Tratado de Derecho Procesal Penal Ley 27063 Tomo 2
Tratado de Derecho Procesal Penal Ley 27063 Tomo 2
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Tratado de Derecho Procesal Penal Tomo II
Tratado de Derecho Procesal Penal Tomo II
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TRATADO DE DERECHO PROCESAL PENAL
TOMO II
MIGUEL ÁNGEL ALMEYRA JULIO CÉSAR BÁEZ
(Directores)
ADRIÁN R. TELLAS
(Coordinador)
GUIDO AGUIRRE AGUSTINA COMENDEIRO
ROQUE G. FUNES SEBASTIÁN GHERSI
MARIANO R. LA ROSA EZEQUIEL B. MARADEO
JOSÉ MARÍA ORGEIRA
GONZALO M. PEPE FERNÁNDEZ BIRD
NICOLÁS PLO
(Autores)
© Miguel Ángel Almeyra y Julio César Báez, 2015
© de esta edición, La Ley S.A.E. e I., 2015
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
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ISBN 9789870328797 (Tomo II)
ISBN 9789870328773 (Obra completa)
SAP 41805296
ARGENTINA
Almeyra, Miguel Ángel y Báez, Julio César
Tratado de derecho procesal penal / dirigido por Miguel Ángel Almeyra y Julio César Báez. 1a ed. Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: La Ley, 2015.
v. 2, 720 p.; 24x17 cm.
ISBN 9789870328797
1. Derecho Procesal Penal. I. Almeyra, Miguel Ángel, dir.
CDD 347.05
Sin nombre
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Capítulo 4 Excepciones y obstáculos fundados en privilegio constitucional. Por Agustina Comendeiro y
Sebastián Ghersi
Capítulo 4 Excepciones y obstáculos fundados en privilegio constitucional. Por Agustina Comendeiro y
Sebastián Ghersi
Capítulo 4 Excepciones y obstáculos fundados en privilegio constitucional. Por Agustina Comendeiro y
Sebastián Ghersi
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CAPÍTULO 4 EXCEPCIONES Y OBSTÁCULOS FUNDADOS EN PRIVILEGIO CONSTITUCIONAL. POR AGUSTINA
COMENDEIRO Y SEBASTIÁN GHERSI
4.1. EXCEPCIONES EN EL NUEVO CÓDIGO PROCESAL
4.1.1. Excepciones. Introducción
En lo relativo a las excepciones, entendidas éstas como el reverso de los
presupuestos del debido proceso que operan sobre el desarrollo de la persecución
penal como mecanismos de defensa, tendientes a oponer a la acusación la existencia
de hechos impeditivos o extintivos(1), el nuevo Código contiene una redacción casi
idéntica a su antecesor. Es decir, constituyen uno de los medios de defensa más
importantes con los que cuentan las partes, con el propósito de ponerle fin a la
investigación abierta o bien para regularizar su tramitación.
Sin embargo, algunos de los nuevos institutos hacen variar el contenido y
significado de las tradicionales ahora previstas en el art. 37, integrante de la sección
4ª del capítulo 1, del título II del digesto.
4.1.2. Clasificación y efectos
Por un lado se mantiene la división tripartita de la excepciones en cuanto a su
motivo originante: falta de jurisdicción o competencia, falta de acción y extinción de la
acción.
En lo relativo a la caracterización de las segundas y las últimas como dilatorias —
solamente retardan el trámite del proceso(2)— y perentorias —acaban con el proceso
en forma definitiva(3)—, si bien este nuevo Código no lo hace expresamente, como
antes lo hacían los arts. 343 y 344 del Código Levene, se mantiene tal clasificación
por los efectos que se indica que generan las causales en cuestión.
Así, el nuevo art. 39 prevé, para el caso de que se trate de excepciones por la falta
de acción que se archivará, salvo que el proceso pueda proseguir respecto de otro
imputado.
El carácter dilatorio del archivo por no poder proceder, contenida como tercera
hipótesis del art. 217, se encuentra indicado en el segundo párrafo del mismo artículo
que dispone que el archivo no impedirá que se reabra la investigación si desaparecen
los impedimentos en cuestión. Vale aclarar que con el nuevo ordenamiento de forma,
el archivo lo dispone el Ministerio Público Fiscal y no el órgano jurisdiccional como en
el primero, otorgándosele a la víctima el derecho a recurrir ante el fiscal con función
de revisión, es decir, que tampoco en este caso se prevé el control jurisdiccional.
A su vez, las excepciones por falta de acción dependiendo de la causal particular
que las genere, pueden fundarse en que aquélla no pudo promoverse, no fue iniciada
legalmente o no puede proseguirse.
Mientras tanto, para el supuesto en que se admita la excepción por extinción de la
acción penal —de carácter perentorio— se decretará el sobreseimiento o se
rechazará la demanda, según corresponda.
En cambio, sobre los efectos que produce la procedencia de la excepción de falta
de jurisdicción o de competencia, se indica que el juez remitirá las actuaciones al
órgano jurisdiccional correspondiente.
4.1.2.1. Falta de jurisdicción y competencia
4.1.2.1.1. Excepción por incompetencia
El nuevo Código eliminó la engorrosa doble vía prevista en el anterior ordenamiento
en materia de competencia, suprimiendo la inhibitoria, por la cual un tribunal que
consideraba que una investigación era materia de su competencia solicitaba a otro
que se inhiba de seguir entendiendo y se la remita. Es decir, que con el Código ley
27.063, las partes solamente podrán pedir la declinatoria ante el tribunal que se
encuentre avocado al proceso para que lo remita al órgano jurisdiccional que se
estime competente.
Ante tal panorama, resulta de vital trascendencia la excepción por incompetencia
como salvaguarda de la garantía de juez natural, ahora prevista en el art. 7º.
Esta excepción podrá interponerse tanto por falta de competencia material como
territorial.
4.1.2.1.2. Falta de jurisdicción por litispendencia
Se trata de los casos donde exista un segundo proceso entre las mismas partes y
por el mismo objeto.
Se encuentra implicado aquí el principio de prohibición de persecución penal
múltiple ahora contemplado en el art. 5º —ne bis in idem o double jeopardy del
derecho anglosajón—, por lo cual tan solo uno de los procesos debe llevarse
adelante.
Posee carácter dilatorio, dado que si ambos procesos se encuentran abiertos,
corresponde unificar las causas ante un mismo juez. Si una de las investigaciones ya
tuviera resolución definitiva, podrá oponerse la excepción de cosa juzgada.
4.1.2.2. Falta de acción
Definida como la ausencia temporal o definitiva del poder de ejercicio de la acción
penal con relación a determinado proceso(4), con sus tres diferentes hipótesis:
imposibilidad legal de que se promueva la acción, falta de inicio o promoción
adecuada de la acción e imposibilidad de proseguir por obstáculos procesales.
4.1.2.2.1. Falta de acción por litispendencia
Se trata de una de la excepciones de falta de acción por imposibilidad de
prosecución. La fórmula prevista por el nuevo art. 28, que en su segundo párrafo
refiere: "Si la existencia de un proceso penal dependiera de la resolución de otro, el
ejercicio de la acción penal se suspenderá aun de oficio, hasta que en el otro proceso
recaiga sentencia firme", resulta más amplia que la prevista en el Código Levene(5),
pues ya no se hace referencia a que la cuestión prejudicial deba estar establecida por
la ley, sino que basta con que un proceso dependa de la resolución de otro. La
anterior limitación implicaba, en acertadas palabras de Báez y Subías, una necesaria
creación del legislador(6). Dicha modificación conduce a que la necesidad de contar
con la resolución de otro proceso haga plausible la excepción de falta de acción
porque la acción no puede proseguirse, contenida en el art. 37, inc. b), última
hipótesis. Estimamos que ése podría ser el caso de las investigaciones por falso
testimonio, que requieren de una sentencia firme en otro proceso que establezca la
verdad real de lo ocurrido. Sin ello, existe la posibilidad de que dos procesos
diferentes establezcan dos "verdades" divergentes.
4.1.2.2.2. Falta de acción por cosa juzgada
4.1.2.2.2. Falta de acción por cosa juzgada
Se trata de una excepción de carácter perentorio íntimamente relacionada con la
prohibición de doble persecución, ne bis in idem. Podrá generar la excepción por falta
de acción por imposibilidad de promoción de la acción o por imposibilidad de
prosecución dependiendo de que ya exista una sentencia firme al intentar iniciarse el
proceso o que ésta se dé luego de iniciada.
El art. 216 zanja la discusión generada con el Código Levene respecto a si la
desestimación por inexistencia de delito constituía cosa juzgada material o formal. En
este último caso, se entiende que puede volver a presentarse una denuncia por
idénticos hechos sobre la base de elementos distintos. La opción del nuevo digesto
por la cosa juzgada formal descarta la posibilidad de la excepción de falta de acción
perentoria por cosa juzgada, en razón de una desestimación anterior(7).
4.1.2.2.3. Falta de acción por falta de instancia
Para los casos de los delitos de acción pública, pero de instancia privada, previstos
en el art. 72 del Cód. Penal(8), y en los cuales no se dieran las hipótesis de excepción
contempladas en los dos últimos párrafos de dicho artículo, la investigación no podrá
iniciarse sin que la parte manifieste "expresamente" su voluntad de que el hecho se
investigue.
Esta circunstancia no obsta a la realización de los actos urgentes que impidan la
consumación del hecho o la de los imprescindibles para conservar los elementos de
prueba, siempre que tales actos no afecten la protección del interés de la víctima. El
nuevo art. 26 descarta la instancia tácita de la víctima al establecer que ésta no pude
derivarse de ningún acto procesal. Con lo cual, si el Ministerio Público iniciara una
investigación sin la debida instancia, podrá operar el archivo por medio de la
excepción por falta de acción porque la investigación no fue iniciada legalmente.
También se aclara que la instancia se refiere al hecho en sí y no se requiere que
sea respecto de cada uno de los intervinientes.
Menos aún podrá el Ministerio Público iniciar una investigación por algunos de los
delitos de acción privada previsto en el art. 73 del Cód. Penal(9).
4.1.2.2.4. Falta de acción por prohibición de denunciar
4.1.2.2.4. Falta de acción por prohibición de denunciar
Si se iniciara una investigación por medio de la denuncia de alguno de los
mencionados en el art. 205 —ascendientes, descendientes, cónyuge, conviviente y
hermanos del imputado, salvo que el delito se haya cometido en su contra o de un
pariente de grado igual o más próximo—, podrá ser interpuesta la excepción por falta
de acción porque la investigación no fue iniciada legalmente.
4.1.2.2.5. Falta de acción de la querella
La excepción de falta de acción por ausencia de legitimación activa de la querella,
para poder proseguir impulsando la causa, es el medio adecuado para plantear la
separación del acusador particular.
Si bien se trata de una excepción de carácter dilatorio en los procesos por delitos
de acción pública, en los seguidos por delitos de acción privada propiamente dichos
previstos por el art. 73 del Código Penal, así como también en los delitos de acción
pública, en los que la víctima hubiere optado por la conversión de la acción que
prevén los arts. 33 y 219, la excepción tendrá carácter perentorio, dado que no podrá
continuarse con el proceso. El mismo resultado tendrá si se interpusiera la excepción
por el abandono de la querella previsto por el art. 87(10).
Si bien compartimos la idea de que en el código de forma impuesto por la ley
23.984, el Ministerio Público Fiscal no está habilitado para presentar esta excepción
contra la parte querellante para propiciar su alejamiento(11), en el nuevo digesto el
art. 83 faculta al acusador público a cuestionar la legitimación activa del presunto
querellante, razón por la cual estimamos se encuentra ahora autorizado para
interponer la mentada excepción.
4.1.2.3. Extinción de la acción penal
Las excepciones por extinción de la acción, como su nombre lo indica, son de
carácter perentorio y concluyen definitivamente el proceso.
4.1.2.3.1. Extinción por prescripción de la acción penal
Esta causal de extinción de la acción plausible de interponerse vía excepción,
resulta realmente afectada por la sanción del nuevo digesto. Debe resaltarse que el
instituto de la prescripción, si bien por su naturaleza se trata de un instituto de
forma(12), se ha optado por su inclusión en el código de fondo, a efectos de unificar
su uso en todo el territorio argentino. Sin embargo, la previsión contenida en el art. 67
del Código Penal, hace remisión a las normas procesales provinciales —y nacional—
al establecer como uno de los actos interruptivos de la prescripción: "El primer
llamado efectuado a una persona, en el marco de un proceso judicial, con el objeto de
recibirle declaración indagatoria por el delito investigado", acto procesal que no se
encuentra contemplado en el nuevo Código.
A diferencia de las otras causales internas de interrupción del proceso (13), éstas
son, el requerimiento acusatorio de apertura o elevación a juicio "efectuado en la
forma que lo establezca la legislación procesal correspondiente" que puede asimilarse
a la acusación prevista ahora en el art. 241; el auto de citación a juicio "o acto
procesal equivalente" que resulta satisfecho con la citación establecida en el art. 248,
inc. c); y el dictado de sentencia condenatoria que se encuentra contemplado a partir
del art. 271; el nuevo Código no solamente no prevé la convocatoria compulsiva a
prestar declaración indagatoria que ordena el art. 294 del Código Levene, sino que en
su art. 69 establece la "libertad de declarar", aclarando que "las citaciones al imputado
no tendrán por finalidad obtener una declaración sobre el hecho que se le imputa,
pero éste tendrá la libertad de declarar cuantas veces quiera". Tampoco corresponde
interpretar en forma analógica la citación a la defensa prevista en el art. 244,
respectando el principio de estricta legalidad penal que siempre debe privar en el
proceso.
Así, ha desaparecido una de las causales de interrupción del conteo del plazo para
la prescripción. De otro modo, interpretar que la libertad de prestar declaración del
nuevo ordenamiento pueda asimilarse al llamado a prestar declaración indagatoria del
anterior digesto, que implicaba como requisito previo que "hubiere motivo bastante
para sospechar que una persona ha participado en la comisión de un delito",
implicaría una interpretación in malam partem contraria al in dubio pro imputado
declarado por el art. 11 de este nuevo Código.
Vale decir que la duración máxima del proceso y de la investigación preparatoria,
establecidos por los arts. 113 y 232, no constituyen causales de extinción de la acción
penal por prescripción, sino plazos ordenatorios similares a lo que prevé el art. 207
del Código Levene, del procedimiento con meras consecuencias sancionatorias para
fiscales y jueces para el caso de incumplimiento.
4.1.2.3.2. Extinción por suspensión del proceso a prueba
El art. 35 consagra la interpretación amplia respecto del instituto de la suspensión
de juicio a prueba que impusiera el precedente de la Corte Suprema "Acosta"(14),
que conducen al dictado del sobreseimiento ante el cumplimiento de la actividad
comprometida. Así como señalan con acierto Báez y Subías (15), ante el intento de la
parte acusadora de proseguir con el proceso, bien podría plantearse la excepción de
extinción de la acción por imposibilidad de prosecución. También procederá en el
supuesto de que cumplida la tarea impuesta no se dicte resolución jurisprudencial.
4.1.2.3.3. Extinción por aplicación de un criterio de oportunidad
Esta nueva causal de extinción de la acción es una verdadera novedad,
cristalización del principio de oportunidad procesal, que reemplaza al de legalidad de
forma del Código Levene. Las cuatro causales mencionadas en el art. 31(16),
inspiradas en los principios de falta de lesividad, insignificancia y pena natural —
siempre que el fiscal revisor no obligue al fiscal a investigar o la víctima opte por
hacer efectiva la conversión de la acción a privada conforme lo establecido por los
arts. 33 y 219 a la que ya se aludiera más arriba—, producirán la extinción de la
acción penal respecto de una persona o de la totalidad de los intervinientes, con el
consiguiente sobreseimiento.
Por ello, al igual que en el caso de la probation, una nueva investigación por los
mismos hechos y personas por los que declaró extinguida la acción, harán pasible la
interposición de una excepción por extinción de la acción.
4.1.2.3.4. Extinción por desistimiento en los delitos de acción privada
El desistimiento, como causal de extinción de la acción por imposibilidad de
prosecución, afectará no solamente a los delitos de acción privada propiamente
dichos previstos por el art. 73 del Código Penal, sino también como ya se dijo a los
delitos de acción pública —incluidos los de instancia privada—, en los que la víctima
hubiere optado por la conversión que prevén los arts. 33 y 219.
Tanto la existencia del desistimiento expreso del art. 286, como el tácito del art. 87,
traerán aparejado el sobreseimiento de los involucrados por la extinción de la acción
penal por desistimiento, conforme a lo previsto por el art. 287.
4.1.2.3.5. Extinción de la acción por conciliación
Otra de las novedosas causales de extinción de la acción, que se encuentra
prevista en el nuevo art. 34, corresponde solamente para los delitos con contenido
patrimonial cometidos sin grave violencia sobre las personas o en los delitos culposos
si no existieran lesiones gravísimas o resultado de muerte. En estos casos, la
homologación del acuerdo y su cumplimiento extinguen la acción. Si luego de dicho
cumplimiento, no se dictara el sobreseimiento —conforme a lo dispuesto por el art.
236, apart. g)— o se iniciara una nueva denuncia o investigación, ello justificará la
presentación de la excepción perentoria de extinción de la acción.
4.1.2.3.6. Extinción por inexistencia de delito
Dado que el apart. b) del art. 236, mantiene como causal de sobreseimiento que el
hecho investigado no encuadre en una figura legal penal, se mantiene incólume la
posibilidad de plantear la excepción de extinción de la acción penal por inexistencia
de delito por atipicidad de la conducta, aunque resulta de carácter excepcional para
cuando esa atipicidad resulta claramente manifiesta(17).
Resulta cristalización de la manda del art. 18 de la Constitución Nacional donde
establece el principio de legalidad penal, que implica que nadie puede siquiera ser
perseguido si una ley anterior no define el comportamiento que se le atribuye como
delito(18).
Estimo, por otro lado, que tampoco existe óbice para que por vía de esta excepción
por inexistencia de delito se plantee el caso donde resulte evidente que el hecho en
cuestión no se ha cometido —art. 236, apart. a)—, v.gr., si se denunciara el homicidio
de una persona que resulta evidente que se encuentra con vida.
4.1.2.3.7. Extinción de la acción civil por desistimiento
A diferencia de su antecesor, el nuevo Código Procesal establece expresamente la
excepción por extinción de la acción civil —art. 37, apart. c), última hipótesis—.
Corresponde para el supuesto del desistimiento de la acción civil previsto en el art.
96, que implica la renuncia de ésta y por lo tanto la extinción de la acción. Más allá de
la posibilidad de desistimiento expreso, se tendrá por tácito cuando: no concretara su
demanda en la oportunidad procesal prevista; regularmente citado, no compareciera a
la audiencia de control de la acusación sin causa justificada; no concurriera a la
audiencia del juicio oral o no presentare conclusiones, o se ausentara de la audiencia
del juicio oral sin autorización de los jueces.
Por otra parte, vale decir que en lo relativo de otras causales de excepción como la
amnistía, indulto, arraigo y minoridad del autor, bien descriptas por Báez y Subías(19),
no fueron alteradas respecto del digesto precedente, por lo que continúan igualmente
vigentes.
4.1.2. Trámite
En lo atinente al trámite, el art. 38 determina su deducción vía oral en las
audiencias, colocando la carga de la prueba en la parte que la haya ofrecido. Los
jueces se verán limitados para resolver únicamente a aquella presentada en la
oportunidad.
El art. 246 establece que como cuestión preliminar el defensor y el imputado podrán
oponer excepciones en la audiencia de control de la acusación.
4.1.3. Recurso
4.1.3. Recurso
El art. 309 establece expresamente, entre las decisiones impugnables, las relativas
a las excepciones. Asimismo, los arts. 306 y 308 legitiman a la querella y al Ministerio
Público para impugnar las "resoluciones que pongan fin a la acción o a la pena o
hagan imposible que continúen las actuaciones". Sin embargo, no ocurre lo mismo
con el imputado, dado que el art. 305 no menciona la resolución de las excepciones
entre las decisiones que le legitima a impugnar, vedando de ese modo la posibilidad
de revertir un fallo que evidentemente le causa agravio. El principio de igualdad
procesal, derivado del art. 16 de la Constitución Nacional, justifica la posibilidad de
recurrir la denegatoria de dichas decisiones.
4.1.4. Conclusión
El espíritu práctico y dispositivo que recorre todo el ordenamiento resulta sin lugar a
dudas un avance tendiente a mejorar el letargo procesal que suponía el conjunto de
normas del anterior digesto, maguer que en algunos casos, dicha simplificación puede
atentar contra la efectiva realización de los derechos de las partes.
Claro ejemplo de ello, resulta lo recientemente señalado, acerca de la falta de
contemplación de la posibilidad recursiva del imputado al no concederle las
excepciones que pudiera interponer.
4.2. OBSTÁCULOS FUNDADOS EN PRIVILEGIO CONSTITUCIONAL EN EL NUEVO CÓDIGO DE
PROCEDIMIENTOS
4.2.1. Introducción
Los llamados obstáculos al ejercicio de la acción resultan de un régimen especial
previsto por nuestra Constitución Nacional, para las personas que ocupan o ejercen
una de las tres funciones del Estado.
Así, los sujetos imputados de un delito que ostentan estos privilegios
constitucionales gozan de una "inmunidad" que es estrictamente funcional, pensada
para proteger la función específica que como representantes de la sociedad
desempeñan, no personal, destinada a garantizar el normal desenvolvimiento de los
órganos estatales y el libre ejercicio del cargo o función respectiva.
Es decir, es la propia Constitución Nacional la que establece una serie de requisitos
procesales para juzgar a ciertas personas en razón de la función que desempeñan.
En este sentido, cabe señalar, que si bien se ha planteado en diversas oportunidades
disconformidad respecto de determinados privilegios, pues atentan contra la igualdad
republicana, teniendo en cuenta el principio general de igualdad en cuanto a no
discriminación establecido en el art. 16 de la Ley Fundamental "...todos sus
habitantes son iguales ante la ley...", son necesarios tal y como se viene adelantando,
para asegurar el pleno ejercicio de esa ocupación(20).
4.2.2. Inmunidades procesales
4.2.2.1. Desafuero juicio político jurado de enjuiciamiento
Previo al tratamiento de la normativa prevista en esta sección, vale aclarar, que
tanto el procedimiento del desafuero, como el de los otros dos institutos llamados
"antejuicios", constituyen el trámite previo necesario para que el respectivo
funcionario pueda ser penalmente juzgado. Enseña Germán J. Bidart Campos "No es
un juicio penal. En el no se persigue castigar sino separar del cargo; no juzgar un
hecho como delictuoso sino como inconveniente para el Estado".
Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre el primero y los segundos. El
instituto del desafuero —aplicable a los miembros del órgano parlamentario— implica
sólo suspender la inmunidad que posee el legislador con el objeto de ser sometido a
un proceso penal, pero no involucra la destitución ni la suspensión, eventualmente
esta última, sólo en forma transitoria. De hecho, en caso de ser absuelto por el
tribunal, el legislador recupera inmediatamente su inmunidad.
En cambio, los funcionarios sujetos al antejuicio —aplicable a los miembros de
otras funciones del Estado (Poder Ejecutivo y Poder Judicial)— en el caso de que el
órgano competente decida la conveniencia de someterlos a la jurisdicción, no es la
suspensión lo que procede, sino la destitución del funcionario o magistrado, pues en
él se juzga la conveniencia institucional de la continuidad del acusado en su cargo.
Por otro lado, se presenta en el caso el interrogante acerca de la imposibilidad o no
de presentar querella ante un legislador, funcionario o magistrado; tal y como se
desprende de la norma recientemente citada se mantuvo silencio al respecto, dado
que prevé únicamente los procesos en los que participa el acusador público, sin hacer
mención alguna a los de acción privada, ni a los de acción pública, en los que la
víctima hubiere optado por la conversión de la acción que prevé el art. 219 en los
casos de archivo o desestimación solicitados por el fiscal.
Sin embargo, debe resaltarse que el nuevo ordenamiento cuando faculta al
Ministerio Público Fiscal a disponer de la acción penal pública en caso de aplicación
de criterios de oportunidad, conversión de la acción, conciliación o suspensión del
proceso a prueba, le veda en el último párrafo del art. 30 prescindir total o
parcialmente "del ejercicio de la acción penal si el imputado fuera funcionario público
y se le atribuyera un delito cometido en el ejercicio o en razón de su cargo", por lo que
no podrá abandonar por tales razones la acusación.
La omisión en la redacción del artículo parece sugerir que en estos casos, los
funcionarios públicos en cuestión se verán sujetos al trámite común, sin requerirse
previo desafuero o antejuicio. En el mismo sentido Asturias y Ventura Bustos(21).
Ahora bien, previo a la sanción de esta ley que deroga el código de procedimientos
anterior, donde únicamente subsistía el art. 192, que hacía alusión al supuesto de
encontrarse ante varios imputados y que sólo algunos de ellos gozaran de un
privilegio constitucional, autorizaba a formar el proceso y seguirlo respecto de los
otros. En tanto, en lo relativo a los arts. 189, 190 y 191 fueron derogados por la ley
25.320. También llamada "Ley de fueros", aún vigente.
Ya en esa oportunidad, el director de esta obra y sus colaboradores efectuaron un
análisis de aquélla, resaltando el acierto en la reforma, pues representó un avance en
pos de reglamentar, en lo que hace al proceso penal, las disposiciones penales
vigentes para posibilitar el sometimiento a juicio de los integrantes de las tres
funciones del Estado(22).
En su art. 1º determina: "Cuando por parte de juez nacional, provincial o de la
ciudad autónoma de Buenos Aires, se abra una causa penal en la que se impute la
comisión de un delito a un legislador, funcionario o magistrado sujeto a desafuero,
remoción o juicio político, el tribunal competente seguirá adelante con el
procedimiento judicial hasta su total conclusión. El llamado a indagatoria no se
considera medida restrictiva de la libertad pero en el caso de que el legislador,
funcionario o magistrado no concurriera a prestarla el tribunal deberá solicitar su
desafuero, remoción o juicio político. En el caso de dictarse alguna medida que
vulnera la inmunidad de arresto, la misma no se hará efectiva hasta tanto el legislador
funcionario o magistrado sujeto a desafuero, remoción o juicio político no sea
separado de su cargo. Sin perjuicio de ello el proceso podrá seguir adelante hasta su
total conclusión. El tribunal solicitará al órgano que corresponda, el desafuero,
remoción o juicio político, según sea el caso, acompañando al pedido las copias de
las actuaciones labradas expresando las razones que justifiquen la medida. No será
obstáculo para que el legislador, funcionario o magistrado a quien se le imputare la
comisión de un delito por el que se está instruyendo causa tenga derecho, aun
cuando no hubiere sido indagado, a presentarse al tribunal, aclarando los hechos e
indicando las pruebas que, a su juicio, puedan serle útiles. No se podrá ordenar el
allanamiento del domicilio particular o de las oficinas de los legisladores ni la
intercepción de su correspondencia o comunicaciones telefónicas sin la autorización
de la respectiva cámara".
El art. 2º dispone que "La solicitud de desafuero deberá ser girada de manera
inmediata a la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara correspondiente,
la que deberá emitir dictamen, en un plazo de 60 días. La cámara deberá tratar la
causa, dentro de los 180 días de ingresada, aun cuando no exista dictamen de
comisión".
Art. 3º: "Si un legislador hubiera sido detenido en virtud de lo dispuesto por el art.
69 de la Constitución Nacional, el tribunal pondrá inmediatamente en conocimiento
del hecho al cuerpo legislativo correspondiente, quien decidirá por los dos tercios de
los votos, en sesión que deberá realizarse dentro de los 10 días, si procede el
desafuero. En este caso se actuará conforme el art. 70 de la Constitución Nacional.
Para el caso de denegar la Cámara el desafuero, el juez dispondrá la inmediata
libertad del legislador".
Art. 4º: "si fuera denegado el desafuero, la suspensión o remoción solicitada, el
tribunal declarará por auto que no puede proceder a la detención o mantenerla,
continuando la causa según su estado". En cualquier caso regirá la suspensión del
curso de la prescripción prevista en el art. 67 del Código Penal.
Art. 5º: "En el caso del art. 68 de la Constitución Nacional, se procederá al rechazo
in limine de cualquier pedido de desafuero".
Por otra parte, en su art. 6º dispuso la derogación de los arts. 189, 190 y 191 del
anterior Código Procesal Penal de la Nación.
4.2.2.2. Desafuero
Como aporte fundamental y en armonía con el art. 70 de la Constitución Nacional,
que dispone: "Cuando se forme querella por escrito ante las justicias ordinarias contra
cualquier senador o diputado, examinado el mérito del sumario en juicio público,
podrá cada cámara, con dos tercios de los votos, suspender en sus funciones al
acusado, y ponerlo a disposición del juez competente para su juzgamiento", esta ley
determina el preciso momento en el que debe pedirse el desafuero del legislador.
Con ello, el originario concepto de que para interrogar a un legislador, los jueces
debían requerir el "desafuero", fue desechado, en tanto la inmunidad de la que gozan
ciertos funcionarios no impide el avance de la investigación de un delito, sino más
bien la detención preventiva "inmunidad de arresto" o la imposición de la pena.
Es decir, nada impide que el proceso contra un legislador continúe hasta el final, en
tanto el llamado a indagatoria del Código Levene no se considera una medida
restrictiva de la libertad y sólo es procedente solicitar el desafuero cuando se requiere
la detención del legislador para la sustanciación de una causa o la ejecución de la
sentencia. Claro está, que en lo supuestos de flagrancia ahora contemplados en el
art. 184(23), se requiere necesariamente el desafuero por aplicación de lo establecido
por art. 3º de la ley de fueros.
Menos aún, con la actual redacción del nuevo digesto formal, en cuanto suprime el
acto de la indagatoria reemplazándolo por la simple facultad del imputado a declarar,
si así lo considerase necesario, y de hacerlo cuantas veces quiera. Ello conforme a lo
dispuesto por el nuevo art. 69(24).
No obstante, la ley no aporta precisiones a partir de las cuales sí resulta necesario
para seguir avanzando en el proceso. En el punto, la doctrina se divide respecto de la
interpretación de "hasta su total conclusión", en tanto para algunos, bien podría ser
hasta el dictado de la sentencia, siempre que no exista la posibilidad de limitar la
libertad ambulatoria del sujeto, no se podría avanzar mucho más allá de la
indagatoria, para otros, que como ya mencionamos, ahora no prevista en el nuevo
códice, o bien, será el tribunal de juicio quien deberá requerir el desafuero, con las
formalidades previstas en la ley de fueros previo a dar cumplimiento a lo establecido
en el art. 354 del anterior Código Procesal de la Nación, ahora previsto en el art. 248,
apart. c) del nuevo ordenamiento de forma(25).
Sobre el punto cabe preguntarse acerca de las nuevas medidas de
coerción(26)insertas en el nuevo digesto respecto de la posibilidad de su aplicación a
los legisladores, y para el caso, si es necesario su desafuero, puesto que la ley de
marras únicamente prevé la inmunidad de arresto como medida de coerción.
Estimamos que al no estar vedada expresamente su imposición, el tribunal
correspondiente podrá hacer uso de ellos, excepto por los previstos en los incs. j) y k),
es decir, "el arresto en su propio domicilio o en el de otra persona, sin vigilancia o con
la que el juez disponga" y obviamente "la prisión preventiva, en caso de que las
medidas anteriores no fueren suficientes para asegurar los fines indicados".
Por otra parte, el art. 1º de la ley en trato veda la posibilidad de realizar
allanamientos, la intervención de líneas telefónicas o la interceptación de
correspondencia dirigida a los legisladores que únicamente cede frente a la
autorización que otorgue la respectiva Cámara, en tanto podrían vulnerar la
inmunidad del imputado. Sobre el verdadero alcance de esa vulnerabilidad, hay que
recordar que el privilegio es funcional y no personal, por lo que perfectamente cabría
la posibilidad de allanar una oficina o local particular. Lo mismo sucedería con las
escuchas telefónicas, pues nada impide que se efectúen respecto de terceras
personas con relación directa a él, que no se encuentren alcanzados por la
inmunidad.
En relación a ello, el nuevo códice formal, en su art. 134, prevé que las
regulaciones respectivas al allanamiento "no regirá para los edificios públicos y
oficinas administrativas... En estos casos deberá darse aviso a las personas a cuyo
cargo estuvieran los locales, salvo que ello fuera perjudicial para la investigación", y
que especialmente "para la entrada y registro en el Honorable Congreso de la Nación,
el juez deberá dar aviso al presidente de la Cámara respectiva".
Desde otro lado, "la inmunidad de opinión" que tiene su fundamento en que el
ejercicio de la función legislativa debe estar exento de coacciones, debe señalarse
que la jurisprudencia entendió que "la protección abarca a las opiniones vertidas por
el legislador en el desempeño de su actividad, sobre cuestiones referidas a sus
funciones o cuestiones de interés político en general" (CCiv. Com. Fed., sala II, LA
LEY, 1991B, 383), asegurándose de tal modo el libre ejercicio de la tarea legislativa
para que la función se ejerza sin presiones ni temores.
En armonía con ello, el nuevo digesto formal en análisis establece expresamente
en el apart. c) del art. 185 que la prisión preventiva no procederá cuando "Cuando se
trate de hechos cometidos en el ejercicio de la libertad de expresión o como
consecuencia de la crítica en cuestiones públicas".
4.2.2.3. Juicio político
Respecto del instituto en trato, vale recordar que es competencia del Congreso
Nacional la tarea de determinar si los funcionarios públicos del Poder Ejecutivo y los
Nacional la tarea de determinar si los funcionarios públicos del Poder Ejecutivo y los
jueces que integran la Corte Suprema de Justicia de la Nación, desempeñan sus
funciones correctamente.
Las normas que regulan el procedimiento del juicio político se hallan contenidas en
la Constitución Nacional, en el reglamento interno de cada Cámara del Congreso y los
reglamentos internos de las respectivas comisiones.
Así, el art. 53 de la Ley Fundamental dice que es la Cámara de Diputados la que
"...ejerce el derecho de acusar ante el senado al presidente, vicepresidente, al jefe de
gabinete de ministros y a los miembros de la Corte suprema, en las causas de
responsabilidad que se intenten contra ellos, por mal desempeño o por delitos en
ejercicio de sus funciones, o por crímenes comunes, después de haber conocido de
ellos y declarado haber lugar a la formación de la causa por la mayoría de las dos
terceras partes de sus miembros presentes".
El art. 59 asigna al Senado de la Nación la tarea de: "...juzgar en juicio político a los
acusados por la Cámara de Diputados, debiendo sus miembros prestar juramento
para este acto. Cuando el acusado sea el presidente de la Nación el Senado será
presidido por el presidente de la Corte Suprema. Ninguno será declarado culpable si
no a mayoría de los dos tercios de los miembros presentes".
Por último el art. 60 dispone que "Su fallo no tendrá más efecto que destituir al
acusado, y aun declararle incapaz de ocupar ningún empleo de honor, de confianza o
a sueldo de la Nación. Pero la parte condenada quedará, no obstante sujeta a
acusación, juicio y castigo conforme a las leyes ante los tribunales ordinarios".
Es así que el procedimiento establecido para este instituto comprende una primera
etapa en la que se analiza la denuncia presentada, en cuanto a si se reúnen las
condiciones objetivas y subjetivas de la cuestión planteada y con ello se decide si se
inicia la apertura del sumario. Para el caso de corresponder, la segunda consiste en la
confección de un dictamen que le permita a la Cámara de Diputados decidir si
formulará la pertinente acusación ante el Senado de la Nación.
El procedimiento finaliza con la decisión de fallo, pues su función es de naturaleza
política y no judicial. Por lo tanto, el fin del juicio político es remover al funcionario del
cargo que ostenta. Independientemente de las acciones penales y/o civiles que se
realicen con posterioridad a la remoción de aquél.
En cuanto a la ley de fueros y su relación con el tópico en estudio, nos remitimos a
lo ya sostenido en el punto anterior —4.2.2.2. Desafuero—, respecto del llamado a
indagatoria, y dicho sobre la continuidad del proceso hasta su total conclusión, de
manera independiente al funcionario desaforado.
4.2.2.4. Declaraciones especiales
El art. 159 prevé que el presidente y vicepresidente de la Nación, los gobernadores,
vicegobernadores de las provincias, el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, los ministros y legisladores, jueces, defensores y fiscales, tanto
nacionales, provinciales como porteños, podrán declarar por escrito. A la vez el art.
153, les veda declarar a los funcionarios públicos sobre secretos de Estado.
Esto último podría considerarse causal de mal desempeño en sus funciones.
4.2.2.5. Jurado de enjuiciamiento
En lo relativo a la remoción de los miembros de los tribunales inferiores de la
Nación, cabe remitirse a lo establecido en el art. 115 de la Constitución Nacional que
reza "Los jueces de los tribunales inferiores de la Nación serán removidos por las
causales expresadas en el artículo 53, por un jurado de enjuiciamiento integrado por
legisladores, magistrados y abogados de la matrícula federal".
"Su fallo, que será irrecurrible, no tendrá más efecto que destituir al acusado. Pero
la parte condenada quedará no obstante sujeta a acusación, juicio y castigo conforme
a las leyes ante los tribunales ordinarios".
"Corresponderá archivar las actuaciones y, en su caso, reponer al juez suspendido,
si transcurrieren ciento ochenta días contados desde la decisión de abrir el
procedimiento de remoción, sin que haya sido dictado el fallo".
"En la ley especial a que se refiere el artículo 114, se determinará la integración y
procedimiento de este jurado"
A la vez, el art. 114 crea el denominado Consejo de la Magistratura cuya integración
y funcionamiento se encuentra reglada por la ley 26.080, modificatoria de la 24.937.
4.2.2.6. Faltas graves y mal desempeño
Cabe poner de resalto que el nuevo digesto formal establece en varias secciones,
expresamente, ciertas conductas de los magistrados —tanto del Poder Judicial como
del Ministerio Público— que serán consideradas faltas graves y causales de mal
desempeño.
En tal sentido, en el art. 62 determina que así serán consideradas en materia de
inhibición y recusación, la omisión del juez de apartarse cuando exista motivo para
hacerlo o lo hiciera con notoria falta de fundamento.
También serán entendidas como faltas graves y causales de mal desempeño del
fiscal y del juez, el incumplimiento de los plazos máximos del procedimiento de
acuerdo con lo normado por el art. 113, y respecto solamente de los magistrados
judiciales, las demoras relativas a medidas privativas de la libertad, tal cual lo
establece el art. 194.
4.3. CONCLUSIÓN
Analizada la temática asignada, entendemos que no hubo grandes modificaciones
respecto del contexto que regía el Código Levene.
Compartimos en un todo los argumentos esgrimidos por el director (27)de la obra
en cuanto a que resultó una mejora, aunque como se dijo en aquella ocasión, la
celeridad por la sanción del nuevo ordenamiento dejó en evidencia ciertos aspectos
en la que hubiera sido necesaria una discusión doctrinaria más profunda del tan
esperado cambio normativo.
Es así, que hubiera resultado conveniente respecto de los obstáculos
constitucionales un mayor desarrollo sobre el tema y no una mera remisión a las leyes
ya existentes. Sí se destaca la mención expresa a las faltas graves y causales de mal
desempeño que fueron consideradas en este digesto.
(1)ALMEYRA, M IGUEL Á. (dir.) BÁEZ, J ULIO CÉSAR TELLAS ADRIÁN (coords.), Tratado jurisprudencial y
doctrinario. Derecho procesal penal, t. I, La Ley, Buenos Aires, 2012, p. 777.
(2)Ibídem, p. 783.
(3)Ibídem, p. 783.
(4)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE, Tratado de derecho penal, t. IV, Ediar, Buenos Aires, 1964, p. 569.
(5)Art. 10.— "Cuando la existencia del delito dependa de una cuestión prejudicial establecida por la ley,
el ejercicio de la acción penal se suspenderá aún de oficio, hasta que en la otra jurisdicción recaiga
sobre ella sentencia firme".
(6)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.) BÁEZ, J ULIO CÉSAR (coord.),Código Procesal Penal de la Nación:
Comentado y anotado, t. III, La Ley, Buenos Aires, 2007, p. 10.
(7)En favor de que la desestimación hace cosa juzgada en el Código Levene, CFed. Casación Penal,
sala III, "Mallo, Martín...", c. 13.553, registro 1615.11.3, rta. 28/10/2011; en contra CNCrim. y Correc.,
sala VI, "Citibank N.A.", c. 25.069, rta. 26/11/2004.
(8)Art. 72.— "Son acciones dependientes de instancia privada las que nacen de los siguientes delitos:
1º. Los previstos en los artículos 119, 120 y 130 del Código Penal cuando no resultare la muerte de la
persona ofendida o lesiones de las mencionadas en el artículo 91. 2º. Lesiones leves, sean dolosas o
culposas. Sin embargo, en los casos de este inciso se procederá de oficio cuando mediaren razones de
seguridad o interés público. 3º. Impedimento de contacto de los hijos menores con sus padres no
convivientes. En los casos de este artículo, no se procederá a formar causa sino por acusación o
denuncia del agraviado, de su tutor, guardador o representantes legales. Sin embargo, se procederá de
oficio cuando el delito fuere cometido contra un menor que no tenga padres, tutor ni guardador, o que lo
fuere por uno de sus ascendientes, tutor o guardador. Cuando existieren intereses gravemente
contrapuestos entre alguno de éstos y el menor, el fiscal podrá actuar de oficio cuando así resultare
más conveniente para el interés superior de aquél".
(9)Art. 73.— "Son acciones privadas las que nacen de los siguientes delitos: 2º. calumnias e injurias;
3º. violación de secretos, salvo en los casos de los artículos 154 y 157; 4º. concurrencia desleal,
prevista en el artículo 159; 5º. incumplimiento de los deberes de asistencia familiar, cuando la víctima
fuere el cónyuge".
(10)a) Si el querellante no instara el procedimiento durante treinta (30) días; b) Si el querellante no
concurriera a la audiencia de conciliación sin justa causa; c) Si fallecido o incapacitado el querellante, no
concurriera a proseguir el procedimiento quien esté autorizado para ello según la ley, dentro de los
sesenta (60) días siguientes de la muerte o la incapacidad.
(11)BÁEZ, J ULIO C., "Nuevas aristas en la admisión y separación del querellante del proceso criminal",
LA LEY, 2004C, 680.
(12)GHERSI, SEBASTIÁN, "Prescripción de la acción penal", LA LEY, 2005F, 1114, La Ley Online:
AR/DOC/3226/2005.
(13)La externa la constituye la comisión de un nuevo delito, cfr. GHERSI, SEBASTIÁN, "Prescripción de la
acción penal", etc.
(14)CSJN, "Acosta", Fallos: 331:858.
(16)"a) Si se tratara de un hecho que por su insignificancia no afectara gravemente el interés público;
"b) Si la intervención del imputado se estimara de menor relevancia, y pudiera corresponder pena de
multa, inhabilitación o condena condicional;
"c) Si el imputado hubiera sufrido a consecuencia del hecho un daño físico o moral grave que tornara
innecesaria y desproporcionada la aplicación de una pena;
"d) Si la pena que pudiera imponerse por el hecho careciera de importancia en consideración a la
sanción ya impuesta, o a la que deba esperarse por los restantes hechos investigados en el mismo u
otro proceso, o a la que se impuso o se le impondría en un procedimiento tramitado en el extranjero".
(19)Ibídem, p. 12.
(20)Más aún, teniendo en consideración que nuestro más Alto Tribunal de justicia ha interpretado que
la garantía de la igualdad consagrada en la Constitución Nacional consiste en aplicar la ley a todos los
casos ocurrentes según sus diferencias constitutivas, de tal suerte que no se trata de la igualdad
absoluta o rígida sino de la igualdad para todos los casos idénticos, lo que importa la prohibición de
establecer excepciones que excluyan a unos de
los que se les concede a otros en las mismas circunstancias (Fallos: 123:106; 180:149) pero no impide
que el legislador establezca distinciones valederas entre supuestos que estime diferentes, en tanto
aquéllas no sean arbitrarias, es decir, que no obedezcan a propósitos de injusta persecución o indebido
privilegio, sino a una objetiva razón de discriminación (Fallos: 301:381, 1094 —LA LEY, 1980A, 612—;
304:390).
(23)Art. 184.— "Flagrancia. Habrá flagrancia si el autor del delito fuera sorprendido en el momento de
intentarlo, cometerlo, inmediatamente después, si fuera perseguido o tuviera objetos o presentase
rastros que permitieran sostener razonablemente que acaba de participar de un delito".
(24)El art. 69 establece la "libertad de declarar", aclarando que "las citaciones al imputado no tendrán
por finalidad obtener una declaración sobre el hecho que se le imputa, pero éste tendrá la libertad de
declarar cuantas veces quiera"
(25)"Corresponde pedir el desafuero del legislador provincial acusado en orden al delito previsto en el
art. 55, parr. 1º de la ley 24.051, toda vez que el proceso penal se encuentra en el momento previo a la
citación de las partes a juicio —art. 354, Cód. Proc. Penal—, por lo que resulta necesario que el
imputado se encuentre a disposición del tribunal para su juzgamiento de conformidad con el art. 70 in
fine de la Constitución" (TOral Crim. Fed. Tucumán, 3/11/2005, LLNOA, 200693, y Rep. LA LEY, 2006
1545, nro. 1).
(26)El art. 177 las enumera: "a) La promesa del imputado de someterse al procedimiento y de no
obstaculizar la investigación; b) La obligación de someterse al cuidado o vigilancia de una persona o
institución determinada, en las condiciones que se le fijen; c) La obligación de presentarse
periódicamente ante el juez o ante la autoridad que él designe; d) La prohibición de salir sin autorización
previa del ámbito territorial que se determine; e) La retención de documentos de viaje; f) La prohibición
de concurrir a determinadas reuniones, de visitar ciertos lugares, de comunicarse o acercarse a
determinadas personas, siempre que no se afecte el derecho de defensa; g) El abandono inmediato del
domicilio, si se tratara de hechos de violencia doméstica y la víctima conviviera con el imputado; h) La
prestación por sí o por un tercero de una caución real o personal adecuada, que podrá ser
voluntariamente suplida por la contratación de un seguro de caución, a satisfacción del juez; i) La
vigilancia del imputado mediante algún dispositivo electrónico de rastreo o posicionamiento de su
ubicación física; j) El arresto en su propio domicilio o en el de otra persona, sin vigilancia o con la que el
juez disponga; k) La prisión preventiva, en caso de que las medidas anteriores no fueren suficientes
para asegurar los fines indicados".
(27)ALMEYRA, M IGUEL Á., "Una primera aproximación al proyecto del nuevo Código Procesal Penal de
la Nación", LA LEY, 2014F, 3, suplemento Penal, cita online: AR/DOC/4079/2014.
Sin nombre
Sin nombre
Capítulo 5 Jueces. Por Sebastián Ghersi
Capítulo 5 Jueces. Por Sebastián Ghersi
Capítulo 5 Jueces. Por Sebastián Ghersi
0
CAPÍTULO 5 JUECES. POR SEBASTIÁN GHERSI
5.1. ACTIVIDAD JURISDICCIONAL EN EL CÓDIGO LEY 27.063
5.1.1. Introducción
El presente artículo tiene como finalidad analizar —sin pretender agotar el tema—
el nuevo articulado del Código Procesal Penal de la Nación sancionado mediante la
ley 27.063, en relación con la actividad jurisdiccional descripta en los diferentes
capítulos del título primero de su segundo libro, y específicamente verificar qué
cambios sustanciales han operado en el sistema y sus consecuencias inmediatas.
5.1.2. Jurisdicción y competencia
En lo atinente a la jurisdicción el nuevo Código, en su art. 43, remite igual que su
antecesor, al principio del juez natural previsto en el art. 7º. Si bien este último define
como jueces a los "tribunales designados de acuerdo con la Constitución e instituidos
por ley con anterioridad al hecho objeto del proceso", el art. 43 resulta más extensivo
pues expresa que "La jurisdicción penal se ejerce por órganos jurisdiccionales que
instituyen la Constitución Nacional y las leyes que se dicten al respecto". Es decir, que
si bien resulta claro que se hace referencia a los jueces nombrados de acuerdo con
los mecanismos instituidos en la Constitución Nacional, la referencia en la ley deja
contemplada también la situación de los conjueces y jueces subrogantes. Hasta que
entre en vigencia la Ley de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal
y Nacional, se adecue el actual esquema de tribunales y se efectúen los
nombramientos de los juzgados vacantes, seguirá vigente tanto el régimen de
subrogancias impuesto por la ley 26.376, como las designaciones anteriores a ella. La
Corte Suprema de Justicia de la Nación estableció su validez, primero con lo decidido
en el fallo "Rosza"(1), y luego extendiendo indefinidamente el plazo allí fijado por
medio de la acordada 10/2008(2).
Por otra parte, ya se anticipa en el último párrafo del art. 248 que la próxima Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional a sancionarse
establecerá un procedimiento de nombramiento de jueces sustitutos para intervenir en
los juicios en los que el debate se prolongue por más de 20 días.
El legislador ha mantenido en este nuevo Código de forma la diferenciación entre
jurisdicción y competencia, en su relación de género y especie. La jurisdicción es
entendida como la función del Estado —junto con la legislación y la administración(3)
— de ejecutar la ley, que lo posibilita a utilizar su poder coercitivo (carácter autoritario)
y lo obliga a actuar ante los sucesos expresamente legislados —bajo el principio de
legalidad procesal elegido por el Código, no sin poca controversia— y
específicamente la jurisdicción penal referida al poder del Estado de aplicar penas(4).
Mientras tanto, la competencia resulta ser el ámbito legalmente establecido, en el cual
los órganos judiciales deben cumplir con esa función de aplicar las penas, es decir,
que la segunda es la limitación de la primera. La jurisdicción es la capacidad
abstracta, mientras que la competencia es la capacidad concreta de ejercer la función
jurisdiccional(5).
La competencia tiene la misión de "poner en orden"(6)el ejercicio de la jurisdicción.
Asimismo, por ser la magistratura una función horizontal, todos los jueces son
equivalentes en el sentido del ejercicio de su función, es decir, tienen una
competencia funcional diferente, pero no más jurisdicción(7).
Se caracteriza a la jurisdicción como improrrogable para todos los casos donde se
aplica la ley argentina. Ello implica, que a diferencia de lo que ocurre con el derecho
privado, las partes no pueden pactar el juzgamiento en una jurisdicción diferente a la
vernácula. Indirectamente se hace alusión al principio de territorialidad, pero en
manera más amplia que su antecesor, que hacía expresos los casos de aplicación
extraterritorial, ahora los incluye tácitamente. Entre ellos quedan abarcados los delitos
cometidos en el extranjero por agentes o empleados de autoridades argentinas en
desempeño de su cargo, conforme a lo previsto en el art. 2º del Cód. Penal y las
excepciones previstas en el artículo 27 de la Convención de las Naciones Unidas
sobre el Derecho del Mar(8), para los delitos cometidos en buques argentinos en el
exterior.
Con tal afirmación genérica contenida en la última parte del art. 43, quedan
incluidos los delitos de lesa humanidad cometidos en el exterior. A partir de la
aprobación de los tratados internacionales sobre derechos humanos y especialmente
del estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional —ley 25.390—, el principio de
territorialidad cede para dar lugar al de universalidad, que otorga jurisdicción a
cualquier país para el juzgamiento de estos aberrantes crímenes. Esta jurisdicción
universal fue soberanamente cedida a los Estados al ratificar los tratados
internacionales y busca evitar que actos de tales características queden impunes.
En tal sentido, resulta esclarecedor el voto del Dr. Zaffaroni, pronunciado en la
causa 17.768, al decir que "...las normas que obligan a la república en función del
ejercicio que hizo de su soberanía al ratificar los tratados internacionales que la
obligan y la norma que la sujeta a la competencia de la Corte Interamericana, le
imponen que ejerza la jurisdicción, claro atributo de la propia soberanía, so pena de
que ésta sea ejercida por cualquier competencia del planeta, o sea, que si no la
ejerce en función del principio territorial entra a operar el principio universal y
cualquier país puede ejercer su jurisdicción y juzgar los crímenes de lesa humanidad
cometidos en el territorio nacional por ciudadanos y habitantes de la república"(9).
Ya no se hace referencia como excepción a los delitos de la justicia militar, pues a
partir de la sanción de la ley 23.049 se redujo notablemente la jurisdicción militar en
tiempos de paz, a las infracciones de contenido evidentemente disciplinario.
El nuevo ordenamiento mantiene tres campos de competencia, la territorial —litigios
ocurridos en determinado territorio delimitado—, la material —en función de
determinado tipo de delitos— y la funcional —respecto de la instancia del proceso en
la que intervienen—(10).
5.1.3. Incompetencia
Del juego armónico de los arts. 44 y 48 se deduce que tanto la incompetencia por
razón de la materia como la territorial deberá ser declarada, aun de oficio en cualquier
estado del proceso, reeditando como límite temporal el previsto en el anterior
ordenamiento en los arts. 35 y 46, es decir, la fijación de la fecha de debate. Sin
embargo, dicho límite no resulta aplicable a los tribunales con competencia para
delitos leves respecto de los delitos más graves, sobre los cuales corresponderá
inhibirse aun durante el juicio.
La razón para mantener incólume la declaración oficiosa de incompetencia
constituye la cristalización del principio de juez natural emanado del art. 18 de la CN y
de la garantía de imparcialidad en el juzgamiento. Por ello, ni bien sea advertida por el
tribunal, alguna circunstancia que determine su falta de competencia para investigar o
juzgar en caso, debe inmediatamente declarar la incompetencia. La necesidad de que
los tribunales juzguen los casos determinados por la ley y no aquellos que quieran
juzgar, evita la arbitrariedad y discrecionalidad de la advocación que "implica la
negación de esa justicia imparcial e igual para todos los habitantes"(11).
Es asimismo la efectivización de la regla iura novit curia, que implica que los jueces
tienen no sólo la facultad sino también el deber de dirimir los conflictos según el
derecho vigente, calificando autónomamente la realidad fáctica y subsumiéndola en
las normas que la rigen, con prescindencia de los argumentos jurídicos que enuncien
las partes(12). El límite a la declaración oficiosa lo impone el art. 128, inc. c), que
señala que los jueces no podrán de oficio incorporar prueba alguna, ni siquiera la
relacionada con elementos que tengan que ver con la determinación de la
competencia material o territorial.
Las partes podrán solicitar la declinatoria de competencia a través de la
interposición de las excepciones de falta de jurisdicción y competencia previstas en
apart. a) del art. 37. Se entiende que se encuentran facultadas para ello como
"partes", el Ministerio Público, el imputado y el querellante particular, dado que no se
trata de una de las facultades otorgadas expresamente a la víctima.
También se mantiene la obligación de los tribunales de poner a disposición
inmediata los detenidos, cuando se remite la causa al juez en cuyo favor se declina la
competencia. Dicha disposición, ya proveniente del ordenamiento anterior, se
contrapone con lo dispuesto por el actual art. 237 del Reglamento para la Jurisdicción
en lo Criminal y Correccional —cuya redacción fue pensada para el Código ley 23.984
— que indica que no se dispondrá la detención de los detenidos hasta que quede
dirimida la cuestión de turno. Claro está que las cuestiones de turno, entre juzgados
del mismo fuero, no tienen que ver con la competencia de los tribunales sino con la
distribución administrativa del trabajo de los mismos(13).
En cuanto a las reglas para la determinación de la competencia territorial, entendida
como "la distribución de las tareas entre los distintos tribunales de la misma clase,
espacialmente ubicados en distintos lugares"(14), el art. 45 mantiene los cánones
antes previstos por los arts. 37 y 38 del Código anterior, excepto por la referida a la
determinación de la competencia en caso de tentativa.
El apart. a) contiene el principio general que indica que es competente el tribunal
del lugar donde se cometió el delito, siguiendo el adagio latino forum delicti commissi.
El art. 118 de la Constitución Nacional refiere expresamente que "La actuación de
estos juicios se hará en la misma provincia donde se hubiera cometido el delito". El
fundamento de dicha pauta radica, además, en que el juzgado o tribunal estará más
cerca del lugar de los hechos y por consiguiente del sitio donde se producirán las
pruebas, lo cual constituye una garantía para el imputado de "no ser sometido a
limitaciones en su defensa, por el hecho de ser juzgado fuera del lugar donde está
disponible la prueba, los testigos, los elementos materiales, los vestigios del delito y
muchas veces también su asiento personal"(15). Para eso el territorio de la Nación
está dividido en distintos departamentos judiciales.
Debe entenderse por lugar de comisión del delito, el sitio donde se ven realizados
en su totalidad los elementos del tipo penal correspondiente al delito en cuestión. Es
decir, tanto la acción típica como su resultado, cuando el tipo en particular lo requiere.
Para su concreta determinación deben analizarse las características de cada delito en
particular.
Expresó la Corte Suprema que "Tanto el lugar donde se desarrolla el ardid propio
de la estafa como aquel en el que se verifica la disposición patrimonial deben ser
tenidos en cuenta para establecer la competencia territorial"(16).
En los llamados "delitos a distancia", en los cuales los diferentes pasos del iter
criminis se producen en lugares distintos, debe tenerse por cometido en todos los
sitios donde se realizaron parte de la acciones típicas y el resultado. En estos casos,
para determinar el tribunal competente se atenderá a razones de economía procesal,
que lleven a asegurar el buen éxito de la investigación y el debido cumplimiento de las
garantías constitucionales, especialmente la defensa del imputado —teoría de la
ubicuidad(17)—. Para ello deberán tenerse en cuenta elementos como, el lugar de
detención del imputado, sitio de residencia de los testigos y dónde se producirán las
probanzas, entre otras circunstancias.
A fin de determinar el lugar de comisión debe atenderse a todas las cuestiones
fácticas de la causa que ayuden al magistrado a concretar las características del
hecho y su lugar efectivo de ocurrencia. También podrá tener en consideración los
dichos del propio encausado, mientras no se contradigan flagrantemente con las
demás constancias de las actuaciones.
Al respecto dijo el más Alto Tribunal que "La declaración del imputado debe ser
tenida en cuenta a los efectos de determinar la competencia territorial, en la medida
en que no sea contradicha por otras constancias de la causa"(18).
El apart. b) aclara que tanto en el caso de los delitos permanentes como en los
continuados, resulta competente el tribunal del lugar donde cesó la continuación o se
produjo la última acción que agotó la permanencia. Sin que éste sea el caso de los
delitos instantáneos con efectos permanentes, donde los efectos no son parte de los
elementos típicos, sino solamente su consecuencia, los cuales se regirán por las
pautas del párrafo primero.
"Por imperativo constitucional, a los efectos de determinar la jurisdicción territorial
debe tenerse en cuenta, prioritariamente, el lugar en el cual se consumó el delito, lo
que no debe confundirse con el lugar en el que se produzcan efectos extratípicos del
hecho ilícito"(19).
El último apartado del art. 45 contiene la regla subsidiaria antes prevista por el art.
38 del Código sancionado por la ley 23.984, en cuanto a que si se ignora o duda en
qué circunscripción se cometió el delito, será competente el tribunal que prevenga en
la causa.
Se trata con ello de evitar contiendas sin sentido que aletarguen el proceso,
atentando así contra el debido proceso y la debida celeridad procesal. Queda claro
que si luego de que las partes hayan reunido más probanzas del hecho en cuestión,
surge en forma evidente que la comisión ocurrió en extraña jurisdicción y deberá
proceder a declarar su incompetencia. Por el contrario, deberá mantener su
competencia hasta el final, si la determinación del sitio de comisión resultare
imposible.
En atención a ello dijo la Corte que "Si de las probanzas del expediente no surge
dónde se cometió la infracción —supresión de la numeración de un objeto registrado
de acuerdo a la ley—, corresponde investigarla al magistrado local, que previno, en
cuyo ámbito de competencia territorial se comprobó la anomalía y se secuestró el
rodado con la chapa identificatoria cambiada, sin perjuicio de lo que surja del trámite
ulterior".
Ello implica que toda declinación de la competencia debe estar precedida de una
investigación mínima —ahora enteramente a cargo del Ministerio Público— que
permita, aunque sea en forma provisoria, determinar la calificación del ilícito —por la
competencia material— y su lugar de ocurrencia, salvo que ello resulte evidente. Una
vez establecidos dichos extremos deberá procederse, sin más, con la declaración de
incompetencia.
Finalmente, debe decirse que la pauta establecida por el artículo no puede ser
interpretada de modo absoluto, sino que debe ser flexible, atendiendo a las
necesidades de economía procesal y sobre todo a asegurar el debido ejercicio del
derecho de defensa por parte del imputado.
No se advierte la razón para haber eliminado la regla referida a los delitos que
quedan en grado de conato, antes determinada por el lugar donde se cumplió el
último acto de ejecución, más allá de que analógicamente se deduce de las otras dos
reglas. O sea, en la tentativa acabada, el lugar donde se materializó toda la acción
típica y en la tentativa inacabada donde los autores realizaron su último acto
ejecutivo. La mencionada omisión, como otras tantas, en este nuevo Código parece
obedecer a que en la redacción se ha ponderado la adopción de fórmulas normativas
que engloben la mayor cantidad de supuestos posibles dentro de una única cláusula,
evitándose de esta forma la extensión innecesaria en el articulado(20).
Por otro lado, debe tenerse en cuenta que una vez tratada la cuestión de
competencia por un tribunal de revisión, no podrá volverse a declarar, salvo que
cambien las circunstancias fácticas que así lo ameriten.
5.1.4. Prioridad de juzgamiento
Aunque con diferente redacción del art. 19 del Código Levene, el actual art. 46,
sigue manteniendo la prelación de la justicia federal para el juzgamiento del imputado
cuando existan pluralidad de procesos ante jueces diferentes, aunque esta vez ello
ocurrirá ante una única excepción, ésta es cuando el procedimiento simultáneo afecte
el derecho de defensa, de otra forma deberán tramitar al mismo tiempo.
Dada la redacción genérica del artículo, en la multiplicidad de jueces a que se hace
referencia en eventuales procesos simultáneos, parece incluir no solamente a los
juzgados nacionales y federales, sino también a los tribunales locales de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y de las provincias. En este sentido la reforma parece
acertada ya que anteriormente el art. 20 del ordenamiento procesal previo daba
prioridad para el juzgamiento —ante ciertos casos— a los tribunales nacionales —
ordinarios— de la Ciudad de Buenos Aires, frente a los provinciales, lo cual vulneraba
el principio federal de gobierno y la autonomía provincial para el dictado de sus
respectivos códigos de forma como una competencia no delegada al gobierno federal,
conforme a lo establecido por los arts. 1º y 5º de la Constitución Nacional.
El Código realiza una clara distinción entre las jurisdicciones nacional y federal —
Criminal y Correccional y Penal Económico—, estableciendo esta última como fuero
de excepción, aunque en su art. 47 supedita el alcance de cada uno de dichos fueros
a la sanción de la Ley de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y
Nacional. Como bien señala Almeyra, dicha remisión al futuro no puede dejar de
generar alguna dificultad en la comprensión general del ordenamiento respecto a
cómo habrá de implementarse esa indispensable norma(21). Más allá de que la
nueva norma a sancionar reemplazará el art. 33 del Código sancionado por la ley
23.984, que determina la competencia genérica de los juzgados federales, lo cierto es
que la atribución de competencia al fuero de excepción está expresamente contenida
en las distintas leyes especiales, por lo que resulta complicado pensar que todas ellas
serán ahora modificadas. En este punto es dable también mencionar que luego de la
sanción del nuevo Código Procesal, se sancionó la ley 27.097(22), que establece la
absorción en la órbita de los Juzgados Federales en lo Penal Económico, de la
competencia antes asignada a la justicia federal en lo Penal Tributario, lo que haría
pensar en su manutención.
Vale decir, que de la misma forma que el ordenamiento de forma anterior, la
simultaneidad o no de los procesos produce numerosas variables con resultados
disímiles. No resulta lo mismo, al momento de analizar si se dicta la prisión preventiva
de un imputado, que éste haya sido ya condenado, o que por el contrario, posea
solamente una causa en trámite. En el mismo sentido, el trámite de la prescripción
variará. Para quien investigue el delito primeramente cometido, una condena respecto
del segundo ilícito, significará un acto interruptivo del curso de la prescripción —la
comisión de un nuevo delito—.
El art. 47 en su parte final hace la salvedad respecto a que la sanción de la Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional, determinará la
competencia por materia solamente de aquellos delitos que no hayan sido
transferidos a la justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. De esta manera se
avizora que mantendrán vigencia las transferencias de competencias operadas por
las leyes 25.752(23)y 26.357(24). Queda en cambio la duda respecto de los delitos
transferidos por el tercer convenio previsto por la ley 26.702(25), que en su art. 8º
supeditó su vigencia a "la entrada en vigencia de la ley de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires que acepte, sin limitaciones ni reservas, las disposiciones de la
presente ley", lo cual no ha ocurrido hasta la fecha.
Distinto es el caso cuando los delitos ahora contravencionales no ocurren
autónomamente sino en concurso ideal con otro hecho, cuando corresponde que sea
el mismo tribunal el que se ocupe de investigar ambos delitos, por lo que no
corresponde la intervención contravencional, sino el de más amplia competencia(26).
Tiene dicho la Corte Suprema a ese respecto que "Es competente la justicia
nacional y no la contravencional y de faltas de la Ciudad de Buenos Aires para
conocer en la causa iniciada con motivo del secuestro de un revólver calibre veintidós
en un local comercial en donde minutos antes una persona habría cometido el delito
de robo mediante su uso, pues considerando la estrecha vinculación que existe entre
la portación ilegítima de armas y el robo calificado, separar la continencia de la causa
perjudicaría la mayor celeridad y eficiencia de las decisiones"(27).
5.1.5. Contiendas
Las cuestiones de competencia tenían en el Código anterior dos formas
excluyentes de materializarse, por inhibitoria, cuando un tribunal se consideraba
competente respecto de un proceso sustanciado por ante otra sede y lo solicitaba, o
por declinatoria, cuando un tribunal que se consideraba incompetente respecto de un
proceso propio, lo remitía a otra jurisdicción.
El nuevo Código eliminó esta engorrosa doble vía suprimiendo la inhibitoria, que
resultaba poco práctica y por demás burocrática, puesto que un tribunal que muchas
veces ni siquiera había intervenido en una causa, debía pedir constancias de ella,
interiorizarse de un proceso ajeno y luego pedir su remisión.
Se encuentra implicado aquí el principio de prohibición de persecución penal
múltiple ahora contemplado en el art. 5º —ne bis in idem—, en relación con el instituto
de la litispendencia, supuesto en el cual durante el curso de un proceso se inicia otro
relativo al mismo hecho ilícito, duplicándose el riesgo —nada menos que el double
jeopardy del derecho anglosajón—, por lo cual tan solo uno de los procesos debe
llevarse adelante unificando las causas ante un mismo juez.
Ante tal panorama actual, solamente pueden suscitarse entre tribunales contiendas
negativas de competencia tanto por razones de territorio como por cuestiones de
materia, es decir que dos sedes judiciales nieguen ser competentes respecto de un
determinado legajo. Si ante la declinatoria de un tribunal, el receptor de la causa
niega también avocarse a ella, debe elevar las actuaciones al juez de revisión
correspondiente. La actuación de los tribunales de revisión en las cuestiones de
competencia se halla determinada por el apart. b) del art. 53, aunque su
denominación concreta deberá esperar a la sanción de la Ley de Organización y
Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional. Se trata sin duda de las
diferentes Cámaras de Apelaciones y de Casación, cuya actuación dependerá de los
que determine la norma y de la etapa del proceso en la que se suscite la contienda.
En el caso en el cual el superior jerárquico de revisión de los tribunales en disputa
fuera común, será éste quien resuelva la contienda. Ello ocurre, por ejemplo, cuando
ambos tribunales contendientes sean nacionales o ambos federales.
Por otra parte, cabe advertir que el art. 44 del anterior código de forma, establecía
que el conflicto entre juzgados nacionales y federales, o entre federales de diferentes
provincias, debía ser resuelto por la Cámara de Apelaciones superior del juez que
previno. Ello implicaba que el juez receptor de una declinatoria que negaba también
ser competente debía devolver el legajo al tribunal que conoció primero y éste lo
elevaba a su superior jerárquico.
