de la sociedad civil para proveer servicios que el Estado ya
no presta o para compensar su ausencia (Castree 2008a; Bridge 2014).
El término neoliberalismo se ha vuelto muy común, y el uso más habitual
está ligado a su comprensión como una fuerza externa que transforma, altera y,
con frecuencia, destruye los sitios donde actúa (Martin 2005); sin embargo, es
necesario considerar que el neoliberalismo está lejos de ser una condición esta-
ble y homogénea, pues existe variación en cómo es pensado, en las estrategias
que se usan para impulsar sus agendas y en las relaciones que se tejen entre los
actores implicados, así que es importante distinguir entre el neoliberalismo y la
neoliberalización (Martin 2005; Perreault y Martin 2005; Castree 2008a).
Al observar la forma en que los fenómenos biofísicos se incorporan al pen-
samiento y las prácticas políticas neoliberales, nos encontramos con que exis-
ten múltiples expresiones, así como diversas tendencias y efectos (Heynen y
10
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
Robbins 2005; Castree 2008a, 2008b). Es decir, el neoliberalismo se materializa
de forma muy distinta en diferentes espacios y contextos y, por lo tanto, no es
solo una fuerza que destruye, sino que construye también nuevos discursos y
nuevos procesos político-económicos, sociales y culturales (Martin 2005). Así,
un asunto es la idea del neoliberalismo como doctrina económica y otro, sus
diversas expresiones en la escala espacio-temporal, a las que Castree (2008a,
137) sugiere referirnos como procesos de neoliberalización.
Considerar estas particularidades nos ayuda a evitar argumentos y dis-
cusiones muy generales o simplistas y, al mismo tiempo, a superar la parálisis
que produce la idea de un proyecto neoliberal monolítico y poderoso, donde
los actores son simples víctimas incapaces de resistir (Castree 2008a; Perreault
2014). Es importante considerar que, aun bajo el influjo del neoliberalismo, los
procesos y los actores locales desempeñan un papel muy relevante en la arti-
culación del nuevo contexto sociopolítico (Martin 2005; Boelens et al. 2016).
Lo anterior nos lleva a otro punto importante en la comprensión del neo-
liberalismo: aunque muchos de sus adeptos lo observan como un proyecto
apolítico —pues ven en el mercado un mecanismo neutral de distribución—,
la colocación de bienes y males entre actores que difieren en su posición de
clase, en sus recursos, en su capacidad de agencia y también en sus necesidades
y deseos es, sin duda, un acto político, pues reconfigura las relaciones y nexos a
través de los cuales el poder y la autoridad son concebidos y ejercidos (Castree
2008a; Larson y Soto 2008).
Aunque el ambiente ha sido en general un elemento relativamente poco
analizado en la reflexión teórica del neoliberalismo, en los últimos años varias
investigaciones se han enfocado en entender cómo la dinámica política, eco-
nómica y social derivada de los procesos de neoliberalización se vinculan
intrínsecamente con el medio ambiente (Castree 2008a; Perreault 2014). El
neoliberalismo tiene profundas consecuencias en la forma en que nos acerca-
mos y hacemos uso del mundo natural, puesto que muchos sectores econó-
micos dependen directamente de la naturaleza y sus recursos, y debido a que
una menor injerencia del Estado en los temas ambientales reduce la regulación
ambiental. Al mismo tiempo, la privatización y la mercantilización de la natu-
raleza crean nuevos espacios de inversión y acumulación de capital, así como
11
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
nuevas funciones para el Estado y la sociedad civil, que facilitan, regulan, resis-
ten o evitan sus consecuencias (Castree 2008a; Bridge 2014; Büscher 2014).
Naturaleza y neoliberalismo
Para Escalante Gonzalbo (2018), el neoliberalismo es mucho más que un pro-
yecto económico. El neoliberalismo y su doctrina, centrada en la libertad eco-
nómica, el individuo, la competencia y la acumulación de capital, se infiltran
en todos los ámbitos de la vida social para crear una versión neoliberal de casi
todo: la educación, la vida privada, el trabajo, etcétera (Escalante Gonzalbo
2018). Pero ¿de qué manera observa el neoliberalismo a la naturaleza? ¿Cuál
es la versión neoliberal del mundo natural?
Para Philippe Descola (2001), existen varios modos de identificación,
esto es, formas de trazar las fronteras entre lo propio y lo ajeno, entre lo humano
y aquello que no lo es. La cultura occidental se caracteriza por una forma de
identificación a la que denomina naturalismo, cuyo rasgo central es la creen-
cia de que la naturaleza existe; es decir, consideramos que hay entidades que
deben su presencia en el mundo a efectos ajenos a la voluntad humana (Descola
2001). Además de su independencia de lo social, en el imaginario de Occidente
la naturaleza es una entidad objetiva que podemos conocer e intervenir a través
de la ciencia y la razón; situación que la transforma en un ámbito sujeto a lo
social, a la voluntad y a la capacidad humana para transformarla (Pálsson 2001).
Desde el siglo xviii y hasta hace unas cuantas décadas, la naturaleza era
vista como algo externo a la humanidad, disponible para ser usado y explotado,
con excepción de algunas pocas áreas que eran excluidas del desarrollo en
forma de parques naturales y reservas para la conservación (Hopwood, Mellor
y O’Brien 2005). El deterioro ambiental era considerado un problema local, y
la confianza en el conocimiento y la tecnología hacían pensar que todos los
problemas y obstáculos, incluso aquellos planteados por los límites físicos de la
naturaleza, podrían ser resueltos (Hopwood, Mellor y O’Brien 2005; Gómez
Baggethun y De Groot 2007). Sin embargo, para las décadas de 1960 y 1970,
problemas ambientales, como la deforestación tropical, la contaminación del
12
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
agua y el aire y la crisis del petróleo, promovieron el surgimiento del movi-
miento ambientalista y evidenciaron el fracaso de un sistema económico que
ignoraba sus costos ambientales (Gómez Baggethun y De Groot 2007; Kri-
cheff 2012; Durand 2014). Académicos de distintas disciplinas comenzaron
a pensar que era necesario superar la visión de la naturaleza esencialmente
como proveedora de bienes o materias primas, para fomentar una apreciación
que tome en cuenta todos aquellos beneficios que derivan del buen funciona-
miento de los ecosistemas, tales como la captura de carbono atmosférico, la
provisión de agua o el mantenimiento de la biodiversidad, aspectos fundamen-
tales para la vida humana (Costanza y Daly 1992; Costanza et al. 1997; Gómez
Baggethun y De Groot 2007; Gómez Baggethun et al. 2010; McAfee y Shapiro
2010). De aquí surge la idea de los servicios ambientales, concepto que equipara
la relación sociedad-naturaleza con una transacción mercantil donde existen
proveedores (naturaleza) y clientes (sociedad; Sullivan 2009, 2012).
Hacia la década de 1990, “con la expansión del modelo neoliberal, los
economistas desarrollaron y refinaron métodos para diferenciar los servicios
ecosistémicos, calcular su valor monetario e integrarlos al mercado” (Durand
2014, 190). Así, transformaron a la naturaleza, sus bienes y servicios en capital
natural, esto es, un conjunto de recursos y procesos biofísicos que generan flu-
jos de recursos naturales y servicios ambientales útiles para incrementar el bie-
nestar humano (Costanza y Daly 1992; Costanza et al. 1997). La traducción
del discurso ambiental a la terminología de la economía y su integración a la
narrativa neoliberal abren la posibilidad de crear nuevas mercancías y asignar-
les un precio o valor económico para incorporarlas al mercado (Sullivan 2009,
2012; Gómez Baggethun et al. 2010).
La economía neoliberal reconoce la necesidad de desarrollar estrategias
para evitar la erosión del capital natural, y la propuesta central es hacerlo a
través de esquemas de libre mercado que internalizan los costos con el esta-
blecimiento de cuotas para la contaminación, el uso y la conservación del
capital natural, que pueden ser utilizadas, ahorradas o comerciadas (Liver-
man y Vilas 2006). Hoy en día, el instrumento líder en el ramo es el pago
por servicios ambientales (psa), donde los beneficiarios de servicios como
la captura de carbono, el mantenimiento de hábitats para la biodiversidad o la
13
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
protección de las funciones hidrológicas, compensan su obtención a través de
pagos a los proveedores (Gómez Baggethun et al. 2010; Sullivan 2012). Ade-
más, se ha producido un nuevo campo de inversión, el de los llamados negocios
verdes, donde encontramos al ecoturismo, la bioprospección, la producción
de alimentos orgánicos y otros productos certificados, que prometen conci-
liar al capitalismo con la preservación de la naturaleza, a la vez que observan
a la crisis ambiental no como una deficiencia del funcionamiento del capita-
lismo, sino como una nueva oportunidad para la producción y acumulación de
capital financiero (McCarthy y Prudham 2004; Castree 2008a; Sullivan 2012;
Durand 2017).
Para los economistas del siglo xviii, la naturaleza era la fuente de riqueza
material, pues de ella provenían todos aquellos elementos o recursos con al-
gún valor de uso. Hoy en día, la economía neoclásica ha desacoplado la ar-
ticulación entre naturaleza y bienestar, al considerar que la naturaleza y sus
recursos pueden ser sustituidos por capital manufacturado: la tierra puede ser
sustituida por invernaderos o por tierra más allá de las fronteras nacionales; el
germoplasma, por semillas híbridas o variedades genéticamente modificadas;
la energía fósil, por energía solar o eólica, y la contaminación, por sumideros
de carbono. Lo anterior significa que el valor de la naturaleza no se encuentra
ya en el uso directo que podemos darle, sino en el valor de cambio de fraccio-
nes de ella, sean tangibles o intangibles. Es decir, el valor de los recursos natu-
rales y las funciones y servicios ambientales se tasan en términos estrictamente
monetarios (Gómez Baggethun y De Groot 2007; Gómez Baggethun et al.
2010; Arsel y Büscher 2012).
En el neoliberalismo, la naturaleza es un nuevo ámbito de acumulación y
sus diferentes componentes y elementos se poseen, acumulan e intercambian
en diversos circuitos comerciales. Al igual que otros capitales, se asume que el
capital natural puede ser mejor administrado y conservado si se constituye en
propiedad privada y si las prácticas de uso y conservación son rentables para
quienes las implementan (Lemos y Agrawal 2006; Liverman y Vilas 2006;
Büscher et al. 2012; Durand 2017; Escalante Gonzalbo 2018).
14
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
Las políticas neoliberales en América Latina
El neoliberalismo como paradigma económico tiene su origen a mediados del
siglo xx con el trabajo de algunos teóricos ligados a la escuela de Chicago, quie-
nes se oponían a la intervención del Estado en la economía. Estas ideas se trans-
forman en política pública durante la década de 1980, luego de la recesión de
1973, cuando el estado de bienestar entra en crisis y los gobiernos de Margaret
Thatcher y Ronald Reagan impulsan, desde sus poderosas naciones, la doctrina
neoliberal (Perreault y Martin 2005; Liverman y Vilas 2006; Escalante Gon-
zalbo 2018).
En América Latina, los primeros países que transitaron hacia el neolibe-
ralismo fueron Chile y Argentina, donde las dictaduras de Augusto Pinochet
(1973-1990) y Jorge Rafael Videla (1976-1983) anticiparon, bajo la influencia
de Estados Unidos e Inglaterra, la apertura comercial y la desregulación finan-
ciera (Guillén s. f.; Perreault y Martin 2005). Sin embargo, el giro general del
continente hacia el neoliberalismo se produjo a finales de los ochenta, con la
crisis de la deuda producto del fracaso del modelo de sustitución de impor-
taciones adoptado en Latinoamérica para contrarrestar los efectos de la Gran
Depresión económica de 1929. El modelo de sustitución de importaciones
pretendió reducir la vulnerabilidad de las economías latinoamericanas a los
vaivenes de la economía internacional a partir del fortalecimiento del creci-
miento interno, la industrialización y favoreciendo el comercio y la industria
nacional a través de cuotas, impuestos y subsidios (Perreault y Martin 2005;
Guillén 2013).
Algunas economías latinoamericanas mostraron altas tasas de crecimien-
to económico con el modelo de sustitución de importaciones, como Venezue-
la, que entre 1950 y 1980 incrementó su renta per cápita en 60 %, o Brasil,
que durante el mismo periodo logró un aumento de 240 %. En promedio, para
1966, el producto interno bruto (pib) per cápita del continente creció 5.49
dólares (Martínez Rangel y Soto Reyes Garmendia 2012). El crecimiento la-
tinoamericano se tradujo en oportunidades de empleo, mejores salarios y en
la esperanza de superar la pobreza, aunque amplias porciones de la población,
sobre todo migrantes rurales que no lograron insertarse en el sector moderno
15
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
e industrializado, se mantuvieron al margen de este progreso. Los procesos
de industrialización en el continente dependieron en gran parte de las impor-
taciones de tecnología y del capital externo; con ello generaron un proceso
de endeudamiento continuo que se agravó por las altas tasas de interés, los
elevados precios del petróleo y la apreciación del dólar estadounidense. En un
inicio, la crisis de la deuda trató de ser contrarrestada con un mayor control
estatal de la economía y el endeudamiento externo; sin embargo, este “ajuste
ortodoxo” provocó un estancamiento económico (Guillén 2013). En 1982,
México se declara incapaz de solventar los pagos de su deuda internacional,
seguido por otros países como Argentina y Brasil (Guillén s. f.; Perreault y
Martin 2005; Fraile 2009; Martínez Rangel y Soto Reyes Garmendia 2012).
Esta situación generó una gran desconfianza hacia la región por parte de los
bancos e inversionistas privados, que se negaron a otorgar financiamientos;
entonces, los Gobiernos debieron recurrir a los préstamos del Banco Mun-
dial (bm) y del Fondo Monetario Internacional (fmi) para intentar reparar sus
economías (Perreault y Martin 2005). No obstante, el bm y el fmi condiciona-
ron sus préstamos a una serie de reformas estructurales; por lo tanto, la región
abandonó su política basada en la intervención del Estado y la sustitución de
importaciones, para orientar su economía hacia el neoliberalismo (Perreault y
Martin 2005; Fraile 2009).
Hacia finales de la década de 1980, la llamada década perdida de América
Latina, la situación económica en la región era caótica y las deficiencias en la
administración por parte de los diferentes Estados se hicieron evidentes. De
acuerdo con los economistas de países industrializados, los organismos finan-
cieros internacionales y las élites internas de América Latina, el continente nece-
sitaba adoptar una serie de medidas de política económica conocidas como
Consenso de Washington. Estas procuraban lograr el crecimiento y la estabi-
lidad económica disminuyendo subsidios y eliminando empresas paraestatales
a fin de reordenar el gasto público, creando derechos de propiedad claros para
asegurar el crecimiento de un sector privado fuerte y promoviendo la liberali-
zación financiera y comercial para atraer la inversión extranjera directa, entre
otras medidas. Se esperaba, de acuerdo con los planteamientos de la economía
neoclásica, que la inserción del continente en la globalización y el ingreso de
16
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
capitales privados fomentara el crecimiento económico para lograr superar la
crisis de la deuda y disminuir tanto la pobreza como la inequidad en la región
(Guillén s. f.; Martínez Rangel y Soto Reyes Garmendia 2012; Guillén 2013).
A mediados de la década de 1990, América Latina había alcanzado un
nivel elevado de liberalización comercial y privatización (Fraile 2009). Así,
por ejemplo, las tarifas arancelarias promedio se redujeron de 46 % en 1985 a
solo 12 % en 1995, y la proporción de empresas paraestatales descendió de 20
a 9 %. Tan solo en México, fueron vendidas más de mil compañías del Estado,
que incluyeron rubros como teléfonos (servicio), aerolíneas, acero, azúcar y
bancos; mientras tanto, otras fueron desmanteladas, especialmente aquellas
vinculadas con la agroindustria y que subsidiaban la producción de alimentos
como maíz y café (Meyer 1993; Appendini 2001; Liverman y Vilas 2006; Katz
2015). De esta forma, los países del continente reorientaron sus economías
hacia el exterior para conseguir, mediante exportaciones, las divisas necesa-
rias para generar crecimiento económico y solventar sus deudas, con lo que
transitaron hacia la globalización neoliberal. En los países de América del Sur
esto implicó un regreso a la explotación y exportación de materias primas, al
tiempo que México, Centroamérica y el Caribe se transformaron en centros de
exportación hacia Estados Unidos impulsando el desarrollo de maquiladoras
(Guillén s. f.).
Con la renegociación de la deuda externa, la inversión extranjera directa
y los flujos de capital extranjero se reanudaron en América Latina y las econo-
mías lograron crecer de nuevo, pero pronto se produjo la sobrevaluación de
las monedas y se generó un nuevo ciclo de endeudamiento externo. En esos
años, la mayoría de los países de la región experimentaron crisis económicas
agudas, como México en 1994, Brasil en 1999 y Argentina en 2001 (Guillén
s. f.; Sader 2008).
La aplicación del Consenso de Washington y del modelo neoliberal en
América Latina se caracterizó por una preocupación profunda por lograr un
crecimiento acelerado y mantener la estabilidad macroeconómica; sin em-
bargo, se olvidó la importancia del crecimiento con equidad y no lograron
construirse instituciones capaces de impulsar y distribuir los beneficios del cre-
cimiento. Esto acentuó más la brecha entre ricos y pobres, y agravó la pobreza
17
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
y la desigualdad social en el continente (Guillén s. f.; Martínez Rangel y Soto
Reyes Garmendia 2012). El índice de Gini1 para Latinoamérica hoy en día es
de 51.6, cifra superior al promedio global (39.5) y del doble de las economías
más desarrolladas. Colombia, Bolivia, Honduras y Brasil son algunos de los
países más desiguales del mundo, y en América Latina en general el 20 % de
la población más rica es casi 20 veces más acaudalada que el 20 % más pobre
(Katz 2015).
Neoliberalismo y naturaleza en América Latina
Durante las décadas de 1960 y 1970, cuando la crisis ambiental comienza a
mostrar sus primeros síntomas, se consideraba que los efectos ambientales
negativos o las externalidades del sistema económico podrían ser reguladas por
el Estado a través de normas, multas y demandas judiciales que obligaran a los
empresarios y productores a reducir sus impactos ambientales. Sin embargo,
los incentivos para mejorar la conducta ambiental, más allá de los laxos están-
dares impuestos por los Gobiernos, no fueron suficientes y comenzó a consi-
derarse la necesidad de internalizar los costos de la producción (Liverman y
Vilas 2006).
Como explicamos, el enfoque neoliberal para la gestión ambiental asume
que los recursos de propiedad privada pueden ser mejor manejados que aque-
llos que carecen de derechos de propiedad, que pertenecen al Estado o que
son de propiedad colectiva. Así, se asignan derechos de propiedad a elementos
y recursos como el agua, la biodiversidad o la atmósfera, a fin de que puedan
ser valorados económicamente e incorporados como mercancías (commodi-
ties) al intercambio comercial. Mientras, los costos del deterioro se internali-
zan a través del principio de “el que contamina paga”, donde existen cuotas de
1
El coeficiente de Gini mide la concentración del ingreso o desigualdad entre personas en
una región determinada. Toma valores de 0 a 1, donde 0 corresponde a la distribución
equitativa entre todos los individuos y 1 indica que un solo individuo posee todo el
ingreso. El índice de Gini es el valor del coeficiente multiplicado por 100.
18
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
uso que deben ser pagadas, pero que pueden también ingresar al mercado o ser
comerciadas (Lemos y Agrawal 2006; Liverman y Vilas 2006).
En una amplia revisión de la literatura disponible, Liverman y Vilas
(2006) hallan escasa evidencia de que el ambiente en América Latina pueda
ser preservado de mejor manera bajo esquemas neoliberales de gestión
ambiental; sin embargo, el modelo neoliberal y sus mecanismos de mercado
dominan hoy en día la política ambiental en la mayor parte de los países lati-
noamericanos gracias al apoyo firme del sector privado, que encuentra en él
enormes oportunidades para hacer crecer su capital y su poder (De Castro,
Hogenboom y Baud 2015).
Además, la gobernanza ambiental neoliberal no cuestiona ni amenaza
los intereses de las élites políticas y económicas de la región, pues discute los
problemas de pobreza, sostenibilidad y conservación desde la perspectiva de
la regulación voluntaria basada en el mercado y, al mismo tiempo, satisface la
agenda ambiental de las grandes organizaciones no gubernamentales (ong)
internacionales y aquellas con relevancia nacional (Gómez Baggethun et al.
2009; Sullivan 2009, 2012; De Castro, Hogenboom y Baud 2015).
En un principio, los procesos de privatización se limitaron a las empresas
y servicios públicos que pertenecían a los Estados, pero poco a poco se fueron
extendiendo hacia los recursos naturales propiedad de comunidades locales,
pequeños propietarios o recursos considerados como bienes comunes, en un
proceso que David Harvey denomina acumulación por desposesión (Harvey
2004, 63; Seoane 2006). Esta situación ha dado lugar a numerosos, muy fre-
cuentes e intensos conflictos socioambientales en todo el continente, los cuales
han derivado en movimientos sociales de gran relevancia, ya que se enfrentan
al despojo de los recursos y al deterioro de bosques, tierras, aguas, aire y ali-
mentos (Bebbington y Bury 2013; Perreault 2013; Boelens et al. 2016).
Actualmente, se sugiere que en América Latina vivimos el enfrenta-
miento entre dos modelos opuestos de desarrollo: el neodesarrollo o neoex-
tractivismo, que apuesta por la explotación intensiva de materias primas,
estrategias de mercado y soluciones institucionales para alcanzar prácticas
sustentables, y el llamado posneoliberalismo, muy vinculado a la idea del buen
vivir, que busca una mayor autonomía para la región, en algunos casos con la
19
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
persistencia del modelo económico capitalista, y en otros, a través de modelos
económicos alternativos, como el decrecimiento, la economía solidaria o la
gestión comunitaria de los recursos (Escobar 2010; De Castro, Hogenboom y
Baud 2015; Katz 2015; Gudynas 2016).
Buscando aportar elementos para una comprensión general de la relación
entre el neoliberalismo y la naturaleza en América Latina, este libro pretende
explorar los vínculos del modelo económico neoliberal con la transforma-
ción socioambiental, así como las racionalidades y prácticas políticas de la
gobernanza neoliberal en torno a los asuntos ambientales y los conflictos y
luchas sociales que surgen alrededor de los recursos naturales y la gobernanza
ambiental. Nos interesa documentar cómo el neoliberalismo ha modificado
los esquemas de uso, acceso, control y gobernanza de los recursos naturales,
privilegiando ciertas estrategias y actores, y transformado las relaciones de las
comunidades y grupos sociales con su entorno, mientras estos se incorporan,
negocian y resisten las influencias de la ola neoliberal en sus formas de vivir y
en sus anhelos.
Sobre la estructura de la obra
El conjunto de trabajos que se presentan en este libro ilustra la riqueza y la
complejidad de las transformaciones socioambientales estrechamente vincu-
ladas con el giro hacia el neoliberalismo ocurrido en América Latina desde la
década de 1980. Los textos nos muestran una gran variedad de cambios políti-
co-económicos, ecológicos y socioculturales ligados a diferentes niveles espa-
ciotemporales en una amplia variedad de regiones y países de América Latina,
lo que permite observar la forma en que las dinámicas de neoliberalización de
la naturaleza se consolidan en sitios tan distintos como las favelas de Río de
Janeiro en Brasil, la Patagonia chilena, la costa de Perú o el trópico mexicano,
entre otras.
Los primeros tres capítulos se ocupan de analizar las estrategias neolibe-
rales de conservación de la biodiversidad que intentan incentivarla otorgando
beneficios directos o pagos a los pobladores de comunidades rurales por
20
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
conservar. Estos textos se ocupan específicamente de los esquemas de pagos
por servicios ambientales (psa) y de su versión más refinada, redd+.
Figueroa y Caro-Borrero exploran cómo las personas en México entien-
den y experimentan los programas de psa que se aplican en sus bosques, y
muestran que estos programas han generado mejoras en términos económi-
cos, sociales y ambientales en comunidades caracterizadas por un alto grado
de pobreza. Sin embargo, los pagos no han logrado contrarrestar la asimetría
existente en el acceso a los recursos naturales, a la información y a los benefi-
cios de los programas, así como tampoco ayudan a solucionar la escasa parti-
cipación comunitaria en el manejo ambiental. Aún más preocupante es que
los psa inducen un cambio en la percepción que los residentes locales tienen
de los ecosistemas y su conservación hacia una visión predominantemente
utilitaria y mercantil, lo que contribuye a la erosión progresiva de los valores
comunitarios vinculados a los recursos naturales.
Trench y Libert Amico, a partir de un extenso trabajo de campo reali-
zado en los estados de Yucatán y Chiapas en el sureste de México, exploran
la manera en que los contextos locales, más específicamente las estructuras
agrarias, los esquemas de gobernanza y las relaciones de poder, contribuyen
a transformar una iniciativa global como redd+, que intenta integrar los ser-
vicios ambientales al mercado para disminuir la deforestación y degradación,
en variantes locales que no siempre resultan en la privatización y mercantiliza-
ción de los bosques. En este caso, una serie de incentivos implementados para
generar un mercado de bonos de carbono se convierte, en el contexto particu-
lar del sureste mexicano, en subsidios federales que se incorporan a relaciones
clientelares y fortalecen el papel del Estado, que se coloca por encima de los
mercados internacionales. Los autores nos invitan a alejarnos de visiones dua-
listas para observar los matices en la interacción entre el neoliberalismo y el
Estado mexicano.
Van Hecken y sus colaboradores nos presentan un análisis detallado
sobre los psa, promovidos como un prometedor instrumento de conserva-
ción, y su relación con las prácticas productivas y las dinámicas territoriales de
la frontera agrícola alrededor de la reserva biológica de Indio-Maíz en Nicara-
gua. Los autores explican que, aunque la producción ganadera predomina en
21
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
la zona, existen varios sistemas de producción que se desarrollan simultánea-
mente y son influenciados por las características estructurales del entorno. En
este sentido, los psa pueden orientar el cambio de perspectivas y de racionali-
dades, pero no logran crear suficientes incentivos para contrarrestar la raciona-
lidad económica y social dominante, basada en la colonización de la selva y su
conversión al uso agrícola.
El acaparamiento de las tierras y otros recursos naturales es otra conse-
cuencia de la neoliberalización de la naturaleza en América Latina, donde se
han implementado modelos de desarrollo orientados hacia el extractivismo y
la agroindustria intensiva. Este fenómeno ha generado un fuerte debate sobre la
(re)concentración de la tierra y el acceso y control de múltiples recursos natu-
rales en el continente (Bebbington y Bury 2013; Borras et al. 2013; Edelman,
Oya y Borras 2013). En este sentido, el texto de Garibay analiza la forma de
operación de las corporaciones mineras transnacionales, que se organizan en
lo que llama clúster minero global a fin de controlar y someter territorios a sus
intereses comerciales. Al mismo tiempo, estudia cómo generan discursos que
los dirimen de las afectaciones sociales y ambientales de la megaminería. De
forma muy detallada, Garibay Orozco explica la manera en que las compa-
ñías mineras, agrupadas en un consejo internacional, despliegan un sistema de
inteligencia estratégica e instauran horizontes de coerción sobre comunidades
y pueblos para operar sus minas sin resistencia social. A través del análisis de la
operación del clúster minero en México, Garibay Orozco nos muestra cómo se
concretan los procesos de desposesión del territorio y los recursos, además de
la violencia y las catástrofes ambientales y sociales implicadas en la megamine-
ría en la República Mexicana.
Por su parte, Tejada y Rist analizan el acaparamiento de grandes super-
ficies de tierras en el Perú, para mostrarnos que durante los últimos años, y a
raíz de su inserción en el neoliberalismo, el sector agroindustrial peruano ha
configurado una poderosa alianza con el Estado mediante la adopción de nue-
vas tecnologías y de su colaboración con capital multinacional, con lo que han
orientado las políticas económicas hacia el modelo extractivista. En su estudio
detallado del valle de Chira, examinan las luchas agrarias contra el acapara-
miento de las tierras bajo la perspectiva de la teoría de la gran transformación
22
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
de Karl Polanyi (1944) y del triple movimiento de Nancy Fraser (2013); ade-
más, analizan la reacción de la población afectada por el acaparamiento de sus
recursos. El texto nos muestra que los campesinos resisten y prefieren organi-
zarse en cooperativas para mantener, a través de la solidaridad, un cierto nivel
de autodeterminación y participación en los mercados globales de productos
orgánicos y comercio justo, que involucrarse en los mercados agroindustria-
les promovidos por la alianza del Estado y el empresariado nacional, que son
quienes les arrebatan sus tierras.
Sobre esta misma temática, Rodríguez Torrent, en su estudio sobre la
Patagonia chilena, analiza el fenómeno del acaparamiento verde (green grabbing)
a partir de narrativas y discursos (Fairhead, Leach y Scoones 2012; Edelman,
Oya y Borras 2013; Büscher 2014). Argumenta que nuevos actores, como los
llamados neorrurales, las comunidades neohippies y el sector del turismo de
aventura y el ecoturismo, participan en la “revalorización” de espacios previa-
mente considerados como marginados, y promueven su progresiva mercan-
tilización a través de la construcción de imaginarios, narrativas e identidades
en torno a una naturaleza prístina y a nuevos tipos de “colonos”, como los
aventureros o los inconformes que intentan huir del mundo capitalista. Estas
mismas narrativas permiten crear nuevos centros (resorts) ecoturísticos de lujo
y áreas naturales privadas que constituyen enclosures, o encapsulamientos,
derivados de los procesos de apropiación, privatización y acaparamiento del
territorio y el paisaje.
El tercer tema importante en este libro son los cambios agrarios promovi-
dos por las políticas neoliberales, los cuales presionan hacia el abandono de la
agricultura campesina tradicional y la pequeña agricultura comercial e impul-
san a los grandes consorcios agroindustriales, restando importancia a la autosu-
ficiencia alimentaria bajo el credo del libre comercio. El capítulo escrito por De
la Vega-Leinert y colaboradores compara estudios de caso en México y Vietnam,
e identifica similitudes en los procesos de integración de las comunidades
campesinas y de pequeños productores a las cadenas agrícolas globales. Del
mismo modo, el estudio de caso de Guzmán en El Salvador ilustra cómo algu-
nas comunidades campesinas anteriormente enfocadas a la producción para el
autoconsumo y el mercado local se reorientan hacia la agricultura comercial
23
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
de exportación. El desarrollo de nuevas cadenas de valor para el mercado con-
vencional —como las frutas tropicales en Vietnam, la certificación orgánica del
café en México y del marañón en El Salvador— si bien ha generado nuevas
fuentes de ingresos para las comunidades productoras, presenta obstáculos sig-
nificativos que limitan fuertemente la capacidad de los productores para apro-
vechar los beneficios potenciales de los mercados alternativos o de calidad.
El cuarto tema crucial en esta obra es la gobernanza ambiental neoliberal
en las zonas urbanas de América Latina. En este sentido, el capítulo de Saaristo
nos presenta un análisis sobre la segregación urbana en Río de Janeiro, Brasil,
y describe los mecanismos que dan lugar a la marginación de la población de
las favelas y cómo estas personas desarrollan estrategias para resistir su situa-
ción de subordinación. Saaristo explica que los procesos de urbanización en la
América Latina neoliberal responden a la comodificación del espacio urbano y
a la producción de plusvalía, la cual relega a un segundo plano las necesidades
y derechos de sus habitantes.
El estudio de Nygren sobre la ciudad de Villahermosa, Tabasco, México,
expone que en las estrategias de gobernanza para inundaciones se han trans-
formado desde las medidas de control tecnocéntricas basadas en la construc-
ción de diques y muros de contención, hacia estrategias de resiliencia que
promueven la adaptación cultural para saber convivir con el agua. El análisis
examina la gobernanza neoliberal como un “arte de gobernar”, desde la pers-
pectiva teórica de Michel Foucault (2003, 2007), y explica que las estrategias
predominantes de gobernanza urbana en Villahermosa constituyen formas
híbridas donde la cogobernanza pública-privada y la autogestión ciudadana se
mezclan con los legados del control estatal y las relaciones clientelares. A partir
de un análisis detallado de tres diferentes áreas socioeconómicas de la ciudad,
el estudio nos enseña cómo la planificación y la política urbana aumentan la
segregación social, empujando a ciertos grupos sociales a ocupar espacios de
por sí inhabitables, mientras facilitan que otros grupos logren controlar los
espacios privilegiados de la ciudad.
El trabajo de Pardo Núñez y Durand se ocupa de las redes alternativas de
alimentos agroecológicos, locales y de comercio que han surgido en la Ciudad
de México, las cuales buscan revitalizar el papel de los pequeños campesinos
24
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
y de la agroecología a través de tianguis o mercados semanales en donde los
productores interactúan directamente con los consumidores, y así eliminan
a los intermediarios. La literatura especializada da cuenta de una intensa dis-
cusión sobre si las redes alternativas de alimentación constituyen espacios de
resistencia o de reproducción de las prácticas neoliberales y, en este sentido,
las autoras se ocupan de cuatro iniciativas de tianguis en la Ciudad de México
y exploran su origen, propuestas y prácticas, analizando si estas tienden más
a cooperar con o a resistir los procesos de neoliberalización de la naturaleza
(Gutham 2008; Holt-Giménez 2010, 2011). El texto explora los objetivos so-
ciales, ambientales y económicos de los tianguis, así como sus bases sociales,
orientaciones políticas y propuestas para trascender el espacio del tianguis y
ampliar los impactos de su causa.
Finalmente, para el caso de Honduras, Roux relata cómo la llegada de la
palma africana a la región del Aguán se vincula a una historia de despojo de
las comunidades campesinas, debido tanto a políticas gubernamentales y la
presión de las grandes compañías transnacionales como al endeudamiento y
la falta de margen de maniobra de las cooperativas de productores. La indus-
trialización de la agricultura amenaza la seguridad alimentaria del Aguán, y es
este mismo proceso, aunque en sentido inverso, el que convierte a la ciudad de
Detroit, en Estados Unidos, en un desierto alimentario. Para Roux, el giro neo-
liberal sacrifica las viejas ciudades del capitalismo industrial, pero se extiende
hacia nuevos ámbitos donde la naturaleza es mercantilizada y expuesta a un
extractivismo desenfrenado.
Algunas conclusiones sobre el conjunto de trabajos
Los capítulos que conforman este libro ilustran la variedad y complejidad de
las transformaciones socioecológicas derivadas del giro hacia el neolibera-
lismo que se produjo en América Latina a partir de 1980, y nos ofrecen algu-
nas pautas para comprender los rasgos y las implicaciones de los procesos de
neoliberalización de la naturaleza en nuestro continente.
25
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
Un punto importante es que, a la luz de lo expuesto, parece necesario
abandonar los acercamientos que dividen de forma tajante los ámbitos de lo
natural y lo social. Los textos muestran cómo los espacios y elementos natu-
rales son constantemente redefinidos en los procesos de neoliberalización. De
esta forma, espacios antes olvidados por el desarrollo, como la Patagonia, hoy
adquieren valor para la acumulación de capital a partir de la transformación
de la naturaleza prístina en una nueva mercancía. De igual modo, constatamos
que para ciudades como Río de Janeiro y Villahermosa, los espacios conside-
rados riesgosos o marginales no lo son debido a sus atributos físicos, como
su ubicación o condiciones hidrológicas, sino a las políticas públicas que se
implementan y a los intereses que estas favorecen. Los estudios presentados en
este libro nos invitan a distanciarnos de las dicotomías convencionales, como
naturaleza/cultura, rural/urbano, tradicional/moderno o global/local, y abo-
gan por la necesidad de desarrollar miradas que nos permitan comprender la
interacción, las contradicciones y la codependencia de los procesos de neoli-
beralización de la naturaleza.
Al mismo tiempo, los estudios de caso demuestran que la interacción
entre neoliberalismo y naturaleza produce nuevos actores y nuevos roles para
las personas, grupos sociales, espacios y territorios. Con la implementación de
esquemas de psa y redd+, los bosques adquieren la nueva vocación de pro-
ducir carbono y sus habitantes se transforman en agentes de conservación. Del
mismo modo, las formas tradicionales de producción campesina se debilitan y,
sin desaparecer por completo, son presionadas para transitar hacia la produc-
ción de commodities para los mercados internacional, convencional, gourmet
u orgánico. En este proceso, los habitantes rurales se vinculan con ong, agen-
cias multilaterales y empresas en una dinámica que, alentada por el Estado, los
obliga a mirar siempre más allá de sus localidades. Esta integración a los mer-
cados internacionales puede, en efecto, generar nuevas fuentes de ingreso para
las comunidades campesinas, pero también implica una creciente dependen-
cia hacia el mercado y la economía monetarizada, de manera que las enfrenta
al riesgo de pérdida de agrobiodiversidad y seguridad alimentaria.
El desarrollo de nuevas tecnologías y el interés incesante por la produc-
ción y circulación de capital despojan a las comunidades de sus territorios y los
26
Naturaleza y neoliberalismo en América Latina
subordinan a la intención de lucro de poderosos actores nacionales e inter-
nacionales, por ejemplo, las compañías mineras, que ahora extraen minerales
de zonas antes consideradas agotadas de recursos, o la agroindustria, capaz de
introducir costosas obras de riego para hacer productivas tierras áridas. Los
costos ecológicos y sociales que estas experiencias suponen nos hacen dudar
de la prevalencia de soluciones win-win —gana-gana— en los procesos de neo-
liberalización de la naturaleza, donde el mercado y sus reglas intrínsecas, se
supone, producirán resultados positivos tanto para el medio ambiente como
para todos los actores y sectores sociales. Al mismo tiempo, estas situaciones
muestran bien cómo el Estado más que desaparecer, reconfigura su función y
se constituye, en muchos casos, en un aliado del capital privado y, por acción u
omisión, colabora con los procesos de acumulación por desposesión.
Otro punto relevante, y que varios de los capítulos aquí incluidos seña-
lan, es que los procesos de neoliberalización de la naturaleza no suceden sin
resistencia. Los campesinos, consumidores, habitantes de zonas vulnerables
y afectados ambientales desarrollan formas de rebeldía hacia la desposesión,
el incremento de su vulnerabilidad y frente a los imaginarios neoliberales que
demeritan sus capacidades, hacen caso omiso de las condiciones estructura-
les de injusticia que enfrentan y pretenden responsabilizarlos tanto de sí mis-
mos como de su entorno. Estas estrategias incluyen la oposición frontal, como
el cierre de minas o las manifestaciones públicas, pero también formas de
reclamo más sutiles y cotidianas, como la creación de espacios independientes
de comercialización, la reelaboración de sus identidades, la organización local
y el uso ventajoso —no así comprometido— de los instrumentos de gestión
ambiental neoliberal.
Los trabajos que se compilan en este libro nos permiten decir que, para
América Latina, los procesos de neoliberalización de la naturaleza parecen
siempre incompletos e imperfectos, procesos donde los mecanismos de mer-
cado generan, en ocasiones, mejoras económicas para las comunidades, que,
sin embargo, no logran contrarrestar la desigualdades iniciales ni tampoco
transformar de manera determinante los sistemas tradicionales de producción;
o donde la generación de nuevos mercados crea subsidios que nada tienen que
ver con la oferta y demanda de servicios o productos; donde las formas de
27
Leticia Durand, Anja Nygren, Anne Cristina de la Vega-Leinert
resistencia constituyen a la vez nuevas oportunidades de comercialización, o
donde la planificación urbana genera mayor segregación y riesgo en las ciuda-
des. En conjunto, los capítulos nos hablan de procesos y dinámicas en marcha,
pero también de temas que necesitan ser mejor explorados y analizados, entre
ellos: el carácter híbrido de los procesos de neoliberalización de la naturaleza,
el papel cambiante del Estado, la distribución tanto de costos como de bene-
ficios y el carácter y potencia de las formas de resistencia, tenues o evidentes,
que se desprenden de toda esta dinámica.
Finalmente, no podemos dejar de resaltar la relevancia de una tarea de
introspección y reflexión personal sobre nuestro papel como académicos pero
también como consumidores, electores, empleados, empleadores, profesores,
padres, madres, turistas, vecinos y tantos otros papeles que nos toca desempe-
ñar en el mantenimiento y la reproducción de las dinámicas de explotación,
deterioro y exclusión presentadas en este libro, y en la labor, tal vez más rele-
vante, de (re)construir, diseñar, difundir y apoyar utopías y caminos alternati-
vos a nuestra condición actual.
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1
Neoliberalización de la naturaleza a través
del programa de Pago por Servicios Ambientales en
México: diversidad de efectos y
multiplicidad de visiones
Fernanda Figueroa
Angela Caro-Borrero
Universidad Nacional Autónoma de México
Introducción1
En México, desde la década de 1980, el modelo económico se orientó hacia
el neoliberalismo, vertiente de la economía política que busca que el Estado
retraiga sus funciones reguladoras para facilitar el libre mercado y abrir nuevos
espacios de inversión (Castree 2008a). Se presupone que el Estado es inca-
paz de promover el desarrollo económico debido a su ineficiencia. En México,
como en otros países, el viraje hacia el neoliberalismo se tradujo en el surgi-
miento de nuevas redes de actores (instituciones gubernamentales, organis-
mos internacionales de financiamiento, empresas privadas y organizaciones
1
Agradecemos a las comunidades, ejidos y pequeños propietarios que compartieron con
nosotros sus ideas y reflexiones. La Comisión Nacional Forestal (Conafor) financió la
evaluación externa gracias a la cual se obtuvieron los datos que se analizan aquí. El Pro-
grama Universitario de Estudios sobre Sustentabilidad–Universidad Nacional Autónoma
de México (antes puma) brindó apoyo logístico. Agradecemos a todo el equipo coordi-
nador y de campo de dicho proyecto porque lo hizo posible. La recopilación de infor-
mación en campo y su sistematización la realizaron Lucía Almeida Leñero, Dulce Ma.
Espinosa de la Mora, Linda García Arias, Georgina Vences Ruiz, Angela Caro-Borrero y
Gabriel Torales.
33
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
no gubernamentales [ong]) alineados bajo los mismos principios ideológi-
cos, y que han facilitado y promovido procesos de privatización de bienes de
propiedad social, la mercantilización de bienes y servicios que no estaban in-
tegrados al mercado y la adaptación de políticas públicas para facilitar la pri-
vatización y la ampliación de los mercados (Igoe y Brokington 2007; Castree
2008a; Durand 2014).
Actualmente, la política ambiental mexicana, particularmente la dirigida
a la conservación de los ecosistemas, está profundamente influida por este
enfoque. Las instituciones ambientales mexicanas se encuentran estrecha-
mente vinculadas con complejas redes de actores globales involucradas en la
conservación neoliberal —por ejemplo, con instituciones multilaterales de
financiamiento, grandes ong internacionales de conservación y corporacio-
nes transnacionales— a través de flujos de financiamiento y directrices sobre
las estrategias para lograr conservar los espacios naturales (Smardon y Faust
2006; Büscher et al. 2012). Estos conglomerados promueven lo que ellos mis-
mos llaman soluciones “gana-gana”, por medio de estrategias que, en teoría,
simultáneamente promueven el desarrollo de la población local, conservan
la naturaleza y ofrecen oportunidades para la inversión (Igoe y Brokington
2007). Finalmente, se han creado fondos y fideicomisos privados, así como
productos financieros para la conservación de la naturaleza (Igoe y Brocking-
ton 2007; Wilshusen 2010; Durand 2014). Una de las consecuencias de estas
transformaciones es que el Estado ha cedido parte de la gestión ambiental
a nuevos actores (ong y empresas), quienes han ganado importancia en la
toma de decisiones sobre la política pública y financian diversos programas de
conservación, reforestación y restauración de ecosistemas (Smardon y Faust
2006; Durand 2014).
Los mecanismos que se han creado en el contexto de la conservación neo-
liberal buscan regular la relación entre las comunidades rurales y su entorno a
través del mercado. Para ello, impulsan intervenciones de desarrollo para que
los dueños de los recursos realicen actividades económicas que no impliquen
el uso directo de dichos recursos. Así, estos dejan de ser la base directa de la
subsistencia, bajo el supuesto de que es necesario alejar capital y trabajo de
actividades que “degradan los ecosistemas” (Ferraro 2001).
34
Neoliberalización de la naturaleza
De esta forma, se impulsan proyectos de pago por servicios ambientales
(psa), bioprospección o ecoturismo, en contraposición, por ejemplo, con las
actividades agropecuarias y forestales que se caracterizan de forma generalizada
como amenazas para la conservación. Se busca que las actividades alternativas
constituyan incentivos monetarios directos derivados de la conservación para
los dueños de los recursos, a fin de que los campesinos comercialicen los ser-
vicios ambientales2 (sa) y se transformen en empresarios rurales. El supuesto
que subyace a esta estrategia es que solo se puede conservar la naturaleza si se
le asigna un valor de mercado y si su conservación reditúa ganancias directas
a los dueños de los recursos (Büscher et al. 2012; Durand 2014). Por lo tanto,
estas estrategias requieren la mercantilización de la naturaleza y de los elemen-
tos de libre acceso que la conforman (oxígeno atmosférico, paisajes, genes o
agua; Castree 2008a, 2008b).
Existe evidencia de que las estrategias neoliberales para la conservación
han tenido efectos sociales negativos en distintos contextos geográficos (Igoe y
Brockington 2007); sin embargo, también se argumenta que estas estrategias se
expresan de formas distintas en función del contexto en que se desenvuelven.
En este sentido, Castree (2008a) sugiere que las ideas y los planteamientos
neoliberales difieren de sus expresiones concretas, es decir, de su implementa-
ción en terreno, por lo que les llama procesos de neoliberalización. Wilshusen
(2010), por ejemplo, muestra que los cambios producidos por los procesos de
neoliberalización pueden tener resultados mixtos, tanto social como ambien-
talmente, por lo que es necesario evitar hacer generalizaciones sobre sus efec-
tos. Desde una perspectiva más amplia, Norman Long (2007) explica que los
proyectos derivados de las intervenciones de desarrollo se transforman local-
mente a través de complejos procesos sociopolíticos.
Uno de los mecanismos de mercado más populares ha sido el programa
de Pago por Servicios Ambientales (psa). En México, este instrumento se con-
virtió, entre 2003 y 2015, en la principal estrategia del Gobierno para contra-
rrestar la deforestación. Su principal objetivo es “impulsar el reconocimiento
2
También llamados servicios ecosistémicos.
35
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
del valor de los servicios ambientales que proporcionan los ecosistemas fores-
tales, agroforestales y recursos naturales, además de apoyar la creación de mer-
cados de estos servicios” y, adicionalmente, mejorar las condiciones de vida de
las comunidades forestales (Pagiola, Arcenas y Platais 2005). A la luz de las
ideas sobre los procesos de neoliberalización de la naturaleza, es necesario
cuestionar de qué manera se expresa localmente el psa y qué tipo de procesos
socioambientales induce; además, se requiere analizar la forma en que este ins-
trumento se transforma frente a las diferentes realidades socioambientales en
las que se desarrolla. Este capítulo examina el funcionamiento del programa
en México y las perspectivas locales sobre su operación, a través de dos ejes
principales: la reconfiguración de actores sociales involucrados en la regula-
ción ambiental y la forma en la que se insertan los beneficiarios del psa en esta
estructura, por un lado, y la reconfiguración de la relación de los dueños de los
bosques con su entorno, por el otro. El texto se desarrolla en cinco secciones.
En primer lugar, se exponen brevemente los métodos utilizados; posterior-
mente, se aborda el funcionamiento general del psa y las principales críticas
que se han desarrollado sobre este mecanismo; a continuación, se aborda el
funcionamiento del psa en México, seguido del análisis de las perspectivas
locales sobre la operación del programa, para finalizar con una breve discusión
de los resultados.
Métodos
Este análisis parte de los datos obtenidos durante el trabajo de campo en una
evaluación sobre el funcionamiento del psa a escala nacional; esta se realizó
con base en la aplicación, entre febrero y mayo de 2012, de 154 encuestas
a beneficiarios del psa de 31 comunidades y ejidos,3 y a 48 beneficiarios de
3
Los ejidos y las comunidades agrarias son las figuras de tenencia social de la tierra en
México. Los primeros fueron dotaciones de tierras realizadas a través de la Reforma
Agraria durante buena parte del siglo xx, como resultado de la Revolución mexicana. Las
segundas son restituciones de tierras a comunidades indígenas que podían comprobar
36
Neoliberalización de la naturaleza
Tabla 1
Número de predios apoyados por el psa y encuestas aplicadas,
correspondientes a 37 municipios en 9 estados de la República Mexicana
Propiedad privada Ejidos y comunidades agrarias
Estado Número de Número de Número de Número de
predios encuestas predios encuestas
Baja California 2 2 0 0
Chiapas 1 1 3 20
Estado de México 0 0 7 32
Oaxaca 0 0 4 19
Querétaro 2 2 3 19
Sonora 8 8 0 0
Tabasco 3 3 6 20
Veracruz 28 28 2 9
Yucatán 4 4 6 35
Total 48 48 31 154
Fuente: Elaboración propia.
propiedad privada de igual número de predios,4 todos ellos elegidos alea-
toriamente y distribuidos en nueve estados de la república: Baja California,
Chiapas, Estado de México, Oaxaca, Querétaro, Sonora, Tabasco, Veracruz y
Yucatán (tabla 1; figura 1).5
su ocupación ancestral. Las reformas neoliberales de principios de la década de 1990 per-
mitieron a los ejidos un esquema opcional de manejo individual-privado sobre las tierras
parceladas, lo que llevó a un abanico de situaciones diversas que conforman híbridos de
tenencia social y privada (Pérez-Castañeda y MacKinlay 2015).
4
Los predios privados pueden corresponder a arreglos híbridos (privado-social), como
las asociaciones y agrupaciones. Es común que varios pequeños propietarios se organi-
cen para alcanzar la superficie mínima requerida para participar en el programa y que
tomen decisiones comunes en figuras similares a las asambleas, que son los espacios de
toma de decisión en ejidos y comunidades agrarias.
5
Las encuestas se realizaron como parte de la evaluación complementaria del ejercicio de
los programas Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos S-110 y Pago por Servicios
Ambientales Derivados de la Biodiversidad S-136. Ejercicio fiscal 2010 (puma-unam
2012), en el que participaron diversos académicos y estudiantes de diferentes grados de
la Universidad Nacional Autónoma de México.
37
Fernanda Figueroa, Ángela Caro Borrero
Figura 1
Ubicación de los estados de la República Mexicana
en los que se aplicaron las encuestas
Nota: 1. Baja California, 2. Sonora, 3. Querétaro, 4. Estado de México, 5. Veracruz, 6. Oaxaca,
7. Tabasco, 8. Chiapas, 9. Yucatán.
Fuente: Elaborado por Verónica Aguilar Zamora.
Al margen de la aplicación de las encuestas, se registraron por escrito
los comentarios y aclaraciones que realizaban los beneficiarios sobre la con-
servación de los bosques, las actividades productivas, la organización, la vida
comunitaria y el funcionamiento del psa.6 La información se transcribió tex-
tualmente en el programa Microsoft Word y se analizó con el programa Atlas. ti
(v.1.0.45[185]), con base en un árbol de códigos diseñado con los temas
6
En el registro de testimonios participaron Dulce Ma. Espinosa de la Mora, Angela
Caro-Borrero, Lucía Almeida-Leñero, Gabriel Torales, Georgina Vences Ruiz y Linda
García-Arias.
38
Neoliberalización de la naturaleza
abordados en este estudio. Si bien no se trató de un esfuerzo sistemático de
recolección de datos, los testimonios recabados reflejan una gran heterogenei-
dad y riqueza que no es posible detectar a través de las respuestas a pregun-
tas cerradas propias de las encuestas. Dicha heterogeneidad se evidenció aun
cuando la diversidad de posiciones frente al programa puede estar subrepre-
sentada, debido a la selección de los encuestados: varios predios de propiedad
social, dadas las limitaciones de tiempo y financiamiento del proyecto, fueron
elegidos mediante el apoyo y la guía del técnico forestal de los predios o por las
autoridades comunales y ejidales.7 Los detalles sobre la muestra y los análisis
cuantitativos de los datos derivados de las encuestas se pueden consultar en
Almeida-Leñero et al. (2014, 2017) y Figueroa et al. (2016). En el reporte de
los testimonios se omiten el nombre de los entrevistados y el de las comunidades
y ejidos a los que pertenecen para salvaguardar su anonimato.
El programa de Pago por Servicios Ambientales
El psa fue definido por Wunder (2008) como una transacción voluntaria
entre al menos un vendedor y un comprador, ambos bien definidos, de un ser-
vicio ambiental (sa; captura de carbono, agua, biodiversidad, etc.), que tam-
bién debe estar bien delimitado. Cuando el sa no se puede definir fácilmente,
se presupone que un determinado uso del suelo favorece su provisión; por
ejemplo, la conservación en pie de un bosque se traduce directamente en una
mayor provisión de agua, en comparación con otros usos del suelo, como la
agricultura. Este instrumento ha ganado gran popularidad a escala global, en
7
La toma de decisiones en las comunidades y ejidos en México se realiza a través de la
asamblea general, que constituye el espacio legal designado para la negociación, discusión
y decisión sobre la vida comunitaria, así como acerca de la distribución de la tierra y el
uso de los bienes comunes. En la asamblea solo tienen voto quienes cuentan con derecho
legal a la tierra (comuneros/ejidatarios). La asamblea elige a las autoridades comunales/
ejidales cada tres años, las cuales incluyen a un presidente (comisariado), un tesorero y
un secretario de bienes comunales/ejidales. Estas autoridades son quienes representan
legalmente a la comunidad.
39
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
particular en los países en vías de desarrollo, como una estrategia de política
pública para conciliar los objetivos de desarrollo social y la conservación de los
recursos naturales.
La idea de pagar por el cuidado de los bosques y, por lo tanto, de mante-
ner la provisión de sa ha resultado muy atractiva en el ámbito de la economía
ambiental, a pesar de que la lógica del pensamiento neoliberal ha sido pro-
fundamente cuestionada. Esta popularidad deriva de que se presenta como
un enfoque que integra la conservación de la naturaleza y el desarrollo social
bajo el supuesto de que ambos objetivos son compatibles y su relación carece
de contradicciones, lo que subestima la enorme complejidad que caracteriza
a ambos ámbitos (Büscher et al. 2012; Gómez-Baggethun y Muradian 2015).
Cabe recordar que previo a los procesos de descentralización y neo-
liberalización, el esquema de gobernanza ambiental en el sector forestal se
caracterizó por el control centralizado del Estado, el cual ha sido el principal
interlocutor para las comunidades forestales, ya fuese en contextos de conser-
vación estricta o de aprovechamiento forestal. En varios episodios a lo largo
de la historia de México, los bosques fueron concesionados a empresas priva-
das, con lo que diversas comunidades fueron excluidas del aprovechamiento
y control de sus propios bosques. En menor medida, hubo episodios en los
que se impulsó la forestería comunitaria, como en la década de 1980, cuando
diversos movimientos sociales lograron terminar con el sistema de concesio-
nes privadas y se impulsó el desarrollo de las empresas forestales comunitarias
(Merino-Pérez y Segura-Warnholtz 2007; Boyer 2015). Hacia el final del siglo
xx se reduce el apoyo, de por sí magro, al desarrollo de las empresas forestales
comunitarias y se empiezan a desarrollar los mecanismos económico-ambien-
tales, entre ellos, el psa.
El psa es un esquema promovido y diseñado originalmente por organis-
mos internacionales e instituciones multilaterales de financiamiento, como el
Banco Mundial (bm), con el apoyo de grandes ong internacionales dedicadas a
la conservación. Este conglomerado global de actores delineó las características
que debería tener el esquema (Shapiro-Garza 2013), que en diversos países se
traduciría en modificaciones a las leyes e instituciones nacionales para su fun-
cionamiento. Estas configuraciones nacionales varían entre sí, pero usualmente
40
Neoliberalización de la naturaleza
en ellas se ha dado la confluencia entre el Estado, ong nacionales, empresas
privadas y, en pocos casos, los usuarios de los servicios (Corbera, Kosoy y Mar-
tínez 2007). Así, el psa establece un nuevo esquema de gobernanza ambiental
en las comunidades forestales, al incluir nuevos actores con un gran poder de
decisión y al transformar las relaciones sociales involucradas en la toma de deci-
siones, interacciones que comprometen a los beneficiarios a manejar parte de
su territorio en función de una serie de lineamientos generales sobre los que
tienen poca posibilidad de influencia (Hejnowicz et al. 2014). Lo anterior sig-
nifica que, si bien se han involucrado más actores, las comunidades locales no
necesariamente incrementaron su peso en la toma de decisiones ni su capaci-
dad de gestionar sus recursos forestales. En este sentido, de acuerdo con O’Neill
(2001), las soluciones de mercado, como el psa, son mecanismos para definir y
defender una distribución particular del poder social.
El psa se diseña e implementa de forma tal que las comunidades foresta-
les se insertan de manera desventajosa en el programa. Con ello nos referimos
al poco peso que tienen estas en los procesos de toma de decisiones en los
que intervienen actores sociales con influencia global y nacional, y en los que
se definen desde la forma en la que opera el programa, hasta los lineamientos
de manejo de los bosques, incluida la manera de calcular los montos que se
les paga a las comunidades y sus obligaciones. Estos elementos se configuran
como procesos de exclusión (Parkins y Mitchell 2005; Peterson 2011). Aun
cuando las comunidades forestales tienen poco poder de negociación real, par-
ticipan en el programa de manera voluntaria, en buena medida, por sus altos
niveles de marginación social (Kosoy y Corbera 2010; Gómez-Baggethun
y Muradian 2015; Figueroa et al. 2016). Además, como otros programas de
política pública, el psa puede favorecer o profundizar las inequidades existen-
tes en las comunidades forestales, donde prevalecen asimetrías en el acceso a
la información y en el reparto de beneficios (Cinner et al. 2012; Caro-Borrero
et al. 2015a; Perevochtchikova y Rojo-Negrete 2015; Almeida et al. 2017).
En términos generales, estas inequidades no son consideradas en el diseño y
la aplicación del programa, el cual parte de un concepto utilitario de justicia
social (Kolinjivadi et al. 2015) que presupone que la acumulación de capital
se traduce automáticamente en justicia social, sin considerar las inequidades
41
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
prexistentes en diversos ámbitos, así como la diversidad de perspectivas, histo-
rias de vida, posiciones sociales y oportunidades emergentes.
En este esquema, los dueños y poseedores de los bosques se convierten en
proveedores de servicios. Esta transformación modifica políticamente su posición
frente a otros actores (Corbera 2012), pues dejan de ser considerados como
los legítimos propietarios de los recursos para ser simplemente proveedores de
servicios, lo que debilita su control sobre los primeros; por ejemplo, al ser pro-
veedores de servicios, sus acciones y decisiones estarán delimitadas por la obli-
gatoriedad de proveer dichos servicios, y no guiadas por sus propios criterios y
valoraciones, como podrían ser las formas tradicionales de manejo de recursos.
En la mayoría de los esquemas que se desarrollan en América Latina, las
condiciones planteadas por Wunder (2008) no se cumplen, pues aún no se han
desarrollado mercados de servicios; en cambio, funcionan como un sistema
de incentivos o recompensas (Corbera et al. 2007; Muradian et al. 2010). A
menudo, los mecanismos de psa se caracterizan por la intervención del Go-
bierno como comprador, en algunos casos con el acompañamiento directo de
ong, que juegan un papel importante como intermediarios en la movilización
de recursos (Corbera, Kosoy y Martínez 2007). Aun cuando el esquema no
funcione todavía como un mercado abierto de servicios, como veremos más
adelante, los beneficiarios se ven inmersos en una lógica de mercado que se va
diseminando a través del diseño y las reglas de operación del programa, pero
también por medio de los discursos movilizados por este, asociados a una com-
prensión particular de los bosques y de sus dueños en su papel de proveedores.
Este punto se asocia con la resignificación de la relación de las comuni-
dades forestales con su entorno. Los partidarios de estos mecanismos plantean
que estos son capaces de modificar el comportamiento de los dueños de las
tierras al transformar su relación con los bosques mediante una nueva “valo-
ración”. Se pretende que esto ocurra a través de la integración de los costos y
beneficios de la conservación al mercado (i. e. internalizar las externalidades)
mediante la valoración económica de los bienes públicos o de propiedad
común. A través de estos mecanismos, también se espera una transformación
en la conducta de los usuarios de los servicios (por ejemplo, los habitantes de
las ciudades), quienes usualmente no asumen ningún costo por estos beneficios
42
Neoliberalización de la naturaleza
(Engel, Pagrola y Wunder 2008). Sin embargo, esta explicación ignora, por un
lado, la enorme y compleja red de actores, las asimetrías de poder y la distri-
bución desigual de costos y beneficios implicados en los esquemas de conser-
vación neoliberal, en particular en el psa (Corbera, Kosoy y Martínez 2007;
Büscher et al. 2012), y por el otro, las implicaciones de estas nuevas formas de
valoración de los bosques (Kosoy y Corbera 2010).
La movilización de discursos sobre el significado y valor de los bosques,
y sobre cómo debe de ser su relación con las comunidades forestales se articula
en parte a través de los procesos de capacitación y talleres, que reconfiguran los
elementos y funciones de los ecosistemas como bienes de mercado. En estos
discursos también se resignifica la relación productiva de las comunidades
forestales con los bosques, pues se concibe como contraria a los objetivos del
programa; se plantea así la exclusión de otros usos del bosque, al tiempo que
se caracterizan negativamente las actividades productivas desarrolladas en él
(Büscher et al. 2012; Kolinjivadi et al. 2015).
Esta nueva valoración tiene como objeto la mercantilización de com-
ponentes particulares de estos ecosistemas, lo que se expresa en los discursos
movilizados por el programa, que junto a la operación del psa pueden trans-
formar la relación entre las comunidades forestales y sus bosques, reduciéndo-
los únicamente al valor de mercado de ciertos atributos o elementos, con lo
que se erosionan otras formas de valoración (Kosoy y Corbera 2010). Incluso
algunas comunidades forestales se han opuesto a la aplicación del psa porque
representa la mercantilización de sus sistemas de vida y la venta de su patri-
monio (Gómez-Baggethun y Muradian 2015). El proceso de mercantilización
de los bosques también puede afectar negativamente los mecanismos de acción
colectiva y las motivaciones para participar en el trabajo voluntario de manejo
y conservación de los bosques (Muradian 2013; Muradian y Cárdenas 2015).
El programa de Pago por Servicios Ambientales en México
En México, más del 50 % de las superficies forestales están en manos de ejidos y
comunidades agrarias, de manera que existen cerca de treinta mil comunidades
43
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
forestales, en las que viven casi doce millones de personas frecuentemente en
condiciones de pobreza (Merino y Martínez 2014). Este es el contexto general
en el que se implementa el psa, cuyo desarrollo es el resultado del creciente
apoyo de agencias internacionales, como el bm, para promover mecanismos
de mercado relacionados con la conservación. Debido a la extensión de las
áreas forestales y a la densidad de población rural, el psa mexicano ha sido uno
de los más grandes en el mundo, y las solicitudes de ingreso siempre rebasan
la disponibilidad de recursos financieros (Alix-Garcia, Shapiro y Sims 2010).
Los fondos que sostienen al programa son fundamentalmente federales, junto
con aportaciones del Global Environmental Facility (gef) del bm, pero tam-
bién han participado grandes consumidores de agua, como algunas empresas
transnacionales. En el periodo 2003-2011, la Comisión Nacional Forestal
(Conafor) asignó 6 012 millones de pesos para el programa de psa, destinados
a 5 085 proyectos de conservación, en una superficie de 3 113 000 ha. Adicio-
nalmente, se apoyaron 760 proyectos locales de conservación (2004-2009),
con una inversión de 85 millones de pesos, que beneficiaron a más de 5 800
ejidos, comunidades y pequeños propietarios en todo el país (Conafor 2011).
El pago por hectárea para el psa es de entre 382 y 1 100 pesos anuales.
Estos pagos difieren en función del tipo de ecosistema, con lo que se busca com-
pensar los costos de oportunidad asociados a la conservación. Aun cuando
estos montos son insuficientes8 para tener un impacto significativo en las con-
diciones de vida de las comunidades forestales y los propietarios privados, y
muchas veces no cubren los costos de oportunidad, la demanda para ingresar
al programa ha crecido incesantemente (Shapiro-Garza 2013).
Los mecanismos que se establecieron inicialmente fueron el programa
de Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos (psah), a partir de 2003, y el
programa para “Desarrollar el Mercado de Servicios Ambientales por Captura
de Carbono y los Derivados de la Biodiversidad y para Fomentar el Estable-
cimiento y Mejoramiento de Sistemas Agroforestales” (psa-Cabsa), desde el
8
Los ingresos de las familias rurales en 2013, en promedio, fueron de 3 693.42 pesos men-
suales, tomando en consideración todas las fuentes de ingreso (trabajo asalariado, reme-
sas, programas gubernamentales, renta de tierras, etc.; Coneval 2013).
44
Neoliberalización de la naturaleza
año 2004. En 2006, los dos programas se fusionaron en uno solo, denominado
Servicios Ambientales, que ahora forma parte del paquete de programas de
ProÁrbol. Actualmente, y después de una serie de modificaciones, el programa
cuenta con cinco categorías de pago por servicios: hidrológicos, biodiversi-
dad, sistemas agroforestales, captura de carbono y elaboración de proyectos.
A través del tiempo, estos programas han evolucionado y se han transformado
por influencia del diseño institucional del Gobierno mexicano, por intereses
políticos particulares y por la influencia, en sus inicios, de movimientos socia-
les como “El campo no aguanta más”. De este modo, el programa se ha distan-
ciado del esquema original planteado por el bm (Shapiro-Garza 2013).
Debido a la reconfiguración que se generó en el esquema del psa en
México, uno de los objetivos no previstos del diseño original, pero estable-
cido en el programa mexicano, fue el de reducir los niveles de pobreza de
las comunidades marginadas, por lo que se les da prioridad para participar
(Shapiro-Garza 2013; dof 2014). A cambio del incentivo económico, los
beneficiarios se comprometen a realizar las actividades estipuladas dentro
del “Programa de mejores prácticas de manejo” (pmpm) o “Guía de mejores
prácticas de manejo” (gmpm), como actualmente se le conoce. Este docu-
mento prescribe una serie de actividades de vigilancia, monitoreo y acciones
de manejo en los predios (Conafor 2015). Parte de las obligaciones a las que
están sujetos involucra la contratación de un técnico forestal que desempeñe
la función de intermediario entre ellos y la institución, e idealmente guía y
acompaña a los beneficiarios, desde los trámites iniciales como postulantes al
programa hasta la ejecución de la gmpm y la elaboración de los informes perió-
dicos para la renovación.
Si bien la Conafor sostiene que dicha asesoría técnica lleva al fortaleci-
miento de las capacidades técnicas y organizativas de las comunidades fores-
tales, lo cierto es que una de las consecuencias de los cambios en la legislación
forestal en la década de 1990 fue que los técnicos dejaron de formar parte de la
estructura gubernamental y ahora funcionan en un mercado libre y poco regu-
lado, en el que las comunidades forestales les pagan por sus servicios como pro-
fesionistas independientes. Esto ha limitado fuertemente el acompañamiento,
45
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
la formación de capacidades y la calidad de los servicios técnicos, particular-
mente en las comunidades con menos recursos (Taylor y Zabin 2000).
Actualmente, del monto anual que reciben las comunidades y propie-
tarios privados por participar en el programa, entre 30 y 50 % (dependiendo
del tipo de bosque y, por lo tanto, del pago por hectárea) está etiquetado para
usarse exclusivamente en las actividades prescritas por el propio programa
(Conafor 2015). Esto significa que, además de la inversión en trabajo que rea-
lizan, deben invertir en estas actividades parte de la retribución por la provi-
sión de sa.
Las perspectivas locales sobre el psa
y los procesos de neoliberalización
Iniciaremos esta sección con una caracterización muy general de los predios
incluidos en el estudio. Casi 50 % de los sitios apoyados por el psa a nivel nacio-
nal están en condiciones de alta marginación. Del total de predios visitados,
alrededor de 20 % corresponde a zonas indígenas, según la Comisión Nacio-
nal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (cdi), aunque casi 70 % de los
entrevistados dijo que se considera a sí mismo indígena. Las zonas en las que
se aplicaron las encuestas cuentan en general con un bajo acceso a servicios,
por ejemplo, los educativos; lo que se traduce en que solo 66 % de los bene-
ficiarios consultados había concluido la educación primaria. Por su parte, la
edad promedio de los beneficiarios entrevistados era de 51 años, lo que refleja
el envejecimiento de los dueños de los bosques en México, que obedece en
parte a la emigración de los jóvenes por falta de oportunidades económicas y
por el poco acceso a derechos de propiedad de la tierra (Merino-Pérez 2012).
En cuanto a los rasgos productivos, en prácticamente todos los predios
visitados la principal actividad productiva es la agricultura, aunque en aquellos
con condiciones adecuadas también encontramos actividades agroforestales,
que incluyen el cultivo de café bajo sombra (Chiapas, Oaxaca y Veracruz).
En cinco estados los entrevistados mencionaron la ganadería como actividad
importante (Oaxaca, Querétaro, Sonora, Tabasco, Yucatán), mientras que las
46
Neoliberalización de la naturaleza
actividades forestales comerciales estaban presentes también en otros cinco
estados (Chiapas, Estado de México, Querétaro, Veracruz y Yucatán). La pisci-
cultura y la pesca dulceacuícola se encontraron en Estado de México y Oaxaca,
mientras que la pesca marítima se mencionó en Tabasco y Yucatán. La apicul-
tura solo se mencionó en el estado de Yucatán, y en muy pocos casos se hizo
referencia al trabajo asalariado como fuente alternativa de ingresos.
Encontramos, por otro lado, a partir de los testimonios de los propios
entrevistados, algunos rasgos en común sobre lo que perciben como sus pro-
blemas y preocupaciones más relevantes. En los predios que se ubican dentro
de áreas protegidas hay coincidencia sobre las dificultades económicas enfren-
tadas por la población por la restricción en el acceso y uso de los recursos que
se establece en estas zonas (Chiapas, Tabasco). En otros estados, los entrevis-
tados también expusieron su preocupación por las condiciones de vida, como
la carencia de escuelas y centros de salud (Chiapas), la necesidad de emigrar
en busca de trabajo asalariado por la crisis agrícola (Veracruz, Oaxaca) o limi-
taciones productivas asociadas a las condiciones climáticas (Sonora, Tabasco,
Yucatán). A su vez, también mencionaron procesos en los que son afectados
por actores externos más poderosos y frente a los que se encuentran en una
situación de desventaja en cuanto a la toma de decisiones sobre el manejo de
los recursos naturales, por ejemplo, la presencia de una mina de mercurio que
afecta los cuerpos de agua (Querétaro), la contaminación por actividades de
extracción petrolera (Tabasco), la operación de transnacionales ligadas a la
comercialización de café y el alto nivel de intermediarismo y conflictos con
ingenios azucareros, que afectan la viabilidad económica de los productores
(Veracruz y Tabasco), así como conflictos con grandes productores de soya
transgénica que afectan la exportación de miel (Yucatán). Finalmente, en Baja
California se mencionó la preocupación por la violencia ligada al crimen or-
ganizado y al narcotráfico, mientras que en otros dos estados se mencionó a
la tala clandestina, ligada también a la operación del crimen organizado y a la
corrupción de autoridades estatales (Estado de México, Querétaro). Estos ele-
mentos brindan un panorama muy general sobre algunos factores que afectan
las condiciones de vida de los beneficiarios del psa, así como del tipo de pro-
cesos que se desarrollan en sus contextos socioecológicos.
47
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Inserción desventajosa en el diseño y operación del programa
La configuración de actores involucrados en el psa descrita en secciones ante-
riores coloca a las comunidades forestales en una posición subordinada con
la que tienen poca influencia en el diseño y la implementación del programa.
Esta subordinación se expresa, entre otros fenómenos, en su poca posibilidad
de incidir en la toma de decisiones, en la forma en que se entablan las relacio-
nes con otros actores involucrados y en la distribución de costos y beneficios.
Posibilidades de incidir: participación social y acceso a la información
Los beneficiarios se insertan en el programa a través de su relación con la
Conafor y con el asesor técnico forestal, quien, como vimos, opera como un
profesionista independiente. La liberalización de los servicios técnicos, es
decir, su conversión en servicios privados, no necesariamente ha modificado
las relaciones históricas, verticales y autoritarias, entre la institución, los aseso-
res y las comunidades forestales. Por ejemplo, algunas de estas interacciones se
caracterizan por dinámicas de discriminación:
Cuando vamos a las instituciones, nos tratan de indios, y merecemos un res-
peto, nosotros cumplimos con metas y reforestación (Entrevistado del Estado
de México).
El desempeño del programa y las consecuencias que tiene sobre las comu-
nidades dependen en buena medida de la relación que el técnico establezca con
ellas. En algunos casos, los beneficiarios expresan que los técnicos no desa-
rrollan un acompañamiento cercano a la comunidad sobre la operación del
programa y el manejo de los bosques; también señalan procesos de exclusión
asociados con el lenguaje utilizado, que suele ser español y con un alto conte-
nido técnico:
48
Neoliberalización de la naturaleza
El técnico no habla maya, con trabajo hablamos con él, nos escribe cosas, pero
casi no le entendemos (Entrevistado de Yucatán).
En cambio, en otras comunidades se han generado relaciones de con-
fianza y apoyo con el técnico, quien establece una interacción más horizontal
con los beneficiarios, a quienes incluso apoya en sus procesos organizativos o
en proyectos de desarrollo económico. Algunos de ellos, por ejemplo, buscan
un acercamiento no excluyente por las diferencias de lenguaje:
El técnico lleva a un traductor de maya que nos explica en nuestro idioma lo
que él nos dice y la información de los talleres (Entrevistado de Yucatán).
Otra expresión de la inserción desventajosa de los beneficiarios en el
programa es inherente al diseño, pues siempre requieren ayuda de un interme-
diario (el técnico forestal), quien idealmente acompaña a las comunidades y
pequeños propietarios en el proceso de ingreso y ejecución del programa. Esto
se debe a que los procesos son complejos y poco accesibles para los benefi-
ciarios:
Se nos dificultó al tratar de entender los escritos, las obligaciones, son demasia-
das. Necesitamos de la ayuda de Conafor […] investigar con quién se hacía,
viajar y hacer trámites (Entrevistado del Estado de México).
El programa propone que eventualmente los dueños de los bosques
se inserten en transacciones mercantiles en las que se comercializan sa, lo
que conlleva a riesgos derivados de las fuertes asimetrías de poder entre los
actores que potencialmente estarían involucrados. Muy probablemente, las
comunidades forestales estarían en desventaja frente al Gobierno, ong con-
servacionistas y empresas, aunque son posibles otras configuraciones. Uno de
los problemas para la inserción de las comunidades forestales en estos esque-
mas, y en general para su participación en el programa, son las fuertes limita-
ciones en el acceso a la información, la cual constituye una base fundamental
de la equidad (Corbera, Kosoy y Martínez 2007; Almeida et al. 2017).
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Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Las comunidades forestales básicamente acceden a la información sobre
el programa a través de su relación con la institución (Conafor) y con los técni-
cos forestales. Mediante talleres, se busca que los beneficiarios del programa se
apropien del concepto de sa y de la idea de venderlos como mecanismo para
conservar los bosques. Encontramos una gran carencia de información sobre
cómo está estructurado el programa, sobre su operación y los actores involu-
crados, así como una gran heterogeneidad en la forma en que los individuos
han integrado los conceptos sobre los sa en sus propios discursos y la forma
en la que se relaciona este nuevo marco conceptual con sus propias formas de
observar el funcionamiento de sus bosques y sus actividades productivas. Por
ejemplo, en algunos casos los beneficiarios se han aprendido el discurso sin
poder comprenderlo y sin conocer el funcionamiento del programa y de la
institución:
Aunque podemos repetir la información, no sabemos decir qué significa o qué
es, no sabemos bien por qué, no sabemos qué cosa es Conafor (Entrevistado
de Yucatán).
Mientras tanto, otros conciben los servicios ambientales como los pro-
ductos que tradicionalmente comercializan gracias a sus actividades econó-
micas:
Mi predio no proporciona ningún servicio ambiental ahora; tal vez con el
tiempo, cuando crezcan los árboles, se podrán cortar, pero eso no me va a tocar
a mí (Entrevistado de Veracruz).
La Coca-Cola nos compra limones, y queremos que alguna otra compañía nos
apoye para sembrar árboles (Entrevistado de Yucatán).
Otros beneficiarios vinculan el buen estado de sus bosques con benefi-
cios para la propia comunidad asociados a los medios de subsistencia, como
la producción de oxígeno y agua, un ambiente limpio, pasturas para el ganado,
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Neoliberalización de la naturaleza
presencia de fauna, buen estado de las tierras, madera para construcción, entre
muchos otros:
El oxígeno, el ramoneo para las vacas y otros animales que comen en el cerro,
limpieza, la madera para las casas […] limpieza del medio ambiente (Entre-
vistado de Querétaro).
La vegetación, parcelas sanas, no acabar con lo que tenemos en las montañas,
animales, oxígeno, agua, aire, sombra, el clima, buena tierra para sembrar, la
polinización de las flores para los apicultores y, en general, porque se beneficia
a todos (Entrevistado de Veracruz).
Y hay quienes identifican un buen estado de sus bosques con sa para
otras comunidades o regiones:
Agua, como la que va a Jalpan [otra comunidad] (Entrevistado de Que-
rétaro).
Mi predio es parte de los pulmones de Baja California y de la sierra de Juárez
(Entrevistado de Baja California).
También hay algunas voces críticas sobre la uniformidad del contenido de
los talleres y la capacitación, debido a que no se incorpora la variedad de con-
diciones ambientales en las que opera el programa y las diferencias que deben
existir, por lo tanto, en las prácticas de conservación o manejo. Se trata de muy
pocos casos en los que los beneficiarios posicionan su propio conocimiento
sobre el funcionamiento de los bosques frente al impartido en los talleres:
Nos dan teoría para que la estudiemos, pero una cosa son los estudios y otra lo
que realmente se puede hacer con el predio, que en muchos casos no compagina
[…] sí he aprendido algo, pero hay que aplicarlo de acuerdo al razonamiento
de la zona; por ejemplo, nosotros nos hemos basado en nuestra experiencia
51
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
para reforestar, y no [en] la teoría del centro del país (Entrevistado de Baja
California).
El acceso a la información está mediado por el hecho de que los talleres se
imparten en español y frecuentemente se utiliza lenguaje técnico y en forma-
tos poco accesibles para las comunidades rurales, lo que puede constituir una
forma de exclusión, si se considera que muchos de los beneficiarios son ha-
blantes de lengua indígena monolingües o hablan español con dificultad, de
forma que participan en algo que no logran comprender del todo:
Que haya más continuidad, más pláticas, y en idioma chontal, para que se
facilite (Entrevistado de Tabasco).
Que nos hablen en nuestro idioma, que se hagan películas y sea más visual la
información que nos dan (Entrevistado de Oaxaca).
Finalmente, los talleres suelen impartirse en las cabeceras municipales
—esto es, la ciudad más importante de cada municipio—, en donde se rea-
liza la mayor parte de las interacciones con las instituciones gubernamentales;
sin embargo, muchas de las comunidades forestales se encuentran en sitios
remotos, por lo que las limitaciones de recursos económicos y las carencias en
infraestructura vial dificultan la asistencia a los talleres y, en general, cualquier
gestión relacionada con programas gubernamentales:
Batallan los compañeros por el dinero. Teníamos que cooperar para sacar el
plano del terreno, para que llegara el comisariado a vueltear [ir y venir], por
los viajes que él hacía para Villaflores a Conafor (Entrevistado de Chiapas).
En el grupo de cafetaleros […] tuvimos problemas respecto a los gastos que
tuvimos que hacer en viajes a Xalapa, en copias y demás requerimientos, ade-
más de que tuvimos que agruparnos para conseguir los apoyos (Entrevistado
de Veracruz).
52
Neoliberalización de la naturaleza
Otra de las expresiones de la inserción desventajosa de las comunida-
des forestales es su poca posibilidad de incidir en el programa. Shapiro-Garza
(2013) describe cómo, en un principio, el diseño del programa fue influido
por el movimiento social “El campo no aguanta más”; sin embargo, después de
ese proceso, las comunidades forestales en realidad han tenido poco peso en el
diseño general y en las subsecuentes transformaciones del programa, particu-
larmente en su forma de operación.
En la mayoría de las comunidades forestales, y en algunos casos de la pro-
piedad privada, se han desarrollado mecanismos para la participación social
en la toma de decisiones sobre el territorio, pero tienen pocas posibilidades
cuando se trata de incidir en los lineamientos de los programas gubernamen-
tales. Esto se traduce, en el caso del psa, en que comúnmente tienen poca
influencia en las prescripciones sobre el manejo del bosque y sus recursos, lo
que puede erosionar los arreglos institucionales locales de toma de decisiones
y las posibilidades de negociar con actores externos en el futuro.
Una de las formas en las que se limita la participación en el psa es la
prescripción de actividades de manejo plasmada en el “Programa de mejores
prácticas de manejo” (pmpm). Este documento contiene un conjunto de acti-
vidades obligatorias a realizar en los bosques, así como un conjunto de activi-
dades “deseables”. Las primeras son inamovibles, mientras que las segundas
están sujetas a negociaciones entre el técnico y los beneficiarios, de manera
que en conjunto eligen las que se llevarán a cabo; sin embargo, aquí también
encontramos una gran heterogeneidad de experiencias, por ejemplo, casos en
los que efectivamente los beneficiarios pueden negociar algunas de las activi-
dades a realizar en los predios apoyados, así como otros en los que los benefi-
ciarios no tienen ninguna influencia en la toma de decisiones sobre sus tierras,
con lo que pierden control sobre parte de su territorio:
No participamos en las decisiones sobre el área apoyada, sino solo acatamos
lo que nos designa el programa (Entrevistado de Oaxaca).
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Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Estaríamos más involucrados para cumplir con las normas de la Conafor,
para dar sugerencias. Las normas están restringidas y queremos entender por
qué las restricciones (Entrevistado del Estado de México).
Estos testimonios sugieren una gran variación en el acceso a la informa-
ción y en el acompañamiento técnico. En algunos casos, las comunidades se
insertan en el programa con claras deficiencias en el acceso y manejo de la
información, mientras que, en otros, esta desventaja es claramente menor,
cuando los beneficiarios pueden acercarse de otro modo a la información, en
sus propios términos, lo que les permite tener una postura crítica frente a ella.
De cualquier modo, hay límites más bien generalizados en cuanto a las posi-
bilidades de los beneficiarios para negociar el diseño y los lineamientos del
programa.
Distribución de costos y beneficios
El complejo entramado de actores a través del cual se construyen los meca-
nismos económico-ambientales, como el psa, hace necesario preguntarnos
acerca de la distribución de costos y beneficios, particularmente sobre la forma
en la que el costo de la conservación se concentra en los dueños de los bos-
ques. Los proponentes de estos esquemas sostienen que las compensaciones
otorgadas a los beneficiarios permitirán elevar la calidad de vida de las comu-
nidades forestales, pero los pagos son reducidos, sobre todo si se considera
el valor económico (inconmensurable) que en realidad tienen las funciones
ecosistémicas de los bosques.
El impacto de los pagos en el bienestar de los habitantes de las zonas
forestales es heterogéneo y varía en función de numerosos factores, como el
monto, la forma en que se distribuyen los ingresos, el costo de oportunidad
y el nivel de marginación de las comunidades y los propietarios privados que
participan en el programa. La percepción generalizada en las comunidades
incluidas en el estudio es que los pagos del programa son bajos, especialmente
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Neoliberalización de la naturaleza
cuando se comparan con las ganancias de muchas de las actividades producti-
vas agropecuarias y forestales:
El apoyo es muy limitado […] y vender [la tierra] deja mucho más, sea para
urbanizar o sembrar (Entrevistado de Veracruz).
Además, las reglas de operación del programa exigen que entre 30 y 50 %
del monto total otorgado se invierta en las obras de conservación prescritas en
el pmpm:
La directiva entiende que el dinero que les dan es para los trabajos, pero la gente
creía que el dinero era para repartirse entre ellos (Entrevistado de Yucatán).
El dinero es para el bosque y poco, cuando el apoyo económico sea realmente
importante, habrá algo para la familia (Entrevistado del Estado de México).
El resultado es que ni es un pago por provisión de servicios, ni una com-
pensación o reconocimiento por un buen manejo de los bosques. La insufi-
ciencia del pago hace que, en algunos casos, incluso no se cubra el costo de las
obras de conservación prescritas:
Si se termina el pago, tenemos que seguir haciéndolas [las actividades del
programa] para terminar el trabajo; por la extensión del área, el pago no es
suficiente (Entrevistado de Oaxaca).
Usamos como veinticinco litros de gasolina [para la lancha] y dos horas de
viaje, cuatro horas en total, para vigilar las tierras todo el día […] parece que
no se trata de lo que se gana (Entrevistado de Tabasco).
Algunos beneficiarios también se quejan de la disyuntiva que se da entre
realizar sus actividades productivas y las actividades prescritas por el pro-
grama, lo que representa un esfuerzo que no se compensa con los ingresos
derivados del psa:
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Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Se trabaja más a partir del psa porque tienen que cumplir con los trabajos y
obligaciones de Conafor, además de los trabajos en la parcela (Entrevistado
de Querétaro).
Por otro lado, algunos beneficiarios han sido afectados negativamente
por la operación del programa, pues, contra su voluntad, han tenido que aban-
donar actividades productivas:
Ya no tenemos terrenos para donde ampliarnos y tenemos el compromiso de
no sembrar (Entrevistado de Tabasco).
La gente estaba acostumbrada a cultivar, y al suspenderlo lo sintió mucho la
gente (Entrevistado de Chiapas).
Encontramos voces de disentimiento, pues algunos observan que existe
una relación desigual entre los dueños del bosque y otros actores involucrados,
quienes se benefician de la provisión de servicios:
Se sacrifica a la gente que vive en el monte y las industrias son las que más
ganan (Entrevistado de Chiapas).
Sin embargo, por los altos niveles de pobreza en muchas de las comuni-
dades forestales en México, los ingresos del psa han tenido un impacto posi-
tivo en la economía de las familias. Por ejemplo, en algunas comunidades que
dependen casi exclusivamente de los subsidios gubernamentales, incluido el
psa, se considera el apoyo como un factor positivo para reducir la necesidad
de migrar:
Solicitamos el programa para que la gente no tenga que migrar para buscar
trabajo, también para detener la tala clandestina (Entrevistado de Oaxaca).
Para algunas comunidades cuya principal fuente de ingresos no son
los subsidios, el financiamiento obtenido a través del psa ha significado una
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Neoliberalización de la naturaleza
mejora en sus ingresos, la cual además les ha permitido financiar actividades
de conservación que les interesan y que realizaban antes del ingreso al pro-
grama, como la vigilancia, las brigadas contra incendios, el saneamiento o la
reforestación:
De abril a junio la pesca es mala, y ahí es cuando el programa nos ayuda,
porque de eso nos mantenemos (Entrevistado de Yucatán).
Ya no estamos pensando de dónde sacar el dinero para hacer las obras (Entre-
vistado de Veracruz).
Por otro lado, parte del dinero destinado a las obras de conservación esta-
blecidas en el programa es asignado al pago de jornales, lo que tiene un efecto po-
sitivo porque se traduce en la generación de empleos temporales; sin embargo,
el alcance de estos beneficios depende de su distribución, pues se pueden des-
tinar todos los jornales a un grupo determinado de ejidatarios o comuneros, a
todos los comuneros, a los hijos de estos que no tienen derechos agrarios y son
avecindados, o a contratar personal externo.
Algunos del ejido creían que no les beneficiaba porque dejaron de sembrar,
pero después se dieron cuenta de que les beneficiaba a sus hijos [por el pago
de jornales] (Entrevistado de Chiapas).
El dinero restante comúnmente se reparte de forma equitativa entre los
beneficiarios; sin embargo, al igual que con lo destinado a las obras de conser-
vación, esto no siempre es así, de forma que el impacto económico varía en
función de la manera en que se distribuyen estos fondos:
Dan mucho a unos y poquito a otros (Entrevistado de Querétaro).
En otros casos, este mismo monto, o parte de él, se invierte en obras de
beneficio comunitario, como mejoras en la escuela, el centro médico, los medios
de transporte y comunicación, el equipamiento para labores contra incendios,
57
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
entre otros. Cuando esto ocurre, los beneficios del programa se distribuyen
más ampliamente entre la población, ya que no favorece únicamente a quienes
tienen derechos agrarios, sino a toda la comunidad.
Aprovechamos el recurso para comprar una camioneta para bienes comuna-
les, computadoras para la escuela, radio banda civil para brigadistas y dimos
un apoyo para el palacio municipal (Entrevistado de Oaxaca).
Otro elemento que influye en el alcance de los beneficios económicos
para los predios de propiedad común es la transparencia y rendición de cuentas.
Esta se suele dar a través de informes verbales o escritos en la asamblea general,
y la distribución de los beneficios es producto de acuerdos entre todos los eji-
datarios o comuneros; sin embargo, en algunas comunidades se observa falta
de transparencia:
Por el mal manejo del comisario no pude opinar, solo sé que una parte [del
dinero] se usó para el monte, y el resto desconozco para qué (Entrevistado
del Estado de México).
La comunidad no ha sido informada del uso del dinero y hay conflictos entre
los ejidatarios y el comisariado. El comisariado ha cambiado las reglas: no
permite trabajar a los que no son ejidatarios, quiere contratar gente concaac
[seris, grupo étnico], le pedimos corte de caja [informe financiero] y no lo
hizo. No toma en cuenta la opinión de los ejidatarios. Maneja el dinero sin
informar cómo, y no trabaja (Entrevistado de Querétaro).
Finalmente, en los testimonios también se detectó la percepción de que la
participación en el programa se ha traducido en ciertos beneficios no mone-
tarios, como el cuidado de sus predios, el acercamiento entre generaciones,
una mayor participación de las mujeres y los jóvenes, así como cohesión
comunitaria.
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Neoliberalización de la naturaleza
Transformación de la relación con los bosques
En México, la relación de las comunidades forestales con los bosques está aso-
ciada con una larga y compleja historia, que pasa por constituirse como refugio
para las comunidades indígenas durante la Colonia o como fuente de made-
ra para la primera industrialización durante el porfiriato, por la Reforma Agraria
y el reparto de tierras posrevolucionarios, así como varios episodios en los que
las comunidades forestales han sido alienadas de sus propios bosques, gracias
a las concesiones a empresas privadas y a una inestabilidad legal que ha gene-
rado incertidumbre sobre la explotación y el acceso a los recursos forestales
(Boyer 2015). Además, las comunidades forestales mantienen diversas con-
cepciones sobre sus bosques, producto de una alta diversidad cultural alimen-
tada por la presencia de varios grupos indígenas y campesinos. Las relaciones
entre la gente y los bosques configuran los modos de vida y las maneras de apro-
piación, e influyen en las formas de organización local y en las relaciones que se
han establecido con actores externos, al mismo tiempo que son influidas por
las intervenciones externas, como los programas gubernamentales producti-
vos, de conservación o de desarrollo.
Suponer que la visión comercial de los bosques es un elemento reciente,
inducido por el psa, sería erróneo; no obstante, el psa parte de la incorporación
al mercado de funciones de los bosques, traducidas en beneficios tangibles e
intangibles que antes no constituían una mercancía. El programa y los discursos
que se movilizan a través de él, en algunos casos, influyen en las valoraciones que
la población hace del bosque, de sus tierras y de sus propias actividades econó-
micas; en otras, se mezclan las visiones locales con lo aprendido en los talleres y
en la capacitación, y finalmente, en otros casos, los beneficiarios pueden obser-
var con mirada crítica los contenidos de la capacitación y la asesoría técnica.
Reconfiguración de elementos naturales como bienes de mercado
De acuerdo con la visión neoliberal de la conservación, los beneficiarios de
programas como el psa pueden insertarse exitosamente en el mercado de sa
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Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
si cuentan con la capacitación que les brinde las facultades técnicas necesarias
y la información suficiente sobre las transacciones en las que se verán involu-
crados; no obstante, antes que nada, el programa requiere que los beneficia-
rios adopten el concepto de sa y conozcan la lógica de cómo se producen, así
como los principios bajo los que opera el programa. Se propone que, a través
de la capacitación y de la propia comercialización de sa, los dueños de los bos-
ques los “valorarán adecuadamente”. Se presupone que, si comprenden los sa,
su importancia y las posibilidades de beneficiarse económicamente de ellos,
también los concebirán de forma distinta, es decir, bajo la lógica del mercado
de la conservación. En el arreglo institucional se concibe que el papel de la
institución y de los técnicos forestales en la capacitación y el acompañamiento
es esencial, y que estos cambios esperados se darán a través de los talleres y la
asesoría técnica que brindan los técnicos forestales.
Los talleres se enfocan fundamentalmente en que los beneficiarios pue-
dan incorporar a su discurso el concepto de sa, el cual implica que los benefi-
cios intangibles y tangibles derivados del funcionamiento de los ecosistemas
se transforman en bienes sujetos de mercado. Por otro lado, se hace hincapié
en que la conservación estricta y los lineamientos de manejo que prescribe el
programa son los que generan la mayor cantidad de sa, por lo que los usos pro-
ductivos suelen ser estigmatizados. Finalmente, se enfatiza la necesidad de que
ellos mismos busquen compradores potenciales de dichos servicios y que es-
tablezcan transacciones comerciales con ellos.
La influencia del psa puede observarse en la incorporación de la valo-
ración construida por la institución: el programa no considera el uso produc-
tivo del bosque, sino que parte de la conservación estricta (Perevochtchikova
2014) combinada con la mercantilización, lo que provoca una alienación de
las comunidades respecto a sus bosques. Esto significa reducir las posibilida-
des de desarrollar formas productivas sustentables de manejo de los bosques
(Merino y Martínez 2014), y a la vez se mantiene un incentivo monetario para
conservar, que no necesariamente se mantendrá a largo plazo. Estos rasgos
pueden incidir en las motivaciones para conservar y en las distintas concepcio-
nes de la conservación que se expresan a lo largo y ancho del país.
60
Neoliberalización de la naturaleza
Reconfiguración de las propias prácticas
y de lo que es bueno para el bosque
La transformación de la concepción del bosque viene acompañada muchas
veces de la construcción de juicios negativos hacia las formas de producción
local, hacia sí mismos y hacia su propio conocimiento:
No hacemos lo que nosotros creemos […] porque con esto [el programa]
logramos despertar sobre qué es conservar y qué no es conservar (Entrevis-
tado de Oaxaca).
[…] nos gustaría recibir el taller para saber más y poder entender cómo tratar
los animales, las plantas, porque nadie sabe nada (Entrevistado de Yucatán).
Nos explicaron que eso ayuda a tener más agua, para enseñarle a nuestro hijo,
construir, no destruir (Entrevistado del Estado de México).
Sin embargo, otros han asumido plenamente el papel de proveedores de
servicios comercializables y tienen la intención de buscar compradores con
quienes establecer relaciones de mercado. Más aun, ahora ven la conservación
del bosque como una actividad vinculada a dichas transacciones:
El árbol no tiene precio pero el cafetal sí; si se pone precio al bosque, lo conser-
vas (Entrevistado de Oaxaca).
[…] pensamos buscar un apoyo con Pronatura [ong conservacionista mexi-
cana] y la Coca-Cola para reforestar (Entrevistado de Yucatán).
Vamos a buscar platicar con las comunidades cercanas y empresas como Corona,
Bimbo y Coca-Cola para poder seguir conservando (Entrevistado de Oaxaca).
Como otra cara de la misma moneda, a veces conciben que el estado “ade-
cuado” de sus bosques es el establecido por los lineamientos de la Conafor:
61
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Para que se conserve el bosque hay que darle mantenimiento, si no, el bosque
se ve viejo, descuidado […] trabajamos para eso (Entrevistado del Estado
de México).
[Deben] estar bien trabajados, reforestados, con mejoras, chaponeos, tinas cie-
gas y brechas; con zanjas trinchera para el suelo y el agua; limpio, arbolado, bien
trabajado, cuidado, acondicionados (Entrevistado del Estado de México).
También se ha generado la percepción negativa sobre usos de suelo distin-
tos del bosque conservado, que incluso han llevado al abandono de la produc-
ción de alimentos, cuando en realidad diferentes configuraciones del paisaje
generan distintas gamas de servicios ambientales:
Dejar de sembrar milpa en mi parcela es como servicio ambiental (Entrevis-
tado de Veracruz).
Además, por falta de información, en algunas comunidades se han dejado
de realizar actividades productivas completamente compatibles con la conser-
vación, incluso necesarias para el bosque, como el caso de la apicultura:
Dejamos de trabajar la apicultura en el predio inscrito en el psa (Entrevis-
tado de Yucatán).
En algunas comunidades se percibe la amenaza de coerción, que influye
directamente sobre los medios de vida y sobre la relación de la gente con su
entorno:
El nivel de vida ha empeorado porque ya no podemos sembrar maíz por la
amenaza de Profepa [Procuraduría Federal de Protección al Ambiente]
de que nos va a quitar el programa (Entrevistado de Chiapas).
En este contexto, destaca la situación de los beneficiarios que, además,
viven dentro de áreas naturales protegidas (anp), donde ya existían fuertes
62
Neoliberalización de la naturaleza
restricciones al uso productivo de las tierras y los bosques. Aunque el apoyo
económico derivado del psa puede considerarse como un alivio en relación
con las consecuencias económicas derivadas de dichas restricciones, para
algunos beneficiarios es insuficiente y se trata de una presión adicional para
conservar:
Ya no podemos desarrollarnos más, por ejemplo, criar ganado, hacer milpa;
por eso muchos quieren que les compren las tierras […] sentimos que estamos
solo para cuidar (Entrevistado de Chiapas).
También hay casos en los que se expresa claramente la tensión entre las
visiones inducidas por el programa y las de las comunidades forestales, pues
algunos beneficiarios cuestionan los lineamientos de conservación del pro-
grama, los cuales no reconocen ni incorporan el conocimiento y manejo tra-
dicional de las comunidades, la diversidad de condiciones ambientales en los
bosques en los que operan ni las condiciones económicas de la población:
Que las instituciones molesten menos, porque la gente sabe lo que tiene que
hacer para conservar […] que evalúen con más detenimiento los impactos de
la conservación, escuchando las opiniones y puntos de vista de los beneficia-
rios. Están mejores las áreas donde tenemos manejo que las que tenemos de
conservación que no se toca. Por esas políticas nos están echando a perder el
bosque (Entrevistado del Estado de México).
Si visitaran los predios, se darían cuenta que con una limpia se puede sacar
más madera sin talar, pero como deben esperar el estudio de impacto, la
madera en lugar de ayudar, perjudica. En la zona de manejo hay menos
incendios (Entrevistado del Estado de México).
Estas tensiones se asocian con el hecho de que el programa tiene limi-
taciones al prescribir el mismo conjunto de actividades para todo el país, sin
considerar la diversidad de contextos ecológicos en los que se desarrolla.
Por otro lado, algunas de las acciones que se indican pueden tener efectos
63
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
contraproducentes para el funcionamiento de los ecosistemas. Se ha docu-
mentado que las zanjas-trinchera (excavaciones rectangulares en el suelo, con
el objeto de aumentar la infiltración de agua) se traducen en pérdida de una
gran cantidad de suelo por erosión y, en muchas ocasiones, fragmentan el sis-
tema radicular de los árboles (Cotler et al. 2015). Por otro lado, las presas de
gavión, que se construyen a lo largo de los cursos de agua con el fin de contro-
lar inundaciones, fragmentan los ecosistemas acuáticos, con efectos en la diná-
mica de nutrientes y en la estructura y funcionamiento de las comunidades
biológicas (Mazari-Hiriart et al. 2014; Caro-Borrero et al. 2015b).
Las tensiones que existen entre la conservación promovida por el psa y
las actividades productivas también pueden observarse a partir de las inten-
ciones a futuro que tienen las comunidades sobre las tierras que ahora están
sujetas al programa. La conservación estricta no es problemática en los casos
de tierras de bajo potencial productivo:
[En ausencia del programa, en esas tierras] no se estaría haciendo nada, por
tratarse de una tierra árida y no de labor, se dejaría como está (Entrevistado
del Estado de México).
Porque en esa área no se puede hacer otra cosa más que conservar, la siembra
no se da (Entrevistado de Chiapas).
En otros casos, los beneficiarios expresaron su intención de conservar
con o sin psa, debido a que tienen un interés en ello que no está necesaria-
mente ligado al programa:
Cuando termine el programa vamos a dedicar el área para conservar […]
para dejarle algo a nuestros hijos, para que no sufran como nosotros hemos
sufrido (Entrevistado de Chiapas).
Finalmente, también se expresan intenciones de utilizar esas tierras para
alguna actividad productiva, pues muchos de ellos no se pueden dar el lujo de
mantener intacto el bosque:
64
Neoliberalización de la naturaleza
[Sembraríamos] para poder vivir nosotros mismos, porque ¿de dónde vamos
a buscar trabajo, si estamos acostumbrados a trabajar el machete? (Entrevis-
tado de Chiapas).
Si el programa nos sigue apoyando, seguimos conservando; pero sí sembra-
ríamos maíz, frijol o café […] este es nuestro patrimonio y de ahí comemos
(Entrevistado de Veracruz).
También fue común que los beneficiarios expresaran la intención de inte-
grar la conservación del bosque con actividades productivas; para ellos, conser-
var y trabajar el bosque no son mutuamente excluyentes:
Se conservaría usando para madera, ganado y ramas para arreglos, porque
hay que darle uso; se usaría y vendería la madera, por necesidad, por la nece-
sidad económica del futuro, hay que conservarlo (Entrevistado del Estado
de México).
Pensamos hacer aprovechamiento forestal ahí, porque tenemos palma y aca-
huales, y vamos a poder sobrevivir, además tenemos la bodega y el vivero, y
podemos sembrar y comer de ahí (Entrevistado de Chiapas).
Las interacciones entre la visión institucional y tradicional de los bos-
ques y su significado también se reflejan en las motivaciones para participar en
el programa, las cuales pueden ser muy diversas. Algunas comunidades fores-
tales, de acuerdo con los entrevistados, estaban interesadas en la conservación
y ven el psa como un apoyo para facilitar las actividades para lograrlo, o bien
los esfuerzos de conservación se han traducido en cambios en los bosques que
les interesa mantener:
Platicamos del cuidado de nuestros bosques. Fue nuestra iniciativa, porque si
nos acabamos el bosque, no vamos a tener nada. Tenemos esa mirada (Entre-
vistado de Oaxaca).
65
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
Teníamos el interés de conservar porque veíamos que estaban destruyendo el
monte, las aves y la fauna silvestre, pero no teníamos el capital ni las herra-
mientas para cuidar (Entrevistado de Yucatán).
Antes no había cuidado, la gente quemaba sin lástima los cerros; ahora ya se
están recuperando, ahora le llamamos la atención a la gente que desmonta,
ya lo prohibimos. Conafor nos está asesorando sobre el control de incendios
(Entrevistado de Chiapas).
Cuando llegamos, hace veinticinco años, habían muchos animales, y fuimos
destruyendo la montaña y los animales se fueron lejos. Y ahora no queremos
destruir más, para ver más aves y tigres, y nos interesa que nos apoyen para
cuidar, para que nuestros hijos conozcan al tigre y al pavón, el jabalí y el
tepezcuintle. Ahorita ya vemos que vienen los animales otra vez (Entrevis-
tado de Chiapas).
Para muchos beneficiarios, tanto la conservación como las actividades
productivas son motivos relevantes para participar en el programa, pues se
vincula la conservación de los bosques con sus modos de vida a través del
mantenimiento de condiciones necesarias para la producción y la prevención
de desastres:
Si se acaban los manglares, se acaba la pesca y los pescadores también
(Entrevistado de Yucatán).
Nuestra idea es tener árboles para protegernos del río cuando crece y hace
daños (Entrevistado de Veracruz).
Reconfiguración de la organización social
para el bosque y el trabajo voluntario
La organización social y la toma de decisiones sobre el manejo del territorio
en las comunidades forestales tiene como base la asamblea general, en la que
66
Neoliberalización de la naturaleza
participan todos los ejidatarios y comuneros. En prácticamente todas las
comunidades visitadas, los beneficiarios reconocen la existencia de reglas
internas sobre el manejo del territorio y, en menor medida, de sanciones aso-
ciadas a estas normas:
La comunidad levanta actas de que no se puede talar. Se pide permiso para
uso doméstico, para casas (Entrevistado de Chiapas).
En muchos casos, el incumplimiento de las reglas genera sanciones que,
de acuerdo con los testimonios, pueden ser económicas, pago con trabajo o
incluso, como último recurso, el desconocimiento de los derechos como eji-
datario o comunero, o con la remisión del infractor a las autoridades ambien-
tales. Sin embargo, en algunos casos, aun cuando existen sistemas de reglas y
sanciones, su efecto se ve limitado por la corrupción:
Sí existen [reglas], pero no se cumplen por las extorsiones de la autoridad
(Entrevistado del Estado de México).
Se cuenta con un ordenamiento territorial, pero no se cumple porque la gente
no respeta linderos ni la protección del área de reserva (Entrevistado del
Estado de México).
Por otra parte, a pesar de que existe el espacio de la asamblea para la toma
de decisiones colectiva, llegar a acuerdos sobre el manejo del territorio puede
ser un proceso complejo, lo que debe ser tomado en consideración como un
elemento relevante en el manejo de los recursos comunes:
El excomisariado propuso que se hiciera un reglamento sobre el manejo del
territorio para que la gente cumpliera más con el cuidado, pero la gente no lo
aceptó […] la gente del pueblo es algo conflictiva […] cada quien con lo que
tiene (Entrevistado de Veracruz).
La mayoría de las comunidades forestales contaba con grupos organiza-
dos para el cuidado y manejo de sus bosques desde antes de su ingreso en el
67
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
programa (Figueroa et al. 2016). El engranaje del psa se apoya en esta orga-
nización, y la mayoría de las comunidades percibe que el funcionamiento de
estos grupos se fortaleció a partir de la operación del programa:
Ahora que recibimos el apoyo, hacemos con más gusto las vigilancias que
siempre hemos hecho […] ahora estamos más juntos que antes, casi no hacía-
mos asambleas o nos reuníamos tanto, veíamos al bosque como un mal nego-
cio (Entrevistado de Yucatán).
Sin embargo, este fortalecimiento muchas veces está sustentado en el
pago de jornales contemplados como parte del apoyo para realizar las activi-
dades relacionadas con la operación del programa. Con ello se corre el riesgo
de que los comuneros y ejidatarios, que antes participaban voluntariamente en
actividades de beneficio común a través de los tequios o faenas —como se les
llama en México—, ahora esperen ser remunerados, con lo que se puede soca-
var el fundamento de la acción colectiva:
Antes de recibir estos apoyos, la gente trabajaba bien, y ahora solo esperan el
recurso y ya no trabajan (Entrevistado de Oaxaca).
Estos testimonios sugieren que si bien se pueden fortalecer los grupos
organizados favoreciendo ciertas actividades relacionadas con el programa
e incluso otras de interés para las comunidades, al mismo tiempo, los pagos
directos pueden erosionar las formas de organización y trabajo comunitario y
voluntario que existen en muchas comunidades rurales de México.
En el caso de los predios privados, en México son comunes los arreglos
híbridos entre el funcionamiento de la propiedad común y la pequeña pro-
piedad. Por ejemplo, entre los cafetaleros de Veracruz, quienes son pequeños
propietarios privados pero pertenecen a asociaciones, se mantienen arreglos
institucionales similares a los del manejo de la propiedad común, que incluyen
la toma de decisiones en asambleas donde se formulan reglamentos sobre el
uso de los recursos naturales:
68
Neoliberalización de la naturaleza
Nos reunimos entre vecinos, lo platicamos y nos ponemos de acuerdo, como
en el caso de la prohibición de talar y cazar […] entre los vecinos tenemos un
modelo de trabajo similar, si no, se quedan afuera de la asociación (Entrevis-
tado de Veracruz).
También en algunos casos los pequeños propietarios necesitan organi-
zarse en una asociación para poder sumar sus superficies individuales y así
lograr el área mínima susceptible de ser apoyada. Esto implica que requieren
desarrollar las actividades del psa de forma colectiva, con lo que se ha favore-
cido una organización social que antes no tenían:
Ahora, con mis vecinos, hago las revisiones y los monitoreos del predio, el pro-
grama nos ha beneficiado de esta manera (Entrevistado de Baja California).
En otros casos sí encontramos un funcionamiento pleno como propie-
dad privada, en el que las decisiones son individuales y no existen acciones
colectivas para el manejo de los recursos forestales:
Somos propiedad privada y cada quien se encarga de tomar sus propias deci-
siones (Entrevistado de Veracruz).
En ninguno de los predios se ha creado una organización que represente a los
predios vecinos, pues esto se hace de forma personal […] no han llegado a
algún acuerdo (Entrevistado de Yucatán).
Discusión y reflexiones finales
Históricamente, la política ambiental en México ha sido de carácter restrictivo,
con un predominio de mecanismos de comando y control. La política forestal
siguió durante muchos años estos mismos lineamientos, con concesiones a
empresas privadas y públicas, vedas en distintas regiones del país y enormes
dificultades para desarrollar actividades forestales maderables por parte de las
69
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
comunidades rurales (Merino 2012), al tiempo que se fomentaban activida-
des agropecuarias en zonas que no contaban con la vocación para ello. Aunado
a lo anterior, en muchas de las superficies forestales mejor conservadas se
establecieron áreas naturales protegidas (Mas y Pérez-Vega 2005). Durante
un breve periodo en la década de 1980, al revocarse las concesiones privadas
de los bosques, se impulsó a las empresas forestales comunitarias mediante
apoyo técnico, seguimiento y formación de capacidades, y muchas de ellas se
convirtieron en ejemplos internacionales de viabilidad económica y ambien-
tal del manejo común de los bosques. No obstante, este apoyo se redujo sus-
tancialmente, de forma que en la actualidad no se han generado condiciones
adecuadas para que las comunidades forestales desarrollen, con apoyo guber-
namental, un manejo forestal sustentable con el que puedan vivir de sus bos-
ques (Merino Pérez 2012), lo que ha agravado las condiciones de pobreza y
aislamiento, y ha contribuido a acentuar las relaciones asimétricas entre las
comunidades forestales y el resto de la sociedad.
Como lo muestra este trabajo, la neoliberalización a través del psa no
necesariamente se ha traducido en una mejor inserción de las comunidades
forestales en el conglomerado de actores e intereses que lo conforman. En su
gran mayoría no cuentan con suficiente información, condición necesaria para
los procesos de participación en la toma de decisiones y como instrumento
de negociación. Además, pueden incidir poco en los términos en los que se
desarrolla el programa y en las acciones que se impulsan en sus territorios. A
partir de esta reflexión, la idea de que son soluciones gana-gana es problemá-
tica, aunque encontramos una gran heterogeneidad de situaciones.
La imposibilidad de participar y negociar las opciones de manejo de
su propio territorio conlleva el riesgo de perder control sobre este. En dicho
esquema de gobernanza se concibe a las comunidades locales como agentes
pasivos, receptores del programa y, lejos de buscar transformar las condicio-
nes estructurales que han mantenido a estas poblaciones en la marginación,
incluso agravan las asimetrías al introducir nuevos actores nacionales y globa-
les (Büscher et al. 2012), y al transformar las relaciones sociales, tanto hacia
dentro de las comunidades como las de ellas con agentes externos.
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Neoliberalización de la naturaleza
Existe un riesgo real de que estos vínculos entre los dueños de los bos-
ques y terceros, en condiciones de desigualdad, se traduzcan no solo en la
mercantilización de la naturaleza y sus diversos elementos, sino de la apropia-
ción de estos por parte de actores más poderosos, lo que provocaría procesos
de despojo (Gómez-Baggethun y Muradian 2015), como ya ocurría en una
comunidad en Veracruz, donde gracias a los esquemas de fondos concurrentes
del psa —en los que participa el Gobierno a través de Conafor—, un fideico-
miso regional y la iniciativa privada, la comunidad perdió el acceso al agua en
una negociación desventajosa por falta de información:
Le dieron una concesión de agua a la Coca-Cola, quien pagó cien mil pesos
a Fidecoagua, y ahora tenemos que comprar agua de garrafón, mientras que
la Coca-Cola está usando el agua y se la está acabando (Entrevistado de
Veracruz).
A partir del surgimiento de un mercado libre de servicios técnicos y la
reducción del apoyo al desarrollo de la forestería comunitaria, las condiciones
para el apoyo a la formación de capacidades para que las comunidades foresta-
les se inserten de una manera menos desventajosa y manejen adecuadamente
sus recursos se deterioraron (Taylor y Zabin 2000). Aun cuando las comuni-
dades son las que contratan a los técnicos forestales, en muchos casos se esta-
blece una relación asimétrica entre ambas partes, pues de los técnicos depende
el ingreso y la permanencia en el programa, lo que les ha dado un enorme
poder sobre las comunidades. Estos profesionistas además tienen la tarea de la
capacitación y el acompañamiento que en muchos casos, como se mostró en
este trabajo, se configuran como espacios de exclusión; sin embargo, también
encontramos situaciones en las que se han dado procesos de colaboración y
sinergias positivas entre las comunidades y sus técnicos, las cuales dan lugar a
mejoras en el manejo de los bosques, en el desarrollo de proyectos producti-
vos y en el fortalecimiento de las comunidades.
La distribución de costos y beneficios derivados de la operación del
programa está claramente sesgada para favorecer a actores más poderosos, lo
que concentra el costo de la conservación en las comunidades forestales. No
71
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
obstante, los testimonios analizados muestran que, para muchos beneficiarios,
el psa ha generado mejoras, en términos tanto económicos como sociales y
ambientales; en otros casos se observan efectos negativos, lo que implica que
los resultados son heterogéneos a lo largo y ancho del país, como se plantea a
partir del concepto de neoliberalización (Castree 2008a; Durand 2014). Así,
mientras que en algunas comunidades se agravan las inequidades internas o se
erosionan valores y prácticas tradicionales de manejo y conservación, en otras
cuentan con la agencia y la capacidad organizativa de aprovechar las ventajas
que representa el psa, y con ello lograr sus propios objetivos de conservación
y desarrollo. El propio programa, por lo tanto, se cristaliza localmente de muy
diversas maneras, dependiendo de los contextos locales y de la forma en que se
desarrollan las relaciones sociales al interior de las comunidades y entre estas y
los demás actores involucrados.
Relación con los bosques, actividades productivas y acción colectiva
La segmentación y mercantilización de los ecosistemas y sus funciones pue-
den inducir cambios en las visiones locales sobre los bosques como un todo,
sobre las actividades productivas y quienes las realizan, y sobre las motiva-
ciones para conservar o manejar sustentablemente los bosques (Kosoy y
Corbera 2010; Muradian 2013; Muradian y Gómez-Baggethun 2013). Aun
cuando encontramos diversas visiones sobre los bosques y la conservación,
también se detectaron casos en los que existe una clara influencia del discurso
del programa en las visiones expresadas por los beneficiarios, quienes denotan
la necesidad de retribución directa para conservar, así como la segmentación
de los bosques en elementos mercantilizables. En este sentido, el programa
tiene la capacidad de influir en las representaciones de los campesinos de su
entorno, que son complejas y multidimensionales, y que se traducen en for-
mas particulares de apropiación (Kolinjivadi et al. 2015; Midler et al. 2015).
De acuerdo con Büscher et al. (2012), la reconfiguración de cuáles son
las prácticas adecuadas es uno de los riesgos de la conservación neoliberal.
Como resultado, el bosque se deja de ver como base del sustento y como
72
Neoliberalización de la naturaleza
herencia (patrimonio material e inmaterial) de la propia comunidad, lo que
resulta útil para que las comunidades forestales dejen de desarrollar activida-
des económicas basadas en el uso directo de sus recursos naturales (Ferraro
2001; Büscher et al. 2012). El programa tiene un impacto al proscribir y estig-
matizar las actividades productivas primarias, pues parece común la noción de
los propios beneficiarios acerca de que ellos mismos carecen de conocimien-
tos y son incapaces de manejar sus propios bosques, por un lado, y por otro,
de que la conservación debe ser remunerada. Esto puede tener consecuencias
negativas sobre las concepciones tradicionales de manejo y cooperación, lo
que se vuelve particularmente relevante, considerando que algunas de las acti-
vidades de manejo prescritas por el programa pueden tener un efecto ecoló-
gico adverso, como lo han mostrado algunos autores (Cotler 2015).
En muchos casos, el deterioro de los recursos naturales no responde a la
falta de reglas, sino a la ruptura de estas, que se puede dar a través de las nue-
vas formas de gobernanza que no reconocen las reglas locales desarrolladas
para el manejo de los recursos comunes (Duraiappah et al. 2014). En estos
escenarios, las estructuras de organización y acción colectiva se debilitan por
la introducción de los pagos y la posible captura de las rentas derivadas del
programa por grupos de poder al interior de las comunidades, lo que a su
vez agrava las inequidades prexistentes. Existe evidencia de los efectos con-
traproducentes que tiene el pago directo de jornales, pues pone en riesgo los
lazos de confianza cuando las tareas que están en juego tienen un importante
componente de obligación moral o contribución al bien común (Muradian
2013). Por otra parte, los propios pagos, particularmente en comunidades
bien organizadas y fortalecidas, han generado procesos positivos, como evitar
la migración, facilitar procesos de conservación que ellos mismos han deci-
dido, consolidar sus procesos organizativos o lograr beneficios generalizados
para el bienestar común.
De forma más general, cabe preguntarse, ¿por qué estas herramientas se
centran en cambiar las actitudes y valoraciones de las comunidades forestales
hacia los bosques sin atender las condiciones estructurales que fomentan la
deforestación? Si el objetivo principal del psa es detener la pérdida de bos-
ques, debería considerarse la abundante evidencia existente sobre los factores
73
Fernanda Figueroa, Angela Caro-Borrero
socioeconómicos y políticos asociados a la dinámica de la cobertura vegetal
y a los procesos de cambio en el uso del suelo (Lambin et al. 2001; Geist y
Lambin 2002; Carr, Suter y Barbieri 2004), que difícilmente se resuelven con
compensaciones diseñadas con una lógica de corto plazo y no inciden directa-
mente sobre muchas de las causas que siguen sin resolverse.
Además, se reconoce que el manejo sustentable de los bosques de pro-
piedad común está fuertemente influido por la organización social de las
comunidades forestales, que se basa en la participación activa de sus miembros
en el diseño de sistemas de regulación local para el acceso y uso de los recursos
(Ostrom y Nagendra 2006; Midler et al. 2015; Ostrom 2015). Entonces, ¿por
qué no se promueven mecanismos construidos de forma democrática para
favorecer el control y uso sustentable de los bosques por parte de las comu-
nidades locales? Esta pregunta es particularmente pertinente en el escenario
mexicano, donde se cuenta con la experiencia exitosa de las empresas fores-
tales comunitarias, que se convirtieron en un paradigma de sustentabilidad
a escala internacional, pero que posteriormente dejaron de ser apoyadas
(Merino y Segura Warholtz 2007).
El psa constituye un mecanismo básicamente asimétrico, que no implica
cambios de fondo en el manejo de los ecosistemas a nivel nacional. Los costos
de la conservación, en este caso, son asumidos de forma desproporcionada
por los dueños de los bosques, mientras que sus beneficios se distribuyen más
ampliamente (Cinner et al. 2012; Kolinjivadi et al. 2015). El programa busca
transformar las actitudes y valoraciones sobre los bosques a escala local, sin
considerar la enorme complejidad asociada a los procesos de pérdida de bos-
ques y la influencia del contexto socioeconómico y de las condiciones estruc-
turales que generan (Carr et al. 2004). En este sentido, ¿no sería deseable
que este programa se transformara para dar cabida al apoyo decidido para el
manejo comunitario de los bosques, al apoyo para la transformación y comer-
cialización de los recursos forestales junto con la conservación; que tomara
en consideración la heterogeneidad socioambiental del país, y que permitiera
la construcción conjunta de estrategias con las comunidades forestales? Si
no se favorece el uso sustentable de los recursos naturales como base para la
74
Neoliberalización de la naturaleza
subsistencia, es poco realista pensar en su permanencia a futuro, considerando
las condiciones económicas de la mayor parte de las comunidades forestales.
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80
2
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
Experiencias desde Chiapas y Yucatán
en el sur de México*
Tim Trench
Universidad Autónoma Chapingo
Antoine Libert Amico
Programa Mexicano del Carbono
Introducción
El proyecto Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Fores-
tal, mejor conocido como redd, es un mecanismo internacional que busca
mitigar los efectos del cambio climático a través de pagos que estimulen la con-
servación de los bosques, para incrementar la retención o captura de carbono
y “evitar” las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de áreas
forestales. redd se origina en 2005, cuando un grupo de países tropicales pre-
sentó una primera versión de este mecanismo en la Conferencia de las Partes
(cop-11) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático (cmnucc). La propuesta se formalizó en la cop de Bali en 2007 y
se detalló en reuniones posteriores de la cmnucc (Angelsen et al. 2013). En
2010, durante la cop-16 —celebrada en Cancún, México— se añadieron a la
iniciativa objetivos de conservación y mejoras de las reservas de carbono de
los bosques y su manejo sostenible, lo que dio origen a redd+.
* Agradecemos los comentarios y sugerencias de Leticia Durand sobre una primera ver-
sión de este texto y las observaciones de un dictaminador anónimo sobre una segunda
versión.
81
Tim Trench, Antoine Libert Amico
A primera vista, redd+ parece un mecanismo eminentemente neoliberal
(Büscher et al. 2012, 22), pues mercantiliza los bosques o —mejor dicho—
un aspecto de ellos, al otorgar un precio al dióxido de carbono e incorporarlo
al mercado. Además, el mecanismo facilitaría que las industrias (del Norte)
que compran bonos de carbono sigan contaminando (offsetting) y transfieran
la responsabilidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a
otros espacios (del Sur).
El vínculo de redd+ con los procesos de “neoliberalización de la na-
turaleza” ha producido que este mecanismo sea, desde su inicio, controver-
tido. Astuti y McGregor afirman, por ejemplo, que redd+ busca “remodelar
la forma en que valoramos, gobernamos e interactuamos con los bosques”
(2015, 21; traducción propia) y observan, para el caso de Indonesia, la evo-
lución de una nueva episteme a través de la “carbonización” de los bosques
(2015, 34). Otros interpretan redd+ como un mecanismo colonial para cer-
car (enclose) tierras (Cabello y Gilbertson 2012), mientras que las aproximacio-
nes críticas de movimientos campesinos y ambientalistas señalan los riesgos
de la iniciativa vinculados a la desposesión, enajenación y pérdida de control de
los bosques (Larson et al. 2013; Sarmiento, Barletti y Larson 2017; Osborne
et al. 2014; Barletti y Larson 2017).
Larson et al. (2016) han expresado la preocupación de que redd+ acen-
túe las desigualdades de género presentes en las comunidades forestales, pues
muchas veces las mujeres son excluidas de este instrumento y sus (posibles)
beneficios (ver también iwgia 2014). Para otros, redd+ es poco realista,
demasiado técnico y complejo, y constituye más bien una distracción, ya que,
por ejemplo, las emisiones generadas por la deforestación y la degradación
de los bosques no son tan significativas comparadas con aquellas producidas
por el sector energético (Federici et al. 2015; Libert Amico 2017). Además,
el financiamiento esperado para redd+ aún no ha llegado, lo que constituye
un motivo de frustración para las organizaciones no gubernamentales (ong)
y otros actores que esperaban financiar procesos de desarrollo bajo en emisio-
nes ya encauzados.