El nuevo ordenamiento acotó el procedimiento suprimiendo la devolución al juzgado
preventor. Así, el tribunal que recibe el legajo de otro juez y no acepta avocarse a él,
lo eleva directamente al tribunal con función de revisión, conforme al procedimiento
dispuesto en el segundo párrafo del art. 48. Sin embargo, dicho artículo no aclara si
se trata del tribunal de revisión del juez receptor o del que previno. Teniendo en
cuenta que se ha buscado con el nuevo procedimiento agilizar el sistema, parece más
práctico que se avoque el superior del tribunal receptor, por motivos de cercanía.
Posiblemente dicha circunstancia pueda clarificarse una vez que vea la luz la Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional.
Finalmente, cuando los tribunales en cuestión carezcan de superior común y no
exista acuerdo de cooperación celebrado entre dichas jurisdicciones por el Consejo
de la Magistratura, será la Corte Suprema de Justicia de la Nación quien dirima la
contienda. Ello ocurre en el caso de la contienda entre un juzgado nacional o federal y
uno local de las provincias o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Se trata de uno de los supuestos de competencia ordinaria previsto por el art. 24
del decretoley 1285/1958, que en su inc. 7º establece que el Alto Tribunal se ocupará
"De las cuestiones de competencia y los conflictos que en juicio se planteen entre
jueces y tribunales del país que no tengan un órgano superior jerárquico común que
deba resolverlos".
La intervención de la Corte Suprema sobre el juez competente resulta
indispensable para evitar una efectiva privación de justicia, lo cual da la pauta
respecto a que puede avocarse incluso cuando no existe una traba formal de la
contienda entre los tribunales y puede decidir la intervención de una judicatura que no
haya tomado intervención en la contienda en cuestión o un tribunal que ni si quiera
haya intervenido en la causa. A tal efecto tomará en cuenta cuestiones de economía
procesal y sobre todo las que tiene que ver con el ejercicio pleno del derecho de
defensa del imputado.
Así, dijo el más Alto Tribunal que "La Corte está facultada para otorgar el
conocimiento de las causas a los jueces realmente competentes para entender en
ellas, aunque no hubiesen sido parte en la contienda"(28).
La otra posibilidad de que el legajo se eleve al tribunal con función de revisión
ocurre cuando un tribunal declina la competencia y dicho decisorio es impugnado por
alguna de las partes del proceso. Resulta importante señalar que si bien la
declaración de incompetencia figura entre las decisiones impugnables, conforme a lo
previsto en el art. 309, al enumerarse las decisiones que cada una de las partes
posee legitimación para impugnar —arts. 305 a 308— la declinatoria nunca se
menciona. Dicha inexplicable omisión obliga a una interpretación restrictiva de los
sujetos procesales con facultades recursivas, limitándolos al Ministerio Público, el
imputado y el querellante particular. No así la víctima cuyas facultades deben estar
expresamente contempladas.
Claro está que cuando se halle trabada la contienda negativa de competencia entre
dos tribunales, solamente uno debe continuar con la investigación, a efectos de no
vulnerar la prohibición de doble persecución. Si bien el anterior código de forma
otorgaba prelación para continuar el trámite al tribunal que primero hubiera conocido
en la causa, y cuando ambos habían tomado conocimiento en la misma fecha, se
optaba por el tribunal requerido de inhibición, el silencio del nuevo ordenamiento al
respecto hace dudar sobre dicho criterio.
Es así, dado que como ya se expresara más arriba, el segundo párrafo del art. 48
eliminó la devolución de la investigación preparatoria al tribunal originariamente
declinante e impone la elevación al tribunal de revisión. Por ello, el tribunal receptor
que no acepta la competencia atribuida es el último en tomar conocimiento previo a la
remisión a la alzada y sería quien debe continuar con el control de la investigación
mientras se resuelve la disputa de competencia vía incidental.
Sin embargo, en el caso de falta de competencia material de un tribunal de menor
competencia respecto de delitos más graves, la intervención jurisdiccional debe cesar
a efectos de evitar posibles nulidades. Ello se deduce primeramente en forma tácita
—dado que ya no consta manifiesto como sí lo estaba en al art. 36 del Código
Procesal Levene— de lo dispuesto por el segundo párrafo del art. 49, que
expresamente otorga validez solamente a los actos cumplidos en la investigación
preparatoria previos a la declaración de incompetencia territorial.
En segundo lugar, resulta consecuencia de los principios generales sobre la
invalidez de los actos procesales contenidos en el art. 122, que establece la nulidad
de los actos cumplidos con inobservancia de las garantías previstas por la
Constitución Nacional. En estos casos, el tribunal de menor competencia estaría
actuando con observancia de las disposiciones concernientes a su falta de capacidad
objetiva, resultando ello violatorio del principio del juez natural. Sin perjuicio del
saneamiento de los actos reproducibles por renovación, conforme a lo previsto por el
art. 123.
Ya no se encuentra legislada como en el anterior ordenamiento la excepción de la
invalidez respecto de lo actos irreproducibles, que por su naturaleza no permitan ser
repetidos por haberse consumido ya la prueba.
Contrariamente, son absolutamente válidos los actos efectuados por el tribunal de
mayor competencia que haya actuado en causas por delitos menores, por lo que ante
la duda debe optarse siempre por el de mayor competencia(29).
Como ya se expresara, en lo atinente a la competencia territorial, de acuerdo con lo
establecido por el segundo párrafo del art. 49 del nuevo Código que hace operativo el
art. 7º de la Constitución Nacional, son válidos todos los actos previos a la
declinatoria del juez incompetente.
De todas formas, en ningún caso podrán dejar de practicarse las medidas urgentes
que no admiten dilación. Para el caso de la justicia criminal y correccional nacional el
actual reglamento para la jurisdicción las enumera en el tercer párrafo de su art. 81,
aunque ya muchas de ellas no se compadecen con el nuevo ordenamiento(30).
En lo relativo a la causas de conexión entre procesos de un mismo fuero, pero por
delitos cometidos en diferentes, el art. 50 establece una sola causa genérica para
radicar las investigaciones ante un solo juez. La fórmula tiene que ver con que
"Ministerio Público Fiscal investigue delitos cometidos en distintos distritos judiciales".
Si bien la vaga referencia al Ministerio Público parece demasiado amplia, debe
entenderse que se hace alusión a las investigaciones —dos o más— que uno o varios
fiscales de un mismo fuero llevan adelante, es decir, que la conexidad solamente
podrá plantearse entre legajos de un mismo fuero jurisdiccional(31).
En lo que respecta a los distritos judiciales, actualmente se encuentran delimitados
en el art. 3º de la ley 24.050, entendidos estos por las diferentes divisiones regionales
en los que se divide el territorio argentino. A su vez, el territorio de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires se subdivide también para la justicia nacional en distritos
judiciales(32). La Ley de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y
Nacional que se sancione deberá confirmar o modificar dichas delimitaciones.
La conexidad es un instituto por el cual dos investigaciones preparatorias iniciadas
en forma independiente pasan a tramitar ante un mismo tribunal. Tiene su
fundamento en la economía procesal y en el derecho de defensa del imputado, que
tendrá todas las actuaciones y la prueba a controlar bajo la órbita de un solo tribunal.
La amplitud del nuevo Código no especifica las razones por las cuales el Ministerio
Público puede investigar en forma conjunta una pluralidad de delitos, lo que le otorga
cierta discrecionalidad al respecto. Tampoco resulta claro si necesariamente las
distintas investigaciones deben estar a cargo de un solo fiscal o si también se
contempla el caso de que intervenga una fiscalía ordinaria o distrital en colaboración
con una fiscalía temática —v.gr., dedicada a los delitos sexuales—. Precisamente la
teleología del precepto parece estar dirigida a la atomización de las investigaciones
por razones de especialidad temática como lo desliza la parte final del art. 88.
Dicha circunstancia conduce a pensar que los motivos de conexión exceden la
conexidad objetiva y subjetiva que establecía el anterior art. 41 para abarcar otras
razones, v.gr., un mismo modus operandi repetido en la perpetración de distintos
hechos.
hechos.
En cuanto al juez que entenderá en las múltiples investigaciones que continuará
llevando adelante en forma conjunta el Ministerio Público, se establecen dos causas
de determinación. Al igual que en el Código anterior la primera de ellas tiene que ver
con el hecho más grave.
Para la determinación de la gravedad del delito, el nuevo ordenamiento de forma no
prevé las pautas interpretativas antes contenidas en el art. 34 del Código Levene. Sin
embargo, considero que corresponde tomar en cuenta el tipo de pena, para luego, en
caso de que ambos delitos establezcan la misma, la pena máxima mayor, y si a su
vez la pena máxima es la misma, se tomará en cuenta el mínimo mayor. El silencio
sobre el grado consumativo del delito como pauta conduce a tomar en cuenta la
tentativa.
El otro patrón lo constituye la existencia de una investigación principal. Ello trae a
colación dos obstáculos interpretativos. Primeramente, que ambas pautas de
atribución se encuentran separadas por una conjunción disyuntiva —o—, lo cual
indica que existe alternativa entre ambas y no prelación, lo que aporta aún más
discrecionalidad al sistema y poca certidumbre.
El segundo problema se relaciona con la terminología misma del patrón elegido —
investigación principal—. El Código no especifica si se trata de la primera
investigación iniciada, la que pesquisa el primer delito cometido, si se hace referencia
a la más voluminosa o a la que se le sigue a mayor cantidad de imputados.
Ambos escollos, con los que sin duda se buscó hacer más flexible la determinación
de las conexidades, otorgan incertidumbre al sistema en donde no debería haberla.
Piénsese en la ya profusa intervención actual de las diversas cámaras de apelaciones
por contiendas de conexidad, aun ante la existencia de pautas muchos más objetivas
y rígidas como las actuales que las que contiene el nuevo Código. Tal laxitud traerá
seguramente aparejada la necesaria intervención de los tribunales de revisión —sea
cual fuere la denominación que la Ley de Organización y Competencia de la Justicia
Penal Federal y Nacional les dé— ante cada uno de los casos de investigaciones
vinculadas, con la consiguiente discrecionalidad, burocratización del sistema,
desgaste jurisdiccional innecesario y retardo para las investigaciones, tornando así
inoperante el sistema que buscó precisamente ser más operativo.
Las excepciones para la unificación de las investigaciones fiscales, ante la
intervención de un mismo magistrado, están dadas cuando ello produjera un retardo
procesal o cuando el imputado se opusiera por haberse obstaculizado el ejercicio de
su defensa. Este último criterio es el que debe prevalecer siempre en cualquier
determinación, tanto de la competencia como de las cuestiones de conexidad, pues el
ejercicio constitucional del derecho de defensa es el horizonte necesario en cualquier
análisis sobre el tema.
La incorporación de la oposición del imputado como excepción, sí resulta un acierto
del nuevo ordenamiento, pues implica que esas decisiones requieren la notificación al
imputado, cuando tradicionalmente se había considerado que las cuestiones de
conexidad no causaban gravamen irreparable y por ende no eran susceptible de
apelación, dado que no puede descartarse per se que aunar varias investigaciones —
muchas veces voluminosas y de diferente contenido— pueda dificultar las defensa de
los intereses de los acusados.
Finalmente, si bien las reglas mencionadas abarcan tanto a los delitos de acción
pública como privada, no se permite que se mezclen entre sí y sólo se podrán
acumular cuando ambos sean de acción pública o ambos de acción privada, excepto
cuando medie entre ambos concurso ideal, cuando sí podrán unificarse ante un
mismo magistrado procesos de diferente naturaleza, conforme lo sugiere el nuevo art.
284.
En lo relativo a la unificación de los juicios, se establece que éstos se realizarán en
el distrito judicial donde se produjeron los hechos, aunque a pedido de parte —
defensa, querella y Ministerio Público— se permite la unificación de los distintos
juicios, es decir, que se excluye la unificación de oficio, ocasión en la que el tribunal
resolverá sobre la realización conjunta o separada, tomando como parámetros la
evitación del retardo procesal y la facilitación del ejercicio de la defensa. Ello sin
perjuicio de que al dictarse la última sentencia de las varias causas conexas donde el
nexo de atracción lo constituya la identidad de un imputado (conexidad subjetiva), el
tribunal debe unificar la pena conforme a lo establecido en los arts. 58 del Cód. Penal
y 329 de este nuevo Código de forma.
5.2. LOS TRIBUNALES
El Código describe como "órganos jurisdiccionales" (art. 52): los jueces con función
de revisión, los jueces con función de juicio, los tribunales de jurados, los jueces con
funciones de garantías y los jueces con funciones de ejecución. Realiza una somera
descripción de las funciones de cada uno de ellos, a la espera de la sanción de la Ley
de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional que
reemplace o modifique severamente la ley 24.050 de "Organización y Competencia
del Poder Judicial de la Nación" y el dec.ley 1285/1958 —ratificado por la ley 14.467
— transformando el actual esquema de tribunales de la justicia nacional y federal.
A los jueces con función de revisión el art. 53 les adjudica competencia material: a)
En la sustanciación y resolución de las impugnaciones, de acuerdo con las normas de
este Código; b) En los conflictos de competencia; c) En el procedimiento de
excusación o recusación de los jueces; d) En las quejas por retardo de justicia; e) En
la revisión de sentencias condenatorias firmes.
Se trata de los tribunales de alzada y a cuál de ellos le corresponda intervenir
dependerá de cuál sea el tribunal inferior que haya actuado precedente. En la
actualidad, conforme a la ley 24.050, los tribunales en función de revisión son la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, en su función originaria respecto de las cuestiones
competencia(33)y en su función delegada por apelación —ordinaria y extraordinaria
—, la Cámara Federal de Casación Penal, la flamante Cámara Nacional de Casación
en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal —ambas como órganos
intermedios necesarios con facultades amplias de revisión(34)—, las Cámaras
Nacionales de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, en lo Penal Económico, en
lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal y Cámaras Federales de
Apelaciones con asiento en las provincias.
El art. 54 divide a los jueces con función de juicio en dos tipos de tribunales, los
unipersonales y los tripartitos, según el tipo de delitos que les corresponde juzgar, en
concordancia con la tradicional división de los delitos entre correccionales y
criminales. De modo similar a como el derecho anglosajón diferencia entre felony y
misdemeanours. Sin embargo prevé dos diferencias sustanciales respecto del Código
Levene. La primera tiene que ver con el límite divisorio entre ambos tipos de delitos,
el cual se eleva a los seis años de prisión.
La segunda diferencia sustancial tiene que ver con que dicha delimitación no tiene
ya que ver con la penalidad máxima en abstracto que prevén los delitos previstos en
el Código Penal y las leyes especiales, sino con el requerimiento de pena en concreto
efectuado por el Ministerio Público Fiscal.
A los tribunales unipersonales se les adjudica competencia material: a) en la
sustanciación del juicio en los delitos de acción privada y en todos aquellos que no
estén reprimidos con pena privativa de libertad; b) en aquellos delitos reprimidos con
pena privativa de libertad, si el representante del Ministerio Público Fiscal pretendiera
una pena inferior a los tres años; c) en aquellos delitos reprimidos con pena privativa
de libertad, si el requerimiento de pena del Ministerio Público Fiscal estimado fuera
superior a 3 años e inferior a 6, y el imputado no solicitara la intervención de tres
jueces.
La nueva Ley de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y
Nacional tendrá que adaptar los tribunales unipersonales que en el sistema del
Código Levene juzgaban los delitos correccionales conforme al art. 2º inc. f) de la ley
24.050, es decir, los Juzgados Nacional en lo Correccional, los Tribunales de Menores
y los Juzgados Criminales y Correccionales Federales.
En cambio, los tribunales tripartitos se avocarán a realizar el juicio oral cuando: a) el
representante del Ministerio Público Fiscal requiriera una pena superior a 6 años, y
cuando el requerimiento de pena estimado fuera superior a 3 años e inferior a 6 y el
imputado solicite la intervención de tres jueces.
Asimismo, conforme a lo previsto en el último párrafo del art. 248, la próxima Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional deberá
establecer un procedimiento de nombramiento de jueces sustitutos para intervenir en
los juicios orales en los que el debate se prolongue por más de 20 días.
En este caso la ley deberá designar los tribunales compuestos por tres vocales
para el juzgamiento de los delitos criminales que en el sistema de la ley 24.050 se
encuentran nominados en el inc. d) del art. 2º, los Tribunales Orales en lo Criminal, en
lo Penal Económico, de Menores, en lo Criminal Federal de la Capital Federal y
Federales con asiento en las provincias.
La mayor innovación del nuevo Código, sancionado mediante la ley 27.063 en
materia de órganos jurisdiccionales, resulta ser el reemplazo de los juzgados con
función investigativa instructora por los jueces con funciones de garantías. Se trata de
la cristalización del proceso acusatorio descripto por el art. 2º de este nuevo digesto,
que deja atrás el emparchado proceso mixto del Código Levene por el que tanto se ha
bregado(35).
El resabio del sistema inquisitivo del vetusto ordenamiento permitía al juez llevar
adelante la investigación —o reasumirla discrecionalmente en cualquier momento—
produciendo un claro desequilibrio entre los actores del proceso que afecta el
principio de igualdad por su intromisión en atribuciones propias del Ministerio Público,
lesionando los parámetros de división de funciones de los arts. 116 y 120 de la
Constitución Nacional y convirtiendo a los jueces en verdaderos acusadores con el
consiguiente cuestionamiento a su imparcialidad.
Recuérdese, por ejemplo, que el art. 26 del Código Levene realiza la salvedad
respecto a que la instrucción se llevará adelante en los Juzgados de Instrucción, salvo
en los casos en los cuales éstos no hagan uso de su facultad de delegar la causa al
Ministerio Público. Entendiéndose por lo tanto que dicha delegación depende
enteramente de la voluntad del juez instructor, aportando un pequeño sesgo del
sistema acusatorio al sistema inquisitivo reformado, que confunde en un mismo sujeto
al investigador —cuasi acusador— y a quien controla las garantías y adopta las
decisiones "imparciales" de mérito del proceso, con graves consecuencias para la
salud de la garantía de imparcialidad.
No sólo el nuevo digesto cambia la denominación de los tribunales actuantes en la
etapa de la investigación preliminar y limita su actuación al control de la investigación
y del proceso, sino que en su art. 9º determina expresamente la necesaria separación
de funciones y prohíbe sin cortapisas a los jueces la realización de cualquier acto de
investigación o que impliquen el impulso de la persecución penal. Es más, el art. 197
prevé la "pertenencia" del legajo de investigación al Ministerio Público Fiscal y que "en
ningún caso podrá ser consultado por el órgano jurisdiccional".
Así, el art. 55 establece que los jueces con funciones de garantías serán
competentes para conocer: a) En el control de la investigación y de todas las
decisiones jurisdiccionales que se deban tomar durante la etapa preparatoria, así
como en el control de la acusación; b) En el procedimiento abreviado cuando se
presenten acuerdos plenos; c) En la suspensión del proceso a prueba. Aclarando
luego en el art. 199, que la actuación jurisdiccional durante la investigación
preparatoria debe dirigirse a controlar el cumplimiento de los principios y garantías
procesales y, a petición de parte, ordenar los anticipos de prueba si correspondiera,
resolver excepciones y demás solicitudes propias de esta etapa.
Más allá de lo que la futura Ley de Organización y Competencia de la Justicia Penal
Federal y Nacional determine respecto de la transfiguración de los tribunales hasta
hoy encargados de la etapa preliminar del proceso conforme al inc. f) del art. 2º de la
ley 24.050 —los Juzgados Nacionales en lo Criminal de Instrucción, Correccionales,
en lo Penal Económico, de Menores, en lo Criminal y Correccional Federal de la
Capital Federal y federales con asiento en las provincias— y de las funciones
específicas que les otorgue, la definición del art. 55 representa per se una ampliación
de las funciones de los tribunales de la etapa inicial.
El nuevo proceso abreviado previsto por el art. 288 y sigtes. del Código queda en
manos de los jueces de Garantías en el caso de acuerdos plenos ampliando así la
competencia material de los magistrados de la etapa preliminar, ahora con verdadera
potestad condenatoria, mientras que en el Código Levene, esa función se halla en
manos de los tribunales de juicio.
En el caso de la suspensión a juicio a prueba ahora prevista por el art. 35, se la
incluyó también entre las facultades de los jueces con función de garantías, limitando
incluso la propuesta de suspensión por parte del imputado hasta la finalización de la
etapa preparatoria. Dicha circunstancia cristaliza la actual práctica casi generalizada
que vienen llevando adelante los jueces instructores previstos por la ley 24.050, aun
cuando oportunamente sostuve que estos últimos carecían de competencia material y
funcional para ello(36).
Respecto de los jueces con función de ejecución el art. 56 coloca a su cargo: a)
controlar que se respeten todas las garantías constitucionales e instrumentos
internacionales de derechos humanos en el trato otorgado a los condenados y
personas sometidas a medidas de seguridad. En los casos en que tuviere
conocimiento de la violación de una garantía en relación a una persona sometida a
prisión preventiva, pondrá de inmediato la situación a conocimiento del juez que
ordenó la medida; b) controlar el cumplimiento efectivo de las sentencias de condena;
c) resolver todos los planteos que se susciten durante la ejecución de las penas y
medidas curativas o educativas, así como los referidos a la expulsión de condenados
extranjeros en situación irregular en el país; d) resolver las impugnaciones que se
presenten contra las decisiones de la administración penitenciaria; e) visitar
periódicamente los establecimientos donde se encuentren personas privadas de su
libertad, a su disposición; f) dejar sin efecto una pena o modificar las condiciones de
su cumplimiento cuando entre en vigencia una ley penal más benigna; g) realizar la
unificación de condenas o penas que se adviertan durante la ejecución de la pena.
La figura de los jueces de ejecución penal, tuvo por finalidad "judicializar" la
ejecución de la pena, alejando dicha función de la administración penitenciaria. Debe
coincidirse al respecto con Nicolás Schiavo, en que un sistema de control de la
ejecución de las penas respetuoso del art. 18 de la Constitución Nacional impone que
deban ser adoptadas por un juez independiente de la administración penitenciaria
"todas aquellas decisiones que importen alterar la determinación de la pena (en
particular, en la forma de cumplimiento)". Les incumbe por lo tanto, no solamente las
cuestiones decisorias, sino además el control permanente de las decisiones tomadas
por la autoridad penitenciaria, a fin de asegurar los derechos de los internos, corregir
los abusos y garantizar un trato humano y digno de acuerdo con los tratados
internacionales y la Constitución Nacional que en su art. 18 recepta el principio de
legalidad ejecutiva, como extensión del principio de legalidad.
La futura Ley de Organización de la Justicia Federal y Nacional deberá aclarar si
siguen quedando excluidas de las funciones de los jueces de ejecución todo lo
relativo a las causas de menores, que en el Código Levene quedan bajo la órbita de
la secretaría tutelar respectiva. Así como si en las provincias la función de ejecución
permanecerá en cabeza de los jueces del tribunal oral federal.
La novedad del nuevo Código, ley 27.063, en lo relativo a los jueces de ejecución
penal tiene que ver con que debe poner de inmediato en conocimiento del juez que
ordenó la prisión preventiva cuando tuviere conocimiento de la violación de una
garantía, aun cuando el control de la misma no se encuentra a su cargo. Ello más allá
de la obligación de denunciar los delitos de acción pública que conozcan por el
ejercicio de sus funciones que le impone el art. 204 de este mismo digesto, sin
perjuicio de incurrir en el delito previsto por el art. 144, inc. 3º del Código Penal.
También pone entre sus novedosas funciones la de resolver los planteos referidos a la
expulsión de condenados extranjeros en situación irregular en el país. Más allá de la
posible vulneración del principio de igualdad en cuanto a no discriminación previsto
por el art. 16 de la Carta Magna que podría significar la expulsión, podría
argumentarse que no es la condición de extranjero lo que motiva la deportación, sino
su situación migratoria irregular.
Dicha función no debe confundirse con los casos de expulsión previstos por art. 35
de este digesto, en los casos de suspensión del proceso a prueba, pues el control del
cumplimiento de las reglas de conducta para la probation estará a cargo de una
oficina judicial específica creada al efecto, como lo sugiere más adelante ese mismo
artículo.
Si bien el inc. c) del art. 52 designa también como órganos jurisdiccionales a los
tribunales de jurados, posteriormente no se indica sus atribuciones, funciones
específicas, ni de qué tipo de jurado se trata —tradicional o escabinado—. Recién el
art. 249 efectúa una remisión a la ley de juicios por jurados aún no sancionada,
indicando que en ella se establecerá la composición, integración, constitución,
sustanciación y deliberación del juicio en el que deba participar un tribunal por
jurados.
Tal inclusión, aunque sea provisoria, hasta el eventual dictado de la ley de
implementación, más allá de ser cumplimiento de la manda constitucional prevista por
los arts. 24, 118 y 75, inc. 12, no resulta, a mi juicio, un adelanto innovativo, dado que
dicho modelo puede ser claramente superado en cuanto a la tutela de las garantías
individuales por un sistema de jueces profesionales —obviamente con buen
funcionamiento—. En tal sentido opina Agnoli (37). Así, previo a la reforma me permití
sugerir de lege ferenda que la participación popular no debía estar en el ejercicio de la
función jurisdiccional, sino en el control de la acusación, al estilo del Kensatsu
Shinsakai del sistema acusatorio japonés(38).
Otro de los aciertos del nuevo ordenamiento formal resulta sin duda la creación de
la Oficina Judicial prevista por el art. 57. La misma, aun cuando su composición y
funcionamiento será definido por la ya a esta altura tan pregonada Ley de
Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional, tendrá por
función asistir a los jueces organizando las audiencias, todas las cuestiones
administrativas relativas a los jurados, dictar los decretos de mero trámite, ordenar las
comunicaciones, custodiar los objetos secuestrados en los casos que corresponda,
llevar al día los registros y estadísticas, dirigir al personal auxiliar, informar a las
partes y colaborar en todos los trabajos materiales que los jueces le requieran.
Ello es sin duda un enorme paso para la desburocratización del sistema judicial,
que permitirá separar las funciones meramente administrativas de las jurídicas —se
prohíbe expresamente la delegación de funciones jurisdiccionales a la nueva
dependencia, tornando inválidas las actuaciones de este tenor realizadas y
estableciendo ello como falta grave y causal de mal desempeño—, agilizando el
proceso y posibilitando la concentración de los esfuerzos y de los recursos en los
temas trascendentes(39), como implica el velar por el cumplimiento de las garantías
del bloque constitucional y de la efectivización de los derechos de los habitantes,
dado que además, se indica, la oficina actuará bajo el principio de desformalización;
léase practicidad.
No puede dejar de advertirse que más allá del incuestionable avance de las
innovaciones tecnológicas implementadas en el poder judicial, v.gr., informatización
de las causas penales, sistemas de citaciones por correo electrónico, obtención de
informes por la web, etc., ello ha conllevado la notable recarga del trabajo de los
empleados judiciales y el aumento de sus jornadas laborales, dado que los nuevos
instrumentos no vinieron acompañados de nuevos puestos de trabajo, por lo que
resulta indispensable que la nueva Oficina Judicial palee dicha situación, que al fin y
al cabo, no es otra cosa que contribuir a brindar una mejor y más pronta
administración de justicia.
5.3. INHIBICIÓN Y RECUSACIÓN
5.3.1. Recusación
En una primera aproximación sobre el tema puede advertirse que en comparación
con el Código procedimental anterior, el nuevo ordenamiento impuesto por la ley
27.063, ha invertido el tratamiento de los dos institutos salvaguarda de la
imparcialidad judicial, y ello no parece haber ocurrido al azar, sino que se aprecia
como una corrección del sistema anterior cuya interpretación restrictiva conducía al
entendimiento de que lo que se deseaba preservar era más la honorabilidad de los
propios magistrados que el derecho de las partes a ser juzgados sin
condicionamientos. Como bien señalaba Bovino, ocurría en el anterior digesto que
"frente a su propia imparcialidad ente el caso, por definición, es el juez quien resulta
el más capacitado juzgador. En tanto, la opinión de quien se enfrenta al temor de
parcialidad resulta irrelevante"(40).
En tal sentido, sólo basta comparar la redacción del nuevo art. 58 referido a la
recusación, con su antecesor, que llevaba idéntica numeración. Dice el Código
Levene "Las partes, sus defensores o mandatarios, podrán recusar al juez sólo
cuando exista uno de los motivos enumerados en el art. 55".
Mientras que el art. 58 del nuevo Código, ley 27.063, reza "Las partes podrán
recusar al juez si invocaren algún motivo serio y razonable que funde la posibilidad de
parcialidad. Las partes también podrán invocar alguno de los motivos previstos en el
artículo 59 u otros análogos o equivalentes".
Sin dudas, ha virado diametralmente el entendimiento del concepto del instituto de
la recusación. Se ha eliminado el establecimiento de un numerus clausus de razones
por las que las partes pueden solicitar el apartamiento de un tribunal, y es que no
resultaba razonable que la importancia de la vigencia de una garantía como la de
imparcialidad, piedra angular de todo proceso judicial, sin la cual no resulta posible el
derecho de defensa, sea salvaguardada a través de un número determinado a priori
de causales contempladas por el legislador sin conocer la situación en concreto que
genera la inquietud de las partes.
Este cambio de concepción resulta indudablemente positivo y por él veníamos
bregando tiempo atrás cuando comentábamos críticamente el Código anterior(41).
La importancia de la garantía de imparcialidad del juez, con jerarquía constitucional
a partir del art. 75, inc. 22 (art. 26 de la Declaración Americana de Derechos y
Deberes del Hombre, 8.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y
14.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos), exigía una revisión del
criterio anterior, reemplazarlo por un sistema como el actual, donde debe realizarse
un análisis de cada caso concreto que permita determinar si existe una afectación
cierta del principio, ocasionada no solamente por la existencia de la parcialidad
propiamente dicha, sino también por un verificable "temor de parcialidad" de parte de
los sujetos procesales involucrados que ponga en duda la legitimidad de la decisión y
del sistema judicial en su conjunto.
La finalidad de ambos institutos —recusación y excusación— tiene que ver, como
se dijo, con salvaguardar la garantía de juez imparcial plasmada ahora también en el
art. 8º del nuevo digesto formal, y específicamente la imparcialidad intrajuicio, el
derecho de defensa y la transparencia necesaria e inherente al debido proceso legal.
Es decir, asegurarle a las partes que el magistrado que entenderá en el trámite y
resolución del sumario valorará a efectos de dictaminar, solamente las probanzas
acumuladas en la etapa del proceso en la que le toca intervenir, dejando de lado
cualquier otra motivación que pudiera decidir la cuestión a favor o en contra de alguno
de los actores del proceso, ya sea con o sin intencionalidad de su parte, "implica la
objetividad de la actividad jurisdiccional, el apego estricto a la ley, para posibilitar la
realización de un juicio justo"(42). Por otro lado, la necesidad de justificación del
apartamiento protege la garantía de juez natural.
En palabras de Roxin, "la idea de un juez, cuya objetividad en un proceso
determinado está puesta en duda, no debe resolver en el proceso, tanto en interés de
las partes como para mantener la confianza en la imparcialidad de la administración
de justicia"(43).
Siguiendo a Bovino, debe entenderse la garantía de imparcialidad como una
"megagarantía" que "abarca tres principios que, si bien gozan de cierta autonomía —
juez natural, independencia e imparcialidad en el caso concreto—, sólo actúan, en
realidad, como principios instrumentales de aquélla", la cual se constituye como un
"presupuesto esencial para la operatividad de todos los demás mecanismos de
protección de los derechos y libertades del ser humano"(44).
La recusación constituye el ejercicio de un derecho de las partes y de especial
importancia sobre todo para el imputado, en busca de la garantía de imparcialidad
necesaria en un Estado de derecho, lo cual autoriza a una interpretación amplia sobre
las posibles causales de apartamiento, limitadas solamente por su razonabilidad.
Las posibles causales podrán ser objetivas o subjetivas. Al respecto, la Corte
mencionó en el fallo "Llerena" que la imparcialidad puede verse "desde dos puntos
distintos, uno objetivo y uno subjetivo: el primer enfoque ampara al justiciable cuando
éste pueda temer la parcialidad del juez por hechos objetivos del procedimiento, sin
cuestionar la personalidad, la honorabilidad, ni la labor particular del magistrado que
se trate, mientras que el segundo involucra directamente actitudes o intereses
particulares del juzgador con el resultado del pleito"(45).
Ello mismo ya había sido reconocido por el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos en el caso "Piersack", resuelto el 1 de octubre de 1982, entendiendo a la
imparcialidad como ausencia de perjuicios o parcialidades y que su existencia debía
valorarse tanto subjetiva como objetivamente; mientras que la primera se vincula a la
averiguación sobre la convicción personal del juez en un caso, la segunda se
relaciona con la circunstancia de que el magistrado ofrezca las garantías suficientes
para excluir cualquier duda razonable(46).
Todo lo dicho no conduce a aceptar cualquier causa, sino que por el contrario "la
recusación debe apoyarse en argumentos sólidos y serios"(47), que constituyan
motivos concretos y específicos que conduzcan a acreditar la imparcialidad del
juzgador, o por lo menos un serio y razonable temor de parcialidad como ahora
explicita el art. 58, a efectos de salvaguardar el principio de improrrogabilidad de la
competencia penal y la garantía de juez natural, que exigen que no se trate de un
mero mecanismo para alejar a un magistrado por el circunstancial inconformismo
generado por una decisión judicial desfavorable.
En este sentido, además, a efectos de evitar planteos injustificados e irrazonables,
el párrafo final del art. 62 establece que las presentaciones recusatorias
manifiestamente infundadas o dilatorias serán consideradas falta profesional grave, y
se conmina a los magistrados a su comunicación inmediata al superior jerárquico o al
Colegio de Abogados que correspondiere. Aunque tal comunicación que se estableció
en forma alternativa debió legislarse como obligación de comunicación conjunta,
podría resultar un instrumento útil para el fin dispuesto y sólo la práctica futura podrá
arrojar certeza sobre lo acertado de su inclusión. Estimo sin embargo, que podría
haberse previsto otro tipo de sistema para penar la inconducta procesal de las partes,
como podría ser la imposición de costas extraordinarias, más gravosas que las
genéricas contenidas ahora en el art. 338, no solamente para el rechazo de la
recusación infundada sino también de otras presentaciones que insuflen en forma
desmedida la actividad jurisdiccional —y que no existe razón para pensar que con el
nuevo ordenamiento no lo seguirán haciendo—, v.gr., querellas sin ningún tipo de
fundamento jurídico presentadas a los solos efectos de ejercer presión en la
negociación llevada adelante en otro fuero, cuyo rechazo no trae aparejada otra
consecuencia que el pago de una nimia tasa de justicia.
Por supuesto que ni la consecuencia prevista en el nuevo ordenamiento, ni la aquí
propuesta pueden derivarse del ejercicio funcional de un derecho o prerrogativa
procesal que nunca puede jugar en contra de la situación de quien la ejerce(48). Sino
que debe efectuarse una concienzuda valoración de la conducta procesal de las
partes en su presentación, conforme a los principios procesales de lealtad, probidad y
buena fe, y sólo penalizar su actuación ante una grosera y manifiesta improcedencia.
En tal sentido, puede pensarse en la adopción de criterios de análisis como los
establecidos para otros ámbitos como la "real malicia", es decir, cuando se esgrime
un motivo de recusación "con conocimiento de la falsedad o una grosera
despreocupación al respecto"(49).
Criterio similar se ha adoptado con buen criterio al establecer la posibilidad de
imponerle costas al denunciante, de acuerdo con lo previsto en el art. 206, ante la
interposición de una denuncia falsa o temeraria.
5.3.2. Inhibición o excusación
En materia de recusación, también se optó por un número abierto de causales en
las cuales el magistrado debe inhibirse, dado que si bien el art. 59 enumera seis
razones específicas para su apartamiento (a], b], c], d], e] y f]), adiciona otra causal
genérica (g]) que permite abarcar cualquier otro motivo seriamente fundado. En este
caso se hace mención a que "mediaren circunstancias que, por su gravedad, afecten
su independencia e imparcialidad".
En este orden de cosas, la enumeración del artículo en estudio tiene la única
utilidad de agilizar el trámite del apartamiento fundado en las causales expresas, para
las que se requerirá menor prueba, pero de ninguna forma pueden interpretarse como
las únicas causales posibles, sino que en cada caso donde no se dé ninguna de las
seis causales expresas, deberá concretarse específicamente la situación que permite
su adecuación a la fórmula prevista en el apart. g).
Se encuentran incluidas, a mi juicio, a través de dicha fórmula —que no se agota en
ellas—, las dos causales genéricas de temor de parcialidad y violencia moral, que en
el Código Levene han funcionado como dos causales genéricas no escritas, que
permiten el apartamiento del magistrado por cualquier otra circunstancia no explícita,
pero valedera, que pueda poner en duda la objetividad y/o subjetividad del juzgador.
En palabras de Maier, el temor de parcialidad se configura cuando "su situación
personal [la del juez] respecto del caso —de sus protagonistas, de su objeto— puede
instalar en él, con o sin su concurso voluntario, intereses, prejuicios, o conocimientos
especiales... La sospecha y no la seguridad de que ello sucede conforme a la
situación especial del juez frente al caso —situación que sí debe ser conocida
perfectamente—, es aquello que funda la exclusión"(50).
Por otro lado, la violencia moral tiene que ver con "todas aquellas circunstancias
que hacen que por la historia, personalidad, las características personales, la
ubicación, las relaciones con las partes y/o el litigio, el juez no pueda abordarlo con la
necesaria imparcialidad que la ley pretende de los órganos jurisdiccionales"(51).
Dicha causal resulta valedera, a efectos de no obligar a un magistrado que declara él
mismo su imposibilidad de encarar el proceso en forma imparcial, siempre y cuando,
como ya se dijo, los argumentos ciertos que fundan esa violencia moral sean
expresados en forma concreta, superando claramente los meros motivos de
delicadeza.
Debe recordarse que los jueces están obligados a avocarse a las causas que
correspondan a su competencia y su inhibición debe estar motivada en una causal
cierta y concreta, a efectos de no lesionar la garantía de juez natural, descartando los
motivos de "delicadeza" por no ser una facultad del magistrado entender en las
causas.
Expresó la Cámara Federal de Casación que la excusación no puede motivarse con
"un simple estado de ánimo de los jueces que sólo demuestre un exceso de
susceptibilidad o razones de mera delicadeza, sino que el apartamiento debe fincarse
en motivos lo suficientemente graves como para justificarlo... circunstancia alguna de
entidad suficiente para producir menoscabo a las garantías de ecuanimidad de
imparcialidad inherentes a la función jurisdiccional"(52).
Dijo la Corte Suprema en el trascendente fallo "Llerena" que "El juez, que no debe
gozar del consenso de la mayoría, debe contar, sin embargo, con la confianza de los
sujetos concretos que juzga, de modo que éstos no sólo no tengan, sino ni siquiera
alberguen, el temor de llegar a tener un juez enemigo o de cualquier modo no
imparcial"(53).
La pretendida puja entre las garantías de juez natural e imparcialidad no resulta ser
tal, dado que aceptada la inhibición o la recusación, el nuevo magistrado será
designado por medio del sistema de turnos y sorteos previamente establecido.
Es decir que los jueces tienen la obligación de avocarse a las causas que se
encuentran bajo su competencia, pero a la vez tienen la obligación de inhibirse ante la
existencia de cualquier causal seria que ponga en duda su imparcialidad o
independencia. Así, el art. 61, en su antepenúltimo párrafo, expresa que el juez
comprendido en alguno de los motivos contenidos en los incs. a), b), c), d), e) y g) —
es decir en este último caso la causal genérica— deberá denunciarlo inmediatamente,
no bien conozca su situación respecto del caso, y apartarse del conocimiento y
decisión del proceso respectivo. Luego, el segundo párrafo del art. 62, decreta que
incurrirá en falta grave y causal de mal desempeño el juez que omitiera apartarse
cuando existiera un motivo para hacerlo o lo hiciera con notoria falta de fundamento.
Respecto de las seis causales específicas expresas referidas, el art. 59 las
enumera como: a) Si intervino en él como acusador, defensor, representante, perito o
consultor técnico, si denunció el hecho o lo conoció como testigo, o si dio
recomendaciones o emitió opinión sobre el caso fuera del procedimiento; b) Si
intervino durante la investigación preparatoria o en el procedimiento de control de la
acusación, no podrá intervenir en el juicio; si pronunció la decisión impugnada no
podrá intervenir en el procedimiento que sustancia la impugnación, ni en su decisión;
c) Si en el caso intervino o interviene su cónyuge, conviviente o algún pariente dentro
del tercer grado de consanguinidad o por adopción, y segundo de afinidad, quien ha
sido su tutor, curador o guardador o quien está o ha estado bajo su tutela, curatela o
guarda; d) Si él o alguna de las personas mencionadas en el inc. c) estuvieren
interesados en el caso o tuvieren juicio pendiente, comunidad o sociedad con alguno
de los interesados, salvo que se tratare de una sociedad anónima cuyas acciones
coticen en el mercado de valores; e) Si él o alguna de las personas mencionadas en
el inc. c) recibieron o reciben beneficios de importancia o son acreedores, deudores o
fiadores de alguno de los interesados, salvo que se tratare de instituciones estatales o
de entidades financieras o si, después de comenzado el procedimiento, el juez
hubiere recibido presentes o dádivas de alguno de los interesados, aunque fueren de
escaso valor; f) Si, antes de iniciado el procedimiento tuvo amistad íntima o enemistad
manifiesta con alguno de los interesados, si denunció o acusó a alguno de ellos o fue
acusado o denunciado por alguno de ellos, incluso conforme al procedimiento para el
desafuero o la destitución, salvo que circunstancias posteriores demuestren armonía
entre ambos.
Las causales descriptas en el nuevo art. 59 se corresponden sin demasiadas
modificaciones sustanciales —salvo por la del apart. b)— con las antes taxativas
contenidas en el art. 55 del anterior ordenamiento, aunque en algunos casos
agrupadas ahora en forma conjunta —de once causales se pasó a sólo siete—.
Con buen tino se agregó en el caso de la excepción prevista en el apart. d),
respecto de las sociedades anónimas conformadas por el juez o sus relativos con los
interesados en el proceso, que la misma debe cotizar en el mercado de valores, pues
la sola denominación societaria no aseguraba la despersonalización del vínculo entre
los socios, tal como oportunamente mencionáramos al realizar el comentario crítico
del anterior digesto(54). En cambio se amplió la excepción prevista a continuación —
e)—, reemplazando de la fórmula a los "bancos oficiales o constituidos bajo la forma
de sociedades anónimas", por "instituciones estatales o de entidades financieras",
mucho más general.
La innovación necesaria del ordenamiento impuesto por la ley 27.063, es la nueva
causal objetiva contenida en el apart. b), receptando la doctrina de la Corte Suprema
desarrollada en el ya referido precedente "Llerena"(55), en cuanto a que la
intervención precedente de un órgano judicial en la investigación preparatoria o en el
procedimiento de control de la acusación, le impide intervenir en el juicio. Vale
recordar que una disposición similar se hallaba incluida en el Código Levene hasta
ser suprimida por la modificación realizada por la ley 24.121.
Ello así, dado que como se reitera, el principio de imparcialidad obliga
necesariamente a que en las dos etapas intervengan dos magistrados distintos, a fin
de asegurar que el juez "contaminado" con todas las pruebas y medidas producidas
en la etapa investigativa, no vea afectada sus decisiones durante el juicio y se ciña
estrictamente a las probanzas allí efectuadas(56).
El fallo mencionado fue motivado por una situación aún más cara a la garantía de
juez imparcial, que tenía que ver con la actuación de los jueces correccionales, que
en muchos casos actuaba en la etapa instructora prevista en el Código Levene y
luego de ello, también realizaban el debate oral y sentenciaban. Pero no sólo eso,
sino que conforme a los rasgos inquisitivos de ese ordenamiento, el juez correccional
podía materializar él mismo la investigación. Ante dicha anómala situación el más Alto
Tribunal resolvió que "el juez correccional que llevó adelante la instrucción y elevó la
causa a juicio, se encuentra impedido para realizar el juicio y dictar sentencia con
respecto al mismo hecho, y por ende debe elevar las actuaciones al superior
jerárquico para que por algún medio se las remita a otro juez correccional para su
juzgamiento, y en caso de que no lo haga, habrá motivo de recusación para el
imputado por temor de parcialidad"(57). Ello motivó luego, la modificación del artículo
reglamentario en la justicia Criminal y Correccional que desinsaculaba los
magistrados correccionales para el juicio oral(58).
Aun cuando no contamos todavía con la Ley de Organización y Competencia de la
Justicia Penal Federal y Nacional, aquella situación extrema no puede darse con este
nuevo ordenamiento. Primeramente, por su corte claramente acusatorio que impide a
los órganos jurisdiccionales realizar tareas investigativas, conforme a lo explicitado
por la división de funciones impuesta por el art. 9º. Pero además, porque con buen
criterio se estableció la causa de inhibición del apart. b) del art. 59 antes referida, que
impide que un mismo magistrado intervenga en ambas etapas del proceso.
En igual sentido y con mismo fundamento, el art. 198 establece que las actuaciones
de la investigación preparatoria no tendrán valor para fundar la condena, el art. 248,
en su párrafo segundo, determina que el órgano jurisdiccional de juicio no podrá
tomar conocimiento ni solicitar a la Oficina Judicial ni siquiera el auto de apertura, o
las demás constancias de aquélla o del Ministerio Público, reforzando ello la idea de
no contaminación en el juicio con las probanzas de la etapa investigativa.
En lo relativo a la técnica legislativa, estimo que hubiera sido preferible al
agrupamiento casi agolpado de causales escogido, la división de las mismas, en
causales objetivas y causales subjetivas, dada su naturaleza.
5.3.2.1. Causales objetivas
Las causales objetivas han sido ubicadas en los aparts. a) y b), relacionadas con la
intervención anterior en el proceso del magistrado. Se busca evitar que el
conocimiento del caso que el magistrado tuviera antes de intervenir como juez en el
proceso, influya en su valoración de los hechos. Se busca evitar que la idea
preconcebida que posee del asunto se torne relevante a la hora de resolver, es decir,
el juicio que ya se ha formado internamente. No se trata de evadir una intencionalidad
encubierta del juzgador, sino impedir que una circunstancia objetiva, determinada por
la percepción experimentada en la situación anterior del juez, actúe en la subjetividad
del magistrado, sin que sea su voluntad al resolver. Su intervención precedente en el
proceso, en la persona de cualquiera de los sujetos descriptos o como órgano
jurisdiccional en la etapa preparatoria, suponen un conocimiento del asunto ajeno al
que un juez debe tener de acuerdo con su rol imparcial.
Entiendo que no debería haberse incluido al prejuzgamiento en la parte final del
apart. a), dado que aun de similares características, se trata de una causal subjetiva.
5.3.2.2. Causales subjetivas
Así las causales subjetivas pueden dividirse metodológicamente en tres grupos.
5.3.2.2.1. Prejuzgamiento
Contenida ahora, como se dijo, en la parte final del apart. a), se configura cuando
"el juez formula, con anticipación al momento de la sentencia, una declaración en
forma precisa y fundada sobre el mérito del proceso, o bien cuando sus expresiones
permiten deducir su actuación futura por haber anticipado su criterio, de manera tal
que las partes alcanzaban el conocimiento de la solución que dará al litigio por una
vía que no es la prevista por la ley en garantía de los derechos comprometidos"(59).
Es decir que no se trata de una situación objetiva ajena a la acción del magistrado,
sino, por el contrario, de una manifestación inoportuna de la subjetividad del juez,
cuando el trámite del proceso no requiera esa exteriorización de su opinión. Ocurre
cuando "el juzgador, sin que el estado del proceso lo exigiera, anticipara
indebidamente su opinión sobre el fondo de la causa realizando consideraciones
prematuras, o bien, que excedan el marco del contenido de la cuestión. No así
cuando se expresan consideraciones de carácter necesario para decidir cuestiones
introducidas por las partes"(60).
En otras palabras, el juez no se acota a la cuestión a resolver y adelanta su parecer
respecto de un asunto no sometido, en esa oportunidad, a su consideración.
Por el contrario no serán causal de prejuzgamiento "Las opiniones dadas por los
jueces como fundamento de sus decisiones"(61).
En este caso no se trata de la objetividad del magistrado en su carácter funcional
como ocurre con las causales objetivas, sino de su objetividad personal frente al
asunto al que debe avocarse. Si bien es cierto que no es posible que el juez actúe
con absoluta asepsia frente al conflicto que debe resolver, dado que resulta imposible
que se desprenda de todas sus experiencias como individuo e ideas preconcebidas,
si se espera de él que actúe con "honesta subjetividad", evitando que su
características particulares —v.gr., estrato sociocultural, ideas políticas, vivencias
personales, etc.—, tomen relevancia a la hora de resolver por encima de las
constancias materiales del proceso.
5.3.2.2.2. Interés
Los aparts. c), d) y e), son los que, en sus diferentes variantes, contemplan las
causales relacionadas con el interés que el propio magistrado, sus relativos o quienes
se encuentran a él vinculados por negocios o societariamente, pueden tener en el
proceso.
Se busca dar transparencia al proceso, no sólo por el hecho de evitar algún
comportamiento indebido de algún magistrado que resuelva conforme a fines distintos
de los legítimos, sino además para evitar que aun cuando el juez resuelva conforme a
derecho, se genere en las partes un temor de parcialidad. Se trata en realidad de
casos expresamente incorporados que por su obviedad suelen suponer un temor de
parcialidad en las partes. Como bien señala Maier, "Nadie puede decir, por anticipado,
que un padre determinado no puede ser el mejor juez de su hijo... pero lo cierto es
que esa posición respecto del justiciable establece la posibilidad de ciertos prejuicios,
de ciertos conocimientos especiales por fuera del juicio, que en un extraño no pueden
ser afirmados"(62).
Al igual que en el Código anterior, el final del apart. e) prevé la excusación por la
comisión de un delito, éste es la recepción de dádivas, reprimida por el art. 259 del
Código Penal, cuyo bien jurídico protegido resulta similar a la intención que persigue
el instituto en estudio, es decir, otorgar transparencia al proceso, ya que la dádiva no
supone una contraprestación ni una devolución de favores.
El interés tiene que ver con la búsqueda de algún tipo de beneficio directo o
indirecto, no solamente económico, sino de cualquier tipo que el proceso pueda
generar, pero el mismo debe ser concreto y específico. En este sentido, "Resulta
generar, pero el mismo debe ser concreto y específico. En este sentido, "Resulta
manifiestamente improcedente la recusación articulada con fundamento en que
'existe en cabeza de todos los Magistrados que efectivamente ejercen su función en
la actualidad un manifiesto 'interés' en que comportamientos como los endilgados a la
accionada no puedan ser efectiva e idóneamente juzgados por parte del Poder
Judicial', ya que se omite señalar cuál es el interés personal en el pleito de los
miembros del Tribunal, máxime cuando dicha causal se refiere a intereses
económicos o pecuniarios y no se invoca esa circunstancia"(63).
5.3.2.2.3. Amistad y enemistad
Con buen criterio, el apart. f) del art. 59 engloba las causales antes contenidas en
los incs. 8º, 9º y 11 del art. 55 del Código Levene, que tienen que ver con las
relaciones personales del juez con alguno de los interesados. Se encuentra
involucrada concretamente la imparcialidad propia del juzgador, es decir que éste no
se encuentre comprometido con las partes(64).
Primeramente, el juez no podrá haber sido denunciante de alguno de los
interesados, ni haberse constituido como parte querellante en su contra, en un
proceso penal o contravencional anterior. Tampoco el magistrado pudo haber sido
denunciado, ni querellado por uno de los interesados, ni promovido su desafuero o
destitución.
La amistad entre el juez y alguno de los interesados debe ser íntima, es decir,
sobrepasar el simple conocimiento amistoso, y debe constar debidamente, exigiendo
que "tales estados anímicos se manifiesten a través de actos directos y externos, ya
que están en juego tanto el interés público como el particular"(65).
Resulta cuestionable que en la nueva redacción tampoco se haya incluido como
causal la íntima amistad del juez con los letrados de las partes, dado que ello hace
también a la transparencia del sistema y a la búsqueda de una mayor objetividad, por
lo que debe admitirse como causal excepcionalmente. En este punto, no caben dudas
que la íntima amistad del magistrado con los letrados de las partes puede generar
suspicacias en los demás sujetos procesales, que debe suprimirse con el remedio
previsto por este instituto, a efectos de eliminar todo temor de parcialidad que ponga
en tela de juicio la transparencia del proceso, sin que ello constituya un
cuestionamiento a la honestidad del juez, sino por el contrario, una medida destinada
a proteger la honorabilidad de su investidura.
En cuanto a la enemistad, se requiere una manifiesta y concreta relación conflictiva
precedente entre el magistrado y uno de los interesados, no resultando suficiente su
mutua aversión no exteriorizada, ni tampoco será bastante la circunstancia de que, en
el pasado, el interesado haya sufrido otros reveses judiciales en causas tramitadas
con anterioridad por el mismo juez.
Respecto de la enemistad con los letrados, resulta adecuado lo mencionado
respecto de la amistad. Tiénese presente lo dicho por la Cámara de Casación al
respecto en cuanto a que "La circunstancia de que la señora juez inhibiente haya
iniciado una querella en contra del abogado del imputado reviste suficiente gravedad
para hacer viable el apartamiento pretendido con invocación de razones de violencia
moral"(66).
Sí se han incorporado dos excepciones para el apartamiento previsto en este
apartado. Primeramente, para el caso concreto de enemistad manifiesta, la relativa a
que luego del conflicto en cuestión con el interesado, las circunstancias posteriores
demuestren armonía entre ambos.
En segundo lugar y en forma genérica se supedita el apartamiento del juez,
dejándolo a su exclusivo criterio —tanto en caso de amistad o enemistad manifiesta o
por denuncia— omitir su excusación, sin perjuicio de informar a los intervinientes
sobre la situación en que se halla. Estimo en este punto, que más allá de que debe
dar a conocer la situación, la nueva inclusión no aporta transparencia a la actuación
jurisdiccional.
5.3.3. Trámite, oportunidad y efectos
En lo relativo al trámite de la excusación, el art. 60 mantiene casi idéntica la
redacción del art. 57 del anterior digesto. Los magistrados deben inhibirse por escrito,
mediante resolución fundada —antes se requería decreto—, ordenando la remisión
de las actuaciones de excusación a su par que corresponda.
Si el nuevo juez acepta los fundamentos del magistrado inhibido, continuará
interviniendo en la causa, mientras que si considera infundado el apartamiento debe
elevar la causa al tribunal con función de revisión correspondiente a su fuero y a la
etapa en la que se halle el proceso en cuestión.
También en el caso de la recusación se mantiene la misma forma antes prevista, es
decir, bajo pena de inadmisibilidad, por un escrito que indique los motivos y los
elementos de prueba ante el magistrado cuyo apartamiento se pretende.
Al establecerse la inadmisibilidad, deben rechazarse in limine las presentaciones
que no se hagan por escrito, o las que aun siendo escritas no indiquen los motivos
concretos que la fundan. Sin perjuicio de que el rechazo formal de la presentación por
esos motivos no implica que la recusación no pueda volver a intentarse en el futuro,
cumpliendo los requisitos señalados.
Sí ha variado lo relativo a la oportunidad para recusar, restringiéndola mucho más
que en el Códice antecesor. En el nuevo ordenamiento, la recusación deberá
formularse dentro de los tres días de conocerse los motivos en que se funda, salvo
que se advierta durante las audiencias, en cuyo caso deberá plantearse en ese
mismo acto. En todo caso, el planteo será sustanciado y resuelto en audiencia. Los
nuevos límites, más acotados, resultan mucho más operativos para el proceso y
acordes a los principios de preclusión y progresividad de los actos procesales(67), por
lo que si se interpone tardíamente, resulta inadmisibile, es decir, que caduca el
derecho.
Sin embargo, dicho acierto se contrapone a la previsión del anteúltimo párrafo del
art. 61 que prevé la posibilidad de reeditar la cuestión al admitir que la resolución de
la excusación no impedirá el trámite de la recusación por el mismo motivo. Cuando la
excusación dio lugar a la intervención del tribunal con facultades de revisión —por no
haber aceptado su intervención el juez receptor—, no resulta práctico aceptar la
recusación por idénticos motivos.
En cuanto al trámite, se mantiene el previsto por el Código anterior. Cuando el juez
admitiere la recusación se procederá con arreglo a lo dispuesto para la inhibición. Sin
embargo, cuando no la admitiera, se remitirá el escrito de recusación al tribunal de
revisión —de cuál se trate dependerá de la competencia material y funcional del
órgano judicial cuestionado—, mas en lugar de enviarlo junto al informe que
establecía el digesto anterior, ahora se adjuntará la resolución negativa. Vale decir
que en los hechos, debido a la práctica judicial, ello ya sucede sin que haya entrado
en vigencia la ley 27.063. Por otro lado, se suprimió la audiencia previa a la resolución
del tribunal de alzada, al que además se le extendió un día más el término para
decidir la cuestión —72 horas—.
Como ya no se hace específica alusión, como caso diferenciado, a la inhibición o
recusación de un miembro de un tribunal colegiado —que había traído cierta
controversia en el digesto anterior—, debe entenderse que será también el tribunal
con función de revisión el que resuelva la cuestión y no los demás integrantes del
mismo tribunal. Una vez entrado en vigencia el nuevo procedimiento, habrá que
esperar al reflejo de la norma en la jurisprudencia, dado que en la actualidad, por
ejemplo, conforme a la acordada 1/1997, la Cámara Federal de Casación Penal no es
competente para resolver las recusaciones formuladas respecto de los magistrados
integrantes de las cámaras de apelaciones(68).
Si bien la actual redacción no aclara que respecto de la resolución del tribunal de
alzada no corresponde recurso alguno, teniendo en cuenta que tampoco se encuentra
entre las decisiones impugnables previstas en el art. 309, la solución es la misma.
Dicha falta de recurso resulta altamente cuestionable, teniendo en cuenta la
importancia de la garantía de juez imparcial que se encuentra en juego, y si bien la
Corte solía admitir su intervención en forma excepcional, solamente en casos de
"gravedad institucional", con la vaguedad propia que trae aparejado dicho concepto —
que como bien señalan Vigezzi y Bovino(69)—, puede tratarse de cualquier cuestión
sometida a debate referida a las reglas del procedimiento penal, actualmente se
admite, con acierto, más ampliamente. Dijo el más Alto Tribunal al respecto que "La
sentencia impugnada, si bien no es definitiva —puesto que no pone fin al juicio, ni se
pronuncia de modo final sobre el hecho imputado— resulta equiparable a tal en tanto
produce un perjuicio de tardía e insuficiente reparación ulterior, ya que se cuestiona la
imparcialidad subjetiva del juzgador en un momento determinado del proceso, que por
su naturaleza exige una consideración inmediata en tanto constituye la única
oportunidad para su adecuada tutela"(70).
Finalmente, en lo relativo a los efectos, si bien la redacción resulta distinta el
sentido es similar al del Códice anterior, dado que permite que el órgano cuestionado
continúe su avocación si no acepta su recusación. Aunque resulta razonable,
teniendo en cuenta la relevancia de la garantía en juego, la suspensión del proceso
hasta que el tribunal con función de revisión resuelva, a no ser por los actos urgentes
de instrucción que no admitan demora. Por otro lado, si fuera aceptada por la alzada
la recusación, dichos actos no podrán ser tomados en cuenta para fundar ninguna
decisión judicial conforme a lo establecido por el art. 122. Menos aún los actos
realizados luego de haberse aceptado la recusación o producida la excusación.
Finalmente se aclara, haciendo alusión al principio de la estabilidad de la
competencia, que aunque posteriormente desaparezcan los motivos que
determinaron las excusación o la recusación, la intervención de los nuevos jueces
será definitiva(71).
Se ha erradicado la recusación de secretarios y auxiliares antes prevista en el art.
63 del anterior digesto. La teleología de dicha supresión parece obedecer a la
prohibición de delegación de funciones en funcionarios, empleados y en la oficina
judicial, conforme a lo establecido por los nuevos arts. 9º y 57.
Debe tenerse en cuenta que los únicos que resuelven en las causas son los
magistrados, por lo cual la anterior inclusión de tal causal de apartamiento no se
encontraba dirigida a salvaguardar la imparcialidad del tribunal, sino solamente a dar
transparencia al procedimiento, evitando generar virtuales susceptibilidades entre las
partes, por lo cual nada impide que ello ocurra por disposición reglamentaria. En el
caso de recusación del secretario del tribunal, el art. 56 del RJCC determina que
deberá ser reemplazado por algún empleado de la misma Secretaría que sea
abogado, quien será designado ad hoc (apart. a), o si no hubiere abogados o se
considere que no se encuentran en condiciones, el nuevo secretario se determinará
por el sorteo en la Oficina de Sorteos de la Cámara correspondiente (apart. b), pero si
el juzgado tuviere dos Secretarías se radicará el sumario en la restante (apart. c).
5.4. A MODO DE COLOFÓN
Como primera aclaración, antes de analizar lo específico del capítulo, cabe recordar
que como tantas veces se había remarcado al momento de comentar el anterior
Código procedimental, no existen dudas de que un nuevo digesto formal resultaba
imprescindible, no solamente porque el anterior ya había nacido desactualizado, sino
porque además los progresivos emparchados en su redacción lo han vuelto aún más
caótico e incluso, en muchos aspectos, inaplicable. En ese marco, la sanción de la ley
27.063 es un avance incuestionable, especialmente para quienes consideramos que
un proceso acusatorio era necesario, para reemplazar los rasgos inquisitivos del
vetusto ordenamiento formal. Sin embargo, tampoco puede dejar de mencionarse,
juntamente con Almeyra (72), que una exposición de motivos hubiera resultado útil a
los fines interpretativos.
En lo relativo al capítulo analizado, varios aciertos pueden resaltarse. Entre ellos, la
separación de las funciones entre acusación y juzgamiento con la creación de los
juzgados con función de garantías, en reemplazo de los juzgados instructores donde
ambas actividades se confunden con la incuestionable vulneración a la garantía de
imparcialidad.
En la misma dirección, la amplitud plasmada en el tema de inhibición y recusación,
eliminando la anterior versión de numerus clausus, otorga mayor transparencia a la
actuación jurisdiccional y mejores instrumentos para hacer efectiva no sólo la garantía
de imparcialidad, sino también, en definitiva, una mejor administración de justicia.
Además se ha incluido la prohibición de que el órgano judicial que interviene en la
etapa preliminar, participe en el juicio, plasmando así la tesis amplia que ya habíamos
sostenido criticando la redacción anterior.
También estimo un acierto la creación de la oficina judicial, que más allá de las
funciones que luego se le adjudiquen, creo contribuirá a una mayor practicidad en la
función judicial, reduciendo la burocracia imperante.
De igual modo, resulta evidente que el nuevo sistema procedimental está
construido sobre la base de las ideas de simplicidad, celeridad y desformalización —
conforme lo declara expresamente su art. 2º— y orientado a la resolución de la
conflictividad social —como lo aclara su art. 22—, lo cual contribuye a hacer más
operativo el sistema de justicia para todos sus usuarios, acelerando los plazos y
suprimiendo procedimientos burocráticamente innecesarios. Maguer de ello, en
algunos casos la vaguedad de los conceptos produce el efecto contrario, como por
ejemplo, en lo relativo a las reglas de conexidad, cuya falta de definición precisa hace
prever la necesidad de amplios debates doctrinarios y jurisprudenciales, antes de
poder fijarse estándares definidos, con el consiguiente desgaste jurisdiccional y
afectación a la seguridad jurídica.
Asimismo, la falta de sanción concomitante con el Código de las leyes de Juicio por
Jurados y de Organización y Competencia de la Justicia Penal Federal y Nacional,
hacen aún impreciso el sistema y dejan demasiadas particularidades supeditadas a
su aprobación.
En definitiva, todo cambio trae aparejada cierta cuota de incertidumbre y mucho
trabajo jurisprudencial para fijar los nuevos parámetros establecidos, y aun con las
deficiencias señaladas, el horizonte acusatorio, práctico y moderno del nuevo digesto,
resulta una bocanada de oxígeno ante el asfixiante espíritu inquisitivo del
ordenamiento anterior.
(1)CSJN, "Rosza, Carlos Alberto s/recurso de casación", Fallos: 330:2361
(2)"Esta Corte debe actuar —como lo ha hecho en reiteradas situaciones análogas— con la rapidez
que exige la naturaleza de los intereses comprometidos, a fin de evitar que ciertas situaciones
transitorias que puedan presentarse hasta la entrada en vigencia del nuevo régimen normativo, den
lugar a consecuencias frustratorias de garantías constitucionales o de atolladero institucional en la
administración de justicia".
(3)LEVENE, RICARDO, Manual de derecho procesal penal, t. I, 2ª ed., Depalma, Buenos Aires, 1993, p.
176.
(5)LEVENE, RICARDO, Manual..., cit., t. I, p. 177.
(6)CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Derecho procesal penal, Marcos Lerner, Córdoba, 1984, p. 363.
(7)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, 2ª ed., AdHoc, Buenos Aires, 1999, p.
325.
(8)Ratificada por nuestro país con la ley 24.543, promulgada el 17/10/1995.
(9)CSJN, S.1767, XXXVIII, t.328, "Simón, Julio Héctor...", rta. 14/6/2005.
(10)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, cit., p. 319.
(12)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, "La jurisdicción ¿ha perdido el poderdeber de decir el derecho? Sobre la
sentencia penal condenatoria en el nuevo CPPN", LA LEY del 15/12/2014, p. 1, cita online:
AR/DOC/4590/2014.
(13)Art. 237.— "El juzgado que inicie contienda de turno no dispondrá la anotación del o los detenidos,
si los hubiere, ni de los de efectos pertenecientes a la causa, a la orden del otro tribunal hasta que
aquélla quede dirimida".
(14)Cfr. ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 38.
(15)Ídem.
(16)CSJN, competencia nro. 165, XXII, "Giner, Gonzalo...", rta. 6/12/1988, Fallos: 311:2607.
(18)CSJN, competencia nro. 179, XXI, "Salto, María Antonia...", rta. 1/9/1987, Fallos: 310:1694.
(19)CSJN, competencia nro. 215, XXI, "Poli, Carlos Eduardo...", rta. 27/10/1987, Fallos: 310:2156.
(20)CROCIONI, FRANCISCO J., "Notas sobre el nuevo Código Procesal Penal de la Nación", LEIVA
FERNÁNDEZ, LUIS F. P. (dir.), Anales de Legislación Argentina, año LXXIV, nro. 34, diciembre de 2014, ps.
14 y ss.
(21)ALMEYRA, M IGUEL Á., "Una primera aproximación al proyecto del nuevo Código Procesal Penal de
la Nación", Sup. Penal 2014 (noviembre), p. 3, LA LEY, 2014F, cita online: AR/DOC/4079/2014.
(22)El nuevo Código Procesal Penal —ley 27.063— fue sancionado el 4/12/2014, promulgado el
9/12/2014 y publicado el 10/12/2014, mientras que la ley 27.097 fue sancionada el 17/12/2014,
promulgada el 19/1/2015 y publicada el 27/1/2015.
(23)Dicha ley aprobó el primer Convenio de Transferencia Progresiva de Competencias Penales de la
Justicia Nacional al Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos, que incluye "Los hechos de
tenencia y portación de armas de uso civil y su suministro a quien no fuera legítimo usuario,
sancionados en el art. 42 bis de la ley Nº 20.429 y en los arts. 189 bis, 3er. párrafo y 189 ter del Código
Penal, todos según ley Nº 25.086, y en los arts. 3º, 4º y 38 de la ley Nº 24.192, cometidos en el territorio
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires...".
(24)Se transfirieron las conductas tipificadas en el Código Penal por los arts. 95 y 96 (lesiones en riña),
106 y 107 (abandono de personas), 108 (omisión de auxilio), 128 y 129 (exhibiciones obscenas), 134 a
137 (matrimonios ilegales), 149 bis, primer párrafo (amenazas), 150 (Violación de domicilio), 181
(usurpación), 183 y 184 (daños), 208 (ejercicio ilegal de la medicina) y los delitos tipificados en las leyes
13.944, 14.346 y art. 3º de la ley 23.592, cuando los delitos se cometan en el territorio de la Ciudad de
Buenos Aires.
(25)Se transferirán lesiones (arts. 89 al 94, Código Penal), Duelo (arts. 97 al 103, Código Penal),
Abuso de armas (arts. 104 y 105, Código Penal), Violación de domicilio (título V, capítulo II, arts. 150 al
152, Código Penal), Incendio y otros estragos (arts. 186 al 189, Código Penal), Tenencia, portación y
provisión de armas de guerra de uso civil condicional, previstos en el art. 189 bis, acápites 2 y 4, Código
Penal, con excepción de los casos en que el delito aparezca cometido por un funcionario público federal
o sea conexo con un delito federal, Impedimento u obstrucción de contacto, tipificado por ley 24.270,
Penalización de Actos Discriminatorios, conforme lo dispuesto en la ley 23.592, Delitos y
Contravenciones en el Deporte y en Espectáculos Deportivos, conforme lo dispuesto en las leyes
20.655 y 23.184 y sus modificatorias, en los aspectos que resulten aplicables a la jurisdicción local, el
supuesto del art. 151 del Código Penal contemplado en el apart. d) precedente, siempre que el hecho lo
cometiere un funcionario público o agente de la autoridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
También los Delitos Contra La Administracion Pública, ocurridos exclusivamente en el ámbito de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuando se tratare de actos cometidos por sus funcionarios
públicos, o contra sus funcionarios públicos, que atenten contra el funcionamiento de sus poderes
públicos u ocurran en el marco de un proceso judicial que tramite ante los tribunales locales: Atentado y
resistencia contra la autoridad (arts. 237, 238, 239, 240, 241, 242 y 243, Código Penal), Falsa denuncia
de delitos cuya competencia se encuentre transferida a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (art. 245,
Código Penal), Usurpación de autoridad, títulos u honores (arts. 246 incs. 1, 2 y 3, y 247, Código Penal),
d) Abuso de autoridad y violación de los deberes de los funcionarios públicos (arts. 248, 248 bis, 249,
250, 251, 252 1er. párrafo y 253, Código Penal), Violación de sellos y documentos (arts. 254 y 255,
Código Penal), Cohecho y tráfico de influencias (arts. 256, 256 bis, 257, 258, 258 bis y 259, Código
Penal), Malversación de caudales públicos (arts. 260 al 264, Código Penal), Negociaciones
incompatibles con el ejercicio de funciones públicas (art. 265, Código Penal), Exacciones ilegales (arts.
266 al 268, Código Penal), Enriquecimiento ilícito de funcionarios y empleados (arts. 268 [1], 268 [2] y
268 [3], Código Penal), Prevaricato (arts. 269 al 272, Código Penal), Denegación y retardo de justicia
(arts. 273 y 274, Código Penal), Falso testimonio (arts. 275 y 276, Código Penal), Evasión y
quebrantamiento de pena (arts. 280, 281 y 281 bis, Código Penal). Los delitos contra la fe pública,
siempre que se trate de instrumentos emitidos, o cuya competencia para emitirlos sea de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Falsificación de sellos, timbres y marcas (arts. 288, 289 inc. 1, 290 y 291,
Código Penal), Falsificación de documentos (arts. 292 al 298, Código Penal). Los delitos vinculados a
materia de competencia pública local: delitos de los funcionarios públicos contra la libertad individual
(arts. 143 al 144 quinto, Código Penal), siempre que fuera cometido por un miembro de los poderes
públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Delitos contra la libertad de trabajo y asociación
(arts. 158 y 159, Código Penal), Estafa procesal acaecida en procesos judiciales tramitados ante los
tribunales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, (art. 172, Código Penal), Defraudación (art. 174 inc.
5, Código Penal), siempre que el hecho se cometiere contra la Administración Pública de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Delito contra la seguridad del tránsito (art. 193 bis, Código Penal),
Desarmado de autos sin autorización, conforme lo prescripto en el art. 13 de la ley 25.761, Profilaxis, en
relación a los delitos tipificados por la ley 12.331, y Estupefacientes, con ajuste a lo previsto en el art. 34
de la ley 23.737 conforme la redacción de la ley 26.052 (arts. 5º incs. c], e] y párrafos penúltimo y
último, 14 y 29, ley 23.737 y suministro infiel e irregular de medicamentos, arts. 204, 204 bis, 204 ter y
204 quáter, Código Penal).
(26)CSJN, competencia nro. 1094. XL, "Fernández, Norberto Osvaldo y otra s/robo con armas", rta.
5/4/2005, Fallos: 328:867.
(27)CSJN, "Fernández, Norberto O...", rta. 5/4/2005, LA LEY del 3/8/2005, p. 16.
(28)CSJN, competencia nro. 111, XXI, "Laviano, Néstor Aldo...", rta. 10/3/1987, Fallos: 310:479.
(29)CSJN, c. 1383. XLII, "Viñas, Mauricio Marcelo s/infr. ley 22.421", rta. 5/6/2007, Fallos: 330:2626.
(30)"Las medidas que no admiten dilación... Se entienden por tales: la declaración indagatoria cuando
el imputado se hallare detenido, el levantamiento de la incomunicación, la excarcelación si se la hubiere
solicitado, la implantación del secreto del sumario cuando fuera necesaria, el reconocimiento médico del
lesionado si no se hubiere practicado anteriormente, la autopsia en caso de muerte y toda otra medida
procesal cuya demora pueda perturbar el trámite de la causa o influir desfavorablemente en su
instrucción, perjudicar a las partes o incidir en la libertad".
(31)CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Derecho procesal penal, cit., p. 399.
(32)V.gr., el art. 220 del RJCC establece que "Para fijar el turno de los juzgados de instrucción se
divide la Capital Federal en once distritos judiciales", delimitados en forma específica por el cuadro de
turnos.
(33)Conforme al art. 24, inc. 7º del dec.ley 1285/1958.
(34)CSJN, D.199.XXXIX, causa nro. 107.572C, "Di Nunzio, Beatriz", rta. el 5/5/2003, CSJN, "Giroldi,
Horacio D. y otro...", rta. 7/4/1995, LA LEY, 1995D, 462, con nota de Lino Enrique Palacio; y CSJN,
c.1757, XL, "Casal, Matías E. y otros".
(37)AGNOLI, J ULIO E. E., "La inconstitucionalidad del juicio por jurados", La Ley online:
AR/DOC/5623/2012.
(38)GHERSI, SEBASTIÁN, "Pérdida de la potestad acusatoria y desorden procesal", Revista de Derecho
Penal y Criminología, año IV, nro. 2, marzo de 2014, La Ley, Buenos Aires, ps. 122 y ss.
(39)Así lo expresó, por ejemplo, la Dra. Ángela Ledesma, al debatirse la ley 27.064 en el Congreso,
cfr. versión taquigráfica de la reunión plenaria de las comisiones de Justicia y Asuntos Penales de la
Cámara de Senadores de la Nación, del 6 de noviembre de 2014, p. 13.
(40)BOVINO, ALBERTO, "Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en nuestro
Código Procesal Penal de la Nación", en Problemas del derecho procesal contemporáneo, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 1998, p. 58.
(41)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.) BÁEZ, J ULIO CÉSAR (coord.),Código Procesal Penal de la Nación:
Comentado y anotado, t. I, La Ley, Buenos Aires, 2007.
(42)BOVINO, ALBERTO, "Imparcialidad de los jueces...", cit.
(43)Cfr. ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit., p. 41.
(44)Cfr. BOVINO, ALBERTO, "El caso del secretario natural", Nueva Doctrina Penal, vol. 2005/A, Editores
del Puerto, p. 205.
(45)CSJN, l. 486, XXXVI, t. 328, "Llerena, Horacio...", c. nro. 3221, rta. 17/5/2005, LA LEY, 31/5/2005
(supl.), nro. 108.970, LA LEY, 31/8/2005 (supl.), nro. 109.331.
(46)BOVINO, ALBERTO, "Imparcialidad de los jueces...", cit.
(47)CNCasación Penal, sala II, c. 6214, reg. nro. 8230.2, "Lerer, Gustavo Daniel...", rta. 16/12/2005.
(48)ACOSTA, DANIEL F., "Valoración de la conducta procesal. Posibilidades y límites", La Ley online:
AR/DOC/2761/2005.
(49)CSJN, Fallos: 308:789.
(51)SUPERTI, HÉCTOR, "Las garantías del juez imparcial en materia penal", Revista Nova Tesis de
Derecho Penal y Procesal Penal, nro. 2, marzoabril 2007, Nova Tesis, Rosario, p. 116.
(52)CNCas ación Penal, sala III, c. 5423, reg. nro. 457.06.3, "Scheller, Raúl Enrique...", rta. 18/5/2006.
(53)CSJN, L. 486, XXXVI, t. 328, "Llerena, Horacio...", cit.
(56)Expresó, por ejemplo, la Dra. Ángela Ledesma, al debatirse la ley 27.064 en el Congreso, que el
nuevo Código "permite a los jueces llegar al debate sin tener un conocimiento previo de las
actuaciones", cfr. versión taquigráfica de la reunión plenaria de las comisiones de Justicia y Asuntos
Penales de la Cámara de Senadores de la Nación, del 6 de noviembre de 2014, p. 14.
(57)Ibídem.
(58)Art. 82 del Reglamento para la Jurisdicción Criminal y Correccional (RJCC): "Cuando los jueces
que actúan en materia correccional hayan clausurado la instrucción, deberán remitir la causa al Oficina
de Denuncias y Sorteos de la Cámara para que desinsacule otro juzgado de idéntica competencia, que
deberá llevar a cabo el juicio respectivo...".
(59)CSJN, s. 14, XXIV, Fallos: 320:1630, rta. 17/7/1997.
(60)CNCrim. y Correc., sala VI, c. 19.727, "Rey, Juan Carlos...", rta. 3/9/2002.
(61)CSJN, Fallos: 318:286.
(63)CSJN, vol. 17, XXXIV, "Véliz, Eduardo Rodolfo...", rta. 24/11/1998, Fallos: 321:3220.
(64)SUPERTI, HÉCTOR, "Las garantías del juez imparcial...", cit.
(65)CFed. San Martín, sala I ad hoc, sec. penal nro. 1, c. 380/2004, "Inc de recusación en c. nro. 945",
rta. 2/4/2004.
(66)CNCasación Penal, sala II, c. 683, ref. 817, "Domínguez, Gerardo Luis...", rta. 17/8/1995.
(67)El art. 60 del Código Levene establece: "La recusación sólo podrá ser interpuesta, bajo pena de
inadmisibilidad, en las siguientes oportunidades: durante la instrucción, antes de su clausura; en el
juicio, durante el término de citación; y cuando se trate de recursos, en el primer escrito que se presente
o durante el plazo para interponer adhesiones. Sin embargo, en caso de causal sobreviniente o de
ulterior integración del tribunal, la recusación podrá interponerse dentro de las cuarenta y ocho (48)
horas de producida o de ser aquélla notificada, respectivamente".
(68)CNCasación Penal, sala III, c. 6012, reg. Nro. 455.05.3, "Chabán, Omar E...", rta. 3/6/2005; en
igual sentido, CNCasación Penal, sala IV, c. 5425, reg. 6752.4., "Alsogaray, María Julia...", rta.
30/06/2005; ya se había expresado en contrario BRUZZONE, GUSTAVO A., "Sobre la garantía de juez
imparcial", Nueva Doctrina Penal, 1996/B, p. 577, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1996.
(69)Cfr. BOVINO, ALBERTO VIGEZZI, SANTIAGO , "Recurso de casación y arbitrariedad judicial", en Los
recursos en el procedimiento penal, 2ª ed., Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, p. 285.
(70)CSJN, XL, c. 13.670, "Pontoriero, Rubén...", rta. 11/7/2006, Fallos: 329:1187.
(71)En concordancia con ello, el actual art. 54 del RJCC plasma el principio de la estabilidad de la
competencia estableciendo que el magistrado que resulte desinsaculado para seguir el trámite
continuará "haciéndolo aun cuando desaparecieren las causales...".
(72)ALMEYRA, M IGUEL Á., "Una primera aproximación...", cit.
Sin nombre
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Capítulo 6 El imputado y la defensa. Por José María Orgeira
Capítulo 6 El imputado y la defensa. Por José María Orgeira
Capítulo 6 El imputado y la defensa. Por José María Orgeira
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CAPÍTULO 6 EL IMPUTADO Y LA DEFENSA. POR JOSÉ MARÍA ORGEIRA
6.1. EL IMPUTADO
De acuerdo con el art. 63 del CPP, se denomina imputado "a la persona a la que se
atribuye la autoría o participación de un delito de acuerdo con las normas de este
Código".
6.1.1. En el CPP anterior el concepto era más amplio
El art. 72 claramente admitía un espectro mayor de posibilidades, desde la
detención (hipótesis de máxima) hasta cualquier persona "indicada de cualquier forma
como partícipe de un hecho delictuoso".
Por eso, en doctrina se admitía que alguien era imputado "con la mera indicación
de que ha sido 'partícipe' de un delito, oportunidad en que, como tal, comienza a
gozar de todos los derechos inherentes a esa condición".
Luis Darritchon, que fue uno de los primeros procesalistas que comentó la reforma
introducida por la ley 23.984, enseña bien que "el imputado es un término amplísimo"
y que abarca "desde el primer acto de imputación, aún antes de iniciarse el proceso"
(1).
6.1.2. El concepto de imputado no depende de decisión jurisdiccional
Ha sido una cuestión conflictiva el reconocimiento judicial de la condición de
imputado, porque algunos jueces de instrucción se negaron a aceptar la espontánea
presentación de quien aducía tal condición a partir del momento en que tomaba
conocimiento de que resultaba sindicado por otro, que lo involucraba alguna pesquisa
o, simplemente, que su nombre aparecía en comentarios o crónicas difundidas por el
periodismo. El asunto era —y sigue siendo importante— porque el hecho de ser
imputado torna posible la inmediata intervención en el proceso penal, la presentación
de prueba y, fundamentalmente, el control del trámite de la causa.
En el criterio amplio, se han enrolado Navarro y Daray(2), y Miguel Ángel Almeyra;
éste explica bien que ser imputado es un rol que no se adquiere por un acto de
jurisdicción sujeto al exclusivo arbitrio del instructor, aunque pide algo más, a mi juicio
no siempre imprescindible: "un procedimiento enderezado subjetivamente a una
persona determinada"(3).
Para Raúl Washington Ábalos "la condición de imputado se adquiere cuando la
persona es citada por la autoridad (policial o judicial) por atribuírsele participación en
un hecho delictuoso... o cuando es sindicado como tal en una denuncia o en una
querella por delito de acción privada (CCrim. Santa Fe, 2ª, 3/4/1952, LA LEY, 66265)"
(4). Con lo que circunscribe el carácter de imputado cuando menos a una citación de
autoridad pública o mención como parte acusada en denuncia o querella.
Sobre el particular durante la vigencia del CPPN anterior tuve ocasión de señalar
"que la condición de imputado no depende de la oficiosa citación judicial para notificar
los derechos del imputado y no puede ser negada si se dan las condiciones previstas
en el art. 72 Cód. Procesal Penal", o sea, si alguien aparece como posible
responsable de la comisión de un delito o es indicado siquiera de cualquier forma
como partícipe"(5). Con lo que amplío considerablemente el espectro de
posibilidades.
En una tesis intermedia, similar a la de Washington Ábalos, se enrola Miguel
Fenech, quien requiere, cuando menos, "cualquier acto procesal que implique el que
se considere sospechosa a una persona de haber realizado un hipotético delito"(6).
6.1.2.1. Criterio jurisprudencial
Muchas veces los abogados hemos tropezado con la cerrada negativa a aceptar la
inesperada y hasta sorpresiva aparición en escena de quien, invocando su condición
de imputado requería con su defensor ingresar al proceso y controlar la prueba, fue
preciso que los tribunales superiores pusieran orden con la indicación de la correcta
doctrina. Así, por ejemplo, la sala II de la CNCrim. y Correc. Fed. señaló en "De
Jesús, Guillermo", del 8/9/2005, que "por imputado debe entenderse a toda persona
sospechada de criminalidad en cualquier acto inicial de procedimiento, sin necesidad
de que el juez de instrucción formule declaración o emita orden alguna en su contra,
detentando tal carácter quien fue citado a reconocimiento en rueda de personas para
que las víctimas del secuestro los señalaran o no como los perpetradores del delito"
(7).
Sin embargo, por momentos han sido más claros los pronunciamientos judiciales
que las interpretaciones doctrinales, porque en el Código Procesal Penal comentado
de Miguel Ángel Almeyra se dice que "La mera indicación, por sí sola, no basta para
alcanzar dicha condición. Aquélla, debe exteriorizarse en el marco de una
investigación iniciada por prevención policial, o bien, a raíz del impulso de la acción
por parte del Fiscal"(8). A nuestro modo de ver, sólo es admisible si la llamada
"exteriorización en el marco de una investigación" consiste en que haya un sumario
abierto y que alguno, aunque no sea la víctima del delito ni el encargado de
sustanciarlo, menciona, siquiera como mera hipótesis, la probabilidad de que haya
intervenido una persona determinada; porque, entonces, a partir de ese momento, si
el meramente mencionado se entera y su nombre ha quedado registrado en alguna
parte, a nuestro juicio es imputado, con todos los derechos inherentes.
Correctamente la sala I de la CFed. San Martín, en los autos "Martínez, Andrés",
del 3/12/1996, sostuvo que "aun no existiendo requerimiento fiscal de instrucción que
imputara directamente", se puede ser imputado, "con los derechos que ello implica,
entre ellos, un pronunciamiento sobre su situación procesal".
6.1.3. El concepto de imputado no queda limitado al autor del delito
Esta aclaración es muy importante, porque puede suceder que la mera
circunstancia de que desde el comienzo de la instrucción sumarial surja con claridad
que determinada persona es la que cometió el delito o que dicha autoría se
establezca más tarde, para negar a cualquier otro la condición de imputado y por
ende impedirle el control del proceso, con todas las múltiples posibilidades adversas
que ello implica; por ejemplo, que se esfume la seria sindicación del que ocupaba el
rol protagónico en el hecho y que, ya sin tiempo para seguir de cerca el desarrollo del
trámite del sumario, otro tenga, tardíamente, que asumir una defensa que se le negó
antes, simplemente porque se descartó su participación y no se le permitió asumir el
rol de imputado.
Alberto Binder lo explica con suma claridad: "El ser imputado es una situación
procesal de una persona, que le otorga una serie de facultades y derechos y que, de
modo alguno, puede ser automáticamente equivalente a ser el autor de un cierto
delito puesto que una persona absolutamente inocente puede ser imputada, no se
puede "hacer de todo imputado un culpable, porque para decidir eso existen el
proceso y el juicio"(9)
6.1.4. El concepto de imputado en el Código de Procedimientos Penales de la
Provincia de Buenos Aires
De acuerdo con el art. 60 de ese ordenamiento "...se considerará imputado a toda
persona que en cualquier acto o procedimiento se lo indique o detenga como autor o
partícipe de la comisión de un delito...".
Evidentemente el texto legal es restrictivo, como señalan, con razón, Héctor
Granillo Fernández y Gustavo Herbel. No es feliz la descripción cuando se limita a la
persona que ha sido detenida, porque obviamente se le restringe la libertad a quien
resulta sospechoso como autor o partícipe del hecho delictivo, pero, además, dentro
el concepto de imputado debería comprender otras situaciones procesales que
implican también la indicación de autoría y participación(10).
6.1.5. Corresponde mantener el criterio amplio: no se puede restringir la
6.1.5. Corresponde mantener el criterio amplio: no se puede restringir la
condición de imputado
Aunque el art. 63 haya sido redactado de un modo que torna indispensable
entender que es preciso la atribución de autoría o participación para poder asumir el
rol de imputado, con todos los derechos inherentes; pese a que el art. 72 del Cód.
Procesal Penal anterior mencionaba a la persona meramente indicada y el actual no;
me inclino igual por la tesis amplia. Reconozco que, si en los años de vigencia de la
ley 23.984 hubo que luchar muchas veces contra el apego a la necesariedad de una
decisión jurisdiccional, es posible que ahora la litigiosidad sobre el particular crezca,
porque algunos fiscales y jueces se resistirán a la presentación judicial como
imputado —y a la designación de defensor de aquel que sólo pueda invocar que ha
sido simplemente mencionado o indicado como posible autor.
A mi juicio, resulta fundamental que se admita con amplitud de criterio que quien
pretende ejercer sus derechos es imputado sin que sean necesarios mayores
recaudos; o sea, sin retaceos derivados de una tesis restrictiva de este carácter (ver
lo dicho ut supra). O sea, que el simplemente indicado como posible autor puede
asumir el rol y defenderse por letrado(11).
Se pueden dar situaciones muy particulares en las que únicamente quien se
considere imputado puede presentarse mucho antes de que lo convoque la justicia.
Por ejemplo, en una investigación cualquiera se busca a alguien que ha sido descripto
como posible autor por la víctima o testigos, proporcionando información detallada de
sus características morfológicas o datos sobre el lugar donde trabaja o el cargo y
jerarquía que tiene en determinada oficina de la Administración Pública. Ante la
divulgación de la noticia, quien cree que razonablemente se está aludiendo a él puede
presentarse espontáneamente, invocar su condición de imputado y suministrar el
descargo que enerve la sospecha en su contra o, excepcionalmente, reconocer que
efectivamente él es la persona a la que se está buscando.
Claro está que me queda una preocupación. Pienso que la admisión del carácter de
imputado no debe ser irrestricta, absoluta y concedida a cualquiera, porque es preciso
evitar el ingreso al sumario sin una razón cierta y valedera, admitiendo que procure
protagonismo y participación alguien a quien que no le corresponde. Si bastara con la
mera invocación del carácter de imputado, la excusa tornaría posible que el autor del
delito comisionara a otro para que —asistido incluso por un abogado tome su lugar,
eximiéndolo de los riesgos procesales, para informarle, paso a paso, el desarrollo de
la investigación, pudiendo incluso distorsionar intencionalmente su desarrollo.
6.1.6. Situaciones en las que sin duda alguna hay imputado
Es obvio que son imputados los destinatarios de una medida de coerción (art. 177)
y los aprehendidos sin orden judicial (art. 183), particularmente en caso de flagrancia
(art. 184).
También quienes hayan sido objeto de diligencias de averiguación llevadas a cabo
por las fuerzas de seguridad en las que se trate de establecer su posible autoría o
participación delictiva (art. 90, incs. g] y h]). Asimismo, todos aquellos que resulten
involucrados en el legajo de investigación preparado por el representante del
Ministerio Público (art. 197), aunque no haya existido todavía una comunicación
formal de imputación.
6.1.7. Por regla, sólo son imputables las personas físicas
Así lo explica bien Clariá Olmedo. Cuando se atribuye una actividad delictiva sólo
puede dirigirse la imputación contra los directores o integrantes de la sociedad
anónima o de la entidad civil de que se trate(12).
6.2. LOS DERECHOS DEL IMPUTADO PREVISTOS ENTRE LOS PRINCIPIOS Y GARANTÍAS PROCESALES
EN EL TÍTULO PRIMERO DEL LIBRO PRIMERO
Algunos de estos derechos ya han sido consagrados antes en la Constitución
Nacional y casi todos se explicitan luego en el art. 64 y en otras disposiciones de este
Código. Se trata de cuestiones fundamentales, ampliamente reconocidas:
6.2.1. Juicio previo (art. 1º)
Contiene la reafirmación de la primera parte del art. 18 de la Constitución Nacional.
Se agrega además que el juicio debe respetar los derechos y garantías establecidos
en la Constitución Nacional, tratados [se alude a ellos como "instrumentos"]
internacionales de derechos humanos y las normas de este Código(13).
6.2.2. Principios del proceso acusatorio (art. 2º)
Es importante señalar que, entre otras características, se prescribe observar en el
proceso "los principios de igualdad entre las partes", "inmediación" y "publicidad" de
todas las audiencias, salvo las excepciones especialmente previstas.
6.2.3. Principio de inocencia (art. 3º)
Reafirma esta garantía tradicional con recomendaciones sobre la inadmisibilidad de
presentarlo como culpable y de que los registros judiciales y comunicaciones
contengan "inscripciones estigmatizantes o que desvirtúen el estado jurídico de
inocencia".
Enseña Alfredo Vélez Mariconde que "Simplemente, el imputado es inocente hasta
que sea declarado culpable por sentencia firme"(14).
6.2.4. Derecho a no autoincriminarse (art. 4º)
También surge del art. 18 de la Constitución Nacional; y aquí es reafirmado en el
inc. c) del art. 64. Puede callar, porque le asiste "El derecho a guardar silencio"; y,
consecuentemente, a "no confesarse culpable"(15). Tampoco "tiene el deber de
declarar la verdad... tiene el señorío o poder de decisión sobre su propia declaración"
(16).
Sobre el particular, Luis Jorge Cevasco expone un pensamiento crítico, porque, si
bien reconoce "que nuestra tradición jurídica admite que esta garantía incluye el
derecho a no decir la verdad", entiende que "perfectamente podría restringirse el
derecho a mentir"(17). Igualmente, contrario a la lisa y llana aceptación de la mentira
de los imputados y a la tesis de que no corresponde atribuirle consecuencia negativa
alguna, se enrola el juez Javier Anzoátegui, quien considera que la mendacidad no
está amparada por el art. 18 de la Constitución Nacional y que, establecida que sea,
debe computarse como indicio de culpabilidad(18).
El ministro de la CSJN, Dr. Carlos Santiago Fayt, objeta y recrimina el desapego a
la verdad de las partes, en un voto que tuvo amplia difusión y que no he tenido tiempo
material para encontrar y citar como corresponde.
En mi opinión, cuando una persona enjuiciada afronta cargos por la comisión de
delitos, debería optar entre callar o decir lo que sabe —fundamentalmente cuando lo
que habla no lo compromete—, pero de lo contrario le conviene más abstenerse de
mentir, aunque esa falsedad no sea punible en sí misma. Las mentiras "tienen patas
cortas" y soy de la idea que, cuando caen, arrastran incluso buena parte de lo
alegado que sea cierto, o quizá absolutamente todo.
6.2.5. Persecución única (art. 5º)
Recoge la consabida inadmisibilidad conocida como non bis in idem, mencionada
también como ne bis in idem. Garantía al justiciable que proviene históricamente del
derecho de los Estados Unidos (double jeopardy)(19); es una garantía constitucional
propia de los Estados de derecho(20).
6.2.6. Defensa (art. 6º)
Tiene su apoyatura en el art. 18 de la Constitución Nacional y los tratados
internacionales de raigambre constitucional: la Convención Americana de Derechos
Humanos (art. 8º, párr. 2º, inc. d]) y Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos (art. 14, párr. 3º, inc. d]).
El art. 8º de la Convención Americana sobre Derechos Humanos garantiza la
defensa material formal del imputado; y el tribunal está obligado a nombrarlo, siempre
que tenga las capacidades requeridas, tanto genéricas (matriculado) y específicas (no
encontrarse impedido por causales inhabilitantes)(21). Por otra parte, la defensa
técnica es irrenunciable, lo que constituye un imperativo para los órganos del
Estado(22).
El derecho a la defensa ha sido desarrollando incluyendo varias facultades para el
imputado:
a) derecho a defenderse por sí, ratificado, pero condicionado en el art. 74, al exigir
que "ello no perjudicare la eficacia de la defensa y no obstare a la normal
sustanciación del proceso". La defensa propia es una variante excepcional, pero,
como bien señala Carlos M. de Elía, "en la mayoría de los casos el imputado debe
recurrir a los conocimientos de un técnico para encarar los avatares propios del
proceso penal"(25).
b) derecho a elegir un defensor de su confianza u optar por un defensor oficial; lo
que se reitera y amplía en el inc. d) del art. 64. Como señala acertadamente Vázquez
Rossi, "a medida que avanza la configuración crecientemente técnica del proceso,
cada vez es mayor la importancia y participación del defensor y menor la del propio
imputado"(26).
c) primacía de su voluntad sobre la de su defensor, que se reitera en el art. 74,
cuarto párrafo (ver 6.4.6 y 6.8.11). Se precisa mejor en el art. 6º, al señalar que la
voluntad del imputado debe ser "expresada clara y libremente". Guarda relación con
lo señalado en el art. 74: "la actuación de un defensor técnico no inhibe el derecho del
imputado a formular planteamientos y alegaciones por sí mismo" (ver 6.3.8.5). Sobre
el particular, ver lo que enseña José Cafferata Nores en Introducción al derecho
procesal penal(27).
Al tratar la impugnación de las decisiones, se prescribe que "El defensor no podrá
desistir de los recursos interpuestos sin mandato expreso de su representado,
posterior a su interposición" (art. 302, segundo párrafo), lo que puede originar
complicaciones, si se exige la firma del imputado en el escrito de desistimiento,
habida cuenta de que puede tornar imposible un acuerdo beneficioso para él.
Pero la situación más compleja se presenta cuando es el imputado el que quiere
consentir y su defensor apeló la sentencia condenatoria, lo que ha sido tratado en
fallos plenarios de la CCiv. y Com. que se pronunciaron por la primacía de la voluntad
del condenado, y otro tanto la CSJN; pero, con la condición de la notificación del
pronunciamiento se haya efectuado en presencia del defensor (ver 6.8.11).
6.2.7. Juez natural (art. 7º)
6.2.7. Juez natural (art. 7º)
Una vez más, lo encontramos antes en el art. 18 de la Constitución Nacional.
6.2.8. Imparcialidad e independencia (art. 8º)
Si bien siempre se ha considerado inadmisible la parcialidad de los integrantes del
Poder Judicial, no está mal que se lo destaque aquí, entre los principios y garantías
fundamentales, porque para cualquier imputado —y también para las víctimas de los
delitos— no es admisible que intervengan jueces amigos o jueces enemigos.
Sin embargo, creo que quienes legislaron sobre el particular se han quedado
cortos, porque igual garantía de imparcialidad e independencia debe exigirse a los
fiscales, máxime en un sistema procesal acusatorio y en que desde la reforma de
1994, según el art. 120 de la Constitución Nacional, "El Ministerio Público es un
órgano independiente con autonomía funcional y autarquía financiera" y cuyos
miembros "gozan de inmunidades funcionales e intangibilidad de remuneraciones".
6.2.9. Separación de funciones (art. 9º)
Señala claramente la inadmisibilidad de actos jurisdiccionales para el Ministerio
Público y los de investigación para los jueces. Nuevamente aquí se advierte que
están previstas las consecuencias negativas que tendrán los primeros si incurren en
mal desempeño, pero se omite toda consideración similar respecto de los fiscales.
Obviamente que el cumplimiento a rajatabla de esta garantía favorece a los
imputados, porque la extralimitación de funciones no encuentra remedio fácil cuando
se mezclan las facultades. Entonces, quien debe garantizar interviene activamente en
la investigación y el representante del Ministerio Público hace la vista gorda o tira para
el mismo lado que juez en vez de exigir su imparcialidad y el respeto de las reglas de
orden público.
6.2.10. Apreciación de la prueba (art. 10)
Se mantiene el sistema de valoración de los jueces por libres convicciones —que
ya está en práctica desde la aplicación de la ley 23.984(28)—, pero hay aquí mayor
precisión conceptual, al indicar que se deben observar "las reglas de la lógica, los
conocimientos científicos y las máximas de la experiencia". Sin embargo, se vuelve a
omitir toda referencia a la aplicación de las mismas reglas para el Ministerio Público.
6.2.11. In dubio pro imputado (art. 11)
Se reitera el antiguo in dubio pro reo con una denominación más acorde con la
inadmisibilidad de estigmatizar a la persona enjuiciada, máxime que si efectivamente
impera la duda no habrá condenados; y entonces no será correcto sostener que el
"reo" fue favorecido por imperio de la duda.
6.2.12. Derechos de la víctima (art. 12)
Entre los derechos y garantías que enuncia, interesan especialmente la facultad
que se les otorga de "participar en el proceso penal en forma autónoma" y la
obligatoriedad del Estado de recibir sus denuncias o reclamos, poniendo en
funcionamiento todos los mecanismos legales.
Todo es importante, pero desde el punto de vista particular del imputado, lo más
trascendente es que aunque el Ministerio Público se desinterese el proceso penal
puede seguir adelante por el solo impulso de la víctima del delito.
6.2.13. Protección de la intimidad y privacidad (art. 13)
En buena medida se abreva de nuevo en el art. 18 de la Constitución Nacional. Las
garantías anunciadas aquí aparecen ratificadas y desarrolladas en otras disposiciones
del mismo Código.
6.2.14. Regla de interpretación (art. 14)
Reitera principios que ya están en vigencia, relativos a no usar interpretaciones
restrictivas que coarten la libertad personal o limiten un derecho: y también la
inadmisibilidad de la interpretación extensiva y la analogía. Todos estos límites,
claramente establecidos, se reflejan después al abordar distintos tópicos del CPPN.
6.2.15. Condiciones carcelarias (art. 15)
Se corresponde con la última parte del art. 18 de la Constitución Nacional.
Contiene, como en nuestra Ley Fundamental, garantías para imputados y para
condenados: alojamiento en lugares habilitados y, cuando menos, mínimas
condiciones de salubridad; no empeorando las condiciones de encerramiento a
detenidos y presos.
6.2.16. Restricción de derechos fundamentales (art. 16)
Tiende a mantener su plena vigencia, tornando posible su restricción sólo "de
conformidad con los principios de idoneidad, razonabilidad, proporcionalidad y
necesariedad". A mi juicio, nunca habrá extralimitaciones si se actúa o decide con
razonabilidad, criterio que es suficiente y comprende a todos los otros.
6.2.17. Restricción a la libertad (art. 17)
6.2.17. Restricción a la libertad (art. 17)
Privilegia a la libertad, indicando, como únicas excepciones, "el real peligro de fuga
u obstaculización de la investigación". La restante advertencia trata una obviedad: la
imposibilidad de encarcelar sin elementos de prueba suficientes para imputar delito
reprimido con pena privativa de la libertad.
Para advertirlo, basta con mirar sólo un poco más arriba: la exigencia de
razonabilidad. Pero alguna vez nos enseñó el maestro Jiménez de Asúa que estos
aparentes apresuramientos o advertencias innecesarias del legislador son útiles para
que, aun sin mucho conocimiento jurídico, nadie se equivoque. Y en la defensa de un
imputado sometido a una evidente injusticia, nunca está mal poder invocar una regla
básica de procedimiento.
6.2.18. Justicia en un plazo razonable (art. 18)
Se enfatiza el "derecho a una decisión judicial definitiva en tiempo razonable",
previniendo que el retardo o las dilaciones indebidas reiteradas "constituirán falta
grave y causal de mal desempeño de los magistrados". Advierto, una vez más, que
nada se dice en esta parte fundamental del Código sobre la incidencia generada por
el mal desempeño de los representantes del Ministerio Público.
6.2.19. Sentencia (art. 19)
Las afirmaciones que aparecen aquí no llaman la atención, porque se reiteran
garantías que se han venido aplicando: sentencia definitiva, inadmisibilidad de la
abstención por oscuridad o ambigüedad de la ley, no retardar indebidamente las
decisiones [ya está en el art. 18] y no "utilizar los fundamentos de las decisiones para
realizar declaraciones o afirmaciones que no incidan en las decisiones". Esto último
implica atenerse al objeto procesal(29)y a la cuestión controversial que sea preciso
tratar, sin incurrir en divagaciones.
6.2.20. Motivación (art. 20)
6.2.20. Motivación (art. 20)
La necesariedad de explicitar los fundamentos de hecho y de derecho, casi en su
totalidad, aparece prescripta en el art. 10, donde se aclara bien cuál es la base en que
se deben apoyar las libres convicciones.
6.2.21. Derecho a recurrir (art. 21)
La aptitud del imputado para apelar la sanción penal que se le haya impuesto ante
otro juez o tribunal con facultades amplias, explicita la garantía del doble conforme y
deja bien en claro que los llamados a revisar la condena no tienen límite alguno para
ello.
La garantía está prevista en el art. 8º, párr. 2º, h), de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos y en el art. 14, apart. 5º, del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, que tienen jerarquía constitucional (art. 75, inc. 22, CN).
Sobre esta garantía resultan liminares los fallos de la CSJN en los casos "Giroldi"
—sobre la inexistencia de límite temporal de la pena que impida la doble instancia
—(30)y "Casal"(31)—sobre la revisión amplia de la sentencia condenatoria—, que
tienden a resguardar el derecho real de defensa en juicio y enervar definitivamente
todo exceso ritual manifiesto.
Sobre el derecho a recurrir se vuelve en "Control de las decisiones judiciales", arts.
297 a 304. Y sobre la primacía de la voluntad del condenado, siempre que tenga
realmente una defensa técnica hay precedentes de la CCiv. y Com. y la CSJN (ver
6.8.11).
Mariano Cúneo Libarona nos dice bien que "El derecho a recurrir ante un Tribunal
Superior se ha convertido en una pieza fundamental del debido proceso penal"(32).
6.2.22. Solución de conflictos (art. 22)
Se deja de lado la condena como mera e ineludible retribución punitiva para el
imputado, y se tiende "a las soluciones que mejor se adecuen al restablecimiento de
la armonía entre sus protagonistas y a la paz social". Por eso, para gusto de algunos
y disgusto de otros, muchos casos se resolverán sin imposición de una sanción penal
por varios mecanismos de justicia alternativos, que más adelante se explicitan.
6.2.23. Participación ciudadana (art. 23)
Se relaciona con la puesta en vigencia del juicio por jurados previsto en los arts. 24,
75 —inc. 12— y 118 de la Constitución Nacional, enjuiciamiento con la participación
de ciudadanos que no está en vigencia todavía. La mención de ciudadanos deja de
lado la posible incorporación de los habitantes que no sean nacionales de nuestro
país(33).
6.2.24. Diversidad cultural (art. 22)
Resuelve un problema muy serio, porque hay hechos en los que resultan imputados
"los miembros de un pueblo originario" que no tienen la menor noticia de la punibilidad
de su comportamiento.
Por lo que muchas veces es una afirmación meramente dogmática sostener, para
castigarlos, que el derecho se reputa conocido por todos, ya que estos "transgresores
de las leyes penales" —que reprimen incluso hasta la falta de empadronamiento—
nunca consideran que algunas de sus conductas están prohibidas en nuestra
legislación nacional. Por eso, aquí se advierte a las fuerzas de seguridad, los
representantes del Ministerio Público y jueces que "se deberán tener en cuenta sus
costumbres en la materia".
6.3. OTROS DERECHOS DEL IMPUTADO EN EL ART. 64 DEL CPPN
Aparecen descriptos en los once incisos del art. 64, desde la letra a) hasta la letra
k). Muchos de ellos guardan relación con los que tratamos antes (ver 6.2.1 a 6.2.24) y
los que vamos encontrar todavía más adelante.
6.3.1. Derecho a ser informado de las razones de su aprehensión o detención y
de ser conducido sin demora ante un juez (inc. a])
En la actualidad también se lleva a cabo una diligencia de estas características: 1)
hacer saber al imputado las razones de su privación de libertad; 2) la autoridad que la
ordenó; 3) entregarle copia de la orden respectiva; 4) a dónde será conducido para
que se decida sobre su situación procesal.
Como contrapartida de este derecho del imputado, entre las obligaciones a cargo
de las fuerzas de seguridad se precisa que, cuando éstas proceden al arresto,
detención o incomunicación de personas, tienen el deber de "informarles sus
derechos en forma inmediata y comprensible" (art. 90, inc. k]). Y del mismo art. 64,
inc. a), surge que, si hubiere copia de la orden de detención, la autoridad que lleva a
cabo la diligencia tiene que entregársela al imputado.
En cuanto al traslado, se zanja toda posibilidad de dilación innecesaria entre el
momento de la detención y el trámite posterior, disponiéndose que el imputado "debe
ser conducido ante el juez sin demora" (inc. a], última parte).
6.3.2. Derecho a que se le comunique la privación de libertad a un pariente o a
cualquier otro destinatario que el imputado indique (inc. b])
Aunque es de práctica permitirle al detenido que le avise a alguien, o que la
autoridad lo haga a su pedido, dejando constancia escrita, la cuestión ha sido
incorporada al Código con mucho mayor detalle, porque ahora el que resulta privado
de libertad puede elegir a alguien de su familia y, además, en la nómina figura
también la "persona de su confianza", que puede ser un amigo o un abogado; o
alguien de una asociación o "entidad".
Advierto que, del modo minucioso que se prescribe, el derecho del detenido es muy
amplio; éste puede hacer que le informen lo que le está pasando a cualquiera, incluso
al periodismo. No hay censura alguna posible. Pero también observo que el detenido
debe optar por un determinado destinatario del aviso, y no varios. Lo que no tornaría
ilegal, sin embargo, que en definitiva la comunicación la reciba más de uno.
Cuando se trate de extranjeros, será el detenido el que deberá decidir si se llama al
representante diplomático del Estado de su nacionalidad; y, en caso afirmativo, si
quiere tener una entrevista con alguien de la embajada o consulado que
correspondiere. Porque, quizá, él prefiera que no se enteren de su situación, ya que la
información a los connacionales de pronto puede "revolver el avispero", sacando a la
luz una cuenta judicial pendiente en su país de origen.
Pero lo cierto es que nada queda para sobreentender. Está muy claro que el acta
que labre la autoridad deberá contener todos los datos proporcionados por el
imputado y cualquier otro que se haya podido reunir para concretar el aviso y, quizá,
en acta posterior, el resultado obtenido; todo ello con transcripción de números
telefónicos, nombres completos y domicilios. Si fuera necesaria la retrasmisión de la
diligencia, constará además la individualización de la dependencia que recibió el
cometido, el funcionario interviniente y su resultado.
6.3.3. Derecho a callar (inc. c])
Es el punto de partida del derecho a no autoincriminarse previsto en el art. 4º (ver
6.2.4). Lo tratamos también a continuación.
6.3.3.1. Disposiciones legales y alcance de la negativa
El derecho de negarse a declarar está amparado por la Constitución Nacional, en
cuyo art. 18 se establece "que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo".
Y lo recoge este Cód. Procesal Penal de la Nación en su art. 4º: "Derecho a no
autoincriminarse" (ver 6.2.4). Obviamente, que por lógica consecuencia es
inadmisible valorar en sentido adverso dicha negativa: nunca podrá ser tomada como
admisión de autoría en los hechos objeto de investigación ni como indicio de
culpabilidad.
Aunque aquí se la relaciona con no hablar sobre lo que sucedió, qué hizo,
comprende además el no proporcionar datos sobre su identidad real o no indicar
ninguna, por lo que, salvo que la autoridad la establezca por huellas dactiloscópicas o
cualquier otro sistema de averiguación, será simplemente un "NN".
Se reitera el derecho del imputado a negarse a declarar cuando se trata el
desarrollo de su declaración (art. 70). Allí, se enumeran las posibilidades de las que
dispone: 1. derecho a declarar; 2. derecho a abstenerse total o parcialmente. Estas
variantes se entienden bien, porque una cosa es dar una versión defensiva, en vez de
no abrir la boca en momento alguno, y otra más compleja responder a las preguntas
que se le formulen, habida cuenta que del art. 69, tercer párrafo, se desprende la
facultad judicial de interrogar; y también de acuerdo con el art. 261 (último párrafo),
durante la audiencia del debate "las partes podrán formularle preguntas o requerirle
aclaraciones".
Una cuestión de sumo interés es la relativa al imputado que no hace uso del
derecho de negarse a declarar, pero miente al efectuar su descargo(34), con
consecuencias que pueden ser todavía más negativas que las producidas cuando
decide guardar silencio. Esto último lo desarrollo seguidamente en 6.3.3.2 y 6.3.3.3.
6.3.3.2. Consecuencias no queridas de la negativa a declarar
Aunque la garantía de negarse a declarar es inmemorial y aparece por todas partes
en nuestra legislación, los que leemos dictámenes y resoluciones emanadas de
jueces y tribunales, estamos acostumbrados a encontrar disquisiciones con sentido
negativo, tales como "informado el imputado de los hechos no aportó prueba o
explicación alguna, amparándose en la negativa a declarar" o "se le dio la oportunidad
de enervar los cargos, pero no colaboró brindando una explicación".
Se trata de argumentos que lisa y llanamente ni siquiera se pueden esgrimir, sea
con picardía o con falsa inocencia; y a veces no quedan por escrito, pero tienen
directa relación con la declaración de culpabilidad. Parecen olvidar que defenderse es
un derecho, pero nunca una obligación válidamente determinante de la condena del
que la rehúsa.
6.3.3.3. Uso prudente de la negativa a declarar
6.3.3.3. Uso prudente de la negativa a declarar
Claro está que abogados noveles —y otros que no lo son tanto— y muchos
defensores oficiales atribuyen a esta facultad de negarse a declarar el valor de una
panacea, cuando no lo es; al menos no siempre lo es; ¡no nos equivoquemos!
Guardar silencio es legal —y más sencillo para el que no tiene nada bueno que decir
—, pero si el imputado está en condiciones de hablar, si puede defenderse, es mejor
que lo haga, porque al menos acelerará el descubrimiento de la verdad y quienes lo
juzguen encontrarán más fácilmente los elementos de juicio o las pruebas
coadyuvantes que el imputado les proporcione para que se decida su desvinculación.
Es que, insisto, por lo común el silencio no se menciona como un demérito, pero, con
frecuencia, con esta postura procesal se llega a la declaración judicial de culpabilidad.
¡Cuántas veces hemos tenido noticia de procesos en los que personas inocentes,
que hicieron lo que debían hacer, que no incurrieron en conducta delictiva, se negaron
a declarar, antes, durante y después (alentados o con el beneplácito de sus
abogados, que así perdieron menos tiempo en las audiencias), dejando entonces en
pie imputaciones falsas y testimonios cargosos, fruto de la mala fe de ciertas víctimas
y de algunos testigos, o de errores de criterio! Y así, el silencio, sostenido desde la
etapa inicial hasta la conclusión del debate, muchas veces termina mal; y habría sido
mejor explicar cuándo, cómo y por qué se obró o se dejó de hacer, dando, asimismo,
las explicaciones coadyuvantes sobre la corrección del comportamiento observado o
la imposibilidad de llevar a cabo una conducta distinta.
Y la incongruencia mayor se ha dado en casos todavía más sorprendentes, cuando
el imputado brindó buenas explicaciones en la etapa sumarial o contestó una
demanda civil contemporánea por daños y perjuicios —exponiendo sobre los mismos
hechos—, pero, luego, asesorado por abogados noveles o mal informados, aceptó su
consejo profesional sin sentido ("negate a declarar") y afrontó entonces, en silencio, el
juicio oral. Dejó pasar de ese modo la mejor oportunidad para brindar la versión real y
coherente de lo sucedido, omitiendo suministrar datos o indicar pruebas de descargo
fundamentales. Se abstuvo así dar explicaciones —lo que habría estado favorecido
por la inmediación de los jueces—, cuando nada tenía para esconder o soslayar;
resultando vencido a la postre por requerimientos acusatorios del Ministerio Público y
del particular damnificado, sin barrera alguna de contención que equilibrara la balanza
e impidiera un pronunciamiento condenatorio, cuando lo justo hubiera sido la
absolución.
6.3.4. Derecho a la asistencia letrada (inc. d])
6.3.4.1. Claramente admitido
Si bien se trata de un derecho que ya había alcanzado un amplio desarrollo en
nuestra legislación, en este Código es objeto de un tratamiento más minucioso,
porque, no sólo se le da al imputado la posibilidad de elegir un abogado, sino de
mantenerlo mientras le inspire confianza. Aparece ante todo entre los principios y
garantías procesales en el art. 6º (ver 6.2.6) y lo está ratificando el texto del art. 74. El
mandato del defensor subsistirá mientras no fuere revocado.
Cabe señalar que "la defensa técnica es un derecho propio e intransferible del
imputado, que puede concebirse como emanación del derecho material de defensa"
(35). Por eso, la propuesta de defensor que haga cualquier persona de la confianza
del imputado (prevista en el art. 74, segundo párrafo) requiere ineludiblemente la
aquiescencia de éste, que es quien en definitiva el que lo puede nombrar.
El imputado puede designar defensor desde el inicio ("la primera actuación del
procedimiento") hasta el final ("completa ejecución de la sentencia que se dictare"); y
no hay limitación en el número de los abogados, a diferencia de lo que ocurre en el
Cód. Procesal Penal anterior (art. 105) que impide tener simultáneamente a más de
dos.
Y de nuevo encontramos reiterado el derecho a designar defensor al tratar la
investigación previa a su formalización, a partir del momento en que "el posible autor
del delito estuviere individualizado" (art. 220, párrafo segundo).
6.3.4.2. Defensa propia
Este derecho aparece entre los principios y garantías procesales (art. 6º), pero,
como señalamos allí (ver 6.2.6), está condicionado luego en el art. 74 a que "ello no
perjudicare la eficacia de la defensa y no obstare a la normal sustanciación del
proceso", porque, de lo contrario, el juez designará a un defensor público.
Esa posibilidad de defenderse a sí mismo debe ser analizada en el caso concreto,
porque, si aparejara un perjuicio a su defensa o entorpeciera el desarrollo del juicio, el
pedido puede ser denegado mediante auto fundado(36); y también puede suceder
que, sobre la marcha, advertidos los problemas que genera la autodefensa, se
revoque su admisión. Mientras el juez no la acepte, debe designar al defensor oficial
en turno(37); y si su decisión final fuere negativa, el imputado puede nombrar a un
defensor de su confianza, sin perjuicio de apelar, insistiendo en su aptitud procesal.
En un caso concreto, se ha dispuesto la nulidad del decreto de elevación a juicio
debido a que el juez de instrucción desoyó el alegato de la imputada, que pedía
asumir personalmente su defensa porque carecía de comunicación con la defensora
oficial y solicitaba además su sobreseimiento sobre la base de las pruebas cuya
realización postuló(38).
6.3.4.3. Designación del defensor por terceros
Cuando el imputado está detenido se le asigna posible papel protagónico a una
persona de su confianza —amigo o pariente—, que puede proponer a un determinado
letrado defensor. Pero la última palabra la tiene finalmente el imputado.
6.3.4.4. El imputado "designa" defensores
Sobre la designación de defensores debo hacer dos comentarios muy importantes.
En primer lugar, que, tanto antes como ahora, con este nuevo ordenamiento el que
"designa" es el imputado; "no propone", nombra defensores.
Se trata de una cuestión en la que por lo común se tropieza con trámites
burocráticos, porque en los tribunales hay cierta resistencia a entenderlo
correctamente, sobre todo cuando la comunicación del imputado se presenta por
escrito en la dependencia judicial correspondiente y, pese a que es refrendada
también por el letrado escogido —o al menos uno de ellos—, la respuesta en la mesa
de entradas o en boca del sumariante es "pasa a despacho la propuesta y espere
cédula de notificación"; convocatoria que se puede concretar en días posteriores; y
muchas veces no se sabe de antemano cuánto tiempo después, sin que mientras
tanto el profesional dispuesto a cumplir su cometido tenga acceso al legajo y, con
frecuencia, ni siquiera consigue tomar conocimiento de su contenido, saber cuál es el
hecho investigado; y todas las demás circunstancias imprescindibles para "estar en
autos", tener una idea del objeto del sumario, cuestión que interesa develar con
premura, tanto al defendido como a sus defensores.
6.3.4.5. Intervención inmediata del abogado designado
Ello, se corresponde con lo establecido en el art. 103 del Reglamento para la
justicia criminal.
El único recaudo previo, ineludible, que no debe demorar el trámite de acceso al
expediente —salvo la situación prevista en los arts. 220, última parte, y 228— es la
verificación de que el abogado se encuentra matriculado, lo que se corrobora con los
datos de tomo y folio, que normalmente están en su sello y en la credencial expedida
por el Colegio de Abogados. Y si hay duda sobre la vigencia de la habilitación, la
consulta telefónica permitirá aclararla; pero, en última instancia, tiene que primar el
acceso inmediato y no la restricción momentánea, ya que, si por cualquier razón el
letrado estuviera suspendido o inhabilitado, se expondrá a sanciones penales o
disciplinarias, mera posibilidad que es insuficiente como excusa para impedir el
inmediato reconocimiento del rol que tiene asignado en nuestra legislación.
El letrado deberá completar enseguida la toma de los datos necesarios para su
aceptación del cargo, sin solución de continuidad, pero ni siquiera este recaudo previo
resulta imprescindible. La idea de la inmediatez de la asunción la refuerza lo
prescripto en el art. 75: "El nombramiento del defensor no estará sujeto a ninguna
formalidad"; por lo que el referido trámite de aceptación del cargo puede quedar
diferido, lo que ocurrirá, por ejemplo, cuando el abogado entra en escena durante un
acto procesal cualquiera; y recién después se cumple el rito, llenando los claros en un
papel con el sello previamente estampado o un formulario preimpreso.
La perentoriedad con la que se debe admitir la intervención del abogado que
ejercerá el patrocinio letrado queda confirmada en el mismo art. 75, cuarto párrafo,
donde claramente se establece que "Para el ejercicio de sus funciones, los
defensores serán admitidos de inmediato y sin ningún trámite, por la policía o fuerza
de seguridad interviniente, el representante del Ministerio Público Fiscal o el juez,
según el caso".
Ahora, invocando una norma tan clara y categórica, los abogados estamos en
condiciones de exigir que se dejen de lado dilaciones meramente burocráticas. Y esa
prontitud con la que debe ser admitida la intervención del defensor confirmará la plena
vigencia a la inviolabilidad del derecho de defensa previsto en el art. 4º de este
Código.
6.3.4.6. Posibilidad de nombrar más de dos defensores
Es otro tema importante, que corresponde puntualizar: ahora el imputado puede
nombrar un número ilimitado de defensores. Resulta un cambio encomiable, porque,
por diversas razones, en muchos estudios jurídicos se alternan varios abogados en la
atención de un mismo caso: la superposición de compromisos en diferentes oficinas
judiciales y hasta en distintas jurisdicciones; el tipo de acto procesal, de mayor o
menor trascendencia; la cuestión que puntualmente origina el patrocinio en un
momento dado (penal ordinario, contravencional, tributaria, provisional; la importancia
de la audiencia: indagatoria, testimonial, alegato oral; etc.), en tiempos en que cada
vez más la eficacia del desempeño profesional depende de la especialización y de la
distribución de tareas, para poder abarcar todos los compromisos que a diario se
presentan. Ello, sin perjuicio de los problemas que se suscitan por ausencias
temporarias, vacaciones, enfermedad.
En el Código Procesal Penal de la Nación anterior sólo era posible superar el
número de dos defensores mediante la designación de un sustituto, solución que no
ha funcionado casi nunca bien: la puesta en escena del abogado sustituto (art. 111).
Esta subrogancia requiere generalmente la acreditación del impedimento legítimo de
los dos únicos titulares habilitados y el previo consentimiento del imputado,
conformidad que, por lo general, no se admite aunque se lo explicite en el escrito
inicial de designación de abogados, exigiendo que sea prestado recién cuando surge
el problema. ¡Remedio kafkiano!
Dado que es posible designar más de dos defensores, ahora será frecuente que
durante el transcurso del proceso se sumen nuevos abogados para colaborar en la
asistencia técnica.
6.3.4.7. Defensor oficial
Por último, a falta de abogado particular, está prevista la actuación inmediata del
defensor público, que integra el Ministerio Público de la Defensa (ley 24.946), por
"imperio del principio de obligatoriedad de la defensa"(39).
Pero, a mi juicio, no alcanza con la cobertura meramente formal, que también está
prevista en el Código anterior (art. 107), porque no es suficiente con que alguien
"ponga el gancho", se notifique de la responsabilidad que asume, si va a permitir
luego que el imputado afronte en soledad actos procesales de suma trascendencia. Y
tampoco es solución que el defensor oficial, atiborrado de trabajo —cada vez hay más
enjuiciados que aducen no tener dinero para contratar un abogado particular— o
enjuiciados que aducen no tener dinero para contratar un abogado particular— o
porque tiene una falsa idea de la trascendencia de su consejo, le diga a su
patrocinado "negate a declarar" (ver sobre el particular mi opinión en 6.3.3, al tratar
esa garantía de callar prevista en el inc. c]).
Cuando se analiza la actuación y responsabilidad de los defensores, preciso es
tener en cuenta la diferente naturaleza jurídica posible de su relación con los
imputados, porque el defensor particular actúa como consecuencia de un contrato de
arrendamiento de servicios —con todas las implicancias inherentes si incumple su
labor profesional— y el defensor oficial es un colaborador que desarrolla una función
pública(40), aunque igual puede ser responsabilizado si incurriere en incumplimiento
injustificado (art. 77, segunda parte).
6.3.4.8. Ineludible participación del defensor en todos los actos procesales
Preciso es señalar que el derecho a la asistencia letrada no se limita a la
designación de defensores, sino que implica además la absoluta inadmisibilidad de
que los actos procesales en los que interviene o está presente el imputado se puedan
desarrollar sin la presencia de al menos uno de sus abogados. Esto surge de la
interpretación armónica que se desprende de los arts. 6º, 64 —incs. d), e) y h)—, 69
—párr. 3º—, 74 —párr. 4º—, 75 —párr. 5º—, 122, 171 —párr. 6º—, 178 —párr. 3º—,
190 —párr. 5º— y 251 —párrs. 1º y 2º— del Cód. Procesal Penal de la Nación.
6.3.4.9. Defensor común de varios imputados
La defensa de varios imputados podrá ser confiada a un defensor común siempre
que no exista incompatibilidad, o sea intereses contrapuestos o imputaciones
cruzadas. Si ésta fuere advertida, el tribunal debe hacerlo saber a los imputados y,
mientras ellos no la resuelvan, designará a un defensor oficial para superar el escollo
o, de ser preciso, dos defensores oficiales distintos(41).
La circunstancia de que no esté especialmente prevista la cuestión —como en el
art. 109 del Código anterior— debe ser suplida por reglas prácticas, porque de lo
contrario se podrá alegar válidamente violación de las reglas del debido proceso(42)y
de la defensa en juicio.
6.3.5. Derecho a las entrevistas previas con sus defensores (inc. e])
Esta posibilidad ya fue incluida en la versión anterior del Cód. Procesal Penal de la
Nación, aunque limitada a la declaración indagatoria (art. 197), pero ahora la
entrevista con el defensor se extiende "a cualquier acto que requiera su intervención".
Con lo que es posible plantear el derecho antes de reconocimientos en rueda, careos
o cuanta diligencia se lleve a cabo, sea cual fuere el motivo.
Para mayor claridad, se reitera ese derecho al tratar la incomunicación, aclarando
que la medida no afecta la comunicación del imputado con su defensor "antes de
comenzar cualquier declaración o de realizar cualquier acto que requiera su
intervención profesional" (art. 178, tercer párrafo).
6.3.5.1. Desarrollo de la entrevista
En la práctica no es parejo el tratamiento con el que se maneja la entrevista, porque
hay funcionarios que limitan en demasía el tiempo de conversación y se molestan
cuando ésta se extiende. También surgen problemas porque, si el imputado está
detenido, es preciso compatibilizar el derecho a la entrevista "en forma libre, privada y
confidencial" con las necesarias precauciones para evitar su fuga o cualquier acto
desesperado de resistencia a la autoridad, lo que implica la imprescindible cercanía
de uno o más custodios, que dificultan la realización de un diálogo totalmente
reservado.
6.3.5.2. Recaudos para que la entrevista tenga real eficacia
No he tenido conocimiento de que la situación se haya planteado, pero se me
ocurre que, cuando un imputado designa a varios defensores, la sola asistencia de
alguno de ellos no es suficiente para que siempre se tenga por cumplido el recaudo y
se deba llevar a cabo la entrevista. A mi juicio, hay que admitir una demora razonable
para que, a pedido del imputado o del defensor presente, concurra al recinto judicial
otro de los abogados, cuya presencia sea requerida en ese momento.
Desde que la ley permite la conversación previa, se está aceptando la posibilidad
de que los letrados debatan los pro y los contra del desarrollo de la indagatoria y la
mejor estrategia defensiva.
6.3.6. Derecho a declarar del imputado detenido (inc. f]) y derecho del imputado
para declarar cuantas veces quiera (inc. h])
6.3.6.1. Impedir demoras. Plazo máximo. Declarar como facultad
Se procura evitar que, luego de la aprehensión, se difiera el acto a la espera de
reunir, hasta que se reúnan más pruebas de cargo o se obtengan los resultados de
estudios periciales o de cualquier otra diligencia pendiente.
El plazo máximo previsto son "las setenta y dos (72) horas de efectivizada la
medida", esto es de producida la detención. Con lo que la incomunicación ordenada
por el juez o el fiscal (art. 178) no será un obstáculo para recibir la declaración del
imputado.
Se trata de una facultad: "si así lo deseare" (art. 64, inc. f]), por lo que es suficiente
con la mención expresa y escrita de ello en el acta de lectura de derechos.
El imputado le puede hacer saber su deseo de declarar a la autoridad policial que lo
detuvo, limitada a pedirle sus datos de identidad, lo que ésta "lo hará saber de
inmediato al representante del Ministerio Público Fiscal" (art. 72).
También podrá declarar cuantas veces lo considere oportuno en el curso de la
audiencia de debate (art. 262).
6.3.6.2. No es nuevo el derecho a declarar muchas veces. Pero sí que se le
6.3.6.2. No es nuevo el derecho a declarar muchas veces. Pero sí que se le
eliminen los condicionamientos
La posibilidad de que el imputado declare cuantas veces quiera (art. 64, inc. h]) ya
estaba prevista en el Código anterior (art. 303), aunque entonces expresamente se
condicionaba su recepción a la pertinencia de dicha declaración y que no apareciera
"sólo como un procedimiento dilatorio o perturbador".
La eliminación de estos reparos es correcta, porque nunca es posible de antemano
saber si el imputado va a repetir lo mismo o si, en cambio, aportará nuevos elementos
de juicio. Sobre la marcha, si se estuviera en presencia de una mera diatriba sin
sentido, se podrá suspender la audiencia; en esos casos, será muy útil registrar el
desarrollo del acto procesal mediante su grabación magnetofónica (art. 146).
6.3.6.3. Cómo se recibirán las declaraciones del imputado
Durante la investigación preparatoria el imputado podrá deponer oralmente o por
escrito, ante el representante del Ministerio Público o el juez interviniente. Siempre
será en presencia del defensor y, si es por escrito, éste deberá refrendar con su firma
la declaración (art. 69).
Sobre el registro de las declaraciones —incluida la del imputado— se reiteran los
procedimientos posibles en el art. 103.
6.3.6.4. Características de la declaración oral ante el Ministerio Público Fiscal
De acuerdo con lo establecido en el art. 69, tercer párrafo, los dichos del imputado
serán volcados en un acta "que reproducirá del modo más fiel posible todo lo que
suceda en el acto".
La redacción de esta norma, que recomienda la mayor fidelidad en el registro de las
declaraciones del imputado "con sus propias palabras" y de sus respuestas, es
claramente indicativa de que se admite la existencia de un interrogatorio, lo que
queda confirmado en seguida en el art. 70, relativo al desarrollo de la diligencia que,
en lo fundamental, es prácticamente el mismo del previsto para la indagatoria en los
arts. 294 y siguientes del Código anterior.
6.3.6.5. Variantes posibles para conservar el contenido de la declaración
Se podrá documentar del modo tradicional, mediante un acta, que le será leída al
imputado y firmada por todos los intervinientes (art. 69, cuarto párrafo); pero si el
imputado rehusare suscribirla, se le preguntará cuáles son los motivos y se dejará
constancia. Ésta es la correcta interpretación de lo prescripto en el quinto párrafo del
art. 69, cuya redacción es más escueta.
Pero se ha previsto también "otra forma de registro" (párr. 6º), que puede ser
magnetofónica o video filmación, correspondiendo al fiscal garantizar el resguardo, la
inalterabilidad del contenido y la futura individualización. Pese a que no surja del Cód.
Procesal Penal de la Nación, consideramos recomendable que, para asegurar estos
objetivos, el representante del Ministerio Público haga firmar la caja o el sobre cerrado
por el secretario de actuación y, de ser posible, por todos los demás intervinientes en
el acto.
Aunque los avances tecnológicos son constantes, lo que facilita la obtención de
copias de las pruebas, sea cual fuere el sistema empleado para guardar el registro de
cada acto procesal, creo que es prudente mantener una versión escrita, siempre más
accesible para el común de los abogados, que pueden gestionar la entrega de
fotocopias, escanear el material y hasta tomar fotografías con su celular. Para muchos
siempre será mejor y más rápido leer un expediente formado del modo tradicional.
Se ha previsto, finalmente, la intervención de traductor o de intérprete (párr. 7º),
designado por la parte interesada o a costa del Estado, con el propósito de que de un
modo u otro el imputado tome conocimiento real del desarrollo de la audiencia, lo que
es indispensable incluso para que pueda realmente ejercer su defensa.
6.3.7. Derecho a estar informado y ser escuchado respecto de los hechos que
se le imputan (inc. g])
6.3.7.1. Derecho a la información
Hay una diferencia sustancial a ser informado de las razones de su aprehensión o
detención (art. 64, inc. a]) y el derecho del imputado a ser informado respecto de los
hechos que se le imputan. Aquélla es simplemente una noticia escueta; "usted está
detenido por orden del Fiscal... o del Juez..."; y, a lo sumo, aunque la norma no lo
indica, "porque se le imputa el delito de... o en relación con la muerte de...". Ésta, en
cambio, debe ser mucho más completa, habida cuenta de que incluye la descripción
de los hechos en los que habría intervenido; así surge con claridad en el capítulo 2
del mismo título II —El imputado—, art. 70: "se le informará el hecho que se le
atribuye en forma clara, precisa y circunstanciada, el contenido de toda la prueba
existente, que se pondrá a su disposición junto con todas las actuaciones reunidas y
la descripción de la calificación jurídica provisional aplicable".
Detallar la prueba e invitar a examinar el legajo correspondiente son requisitos
básicos, porque sólo así el imputado estará en condiciones de decidir si quiere
negarse a declarar o, en cambio, rebatir los cargos.
El derecho a estar informado ya ha sido reconocido durante la vigencia del
ordenamiento procesal anterior(43).
Hay otras disposiciones concordantes sobre el particular. Una, relativa al derecho
de "pedir al fiscal información sobre los hechos que fueren objeto de investigación",
común al imputado y a la víctima antes de la formalización de la investigación
preparatoria (art. 223). Y también cuando ésta se concrete; allí, el Ministerio Público
Fiscal tendrá que solicitarle audiencia al juez para indicarle al imputado —ya
individualizado— "el hecho que se le atribuye, la fecha y lugar de su comisión, su
calificación jurídica y su grado de participación" (art. 224).
No se puede cerrar el tema sin señalar que la pormenorizada explicación, que
implica intimar al imputado, guarda similitud con lo prescripto en el art. 298 del Cód.
Procesal Penal de la Nación anterior. Pero no siempre se ha cumplido bien el
recaudo, porque es frecuente que las actas de declaración indagatoria contengan una
mera cita de pruebas y fojas, mezcladas en dulce montón, con mención por igual de
testimonios de cargo con otras piezas que no tiene ningún sentido incluir, porque
nada aportan. Claro está que para que se produzca un cambio no alcanza con
reformar el sistema procesal, ya que lo que se necesita es programar la redacción de
estos actos fundamentales con tiempo suficiente para que después el imputado tome
un conocimiento real de su situación y adopte entonces la decisión, inteligente y no
maquinal, de negarse a declarar o rebatir los cargos.
6.3.7.2. Derecho a réplica
Se trata de una facultad del imputado, si no ha optado por guardar silencio (de
acuerdo con el inc. c] de este art. 64, ratificado en el art. 70, primer párrafo). Por eso,
aparecen sin solución de continuidad los derechos de que "se le informe y escuche
sobre los hechos que se le imputan".
El derecho a hablar, a responder, se refuerza con el derecho del imputado de
declarar cuantas veces quiera (inc. h]), que trataremos a continuación
Pero, aunque resulte excepcional, no hay que descartar que la posibilidad de que el
imputado declare para reconocer lisa y llanamente el hecho que se le atribuye; que lo
admita sólo parcialmente; o que, aun admitiendo su participación, presente una
versión exculpante.
La admisión lisa y llana puede determinar al órgano jurisdiccional a prescindir de la
prueba ofrecida, declarando comprobado el hecho en el auto de apertura del juicio,
durante la audiencia prevista en el art. 246, provocando el acuerdo entre las partes
(art. 127, inc. e]).