Finalmente, algunos más opinan que redd+ se ha politizado en todos
sus niveles, desde las negociaciones internacionales hasta su implementación a
82
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
nivel subnacional, ya que cumple con funciones diferentes a las originalmente
planteadas (Quintana Solorzano 2014).
A pesar de las críticas, los proponentes de redd+ consideran que el pro-
grama constituye una oportunidad para promover cambios positivos y modi-
ficar las reglas del juego: “nuevos incentivos económicos, nueva información,
cada vez más preocupación pública sobre cambio climático, nuevos actores y
nuevas coaliciones en torno a la política pública, todos tienen el potencial de
generar un cambio transformador” (Brockhaus y Angelsen 2011, 15). redd+
ha sido identificado como “el experimento más grande de Pagos de Servicios
Ambientales en el mundo” (Corbera 2012, 616) y, desde esta perspectiva,
redd+ y los fondos correspondientes ofrecen un espacio importante para la
innovación y la transformación ante obstáculos estructurales como la visión
sectorial y la falta de coordinación interinstitucional dentro del Gobierno en
torno a temas ambientales (Rantala, Hajjar y Skutsch 2014; Libert y Trench
2016).
Es necesario mencionar que este hipotético mecanismo financiero sigue
en construcción (Angelsen et al. 2018). A nivel global, redd+ ha sufrido varias
modificaciones, producto de negociaciones internacionales y de la presión de
actores no gubernamentales (por ejemplo, la integración de “salvaguardas”
o medidas para prevenir potenciales impactos negativos del proyecto), de
manera que las acciones preparativas siguieron diferentes cauces institucio-
nales en cada país, con resultados distintos en los territorios llamados piloto
(Astuti y McGregor 2015).
Desde un principio, México fue de los países más comprometidos con
la implementación de redd+, al optar por una visión muy amplia del meca-
nismo y considerarlo como una estrategia integral de desarrollo rural sus-
tentable. La Estrategia Nacional redd+, publicada en agosto de 2017, busca
explícitamente “promover el fortalecimiento de las estructuras de gobernanza
local [e impulsar] mecanismos de gobernanza con perspectiva de género y con
pleno respeto de usos y costumbres para la planeación territorial participativa”
(Conafor 2017, 73-74). Con el financiamiento del Forest Carbon Partnership
Fund (fcpf) del Banco Mundial, el país busca cumplir con las condiciones
83
Tim Trench, Antoine Libert Amico
definidas por las instancias internacionales que monitorean los preparativos
para la plena implementación del mecanismo.
En México, las actividades preparativas se denominaron “acciones tem-
pranas redd+”, y se llevaron a cabo en áreas delimitadas de cinco estados
del país (Chiapas, Yucatán, Campeche, Quintana Roo y Jalisco); mientras,
se establecen los arreglos institucionales, modelos de gobernanza, sistemas
de monitoreo y la arquitectura financiera internacional que permitirá operar
el mercado de carbono que sustentará a redd+ a nivel nacional en el futuro
(Stickler et al. 2018).
Sin embargo, a pesar de estas aspiraciones, hasta la fecha la principal
expresión gubernamental del mecanismo —los Programas Especiales en
Áreas de Acción Temprana redd+ (Peaat-redd+)— se operaron primordial-
mente como una extensión del programa prexistente de Pago por Servicios
Ambientales (psa) de la Comisión Nacional Forestal (Conafor). La Conafor
efectivamente injertó las acciones tempranas de redd+ en los programas espe-
ciales regionales ya establecidos en cinco estados y en el existente programa de
psa (Deschamps, Zavariz y Zúñiga 2015; McDermott e Ituarte-Lima 2016).
Para entender el devenir de redd+ en México, es importante comprender la
trayectoria del programa de psa, ya que este último estableció el principio
de pagos en efectivo a comunidades forestales por conservar sus bosques y
fomentó nuevas redes de relaciones que adquirieron algunos rasgos de subsi-
dio federal: un “Procampo forestal”,1 como nos dijo el director de una ong en
la selva Lacandona (Chiapas).
Apuntes metodológicos
El presente capítulo se basa en nuestra experiencia en el proyecto de inves-
tigación “Gobernanza multinivel y gestión del carbono a nivel de paisaje”,
del Centro para la Investigación Forestal Internacional (Cifor). Como parte
1
Procampo es un pago anual por hectárea que otorgaba el Gobierno federal para apoyar la
producción de maíz (posteriormente rebautizado Proagro).
84
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
del “Estudio comparativo global sobre redd+” realizado por Cifor desde 2009.
El estudio se llevó a cabo en Indonesia, México, Perú, Tanzania y Vietnam
(Ravikumar et al. 2015; Larson et al. 2018), y se enfocó a analizar la participa-
ción en los procesos de toma de decisiones sobre el cambio de uso de suelo.
Para esto, se empleó el concepto de gobernanza multinivel, entendido como
los procesos y arreglos de toma de decisiones y política pública que rebasan
las fronteras establecidas entre niveles de gobierno y sectores de la sociedad,
cruzando las fronteras de lo público y lo privado y del Estado y la sociedad
(Emerson, Habatchi y Balogh 2012).
La investigación de Cifor en México implicó la realización de 152 entre-
vistas en 10 sitios sujetos a cambio de uso de suelo en los estados de Chiapas y
Yucatán,2 en estas se abordaron cuestiones como los determinantes de la defo-
restación y degradación de los bosques, los incentivos para la revegetación o
conservación de la cobertura forestal, los actores que participan (y los que no)
en la toma de decisiones en la gestión territorial, así como los mecanismos
de distribución de beneficios existentes y potenciales en los territorios. Los
sitios seleccionados mostraban diferentes tendencias en el uso del suelo: cua-
tro de ellos exhibían aumentos en las emisiones de gases de efecto invernadero
(gei; debido a la deforestación impulsada por la expansión de la agricultura
comercial o la ganadería) y seis mostraban decrementos en las emisiones por
la implemetnación de proyectos de psa, medidas de conservación, proyectos
encaminados al desarrollo bajo en emisiones e incluso por abandono de áreas
rurales.3 Aunque redd+ todavía se encuentra en una fase piloto y se mantiene
2
En Chiapas, estos “sitios de cambio de uso de suelo” fueron los municipios de Maravilla
Tenejapa, Benemérito de las Américas y Mapastepec, además de la reserva de la bios-
fera Selva el Ocote y las laderas interiores de la Sierra Madre (polígono definido por la
Alianza México redd+). En Yucatán, los sitios de cambio de uso de suelo fueron la reser-
vada privada El Zapotal (y su entorno), los municipios de Tizimín y Tekax, y las reservas
estatales Bocas de Dzilam y Biocultural del Puuc.
3
Estas tendencias no fueron corroboradas de manera independiente, sino que su identifi-
cación se apoyaba en entrevistas con informantes clave y fuentes secundarias. Para más
información sobre la metodología, ver Trench et al. (2018).
85
Tim Trench, Antoine Libert Amico
Mapa 1
Ubicación de Chiapas y Yucatán en México
Fuente: Trench et al. (2018).
desvinculado del mercado, la información recabada da pautas para entender
cómo acciones tipo redd+ se desarrollan in situ (Trench et al. 2018).
De los cinco estados en México con áreas de acción temprana redd+ de
la Conafor, Chiapas y Yucatán ofrecen algunos puntos de comparación inte-
resantes en los procesos preparativos para redd+, tanto en términos ambien-
tales como económicos, demográficos y políticos (mapa 1). Aunque Chiapas
y Yucatán no son considerados generalmente como estados forestales en el
ámbito nacional (por la poca actividad forestal comercial que desarrollan),
ambos tienen coberturas forestales por arriba del promedio nacional, ade-
más de tasas de deforestación mayores a la cifra nacional (tabla 1). Chiapas,
con más del 18 % de su superficie decretada como área protegida,4 posee una
4
En Chiapas, las áreas naturales protegidas federales cubren una superficie de 1 168 883
ha, casi 16 % de la superficie de la entidad. Agregando las 167 000 ha de áreas protegidas
86
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
Tabla 1
Chiapas y Yucatán: bosques, selvas y tenencia
Características México Chiapas Yucatán
Superficie total (´000 ha) 196 437.00 7 361.00 3 953.00
(% del territorio nacional) 100.00 3.74 2.02
Bosques y selvas (´000 ha) 66 040.00 3 817.00 2 813.00
(% de superficie total)1 34.00 51.00 71.00
Propiedad social (´000 ha) 100 142.00 4 356.00 2 225.00
(% de superficie total) 51.00 59.00 56.00
Porcentaje de bosques y selvas en
60.00 67.00 64.00
propiedad social
Dominio pleno (% de propiedad
3.50 0.40 3.60
social)
Superficie de uso común
50.00 26.00 69.00
(% de propiedad social)
Tasa anual de deforestación 2010-
0.39 0.52 0.66
2017 (porcentaje)1
1
Calculado con base en una superficie perdida >30 % de dosel, tomando el promedio de los últimos
8 años.
Fuente: Elaboración propia con base en inegi (2013); ran (2017); Madrid et al. (2009); Hansen et al.
(2017).
mayor diversidad de ecosistemas y tipos de bosques y selvas, en tanto Yucatán
cuenta principalmente con selvas bajas caducifolias. En relación con la tenen-
cia de la tierra, los dos estados muestran perfiles similares, pero Chiapas es una
entidad más poblada, más rural y más pobre, mientras que Yucatán presenta
una mayor proporción de población indígena (en Yucatán, 65 % se identifica
como maya yucateco; en Chiapas, 36 % de la población pertenece a 12 pueblos
indígenas; tabla 2).
estatales, el porcentaje llega a más de 18 %. En Yucatán, el porcentaje de la superficie es-
tatal en área protegida es alrededor del 7 por ciento.
87
Tim Trench, Antoine Libert Amico
Tabla 2
Chiapas y Yucatán: características socioeconómicas
Características México Chiapas Yucatán
Población total 2015 119 530 753.00 5 217 908.00 2 097 175.00
(%) 4.4 0 1.80
Población urbana 2015 (%) 77.80* 49.00 84.00
Población rural 2015 (%) 22.20* 51.00 16.00
Índice de marginación 2010 16.83 31.50 19.62
Población indígena 25 694 928.00 1 883 665.00 1 371 552.00
Porcentaje del total 21.50 36.10 65.40
Densidad de la población
61.00 71.00 53.00
personas/km2
* Porcentaje establecido por el inegi hasta el 2010.
Fuentes: Elaboración propia con base en inegi (2010, 2015a, 2015b).
Estas características distintivas derivan en giros diferenciados en las
estrategias redd+. En Chiapas, en las últimas décadas, la política ambiental
ha enfatizado la conservación de la biodiversidad y el establecimiento de áreas
naturales protegidas federales. En Yucatán, en cambio, la preocupación se ha
centrado en preservar la calidad del agua y su suministro a las ciudades (de
ahí el énfasis en las cuencas y la subvención de los servicios hidrológicos por
medio del programa de Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos o psa-
h), así como en la protección de vegetación costera (donde están ubicadas la
mayor parte de las áreas naturales protegidas estatales y federales). Esto era
evidente en las diferentes características de las acciones tempranas redd+
en ambos estados. La selva Lacandona en Chiapas ha sido la región con más
financiamiento, ya que ocupa más de la mitad de todos los fondos dedicados a
las áreas de acción temprana redd+ entre 2010 y 2014 (Deschamps, Zavariz
y Zúñiga 2015, 22). Además, en el caso de la selva Lacandona, el 75 % de los
recursos fueron dedicados a una versión aumentada de psa con poco capital
destinado a actividades productivas. En cambio, Yucatán recibió la fracción
88
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
más reducida (< 5 %) de los recursos invertidos en los cinco estados con accio-
nes tempranas redd+.5
En este capítulo, centrado en los casos de Chiapas y Yucatán, planteamos
una pregunta que no fue considerada explícitamente en el proyecto de investi-
gación de Cifor: ¿es redd+ un instrumento de neoliberalización? Esta es una
pregunta relevante, dado que México fue de los primeros países en asumir los
mandatos del Consenso de Washington en la década de 1980, y se argumenta
que el proceso de neoliberalización de la economía mexicana persiste hoy en día
(Villafuerte 2015). Para actualizar estos debates, nos interesa explorar en qué
medida los fondos adicionales otorgados y prometidos por redd+ han recon-
figurado o se han articulado con el proyecto neoliberal en México. Argumen-
tamos que, en nuestros casos de estudio en el sur del país, redd+ constituye
un nuevo espacio o campo político donde diferentes definiciones sobre el
mecanismo compiten, a veces alterando el equilibrio de poder entre niveles
y sectores en un contexto condicionado por coyunturas políticas internacio-
nales, nacionales y subnacionales. Siguiendo a Agudo Sanchiz (2015), consi-
deramos que las políticas son en gran medida producto de la intermediación
y la traducción, por lo que, en el ámbito rural mexicano, que aún conserva
estructuras agrarias y de intermediación política con rasgos preneoliberales,
los factores contextuales muchas veces resultan determinantes para definir la
forma en que las políticas neoliberales “tocan terreno”.
Del neoliberalismo a la neoliberalización
Aunque el término neoliberalismo se acuñó hace ochenta años, no fue sino hasta
la década de 1960 que comenzó a tener presencia en discusiones sobre polí-
tica pública. A partir de 1970, sus principios fueron integrados, poco a poco,
5
Esto no fue el caso del Programa Especial Península de Yucatán (pepy), en donde solo el
35 % de los recursos se dedicaron a psa, mientras que el dinero restante se empleó para
silvicultura comunitaria (22 %), sistemas productores innovadores (20 %) y restauración
y reforestación (9 %; Deschamps, Zavariz y Zúñiga 2015).
89
Tim Trench, Antoine Libert Amico
en diferentes Gobiernos.6 En 1982, el Fondo Monetario Internacional (fmi)
abandonó su enfoque keynesiano (que otorgaba un papel central al desarrollo
de infraestructura por parte del Estado para dinamizar la economía) y abrazó
el neoliberalismo, aplicando sus políticas de “ajuste estructural” a las econo-
mías del Sur global y posteriormente a los países del este de Europa tras la
desintegración de la Unión Soviética. Sin duda, el neoliberalismo, a través de
las acciones del Banco Mundial y del fmi, se ha vuelto cada vez más presente
y ha constituido la nueva ortodoxia en el pensamiento político-económico del
siglo xxi.
Como proyecto económico y político, el neoliberalismo está asociado
con la liberalización de comercio (particularmente a nivel internacional), la
privatización de empresas del Estado y la introducción de prácticas y mecanis-
mos de gestión y administración propias del sector privado orientadas a des-
dibujar la distinción entre las esferas pública y privada (Ferguson 2009, 172).
El neoliberalismo se basa en la creencia de que la mejor manera de promover
el bienestar humano “consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacida-
des y de las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco insti-
tucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes mercados
libres y libertad de comercio” (Harvey 2005, 2; traducción propia).
Es difícil encontrar una definición que sea universalmente aceptada de
neoliberalismo debido, en parte, a que este es un término empleado más por sus
críticos que por sus proponentes (Ferguson 2009; Castree 2010a). Como co-
menta Ferguson (2009, 171), el neoliberalismo, como sinónimo vago de capi-
talismo, puede convertirse en una entidad que lo explica todo, como una fuerza
motriz primordial y causa universal, lo que suele producir análisis vacíos.
Para los fines del presente texto, retomamos las siete características del
neoliberalismo que identifica Castree (2010a; 2010b; 2011) al debatir la rela-
ción entre el neoliberalismo y el entorno biofísico. Estas son:
6
El economista Milton Friedman y su equipo de investigación en la Universidad de Chi-
cago son vistos como los autores intelectuales del neoliberalismo en esta época. Este
grupo asesoró directamente al régimen del general Pinochet en Chile, mientras que
Friedman fungió como consejero para Ronald Reagan en los Estados Unidos y para Mar-
garet Thatcher en el Reino Unido.
90
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
a) Privatización. Entes y servicios públicos manejados por el Estado, comu-
nalmente o sin propiedad explícita son transferidos a empresas privadas
que operan bajo la lógica de la rentabilidad para sustentar sus operacio-
nes. La privatización se distingue de la descentralización en tanto que esta
busca expandir el dominio público, mientras la privatización lo reduce
(Ribot 2007).
b) Mercantilización. La integración de bienes comunes o gestionados colec-
tivamente a los flujos de la oferta y la demanda, que determinan su valor
monetario.
c) Desregulación. Es el retiro del Estado o su adelgazamiento bajo la idea de
que la no intervención en el mercado produce formas más eficientes
de gestión.
d) Rerregulación (amigable con el mercado). Es una reconfiguración de polí-
ticas gubernamentales para favorecer la mercantilización y privatización.
e) Uso de mecanismos de mercado dentro del sector gubernamental (por ejem-
plo, para la gestión de servicios públicos).
f) Promoción de mecanismos colaterales (flanking mechanisms) dentro de la
sociedad civil, donde el Estado facilita que actores privados llenen el vacío
dejado por su retiro en dominios sociales y ambientales.
g) Creación de individuos y comunidades autosuficientes por medio de la pro-
moción de una ética centrada en las libertades individuales y una limitada
dependencia en servicios públicos (Castree 2010a, 1728).
Desde luego, cada uno de estos rasgos representa (y merece) una discu-
sión propia. La privatización y la mercantilización, por ejemplo, tienen muchos
matices; sin embargo, apuntarlos nos ayuda a especificar a qué rasgo o dimen-
sión de estas características neoliberales nos referimos: ¿hablamos de la libe-
ralización de mercados, de la externalización o subcontratación (outsourcing)
de funciones gubernamentales o de las nuevas formas de gobernanza? Estos
aspectos no siempre se dan al mismo tiempo y pueden tener consecuencias
diversas en contextos específicos. A pesar de su discurso en contra del Estado,
el neoliberalismo no siempre ha significado un decremento en sus funciones o
alcance, sino que implica más bien su reconfiguración y reinstitucionalización
91
Tim Trench, Antoine Libert Amico
(Perreault y Martin 2005, 193; Castree 2010a). En medio de la retórica neo-
liberal de privatización y desregulación, Hirsh (2001) identifica una “nueva
fase de la penetración del Estado en la sociedad”. En el contexto específico de
México, Snyder (2001) ha descrito un proceso de rerregulación después de la
primera ola de reformas neoliberales con que el Estado buscaba extender su
autoridad (de nuevo) aprovechando los vacíos dejados por su retiro inicial de
diferentes áreas de incidencia de la política “pública”.
Dado que el neoliberalismo nunca llega a manifestarse en forma pura o
a ser hegemónico por completo (Hewitt de Alcántara 2009; Brenner, Peek y
Theodore 2010; Castree 2011), es importante prestar atención a los proce-
sos de hibridación de diferentes elementos, reflejo de las contingencias y de lo
que es políticamente posible en una coyuntura específica (Klein 2007). Cada
proceso de neoliberalización es históricamente específico, pues ocurre en con-
diciones (geo)políticas y económicas distintas, y como reacción a arreglos
institucionales previos, fracasos regulatorios y luchas políticas particulares.
En México, por ejemplo, el neoliberalismo fue implementado por el mismo
partido político que llevaba décadas consolidando un Estado corporativista
a través la cooptación de los sindicatos y del sector agrario. Estos legados no
se borran rápidamente con la aplicación de políticas neoliberales, sino que se
convierten en parte de una mezcla que emerge de la aceptación, la negociación
y el rechazo: “políticas y prácticas neoliberales se cruzan con varias [políticas y
prácticas] no neoliberales ya existentes” (Castree 2010a, 1729).
De esta forma, es importante la distinción que diversos autores hacen
entre neoliberalismo y neoliberalización (Perreault y Martin 2005; Brenner,
Peek y Theodore 2010; Castree 2011). Si neoliberalismo hace referencia a la
teoría, la ideología y el dogma, neoliberalización dirige nuestra atención hacia
los procesos de implementación de políticas y programas que emanan de cam-
bios estructurales neoliberales:
Aunque los principios centrales del neoliberalismo quedan claros, resulta más
complicado trazar los procesos a través de los cuales, lugares, economías y
sociedades se vuelven neoliberalizados. Pero el análisis del neoliberalismo-en-la-
92
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
práctica ayuda a entender las contradicciones inherentes al proyecto neoliberal
(Perreault y Martin 2005, 193; traducción propia, cursivas en original).
La neoliberalización de la naturaleza
El neoliberalismo mantiene una relación compleja con procesos de transfor-
mación ambiental, con la gobernanza de los recursos naturales y con las luchas
ambientalistas (Perreault y Martin 2005; Castree 2010a). Desde el siglo xix,
Marx señaló los efectos nocivos para el ambiente de la agricultura capitalista
(y la silvicultura); Polanyi (1944) avisó sobre las tensiones inevitables entre
las relaciones mercantiles y la reproducción social (y ambiental). Inspirado en
estos pensadores, James O’Connor (1988), desde un enfoque de marxismo
ecológico, desarrolló su conocida noción de la “segunda contradicción del
capitalismo”, donde afirma que, debido a la búsqueda incesante de utilidades,
el sistema capitalista daña las condiciones necesarias para su propia reproduc-
ción y eventualmente se autodestruye.7
El neoliberalismo —la cara dominante del capitalismo tardío— pro-
mueve estrategias como la privatización, la mercantilización, la desregulación
7
O’Connor (1988) explica esta afirmación recurriendo al concepto marxista de subpro-
ducción, pero aplicándolo de una forma novedosa. La idea es que en la medida en que el
capitalismo va dominando y apropiándose cada vez más de la naturaleza en busca de nue-
vos mercados y mayores utilidades, inevitablemente degrada este mismo entorno natu-
ral (con el agotamiento de suelos, deforestación, contaminación, etc.), el cual requiere
que el capital mismo invierta recursos en la restauración de esta naturaleza para asegu-
rar las condiciones mínimas para la reproducción del propio capital. Estos costos toman
la forma de inversiones en fertilizantes químicos, reforestación o en sistemas de salud
pública, por ejemplo, y cada vez más capital se dedica a reproducir las condiciones de
producción; por eso se denomina subproducción, pues señala que mucho capital ya no se
dedica a actividades productivas, sino al mantenimiento, y así produce su propia natura-
leza, una segunda naturaleza (O’Connor 1988, 23). Para una excelente discusión acerca
de estos tres pensadores (Marx, Polanyi y O’Connor) y su relevancia para las discusiones
actuales sobre la neoliberalización de la naturaleza, ver Castree (2010b).
93
Tim Trench, Antoine Libert Amico
y prácticas de gobernanza “amigables” con el mercado, que desafían las nor-
mas ambientales y transfieren responsabilidades, por lo que ha sido amplia-
mente relacionado con la degradación del ambiente (Parr 2013; Klein 2014;
Tetreault 2015). Además, el actual modelo neoliberal orienta la producción
rural hacia la exportación y permite concesiones a empresas que disuelven
los sistemas locales de protección (Harvey 2005, 175). La neoliberalización
implica la incorporación de cada vez más elementos, dimensiones y escalas
de la naturaleza a los mercados (desde las patentes de organismos vivos hasta
los bonos de carbono), de manera que “[en] aquellas áreas en las que no existe
mercado (como la tierra, el agua, la educación, la atención sanitaria, la seguri-
dad social o la contaminación medioambiental), este debe ser creado, cuando
sea necesario, mediante la acción estatal” (Harvey 2005, 2; traducción propia).
Los modelos neoliberales generalmente proponen que las contradiccio-
nes ecológicas del capitalismo pueden ser resueltas con las mismas estrate-
gias o procesos que las producen, es decir, que el mercado puede resolver
los problemas que él mismo ha creado (Büscher et al. 2012, 12); por lo que
varios autores señalan las íntimas conexiones entre el sistema neoliberal y las
políticas y estrategias de conservación actuales, en particular, con los nuevos
mercados para servicios ambientales o ecosistémicos (captura de carbono,
conservación de biodiversidad, emisiones evitadas, etc.) que se espera abatan
los problemas de degradación ambiental (Igoe y Brockington 2007; Brocking-
ton, Duffy e Igoe 2008; Büscher et al. 2012; Durand 2014).
Programas de pagos por servicios ambientales (psa)
y procesos de neoliberalización
El psa implica pagar a propietarios de tierras —individuos, comunidades o
Estados— por plantar o preservar bosques que brindan servicios ecosistémi-
cos, como captura de carbono, biodiversidad, conservación de suelos, entre
otros. Indudablemente, la propuesta de psa se basa en varias suposiciones de
corte neoliberal: que es posible calcular y asignar un valor monetario a los
servicios ambientales, que estos pueden ser medidos y ofertados al mercado,
94
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
que existe una demanda correspondiente y que la transferencia de dinero de
compradores a vendedores frenará la deforestación y degradación (McAfee y
Shapiro 2010, 582).8 Según sus promotores, los psa ofrecen la posibilidad de
“ganar-ganar-ganar”, con beneficios para la naturaleza (conservación), para las
comunidades forestales (reducción de pobreza) y para el sector privado (off-
set de emisiones; McAfee y Shapiro 2010; Corbera 2012; Durand 2014; Van
Hecken et al. 2015). No obstante, autores más críticos sostienen que los psa
“son un elemento importante del programa global para extender el neolibera-
lismo como una racionalidad y modo de acumulación de capital particulares”
(Fletcher y Büscher 2017, 224).
Aunque uno de los supuestos del psa es que los servicios ambientales
se oferten por medio de bonos en el mercado nacional e internacional, la de-
manda se ha manifestado lentamente, y a la fecha muchos de estos proyectos
han sido financiados por Gobiernos, agencias multilaterales y ong (Hamrick
8
A nivel operativo, existen algunos problemas relacionados con la implementación del
psa (que son relevantes para el caso de redd+). En primer lugar, como elemento común
a todos los proyectos, persisten cuestiones técnicas asociadas a la complejidad ecológica,
las incertidumbres científicas y las dificultades del monitoreo (McAfee 2012, 28). Dife-
rentes metodologías y escalas en la medición de los almacenes de carbono pueden dar
resultados distintos y llevar a conflictos e inequidad en la distribución de los beneficios
(monetarios y otros) generados por conservar o mejorar servicios ambientales. También
existen retos relacionados con las diferentes dinámicas del uso del suelo y las causas de
deforestación y degradación de bosques en cada lugar de implementación, y la posibi-
lidad de la fuga o transferencia de la deforestación a otros sitios no incluidos en el pro-
grama de psa. Además está la cuestión de asegurar la adicionalidad, que se refiere a la
necesidad de asegurar que los psa están cambiando trayectorias en el uso de los recursos
naturales al pagar por prácticas de conservación que no hubieran ocurrido sin el pro-
grama, “evitando” así la deforestación. Como en todos los programas gubernamentales,
pueden existir incentivos perversos, corrupción e inequidad (McAfee 2012; Alix-Garcia,
Shapiro y Sims 2012). Los incentivos perversos pueden surgir cuando, por ejemplo, los
psa promueven que los dueños de la tierra amenacen con atentar contra el bosque si no
siguen recibiendo los pagos en el futuro (Alix-Garcia, Shapiro y Sims 2012; Ezzine-de
Blas et al. 2016; Almeida-Leñero et al. 2017).
95
Tim Trench, Antoine Libert Amico
y Gallant 2017).9 Paralelamente, en los debates sobre la comodificación de la
naturaleza existen importantes matices. Por ejemplo, Hahn et al. (2015) iden-
tifican seis grados de comodificación en su estudio sobre instrumentos eco-
nómicos para servicios ecosistémicos. Estos autores consideran que solo dos
de seis características de la comodificación realmente representan un proceso de
“neoliberalización de la naturaleza”, y argumentan que estos instrumentos no
están obligados a apoyarse en mercados o avalúos monetarios. Otros han ar-
gumentado que hay que prestar más atención a la agencia de los actores locales
para entender cómo la gubernamentalidad neoliberal no logra concretarse tal y
como se ha teorizado en el caso de programas de psa (Van Hecken et al. 2018).
En el trabajo de campo nos encontramos con diversas percepciones de
campesinos y poseedores de terrenos forestales sobre el psa y redd+. Varios
nos explicaron que inicialmente no querían entrar al proyecto de psa por-
que temían perder el control sobre sus tierras y que el Gobierno se apoderara
de ellas. Otros entendían los psa como una renta, es decir, pensaban que el
Gobierno arrendaría las áreas forestales durante el periodo que duran los pagos
y después regresaría los terrenos a sus dueños. Otros más consideraban los
psa como un nuevo subsidio, parte del pacto social entre el Gobierno federal
y los campesinos, mientras que para otros, redd+ era un ejemplo de justicia
(ambiental), ya que han sido los “países ricos del Norte” los causantes del cam-
bio climático; por lo tanto, es correcto que estos paguen a los pobres del sur de
México para conservar sus selvas.10
McAfee y Shapiro (2010) y Shapiro (2013) han demostrado cómo, en el
caso del programa nacional de psa en México, compitieron diferentes agendas
9
La compra-venta de bonos de carbono se ha estancado desde la crisis económica de 2009,
y actualmente alrededor de la mitad de los offsets ofertados en el mercado internacional
no se venden (Hamrick y Gallant 2017). El precio por tonelada de CO2 se desplomó
en 2008 y de nuevo en 2012, aunque últimamente se está recuperando (https://www
.investing.com/commodities/carbon-emissions-historical-data).
10
Cabe destacar que a ningún entrevistado le preocupaba su futura participación en un
mercado de servicios ambientales; es decir, a nivel local, este aspecto se ignoraba o no se
consideraba importante.
96
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
para orientar el programa, y distintos actores en varios niveles ganaron influen-
cia e impusieron su sello en el diseño y reglas de operación del programa.
Estas dinámicas son precisamente las que determinan hasta qué grado un
mecanismo como redd+ fortalece lógicas y prácticas neoliberales en las áreas
donde se ha piloteado.
El campo político que contextualiza
la implementación de redd+ en México
Entre otras cosas, redd+ es un proyecto de gobernanza porque es un instru-
mento que busca alinear a un grupo de actores diversos en torno a objetivos
precisos, con herramientas y formas de conocimiento ambiental, social y eco-
nómico particulares (Thompson, Baruch y Carr 2011). Para participar en el
mecanismo internacional redd+, la cmnucc pide básicamente tres acciones
a los países interesados: reformas legislativas en materia forestal, una línea
base (inventario forestal) que permita la medición futura de cambios en las
emisiones y una estrategia nacional para redd+ debidamente consultada.
Estos requisitos han implicado transformaciones a los esquemas existentes de
gobernanza en cada país implementador. En esta sección destacamos cómo las
particularidades nacionales y regionales han condicionado la implementación
de las acciones tempranas redd+ (anteriormente psa) en México.
Los terrenos forestales y la Reforma Agraria en México
México tiene una historia de gobernanza centralizada de los recursos natura-
les reflejada en el artículo 27 de la Constitución, que renacionalizó los recur-
sos naturales del país después de las concesiones que se otorgaron a empresas
extranjeras sobre bosques, minerales y petróleo durante la dictadura liberal de
Porfirio Díaz (1876–1911). El artículo 27 también creó las condiciones para
el reparto agrario. Al dotar y restituir más de la mitad de la superficie del país
entre 1915 y 1992 a miles de ejidos y comunidades agrarias, alrededor de 60 %
97
Tim Trench, Antoine Libert Amico
de los bosques y selvas fueron entregados a estos núcleos agrarios, en su mayor
parte habitados por campesinos y pueblos indígenas que, en muchos casos, los
manejan con procesos colectivos de toma de decisiones (Madrid et al. 2009;
Merino y Martínez 2014).
El destino de los bosques y selvas en la política de reparto de tierras fue
un tema polémico desde el principio11 y, a lo largo del siglo xx, el marco legal
y las políticas forestales en México han oscilado entre dos extremos. Durante
largos periodos, las concesiones forestales y una política de vedas y sancio-
nes retiraron el control local de los bosques, pero, en otros momentos (en la
década de 1930 y nuevamente en la de 1980), el Gobierno federal transfirió
poderes sobre los bosques a ejidos y comunidades con cobertura forestal (Cha-
pela 2017). Es por esto que Boyer (2015) se refiere a los bosques de México
como “paisajes políticos”, pues estos han sido y son espacios en disputa donde
la relación entre los habitantes y sus bosques es mediada por múltiples leyes,
estudios técnicos, permisos y otras formas de supervisión. Este es el escenario
sobre el cual se despliega la implementación de redd+.
Las reformas al artículo 27 de la Constitución efectuadas en 1992 bus-
caron liberar el mercado de tierras de propiedad social; sin embargo, las re-
formas no han logrado todos sus objetivos. Según datos oficiales del Registro
Agrario Nacional (ran), para 2017 solo 3.5 % de la propiedad social del país
se había privatizado (pasando de ejido a dominio pleno). Para el caso de Chia-
pas, esta cifra es muy baja (0.4 %), y para Yucatán es casi igual al porcentaje
nacional (3.6 %; tabla 1),12 aunque reconocemos que estas cifras no reflejan
el mercado informal de tierra que ha producido una privatización de facto en
ejidos de muchas regiones del país.13 De manera general, podemos decir que,
11
Una tendencia más conservacionista, representada por Miguel Ángel de Quevedo (1862-
1946), abogaba en contra de la entrega de los terrenos forestales a los nuevos núcleos
agrarios. La postura de este pionero forestal derivó en un eventual conflicto con el presi-
dente Cárdenas y su despido del Departamento Forestal en 1938 (Wakild 2006).
12
Ver también Kashwan (2017, 158-161).
13
Pérez Castañeda y Mackinlay (2015) argumentan que el ejido y la comunidad agraria son
hoy en día una modalidad de propiedad privada. En términos productivos, esto tal vez sea
98
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
a pesar de su modesta contribución al producto interno bruto (pib), el sector
social conserva una importante función social, territorial y ambiental, sobre
todo en el sur del país.
En el contexto de los programas de psa y redd+, el papel de los ejidos
y comunidades que representan el nivel local de la gobernanza de los recur-
sos naturales es fundamental (Lozano 2012). Si bien el único propietario de
los bosques en México es la Nación, la Ley General de Desarrollo Forestal
Sustentable (lgdfs) establece que todas las “áreas forestales permanentes”
dentro de un ejido deben ser de uso común y gestionadas por la asamblea eji-
dal, donde participan todos aquellos con derecho a tierra14 (los avecindados
y posesionarios pueden tener tierra, pero no cuentan con derecho de voto
en las asambleas ejidales). En el caso de psa, los ejidos incorporados al pro-
grama reciben pagos anuales durante los cinco años que dura el contrato con
Conafor, por medio de transferencias bancarias a una cuenta manejada por la
autoridad agraria del ejido. Por lo general, la asamblea distribuye el dinero en
partes iguales entre los ejidatarios o comuneros. A diferencia de la mayoría de
los programas gubernamentales, Conafor no individualiza la entrega de recur-
sos económicos del psa, sino que reconoce al ejido como persona moral cuyos
bosques de “uso común” son beneficiados por el programa.
Aunque el reconocimiento legal de las áreas de uso común —reforzado
en el contexto de psa y redd+ por los pagos realizados a las autoridades agra-
rias— pareciera ir en contra de la lógica neoliberal y sus tendencias privati-
zadoras, habría que admitir que las reglas del psa se imponen sobre el uso y
la gestión de los bosques. Al contar con requisitos como la realización de un
ordenamiento territorial comunitario, actividades de vigilancia del área de
bosque y apoyos para la elaboración o modificación de reglamentos internos
ejidales o estatutos comunales, el psa puede llevar a un endurecemiento de los
reglamentos en torno al acceso y uso de las áreas de uso común. Por ejemplo,
cierto, pero puesto que la mayor parte de los bosques y selvas en propiedad social son de
uso común, en muchos casos sigue existiendo una gestión colectiva en torno al recurso.
14
lgdfs, art. 7 (iii). Aunque en la práctica, no todos los bosques en propiedad social se
encuentran designados como “uso común” y no todas las zonas de uso común son bosques.
99
Tim Trench, Antoine Libert Amico
al prohibir la caza y la extracción de leña, madera y plantas, esta intervención
estatal podría trastocar los medios de vida de los miembros más marginados
de los ejidos, quienes carecen de derechos formales sobre las áreas de uso
común, entre ellos mujeres, jóvenes, avecindados y posesionarios.
Aunque exista relativa claridad en la tenencia de la propiedad social en
México (en comparación con la situación en otros países), perduran poblados
irregulares, disputas por deslindes y conflictos internos en las comunidades. A
pesar del reconocimiento de la importancia de la certeza jurídica para el éxito
de redd+, sus acciones tempranas no han abordado los problemas de rezago
agrario15 seriamente, y varios de los actores entrevistados, entre ellos participan-
tes en proyectos redd+ y miembros de ong, expresaron su preocupación por
la cuestión agraria en el contexto de redd+, señalando que el Gobierno había
obviado el tema, mientras que este se convierte en una “bomba de tiempo”.
En nuestro trabajo de campo encontramos muchos ejidos con experien-
cias exitosas en la gestión y vigilancia de sus selvas y bosques, condición básica
para el éxito de los programas de psa y redd+; sin embargo, reconocemos
que estos ejidos contaban generalmente con características que favorecían sus
capacidades de manejo forestal, como una importante superficie forestal (con
bajo potencial agrícola) y una asamblea funcional (en términos de números
de titulares, prácticas incluyentes y legitimidad) que permitía la toma colec-
tiva de decisiones (Merino y Martínez 2014).
Estructuras de intermediación política
La implementación de redd+ en México ha tenido que lidiar con otros legados
e inercias políticas que han sido difíciles de erradicar (Hernández 2008). Du-
rante más de setenta años en el poder, el Partido Revolucionario Institucional
15
Aunque la certeza jurídica en la tenencia de la tierra se incluye como una de las salvaguar-
das en la Estrategia Nacional redd+: “Certidumbre y respeto a los derechos de propiedad
de los habitantes y dueños de la tierra y al aprovechamiento sustentable de los recursos
naturales” (Conafor 2017, 71).
100
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
(pri) creó una maquinaria populista-corporativista que centralizó el poder
en el Gobierno federal y dio lugar a una élite política a través de estructuras
partidarias. Aunque el pri perdió las elecciones presidenciales en el 2000, las
formas de ejercicio del poder y la cultura política han cambiado con lentitud,
así que con el regreso del pri en el 2012, algunos de nuestros entrevistados
refirieron retrocesos en la democratización del país (Trench et al. 2018).
Entendemos al corporativismo esencialmente como un “sistema de repre-
sentaciones de intereses”, donde grupos organizados se constituyen en por-
tadores de los intereses de ciertos sectores de la población y son reconocidos
como tales por el Estado (Kashwan 2017, 14). Aunque generalmente el cor-
porativismo se presenta como algo negativo y sintomático de un déficit demo-
crático (Hernández 2008), Kashwan presenta el caso del corporativismo
mexicano —desde una perspectiva comparativa— como indicador del rela-
tivo éxito de las movilizaciones de base, al haber obligado a las élites políticas a
invertir en arreglos costosos de establecer y mantener (2017, 14). Para fines de
nuestra discusión, es importante reconocer cómo estas estructuras aceptadas
de intermediación han determinado algunas pautas en la implementación de
redd+, particularmente en el caso de las relaciones entre algunas asociaciones
regionales de silvicultores y la Conafor.
Otros rasgos relevantes del sistema político mexicano para entender la
implementación de casi cualquier política pública incluyen al clientelismo, el
caciquismo (a nivel regional) y el centralismo del Gobierno federal. Esencial-
mente, el clientelismo se refiere al “intercambio de bienes y servicios por apoyo
político y votos” (Schröter 2010, 142). Esta práctica refleja y sostiene una cul-
tura política donde todo es transacción, donde las organizaciones “se alinean”
al recibir apoyos del Gobierno, subsidios o puestos políticos. El caciquismo se
inserta en esta misma lógica y se refiere al ejercicio del poder informal, perso-
nal y arbitrario que prospera donde existen vacíos de poder u obstáculos para
contactar directamente a representantes del Gobierno (Solís Sánchez 2016).
Sin entrar en detalle, estos aspectos de las estructuras de intermediación polí-
tica limitan el pleno ejercicio de la ciudadanía, pues crean otras capas y formas
de ejercer poder que obstaculizan de alguna forma un proceso democrático
más amplio. Al mismo tiempo, la persistencia del centralismo, expresado de
101
Tim Trench, Antoine Libert Amico
forma más nítida en el control del presupuesto y en el diseño vertical de las
políticas públicas, desafía las ambiciones expresadas en la Estrategia Nacional
redd+ para mejorar la gobernanza local y la colaboración intersectorial.
Estas particularidades de la transición democrática en México16 y sus
expresiones regionales han sido relevantes para la implementación de redd+;
mientras que las lógicas clientelares y corporativistas siguen dando forma a
relaciones aún muy desiguales entre intermediarios y clientes, entre Estado
y organizaciones rurales.17 A pesar de los espacios de interacción creados por
redd+ entre diferentes niveles o sectores de gobierno y una gama de nuevos
actores (no gubernamentales), las viejas formas de gobernar y relacionarse
perduran. En este contexto, crear nuevas formas de participación y colabora-
ción ha sido un reto.
16
Los indicadores de gobernanza del Banco Mundial sugieren que, en ciertas áreas, el
Gobierno en México, yendo en contra de las tendencias generales en América Latina, está
reduciendo su rendición de cuentas y es menos efectivo en el control de la corrupción;
además, en las últimas dos décadas el indicador del “Estado de derecho” se ha encontrado
continuamente por debajo del promedio del continente (www.govindicators.org).
17
Un ejemplo de esto sería la apropiación de la marca redd+ por parte del entonces go-
bernador de Chiapas, Juan Sabines Guerrero, en el marco de la cop-16 de Cancún en
diciembre 2010. Beneficiando específicamente a los comuneros de la Comunidad Zona
Lacandona (unos bienes comunales de aproximadamente 450 000 ha, ubicados en la
selva Lacandona, Chiapas), este programa unilateral no contaba con un estudio técnico
o diseño de monitoreo, a la vez que estaba desvinculado tanto del mercado como del
proceso nacional de preparación para redd+. Reflejo de una larga tradición de relaciones
clientelares entre el Gobierno del estado de Chiapas y esta comunidad agraria, dicha ini-
ciativa aislada respondía a contingencias políticas de la administración estatal. Además, al
gobernador le permitió proyectar una imagen ambientalista fuera del estado. El pago de
dos mil pesos mensuales a cada uno de los casi 1 700 comuneros solo sirvió para motivar
fuertes críticas de parte de sectores de la sociedad civil y desacreditar al programa redd+
en el estado. No fue hasta 2014 que la Conafor volvió a emplear el término redd+ en
Chiapas.
102
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
Descentralización y gobernanza neoliberal
La descentralización implica la transferencia de poderes desde el Gobierno
central hacia niveles más bajos dentro de la jerarquía político-administrativa
y territorial (Agrawal y Ribot 1999). Acompañada de procesos de desregu-
lación del Estado y colaboraciones entre Gobierno y sociedad, la descentra-
lización es un amplio concepto paraguas que puede llegar a incluir acciones
diversas, como la desconcentración, entendida como descentralización admi-
nistrativa, donde los poderes son transferidos hacia niveles inferiores de go-
bierno que rinden cuentas a sus superiores (Ribot 2002), y la devolución, que
incluye la transferencia de atribuciones a Gobiernos e instituciones locales
(Larson y Soto 2008).
Al ser una federación con tendencias centralistas, la historia de control
nacional sobre las tierras y recursos naturales remite a una limitada descentra-
lización en México. Los niveles subnacionales de gobierno (estados y munici-
pios) cuentan con poderes limitados y generalmente dependen del Gobierno
federal para el diseño y la elaboración de los programas que ejecutan (y los
fondos con los cuales operar).
En el contexto neoliberal de la restructuración del Estado mexicano,
algunos sectores del Gobierno vivieron procesos de descentralización o pri-
vatización (p. ej. educación, salud, transporte, comunicaciones, explotación
del subsuelo, etc.). En el sector ambiental, las reformas crearon “organismos
desconcentrados” dentro de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Natu-
rales (Semarnat), incluidas la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegi-
das (Conanp) y la Conafor. Al ser representantes locales del Gobierno federal,
estos órganos son ejemplos de desconcentración más que de descentralización
de atribuciones a otros niveles de gobierno (Trench et al. 2018). Tal como
veremos más adelante, el financiamiento internacional de la gestión ambiental
en México derivó incluso en una recentralización de poderes y atribuciones en
el Gobierno federal.
Con relación a la privatización, un ejemplo relevante se encuentra en las
transformaciones del extensionismo rural en México. Si bien alguna vez fue
promovido por la colaboración entre institutos públicos de asistencia técnica
103
Tim Trench, Antoine Libert Amico
e investigación, el extensionismo vivió un proceso de outsourcing hacia la pres-
tación de servicios profesionales por parte de privados (Rendón et al. 2015)
que operan en un mercado de flexilidad laboral (si bien su éxito profesional
aún depende en gran medida de las redes sociales tejidas con funcionarios de
gobierno). Para el sector forestal, esto comenzó con la ley forestal de 1992.
A la par de la desconcentración de poderes y el fin de la asistencia téc-
nica pública al sector rural, el limitado proceso de descentralización en México
incluye la creación de espacios de coordinación intersectorial y participación
ciudadana. La participación local en la toma de decisiones ha sido fomentada
por nuevas legislaciones que decretan espacios como los consejos de desarro-
llo sustentable a nivel municipal, los comités de cuenca y los consejos asesores
de las áreas naturales protegidas (Trench et al. 2018). En el marco de las refor-
mas legislativas del cambio climático, el Gobierno decretó nuevos espacios de
coordinación interinstitucional que, si bien han sido formalizados, operan
de manera incipiente (Carrillo Fuentes y Velasco Ramírez 2016). Por ejemplo,
la Comisión Intersecretarial de Cambio Climático tiene la misión de imple-
mentar la Ley General de Cambio Climático (lgcc) coordinando sectores
y alineando políticas con el fin de mitigar el cambio climático, donde inclu-
yen la implementación de redd+. Sin embargo, muchos de los funcionarios
de gobierno y representantes de ong entrevistados se mostraron escépticos
sobre el alcance de este espacio (y otros parecidos a nivel estatal), opinando
que estos comités funcionan como espacios protocolarios, donde tomarse la
fotografía con personajes influyentes pareciera ser el objetivo más importante.
En Chiapas y Yucatán, los consejos técnicos consultivos redd+ han sido
los espacios más destacados de participación de la sociedad civil. Estos espa-
cios fueron establecidos a nivel nacional y estatal a partir de 2010, para apoyar
en lo técnico a la preparación e implementación de redd+. Estos consejos no
son vinculantes y no cuentan con presupuesto. Esto ha significado dificultades
en la representación de sectores marginados y también, en el caso de los con-
sejos estatales, una sobredependencia de las secretarías de Medio Ambiente
estatales, instancias que en la práctica determinan en gran medida la dinámica
de los consejos. En Chiapas, el Consejo Técnico Consultivo redd+ ha servido
como un importante espacio de coordinación para las preparaciones de la
104
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
estrategia, pero la participación se ha limitado al Gobierno del estado y a ong
ambientalistas, con pocos representantes federales y una representación casi
nula de las organizaciones rurales. Además, el lenguaje técnico especializado
que domina las sesiones del consejo ha provocado que el espacio sea menos
accesible para otros posibles interesados.
De esta manera, la construcción de nuevos esquemas de gobernanza en
el contexto de redd+, a través de consejos y agentes territoriales, ha sido un
reto por diversas razones, entre ellas las viejas formas de gobernar que per-
sisten, así como culturas sectoriales y presupuestos erráticos que inhiben la
colaboración. Sin embargo, más allá de las deficiencias institucionales, tam-
bién existen intereses comerciales poderosos cuyas agendas son difíciles de
armonizar con la Estrategia Nacional redd+ (Ravikumar et al. 2018).
Apropiación nacional de directrices internacionales:
el programa psa en México
México ha sido pionero en la implementación de psa en Latinoamérica. El
primer programa nacional, dirigido desde la Conafor, se implementó en 2003
e inicialmente se limitó al pago por servicios hidrológicos (psa-h). Más ade-
lante, el programa se amplió para incluir la captura de carbono y la conserva-
ción de la biodiversidad. Los diseñadores del programa en México, entre ellos
el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, proyectaban un
periodo de cinco años para la transición desde un tipo de subsidio federal a
un mercado formal de oferta y demanda de servicios ambientales. No obstante,
las cosas no se desarrollaron así. Por un lado, una tradición de control centrali-
zado de los recursos naturales por parte del Estado se reflejó en la renuencia de
la Conafor a seguir las recomendaciones de las agencias internacionales, como
pagos graduados según el riesgo de deforestación de cada predio18 (percibido
18
Según Cameron (2015, 16), el riesgo de deforestación es solo un criterio entre los muchos
considerados por la Conafor y representa menos del 10 % en la ponderación final. Ezzine
-de-Blas et al. (2016) afirman que en el 2010 la Conafor empleaba 26 criterios para
105
Tim Trench, Antoine Libert Amico
como políticamente “complejo”) y pagos individualizados a los ejidatarios.
Así, Conafor seguía pagando una cantidad uniforme por hectárea y, de alguna
forma, afirmó la legitimidad de la propiedad social al realizar los pagos a las
autoridades agrarias para su distribución interna (McAfee y Shapiro 2010).
A la vez, contingencias políticas también influenciaron la evolución del
psa en el país. Desde sus orígenes, el programa fue renegociado bajo presión
del movimiento “El Campo No Aguanta Más”, lo que derivó en un incremento
en los pagos por hectárea, limitaciones para la participación de la propiedad
privada y la inclusión de paisajes productivos, como cafetales bajo sombra
(McAfee y Shapiro 2010). A inicios del sexenio del presidente Felipe Calde-
rón, en 2006, un préstamo del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (gef,
por sus siglas en inglés) casi permitió cuadruplicar la superficie apoyada por el
programa. A pesar de esto, la Conafor siguió resistiendo las presiones de intro-
ducir bonos al mercado, y el objetivo de aliviar la pobreza ganó terreno sobre
las metas ambientales. Posteriormente, el Banco Mundial recomendó que no
se incluyeran actividades de agroforestería en los psa, y de nuevo la Conafor se
negó (McAfee y Shapiro 2010). En 2008, al renovar los contratos de psa exis-
tentes por cinco años adicionales, la Conafor afirmó el estatus de “subsidio
federal” del programa nacional de psa (Shapiro 2013, 13).
En 2010 se implementaron los primeros programas especiales de la
Conafor, enfocados a regiones de alta prioridad en cinco estados. Los pro-
gramas especiales buscaban asegurar una atención más integral a regiones
forestales prioritarias, reclutando técnicos locales para la implementación de
acciones orientadas a generar un desarrollo rural bajo en emisiones. Estos
programas se convirtieron posteriormente en las acciones tempranas redd+,
ejecutadas en cinco estados del país mediante importantes inversiones, mayo-
res psa por hectárea y otros programas forestales complementarios (Des-
champs, Zavariz y Zúñigar 2015; Trench et al. 2018).
El objetivo final del proceso redd+ es el “pago por resultados”, y depende
de un acuerdo de la cmnucc propuesto para 2020. Mientras tanto, México
decidir cuáles predios recibían psa, lo que refleja la diversidad de demandas incorpora-
das al programa.
106
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
está por implementar la Iniciativa de Reducción de Emisiones (ire), finan-
ciada por el Fondo de Carbono del Forest Partnership Facility (fcpf). Esta
propuesta dista del mecanismo internacional redd+, ya que no considera
almacenes de carbono ni bonos para el mercado, sino únicamente el pago por
resultados por deforestación evitada por la implementación de estrategias de
desarrollo bajas en emisiones.
Las iniciativas anteriores, que siguen las pautas de acuerdos y directri-
ces internacionales, ocurren en un contexto de severos recortes al presupuesto
federal, en particular al sector ambiental, debido a las políticas de “austeridad”
implementadas a partir de la disminución de los precios del petróleo en 2015.
Tras aumentos importantes en el presupuesto de la Conafor durante el sexenio
del presidente Calderón (2006-2012), especialmente en el rubro de psa, el
sector forestal sufrió una reducción de casi 50 % de su presupuesto entre 2015
y 2017, lo que afectó particularmente los programas de silvicultura comunita-
ria y psa (ccmss 2015; Trench et al. 2018).19
Actores “empoderados” en torno a redd+
La implementación de redd+ ha estado acompañada por una cantidad impor-
tante de ong de diferentes tipos, quienes han llenado los “vacíos técnicos”, de
conocimiento y de personal del propio Gobierno; en los términos de Castree
(2010a), han fungido como flanking mechanisms. A la vez, la implementación
de redd+ ha dado cabida a otros actores forestales ya existentes, como los
prestadores de servicios técnicos forestales (pstf) y las asociaciones regiona-
les de silvicultores (ars) presentes en las áreas de acción temprana redd+.
Esto significó el cierre de la Gerencia de Proyectos y Mercados Forestales de Carbono
19
y un menor enfoque en el manejo forestal comunitario, dada la desaparición de los pro-
gramas que atendían esta área, como el Programa de Fomento a la Organización Social,
Planeación y Desarrollo Regional Forestal (Profos) y el denominado Desarrollo Comu-
nitario Forestal de los Estados del Sur (Decofos).
107
Tim Trench, Antoine Libert Amico
Muchas ong locales trabajaron en el proyecto paraguas de la Alianza
México-redd+, una coalición de ong estadounidenses, y en menor grado
mexicanas, financiada por usaid. Esta alianza fue un actor notable en la imple-
mentación de acciones tempranas redd+ en los cinco estados selecciona-
dos por Conafor y en otras entidades como Oaxaca y Chihuahua. La Alianza
México-redd+ financió múltiples consultorías relacionadas con redd+, desde
estudios de deforestación hasta capacitaciones y evaluaciones, y tuvo un papel
determinante en la consolidación de la Estrategia Nacional redd+, en el esta-
blecimiento de niveles de referencia para las emisiones y en la construcción
de fondos regionales de cambio climático.20 También aportó al desarrollo de
los planes de inversión en algunas regiones para la siguiente fase de redd+ en
México, denominada Iniciativa de Reducción de Emisiones (ire).
Otro actor que tomó protagonismo en el marco del aumento de progra-
mas y recursos para bosques y selvas en el sector social es el pstf, obteniendo
importantes contratos y ejerciendo un poder considerable en las comunida-
des, mientras rinden cuentas solo ante Conafor. Varios entrevistados expresa-
ron su desconfianza hacia este actor, pues señalan la falta de transparencia en
torno a sus actividades y las oportunidades para la corrupción.21 Una evalua-
ción del Programa Especial de la Selva Lacandona22 señala que “un aparente
reparto territorial entre agencias técnicas […] conlleva a configurar proyectos
de desarrollo acorde con el perfil técnico de cada agencia”, y no con la planea-
ción participativa (Devhint 2015, 26). Así, el pstf figura como una especie de
agente libre, quien interpreta, promueve e implementa los programas de Cona-
for según su propia visión, y que tiene incentivos limitados para participar en
20
Alianza m-redd invirtió 33 millones de dólares durante un periodo de cinco años (2012-
2017). Ver http://www.alianza-mredd.org/.
21
Según Ezzine-de-Blas et al. (2016), este intermediario técnico busca minimizar los cos-
tos de transacción y evitar riesgos e incertidumbres, y toma así el camino más fácil para
maximizar sus propias ganancias, a veces a costa de los intereses de los propietarios de los
bosques.
22
El nombre completo del programa fue Programa Especial para la Conservación, Restau-
ración y Aprovechamiento Sustentable de la Selva Lacandona (pesl).
108
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
nuevos espacios de gobernanza o promover la planeación participativa.23 Tam-
poco existen garantías de que el técnico aplicará la política y los programas
con una visión holística, tal como propone redd+, y tomando en cuenta las
actividades agropecuarias en el quehacer forestal. En cambio, en las comunida-
des forestales es común que el pstf se perciba como una figura de autoridad e
influencia, con una relación privilegiada con el Gobierno (Conafor) y con los
conocimientos para “bajar” (gestionar) los fondos.
Un tercer actor de relevancia para redd+ son las asociaciones regionales
de silvicultores (ars), organizaciones surgidas a partir de cambios en la legisla-
ción forestal en 2003 y promovidas por la Conafor como contraparte social de
las Unidades de Manejo Forestal (Umafor). En los hechos, la historia de estas
asociaciones de silvicultores está marcada por relaciones clientelares y políticas
partidarias (Merino et al. 2008). Otras asociaciones han sido creadas por los
pstf con el fin de aumentar las posibilidades de recibir financiamiento, pues
los ejidos miembros de una ars reciben más puntos en las evaluaciones de
la Conafor. En estos casos, las ars pueden quedar a expensas del pstf; sin
embargo, algunas ars de corte más independiente se han apropiado de la fi-
gura para ganar visibilidad frente a la Conafor en busca de acceder a recursos.
En Chiapas existe una nueva asociación civil, Bosques y Gobernanza A. C.,
fundada en 2015, que aglutina seis asociaciones de silvicultores en busca de
mayor voz e influencia en sus negociaciones con el Gobierno, mediante la or-
ganización de foros y congresos sobre el tema de bosques y cambio climático,
y exigiendo acciones en torno a la tala ilegal y la legalización de predios irre-
gulares. Las ars tuvieron un papel central en el proceso inicial de redd+,
particularmente en la consulta nacional de la Estrategia Nacional redd+, en
donde fungieron como un público privilegiado al ser el único sector de la po-
blación rural que recibió talleres informativos sobre redd+.24
23
Por ejemplo, el instrumento de planeación participativa a nivel ejidal, el Programa Predial
de Desarrollo Integral de Mediano Plazo, o P-Predial.
24
Cabe agregar que estos talleres solo tuvieron lugar si el pstf de la ars correspondiente
gestionó los fondos de la Conafor para llevar a cabo los eventos que formaban parte de la
consulta nacional de la Estrategia Nacional redd+ en 2014-2015.
109
Tim Trench, Antoine Libert Amico
El efecto de todo esto es la materialización de un campo de interacción
poblado por diversos actores que buscan plasmar sus intereses en el proceso
redd+ a nivel nacional, subnacional y de cada proyecto. Las discusiones y
acciones en torno a redd+ han consolidado una nueva comunidad episté-
mica de ong y consultores, donde temas como el financiamiento de redd+,
las salvaguardas y el monitoreo son cada vez más complejos y, para muchos,
difíciles de entender. A la vez, los contratos y convenios son de corto plazo y
las coaliciones que surgen en torno a ciertos problemas o acciones territoriales
tienden a disolverse cuando el financiamiento se termina —según un entrevis-
tado, prevalece un ambiente de “oportunismo”.
A pesar de los esfuerzos formales para armonizar las acciones guberna-
mentales en las áreas de acción temprana redd+, otros actores trabajan en
los márgenes, siguiendo agendas distintas y aprovechando las oportunidades
que se les presentan. En la selva Lacandona se observaba la reconstrucción de
relaciones clientelares y corporativistas a través de los programas e inversio-
nes de Conafor (Rodríguez 2018). Este es, en efecto, un escenario en donde
muchos actores no rinden cuentas frente la sociedad, sino que compiten
entre sí para implementar agendas cuyos orígenes muchas veces se encuen-
tran lejos de ellos. Pareciera que la inestabilidad, las indefiniciones (en torno
al financiamiento y la implementación de redd+) y las constantes evaluacio-
nes ya son parte del paquete.
redd+ como instrumento de neoliberalización en México
Ahora bien, considerando de nuevo las siete características del neoliberalismo
propuestas por Castree (2010a, b 2011), podemos discernir hasta qué punto
redd+ actúa como un agente de neoliberalización en los casos presentados:
a) Privatización.— Una característica que va a contracorriente en el escena-
rio neoliberal es la supervivencia de la propiedad social en México y en
particular la existencia de bosques y selvas de uso común. Los núcleos
agrarios en Chiapas y Yucatán siguen siendo dueños de dos tercios de los
110
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
bosques. Entonces, estos recursos no se han privatizado en términos estric-
tos, pero sí se han convertido en moneda de cambio en las negociaciones
con agentes externos interesados en la conservación de los bosques. Ade-
más, los nuevos esquemas de gobernanza y monitoreo introducidos en las
acciones tempranas redd+ han restringido —en menor o mayor grado—
el acceso a los bosques y sus recursos en las áreas bajo psa. Así, aunque no
hay privatización formal, puede haber nuevas medidas de exclusión o un
endurecimiento en los reglamentos ejidales para cumplir con los términos
de los contratos firmados con la Conafor.
Sin duda, el futuro del sector de propiedad social es incierto y existen
opiniones muy variadas al respecto. En los ejidos y comunidades con im-
portantes superficies forestales, muchas veces ubicadas cerca o dentro de
áreas naturales protegidas, redd+ podría tener un efecto positivo en la
gobernanza local, con la revaloración de los bosques, inversiones en in-
fraestructura, capacitación y proyectos productivos bajos en emisiones.
No obstante, fuera de estas regiones, los núcleos agrarios se encuentran
vulnerables frente a la competencia de agroempresas, crédito caro y pre-
cios volubles para sus productos, lo que dificulta la conservación de sus
bosques. La otra cara de la privatización es la desposesión. Sin duda, el
mercado informal de tierras está creando concentraciones, pero la pro-
piedad social puede actuar como limitante en esta dinámica. La nueva
Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable establece, en su artículo
131, que los beneficios derivados del manejo forestal (incluida la mejora
de los servicios ambientales, como la captura de carbono) corresponden
al dueño o poseedor del predio; sin embargo, persisten rezagos e incerti-
dumbres que dejan vulnerable a la propiedad social frente la amenaza de
desposesión.
b) Mercantilización.— La evolución del programa nacional de psa en México
demuestra que en uno de los países más “neoliberales” del mundo (Hewitt
de Alcántara 2009; Shapiro 2013) puede haber procesos de resistencia
que limitan la forma en que la neoliberalización mercantiliza la naturaleza
a partir de instrumentos como el psa y redd+. Las organizaciones socia-
les lograron diluir los intentos de introducir mecanismos de mercado al
111
Tim Trench, Antoine Libert Amico
programa y restar control del nivel federal (Shapiro 2013). Además, en
contra de recomendaciones del Banco Mundial, el programa terminó enfo-
cándose más en el combate a la pobreza que en el riesgo de deforestación,
que ha sido un criterio cada vez menos importante en la definición de las
áreas elegibles para psa (Cameron 2015; Ezzine-de-Blas et al. 2016). Por
esto, Shapiro (2013) argumenta que el resultado es un programa híbrido,
producto de diferentes puntos de articulación entre distitintos actores con
intereses desiguales. Las transferencias de dinero hacia los ejidos y comu-
nidades, más que seguir una lógica neoliberal y mercantil, reflejan un uso
de los recursos monetarios con fines políticos, populistas y corporativis-
tas, y el programa de psa se percibe como un subsidio más. De ahí que
muchos entrevistados no tuvieran claro cómo la Conafor iba a lograr la
transición de una estrategia redd+ subsidiada y dirigida a núcleos agra-
rios (hasta la fecha) hacia un eventual esquema de pagos por resultados,
sujeto a monitoreo, reporte y verificación, así como a los precios fluctuan-
tes de los bonos de carbono en el mercado internacional.
c) Retiro del Estado o desregulación.— México siguió en gran medida las recetas
neoliberales, y muchas instituciones públicas sectoriales fueron desman-
teladas durante las décadas de 1980 y 1990. Las “reformas estructura-
les” efectuadas en diversos sectores por el gobierno del presidente Peña
Nieto (2012-2018) señalan que este proceso ha continuado; sin embargo,
a pesar de recientes recortes al sector ambiental, es interesante notar una
tendencia contraria. En la mayoría de los países de Latinoamérica, los
departamentos y ministerios encargados de cuestiones ambientales han
visto un aumento exponencial en sus recursos y, por ende, en su partici-
pación directa o indirecta en la gestión ambiental (Miller 2007). De esta
manera, los aumentos en el presupuesto de la Conafor entre 2001 y 2015
para el manejo del programa redd+ y la intensificación de ciertos tipos
de “gobernanza” (más leyes, actores, monitoreo y espacios de interacción)
podrían leerse como contrarias al dogma neoliberal. Por su parte, los pstf
representan un modelo de extensionismo producto de la privatización de
los servicios públicos de asistencia técnica y asesoría al campo. Los pstf
son consultores independientes, producto de la flexibilización laboral; sin
112
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
embargo, por sus fuertes lazos directos con el personal de Conafor (lazos
que inciden en sus posibilidades de ser aprobados para el financiamiento
público), los pstf representan más una penetración del Estado en las
cuestiones forestales que un retiro.
d) Rerregulación (amigable con el mercado).— redd+ es, en teoría, un exce-
lente ejemplo de esta tendencia neoliberal. La preparación para la imple-
mentación de redd+ en México ha significado ajustar los marcos jurídicos
a diferentes niveles, constituir nuevos espacios y capas de gobernanza, crear
sistemas de salvaguarda y generar cuantiosos estudios, planes y estrategias.
El efecto acumulativo ha sido una rerregulación del sector forestal con base
en exigencias (y fondos) internacionales; sin embargo, si bien las comuni-
dades forestales denuncian que la sobrerregulación del sector constituye
un obstáculo al acceso a los programas, la capacidad de implementar estas
regulaciones y vigilar su cumplimiento ha sido limitada.
e) El uso de mecanismos de mercado dentro del sector gubernamental.— Como
hemos visto en el inciso a), en el caso de la política forestal en México
observamos ciertas renuencias e inercias respecto a la incorporación de
mecanismos de mercado dentro de las políticas gubernamentales. Esto
tiene que ver con una tradición centralizada (y nacionalista) y los límites
puestos por lo que es “políticamente posible” en una coyuntura particular.
El mercado de redd+ aún no se vislumbra: hasta la fecha, las acciones
tempranas redd+ han sido financiadas por préstamos de la banca interna-
cional y donativos, y la siguiente fase para pilotear redd+ —la Iniciativa
de Reducción de Emisiones— contempla un esquema que invierte en
actividades bajas en emisiones, para posibilitar una distribución de bene-
ficios más allá de los propietarios (Skutsch Balderas y Carrillo Fuentes
2017).
f) La promoción de mecanismos colaterales (flanking mechanisms) dentro de
la sociedad civil.— En la gobernanza ambiental en México observamos un
doble proceso en donde el Estado cede lugar a otros actores, desde pstf
hasta ong, quienes hacen parte del trabajo que antes hacía el Estado (diag-
nosticar, promover, operar y monitorear programas), pero a la vez construye
nuevas regulaciones. Pero para diseñar y redactar estas nuevas regulaciones,
113
Tim Trench, Antoine Libert Amico
el Gobierno ha hecho uso de consultores, quienes, como consecuencia, han
extendido su autoridad. Entonces, un primer grupo de actores de la socie-
dad civil —ong ambientalistas internacionales y algunas nacionales—
cumplen el papel de mecanismos colaterales, en cierta medida reproduciendo
las ortodoxias neoliberales de la política ambiental en nuevos campos de
interacción. A la vez, otras ong nacionales y organizaciones rurales usan su
capacidad de movilizar las bases para perseguir cambios desde nuevas pla-
taformas de participación, como los consejos técnicos consultivos redd+.
Algunas de estas organizaciones de segundo nivel, en particular las de las
comunidades forestales, han entendido redd+ como una oportunidad
para empoderarse y han logrado colocarse en espacios de influencia a dife-
rentes niveles, incluso en lo internacional. Sin embargo, otros actores terri-
toriales a nivel de los estados, como las cooperativas de café en el caso de la
Sierra Madre de Chiapas o comunidades forestales no organizadas, no han
tenido participación en las estrategias subnacionales hasta la fecha. De tal
suerte, existen “ganadores” y “perdedores” en este sentido.
g) La creación de individuos y comunidades “autosuficientes”.— Como hemos
visto, los programas que han acompañado a los psa, especialmente en las
acciones tempranas redd+, han buscado fortalecer la gobernanza local en
torno a los bosques en propiedad social. Esto pareciera ir en contra de las
pautas de la neoliberalización, con su énfasis en la individualización, pero
según Castree, la creación de comunidades autosuficientes es parte del
retiro del Estado; es una estrategia que busca reducir la dependencia en
sus servicios y subsidios. Sin embargo, surge otra contradicción: la con-
dición permanente de crisis experimentada por la mayor parte del campo
mexicano ha fomentado cada vez más la dependencia de los subsidios
federales (tanto sociales como productivos) y de las remesas enviadas por
migrantes. La falta de autosuficiencia también es resultado de las políticas
neoliberales dirigidas hacia el campo.
En este sentido, observamos que la implementación de redd+ en México
cumple solo de manera parcial con las características del neoliberalismo pres-
critas por Castree. Aunque este es, sin lugar a duda, un proyecto neoliberal en
114
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
su concepción, su implementación en el México actual vislumbra una serie
de contradicciones entre el modelo conceptual del neoliberalismo y la prác-
tica política nacional. La traducción de políticas internacionales en programas
nacionales crea una hibridación compleja y particular; el ejemplo de redd+
en dos estados del sur de México invita a reconocer las particularidades locales
frente a paradigmas globales.
Quizá el marco de análisis del neoliberalismo no es apropiado para enten-
der los procesos que están ocurriendo en la coyuntura actual. Algunos auto-
res incluso hablan del inicio de una nueva fase posneoliberal del capitalismo
global, que surge a partir de las fuertes intervenciones estatales realizadas para
salvar el sistema financiero en 2007-2008 ( Jackson, Kim y Comaroff 2011;
Robinson 2015). Los aumentos en el populismo y proteccionismo, cuyos
ejemplos más contundentes recaen en el brexit y en Trump, han alimentado
las visiones de un capitalismo posneoliberal (Scoones et al. 2017). A su vez,
existen tensiones internas que se manifiestan cuando los mismos recortes pre-
supuestales y las políticas de austeridad no permiten que el Estado mantenga
su autoridad, lo que lleva al abandono de ciertos programas (incluido, irónica-
mente, el cierre del departamento de Conafor dedicado a carbono forestal y
proyectos en el 2015). De esta manera, queda el desafío de reconocer el com-
plejo panorama socioambiental mexicano, donde actores diversos con intere-
ses propios enarbolan estrategias particulares de adaptación. México, siempre
al pendiente de los debates internacionales sobre cambio climático —que han
sido una fuente principal de ingresos para sus operaciones, particularmente
en el marco de los recientes recortes presupuestales—, ha sabido moldear sus
experiencias internas para presentar una imagen de liderazgo en el escenario
internacional respecto a la implementación de redd+.
Conclusiones
Entonces, podemos decir que redd+ es, de hecho, conceptualmente neoli-
beral; sin embargo, en México el proyecto se articuló con particularidades na-
cionales que incidieron en su implementación: a) la mayoría de los bosques
115
Tim Trench, Antoine Libert Amico
y selvas del país se encuentran bajo la jurisdicción de núcleos agrarios con
prácticas de gestión colectiva de los espacios de “uso común”, herencia de la
primera reforma agraria en el continente americano; b) las estructuras corpora-
tivistas y formas clientelares de mediación política en México —otra herencia
del proceso de institucionalización de la Revolución mexicana— incidieron en
los modos de operar y participar en este y otros programas gubernamentales;
c) la particular forma de desconcentración administrativa (más que descen-
tralización) en el país permitió una centralización del manejo de programas
internacionales, como psa y redd+, contraponiendo tendencias autoritarias
a las formas de gobernanza neoliberal que plantean los financiadores interna-
cionales del proyecto, y d) actores diversos con intereses divergentes buscaron
plasmar su agenda particular en el proyecto, lo que derivó en reconfiguracio-
nes y redistribuciones de poder a través del proceso. Muchos de estos actores
compiten por recursos limitados e inciertos, de origen federal e internacional,
para seguir dentro del “juego” de redd+, el cual puede forjar posturas de corto
plazo, oportunistas y competitivas. Aunque las acciones tempranas redd+ to-
davía no han reflejado el mercantilismo neoliberal, es muy palpable la cuestión
gerencial en torno a la implementación de redd+ al considerar la plétora de
estrategias, metodologías, planes de inversión, fomento de buenas prácticas y
todo el bagaje de terminología asociada.
Es particularmente interesante ver cómo el Estado ha generado condi-
ciones para adaptar a nivel nacional una propuesta internacional, favoreciendo
ciertas pautas y formas de hacer política. Si bien mencionamos que Conafor
injertó redd+ sobre su programa previo de psa, también se puede decir que,
de alguna manera, esta institución federal (dedicada inicialmente a la gestión de
la producción maderable) se “injertó” a sí misma sobre los trabajos de mitiga-
ción y adaptación al cambio climático (procesos complejos que incluyen temas
variados, como reducción de emisiones, producción sustentable y reducción de
riesgos) en México. Aquello que era considerado en un inicio como incentivo
para la integración al mercado fue convertido en subsidio federal e integrado
así a un quehacer político que reproduce prácticas clientelares de compra de
votos y lealtades.
116
¿Es redd+ un instrumento de neoliberalización?
Si bien partimos de debatir si el proceso redd+ es o no neoliberal (en
su alusión al adelgazamiento del Estado y mayor poder otorgado al mercado),
observamos que las formas de implementación (traducción) de redd+ en
México pueden llevar a un proceso contrario: al fortalecimiento del Estado y
la consolidación de su papel por encima de los mercados internacionales. Esto
nos lleva a vislumbrar un análisis que oscila entre dos polos: el neoliberalismo
por una parte y, por otra, un nuevo tipo de populismo autoritario del Estado. Si
bien es tentador caer en uno de los polos opuestos, este análisis invita a obser-
var los matices expresados en este proceso, más allá del binomio neolibera-
lismo–autoritarismo, para lograr percibir las formas en que estos procesos se
complementan, chocan y combinan en el ámbito local, así como observar sus
impactos en los ecosistemas y las comunidades.
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125
3
¿Pueden los pagos por servicios ambientales
frenar la deforestación en la frontera agrícola
de Nicaragua? Un análisis desde los sistemas agrarios*
Gert Van Hecken
Pierre Merlet
Universidad de Amberes, Universidad Centroamericana
Mara Lindtner
Universidad de los Recursos Naturales y las Ciencias de la Vida
Johan Bastiaensen
Universidad de Amberes, Universidad Centroamericana
Introducción
Los pagos condicionados para incentivar a los pequeños productores a adop-
tar prácticas favorables para el medio ambiente resultan ser una idea muy atrac-
tiva, como lo demuestra la vertiginosa cantidad de proyectos piloto y artículos
académicos sobre pagos por servicios ambientales (psa; Schomers y Matzdorf
2013; Wunder 2015). Especialmente en contextos agrarios, los pagos directos
se consideran más eficientes y efectivos que los enfoques alternativos “indi-
rectos” o “impositores” (Ferraro y Kiss 2002; Wunder 2005). Puesto que los
participantes suelen ser productores pobres de los países en vías de desarrollo,
* Este texto es una versión adaptada de un artículo publicado en inglés por los mismos
autores en la revista Ecological Economics en 2017 “Can financial incentives change
farmers’ motivations? An agrarian system approach to development pathways at the
Nicaraguan agricultural frontier”. Ecological Economics. http://dx.doi.org/10.1016/j
.ecolecon.2016.12.030.
127
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
también se tiende a considerar que los esquemas de psa son atractivos esce-
narios donde todos ganan, ya que se mitiga la pobreza y al mismo tiempo se
conserva la naturaleza (Pagiola, Arcenas y Platais 2005; Muradian et al. 2013).
La evidencia empírica demuestra, sin embargo, que las supuestas ventajas
de los psa no son universales. Una creciente cantidad de estudios subraya que
los resultados de los esquemas de psa son impredecibles, y sus consecuencias
sociales y ambientales son ambiguas (Pattanayak, Wunder y Ferraro 2010;
Adhikari y Agrawal 2013). Esas constataciones se reflejan asimismo en un
corpus de literatura crítica que advierte sobre los efectos sociales y ecológicos
potencialmente perjudiciales de las intervenciones emanadas de visiones del
mundo excesivamente simplistas, apolíticas y técnico-económicas, como pue-
den ser los proyectos de psa (McAfee 1999; Kosoy y Corbera 2010; Büscher
2014; Van Hecken, Bastiaensen y Windey 2015a).
La episteme que sustenta buena parte de la propuesta de los psa se basa
en nociones tecnocráticas de las relaciones entre seres humanos y medio
ambiente, como sistemas manejables que pueden alterarse de modo predeci-
ble, en consonancia con el argumento de que las motivaciones de los actores
se basan en una racionalidad económica universal (Van Hecken y Bastiaensen
2010a). Sin embargo, estudios recientes sugieren que los incentivos no finan-
cieros (p. ej., asistencia técnica agrícola, intercambio de información o presión
social) pueden ser motivaciones más potentes que los pagos para conducir a
cambios en patrones de uso de suelo, y que los esquemas de pagos no nece-
sariamente mejoran la eficiencia económica y la sostenibilidad de las accio-
nes de conservación a largo plazo (Van Hecken y Bastiaensen 2010b; Hayes
2012; Narloch, Pascual y Drucker 2012; Rode, Gómez-Baggethun y Krause
2014). Los efectos que tienen los pagos sobre el comportamiento ambiental
dependen de diversos factores, entre ellos las características de los acuerdos
de pago, las nociones locales de justicia y el arraigo psicológico, cultural y
social del comportamiento deseado (Gneezy y Rustichini 2000; Van Hecken,
Bastiaensen y Vásquez 2012; Muradian et al. 2013; Martin et al. 2014; Ezzine
-de-Blas et al. 2019). De modo inevitable, los pagos interactúan entonces
con las motivaciones intrínsecas y con las prácticas y lógicas históricamente
128
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
institucionalizadas, menoscabando (excluyendo) o reforzando (atrayendo)
comportamientos y actitudes beneficiosas para el medio ambiente (Rode,
Gómez-Baggethum y Krause 2014).
Gradualmente, emerge evidencia empírica acerca de las interacciones
entre incentivos monetarios y no monetarios (con los correspondientes arre-
glos institucionales), así como sobre su efecto sostenido en la gobernanza de
los ecosistemas (Rode, Gómez-Baggethum y Krause 2014; Ezzine-de-Blas et
al. 2019). La investigación existente se basa principalmente en la economía
experimental (Cárdenas, Stranlund y Willis 2000; Bowles 2008; Narloch, Pas-
cual y Drucker 2012; Kits, Adamowicz y Boxall 2014), y si bien esos plan-
teamientos generan información valiosa sobre la dinámica de los procesos de
toma de decisión, tienen el gran inconveniente de asumir que el comporta-
miento de las personas en experimentos artificiales y simplificados refleja de
manera fiel su comportamiento en las interacciones mucho más complejas,
variadas y repetidas del mundo real. Puesto que el argumento de la atracción o
el desplazamiento de las motivaciones se basa precisamente en la posibilidad
de un cambio en las percepciones y motivaciones —por lo tanto, en preferen-
cias y opciones inestables— a lo largo del tiempo y a través de arreglos institucio-
nales, entonces, la validez externa de esos planteamientos puede estar en duda.1
La investigación actual sobre el desplazamiento de las motivaciones se
basa en marcos conceptuales tales como la teoría de la autodeterminación
(Ezzine-de-Blas et al. 2018), la cual vincula los procesos psicológicos inter-
nos a los incentivos externos y asume así que determinados motivos indivi-
duales resultan en determinadas acciones. Si bien esas teorías reconocen que
las motivaciones se construyen socialmente y, por lo tanto, ofrecen ideas inte-
resantes sobre la influencia de los contextos institucionales en las motivaciones
1
Henrich, Heine y Norenzayan (2010, 29) han argumentado de manera convincente
que se ha hecho demasiada investigación experimental con gente de los países occiden-
tales —educados, industrializados, ricos y democráticos [países weird, por sus siglas en
inglés]—, mientras que la mayoría de la gente vive en contextos culturales e instituciona-
les muy diferentes; por lo tanto, hacer generalizaciones a partir de los resultados de tales
investigaciones resulta particularmente problemático.
129
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
individuales, implícitamente suponen un accionar autónomo, irrestricto y uni-
forme de los seres humanos en su capacidad de convertir las motivaciones en
determinadas acciones o resultados materiales. Así, esas teorías pasan por alto
en gran medida los efectos desiguales de las restricciones estructurales o institu-
cionales sobre el actuar individual. La comprensión de la forma según la cual
diferentes estructuras de incentivos influyen de manera distinta sobre la con-
ducta de los individuos exige, por tanto, poner atención a las desigualdades
sociales, a las diferencias en el margen de maniobra de dichos individuos y a
la diversidad de sus medios de subsistencia (Cleaver 2005; Milne y Adams
2012); precisamente porque las diversas posiciones a partir de las cuales los
actores se involucran en procesos decisorios no solamente afectan sus moti-
vaciones, sino también el alcance de sus acciones (Cote y Nightingale 2012).
Todas las sociedades y las comunidades son grupos heterogéneos compues-
tos de actores con intereses diferentes y estrategias diversas, a veces opuestas,
en lo que atañe a los recursos (Li 1996; Hall et al. 2014). Debido a esto, es
crucial entender que las instituciones producen significados divergentes y, asi-
mismo, variados factores propiciatorios o restrictivos para los diferentes acto-
res (Leach, Mearns y Scoones 1999).
A fin de entender cómo reacciona la gente ante la introducción de nue-
vos marcos institucionales, necesitamos trasladar nuestro análisis del nivel in-
dividual a la relación dinámica y recursiva entre el nivel micro (las decisiones
individuales concernientes al cambio de uso de la tierra) y el nivel interme-
dio (la dinámica colectiva socioinstitucional en territorios específicos). Por lo
tanto, entender los efectos del desplazamiento de las motivaciones, de la sos-
tenibilidad del comportamiento “proambiental” y de las acciones humanas
socialmente situadas significa que debemos adoptar un enfoque histórico y so-
cialmente informado ante la dinámica socioambiental emergente en determi-
nados contextos territoriales.
En la misma línea de la literatura reciente (Leach, Scoones y Stirling
2010; Bastiaensen et al. 2015; Fazey et al. 2015), este capítulo adopta un enfo-
que de rutas de desarrollo, pero va más allá del uso metafórico actual de ese
concepto, pues desarrolla un planteamiento más operativo de las rutas rura-
les territoriales. Exploramos en qué medida el uso de un enfoque de sistema
130
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
agrario (Dufumier 1996; Mazoyer y Roudart 2006; Cochet 2012) puede ayu-
darnos a analizar esas rutas. Mediante una evaluación empírica de un proyecto
de psa en Nicaragua, este enfoque permite una comprensión más significa-
tiva e integral de las interacciones dinámicas y reflexivas entre la estructura
institucional y el actuar individual. En la segunda sección discutimos la base
epistemológica y las implicaciones metodológicas del enfoque de sistema
agrario, y demostramos que este permite relacionar reflexivamente diferen-
tes tipos de estrategias de vida individuales de los productores con un colectivo
más amplio de rutas de desarrollo. En la parte que sigue aplicamos este ins-
trumento conceptual-metodológico para evaluar la dinámica territorial en la
frontera agrícola de Nicaragua. Por último, en la sección cuarta mostramos
que este enfoque nos permite reflexionar sobre las implicaciones de los psa y
de otras intervenciones de conservación y desarrollo en las motivaciones de
los productores y sus prácticas de uso de tierras.
Desentrañar las complejidades socioambientales
en territorios rurales mediante el concepto de sistema agrario
Rutas de desarrollo y estrategias de vida
Los territorios rurales son sistemas complejos y dinámicos resultantes de la
interacción de procesos naturales y humanos, lo que da lugar al establecimiento
de determinados paisajes físicos moldeados por las acciones, percepciones,
ideas y aspiraciones de la gente (Setten 2004; Rizzo et al. 2013); no obstante, al
mismo tiempo, las condiciones ecológicas que caracterizan a dichos paisajes físi-
cos las limitan. Los elementos humanos y naturales están entonces interrelacio-
nados y coevolucionan en interacción (Folke et al. 2005) con el conocimiento
científico acerca de esta realidad natural-humana, e inevitablemente están
influenciados por determinados marcos sociopolíticos y culturales a través de
los cuales intentamos entender o hallar sentido a lo que percibimos como “rea-
lidad” (Leach, Scoones y Stirling 2010). Así pues, no tiene sentido analizar lo
social y lo natural como si fueran subsistemas separados, precisamente porque
131
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
las dinámicas del sistema solo existen en su interacción (Hukkinen 2014; Van
Hecken, Bastiaensen y Windey 2015b). Más aun, los territorios rurales han
sido coproducidos por la actividad humana, de manera que son ecosistemas cul-
tivados (Mazoyer y Roudart 2006), cuyo estado presente depende de trayec-
torias históricas y decisiones determinantes en momentos críticos del pasado
(Liu et al. 2007). Por tanto, la reconstrucción histórica y multidimensional
de los sistemas socioambientales tiene que recibir la atención debida, puesto
que ayuda a entender su situación actual y evita hacer evaluaciones estáticas
instantáneas de la realidad (Leach, Scoones y Stirling 2010).
Desde esta perspectiva, las interacciones entre seres humanos ocurren
en condiciones históricas y agroecológicas específicas, y conducen al surgi-
miento de determinadas rutas de desarrollo en torno a proyectos de moviliza-
ción social que se ajustan y hacen viables trayectorias individuales específicas
(Scoones y Wolmer 2002; Bastiaensen et al. 2015). Una ruta de desarrollo
surge a raíz de la creación y mantenimiento de un conjunto de ideas com-
partidas, junto a regularidades o patrones de estrategias de vida que se cum-
plen entre determinados grupos sociales (De Haan y Zoomers 2005, 42;
Bastiaensen et al. 2015). Refleja ideas sobre “el modo correcto de hacer las
cosas”, percepciones configuradas por la historia y la cultura (Cleaver 2012)
circulan en redes sociales y suscitan determinadas reglas de juego, lo cual con-
duce a determinados patrones relacionales. Todo esto influye en el actuar y
en las capacidades de los individuos, y propicia o limita la implementación
de determinadas trayectorias específicas en cuanto a las estrategias de vida
(Bastiaensen et al. 2015).
En particular, las rutas colectivas de desarrollo territorial determinarán las
modalidades de acceso de los actores a los recursos. Aquí entendemos acceso
como la “capacidad de beneficiarse de algo” (Ribot y Peluso 2003, 153), y se
refiere a los mecanismos socioinstitucionales que gobiernan las posibilidades
de tener y usar los recursos, así como a las condiciones que determinan las
oportunidades para sacarle provecho a dicho uso. En ese proceso de lograr y
mantener el acceso habrá ganadores (actores que logran involucrar a otros en
sus propios puntos de vista mediante poder, recursos y beneficios) y perdedores
132
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
(aquellos que tienen menos voz y menos poder, cuyas opiniones se escuchan
menos y que obtienen menos beneficios).
No obstante, ninguna de estas rutas es inmutable: se abren y cierran en
forma dinámica e impredecible. En efecto, pese a la presencia de un limitado
actuar restringido, situado (y diferenciado), los hogares e individuos constan-
temente están interpretando, probando y desarrollando ideas; desafiando y
renegociando las reglas del juego, y manteniendo o cambiando sus redes socia-
les. Mediante sus éxitos y fracasos, co-construyen continuamente los territo-
rios humanos a los que pertenecen, e influyen en los procesos que definen las
rutas de esos territorios. Al hacerlo, se dan cuenta de su potencial para cambiar
las rutas de desarrollo y abren oportunidades para implementar futuras estra-
tegias de vida. Desde una perspectiva de intervención concreta que busca la
conservación de los recursos naturales y una vía para el desarrollo, esto sig-
nifica que necesitamos entender críticamente qué actores obtienen cuáles
beneficios del surgimiento de determinadas rutas de desarrollo (dominantes,
subalternas e incluso imaginarias), y a partir de ese entendimiento, hacer apor-
tes críticos a los debates en que participan los actores respecto a incentivos
específicos u otro tipo de intervenciones.
El concepto de sistema agrario
Un enfoque teórico-metodológico muy útil para desentrañar las complejida-
des multiescala de las realidades rurales y sus dinámicas de cambio, enfocado
concretamente en las prácticas y motivaciones del productor a diferentes esca-
las, es el concepto de sistema agrario, desarrollado dentro del enfoque de la
agricultura comparada (Dufumier 1996; Mazoyer y Roudart 2006; Cochet
2011, 2012). A diferencia de otros estudios agronómicos más tradicionales
que tienden a limitar su enfoque al ámbito de la finca, este planteamiento
afirma que el análisis de la dinámica rural debe comenzar en el nivel del paisaje
(Rizzo et al. 2013), puesto que esa es la escala en la que se despliega la suma
de las consecuencias de las prácticas agrícolas implementadas por los produc-
tores. Sin embargo, los elementos constitutivos de un paisaje determinado
133
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
no deben analizarse por separado, precisamente porque los resultados de las
interacciones en los niveles inferiores configuran la evolución de la totalidad
del territorio en una dirección específica (Cholley 1946).
Si bien el concepto de sistema agrario se ha descrito de diversas maneras,2
seguimos a Cochet (2012) cuando afirma que:
[…] el sistema agrario abarca primero que nada el modo de explotación de
un espacio geográfico determinado. Este modo de explotación incluye: (1) las
características de uno o varios agro-ecosistemas; (2) un modus operandi, que a
su vez se caracteriza por el patrimonio técnico de los agricultores (herramientas,
conocimientos, prácticas, saberes que han evolucionado con el tiempo); (3) el
modo en que los humanos han transformado el ambiente al paso del tiempo; (4)
el paisaje resultante; (5) las relaciones entre los distintos agro-ecosistemas que
componen el ambiente; (6) los mecanismos de renovación de la fertilidad del
suelo. El sistema agrario incluye asimismo las relaciones sociales de producción y
comercio que han conducido a su implementación y desarrollo (particularmente
las condiciones que influyen en el acceso a recursos) así como las condiciones
que influyen en la distribución del valor añadido resultante. Ello incluye una limi-
tada cantidad de sistemas de producción, los mecanismos por los que se diferen-
cian esos sistemas, y sus respectivas trayectorias. Finalmente, incluye también
las características de la especialización y de la división social del trabajo, dentro
de cada sector, y las condiciones económicas, sociales y políticas —particular-
mente los sistemas de establecimiento de precios relativos— que influyen en
la integración de los productores a los mercados globales (Cochet 2012, 130).
Una de las principales premisas de este planteamiento es que en cada
momento de la historia, los productores siempre tienen buenas razones para hacer
lo que hacen (Cochet, Devienne y Dufumier 2007). Así, para analizar terri-
torios rurales, no solo es crucial identificar las prácticas del productor, sino
también entender cuáles son las motivaciones de fondo de esas acciones. En
2
Para tener un panorama más amplio de esas conceptualizaciones, nos referimos a Jouve
(1988) y Cochet (2012).
134
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
ese planteamiento se argumenta que las acciones de los productores no están
motivadas únicamente por una racionalidad económica (maximización de la
producción, ingreso o ganancia, gestión de riesgos, creación intergeneracional
de capital, etc.) y que dichas acciones tampoco se pueden explicar inequívo-
camente con meras referencias a la cultura o las tradiciones. El accionar de los
productores está más bien configurado por un conjunto híbrido y cambiante
de factores cognitivos (p. ej., conocimientos, cosmovisiones), materiales (p.
ej., disponibilidad de recursos naturales, especies animales, variedades botáni-
cas, fertilidad del suelo) y sociales (p. ej., instituciones, estructuras de poder,
relaciones sociales; Cochet 2011). La conducta humana, pues, suele ser racio-
nal (en diferentes maneras) pero no siempre consciente, intencional o estraté-
gica, sino que está profundamente arraigada en hábitos “basados en una larga
experiencia en cuanto a lo que parece funcionar” (Hiedanpää y Bromley 2014,
182). Esto coincide con nuestra conceptualización de los territorios que evo-
lucionan debido a la interacción entre las rutas colectivas de desarrollo y las
trayectorias individuales.
Como punto de entrada para desentrañar las complejidades de los terri-
torios rurales, el enfoque de sistema agrario se basa en el concepto de sistema
de producción. Este concepto representa el ámbito de la finca donde se ejecutan
las prácticas agrícolas, y por tanto, es un elemento clave para entender la diná-
mica más amplia de los sistemas agrarios (Brossier 1987; Cochet 2012). Al igual
que los paisajes físicos emergentes, los sistemas de producción son más que una
simple suma de prácticas agrícolas, pues están insertos en contextos sociales,
ambientales y técnicos interrelacionados que, en conjunto, configuran tales acti-
vidades, a la vez que las retroalimentan. Así, las prácticas agrícolas se pueden
conceptualizar como el resultado material de complejos sistemas de interacción
históricamente moldeados en contextos sociopolíticos específicos, e ilustran la
interrelación de los humanos con la naturaleza en territorios rurales concretos.
La combinación de diferentes sistemas de producción se cristaliza en un
sistema agrario. De ese modo:
[El] enfoque de la agricultura comparada permite agrandar o achicar el nivel de
análisis, y moverse repetidamente de una escala de análisis a otra […]: desde
135
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
la parcela o el rebaño donde esas prácticas pueden observarse, a la unidad de
producción o empresa agrícola donde se integran diferentes sistemas de cultivo
y de ganadería, a la región o país donde el concepto de sistema agrario puede
aplicarse (Cochet 2012, 133).
Sin embargo, el proceso de bajar el nivel de análisis no debe verse como
una descomposición unidireccional de fenómenos complejos en procesos
independientes de menor escala y más manejables, más bien es un instrumento
mental que debe ayudarnos a comprender mejor una realidad compleja, y
siempre debe ir acompañado de un proceso de alejamiento que sitúa las prác-
ticas agrícolas concretas en una realidad más amplia, sobrepasando el ámbito
de la parcela o la finca; es decir, en el amplio contexto socioinstitucional, geo-
gráfico y cultural del que forman parte. El análisis de esas interacciones no solo
nos ayuda a identificar qué es lo que hacen los productores, sino también a
deducir las razones o motivaciones que impulsan ciertas acciones, y las conse-
cuencias agregadas que tienen en términos de la dinámica territorial (Cochet y
Devienne 2006; Cochet 2012). De esta forma, nos remite a lo que los produc-
tores pueden hacer y lo que están motivados a hacer. Esta continua alternancia
analítica entre las escalas es una de las principales fortalezas de este plantea-
miento, aun cuando su aplicación en la práctica resulta todo un desafío.
Componentes metodológicos
A fin de analizar la dinámica de un sistema agrario, el enfoque de la agricul-
tura comparada ha desarrollado el paquete metodológico llamado diagnós-
tico agrario (Apollin y Eberhardt 1999; Cochet 2011). Este diagnóstico se basa
en un proceso de inmersión prolongada en el terreno y usa una combinación
de métodos, entre ellos transectos paisajísticos, observaciones participantes y
entrevistas semiestructuradas y abiertas. Consta de tres etapas: un análisis del
paisaje, un análisis histórico y un análisis técnico-económico. Esas etapas no
suceden de manera lineal ni son independientes entre sí; se implementan
136
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
de manera iterativa y estimulan al investigador a trasladarse continuamente
entre una y otra.
El análisis del paisaje intenta identificar patrones físicos y humanos en el
paisaje, para mapear espacios geográficos coherentes que se caracterizan por
prácticas similares de gestión y uso de los recursos naturales. Este análisis permi-
te al investigador descubrir la relación entre las prácticas agrícolas y las condi-
ciones biofísicas. El análisis histórico, a su vez, pretende identificar y evaluar las
trayectorias que han seguido los distintos tipos de productores en cuanto a sus
cambios de sistemas de producción. Mediante entrevistas a fondo con los pro-
ductores que más tiempo han vivido en la región, expone los procesos de di-
ferenciación social y técnica en relación con cambios socioinstitucionales más
amplios (p. ej., cambios en políticas públicas, relaciones de precios, procesos
de demografía y migración). Por último, el análisis técnico-económico permite
una comprensión más profunda de los sistemas de producción vigentes —en
términos de prácticas agrícolas y sus resultados económicos— y de cómo esas
prácticas configuran y son configuradas por las condiciones agroecológicas
cambiantes en las cuáles se encuentran inmersas.
Así, el enfoque de sistema agrario sitúa las prácticas actuales observadas
en un patrón histórico de cambio y, por tanto, nos ayuda a evaluar cómo han
evolucionado esas prácticas en el tiempo, las condiciones que han suscitado
ciertos cambios y cuáles modificaciones pueden esperarse en el futuro (Cochet,
Devienne y Dufumier 2007; Cochet 2011). Una limitación importante de este
enfoque es que el paquete metodológico todavía está muy orientado al análisis
de los aspectos técnicos y económicos que subyacen en las decisiones y en los
procesos de diferenciación social, con lo que desatiende parcialmente la con-
textualización de las creencias, necesidades, aspiraciones, relaciones de poder
e instituciones. Además, tiende a naturalizar las trayectorias pasadas como si
fueran lógicas o inevitables, cuando en realidad son resultado de opciones his-
tóricas impregnadas de poder y de relaciones de cooperación o conflicto entre
grupos sociales. En nuestro estudio de caso mostramos que los resultados del
diagnóstico pueden alimentar un proceso analítico más amplio al incorporar
otros métodos que deben permitirnos hacer una reflexión más completa sobre
los factores sociales y relacionales que influyen en las dinámicas rurales.
137
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
Pagando a los productores en la frontera agrícola de Nicaragua
En nuestro estudio de caso, para ilustrar el potencial del enfoque de sistema
agrario, presentamos las dinámicas relacionadas con las prácticas de los pro-
ductores en la zona de amortiguamiento de la reserva biológica Indio-Maíz en
Nicaragua, de modo particular en la comunidad de Manola,3 que linda con la
reserva y está situada en el departamento de Río San Juan, cerca de la frontera
con Costa Rica. La reserva se estableció en 1990 y es una de las mayores áreas
protegidas de Nicaragua, con una superficie de 264 000 ha. Forma parte del
Corredor Biológico Mesoamericano y es el hogar de una variedad de especies
en peligro de extinción (Marena 2015). Si bien según la ley es una área estric-
tamente protegida, en la que no se permiten actividades humanas, la compleja
dinámica sociopolítica y económica nacional y local ha ocasionado un proceso
constante de avance de la frontera agrícola, desde la zona establecida como de
amortiguamiento hacia la zona núcleo de la reserva. Debido a una larga historia
de inmigración y desarrollo de la ganadería extensiva, la zona se ha convertido
en uno de los frentes agrícolas pioneros más activos del país (Nygren 2004).
Alarmado por las perjudiciales consecuencias ecológicas de la defores-
tación en esa zona, la respuesta del Gobierno de Nicaragua se ha restringido
principalmente a establecer por ley la reserva, y posteriormente, a intentar esta-
bilizar a la población en la zona de amortiguamiento mediante la legalización
de los derechos de propiedad de los colonos (Nygren 2000; Larson 2010, 59).
Sin embargo, debido a su ubicación remota y a la limitada voluntad y capacidad
del Estado para detener las invasiones en la reserva, durante la década de 1990
aumentó en la región la presencia de actores no estatales que implementaron
proyectos cuyo objetivo era contribuir a disminuir la deforestación, y asumie-
ron de esta forma un papel cada vez más activo en la defensa de los bosques
tropicales de Río San Juan (Nygren 2000). Si bien la línea inicial de la mayoría
de los proyectos estaba orientada en gran medida por enfoques “conservacio-
nistas [que] parecían totalmente insensibles a las realidades de las necesidades
3
Con el objetivo de proteger la identidad de los informantes que participaron en este estu-
dio, hemos cambiado los nombres de todos los actores y comunidades.
138
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
de supervivencia de los campesinos […], a finales de la década de 1990, sin
embargo, las organizaciones conservacionistas parecían entender que los cam-
pesinos tenían que tener beneficios claros a fin de que apoyaran sus proyectos”
(Larson 2010, 60). Las intervenciones de estos actores han ayudado sin duda
a que, hoy en día, la reserva Indio-Maíz sea la segunda área boscosa más grande
del país y una de las mejor preservadas a nivel centroamericano.
Una de las organizaciones que ha adoptado cierto enfoque “campesinista”
en sus estrategias de intervención es Conservación con Desarrollo. Esta orga-
nización no gubernamental (ong) ambientalista se fundó en 1990 y está terri-
torialmente arraigada en la región de Río San Juan. Su objetivo es contribuir
a la disminución del deterioro ambiental por medio de proyectos orientados
hacia el desarrollo comunitario y la concientización. Desde su creación, esta
ong ha experimentado con distintos tipos de intervenciones, que van desde
proyectos basados en la educación ambiental y la diversificación agrícola hasta
la promoción de actividades alternativas para la generación de ingresos, tales
como el ecoturismo. Sin embargo, queda la preocupación de que sus interven-
ciones parecen haber ofrecido alternativas de supervivencia muy limitadas
para la población local y, por tanto, han tenido una incidencia muy reducida en
las dinámicas que causan los altos niveles de deforestación dentro y cerca de la
reserva Indio-Maíz.
Descripción del proyecto
En 2006, Conservación con Desarrollo lanzó un programa de psa que nace en
un contexto muy particular, caracterizado por la declaración de una veda fores-
tal por parte del Gobierno, que hizo más difícil la extracción descontrolada
de madera en la zona.4 Al mismo tiempo, se implementaba un gran proyecto de
desarrollo y conservación en la zona, financiado por la cooperación danesa, en
el cual participó Conservación con Desarrollo. Dicho proyecto promovía la
4
La veda forestal sigue vigente, y aunque ha hecho más difícil la venta de madera extraída
de la zona, no ha implicado un cambio relevante en el nivel de deforestación.
139
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
diversificación productiva de las fincas en la zona de amortiguamiento (en par-
ticular a través de la producción de cacao) con el objetivo de crear alternativas
económicas para los productores. Lo que se buscaba era que los productores
lograran obtener un ingreso económico lo suficientemente alto para no tener
la necesidad de vender madera o migrar hacia la reserva (lo que además se vol-
vía más problemático dada la existencia de la veda forestal), y preservar de esta
manera las áreas boscosas, tanto en la zona núcleo como dentro de las fincas
en la zona de amortiguamiento. Sin embargo, Conservación con Desarrollo
se percató rápidamente de que los esfuerzos por promover la diversificación
productiva no lograban generar un aumento del ingreso suficiente para influir
en las dinámicas de deforestación y migración de campesinos pobres hacia la
reserva. La ong empezó entonces a buscar nuevas estrategias de intervención,
siempre con el objetivo de mejorar el ingreso de los productores de la zona. Es
ahí que nace el programa de psa de Conservación con Desarrollo, codiseñado
con una ong conservacionista europea.
En este programa se les paga a los productores en la zona de amortigua-
miento de Indio-Maíz por proteger partes de los bosques que todavía quedan
en sus fincas. El objetivo principal es que esos pagos creen un valor monetario
para los bosques en pie y generen un ingreso adicional que inhiba la migración
de los campesinos hacia la reserva. Solo son elegibles para firmar un contrato de
cinco años bajo este esquema aquellas familias campesinas que tienen sus dere-
chos de propiedad reconocidos legalmente por el Estado y que están dispuestas
a inscribir una área forestal de diez hectáreas como mínimo. La máxima canti-
dad de bosques elegibles por cada hogar es de cien hectáreas. Los agricultores
reciben un pago anual de 28.5 dólares por hectárea de bosque protegido. No
están obligados a poner todas sus áreas boscosas en conservación, son libres
de elegir las parcelas forestales que desean incluir y solo se les exige que dejen
“intactos” los bosques en las áreas bajo contrato. Los participantes también son
responsables de impedir que otros habitantes extraigan madera o leña y que
entren en las áreas para cazar. La ong conservacionista europea que codiseñó
el programa asegura, por su parte, la recolección de fondos para su implementa-
ción mediante la venta al público de certificados de protección forestal.
140
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
En la fase piloto (2006-2009) se firmaron trece contratos que cubren
un total de 280 ha de bosque. En 2010, una evaluación intermedia concluyó
que el programa carecía de una visión a largo plazo y cuestionó la disposi-
ción de los agricultores para proteger los bosques una vez que terminasen los
pagos. Por consiguiente, en 2012 se inició una segunda fase de cinco años que
preveía cubrir, para el 2016, una área forestal total de 2 000 ha, que incluye
unos setenta hogares. El nuevo esquema de contrato para esta segunda fase
exige, además de la conservación de áreas boscosas dentro de las fincas, que
los campesinos diseñen planes de gestión sostenible de estas (p. ej., basados
en sistemas agroforestales, ecoturismo o producción de cacao o de raicilla)5 y
que usen los pagos para implementar esos planes. La idea es que esto permita
comprar tiempo para los bosques porque les estamos poniendo un valor económico,
y al mismo tiempo se ayuda a los agricultores a implementar prácticas sostenibles
de uso del suelo que generen alternativas de ingreso a largo plazo (entrevista con
el coordinador del proyecto 2014). Esto debería disminuir la presión sobre
los bosques una vez que los pagos terminen. A fin de apoyar a los agricultores,
Conservación con Desarrollo brinda asesoramiento técnico y organiza talle-
res colectivos sobre producción agroecológica y sostenible. Al momento de
nuestra investigación (2014-2015), solo catorce familias participaban en esta
segunda fase con una área forestal de 468 ha en total. Según nuestras entre-
vistas con el personal de Conservación con Desarrollo, esto se debe tanto a
restricciones presupuestarias para conseguir los fondos desde la ong europea
como a una falta de demanda de parte de los productores para insertarse en el
programa. La tabla 1 muestra las características de los hogares participantes.
Transcurridos tres años de la segunda fase del programa y enfrentando
escasas perspectivas de financiamiento a futuro, la ong ha iniciado una serie
de procesos de reflexión sobre la efectividad y las posibles consecuencias
imprevistas a largo plazo de su intervención. Una de las principales preocu-
paciones que expresaron los representantes de la organización es que la tan
esperada adopción de prácticas sostenibles parece estar ausente en la realidad,
5
Carapichea ipecacuanha. De esta planta se extrae la emetina, substancia usada en la indus-
tria farmacéutica.
141
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
Tabla 1
Características de la tierra en fincas que participan en el esquema psa (n = 14),
zona de amortiguamiento de la reserva biológica Indio-Maíz, Nicaragua
Área
forestal Área
bajo forestal no Área de Área de
Área total contrato contratatada cultivo pastura
(ha) (ha) (ha) (ha) (ha)
Total 796.5 468.3 57.8 105.5 164.9
Promedio 56.9 33.5 4.1 7.5 11.8
Desviación estándar 53.3 28.9 9.2 6.9 15.2
Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos del proyecto.
o no ha logrado generar los ingresos alternativos esperados. E incluso más
preocupante es que algunos participantes parecen estar usando los pagos del
proyecto para invertir en actividades ganaderas, y menoscaban con ello los
objetivos a largo plazo de la intervención. El personal del proyecto teme que
los incentivos financieros que entregan a los agricultores no logren promover
un comportamiento ecologista, y que incluso puedan generar efectos nocivos
a largo plazo, especialmente cuando cesen los pagos a los agricultores. Como
argumentamos arriba, construir alternativas significativas que puedan cambiar
las prácticas de uso del suelo de los agricultores locales exige una comprensión
más profunda del contexto histórico, sociocultural y económico del territo-
rio local, así como de sus cambiantes rutas de desarrollo, que hemos evaluado
mediante un diagnóstico agrario.
Métodos de investigación en el terreno
El diagnóstico agrario se enfocó en una comunidad del proyecto psa situada en
los márgenes de la reserva Indio-Maíz. Fue conducido por la tercera autora y
consistió en una estancia permanente de investigación en el terreno, que duró
4.5 meses (abril-agosto 2014). Se entrevistó a 66 personas (productores o fami-
liares), algunas de ellas en varias ocasiones. Además, se hicieron 8 transectos
142
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
paisajísticos y 38 visitas a fincas, a fin de obtener un panorama detallado del
paisaje y, más específicamente, de los sistemas de producción y las prácticas de
uso del suelo. Se hicieron grupos focales con los habitantes que han vivido más
tiempo en la región para conocer la historia del área de estudio. Por último,
la observación participante y algunas conversaciones informales permitieron
precisar y profundizar en varios elementos.
Además, entre noviembre de 2013 y junio de 2015, los primeros tres auto-
res realizaron un proceso de investigación más específica sobre la intervención
de psa en varias ocasiones, desde una perspectiva de investigación-acción, o
sea, participando activamente en los procesos de reflexión crítica implementa-
dos por Conservación con Desarrollo sobre su propia intervención. A su vez,
efectuaron varias entrevistas y grupos focales con personal del proyecto, orga-
nizaron talleres con participantes y personal del proyecto y condujeron diez
entrevistas cualitativas en las fincas con productores participantes del proyecto.
Evaluación de la dinámica agraria
y la deforestación en Río San Juan
La ruta ganadera, una ruta de desarrollo dominante6
Si bien en Río San Juan la extracción de productos maderables y no madera-
bles comenzó hace más de un siglo (Larson 2001), el proceso de colonización
agropecuaria de la región se aceleró mucho hace unos sesenta años, cuando
el dictador Somoza y sus allegados se apropiaron de grandes extensiones de
tierra para la ganadería (Rabella 1995). Este proceso fue acompañado por
políticas estatales y acuerdos multilaterales para promover las exportaciones
de carne (principalmente a Estados Unidos), los cuales incluían, por ejemplo,
la construcción de caminos e infraestructura de procesamiento (Bermúdez
6
Esta parte del texto se basa, en primer lugar, en la información histórica generada a través
del diagnóstico agrario realizado en la zona de estudio. Dicha información fue confir-
mada y complementada por datos existentes en la literatura que analiza la misma área.
143
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
et al. 2015). Además, varias empresas privadas, atraídas por la presencia de
especies maderables muy valiosas en los bosques de Río San Juan, obtuvie-
ron concesiones para la extracción de madera (Nygren 2004). En la década de
1950, el Gobierno de Nicaragua concebía esta región como una de las válvulas
de escape del creciente descontento social causado por el aumento de la con-
centración de tierras en la región del Pacífico a manos de grandes terratenien-
tes orientados a la exportación, quienes producían algodón y criaban ganado
(Larson 2010). Ello dio como resultado que el Gobierno iniciara un proceso
de colonización agrícola dirigida en las zonas boscosas del país consideradas
como tierras nacionales (o sea, sin dueño privado), proceso que se amplió con
la migración espontanea de campesinos pobres hacia esas mismas zonas en
busca de tierras disponibles (Larson 2010). Era a través de las “mejoras” reali-
zadas en esas tierras (o sea, deforestar y poner la tierra a producir) que se cons-
tituían y fortalecían derechos de propiedad privados individuales sobre dichas
áreas (Maldidier 2004; Bastiaensen, D’Exelt y Famerée 2006). Esto ocasionó
un proceso de migración masiva que gradualmente convirtió a las áreas fores-
tales en tierras agrícolas (y legalmente a las tierras nacionales en propiedad
privada; Nygren 2000; Larson 2010).
La colonización de los bosques primarios se detuvo temporalmente
durante el conflicto interno de la década de 1980, cuando muchos campesinos
huyeron a Costa Rica o fueron evacuados por el Gobierno a zonas de reasen-
tamiento (Nygren 2000; Larson 2010). Tras los acuerdos de paz de 1990, pese
a que existían regulaciones muy estrictas sobre el uso de la tierra en la zona
de amortiguamiento de la reserva recién creada, la deforestación se aceleró
mucho cuando los antiguos propietarios regresaron a reclamar sus tierras. Ade-
más, el nuevo Gobierno compensó a los soldados desmovilizados otorgándo-
les parcelas de tierra en esa misma región (Nygren 2000). También llegaron a
la zona cientos de nuevos migrantes procedentes de regiones ganaderas más
establecidas. Entre 1989 y 1995 se formaron en la zona de amortiguamiento
por lo menos diecisiete nuevas comunidades con más de 1 500 familias (Lar-
son 2010). Durante ese mismo periodo se reasumieron las políticas guberna-
mentales de promoción de exportaciones de productos provenientes de la
ganadería, que incluían enormes inversiones en actividades de procesamiento
144
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
de lácteos. Esto condujo a una alza en los precios de la leche y sus derivados
(esencialmente el queso), mientras que los precios de la carne alcanzaron
máximos históricos, debido a una mayor demanda internacional y a la cone-
xión comercial de la producción ganadera nicaragüense con la producción
cárnica mexicana para Estados Unidos (Bastiaensen et al. 2013). Al mismo
tiempo, debido a la llegada de un fabricante alemán de chocolate, la produc-
ción de cacao para la exportación condujo a una expansión y transformación
de la infraestructura de acopio y procesamiento de cacao, lo que generó el cre-
cimiento de la demanda y los precios locales para este cultivo tradicional que
estaba relativamente abandonado.
Todavía hoy llegan nuevos colonos a la zona. Por lo general, vienen
de áreas de “vieja frontera”, o sea, zonas invadidas por los pastizales, donde
la ganadería extensiva es la principal actividad productiva (Larson 2010).
Muchas veces tienden a repetir el patrón de sus padres o abuelos, quienes
convirtieron los bosques en pastizales a fin de mejorar sus medios de vida.
Muchos campesinos son, de hecho, parte de un proceso de migración en cas-
cada, donde después de haber convertido sus fincas en pastizales, si no logran
establecer una gran finca ganadera económicamente sostenible, venden sus
tierras a ganaderos más adinerados y migran más adelante hacia los frentes
pioneros más recientes. Esto da lugar a un efecto dominó en el que la propie-
dad de la tierra se concentra cada vez más en manos de unos pocos ganaderos
adinerados, que reemplazan una ola inicial de productores de menor escala
(Nygren 2000; Maldidier 2004). Estos últimos son cada vez más atraídos y
repelidos hacia adentro de la frontera agrícola, con lo que se consolida una ruta
de desarrollo ganadero socialmente excluyente y ambientalmente destructiva.
Dinámicas de cambio agrario en Manola
Nuestro diagnóstico de las dinámicas anteriores en Manola, una comunidad
que consta de unas ochenta familias, nos permite un mayor entendimiento
de los principales procesos implicados en el avance de esta frontera ganadera.
Nuestro análisis revela que las primeras fincas en Manola se establecieron en la
145
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
década de 1990, con la llegada de familias pioneras que típicamente se apropia-
ban de extensiones de tierras forestales nacionales7 de entre 50 y 140 hectáreas.
Para los campesinos pobres, talar los bosques es una manera de obtener tierras
fértiles, pues no cuentan con más recurso que su mano de obra. De hecho, dada
la escasa disponibilidad de capital y la abundancia de tierras, las prácticas de tala
y quema maximizan la rentabilidad de la mano de obra, a la vez que aseguran
la autosuficiencia alimentaria (Maldidier 2004); sin embargo, una vez que la
tierra se ha cultivado durante unos tres años, la fertilidad del suelo decae en
pocos años, mientras que aumenta la competencia de las plantas adventicias, lo
cual ocasiona que disminuyan los rendimientos de los cultivos. Puesto que res-
taurar la fertilidad del suelo requeriría un largo periodo de barbecho o rebrote
forestal (de quince a veinte años), las áreas de cultivo usualmente se convierten
en pastizales, a la vez que se talan nuevos tramos forestales para convertirlos en
zonas de cultivo bajo la técnica de roza-quema, y de ese modo se expande la
superficie agrícola de la finca.
Estas dinámicas típicas del uso de la tierra modifican gradualmente los
sistemas de producción y los patrones relacionados de uso de suelo en las fin-
cas, como se muestra en forma estilizada en las figuras 1 y 2. Estas muestran
que una vez que los primeros colonos (sistema de producción agrícola diversi-
ficado) logran acumular el capital suficiente a base de trabajos ocasionales asa-
lariados no agrícolas y de la migración estacional a Costa Rica (principalmente
durante la cosecha de café), por lo general empiezan a invertir en ganado a
fin de explotar sus áreas de pastizales, lo que conduce al sistema de produc-
ción agropecuario diversificado. Puesto que el rebaño sigue aumentando con
el tiempo y exige más horas de trabajo, los agricultores abandonan progresi-
vamente los cultivos que demandan más trabajo (p. ej., el arroz) y convierten
más tierras forestales en pastizales, pero siempre transitan por una fase agrícola
entre el bosque y el pasto (sistemas de producción agropecuario diversificado
7
En ese entonces, la tierra forestal en esa zona se consideraba exenta de derechos. Cual-
quier actor podía apoderarse de cualquier tramo que no fuese propiedad privada y ase-
gurarse derechos de facto mediante la tala de los bordes del área, la construcción de una
vivienda y la tala de algunos tramos forestales para fines agrícolas.
146
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
Figura 1
Evolución de los sistemas de producción en la zona de amortiguamiento
de la Reserva Biológica Indio-Maíz, Nicaragua 1990-2015
Fuente: Elaboración propia.
Figura 2
Evolución de los sistemas de producción y cambios en el uso de la tierra
a nivel de finca en la zona de amortiguamiento de la Reserva Biológica
Indio-Maíz, Nicaragua 1990-2015
Fuente: Elaboración propia.
147
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
con trabajadores temporales y especializado en ganadería). Siguiendo esta lógica,
nuestras entrevistas revelan claramente que los agricultores perciben los bos-
ques como reservas estratégicas de tierra para una futura producción agrícola
y ganadera, posiblemente tras heredarlas a sus hijos. Aparte de la extracción
maderera para combustible y para la construcción, reportan pocos beneficios
extraídos de los bosques. Por lo tanto, aunque la mayoría de las fincas en la
zona de Manola presentan todavía grandes tramos boscosos (un aproximado
de 50 % del área total), probablemente se mantendrá la tendencia a especiali-
zarse en la producción ganadera, por lo que las zonas forestales presentes aún
en las fincas seguirán convirtiéndose en zonas de pastoreo, y cuando ya no
exista reserva boscosa dentro de las fincas, podría volver a ser necesario buscar
más tierras en las zonas aledañas. Esta dinámica se ha observado también en
zonas vecinas previamente colonizadas (Larson 2010; Vérant 2013).
Las motivaciones de los agricultores para continuar con esta especia-
lización ganadera surgen de una combinación de factores. Primero, nues-
tro análisis técnico-económico muestra que la relativa abundancia de tierras
forestales “ociosas” y la falta de recursos financieros hacen que la mano de
obra sea el principal factor limitante de la producción. La figura 3a muestra la
demanda mensual de mano de obra de cada uno de los principales sistemas
de producción, junto con la mano de obra familiar disponible en la finca.8 Ahí
claramente se observa que, para la mayoría de los sistemas de producción, las
necesidades de mano de obra son casi equivalentes o incluso sobrepasan su
disponibilidad en la finca. La figura también muestra que la implementación
de sistemas de producción ganadera implica contratar trabajadores tempora-
les que se encarguen sobre todo del mantenimiento de los pastos. El limitado
acceso de los agricultores a recursos financieros reduce su capacidad para con-
tratar mano de obra fuera de la familia. Nuestros cálculos demuestran también
que, dadas las actuales condiciones de precios, la producción ganadera, incluso
cuando representa el menor rendimiento por unidad de tierra, es la que ofrece
las mayores utilidades por unidad de trabajo (figuras 3b y 3c). Además, el
8
El gráfico muestra los dos niveles equivalentes más comunes de mano de obra disponible
en el área.
148
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
Figura 3
Productividad del trabajo y de la tierra y restricciones en cuanto
a fuerza de trabajo para los sistemas de producción en la zona
de amortiguamiento de la Reserva Biológica Indio-Maíz, Nicaragua
Fuente: Elaboración propia.
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Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
ganado es fácil de transportar, ya que se mueve caminando, y constituye enton-
ces un medio de ahorro que se puede movilizar fácilmente, especialmente en
regiones donde los mercados son distantes y de difícil acceso (Maldidier 2004).
Por ello, los agricultores tienden a preferir sistemas de producción orientados
a la producción ganadera; sin embargo, al mismo tiempo, la escasa mano de
obra familiar y las restricciones de acceso a recursos financieros para contra-
tar mano de obra externa para el mantenimiento de pastos limitan el ritmo de
conversión del uso de la tierra, lo que explica por qué todavía se observa una
relativa abundancia de tramos boscosos en las fincas.
Segundo, puesto que algunos agricultores pueden ascender en la escala
social al convertirse en ganaderos (sistemas de producción 3 y 4) y que no
se divisan actualmente alternativas viables, la transformación de las tierras en
pastizales para desarrollo ganadero se percibe —también desde el punto de
vista de los pequeños productores— como el “paisaje moral” deseable (Set-
ten 2004), pues ofrece una ruta promisoria para salir de la pobreza. Pese a
que aumenta la conciencia local acerca de los nocivos efectos ecológicos de
la deforestación, las ideas de progreso y desarrollo se relacionan con la conquista
de los bosques “salvajes e improductivos”, para transformarlos en tierras pro-
ductivas y, a fin de cuentas, convertirlos en pastos (Larson 2010; Van Hecken,
Bastiaensen y Huybrechs 2015). Según las percepciones locales, el desmonte
de los bosques es una ardua faena que resulta en mejoras por las que se debe
compensar a los productores cuando su tierra se vende o se expropia, aun
cuando esa tierra pertenezca a una área protegida. Asimismo, ser ganadero en
el contexto de la Nicaragua rural también concuerda con determinados pun-
tos de vista acerca de las identidades y los roles sociales preferidos. Los gran-
des ganaderos tienen amplias redes sociales y mantienen posiciones de poder
en una sociedad en la que siguen prevaleciendo en gran medida las relaciones
de clientelismo verticales.
Si bien la anterior descripción estilizada de la evolución típica de los siste-
mas de producción en la zona pudiera dar la impresión de que estos se desarro-
llan de manera homogénea y unidireccional, en la práctica los cambios ocurren
a ritmos diferentes y en formas complejas, en función de otras diferencias más
específicas entre los productores. Eso implica que si se tomara una fotografía
150
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
instantánea en un determinado momento, se vería que en la zona coexisten
diversos sistemas de producción, incluidos los cuatro sistemas presentados
en la figura 3.9 Por ejemplo, nuestro diagnóstico revela que un elemento cru-
cial en el ritmo de desarrollo de una finca es su grado de aislamiento geográfico
y su relación con la disponibilidad de mano de obra (ver trayectorias adapta-
das en figura 1). Las familias que llegaron después del periodo inicial de colo-
nización se vieron obligadas a apropiarse de tierras en las zonas más aisladas,
donde el acceso a la infraestructura es difícil (p. ej., mercados, escuelas). Esta
condición a menudo ha impulsado a parte de la familia (usualmente la esposa e
hijos) a migrar al centro urbano de la municipalidad, lo que aumenta los gastos
del hogar y reduce aún más la disponibilidad de mano de obra en la finca. Esto,
a su vez, implica una restricción en el potencial de crecimiento de la finca (en
términos del tamaño del hato y del área de cultivo), y ello usualmente implica
también una desaceleración en la tasa de conversión de los bosques en tierras
agrícolas o pastizales (ver trayectoria adaptada en parte baja de la figura 1).