6.3.8. Derecho a declarar cuantas veces quiera (inc. h])
6.3.8.1. Amplio reconocimiento
Se parte del derecho básico y fundamental de declarar dentro de las 72 horas de su
detención (inc. f]), llevado a su máxima expresión, otorgándole al imputado un número
ilimitado de audiencias para exponer; siempre con la presencia de su defensor (inc.
h]), cuya asistencia está plenamente garantizada (incs. d] y e]), a punto tal que, sin el
patrocinante presente o sin acta firmada por él, carecerán de valor sus dichos (art. 69,
tercer párrafo). Aunque esa nulidad nunca puede tener lugar si no surge de la
declaración en soledad algo que sea tomado como prueba de cargo.
6.3.8.2. Finalidad de la recepción de las declaraciones del imputado
En la parte introductoria del capítulo 2 sobre "Declaraciones del imputado", el art.
69 tiene un título y una prevención elocuentes: "Libertad de declarar. Las citaciones al
imputado no tendrán por finalidad obtener una declaración sobre el hecho que se le
imputa...". Debe interpretarse entonces que la declaración del imputado es ante todo
un medio de defensa.
Sin embargo, a partir del momento en que el imputado decide declarar, en vez de
pronunciarse por la negativa, nada impide que el acto pueda servir como prueba de
cargo al evaluar las manifestaciones libremente vertidas por el incuso.
Tan así es, que más adelante, al tratar lo relativo a la fidelidad en que se debe
redactar el acta con la declaración del imputado, se hace referencia a las respuestas
suyas (ver. 6.2.8.3).
6.3.8.3. Métodos vedados
Lo único que está prohibido hacer cuando el imputado decide declarar, es buscar, a
través de preguntas capciosas o mediante cualquier otro artilugio, que caiga en la
trampa para decir lo que no habría querido contar. Pero, si no hay trampa, la
autoincriminación es válida.
Respecto de lo que no se puede hacer cuando se le recibe declaración a un
imputado, es claro el art. 71: "En ningún caso se le exigirá al imputado juramento o
promesa de decir verdad, ni podrá ser sometido a ninguna clase de fuerza o coacción.
Se prohíbe toda medida que afecte la libertad de decisión, voluntad, memoria o
capacidad de comprensión del imputado".
El segundo párrafo del art. 71 prescribe que "No se permitirán las preguntas
sugestivas o capciosas [ver lo dicho ut supra] y las respuestas no serán exigidas
perentoriamente". La misma limitación hay que tenerla presente para los
requerimientos de las partes al imputado durante la audiencia del debate (art. 261,
última parte).
Por último, se ha previsto la suspensión del acto cuando se notaren signos de fatiga
o falta de serenidad en el imputado (art. 71, último párrafo).
6.3.9. Fidelidad con los dichos del imputado
Claramente se establece que el acta que se levante "reproducirá, del modo más fiel
posible, todo lo que suceda en el acto", dejando constancia de "las respuestas o
declaraciones del imputado con sus propias palabras", apego a lo realmente sucedido
que se refuerza con la posterior lectura de lo obrado (art. 69, cuarto párrafo).
6.3.9.1. Contrapartida: si el imputado declara puede ocurrir que se le formulen
preguntas
Esa posibilidad, por cierto lógica, surge claramente de la previsión relativa a la
reproducción textual en el acta de los dichos del imputado durante el desarrollo de la
audiencia: "todo lo que suceda y las respuestas o declaraciones del imputado" (art.
69, tercer párrafo).
Pero, sin embargo, aunque éste no se abroquele en la negativa, y hable, dando
explicaciones —sean cuales fueran—, la circunstancia de que se abra el juego a
preguntas no implica en modo alguno que quede enervado el derecho originario a
callar, a negarse a responder. También puede suceder que conteste algunas y otras
no; o que, en determinado momento, advierta: "ahora no quiero decir nada más".
A diferencia de lo que sucede durante la vigencia del Código anterior, en el nuevo
que estamos comentando tienen participación activa todos; no sólo el Ministerio
Público, sino también la víctima constituida en querellante, habilitada a intervenir al
igual que el fiscal en el procedimiento de los delitos de acción pública (art. 85). Por
eso, al tratar el desarrollo de la audiencia indagatoria, expresamente se prescribe:
"Las partes podrán dirigir al imputado las preguntas que estimen convenientes" (art.
70, última parte).
Se trata de una reforma muy importante, ya que por la reforma de la ley 23.184 se
consideró violatoria del derecho de defensa en juicio la asistencia del querellante y se
prohibió su concurrencia a la indagatoria. En cambio, el mismo régimen procesal
establece que el acusador particular sí puede asistir y participar en el debate oral, así
como formularle preguntas al imputado.
Claro está que de acuerdo con el art. 18 de la Constitución Nacional, el imputado
siempre conserva el derecho de negarse a declarar y por ende a no responder a una
o a todas las preguntas que le formulen las otras partes. Y es común la estrategia
procesal de no aceptar las encuestas de la querella, poniendo de manifiesto
simplemente cuando le toca el turno a ésta "no quiero contestarle ninguna pregunta".
En muchos casos resulta recomendable que la parte querellante anticipe los
interrogantes que le suscita la conducta del imputado desde el momento mismo de
interposición de la querella, junto con el ofrecimiento de prueba (art. 82, inc. d]); o que
lo haga en cualquier tiempo posterior antes de que se produzca la declaración
prevista en el art. 70, para evitar que el interpelado pueda aducir que no comprende la
cuestión o que no ha tenido tiempo para dar una respuesta correcta. Por otra parte, si
directamente se niega a declarar, su silencio —aunque permitido por la ley— puede
ser significativo.
Pero una cosa es formular preguntas al imputado, que las responde si quiere
hacerlo, y otra es interrogarlo mediante declaración testimonial, subterfugio que está
prohibido (ver 6.3.12 y 6.4.5.4.2). Por otra parte, la forma de interrogarlo tiene
expresos límites (ver métodos vedados: 6.3.8.3).
6.3.10. Se mantiene el derecho a la exposición espontánea
Pese a que no se encuentra especialmente prevista, siempre existe la posibilidad
de que el imputado presente un escrito con manifestaciones espontáneas,
patrocinado por su defensor.
El objeto de la espontánea es siempre, como no existe norma expresa, que el
imputado formule por propia iniciativa las aclaraciones que estime necesarias y
ofrezca las pruebas que a su juicio resultarían conducentes(44). El imputado no
puede ser invitado a prestar esa declaración espontánea y mucho menos ésta puede
ser ordenada por el juez(45).
6.3.11. Derecho a que no se conculque su libertad ni se vulnere su dignidad (inc.
i])
La garantía de brindarle libertad al imputado para que no sea compelido a declarar
contra su voluntad, ya la encontramos en el art. 296 del CPPN anterior, pero ahora el
planteo pretende ser más amplio, porque con menos casuística está señalando que
es inadmisible cualquier forma de coacción y, aunque no sea la finalidad perseguida,
que las autoridades a las que se encuentre sujeto procuren degradarlo.
El primer supuesto, tiene una larga historia de apremios ilegales y torturas, algunas
psicológicas y sutiles, otras tendientes a obtener la confesión para evitar el
sufrimiento, los castigos físicos o el hostigamiento prolongado, que termina por anular
la voluntad del imputado y lo lleva a ceder a esas insoportables presiones, sea para
decir lo que quieran escuchar —aunque no sea cierto— o para describir con lujo de
detalles una realidad inculpante que nunca habría reconocido si hubiera podido callar,
conforme se lo garantizan la Constitución Nacional y el mismo Código.
Pero la norma bajo examen no sólo ha sido incorporada para sostener a ultranza el
derecho a no declarar contra sí mismo que tienen todos los imputados, sino que lleva
por norte que la persona sometida a proceso penal o sindicada como posible autor de
un delito mantenga igualdad de derechos con quienes pretenden incriminarlo, que lo
respeten en todo momento, sea cual fuere la gravedad de la sospecha sobre su
probable culpabilidad. El imputado nunca pierde su identidad, el nombre y apellido
que surge de sus documentos o de la planilla prontuarial; tampoco pueden bautizarlo
con un mote quienes se dirijan a él. Policías, fiscales y jueces deben tenerlo presente;
ni siquiera es correcto tutearlo; mucho menos empujarlo, someterlo a burlas o
cargadas, maltratarlo. El imputado puede ser intimado para que aclare su situación,
pero siempre en pie de igualdad; y ni siquiera una condena firme convierte al autor del
delito en cosa; es una persona; su única preocupación tiene que consistir en cómo
demostrar su inocencia o eludir la condena, no cómo subsistir por las condiciones que
le imponen las autoridades que lo rodean. Ese derecho a la dignidad humana está en
consonancia con el carácter delictivo de las vejaciones y severidades innecesarias
tipificadas por el Código Penal en los incisos 2º y 3º del art. 144 bis, que también
reprime con las mismas sanciones privativas de la libertad a los apremios ilegales; y
con más severidad a las torturas (art. 144, tercero).
Igualmente afecta la dignidad del imputado la innecesaria incursión en su esfera o
ámbito personal. Por eso, al tratar los recaudos para el registro domiciliario se
prescribe que "la diligencia se realizará procurando afectar lo menos posible el
derecho a la intimidad" (art. 139). Esta disposición es tributaria de la garantía
establecida en el art. 13, sobre "Protección de la intimidad y la privacidad" (ver
6.2.13).
En el ejercicio profesional he tenido ocasión de concurrir a allanamientos como
abogado de imputados y querellantes, observando, con el margen limitado de
actuación que el letrado tiene en estos casos, cómo se hurgaba entre las
pertenencias personales y hasta con los juguetes eróticos, en procedimientos por
delitos contra la propiedad, en los que las cosas que casi eran motivo de exhibición
ostensible para nada interesaban, salvo por el morbo del que las manipulaba o para
herir la sensibilidad del destinatario del registro.
6.3.12. Derecho del imputado a evitar que los actos procesales en los que
intervenga puedan estar organizados para que se lo sindique e incrimine o,
cuando menos, se favorezca prejuiciosamente ese resultado (inc. j])
La experiencia en el desarrollo de los procesos penales nos permite reunir una rica
casuística. Desde policías que antes de un reconocimiento en rueda de personas
advierten a los testigos cómo está vestido el sospechoso aprehendido o qué lugar
ocupará entre los que serán puestos junto a él, hasta el armado del grupo, poniéndolo
en determinado lugar (al centro, el primero de la derecha, el segundo contando desde
la izquierda), para facilitar el resultado positivo de la diligencia; lo que en muchos
casos es tanto como la condena asegurada de la persona reconocida.
Por eso, aunque visto el cuadro desde el otro ángulo, a veces también produce
contrariedad cómo actúan algunos imputados que, concertados con los demás
integrantes de la rueda, desarrollan técnicas distractivas para confundir al que podría
reconocerlos.
Corresponde a la autoridad judicial evitar excesos, pero, sea como fuere, lo que
ésta no puede hacer es prestarse a la producción de pruebas preconcebidas para
asegurar la declaración de culpabilidad. A esto tiende la garantía que analizamos, que
sólo tiene un límite: las medidas de vigilancia para enervar un ejercicio ilegítimo de la
defensa en juicio. Tanto el juez como el representante del Ministerio Público tienen
que dirigir las diligencias con "prudente arbitrio". Y lo primero para conseguir ese
objetivo pasa por no delegar los reconocimientos en empleados subalternos, aunque
sean éstos los que han manejado personalmente la instrucción sumarial. Por eso,
tampoco se puede usar la convocatoria a testimonial cuando se sabe que se llama a
declarar a un imputado (ver 6.4.5.4.2).
Más adelante, al tratar la presencia de los medios de comunicación durante el
debate, se ha previsto atender el pedido del imputado —entre otros favorecidos por la
misma disposición—para que, respetando su pudor, no se difundan ni su voz ni su
imagen (art. 254, quinto párrafo).
6.3.13. Derecho a estar informado desde un principio (inc. k])
Esta disposición, que se relaciona con otras sobre la garantía del imputado a
conocer lo que se investiga y participar activamente en el proceso, personalmente,
con su defensor o simplemente a través de éste (todo lo cual hemos explicado al
tratar lo normado en el inc. g]), no es una simple repetición de lo que ya estaba dicho
y guarda relación con las noticias que debe recibir el imputado en el momento de ser
aprehendido —inc. a)—, requisito sobre cuya obligatoriedad se insiste al enumerar los
deberes de la policía y demás fuerzas de seguridad cuando privan de la libertad a
alguna persona (art. 90, inc. k]).
Como tuve ocasión de señalar más arriba, esta disposición me refuerza la idea de
que la existencia del imputado es anterior y más amplia que la que surge del cerrado
concepto con que se describe su denominación en el art. 63. Para mí ya hay
imputado si su nombre aparece cuando menos entre las hipótesis de posibles autores
o partícipes, sea porque está escrito en el legajo de la prevención policial o en lo
actuado por el Ministerio Público; sea porque surge en boca de terceros y trasciende
a través de los medios de comunicación.
Si es así, quien considera que ha sido investido de la condición de imputado, puede
presentarse con su defensor, invocar la fuente de la que dimana la especie (mejor con
una copia de lo que leyó o la indicación de las pruebas en que se basa) y requerir el
acceso a toda la información disponible, conforme reza el art. 64, inc. k). Y, por
supuesto, si no quiere esperar a que "la bola crezca" o la autoridad lo tome
desprevenido —porque está convencido de su inocencia o simplemente como
estrategia defensiva—, puede hacer uso del derecho a brindar explicaciones
espontáneas (conf. 6.2.8.4).
6.4. OTROS DERECHOS DEL IMPUTADO NO PREVISTOS EN EL ART. 64 DEL CÓDIGO PROCESAL
PENAL DE LA NACIÓN
6.4.1. Derecho a la evacuación de las citas del imputado
Aunque la libertad para declarar está tratada exhaustivamente, tornando posible
que el imputado lo haga cuantas veces quiera (art. 64, inc. h]), no quedó formalmente
escrito su correlato: la obligación del fiscal "de investigar todos los hechos y
circunstancias pertinentes y útiles a que se hubiera referido", que sí estaba, en
cambio, en el art. 304 del Código anterior. Va de suyo que la pesquisa posterior
inducida por el imputado es ineludible, porque hace a la esencia del derecho de
defensa en juicio; de lo contrario, sus palabras serían simples alegaciones lanzadas al
viento.
No sólo hay que reunir esa prueba requerida por el imputado, sino que las
diligencias se deberán concretar en tiempo oportuno, para evitar que el resultado se
pierda o se malogre; y también porque puede servir para enervar los cargos y
anticipar la exculpación, antes de que concluya la investigación preparatoria o se
dicten medidas de coerción graves, como la detención (art. 182).
Me remito en este tema a las consideraciones de Julio C. Báez en "La prueba de
descargo en la instrucción sumarial y el derecho de defensa en juicio"(46).
6.4.2. Derecho a la confidencialidad
Surge de la prohibición de la interceptación de las comunicaciones y notas entre el
imputado y las personas que están eximidas de declarar (art. 143); entre ellos sus
abogados (art. 153, cuarto párrafo).
6.4.3. Derecho a exigir la reconstrucción del hecho
Está prevista la reconstrucción del hecho y la imposibilidad de obligar al imputado a
que participe (art. 174), pero no aparece prescripta la posibilidad de que éste la pida,
diligencia que entonces se convierta en ineludible.
6.4.4. Derecho a admitir su autoría o participación en un hecho delictivo sujeto a
investigación
En el extremo opuesto a la garantía de negarse a declarar, enunciada y reiterada
en este Código, se encuentra el derecho a un implícito reconocimiento de autoría y
culpabilidad del imputado, al facultar a las partes para "solicitar al juez que tenga por
acreditados ciertos hechos, que no podrán ser discutidos en el juicio" (art. 128, inc.
e]).
Es factible que el imputado llegue a un acuerdo de esas características para
conseguir la suspensión del juicio a prueba (art. 234, inc. b]). Recordemos que prima
la voluntad del imputado sobre el enfoque del defensor (ver arts. 6º y 74; e infra
6.4.6).
6.4.5. Derecho a que no se le reciba declaración testimonial(47)
6.4.5.1. Cuando se desconoce que es el autor del delito
Ésta es una cuestión de sumo interés, porque se presentan en la práctica diferentes
situaciones. Algunas veces, ante la comisión de un delito, se practican averiguaciones
sin que hayan recaído serias sospechas sobre determinada persona que justifiquen
tenerla como imputado. En todo momento, antes y ahora, se procura recibir
declaraciones testimoniales para obtener datos, información, que permita develar lo
sucedido. Incluso, se llega a ordenar el arresto de quienes pueden encontrarse de
tránsito o cuando existe temor de que salgan de escena sin haber sido interrogados
(arts. 90, inc. k], y 152). Esto es válido.
6.4.5.2. Descubrimiento sobreviviente durante el desarrollo de la testimonial
Excepcionalmente puede suceder que uno de esos testigos ponga en evidencia,
con sus ambigüedades, contradicciones o cualquier otra señal, que debe ser
considerado imputado. A partir de ese momento tiene que cesar el interrogatorio y,
tras la lectura de derechos, cerrar el acta sin más, con las firmas de todos los
intervinientes, porque el imputado no puede ser interrogado bajo juramento de decir
verdad (art. 71). Obviamente que el novel imputado puede negarse a firmar.
También puede ocurrir que el testigo espontáneamente aclare que él es el autor del
delito, lo que debe determinar igualmente el cierre del acta. Pero, como este
documento debe reflejar todo lo sucedido hasta ese momento, resulta inadmisible
romper el folio como si nada hubiera pasado.
6.4.5.3. Conducta procesal a partir del momento en que se determina la
condición de imputado del declarante bajo juramento o éste la asume
espontáneamente
Es preciso que exista razonabilidad en el receptor del testimonio, porque cuando
empieza a resultar evidente que el declarante debe ser considerado imputado no es
correcto estirar la audiencia para dejar constancia de nuevas mendacidades,
contradicciones o detalles. Mucho menos cuando el testigo se quiebra y asume su
real condición. Seguir adelante la audiencia, implicaría tomar declaración al imputado
sin previa lectura de derechos, entre ellos el de negarse a declarar y sin la presencia
de un abogado defensor. Esta prolongación inadmisible es nula(48), pero la invalidez
no puede comprender la primera parte; de acuerdo con las reglas expuestas antes
(ver 6.3.5.2).
6.4.5.4. Prevención sobre los métodos de interrogación prohibidos
En líneas generales ya hemos tratado el tema al referirnos a los métodos vedados
(6.3.8.3).
6.4.5.4.1. Declaración del imputado bajo juramento
La prohibición está prevista en el art. 71, pero es preciso distinguir situaciones,
porque muchas veces la condición de imputado del declarante se advierte después de
haber comenzado la audiencia a la que fue convocado o se presentó como testigo
(ver sobre descubrimiento sobreviviente 6.4.5.2). Entonces, lo que corresponde es no
extender la audiencia para dejar constancia de nuevas mendacidades y mucho
menos cuando el testigo se quiebra (ver 6.4.5.3), pero nada impide reflejar lo
sucedido hasta ese momento y lo que conste en acta hasta allí será válido (6.4.5.2, in
sucedido hasta ese momento y lo que conste en acta hasta allí será válido (6.4.5.2, in
fine).
6.4.5.4.2. Prohibiciones respeto del interrogatorio
Se prohíben asimismo las "preguntas sugestivas o capciosas" y se agrega que "las
respuestas no serán exigidas perentoriamente" (art. 71, segundo párrafo).
Por último, se dispone que la declaración será suspendida "si por la duración del
acto se notaren signos de fatiga o falta de serenidad en el imputado" (art. 71, último
párrafo).
6.4.6. Derecho a que la voluntad del imputado prime sobre la de su defensor
Esta preeminencia de su decisión, que enerva o limita la actuación de quienes
ejerzan su defensa técnica (art. 6º, último párrafo), se encuentra ratificada por otra
disposición complementaria, donde se establece "que la actuación de un defensor
técnico no inhibe el derecho del imputado a formular planteamientos y alegaciones
por sí mismo" (art. 74, cuarto párrafo).
En consecuencia, actos trascendentes del proceso penal podrán tener enfoques
distintos y quizá absolutamente opuestos entre el imputado y sus abogados,
quedando entonces en pie la decisión del primero sobre hacer uso del derecho de
negarse a declarar o hablar a su libre arbitrio; confesar ampliamente el hecho
imputado o mentir(49); ofrecer prueba o quedar a la espera de la que produzca el
Ministerio Público o la querella. Y así las hipótesis posibles son infinitas.
Si los defensores no están conformes con la idea del imputado o, peor todavía,
consideran que no es ético acompañarlo en su postura, pueden renunciar "por
razones personales" o dando alguna otra explicación de parecido tenor, sin poner de
manifiesto el motivo real de la decisión tomada, porque para hacerlo deberían violar el
secreto profesional o convertirse de algún modo en acusadores. Pero tendrán que
acompañar al imputado igual hasta que se concrete su reemplazo por el defensor
oficial o acepte el cargo el nuevo abogado designado para reemplazarlos.
6.4.7. Derecho al careo
Así como el imputado tiene derecho a no autoincriminarse —art. 4º— y derecho a
callar —art. 64, inc. c)—, cuando prefiere hablar, porque considera que tiene una
verdad que exponer o porque su estrategia procesal no pasa por la cerrada negativa,
también le asiste el derecho a pedir la confrontación personal con testigos o
coimputados con el objeto de aclarar las disidencias entre ellos.
Con los primeros, el acto se puede llevar a cabo siempre, porque para los testigos
su declaración es una carga pública. En cambio, el careo con otro imputado
dependerá de la decisión de éste, porque puede negarse a declarar.
Dado el objetivo del acto, ante la imposibilidad de desarrollar la audiencia de careo,
sea porque no se puede conseguir la presencia del testigo, sea por la renuencia del
coimputado, a pedido del que está pidiendo el enfrentamiento es posible desarrollar lo
que se denomina "medio careo"(50), para que, marcadas las contradicciones, el
imputado solicitante responda, se explaye sobre su versión, luego de que le sean
leídas las afirmaciones de los otros.
6.5. IDENTIFICACIÓN DEL IMPUTADO Y SU DOMICILIO
La acreditación de identidad se rige por el Código Civil (art. 13) y la ley nacional
17.671.
El procedimiento de identificación a seguir está previsto en el art. 65. Se deberán
establecer todos los datos personales, señas particulares e impresiones digitales, las
que se remitirán al Registro Nacional de Reincidencia y Estadística Criminal, quien
informará acerca de los antecedentes de la persona(51).
El imputado puede negarse a informar sobre su identidad o dar falsamente otra,
porque esta posibilidad se desprende del derecho que le asiste para guardar silencio,
callar (ver 6.3.3) y tampoco está obligado a decir la verdad. La policía está habilitada
para requerirle su identificación (art. 72), pero nunca puede exigírsela. Y bien puede
suceder que la renuencia se deba a que, si dice quién es, se autoincriminará (art. 4º),
facilitando la determinación de sus antecedentes.
Para Almeyra el imputado se puede negar a que le tomen las huellas, porque
ningún individuo puede ser obligado a participar con su cuerpo en actos procesales
(52)
que le acarreen consecuencias negativas(52).
Sea como fuere, si subsistiera el problema de identificación, se lo hará "por testigos
en la forma prevista para los reconocimientos y por los otros medios que se juzguen
oportunos".
Aunque se mantenga la duda, ello no alterará el curso del procedimiento y la
cuestión podrá ser corregida posteriormente (art. 65, segundo párrafo). O sea, que
igual se podrá labrar acta de aprehensión, darle lectura de sus derechos al imputado
y hasta recibirle declaración conforme a lo previsto en el art. 69 y siguientes. Pero
nunca se lo pondrá sobreseer sin saber quién es realmente(53).
Entre las obligaciones del imputado está la de proporcionar domicilio real y
constituir domicilio procesal, manteniendo posteriormente actualizados esos datos
(art. 65, último párrafo). Es obvio que si se niega a declarar rehusará también decir
dónde vive, pero si ya ha podido mantener entrevista con un abogado de su confianza
o con el defensor oficial, seguramente le informarán que le será más difícil obtener la
libertad provisional, porque el "peligro de fuga u obstaculización de la investigación"
son causales de excepción que influirán sobre su soltura, de conformidad con lo
establecido en el art. 17.
6.6. EXAMEN MENTAL OBLIGATORIO
Razones de prudencia imponen que antes de que celebre el juicio oral se cuente
con el resultado del examen señalado.
6.7. INIMPUTABILIDAD
Como regla ningún imputado puede ser juzgado y condenado por una conducta
delictiva si al momento del hecho no comprendió la criminalidad del acto ni dirigió sus
acciones (art. 34, inc. 1º, Cód. Penal).
Tampoco puede llevarse adelante un proceso penal a partir del momento que se
advierta un estado de inimputabilidad sobreviviente. Obviamente, son dos situaciones
diferentes.
6.7.1. Inimputabilidad en el momento del hecho
6.7.1.1. Ejercicio de los derechos de parte del imputado presuntamente insano
Como la determinación de inimputabilidad depende de estudios periciales, ya que
no basta la mera observación personal de su estado por fiscales o jueces, desde el
momento en que se presuma dicha imputabilidad sus derechos de parte serán
ejercidos por el defensor particular que se designe o el defensor oficial (art. 66, primer
párrafo).
6.7.1.2. La intervención de un curador. Juez civil en turno
En algunos casos, cuando la incapacidad mental ya ha sido motivo de intervención
de la justicia civil, se le debe comunicar de la existencia de la causa penal al curador
designado.
Si no existiera este antecedente, se dará intervención al Juzgado Nacional en lo
Civil en turno para que resuelva, con el curador que se designe, todo lo concerniente
a la protección de sus derechos patrimoniales y al juicio de insania(54).
6.7.1.3. Internación en un establecimiento especial
6.7.1.3. Internación en un establecimiento especial
Por lo común, los detenidos con presunta inimputabilidad y los que ya la tienen
declarada son remitidos a la Unidad Penitenciaria 20, siempre que por las
características del hecho delictivo atribuido corresponda mantener su encerramiento,
máxime cuando presentan peligrosidad para sí o para terceros.
6.7.1.4. Defensor
Puede suceder que la inimputabilidad presunta no le impida al imputado expresar
su deseo de designar a un determinado letrado. También que el nombramiento lo
haga por él algún allegado o pariente próximo.
El defensor que asuma en el juicio penal podrá designar peritos de parte. En
principio, ante este tipo de situaciones, la primacía de la voluntad del imputado ante el
defensor, prevista en los arts. 64 y 74 (ver 6.2.6), debe ser considerada
restrictivamente y con mucha prudencia.
6.7.1.5. Imputado menor de edad
Si el imputado fuere menor de 18 años sus derechos de parte podrán ser ejercidos
también por sus padres o tutores, siempre que el delito por el cual sea llevado a
proceso el menor no lo sea contra aquéllos (art. 66, segundo párrafo). Esto mismo
estaba legislado así en el art. 76 de la ley 23.984.
6.7.1.6. Dictámenes médicos
En aquellos casos en los que las actuaciones se inicien con intervención de una
fuerza de seguridad —por lo común la policía—, un médico de esa repartición
examinará al imputado y emitirá un primer informe sobre su salud mental. Cuando se
trate de hechos graves, seguramente el fiscal de turno dispondrá que dictamine
también un psiquiatra del Cuerpo Médico Forense; lo que luego se completará con la
participación de un perito psicólogo, con el objetivo de brindar un diagnóstico sobre
imputabilidad y peligrosidad.
Estas primeras evaluaciones son muy importantes, no sólo para darle participación
a un curador civil provisional o definitivo —si existiera juicio de insania previo—, sino
también para todos aquellos casos en los que la imputabilidad pueda ser transitoria,
contemporánea con el momento del hecho, por intoxicación etílica o drogas, que son
los supuestos más complejos, dada la posible aplicación de la teoría de la actio libera
in causa. Lo cambiante del cuadro torna necesaria que esas evaluaciones se lleven a
cabo con urgencia
Otra situación que también requiere rápida intervención médica es la vinculada a
crímenes pasionales y notorias exaltaciones del imputado, ya que puede existir
emoción violenta con imputabilidad conservada o un trastorno mental transitorio con
grave perturbación psíquica.
6.7.1.7. Sobreseimiento por inimputabilidad
La sola circunstancia de que haya tomado parte en el hecho alguien al que se
reputa inimputable, determinará su sobreseimiento, pero el juez deberá tener
presente el orden dispuesto en el art. 236 (art. 66, último párrafo), porque antes de
decidir será preciso desentrañar si, más allá de la pérdida de salud mental del incuso,
efectivamente el hecho investigado existió (inc. a]), si encuadra en una figura delictiva
(inc. b]); si el demente tomó parte (inc. c]); y, recién después, por el cuadro
comprobado de grave perturbación psíquica, la declaración de inculpabilidad (inc. d]).
Precisamente el art. 34, inc. 1º, del Código Penal requiere para la declaración de
inculpabilidad a quien tomó parte en el hecho, aunque la formulación aparece con
otras palabras.
La observancia de ese orden de prelación es importante porque, tras el resultado
que exonera de responsabilidad, quedan en pie, de acuerdo con la participación real
del demente en el caso, las acciones civiles contra él —que puede en algún momento
recuperar la razón— y contra terceros, máxime si éstos descuidaron su guarda.
6.7.2. Padecimiento mental sobreviniente
6.7.2. Padecimiento mental sobreviniente
La fórmula: "Si durante el proceso sobreviniere un padecimiento mental que
restringiere la capacidad mental del imputado" (art. 67) es más amplia que la del
anterior art. 77 del Cód. Procesal Penal de la Nación, porque está comprendiendo dos
situaciones diferentes, aunque ambas justifican la suspensión del proceso: 1)
restricción o limitación de la capacidad mental del incuso; 2) un estado de plena
inimputabilidad.
En el primero de los dos supuestos, en el nuevo ordenamiento se ha previsto que
"el juez establezca los apoyos y los ajustes razonables que sean necesarios,
incluyendo el establecimiento de plazos especiales para el desarrollo del proceso,
según el momento en que se produzca". Aunque esta solución ya se pone
actualmente en práctica, no está claramente establecida.
En definitiva, antes como ahora, si el imputado revela una incapacidad mental
sobreviviente poco importa su magnitud, porque no se puede seguir adelante un juicio
contra quien no pueda defenderse, sea cual fuere la gravedad de su problema
psíquico. No entenderlo así sería tanto como vulnerar el derecho de defensa previsto
en el art. 6º y otras disposiciones complementarias del Código.
La suspensión del juicio no obsta a completar la instrucción del sumario y practicar
todas las medidas "que no requieran su presencia" ni continuarlo hasta su terminación
contra los demás imputados. Obviamente, es imposible recibirle declaración
indagatoria al inimputable o llevarlo al juicio, ni siquiera para que haga acto de
presencia. Quizá, en cambio, someterlo —siempre que sea posible sin riesgos o
grave perturbación— a ruedas de reconocimiento, habida cuenta de que en esta
prueba no es sujeto de derecho.
La decisión de suspender el proceso debe ser comunicada al juez civil —para
tramitar el juicio de insania— y al defensor —particular o público—, a fin de que se
puedan concretar "las medidas de protección de derechos que correspondan de
acuerdo a la legislación específica" (art. 67, segundo párrafo). Esta apertura de
perspectivas se debe a que, si el imputado es comerciante o integra sociedades,
quizá sea preciso darle intervención a un juez comercial.
La suspensión no paraliza el plazo de la prescripción(55), porque no es una causal
que interrumpa o impida la extinción de la acción penal(56).
En cuanto a quién representará al imputado en este período, que puede ser
ilimitado, serán el curador o defensor oficial los que defenderán sus derechos(57).
Nuevamente, como sucede en los casos de inimputabilidad al momento de
intervención en el hecho, si el incuso es peligroso para sí o para terceros, se ordenará
su internación en un establecimiento público o privado de salud mental (art. 76,
primera parte).
Recuperadas sus condiciones, el proceso debe continuar, salvo que haya operado
la prescripción de la acción penal, lo que deberá ser declarado.
Cabe poner de resalto, que las medidas que se adopten en la esfera del proceso
penal, en nada influyen o determinan en la insania del sujeto, determinación que debe
tratar la justicia civil.
6.7.3. Rebeldía
Es una situación similar y con efectos muy parecidos a los que produce la
inimputabilidad sobreviviente (ver 6.7.2), porque al demente se lo puede considerar
mentalmente "ido"; y al rebelde, en cambio, es quien "se fue", "no está", en forma
material.
Se declara rebelde o contumaz(58)al imputado que no comparezca a una citación
sin que su ausencia se justifique, se fugue del establecimiento o lugar donde haya
sido encerrado, desobedezca una orden de detención o se ausente del domicilio
denunciado sin justificación (art. 68, primera parte).
La rebeldía la declaran los jueces, pero no suspenden la investigación —al igual
que con la situación de inimputabilidad sobreviviente— ni el dictado de las
resoluciones hasta la presentación de la acusación.
Sólo hasta allí se puede llegar porque en nuestra legislación no está previsto el
juicio en ausencia ni, consecuentemente, la condena del que no se encuentra a
derecho. Tampoco hay defensor, porque éste cesa desde el momento en que queda
firme la declaración de rebeldía, por lo que, cuando menos, puede recurrir antes esta
resolución judicial.
Sólo con la posterior comparecencia del imputado, sea en forma voluntaria o
porque fue aprehendido, seguirá el curso de las actuaciones y será oído el que estuvo
rebelde (art. 68, última parte).
De acuerdo con una interpretación sistemática sobre el desarrollo del debido
proceso, el imputado tendrá oportunidad de ratificar la designación de su primitivo
abogado o nombrar uno nuevo; y antes de comparecer, con la presencia del defensor
de su confianza o de un defensor oficial, mantener la entrevista previa (art. 64, inc.
e]).
6.8. LA ASISTENCIA TÉCNICA QUE BRINDAN LOS DEFENSORES
6.8.1. Aclaración fundamental
Buena parte de lo que hemos escrito al tratar los derechos y garantías del imputado
tiene directa implicancia en la actividad de la defensa. Por eso, hemos procurado
hacer hincapié en la primera parte a aquellas cuestiones que nos ha parecido deben
ser analizadas tomando en cuenta, ante todo, al protagonista del proceso, aunque
muchas veces lo que se dice sobre él atañe a cuestiones directamente vinculadas
también a su defensa técnica. Y ésta es fundamental. Hace hincapié en ello Miguel
Ángel Almeyra, al señalar "que el ejercicio del derecho de defensa debe ser cierto, de
modo tal que quien sufre un proceso penal ha de ser provisto de un adecuado
asesoramiento legal al extremo de suplir su negligencia en la provisión de defensor,
asegurando, de este modo, la realidad sustancial de la defensa en juicio (Fallos
237:158; 255:91; 301:2502 y 333:1789)"(59).
En el proceso penal existe un "fuerte centro de atracción del Principio de la
Defensa", que en su integral proyección ha sufrido "retaceos"; y cuando es así se
circunscribe el imperio del derecho al ángulo social. Lo explica bien Cristina del V.
José de Cafferata, con remisión a Vélez Mariconde, en Teoría general de la defensa y
connotaciones en el proceso penal(60).
Es muy importante la reflexión de Jorge E. Vázquez Rossi: "Así como el Fiscal
representa el poder de acción, el defensor ejerce en nombre del imputado el poder de
defensa"(61). Y en otra obra suya destaca "que mientras el imputado es parte en
sentido material, el defensor lo es sentido formal, ya que su capacidad de actuación
profesional es plena y, en los modernos digestos procesales, similar en un todo a la
de los representantes del Ministerio Público"(62).
Llama la atención cómo David Elbio Dayenoff inicia su exposición sobre El defensor
penal. Nos dice que "El fiscal debe tener argumentos; el defensor necesita talento"
(63).
Y Ricardo Levene (h.), que recuerda Los mandamientos del abogado de Eduardo J.
Couture(64), condensa las reglas a que debe supeditarse el letrado en su profesión:
"Estudia; Piensa; Trabaja; Lucha; Sé leal; Tolera; Ten paciencia; Ten fe; Olvida; Ama a
tu profesión"(65).
6.8.2. Remisión a derechos fundamentales del imputado cuyo reconocimiento
debe ser controlado por los defensores
Como lo relativo a estos derechos ya ha sido desarrollado, nos limitaremos a
mencionarlos. Y recién después abordaremos las obligaciones que hemos reservado
directamente para los abogados encargados de la asistencia técnica de los
imputados. En principio, seguiremos el mismo orden anterior, titulando las diversas
cuestiones; sobre todo en lo que más atañe al defensor:
6.8.2.1. Derecho a la asistencia letrada (ver 6.3.4)
En relación con este tema, hay que agregar que el defensor designado tiene
derecho a conocer los obrados antes de aceptar el cargo, salvo los supuestos de
reserva de las actuaciones (art. 75, segundo párrafo).
A diferencia del Código anterior, en que estaba obligado a aceptar el cargo dentro
de los tres días (art. 106, segundo párrafo), en el nuevo ordenamiento no se ha
establecido plazo alguno, por lo que, sin perjuicio de que haya comenzado a actuar
un defensor oficial, el abogado particular siempre podrá hacerlo, salvo manifestación
en contrario de su defendido.
Del modo en que se desarrolló el tema hasta ahora, durante la vigencia del Código
anterior, algunos consideraron válida la aceptación tácita y otros se inclinaron porque
debía ser expresa(66). A mi juicio, el abogado designado que comienza a tomar
intervención está poniendo de manifiesto que asume el compromiso profesional
aunque no haya firmado todavía un acta concreta de rigor, que incluye diversos datos
personales, el domicilio que constituye (ahora también el electrónico) y el juramento
de desempeñarse bien y fielmente.
6.8.2.2. Derecho a las entrevistas previas con su defensor (ver 6.3.5)
6.8.2.3. Las declaraciones del imputado (ver 6.3.6) y la presencia del defensor (ver
6.8.2.3. Las declaraciones del imputado (ver 6.3.6) y la presencia del defensor (ver
6.3.6.3)
6.8.2.4. Derecho del imputado a declarar cuantas veces quiera (ver 6.3.8). Sin valor si
no está presente su defensor (ver 6.3.8.1)
6.8.2.5. Control de la fidelidad de los dichos del pupilo (ver 6.3.8.2)
6.8.2.6. Participación del defensor en la espontánea del imputado (ver 6.3.8.4)
6.8.2.7. Control de la libertad y a la dignidad del imputado (ver 6.3.9)
6.8.2.8. Control de los actos procesales (ver. 6.3.10)
6.8.2.9. Derecho a la información desde un principio (ver 6.3.11)
6.8.2.9. Derecho a la información desde un principio (ver 6.3.11)
6.8.2.10. Control de que se evacuen las citas del imputado (ver 6.4.1)
6.8.2.11. El defensor y el derecho a la confidencialidad de su patrocinado (ver 6.4.2)
6.8.2.12. Evaluación sobre la posible conveniencia de la reconstrucción del hecho (ver
6.4.3)
6.8.2.13. Sopesar el beneficio del reconocimiento de autoría de su asistido (ver 6.4.4)
6.8.3. Otras cuestiones en las que prima la información jurídica del defensor
Este pedido puede ser formulado por el imputado o su defensor al inicio de la
investigación preliminar (art. 218, primer párrafo) o ante la aparición de nuevas
circunstancias que lo justifiquen (segundo párrafo). Obviamente, aunque el
patrocinado tenga que prestar su conformidad, corresponderá al abogado, por ser el
letrado, el sopesar la conveniencia de este planteo.
6.8.3.2. Pedido de modificaciones o precisiones en el dictamen del fiscal que se
pronuncie por el sobreseimiento
6.8.3.2.1. La motivación y la descripción del objeto procesal
Muchas veces el imputado o su defensor no se quedarán conformes con la
fundamentación del dictamen, tanto porque no resulte suficientemente clara su
motivación o porque deje dudas sobre la actuación del incuso. En otros casos, la
divergencia puede versar respecto a la descripción de los hechos. Estas situaciones
han sido previstas entre aquellas que tornan posible la impugnación dentro de los tres
días de la notificación del pronunciamiento fiscal (art. 237, inc. c]).
6.8.3.2.2. El nuevo orden de prelación de las causales de sobreseimiento. La
prescripción de la acción penal
Ahora, en este nuevo Código, las causales de sobreseimiento han sido previstas en
un orden más lógico, porque la extinción de la acción penal por prescripción aparece
en sexto lugar (art. 236, inc. f]), después de las hipótesis de inexistencia de delito
(incs. a] y b]) y, fundamentalmente, de la determinación de que el imputado no ha
tomado parte en el delito (inc. c]).
La inversión de dicho orden torna obligatorio entrar en el fondo del asunto antes de
recurrir al fácil arbitrio de disponer la prescripción.
Esperemos que la ley se aplique así y que los jueces no opten por aferrarse a la
tabla de salvación que torna posible mantener las injusticias: "Siempre que fuera
posible, se analizarán las causales en el orden dispuesto en el art. 236" (art. 240).
En el Código anterior —ley 23.984— la mención de la extinción de la acción penal
en el primer término como causal de sobreseimiento (art. 336, inc. 1º) ha dado lugar a
muchas injusticias, porque el imputado que ha obrado bien, o que así lo considera,
siempre quiere que se sopese ante todo su ajenidad o inocencia; y no le causa
ninguna gracia que, en cambio, se cierre la investigación abruptamente, negándole el
derecho a la verdad y obligándolo, además, al escrache de un fichaje prontuarial por
el delito que ilustró la carátula del legajo —junto con su nombre y apellido—, ilícito
que puede ser cualquiera de los incluidos en la extensa lista del Código Penal.
El trámite actual es desdoroso para el que se considere un hombre de bien,
vinculándolo a una conducta reprochable (homicidio, abuso sexual, cohecho,
administración fraudulenta, etc.) y dejando en pie la sospecha de su posible autoría,
mediante el cierre obligatorio de la causa sin entrar en el fondo del asunto. Así queda
para siempre en el candelero, sin que le den la oportunidad de hacer alegaciones
serias y producir pruebas contundentes, aptas para enervar fundadamente los cargos
en su contra. Todo ello, con el fácil recurso judicial de mirar el calendario y sacar una
simple cuenta sobre el tiempo transcurrido.
Al cabo de los años hemos sido testigos privilegiados o abogados de algunos de los
falsamente favorecidos con el "no va más y a sacarse las fichas obligatoriamente, en
forma voluntaria o por la fuerza pública", sin la oportunidad de discutir la falsedad del
embrollo en el que lo habían metido con falsas acusaciones. Tuvieron que
inexorablemente "pintarse los dedos" en reincidencia o en una comisaría, a donde
llegan los pedidos de colaboración para sacar fichas con la imprescindible mención de
nombre y apellido del imputado, dirección particular y carátula del expediente. Y en
este último acto de un proceso injusto todavía tuvieron que enfrentar el ceño adusto
que reflejaba la implícita desaprobación social (como abusador sexual, funcionario
corrupto, socio desleal o cualquier otro delito aberrante) y hasta la frase final: "te salvó
el reloj".
6.8.3.3. La impugnación de la sentencia por las mismas causales
6.8.3.3. La impugnación de la sentencia por las mismas causales
Están previstas en los arts. 309 y 310, Código Procesal Penal de la Nación.
6.8.3.4. Otras causales de impugnación de sentencia
Si bien figura como protagonista de los planteos el imputado (art. 305), se trata de
otras cuestiones en las que seguramente primará el criterio del defensor, porque
atañen al agravio por la sentencia condenatoria y la pena (inc. a]); las medidas de
coerción personal y la denegatoria de la suspensión del juicio a prueba (inc. b]); la
revocatoria del sobreseimiento (inc. c]); la aplicación de normas especiales en los
juicios complejos, prevista en el art. 293 (inc. d]); las decisiones que se tomen durante
la ejecución de sentencia (inc. e]), y los demás actos impugnables (arts. 309 y 313).
6.8.3.5. La impugnación por el desarrollo de la investigación
Si bien se enuncia como un derecho de las partes, incluido entonces el imputado,
se trata de un problema que podrá sopesar mejor su abogado y que, por ende, él
tratará de remediar. Se ha establecido la posibilidad de controlar la actividad del
Ministerio Público Fiscal, sus auxiliares o los funcionarios policiales que intervienen en
la realización de los actos procesales. La objeción de "las medidas que se adopten"
deberá ser formulada en audiencia ante el juez (art. 148). Pero para que el problema
quede bien documentado, entiendo que se deben presentar previamente las
impugnaciones por escrito, detallando los hechos puntuales, el agravio que producen
y el modo de remediarlo. Nada impide que esa comunicación la firme también el
imputado cuando no se trate de cuestiones técnicas, que quedan fuera de su
incumbencia.
6.8.3.6. Producción de prueba
Es muy interesante la posibilidad que establece este nuevo Código en lo tocante a
búsqueda y producción de prueba. Lo más significativo que corresponde señalar es
búsqueda y producción de prueba. Lo más significativo que corresponde señalar es
que
6.8.3.7. La libertad probatoria
La libertad probatoria o sea, mediante cualquier medio de prueba (art. 127),
amplitud que ya existía en el Código anterior (art. 206), lo que es muy importante en
aquellos conflictos en los que en otros fueros rigen serias limitaciones. Pero sólo es
posible producir prueba "que guarde relación directa o indirecta con el objeto del
proceso... útiles y pertinentes... y no resulten manifiestamente sobreabundantes",
salvo conformidad entre las partes (art. 128, inc. d]). Y los jueces no pueden
incorporar prueba alguna de oficio (art. 128, inc. c]).
Entre las pruebas posibles están los careos, que se pueden concretar incluso con
imputados que no se nieguen a declarar (ver 6.4.7).
6.8.3.7.1. La tarea de la defensa
La tarea de la defensa es muy importante para producir prueba relevante e impedir
que el acusador público o el privado omitan respetar la normativa, generando perjuicio
al imputado.
6.8.3.8. El Ministerio Público Fiscal puede recolectar su propia prueba
Pero atendiendo los principios de objetividad y buena fe (art. 128, inc. a]), límites a
los que deberá estar muy atenta la defensa, dada la posibilidad de impugnar lo
obrado por los acusadores (ver 6.4.3.4).
6.8.3.9. Cada parte tendrá su propio legajo de prueba y la defensa quedará siempre
con legajo por separado (inc. b])
Se produce así un cambio muy importante con la legislación anterior, porque hasta
ahora las partes debían tener mucho cuidado en estas investigaciones y
aproximaciones personales, ya que cuando menos se consideraba una falta ética no
encausar todo a través del fiscal y del juez. La defensa debe aprovechar esta
oportunidad, sabedora de que no será bueno el resultado si explora sin plan ni
método de trabajo y pretende descartar la prueba que no le conviene o le resulta
adversa.
6.8.3.10. La defensa debe verificar bien la fidelidad del contenido del acta de
inspección del lugar del hecho
Esto así porque su validez en el juicio depende mucho del control que lleve a cabo
interrogando a quienes han estado presentes (art. 129, segundo párrafo).
6.8.3.11. Control de los actos jurisdiccionales
De acuerdo con lo establecido en el art. 9º, están exclusivamente a cargo de los
jueces y en cambio los representantes del Ministerio Público monopolizan la
investigación (ver 6.2.9). Los defensores deberán verificar que las resoluciones
jurisdiccionales observen los recaudos detallados en el art. 105, y que, si es preciso
debate previo o la producción de prueba, "el juez no puede suplir la actividad de las
partes" (art. 105, segunda parte); como tampoco incorporar de oficio prueba alguna
(art. 127, inc. d]).
6.8.3.11.1. La defensa debe controlar la correcta actividad del juez que ordena los
actos jurisdiccionales
Tales como el registro de lugares (art. 132); allanamientos (arts. 133 y 134); y la
interceptación y secuestro de correspondencia postal, telegráfica, electrónica o
cualquier otra comunicación o efecto remitido por el imputado o destinado a éste (art.
143).
6.8.3.11.2. Control de interceptación y grabación magnetofónica (art. 146)
La defensa debe estar atenta a la actividad que desarrolle el Ministerio Público en
este tema, porque dado el carácter acusatorio del proceso (art. 2º) la posible
selección o supresión de grabaciones puede afectar al imputado, máxime si, como
sucede frecuentemente, la producción de la prueba ha sido impulsada por quienes
tienen un interés directo en el resultado de la causa, dado que está a su cargo la
investigación de los delitos y la promoción de la acción penal (art. 88). Sobre el tema
de las escuchas es muy importante la opinión de Francisco J. D'Albora(67).
Ha quedado sobre el tapete el rol protagónico asignado recientemente al Ministerio
Público Fiscal en lo atinente a la disposición y control de las escuchas y grabaciones,
porque en definitiva, se trata de cuestiones que no pueden quedar exclusivamente en
manos de la parte acusadora. Es una invasión a la intimidad que sólo pueden ordenar
los jueces, que conservan la garantía jurisdiccional, y son los únicos habilitados —a
mi juicio— para allanar una propiedad o introducirse dentro de los canales de
comunicación, por auto fundado y a requerimiento de las partes.
6.8.3.11.3. Allanamientos domiciliarios
En los allanamientos domiciliarios corresponde advertir que ahora no tiene
relevancia el consentimiento de quien habita en el lugar para suplir la orden judicial
(art. 133), picardía que antes tenía éxito invocando el art. 225, segunda parte del
Código, sin que los jueces objetaran lo actuado.
6.8.3.11.3.1. El abogado que se haga presente durante un allanamiento, debe saber
que la comunicación del objetivo y la entrega de una copia de la orden emanada del
juez al habitante del lugar resulta obligatoria (art. 138). Por lo común este recaudo se
cumple, pero no está expresamente previsto en el Código anterior.
6.8.3.11.3.2. Si el allanamiento se practica en un domicilio relacionado con el
imputado o surge del acto que esta persona reviste ese carácter, como el abogado
presente asume inmediatamente el cargo de defensor (ver 6.2.4.4), tiene derecho a
participar en todos los actos del proceso (ver 6.2.4.7) y a estar informado (ver
6.2.7.1). Debe hacer valer sus derechos, en tono mesurado pero firme, munido
siempre de su carnet profesional habilitante.
6.8.3.11.4. Presencia del defensor en la diligencia de reconocimiento
Sólo puede hacerse valer en el juicio si estuvo presente el defensor de la persona a
reconocer (art. 172, in fine).
6.8.3.11.5. Control de la validez de los actos procesales en general
La defensa deberá impugnar "los actos cumplidos con inobservancia de los
derechos y garantías previstos en la Constitución Nacional, los instrumentos
internacionales de Derechos Humanos y en este Código". Asimismo, que no sean
admitidos o valorados "los actos cumplidos con inobservancia de las formas que...
impidan el ejercicio de los deberes del representante del Ministerio Público Fiscal"
(art. 122).
6.8.3.11.6. Obligación de plantear la nulidad de los actos insusceptibles de ser
saneados (art. 125)
Enfocados siempre exclusivamente en lo atinente a las obligaciones de los
encargados de la asistencia técnica del enjuiciado, paso por alto lo tocante a la
posible convalidación de defectos formales o saneamiento de otras irregulares (art.
123) y dejo en pie la violación de una garantía establecida a favor del imputado, que
impide retrotraer el procedimiento. Entonces, se impone al defensor la obligación de
pedir la nulidad, cuando el juez no lo hiciere de oficio (art. 125).
6.8.4. Derecho a la información del abogado que invoque un interés legítimo
Esas circunstancias (ser abogado e invocar un interés legítimo) son suficientes para
que se deba informar al letrado "sobre el hecho que se investiga y sobre los
imputados o detenidos" (art. 200, párrafo segundo). Con lo que, si se presenta en un
allanamiento, por ejemplo, ni siquiera es preciso que invoque expresamente que ya
ha tomado la defensa del pesquisado. Y esto ocurre con frecuencia. Ante la
emergencia generada por una diligencia judicial en marcha, se llama por teléfono a un
abogado que todavía no ha sido contratado como defensor; igual el letrado puede
actuar por aplicación de la norma procesal citada.
6.8.5. Derecho a solicitar un nuevo juicio oral
Cuando la ampliación de la acusación contenga nuevas circunstancias que la
modifiquen sustancialmente (art. 262).
6.8.6. La revisión de la sentencia condenatoria
Si bien el recurrente también puede ser el imputado condenado y su defensor (art.
319, inc. a]), se trata de una de esas cuestiones que se deben considerar
directamente vinculadas a la defensa técnica. E igual seguramente será ésta la que
promoverá la acción si hubiera fallecido el condenado, patrocinando al cónyuge o
conviviente, así como a los parientes próximos de aquél (inc. c]).
6.8.7. Planteos relacionados con la ejecución de sentencia
Nuevamente los consideramos como primordialmente atinentes al defensor, aunque
los pueda hacer también el condenado (art. 332).
los pueda hacer también el condenado (art. 332).
6.8.8. Temeridad, malicia o culpa grave
Los defensores deberán evitarlas, no sólo porque no son conductas éticas, sino
además porque si incurrieran en alguna de estas causales pueden ser condenados en
costas (art. 338). Y si la culpa grave fuera la que originó la condena —también puede
ser el dolo—, su revisión tornará solidariamente responsable al Estado y al defensor
del enjuiciado (art. 347). Al aludir a posible responsabilidad por mal desempeño no
debemos dejar de lado a los defensores públicos (ver 6.2.4.6).
6.8.9. Obligaciones inherentes a la aceptación del cargo
6.8.9.1. El defensor deberá constituir domicilio (art. 75, segundo párrafo)
La circunstancia de que los defensores sean varios no torna posible la constitución
de más de un domicilio, aunque en la actualidad, desde que se incorporó la obligación
del correo electrónico, cada letrado tiene el suyo y recibe las notificaciones
directamente en su correo personal, algunas veces con copia del texto completo de
las resoluciones y otras con la mención simple del núcleo del proveído.
6.8.9.2. No puede dejar de cumplir sus funciones de defensor mientras no se
haga efectivo su reemplazo. Obligatoriedad de su permanencia
Sólo puede renunciar "con excusa fundada" (art. 75, cuarto párrafo). En el Código
anterior se expresaba como "razón atendible" (art. 106, segundo párrafo).
Salvo casos excepcionales, el juez decidirá tomando en consideración que ante
todo es preciso que el imputado tenga la mejor defensa posible.
Sea por renuncia del defensor o porque su defendido procure reemplazarlo, el
abogado a cargo de la asistencia técnica "está obligado a continuar en el desempeño
del cargo" y no puede abandonarlo (art. 76, primera parte). En rigor de verdad, la
regla de obligatoriedad no es tal para el defensor técnico o de la matrícula, quien
puede renunciar al cargo, siempre que no deje inerme al imputado hasta que
intervenga un sustituto(68).
Por lo común, el juez acepta la renuncia y designa a un defensor oficial, mientras
contemporáneamente notifica al imputado para que decida si prefiere continuar así o
ser asistido por otro defensor particular.
El defensor que no observa estas reglas de su ministerio y deja desamparado a su
asistido, sea por renuncia intempestiva, abandono de sus funciones o "la falta de
expresión de intereses contrapuestos", incurre en una falta grave, que será
comunicada al Colegio Público de Abogados (69)para que el Tribunal de Disciplina
juzgue su conducta (art. 77); sin perjuicio de que la efectiva asistencia pueda generar
la nulidad de las actuaciones(70).
Mientras tanto, hasta que algún otro abogado —particular u oficial— asuma la
defensa, no se podrán llevar a cabo diligencia o acto de procedimiento alguno que
requiera, como prácticamente todos, la presencia y el control de un defensor. Con lo
que es inadmisible la posibilidad de indefensión, garantía que dimana del
ordenamiento supranacional.
En esa inteligencia se debe comprender la necesaria intervención de la defensa
oficial; para el caso que el imputado no pueda sufragar sus gastos, se le provee un
defensor público, cuya remuneración es abonada mensualmente por el Estado en
función de la ley de presupuesto.
6.8.9.3. Defensa promiscua
Con muchos años de ejercicio profesional, he tenido conocimiento de casos muy
particulares, demostrativos de una conducta inadmisible, cuando un cliente se hace
cargo de la totalidad de los honorarios de su defensa y la de sus parientes,
empleados o subordinados, y el abogado que patrocina a todo el grupo demuestra
notoria diferencia de interés y hasta de algún modo pergeña un extraño reparto de
responsabilidades, sin que siquiera esa peligrosa y dañina estrategia resulte clara ni
haya sido previamente advertida a los que a la postre resultarán perjudicados.
Algunas veces la situación puede ser resuelta cuando los que no reciben un
tratamiento justo optan por designar a otro u otros abogados defensores, pero los que
tienen que estar muy atentos ante estos deleznables desvíos profesionales son los
jueces, que si siguen de cerca el desarrollo del proceso podrán advertir lo que
constituye un prevaricato (art. 271, Cód. Penal).
6.8.9.4. Razones para renunciar y diferentes formas para desaparecer de escena
En cuanto a la renuncia de un abogado a la defensa, las motivaciones más
frecuentes son la imposibilidad de mantener una relación constructiva con el imputado
o quienes lo representan más asiduamente, y la falta de cumplimiento del pago de los
honorarios acordados. Si existe alguna posibilidad de que el vínculo profesional se
recomponga, fundamentalmente atendiendo el cliente el tema dinerario, lo más
aconsejable es sugerirle al defendido que revoque su designación, porque, si el
abogado se desvincula por renuncia, no podrá ser nombrado nuevamente (art. 76),
aunque llegue a un acuerdo dinerario satisfactorio.
6.8.9.5. Comunicación del nuevo defensor al letrado que va a sustituir
Es importante destacar que se trata de una falta grave que el Tribunal de Disciplina
sanciona. Ocurre muy frecuentemente que el abogado que ha de reemplazar al
anterior se abstenga de cumplir este recaudo o sólo lo comunique por teléfono. Como
normalmente no queda prueba de esa notificación, aunque sea cierto podrá ser
sancionado mientras el colega denunciante lo niegue. A las palabras se las lleva el
viento, por lo que es bueno saber que la comunicación deberá ser fehacientemente
notificada por CD, fax o email, de un modo en que se pueda conservar constancia de
recepción; ello sin perjuicio del saludo protocolar por teléfono, porque lo cortés no
quita lo valiente. Incluso algunos abogados no aceptamos la designación cuando el
anterior defensor quedó con la cuenta de honorarios insatisfecha.
6.8.9.6. La actuación del defensor oficial
6.8.9.6. La actuación del defensor oficial
También es obligatoria la función del defensor oficial, por lo que, si no atiende la
tarea que le es propia sin motivo que lo justifique, el incumplimiento en que incurre
será comunicado al defensor general (art. 77, segunda parte).
Advierto que cada vez es mayor, en proporción, la cantidad de defensas que
asumen los defensores oficiales, quizá por la creciente criminalidad de quienes caen
en el delito como una falsa opción de vida, y otros, seguramente debido a distintas
circunstancias, entre ellas la falta de recursos económicos.
Pese al cúmulo de trabajo que pesa sobre los defensores oficiales, sería injusto no
reconocer que los hay muy capaces y que, además, en cada defensoría se
desempeña un grupo anónimo y silencioso de colaboradores que se comprometen
con el cometido asignado y procuran hacer todo lo que está a su alcance para que el
imputado que opta por la defensa oficial tenga un nivel adecuado de asistencia. Y no
faltan casos en que son mejores estas defensas públicas que otras asumidas por
defensores particulares, que incursionan en temáticas que no han estudiado ni
manejan —p. ej., penal económico y tributario, contravencional—, sin conocer en
profundidad la legislación y la jurisprudencia imperantes.
Mantengo la opinión crítica sobre el consejo generalizado que le imparten a sus
asistidos los defensores públicos para que se nieguen a declarar (ver 6.3.4.7).
Sigue siendo válida la advertencia del art. 108 del Código anterior, sobre la
posibilidad del imputado asistido por el defensor oficial de nombrar en su reemplazo
otro particular. Obviamente, la sustitución no tornará posible la intervención del nuevo
defensor hasta que acepte el cargo y fije domicilio.
6.8.10. Obligación de recurrir las resoluciones que sean desfavorables para su
defendido
6.8.10.1. Salvo conformidad expresa del imputado
El incumplimiento de esta regla, que hace a la esencia de la asistencia técnica,
implica una falta grave para el abogado defensor, rayana en el abandono de la
defensa (ver 6.8.4.2), por lo que cuando éste considere más conveniente eludir la
defensa (ver 6.8.4.2), por lo que cuando éste considere más conveniente eludir la
impugnación deberá conversar con su asistido y requerir expresa conformidad, por
escrito y firmada (ver 6.2.6, 6.4.6 y 6.8.7). Por lo tanto, si en el futuro se llega a
considerar agraviado el pupilo porque no fue apelada una resolución adversa, no
bastará con que el letrado alegue que existió una conversación sobre el particular.
Cuando exista un canal de comunicación ya establecido, vía emails, se puede usar
esta alternativa, pero si el imputado no responde prestando consentimiento, queda en
pie su disconformidad y por ende, la obligación de recurrir.
Es cierto que la experiencia algunas veces indica que la interposición de
determinados recursos implica una verdadera pérdida de tiempo —por el futuro muy
vidrioso del planteo (p. ej., recurso de queja por extraordinario denegado)—, pero, sin
embargo, salvo acuerdo acreditado del modo señalado, habrá que interponerlos.
6.8.10.2. Control de fechas y peligros del plazo de gracia
Otra cuestión a tener muy presente es la fecha de notificación de las providencias
recurribles, los plazos de interposición de recursos (art. 108) y la inconveniencia de
dejar hasta último momento la presentación de las impugnaciones. Todavía peor, es
esperar hasta las dos primeras, el plazo de gracia. Al cabo de los años he tenido
oportunidad de conocer muchísimas frustraciones de último momento producidas por:
un despertador que no sonó a tiempo, inesperados corte de ruta, congestionamiento
del tránsito, sorpresiva falta de energía eléctrica que impidió usar la computadora o la
impresora, ascensores que quedaron fuera de servicio, distracción del procurador
encargado de llevar el escrito, cola en la mesa de entradas, equivocación del lugar
donde debía ser entregada la presentación... O sea, una lista prácticamente
inagotable de complicaciones sin remedio posterior alguno. Y me circunscribo a los
avatares de los defensores, porque cuando el abogado es patrocinante y no tiene
poder —cuestión ajena a la defensa del imputado— o su patrocinado quiere rubricar
personalmente el escrito, hay todavía un problema más: localizar al cliente con
rapidez para que firme esa misma mañana de las dos primeras, y el encuentro se
concreta cuando ya es tarde.
Por fin, la mayor parte de estos recursos requiere bastante tiempo para su correcta
preparación, por lo que, pensar sólo en la fecha de vencimiento es peligroso, ya que
en el ejercicio profesional de un abogado penalista puede ocurrir —y de vez en
cuando sucede— que se plantee contemporáneamente una nueva urgencia,
totalmente imprevista, que no se pueda eludir, y conspira como alternativa. ¿Qué
hacer en un caso así si no hay modo de derivar uno de los dos compromisos?
6.8.11. Aceptar la primacía del criterio del imputado
Está prescripto entre los principios y garantías, en el art. 6º, último párrafo (ver
6.2.6), y se lo ratifica al disponer más adelante en el art. 74 —cuarto párrafo— que la
actuación del defensor no inhibe al pupilo para "formular planteamientos y
alegaciones por sí mismo" (ver 6.4.6).
Este criterio ya había sido sostenido en el fallo plenario de la Cámara en lo Criminal
y Correccional en la causa "García", del 23 de julio de 1939, sosteniendo que "la
conformidad expresa del procesado con la sentencia prevalece siempre sobre
cualquier manifestación de su defensor"(71). En igual sentido se pronunció la CSJN
en el caso "Mac Leod"(72).
La misma doctrina fue reiterada en el plenario "Rodríguez, Miguel", del
27/3/1990(73), pero requiriendo la efectiva asistencia técnica y que el acta de
notificación se labre en presencia del defensor y con su firma. La CSJN volvió sobre
el particular, señalando que "los juzgadores... están legalmente obligados a proveer lo
necesario para que no se produzcan situaciones de indefensión"(74).
El tema está muy bien desarrollado por Alejandro D. Carrió en Garantías
constitucionales en el proceso penal(75).
(1)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, vol. 2, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1992, p.
77.
(2)NAVARRO, GUILLERMO DARAY, ROBERTO,Código Procesal Penal de la Nación. Comentado y anotado,
t. I, La Ley, Buenos Aires, 2007, p. 166.
(3)ALMEYRA M IGUEL ÁNGEL, "El imputado en la nueva legislación penal o el fin de la pesadilla", JA, 1992
IV5110.
(4)ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, Ediciones Jurídicas Cuyo, 1994, p. 203.
(5)"El defensor del imputado en la etapa sumarial", DJ, 1997I345, reproducido en ALMEYRA, M IGUEL
ÁNGEL (dir.), Tratado jurisprudencial y doctrinario de derecho procesal penal, t. II, La Ley, Buenos Aires,
2012, p. 853.
(6)FENECH, M IGUEL, Derecho procesal penal, vol. 1º, Editorial Labor SA, Barcelona, 1952, p. 415.
(8)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.),Código Procesal Penal de la Nación comentado y anotado, t. I, La Ley,
Buenos Aires, 2007, p. 496.
(9)BINDER, ALBERTO, Introducción al derecho procesal penal, AdHoc, Buenos Aires, 1999, ps. 332/333.
(10)GRANILLO FERNÁNDEZ, HÉCTOR HERBEL, GUSTAVO, Código de Procedimiento Penal de la Provincia
de Buenos Aires, comentado y anotado, 1ª ed., La Ley, Buenos Aires, 2005, p. 199.
(11)La incomunicación del imputado no afecta la libre conferencia con su defensor (art. 197, párr. 1º).
D'ALBORA, FRANCISCO, Código de Procedimientos Penal de la Nacion, comentado y anotado, Abeledo
Perrot, Buenos Aires, 1996, p. 264, con cita de CARRILLO BASCARI, "Asistencia letrada previa a la
indagatoria: Pacto de San José", ED, 145907.
(12)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, t. II, Marcos Lerner Editora, Córdoba, 1984, p.
77.
(13)Sobre juicio previo ver ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.),Código Procesal Penal..., cit., t. I, p. 76.
(14)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, Marcos Lerner, Córdoba, 1981, p. 30.
(15)VILLAMARÍA LÓPEZ, M ARÍA LUISA, "La protección constitucional del derecho a no confesar culpable",
en DONNA, EDGARDO A. (dir.), La defensa penal, t. I, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2010, p. 139.
(16)BINDER, ALBERTO, Introducción al derecho procesal penal, cit., p. 181.
(17)CEVASCO, LUIS J., Principios de derecho procesal penal argentino, Ed. Oxford, 1999, p. 21.
(18)Su voto en TOral Crim. Nº 23, sentencia del 7/11/2013.
(19)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.),Código Procesal Penal..., cit., t. I,, p. 102.
(20)CSJN, Fallos: 326:2805.
(22)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 65.
(23)J OSÉ DE CAFFERATA CRISTINA DEL V., Teoría general de la defensa y connotaciones en el proceso
penal, t. I, Marcos Lerner, Córdoba, 1993, ps. 151 y ss.
(24)SECO VILLALBA, J OSÉ A., El derecho de defensa. La garantía constitucional de la defensa en juicio,
Depalma, Buenos Aires, 1947, p. 12.
(25)DE ELÍA, CARLOS M., Manual de derecho procesal penal, t. I, Librería El Foro, Córdoba, 1992, p. 87.
(26)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., Curso de derecho procesal penal, RubinzalCulzoni Editores, Santa Fe,
1985, p. 308.
(27)Marcos Lerner Editora, Córdoba, 1994, p. 91.
(28)La primera obra que apareció cuando se produjo esta sustancial reforma procesal fue el Código
Procesal Penal de la Nación (ley 23.984) comentado y anotado, de RICARDO LEVENE (h.) J ORGE O.
CASANOVAS RICARDO LEVENE (n.) EDUARDO C. HORTEL, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1992.
(29)Sobre el objeto del proceso, CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 229.
(30)CSJN, Fallos: 318:514.
(31)CSJN, XL, 1757.
(32)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.),Código Procesal Penal..., cit., t. I, p. 174.
(33)Sobre el juicio por jurados, BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, cit., 2ª ed.,
2009, p. 109.
(34)Las posibles consecuencias negativas de la mentira han sido tratadas en 6.2.4, Derecho a no
autoincriminarse.
(35)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., Curso de derecho procesal penal, cit., p. 310.
(36)En igual sentido, "... la posibilidad de autodefenderse sólo puede tener lugar cuando el juez
reconozca en el imputado la aptitud que le permita hacer valer eficazmente sus derechos en el juicio..."
(CNCasación Penal, sala II, c. 4527, "Chueke, Daniel I.", 2/8/2003).
(37)Si el indagado no designa defensor particular de su confianza, es obligación legal inexcusable del
juzgador designarle un defensor de oficio o pronunciarse sobre la aptitud de aquel de defenderse por sí
mismo, bajo pena de nulidad (CNPenal Económico, sala B, "González, Luis R.", 29/11/1995).
(38)TOral Nº 7, 21/4/1993, "Camba, María S.", en Boletín de Jurisprudencia CNCrim., entrega especial
nro. 5/93, en Código Procesal Penal de la Nación, comentado por SERGIO LUIS AMADEO PABLO ANDRÉS
PALAZZI, Depalma, Buenos Aires, 1999, p. 191.
(39)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., Curso de derecho procesal penal, cit., p. 311.
(40)FENECH, M IGUEL, Derecho procesal penal, cit., vol. 1º, p. 461.
(41)En relación a ello, se dijo que la incompatibilidad entre la defensa de uno u otro imputado se
verifica cuando las razones de la defensa de aquél excluyan las razones de la defensa de éste
(CNCasación Penal, sala I, "Correa, Walter", 20/2/1995).
(42)BERTOLINO, PEDRO J., El debido proceso penal, Librería Editora Platense, La Plata, 1986.
(43)El imputado tiene derecho a acceder la actuaciones, aún antes de su indagatoria, salvo que se
hubiera decretado por medio de una resolución fundada el secreto de las actuaciones, ya que de no
poder contarse con aquellos elementos que hacen a la imputación que se le dirigen, mal puede alguien
presentarse a aclarar los hechos e indicar aquellas pruebas que a su juicio pueden resultar útiles,
tornando en letra muerta lo normado en el art. 73 del Cód. Procesal Penal de la Nación (CNCrim. y
Correc., sala II, "Lirman, Fernando", 14/12/2006).
(44)"Las declaraciones del imputado después de la reforma de la ley 23.984", LA LEY, 1992E,
999/1003.
(45)CNCrim. y Correc., sala VI, causa 308, "Aviani, C. G.", rta. 9/3/1993; TOral. Crim. N. 9, causa 11,
"González O. D.", 5/11/1993.
(46)LA LEY, del 7/9/2004, reproducido en ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.), Tratado jurisprudencial y
doctrinario..., cit., t. II, p. 677.
(47)Ver sobre la inadmisibilidad de recibir testimonial al imputado CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías
constitucionales en el proceso penal, Hammurabi, Buenos Aires, 2000, p. 347.
(48)CSJN, Fallos: 281:177.
(49)Ver lo dicho sobre la mendacidad del imputado en 6.2.4, sobre "Derecho a no autoincriminarse".
(50)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, cit., t. 6, p. 92.
(51)La individualización del prevenido resulta correcta si se efectuó sobre la base de la identificación
que se realiza de un rastro digital relevado por personal policial de la División criminalística, pues no
obstante la inexistencia de pruebas de cargo directas o indirectas con respecto al acusado, de los
informes y acta de búsqueda de huellas dactilares de autos, se confirma un cúmulo de indicios, que por
su calidad, gravedad, precisión y concordancia, permiten —en el caso— con arreglo a los principios de
la libre convicción concluir en que el imputado es el autor del hecho que se le atribuye (CAcus.
Córdoba, "López, Jorge", 9/10/1986).
(52)Esto es dicho por los autores del Código bonaerense referenciado que, además, traen a colación
lo expuesto por Maier, en cuanto no es posible obtener elementos de prueba cargosos, mediante la
participación activa del imputado en contra de su voluntad; sea por la fuerza sea por el engaño.
(GRANILLO FERNÁNDEZ, HÉCTOR HERBEL, GUSTAVO, Código de Procedimientos Penal de la Provincia de
Buenos Aires, comentado y anotado, 1ª ed., La Ley, Buenos Aires, 2005, p. 201). Encontramos una
divergencia en cuanto a la naturaleza que merece esta norma lo que indica la misma es cómo y con
qué fines se puede lograr la identificación de un imputado. La finalidad es sólo ésa, y no obtener una
prueba de cargo, ya que los datos de personalidad y los posibles antecedentes que surjan de la
búsqueda sistematizada de la autoridad competente, no pueden ser tomados como medios de prueba
cargosos para con el imputado. Sólo es a los fines de identificación personal y el conocimiento de
antecedentes.
(53)La carencia de identificación de los imputados afecta intrínsecamente la resolución que dispuso su
sobreseimiento por inexistencia de delito de donde deviene la necesidad de su revocación (CPenal
Santa Fe, sala III, "D'Angelo, Ricardo y otro", 27/11/1980).
(54)La función del curador deberá, en todo caso, circunscribirse a lo que determina el Código Civil y
solamente en relación a los asuntos que por el mismo resultan de su exclusiva incumbencia, sin
confundir su rol con el de defensor penal del imputado (GRANILLO FERNÁNDEZ, HÉCTOR HERBEL, GUSTAVO,
Código de Procedimiento Penal..., cit.).
(55)La suspensión del trámite del sumario por incapacidad mental sobreviniente del imputado no
suspende el plazo de prescripción de la acción penal, pues no constituye un supuesto previsto en el art.
67 del Cód. Penal y no debe resolverse imperativamente en otro juicio (CNPenal Económico, sala B,
27/2/2003, "Sasso, Elba C.", DJ, 20032).
(56)La suspensión del trámite del sumario por incapacidad mental sobreviniente del imputado no
suspende el plazo de prescripción de la acción penal, pues no constituye un supuesto previsto en el art.
67 del Cód. Penal y no debe resolverse imperativamente en otro juicio (CNPenal Económico, sala B,
27/2/2003, "Sasso, Elba C.", DJ, 20032).
(57)NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R., Código Procesal Penal..., cit., t. I, p. 263, con citas
de Clariá Olmedo y de Núñez.
(58)Sobre la rebeldía o contumacia, NÚÑEZ, RICARDO C., Código Procesal Penal de la Provincia de
Córdoba, Lerner Ediciones, Córdoba, 1978, p. 72,
(59)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.), Tratado jurisprudencial y doctrinario..., cit., t. I, p. 290.
(60)J OSÉ DE CAFFERATA CRISTINA DEL V., Teoría general de la defensa..., cit., p. 26.
(61)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, RubinzalCulzoni Editores, Santa Fe, 1978, p. 117.
(62)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., Curso de derecho procesal penal, cit., p. 309.
(63)DAYENOFF, DAVID E., El defensor penal, Ediciones Pannedille, Buenos Aires, 1970, p. 7.
(64)COUTURE, EDUARDO J., Los mandamientos del abogado, Depalma, Buenos Aires, 1952.
(65)LEVENE, RICARDO, Manual de derecho procesal, 2ª ed., Depalma, Buenos Aires, 1993, p. 246.
(66)NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R., Código Procesal Penal..., cit., t. I, p. 362. Asimismo
"...el actual ordenamiento procesal penal no exige de parte del abogado una expresión positiva de
aceptación del cargo, por tanto resulta admisible una aceptación tácita, como es hecho de haber
asistido al imputado..." (CNCasación Penal, sala III, c. 1693, "Waisburg, Héctor", 21/12/1998). D'Albora
sostiene que aunque formalmente se haya omitido la designación, dicho defecto puede salvarse por
actos indirectos o implícitos cumplidos por el tribunal (D'ALBORA, FRANCISCO, Código Procesal Penal de
la Nación..., cit., p. 153).
(67)"Algo más sobre las escuchas telefónicas", LA LEY, 1997D, 611, nota reproducida en ALMEYRA,
M IGUEL ÁNGEL (dir.), Tratado jurisprudencial y doctrinario..., cit., t. II, p. 995.
(68)D'ALBORA, FRANCISCO, Código Procesal Penal de la Nación..., cit., p. 157.
(69)ÁBALOS, RAÚL W., Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 302.
(70)Ver el análisis sobre "El requisito de la efectiva asistencia legal", en CARRIÓ, ALEJANDRO D.,
Garantías constitucionales en el proceso penal, cit., p. 424, y CSJN, Fallos: 189:34; 155:374; 279:27;
310:2078; 311:2502, y 320:354.
(71)Fallos de la CCiv. y Com., t. IV, 1980, p. 46.
(72)CSJN, Fallos: 217:1022.
(73)LA LEY, 1990B, 516.
(74)Caso "López", CSJN, Fallos: 310:1797; LA LEY, 1988B, 252, con nota de NÉSTOR P. SAGÜÉS.
(75)CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales en el proceso penal, cit.,p. 431.
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TOMO DERECHO
Tomo Práctica Profesional 2015 ADMINISTRATIVO 2015
Tratado de Derecho Procesal
Penal Tomo II
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Capítulo 7 La víctima y la querella. Por Guido Aguirre
Capítulo 7 La víctima y la querella. Por Guido Aguirre
Capítulo 7 La víctima y la querella. Por Guido Aguirre
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CAPÍTULO 7 LA VÍCTIMA Y LA QUERELLA. POR GUIDO AGUIRRE
7.1. LA VÍCTIMA EN EL NUEVO PROCEDIMIENTO PENAL
7.1.1. Rol de la víctima
7.1.1.1. Breve introducción
Con la sanción de la ley 27.063(1)se creó un nuevo sistema de procedimiento penal en el cual la
víctima pasó a tener mayor protagonismo que aquel régimen previsto el Código Procesal Penal
regulado por la entonces ley 23.984(2).
A raíz de la promulgación de este nuevo cuerpo normativo, en líneas generales, se pasó de un
sistema inquisitivo mixto a un sistema netamente acusatorio o adversarial, que acompaña las
tendencias de cambio en los sistemas procesales de las provincias de nuestro país, así como en la
legislación procesal penal comparada de los países de Latinoamérica y acompaña los lineamientos
dispuestos en los tratados internacionales.
Ya vieron luz, con algunos años de antelación, diversas normativas y protocolos de actuación en el
marco del derecho internacional relacionados a los derechos de las víctimas y a su participación en los
procesos penales.
En esta nueva versión del Código Procesal Penal, vemos como en el Libro Primero, "Principios
fundamentales", título I, "Principios y garantías procesales", concretamente el art. 1º dice: "Derechos de
la víctima. La víctima tiene derecho a una tutela judicial efectiva, a la protección integral de su persona,
su familia y sus bienes frente a las consecuencias del delito, a participar del proceso penal en forma
autónoma y a solicitar del Estado la ayuda necesaria para que sea resuelto su conflicto. Las
autoridades no podrán, bajo pretexto alguno, dejar de recibir sus denuncias o reclamos y de poner
inmediatamente en funcionamiento los mecanismos legales, previstos para su tutela efectiva".
Este nuevo Código enumera cinco incisos por medio de los cuales se engloban los supuestos que
habilitan la adopción de la calidad de víctima de un delito y, en consecuencia, la facultad de gozar de
los derechos que dicho estatus trae aparejados, los cuales son detallados en el art. 79.
Seguidamente, se aprecia cómo se reconoce de manera expresa la posibilidad de que la víctima
Seguidamente, se aprecia cómo se reconoce de manera expresa la posibilidad de que la víctima
solicite que sus derechos y facultades sean ejercidos directamente por una asociación registrada
conforme a la ley de protección o ayuda a las víctimas, de defensa de los intereses colectivos o difusos
entre otras, las cuales una vez cumplida la delegación de facultades por parte de la víctima quedarán
autorizadas para ejercer todos los derechos propios de ese carácter, quedando obligadas a mantenerla
informada del avance del trámite(3).
Respecto al acusador particular, la normativa culmina el debate en torno al "querellante autónomo" a
través de la nueva redacción del art. 85.
Tanto a la víctima como a la querella se les otorga un rol más activo, al permitírseles el impulso y
continuidad de la investigación en aquellos casos en que el fiscal pretendiera hacer uso de los criterios
de oportunidad(4)previstos en esta reforma procesal.
Se destaca que una vez concluida toda la primera etapa preparatoria —que no podrá durar más de
un año desde su formalización— la víctima puede objetar el pedido de sobreseimiento y solicitar su
revisión ante el superior del Ministerio Fiscal.
El querellante, en igual sentido, puede oponerse al sobreseimiento ante el juez y formular, si así lo
estima conducente, la acusación.
En lo que respecta a la legitimación para impugnar decisiones adoptadas en el trámite del proceso,
se acordó incluir al texto que la víctima podrá impugnar las demás resoluciones que pongan fin a la
acción o a la pena, o hagan imposible que continúen las actuaciones y la denegación o revocación de
medidas cautelares, cuando no hubiese dos pronunciamientos en el mismo sentido.
Pasemos a profundizar sobre el tema.
7.1.1.2. Víctima. Concepto
La Real Academia Española nos brinda el siguiente concepto: "(Del lat. victima).
1. f. Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio.
2. f. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra.
3. f. Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita.
4. f. Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito"(5).
En otra obra para esta editora, y que sirvió de base para analizar alguna de las figuras que veremos,
ya decíamos, en oportunidad de comentar el art. 79 del Código(6), que víctima es la persona que ha
resultado damnificada por un delito, en otras palabras, el sujeto pasivo(7).
En el marco de este concepto, cabe destacar una diferencia con la nueva redacción que dispone la
ley 27.063, ya que en su art. 78, a diferencia de lo que ocurría en la redacción según ley 23.984, sí nos
brinda una descripción de quiénes se consideran víctimas de un delito, como lo hacen la mayoría de
los documentos internacionales que veremos más adelante en detalle.
Entonces, aquí ya se puede ver la influencia de esos instrumentos sobre la legislación nacional y
que, justamente, tienden a cumplir con los estándares internacionales en relación a la tutela judicial
efectiva.
Por otro lado, hay conceptos de víctima que nos brinda la doctrina. Veamos:
Mendelsohn: "es la personalidad del individuo o de la colectividad en la medida en que está afectada
por las consecuencias sociales de su sufrimiento determinado por factores de origen muy diverso
físico, psíquico, económico, político o social, así como el ambiente natural o técnico"(8).
Israel Drapkin considera a la víctima como "la persona que sufre o es lesionada, en su cuerpo o
propiedad, torturada o asesinada, por otra que actúa movida por una gran variedad de motivos o
circunstancias". Atento a lo anterior, la víctima del delito debe entenderse como la persona que sufre el
ataque directo por parte de un individuo y que le ocasiona una lesión o puesta en peligro de sus bienes
o derechos(9).
Rodríguez Manzanera la define como aquel individuo o grupo que padece un daño por acción u
omisión propia o ajena, o por causa fortuita; o bien, aquella persona física o moral que sufre un daño
producido por una conducta antisocial propia o ajena aunque no sea el detentador del derecho
vulnerado(10).
En el ámbito de los instrumentos internacionales, encontramos diversos documentos que brindan
una definición de víctima. Podemos mencionar:
La "Declaración sobre Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y Abuso de
Poder"(11), que fue adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en su resolución 40/34, de
fecha 29 de noviembre de 1985, declara que víctimas son las personas que, individual o
colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional,
pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de
acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que
proscribe el abuso de poder.
También destaca que podrá considerarse "víctima" a una persona, con arreglo a la presente
Declaración, independientemente de que se identifique, aprehenda, enjuicie o condene al perpetrador e
independientemente de la relación familiar entre el perpetrador y la víctima.
En la expresión "víctima" se incluye, además, en su caso, a los familiares o personas a cargo que
tengan relación inmediata con la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir
para asistir a la víctima en peligro o para prevenir la victimización.
Sumado al concepto, la Declaración tenía como objetivo fijar los derechos que tienen las víctimas de
delitos que se pueden dividir en tres grupos: a) derecho a recibir un trato digno, respetuoso y participar
en el proceso; b) derecho a la reparación; c) derecho a la protección y asistencia.
El "Consejo de la Unión Europea"(12). La decisión marco estableció la asistencia a las víctimas de
delitos antes, durante y después de los procesos penales, así como que los Estados miembros
garanticen el respeto a la dignidad de las víctimas y reconozcan sus derechos en el marco del proceso.
Las víctimas especialmente vulnerables deberán recibir un trato que responda de la mejor manera
posible a su situación y tendrán la posibilidad de ser oídas durante el proceso y de facilitar elementos
de prueba.
Desde el primer contacto con las autoridades policiales, tendrán acceso a la información pertinente
para la protección de sus intereses y dicha información incluirá, como mínimo: el tipo de servicios u
organizaciones a los que pueden dirigirse para obtener apoyo; el lugar y el modo en que pueden
presentar una denuncia, así como las actuaciones subsiguientes a la misma; las condiciones en que
pueden obtener protección; las condiciones en que pueden acceder a asistencia y asesoramiento
jurídico o de cualquier otro tipo; los requisitos para tener derecho a una indemnización; los mecanismos
disponibles para no residentes.
Respecto a los Estados miembros, deberán informar a las víctimas sobre el curso dado a su
denuncia, el desarrollo del proceso (salvo en casos excepcionales) y la sentencia. En el caso de que
pueda existir un riesgo para la víctima, también se le notificará la puesta en libertad de la persona
inculpada o condenada por la infracción.
Se dispuso que los Estados miembros tomarán las medidas necesarias para reducir cuanto sea
posible las dificultades de comunicación que afecten a la comprensión y a la participación de las
víctimas en el proceso penal cuando éstas sean testigo o parte en las actuaciones, en términos
comparables a los aplicables a los procesados. Los Estados miembros también reembolsarán a las
víctimas los gastos que les haya ocasionado su participación en el proceso penal.
Garantizarán un nivel adecuado de protección a las víctimas y a sus familiares siempre que exista un
riesgo grave de represalias o claros indicios de una intención clara de perturbar su vida privada.
Esto incluye: las medidas que se puedan adoptar como parte del proceso penal para proteger la
intimidad o la imagen física de las víctimas y de sus familiares; las medidas destinadas a evitar el
contacto entre víctima y procesado en las dependencias judiciales, salvo que el proceso penal lo
requiera; resoluciones judiciales que permitan prestar declaración fuera de audiencia pública a las
víctimas que necesiten protección.
Asimismo los Estados miembros garantizarán a la víctima de una infracción penal el derecho a
obtener una resolución relativa a la indemnización en un plazo razonable, y adoptarán las medidas
pertinentes para propiciar que el autor de la infracción indemnice a la víctima adecuadamente. Los
objetos restituibles pertenecientes a la víctima y aprehendidos durante las actuaciones le serán
devueltos sin demora cuando ya no sean necesarios para el proceso.
Se estableció que a los efectos de la decisión marco, víctima es la persona física que haya sufrido un
perjuicio, en especial lesiones físicas o mentales, daños emocionales o un perjuicio económico
directamente causado por un acto u omisión que infrinja la legislación penal de un Estado miembro.
"Las 100 Reglas de Brasilia sobre acceso a la justicia de personas en condición de vulnerabilidad"
(13)es un documento fundamental que fue elaborado en la XIV Cumbre Judicial Iberoamericana, que
se llevó a cabo en el mes de marzo del año 2008 por los presidentes de las Cortes y Tribunales
Supremos o Superiores de Justicia y de los Consejos de la Judicatura o Magistratura de los países
iberoamericanos y fue aprobado por los veintitrés países de la comunidad iberoamericana.
La Cumbre Judicial Iberoamericana ha considerado necesaria la elaboración de unas Reglas Básicas
relativas al acceso a la justicia de las personas que se encuentran en condición de vulnerabilidad. De
esta manera, se desarrollaron los principios recogidos en la "Carta de Derechos de las Personas ante
la Justicia en el Espacio Judicial Iberoamericano" (Cancún 2002), específicamente los que se incluyen
en la parte titulada "Una justicia que protege a los más débiles" (aparts. 23 a 34).
En el capítulo I —Preliminar—, sección 1ª —Finalidad—, dice: "1) Las presentes Reglas tienen como
objetivo garantizar las condiciones de acceso efectivo a la justicia de las personas en condición de
vulnerabilidad, sin discriminación alguna, englobando el conjunto de políticas, medidas, facilidades y
apoyos que permitan a dichas personas el pleno goce de los servicios del sistema judicial. 2) Se
recomienda la elaboración, aprobación, implementación y fortalecimiento de políticas públicas que
garanticen el acceso a la justicia de las personas en condición de vulnerabilidad. Los servidores y
operadores del sistema de justicia otorgarán a las personas en condición de vulnerabilidad un trato
adecuado a sus circunstancias singulares".
Asimismo se recomienda priorizar actuaciones destinadas a facilitar el acceso a la justicia de
aquellas personas que se encuentren en situación de mayor vulnerabilidad, ya sea por la concurrencia
de varias causas o por la gran incidencia de una de ellas. Concretamente, en la Sección 2ª —
de varias causas o por la gran incidencia de una de ellas. Concretamente, en la Sección 2ª —
Beneficiarios de las Reglas—, apart. 5º —Victimización— dice: "víctima es toda persona física que ha
sufrido un daño ocasionado por una infracción penal, incluida tanto la lesión física o psíquica, como el
sufrimiento moral y el perjuicio económico. El término víctima también podrá incluir, en su caso, a la
familia inmediata o a las personas que están a cargo de la víctima directa".
El art. 11 complementa al anterior ya que establece a las víctimas que se encuentran en una
situación de vulnerabilidad, como aquellas que tengan una relevante limitación para evitar o mitigar los
daños y perjuicios derivados de la infracción penal o de su contacto con el sistema de justicia o para
afrontar los riesgos de sufrir una nueva victimización.
Las "Guías de Santiago sobre Protección de Víctimas y Testigos" resultan un documento de suma
importancia creado por la Asociación Iberoamericana de Ministerios Públicos (AIAMO), como
consecuencia del trabajo que venían desarrollando los fiscales que la componen y que dio su fruto en
julio de 2008 en el encuentro llevado a cabo en Punta Cana, República Dominicana.
Estas Guías surgieron para orientar las decisiones de los Ministerios Públicos iberoamericanos en
relación a su organización y a su actividad para alcanzar el fortalecimiento de los derechos de víctimas
y testigos.
En el capítulo 1º denominado "Tratamiento de las víctimas" se define a la víctima como cualquier
persona que ha sufrido menoscabo en sus derechos como consecuencia del delito.
7.1.1.3. Cronología de la víctima en la legislación nacional
Además de estos instrumentos del derecho internacional, la víctima del delito, hasta la sanción de la
ley 27.063(14), fue objeto de una marginada atención tanto en la protección de su persona —y de su
familia— como en el interés de la reparación del daño sufrido, en la información relativa a sus derechos
y al curso de la causa y, más aún, en la participación de los actos y distintas etapas procesales,
incluidas las recursivas.
Algunos consideran que el cambio de paradigma que vemos con esta nueva normativa procesal es
fruto de la intromisión de la victimología como una rama científica independiente y de las corrientes que
propician la reparación del daño como otra vía aceptable(15).
Si bien la norma del ahora derogado art. 79 nada decía al respecto, siempre existió la necesidad de
que la víctima obtenga una reparación del daño sufrido.
Esta necesidad tiene algunos fundamentos. En primer lugar, el interés de la víctima no consiste en la
imposición de una pena sino, en cambio, en una reparación por las lesiones o los daños causados por
el delito. En segundo lugar, se destaca la necesidad de evitar las consecuencias negativas de los
procesos formales de criminalización y especialmente, de la pena privativa de libertad. También se
reconoce la idea de hacer operar al derecho penal como ultima ratio.
No se debe confundir el concepto de reparación de daño con el pago de una suma de dinero, la
reparación se debe entender como cualquier solución que objetiva o simbólicamente restituya la
situación al estado anterior de la comisión del delito y satisfaga a la víctima(16).
Esta tendencia que estamos describiendo otorgó más importancia a la posibilidad de resarcimiento
por parte del agresor del daño, le asignó a la víctima un rol más protagónico en el proceso en el cual se
le permitirá la inclusión en ciertas etapas del proceso, ya sea escuchando su opinión, participando de
forma activa, o en cumplimiento de las obligaciones procesales.
Veamos, en resumen, cuáles fueron las normas internacionales y las leyes en el ámbito local,
relacionadas a la víctima, que tenían un impacto directo en el proceso penal y que motivaron la
necesidad de prestar más atención a la víctima y su relación con el acceso a la justicia como tutela
judicial efectiva.
Con la reforma constitucional del año 1994 que incorporó los tratados internacionales a través del art.
75, inc. 22, el problema del acceso a la justicia fue mermando al ser considerado como un derecho
humano.
Es decir, se obligó a los Estados partes a comprometerse a garantizar a toda persona la posibilidad
de acudir a los tribunales para concretar sus pretensiones o la posibilidad de tener una adecuada
defensa, de obtener un fallo en plazo razonable y que la misma sea cumplida, sin ningún
condicionamiento económico, social, religioso o de cualquier otra naturaleza.
En esa dirección, se puede advertir, expresamente, en el Pacto de San José de Costa Rica (CADH),
art. 8.1 y 25 y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en su art. 14.1.
A lo largo de los años se sucedieron diversas leyes que acompañaban los estándares
internacionales previstos en los tratados y protocolos y que le permitieron a nuestro país adecuar la
legislación interna a las normativas supranacionales.
Así, en el ámbito nacional, para el año 1994, cuando ya estaba en vigencia el Código de
Procedimiento Penal según ley 23.984, se sancionó la ley 24.316(17)que incorporó al Código Penal de
la Nación el instituto de suspensión de juicio a prueba (probation) a través de los arts. 76 bis, ter y
quáter.
Lo importante de esa norma y en relación a la temática que venimos despuntando, es que se le
otorgaba mayor participación a la víctima toda vez que interviene en el procedimiento aceptando, o no,
la reparación ofrecida por el imputado y, para el caso que se suspenda la realización del juicio, tenía
habilitada la acción civil.
En el transcurso de ese mismo año, también se legisló la ley 24.417(18)de "Protección contra la
Violencia Familiar" que se publicó los primeros días del año siguiente.
En lo que respecta al ámbito penal, introdujo el segundo párrafo del art. 310 del Cód. Procesal Penal
de la Nación que permitía al juez de la causa disponer, como medida cautelar, la exclusión del hogar
del procesado cuando ocurriera alguno de los delitos previstos en el libro segundo, títulos I al VI y
respecto al título V, capítulo I del Código Penal de la Nación.
Dos años más tarde se sancionó la ley 24.632(19)que aprobó la "Convención Americana para
Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer", conocida también como "Convención
Belén do Pará", y que consideró la violencia contra la mujer en los aspectos físico, sexual y psicológico
y reconoció todos los derechos y las medidas que los Estados debían tomar para hacerlos efectivos.
Ya en el año 2002, la ley 25.362(20)aprobó la "Convención Internacional Contra la Delincuencia
Organizada Transnacional" y los Protocolos reglamentarios. Esta normativa resultó novedosa porque
tomó en consideración a las víctimas de trata de personas, tráfico de migrantes y de la delincuencia
organizada.
Al año siguiente se aprobó el "Protocolo Relativo a la Venta de Niños, la Prostitución Infantil y la
Utilización de los Niños en la Pornografía", mediante la sanción de la ley 25.763(21).
Este protocolo complementa la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño y
Este protocolo complementa la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño y
hace hincapié en la importancia de la colaboración a nivel internacional y en el respeto de los derechos
que le asisten a todos los niños involucrados en un procedimiento.
También hace especial referencia a la protección de los niños víctimas de los delitos de prostitución y
pornografía infantil, oportunidad en que contempla que los pueblos deben velar por el desarrollo de los
menores y prohibir la venta, prostitución o pornografía.
En el año 2003 se sancionó la ley 25.764(22)que aprobó el "Programa Nacional de Protección a
Testigos e Imputados", que si bien no trata directamente a la víctima, sí lo hace respecto del testigo e
imputado colaborador con la justicia o arrepentido. Años más tarde, se incorporaron los casos
vinculados a lesa humanidad por intervención del Ministerio de Justicia y también en los casos de trata
de personas, por imperio de la ley 26.364(23).
Con la sanción de la ley 25.852(24)se incorporaron al Código de Procedimiento Penal los artículos
250 bis y 250 ter que estipulan la manera de materializar las declaraciones testimoniales de menores
de edad en delitos de lesiones y delitos contra la integridad sexual, oportunidad en que la misma debe
concretarse con especialistas y en el ámbito de lo que se conoce como "Cámara Gesell" para
mantener un clima de intimidad donde los interlocutores puedan abordar mejor al niño y hacerlo sentir
más cómodo y libre a la hora de brindar su testimonio.
La ley 26.061(25), de "Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes",
obliga a la aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño y a hacer prevalecer el interés del
niño.
Transcurrieron cuatros años hasta que se sancionó la ley 26.364(26)de "Prevención y Sanción de la
Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas" con la finalidad de dar cumplimiento a los estándares
internacionales que recogen los lineamientos del Protocolo de Palermo para Prevenir, Reprimir y
Sancionar la Trata de Personas.
Esta ley diferencia a los menores de 18 años de los mayores, en el sentido que respecto a los
primeros, víctimas del delito de trata en cualquiera de sus modalidades —sexual, laboral, etc. —, sólo
basta con probar cualquiera de las acciones que la ley reprime y los medios utilizados a esos fines, a
diferencia de los mayores en que debe demostrarse que no existió consentimiento.
Lo importante de esta ley es que establece expresamente los derechos de las víctimas como la
asistencia médica, psicológica y jurídica gratuita, protección y cuidado de su integridad y de su familia,
reserva de identidad, confidencialidad e, incluso, los mismos derechos para quienes se encuentren en
el extranjero y cuyos derechos deban ser garantizados por personal diplomático o consular de la
Nación.
Esta ley también permitió incorporar al Código Penal el art. 145 bis y ter y modificar el art. 41 y, como
ya dijimos anteriormente, incorporó a las víctimas al Programa de Protección a Testigos e Imputados
del Ministerio de Justicia.
También en el año 2008 se introdujo otra modificación, pero esta vez al Código Procesal en su art.
175, e incorporó el art. 175 bis a través de la ley 26.396(27), relacionados al modo en que pude
concretarse la denuncia, estableciendo que los magistrados no reciban denuncias verbales, como sí se
admitía antes de esta incorporación, pero que, en definitiva, no resultó un paso más sino una traba
para el acceso a la justicia.
Al año siguiente, la ley 26.485(28)de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia Contra las Mujeres en los ámbitos que en se desarrollan sus relaciones interpersonales, tenía
el objetivo de promover la igualdad, garantizar el acceso a la justicia y evitar la discriminación y
revictimización.
La ley 26.549(29)incorporó al Código Procesal Penal el art. 218 bis relacionado a la extracción de
ADN para estudios en el marco de una causa. Éste dispone que debe concretarse con el medio menos
lesivo, considerando su género, evitando la revictimización y establece que si la víctima se niega, el
juez puede obtenerlo por otros medios no invasivos, como el secuestro de algún elemento personal
que pueda contener ADN.
En el trascurso del mismo año se sancionó la ley 26.550(30)que incorpora el art. 82 bis al Código
Procesal Penal, al permitir concretar querella por intereses colectivos y a los organismos de derechos
humanos por casos de lesa humanidad o graves violaciones de derechos humanos.
7.1.1.4. Tratamiento parlamentario de la ley 27.063
En la Cámara de Diputados de la Nación, concretamente en las sesiones de prórroga del año 2014,
orden del día 1544, la Comisión de Justicia, Legislación Penal y Hacienda consideró el proyecto de ley
en revisión del Senado, y teniendo a la vista otros proyectos presentados por distintas fuerzas políticas,
aprobó el nuevo Código Procesal Penal con el cual, entre otras cosas, se crearon nuevos cargos de
magistrados, funcionarios y empleados para el funcionamiento de las fiscalías generales y defensorías
públicas oficiales.
En relación a la víctima, se puede observar que han sonado diferentes voces expresadas tanto en
los proyectos como en los pertinentes informes que los acompañan.
En este tramo de trabajo, nos limitamos a mencionar los parámetros de los informes que se
relacionan a la víctima, sin ingresar, por no correspondernos, al análisis sobre el mérito o conveniencia
de su incorporación al proyecto sancionado, puesto que ello es tarea del legislador.
En el informe que presentó el Dr. Manuel A. Garrido en relación al proyecto de ley concretado, junto
a otros de sus colegas(31), se resaltaba la importancia de incorporar dentro del concepto de víctima a
las asociaciones y fundaciones para los casos de crímenes de lesa humanidad o de graves violaciones
a los derechos humanos.
Ello así, por cuanto consideraban que las asociaciones y fundaciones deben poder ser víctimas
siempre que su objeto estatutario se vincule directamente a la defensa de los derechos que se
consideren lesionados y se encuentren registradas conforme a la ley.
También en procesos de delitos contra la Administración Pública o que generen perjuicios
económicos al Estado, los que tiendan a erradicar la corrupción y los relacionados a los delitos
ambientales.
Se destacó la participación que solicitó la Procuración Penitenciara de la Nación en las reuniones de
comisión, en las cuales sugirió que se incluya a este organismo cuando los afectados son personas
privadas de su libertad.
Finalmente, esbozaron la importancia que se considere al Estado como víctima cuando se trate de
delitos contra a la Administración Pública o que generen perjuicio económico.
Estos dos últimos puntos referidos, pese al intento de los legisladores, no fueron incorporados al
proyecto sancionado.
En otro informe, presentado por el diputado Oscar Ariel Martínez, a la luz del proyecto (32),
pretendían equiparar las posibilidades de la víctima a las del imputado en relación a sus posibilidades,
derechos y garantías, oportunidad en que debía garantizársele a la víctima una debida protección y
acceso pleno a la justicia y a la reparación de sus derechos.
Allí destacaban la desigualdad que existía entre imputado y víctima en el sentido que a este último el
Estado le garantiza un abogado, mientras que a la víctima que no puede costear el gasto de su
representación, por carecer de medios para hacerlo, no lo hacía y es allí donde aparece una
desigualdad que sería truncada si el Estado le garantizara, también a la víctima, un abogado y se le
informara sobre el derecho que tiene a hacerlo.
Proponían crear en el ámbito de la Defensoría General de la Nación el "Cuerpo de abogados
defensores de la víctima", como organismo técnico con el objetivo de asistir, acompañar y representar
gratuitamente a las víctimas en los procesos penales.
Este proyecto también propiciaba, como medida cautelar, la prohibición de ingreso o exclusión del
hogar del agresor cuando se trate de hechos que presumiblemente podrían caer en reiteración.
Además, crear una pensión para las víctimas de delitos de homicidio, abusos sexuales, lesiones
graves y otros de violencia familiar.
Propiciaban que la víctima tenga voz en el trámite de prisión preventiva y condena y se le otorgue la
posibilidad de apelar o pedir la aplicación de garantías y obligaciones.
Del mismo modo, la participación en todas las diligencias de comprobación directa, como los
allanamientos o requisas con la finalidad de reconocer sus bienes y obtener en forma inmediata su
devolución.
Requería que la víctima tenga derecho a que se le garantice la protección efectiva y la de su familia,
y pedir la reserva de identidad cuando así lo solicite, principalmente en delitos de crimen organizado,
delitos de corrupción y narcotráfico.
En lo que respecta a la receptación de la denuncia por las autoridades, el proyecto estimaba
conducente que el agente fiscal arbitre los medios necesarios para que sea recibida en el domicilio de
la víctima o el lugar donde se encuentre.
Al igual que el proyecto anteriormente mencionado, propiciaba que las asociaciones de víctimas
sean parte en el proceso y, de ese modo, brinden respaldo a la víctima y el apoyo que necesita para
afrontar el proceso.
El proyecto presentado por la diputada Patricia Bullrich y sus colegas diputados(33)proponían la
posibilidad de que se restituya a la víctima los gastos para su concurrencia a declarar.
Sugería un tratamiento especial para víctimas menores e incapaces en el sentido de que sean
acompañados por persona de su confianza cuando no ponga en riesgo la investigación, y que se
excluya al público y medios de la sala de audiencia cuando él declare.
Se destaca también un artículo relacionado al "interés superior del niño" que debe ser respetado al
igual que los derechos consagrados en las Directrices sobre la Justicia en Asuntos concernientes a los
Niños Víctimas y Testigos de Delitos del Consejo Económico y Social, así como que se valoren las
opiniones del menor.
Respecto a los testigos, proponen que se garanticen los mismos derechos que a las víctimas.
El informe de Juan Zabala sobre modificaciones al proyecto original presentado junto a la diputada
Margarita Stolbizer y otros(34)reclamaba la incorporación de precisiones respecto a los procesos
vinculados a violencia de género y a la necesidad de cumplir con los compromisos emergentes de la
Convención Belem do Pará para investigar y eventualmente sancionar a las responsables de hechos
de violencia contra la mujer.
En el art. 78 de ese proyecto, relacionado a quién se considera víctima, proponían se incorpore a las
asociaciones que representan intereses colectivos o difusos y a cualquier asociación que acredite
interés cuando los autores fueren funcionarios públicos, o casos de corrupción, abuso de poder y
perjuicios patrimoniales para el Estado, que finalmente no se incorporó al proyecto aprobado.
En el informe del diputado Pablo L. Javkin se destaca el rol de la víctima, quien dispone de mayores
garantías y derechos y acceso a la información, además de poder participar activamente en el proceso
y de controlar la actividad del fiscal que revaloriza su rol como parte interesada en el proceso.
Destaca el proyecto la introducción de la perspectiva de género en pos de mejorar el acceso a la
justicia de sectores vulnerables como mujeres, trans, lesbianas, gays, afroamericanos, migrantes e
indígenas.
Propone que se garantice efectivamente un trato no discriminatorio para estos grupos y que en casos
de disponibilidad de la acción queden excluidos contextos de violencia doméstica, institucional, sexual,
de género, racial, religiosa, por orientación sexual, identidad de género u otras razones
discriminatorias. Ello a fin de no desatender el acceso a la justicia de estos grupos.
También propicia, al igual que otros proyectos, la incorporación como víctimas de las asociaciones en
los delitos de intereses colectivos o difusos.
7.1.1.5. La redacción original de la ley 27.063
En el armado final del texto se incorporó el Libro Segundo, "La justicia penal y los sujetos
procesales".
Aquí se puede apreciar que en el título III se encuentra el apartado "La víctima" que, a su vez, se
divide en capítulo 1, "Derechos Fundamentales" y capítulo 2, " Querella".
En este segundo capítulo se encuentra la sección 1ª, "Normas comunes", la sección 2ª, "Querellante
en delitos de acción pública" y por último, la sección 3ª, "Querellante en delitos de acción privada".
7.1.2. Víctima. Texto original
"Art. 78.— Calidad de víctima. Este Código considera víctima:
a) A la persona ofendida directamente por el delito;
b) Al cónyuge, conviviente, herederos, tutores o guardadores en los delitos cuyo resultado sea la muerte
de la persona con la que tuvieren tal vínculo, o si el ofendido hubiere sufrido una afectación psíquica o física
que le impida ejercer sus derechos;
c) A los socios, respecto de los delitos que afecten a una sociedad, cometidos por quienes la dirigen,
administren, gerencien o controlen;
d) A las asociaciones o fundaciones, en casos de crímenes de lesa humanidad o de graves violaciones a
los derechos humanos siempre que su objeto estatutario se vincule directamente con la defensa de los
derechos que se consideren lesionados y se encuentren registradas conforme a la ley;
e) A los pueblos originarios en los delitos que impliquen discriminación de alguno de sus miembros,
genocidio o afecten de un modo directo sus derechos colectivos reconocidos constitucionalmente".
7.1.2.1. Análisis de la norma
En la redacción del art. 78 se puede apreciar las distintas calidades de víctima que prevé la norma.
En sus cinco incisos se diferencian las calidades en cuanto a la persona ofendida directamente por el
delito, a los familiares o quienes tengan a su cuidado a la víctima como el tutor o curador, en el plano
de las sociedades comerciales, a los asociaciones o fundaciones cuyo objeto social tenga relación
directa con la defensa de los derechos del ofendido directo, y por último, incorpora a los pueblos
originarios cuando se afecten los derechos reconocidos en la Constitución Nacional.
En esta nueva redacción determina expresamente a quién se considera víctima de un delito, lo que
viene a cumplir con la adecuación de las normas internas al derecho internacional, tal como lo ya lo
prevé la Declaración sobre Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y Abuso
de Poder de la ONU, o las 100 Reglas de Basilia que mencionamos, ocasión en que extienden el
concepto de víctimas a familiares, personas a cargo y a aquellas que por asistir a la víctima o para
prevenir el hecho, hayan sido también afectadas por el ilícito, como ahora lo hace el art. 78 del Código
Procesal Penal de la Nación.
La actuación de la víctima es de fundamental importancia en el proceso criminal, por lo que
celebramos que se amplíen sus facultades durante el mismo ya que como se encuentra preceptuado,
la ampliación de las facultades procesales han venido de la mano de creaciones pretorianas de los
jueces, mas no de una decisión de política legislativa general, que ahora sí salió a la luz con esta
reforma.
De lo expuesto se infiere que el derecho de acceso a la jurisdicción —amalgamado implícitamente en
el art. 18 de la CN— consiste en la posibilidad de ocurrir ante el órgano jurisdiccional en procura de
justicia u obtener de él sentencia útil relativa a los derechos de los litigantes(35).
Ello es así por cuanto para hablar del derecho de acceso a la justicia, o de derecho a la tutela judicial
eficaz, o de derecho a una vía útil para defender sus derechos, el proceso penal debe suministrarle a la
víctima la "llave procesal" que constitucionalmente le es debida para que tome parte en la defensa del
bien jurídico que desea proteger.
En el ámbito de la jurisprudencia comparada, la Corte Interamericana, en "Gutiérrez y Familia v.
Argentina", ha señalado que el derecho a la tutela judicial efectiva exige a los jueces que dirijan el
proceso, de modo de evitar que dilaciones y entorpecimientos indebidos conduzcan a la impunidad,
frustrando así la debida protección judicial de los derechos humanos, y que éstos, como rectores del
proceso, tienen el deber de dirigir y encauzar el procedimiento judicial con el fin de no sacrificar la
justicia y el debido proceso legal en pro del formalismo y la impunidad, pues de lo contrario conduce a
la violación de la obligación internacional del Estado de prevenir y proteger los derechos humanos y
menoscaba el derecho de la víctima y de sus familiares a saber la verdad de lo sucedido(36).
Hemos señalado, en otros estudios predecesores, que el proceso penal se estructura —porque así lo
indica la Constitución Nacional, los Pactos Internacionales y las normas reglamentarias— partiendo del
imputado y de sus derechos(37).
También no dudamos en reiterar que el derecho de defensa —que es sagrado— abarca la
posibilidad de audiencia, la de ofrecer la prueba que desvirtúe la imputación, que se corroboren las
manifestaciones de inocencia, la posibilidad de controlar la prueba —tanto de cargo como de descargo
— e inspeccionar los actos procesales que autoriza la ley de rito(38).
Pero, sin perjuicio de ello, entendemos que la defensa en juicio es bidimensional —comprensiva
tanto de los derechos del imputado como de la víctima— siendo que el perjudicado directo en sus
bienes jurídicos debe tener una intervención amplísima durante el enjuiciamiento criminal, cuando así
lo desee.
Para hablar del proceso como de una contienda entre iguales, quien sufre el menoscabo en sus
bienes jurídicos debe encontrarse en un pie de correspondencia con el perseguido (el cual, que quede
bien en claro, no debe ser despojado de ninguna de las prerrogativas con que se lo enviste para
contestar la acusación y ofrecer la prueba que hace a su inocencia) colocándose el juez en un lugar
pasivo, distante de las partes, y ejerciendo su poder de resolver la contradicción que se pone en su
conocimiento(39).
7.1.2.2. Inciso a) A la persona ofendida directamente por el delito
Se puede ver que la calidad de víctima reposa sobre quien directamente recaen las consecuencias
del accionar ilícito, lo que no ocurría en la anterior redacción, puesto que no explicitaba a quién se
consideraba víctima del delito.
Ya hemos dicho que víctima es la persona que ha resultado damnificada por un delito, en otras
palabras, el sujeto pasivo(40).
Entendemos por particularmente ofendido, a la persona que de modo especial, singular, individual y
directamente resulta afectada por el daño o peligro que el delito lleva consigo(41).
Ahora bien, en la nueva redacción vemos cómo se trasladó al particular ofendido dentro del concepto
de víctima, ya que en la anterior redacción el ofendido era uno de los supuestos para ser considerado
como querellante.
7.1.2.2.1. Paralelismo con el art. 82 según ley 23.984
En oportunidad de comentar el Código Procesal de la Nación, para esta editora(42), se dijo que la
norma admitía dos supuestos para ser considerado querellante y que ahora los vemos en la calidad de
víctima.
1) Ser particularmente ofendido por el delito. Lo que determina que goce de capacidad o, si carece
de ella, actuará su representante legal.
2) Que el ofendido hubiere muerto como consecuencia del delito, alternativa en la que podrán ser
querellantes las personas que detalla el párrafo tercero(43).
La Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), en su art.
8º —Garantías judiciales—, inc. 1º dispone: "Toda persona tiene derecho a ser oída... para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter"
o bien el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos a través de su art. 14, inc. 1º.
En la misma inteligencia, se dijo que el derecho a la tutela judicial efectiva encuentra recepción en el
art. 21.1 de la CADH y otorga el derecho de obtener una respuesta de los órganos(44).
Con la doctrina sentada en el fallo "Quiroga" de la Corte Suprema, se ha ampliado el marco de
actuación del querellante o pretenso querellante, abriendo paso a otros pronunciamientos que declaran
la inconstitucionalidad del procedimiento previsto en el art. 348 en los casos donde existe un particular
damnificado constituido como querellante o pretenso querellante(45). Inclusive, al particular
damnificado constituido como querellante, se le otorgó, en algunos casos, la posibilidad de impulsar la
acción penal ante la negativa del fiscal(46).
Sin embargo, caso aparte merecen los delitos que vinculan intereses difusos —como los delitos al
medio ambiente— a las personas jurídicas y colectivas.
La acción popular o colectiva no fue tratada y, por ende, no forma parte del Código Procesal,
situación que determina negar la condición de querellante a estos supuestos(47).
Empero, en ciertas particularidades, si se presenta una afectación concreta a una persona física que
forma parte de ellas, puede aceptarse la figura.
También se ha considerado que el querellante conjunto aparece en aquellos casos donde el
acusador privado participa en el proceso junto con el Ministerio Público(48).
Situación diferente se presenta cuando quien resultó imputado y luego sobreseído, ahora pretende
constituirse como querellante en el mismo proceso. Entendemos que la situación de haber sido
imputado, pero luego desvinculado procesalmente conforme a alguno de los supuestos del art. 336, no
es óbice para ser tenido como parte(49).
Vemos con el paralelismo trazado, cómo la nueva redacción abarca cuestiones que han sido tratadas
de modo especial en la legislación saliente, e incluso algunas olvidadas, y que ahora permiten ampliar
y garantizar la tutela judicial efectiva de la víctima, sin necesidad de constituirse en el rol de querellante
para que se garanticen sus derechos.
7.1.2.3. Inciso b) Al cónyuge, conviviente, herederos, tutores o guardadores en los delitos cuyo
resultado sea la muerte de la persona con la que tuvieren tal vínculo, o si el ofendido hubiere sufrido
una afectación psíquica o física que le impida ejercer sus derechos
una afectación psíquica o física que le impida ejercer sus derechos
El legislador amplió el panorama para aquellos casos donde, por las consecuencias del delito, el
ofendido directo no puede ejercer sus pretensiones en forma propia y, en consecuencia, permite a su
núcleo íntimo ser considerado víctima y reconocérsele a éstos los mismos derechos previstos en el art.
79.
Esas consecuencias son la muerte del ofendido o los casos donde a raíz de una afectación psíquica
o física le impide ejercer —por derecho propio— sus derechos.
En este último punto, estimamos que debe tratarse de una lesión de gravedad tal que le impida
ejercer los actos en forma propia. No ocurriría si se tratase de una lesión de carácter leve en la cual el
ofendido puede ejercerlo en forma propia sin ningún inconveniente.
Distinto es el caso en el cual las consecuencias del ilícito le ocasionan un perjuicio en la salud física
o psíquica que le demandarán un lapso de curación que le impide ejercer sus derechos en forma
autónoma dentro de los plazos procesales.
Entonces, a efectos de garantizar la tutela judicial efectiva, el legislador propició que en estos casos
sea el familiar, tutor o curador quien ejerza los derechos del art. 79 en defensa del ofendido directo.
7.1.2.3.1. Muerte del ofendido
Cónyuge supérstite, conviviente, herederos, tutores o guardadores, adquieren la calidad de víctima
ante la muerte de la persona y adquieren todos los derechos y pueden ejercer todas las facultades que
la ley le otorga al propio ofendido por el delito.
La redacción actual incluyó al conviviente, lo que permite considerar al concubino o concubina. Si
bien no están taxativamente enumerados, pueden adquirir ese carácter hermanos, abuelos o quien
pueda adquirir esa calidad de víctima por el hecho de ser, justamente, la persona que convivió con el
ofendido directo.
La Real Academia Española brinda la siguiente descripción de la palabra "conviviente": "(Del ant.
part. act. de convivir; lat. convivens, entis).
"1. adj. Que convive.
2. com. Cada una de las personas con quienes comúnmente se vive"(50).
Anterior a la reforma, el hermano no estaba incluido dentro de los ofendidos al igual que los abuelos,
pese a que alguna jurisprudencia sí le había otorgado esa calidad ante el fallecimiento de la madre de
la ofendida.
7.1.2.3.2. Afectación psíquica
Para lograr una delimitación conceptual del daño psíquico, acudimos a la doctrina de una psicóloga
que se desempeña en el departamento de psicología del Cuerpo Médico Forense de la Justicia
Nacional(51).
La profesional sostiene que existe una variedad de definiciones de daño psíquico. Conforme a su
experiencia en el área pericialpsicológica, refirió que la conceptualización que ha resultado como la
más clara y útil en la demarcación del concepto, es la definición que ha acuñado el Dr. Risso quien
establece: "Síndrome psiquiátrico coherente (enfermedad psíquica), novedoso en la biografía,
relacionado causal o concausalmente con el evento de autos (accidente, enfermedad, delito), que ha
ocasionado una disminución en las aptitudes psíquicas previas (incapacidad), que tiene carácter
irreversible (cronicidad) o al menos jurídicamente consolidado (dos años)".
Esta definición permite delimitar lo que es y lo que no es daño psíquico. Aquí, algunas
consideraciones sobre sus aspectos más relevantes que destacó la profesional:
"La figura jurídica de Daño Psíquico requiere como elemento tipificador la existencia de patología
psíquica, la presencia de un cuadro psicopatológico coherente, ya que signos aislados que no
conforman una categoría diagnóstica no son compatibles con la figura de Daño Psíquico".
"Tampoco lo son las molestias, el sufrimiento, las preocupaciones, la afrenta a los sentimientos, los
dolores intensos, los temores ante una posible invalidez, los padecimientos propios de la rehabilitación,
las aflicciones por cambios en la dinámica familiar, la pérdida de autoestima, la afectación en valores
éticos y morales, etc., que verosímilmente el sujeto tuvo (en los momentos inmediatos al hecho) o tiene
(hasta el momento de la peritación psicológica), que constituyen el llamado Daño Moral y no es labor
del perito psicólogo determinarlo".
Respecto a la propia incapacidad, la perito destaca que la patología psíquica debe causar algún
grado de incapacidad en el sujeto: incapacidad para desempeñar sus tareas habituales, para acceder
al trabajo, para ganar dinero, para relacionarse (son las que delimita el Dr. Risso).
Agrega que "conforme a la definición de Daño Psíquico acuñada por el Dr. Mariano N. Castex se
ubican otras áreas vitales posiblemente afectadas: familiar, social, laboral, recreativa, etcétera".
Un área no contemplada y que consideró de vital importancia a ser señalada, es el área del esquema
corporal, es decir, la afectación en la representación psíquica del propio cuerpo. También el área de la
psicosexualidad se puede hallar menoscabada a raíz del hecho dañoso(52).
7.1.2.3.3. Afectación física
Cuando el inciso se refiere a afectación física, en realidad se trata de una lesión física en el cuerpo
de una persona que le impida ejercer sus derechos.
La Real Academia Española dice: "lesión (Del lat. laesio, onis).
"1. f. Daño o detrimento corporal causado por una herida, un golpe o una enfermedad.
2. f. Daño, perjuicio o detrimento.
3. f. Der. Daño que se causa en las ventas por no hacerlas en su justo precio.
4. f. Der. Perjuicio sufrido con ocasión de otros contratos.
5. f. pl. Der. Delito consistente en causar un daño físico o psíquico a alguien"(53).
De esto se puede deducir que la norma se relaciona al concepto de lesión como daño corporal físico
y podemos hacer remisión, a la vez, a los distintos tipos de lesiones que nos ofrece el Código Penal,
destacando que, teniéndose presente la imposibilidad de ejercer los derechos que prevé este art. 78
del Cód. Procesal Penal de la Nación, se podría tratar de las lesiones físicas de los arts. 90 y 91 del
Código Penal.
7.1.2.4. Inciso c) A los socios, respecto de los delitos que afecten a una sociedad, cometidos por
quienes la dirigen, administren, gerencien o controlen
Ésta es una nueva categoría que considera víctimas del delito a los socios respecto de los ilícitos
cometidos en perjuicio en una sociedad, cualquiera que sea el tipo de sociedad (sociedad anónima,
sociedad de responsabilidad limitada, etc.) y que hayan sido cometidos por quien las dirige, administre,
gerencie o controle.
Aquí entonces, se trata de una calidad especial de víctima que se traduce en la calidad de socio de
una sociedad que deberá acreditarse en el proceso y en perjuicio de aquella en la cual cumple su
función.
Por otro lado, si bien la norma anterior no lo decía, se admitía la querella para el caso de las
personas jurídicas, ya sean públicas o privadas (art. 33, Cód. Civil) o Estados extranjeros (art. 34, Cód.
Civil), y podían querellar dentro de las reglas y limitaciones que para el ejercicio de tal derecho fijen la
ley y el estatuto social.
En tal sentido, podían actuar en representación del ente colectivo o bien, en forma particular cuando
resultaba un perjuicio a la propia persona física(54).
Como vemos, la nueva redacción ya incorpora como víctima a los socios respecto de los delitos que
afecten a una sociedad.
7.1.2.5. Inciso d) A las asociaciones o fundaciones, en casos de crímenes de lesa humanidad o
de graves violaciones a los derechos humanos siempre que su objeto estatutario se vincule
directamente con la defensa de los derechos que se consideren lesionados y se encuentren
registradas conforme a la ley
Con este inciso se incorpora al término "víctima" a las asociaciones o fundaciones para los casos de
delitos de lesa humanidad y graves violaciones a los derechos humanos, pero la condición es que su
objeto estatutario se vincule directamente a la defensa de los derechos que se consideren lesionados y
se encuentren registrados conforme a la ley.
Ahora bien, qué debe entenderse por "graves" violaciones a los derechos humanos y cuál es
parámetro para medir esa gravedad en la afectación de los derechos reconocidos.
Ello se relaciona al derecho a la tutela judicial efectiva y encuentra recepción en el art. 21.1 de la
CADH, que otorga la facultad de obtener una respuesta de los órganos judiciales, por lo cual,
estimamos, cualquier menoscabo a este derecho, reconocido constitucionalmente por incorporación del
art. 75 inc. 22, puede determinar una violación a los derechos humanos.
Un claro ejemplo, previo a la reforma, en aras de reconocer como ofendido a una asociación, surge
de un fallo de la Cámara Criminal y Correccional Federal, que determinó que la Asociación de Madres
de Plaza de Mayo se encontraba legitimada para querellar en una causa donde se investigan delitos de
lesa humanidad, toda vez que tienen una reconocida trayectoria en defensa de los derechos que
pretendía representar y que el objeto procesal de la causa versa sobre cuestiones de interés para
dicha agrupación(55).
Como vemos, la legislación actual ha avanzado en el sentido de extender el reconocimiento de los
derechos de las víctimas del delito, ampliándose el panorama de quienes son sus víctimas y
reconocerles como tal todos los derechos sin necesidad de constituirse como querellantes, como
ocurría con la ley 23.984.
La norma prevé una condición sine qua non por la cual el objeto estatutario de esa asociación o
fundación debe vincularse directamente con la defensa de los derechos que se consideren lesionados
y, además, debe estar registrado conforme a la ley.
7.1.2.6. Inciso e) A los pueblos originarios en los delitos que impliquen discriminación de alguno
de sus miembros, genocidio o afecten de un modo directo sus derechos colectivos reconocidos
constitucionalmente
La redacción de este inciso implica reconocimiento como víctima —y por tanto ofendido del delito— a
los pueblos originarios como una comunidad en conjunto, es decir en aquellos casos donde un
miembro de su comunidad es víctima de discriminación o cuando se trate de genocidio o violación de
los derechos colectivos reconocidos constitucionalmente.
Es decir, tanto puede ser víctima el propio ofendido por aplicación del inc. a), o bien la comunidad en
su conjunto en el caso de este inciso.
Hasta este momento, en que la nueva redacción de la ley procesal incorporó a los pueblos
originarios como víctimas del delito, la legislación interna no había acompañado a la normativa
internacional sobre los derechos de los pueblos indígenas.
El acceso a la justicia de los pueblos indígenas era una deuda pendiente que el Estado tenía desde
la reforma constitucional de 1994, en lo que se refiere al reconocimiento de los derechos indígenas,
puesto que en el art. 75, inc. 17 de la Constitución Nacional, ya se estableció la obligación al Congreso
de reconocer la "preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el
respecto de su identidad...", entre otros extremos.
El reconocimiento de los derechos indígenas tiene un sustento jurídico tanto en el plano internacional
como en el derecho interno.
En el orden internacional, la Argentina incorporó a su legislación interna el Convenio 169 de la
Organización Internacional del Trabajo sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes
(Convenio 169 de la OIT(56)) a través de la ley 24.071(57). En el año 2000 ratificó el Convenio, el que
entró en vigencia a partir del 3 de julio de 2001.
En 1995, la ley 24.544(58)aprobó la Constitución del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas de América Latina y el Caribe, suscripto durante la II Cumbre Iberoamericana de Jefes de
Estado y Gobierno (ONU).
Convocadas las partes contratantes en la Ciudad de Madrid, España, en la ocasión de la Segunda
Cumbre de los Estados Iberoamericanos el 23 y 24 de julio de 1992, recordaron los términos de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, del Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y consideraron las
normas internacionales enunciadas en el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo sobre
Pueblos Indígenas y Tribales, adoptada por la Conferencia Internacional del Trabajo en 1989, y
adoptaron, en presencia de representantes de pueblos indígenas de la región, el Convenio Constitutivo
del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe.
El Convenio mencionado y la Declaración de las Naciones Unidas Sobre Derecho de los Pueblos
Indígenas(59)son los instrumentos más importantes de protección de los derechos indígenas en el
sistema jurídico internacional de los derechos humanos.
Esta Declaración de las Naciones Unidas tuvo su génesis en la Asamblea General, en la cual
tomaron nota de la recomendación que figura en la res. 1/2 del Consejo de Derechos Humanos, del 29
de junio de 2006, en la que el Consejo aprobó el texto de la Declaración. Recordando su res. 61/178,
del 20 de diciembre de 2006, se aprobó en la 107ª sesión plenaria del 13 de septiembre de 2007.
Guiada por los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y la buena fe en el
cumplimiento de las obligaciones contraídas por los Estados, de conformidad con la Carta, se afirmó
que los pueblos indígenas son iguales a todos los demás y reconocieron al mismo tiempo el derecho
de todos los pueblos a ser diferentes, a considerarse a sí mismos diferentes y a ser respetados como
tales.
Entre otros artículos, se puede destacar que en su art. 1º dispone que los indígenas tienen derecho,
como pueblos o como individuos, al disfrute pleno de todos los derechos humanos y las libertades
fundamentales reconocidas en la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de Derechos
Humanos y las normas internacionales de derechos humanos.
Mientras que el art. 13.2. dice: "...Los Estados adoptarán medidas eficaces para... asegurar que los
pueblos indígenas puedan entender y hacerse entender en las actuaciones políticas, jurídicas y
administrativas, proporcionando para ello, cuando sea necesario, servicios de interpretación u otros
medios adecuados".
Ahora bien, la Argentina, representada por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio
Internacional y Culto de la Nación, y la Unión Europea, representada por la Comisión de la Unión
Europea, suscribieron el "Programa de Apoyo a Diálogos sobre Políticas" (60)que ha sido concebido
como un instrumento de cooperación internacional destinado a profundizar el proceso de diálogo.
En el marco de ese Programa, fue seleccionado el Ministerio Público de la Defensa para participar en
diversas actividades, y a raíz de allí se formalizó un trabajo sobre el acceso a la justicia de los pueblos
indígenas(61).
Se estableció que acceso a la justicia es la capacidad de los individuos de buscar y obtener una
respuesta satisfactoria a sus necesidades jurídicas a través de instituciones formales o informales de
justicia, de conformidad con las normas de derechos humanos(62).
Hay varios elementos que integran el "acceso a la justicia":
1) protección integral: reconocimiento de los derechos dentro de los sistemas de justicia que otorgue
la posibilidad de obtener una respuesta a sus necesidades jurídicas ya sea mediante mecanismos
formales o tradicionales;
2) conciencia legal: conocimiento por parte de los individuos de la posibilidad de obtener una
reparación jurídica mediante los sistemas de justicia formal o tradicional;
3) asistencia y asesoramiento legal: acceso a profesionales capacitados para iniciar y llevar adelante
procedimientos jurídicos;
4) adjudicación: proceso de determinación del tipo de reparación jurídica o compensación más
adecuada, ya sea regulado por la legislación formal, como ocurre en los tribunales, o por los sistemas
jurídicos tradicionales;
5) ejecución: implementación de órdenes, resoluciones, y acuerdos que surjan de la adjudicación
formal o tradicional,
6) supervisión de la sociedad civil y del parlamento: funciones de vigilancia y control con respecto a
los sistemas de justicia(63).
Ahora bien, por fuera de esos textos internacionales, a raíz de la reforma de 1994, como
adelantáramos, la protección de los derechos debe hacerse efectiva por imperio del art. 18 de la Carta
Magna, pero también, por aplicación del art. 75, inc. 22 de nuestra Constitución Nacional.
En efecto, los derechos son reconocidos para todos sin distinción, conforme a los postulados del
Pacto Internacional de Derecho Civiles y Políticos (art. 14) y la Convención Americana de Derechos
Humanos (art. 8.1).
Reiteramos que el trabajo elaborado por el Ministerio Público de la Defensa permitió conocer más en
profundidad sobre los inconvenientes que poseen los pueblos indígenas tanto en relación al
reconocimiento de sus derechos, como en el propio problema de acceso a la justicia y la tutela judicial
efectiva.
Nos pareció oportuno destacar algunas de las conclusiones de ese trabajo relacionadas a las
dificultades que se vinculaban al procedimiento judicial y que frustraban las posibilidades de los
pueblos indígenas de obtener respuestas adecuadas a los conflictos que se ventilan en la justicia.
En esa dirección, a modo de ejemplo, podemos citar:
— La renuencia de los jueces a aceptar dentro del proceso a peritos especializados en materia
indígena o la imposibilidad de las comunidades indígenas de costear los honorarios de peritos
especializados;
— La ausencia de traductores o intérpretes de lenguas indígenas, que actúen como auxiliares de
justicia;
— No se respeta la forma de resolver los conflictos que las mismas comunidades propician o llevan
adelante en el seno propio de vida cotidiana;
— Desconocimiento de los operadores judiciales de las instituciones y modo de resolución de
conflictos de los pueblos indígenas;
— Desconocimiento de la normativa vigente en materia indígena;
— Falta de sensibilización de los operadores judiciales con los derechos de los pueblos indígenas y
la demora en dar respuesta;
— Falta de normas específicas para resolución alternativa de conflictos y mecanismos que los hagan
efectivos;
— Falta de inserción y marginalidad de los derechos de los pueblos en programas académicos y
promoción de apoyo público;
— La ubicación de las sedes judiciales en zonas urbanas, claramente lejanas a los pueblos
indígenas;
— La falta de vías de comunicación y de medios de transporte adecuados para facilitar el acceso a la
justicia,
— Falta de información sobre a qué lugares acudir para ayuda o asesoramiento legal;
— Ausencia de personal indígena en las estructuras de la justicia(64).
Si bien estos problemas aún merecen ser tratados con mayor profundidad en aras de lograr un
cambio en los operadores judiciales para garantizar el pleno ejercicio de los derechos de los pueblos
indígenas, esta reforma del normativa procesal penal ha dado un paso más hacia lograr ese objetivo.
Con esto se ha conseguido que los pueblos originarios sean reconocidos como víctimas directas del
delito, sin necesidad de tener que presentarse en rol de querellante para hacer valer sus derechos, lo
cual determina la plena operatividad de la tutela judicial efectiva para dichas comunidades.
7.1.3. Derechos de la víctima
"Art. 79.— Derechos de las víctimas. La víctima tendrá los siguientes derechos:
a) A recibir un trato digno y respetuoso y que sean mínimas las molestias derivadas del procedimiento;
b) A que se respete su intimidad en la medida que no obstruya la investigación;
c) A requerir medidas de protección para su seguridad, la de sus familiares y la de los testigos que
declaren en su interés, a través de los órganos competentes; y a ser asistida en forma especializada con el
objeto de propender a su recuperación psíquica, física y social;
d) A intervenir en el procedimiento penal, conforme a lo establecido por este Código;
e) A ser informada de los resultados del procedimiento;
f) A examinar documentos y actuaciones, y a ser informada verbalmente sobre el estado del proceso y la
situación del imputado;
g) A aportar información durante la investigación;
h) A ser escuchada antes de cada decisión que implique la extinción o suspensión de la acción penal,
siempre que lo solicite expresamente;
i) A ser notificada de las resoluciones que puedan requerir su revisión;
j) A requerir la revisión de la desestimación, el archivo, la aplicación de un criterio de oportunidad o el
sobreseimiento, solicitado por el representante del Ministerio Público Fiscal, aun si no hubiera intervenido en
el procedimiento como querellante;
k) A participar en el proceso en calidad de querellante. La víctima será informada sobre sus derechos
cuando realice la denuncia o en su primera intervención en el procedimiento".
7.1.3.1. Derechos fundamentales de la víctima
El reconocimiento de los derechos de la víctima, pese a la enumeración del art. 78, ya se encuentra
previsto, de antemano, en los "Principios y garantías" que establece el nuevo Código Procesal Penal.
En el art. 12 ya se menciona la figura de la víctima y los derechos que le asisten. A diferencia de lo
que ocurría con la anterior redacción, donde las garantías fundamentales se dirigían sólo al imputado
de un delito y nada decía de la víctima, limitándose a establecer algunos derechos en los arts. 79 y 80
del ahora derogado Código, aquí ya vemos desde del inicio de la nueva redacción un reconocimiento a
los derechos de la víctima del delito.
Esta norma dispone los derechos de la víctima: "La víctima tiene derecho a una tutela judicial
efectiva, a la protección integral de su persona, su familia y sus bienes frente a las consecuencias del
delito, a participar del proceso penal en forma autónoma y a solicitar del Estado la ayuda necesaria
para que sea resuelto su conflicto. Las autoridades no podrán, bajo pretexto alguno, dejar de recibir
sus denuncias o reclamos y de poner inmediatamente en funcionamiento los mecanismos legales
previstos para su tutela efectiva".
A simple vista, se observa cómo se puso énfasis en la tutela judicial efectiva que debe operar desde
el inicio y garantizarse a la víctima de un delito a lo largo de todo el procedimiento penal.
Esta redacción viene a cumplir con los estándares internacionales, toda vez que la tutela judicial
efectiva ya se encuentra prevista y debe ser garantizada a la víctima de un delito a la luz la Convención
Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), que en su art. 8º —
Garantías judiciales—, inc. 1º dispone: "Toda persona tiene derecho a ser oída... para la determinación
de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter", o bien el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos a través de su art. 14, inc. 1º.
En la misma inteligencia, el derecho a la tutela judicial efectiva, encuentra recepción en el art. 21.1
de la CADH, y otorga el derecho de obtener una respuesta de los órganos judiciales.
La "Declaración sobre Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y Abuso de
Poder", adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en su resolución 40/34, de fecha 29 de
noviembre de 1985, instrumento de carácter internacional, constituyó una declaración explícita de los
principios referentes a la protección de la víctima y representó un consenso internacional sobre sus
derechos.