Otros factores importantes que conducen a bifurcaciones en la trayectoria
típica de cambio tienen que ver con las diferencias en los recursos financieros
disponibles para los agricultores, con impactos inesperados (p. ej., problemas
de salud que ocasionan gastos médicos y se solventan con la venta de ganado)
y situaciones de conflicto (generalmente conflictos por tierras). Tales sucesos
o limitaciones suelen constituir un grave obstáculo para el proceso de capitali-
zación y, en los casos más serios, pueden incluso resultar en la venta de la finca
(trayectorias adaptadas en la figura 1). Puesto que en las zonas de frontera agrí-
cola ubicadas más al este la tierra es más barata (Lindtner 2014), los producto-
res pueden vender su propiedad y migrar hacia el oriente, y de ese modo logran
duplicar o triplicar el tamaño de su finca. Actualmente, esa es la trayectoria
que suelen seguir los productores jóvenes en Manola, quienes tras heredar
una parcela que consideran muy pequeña para establecer un sistema agrícola
financieramente sostenible, deciden venderla y avanzar más adentro en la
9
En este artículo presentamos únicamente las principales trayectorias históricas. El análi-
sis original ofrece una descripción más detallada de otras trayectorias presentes en el
área (ver Lindtner 2014).
151
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
frontera agrícola; luego venden su tierra a los productores locales que buscan
más tierras o a los recién llegados originarios de otras regiones que poseen ca-
pital suficiente para comprar varias fincas a la vez y, de ese modo, pueden adop-
tar un sistema orientado hacia la especialización ganadera.
¿Los incentivos financieros para la protección forestal
pueden alterar la ruta dominante?
Los resultados de nuestro diagnóstico muestran la existencia dentro de la zona
de estudio de varios tipos de sistemas de producción en evolución que simul-
táneamente configuran y son configurados por otros procesos de mayor escala,
y juntos se cristalizan en la ruta ganadera dominante que podemos observar en
una escala territorial más amplia. Asimismo, nuestro análisis sugiere que las
motivaciones de los productores para emprender cambios de uso de suelo no
son meramente un atributo individual. Dichas motivaciones están socialmente
instituidas en una ruta de desarrollo que genera determinadas oportunidades
y restricciones, así como hábitos e ideas orientadoras sobre lo que funciona (o
no funciona). A la vez, las acciones resultantes de estas motivaciones moldean
estas rutas de desarrollo.
Partiendo de estos conocimientos empíricos, exploramos ahora la cuestión
clave referente a si la introducción de incentivos financieros para la protección
forestal, orientada a promover planes agrícolas sostenibles, tiene probabilidades
de alterar de forma duradera las motivaciones y las acciones proambientales de
los productores dentro de esta ruta ganadera dominante.
A tres años de iniciada la segunda fase del proyecto de psa, observamos
que hasta ahora todos los participantes han mantenido en pie los bosques bajo
contrato. Esto puede dar la impresión de que el proyecto ha sido exitoso en
cuanto a promover la protección de las áreas forestales en la finca; sin embargo,
una evaluación del proyecto de psa contrastada con los resultados de nuestro
diagnóstico nos previene de formular conclusiones apresuradas. Si bien esta-
mos conscientes de que el desempeño de los psa no necesariamente depende
de una cobertura completa de los costos de oportunidad de otros usos de la
152
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
tierra económicamente más atractivos (Kosoy et al. 2007; Muradian et al.
2010), nuestros resultados muestran que el pago del proyecto es particular-
mente bajo, pues cubre solo un 20 % del ingreso anual por hectárea que ofrece
la alternativa de los pastos, y menos del 7 % del ingreso generado por cultivos
básicos, como frijol o arroz (figura 3b). Así pues, desde una perspectiva mera-
mente económica, es poco probable que el pago actual por servicios ambien-
tales sea suficientemente elevado para desencadenar cambios en los patrones
de uso de suelo dominantes. Esto se confirma también en nuestras entrevistas,
donde los participantes típicamente reportan que:
la cantidad que me pagan en realidad es insignificante. Yo agradezco, pero
siento que le estamos haciendo un favor [a la ong]. Producir frijol o maíz
obviamente me daría ingresos mucho más altos. Si quieren convencernos de
inscribir nuestros bosques en un proyecto futuro, definitivamente van a tener
que pagarnos más (entrevista a productor, 2014).
De forma más general, Hiedanpää y Bromley (2014, 182) afirman que
esta falta de impacto de los psa no debería sorprendernos, puesto que:
La conducta humana está profundamente habituada —y por buenas razones—
debido a su larga experiencia con lo que parece funcionar (Quellette y Wood
1998). Solo al enfrentar una duda desconcertante o una sorpresa se detienen
las personas a reevaluar lo que están haciendo —y por qué lo están haciendo—
(Bromley 2006). Esta cuestión de la habituación profunda es fundamental para
cualquier suposición de que mediante los psa las personas dispersas en áreas
remotas pueden desprenderse fácilmente de esquemas de toda la vida —y qui-
zás de varias generaciones de predecesores—, de conductas habituales relacio-
nadas con su entorno natural.
A la luz de este tipo de afirmaciones, parece un tanto desconcertante que
los productores hayan participado en este proyecto. Al respecto, algunos agri-
cultores hablan de la importancia de los bosques para la provisión de agua,
lo que los estimula a proteger áreas boscosas estratégicamente situadas en la
153
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
finca. Asimismo, la creciente presencia de proyectos dedicados a la conser-
vación ambiental ha generado nuevos discursos, adoptados por la localidad,
que enfatizan la importancia de los bosques para la provisión de bienes globa-
les, tales como aire limpio y biodiversidad. Algunos de nuestros entrevistados
declararon que una comunidad sin bosques sería fea y desagradable para vivir en
ella, y menoscabaría el potencial para seguir desarrollando proyectos de eco-
turismo.
Si bien las razones aducidas ciertamente merecen alguna credibilidad,
nuestro análisis de los sistemas agrarios nos permite ir más allá de esos discur-
sos comunes y ayudar a explicar por qué, aunque con el psa se hayan conser-
vado las áreas boscosas bajo contrato, hasta ahora el proyecto no ha implicado
cambios más significativos en las prácticas agrícolas. Nos permite, además,
entender que las porciones boscosas que permanecen no son elementos inde-
pendientes e inconexos, sino que forman parte integral de sistemas de produc-
ción más amplios que evolucionan dentro de trayectorias históricas específicas.
Ya hemos señalado que el ritmo actual de deforestación en el área está
limitado principalmente por restricciones de mano de obra y de capital.
Entonces, puesto que los participantes tenían libertad de elegir cuáles y cuán-
tas porciones de bosque inscribir en el contrato de cinco años, no debería
sorprendernos que una buena parte de ellos hayan dejado fuera del contrato
algunas parcelas forestales (típicamente las aledañas a las áreas de producción
actuales; ver tabla 1). Los agricultores podrían continuar sus prácticas agrí-
colas habituales a la vez que “protegen” temporalmente los bosques, que en
todo caso no iban a “molestar”, al menos no en un futuro cercano (Hartshorn
et al. 2005, para resultados similares en Costa Rica). En otras palabras, la adi-
cionalidad10 del proyecto es muy dudosa, puesto que los agricultores optan
por inscribir aquellas parcelas forestales que en el corto plazo tienen un costo
de oportunidad cercano a cero. Este resultado quedó confirmado en casi todas
nuestras entrevistas, pues los agricultores típicamente declararon que:
10
La adicionalidad ambiental de un proyecto de conservación de bosque se refiere al hecho
de que el nivel de conservación del bosque después de la implementación del proyecto es supe-
rior a lo que se hubiese conservado de no realizarse el proyecto.
154
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
Yo de todos modos iba a proteger esos bosques. Llevo protegiéndolos desde
hace veinte años […] ¿De veras piensa usted que el poquito dinero que me ofre-
cen es la razón por la que estoy protegiendo esos bosques? Si mañana me dicen
[la ong] que el proyecto se terminó, los bosques van a seguir estando aquí,
igual que han estado siempre (entrevista a agricultor, 2014).
Por lo tanto, es poco probable que tal intervención genere grandes cam-
bios de comportamiento. De hecho, al informar cómo han estado usando los
pagos del proyecto, los entrevistados mencionan prácticas que concuerdan
mucho con sus estrategias convencionales de producción. Las familias más
enfocadas a la producción de granos básicos usaron los pagos para solventar
diversas necesidades primarias, tales como comprar medicamentos o comida
(azúcar, arroz, maíz o frijol). Solo unas pocas familias han podido usar los pagos
para experimentar con actividades alternativas, por ejemplo, el cultivo de rai-
cilla. Los productores que ya se estaban especializando en la ganadería han
empleado el dinero principalmente para invertir en actividades relacionadas
con el ganado, como cercas, mejoras y ampliación de los pastizales o compra
de más ganado. En ese sentido, los pagos sirvieron para superar algunas de las
restricciones de recursos financieros más sentidas, y ayudaron a los agricultores
en su afán de fomentar la especialización ganadera. Esos resultados llevaron a
la ong a cuestionarse sus suposiciones técnicas iniciales acerca de la necesidad
y las posibilidades de intensificar la producción a fin de aliviar la presión sobre
los bosques remanentes. Dichas suposiciones se basaban en ideas, quizás muy
simplistas, que atribuyen la deforestación a la falta de conocimientos técnicos
de los productores (Larson 2010) y no a un análisis informado de los múltiples
factores y motivaciones que explican por qué los agricultores hacen lo que hacen.
En suma, nuestro estudio sugiere que el proyecto psa por sí mismo no
basta para interrumpir prácticas que han evolucionado históricamente, que
forman parte de una lógica particular de producción y de determinados con-
textos socioculturales. En vez de lograr abrir rutas alternativas de desarrollo
para los productores, en algunos casos los pagos, de manera muy paradójica,
han reforzado la ruta dominante ganadera, liberando algunas limitaciones en
cuanto a recursos financieros y acelerando incluso el ritmo de transformación
155
Gert Van Hecken, Pierre Merlet, Mara Lindtner, Johan Bastiaensen
del bosque en pastizales. En efecto, la intervención no desafió los factores con-
dicionantes de la ruta actual, que genera una fuerte racionalidad económica y
social para continuar expandiendo la producción ganadera extensiva basada
en hábitos y visiones culturales asociadas (el paisaje moral, el estatus social de
los ganaderos, entre otros).
Los hábitos y las motivaciones no son meras reacciones irreflexivas y
automáticas, tampoco son solo una cuestión de prácticas culturales heredadas;
son circunstanciales o están determinadas conjuntamente por las caracterís-
ticas estructurales del entorno (Vatn y Vedeld 2012; Hiedanpää y Bromley
2014); se generan y se sostienen en las realidades percibidas en las cuales
actúan. Lógicamente, esto implica que para instituir nuevos hábitos ambien-
tales “tiene que cambiar el agente y el entorno de las decisiones” (Hiedanpää
y Bromley 2014, 183-184). Por tanto, no se puede suponer que ofrecer pagos
temporales basta para cambiar de forma duradera hábitos y racionalidades
estructuralmente arraigados. Tampoco debemos suponer que el desafío se
reduce a encontrar los precios “correctos” de intercambio para que el meca-
nismo de los psa pueda funcionar.
Los pagos pueden ofrecer a lo sumo una orientación para cambiar las pers-
pectivas y racionalidades, y si van acompañados de cambios estructurales más
amplios, pueden llegar a ser parte de una dinámica de cambios que redefina
nuevos rumbos para las rutas emergentes. Solo si los pagos se articulan debi-
damente dentro de enfoques integrales más amplios, que atiendan las múlti-
ples causas de la deforestación en diferentes escalas, podrían apoyar procesos
de cambio en las percepciones cognitivas y en las motivaciones agrícolas, y
reforzar o atraer (crowd-in) nuevas motivaciones y hábitos mentales orienta-
dos hacia una cultura renovada de lo que es y representa el bosque (Geist y
Lambin 2002; Vatn y Vedeld 2012; Hiedanpää y Bromley 2014). Esto requiere
transformaciones socioinstitucionales que propicien la creación de nuevas
rutas con oportunidades y restricciones redefinidas, y que incluyan cambios
en los precios relativos mediante la rerregulación de las cadenas globales de
valor y de las políticas fiscales nacionales, así como iniciativas más locales rela-
cionadas con la promoción de estrategias alternativas basadas, por ejemplo, en
ecoturismo comunitario o en producción de cacao.
156
¿Pueden los pagos por servicios ambientales frenar la deforestación?
Conclusión
Las dinámicas territoriales son más que la mera suma de procesos decisorios
individuales que se implementan en fincas independientes; más bien son
resultado de reglas, normas, estructuras sociales, culturas y cosmovisiones
históricamente construidas que caracterizan a sociedades rurales más amplias,
y que se apoyan en determinadas políticas macroeconómicas con sus corres-
pondientes mercados y estructuras de precios. En este capítulo hemos argu-
mentado que la investigación sobre el impacto a largo plazo de las políticas de
intervención en el comportamiento humano debería asimismo reconocer que
la motivación humana se construye socialmente (Vatn y Vedeld 2012). Ello
no niega la existencia de la acción estratégica, sino que sugiere, en cambio, que
las acciones y motivaciones de los individuos son a la vez restringidas y pro-
piciadas por las rutas de desarrollo más amplias en las cuales están inmersas.
Entender esta interacción dinámica entre la agencia y la estructura significa
que debemos sobrepasar las consideraciones puramente biofísicas o econó-
micas de los problemas humano-ambientales, a fin de abarcar las dimensio-
nes más amplias y a menudo no reconocidas de las intervenciones y políticas
que corresponden con elementos socioinstitucionales, políticos y de creación
de conocimiento (German, Ramisch y Verma 2010).
Hemos demostrado que el enfoque del sistema agrario es un instrumento
metodológico-conceptual muy útil para descubrir y evaluar el surgimiento de
determinadas rutas de desarrollo en diferentes escalas espacio-temporales.
Creemos que este enfoque permite hacer evaluaciones mejor informadas sobre
las razones y motivaciones por las cuales los agricultores hacen lo que hacen.
También permite reflexiones más profundas y sistémicas sobre el impacto de
las intervenciones que intentan influir de manera duradera en esas motivacio-
nes y hábitos. Así pues, se espera que nos ayude a no incurrir en soluciones
simplistas tipo panacea, y que oriente nuestra atención a las particularidades
y diversidad del territorio social local, así como hacia los factores socioinsti-
tucionales más amplios que subyacen en determinadas interacciones huma-
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164
4
Clúster minero global: instauración de
horizontes de coerción y resistencias
en sociedades locales mexicanas*
Claudio Garibay Orozco
Universidad Nacional Autónoma de México
Introducción
La ruda competencia entre corporaciones mineras globales por los cada vez
más escasos yacimientos ricos en minerales no ha sido motivo para inhibir su
voluntad de cooperar entre ellas al momento de enfrentar la crítica por la des-
trucción territorial y social que provocan sus emplazamientos megamineros.
En los últimos veinticinco años, las corporaciones mineras han logrado cons-
truir una amplia y poderosa coalición al interior de la industria minera, que les
ha permitido desarrollar nuevas formas discursivas orientadas a legitimar su
actividad en la esfera pública; también han erigido eficaces figuras organizativas
dirigidas a influir en espacios internacionales, nacionales y regionales, y espe-
cialmente han elaborado protocolos de actuación para intervenir, desposeer
y dominar sociedades locales. Esta coalición corporativa es un poder político
relevante en el actual mundo global, capaz de insertar sus intereses en la agenda
* Investigación realizada en el marco del proyecto papiit-unam in303517. Agradezco el
apoyo de Gabriela Cuevas, Ricardo Hernández y Gustavo Camacho para este trabajo.
También a Joan Martinez-Alier y Beatriz Rodríguez Labajos por facilitarme el ambiente
académico que permitió el desarrollo del argumento aquí expuesto.
165
Claudio Garibay Orozco
de los países dominantes y de los organismos internacionales, públicos y priva-
dos, que definen el rumbo de la economía y la política mundiales.
En este estudio, para efectos analíticos, llamaré clúster minero global (cmg)
a esta coalición política de corporaciones mineras transnacionales, organizada
con la intención de mantener abiertos los territorios del mundo a sus intereses
y contrarrestar las críticas que señalan afectaciones sociales y ambientales por
parte de su práctica megaminera. Argumentaré que el International Council of
Mining & Minerals (icmm, fundado en 2001) ha sido el inicial centro organiza-
dor del cmg, el mismo que articuló la política mundial de legitimación pública
de la industria minera mediante el lanzamiento de la llamada Global Mining
Initiative (gmi; Iniciativa Minera Global) en la Cumbre de la Tierra de Johan-
nesburgo, en 2002. Esta iniciativa dio al clúster un fundamento filosófico, un
discurso público y un plan de acción para articular los intereses convergentes de
las corporaciones mineras miembros en un bloque político mundial unificado.
Al día de hoy, el cmg —en su calidad de sujeto político global— trabaja en
dos tareas generales: primero, desarrolla una inteligencia estratégica orientada
a fortalecer su influencia sobre la clase política y las instituciones de los Esta-
dos nacionales, a la vez que elabora protocolos y técnicas para instaurar hori-
zontes de coerción sobre comunidades y comarcas1 con la finalidad de que sus
1
Con el término comarca pretendo referirme a un ámbito territorial mayor que una comu-
nidad pero menor que un país e incluso que una región. Quiero dar a entender por
comarca una región relativamente pequeña con una suerte de gobierno local —o varios
contiguos—, cuya jurisdicción son varios poblamientos que comparten una densidad
de relaciones sociales cercanas e interpersonales expresadas cotidianamente en prácti-
cas y tradiciones colectivas más o menos comunes. Un término equivalente podría ser
microrregión, pero me desagrada, pues el prefijo micro puede leerse también como insig-
nificante, además de ser un término vacío de referencia a relaciones sociales. Por otra
parte, el uso de región no expresa con fuerza el ámbito local, es un comodín territorial
demasiado laxo para ser útil. Tampoco quiero entrar a elaborar una discusión conceptual
sobre el término comarca, simplemente quiero destacar los mecanismos conforme a los
cuales las corporaciones mineras globales capturan las formas de organización social e
institucional de los espacios sociales inmediatos que devienen ocupando y viviendo en
un horizonte territorial de algunas decenas de kilómetros cuadrados. Por otra parte, el
166
Clúster minero global
emplazamientos operen sin resistencia social; segundo, elabora un nuevo dis-
curso público mundial —contenido en el enunciado minería sustentable—
orientado a representar al cmg como productor de bondad social, a la vez que
legitima la intervención cotidiana de sus agentes en el control de la vida social
de comunidades y comarcas.
Para ilustrar el argumento, recurro a la operación del clúster en el terri-
torio mexicano, pero la reflexión puede extenderse a países de América Latina
y más allá, pues en el ámbito mundial se registran escenarios que ejemplifican
la dominación minera y los conflictos locales que genera, tal como lo expo-
nen el proyecto Environmental Justice Organizations, Liabilities and Trade
(ejolt 2014), los informes del Observatorio de Conflictos Mineros de Amé-
rica Latina (ocmal 2014) y, en México, la Red Mexicana de Afectados por la
Minería (rema 2016).
Este análisis pretende contribuir a la literatura en torno a temas cruciales,
como el papel de los discursos globales en la organización de espacios locales
(Bridge y McManus 2000), el contraste crítico del discurso minero de “res-
ponsabilidad social” frente al conflicto local (Halboom 2012; Frederiksen
2013; Quastel 2014), el tema de la acumulación por desposesión (Harvey 2004)
y argumentos para la concepción y práctica de la justicia ambiental (Urquidi y
Walter 2011; Martinez-Alier et al. 2014).
La nueva geografía minera
y el surgimiento del clúster minero global
Algunos estudios señalan cierta tendencia al agotamiento de las vetas mineras
mundiales a la par de una creciente demanda de metales industriales y precio-
sos en la economía global. Afirman que la extracción de metales se compor-
tará de forma similar a la curva de Hubbert para el petróleo, de modo que las
argumento planteado en este capítulo no requiere desplegar una analítica y aplicación del
concepto comarca; con la sola idea de un lugar llamado Comala, sometido al cacique lla-
mado Pedro Páramo, es más que suficiente para enmarcar los linderos de mi argumento.
167
Claudio Garibay Orozco
existencias actuales en los yacimientos de metales baratos están llegando a su
cénit, y estas sufrirán un rápido descenso en los años subsecuentes (Valero
y Torres 2008; Jackson 2009). Más allá de las variaciones especulativas, este
escenario provocaría un aumento tendencial del precio de los metales y llevaría
a fiebres de inversión, debido a las altas ganancias en el negocio minero. Con
ello, la característica geológica del agotamiento de minerales resulta relevante,
puesto que los yacimientos concentrados en vetas de alta ley de corte mineral
decrecen en número y calidad, y lo que queda son abundantes pero pobres
yacimientos de baja ley de corte, donde los metales se encuentran microscó-
picamente dispersos en vastos volúmenes de material estéril;2 es decir, en
una disposición geológica que la minería subterránea tradicional es incapaz
de explotar de manera rentable. Para responder al reto de la escasez y la alta de-
manda de minerales, la industria minera mundial ha tenido que evolucionar en
tres sentidos:
1) Los emprendimientos de gambusinos, las empresas familiares y las
compañías regionales son absorbidas o desplazadas por corporaciones globa-
les de accionistas (Higgins y Burril 2010; Delos 2014). Mediante esta modi-
ficación organizacional, las empresas han concentrado poder tecnológico,
económico y político bajo un mismo mando, y han ampliado su capacidad de
acción hacia yacimientos promisorios en cualquier país o región del mundo. El
2
En la terminología minera se entiende por ley de corte minero (cut-off) aquella concentra-
ción de metal en un yacimiento que es igual al costo de producción; es decir, a la cantidad
de mineral que una vez extraído no da pérdidas ni ganancias. Las leyes superiores a la ley de
corte darán ganancias y se considerarán como mineral económicamente explotable; en
cambio, leyes inferiores a la ley de corte darán pérdidas. Originalmente, por su peso, los
metales se encuentran flotando en el magma terrestre. El agua, al entrar en contacto con
el magma, se eleva a la superficie por entre grietas de la corteza terrestre, arrastrando con-
sigo partículas metálicas. Terminado el proceso hidrotermal, las partículas metálicas que-
dan sedimentadas en la grieta. Si la grieta que liberó la presión fue ancha, el sedimento
queda en un espacio acotado y da lugar a vetas o filones; en cambio, si la presión se liberó
por miríadas de pequeñas grietas, el metal queda disperso dando lugar a yacimientos de
baja ley. Por material estéril se entiende a aquel que no contiene suficiente concentración
de metales para ser económicamente explotable.
168
Clúster minero global
predominio de la organización corporativa ha sido causa y efecto del desarro-
llo de mercados financieros especializados en la industria extractiva, especial-
mente la Bolsa de Valores de Toronto, que ha captado y suministrado capitales
para la construcción de infraestructuras mineras a escala global, en compe-
tencia con la tradicional Bolsa de Londres (Tetreault 2013). Estos mercados
financieros también han impulsado una amplia red de intereses vinculados:
fabricantes de maquinaria especializada, servicios técnicos especializados,
centros de investigación y agencias gubernamentales de regulación y promo-
ción minera. Todos ellos son grupos de interés beneficiarios de la expansión
de la minería corporativa. Así, en muchos países, la apertura del sector minero
debida a las reformas neoliberales de finales del siglo xx fortalecería la trans-
formación de las empresas mineras en corporaciones globales (Bridge 2004;
Bridge 2009; Muradian, Walter y Martinez-Alier 2012).
2) La tecnología ha evolucionado hacia la megaminería de tajo a cielo
abierto, la cual permite —a un costo social y ambiental muy alto— la explo-
tación rentable de los yacimientos pobres mediante la instalación de gigantes-
cos aparatos industriales capaces de remover, triturar, cernir y lixiviar millones
de toneladas de material a cambio de minúsculas pero valiosas cantidades de
metal. La tecnología también evolucionó hacia la megaminería subterránea para
explotar los escasos filones de vetas concentradas. Es frecuente que ambas
técnicas sean usadas en forma combinada o sucesiva, según la disposición del
mineral en el subsuelo. De forma similar a lo que ocurre con la industria petro-
lera, que busca superar su agotamiento mediante la explotación de yacimientos
en aguas profundas o tierras bituminosas —lo que implica altos costos ener-
géticos y ambientales—, la industria minera obtiene los metales mediante la
pulverización extensiva de territorios. Así, para obtener la misma cantidad de
metal que antaño, esta industria ha multiplicado exponencialmente el gasto
de agua y energía, así como la superficie de territorio afectado (Mudd 2007).
3) Las corporaciones mineras —a pesar de la ruda competencia comer-
cial entre ellas— han edificado un campo social unificado, integrado por una red
mundial de corporaciones y asociaciones vinculadas. Su objetivo ha sido erigirse
como un sujeto político global capaz de operar en múltiples escalas para mantener
los territorios de países o regiones del mundo abiertos a la explotación minera
169
Claudio Garibay Orozco
corporativa y para legitimar su negocio ante la radical destrucción de paisajes
sociales y patrimonios ambientales derivada de la evolución tecnológica hacia
la megaminería. A este campo social unificado lo he denominado —a falta de
mejor nombre— clúster minero global (cmg).
Estas tres adaptaciones han dado forma a una nueva geografía minera
del siglo xxi, caracterizada por la presencia del interés minero en cualquier
territorio en el mundo con yacimientos pobres. Se observan nuevos procesos
de ocupación territorial donde: a) las minas subterráneas en producción son
reconvertidas en minas de tajo a cielo abierto; b) las regiones mineras aban-
donadas debido a su baja ley son reactivadas conforme a la nueva tecnología;
c) las comarcas sin historia minera se abren para la explotación, y d) se abren
yacimientos de difícil acceso ubicados en regiones de alta montaña, polares y
subacuáticas. Por tanto, el impacto territorial inherente a la tecnología mega-
minera y la oposición que sus emplazamientos genera en sociedades locales ha
sido el contexto y el imperativo para que esta industria se organice en defensa
de su interés como sujeto político global.
Pierre Bourdieu (1984) define el campo social como un espacio social
relativamente autónomo, de acción social e influencia, donde confluyen rela-
ciones sociales determinadas. Un campo social funcionaría como un mercado
competitivo donde sus participantes disputan ventajas y posiciones, a la par
que se comprometen con las reglas estructuradas de este; es decir, con la actua-
lización continua de valores, normas, jerarquías y disposiciones (habitus) del
campo.
En tal sentido, el campo social minero estaría compuesto por una red
mundial de corporaciones mineras y proveedores de maquinaria y servicios
técnicos, pero también bufetes, asesores, asociaciones, profesionales, ideólo-
gos, centros de investigación, políticos y demás asociaciones e individuos que
compiten por ganar ventajas, a la vez que se comprometen con los intereses,
valores y reglas generales de la red y se autoidentifican con ella. Por esta razón,
es posible analizarlos como una suerte de comunidad —en el sentido laxo del
término— que se reproduce en el tiempo; de modo que esta puede ser tratada
como un sujeto-objeto etnográfico, sin importar que sus individuos sean cultu-
ralmente diversos y estén geográficamente dispersos. Ahora bien, el término
170
Clúster minero global
políticamente unificado se refiere en específico a que el campo social minero ha
logrado, a pesar de los intereses competitivos de sus miembros, congregar en
estructuras centralizadas la representación de los intereses estratégicos de la
red en el planeta y difundir un robusto discurso ideológico global. En suma,
un amplio conjunto de participantes del sector minero se ha constituido en un
sujeto público mundial que habla en bloque, hacia el exterior del campo, a fa-
vor de dar legitimidad pública a las acciones e impactos de las corporaciones
mineras; por ello, cuando hablamos del cmg, le reconocemos la facultad de
acción propia de un sujeto que, como tal, es capaz de adelantar sus intereses y
desplegar estrategias.
De este modo, la primera estrategia del cmg consistiría en alinear a los
Gobiernos nacionales y provinciales a su favor, además de facilitar la instau-
ración exitosa de horizontes de coerción (Lomnitz 2005) sobre las comunida-
des locales y comarcas donde operan. La segunda, en claro ocultamiento de la
anterior, estaría orientada a promover un discurso público centrado en el enun-
ciado minería sustentable, que pretende representar a las corporaciones mineras
como productoras mundiales de bondad social; ambas destinadas a lograr —en
el contexto de la nueva geografía minera— ciclos exitosos de acumulación de
capital en entornos de colisión de sus intereses contra derechos históricos
de propietarios y contra las formas de vida de comunidades y comarcas locales.
Es decir, se trata de una minería que, debido a su gigantismo tecnológico, a sus
necesidades territoriales y a su impacto en el paisaje, requiere necesariamente
desposeer tierras, remover usos culturales, desarraigar poblaciones y subordi-
nar la vida social local al negocio minero durante el efímero periodo histórico
de dos o tres décadas en que agotan el yacimiento y dejan el lugar destruido e
inhabitable bajo el parámetro de la ocupación cultural precedente.
La Iniciativa Minera Global
La constitución del clúster como bloque ideológico unificado se puede ras-
trear desde 1999, cuando nueve grandes corporaciones mineras y metalúrgi-
cas se reunieron en Melbourne para confrontar la mala reputación mundial de
171
Claudio Garibay Orozco
la industria, debida a escándalos de contaminación y violencia. Fue entonces
cuando el grupo lanzó la llamada Global Mining Initiative a la esfera pública.
Su promotor, sir Robert Wilson —director de la corporación Río Tinto—,
argumentó lo siguiente:
Derivado de las deficiencias ambientales y sociales del pasado, la industria
minera ahora enfrenta un gran reto. Hay una percepción, en un número cre-
ciente de personas, a menudo tácita, de que la industria mundial de minería
y metales es incompatible con el desarrollo sostenible […] Esta es una per-
cepción que debemos enfrentar. Si se descontrolara, provocaría legislaciones
y distorsiones en los mercados, de manera que en última instancia se dañaría
nuestro negocio y el desarrollo de las economías por igual, y produciría ines-
peradas consecuencias ambientales y sociales. Creo firmemente que a menos
que los principales actores de la industria global de minerales y metales puedan
presentar un caso convincente de que sus actividades se llevan a cabo en con-
sonancia con los principios del desarrollo sostenible, entonces su futuro a largo
plazo estará en peligro. Debemos ser capaces de explicar nuestro papel a una
generación que toma el desarrollo sostenible como un valor dado. Presentar
nuestro caso no será fácil por varias razones. Una es que la industria minera lleva
mucho de equipaje. Nadie puede negar un pasado de daños al medio ambiente
ni la existencia de ejemplos modernos de mala práctica. Otra razón es que la
naturaleza fragmentada de nuestra industria y la gran competencia que existe
entre los productores no ha facilitado a la industria ocuparse estratégicamente
de esta amenaza tan amplia y compleja para sus actividades. A nivel nacional y de
producto, existen asociaciones de la industria que hacen un buen trabajo, pero
la industria no está organizada para analizar y responder adecuadamente a un
desafío tan amplio y profundamente arraigado a su futuro. Esta preocupación
que expreso es compartida por otras personalidades de la industria. Algunos
de nosotros hemos hablado sobre el tema y hemos acordado no permitir que
el futuro de nuestra industria se decida por ausencia. Por tanto, lanzamos un
nuevo proyecto para abordar estas cuestiones bajo el nombre de Iniciativa
Minera Global (Wilson 1999; traducción propia).
172
Clúster minero global
Los gigantes corporativos apoyaron la gmi, de modo que su primera
tarea fue la creación del International Council of Mining and Metals (icmm)
en 2001 para, de forma mancomunada, ejercer influencia política mundial.3 El
ingreso de los poderosos gigantes corporativos fortaleció a la organización, a
la que también se adhirieron decenas de asociaciones que agrupan centenas
de compañías mineras, de modo que actualmente reúne a 22 corporaciones
mineras mundiales y 32 asociaciones nacionales, continentales y por commo-
dity (oro, acero, etc.). Esto significa que 1 500 empresas mineras asociadas
operan más de 1 200 minas en 70 países, además de miles de proyectos en
exploración (icmm 2016a).
En conjunto, los miembros del icmm controlan un alto porcentaje de la
producción mundial de metales: cobre (52 %), platino (44 %), hierro (42.5 %),
oro (26.8 %) y níquel (28 %), y emplean aproximadamente 800 000 de los 2.5
millones de trabajadores en la minería formal (icmm 2016a). No obstante, el
icmm aspira a formar una coalición minera total, por lo que actualmente el re-
clutamiento avanza hacia Rusia (icmm 2016b) y especialmente hacia China,
3
Entre las corporaciones relevantes están African Rainbow Minerals, Anglo American,
Anglo Gold Ashanti, Antofagasta Minerals, Areva Mines, Barrick, bhp Billiton, Codelco,
Freeport-McMoRan, Glencore, Goldcorp, Gold Fields, Hydro, jx Nippon, Lonmin, Mit-
subishi Materials, mmg, Newmon, Polyus Gold, Río Tinto, South 32, Sumitomo Metal
Mining, Teck. Entre las asociaciones están la Cámara Asomineros Andi-Colombia, Casi
Institute, Chamber of Mines of South Africa, Chamber of Mines of the Philippines,
Chamber of Mines of Zambia, Cobalt Development Institute, Consejo Minero de Chile
A. G., Eurometaux, Euromines, European Precious Metals Federation, Federation of
Indian Mineral Industries, Ghana Chamber of Mines, Instituto de Seguridad Minera–
Perú, International Aluminium Institute, International Copper Association, International
Iron Metallics Association, International Lead Association, International Manganese
Institute, International Molybdenum Association, International Wrought Copper Coun-
cil, International Zinc Association, itri, Japan Mining Industry Association, Minerals
Council of Australia, Mining Association of Canada, Mining Industry Associations of
Southern Africa (miasa), National Mining Association-usa, Nickel Institute, Prospec-
tors and Developers Association of Canada, Sociedad Nacional de Minería-Chile, Socie-
dad Nacional de Minería, Petróleo y Energía–Perú, World Coal Association, World Gold
Council, Zircon Industry Association.
173
Claudio Garibay Orozco
donde, en el contexto del China Mining Congress de 2012, presentó las tra-
ducciones al chino de sus documentos clave y se entrevistó con el Gobierno
central de China (icmm 2016c). En este sentido, Sethi (2005) argumenta que
antes del icmm y del despliegue de la gmi, las corporaciones mineras fallaron
en organizarse a sí mismas de manera efectiva a nivel global, en favor de lo
que él llama una “industry-based codes in serving public interest”. En nuestra
visión, es con la fundación del icmm que emerge el cmg como sujeto político
a escala global.
La segunda tarea fue la elaboración del fundamento teórico de la gmi.
Esta labor fue contratada con el International Institute for Environment and
Development (iied) con sede en Londres. El iied explica su identidad en su
página web:
Somos una organización independiente de investigación de políticas activa en
los cinco continentes a través de una extensa red de socios. Fundada en 1971
por la economista Bárbara Ward, quien forjó el concepto y la causa del desa-
rrollo sostenible […] El iied es una de las organizaciones ambientales y de
desarrollo internacionales más influyentes en el campo de la investigación
de políticas […] Nosotros construimos puentes entre la política y la práctica,
las comunidades ricas y pobres, el Gobierno y el sector privado, y entre los
diversos grupos de interés […] forjamos alianzas con individuos y organizacio-
nes que van desde los habitantes de favelas a las instituciones globales; ayuda-
mos a fortalecer la voz de los marginados en la toma de decisiones y a garantizar
que la política nacional e internacional refleje las agendas de las comunidades
y países más pobres. Algunos de nuestros socios son personas que trabajan
en otras organizaciones no gubernamentales [ong], Gobiernos, instituciones
académicas, grupos de poblaciones indígenas, institutos globales y organismos
multilaterales, como la onu […] Nosotros también desempeñamos un papel
activo en las redes internacionales, como la Unión Internacional para la Conser-
vación de la Naturaleza (iied 2014; traducción propia).
El iied organizó un amplio equipo multinacional compuesto por cien-
tíficos sociales, ambientalistas y expertos en casos locales. En el año 2002
174
Clúster minero global
presentó el documento final titulado “Abriendo brechas. Minería, minerales
y desarrollo sustentable (mmds)”.4 Este texto presenta un perfil de la mine-
ría mundial y describe su relevancia económico-estratégica para el mundo
moderno, señala la controversia generada por la minería en relación con la
sustentabilidad ambiental y social, además de analizar las causas generadoras
de conflictos entre compañías mineras y comunidades a la luz de casos suce-
didos en diferentes países y regiones del mundo. Entre otras cosas, el estudio
criticó que las compañías mineras han cometido errores en la adquisición de
tierras, descuidos en la reubicación de asentamientos, indolencia ante eventos
de contaminación, indiferencia hacia afectaciones de salud, mezquindad en las
compensaciones a la población local.
La conclusión y lección a que les llevó su análisis es que si las compañías
hubieran estudiado los contextos locales y nacionales —y operado con menor
impacto ambiental y mayor vínculo con la población local—, los conflictos
pudieron haberse evitado o, por lo menos, se pudo mitigar su virulencia. Táci-
tamente, recomendó a las corporaciones abandonar conductas indolentes;
explícitamente, les invitó a actuar con conocimiento de la complejidad legal,
social, cultural y política del lugar donde buscan instalar sus emplazamientos
mineros. Pero la recomendación relevante fue que el cmg debía desarrollar
una política de intervención activa en la vida social de comunidades y comar-
cas con la divisa del desarrollo sustentable.
El reporte llamó al cuidado del ambiente y a la conversión de las corpora-
ciones mineras en promotoras de todos los derechos sociales y culturales que
fuese menester proteger (compensaciones justas, ambiente sustentable, dere-
cho a la consulta, equidad de género, salud). También llamó a la responsabili-
dad empresarial de combatir la pobreza y promover proyectos de desarrollo de
la comunidad para incorporar a las comunidades afectadas al próspero mundo
4
En el reporte Abriendo brechas… participaron realmente tres organizaciones: Internatio-
nal Institute for Environment and Development (iied; www.iied.org); Environmental
Resources Management (erm; www.erm.com/en/) y World Business Council for Sus-
tainable Development (wbcsd; www.wbcsd.org/home.aspx). En este artículo, cuando
nos referimos al iied extendemos la autoría a las otras organizaciones.
175
Claudio Garibay Orozco
del desarrollo sustentable. De manera especial, se convoca a las corporaciones
mineras a crear espacios de negociación donde intervengan todos los involu-
crados: líderes comunitarios, agentes de gobierno, ong y demás implicados
para planificar iniciativas, armonizar ideas y resolver conflictos. Incluso reco-
miendan evitar la soberbia e intervenir de forma indirecta, discreta y humilde,
a fin de evitar animadversión local o suplantar el papel del Gobierno.
Entre la abundancia de derechos por reconocer a las comunidades que
el iied menciona a sus financiadores, se desliza la “subversiva idea” de que los
Gobiernos (las mineras no se mencionan) deben reconocer el derecho de las
comunidades a oponerse a los emplazamientos mineros; sin embargo, la idea
es una tímida frase solitaria, perdida en un texto de más de cuatrocientas pági-
nas e inmediatamente acotada en la frase subsecuente, donde a la comunidad
afectada se le pide demostrar que tal oposición debe resultar de “un proceso
de toma de decisión bien establecido” y además debe calificar como comunidad
indígena (iied 2002, 225).5
Los autores son vehementes en afirmar que la comunidad es actor rele-
vante, que siempre debe tener el derecho a participar, a ser consultada y a nunca
ser excluida de la imaginada mesa de diálogo que debate su destino. Es decir, se
trata de una mesa donde el iied incluye a una multitud de actores relevantes
y no tan relevantes que —ellos dicen— tienen derecho legítimo a participar
(funcionarios de gobierno, representantes mineros, organizaciones sociales,
grupos ambientalistas, agencias internacionales, medios de comunicación);
sin embargo, en la jerarquía de grados de legitimidad que establece el iied, la
comunidad local es un actor con méritos insuficientes para estar en la cima,
la cual se reserva en exclusiva para dos actores: los Gobiernos (Estados) y la
compañía minera, lo que argumentan de la siguiente manera:
En todos los niveles, desde el internacional al local, existen grupos de actores
que se consideran voces legítimas dentro del sector de los minerales. A veces sus
5
Ciertamente, en la página 157 hay una segunda referencia al derecho de decir no, pero
esta mención no aparece como un principio de reconocimiento, sino como una actitud
local que puede revertirse mediante técnicas de diálogo.
176
Clúster minero global
demandas de legitimidad son difíciles de evaluar. Para el desarrollo sustentable
es fundamental la necesidad de entender quiénes son los actores sociales, cómo
evaluar su legitimidad, cómo garantizar su presentación de cuentas y cómo pro-
mover su capacitación (iied 2002, 74).
Así, el iied distingue grados de legitimidad de los actores conforme a
una jerarquía ordenada en cinco niveles:
1.- Actores con derecho de veto: Autoridades de Gobiernos correctamente cons-
tituidos, facultados para negar permisos; dueños de tierras con derechos de
explotación y que no tienen la obligación de vender.
2.- Actores con derecho a recibir compensación: Dueños de tierras que no poseen
derechos de explotación, trabajadores heridos, comunidades que deben ser rea-
sentadas.
3.- Actores con derecho a participar: Algunos organismos indígenas nacionales,
autoridades locales de planificación, personas que reúnen los requisitos para
participar en procesos de eia.
4.- Actores con derecho a consulta: Personas afectadas cuyas opiniones deben
indagarse, comunidades vecinas, organismos de gobierno no involucrados en
la toma de decisiones.
5.- Actores que deberían ser informados: Abastecedores, medios de comunicación
(iied 2002, 74).
Nótese que los actores con derecho de veto son el Estado nacional y los
concesionarios mineros, quienes no tienen la obligación de vender; en cambio,
los propietarios sin concesión minera solo tienen derecho a ser compensados, es
decir, pagados, por el despojo de sus tierras. De este modo, las comunidades
—como organización colectiva o como suma de propietarios— están obliga-
das a ceder sus tierras y a acatar su posible relocalización.
En el universo de derechos otorgados por estos supremos “legisladores
sustentables” del iied, las comunidades quedan despojadas del derecho de
decir no, porque no son Estado nacional y porque no compraron o negocia-
ron con las burocracias estatales las concesiones mineras bajo sus tierras. A
177
Claudio Garibay Orozco
los demás actores —vecinos sin propiedad de tierras, recolectores o afectados
ambientales— les queda el flaco derecho a participar —compartir el dinero
piñata repartido por la compañía minera o por el Gobierno—. Finalmente,
para cerrar la pinza, el iied abre el derecho de voz a intermediarios políticos,
funcionarios gubernamentales y otros actores para entrometer su presencia y
opinión sobre el único tema que queda abierto a decidir: la mejor técnica para
operar la desposesión territorial de las comunidades locales. Aquí está final-
mente la clave que decodifica el discurso de la minería sustentable.
El reporte de iied reconoce todos los derechos que sean convenientes
reconocer, menos el derecho de las comunidades a vivir en su territorio, con-
forme a su forma de vida en su paisaje históricamente construido y a negarse a
que su territorio se convierta en lo que Lerner (2010) llama “zona de sacrificio”.
El iied se abstuvo de cuestionar el modelo de consumo mundial de
minerales. Por ejemplo, no discute el sentido del consumo del oro para joyas
o seguridad financiera en relación con la dimensión del costo energético de su
extracción; tampoco la afectación ambiental que provoca ni el socavamiento
de la habitabilidad del paisaje; no cuestiona el enfoque de la corporación pri-
vada hacia la ganancia financiera frente a un enfoque de ahorro de producción
y consumo de recursos minerales que tienden a la escasez, y no reflexiona sobre
por qué el interés privado de las corporaciones mineras se presenta como un
interés público global.
El reporte nada dice de la reciprocidad negativa, definida como “la inten-
ción de tomar todo, si es posible, a cambio de nada”, implicada en la apropia-
ción privada de volúmenes masivos de riqueza que son transferidos de regiones
periféricas a lujosos nodos centrales de la economía global. En el iied parecen
vivir una contradicción entre su ideología y las consecuencias de las prescrip-
ciones del reporte mmsd. Pero esta contradicción podría ser resuelta si el iied
demostrara que en la agenda de las comunidades más pobres del mundo está
el ceder de buen grado —sin coerción, en libertad, con información, con auto-
nomía— sus tierras y formas de vida a emplazamientos mineros en beneficio
de desconocidos accionistas corporativos, o cooperar solidariamente con la
necesidad mundial de oro y demás metales.
178
Clúster minero global
Minería sustentable y técnicas de dominación
La gmi organizó al cmg como campo social unificado al ofrecer —mediante el
reporte mmsd— una filosofía, un marco conceptual y un nuevo discurso con
el cual presentarse como una industria socialmente responsable y comprome-
tida con el ambiente. La img también aportó al cmg —mediante la funda-
ción del icmm— un dispositivo de inteligencia estratégica que le constituiría
en sujeto político global habilitado para contrarrestar las críticas, legitimar la
sustentabilidad de la megaminería y ganar influencia en organismos interna-
cionales clave y en Estados nacionales.
Si bien antes de la gmi la industria ya se agrupaba en asociaciones nacio-
nales e internacionales, y sus miembros se vinculaban a través de congresos
mundiales celebrados en diversos países, en realidad no percibían necesidad
alguna de responder críticas y promover una política de legitimidad del sector.
Su actividad se orientaba a negociar reglas de competencia al interior de la
industria y lograr ventajas legales o regulatorias con los Estados nacionales:
derechos de acceso al subsuelo, impuestos, incentivos, garantías a la inversión.
La atmósfera positiva hacia la industria cambiaría en la Cumbre de la
Tierra de Río en 1992. Allí se encontró vulnerable ante las críticas a sus com-
portamientos depredadores, insertas en un nuevo entorno mundial donde
la preocupación ambiental y los derechos de los pueblos étnicos adquirieron
centralidad. Fue entonces que la industria minera se vio impelida a organizarse
como clúster y responder con una estrategia legitimadora.
El icmm asumió el papel organizador de esa estrategia, y en el 2003
publicó su decálogo de principios de la minería sustentable, que pronto sería
insertado en las páginas web de muchas corporaciones mineras del mundo
(ver decálogo en icmm 2016d). Hacia afuera de la industria, las compañías
mineras se publicitarían como organismos éticos preocupados por el desarro-
llo sustentable, la defensa de los derechos humanos, el respeto de las cultu-
ras, el cuidado del ambiente, la salud, la seguridad de los trabajadores y contra
la pobreza. Mientras tanto, hacia dentro, el clúster se dedicaría a educar en el
nuevo discurso a sus propias corporaciones para hacer creíble su decálogo de
minería sustentable.
179
Claudio Garibay Orozco
Una primera línea estratégica fue la edificación de una suerte de meca-
nismo de autocertificación de sustentabilidad minera. El decálogo de princi-
pios se desagregó en criterios de sustentabilidad y responsabilidad social, y se
les asignó un sistema de calificación de cumplimiento. Hoy las corporaciones
mineras se autoevalúan mediante la presentación de un reporte público con-
forme a los criterios del decálogo, que es auditado por un panel de “expertos
independientes”. Desde el año 2009 hasta la actualidad, el icmm ha anunciado
que sus corporaciones fundadoras cumplen con los principios de la minería
sustentable con altas notas (icmm 2016e). Con estos diplomas autoasigna-
dos, las corporaciones buscan, en la esfera pública mundial, acreditarse como
sustentables y socialmente responsables. Para prevenir descalificaciones del
mecanismo por escándalos y temas difíciles —operaciones mineras en áreas
protegidas, ocupación de territorios indígenas sin autorización, desastres
ambientales—, publican declaratorias de posición donde califican como temas
en controversia a los mencionados, aunque mantienen sus operaciones y afir-
man estar abiertos a diálogos futuros (icmm 2016f).
El icmm también responde a críticas puntuales. Un ejemplo es su carta de
respuesta a la organización indígena First Peoples Worldwide, la cual denuncia
que el icmm niega la calidad política de los pueblos originarios a decir no a los
emplazamientos mineros en sus territorios (icmm 2016g). Las baterías tam-
bién se dirigen hacia los críticos académicos del clúster minero. Ejemplo de ello
es el artículo de su intelectual orgánica, Kathryn McPhail (2008; ex directora
senior del icmm), titulado “Sustainable Development in the Mining and Mine-
rals Sector: The Case for Partnership at Local, National and Global Levels”, el
cual puede interpretarse como un contrataque académico a la llamada tesis:
“La maldición de los recursos extractivos”. Dicho artículo convenientemente
concluye en un estudio comparativo de varios países que pretende corregir
la famosa tesis, en el sentido de descargar de culpa a las industrias extractivas
por la generación de inflación, pobreza, concentración de poder y corrupción
institucional en los países receptores. Por el contrario, McPhail concluye que
los impactos sociales y económicos observados en muchos casos no son cau-
sados por acciones de la industria minera, sino por la debilidad regulatoria
de los Gobiernos que la hospedan. Se trata de un curioso giro argumental
180
Clúster minero global
que podría ser cierto si las compañías mineras fueran pequeños, humildes y
desorganizados emprendimientos gambusinos en tierras lejanas que el Estado
hubiera olvidado, y no ricas corporaciones con amplios recursos económicos
y políticos para subordinar las acciones gubernamentales a su interés. Algo
así como decir: “¡Creamos violencia social, desastres ambientales y desequi-
librios económicos y corrupción por culpa del Estado nacional que nos hos-
peda, porque él no es capaz de controlarnos!”. McPhail fue premiada por el
periódico británico Financial Times (ft) y por la International Finance Corpo-
ration (ifc) porque “proporcionó una visión a la reflexión internacional sobre
el desarrollo del sector privado en el sector de la minería” (icmm 2008). Por
cierto, entre los jurados que entregaron el premio a McPhail estaba el director
del Yale Center for the Study of Globalization, Ernesto Zedillo, el expresidente
mexicano.
Una segunda línea estratégica del icmm ha sido proveer al cmg de argu-
mentos sólidos, a la vez que políticamente correctos, para colocar el lenguaje
y la estrategia del reporte mmsd como política pública de organismos interna-
cionales relevantes. Más aún, una revisión del tema minero en los documen-
tos del Banco Mundial, de la Asia-Pacific Economic Cooperation (apec), del
Foro Económico Mundial (wef, por sus siglas en inglés) y de la Organización
para la Cooperación y Desarrollo Económico (ocde 2015) muestra que se
trata de elaboraciones del mismo discurso que pretenden mostrar a la minería
como como una prioridad mundial y como una práctica sustentable y social-
mente responsable. Ejemplos de ello son la “Iniciativa para el desarrollo de la
minería responsable”, impulsada por el wef, que pretende crear “una plata-
forma neutral verdaderamente multipartita para el debate y desarrollo de ideas
capaces de liberar potenciales benéficos socioeconómicos de la minería” (wef
2013), o los documentos del Mining Task Force de la apec, avalados por los
ministros de los países de esta poderosa organización que, por ejemplo, no
ven problema ambiental alguno en la minería subacuática, solo “si se hace de
manera responsable” (apec 2016).
Una tercera línea ha sido proveer a las corporaciones mineras con pro-
tocolos y recomendaciones para controlar y gestionar grupos y procesos polí-
ticos contrarios al interés minero, entre ellos los protocolos para relacionarse
181
Claudio Garibay Orozco
con grupos indígenas e incidir políticamente en el país huésped, para reubi-
car poblados o para procesar conflictos comunitarios. Del conjunto de pro-
tocolos, destaca un manual elaborado por el icmm y la División de Políticas
sobre Petróleo, Gas y Minería del Banco Mundial, dirigido a los operadores de
minas. Allí se ofrecen instrucciones sistemáticas y puntuales para conocer a las
comunidades de su entorno e instaurar sobre ellas un régimen de dominación
que conjure reacciones adversas al emplazamiento minero. El documento se
titula “Un conjunto de 20 herramientas revisadas y actualizadas para su aplica-
ción en el ciclo de los proyectos de minería de desarrollo comunitario. Kit de
herramientas” (icmm 2012; cuadro 1).
Escrito en el modo retórico del desarrollo sustentable, el kit recomienda
“fomentar las alianzas y relaciones de trabajo constructivas entre comunidades,
empresas y gobiernos […] para mejorar las oportunidades para el desarrollo
sostenible de las comunidades en torno a las operaciones y regiones mineras
y de metales en todas las fases del ciclo de minería y metales” (icmm 2012, 5).
Este manual es un sofisticado instrumento de inteligencia estratégica listo para
aplicarse desde las oficinas de relaciones comunitarias de los emplazamientos
mineros. Un primer conjunto de herramientas sirve para edificar un panóptico
sobre la comarca; luego enseña cómo identificar y describir la red de actores
internos y externos, incluso localiza sus casas en un mapa del poblado; cómo
clasificarlos por influencia política, grado de oposición y potencial para afec-
tar al proyecto minero, y cómo seleccionar el trato adecuado para cada grupo,
especialmente para líderes y opositores, a fin de ofrecerles oportunidades de
asociación. Además, da indicaciones para desarrollar estudios sociológicos
complementarios sobre la vida cotidiana, la economía e historia locales, valo-
res culturales, divisiones y conflictos internos, entre otros temas. Un segundo
conjunto de herramientas detecta necesidades y aspiraciones locales, y pone
a la población a “jugar” a la sustentabilidad mediante proyectos participativos,
siempre bajo la mirada atenta de los agentes de la empresa. Un tercer conjunto
enseña a administrar reclamos y conflictos, reubicar poblados de forma pací-
fica y elaborar acuerdos y planes de desarrollo comunitario. Sin duda, el kit es un
manual sofisticado para organizar una micropolítica de tratos diferenciados a
fin de diluir la formación de oposiciones unificadas, y a la vez para facultar a los
182
Clúster minero global
Cuadro 1
Kit de veinte herramientas de desarrollo comunitario, icmm (2012)
I. Herramientas de relaciones
1) Identificación de las partes interesadas
2) Análisis de las partes interesadas
3) Matriz de consulta
4) Evaluación de asociaciones
5) Mecanismo de reclamaciones
II. Herramientas de planeación
6) Marco de planeación estratégica
7) Mapa de la comunidad
8) Análisis institucional
9) Jerarquización de oportunidades de desarrollo
10) Herramienta de valuación financiera
III. Herramientas de evaluación
11) Estudio social de referencia
12) Evaluación de impacto social y oportunidades
13) Evaluación de competencias
IV. Herramientas de gestión
14) Acuerdos de desarrollo comunitario
15) Sistemas de gestión
16) Planes de acción comunitaria
17) Inversión económica local
18) Planeación de reasentamientos
V. Herramientas de seguimiento y evaluación
19) Definición de indicadores
20) Escala de logro de objetivos
Fuente: Elaboración propia.
agentes mineros respecto a dirigir y administrar la acción colectiva de la pobla-
ción local hacia objetivos que no afecten los intereses de la mina.
El objetivo subyacente del kit de desarrollo comunitario es instaurar un
régimen de dominación mediante una suerte de gobierno indirecto operado
por la gerencia de la mina. El carácter indirecto —a modo de outsourcing— es
crucial para disimular su intervención, evadir responsabilidad y ahorrar costos
monetarios. Los planes de acción y las microempresas locales se publicitarán
como iniciativas legítimas de la comunidad, y la presencia de consultoras, ong,
183
Claudio Garibay Orozco
universidades y agencias gubernamentales —leales a la minera— se justificará
como petición local atendida. Finalmente, el dominio de la minera se ocul-
tará como una desinteresada colaboración filantrópica con sus vecinos pobres,
acorde con la retórica de la responsabilidad social corporativa.
La elaboración de manuales y recomendaciones sobre múltiples aspec-
tos para la implantación exitosa de corporaciones en todo el mundo es abun-
dante; por ejemplo, para lograr la desposesión exitosa de tierras publicaron
Land Acquisition and Resettlement: Lessons Learned (icmm 2015a); para lidiar
con pueblos y derechos indígenas, Indigenous Peoples and Mining: Good Prac-
tice Guide; para identificar y medir el apoyo o rechazo de personas y grupos
contra un emplazamiento minero, Stakeholder Research Toolkit (icmm 2015c);
para incidir y dominar sobre actores en espacios subnacionales y nacionales,
Mining: Partnerships for Development Toolkit (icmm 2011); para mejorar la
imagen pública de las empresas mineras, Changing the Game, Communications
and Sustainability in the Mining Industry (icmm 2013), entre muchos otros.
La producción directa del icmm supera los diez mil documentos, los cua-
les se pueden calificar como la postura oficial del cmg; aunque en realidad
fueron elaborados por una amplia red de académicos organizados en múlti-
ples think tanks ubicados en universidades, asociaciones civiles, consultoras,
asociaciones mineras y organismos internacionales. Entre ellos destacan el ya
citado iied, con sede en Londres; la Simon Fraser University en Canadá, y el
Sustainable Minerals Institute at the University of Queensland, en Australia.
En realidad, con la gmi, presentada en Johannesburgo en 2002, se abrió
una suerte de campo académico orientado a reflexionar y teorizar los problemas
y dilemas del clúster para desarrollar aplicaciones orientadas a resolverlos. De
allí derivó un extenso corpus de artículos y libros de formato “científico”, al
tiempo que evolucionó un amplio campo de negocios de consultoría que ofre-
cen servicios de diseño e implementación de los manuales y recomendaciones
de la minería sustentable; de manera que ya no es extraño encontrar grupos
académicos teorizando, a la vez que operando, procesos políticos a favor del
cmg en todo el mundo.
Un concepto clave de este “campo académico” es el de licencia social para
operar, acuñado por Jim Cooney, un politólogo canadiense que participó en el
184
Clúster minero global
proyecto mmsd (cbsr 2014) y actualmente es consultor, conferencista y líder
del importante programa Responsible Minerals Sector Iniciative, hospedado
en la Simon Fraser University Beedie School of Business. Armado con este
concepto, postula que la compañía minera necesita —además de los permisos
formales— la licencia de los habitantes del lugar; de lo contrario, la operación
minera corre el riesgo de generar oposición y ser detenida. El concepto tuvo
gran aceptación entre el cmg, pues le dotó de un aparato teórico capaz de ana-
lizar experiencias exitosas y fracasadas de desposesión territorial, y de reflexio-
nar en la complejidad de las comunidades locales, en sus respuestas, así como
en encontrar la mejor forma de capturar pacíficamente a la comunidad y tomar
su territorio suavemente, sin oposición.
Aunque no acuñó el término licencia social para operar, el líder teórico del
concepto quizá sea Robert Boutilier —también de la Simon Fraser Univer-
sity—, quien argumenta que hay cuatro niveles de licencia social: el primero y
más bajo es la retención de licencia, donde la comunidad activamente rechaza
el proyecto minero; el segundo nivel es la aceptación, donde la comunidad se
resigna a la presencia formalmente legítima de la mina, pero se niega a ofre-
cer una actitud amistosa hacia ella; el tercer nivel es la aprobación, donde la
población confía en la mina y cree en ella porque cumple los compromisos e
informa de sus acciones, y el cuarto nivel es la identificación psicológica, donde la
población defiende a la mina porque es copropietaria psicológica del proyecto.
De este modo, un mayor nivel de licencia significa un menor riesgo para la
inversión minera. Boutilier recomienda invertir capital social para lograr que
la población se convierta en copropietaria psicológica de la empresa; aclara
que el carácter ficticio de esa copropiedad no es un obstáculo mientras la
población sea creyente de ello. Para cerrar la ergástula de su dispositivo con-
ceptual, realiza una tipología de organización política en sociedades locales,
útil para interpretar las características y tensiones de la arena política local,
que facilita la intervención en el escenario y disminuye el error al momento de
manipular los liderazgos locales hacia el interés minero (Thompson y Boutilier
2011). Las herramientas del icmm arriba mencionadas son precisamente los
productos prácticos derivados de este “campo académico”.
185
Claudio Garibay Orozco
Es importante señalar que el icmm fue el primer instrumento político
global que el clúster generó para sí, pero no ha sido el único y tampoco es
excluyente de otros mecanismos de organización. En realidad, el espacio de
construcción de consensos políticos del conjunto del cmg no ocurre en las ofi-
cinas del icmm en Londres, sino en los encuentros del calendario anual de los
congresos mineros mundiales.
Recientemente, el cmg se fortaleció con una nueva iniciativa global, ini-
ciada en 2013: el Intergovernmental Forum on Mining, Minerals, Metals and
Sustainable Development (ifmmmsd), cuyo objetivo es promover “la aporta-
ción del sector minero al desarrollo sustentable” al ofrecer a los Gobiernos una
“plataforma de diálogo entre múltiples partes interesadas para discutir opor-
tunidades y desafíos que enfrenta la minería”. Conforme a sus documentos,
47 Gobiernos nacionales de países en los cinco continentes se han adherido
a esta iniciativa (ifmmmsd 2013). Además, el clúster ha generado iniciativas
regionales específicas. Por ejemplo, el caso de la Responsible Minerals Sector
Initiative (rmsi), alojada en la Beedie School of Business de la universidad
canadiense, orientada a establecer un diálogo entre corporaciones mineras y
líderes indígenas, académicos, ambientalistas, actores influyentes y funciona-
rios gubernamentales —especialmente de países de América Latina— sobre
las formas de implantación del evangelio de la minería sustentable (sfu 2012;
sfu 2016).
El clúster minero en el escenario minero mexicano
México se encuentra plenamente vinculado, en condición subalterna, a la eco-
nomía global a partir de la reorganización neoliberal iniciada en la década de
los ochenta del siglo pasado. En el ámbito minero, la consecuencia fue la priva-
tización de minas, siderúrgicas y ferrocarriles estatales, hoy bajo el control de
corporaciones globales; además, la desincorporación de las reservas mineras
estratégicas nacionales —áreas ricas en minerales— y su posterior cesión en
concesión a ciudadanos, quienes típicamente, en transacción, las han cedido
a empresas privadas y corporaciones mineras globales. La nueva legislación
186
Clúster minero global
minera de 1992 se ajustó para dar el máximo posible de incentivos a la inver-
sión privada nacional y global. Los títulos de concesión se otorgan a personas
físicas y morales sin restricción de extensión territorial. Tampoco se limita el
número de concesiones que puede adquirir una sola persona física o moral.
No se obliga a informar, previa y oportunamente, a los propietarios superficia-
les potencialmente afectables de dichas concesiones; de modo que cualquier
propietario del país puede enterarse de que el subsuelo de su casa ya está con-
cesionado el mismo día en que algún actuario judicial le notifica su desalojo.
Las concesiones otorgan derecho sobre todos los minerales salvo el
petróleo y minerales radioactivos, que se manejan en otra legislación. Las con-
cesiones tienen vigencia de cien años, mediados por un trámite de prórroga al
año cincuenta. El pago al Estado es un canon de entre uno y seis dólares anuales
por hectárea, monto insignificante para grandes corporaciones pero muy alto
para campesinos ejidales o comuneros indígenas, si pretendieran adelantarse
y evitar que el subsuelo de sus tierras quede en manos mineras. En una suerte
de libre mercado del subsuelo, se pueden comprar y vender concesiones sin
restricción; el único requisito gubernamental es informar del cambio de titular
ante el Registro Público de Minería y Derechos Mineros. Si bien la Constitu-
ción dice que dichas concesiones solo se otorgan a personas mexicanas, la Ley
de Inversión Extranjera de 1992, en su título segundo, habilita como mexicana
a cualquier persona física o moral extranjera que realice actividades mineras si
establece un domicilio fiscal en el país. De especial relevancia es el artículo 6
de la ley minera, que declara que:
La exploración, explotación y beneficio de los minerales o sustancias a que se
refiere esta Ley son de utilidad pública, serán preferentes sobre cualquier otro
uso o aprovechamiento del terreno, con sujeción a las condiciones que esta-
blece la misma y únicamente por ley de carácter federal podrán establecerse
contribuciones que graven estas actividades (Ley Minera 1992).
En suma, se trata de la privatización del subsuelo, que parece haber
generado una suerte de latifundismo de aquel, pues en esta ley se declara a
la actividad minera de interés público y preferente por sobre cualquier otro
187
Claudio Garibay Orozco
uso del suelo, y para hacer valer tal interés público, los concesionarios disponen
de mecanismos cuasi inapelables para consumar actos de apropiación de las
tierras por sobre los propietarios superficiarios, ya con el recurso de la expro-
piación, ya con la llamada ocupación temporal de tierras.
En el orden informal, las corporaciones mineras obtienen ventajas para
lograr concesiones de agua por sobre otros usuarios, también permisos de
afectación ambiental incluso en áreas protegidas, o permisos municipales para
cambio de uso del suelo hacia la actividad minera, a pesar de la eventual oposi-
ción manifiesta de la población local. Como veremos adelante, también gozan
de ventajas informales para conseguir el apoyo de Gobiernos estatales, muni-
cipales y poderes fácticos para lograr la captura y control de las comunidades
locales en la comarca donde operan. México es rico en reservas minerales, por
ello, oficialmente ya hay 1 122 proyectos mineros activos en el país, de los cua-
les, 880 están en fase de exploración, 45 en construcción y 197 en explotación;
además de 67 temporalmente suspendidos por razones técnicas, financieras o
por dificultades sociales locales (mmc 2014). Entre los años 2000 y 2013, 250
corporaciones mineras extranjeras han invertido un total de 39 842 millones
de dólares (se 2014).
En México, el negocio minero es muy lucrativo. En ese sentido, tenemos el
caso ejemplar de la mina a cielo abierto Peñasquito, en Zacatecas. Un emplaza-
miento de 7 800 hectáreas con 22 años de vida útil, propiedad de la canadiense
Goldcorp. De acuerdo con datos de la compañía y a precios de 2012, nuestras
estimaciones arrojan 84 053 millones de dólares en ingresos por ventas, 15 430
millones de dólares por costos de producción y 68 622 millones de dólares de
ganancia operativa (Garibay et al. 2014).6 Si escalamos las cifras de este empla-
zamiento a las 1 122 iniciativas mineras actualmente en despliegue, resulta evi-
dente el tamaño del interés involucrado en el negocio minero en México. Esta
6
El caso de Peñasquito, que se usó en extenso para este capítulo, se puede consultar en la
web con la referencia Garibay et al. 2014. “Corporación minera, colusión gubernamental
y desposesión campesina. El caso de Goldcorp, Inc. en Mazapil, Zacatecas”. Desacatos 44
(1): 115-142.
188
Clúster minero global
es una poderosa motivación del cmg para generar una atmósfera de minería
amigable en las esferas gubernamentales.
En el ámbito internacional, el clúster trabaja en ampliar su influencia en
organismos internacionales, en proveer inteligencia estratégica y en difundir el
evangelio de la minería sustentable; en cambio, en el nivel de Estados nacio-
nales sus objetivos son de orden más operativo: generar condiciones legales
favorables; acordar con el Gobierno federal apoyos formales e informales para
garantizar las inversiones, obtener incentivos, permisos y licencias; procesar la
apropiación minera de tierras y recursos, y en su caso, desactivar opositores.
En este mismo sentido, el clúster se ocupa de establecer vínculos con goberna-
dores estatales, legisladores y medios de comunicación.
En México, las instituciones federales relevantes para el interés minero
son, además de la Presidencia de la República, la Secretaría de Economía (se),
que otorga las concesiones mineras; la Comisión Nacional del Agua (Cona-
gua), que autoriza las concesiones de agua; la Secretaría del Medio Ambiente
y Recursos Naturales (Semarnat), que autoriza permisos de impacto ambiental;
la Procuraduría Federal del Protección al Ambiente (Profepa), que sanciona
violaciones a la ley ambiental, y la Procuraduría Agraria (pa), creada para la
defensa de derechos agrarios en ejidos y comunidades, pero que en temas
mineros manipula asambleas ejidatarias y de comunidades agrarias para lograr
la transferencia legal de sus tierras a empresas mineras. También es relevante el
papel del Ayuntamiento municipal, pues esta autoridad local tiene la facultad
de conceder el permiso de uso del suelo para cualquier actividad que se realice
en su jurisdicción.
En la trama de influencias del clúster minero, la Coordinación General
de Minería (cgm) de la se juega un papel central, pues si bien su función for-
mal es regular y fomentar la actividad minera, en la práctica sus funcionarios
operan como gestores del clúster para alinear las decisiones de las agencias
federales en favor de las peticiones específicas de las corporaciones mineras;
por ejemplo, operaciones mineras en áreas protegidas, dotación de concesio-
nes de agua, legalización de apropiaciones forzadas de tierras o ausencia de
sanciones por daños ambientales.
189
Claudio Garibay Orozco
Una prueba de ello es la “Guía de ocupación superficial”, un documento
oficial de la se que tiene por objetivo “Que las compañías lleven cabo todas
las acciones necesarias para lograr la aceptación por parte de las comunida-
des […] a fin de asegurar el acceso a la superficie del área concesionada”. Ahí
se explican los procedimientos para acceder legalmente a las tierras de ejidos
y comunidades —despectivamente referidos como: “La gente de los ejidos
suele considerarse históricamente como víctimas” o bien, que utilizan la opi-
nión pública y toman medidas de facto como instrumentos de presión—,
en los que se proponen estrategias de mala fe para lograr ese despojo. Así, se
recomienda a las compañías firmar estos “convenios de ocupación temporal de
tierras” con ejidos al tiempo que se tramita —a espaldas de estos— la expro-
piación de esas tierras ante el propio Gobierno federal, representado por la se.
En dicha guía también se recomienda la aplicación de técnicas para el desarro-
llo comunitario, ilustradas con casos exitosos —como la canadiense Goldcorp
o la mexicana Peñoles— que, según dice, se apropiaron de tierras campesinas
en paz social. La se no ve ningún conflicto de interés en la publicación de
esta guía, por ello no oculta compartir su coautoría con las empresas mineras
y asociaciones miembros del icmm (se 2015); de ahí que no resulte extraño
que organizaciones campesinas y grupos opositores impugnen esa guía y cali-
fiquen de servil al comportamiento del Gobierno federal ante las corporacio-
nes privadas (Rincón 2015).
El clúster organiza su influencia mediante los autodenominados mining
task force y la Cámara Minera Mexicana (Camimex). Estos organismos am-
plían su capacidad operativa mediante la contratación de consultores espe-
cializados para gestionar aspectos específicos de su agenda (cabildeo político,
estudios de coyuntura, manejo de medios); también suelen vincularse con
ong y centros de investigación para desarrollar agendas de intervención en
comunidades locales (cfr. México Mining Review 2013).7
7
Durante la Convención Internacional Minera, realizada en México en 2013, se distribuyó
el libro Mexico Mining Review 2013. Esta obra se compone de 417 pequeños artículos
escritos por dirigentes y, sobre todo, consultores vinculados al clúster. Dichos textos
son elementales pero francos en su intención y en el servicio que ofrecen. Las tareas
190
Clúster minero global
Los mining task force son coaliciones de corporaciones que operan dis-
cretos grupos de trabajo de alto nivel para influir en altas esferas gubernamen-
tales y están agrupados por país de origen. Formalmente, son dirigidos por los
directores de las corporaciones en el país huésped, pero operados por equipos
de consultores especializados. Conforme lo indica su metáfora militar, son gru-
pos de tarea creados para lograr objetivos específicos en escenarios específicos.
Rosalind Wilson, actual presidenta del mining task force de la Cámara
Canadiense de Comercio, lo explica así:
Esencialmente, el mining task force es una plataforma de las compañías canadien-
ses para compartir el éxito y las áreas comunes de mejora. Nos encontramos
cada par de meses para compartir experiencias, encontrar soluciones y estra-
tegias para abordar los temas particulares con las autoridades locales. Actual-
mente, hay 208 empresas mineras con capital canadiense registradas en México,
que gestionan 585 proyectos. Básicamente, 75 % de las empresas extranjeras
financiadas en el sector minero en México son canadienses (Wilson 2011).
Los mining task force monitorean el escenario nacional y elaboran las
agendas sobre los asuntos que les involucran. Establecen además relaciones con
políticos y con el círculo de altos funcionarios gubernamentales. Lo singular de
estos mining task force es el vínculo con su embajada, que hace de una dificultad
particular un asunto de orden diplomático (Moore y Colgrove 2014).
principales del cmg que enuncio se ven indirectamente avaladas en ellos. Para ilustrar el
punto, aquí refiero —por número y título— algunos de ellos: 11. “Investment in mex-
ican mining”; 18. “Impact of the fiscal reform”; 34. “Evolution of the mining law and
industry governance”; 39. “Lobbing mexican authorities on behalf of the industry”; 41.
“Envisioning a better mining framework”; 42. “Preventive approach to land ownership
disputes”; 44. “Agrarian law and the mining industry”; 46. “Community relationships
and effective negotiation”; 48. “Legal framework for obtaining mining concessions”; 48.
“Operating within Mexico´s framework for a foreign investment”. 324. “Dissuasive strat-
egies in reducing security threats”; 350. “Community relations make or break a mining
project”; 393. “Mexico´s security issue: not a barrier for investment” (Mexico Mining
Review 2013).
191
Claudio Garibay Orozco
El mining task force canadiense es el más notorio. Su fortaleza se refleja
en la realización anual del Mexican Mining Day, un evento anual que se rea-
liza desde 2010 en Toronto, Canadá, dentro de la convención mundial minera
Prospects and Developers Association of Canada (pdac 2014). El Mexican
Mining Day es un banquete donde los gerentes corporativos canadienses aga-
sajan a altos funcionarios federales mexicanos, gobernadores y personajes in-
fluyentes vinculados a los círculos de poder político. En esta suerte de ritual
social de seducción mutua, los invitados mexicanos exaltan la tradición minera
de México y prometen remover obstáculos que preocupan al clúster.
En México, los cambios legales e institucionales, gestiones típicas del
cmg para cualquier país, se cumplen desde los años noventa. Los temas así tra-
tados son ajustes legales menores y seguridad para los emplazamientos mine-
ros. Por ejemplo, en la reunión de abril de 2014, el secretario de Economía
del Gobierno mexicano, Ildefonso Guajardo, prometió ajustes a la Ley Agraria
para brindar mayor seguridad jurídica en la adquisición de tierras ejidales; tam-
bién ofreció operativos para proteger a las minas de la delincuencia organi-
zada, y respecto a la fricción surgida entre Gobierno y clúster, debida al nuevo
impuesto de 7.5 % a las ganancias, dijo que trabajaría para dirigir ese ingreso
fiscal al financiamiento del desarrollo sustentable de municipios y comunidades
donde estén establecidas las compañías mineras (Guajardo 2014), petición
que dos años después se ha cumplido de modo tal que este impuesto ya se usa
para financiar, a nombre del Gobierno mexicano, la licencia social para operar.
La Camimex es una segunda organización clave en la estructura del cmg.
Reúne a las 150 compañías más grandes, que concentran 93 % del valor de la
producción minera en México (Almanza 2013). De acuerdo con la legislación
mexicana, es la representación formal de los intereses mineros mexicanos ante
el Estado; sin embargo, con la adquisición extranjera de compañías mexicanas,
ahora representa los intereses de las corporaciones globales pero con el pro-
tagonismo de las tres poderosas corporaciones con capital mexicano: Grupo
México, Grupo Peñoles y Grupo Frisco, cuyos dueños son magnantes mun-
diales con influencia directa en la clase política nacional (Sariego 2010).
La Camimex funciona con objetivos y prácticas similares a los del mining
task force, pues sostiene una amplia agenda de asuntos del sector en temas de
192
Clúster minero global
energía, impuestos, aduanas, legislación, agua e imagen pública. Una simple
revisión de la agenda de trabajo de la Camimex durante el año 2013 ilustra su
capacidad de influencia (Camimex 2013): decenas de reuniones con gober-
nadores y funcionarios de alto nivel, legisladores, periodistas y consultores;
todas orientadas a influir en las instituciones gubernamentales y en la opinión
pública. Además de ser la voz pública del sector minero, la Camimex pro-
mueve un sentido de comunidad minera, en especial en la celebración bienal
de la Convención Internacional de Minería, un espacio donde, además de
hacer negocios, intercambiar experiencias y renovar arreglos políticos, rea-
firman vínculos interpersonales, ideologías grupales y un sentido de comu-
nidad de gremio.
La Camimex presenta a México como un país de tradición minera por
herencia colonial, y a sus empresas mineras como promotoras del México
moderno. Identifica el ser minero con personas trabajadoras y valientes por
adentrarse y extraer los minerales del fondo de la tierra, pero dada la composi-
ción gerencial de la organización, no exalta la imagen del obrero minero, sino
la del ingeniero geólogo, una imagen que lo presenta como científico, a la vez
aventurero, que explora tierras lejanas en busca de riquezas minerales escon-
didas. En realidad, se trata de una idea tomada de ingenieros universitarios
que aspiraron a descubrir alguna veta rica y fundar una empresa propia; que
laboraron como técnicos y gerentes de empresas mineras públicas y privadas
mexicanas, y que hoy muchos son empleados o consultores de corporaciones
mineras globales. Son fuertes críticos de los modos de vida campesinos y ene-
migos de la propiedad colectiva ejidal y comunal, porque creen que retrasa el
progreso del país. Se trata, pues, de una autorrepresentación sublimada de esta
tradición minera mexicana.
La gerencia del campo minero es la tercera figura organizacional de influen-
cia del clúster minero. El gerente de campo tiene la responsabilidad de mante-
ner en funcionamiento operativo el aparato minero, en lo técnico y lo político
a nivel local. Para el control de las relaciones comunitarias se forma un equipo
especializado cuyo objetivo en este nivel es instaurar y gestionar un horizonte
de coerción específico sobre las comunidades locales y la comarca afectada,
de preferencia usando las herramientas del kit de desarrollo comunitario, pero
193
Claudio Garibay Orozco
también, si lo consideran necesario, con el recurso de la amenaza y la violen-
cia ejemplar.
La tarea de la gerencia de campo se orienta a la captura de las institucio-
nes comunitarias mediante el soborno de los líderes locales y la intervención
de sus agentes en el espacio local a través de iniciativas de desarrollo que inhiban
toda oposición. También se orientará a lograr una alianza o incluso — según
el contexto— el control del Gobierno municipal. Finalmente, la gerencia de
campo se encargará de establecer buenas relaciones con el gobernador y el
secretario de Gobierno estatales, con los funcionarios de mandos medios fede-
rales o estatales que operen en el lugar y con políticos influyentes de la región,
a fin de desarrollar un cerco político eficaz sobre las comunidades capturadas.
Por supuesto, el internet permite que la gerencia de campo esté comunicada
en tiempo real con el gerente corporativo nacional y con la presidencia de la
corporación global del país que fuere, de modo tal que ante las eventuales rup-
turas del horizonte de coerción, se movilizan las influencias que los mining task
forces y la Camimex han cultivado cuidadosamente.
Horizontes de coerción
En México, la evidencia etnográfica muestra que las corporaciones mineras
—en su necesidad de acceder al control excluyente del territorio y sus recur-
sos— se ven impelidas a desposeer a la población local, a desplazar los usos
culturales precedentes y a reorganizar el paisaje de la comarca conforme al
imperativo del negocio minero; sin embargo, en virtud de que el despojo sim-
ple, abierto y violento no es públicamente conveniente en el intercomunicado
mundo global, les resulta adecuado y necesario instaurar un régimen de domi-
nación sobre la comarca, que gestione el control sobre la población y la anula-
ción de su resistencia mediante el recurso de la coerción.
Siguiendo a Lomnitz (2005), denominamos horizonte de coerción a la rea-
lidad local así construida. Se trata de un dispositivo de dominación establecido
sobre una red de relaciones sociales donde los intercambios se tratan como
si fueran positivos (relación entre individuos libres, vínculos contractuales
194
Clúster minero global
por consenso, derechos civiles y políticos vigentes), a la vez que se minimiza
y silencia el papel de la reciprocidad negativa —entendida como la intención de
tomar todo a cambio de nada— (Sahlins 1977), que de manera subyacente, a
través de la coerción, define el carácter amenazante de los términos de inter-
cambio entre dominador y dominado.
De este modo, el horizonte de coerción subyugará familias, comunidades
y comarcas en un escenario que asegura, mediante la dominación, la transfe-
rencia de trabajo, bienes o territorios al perpetrador a cambio de casi nada —o
bien, a cambio del permiso de seguir vivo—, simulando una transacción posi-
tiva. Desde la mirada de la víctima, el horizonte de coerción aparece como un
cerco establecido donde no se encuentra nadie en el horizonte a quién recurrir
por ayuda efectiva para hacer valer la causa propia y liberarse de la influencia
amenazante del captor. Desde la mirada del captor, se trata del mismo cerco,
pero dispuesto para aislar a su víctima del exterior y sostener en la vida social
interna una atmósfera de amenaza subyacente. El miedo continuo provocado
se orienta a lograr el efecto de sumisión de los individuos ante la captura de las
instituciones locales y su cooperación con los fines del captor. En este sentido,
el horizonte de coerción es un orden fundado en la violencia, definida como
“cualquier acción u omisión intencional que daña o puede dañar a un indivi-
duo y que, en último extremo, perturba o restringe su capacidad para diseñar
la vida en libertad” (Sanmartín 2008, 7).
En México, el debilitamiento del estado de derecho ciudadano, la subor-
dinación gubernamental al interés minero y la invisibilidad de las prácticas
mineras en la esfera pública han facilitado que, en amplias regiones del país,
los emplazamientos mineros corporativos ya hayan instaurado, o intenten ins-
taurar, centenas de horizontes de coerción. Estos regímenes de dominación
de microrregiones (comarcas), informales y metajurídicos, han terminado
por organizar una geografía nacional fragmentada en un archipiélago de áreas
autonómicas, gobernadas indirectamente desde las oficinas de las respectivas
corporaciones mineras. Por sí solas o en entendida vecindad territorial con
grupos de poder fáctico —mafias del crimen organizado— que, también bajo
coerción, dominan a los Gobiernos municipales de extensas regiones rurales
195
Claudio Garibay Orozco
del país, las empresas mineras negocian la protección de sectores de la clase
política estatal y federal.
Este argumento se hizo evidente con el escándalo de Rob McEwen, fun-
dador de Goldcorp Inc. y hoy dueño de McEwen Mining. Durante una entre-
vista en la televisora canadiense Bussines News Network, McEwen se mostró
extrañado por el robo de 198 kilos de concentrado de oro (material previo a
su fundición) de su mina el Gallo ii, con valor de ocho millones de dólares,
ocurrido en abril de 2015 en el estado de Sinaloa, territorio bajo la hegemo-
nía del cártel del famoso Chapo Guzmán. McEwen declaró que hasta antes del
robo había llevado una “buena relación” con los grupos del narcotráfico: “Los
cárteles están ahí. Generalmente, tenemos una buena relación con ellos. Si que-
remos ir a explorar a algún lado, les preguntamos, y te dicen: ‘No, pero regresen
en un par de semanas, cuando terminemos lo que estamos haciendo’”, y agregó
que la zona está tomada para operaciones temporales de transporte y cosecha
de droga (McEwen 2015).
La declaración de McEwen abrió una grieta en la postura pública del clús-
ter en México. Manuel Reyes Cortés, presidente de la Asociación de Ingenieros
de Minas, Metalurgistas y Geólogos de México (aimmgm), reconoció que las
mineras negocian con el crimen organizado, pero justifica la razón en que
son sometidas a extorsión (Reyes 2015). En contraste, Rosalind Wilson, líder
del task force canadiense, negó cualquier relación entre el sector minero cana-
diense y el crimen organizado del país:
Tenemos buena gobernanza corporativa y eso no significa que estemos nego-
ciando con grupos criminales. Es un comentario muy desafortunado —el de
McEwen— y es necesario aclarar que al menos las empresas canadienses que
están registradas en la bolsa de Toronto, Nueva York y Londres tienen una serie
de reglas muy estrictas, por lo que están obligadas a reportar todas sus opera-
ciones (Wilson 2015).
En general, el cmg niega vínculos de conveniencia recíproca con el cri-
men organizado, y más bien, a partir del escándalo McEween, solo reconoció
vivir el papel de víctima.
196
Clúster minero global
El hecho es que los emplazamientos mineros corporativos continúan con
sus actividades de exploración y explotación en la geografía del país, sin mayor
noticia de dificultad, incluidas las muy extensas áreas rurales “gobernadas” en la
vida cotidiana por el crimen organizado. Entre tanto, las comunidades de cente-
nas de comarcas del país viven sometidas a los rigurosos horizontes de coerción
que han sido instaurados sobre ellas, o en conflicto por evitar su instauración.
Resistencia y desposesión: Goldcorp y su mina Peñasquito
La minera canadiense Goldcorp, miembro activo del icmm y practicante de
la minería sustentable, es un caso ejemplar del establecimiento de horizontes
de coerción en México. Es propietaria de la mina Peñasquito, ubicada en la
cuenca del valle de Mazapil en el altiplano desértico del estado de Zacatecas, al
norte del país. Se trata de una mina a cielo abierto que explota yacimientos de
oro, plata, plomo y zinc, con veintidós años de vida útil. La mina fue inaugurada
en 2010 por el entonces presidente de México, Felipe Calderón, del derechista
Partido Acción Nacional (pan), y la gobernadora estatal Amalia García, del
izquierdista Partido de la Revolución Democrática (prd). La mina Peñasquito
ocupa casi ocho mil hectáreas de cuatro ejidos: Cedros, Mazapil, El Vergel y
Cerro Gordo.
Para lograr el control legal de la tierra, Goldcorp obtuvo contratos de ocu-
pación temporal de esas tierras con duración de veinte a treinta años, en apa-
riencia legítimamente firmados por los cuatro ejidos. Estos convenios fueron
avalados por funcionarios de la pa y notarios públicos de la región, pero a partir
de las entrevistas de campo realizadas y tras sentencias judiciales posteriores, se
concluye que esos convenios se firmaron sin las formalidades legales necesarias
o falsificando firmas (Garibay et al. 2014). El precio pagado a las comunida-
des por la apropiación de esa amplia superficie fue de solo 15.5 millones de
dólares norteamericanos, un monto irrisorio frente a los 84 000 millones de dó-
lares que, según cálculos propios, la empresa obtendrá por las ventas totales,
o los 68 000 millones de dólares que obtendrá como ganancias (Garibay et al.
2014).
197
Claudio Garibay Orozco
En el año 2009, los ejidatarios de Cedros y El Vergel bloquearon las puer-
tas de la mina. Esperanzados con la idea de que las agencias federales actua-
rían con justicia, pidieron a la pa y a la se la revisión de los contratos que,
afirmaron, debían cancelarse por fraudulentos. Sin embargo, ambas agencias
respondieron que los contratos eran válidos, y posteriormente los ejidatarios
fueron llamados ante el secretario de Gobierno de Zacatecas para negociar el
retiro del bloqueo.
Durante esas negociaciones, los ejidatarios fueron asesorados por polí-
ticos tradicionales de la izquierda mexicana, quienes centraron la negociación
en el tema del monto de una nueva compensación monetaria, y dejaron de
lado temas como la legitimidad de los convenios, el abastecimiento de agua,
los contratos que les negaban y resultan vitales para irrigar los cultivos en esa
área desértica, los desplazamientos de las poblaciones o las afectaciones terri-
toriales y ambientales, todos fueron relegados.
Después de varios encuentros, Goldcorp recuperó el ejido Cedros para
su causa. Acordó con esta comunidad el pago de tres millones de dólares anua-
les durante la vida de la mina, por 4 800 hectáreas afectadas. La asamblea del
ejido acordó repartirse el dinero anual en partes iguales entre sus 434 miem-
bros, de modo que cada ejidatario aseguró un ingreso mensual de 576 dóla-
res, cantidad modesta pero suficiente para solventar los gastos básicos de sus
familias. En cambio, el ejido El Vergel se negó a recibir dinero, pues su objetivo
era la anulación del convenio y la clausura de cincuenta pozos ilegalmente per-
forados por la minera, que agotaron el agua del sistema de riego de la comu-
nidad. El bloqueo terminó sin acuerdo con el ejido El Vergel, que demandaría
judicialmente por despojo a Goldcorp.
De acuerdo con la información recabada, la primera estrategia fue el
amedrentamiento de los líderes resistentes y su desplazamiento de la dirección
ejidal; de manera que un día de finales del 2009, en el contexto de las negociacio-
nes mencionadas, el aguerrido representante del ejido Cedros, quien encabezó
la revuelta contra la minera, no quiso recibirnos más. Temeroso y atento a que
no nos vieran con él, relató que semanas antes unos mafiosos lo secuestraron
durante ocho días y lo mantuvieron encerrado, amarrado, vendado y tirado en
el suelo de una casa solitaria en el desierto. Pidieron un rescate de 20 000 pesos
198
Clúster minero global
mexicanos, unos 1 100 dólares. La familia vendió su camioneta y él regresó a su
casa sin daños físicos. Confesó que nunca supo quién fue y que en adelante solo
se dedicaría a su trabajo en el campo. Me prohibió buscarlo más.
En lo sucesivo, Goldcorp ha sostenido una política preventiva de futu-
ros conflictos. Sus agentes intervendrían en la vida cotidiana local equipados
con las herramientas de la minería sustentable, y pronto lograrían la captura
política de la asamblea ejidal. Por ejemplo, la minera respaldó a once jefes de
familia del ejido para financiar la compra a crédito de sendos tráileres destina-
dos a mover materiales entre Peñasquito y el puerto de Manzanillo (Newmont
Goldcorp 2015a), y financió un taller de confección de chalecos de seguridad
que la minera les compra (Newmont Goldcorp 2016). Con el título “Empo-
derando comunidades”, llevó a los niños del ejido en su primer vuelo de avión
a un campamento educativo infantil en el Tecnológico de Monterrey, con el
fin de hacerlos a futuro “agentes de cambio” de sus comunidades (Newmont
Goldcorp 2015b); también financió un programa de atención odontológica
en acuerdo con la Fundación unam y la Facultad de Odontología de la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México para tratar afecciones dentales de pobla-
dores locales, evento publicitado en un video (Newmont Goldcorp 2014a);
más aún, ofreció becas a estudiantes, remozó la clínica de salud y ha realizado
eventos y festejos con juegos mecánicos, incluso presentaciones de la orquesta
sinfónica de la universidad estatal de Zacatecas, a quienes ha financiado con
instrumentos y viajes internacionales (Newmont Goldcorp 2014b, 2014c). El
resultado ha sido eficaz: la mayoría de la población apoya a la mina e incluso
se ha movilizado en defensa de la empresa frente a los reclamos de despojo de
otros ejidos.
Finalmente, los ejidatarios de Cedros parecen ser “copropietarios psicoló-
gicos” de Goldcorp, al estilo Boutilier, pero no solamente por abducción psico-
lógica, sino por el cálculo obligado ante la coerción. Ellos optaron por tomar la
oferta de la poderosa corporación y dar la espalda a la alianza con ejidos vecinos,
pues sopesaron el costo de negarse ante una amenaza de sufrir daños, lo que les
pareció creíble tras el secuestro de su líder, más aún en un poblado pequeño y
vinculado por redes densas de parentesco. Luego, acciones como las diseñadas
en el kit de herramientas han hecho su trabajo para diluir la resistencia.
199
Claudio Garibay Orozco
Por su parte, la demanda judicial de El Vergel, interpuesta en el año 2009,
prosperó en 2013 con una sentencia favorable al ejido. El juez falló en contra
de Goldcorp y anuló el convenio de tierras por contener firmas falsas y rea-
lizarse sin conocimiento de la asamblea ejidal. Además, ordenó a Goldcorp
indemnizar al ejido por los cuatro años transcurridos de ocupación ilegal.
En julio de 2013, El Vergel renunció a la idea de la clausurar los pozos de
Peñasquito a cambio de la rehabilitación de los propios a cargo de la compa-
ñía. Se firmó un nuevo acuerdo con la empresa, testificado por un alto funcio-
nario de la propia pa, donde el ejido aceptó 19 millones de dólares por treinta
años de ocupación de 1 320 hectáreas. Una cantidad de dinero que, distribuida
entre los 87 ejidatarios, proporciona un ingreso mensual de 607 dólares. Ade-
más, les ofreció cuarenta empleos en la mina, mejoras en la infraestructura del
poblado, becas escolares y rehabilitar los pozos del ejido para el riego de sus
tierras, ahora parcialmente improductivas.
Al igual que Cedros, los ejidatarios de El Vergel optaron por no subir la
apuesta y tomar la renta y beneficios ofrecidos después de un desgaste de cinco
años. La minera ganó a pesar de haber perdido el juicio. El ejido finalmente
aceptó reponer la transacción dinero por agua con un nuevo acuerdo legal que
garantiza a la empresa su acceso al agua a largo plazo. Un excelente resultado
para la minera sin necesidad de usar la violencia como acción, sino solo como
omisión.
En otro escenario, el ejido Cerro Gordo llevó a juicio a Goldcorp por el
despojo de 599 hectáreas ubicadas en el mismo tajo de Peñasquito. Los ejida-
tarios mostraron que el contrato vigente tenía firmas falsas e irregularidades.
Después de cinco años, en abril de 2013, un magistrado agrario sentenció a
Goldcorp a devolver la superficie despojada. La ejecución de la sentencia se
programó para el 20 de junio. Sin otro recurso judicial para evitar la devolución
de las tierras y cerrar la mina, los abogados de Goldcorp recurrieron a su nuevo
amigo, el ejido Cedros, para operar una artimaña de emergencia. El comisa-
riado de Cedros pidió a un juez federal (no agrario) su protección para impedir
la ejecución de la sentencia. El argumento fue que Cedros era “parte intere-
sada”, pues si se ejecutaba la devolución de tierras al ejido Cerro Gordo, ellos
serían afectados porque la mina cerraría y perderían los empleos y beneficios
200
Clúster minero global
que la empresa les daba. Para hacer pública su posición, más de trescientos
vecinos de Cedros se desplazaron a la ciudad de Zacatecas e hicieron una
manifestación en la plaza mayor en favor de Goldcorp. Este juez concedió la
suspensión temporal de la sentencia el mismo 20 de junio de 2013.
El poderoso consejo directivo de Goldcorp —alarmado por los eventos
en Peñasquito— se desplazó en pleno desde Canadá a la Ciudad de México
para hablar con las altas autoridades del Gobierno federal. El 24 de julio de
2013, los once miembros se entrevistaron en reunión privada con el secreta-
rio de Economía, Ildefonso Guajardo. De esa reunión transcendió que “el alto
funcionario les confirmó los planes que tiene el actual gobierno en pro de los
negocios y la minería”. Por su parte, el consejo de Goldcorp “espera que la
resolución del juez federal permita suspender la acción [de devolución de tie-
rras] y confían en que el dictamen final se dará con equidad jurídica” (Aguilar
2013). La mina siguió en operación hasta que finalmente, en marzo de 2015,
los ejidatarios de Cerro Gordo terminaron renunciando a la querella judicial y
cediendo sus tierras a Goldcorp a cambio de una suma de dinero no divulgada.
En este caso también se encuentra, subyacente y silencioso, el carácter amena-
zante del horizonte de coerción, que restringe la capacidad de estas comunida-
des para decidir en libertad sobre su vida. Asesores del ejido Cerro Gordo en su
momento informaron a los medios de comunicación ser amenazados para que
aceptaran una negociación extrajudicial que terminara el litigio (Valdez 2013).
En el contexto de la publicación de nuestro extenso relato del caso Pe-
ñasquito en la revista Desacatos (Garibay et al. 2014), dos asesores del ejido
Cerro Gordo, a quienes yo no conocía personalmente, se comunicaron con-
migo para ofrecerme información nueva. Ante mi oferta de confidencialidad
en una futura publicación, uno de ellos me respondió en un segundo y último
mensaje de correo electrónico: “La confidencialidad es muy importante por
las represiones sufridas y las amenazas de muerte que están al día, este es un
asunto que impacta muy fuerte a esa compañía. Gracias por la sensibilidad”.
El segundo asesor me declaró en su primer mensaje de correo electrónico sus
temores en los siguientes términos: “Estoy recibiendo llamadas de distintos
números de teléfono; me da un poco de pendiente…”. Después de mi res-
puesta donde les pedía que me enviaran el expediente del caso, no hubo más
201
Claudio Garibay Orozco
comunicación. Por supuesto, aunque estas comunicaciones son pruebas ende-
bles para acusar a Goldcorp de amenazas, son indicativas de una atmósfera de
temor de los opositores, si se observa el escenario en su conjunto. Finalmente,
Goldcorp logró restablecer el horizonte de coerción, pues controla el territo-
rio y sus recursos de manera exitosa y barata. Después de la segunda negocia-
ción —y hasta finales de 2013—, la suma total que Goldcorp ha pagado a las
cuatro comunidades es de aproximadamente 96 millones de dólares a través
de convenios de ocupación temporal de tierras.
Entre la reubicación de poblados, las indemnizaciones y la infraestruc-
tura para los poblados, la cifra final bien podría elevarse con veracidad a 106
millones de dólares pagados efectivamente a las comunidades. La reciprocidad
negativa se ilustra en el contraste: por cada mil dólares de ventas de metal en
el mercado global, solo menos de 1.30 dólares se destinan al pago por el terri-
torio; o bien, por cada mil dólares de ganancia de los accionistas en la Bolsa
de Valores de Toronto, las comunidades reciben por sus tierras la cantidad de
1.60 dólares. Es probable que el mantenimiento del control social local y los
gastos de negociación con actores clave les requiera multiplicar por dos o tres
veces esa cantidad. De cualquier forma, ello no es significativo para el tamaño
de este negocio. A cambio, y después de la efímera presencia histórica de Gold-
corp, el valle de Mazapil quedará radicalmente destruido y cancelada la habi-
tabilidad del lugar.
Resistencias locales
La disputa por el territorio es un eje principal en los conflictos del mundo
rural mexicano. Hoy, en el país, 25 millones de personas viven en áreas rurales
distribuidas en 170 000 localidades menores a 2 500 habitantes (inegi 2010).
Es decir, 51 % del territorio nacional, equivalente a la superficie de España,
está distribuido entre 31 789 unidades de propiedad colectiva con 3.5 millo-
nes de campesinos titulares (Apendini 2010; Sedatu 2012). Estas unidades se
dividen en dos tipos: ejidos y comunidades agrarias. El primero tiene origen
en la Reforma Agraria, que repartió la tierra de extensas haciendas después de
202
Clúster minero global
la llamada Revolución mexicana de 1910; el segundo, como resultado de la
reorganización colonial posterior a la caída de los Estados prehispánicos y el
control de las sociedades tribales de Aridoamérica.
Formalmente, ambos tipos de propiedad son gobernados por una asam-
blea compuesta por el total de los titulares de tierras y administradas por un
grupo de representantes llamados comisariado ejidal o comisariado de bienes
comunales. Otro 35 % del territorio nacional se distribuye entre 1.5 millones
de propietarios privados con granjas de cincuenta hectáreas en promedio, en su
mayoría agricultores o ganaderos mestizos de cultura ranchera. Al igual que los
ejidatarios y comuneros indígenas, los propietarios privados típicamente repre-
sentan su propiedad como un patrimonio, donde lo moralmente correcto no es
venderla, sino heredarla a la siguiente generación. Esta actitud significa que la
población rural tiende al arraigo y se resiste a deshacerse de sus tierras conforme
a cálculos de beneficio monetario exclusivamente. Las corporaciones que bus-
can tierras pronto se encuentran con rechazos a sus ofertas y con el imperativo
de forzar la voluntad de los propietarios para lograr su apropiación. Abundan
los conflictos en las comunidades rurales, que se niegan a ceder sus posesiones
a empresas mineras, hidroeléctricas, eólicas, turísticas o agroindustriales, o bien a
ser compensadas por expropiación para la construcción de infraestructuras
carreteras, aeroportuarias o industriales. En adición, muchos conflictos se des-
atan por negarse a ceder sus derechos de agua o por sufrir afectaciones ambien-
tales (Delgado 2010; Blázquez 2011; Almanza 2013; Preciado 2013).
Este escenario de disputa se agudiza debido a la proliferación de cente-
nas de pequeñas bandas delincuenciales que operan en cientos de comarcas
del país, que a su vez se agregan en cárteles del crimen organizado con alcance
regional y nacional. Estos se dedican a delitos combinados de tráfico de dro-
gas, trata de personas, armas, secuestro, extorsión y cobro de “derecho de piso”.
Estos cárteles dominan amplias regiones rurales y pueblos mediante el con-
trol informal de los Gobiernos municipales y ejercen influencia sobre Gobier-
nos estatales y sobre políticos, autoridades y funcionarios federales. Algunos
estudios estiman que 80 % de los Gobiernos municipales del país están bajo
influencia de algún cártel, y cabe mencionar que entre 2005 y 2012, 116 100
personas murieron en eventos vinculados al tráfico de drogas (México por la
203
Claudio Garibay Orozco
Paz 2013); más aún, en el mundo rural, algunos estudios calculan cifras del
orden de 280 000 personas obligadas a salir de sus pueblos de manera forzada
entre los años 2011 y 2015 (cmpdh 2015).
Entre 1990 y 2014 hemos registrado un total de 82 conflictos territoria-
les entre corporaciones mineras y comunidades, de los cuales siete salieron a
la luz pública entre 1990 y 2000; ocho, entre 2001 y 2007, y setenta, de 2008 a
2014, lo que implica un crecimiento notorio; sin embargo, el balance es malo
para las comunidades, pues salvo en menos de una decena de casos, los con-
flictos han sido conjurados en favor de las corporaciones mineras mediante
negociaciones similares a las relatadas en el caso Peñasquito, y finalmente han
permitido el control minero sobre la población local. Solo algunos casos de
resistencia se han sostenido; de ellos, el principal y más notorio es el litigio
entre el pueblo huichol en defensa de su sitio sagrado Wirikuta. Otro relevante
fue el caso de organizaciones civiles de habitantes de la ciudad de La Paz en
defensa del abasto de agua de la ciudad, que en 2012, cuando la Secretaría del
Ambiente desechara la solicitud de cambio de uso de suelo para el proyecto a
cielo abierto Los Cardones, en Baja California Sur. En la sierra Sur de Oaxaca
las asambleas de las comunidades de Zaniza y Tejomulco “advirtieron” a sus
cabildos obedecer la prohibición a la minería. Lo mismo en el caso de Zautla,
Puebla, donde la comunidad exigió al presidente municipal negar a la minera el
permiso de uso del suelo. Casos similares se dieron en las comunidades oaxa-
queñas de Teitipac, Silacayopilla y Calpulalpan, todas de ascendencia indígena
con fuertes autogobiernos comunales. Un caso especialmente relevante es el
de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (crac) en la lla-
mada Montaña de Guerrero, que desde hace más de diez años —con un alto
costo en vidas— ha logrado levantar una sólida resistencia contra cárteles del
narcotráfico que dominan de manera ominosa el resto del estado de Guerrero,
y desde esa base organizativa, también han frenado las ambiciones territoriales
de las corporaciones del cmg en esa región rica en minerales. No obstante los
pocos casos de triunfo, la resistencia rural crece y nacen coaliciones de comu-
nidades en defensa de territorios no solo dentro de México, sino incluso más
allá de las fronteras nacionales, como ocurre con comunidades mayas de Gua-
temala y el sur de México (Paz 2014; Walter 2014).
204
Clúster minero global
Conclusión
El cmg ha logrado constituirse en una poderosa red de intereses que actúa
como sujeto político global. La gmi creó el dispositivo ideológico de la mine-
ría sustentable, que le ha permitido simular una filantrópica preocupación
por el ambiente y el bienestar de las comunidades locales a la vez que oculta
la violencia implicada en su control social, el despojo territorial y la destruc-
ción de su paisaje. La gmi le enseñó que la desposesión puede realizarse de
manera inteligente y en silencio, y que la investigación social puede usarse para
conocer, clasificar, monitorear, manipular, despojar y dominar a grupos socia-
les locales con mayor astucia y menor violencia explícita. Con estas lecciones
aprendidas, el cmg ha financiado un “campo académico” ubicado en presti-
giadas universidades y empresas consultoras que elaboran, aplican, prueban y
mejoran los protocolos de intervención.
El icmm ha sido el núcleo operativo de su inteligencia estratégica. Del uni-
verso de saberes producido por su red académica, destila retóricas para influir
en la esfera pública mundial y aplica herramientas de precisión para mejorar
su control ascendiente en espacios nacionales y dominar espacios locales. En
el nivel nacional y de carácter pragmático, los mining task force tejen redes de
apoyo en círculos políticos, empresariales, mediáticos y académicos, pues su
cortejo logra el acceso privilegiado a las esferas gubernamentales y civiles,
necesarias para desactivar las resistencias a sus intereses, y su eficacia radica en
la gestión simultánea de sus intereses en los ámbitos local, regional, nacional
e internacional.
Por otra parte, la gerencia minera opera la desposesión de territorios e
instaura el horizonte de coerción in situ. Su eficacia se debe tanto a la red de
apoyo como a las cada vez más sofisticadas técnicas utilizadas para conocer
y manipular la vida social; aunque también mediante la amenaza pura y dura
cuando las técnicas de la “minería sustentable” no son suficientes para subor-
dinar grupos resistentes en la sociedad local.
El caso de la mina Peñasquito muestra cómo el cmg ha perfeccionado
su capacidad de manipular comunidades para lograr la desposesión de terri-
torios y recursos de las sociedades locales e instaurar pragmáticos horizontes
205
Claudio Garibay Orozco
de coerción. Estos son de tal modo exitosos, que la reciprocidad negativa es
silenciada por una representación de la relación entre comunidad y corpora-
ción donde los intercambios son representados como positivos, entre sujetos
libres, con vínculos contractuales e interpersonales por consenso, con dere-
chos civiles y políticos vigentes.
En México existen 1 122 iniciativas mineras. Podemos aventurar la tesis
—a probar etnográficamente— de que en paralelo al desarrollo de cada una
de ellas se han instaurado, o están por instaurarse, los correspondientes hori-
zontes de coerción gobernados indirectamente desde las gerencias corpora-
tivas. Podemos también aventurar para México la tesis de Ferguson (2005),
que ilustra con casos de algunos países africanos. Él señala una evolución de la
industria extractiva en el sentido de una actualización del sistema colonial libe-
ral de enclave del siglo xix hacia nuestro neoliberalismo global del siglo xxi. En
este proceso, las compañías extractivas aterrizan en puntos ricos de recursos,
amurallan sus instalaciones y extraen los recursos en dirección a la casa matriz
metropolitana, sin vinculación ni distribución de ganancias y beneficios con la
sociedad local y la red nacional. Para tal efecto, la práctica corporativa asume
de facto funciones de gobierno mínimo, con fuerzas armadas particulares, a la
par que debilita políticamente las exigencias de la sociedad local y la capacidad
del Estado huésped para imponer regulaciones.
Lo que es un hecho en México —al igual que en algunos países africanos
con radicales escenarios de violencia y catástrofes humanitarias— es que las
corporaciones mineras operan —sin problemas mayores— en territorios con-
trolados por el crimen organizado; incluso en áreas donde las fuerzas militares
y policiacas del Estado mexicano temen entrar. Para efectos de desposesión
territorial y ganancias adicionales por afectaciones sociales y ambientales no
pagadas, los escenarios locales y regionales de violencia vigentes en México
resultan ventajosos para estas corporaciones: inhiben a las poblaciones locales
para hacer valer su derecho al territorio y a vivir su modo de vida en libertad.
206
Clúster minero global
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El boom del bioetanol y (re)concentración
de la tierra en la costa norte peruana:
luchas agrarias en un contexto neoliberal*
Laura Tejada
Stephan Rist
Universidad de Berna
Introducción
Numerosos estudios de investigación y una gran atención mediática hacia el
fenómeno del acaparamiento de grandes superficies de tierras han, por un
lado, demostrado un renovado interés en invertir en los recursos naturales del
continente y, por otro, generado un intenso debate sobre la (re)concentración
de la tenencia de la tierra y otros recursos naturales, como el agua y los bos-
ques, y su significado para el desarrollo de las zonas rurales en América Latina
(Wiener Bravo 2011; Ioris 2012; Cuba et al. 2014). La mayoría de los estu-
dios académicos señalan el acaparamiento de tierras como una nueva ola de
“acumulación por expropiación” (Harvey 2003) o como un proceso de “cer-
camiento de tierras comunales” (White et al. 2012), ambos expresión de la
“crisis general del capitalismo neoliberal” (Borras et al. 2012; McMichael
2012). Este capítulo tiene como objetivo ampliar las discusiones teóricas so-
bre el acaparamiento de tierras, conectando la teoría de la gran transformación
* Los autores reconocen el apoyo del Swiss Network of International Studies (snis) a
través del proyecto de investigación “The Effects of Large-Scale Land Acquisitions
(lsla) on Households in Rural Communities of the Global South: Gender Relations,
Decision Making and Food Security”.
215
Laura Tejada, Stephan Rist
de Karl Polanyi (1944) con la perspectiva feminista del “movimiento triple” de
Nancy Fraser (2013).
Desde el transcurso de 1990 y hasta el día de hoy, Perú ha vivido una
fuerte transformación neoliberal que ha reducido la presencia del Estado para
ampliar las “fuerzas del mercado” en la economía. El próspero y creciente sec-
tor agroindustrial configuró una poderosa alianza con el Estado, articulada
alrededor de políticas neoliberales que defienden los intereses de la agroin-
dustria (Famerée 2016). Bajo estas condiciones, se ha incrementado la pre-
sión sobre los recursos humanos y naturales del área rural, lo que debilita a las
instituciones agrarias1 del pequeño agricultor y favorece un fuerte repunte en
la expansión de la agroindustria. Muchos estudios han investigado el impacto
de las políticas neoliberales en los campesinos peruanos a nivel nacional (Egu-
ren 2004, 2015; Burneo 2011; Del Castillo Pinto y Castillo Castañeda 2014),
pero son escasos los investigadores que se han dedicado a analizar las conse-
cuencias de la expansión del modelo “inversionista” en poblaciones aledañas a
las grandes empresas agroindustriales.
Este trabajo se suma a esta última rama de investigación y examina el
cambio agrario a partir de un estudio de caso en el valle del Chira, situado en la
costa norte peruana. Demostramos que la idea del doble movimiento sugerida
por Polanyi permite acercarse a un mejor entendimiento teórico de lo visto
en campo, pero al profundizar en las reacciones locales al doble movimiento,
observamos que dicha teoría es insuficiente para explicar el actuar de la pobla-
ción afectada por los acaparamientos de tierras. Los campesinos locales prefie-
ren organizarse en asociaciones o cooperativas que les permitan un alto nivel
de autodeterminación del trabajo agrario, basado en valores de solidaridad y
cooperación, antes que optar por esquemas de competencia individual. Ellos
vinculan este movimiento de emancipación con su participación estratégica
en los mercados globales de productos orgánicos y comercio justo, y con su
rechazo a incorporarse a los mercados agroindustriales promovidos por la
alianza entre el Estado y el empresariado nacional, que les arrebata sus tierras,
1
Los autores se refieren a instituciones que regulan el comercio y las importaciones en el
sector agrario, así como al Banco Agrario.
216
El boom del bioetanol
aguas y demerita su soberanía. Lo anterior sugiere que los campesinos persi-
guen una agenda emancipadora propia y que, en lugar de confiar en el Estado
como protector y promotor de sus derechos sociales y económicos, pues cada
vez se ocupa menos de ellos, buscan crear nuevas formas más autónomas de
organización económica y social. Es decir, la idea de que el doble movimiento
(Polanyi 1944) produce un repunte de la mercantilización de la tierra (como
parte de la naturaleza), del trabajo humano (como parte de la creatividad
humana) y del dinero2 (como mediador de relaciones socioeconómicas), y de
que genera el contraflujo de la protección social de los marginados por parte
del Estado, no aplica para el caso analizado.
No obstante, el caso se relaciona muy bien con una ampliación de la
teoría de Polanyi propuesta por Fraser (2013), quien hace énfasis en un triple
movimiento para complementar la idea de Polanyi. Fraser habla de una tercera
dimensión concerniente a la emancipación, lo que implica repensar la relación
del campesinado frente al Estado y al mercado. Mostramos entonces que las
luchas contra la concentración de tierras en el Perú pueden entenderse mejor
como resultado de un movimiento triple (Fraser 2013), que busca instrumen-
talizar estratégicamente el potencial del mercado internacional a través de la
formación de empresas solidarias y autogestionadas. Estas operaciones per-
miten a los campesinos —por lo menos de forma parcial y temporal— asumir
deberes incumplidos por el Estado.
Realizamos nuestro trabajo en el valle de Chira, ubicado en la costa norte
peruana, en el departamento de Piura. El valle del Chira ha vivido una reorien-
tación hacia la agricultura de exportación en los últimos años con la llegada de
grandes empresas bioetanoleras y la difusión de cultivos como banano orgánico,
maracuyá y mango, que intentan incorporar a los campesinos a las cadenas glo-
2
Un aporte central de Polanyi es que demuestra que el dinero —antes de su mercanti-
lización— fue un medio de intercambio que hoy en día se ha convertido —mediante
los procesos de financialización de la tierra y del trabajo— en una mercancía al igual que
el trabajo, la tierra o los productos que salen de las parcelas. Se utiliza el dinero no sola-
mente como medio de intercambio, sino que se ha convertido en un objeto central del
proceso económico generado por los inversionistas.
217
Laura Tejada, Stephan Rist
bales de valor y transforman las formas de vida locales. Los datos cuantitativos
sobre la concentración de la tierra provienen de la base de datos “Land Matrix”
y de los censos agropecuarios peruanos de 1994 y 2012. Esta información se
complementa con métodos de investigación cualitativos, como: a) talleres y
entrevistas semiestructuradas con la población afectada; b) entrevistas con
autoridades locales, y c) entrevistas con expertos de organizaciones no guber-
namentales (ong) locales, investigadores y funcionarios estatales. La pobla-
ción afectada fue seleccionada para las entrevistas por un muestreo tipo bola
de nieve, asegurándonos de que las diferentes características sociodemográ-
ficas de la población estuvieran representadas.3 Se realizaron entrevistas con
agricultores bajo contrato con las bioetanoleras, con bananeros, con traba-
jadores de ambas empresas, con personas que han perdido acceso a tierras y
con otros beneficiarios de las empresas agroindustriales (para garantizar el
anonimato de estas dos personas no podemos mencionar su profesión). El
criterio para la selección de los entrevistados consistió en que fueran perso-
nas directamente afectadas por las empresas etanoleras (por contratos con la
empresa, por empleo, por perder acceso a tierras, por beneficiarse de una u
otra forma) e incorporamos también en la categoría de bananeros a personas
que han tratado, por iniciativa propia, de encontrar alguna alternativa al sector
agroindustrial. El trabajo de campo fue realizado entre marzo y julio de 2014
(caso Caña Brava), y febrero y mayo de 2015 (caso Maple), con 89 entrevistas
en total. Para proteger la identidad de los participantes, sus nombres no apare-
cen en esta publicación.
La primera sección presenta un panorama sobre el fenómeno de la con-
centración de la tierra en el Perú, sus causas y sus implicaciones a nivel local.
Abordamos las reformas agrarias y económicas más importantes que el país ha
vivido durante las últimas décadas, para luego ver cómo el auge de las empre-
sas agroindustriales en la costa norte da lugar a un proceso de separación y
mercantilización de los medios de producción (tierra, trabajo y dinero). En
la segunda sección describimos las respuestas de la población local hacia
las tendencias anteriores a partir la teoría del doble movimiento de Polanyi
3
Los autores se refieren a criterios sociales y económicos como el género, la edad y los
ingresos.
218
El boom del bioetanol
(1944) y de la extensión del triple movimiento propuesta por Fraser (2013).
Concluimos el capítulo con algunas reflexiones finales sobre la transición agra-
ria en la costa norte peruana y acerca de las implicaciones teóricas de este tra-
bajo para la investigación sobre el acaparamiento de tierras a nivel mundial.
Neoliberalismo y (re)concentración de la tierra:
la costa norte en transición
Efecto de las reformas neoliberales y el auge
del modelo “inversionista” en la agricultura costeña
En las décadas de 1960 y 1970, diferentes Gobiernos latinoamericanos imple-
mentaron iniciativas de reforma agraria presionados por movimientos políticos
y comunitarios favorables al cambio. En las décadas siguientes, estos avances se
han tratado de revertir mediante la creación de condiciones favorables para un
desarrollo agrario basado principalmente en la propiedad privada de la tierra
y el libre mercado, buscando transformar a las empresas privadas en agentes
del desarrollo rural. Así, los Gobiernos iniciaron una ola de “contrarreformas
agrarias” implementando medidas legislativas de “modernización” del agro,
para impulsar la creación de un mercado de tierras privadas (Veltmeyer 2005).
En el Perú, lo anterior significó la abolición de la protección legal de terri-
torios de comunidades campesinas,4 quienes poseen la mayor parte de las tie-
rras para uso agropecuario en el país5 (Eguren 2004). Según el censo nacional
4
Según Diez (2006, 116), estas comunidades “suponen la existencia de: a) un territorio
comunal —usufructuado familiar y comunalmente—; b) un grupo de familias que se
consideran sus miembros/propietarios; c) un cuerpo de dirigentes, encargados de algu-
nas funciones internas —de regulación social— y externas —de representación—; d)
otras comunidades vecinas que interactúan entre sí, y e) un Estado que las reconozca y
les otorgue legitimidad y que regule algunas normas y funciones”.
5
Mientras que en la sierra gran parte de las tierras comunales son pastos naturales con
escaso valor económico, en la costa las comunidades campesinas mantienen grandes
extensiones de tierras eriazas, que tienen un alto valor potencial una vez que acceden al
agua (Eguren 2004).
219
Laura Tejada, Stephan Rist
agropecuario de 2012, el 42.2 % de la superficie agropecuaria del país pertenece
a comunidades campesinas (inei 2013). Con el reglamento del decreto legis-
lativo 653, Ley de Promoción de Inversiones del Sector Agrario, se introdujo
la reversión de las tierras eriazas6 al Estado, lo que facilitó no solo el acceso
del Estado, sino también del sector privado, a estas tierras comunales que los
campesinos trabajan a partir de una estrategia de descanso y rotación de áreas
de cultivo. Mientras que las constituciones de 1920, 1933 y 1979 protegían las
tierras de comunidades campesinas de ser traspasadas, hipotecadas o prescri-
tas, a partir del año 1993, con la nueva Constitución, las comunidades adquie-
ren completa autonomía respecto a la venta o el alquiler de las tierras a terceros
(Burneo 2011).
Las tierras de comunidades campesinas de la costa son especialmente
interesantes para los inversionistas por su acceso permanente a fuentes hídri-
cas —gracias a grandes proyectos de irrigación realizados en las últimas
décadas con fondos públicos—, lo que ha aumentado su valor económico.
El Estado peruano también ha aprobado nuevas reglamentaciones para faci-
litar el mercado de tierras en las comunidades campesinas costeñas. En 1997
fue introducida la Ley de Titulación de las Comunidades Campesinas de la
Costa, la cual establece que para las comunidades costeñas es suficiente, para
aprobar una adjudicación individual de tierras, la realización de un proceso de
consulta previa con solo la mitad de los miembros de una comunidad (Egu-
ren 2004). Además, bajo el gobierno de Fujimori se suspendió la prohibición
de la conducción indirecta, el arrendamiento, la venta libre y la hipoteca de
tierras, en vigor desde la reforma agraria de 1969. Asimismo, se eliminó el
6
La legislación peruana (artículo 24 del decreto legislativo 653) considera las tierras
como “eriazas” cuando no pueden ser cultivadas por exceso o escasez de agua, con ex-
cepción de lomas y praderas con pastos naturales dedicados a la ganadería, tierras de
protección y tierras que forman parte del patrimonio arqueológico de la nación. Muchas
veces se necesitan inversiones en la infraestructura hídrica para transformar estas áreas en
tierras cultivables. Como las comunidades campesinas —que en la costa muchas veces
son las dueñas de estas “tierras eriazas”— no tienen los recursos para realizar estas inver-
siones, el Estado persigue la estrategia de vender estas tierras a inversionistas privados
para que sean aprovechadas.
220
El boom del bioetanol
límite al tamaño de la propiedad de la tierra, y con ello se abrieron las puertas
a la concentración de tierras en las manos de grandes inversionistas (Burneo
2011). En 1996, el Gobierno aprobó una ley de formalización de la propie-
dad y estableció la agencia Comisión de Formalización de la Propiedad Rural
(Cofopri), que impulsó la titulación de la propiedad urbana y luego también la
de la propiedad rural, con el apoyo del Banco Mundial. El Gobierno y el Banco
Mundial estaban convencidos de que ese programa no solo iba a contribuir a la
formalización de la propiedad, sino que también ofrecería una solución simple
y económica para erradicar la pobreza rural, ya que los títulos de propiedad
privada permitirían a los campesinos utilizar sus tierras como garantías para
los créditos (Mitchell 2005).
En el Perú, los intentos de crear un mercado de tierras durante la década
de 1990 estuvieron acompañados por una oleada de políticas públicas orienta-
das a liberalizar la economía agraria.7 No obstante, a principios del decenio, la
eliminación de subvenciones para productores locales, la comercialización de
créditos, la reducción de tarifas protegidas y una moneda sobrevaluada provo-
caron que las medidas implementadas, en lugar de resolver la crisis del sector
agrario, crearan un ambiente muy difícil para los productores agrarios, sobre
todo para los pequeños.
El aumento de importaciones agrícolas baratas no solo contribuyó a una
creciente diferenciación de clases entre productores rurales, sino que también
aceleró un cambio fundamental en las modalidades de producción y en el con-
sumo de alimentos. Se abandonó la producción de cultivos tradicionales y el
consumo de arroz y pasta creció. El gobierno de Fujimori también eliminó
las diferentes instituciones que regulaban el comercio y las importaciones en
el sector agrario. Desapareció, por ejemplo, la Empresa Nacional Comerciali-
zadora de Arroz (Ecasa) que mantenía la estabilidad de precios a favor de los
productores locales.
Estos cambios institucionales tuvieron un efecto especialmente signifi-
cativo para los productores de la costa, quienes estaban más integrados a los
mercados competitivos urbanos. El Gobierno cerró también el Banco Agrario,
7
Jiménez (2017) data el comienzo de las reformas neoliberales en los años 1991-1992.
221
Laura Tejada, Stephan Rist
una fuente importante de créditos subsidiados para los productores agrícolas.
La esperanza era que los prestamistas comerciales o las cajas rurales otorgaran
los créditos necesarios, pero tanto los primeros como los segundos mostraron
escaso interés en préstamos agrarios, ya que percibían a los pequeños producto-
res como un sector de alto riesgo y con garantías insuficientes. Los productores
agrarios se vieron entonces obligados a dirigirse a intermediarios o empresas
agroindustriales para obtener créditos (Crabtree 2003).
Otro aspecto importante en la política agraria peruana es el debilita-
miento progresivo del lobby agrario en las últimas décadas. El gobierno de
Fujimori encontró muy poca oposición organizada al proyecto de libera-
lización económica, debido al debilitamiento que sufrieron los sindicatos,
asociaciones vecinales y organizaciones rurales en el transcurso del periodo
de hiperinflación y recesión. Aunado a esto, políticas como la parcelación
y fragmentación de la propiedad rural, la retirada del Estado de áreas como
provisión de créditos, servicios de extensión y apoyo comercial, y la canaliza-
ción de grandes sumas de dinero a programas de alivio a la pobreza, crearon
relaciones paternalistas y clientelares a nivel local que sirvieron para prevenir
la oposición a los proyectos gubernamentales y lograron debilitar aún más a la
sociedad civil (Crabtree 2003).
Este periodo de intensa transformación agraria neoliberal estuvo acom-
pañado por un renovado interés de inversionistas nacionales e internacionales
en los recursos naturales del país. El mecanismo principal para la concentra-
ción de tierras en la zona estudiada fue la expansión de la frontera agrícola. El
Estado adquirió grandes superficies de tierras eriazas para realizar proyectos
de irrigación y luego venderlas a empresas agroindustriales. Los lugareños fue-
ron expulsados de estas y otras tierras que usaban para diferentes fines (ver
capítulo 2). Los principales beneficiarios de los proyectos masivos de irriga-
ción fueron grandes inversionistas, pues, dado que los terrenos fueron vendi-
dos en grandes lotes, fue muy difícil para los medianos y pequeños agricultores
adquirir esas tierras (Eguren 2015).
En agosto de 2003 fue aprobada la Ley de Promoción del Mercado de
Biocombustibles, que introdujo el uso obligatorio de una mezcla de diésel y
de gasolina con biodiésel y etanol. Desde entonces, el diésel comercializado
222
El boom del bioetanol
tiene que contener 5 % de biodiésel y la gasolina 7.8 % de etanol (Cepes 2012).
Con esta legislación se creó una demanda nacional de biocombustibles y se
sentaron las bases para la concentración de tierras en manos de grandes inver-
sionistas bioetanoleros en la costa norte peruana. Poco después de la promul-
gación de la ley, el Gobierno regional de Piura solicitó la reserva de tierras
eriazas en el valle del Chira para desarrollar un proyecto de producción de
bioetanol (Urteaga 2013).
Es importante subrayar que el sector del bioetanol recibió un fuerte
apoyo estatal con la promulgación de la Ley de Promoción del Sector Agrario
en el 2000, que reduce la protección de los derechos laborales relacionados
con la jornada laboral, la remuneración, el descanso vacacional, las gratificacio-
nes, la compensación por tiempo de servicio, la protección contra el despido
arbitrario y el seguro de salud (Campos Torres 2014). Con la implementación
de estas medidas, las condiciones laborales en el sector agrario se han vuelto
mucho más inestables, lo que ha conducido a una llamada “flexibilización” de
la relación empleador-trabajador. Además, la contribución del empleador al
seguro social y de salud de sus empleados se redujo (Eguren 2015).
El fuerte apoyo que los gobiernos peruanos de las últimas décadas han
dado a los inversionistas agrarios representa un giro en la política agraria de los
años sesenta y setenta. Mientras que el pequeño agricultor era dejado atrás, la
empresa privada se designaba como actor principal del desarrollo agrario y era
apoyada con la creación de un mercado de tierras, la liberalización de la econo-
mía agraria, grandes proyectos de irrigación, la creación de un mercado nacio-
nal para biocombustibles y un régimen laboral especial para el sector agrario.
La debilitación de las instituciones y del lobby agrario no solo explica el poco
provecho que los campesinos han podido obtener de programas como la titu-
lación rural, sino que muestra la poca oposición organizada que los gobiernos
neoliberales de las últimas décadas han enfrentado.
La presencia creciente de grandes inversionistas en el sector agrario y
bioetanolero en Perú ha puesto en marcha un proceso de concentración de la
tierra más marcado a lo largo de la costa peruana. Una comparación del censo
agrario de 1994 con el de 2012 muestra que el número de grandes unidades de
producción agrícola (2 500 ha o más) ha aumentado aceleradamente (630 %),
223
Laura Tejada, Stephan Rist
y ha logrado beneficiarse de la expansión de la frontera agrícola y de los proyec-
tos de irrigación. De hecho, en las tierras costeñas actualmente se observa una
mayor concentración de la tenencia de la tierra que antes de la reforma agraria
de 1969. Bourliaud y Eresue (2015) comparan los datos de los censos agra-
rios de 1994 y 2012 para los cinco principales distritos del valle de Chira (El
Arenal, Colán, La Huaca, Ignacio Escudero y Miguel Checa) y muestran que la
superficie de grandes latifundios (>100 ha) se ha incrementado de 26 a 71 %,
mientras que las pequeñas parcelas (0-3 ha), aunque también han incremen-
tado su superficie (en términos absolutos), la proporción relativa ha dismi-
nuido de 20 a 11 por ciento.
Pocos estudios se han dedicado a explorar los impactos locales de la
concentración de la tierra para comunidades rurales en el contexto peruano
(Marshall 2008; Burneo 2011, 2013). Nuestro trabajo se suma a esta línea de
investigación argumentando que las políticas neoliberales, a través de meca-
nismos de cercamiento, despojo y agricultura contractual, han generado una
situación en la cual se incita a los campesinos a considerar al acceso a la tierra y
al agua, a la labor agrícola y al dinero como mercancías. A consecuencia de ello,
los campesinos se convierten cada vez más en peones, agricultores contrac-
tuales o en trabajadores precarios que dependen de empresas agroindustriales
y pierden el control sobre la tierra, el agua, los bienes comunes, su mano de
obra y su dinero.
La concentración de la tierra:
¿una nueva frontera de mercantilización?
El acaparamiento de tierras no es un fenómeno nuevo, pero ha resurgido a
nivel internacional ante la crisis financiera, alimentaria y energética de 2008.
Inversionistas privados y estatales han comenzado a adquirir tierras a una
escala sin precedentes, sobre todo en países pobres donde abunda la tierra.
Según la base de datos “Land Matrix” (2012), a nivel global y hasta 2016, por
lo menos 65.1 millones de hectáreas de tierra han sido vendidas o arrendadas
a inversionistas provenientes de fuera de los países donde se realizaron estas
224
El boom del bioetanol
transacciones. Más de la mitad de estos negocios han sido confirmados por
fuentes confiables.
El fenómeno global de adquisición de tierras se manifiesta en el Perú en
forma de una creciente concentración de tierra en manos de grandes empresas
agroindustriales. Entre ellas destacan los consorcios económicos domésticos,
como Gloria, Romero, Oviedo y Dyner, pero también se observa un creciente
número de empresas de capitales extranjeros como Grupo Manuelita, Danper,
Maple y la Sociedad Agrícola Rapel, que controlan grandes extensiones de tie-
rra en la costa. A lo largo de la franja costera existen por lo menos 22 inver-
sionistas que poseen alrededor de 60 000 ha de tierra, especialmente en los
departamentos de la costa norte, como Piura, Lambayeque, La Libertad, Ica y
Lima (Escobedo 2015; figura 1).
No existe una definición única del acaparamiento de tierras, al contra-
rio, existen diversas formas de entender lo que se considera acaparamiento de
tierras, y esto produce desacuerdos entre autores respecto a la relevancia de
aspectos como inversión nacional frente a extranjera, extensión, propósito de la
inversión, restricción geográfica, actores involucrados y proceso de adquisi-
ción de tierras (Hall 2013). En este trabajo entendemos el acaparamiento de
tierras (adt) como un fenómeno amplio, a partir de la definición de Holmes
(2014, 550), quien lo entiende como la “transferencia del control sobre la
propiedad y los recursos de grandes superficies de tierras del control local a
externos más poderosos”. Esta definición permite incluir tanto a los inversio-
nistas nacionales como a los extranjeros, no está dominada por la presencia de
efectos nocivos y se centra en el control sobre la tierra y los recursos más que
en la propiedad. Además, la definición reconoce que el adt suele involucrar
más que la privatización de recursos e incluye las condiciones creadas por desi-
gualdades de poder (Holmes 2014). El acentuado proceso de concentración
de la tenencia de tierra en el Perú es una consecuencia del creciente número de
situaciones de adt en el agro.
La mayor parte de la literatura sobre adt ha analizado los factores que
lo facilitan (Cotula et al. 2009; Zoomers 2010), así como el proceso de aca-
paramiento (German, Schonevald y Hwangi 2013), la gobernanza (Borras y
Franco 2010) y los impactos del fenómeno (fao 2012a). En relación con los
225
Laura Tejada, Stephan Rist
Figura 1
Concentración de la tierra en el Perú
Fuente: Escobedo (2015).
impactos, los estudios se enfocan en las consecuencias positivas y negativas
del adt revelando que, en muchos casos, estas inversiones suelen partir de
una sobrestimación de los beneficios y una subestimación de los impactos que
tienen en la población local. Sin embargo, pocos análisis se han interesado por
investigar de manera más profunda las transformaciones de la relación entre
ser humano y naturaleza como resultado de ese fenómeno. Un ejemplo es
Cotula (2013), que sugiere entender los adt como una nueva fase del proceso
histórico de mercantilización que Polanyi (1944) ha descrito con relación a la
Revolución Industrial en Europa. En su libro The Great Transformation, Polanyi
analiza cómo la introducción del mercado capitalista en el apogeo del feuda-
lismo Europeo (en Gran Bretaña) fomentó un proceso de transformación
226
El boom del bioetanol
de las sociedades agrarias, en las que tanto la tierra (como expresión clave de
la naturaleza) como el trabajo (como expresión clave del saber y de la creativi-
dad humana) y el dinero (como medio de intercambio que articula relaciones
sociales) se convirtieron en mercancías que pueden entonces ser libremente
compradas y vendidas en los mercados respectivos. Este proceso de mercanti-
lización, que junto con la Revolución Industrial llevó al tránsito del feudalismo
al capitalismo liberal, tuvo repercusiones transcendentales para la sociedad en
su conjunto. Según Polanyi (1944), todo esto ha sido posible debido a que el
ámbito de la vida económica se ha desvinculado del rígido control que parte
de la sociedad ejercía sobre ella en los tiempos feudales. Entre los mecanismos
fundamentales de este proceso de desincorporación de las economías, figura
lo que se denomina como “cercamiento de tierras comunales” por el Estado o
por inversionistas privados.
De hecho, existen varios paralelismos entre el proceso de mercantiliza-
ción que Polanyi describió y el de adt que ocurre hoy en día. El adt implica
el cercamiento de tierras que antes estaban bajo un sistema de tenencia con-
suetudinario o colectivo y eran usadas de manera no comercial (Alden Wily
2011). La instalación de monocultivos en tierras antes usadas para diferentes
fines simultáneamente —agricultura, ganadería, colección de plantas medici-
nales y leña, etc.— acelera un proceso de transformación de la relación entre
tierra, trabajo y capital. La suplantación de la pequeña agricultura por las gran-
des empresas agroindustriales impulsa la mercantilización y la separación de
los medios de producción (tierra, trabajo y dinero; Cotula 2013). Este proceso
es bien ejemplificado por estudios como el de Millar (2016), quien describe
cómo las tecnologías empleadas por las empresas para ejercer control sobre
un territorio (imágenes de satélite, gps, sig) deslegitiman modos tradiciona-
les de autoridad y control, pues estos ya no son compatibles con el ánimo de
lucro que tienen las empresas privadas. Muchas veces el proceso de adt está
acompañado por discursos que presentan a las tierras afectadas como margi-
nales, ocultando las complejas relaciones socioecológicas presentes en los con-
textos locales y convirtiendo la tierra en una mercancía abstracta y vendible
(Nalepa y Bauer 2012). En el contexto peruano, Urteaga (2013) demuestra la
importancia de los discursos públicos sobre la abundancia del agua antes de
227
Laura Tejada, Stephan Rist
la instalación de grandes monocultivos de caña de azúcar para la legitimación
de estas inversiones.
Un informe de la Coalición Internacional para el Acceso a la Tierra
(ilc, por sus siglas en inglés) sobre el proceso de concentración de la tierra en
el Perú señala un proceso de transición a nivel local, donde los campesinos
están dejando de ser propietarios y se están convirtiendo, cada vez más, en tra-
bajadores en sus mismas tierras (Burneo 2011). La creciente suplantación de la
pequeña agricultura también es observada por Marshall (2008) en los contra-
tos firmados entre los agricultores y las empresas agroindustriales, donde quie-
nes se benefician son principalmente los medianos propietarios, mientras que
los pequeños agricultores corren el riesgo de ser marginados.
Detrás de este antagonismo entre la agricultura a pequeña y a gran escala se
esconden los múltiples significados que la tierra tiene para diferentes grupos de
actores. Mientras que en las sociedades agrarias la tierra es una base para la pro-
ducción de subsistencia e identidad social, y un territorio de valor espiritual, el
mundo corporativo opera de manera desincorporada de la esfera social y somete
a la tierra a la producción económica, donde es valorada solamente en términos
monetarios (Borras y Franco 2013). El Gobierno también puede desempeñar
un papel fundamental en la mercantilización de la tierra. La creación de un mer-
cado de tierras en Perú en la década de 1990 fue impulsada en buena medida
por reformas legales que retiraron la protección a las comunidades campesinas
y promovieron la titulación de la propiedad rural. Los impactos a nivel local van
mucho más allá de la transformación de la tierra en una mercancía, y pueden
dar lugar a procesos de monetización en el ámbito social y económico: con la
transferencia de tierras al sector privado, los residentes locales se involucran más
en la economía de mercado, pues pierden sus tierras y deben buscar trabajo en el
sector agroindustrial para ganarse la vida (White y White 2012).
El valle del Chira desde el punto de vista de “la gran transformación”
La expansión de la economía de mercado en el valle del Chira se manifiesta
en: a) una creciente naturaleza mercantil de la tierra y el agua, el trabajo y el
228
El boom del bioetanol
dinero, y b) el debilitamiento de los mecanismos de control societario, como
la reforma agraria y los derechos laborales. La lógica del capital somete a la
población local a las lógicas de las cadenas de valor globales y deja pocas posi-
bilidades para una economía alternativa definida a partir de los modos de vida
locales.
El valle del Chira ha vivido una reorientación hacia la agricultura de ex-
portación en los últimos años con la llegada de grandes empresas bioetanoleras
y la difusión de cultivos como el banano orgánico, el maracuyá y el mango. La
expansión de la frontera agrícola ha intensificado la competencia por el agua de
riego y ha obligado a los campesinos a sustituir sus plantaciones de arroz por
cultivos menos intensivos en agua, normalmente cultivos comerciales, como
caña de azúcar, banano y mango. Pero esta tendencia hacia la producción de
cultivos comerciales en lugar de cultivos de consumo directo no solo ha sido
fomentada por el aumento de la presión sobre el recurso hídrico, sino también
por la promoción activa de cultivos alternativos por parte del Gobierno. Ade-
más, algunos agricultores señalaron que tuvieron que reducir o abandonar la
producción de cultivos de consumo directo por falta de recursos financieros
(Debrunner 2016).
Con la llegada de grandes empresas bioetanoleras al valle no solo se vio
afectado el acceso al agua, sino también el acceso a la tierra. La adquisición de
tierras por parte de las empresas agroindustriales ha producido la expulsión
de los lugareños de las tierras eriazas que rodean los pueblos del Bajo Chira.
Estas tierras, consideradas por los ganaderos y pequeños agricultores como un
bien común, se transformaron de un momento a otro en bienes restringidos de
propiedad privada (Urteaga 2013). Antes estas tierras —incluyendo también
bosques secos— eran usadas para diferentes propósitos, como el pastoreo de
ganado, la recolección de leña y algarrobo, así como para cultivos (Tejada y
Rist, 2017). Las tierras vendidas a las empresas bioetanoleras incluían tam-
bién tierras de comunidades campesinas (tierras comunales; Urteaga 2013).
En consecuencia, se observa una sustitución de la producción para la subsis-
tencia y de mercados locales por nacionales y hacia la mercantilización. Los
usos no comerciales e informales de la tierra —como el pastoreo de animales
y la agricultura de secano— están desapareciendo rápidamente, mientras que
229
Laura Tejada, Stephan Rist
los cultivos de exportación y las plantaciones de caña de azúcar para etanol se
expanden. Esta lucha por los recursos del valle entre pequeños agricultores y
ganaderos y las empresas agroindustriales tiene también un nivel discursivo:
la creciente presión sobre el recurso hídrico deslegitima a los pequeños agri-
cultores como usuarios de agua, pues no pueden darse el lujo de usar métodos
de irrigación por goteo, mientras tanto, las empresas privadas son presentadas
como usuarios “sustentables” que no ponen en peligro la disponibilidad de
agua (Tejada y Rist 2017).
Aunque la pequeña agricultura familiar sigue desempeñando un papel
importante en la economía de las zonas rurales del Perú, ha tenido lugar una
diversificación sustancial de ingresos durante las últimas décadas, no solo en
el valle del Chira, sino a nivel nacional. Según Escobal (2001), el 51 % de los
ingresos netos de los hogares rurales del país es generado por actividades aje-
nas a la agricultura familiar. De igual forma, en el valle del Chira, además de la
agricultura familiar, la gente se dedica a vender bebidas y comida; a importar
productos de las zonas urbanas; a conducir mototaxis; a producir ladrillos y
esteras; a trabajar como peones en la agricultura, en la construcción y en la
industria pesquera, o a trabajar en las municipalidades, centros de salud y cole-
gios locales.
Con la llegada de las grandes empresas etanoleras al valle comenzaron a
desaparecer las actividades más tradicionales, como la recolección y venta de
leña y algarrobos, y aparecieron nuevos puestos de trabajo en el sector etano-
lero, como trabajador de campo, operador de planta, oficinista o personal de
limpieza de las empresas. Los trabajadores de campo de la empresa peruana
Caña Brava se encuentran dentro del marco del régimen especial del sector agra-
rio, con cuestionables condiciones laborales y sueldos bajos. En el caso de la
empresa estadounidense Maple Ethanol, el régimen especial del sector agrario
no se aplica y la empresa está orientada hacia el régimen laboral común. La
remuneración de los trabajadores empleados directamente no desciende por
debajo del sueldo mínimo, incluye una compensación por tiempo de servi-
cio, gratificaciones para la fiesta nacional, Navidad y también cuatro semanas
de vacaciones al año. En este caso, consideramos que esto tiene que ver con
los parámetros establecidos por el Banco Interamericano de Desarrollo (bid),
230
El boom del bioetanol
que financió el inicio del proyecto Maple Ethanol, y que son asumidos por
la empresa. Es interesante observar que mientras las empresas transnaciona-
les fomentan un régimen laboral más social en el sector agrario, las empresas
domésticas contribuyen a la precarización del trabajador agrario, adoptando
leyes laborales que recortan los derechos de los trabajadores.
No obstante, una parte de los trabajadores de campo de Maple Ethanol
son contratados a través de empresas subcontratistas, según la demanda que
exista en cada momento. Los trabajadores “externos” tienen contratos tempo-
rales y un sueldo mensual menor que los demás empleados. Así, el neolibe-
ralismo ha producido una transición donde los campesinos que han perdido
acceso a tierras eriazas y de cultivo pasan a ser trabajadores en sus tierras, en
lugar de ser usuarios o propietarios. También está en curso una precarización
del empleo en el sector agrario, con recortes en cuanto a los derechos laborales
y la emergencia de contratistas que median las relaciones entre trabajadores
rurales y la industria etanolera. Desde la debilitación de los sindicatos para tra-
bajadores en los años noventa, no existe la base social necesaria para defender
los derechos del trabajador agrario. Hubo iniciativas a nivel local para crear
este tipo de organizaciones; sin embargo, el intento fue en vano. En otro caso,
los miembros del sindicato fueron sometidos a presiones de parte de una de
las empresas etanoleras y se vieron obligados a abandonar su proyecto.
Aparte del empleo directo, existe la posibilidad de participar en un es-
quema de agricultura por contrato con la empresa etanolera peruana. En este
caso, los agricultores de la zona circundante son contratados para cultivar caña
de azúcar en sus propias tierras y la cosecha es comprada por la empresa eta-
nolera para ser procesada posteriormente. Como muchos de los pequeños
agricultores en el valle no tienen recursos suficientes para adquirir las semillas
de caña de azúcar, solventar la preparación de la tierra, comprar insumos agrí-
colas ni para la planilla que ayuda durante la cosecha, necesitan un préstamo
en Agrobanco para firmar el contrato con el inversionista. No obstante, para la
mayoría de los diez cañicultores entrevistados, el cultivo no se desarrolló de
la manera prevista debido a la colaboración insatisfactoria de la empresa, a los
altos costos de servicio y a los variables precios pagados por la caña de azúcar.
El fracaso del cultivo y la consiguiente dificultad de pagar las cuotas del crédito
231
Laura Tejada, Stephan Rist
recibido han dejado a muchos agricultores altamente endeudados. El endeu-
damiento afecta sobre todo a los agricultores con pequeñas parcelas, en las que
los costos de servicio suben y la probabilidad de obtener beneficios baja. Los
únicos dos cañicultores cuya inversión fue rentable cultivaban una área más
grande que los demás (Debrunner 2016).
Según Debrunner (2016), varios de los agricultores que decidieron en-
trar en esquemas de agricultura por contrato lo hicieron porque los cultivos
alimentarios ya no eran rentables por motivos como un mercado saturado,
fuertes fluctuaciones de precio, plagas recurrentes y el frecuente robo de co-
sechas de sus campos. La participación en el programa de agricultura con-
tractual prometía mejorar los niveles y la estabilidad de su ingreso. Además,
en comparación con otros cultivos de exportación prometedores respecto al
beneficio, la empresa agroindustrial ofrecía una ayuda inicial para el suminis-
tro de semillas, fertilizantes y la preparación de la tierra, e igualmente exigía
bajos intereses. De hecho, uno de los principales obstáculos para el éxito de
los pequeños agricultores en el valle del Chira es la falta de capital circundante
y el acceso a créditos bancarios. A pesar de la riqueza natural que hay en la
región, la producción alimentaria local, para ser efectiva y explotar el potencial
agrícola, depende de la disponibilidad de capital monetario que ofrecen las
grandes y medianas empresas agroindustriales (Van der Ploeg 2008).
El papel de prestamista es desempeñado activamente por una de las
empresas etanoleras en el valle. No solo lo practican para la agricultura por
contrato, sino que también ofrecen créditos a sus trabajadores. Estos créditos
son de fácil acceso, los trabajadores son dispensados del papeleo y los intereses
se descuentan directamente del salario mensual; sin embargo, esta situación
puede llevar al endeudamiento, ya que muchas veces los contratos laborales
son limitados, y una vez despedidos, los trabajadores no pueden pagar las
cuotas mensuales. Así, el endeudamiento también está creciendo entre agri-
cultores contractuales. Un mecanismo central por el cual la etanolera peruana
adquirió una parte de las tierras en el valle fue justamente el endeudamiento
de un pequeño pueblo durante la década de 1990.
La presencia de las empresas agroindustriales también ha ocasionado la
extinción de la actividad ganadera, ya que las tierras eriazas donde pastoreaban
232
El boom del bioetanol
los animales ahora son inaccesibles. La desaparición de las actividades pecua-
rias pone en peligro una forma de ahorro en los hogares campesinos, ya que
muchas veces venden el ganado en tiempos difíciles para obtener comida o
comprar semillas para el cultivo. Esta situación pone en relieve la necesidad de
créditos, que son saciados por nuevos prestamistas y empresas agroindustriales.
Como hemos visto, la mercantilización está ocurriendo a diferentes ni-
veles: a) la comodificación de los recursos naturales se produce por la susti-
tución de la producción de subsistencia y mercados locales/nacionales hacia
aquella de uso puramente comercial; b) en el caso del trabajo, se da la desa-
parición de las actividades tradicionales y la creación de nuevos puestos de
trabajo en el sector etanolero, así como la precarización del empleo en el sec-
tor agrario, y c) la mercantilización del dinero a través del endeudamiento de
los cañicultores y los trabajadores crea una dependencia adicional del sector
agroindustrial.
La relación entre el ser humano y la naturaleza se transforma de manera
tal que tanto los recursos naturales como el trabajo y el dinero se convierten
en bienes virtuales o “mercancías virtuales”, en los términos de Polanyi. Son
virtuales en el sentido de que tanto la naturaleza (en su expresión de la tierra
agrícola), la creatividad humana (en su expresión del trabajo humano) y las
relaciones sociales (en su expresión del intercambio entre actores) no son en
esencia mercancías, pues forman parte de las condiciones sociales, humanas y
materiales básicas de cualquier tipo de sociedad. Por esto, Polanyi sostiene que
es lógico que la reacción social frente a la mercantilización de la naturaleza,
del ser humano y de las relaciones sociales sea que la sociedad, a través del
Estado, se ocupe de proteger los derechos de estos tres pilares fundamentales
mediante legislaciones laborales, sociales y ambientales.
No obstante, en el caso peruano la protección social es poco efectiva, ya
que los sindicatos se han debilitado como resultado de las políticas neolibe-
rales y las prácticas agobiantes de la empresa etanolera peruana. Existen tam-
bién grupos eclesiales y la Mesa de Concertación y Lucha contra la Pobreza
(mclcp), que se ocupan de defender los derechos de las familias despojadas
y de los trabajadores, pero hasta ahora no han conseguido muchos logros y
tampoco son tomados en serio por las empresas etanoleras.
233
Laura Tejada, Stephan Rist
Un ejemplo diferente es el del sector del banano orgánico, el cual sur-
gió paralelamente al auge de la caña de azúcar y ofrece oportunidades reales
para los pequeños agricultores que cultivan sus propias parcelas de manera
individual. Diferentes ong locales apoyan a los campesinos en el desarrollo
de capacidades y el acceso a semillas, y han logrado organizar a los bananeros
orgánicos del valle en siete asociaciones o cooperativas.
Elementos para repensar las luchas agrarias en la costa norte
La teoría del doble movimiento
y su aplicabilidad en el contexto peruano
La sobrestimación de los beneficios del acaparamiento de tierras, presente
en los discursos optimistas del Estado y de las empresas privadas a inicios
del ajuste neoliberal en Perú, pronto dio lugar al reconocimiento de la nece-
sidad de regular las inversiones privadas para evitar las grandes expropiacio-
nes (Cotula 2013). En ese contexto se desarrollaron diferentes documentos
políticos sobre el adt a nivel internacional. Dos de los más conocidos son las
“Directrices voluntarias para la gobernanza responsable de la tenencia de la
tierra y otros recursos naturales” (fao 2012b) y los “Principios para la inver-
sión responsable en la agricultura y los sistemas alimentarios” (Comité de
Seguridad Alimentaria Mundial 2014).
Aunque diferentes autores críticos sostienen que si bien los códigos de
conducta y los principios para inversiones responsables son problemáticos
porque no consideran el análisis de la pobreza rural desde un enfoque de
justicia social, ni contribuyen a mejorar el acceso a la tierra y tampoco a la
protección de la propiedad territorial de la población rural (Borras y Franco
2010), sí han auxiliado a aportar una visión más crítica del acaparamiento de
tierras. Este cambio de visión ha sido fomentado también por las movilizacio-
nes de movimientos campesinos, ong, investigadores, activistas y periodistas,
que registran la creciente crisis de la agricultura industrial y se pronuncian a
favor de los derechos de los campesinos, de la seguridad alimentaria local y de
234
El boom del bioetanol
una agricultura ecológica (McMichael 2013). Polanyi describiría la situación
actual a nivel global como un “doble movimiento” que oscila entre la facilita-
ción de la mercantilización y la reincorporación de la economía a la sociedad
mediante la protección social de los derechos humanos, laborales y ambienta-
les de la población y de la naturaleza afectada.
En el Perú, la resistencia contra la mercantilización, el despojo y la prole-
tarización no se manifiesta en forma de grandes movimientos, sino más bien
en niveles informales y espontáneos, de modo sutil a nivel individual o tam-
bién a través de pequeños grupos que se juntan de forma voluntaria. Estas for-
mas de oposición dan testimonio de lo que Tria Kerkvliet (2009) —citando
a Scott (1985)— denomina “políticas cotidianas”, que se refieren a las accio-
nes que “involucran a personas que adoptan, cumplen con, ajustan y resisten
ciertas normas y reglas de la autoridad sobre la producción o asignación de
recursos, y lo hacen de forma discreta, mundana, sutil, siendo actos raramente
organizados y directos” (Tria Kerkvliet 2009, 232).
Los campesinos son escépticos respecto a la protección del Estado, pues
en su propia experiencia, las iniciativas gubernamentales pocas veces son exi-
tosas. Por ejemplo, durante el trabajo de campo varias personas indicaron que
han denunciado abusos, irregularidades y accidentes laborales ante las auto-
ridades provinciales, pero al final nunca resuelven nada. De igual manera, la
vicepresidenta de la nación —de descendencia piurana— visitó durante su
campaña electoral a las personas afectadas por los desalojos causados por las
empresas etanoleras, y prometió hacer justicia para compensar a buen precio
las tierras perdidas; sin embargo, esta promesa también quedó tan solo en
palabras y nada ha cambiado desde entonces.
La Defensoría del Pueblo es una institución clave en materia de derechos
humanos en el Perú, y ha desempeñado una función importante en las nego-
ciaciones con una de las empresas etanoleras, Caña Brava, que causó un acci-
dente de tráfico vinculado a la quema ilegal de caña de azúcar. A consecuencia
de ese suceso, la empresa etanolera Caña Brava se vio obligada a dejar de que-
mar la caña antes de la cosecha. Esta es una de las pocas buenas experiencias
con el Estado respecto a la protección de la población y del medio ambiente
de abusos por parte de las empresas etanoleras. En otro caso, la población
235
Laura Tejada, Stephan Rist
ha pedido ayuda a la Defensoría del Pueblo debido a la pérdida de acceso
a tierras causada por infiltraciones de agua como producto de la irrigación
intensiva de la caña de azúcar en los campos vecinos, pero en esa ocasión la
Defensoría del Pueblo no contaba con los recursos necesarios para apoyar a
las personas afectadas. Además, como hemos visto en los secciones anterio-
res, la protección social ejercida por el Estado en forma de políticas agrarias es
opresiva, ya que excluye a los pequeños agricultores del acceso al crédito, de la
titulación rural y de las cadenas de valor.
No nos sorprende entonces el escepticismo de los campesinos y los tra-
bajadores agrarios del valle ante la idea de recurrir al Estado para enfrentar los
abusos de las empresas agroindustriales; más bien tratan de defender sus dere-
chos en forma de políticas y resistencias cotidianas. Un ejemplo es el incendio
de un camión de la empresa Caña Brava como reacción a la quema ilegal de
caña de azúcar mencionada anteriormente. Otras estrategias incluyen el blo-
queo de la vía internacional Panamericana y del acceso al agua para las empresas
como reacción a accidentes de tráfico y a las infiltraciones de agua en terrenos
de ladrilleros locales. Las políticas cotidianas de resistencia también involu-
cran la orientación mutua sobre los riesgos de trabajar en el sector de fumiga-
ción de las etanoleras. Esto ha motivado a diferentes trabajadores a emplear
estrategias para evitar el trabajo con herbicidas y pesticidas que pueden ser
dañinos para la salud.
Luchas agrarias en el valle del Chira: ¿un movimiento triple?
En esta sección analizamos —más allá de las políticas cotidianas y la resisten-
cia informal en el contexto del acaparamiento de tierras— las alternativas a
la concentración de la tierra en manos de grandes empresas agroindustria-
les, sugeridas por las luchas de diversos actores agrarios por la autonomía y
sostenibilidad en el contexto neoliberal. Para esto, vamos a analizar con más
detenimiento el caso de los bananeros orgánicos en el valle del Chira, quienes
están tratando de salir adelante estableciendo sus propias relaciones con el
Estado y el mercado.
236
El boom del bioetanol
El Estado peruano brinda poco apoyo mediante políticas de protección
social a los pequeños campesinos; en realidad, esas políticas privilegian el bie-
nestar del sector privado. Aunque en Piura el Gobierno regional lanzó un pro-
grama de capacitación y asistencia técnica (Procat) a favor de productores
agropecuarios, gran parte del apoyo para los campesinos convencionales sigue
proviniendo de ong, como el Centro Ecuménico de Promoción y Acción
Social Norte (Cedepas Norte), el Centro de Investigación y Promoción del
Campesinado (Cipca), la Central Peruana de Servicios (Cepeser) y Plan Inter-
nacional (Cabrejos Vásquez 2011). También en el sector no convencional —
donde los bananeros orgánicos son los actores más prominentes— el papel
de “protector social” es asumido por ong, como Cedepas Norte y Oikos, que
están brindando apoyo para el desarrollo de capacidades y el acceso a semillas.
El sector del banano orgánico —que además de la certificación orgánica
también cuenta con la certificación de comercio justo otorgada por la Orga-
nización Internacional de Comercio Justo (Fairtrade Labelling Organizations
Internacional, flo)— es un ejemplo particularmente exitoso, ya que reúne
los beneficios de ambas certificaciones. Los bananeros están organizados en
asociaciones o cooperativas agrarias que se caracterizan por ser empresas soli-
darias. Así, por ejemplo, cada asociación recibe una ganancia extra por comer-
cio justo de un dólar por cada caja de banano con certificación orgánica y de
comercio justo exportada, el cual es directamente transferido a la asociación.
Esta invierte el dinero acumulado en el fondo comunitario, en infraestructura
vial, hidráulica y en otras iniciativas que mejoran las condiciones sociales de
la comunidad. Se trata de un modelo basado en la agricultura familiar y en
abonos orgánicos producidos por los propios campesinos a partir del estiércol
animal, y constituye claramente un contramodelo a las empresas etanoleras
que operan en grandes monocultivos y emplean abonos químicos.
Por medio de la observación participativa hemos evidenciado la exis-
tencia de relaciones de solidaridad y procesos organizativos autogestivos. Los
bananeros muestran orgullo y gusto por trabajar conjuntamente, relacionán-
dose con redes internacionales de producción orgánica y comercio justo, y
resaltan la importancia de “ser sus propios jefes”. Además, dan mucha relevan-
cia al hecho de poder decidir como asociación y de manera autónoma sobre
237
Laura Tejada, Stephan Rist
las inversiones en tecnología y las estrategias para invertir el ingreso extra del
comercio justo. Este es un buen ejemplo en cuanto ilustra lo que los campesi-
nos realmente buscan: articularse con un mercado global, orgánico y solidario
que les permita mercantilizar la naturaleza (mediante el cultivo orgánico), la
creatividad humana y las relaciones sociales (a través de la autogestión y coo-
peración asociativa que relativiza o supera la propiedad privada de la tierra)
en alianzas con otras organizaciones sin fines de lucro, como en este caso, las
ong locales con vínculos transnacionales. Dadas las dificultades financieras
que enfrentan los bananeros durante el primer año del cultivo —la instalación
es costosa y puede durar hasta un año—, varios de los productores orgánicos
declararon haber invertido sus ahorros o saldos obtenidos al ser despedidos
por la empresa etanolera Maple, que quebró en marzo 2015, en la instalación
de una hectárea de banano orgánico. A través de estas estrategias de diversifi-
cación y supervivencia de la población local, se observa la gran dependencia
de las iniciativas de “emancipación” del sector de mercantilización. De hecho,
las transferencias de un sector al otro no son insignificantes, ya que del sector
etanolero no solo fluye el dinero por medio de los salarios, sino también a tra-
vés de proyectos de responsabilidad social corporativa destinados al asesora-
miento en el sector bananero.
En el contexto peruano, donde el Estado se ha vinculado estrechamente
al “mercado”, la función de la protección social es asumida cada vez en mayor
medida por la iniciativa privada y las ong. Esto lo observamos en el caso de
la empresa transnacional Maple y los parámetros laborales establecidos por
el Banco Interamericano de Desarrollo, que claramente superan los esfuerzos
hechos por el propio Estado para mejorar las condiciones del ámbito labo-
ral. Este hecho también se percibe en el sector agropecuario, donde el pro-
metedor sector del banano orgánico es apoyado especialmente por ong, que
aprovechando la demanda global de dicho cultivo, fomentan su producción
ecológica y de comercio justo. Todo esto evidencia la creciente organización
de los productores en asociaciones o cooperativas y el desarrollo del bono de
comercio justo para proyectos comunitarios. Por lo tanto, la protección social
a favor de los pequeños agricultores no es realizada por agencias del Estado,
sino por redes internacionales y transnacionales de empresas agroindustriales
238
El boom del bioetanol
y sus anfitriones, así como por certificaciones de comercio justo. Tanto la falta
de apoyo como la desconfianza hacia el Estado orientan a los pequeños agri-
cultores de la costa norte a buscar nuevas alianzas con el mercado y la protec-
ción social de las ong locales, cuyo respaldo les parece muy prometedor.
Nancy Fraser (2013) describiría estas luchas agrarias contra la concen-
tración de la tierra como un movimiento triple que busca combinar el potencial
de las tendencias de la mercantilización con aquellas que abogan por la pro-
tección social, con el fin de emanciparse de la opresión sufrida por el Estado y
del mercado global dominante. Según Fraser (2011), los acuerdos sociales
y políticos que incorporan a los mercados pueden ser opresivos de formas dis-
tintas. Uno de los mecanismos de opresión está relacionado con el hecho de
que la protección social puede ser jerárquica o patriarcal, en tanto que niega
la condición social necesaria para la participación libre de actores oprimidos
en la sociedad. Aunque Fraser se refiere —cuando habla de este mecanismo
de opresión— principalmente a las jerarquías de género, esta idea puede ser
adaptada a la condición de los agricultores y trabajadores agrarios en el con-
texto peruano. Como hemos demostrado en nuestro estudio de caso, la pro-
tección social por parte del Estado opera de manera opresiva hacia este grupo
de actores, pues no les brinda acceso equitativo a los medios de producción
(tierra, trabajo y capital). A pesar de que existen iniciativas de protección social
con miras a beneficiar a los pequeños agricultores, como la reforma agraria de
1969, estos intentos fueron gestionados de manera tan vertical y con tan poca
consideración de las necesidades del pequeño agricultor, que surtieron poco
efecto en sus condiciones de vida y trabajo.
El segundo mecanismo de opresión abordado por Fraser es el desencua-
dre (misframing), e incluye lo que llama desajustes de escala (mismatches of
scale). Con esto se refiere a los desajustes entre la escala en la cual están incor-
porados los mercados —normalmente nacionales— y la escala transnacional,
que expone a la gente a ciertos peligros. Este es exactamente uno de los mayo-
res riesgos al que están expuestos los agricultores que buscan emanciparse del
Estado y establecer sus propias alianzas con el sector empresarial y la protec-
ción social organizados a nivel transnacional, pues se genera una gran depen-
dencia del mercado global, que funciona a partir de demandas del Norte.
239
Laura Tejada, Stephan Rist
Los intentos de emancipación también implican riesgos, debido a que el
Estado, la mercantilización y la protección social no se distinguen claramente.
La protección social de los agricultores y trabajadores agrarios en el valle del
Chira depende casi totalmente del mercado, esto es, de la demanda de pro-
ductos de comercio justo y de bioetanol; de manera que existe una alianza
peligrosa entre la protección social y el mercado, y es aquí donde un movi-
miento de emancipación tendría que incidir y formar alianzas con el Estado
para recobrar el control de la protección social
Conclusiones
El presente ensayo muestra que la tendencia actual de acaparamiento de gran-
des superficies de tierras públicas y colectivas por parte de inversionistas pri-
vados puede ser entendida, desde el concepto de Polanyi, como un proceso
adicional de desincorporación del sector agrario del control societario, ante-
riormente ejercido mediante la presencia del Estado como regulador, cons-
tructor de infraestructura productiva o actor directo en el ámbito económico
rural. Las políticas neoliberales promueven este proceso de desincorporación
abriendo múltiples vías para que el empresariado nacional e internacional
pueda acceder a recursos naturales, financieros y de infraestructura pública,
permitiéndole extraer la mayor parte de los beneficios económicos derivados
de su uso. Ese hecho exacerba la marginalización y crea nuevos mecanismos
de exclusión que afectan a los pequeños y medianos productores agrarios. Ello
se evidencia en el cercamiento del acceso a tierras eriazas de propiedad estatal
y comunal mediante la venta a inversionistas privados. Mientras que a las em-
presas agroindustriales se les incentiva a invertir a través de diferentes políticas
de promoción de inversión privada, el empleo en el sector agrario se ha pre-
carizado y los sueldos difícilmente se ajustan a las necesidades de las familias.
Respecto a los efectos de la concentración de la tierra en la costa norte
peruana, este capítulo demuestra que no solo son impactos positivos y negativos
para el sustento de familias campesinas y el medio ambiente, sino que tam-
bién esos efectos transforman radicalmente la relación entre el ser humano y la
240
El boom del bioetanol
naturaleza. El análisis de los mecanismos de mercantilización, que se evidencia
en la actual ola de acaparamiento de grandes superficies de tierras públicas y
comunales por parte de inversionistas privados, sobre la base de la gran trans-
formación de Polanyi, revela como efecto principal la consolidación de la tierra,
del trabajo humano y del dinero como mercancías virtuales. Son mercancías vir-
tuales porque tanto la naturaleza (en su expresión de la tierra agrícola) como
la creatividad humana (en su expresión del trabajo humano) y las relaciones
sociales (en su expresión del intercambio entre actores) no están hechas para
ser convertidas en mercancías, ya que representan las condiciones sociales,
humanas y materiales básicas de cualquier tipo de sociedad. Otro efecto central
es el debilitamiento de los mecanismos de control societario, como la reforma
agraria, un régimen laboral favorable al trabajador agrario y el apoyo estatal para
pequeños agricultores en esquemas de agricultura por contrato con empresas
agroindustriales.
Los ejemplos presentados permiten seguir el argumento de Polanyi mos-
trando que también en Perú la consecuencia lógica de la consolidación de las
mercancías virtuales es una reacción societaria frente a la mercantilización de
la naturaleza, del ser humano y de las relaciones sociales, que reclama —sin
mucho éxito— la necesidad de que el Estado se ocupe de proteger los dere-
chos de estos tres pilares fundamentales de la sociedad mediante legislaciones
laborales, sociales y ambientales. Sin embargo, es en este aspecto donde el aná-
lisis de Polanyi no se aplica a la realidad actual, ya que el Estado ha perdido la
capacidad y legitimidad para reincorporar el sector económico bajo el control
societario. Por este motivo no se produce el doble movimiento, que consistiría
en fortalecer —en la medida en que los actores locales reconocen y se resisten
a convertirse ellos mismos y a su ambiente natural en mercancías— un movi-
miento hacia la protección de los derechos sociales y ambientales a través del
Estado.
Más bien, los campesinos se dan cuenta de estas transformaciones y bus-
can alternativas que vayan más allá de obtener la protección de los derechos
individuales o colectivos por parte de un Estado incapaz de hacerlos efectivos.
Pero tampoco se resignan ni dejan que se les absorba su naturaleza o su creati-
vidad humana, ni tampoco descuidan las relaciones sociales solidarias, a pesar
241
Laura Tejada, Stephan Rist
de la dominante mercantilización. Desde su propia agenda emancipadora,
basada en reconocer los limites agroecológicos en su relación con la natura-
leza, así como la cooperación y solidaridad colectiva, los campesinos buscan
articularse con oportunidades ofrecidas por los emergentes mercados alterna-
tivos del cultivo orgánico y del comercio justo, para encontrar salidas distintas
a las alianzas con el Estado, más específicamente, con el mercado.
Es ahí donde la actualización de la teoría de Karl Polanyi propuesta por
Nancy Fraser permite conceptualizar más claramente lo que sucede. Fraser
demuestra que lo que buscan los movimientos de emancipación es un reco-
nocimiento social (no solamente estatal) de su capacidad de crear alternativas
— por lo menos parciales y temporales— a la crisis definida por el descon-
tento con el Estado y los partidos políticos tradicionales. Como hemos visto,
en el Perú estos movimientos no surgen por una inquietud respecto a la sobe-
ranía alimentaria y de la tierra (Kay 2011; Rosset et al. 2011), como mucha
de la literatura sobre contramovimientos en el contexto de acaparamientos de
tierras sugiere. En cambio, estas alternativas emergentes se basan en las polí-
ticas cotidianas que de forma sutil y práctica se dotan de oportunidades en el
mercado, ante el Estado y en la sociedad civil para —como en el caso estu-
diado— formar cooperativas y asociaciones para la producción de cultivos
orgánicos que representan recreaciones actualizadas de los principios básicos
de su agenda emancipadora histórica. De hecho, se puede constatar en la costa
norte del país una “recampesinización” que, según Van der Ploeg (2008), ocu-
rre por diferentes mecanismos: la reforma agraria, la apropiación de tierras por
campesinos sin tierra, la expansión de la frontera agrícola y los pueblos jóvenes
que surgen en áreas rurales.
Este ejemplo ilustra claramente lo que los campesinos buscan: articularse
en un mercado global, orgánico y solidario que les permita mercantilizar la natu-
raleza mediante el cultivo orgánico. Además, ello les permite fomentar la creati-
vidad humana y las relaciones sociales mediante la autogestión y cooperación
asociativa que relativiza o supera la propiedad privada de la tierra, formando
alianzas con ong y otras organizaciones sin fines de lucro a nivel local, nacio-
nal y transnacional.
242
El boom del bioetanol
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6
Sistemas productivos campesinos y la integración
al mercado en un mundo neoliberal:
estudios de caso del delta
del Mekong (Vietnam) y Veracruz (México)*
Anne Cristina de la Vega-Leinert
Universidad de Greifswald
Beatriz Rodríguez-Labajos
Universidad Autónoma de Barcelona
Peter Clausing
Pesticide Action Network
Introducción
En este capítulo consideramos a la agricultura como una interfaz entre la natura-
leza, el campo y la urbe. La agricultura, en efecto, transforma recursos naturales
clave en biomasa para satisfacer las necesidades de la población, sea de alimen-
tación, fibras o materias primas para la industria; sin embargo, no se puede
hablar de agricultura en singular, pues existe un amplio abanico de modelos
de producción distintos. Por un lado, los sistemas agroecológicos tradiciona-
les y la ingeniería ecológica moderna permiten sinergias entre la conservación
de la naturaleza, el uso del suelo y la preservación de sistemas socioecológicos
* Agradecemos a nuestros entrevistados, quienes generosamente prestaron su tiempo e
información. Anne Cristina de la Vega-Leinert escribió este capítulo gracias a una beca
de la German Academic Exchange Service y la German Research Foundation para el
Proyecto VE-659/2-1. La participación de Beatriz Rodríguez-Labajos fue posible gracias
a una beca del proyecto Legato del German Federal Ministry for Education and Research
y el proyecto BiodivERsA Staccato (pcin-2015-016).
249
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
simbióticos que generan agrobiodiversidad (Fischer, Lindenmayer y Man-
ning 2006; Harvey et al. 2008; Perfecto, Vandermeer y Ulright 2009; Fischer
et al. 2017). Por el otro, la agroindustria, aunque ha permitido un aumento
significativo de la productividad agrícola por trabajador en sistemas altamente
especializados con los paquetes tecnológicos de la revolución verde, también
produce enormes impactos socioambientales, como incremento en las emi-
siones de gases de efecto invernadero, alteraciones en el ciclo del nitrógeno y
alteraciones a la salud (Rockström et al. 2009; Mostafalou y Abdollahi 2013).
Fundamentalmente, los sistemas productivos agrícolas han sido trans-
formados en el siglo xx en un proceso que ocurre dentro de un contexto más
amplio de reconfiguración del sector agrícola, de las políticas agrícolas y ali-
mentarias y del mercado a nivel mundial, en particular bajo el régimen neo-
liberal a partir de 1980. Siguiendo a Castree (2008a, 2008b) y a McCarthy y
Prudham (2004), definimos el neoliberalismo como un amplio marco político
que transforma las interacciones entre la sociedad y la naturaleza, partiendo de
la premisa de que el bienestar humano mejora al fomentarse la iniciativa em-
presarial, y que el mercado es el mejor mecanismo para distribuir los bienes y
servicios requeridos para satisfacer las necesidades humanas.
A partir de dos casos de estudio, en este capítulo veremos cómo las trans-
formaciones del sector agrícola y los procesos de integración al mercado mun-
dial en regímenes neoliberales afectan los sistemas productivos campesinos
e impactan en el uso de la tierra y en las comunidades locales. Examinamos
dos cultivos importantes —arroz y café— en dos contextos muy distintos: la
transición del cultivo de arroz hacia el de frutas en el delta del Mekong, en
Vietnam, y la integración de productores campesinos al mercado de café de
calidad en el sureste mexicano. En ambos casos nos proponemos explorar:
1. cómo se integran los campesinos a los mercados locales y a las cadenas
globales de mercancía1 conforme sus países abren su sector agrícola a los
mercados internacionales;
1
Usamos el término cadena global de mercancía (global commodity chain), en lugar de red,
porque nos interesa el origen (upstream) del sector; es decir, los productores. Se enfatiza
250
Sistemas productivos campesinos
2. cómo se adaptan las comunidades campesinas y organizaciones de pro-
ductores locales a estas transformaciones, y
3. cómo sus estrategias de adaptación afectan los medios de subsistencia y el
uso del suelo a nivel local.
Tanto en México como en Vietnam, tomamos en cuenta las sinergias y
conflictos entre el uso de la tierra y la conservación, así como las vías que po-
drían alentar una intensificación sustentable, un concepto muy debatido que
abordaremos en detalle en la siguiente sección. Al identificar diferencias y simi-
litudes entre los casos presentados, queremos contribuir a la evaluación de las
consecuencias sociales y ambientales de los procesos de neoliberalización de
la naturaleza vinculados a la agricultura. Para ello, primero introducimos el pa-
norama de las transformaciones globales en el uso de la tierra, especialmente
en el sector agrícola campesino dentro del neoliberalismo, para contextualizar
los cambios ocurridos en las áreas de estudio. A continuación, presentamos los
dos estudios de caso para, finalmente, identificar motores de cambio, procesos
e implicaciones socioecológicas comunes relacionados con los procesos ac-
tuales de neoliberalización agrícola.
el proceso de integración lineal que vincula a los productores con los mercados inter-
nacionales de productos agrícolas mediante varios intermediarios, hasta llegar a los
minoristas y consumidores abajo (downstream). Consideramos que el concepto de red
de mercancía global (global commodity network) es más relevante para analizar cómo los
importadores, procesadores, mayoristas, menudistas, agencias certificadoras, entre otros,
organizan el sector e interactúan entre sí. Los productores de cultivos orgánicos y de
comercio justo también integran redes globales de mercancía; sin embargo, en nuestra
experiencia, la comercialización sigue siendo lineal y los productores carecen de voz y
voto, tienen poco control sobre la comercialización y reciben pocos beneficios del valor
agregado (De la Vega-Leinert et al. 2016, 2019).
251
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
Transformaciones globales en el uso de tierras agrícolas
en el neoliberalismo
Para Lambin y Meyfroidt (2011), las principales transformaciones en el uso de
la tierra a nivel global incluyen la deforestación relacionada con la expansión
de la superficie cultivada o bajo pastizales y la urbanización de áreas rurales. En
décadas recientes, tales procesos se ven exacerbados por la acelerada explota-
ción de recursos naturales que empuja las fronteras de extracción hacia zonas
poco ocupadas (Pacheco et al. 2010; Hecht et al. 2015). Factores complejos e
interrelacionados en múltiples escalas generan estos profundos cambios (Lam-
bin et al. 2001). Por ejemplo, la conversión de bosques tropicales en zonas
agrícolas se suele asociar a causas próximas —como el crecimiento demográ-
fico o la pobreza—, pero es asimismo impulsada por procesos distantes, como
la integración espacial de áreas boscosas periféricas mediante la construcción
de carreteras, la creciente demanda de madera y alimentos para animales o de
origen animal en mercados internacionales, y el desplazamiento de la defores-
tación a países con regímenes de protección débiles o ineficaces (Haberl et al.
2009; DeFries et al. 2010; Mills Busa 2013). Así, resulta importante evaluar
críticamente las recomendaciones que la literatura propone para combatir la
deforestación, como la propuesta de Aide y Grau (2004) de fomentar el éxodo
rural en América Latina para propiciar la transición del bosque. De hecho, en
su análisis de las transformaciones de paisajes boscosos, Hecht et al. (2015)
descartan que la inmigración a la frontera extractiva necesariamente impulse
la deforestación, o que la emigración fuera de zonas rurales promueva la rege-
neración de bosques, con lo que demuestran que la realidad de los procesos
locales es mucho más compleja (en ese caso, en el sur y sureste asiático).
Aquí relacionamos explícitamente los cambios en el uso local de la tie-
rra, la estructura de sistemas productivos y sus impactos en comunidades, con
cambios en las políticas comerciales y patrones de consumo distantes, siempre
en un contexto económico neoliberal. Revisamos primero transformaciones
agrícolas clave en el neoliberalismo, para luego explorar cómo estos cambios
han afectado a las regiones de estudio.
252
Sistemas productivos campesinos
Conscientes del riesgo de la sobresimplificación, enfatizamos ciertas ten-
dencias emergentes en la literatura sobre el tema. El neoliberalismo propicia
importantes cambios en el papel del Estado respecto a la elaboración e instru-
mentación de políticas agrícolas y alimenticias; a la regulación del comercio,
del apoyo y de la protección a campesinos y sus sistemas productivos, así como
a la orientación y protección del consumidor (McMichael 2012). Una conse-
cuencia de esto es el desmantelamiento de iniciativas públicas directas, entre
ellas las empresas paraestatales, del desarrollo de proyectos de infraestructura,
de los subsidios a la producción y al consumo, y del control de precios, espe-
cialmente en el Sur global. Además, el Estado tiende a impulsar fuertemente la
agricultura intensiva de exportación, por ejemplo, al reformular políticas agrí-
colas en el marco regulatorio del libre comercio (Kay 2008). En estos procesos
emergen otros actores importantes, en particular los órganos supranacionales
que articulan políticas y proporcionan financiamiento (Organización Mun-
dial del Comercio [omc], Banco Mundial [bm], Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación [fao]), y actores privados corporativos (trans)
nacionales (Bill Gates Foundation; Clausing 2014; Friedmann 2005). Del
mismo modo, las organizaciones no gubernamentales (ong), la sociedad civil,
los movimientos sociales y las cooperativas de productores se multiplican a
nivel local y nacional para llenar el vacío ocasionado por la retirada de los órga-
nos del Estado (King, Adler y Grieves 2013).
Las formas que adquieren los procesos de rerregulación de las políticas
y los mercados tienen mucho que ver con el peso político y económico de los
Estados involucrados. Mientras que los países del Sur global encuentran difícil
apoyar adecuadamente a sus productores y proteger sus sectores agrícolas de
productos importados baratos, los del Norte aprovechan un abanico de medios
legales para otorgar subsidios estatales o proteger sus mercados internos con
regulaciones fitosanitarias (Wise 2004; González 2011). Otro elemento clave
en la neoliberalización de la agricultura es la redefinición y rearticulación de
sistemas de tenencia de la tierra (Zoomers y Van der Haar 2000). Aquí conflu-
yen dos procesos: por un lado, se fragmentan las tierras colectivas en micropro-
piedades privadas; mientras que, por otro, se propicia la (re)concentración de
tierras en pocas manos a través de mecanismos legales que permiten adquirir
253
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
o rentar tierras de propiedad colectiva o pública (Zoomers 2010; Borras et
al. 2011). Este último proceso queda de manifiesto en la creciente literatura
sobre la concentración de la tierra y las tendencias reformistas contragrarias en
América Latina (Kay 2002; Roux 2011).
Desde hace siglos, la tierra ha sido un bien valorado económicamente
que puede adquirirse mediante transacciones monetarias en mercados más
o menos regulados, aunque a menudo coexisten varios regímenes. A pesar
de que la mercantilización y la privatización de la tierra no son fenómenos
nuevos, la neoliberalización exacerba estas tendencias mediante mecanismos
como la comodificación y la especulación sobre la tierra y los productos agríco-
las, la creciente concentración de cadenas globales de mercancías agrícolas, la
expansión de agronegocios, la extensa explotación forestal para la exportación
realizada por el gran capital y la continua búsqueda de nuevos nichos de mer-
cado. Esto ha causado profundas transformaciones en sistemas productivos
campesinos, especialmente la conversión de su agricultura, antes orientada a
la alimentación básica, hacia una enfocada en cultivos comerciales (Carletto
et al. 2008) o agrocombustibles (Harvey y Pilgrim 2011). Estos elementos,
claves para el financiamiento y mercantilización de la agricultura (Fairbairn
2014), están relacionados con patrones de consumo cambiantes a nivel mun-
dial (Seto et al. 2012; Weis 2013; Clapp 2015) y contribuyen al rápido incre-
mento de la huella ecológica de la población global (Weinzettel et al. 2013).
El reconocimiento del profundo impacto ambiental de la agroindustria
ha propiciado el surgimiento del discurso de la intensificación sustentable de
la agricultura, que plantea aumentar la productividad de sistemas agrícolas
campesinos y, al mismo tiempo, limitar la degradación ambiental que causa
la agricultura comercial. Algunos autores sostienen que este concepto, acalo-
radamente debatido, carece de sustento (Loos et al. 2014) más allá de ser un
lema de la política internacional para una supuesta solución “gana-gana” a la
problemática de los sistemas agrícolas intensivos (Cook et al. 2015).
Esta idea constituiría un acercamiento superficial a la sustentabilidad,
basado en un entendimiento limitado de la economía verde, que articula solu-
ciones teóricamente sinérgicas entre la protección de la biodiversidad y la pro-
ducción agrícola. Ejemplo de ello sería la llamada agricultura climáticamente
254
Sistemas productivos campesinos
inteligente (climate-smart agriculture; De la Vega-Leinert y Clausing 2016).
Este acercamiento alienta a comunidades campesinas a adoptar técnicas de
cultivo y manejo ecológicamente amigables, que aumentan su productividad
y refuerzan la resiliencia de sus sistemas agrícolas (fao 2013). No obstante,
ha sido fuertemente criticada por: a) unir indiscriminadamente sistemas agrí-
colas diversos, ocultando así la contribución de la agricultura intensiva a las
emisiones de gases de efecto invernadero; b) inducir la participación de comu-
nidades campesinas en iniciativas globales de mitigación del cambio climático,
y c) no visibilizar el hecho de que dichas comunidades son desproporcionada-
mente vulnerables al cambio climático a pesar de su limitada contribución al
aumento global de emisiones. De tal forma, se induce la incorporación de los
sistemas agroecológicos campesinos en cadenas de mercancías de alto valor
y actividades comerciales complementarias no agrícolas que supuestamente
aumentarán los ingresos sin perjudicar la riqueza ecológica, tales como el eco-
turismo y programas de servicios ambientales (Campbell 2002; Epler Wood
2007; Rojas et al. 2009; Schroth et al. 2015; Phalan et al. 2016). Incluso, al-
gunos mercados alternativos (orgánicos o de comercio justo), originalmente
concebidos para garantizar los medios de vida de los campesinos al abrir el
acceso a nichos comerciales de alto valor, en realidad recrean dependencias
y cargas onerosas para los productores, sin asegurar ingresos estables y sufi-
cientes para mejorar las condiciones de vida de los productores a largo plazo
(Weber 2007; Altieri y Toledo 2011).
Usamos el término intensificación ecológica o sustentable para hablar de es-
trategias para mejorar la productividad de sistemas de bajos insumos median-
te prácticas agroecológicas tradicionales que combinan técnicas de manejo
agrícola adaptadas a la localidad y que no causan deterioro ambiental (Pretty
1997; The Royal Society 2009; González de Molina 2013). Otros autores, sin
embargo, sostienen que la intensificación sustentable debe trascender lo exclu-
sivamente agrotécnico o la orientación al mercado, para buscar equidad en la
distribución de los beneficios de la venta de productos, la autodeterminación,
el empoderamiento de productores locales y la transparencia en las decisiones
que afectan a las comunidades locales (Loos et al. 2014).
255
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
Dos casos emblemáticos
Dos estudios de caso, estructurados en forma similar, nos ayudan a ilustrar
cómo el neoliberalismo remodela de forma importante los sistemas producti-
vos locales. No se trata de un estudio comparativo, ya que los casos correspon-
den a contextos muy distintos: dos países —Vietnam y México— en diferentes
regiones del mundo y caracterizados por distintas historias de ocupación y
uso de la tierra. Se abordan transformaciones en dos sistemas productivos
con diferentes cultivos: a) el arroz, un alimento básico vendido en mercados
domésticos e internacionales, y b) el café, un cultivo colonial clásico transfor-
mado en una mercancía agrícola global que se combina en sistemas campesi-
nos con cultivos de autoconsumo.
El conocimiento obtenido nos permitió identificar los aspectos seme-
jantes y aquellos diferentes como contribución hacia un análisis comparativo.
Tanto Vietnam como México han sufrido grandes transformaciones en el uso
de la tierra desde 1980, a raíz de su integración a los mercados internaciona-
les. Hasta entonces, sus respectivos Estados desempeñaban un papel prepon-
derante en la estructuración y regulación del sector agrícola, pero ambos se
retiraron, en mayor o menor medida, para orientar sus políticas agrícolas y
alimenticias hacia el neoliberalismo. Así, por ejemplo, en su análisis del café,
Eakin, Winkels y Sendzimir (2009) muestran lúcidamente que la integración
de Vietnam como nuevo país productor del café tipo robusta para el mercado
global golpeó a los productores campesinos de café arábigo en México, cuan-
do colapsó el sector cafetalero regulado a nivel nacional por el Estado mexica-
no. Esto se debió en parte a nuevos métodos de procesamiento industrial que
impulsaron el cultivo del café robusta para la producción masiva de mezclas
(Gresser y Tickell 2002).
Tanto el café como el arroz pueden crecer en varios contextos de uso
de la tierra, desde sistemas campesinos diversificados, que aún desempeñan
un papel clave en la subsistencia local, hasta sistemas agroindustriales de mo-
nocultivo altamente intensificados. Ambos tipos de café son mercancías agrí-
colas importantes para el mundo y se venden en mercados convencionales o
certificados. Todos estos elementos forman parte de las discusiones acerca del
256
Sistemas productivos campesinos
impacto del neoliberalismo en el uso de la tierra. Centrando nuestra atención
en realidades contrastantes, queremos visibilizar tendencias similares en cuan-
to a la forma en que las comunidades y sus sistemas productivos locales se ven
afectados por las fuerzas del neoliberalismo que impulsan el cambio global.
De tazón de arroz a canasta de fruta: transformaciones
de los sistemas de cultivo en el delta del Mekong, Vietnam
Nuestro primer estudio de caso examina el cultivo de arroz, principal fuente
de calorías para los humanos (Awika 2011) y alimento básico de la mitad de
la población mundial, de la cual 75 % vive en extrema pobreza (Zeigler 2012).
La producción arrocera es determinante en el desarrollo de las tendencias agrí-
colas en todo el mundo, especialmente en Asia, donde se consume más del
90 % de la producción (Mohanty 2013). Las variedades locales, asociadas con
prácticas culturales características (Tilliger et al. 2015), sostienen a agricultores
y consumidores en todo el planeta (Das et al. 2013). Los efectos de la revolución
verde en la producción de arroz (en términos de inversión de capital y rendi-
mientos) persisten y siguen aumentando en algunos lugares, impulsados por
previsiones que consideran necesario un importante aumento de la produc-
ción mundial para satisfacer la demanda futura. En Asia, la agricultura intensiva
convencional moviliza flujos de nutrientes mediante fertilizantes comerciales y
extensión del riego, esto es, mediante insumos técnicos que requieren combus-
tibles fósiles. Sin embargo, en la literatura se cuestionan los efectos ambientales
de dichas tendencias, apuntando a una falla sistémica respecto de la sustenta-
bilidad agrícola del sector del arroz (International Assessment of Agricultural
Knowledge, Science and Technology for Development 2009).
Las alternativas agroecológicas existentes, basadas en prácticas tradiciona-
les o de ingeniería ecológica, se consideran opciones razonables para el manejo
sustentable de paisajes agrícolas (Noguera et al. 2011); ayudan, por ejemplo,
a mantener refugios ecológicos y hábitats para predadores y parasitoides que
ayudan a controlar las poblaciones de insectos dañinos (Settele et al. 2015;
Thanh Trường et al. 2016). En un contexto donde predominan sistemas de
257
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
producción intensivos, las opciones basadas en el principio de la intensifica-
ción ecológica de la agricultura requieren mecanismos de diseño, implemen-
tación y monitoreo que fomenten interacciones benéficas entre los sistemas
de cultivo, los paisajes donde se aplican y los elementos socioculturales que
los rodean.2
Junto con la preocupación por mantener la calidad del arroz y reducir el
uso de insumos agroquímicos, la diversificación de los cultivos es otra tenden-
cia de los cambios en los patrones dietéticos de consumidores con mayores
ingresos en la región Asia-Pacífico. Al igual que otros procesos de transición
alimentaria global, la caída en el consumo de cereales (arroz) va acompañada
de un mayor consumo de frutas y productos de origen animal (Asian Develo-
pment Bank 2012; fao 2014). Aunque los vietnamitas aún prefieren sus dietas
tradicionales a los alimentos occidentales, se notan diferencias significativas
entre los consumidores rurales y urbanos (Nur Indrawaty, Lin y Angeles-Ag-
deppa 2013). Estos últimos participan más en la transición alimentaria y ter-
minan siendo los consumidores finales de los cultivos diversificados.
La investigación empírica ha demostrado que la diversificación beneficia
a la intensificación ecológica de la agricultura en sistemas de producción de
arroz (Gurr et al. 2016). Estudiamos la tendencia hacia la diversificación y la
expansión de la producción de frutas en el caso concreto del delta del Mekong.
Con este fin, examinamos las principales transformaciones socioecológicas en
los sistemas agrícolas locales y las comunidades de productores surgidas en la
región de estudio, así como los impulsores del cambio y sus potenciales impli-
caciones. Usamos la observación directa, entrevistas semiestructuradas y fuen-
tes secundarias para obtener y analizar información como parte de un proyecto
mayor —Legato—3 realizado entre 2011 y 2016. Los resultados detallados
2
Aunque estamos conscientes de las sutiles diferencias entre las nociones de la intensifi-
cación ecológica de la agricultura y la intensificación sustentable (Tittonell 2014), en esta
discusión las usamos como sinónimos.
3
Legato (Land-use Intensity and Ecological Engineering - Assessment Tools for Risks and
Opportunities in Irrigated Rice-based Production Systems; http://legato-project.net/),
financiado por el Ministerio Federal Alemán para la Educación y la Investigación, bajo el
marco de investigación “Manejo sustentable de la tierra”.
258
Sistemas productivos campesinos
aparecen en otra publicación (Solé et al. inédito), así que aquí enfatizamos las
dinámicas globales/locales de dichos procesos.
El delta del Mekong es una de las zonas agrícolas y de acuacultura más
productivas del mundo (Sneddon y Fox 2012). Es clave para la alimentación
en Vietnam (produce más de la mitad del arroz consumido a nivel nacional)
y en los países vecinos (el delta es un proveedor muy significativo para China,
Filipinas, Indonesia y Malasia). En volumen, Vietnam es el tercer mayor
exportador de arroz a nivel mundial. Se estima que envió al mercado interna-
cional unas siete millones de toneladas durante 2015-2016, casi un tercio de la
producción mundial (gain 2016a). Las granjas familiares orientadas a la pro-
ducción para el mercado son la base del sector arrocero del delta del Mekong.
Estas cuentan con parcelas de 1.2 ha en promedio y son más grandes y menos
fragmentadas que en el norte del país. Suelen heredarse, pero algunas fueron
distribuidas mediante programas de reforma agraria o adquiridas en subastas
(Marsh y MacAulay 2006).
La intensificación del sector agrícola en el delta fue profundamente in-
fluida por la revolución verde, tal como sucedió en el sur y sureste de Asia en
general pero en una época distinta. Interrumpidas por la guerra de Vietnam, las
tasas de crecimiento de la producción de arroz alcanzaron niveles significativos
en la década de 1980 y se mantuvieron hasta la primera década del siglo xxi,
apoyadas por innovaciones biotecnológicas y por la política de liberalización
económica conocida como Doi Moi e iniciada en 1986 (Ut y Kajisa 2006).
Algunos métodos de manejo agrícola asociados a la revolución verde,
como el uso de agroquímicos y la ampliación de sistemas de riego, fueron
claves para incrementar los rendimientos. Hoy el arroz es cosechado típica-
mente dos o tres veces al año —gracias a variedades de primavera, verano e
invierno— con cosechas promedio de seis toneladas por hectárea al año. Varios
centros de capacitación regionales ofrecen apoyo tecnológico, como la univer-
sidad Cần Thơ —la más grande en la zona—, creada en 1966, y la universidad
Tiền Giang, fuertemente influenciados por el International Rice Research Ins-
titute (irri) con sede en Filipinas.
Aunque el delta es una región fundamentalmente agrícola, la pobla-
ción en zonas rurales se reorienta hacia nuevas actividades productivas más
259
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
características de procesos industriales (explotación marisquera, agroindus-
tria, construcción, industrias ligeras y de alta tecnología), apoyadas por for-
maciones profesionales alentadas por el Estado. Dada la relativa escasez de
opciones profesionales, los jóvenes de zonas rurales intentan capacitarse en
estos nuevos sectores o migrar para buscar trabajos calificados en las ciudades
(Dao y Nguyen 2015).
En realidad, los productores y exportadores de arroz operan en un con-
texto de cambio socioeconómico cuyas fuerzas motrices son el crecimiento
económico, la industrialización y la urbanización; sin embargo, la brecha
entre los salarios de las zonas rurales y urbanas no se ha reducido en décadas
recientes. Estimaciones para el periodo 1993-2006 indican que el gasto medio
per cápita de los hogares urbanos en Vietnam es consistentemente dos veces
mayor que el de los rurales (Huong y Booth 2014). Años atrás, esta situación
se amortiguaba en parte por una relación favorable entre los ingresos de los
campesinos y los precios de los productos de consumo en zonas rurales, y por
las remesas de migrantes. Sin embargo, la reducción de la rentabilidad de la
venta de arroz es un factor clave que explica las decisiones de productores de
convertir sus arrozales en huertas frutales. Como ya mencionamos, la agricul-
tura arrocera en Vietnam se orienta a abastecer mercados nacionales e inter-
nacionales, pero los precios internacionales han caído desde mediados de la
década de 2010 (fao 2016), mientras que el costo de los agroquímicos ha cre-
cido. Para muchos productores ya no es rentable aplicar insumos, aunque sus
sistemas productivos dependen de ellos desde el proceso de modernización
impulsado en el contexto del Doi Moi. Las empresas agroindustriales y de tec-
nología para el control de plagas tienen un papel importante en este modelo
porque proveen los insumos químicos y las semillas, y en ocasiones compran
el arroz una vez cosechado. La Asociación Alimentaria de Vietnam (Vietnam
Food Association) sigue fijando el precio del arroz, pero esto no ha evitado
una pérdida significativa de los ingresos reales (usda Foreign Agricultural Ser-
vice 2016).
Otros factores limitantes importantes son la disponibilidad de agua dulce,
los estragos del cambio climático y la migración rural-urbana de mano de
obra. En este escenario, algunos hogares rurales empezaron a sembrar huertas
260
Sistemas productivos campesinos
frutales para satisfacer sus necesidades y, en algunos casos, producir un exce-
dente que pudieran vender (De Lataillade et al. 2006). La diversificación de
las dietas domésticas urbanas y el incremento de los ingresos llevaron poco a
poco a cambios visibles en el uso del suelo, que transitaba del arroz a la huerta
frutal. En el delta se multiplicaron los monocultivos de frutas comerciales,
como plátano, carabao, durián, mango, guayaba, limón y jaca, entre otras.
Ciertas políticas también impulsaron este cambio, por ejemplo, el fomento del
acceso a mercados internacionales de exportación de frutas después de 1990.
Nuestras entrevistas indican, no obstante, que el proceso de cambiar de la pro-
ducción de arroz a la de frutas (y vegetales) no se debió tanto a decisiones
gubernamentales como a decisiones individuales de productores.
Una vez iniciado el proceso de conversión en una comunidad, las condi-
ciones tecnológicas pueden acelerar el cambio en el uso de la tierra. El cultivo
de arroz está muy mecanizado, de manera que las tareas de preparar el suelo,
sembrar, cosechar y aplicar pesticidas y herbicidas requieren del uso de maqui-
naria pesada. Ante ello, los productores coordinaban sus trabajos para com-
partir los equipos, y la maquinaria pasaba fácilmente de un campo a otro en
un paisaje dominado por arrozales. Hoy, en contraste, un arrozal puede estar
rodeado de huertas frutales, lo que dificulta el acceso de la maquinaria y su uso
compartido. Por lo tanto, el cambio no se observa exclusivamente en el pai-
saje agrícola y tecnológico, sino también en el carácter progresivamente menos
colectivo de la organización de las actividades agrícolas en las zonas domina-
das por plantaciones frutales. Al mismo tiempo, y pese al rápido crecimiento
de las huertas y su aparente éxito, persisten preocupaciones por la calidad de la
fruta debido al uso indiscriminado de insumos agroquímicos y su relación con
la salud y el medio ambiente.
Adicionalmente, no todas las familias tienen la misma capacidad de di-
versificar su actividad agrícola. Los hogares rurales sin tierra —claro, los más
pobres— obtienen la mayor parte de sus ingresos de actividades no agrícolas
fuera del campo (Bosma et al. 2005), lo que implica migrar a las ciudades. Esto
exacerba la escasez de mano de obra para producir arroz, fenómeno que pro-
picia una mayor participación de las mujeres en el cultivo de este cereal (fao
2014). De hecho, algunas iniciativas de intensificación ecológica en el delta
261
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
han sido dirigidas por mujeres (Chien y Escalada 2012). Aunque tanto el valor
instrumental como la visibilidad del trabajo de la mujer parecen aumentar,
faltan estudios que evalúen los beneficios reales para ellas y los hogares que
encabezan (Chi et al. 2010). Si bien existe desde hace tiempo una tradición
comercial entre las mujeres vietnamitas, las reformas Doi Moi no pudieron
transformar el contexto social contemporáneo, caracterizado por relaciones
de género desiguales con limitado acceso de la mujer a redes comerciales do-
minadas por hombres, así como a la tierra, al apoyo técnico y al capital (Van
2008; Chi et al. 2010). Investigaciones de campo en la zona evidencian un des-
apego cultural de la población rural hacia los tradicionales sistemas de produc-
ción de arroz, y la erosión de servicios ambientales culturales vinculados con
ellos (como el conocimiento etnobotánico); esto en un contexto de crecientes
conflictos socioambientales asociados con actividades extractivas en Vietnam
(incluida la acuacultura).
Como resultado de estos procesos, varios cambios en el uso de la tierra
en el delta del Mekong tienden a reducir el área de producción del arroz. Pri-
mero, desde el año 2000, medio millón de hectáreas han sido convertidas a
usos urbanos e industriales (Dao y Nguyen 2015). Una segunda tendencia,
persistente y creciente, como vimos anteriormente, es la conversión de arroza-
les a huertas frutales. Tercero, los estragos ambientales del cambio climático a
largo plazo y el aumento del nivel del mar son cada vez más visibles, especial-
mente a través de la salinización de los recursos hídricos y la inundación esta-
cional de algunas parcelas, lo que afecta la productividad agrícola (tal como
sucedió en la cosecha del 2016) y sigue impulsando cambios en el uso de la
tierra. Para hacer frente a esta amenaza, además de invertir en los sistemas de
riego que se promueven en algunas provincias, se incrementa la conversión
—temporal o permanente— de arrozales en zonas de acuacultura. Algunos
escenarios proyectan que el arroz desaparecerá totalmente de varias áreas del
delta para el año 2030, lo que comprometería la producción requerida para
satisfacer el consumo doméstico y la demanda de arroz para exportación (Van
Dijk et al. 2012).
262
Sistemas productivos campesinos
La difícil integración al mercado internacional
del café de sombra campesino en Los Tuxtlas, México
Nuestro segundo estudio se enfoca en un cultivo colonial tradicional: el café,
uno de los productos agrícolas más ampliamente comercializados en el mundo
(Daviron y Ponte 2005). En la década de los setenta, la rápida expansión y la
intensificación de las plantaciones cafeteras en todo el mundo, especialmente
en los nuevos países productores de Asia, siguió el modelo de la revolución
verde, generando recurrentes desequilibrios entre demanda y oferta (Eakin,
Winkels y Sendzimir 2009). Anteriormente regulado por el Acuerdo Interna-
cional del Café (ica, por sus siglas en inglés), el sector global del café ha sido
liberalizado y transformado profundamente desde fines de los años ochenta
en un proceso que, para inicios de los noventa, provocó el colapso general
del precio, con consecuencias catastróficas para los productores campesinos
(Daviron y Ponte 2005). Hoy este sector se caracteriza por frecuentes altiba-
jos, una fuerte volatilidad de precios y la concentración del valor agregado en
manos de contadas corporaciones transnacionales ( Jha et al. 2011).
Aunque una gran proporción del café mundial se cultiva ahora en
monocultivos intensivos a pleno sol y con la aplicación masiva de insumos
químicos, grandes cosechas de café de sombra de alta calidad se obtienen tam-
bién de sistemas productivos campesinos de bajos insumos. Regiones ecológi-
camente ricas pero económicamente marginadas, especialmente en América
Latina, producen algunos de los cafés suaves arábigos más cotizados a nivel
mundial (Perfecto, Vandermeer y Wright 2009). Desde los años noventa, el
sector gourmet ha creado un importante nicho comercial para cafés de alta
calidad. Además, se han establecido varias certificaciones (café orgánico, de
comercio justo) para alentar la preservación de sistemas agroecológicos de café
y mejorar el precio para el productor, aunque se debate si esos mercados alter-
nativos están cumpliendo lo prometido ( Jaffee 2007).
Nuestro objetivo en este caso consistió en elaborar un detallado retrato
del sector del café local en la Reserva de la Biósfera Los Tuxtlas (rblt, Vera-
cruz, México) para investigar:
263
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
1) la diversidad de los sistemas campesinos de cultivo de café;
2) cómo acceden los productores a los mercados para vender sus cosechas:
¿organizándose en cooperativas?; ¿mediante empresas privadas?, ¿a través
de intermediarios?;
3) cómo los productores adaptaron sus sistemas productivos y estrategias de
supervivencia a las condiciones cambiantes de la cadena comercial global
del café, y finalmente,
4) qué estrategias de producción, procesamiento y comercialización (inclui-
das las certificaciones orgánicas y de comercio justo) escogen los proce-
sadores locales (organizados en cooperativas o empresas privadas) para
mejorar su acceso al mercado.
Realizamos un detallado estudio basado en métodos cualitativos para
explorar explícitamente hasta qué punto los productores logran mejorar su
producción y acceso al mercado. Recogimos datos mediante entrevistas se-
miestructuradas, observación de campo durante visitas a plantaciones cafe-
taleras y plantas procesadoras y a través de documentos inéditos (informes
internos, evaluaciones técnicas externas, certificados de producción orgánica)
e información en línea (páginas web de procesadores y minoristas de café, da-
tos estadísticos oficiales de fuentes gubernamentales). Realizamos 45 entre-
vistas individuales o en grupo entre agosto y octubre de 2011, seguidas por
visitas en 2013 para actualizar la información y comunicación hasta 2015 con
actores importantes de la región. En total entrevistamos a 95 personas, entre
ellas líderes comunitarios y productores (algunos miembros de cooperativas,
otros no), en las 14 principales comunidades productoras de café en la rblt,
así como en las principales empresas que procesan y tuestan el café a nivel lo-
cal. Procesamos y triangulamos los datos empíricos y documentales siguiendo
los procedimientos establecidos para el análisis de contenido. Los resultados
detallados se encuentran en otras publicaciones (De la Vega-Leinert et al.
2015, 2016, 2018).
La región de Los Tuxtlas es uno de los cinco sitios más ricos en cuanto
a biodiversidad en México por sus variados sustratos geológicos, empinadas
laderas (0-1 720 m sobre el nivel del mar) y la influencia marítima del Golfo de
264
Sistemas productivos campesinos
México. La rblt es una área protegida pequeña (155 122 ha) pero densamente
poblada (ca. 32 000 habitantes en 2001; Conanp 2006). Tradicionalmente, sus
sistemas productivos combinan varios cultivos de autoconsumo y comerciales
(especialmente maíz, frijol, cacahuate, café) con pastizales. Desde la década
de 1950, la deforestación ha afectado fuertemente a la región con la pérdida de
hasta el 85 % del bosque nativo alrededor del volcán San Martín en su parte
oriental (Dirzo y García 1992). Los principales impulsores de este fenómeno
fueron programas de reforma agraria (que asignaron zonas boscosas margina-
les a campesinos sin tierras) e iniciativas nacionales de expansión de la fron-
tera agrícola, que impulsaron la ganadería y la intensificación del cultivo de
café (Paré y Fuentes 2007). Algunos esfuerzos de conservación lograron la
designación de una área protegida en 1998, que la Unesco formalizó en 2006
como la rblt. El área tiene un sistema de zonificación conformado por tres
zonas núcleo de protección estricta (en las tierras más altas de los principales
volcanes de la región), y que regula el uso de la tierra en la zona de amortigua-
miento, donde se impulsa la restauración ecológica y la conversión a prácticas
agrícolas sustentables (Conanp 2006). En el papel también existe una zona de
transición, pero el marco normativo mexicano de conservación no la reconoce
(Guevara Sada, Laborde y Sánchez 2000).
Casi no hubo consulta con la población local durante el proceso de crea-
ción de la rblt que, a pesar de esto, está sujeta a las restricciones impuestas
sobre el uso de la tierra. Aparte de eso, el Gobierno expropió cerca de 16 000
ha de tierras comunales y privadas para formar una de las zonas núcleo. Estas
medidas exacerbaron la escasez de tierra e intensificaron las tensiones entre
campesinos marginados que querían explotar la tierra que obtuvieron durante
el reparto agrario (Durand Smith y Ruiz Cedillo 2009; Negrete-Yankelevich et
al. 2013). Los resultados son el recurrente incumplimiento de los reglamentos
de conservación y un permanente proceso de deforestación para abrir pasti-
zales en áreas colindantes o incluso al interior de las zonas núcleo (Conanp
2011). En contraste, las autoridades de conservación alientan el manteni-
miento de las plantaciones cafetaleras en las tierras altas porque son en su
mayoría sistemas agroforestales extensivos.
265
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
Las plantaciones de café de sombra en la rblt corresponden a tres prin-
cipales sistemas de cultivo (Moguel y Toledo 1999; Conanp 2006): en las tie-
rras altas la producción refleja el llamado manejo rústico, en el que la vegetación
baja del bosque natural se reemplaza con matas de café; el tradicional policul-
tivo de sombra, que combina varios cultivos básicos y comerciales con sombra
seminatural; más abajo, el bosque natural se eliminó hace tiempo y las planta-
ciones cafetaleras suelen ser de tipo policultivo comercial, donde se combina el
café con cultivos y árboles comerciales, y adicionalmente, el monocultivo sim-
plificado bajo la sombra de árboles inga es un cuarto sistema menos común.
Durante años, el cultivo de café contaba con el apoyo sólido del Instituto
Mexicano del Café (Inmecafé) mediante subsidios, infraestructura de pro-
ceso, servicios de asesoramiento técnico y precios fijos (Potvin et al. 2005).
El desmantelamiento de esta paraestatal, acto que coincidió con el colapso
del ica, fue un duro golpe para los pequeños productores de café (Pérez Akaki
y Echánove Huacuja 2006). A principios de los noventa, unas 1 700 familias
dependían principalmente de los ingresos generados en aproximadamente
6 400 ha de cafetales en la rblt (Conanp 2006), pero para el 2014 el área cul-
tivada en café apenas alcanzaba las 3 800 ha (Servicio de Información Agroali-
mentaria y Pesquera 2016).
El índice de marginación económica en el área de estudio es entre “alto”
y “muy alto” (Conanp 2010), y sondeos locales indican que, por lo general,
las familias viven en condiciones precarias (muchas de ellas vivían en 2004
debajo de la línea de pobreza de dos dólares al día; Ayuntamiento de Soteapan
2010). Un factor clave es la escasez crónica de tierra que afecta a muchas fami-
lias campesinas, las cuales recibieron parcelas en propiedad particular o comu-
nal (el régimen ejidal) durante un largo proceso de Reforma Agraria entre las
décadas de 1950 y 1970 (Negrete-Yankelevich et al. 2013). Aunque las par-
celas originales varían en extensión de 20 a 26 ha por ejidatario, se han ido
dividiendo entre los descendientes, hasta que al día de hoy muchos produc-
tores cuentan con menos de 2 ha. Se observa, además, una tendencia a cierta
concentración de la tierra en manos de los productores más exitosos, facilitada
por la revocación de la protección de la tenencia comunal del sistema ejidal en
266
Sistemas productivos campesinos
1992, que legalizó los títulos de propiedad para parcelas individuales, así como
la compraventa y el arrendamiento de tierras colectivas (Paré y Fuentes 2007).
El cultivo de café en la rblt ha cambiado drásticamente en décadas re-
cientes. En un esfuerzo por adaptarse a los recurrentes colapsos del precio y
aprovechar oportunidades, los productores combinan estrategias que inclu-
yen actividades tanto en la parcela como fuera de ella. Sus familias viven de
una combinación de actividades agrícolas tradicionales, trabajo asalariado lo-
cal (agrícola), subsidios públicos y migración temporal o permanente. Aunado
a ello, siguen tres estrategias genéricas del uso de la tierra:
1) Reactivan plantaciones cafetaleras y mejoran la productividad y calidad
aplicando técnicas de manejo agrícola convencionales u orgánicas (reno-
vando o expandiendo las zonas cultivadas). Esto puede impulsar la refo-
restación de tierras degradadas o marginales, o bien la tala completa o
parcial de árboles de sombra nativos.
2) Diversifican sus plantaciones de café en sistemas agrosilvopastoriles inte-
grando nuevos cultivos comerciales (palmas de ornato, pimienta verde,
plátano), pastizales y árboles maderables comerciales. La diversificación
puede, además, aplicarse en otras parcelas al combinar, por ejemplo, huer-
tas frutales comerciales (p. ej., lichi) con pastizales.
3) Abandonan las plantaciones e introducen cultivos más rentables o buscan
fuentes alternativas de ingreso fuera de la agricultura. Sus parcelas pueden
ser transmitidas a campesinos sin tierra, adquiridas o arrendadas por pro-
ductores más exitosos. Las parcelas con bosque natural pueden entrar en
programas de pago por servicios ambientales, aunque esto implica renun-
ciar a la explotación de recursos forestales y puede acentuar la escasez de
tierra.4
Estas estrategias genéricas de uso de suelo podrían ser compatibles con la
intensificación sustentable arriba mencionada. La zona cultivada puede exten-
derse a costa del bosque natural, mientras que la reactivación de las plantaciones
4
Ver Legorreta Díaz et al. (2014) para un análisis de este fenómeno en Chiapas.
267
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
cafetaleras o su conversión a otras actividades agrícolas podrían provocar el
empobrecimiento de la composición y extensión de la sombra de árboles nati-
vos, e incluso acarrear un mayor uso de insumos químicos. Al mismo tiempo,
las plantaciones de café también pueden extenderse sobre tierras degrada-
das y restaurar la cobertura arbórea, mientras que la conversión orgánica y la
diversificación pueden contribuir a proteger importantes servicios y funciones
ambientales.
Estos cambios del uso de la tierra están íntimamente relacionados con
importantes transformaciones en el procesamiento y comercialización de café
a nivel local. Como hemos mencionado, hasta finales de la década de 1980,
el Inmecafé estructuraba el sector al canalizar subsidios y brindar servicios de
asesoramiento técnico a los productores a través de cooperativas que recibían,
procesaban y entregaban el café a la paraestatal para su exportación. Dos coo-
perativas principales, Cerro Cintepec y la Unión Regional, acaparaban el café
de cuencas distintas, aunque parcialmente traslapadas. En ese entonces, ambas
cooperativas atraían a una amplia membresía, lo que a principios de los años
noventa permitió llenar el vacío dejado por el desmantelamiento del Inmecafé
y rescatar algo de la infraestructura de procesamiento que anteriormente perte-
necía al Estado. Aunque las dos organizaciones lograron desarrollarse gracias a
subsidios y créditos preferenciales, luego tomaron caminos distintos.
Cerro Cintepec se abastece de café de plantaciones en tierras bajas sobre
las laderas del volcán Santa Marta (mayormente en la zona de transición de la
rblt), que generalmente producen bajo el sistema tradicional rústico y de po-
licultivo comercial. Cerro Cintepec encabezó la conversión al cultivo orgánico
y, a principios de la década de 2000, obtuvo la certificación orgánica para mer-
cados en Estados Unidos y Europa, así como la de comercio justo. Para el 2010
vendía café de exportación certificado mediante redes de cooperativas de café
orgánico y de comercio justo nacionales e internacionales. Registró su propia
marca (Café Sierra de los Tuxtlas), para la cual tostaba café orgánico (para tu-
ristas y ventas extrarregionales) y convencional (mezclado con azúcar para
consumo local). También promovió una interesante mezcla de actividades en
su sistema de policultivo, que combinaba la reforestación con la producción
comercial de frutas, pimienta verde, palmas de ornato y pastizales. En 2013
268
Sistemas productivos campesinos
ya había alcanzado cierta visibilidad, pero seguía sin poder concretar acuerdos
contractuales a largo plazo. Su crónica falta de liquidez retrasaba los pagos y
afectaba el precio de su café, situación que empeoraba por diversos proble-
mas internos que generaron descontento y deserción de numerosos socios. En
2015, Cerro Cintepec seguía adelante, pues tenía pocos competidores a nivel
local, salvo en tiempos de baja producción cafetalera, cuando se veía obligada
a aumentar el precio para cumplir con sus compromisos de venta.
En contraste, en 2010, la Unión Regional estaba en un franco proceso de
restructuración, tras serios problemas de administración interna que provo-
caron la salida de muchos de sus socios. La Unión conseguía su café de plan-
taciones en tierras altas de la zona de amortiguamiento (algunas de las cuales
colindaban con la zona núcleo del volcán Santa Marta), donde los productores
aplicaban insumos químicos solo cuando sus ingresos lo permitían. Por esta
razón, su uso no era común. Aparte, la Unión nunca emprendió un proceso
formal de conversión orgánica, así que vendía su café a un exportador en el
mercado convencional. Durante nuestro trabajo de campo, la Unión intentaba
reactivar y expandir la zona cultivada para aumentar su producción y conse-
guir mayores contratos de venta. Nada le impedía, en principio, incrementar
el valor de su producto mediante la conversión orgánica y la creación de una
marca de “café de altura”, pero enfrentaba una fuerte competencia de parte
de varios actores que extraían café de las mismas comunidades, por ejemplo,
intermediarios externos, entre ellos la más grande procesadora privada local
(Café Sierra S. A. [Casisa]), que exportaba café verde convencional y comer-
cializaba marcas propias de café tostado (Café Junco), cooperativas menores
(Cerro del Gallo y Uxuctero) y negocios privados creados por exmiembros
de la Unión. Por ejemplo, Café Oro de los Tuxtlas —fundada por un antiguo
líder de la Unión y un operador turístico local (bien relacionado con importa-
dores alemanes)— es una empresa emergente establecida en 2014 que, para
el 2015, exportaba café a Alemania y comercializaba marcas de café tostado
a nivel local. Por consiguiente, la constelación de actores en el sector café de
la rblt se fragmenta gradualmente y se vuelve más compleja. Aunque Cerro
Cintepec y la Unión Regional tuvieron un papel crucial en mantener el cultivo
269
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
de café frente a las secuelas del colapso de precios a principios de los noventa,
varios problemas internos y externos las han debilitado progresivamente.
En el área de estudio también resalta un proceso de diferenciación entre
productores. Según su base de recursos y grado de organización (colectiva),
estos gozan de mayores o menores oportunidades para escoger entre varias es-
trategias del uso de la tierra, que fomentan o impiden sinergias entre la conser-
vación y mejores medios de vida, así como para negociar alianzas benéficas y
aumentar su control sobre el componente local de la cadena de mercancías.
Los productores marginales no organizados en una cooperativa normalmente
carecen de los recursos necesarios para adquirir sistemáticamente técnicas
adecuadas de manejo agrícola, conseguir la mano de obra necesaria durante
los periodos de trabajo intensivo en la finca cafetalera (especialmente si sus
familiares han emigrado) o para obtener el financiamiento requerido para
emprender el costoso proceso de conversión. Su posición rara vez les permite
negociar mejores precios. En estos casos, el café solo puede ser una de varias
fuentes de ingreso, pero es incapaz de garantizar por sí mismo un ingreso es-
table y suficiente. Los productores organizados, en contraste, gozan de varios
beneficios: precios fijos, apoyo técnico y financiero, propiedad colectiva de la
infraestructura de procesamiento y participación en la administración de la coo-
perativa. Participar en una cooperativa puede, además, traer valiosos conoci-
mientos y contactos que ciertos productores pueden explotar para establecer
negocios propios y entrar en competencia directa con las cooperativas y otros
intermediarios.
Nuestro estudio de la rblt muestra que los sistemas agroecológicos de
producción de café siguen siendo importantes en la región, y resalta la inge-
niosidad de productores que, pese a enormes obstáculos estructurales, siguen
buscando nuevas maneras para mejorar su producción contra un trasfondo
de creciente competencia internacional y normas de calidad más estrictas. No
obstante, pocos productores han logrado encontrar accesos directos al mer-
cado y adquirir más control dentro de la cadena local del café. De esta forma,
la mayoría depende de las cooperativas o de intermediarios particulares, y no
logra vivir dignamente de sus ingresos provenientes del café.
270
Sistemas productivos campesinos
Nuestro análisis enfatiza a su vez las estrechas interacciones entre las
estrategias del uso de la tierra y las de integración al mercado que los cafe-
taleros adoptan al ajustar sus actividades a las cambiantes condiciones de la
cadena internacional de la comercialización del café. En la rblt, la capacidad
de mejorar los sistemas productivos y medios de vida a largo plazo depende
en buena medida del acceso que tiene el productor a recursos productivos y
financieros, a la capacitación técnica y a redes que facilitan el acceso al mer-
cado. Nuestra investigación sugiere que los nuevos nichos comerciales del
café de calidad y las dinámicas del mercado abren oportunidades para algu-
nos productores, pero también acrecentan las asimetrías sociales dentro de las
comunidades campesinas cafetaleras y debilitan sus cooperativas, de tal suerte
que muestran resultados mixtos en cuanto a su capacidad para conciliar los
objetivos de conservación con mejores condiciones de vida.
Discusión
Pese a la disparidad en las transformaciones en el uso de la tierra a nivel local
que observamos en los dos estudios de caso presentados y en los procesos que
los impulsan, existen también temas en común. Tanto el arroz en Vietnam
como el café en México son cultivos clave de los sistemas productivos cam-
pesinos que, desde hace varias décadas, han sido integrados a los mercados
nacionales e internacionales, aunque con la mediación de políticas e institu-
ciones estatales fuertes. Los vínculos entre comunidades productoras locales,
sistemas de gobierno nacionales y cadenas de mercancía globales se ven pro-
fundamente afectados por las políticas agrícolas neoliberales. Esto nos lleva a
resaltar varios aspectos que deben analizarse con más detalle a fin de entender
mejor las transformaciones observadas en los sistemas productivos locales de
las comunidades que investigamos.
Ambos estudios indican que estas transformaciones se articulan alre-
dedor de la conversión o la incorporación de mercancías agrícolas en la matriz
productiva “tradicional”. Las actividades emergentes incluyen la producción
de nuevos cultivos alimenticios tanto para el consumo humano urbano como
271
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
para mercados internacionales. Esto contrasta con otras regiones del mundo,
donde los cambios en el uso de la tierra han sido impulsados por la conversión
a las llamadas flexcrops —cultivos y plantaciones agroindustriales, por ejemplo,
soya y palma aceitera—, que pueden cultivarse con varios propósitos, incluido
el consumo humano y animal u obtener materias primas para la industria ali-
menticia o energética (Borras et al. 2014). En el delta del Mekong, la diversifi-
cación del monocultivo de arroz para incorporar huertas frutales tuvo el doble
objetivo de enriquecer las dietas locales (originalmente) y obtener ingresos
adicionales por ventas en zonas urbanas de la región y mercados de exporta-
ción (razón principal en la actualidad). Los productores de café en la rblt que
tradicionalmente complementaban su actividad con cultivos de subsistencia y
pastizales, ahora incorporan cultivos comerciales (pimienta verde, lichi, caca-
huates)5 así como cultivos no alimentarios, como palmas decorativas.
Al modificar su mezcla de cultivos, esos productores pueden diversificar
la base alimenticia local, pero también pueden reducirla sustancialmente. La
producción de nuevos cultivos comerciales para generar ingresos adicionales
puede, en efecto, afectar la capacidad local de producción alimentaria, y con
ello, la disponibilidad local de alimentos. Este es un hallazgo importante del
estudio en el delta del Mekong. En Vietnam, como en otras regiones de Asia,
está disminuyendo la proporción de arroz en las dietas nacionales, puesto que
una clase media emergente aumenta su consumo de carne y otros alimentos
más sofisticados. La pasión de los vietnamitas por las frutas nutre el proceso
de la conversión de arroceras a plantaciones de árboles frutales, pero al afec-
tar la oferta de arroz, se arriesga la seguridad alimentaria. Esto sucede a nivel
nacional en Vietnam pero también en países vecinos, particularmente en los
sectores más desfavorecidos de la población, ya que Vietnam es un proveedor
muy importante de arroz de menor calidad y precio a nivel regional.
Aunque intensamente criticados, los defensores de las políticas agrícolas
neoliberales aportan dos argumentos principales. Primero, sostienen que los
Estados deben fomentar las ventajas comparativas nacionales y regionales por
medio de la especialización en el monocultivo intensivo de productos agrícolas
5
En el policultivo de café y en parcelas separadas.
272
Sistemas productivos campesinos
comerciales de alto rendimiento y adquiriendo otros productos a precios bajos
en el mercado internacional (González 2011). Segundo, respecto de tierras no
aptas para la agricultura intensiva, hay dos recomendaciones en la literatura
que apoyan la llamada “teoría de la transición del bosque”; así, para permitir
la regeneración del bosque en áreas degradadas es imprescindible concentrar
e intensificar la agricultura en tierras aptas para ello (Mather y Needle 1998),
mientras que en tierras consideradas como marginales, el uso de suelo extensivo
tendría que ser abandonado (Grau y Aide 2008). No obstante, para promover
la restauración de suelos degradados y la regeneración de áreas ecológicas frá-
giles, ciertos autores proponen explotar diversos productos agroforestales de
alto valor comercial (Schroth et al. 2015). Los discursos neoliberales sobre la
economía verde enfatizan que las estrategias “gana-gana” de este tipo pueden
fomentar el desarrollo nacional, por ejemplo, generando oportunidades para
mejorar los ingresos y las condiciones de vida de los campesinos en zonas eco-
nómicamente marginales pero ecológicamente diversas; sin embargo, lo que
esas estrategias buscan esencialmente es vincular a las comunidades campesi-
nas a cadenas internacionales de valor (convencionales o certificadas).6
Convencional u orgánica, la agricultura para exportación mantiene la de-
pendencia del productor hacia actores externos (proveedores de insumos,
compradores, instituciones de certificación), y lo condena a enfrentarse a la vo-
latilidad de los precios en mercados internacionales. Sin alternativas para ase-
gurar la soberanía alimenticia local, la agricultura para exportación genera, eso
sí, enormes externalidades ambientales y sociales, al aumentar las distancias
entre la producción y el consumo de alimentos, y empeorar las condiciones de
trabajo y de vida de los trabajadores agrícolas (Altieri y Toledo 2011; Kerssen
2013; Clapp 2015). Aunque estas tendencias caracterizan al comercio interna-
cional en una economía de mercado, un impacto específico del neoliberalismo
es la gradual rearticulación de las políticas públicas agrícolas y alimentarias
alrededor del mercado de exportación, aunada al desprecio de los mercados
domésticos y los circuitos alimentarios cortos. Si hasta la década de 1980
la meta explícita de estas políticas era lograr la autosuficiencia alimentaria
6
Ver la propuesta de “la otra frontera” (pnud 2008).
273
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
nacional mediante la sustitución de importaciones, el neoliberalismo condi-
ciona la seguridad alimenticia en países del Sur global a la importación de ali-
mentos básicos baratos —un mercado dominado por varios países del Norte
global— y a la exportación de mercancías agrícolas de mayor valor al final de
la cadena comercial, como el café o las frutas tropicales.
Ciertamente, la integración al mercado a través de la especialización o
diversificación abre ventanas de oportunidad para los campesinos, pero solo
en la medida en que estos logren satisfacer las condiciones de calidad y canti-
dad necesaria para la exportación y vencer varios obstáculos en el camino. En
nuestro estudio en la rblt, los factores que facilitan la integración al mercado
son los recursos con que cuentan los productores (principalmente la tierra),
el volumen de sus cosechas, sus redes y el acceso al asesoramiento técnico. Al
ser socios, los productores con más recursos pueden beneficiarse más de las
infraestructuras de las cooperativas, de sus economías de escala y de las inver-
siones colectivas mientras comparten los riesgos y costos de operación. Con-
forme las plantaciones más productivas rindan mayores ganancias, aumentará
la capacidad de inversión y los productores con más recursos podrían adqui-
rir parcelas adicionales para expandir sus fincas, contratar más mano de obra,
obtener asesoramiento técnico y diversificar las actividades que generan ingre-
sos (Ruben y Masset 2003).
No obstante, la diversificación hacia mercados de exportación implica
amenazas. Nuestros estudios revelan un proceso de diferenciación que exa-
cerba las asimetrías en las comunidades campesinas, a las cuales debilita, y
pone en jaque los valores e iniciativas colectivos. Además, cada rubro tiene sus
propios sistemas de cultivo, calendarios de producción, rutas de comercializa-
ción, mecanismos de determinación de los precios y características específicas
de la cadena comercial. Aunque la diversificación suele buscar el incremento de
la capacidad de adaptación de familias a largo plazo, implica también grandes
riesgos para los productores campesinos. Por ejemplo, conforme la produc-
ción de los cultivos comerciales se vuelve más compleja, disminuyen el tiempo
y los recursos disponibles para los cultivos de subsistencia. De igual modo,
la falta crónica de capital constriñe la posibilidad de almacenar, procesar y
274
Sistemas productivos campesinos
comercializar adecuadamente los productos, con lo que se deja a los campesi-
nos a merced de intermediarios.
Como indicamos en el caso del delta del Mekong, estos procesos impac-
tan con especial fuerza a los miembros más vulnerables de las comunidades,
especialmente a las mujeres, quienes suelen tener menos acceso al capital
financiero y social, así como a los procesos de transferencia de conocimiento.
No obstante, cuando se les brindan estos recursos, es mucho más probable
que ellas participen en programas de capacitación e innoven en sus actividades
agrícolas, como muestran los primeros experimentos de ingeniería ecológica
en la producción de arroz realizados en Tien Giang y apoyados por el irri.
Tanto en Vietnam como en México resalta la capacidad de adaptación
de los campesinos: los productores de ambos países han tenido que llenar
— individual o colectivamente (en cooperativas)— el vacío que dejó el des-
mantelamiento de la agricultura (campesina) sostenida por el Estado. Más
aún, tuvieron que aprender a competir en mercados globales sin las políticas e
instituciones estatales que antes amortiguaban la volatilidad internacional de
la demanda y los precios. Para sobrevivir como productores agrícolas, están
obligados a buscar nuevas oportunidades y adaptar sus sistemas productivos
a fin de responder a las necesidades locales y a las ventanas de oportunidad
abiertas por las cadenas globales de mercancías. Se podría argumentar que esto
es exactamente lo que los discursos neoliberales de política agrícola resaltan:
la capacidad de los productores de convertirse en empresarios responsables de
su propio éxito; no obstante, sufren —solos— las consecuencias si no logran
ser competitivos. En la práctica, la narrativa neoliberal ignora la difícil situa-
ción de los campesinos, los numerosos obstáculos que enfrentan y su reducido
campo de maniobra para explotar las estrategias que, sobre el papel, prometen
una exitosa integración al mercado en regiones con graves deficiencias de
desarrollo estructural. Estos mecanismos fomentan la creciente diferenciación
social en las comunidades campesinas. Mientras algunos productores campe-
sinos logran adaptarse y explotar nuevas alternativas económicas, muchos más
permanecen en la precariedad, condenados a ocupar el eslabón más bajo de la
cadena comercial o a ser expulsados del ámbito rural.
275
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
Las decisiones de los campesinos sobre sus medios de vida se traducen
directamente en transformaciones en el uso de la tierra que pueden sucederse
muy rápidamente y, al acumularse, tener importantes repercusiones. Así, por
ejemplo, desde que recolectamos los datos para el estudio de la rblt, México
ha sido azotado por la roya del café. Para combatir esa plaga que daña particu-
larmente las especies de café arábigo, muchos productores han convertido sus
campos al café robusta (Valencia et al. 2018). La conversión es apoyada con
subsidios públicos de la Sagarpa en una alianza con la empresa transnacional
Nestlé. Para el año 2016, en Veracruz ya estaban convertidas 2000 ha (gain
2016b). Pese a la alta demanda internacional del café arábigo (orgánico), las
bajas ganancias, el difícil acceso a los mercados internacionales, la volatilidad
de precios y las bajas cosechas recurrentes (por sequías o por la roya) obligan
a muchos productores campesinos en México y América Latina a regresar a
métodos agrícolas convencionales (Giannessi 2013; Avelino et al. 2015), con
ello amenazan décadas de esfuerzo para fomentar la intensificación sustenta-
ble y comprometen su futuro acceso a mercados de calidad. Esta tendencia
ilustra bien cómo las políticas neoliberales empeoran la base de recursos y las
condiciones de vida de muchas comunidades al descontinuar el apoyo para la
agricultura campesina.
Otro elemento de ambos estudios que requiere una exploración más de-
tallada es la compleja interacción entre la matriz productiva, el uso de la tie-
rra, los mercados laborales urbanos y rurales, y las dinámicas demográficas.
La agricultura campesina, sea de autoconsumo o comercial —suele realizarse
por los miembros de una unidad doméstica en parcelas pequeñas, aunque se
puede requerir mano de obra adicional en algunos momentos, p. ej., para prepa-
rar la tierra y cosechar—. Puesto que estos sistemas operan a menudo en áreas
periféricas con altas tasas de marginación económica, los cambios en la pro-
ductividad, las ganancias y el grado de intensificación del sector agrícola local
impulsan —y son impulsados por— los cambios en las oportunidades abiertas
a los trabajadores rurales. Cuando sobran trabajadores, la emigración —espe-
cialmente de varones jóvenes— puede alterar significativamente las opciones
para sostener los sistemas agrícolas locales y desarrollar actividades alternas que
tienen los miembros de la familia que se quedan en las comunidades.
276
Sistemas productivos campesinos
Es difícil evaluar los beneficios concretos de las remesas que envían los
migrantes a sus comunidades, pero sin duda son importantes para el ingreso
familiar. Pueden destinarse a varios propósitos (educación, atención médica,
inversiones en sistemas productivos, compra de bienes de consumo), y tie-
nen diferentes implicaciones, directas o indirectas, para el uso de la tierra. Al
mismo tiempo, la introducción de nuevos cultivos comerciales de alto valor
y el prospecto de mayores ingresos pueden alentar el retorno de los migrantes.
Además, la migración suele ser circular, especialmente la migración doméstica
de carácter temporal. En este caso, y dependiendo de las fluctuaciones en los
mercados de mano de obra externos, algunas familias logran combinar el tra-
bajo en parcelas individuales con periodos de trabajo asalariado afuera. Estas
dinámicas de mano de obra locales se relacionan, desde luego, con tendencias
más amplias que se deben tomar en consideración, e incluyen la disponibili-
dad de subsidios agrícolas (que afectan el ingreso familiar), las oportunida-
des laborales para migrantes y las políticas migratorias (especialmente a nivel
internacional).7
En la rblt la migración, tanto nacional como internacional, empezó a
cobrar importancia con el desmantelamiento de las empresas agrícolas paraes-
tatales que apoyaban a la producción local con insumos y la compra garantizada
de las cosechas locales a un precio fijo mayor al de los mercados internaciona-
les. Esto no solo ocurrió con el café, sino también con el maíz, a través de y
con las empresas estatales Conasupo (que, entre otras tareas, apoyaba a la pro-
ducción, procesamiento y venta de alimentos básicos, especialmente el maíz)
y Fertimex (que suministraba insumos químicos; Potvin et al. 2005; Nadal y
García Rañó 2009; Groenewald y Van den Berg 2012). Hasta el momento de
la liberalización de la agricultura mexicana, el sector cafetalero de la región
de Los Tuxtlas daba trabajo a buena parte de la población local, al menos en las
etapas de preparación de la finca y cosecha, de manera que, al colapsar los pre-
cios internacionales de café en los años noventa, la emigración, especialmente
7
Esto es particularmente importante en el contexto del discurso antimigratorio del presi-
dente de Estados Unidos, Donald Trump, y su plan de construir un muro para detener la
inmigración de trabajadores latinoamericanos.
277
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
de varones jóvenes, se volvió una estrategia común de supervivencia (Paré y
Fuentes 2007). Es importante señalar que tras la crisis financiera del 2008 en
Estados Unidos, muchos migrantes regresaron. Cuando algún miembro de un
hogar deja la zona permanentemente, las parcelas que abandona pueden pasar
a miembros de la comunidad sin tierras, venderse o rentarse a productores
más prósperos, aunque si son distantes y difíciles de cultivar, quizá queden
abandonadas (De la Vega-Leinert et al. 2016). Claro está que se requiere un
análisis más detallado para entender cómo la migración en esta región podría
aliviar la escasez de la tierra o, al contrario, facilitar su concentración y exacer-
bar con ello las asimetrías entre productores.
Tampoco sorprende que la baja rentabilidad agrícola expulse a la pobla-
ción rural hacia otras actividades, como en el caso de Vietnam. El cambio de
la producción de arroz a la de frutas en algunas partes del delta del Mekong
acompaña la migración de trabajadores pobres a zonas urbanas. Aunque se po-
dría argumentar que las ciudades también atraen con mejores salarios a los
migrantes, es cierto que las escasas alternativas en el campo dejan pocas opcio-
nes a la gente sin tierra. Pero nuestro estudio en Vietnam señala otro elemento
importante de los mercados laborales locales: la escasez de mano de obra local
y las dinámicas migratorias puede tener causas independientes de transforma-
ciones relacionadas directamente con los sistemas productivos locales, debido
a cambios en la demanda de mano de obra o a la presencia de mejores salarios
en otras regiones, especialmente en sectores industriales y urbanos. Robbins
et al. (2015) han observado la importancia —poco estudiada, por cierto— de
la disponibilidad de mano de obra barata como factor decisivo en el cultivo
de mercancías agrícolas que necesitan una importante fuerza laboral, por ejem-
plo, el caucho o el café. Este capítulo aporta varios elementos para desarrollar
la reflexión sobre este tema.
En el estudio en Vietnam, la principal razón de la baja rentabilidad agrícola
no es la caída del precio del arroz (y, por ende, de los ingresos provenientes de
su venta/exportación) exclusivamente, sino también los constantes aumentos
en los precios de los —ya de por sí onerosos— insumos químicos, especial-
mente pesticidas. El elemento clave que explica la disminución de la rentabi-
lidad es el aumento desmedido de los gastos fijos en agroquímicos respecto a
278
Sistemas productivos campesinos
los beneficios de la venta de la cosecha. Así, el cambio hacia la producción de
frutas podría entenderse como una estrategia que tiende a reducir de cierta
manera la gran dependencia hacia estos insumos. Si bien el uso de pesticidas
en las plantaciones frutales también es alto, se percibe como menor respecto al
que se requiere en el cultivo intensivo de arroz. Esta tendencia puede propiciar
una reducción de las externalidades ambientales y mejorar los indicadores de
biodiversidad. Empero, esta reorientación de la actividad agrícola hacia plan-
taciones frutales no necesariamente contribuirá a garantizar ingresos más altos
a largo plazo, pues su rentabilidad será afectada por la volatilidad de los precios
de la fruta en mercados internacionales.
Un último aspecto que queremos enfatizar es que ambos estudios de caso
permiten adentrarnos en una progresiva erosión de los valores colectivos y la
transformación de sistemas de gobernanza agrícola en múltiples escalas. Estos
son fenómenos complejos que no podemos atribuir únicamente a los impactos
del neoliberalismo en comunidades agrícolas, pero, sin duda alguna, han con-
tribuido a redefinir cómo los productores en sus comunidades acceden a, regu-
lan y usan la tierra; desarrollan e implementan estrategias para ganarse la vida, y
cómo toman decisiones tanto individual como colectivamente. Es importante
señalar asimismo que el vacío dejado por el retiro del Estado ha permitido a
las estructuras y organizaciones colectivas tomar formas específicas. Es el caso,
por ejemplo, de las cooperativas de café en la rblt, que al principio tenían un
papel de intermediario entre los productores y la paraestatal Inmecafé, pero
luego evolucionaron hasta convertirse en entidades colectivas independientes,
aunque con muchas limitantes. Dicho esto, la extensa fragmentación y compe-
tencia dentro del sector cafetalero en la rblt, inmerso como se encuentra en el
actual mercado internacional desregulado del café, lo han convertido en suelo
fértil para el surgimiento de nuevos tipos de empresarios. Estos aprovechan las
redes y el conocimiento acumulado con esfuerzo por las cooperativas en déca-
das pasadas para establecerse como intermediarios o poner negocios propios.
Al hacerlo, sin embargo, propician el desmantelamiento de las cooperativas,
pues se fomenta la deslealtad y la deserción de sus miembros. Ello incrementa
la tendencia hacia la diferenciación entre los productores, proceso que suele
dejar a los más marginados como simples productores contratados.
279
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
En el delta del Mekong las decisiones de dejar el arroz y de producir
frutas afectan el concepto de la orientación comunal hacia la agricultura en al
menos dos sentidos clave: primero, reflejan las elecciones individuales de pro-
ductores sobre lo que deben cultivar en sus granjas; segundo, al ser individua-
les, estas decisiones impiden cada vez más la posibilidad técnica de compartir
maquinaria y equipos de manera colectiva, una práctica estándar entre los pro-
ductores de arroz anteriormente. Además, conforme más productores pasan a
cultivar frutas, crece el distanciamiento cultural de los sistemas de producción
de arroz.
Conclusiones
Este capítulo ha mostrado cómo los cambios en el uso de la tierra en comu-
nidades campesinas se constituyen como síntomas de transformaciones so-
cioecológicas más profundas en las sociedades rurales. El neoliberalismo ha
exacerbado estas transformaciones de varias maneras; por ejemplo, al refor-
mular las políticas agrícolas y alimentarias características de los años setenta,
que pretendían asegurar la autosuficiencia alimentaria nacional mediante la
sustitución de importaciones, y al desmantelar —al menos parcialmente—
los sistemas centralizados de apoyo estatal para la producción comercial de
cultivos básicos, como arroz y café. Desde los años ochenta, la liberalización
del sector agrícola y de los precios de sus productos ha ido eliminando las me-
didas públicas desarrolladas para amortiguar la competencia internacional y
la volatilidad de precios en mercados globales. Ahora los productores a me-
nudo tienen que buscar nuevos nichos de producción y acceso a mercados.
Este proceso está reconfigurando profundamente no solo las condiciones de
vida y el uso de la tierra, sino también a las comunidades mismas, sus patro-
nes de organización y sus valores colectivos. La cuestión de si esta tendencia
genera mayor degradación del medio ambiente debido a la intensificación de
la agricultura convencional o, al contrario, propicia la restauración ecológica
mediante procesos de expansión y de sistemas agrícolas ecológicamente ami-
gables dependerá en buena medida de la evolución del consumo global y de los
280
Sistemas productivos campesinos
mercados mundiales, de las ventanas de oportunidad que los nuevos nichos
abren a los productores y de las condiciones estructurales locales.
En México, Inmecafé fue un instrumento para fomentar los métodos
convencionales de extensión agrícola de la revolución verde, basados en el
cultivo de sombra simplificado, cultivares híbridos e insumos químicos. Tras
su desmantelamiento y el colapso del precio internacional en los noventa, los
cafetales en muchas regiones del sur mexicano fueron abandonados o con-
vertidos a otros usos agrícolas (como la ganadería). Muchos productores,
especialmente los más jóvenes, tuvieron que salir a buscar trabajo en zonas
de agricultura intensiva en el noreste mexicano, en grandes centros urbanos
o cruzando la frontera hacia Estados Unidos, comúnmente en el sector de la
construcción. Las cooperativas en los estados del sur del país han permitido
mantener el cultivo del café al integrarse en los nichos internacionales del café
orgánico y comercio justo, y diversificaron sus sistemas productivos para in-
cluir otros cultivos comerciales. Hoy en día, aun cuando México es apenas el
décimo productor de café a nivel mundial, es el primer país productor de café
de certificación orgánica, el segundo en términos de doble certificación (orgá-
nica y de comercio justo) y el sexto en términos de certificación de comercio
justo (International Coffee Organization 2017; Willer y Lernoud 2017; Fair-
trade International 2016). Sin embargo, aun cuando ciertas cooperativas han
podido perfilarse a nivel nacional e internacional, como Café la Selva (Equator
Initiative 2012), los logros de cooperativas más modestas —como las de la
rblt— parecen verse amenazados cada vez más por varios factores, como de-
ficiencias estructurales crónicas, disensión interna y la búsqueda individual de
alianzas más rentables.
En el caso de Vietnam, los cambios en las decisiones de los productores
sobre el uso de la tierra han sido fuertemente afectados no solo por las fluc-
tuaciones de los precios de las mercancías agrícolas (arroz o frutas), sino
también por el costo de los insumos agroquímicos y de la mano de obra. Con-
forme se reducen las ganancias del cultivo de arroz, los jóvenes salen a buscar
otras fuentes de ingresos, pero los mercados laborales locales también están
siendo transformados por procesos de liberalización económica que impac-
tan mayormente otros sectores. En realidad, el trabajo no agrícola aumenta la
281
Anne Cristina de la Vega-Leinert, Beatriz Rodríguez-Labajos, Peter Clausing
posibilidad de obtener mayores ingresos y favorece el éxodo rural, sobre todo
de los campesinos jóvenes sin tierra. A largo plazo, es probable que la activi-
dad agrícola sufra una desvalorización cultural, como lo indican, por ejemplo,
observaciones realizadas en áreas rurales donde el cultivo de arroz está dando
paso al turismo como opción preferida de empleo.
Los cambios en el uso de la tierra a nivel local afectan no solo la pro-
ducción y disponibilidad de alimentos, sino también las oportunidades de tra-
bajo y, por consiguiente, los ingresos. Cambios en los cultivos y en el uso de
la tierra pueden generar oportunidades a los productores con mayores recur-
sos, mientras que productos de alta calidad destinados a nichos de mercado
específicos benefician a consumidores en las áreas urbanas, tanto nacionales
como en países industrializados. Pero estos cambios pueden ser perjudicia-
les para los productores más marginados y en general para las poblaciones
pobres. Así, los consumidores de arroz barato en Vietnam y en el mundo pue-
den verse gravemente afectados a largo plazo por la conversión de arrozales en
huertas frutales. De hecho, lo que puede ser una buena estrategia para aumen-
tar los ingresos individuales podría comprometer la seguridad alimenticia a
nivel nacional e internacional. En México, los productores que controlan más
tierras, producen mayores volúmenes y gozan de buenas conexiones pueden
invertir en mejores técnicas de manejo agrícola e infraestructura de procesa-
miento, expandir sus operaciones y negociar alianzas más rentables, mientras
que para los más marginados, los precios más altos de café certificado por su
cuenta no les permiten tener una vida decente.
Finalmente, la dimensión de género de estos impactos es un tema que
exige más investigación. Las transformaciones en el uso de la tierra están cam-
biando la naturaleza y distribución del trabajo agrícola, así como los mercados
de mano de obra rurales. Nuevas actividades abren nuevas fuentes de trabajo e
ingresos para las mujeres, y pueden permitirles ser más visibles, pero conforme
los varones, especialmente los jóvenes, migran a buscar mejores empleos en
las ciudades, la falta de mano de obra para trabajar la tierra puede obligar a
otros miembros de la familia —principalmente a las mujeres— a dedicar más
tiempo y esfuerzo a las actividades agrícolas. Además, si el acceso a los cultivos
básicos disminuye al cambiar la matriz productiva hacia cultivos comerciales,
282
Sistemas productivos campesinos
la tarea de alimentar a la familia diariamente, que suele recaer en las mujeres,
resultará sin duda aún más ardua.
Claro está que para fomentar un sistema del uso de la tierra sustentable,
que asegure condiciones de vida dignas para las comunidades campesinas, no
basta enfocarse solo en los sistemas productivos actuales y en la transferencia
de técnicas agrícolas adecuadas. En cambio, se requiere tomar plenamente en
cuenta la diversidad y multidimensionalidad de los sistemas rurales periféricos
y reconocer cómo estas son reconfiguradas por los centros de consumo, los
mercados laborales, las políticas agrícolas y el mercado en distintas escalas, así
como por necesidades y aspiraciones locales.
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296
7
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario
en El Salvador: el caso de la cadena
de marañón orgánico
Karla Melissa Guzmán
Universidad de El Salvador
Introducción
En este capítulo se expone la manera en que el conjunto de reformas econó-
micas de corte neoliberal ejecutadas en El Salvador a partir de los programas
de ajuste estructural (pae) y los programas de estabilización económica (pee),
desde finales de los años ochenta, conllevaron, entre otras cosas, a un sesgo
antiagropecuario. Todas las actividades provenientes del sector agropecuario
intensivas en el uso de recursos naturales y trabajo se vieron fuertemente afec-
tadas, pues las prioridades del nuevo modelo económico, centradas en pro-
mover actividades del sector comercio y de servicios, impactaron las ramas
agropecuarias, incluida la producción de marañón, árbol del género Anacar-
dium, cuyo fruto y nuez (nuez de la india) son muy apreciados en el mercado
internacional.
El modelo económico implementado en el país estuvo basado en el Con-
senso de Washington y condujo a una estrategia de crecimiento económico
asentada en la industrialización orientada a las exportaciones (ioe). En el con-
texto de dicha estrategia surgieron cooperativas posteriores a la reforma agraria
acontecida en la década de los ochenta, las cuales promovieron la producción
de marañón y el desarrollo de iniciativas de economía solidaria, y transformaron
297
Karla Melissa Guzmán
la visión de las comunidades de la región oriental del país en aspectos tanto
sociales como ecológicos. Hoy en día las comunidades asumen un compro-
miso con el medio ambiente al producir bajo criterios de producción orgánica;
sin embargo, este compromiso se debilita frente a las políticas neoliberales que
excluyen a sectores pertenecientes al agro.
En este capítulo se analiza el caso particular de la cadena de marañón
orgánico desde el enfoque de cadenas globales de mercancías, a fin de buscar alter-
nativas de mejora para los campesinos afectados por el sesgo antiagropecuario
vigente. El trabajo contribuye a la discusión sobre la producción orgánica del
marañón y a observar las dificultades que enfrentan sus productores en térmi-
nos de la gobernanza y comercialización del marañón orgánico en una cadena
de producción liderada por el gran capital de las economías desarrolladas.
La primera sección del capítulo presenta una revisión de las medidas neo-
liberales implementadas en El Salvador desde 1990 hasta la actualidad, para
posteriormente explicar quiénes son los actores y cooperativas que partici-
pan en la producción y procesamiento de marañón orgánico en el país. Más
adelante, se describe el funcionamiento de la cadena de marañón utilizando
el enfoque de cadenas globales de mercancía, según Gereffi y Korzeniewicz
(1994), para finalmente proponer alternativas de producción a los actores lo-
cales ante un contexto tan adverso. Las preguntas que guían este trabajo son
a) ¿cuál es el papel del Estado —en el marco de este modelo económico de ca-
rácter neoliberal— dentro de la organización de las cadenas globales de mer-
cancías?, y b) ¿cuáles son los factores que favorecen o desestimulan avances en
la cadena de producción, considerando el uso de los recursos naturales en un
contexto donde el mercado es el que determina su uso?