Esta Declaración tenía como objetivo fijar los derechos que tienen las víctimas de delitos y que se
pueden considerar en tres grupos: a) derecho a recibir un trato digno, respetuoso y participar en el
proceso; b) derecho a la reparación; c) derecho a la protección y asistencia.
Las "100 Reglas de Brasilia sobre acceso a la justicia de personas en condición de vulnerabilidad",
documento fundamental elaborado en la XIV Cumbre Judicial Iberoamericana, estableció como objetivo
garantizar las condiciones de acceso efectivo a la justicia de personas en condición de vulnerabilidad,
sin discriminación alguna, imponiendo a los poderes del Estado que tomen conciencia de la cantidad
de personas a quienes, por esa condición, se les dificulta contar con los servicios del sistema judicial
en su conjunto.
Con esto podemos observar cómo el legislador tomó el concepto de la tutela judicial efectiva de los
instrumentos internacionales y, expresamente, lo introdujo en el derecho interno con la finalidad de
garantizar a la víctima los derechos y garantías reconocidos en esta nueva ley procesal.
Por otro lado, la obligación del Estado argentino de garantizar la protección de la integridad personal
Por otro lado, la obligación del Estado argentino de garantizar la protección de la integridad personal
(seguridad e integridad física, psíquica y moral) está contenida en la Convención Americana sobre
Derechos Humanos en los arts. 5.1. y 19 y por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en
el art. 9.1. Además, los arts. 1.1. de la CADH y el 2º, aparts. 1º y 2º, del PIDCP, obligan a los Estados
partes a respetarlos y garantizarlos.
Las Convenciones de Derechos Humanos mencionadas fueron incorporadas a la Constitución
Nacional argentina por el art. 75, inc. 22, y se entiende que sus disposiciones tienen carácter operativo,
por lo cual no requieren de reglamentación alguna para producir pleno efecto.
En la jurisprudencia de la Corte Interamericana se ha señalado que el derecho de acceso a la justicia
no se agota con el trámite de procesos internos, sino que éste debe además asegurar, en tiempo
razonable, el derecho de las presuntas víctimas o sus familiares a que se haga todo lo necesario para
conocer la verdad de lo sucedido y para que se sancione a los eventuales responsables(65).
No obstante la operatividad de esas disposiciones, en la legislación argentina podemos encontrar
reglamentaciones de la protección al testigo en el ordenamiento procesal penal y también en leyes
especiales, poniéndose a tono, de esta manera, con recomendaciones de Naciones Unidas y con la
legislación internacional incorporada, que promocionan la adopción de medidas para garantizar la
seguridad de la víctima, la de sus familiares y la de los testigos frente a actos de intimidación y de
represalia.
Según la recepción interna que se adoptó en la Argentina, la protección de los testigos en sus
distintas modalidades pueden clasificarse en:
1) una protección ordinaria o genérica para todo tipo de víctima o testigo regulada en el
ordenamiento procesal;
2) una protección particular o específica para testigos de determinados tipos delictivos regulada por
leyes especiales. A la primera ya nos referimos en trabajos anteriores, por lo cual en esta oportunidad
desarrollaremos la protección particular(66).
7.1.3.2. Análisis del art. 79, CPPN
Al comenzar a analizar los incisos del art. 79, se advierte cómo se ha ampliado el marco de
protección de los derechos de la víctima, a diferencia de lo que ocurría en la anterior redacción
procesal en los arts. 79 y 80.
7.1.3.2.1. Derecho a un trato digno y mínimas molestias
Inc. a) A recibir un trato digno y respetuoso y que sean mínimas las molestias derivadas del procedimiento.
Aquí se prevé que la víctima debe recibir un trato digno y respetuoso y que sean mínimas las
molestias derivadas del procedimiento.
Este inciso y su particular redacción, se adecuan al derecho internacional, puesto que, como se
puede ver, tiene una correlación con lo previsto en la "Declaración sobre Principios Fundamentales de
Justicia para las Víctimas de Delitos y Abuso de Poder" que estipula como unos de sus objetivos el
derecho a recibir un trato digno y respetuoso.
Las molestias derivadas a que alude la norma, tienen relación a los avatares y etapas propias del
procedimiento en el cual debe participar la víctima, minimizando al máximo las molestias que esto le
puede acarrear.
Si bien la norma nada dice al respecto sobre el sufragio de los gastos, como sí lo hacía
expresamente la redacción anterior, se puede suponer que una molestia derivada del curso del
procedimiento puede ser solventar los gastos derivados de traslado de su lugar de residencia hasta la
sede judicial que, en muchos casos, queda a distancias no muy cercanas.
Ello se puede acrecentar cuando se trata de sectores vulnerables con escaso acceso al transporte o
dinero para hacer efectivo su movimiento, lo que derivaría en no garantizar efectivamente el acceso a
la justicia que es, justamente, lo que esta nueva norma propicia.
Sin embargo, en el apartado de los derechos de los testigos, concretamente en el art. 151,
"Derechos y obligaciones del testigo", se dispone que desde el inicio del proceso penal y hasta su
finalización, al testigo se le garantizará el pleno respeto de los siguientes derechos:
a) A recibir un trato digno y respetuoso por parte de las autoridades competentes;
b) Al pago de los gastos de traslado al lugar donde la autoridad competente designe;
c) A la protección de la integridad física y moral, inclusive de su familia;
d) A ser informado sobre los resultados del acto procesal en el que ha participado;
e) Si se tratare de una persona mayor de 70 años, mujer embarazada o enfermo grave, a cumplir con
el acto procesal en el lugar de su residencia o internación; tal circunstancia deberá ser comunicada a la
autoridad competente con la debida anticipación.
Como se aprecia existe un paralelismo en reconocer los derechos de la víctima también al testigo
que debe acudir a un proceso y es deber y obligación del estado en respetar los mismos.
Asimismo, si bien se regula en el apartado de "Testigos" y no en el de "Víctimas", el art. 158 dispone
que en relación a la declaración de menores de edad, víctimas de trata de personas, graves
violaciones a derechos humanos o personas con capacidad restringida, que si se tratare de víctimas o
testigos menores de edad que a la fecha en que se requiera su comparecencia no hubiesen cumplido
16 años, personas con capacidad restringida, y testigosvíctimas de los delitos de trata y explotación de
personas u otras graves violaciones a derechos humanos, si la naturaleza y circunstancias del caso así
lo aconsejasen, se deberá adoptar el siguiente procedimiento:
a) Serán entrevistados por un psicólogo especialista de acuerdo con las condiciones de la víctima;
b) Si la víctima fuera menor de edad o persona con capacidad restringida, el acto se llevará a cabo
de acuerdo con su edad y etapa evolutiva, o adecuado a su estado de vulnerabilidad si fuera víctima
del delito de trata o explotación de personas u otra grave violación a los derechos humanos;
c) En el plazo que el representante del Ministerio Público Fiscal disponga, el profesional actuante
elevará un informe detallado con las conclusiones a las que arribe;
d) El desarrollo del acto podrá ser seguido por las partes desde el exterior del recinto a través de un
vidrio espejado, micrófono, equipo de video o cualquier otro medio técnico con que se cuente; en ese
caso con anterioridad a la iniciación del acto, el juez o el representante del Ministerio Público Fiscal,
según el caso, hará saber al profesional a cargo de la entrevista las inquietudes propuestas por las
partes así como las que surjan durante el transcurso del acto, las que serán canalizadas teniendo en
cuenta las características del hecho y el estado emocional de la víctima;
e) Si la víctima estuviera imposibilitada de comparecer por motivos de salud o por residir en un lugar
distante a la sede del tribunal, o para garantizar la protección de su seguridad, se podrá realizar el acto
a través de videoconferencias;
f) Se podrá admitir la exhibición del registro audiovisual de declaraciones previas de la víctima en ese
u otro proceso judicial. Si las partes requiriesen la comparecencia a los efectos de controlar la prueba,
el juez les requerirá los motivos y el interés concreto, así como los puntos sobre los que pretendan
examinar al testigo, y admitirá el interrogatorio sólo sobre aquellos que hagan al efectivo cumplimiento
del derecho de defensa;
g) La declaración se registrará en un video fílmico.
Si se tratase de actos de reconocimiento de lugares o cosas, el menor de edad o la persona con
capacidad restringida, víctima del delito, será asistido por un profesional especialista. Si se tratare del
delito de trata o explotación de personas, la víctima será acompañada por un profesional especialista;
en ningún caso estará presente el imputado.
Si se trata de víctimas que a la fecha en que se requiere su comparecencia ya hubiesen cumplido 16
años pero fuesen menores de 18 años de edad, antes de la recepción del testimonio se requerirá
informe a un especialista acerca de la existencia de riesgo para la salud psicofísica del menor de edad
en el caso de que compareciese ante los estrados judiciales en presencia de las partes. Esta medida
debe llevarse adelante evitando la revictimización del niño o adolescente.
Con esta regulación que el legislador adoptó para los casos especiales recién enunciados, se puede
asegurar que el Estado debe cumplir con la obligación de generar la menor molestia posible tanto a la
víctima como al testigo de un delito, utilizando y maximizando los recursos del sistema judicial.
Y justamente porque es la obligación estatal la que debe tender a asegurar el pleno ejercicio de los
derechos reconocidos y avanzar en aras de investigar los delitos que llegan a conocimiento de órganos
estatales creados a esos fines.
7.1.3.2.2. Derecho a la intimidad
Inc. b) A que se respete su intimidad en la medida que no obstruya la investigación.
Este inciso se relaciona al respeto de la intimidad, en el sentido que el Estado no se debe entrometer
en la vida privada de las personas, postulado que emerge del art. 19 de la Constitución Nacional.
La excepción a la regla aparece cuando dicha intimidad puede obstruir a la investigación. Es decir en
aquellos casos donde, a fin de avanzar sobre la pesquisa, se requiere ir más allá de lo conocido e
ingresar a la esfera de reserva de la víctimas.
7.1.3.2.3. Derecho a la protección integral
7.1.3.2.3. Derecho a la protección integral
Inc. c) A requerir medidas de protección para su seguridad, la de sus familiares y la de los testigos que
declaren en su interés, a través de los órganos competentes; y a ser asistida en forma especializada con el
objeto de propender a su recuperación psíquica, física y social.
El Estado tiene el deber jurídico de garantizar a las víctimas la protección de su integridad física y
moral y la de su familia((67)).
A nivel internacional existen diversos instrumentos que establecen estándares específicos en materia
de abordaje de niños víctimas de violencia sexual. Estos instrumentos establecen como valor
primordial el respeto a la dignidad, la vida, al bienestar y la salud del niño, entre otros, como sujetos
plenos de derechos que requieren de mecanismos especiales de protección para lograr su pleno
desarrollo y bienestar atendiendo siempre a su interés superior.
De esta forma, se impone la necesidad de que los Estados adopten mecanismos específicos de
protección que aseguren los derechos de los niños víctimas a lo largo de todo el proceso de justicia,
garantizando así su plena protección de manera de evitar su revictimización.
La Corte Interamericana ha señalado que los familiares de las víctimas de violaciones de los
derechos humanos pueden ser, a su vez víctimas, y ha considerado violado el derecho a la integridad
psíquica y moral de algunos familiares con motivo del sufrimiento que éstos han padecido a causa de
las actuaciones u omisiones de las autoridades estatales, tomando en cuenta, entre otros, las
gestiones realizadas para obtener justicia y la existencia de un estrecho vínculo familiar. También se ha
declarado la violación de este derecho por el sufrimiento generado a partir de los hechos perpetrados
en contra de sus seres queridos.
Asimismo, resaltó la Corte que se puede presumir un daño a la integridad psíquica y moral de
familiares directos de víctimas de ciertas violaciones de derechos humanos, conforme a lo que ha
sucedido, por ejemplo, en los casos de algunas masacres, desapariciones forzadas de personas, o
ejecuciones extrajudiciales(68).
A nivel local, la ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño y su incorporación al
sistema interno con jerarquía constitucional ha contribuido al cambio de concepción del niño hacia su
reconocimiento como sujeto pleno de derecho.
Con la sanción de la ley 26.061(69)de Protección Integral de los Derechos del Niño se reafirman los
diversos derechos y obligaciones contenidos en la Convención.
En lo concerniente al procedimiento penal específicamente, se ha ido reformando la normativa
incorporando en las distintas provincias mecanismos especiales para la toma de declaración de niños
víctimas y testigos.
De este modo, se tiende a evitar los repetidos interrogatorios a los niños dentro del proceso de modo
de procurar evitar su revictimización.
Estos mecanismos suponen, además, tomar declaración a través de un profesional especialmente
capacitado y en dispositivos especiales como la Cámara Gesell o circuitos cerrados de televisión de
forma que las autoridades y las partes dentro del proceso puedan seguir el desarrollo del acto desde el
exterior.
También, las reformas normativas introducen la obligatoriedad de grabar o filmar las entrevistas que
se tomen a los niños víctimas de modo de evitar la reiteración del acto, entre otras cuestiones.
Sin embargo, en la práctica, el marco normativo descripto que pretende brindar protección al niño
víctima de violencia o abuso sexual se ve afectado en muchos casos por la complejidad que supone el
abordaje de niños que han sufrido situaciones traumáticas como el abuso sexual.
En estos casos, es imprescindible que intervengan una multiplicidad de organismos del Estado y
diversos actores pertenecientes a distintas disciplinas que deben coordinar su trabajo para brindar la
mejor atención posible a los niños víctimas.
Como resultado, tanto las víctimas, por el grado de vulnerabilidad en el que se encuentran, como los
operadores y profesionales que los atienden, se encuentran en muchas ocasiones afectados por no
contar con los mecanismos adecuados para abordar la complejidad de esta problemática acorde con
las normativas vigentes.
Es por ello que, por un lado, surge la necesidad de concientizar a la sociedad y a los profesionales
involucrados acerca de la problemática de la violencia sexual y de la forma en la que un niño debe ser
tratado dentro de un proceso para que se respeten sus derechos; por el otro, crear los mecanismos
para coordinar las acciones de todos los actores involucrados para identificar y evitar las deficiencias
actuales que el sistema presenta(70).
Continuando en el plano local, y en relación al cuidado de la víctima y al testigo, ya existen normas
de derecho interno como el caso particular que se presenta con la ley 23.737(71), al resguardar al
agente encubierto o garantizar el anonimato de quien denuncia y a la protección de testigos o
colaboradores(72).
Sin embargo, no fue sólo de aplicación en el marco de esa ley federal, sino que la actual redacción
del art. 154, última parte, dispone que si temen por su integridad física o de otra persona podrán indicar
su domicilio en forma reservada, pero no podrán ocultar su identidad salvo en los casos en que esté
incluido en un programa de protección de testigos. Esta reserva de identidad sólo se podrá mantener
hasta el juicio.
Previo a la reforma que hoy analizamos, existían divergencias para sostener hasta cuándo se podía
admitir esa reserva.
Algunos ponderaban que sólo era hasta el debate oral, oportunidad donde la reserva debe cesar en
aras de que el imputado pueda confrontar debidamente la prueba(73). Otros consideran que
igualmente es válida, por cuanto el testimonio, pese a que la persona esté en una sala contigua, puede
refutarse(74).
Sin embargo, la nueva redacción estipula como límite "el juicio", lo cual hace pensar que en la
audiencia de debate deberá presentarse en los términos comunes.
7.1.3.2.3.1. Ley de protección de testigos
En nuestro país el sistema de protección de testigos se encuentra regulado por el Programa Nacional
de Protección a Testigos e Imputados que funciona en el ámbito del Ministerio de Justicia de la Nación.
El sistema se encuentra dirigido a testigos e imputados (colaboradores de justicia o arrepentidos)
que hubieren realizado un aporte trascendente a una investigación judicial de competencia federal
(narcotráfico, secuestro extorsivo y terrorismo, delitos de lesa humanidad cometidos en el período
1976/1983, trata de personas) y que, como consecuencia de él, se encuentren en una situación de
riesgo.
7.1.3.2.3.2. Condiciones y obligaciones
El Programa funciona siempre a partir del pedido de la autoridad judicial que recibió la declaración,
luego del análisis de trascendencia, debiendo ser acompañada por la opinión del representante del
Ministerio Público. A la vez, requiere la conformidad del director, que debe basarse en la viabilidad de
la aplicación de las medidas de protección y en la adaptabilidad a ellas de la persona cuya
incorporación se solicita.
Es condición inexcusable para el ingreso al Programa la aceptación de la protección por parte del
beneficiario, ya que las medidas de protección en muchos casos importan restricciones al ejercicio de
ciertos derechos y además, como en el caso de las custodias policiales, suponen una afectación al
derecho a la intimidad.
Las medidas de protección pueden ser, entre otras: custodia personal o domiciliaria, alojamiento
transitorio en lugares reservados, cambio de domicilio, ayuda económica por no más de seis meses,
asistencia para la reinserción laboral y el suministro de documentación que acredite identidad a nombre
supuesto.
Las obligaciones a que debe someterse el beneficiario tienen que ver con el éxito de las medidas de
protección. Éstas tienden básicamente a que el testigo no sea ubicado para evitar que el riesgo se
convierta en realidad. Para esto se le impone mantener reserva sobre su condición de protegido,
mantenerse dentro de los límites de las medidas de protección, mantenerse alejado de la zona de
riesgo, respetar las instrucciones que al efecto se le impartan y no cometer delitos o contravenciones.
Cualquier incumplimiento autoriza al director a pedir a la autoridad judicial la exclusión del protegido,
circunstancia que también se producirá cuando se hubiera cumplido el objetivo del Programa, por
ejemplo, cuando el testigo ya hubiera sido reubicado, lo que supone que su situación de riesgo,
vivienda y de trabajo se hubieran resuelto.
7.1.3.2.3.3. Creación del Programa
En un principio era sólo una oficina que se encargaba de atender los casos relacionados con
investigaciones judiciales por delitos vinculados al narcotráfico.
En el año 2003 se sancionó la ley 25.764 que creó el Programa Nacional de Protección a Testigos e
Imputados, agregando a los testigos e imputados de investigaciones judiciales por los delitos de
secuestro extorsivo y terrorismo.
La ley otorgó facultades al ministro de Justicia para decidir incorporaciones en casos de delincuencia
organizada y violencia institucional, siempre que se tratare de casos de trascendencia y existiera
interés político criminal en la investigación.
Desde el año 2005 se jerarquizó el organismo encargado de la dirección del Programa, otorgándole
la categoría de Dirección Nacional en el ámbito del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
Por decisión ministerial se incorporaron casos vinculados a los juicios por delitos de lesa humanidad
cometidos en el período 1976/1983, cuya atención debe ser realizada en forma conjunta con la
Secretaría de Derechos Humanos.
En las últimas reformas penales, con la sanción de la ley 26.364, que reprime la trata de personas, el
Programa se encuentra obligado también a tomar intervención en delitos relacionados a la trata de
personas(75).
Se puede apreciar en esa ley cómo influyen los postulados del derecho supranacional. En las "Guía
de Buenas Prácticas para el Abordaje Niños/as, Adolescentes, Víctimas o Testigos de Abuso Sexual y
otros delitos, se observa que el respeto y la protección por los derechos humanos de la víctima dentro
del proceso judicial son especialmente relevantes en este tipo de delitos, particularmente cuando el
hecho fue cometido contra personas menores de edad.
En estos casos, la víctima, además de sufrir un daño irreparable a su integridad física, psíquica y
moral por el abuso mismo, se ve expuesta a una victimización secundaria derivada de la relación
posterior que se establece entre ella y el aparato judicial y de protección de derechos.
Por ello, es de fundamental importancia que durante todo el proceso la víctima sea tratada de modo
tal que se respeten sus derechos y su dignidad y se adopten las medidas necesarias para que goce de
una consideración y atención especial con el fin de garantizar su bienestar y evitar que se produzca un
nuevo trauma y se le ocasione las mínimas molestias posibles.
7.1.3.2.4. Derecho a que se garantice la intervención en el proceso
Inc. d) A intervenir en el procedimiento penal, conforme a lo establecido por este Código.
Aquí la norma fija un rol más activo a la víctima que tiene el derecho —y por ende el Estado la
obligación a través de los organismos judiciales— de permitirle intervenir en todos los supuestos y
etapas previstos en el procedimiento penal.
Concretamente se refiere a la intervención que tiene la víctima en el procedimiento penal a través de
la actividad procesal (arts. 100 y ss.), el procedimiento ordinario (arts. 195 y ss.), los procedimientos
especiales (arts. 279 y ss.), los procedimientos abreviados (arts. 288 y ss.), los procedimientos
complejos (arts. 293 y ss.), el control de las decisiones judiciales (arts. 297 y ss.) y la ejecución (arts.
326 y ss).
7.1.3.2.5. Derecho a ser informada (incs. e] y f])
Inc. e) A ser informada de los resultados del procedimiento. Inc. f) (...) a ser informada verbalmente sobre
el estado del proceso y la situación del imputado.
El inc. e) permite a la víctima obtener información acerca de los actos procesales que se llevan a
cabo a lo largo del procedimiento penal en el cual participa.
En relación al inc. f) se amplía el anterior, ya que además de ser informada sobre el curso del
proceso en el cual ya tiene una participación activa, tiene derecho, y el órgano estatal la obligación, de
ser informada acerca de la suerte del imputado en el sentido de conocer su situación procesal.
Estos derechos ya se encontraban previstos en el art. 80, inc. b), de la derogada ley 23.984.
7.1.3.2.6. Derecho a examinar documentos y actuaciones
Inc. f) A examinar documentos y actuaciones (...).
Esta redacción va más allá de un simple informe verbal por parte de los operadores judiciales, ya que
prevé, expresamente, que la víctima puede acudir a los órganos judiciales a requerir las actuaciones y
los documentos que acompañan a ésta y examinarlos.
Tan así es, que las actuaciones pueden ser examinadas por la víctima en el caso que no se
encuentren bajo secreto de sumario e, inclusive, puede servirse de copias, ya que ello no compromete
el éxito de la investigación.
7.1.3.2.7. Derecho a aportar información
Inc. g) A aportar información durante la investigación.
Se refiere a la posibilidad que tiene la víctima de aportar en la etapa de investigación todos los
elementos que fueron puestos en conocimiento a la hora de hacer la denuncia.
Es decir, que a lo largo de la etapa de investigación puede ofrecer toda la información que estime
conducente y que sirva de base y profundización sobre los hechos puestos de relieve.
Se advierte que la norma establece que debe ocurrir "durante la investigación", y no durante el curso
del procedimiento.
El art. 232 establece que la etapa preparatoria tendrá una duración máxima de 1 año desde la
formalización de la investigación.
Con anterioridad al vencimiento del plazo establecido en el art. 232, el representante del Ministerio
Público Fiscal, el querellante o el imputado podrán solicitar al juez una prórroga de la etapa
preparatoria.
A esos efectos, el juez, dentro de los 3 días, deberá convocar a las partes a una audiencia y, luego
de escucharlas, establecerá prudencialmente el plazo en el cual la investigación preparatoria quedará
cerrada, que nunca podrá exceder de 180 días contados desde la fecha en que aquélla tuvo lugar.
Si fenecido el nuevo plazo el representante del Ministerio Público Fiscal o el querellante no
formularen acusación, el juez procederá a intimarlos bajo apercibimiento de falta grave o causal de mal
desempeño.
Ahora, si una investigación preparatoria se hubiere formalizado respecto de varios imputados, los
plazos correrán individualmente salvo que por las características de los hechos atribuidos, no resultare
posible cerrar la investigación preparatoria respecto de aquéllos de manera independiente.
Mientras que, si con posterioridad a la formalización de la investigación preparatoria se descubrieran
nuevos hechos o se individualizaran nuevos imputados que obligaren a la ampliación de aquélla, los
plazos establecidos comenzarán a correr desde este último acto.
En cuanto a la suspensión de los plazos el art. 234 reza que los plazos de duración de la
investigación preparatoria se suspenderán: a) Si se declarase la rebeldía del imputado; b) Si se
resolviera la suspensión del proceso a prueba; c) desde que se alcanzara un acuerdo reparatorio hasta
el cumplimiento de las obligaciones contraídas por el imputado a favor de la víctima o hasta que
hubiera debidamente garantizado su cumplimiento a satisfacción de esta última.
El cierre de la investigación preparatoria, previsto en el art. 235, dispone que practicadas las
diligencias necesarias para la investigación del hecho punible y sus autores, cómplices o encubridores
y para garantizar el comiso, el representante del Ministerio Público Fiscal declarará cerrada la
investigación preparatoria, y podrá:
a) Solicitar el sobreseimiento;
b) Acusar al imputado.
7.1.3.2.8. Derecho a ser escuchada
Inc. h) A ser escuchada antes de cada decisión que implique la extinción o suspensión de la acción penal,
siempre que lo solicite expresamente.
La redacción del inc. h) permite a la víctima, cuando así lo solicite, tener voz en aquellas
resoluciones que impliquen extinción o suspensión de la acción.
Esto ocurrirá, como se dijo, cuando la víctima lo solicite, ya que en caso de ausencia de expresión de
voluntad seguirá el rumbo del procedimiento.
7.1.3.2.9. Derecho a ser notificada
Inc. i) A ser notificada de las resoluciones que puedan requerir su revisión.
Sin embargo, este inc. i) prevé que en los casos done esté facultada a revisar las resoluciones
judiciales, debe existir notificación fehaciente por el órgano estatal, en las formas previstas por la ley,
con la finalidad de que pueda requerir la revisión de dicho acto y, de ese modo, ejercer plenamente sus
derechos y se le garantice la tutela judicial efectiva y el acceso al recurso.
7.1.3.2.10. Derecho de revisión
Inc. j) A requerir la revisión de la desestimación, el archivo, la aplicación de un criterio de oportunidad o el
sobreseimiento, solicitado por el representante del Ministerio Público Fiscal, aun si no hubiera intervenido en
el procedimiento como querellante.
Este inc. j) complementa al anterior en el sentido que le otorga a la víctima, luego de ser notificada y
conocer las resoluciones, el derecho de requerir la revisión de la desestimación, el archivo, la
aplicación de un criterio de oportunidad o el sobreseimiento requerido por el Ministerio Público Fiscal.
Aquí aparece un agregado interesante en esta nueva redacción, puesto que le otorga la posibilidad a
la víctima, aun sin ser querellante, de requerir la revisión de dichos actos procesales, garantizándose la
tutela judicial efectiva y el recurso, como ya vimos, garantizados en el derecho internacional e
incorporado, ahora, en la normativa interna.
La Corte Interamericana en "Gutiérrez y Familia v. Argentina" ha establecido que, de conformidad
con la Convención Americana, los Estados partes están obligados a suministrar recursos judiciales
efectivos a las víctimas de violaciones de los derechos humanos (art. 25), recursos que deben ser
sustanciados de conformidad con las reglas del debido proceso legal (art. 8.1), todo ello dentro de la
obligación general, a cargo de los mismos Estados, de garantizar el libre y pleno ejercicio de los
derechos reconocidos por la Convención a toda persona que se encuentre bajo su jurisdicción (art.
1.1).
Asimismo, ha señalado que el derecho de acceso a la justicia debe asegurar, en tiempo razonable, el
derecho de las presuntas víctimas o sus familiares a que se haga todo lo necesario para conocer la
verdad de lo sucedido e investigar, juzgar y, en su caso, sancionar a los eventuales responsables.
7.1.3.2.11. Derecho a constituirse como querellante
Inc. k) A participar en el proceso en calidad de querellante. La víctima será informada sobre sus derechos
cuando realice la denuncia o en su primera intervención en el procedimiento.
Se prevé el derecho que tiene la víctima de constituirse en el rol de querellante y participar en el
proceso con los alcances de los arts. 82 y ss., a cuyo comentario nos remitimos.
Es importante destacar que este derecho debe ser notificado a la víctima desde el inicio, o sea,
desde que manifiesta su voluntad de que se investigue un delito y esta obligación recae en el Estado,
cualquiera que sea el lugar que la víctima haya escogido para formalizar su denuncia conforme a los
arts. 203 y ss. del Código Procesal Penal.
La primera oportunidad de poner en conocimiento los derechos reconocidos en el ámbito judicial es
al practicarse la citación de la víctima o el testigo. Pese ello, al haberse omitido, quedará subsanado si
se efectúa previo a formalizarse la declaración(76).
7.1.4. Asesoramiento técnico
"Art. 80.— Asesoramiento técnico. Para el ejercicio de sus derechos, la víctima podrá designar a un
abogado de su confianza. Si no lo hiciere se le informará que tiene derecho a ser asistida técnicamente y se
la derivará a la oficina de asistencia a las víctimas, conforme lo dispuesto en la Ley Orgánica del Ministerio
Público".
El asesoramiento técnico de la víctima implica que su voluntad de denunciar y seguir el proceso sea
acompañada por un abogado de su confianza; es una derivación clara de los derechos reconocidos en
los tratados y normas internacionales.
Con la reforma constitucional del año 1994 que incorporó los tratados internacionales a través del art.
75, inc. 22, el problema del acceso a la justicia fue mejorando con el paso del tiempo, al ser
considerado como un derecho humano.
Es decir, se obligó a los Estados partes a que se comprometan a garantizar a toda persona la
posibilidad de acudir a los tribunales para concretar sus pretensiones o la posibilidad de tener una
adecuada defensa, de obtener un fallo en plazo razonable y que la misma sea cumplida, sin ningún
condicionamiento económico, social, religioso o de cualquier otra naturaleza.
7.1.4.1. Influencia del derecho internacional
En la dirección que venimos relatando, puede advertirse expresamente en el Pacto de San José de
Costa Rica (CADH) en los arts. 8.1 y 25.
Los Estados partes se comprometieron a respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a
garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación
alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.
Asimismo, impone el deber a los Estados de adoptar disposiciones de derecho interno. Si el ejercicio
de los derechos y libertades mencionados en el art. 1º no estuviere ya garantizado por disposiciones
legislativas o de otro carácter, los Estados partes se comprometen a adoptar, con arreglo a sus
procedimientos constitucionales y a las disposiciones de la Convención, las medidas legislativas o de
otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, art. 2º, dispone que "Cada uno de los Estados
Partes se compromete a respetar y a garantizar a todos los individuos que se encuentren en su
territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en el presente Pacto, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social".
Asimismo, "Cada Estado Parte se compromete a adoptar, con arreglo a sus procedimientos
constitucionales y a las disposiciones del presente Pacto, las medidas oportunas para dictar las
disposiciones legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos
reconocidos en el presente Pacto y que no estuviesen ya garantizados por disposiciones legislativas o
de otro carácter".
En ese sentido, los Estados Partes se comprometen a garantizar que "toda persona cuyos derechos
o libertades reconocidos en el Pacto hayan sido violados podrá interponer un recurso efectivo, aun
cuando tal violación hubiera sido cometida por personas que actuaban en ejercicio de sus funciones
oficiales".
A la vez, "la autoridad competente, judicial, administrativa o legislativa, o cualquiera otra autoridad
competente prevista por el sistema legal del Estado, decidirá sobre los derechos de toda persona que
interponga tal recurso, y desarrollará las posibilidades de recurso judicial", así como "cumplirán toda
decisión en que se haya estimado procedente el recurso".
Asimismo, en su art. 14.1, dispone que "todas las personas son iguales ante los tribunales y cortes
de justicia y que toda persona tendrá derecho a ser oída públicamente y con las debidas garantías por
un tribunal competente, independiente e imparcial, establecido por la ley, en la substanciación de
cualquier acusación de carácter penal formulada contra ella o para la determinación de sus derechos u
obligaciones de carácter civil...".
Se destaca en esta oportunidad, que en la "Declaración sobre Principios Fundamentales de Justicia
para las Víctimas de Delitos y Abuso de Poder" uno de los objetivos es, justamente, el derecho a la
protección y asistencia.
7.1.4.2. Influencia del derecho interno
7.1.4.2.1. Ministerio Público Fiscal (Procuración General de la Nación)
En el ámbito de los organismos estatales y el derecho interno, este artículo hace una alusión elíptica
a la "oficina de asesoramiento y asistencia a la víctima y testigo"; y hace alusión a la oficina en la órbita
de la Procuración General de la Nación conocida como "DOVIC".
La sigla se corresponde a la Dirección de Orientación, Acompañamiento y Protección a Víctimas.
Fue diseñada a partir de las conclusiones arribadas por la "Comisión para la elaboración de un
diagnóstico acerca de la situación de atención a víctimas del delito".
Así, a partir de la res. PGN 1105/2014 la Procuración General de la Nación, dispuso la creación de la
DOVIC en el ámbito de la Secretaría de Coordinación Institucional de ese organismo estatal y destaca
que los principales objetivos de su existencia son los siguientes:
— Garantizar a las víctimas de cualquier delito los derechos de orientación e información general
previstos por el art. 79, CPPN, a partir de la implementación de un dispositivo de trabajo en red que
alcance a todo el Ministerio Público Fiscal y que permita hacer efectivo este catálogo de derechos
mínimos, desde el primer contacto de la víctima con la institución y a lo largo de todo el proceso penal.
— Asegurar un abordaje interdisciplinario y especializado frente a las víctimas de ciertos grupos de
fenómenos delictivos complejos que por diferentes factores quedan situadas en condiciones de
máxima vulnerabilidad y desamparo cuyo acompañamiento a lo largo del proceso penal resulta
imprescindible.
— Federalizar la estructura de atención a las víctimas del delito, con bocas de acceso en todas las
provincias y apuntalar la estructura de la red en la Ciudad de Buenos Aires con la instalación de mesas
de orientación e información general en aquellos edificios donde haya concentración de dependencias
judiciales.
Para el cumplimiento de dichos objetivos, la estructura de la DOVIC cuenta con:
a) Un Área de Coordinación General de Orientación en Información a Víctimas, destinada a trabajar
en la guía de información general del universo total de víctimas que se halle en contacto con las
dependencias del Ministerio Público Fiscal y atraviese la líneas de trabajo de cada uno de los
programas especiales, administre el funcionamiento de la Cámara Gesell, evalúe la resolución de
problemáticas que no estén contempladas en los programas y proyecte en diálogo con la Dirección, los
programas de capacitación interna y externa del organismo.
b) Cuatro Programas Especiales, abocadas a las labores vinculadas a grupos de víctimas
especialmente vulnerables (trata y explotación, maltrato y abuso sexual infantil, violencia de género y
violencia institucional).
c) La Secretaría Ejecutiva, que actuará como área de apoyo técnico de la Dirección, en materia de
articulación interinstitucional interna y externa y administrando los recursos humanos y técnicos.
En el Ministerio Público Fiscal y a fin de asegurar el acceso a la justicia y brindar un asesoramiento
integral se crearon las Agencias Territoriales de Acceso a la Justicia, conocidas como "ATAJO".
Su principal objetivo es facilitar el acceso a la justicia de las personas en condición de vulnerabilidad
y su participación en el sistema de administración judicial.
Allí se propone explorar respuestas de prevención social del delito y de promoción de derechos como
herramientas de acceso a la justicia que, paralelamente, nutran al Ministerio Público Fiscal de un tipo
de información que habilite la proyección de su política criminal en función de una participación
igualitaria en el sistema de administración de justicia.
Las principales funciones del Programa son:
— Instalar y gestionar Agencias Territoriales de Acceso a la Justicia (ATAJOS) en las principales
villas de emergencia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que se encargarán de recibir y derivar
denuncias, evacuar consultas, brindar acceso a información judicial, facilitar la resolución alternativa de
conflictos, generar mecanismos de prevención de delitos y desarrollar acciones de promoción de
derechos para fortalecer los vínculos comunitarios y consolidar los canales de comunicación entre el
MPF y la comunidad.
— Coordinar la actividad de equipos interdisciplinarios de trabajo que quedarán a disposición de
los/as fiscales de este organismo que intervengan en casos en los que se registren problemáticas
propias de acceso a la justicia y así lo requieran.
— Proponer a la procuradora general de la Nación la suscripción de acuerdos y convenios
estratégicos para los fines institucionales del Programa.
— Diseñar y confeccionar una herramienta de relevamiento y análisis de información tipo
observatorio que identifique los problemas de acceso de los grupos vulnerables para incidir al interior
del Ministerio Público y desde el organismo hacia otras instituciones del sistema de administración de
justicia(77).
7.1.4.2.2. Ministerio Público de la Defensa (Defensoría General de la Nación)
En la estructura del Ministerio Público de la Nación, pero esta vez en el área de la Defensa Pública,
concretamente en el ámbito de la Defensoría General de la Nación, se dictó la res. DGN 559/99 que
faculta a los defensores para actuar como querellantes y actor civil, en los casos donde no sea posible
solventar a un abogado de la matrícula.
También, en el mismo ámbito de la Defensa Pública, se crearon programas dirigidos a la víctima.
El servicio de patrocinio comenzó a funcionar en 2009, focalizado en casos de violencia en las
relaciones interpersonales contra mujeres adultas.
En el año 2012 se creó el "Proyecto Piloto de Asesoramiento y Patrocinio para Víctimas de Violencia
de Género" para los casos de violencia de género en cualquiera de sus formas y modalidades, se abrió
una nueva oficina de atención al público y se amplió la implementación de servicios descentralizados
en algunos barrios y villas de la Ciudad de Buenos Aires.
Este servicio se brinda en articulación con otras instituciones, como la Corte Suprema de Justicia de
la Nación, los Ministerios de Justicia y Derechos Humanos y de Desarrollo Social de la Nación, y el
Consejo Nacional de las Mujeres.
La Defensoría General dispone del asesoramiento y patrocinio jurídico a mujeres adultas víctimas de
violencia en el ámbito de sus relaciones interpersonales que acuden a la Oficina de Violencia
Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
También cuenta con Centros de Acceso a la Justicia (CAJ), que son servicios descentralizados en
barrios periféricos de la Ciudad de Buenos Aires, implementados en forma conjunta con la Dirección
Nacional de Promoción y Fortalecimiento para el Acceso a la Justicia del Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos de la Nación(78).
7.1.4.2.3. Ministerio Público de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
En el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el art. 12, inc. 6º de la Constitución de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, reconoce expresamente el derecho de acceder a la justicia.
El Ministerio Público de la ciudad ha implementado varios canales de asesoramiento con el objeto de
facilitar el acceso de todos sus habitantes al sistema de justicia.
Este caso, como tantos otros de las provincias de nuestro país, ya han aprobado sus respectivas
modificaciones en los procesamientos procesales penales que incluyen en sus textos un tratamiento
especial para la víctima y el derecho que garantiza su acceso a la justicia.
Asimismo, como consecuencia de esos cambios, se han llevado adelante diversos mecanismos en
aras de garantizar ese derecho y facilitar que la justicia llegue a los ciudadanos o que éstos puedan
llegar de un modo más accesible al sistema.
En esa dirección, podemos enumerar algunos canales creados a esos fines como la "Unidades de
Orientación y Denuncia" que funcionan como mesa receptora de denuncias; la "Oficina Central
Receptora de Denuncias", para aquellas denuncias en forma no presencial a través de un sistema
telefónico de 0800 o la "Oficina de Asistencia a la Víctima y Testigo" que cuenta con equipo
interdisciplinario que se encarga de efectuar informes de riesgo de las víctimas, planificar junto a éstas
los modos de prevenir nuevos episodios de violencia y fortalecerlas con el objeto de que mantengan su
voluntad de atravesar el proceso judicial(79).
7.1.5. Asesoramiento especial
"Art. 81.— Asesoramiento especial. La víctima podrá solicitar que sus derechos y facultades sean ejercidos
directamente por una asociación registrada conforme a la ley, de protección o ayuda a las víctimas, de
defensa de intereses colectivos o difusos, de defensa de los derechos humanos o especializada en acciones
de interés público, si fuera más conveniente para la defensa de sus intereses. Formalizada la delegación,
estas asociaciones ejercerán todos los derechos de la víctima, a quien deberán mantener informada".
La norma pretende que la víctima tenga mayor protección y se le garantice de modo más eficaz el
goce de los derechos reconocidos por la ley.
En tal sentido es que permite un asesoramiento especial en casos donde la víctima así lo requiera y
en los cuales las asociaciones especializadas pueden actuar en defensa de sus intereses, con la
obligación de mantenerla informada.
Esta nueva redacción permite que las asociaciones registradas conforme a la ley puedan ejercer
directamente los derechos y facultades reconocidos en el Código Procesal, sin necesidad de
construirse en el rol de querellante. Ello, sin perjuicio de que las entidades del sector público podrán
ser querellantes en los delitos de acción pública, como establece la norma del art. 85.
Ahora bien, como antecedente de esta norma, y a la luz de la penetración de la legislación
supranacional en la legislación local y recepción extensa por la enmienda del art. 75, inc. 22 de la Ley
Suprema, en consonancia con el art. 25 de la Convención Americana de Derechos Humanos, se ha
alentado y acrecentado acerca de la facultad de la persona a perseguir a quien ofende un derecho
humano(80).
Sumado a ello, desde antaño se ha permitido a las asociaciones —consagradas al amparo del art. 46
del Código Civil— la facultad de intervenir como particular damnificado en el proceso penal(81).
7.2. EL ROL DEL QUERELLANTE EN EL NUEVO PROCEDIMIENTO PENAL
7.2.1. ¿Qué es ser querellante?(82)
Querellante es la persona que directamente resulta afectada por un delito que le acarrea un perjuicio
directo y real(83).
Como condición indispensable para otorgar el carácter de parte querellante, se requiere que la
afectación por el daño que el delito podría acarrear sea directa, lo cual implica la afectación inmediata
de un interés o derecho de quien pretende detentar la calidad referida(84).
También se ha sostenido que no sólo debe ser directa, sino que, sumado a ello, la afectación debe
ser real, especial y singular(85).
Ahora bien, la capacidad para querellar, es aquella calidad que otorga a una persona la posibilidad
jurídica de exigir en nombre propio, genéricamente, y no solamente en este o en aquel proceso, tutela
jurídicopenal. En una palabra, la aptitud para ser querellante en un número indeterminado de
procesos(86).
La afirmación de la capacidad no basta para que una persona esté posibilitada de ejercer el derecho
de querella en concreto pues, para que sea admisible, debe existir cierta relación con el objeto del
proceso de que se trata(87).
En el ámbito de la anterior redacción, existía una distinción entre el ofendido y el damnificado a la luz
de lo sostenido por la Cámara Nacional de Casación Penal. Así, comúnmente, se ha hecho una
distinción entre los conceptos de ofendido y damnificado.
Al primero siempre se le ha reconocido legitimación para constituirse en parte querellante, por cuanto
es titular del bien jurídico tutelado que el hecho delictuoso lesiona, y por ende, se erige como persona
que ha sufrido las consecuencias del delito de un modo directo e individual, resultando ser el sujeto
pasivo del delito. El damnificado, en cambio, si bien no es el titular del bien jurídico afectado por el
ilícito, es quien ha recibido un perjuicio real y concreto que lo habilita para accionar. De este modo, no
se protege solamente el bien jurídico tutelado por la norma penal y que aparece violado por la conducta
que constituye el contenido de la imputación, sino que no quedan excluidos aquellos bienes
garantizados secundaria o subsidiariamente(88).
Si bien varias críticas abrazaron la figura en estudio, ya en oportunidad de la ley 23.984 y la
incorporación a la Ley Suprema de los tratados internacionales, aclararon el panorama y brindaron una
respuesta a los cuestionamientos en torno a dicha creación legislativa.
La Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), en su art.
8º —Garantías judiciales—, inc. 1º dispone: "Toda persona tiene derecho a ser oída... para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro
carácter", o bien el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos a través de su art. 14, inc. 1º.
En la misma inteligencia, se dijo que el derecho a la tutela judicial efectiva, que encuentra recepción
en el art. 21.1 de la CADH, otorga el derecho de obtener una respuesta de los órganos judiciales y, por
ello, cuando se ha legitimado a un querellante, no cabe aceptar que tal respuesta quede con
exclusividad en cabeza del Ministerio Público Fiscal(89).
Con la doctrina sentada en el fallo "Quiroga" de la Corte Suprema, ya se había ampliado el marco de
actuación del querellante o pretenso querellante, abriendo paso a otros pronunciamientos que declaran
la inconstitucionalidad del procedimiento entonces previsto en el art. 348 en los casos donde existe un
particular damnificado constituido como querellante o pretenso querellante(90). Inclusive, al particular
damnificado constituido como querellante, se le otorgó, en algunos casos, la posibilidad de impulsar la
acción penal ante la negativa del fiscal(91).
Sin embargo, caso aparte merecían los delitos vinculados a intereses difusos —como los delitos al
medio ambiente— a las personas jurídicas y colectivas.
En la anterior redacción, vemos cómo la acción popular o colectiva no fue tratada y no formaba parte
del Código Procesal, situación que determinaba negar la condición de querellante en esos
supuestos(92).
Dicha ausencia fue subsanada en la nueva redacción de la ley 27.063, como veremos más adelante.
7.2.2. Texto original de la ley 27.063
Luego de la breve introducción arriba reseñada sobre la figura de la querella con el paso del tiempo,
veremos, en los apartados que siguen, los derechos y facultades que tiene el querellante en el
procedimiento penal, a la luz de la nueva redacción de la ley procesal.
Para facilitar la lectura y el análisis de los nuevos artículos de la norma procesal, estimamos
conducente transcribirlos y a partir de allí esbozar algunas consideraciones generales sobre la figura
en estudio.
en estudio.
En oportunidad de comentar el saliente Código Procesal Penal para esta editora(93), ya hemos
profundizado sobre el tema, en esta oportunidad veremos cómo, en algunos casos, se repiten las
normas o se amplían las facultades de la querella y la capacidad sobre quién, ahora, puede asumir el
rol de querellante, a diferencia del texto anterior.
Veamos.
"Art. 82.— Forma y contenido de la querella. La pretensión de constituirse en parte querellante se
formulará por escrito, con asistencia letrada, en forma personal o por mandatario especial que agregará el
poder y deberá contener:
a) Datos de identidad, domicilio y firma del querellante y, en su caso, también del mandatario;
b) Datos de identidad y domicilio del querellado o, si se ignora, cualquier descripción que sirva para
identificarlo;
c) Una relación clara, precisa y circunstanciada del hecho, con indicación del lugar y el momento en que se
ejecutó;
d) Las pruebas que se ofrezcan, indicando en su caso los datos que permitan llevar adelante su
producción. Si se trata de testigos o peritos, además de los datos personales y domicilio, se deberán indicar
los puntos sobre los que deberán ser examinados o requeridos;
e) La acreditación de los extremos de personería que invoca, en su caso.
La presentación se deberá acompañar con una copia del escrito para cada querellado. Si se omitiere
alguno de los requisitos establecidos en este artículo, deberá intimarse a quien efectuó la presentación para
que en el plazo de tres (3) días corrija el error u omisión, bajo apercibimiento de inadmisibilidad".
7.2.2.1. Forma y contenido
La nueva redacción del art. 82 en cuanto a la forma y contendido de la querella, es similar a la
redacción de los entonces arts. 83 y 418 del derogado Código, "Forma y contenido de la querella".
El escrito de promoción de la querella debe contener, por exigencia del inc. c), una clara, precisa o
circunstanciada relación del hecho imputado, a diferencia del art. 82 del Código derogado, previsto
para delitos de acción pública, que requería una mera relación sucinta del hecho en que se fundaba.
Ello, en razón de que al ser la querella por delito de acción privada una acusación en la cual se
impone una concreta imputación, tal incumplimiento acarrearía la inadmisibilidad del libelo, pues se
vería afectado el derecho de defensa del imputado(94).
En ciertas ocasiones la pieza promotora de la acción ha sido también comparada, en sus efectos,
con el entonces requerimiento de elevación a juicio en el procedimiento ordinario (art. 347), por tratarse
ambas piezas de aquellas que delimitan la acusación y sobre la cual girará el marco del debate. Por
ello, la sanción de nulidad para esta última y de la inadmisibilidad para la pieza que aquí se trata, se
cimienta en la vulneración al derecho de defensa de la contraparte quien no sabrá de qué hechos en
concreto se lo acusa, minando sus posibilidades de ejercer una adecuada actividad de réplica durante
el debate.
La inviolabilidad de la defensa en juicio exige, pues, una acusación clara, precisa y circunstanciada
del hecho acotado en su circunstancia histórica, ya que si se vacila en orden a la extensión de lo
atribuido se enerva la posibilidad de respuesta.
Una muestra del celo que este tipo de procesos abriga respecto a la inviolabilidad del derecho de
defensa del acusado, lo constituye la necesidad de acompañar copias para cada querellado y la
acreditación de la personería que invoca.
Un aspecto que demanda una especial atención lo constituye el ofrecimiento probatorio que la norma
obliga a formular, casi con riesgo de preclusión.
En torno a este tópico, es preciso apuntar que la propia norma, en su parte final, prevé la posibilidad
de que el acusador privado no cuente al momento de la interposición de la querella con prueba
documental que sustente su alegación, no obstante lo cual, se prevé la posibilidad que lo aporte dentro
de los 3 días, bajo apercibimiento de ser declarada inadmisible la querella (art. 82, in fine).
Sin embargo, no cabe sancionar con la inadmisibilidad el escrito de querella ante la falta de aporte de
prueba documental, siempre y cuando quede demostrada la excepcional circunstancia que el acusador
privado no pudo hacerse de tales antecedentes al momento de articular la querella.
Pese a ello, la norma, además, brinda la posibilidad de que indique todos los datos que permitan
llegar a la prueba y lograr su producción (art. 82, inc. d]).
7.2.2.2. Acreditación de la personería
Quien decide querellar puede asumir este rol en el proceso criminal interviniendo personalmente en
el legajo, con asistencia letrada o por mandatario especial que agregara el poder para ello.
No basta pues, un simple poder general judicial para representar a un tercero en el pleito, sino que el
poder aludido debe ser claro en cuanto se otorga ese mandato para querellar en una causa penal
determinada(95).
Respecto del poder para querellar criminalmente en representación de la corporación es necesario,
para ser admitido como parte eventual del proceso, que se acompañen los estatutos, los cuales deben
ser apodícticos en cuanto que se faculta al representante a asumir esa función.
7.2.3. Oportunidad y unidad de representación
"Art. 83.— Oportunidad y unidad de representación. La querella se deberá formular ante el representante
del Ministerio Público Fiscal en la investigación preparatoria. Si el representante del Ministerio Público Fiscal
considerase que el interesado carece de legitimación para constituirse en querellante, deberá solicitar al juez
que decida al respecto.
Si los querellantes constituidos fueren varios, y hubiere identidad de intereses entre ellos, deberán actuar
bajo una sola representación, la que se ordenará de oficio si ellos no se pusieren de acuerdo. No procederá
la unidad de representación entre particulares y entidades del sector público, asociaciones o fundaciones,
salvo acuerdo de los querellantes".
7.2.3.1. Oportunidad
La posibilidad de constituirse en el rol de querellante tiene un límite temporal y éste es durante el
curso de la investigación preparatoria.
En este sentido el art. 232, a cuyo comentario nos remitimos, establece que la investigación
preparatoria es por el término de un año desde que se formaliza la investigación, con la posibilidad de
que se prorrogue.
Con anterioridad al vencimiento del plazo establecido en el art. 232, el representante del Ministerio
Público Fiscal, el querellante o el imputado podrán solicitar al juez una prórroga de la etapa
preparatoria.
A esos efectos, el juez, dentro de los 3 días, convocará a las partes a una audiencia y, luego de
escucharlas, establecerá prudencialmente el plazo en el cual la investigación preparatoria quedará
cerrada, que nunca podrá exceder de ciento 180 días contados desde la fecha en que aquélla tuvo
lugar.
Si una investigación preparatoria se hubiere formalizado respecto de varios imputados, los plazos
correrán individualmente salvo que por las características de los hechos atribuidos, no resultare posible
cerrar la investigación preparatoria respecto de aquéllos de manera independiente.
Asimismo, si con posterioridad a la formalización de la investigación preparatoria se descubrieran
nuevos hechos o se individualizaran nuevos imputados que obligaren a la ampliación de aquélla, los
plazos establecidos comenzarán a correr desde este último acto.
7.2.3.2. Unidad de representación
La unidad de representación es posible cuando exista identidad entre los intereses de los
querellantes, la que deberá ser ordenada de oficio por el Ministerio Público Fiscal, cuando haya
acuerdo entre los distintos querellantes.
La norma no permite la unificación de querellas cuando se trata de particulares por un lado y
entidades del sector público, asociaciones y fundaciones por otro. Sin embargo, la excepción a la regla
surge en los casos en que estos querellantes se ponen de acuerdo en la actuación conjunta y así lo
solicitan al fiscal de la causa.
Tal como lo prevé la primera parte del art. 83, si el representante del Ministerio Público Fiscal no
considera esa presentación, por carecer alguno de ellos legitimación para actuar, será entonces el juez
quien decida, en definitiva, si corresponde o no que asuman ese rol de acusador privado.
En este tópico, ya la jurisprudencia había reparado especialmente en la exigencia de la identidad o
comunidad de intereses para que proceda la unificación de la representación de los querellantes, en
razón de que su mera diversidad lo impide, más allá que dichas diferencias no alcancen a representar
una verdadera pugna entre ellos(96).
7.2.4. Desistimiento
"Art. 84.— Desistimiento. El querellante podrá desistir de su intervención en cualquier momento, quedando
obligado por las costas que su actuación hubiere causado.
Se considerará que ha renunciado a su intervención en los siguientes casos:
a) Si no concurriere a prestar declaración testimonial o a realizar cualquier medida de prueba para cuya
producción sea necesaria su presencia;
b) Si no formulare acusación en la oportunidad procesal legalmente prevista;
c) Si no concurriere a la audiencia de debate o no presentare conclusiones.
En los casos de incomparecencia, la existencia de justa causa deberá acreditarse. El desistimiento será
declarado por el juez a pedido de parte".
A lo largo de nuestro desarrollo, en oportunidad del ya referido Código Procesal comentado (97), así
como en una apostilla anterior(98), reivindicamos el rol del querellante. Maguer de ello, entendemos
que el desempeño y permanencia del acusador privado durante el derrotero del enjuiciamiento no es
un derecho perpetuo y lejos está de escapar al control de los actores procesales y de los poderes
constituidos.
Es una verdad de Perogrullo que ningún derecho es absoluto. La facultad de querellar no es una
prerrogativa que se ejerce sin inspección alguna de los fiscales, jueces o de la parte querellada
quienes pueden decidir o peticionar —respectivamente— su apartamiento de ese rol.
7.2.4.1. Oportunidad del desistimiento
El desistimiento que puede acaecer en cualquier estado del procedimiento ocurre cuando el
querellante demuestra su voluntad de alejarse del proceso, pero queda obligado por las costas que su
actuación causaron en el curso del mismo.
Además de ese supuesto, y también en cualquier estado del procedimiento, la norma estipula que se
presume la renuncia al rol de querellante cuando no concurre a una declaración testimonial o cualquier
otro acto procesal en el cual se requiere su presencia física. La excepción está prevista cuando esa
ausencia está justificada y así se acreditó en forma documentada en la causa.
También se consideraba desistida la querella como consecuencia de no formular la acusación en la
oportunidad procesal prevista; o bien, si no se presenta en el debate fijado o no presenta sus
conclusiones en la oportunidad prevista.
Es el juez quien, a pedido de parte, debe declarar el desistimiento.
7.2.4.2. La separación oficiosa
7.2.4.2. La separación oficiosa
Como señala Rubianes, analizando el texto anterior(99), "una vez que una persona es admitida como
querellante en el legajo no puede ser separada de oficio por el juez(100), al menos que en la causa en
que se basa sea posterior a la resolución que lo ha constituido en querellante como, por ejemplo, si
hubiera realizado convención sobre el daño"(101).
Durante la vigencia de dicho marco normativo se ha vedado la separación oficiosa del legitimado a
excepción que a éste se le hubiese dictado su procesamiento en la misma causa o en la causa conexa.
Éstas fueron las enseñanzas que germinaron del plenario "Nattin, Alberto Abraham" de las que se
desprende que "el juez no puede apartar de oficio a quien fue tenido como parte querellante"(102).
De tal suerte que cualquiera que hubiera sido el desacierto de la resolución que admitió al
querellante, su apartamiento oficioso le es ajeno al juez, salvo petición en contrario de la parte
querellada o, como se dijo, que recale el procesamiento en esa causa o en la conexa(103).
7.2.4.3. La renuncia del agraviado en el Código Penal
El art. 59 del Código Penal prevé en su inciso cuarto que se declarará extinguida la acción penal por
la renuncia del agraviado respecto de los delitos de acción privada previstos en art. 73 de dicho código
sustantivo.
Pese a ello hay jurisprudencia que sostiene que la renuncia del agraviado es una institución de
naturaleza sustancial prevista en el Código Penal como causal de extinción de la acción penal, por lo
que su regulación es órbita exclusiva del Congreso Nacional, en consecuencia, se compromete el
andamiaje constitucional si se dictara un sobreseimiento definitivo por abandono de la querella, ya que
una legislación local no puede establecer las formas de aquella renuncia por no ser materia procesal
(art. 67, inc. 11 de la Constitución Nacional)(104).
Hay que tener presente, además, que el art. 1097 del Código Civil de la Nación, establece que si los
ofendidos renuncian a la acción civil entablada o hicieren convenio sobre el pago de los daños
reclamados se tendrá por renunciada la acción criminal(105).
7.2.5. Querellante en delitos de acción pública
"Art. 85.— Querellante autónomo. En los delitos de acción pública, la víctima o su representante legal,
podrán provocar la persecución penal o intervenir en la ya iniciada por el representante del Ministerio Público
Fiscal.
La participación de la víctima como querellante no alterará las facultades concedidas por la ley al
representante del Ministerio Público Fiscal, ni lo eximirá de sus responsabilidades.
Las entidades del sector público podrán ser querellantes conforme las leyes y reglamentos que así lo
habiliten".
7.2.5.1. Querellante autónomo
7.2.5.1.1. Antecedentes: un instituto no deseado por el codificador en la ley 23.984
En la Exposición de Motivos de aquella ley 23.984, el legislador, al tratar las acciones que nacen de
los delitos, expresamente suprimió la figura del querellante para las acciones públicas.
Señala Levene (h.) que "es inadmisible en materia penal donde predominan conceptos de
reeducación y defensa social que el Estado se ponga al servicio del interés pecuniario o de la
venganza personal, que son casi siempre los móviles que llevan al damnificado a ejercer la acción
pública, móviles que se ponen en evidencia si nos fijamos en el gran número de querellantes que
desisten de su acción, dando pretextos útiles, una vez que han percibido la suma en que se consideran
perjudicados. Casi siempre el acusador particular es, según la vieja frase 'la quinta rueda del carro'
destinada a dilatar términos, demorar incidentes de excarcelación y, en una palabra, entorpecer el
procedimiento, para prolongar, nada más que por venganza la detención del acusado".
La Cámara Nacional de Casación Penal ya había resuelto en el pasado que "el querellante conjunto
carece de autonomía en el ejercicio de la pretensión penal, ya que el juicio no puede abrirse sino por
acusación del Fiscal"(106).
Ahora bien, tal incorporación vio su simiente en la presión del foro de la Ciudad de Buenos Aires, ya
que había sido muy rica la experiencia recogida durante la vigencia del Código de Obarrio.
Aquella solución que auspiciaba Levene (h.) yacía en correspondencia con las posiciones de Soler y
de Vélez Mariconde, quienes mostraban sus recelos respecto de la franca incorporación del particular
damnificado como parte en el proceso.
Las diversas y hasta antagónicas posiciones de quienes cincelaran nuestra ley de enjuiciamiento
desembocó en una ordenanza procesal —como las que nos regía—, que evidenciaba un conjunto
heterogéneo de sistemas, el cual no hacía más que complicar la interpretación orgánica y sistemática
de sus normas(107).
La comparación del querellante en la ley 23.984 con el regulado en el Código de Obarrio (ley 2372)
arrojaba ya diferencias sustanciales.
Dicho extremo parte de las entrañas mismas del pensamiento de aquel codificador (Obarrio) quien, si
bien concibió prudente proscribir la acción popular —solución que se repite en el texto de la ley
23.984(108)— no esculpió igual ponencia respecto de la intervención del damnificado en el proceso,
tanto para acreditar el hecho que lo inmola como para establecer los parámetros de la ulterior acción
civil resarcitoria.
Obarrio amalgamó en su Código un querellante que poseía muchas más facultades que en la ley
procesal ahora derogada (arts. 14, 170, 457, ley 2372) habida cuenta de que —entre otras
prerrogativas— legitimó su aptitud para abrir, por sí solo, el plenario y subrogar la pretensión punitiva
prerrogativas— legitimó su aptitud para abrir, por sí solo, el plenario y subrogar la pretensión punitiva
de la Fiscalía en caso de que la misma desemboque en una solución atípica, presentando ante el juez
un conflicto que lo habilitaba a "decir el derecho" adoptando un temperamento condenatorio o
absolutorio.
En la ley 23.984 —a diferencia del texto precedente— se había legislado un particular damnificado
como un adherente al fiscal y con una mínima posibilidad de recurrir autónomamente.
Es decir, que se aceptaba un querellante a medias que, por más aportes probatorios que exhiba,
tendrá que dar término a su actividad en la investigación, si el fiscal y el juez estiman que no hay mérito
en una causa, ésta quedará cerrada para siempre(109).
7.2.5.1.2. Nuevas tendencias
Los nuevos vientos que soplaron en torno a los menesteres propios de la promoción de la acción
habían llevado a los procesalistas a repensar el concepto de monopolio del Ministerio Público Fiscal en
el ejercicio de la acción, pues se estimó que, si bien a la luz del principio de oficialidad que nacía de lo
regulado por los entonces arts. 71 y 72 del ordenamiento represivo, dicho órgano extrapoder —
requirente por antonomasia—, le estaba vedado atenerse a cualquier criterio de conveniencia para
resolver frente a la notitia criminis, salvo los casos debidamente reglados(110); esta facultad podría ser
compartida por la pretensión desarrollada por la querella, en forma autónoma, en los casos en que la
autoridad no inicie la pesquisa o concluya con un temperamento desincriminador.
Ya decíamos(111)que el derecho de defensa era un bien preciado, y que todos los esfuerzos para su
resguardo siempre resultan escasos.
Ello no fue óbice para afirmar —entonces— que amén de rodear de garantías a los encausados,
corresponde que se redefina el rol de la víctima en el proceso penal y se dote al querellante de la
facultad de iniciar, desarrollar y pedir la culminación de la persecución penal que, ahora, parecería
reducido a la iniciativa de los fiscales(112).
Bidart Campos(113)se interroga respecto de quién ha sufrido de modo más directo e inmediato el
daño al bien jurídico tutelado: la sociedad en su conjunto (por el que actúa el fiscal) o la víctima.
De ello se infería la necesidad de vigorizar el rol del querellante, siendo inevitable pensar en ampliar
sus atribuciones dando la facultad de inicio de investigación cuando el Ministerio Público no la haga, o
también permitirle impulsar la acción penal cuando aquél considere que no debe proseguirla y por
ende, no quiere acusar, estableciéndose que la sola acusación del particular querellante permita la
apertura del juicio oral y público aunque el órgano fiscal no acuse.
Esta última posibilidad ha sido consagrada —por vía pretoriana— por la Corte Suprema de Justicia
de la Nación en el fallo "Santillán, Francisco"(114), en cuanto reconoció virtualidad a la acusación de la
querella en momento del alegato del juicio oral para que el tribunal pueda emitir un fallo expiatorio aun
cuando el fiscal había solicitado su absolución.
Sin perjuicio de tal ponencia, quedó incólume la doctrina que se desprende de nuestro Máximo
Tribunal de Garantías plasmada en las causas "Tarifeño"(115), "García"(116), "Cantonar"(117)"Montero"
(118)y "Cáseres"(119).
En ellas, dicho Tribunal ha perfilado —ante la inexistencia en el legajo del acusador privado—, que si
en el crepúsculo del debate el fiscal solicitó la libre absolución del sujeto activo del proceso y, pese a
ello, el tribunal de juicio emitió sentencia condenatoria, corresponde decretar la nulidad del
pronunciamiento habida cuenta de que, en materia criminal, la garantía consagrada por el art. 18 de la
Constitución Nacional exige la observancia de las formas sustanciales del juicio relativas a la
acusación, defensa, prueba y sentencia dictadas por los jueces naturales.
Dichas formas no son respetadas si se dicta sentencia condenatoria sin que medie acusación(120).
Luego de ello la Suprema Corte varió el criterio que venimos despuntando. En "Marcilese"
(121)confirmó el pronunciamiento sancionatorio dictado por el Tribunal de mérito pese a que la "vindicta
pública" había solicitado —en la oportunidad de alegar—, la absolución del perseguido.
Luego retomó su criterio inveterado. En la causa "Mostacio, Julio Gabriel s/homicidio culposo",
resuelta el 17 de febrero de 2004, reivindicó su doctrina de antaño por la cual el pedido absolutorio del
Ministerio Fiscal (y, obviamente, la ausencia del querellante) impedía a la judicatura dictar un
pronunciamiento expiatorio por cuanto no existía conflicto o contradicción por resolver.
Es que armonizando las posiciones que venimos desbrozando se conciliaba todo interés habida
cuenta de que, cuando no exista el particular damnificado, el monopolio del impulso de la acción y el
desarrollo ulterior reposará en el órgano público, pero, ante la aparición del directamente ofendido en
sus bienes jurídicos, esta facultad puede ser compartida por ambos órganos de acusación, incluso, el
privado puede remplazar a aquél, en caso en que concluya con una posición desincriminante,
excitando de esa manera la jurisdicción del tribunal para "decir el derecho".
La actuación del querellante es de fundamental importancia en el proceso criminal por lo que
celebramos que se amplíen sus facultades durante con esta nueva ley procesal penal.
Señala Kent(122)que "la participación del querellante deviene esencial para la comprobación de la
verdad pues tratarse de hechos en que no es suficiente la aptitud técnica y la disposición del fiscal,
sino que basta develar un sinnúmero de apariencias que, en no contadas ocasiones, distorsionan la
realidad y tan solo la firmeza y empeño del damnificado alcanzan a superar".
La exigencia de acusación como forma sustancial en todo proceso penal salvaguarda la defensa en
juicio del justiciable sin que tal requisito tenga otro alcance que lo antes expuesto o contenga distingo
alguno respecto del carácter público o privado de quien la formula(123).
De lo expuesto se infiere que el derecho de acceso a la jurisdicción —amalgamado implícitamente en
el art. 18 de la CN— consiste en la posibilidad de ocurrir ante el órgano jurisdiccional en procura de
justicia u obtener de él sentencia útil relativa a los derechos de los litigantes(124).
Ello es así, por cuanto para hablar del derecho de acceso a la justicia, o de derecho a la tutela
judicial eficaz, o de derecho a una vía útil para defender sus derechos, el proceso penal debe
suministrarle a la víctima la "llave procesal" que constitucionalmente le es debida para que tome parte
en la defensa del bien jurídico que desea proteger.
Lo que se propugna es ampliar normativamente la actuación procesal de quien aparece agraviado
por un delito hasta suplir con su actuación la que no ha llevado adelante el fiscal (en los casos que no
accione) puesto que si se encadena la jurisdicción del tribunal y su posibilidad de condena al
requerimiento del Ministerio Público y para nada se computa la acusación de la víctima, tal ponencia
concluye en un desequilibrio de los derechos de las partes incompatible con toda solución justa que se
pretenda.
7.2.5.1.3. La acción penal pública, ¿puede compartirse?
Luego de la construcción jurisprudencial que germina de lo apontocado en "Santillán", continuada por
"Storchi" y los otros pronunciamientos, se ha abierto un canal harto sensible que es, justamente, la
posibilidad de una suerte de ejercicio compartido de la acción y que sea la querella quien subrogue al
representante público en la requisitoria de la imposición de la pena estatal, ante la inacción de éste.
Representó un triunfo para los derechos del hombre la transferencia del poder penal de las manos de
un individuo —o de un grupo de ellos— en favor de una instancia política central como es el Estado.
Otro triunfo —no menor, pero asociado con el anterior— ha sido que aquél creara distintos órganos
competentes para la persecución y para el juzgamiento del delito.
Deslindando las funciones de acusar y de juzgar se ha desalentado una política criminal pérfida, que
desemboca en una afectación del derecho de defensa, ya que, cuando ambas funciones se
superponen, el perseguido debe responder a las intimaciones que abonan el cargo, tanto del órgano
requirente como del otro, que sólo debe resolver la contradicción entre iguales "diciendo el derecho".