Una mirada a las reformas neoliberales en El Salvador
con sesgo antiagropecuario
De acuerdo con Díaz y López (s. f.), el neoliberalismo, además de ser un mo-
delo económico, es una visión amplia de la vida en sociedad. El neoliberalismo
postula al mercado como el escenario social perfecto, donde los individuos
298
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
priorizan sus intereses individuales sin atender a los fines colectivos. Las in-
teracciones sociales quedan reducidas, en buena medida, a las relaciones de
mercado. El centro es el individuo y la sociedad deja de ser una categoría con
características propias y refleja, en cambio, un mero agregado de personas dis-
tintas, cada una atendiendo sus propios fines (Díaz y López s. f.).
Sabbatella (2014) reconoce que, en relación con los recursos naturales,
el neoliberalismo puede ser definido como un programa, un cuerpo de ideas
o una doctrina. Una apreciación más global sugiere que se trata de una fase
histórica del capitalismo caracterizada por una ofensiva sin precedentes del
capital sobre el trabajo, el estado de bienestar y la naturaleza.
El Salvador no escapó a las medidas de corte neoliberal implementadas en
toda América Latina durante las últimas décadas del siglo xx. A partir de 1990,
se adoptan reformas estructurales promovidas por organismos financieros
internacionales, y se establecen políticas económicas favorables a grupos eco-
nómicamente dominantes que buscaron un nuevo patrón de acumulación de
capital1 lejos de las actividades de agroexportación (Guzmán y Salinas 2008).
En 1985, la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y
Social (Fusades) presentó el proyecto de un nuevo modelo económico que
recogía los planteamientos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desa-
rrollo Internacional (usaid) sobre la transformación de la economía sal-
vadoreña a través de un modelo basado en la exportación de productos no
tradicionales, la liberalización de la economía, la disminución del papel del
Estado y el fortalecimiento del sector privado, lo cual implicaba revertir refor-
mas que se habían realizado a inicios de la década (Segovia 2002).
En la década de los noventa se aplicaron medidas neoliberales tales como
la eliminación del control del Estado en el comercio exterior, la privatización
de la banca y reformas en el sistema financiero con una política cambiaria que
1
Valenzuela Feijoo (1990) define un patrón de acumulación como la forma particular que
reviste la reproducción a escala ampliada, es decir, la modalidad de acumulación capita-
lista históricamente determinada o la forma que asume los procesos de valorización y de
acumulación capitalista, por medio de los cuales el sistema elabora sus contradicciones e
impulsa el crecimiento y desarrollo.
299
Karla Melissa Guzmán
establecía un tipo de cambio fijo, hasta concluir con dolarizar la economía en
el año 2001. La política fiscal se orientó hacia una economía con estructura
tributaria más regresiva, y fue así como se creó el impuesto al valor agregado
(iva), se eliminaron los impuestos al patrimonio y se estableció como princi-
pal tasa directa la del impuesto sobre la renta.
En un segundo grupo de reformas se produjo la privatización de la dis-
tribución de energía eléctrica y la venta de la Administración Nacional de
Telecomunicaciones (Antel). Además, se realizó una reforma en el sistema
de pensiones y los servicios públicos pasaron de manos estatales a manos pri-
vadas, creando así nuevas mercancías. Todas estas reformas fueron acompaña-
das por la firma de tratados de libre comercio (tlc) que revelaron el interés de
promover a toda costa la liberalización comercial.
Moreno (2004) subraya que el proyecto neoliberal no terminó con el tras-
lado de las empresas públicas hacia corporaciones transnacionales; era preciso
avanzar en la supresión de cualquier regulación estatal que afectara al óptimo
funcionamiento del capital privado. Los pae y pee abrieron un abanico de me-
didas como la liberalización de los precios y la desregulación de la economía;
mientras que los precios de los bienes de consumo básico fueron manejados
por los especuladores, los salarios se flexibilizaron, las tasas de interés escalaron
tanto que el crédito productivo se desplomó y los aranceles fueron desapare-
ciendo para configurar un sector externo abierto.
El actual sesgo antiagropecuario fue promovido por políticas que inclu-
yeron el cierre de instituciones de gobierno vinculadas al manejo de productos
agropecuarios y una reforma tributaria perjudicial para los productos agrope-
cuarios. Además, la firma de acuerdos comerciales ha desgravado de arance-
les a muchos productos agropecuarios, lo que deja sin protección alguna a los
productores nacionales. El poco interés del modelo neoliberal por fortalecer
el agro fue claro, y puede observarse en la escasa participación de la produc-
ción agropecuaria (6 %) en el producto interno bruto salvadoreño.
El acceso al financiamiento para la producción agropecuaria, incluida la
del marañón, se ha visto fuertemente afectado debido a que el sector financiero
ha promovido más el comercio y el consumo, en detrimento de las actividades
productivas. De acuerdo con Salinas (2017), el censo agropecuario reportó
300
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
que tan solo el 10 % de los productores agropecuarios obtuvieron créditos, de
los cuales 91 % fueron destinados hacia actividades de agroexportación.
En 2017 se otorgaron créditos por un total de 6 894.6 millones de dóla-
res, pero solo el 3.58 % fue en créditos para el agro, mientras que 33.62 % fue
destinado al consumo y el 21.85 % al comercio, lo cual denota un claro sesgo
antiagropecuario. De acuerdo con el Banco de Desarrollo de El Salvador (Ban-
desal 2016), el escaso financiamiento al sector agropecuario se agrava con una
tendencia al alza en el refinanciamiento al sector en los últimos cinco años, que
pasó de representar el 3 % (6.3 millones) en 2011 al 7 % (17.2 millones) en
2015 y 6.9 % (11.6 millones) en junio de 2016.
En síntesis, en El Salvador ocurrió lo mismo que en el resto de las eco-
nomías latinoamericanas: las medidas neoliberales desmantelaron al Estado
regulador, intervencionista y propietario de bienes públicos durante toda la
década de los ochenta. Al mismo tiempo, se construyó un contexto econó-
mico neoliberal que impulsaba la apertura comercial y la desindustrialización
de las economías (Sandoval 2010).
Las cooperativas de la reforma agraria: el caso del marañón
Ante la innegable crisis del sector agropecuario en El Salvador, el apoyo de
las agencias de cooperación internacional se orientó hacia algunas ramas
de producción agroindustriales, como la del marañón. Así, surgieron las tres
cooperativas que se encargan de producir el marañón de forma orgánica en el
país. Estas organizaciones tienen su origen en el proceso de reforma agraria de
la década de 1980, cuando se formaron muchas cooperativas agropecuarias
comprometidas con la actividad del marañón y constituidas por trabajadores
de antiguas empresas privadas del sector (Clusa 2006).
La contribución de la cooperación internacional fue determinante para
el establecimiento de la producción orgánica en El Salvador, aportando recur-
sos financieros y técnicos. Los beneficiarios principales de estas iniciativas
fueron pequeños productores pobres en diversas zonas del país, sin acceso a
fuentes de trabajo ni al crédito, con un modelo de producción de bajo a nulo
301
Karla Melissa Guzmán
uso de insumos. La forma de producción de estas familias cambió significati-
vamente con estas iniciativas, que buscaban dotarlas de una fuente sostenible
de ingresos y, al mismo tiempo, promover un manejo adecuado de los recursos
naturales en la zona oriental del país.
En la zona oriental de El Salvador, el cultivo del marañón se ha conver-
tido en una de las actividades económicas más importantes para la población.
Según la Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples (2015), la zona orien-
tal cuenta con 1.3 millones de habitantes, el 40 % de la población económi-
camente activa (pea) se dedica a la agricultura, el 33 % de los hogares reciben
remesas familiares y cerca del 40 % de los hogares se encuentran en condicio-
nes de pobreza.
Los campesinos comprometidos con la producción orgánica están orga-
nizados en tres cooperativas (cuadro 1): la Asociación de Productores Agroin-
dustriales Orgánicos de El Salvador (Aprainores), la Sociedad Cooperativa de
Productos de Marañón (scpm) y la Asociación Cooperativa de Producción
Agropecuaria y Servicios Múltiples la Marañonera (Acopasma de R. L.).
Aprainores tiene como antecedente al Sistema Agroindustrial de Mara-
ñón Orgánico (samo), creado con el apoyo de la Fundación para la Coo-
peración y el Desarrollo Comunitario de El Salvador (Cordes). La empresa
Agrodesa (Agropecuaria para el Desarrollo) capacitó a 35 familias de la zona
en la producción de marañón orgánico. En junio de 2002, los pequeños pro-
ductores de la zona crearon Aprainores, y la administración de samo quedó a
cargo de ellos. En 2005, el procesamiento pasó a formar parte de Aprainores y
samo desapareció (Montoya y Vega 2004).
Aprainores es la única cooperativa que cuenta con la certificación de su
producción, a través de los consorcios bcs Oko Garantie gmbh, de Nurem-
berg, Alemania, y la de comercio justo (fair trade) con Fairtrade Labelling
Organizations International (flo), lo que les permite acceder a mercados de
países europeos, como Francia e Inglaterra.
La scpm es una organización integrada por seis cooperativas y cuenta
con aproximadamente el 32 % de las plantaciones de marañón orgánico en El
Salvador. Se creó en 1997 con el apoyo de la Agencia Canadiense de Desa-
rrollo Internacional (acdi), a partir del proyecto Programa Cooperativo para
302
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Cuadro 1
Caracterización de las cooperativas productoras
y procesadoras de marañón orgánico en El Salvador
Cooperativa
Características
Aprainores scpm Acopasma de R. L.
Fundación En junio de 2002 se creó Se fundó en 1997 con el
1992
de la cooperativa jurídicamente proyecto Procopymes
San Carlos Lempa, Cantón Bananera, Cantón Tierra Blanca,
municipio de Tecoluca, Conchagua, departa- jurisdicción de Chirila-
Ubicación geográfica
departamento San mento de la Unión, El gua, departamento San
Vicente, El Salvador Salvador Miguel, El Salvador
92.25 ha (divididas 481.69 ha (6 cooperativas 915.5 ha
Hectáreas de terreno
en tres áreas) asociadas) (563.38 ha efectivas)
Número de socios 55 452 81
Variedades de Martinica, trinidad Martinica, trinidad Martinica, trinidad
marañón que cultiva y criolla y criolla y criolla
Productos que exporta Almendra de marañón Almendra de marañón Nuez de marañón
Países a los que exporta Francia e Inglaterra Costa Rica India
Fuente: Elaboración propia con base en entrevistas a miembros de las cooperativas.
el Desarrollo Integral Marañonero del Oriente de El Salvador (Procoop
dimes). Su objetivo era constituir una organización de segundo nivel que agru-
para a las cooperativas productoras de marañón de la zona oriente y que, al
mismo tiempo, lograra integrar una cadena productiva.2
En un inicio se pasó de la producción de pequeña escala hacia la comer-
cial, lo cual implicó inversiones importantes para la actividad, que incluye-
ron un diseño tecnológico acorde con las cooperativas implementado desde
1999. Dentro de este proceso, la producción orgánica desempeñó un papel
fundamental para los productores, pues además de ser un requisito para recibir
apoyo de la acdi, se consideraba que otorgaría valor agregado a la producción.
Además de ello, existe interés por parte de los cooperativistas en mantener las
plantaciones de forma orgánica y recuperar zonas que en décadas pasadas fue-
ron algodoneras con fuerte uso de fertilizantes y plaguicidas químicos.
2
Información brindada por Mario Chavarría, gerente general de scpm, junio de 2011.
303
Karla Melissa Guzmán
Hoy en día, las principales actividades de la scpm son el procesamiento
y exportación de almendra o nuez de la india bajo técnicas de manejo cien
por ciento orgánico. También se brinda la asistencia técnica y financiera a los
productores, y se gestiona asesoramiento contable y administrativo a las coo-
perativas asociadas (Acicafoc y fao 2011).
La tercera cooperativa de producción orgánica de marañón es Acopasma.
Sus antecedentes se remontan a 1980, cuando se creó Coralama, que adquirió
1 576 hectáreas como parte de la reforma agraria. Estos terrenos habían sido
sembrados con marañón en los años setenta, y durante esos años se construyó
una planta procesadora para la nuez, la cáscara y el fruto. En 1988, Coralama
compró la fábrica con dinero obtenido de la exportación a la India de su pro-
ducción en bruto (Cummings et al. 1998). A inicios de los años noventa, des-
pués de los acuerdos de paz en el país, Coralama fue registrada con el nombre
de Acopasma de R. L. y, a diferencia de las otras dos cooperativas, no procesa
la nuez, solamente la cosecha y la exporta en bruto a la India.
Acopasma no cuenta con certificación orgánica debido a que su cliente
en la India no lo exige, pues utiliza el marañón para obtener productos deriva-
dos, como lubricantes, aceites y nueces, que destinan a nichos de mercado poco
interesados en pagar un sobreprecio por productos orgánicos. Sin embargo,
Acopasma mantiene sus cultivos como producción orgánica. En realidad, fue
la primera asociación del país en certificar, en 1992, el cultivo de marañón orgá-
nico por medio de la Organic Crop Improvement Association (ocia; Ucra-
probex 2000).
Aunque han existido esfuerzos por mantener la producción orgánica,
las iniciativas de las cooperativas de marañón no han avanzado mucho, pues
el modelo económico actual incentiva ramas económicas que generan mayor
ganancia, como las actividades del sector financiero. De acuerdo con Segovia
(2002), a inicios de los noventa la disputa sobre los modelos económicos en El
Salvador se desarrolló entre el Estado y el sector privado organizado, particu-
larmente entre los sectores económicos tradicionales y los grupos económi-
cos que durante el periodo del conflicto armado de los años ochenta, habían
diversificado sus inversiones especialmente en los servicios, el comercio y la
industria maquiladora.
304
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Estas iniciativas de economía solidaria requieren constituir organizacio-
nes comunitarias fuertes, con participación de mujeres y hombres de las co-
munidades; asegurar su formación permanente, y plantear un horizonte de
producción a mediano y largo plazo. Sin embargo, hoy en día muchos pro-
ductores comienzan a perder el interés en la producción orgánica debido a
requerimientos y exigencias superiores a los de la producción convencional.
Implicaciones de las medidades neoliberales
en el funcionamiento de la cadena global de marañón
Sandoval (2010) expone que la nueva división internacional del trabajo, expli-
cada por cadenas globales de valor, es conducida por empresas globales y
modifica, a través del cambio productivo, organizacional e institucional, la con-
formación de los mercados, antes delimitados por fronteras y hoy por ventajas
competitivas heterogéneas. El Estado pasó de tener una fuerte presencia como
regulador de la economía a ser subordinado y garantizar la mínima perturba-
ción de los flujos globales de valor. En este contexto, la propiedad cooperativa
bajo la que opera la producción de marañón queda fuertemente rezagada.
En el esquema neoliberal se propician los espacios para los grandes agro-
negocios, y otro tipo de iniciativas se vuelven de poco interés para el gran capi-
tal. Bajo esta lógica de no intromisión en los mercados, el Estado salvadoreño
ha dejado al agro desprotegido y sin una estrategia de reactivación. Tal es el
caso de la cadena del marañón orgánico y su inserción en el mercado mundial.
Para analizar la cadena global de marañón, parto del enfoque de cadenas
globales de mercancías (cgm). Jiménez y Pelupessy (2015) reconocen que
este enfoque es un marco apropiado para el estudio de los procesos de produc-
ción, transformación y comercialización internacional en los países en vías de
desarrollo, pues permite analizar la secuencia de mercados tomando en cuenta
la inexistencia de un vínculo directo entre el productor de materias primas y el
consumidor final. Gereffi y Korzeniewicz (1994) definieron una cadena global
como el rango de actividades que envuelven el diseño, producción y comer-
cialización de un producto, donde la cadena está formada por un conjunto de
305
Karla Melissa Guzmán
redes organizadas en torno a una mercancía o producto, y que vincula entre
sí a unidades familiares, empresas y Estados dentro de la economía mundial.
El enfoque de cgm otorga ventajas analíticas al permitir estudiar las in-
terrelaciones entre actores en los procesos productivos, la creación de valor y
la distribución de las rentas. También incorpora la perspectiva internacional
de la cadena, la forma de organización de los actores, así como los aspectos
institucionales que la rigen, y el poder de los agentes particulares para dirigir
las actividades con o sin un acuerdo con los demás.
En un análisis de la estructura de la cadena no solo se consideran la secuen-
cia de etapas de la producción que la constituyen, sino también los actores par-
ticipantes en cada una y las redes horizontales y verticales que la forman (Díaz
y Hartwich 2005). La cadena de marañón orgánico está estructurada en cinco
etapas: producción, procesamiento, exportación, distribución-comercializa-
ción y consumo final. A continuación, expongo cada una de ellas (cuadro 2).
a) Fase de producción
Las tres cooperativas dedicadas a la producción orgánica de marañón tienen
cierta coordinación vertical entre los actores de distintos eslabones, pues las
cooperativas, además de comprometerse en la producción, participan también
en el procesamiento y la exportación del producto. Esto ha permitido a los pe-
queños productores de las diferentes regiones colocar su producción en la
plaza salvadoreña. Por otro lado, para lograr un valor agregado, la cooperación
entre las cooperativas podría ser mucho más intensa.
La producción de marañón orgánico es la que predomina en El Salvador
debido a la demanda en los mercados internacionales, a los cuales los produc-
tores se han orientado a vender el producto.
Un problema serio para la producción es la escasez de terrenos que afecta
a muchos productores que no pueden aumentar su cosecha. Por esta razón,
Aprainores adoptó estrategias para certificar propiedades de socios ubicados
afuera de San Vicente, lo cual le ha permitido tener disponibles hasta 350
toneladas más de nuez certificada. Por otro lado, la cooperativa Acopasma
306
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Cuadro 2
Fases de la producción orgánica de marañón en El Salvador
Etapa Procedimientos
Esta etapa implica seleccionar métodos de propagación de la planta y semillas,
Establecimiento establecimiento de plantaciones, nutrición y manejo o control de plagas y
del cultivo otras enfermedades. Actualmente no existe ningún plan de siembra de culti-
vos ni planes de renovación en los terrenos de los productores.
Implica controlar plagas y otras enfermedades. Un desafío en el marañón
orgánico es la plaga de la chinche pata de hoja, que ocasiona manchas negras
Manejo
en la semilla y ha llegado a causar daños en hasta 50 % de la cosecha de
del cultivo
algunas cooperativas (Ucraprobex 2000). Dentro de esta etapa se consideran
las podas para facilitar la cosecha.
Con la renovación del cultivo se espera recuperar su capacidad productiva. El
criterio fundamental para renovar es la edad de la planta; sin embargo, si se
Renovación implementan las técnicas adecuadas al cultivo, la vida útil puede oscilar entre
del cultivo los veinticinco y treinta años. La renovación se puede hacer de forma parcial
o total; no obstante, es recomendable la primera por el impacto ecológico que
conlleva. La renovación parcial se realiza en un periodo de tres años.
Implica labores agrícolas que permitan cosechar el fruto y el falso fruto:1
limpieza, pesa, secado, almacenamiento. La cosecha se realiza desde febrero
Recolección
hasta principios de mayo. Después se separa la nuez del falso fruto para el
procesamiento.
Fuente: Elaboración propia con base en entrevistas a cooperativas.
tiene cultivos en terrenos muy inclinados, lo cual dificulta la recolección del
producto.
Convertir la producción convencional en orgánica mediante la certifi-
cación fue benéfico para las cooperativas productoras, pues les permitió dife-
renciar su producto e ingresar a mercados europeos en nichos particulares y
de comercio justo, en el caso de Aprainores. Sin embargo, no todos los pro-
ductores lograron mantener la certificación. Actualmente, solo la producción
de Aprainores está certificada.
1
En la producción de marañón se considera el fruto a la nuez del marañón, mientras que
el falso fruto es entendido como la parte carnosa de la fruta, de la cual se pueden obtener
jugos, jaleas y otros derivados distintos de la nuez.
307
Karla Melissa Guzmán
Las estadísticas de producción manifiestan problemas en el rendimiento
y la producción durante la última década. En los primeros cinco años de la
década de 2000 la situación mejoró; lo que fue atribuido al programa Frutales,
que apoyó a la industria de marañón. Sin embargo, el comportamiento cam-
bió entre 2007 y 2010, y en los últimos años la producción ha mostrado una
tendencia decreciente. En 2007 se dio una caída de 54 % en la producción y
de 9 % en el rendimiento. Este comportamiento se explica por la reducción de
49 % en la superficie sembrada. La disminución del área sembrada se debe a
que las cooperativas experimentaron la creación de asentamientos humanos
en terrenos donde se cultiva marañón. Además, las fuertes tormentas tropi-
cales ocurridas, Ida en 2009 y Agatha en 2010, afectaron las cosechas de los
siguientes años.
Una vez concluida la producción de marañón, se transita a la etapa de
procesamiento, en la que los productores venden a las cooperativas procesa-
doras la nuez en bruto. La producción en el campo es rentable para el produc-
tor porque el costo de producir nuez orgánica en finca es de 170 dólares por
tonelada, y al venderla a los procesadores orgánicos como Aprainores, el pro-
ductor obtiene un precio de 220 dólares por tonelada debido a la certificación
orgánica y de comercio justo, con lo que pueden recuperar sus costos con un
beneficio de aproximadamente 5 dólares.
Las estadísticas reflejan que El Salvador ha perdido posicionamiento
en la producción mundial de marañón. Según la Organización de las Nacio-
nes Unidas para la Agricultura y Alimentación (fao), en 2008 El Salvador se
situaba en el lugar 22 de los países que producen este fruto, cuando diez años
atrás ocupaba la posición 19, y en 1970, la posición 14.
b) Procesamiento
Las únicas dos cooperativas que procesan la nuez son Aprainores y scpm, y
utilizan un proceso semimecanizado con equipos para descortezar la nuez.
Muchos de estos equipos han sido importados desde Brasil, aunque algunos
fueron fabricados localmente.
308
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Dos aspectos importantes para el procesamiento de la nuez son el rendi-
miento obtenido en planta y la calidad de semilla obtenida. Si durante el pro-
ceso se ingresan 45.4 kg de nuez a la planta procesadora, al final del proceso se
espera obtener 9.53 kg de almendra, lo que significa que el 79 % del producto
se pierde en el proceso. Aparte del procesamiento de la nuez, las cooperativas
no obtienen otros subproductos del marañón, con excepción de casos muy
aislados.
La cadena de marañón orgánico presenta una complejidad intermedia,
pues el producto no se consume en el lugar de origen y durante todo el pro-
ceso experimenta una o dos formas de transformación ( Jiménez 2011). Del
marañón se obtienen productos de la nuez y del falso fruto, y ambos deriva-
dos experimentan más de un procesamiento. En El Salvador, la complejidad
intermedia de la cadena se observa cuando se obtiene la almendra (primer
procesamiento) lista para consumirse o para obtener otros productos más ela-
borados, como la mantequilla y el aceite de la cáscara (procesamiento final).
En esta cadena orgánica, estos otros productos se elaboran fuera de las fronte-
ras salvadoreñas. Cerca del 90 % de las exportaciones son de semilla en bruto y
solamente 10 % de semilla procesada (Martínez 2006). Las empresas ubicadas
en la Unión Europea y la India son las que se encargan de un segundo procesa-
miento, para después reexportar estos subproductos con mayor valor agregado
hacia Estados Unidos, Japón y la propia Unión Europea.
c) Exportación
La almendra es comercializada por las propias cooperativas, que la exportan di-
rectamente al distribuidor. Solamente Acopasma, que no procesa la almendra
pero sí exporta la nuez, acude a un intermediario para la comercialización de
su nuez, en este caso, la Unión de Cooperativas de la Reforma Agraria Produc-
toras, Beneficiadoras y Exportadoras (Ucraprobex).
El principal mercado de destino es la India, que concentra el 82 % de las
exportaciones en volumen; sin embargo, en términos de valor, este país solo
concentró el 45 %. Otros clientes internacionales son Equitable, de Francia y
309
Karla Melissa Guzmán
Figura 1
El Salvador: la cadena del marañón orgánico
Marañón orgánico
Cooperativas:
SCPM, Exportaciones/
Producción
Aprainores, Importaciones
Acoplasma
Procesamiento final:
aceite y mantequilla
SCPM, Primer procesamiento:
Aprainores almendra
Exportación:
Nacional cooperativas Reexportación
y Ucraprobex Vilayalxmi
Frontera
Cashew Company
Importación
Internacional
Procesamiento final:
aceite y mantequilla
Tiendas retails:
Equal Exchange, Equitable,
GetNuts
Consumo final
Estados Unidos, Reino Unido, Japón,
Francia, Holanda, Alemania,
Costa Rica
Fuente: Elaboración propia con base en Jiménez (2011) y entrevistas a cooperativas.
Equal Exchange, del Reino Unido, quienes venden la almendra o la procesan
para mantequilla de marañón, ambos bajo la distinción de comercio orgánico
y justo. Un cliente en Costa Rica es la franquicia GetNuts, que vende la almen-
dra confitada a clientes minoristas y también opera en Honduras, Ecuador,
310
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Panamá y Estados Unidos.3 El cliente en la India es la compañía Vijayalaxmi
Cashew Company, exportadora de semilla de marañón, aceite y lubricantes
obtenidos de la cáscara de la nuez. Esta compañía también adquiere materia
prima de Tanzania, Mozambique, Nueva Guinea e Indonesia.4
Dentro de esta misma cadena se pueden identificar nichos para comer-
cializar los productos del marañón. Como se muestra en la figura 1, después
del procesamiento, la almendra se puede consumir directamente en los países
de destino final. La otra opción es aquella donde la almendra se procesa nue-
vamente para obtener subproductos. Este procesamiento se realiza en el país
del consumo final. Una tercera vía consiste en que después del primer proce-
samiento, que se lleva a cabo en El Salvador, se realiza un procesamiento final
para obtener los subproductos de la almendra en otros países en vías de desa-
rrollo, y estos después son reexportados hacia los países desarrollados para su
consumo final. En este caso, la nuez se exporta de El Salvador a la India, donde
se procesa y se reexporta para consumo final a la Unión Europea.
d) Distribución, comercialización y consumo final
Las nueces producidas y exportadas por países en vías de desarrollo no son
productos finales para venta al consumidor, sino que constituyen productos
intermedios con mayor o menor grado de procesamiento (con o sin cáscara),
los cuales pasan por diversos agentes encargados de la distribución o la trans-
formación y empaque (mag 2002).
En el mercado europeo existen empacadores con gran capacidad para
abastecer directamente a los supermercados, realizar campañas publicitarias,
manejar stock de productos de toda la gama de nueces y productos complemen-
tarios, así como tener contratos de exclusividad.
3
Información brindada por Mario Chavarría, gerente general de scpm, en junio de 2011, y
obtenida en el sitio web www.getnuts.com.
4
Información brindada por María Isabel Gutiérrez, gerente de exportación de Ucraprobex,
en junio de 2011, y obtenida en el sitio web www.vlccashews.com.
311
Karla Melissa Guzmán
Respecto al consumo de marañón y nuez en El Salvador, no existe mucha
demanda de los productos orgánicos, ya que los consumidores no están listos
para pagar un precio elevado por un producto orgánico. Por lo tanto, el merca-
do de exportación es más atractivo y conlleva a que se destinen las nueces de
menor calidad para el consumo interno, usualmente a través de los mercados
informales (Martínez 2006).
A escala internacional, las plazas más atractivas para el mercado orgánico
de marañón son las europeas. Para los exportadores salvadoreños, los países
destinos de su producto en Europa son Reino Unido y Francia. El segundo es
considerado el cuarto mercado más grande de la Unión Europea para la semilla
de marañón, y tiene una ventaja para los países en desarrollo que exportan la
almendra, como El Salvador, pues Francia no produce las semillas, lo que lo con-
vierte en dependiente de las importaciones para abastecer al mercado interno.
En Europa la almendra se vende en paquetes de mayor volumen (500 g
y 1 kg) en tiendas especializadas, mientras que los supermercados ofrecen las
nueces en empaques más pequeños. Solo el 20 % del mercado del marañón
en Reino Unido se realiza en tiendas que no son supermercados (Eapen et al.
2006).
Forma de la cadena: producción
y comercio mundial de la nuez de marañón
En esta sección se muestran las diferentes etapas que conforman la cadena a
escala global, con el fin de conocer las fases realizadas tanto en El Salvador
como fuera de sus fronteras. Una de las grandes dificultades para el análisis
es que en las estadísticas internacionales no se separan los datos respecto a la
producción convencional y orgánica.
El cultivo de marañón se distribuye en los países asiáticos, como en el sur
de India, Vietnam, Tailandia, Indonesia; en África Occidental y Oriental, y en
Brasil. El cultivo requiere regiones húmedas y calientes, por lo tanto, se localiza
en países cercanos a la región ecuatorial. Los países asiáticos contribuyen con
312
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
alrededor del 65 % de la producción mundial, seguidos por los africanos, con
el 30 % de la producción total.5
A escala mundial hay un grupo de países que concentra la producción de
marañón y a la vez importa el fruto. Los datos de la fao muestran que Vietnam
es muy importante en la producción mundial de marañón, pues en 2008 pro-
dujo 1 190 000 toneladas, seguido por la India, con 665 000 toneladas. En el
caso particular del marañón orgánico, los principales países productores de
nueces son Brasil, Madagascar y Sri Lanka. En México y Honduras, el cultivo
de nuez de marañón orgánico sigue siendo relativamente desconocido (Augst-
burger et al. 2000).
Mientras que la India, Brasil y Vietnam contribuyen con alrededor del
70 % del total del marañón producido en el mundo, América del Norte por sí
sola representa el 50 % del consumo mundial de marañón. Otro 29 % del con-
sumo mundial se destina a la Unión Europea, y el 21 % a los países asiáticos,
principalmente India y China.6
Aunque los países africanos están produciendo más semillas de mara-
ñón, debido al atraso que tienen en cuanto al procesamiento exportan más
del 80 % de su producción a la India y otros países del sudeste de Asia para su
procesamiento.
India exporta entre 100 000 y 125 000 toneladas de semilla de marañón
por año, seguido por Vietnam y Brasil. Mientras tanto, Estados Unidos, Paí-
ses Bajos, Emiratos Árabes Unidos, Reino Unido y Japón son los principales
compradores de almendra de marañón de India. Los principales importadores
de la almendra en el mundo son Estados Unidos, la Unión Europea, China,
Emiratos Árabes Unidos, Japón y Arabia Saudita.7
En El Salvador se ubican 588 productores de marañón orgánico, dis-
tribuidos en dos regiones del país. El 94.7 % se ubica en la región oriental,
principalmente en los departamentos de San Miguel y La Unión, donde se
encuentran cerca del 98.3 % de las tierras cultivadas de marañón orgánico
5
http://cashewinfo.com/home.asp?file_id=geographic_distribution.
6
http://cashewinfo.com/home.asp?file_id=demand_supply.
7
http://cashewinfo.com/home.asp?file_id=demand_supply.
313
Karla Melissa Guzmán
en el país. Mientras tanto, el 5.3 % de los productores orgánicos se ubican en
la región paracentral, principalmente en el departamento de San Vicente, y
poseen cerca de 24.65 ha cultivadas de marañón (1.65 % del total de marañón
orgánico).
Política e instituciones en la cadena
de comercialización del marañón
La cadena de marañón orgánico está determinada por la demanda mundial,
pues los comercializadores y distribuidores fijan los precios para los pequeños
países productores del Sur global, como El Salvador, y establecen los requisi-
tos de la almendra en cuanto a calidad y peso. Las grandes compañías comer-
cializadoras y distribuidoras se encuentran en países del Norte; con sedes en
Estados Unidos y Europa, controlan el procesamiento y la comercialización
desde arriba, así como las últimas fases de procesamiento antes de que el pro-
ducto llegue al consumidor final ( Jiménez 2011). Estudios realizados sobre el
comercio de almendra de marañón en el mercado europeo (Eapen et al. 2006)
advierten que este es dominado por las grandes cadenas de venta al menudeo
(integrada por distribuidores-minoristas: los supermercados), mediante el
establecimiento e implementación de nuevas prácticas y normas para las tran-
sacciones entre los nodos y los actores de la cadena.
Además de los grandes comercializadores, existen otros actores con una
presencia importante en la cadena y capacidad para definir parámetros de
productos y procesos. Estas cuantificaciones son definidas no solo para prote-
ger a los consumidores, sino también para crear transparencia en el mercado
al determinar normas técnicas que definen peso, medidas y otros requisitos
(Humphrey y Schmitz 2002). En la cadena de marañón las organizaciones
certificadoras precisan precios justos y requerimientos de calidad.
En el caso de Aprainores, la certificación orgánica se lleva bajo los reque-
rimientos tanto de la certificación orgánica como de la del comercio justo.
Fairtrade Labelling Organization (flo), que certifica comercio justo, realiza
investigaciones de costos y establece precios mínimos de venta. Igualmente,
314
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
define los parámetros bajo los cuales se debe producir el marañón justo (abo-
nos, condiciones laborales, entre otros).
En la cadena se establecen parámetros de proceso para evitar o reducir
el riesgo. Los compradores los hacen cumplir ante posibles pérdidas deriva-
das de falta de cumplimiento de compromisos o porque no se asegure que el
producto se ajusta a las normas necesarias (Humphrey y Schmitz 2002). Esto
último es muy importante, pues en la cadena del marañón a escala internacio-
nal, las cooperativas compiten con países con amplia experiencia y capacidad
para producir y procesar cantidades significativas de semilla de marañón a
precios más bajos; sin embargo, la calidad de la almendra y la diferenciación
que le imprimen las certificaciones de las cooperativas salvadoreñas las ayuda
a ingresar a los mercados internacionales especiales.
En Europa, las cadenas de supermercados son las que especifican la cali-
dad, tipo de producto, envasado, variedades y procesos que verifican mediante
auditorías e inspección. Las cooperativas productoras están supervisadas con
visitas por parte de las organizaciones de certificación, agentes subcontrata-
dos por los clientes o por el mismo comprador. Acopasma recibe inspecciones
continuas de parte de la empresa Sumitomo Corporation, que representa al
cliente hindú realizando cortes de calidad de la nuez, revisión de la planta y el
almacenaje, entre otros aspectos.
Los parámetros se hacen cumplir también a través de las instituciones
gubernamentales. Por ejemplo, la iniciativa para producir y vender el jugo cla-
rificado de marañón por parte de la Juventud Rural del Bajo Lempa no puede
concretarse porque antes de vender el producto, el Ministerio de Salud (Min-
sal) les debe otorgar los permisos correspondientes.
A pesar de que los importadores y comercializadores son los que con-
trolan la cadena, las cooperativas salvadoreñas guardan relaciones verticales
importantes con sus clientes, las cuales han establecido durante casi diez años.
Este vínculo se da principalmente en los eslabones nacionales, puesto que más
allá las relaciones se vuelven complejas, con nuevos competidores y clientes
que ejercen su influencia a escala internacional.
Un punto importante en la cadena de producción es la diferencia en el pre-
cio de venta que se puede obtener según el eslabón del que se trate y el grado de
315
Karla Melissa Guzmán
Figura 2
El Salvador: precio por kilogramo de nuez orgánica
según los principales eslabones de la cadena (2011)
Productor de nuez Producción 0.48 usd por kg de nuez
orgánica Transporte orgánica sin procesar
Procesador de Procesamiento 10.8 usd por kg de nuez
nuez orgánica Transporte orgánica procesada
Importador de Mercado de exportación 26 usd por kg de almendra
nuez orgánica orgánica lista para consumir
Fuente: Elaboración propia con base en Martínez (2006) e información de las cooperativas.
procesamiento que se realice de la nuez. El precio por kilogramo de nuez al que
se puede vender en el mercado interno respecto al mercado internacional varía
significativamente (figura 2).
Por ejemplo, en el mercado internacional el kilogramo de nuez proce-
sada lista para el consumo final se vende a 26 dólares. Si la nuez es procesada
en El Salvador y se vende internamente (10.8 dólares por kg), esto representa
el 41.53 % del precio al que se vende en el mercado de exportación. Mientras
que si la nuez es vendida en El Salvador sin procesar, el precio de venta será
aproximadamente de 2.49 dólares por kilogramo, lo cual equivale a un 9.6 %
del precio en el mercado de exportación. Por lo tanto, conviene llevar a cabo
un procesamiento en El Salvador y vender en el extranjero para que los benefi-
cios y los costos se distribuyan más justamente entre diferentes actores y a un
mejor precio para productores y procesadores locales.
En cuanto a la institucionalidad, son relevantes las políticas públicas e
intervenciones no públicas que afectan el funcionamiento de los mercados en
la cadena. Estrategias de desarrollo como la liberalización, regulaciones inter-
nacionales, organizaciones de productores y comercializadores, ong y otros,
desempeñan un papel importante en cuanto a la distribución de ingresos y de
externalidades en las cadenas (Díaz, Pelupessy y Sáenz 2009). Aquí se conside-
ran los aspectos institucionales que gobiernan la cadena en el ámbito nacional
316
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
y los que rigen la cadena en el ámbito internacional, incluido el marco jurídico
que respalda a las políticas de corte neoliberal implementadas en el país y que,
desde luego, han perjudicado al sector agropecuario. En El Salvador, los aspec-
tos institucionales importantes vinculados a las cadenas son el marco legal de
la administración sanitaria, como la Ley de Sanidad Vegetal y Animal de 1995,
y el Reglamento para la Producción, Procesamiento y Certificación de Pro-
ductos Orgánicos de 2004. También son importantes los acuerdos comerciales
que El Salvador ha firmado con México, Estados Unidos, Chile, Taiwán y, más
recientemente, el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, el cual permite
que muchos productos gocen de libertad de aranceles, incluido el marañón.
En el ámbito nacional también hay políticas sectoriales con influencia en
la cadena del marañón. En las últimas décadas el papel del Estado ha sido crear
un marco institucional apropiado para la empresa privada, fomentando merca-
dos desregulados y el libre comercio, por lo que las cooperativas de producción
de marañón quedan fuertemente rezagadas. En el esquema neoliberal se propi-
cian los grandes agronegocios, mientras que otro tipo de iniciativas, como las
de corte colectivo, son de poco interés. Como consecuencia, el apoyo hacia el
sector del marañón orgánico es muy escaso, y los esfuerzos, de corto plazo. La
iniciativa privada se orienta a la producción convencional, en la cual se utilizan
pesticidas y otros agroquímicos, impulsada a través de compañías transnaciona-
les como Monsanto. No obstante, la participación de las ong y de las agencias de
cooperación internacional complementa la escasa presencia del sector público,
aun cuando su capacidad de ofrecer la asistencia técnica para la producción y
procesamiento de productos orgánicos en el país es limitada (Ángel 2004).
Las medidas no arancelarias afectan el ingreso a los mercados externos,
y dentro de estas, las más comunes son las regulaciones para la protección de
la salud humana, animal y vegetal, los estándares de calidad y de etiquetado y
las normas para proteger el medio ambiente, donde la Organización Mundial
del Comercio (omc) es un actor importante. A escala internacional, los paí-
ses compradores de productos derivados del marañón exigen ciertos requisi-
tos formales para los exportadores, además de los establecidos entre cliente y
proveedor. La Unión Europea y Estados Unidos son dos de los mercados más
exigentes en cuanto a estas normas. Según los criterios de las certificaciones,
317
Karla Melissa Guzmán
el marañón orgánico debe cultivarse y fabricarse de manera que cumpla los
estándares establecidos por los países en los que se vende. Así, por ejemplo,
un aspecto importante para el acceso al mercado europeo es el nivel de aflato-
xina8 en las semillas y nueces comestibles, pues cantidades excesivas de esta
sustancia pueden traer graves consecuencias para la salud humana y animal
(Barrera 2008).
Los estándares de producción orgánica son parecidos en todo el mundo.
Algunos de estos son National Organic Program (nop, Estados Unidos), Eco-
regulation (Estados Unidos, Unión Europea), National Program for Organic
Production (npop, India) y jas Standards ( Japón) (Minec 2010). La Fede-
ración Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (ifoam, por
sus siglas en inglés) difunde un estándar de agricultura orgánica, así como un
marco que regula la certificación orgánica. Esta organización también apoya al
movimiento orgánico y algunos miembros de la junta directiva de Aprainores
son parte de esta federación.
Una vez conocido el funcionamiento de la cadena global, es posible
establecer un conjunto de factores que favorecen o limitan la capacidad de los
participantes para lograr mejores condiciones y realizar innovaciones (cuadro
3). Aunque existe la capacidad de las cooperativas para innovar y mejorar su
posición en la cadena, es necesario superar los obstáculos que conciernen al
manejo técnico y agronómico de la producción, así como a aspectos económi-
cos y financieros. No obstante, mientras exista un sesgo antiagropecuario en la
política pública de El Salvador, los obstáculos serán difíciles de sortear.
Reflexiones finales
La producción orgánica de marañón surge en El Salvador de forma paralela a
la implementación de las reformas neoliberales, por lo que el Estado tiene un
8
Sustancia nociva producida por ciertos tipos de moho que se encuentran en cereales y
nueces conservados en malas condiciones, lo que causa intoxicaciones en animales y seres
humanos.
318
Neoliberalismo y el sesgo antiagropecuario en El Salvador
Cuadro 3
Factores que favorecen y limitan las innovaciones
en la cadena de marañón orgánico en El Salvador
Factores que favorecen la innovación Factores que limitan la innovación
• Poca coordinación horizontal
Al interior de las empresas
• Productores comprometidos
y vertical en la cadena
con las cooperativas
• Escaso personal técnico capacitado
• Proveedores de nuez cercanos
• Mal manejo de la deuda
a las plantas procesadoras
• Actores heterogéneos en la forma
• Cooperativas organizadas con registros
de realizar las actividades del
y planes de producción y procesamiento
marañón orgánico
• Comunicación entre miembros
• Falta de visión de mediano y largo
directivos de las cooperativas
plazo de los directivos
• No hay proveedores especializados
de servicios financieros
• Condiciones climáticas y suelos
• Proveedores de maquinaria
favorables para la producción
se encuentran en el extranjero
• Demanda mundial creciente
• Escasez de industrias relacionadas
Fuera de las empresas
• Clientes extranjeros exigentes en
que aprovechen el falso fruto
cuanto a la calidad de almendra y nuez
• No existen políticas de innovación
que incentivan a mejorar
y desarrollo a nivel sectorial y
• Competidores con mayores volúmenes
al interior de las cooperativas
de producción, exportación
• Demanda interna escasa
y experiencia que incentivan a innovar
• La gobernanza de la cadena
• Grupos que apoyan la agricultura
en el extranjero
orgánica a escala mundial
• Poco apoyo de entidades públicas
• Potencial de las remesas familiares
y privadas
que reciben los productores
• Remesas familiares conllevan deserción
laboral en las zonas de producción
Fuente: Elaboración propia con base en resultados del estudio de campo.
papel limitado en la fiscalización, seguimiento y control de la actividad y su
certificación, que no siempre puede ser compensado por el movimiento orgá-
nico y sus cooperativas, pues no siempre logra estar bien organizado y vigilar
sus intereses. Así, se observan experiencias negativas, como la pérdida de áreas
certificadas por la fumigación aérea en zonas aledañas a campos orgánicos, evi-
dencia de la falta de acciones concretas por parte del Estado y de una actitud
proactiva del movimiento orgánico organizado.
319
Karla Melissa Guzmán
Aunado a lo anterior, solamente el 0.5 % del comercio mundial corres-
ponde a productos orgánicos, lo cual incrementa el desinterés de las autori-
dades por esta actividad, por lo que su promoción y apoyo son muy bajos.
No se considera la importancia que el cultivo de marañón orgánico tiene para
determinados sectores sociales y económicos en el país, especialmente por su
capacidad de generar empleos e ingresos.
Toda esa situación denota la preponderancia que tienen el mercado y la
iniciativa privada sobre el interés colectivo. El mercado responde a intereses
económicos de élites y grupos poderosos que se han orientado, desde los años
noventa, al sector de comercio y servicios; sin embargo, el papel del sector pri-
vado podría ser muy relevante, pues contar con instituciones privadas, como
las empresas certificadoras, podría incentivar innovaciones en la cadena al
ofrecer apoyo técnico y financiero a los productores locales, como ya lo están
haciendo con Aprainores, vinculada con las certificadoras.
El encadenamiento productivo del marañón orgánico es una condición
para insertarse y posicionarse de forma exitosa en el mercado internacional.
Para lograr esto, es necesario que la cadena alcance un mayor grado de coordi-
nación entre los actores comprometidos, incluido el Estado, desde la produc-
ción hasta el desarrollo de redes de comercialización.
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8
La finis terrae en la economía mundo
Un análisis de los imaginarios territoriales
y sus tensiones en la Patagonia chilena*
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Universidad de Valparaíso
El tiempo no espera a nadie
Enrique Vila-Matas
Introducción
Nos interesa reflexionar sobre algunas de las transformaciones que están ocu-
rriendo en la Patagonia chilena, la región más austral del planeta. Esta corres-
ponde a una superficie de 265 275.8 km2, equivalente a 34.2 % del territorio
nacional de Chile, contiene el 80 % de áreas protegidas del país y un 50 % de
su territorio está bajo este régimen, lo que da un total de 12 millones de hectá-
reas. Está habitada por 275 218 personas (ine 2012), y solo encontramos dos
ciudades significativas como centros administrativos, separadas por más de
mil kilómetros lineales y divididas por los campos de hielo Sur y Norte, que
corresponden a una de las tres reservas de agua dulce más importantes del
planeta: por un lado, Coyhaique, que cuenta con menos de 60 000 habitan-
tes, y por otro, Punta Arenas, con unos 160 000. En relación con Coyhaique,
sus interconexiones son con la ciudad de Aysén —en la costa— y pequeños
* Este trabajo es producto del proyecto Fondecyt 1161013, “De los ensamblajes locales,
regionales y nacionales a los ensamblajes globales. Etnografía y política de las relaciones
de sujeción local en el área de influencia de la carretera Austral, la provincia de Palena y la
región de Aysén”.
325
Juan Carlos Rodríguez Torrent
poblados distantes unos de otros, donde los de mayor tamaño no superan los
dos mil a tres mil habitantes, y en el caso de Punta Arenas la figura no varía, con
excepción de Puerto Natales, a 247 kilómetros al norte, con menos de veinte
mil. Poblados y centros de mayor tamaño solo se encuentran en Argentina.
La lejanía del centro político, radicado en la capital, Santiago, a más de
dos mil kilómetros, así como la particular y accidentada geografía demoraron
su ocupación, y la ausencia de caminos y vías férreas han sido factores clave
para que este territorio se mantenga aislado y se le defina como una “frontera
interior”. Debido a esta condición —la ignorancia del centralismo—, su admi-
nistración y colonización han sido un problema no resuelto para el Estado y
los gobiernos, por lo que se puede hablar de falta de determinación de obje-
tivos para estos territorios, ya que se colonizó con el avance de ovejas como
frente pionero más que por iniciativas políticas y urbanas para el poblamiento.
Así, con una baja presencia estatal, en Aysén se entregaron cientos de miles de
hectáreas para la explotación ganadera a sociedades que no fundaron y pobla-
ron, sino que administraron sus negocios a distancia, a pesar de compromisos
para radicar a “cien familias de origen sajón”, como había ocurrido con la colo-
nización alemana en el centro sur, en la zona étnica mapuche.
Por cuestiones geográficas asumidas como deterministas (altitud de la
cordillera y topografía), otras económicas (pobreza de las arcas fiscales) y polí-
ticas (lejanía y escasos votantes), la Patagonia constituye un límite de procesos
de integración, y están pendientes la conectividad eficiente, la distribución de
los bienes sociales (como salud, educación y vivienda) y la cobertura de los
servicios públicos. Ser la última región en integrarse a la geografía económica
del país (Corfo 1950, 1960) representa para sus habitantes una exclusión res-
pecto de la distribución de bienes y servicios colectivos, ya que el territorio es
considerado por la población local un espacio periférico o territorio al margen,
lo que les impide ver y vivir la consolidación de un relato de país unitario e
integrado en lo simbólico y lo emocional. Sin embargo, desde otra óptica, esta
misma falta de integración (ya que el avión es el único medio de transporte
directo) es, por una parte, lo que ha puesto a la Patagonia a salvaguarda de
ser controlada en absoluto por intereses depredatorios y extractivistas propios
del capitalismo, como ha acontecido en gran parte del país, a propósito de su
326
La finis terrae en la economía mundo
matriz exportadora primaria, y por otra, ha abierto la posibilidad de comprar
tierras baratas con diversos fines.
Conforme a estas ideas marco, postulamos que a partir de la facilidad
de pronunciación del vocablo Patagonia en diversas lenguas, de las comunica-
ciones e imágenes circulantes y de su asociación con el bajo poblamiento (0.8
habitantes por km2), la naturaleza, la lejanía y el fin del mundo, se singulariza un
imaginario que refiere al espacio, al paisaje y la territorialización en el siglo xx y
comienzos del xxi. Esto posibilita el desarrollo de distintas conceptualizacio-
nes que promueven producciones de significado colectivo, de tipo material y
simbólico, que crecientemente valorizan el territorio dentro de concepciones
posmaterialistas. Operan como representaciones sociales que sostienen vero-
símiles, es decir, enunciados de verdad utilizados y compartidos por miembros
de grupos para dirigir conductas respecto de un objeto social; así, se establece
un orden que funciona como orientación y facilita la comunicación de quie-
nes suscriben los códigos para nombrar y clasificar sin ambigüedad cuestiones
propias de su interés.
Sostenemos que el imaginario que se consolida no corresponde a un des-
pliegue de ficciones que posee una comunidad, sino a un abanico de sentidos
que se encuentran en la base misma de los comportamientos concebidos como
apropiados, en diálogo con una lectura crítica de lo que acontece en términos
ambientales en el mundo y la vida nacional. Su característica esencial es su
capacidad retórica organizativa y socialmente utilizada, que permite sostener
una homogeneidad fáctica y virtual de la representación de la naturaleza y los
ecosistemas, los cuales tienen por función significar, orientar, enlazar, informar
y comunicar atributos, para convertirse en un marco de una representación
social y de acciones deseables frente a un objeto social como la naturaleza.
En este sentido, por una parte, el imaginario establece un orden cosmológico
y telúrico que antecede la propia temporalidad de la vida; por otra, facilita la
comunicación al proveer un código para las conductas de quienes visitan, le
aprecian y se comprometen con las vidas. Así, el imaginario se traduce tam-
bién en actitudes, informaciones, opiniones, creencias, ideas y percepciones
(Castoriadis 1981; Jodelet 2003).
327
Juan Carlos Rodríguez Torrent
En la argumentación, a partir del valor simbólico y la representación so-
cial extendida en distintos formatos, destacamos tres modelos de apropiación,
uso y reconfiguración del territorio, sustentados sobre la conceptualización de
la naturaleza como un commodity: a) migración por cambio de estilo de vida;
b) parques de conservación, mediante la venta de bonos de carbono y el des-
pliegue de una filosofía biocéntrica, y c) economía de la experiencia y turismo.
Postulamos que algunas de las formas de protección verdes erosionan radical-
mente las formas de vida local, ya que generan una discontinuidad territorial
que limita las posibilidades de movimiento para la reproducción de las comu-
nidades ganaderas y madereras, y bajo sus consideraciones filosóficas o mode-
los de negocios no existe consideración para la figura del pionero o el colono,
con su territorialidad y ontología.
Sostenemos que estos territorios australes ahora han entrado en la eco-
nomía mundo bajo consideraciones de la deep ecology y la next economy, y no
pueden ser entendidos como abstracciones, sino que hay tanto un proceso de
implicación material como otro de carácter simbólico que los redescubre y
reposiciona en el mapa de la geografía económica y simbólica del mundo; que
obliga a resituarlos en la redefinición capital-naturaleza en el marco del capita-
lismo extractivista y sus versiones verdes en lo que “aún queda de Chile” (Rodrí-
guez, Gissi y Medina 2015; Rodríguez, Medina y Reyes 2014), así como frente
a las ontologías lugarizadas propias de las culturas del trabajo ganaderas que
operaron como frente pionero.
Así, observamos que se crean los marcos para un ingente mercado de tie-
rras como un proceso que no solo está asociado a transacciones económicas
entre particulares (inversión, especulación, preservación), sino también entre
“Estados soberanos”. Esto implica procesos de compra inducida con orienta-
ciones hacia el turismo, la posible producción de alimentos a partir del cambio
climático o el control de recursos específicos como el agua y la energía. Cada
una de estas variantes genera limitaciones de uso y oportunidades, expulsiones
o movimientos intra y extrarregionales de población local, de manera que se
conforma como rescritura territorial, pérdida y disolución de memoria de cul-
turas del trabajo, lo que puede apreciarse como un fenómeno que pone sobre
328
La finis terrae en la economía mundo
un mismo territorio dominios como el económico y el de la protección am-
biental, y valores de un capitalismo clásico y también posmaterialista.
Metodológicamente, el trabajo de campo se realizó entre 2012 y 2016,
en el sur de la región de Los Lagos y la región de Aysén. Es de tipo cualita-
tivo y consistió en registros etnográficos con base en un conjunto de obser-
vaciones y entrevistas semiestructuradas realizadas en diferentes poblados a
lugareños, administradores de predios y funcionarios públicos. Además, se
incluyó a ganaderos, madereros, pescadores, emprendedores turísticos, trans-
portistas y pequeños comerciantes. El objetivo de las entrevistas y observacio-
nes era tomar notas sobre las tensiones entre la antigua y la nueva ruralidad,
a partir de diversos avecindamientos, visualizando el carácter multifuncional
que adquiere el territorio a partir de la presencia de nuevos actores y fuerzas
nacionales y globales de corte proteccionista y extractivista, que reconfigu-
ran las posibilidades locales de reproducción. El esquema, asociado también
a información secundaria generada en bibliotecas y bases de datos, permitió
una triangulación de información sustentada en un modelo multilocalizado,
ya que muchas de las explicaciones de lo que está aconteciendo a nivel local
se encontraban más allá de los puntos donde se realizaban los registros. Esto
permitió observar procesos de desplazamiento y despoblamiento, así como las
amenazas a la matriz de actividades económicas tradicionales que cuestionan
los arraigos y modifican las características de la frontera interior.
De este modo, los diferentes registros de campo indican como hegemo-
nía predicativa que la Patagonia ofrece un conjunto de atributos especiales y
sorprendentes capaces de cambiar la experiencia de vida de un visitante. Su
diversidad de ecosistemas, la amplitud del espacio, los animales libres, la acti-
vación de los sentidos y una forma nueva de experimentar el tiempo operan
como catalizadores de una transformación de sí. Esto significa que la majes-
tuosidad de los grown forest y la letanía del aislamiento, los caminos ripiados,
las chimeneas humeantes de los hogares, los bosques y los ríos permiten la
configuración de una imagen que en gran parte del territorio retrotrae a un
tiempo preindustrial; uno que quedó fuera de procesos urbanos, del desarro-
llo clásico experimentado en gran parte del Chile central y en las zonas mine-
ras del desierto de Atacama desde fines del siglo xix.
329
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Sin embargo, como ocurre en muchos países, se producen asimetrías in-
teriores por cuestiones de integración geográfica, productiva e infraestructural;
inclusiones u omisiones de regiones y localidades, que indistintamente de su
tamaño, pueden ser ponderadas dentro de la lógica económica como ganado-
ras, perdedoras o de sacrificio, en función de sus recursos disponibles (mineros,
energéticos, acuíferos, de biodiversidad y paisajísticos), criterios de rentabili-
dad, estabilidad política y económica, reglas para la inversión extranjera y
capital nacional, entre otras. Respecto a este proceso, no se trata del reposicio-
namiento de países completos ni de regiones en toda su extensión. A veces,
existe una selectividad de pequeñas localidades que alcanzan centralidad por-
que ofrecen algún atributo de interés donde puede posicionarse alguna de las
versiones del capitalismo, como ocurre con definiciones y elaboraciones —a
veces de cuestiones tan subjetivas y polémicas pero producidas— de los lla-
mados pueblos “mágicos” o “con encanto”, dentro de la expansión del turismo.
Con esta entrada, en la Patagonia se produce una encrucijada clave: cómo
hacer compatibles, en un proceso de integración global, nacional y subnacio-
nal, los territorios institucionales (políticos), los funcionales (económicos) y
los patrimoniales (vividos; Watcher 2000), especialmente cuando se verifica
una diseminación de conflictos socioambientales que configuran zonas de
sacrificio producto de la “maldición de la abundancia” (Acosta 2009), como
acontece a lo largo de todo el territorio chileno en el marco del modelo extrac-
tivista. Es decir, lo que significa el interés por un recurso específico en el terri-
torio, la intensidad de las explotaciones y los derechos de propiedad de las
poblaciones residentes, en sentido ontológico.
El Instituto Nacional de Derechos Humanos (indh) define los conflic-
tos como:
[…] disputas entre diversos actores —personas naturales, organizaciones, em-
presas privadas y/o el Estado—, manifestadas públicamente y que expresan
divergencias de opiniones, posiciones, intereses y planteamientos de demandas
por la afectación (o potencial afectación) de derechos humanos, derivada del
acceso y uso de los recursos naturales, así como por los impactos ambientales
de las actividades económicas (indh 2012, 5).
330
La finis terrae en la economía mundo
Y agrega el documento oficial: “solo entre enero de 2010 y 2012, se ca-
tastra un número de 97, lo que significa un aumento del metabolismo social
como crecimiento de los flujos de energía y materiales, así como de los pa-
sivos ambientales”. En este caso, también por la fractura que va sufriendo el
territorio a partir de compras de tierra, que es fácilmente verificable a través
de internet al digitar, entre otras, la página www.mirrrancgroup.com/ranches
-for-sale/patagonia.
Bien conocemos de algunas cuestiones similares en lo que acontece con
la ruralidad actual en Latinoamérica o “nueva ruralidad”, de la que han escrito
innumerables investigadores con diversas perspectivas disciplinarias: antro-
pólogos, sociólogos, geógrafos, economistas, extensionistas y educadores. Sus
rasgos más distintivos cuando se trata de exponerla como territorio, es decir,
no como determinante geográfica, sino como una práctica histórica y cultural
que es un soporte en el espacio para la diseminación de las infraestructuras y
las actividades humanas (Santos 2000), es que estamos enfrentando un pro-
ceso radical de transformaciones sociales, económicas, laborales, productivas,
territoriales, simbólicas y materiales, y simultáneamente, a partir de sus entre-
cruzamientos, una dificultad para nombrar lo que contiene. Ello, en el caso de
Chile, está cruzado por una opinión pública cada vez más intolerante a las vul-
neraciones de los espacios vividos por parte de empresas, que todo lo expresan
en valor monetario.
De acuerdo con estos supuestos, desarrollamos un conjunto de aparta-
dos teóricos y etnográficos que permiten poner en contexto algunos aspectos
de lo que está ocurriendo en la Patagonia chilena, en el marco de una investiga-
ción sobre los procesos de territorialización. Estos incluyen a) territorio y nue-
vas territorializaciones; b) la prefiguración reciente de la Patagonia chilena; c)
migración y cambio de estilo de vida; d) parques de conservación privados;
e) filosofía biocéntrica: el modelo Pumalín y de la estancia Valle Chabuco; f)
modelo Patagonia Sur: “disminuyendo la huella de carbono”; g) experiencia y
“economía de la experiencia”, y h) consideraciones finales.
331
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Territorio y nuevas territorializaciones
El territorio, en una primera aproximación, es esencialmente —en términos de
Bourdieu— lo sujeto a gestión por las fuerzas contenidas en el campo; por lo
tanto, es lo funcionalizado a partir de la valorización y control de sus recursos
geofísicos, la recomendación de su uso y la puesta en producción de aquello
identificado como importante para el crecimiento del producto interno bruto
(pib). Esta fórmula de medición, en el caso de Chile, se potencia in extremo
porque el único interés durante los últimos 35 años ha sido producir, exportar y
crecer. Muy distinta a la fórmula del producto interno genuino (pig), propuesta
por McElwee y Daly (2014) y Daly y Posner (2012), asociada a indicadores
más diversos que los tradicionalmente considerados por el pib, y que incluye al
empeoramiento de condiciones socioambientales, o el producto interno bruto
verde (pib verde), relacionado con los costos ambientales del crecimiento del
pib. Ahí, sin entrar en la discusión conceptual, se nos abre una importante
brecha sobre el llamado antropoceno (Zalasiewicz, Crutzen y Steffen 2012;
Crutzen 2002; Crutzen y Stoermer 2000), el capitaloceno (Moore 2015) y el
hiperimperio (Attali 2007), como fórmulas comprensivas de lo que significa una
economía de mundo lleno o superación de la biocapacidad del planeta.
Si la complejidad territorial aumenta, es porque en esta disputa y gestión
aparecen diversos agentes coproduciéndola a través de “lenguajes de valora-
ción” (Martinez Alier 2014): propietarios del suelo, especuladores, producto-
res, filántropos, trabajadores que venden su fuerza de trabajo; distintos niveles
de poder político que yuxtaponen intereses e imaginan potencialidades de
uso, definen y negocian la aceleración de los procesos. La valorización diversa
del territorio como proceso de construcción de hegemonía significa siempre
un proceso de desterritorialización, tensión o vaciamiento de las memorias
contenidas, lo que da paso a nuevas territorialidades, impulsadas por el Estado
y las empresas privadas extractivistas y no extractivistas en el marco del régi-
men neoliberal y el posfordismo, asociadas a un conjunto de operaciones que
implican presión sobre los recursos productivos y simbólicos de quienes lo
habitan, lo construyen y lo reproducen en términos políticos, económicos y
de vida cotidiana.
332
La finis terrae en la economía mundo
Conforme a esto, la pregunta por el lugar de la naturaleza y la huella terri-
torial se redimensiona y pasa a ser formalizada en los siguientes términos: ¿por
quiénes son gestionados los recursos y los territorios rurales?, ¿de qué modo son
gestionados y modelados?, ¿qué parte puede ser gestionada o merece atención?
Así, la tradicional y dicotómica oposición urbano-rural, como primacía
de la primera por la confrontación entre modernidad y tradición, cede su valor
y pierde capacidad explicativa. Ya no se sostiene por cuestiones de límites; hay
una interpenetración bidireccional de fuerzas y poderes, de interrelaciones, de
variada composición social y laboral en el espacio-territorio disputado, tanto
en su presente como en los imaginarios puestos en él, que son sujeciones eco-
nómicas, de clase y de género.
Asistimos, producto de los nuevos metabolismos y axiologías, a la con-
sagración de la irreductibilidad de los casos de transformación territorial a
tipos ideales. Cuando se aborda el espacio rural bajo esta lógica, y el patagó-
nico dentro de este canon, aparece una constelación inimaginable de formas,
combinaciones y fenómenos únicos que hablan de modos de acontecer y de
acoplamiento escalar a la economía mundo. Se impone una combinación de va-
riables administrativas, legales, de conectividad e infraestructuras, condiciones
ambientales y morfológicas, productivas, de mercado y tradiciones laborales,
que expresan y fundan las relaciones de sujeción y ensamblajes específicos de
lo global-local, lo nacional-local, lo regional-local.
Entonces, lo rural, conforme a los procesos generalizados de mercanti-
lización de la tierra y los nuevos usos, la interpenetración de la urbe con su
modelo industrial en el mundo agrícola y campesino, y las nuevas lógicas de
empleabilidad, es lo que ha dado paso a la consideración de la llamada nueva
ruralidad latinoamericana. Una conceptualización que apunta a redescribir la
relación entre los sujetos y la actividad económica directa, al modo de vida aso-
ciado al trabajo agrícola, ganadero, forestal y pesquero artesanal como fuentes
de recursos para la reproducción social y biológica de las unidades domésticas.
En algunos casos, la nueva ruralidad queda definida por el tránsito de lo
agrícola hacia lo agroindustrial y urbano, lo que significa, en sus rasgos más
generales, una alteración de las prácticas de la cotidianeidad y sus rituales, del
trabajo como fuente de recursos para procurar la reproducción cotidiana y
333
Juan Carlos Rodríguez Torrent
generacional, de la sociabilidad laboral y comunitaria, y de la forma de con-
cebir y habitar el espacio. Por ello, el arco de expresión de estas nuevas formas
de ordenamiento y disposición constitutivas de las relaciones de trabajo y la
sociabilidad tradicionales operan desde un desanclaje total del tejido social a
formas de rearticulación comunitarias (Salas, Rivermar y Velasco 2011; Salas
y Rivermar 2014). En este sentido, autores como Barkin (2001), Bonnal et
al. (2004), Carton de Grammont (1999), Carton de Grammont y Martínez
(2009), Llambí (1996), Llambí y Pérez (2007), entre otros, establecen que se
trata de un escenario de modificación de las fronteras productivas, disputa de
recursos, cambio de uso del suelo, especulación inmobiliaria, inversiones diver-
sas, pluriactividad, diversificación, reconversión, descampesinización, articula-
ción a cadenas productivas y de servicios globales, alteraciones demográficas,
participación de nuevos actores, nueva construcción social del espacio, trabajo
extrapredial y venta de fuerza de trabajo para completar ingresos, valorización
y desvalorización del espacio: colonizaciones y neocolonizaciones.
Lo señalado reivindica la apreciación de la geografía crítica sobre las
transformaciones espaciales acontecidas durante las últimas tres décadas, y
realza paralelamente la perspectiva socioantropológica para la caracterización
de los actores y sujetos, las nuevas estratificaciones en términos localizados
y las formas de negociación, control y poder que se enfrentan en los territo-
rios. Con esta mirada, que subvierte el arquetipo de lo rural, se puede y debe
responder ¿quiénes son los actores y cuál es su capacidad de agencia?, ¿qué
hacen?, y ¿cuánto pueden controlar los sujetos tradicionales y locales de su
propia vida en el marco de esta “nueva ruralidad”? Entonces, el territorio rural
es un problema complejo y multivariable que debe ser apreciado bajo conside-
raciones etnográficas y etnológicas sobre la amplitud espacial de las prácticas
y poderes que configuran las formaciones sociales, así como el lugar de los
objetos de trabajo tradicionales y la definición de la propia vida. Inclusive, en
muchos casos se trata de prácticas necesariamente deslocalizadas, con migra-
ciones nacionales e internacionales de miembros de las unidades productivas.
Si aplicaramos un zoom, el territorio debería ser entendido como un
“lugar estructurado y organizado en su espacialidad por medio de relaciones
entre seres humanos y los demás elementos que contiene” (Sosa 2012, 10),
334
La finis terrae en la economía mundo
como un proceso productivo de relaciones sociales (Deleuze y Guattari 2010),
jerarquías y poderes a partir del espacio (Raffestin 1980, 130); mientras que
la región sería la unidad territorial mayor donde se encuentran especializacio-
nes y concentraciones de atributos en lo laboral, lo productivo y la innovación
(Krugman 1991), un sistema abierto solo comprensible en las relaciones de
y con la totalidad. En el territorio coexisten y se desenvuelven distintas rutas,
lógicas, estructuras, funciones y velocidades que le configuran. Por ello, más
allá de campos del saber que han tratado de circunscribir territorialmente a las
poblaciones con fines descriptivos y analíticos, las tradiciones rurales demues-
tran de manera persistente que la actividad implica siempre, y hoy más que
nunca, una importante vinculación con los procesos de intercambio simple
o de mercado para la reproducción; una condición que está más allá de las
escalas locales por la versatilidad y capacidad adaptativa del capital, el cual no
necesita producir para ser productivo, como veremos más adelante.
Entonces, con la nueva ruralidad que visualizamos en la Patagonia,
enfrentamos simultáneamente procesos de territorialización, desterritorializa-
ción y reterritorialización. La primera, entendida como la estrategia utilizada y
el efecto que causa un actor geográfico para delimitar el territorio o el espacio,
lo que siempre está asociado a una cierta proyección de sí o a un control que se
manifiesta en términos políticos, económicos y culturales; reterritorialización,
que implica un proceso de reconstrucción del territorio prexistente, generador
de una restructuración y resignificación material y simbólica de los atributos
contenidos, y desterritorialización, en referencia a que las comunidades, por
efecto del neoextractivismo, son despojadas de sus recursos materiales o sim-
bólicos, y se les obliga a desplazarse de aquello que otorga sentido a su onto-
logía, ritualidad y tradiciones, y por tanto, pierden la capacidad para decidir
sobre el destino futuro de su territorio (Haesbaert 2010).
Una territorialización hegemónica favorece la desterritorialización de las
poblaciones al controlar la accesibilidad a los objetos de trabajo a través de
una disminución de los recursos que permiten su reproducción biológica y
cultural, comprendida como habitar, usar y desplazarse en los marcos de sus
prácticas cotidianas articuladas como territorialidad reticular. De modo que
la territorialización puede integrar a poblaciones y comunidades a sus propios
335
Juan Carlos Rodríguez Torrent
objetivos, o construir, a partir de una condición de poder, una otredad interior
marginal y dependiente en la región y la localidad. Como proceso dialéctico,
corresponde esencialmente a una trama formalizada de comportamientos
institucionalizados y localizados espacialmente, referida a ensamblajes espe-
cíficos entre las escalas territoriales de poder, con una amplitud y velocidad
establecida por actores y organizaciones con diferente poder político y eco-
nómico, y vinculados por actividades productivas o por el mercado bajo una
modalidad contradictoria, regular y continuada (Manzanal 2007, 482). En
sentido estricto, se convierte también en un problema de gobernanza sobre la
naturaleza transformada en recurso plural, ubicado en el ámbito regional del
territorio y en el plano político, donde los actores institucionalizan la hege-
monía en dicho régimen. De manera extrema pero no infrecuente, no es difí-
cil encontrar territorios rurales sin agricultores, paisajes más que trabajo, más
servicios logísticos que producción de alimentos, porque la cuestión es cómo
a partir de los nuevos imaginarios se concilian y ajustan cuestiones económi-
cas, laborales, ambientales y sociales en esta dialéctica del espacio y los territo-
rios, o si se quiere, entre la producción y los objetivos estratégicos de corto y
mediano plazo, las actividades, las condiciones biofísicas y el mejoramiento de
las condiciones de vida para contener los procesos de expulsión y los fenóme-
nos migratorios, especialmente de jóvenes.
Parte de esta discusión la encontramos en la Cumbre de Río, en 1992.
Ahí se introduce la idea de multifuncionalidad del espacio rural como una nueva
constelación de contenidos que diagramáticamente plantea cuestiones fun-
cionales de tipo social, ambiental y privada (figura 1). Con ello se instala un
nuevo paradigma o el tránsito desde un enfoque productivista a uno ruralista
multifuncional (Wilson 2001), que no hace más que abrir la posibilidad para
identificar, valorizar y describir analíticamente los distintos fenómenos emer-
gentes, pues se da una reasignación de posiciones a recursos no valorizados
hasta entonces.
Ahora se asigna reconocimiento a recursos que se encontraban fuera de
la esfera de la producción que definía la complementariedad jerarquizada res-
pecto de la urbe. Se trata de formas nuevas de presencia en lo que denota y con-
nota lo rural; fórmulas no productivas en el sentido tradicional de generación
336
La finis terrae en la economía mundo
Figura 1
Multifuncionalidad del espacio rural
Objetivos
Objetivos Objetivos
ambientales
comunes privados
Fuente: Elaboración propia.
de rentas, con el trabajo directo para la producción de alimentos, sino cues-
tiones ambientales, estéticas, culturales, patrimoniales, de materias primas y
energéticas. Por una parte, aparecen aquellas asociadas al ocio, la recreación, la
autoexpresión, las segundas viviendas y el turismo rural; por otra, a productos
y sellos con denominación de origen y de tipo agroecológico y orgánico de cir-
cuitos restringidos para el mundo gourmet, o la redefinición del suelo para la
producción de biocombustibles.
Como se aprecia, la condición de multifuncionalidad del territorio no se
vincula necesariamente a la producción de alimentos, aunque puede estarlo,
lo que ha significado la pérdida de miles de hectáreas para estos diversos fines,
como indican distintos estudios y autores (fao 2007; Silva Gómez y Casta-
ñeda 2008; Berdegué y Schejtman 2008).1 En la figura 1 podemos apreciar
1
La agricultura en los próximos años deberá, por cuestiones de crecimiento demográfico y
exigencias de algunos sectores que tendrán mayor poder adquisitivo, producir más calo-
rías que las que se han consumido en diez mil años desde la Revolución neolítica. Esto
significa que el rendimiento por hectárea tendrá necesariamente que aumentar, lo mismo
que la superficie cultivable, así como la apropiación producirá diferentes rentas, y la ocu-
pación territorial será nuevamente seleccionada y jerarquizada. Pero ¿en qué lugares?, ¿con
qué intensidad?, ¿con qué disponibilidad de tierras?, y especialmente: ¿con qué fines?
337
Juan Carlos Rodríguez Torrent
una primera aproximación al concepto de multifuncionalidad, donde un obje-
tivo presentado como común puede ser particular.
Analíticamente, el concepto de multifuncionalidad aparece muy consis-
tente si miramos el enlace de las esferas. Con su plasticidad, lo verde y sustenta-
ble como objetivo tiende a ser naturalizado, evocativo, e inclusive puede llegar
a ser bucólico, seductor e inducir al síndrome de Estocolmo. Mas esto no es
ingenuo o nimio, sino de máxima trascendencia, ya que implica asignar un lu-
gar a los procesos de gobernanza que atiendan el paisaje, la población y los in-
tereses sectoriales públicos y los privados, porque estos últimos pueden tener
orientaciones muy diversas, contradictorias o sospechosas. Y aun cuando en
la Cumbre de Río, en el capítulo de la “Tierra del Programa 21”, se la defina de
una manera laxa y con múltiples alcances, se vuelve casi inasible por la impre-
cisión de atributos, ya que refiere a cuestiones loables e imperiosas, como la
lucha contra la erosión, la desertificación y la sequía, la diversidad biológica,
la ordenación del territorio y el desarrollo rural, entre otras.
No obstante lo señalado, detrás del concepto existe algo que se ubica más
allá de la agricultura y de lo que se pone en el territorio rural, porque implica
un importante cuestionamiento al “derecho a permanecer” en el territorio, a
las tradiciones laborales ligadas a la producción directa, a los tipos de cultivo
y a las cuestiones que tienen que ver con la relación entre producción de ali-
mentos y el hambre en grandes regiones del planeta. Es decir, dice más sobre
cuestiones económicas y productivas, sociales y culturales, paisajísticas y de
autoexpresión, y menos de sus contradicciones, control y fines de la transfor-
mación, que son las que generan rentas en función de no producir para ali-
mentar en sentido clásico.
Bajo este prisma, la Patagonia chilena asiste a este tránsito, porque
como territorio es también contradictorio y de uso múltiple. Es imaginado
de diversas formas, lo que significa que los imaginarios puestos sobre él son
muy disímiles desde el propio capitalismo (conservacionista y extractivista),
el Estado, los grupos ambientalistas y sus corrientes filosóficas, así como por
sus habitantes. Convergen una Patagonia de naturaleza y ecosistemas con otra
energética, hídrica, minera, turística, maderera, conservacionista, restaurativa,
acuícola, ganadera, geopolítica, refugio de desencantados de la modernidad,
338
La finis terrae en la economía mundo
Figura 2
Escala 1: 5 000 000.
Fuente: Elaboración propia con base en el mapa general de la Patagonia del Instituto Geográfico Militar (igm-Chile).
339
Juan Carlos Rodríguez Torrent
cosmopolita, escénica, estética, recreativa, tierra prometida, lugar binacional,
de vida libre. Pero es menos retención de población o incentivos para perma-
necer y vivir desde la memoria, el saber y el hacer, por lo que también es un
territorio de incertidumbre.
Como caja de resonancia, la multifuncionalidad refuerza la idea del des-
pliegue de un lenguaje verde (Williams 2011, 171), o al menos le da un lugar
preponderante con un flujo de doble entrada:
La separación entre el control de una tierra y sus panoramas. Pero, también
[porque] hay una separación espiritual: un reconocimiento de las fuerzas de las
cuáles formamos parte, pero que siempre podemos olvidar, de las cuales pode-
mos aprender, en lugar de tratar de controlar. En estos dos tipos de separación
se sostiene y transforma la idea de naturaleza.
Simultáneamente, hay una nueva oferta y construcción de exigencia y
demanda territorial, una sustitución de prioridades de la población arraigada
y de creación de nuevos paisajes agrarios que configuran la aparición de una
galaxia distinta, con respuestas socioinstitucionales flexibles, en la que entran
producciones de alimentos, mercados, materias primas, energías, lugares de
ocio y paisajes, que redescriben un horizonte diverso de posibilidades para el
territorio y su población.
Esto sin duda permite hablar de una importante desagrarización del espa-
cio rural patagónico, por lo que su redefinición, en función de los emergentes
atributos valorizados, conecta de manera clara lo local con lo global. En el Chile
de la Patagonia se crean parques privados con el fin de salvar ecosistemas a tra-
vés de la formación de grandes corredores para la reproducción de flora y fauna
endémica, lo que resta posibilidades de reproducción social y biológica de
unidades de agricultura y ganadería de subsistencia; mientras tanto, en Argen-
tina y Chile, se desarrolla una industria aparentemente de bajo impacto para
el turismo anónimo y de clase mundial, que frena y litiga con la velocidad del
extractivismo, imponiendo ante todo la figura de la naturaleza.2 Por cierto, nada
2
Otro ejemplo es destinar deliberadamente tierras agrícolas para la producción de
340
La finis terrae en la economía mundo
de esto permite desconocer —como sostiene Harvey (2007)— que el capita-
lismo logra persistir a través de ajustes espaciotemporales, con descensos de
tasas de ganancias y con excedentes de capital y trabajo, por lo que se presenta
un capitalismo agrario asimétrico, desigual y multifuncional.
La prefiguración reciente en la Patagonia chilena
La investigación etnográfica en los territorios de la Patagonia, sumada a infor-
mación secundaria, como la discusión en distintos seminarios y eventos aca-
démicos, ha permitido identificar como marco general que en el caso de Chile
no ha habido un eje desarrollista asociado a la creación de ciudades, cami-
nos, vías férreas, puertos de importancia e industrias ad hoc que permitan la
continuidad territorial en esta zona austral. Esto refuerza la idea de un país
geográficamente fracturado y de que la Patagonia ha sido un gran reservorio
de tierras y recursos diversos administrados a distancia, que constituye una
“frontera interior”, sin núcleos de desarrollo endógeno, con rasgos sociales y
culturales muy autónomos, con una presencia débil del Estado, en forma de
una insuficiente institucionalidad territorializada y la generación de puestos
de trabajo subsidiados y bonificados en los distintos servicios públicos para
“hacer soberanía”.
Podemos decir que esta misma condición de estar en el margen es la que
promueve una especial tensión entre: a) un capitalismo extractivista direc-
cionado longitudinalmente (Norte-Sur) y que representa la centralidad de la
capital, en el que participan tanto fuerzas nacionales como globales desterri-
torializadas en busca de recursos mineros, madereros, acuíferos, energéticos y
biocombustibles obtenidos a partir de biomasa no fosilizada, que permite —como en
Argentina— la “pampeanización” de regiones periféricas, inyectando recursos energéti-
cos a la economía mundo y restando alimentos a la estructura social malformada de los
países latinoamericanos. De igual forma, como en Venezuela, frente a la declinación del
petro-Estado, presiona sobre tierras nuevas y vírgenes para solventar la propia crisis,
abandonando los principios ambientales y ecosocialistas del Estado bolivariano.
341
Juan Carlos Rodríguez Torrent
estuarios para el desarrollo de la industria acuícola,3 y b) uno de corte verde,
desterritorializado también, del tipo “Patagonia producto”, asociado a una
“oferta verde” y una “demanda verde”, cuyos objetivos pueden ser diversos y
con distintos énfasis —filantrópicos, restaurativos de ecosistemas, de turismo
anónimo e invisibilizado para personas “de clase mundial”, es decir, para aque-
llos ricos en cualquier parte del mundo—, y también manifestado en fórmulas
de corte proteccionista y de generación de buenos negocios de ecocorretaje,
con la creación de parques privados, venta de parcelas agroecológicas y comer-
cio de bonos de carbono, que requieren, para ser seductores, del aislamiento y
lugares escénicamente extraordinarios.
En particular, los ecocorretajes son una figura de administración predial
a través de fondos de inversión, que enlaza los objetivos particulares (recrea-
cionales y patrimoniales) con los colectivos (preservación ambiental), ya que
el interés privado muta hacia uno de tipo general (figura 1). El prefijo eco da
cuenta no solo del reconocimiento de un ecosistema único y particular que ha
sido adquirido a través de exclusivas membresías, susceptible de ser adminis-
trado bajo un reglamento —que indica las actividades posibles de realizar por
un comunero y las magnitudes de tamaños de vivienda— por una empresa
o fondo de inversión para proteger el patrimonio natural, sino que incorpora
como atractor de inversión el atributo de excepcionalidad del paisaje (bos-
ques, ríos, hielos milenarios, animales endémicos y aves) y la exclusividad de
su uso como concepto comunitario cerrado. Trata esencialmente de “hacer
rentable el paisaje” sin producir deterioros, porque los predios parecen exu-
berantes, pero sus ecosistemas son frágiles, ya que son tierras no fértiles para
la producción agrícola. De modo que la figura económica debe ser ubicada
en un proceso de sobreacumulación —en términos de Harvey—; ya que, por
una parte, adquirir una membresía significa invertir, proteger y potenciar la
3
Chile presenta una distribución desigual de recursos estratégicos. En la zona norte, en
el desierto de Atacama, caracterizado por la ausencia de agua, se ubican los grandes
yacimientos mineros demandantes de recursos hídricos y energéticos; en el sur se ubican
las principales fuentes de agua dulce para consumo humano, la agricultura y la generación
de hidroelectricidad.
342
La finis terrae en la economía mundo
recuperación ecosistémica, y por otra, hacer frente a la depredación de los
recursos por parte del extractivismo.
Con la reorganización geoeconómica y esta nueva forma de tenencia,
acontece una tensión nueva a través de la constitución de un territorio multi-
funcional simultáneamente local y global; menos agrario, porque se clausura
toda actividad agropecuaria en las tierras administradas; más privado, exclu-
sivo, turístico y sujeto a mayor especulación, en el país más neoliberal del
continente,4 donde el Estado ha tenido dificultades para disciplinar las subjeti-
vidades locales en relación con lo nacional.
El paisaje entra como territorio valuado al ser percibido como un nuevo
El Dorado, articulado a la complejidad psicológica y social que implica la per-
cepción; así, se recupera en términos de naturaleza y paisaje como un elemento
de identidad territorial y como expresión singular del espacio geográfico, donde
se movilizan su materialidad y sus representaciones sociales a través de una
gestión creativa de los ecosistemas y las formaciones sociales y culturales. Así,
la Patagonia es transada y adquirida a nivel mundial como natural wilderness
(naturaleza salvaje, últimos lugares naturales y salvajes), y se convierte en el pro-
ceso de reterritorialización como una prefiguración u operación historiográfica
sustraída de su base material de existencia y convertida en un producto escé-
nico comercializable.
Al sur del mundo aparece como un mundo nuevo, distinto, no repetido y
opuesto a la banalidad de una sociedad sin rumbo. Con su baja antropización,
es primario, un tanto ajeno, no familiar, distante y lejano, ubicado en los confi-
nes de la tierra, de gran peso ontológico, al ser “reserva de vida”, cuya impronta
4
Nos referimos a que, por una parte, Chile aplicó con mayor severidad los mandatos de
lo que se ha llamado el Consenso de Washington, con los acuerdos del Banco Mundial,
el Fondo Monetario Internacional y el Tesoro de Estados Unidos, en lo que se refiere a
la jibarización del sector público y a la política de privatizaciones de todas la empresas
donde el Estado tenía participación (transporte aéreo, terrestre, marino, minería, energía,
comunicaciones, agua potable, educación y salud); por otra, a que el país en su legisla-
ción no tiene ningún resguardo en el volumen de tierra que puede comprar un particu-
lar, nacional o extranjero, aun en zonas como la Patagonia, donde el Estado de Chile ha
tenido hipótesis de guerra con la vecina Argentina.
343
Juan Carlos Rodríguez Torrent
o clave axiológica se vuelve elitista y tan potente y perenne como hablar de
Amazonas, Isla de Pascua, Ártico, Galápagos, Antártica, Kalahari, Himalayas y
desierto de Atacama. Es decir, aparece un territorio valorizado como una geo-
marca que se universaliza, que descansa en los geosímbolos propios del paisaje
sui generis de los confines, los que se imponen como enunciados de realidad
para profundizar nuevas configuraciones territoriales distintas a las de las ocu-
paciones iniciales precolombinas, o las republicanas, asociadas a la ganadería
como frente pionero.
Como territorio expuesto al mundo por su valor escénico, ya sea con fi-
nes filantrópicos proteccionistas o con clara orientación de clase, se instala la
idea de lo superlativo e ilimitado de la belleza, de la naturaleza agreste, de la ru-
deza de la vida de pionero con sus ovejas y de la configuración infinita y radical
del tiempo y del espacio. La geomarca y los geosímbolos (el árbol, el río, el
hielo, las aves y los animales endémicos) se sintetizan en un neologismo refe-
rencial y de aplicación diversa: Patagonland, “la calidad desde el origen”. Por
una parte, en la urbe consumidora de elementos de distinción, Patagonland
tiene aplicaciones inmobiliarias que definen la belleza y elegancia originaria
de lo orgánico, la madera y lo rústico, y otras de tipo gastronómicas, en tér-
minos de refinamiento y de carnes de animales no sujetos a estrés; también
con vehículos capaces de cruzar ríos y caminos insufribles; centros estéticos
naturales del tipo spa, hoteles inimaginables en su elegante simplesa, o estan-
cias ovejeras reacondicionadas como alojamientos plus ultra, que esconden
entre el fogón, la comida gourmet, el diseño de los espacios, el anonimato y la
tranquilidad, la vida y la muerte de ovejeros solitarios. Por otra, en este punto
es necesario resaltar, como proceso ideológico de nuevo consumo de suelo,
dos cuestiones complementarias que se conjugan y permiten ficcionalizar el
espacio patagónico: 1) el merchandaising dentro de la esfera del turismo y la
industria del ocio, y 2) la decepción de las modernidades clásicas (ser, razón y
fe) como fuentes inspiradoras de sentido para construir los proyectos perso-
nales y colectivos.
Mediados por el mercado, los canales de televisión por cable han desarro-
llado una impresionante promoción y mercadotecnia de lugares que se convier-
ten en “buenos para vivir”, ecosistemas que hay que visitar y se deben proteger;
344
La finis terrae en la economía mundo
así estimulan la sensibilidad, el deseo y la imaginación conforme a la elabora-
ción de un nuevo mapa mental y económico dentro del tardocapitalismo, en el
que se unifican y multiplican modernidad y espacio (tecnología y distancia),
y se adicionan también las culturas de la marginalidad espacial como las de la
Patagonia. Esta gestión creativa la encontramos también en las revistas de via-
jes de los periódicos dominicales y en las de las líneas aéreas, que apoyadas
por imágenes sorprendentes, paradisiacas y llenas de colores que resaltan la
biodiversidad y la exuberancia, han fortalecido y diseminado su imagen en el
exterior a partir del fomento de macro y microespacios que se deben conocer.
Las estanterías de los kioscos de los aeropuertos tienen un amplio abanico de
libros y revistas con impresionantes fotografías de destinos únicos e inolvida-
bles que ofrece la Patagonia.5
Conforme a estas estrategias, se despliega un aparato retórico de pro-
ducción de sentidos y encuadre de imágenes que conducen al voyeurismo y
consumo de lo natural y cultural “autóctono” de la Patagonia, en un contexto
de mercantilización neoliberal de productos verdes ligado a la exclusividad, el
buen gusto, la belleza y la nostalgia de aquello que escapa a la vulgarización de
la ciudad y del turismo masivo. A ello se suman tres cuestiones de máxima im-
portancia para la promoción y venta para visitantes exigentes: no hay proble-
mas sanitarios con enfermedades contagiosas, no existen animales peligrosos
y no hay violencia ni secuestros como en otras regiones del mundo.
Todos los elementos descritos ofrecen un encuadre de la multifuncionali-
dad territorial y permiten que el paisaje se imponga sobre aspectos productivos
y humanos que fundaron el territorio, quedando la Patagonia atrapada en un
carácter meramente representacional, carente de toda provisión sociológica en
términos de condición de vida de las poblaciones respecto a los exterminios
masivos de indígenas, con fines civilizatorios, y las agresiones a los ecosiste-
mas de estancieros, que llegaron a tener 950 000 ovejas en algunos predios.
5
El diario New York Times ubica los parques de la Patagonia en el lugar número 6 de 52
sitios recomendados para visitar en el año. La ruta de la Patagonia incluye unos 2 800
kilómetros entre Puerto Montt y Cabo de Hornos, en los que se ubican diecisiete parques
nacionales y más de sesenta comunidades.
345
Juan Carlos Rodríguez Torrent
La experiencia de compra de predios exclusivos se configura a través de
una unidad territorial abstracta que se presenta en la secuencia simbólica del
itinerario y el destino, se une a través de la experiencia verde y separa simultá-
neamente de la base material porque es una carta topográfica de la segregación
y la selectividad deseable para que funcione la estructura de oferta y demanda
exclusiva, como ocurre con centros de interés del tipo El Chaltén, en Argen-
tina, o las Torres del Paine, en Chile. Si bien a través de la publicidad se procu-
ran contenidos verdes, la singular narrativa se sostiene autónomamente en un
conjunto de significados que no dan lugar a los de orden sociológico, ya que
la vida local forma parte del decorado o entra como elemento subsidiador a la
trama de internacionalización.
La Patagonia, atrapada por imágenes visuales, literarias y significados atri-
buidos al territorio, es destacada como objeto-contemplación, objeto-deseo y
por la imagen del “fin del mundo”, la que corresponde a la marca registrada de
la Secretaría de Turismo de Tierra del Fuego, Argentina, y tiene su correspon-
dencia en el municipio de Porvenir, en Chile, el cual extiende el límite para
afirmar que está “más allá del fin del mundo”.
La imagen del “fin del mundo”, de “la tierra de los confines” y de la terra
australis,6 es una idea que carece de existencia por sí misma. Antes que nada, es
una figura producida que crea “quimeras, utopías e ilusiones” (Eco 2013, 7),
devenida de una conciencia relacional, de distancia, de búsqueda de semejan-
zas, arquetípica, de establecimiento de los límites de la humanidad, de una
otredad física y humana que arranca de un régimen de representación occi-
dental del nuevo El Dorado, que finalmente revela la propia culpa contenida
en su matriz socioideológica y socioeconómica. La Patagonia es presentada
como frontera de la civilización, límite del adentro y el afuera, del área margi-
nal, de pertenencias y oposiciones entre nosotros y los otros; sin embargo, por
una parte, también señala una idea poética y desafiante del viaje y de la aven-
tura, es decir, la activación de la imaginación y los sentidos, y por otra, la vi-
sita seductora al origen (pérdida de señal del celular, caminos intransitables),
6
Umberto Eco atribuye a Magallanes la idea de una “tierra recientemente hallada, pero no
conocida del todo” (2013, 326), cuestión que pareciera mantenerse.
346
La finis terrae en la economía mundo
representado por el mundo pionero y colonizador donde nada está a la mano
y todo puede estar por hacer, y que contiene el juego entre “la búsqueda de la
felicidad y la felicidad de la búsqueda” como confiesa un ciclista solitario (en
Mañiguales 2015).
Estos fenómenos son profundamente productivos como figura antropo-
lógica, ya que se trata de la posibilidad de construcción de un mundo nuevo.
El carácter desafiante se impone día tras día, ya que todo está por hacer. Se
trata de la confrontación con la alteridad otra, representada por la población
originaria que sucumbió al reto colonizador; la tensión con la propia alteridad
interior, la del yo, y la gran alteridad, la naturaleza. Por tanto, en el paisaje se
cimenta el germen de la reinvención de una vida dura pero amena.
El efecto de estas apropiaciones entre paisaje percibido, promocionado,
vendido y potencialmente asimilado se consuma en lo que ponemos sobre las
huellas de la memoria social y ambiental, que le ha configurado en su ocupa-
ción al desplazar o redefinir la posición y los ejes económicos de la población
ganadera local para desarrollar ofertas y proyectos inmobiliarios y turísticos, u
otras formas de apreciación, control y promoción del espacio. Ahí, en todo el te-
rritorio patagónico, están las “mejores” carnes a la leña, la posibilidad de pescar
con mosca la trucha o el salmón más grande, balsear un río, recorrer en kayak
el río o un lago con la perplejidad del primer hombre, correr la maratón del fin
del mundo, recorrer en bicicleta los caminos pedregosos, practicar trekking,
ingresar en motocicleta a la aventura o simplemente caminar en un silencio
ritual, avistar aves y árboles centenarios y milenarios, o apreciar los refugios
de las ballenas. Por ello, lo promocionado y lo leído se presentan como un
despliegue retórico del deseo y se convierten simultáneamente en lo anhelado,
lo vivido y lo soñado.
Otra cuestión importante observada en los registros de campo es la aso-
ciación entre decepción de la modernidad y búsqueda de una segunda opor-
tunidad de vida, que se ofrece o es posible imaginar y proyectar en el lejano
territorio de la Patagonia como tierra que nos puede dejar fuera de las tenta-
ciones irracionales. Los registros de campo indican que quien llega a sus lindes
está a un paso de construir un recuerdo indeleble, de enlace sustantivo con lo
prístino y esencial, con el sentimiento básico de una desnudez originaria frente
347
Juan Carlos Rodríguez Torrent
a alerces y glaciares milenarios, que imponen la reflexión sobre qué y cuánto se
necesita para vivir. En este sentido, la experiencia detiene el tiempo.
La idea se ampara en varios derroteros. En primer lugar, está reforzada
con lo que acertadamente ha acuñado Eric Hobsbawn (2007, 13) en Historia
del siglo xx, refiriéndose a la dificultad de saber de dónde se viene. Señala el
historiador:
La destrucción del pasado o más bien los mecanismos sociales que vinculan la
experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores,
es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del
siglo xx. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de
siglo creen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna
con el pasado del tiempo en el que viven.
En segundo, corresponde a la Patagonia que se alza como camino inte-
rior, porque muchos huyen del tránsito de lo que Byung-Chul Han llama el
paso de la “sociedad disciplinaria” a la “sociedad del rendimiento”; es decir,
una sociedad que ya no produce locos y criminales, sino depresivos y fracasa-
dos (2012, 26-27), y que más allá de la falta de vínculos, como consecuencia
de la fragmentación del yo y las relaciones y la autoexigencia, institucionaliza
la autoagresión que conduce a los “infartos psíquicos” (Han 2012, 29). La ter-
cera forma tiene que ver con la idea de que la Patagonia de nuestros días entra
al escenario por la crisis ambiental planetaria: la expansión de los límites de
la economía más allá de los límites biofísicos del planeta, lo que cuestiona la
axiología y las prioridades de nuestra formación social y económica. Diríamos
que en las últimas décadas se configura un espacio único que tiene los límites
de la esfera, pero que se expresa en territorios múltiples, la mayor parte de
sacrificio, con sujeciones externas y otras provenientes del interior del país,
que hacen dudar de la sostenibilidad de la propia vida.
348
La finis terrae en la economía mundo
Migración y cambio de estilo de vida
La idea del proceso migratorio por cambio de estilo de vida o “amenidad” co-
rresponde a la “migración de personas desde grandes metrópolis a ciudades
pequeñas o pueblos en el interior” (González 2011, 1102), quienes pueden
ser nacionales o extranjeros. Esto parece estar muy bien reflejado por Jon
Krakauer en Hacia rutas salvajes (2013, 87), en términos de su incitación a
transgredir los límites de la propia vida: “Sólo tenemos que ser valientes, re-
belarnos contra nuestro estilo de vida habitual y empezar a vivir al margen de
las convenciones”. Es decir, un acto soberano de decisiones y renuncias que
obliga a pasar el umbral de la comodidad, umbral arcánico donde comienzan a
deformarse los usos y costumbres de la quietud de la existencia dócil.
Ir, encontrar y quedarse en la Patagonia es búsqueda y elección de una
posición donde alcanzar cierta plenitud: ubicarse en el infinito para encontrar
aquello que desborda el pensamiento ordinario y rebasar cualquier experiencia
objetiva que se pueda tener ex ante. La búsqueda es la de un código de vida más
corporal, más sensitivo, de perplejidad positiva y operativa que desemboca
en un utopismo práctico y movilizador de sentido. Lo sagrado se presenta
como un sentimiento profundo de sentirse parte de la naturaleza, de aque-
llo que puede ser tan dulce como bárbaro. Se trata de poner la vida frente a
uno mismo: juntar los elementos. Instalados en la Patagonia, las interrogantes
son múltiples, tal como la necesidad de nombrar. ¿Cuántas son las palabras
que caben en la mirada de la estepa infinita? ¿Cuántas trae a presencia el río?
¿Dónde nos sumergen las abluciones del remanso? Como cierre de un pai-
saje, como tránsito a otra puerta, la montaña, el agua, la pampa y la selva son
Uno. Es el paso a la aventura, como en el bestiario de Lewis Carroll (2014),
de asombro en asombro, de secreto en secreto, de revelación en revelación, de
descubrimiento en descubrimiento, de insinuación en insinuación, de epifanía
en epifanía; de encuentro de caminos transitados por otros hombres, de otros
tiempos, con otras urgencias.
Bruce Chatwin, en un diálogo de personajes de su novela En la Patago-
nia, describe así el territorio: “Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una
hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta” (2004, 40). El novelista
349
Juan Carlos Rodríguez Torrent
fija una condición telúrica del paisaje y se sumerge en la experiencia sensorial:
“El viento transportaba el olor de la lluvia por el valle adelantándose a la lluvia
misma. Era el olor de la tierra y las hierbas aromáticas, mojadas las unas y las
otras” (79). Más adelante, agrega:
Las riberas eran de un blanco enceguecedor, y los acantilados también eran blan-
cos, o con franjas horizontales blancas y de color terracota. A lo largo de la orilla
septentrional se veían lagunas de agua clara y de color azul zafiro, separadas del
agua opalina por una franja de cisnes de cuello negro. Las zonas poco profundas
estaban teñidas de rosa por los flamencos (Chatwin 2004, 103).
Los migrantes por amenidad se deslumbran con lo esencial de la Pata-
gonia. Pueden caracterizarse como aventureros en el sentido que describe
Paul Bowles7 (2001) en El cielo protector, o neorrurales; muchos extranjeros,
provistos de capitales económicos, sociales y culturales citadinos (idiomas,
experiencias de vida en otros países, títulos), habiendo sido turistas, regresan
ya no de visita a un lugar que provee de alta calidad ambiental, sino “para
constituirse en habitantes del mismo” (González 2011, 1104), ya que están en
busca de una nueva escala de relaciones sociales con los otros seres y con el pai-
saje. Si en la tradición moderna la ruralidad representó principalmente el atraso,
tanto desde el punto de vista del pensamiento como de las comunicaciones y
la dotación y oferta de servicios, en la Patagonia reciente, la oposición rural/
urbano fija el contraste entre la tradición y el vértigo urbano, entre la lentitud
y la aceleración para controlar la propia vida, por lo que se trata de un proceso
migratorio inverso.8
7
En su novela establece la diferencia “entre el turista y el viajero”, la cual radica esencial-
mente en el tiempo. El primero sería el que regresa porque tiene un itinerario que cum-
plir; el segundo, que no pertenece a ningún lugar, se desplaza con lentitud entre un punto
y otro. De modo que el turista no logra salir de su propia civilización y no puede cuestio-
narla; el viajero vive comparándolas.
8
No desconocemos que esto constituye una paradoja en la medida en que la tenden-
cia local es al despoblamiento de las zonas rurales, tal como lo hemos constatado en el
350
La finis terrae en la economía mundo
Esta idea se refleja en los siguientes testimonios recogidos en el trabajo
de campo en la provincia de Palena:
Estuve mucho tiempo buscando una posibilidad en el Ministerio de Obras
Públicas. Yo conocía Futaleufú desde hace tiempo. Vivíamos con la familia
en Temuco, que inicialmente era un buen lugar. Después vinieron dos cuestio-
nes que se hicieron insoportables: la congestión y la contaminación. De aquí
esperamos no movernos. Llegamos para quedarnos (Hombre, 40 años, en
Futaleufú).
Yo soy de Santiago. Mi primera escala fue en Puerto Montt, donde trabajé
profesionalmente. Soy trabajadora social. Pero Puerto Montt estaba muy loco.
Futaleufú es pequeño, la gente te saluda, te da las buenas tardes y las gracias;
te piden las cosas por favor. Lo que se perdió en Puerto Montt es el sentido de
comunidad. Aquí la persona más rica y la más pobre van a la misma escuela;
aquí se vive con poco… uno tiene la sensación de seguridad. Aquí uno puede
tener un proyecto con hijos. Mientras tengas leña, todo funciona, especial-
mente cuando estás construyendo un proyecto de vida. Yo espero con ansia
el invierno; puedes pensar y leer. Mi marido es norteamericano y se dedica a
enseñar inglés, que es una necesidad acá, y es una ventaja (Mujer, 32 años,
en Futaleufú, 2015).
En la comuna de Palena, en la frontera con Argentina, otro testimonio se
ubica en la misma dirección:
Soy profesora. Llegué a mi primer trabajo y sin conocer a nadie. No fue fácil al
principio, reconozco. Todo estaba lejos. Era una complicación para una mujer
que era urbana. Pero descubrí el valor de las relaciones cercanas; vivo en el
campo, tengo hijos y soy feliz. Ya no puedo volver (Mujer, en Alto Palena,
2015).
trabajo de campo y en el manejo de información secundaria provista por el Instituto
Nacional de Estadísticas (ine).
351
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Se suma a estas percepciones la de una funcionaria pública en la locali-
dad de Chaitén, en la costa:
A pesar de la destrucción de Chaitén por la erupción del volcán, se presentó
una oportunidad de trabajo que no pude desechar. Tengo trabajo estable,
seguridad y un hijo feliz. Todo se alineó para la familia. Mi esposo es mecá-
nico, empezó de cero y ahora tiene su propio taller. Nada nos falta. No pen-
samos volver. Todo es tranquilidad y confianza (Mujer, en Chaitén, 2015).
Un extranjero con quince años de avecindamiento en una parcela rural,
considerado como un emprendedor por sus vecinos, señala:
Yo supervisaba el funcionamiento de chimeneas para evitar incendios y con-
taminación en Alemania. Era un trabajo bastante simple y rutinario porque
tenía que ir mirando todas las casas. Me vine a este rincón después de buscar
más de un año un terreno. Aquí estoy con mi mujer. Tengo un auto viejo, unas
pocas ovejas, produzco cerveza de manera muy artesanal y hago un poco de
turismo rural. De eso vivo. Todo es trabajo, todos los días; no es fácil moverse
a otros lugares. Pero aunque no tenga dinero, me alimento, duermo la siesta,
veo alguna película en el computador, y ya no puedo volver a mi país ni a la
ciudad. Soy libre (Hombre, en Río Ibáñez, 2015).
Una mujer de 31 años señala:
Estudiaba Derecho; me cansé, me pregunté muchas veces para qué. Decidimos
con mi pareja que podíamos jugárnosla. Tomamos la decisión de venirnos de
cara al mar. Ambos estudiamos en la ciudad […] Pero también está el bos-
que, el río, el lago, que es lo que nos gusta. Tenemos tiempo. Estamos entrete-
nidos; tenemos un vehículo todo terreno y llevamos turistas a pescar, a avistar
aves y a apreciar el bosque. De eso vivimos. No tenemos mucho, pero estamos
en algo que estamos construyendo (en Chaitén, 2015).
352
La finis terrae en la economía mundo
Los testimonios recogidos apuntan a cuestiones que se repiten: cansan-
cio, hastío, superficialidad de las relaciones al interior de la ciudad y búsqueda
de nuevas oportunidades y sentidos. Por ello, la cuestión de la escala de rela-
ciones sociales y con la naturaleza se vuelve vital, ya que se trata de forasteros
que buscan ser aceptados dentro de esta nueva orientación cultural y cohe-
sionarse con la comunidad, y eso implica una inversión en primera o segunda
vivienda, lo que por sí mismo constituye un proceso de encantamiento al inau-
gurar un nuevo espacio propio y de intimidad. La decisión compromete cierta
osadía, en cuanto es tremendamente abierta desde la perspectiva de la con-
quista de un nuevo espacio social en donde se juegan habilidades para la su-
pervivencia básica, diferente a la de los riesgos urbanos, donde casi todo se
encuentra resuelto.
Un médico joven, con pocos años de ejercicio profesional y avecindado
en Futaleufú, confiesa lo que significa integración local: Para ser de Futaleufú,
hay que tomar mate, bailar chamamé y bajar el río en balsa. ¿Qué más se puede
pedir? (Hombre, en Futaleufú, 2014).
En estos testimonios e ideas existe una reconceptualización de valores e
intereses personales asociados a un renunciamiento del estilo de vida urbano y
sus riesgos, según la perspectiva de Beck (1998). El esfuerzo se concentra en la
búsqueda de una reconexión con el sentido de comunidad, de integración, de
sentir que se tiene un nombre propio, de una vida más auténtica, más pausada, y
de la posibilidad de un cambio existencial con un nuevo espectro de valores con
los cuales vivir, sin perder de vista la importancia que tiene internet como parte
de la vida cotidiana. En este sentido, cuando se valoran el río, el sendero, la tran-
quilidad, el reconocimiento de las fortalezas de cada una de las estaciones con
sus paletas de colores y letanías, hay un giro de prioridades y un avance hacia una
axiología de orden posmaterialista, en la idea desarrollada por Ronald Inglehart
(1977), sin renunciar a los estándares de la sociedad de la información y globa-
lización; ello se relaciona con la búsqueda de más autoexpresión, de privilegiar
la salud en sentido amplio, volcando la mirada hacia un bienestar psicológico
y existencial.
Se trata de una escala más humana de vida, de una mutación simbólica y
de apreciación de detalles solo posible dentro de esta multifuncionalidad
353
Juan Carlos Rodríguez Torrent
territorial que ofrece la Patagonia; donde la cercanía a la naturaleza se con-
vierte en un nuevo referente que refleja un alejamiento del énfasis en la efi-
ciencia económica, en la autoridad burocrática y en la racionalidad científica.
Una tríada dentro del proceso de territorialización reformula el sentido del ser
y el hacer: estar frente a uno mismo, cultivar la intimidad familiar y la armónica
convivencia y sociabilidad, aunque en los lugares más aislados y desprovistos
se ha vivido y resistido simultáneamente (Hombre, 70 años, en Futaleufú, 2014).
Si siguiéramos la tesis de Gaston Bachelard (2000, 28), ello ocurriría
porque “todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa
[…] [se] vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y en
los sueños”, y desde la lejanía, a muchos esta ecúmene da razones o ilusiones de
estabilidad para vivir. En este sentido, como señalan Hidalgo y Zunino (2012,
10), se trata de “prácticas que podrían estar en la frontera de los movimien-
tos contestatarios al sistema capitalista imperante en la actualidad, anclado en
manifestaciones posmodernas inmersas en la globalización neoliberal”.
En los migrantes por amenidad hacia la Patagonia existe un cambio signi-
ficativo en la percepción, ya que hay una representación social de la naturaleza
que condensa una reconceptualización deseable del tipo de relaciones sociales
y con la naturaleza, y una organización de respuestas y conductas hacia ellas.
Así, hay una disminución del consumo, se avanza hacia una apreciación de
los ciclos, los colores, los ríos de flujo libre, los lagos, las montañas, y una alta
valoración de la flora y la fauna, elementos integrados e irrenunciables como
extensión de sí; también se descubre que son importantes el paso de las esta-
ciones, el paso de nubes negras y cargadas a cielos límpidos, ya que el fuego y
la intimidad de los largos inviernos dan paso al tiempo existencial, el que se
impone sobre el tiempo cronológico.
Nos señala un habitante que renunció a la ciudad: Para mí, ojalá esta zona
permaneciera siempre así, con la conectividad [vial] que tenemos ahora (Hombre,
en Futaleufú, 2014). Mientras tanto, un microempresario y operador turístico
señala:
Muchas veces se ha hablado de la conectividad como dificultad, pero para los
microempresarios turísticos, la conectividad, más que un problema, es un plus para
354
La finis terrae en la economía mundo
su negocio, enfocado a turistas de intereses especiales. Trabajamos con quienes bus-
can esta clase de destinos, que podemos llamar inalterados y desconectados de la
modernidad […] por eso nos openemos a las hidroeléctricas (Hombre, 75 años,
en Futaleufú, 2014).
Parques de conservación privados
Los parques de conservación privados corresponden a un cambio tardío en
las formas de protección de la naturaleza o de espacios en los cuales existen
amenazas o ecosistemas vulnerables por la acción antrópica o de otras espe-
cies introducidas. Corresponde al control y aislamiento de determinados luga-
res con el fin de proteger las vidas. Se trata también de áreas protegidas que
impiden el avance de especies exóticas. Ello implica, siguiendo a Rodríguez y
Requena (2014), un verdadero oxímoron, es decir, una figura contradictoria
entre aquello a lo que siendo natural se le impone un límite y una artificialidad,
ya que, por definición, un parque es algo cerrado y acotado. Todos los seres
vivos usan los ecosistemas extensivamente, por lo que el límite es un contra-
sentido conceptual.
El concepto de parque natural o de conservación tiene como objetivo cen-
tral promover la figura de la inmunidad frente a una amenaza a su perímetro,
lo que en términos políticos, ambientales, simbólicos y filosóficos implica
una limitación reglamentada de prácticas posibles y usos de lo que el lugar
contiene. De este modo, por una parte, el parque genérico concentra un inte-
rés específico que puede ser estatal o privado, y por otra, tiene efectos loca-
les inmediatos sobre las comunidades o las poblaciones aledañas, vinculadas
a través de alguna actividad económica productiva, las que por limitaciones
de uso ven amenazadas sus estrategias de subsistencia, por ejemplo, la activi-
dad forestal o ganadera, como ocurre en la Patagonia. Así, según Rodríguez y
Requena (2014, 169), “la declaración de un área protegida supone no solo una
nueva organización y apropiación de recursos, sino también una definición del
espacio” como proceso de territorialización y reterritorialización, lo que afecta
355
Juan Carlos Rodríguez Torrent
a poblaciones rurales que tienen sistemas de invernadas y veranadas, o que
necesitan rotar en el espacio a sus animales.
En Chile, este concepto de parque privado se introduce en los años no-
venta, cuando algunos millonarios y conservacionistas norteamericanos, como
Douglas Tompkins (socio de Esprit), Yvon Chouinard (dueño de Patagonia
Inc.) y Alan Weeden (dueño de la corredora de seguros Weeden & Co.) com-
pran las primeras 500 ha de bosque de araucarias en las cercanías de Pucón,
con el predio Cañi. Luego siguieron 17 000 ha y sumaron 230 000 que costa-
ron unos siete millones de dólares. Las iniciativas privadas de conservación
llegarían a 308 unidades en la actualidad (Langman 2014), y se trataría de
iniciativas particulares de millonarios que caerían en la calificación de ecoba-
rones, por parte del premio Pulitzer Edward Humes (2010), quienes en los no-
venta orientaron parte de sus ganancias a la genérica next economy o economía
verde. Condición filantrópica no sujeta a modas y que invierte en el desarrollo
de nuevas tecnologías (autos eléctricos, turbinas eólicas) y el activismo am-
biental (preservación de áreas silvestres).
Lo importante es que lo que se compra no es terreno (suelo), sino esen-
cialmente ecosistemas sensibles, y lo que se implementa es un modelo: un
parque privado-público de conservación. Este modelo es de protección, para
la conservación de especies vulnerables y endémicas (huemules, guanacos,
bosques templados y aves); de reforestación, en los casos en que ha existido
algún incendio en el pasado, y de contención de iniciativas forestales y empre-
sas extractivistas. Para ser coherentes, en la Patagonia, las obras interiores y
perimetrales se implementan con maderas de árboles muertos que generan
rutas direccionadas, lo que produce un ordenamiento restrictivo del modo de
moverse de los habitantes aledaños y visitantes, y evita los daños producidos
por pisadas a la cubierta vegetal (ganado y turistas), como si hubiese un gran
panóptico a las espaldas.
Bajo esta figura, entre otras, existen las siguientes fundaciones: Pumalín,
para el parque del mismo nombre, del recientemente fallecido Douglas Tom-
pkins; Futuro, para el parque Tantauco, del presidente Sebastián Piñera; Huilo
Huilo, con el parque del mismo nombre, del empresario de ecoturismo Víctor
Petermann; Karukinka, de Henry Paulson. Hablamos de territorio chileno de
356
La finis terrae en la economía mundo
cientos de miles de hectáreas, con una extensión que va desde Pucón —a 800
kilómetros al sur de la capital— hasta Tierra del Fuego, desde la isla de Chiloé
hasta el límite con Argentina.
En la práctica, esta territorialización proteccionista da cuenta de proble-
mas de Estado y Gobierno sobre la presencia histórica en estas tierras; enfrenta
a las políticas de colonización y de agenciamiento; el centralismo y los acto-
res políticos, privados y locales sostienen miradas de ordenamiento territo-
rial diversas y proyecciones disímiles para estos lugares, porque no es fácil
distinguir entre protección filantrópica e interferencia en actividades tradicio-
nales. Así, la creación de parques privados surge porque, por una parte, los
sistemas de protección del Estado no funcionan de manera tan efectiva, lo que
se encuentra dado esencialmente por la falta de recursos en las instituciones
como la Corporación Nacional Forestal (Conaf) —de personal especializado
para desarrollar investigación, de coordinación interinstitucional y de una
comprensión más holística sobre la diversidad ecosistémica—; por otra, surge
porque dentro del modelo económico y político neoliberal no hay restriccio-
nes de compra de tierras para ningún nacional o extranjero; de tal suerte, lo
que ahí se haga en términos de actividad solo está condicionado por limitacio-
nes legales y por las declaraciones de impacto ambiental o estudios de impacto
ambiental.
Por ejemplo, en la provincia Capitán Prat, la Reserva Nacional Jeinimeini
(del Estado) colinda con la estancia Valle Chacabuco (privada) del ecolo-
gista Douglas Tompkins; ahí su fundación pretende desarrollar un corredor
ambiental al unir ambos predios bajo una donación al Estado, pero la insti-
tución estatal tiene un presupuesto anual de menos de diez mil dólares y no
cuenta con un programa de manejo, por lo que no se puede estimar la capa-
cidad de carga posible de visitantes (registro de campo en Jeinimeni y en ofi-
cinas Conaf, Chile Chico, 2014). Y en un trabajo reciente, Fabien Bourlon y
Pascal Mao (2016, 50) señalan que en el año 2006, “solo seis guardaparques
estaban a cargo de la administración y conservación del Parque Nacional Ber-
nardo O’Higgins, cuya superficie es superior a la de Bélgica”.
357
Juan Carlos Rodríguez Torrent
La filosofía biocéntrica:
el modelo Pumalín y el de la estancia Valle Chabuco
Con Douglas Tompkins, heredero de la crítica al pensamiento unidireccio-
nal y la revolución de los años sesenta, se fortalece en la Patagonia un análisis
territorial cuyo centro es una preocupación social, política y científica, ubicada
en una ruptura paradigmática respecto de los valores dominantes asociados al
consumo y al estilo de vida destructivo y opulento de las sociedades industria-
lizadas modernas. Sustenta una crítica al antropocentrismo en sus privilegios y
reubica a los seres humanos en una posición equivalente en términos de valor
ante otros seres como las plantas y los animales. En este sentido, existe una
afirmación del derecho de los otros a existir, lo que constituye una ampliación
de los límites de la concepción de comunidad, la que es llevada a todos los sis-
temas naturales. Así como en el campo de la antropología el reconocimiento
a la pluralidad de opciones y respuestas culturales constituye el núcleo de la
aceptación de los límites de la propia vida, el reconocimiento de la infinita
diversidad ecosistémica constituye una ampliación radical del propio campo
de comprensión de la vida.
El fundamento de esta consideración se encuentra en la visión de Leopold
(2007, 24-29), quien en la década de 1940 plantea que es necesario allanarse a
una concepción más amplia de la ética, que supere la relación entre humanos
y aquella entre humanos e instituciones. En este sentido, el filósofo señala que
debe haber una preocupación por una “ética de la tierra”, porque una ética “en
términos ecológicos, es una limitación a la libertad de acción en la lucha por la
existencia”. Esta limitación y cambio de giro en el privilegio antropocéntrico,
complementaria a la crítica del homo economicus de Georgescu-Roegen (1971,
1975, 1983), constituye una posibilidad evolutiva en términos humanos y una
necesidad ecológica; también una interrogación personal que distingue las ne-
cesidades vitales de los deseos y un activismo espiritual a favor del bienestar
de otras especies, ya que el proceso expansivo de la conciencia implica la com-
prensión de las vidas en plural.
En este sentido, lo posible de ser pensado, es decir, el ecocentrismo o
biocentrismo, se puede transformar en el espacio vivido tal como es pensado,
358
La finis terrae en la economía mundo
y para Tompkins, se trata de alcanzar una coherencia que debe favorecer
la existencia y permitir vivir como realmente se es o se quiera ser. Para ello, la
Patagonia constituye el lugar elegido, ya que cuenta con ecosistemas únicos y
un aislamiento que favorece su concepción (1998).
La iniciativa más clara en esta dirección en el territorio chileno corres-
ponde al proyecto Parque Pumalín (puma verde en lengua mapuche), de
290 000 hectáreas en la provincia de Palena.
El Proyecto Pumalín incluye campos orgánicos restaurados de una fuerte de-
gradación ecológica, iniciativas sociales que promueven una vida sana y valo-
res de conservación en las comunidades vecinas, y campañas de activismo que
abarcan los temas de conservación más grandes de la región. Por más de dos
décadas, este método de conservación ha permitido que el proyecto extienda su
impacto mucho más allá de los límites del parque (Parque Pumalín).
El parque limita, demarca y condiciona, estableciendo proximidades y
distancias frente a las necesidades de la territorialidad reticular que definen las
prácticas cotidianas de la cultura y la ontología relacional ganadera y maderera,
y expresa fundamentalmente una contención de los avances del mundo fores-
tal, lo que queda retratado en la publicación del libro La tragedia del bosque chi-
leno, en el que su promotor, Douglas Tompkins (1998), escribe el prólogo: “El
futuro y la esperanza”. Ahí señala sus preocupaciones por la protección de los
grandes bosques y sus acciones a favor de la conservación; comparte sus rela-
ciones internacionales con pensadores, activistas y científicos; instala su crítica
a los intereses creados, pero también su esperanza y optimismo respecto de la
reversibilidad de la lógica industrial hacia una sustentable, que incluya la con-
servación de la biodiversidad. Pregunta el ambientalista recientemente falle-
cido: ¿por qué llegar hasta el borde mismo si existen soluciones desarrolladas
en los propios países que cometieron profundos errores?
En este prólogo, manifestación de su imaginario, es muy explícito respecto
a dos temas: 1) el reconocimiento de que él fue un empresario y que conoce la
economía por dentro, por lo que hace una crítica a esta, y 2) una categórica sen-
tencia: “Uno debiera recordar siempre que los bosques antiguos o primarios
359
Juan Carlos Rodríguez Torrent
[old growth forest] no son un recurso renovable dentro del marco convencional
del ciclo de los tiempos económicos” (Tompkins 1998, 40). Ahí, sin mencio-
narlo, se deja entrever su concepción filosófica de la ecología profunda, que en
su primer postulado señala: “el bienestar y florecimiento de la vida humana y
la vida no-humana tienen valor intrínseco. Estos valores no son dependientes
de la utilidad o los propósitos humanos” (Naess 1995, 1990). De modo que
la sabiduría está en acercar a los seres humanos a la naturaleza y que puedan
entenderse dentro de ella. A partir de este imaginario, se antepone el valor de
la existencia de los otros seres al uso potencial que podamos hacer los huma-
nos de sus vidas. Por ello, el Parque Pumalín contiene una limitación de uso:
no cortar, no pescar, no alterar, no introducir, no encender fuego. Se trata de
un modelo conservacionista duro, restaurador de los ecosistemas originales y
de eliminación de lo exógeno (ovejas, caballos y vacunos); descreído de rece-
tas políticas ubicadas dentro de los modelos de desarrollo, ya que las considera
incapaces de satisfacer las necesidades básicas de aquellas poblaciones que dis-
ponen de pocos recursos, y que mantiene un escepticismo respecto a que la
tecnología pueda mejorar las condiciones ambientales.
Una extensión de este concepto se encuentra en el proyecto Estancia
Valle Chacabuco (78 000 ha), comprada en el año 2004, en la provincia Capi-
tán Prat. Este predio, ubicado en una de las exclusivas zonas estepáricas del sur
austral, se reconstituye hacia la fórmula de parque de conservación después
del fracaso de las iniciativas más importantes ligadas a la ganadería extensiva
en el siglo xx, la cual es considerada esencialmente un “modelo de exportación
de suelos”. Esto significa que el sobrepastoreo ovejero y vacuno dejó un pasivo
ambiental in situ,9 donde las potenciales ganancias abandonan el ámbito local y
transforman lo ganadero en una economía de subsistencia, ya que no hay mer-
cados, no hay praderas y no hay vías que faciliten la conectividad para sacar los
productos y hacer “negocios rentables”.
De este modo, la Fundación Conservación Patagonia reconsidera los tér-
minos de la ecuación costo-beneficio, y la lleva a los de una oposición entre
9
Su estado la ubica en el Libro Rojo de los sitios prioritarios para la conservación de Conaf
y como una prioridad, por existir en ella la mayor biodiversidad de la región de Aysén.
360
La finis terrae en la economía mundo
un parque o una economía de subsistencia, ya que el fracaso de los grandes
productores reduce a la población ligada al trabajo ganadero a una condición
muy precaria, de supervivencia, de profundización del daño del ecosistema y
de víctima y victimario. Su administrador indica sobre este punto:
En Chile, me atrevería a decir que prácticamente casi la totalidad de las áreas
silvestres protegidas son reconversión de espacios productivos o áreas descarte
o de desecho […] Con este proyecto aspiramos a la creación de un gran par-
que de 250 000 hectáreas, como sería el futuro parque nacional Patagonia,
suma de la estancia Valle Chacabuco y las reservas nacionales Jeinimeni y
Tamango; se podría construir un gran corredor [de protección y restaura-
ción]. Para el Estado, el turismo es retorno e inversión para la región a bajo
costo, y para el proyecto conceptual de la Fundación Conservación Patagó-
nica, el activo es el retorno ambiental, porque todos cuidamos. Nosotros no
lucramos con las donaciones, hacemos filantropía. Los tiempos son lentos, pero
avanzamos en el proyecto (Hombre, en Chacabuco, 2015).
Conforme a la filosofía descrita, lo importante de este proyecto es alcan-
zar el mayor umbral de “disclimax”; es decir, como no es posible recuperar el
estado de máxima estabilidad y eficiencia en la sucesión ecológica, se trata de
generar un modelo de recuperación limitando los usos históricos de ocupación
ganadera, controlando ordenadamente el ingreso de visitantes, eliminando las
especies introducidas y favoreciendo la recuperación de la pradera estepárica
y los animales endémicos. Con ello, señala el administrador, en este esquema
interesan dos tipos de retorno: a) social, y b) ambiental. Esto porque: 1) no
existen áreas estepáricas protegidas en Chile y este proyecto en curso iría en
esa dirección; 2) como objetivo están los huemules, el ciervo heráldico y endé-
mico más austral y en peligro de extinción, por la competencia con las vacas y
las ovejas, y las enfermedades que les transmiten; 3) la pretensión es visibilizar
la región en el mundo y aumentar el ingreso a esta a través del parque, y 4)
se busca la apropiación territorial del lugar por parte de la opinión pública,
como ocurre con el parque nacional Torres de Paine, donde hubo inicialmente
361
Juan Carlos Rodríguez Torrent
rechazo, pero ahora está en el imaginario de todos los chilenos y las rutas del
mundo de quienes valoran la diversidad ecosistémica y el paisaje.
Estratégicamente, se espera que la elevación de la condición de reservas
a parques nacionales desencadene una defensa mediática de la naturaleza ante
cualquier amenaza de afectación de las áreas silvestres involucradas por par-
te del Estado o bienes de uso público, como ocurrió con el fracasado proyecto
extractivista Hidroaysén, consistente en la intervención del río Pascua, el más
caudaloso de Chile, para la construcción de tres represas productoras de elec-
tricidad. Sin embargo, la propuesta deja entrever la capacidad para tensionar la
memoria territorial, así como la disminución de las condiciones para estable-
cer relaciones de producción e intercambio, lo que indica que la deep ecology y
la next economy son proyectos políticos, territoriales, económicos, ideológicos
y filosóficos.
En lo económico, el proyecto significaba una inversión inicial de cinco mil
millones de dólares en la construcción de las presas, y unos tres mil más en el
levantamiento de unas seis mil torres de alta tensión de entre sesenta y setenta
metros. En lo territorial, afectaría a la región más prístina del país, sin que prácti-
camente una gota de energía se quedara en la región, pues su producción estaba
destinada a satisfacer principalmente la demanda de la gran minería del co-
bre en el norte del país, a más de tres mil kilómetros. En lo ambiental, pasaría
por paisajes lacustres y bosques, por dieciséis áreas protegidas por el Estado
y por 32 de particulares. En lo político, constituía una decisión que tres Gobier-
nos fueron incapaces de tomar por lo antipopular de una medida en su favor.
En lo comunicacional, la iniciativa superó el espacio local, regional y nacional,
se posicionó a nivel mundial y fue transformada en bandera de lucha de movi-
mientos ambientalistas de carácter mundial, como Greenpeace. Además, fue
definido como un acto predatorio e irracional en la revista Nature: “Se aprueban
gigantes represas en Chile” (2011), y en una editorial del New York Times titu-
lada “Keep Chilean Patagonia Wild” (2011 en Reyes y Rodríguez 2015).
No existe discurso técnico ni político-económico que pudiera contra-
decir el empoderamiento que provocaría la defensa de la naturaleza a través
del proyecto Parque Nacional Patagonia. Incluso, lo más extraño es que un
privado y extranjero pueda instalar un concepto nacionalista que asegure la
362
La finis terrae en la economía mundo
lealtad respecto de una parte del territorio que el Estado de Chile nunca ha
logrado en más de doscientos años de vida republicana.
Modelo Patagonia Sur: “disminuyendo la huella de carbono”
Este modelo corresponde al establecido por la empresa Patagonia Sur, orien-
tado al desarrollo inmobiliario y a la venta de bonos de carbono, lo que se
delínea como una estrategia en una publicación del área de los negocios. El
encabezado de la entrevista al empresario Francisco Valdés en Magazine Busi-
ness (2010) señala que Patagonia Sur es “Una empresa de riesgo compartido
chileno-estadounidense que ofrece a los inversionistas preocupados por el
medio ambiente una oportunidad única en la Patagonia para comprar prísti-
nas áreas silvestres, mientras que al mismo tiempo las protegen y desarrollan
de una manera sustentable”. Esto, debemos decir, se ubica en un ámbito espe-
cífico de consideración simultánea de “la estabilidad política y económica, y
las leyes claras sobre la posesión de propiedades” en Chile, y de la Patagonia
como mercancía y como marca, lo que constituye, según Dimitriu (2002), un
econegocio, pues incorpora los campos, ríos, lagos, bosques, glaciares, malli-
nes y estepas a una fórmula de ecocorretaje.
Es un buen negocio, como se señala en la misma entrevista: “Creo que lo
que hemos creado aquí es un concepto muy innovador y vanguardista para la
conservación […] nuestros clientes pueden decir ‘estoy haciendo lo correcto’,
pero al mismo tiempo esto es bueno para mi cartera” (Dimitriu 2002). En lo
importante, el rentismo se produce a través de un modelo de negocios donde
los inversionistas no deben realizar aportes permanentes, sino que se encuen-
tran de forma continua capturando recursos, ya que un bono de carbono al
año 2010 valía 15 dólares, y un árbol capturará entre 0.25 y 0.4 toneladas de
carbono en el futuro.
La compañía propone la creación de un fondo de 30 millones de dóla-
res, con cuya estrategia se produce simultáneamente la conversión de la tierra
en suelo y en objeto de especulación y control inmobiliario, en ajuste a un ren-
tismo sin trabajadores y sin organización, y al igual que en el modelo de parque
363
Juan Carlos Rodríguez Torrent
privado: sin actividades tradicionales que alteren el paisaje y la privacidad. Los
inversionistas, quienes pagan 350 000 dólares por acción, poseen los activos y
la totalidad de los flujos provistos por el negocio, en el que se plantarán unos
500 000 árboles y se estipula que, si invierten un millón, al cabo de diez años
recibirán dos.
Con oficinas en Chile y Estados Unidos, y con presencia en las regiones
x y xi, Patagonia Sur cuenta con cuatro organizaciones con distintos ejes pro-
gramáticos que complementan su estrategia de negocios: Centro meri, Fun-
dación Patagonia Sur, Reforestemos Patagonia y Fundación Tierra Austral.
La compañía Patagonia Sur cuenta con siete extensos predios: en Palena (río
Palena, 55 ha), Valle de California (3 200 ha), Futaleufú (lago Espolón, 244
ha), Melimoyu (16 059 ha), Los Leones (522 ha), Jeinimeni (1 289 ha), Caleta
Tortel (1 435 ha). Se trata de una compañía dedicada al negocio inmobiliario
y a las compensaciones de CO2 para mitigar los efectos de los gases de efecto
invernadero (gei), por lo que pone sus ejes narrativos en la conservación vía
ampliación de las superficies de bosque nativo y el desarrollo sustentable
(Patagonia Sur; Langman 2014, 21), lo que significa una estrategia simultánea
de protección y de explotación económica que incluye la venta de propiedades
a inversionistas mundiales, a los que se les ofrecen “servidumbres voluntarias”
y la posibilidad de realizar usos agrícolas no intrusivos, ecoturismo y la cons-
trucción de su vivienda y hoteles boutique. Una servidumbre de conservación
consiste en que un vecino acuerda el libre paso de otro por su propiedad hacia
un río, un lago o un bosque, generando un proceso de confianza, protección y
acceso de bienes comunes.
El principal atractor de este modelo es que el negocio se desarrolla en
“propiedades escénicamente extraordinarias y ecológicamente valiosas”, donde
lo privado es una pequeña porción y el 85 % son tierras comunes y de reserva
(Patagonia Sur). La promoción internacional del proyecto indica que en me-
nos de un día “se puede estar fuera del mundo”. El propietario se sube en un
avión en Estados Unidos, en trece o catorce horas se baja en el Aeropuerto In-
ternacional de Santiago; toma un avión pequeño en dirección al sur, sumando
tres horas más hasta el aeropuerto de Balmaceda, en Coyhaique, o hasta un
364
La finis terrae en la economía mundo
aeródromo local, y coordinadamente se embarca en un transporte terrestre,
todo en menos de un día.
La oferta para los potenciales compradores se asocia a la posibilidad de
construcción de una casa nueva y al acceso como socio a miles de hectáreas
disponibles, protegidas, conservadas y otras replantadas, que pasan a ser parte
de los predios. Los inversionistas están habilitados para desarrollar sus propios
emprendimientos a través de la construcción de hoteles de baja ocupación para
desarrollar ecoturismo e incursionar en el kayak de río y lago, cabalgatas, pro-
mocionar el avistamiento de aves y fauna marina y terrestre, y practicar trekking,
senderismo, ciclismo de montaña y pesca deportiva. Las limitaciones para los
propietarios y comuneros son no producir alteraciones del paisaje ni desarro-
llar actividades industriales, tampoco intervenir en ríos ni lagos; asimismo, las
propiedades deben ser bioclimáticas y construirse en armonía con el entorno,
ser de bajo consumo energético o con sistemas alternativos, y construidas con
materiales de mínimo impacto. El aseguramiento de que las condiciones se
mantendrán en el futuro en cuanto a sus bienes comunes está dado por la for-
mación de la Fundación de Conservación Tierra Austral (Tierra Austral Land
Trust), que “sin fines de lucro” y signataria del territorio bajo protección, admi-
nistra el 85 % de las tierras comunes.
El modelo tiene como enganche, dentro de la multifuncionalidad rural
que indicabamos al principio, el vincular los intereses común y privado, al apos-
tar por la “disminución de la huella de carbono”, compensando procesos indus-
triales contaminantes con la plantación de árboles y protección de los bosques.
La iniciativa se enlaza con los gei como consecuencia de la desforestación,
los monocultivos y la ampliación de las fronteras agrícolas, que en Chile ha
aumentado 166 % durante los últimos catorce años, al considerar que un ciu-
dadano produce entre cuatro y cinco toneladas al año de CO2 (Patagonia Sur).
Como es sabido internacionalmente, esta estrategia privilegia la recuperación
de las tierras en cualquier parte del mundo a través del fomento de la planta-
ción de bosque nativo, en este caso, coigües, ñirres y lengas; en el valle de Cali-
fornia, en Palena, y en lugares donde algún incendio o intervención antrópica
ha dañado un bosque, este es reforestado con la misma especie.
365
Juan Carlos Rodríguez Torrent
El objetivo de conservación en la Patagonia chilena es porque “en ella
existe la más importante reserva de bosques templados del planeta”, lo que
hace factible revertir la producción de CO2 que se encuentra en la atmósfera, y
la ampliación del hábitat para las especies nativas. En este modelo desarrollado
por Patagonia Sur, al 8 de junio de 2014 se indica el plante de 90 402 árboles
nativos, con una captura de 45 201 toneladas de CO2, y la creación de siete
bosques (Patagonia Sur). Indican los gestores del proyecto que:
Además de absorber dióxido de carbono, el programa de reforestación de Valle
California, que es el piloto, beneficia a la ecología y economía rural, ya que con-
trola la erosión de la tierra, fortalece las comunidades de plantas nativas, reduce
el número de especies no nativas e invasivas, mejora el hábitat para la fauna de
la región y crea nuevas fuentes de trabajo sustentable para los residentes locales.
Entre sus clientes se encuentra la afamada marca de vehículos Land Ro-
ver, que plantea así su estrategia de mitigación:
Todos los autos emiten dióxido de carbono, pero como Land Rover estamos
compensando todas las emisiones durante su primer año de uso […] Para
ello, compramos Bonos de Carbono a una empresa que se llama Patagonia Sur.
Ellos plantan bosque nativo en la Patagonia chilena como parte del Proyecto de
Reforestación y Biodiversidad (Ulloa 2012).
Como se aprecia, el formato seduce por la preservación y los efectos
compensatorios, sin por ello cuestionar la matriz productiva que genera la
contaminación y disminución de la capa de ozono; sin embargo, como territo-
rialización reciente, en el plano local limita las posibilidades de uso consuetu-
dinario que existen sobre los recursos por parte de las poblaciones ganaderas,
ya que fragmenta la territorialización prexistente. En este sentido, el paisaje se
impone como modo de ocupación en ausencia por la intermitente residen-
cia, frente a la necesidad de la reproducción cotidiana y generacional de las
poblaciones especializadas. Además, esta multifuncionalidad abre la puerta
366
La finis terrae en la economía mundo
para que el trabajador autónomo se vuelva apatronado en labores de cuidado y
mantenimiento de la exclusiva privacidad.
Experiencia y economía de la experiencia
La economía de la experiencia, propuesta por Pine y Gilmore (1999), co-
rresponde en este caso a un modelo de negocios verde y sin chimenea, ligado
al mundo del “entretenimiento” y que solo puede ser experimentado in situ,
donde el viaje es un componente central en una doble acepción: a) como
desplazamiento físico a lugares únicos, y b) como un viaje a mirar el propio
interior y a evaluar la propia vida a través de experiencias “inolvidables”. Esto
se ubica en la ruta exclusiva del ocio para personas de altos ingresos, en su
despliegue de experiencias, distracción, espectáculos, diversión, deportes, tu-
rismo, juegos y aprendizajes. Es una burbuja de “ocio productivo” que apunta
dentro de sus decorados a activar una comunicación efectiva con la historia a
través de letanías, desplazamientos epocales y el paisaje, para quienes hayan de-
sarrollado la cualidad subjetiva y estructurante del “buen gusto y prácticas
de buen vivir”. Los que lo tienen todo pueden encontrar aquí en la Patagonia
algo más, por lo que este ocio tiene un fuerte componente de clase.
El viaje es tiempo y espacio de aprendizaje para tomar la posesión de
la propia vida reclamada a la modernidad; ulisíaco, como “deseo”, no consu-
mación del mismo, activación de sensaciones y emociones; de expresión de
empeño y energía para abrirse a mirar desde otro lado, y de asignación sobe-
rana de prioridades de existencia. La Patagonia ofrece un orden que habla de
todo lo posible bajo un régimen de sueño imperfecto, de nuevas emociones y
exigencias. En la Patagonia, el viaje “no pasa por el discurso, sino por el cuerpo”
(Sarlo 2014, 13), constituye “el instante fuera de la biografía” (Sarlo 2014, 22).
“Vivir es ser otro. Y sentir no es posible si hoy se siente como ayer se sintió:
sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir —es recordar hoy lo que ayer se
sintió, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue vida perdida” (Pessoa 2010,
114). Se trata de mover el aspecto trémulo y pesado de la vida urbana, porque
no solo se pertenece a una sociedad insuflada en el magma de la masificación,
367
Juan Carlos Rodríguez Torrent
sino también a aquella que deja los espacios laterales para ser leídos o llenados
con otras historias, distinciones, capacidades que no conocemos y otros domi-
nios disponibles como discontinuidad.
El viaje a la Patagonia es único, tan único que es elitista por costo, distan-
cia e indumentaria. Se asocia a experimentar emociones que puedan ser pro-
picias para el aprendizaje, para transmitir evocaciones y asociaciones míticas
y místicas, sacralizando —en este caso— la naturaleza y llevándola a lo más
íntimo del yo. Como señala Heidegger:
Hacer una experiencia con algo —sea una cosa, un ser humano, un dios— sig-
nifica que algo nos acaece, nos alcanza; que se apodera de nosotros, que nos
tumba y nos transforma. Cuando hablamos de hacer una experiencia, esto no
significa precisamente que nosotros la hagamos acaecer; hacer significa aquí:
sufrir, padecer, tomar lo que nos alcanza receptivamente, aceptar, en la medida
que nos sometemos a ello. Algo se hace, adviene, tiene lugar (1990, 143).
En esta modalidad de aprendizaje, la Patagonia reconecta, solo para los
elegidos, la vida con la naturaleza; condensa un lugar donde comienza la aven-
tura y la posibilidad de acceder a rincones y parajes únicos que se alojarán en
la memoria para toda la vida, ya que los alerces de miles de años, los ríos de
flujo libre, las montañas reflejadas en los lagos, las cuatro estaciones que se
pueden experimentar en un día, los animales silvestres deambulando con todo
el espacio para sí, las capillas de mármol y los glaciares son un conjunto de
cuestiones y fenómenos únicos que escapan a lo ordinario y permiten repen-
sar el binarismo cartesiano. Pensada desde la “economía de la experiencia” y
como “forma de conocimiento” en los términos de Pine y Gilmore (1999),
para quienes recorren su territorio, se trata antes que nada de descubrir, des-
pertar sensaciones y emociones provistas por el paisaje, por la inmersión en la
vida local y por la ausencia de tentaciones modernas. Todo conduce a vivir una
experiencia superlativa de “estar donde aún no ha llegado nadie”,10 por lo que
10
Registro de campo realizado en Futaleufú, octubre de 2012.
368
La finis terrae en la economía mundo
la presencia ante la naturaleza se convierte en la posibilidad de la transforma-
ción de sí mismo, en el límite de la conversión hacia una nueva vida.
Siguiendo este esquema (figura 3) propuesto por Pine y Gilmore (1999),
asumimos que la experiencia patagónica se enmarca dentro de una nueva
oferta de la economía de mercado en el mundo posfordista y en la tardomo-
dernidad, compatible con la idea de multifunción expresada en las páginas
precedentes. La economía de la experiencia constituye un dispositivo econó-
mico orientado a la persuasión y al desarrollo de un involucramiento que se
encuentra más cerca del teatro, es decir, del sentir por los juegos de roles y
los decorados existentes, ligados a una anatomía de lo verde y lo rústico que
implica distintas experiencias: escapistas, al entrar en un espacio anónimo; edu-
cativas, al exponer y presentar guiones, rutas y materialidades históricas y de
memoria; contemplativas, dirigidas a la apreciación de la naturaleza, y de entre-
tenimiento, a través de los distintos deportes. En esta propuesta incorporada a
Figura 3
Esquema adaptado de Pine y Gilmore (1999)
Fuente: Elaboración propia.
369
Juan Carlos Rodríguez Torrent
la multifuncionalidad, Joan Buades sostiene que “la globalización crea una
casta unificada y estandarizada de consumidores a los cuales hay que ofrecer
productos locales diferenciados y competitivos” (2014, 55), y en la Patago-
nia están dadas todas las condiciones para que ello sea posible, pero bajo un
formato de exclusividad y anonimato al que se han adherido personajes del
dinero, el jet set y la farándula internacional (Dicaprio, Stallone, Soros, Bene-
tton, Turner, Lewis, entre muchos). De este modo, el destino Patagonia es un
lugar en el que convergen múltiples movilidades para escenificar una comple-
jidad en la que participan en la mercantilización objetos, paisajes, animales,
plantas, personas y comunidades, a fin de generar la experiencia única e íntima
de los sentidos.
Sin embargo, analíticamente implica una observación compleja, ya que
la población local se transforma en un decorado dentro del control de la tierra,
y se produce, como proceso de territorialización, una transformación en el uso
de los recursos, reflejada en el siguiente testimonio recogido en Futaleufú: El
turista aquí viene por la naturaleza y el río. Antes el bosque era un recurso para
subsistir y para hacer madera, la leña. Ahora tiene otro plus, señala un ganadero
(2014). El testimonio deja entrever la dificultad de la propia posición como
actor laboral especializado y de la conciliación de la memoria del trabajo ritual
con aquello que se pone sobre el territorio. La multifuncionalidad del terri-
torio está fuera de control, es el mundo globalizado el que transita en bici-
cleta, aprecia el bosque, pesca en la correntada o baja en una balsa por el río,
ya que el poblado de Futaleufú también pertenece a agencias internacionales
de turismo.
En sentido simbólico, Futaleufú existe esencialmente porque hay una so-
cialización del río homónimo a nivel internacional, pues opera una cadena sig-
nificante que lo transporta. Es un lugar reterritorializado por deportistas que
habían prácticado kayak en los ríos más importantes del mundo. Brad Lord,
Peter Fox, Steve Currey y Dan Bolster, y luego Chris Spelius, el kayakista olím-
pico de Estados Unidos, pusieron a la pequeña Futaleufú en el mapa del mundo
al promocionar su río como uno de los más importantes de su tipo, resaltando
la zona como uno de los parajes más extraordinarios. Ellos ya habían experi-
mentado en el río Bio Bio, más al norte, pero debieron abandonar las blancas
370
La finis terrae en la economía mundo
aguas del río de excepción porque fueron apresadas por embalses para producir
electricidad.
Estos hombres, vestidos con indumentaria “exótica” para esos años, que
para la población local “parecían hombres provenientes de Marte”, nunca pre-
vieron, en 1985, transformar al río Futaleufú —con su ruta de agua cristalina y
encajonada de 45 kilómetros— en uno de los cinco ríos más importantes del
mundo para practicar kayak y rafting. Una actividad desconocida entre peque-
ños ganaderos y funcionarios del Estado destinados a hacer soberanía en la
frontera con Argentina. Todos los que lo han recorrido coinciden al definirlo:
el río que puede arrebatar la vida; un río del cual nadie se desconecta porque
“te cambia”, señala un migrante (en Futaleufú, 2015).
Peter Fox señala que en 1985, en Futaleufú era como estar en otro tiempo
(por la soledad), “retroceder unos cincuenta años” (2016, 41). “Hoy en día,
una persona proveniente de cualquier rincón del mundo puede conectarse
a internet y reservar un viaje para descender por el Futaleufú. Treinta años
atrás, la única manera de ser parte del primer viaje por el Futa era ser amigo de
Steve Currey y Dan Bolster” (Fox 2016, 37). Estos guías son los que crearon
una nomenclatura para definir a los nuevos actores que construyen territorio:
“clientes aventureros” (Fox 2016, 39).
Lo señalado también significa que se incorporan guías expertos de clase
mundial, y en la población local se da una ampliación del mundo y la modifi-
cación de sus expectativas, de los propios modos de experimentar el tiempo.
Actualmente, el poblado de Futaleufú tiene en la agenda todos los años un
festival en febrero: el Futa Fest,11 actividad anhelada, que en el año 2014 contó
con kayakistas de Chile, Argentina, Gran Bretaña, México, Estados Unidos,
Canadá, Austria, Ecuador, Alemania, Suiza, Brasil, Francia, Perú y España. Los
adolescentes también hacen su propia experiencia y se entrenan en un ojo de
agua para la práctica del kayak; mientras que los más avezados son contratados
por empresas internacionales que los proveen de buenos ingresos por atender
11
Las autoridades encargadas del turismo local y regional coinciden en que esta actividad
es una marca posicionada a nivel internacional que otorga un sello característico e identi-
dad a la zona.
371
Juan Carlos Rodríguez Torrent
la demanda de turistas extranjeros entre diciembre y marzo, y luego en un cir-
cuito europeo. Con ello, podríamos señalar que se trata de una actividad de
alto impacto localizada sobre un bien exclusivo, ya que el poblado cuenta con
menos de dos mil habitantes en forma permanente. Planteada como economía
de la experiencia, esta condición, aunque estacional y cosmopolita, también
altera la estructura social de la localidad, ya que se requieren 1) instructores;
2) servicios de logística; 3) alimentación; 4) dominio de otras lenguas, y 5)
aprender a convivir con dólares, euros, pesos chilenos y pesos argentinos.
Como se aprecia, el río Futaleufú ya le pertenece a otros, y si Futaleufú
y su río están integrados como mercancías a la economía desterritorializada,
opacan a través de esta multifuncionalidad de la ruralidad toda la vida de los
pioneros y colonos. Paralelamente, un muy atractivo título de un reportaje de
la revista Rumbo Aysén ilustra la misma situación negando cien años de histo-
ria: “Cómo la pesca con mosca descubrió Aysén para el mundo” (Meier 2015,
22). Entonces, es claro que con esta nueva territorialización quedó atrás la
memoria de la muerte de los inviernos blancos, de todos aquellos que intenta-
ron cruzar el río montados sobre un caballo y con sus animales, base de la acti-
vidad económica local. Igualmente, la pesca con mosca es parte del ocio, pues
los peces son devueltos al río por el pescador deportivo; mientras tanto, para la
población local, un pez es un recurso alimenticio. En este modelo de apropia-
ción territorial, cargado de seducciones del mundo remoto, se trata de oponer
la propia vida con un nuevo deseo. Se enfrentan las ventajas y desventajas de
una vida sedentaria, se activa el deseo de cambiar a menudo de lugar, fijar la
mirada en distintos detalles, avanzar hacia una vida más nómada —orientada
hacia experiencias nuevas, no repetitivas— y renovar cada día las expectativas.
Cuando se contrasta la propuesta realizada por Pine y Gilmore con los tes-
timonios, lo que aparece es el espacio devenido en territorio, que se ofrece para
ser nombrado con palabras incontaminadas y diferentes, como si la emoción
permitiera encontrar una nueva piel del mundo, huyendo de la opaca fugacidad
del tiempo urbano para recuperar uno primordial, intimista. Este esquema de
generación de rentas sobre la base de recursos locales y de invisibilidad de la
población local, por una parte, en términos estructurales es un modelo verde
que contiene y limita el avance del extractivismo, ya que necesita, para ser tal,
372
La finis terrae en la economía mundo
del paisaje, del glaciar, del bosque y del río de flujo libre; por otra, en términos
de subjetividad, abre la posibilidad de reinstitucionalizar un pacto sagrado: cui-
dar y proteger, cuidarse y protegerse. Es decir, renacer en respuestas y sabiduría;
no al modo de un imaginario religioso, sino de una poderosa imaginación. Con
ello, que el río, que siempre estuvo ahí, ahora sea en el imaginario de los depor-
tistas uno de los cinco más importantes del mundo también ayuda a limitar y
excluir otras intromisiones dentro del territorio multifuncional.
Consideraciones finales sobre el destino Patagonia
La Patagonia, como nombre utilizado para nombrar un espacio que nos atre-
vemos a llamar telúrico, se asocia inevitablemente con lejanía, aventura, ais-
lamiento, desesperación y aborígenes exterminados en tierras donde el grito
hace poco más de un siglo atropelló al silencio. Es un campo semántico pri-
mariamente organizado en torno a una figura ambiental violenta, extrema y
hostil, que hizo difícil su ocupación por inmigrantes e invasores, representan-
tes de la civilización frente a la barbarie paleolítica de los naturales selknam, o
mapuches y tehuelches en el lado argentino. Además, espacialmente fue con-
dición elevada temprano a una categoría superlativa por viajeros que sufrieron
infortunios, adjetivada como Puerto Hambre, Bahía Desolación, Última Espe-
ranza, para connotar un esfuerzo máximo y sacrificio en el habitar.
Su figura contemporánea deviene en la idea de “un sur excéntrico que
se construyó a partir de un conjunto de calificaciones de contigüidad semán-
tica relacionadas con el fin del mundo, la vastedad, la desolación, el vacío y la
presencia de habitantes extraños” (Casini 2007, 13). Es aquella parte del pla-
neta —porque lo que hemos indicado conduce a pensar que no le pertenece
a Chile— donde todo está abierto y, por antonomasia, es permanentemente
desafiante. Es invitación, lugar refugio y destino para aquellos que se sienten
náufragos de la modernidad, aquellos que han decidido partir después de un
trabajo interior, de mirarse, y que buscan los caminos de agua, la soledad de
los desiertos esteparios o el frío glacial de las montañas para responder las in-
cógnitas de sentido. En estos pagos, la Patagonia se constituye como la finis
373
Juan Carlos Rodríguez Torrent
terrae de la experiencia humana, en donde cobra nueva orientación la idea de
proyecto de vida, con menos ataduras y un equipaje más liviano. Un dejar atrás
la sensación de vacío y de amargura, lo frágil, lo efímero y lo ingrávido, un viaje
en busca de una nueva imagen del mundo.
Lo importante es que la voz Patagonia, por sí misma y por los soportes en
los que se ha difundido (cine, documentales, diarios de viaje, novelas, follete-
ría), define una condición que activa un imaginario formado por un conjunto
de potentes imágenes, signos y símbolos relativos al paisaje y la libertad. La
exacerbación de los sentidos despliega una narrativa de ocupación pasada y
presente con atributos ambientales positivos y características únicas que lle-
van a la exploración del espacio abierto al viento, a las montañas, a los ríos y
a los océanos; sin desconocer que, al mismo tiempo, indica una orientación
económica dirigida a un tipo de consumidor verde, que busca este diferencial
de vivir experiencias y sentir distinto, que está dispuesto a pagar por ello, de
ser anónimo y desconocido, como ocurre con grandes estrellas del cine o la
televisión y políticos que disfrutan de un mundo fuera del mundo, el cual solo
puede ser encontrado en lugares alejados.
La Patagonia, con sus atributos, condensa un lugar donde está a la mano
la renovación y la posibilidad de acceder a rincones y parajes singulares que se
alojarán en la memoria para toda la vida, ya que los bosques de alerces, que han
estado antes del hombre —hace de miles de años—, las capillas de mármol o
los glaciares son incomparables y superan la propia imaginación. En este rin-
cón del planeta el punto es ubicarse donde aún pocos se aventuran; algunos
para sentirse pioneros, otros para ser colonos o también para simplemente ser
viajeros o turistas. Todo conduce a vivir una experiencia superlativa, quizá, en
su sentido extremo, de estar donde aún no ha llegado nadie. La presencia ante
la indómita naturaleza se convierte en la posibilidad de la transformación de sí
mismo, en el límite de la conversión hacia una nueva vida, en la sacralización
de los elementos, en la que se puede soñar y vivir con el espacio, el color, la luz,
el silencio; de sacar toda inclinación indolente de la existencia.
El excedente buscado en el viaje es el tiempo para pensar en sí mismo.
También se trata de fijar la atención en otras cosas, ordenarlas y priorizar de
manera diferente; abrir azarosamente el libro en una página cualquiera, escuchar
374
La finis terrae en la economía mundo
la letanía del cd, borronear sin aprehensiones el mensaje que se escribe o, sin
temor a repetir o equivocarse, reiniciar en cualquier punto la conversación del
día anterior, de hace dos días o quizá una semana.
La territorialidad del proyecto de búsqueda y reencuentro de sí mismo
de estos argonautas corresponde a la articulación específica entre naturaleza y
sociedad presente, y está cruzada por una matriz axiológica intimista, no depre-
dadora, que define al territorio como la forma de habitar, marcar, cualificar y
ocupar el espacio, conciliando aspectos filosóficos y sus intangibles como la
libertad, el respeto, la decencia, el límite de la propia ambición, con aspectos
figurativos asociados a la imagen del paisaje con su pristinidad, colores, contras-
tes y seres endémicos. Son muchos los transeúntes que con sus escritos estimu-
laron el espacio de la imaginación. Se trata siempre de discursos territoriales
diferentes, con una connotación que se desmarca de lo conocido; de frescura
antigua y de condición crepuscular, donde son los ciclos de la naturaleza los
que determinan el modo de vida. Se pasa del nacimiento de los corderos a
los fríos y lluvias invernales, de las que poco conocen los turistas. El paisaje
es la escenificación contemporánea de una ausencia o falta en la experiencia
cotidiana sobre la vida en cuanto comunidad extendida; alguien lo identifica,
lo produce y lo contempla como modo de desconexión sensorial, para conver-
tirlo en geografía imaginaria y narración visual, donde es posible rencontrarse
como primer hombre. Estos encuadres son de tierra virgen y arcaica, e incor-
poran, como hojas de ruta, nuevos activos, valores y sentidos que proyecta la
marca territorial Patagonia.
La vida toda no está determinada por las acciones pasadas, sino por la vo-
luntad de abrirse a una nueva constelación de registros que permitan la cons-
trucción de un universo alternativo: uno de recuperación del autocontrol, del
orgullo sobre sí mismo, de arrepentimiento, de coherencia de los juicios con la
propia vida. Entrar al abra de la Patagonia es convertirse en un caminante lírico
que trata de encontrar la huella de la construcción de la propia subjetividad,
una subjetividad con objetivos. La Patagonia se presenta como un camino en
la búsqueda de opciones; ayuda a la creación de universos alternativos, que
permiten configurar una nueva representación del universo y una nueva co-
municación.
375
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Etnológicamente, más que recurrir a fórmulas empleadas por otros para
resolver problemas, lo que se sanciona es la evitación de utilizar las propias
costumbres y representaciones probadas como modo de resolución de las
agresiones del cotidiano al oikos.
La Patagonia gatilla la tentación de seguir viviendo, de reinstalarse en
la naturaleza redescubriendo la mutua ecodependencia. Estar significa pensar
simultáneamente en el caos y en el orden. Cuando se apodera la quietud, la vida
se escinde necesariamente entre la experiencia anterior y la actual, cargada de
la magia profunda de los elementos sacudidos por el contrapunto entre la vida
querida y la no deseada. Para algunos de estos argonautas o neocolonos todo
es transitorio, menos la trascendencia; la tranquilidad, más cerca de la vida o
de la muerte, contiene una nueva humanidad. El presente de estos hombres y
mujeres se configura como una aventura hiperbólica; ya no es la quimera del
conquistador, es una conquista más rilqueana, más espiritual y sensual. Si el
silencio se ubica en el ámbito de la materia, es la palabra la que moviliza un
imaginario de todos los caminos posibles por hacer.
El contrapunto es entre el antes y el ahora, entre el aquí y el allá, como
si la modernidad nos hiciera una víctima anticipada de la desgracia. Por ello, si
en la Patagonia se cree que se puede corregir, la apuesta debe ir por lo que Attalli
(2015) llama la “altermodernidad”, contraria al mundo que en algún momento,
en virtud de la libertad, evitó la repetición contenida. Al descubrir y enfrentar
desde la pequeñez al Gran Otro, se configura un andén de despedidas, un viaje
sin retorno, una apertura a partir de la “multifuncionalidad” y las grietas de los
modelos del capitalismo extractivista y del verde. La afirmación recogida: “la
naturaleza nos cambia”, se convierte en un umbral de descubrimientos como
en Lewis Carroll (2014). La ciudad estaba muy loca […] aquí tengo control so-
bre mi propio tiempo, puedo leer frente al fuego y espero criar a mis hijos, se nos
dice en el poblado de Futaleufú. O como sostiene un extranjero avecindado en
Puerto Ibáñez, en el lago General Carrera, de menos de ochocientos habitan-
tes: Aquí están las cosas que yo buscaba hace tanto tiempo. Me sentía incompleto.
La decisión de irse a la Patagonia constituye —o quisiéramos pensarla
como— una epifanía desalienada, un resultado valorizado y asociado a la amplia-
ción fraterna del concepto de comunidad. ¿Cómo se debe y puede vivir en esta
376
La finis terrae en la economía mundo
tierra? ¿Cuál es la lección histórica? Se trata, al final, de encontrar una razón para
ver aquello arrancado por la modernidad y el capitalismo neoliberal, en el que
se ha naturalizado la barbarie, la destrucción, la violencia, el saqueo y el sacrifi-
cio ecosistémico. Hay una evocación intuitiva de lo perdido, de lo que permite
encontrar una razón para vivir. A ello concurren sinfonías verbales, encade-
namientos de los sentidos, asombrosos colores, olores y sonidos para enhe-
brar múltiples espacios y tiempos cotidianos y trascendentales que inauguran
un modo nuevo de relacionarse con el Gran Otro, la naturaleza, y con el otro
interior.
Es importante consignar, para cualquier análisis, que el proceso de desa-
rrollo o mutación territorial no puede quedar circunscrito a un espacio geográ-
ficamente determinado, sino que este debe trascender las fronteras locales. Es
decir, como lo hemos presentado, las estrategias se deben definir en el marco
de la región, la nación y en el de la globalización. Asimismo, que debemos
avanzar hacia un proceso de construcción de una mirada transdisciplinar y
multiescalar que sea soporte de la preservación del paisaje, de todos los pai-
sajes, superando lo puramente esteticista subjetivo, como una cuestión de de-
recho y compromiso político que permita la confluencia de la apreciación y el
ser que esconde, es decir, una consideración que esté más allá de la moda y
la frivolidad de un menú exclusivo.
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383
9
Residentes de las favelas:
entre represión, violencia y política
Saila-Maria Saaristo
Universidad de Helsinki
Só porque moro no morro
A minha miséria a vocês despertou
A verdade é que vivo com fome
Nunca roubei ninguém, sou um trabalhador
Se há um assalto ao banco
Como não podem prender o poderoso chefão
Aí os jornais vêm logo dizendo que aqui no morro só mora ladrão
Se vocês estão a fim de prender o ladrão
Podem voltar pelo mesmo caminho
O ladrão está escondido lá embaixo
Atrás da gravata e do colarinho.1, 2
Bezerra da Silva, Vítimas da sociedade3
1
Solo porque vivo en el cerro
Mi miseria a ustedes despertó
La verdad es que vivo con hambre
Nunca robé a nadie, soy un trabajador
Si hay un asalto a un banco
Como no pueden detener al jefazo
Enseguida los periódicos vienen diciendo que aquí en el cerro solo viven ladrones
Si ustedes quieren detener al ladrón
Pueden regresar por el mismo camino
El ladrón se esconde detrás de la corbata y el cuello blanco.
2
En este capítulo, las traducciones al español son de la autora.
3
Fragmento de una canción de samba, Víctimas de la sociedad, de un famoso músico bra-
sileño.
385
Saila-Maria Saaristo
Introducción
Este capítulo presenta un análisis sobre las dinámicas y las estructuras de mar-
ginalización de los residentes de dos favelas (asentamientos irregulares) de Río
de Janeiro, Brasil, así como las respuestas que en distintas épocas elaboran los
miembros de las asociaciones de residentes frente a la opresión. Explora, ade-
más, cómo se ha creado un límite entre o morro y o asfalto, las favelas y el resto
de la ciudad de Río de Janeiro, y cómo se usa este límite para definir tanto al
espacio como a la gente que en él habita. En el discurso dominante ha existido,
y todavía existe, una tendencia de definir a las favelas como espacios “anorma-
les” y excluir a los residentes, tanto espacial como socialmente.
Analizo la forma en que se reproduce este orden socioespacial y también
cómo es desafiado, a fin de demostrar que la represión hacia los residentes de
las favelas está institucionalizada en varias prácticas legales, políticas y sociales,
y se reproduce a través de mecanismos sociales y políticos que contribuyen a
mantener intactas las relaciones de poder y dificultan la ascensión social.
En el análisis de los procesos de producción del espacio urbano es fun-
damental preguntarse quién tiene el “derecho a la ciudad” (Lefebvre [1968]
2009), es decir, el acceso a la vida urbana y a la posibilidad de transformarla.
Como plantea Harvey (2008, 23), “la libertad de producir y reproducir nues-
tras ciudades y a nosotros mismos es uno de los derechos humanos más pre-
ciosos, pero también más ignorados”. En el contexto neoliberal, en muchas
ciudades, las estrategias de crecimiento y desarrollo se enfocan en la comercia-
lización de las ciudades y la atracción de inversiones y de turistas. Durante la
última década, la ciudad de Río de Janeiro ha sido sometida a intensas políticas
de desarrollo relacionadas también con la Copa Mundial de Futbol de 2014 y
los Juegos Olímpicos de 2016, que resultaron en la creciente marginalización
de los residentes de las favelas. El modelo de desarrollo urbano en la ciudad
se ha descrito últimamente como la “máquina de crecimiento urbano”, e
incluye la conceptualización de la tierra como un bien financiero y el desarro-
llo de la ciudad basado en un modo de vida desigual que profundiza la mer-
cantilización de la vida social (Logan y Molotch 1987; Cardoso 2013; Cunha
et al. 2016). En otras palabras, existe un conflicto social entre la búsqueda del
386
Residentes de las favelas
interés propio de las élites sociales (tanto económicas como políticas) y el de
los ciudadanos en las zonas urbanas pobres. Como escribe Harvey (2008, 38),
“el derecho a la ciudad, el constituido actualmente, está confinado demasiado
estrechamente, restringido en la mayoría de los casos a la pequeña élite polí-
tica y económica que está en la posición de moldear las ciudades cada vez más
según sus propios deseos”. Me parece crucial analizar cómo las actuales políti-
cas urbanas afectan a los residentes más pobres y socialmente más marginados
de la ciudad.
En fuerte contraste con las políticas públicas urbanas, está la realidad del
desarrollo urbano en Brasil: la producción del espacio urbano se ha promovido
esencialmente a través de procesos informales de acceso al terreno urbano y a
la habitación.
Resultado de la combinación de mercados especulativos de tierra, sistemas
políticos clientelares, prácticas elitistas de planificación urbana y regímenes
legales excluyentes —los cuales afirman, desde hace mucho, los derechos de
los propietarios individuales sobre el principio constitucional de función social
de la propiedad—, hace ya algún tiempo que el proceso informal de desarrollo
urbano en Brasil no es la excepción, sino la forma principal socioeconómica de
producir el espacio urbano en la ciudad (Fernandes 2007a, 203).
No obstante, aunque son los propios residentes de las favelas quienes han
construido el espacio urbano con su infraestructura, no han recibido recono-
cimiento por eso. Al contrario, el resultado de su trabajo es considerado ilegal
y a veces es destruido.
En lo que sigue presento una descripción del origen y evolución de las fave-
las de Río de Janeiro, incluyendo las diferentes políticas que intentaron atender
a estos asentamientos. Analizo los componentes estructurales y sociopolíticos
que producen la marginalización y la estigmatización de los residentes de las
favelas, a partir del concepto de ciudadanía considerado desde sus diferentes
componentes. Describo cómo los residentes de las favelas han tratado de afir-
mar su derecho a la ciudad; aunque para tener realmente derecho a la ciudad,
los ciudadanos deberían poder controlar el proceso urbano por completo, y
387
Saila-Maria Saaristo
para lograrlo, Harvey (2008, 40) sugiere que sería necesario democratizar el
proceso de producción y uso del excedente y la urbanización. Como se demos-
trará a lo largo del capítulo, en Río de Janeiro el derecho de los residentes de las
favelas a la ciudad ha permanecido casi siempre incompleto.
Las comunidades: Babilônia y Chapéu Mangueira
Este texto está basado en el trabajo de campo etnográfico realizado durante un
año, entre 2007-2008, y en una estadía anterior, también de un año, en 2005.
Durante esos periodos viví en la favela de Babilônia, situada en la zona sur de
Río de Janeiro. Los materiales recopilados provienen de la observación parti-
cipante,4 así como de detalladas entrevistas con activistas de las asociaciones
de residentes. La investigación se realizó con la asociación de residentes de
Babilônia amb (Associação dos Moradores da Babilônia) y con la asociación
de residentes de Chapéu Mangueira aacm (Associação dos Amigos do Cha-
péu Mangueira). Babilônia y Chapéu Mangueira están situadas una a lado de
la otra, en el mismo cerro en la zona de Leme. En el censo de 2000 se conta-
ron 381 hogares en Babilônia y 311 en Chapéu Mangueira. No obstante, las
asociaciones de residentes afirman que ese censo se hizo sin visitar la mayoría
de las casas de ambos barrios, que además han crecido significativamente, por
lo que estiman que para el año 2008 cada uno tendría al menos mil hogares.5
Los barrios cuentan con muchos lugares públicos, tales como las sedes de las
asociaciones de residentes, guarderías, centros deportivos y culturales, centros
de artes y artesanías, muchas tiendas y bares, así como puestos de policía y
albergues.
4
Entiendo la observación participante como una recopilación de materiales de investigación
en entornos naturales, observando y tomando parte en actividades que los participantes
de la investigación realizan (DeWalt y DeWalt 2011).
5
Según el censo de 2010, Babilônia tendría 777 hogares y Chapéu Mangueira 402 (ibge
2010).
388
Residentes de las favelas
Llegué a Babilônia por primera vez en 2005 gracias a mi profesor de ca-
poeira,6 quien vivía en el barrio, y a las asociaciones de residentes las conocí
a través de un trabajo voluntario. En 2007 alquilé un apartamento de un ex-
vicepresidente de la amb, amigo mío, que vivía en la casa contigua. Él y su
hijo prácticamente constituyeron mi familia durante el año de investigación.
Opté por centrar mi investigación en las asociaciones de residentes porque
durante décadas han sido actores políticos significativos, con un papel funda-
mental en el desarrollo de ambas favelas. Durante diferentes situaciones so-
ciales, económicas y políticas, han adoptado distintos papeles y su agencia ha
contribuido de manera significativa a desafiar, reproducir, debilitar o fortalecer
las estructuras de poder. No obstante, ninguna de las asociaciones de residen-
tes ha sido la única forma de organización política en estas favelas: muchas
organizaciones no gubernamentales (ong) también trabajaron en Babilônia
y en Chapéu Mangueira promoviendo la formación profesional, impartiendo
clases de informática y de costura, en clubes deportivos o en programas de
educación para la salud.
El derecho a la ciudad en el contexto neoliberal
El trabajo de campo se realizó durante el segundo mandato del presidente Luiz
Inácio “Lula” da Silva. La victoria de Lula en las elecciones generales con su
Partido dos Trabalhadores (pt, Partido de los Trabajadores) fue considerada
por muchos brasileños histórica y fue recibida con entusiasmo y alegría, ya que
ofrecía la esperanza de poner fin al régimen opresivo de las élites, y de extender
la ciudadanía a los pobres. Entre 2003 y 2013, Brasil vivió una época nunca
vista en su historia: el producto interno bruto (pib) se cuadruplicó, se crearon
21 millones de puestos de empleo formales, salieron de la pobreza 36 millo-
nes de personas, los ingresos familiares aumentaron 35 % y se construyeron 1.5
millones de hogares (Ribeiro 2016). Brasil llegó a ser una referencia para las
La capoeira es un arte marcial que combina elementos de danza, lucha, acrobacia y
6
música.
389
Saila-Maria Saaristo
políticas de urbanización, salubridad y democracia participativa, con su ejem-
plo más conocido en el presupuesto participativo, iniciado en Porto Alegre en
1989 y luego difundido a centenas de otras ciudades en Brasil y otras partes
del mundo.
Varios autores han sugerido que en Brasil la sociedad está dividida en dos
niveles de ciudadanía; los ciudadanos de “segunda clase” no logran alcanzar
la plena ciudadanía ni son completamente reconocidos como titulares de los
derechos ciudadanos, incluso si este es formalmente el caso (Caldeira 2000;
Holston 2007; Vieira 2007). Esto puede ser conceptualizado a través de las
nociones de partes formales y sustantivas de la ciudadanía, considerando la
diferencia entre la ciudadanía formal (la pertenencia al Estado-nación) y la ciu-
dadanía sustantiva, es decir, el acceso a una serie de derechos civiles, políticos
y sociales (Holston 1995, 50-53). Holston también usa el término “ciudadanía
diferenciada”, ya que, “en términos de sus principios formales y sustantivos de
organización, utiliza las diferencias sociales que no son la base para la perte-
nencia nacional —principalmente las diferencias en la educación, la propie-
dad, la raza, el género y la ocupación— para distribuir un trato distinto a las
diferentes categorías de ciudadanos” (Holston 2011, 341).
Dagnino (2007) nota que, en el contexto latinoamericano, el surgimiento
del concepto de ciudadanía está relacionado con las experiencias de los movi-
mientos sociales durante las décadas de 1970 y 1980, y que rápidamente co-
menzó a utilizarse para construir puentes entre las luchas de varios movimientos
sociales. No obstante, a partir de la década de 1990, las élites y el Estado inician
la apropiación de este útil concepto. Desde la perspectiva neoliberal, la ciu-
dadanía es comprendida como la integración de los individuos al mercado,
mientras que los derechos previamente adquiridos se desmoronan progresiva-
mente (Dagnino 2007, 549-550). Esta interpretación del concepto confunde
su significado. Lo mismo ocurre con otros términos compartidos por los mo-
vimientos sociales y los proyectos neoliberales, como participación y sociedad
civil. Tal como nota Harvey, el neoliberalismo también creó nuevos sistemas de
gobernanza que integran los intereses del Estado con los de las corporaciones.
A través del uso del poder del dinero, el neoliberalismo ha asegurado que la
390
Residentes de las favelas
inversión del excedente favorezca al capital corporativo y a las clases altas en la
formación del proceso urbano (Harvey 2008, 37).
En Brasil, el contexto político que hizo posible la incorporación del con-
cepto de participación, entendido como poderes de decisión compartidos en la
Constitución de 1988, pronto comenzó a cambiar. La participación, en el con-
texto neoliberal, se concibió como la posibilidad de asumir la responsabilidad
de las políticas sociales a través del trabajo voluntario o mediante la colabora-
ción de ong con el Estado en el desarrollo de proyectos sociales (Dagnino y
Teixeira 2014, 42-43). Dagnino y Teixeira afirman que estas dos concepciones
radicalmente diferentes de participación siguen coexistiendo en la escena polí-
tica brasileña y contribuyen a generar las tensiones y contradicciones asociadas
a la implementación de la participación. A nivel nacional, bajo los gobiernos
del pt hubo una fuerte tendencia a configurar nuevamente el papel pro-
activo del Estado. A nivel municipal y estatal, el predominio de cada uno de
estos conceptos depende mucho de la orientación política del Gobierno en
turno (Dagnino y Teixeira 2014).
Aquí argumento que en la política del Estado en relación con las favelas
existe una tendencia a privar a sus residentes de agencia y de ciudadanía, a tra-
tarlos simplemente como grupos de población sujetos de diferentes políticas.7
El límite entre un residente de una favela y un carioca8 de clase media o alta
es una de las categorías que se utilizan en Brasil para construir jerarquías. Las
agrupaciones sociales tienen su propia lógica espacial e introducen mecanis-
mos de separación para diferenciarse de otras agrupaciones (Migdal 2004).
En mi opinión, el estado selectivo de la ciudadanía es también un reflejo de
la naturaleza jerárquica más amplia de la sociedad brasileña, la cual se com-
bina perfectamente con la lógica neoliberal, como lo ha descrito Harvey: “la
restructuración urbana casi siempre tiene una dimensión de clase, siendo que
son los pobres, los desfavorecidos y los que han sido marginados del poder
7
Veo el poder del Estado, sin embargo, no como un único sujeto que actúa, sino como un
proceso de relaciones entre una multiplicidad de fuerzas que, a través de luchas y enfren-
tamientos, transforma, fortalece o revierte tales relaciones (Foucault [1976] 1990).
8
Residente de la ciudad de Río de Janeiro.
391
Saila-Maria Saaristo
político los que, en primer lugar, sufren en este proceso” (Harvey 2008, 33).
Siguiendo los ideales neoliberales de participación, los residentes de las fave-
las son invitados y obligados a participar concretamente en la construcción de
sus barrios y su infraestructura, pero sin obtener poder de decisión. Cuando la
superficie de una favela se vuelve interesante financieramente, se utilizan dis-
tintos mecanismos para expulsar a los pobres de su territorio.
Estrategias de resistencia en las favelas
El proceso urbano no es solamente un subproducto de la operación del capi-
tal: las ciudades son sitios de intensas luchas entre varios actores interesados,
cuyas ideas, influencias y acciones conforman las actuales realidades urbanas
(Bayat y Biekaart 2009, 823). El habitante de la favela no puede ser visto
como un mero sujeto de diversas influencias. Los residentes y, más específi-
camente, las asociaciones de residentes en las que se enfoca este trabajo, han
desafiado las estructuras hegemónicas (y más tarde, el proyecto neoliberal)
del mismo modo en que han contribuido a su preservación. Las diferentes
estrategias utilizadas por los residentes de las favelas para influir y cambiar las
condiciones en sus barrios son de fundamental importancia. Siguiendo las ca-
tegorías establecidas por McAdam, Tarrow y Tilly (2001), es posible hacer
una distinción entre la contención contenida y la contención transgresiva.9
Los residentes de las favelas han utilizado tanto las estrategias conteni-
das como las transgresivas para influir en sus condiciones de vida. Diferentes
9
“La contención contenida se refiere a los casos de contención en los cuales todas las par-
tes son agentes pre-establecidos que utilizan medios de reclamación bien establecidos
[…] La contención transgresiva consiste en una interacción episódica, pública y colec-
tiva entre los demandantes y sus objetos cuando: (a) por lo menos un gobierno es el
demandante, el objeto de la demanda o el interesado en la demanda, (b) las demandas
afectarían, si se realizan, a los intereses de por lo menos uno de los demandantes, (c) por
lo menos algunas de las partes interesadas en el conflicto son agentes políticos, como
recientemente se ha identificado, o (d) por lo menos algunas de las partes utilizan una
acción colectiva innovadora” (McAdam, Tarrow y Tilly 2001, 7-8).
392
Residentes de las favelas
autores tienden a enfatizar distintas estrategias de contención. Por ejemplo, Ja-
mes Holston (2011) basa su análisis en el concepto de ciudadanía insurgente
(insurgent citizenship). Este autor estudia diversas tácticas surgidas en la década
de 1970, a través de las cuales los residentes de barrios pobres urbanos han de-
safiado la noción de la ciudadanía diferenciada. Para Holston, la base de esta
insurgencia puede encontrarse en las condiciones de la vida urbana de las peri-
ferias, especialmente en la adversidad de la residencia ilegal, la construcción de
viviendas y el conflicto por la tierra. Por lo tanto, enfatiza los derechos de cola-
borador (contributor rights): los residentes exigen derechos ciudadanos a partir
de su contribución a la ciudad “a través de la construcción de las casas y barrios,
con el gobierno municipal por medio del pago de impuestos de consumo y de
trabajo, y con la economía de la ciudad mediante el consumo. Son derechos
de colaborador porque los residentes basan su legitimidad en la construcción y
la apropiación de la ciudad a través de estos medios” (Holston 2011, 347).
El hecho de invocar derechos del colaborador puede verse como un acto
de contención, pues a través de ellos los residentes intentan modificar las re-
laciones y categorías de espacio existentes. No obstante, el énfasis en los dere-
chos de colaborador refleja ideas neoliberales de participación: los residentes
pueden afirmar sus derechos solamente a través de su participación en la pro-
visión de viviendas y de servicios sociales. De manera opuesta a Holston,
Lucy Earle (2012), en su análisis sobre la União de Movimentos de Mo-
radia (Unión de Movimientos de Alojamiento) en São Paulo, sostiene que
los derechos basados en la ley (text-based rights) han adquirido una función
fundamental en la demanda de igualdad en el Brasil contemporáneo. Desde
su perspectiva, Holston no considera cabalmente el impacto del carácter in-
clusivo de la Constitución de Brasil de 1988, que para ella es esencial a fin
de comprender los movimientos de ciudadanía en las periferias (Earle 2012,
102). Earle argumenta que a pesar de que varios análisis dirigen su atención
hacia la naturaleza diferenciada del sistema judicial brasileño, en el país tam-
bién existe una sólida fe en la capacidad de la ley: “La comprensión sobre la
Constitución se ha traducido en ‘políticas de derechos’, y la ley es usada por
el movimiento para interactuar con el Estado a través de actos de ‘ciudadanía
transgresiva’” (Earle 2012, 103). No obstante, la fe en el poder transformador
393
Saila-Maria Saaristo
de la legislación no parece tener un soporte fuerte; aunque puede ser usada
como base de las demandas y a pesar de su avanzada Constitución, en Brasil
no faltan ejemplos de desigualdades.
En lo que sigue voy a utilizar los conceptos de contención contenida y con-
tención transgresiva, así como la idea de derechos de colaborador y derechos basa-
dos en la ley. Los conceptos me parecen útiles para diferenciar las estrategias
que buscan activamente desafiar y cambiar las estructuras del neoliberalismo,
el orden socioeconómico actual. De la misma forma, a pesar de mis críticas,
los conceptos de derechos de colaborador y derechos basados en la ley ayudan
a profundizar el análisis sobre las estrategias utilizadas por los residentes de
las favelas para transformar sus condiciones de vida, así como las estructuras
socioespaciales establecidas.
Nacimiento de las favelas
La noción de favela surgió en Río de Janeiro a finales del siglo xix, cuando los
soldados y los exesclavos que lucharon en el levantamiento Revolta dos Canu-
dos comenzaron a residir en el cerro de la Providencia. Uno de los primeros
cerros ocupados fue nombrado Morro da Favela (Xavier y Magalhães 2003,
4). La topografía de la ciudad es variable, con cerros que surgen en la costa o en
el interior. La construcción de la ciudad comenzó en las tierras bajas y en tie-
rras ganadas al mar para aumentar el área adecuada para la construcción. Los
cerros quedaron desocupados en gran medida. En parte, porque se pensaba
que eran inadecuados para la construcción de viviendas por sus fuertes pen-
dientes y porque estaban expuestos a deslizamientos de tierra. No obstante,
cuando la ciudad de Río de Janeiro comenzó a crecer, muchos de los inmigran-
tes que llegaron de otros estados del país construyeron sus viviendas en los
cerros, debido a su proximidad al centro de la ciudad y a otros barrios impor-
tantes. El resultado es una situación inusual en comparación con muchas otras
grandes ciudades del mundo: en la zona sur se ubican algunas de las áreas más
ricas y las más pobres de la ciudad, una al lado de la otra, produciendo diferen-
cias sociales monumentales.
394
Residentes de las favelas
El término favela permaneció y constituyó la palabra más común para
nombrar los asentamientos irregulares. Oficialmente, las favelas se clasifican
como “aglomerados subnormales”, definidos como un grupo de al menos 51
viviendas precarias que cuentan con algunos servicios públicos esenciales,
ocupan o han ocupado hasta hace poco la tierra cuya titularidad corresponde
a otras entidades (públicas o privadas) y generalmente se organizan de una
manera desordenada o densa (ibge 2010). Actualmente, el estado de Río de
Janeiro posee el mayor número de habitantes en aglomerados subnormales: 1.4
millones, lo que representa 22 % de la población del estado (ibge 2010). En
2010, la alcaldía de Río de Janeiro empezó a utilizar una nueva clasificación
para estos asentamientos, compuesta por dos grandes subgrupos: las favelas no
urbanizables, por localizarse en áreas de riesgo o en lugares inadecuados para
el uso residencial, y las favelas urbanizables. También se adoptó la categoría de
“comunidad urbanizada”, que corresponde a un tipo de asentamiento habita-
cional que, aunque se origina como una favela, logra mejoras significativas con
los procesos de urbanización y reurbanización, aunque “continúa manteniendo
especificidades en su estructuración socioespacial, en los patrones constructi-
vos de sus edificaciones y en las formas de organización de la vida cotidiana,
que justifican mantenerlos en una clasificación propia” (Cavallieri y Vial 2012,
4). La población de las comunidades urbanizadas representa 20 % de la pobla-
ción total de las aglomeraciones subnormales (Cavallieri y Vial 2012).
En el lenguaje popular, el término morro (cerro) también comenzó a ser
utilizado para denotar un barrio pobre, siempre que este se encuentre en un
cerro. Mientras que el término asfalto surgió luego como su contraparte, para
designar los sectores legales de la ciudad que generalmente tienen las calles
pavimentadas.10 Otros términos que se utilizan para nombrar el espacio de
la favela, así como a sus residentes, son comunidade (comunidad), favelado y
10
Es importante tener en cuenta que la desigualdad social geográfica en Río de Janeiro no
solo se manifiesta en la división “el asfalto frente al morro”, sino también entre las zonas
norte, oeste y sur. Dependiendo de la zona, vivir en el asfalto puede presentar condi-
ciones mucho más difíciles que vivir en algunas favelas de la zona sur, en términos de
tráfico de drogas, violencia o en la ausencia del Estado.
395
Saila-Maria Saaristo
morador de favela (ambos significan residente de una favela). Estos términos
sugieren significados distintos dependiendo de la situación social y la visión
del mundo de cada persona particular. Los residentes de Babilônia y de Chapéu
Mangueira por lo general se referían a sus barrios por sus nombres, sus apodos
(Babi, Chapéu) o con los términos morro o comunidade.11 También utiliza-
ban la palabra morro para describirse a sí mismos, a su cultura y al orgullo que
esta les provoca, tanto en su lenguaje cotidiano como en la música popular.
En este sentido, residir en un morro significa vivir en una comunidad, lo que
sugiere que existe una experiencia compartida y solidaridad entre las perso-
nas que habitan las favelas. Los residentes consideraban la palabra favela más
abstracta y hasta cierto punto peyorativa, pues es la que usan cuando se habla
de las diferentes políticas del Gobierno municipal o central dirigidas hacia sus
asentamientos irregulares, pero rara vez la usan cuando hacen referencia a su
“comunidad”. La palabra favelado es todavía más ambigua, y los residentes de
Babilônia y Chapéu Mangueira no la utilizaban por considerarla ofensiva. Ellos
preferían referirse a sí mismos como moradores de favela.
Dinámicas de marginalización–desalojos y resistencia
A partir de la década de 1940, Río de Janeiro creció y se urbanizó velozmente
debido a la industrialización y a la disminución del trabajo agrícola.12 La ciudad
se llenó rápidamente de personas, y muchas viviendas fueron construidas en
los cerros del centro de la ciudad. El gobierno del presidente Getúlio Vargas
(1930-1934 y 1937-1945) respondió con una política de aislamiento y segre-
gación de los inmigrantes, lo que culminó en el desalojo de los residentes de las
favelas. Vargas inició un experimento llamado parques proletários, lo que signifi-
caba mover a los residentes de las favelas hacia los suburbios en las afueras de la
11
En este artículo voy a utilizar estos diferentes nombres dependiendo del contexto. De
esta manera, trato de arrojar luz sobre sus distintas aplicaciones.
12
En 1940, 31.4 % de los brasileños vivían en las ciudades, mientras que en 2000 el porcen-
taje había aumentado a 81.3 % (pnud 2006).
396
Residentes de las favelas
ciudad. La teoría que guiaba dicha política consideraba que los individuos eran
pobres y marginados debido a ciertas circunstancias, lo cual justificaba a su vez
diferentes tipos de medidas sociopolíticas (Valladares 2005, 126-127). De esta
manera, las masas urbanas pobres, anteriormente vistas como peligrosas por la
élite, pasaron a ser una población susceptible de ser manipulada.
No obstante, el experimento de los parques proletarios también estimuló
a los residentes de las favelas a organizarse, dado el temor de que el experi-
mento se convirtiera en una práctica generalizada. Los primeros comités de
residentes se formaron en 1945 en Pavão-Pavãozinho, a continuación, en los
cerros de Babilônia y Cantagalo, con el objetivo de oponerse al plan atribuido
al Gobierno de la ciudad de mover a todos los residentes de las favelas hacia
nuevas áreas. Un poco más tarde, los comités presentaron una lista de los dere-
chos sociales que reivindicaban, ligados a los problemas de infraestructura que
sufrían en sus barrios (Burgos 2006, 28). La primera asociación de residentes
de las favelas, Coligação dos Trabalhadores Favelados do Distrito Federal, fue
registrada en 1957 para promover la cooperación interna y mejorar las condi-
ciones de vida (Burgos 2006, 31). El nombre de la asociación es interesante
porque incluye el término favelado, que como expliqué, normalmente es visto
como peyorativo. Su uso sugiere que en ese momento los residentes de las fave-
las habían comenzado a crear una identidad colectiva positiva para defenderse.
No toda la élite de la ciudad era favorable a la posición afirmativa más
fuerte de los residentes de las favelas. Había preocupación por el crecimiento
de la organización en las favelas y, de este modo, se crearon mecanismos más
estrictos para controlarlas políticamente. En el ámbito académico se desarrolló
la teoría de la marginalidad para conceptualizar a las poblaciones de las fave-
las, se abandonó el punto de vista puramente económico sobre la exclusión y
se incorporaron otros dos criterios: el espacial y el sociocultural. En lugar de
justificar la opresión sobre la base de la pobreza de los residentes, se les llama
ahora “marginales”, lo que les otorga una forma de vida propia, definida por
valores y comportamientos divergentes a la cultura de otros ciudadanos. Eran
“analfabetos, promiscuos, alcohólicos, descalzos, supersticiosos, propensos a la
criminalidad e infectados por parásitos” (Perlman 1979, 200), cualquier cosa
que pudiera parecer aberrante para la gente de la clase alta de Río de Janeiro.
397
Saila-Maria Saaristo
A continuación, se utilizó la teoría de la marginalidad como una justi-
ficación para implementar políticas opresivas y paternalistas: “esa gente” no
estaba obviamente en control de sí misma y, por lo tanto, tenía que ser edu-
cada y controlada. Esto dio lugar a una operación considerable contra las fave-
las entre 1960 y 1975. Después del golpe militar de 1964, el nuevo Gobierno
centralizado tenía los recursos suficientes para llevar a cabo la erradicación de
las favelas a gran escala. La interpretación de las favelas como un problema
social se combinaba perfectamente con la planificación urbana que preten-
día realizar el Gobierno autoritario y, en Río, se estableció un límite entre los
residentes de las favelas “marginales” y el resto de la ciudad. Los cariocas de
clase alta y media interpretaban las favelas como un territorio extraño, un espa-
cio de delincuentes peligrosos y no educados. La residencia en una favela, de
este modo, comenzó a ser utilizada para definir el estatus social de la persona,
vinculada a otros atributos tales como la riqueza, la raza y el género; vivir en la
favela se transformó en una señal automática de clase. El límite entre el morro y
el asfalto se convirtió en una justificación para el sometimiento de los residen-
tes de las favelas a diferentes tipos de políticas, a menudo represivas, paterna-
listas y violentas.
Frente a las políticas de desalojo, los residentes utilizaban estrategias
que se asemejaban a las “armas de los débiles” (weapons of the weak) de James
Scott (1985), como no pagar la renta en las nuevas viviendas o salir de ellas
para volver al antiguo barrio. Además, había estrategias más activas por parte
de las asociaciones de residentes, que exigían un cambio general en las políti-
cas. Formando asociaciones, los residentes lograron crear una representación
de sus intereses comunes e institucionalizar sus actividades. De esta forma,
consiguieron reivindicarse como ciudadanos, aunque las demandas presenta-
das aún quedaron lejos de la exigencia de la ciudadanía completa. La federa-
ción de residentes de las favelas, fafeg (Federação da Associação de Favelas
do Estado da Guanabara), incrementó su fuerza durante la década de 1960,
incorporó eventualmente a decenas de asociaciones de residentes de las fave-
las y articuló fuertemente las demandas de los residentes.
En la década de 1960 también hubo muchos desalojos forzados en Babi-
lônia y en Chapéu Mangueira. Las personas fueron reubicadas lejos, en el norte
398
Residentes de las favelas
y en el oeste de Río de Janeiro, y sus hogares fueron destruidos. En algunos
casos se les ofrecían casas, en otros, simplemente se les asignaba un pedazo
de tierra donde pudieran construir sus barracas. Las asociaciones de residen-
tes de Babilônia y de Chapéu Mangueira ocasionalmente lograron impedir
los desalojos demostrando que la gente había residido en esas casas durante
varios años; sin embargo, la estrategia más poderosa nada tenía que ver con los
residentes de las favelas. El señor Lúcio describe cómo algunas casas corrían
el riesgo de ser eliminadas debido a que en el cerro, por encima de las casas,
había una enorme roca que podía caer y aplastar cualquier cosa en su camino:
Fui a hablar con los residentes del barrio de Leme en el asfalto [Leme se sitúa
por debajo de Chapéu Mangueira, bajando la cuesta]. Les dije que los resi-
dentes de las pequeñas casas de Chapéu Mangueira podrían salir corriendo si
la piedra empezara a rodar, pero la situación era diferente para los residentes
de los edificios de apartamentos de Leme. Los ricos de Leme hicieron un gran
alboroto con esto y la piedra fue removida, en lugar de nuestra comunidad.
Por lo tanto, fue solamente a raíz del miedo de los residentes del asfalto
que el municipio tomó medidas. Si el problema hubiese involucrado solo a los
residentes de las favelas, la solución habría sido el desalojo de la gente, en lugar
de quitar la piedra.
La fafeg a veces tenía éxito en la movilización contra los desalojos: 52
favelas lograron permanecer en las zonas de clase media y alta (Burgos 2006,
37). No obstante, a principios de 1970 se habían destruido 62 favelas y fueron
desalojadas por la fuerza 175 000 personas (Perlman 1979, 202). Así, aunque
los residentes de las favelas eran, en cierta medida, capaces de cuestionar las
políticas de desalojos a las que estaban sujetos, su posición de jerarquía social
tuvo mayor influencia en la orientación de las políticas urbanas brasileñas. La
respuesta del Estado a la situación de las favelas —la exclusión y los intentos
de civilizar y educar a la gente— se justificaba como apropiada al suponer que
el grupo social en cuestión no era capaz de tomar sus propias decisiones o de
controlar a sus miembros. De esta forma, el proceso de urbanización y cons-
trucción de la ciudad se logró desalojando a los pobres hacia sus afueras.
399
Saila-Maria Saaristo
Construyendo las favelas
Las favelas de Chapéu Mangueira y Babilônia recibieron a la mayor parte de sus
residentes provenientes de los estados de Minas Gerais y Bahía. Ellos vinieron
a trabajar en las obras de construcción de la ciudad en crecimiento. El señor
Lúcio, el primer presidente del comité de residentes de Chapéu Mangueira,
además de uno de sus fundadores en 1957, me contó sobre los primeros
momentos de la movilización de los residentes:
La infraestructura era casi inexistente. Los caminos de tierra se convertían en
ríos de barro cuando llovía; no había electricidad ni abastecimiento de agua
o gestión de las aguas residuales. Las casas eran barracas construidas con
palos de bambú y barro, con techos de latas. Las comunidades estaban bajo
el estricto control del ejército: el tamaño de las casas no podía exceder de diez
metros cuadrados. Quisimos cuestionar estas terribles condiciones de vida y
comenzamos a organizarnos para fortalecernos.
A inicios de la década de 1970, las asociaciones de residentes de las fave-
las fueron reconocidas como entidades independientes, con sus representantes
elegidos por los propios habitantes (McCann 2006, 152). Para ese momento,
en Chapéu Mangueira la asociación de residentes ya era muy activa: mejo-
rando las condiciones de vida, construyendo el primer centro de salud y una
sencilla red de saneamiento. Babilônia, al contrario, estaba todavía bajo el
estricto control del ejército, por lo que ni siquiera podían arreglar una ventana
sin pedirles permiso. Las diferencias en los derechos de los residentes de las
dos favelas fueron atribuidas a los distintos papeles que los presidentes de la
aacm y de la amb tenían frente a los Gobiernos del estado y de la ciudad: el
presidente de la aacm hacía, más activa y críticamente, campaña para la mejora
de la infraestructura, mientras que el presidente de la amb favorecía y concor-
daba con el estricto control militar. Durante la década de 1980, los residen-
tes de Babilônia consiguieron un poco de libertad con la democratización del
Estado, que trajo consigo el ideal de la ciudadanía universal de los derechos de
los ciudadanos en la ciudad (Carvalho et al. 1998, 17). Cuando la dictadura
400
Residentes de las favelas
llegó a su fin, se les permitió construir casas con ladrillos en lugar de bambú y
barro, repararlas y también comprarlas, alquilarlas o venderlas.
Hacia el final de la década de 1970, la teoría de la marginalidad comenzó
a ser impugnada y surgieron nuevas perspectivas. Las políticas de la ciudad
empezaron a considerar la urbanización de las favelas en lugar promover tras-
lados forzosos, pues notaron que el desplazamiento por la fuerza de todos los
residentes de las favelas sería difícil (ibam 2002, 7). El gobierno de Leonel
Brizola (1983-1987 y 1991-1995) creó políticas sociales especiales para las
favelas, con el objetivo de mejorar su infraestructura. Mutirão 1985 fue un
proyecto de infraestructura financiado por el municipio, enfocado al drenaje
y la electricidad. Sin embargo, desde el punto de vista de las asociaciones de
residentes, el proyecto no fue de mucha utilidad:
Todo lo que hay de importante aquí en la comunidad, nosotros mismos lo
hemos construido. Si hubiéramos esperado a que los políticos vinieran, la
comunidad no tendría ni siquiera la mitad de la infraestructura que tiene
ahora. Mutirão 1985 solo se apoyó en las mismas estructuras que ya había-
mos construido con nuestros propios esfuerzos: ellos pusieron tubos de agua
donde ya existían anteriormente (Expresidente de la aacm).13
En 1994, Río de Janeiro promovió un programa de urbanización antes
que otras ciudades brasileñas, Favela-Bairro, basado en la idea innovadora de
“reconocer la importancia social, cultural y política de las favelas de la ciudad,
considerando estas aglomeraciones como parte de la estructura urbana y tra-
tando de integrarlas a las partes oficiales de la ciudad” (Lara 2014, 251). La
primera fase de Favela-Bairro (1994-1997) tuvo un énfasis multisectorial e
integrado, centrado en la accesibilidad, la construcción de calles y espacios
públicos, la reubicación de un número menor de familias y la construcción
Para proteger la identidad de los participantes de la investigación, en este artículo no
13
revelo sus nombres y géneros, con la excepción de Seu Lúcio, quien es una persona
pública y ya ha sido entrevistado en documentales sobre el desarrollo de Chapéu Man-
gueira y Babilônia.
401
Saila-Maria Saaristo
de nuevas viviendas dentro de la misma comunidad (Lara 2014, 254). Fave-
la-Bairro llegó en 2001 a Chapéu Mangueira y en 2003 a Babilônia. Nueva-
mente, en amb y en aacm fueron muy críticos de su significado:
Era una broma: ponían cemento sobre el cemento, pero no hacían nada por
las calles que no tenían pavimentación. Las obras nunca fueron concluidas y
los residentes tuvieron que finalizar el sistema de drenaje (Expresidente de
la aacm).
La construcción del depósito de agua se dejó a medias. Ahora el depósito sirve
como un lugar de reproducción para los mosquitos —como pudimos ver con
la epidemia de dengue del año pasado— (Expresidente de la amb).
La construcción de nuevos edificios se inició, pero nunca los acabaron. Solo
terminaron los primeros pisos de edificios de cuatro pisos. Debido a esto, las
personas que estaban destinadas a ocupar los edificios, porque sus viviendas
estaban en los precipicios peligrosos, nunca llegaron a mudarse allí. Además,
los edificios fueron invadidos rápidamente por personas ajenas a la comuni-
dad. Las obras tuvieron un presupuesto de siete millones de reales, pero solo
1.5 millones de reales fueron utilizados. Todavía no se sabe a dónde fue a
parar el dinero y por qué las obras no se concluyeron (Exvicepresidente de
la amb).
Dado lo anterior, entre las asociaciones de residentes se observa un sen-
timiento general de que su propia iniciativa es vital para conseguir cualquier
servicio para las favelas, incluidos los servicios sociales básicos y las obras de
infraestructura. Los procesos informales han sido esenciales para construir el
espacio urbano de la favela. Los residentes participan activamente en la cons-
trucción de su barrio, de una manera muy diferente a la de los residentes de las
partes formales de la ciudad. Babilônia y Chapéu Mangueira fueron construi-
das esencialmente por sus residentes, y las asociaciones de vecinos tuvieron un
papel destacado en este proceso. Por lo tanto, los derechos de colaborador son
centrales en sus demandas.
402
Residentes de las favelas
En 2001, los movimientos sociales obtuvieron un gran triunfo cuando el
Estatuto de la Ciudad se insertó en la Constitución de Brasil. La ley estipula que
la política urbana tiene, entre otros objetivos, garantizar el derecho a la tierra
urbana, a la habitación y a la infraestructura urbana, y define que los planes, pro-
gramas y proyectos de desarrollo urbano tienen que ser administrados demo-
cráticamente, a través de la participación de la población y las asociaciones
representativas (Ley núm. 10.257 de 2011, capítulo I, artículo 2.°). Las alcal-
días fueron las responsables de controlar el proceso de desarrollo urbano por
medio de la formulación de políticas territoriales y de uso del suelo. Todas las
municipalidades brasileñas con más de veinte mil residentes tenían que apro-
bar sus planes rectores a finales de 2006 (Fernandes 2007a, 213). El diseño
participativo de los planes rectores está basado en la ratificación pública (y
no en la deliberación con enfoque ascendente o en la distribución del poder).
De este modo, es menos deliberativo, pero su cumplimiento es un requisito
obligatorio (Avritzer 2009, 141). No obstante, como argumentan Santos et
al. (2013), frecuentemente la visión de planificación urbana predominante en
el momento consigue distorsionar las alternativas legales deformándolas para
ajustarlas a su visión. En el caso de Río de Janeiro, el enfoque predominante es
la planificación emprendedora, orientada a promover los intereses propios del
capital privado (Santos et al. 2013, 18).
El siguiente programa significativo, esta vez a escala nacional, fue el Pro-
grama de Aceleración del Crecimiento (pac), iniciado por el Gobierno federal
durante el segundo mandato del presidente Lula. En junio de 2008 hubo dis-
cusiones sobre la posibilidad de que el pac también se aplicara en Babilônia
y Chapéu Mangueira. Benedita da Silva14 llegó a las comunidades para ver las
posibilidades reales de intervención, y aseguraba a los residentes que esta sería
una nueva era, una “era de sociedades”, haciendo referencia sobre todo a las
consultas más exhaustivas con las asociaciones de residentes. Un expresidente
de la aacm que la acompañaba fue rápido para responder con un argumento
contrario:
Política del pt, nacida en Chapéu Mangueira. Ella fue la primera mujer negra en ser
14
elegida para el senado y también fue gobernadora de Río de Janeiro entre 2002 y 2003.
403
Saila-Maria Saaristo
No queremos ser más “socios”. Queremos que el Estado cumpla con su res-
ponsabilidad aquí. No quiero tener garis comunitarios [una barredora pro-
porcionada por la comunidad]; queremos que la Comlurb [Companhia
Municipal de Limpeza Urbana, la empresa de saneamiento de Río de
Janeiro] venga aquí. Queremos que todos los ciudadanos tengan los mismos
servicios. Ahora la asociación de residentes está trabajando siempre como
mediador, y si trabajamos con socios, otras partes siempre tendrán una por-
ción de los fondos. En las asociaciones de vecinos estamos trabajando duro y
sin ningún tipo de compensación.
Este expresidente había sido una figura central para la movilización de
los residentes en muchas de las iniciativas de construcción en Chapéu Man-
gueira, y también representaba a la favela frente al Gobierno de la ciudad. Para
él, la oferta del Estado para mejorar la favela trabajando junto con la asocia-
ción de residentes ya no era suficiente. Ahora estaba haciendo campaña para
obtener la plena ciudadanía de los residentes de las favelas, cuestionando la
división espacial entre las favelas y el asfalto. ¿Por qué las personas del morro
tienen derecho únicamente a “sociedades”, mientras que, a la gente del asfalto
el Estado les ofrece múltiples servicios? Su discurso se enfocaba más en los
derechos basados en la ley, argumentando que los residentes, como ciudada-
nos de la República del Brasil, tenían el derecho de recibir lo que estaba esti-
pulado en la Constitución. También cuestionó la idea neoliberal que sostiene
que los residentes de las favelas, por su condición espacial, tendrían que parti-
cipar en la provisión de los servicios en su comunidad.
Desde que concluí mi trabajo de campo, se han producido novedades en
cuanto a la participación del Estado en Babilônia y Chapéu Mangueira. Desde
2011, las Unidades de Policía Pacificadora (upp) se han instalado en las fave-
las. La upp se presenta con una lógica supuestamente contraria a las medidas
anteriores, que se centraban en la fuerza y la opresión; upp es un “concepto que
va más allá del enfoque de policía comunitaria y tiene su estrategia basada en
la asociación entre los residentes locales y las fuerzas del orden” (upp 2014).
No obstante, la aplicación de este nuevo diseño de policía ha sido bastante
404
Residentes de las favelas
controversial, y las upp perdieron buena parte de su credibilidad frente a los
residentes de las favelas debido a sus prácticas violentas (Ashcroft 2014).
Al mismo tiempo, los preparativos para los grandes eventos de la ciudad
(la Copa Mundial de Futbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016) se tra-
dujeron en el incremento de la marginación de los residentes de las favelas.
Durante la administración del alcalde Eduardo Paes (2009-2016), 65 000
personas fueron desalojadas (Azevedo y Faulhaber 2015). Cada vez más, el
patrón de desarrollo urbano es descrito como una “máquina de crecimiento
urbano”. Por ejemplo, en su discusión sobre el proyecto del puerto de Río de
Janeiro, llamado Puerto Maravilla, Cardoso (2013, 95) sostiene que para los
residentes de Morro da Providencia, el legado social de los Juegos Olímpicos
se ha manifestado en la violación de sus derechos y en la expropiación de suelo
urbano.
Independientemente de cómo y quién construye las favelas, queda la duda
sobre quién va a beneficiarse en último término de las obras. Los efectos más
graves de la visión emprendedora son el aumento del costo de vida y la segre-
gación de la población más pobre en la periferia, sea debido a la gentrificación
o por desalojos directos. Los residentes de las áreas que se tornan en obje-
tivos de los planificadores emprendedores sufren violaciones directas contra
su derecho a la habitación y a la ciudad, lo cual transgrede los principios de la
función social y de la gestión democrática de la ciudad, tal y como están esti-
pulados en el Estatuto de la Ciudad (Santos et al. 2013, 15).
Comprando a los favelados
El pesimismo con respecto al clientelismo político del país era muy común en
Babilônia y en Chapéu Mangueira: Durante el año electoral, los políticos vienen
a las favelas para dar sus promesas, y después de las elecciones, todo sigue igual
(Presidente de la aacm). El pesimismo no es sorprendente, dado que el sis-
tema político brasileño se ha descrito como estadania15 (Carvalho 2001), una
15
De las palabras Estado y ciudadanía.
405
Saila-Maria Saaristo
situación donde el Estado funciona como un elemento paternalista que pro-
tege a los grupos económicos, distribuyendo los derechos de la población y el
empleo en forma desequilibrada y parcial con el fin de mantener la jerarquía
en la estructura socioeconómica, política y administrativa. El Estado no es un
poder público para garantizar los derechos de todos, sino una red paternalista
donde los bienes públicos se comparten de forma privada.
Muchos residentes de las favelas veían en las pequeñas donaciones priva-
das de algunos políticos (por ejemplo, la compra de una silla de ruedas para un
residente discapacitado o el suministro de bocadillos para el jardín de niños) la
razón de ser de los políticos. Por ejemplo, según un profesor del jardín de niños
en Babilônia, los buenos políticos son los que dan dinero y se comprometen
personalmente a apoyar a Babilônia o a Chapéu Mangueira. Un expresidente
de la amb coincidió: Teresa Bergher16 era una buena política porque dio fondos
para construir el jardín de niños y pagó los salarios de los maestros y el almuerzo para
los niños durante cinco meses.
Ellos explicaron que el partido de un político no es importante, sino más
bien la persona en sí misma. El expresidente de la amb señaló que el apoyo a
un partido específico era casi como ser fanático del futbol: Si usted se convierte
en un fanático, al igual que algunos aficionados al futbol, usted no puede ver los
errores en ese partido. Eso es peligroso. Yo nunca he visto partidos, solo las personas.
En el sistema político del municipio, las asociaciones de residentes repre-
sentan formalmente a los habitantes de las favelas. A través de esta función, se
convierten en una pieza clave en el rompecabezas político: como representan-
tes, son el enlace entre el poder público y las favelas, lo que también las con-
vierte potencialmente en beneficiarias de los favores de los políticos a cambio
de apoyo. No hay una regla clara en torno a cómo este papel debería interpre-
tarse al interior de las asociaciones de residentes. Muchos miembros trataron
de trabajar dentro del sistema paternalista y utilizar su agencia para, de acuerdo
con su lógica interna, obtener bienes para sus comunidades en lugar de cues-
tionar de manera más general al sistema político. Por ejemplo, un miembro de
16
Una política del Partido da Social Democracia Brasileira (psdb) y miembro del consejo
de la ciudad de Río de Janeiro.
406
Residentes de las favelas
la amb sencillamente interpretó las campañas electorales como oportunidades
para obtener de los candidatos todos los beneficios posibles para las favelas:
Durante la próxima campaña podría haber una oportunidad de concluir la cons-
trucción del tanque de agua. amb recibió una carta del alcalde diciendo que conti-
nuarían la obra, y que los costos no importarían.
Bayat y Biekaart argumentan que a menudo los residentes de los barrios
desfavorecidos tienden a buscar la asistencia de oficiales, líderes locales u otras
personas consideradas de confianza a cambio de sus votos. Esto debido a que
en ocasiones la movilización es percibida como inútil o como un proceso largo
y difícil. Además, la operación simultánea de las ong, los partidos políticos,
los líderes locales y otros grupos de interés en las comunidades puede compli-
car la creación de cohesión en la comunidad y la formación de redes horizon-
tales (Bayat y Biekaart 2009, 820-821). Por su parte, Roberto DaMatta (2004,
1997) afirma que esta es una forma común de actuar en la sociedad brasileña,
basada en las relaciones y las jerarquías, no en individuos con derechos. Debido
al enfoque relacional de la sociedad brasileña, muchos podrían ver al sistema
paternalista como el más natural y apropiado, por lo que se espera que los polí-
ticos y los funcionarios públicos favorezcan a sus familias y a sus amigos.
No obstante, no todos en Babilônia y en Chapéu Mangueira están de
acuerdo con las prácticas paternalistas. Muchos miembros prominentes de las
asociaciones de residentes rechazaron el clientelismo, apuntando que es un
error intentar depender de “ganancias rápidas” del sistema, ya que eso implica
que los verdaderos cambios rara vez se materialicen. Así lo expresó un exvice-
presidente de la amb y lo sugirió un expresidente de la aacm:
La gente piensa que están siendo inteligentes sacando provecho durante el año
electoral, pero en última instancia eso nunca funciona. Durante sus mandatos,
los políticos roban todo lo que pueden, y durante el año electoral invierten una
pequeña parte en la campaña y en proyectos en las favelas, contratando gente
para trabajar para ellos. De esta manera, los políticos reciben mucha visibili-
dad, pero los beneficios para los residentes de las favelas son muy insignificantes
y, sobre todo, la estructura del poder no cambia y el favelado permanece en su
papel marginado (Exvicepresidente de la amb).
407
Saila-Maria Saaristo
Nosotros, nuestra generación, nos consideramos los románticos del movimiento
comunitario, porque nunca aceptamos las propinas [sobornos] de los políti-
cos, ningún tipo de limosna. Mi gestión y yo nunca lo aceptamos, porque desde
el momento en que se aceptan, la comunidad está vendida (Expresidente de
la aacm).
Estos exmiembros de la amb y de la aacm, radicales en sus puntos de
vista, ofrecieron un análisis alternativo de la estructura de la política brasileña.
Ellos deseaban cambiar el papel de los residentes de las favelas en la sociedad y,
sobre todo, la forma en la que el habitante de la favela es visto por la sociedad,
transformarlos en ciudadanos verdaderos, con derecho a la ciudadanía sustan-
tiva. Sin embargo, a pesar de tener una considerable influencia en las favelas,
no tuvieron éxito en convencer a los actuales dirigentes de las asociaciones
de la necesidad de adoptar una visión más radical frente al sistema político
brasileño. Por lo tanto, en el caso de la amb y de la aacm, los miembros de las
asociaciones de residentes no compartían la misma visión sobre la importan-
cia de alcanzar una transformación política más general. Sus posiciones con
respecto a esta cuestión permanecían internamente incoherentes, con unos
favorables a la búsqueda de asistencia, y otros partidarios de la movilización
más transgresiva.
Guerra en la favela
En la década de 1980 se presentó un fenómeno que afectó profundamente a las
favelas de Río de Janeiro: el crimen organizado y el tráfico de drogas poco a poco
se hicieron más presentes. Debido a sus características territoriales, las favelas
se convirtieron en lugares propicios para el embalaje y distribución de cocaína.
El tráfico de drogas en las favelas no era un fenómeno nuevo, pero a medida
que se intensificaba, las organizaciones criminales comenzaron a disputarse
el control de ciertas áreas, y su presencia se hizo más visible para aquellos que
no participaban en dicha actividad. Como lo expresó un expresidente de la
amb:
408
Residentes de las favelas
El tráfico de drogas existía previamente en la comunidad, pero era muy dife-
rente cuando lo organizaban los jóvenes de nuestra comunidad. Ellos nos res-
petaban porque eran nuestros hijos y no quisieron apuntar sus armas hacia
nosotros. A mediados de los años noventa mataron al líder del cv [Comando
Vermelho]17 en Babilônia, y trajeron aquí a un nuevo jefe de fuera de la Babi-
lônia. Todo cambió.
En muchos aspectos, y en cierto grado, las organizaciones de trafican-
tes de drogas se han convertido en Estados paralelos en las favelas, donde el
Estado formal está en buena medida ausente, pues su prestación de servicios
sociales es limitada, y los servicios de seguridad, inexistentes. En Babilônia y
en Chapéu Mangueira las bandas de drogas cobran impuestos a los comer-
ciantes, organizan el servicio de taxi en moto y resuelven las disputas entre los
residentes. Es imposible iniciar cualquier negocio, trabajo de construcción o
un proyecto social sin antes obtener el permiso de los narcotraficantes. Para-
dójicamente, dichas bandas también aportan seguridad en las favelas. Puede
ser que no vacilen en matar a sus rivales pero, por otro lado, no aceptan cual-
quier otro tipo de delitos, pues no quieren que la policía entre a la favela. Por
lo tanto, los robos, las violaciones y otras actividades criminales están estricta-
mente prohibidas, y si ocurren, los traficantes de drogas castigan duramente a
los perpetradores —algunos residentes incluso me dijeron que ahora pueden
dormir tranquilamente con sus ventanas y sus puertas abiertas—. Las pandi-
llas también resuelven conflictos entre los residentes, por lo que era común
intimidar a un vecino con la amenaza de quejarse con la boca de fumo (el lugar
donde se venden las drogas en la favela) en caso de desacuerdo. Incluso, algu-
17
Comando Vermelho (Comando Rojo) es una de las organizaciones criminales más anti-
guas de Río de Janeiro. Tiene su origen en la década de 1970, cuando metían a los presos
políticos en las mismas prisiones con otros delincuentes. Durante mucho tiempo, espe-
cialmente en la década de 1990, fue la organización criminal más fuerte de Río de Janeiro,
la que controlaba el tráfico de drogas en la ciudad; sin embargo, en la década de 2000 se
debilitó considerablemente cuando muchos de sus líderes fueron asesinados o encarce-
lados, entonces otras organizaciones criminales se hicieron más fuertes.
409
Saila-Maria Saaristo
nos residentes alabaron a los traficantes de droga por su “trabajo social”, pues
en algunos casos financiaban la guardería o construían mejores viviendas para
la gente de la favela. Un jefe local de la droga fue especialmente apreciado, pues
otorgó nuevos departamentos para las personas que vivían en los precipicios
más peligrosos.
De manera que, las bandas de drogas podían ofrecer cierta seguridad, pero
también creaban una mayor incertidumbre y marginalización para todos los re-
sidentes de las favelas; así, en Río de Janeiro, la violencia en las favelas se con-
virtió en una excusa más para reprimir a los que allí viven. Los ciudadanos de
clase alta y media en Río comenzaron a exigir que la policía tomara medidas
contra lo que ellos interpretaban como una creciente amenaza para su seguri-
dad. La vieja yuxtaposición de morro y asfalto resurgió rápidamente pero en
una nueva forma, pues ahora las favelas se veían como espacios para el tráfico
de drogas y sus residentes eran vistos como violentos traficantes de drogas. Así
comenzó a desarrollarse la idea de un verdadero apartheid socioespacial entre
las favelas y el resto de la ciudad (Souza 2000; Valladares 2005, 143; Fernandes
2007b).
En Babilônia y en Chapéu Mangueira la violencia empeoró durante mi
trabajo de campo, cuando la organización criminal rival ada (Amigos dos
Amigos)18 estaba tratando de conseguir apoyo en las favelas. A principios de
2008, la situación culminó en enfrentamientos violentos entre las dos bandas
de narcotraficantes y la policía, lo cual perturbó profundamente a los residen-
tes de las favelas. La policía hacía entradas mediáticas a las comunidades, atacán-
dolas con perros y vehículos blindados o apareciendo a las 7:30 de la mañana,
cuando las calles estaban llenas de niños que iban a la escuela, apuntando sus
ametralladoras a todo el mundo. También solían volar en helicóptero sobre las
favelas, descendiendo tan cerca que los techos de las casas casi volaban. Los
residentes de las comunidades comentaban que la policía se empeñó en esas
acciones solamente para alardear:
18
Amigos dos Amigos (Amigos de los Amigos) nació en la década de 1990 en las cárceles
de Río de Janeiro, cuando su fundador fue expulsado del Comando Vermelho después de
haber matado al líder de la banda en ese momento.
410
Residentes de las favelas
La policía solo quiere hacer bonitos titulares en los periódicos, para mostrar
a la élite cómo castigan a los residentes de las favelas. Si quisieran hacer algo
por la violencia, que vengan por la noche, cuando el tiroteo entre ada y cv está
pasando. En vez de eso, vienen por la mañana para asustar a los niños y a los
residentes que respetan las leyes (Residente, 22 años, Babilônia).
La amb tuvo una reunión de emergencia, durante la cual muchos resi-
dentes se quejaron por el saqueo de sus casas mientras estaban ausentes:
La policía rompió las cerraduras de la puerta y buscaron por toda la casa,
tirando todo al suelo y dejándola hecha un desastre. Tenía algo de dinero en
mi armario y desapareció (Exmiembro de la amb).
Acción del Estado: produciendo aún más violencia
Las medidas tomadas por el Estado en respuesta a la violencia han ignorado
por completo a las propias víctimas de la violencia. Río de Janeiro, a juzgar por
su estadística de homicidios,19 es una ciudad extremadamente violenta y diaria-
mente aparecen referencias a homicidios en los periódicos. Lo que a menudo
no se menciona es que los que mueren son en su mayoría jóvenes pobres,
negros y sin educación, de las favelas o de la periferia de la ciudad. Este seg-
mento de la población no se beneficia de la protección policiaca, al contrario.
De hecho, una significativa proporción de los homicidios es cometida por la
propia policía. Por ejemplo, en 2008, la policía mató a 604 personas en Río de
Janeiro, de un total de 2 630 muertes violentas (isp 2008), lo que significa que
la policía fue responsable del 23 % de los homicidios en la ciudad. Teresa Cal-
deira (2000, 110-111, 160) cita una serie de informes que muestran que la
Policía Militar que patrulla en las calles es responsable de muchas ejecuciones
inmediatas; y la Policía Civil, responsable de las investigaciones, emplea con
19
Disponible en la página de internet del Instituto de Segurança Pública (http://www.isp
.rj.gov.br/).
411
Saila-Maria Saaristo
frecuencia la tortura contra los presuntos delincuentes. De acuerdo con Leeds
(1996, 65), los oficiales de policía y funcionarios judiciales de alto rango
comentan que “rara vez hay delitos cometidos sin el permiso de la policía […]
cuando hablamos sobre el crimen organizado, en realidad estamos hablando
de la policía [y de que] el mayor problema en Brasil es la impunidad”. No es de
extrañar que Silva y Leite (2007, 39) expliquen que, en su investigación, de 150
residentes de favelas, solamente uno había tenido experiencias positivas con
la policía.
Por su parte, Goldstein (2003, 188) describe cómo sus informantes
utilizaban los términos “criminales”, “policía” y “policía-criminales” indiscri-
minadamente y de manera intercambiable.20 Ella sugiere que esto demuestra
cuan plenamente los residentes de las favelas reconocen la disfuncionalidad
del sistema de justicia: nadie sabe ya quién es criminal, quién es policía y
quiénes son ambos a la vez. En Babilônia y Chapéu Mangueira era del cono-
cimiento de todos los habitantes que las bandas de narcotraficantes sobor-
naban a la policía, y que esta se ponía del lado de quien pagaba más. Por lo
tanto, de nada servía la policía para los moradores, al contrario, solo contribuía
a aumentar aún más la sensación de inseguridad y la marginación de los resi-
dentes de las favelas.
Muchas personas de la clase media y alta apoyan firmemente las medidas
opresivas contra las favelas, como se demostró en las reacciones que provocó
la película Tropa de élite (Padilha 2007), una narración semificcional del actuar
de la Escuadra Especial de la Operación Policial de la Policía Militar de Río
de Janeiro. La película muestra la extrema brutalidad policiaca y la enorme
impunidad que priva en las favelas y, a pesar de que sus escenas sorprendie-
ron a muchos, numerosos cariocas de clases acomodadas aplaudieron esas
acciones: Esta es la manera de tratar a esa gente. Una de las participantes de la
investigación, que vivía en el área de asfalto de la zona sur, me preguntó: ¿Por
20
Además, hay otros grupos violentos que controlan los barrios de la ciudad; por ejemplo,
“las milicias” en la zona oeste. Se componen principalmente de agentes de policía o de
hombres expulsados de la policía y del ejército, dedicados a la extorsión de los residentes,
a quienes obligan a comprar sus supuestos servicios de seguridad.
412
Residentes de las favelas
qué estas personas viven en favelas si no quieren que las maten? Cuando las orga-
nizaciones de derechos humanos hicieron una campaña por el respeto de los
derechos de los residentes de las favelas, las personas con una mejor situación
social reclamaron que eso era “mimar a los criminales”. Setha M. Low (2001)
ha notado que los discursos sobre la violencia parecen esconder con frecuencia
otras preocupaciones, a fin de mantener las distinciones de clase, raza, etnia
o género, y precisamente este parece ser el caso en Río de Janeiro: las clases
medias y altas utilizan el discurso sobre la violencia para proteger sus propias
posiciones y reproducir el orden social y las jerarquías. Low (2001) describe
cómo las estrategias de exclusión basadas en la posición social y la exclusión
espacial en Estados Unidos, entre ellas la colocación de muros, puertas y guar-
dias de seguridad, producen un paisaje que codifica las relaciones de clase y
la segregación residencial (raza/clase/etnia/género) de manera más perma-
nente en el entorno construido. Este paisaje está, a su vez, legitimado por un
discurso sobre el miedo a la delincuencia y la violencia. En el caso de la zona
sur, las favelas y los barrios de clase alta todavía coexisten lado a lado, lo que
impide la exclusión física completa; no obstante, la separación se logra a través
de la exclusión social, política y económica de los espacios de las favelas.
Un proyecto de investigación coordinado por Maria Rezende de Car-
valho et al. (1998) llegó a la conclusión de que la mayor parte de los residentes
de las favelas de Río de Janeiro no se veían a sí mismos como diferentes de los
otros grupos de la población de la ciudad. Por otro lado, reconocen que, no obs-
tante, su lugar de residencia es utilizado para justificar políticas discriminatorias,
como las redadas policiacas en las favelas, las violaciones de los derechos huma-
nos, la ausencia de derechos sociales y la discriminación en las solicitudes de
trabajo. Mientras tanto, está ampliamente reconocido que las favelas de Río
de Janeiro son muy diversas tanto geográfica como social, cultural y económi-
camente, pero a menudo el mundo plural de las diferentes favelas es reducido
a una sola categoría (Valladares 2005, 151; Zaluar y Alvito 2006): el mundo
de los favelados y su cultura supuestamente marginal. Para los políticos, el “Fin
a la violencia y al tráfico de drogas” y la “Guerra contra las drogas” han sido
lemas eficientes para ganar votos, y constituye una práctica común implemen-
tar redadas policiales mediatizadas en las favelas poco antes de las elecciones.
413
Saila-Maria Saaristo
Agencia en la zona de guerra
La legitimidad de las bandas de narcotraficantes en las favelas se ha analizado
en términos de la ausencia del Estado en las comunidades (Leeds 1996; Bur-
gos 2006; McCann 2006), pero yo observé que la mayoría de los habitantes
de las favelas ni siquiera consideró la posibilidad de que la policía pudiera
protegerlos. Casi por definición, la policía es calificada como ajena y hostil
a los residentes de las favelas, lo cual es comprensible en el contexto actual.
Por lo tanto, otros sistemas de control parecían perfectamente naturales. Toda
la gente busca una sensación de seguridad en las agrupaciones sociales —ya
sean establecidas por el Estado o por algún grupo social con una lógica espa-
cial diferente— (Migdal 2004, 14-15). En las favelas, las bandas cuestionan
al Estado con la presentación de un código alternativo, con mapas mentales y
sus propios puntos de control para las personas que viven en el área. Para los
residentes de las favelas, la situación es muy desafiante, y como nota Migdal,
a la gente le gusta definir sus mapas mentales como permanentes, cuando en
realidad son muy propensos a cambios. Los residentes de las favelas tienen que
estar preparados para rehacer el mapa del terreno social en cualquier momento
a fin de encontrar seguridad en situaciones difíciles.
En el contexto de la discriminación estructural, unirse a las bandas de
narcotraficantes puede considerarse como una forma de resistencia a las es-
tructuras de poder existentes en la sociedad. A pesar de que son conscientes
de los peligros que esto implica, para muchos jóvenes, las bandas de drogas
ofrecen una manera más factible de lograr la riqueza y el poder que los me-
dios legales, ya que estos significarían largas horas de trabajo mal pagado. A
este rechazo de la estructura dominante, Castells (2000, 8-9) lo ha llamado la
“identidad de resistencia” o “la exclusión de los excluidores de los excluidos”.
En ciertas ciudades, como en Chicago, Ciudad del Cabo y Río de Janeiro, las
bandas de drogas institucionalizadas han nacido de la urbanización y la po-
breza, así como de los Estados debilitados, de la discriminación racial y étnica
y de la marginación social. Estas son ciudades que se han convertido en pasa-
relas importantes para el tráfico de drogas y en las que estas pueden venderse
en espacios fácilmente defendibles por las bandas, como las favelas. En todas
414
Residentes de las favelas
estas ciudades, las bandas también ofrecen una oportunidad para la juventud
local de encontrar en ellas una familia, un trabajo y una identidad, así como
nuevas emociones (Hagedorn 2008, 3-6; Misse 2010). Por lo tanto, esta estra-
tegia puede considerarse como de contención altamente transgresiva, ya que
se opone plenamente a la trayectoria ortodoxa y aceptada del desarrollo pro-
movida por los actores más poderosos.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que esta estrategia produce con
frecuencia resultados adversos para los residentes de las favelas, puesto que las
medidas represivas por parte del Estado aumentan y los habitantes son aún más
marginalizados. Como notan Bayat y Biekaart (2009, 821), aunque es usual
que las bandas también luchen contra la exclusión, al final permanecen en un
ciclo de violencia, porque es violencia lo que resulta: contra las élites, los polí-
ticos o la policía, pero sobre todo contra ellos mismos. Además, considerar al
tráfico de drogas y a las pandillas como una forma efectiva de resistencia difí-
cilmente puede hacer justicia a los sentimientos de muchos otros habitantes de
las favelas. La agencia de los residentes de las favelas está fuertemente limitada
en un territorio que se ha convertido en espacio de conflicto, con diferentes
grupos que luchan por su control. Los residentes no sabían si serían capaces
de vivir en sus hogares en los próximos años o si la comunidad se convertiría
en una zona de guerra total. Como lo expresó un exvicepresidente de la amb:
Aquí ha sido tranquilo durante tanto tiempo. Hemos incluso tenido mucho
orgullo de ser una comunidad tranquila. Me pregunto si todo va a cambiar de
pronto, y nuestras comunidades van a seguir el camino de tantas otras, cada
vez más y más violentas. Amo a mi comunidad, pero al mismo tiempo estoy
considerando la opción de mudarme.
En esta situación, el papel de la asociación de residentes se complica mu-
cho. Cuando un presidente de la aacm llamó a la policía para quejarse de una
incursión frente al jardín de niños, la respuesta fue que estaba protegiendo a
las bandas de narcotraficantes. Si uno habla con un criminal, la gente pensará que
estás aliado con los criminales. Si uno habla con la policía, la gente pensará que estás
aliado con la policía, se quejó. Un presidente de la amb me dijo que regular-
415
Saila-Maria Saaristo
mente recibe llamadas telefónicas, tanto de cv como de ada, conminándolo
a ponerse de su lado. Tampoco cooperaría con la policía, porque la considera
corrupta: si alguien les da información, sin duda que algunos oficiales propor-
cionarían a las bandas de narcotraficantes el nombre del informante.
Los presidentes de las asociaciones estaban preocupados y por una buena
razón: durante la década de 1990, ser presidente de una asociación de residen-
tes de las favelas se convirtió en uno de los cargos más peligrosos de Río de
Janeiro. McCann (2006, 157) cita una investigación según la cual, entre 1992
y 2001, alrededor de cien presidentes de las asociaciones de residentes de las
favelas fueron asesinados, y otros cien expulsados de sus comunidades. De
acuerdo con un expresidente de la aacm: El presidente no tiene ninguna otra
opción que tener un montón de jogo de cintura [astucia/inteligencia] y la espe-
ranza de que ninguna de las personas involucradas lo mate. Llevarse bien con todo
el mundo es de vital importancia.
Acercarse demasiado a cualquier banda de narcotraficantes también era
peligroso, porque en el caso de que una banda rival realice una invasión exi-
tosa, el nuevo “dueño” de la comunidad no sería favorable a una persona que
se hubiera aliado con sus enemigos. La estrecha cooperación con cualquiera
de las bandas de drogas también expondría al presidente a las críticas por parte
del Estado y de la policía. Esta situación hace el trabajo de las asociaciones de
residentes cada vez más difícil. Por un lado, como representantes de la favela,
necesitan consultar y hablar con todos los actores relevantes en la comunidad,
pero, por el otro, los diferentes actores con presencia en la comunidad (poli-
cía, milicias, bandas de narcotraficantes) no se consideran legítimos entre sí y
prohíben cualquier interacción con la oposición.
Conclusión
En este capítulo he mostrado cómo las dos clases de ciudadanía y la marginali-
zación de los residentes de las favelas surgen del profundo sistema de jerarquía
estructural y de la visión urbana neoliberal que incluye la mercantilización de la
ciudad. Varios mecanismos estructurales contribuyen a mantener la separación
416
Residentes de las favelas
de clases y prevenir el ascenso social de las clases más bajas de la zona sur de
Río de Janeiro. Las medidas represivas y humillantes a las que son sometidos
los residentes de las favelas se han legitimado a través de discursos sobre la
violencia y la marginalidad de quienes viven en las favelas. Aunque se supone
que la violencia es simplemente una consecuencia del tráfico de drogas y que
las favelas están consideradas como lugares donde ocurre dicho tráfico, sus
residentes son vistos como traficantes y criminales, o al menos como cómpli-
ces o protectores de los criminales. Estos discursos construyen a las favelas a
manera de espacios de violencia y ocio, lo que contribuye a aumentar aún más
la precariedad de sus residentes. También son discursos utilizados para justi-
ficar los desalojos que liberan los terrenos para fines más rentables. A pesar de
que quienes realmente sufren la violencia son los segmentos más pobres de la
sociedad, muy pocas veces sus voces son escuchadas en la planeación de las
soluciones. El Estado no considera a los residentes de las favelas como suje-
tos capaces de analizar su propia situación y de sugerir respuestas adecuadas
en términos de prácticas y políticas que pudieran aumentar la seguridad y el
acceso de los ciudadanos a la ciudad. En lugar de ello, la respuesta del Estado
ha sido paternalista y violenta, lo que incrementa la escalada de la violencia
y arrincona aún más a los jóvenes de las favelas, quienes sucesivamente son
empujados a utilizar estrategias de contención altamente transgresivas, que
rechazan completamente la estructura dominante de la sociedad.
Las acciones de las asociaciones de residentes de las favelas han contri-
buido tanto a reproducir como a desafiar las estructuras de poder en la socie-
dad. La percepción sobre cuál es la mejor forma de contribuir al desarrollo
de las favelas varía mucho dependiendo de la persona y su visión del mundo.
Las diferentes estrategias de movilización utilizadas por los miembros de las
asociaciones de residentes no conforman un frente unido de resistencia ni
concuerdan con el sistema actual, sino que trabajan desarticuladamente en
diferentes direcciones. En el pasado, los residentes simplemente intentaban
contribuir a las mejoras de su comunidad con su trabajo, mediante la cons-
trucción de la zona por sí mismos y luego reivindicando sus derechos a partir
de la idea de los derechos de colaborador. Actualmente, la administración de
las asociaciones de residentes parece en gran medida adherirse a las reglas del
417
Saila-Maria Saaristo
paternalismo político buscando asistencia, pero, al mismo tiempo, contribu-
yendo a mantener el sistema en su lugar. No obstante, otros activistas de las
asociaciones hacen un análisis más detallado de la situación estructural en la
que viven, y tratan de contribuir activamente para cambiar la noción de ciuda-
danos de segunda clase y desafiar la noción neoliberal de participación.
Las asociaciones de residentes de las favelas han contribuido a cambiar
la imagen de sus habitantes, desde la de un grupo de población sujeto al pa-
ternalismo y a la represión política, hacia un perfil de agentes activos en la
política, que demandan la ciudadanía de primera clase y el derecho a la ciu-
dad. Entre algunos de los residentes, los ejemplos positivos del actuar de las
asociaciones, de su propio poder y de su capacidad han producido una fuerte
identidad local, estimulando el orgullo, la autoestima y también la fe en su pro-
pia agencia y en la posibilidad de lograr cambios en las estructuras actuales.
Sin embargo, este progreso está lejos de consolidarse, y constantemente se ve
amenazado por la política clientelista y neoliberal. La respuesta del Estado a
la violencia ha regresado repentinamente los derechos civiles de los residen-
tes de las favelas treinta años atrás. En los momentos de crisis, el Estado ha
mostrado la tendencia de volver a las viejas estructuras de poder y privar a los
residentes de las favelas de los avances que habían logrado.
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10
Gobernanza neoliberal de riesgos
y vulnerabilidades en acuajes urbanos en México*
Anja Nygren
Universidad de Helsinki
Introducción
Los desastres asociados con huracanes, tormentas e inundaciones están cau-
sando un sufrimiento abrumador a las poblaciones y enormes daños a la infra-
estructura en ciudades densamente pobladas. En particular, las inundaciones
catastróficas son una causa frecuente de devastación masiva. Según el Panel In-
tergubernamental sobre el Cambio Climático (ipcc 2014), la pérdida de vidas
humanas y bienes económicos debida a inundaciones representa uno de los
* Este artículo es una versión revisada del artículo de Anja Nygren (2016), “Socially Differ-
entiated Urban Flood Governance in Mexico”, Journal of Latin American Studies 48 (2):
335-365. El estudio fue financiado por la Academia de Finlandia (131739). Agradezco
a los habitantes de Villahermosa y a las instituciones gubernamentales, compañías pri-
vadas y organizaciones no gubernamentales (ong) que cooperaron con las entrevistas.
La contribución de Elina Isomarkku y Raúl Teno fue muy valiosa en cuanto al trabajo
de campo. Además, agradezco a Javier Auyero, Eeva Berglund, Leticia Durand, Arturo
Escobar, Fernanda Figueroa, Elena Lazos, Turo-Kimmo Lehtonen, Christina Linsenme-
yer, Adrián Monge Monge, José Filipe Pereira da Silva, Björn Sletto, Anne Cristina de la
Vega-Leinert y a los árbitros anónimos, quienes ofrecieron comentarios constructivos
sobre diferentes versiones del manuscrito.
423
Anja Nygren
principales riesgos relacionados con el cambio climático en países con rápida
urbanización, como lo es México. Para mitigar estos riesgos, se han establecido
programas intensivos de gobernanza de inundaciones en zonas urbanas en di-
ferentes partes del mundo.
Este capítulo se enfoca en las inundaciones catastróficas ocurridas en la
ciudad de Villahermosa, en el sureste de México, para analizar cómo la gober-
nanza socialmente diferenciada del agua afecta a diferentes sectores y grupos
sociales en la ciudad. En particular, el texto aborda las siguientes preguntas
de investigación: ¿de qué manera los discursos institucionales y las políticas
de gobernanza determinan la distribución socioespacial de los riesgos y las
vulnerabilidades ambientales en las ciudades frágiles? ¿Cómo se forjan en la
gestión ambiental las posiciones categóricas de diferentes grupos de residen-
tes? ¿Cómo perciben los residentes de diferentes clases sociales los cambios
en sus relaciones con el agua y en su acuaje? ¿Cuáles son las oportunidades de
los ciudadanos para negociar y rebatir los discursos y formas de gobernanza o
para desafiar las posiciones sociales que las políticas institucionales les atribu-
yen? El término acuaje (en inglés waterscape) significa aquí un paisaje acuático,
donde lo natural y lo social, así como lo hidrológico-ecológico y lo político
interactúan intrínsecamente.
Las estrategias de gobernanza de las inundaciones, tanto en México
como en muchos otros países, se han dirigido convencionalmente a proteger
a las poblaciones urbanas de desastres mediante la construcción de represas,
muros de contención y el desvío del agua con canales y diques. Reciente-
mente, se percibe un cambio de estas medidas tecnocéntricas hacia estrategias
integrales que promueven la adaptación humana a las inundaciones en lugar
de resistirse a ellas (Pahl-Wostl et al. 2007; Ashley et al. 2014). Este artículo
demuestra que las estrategias predominantes de gobernanza de las inundacio-
nes están basadas en formas híbridas de gobernanza neoliberal, donde la pre-
vención tecnológica de riesgos está vinculada a programas que promueven la
autorresponsabilización social y la adaptación cultural.
Las formas híbridas de gobernanza neoliberal se refieren a un tipo de
racionalidad política y formas de gobernar donde diversos actores públicos, pri-
vados y de la sociedad civil, junto con la ciudadanía, participan con múltiples
424
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
mecanismos y formas de conocimiento (Ferguson 2010). De manera que en
este estudio se concibe al neoliberalismo como un “arte de gobernar”, en el sen-
tido propuesto por Michel Foucault. Según el marco conceptual foucaultiano,
las racionalidades dominantes de gobernanza determinan los mecanismos de
control y las formas de “disciplinar” tanto a la gente como al medio ambiente.
Una característica de la forma neoliberal de gobernar es el énfasis en la cogober-
nanza pública-privada y la autogestión ciudadana (Himley 2008; Fraser 2009;
Brenner, Peck y Theodore 2010; Ferguson 2010; Rinne y Nygren 2016).
En contraste con la expectativa de que las estrategias de gobernanza con
carácter integral y social mejorarían la calidad de los programas de gobernanza
y facilitarían su exitosa aplicación, este estudio sugiere un análisis más a fondo
del papel de la participación ciudadana en las nuevas formas de gobernanza.
Esto es importante, puesto que sin una cuidadosa revisión de las condicio-
nes de participación y las relaciones de poder involucradas, es difícil enten-
der cómo la “conducción de la conducta” (Foucault 2007, 193) implicada en
la gestión neoliberal se implementa en la práctica. Con base en el trabajo de
campo etnográfico realizado entre 2011 y 2016, en tres barrios socialmente
diferenciados de la ciudad de Villahermosa, esta investigación se centra en los
papeles y las responsabilidades que los procedimientos neoliberales de gober-
nanza asignan a los diferentes grupos de residentes, y en las implicaciones que
tienen estas estrategias en sus percepciones sobre el acuaje, las inundaciones y
las causas y consecuencias de las vulnerabilidades socialmente diferenciadas.
En comparación con la proliferación de estudios sobre la desigualdad y
la segregación social en América Latina (Caldeira 2008; Roberts 2010; Wig-
gle 2010; Centner 2012), la gobernanza ambiental urbana ha recibido poca
atención. Además, los estudios que existen se concentran en asentamientos
marginales (Aguilar 2008). Este trabajo se enfoca en tres áreas socioeconómi-
camente diferentes en Villahermosa: 1) Tabasco 2000, una zona residencial
de clase alta; 2) El Guayabal, un barrio de clase media, y 3) Gaviotas Sur, un
asentamiento informal de bajos ingresos y zona de comercio ambulante. Vi-
llahermosa se caracteriza por una notable segregación social, propia de muchas
ciudades en América Latina. Este estudio demuestra cómo las diversas formas
de gobernanza de las inundaciones se vinculan con la posición socioeconómica
425
Anja Nygren
de los residentes, con la desigual exposición a los riesgos y vulnerabilidades,
así como con las distintas oportunidades para recuperarse de las inundaciones
catastróficas.
Las cambiantes condiciones ambientales y sociopolíticas en muchas ciu-
dades de América Latina proporcionan un escenario fecundo para analizar los
procedimientos de gobernanza neoliberal y sus resultados socialmente diferen-
ciados. Como lo señala Pelling (2003, 77), la tecnología para mapear los riesgos
ambientales, construir casas seguras y diseñar ciudades sostenibles existe. El
problema más bien es que las formas de gobernanza y las relaciones de poder a
menudo socavan los esfuerzos orientados hacia procedimientos justos. Esto es
especialmente cierto en muchas ciudades de América Latina, donde un gran
número de personas marginadas viven en asentamientos precarios con altos
niveles de pobreza, mientras las élites se aíslan en fraccionamientos cerrados,
con servicios privados de saneamiento, salud y seguridad (Aguilar 2008; Wat-
son 2009; Caldeira 2015). A través de un análisis etnográfico de las estrategias
institucionales de gobernanza y de las tácticas de los residentes para recon-
figurar y resistir los mecanismos institucionales que cambian sus acuajes y
sus formas de vivir, el siguiente análisis muestra cómo las formas dominantes
de gobernanza tienen el objetivo de hacer gobernables a ciertos grupos de la
población, a sus entornos y a sus relaciones con el acuaje, aunque son incapa-
ces de erradicar los esfuerzos dispersos de resistencia.
Enfoques teóricos: la gobernabilidad híbrida
y la gobernanza inversa
Este estudio se basa en un enfoque teórico de la gobernabilidad posfoucaul-
tiano, con el fin de analizar cómo las estrategias institucionales de gobernanza
se diferencian socialmente en la ciudad y cómo la producción de riesgos de
inundación está vinculada a la diferenciada producción del espacio urbano. De
acuerdo con Foucault (2003), todas las formas de gobernabilidad acarrean,
implícita o explícitamente, las aspiraciones de dirigir la conducta humana ha-
cia ciertos fines. A través de relaciones multifacéticas de poder-conocimiento,
426
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
las estrategias de gobernanza son aplicadas, interpretadas y resistidas de ma-
nera selectiva dentro de las fluctuantes arenas de la política y el poder. Las
perspectivas posfoucaultianas sobre la gobernanza enfatizan no solo en los dis-
cursos políticos, sino también en las prácticas políticas y sus interconexiones
(Fraser 2009; Nygren 2016), y ofrecen ángulos interesantes para analizar qué
es lo que varios tipos de autoridades quieren que suceda, qué objetivos persi-
guen y a través de cuáles estrategias y mecanismos (Rose 1999, 20). Se pueden
obtener detalles importantes sobre los impactos socialmente diferenciados de
la gobernanza neoliberal mediante el análisis de las posiciones sociales que las
formas de gobernanza asignan a los diferentes grupos de residentes de una ciu-
dad socialmente segregada; de igual forma, sobre cómo las posiciones sociales
de dichos residentes determinan sus oportunidades de actuar frente a la go-
bernabilidad neoliberal (McCarthy y Prudham 2004; Brenner, Peek y Theo-
dore 2010; Collier 2012). Este enfoque proporciona estrategias analíticas que
trascienden los supuestos normativos de buena y mala gobernanza, típicos en
muchos estudios de política pública, así como supera la visión dicotómica de
las estrategias de tipo “liberadora versus represiva” que caracteriza a varios en-
foques convencionales utilizados en los estudios sobre los movimientos socia-
les (Auyero y Swistun 2009; Mckee 2009).
Basado en las ideas posfoucaultianas de la gubernamentalidad, Bogaert
(2011) ofrece un análisis inspirador de cómo el Estado aumenta su control
sobre el territorio urbano en Marruecos mediante la implementación de for-
mas autoritarias de gobernanza neoliberal, ello con el fin de regular los asen-
tamientos informales y a sus poblaciones. Igualmente interesante es el estudio
de Nielsen (2011) sobre las tácticas locales de “gubernamentalidad inversa”
en Mozambique, donde analiza los esfuerzos de los residentes informales para
imitar y reconfigurar las normas definidas por el Estado sobre la planificación
urbana. Inspirado en dichos análisis, este estudio se enfoca en la gobernanza
de inundaciones en la ciudad de Villahermosa como un conjunto de formas
híbridas de la gobernabilidad neoliberal, implementado por diversos actores
de los sectores gubernamental, privado y de la sociedad civil. El estudio contri-
buye a la discusión teórica sobre la gobernanza neoliberal arrojando luz sobre
la complejidad de la gobernanza en situaciones donde los legados del control
427
Anja Nygren
estatal y las relaciones de clientelismo se mezclan con las ideas neoliberales de
cogestión pública-privada y autogestión ciudadana (Collier 2009).
Este estudio explora la implementación de mecanismos de gobernanza
neoliberal en tres sectores socioeconomicos diferentes de Villahermosa. Me-
diante el análisis de las formas ambiguas de gobernar en una ciudad socialmente
segregada, se muestra cómo se produce, negocia y resiste la diferenciación so-
cioespacial de exposición a riesgos de inundación y a vulnerabilidades cotidia-
nas por medio de las relaciones políticas y de poder.
Además del control del territorio urbano, las formas de la gobernanza
neoliberal se enfocan a orientar la conducta de la población ( Jessop 2007). A
través de la regulación indirecta, las instituciones gubernamentales, las empre-
sas privadas y los grupos de la sociedad civil tratan de “dirigir” a los ciudadanos
para que internalicen las formas emergentes de la gobernanza neoliberal, las
cuales implican supervisión gubernamental, cogobernanza pública-privada y
participación ciudadana guiada (Swyngedouw 2005; Fraser 2009, 125-126).
En el centro de estas estrategias está el intento de vincular los programas educa-
tivos que tienen como objetivo aumentar la adaptación sociocultural de la gente
para convivir con el agua con los procedimientos tecnocéntricos de control de
las inundaciones para crear un orden socioespacial. Lo que está en juego no es
simplemente la ampliación de la gobernanza neoliberal bajo la fachada de la
participación local, sino también el cambio hacia técnicas de control indirecto
en los dominios socioespaciales (Weszkalnys 2008, 255).
Cuando se examinan a través de nociones posfoucaultianas, las medi-
das de control de inundaciones y los programas de adaptación social apare-
cen como proyectos íntimamente entrelazados. El objetivo implícito de estos
programas es facilitar el ajuste de los residentes a las ideas neoliberales que
promueven un incremento de la autorresponsabilidad. Al mismo tiempo, la
distribución desigual de las vulnerabilidades ambientales y sociales se deja de
lado: se pone poca atención en cómo la planificación y la política socialmente
segregada empuja a ciertos grupos sociales a ocupar espacios de por sí inhabi-
tables, mientras que otros grupos controlan los espacios menos vulnerables.
Aquí, el enfoque posfoucaultiano para la gobernanza se combina con
teorizaciones recientes de posiciones dispersas y redes sociales flexibles, con el
428
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
fin de comprender las negociaciones y reacciones ambiguas de diferentes resi-
dentes frente a las estrategias de gobernanza imperantes. Estos debates sobre
las posiciones dispersas y las redes flexibles han diversificado el enfoque pos-
foucaultiano para la gobernanza, aportando nuevas ideas sobre las ciudades e
interpretándolas como conglomerados de identidades heterogéneas e inter-
secciones multifacéticas (Simone 2010a; Roy 2011). En lugar de considerar
a las diferentes secciones de una ciudad como esferas separadas, el enfoque
empleado en este estudio examina cómo las personas de diferentes partes de
la ciudad interactúan entre sí, y cómo los diferentes barrios forman un mosaico
en la geografía social urbana. Solo a través de este tipo de análisis relacional
es posible entender cómo la producción socialmente diferenciada del espacio
urbano contribuye a una distribución desigual de los riesgos ambientales y de
las vulnerabilidades sociales entre la población. Así, a través de una investiga-
ción sobre la forma en que los diferentes residentes conceptualizan la distri-
bución de riesgos y vulnerabilidades, y sobre cómo observan sus oportunidades
para reconfigurar las formas predominantes de gobernanza, este estudio mues-
tra la heterogeneidad de los esfuerzos de resistencia en el quehacer cotidiano
de la vida urbana.
La conceptualización de la gobernabilidad como una arena de reconfigu-
ración y disputa ofrece oportunidades para cuestionar los supuestos que dan
por sentado el poder hegemónico de los regímenes de gobernanza. Como lo
señala Nielsen (2011, 352), en lugar de “leer la ciudad de alguna manera a
través de esquemas particulares de poder, la ciudad se lee a sí misma constan-
temente”. En vista de que las autoridades gubernamentales con frecuencia no
cumplen lo que prometen, los residentes de diferentes partes de la ciudad refor-
mulan las normas oficiales con reglas improvisadas (Sletto 2012). A través de
tácticas inversas, cuestionan los discursos y actos de gobernanza dominantes,
aunque con diferentes grados de poder. Estos procesos requieren un análisis
detallado de las prácticas políticas y las experiencias cotidianas de gobernanza,
sobre todo en contextos sociopolíticos donde una variedad de estrategias polí-
ticas formales se mezcla con una diversidad de maniobras informales, y crean
una situación de pluralismo legal (Goldstein 2003; Nygren 2004; Mathews
2009; Auyero 2010).