Nos hemos alejado del modelo de enjuiciamiento que gobernaba en la "Inquisición". En ella bastaba
un solo órgano, el inquisidor, para practicar la encuesta (investigación) que le permitía decidir sobre la
aplicación del poder penal; él encontraba en sí mismo todas las funciones diversificadas en el
procedimiento penal moderno (perseguir decidir) e incluía allí la defensa del imputado aunque sólo
desde la óptica de interés del Estado(125).
El proceso inquisitorial puede dividirse en dos etapas: a) el sumario o faz informativa y b) el juicio
plenario, donde tiene lugar el debate entre las partes y la etapa probatoria y decisoria, lo cierto es que,
como consecuencia del principio de culpabilidad, las diferencias entre las dos etapas se desdibujan
notablemente, ya que el factor determinante de ambas es la búsqueda constante por parte de los
inquisidores de pruebas en contra del imputado, amonestándoselo constantemente para lograr su
confesión, siendo particularmente marcada la inferioridad procesal del reo tanto en la etapa sumaria
como plenaria(126).
En la hora actual, la posibilidad de que un particular (el querellante) subrogue las funciones que el
Estado había reservado para el Ministerio Público ha obligado a una reelaboración del concepto del
monopolio de éste en el ejercicio de la acción penal.
Señala Cafferata Nores(127)que "si bien la acción no puede ser obstaculizada o condicionada por los
particulares más allá que lo que el Código Penal hoy consiente (arts. 71 y 72) puede ser compartida
por la querella de acción pública e, incluso, desarrollada en forma autónoma en los casos que aquélla
no inicie la persecución o concluya en un temperamento desincriminador".
Por eso es que, oportunamente, ya hemos propuesto redefinir el rol de la víctima del delito en la
iniciación del desarrollo y culminación de la persecución penal.
Dijimos que si aquélla no ha abdicado de su condición en favor del Estado, será inevitable pensar en
ampliar sus atribuciones dándole algún medio para provocar el inicio de la investigación que el
Ministerio Público se niegue a realizar.
También propiciábamos que había de permitirle impulsar la prosecución de la persecución penal
cuando el Ministerio Público considere que no debe perseguirla y por ende, no quiere acusar,
estableciendo que la sola acusación del particular querellante permita la apertura del juicio oral y
público, aunque el órgano oficial no acuse.
público, aunque el órgano oficial no acuse.
También que debía autorizarse que el solo pedido de condena del querellante habilitaba su
imposición por parte del tribunal de juicio, aun frente al requerimiento fiscal de absolución.
La paupérrima ordenanza procesal de la ley 23.984, en modo alguno autorizaba la promoción, el
sostenimiento y la culminación de la pretensión punitiva en manos de la querella, la cual reclamaba
gran parte de la doctrina y que ahora celebramos con la nueva redacción de la ley procesal penal
donde se amplían las facultades de la querella en el impulso y continuación de la acción penal.
Sostuvimos que el rol de la víctima debía ser vigorizado, siendo que la corriente jurisprudencial que
germinaba, tanto del fallo anotado como de lo resuelto en "Santillán", obraba como caldo de cultivo
para una profunda reforma a nuestra vetusta ley de enjuiciamiento criminal que amalgame la figura de
un querellante autónomo, como la que ahora vemos a punto de entrar en vigencia.
También mencionamos, en otros estudios predecesores, que el proceso penal se estructura —
porque así lo indica la Constitución Nacional, los Pactos Internacionales y las normas reglamentarias—
partiendo del imputado y de sus derechos(128).
No dudamos en reiterar que el derecho de defensa —que es sagrado— abarca la posibilidad de
audiencia, la de ofrecer la prueba que desvirtúe la imputación, que se corroboren las manifestaciones
de inocencia, la posibilidad de controlar la prueba —tanto de cargo como de descargo— e inspeccionar
los actos procesales que autoriza la ley de rito(129).
Pero, sin perjuicio de ello, la defensa en juicio es bidimensional —comprensivo tanto de los derechos
del imputado como de la víctima— siendo que el perjudicado directo en sus bienes jurídicos debe tener
una intervención amplísima durante el enjuiciamiento criminal, cuando así lo desee.
Para hablar del proceso como de una contienda entre iguales, quien sufre el menoscabo en sus
bienes jurídicos debe encontrarse en un pie de correspondencia con el perseguido (el cual, que quede
bien en claro, no debe ser despojado de ninguna de las prerrogativas con que se lo enviste para
contestar la acusación y ofrecer la prueba que hace a su inocencia) colocándose el juez en un lugar
pasivo, distante de las partes, y ejerciendo su poder de resolver la contradicción que se pone en su
conocimiento.
7.2.5.2. Entidades del sector público. La querella estatal
El Estado es una persona jurídica de derecho público; de allí que la propia Nación, las provincias o
los municipios puedan asumir el carácter de parte eventual en el proceso criminal.
También existen numerosos órganos estatales que pueden asumir esa condición. Es que las
diversas normas han tendido a que las reparticiones públicas que aparecen agraviadas por el delito
tengan esa posibilidad de acompañar la pretensión pública del fiscal.
El Banco Central de la República Argentina, la Superintendencia de Seguros de la Nación, la
Administración Nacional de Aduanas, la Administración Federal de Ingresos Públicos, la
Superintendencia de la AFJP poseen —por ley— la facultad de querellar.
En la nueva redacción de la ley procesal veremos cómo, en el último párrafo del art. 85, establece
que las entidades del sector público podrán ser querellantes conforme a las leyes y reglamentos que
así lo habiliten.
En esa dirección, alguna legislación nacional incluye dentro de su articulado la posibilidad de
constituirse en el rol de querellante, como ocurre en la ley de mercado de capitales con la Comisión de
Nacional de Valores.
7.2.5.2.1. Un caso testigo: la querella por parte de la Comisión Nacional de Valores(130)
Como habíamos dicho anteriormente, la naturaleza del Estado como persona jurídica lo faculta para
comparecer a juicio y, va de suyo, que se encuentra autorizado para querellar cuando sea ofendido por
un delito.
El problema finca en la oportunidad en que el Estado no aparece directamente damnificado por el
delito, sin perjuicio de lo cual algunas normas le han concedido la facultad de querellarse.
Ahora bien, analicemos este intrincado tópico desde el prisma de las facultades conferidas a la
Comisión Nacional de Valores.
Sabido es que la actividad que gobierna las operaciones del mercado de capitales se encuentra,
primariamente, regida por las previsiones de la ley 26.831(131).
En la Exposición de Motivos elevada por la Comisión Redactora el 2 de abril de 1968, respecto a la
ley saliente, nada decía acerca de las razones por las cuales consagraba el art. 7º, inc. d), en cuanto
facultaba a la Comisión Nacional de Valores para querellarse.
La Exposición señalaba que "sin perjuicio del alcance de las facultades de la Comisión Nacional de
Valores... se amplían las atribuciones conferidas actualmente al ente estatal, extendiéndolo no sólo a la
institución bursátil, empresas emisoras y agente de bolsas, sino a todas las organizaciones
unipersonales y sociedades que intervengan directa o indirectamente en la oferta y negociación pública
de títulos valores cualquiera sea la forma o el medio utilizado". Se puso de relieve, además, que la
fiscalización del cumplimiento de la ley proyectada, ejercida por la Comisión Nacional de Valores, se
extiende en forma permanente a todas las etapas de la oferta pública y de la actuación de las
entidades comprendidas en su ámbito. A tal efecto, el art. 7º, inc. a), de aquel proyecto facultaba a la
Comisión Nacional de Valores para requerir los informes que considere necesarios y realizar las
investigaciones o inspecciones que estime oportunas para el cumplimiento de sus funciones.
En definitiva, el proyecto organizaba un control estable y continuado de la oferta pública en
salvaguardia, primordialmente, de los inversores.
La nueva redacción de la ley 26.831 continúa la misma dirección, ya que lo relativo a la constitución
en el rol de querellante ha sido redactado de igual forma en el ahora inc. e). El art. 20 dice:
"Facultades correlativas. En el marco de la competencia establecida en el artículo anterior, la Comisión
Nacional de Valores puede:
a) Solicitar informes y documentos, realizar investigaciones e inspecciones en las personas físicas y
jurídicas sometidas a su fiscalización, citar a declarar, tomar declaración informativa y testimonial. Cuando,
como resultado de los relevamientos efectuados, fueren vulnerados los intereses de los accionistas
minoritarios y/o tenedores de títulos valores sujetos a oferta pública, la Comisión Nacional de Valores, según
la gravedad del perjuicio que determine, podrá:
I) Designar veedores con facultad de veto de las resoluciones adoptadas por los órganos de administración
de la entidad, cuyas disposiciones serán recurribles en única instancia ante el presidente de la comisión;
II) Separar a los órganos de administración de la entidad por un plazo máximo de ciento ochenta (180)
días hasta regularizar las deficiencias encontradas. Esta última medida será recurrible en única instancia
ante el Ministro de Economía y Finanzas Públicas;
b) Recabar directamente el auxilio de la fuerza pública;
c) Requerir al juez competente el allanamiento de lugares privados con el fin de obtener los antecedentes
e informaciones necesarios para el cumplimiento de sus labores de fiscalización e investigación;
d) Iniciar acciones judiciales y reclamar judicialmente el cumplimiento de sus decisiones;
e) Denunciar delitos o constituirse en parte querellante;
f) Solicitar todo tipo de información a organismos públicos y a cualquier persona física o jurídica que
considere necesaria para el cumplimiento de sus funciones, quienes estarán obligados a proporcionarlos
dentro del término que se les fije bajo apercibimiento de ley. Esta disposición no regirá respecto de la Unidad
de Información Financiera".
Vemos, entonces, que la letra de la ley es idéntica a la entonces prevista en el art. 7º, inc. d) de la ley
17.811, ahora derogada por imperio de la ley 26.831.
De lo expuesto se infiere que las facultades de superintendencia de la ley 26.831 generan un
inconveniente para el tópico que venimos desbrozando, al igual que lo hacía su predecesora y así lo
decíamos en el trabajo mencionado(132).
En efecto, por fuera del caso en que la Comisión Nacional de Valores aparezca directamente
ofendida por un delito (por ejemplo, una administración infiel contra sus arcas; un robo cometido en sus
dependencias, etc.) puede erigirse aquélla en la parte eventual del proceso criminal, cobijada en las
facultades de superintendencia y contralor del sistema bursátil, extrabursátil y transparencia de la
oferta pública que germina del propio marco normativo vigente.
Como antecedente, podemos analizar el panorama jurisprudencial que gobernaba en la materia, el
cual avizoraba dos tendencias bien definidas; la primera de ellas —que se erigía en mayoritaria—
había acogido la admisibilidad de la Comisión Nacional de Valores como acusadora privada en toda su
amplitud; la segunda, más restrictiva, había limitado su legitimación a la aparición de una ofensa
directa.
Dentro de la primera línea encontramos el señero fallo "Bromberg y Cía. s/defraudación"(133)donde
la Corte Suprema de Justicia de la Nación —remitiéndose in totum al dictamen del procurador general
de la Nación— ha establecido que "si bien es cierto que la Comisión Nacional de Valores sólo tiene
competencia para controlar las sociedades que oferten públicamente sus acciones y que la quiebra de
la sociedad impide esa oferta, no lo es menos que al momento de cometerse los hechos que motivan
esta causa Bromberg y Cía. S.A. estaba sometida a aquel control y parece razonable interpretar que
como una forma más del mismo, el art. 7º inc. d) del decretoley 17.811/68 faculta a la Comisión
Nacional de Valores para 'promover y estimular' el proceso penal por los hechos penalmente ilícitos
que cometa la sociedad controlada. Esto y no otra cosa es 'ser querellante' según los términos del art.
170 del CPCN. 'Resulta, con lo dicho evidentemente que tampoco lo asiste, según mi criterio, razón al
tribunal de primera instancia para subordinar el art. 7º inc. d) de la ley 17.811/68 al art. 170 del CPCN'.
Se trata de una expresa extensión de lo dispuesto por esta norma general. Considerar que la facultad
de constituirse en parte querellante se refiere a las causas que por delitos que lesionen bienes de la
de constituirse en parte querellante se refiere a las causas que por delitos que lesionen bienes de la
Comisión Nacional de Valores no sólo implica tornar redundante lo dispuesto por la citada disposición
del decretoley 17.811/68 sino también olvidar que el art. 7º le concede esas facultades 'en el ejercicio
de sus funciones'. Ellas no pueden ser otras —en lo que hace al punto— que las del inciso f) del art. 6º
que encarga a la recurrente 'fiscalizar el cumplimiento de las normas legales, estatutarias y
reglamentarias en lo referente al ámbito de aplicación de la ley'. Es evidente entonces que la facultad
de constituirse 'en ejercicio de sus funciones' en parte querellante sólo puede referirse a 'los hechos
que resulten decisivos por falta de cumplimiento de aquellas normas y que la Comisión observe en su
tarea de fiscalización'".
Más cercano en el tiempo, encontramos otro interesante precedente. En Fallos: 305:2200/2204, al
resolver una cuestión negativa de competencia propiciada entre la Cámara Criminal y Correccional y el
Juzgado Federal Nº 4, el Tribunal de Garantías ha enseñado que el sistema establecido por la ley
17.811 tiene en vista la protección del público inversor y la creación de condiciones de seguridad y
confianza que impulsen la difusión de la propiedad de los títulos valores y que los hechos investigados,
al margen del patrimonio personal del inversor, implican una alteración del régimen bursátil, de tal
manera que la violación de deberes del comisionista se relaciona con el sistema tutelado por la ley
especial y tiende a menoscabar el interés del Estado en la preservación de las bases de tal régimen y,
consecuentemente, a obstruir el buen servicio del organismo creado para su contralor, cuyo carácter
nacional es indiscutible a la par que extiende su actuación más allá de los límites de esta jurisdicción.
Se impone señalar que, en oportunidad de dictaminar en el precedente indicado ut supra, el
procurador general de la Nación(134)ha señalado como dato aleccionador para el tema que "las
funciones del Mercado de Valores exceden la órbita del derecho privado y apunta hacia objetivos
eminentemente públicos como lo son la reglamentación del comercio y lo conducente a la prosperidad
del país".
Por su parte, la sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal Económico, en el
conocido caso "De Cabassa, Isidoro y otro", rta. el 30 de abril de 1984(135), al rechazar un incidente
de falta de acción deducido por la defensa, ha predicado que la misma ley 17.811 faculta a la Comisión
Nacional de Valores a asumir el rol de parte querellante habida cuenta de que dicha ley, en su art. 6º, le
otorga a aquélla la facultad de fiscalizar dentro del ámbito de la ley el cumplimiento de las normas
legales, estatutarias y reglamentarias.
A su hora, la Cámara Criminal y Correccional, reivindicando la doctrina de la Corte Suprema que
germinaba del fallo "Bromberg y Cía." ha establecido que "la Comisión Nacional de Valores está
facultada a querellar en las causas seguidas contra las personas sujetas a su contralor, por expresa
disposición del art. 7º inc. d) decretoley 17.811/68 sin que sea necesario que además se cumpla con
las exigencias del art. 170 del Código Procesal"(136).
Ese mismo cuerpo colegiado es el que ha propiciado también la solitaria posición restrictiva. Desde
otro enfoque, ha auspiciado limitaciones en la actuación del órgano contralor de las bolsas de comercio
y de los mercados de valores. En efecto, en los autos "Comisión Nacional de Valores"(137)ha señalado
que "el delito de defraudación denunciado por el que se pretende asumir el rol de parte querellante, lo
es contra la propiedad y por tanto, sólo pueden ejercer tal función quienes sufren el perjuicio
patrimonial como consecuencia directa de la acción delictuosa. Las facultades de fiscalización que la
ley acuerda a la Comisión Nacional de Valores en salvaguardia principalmente de los inversores no
colocan a esta entidad dentro de las condiciones que exige el art. 17 del Código de Procedimientos en
lo Criminal para actuar como querellante ni es aplicable lo dispuesto por el art. 7º inc. d) de la ley
17.811 ya que no se halla en la situación jurídica de "ente particularmente ofendido".
7.2.6. Querella en delitos de acción privada
7.2.6. Querella en delitos de acción privada
"Art. 86.— Acción penal privada. Toda persona que se considere ofendida por un delito de acción privada
tendrá derecho a presentar querella y a ejercer conjuntamente la acción civil resarcitoria. Si se tratase de
delitos de acción privada en perjuicio de una persona incapaz, podrá interponer la querella su representante
legal.
En caso que el abogado cumpla la calidad de representante podrá ejercer directamente las facultades del
querellante, salvo las de carácter personal o cuando exista una reserva expresa en la ley o en el mandato.
Regirán análogamente las reglas previstas para el defensor del imputado".
7.2.6.1. Introducción
Este segmento fue especialmente reservado para aquellos delitos que incumben directamente a la
persecución de la parte ofendida.
Siguiendo el esquema propuesto en el Código Penal en el capítulo inherente a las acciones, resultan
de carácter privadas las que emergen de los siguientes delitos calumnias e injurias, violación de
secretos, excepto en los casos de los arts. 154 y 157; concurrencia desleal, prevista en el art. 159 y el
incumplimiento de los deberes de asistencia familiar, sólo cuando la víctima sea el cónyuge (art. 4º, inc.
5º de la ley 13.944).
En estos tipos de acciones, el impulso de la acción es ejercida por el acusador privado, quedando
excluido el Ministerio Público, a excepción que se debatan cuestiones de orden público(138).
Lo expuesto trasunta a considerar que se trata de procesos semiacusatorios; en efecto, este rótulo
bien le vale, habida cuenta de que, del lado del perseguido, todos los derechos y garantías
permanecen incólumes, es decir, que se sustancian de igual manera que los delitos de acción pública;
pero, desde el lado de la pretensión punitiva, la misma es disímil puesto que el requirente enrola su
condición de privado en razón de que el fiscal luce ausente en estos pleitos salvo, como dijéramos,
para aquellas cuestiones vinculadas al orden público.
7.2.6.2. Querella
Con arreglo a la introducción que precede el desarrollo de este capítulo, está claro que, como
dijimos, los procesos aquí tratados sólo pueden ser impulsados a instancia del ofendido, traducido éste
en una actuación procesal como legitimado activo.
Respecto de las particularidades de la actuación como querellante en el proceso, no cabe más que
remitirse a las consideraciones ya formuladas, recordando que para ser legitimado activamente en un
proceso penal se requiere que quien la solicite sea la persona ofendida por el delito o, para el caso, su
representante legal o en casos en que como consecuencia del delito se produjo la muerte del
damnificado directo, que sean las personas enumeradas en el art. 78.
7.2.6.3. La divisibilidad de acción
Otra singularidad que presenta la acción en este tipo de delitos, es la divisibilidad, a diferencia de
aquellos de acción pública en los cuales la acción es indivisible.
Esto quiere decir que en los casos de los delitos de acción privada, es el ofendido quien escoge a
quien perseguir de todos los responsables de la conducta ofensiva. De hecho, en los delitos de acción
privada, el poder jurisdiccional se halla limitado por la naturaleza de la acción ejercida al interponer la
querellaacusación(139).
Asimismo, cabe destacar además, de la divisibilidad de la acción, su disponibilidad, en razón de que
la prosecución siempre queda en manos del querellante.
Como consecuencia y límite de ello, cabe apuntar que en los delitos de acción privada, si por
determinado hecho se formuló acusación bajo una determinada figura penal, no podrá reeditarse el
planteo de esos mismos hechos bajo otro cuño legal. Ello así habida cuenta de que la acción penal, en
este caso, no ha sido legalmente promovida.
7.2.6.4. La calidad de incapaz
En cuanto a la calidad de incapaz, nuestra Corte Suprema de Justicia resolvió que la incapacidad
debe ser declarada previamente en juicio civil, señalando que la inhabilitación pronunciada por los
magistrados en lo civil del domicilio del causante de acuerdo con las reglas establecidas en el título
respectivo del Código Procesal Penal, constituye requisito insoslayable para que los magistrados en lo
Criminal y Correccional puedan decidir si aquélla afecta la capacidad exigida para actuar ante sus
estrados, ya que sólo entonces podrá negarse la posesión de discernimiento para el acto ((140)).
La doctrina también ha reconocido el previo pronunciamiento de la justicia civil para denegar la
legitimidad de ser tenido como parte querellante a un incapaz, al señalar que solamente el demente
declarado judicialmente tal, es quien carece de capacidad de hecho. Por lo tanto, el demente no
declarado puede y debe ser admitido como querellante"(141).
7.2.7. Abandono de la querella
"Art. 87.— Abandono de la querella. Además de los casos generales previstos en este Código, se
considerará abandonada la querella de acción privada en los siguientes casos:
a. si el querellante no instara el procedimiento durante treinta (30) días;
b. si el querellante no concurriera a la audiencia de conciliación sin justa causa;
c. si fallecido o incapacitado el querellante, no concurriera a proseguir el procedimiento quien esté
autorizado para ello según la ley, dentro de los sesenta (60) días siguientes de la muerte o la incapacidad".
A diferencia con la redacción del entonces art. 422, inc. 1º, donde no instar el procedimiento era
A diferencia con la redacción del entonces art. 422, inc. 1º, donde no instar el procedimiento era
causal de desistimiento tácito, en esta nueva legislación se reduce el plazo 60 días a 30 días, para el
caso en que el querellante no instare el procedimiento.
En cuanto al desistimiento de la acción de manera tácita, la Corte Suprema de Justicia
oportunamente los había declarado inconstitucionales, por resultar contrarias al art. 59, inc. 4º del
Código Penal, bajo el argumento que las leyes procesales locales, cuando emplazan o conminan para
la realización de ciertos actos dentro de determinado plazo, sólo pueden sancionar el incumplimiento
de la omisión por vía de la caducidad de la instancia, pero no decidir la extinción de acciones, facultad
únicamente reservada para el art. 67, inc. 11, al Congreso Nacional(142).
A dicho pronunciamiento, le sucedió uno de la Cámara de Casación Penal, sala III, que siguiendo
esa línea trazada por la Corte, argumentó que esos artículos cuestionados se entrometen en una
materia que es exclusiva y propia de la ley de fondo, por lo que resultan contrarias a los arts. 31 y 75,
inc. 12 de la CN.
Sin embargo, también se propiciaba la validez constitucional de las normas, con el fundamento que
en verdad la norma procesal viene a reglamentar lo dispuesto en relación a la extinción de la acción
privada prevista en el Código Penal. En palabras de Maier, la realización del derecho penal es la tarea
del derecho procesal penal(143).
Ahora bien, la normas penales no han sido modificadas, de momento, con lo cual continúan
operativas las causales del art. 59 y veremos, entonces, cómo lo resolverá la jurisprudencia en el caso
concreto.
El inc. b) considera abandonada la querella cuando quien asumió ese rol no concurre a la audiencia
fijada en los términos del art. 282 del Cód. Procesal Penal de la Nación, y éste no justifica su
inasistencia.
Por último, el inc. c), al igual que lo hacía anteriormente el art. 422, inc. 3º, para las acciones de
calumnias e injurias, considera abandonada la querella si los representantes legales no asumen la
acusación privada en el plazo de 60 días de fallecido aquél.
(1)Ley 27.063, sancionada el 4/12/2014, promulgada 9/12/2014, BO 10/12/2014, dec. 2321/2014.
(2)Ley 23.984, sancionada 21/8/1991, promulgada el 4/9/1991, BO 9/9/1991.
(3)CROCIONI, FRANCISCO J., "Notas sobre el nuevo Código Procesal Penal de la Nación", ADLA, 201434, 14/24.
(4)Véase comentarios sobre "Criterios de oportunidad", arts. 31 y 32.
(5)www.lema.rae.es.
(6)Según ley 23.984.
(7)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, Código Procesal Penal de la Nación, anotado y comentado, t. I., La Ley, Buenos Aires, 2007, p.
505, ídem, La Ley, 2010.
(8)M ENDELSHON, BENJAMIN, Victimology and the technical and socials cienses. Victimology, a new focus, Lexington Books,
USA, 1973, p. 33.
(9)DRAPKIN, ISRAEL, Criminología de la violencia, Depalma, Buenos Aires, 1984, p. 72.
(10)RODRÍGUEZ M ANZANERA, LUIS, Victimología. Estudio de la víctima, 6ª ed., Porrúa, México, 2000.
(11)http://legal.un.org.
(12)http://europa.eu/legislation_summaries/justice_freedom_security/judicial_cooperation_in_criminal_matters/jl0027_es.htm.
(13)www.mpd.gov.ar.
(14)Ley 27.063, cit.
(15)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 524. El autor sostiene que el auge
científico de la victimología ha provocado vivos esfuerzos políticosjurídicos para mejorar la posición del ofendido.
(16)REYNA ALFARO, LUIS M., Derecho procesal penal y victimología, Ediciones Jurídicas Cuyo, Mendoza, 2003, ps. 420/421.
(17)BO 19/5/1994, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(18)BO 3/1/1995, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(19)BO 9/4/1996, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(20)BO 30/8/2002, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(21)BO 25/8/2003, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(22)BO 13/8/2003, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(23)BO 30/4/2008, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(24)BO 8/1/2004, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(25)BO 26/10/2005, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(26)BO 30/4/2008, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(27)BO 28/8/2008, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(28)BO 14/4/2009, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(29)BO 27/11/2009, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(30)BO 27/11/2009, http://www.boletinoficial.gov.ar.
(31)Burgos, María G., Buryaile, Ricardo, Guilbergia, Miguel A. y Pastori, Luis M.
(32)Alegre, Gilberto O., D'Alessandro, Marcelo S., Fabiani, Eduardo A. y Solá, Felipe.
(33)Sturzenegger, Federico, Tonelli, Pablo G. y Triaca, Alberto J.
(34)Ciciliani, Alicia M., Donda Pérez, Victoria.
(35)CSJN, Fallos: 199:617; 305:2150.
(36)http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_271_esp.pdf.
(37)BÁEZ, J ULIO C., "El agente fiscal. Autonomía y posición frente a las instrucciones", LA LEY, 2004C, 1199.
(38)BÁEZ, J ULIO C., "La prueba de la defensa y la obligación de evacuar las citas", LA LEY, 2003D, 395; ídem,
"Excarcelación, rebeldía y procesos paralelos", LA LEY, 2003B, 892; ídem, "Acerca del Ministerio Público Fiscal y de la
necesidad de fundamentar sus requerimientos", LA LEY, 2003A, 1071; ídem, "Probation: Un instituto que debe ser aplicado
en toda su amplitud", LA LEY, 2004A, 727, ídem, "Probation: ahora, sólo para delitos correccionales", DJ, 200011.
(39)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, Código Procesal Penal de la Nación..., cit., t. I, ps. 510/534.
(40)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL,Código Procesal Penal de la Nación..., cit., t. I, p. 505.
(41)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL,Código Procesal Penal de la Nación..., cit., t. I, p. 505.
(42)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, Código Procesal Penal de la Nación..., cit.
(43)NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R., La querella, Hammurabi, Buenos Aires, 2008, p. 271.
(44)LEO, ROBERTO ASTURIAS, M IGUEL Á., "La actuación del querellante y el derecho a la tutela judicial efectiva", DJ, 20072
77.
(45)Corresponde declarar la inconstitucionalidad del procedimiento que prevé el art. 348 del Cód. Procesal Penal de la
Nación, y anular la resolución por la cual se remiten las actuaciones al fiscal general, a fin de que designe a un representante
del Ministerio Público para que continúe interviniendo en la causa, acatando así el criterio sentado por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en los precedentes "Dragamar S.A." —20/9/2005— y "Corria Rey" —11/10/2005— según el cual la
doctrina sentada en el fallo "Quiroga" —23/12/2004, DJ, 20051204— es aplicable a los casos en los que existe un particular
damnificado constituido en parte querellante o pretenso querellante, dejando a salvo mi opinión (del voto del doctor Hornos)
(CNCasación Penal, sala IV, 5/11/2006, "Petri, Sergio D. s/rec. de casación", DJ, 13/12/2006, 1109).
(46)Cuando hay un particular damnificado constituido en parte querellante y éste impulsa la acción, sin perjuicio de la
opinión del Ministerio Público Fiscal, la jurisdicción se ve obligada a analizar la viabilidad del pedido, incumbiendo a la
querella, en forma autónoma, impulsar los procedimientos al comienzo del asunto en los términos del art. 180 del Cód.
Procesal Penal de la Nación y al finalizar la instrucción para obtener la elevación a juicio. El querellante se encuentra
legitimado para impulsar el proceso en solitario desde el comienzo de la causa penal o en la etapa de juicio, sin que sea
necesario a tal efecto el acompañamiento del Ministerio Público Fiscal (CNCasación Penal, sala II, "Soldán, Silvio William",
16/6/2006). Una postura diferente sostiene que el proceso penal sólo puede abrirse, continuarse y decidirse con la actuación
del Ministerio Público Fiscal, lo que indica la falta de autonomía del querellante razón por la cual, éste recibe el calificativo de
adhesivo (del voto del Dr. Piedrabuena) (CSJ Tucumán, sala Penal y Civil, "S., S. A.", 12/9/2006, LLNOA 2006, noviembre,
1166 DJ, 4/4/2007, p. 885). En otro sentido, el juicio penal promovido por el ejercicio de la acción pública, resulta
inconcebible sin la participación del genuino representante que el propio Estado ha instituido para la debida preservación del
denominado acusatorio formal —única figura que admite la imposición democrática de la pena estatal— esto es: el Ministerio
Fiscal (ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, "De nuevo sobre el querellante particular", LA LEY, 2006C, 121). Asimismo, la Cámara del
Crimen resolvió que únicamente cuando la acción pública estuviese legalmente promovida por quienes tienen la facultad
para ello, es posible que la causa continúe, de ser revocada, por el acusador particular o quien pretenda serlo (CNCrim. y
Correc., sala V, "Dobisky, Martín P.", 10/7/2007, con nota de Damián Kirszenbaum, LA LEY, 2007A, 222).
(47)No resultan suficientes para obtener legitimación activa como querellante en una causa penal, quien invoca por sí y en
representación de ONG, sin acreditar su personería en los términos del art. 83 Cód. Procesal Penal de la Nación, toda vez
que la condición de organización no gubernamental que combate toda manifestación de violencia y su carácter de
ciudadano, por aplicación de la teoría del interés difuso no resultan suficientes elementos de juicio para determinar el
perjuicio directo irrogado (CNCrim. y Correc. Fed., sala II, "Pirgagini A.", 8/9/2005).
(48)Se dijo que este acusador o querellante conjunto, a su vez, puede ser un "querellante conjunto autónomo" —cuando
tiene atribuciones similares a las del Ministerio Público y las ejerce de un modo paralelo—; o bien puede ser un "querellante
adhesivo" —cuando trabaja como tercero coadyuvante— es decir, que va de algún modo detrás del Ministerio Público
(BINDER, ALBERTO, Introducción al derecho procesal penal, AdHoc, Buenos Aires, 1999, ps. 327/328).
(49)Debe admitirse como querellante a quien, aun encontrándose en un momento del proceso imputado, se encuentra
sobreseído, toda vez que el supuesto de denuncias contrapuestas ha dejado de existir, máxime si se tiene en cuenta que la
mentada solicitud, junto a la cual se articuló un recurso de apelación contra el sobreseimiento del coimputado, fue introducida
cuando la decisión desvinculatoria de este último no había adquirido estado de cosa juzgada (CNCrim. y Correc., sala VI,
"Couto, Sergio G.", marzo de 2007).
(50)www.lema.rae.es.
(51)Silvia Castelao.
(52)CASTELAO, SILVIA, Cuadernos de Medicina Forense Argentina, año 3, nro. 1 (7998), "El daño psíquico: delimitación
conceptual y su especificidad en casos de accidentes de tránsito, mala praxis médica y duelos". Perito ad hoc.
Departamento de Psicología del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional, con citas de RISSO, RICARDO E.,
"Delimitación y diagnóstico. Fundamento teórico y clínico del dictamen pericial" en CASTEX, M ARIANO N. (comp.), El daño en
psicopsiquiatría forense, AdHoc, Buenos Aires, 2003, cap. XIV. Para profundizar se puede encontrar este artículo en la
página oficial del Cuerpo Médico Forense: http://www.csjn.gov.ar/cmfcs/cuadernos/pdf/2011/t31/Castelao.pdf. También
respecto a lo que se entiende por daño físico se puede leer: RISSO, RICARDO E., "Daño psíquico. Delimitación y diagnóstico.
Fundamento teórico y clínico del dictamen pericial", en Cuadernos de Medicina Forense, año 1, nro. 2, mayo 2003, ps. 67
75, http://www.csjn.gov.ar/cmfcs/cuadernos/1_2_67.html.
(53)www.lema.rae.es/drae/srv/search?key=lesión.
(54)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL,Código Procesal Penal de la Nación..., cit., t. I, p. 597.
(55)CNFed. Crim. y Correc., sala I, 10/8/2010, "Diedricchs, Luis", La Ley online, citado en ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.)
TELLAS, ADRIÁN R. BÁEZ, J ULIO C. (coords.), Tratado jurisprudencial y doctrinario. Derecho procesal penal, t. I, La Ley,
Buenos Aires, 2012, p. 264.
(56)http://www.ilo.org.
(57)BO 20/4/1992.
(58)BO 20/10/1995.
(59)www.un.org/esa/socdev/unpfii/documents/DRIPS_es.pdf.
(60)Tratados.cancilleria.gob.ar, "Convenio de Financiación DCIALA/2010/022370".
(61)"Acceso a la Justicia de los pueblos indígenas", Defensoría General de la Nación, 2010.
http://www.mpd.gov.ar/articulo/index/articulo/accesoalajusticiadelospueblosindigenas912. Se recomienda su lectura
por resultar muy interesante.
(62)Ídem, p. 22.
(63)Ídem.
(64)"Acceso a la Justicia de los pueblos indígenas", Defensoría General de la Nación, 2010,
http://www.mpd.gov.ar/articulo/index/articulo/accesoalajusticiadelospueblosindigenas912.
(65)"Gutiérrez y Familia v. Argentina". http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_271_esp.pdf.
(66)FORTETE, CÉSAR, "La protección del testigo en el proceso penal y el derecho de defensa del imputado", en La Protección
del testigo de manifestaciones delictivas complejas y el derecho de defensa del imputado, Anuario VII, Centro de
Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba,
2004, http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/ar/ar013/index/assoc/D4536.dir/sec11002b.pdf .
(67)Ya lo decía la jurisprudencia, aun en la norma anterior. El Estado tiene el deber jurídico de garantizar a los testigos y a
las víctimas la protección de su integridad física y moral y la de su familia (TOral Crim. Nº 9, "B., M", LA LEY, 2003E, 104).
(68)"Gutiérrez y Familia v. Argentina", cit.
(69)BO 26/10/2005, www.boletinoficial.gov.ar.
(70)http://www.unicef.org/argentina/spanish/proteccion_Guia_buenas_practicas_web.pdf.
(71)BO 11/10/1989, www.boletin oficial.gov.ar.
(72)A este respecto se ha dicho, incluso previo a la reforma, que no se afecta la garantía constitucional de la defensa en
juicio del acusado por la restricción de la participación de la defensa en la declaración de un testigo en la etapa instructoria,
fundada en la necesidad de garantizar su seguridad personal —en el caso, se rechazó el pedido de inconstitucionalidad del
art. 31 bis de la ley 23.737 (Adla, XLIXD, 3692) que contempla la figura del agente encubierto— pues la declaración prestada
por aquél podrá reproducirse durante el debate, en cuya oportunidad el tribunal deberá arbitrar para el caso que estime que
corre peligro la integridad personal del deponente, los medios necesarios para establecer un eficaz sistema de protección
(CNPenal Económico, sala B, 23/6/2004, "Michaelshvili, Michael s/inc. de inconst. en: Mendel Menachem, Gorowitz y otros",
LA LEY, 20/1/2005, 4).
(73)BÁEZ, J ULIO C. AGUIRRE, GUIDO J., "Testimonio bajo reserva de identidad", LA LEY, 2004D, 570. En igual sentido se ha
sostenido que resulta válida la inserción en el proceso del testigo de identidad reservada, cuando la reserva se limitó a la
etapa preparatoria, cesando en el momento de los prolegómenos del debate en cuyo ámbito la parte tuvo pleno conocimiento
de cuál era la identidad del aportante del elemento cargoso (TCasación Penal Bs. As., sala 1ª, 27/2/2007 "Chaile, Luis A.",).
Asimismo, mantener en secreto durante la realización del debate oral y público la identidad de un testigo, fuera de los casos
de reserva que las leyes autorizan (en el caso, se trataba de un proceso por robo seguido de homicidio) o más allá del plazo
de la instrucción, entra en pugna con la garantía de la defensa en juicio consagrada en los pactos internacionales
incorporados a nuestra Carta Magna y en el art. 18 de la Constitución Nacional, precepto que impiden que haya prueba de
cargo sin contradictorio, es decir, sin la posibilidad del imputado o su defensor de interrogar a los testigos u otras personas
presentes en el tribunal, obtener la comparecencia de los testigos de descargo y de que éstos puedan ser interrogados en
las mismas condiciones que los testigos de cargo (CNCasación Penal, sala III, 12/4/2003, LA LEY, 28/10/2004, 5, con nota
de J ULIO C. BÁEZ y GUIDO J. AGUIRRE, LA LEY, 2004D, 570, SP, 2004 (septiembre), 27, con nota de L. E. P. ED, 211376).
(74)La reserva de identidad de algunos de los testigos del juicio se encuentra debidamente fundada y no constituye una
violación a la afectación del derecho de defensa en juicio y el debido proceso, en tanto las declaraciones testimoniales fueron
escuchadas tanto por los imputados, que se encontraban en una sala contigua, y por sus defensores que, por el
procedimiento seguido y para nada objetado, podían saber quiénes eran los testigos de cargo (del voto del Dr. Borinsky).
(TCasación Penal Bs. As., sala III, 10/10/2006, "S., R. A., E. O. A. y A., R. A. s/rec. de casación", LLBA 2007 (abril), 290). En
contra: la exigencia de que el justiciable vea al testigo al momento de su declaración en el debate, contenida en los tratados
internacionales y en el art. 18 de la Constitución Nacional, no es superable con su deposición en una apertura de instrucción
suplementaria sin ser visto por el enjuiciado, como testigo de identidad reservada —en el caso, se declaró la nulidad del
debate y de la sentencia condenatoria sustentada, básicamente, en los dichos de este testigo— y sin haber proporcionado a
las partes su identificación ni los vínculos de parentesco o interés con éstas (del voto de la doctora Catucci) (CNCasación
Penal, sala III, 12/4/2003, LA LEY, 28/10/2004, 5, con nota de J ULIO C. BÁEZ y GUIDO AGUIRRE LA LEY, 2004D, 570 SP,
2004 (septiembre), 27, con nota de L. E. P. ED 211376).
(75)http://www.jus.gob.ar/.
(76)"La obligación del tribunal de hacer conocer al testigo el derecho... es al momento de practicarse la primera citación y
conduce necesariamente a que éste pueda ejercitarlo antes de rendir su declaración, que es el tiempo en que se suelen
producir las agresiones o coacciones tendientes a evitar el testimonio o a torcer su recto sentido" (CNCasación Penal, sala I,
4/9/1997, "Navarro, Miguel Ángel").
(77)http://www.mpf.gob.ar/atajo.
(78)http://www.mpd.gov.ar/.
(79)Ministerio Público Fiscal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Revista de capacitación, julio 2013, ps. 57/65.
(80)LEO, ROBERTO ASTURIAS, M IGUEL ÁNGEL, "Un paso atrás en la tutela judicial efectiva del querellante", LA LEY, 5/11/2009.
(81)CNCrim. y Correc., sala II, 28/2/1985, "Círculo de Prensa".
(83)Francisco D'Albora advierte que es propio de la persona que, de modo especial, singular, individual y directo se
presenta afectada por el daño o peligro que el delito comporta. Comprende a los mencionados en el art. 1079 del Cód. Civil
(D'ALBORA, FRANCISCO, ob. cit., p. 142).
(84)Corresponde admitir la excepción de falta de acción y revocar el carácter de parte querellante de un concejal municipal
que se presenta por sí en la causa, pues la alegada defraudación sufrida por el Erario Público Nacional y —eventualmente—
por el patrimonio municipal, no se advierte como sustento de un perjuicio directo sufrido por el querellante en los términos del
instituto en análisis, en tanto la afectación de los intereses que le provocan los ilícitos que se investigan resulta ser idéntica a
aquella que soporta toda la comunidad, y la actividad tendiente a su protección está —por imperio del art. 120, Constitución
Nacional— expresamente conferida al Ministerio Público Fiscal por el art. 25, incs. a), b) y g) de la ley 24.946 (Adla, LVIIIA,
101) (CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 23/5/2006 "Q., L.A."). Asimismo, que debe rechazarse la pretensión de ser tenido por
parte querellante formulada por quien aduce haber sufrido un perjuicio como consecuencia de la comisión del delito
investigado por ser cónyuge de la propietaria del inmueble enajenado, pues del examen minucioso de lo dispuesto por el art.
1277 del Cód. Civil surge que si bien la norma se encuentra destinada a proteger los derechos de los hijos menores de edad
que habitan la propiedad sujeta a enajenación, su inobservancia sólo autoriza al cónyuge afectado a asumir el rol de actor
civil y reclamar la reparación que corresponda, pero ello no implica habilitación o procedencia de excepción alguna que
permita atribuirle el rol de querellante a quien no es el titular registral del bien y, por tanto, no resultó ofendido directamente
(CNCrim. y Correc., sala V, 14/02/2007, "Aruguete, Juan J.", LA LEY, 2007C, 409, DJ, 2007II651, AR/JUR/443/2007).
(85)Cabe denegar la solicitud efectuada por el pretenso querellante de ser admitido como tal, en el marco del proceso en el
que se investiga la posible comisión de los delitos previstos en los arts. 209 y 212 del Código Penal, dado que no se advierte
una afectación de modo real, especial, singular y directa hacia aquél o a quien dice representar (CNCrim. y Correc., sala I,
27/4/2006, "Bonafini, Hebe").
(86)RUBIANES, CARLOS J., La querella de acción pública, Depalma, Buenos Aires, 1964, p. 13, con cita de Beling.
(87)RUBIANES, CARLOS J., La querella..., cit., p. 33.
(88)CNCasación Penal, sala III, 28/2/2001, "Besa, Sandra y otros", c. 2709; AMARANTE, DIEGO M ERCADER, PATRICIO
OVALLE, FERNANDO,Código Procesal Penal de la Nación, anotado con jurisprudencia de la Cámara Nacional de Casación
Penal, AdHoc, Buenos Aires, 2007, ps. 150/151.
(89)LEO, ROBERTO ASTURIAS, M IGUEL Á., "La actuación del querellante...", cit.
(90)Corresponde declarar la inconstitucionalidad del procedimiento que prevé el art. 348 del Cód. Procesal Penal de la
Nación, y anular la resolución por la cual se remiten las actuaciones al fiscal general a fin que designe a un representante del
Ministerio Público para que continúe interviniendo en la causa, acatando así el criterio sentado por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en los precedentes "Dragamar S.A." —20/9/2005— y "Corria Rey" —11/10/2005— según el cual la
doctrina sentada en el fallo "Quiroga" —23/12/2004, DJ, 20051204— es aplicable a los casos en los que existe un particular
damnificado constituido en parte querellante o pretenso querellante, dejando a salvo mi opinión (del voto del doctor Hornos)
(CNCasación Penal, sala IV, 5/11/2006, "Petri, Sergio D. s/rec. de casación", DJ, 13/12/2006, 1109).
(91)Cuando hay un particular damnificado constituido en parte querellante y éste impulsa la acción, sin perjuicio de la
opinión del Ministerio Público Fiscal, la jurisdicción se ve obligada a analizar la viabilidad del pedido, incumbiendo a la
querella, en forma autónoma, impulsar los procedimientos al comienzo del asunto en los términos del art. 180 del Cód.
Procesal Penal de la Nación y al finalizar la instrucción para obtener la elevación a juicio. El querellante se encuentra
legitimado para impulsar el proceso en solitario desde el comienzo de la causa penal o en la etapa de juicio, sin que sea
necesario a tal efecto el acompañamiento del Ministerio Público Fiscal (CNCasación Penal, sala II, 16/6/2006, "Soldán, Silvio
William",). Una postura diferente sostiene que el proceso penal sólo puede abrirse, continuarse y decidirse con la actuación
del Ministerio Público Fiscal, lo que indica la falta de autonomía del querellante, razón por la cual, éste recibe el calificativo de
adhesivo (del voto del Dr. Piedrabuena) (CSJ Tucumán, sala Penal y Civil, 12/9/2006, "S., S.A.", LLNOA 2006, noviembre,
1166 DJ, 4/4/2007, 885). En otro sentido, el juicio penal promovido por el ejercicio de la acción pública, resulta inconcebible
sin la participación del genuino representante que el propio Estado ha instituido para la debida preservación del denominado
acusatorio formal —única figura que admite la imposición democrática de la pena estatal— esto es: el Ministerio Fiscal
(ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, "De nuevo sobre el querellante particular", LA LEY, 2006C, 121). Asimismo la Cámara del Crimen
resolvió que únicamente cuando la acción pública estuviese legalmente promovida por quienes tienen la facultad para ello,
es posible que la causa continúe, de ser revocada, por el acusador particular o quien pretenda serlo (CNCrim. y Correc.,
sala V, 10/7/2007, "Dobisky, Martín P.", con nota de DAMIÁN KIRSZENBAUM, LA LEY, 2007A, 222).
(92)No resultan suficientes para obtener legitimación activa como querellante en una causa penal, quien invoca por sí y en
representación de ONG, sin acreditar su personería en los términos del art. 83, Cód. Procesal Penal de la Nación, toda vez
que la condición de organización no gubernamental que combate toda manifestación de violencia y su carácter de
ciudadano, por aplicación de la teoría del interés difuso no resultan suficientes elementos de juicio para determinar el
perjuicio directo irrogado (CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 8/9/2005, "Pirgagini A.").
(93)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, Código Procesal Penal de la Nación..., cit.
(94)Ya lo decía la CNCrim., sala VI, 12/3/2002, "Álvarez, Carlos", c. 19.107, previo a la reforma.
(95)Sigue la línea ya trazada por la jurisprudencia de la CNCasación Penal, sala I, LA LEY, 2003C, 378.
(96)CNCrim., sala V, 2/9/2005, "Sanguinetti, Ana María", causa 27.007, con cita de CNCrim., sala 6ª, 23/11/1993, "Cariag,
G.", causa 25.944, y sala IV, 5/6/1997, "Azcoar, J. E.", causa 6773.
(97)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL,Código Procesal Penal de la Nación..., cit.
(98)BÁEZ, J ULIO C., "La actuación de la querella en el proceso criminal y la importancia del requerimiento de elevación a
juicio", LA LEY, 2000F, 33.
(99)RUBIANES, CARLOS J., La querella..., cit., p. 92.
(100)CCrim. y Correc., JA, 1960III529.
(101)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL,Código Procesal Penal de la Nación..., cit.
(102)NAVARRO, GUILLERMO R., Jurisprudencia criminal plenaria, Pensamiento Jurídico Editora, Buenos Aires, p. 183.
(103)NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R., La querella, cit., ps. 138/139. La CNCasación Penal ha señalado que una
vez tenido como parte querellante —y cualquiera que fuese el acierto o error de esa resolución— queda vedado su
apartamiento en forma oficiosa (CNCasación Penal, sala I, 5/4/1999, "Arancibia Clavel", c. 2126).
(104)CNCrim. y Correc., sala I, 21/6/1991, "Alegría, Pedro".
(106)CNCasación Penal, sala II, "Nicolao, Elsa", JA, 1996III414.
(107)BÁEZ, J ULIO C., "La flamante reforma procesal penal; sin recursos, un cambio para que nada cambie", JA 2001III
1174.
(108)CNCasación Penal, sala III, 25/9/2002, "Etchecolaz, Miguel", LA LEY, 2003C, 399.
(109)CÚNEO LIBARONA, M ARIANO, "El querellante. Necesidad de su mantenimiento a pleno", LA LEY, 1992E, 1305.
(110)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL, "¿Hacia el fin de la legalidad procesal?, LA LEY, 1997E, 357; BÁEZ, J ULIO C. COHEN, J ESICA,
"El agente fiscal y la acción penal pública", LA LEY, 2001A, 575.
(112)BÁEZ, J ULIO C., Código procesal penal..., cit.
(113)BIDART CAMPOS, GERMÁN J., "Los roles del Ministerio Público y de la víctima querellante en la acusación penal", LA LEY,
1991D, 936.
(114)DJ, 1999A, 434.
(115)CSJN, Fallos: 325:2019.
(116)CSJN, Fallos: 317:2043.
(117)CSJN, Fallos: 318:1234, LA LEY, 1996A, 67.
(118)CSJN, Fallos: 318:1788.
(119)CSJN, Fallos: 320:1891, LA LEY, 1988B, 387.
(120)CSJN, Fallos: 125:10; 127:36; 189:34, LA LEY, 21555; 308:1557.
(121)CSJN, Fallos: 325:2005.
(122)"El querellante: su exclusión en el proceso penal como inocultable sinónimo del apogeo de la impunidad", LA LEY,
1991D, 936.
(123)CSJN, Fallos: 143:5.
(124)CSJN, Fallos: 199:617; 305:2150.
(126)CABALLERO, RICARDO J., Justicia inquisitorial, Ariel, Buenos Aires, 2002, p. 111.
(127)CAFFERATA NORES, J OSÉ, "¿Se terminó el monopolio del Ministerio Público Fiscal sobre la acción penal?", LA LEY,
1998E, 329/332.
(128)BÁEZ, J ULIO C., "El agente fiscal. Autonomía y posición frente a las instrucciones", LA LEY, 2004C, 1199.
(129)BÁEZ, J ULIO C., "La prueba de la defensa y la obligación de evacuar las citas", LA LEY, 2003D, 395; ídem,
"Excarcelación, rebeldía y procesos paralelos", LA LEY, 2003B, 892; ídem, "Acerca del Ministerio Público Fiscal y de la
necesidad de fundamentar sus requerimientos", LA LEY, 2003A, 1071; ídem, "Probation: Un instituto que debe ser aplicado
en toda su amplitud", LA LEY, 2004A, 727; ídem, "Probation: ahora, sólo para delitos correccionales", DJ, 200011.
(130)BÁEZ, J ULIO C., "Facultades de la Comisión Nacional de Valores para querellar", LA LEY, 2006A, 952.
(131)Ley de Mercado de Capitales, sancionada: 29/11/2012, promulgada: 27/12/2012.
(132)BÁEZ, J ULIO C., "Facultades...", cit.; ídem,Código Procesal Penal..., cit.
(133)CSJN, Fallos: 293:290, con íntegra remisión al dictamen del otrora procurador general de la Nación, doctor Enrique
Petracchi, emitido el 31 de julio de 1974.
(134)Se remite a lo resuelto en Fallos: 237:397; 295:291; 303:1812 y sentencia del 17/6/1982, in re "Servente y Cía.
s/actuaciones del Mercado de Valores", LA LEY, 1983A, 253.
(135)JA, 1987III245.
(136)CCrim. y Correc., sala II, 21/11/1975, "Fernández Madero, C.", causa 18.853.
(137)ED, 37589.
(138)Ya lo decía la CNCasación Penal, sala I, 20/12/1995, "Darritchon, Luis", causa 172.
(139)Explica CATUCCI que dado de ejercicio de la acción el titular de derecho de querella formula acusación ante el órgano
jurisdiccional, la pretensión ha de quedar objetiva y subjetivamente limitada al hecho imputado y a la persona acusada. El
órgano jurisdiccional no se puede extender, no objetiva ni subjetivamente, la imputación acusatoria más allá del contenido de
la querella porque ello significaría proceder ex oficio (Libertad de prensa. Calumnias e Injurias, Ediar, Buenos Aires, 2004, p.
161).
(140)CSJN, 26/2/1981, "Díaz Reidy, Ricardo P.", c. 30.572, JA, 1981III84, Fallos: 303:298, citado por CNCrim., sala 6ª,
29/8/2003, "Danelli, Eduardo M.". En igual sentido, ver CNCrim., misma sala, 9/2/1993, "Jesulauro, Silvina Rita", c. 236, en el
que se postuló "...sin perjuicio del resultado del informe médico obrante en autos, lo cierto es que hasta tanto S.J. sea
declarada incapaz civilmente, tiene la facultad para querellar conforme lo dispuesto por el art. 82 del CPC...".
(141)NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R., La querella, Din, Buenos Aires, 1999, p. 9.
(142)BÁEZ, J ULIO C. CAFFARELLO, CLAUDIO, Código Procesal Penal, comentado, anotado, t. III, La Ley, Buenos Aires, 2007,
p. 230, citando a Mercado Luna y CSJN, Fallos: 178:31; 276:376.
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Capítulo 8 Ministerio Público Fiscal. Por Ezequiel B. Maradeo
Capítulo 8 Ministerio Público Fiscal. Por Ezequiel B. Maradeo
Capítulo 8 Ministerio Público Fiscal. Por Ezequiel B. Maradeo
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CAPÍTULO 8 MINISTERIO PÚBLICO FISCAL. POR EZEQUIEL B. MARADEO
8.1. TRANSICIÓN DEL SISTEMA INQUISITIVO AL PROCESO ACUSATORIO. BREVE RESEÑA HISTÓRICA
A fin de ubicar, sistemática y funcionalmente al Ministerio Público Fiscal en el
procedimiento penal instaurado por ley 27.063, es importante distinguir las distintas
formas de enjuiciamiento penal y efectuar una breve reseña del Código de rito
instaurado por ley 2372 ("proceso inquisitivo") y del Código "inquisitivo reformado" o
"mixto" establecido por ley 23.984.
El análisis de la transición legislativa, desde el proceso inquisitivo en que las
funciones de investigar, acusar y juzgar estaban a cargo del juez (ley 2372),
atravesando el proceso "mixto" (ley 23.984), en el que si bien es necesaria la
acusación ejercida por el fiscal para habilitar la jurisdicción es el juez quien dirige la
instrucción, hasta llegar al "proceso acusatorio" (ley 27.063) en el cual tanto la
acusación como la investigación queda a cargo del fiscal y el juez como tercero
imparcial queda sólo reservado al dictado de los actos jurisdiccionales, nos ayudará a
comprender el lugar que ocupa el Ministerio Público Fiscal en el procedimiento,
conforme a la ley 27.063.
Por otro lado, deberá tenerse en cuenta al analizar al Ministerio Público Fiscal la
norma inserta en el art. 120 de la Constitución Nacional y la ley Orgánica del
Ministerio Público, temas a los cuales nos avocaremos en los siguientes apartados.
8.1.1. Ley 2372
El primero de enero de 1889 entró en vigencia el Código de Procedimientos en
Materia Penal para el Fuero Federal y Tribunales Ordinarios de la Capital y de los
Territorios Nacionales, sancionado mediante ley 2372 dictada el 4/10/1888 (conocido
como Código Obarrio, en honor a Manuel Obarrio, redactor del proyecto que dio
origen al Código —con las modificaciones introducidas por la Comisión de Códigos de
la H. C. de Diputados en su dictamen del día 18 de agosto de 1888—). Dicho
procedimiento, que rigió a nivel nacional más de cien años, era un sistema inquisitivo
en donde la figura del acusador y el juzgador se veía confundida en una sola persona
(el juez(1)), y el fiscal era poco menos que un convidado de piedra (ver arts. 114 a
122, Procedimiento en Materia Penal conf. ley 2372). Por otro lado, en este
procedimiento durante la formación del sumario se impedía el contradictorio al punto
tal de que no se permitían las defensas y los debates (art. 180, Procedimiento en
Materia Penal, conf. ley 2372(2)).
"En el proceso inquisitivo el juez interviene por sí mismo: él detiene, interroga,
investiga y condena. No hay acusador ni acusado, sino solamente el juez (el
inquisidor) —que investiga y juzga— y el objeto de su actividad (el inquirido)... en el
proceso inquisitivo, el juez no es imparcial, sino que se siente preponderantemente un
órgano de la persecución penal y, por otro lado, el inquirido está prácticamente
indefenso; no puede defenderse de modo suficiente"(3); en contraposición al sistema
inquisitivo se encuentra el proceso acusatorio, en este último se separan las
funciones de acusar, que le son otorgadas al fiscal, y de juzgar que quedan en cabeza
del juez que debe ser imparcial y ajeno a las partes(4).
8.1.2. Ley 23.984
La ley 23.984, sancionada el 21 de agosto de 1991, estableció la vigencia del
Código Procesal Penal de la Nación que sustituyó al Código de Procedimientos en
Materia Penal (ley 2372), el procedimiento instaurado por la ley 23.984 entró en
vigencia el 5/9/1992.
Las principales características de este procedimiento son que la investigación
preliminar (etapa de instrucción) está en cabeza del juez de instrucción, lo que
evidencia que la persona encargada de resolver los actos jurisdiccionales es la que
investiga, por ello, puede decirse que es un proceso, al menos en esta etapa,
inquisitivo.
En la etapa de juicio, que se desarrolla con un debate oral y público presidido por el
tribunal —en las causas criminales(5)—, si bien se acerca a un proceso acusatorio,
mantiene vestigios del proceso inquisitivo, ello toda vez que el tribunal posee en la
etapa de juicio la facultad de ordenar la producción de prueba y hasta la realización
de una instrucción suplementaria (conf. arts. 356 y 357, CPPN, según ley 23.984), y
en el debate puede interrogar a los testigos (art. 389, CPPN, conf. ley 23.984).
Sin perjuicio de lo expuesto, es el fiscal el que toma las riendas de la acusación, y
lo más relevante es que en ausencia de acusación el Tribunal pierde jurisdicción y se
ve impedido de dictar una sentencia condenatoria.
Debe decirse que en este procedimiento, luego del dictado de varios fallos de la
CSJN de gran relevancia, como lo fueron "Tarifeño"(6), "Quiroga"(7), "Mostaccio"(8),
entre otros, se interpretó que la acusación es imprescindible para habilitar el dictado
de actos jurisdiccionales.
Más allá de todas las críticas —entre otras las explicadas anteriormente— que se le
pueden efectuar al Código Procesal Penal puesto en vigencia por la ley 23.984, lo
determinante es que, por el principio ne procedat iudex ex officio, es necesaria la
intervención del fiscal para habilitar la jurisdicción del tribunal, y en ausencia de
acusación el órgano judicial no posee potestad jurisdiccional(9).
En definitiva, el procedimiento instaurado mediante el dictado de la ley 23.984, es
un sistema inquisitivo reformado(10), en el cual si bien no se consigue que el órgano
judicial se mantenga como tercero imparcial limitado al dictado de los actos
jurisdiccionales, sí se logra que el juez no pueda investigar oficiosamente (ne
procedat iudex ex officio), así como que en caso de ausencia de acusación, el juez no
pueda avanzar en la etapa intermedia y se vea impedido de dictar una condena luego
de celebrado el debate (ver fallos de la CSJN citados anteriormente: "Tarifeño" y
"Quiroga").
8.1.3. Ley 27.063
Con la aprobación de la ley 27.063, sancionada el 4/12/2014 —promulgada el
9/12/2014 y publicada en el BO el 10/12/2014— se establece un sistema acusatorio
en el cual la función de acusar se encuentra en una persona distinta del órgano
jurisdiccional(11).
En este procedimiento instaurado por la ley 27.063 se respeta la garantía del juez
imparcial, y se otorga definitivamente al Ministerio Público Fiscal la función de
investigar, producir prueba y acusar en forma independiente del juzgador.
Tenemos al juez como sujeto imparcial, no contaminado con la investigación —no la
dirige y no puede de oficio incorporar prueba alguna(12)— y sólo limitado, ante los
pedidos puntuales que se le realicen, al dictado de actos jurisdiccionales.
La transición señalada desde el sistema inquisitivo instaurado por ley 2372,
pasando por el sistema inquisitivo reformado o "proceso mixto", vigente por ley
23.984, hasta llegar al proceso acusatorio establecido en la ley 27.063 es para
festejar. "La separación de juez y acusación es el más importante de todos los
elementos constitutivos del modelo teórico acusatorio, como presupuesto estructural y
lógico de todos los demás"(13).
En este punto, debe considerarse un acierto del legislador la sanción de este nuevo
Código de procedimientos en materia penal, toda vez que introduce el proceso
acusatorio otorgando al Ministerio Público Fiscal las facultades que le son propias y
preserva la investidura del juez, como sujeto imparcial, al dictado de los actos de
naturaleza jurisdiccional para el caso que así se lo requieran.
8.2. INTRODUCCIÓN
En la reforma constitucional llevada a cabo en el año 1994 se incorporó el
Ministerio Público al texto constitucional en la sección IV del título I, dedicado al
gobierno federal, y dentro de su segunda parte, referida a las autoridades de la
Nación, demostrando con ello que no forma parte de ninguno de los otros poderes del
Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial).
El Ministerio Público se encuentra definido en el art. 120 de la Constitución
Nacional, en cuanto dispone: "El Ministerio Público es un órgano independiente con
autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función promover la
actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses generales de la
sociedad, en coordinación con las demás autoridades de la República. Está integrado
por un procurador general de la Nación y un defensor general de la Nación y los
demás miembros que la ley establezca. Sus miembros gozan de inmunidades
funcionales e intangibilidad de remuneraciones".
La ley orgánica del Ministerio Público Fiscal fue sancionada el 11/3/1998, bajo el
número 24.946. Mediante esta norma se regula la organización y funciones atinentes
a este órgano independiente(14).
8.2.1. Órgano independiente con autonomía funcional y autarquía financiera
Se estableció al Ministerio Público como un órgano independiente del Poder
Judicial, del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, tal como se encuentra regulado,
es un cuarto poder o un órgano extrapoder.
En cuanto a la autonomía funcional y autarquía financiera, debe decirse que el
Ministerio Público está compuesto por el Ministerio Público Fiscal (MPF) y el
Ministerio Público de la Defensa (MPD), siendo el jefe máximo del MPF el procurador
general de la Nación, quien tiene a su cargo el gobierno y la administración general y
financiera del Ministerio Público junto al jefe del MPD (defensor general de la Nación).
A los efectos de asegurar su autarquía financiera, el Ministerio Público cuenta con
crédito presupuestario propio atendido con cargo a rentas generales y con recursos
específicos, a tal efecto el procurador general de la Nación y el defensor general de la
Nación, elaboran el proyecto de presupuesto y lo remiten al Congreso para su
consideración por intermedio del Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos
(conf. art. 22, ley 24.946).
8.2.2. Función del Ministerio Público
El Ministerio Público debe promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad y de los intereses generales de la sociedad.
En los delitos de acción pública (art. 71, Cód. Penal), siempre que no dependa de
instancia privada (art. 72, Cód. Penal), el Ministerio Público Fiscal tiene la obligación
de iniciar de oficio el proceso (ver arts. 25 y 88, CPPN, conf. ley 27.063).
Debe tenerse en cuenta que este deber por parte del MPF, de iniciar de oficio el
proceso en los delitos de acción pública tiene su contracara en la norma inserta en el
art. 274 del Código Penal en cuanto dispone: "El funcionario público que, faltando a la
obligación de su cargo dejare de promover la persecución y represión de los
delincuentes, será reprimido con inhabilitación absoluta de seis meses a dos años, a
menos que pruebe que su omisión provino de un inconveniente insuperable"(15), en
definitiva, en el supuesto que el MPF no cumpla con su deber puede incurrir en el
delito de incumplimiento del deber de promover la represión.
Ahora bien, esta obligación de promover la acción de la justicia tiene su tamiz,
porque debe efectuarse en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la
sociedad, y si bien por el principio de oficialidad de la persecución penal, el MPF tiene
el deber en los delitos de acción pública de iniciar el proceso ante la noticia de un
hecho punible, el MPF debe velar por la correcta actuación de la ley penal (al explicar
el criterio de objetividad con el que debe actuar el MPF veremos que éste deberá
producir prueba de cargo y de descargo, y en su caso podrá requerir una decisión que
favorezca al imputado).
Lo que debe remarcarse es que el MPF no tiene la obligación de acusar en todo
momento, tiene el deber, por sobre todo, de velar por la legalidad, esto nos plantea
dos interrogantes: el MPF, ¿es parte en el proceso o es un sujeto procesal?, rigiendo
el principio de oficialidad y legalidad el MPF, ¿puede aplicar criterios de oportunidad?,
a estos interrogantes nos avocaremos en los apartados siguientes.
8.2.2.1. El MPF, ¿es "parte" en el proceso o "sujeto procesal"?
Como se dijo anteriormente el Cód. Procesal Penal de la Nación, conforme ley
27.063, es un proceso acusatorio en el cual se escinde la función de juzgar —
reservadas a los jueces— y la de investigar, producir prueba y acusar —
protagonizada por el MPF— (art. 9º, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063).
Por otro lado, en el Código Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, se le
impone al MPF el deber de objetividad en el desarrollo de sus funciones (ver arts.
128, inc. a] y 196).
Si bien a primera vista podría llegar a pensarse que el fiscal es parte toda vez que
tiene la función de acusar y producir la prueba de cargo, un análisis riguroso nos lleva
a sostener que el fiscal no puede cumplir el rol de parte en virtud de que debe actuar
en defensa de la legalidad y en consecuencia, en su caso, peticionar en beneficio del
imputado.
Asimismo, el deber de objetividad que le impone la normativa procesal (arts. 128,
inc. a] y 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063) despeja cualquier
duda al respecto, más si se tiene en cuenta que en el supuesto de pérdida de
objetividad el fiscal podrá ser recusado (art. 89, Cód. Procesal Penal de la Nación,
conf. ley 27.063).
Estas normas clarifican el asunto y permiten sostener en forma fundada que el MPF
es un sujeto procesal(16).
En este sentido, Miguel Ángel Almeyra, al referirse al MPF sostuvo: "Como titular de
la persecución penal en delitos de acción pública, debe actuar con objetividad y por
eso es un funcionario recusable, lo que pone de manifiesto que no es propiamente
parte sino sujeto procesal"(17).
También en esta posición, Julio B. J. Maier, expuso: "Se ha dicho que el ministerio
público no es una parte del procedimiento penal, en el sentido de que haga valer en él
un interés subjetivo, propio o ajeno —del Estado—, en la actuación penal, sino, por el
contrario, un órgano público cuyo interés se resume —como el de los órganos
jurisdiccionales— en la correcta actuación de la ley penal; él tanto ampara al
ciudadano, al incorporar la prueba de su inocencia y reclamar una decisión que lo
libere de la persecución penal, como le imputa un hecho punible y demanda una
consecuencia jurídica, bajo la condición procesal de que se verifique en el debate
todos los extremos que condicionan esa consecuencia. De allí se desprende que el
ministerio público no esté situado frente al imputado para inquirir y requerir sólo en
contra de él, sino, todo lo contrario, para aclarar la imputación procesal que soporta y
requerir también a su favor cuando corresponde; sólo con este concepto se puede
comprender que el ministerio público deba procurar la incorporación de los elementos
que sirvan para descargo del imputado, tenga la facultad de requerir el
sobreseimiento o la absolución, si el resultado del procedimiento así lo indica, y pueda
recurrir también a favor del imputado"(18).
8.2.2.2. Rigiendo el principio de oficialidad y legalidad(19) , el MPF, ¿puede aplicar
criterios de oportunidad?
Al regir el principio por el cual "deberán iniciarse de oficio todas las acciones
penales, con excepción de... 1. Las que dependieren de instancia privada; 2. Las
acciones privadas" (art. 72, Cód. Penal), el MPF tiene la obligación de promover la
persecución penal ante la noticia de un hecho punible, por ello, por regla general,
"una vez promovida la persecución penal, ella no se pueda suspender, interrumpir o
hacer cesar, sino por el modo y la forma previstos en la ley procesal (irretractabilidad)"
(20).
Ahora bien, más allá de la vigencia de los principios antes enunciados en el Código
Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, se introdujeron reglas de disponibilidad
(arts. 30 y ss. —dichas reglas son analizadas en profundidad al tratarse el tema
"acción penal y reglas de disponibilidad"—).
En tal sentido, el MPF puede disponer de la acción penal pública cuando se
apliquen criterios de oportunidad, conversión de la acción, conciliación y suspensión
del juicio a prueba (ver arts. 30 y ss., Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063)(21).
8.2.3. Procedimiento acusatorio
Como se viene explicando, la ley 27.063, en cuanto aprueba el Código Procesal
Penal de la Nación que se agrega como anexo I a dicha ley y deroga el anterior
procedimiento instaurado por la ley 23.984, instaura un procedimiento acusatorio en el
cual la investigación queda a cargo del Ministerio Público Fiscal(22).