429
Anja Nygren
Diversos estudios sobre los movimientos sociales han demostrado la
enorme variedad de formas de las luchas de resistencia (Carruthers 2008; Bayat
y Biekart 2009; Nygren 2014), entre ellos una rica literatura sobre movimientos
de oposición en barrios pobres y otros márgenes urbanos; sin embargo, como
indican Auyero y Swistun (2009, 8-12), muchos de estos trabajos son de poca
ayuda cuando se trata de analizar y comprender situaciones donde no existe
un movimiento social organizado y no hay consenso sobre cuáles son los ries-
gos más urgentes, donde más bien los ciudadanos se sienten confundidos sobre
los riesgos y divididos en torno a cómo manejarlos. Como mostrará el aná-
lisis siguiente, aunque los residentes de Villahermosa se involucran en diver-
sas tácticas inversas, sus relaciones con los riesgos y las vulnerabilidades están
enmarañadas en los entornos institucionales y las relaciones de poder, lo que en
conjunto da lugar a ideas ambiguas sobre las formas dominantes de la gober-
nanza, así como sobre la fragmentación de los esfuerzos para impugnarlas.
Villahermosa como un panorama de riesgo y vulnerabilidad
Villahermosa, capital del estado mexicano de Tabasco, tiene cerca de un millón
de habitantes. El auge petrolero en la década de 1980 provocó un rápido cre-
cimiento de la población, cuando las oportunidades de trabajo ofrecidas por
la industria petrolera y el sector de servicios trajeron a la región grandes can-
tidades de inmigrantes (García Meza 1993, 2). Esta ciudad se encuentra en
una zona húmeda tropical, la mayor parte a menos de diez metros por encima
del nivel del mar. La atraviesan dos grandes ríos —el Grijalva y el Carrizal— y
hay docenas de lagunas, muchas ya rellenas para extender la construcción del
espacio urbano. Debido a su ubicación, Villahermosa está expuesta a eventos
hidrometeorológicos extremos. Si consideramos que 31 % de las fuentes de
agua dulce de México se encuentran en el estado de Tabasco, y que la región
también es uno de los principales campos de extracción de petróleo y gas natu-
ral en el país, los desafíos relacionados con la gobernanza de diferentes riesgos
y vulnerabilidades ambientales son extraordinariamente altos (get 2010, 14).
430
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
En Villahermosa se han registrado inundaciones desde principios de
1800; sin embargo, una excepcionalmente devastadora ocurrió en 2007, y
desde entonces, la ciudad ha sufrido inundaciones graves anualmente. La de
2007 afectó a 1.5 millones de personas, y los daños se calcularon en tres mil
millones de dólares, equivalentes al 30 % del producto interno bruto (pib) del
Estado (Cepal 2008). Alrededor del 62 % de la ciudad estuvo inundado, y el
nivel de agua llegó hasta cuatro metros sobre el nivel de la calle en varios puntos.
La inundación de 2007 fue el resultado de una compleja interacción de
procesos biofísicos y sociopolíticos. En octubre de ese año, una tormenta tro-
pical provocó lluvias torrenciales extremas en la cuenca alta del río Grijalva:
entre el 28 y el 30 de octubre, la precipitación (996 mm) fue cinco veces mayor
que la media histórica. El nivel del agua en el embalse de la presa Peñitas
alcanzó cuatro metros por encima del nivel máximo de operación, hasta que
se abrieron los aliviaderos (Aparicio et al. 2009). Hubo fuertes debates en los
medios de comunicación y discusiones públicas sugiriendo que la inundación
sucedió porque las compañías eléctricas liberaron el agua desde el depósito
de la presa solo después de la declaración de emergencia, con el fin de maxi-
mizar los beneficios de la generación de electricidad (Rinne y Nygren 2016).
Esta acción retardada provocó un aumento excepcional en el nivel de agua río
abajo, por lo que en los siguientes días un volumen de agua equivalente a 2 055
metros cúbicos por segundo fluyó desde el río Grijalva hacia Villahermosa
(Perevochtchikova y Lezama de la Torre 2010).
La inadecuada planificación urbana y la expansión de asentamientos
en zonas de alto riesgo empeoraron aún más los impactos de la inundación
de 2007. Al examinar esta inundación desde una perspectiva socioespacial,
resulta evidente que las causas biofísicas no pueden separarse de los proce-
sos sociopolíticos multiescalares, incluida la gobernanza urbana socialmente
diferenciada. Desde esta perspectiva, los diferentes impactos de la inundación
en distintas partes de la ciudad no pueden entenderse sin tener en cuenta las
estructuras políticas que producen disparidades en la exposición de los habi-
tantes a los riesgos ambientales y a las vulnerabilidades sociales.
La opulencia de la zona residencial Tabasco 2000 se manifiesta en frac-
cionamientos cerrados que ofrecen alojamiento a los gerentes de negocios de
431
Anja Nygren
alto nivel, al personal directivo de la industria petrolera y a la élite política re-
gional con gran influencia en el diseño e implementación de la política pública.
Junto a residencias cerradas en las que se prohíben las actividades comerciales,
la zona incluye distinguidos complejos de negocios, centros comerciales, ho-
teles y restaurantes de lujo, así como un club de golf privado. Algunas partes de
Tabasco 2000 se construyeron en una zona de riesgo, rellenando el humedal y
edificando infraestructura de protección contra inundaciones.
El Guayabal es un barrio de clase media situado cerca del centro histó-
rico de la ciudad, con muchas oficinas gubernamentales y empresas de tamaño
mediano. La mayoría de los residentes son empleados de ingresos medios, por
ejemplo, maestros de escuela, funcionarios públicos y técnicos de la industria
petrolera. Aunque las inundaciones temporales se producen durante la época
lluviosa, la magnitud de la ocurrida en 2007 causó gran alarma entre los resi-
dentes de El Guayabal.
Gaviotas Sur es un asentamiento informal y una zona de comercio ambu-
lante situada en el área pantanosa que bordea el río Grijalva. Muchos de sus
residentes viven en chozas de lámina corrugada a lo largo de estrechas calles
o callejones lodosos, aunque también existen casas de concreto de una o dos
plantas. La mayoría de los residentes de Gaviotas Sur subsisten con trabajos
manuales, labores domésticas de tiempo parcial o en el comercio informal. El
área sufre inundaciones todos los años, pero durante la de 2007 el Gobierno la
declaró una zona especial de catástrofe.
Estas divisiones dentro de la ciudad no son meramente espaciales; cons-
tituyen también un principio de organización en la vida cotidiana de los resi-
dentes. Los habitantes de Tabasco 2000 tienen muchas oportunidades para
mitigar el impacto de las inundaciones, estas incluyen muros de contención,
sistemas de alerta temprana y amplios servicios de agua y saneamiento. Al
contrario, los residentes de Gaviotas Sur viven en condiciones precarias, con
derechos de propiedad poco claros, empleos irregulares y escasos recursos
para gestionar los riesgos. Las políticas recientes que conceden a proveedores
privados la provisión de los servicios de agua, saneamiento, salud y seguridad
han acelerado la diferenciación socioespacial en la ciudad. En Tabasco 2000
la prestación de servicios es en gran medida privada, en El Guayabal la gente
432
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
usa una mezcla de servicios públicos y privados, mientras que en Gaviotas Sur
los servicios informales complementan los escasos servicios prestados por la
municipalidad (Nygren 2018).
Estos asuntos muestran cómo la distribución socioespacial de la expo-
sición de los pobladores al riesgo de inundación está vinculada con el reparto
desigual de las vulnerabilidades diarias. A pesar de que todos los barrios —de
clase alta, media o baja— comparten el riesgo de inundaciones, las precarias
condiciones de vivienda de los residentes informales y el limitado acceso a los
servicios intensifican el impacto de esos fenómenos sobre ellos. Las formas
dominantes de planificación urbana tienden a proteger la calidad ambiental
de los barrios ricos por medio de infraestructura preventiva. Al mismo tiempo,
destinan áreas para industrias peligrosas y depósitos para residuos en los asen-
tamientos informales.
Entre 2011 y 2014 realicé cincuenta entrevistas en las cercanías de Tabasco
2000, El Guayabal y Gaviotas Sur, con el fin de comprender los puntos de vista
de los residentes sobre la gobernanza de las inundaciones. Las conversaciones
informales y la observación participativa fueron cruciales para tener una com-
prensión más detallada de sus experiencias en relación con las inundaciones y
sus percepciones sobre la política urbana. Además, entre 2011 y 2012, nuestro
equipo de investigación realizó una encuesta en los mismos sitios. Aplicado a
300 hogares, el cuestionario se enfocó en las condiciones de vida, la dotación
de servicios y la exposición de los residentes a los riesgos ambientales y las
vulnerabilidades sociales.
En los estudios sobre riesgos y vulnerabilidades rara vez se incluye a los
grupos de clase alta, en parte porque es difícil tener acceso a los lugares y per-
sonas privilegiadas. Esto fue evidente cuando hice el trabajo de campo en los
fraccionamientos de clase alta de Tabasco 2000. Ahí tuve que recurrir a varios
ajustes metodológicos para tener acceso y ganar la confianza de los residentes.
La observación participativa fue crucial para la recopilación de datos, espe-
cialmente en Tabasco 2000, ya que muchos de los residentes tenían sospechas
sobre el propósito de mi investigación y se mostraron recelosos de las notas
que hacía durante las entrevistas. Al ser empresarios, oficiales y políticos de
alto rango, procuraron proteger su privacidad.
433
Anja Nygren
Además, realicé 55 entrevistas con autoridades gubernamentales de los
niveles federal, estatal y municipal; con consultores privados de planificación
urbana y gobernanza de agua, y con miembros de ong. Estos datos fueron
complementados con el análisis de varios informes de políticas relacionadas
con las inundaciones, los planes de desarrollo urbano y documentos sobre
el ordenamiento territorial. La investigación de archivos y el análisis de los
periódicos regionales ayudaron a contextualizar los discursos sobre la gober-
nanza surgidos durante la investigación etnográfica.
El trabajo etnográfico es particularmente adecuado para el análisis deta-
llado de los argumentos sobre las relaciones de poder, las redes sociales y los
significados culturales relacionados con los discursos y prácticas de la gober-
nanza. La etnografía interpretativa, con su interés en conceptualizaciones
alternativas, ofrece un punto de vista crítico desde el cual desafiar la genera-
lización de comentarios sobre la gobernanza y la desigualdad (Cerwonka y
Malkki 2007, 14). Las experiencias de las personas sobre los riesgos y las vul-
nerabilidades y sus conexiones con la política cotidiana son difíciles de captar
a través de grandes encuestas. El análisis etnográfico que presento a continua-
ción pretende ilustrar el carácter socialmente diferenciado de la gobernanza
de las inundaciones y las maneras en que los residentes forjan, hacen frente y
resisten las formas dominantes de gobernanza. También busca mostrar cómo
los riesgos están sometidos a múltiples interpretaciones, dependiendo de
quién hace la racionalización de los riesgos y con qué fines.
Agendas multifacéticas de control y autorregulación
Discursos sobre la adaptación cultural y la participación ciudadana
En 2003, el proyecto para el control de inundaciones denominado Proyecto
Integral Contra Inundaciones (pici), dirigido por el Gobierno federal, se
estableció en Tabasco para proporcionar seguridad ambiental a Villahermosa
a través de la construcción de infraestructura para prevenir inundaciones,
como presas, canales y muros de contención. La inundación de 2007 brindó el
434
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
impulso para transformar estas medidas de control técnico en estrategias inte-
grales de resiliencia, con un programa revisado de gobernanza de las inunda-
ciones: el Programa Hídrico Integral de Tabasco (phit), establecido en 2008
(Conagua 2012). Este nuevo programa parte de la idea de que los proyectos
de infraestructura no previenen por sí mismos los desastres provocados por
las inundaciones, y que el control tecnológico debe vincularse a la adaptación
cultural y a la resiliencia social. Estas estrategias plantean cuestionamientos
importantes relacionados con las nociones posfoucaultianas sobre la goberna-
bilidad: ¿cómo el poder opera dentro de las nuevas formas de gobernabilidad y
cuáles estrategias se utilizan para gobernar? Una pregunta especialmente inte-
resante es ¿cómo los residentes se constituyen en sujetos? En 2011, esta última
pregunta comenzó a alterar mi investigación, sobre todo después de haber
entrevistado a un funcionario del Instituto de Protección Civil (ipc), quien
me explicó las nuevas estrategias de gobernanza de tal manera que invirtió mis
supuestos preliminares de trabajo. Él decía:
Ningún desastre es natural; más bien, los desastres son socialmente construi-
dos […] La gente tiene que tomar consciencia de los riesgos y saber cómo
manejarlos. Se necesitan campañas de educación y capacitación para promo-
ver la cultura de autogestión. Para que la gente entienda que, en caso de una
inundación, nadie me va a proteger, sino que tengo que protegerme yo mismo.
Todos los problemas ambientales son socialmente construidos, o sea, un asunto
de cultura. Desafortunadamente, mucha gente piensa que si tienen un pro-
blema, el Gobierno tiene que resolverlo. La gente no toma iniciativa por sí
misma (Funcionario del ipc 2011).
Opiniones similares fueron expuestas en varias entrevistas con funciona-
rios del Gobierno y con consultores de planificación urbana y de manejo del
agua. De acuerdo con estas autoridades y expertos, la gobernanza de las inun-
daciones no puede reducirse a un problema técnico, sino que el riesgo de
inundación es más bien un fenómeno sociocultural. Particularmente, los in-
genieros civiles responsables de la gestión de las inundaciones fueron los que
recalcaron que el control tecnológico de esos fenómenos no es suficiente para
435
Anja Nygren
prevenir consecuencias devastadoras, y consideraron que la creación de capa-
cidades sociales y la autorresponsabilidad ciudadana son clave para una gober-
nanza exitosa.
Este “giro social” en la gobernanza pone énfasis en la adaptación cultural
al riesgo. Curiosamente, las autoridades gubernamentales y los consultores pri-
vados entendieron la idea de la construcción social del riesgo al constatar que
distintos grupos sociales tienen diferentes capacidades culturales para adap-
tarse a las inundaciones. Así, los residentes de asentamientos informales fueron
considerados como individuos indiferentes a la construcción de un entorno
seguro de vida porque, según las autoridades, carecen de un conocimiento
profundo de los riesgos. Después de la inundación de 2007, el gobernador de
Tabasco apareció en los medios de comunicación exhortando a la población “a
calmarse y dejar de difundir rumores” (Tabasco Hoy 2007). Esta rumorología
se consideró un fenómeno especialmente relacionado con los pobres, quie-
nes fueron vistos por los funcionarios oficiales como reacios a adaptarse para
convivir con el agua. En general, la vulnerabilidad se relacionó con una actitud
cultural de indiferencia, sin prestar atención a las condiciones socioeconómi-
cas que hacen que algunos grupos sean más vulnerables que otros. Este énfa-
sis en la adaptación cultural despolitizó las intervenciones del Gobierno en el
manejo socialmente diferenciado de los riesgos.
Mientras que en décadas anteriores la gobernanza de las inundaciones se
centró en el control del territorio urbano a través de grandes obras de infraes-
tructura, la política actual se orienta hacia la gobernanza de las poblaciones
urbanas. Las estrategias que se desarrollan tienen que ver no solo con la legis-
lación y la regulación pública, sino también con la cogobernanza pública-pri-
vada y con incentivos basados en el mercado, que incluyen la privatización de
los servicios de agua, saneamiento y gestión de residuos. A fin de disminuir los
gastos públicos, el Gobierno subcontrata a prestadores privados y grupos de
la sociedad civil para realizar diferentes tareas de manejo de agua y provisión
de servicios. Estas medidas desafían la visión del Estado como promotor de
políticas públicas y proveedor de servicios, ya que sustituyen la noción de ser-
vicios públicos por la de sistemas privados.
436
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
A diferencia de las políticas anteriores, basadas en el control guberna-
mental de las inundaciones, las estrategias actuales asignan un papel clave a
la autorresponsabilización cívica. Varios funcionarios me explicaron que, en la
década de 2000, las directrices de política ambiental se redactaron como nor-
mas rigurosas para ser obedecidas, mientras que ahora la prioridad está en la
autorresponsabilización ciudadana.1 Como lo destaca el Programa Estatal de
Ordenamiento Territorial de Tabasco, el papel del Gobierno es facilitar que los
ciudadanos desarrollen iniciativas propias para cuidar de sus condiciones de
vida y mitigar su vulnerabilidad (get 2008).
Para incorporar eficientemente a los residentes en la gobernanza, las au-
toridades han contratado consultores privados y facilitadores de ong con ex-
periencia en métodos participativos, para promover programas de gobernanza
con orientación social. Muchas autoridades también hacen hincapié en in-
corporar en la gobernanza de las inundaciones a líderes políticos locales, los
llamados caciques, y a sus asistentes o achichincles, con el argumento de que
estas personas saben cómo controlar las confrontaciones. Como mediadores
entre los funcionarios públicos y residentes, se asume que los líderes tienen un
conocimiento íntimo de la política cotidiana y el carisma suficiente para co-
municarse de una manera socialmente eficiente, habilidades que se consideran
cruciales en la promoción de la autorresponsabilidad, tal y como lo señaló un
coordinador de los programas participativos:
Es importante incorporar a los líderes comunales en nuestras acciones, ya que
ellos saben cómo manejar a la gente. Queremos que el asunto sobre el riesgo
de la inundación no se convierta en un problema político, y por eso promove-
mos la participación civil. Es una forma de controlar que la gente no empiece
a movilizarse (Coordinador de Participación Cívica 2011).
Algo interesante sobre estas opiniones fue que, mediante este tipo de
comentarios calculados, las autoridades y los facilitadores confirieron a la
1
Entrevistas realizadas el 15 de febrero de 2011 y el 21 de febrero de 2011; discusión
grupal, el 17 de octubre de 2011.
437
Anja Nygren
participación ciudadana un carácter apolítico, al mismo tiempo que identifica-
ban a los líderes como un medio políticamente eficaz para controlar la movi-
lización social. De este modo, afirmaron que los riesgos de inundación son
construcciones sociales pero sin relación con la distribución desigual de vul-
nerabilidades.
En línea con el pensamiento neoliberal, las autoridades responsables de la
gobernanza de las inundaciones hicieron hincapié en que es importante que
la gente vuelva a adoptar la forma tradicional de “convivir con el agua” y que de-
sarrolle una “cultura del agua”. Explicaron que las personas en Tabasco tradi-
cionalmente se movían en cayucos o botes cavados en un tronco de árbol de
madera blanda y construían casas de dos pisos, donde el piso superior (ta-
panco) sirve para almacenar suministros cuando el nivel del agua sube. En las
nuevas propuestas de gobernanza, el conocimiento local se presenta como un
capital social valioso para promover una “cultura de resiliencia al agua”. Como
me explicó un funcionario de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos
Naturales (Semarnat):
No podemos conquistar a la Naturaleza, necesitamos estrategias de adapta-
ción y de autorregulación. Ahora utilizamos esquemas integrales de la gober-
nanza, donde involucramos a actores de diferentes niveles del Gobierno, del
sector privado y de ong para trabajar con los habitantes. Antes la gente se
adaptó a las condiciones de una zona de agua; pasaba la inundación y la
gente regresaba, limpiaba su casa y seguía viviendo normalmente. Ahora, con
cualquier creciente la gente se siente damnificada. Es importante aprender a
convivir con el agua nuevamente (Funcionario de Semarnat 2011).
Al presentar las formas participativas de gobernanza de las inundaciones
como un medio para volver a la acción colectiva tradicional, las autoridades
construyeron el pasado como un modelo para la responsabilidad cívica y la
adaptación cultural, el cual desplazaba la responsabilidad de la gestión de inun-
daciones hacia los residentes. Al mismo tiempo, ofrecieron pocas reflexiones
sobre la desigualdad en el acceso a la infraestructura de protección y a los ser-
vicios públicos. La información derivada de las entrevistas y encuestas de este
438
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
estudio indica que hubo grandes diferencias entre las personas que vivían en
zonas inundables en torno a quiénes fueron evacuados durante la contingen-
cia, por cuáles medios y a dónde, en cómo los barrios dañados fueron recons-
truidos, y sobre quién estuvo representado en la toma de decisiones sobre la
reconstrucción; todos temas sumamente relevantes para la justicia ambiental
(Bullard y Wright 2009; Wayessa y Nygren 2016).
Técnicas de gobernanza: la conducción indirecta de la conducta
Las nuevas estrategias de gobernanza de las inundaciones han generado dis-
tintos mecanismos para gobernar en los diferentes sectores socioeconómicos
de la ciudad. En los barrios ricos, instituciones gubernamentales y empresas
privadas están construyendo canales y muros de contención, e instalando
modernas estaciones de bombeo que eliminan rápidamente el exceso de agua
durante las inundaciones. Mientras tanto, a los habitantes de los asentamientos
informales se les pide amontonar sacos de arena, aunque todos saben que en
caso de una inundación catastrófica, es un esfuerzo meramente cosmético. El
Gobierno también realiza programas intensivos de sensibilización, partiendo
de que una de las principales causas de las inundaciones en los asentamientos
informales es la falta de una cultura del orden, que hace que la gente tire basura
a las calles y obstruya así los desagües. La idea implícita aquí es que los residen-
tes de estos asentamientos deben ser conscientes de que son ellos mismos los
responsables del elevado riesgo de inundaciones, y que deben transformarse en
ciudadanos responsables.
Al mismo tiempo, las autoridades prestan escasa atención a cómo la pro-
visión desigual de los servicios distingue a los barrios en términos de vulnerabi-
lidad, y cómo la gobernanza urbana sostiene las diferencias entre la ciudadanía,
pues los servicios públicos se convierten en privilegios que se otorgan según
la situación socioeconómica de los habitantes (Holston 2011; Earle 2012). La
falta de voluntad política para aplicar estrategias de prevención de riesgos en
los barrios pobres, considerados como lugares de desorden social y peligro
ambiental, crea un círculo vicioso de crecientes riesgos y vulnerabilidades. Al
439
Anja Nygren
enfatizar que las causas de los desastres por inundaciones son culturales, las
autoridades ignoran las causas políticas de la vulnerabilidad, incluida la margi-
nación socioeconómica, que obliga a los pobres a buscar vivienda en ambien-
tes propensos a las inundaciones (Murray 2009, 185).
Esta condición de vivir en entornos expuestos a riesgos y al margen de
la legalidad es lo que mantiene la vulnerabilidad cotidiana de los residentes de
Gaviotas Sur. Muchos hogares no tienen acceso a agua potable y los servicios
de saneamiento y salud son limitados; al respecto, las autoridades argumentan
que no tienen la responsabilidad de proporcionar servicios públicos a los asen-
tamientos ilegales. La imagen institucional de esos asentamientos informales
como zonas donde priva la ignorancia y una economía basada en el comercio
ambulante construye estas áreas como espacios que deben ser gobernados de
manera distinta al resto de la ciudad, mientras oculta las formas multifacéticas
en que los fraccionamientos ricos, las comunidades de clase media y los asen-
tamientos informales están vinculados a través de relaciones laborales y de la
prestación de servicios (informales).
En concordancia con las nuevas técnicas de gobernanza, Villahermosa se
ha convertido en una arena de grandes proyectos de zonificación y codifica-
ción. El objetivo de estos proyectos es identificar las zonas críticas de riesgo de
inundaciones y las poblaciones que las habitan. La mayoría de estas áreas están
situadas a orillas de los ríos y son ocupadas por los pobres. El Gobierno está
invirtiendo fuertemente en la regulación de la circulación del agua y de las per-
sonas en estas áreas. Hay proyectos para prevenir la construcción clandestina
de viviendas, mejorar la conciencia ambiental de los residentes y reubicar a los
vendedores ambulantes en mercados certificados con normas modernas para
la gestión de residuos. A las calles de Gaviotas Sur les han dado nombres ofi-
ciales, y las parcelas en los callejones fueron numeradas para identificar exacta-
mente quién está viviendo en las zonas de riesgo.
En mis entrevistas, las autoridades gubernamentales y los consultores
privados enfatizaron que el propio comportamiento de los residentes es un
factor importante que explica por qué las inundaciones tienen diferentes efec-
tos en los distintos barrios. Indicaron que los propios residentes de Gaviotas
Sur decidieron instalarse en una zona de riesgo y por eso son responsables de
440
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
las drásticas consecuencias de las inundaciones. Hubo poco reconocimiento
de que muchas de estas personas estaban obligadas a ocupar terrenos bal-
díos por razones de supervivencia. En mis entrevistas con los residentes de
Gaviotas Sur, muchos señalaron que, de hecho, los líderes políticos los habían
convencido de establecerse allí con el fin de obtener sus votos. Por su parte,
las autoridades de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) afirmaron que
el hábito de construir chozas en zonas de alto riesgo se basa en una “cultura
de daños-beneficiarios” que incita a la gente pobre a establecerse en áreas de
riesgo para luego exigir compensaciones.2 Paracaidistas es el término peyo-
rativo utilizado para nombrar a los residentes informales, y hace referencia a
gente que aparece de repente para invadir zonas no ocupadas. Este término
deslegitimiza el punto de vista de los residentes informales, quienes sostienen
que es responsabilidad del Gobierno facilitar condiciones de vida seguras para
todos los ciudadanos, independientemente de su posición socioeconómica.
Las actuales estrategias de gobernanza de las inundaciones se esfuerzan
en reubicar a los residentes informales que viven en zonas de alto riesgo. Desde
2009, el Gobierno ha reubicado a miles de personas del centro de la ciudad
hacia la periferia suburbana. La renuencia de estas personas a abandonar sus
hogares se ha interpretado como un signo de indiferencia, como lo expresó
un funcionario de Conagua a El Heraldo el 5 de mayo de 2011: “Es una lás-
tima que estos ciudadanos no entienden que la remoción es por su propia
seguridad, ya que estas zonas no son aptas para vivir y, por lo tanto, no tienen
ningún servicio”. De acuerdo con datos de archivo, los planes para reubicar a
estas personas han existido desde la década de 1990; sin embargo, la sensibi-
lidad política obligó a los funcionarios a posponer estos esfuerzos (Nygren y
Wayessa 2018). La inundación de 2007 proporcionó un pretexto para “lim-
piar” el centro de residentes informales, con la excusa de salvar a la ciudad de
un desastre futuro. Las casas de los moradores fueron arrasadas para crear “un
territorio urbano con orden y equilibrio”, como lo estipula el Plan de Desa-
rrollo de Tabasco (get 2010, 156). Este es un claro ejemplo de la segregación
social que distingue entre aquellos que pueden permitirse el lujo de habitar
2
Entrevista realizada el 15 de febrero de 2011.
441
Anja Nygren
en zonas económica y socialmente valoradas, y los que son empujados a vivir en
los márgenes.
Un ejemplo del vínculo entre la producción de riesgos ambientales y la
producción socialmente diferenciada del espacio urbano es el hecho de que
en zonas de alto riesgo también se han construido varios barrios ricos e ins-
talaciones comerciales. Algunos funcionarios públicos han concedido permi-
sos de construcción clandestinos para ciudadanos acomodados y empresas
de construcción poderosas, mientras que la ocupación informal de tierras por
parte de los pobres la clasifican como ilegal. Esto demuestra cómo se negocian
las reglas de gobernanza en redes clientelares, donde las autoridades tienen
la facultad de definir cómo se aplican los derechos y las responsabilidades.
Las redes clientelares son comunes entre los sectores público, privado y de la
sociedad civil, y su naturaleza informal las coloca fuera del escrutinio público.
Pese a los argumentos oficiales de que la gobernanza de las inundaciones
es una responsabilidad de todos, la sociedad civil es frágil y las élites dominan
la toma de decisiones. Por su parte, las autoridades controlan la protesta social
con el argumento de que la cogobernanza requiere cooperación en lugar de
escándalo, y mediante la promoción de la subcontratación y la gestión públi-
co-privada tratan de despolitizar el asunto de las inundaciones. Mientras tanto,
los defensores de la justicia ambiental y de los derechos humanos pugnan por
volver a politizar el tema, afirmando que la gobernanza de las inundaciones no
puede ser subcontratada a actores privados o a la sociedad civil, sino que es
responsabilidad del Estado proteger a los ciudadanos de desastres relaciona-
dos con las inundaciones.3
Las actuales estrategias de gobernanza de las inundaciones también tie-
nen como objetivo transformar las incertidumbres medioambientales en ries-
gos manejables. Los funcionarios del ipc con frecuencia me recordaron que es
importante dar la impresión de que el riesgo de inundación está bajo el con-
trol institucional. Sin embargo, debido a la creciente duda sobre la posibilidad
de controlar tecnológicamente tales riesgos, los consultores y las autoridades
3
Entrevistas realizadas el 17 de octubre de 2011 y el 19 de octubre de 2011. Ver también
Comisión Nacional de Derechos Humanos-Tabasco (2011).
442
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
gubernamentales hicieron hincapié en que la gobernanza de las inundaciones
debe enfatizar el aspecto sociocultural. Señalaron que “si la gente no respeta
el agua, esta tomará venganza y recuperará lo que le pertenece, lo que obliga a
desarrollar estrategias para aliarse con agua”. 4 En su opinión, el conocimiento de
los especialistas en gestión de inundaciones, expresado en escenarios de riesgo,
debe integrarse al conocimiento de los líderes locales, quienes saben cómo
“manejar” a la gente. Sugieren que con la integración de estos conocimientos
sería posible desarrollar planes detallados para el ordenamiento territorial y
social. Este conocimiento, que según las autoridades es útil al bien común en
la gestión de riesgos, contiene directrices politizadas para gobernar a determi-
nados grupos de la población. Algunos procedimientos especiales se han pla-
neado para corregir el comportamiento de los considerados causantes del riesgo.
Simultáneamente, se han promovido diversas formas de regulación pri-
vada con la intención de estimular la innovación tecnológica y la economía
verde, así como de facilitar una gestión rentable de las inundaciones. En estas
estrategias, la regulación pública se mezcla con la privatización de los servicios
de agua y saneamiento, así como con programas de la sociedad civil para el
bienestar colectivo y la protección civil. Estos procedimientos generan ámbi-
tos de gobernanza en los que las empresas privadas y los grupos de la sociedad
civil están autorizados para asumir varias obligaciones del Estado (Swynge-
douw 2005; Ferguson 2010). En muchas ocasiones, el Gobierno promueve
deliberadamente asociaciones público-privadas con el fin de legitimar inter-
venciones que de otra manera encontrarían resistencia.
En esta hibridación de la gobernanza, los ciudadanos tienen dificultades
para saber quién se responsabiliza de qué. Por otra parte, la concentración de la
toma de decisiones en las instituciones gubernamentales socava el concepto de
gobernanza mediante redes horizontales. El resultado es un montaje de varias
capas de gobernanza donde diversos esquemas de regulación, medidas admi-
nistrativas y proposiciones morales se mezclan en una lógica que favorece una
gobernabilidad institucional indirecta, una regulación basada en el mercado y
4
Entrevistas realizadas el 16 de febrero de 2011 y el 21 de octubre de 2011. Ver también
Presente, 26 de abril de 2008 y 10 de abril de 2010.
443
Anja Nygren
la atribución de autorresponsabilidad ciudadana. Tales formas neoliberales de
gobernanza tienen como objetivo crear ciudadanos aptos para asumir respon-
sabilidades (Rose, O’Malley y Valderde 2006).
Un examen cuidadoso de las políticas de gobernanza ayuda a entender
quién controla a quién, con qué técnicas y para qué fines (Dean 2010, 30-37).
Lo que aún queda por explicar es cómo el entendimiento de los residentes
concuerda u objeta las medidas con las cuales las autoridades tratan de crear
espacios y sujetos gobernables. Para complementar los enfoques foucaultia-
nos de la gobernabilidad, los cuales, según algunos críticos, se centran en los
esfuerzos de los planificadores y los programadores para gobernar a la pobla-
ción (Mckee 2009, 479), la siguiente sección explora la forma en que los resi-
dentes de diferentes partes de la ciudad interpretan los regímenes diseñados
para gobernar sus subjetividades. También examina cómo los residentes recon-
figuran y disputan las formas prevalecientes de gobernar.
Contingencias y disputas cotidianas
Posiciones dispersas y tácticas inversas
La intención de las autoridades gubernamentales y los consultores de crear en
Villahermosa zonas segregadas de “sostenibilidad” chocó con la heterogenei-
dad de la vida cotidiana. Los residentes de diferentes partes de la ciudad desa-
fiaron las formas disciplinarias de la gobernanza neoliberal a través de tácticas
de gobernabilidad inversa (Nielsen 2011). En Gaviotas Sur, los residentes
regularizaron sus ocupaciones de tierras por medio de proyectos intermiten-
tes de renovación de viviendas. Rellenaron sus parcelas con arena y material
para demostrar a las autoridades que vivían dentro de los límites aceptables en
cuanto al riesgo de inundación. Además, renovaron sus chozas con hormigón
y acero corrugado, a fin de mostrar que sus casas estaban construidas con mate-
riales duraderos y, por lo tanto, en concordancia con los estándares requeridos
por las normas para mitigar los efectos de las inundaciones. También construye-
ron banquetas frente a sus casas y colocaron lámparas rústicas en los callejones
444
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
oscuros para indicar que sus casas están ordenadas y ocupadas de forma per-
manente. Incluso reinterpretaron el significado de los nombres de las calles
establecidos en los registros la ciudad. “Calle de los Ingenieros” y “Calle de los
Antropólogos” fueron una fuente de orgullo, ya que, según los vecinos, “ahora
todo suena más oficial”.5
Fue con este tipo de tácticas inversas que los residentes informales tra-
taron de desafiar los esfuerzos de las autoridades para legitimar la producción
segregada de espacios urbanos, basada en el argumento de que los distintos
grupos sociales tienen diferentes capacidades para prevenir el riesgo de inun-
daciones. Dichas tácticas inversas eran una forma de exhibir mejoras en la
seguridad ambiental de su barrio para disminuir así la probabilidad de ser des-
plazados por la fuerza. Los residentes informales sostenían que tenían dere-
cho a un espacio urbano porque construyeron sus hogares y su vida cotidiana
allí, y ya se habían recuperado de las terribles inundaciones y las turbulencias
políticas. Los residentes de Gaviotas Sur cuestionaron las estrategias institu-
cionales según las cuales los asentamientos informales deberían ser goberna-
dos por separado para que la prevención de inundaciones sea eficiente. En su
opinión, este tipo de procedimientos ocultaban las estructuras jerárquicas de
la gobernanza y aumentaban la segregación social.
Durante las visitas a los asentamientos informales, los funcionarios del
Gobierno juzgaron que las mejoras en las viviendas eran tácticas hábilmente
calculadas por los residentes. Al mismo tiempo, se sintieron obligados a reco-
nocer estos actos informales, pues en la política cotidiana, las mejoras en la
vivienda proporcionan una justificación social para la ocupación del suelo. Por
lo tanto, estas tácticas inversas no carecieron de importancia en la resistencia
cotidiana. Los habitantes que sean capaces de hacer mejoras significativas en
sus viviendas ubicadas en tierras baldías tienen más posibilidades de ganar,
poco a poco, el reconocimiento oficial de sus lugares de residencia.
Del mismo modo, los residentes de los barrios ricos y de la clase media
utilizaron varias tácticas inversas para apropiarse del espacio urbano mediante
actos que demuestran sus aportes a la construcción de un ambiente seguro. Los
5
Entrevista realizada el 12 de agosto de 2011.
445
Anja Nygren
residentes de clase media en El Guayabal ampliaron gradualmente sus vivien-
das de un nivel a casas de dos o tres pisos con balcones; justificaron sus acciones
no autorizadas con el argumento de que los pisos superiores sirven como alo-
jamiento y como almacenamiento de contingencia durante las inundaciones.
Estas renovaciones incrementaron el valor de las propiedades en los vecinda-
rios y fortalecieron las peticiones de los residentes para obtener mejoras en los
servicios.
En los fraccionamientos ricos de Tabasco 2000, varias familias extendie-
ron su patio trasero hacia terrenos federales adyacentes mediante la construc-
ción de un espacio para parrilla al aire libre o un estacionamiento cubierto
para sus automóviles. Justificaron estas acciones con el argumento de que al
construir un terraplén y pavimentar el terreno, estaban controlando el flujo
de agua del arroyo fangoso que cruza el terreno federal, e incrementaban así
la seguridad ambiental del vecindario. Con estas explicaciones, los residentes
de Tabasco 2000 confirmaron el concepto de ciudadanía diferenciada, el cual
justifica los privilegios sobre la base de su situación social distinguida. Orgu-
llosos de lo que habían alcanzado a través de logros personales, los residentes
de los fraccionamientos ricos argumentaron que, dado que pagan enormes
impuestos y contribuyen significativamente a la economía nacional, merecen
una protección de las inundaciones más eficaz que la de los residentes infor-
males. Julio, un exitoso hombre de negocios con alto nivel socioeconómico,
presentó la situación de la siguiente manera:
Los oficiales tienen que servirnos porque nosotros somos los que levantamos la
ciudad, los que pagamos una cantidad de impuestos. Aquí en Tabasco 2000,
la gente no siente las inundaciones en la misma forma que en Gaviotas Sur.
Es porque hay una diferencia de cultura. Aquí no tiramos basura a la calle
porque provoca inundaciones […] En Gaviotas Sur […] ahí no hay drenaje
ni agua potable, y no pagan impuestos ( Julio 2011).
Justificando sus posiciones, los residentes acomodados y los de clase me-
dia exigieron que las autoridades proporcionaran a sus comunidades sistemas
eficientes de almacenamiento de agua y generadores de respaldo para eliminar
446
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
trastornos innecesarios en sus vidas cotidianas. Al mismo tiempo, hicieron
hincapié en que los pobres deberían dejar de pedir ayuda gubernamental para
todo, porque para ser un ciudadano exitoso se requiere capacidad de progreso
personal.6
Por su parte, los residentes de Gaviotas Sur cuestionaron los puntos de
vista de los residentes acomodados sobre sus posiciones privilegiadas, enfati-
zando el derecho de todos los ciudadanos a un medio ambiente seguro. Cues-
tionaron la privatización de los servicios, alegando que el Gobierno tiene la
responsabilidad de proporcionar los servicios básicos y la prevención de de-
sastres en cada barrio. Al mismo tiempo, lucharon por el reconocimiento ofi-
cial de sus modos alternativos de vida. En los asentamientos precarios, donde
la infraestructura básica rara vez es producto de la política pública, la gente
elaboró diversas tácticas para hacer frente a las deficiencias: conectaron sus
tuberías de agua y sus cables de electricidad informales a las redes oficiales; en
ausencia de servicios de seguridad pública y de sistemas de alerta temprana
de inundaciones, practicaron una gestión de seguridad informal, convirtién-
dose en vigilantes e informándose mutuamente sobre cualquier signo de au-
mento en los niveles de agua de los ríos, lo que podría indicar la proximidad
de una inundación.7
El análisis de las experiencias sobre riesgos y vulnerabilidades de diferen-
tes residentes reveló una geografía social compleja, donde la gente navega por
la ciudad de acuerdo con su propia evaluación de la distinción entre lugares
seguros versus riesgosos. En las raras ocasiones en que personas acomodadas
visitaron asentamientos informales, se sintieron sumamente inseguros. En
su opinión, los barrios pobres eran lugares abrumadores que requieren una
atención extrema; lugares subdesarrollados y sobreutilizados, donde las calles
y callejones se dividen como un plato roto y cuya ineficiencia provoca un peligro
6
Entrevistas realizadas los días 8, 11 y 17 de agosto de 2011, y el 19 de octubre de 2011.
7
Para análisis interesantes de cómo las ideas sobre la basura cambian según el tiempo y el
contexto, y de cómo el arte y la planificación radical pueden transformar la imaginación
de los asentamientos informales, ver Jones (2011) y Miraftab (2009).
447
Anja Nygren
ambiental y un desorden social para toda la ciudad.8 Las personas acomodadas
se horrorizaron ante los riesgos que quienes viven en chozas en las orillas del
río estaban dispuestos a enfrentar; mientras tanto, los residentes de esas zonas
destacaron su profundo conocimiento del río y expresaron que sus vidas no
eran simplemente miserables, sino vidas que también vale la pena vivir. Como
me explicó Josefina, de Gaviotas Sur: A pesar de que mi barrio puede ser feo, para
mí es bonito.9
Los residentes de clase media que viven cerca del centro de la ciudad
se distinguieron por su fuerte apego hacia su barrio. Cuando les mostré foto-
grafías de la vieja Villahermosa, se entusiasmaron y comenzaron a contarme
historias en las que recordaban qué tiendas habían operado en qué calles y
hasta qué nivel habían subido las aguas en diferentes ocasiones. Mientras que
los residentes acomodados de Tabasco 2000 aprobaban el uso de espacios ver-
des cerrados, donde podían organizar fiestas privadas, los residentes de clase
media valoraban los eventos al aire libre organizados en el centro, donde cual-
quiera puede ir a bailar en las calles. Por su parte, a los residentes de Gaviotas
Sur les gustaban las calles bulliciosas, donde las animadas actividades promue-
ven la sensación de que son lugares acogedores. Para ellos, los pocos espacios
verdes de sus vecindarios eran una fuente de temor porque ahí están en riesgo
de tropezar con una inundación repentina o de sufrir un asalto. Por razones de
seguridad, los padres prefirien que sus hijos jueguen en una calle transitada en
lugar de hacerlo en un parque aislado.
Mientras que las autoridades gubernamentales trataban de convencer
a la población de que las contingencias ambientales son manejables, para los
residentes de cualquier nivel socioeconómico, los riesgos de inundación son
incertidumbres rodeadas de mucha confusión. Cada año, durante la tempo-
rada alta de lluvias, el temor por las inundaciones aumenta en toda la ciudad.
Tales percepciones son difíciles de transformar con campañas oficiales de
buena gobernanza, sobre todo porque los residentes son muy sensibles a los
8
Entrevista realizada el 11 de febrero de 2011.
9
Entrevista realizada el 12 de agosto de 2011.
448
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
rumores relacionados con las tensiones y negociaciones en torno a la gober-
nanza de las inundaciones.10
Sin embargo, los riesgos y las vulnerabilidades ambientales afectan a los
diferentes residentes de distintas maneras. Los funcionarios públicos y los con-
sultores, que hacen hincapié en la autorresponsabilidad para la recuperación
después de los desastres, ignoran el hecho de que la normalización de la vida
cotidiana después de una catástrofe depende mucho de la situación socioeco-
nómica de los residentes y, por lo tanto, no es una simple cuestión de deter-
minación individual (Walker 2009). De acuerdo con los resultados de nuestro
cuestionario, 30 % de los hogares de Tabasco 2000 y 15 % en El Guayabal te-
nían un seguro de vivienda,11 mientras que ni uno solo de los residentes in-
formales de Gaviotas Sur siquiera era elegible para asegurarse. Después de las
inundaciones, alrededor del 88 % de los residentes de Gaviotas Sur pasaron
semanas o meses en albergues de emergencia o viviendo con parientes hasta
que pudieron regresar a sus hogares o encontrar otro lugar donde vivir. Por su
parte, ninguno de los residentes de Tabasco 2000 consideró siquiera ir a un
albergue. Muchos fueron a un hotel o a una casa secundaria en otras partes
de México; como lo contó José Manuel con cierto alivio: Gracias a Dios, tengo
otra casa en Cancún, donde me quedé durante la inundación.12 Por lo tanto, la ca-
pacidad de recuperarse después de la catástrofe está muy ligada a la situación
socioeconómica; además, las diferencias de género fueron significativas. Las
mujeres, responsables por el bienestar doméstico, a menudo sufrieron fuertes
traumas. Tania, una madre de dos niños en Gaviotas Sur que trabajaba como
empleada doméstica en Tabasco 2000, explicó su estado de fragilidad de la
siguiente manera:
10
La mitad de la población tabasqueña reclamó que gran parte de los fondos para la pre-
vención de las inundaciones acabó en las bolsas de los oficiales gubernamentales y de las
compañías de construcción (Tabasco Hoy 2008, 2010; Presente 2010).
11
Estos porcentajes son relativamente altos, tomando en cuenta que tener un seguro de
vivienda no es una práctica común en México.
12
Entrevista realizada el 11 de agosto de 2011.
449
Anja Nygren
El agua vino como una culebra que está atacando. No hubo tiempo para sal-
var nada. Allá corrían colchones, refris, mesas, armarios, en el río. Ellos empe-
zaron a anunciar que “¡Desalojen, desalojen!” Es fácil dar este tipo de orden,
pero: ¿cómo lo haces si tienes que dejar tu casa? (Tania 2011).
La regulación de la vida cotidiana a través de la gobernanza institucional
también fue difícil porque la gente creó un tejido urbano fluctuante mediante
redes móviles, que ignoraba los territorios fijos de pertenencia.13 Los residen-
tes de bajos ingresos de Gaviotas Sur están vinculados a los barrios de clase alta
y de clase media por medio de trabajos temporales como servidores domés-
ticos o vigilantes, así como a través de los servicios informales de herrería,
carpintería, reparación de neumáticos y medicina alternativa. En correspon-
dencia, los residentes de Tabasco 2000 organizan actividades de beneficencia
en favor de los pobres, con intención de que se recuperen de las contingencias
causadas por la inundación.
En este ajetreo de interacciones sociales, los residentes informales toma-
ron nota de las estructuras institucionales que proporcionan privilegios a las
personas acomodadas, en forma de infraestructuras y de la prevención del
riesgo de inundaciones. Al mismo tiempo, la falta de estas infraestructuras
limita las oportunidades de los pobres para vivir con dignidad, especialmente
con la reducción de las políticas sociales producto de las reformas neolibera-
les. Sin embargo, aunque estaban conscientes de las desiguales consecuencias
de la política socialmente diferenciada, a menudo los propios pobres conva-
lidaban este enfoque en la práctica. En muchas entrevistas, los residentes de
Gaviotas Sur ratificaron el mensaje del gobernador, al afirmar que la inunda-
ción de 2007 alcanzó tal magnitud en su barrio porque no obedecieron las
instrucciones de las autoridades, sino que difundieron rumores falsos. Así lo
explicó Adriana:
Para notas similares sobre otras ciudades, ver Gandy (2006, 2008), Simone (2010b) y
13
Sletto y Nygren (2015).
450
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
Perdimos mucho cuando la inundación porque no hicimos caso. El goberna-
dor anunció: “¡Váyanse, porque va a venir una inundación!”. Pero la gente
dijo: “¿Cómo va a saber el gobernador si no es nada, como Dios?”. Fue culpa
de nosotros, ya que no obedecimos las instrucciones (Adriana 2011).
Independientemente de su posición social, muchas personas afirmaron
que el Gobierno los había abandonado; simultáneamente, criticaban el control
sumamente estricto. Para muchos residentes, las nuevas técnicas de vigilancia,
basadas en escenarios de riesgo, preparaban el camino para una gobernanza de
las inundaciones que ignora las necesidades locales. La multiplicidad de acto-
res involucrados en la política pública aumentó el sentimiento de desconfianza
entre los residentes, que se preguntaban quién se beneficia con los programas
de manejo del agua y quién asume los costos.
Sin embargo, había diferencias considerables respecto a cómo los residen-
tes se posicionaban en relación con la toma de decisiones. Muchos habitantes
de Tabasco 2000 eran miembros de cámaras de comercio o de otras asociacio-
nes profesionales vinculadas estrechamente con los políticos. Ellos tenían una
visión clara de cómo mejorar la prevención de riesgos en sus propios barrios,
pero menos interés en la planificación urbana integral.14 Hicieron hincapié en
la calidad de los servicios en su localidad y en la eficiente mitigación de riesgos.
Los residentes de Gaviotas Sur formularon irritados comentarios acerca de la
forma en que los canales que desvían agua de la inundación de los barrios ricos
transfieren el riesgo a las comunidades pobres.15 Por su parte, los residentes
de clase media pidieron al Gobierno políticas públicas que mejoren su vida
cotidiana, en lugar de la renovación superficial de edificios históricos. San-
tiago, residente de El Guayabal, presentó la situación de la siguiente manera:
14
Para posturas similares, pero correspondientes a las ciudades de Querétaro y San Luis
Potosí, México, ver Guarneros-Meza (2009, 474–475).
15
Similares argumentos fueron presentados por los activistas en los periódicos tabasqueños.
Según ellos, los esfuerzos por controlar el flujo de agua de los canales protegen a algunas
personas mientras sacrifican a otras (Tabasco Hoy 2011).
451
Anja Nygren
En los proyectos de restauración solamente están pintando las fachadas. Eso
no es lo que más se necesita. Aquí se necesita un buen sistema de alcantarillas
para manejar aguas negras. Cuando la inundación de 2007, entró agua sucia
en nuestras casas […] Pero a nadie le importa el saneamiento, ya que estos
asuntos son invisibles. Los políticos prefieren pintar edificios para su campaña
publicitaria (2011).
Curiosamente, mientras el Gobierno trató de disminuir el gasto público
con la subcontratación de empresas privadas y ong, los residentes percibían la
participación activa del Estado en la gestión de inundaciones y en la planifica-
ción urbana como un signo de legitimidad. Era parte de su visión de cómo se
llevan a cabo los proyectos socialmente adecuados, aunque muchas veces de
forma lenta y excesivamente burocrática. Los residentes de Gaviotas Sur tam-
bién carecían de acceso a los proyectos tecnológicos de control de inundacio-
nes. Especialmente, observaron que los muros de contención y las estaciones
de bombeo de agua se instalaron en las regiones prósperas de la ciudad. Con-
trariamente a la opinión de las autoridades y de los consultores, quienes que-
rían que los residentes fueran más autogobernados, los habitantes esperaban
que el Estado se preocupara por la seguridad ambiental y el bienestar social de
los ciudadanos. Al mismo tiempo, cuestionaron los esfuerzos gubernamenta-
les de control paternalista, como se muestra en la siguiente sección.
Redes de resistencia
Las estrategias de gobernanza institucional no determinan la posición social
de la gente y tampoco deciden su comportamiento; más bien, en la vida coti-
diana los actos de gobernanza se reformulan muchas veces a través de “las
invasiones silenciosas de lo ordinario”, que se producen fuera, a pesar de y
en articulación con las estrategias formales de gobernanza (Bayat y Biekart
2009, 823). Esto torna complicado afirmar que unas estrategias caen den-
tro del orden de la “opresión” y otras son tácticas de “liberación” (Foucault
1991, 245). Al tratar de evitar las dicotomías entre intervenciones impuestas
452
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
y luchas de emancipación, este estudio conceptualiza las resistencias como
formaciones sociales dispersas y fragmentadas en un constante proceso de
creación (Zeiderman 2010; Sletto 2012). Esto es particularmente cierto en
Villahermosa, donde las demandas de justicia ambiental rara vez se articulan
en un movimiento de protesta organizado.
Muchos estudios sobre las luchas por justicia ambiental se centran en
movimientos altamente progresivos y que logran una atención significativa
en los medios de comunicación (Nygren 2014); sin embargo, como lo men-
cionan Auyero y Swistun (2009, 4-8), las demandas de justicia no tienen nece-
sariamente una agenda unificada. Independientemente de su condición social,
los habitantes de Villahermosa estaban confundidos acerca de las formas de
gobernanza neoliberal. Esta confusión se produjo en parte por la hibridación
de la gobernanza, donde la multiplicidad de actores y estrategias difuminaron
las responsabilidades. Las estrategias de las autoridades para retardar las deci-
siones reforzaron aún más dicha confusión. Fui testigo en varias ocasiones de
cómo las demandas de personas marginadas, por condiciones de vida más jus-
tas y mayor seguridad ambiental, fueron pospuestas por los políticos, mientras
las autoridades indicaron a los demandantes que estos asuntos no pertenecían
a su ámbito de responsabilidad. Tales estrategias agotaron rápidamente a los
ciudadanos que luchaban por una mayor igualdad en la gestión de las inun-
daciones.
En tales circunstancias, varios residentes prefirieron recurrir a las relacio-
nes clientelares convencionales, cuyos repertorios de alguna manera conocen.
Los mecanismos de mercado, donde la gobernanza de los riesgos de inundacio-
nes y los servicios son transferidos a empresas privadas con sus propios esque-
mas de monitoreo, hicieron más difícil para la gente saber quién está detrás de
cada operación. Para enfrentar esta situación, los habitantes de Villahermosa
invirtieron en relaciones personales con las autoridades, asumiendo que tales
lazos servirían como vías importantes para la negociación. Tal era la opinión
de Claudio, un oficial de alto rango que vivía en Tabasco 2000:
Cada quien arregla las cosas como puede: a través de amistades, recomenda-
ciones o por debajo de la mesa. Algunos políticos que viven en Tabasco 2000
453
Anja Nygren
tienen mucha influencia. Nosotros […] presionamos a las autoridades a tra-
vés de nuestras redes personales (2011).
En este contexto, aunque los pobres criticaron las relaciones clientelares
que favorecieron la protección contra inundaciones en los barrios ricos, ellos
también utilizaron ese tipo de relaciones para negociar pequeños favores en
beneficio propio. Como me dijo Candelario, un líder de Gaviotas Sur: A veces
hay que ordeñar a las autoridades para obtener pequeños beneficios y concesiones
minúsculas (2011).
Dentro de condiciones socialmente segregadas, existen diferencias con-
siderables en la disposición y la capacidad de los residentes para organizarse
en torno a las cuestiones de seguridad ambiental. Las personas de las clases
acomodadas de Villahermosa defendieron la idea de una ciudadanía diferen-
ciada que les concede privilegios y, por ende, eran reacios a unirse a los movi-
mientos que reclamaban justicia. Mientras tanto, los residentes informales se
negaban a organizarse en movimientos visibles, debido al carácter ilegal de sus
asentamientos. A menudo, las conmovedoras narrativas de los residentes de
Gaviotas Sur giraban en torno a cómo se recuperan de las catástrofes y de las
dificultades cotidianas a través de tácticas informales. Josefina, de Gaviotas
Sur, contó la siguiente historia acerca de su intento por seguir adelante a pesar
de todo:
Cuando la inundación, pensé que tengo que ser fuerte, pase lo que pase. No me
importaba si se echó a perder todo, mientras que no le pase nada a mi gente
[…] Trabajo en un puesto de tortas en Pino Suárez. Hay días que se vende y
días que no […] Aquí muchos son albañiles, carpinteros, herreros, zapateros,
matapuercos, [tienen] pollerías, vendedores de fruta, costureras, tortilleros de
profesión […] Somos pobres, pero tenemos el derecho de hacer cosas para
salir adelante ( Josefina 2011).
Estas narrativas constituyen ejemplos ilustrativos de las impresionantes
capacidades de las personas para recuperarse mentalmente, y en ellas demues-
tran su gran dignidad. En su comentario, Josefina subraya que los que hacen
454
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
tortillas o venden pollo son gente profesional, y que los pobres tienen derecho
de avanzar. Al mismo tiempo, estas narrativas plantean serias preocupacio-
nes de muchos residentes informales, a quienes después de la catástrofe, las
autoridades les informaron que “la inundación fue simplemente un evento
natural […] o pasó porque ustedes no obedecieron las reglas. Por lo tanto, el
Gobierno no es culpable, y por eso ustedes necesitan cuidarse a sí mismos y
recuperarse”.16 A través de este tipo de declaraciones, las causas de la inunda-
ción son desvinculadas de los procedimientos institucionales de la gobernanza
y de la planificación urbana. Aunque inmediatamente después de la catástrofe
se proporcionó mucha ayuda internacional y nacional para aliviar a las vícti-
mas, posteriormente la gente fue invitada a utilizar sus propias capacidades
para normalizar sus vidas.
A pesar de que las demandas de los residentes informales por mejores
condiciones de vida en ocasiones derivaron en manifestaciones politizadas, la
lucha a través de estrategias invisibles fue mucho más común. En el centro de
estas resistencias estaba la aseveración de que el riesgo de inundación no puede
ser separado de las deficiencias institucionales en torno al manejo del agua.
Como una forma diaria de resistencia, los vecinos de Gaviotas Sur se nega-
ron a pagar por los servicios de electricidad, y frente a las acusaciones de las
compañías eléctricas que afirmaban que estaban robando descaradamente la
electricidad, los habitantes de Gaviotas Sur interpretaban sus instalaciones eléc-
tricas ilegales —llamadas “diablitos”— como una forma justa de actuar en una
situación donde el servicio eléctrico era intermitente y donde la operación de
las presas para maximizar la producción eléctrica provocó los riesgos de inun-
dación. Como murmuró Tomás en octubre de 2011, al ver a la gente caminar
con el agua hasta la cintura cuando Gaviotas Sur se inundó una vez más:
Esta inundación fue provocada por el Gobierno. Huele a agua de las represas.
Las autoridades aceptan inundaciones aquí porque quieren producir electrici-
dad para otras partes del país (2011).
16
Entrevistas realizadas el 12 y el 23 de agosto de 2011, y el 18 de octubre de 2011.
455
Anja Nygren
Estas tácticas me recordaron las experiencias de Nancy Scheper-Hughes
(2004, 45) durante su investigación etnográfica en las favelas brasileñas, don-
de los residentes informales mencionaban en repetidas ocasiones: “aquí nadie
es inocente”. Aunque no se les permitió expresar una crítica abierta, los resi-
dentes de Gaviotas Sur eran conscientes de muchas injusticias en la gestión de
inundaciones.
Así, los movimientos sociales en Villahermosa crearon redes flexibles de
resistencia, las cuales integran movimientos invisibles no pueden ser captura-
dos fácilmente. Schlosberg (1999, 92, 120) utiliza la metáfora deleuziana de
rizomas para explicar estos movimientos de base que se extienden y se conec-
tan en formas imperceptibles. En México, los defensores de la justicia han
aprendido a trabajar con redes móviles y tácticas efímeras, y a enfrentar las
medidas de intimidación que el Gobierno utiliza para reprimir manifestacio-
nes abiertas (Risdell 2012). Esto es especialmente cierto en Tabasco, donde la
importancia de la producción de petróleo incita al Gobierno a diluir las movi-
lizaciones políticas, ya sea mediante la persuasión o a través de la fuerza. Las
luchas fragmentadas por la justicia aparecen y desaparecen dependiendo de las
condiciones, ya que, como me explicó Ronaldo, un defensor de la justicia que
criticó el traslado forzoso de los residentes informales, tal irregularidad hace
que sea difícil para las autoridades saber quién ejerce resistencia social y cómo.17
Otro factor que forma parte de las redes dispersas de resistencia coti-
diana en Villahermosa son las estructuras de la política urbana segregada. Es-
tas estructuras mantienen demandas socioeconómicas diferenciadas, lo que
dificulta alianzas multiclases o multisector en los movimientos de resistencia.
Frente a tal variedad de impugnaciones, en las autoridades se da un “continuo
intento de gobernar a los que evaden ser gobernados utilizando redes rizomá-
ticas” (Weszkalnys 2008, 258). Lo anterior nos indica que los esfuerzos mó-
viles para cuestionar la gobernanza que incorpora de manera desigual a los
residentes en la política y economía neoliberales son estratégicos, aunque rara
vez se manifiestan en forma de movimientos organizados.
17
Entrevista realizada el 2 de agosto de 2011.
456
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
Conclusiones
La gobernanza ambiental urbana es un campo de estudio de gran relevancia
tanto para la investigación académica como para la política pública. Las com-
plejas relaciones entre el Estado y la población marginada en zonas urbanas
han sido objeto de fecundos análisis académicos (Auyero 2010; Bogaert 2011;
Nielsen 2011). Este estudio amplía este campo mediante el análisis de las po-
siciones forjadas por la gobernanza neoliberal de las inundaciones por resi-
dentes diferenciados socioeconómicamente en una ciudad muy estratificada
socialmente, como Villahermosa, en México. La distribución socioespacial
de los riesgos y las vulnerabilidades, las percepciones de diferentes residentes
sobre un acuaje cambiante, con inundaciones cada vez más severas, así como
las complejas interacciones entre los residentes de la élite, de la clase media y
aquellos de ingresos bajos, rara vez se han incluido en el estudio de la gober-
nanza urbana.
Este estudio demostró cómo los discursos y las prácticas políticas domi-
nantes constituyen categorías estrictas de espacios y de sujetos gobernables.
Esto ha producido estrategias socialmente diferenciadas sobre la gobernanza
de inundaciones dentro de la ciudad. Los mecanismos neoliberales de gober-
nanza se mezclan con legados de control autoritario y con relaciones clien-
telares produciendo estructuras complejas. El Gobierno mantiene un papel
crucial, si bien reconfigurado, como un tomador de decisiones estratégico en
la gobernanza. Al mismo tiempo, la hibridación de la gobernanza oscurece las
distinciones entre el Estado y el mercado, mientras fomenta la participación
ciudadana en términos estrictamente definidos y limitados.
Como lo señala Swyngedouw (2005, 1193), la participación es una de
las áreas clave en los debates sobre gobernanza. A través del entrelazamiento
del control tecnológico de las inundaciones con los programas de participación
ciudadana, la gobernanza de las inundaciones se ha convertido en un tema de
adaptación cultural y resiliencia social. Parece que el objetivo del Gobierno,
con este tipo de mecanismos de aprendizaje social, es guiar a los residentes ha-
cia una gobernabilidad neoliberal, donde la supervisión gubernamental indi-
recta, la regulación basada en el mercado y la autorresponsabilidad ciudadana
457
Anja Nygren
promuevan un cierto tipo de orden socioespacial y una visión particular so-
bre el acuaje. La vulnerabilidad ambiental es vista como algo arraigado en la
actitud cultural de los residentes informales, quienes, según las autoridades,
deberían adoptar nuevas modalidades de autoabastecimiento y una relación
distinta con el agua. Este énfasis en la automejora desplaza la responsabilidad de
la gestión del riesgo de inundaciones desde el Gobierno hacia los ciudadanos,
mientras que las formas híbridas de regulación protegen las acciones guberna-
mentales del escrutinio público.
Este estudio complementa las perspectivas posfoucaultianas de gober-
nabilidad al combinar el análisis de las estrategias y las prácticas de la gober-
nanza con una investigación etnográfica sobre las negociaciones y la resistencia
diaria en torno a la gobernabilidad y la subjetividad. El cuidadoso análisis de
los distintos sectores de la ciudad permite explorar cómo los diferentes grupos
de residentes interpretan y reconfiguran los discursos y las prácticas relacio-
nadas con la gobernanza neoliberal, así como con sus percepciones sobre el
acuaje. Se demostró que los residentes no fueron víctimas pasivas de las in-
tervenciones institucionales. Aunque los significados que ellos atribuyen a los
riesgos y las vulnerabilidades relacionados con las inundaciones están fuerte-
mente determinados por los discursos prevalecientes, se evidenciaron diversas
tácticas inversas e interpretaciones modificadas en los diferentes barrios. Las
interacciones dentro de la ciudad simultáneamente rompen y mantienen la se-
gregación socioespacial existente.
Al centrarse en las diferencias sociales y en la brecha entre lo que se intenta
y lo que se realiza, este estudio ha demostrado cómo las racionalidades de la
gobernanza de las inundaciones son constantemente modificadas (Li 2007,
1-6). A través de la atención a las múltiples perspectivas de residentes social-
mente dispersos, el estudio pone de manifiesto la diversidad de estrategias que
usan los residentes para oponerse a los esfuerzos institucionales y gobernar
su forma de pensar y actuar. Al mismo tiempo, se demostró la existencia de
un acceso desigual a las redes de influencia y la naturaleza fragmentada de las
estrategias subversivas, en un escenario donde las protestas organizadas son
desalentadas institucionalmente. A pesar de los grandes esfuerzos para hacer
gobernables ciertos actores y formas de vida, los discursos y las prácticas
458
Gobernanza neoliberal de riesgos y vulnerabilidades
dominantes de la gobernanza fueron incapaces de erradicar los esfuerzos dis-
persos de resistencia.
Considerando los riesgos, incertidumbres y vulnerabilidades que afectan
a una creciente porción de la población en las ciudades de América Latina, el
escrutinio profundo de las formas diferenciadas de gobernanza neoliberal y de
las disputas en diversas circunstancias se vuelve crucial. Estos análisis pueden
proporcionar un conocimiento importante sobre la gobernanza socialmente
diferenciada y sobre la subjetividad que implican las luchas y disputas. Al mismo
tiempo, pueden contribuir a ampliar la discusión sobre las relaciones multifacé-
ticas entre gobernanza y justicia, vulnerabilidad material y dominación simbó-
lica, así como sobre la responsabilidad institucional y la resistencia ciudadana.
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Consumir y resistir
Los mercados alternativos de alimentos
en la Ciudad de México*
Joaliné Pardo Núñez
Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño del Estado de Jalisco
Leticia Durand
Universidad Nacional Autónoma de México
Introducción
Actualmente, existe un gran interés en las ciencias sociales por entender la
interacción del neoliberalismo con la naturaleza. Desde la teoría, el neolibe-
ralismo es una vertiente de la economía política que supone que el bienestar
humano puede incrementarse mediante el impulso de la capacidad emprende-
dora de los individuos, y observa al mercado como el mejor mecanismo para
la distribución de los bienes y servicios requeridos para cumplir las necesida-
des de las personas (Haynen y Robbins 2005; Perreault y Martin 2005). En
términos prácticos, el neoliberalismo implica la privatización de los espacios
y recursos, la reducción de los costos de producción, la eliminación de regula-
ciones que dificulten los negocios y el desplazamiento de las responsabilidades
de Gobierno hacia fuera del Estado (Castree 2008).
La comodificación, o creación de nuevos mercados y mercancías en ám-
bitos donde antes no existían, es un fenómeno característico de los procesos de
* Una versión preliminar de este trabajo fue publicada en el volumen coordinado por Cer-
vantes, Márquez y Molina (2018) de las memorias del Congreso Nacional de Ciencias
Sociales 2018, San Luis Potosí, México.
467
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
neoliberalización de la naturaleza. Así, recursos que hasta hoy eran conside-
rados bienes públicos, como el agua o la energía, se entregan a actores priva-
dos para su administración y comercialización, lo que da lugar con frecuencia
a procesos de desposesión, privatización y acaparamiento (Castree 2008).
No obstante, sorprende observar que la creación de ciertas mercancías es, al
mismo tiempo, una acción importante en los proyectos de resistencia contra el
neoliberalismo (Guthman 2007).
El consumo de mercancías que incluyen —ya sea por sus rasgos mate-
riales o en la forma en que son producidas— algún tipo de valor ecológico,
social, ético o territorial, de acuerdo con algunos, se ha trasformado en una
importante forma de resistencia a la globalización, debido a que atiende a otras
lógicas, tanto productivas como comerciales, y prioriza la protección al medio
ambiente, los recursos naturales o las condiciones de trabajo de quienes los
producen (Guthman 2007). Estas mercancías son particularmente comunes
en el ámbito de la alimentación, donde destacan los productos orgánicos1 y
agroecológicos.2 Estos alimentos provienen de sistemas de manejo integral o
en transición hacia él, que tienden a ser diversificados y optan por la sustitu-
ción de insumos sintéticos por aquellos producidos dentro de la finca o en la
región, y procuran emular las condiciones de los ecosistemas poco transfor-
mados para fomentar las interacciones entre los distintos elementos del agro-
ecosistema (Altieri y Toledo 2011).
La producción de alimentos orgánicos y agroecológicos por grupos cam-
pesinos suele estar vinculada a la construcción de espacios de venta indepen-
1
Nos referiremos a productos orgánicos como aquellos que persiguen una certificación por
haber sido cultivados sin agroquímicos, a partir de una serie de especificaciones definidas
por normas gubernamentales o comerciales para lograr el etiquetado de orgánico.
2
Nos referiremos a productos agroecológicos como aquellos que se producen sin agroquí-
micos y buscando integrar elementos del entorno para generar un agroecosistema; sin
embargo, pueden ser parte de sistemas de cultivo en transición y contener trazas de quí-
micos de momentos anteriores del cultivo, por lo que desde el punto de vista técnico
no conseguirían una certificación; o bien sistemas sin aplicación de insumos químicos
que no persiguen una certificación, pero que de manera libre incorporan prácticas que
forman parte de la normatividad certificadora con insumos locales.
468
Consumir y resistir
dientes, los llamados mercados alternativos, que facilitan el acceso e impulsan
la producción y consumo de este tipo de alimentos en las ciudades. Los mer-
cados y redes3 alternativos de alimentos orgánicos, locales y de comercio
justo emergieron en Estados Unidos y Europa como una respuesta y forma de
resistencia al régimen alimentario global-industrial impulsado por el modelo
económico neoliberal, que conlleva la tecnificación de todas las etapas de pro-
ducción de alimentos y una desvinculación de los consumidores con el origen
de los alimentos, con los productores y con las consecuencias ambientales y
sociales de los modos de producción (Qazi y Selfa 2005; Allen 2010; Good-
man y DuPuis 2013). Desde mediados de 1990, este tipo de mercados surgió
en países del Sur, y México no es la excepción. Hace poco más de una década,
han aparecido en todo el país iniciativas —todas desde la sociedad civil— que
pugnan por revitalizar el papel de los pequeños campesinos, de la agricultura
orgánica y de la agroecología en la alimentación. Acompañando las tenden-
cias mundiales, se han abierto espacios para hacer llegar a los consumidores
alimentos libres o reducidos en agroquímicos, normalmente con precios más
elevados que los alimentos de corte “convencional”. Una modalidad creciente
en México son los mercados o tianguis semanales, donde los productores inte-
ractúan directamente con los consumidores, eliminan intermediarios y ofre-
cen productos orgánicos, agroecológicos o artesanales que, se supone, brindan
mayores beneficios a nivel nutricional y de salud a los consumidores (Gasca y
Torres 2014).
Las redes alternativas de alimentación suelen ser caracterizadas como
parte de un movimiento social de resistencia ante los circuitos globalizados e
industrializados de provisión de alimentos (Qazi y Salfa 2005; Allen 2010). Sin
embargo, existen variaciones entre las propuestas que sostienen para modificar
la relación de las personas con la alimentación y con el ambiente. Holt-Gimé-
nez y Shattuck (2011) y Holt-Giménez et al. (2012) reconocen, por ejemplo,
3
Entendemos por red a una serie de actores entrelazados que, consciente o inconsciente-
mente, realizan acciones para promover el consumo de estos alimentos con esquemas de
tiendas o de canastas semanales, fomentando talleres, escribiendo artículos o realizando
otras actividades que complementan a las del espacio del mercado.
469
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
que las iniciativas que pugnan por cambiar el sistema alimentario o algunos
de sus elementos pueden ser, en función de la orientación de sus discursos y
acciones, reformistas, progresistas o radicales. Mientras los reformistas se ads-
criben a un modelo de desarrollo sustentable neoliberal y ponen énfasis en
la incorporación de los pequeños productores a los mercados y en los bene-
ficios a la salud de los productos alternativos, los progresistas se insertan en
el discurso de la justicia alimentaria y ambiental, promoviendo esquemas de
participación ciudadana en la toma de decisiones. Los radicales, por su parte,
procuran transformar de fondo el sistema alimentario, adoptan el discurso de
la soberanía alimentaria y trabajan en la construcción de proyectos comunita-
rios más amplios que den lugar a la formación de comunidades solidarias en
múltiples aspectos (Holt-Giménez 2010; Holt-Giménez y Shattuck 2011).
Las formas que adoptan los mercados y redes de alimentación alternativa
varían y, en este sentido, la literatura especializada da cuenta de una intensa dis-
cusión sobre si estas redes constituyen espacios de resistencia o de reproduc-
ción de las prácticas neoliberales, y existe evidencia en ambos sentidos. Una
parte de estos estudios muestra que los mercados están reforzando los pro-
cesos de comodificación de los alimentos al asignarles una etiqueta que pro-
mueve predominantemente los beneficios generales a la salud o el ambiente, y
un sobreprecio que excluye a una parte importante de la población, al dejarla
sin posibilidades de abastecerse de los alimentos considerados de mejor cali-
dad (Allen y Guthman 2006; Alkon y Mares 2012). No obstante, otra serie
de trabajos destaca la importancia que tienen los mercados alternativos como
espacios de resistencia y de construcción de alternativas al régimen alimentario
global, ya que difunden valores alejados de la acumulación individual y nuevas
prácticas de intercambio y comercialización (Nigh y González 2005; Renting,
Schermer y Rossi 2012; Carvalho de Rezende 2014).
En la Ciudad de México son cada vez más frecuentes los mercados alter-
nativos que promueven la venta directa de alimentos orgánicos o agroecoló-
gicos y que buscan remunerar de forma justa a los productores que ofrecen
directamente sus cosechas y productos; sin embargo, al día de hoy es poco
lo que se sabe sobre los proyectos sociales y políticos que dan sustento a estos
mercados, las causas que enarbolan y las estrategias que utilizan para avanzar en
470
Consumir y resistir
sus objetivos más allá de ser un espacio comercial; trabajos como los de Kirwan
(2004), Alkon (2008) y Goodman y DuPuis (2013), todos ellos en el Reino
Unido o en Estados Unidos, son abordajes similares al que proponemos, aun-
que no encontramos literatura para México que permita visibilizar los aspectos
sociopolíticos que subyacen a los mercados. En este trabajo nos ocupamos de
cinco iniciativas de tianguis alternativos en la Ciudad de México para explorar
su origen, propuestas y prácticas, analizando si estas tienden más a cooperar
con o a resistir los procesos de neoliberalización de la naturaleza.
La información fue recabada durante 2016 a partir de visitas reiteradas
a los mercados y de entrevistas semiestructuradas con sus actuales coordina-
dores, sus fundadores y, en algunos casos, con los productores que venden en
ellos (ocho entrevistas). Utilizamos también la información recabada durante
conversaciones informales con asistentes y productores en los diversos merca-
dos. Durante las entrevistas intentamos obtener información sobre a) el ori-
gen del mercado; b) sus objetivos a mediano y largo plazo; c) las narrativas en
las que enmarcan su quehacer, y d) las propuestas que tienen para trascender el
espacio del mercado y ampliar los impactos de su causa. Procuramos también
indagar sobre las alianzas que cada mercado establece con otros actores y las
tensiones que pueden existir entre ellos.
El sistema agroalimentario corporativo y la dieta global
El sistema agroalimentario dominante se caracteriza por el dominio de em-
presas transnacionales, que tienen base en un país y oficinas subsidiarias en
otros múltiples sitios, donde absorben marcas locales para ampliar su línea de
productos con aquellos culturalmente arraigados en cada territorio. Estas em-
presas o corporativos están integradas en complejos que incluyen las cadenas
agroalimentarias y de valor de los ingredientes que utilizan para sus múltiples
productos; así conforman un oligopolio y una serie de clústeres industriales
(Heffernan en Vázquez 2015). De esta forma, casi todos los sectores de la
industria agroalimentaria están dominados por dos o tres grandes empresas
471
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
que monopolizan la producción y comercialización de alimentos en muchos
países, entre ellos México.
Actualmente, seis corporaciones transnacionales (Monsanto, Dow, Du-
pont, Syngenta, Bayer y Basf) son propietarias del mercado global de semi-
llas y de 75 % del mercado de agroquímicos (Howard 2015; Ribeiro 2015).
Estas empresas elaboran y ofrecen los paquetes tecnológicos de siembra de
mayor venta en el mundo, que incluyen fertilizantes, herbicidas e insecticidas
para controlar el éxito y la homogeneidad de la cosecha. Estos corporativos,
ahora transnacionales, fueron creciendo mediante la compra de las pequeñas
compañías químicas y semilleras en distintos países hasta formar, durante las
últimas décadas, enormes emporios. Basta decir que para 1981 existían más
de siete mil empresas a nivel mundial, y ninguna de ellas controlaba siquiera el
1 % del mercado mundial (Schimmelpfenning, Pray y Brennan 2004; Howard
2009; Ribeiro 2015). Actualmente, la mayor parte de las semillas, con frecuen-
cia modificadas para tener rendimientos óptimos cuando son sembradas con
el paquete tecnológico correspondiente, se comercializa por los seis grandes
corporativos mencionados, ya sea directamente o mediante subsidiarias. Los
Gobiernos firman acuerdos de reforzamiento legal para certificar que las cose-
chas de cada ciclo se hagan con semilla recientemente adquirida, lo que les im-
plica comprar año con año los paquetes de las transnacionales para respaldar
sus subsidios (Bautista, Díaz y Lastiri 2015; Howard 2015).
En el terreno de los alimentos procesados, diez corporativos transnacio-
nales son dueños de más de trescientas marcas internacionales de comidas
rápidas, lácteos, galletas, refrescos, botanas, embutidos y helados: Nestlé,
Pepsico, General Mills, Kellogg’s, AB Foods, Mondelez (antes Kraft), Mars,
Danone, Unilever y Coca-Cola son las principales empresas globales que gra-
dualmente han adquirido marcas nacionales o locales de éxito para incluirlas en
sus filas, estandarizando ingredientes y procesos productivos (Alexander, Yach
y Mensah 2011; Oxfam 2013). Estas corporaciones representan el 10 % de la
economía mundial y conforman una industria valorada en siete billones de
dólares, que controla el 70 % de la oferta de alimentos en el mundo (Nestlé
2012; Oxfam 2013).
472
Consumir y resistir
En el ámbito de lo orgánico se reproducen estos mismos procesos de
concentración de la producción: un puñado de las grandes corporaciones ali-
mentarias, como Kraft, Heinz, Kellogg’s, Coca-Cola y Pepsico han iniciado sus
marcas orgánicas o bien han comprado firmas locales para masificar la produc-
ción orgánica —el mundo de lo orgánico corporativo— en un esquema no
muy distante al de la producción industrializada de alimentos convencionales
(Johnston 2014). Este tipo de producción orgánica, si bien prescinde del uso
de químicos agresivos, continúa manteniendo un esquema intenso de mono-
cultivo en sistemas que carecen de diversidad y de funciones ecológicas bási-
cas, y que dependen de combustibles fósiles para el traslado de los productos
alrededor del mundo (Rosset y Altieri 1997). La situación de los trabajadores
en el campo tampoco mejora, pues se han convertido en jornaleros para los cor-
porativos agroalimentarios orgánicos, pese a estar menos expuestos a químicos
nocivos para su salud.
En el área de la venta final al consumidor se encuentra Walmart, una ca-
dena de supermercados que se ha transformado en la empresa de mayor po-
derío e influencia económica del mundo, con un volumen de ventas mayor
al producto interno bruto (pib) de países como Noruega, Arabia Saudita y
Austria (Delgado 2010). Walmart es la vigésima economía del planeta y ha
logrado imponer sus propias políticas de funcionamiento interno en los pre-
cios de compra-venta y en las prestaciones y obligaciones laborales que da a sus
empleados (Alvarado 2006). Al presionar los precios de compra a la baja a fin
de mantener sus ofertas, obliga a sus proveedores a disminuir los pagos que se
hacen al resto de los eslabones de la cadena de producción (Alvarado 2006;
Gasca y Torres 2014).
La alimentación, como negocio global, deja importantes ganancias a las
corporaciones agroalimentarias, pero ofrece al consumidor opciones limita-
das de alimentos industrializados y constituidos en su mayoría por un puñado
de ingredientes (Sethi 2015). Además, la consolidación de los mercados en
pequeñas empresas subsidiarias —que dan la idea de ser locales— dificulta
que el consumidor pueda distinguir quién produce qué, cómo y en dónde, por
lo que guía su elección de compra principalmente a través de la imagen del
producto y su mercadotecnia (Peake, Detre y Carlson 2014).
473
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
En México, seis empresas acaparan el 80 % de la oferta alimenticia: Uni-
lever, Grupo Bimbo, Maseca (Gruma), Hérdez y Minsa. Bimbo adquirió entre
2009 y 2014 nueve marcas menores, con lo que se convirtió en la panificadora
más grande del mundo, con 1 600 centros de distribución y 144 plantas en 19
países (Vázquez 2015). Bimbo y Gruma controlan el 87 % de las ventas de pan,
tortilla y harina de maíz, y 86 % de las unidades derivadas de ello (Bautista,
Díaz y Lastiri 2015). Las corporaciones de procesamiento de maíz, harinas y
alimentos son las principales acaparadoras de granos en México.
Cargill, Minsa y Maseca controlan la producción nacional de maíz para
sus productos, fijan el precio a pagar a los productores de manera indepen-
diente y, en ocasiones, por debajo del mercado internacional (Bautista, Díaz y
Lastiri 2015). Esta situación se vincula con el abandono del campo por parte
de los campesinos de pequeña escala, para quienes no es rentable la actividad
al no poder siquiera obtener una producción de autoconsumo suficiente para
la alimentación familiar anual. Desde 1994, 1.3 millones de campesinos mexi-
canos han dejado de trabajar sus tierras, pues las han vendido o rentado para
convertirse en mano de obra asalariada en los mismos terrenos, con sueldos
ínfimos que irónicamente no les permiten adquirir la canasta básica para garan-
tizarse una buena alimentación (Delgado 2010). Los trabajadores asalariados
y los pequeños agricultores constituyen el 80 % de la población que padece
hambre crónica en el mundo, el 65 % de los pobres extremos en México están
en el campo y la gran mayoría de ellos son indígenas (Coneval 2011; Oxfam
2013). Buena parte de los jornaleros agrícolas trabajan en condiciones nulas
de seguridad y salud, y reciben pagos injustos, como bien lo han denunciado
en múltiples ocasiones los empleados de la industria agrícola en Baja Califor-
nia, México, como ejemplo reciente.4
Los supermercados son importantes puntos de abastecimiento de ali-
mentos para los mexicanos debido a su cercanía, a la amplitud de horarios en
los que trabajan y a los precios económicos que ofrecen, resultado de grandes
volúmenes de compra y de la imposición de condiciones de pago específi-
cas que establecen a los productores. El abasto en supermercados aleja a los
4
Para mayor información al respecto, sugerimos Milenio (2018).
474
Consumir y resistir
consumidores de los productores y del entorno natural en el que se producen
los alimentos, transformando los criterios de elección de compra y el signi-
ficado mismo de los alimentos seleccionados. Así, se prioriza el aspecto y se
tiende a elegir aquellos alimentos que parecen más perfectos en su apariencia
y color, con lo que se vincula el aspecto limpio y sin imperfecciones con la
calidad y el sabor. Los alimentos, vistos a través de estándares particulares de
limpieza y homogeneidad, dejan de ser productos de la tierra y del trabajo de per-
sonas concretas para transformarse en un artículo de consumo más (Dowler
et al. 2011, 404).
La estandarización de los alimentos y su consumo da lugar a lo que
Khoury et al. (2013) llaman “la dieta estandarizada global”, constituida por
gran cantidad pero poca variedad de alimentos procesados, con alto gramaje
de azúcares, carbohidratos y grasas, energéticamente densos pero carentes de
micronutrientes asimilables para el metabolismo y el desarrollo físico. Este
tipo de alimentos, si bien llenan el estómago y proveen al cuerpo de reservas,
provocan problemas alimentarios y personas con desbalances nutricionales
que están, al mismo tiempo, “llenas y muertas de hambre” (Patel 2008). Así,
mientras 795 millones de personas en el mundo están en estado agudo y cró-
nico de desnutrición, otros dos billones padecen sobrepeso y malnutrición
(Patel 2008; Sethi 2015).
Además de los problemas para la salud, el régimen alimentario corpora-
tivo actual tiene impactos importantes en los ecosistemas y los recursos natu-
rales, como la deforestación que se produce para el establecimiento de grandes
plantaciones, el uso de grandes cantidades de agua (70 % del agua potable se
destina al riego), el desgaste de suelos y la eutroficación de aguas por lixivia-
dos de agroquímicos (Gomiero, Paoletti y Pimentel 2008; Thiele-Bruhn et
al. 2012; Reganold y Wachter 2016). El alto uso de agroquímicos explica la
pérdida de un tercio de la tierra arable a nivel mundial, pues los procesos de
erosión y contaminación que produce son difícilmente reversibles (fao 2006;
Cameron et al. 2015).
475
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
Los tianguis alternativos como espacios contestatarios
El régimen alimentario corporativo no ha estado exento de críticas y oposito-
res. Tanto la sociedad civil como los trabajadores del campo han protestado y
promovido iniciativas para contrarrestar los efectos adversos de la producción
y el consumo de los alimentos corporativos. En esta búsqueda por resignificar
el consumo y acceder a alimentos cultivados a través de condiciones justas de
trabajo y sin una alta carga de agroquímicos, ha cobrado relevancia la idea
de “localizar” el consumo y hacerlo orgánico (DuPuis y Goodman 2005). Pese
a que existen diferentes modalidades para llevar a cabo estas iniciativas, una
de las más importantes son los tianguis o mercados de comercio directo, de
productor a consumidor, llamados también mercados alternativos u orgánicos.
En estos sitios se promueve la venta o intercambio de alimentos y productos
artesanales de manera directa entre los productores y los consumidores.
Los mercados alternativos, orgánicos o agroecológicos son espacios que
buscan recuperar el valor cultural del alimento, del territorio en el que fue pro-
ducido y de la producción a pequeña escala, dando rostro y voz a los producto-
res y dotando a los alimentos de un sentido cultural que ha sido opacado por la
industria alimentaria global. Los tianguis alternativos colocan al productor y su
producto frente al consumidor, y resaltan elementos éticos, estéticos y cultura-
les de la alimentación para revalorar nuestra relación con el alimento, con quien
lo produce y con el sistema natural que sustenta su producción.
Una pieza fundamental para la venta de alimentos en los mercados alter-
nativos es la intención de eliminar mediante la venta directa a los intermedia-
rios o coyotes. Los intermediarios, que en los territorios rurales cuentan con el
capital y la infraestructura para el transporte y el acopio de productos agrícolas
a escala mediana y grande, compran la producción a precios mínimos e incre-
mentan el precio final de los alimentos hasta en 300 % (Cervantes en Debayle
2014). Entre estos intermediarios se incluyen las grandes empresas y sus mar-
cas, que procesan o simplemente etiquetan los alimentos para comercializar.
En los espacios de venta directa es posible conservar los precios del alimento,
pero toda la ganancia se dirige a quienes lo cultivaron, apoyando con precios
justos el trabajo de los campesinos y agricultores.
476
Consumir y resistir
Otro elemento promovido por los mercados alternativos es la salud. Al
ofrecer alimentos producidos —generalmente— en sistemas agrícolas sin uso
de agroquímicos, se infiere que los productos serán más saludables, tanto para
los consumidores como para el ambiente, pues se fomentan prácticas agrícolas
que intentan preservar los rasgos de los ecosistemas, sin generar lixiviados en
los acuíferos derivados de la aplicación de químicos, ni desgastar los suelos o
afectar a la fauna edáfica ni a las interacciones naturales en el agroecosistema y
el ecosistema circundante.
En tanto que se trata de fomentar que los productores convivan con los
consumidores, se establecen límites variables de distancia entre los sitios de
producción y los puntos de venta, lo cual asegura también la frescura de los
alimentos. Además, permitir que los alimentos viajen largas distancias desde
su punto de origen implicaría reproducir cadenas de distribución similares
a las de corporativos globales, que requieren del uso de grandes cantidades
de energía y combustibles para abarcar mercados amplios y lejanos. Los pro-
ductores que acuden a los tianguis para ofrecer sus productos son todos de
pequeña escala, por lo que una ventaja más de estos mercados es la posibilidad
de beneficiar a productores que, por carecer de grandes volúmenes de cosecha
o producción, no tienen acceso a los mercados convencionales, que compran
al mayoreo para revender a precios bajos. De esta manera, existe un compo-
nente de justicia social en los mercados alternativos, que pugnan por abrir
posibilidades de comercialización a productores que estarían normalmente
marginados del mercado convencional.
Los mercados alternativos son cada vez más comunes en México. El pri-
mero de ellos fue el Tianguis del Círculo de Producción y Consumo Respon-
sable, fundado en la ciudad de Guadalajara en 1996. Algunos años más tarde,
surge en la Universidad de Chapingo, en Texcoco, el Tianguis Orgánico Cha-
pingo, como un esfuerzo de la comunidad universitaria para vincularse con los
productores locales (Nelson et al. 2008). En 2004 se crea la Red de Tianguis y
Mercados Orgánicos de México (rtmo), que ha ido sumando colectivos y
estimulado la creación de nuevos mercados en el país junto con los procesos
de certificación social para garantizar la producción orgánica de sus miem-
bros. Los productores de la rtmo son de pequeña escala y comercializan la
477
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
mayor parte de su producción en los espacios del tianguis semanal, con pocos
excedentes para tiendas o restaurantes (Nelson et al. 2008). Actualmente, la
red cuenta con más de cincuenta mercados asociados en la República Mexi-
cana, que agrupan a más de mil productores (Rosina 2014; rtmo 2014); sin
embargo, fuera de la red también existen muchos espacios independientes en
distintas ciudades del país.
El número de mercados alternativos en México varía constantemente,
pues algunos proyectos encuentran problemas y dejan de funcionar, ya sea
temporal o permanentemente, mientras que otros se inician o logran persistir.
Estos mercados se encuentran sobre todo en las ciudades más grandes del país,
pero gradualmente adquieren presencia en zonas urbanas más pequeñas. En
marzo de 2016 realizamos una serie de búsquedas en internet5 con los crite-
rios “mercado/tianguis orgánico” y “mercado/tianguis alternativo”. Encontra-
mos difundidos, entre páginas específicas y reportes de periódicos estatales
en línea, 101 espacios de venta de alimentos orgánicos o agroecológicos en
México, todos pertenecientes a la rtmo. En promedio, cada mercado ofrece
cerca de 35 productos diferentes, por lo que estimamos que cerca de 3 500
colectivos, personas o familias utilizan este tipo de espacios como opción para
ofrecer sus productos.
La ventaja más promovida por estos tianguis en México es el supuesto
beneficio que tiene en la salud el consumo de productos orgánicos o al menos
con un uso moderado de químicos en relación con el consumo de alimentos
agroindustriales. De hecho, algunos estudios realizados para entender las mo-
tivaciones de los consumidores en tianguis orgánicos o alternativos reportan
que la mayoría de las personas acuden a comprar por motivos de salud, bajo el
supuesto de que los productos, ya sea frescos o procesados, con menor carga
de químicos tienen efectos positivos sobre el cuerpo. En estos estudios, la
5
En esta búsqueda de información no solo consideramos la venta de productos orgánicos,
sino de productos —orgánicos o no— de agricultores locales, ya fuera en bruto o proce-
sados. Se incluyeron los esquemas de entrega de canastas con cosechas locales, pero se
excluyeron, debido a falta de información, aquellos restaurantes y tiendas que compran y
revenden los productos de agricultores locales.
478
Consumir y resistir
preocupación por las condiciones del entorno ambiental es el segundo motivo
de compra mencionado, y pocas personas hacen referencia al interés de apoyar
la actividad de pequeños productores o de los campesinos como un factor para
acudir a los mercados alternativos (Gutiérrez et al. 2012; Juárez 2014; Roldán
2014; Roldán et al. 2016).
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. Autores como DuPuis y
Goodman (2005) y Guthman (2007) argumentan que los mercados alterna-
tivos favorecen la formación de nichos de compra para sectores de alta capa-
cidad adquisitiva, y construyen una visión local que esconde las inequidades
sociales que también se reproducen en esta escala. Del mismo modo, este tipo
de mercados constituye espacios de comercialización accesibles únicamente
para algunos productores, aquellos que tienen los conocimientos, los recursos
y las alianzas adecuadas para ocuparlos y beneficiarse de la venta de produc-
tos exclusivos en espacios también exclusivos. Debido a esto, los mercados
alternativos no tienen, por ahora, un potencial importante para reactivar la
actividad agropecuaria de los pequeños productores en un país tan extenso y
diverso como México. No obstante, la emergencia de los tianguis alternativos
y de otros esquemas para acceder a este tipo de alimentos y productos debe
verse como un movimiento paralelo a otros que demandan mejores condi-
ciones de vida y salud para la población, y mayor justicia en los ingresos de
las familias, de tal forma que tanto consumidores como productores puedan
resultar beneficiados.
El sistema alimentario de la Ciudad de México
La Ciudad de México es la capital del país, ubicada en la parte central del terri-
torio mexicano. Tiene una área de 1 485 km2 y una población cercana a los
9 millones de habitantes (inegi 2010). La ciudad está dividida en 16 dele-
gaciones, pero el área conurbada abarca también 59 municipios del Estado
de México y 29 de Hidalgo (Fernández Álvarez 2012). Esta zona conurbada
conforma la zona metropolitana de la Ciudad de México, cuyo número de
habitantes supera los 20 millones, y constituye la cuarta ciudad más poblada
479
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
del planeta (Álvarez Enríquez 2009). A pesar de su alta densidad poblacional,
mayor a 5 900 hab/km2, la ciudad aún alberga importantes espacios rurales
donde prácticas agropecuarias y formas de vida tradicionales se entremezclan
con la vida urbana.
La Ciudad de México tiene una composición demográfica muy hetero-
génea, con grupos sociales diversos culturalmente y diferenciados económi-
camente, lo que produce fuertes desigualdades y una marcada fragmentación
social (Álvarez Enríquez 2009; Fernández Álvarez 2012). Aunque existen ex-
tensas zonas claramente pobres (oriente) y otras donde prácticamente solo ha-
bitan las élites (norponiente y centro), la Ciudad de México no es una ciudad
polarizada. Las clases medias y bajas están dispersas por toda la ciudad, y en-
tre ellas encontramos islotes de asentamientos de clases altas (Saravia 2008).
Más del 90 % de la población cuenta con acceso a los servicios básicos, pero
la calidad y distribución es diferenciada, y los grupos más pobres carecen de
agua potable, drenaje y acceso a servicios médicos. La enorme dimensión de la
Ciudad de México genera muchos problemas urbanos, entre los que destacan
el déficit de agua, la mala calidad e insuficiencia del transporte púbico, la falta
de viviendas, el manejo deficiente de la basura, la contaminación atmosférica y
la inseguridad (Álvarez Enríquez 2009). La demanda de alimentos es también
un reto importante para la ciudad.
La producción de alimentos en la ciudad es marginal. El abasto de ali-
mentos a la ciudad desde otras partes del país y del extranjero se realiza a tra-
vés de un complejo sistema de centros de distribución y puntos de venta, que
incluyen la Central de Abastos de la Ciudad de México,6 mercados públi-
cos, tianguis y mercados sobre ruedas, como opciones administradas por el
Gobierno local (Ávila Curiel 2010). El sector privado ofrece acceso a los ali-
mentos a través de pequeños comercios conocidos como tiendas de abarrotes,
que se encuentran en todas las colonias de la ciudad; de grandes supermerca-
dos, como Walmart, Comercial Mexicana, Soriana y Chedraui, y de cadenas
6
La Central de Abastos de la Ciudad de México es considerada como el complejo comer-
cial mayorista más grande del mundo. Tiene una superficie de 327 ha y en ella se manejan
diariamente 30 000 toneladas de alimentos (Ávila Curiel 2010).
480
Consumir y resistir
de tiendas de conveniencia, como Oxxo, 7 Eleven y Extra, que se localizan por
casi toda la ciudad en sitios de alta afluencia y ofrecen alimentos preparados
para consumo inmediato.
La compra es la forma más frecuente a través de la cual los habitantes de
la ciudad se aprovisionan de alimentos. A pesar de que el abasto es suficiente
y bien distribuido, esto no asegura el acceso para toda la población. Se calcula
que al menos 5.3 % de los habitantes de la ciudad padece pobreza alimentaria
(Ávila Curiel 2010).
Hacia la década de 1970, los cereales y las leguminosas aportaban más
del 50 % del consumo energético de la población urbana, pero en los últimos
años buena parte de la población ha adoptado un patrón de alimentación alto
en calorías, con un bajo consumo de cereales integrales, leguminosas, frutas,
verduras y pescado, y un exceso de alimentos de origen animal, grasas satura-
das y de alta densidad calórica y abundantes carbohidratos saturados (Ávila
Curiel 2010). Este tipo de dieta ha producido graves consecuencias para la
población, especialmente para los sectores más pobres, que hoy sufren de
sobrepeso, obesidad y dolencias asociadas al llamado síndrome metabólico,
como diabetes e hipertensión (Ávila Curiel 2010).
Resultados
Mercado el 100: local, sano, rico, justo y limpio
Todos los domingos en la plaza del Lanzador, ubicada en la colonia Roma
Sur, una de las colonias de moda en la Ciudad de México, uno puede acudir al
Mercado el 100. Aquí, pequeños productores rurales de los alrededores de la
Ciudad de México ofrecen hortalizas, frutas, miel, granos y carne producidos
de forma orgánica o agroecológica, así como pan, quesos, chocolate, tortillas y
otros alimentos procesados libres de agroquímicos, hormonas o transgénicos.
Los puestos, bien ordenados y arreglados, con toldos negros y el logotipo del
Mercado el 100, se distribuyen a lo largo de una amplia acera en una esquina de
la plaza. Desde las 9:30 de la mañana, los clientes acuden al mercado; algunos
481
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
llegan solos, caminando o en bicicleta, muchos llevan a sus perros, y también hay
familias que acuden con sus hijos al mercado para desayunar y hacer sus com-
pras. La plaza es bonita, el mercado también, y aunque constituye un espacio de
compra y venta, para muchas personas el mercado parece ser también un paseo.
El Mercado el 100 surge en 2010 como un proyecto de la organización
no gubernamental Lu’um A. C., interesada en promover el desarrollo rural
comunitario a través de prácticas de comercio justo. Este interés por apoyar
a los productores rurales se sumó a la preocupación “de un grupo de amigos”
por promover oportunidades para una buena alimentación y acceso a produc-
tos locales en la ciudad, lo que dio origen al Mercado el 100. Este fue el primer
mercado alternativo de la Ciudad de México y comenzó con doce productores
en la plaza Río de Janeiro, también en la colonia Roma. Hoy no solo el número
de productores ha crecido a 45, que ofrecen más de 350 productos diferen-
tes, sino que el mercado funciona en dos nuevas sedes: Coyoacán, un barrio
intelectual al sur de la ciudad, y Tlatelolco, una zona de clase media cercana al
centro. De acuerdo con los organizadores, desde el principio, el mercado fue un
éxito, pues había mucha gente interesada en la buena alimentación.
Existen ciertos requisitos para que los productores puedan ofrecer sus
productos en el 100. Entre ellos se cuenta, por ejemplo, que empleen prácticas
artesanales y ecológicas de producción, que el 80 % de los insumos utilizados
en los alimentos procesados sea orgánico y que los productores sean propie-
tarios de sus medios de producción. El mercado verifica una vez al año estas
condiciones y la calidad de los productos mediante visitas por parte de los coor-
dinadores —a veces abiertas al público—. Se cobra una cuota semanal a los
productores con la que se cubren los gastos de la infraestructura del mercado
(lonas, mesas, sillas, etc.) y la publicidad.
De acuerdo con sus promotores, el Mercado el 100 tiene como objetivo
principal ofrecer un espacio para que los habitantes de la Ciudad de México
accedan a alimentos sanos que, consideran, son aquellos producidos de for-
ma orgánica o agroecológica, no industrializados y con una huella de carbo-
no mínima, por lo que no son transportados desde más de cien millas7 a la
7
Se habla de millas y no de kilómetros porque el diseño del Mercado el 100 está inspirado
482
Consumir y resistir
redonda (según indican sus lineamientos). Uno de los fundadores del mer-
cado, y también dueño del llamado “primer bed and breakfast ecológico” de
la ciudad (El Patio 77), explica en un video8 que antes del 100 no existían en la
Ciudad de México opciones de alimentos sanos y responsables con el ambien-
te. Aunque había algunos supermercados que ofrecían productos orgánicos,
estos no solo eran caros, sino que no eran productos frescos ni locales. La pro-
ducción y consumo de alimentos orgánicos y agroecológicos es importante,
desde la perspectiva de los organizadores y promotores del Mercado el 100,
por sus beneficios a la salud de las personas. Consideran que la cantidad de
hormonas y agroquímicos que consumimos en los alimentos resultan en en-
fermedades como el cáncer o las alergias.9 Los productos orgánicos y locales
son también una solución a algunos problemas ambientales, como la contami-
nación de la tierra y aguas por agroquímicos, o al gasto energético excesivo que
supone el transporte distante de alimentos.
Además de promover una alimentación sana, los organizadores del 100
pretenden acercar a consumidores y productores ofreciendo una experiencia
de compra distinta en la que el consumidor sabe de dónde proviene el alimento,
quién lo produce y cómo lo hace. Una relación que, dicen, se había perdido con
el dominio de los supermercados como sitio principal de abasto en la ciudad.
Esperan también que el mercado constituya una plataforma para que los peque-
ños productores puedan comercializar sus productos y expandir sus negocios.
De hecho, explican que a largo plazo, la meta sería que los productores abando-
naran el mercado porque tienen ya otros sitios dónde vender y pueden ser indepen-
dientes [de el 100]. Sin embargo, los productores que ofertan sus productos en
el mercado no participan en la toma de decisiones sobre él, pues, como explica
uno de sus coordinadores, la toma de decisiones colectiva es muy difícil; por
en la experiencia de los farmers’ markets norteamericanos, que establecen el límite de cien
millas como origen de sus productos para asegurar la venta únicamente de productos
locales.
8
Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=BGJUHjBMo1E.
9
Información tomada de https://www.youtube.com/watch?v=D4wOqfBuOhg y https://
www.youtube.com/watch?v=BGJUHjBMo1E.
483
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
lo tanto, aunque se consulta a los miembros, las decisiones finales en torno a
aspectos como el ingreso de nuevos productos, los eventos a realizar, la evalua-
ción de nuevas sedes o la relación con las autoridades de la ciudad las toma la
dirección.
Hasta ahora, el Mercado el 100 no se ha preocupado por establecer redes
de cooperación o de comunicación con otros tianguis alternativos u organiza-
ciones de productores orgánicos, pues consideran más relevante para su ope-
ración la relación que construyen con las autoridades encargadas del espacio
público o con actores privados que apoyan sus actividades.
El Mercado el 100 ha sido nombrado como “el primer mercado de la
tierra” en la Ciudad de México, categoría que el movimiento Slow Food otorga
a los espacios que certifica como iniciativas para salvaguardar las tradiciones
y la diversidad culinaria de un país. En el espacio del 100 se ofrecen talleres
abiertos al público, principalmente sobre ecotecnias, para promover prácticas
ecológicas, desde siembra de plantas útiles hasta opciones de reciclaje y reúso
de materiales, con intención de aportar opciones para una vida más integrada
con el medio ambiente.
El Mercado el 100 es el único tianguis alternativo que ha conseguido
gestionar el uso de espacios públicos ante autoridades delegacionales, quienes
consideran a este tipo de iniciativas iguales que los mercados convencionales,
y por lo tanto, no ven pertinente abrir espacios para distinguir las característi-
cas de los productos. Hasta el momento, no han comenzado a pagar cuotas por
el uso del espacio público, pero explican que esto no sería un problema, siem-
pre y cuando las cuotas sean transparentes y permitan generar antigüedad. La
tarifa que cobra el 100 a sus productores (450 pesos) es elevada, algunos tam-
bién ofrecen sus productos en otros mercados alternativos, y comentan que
ahí sus precios son menores porque pagan una cuota más moderada.
Como algunos de sus principales logros, los organizadores del 100 inclu-
yen haber ampliado la base de productores, lo cual se relaciona directamente
con la posibilidad de abrir nuevas sedes para alcanzar a una mayor población
en la ciudad, así como para fortalecer su relación con las autoridades y asegurar
el uso de calles y plazas, lo que les permite dar mayor visibilidad a los mercados
de venta directa de productos orgánicos.
484
Consumir y resistir
Mercado Alternativo de Tlalpan: la crisis no es ecológica, es política
El Mercado Alternativo de Tlalpan (mat) funciona desde 2013 en el centro de
Tlalpan, un asentamiento de origen indígena al sur de la ciudad, que durante
la Colonia constituyó una importante villa en el valle de México. Actualmente,
el centro de Tlalpan, con sus calles empedradas y edificios coloniales, es una
zona donde lujosas casas y fraccionamientos comparten espacio con antiguas
vecindades y viviendas de clase media y baja. Cada sábado, en la calle Triunfo
de la Libertad, se establece el mat dentro de la Casa de Cultura de la Universi-
dad Autónoma del Estado de México (uaemex).
Al igual que el Mercado el 100, el mat fue fundado por un grupo de
tres amigos universitarios que trabajaban en la venta de productos artesana-
les, como queso de cabra y aceite de oliva, y que participaban en colectivos
de alimentos tradicionales y proyectos de agricultura urbana en la Ciudad de
México. El proyecto del mercado fue apoyado por la Casa de Cultura de la
uaemex, que prestó sus instalaciones como sede del mat. Iniciaron con tres
productores directos y otras personas que ofrecían productos procesados, a
quienes contactaron través de una convocatoria en Facebook. Al principio, el
mat funcionaba un domingo al mes, pero como cuenta uno de sus fundado-
res, nos fue muy bien y decidimos meter más productores y hacerlo cada quince
días. Para 2015, el mat se establecía todos los sábados y contaba ya con 33
productores, todos ellos de zonas aledañas a la Ciudad de México. En 2016,
el mercado abre una nueva sede, los domingos en el Bosque de Tlalpan, un
importante parque del sur de la ciudad.
Los organizadores del mat querían transcender la idea de los alimen-
tos orgánicos como herramienta para producir nuevos nichos de mercado, y
deciden llamar al mercado alternativo en lugar de orgánico, pues este último les
parece un término que ha adquirido un matiz elitista y no logra transmitir la
idea o la intención del mat, que pretende cuestionar el modelo dominante de
producción, comercialización y consumo de alimentos. La propuesta amplia
del mercado es promover la articulación de redes para el abastecimiento de las
necesidades básicas de alimentación, y no únicamente el consumo de orgáni-
cos ni la salud individual que podrían perseguir quienes buscan este tipo de
485
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
productos. A diferencia de otros mercados visitados, el mat cuenta con un
documento en línea10 donde se expone la problemática que sus organizadores
observan en el sistema alimentario actual y las vías alternas que promueve el
mercado. En el texto explican que:
La gran industria agroalimentaria es responsable del acaparamiento de tierras y
recursos, del desperdicio de alimentos y energía, de la pérdida de biodiversidad,
la simplificación, degradación y destrucción de los ecosistemas, la crisis sani-
taria de alimentos, la desaparición de formas tradicionales de conocimiento,
la desaparición de alimentos tradicionales y un cúmulo de afectaciones más
[…] Consideramos que el modo de producción debe de reformularse sobre
una base agroecológica, con la participación activa de diferentes actores promo-
viendo la conservación y uso responsable de la biodiversidad (mat s. f.).
De esta forma, el proyecto del mat muestra una vertiente política impor-
tante, pues considera a la alimentación alternativa no solo como vía para acce-
der de manera individual a una mejor salud o para colaborar con la protección
del ambiente, sino como una forma de resistencia a las reglas que establecen los
consorcios agroalimentarios y las grandes cadenas de supermercados (Álvarez
Icaza 2015). Uno de sus organizadores explica:
La diferencia principal de este mercado [con otros de la ciudad] es cómo con-
ceptualizamos el problema alimentario, creemos que hay una reflexión muy
superficial del problema alimentario, se queda en que lo orgánico es bueno
para la salud y ya. Nosotros consideramos que el problema alimentario es
producto de una crisis civilizatoria y tiene causas políticas y sociales.
Para el mat y sus organizadores, no basta que los alimentos sean pro-
ducidos sin agroquímicos o que se rieguen con agua recuperada de lluvia,
pues esto “no garantiza que sea un producto sustentable […] los productores
10
El documento titulado “Directrices del Mercado Alternativo de Tlalpan” puede consul-
tarse en http://www.mercadoalternativodetlalpan.com.
486
Consumir y resistir
orgánicos tienen que contemplar el bienestar del productor, tienen que vincu-
lar al campesino con el ciudadano y crear distintos canales de comercialización
[…] Solo reivindicando la naturaleza democrática de los alimentos, es como
podemos hacerle frente a un sistema que ha precarizado las condiciones de
vida” (Saltijeral 2014). Una parte importante del trabajo del mat es resaltar
la idea de que la crisis ambiental actual es una crisis política y no ecológica,
lo que hace necesario resignificar el derecho a una vida digna (Álvarez Icaza
2015). En este sentido, los organizadores de este mercado argumentan que
el consumo de alimentos orgánicos por sí solo no permite crear nuevas posi-
bilidades de trasformación gradual en dirección contraria al capitalismo, pues los
alimentos orgánicos son hoy un nuevo tipo de mercancía, cooptados por las
grandes empresas que los ofrecen a precios accesibles solo para algunos.
El mat ofrece cada semana productos como hortalizas, huevo, pan, miel,
quesos, mermeladas, salsas, bebidas prebióticas y otros productos, siguiendo
determinadas reglas que, de acuerdo con sus organizadores, definen el pro-
yecto: priorizar los productos ambientalmente amigables sobre los que no lo
son, lo local sobre lo lejano, a los productores sobre los intermediarios y lo arte-
sanal sobre lo industrial. Cada productor participante paga una cuota de 150
pesos semanales para sostener la gestión del mercado, aunque hay descuentos
para aquellos productores que no alcanzan una buena venta en días particu-
lares. La cuota se utiliza para cubrir los gastos de la sede, así como mesas, tol-
dos, difusión, entre otros. Según los entrevistados, al principio intentaron que
todas las decisiones se tomaran de forma colectiva en asambleas; sin embargo,
esto no fue sencillo. Muchos de los participantes no asistían o las tareas encar-
gadas a las comisiones no se cumplían a cabalidad. Así, los organizadores
decidieron encargarse de las decisiones más cotidianas para dar continuidad
al mat, y ahora solo se reúnen colectivamente para acordar su participación
en ferias a las que son invitados, la incorporación de nuevos productores o los
presupuestos para renovar la infraestructura o la imagen del mercado, así como
para establecer cuotas y sanciones por impuntualidad o inasistencia, lo que
constituye un problema recurrente.
Una parte importante del quehacer del mat es la promoción de la orga-
nización comunitaria. Para lograrlo, el mercado ha abierto un espacio en el
487
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
que semanalmente se presentan artistas plásticos, músicos, conferencistas y
talleristas, quienes ofrecen charlas y actividades sobre temas de alimentación
y ecología. También han invitado a colectivos y movimientos sociales que apo-
yan causas como la oposición al cultivo de maíz transgénico en México, u otras
de carácter político. Así, por ejemplo, durante el mes de noviembre de 2016,
en el mat se vendió la flor de cempasúchil, utilizada para adornar las ofrendas
de Día de Muertos en México, cultivada por los alumnos de la Escuela Nor-
mal Rural de Ayotzinapa (Guerrero), cuyos compañeros fueron asesinados en
2014 en situaciones aún no esclarecidas por el Gobierno. Dicho evento fue
una forma de expresar la solidaridad del mat con el reclamo de los padres de
los 43 alumnos desaparecidos, que se mantiene hasta el día de hoy. Con estas
acciones, el mat busca sensibilizar a las personas sobre la problemática ali-
mentaria y crear consciencia de que no basta comprar orgánico, es necesaria una
participación política comunitaria.
El mat ha establecido vínculos con instituciones académicas, como la
Universidad Autónoma Metropolitana (uam), La Esmeralda (escuela de pin-
tura) y el Colegio de Ciencias y Humanidades (cch), para ofrecer talleres;
han participado en espacios de difusión en emisoras de radio no comercia-
les, como Radio unam y Radio Educación, y también han buscado establecer
alianzas con otros mercados alternativos para conformar una red de mercados
en la Ciudad de México, iniciativa que no ha tenido éxito. No obstante, sus
organizadores consideran que el mat tiene ya una identidad propia en el uni-
verso de los mercados alternativos en la Ciudad de México. Entre los mayores
logros del mat, mencionan las redes de relaciones que se han construido a
partir del mercado. Explican que la experiencia del mercado va más allá del
consumo: Hay señoras que se quedan todo el día platicando aquí, hay gente que no
compra, pero que participa en las actividades. Hemos logrado otra relación con los
productores y se han abierto otros espacios a partir de este. En el futuro, el mat pla-
nea conformar una asociación civil donde el mercado funja como un proyecto
central alrededor del cual se articulen otras iniciativas, como cooperativas de
consumidores y proyectos de agroecoturismo.
488
Consumir y resistir
Foro Tianguis Alternativo de la Ciudad de México
Comercio justo, solidario y sustentable para la sociedad
El Foro Tianguis Alternativo de la Ciudad de México se lleva a cabo todos los
domingos de 10 a 17 horas, en la avenida Álvaro Obregón número 185, en
la colonia Roma, cerca de la ubicación sabatina del Mercado el 100. En este
emplazamiento de puestos heterogéneos en colores y decorado, se ofrecen lác-
teos, granos, huevo, café, verduras, mezcales, fruta y miel, entre otros productos.
Aunque comenzó sus actividades en 2009, desde 2011 ocupan la sede actual.
La iniciativa para la creación de este tianguis surgió de un grupo de produc-
tores y colectivos de agricultores que colaboraban en proyectos de extensión
comunitaria y en escuelas campesinas en la Ciudad de México y en los estados
de Morelos, Tlaxcala, Guerrero y el Estado de México. Aunque en un princi-
pio intentaron acceder a un espacio público, como el camellón de la avenida
o un parque en Coyoacán, nunca lograron obtener los permisos de la autori-
dad encargada, por lo que finalmente se instalaron en la casa del Partido Popu-
lar Socialista (pps), que cada fin de semana les presta su patio.
De acuerdo con sus organizadores, el Foro es un espacio de resistencia,
pues su trabajo confronta de manera directa la producción de alimentos indus-
trializados y a los corporativos de alimentos que se encargan de promoverlos
como opciones buenas y económicas de alimentación. Como productores,
resisten también las iniciativas gubernamentales orientadas a desarrollar una
agricultura cargada de insumos químicos y enfocada en la producción masiva
de pocos cultivos y variedades. De esta forma, la iniciativa del Foro no responde
únicamente a promover un espacio de venta, sino a generar redes de apoyo para
ampliar la producción y el consumo de productos agroecológicos. La asistencia
conjunta a eventos, la asesoría técnica compartida, la implementación de nue-
vas iniciativas, la colaboración en espacios fuera del tianguis, el apoyo de los
consumidores y las relaciones de amistad que se generan entre los participantes
son elementos que disminuyen la dependencia de instancias externas, como
el Gobierno o las agroindustrias. Los organizadores explican que ellos apues-
tan por una política de autosuficiencia y soberanía alimentaria para México y
489
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
que aunque es difícil, estamos en ese camino. Ser un espacio de resistencia es, de
acuerdo con los testimonios, lo que diferencia al Foro de otros mercados.
Cada uno de los productores paga una cuota semanal de 125 pesos por
mesa, con lo que se cubre la renta del local y los gastos de luz y agua. El Foro se
rige bajo un esquema colectivo de toma de decisiones, con asambleas mensua-
les para rendir cuentas de los ingresos y gastos, o bien para discutir los precios
y la incorporación de nuevos productos, distribuir tareas y acordar la participa-
ción en eventos, entre otros asuntos. En estas asambleas participan los miem-
bros del colectivo, conformado por los fundadores del proyecto, productores
de participación constante e incluso por consumidores que deseen asistir.
El proceso de selección para el ingreso de nuevos productores al tianguis
inicia con un cuestionario muy detallado para los aspirantes. En este cuestio-
nario se establecen todos los parámetros que requiere el tianguis para garanti-
zar que la producción sea orgánica. De acuerdo con los entrevistados, rara vez
los interesados cumplen con los requisitos necesarios, pues se requiere saber el
origen de los insumos, que incluye a las semillas; los métodos agroecológicos
empleados; las técnicas de cultivo, cosecha y abonado, así como aspectos sobre
el mejoramiento de suelos, de la fauna edáfica y de la convivencia del grupo
productivo, entre otros. Con esta información, los organizadores del Foro pue-
den identificar quiénes cumplen con los parámetros de producción agroeco-
lógica, aunque además pueden realizar una visita a las zonas de producción
para certificar los procedimientos. El tipo de certificación que promueve el
Foro Tianguis es participativa, y actualmente uno de sus objetivos es que sean
organizaciones de la sociedad civil las que otorguen la certificación y no ins-
tancias de gobierno. Consideran que el pago por los sellos orgánicos es caro
y altamente restrictivo, pues cada productor tiene que certificar cada uno de
sus productos y renovar la vigencia anualmente. Esto excluye de la produc-
ción orgánica a los pequeños productores y da lugar a una agricultura orgánica
cooptada que tampoco, desde su perspectiva, resuelve los problemas sociales
del campo mexicano.
Los precios de los productos que se ofertan en el Foro se deciden por
consenso entre los productores, quienes procuran establecer un comercio con
justicia, que no se rija por la oferta y la demanda o por la especulación, sino por
490
Consumir y resistir
lo que el productor necesita y lo que el consumidor puede o quiere pagar. Es
por esto, afirman, que los precios del Foro son más bajos que en otros merca-
dos similares. Cada domingo, el tianguis realiza talleres y pláticas sobre biodi-
versidad y agroecología, y una vez al mes se realiza un intercambio de semillas
abierto al público para difundir su diversidad. De acuerdo con las entrevistas,
el Foro ha logrado construir una relación solidaria con sus clientes y consu-
midores, quienes apoyan la labor del mercado ofreciendo talleres, haciendo
difusión en las redes sociales y otros medios, y en labores de limpieza y de
mejoramiento del espacio, entre otras cosas. Explican que se ha formado una
comunidad de apoyo entre los participantes, productores y consumidores,
dando lugar a redes de amistad y solidaridad que van más allá del intercambio
comercial y refuerzan el sentido de comunidad de las personas.
Hacia el futuro, pretenden seguir pugnando por conseguir un espacio
en la vía pública para que el Foro Tianguis tenga mayor visibilidad y, de esta
manera, difunda la idea de que las unidades campesinas agrícolas son la mejor
forma de conseguir la soberanía alimentaria en el país, en lugar de la agricul-
tura orgánica industrializada que poco beneficia a los campesinos mexicanos.
El Bonito Tianguis: cambia a México desde tu refrigerador
El Bonito Tianguis tiene como sede fija la colonia San Pedro de los Pinos, donde
se establece los martes cada quince días. Además, dos sábados al mes, el mer-
cado se instala en diferentes colonias de otros puntos de la ciudad, pero to-
das ellas de clase media alta. En un ambiente festivo, con puestos adornados
con papel de colores y carteles llamativos con frases como “¡Pásele, pásele!”,
que evocan la antigua convivencia en los mercados tradicionales mexicanos,
el Bonito Tianguis ofrece vegetales, frutas, leches veganas, mezcal, chocolate,
lácteos, mermeladas, cosméticos, pan y otros productos, muchos de ellos de
tipo gourmet, elaborados y producidos por más de ochenta pequeños produc-
tores de diversos estados de la república, como Oaxaca, Estado de México, Yu-
catán y Chiapas (Santibáñez 2016). El lema del mercado, “Cambia a México
desde tu refrigerador”, pretende reflejar la idea de que el consumo local aporta
491
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
múltiples beneficios para el país, los cuales inician con espacios de contacto
entre vecinos, generación de economías locales, conversaciones y conviven-
cias que impulsan la solidaridad y además capitalizan a los productores. Para
Enrique Cervantes, fundador del Bonito Tianguis, las economías locales ade-
más tienen el potencial de reducir el tráfico y las emisiones contaminantes al
no obligar a la gente a desplazarse para encontrar su canasta básica.
El fundador de Bonito Tianguis es un bailarín y agrónomo que vivió du-
rante varios años en Alemania. A su regreso a México, e inspirado por la expe-
riencia de Green Corner, el primer supermercado orgánico de México, y por
los farmers’ markets alemanes, decidió emprender el proyecto de establecer un
mercado alternativo. El Bonito Tianguis inició como un bazar navideño alo-
jado en una escuela de yoga, que ofreció productos artesanales y locales de
veinte productores. El tianguis fue un éxito, y se pensó que sería un buen nego-
cio hacerlo con más frecuencia. En una segunda ocasión se contó con el doble
de productores y una asistencia de 800 personas.
Actualmente, el Bonito Tianguis ofrece más productos locales y artesa-
nales no industrializados que orgánicos, puesto que no cuentan con recursos
para hacer un monitoreo cercano de todos los productores. Un rasgo impor-
tante es que el Bonito Tianguis se concibe como una empresa y no como una
iniciativa de corte social. El tianguis impulsa la consolidación de proyectos
personales para que logren constituirse en pequeñas y medianas empresas.
Para ello, ofrece de manera gratuita a los productores, y a otros interesados
a bajo costo, cursos de capacitación en manejo de redes sociales, administra-
ción y mercadotecnia, dirigidos a facilitar el desarrollo y la rentabilidad de cada
negocio. Para el fundador del Bonito Tianguis, la idea central del mercado es
que la gente de zonas rurales dignifique su labor y se empodere, [ellos] tienen que
saberse dignos y merecedores, con una mentalidad empresarial.
El Bonito Tianguis es básicamente una marca y un negocio que consti-
tuye una empresa formalmente establecida. Esto, de acuerdo con su fundador,
aporta varias ventajas, pues podemos rentar espacios y no usamos espacios públi-
cos, si fuéramos una asociación civil, dependemos de las autoridades y tengo que
hacer política. Nosotros no necesitamos el espacio público, aunque eso implica otros
492
Consumir y resistir
costos. Al ser un negocio, la toma de decisiones es, según explica, mucho más
sencilla, pues las cooperativas son un desastre, hay mucho egoísmo y mala volun-
tad. Mi equipo y yo tomamos las decisiones acordes con nuestra visión. Los pro-
ductores que participan en el Bonito Tianguis son avisados de los eventos con
dos semanas de antelación y deben confirmar su asistencia, lo cual los compro-
mete a asistir. Cada productor paga 2 000 pesos por dos días de mercado, lo
que incluye la publicidad, el diseño de la imagen del mercado, el montaje, los
fletes, carpas, mesas, sillas, decoración, etcétera. Todos los años se realiza una
reunión o asamblea en la que se exponen los planes y eventos futuros del mer-
cado, se presenta el catálogo de cursos de capacitación y se discuten proble-
mas específicos del tianguis. Actualmente, el Bonito Tianguis cuenta con una
cartera de sesenta productores, de los cuales treinta asisten de forma regular.
Aunque el Bonito Tianguis se interesa por establecer vínculos con otros
mercados de su tipo para intercambiar experiencias, consideran que cada uno
tiene un proyecto diferente y que la competencia entre ellos es básica para
avanzar.
A diferencia de otros mercados, como el 100, el Bonito Tianguis no se
restringe a colonias de moda, pero el público al que se orienta es también
un sector preocupado principalmente por la salud y el aspecto individual.
Su público es, como dice su fundador, la chava de 28 a 45 años que le encanta
estar bien y comer bien. Para el Bonito Tianguis, la baja rentabilidad del trabajo
agrícola y el distanciamiento que hay entre el campo y las personas en la ciu-
dad pueden encontrar soluciones en espacios participativos como los tianguis
alternativos. Es necesario buscar nuevos caminos entre la ciudadanía y en los
vínculos que pueden dar lugar a formas más activas de participación, pues las
instancias de gobierno difícilmente pueden ofrecer soluciones.
En el futuro, el organizador de Bonito Tianguis espera expandir su nego-
cio y crear Bonito Corporation, un conjunto de marcas y eventos que incluirán
un tianguis de ecoturismo, un mercado de bebidas destiladas artesanales y uno
de moda y diseño, así como un canal de YouTube con contenidos sobre alimen-
tos orgánicos, comercio local y otros temas relacionados.
493
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
Feria Multitrueke. Caminando al buen vivir
Otra economía es posible y la estamos construyendo
La Feria Multitrueke fue establecida en 2010 por vecinos del barrio Magda-
lena Mixhuca, una colonia tradicional de clase media al oriente de la Ciudad
de México. La feria se inspiró en las ideas de la economía solidaria, que busca
formar comunidades de intercambio y redes de apoyo y solidaridad entre per-
sonas y familias, en lo social, lo económico y lo emocional, por lo que la con-
vivencia no se limita al espacio del tianguis, sino que se da en la vida cotidiana
de los participantes. Además de practicar el trueque de productos y servicios
entre los asistentes, la comunidad ha implementado su propia moneda, llamada
mixhuca, que se obtiene al hacerse socio comprometido del colectivo, lo que
implica participar de forma constante y ser activo en las diferentes comisiones
del proyecto, entre ellas: vivienda, ahorro, producción y economía solidaria.
Los mixhucas son firmados por la persona que paga al momento de hacer una
transacción, a fin de guardar un registro de las veces que cada moneda ha sido
usada, lo que refuerza la importancia que los miembros están dando al colec-
tivo y reitera la fuerza social que adquiere cada moneda. Los miembros de la
comunidad se conocen como prosumidores, una unión de las palabras produc-
tor y consumidor, que pretende dar a entender que todos somos ambas cosas y
que todos tenemos algo que producir y, por tanto, algo que intercambiar. Las
personas que asisten a la Feria y que no son miembros del colectivo no usan la
moneda local, pero pueden intercambiar productos o emplear otra moneda,
llamada cacao, especial para asistentes externos. En la Feria Multitrueke nadie
acepta el pago total de la mercancía o servicio en moneda nacional, aunque sí
un porcentaje del consumo. La idea del colectivo es ser autogestivos, se orga-
nizan siempre de manera cooperativa, se toman decisiones en asamblea y se
busca ampliar la base de productos y servicios para que la comunidad encuen-
tre todo al interior de su propio núcleo y se generen lazos de confianza y apoyo
mutuo.
A diferencia de otros mercados estudiados, en la Feria Multitrueke el
objetivo principal no es ofrecer alimentos orgánicos o locales; en este caso,
el interés se centra en la formación de redes solidarias para el intercambio de
494
Consumir y resistir
productos y servicios. No obstante, se promueven alimentos frescos y procesa-
dos que son cultivados sin agroquímicos y elaborados de forma artesanal. De
acuerdo con su página de internet, para la Feria Multitrueke, la preservación
del medio ambiente, así como la generación y utilización de alimentos y mate-
riales orgánicos, libres de la explotación de la naturaleza y del ser humano, es
un aspecto de vital importancia.11 La Feria se lleva a cabo el primer domingo
de cada mes en diferentes sitios de la ciudad, pero los miembros del colectivo
realizan intercambios y compras con la moneda local de forma permanente,
para lo que existe un catálogo, disponible en internet, de los productos y servi-
cios a los que se puede recurrir durante todo el año.
La Feria no realiza ningún pago por la renta de los espacios en los que se
realiza la venta mensual. El uso de estos espacios es posible gracias a alianzas
o tratos que la Feria establece con colectivos o instancias que observan la pre-
sencia del tianguis en sus instalaciones como un evento que enriquecerá a su
propia comunidad. Cada mes se pide a los asistentes que lleven bolsas de tela o
de papel, así como contenedores, para no depender de empaques nocivos para
el ambiente. La Feria termina con una comida comunitaria, para lo cual cada
persona, tanto de la comunidad como personas externas o “asistentes solida-
rios”, debe llevar algo para compartir, así como sus cubiertos, vasos y platos, a
fin de no generar basura.
Al interior de la comunidad se observa y se siente un ambiente alegre en
el que todos están dispuestos a intercambiar información sobre técnicas de
producción y preparaciones alternativas a las comerciales, tanto de alimentos
como de productos de higiene o de limpieza.
En la Feria Multitrueke es posible encontrar frutas y verduras frescas,
miel, alimentos procesados —como mermeladas—, pan, comida vegetariana
para llevar, café, tés, chocolate, cosméticos naturales, implementos para aro-
materapia, entre otros productos. Al igual que en el Tianguis Alternativo, la
Feria Multitrueke tiene un espacio para el intercambio de semillas y promueve
talleres de huertos urbanos, elaboración de distintos productos y mensual-
mente ofrecen un taller de economía solidaria. También hay actividades sobre
http://vida-digna.org.mx/multitrueke/laferia/.
11
495
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
estos mismos temas diseñadas para los niños. Los organizadores consideran
a la Feria como un espacio de convivencia mensual y una forma para hacer
llegar sus ideas y productos al público en general; sin embargo, su meta a
largo plazo es crear una comunidad “interdependiente, sensible ante la injus-
ticia económica, la explotación del planeta y ante la violencia entre los seres
humanos, [y] comprometida en trasformar su vida cotidiana para hacer[la]
más creativa y compartida, para transformarnos hace falta que la práctica y la
reflexión vayan de la mano”.12
Conclusión
En la Ciudad de México existen mercados alternativos con propuestas muy
diferentes. Mientras que el Mercado el 100 y el Bonito Tianguis están enfoca-
dos en proveer alimentos orgánicos, considerados más sanos, a consumido-
res de clases medias y altas, interesados tanto en su salud y aspecto individual
como en formas de consumo acordes con el cuidado de la naturaleza; el mat, el
Foro Tianguis Alternativo y la Feria Multitrueke tienen una propuesta mucho
más política, centrada en la justicia social y en la búsqueda de alternativas al
régimen alimentario global.
Siguiendo la clasificación propuesta por Holt-Giménez y Shattuck (2011),
podemos sugerir que el Mercado el 100 y el Bonito Tianguis responden a una
orientación reformista y se adscriben a un modelo que pretende ofrecer comida
de calidad, fresca y local que se produce y comercializa en condiciones justas
para los productores. Muestran también una preocupación por incrementar
el bienestar de las comunidades rurales y promover procesos de organización
social que las empoderen, sobre todo a partir de su inserción en el mercado
con modelos de negocios alternativos. Como bien explica el fundador de
Bonito Tianguis, no se trata de resistir, sino de insertarse de forma efectiva
en el mercado y de ofrecer mercancías que, con calidad, resalten sus atributos
Convocatoria al taller de iniciación distribuida vía correo electrónico en noviembre de
12
2015.
496
Consumir y resistir
más sensibles, desde sus nutrientes hasta los conocimientos tradicionales y la
identidad mexicana que resguardan. No obstante, aunque este tipo de mer-
cados ciertamente amplía el acceso de las clases urbanas acomodadas de la
Ciudad de México a alimentos de buena calidad, constituyen soluciones de
corte individual o local a la crisis alimentaria y ambiental, que no cuestionan
las condiciones estructurales que les dan origen.
Por su parte, el mat, el Foro Tianguis Alternativo y la Feria Multitrueke
constituyen propuestas cercanas a una orientación radical (Holt-Giménez
y Shattuck 2011), pues buscan producir cambios más profundos en la agri-
cultura y la alimentación, vinculados a la búsqueda de soberanía alimentaria.
Aunque el mat es el mercado que menciona de manera más explícita y recu-
rrente la importancia de resistir y ofrecer alternativas ante el régimen alimen-
tario global, quizá es el Foro Tianguis Alternativo el mercado que presenta una
propuesta más integral y viable en este sentido. El Foro trabaja en proyectos
sobre soberanía alimentaria y procura la generación de redes de producto-
res capacitados en agroecología, construyendo proyectos comunitarios más
amplios que el propio mercado para la formación de comunidades solidarias.
La Feria Multitrueke tiene también una orientación radical que se manifiesta
en su intención de promover una comunidad amplia de economía solidaria
que, como vimos, trasciende el tema de la alimentación y aborda otros aspec-
tos de la vida cotidiana de la gente y las familias que participan.
La variación encontrada sugiere que, en el caso de la Ciudad de México,
los alimentos alternativos y las redes de comercio que se construyen en torno
a ellos funcionan a manera tanto de espacios de resistencia al régimen alimen-
tario global como de ámbitos de reproducción de las prácticas neoliberales.
Entre ellas están, por ejemplo, la producción de nuevas mercancías y necesida-
des, como son los alimentos orgánicos, locales y artesanales, que a su vez dan
lugar a la comodificación de los valores y posturas éticas vinculados con ellos.
Así, los mercados no solo venden alimentos, sino que comercian con la sen-
sación de comportarse y consumir responsablemente con el entorno social y
ambiental. Los mercados alternativos promueven también el establecimiento
de nuevos derechos de propiedad, al hacer, por ejemplo, uso exclusivo del espa-
cio público, y reproducen formas de exclusión, como cuando limitan el acceso a
497
Joaliné Pardo Núñez, Leticia Durand
los productores cuyos productos no cumplen con estándares requeridos o no
son necesarios en el mercado (Guthman 2007).
Queda claro que, en la Ciudad de México, los tianguis alternativos u orgá-
nicos no constituyen una red o un movimiento que se oponga o resista siempre
a los procesos de neoliberalización de la naturaleza, en particular, de los ali-
mentos; no obstante, sí ofrecen opciones reales para el comercio de productos
estacionales, para la revaloración y uso de algunos cultivos que de otra forma
corren el peligro de caer en el olvido, para evitar la estandarización de los in-
gredientes en las dietas, para olvidar las marcas y los estándares de perfección
de las mercancías que ofrecen los supermercados y, sobre todo, permiten a
los consumidores acercarse tanto a quienes producen el alimento como a otros
consumidores que comparten sus preocupaciones e intereses, y fomentando
relaciones que tal vez no existirían de otro modo. De esta forma, los mercados
alternativos, en sus varias expresiones, abren vías para generar sujetos colecti-
vos, políticamente organizados y capaces de socializar y enfrentar los proble-
mas tanto ambientales como sociales de nuevas maneras (Guthman 2007).
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Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia en un
contexto neoliberal. Un paralelo tentativo entre el Bajo
Aguán hondureño y la ciudad de Detroit, Michigan
Hélène Roux
Universidad de París 1
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!”
¡A galopar!
Rafael Alberti (1902-1999)
Introducción
Este texto presenta algunos avances de un estudio acerca de las percepciones
y las dinámicas sociales que se generan en torno a la seguridad alimentaria en
la ciudad de Detroit (estado de Michigan, Estados Unidos de América) y en el
valle del Bajo Aguán (departamento de Colón, Honduras). Antes de entrar en
materia, es preciso explicar, en un primer momento, por qué el tema se planteó
505
Hélène Roux
de esta manera y en estos dos lugares. Las circunstancias en que este estudio
tomó su forma actual —con limitaciones y discontinuidades que casi me lle-
varon1 a abandonarlo— tienen que ver más con una serie de casualidades y
con un malentendido inicial que con la elaboración de una problemática pre-
viamente ideada.
Todo partió de la intención de experimentar en nuevos terrenos los ha-
llazgos obtenidos tras años de estudiar los conflictos agrarios en Nicaragua.2
Eso implicó analizar que —en el contexto del auge del pensamiento neoliberal
a partir de los años noventa— se produjo un desliz en las percepciones de
las funciones de la tierra (y, por tanto, de los que la trabajan): de un carác-
ter meramente productivo a una proveedora de nuevos servicios y utilidades
vinculados al medio ambiente, esto es, una nueva forma de gestión de la na-
turaleza y de sus recursos. Ese salto de la producción de la tierra a la gestión
de territorios no es de poca importancia, porque esta tendencia, que se ob-
serva en muchas regiones del mundo, supuso restructuraciones territoriales
profundas, la definición de nuevas normas jurídicas, cambios de políticas y, no
por último, la incursión de nuevos actores, tanto ejecutantes como tomado-
res de decisiones, para atender nuevas necesidades económicas. La promoción
de nuevas políticas y nuevos actores implicó desechar a los viejos. Paradóji-
camente, en muchas ocasiones, la interpretación de los discursos elaborados
a nivel supranacional sobre la “casa común” y los bienes comunes del planeta
desembocaron localmente en el desalojo de campesinos.3 Eso advino, y no por
1
A falta de haber podido regresar a Detroit desde el 2012.
2
Esos trabajos han sido recogidos en una tesis de doctorado.
3
Esta situación se vio reflejada en numerosos conflictos, en diversas regiones del planeta,
a raíz de la aplicación estricta de normas de conservación que pretendieron vaciar zonas
habitadas por comunidades campesinas decretando áreas nacionales protegidas. Un caso
muy sonado se dio a inicios de los 2000 en el sureste mexicano, en torno a la Reserva de
la Biosfera de Montes Azules (Rebima), en donde varias comunidades que reclamaban
desde hace años su certificación ejidal fueron declaradas ilegales y consideradas como
invasoras. Al respecto, aparte de la literatura académica, existen amplios informes, declara-
ciones y pronunciamientos de organizaciones de la sociedad civil local, y justificaciones
de estas políticas en las declaraciones de las autoridades federales y estatales mexicanas,
506
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
casualidad, en el mismo periodo durante el cual en muchas partes del mundo
fueron implementadas, en un afán privatizador, reformas a las leyes que hasta
entonces garantizaban mínimamente el uso social de la tierra4 (Roux 2010).
Honduras ofreció un ejemplo emblemático de ese giro neoliberal y de
las convulsiones que provocó en el campo, con una particularidad: a la par
de las preocupaciones conservacionistas que ganaban importancia a nivel in-
ternacional, se produjo otro debate en la región, no contradictorio en sus objeti-
vos, sino rival del anterior en cuanto a ocupación de espacio, el de las plantacio-
nes agroindustriales de palma africana para la producción de energía limpia5
(Roux 2011). El problema que ahí surgió no tuvo su origen en el producto,
pues la palma ya se cultivaba en el Bajo Aguán desde hacía décadas (para la
producción y exportación de aceite vegetal destinado a la industria agroali-
mentaria y cosmética), sino en su expansión desmedida (en parte para atender
la producción en auge de agrocombustibles). Esta se concretó mediante el des-
pojo brutal de empresas campesinas que, a partir de los años setenta, habían
sido dotadas por el Estado con un triple objetivo: incentivar la colonización
interna hacia el Atlántico para disminuir la presión de los campesinos y jorna-
leros sin tierra sobre los latifundios de occidente, cooptar y controlar a las or-
ganizaciones campesinas e incorporar al campesinado al esfuerzo productivo
nacional (Ríos 2014).
La embestida en contra de las empresas campesinas del Aguán, conju-
gada con la desesperación que suscitó la ausencia de repuesta del Gobierno a
miles de campesinos siniestrados a raíz del huracán Mitch, en 1998, produjo
ocupaciones masivas de tierra en la región a partir del año 2000 (Macías 2001).
así como los planteamientos de organizaciones transnacionales de la conservación (Con-
servation International, The Nature Conservancy, The Wild World Fund).
4
Se pueden citar la reforma al artículo 27 de la Constitución mexicana en 1992, que ante-
cedió la entrada en vigor, dos años más tarde, del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (tlcan); las reformas de las leyes de propiedad en Nicaragua (1998), y la Ley
para la Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola (lmdsa), adoptada en 1992.
5
En contraposición a la energía producida por los hidrocarburos (no renovables y conta-
minantes), se habla frecuentemente de energía limpia. No debatiremos aquí la pertinencia
o no de esta caracterización en el caso de la palma.
507
Hélène Roux
Observar las dinámicas que se generaron a raíz de esa recuperación de tierras,
así como de las ocupaciones que se dieron en los meses posteriores al golpe de
Estado de 2009, motivaron mis primeras visitas a Honduras en 2011 y 2012.
Mi principal interés era entender cómo se articulaban las reivindicaciones
socioeconómicas en torno al acceso a la tierra con la lucha política y la construc-
ción de un movimiento social enfocado en el reclamo de seguridad y soberanía
alimentaria.6
Fue con esa misma motivación que, a la par de mis estancias en el Aguán
hondureño, viajé a la ciudad de Detroit, en Estados Unidos. Había leído acerca
del fenómeno creciente del urban gardening practicado en terrenos reconquis-
tados por la población sobre las ruinas del emporio de la industria automo-
riz que había caracterizado a la ciudad hasta los años setenta (Sugrue 1996).
Mi propósito inicial era no tanto constatar el avance de prácticas alternativas,
sino observar los procesos de reapropiación y entender sus finalidades; sin
embargo, muy pronto tuve que recapacitar, ya que en Detroit el problema cen-
tral no radicaba en el acceso a la tierra, sino en el esfuerzo de retomar el control
de la cadena de distribución de los alimentos.
Por lo tanto, resultaba evidente que el problema se planteaba de formas
distintas: desde la producción, en el Aguán, con prioridad al acceso a la tierra,
y desde el consumo y por el acceso a una alimentación de calidad, en Detroit.
Sin embargo, un aspecto común era que el tema de la seguridad alimentaria se
vinculaba estrechamente con procesos de reapropiación. El objetivo entonces
era entender cómo las dinámicas sociales que se construyen en ambos casos
contribuyen a que los actores se afirmen frente al Estado como protagonistas
6
No abordaré en este espacio la discusión acerca de los términos seguridad vs. soberanía
alimentaria, abierta en 1996 durante la cumbre de la Organización de las Naciones Uni-
das para la Alimentación y la Agricultura entre dicha organización y la Vía Campesina.
Ver https://www.youtube.com/watch?v=aZBst6aMwzQ y http://www.fao.org/3/a-ax
736s.pdf, consultados el 13 de enero de 2017. Si bien, por evidentes razones ideológicas,
muchas organizaciones sociales y organizaciones no gubernamentales (ong) prefieren
el término soberanía, considero que implica condiciones de autonomía que no se reú-
nen en este contexto particular. Me parece entonces más adecuado hablar de seguridad
alimentaria.
508
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
de políticas (no solamente como beneficiarios de ellas). En este sentido, la
decisión de mantener el apartado sobre Detroit, pese a que sea más reducido
que el dedicado al Bajo Aguán, no indica que finalmente la comparación no
sea pertinente, sino que solamente faltaron elementos actualizados para pro-
fundizar el análisis.
Presentamos aquí —no solo como estudio de caso aislado, sino como
fenómeno cuyas causas y efectos se pueden identificar como producto de un
sistema que se desarrolla en el contexto de la globalización neoliberal— las
interrogantes que nos parecen útiles para tratar de entender la construcción
de movimientos sociales en torno a sus aspiraciones a la seguridad alimentaria
con sus límites. En efecto, una cosa es abogar por la diversificación de cultivos,
que goza de un apoyo creciente en el marco de programas internacionales, y
otra es plegarse pragmáticamente a las reglas económicas, todavía prevalecien-
tes, de producir lo que sea rentable y se cotice en el mercado internacional.
En realidad, lo que se observó en ambos lugares son los esfuerzos de de-
terminadas categorías sociales (con sus historias y evoluciones que, a veces de
manera impuesta, les tocó vivir) de afirmarse política, económica y cultural-
mente en una coyuntura cambiante que, en un lapso de pocas décadas, salta de
crisis en crisis. Desde el modelo capitalista industrial, hoy en declive, hasta un
modelo capitalista neoliberal que sortea sus disfuncionalidades incorporando
nuevos recursos (materiales e inmateriales) y servicios al proceso mercantil,
cada etapa supuso profundas restructuraciones productivas, territoriales, so-
ciales, entre otras, y por consiguiente, coloca a los actores —a la vez objetos
y sujetos de estos cambios— en un proceso perpetuo de transformaciones a las
cuales se adaptan, resisten o son marginados de ellas. Cabe resaltar que, a nuestro
criterio, estos procesos (adaptación, resistencia, marginación, incorporación)
no necesariamente se excluyen entre sí, en cambio, se pueden entrecruzar y
generar contradicciones. Desde esta perspectiva, no ha de sorprender que
tanto los pobladores de Detroit como los campesinos del Aguán abriguen sus
planteamientos respectivos de reconocimiento político y social bajo un mismo
rubro que denominan “seguridad alimentaria”. Lo más relevante tampoco es lo
que los diferencia profundamente en términos de condiciones de vida, sino el
509
Hélène Roux
afán mismo de intentar posicionarse en los intersticios de un sistema que, tras
instrumentalizarlos (y explotarlos), hoy los desecha.
Paradójicamente, mientras en el Aguán es el proceso de “industrializa-
ción” de la agricultura el que amenaza la seguridad alimentaria, al reducir el
espacio de siembra y favorecer la dependencia de los pequeños productores a
una cultura de agroexportación, lo que provocó que Detroit se convirtiese en
“desierto alimentario” fue el proceso de “desindustrialización” iniciado en la
década de 1970, que fue creciendo con la sangría consecuente de la población
del casco urbano (de 2 000 000 a 700 000 habitantes) y la consiguiente desapa-
rición de los comercios alimenticios. Si admitimos que la industrialización fue
uno de los marcadores del avenimiento de la era capitalista, y que este dio lugar
a un profundo replanteamiento ideológico de las relaciones que la humanidad
mantiene con su entorno, nos parece igualmente pertinente en esta contribu-
ción entablar una reflexión acerca de cómo evolucionan las relaciones con la
naturaleza en la era neoliberal. Aunque se vinculen de manera aparentemente
opuesta con el fenómeno industrial, los dos ejemplos escogidos ilustran el giro
que se produce en los sistemas productivos que habían fundamentado histó-
ricamente el desarrollo capitalista y los procesos complejos que, en ambos
lugares, desencadenó su evolución hacia nuevas formas de acumulación. La
observación de las ambigüedades y contradicciones que entrañan las nuevas
formas de gestionar los recursos naturales quizás permite vislumbrar si el uso
que hoy se pretende dar a los espacios territoriales, a la tierra y a sus recursos
constituye de verdad una ruptura con la carrera consumista iniciada en el siglo
pasado, o si al contrario, los cambios en la manera de explotar o preservarlos
(que presenciamos también en los discursos corporativos e institucionales) se
inscriben a modo de continuidad, con el afán de incorporar segmentos de la
economía que hasta el momento se habían mantenido al margen del mercado.
Detroit, un declive orquestado
La industrialización de Detroit atrajo, entre 1941 y 1950, cerca de tres millo-
nes de afroamericanos hacia las grandes ciudades del noreste (Paddeu 2015).
510
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
Esa mano de obra oriunda del campo (pequeños farmers llegados de los esta-
dos del sur o jornaleros) se incorporó al desarrollo industrial propiciado por
el esfuerzo de guerra. Cabe señalar que, en este entonces (al igual que hoy),
la pequeña producción agrícola no era considerada como un factor significa-
tivo para el desarrollo económico del país. El escritor John Steinbeck describió
admirablemente cómo los sueños de aquellos pioneros que habían iniciado
la conquista de sus inmensos territorios terminaron aplastados en los años
treinta por el gran baile de las cosechadoras mecánicas.7 La proletarización
que resultó de ese masivo y forzoso éxodo rural alimentó las grandes planta-
ciones agrícolas del oeste (California) y también los nuevos centros industria-
les. Detroit, dicho sea de paso, fue precisamente la cuna del modelo fordista,
erigido a nivel planetario como emblema de un desarrollo industrial, cuya ra-
cionalización llevaría al extremo del bienestar a la clase obrera. Sin embargo, la
desindustrialización del casco urbano comenzó muy temprano, en los años se-
tenta. Thomas Sugrue —quien incluso sitúa el inicio del fenómeno en los años
cincuenta— sugiere que el afán de contrarrestar las demandas de una fuerza
salarial organizada, que se constituyó en torno a los grandes centros industria-
les, fue la principal razón del traslado de las fábricas, primero al campo cercano
—que, por consiguiente, se industrializó, por ejemplo, la ciudad de Flint, Mi-
chigan—, y luego hacia el sur del país y fuera de él (1996).
Llegué a Detroit el domingo de Pascua de 2011. El detalle tiene su im-
portancia porque la ciudad lucía aún más desierta de lo que es en días hábiles.
Al día siguiente, mi primer intento de conseguir un desayuno me enseñó que
la elaboración de una comida requiere recorrer largas distancias para conse-
guir los ingredientes básicos necesarios. Para quien no tiene vehículo, la pobre
oferta de comida preparada y empacada que se consigue en las gasolineras es
casi la única opción. Por eso, en las reuniones que sostuve luego con organiza-
ciones sociales, no me causó tanta sorpresa descubrir que el tema de la seguri-
dad alimentaria se planteara desde el punto de vista del consumo, es decir, del
acceso a una alimentación de calidad, dejando en segundo plano el acceso a la
7
John Steinbeck publicó en 1936 Los vagabundos de la cosecha, seguido en 1939 por Las
uvas de la ira (premio Pulitzer 1940).
511
Hélène Roux
tierra. Esta es una observación corroborada por Flaminia Paddeu (2015, 17),8
cuando resalta que:
Kevin Morgan (2015) mostró que, dado que el movimiento [por la justicia ali-
mentaria] descansa más en el postulado de la importancia de las condiciones
de acceso a la alimentación que en la producción, también se caracteriza por
una atención más sostenida a la vulnerabilidad de los consumidores urbanos
que a la de los pequeños campesinos rurales o de los agricultores periurbanos.
Mi primer acercamiento no fue fácil. Tuve la impresión de que las orga-
nizaciones eran muy difusas y tenían dinámicas muy distintas según el barrio
en donde estaban asentadas; sin embargo, identifiqué varios niveles de impli-
cación: el proyecto D-Town Farm del Black Community Security Network te-
nía un planteamiento claramente político; el proyecto Earthworks–Capuchin
Soup Kitchen se enmarcaba más en una lógica humanitaria, y finalmente otros
proyectos comunitarios, como el Georgia Street Community Garden,9 pare-
cían tener más un papel de restablecimiento de la cohesión en el barrio. En
estos casos se trata de terrenos comprados o que han sido arrendados o atri-
buidos por la municipalidad (o que se poseían anteriormente).10 También me
fueron señaladas iniciativas más individuales, a las cuales, sin embargo, no tuve
8
Me ha sido de gran ayuda la tesis de doctorado en geografía “De la crise urbaine à la
réappropriation du territoire. Mobilisations civiques pour la justice environnementale
et alimentaire dans les quartiers défavorisés de Detroit et du Bronx à New York”, defen-
dida en 2015 por Flaminia Paddeu. Las citas y referencias extraídas de su trabajo aportan
un punto de vista pertinente a algunas de las hipótesis que surgieron durante mis pro-
pias visitas, además de precisar elementos factuales posteriores a mi última estancia en
Detroit.
9
http://www.cskdetroit.org/earthworks/; http://www.georgiastreetcc.com/; East Michi-
gan Environmental Action Council; http://www.emeac.org/; Michigan Welfare Rights
Organisation, http://www.mwro.org/.
10
La tenencia de la tierra no está muy clara. Muchas pertenecen a la municipalidad, que las
atribuye a grupos de pobladores o a empresas (en forma de compra o de gestión), otras
son los jardines particulares adscritos a una casa.
512
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
acceso debido a la poca disposición de sus protagonistas para hablar conmigo.
Además, durante mi segunda visita, en 2012, investigadoras nativoamericanas
con quienes sostuve un encuentro me dieron a entender que la problemática
indígena, aunque poco visibilizada, también existe en Detroit. En cuanto a
la “comunidad latina”, lo que a primera vista llamaba la atención era su falta
de protagonismo como entidad organizada, lo que no significa que algunos
miembros de ella no estén involucrados a título individual en los proyectos
de agricultura urbana.11 Por otra parte, el papel de las iglesias en los procesos
organizativos me pareció muy relevante. Algunos observadores incluso ven en
su proliferación una consecuencia de la crisis que llevó a las instituciones pú-
blicas al abandono de la población.
El derrumbe del tejido industrial de Detroit, que provocó el cierre de las
fábricas y la consiguiente huida de casi dos tercios de la población (por tanto, de
igual cantidad de contribuyentes) justificaron que, en abril de 2013, el goberna-
dor del estado de Michigan nombrara un administrador financiero (emergency
manager) para la ciudad. Esta tutela permite renegociar todos los contratos y
convenios acordados con las autoridades municipales, y ha constituido un paso
decisivo hacia importantes recortes en la gestión de los servicios públicos: dis-
minución de las pensiones, del número de funcionarios, de los ya muy defi-
cientes transportes públicos, reducción del alumbrado público y restricción de
los programas escolares y culturales. Entre 2003 y 2013, cerca de 150 escuelas
públicas han sido cerradas y se han perdido numerosos empleos (Paddeu 2015,
140-141). Tres meses después, en julio de 2013, la ciudad de Detroit se declaró
oficialmente en bancarrota. En 2014, la renegociación de la deuda de la ciudad
dio lugar a una gran subasta (grand bargain), que a cambio de la cancelación
de un tercio de la deuda y una inyección de 1 700 millones de dólares en los
servicios, prevé la restructuración de la administración y la supervisión de las
finanzas de la ciudad. Varias fundaciones filantrópicas (Kresge, Ford, Knight),
así como grandes consorcios financieros privados — Syncora, Financial Gua-
ranty Insurance Co., ubs y Bank of America Merrill Lynch— que aportaron
11
El Mexican Village es uno de los pocos barrios en donde se concentran comercios (gran-
des y pequeños) en la ciudad.
513
Hélène Roux
capitales, obtuvieron el derecho de comprar terrenos a precios irrisorios para
desarrollar proyectos inmobiliarios, y controlaron de esta manera el destino de
la ciudad y sus habitantes.
Como ya se vislumbra en la denominación de algunos proyectos,12 la
denuncia del racismo destaca como problemática y está presente en todos los
debates. El tema del derecho a una alimentación sana es el punto de partida
para desembocar en un planteamiento más político que cuestiona compor-
tamientos discriminatorios y hasta racistas. El término de justicia alimentaria
(food justice) utilizado indica claramente el propósito, que radica en la repa-
ración de desigualdades históricas sufridas por categorías de población iden-
tificadas como pobres y racialmente estigmatizadas (en Detroit, la población
afroamericana). Sin embargo, cabe preguntarse si el hecho de enarbolar la ban-
dera de la justicia alimentaria contribuye a distender o, al contrario, a estrechar
el vínculo con el tema más amplio de la justicia social.
La encuesta realizada por Flaminia Paddeu sugiere que, para algunas orga-
nizaciones de base (grassroots organisations), las demandas en torno a la alimen-
tación y al medio ambiente (en menor medida) aparecen como una manera
desviada de plantear temas económicos, raciales o sociales. Afirma también
que, al ser enfocadas principalmente hacia “la comunidad” (que define en los
términos territorial, poblacional y de identidad), estas nuevas prácticas llegan
a crear convergencias y a trascender las diferencias sociales y raciales existen-
tes en la comunidad poblacional y de identidad, poniendo el acento sobre
las reivindicaciones en beneficio de la comunidad territorial (Paddeu 2015,
285). Sin embargo, algunos elementos incitan a matizar esta apreciación, en la
medida en que la cohesión construida sobre bases territoriales puede tender
a recrear desigualdades espacialmente definidas. Durante mi segunda visita,
en 2012, distinguí un cambio notable en algunos barrios céntricos de la ciu-
dad. Las construcciones nuevas, destinadas a atraer un público de clase media
(blanca), a la vez promotor y consumidor de la agricultura urbana, no dejaron
12
Por ejemplo, el Black Community Food Security Network impulsaba la campaña “Undo-
ing racism” a través de la práctica de agricultura urbana; ver http://detroitblackfoodsecu
rity.org/.
514
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
de ser señaladas por algunos activistas como un proceso de gentrificación de la
ciudad. Siniestrado desde hace muchos años, el repoblamiento del centro de
la ciudad por una población joven y educada se ha acompañado de la instala-
ción de nuevas empresas y start ups, bares, restaurantes, galerías de arte, tiendas
y cadenas de venta de alimentos (Paddeu 2015). Al pasar la línea de demarca-
ción entre el espacio administrado por la municipalidad y el de los municipios
aledaños,13 se observa un contraste enorme. A la vuelta de una calle, el paisaje
en ruinas deja lugar a coquetas casas rodeadas de patios bien cuidados, carac-
terísticos de los suburbios poblados por las clases medias en muchas ciudades
estadounidenses. El despoblamiento de la ciudad empezó precisamente con
las categorías sociales más pudientes que pudieron irse. La población restante
(86 % afroamericanos) quedó atrapada en un círculo vicioso: el abandono de
las empresas provocó el éxodo de los comercios y viceversa. A este factor se
suman la deslocalización temprana de las fábricas en ciudades más pequeñas
de alrededor (Flint, que conoció el mismo declive), así como el desprecio his-
tórico (evocado anteriormente) por la pequeña producción agrícola. Aunque
hubiera recursos agrícolas en el hinterland, lo que falta son medios (en particu-
lar de transporte) para llevarlos a la ciudad.
La “tradición agrícola” de Detroit, que ha resurgido recientemente con el
urban gardening, hace referencia primero a sus orígenes en la implantación de
pioneros franceses en el siglo xix, y luego a los llamados jardines cultivados por
los obreros en los años cincuenta, al margen de su actividad laboral en las fábri-
cas. Las iniciativas relativamente exitosas de los más recién llegados (jóvenes
emprendedores blancos) son las que hoy gozan de la mayor visibilidad en los
medios: las hortalizas que cultivan en sus terrenos abastecen el Eastern Market,
un espacio que, algunos días a la semana, al revitalizar los intercambios comer-
ciales y las relaciones sociales, rehabilita también la imagen de la ciudad.
Ante una administración municipal principalmente preocupada por bus-
car fuentes de ingresos, la capacidad financiera de las grandes corporaciones
para desarrollar proyectos agrícolas y “ambientales” se sobrepone a la de los
Detroit tiene dos enclaves: Hamtrack y Dearborn. Esta última, próspera, alberga a la
13
“comunidad” libanesa más importante después de Beirut.
515
Hélène Roux
planteamientos ideados a escala de los barrios. Iniciativas de gran escala, como
el proyecto Hantz Farm, han provocado ya tensiones y movilizaciones ciuda-
danas. Aunque la instalación del rancho urbano gigante con vocación comer-
cial (principalmente plantación de árboles) no llegó a concretarse, la empresa
agrícola Hantz sí adquirió una gran cantidad de terreno, y desde diciembre de
2012, el proyecto Hantz Woodlands ha obtenido oficialmente la autorización
de las autoridades municipales de administrar cerca de 1 500 parcelas (0.6
km2) para sembrar árboles. El contrato contempla la obligación de mantener
los espacios, lo cual implica que cualquier utilización del espacio por los habi-
tantes requiere del aval previo del grupo empresarial (Paddeu 2015).
Tales transformaciones no son ajenas al fenómeno de las ventas hipote-
carias de casas (foreclosures) que se iniciaron en Detroit años antes de aquellas
provocadas por la crisis de los subprimes en el resto del país, pero que aumen-
taron considerablemente a partir de 2008: 45 000 parcelas incautadas entre
2010 y 2011, y 20 000 tan solo en 2012 (Paddeu 2015).
Renacer de las cenizas: el fénix neoliberal
En ese contexto, cabe interrogarse sobre las condiciones del renacimiento de
Detroit, presentado como un laboratorio de la era posindustrial. El modelo
escogido es el de las llamadas smart cities, que le apuestan sobre todo a la oferta
de servicios vinculados a la alta tecnología:
La denominación de smart city abarca en realidad frecuentemente dos elemen-
tos […] distintos: la ciudad numérica y la ciudad creativa. Esta última designa
la manera en que las ciudades en declive industrial […] han vendido una nueva
imagen fundada en la atracción de las “clases creativas”, mediante reorientacio-
nes económicas hacia las start up, reconversiones arquitecturales modernistas y
una valorización del green. “Sin embargo, cabe interrogarse acerca del alcance de
dicha respuesta frente al gran reto mundial consistente en saber qué hacer con las
ciudades en declive” estima Charlotte Vorms. “Aún más sabiendo que ese tipo de
políticas de revitalización tiene un costo social importante”. Lo más interesante
516
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
en las ciudades post crisis, estima Flaminia Paddeu, “probablemente no es el más
reciente lugar design o la nueva galería, sino la manera en que los habitantes que
se quedan en el lugar se reapropian el espacio público, por ejemplo, vía el desa-
rrollo de agricultura urbana, como en Detroit” (Confavreux 2014).
Sin embargo, los espacios reapropiados para la agricultura urbana com-
piten con los parques públicos, y como la municipalidad de Detroit carece de
recursos para mantenerlos, aparentemente le apuesta a la gestión privada bajo
distintas modalidades. La primera consiste en confiar la gestión a fundacio-
nes —como Kresge Foundation, Knight Foundation, Ford Foundation— o
a actores individuales patrocinados por empresas privadas —como Dan Gil-
bert, multimillonario fundador de Quicken Loans— (Paddeu 2015), deján-
doles la oportunidad de rentabilizar los espacios (por ejemplo, con proyectos
inmobiliarios). La segunda —por ejemplo el programa Adopt-a-Park— con-
siste en movilizar a los habitantes de los barrios para mantener los parques
públicos. Lo que puede leerse como una loable intención de involucrar a la
sociedad civil, difícilmente oculta la renuncia de los poderes públicos a sus
obligaciones de garantizar un entorno sano y seguro para la ciudadanía. Dicho
de otra manera, la tradición de lucha de los actores sociales por la defensa de
los servicios públicos no solamente está siendo útilmente aprovechada, sino
que, bajo el impulso de la crisis, está siendo reorientada hacia el do it your-
self, principio históricamente erigido en Estados Unidos como fundamento
de un poder económico, cuyo éxito depende del voluntarismo y del mérito
individual. Las palabras de Grace Lee Boggs, veterana activista14 notablemente
conocida por haber sido cercana al pensamiento comunista, ilustran la adapta-
ción de la movilización social al contexto neoliberal: “hemos llegado a percibir
el florecimiento de una finca en medio de una selva urbana de concreto como
14
Grace Lee Boggs, que cumplió cien años, es fundadora del Boggs Center (en referencia
a su fallecido esposo James Boggs, activista de las luchas sociales en Detroit). El centro
se dedica a la promoción de la agricultura urbana como motor del cambio social. La cita
reproducida no le resta al Boggs Center la producción de un discurso muy crítico del
neoliberalismo. Ver http://boggscenter.org/, consultado el 25 de mayo de 2016.
517
Hélène Roux
una vía hacia la transformación que ni una manifestación de masa es capaz de
alcanzar” (en Paddeu 2015, 306).
El modelo de shrinking city (ciudad que se encoge), promovido como so-
lución para evitar el naufragio por la actual administración de Detroit, le apuesta
a una rentabilización intensiva de un espacio reducido, y deja un margen de
maniobra muy estrecho para hacer valer derechos. Más bien, la recuperación
del espacio por la ciudadanía organizada aparece condicionada a una lógica
neoliberal que, para imponerse, tuvo que hacer trizas las conquistas alcanza-
das gracias a la movilización colectiva. Ciertamente, las huellas del pasado se
perciben en las actuales formas de organización, pero también es cierto que
en no pocos discursos destaca la preocupación por crear empleos como prio-
ridad de la agricultura urbana.15 En una ciudad abandonada por las industrias
(y los empleos que generaban), en donde las autoridades tienen el desarrollo
de las actividades de servicio como principal horizonte económico, la deci-
sión de la municipalidad de responder positivamente a la demanda ciudadana
de legalización de la agricultura urbana puede ser vista como paliativo para
el desempleo masivo, al cual no se ha encontrado remedio. Enmarcados en
un proyecto global fundado en una competencia descontrolada, y frente a la
codicia de las corporaciones deseosas de reconvertirse en el green business (sea
como mecenas de áreas verdes o promotores de plantaciones urbanas), los te-
rrenos arrancados por pobladores organizados mediante la gestión de espa-
cios constituyen nichos mínimos de experimentación, en los cuales el objetivo
de controlar la cadena de producción parece aún un sueño lejano.
Honduras, un país enfocado a la exportación
En Honduras, como en muchas regiones del subcontinente, la reforma agra-
ria de los años 1960-1970 respaldó la pequeña y mediana producción, con el
Ver el documental de Maxime Combes y Sophie Chapelle (2013): Détroit : l’agriculture
15
urbaine, antidote à la désindustrialisation? Consultado el 25 de mayo de 2016. http://latele-
libre.fr/libre-posts/doc-detroit-lagriculture-urbaine-antidote-a-la-desindustrialisation/.
518
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
doble objetivo de controlarla y de canalizar hacia las regiones poco pobladas
del Aguán la presión que ejercía el campesinado sobre los latifundios del oeste.
Este esquema le apostaba tanto a la transformación del campesino minifun-
dista en fuerza partícipe del desarrollo como a la gran producción agroexpor-
tadora. El aporte del campesinado al desarrollo del país y su transformación
quedaban enmarcados en su permanencia en el campo. Gilberto Ríos,16 cono-
cido estudioso de la situación agraria en Honduras, observa que las políticas
implementadas durante esa época le apostaban a la incorporación de los cam-
pesinos y al manejo de recursos forestales como un factor de incursión en el
mercado. Ese enfoque fue promovido principalmente por las fuerzas armadas,
las cuales, cuando no gobernaron directamente, tuvieron una influencia deter-
minante sobre las decisiones en materia política y económica.
En aquellos años el concepto de reforma agraria no se refería a la agri-
cultura familiar de autosubsistencia, sino que el Estado favoreció más bien el
acceso a la tierra17 y la incorporación del pequeño campesinado a estructuras
colectivas (denominadas “empresas campesinas” porque “cooperativa” olía a
comunismo), e incentivó en particular el cultivo de la palma. Esta decisión
partió de la convicción de que el país no puede sostenerse sin productos de
exportación (azúcar, banano, cacao y, en menor medida, cítricos, etc.). Por lo
tanto, la producción de granos básicos nunca fue una prioridad, ni ayer ni hoy;
sin embargo, no basta con acceder a la tierra, sino que el campesino necesita
dedicarse a actividades que le brinden ingresos, y estos los busca en cualquier
actividad, no solamente agrícola, también en la migración interna o externa.18
16
Entrevista realizada el 2 de mayo de 2016 en Tegucigalpa, Honduras. Hoy consultor inde-
pendiente, Gilberto Ríos fue, durante años, director ejecutivo de la sección hondureña de
Food First Information and Action Network (fian), una ong internacional dedicada a
velar por el derecho a la alimentación.
17
Las tierras de reforma agraria, sin embargo, no fueron regaladas, sino que tenían que ser
pagadas a plazos. Esto explica por qué se incentivaron los cultivos de exportación y no la
siembra de cultivo para el autoabastecimiento.
18
Cifras del 2012 registraban 1.2 millones de hondureños en el exterior (14 % de la pobla-
ción). Al convertirse las remesas en la principal fuente de divisas, se puede afirmar que la
mano de obra es el principal rubro de exportación del país (El Heraldo 2014).
519
Hélène Roux
Hasta los años ochenta, la mayoría de los granos básicos consumidos eran
producidos en el país, y hoy todavía 60 % del maíz y el frijol se producen en
tierras de ladera por gente que no tiene otras opciones. Estima Gilberto Ríos:
Es lo que se entiende por economía campesina: no hay cálculos respecto a las posi-
bles ganancias. La preocupación del campesino de ladera19 es la sobrevivencia, no
el aumento de ingresos a través del acceso al mercado. Esta situación, que aparece
como paradójica, en realidad refleja las ambigüedades de las políticas hacia el
campo: los granos básicos (maíz, frijol) nunca tuvieron buen precio, lo que
explica, por una parte, que fueran cultivados por campesinos de ladera para
su autosustento y, por otra, que la venta de los excedentes a precios bajos en el
mercado interno no brindara los recursos que les permitieran salir de su con-
dición. Así, los dos factores se alimentan mutuamente: es justamente la perma-
nencia de campesinos de ladera lo que mantiene los precios bajos, y viceversa,
el mantenimiento de estos precios bajos permite que abastezcan el mercado
interno. Los que tienen las mejores tierras no siembran granos básicos, señala Gil-
berto Ríos. Se puede entonces plantear la hipótesis de que estas políticas de
precios agrícolas fueron aprovechadas por los gobernantes de la época, y que
ese afán campesino de alcanzar mejores condiciones económicas fue precisa-
mente el más poderoso incentivo para emprender la migración hacia el Aguán,
con la esperanza de poder dedicarse a cultivos para los cuales recibirían subsi-
dios y buen pago. El problema, insiste Ríos, es que se trata de volver competi-
tivas a las familias campesinas. Un asunto que, según él, las organizaciones que
hoy claman por la reforma agraria (enfocadas exclusivamente en el reclamo
de tierra) no están considerando seriamente. Prueba de ello es que las luchas
más fuertes por la tierra y las ocupaciones de los últimos años se dieron en el
norte del país, donde se producen cultivos rentables como la caña y la palma,
que sí tienen acceso a mercados. Esta correlación histórica entre agricultura de
ladera y autosubsistencia, por un lado, y acceso a la tierra para cultivos de renta,
por el otro, hoy tiene todavía un peso simbólico fuerte en la memoria colectiva
19
Se refiere al hecho de que muchos campesinos minifundistas han sido orillados hacia las
tierras menos fértiles y sujetas a la erosión, situadas en las alturas, al margen de los valles
y planicies acaparados por los latifundios y la agricultura agroindustrial.
520
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
campesina. Esto ayuda a entender —como veremos más adelante— la posición
dual de ciertas organizaciones campesinas respecto a la (re)conversión a culti-
vos de granos básicos.
Al respecto, cabe abrir un paréntesis para señalar que fue a partir de los
años noventa cuando la noción de agricultura familiar, como factor de desarrollo
y sustento de la “seguridad alimentaria”, adquirió más relevancia, en paralelo —y
no es casual— a la firma de los tratados de libre comercio. Paradójicamente,
el entusiasmo suscitado por la capacidad competitiva de la producción mini-
fundista fue contemporáneo de la liberación de los precios de los productos
agrícolas. Eso afectó profundamente a los pequeños productores, quienes no
pudieron competir con los granos procedentes de Estados Unidos u otros
países donde los productores contaban con subsidios. Para rematar, la contro-
vertida Ley para la Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola (lmdsa),
adoptada en 1992, fue la principal herramienta mediante la cual la función de
regular las transacciones agrarias fue confiada sobre todo al mercado. En este
sentido, al advertir la necesidad de pensar la competitividad campesina, Gil-
berto Ríos no adopta una postura ideológica en forma de declaración de amor a
los mecanismos de mercado, sino que enuncia un lúcido aunque crudo análisis
de las distintas etapas que llevaron a las empresas campesinas del Aguán a una
situación de dependencia mucho peor que la que experimentaban en el pasado.
La gran huelga bananera de 1954, recuerda Gilberto Ríos, fue impulsada
por los obreros bananeros, que tenían las mejores condiciones y aspiraban a
mantenerlas. Cuando a raíz de la mecanización de la producción, las compa-
ñías bananeras (United Fruit y Standard Fruit Company) empezaron a despe-
dir gente e instauraron un sistema de producción bajo contrato, los bananeros,
ahora llamados independientes, perdieron las ventajas (casas, escuelas, hos-
pitales) que, pese a las condiciones de explotación, la compañía reservaba a
sus empleados. Además de buscar cómo dar al traste con la concientización
social —facilitada por la concentración de mano de obra en estas zonas de
enclave—, las nuevas reglas permitieron a la compañía desligarse de los pro-
blemas vinculados a lo social y a lo económico (los efectos de un decremento
de la producción recaían en el productor). A la vez, mantuvo la dependencia
brindando los insumos, haciendo las fumigaciones y, por supuesto, fijando los
521
Hélène Roux
precios. De eso es fácil deducir que las tierras “cedidas” por las bananeras no
eran para sembrar granos básicos, sino exclusivamente bananos. Ese control,
que siempre se mantuvo sobre las orientaciones productivas, provocó en Hon-
duras un efecto de doble filo: fortaleció la dependencia de las fuerzas produc-
tivas, pero ese mismo funcionamiento, aunado a la herencia de la experiencia
de la lucha bananera, permitieron la permanencia en el mundo rural de estruc-
turas organizativas fuertes a las cuales se tuvieron que conceder ciertos dere-
chos.20 Así lo cuenta el padre Ismael Moreno:21
Esa explotación bananera, entre muchas otras cosas, dio lugar a un movimiento
obrero […] que, para la mitad del siglo xx, fue dándole forma a una organización y
a una protesta obrera que se convirtió en una propuesta antimperialista […] Segu-
ramente la […] más clara y notable que se dio en Centroamérica […] De manera
que, en 1954, los obreros organizados, unos en el Partido Comunista, los otros no,
pero con una conciencia en contra de la bananera, y por eso una conciencia antimpe-
rialista, paralizaron las labores, y como la economía de Honduras estaba organizada
alrededor del enclave, esa huelga paralizó prácticamente el país y se convirtió en un
conflicto político nacional […] La huelga duró 79 días […] Entonces, vino una res-
puesta enorme del Gobierno de los Estados Unidos para contrarrestar y […] se inicia
el proceso de la contrarrevolución hondureña, que […] no tuvo solamente el factor
represivo […] sino que […] significó cooptar todos aquellos elementos que pudieron
haber ocasionado en 1954 una transformación revolucionaria en Honduras […] De
manera que, […] en la década de los 1980 […] en Honduras […] la mayor orga-
nización campesina que hubo en América Latina tenía tres factores contrarrevolucio-
narios: primero, la entrega de tierras; segundo, la formación de todos los dirigentes
campesinos, y tercero, la represión y eliminación de los que no encajaban con la for-
mación y con el modelo de organización que planteaban los Estados Unidos. Fíjense
que, en los años 1970, los principales dirigentes sindicales y los principales dirigentes
20
En la vecina Nicaragua, en la misma época, el Estado recurrió a métodos similares, pero
se limitó a ir a botar a los campesinos sin tierra a los límites de la frontera agrícola.
21
El sacerdote jesuita Ismael Moreno es el director del Equipo de Reflexión, Investigación
y Comunicación (eric), con sede en El Progreso, Yoro.
522
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
campesinos ¿saben dónde se iban a formar? A los Estados Unidos, con la [Ame-
rican Federation of Labor–Congress of Industrial Organization] afl-cio.22 De
manera que [a partir de los años sesenta, cuando se organizan guerrillas en los demás
países de la región] en Honduras es cuando más sólida está la contrarrevolución.
Tan sólida que aquí, a finales de 1972, los militares dieron un golpe de Estado. ¿Y
saben cuál era [su] quehacer fundamental? La reforma agraria. ¿Y quiénes eran los
principales aliados de los militares entonces? Los dirigentes del Partido Comunista.23
El Bajo Aguán, una tierra de conquista
En los conflictos agrarios que hoy afectan al Bajo Aguán, las etapas que Gil-
berto Ríos define como proletarización, seguida por una tercerización,24 ya no
encuentran salida en una recampesinización (mediante la atribución de tierras
por el Instituto Nacional Agrario [ina]). A partir de los años noventa, las
reglas del juego ya no las pone el Estado, sino el mercado y las instituciones
financieras internacionales. Bajo los auspicios del Banco Mundial, las reformas
agrarias son ahora “asistidas por el mercado”.
La colonización del Aguán había sido incentivada por el Gobierno y
ampliamente supervisada por la institución militar. La mayoría de los colonos
fueron traídos del sur (Choluteca) o del occidente del país (Copán, Santa Bár-
bara y La Paz). Pedro Ulloa, uno de los fundadores del Movimiento Campe-
sino del Aguán (mca), cuenta que cuando su padre llegó a Copán, la tierra que
en ese entonces concesionaba la municipalidad,25 solo daba para sembrar pasto
(para la ganadería) y muy poco para el cultivo de granos básicos. […] La idea de
la reforma agraria de los años cincuenta, sesenta, de mandar la gente a las tierras
22
Nacida en 1955 a partir de la fusión de la afl y el cio, esta agrupación ha sido apoyada
activamente por el Gobierno estadounidense en su lucha contra el comunismo y en su
respaldo a los gobiernos dictatoriales en América latina y otras partes del mundo.
23
Conversación con Ismael Moreno, en El Progreso, Yoro, noviembre de 2013.
24
Se refiere a la transición de la condición de asalariado a la producción bajo contrato.
25
Eso significa que las tierras no son propias, lo cual genera inseguridad para la familia.
523
Hélène Roux
fértiles, era la de mejorar la vida de los campesinos. Con tierras fértiles designa las
del valle del río Aguán, donde él vino a asentarse en 1989. Pero al aprobarse la
lmdsa, se acabaron los subsidios, las dotaciones generosas, las inversiones e
incluso la protección a la producción que garantizaba el Estado, y se dio can-
cha libre al despojo de las tierras previamente otorgadas por el ina (de forma
colectiva a empresas campesinas).
Varios factores se conjugaron para acabar con miles de empresas campe-
sinas asentadas en el Bajo Aguán: la imposibilidad de mantener las costosas
infraestructuras antes subvencionadas llevó a las empresas al endeudamiento.
Por otra parte, no pocos directivos se dejaron corromper y vendieron las tie-
rras en provecho propio. El proceso de reconcentración de tierras fue facili-
tado por las propias instituciones estatales (en particular el ina) y municipales
que avalaron transacciones ilegales o distribuyeron discrecionalmente tierras
del sector reformado.26 Eso permitió que unos cuantos industriales, que hasta
el momento se dedicaban principalmente a la transformación y comercializa-
ción de los productos extraídos de la palma, se adueñaran de las tierras —com-
prando las hipotecas o simple y llanamente acaparándolas—, y extendieran así
su control sobre toda la cadena de producción. Según la fórmula consagrada
de que la tierra se concentra “en pocas manos”, tres empresarios se repartieron
la mayoría del pastel agrario y lograron así diversificar sus actividades: Miguel
Facussé Barjúm, el finado dueño de la Corporación Dinant, junto con una de
las mayores fortunas del país, se apoderaron de las tierras en la margen dere-
cha del río Aguán; mientras que los terratenientes René Morales Carazo (de
nacionalidad nicaragüense) y Reynaldo Canales (de origen guatemalteco) se
asentaron en la margen izquierda.27
26
El sector reformado denomina aquellas tierras asignadas a la reforma agraria y cuya adju-
dicación está a cargo del ina.
27
La denominación de margen derecha o izquierda se refiere menos a la ubicación geo-
gráfica que a la distinción de las organizaciones de ambos lados, que llevaron estrategias
distintas en las negociaciones posteriores a las ocupaciones de tierras.
524
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
En el año 2000 renace la lucha campesina
El 14 de mayo de 2000 dio la señal para el resurgimiento de la lucha campe-
sina, cuando 700 familias campesinas organizadas en el mca ocuparon las
5 724 ha del antiguo Centro Regional de Entrenamiento Militar (crem),28 en
el municipio de Trujillo (Colón). Durante la noche habían plantado sus cho-
zas en tierras que, tras una larga batalla jurídica, habían sido reintegradas en
1991 al sector reformado, pero que la municipalidad había despachado ilegal-
mente a ganaderos y terratenientes de la palma. Pese a tener teóricamente la
legislación de su lado, los campesinos se vieron confrontados por la reacción
violenta de los potentados locales. Pese al hostigamiento, a las balaceras prota-
gonizadas por los guardias de seguridad de las fincas y plantaciones privadas, y
al asedio militar, los campesinos no desistieron de su demanda de legalización
de las tierras (mca 2009) y erigieron sus casas en lo que es hoy la comunidad
Guadalupe Carney.29 Agrupados en 45 empresas asociativas, obligaron a los
gobiernos sucesivos a sentarse a la mesa de negociación:
En 2001, bajo la presión popular, el Congreso Nacional emitió un decreto con
el que se pagaban las mejoras30 a los terratenientes, que estaban instalados en
las tierras recuperadas por los agricultores. La lucha campesina logró que se les
entregara títulos de propiedad a las empresas [campesinas], pero bajo la presión
de los terratenientes el proceso se detuvo. Actualmente quedan todavía 1 300
hectáreas por sanar (Trucchi 2010).
28
Durante los años ochenta, en este lugar, bajo administración estadounidense y situado
cerca de Trujillo (Colón), fueron entrenadas fuerzas castrenses de países vecinos, incluso
la Resistencia nicaragüense (Contras).
29
En homenaje al padre jesuita estadounidense James F. “Guadalupe” Carney, que en los años
setenta abrazó la causa de la lucha revolucionaria campesina y fue desaparecido en 1983, en
un enfrentamiento con el ejército hondureño asesorado por militares estadounidenses.
30
Las mejoras designan las instalaciones erigidas en una tierra (construcción, cercos, corrales,
etc.). Su precio se calcula aparte del de la tierra.
525
Hélène Roux
En 2008, la finca del terrateniente y subcomisionado militar Henry
Osorto fue el escenario de un enfrentamiento que provocó la muerte de doce
personas (incluidos varios de sus familiares), cuando la casa-hacienda fue in-
cendiada por campesinos enardecidos. Temiendo represalias sangrientas, el
presidente de la república ( José Manuel Zelaya Rosales) ordenó una presencia
militar permanente para resguardar a los habitantes de la comunidad Guada-
lupe Carney. Según Pedro Ulloa, este acontecimiento agudizó la represión en
contra de los dirigentes del mca. Desde entonces, decenas de ellos (incluso él
mismo) han enfrentado acusaciones de todo tipo por parte de los terratenien-
tes: desde el robo de fruta (de palma) o usurpación de tierras, hasta actos de
terrorismo. Eso desanimó mucho a la gente y la lucha perdió fuerza.
El 28 de junio de 2009, el golpe de Estado puso un abrupto fin a la luz de
esperanza que el presidente Zelaya Rosales había encendido con la promesa
de mandar a revisar la legalidad de los registros catastrales y remedir los sobre-
techos.31 El decreto, que le daba a la medida un carácter oficial, fue uno de los
primeros en ser abrogados por el régimen golpista. En el año 2000, la ocupa-
ción de un antiguo terreno militar por el mca constituyó una gesta simbólica
(en el espíritu antimperialista mencionado por el padre Ismael Moreno). A
finales de 2009, con la ocupación de una veintena de fincas, el Movimiento
Unificado Campesino del Aguán (muca) también envió un mensaje político
contundente al gobierno de Porfirio Lobo, recién elegido en la sombra del
golpe de Estado.
Posicionado en las márgenes derecha e izquierda del río Aguán, en el
municipio de Tocoa (vecino del de Trujillo), el muca está conformado en gran
parte por campesinos desposeídos de sus propiedades a raíz de la adopción de
la Ley de Modernización Agrícola. Nacido en 2003, se da a conocer en 2007
con la llamada “marcha de los machetes” y, más tarde, con la ocupación de
la planta procesadora San Isidro, acaparada ilegalmente por la Corporación
31
Extensiones de tierras que sobrepasan “el techo autorizado por la Ley y que varía según
la región. Por ejemplo, en el Bajo Aguán el techo máximo de posesión por familia es de
300 hectáreas. Esto quiere decir que quien tenga más de lo autorizado será expropiado”
(Distribución de la Tierra en Honduras 2013).
526
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
Dinant 32 justo antes del golpe de Estado. Aparte de las tierras, resulta impor-
tante recuperar también las infraestructuras procesadoras de la palma porque
determinan la autonomía o la dependencia respecto a los industriales que con-
trolan la transformación y la comercialización, por ende, el precio de la fruta.
Esta ola de ocupaciones de tierras de gran magnitud obligó a entablar
negociaciones mucho más complejas que las que hasta el momento había lle-
vado el mca,33 y también más tensas, ya que al mismo tiempo el Gobierno
lanzaba la operación Xatruch, un operativo militar de gran envergadura (que
se mantiene hasta la fecha) con el propósito oficial de desmantelar a los grupos
armados en el Aguán.34
32
La Corporación Dinant abarca el conjunto de empresas propiedad de Miguel Facussé
Barjúm. La que opera en el Aguán es Exportadora del Atlántico S. A.
33
El muca ocupó más de veinte plantaciones sembradas con palma. Uno de los primeros
puntos de las negociaciones fue determinar cuáles serían adquiridas por los campesinos
y cuáles devueltas a los terratenientes (tabla 1). Cabe señalar que las decisiones tomadas
causaron cierto descontento entre los grupos posicionados en propiedades candidatas a
ser devueltas, pues fueron “reubicados” pero en terrenos menos productivos y en condi-
ciones más desventajosas que los grupos asentados desde el principio en los terrenos que
quedaron en manos de los campesinos.
34
En el Bajo Aguán es un secreto a voces que parte de los campesinos se alzaron en armas.
Es cierto también que, cuando les fue posible, los campesinos no repelieron con flores los
ataques armados de los guardias privados de los terratenientes e incluso los del ejército. No
nos corresponde aquí desarrollar este tema, que además da lugar a rumores difícilmente
verificables. Nos limitaremos a mencionar que el refuerzo de la militarización, aunado al
incumplimiento de los acuerdos, contribuyó a generar un ambiente de suspicacia genera-
lizada que mina a las organizaciones campesinas. Algunas incluso empiezan a admitir que
están siendo infiltradas por individuos procedentes de la inteligencia militar, como una
estrategia para desacreditar al movimiento campesino. A ese opaco panorama se suma la
presencia en la región de grupos vinculados al narcotráfico y al crimen organizado. Una de
nuestras fuentes (que mantendremos anónima) inclusive afirmó que estos manifestaron
un cierto interés en que el conflicto agrario mantuviera un perfil de violencia alto, para así
evitar que la atención de las autoridades se focalizara en sus actividades ilícitas.
527
Hélène Roux
Las negociaciones acrecentaron las condiciones para la dependencia
La dependencia del cultivo de palma está en el centro del proceso de negocia-
ciones que el 13 de abril de 2010 desembocó en la firma de un primer acuerdo
entre el muca y el Gobierno. Este último indemnizaría a los terratenientes por
las propiedades que entregaría al muca, a cambio de que este se las pagara a
plazos. La ausencia de la Corporación Dinant en esa primera ronda, uno de los
principales protagonistas del conflicto, refleja desacuerdos entre la empresa y
el Gobierno, los cuales, en un primer momento, fueron aprovechados por los
representantes del muca.
El muca aseguró la posesión de un porcentaje considerable de las tierras
en disputa de la margen derecha e izquierda (3 000 ha) y su concentración en
seis fincas (La Confianza, Aurora, Concepción, Marañones, islas 1 y 2), y aban-
donaron en forma voluntaria el resto de fincas no consideradas en el acuerdo,
las cuales mantenía tomadas desde diciembre de 2009 (Irías 2011).
Dinant, que desde un principio quiso imponer sus condiciones, se in-
corporó finalmente a la mesa en junio de 2011, fecha en la que se empiezan a
precisar las condiciones de pago de las fincas por los campesinos y sus com-
promisos en materia de comercialización y rentabilización (tabla 1). Eso in-
cide fuertemente en la capacidad de decisión real sobre el uso de suelo y la
capacidad de cumplir con los pagos acordados.
La batalla del Movimiento Autentico Reivindicativo
Campesino del Aguán (marca)
Lo pactado en 2010 reveló discrepancias respecto a la forma de adquisición
de las tierras y a la lista de las fincas que quedarían en manos de las organiza-
ciones campesinas. El marca se rehusó a firmar el acuerdo porque, habiendo
sido beneficiado por la reforma agraria en los años ochenta, pudo documentar
que el despojo de sus tierras (entre ellas la finca y la planta procesadora San Isi-
dro evocada previamente) había sido producto de una transacción ilegal. Por
eso optó por una estrategia jurídica y no por la propuesta que había aceptado
528
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
Tabla 1
Aspectos principales de los acuerdos firmados por el muca
Acuerdo del 13 de abril de 2010 Acuerdo del 17 de junio de 2011
Las tierras que los campesinos y campesinas Las fincas que la empresa Exportadora del Atlán-
adquieran por este acuerdo no podrán ser ven- tico S. A. de C. V. vende son: La Aurora, La Con-
didas ni ser objeto de garantía en un futuro. fianza, Isla I, Isla II, Marañones, La Concepción y La
El Gobierno central se compromete a desarro- Lempira estableciéndose un precio de venta inicial
llar proyectos sociales en educación y salud, así de ciento treinta y cinco mil lempiras (L. 135 000.00)
como a construir cien viviendas en un máximo por hectárea; el precio final por hectárea se fijará
de dos años. como resultado de un avalúo independiente lle-
vado a cabo por una Comisión Especial.
Se organizará una comisión conjunta para esta-
blecer un justiprecio de las tierras, el Gobierno La Comisión Especial de Avalúo deberá tomar
de la República proporcionará los recursos que en cuenta, para la valoración correspondiente
permitan la adquisición de las tierras y los Grupos de las Fincas arriba mencionadas, el precio
Campesinos asumirán la deuda que tendrá que ser actual de la fruta y el aceite de palma africana,
pagada al Gobierno, con condiciones especiales su ubicación y servicios, la fertilidad del suelo,
(bajas tasas de interés a largo plazo). áreas sembradas, áreas no sembradas, áreas de
infraestructura y protección, material genético
En lo referente a los contratos de coinversión,
de las plantaciones, su vida útil, su producción y
estos quedan sujetos al conocimiento de expe-
su productividad como integrante de un nego-
riencias exitosas en la región, dejándose abierta
cio en marcha.
la posibilidad de implementar otras modalida-
des de contrato que respondan a los intereses En caso de que el precio final de la hectárea de
del muca. tierra sea mayor al monto base establecido, su
diferencia tendrá que ser pagada por el muca y
Proporcionar tierra a los 28 grupos del muca de
si es menor, deberá ser devuelto por la Exporta-
la manera siguiente: a) 3 000 hectáreas de tierra
dora del Atlántico.
cultivadas de palma africana; b) 3 000 hectáreas
de tierra no cultivada; c) 1 000 hectáreas de tierra El área total que representan las fincas antes
cultivadas de palma africana en el plazo máximo mencionadas asciende a 4 045.70 hectáreas. El
de un año; d) 4 000 hectáreas de tierra no cultiva- pago de las tierras deberá realizarse a la firma
das y adjudicadas en el plazo máximo de un año. del presente Convenio, mediante pago en efec-
tivo u otros mecanismos de pago aceptados por
“El Gobierno de la República se compromete a
ambas partes.
poner en posesión pacífica al muca de las 3 000
hectáreas de tierra cultivada de palma africana El Movimiento Unificado Campesino del Aguán
una vez identificadas las áreas geográficas (muca) se obliga de manera irrevocable a vender a
correspondientes a dicha extensión y el muca precio de mercado la fruta cosechada de las fincas
se compromete a desalojar en forma voluntaria anteriores al mejor postor y en las mejores condi-
el resto de la tierra ocupada.” ciones para la empresa asociativa.
Nota: Las cursivas son nuestras.
Fuente: Elaboración propia con base en Irías (2011).
529
Hélène Roux
el muca, pues hubiera significado recomprar las propiedades que considera
legalmente como suyas. En julio de 2012, tras dieciocho años de batalla jurí-
dica, el tribunal falló finalmente a favor del marca, pero poco después cedió
a presiones del terrateniente y anuló la sentencia, lo que desató protestas que
fueron duramente reprimidas: varios dirigentes fueron golpeados y deteni-
dos, entre ellos Antonio Trejos, el abogado de la organización, quien semanas
después fuera asesinado (su hermano sufrió la misma suerte unos meses más
tarde). Desde entonces, por temor, ningún otro abogado ha querido hacerse
cargo del caso.
Aquí se formaron 84 cooperativas, que fueron de la zona más desarrollada
latinoamericana en lo que es palma africana. Pero luego, el plan [la ley]
de modernización agrícola vino a matar todo el plan que tenían las fami-
lias para sembrar alimentos para nuestros hijos, que eran el maíz, el frijol.
Eso se fue minimizando porque las tierras fueron más cultivadas de palma.
En ese momento vino una caída de precios de la palma y sufrimos “afligio”
económico, porque las mismas empresas lo permitieron […] Teníamos el
mercado, pero había una corrupción terrible [de los directivos de las em-
presas]. Nosotros no mirábamos la ganancia […] Entonces la gente se fue
quitando la idea de trabajar […] sino que empezó a ver de qué manera
podía agarrar dinero sin necesidad de estarse fregando en un monte […] La
campaña de modernización agrícola vino a meter la idea en algunos líderes
campesinos de que vender la tierra era el factor más apropiado que había en
ese momento. Mucha gente se puso en contra […] pero aquellos que ya ha-
bían recibido la propuesta, ellos se pusieron de acuerdo, y si no, los perseguían,
y algunos perdieron hasta la vida porque se habían puesto de acuerdo con los
empresarios, habían recibido dinero a cambio de convencer a la otra gente que
no estaba de acuerdo.
[…] Nosotros descubrimos que la venta de las tierras había sido ilegal y que
nosotros éramos los verdaderos dueños, porque teníamos los documentos, y
aun todavía los tenemos […] Porque nos despojaron ilegalmente, violaron
más de diecisiete artículos, que no están plasmados en la Constitución como
530
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
para haberse apoderado el empresario que tiene la tierra ahora [René Mora-
les Carazo]. En algún momento eso va a salir a flote para que podamos recu-
perarla nuevamente (Walter E. Cárcamo, marca).35
Más allá de las consideraciones legales, aparece en filigrana la dualidad
entre el deseo de consolidar la seguridad alimentaria (a través del cultivo de
granos básicos) y la búsqueda de rentabilidad a través del cultivo de la palma.
Al mismo tiempo, se desprende de las palabras de Walter Cárcamo un vínculo
entre el sistema de producción (el monocultivo) y la corrupción. De alguna
manera, advierte la dependencia respecto a la fluctuación de los precios. Una
amenaza que los otros dirigentes del muca no quisieron ver (o no tuvieron
posibilidad de contornar) a la hora de las negociaciones, y que finalmente los
precipitó en el callejón sin salida en el cual se encuentran ahora.
El impasse
A partir de 2012, empieza un nuevo forcejeo entre el muca y el Gobierno
(y a través de él, en realidad, con las empresas agroexportadoras) respecto
a los precios y a las modalidades de pago de las fincas. Gilberto Ríos, quien
siguió el proceso de cerca, cuenta que, desde el principio, el trío Facussé-Mo-
rales-Canales formó un “oligopolio de demanda” porque al comprar, transfor-
mar y exportar aceite de palma, determinan los precios de compra de la fruta
a los productores. En el momento de las negociaciones, este subió a 5 000
lempiras36 por tonelada métrica. Esto explica que Miguel Facussé reclamara
(y obtuviera) hasta 135 000 lempiras por ha sembrada en palma, por tierras
que había adquirido a precio irrisorio (no más de 2 000 L/ha). Los negocia-
dores del muca confiaron en que la buena coyuntura les permitiría pagar las
fincas al precio y en los plazos establecidos: Cuando firmaron el acto de com-
pra-venta de las fincas […] me reuní con hasta treinta dirigentes diciéndoles: “no
35
Conversación realizada el 9 de mayo 2016, en Tocoa, Colón.
36
Un dólar vale aproximadamente 29 lempiras (L).
531
Hélène Roux
firmen, no compren a este precio. No van a poder pagar esta deuda” (Ríos). Pero
tan pronto se concretó el trato, los precios se derrumbaron a 3 600 lempiras,
hasta caer a 1 600 por tonelada métrica. La quiebra de las organizaciones cam-
pesinas, explica Ríos, se aceleró por varios factores externos: el aumento de
la producción de soya en Estados Unidos y la baja de los precios del petróleo
desplazaron a la palma en el mercado de los combustibles, precisamente en el
momento en que se desataba una fiebre de la palma en toda América Latina, lo
que a su vez generó una sobreproducción.
A estas circunstancias se sumaron factores internos. Gilberto Ríos ofrece
detalles sobre el montaje financiero inicialmente previsto para honrar la deuda
de cerca de 600 millones de lempiras que tienen que enfrentar las organizacio-
nes campesinas para terminar de pagar las propiedades:
El banco que les iba a prestar inicialmente era el grupo [privado] Ficohsa. Les
iba a prestar —es la peor estafa— con dinero del Estado […] a 14 % [de
intereses, cuando] el Estado le presta al 6 % […] Ese 8 % [de diferencia]
cubre sus gastos y el margen de ganancia. Pero cuando se lee el documento, que
está hecho en complicidad con miembros del Ministerio de Finanzas, ahí hay
una serie de comisiones […] tan altas para seguros, supervisión del préstamo,
etc. […] Estos campesinos tenían que pagar más de mil millones de lempi-
ras. Entonces […] les dijimos: “no vayan a aceptar esto. Pidan que les preste
directamente Banhprovi”.37 […] ¿Cómo es posible que Ficohsa vaya a cobrar
seguro sobre el préstamo, cuando este está avalado por el Estado? ¡O sea, el con-
venio establecía que si los campesinos no pagaban, inmediatamente el Banco
Central les pagaba a los terratenientes! ¡Para qué iban a asegurar, el Estado no
iba a quebrar! Pero el banco es dueño de la compañía de seguros también. Al
final de cuenta, el Gobierno aceptó dar un préstamo directo de Banhprovi al
muca. Pero cuando los precios de la palma cayeron, tenían dos o tres años de
gracia en el pago de intereses y no pudieron pagar. Margen derecha no pudo
y no se sabe cuál es la situación de margen izquierda, porque se entregó total-
37
Banco Hondureño para la Producción y la Vivienda (Banhprovi), institución financiera
pública.
532
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
mente al Gobierno y la condición era que no se relacionaran con nosotros38
[los asesores] (Ríos).
Al fin y al cabo, todo parece indicar que el poderoso y combativo mo-
vimiento campesino del Aguán se está hundiendo bajo el peso de la deuda
que le fue impuesta por instituciones del Gobierno coludidas con los grandes
industriales de la palma. Para el muca, los sueños de diversificar la produc-
ción y dedicarle terreno al cultivo de granos básicos quedaron atrás, así como la
expectativa de escapar de la tiranía de la palma, pues a pesar de la fluctuación
de los precios, es el único cultivo rentable que puede permitir a las empresas
campesinas honrar su deuda. El proceso de regularización de la tierra también
dejó a los socios del mca con aproximadamente 101 millones de lempiras de
deuda. Parte de esta suma, aclara Pedro Ulloa, se la cobra el Estado en concep-
to de pago de las mejoras realizadas por veinte o treinta parceleros y ganaderos,
ocupantes ilegales las tierras de reforma agraria que por ley les corresponden
al mca. ¡Para colmo, ni siquiera les han sido entregadas en totalidad! En no-
viembre de 2010, durante uno de los últimos intentos de recuperar la finca El
Tumbador, usurpada por Miguel Facussé, cinco campesinos fueron embosca-
dos y ultimados a tiros por los guardias de seguridad del terrateniente. Hasta la
fecha, este crimen ha quedado en la impunidad, al igual que los muchos otros
de los cuales fueron víctimas los miembros de las demás organizaciones.39
Pedro Ulloa, quien, justamente para escapar a su condición de arrenda-
tario, bajó de las laderas para unirse a la lucha colectiva por la reforma agraria,
38
Las empresas de la margen izquierda aceptaron desde un principio las condiciones
impuestas por el Gobierno, mientras que la margen derecha las rechazó, bajo la especu-
lación de que la correlación de fuerza les permitiría negociar tasas más favorables, pero
terminó ratificándolas, incluso en condiciones peores respecto a la propuesta inicial.
39
Resulta casi imposible establecer con exactitud el número de muertes directamente
imputables al conflicto agrario, porque si bien la lista de los asesinatos pasa de los cien, las
responsabilidades, según la fuente que los da a conocer, no apuntan a los mismos actores
ni a los mismos motivos. La carencia de investigaciones, que propicia impunidad, contri-
buye aún más a mantener la opacidad sobre el tema, a la vez que mantiene la zozobra, la
suspicacia y la desinformación.
533
Hélène Roux
esboza un retrato desolador del gran esfuerzo organizativo que quedó desbara-
tado por el embate conjugado de las políticas neoliberales, la rapacidad de los
terratenientes, la violencia y la represión:
Este es el fracaso que tuvo el movimiento campesino porque la aspiración del
campesino es hacer su milpa, su frijolar, su arrozal, sembrar el guineo, la yuca
[…] pero aquí es bien poco lo que da, aquí es una sola cosecha al año que se
da en algunos lugares; en otros, ni para eso. Entonces, la visión de ser autosos-
tenibles los grupos campesinos se pierde cuando es imposible sobrevivir con
una cosecha pequeña al año. Hay que depender de la palma, hay que depen-
der del pasto. El pasto [para ganado] da bastante, pero la gente no aprovechó
mucho porque se vio inducida por la palma, porque del 2009 al 2012 tuvo
un precio halagador […] en que todo el mundo dijo: “vale la pena tener” y
empezaron a cultivar bastante palma […] Total de que las mejores tierras
[…] hoy tienen palma. La comunidad ya no es autosostenible, depende de los
granos de otros lugares: maíz, frijol, arroz y todos los otros productos, todo se
hace comprado (Ulloa).
Por otra parte, deplora que las mejores tierras, es decir, las más planas,
que podrían ser utilizadas para sembrar granos básicos o para sembrar arroz u
hortalizas, siguen en manos de los terratenientes de la palma, mientras que la
mayoría de las que finalmente se lograron legalizar son áridas y poco producti-
vas, incluso para el cultivo de la palma:
La visión de hacer reforma agraria en Honduras surge de la necesidad de
deshacernos de la propiedad privada para hacer la propiedad colectiva […]
Los vecinos han sido los trabajadores del patrón, los mozos de siempre, que
tienen apenas un salario y un pedacito de tierra para cultivar su milpita, su
frijolar […] La idea de organizarse en empresas asociativas es buena. No
siempre hay la oportunidad de adquirir tierra que sea productiva. Por ejem-
plo, las tierras del crem las concesionaron más fácil para ser de reforma agra-
ria — que fue en el 1991 cuando las traspasaron al ina—, pero porque vieron
que el 80 % de estas tierras son áridas. Para la producción es bien difícil. Solo
534
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
hay unas pequeñas planizas, que las mejores de ellas son las que dejaron aca-
paradas los grandes terratenientes, que las concesionaron y no las han soltado.
Por ejemplo, las tierras del Tumbador, que son al menos unas 80 manzanas,40
son puras tierras planas, se podrían mecanizar. Las tierras de Bolero son 200
manzanas, que las tiene René Morales y están concesionadas. Ya no las ha
recuperado el movimiento campesino […] Están cubiertas de palma.41
Esta situación, considera Pedro Ulloa, se debe al hecho de que el sistema
productivo no está “balanceado”, o sea, que lo que produce el pequeño pro-
ductor no tiene precio. Solo es rentable lo que produce el agroindustrial. A
eso se sumó que durante los dos últimos periodos de gobierno, las inversiones
disminuyeron, hubo menos trabajo y los precios de la canasta básica aumen-
taron considerablemente. Ese conjunto de elementos hizo que la gente se des-
ilusionara:
En los últimos cinco años la organización ha sufrido un decaimiento gran-
dísimo. A tal grado que en la actualidad no se encuentran ni cinco personas
que tengan el espíritu de líderes, que luchen por la parte organizativa; hay
desinterés […] Y por otra parte, hay mucha gente que viene pero no con mira
de organizarse. Ha comprado derechos, ha comprado a socios, terrenos, y ellos
viven ya como particulares en las parcelas.
Las estadísticas establecidas en 2014 arrojan una cifra de 300 familias
socias de las 45 empresas campesinas, que tienen un derecho y viven bajo el
reglamento de socios. Lo cual significa que más o menos el 50 % de personas
no socias viven en la comunidad. Compraron terrenos y llevan el nombre de
la empresa, pero ya no se apegan al reglamento colectivo. Eso implica que se
quedan cultivando como propietarios privados, pero ya no son solidarios de la
deuda que pesa sobre los socios iniciales. Entre estos últimos hay quienes ven-
40
La manzana (mz) mide un poco menos que una hectárea.
41
Conversación llevada a cabo el 10 de mayo de 2016 en la comunidad Guadalupe Carney,
Trujillo, Colón.
535
Hélène Roux
dieron y se fueron, y otros que se quedaron en la comunidad: En esta situación,
la dirigencia del movimiento ya no puede conducir, no puede organizar, no puede
promover nada. Aquí lo que se ha perdido es la conducción política, lamenta Pedro
Ulloa. En la actualidad, tanto el debilitamiento del movimiento como el hecho
de que muchos aún enfrentan cargos judiciales, obligan a los dirigentes del
mca (y también en cierta medida a los del muca) a mantener un bajo perfil en
el ámbito de la lucha social.
Defensa de los derechos humanos y del medio ambiente
La alta cantidad de muertes, los brutales desalojos y las múltiples exacciones
—perpetradas por las fuerzas del orden público o los agentes de seguridad
privada— registradas en el marco del conflicto agrario terminaron por dar a
la situación en el Aguán una visibilidad internacional, en particular gracias a la
movilización de organizaciones de solidaridad y ong dedicadas a la defensa de
los derechos humanos. Ante la falta de resultados obtenidos por las autorida-
des hondureñas en la investigación de los crímenes y demás actos de violencia,
amenazas y persecución, se presentaron recursos ante instancias internacio-
nales; en particular, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(cidh). Esa institucionalización tuvo efectos que es preciso mencionar, ya que
modificaron la naturaleza de la lucha y el estatus de sus protagonistas, quienes
se convirtieron de actores en víctimas y de “dirigentes campesinos” en “defen-
sores del derecho a la tierra y el territorio”.
Excepto en el caso de la comunidad Guadalupe Carney, que después
del incendio de 2008 obtuvo protección para el conjunto de la población, las
medidas cautelares dictadas por la cidh contribuyeron a personalizar las de-
nuncias y a restarle a los atropellos su carácter colectivo (por lo menos de cara
a las instituciones). En otras palabras, ya perdía peso el argumento de las orga-
nizaciones sociales respecto a una estrategia del Gobierno consistente en im-
poner un modelo a través del amedrentamiento de todo un sector combativo y
organizado de la sociedad. De esta nueva manera de leer las cosas se desprende
que algunos individuos están siendo perseguidos por tomarse más a pecho que
536
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
los demás el tema de las injusticias. La situación en el Aguán dio lugar a diversas
misiones de observación con sus respectivos informes. Algunas ong hacen
malabarismo retórico para que activistas del movimiento social aparezcan
como “defensores de los derechos humanos”, con tal de encajar en las campa-
ñas de defensa de los defensores que, con más frecuencia, ong internacionales y
organismos de cooperación al desarrollo colocan en el rubro “derechos huma-
nos”42 de alguno de sus programas.
Vale la pena detenerse en lo que implica utilizar las palabras defensa y
defender en lugar de otras, como activista o militante. A diferencia de la segunda,
la noción de defensa no es proactiva, sino que, tomada stricto sensu, arrincona
al sujeto en una posición en la cual tiene poca incidencia sobre lo que le aqueja
y por eso necesita protección. Eso tiene más implicaciones de las que a pri-
mera vista pudieran aparecer: de cara a las instituciones nacionales (e inter-
nacionales), el sujeto defensor (o que se defiende) pide (si es muy atrevido,
puede hasta exigir) el respeto de derechos que ya están plasmados pero no
tiene opción de transformarlos (ni mucho menos ha sido convidado a elaborar
las normas que los rigen). El asesinato, el 2 de marzo de 2016, de Berta Cáce-
res, coordinadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indíge-
nas de Honduras, ilustra de forma emblemática el afán restrictivo del término
defensor. En efecto, las condenas unánimes que se elevaron a nivel internacio-
nal destacaron casi exclusivamente su condición de defensora del territorio
lenca, de la naturaleza, de las mujeres… entre otras causas. Lo que trascendió
a nivel internacional fue recordarle al Estado hondureño su obligación —a
todas luces incumplida — de brindarle protección a una defensora que gozaba
de medidas cautelares recomendadas por la cidh. En cambio, tuvieron menos
repercusión las voces (en primer lugar la de sus familiares) que enfatizaron la
lucha incansable que, desde la cancha antipatriarcal, anticapitalista y del ecolo-
gismo político, la militante libraba por rebatir las contradicciones del sistema.
Se elevaba en particular contra aquellas normas ambientales que, con pretexto
42
En la abundante literatura dedicada a la formulación de proyectos se encuentran varian-
tes de terminología tales como eje transversal derechos humanos o línea de trabajo derechos
humanos, etcétera.
537
Hélène Roux
de conservar el planeta y preservar los recursos naturales, organizan su comer-
cialización al mejor postor. En consecuencia, no escatimaba sus críticas hacia
actores privados, y más aún, organismos públicos de cooperación que, como
el Finnfund o el Netherlands Development Finance Company (fmo por sus
siglas en neerlandés),43 pretendían vender, como un aporte al desarrollo y a
la generación de energía limpia, el financiamiento de una represa que tendría
como efecto conexo la privatización del río Gualcarque.
Green business en el Aguán
La problemática ambiental también incursionó en el Aguán y marcó un giro
respecto a la lucha agraria. Al igual que el tema de los derechos, la preocu-
pación por el ambiente llegó mediante la convergencia entre los campesi-
nos en lucha y los movimientos de solidaridad internacional. En este caso, la
denuncia internacional de las violaciones de los derechos humanos sirvió a
los propósitos de ambas partes. Todo inició de manera relativamente discreta,
con la campaña de la pequeña ong alemana Salva la Selva para denunciar
el crédito de 45 millones de dólares acordado por el Banco de Fomento a la
Cooperación Alemana (kfw) a la empresa Exportadora del Atlántico S. A.
(propiedad de Miguel Facussé) para un proyecto de reciclaje de biomasa.44
El objetivo era, luego, el de negociar lo producido (energía limpia) en forma
de bonos de carbono con edf Trading, filial de la empresa pública de energía
francesa Électricité de France en Gran Bretaña, país en donde se ubica la bolsa
de valores del mercado de dióxido de carbono. El negocio parecía ir viento
en popa cuando la masacre del Tumbador vino a salpicar de manera trágica
la reputación de la empresa hondureña y de su propietario. Cabe señalar, sin
embargo, que el Gobierno británico —que da su aval para la certificación de
43
Respectivamente, organismos finlandés y holandés de financiamiento de la cooperación
al desarrollo.
44
Ver https://www.salvalaselva.org/peticion/691/gobierno-britanico-y-derechos-huma
nos-comercio-de-carbono-ensangrentado-en-honduras.
538
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
bonos de carbono a las empresas con sede social ubicada en su territorio—
no reaccionó a las interpelaciones reiteradas de los ambientalistas alemanes,
a los cuales, mientras tanto, se habían sumado varias otras organizaciones. La
kfw fue finalmente el eslabón que, en abril de 2011, rompió la cadena y anun-
ció el retiro de su financiamiento a Exportadora del Atlántico S. A., por estar
potencialmente involucrada en violaciones de los derechos humanos. Al día
siguiente, edf Trading también anunciaba la cancelación del contrato con la
empresa. La respuesta de Miguel Facussé fue a la altura del monto perdido.
En un campo pagado publicado en todos los periódicos, amenazaba nominal-
mente a los activistas de las principales organizaciones nacionales de defensa
de los derechos humanos, denunciándolos como enemigos del progreso y
principales responsables de la eventual pérdida de empleos que, a causa de la
cancelación del contrato, se daría en Honduras. No obstante, tras lo que los
activistas calificaron de pequeña victoria, otro golpe más fuerte estaba por
venir. En 2012, dando seguimiento a una carta enviada en 2010 por varias ong
al Banco Mundial para denunciar graves atropellos a los derechos humanos,
la Oficina del Asesor en Cumplimiento/Ombudsman (cao, por sus siglas en
inglés) fue comisionada para realizar una auditoría acerca de las condiciones
en que la Corporación Financiera Internacional (ifc, por sus siglas en inglés),
miembro del Grupo Banco Mundial, había atribuido en 2008 un crédito de
quince millones de dólares a Exportadora del Atlántico S. A. En su informe
de noventa páginas publicado en 2013,45 la cao (que difícilmente se puede
tildar de radicalista) emite conclusiones demoledoras. Fundamentándose en
un registro minucioso de los incidentes ocurridos desde el 2000 (o sea, desde
el inicio del conflicto con el mca), el ombudsman establece que la ifc faltó a
sus obligaciones de cerciorarse de que la empresa beneficiada por el préstamo
respetaba las normas éticas en materia social y ambiental. Señalando en par-
ticular la actuación de las empresas de seguridad privada contratadas, la cao
recomendó suspender los desembolsos hasta comprobar que Exportadora del
Atlántico S. A. se apegara a las reglas establecidas en materia de responsabilidad
Ver http://www.cao-ombudsman.org/cases/document-links/documents/DinantAudit
45
CAORefC-I-R9-Y12-F161_ESP.pdf, consultado el 3 de junio de 2016.
539
Hélène Roux
social y ambiental de las empresas. Acto seguido, la ifc se congratuló de que,
hecho inaudito en Honduras, las compañías de seguridad se comprometieran
a firmar un protocolo respecto al uso de armas; sin embargo, en el ámbito de
la justicia no se han registrado avances: la masacre del Tumbador sigue en la
impunidad y las viudas de los campesinos asesinados permanecen en un total
abandono e indefensión.46
En los casos mencionados, la preocupación de las instituciones y orga-
nismos financieros parece concentrarse más en cuidar que su imagen no sea
manchada por hechos bochornosos que en entablar un examen serio del mo-
delo económico que los provoca. Así, de los dirigentes que participaron en las
negociaciones de 2010, los dos únicos que quedan en la región47 acogieron con
suma desconfianza el nombramiento por la ifc de un supuesto mediador para
buscar una solución al conflicto en el Aguán. Según ellos, la hoja de ruta pro-
puesta por el consultor desde 2014 no llena las expectativas de las organizacio-
nes campesinas porque no toma en cuenta el tema, prioritario para ellos, de la
reevaluación de su deuda. Por otra parte, denuncian que el plan de acción está
siendo utilizado por el Gobierno para imponer, por decreto y sin discusiones,
su agenda económica y política en el Aguán. En otras palabras, denuncian el
mecanismo como un espaldarazo a un Gobierno que no solamente ha incum-
plido con los compromisos sociales plasmados en los acuerdos (escuelas, salud,
etc.), sino que ha dado una respuesta casi exclusivamente represiva a las de-
mandas campesinas y ha abordado el candente problema de la violencia desde
una perspectiva meramente militar y judicial. En efecto, si todos reconocen la
necesidad de esclarecer los crímenes en el Aguán, los escasos resultados obte-
46
Como lo constató en mayo de 2016 una misión internacional de observación de la situa-
ción de los derechos humanos en el Bajo Aguán.
47
De los negociadores campesinos presentes en 2010, dos han sido asesinados: Matías
Valle (muca margen derecha, asentamiento La Confianza) en 2012 y Juan Galindo
(muca margen izquierda, asentamiento Marañones) en 2014. Otros, temiendo por su
vida o por miedo a ser enjuiciados, han optado por salir del Aguán o incluso del país. Dos
permanecen en la región pese a reiterados intentos de atentar contra sus vidas. El 20 de
octubre de 2016 fue asesinado José Ángel Flores, presidente del muca.
540
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
nidos por el recién creado cuerpo investigativo especial48 (proporcionales a los
pocos recursos que le fueron asignados) demuestran más la intención de judi-
cializar el conflicto que de atender sus causas estructurales. La sensación de
parcialidad de las instituciones se refleja en esa reseña periodística del informe,
“El papel de los operadores de justicia en las violaciones de los derechos huma-
nos en el Bajo Aguán”, publicado por fian en 2016:
Los órganos administradores de justicia han orientado sus actuaciones oficiales
a dirimir asuntos de carácter social que tienen otro espacio de solución en otras
instancias administrativas. La Corte Suprema de Justicia ha callado de forma
sospechosa la declaración de inconstitucionalidad de leyes secundarias como
la Ley para la Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola, que por razones
de orden fáctico se antepone a la supremacía de la Constitución de la República
[…].
El Ministerio Público se ha instrumentalizado para paralizar las reivindicacio-
nes sociales que siendo legítimas se penalizan. La impunidad es generalizada
y los mismos órganos encargados de luchar contra ella, la reproducen en sus
ejecuciones oficiales.
En el párrafo anterior, el mismo artículo menciona que:
Las políticas públicas e institucionales por parte del Estado han sido orienta-
das de forma abierta a privilegiar los procesos de concentración de la tierra en
manos de las élites empresariales agrarias y han profundizado el latifundio. La
reforma agraria en el país es un tema pendiente en cuanto a las perspectivas de
su enfoque que debería abordar transversalmente la seguridad y soberanía ali-
mentaria del país, la afectividad generalizada, el cambio de estructura agraria, y
privilegiar políticas de equidad y de desarrollo económico y social (fian 2016).
“El acuerdo pgr-004-2014, emitido el 27 de febrero de 2014 creó […] la Unidad de
48
Muertes Violentas del Bajo Aguán (Umviba) […]”. Ver https://honduprensa.wordpress.
com/2014/04/08/unidad-especializada-investigara-asesinatos-en-el-aguan/, consultado
el 3 de junio de 2016.
541
Hélène Roux
Estas constataciones nos acercan a lo que nuestras propias observacio-
nes nos permiten avanzar; conclusiones que queremos extender al ámbito más
amplio de las políticas implementadas a nivel internacional.
Un paralelo tentativo: a manera de conclusión
La mutación de los modos de producción no solo contribuye a reordenar terri-
torios, sino que modifica el estatus social de la población y trastorna las estruc-
turas en torno a las cuales se constituyó como sujeto colectivo. No será fruto
de una decisión personal el hecho de que la ascensión de la clase obrera haya
sido frenada por la desindustrialización en Detroit; como tampoco habrá sido
una estrategia planeada por el campesinado hondureño que la reconcentra-
ción latifundista bloqueara su desarrollo como fuerza económica emergente.
Eso también nos interroga sobre los impactos que tiene el hecho de pasar de
una categoría socialmente definida (y reivindicada) a un estatus (asignado)
de victima individual de las transformaciones del sistema.
Pese a las diferencias entre ambos procesos organizativos, resalta que,
tanto en el Aguán como en Detroit, el Estado fue un facilitador y ejecutante
activo de las políticas de privatización. A través del nombramiento de un admi-
nistrador financiero en Detroit y de la militarización en el Aguán, fue posible
vencer las resistencias e imponer la gestión privada de los recursos (en el Aguán)
y de los servicios públicos (en Detroit). Mirando la historia extensa, el esque-
ma para lograrlo también presenta similitudes. Empezó con un desmantela-
miento paulatino de las organizaciones sociales concientizadas (campesinas
en el Aguán, industriales en Detroit), siguió con un proceso de abandono (de
las empresas campesinas en el Aguán, de las casas y la administración pública
en Detroit) para iniciar restructuraciones profundas en provecho de actores
privados (concentración de tierras en el Aguán para culturas de agroexporta-
ción; en Detroit apropiación y cercamiento por fundaciones privadas de áreas
verdes y parcelas utilizadas por los pobladores). En estos procesos, que trasto-
can el ámbito territorial y social, destaca el papel desempeñado por los nuevos
sectores de actividad comercial vinculados a la llamada economía verde. Lejos
542
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
de corresponder al simpático perfil con el que se suele presentar a los defen-
sores del ambiente y, por ende, del planeta, el green business presenta, tanto
en Detroit como en el Aguán, un rostro predador y geófago. En el segundo
caso, en particular, las empresas revelan su orientación meramente comercial
al lograr presentar los monocultivos de palma como fuente de energía limpia
y obtener además financiamientos para la producción de bonos de carbono
(como lo ilustra el caso de Exportadora del Atlántico).
Si bien el punto de partida de este estudio fue la importancia otorgada
por los protagonistas al tema de la seguridad alimentaria, al final el discurso no
resultó concordante con lo observado; es decir, no se logró establecer que la
seguridad alimentaria fuese efectivamente el motor principal de las dinámicas
sociales observadas tanto en Detroit como en el Bajo Aguán. Ciertamente, no
es habitual concluir una investigación reconociendo la imposibilidad de validar
la hipótesis inicial; sin embargo, se asume aquí el riesgo inherente a la labor de
investigación —desprendido de las lógicas de expertos que se fijan un rumbo
para seguir a cualquier costo—, el de no encontrar lo que se buscaba inicial-
mente, sino “otra cosa”. Desde esta perspectiva, lo que se debe interrogar y
despertar nuevos cuestionamientos es, en primer lugar, por qué en ambos
casos estudiados los actores enarbolan la bandera de la seguridad alimentaria
para avanzar su lucha en otro terreno: el ámbito mucho más amplio del reco-
nocimiento de los derechos y el afán de recobrar el control colectivo (como
categoría social marginada) de sus medios de existencia.
Desprendiéndose de lo anterior, otro aspecto notable —y que parece
ser el más aleccionador— es el conjunto de razones por las cuales las reivin-
dicaciones acerca de la seguridad alimentaria resultan problemáticas para los
grupos sociales estudiados.
La primera (y más importante) tiene que ver con lo que simbólicamente
han significado los cambios de estatus experimentados por muchos de los acto-
res, y que determinan un eventual desfase entre la categoría social de la cual pro-
vienen históricamente (pequeños farmers/campesinos de ladera), la categoría
a la cual han sido asignados posteriormente (obreros industriales/campesi-
nos incorporados a un proyecto agroindustrial) y finalmente aquella catego-
ría a la cual aspiran (una cierta autonomía tanto individual como colectiva),
543
Hélène Roux
pero que a la vez les ha sido también impuesta por un cambio relativamente
brutal de coyuntura (privatizaciones y gestión neoliberal de la tierra y los re-
cursos). El periodo y el contexto —correspondientes a una cierta visión del
desarrollo económico (industrialización, ventajas económicas, subvenciones,
relativa protección del Estado)— fueron percibidos por los actores como el
origen de las condiciones de posibilidad para vivir mejor. En cambio, resulta
mucho más difícil vislumbrar las condiciones para mantenerse a flote en el
contexto socioeconómico adverso que prevalece en la actualidad. De ahí el
cruel dilema de regresar a una condición anterior a la que generó la percep-
ción de ascensión social. La encrucijada en la cual se encuentran los actores
no solo tiene matices económicos, sino también simbólicos. Por un lado, lu-
chan contra la privatización y la confiscación de sus medios de existencia y de
los servicios que ellos mismos contribuyeron a construir en tiempos anterio-
res. En este sentido, reivindicar la seguridad alimentaria no es forzosamente
sinónimo de progreso, sino una demanda mínima; casi una medida paliativa
ante la defección del Estado, toda vez que a nivel local no hay señales de que-
rer orientar las políticas públicas hacia una (re)valorización de la producción
campesina. En efecto, tanto en Detroit como en el Bajo Aguán las bonanzas
económicas vinculadas a los nuevos negocios verdes (sean las plantaciones
urbanas, las de palma o el reciclaje de biomasa) están siendo canalizadas
hacia grandes grupos y no hacia los campesinos del Aguán ni hacia los exo-
breros y todavía pobladores de Detroit. Pero, por otro lado, estos entienden
que en la promoción de la seguridad alimentaria subyace una dimensión po-
lítica vinculada con la obtención de derechos. Por eso, la discusión en torno
a los “derechos” resulta fundamental para situar en qué terreno y a qué nivel
se desarrolla la discusión entre fuerzas sociales e instituciones, así como para
medir su grado de intensidad, que puede oscilar entre el conflicto abierto o la
negociación, y la búsqueda de consenso, porque resulta que hablar de derecho
a la alimentación no suena igual que clamar por el acceso a la tierra o el control
de los circuitos de producción y distribución, aunque luchar por ellos pueda
in fine ser percibido por los actores sociales como una condición previa, si no
obligada, para alcanzar tal derecho.
544
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
De ahí surge otra interrogante: ¿en qué medida el hecho de situar su lucha
en el ámbito de los derechos humanos no obedece, por parte de los movimien-
tos sociales, a una estrategia, más o menos asumida, de alcanzar visibilidad y
legitimidad ante las instituciones en un contexto donde la protesta social (con
enfoque clasista) está siendo vilipendiada —cuando no criminalizada—, o en
todo caso, considerada como expresión de tiempos remotos? La investigadora
Monica White (2010) señala que para las comunidades afroamericanas de
Detroit (86 % de la población), invocar el acceso a la alimentación sana como
derecho humano tiene por objetivo mejorar la capacidad de acción de los indi-
viduos, pero a la vez, el hecho de que el concepto sea definido desde el exterior,
o sea, normado por las instituciones, reduce la capacidad de acción que estos
mismos derechos suponen proteger (White 2010). Eso nos lleva a plantear la
hipótesis de que uno de los efectos colaterales del desplazamiento de las deman-
das sociales hacia el terreno del reconocimiento (institucional) de derechos ha
sido el de despolitizar y, con eso, restarle protagonismo a los actores sociales
en las decisiones que les afectan. En este sentido, apoderarse de la noción de
seguridad alimentaria sirve a una estrategia de alianzas con organizaciones —e
incluso con sectores institucionales— oportunista (en un sentido de habilidad
política, no peyorativo), en la medida en que permite visibilizar “otras” injusti-
cias, no solo económicas sino también históricas, incluso aquellas que antaño
los arrancaron, a ellos o sus antepasados, de su condición campesina.
“El modo de producción organiza —produce— al mismo tiempo que
ciertas relaciones sociales, su espacio y su tiempo”, nos recuerda Henri Lefeb-
vre (1974). Los experimentos que se quieren llevar a cabo distan mucho de
las aspiraciones de los habitantes a decidir sobre el futuro del territorio que
habitan. Quizás es en las visiones de futuro donde el paralelo entre Detroit y el
Bajo Aguán hondureño se revela pertinente. En estos territorios previamente
arrasados por una explotación intensiva se gestan sueños posindustriales de
creación de enclaves de alta tecnología e intensa acumulación de capital. En
Detroit se apuesta al modelo de smart city para renacer después del declive.
En el Bajo Aguán, el municipio de Trujillo se perfila para albergar una ciudad
545
Hélène Roux
modelo49 (o charter city). Esta propuesta, inicialmente ideada por el econo-
mista neoyorquino Paul Romer, se inspiró en ciudades como Singapur o Shen-
zhen (China), pretende erigir ex nihilo ciudades tuteladas por una potencia
extranjera (occidental) y cuya competitividad y excelencia serían garantizadas
por leyes y reglas propias (en el ámbito laboral y comercial). Entre las tareas
pendientes, quizás tendría sentido cuestionar el alcance simbólico de los terri-
torios escogidos para ensayar el capitalismo del futuro: sobre las ruinas de
Detroit, emblema de un otrora triunfante emporio industrial, y cerca del cabo
Gracias a Dios, donde Cristóbal Colón pisó por primera vez el continente
americano. La desindustrialización de Detroit y la industrialización del Aguán
aparecen entonces como las dos caras de una misma moneda, como metáfo-
ras de la forma predadora con la cual el giro neoliberal no vacila en sacrificar
el viejo capitalismo industrial para perpetuarse y extenderse a otros ámbitos,
haciendo coincidir la mercantilización de la naturaleza con un extractivismo
desenfrenado.
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glet=full.
49
Un llamado “corredor agrícola” conectaría a la ciudad modelo de Trujillo con la ciudad
modelo actualmente en proyecto en Amapala (valle), situada en el sureño golfo de Fon-
seca, compartido por Honduras, El Salvador y Nicaragua.
546
Entre sueño y pesadilla: salir de la dependencia
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548
Acerca de los autores
Angela Caro-Borrero
Maestra y doctora en Ciencias con énfasis en Limnología, egresada del
posgrado en Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional
Autónoma de México (unam), bióloga egresada de la Facultad de Cien-
cias. Su línea de investigación actual está vinculada con la evaluación de la
calidad ecológica y su validación a través de bioindicadores acuáticos, y
la provisión histórica de servicios ecosistémicos hídricos. Cuenta con una
sólida formación académica en el estudio de ríos y el manejo de cuencas,
en especial zonas periurbanas con fuerte influencia antropogénica, desde
una perspectiva interdisciplinaria que incluye aspectos biológicos, sociales
y económicos. Sus logros académicos están relacionados con la evaluación
del pago de servicios ecosistémicos hídricos y la aplicación de políticas
públicas encaminadas a la conservación de ambientes acuáticos.
Anja Nygren
Profesora de Estudios de Desarrollo y profesora afiliada en el Centro de
Sostenibilidad de la Universidad de Helsinki (Finlandia); además, es direc-
tora del programa de doctorado Cambios Políticos, Sociales y Regionales
en la misma institución, donde también obtuvo el doctorado en Antro-
pología Cultural. Tiene amplia experiencia en la investigación empírica
549
Acerca de los autores
en Costa Rica, Nicaragua, Honduras y México. Sus líneas de trabajo se
enfocan en ecología política; gobernanza urbana, agua y sociedad; riesgos
y vulnerabilidades; justicia ambiental, desastres y desplazamientos; socio-
naturaleza, y certificación de café y cacao. Ha publicado artículos en varias
revistas científicas internacionales, por ejemplo, Journal of Latin American
Studies; Journal of Urban and Regional Research; Geoforum; Development
and Change; Journal of Peasant Studies; World Development; Society & Natu-
ral Resources; Agriculture and Human Values; Journal of Hydrology; Environ-
mental Policy & Planning, y Environmental Values. Es miembro del comité
editorial de las revistas Society & Natural Resources y Environmental Values.
De igual forma, es miembro de la Academia de Maestros de Mérito de la
Universidad de Helsinki y ha recibido varios premios relacionados con
la enseñanza y supervisión de alta calidad.
Anne Cristina de la Vega-Leinert
Obtuvo la licenciatura en Geografía en el Instituto de Geografía Alpina
(Francia), la maestría en la University College Dublin (Irlanda) y es doc-
tora en Geomorfología Costera Cuaternaria por la Universidad de Coven-
try (Inglaterra). Desde 1999 ha trabajado como investigadora docente en
el Flood Hazard Research Centre (Inglaterra), el Postdam Institute for Cli-
mate Impact Research (Alemania) y desde 2008 en el Instituto de Geogra-
fía y Geología de la Universidad de Greifswald (Alemania). Es miembro de
la Red de Estudios Sociales sobre el Medio Ambiente (Resma), del Grupo
Alemán de Investigación sobre Latinoamérica (Adlaf) y de la Asociación
de investigadores independientes México vía Berlin. Sus investigaciones,
publicadas ampliamente, abarcan temas de vulnerabilidad y adaptación
a los impactos del cambio climático, manejo y conservación de recursos
naturales y de la biodiversidad, sinergias y conflictos entre desarrollo lo-
cal y conservación, cambios en el uso del suelo, los sistemas productivos
y la seguridad alimentaria. Actualmente, lidera un proyecto de investiga-
ción financiado por la Fundación Alemana de Investigación donde aborda
las implicaciones socioecológicas de la integración de comunidades cam-
pesinas e indígenas a cadenas comerciales en mercados convencionales,
550
Acerca de los autores
sustentables y de comercio justo en regiones de frontera agrícola en el sur-
este boliviano y el sur de México.
Antoine Libert Amico
Graduado conjuntamente en Antropología y Estudios de Desarrollo Inter-
nacional en la Universidad McGill (Canadá), es maestro en Ciencias de De-
sarrollo Rural Regional por la Universidad Autónoma Chapingo y doctor
en Desarrollo Rural por la Universidad Autónoma Metropolitana (uam)
Unidad Xochimilco. Es investigador con más de quince años de experiencia
en proyectos interdisciplinarios sobre desarrollo rural, cambio climático,
territorio y organización comunitaria. Ha participado en una serie de
iniciativas de investigación colaborativa, desde el Programa de Desarrollo
Humano en Chiapas (uam) hasta proyectos a escala internacional por parte
del Centro para la Investigación Forestal Internacional (Cifor). Tras obte-
ner su doctorado en Desarrollo Rural a finales de 2017, realiza estudios pos-
doctorales como investigador del Programa Mexicano del Carbono, una
red temática del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Beatriz Rodríguez-Labajos
Es investigadora en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la
Universidad Autónoma de Barcelona (icta-uab). Actualmente es becaria
Marie Curie en la Universidad de California en Berkeley (2018-2020). Se
ha desempeñado como profesora en universidades de Barcelona y México.
Su formación es de economista, y obtuvo la maestría en Economía Ecoló-
gica y Manejo Ambiental, así como el doctorado en Ciencias Ambientales
en la uab. Sus líneas de investigación son las dimensiones socioeconómi-
cas de la biodiversidad, la justicia ambiental y la evaluación de servicios
del ecosistema. Su campo de experiencia incluye regiones de Europa,
Latinoamérica y el Sudeste de Asia. Sus publicaciones se enfocan en la
conservación de la biodiversidad, conflictos ambientales, manejo hidríco
y agroecosistemas. Colaboró con la Agencia Catalana del Agua como
coordinadora del proyecto Environmental Justice Organizations, Liabil-
ities and Trade.
551
Acerca de los autores
Claudio Garibay Orozco
Investigador titular en el Centro de Investigaciones en Geografía Ambien-
tal (ciga) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam),
miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Realizó estudios de li-
cenciatura en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la unam;
de maestría en Antropología Social en El Colegio de Michoacán y de doc-
torado en Ciencias Sociales en el Centro de Investigaciones Superiores
en Antropología Social (Ciesas). Se especializa en estudios de sociedades
campesinas en México. Actualmente, analiza procesos de desposesión te-
rritorial e instauración de regímenes de coerción de corporaciones mine-
ras sobre sociedades rurales.
Fernanda Figueroa
Profesora de carrera de tiempo completo en la Facultad de Ciencias de
la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Es bióloga por
parte de la misma facultad y realizó estudios de maestría y doctorado en
el posgrado en Ciencias Biológicas, así como una estancia posdoctoral en
el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanida-
des de la unam. Ha trabajado sobre causas de deforestación en diferentes
regiones de México y sobre los procesos sociopolíticos ligados a la con-
servación de la biodiversidad, a partir de las perspectivas de la geografía
ambiental y la ecología política. Cuenta con varios artículos publicados en
revistas nacionales e internacionales, así como un libro coeditado y varios
capítulos publicados en libros a nivel nacional. Ha impartido cursos desde
2002 en la licenciatura en Biología y en los posgrados de Ciencias Biológi-
cas, Ciencias de la Sostenibilidad y Antropología en la unam. Ha colabo-
rado y coordinado diversos proyectos de investigación para instituciones
gubernamentales y asociaciones civiles.
Gert Van Hecken
Profesor de Cooperación Internacional y Desarrollo en el Instituto de Po-
líticas del Desarrollo de la Universidad de Amberes (Bélgica). Cuenta con
doctorado en Estudios de Desarrollo, maestría en Ciencias Ambientales y
552
Acerca de los autores
maestría en Ingeniería Empresarial por la misma universidad. Su investi-
gación se enfoca en los vínculos entre la gobernanza ambiental y el de-
sarrollo a diferentes niveles; específicamente, se enfoca en las dinámicas
sociopolíticas locales causadas por diferentes instrumentos ambientales
globales, tales como los mercados de carbono y de biodiversidad o los pa-
gos por servicios ambientales. Durante los últimos diez años ha vivido y
trabajado en Nicaragua como investigador en el Instituto de Investigación
y Desarrollo Nitlapan de la Universidad Centroamericana en Managua
(Nicaragua), y como representante para la organización no gubernamen-
tal belga Broederlijk Denle.
Hélène Roux
Socióloga egresada del Instituto de Estudios del Desarrollo Económico
y Social de la Universidad de Paris 1 (Francia), es doctora asociada a la
Unidad Mixta de Investigación “Desarrollo y sociedades”. Graduada en
Fotografía en la Escuela Superior Profesional “Lette Verein” en Alemania.
Actualmente desarrolla proyectos de investigación propios y colabora con
el proyecto colectivo de investigación “Espacios globales para la acumu-
lación de capital”, en el marco del grupo de trabajo “Fronteras, regiona-
lización y globalización en América” del Clacso. Comprometida con la
defensa de los derechos humanos, ha participado en varias misiones inde-
pendientes de observación: en México, con la Comisión Civil Internacio-
nal de Observación de los Derechos Humanos en 1998, 1999, 2001, 2006
y 2008; en Honduras, con el departamento de Olancho en 2003, durante
la campaña electoral en 2013 y en el Bajo Aguán en 2016.
Joaliné Pardo Núñez
Licenciada en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México,
doctora en Investigación en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoame-
ricana de Ciencias Sociales. Ha trabajado por más de diez años en orga-
nizaciones de la sociedad civil en temas de agricultura orgánica, comercio
justo y política ambiental. Actualmente, forma parte del Laboratorio de
Prospección Tecnológica para el Desarrollo Innovador de Alimentos, como
catedrática Conacyt asignada al Centro de Investigación y Asistencia en
553
Acerca de los autores
Tecnología y Diseño del Estado de Jalisco, donde analiza la pertinencia de
desarrollos tecnológicos y biotecnológicos sobre las formas productivas y
organizativas de productores de pequeña escala en el sur-sureste de Méxi-
co, así como la viabilidad de los mercados orgánicos y alternativos como
opción económica y política para la sociedad.
Johan Bastiaensen
Es profesor de Estudios de Desarrollo en el Instituto de Políticas del De-
sarrollo (iob) de la Universidad de Amberes (Bélgica). Obtuvo su doc-
torado en Ciencias Económicas Aplicadas en 1991 con un estudio sobre
el papel de los campesinos en el desarrollo económico de Nicaragua. Su
investigación se enfoca en procesos de cambio institucional territorial en
el marco del desarrollo rural, específicamente en su relación con el papel
de las microfinanzas agrícolas y verdes, los pagos por servicios ambien-
tales, el acceso a la tierra y las cadenas de valor. Ha colaborado por más
de treinta años en enseñanza, investigación y divulgación con el Instituto
Nitlapan de la Universidad Centroamericana en Nicaragua. En el iob im-
parte cursos sobre métodos de investigación, reducción de la pobreza, mi-
crofinanzas y acceso a la tierra. También es profesor de Microfinanzas para
el Desarrollo Rural en la maestría europea de Microfinanzas de la Solvay
Business School de la Universidad Libre de Bruselas.
Juan Carlos Rodríguez Torrent
Es licenciado en Filosofía y antropólogo titulado en la Universidad de
Chile, posgraduado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y
doctor en Ciencias Antropológicas por la Universidad Nacional Autónoma
de México. Se desempeña como profesor titular e investigador en la Facul-
tad de Arquitectura de la Universidad de Valparaíso (Chile), en el Centro
de Investigaciones en Vulnerabilidades e Informalidades Territoriales. Es
investigador responsable y director científico de proyectos del Fondo Na-
cional de Ciencia y Tecnología (Fondecyt). Ha sido presidente alterno del
Grupo de Estudios de Antropología y Arqueología de Fondecyt; dicta-
minador de becas de formación de capital humano avanzado y evaluador
554
Acerca de los autores
de indización de revistas para la Comisión Nacional de Investigación
Científica y Tecnológica; consultor para distintas empresas privadas y pú-
blicas; evaluador de proyectos y dictaminador de artículos de revistas de
circulación nacional e internacional. También se ha desempeñado como
profesor invitado en distintos centros académicos, ha participado con
conferencias en congresos nacionales e internacionales en Europa, Asia y
Latinoamérica; de igual forma, ha publicado diversos artículos en revistas
de corriente principal y capítulos de libros especializados sobre antropolo-
gía de la memoria y el territorio, ciudades y epistemología.
Karla Melissa Guzmán
Economista graduada de la Universidad de El Salvador, realizó estudios
de posgrado en Costa Rica, en el Centro Internacional de Política Eco-
nómica para el Desarrollo Sostenible (Cinpe) de la Universidad Nacional
(una). Durante ese periodo fue becaria del Servicio Alemán de Inter-
cambio Académico (daad, por sus siglas en alemán), obtuvo el título de
magister scientiae en Política Económica con énfasis en Economía Inter-
nacional y recibió el reconocimiento como estudiante con el mejor pro-
medio de la maestría en el año 2011. Desde 2013 se desempeña como
catedrática de la Universidad de El Salvador, en la Facultad de Ciencias
Económicas, donde imparte las cátedras Economía Internacional, Macro-
economía, Microeconomía e Introducción a la Economía. Es asesora de
trabajos de graduación en el pregrado en temas de la economía internacio-
nal. Ha participado como ponente en congresos internacionales. También
ha publicado artículos en revistas académicas de la una y el Cinpe, el más
reciente, “Papel y evolución de las instituciones en la dinámica económica
salvadoreña 1979-2008: una mirada evolucionista e histórica”. Es miem-
bro de la Red Latinoamericana de Investigadores en Cadenas Globales de
Mercancías y de la Red de Exbecarios del daad para la Investigación en
Centroamérica.
555
Acerca de los autores
Laura Tejada
Obtuvo el grado de máster en Geografía por la Facultad de Ciencias Na-
turales de la Universidad de Berna (Suiza). Después de dos años de expe-
riencia laboral en el sector privado, comenzó un doctorado en el Centre
for Development and Environment (cde) de la misma institución. Du-
rante su trabajo como investigadora doctoral ha publicado diferentes ar-
tículos científicos en revistas como The Journal of Peasant Studies o Global
Environmental Change, y ha sido investigadora invitada en el Institute of
Social Studies en La Haya (Holanda). Tiene experiencia trabajando en
proyectos de investigación y asesoría vinculados al desarrollo sostenible,
y actualmente se dedica al monitoreo de la Agenda 2030 en Suiza. Se ha
dedicado especialmente al análisis del cambio agrario, a la temática del
acaparamiento de tierras y el acceso a recursos naturales, así como a la co-
existencia del latifundio y del campesinado en Perú.
Leticia Durand
Doctora en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico (unam), realizó estudios de licenciatura y maestría en Biología en la
Facultad de Ciencias de la misma institución. Actualmente, es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores (sni). Ha desarrollado trabajos de
investigación en Los Tuxtlas (Veracruz), en la sierra de Huautla (Morelos)
y en la selva Lacandona (Chiapas), donde analiza las visiones locales del
ambientalismo y las estrategias de conservación, principalmente en reser-
vas de la biosfera, y la relación entre los diversos actores involucrados. Se
ha interesado también por temas que giran en torno a la construcción so-
cial de la naturaleza, los discursos ambientales y la ecología política de la
conservación. Actualmente, desarrolla un proyecto ligado a las vertientes
poshumanistas de la ecología política y al análisis de la agencia en seres
no-humanos. En la unam ha impartido diversos cursos en la licenciatura
en Biología de la Facultad de Ciencias, en la de Sociología de la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales, así como en los posgrados en Ciencias
Biológicas, en Antropología y en Ciencias de la Sostenibilidad.
556
Acerca de los autores
Mara Lindtner
Tiene una maestría internacional (Dinamarca, Francia y Nicaragua) en
Desarrollo Agrícola Sostenible y Agronomía, y una licenciatura en Cien-
cias Ambientales (Austria y España). Su enfoque temático es la protección
del medio ambiente y del clima, y el uso sostenible de los recursos natu-
rales. Su experiencia laboral se enfoca en factores orientados a cambios
de uso de suelo y posibles soluciones a través del uso sostenible del bos-
que, un marco legal adecuado y pagos por servicios ambientales. Desde
septiembre de 2016 está trabajando en dos proyectos de la Cooperación
Técnica Alemana (giz, por sus siglas en alemán) en Bolivia.
Peter Clausing
Graduado como agrónomo en la Universidad de Leipzig (Alemania),
donde obtuvo el grado de doctor en 1974. Cuenta con estudios de pos-
grado y es un toxicólogo certificado. Ocupó cargos en diferentes insti-
tuciones de investigación de la antigua Alemania Oriental. Trabajó en el
Centro Nacional para la Investigación en Toxicología (Estados Unidos)
durante el periodo 1994-1996, y posteriormente en la iniciativa privada.
De manera paralela a su actividad profesional en dicha área, desarrolló un
interés en el campo transversal de la biodiversidad, los derechos humanos
y el suministro mundial de alimentos. Los resultados de su labor inves-
tigativa se han publicado y compilado en diversas publicaciones a nivel
internacional.
Pierre Merlet
Es investigador en el Instituto de Investigación y Desarrollo Nitlapan de
la Universidad Centroamericana (uca) en Managua (Nicaragua), y está
realizando un doctorado en el Instituto de Políticas del Desarrollo de la
Universidad de Amberes (Bélgica). De igual forma, estudió Agronomía
con especialización en Agricultura Comparada y Desarrollo Agrícola en
el Instituto Nacional de Agronomía de París-Grignon (Francia), y obtuvo
una maestría en Globalización y Desarrollo en el Instituto de Políticas del
Desarrollo de la Universidad de Amberes (Bélgica). Sus temas de trabajo
557
Acerca de los autores
conciernen al desarrollo rural, acceso a la tierra, gestión de recursos natu-
rales y pagos por servicios ambientales. Es miembro activo de Agter, aso-
ciación internacional para mejorar la gobernanza de la tierra, el agua y los
recursos naturales, y del comité científico de la revista Encuentro de la uca.
Saila-Maria Saaristo
Obtuvo su maestría y licenciatura en Antropología Social y Cultural en
la Universidad de Helsinki (Finlandia). Su investigación de grado se cen-
tró en las políticas socioespaciales de dos favelas en Río de Janeiro, Brasil,
así como en las acciones de sus asociaciones de residentes. Actualmente,
realiza estudios de doctorado en el programa doctoral Political, Societal
and Regional Change de la Universidad de Helsinki. Su proyecto analiza
desalojos y políticas de reasentamiento en el área metropolitana de Lis-
boa, Portugal. Además de trabajos en investigación, se ha enfocado profe-
sionalmente en programas de cooperación Norte-Sur y Sur-Sur en países
como Tanzania, Mozambique, Brasil y Bolivia, coordinando y manejando
proyectos en distintas áreas, como derechos humanos, igualdad de género,
democracia, educación científica y participación para el desarrollo rural.
Stephan Rist
Es profesor de Geografía Humana en el Instituto de Geografía de la Uni-
versidad de Berna (Suiza). Como investigador, es parte del Centro para el
Desarrollo y Medio Ambiente de la misma institución, donde encabeza
el grupo de trabajo Gobernanza Sustentable de la Tierra y los Recursos
Naturales. Después de obtener una maestría en Ciencias Agrarias por la
Universidad Politécnica Federal de Zurich (Suiza), ha trabajado en el Ins-
tituto de Investigación para la Agricultura Orgánica en Suiza. También ha
sido codirector del programa Agroecología Universidad de Cochabamba
(Agruco) en Bolivia. Con base en su experiencia en Bolivia, ha desarro-
llado un doctorado en Sociología Rural en el Instituto de Sociología Rural
de la Universidad Técnica de Múnich (Alemania).
558
Acerca de los autores
Tim Trench
Profesor-investigador en el posgrado en Desarrollo Rural Regional de la
Universidad Autónoma Chapingo, en su sede en San Cristóbal de Las Ca-
sas, Chiapas, es historiador y antropólogo social de formación, con un
doctorado por la Universidad de Manchester (Inglaterra). Cuenta con casi
veinte años de trabajo de investigación en el sureste mexicano, sobre todo
en la selva Lacandona de Chiapas, donde ha estudiado temas relacionados
con política de la conservación, historia, conflicto agrario y gobernanza
ambiental a diferentes niveles. Actualmente, es miembro del Sistema Na-
cional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Ha participado como autor o coautor en más de veinte publicaciones aca-
démicas y ha coeditado dos libros colectivos. Entre 2014 y 2017 coordinó
en México el proyecto de investigación “Gobernanza multinivel y gestión
del carbono a nivel de paisaje”, que formó parte del estudio global compa-
rativo sobre redd+ del Centro para la Investigación Forestal Internacional
(con sede en Bogor, Indonesia).
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