Con la sanción del nuevo Código se separan las funciones de acusador y juzgador,
respetando un sistema acusatorio, y se le impone al Ministerio Publico Fiscal el deber
de investigar los delitos y la promoción de la acción penal pública contra los autores y
participes.
"...la figura del fiscal está ligada desde su nacimiento al principio acusatorio, según
el cual no puede haber juicio sin acusación. Antiguamente, en el sistema llamado
'acusatorio puro' no podía haber juicio sin la acusación del damnificado, de la víctima.
En la medida en que el sistema acusatorio ingresa en un contexto de mayor
'estabilidad', el fiscal va a ocupar el lugar de la víctima; lo hace claro está, con
características muy particulares: lo hace como funcionario del Estado"(23).
8.3. LEY ORGÁNICA DEL MINISTERIO PÚBLICO Nº 24.946
Si bien es de esperar la modificación de la ley 24.946 o directamente su derogación
y el dictado de una nueva ley, ello en atención a que en diferentes normas del Código
Procesal Penal, conf. ley 27.063, se hace alusión a "conforme lo establezca la Ley
Orgánica del Ministerio Público" (arts. 66, 80, 213), lo cierto es que la ley 24.946 se
encuentra vigente y es plenamente operativa, por ello es necesario efectuar las
siguientes disquisiciones:
El Ministerio Público Fiscal se encuentra encabezado por el procurador general de
la Nación quien tiene a su cargo "...diseñar la política criminal y de persecución penal
del Ministerio Público Fiscal" (conf. art. 33, inc. 5º, acápite e], ley 24.946)(24), en tal
sentido el procurador general podrá "Disponer por sí o mediante instrucciones
generales a los integrantes del Ministerio Publico Fiscal, la adopción de todas las
medidas que sean necesarias y conducentes para poner en ejercicio las funciones
enunciadas en esta ley, y ejercer las demás atribuciones que le confieren las leyes y
los reglamentos..." (art. 33, inc. d], ley 23.984).
8.3.1. Principio de unidad
Uno de los principios que rige al Ministerio Público Fiscal es el de unidad, por el
cual es indiferente que intervenga uno u otro órgano del Ministerio, no rige aquí el
principio de fiscal natural (art. 1º, ley 23.984)(25).
En este sentido, Julio C. Báez y Guido Aguirre, sostuvieron: "La posibilidad que
brinda la propia ley orgánica del Ministerio Público Fiscal de actuar de manera
colectiva, alternada, sucesiva o simultánea de diversos fiscales en uno o varios
asuntos definidos ha relativizado el principio de 'fiscal natural' cediendo ante los de
dependencia o subordinación jerárquica"(26).
Haciendo referencia al MPF, Alberto Binder, señaló: "...actúa como un todo frente a
la sociedad y frente a la judicatura— ... se trata de una institución que sólo cuenta con
mecanismos administrativos internos de distribución del trabajo"(27).
8.3.2. Principio jerárquico
Rige, por otro lado, un principio jerárquico por el cual los superiores gravitan sobre
la labor de los inferiores, pudiendo dar instrucciones de cómo ejercer una acción o un
recurso.
"Cuando un magistrado actúe en cumplimiento de instrucciones emanadas del
Procurador o del Defensor General de la Nación, podrá dejar a salvo su opinión
personal. El integrante del Ministerio Público que recibiere una instrucción que
considere contraria a la ley, pondrá en conocimiento del Procurador o del Defensor
General —según sea el caso—, su criterio disidente, mediante un informe fundado..."
(art. 31, ley 24.946).
8.3.3. Inmunidad
El art. 14, párr. 2º, ley 24.946, exime del arresto a sus miembros salvo sorpresa de
flagrancia. Este privilegio permite a los magistrados del Ministerio Público ejercer sus
funciones eficientemente y sin intromisiones.
8.3.4. Independencia
Está claro luego de la reforma constitucional del año 1994 que el Ministerio Público
es un órgano independiente de los demás poderes del Estado.
Sin perjuicio de la independencia señalada, conforme a la manda constitucional, el
Ministerio Público deberá ejercer sus funciones "...en coordinación con las demás
autoridades de la República" (art. 120, CN).
En este sentido, la norma inserta en el art. 27 de la ley 24.946 establece que "...el
Poder Ejecutivo por intermedio del Ministro correspondiente, podrá dirigirse al
Procurador o al Defensor General de la Nación, según el caso, a fin de proponerles la
emisión de instrucciones generales tendientes a coordinar esfuerzos para hacer más
efectiva la defensa de la causa pública, la persecución penal y la protección de los
incapaces, inhabilitados, pobres y ausentes".
8.3.5. Remoción
El Procurador General de la Nación sólo puede ser removido por las causales y
mediante el procedimiento de juicio político (arts. 53 y 59, CN) y los demás
integrantes del MPF podrán ser removidos de sus cargos por el Tribunal de
Enjuiciamiento previsto por la ley 24.946, por las causales de mal desempeño, grave
negligencia o por la comisión de delitos dolosos de cualquier especie (conf. art. 18,
ley 24.946).
8.4. INVESTIGACIÓN DE LOS DELITOS Y LA PROMOCIÓN DE LA ACCIÓN PENAL PÚBLICA CONTRA LOS
AUTORES Y PARTÍCIPES
En el procedimiento instaurado por la ley 27.063, la investigación y promoción de
los delitos de acción penal pública queda en cabeza del fiscal(29).
En este sentido, la norma inserta en el art. 88, Cód. Procesal Penal de la Nación,
conf. ley 24.946, dispone: "El Ministerio Público Fiscal tiene a su cargo la
investigación de los delitos y la promoción de la acción penal pública contra los
autores y partícipes...".
Es el fiscal quien lleva adelante la investigación, y para ello cuenta con amplias
facultades. Es evidente, conforme a todo lo que se viene explicando, que el fiscal no
podrá ordenar actos jurisdiccionales, por ello cuando considere necesario el dictado
de una resolución judicial deberá requerirla en forma motivada al juez .
Lo novedoso e importante es que la dirección del proceso se encuentra a cargo del
fiscal(30)y el juez se mantiene como tercero imparcial reservado y limitado a resolver
los pedidos que se le formulen(31).
8.5. EL MINISTERIO PÚBLICO FISCAL DEBE ACTUAR CON CRITERIO OBJETIVO
Ver arts. 128, inc. a), y 196, Cód. Procesal Penal según ley 27.063.
En buena hora en el nuevo Código Procesal Penal se ha incorporado el principio
por el cual el fiscal debe actuar con criterio objetivo.
En este sentido, la norma inserta en el art. 196, Cód. Procesal Penal, conf. ley
27.063, dispone: "El representante del Ministerio Público Fiscal dirigirá la
investigación preparatoria con un criterio objetivo, procurando recoger con celeridad
los elementos de cargo o de descargo que resulten útiles para averiguar la verdad".
Asimismo, al momento de regularse las reglas sobre la prueba se dispone "...la
recolección de los elementos de prueba estará a cargo del representante del
Ministerio Público Fiscal que actuará bajo los principios de objetividad y buena fe..."
(inc. a] del art. 128, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063).
El principio de objetividad es una derivación de lo estipulado en el art. 120, CN, en
cuanto establece que el Ministerio Público "...tiene por función promover la actuación
de la justicia en defensa de la legalidad...".
El MPF es un órgano cuyo interés debe ser la correcta actuación de la ley penal; "él
tanto ampara al ciudadano, al incorporar la prueba de su inocencia y reclamar una
decisión que lo libere de la persecución penal, como le imputa un hecho punible y
demanda una consecuencia jurídica, bajo la condición procesal de que se verifique en
el debate todos los extremos que condicionan esa consecuencia"(32).
"El deber de 'objetividad' del fiscal impone a éste —considerado entonces como
'sujeto' o 'interviniente' del proceso, antes que como una 'parte' en sentido estricto—
la obligación jurídica de proceder tanto en contra como a favor del imputado,
extendiendo así su investigación a las circunstancias tanto de cargo como de
descargo. Ello así puesto que, se afirma, 'el deber del acusador público no reside en
verificar [el] hecho punible, sino, antes bien, en investigar la verdad objetiva acerca de
la hipótesis delictual objeto del procedimiento, tanto en perjuicio como a favor del
imputado, deber similar al que pesa sobre el tribunal'"(33).
8.6. TIENE LA CARGA DE LA PRUEBA
Conforme a lo que dispone la norma inserta en el art. 128, inc. a), Cód. Procesal
Penal de la Nación, conf. ley 27.063, el MPF tiene a su cargo la recolección de los
medios de prueba, debiendo actuar bajo los principios de objetividad y buena fe.
Como principio general, debe reiterarse que, al encontrarse la investigación
preparatoria a cargo del fiscal (ver art. 9º, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063), este último debe producir con criterio objetivo todas las diligencias de cargo o
de descargo que resulten útiles para averiguar la verdad con la limitación de no poder
realizar actos jurisdiccionales (art. 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063).
En todo momento en que el fiscal considere necesario realizar un acto
jurisdiccional, así deberá requerírselo al juez en forma fundada, y el juez como tercero
imparcial decidirá la procedibilidad de lo requerido.
El fiscal debe actuar bajo los principios de objetividad y buena fe, en tal sentido la
norma inserta en el art. 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, le
impone producir tanto la prueba de cargo como de descargo para averiguar la verdad.
En este sentido, Nicolás Guzmán, sostuvo: "...el principio de objetividad impone que
todas las medidas sugeridas por el imputado en su defensa sean producidas, y que
su denegatoria por 'inútil' o 'impertinente' sea, prácticamente, un recurso al que el
fiscal sólo pueda echar mano en casos extremos, en los que con toda claridad la
sugerencia no guarde relación con el objeto del proceso. Ante la mínima duda, y esto
es lo importante, el espíritu de objetividad (es decir, de autocrítica) debe primar"(34).
Siguiendo la premisa por la cual el fiscal es el que tiene la facultad acusatoria, en el
art. 88, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, se establece que al
representante del MPF "..Le corresponde la carga de la prueba y debe probar en el
juicio oral y público los hechos que fundan su acusación...", ello toda vez que el juez
se va a mantener como tercero imparcial(35).
En tal sentido, si el acusador no produce prueba de cargo o si la misma es
insuficiente para fundar su acusación, el juez no podrá suplir tal deficiencia(36)y la
consecuencia necesaria será la absolución.
8.7. OBLIGACIÓN DE MOTIVAR SUS REQUERIMIENTOS Y RESOLUCIONES
Tal como lo establece la norma inserta en el primer párrafo in fine del art. 88, Cód.
Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, el MPF "..Tiene la obligación de
motivar sus requerimientos y resoluciones".
El sistema republicano de gobierno adoptado por el constituyente (art. 1º, CN)
obliga a que los actos emanados de cualquier órgano del Estado sean dados a
conocer para permitir su control.
En este sentido, la obligación impuesta al fiscal de motivar sus requerimientos y
resoluciones viabiliza el control de sus actos, permitiendo la revisión.
La motivación es una garantía de justicia que obliga, en este caso al fiscal, a
exteriorizar la justificación racional de determinado requerimiento o resolución. El
fiscal debe explicar por escrito las razones que justifican el dictado de determinado
requerimiento o resolución(37).
"Es condición primaria para la validez de los dictámenes fiscales la exigencia que
ellos se formulen en forma motivada. Esta exigencia, comporta tanto una garantía en
beneficio de los eventuales acusados como para el propio Estado en cuanto cimenta
una recta administración de justicia"(38).
Si el requerimiento o resolución dictada por el fiscal careciera de motivación o ésta
fuera aparente, quedaría habilitada la posibilidad de plantear la nulidad del acto
cuestionado. No tendría ningún sentido la obligación impuesta al fiscal de motivar sus
requerimientos y resoluciones si en caso de incumplir la manda legal ninguna
consecuencia se produciría.
Por otro lado, en caso de vislumbrarse en los fundamentos del requerimiento una
pérdida de objetividad o una arbitrariedad manifiesta, quedaría habilitada la
posibilidad de plantear la recusación del fiscal cuestionado y pedir la nulidad del acto.
8.8. DEBER DE COLABORAR CON LOS REQUERIMIENTOS DEL MPF
Con la finalidad de que el MPF pueda cumplir con la carga de dirigir la investigación
preparatoria(39), la norma inserta en el párr. 2º del art. 88, Cód. Procesal Penal de la
Nación, conf. ley 27.063, dispone que todas las dependencias públicas estatales
están obligadas a proporcionar colaboración pronta, eficaz y completa a los
requerimientos que formule el representante del MPF en cumplimiento de sus
funciones, bajo apercibimiento de incurrir el desobediente en las responsabilidades
previstas en la ley.
La norma descripta se relaciona y complementa con la establecida en el art. 26 de
la ley orgánica del Ministerio Público (ley 24.946), en tanto dispone que sus
integrantes "...en cualquiera de sus niveles, podrán —para el mejor cumplimiento de
sus funciones— requerir informes a los organismos nacionales, provinciales,
comunales; a los organismos privados; y a los particulares cuando corresponda, así
como recabar la colaboración de las autoridades policiales, para realizar diligencias y
citar personas a sus despachos, al solo efecto de prestar declaración testimonial. Los
organismos policiales y de seguridad deberán prestar la colaboración que les sea
requerida, adecuándose a las directivas impartidas por los miembros del Ministerio
Público y destinando a tal fin el personal y los medios necesarios a su alcance..." (art.
26, ley 24.946).
Tal como se viene sosteniendo, el representante del MPF tiene a su cargo y dirige
Tal como se viene sosteniendo, el representante del MPF tiene a su cargo y dirige
la investigación preparatoria, dentro de ese marco de actuación las normas antes
citadas (arts. 88, 2º párr., Cód. Procesal Penal de la Nación conf. ley 27.063 y 26, ley
24.946) le confieren amplias facultades para requerir la colaboración de dependencias
públicas estatales, organismos privados y particulares.
Esta facultad de requerir colaboración sólo se encuentra limitada cuando es
necesario el dictado de un acto jurisdiccional, ello toda vez que los representantes del
MPF no pueden realizar actos propiamente jurisdiccionales(40), en dichos supuestos
el fiscal deberá requerir la medida al juez.
8.9. DISTRIBUCIÓN DE LAS FUNCIONES DEL MPF. DEBER DE ESPECIALIZACIÓN
En el art. 88, párr. 3º, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, se
establece que la distribución de las funciones de los miembros del Ministerio Público
Fiscal se realizará de conformidad a las normas que regulan su ejercicio, procurando
la especialización de la investigación y persecución penal mediante fiscalías
temáticas que tendrán a su cargo las causas que se correspondan a su materia.
Asimismo, el procurador general de la Nación es el encargado de diseñar la política
criminal y de persecución penal del MPF (art. 33, inc. e], ley 24.946).
Es importante destacar que el citado funcionario, al momento de diseñar la política
criminal y dictar reglamentos e instrucciones generales para establecer la distribución
del trabajo dentro del MPF, deberá procurar la especialización de la investigación y
persecución penal mediante fiscalías temáticas que tendrán a su cargo las causas
que se correspondan a su materia(42).
Con esta política se tiende a especializar a las distintas fiscalías de acuerdo con su
materia de actuación logrando con ello una mayor eficiencia del MPF en el
cumplimiento de sus funciones.
8.10. INHIBICIÓN Y RECUSACIÓN
En el art. 89 del Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, se establece:
"El representante del Ministerio Público Fiscal se inhibirá y podrá ser recusado si
existiese algún motivo serio y razonable que afecte la objetividad en su desempeño.
La recusación y las cuestiones de inhibición serán resueltas por el juez ante el cual
actúa el funcionario recusado o de cuya inhibición se trate".
Conforme a la regulación constitucional del Ministerio Público (art. 120, CN), y tal
como ha sido regulada la intervención de los miembros del MPF en el Código
Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, el deber de objetividad es un elemento
medular en la intervención de dichos funcionarios.
Los integrantes del MPF no deben actuar como parte en el proceso penal, al tener
como función promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, su
intervención debe ser objetiva debiendo producir prueba tanto de cargo como de
descargo.
Cuando el fiscal pierda la objetividad reclamada e impuesta por la norma
constitucional (art. 120, CN) es evidente que debe ser apartado de la investigación
para dejar intervenir a uno nuevo que trabaje sin prejuicios.
Toda vez que hemos verificado que el representante del MPF debe actuar con
criterio objetivo al recolectar los elementos de prueba y al dirigir la investigación
preparatoria (arts. 128, inc. a] y 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063), ello nos hace sostener que el fiscal no es parte en el proceso sino "sujeto
procesal"(43).
Con la norma inserta en el art. 89 del Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley
27.063, se instrumenta el mecanismo para hacer efectiva la garantía del fiscal
objetivo, por ello, cuando exista algún motivo serio y razonable que afecte la
objetividad en su desempeño, el representante del MPF se inhibirá y podrá ser
recusado.
Podría decirse que son dos caras de una misma moneda, de un lado tenemos que
el fiscal debe actuar como "sujeto procesal" con criterio objetivo al momento de
recolectar los elementos probatorios y dirigir la investigación preparatoria, del otro
lado, tenemos que si el fiscal pierde su objetividad como "sujeto procesal" deberá
inhibirse y podrá ser recusado.
Este deber de objetividad exigido al fiscal y la posibilidad de recusarlo si pierde su
objetividad es sumamente importante, toda vez que contribuye a alcanzar un proceso
más equilibrado e impide que el encargado de dirigir la investigación se maneje en
forma antojadiza y por lo tanto arbitraria.
Es común observar que el encargado de la investigación una vez que adopta una
hipótesis del hecho cierra los caminos a otras variantes propuestas por las partes,
impidiendo la producción de prueba al respecto, por ello este mecanismo es un
resguardo ante la pérdida de objetividad del fiscal(44).
8.10.1. Garantía de objetividad
Con los institutos de la inhibición(45)y la recusación(46)se busca, nada más ni nada
menos, que garantizar la objetividad del fiscal.
La inhibición se produce cuando es el propio fiscal quien provoca su apartamiento;
la recusación es un procedimiento por el cual las partes del proceso pueden solicitar
el apartamiento del fiscal del conocimiento del proceso cuando exista algún motivo
serio y razonable que afecte su objetividad.
Si bien esta cuestión —inhibición y recusación del fiscal— no es novedosa, y no
hace más que reconocer lo dispuesto en la norma inserta en el art. 10 de la ley
24.946, en cuanto señala: "Los integrantes del Ministerio Público podrán excusarse o
ser recusados por las causales que —a su respecto— prevean las normas
procesales", es importante que el legislador haya incluido en el código de rito la
reglamentación de lo previsto en la ley orgánica del Ministerio Público, a fin de hacer
operativa la posibilidad de recusar al miembro del MPF que se encuentre afectado en
su objetividad.
8.10.2. Trámite de la recusación y de la inhibición
En cuanto al trámite de la recusación y de la inhibición, en la norma inserta en el
art. 89, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, no establece la forma en
la cual se debe proceder, sólo se dispone que serán resueltas por el juez ante el cual
actúa el funcionario recusado o de cuya inhibición se trate.
Por ello entendemos que los planteos al respecto tendrían que ser aceptados sin
aplicar formalidades sacramentales que restrinjan el derecho a apartar al fiscal que
perdió objetividad en su desempeño.
Bastará con la indicación de los motivos y las pruebas en que se funda en el caso
de la recusación, y en el supuesto de inhibición que el fiscal por resolución fundada
brinde los motivos por los cuales se inhibe.
8.11. COROLARIO
Luego de analizar el procedimiento penal instaurado por ley 27.063, en cuanto a la
intervención del Ministerio Público Fiscal, arribamos a las siguientes conclusiones:
• Consideramos un avance positivo la introducción del proceso acusatorio, ello, toda
vez que otorga al MPF la función de dirigir la investigación preparatoria (art. 196, Cód.
Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063) y le impone la carga de la prueba (arts.
88 y 128, inc. a], Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063), manteniendo al
juez como tercero imparcial(47)(a quien le queda expresamente prohibido incorporar
prueba de oficio (art. 128, inc. c], Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063),
e interrogar a los testigos (art. 264, 2º párr., Cód. Procesal Penal de la Nación, conf.
ley 27.063).
Preserva la investidura del juez, como sujeto imparcial, al dictado de los actos de
naturaleza jurisdiccional para el caso que así se lo requieran.
• Se reglamenta el deber de objetividad con el que debe proceder el MPF (arts. 128,
inc. a] y 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063), derivación de lo
estipulado en el art. 120, CN, en cuanto establece que el Ministerio Público "...tiene
por función promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad...").
• Como consecuencia del deber de objetividad que le impone la normativa procesal
al MPF (arts. 128, inc. a] y 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063)
surge que los representante del MPF deben actuar como sujetos procesales y no
como "parte".
Al tener como función promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad, su intervención debe ser objetiva debiendo producir prueba tanto de cargo
como de descargo y peticionar, si corresponde, a favor del imputado(48).
• Se le impone al fiscal la obligación de motivar sus resoluciones y requerimientos
permitiendo el control de los actos del representante del MPF (art. 88, Cód. Procesal
Penal de la Nación, conf. ley 27.063).
En definitiva, más allá de lo que suceda cuando empiece a funcionar el
procedimiento penal instaurado por ley 27.063, las modificaciones introducidas en
cuanto a la intervención del Ministerio Público Fiscal son alentadoras.
(1)Art. 195, Procedimiento Penal (conf. ley 2372): "La instrucción del sumario corresponde a los
Jueces a quienes competa el juzgamiento de los delitos que le sirven de objeto...".
(2)Art. 180, Procedimiento Penal (conf. ley 2372): "El sumario es secreto durante los primeros diez
días corridos desde su iniciación, o desde su recepción en el Juzgado, si se tratare de actuaciones
formadas por las autoridades encargadas de la prevención, al cabo de los cuales dejará de serlo para
las partes legítimamente constituidas; salvo que el Juez, si lo considera conveniente para el éxito de la
investigación, y consignando la razón que lo motiva, decretara la prórroga del secreto o su
reimplantación posterior, por períodos sucesivos de diez días corridos. Asimismo, el Juez podrá
disponer la cesación del secreto, en cualquier momento. Estas disposiciones sobre prórroga,
reimplantación o cesación del secreto, no serán apelables. Durante la formación del sumario, no habrá
debates ni defensas pero las partes podrán hacer las indicaciones y proponer las diligencias que
juzguen convenientes, y el Juez deberá decretarlas, siempre que las repute conducentes al
esclarecimiento de los hechos. La negativa del Juez no dará lugar a recurso alguno, debiendo, sin
embargo, hacerse constar en el proceso, a los efectos que ulteriormente correspondan".
(3)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, 1ª ed., 2ª reimpr., traducción de la 25ª ed. alemana de
Gabriela E. Córdoba y Daniel R. Pastor, revisada por Julio B. J. Maier, Editores del Puerto, Buenos
Aires, 2003, p. 86.
(4)"La característica fundamental del enjuiciamiento acusatorio reside en la división de los poderes
ejercidos en el proceso, por un lado, el acusador, quien persigue penalmente y ejerce el poder
requirente, por el otro, el imputado quien puede resistir la imputación, ejerciendo el derecho de
defenderse, y, finalmente, el tribunal, que tiene en sus manos el poder de decidir"(M AIER, J ULIO B. J.,
Derecho procesal penal, t. I, Fundamentos, 2ª ed., 3ª reimpr., Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004,
p. 444).
(5)En las causas correccionales —delitos reprimidos con pena no privativa de la libertad o reprimidos
con pena privativa de la libertad cuyo máximo no exceda de tres años— es el juez correccional el que
tiene a su cargo el dictado de la sentencia luego de celebrado el juicio oral.
(6)Fallo dictado por la CSJN el 29/12/1989, publicado en LA LEY, 1995B, 32, "3º. Que esta Corte tiene
dicho reiteradamente que en materia criminal la garantía consagrada por el art. 18 de la Constitución
Nacional exige la observancia de las formas sustanciales del juicio relativas a la acusación, defensa,
prueba y sentencia dictada por los jueces naturales (Fallos: 125:10; 127:36; 189:34; 308:1557, entre
muchos otros). 4º. Que en el sub lite no han sido respetadas esas formas, en la medida en que se ha
dictado sentencia condenatoria sin que mediase acusación. En efecto, dispuesta la elevación a juicio,
durante el debate el fiscal solicitó la libre absolución del sujeto pasivo del proceso y, pese a ello, el
tribunal de juicio emitió la sentencia recurrida, por lo que corresponde decretar su nulidad y la de estas
actuaciones posteriores que son consecuencia de ese acto inválido. Por ello, se resuelve: declarar la
nulidad del fallo de fs. 512/532 y de los actos procesales dictados en su consecuencia (...).— Enrique S.
Petracchi.— Augusto C. Belluscio.— Jorge A. Bacqué".
(7)Fallo dictado por la CSJN el 23/12/2004, publicado en LA LEY, 2005B, 160, "38. (...) la necesidad
de asegurar la independencia funcional del Ministerio Público Fiscal consagrada en el art. 120 de la
Constitución Nacional impone declarar la inconstitucionalidad del art. 348, segundo párrafo, primera
alternativa, del Código Procesal Penal de la Nación, en cuanto autoriza a la cámara de apelaciones, en
los casos en que el juez no está de acuerdo con el pedido de sobreseimiento del fiscal, a apartarlo e
instruir al que designe el fiscal de cámara, a fin de producir la elevación a juicio.— Enrique S. Petracchi.
— Augusto C. Belluscio (en disidencia).— Carlos S. Fayt (según su voto).— Antonio Boggiano (según
su voto).— Juan C. Maqueda (según su voto).— E. Raúl Zaffaroni (según su voto).— Elena I. Highton
de Nolasco".
(8)Fallo dictado por la CSJN el 17/2/2004, publicado en DJ, 2004220, "La imposición de condena
transgrede las garantías constitucionales de la defensa en juicio y el debido proceso —art. 18,
Constitución Nacional— si el fiscal, durante el debate, solicitó la absolución del imputado, pues no se
respetan las formas esenciales del juicio —acusación, defensa, prueba y sentencia pronunciada por los
jueces naturales— (del voto de la mayoría, según la doctrina sentada en la causa 'Cáseres', La Ley,
1998B, 387)".
(9)A modo de ejemplo: la etapa de instrucción es iniciada por el requerimiento fiscal de instrucción —
art.195, Cód. Procesal Penal de la Nación conf. ley 23.984—. Para que la causa pueda ser elevada a
juicio es necesario que el fiscal requiera la elevación a juicio (conf. fallo "Quiroga" de la CSJN citado
anteriormente): para habilitar al tribunal a dictar una sentencia condenatoria se requiere de acusación
fiscal en el debate y/o la acusación del querellante —ver fallos CSJN: "Mostaccio" antes citado y
"Santillán", LA LEY, 1998E, 432—, etcétera.
(10)Este modelo de procedimiento en el que la fase de instrucción es predominantemente inquisitiva,
la fase de debate predominantemente acusatoria, y dominado en ambas fases por el principio de la libre
convicción del juezinquisidor, es denominado por Luigi Ferrajoli como "proceso mixto". Ferrajoli es muy
crítico de este modelo, sosteniendo: "Se comprende que tal 'monstruo, nacido del acoplamiento del
proceso inquisitivo y del acusatorio', ha sumado los defectos de uno y otro, comprometiendo de hecho
el único valor común a ambos: la obligación del juez de decidir iuxta alligata atque probata, que
caracteriza tanto al proceso puramente inquisitivo, donde es necesaria la prueba legal, como al proceso
acusatorio, donde el juez es pasivo frente a la actividad probatoria de las partes y está vinculado a ella"
(FERRAJOLI, LUIGI, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, 7ª ed., traducido por Perfecto Andrés
Ibáñez y otros, Trotta, Madrid, 2005, p. 140).
(11)"Los representantes del Ministerio Público Fiscal no pueden realizar actos propiamente
jurisdiccionales y los jueces no pueden realizar actos de investigación o que impliquen el impulso de la
persecución penal" (art. 9º, CPPN, conf. ley 27.063).
(12)"...los jueces no podrán de oficio incorporar prueba alguna" (inc. c], art. 128, CPPN, conf. ley
27.063).
(13)FERRAJOLI, LUIGI, Derecho y razón..., cit., p. 567.
(14)ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.) BÁEZ, J ULIO CÉSAR (coord.), Código Procesal Penal de la Nación,
comentado y anotado, La Ley, Buenos Aires, 2007, p. 487.
(15)"El sujeto activo de este delito es el funcionario público cuyo deber específico sea el de promover
la persecución o represión de delincuentes. Están comprendidos, por lo tanto, los funcionarios del
Ministerio Público. El hecho consiste en una omisión: dejar de promover la persecución y represión"
(SOLER, SEBASTIÁN, Derecho penal argentino, t. 5, 8ª reimpr., TEA, Buenos Aires, 1978, p. 221).
(16)Ver BÁEZ, J ULIO CÉSAR, "Acerca del Ministerio Público Fiscal y de la necesidad de fundamentar sus
requerimientos", LA LEY, 2003A, 1071.
(21)Por otro lado, en la ley orgánica del Ministerio Público se establece que "Los Fiscales Generales
ante los tribunales colegiados de casación, segunda instancia y de instancia única, tienen los siguientes
deberes y atribuciones: a) Promover ante los tribunales en los que se desempeñen el ejercicio de la
acción pública o continuar ante ellos la intervención que el Ministerio Público Fiscal hubiera tenido en las
instancias inferiores, sin perjuicio de su facultad para desistirla, mediante decisión fundada" (art. 37, inc.
a], ley 24.946), facultando al fiscal general a desistir del recurso interpuesto por otro fiscal en una
instancia inferior.
(22)Cabe recordar que en el anterior procedimiento (conf. ley 23.984) el director de la etapa de
instrucción era el juez de instrucción, quien una vez formulado el requerimiento fiscal de instrucción
tenía a su cargo la investigación (conf. arts. 180, 188 y 195, Cód. Procesal Penal de la Nación, según
ley 23.984), salvo los supuestos de delegación (art. 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, según ley
23.984), en las causas que no tengan autor individualizado (art. 196 bis, Cód. Procesal Penal de la
Nación, según ley 23.984), que se investigue alguno de los delitos previstos en los arts. 142 bis y 170
del Código Penal, o que tramiten en forma conexa (art. 212 bis, Cód. Procesal Penal de la Nación según
ley 23.984), y en los supuestos de instrucción sumaria (art. 353 bis, Cód. Procesal Penal de la Nación,
según ley 23.984) en que la dirección de la investigación queda a cargo del Ministerio Público Fiscal.
(23)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, 2ª ed., 3ª reimpr.,AdHoc, Buenos
Aires, 2004, p. 323.
(24)Debe destacarse que la norma inserta en el art. 27, ley 23.984, faculta al Poder Ejecutivo a
dirigirse al procurador general a fin de proponerle "...la emisión de instrucciones generales tendientes a
coordinar esfuerzos para hacer más efectiva la... persecución penal...", en este tramo la Ley Orgánica
del Ministerio Público no hace más que reglamentar lo establecido en el art. 120, CN, en cuanto dispone
que el Ministerio Público debe promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los
intereses generales de la sociedad, en coordinación con las demás autoridades de la República.
(25)Ferrajoli, en una posición crítica sobre el principio de unidad sostiene: "Estos mismos principios y
el de obligatoriedad de la acusación que de ellos se sigue exigen, en fin, la extensión a los órganos
requirentes de las mismas garantías de independencia y de sujeción sólo a la ley, reservadas a los
órganos judiciales. También sobre este punto es necesario romper con un lugar común: la idea de que
los órganos de la acusación deban ser estructurados jerárquicamente, e incluso depender de alguna
articulación del poder ejecutivo o legislativo, sólo por el hecho de que se encuentran situados fuera del
orden judicial. Al contrario, lo que se precisa, en garantía de la obligatoriedad de la acción penal y por
tanto de su sujeción sólo a la ley, es también la total autonomía del órgano encargado de su ejercicio,
frente a cualquier poder o condicionamiento..." (FERRAJOLI, LUIGI, Derecho y razón..., cit., p. 570).
(27)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, cit., p. 326.
(28)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, cit., p. 326.
(29)Ver supuestos de conversión de la acción previstos en la norma inserta en el art. 33, Cód.
Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063, en los cuales a pedido de la víctima la acción penal
pública podrá ser convertida en acción privada en los casos previstos en la norma.
(30)"El representante del Ministerio Público Fiscal dirigirá la investigación preparatoria con un criterio
objetivo, procurando recoger con celeridad los elementos de cargo o de descargo que resulten útiles
para averiguar las verdad" (art. 196, Cód. Procesal Penal, conf. ley 27.063).
(31)En este sentido la norma inserta en el inc. c) del art. 128, Cód. Procesal Penal, conf. ley 27.063,
dispone "los jueces no podrán de oficio incorporar prueba alguna". Asimismo, el art. 199, Cód. Procesal
Penal, conf. ley 27.063, establece "Corresponde al juez controlar el cumplimiento de los principios y
garantías procesales y, a petición de parte, ordenar los anticipos de prueba si correspondiera, resolver
excepciones y demás solicitudes propias de esta etapa...".
(33)GUZMÁN, NICOLÁS, La verdad en el proceso penal: una contribución a la epistemología jurídica, 2ª
ed. actual. y ampl., Editores del Puerto, Buenos Aires, 2011, p. 234, quien cita a M AIER, J ULIO B. J.,
Derecho procesal penal.., cit. y ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit.
(34)GUZMÁN, NICOLÁS, La verdad en el proceso penal..., cit., p. 256.
(35)Se ha establecido con gran acierto que "...Los jueces no podrán formular preguntas" (art. 264, 2º
párr. in fine, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063).
(36)El juez no puede suplir la deficiencia probatoria del fiscal porque se vería afectada su
imparcialidad.
(37)"...el principio de legalidad, cumplido a rajatabla, conduciría al 'principio de objetividad', esto es, 'a
la necesidad de fundar los dictámenes y la actividad de la fiscalía en criterios objetivos respecto de la
construcción de la verdad acerca del objeto procesal (el hecho punible concreto que se intenta conocer
en el procedimiento)'" (GUZMÁN, NICOLÁS, La verdad en el proceso penal..., cit., p. 236).
(38)BÁEZ, J ULIO CÉSAR, "Acerca del Ministerio Público Fiscal...", cit.
(39)Conf. art. 196, ley 27.063.
(40)Art. 9º, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063.
(41)Nos remitimos a lo explicado al comentar la ley 24.946.
(42)La Procuración General de la Nación ya viene cumpliendo con este objetivo con la creación de la
Procuraduría de crímenes contra la humanidad (res. PGN 13/2008), Procuraduría de criminalidad y
lavado de activos (res. PGN 914/2012), Procuraduría de narcocriminalidad (res. PGN 208/2013),
Procuraduría de trata y explotación de personas (res. PGN 805/2013), UFI Integridad sexual (res. PGN
63/2005).
(43)Si bien a primera vista podría llegar a pensarse que el fiscal es parte toda vez que tiene la función
de acusar y producir la prueba de cargo, un análisis riguroso nos lleva a sostener que no puede cumplir
el rol de parte en virtud de que debe actuar en defensa de la legalidad, y en consecuencia en su caso,
peticionar en beneficio del imputado. Asimismo, el deber de objetividad que le impone la normativa
procesal (arts. 128, inc. a] y 196, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063) despeja cualquier
duda al respecto, más si se tiene en cuenta que en el supuesto de pérdida de objetividad el fiscal podrá
ser recusado (art. 89, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063).
(44)En una solución contraria a la aquí propuesta se ha resuelto: "Cuando los funcionarios de los
Ministerios Públicos intervienen en el solo interés de la ley, en ejercicio de sus funciones de control de
legalidad, como ocurre con los agentes fiscales, no pueden caer en causal de recusación alguna" (STJ
La Rioja, 22/9/1999, "Azcurra, José N.", LL Gran Cuyo, 1999855), citado en ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL
(dir.) TELLAS, ADRIÁN R. BÁEZ, J ULIO C. (coords.), Tratado jurisprudencial..., cit., t. I, p. 246.
(45)"El criterio restrictivo que rige en materia de recusaciones y excusaciones (aplicable al régimen de
separación de funcionarios del Ministerio Público por disposición del art. 61 del Cód. de Proced. Penal),
debe ceder ante razones poderosas que hacen evidente el interés social de un Fiscal de Cámara, de
ser apartado de aquellas causas en las que pueda encontrarse en la difícil coyuntura de discernir con
entera objetividad sobre la materia de su competencia" (CApel. Reconquista, en pleno, 6/3/1985,
"Augusto de Dotti, Teresita M.", La Ley Online), citado en ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.) TELLAS, ADRIÁN
R. BÁEZ, J ULIO C. (coords.), Tratado jurisprudencial..., cit., t. I, p. 247.
(46)"Si bien, desde el punto de vista jurídico procesal se plantea una contradicción con las causales de
recusación e inhibición previstas por el Código Procesal Penal para los miembros del Ministerio Público
Fiscal, pues pareciera exigirse también a éstos 'imparcialidad', es evidente que tales causales deben
ser interpretadas en el sentido de que el apartamiento del acusador público sólo puede ordenarse en
aquellos casos en que existan motivos sumamente graves que afecten —en el caso, se rechazó el
planteo de recusación del Fiscal por prejuzgamiento—, no su imparcialidad, sino el criterio de
objetividad que deben mantener en su desempeño" (JGarantías Nº 2 Mendoza, 1/9/2009, "F. v. Infante y
otros", LL Gran Cuyo, 2010733, La Ley Online), citado en ALMEYRA, M IGUEL ÁNGEL (dir.) TELLAS, ADRIÁN
R. BÁEZ, J ULIO C. (coords.), Tratado jurisprudencial..., cit., t. I, p. 247.
(47)"...los jueces no pueden realizar actos de investigación o que impliquen el impulso de la
persecución penal..." (art. 9º, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063). "Corresponde al juez
controlar el cumplimiento de los principios y garantías procesales y, a petición de parte, ordenar los
anticipos de prueba si correspondiera, resolver excepciones y demás solicitudes propias de esta etapa"
(art. 199, Cód. Procesal Penal de la Nación, conf. ley 27.063).
(48)"...él tanto ampara al ciudadano, al incorporar la prueba de su inocencia y reclamar una decisión
que lo libere de la persecución penal, como le imputa un hecho punible y demanda una consecuencia
jurídica, bajo la condición procesal de que se verifique en el debate todos los extremos que condicionan
esa consecuencia. De allí se desprende que el ministerio público no esté situado frente al imputado para
inquirir y requerir sólo en contra de él, sino, todo lo contrario, para aclarar la imputación procesal que
soporta y requerir también a su favor cuando corresponde; sólo con este concepto se puede
comprender que el ministerio público deba procurar la incorporación de los elementos que sirvan para
descargo del imputado, tenga la facultad de requerir el sobreseimiento o la absolución, si el resultado del
procedimiento así lo indica, y pueda recurrir también a favor del imputado"(M AIER, J ULIO B. J., Derecho
procesal penal.., cit., ps. 581/582).
Sin nombre
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Capítulo 9 Fuerzas de seguridad. Por Gonzalo M. Pepe Fernández Bird
Capítulo 9 Fuerzas de seguridad. Por Gonzalo M. Pepe Fernández Bird
Capítulo 9 Fuerzas de seguridad. Por Gonzalo M. Pepe Fernández Bird
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CAPÍTULO 9 FUERZAS DE SEGURIDAD. POR GONZALO M. PEPE FERNÁNDEZ BIRD
9.1. LA POLICÍA FEDERAL ARGENTINA Y FUERZAS DE SEGURIDAD. FUNCIONES DE SEGURIDAD Y
DE INVESTIGACIÓN
La Policía Federal Argentina es una institución estatal, de carácter profesionalizado,
que se avoca a la preservación del orden y seguridad internos(1)a través de dos
funciones(2)bien diferenciadas: la de seguridad y la de investigación(3), también
llamada judicial(4)o judiciaria(5). Es una fuerza de seguridad con función interna, en
oposición a las fuerzas armadas que tienen en su misión la hipótesis de conflicto
bélico hacia afuera de las fronteras nacionales. Se trata de una manifestación del
monopolio de la violencia y los medios de coacción, término que acuñara Max Weber
a lo largo de su obra.
La primera de las funciones tiene una finalidad netamente preventiva dirigida a
satisfacer la seguridad pública evitando la comisión de ilícitos. La institución policial
tiene su origen en este destino(6), es decir, como órgano de disuasión destinado a
intervenir en el momento anterior a la comisión de un ilícito. En este sentido, es una
actividad que siempre está orientada hacia el futuro, porque el delito aún no se
cometió, con lo que su accionar se dirige a evitar que se produzca, bien por su
presencia y actividad disuasiva, o bien por su intervención temprana para impedir la
producción del ilícito, siendo, por lo tanto, netamente preventiva; de allí que a los
procesos iniciados en consecuencia de la función policial de seguridad, se los haya
denominado, históricamente, como prevención policial.
Esta intervención temprana debe ser muy limitada legalmente, dirigiéndose siempre
a objetivos plurales y no individuales, a los fines de salvaguardar el constitucional
principio de reserva. El mayor escollo constitucional que debe enfrentar el ejercicio de
la función policial, en su faz preventiva, es no avanzar sobre los actos preparatorios
del iter criminis, porque importaría aplicar medios coactivos a situaciones no punibles.
De ahí que toda actuación policial a nivel de prevención deba hacerse con medidas
generales y masivas, destinadas a determinados ámbitos o a la disuasión de
determinados delitos, pero nunca avanzando sobre un particular antes que inicie un
delito. Lo central es que la actuación policial en su aspecto preventivo opera sobre
algo que aún no se produjo y será eficiente siempre y cuando evite que se produzca.
Una vez ocurrido un hecho, la acción se desarrolla en el mundo, y todo lo que se
haga estará destinado a identificar a los autores y partícipes del hecho ilícito, así
como los elementos de prueba que atribuyan responsabilidad a esos sujetos; es el
nacimiento de la función investigativa. Esta tarea es orientada hacia el pasado(7),
considerando algunos autores que se trataría de un servicio o función civil, por
oposición a militarizado(8). Tradicionalmente la policía tenía la potestad de investigar
en forma autónoma los delitos, sin embargo, esa atribución ha desaparecido con este
nuevo Código, quedando sólo en cabeza del Ministerio Público Fiscal la iniciativa
propia en la investigación de los ilícitos penales.
En este aspecto deben regularse los límites y la forma en que se produce la
intervención policial, para asegurar la validez de la prueba colectada a través de su
intervención y, a su vez, resguardar el correcto ejercicio de los derechos y garantías
previstos constitucionalmente, por lo que debe carecer de cualquier tipo de
discrecionalidad(9)imponiéndose su regulación legal.
Así, en cabeza del fiscal, la actuación policial ya deja de ser autónoma
desempeñándose como colaboradora de quien dirige la investigación, cumpliendo
tareas específicas que son indicadas con una finalidad precisa en cuanto a la
producción de un determinado elemento de prueba.
Ésta es la razón por la que en su art. 91 el Código de procedimiento establezca que
la coordinación con las fuerzas de seguridad estará a cargo del Ministerio Público
Fiscal, por lo que si bien no las subordina a éste, en la función investigativa, le otorga
la capacidad de dirigirlas, actuando éstas bajo sus órdenes(10). Recuerda esta
organización lo que sostenía Bauman al referirse a la policía alemana cuando
afirmaba que "La policía es un órgano auxiliar de persecución penal y de
esclarecimiento, sin derecho de acusar. Por tanto, todas sus investigaciones deben
pasar por el filtro del ministerio público"(11).
Es antigua la discusión respecto a si la policía debe estar subordinada al Poder
Ejecutivo, como actualmente lo está, o si debe serlo al Poder Judicial. Se la ha
considerado, e incluido, en algunos códigos, como "organismo de justicia"(12), sin
embargo, el nuevo Código no trae indicación alguna al respecto, limitándose a
puntualizar, que la coordinación en la investigación estará a cargo de las instrucciones
generales que emitirá el Ministerio Público Fiscal.
Plantea Maier que la discusión no es semántica sino que se trata de "un problema
de competencia en el nivel máximo, entre los poderes del Estado"(13), toda vez que
se debate quién debe tener a su cargo una institución armada, con poder de policía, si
el Poder Ejecutivo(14)o el Poder Judicial(15). Con la reforma del Código Procesal
debemos agregar la hipótesis que la policía podría estar a cargo del Ministerio Público
Fiscal, en su condición de órgano independiente con autonomía funcional y autarquía
financiera (art. 120, CN).
De todos modos, independientemente de quien tenga a su cargo a la policía,
circunstancia que entendemos debe decidirse por una ley autónoma, ajena a un
código de procedimiento, todas las policías y fuerzas de seguridad deben seguir
profundizando internamente en su división entre las tareas preventivas e
investigativas. En este sentido parece dirigirse el nuevo Código al referirse a la policía
de investigaciones (art. 207), tal vez previendo una futura reforma interna de las
instituciones para escindir cada vez más dentro de sus filas a los funcionarios
dedicados a tareas preventivas de los que tienen funciones investigativas. En
principio, el sustituir el término policía de investigaciones por el de policía judicial, que
daba nombre al Libro Segundo, título I, capítulo II del anterior Código de
procedimiento, parece ser un nuevo avance en cuanto a distinguir, dentro de cada
fuerza de seguridad interna, la función investigativa de la preventiva, optando por
referirse a policía de investigaciones, en lugar de policía judicial para evitar la
confusión entre la función policial de la fuerza de seguridad, con el órgano a cuyo
cargo se encuentra esa fuerza.
El concepto de una policía subordinada al Poder Judicial no es normativamente
nuevo a nivel nacional, pues ya había sido introducido en nuestra legislación a través
de la ley 24.050, que en su art. 33 y siguientes establecía la creación de una policía
judicial, cuyos miembros debían ser designados y removidos por la Cámara Nacional
de Casación Penal, a cargo de un director e integrada por los asistentes jurídicos de
la prevención y los oficiales y auxiliares de la investigación cumpliendo funciones de
acuerdo con el Reglamento que previamente dictara la Cámara Nacional de Casación
Penal. También fue prevista por la provincia de Córdoba en el año 1940(16), en la
Constitución de la Provincia de Misiones(17)y por la ley 14.424 de la provincia de
Buenos Aires(18).
La separación de funciones, cuanto más marcada sea, habrá de permitir una mayor
profesionalización en la función investigativa, permitiendo un vínculo más estrecho
con el Ministerio Público Fiscal para lograr una correcta interacción a la hora de
investigar los delitos de los que se tome conocimiento.
Sin embargo, al plantear la separación de las funciones dentro del mismo cuerpo
armado, debe tenerse en cuenta el punto de unión que existe entre ambas, que se da
en los casos de tentativa, porque el hecho aún no se consumó y el personal policial
está obligado a impedirlo, a la vez que debe individualizar a los autores y partícipes,
protegiendo los elementos de prueba, dándose entonces una yuxtaposición de las
funciones.
De todas maneras, no parece un desafío imposible de salvar, sino que una correcta
legislación y preparación con conocimientos puntuales de la tarea, distinta a la que
desarrolla cada efectivo policial, sea de prevención o de investigación, puede lograrse
para hacer funcionar armónicamente, dentro de la misma institución, la cada vez más
polarizada separación de funciones.
En cuanto a fuerzas de seguridad con poder de policía deberá entenderse, siempre
en el marco de su competencia territorial, a las que establece la ley 24.059, de
seguridad interior, en su art. 7°, incs. e) y f), que incluye a la Policía Federal, la Policía
de Seguridad Aeroportuaria (19), Gendarmería Nacional(20)y Prefectura Naval
Argentina(21). Todas estas fuerzas tienen la obligación de colaborar entre ellas e
intervenir en la competencia (erróneamente denominada jurisdicción) atribuida a otra
cuando esté comprometido el éxito de la investigación(22).
La Administración Nacional de Aduanas, la Administración Federal de Ingresos
Públicos(23), el Banco Central de la República Argentina, la Unidad de Información
Financiera y la Dirección General Impositiva, se han considerado fuerzas de
seguridad especiales(24), claro que de carácter civil.
A pesar de ser una fuerza militarizada, el Servicio Penitenciario Federal no
constituye una fuerza de seguridad(25), puesto que carece de las funciones propias
de éstas, siendo su misión el control de las personas privadas de la libertad y no la
disuasión de delitos e investigación de los mismos.
Cada fuerza de seguridad tiene su competencia territorial previamente circunscripta
y delimitada, tanto en su faz preventiva como investigativa. El nuevo Código plantea,
no ya como la creación pretoriana de cierta difusión en la actualidad para casos de
trascendencia social, sino como norma legal (art. 91), el apartar a las fuerzas de
seguridad que intervengan, cuando de los hechos investigados o de sus
circunstancias surja que miembros de aquéllas pudieran estar involucrados como
autores o partícipes en tales hechos.
Es necesario señalar que para proceder a realizar esta separación de una fuerza de
seguridad en la investigación de un hecho delictivo, primeramente deberá tenerse, al
menos, individualizados mediante cualquier forma, a miembros de esa fuerza que
hayan intervenido como autores o partícipes en el hecho investigado(26).
9.2. ACTUACIÓN POLICIAL EN LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL
La Policía y fuerzas de seguridad juegan un rol de considerable importancia en la
investigación penal preparatoria de la acusación, puesto que, generalmente, habrán
de ser los primeros en tomar contacto con la escena del delito, serán los encargados
de recabar la información y las líneas investigativas que den lugar a la producción de
elementos de prueba, así como interactúan con las víctimas, con los potenciales
testigos y hasta con los propios imputados, esto último, claro está, siempre dentro de
límites bien definidos. Se tratará fundamentalmente como afirma D'Albora de
"conservar los elementos que permitan reconstruir la materialidad del hecho e
individualizar a los eventuales responsables"(27).
El anterior Código de procedimiento nacional en sus arts. 183 y 184 indicaba las
funciones y atribuciones de la policía y las fuerzas de seguridad, en su actual
redacción carece de esta distinción, limitando la enumeración sólo a deberes. Sin
embrago, es de destacar que bajo esta fórmula se encuentran inmersas, tanto
funciones como atribuciones; y así parece reconocerlo implícitamente este Código
cuando, en su art. 210, remite a las facultades y deberes de las fuerzas de seguridad.
En verdad, la policía y las fuerzas de seguridad en su rol policial tienen
determinadas atribuciones que pueden tomar y deberes que deben cumplir, cuya
inobservancia, además, los hace pasibles del delito de incumplimiento de los deberes
del funcionario público(28).
La nueva normativa abarca, a lo largo del Código de procedimiento, la función
preventiva así como la de investigación o judicial. La mayor regulación que del
aspecto de prevención realiza el actual Código se encuentra dirigida a la forma de
actuar y los límites de esa actuación, para los casos de flagrancia, porque las políticas
públicas de seguridad disuasiva importan una tarea ajena a la regulación de ese
cuerpo legal.
Por el contrario, se hace una mayor profundización en la regulación de la función
vinculada a la investigación judicial, a cargo del Ministerio Público Fiscal,
estableciendo la forma en que las fuerzas de seguridad deben actuar, así como los
límites que se le imponen, con la finalidad de recolectar elementos de prueba
relevante para la investigación, como respetuosos del derecho de defensa al
momento de su producción. Esta necesidad de regulación surge del sistema
acusatorio plenamente abarcado por este Código, en el que el Ministerio Público
Fiscal tiene en la etapa preparatoria la doble función de esclarecer el hecho
investigado, así como colectar los elementos de prueba que permitan fundar, en juicio
oral, una acusación, justamente por esos hechos investigados.
Sin perjuicio entonces, de la indicación que se le den a las tareas de las fuerzas de
seguridad, sea que se trate de deber, facultad o las antiguas funciones y atribuciones,
las potestades que tienen se pueden agrupar en tres categorías: 1) las que regulan la
intervención en la producción de prueba; 2) las que regulan la vinculación con el
imputado, y 3) las que regulan los deberes con la víctima.
Cada una de estas categorías implica una actuación distinta por parte del personal
policial, con una finalidad específica respecto al proceso penal en su conjunto. En
ellas se ven reflejadas las funciones preventivas e investigativas de todo cuerpo con
poder de policía que actúe en relación al enjuiciamiento criminal. Se impone para su
análisis la categorización según la vinculación que tiene su finalidad.
9.2.1. Deberes vinculados a la producción de prueba
9.2.1.1. Entrevistar a los testigos
La policía en el Código anterior tenía la atribución de interrogar a los testigos, que
era la misma fórmula que se utilizaba para el examen por parte del juez (art. 239,
Código anterior), quien era el que tenía a su cargo la dirección de la investigación. Sin
embargo, en la nueva redacción, la policía tiene el deber de entrevistar testigos,
circunstancia que modifica considerablemente los límites y alcances de su modo de
actuar.
La entrevista es algo diferente a la declaración y así lo establece el análisis
armónico del Código de procedimiento. El nuevo sistema implementado para
investigar la comisión de delitos, lleva a que el único que se encuentre en condiciones
de tomar declaraciones testimoniales sea el fiscal a cargo de la investigación, porque
ésas serán las únicas testimoniales que tengan validez probatoria como uno de los
elementos indispensables de la forma sustancial del debido proceso legal(29). No
resulta sorprendente, porque la investigación preparatoria tiene por objeto establecer
si existe o no mérito suficiente para abrir un juicio respecto de una o más conductas
con relevancia jurídico penal (art. 195), entonces las pruebas que tendrán validez
para sustentar una acusación (art. 241) serán sólo las producidas por el Ministerio
Público Fiscal, claro que esos elementos de prueba no podrán utilizarse para fundar
una condena (art. 198).
Al analizar que la exigencia de juramento o promesa de decir verdad, se encuentre
prevista sólo para la declaración frente al representante del Ministerio Público Fiscal
(art. 154) refuerza la postura en cuanto a que la nueva letra legal veda a la policía la
posibilidad de tomar declaraciones testimoniales.
La distinción es también realizada porque sólo respecto a la policía y fuerzas de
seguridad se indica la entrevista, mientras que para la declaración de los residentes
en el extranjero (art. 155) y para las que se producen durante el debate (arts. 156 y
264), se mantiene la fórmula del interrogatorio, llevándonos a afirmar que la entrevista
es algo distinto a la declaración y se produce de forma diferente.
Ya en el anterior Código se había suscitado la cuestión de si el personal policial
debía tomar el juramento o promesa cuando interrogara a los testigos. La solución,
como señalan Donna y Maiza, encontraba respuesta en el autor de aquel proyecto,
Ricardo Levene (h), que había señalado que el testigo tenía que "declarar bajo
juramento legal"(30).
Entonces, la entrevista y la declaración son dos cosas distintas, que se desarrollan
de diferente modo y arrojan resultados que no son equiparables. Mientras que la
entrevista sirve como un primer conocimiento para, sobre su base, producir elementos
de prueba útiles para la investigación, la declaración testimonial se hace bajo la forma
de interrogatorio y el resultado es la adquisición para el proceso de un elemento de
prueba válido constitucionalmente.
La distinción que realiza el Código de procedimiento entre entrevista e
interrogatorio, quita a la policía y fuerzas de seguridad la posibilidad de tomar
declaraciones testimoniales, quedando esta potestad únicamente en cabeza del fiscal
a cargo de la investigación.
En este punto se debe destacar que, como bien señalaba Mira y López, el
testimonio obtenido mediante interrogatorio es superior al del relato espontáneo, por
resultar este último más incompleto, irregular y abundar en elementos inútiles para la
investigación; sin embargo, el relato espontáneo tiene la ventaja de ser más puro(31).
La fórmula de entrevista habrá de remitir más a una recolección de datos
personales y la anotación pormenorizada del relato espontáneo realizado por los
potenciales testigos que se acerquen al personal policial o se encuentren en el lugar
del hecho; esto sin promesa de decir verdad y sin posibilidad de que se efectúen
preguntas más allá de las simples aclaratorias. Así, al encontrarse limitada la
adquisición de información como elemento de prueba, el interrogatorio que realice el
fiscal a cargo de la investigación permitirá, además del ejercicio de las garantías
constitucionales, la obtención de datos concretos al formular preguntas con el
conocimiento previo de otros elementos de prueba y el relato espontáneo dado por el
testigo.
Así, a los fines de producción de elementos prueba, el accionar de la policía o
cualquier fuerza de seguridad se torna intrascendente, puesto que de la nueva
redacción los testigos no prestan declaración ante ellos, porque la declaración
testimonial es un acto que se realiza mediante el interrogatorio, cuya atribución no
poseen éstas. Sin embargo, la falta de valor probatorio no acarrea, ni mucho menos,
la inutilidad para la investigación preparatoria, dado que la intervención policial puede
arrojar importantísimos conocimientos que orienten la investigación que desarrollará
el Ministerio Público Fiscal y la producción de prueba que éste estime. En ese
sentido, se tratará de un valioso acto de investigación, mas no de prueba(32).
Respecto a la entrevista, no debe caerse en el error de considerar que el Código de
procedimiento se refiere a la denominada "entrevista cognitiva"(33)basada en
diferentes técnicas(34), puesto que ésta debe ser conducida por un psicólogo
especialista y se encuentra reservada sólo para los casos en que se busque obtener
la declaración de personas afectadas psicológicamente por el delito investigado,
menores de 16 años(35), víctimas de trata de personas u otras graves violaciones a
derechos humanos o personas con capacidad restringida (arts. 157 y 158, CPPN).
Esta modificación que elimina la declaración testimonial producida en sede policial
como elemento de prueba, resulta consonante con las posturas doctrinarias(36)y la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia, que en el fallo "Benítez"(37)indica que
la declaración tomada en sede policial carece de validez a los fines de fundamentar
una sentencia. En efecto, la declaración en dicha sede se produce en un primer
momento de la investigación, en la que muchas veces no se cuenta con un imputado
individualizado, mucho menos un defensor que pueda intervenir, razón por la que la
declaración, que por fuerza se desarrolla sin el control del imputado y su defensor, si
se utiliza para fundar una sentencia, afecta los derechos constitucionales
consagrados en los arts. 14.3.e del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y 8.2.f, Convención Americana de Derechos Humanos (38). En este sentido,
las conclusiones de la entrevista formarán parte del legajo de investigación previsto
en el art. 215 del nuevo Código de procedimiento, que podrán dar lugar a una
investigación previa a la formalización de la investigación (art. 220) o a la propia
formalización (art. 221), estando previsto en ambos casos la comunicación al
imputado y el consiguiente nacimiento de su derecho a designar defensor, el que
puede, entonces, ejercer un control de la prueba (arts. 223 y 228). Es desde ese
momento que la investigación puede llevar adelante declaraciones testimoniales, las
que deben ser producidas por el fiscal a cargo de la investigación y controladas por la
defensa del imputado para garantizar el ejercicio de las garantías constitucionales en
el tramo del proceso que no es juicio público(39). Antes de esa oportunidad procesal
no se cuenta con prueba testimonial. Resulta entendible la distinción que en este
punto realiza el Código, en tanto las actuaciones de la investigación preparatoria
podrían dar fundamento a una medida cautelar (art. 198) como la prisión preventiva
(art. 185), siendo en tal sentido necesario que se produzcan con la posibilidad de
control por parte de la defensa.
Se plantea entonces un importante desafío para los miembros del Ministerio Público
Fiscal, que deberán actuar con verdadera prontitud en el interrogatorio de los posibles
testigos obtenidos por el personal policial, porque en un gran número de
investigaciones, de los primeros testimonios surgirán los elementos de prueba
necesarios para individualizar a los autores y partícipes, es decir, una línea de
investigación iniciada(40). Esto, sin embargo, no obsta a que la primera información,
en modo de entrevista, sin interrogatorio y no revistiendo el valor de una declaración
testimonial en los términos del art. 151 del Código de procedimiento, sea útil al fiscal a
cargo de la investigación para ordenar la producción de elementos de prueba o
requerirlas al juez de Garantías (art. 9°).
Las entrevistas previas a la investigación tendrán un enorme valor a los fines de
individualizar e identificar a los autores y partícipes de un hecho ilícito, con lo que
dará lugar posteriormente a la formalización de la investigación y la recolección de
prueba de los hechos que le permitan fundar una acusación (art. 88).
9.2.1.2. Resguardar el lugar del hecho y cuidar que los rastros e instrumentos
del delito sean conservados
Ésta es una de las antiguas atribuciones que permanece sin mayor modificación en
la nueva legislación, con una finalidad similar a la que se encontraba en el art. 184,
inc. 2° del anterior Código Procesal, habiéndose modificado en parte su redacción.
Lo que busca esta norma es la preservación, a través de la custodia policial, del
lugar en que se cometió el ilícito, así como de todo elemento de prueba que hubiere
quedado. Deberá evitarse cualquier tipo de intromisión o alteración que afecten tanto
el lugar como el rastro que hubiere quedado.
Resulta una tarea esencial que debe cumplir en un primer momento el funcionario
policial, porque de este modo se asegura la conservación de valiosos elementos de
prueba que en caso de quedar expuestos al libre acceso de terceros, podrían
desaparecer, con lo que se vería seriamente comprometido el resultado de la futura
investigación; también será obligación impedir que al lugar del hecho ingresen
elementos ajenos que puedan interferir con el conocimiento de lo ocurrido.
Es preciso señalar que esta acción es la que ocurre previamente al secuestro de
elementos de prueba, se trata del primer contacto con el lugar en que se cometió el
hecho, por lo que la tarea fundamentalmente es de protección(41).
El trabajo de preservación no puede limitarse sólo a la protección contra terceros
sino que debe ser una salvaguarda amplia, debiendo extenderse a impedir la
contaminación por cualquier factor externo como puede ser el climático o el animal.
Siendo un Código que tiene especial preocupación en la contemplación de los
medios de comunicación (v.gr., art. 254), nada indica respecto a la posibilidad de que
sea registrado fílmicamente el lugar del hecho por éstos y hasta dónde tiene facultad
la policía para impedir la toma de imágenes cuando entra en colisión la falta de
publicidad a terceros de la investigación (art. 200) con la libertad de prensa (arts. 14 y
33, CN), ello sin perjuicio de la necesidad de establecer un cordón perimetral(42)en la
zona para evitar contaminación externa.
9.2.1.3. Incautar los documentos y todo elemento material que pueda servir a la
investigación, cuando les esté permitido
El Código utiliza el término incautar a diferencia de su antecesor que establecía la
potestad de secuestrar. El nuevo ordenamiento legal se refiere a incautación y a
secuestro. Al analizar en concordancia con el art. 131 del nuevo Código de
procedimiento, el incautar sería el resultado del secuestro de los elementos de prueba
hallados cuando se practique una requisa sin orden judicial. Sin embargo, la mala
técnica legislativa lleva a que el art. 144 del Código Procesal, mediando orden judicial,
en su título hable de incautación de datos pero en el texto se refiera al secuestro de
los componentes del sistema. Para mayor desconcierto, el art. 275 referido al
decomiso, utiliza la incautación para referirse a las armas de fuego, munición o
explosivos que deberán ser destruidos.
Los códigos deberían evitar la utilización de sinónimos, pero del juego armónico de
los arts. 90, 131, 144 y 275 del Código debemos concluir en que, tal vez por distintas
influencias que se han tomado para su redacción, utiliza incautar como sinónimo de
secuestrar, cuando sería conveniente limitar el término incautar al secuestro realizado
sin orden judicial.
El secuestro es una medida de coerción que importa el traspaso de la tenencia de
una cosa al Estado como elemento de prueba del delito que se investiga. En caso de
recaer condena, la cosa puede ser decomisada, por lo que ya no se trata de tenencia
sino de disponibilidad. Se trata del hecho físico y acto jurídico por el cual el elemento
de prueba pasa a estar en poder del fiscal para su valoración en la investigación que
desarrolla y posterior utilización como elemento para fundar una acusación.
La regla en el secuestro es que debe ser ordenado por el juez, pues si bien no está
previsto específicamente, en su art. 141 el Código de procedimiento remite para su
aplicación a las normas de requisa y registro.
Las fuerzas de seguridad podrán practicar el secuestro de elementos de prueba sin
la debida orden judicial siempre que se den las circunstancias que habilitan a efectuar
la requisa, también sin la correspondiente habilitación judicial.
Sobre los elementos que pueden ser secuestrados, en principio puede ser cualquier
cosa mueble, sin perjuicio de que el Código haga una distinción entre documento y
elemento material, puesto que todos ellos son susceptibles de ser retenidos. En tal
sentido, debe estarse a la distinción que señala Roxin entre objeto y documento,
siendo lo primero todas las cosas, mientras que lo segundo son todos los
instrumentos escritos con contenido ideológico, es decir, que son "manifestaciones
representadas por caracteres"(43)con prescindencia del soporte en que estén
incluidas. Los objetos están específicamente incluidos dentro de los elementos
materiales porque deben ser secuestrados en caso de no ser entregados
voluntariamente (art. 140).
La incautación es un acto definitivo e irreproducible por lo que deberá ser volcado
en un acta con las debidas previsiones (art. 104).
No quedan permitidos los secuestros de: a) Las comunicaciones entre el imputado
y las personas que deban abstenerse de declarar como testigos; b) Las notas que
hayan tomado los nombrados anteriormente sobre comunicaciones confiadas por el
imputado, o sobre cualquier circunstancia a la cual se extienda el derecho o el deber
de abstenerse a declarar.
9.2.1.4. Custodiar los elementos secuestrados, dejando debida constancia de
las medidas adoptadas con el objeto de preservar la cadena de custodia
Este deber aparece como una novedad que, si bien había nacido al amparo de la
doctrina y la jurisprudencia, no había tenido hasta el presente una recepción
normativa. Custodiar los elementos secuestrados significa cuidar que se mantengan
inalterables desde que son adquiridos por el funcionario policial hasta que son
debidamente entregados al representante del Ministerio Público Fiscal, quien es el
que tiene la custodia última de los elementos de prueba (art. 149).
Tanto el secuestro como el posterior traslado de todo el material habido, deberá ser
asentado en forma escrita, lo que se hace mediante un acta, con las debidas
formalidades (art. 104), debiéndose identificar cada persona que haya tomado
contacto con los elementos.
Esta inclusión normativa va de la mano con las normas y procedimientos de
mejores prácticas dictadas por el NIST (National Standards Institute de Estados
Unidos); el USDOJ (US Department of Justice) o del IOCE (International Organization
on Computer Evidence) de los Estados Unidos, así como de ACPO (Association of
Chief Police Officers de Inglaterra) que indican que ha de consignarse el nombre de la
persona que toma contacto con la evidencia, así como la fecha en que lo hace,
registrar el traspaso de una persona a otra tanto como el traslado de una ubicación
física a otra, sellando el elemento de prueba una vez finalizada la posesión(44).
Lo central es que "la cadena de custodia debe garantizar que el camino que
recorren los indicios o muestras, desde que se recogen hasta que se conocen los
resultados se ha hecho en las condiciones de seguridad y de rigor adecuadas, lo cual
permite asegurar que el indicio que se estudia en el laboratorio es el que se recogió
en el lugar de los hechos y que las condiciones en las que se ha mantenido son las
más adecuadas para llegar a buenos resultados"(45). Es por esto que la cadena de
custodia no termina con la entrega a quien dirige la investigación, sino que éste,
además, debe mantenerla en caso de que salga de su ámbito de control para ser, por
ejemplo, analizada pericialmente porque se encuentra vinculada la necesidad de
conservación, no tanto con la defensa en juicio, sino con la producción legal de
elementos de prueba.
La terminología utilizada por el Código es amplia y abierta, lo que en este caso
aparece como una cuestión positiva para permitir legalmente cierto grado, no sólo de
discrecionalidad, en la forma en que se preservará la prueba, sino de avance tanto
con base en la experiencia como en la ciencia, para efectuar acciones que garanticen
la inalterabilidad de los elementos de prueba. En efecto, al plantear términos como
"medidas adoptadas" (art. 90, inc. e]) o simplemente afirmar que se "establecerá una
cadena de custodia" (art. 150), no limita el procedimiento a los
protocolos(46)actualmente utilizados, ni a los que eventualmente podrían utilizarse.
No obstante ello, deja en claro el art. 150 que deberá asentarse cada persona que
toma contacto con cada elemento secuestrado, siendo ésta una mínima exigencia en
la cadena de custodia que no podrá suplirse al momento de manipular elementos de
prueba.
En este sentido, la experiencia ha dado como pauta que los elementos
secuestrados sean introducidos en una caja franjada, en presencia de testigos,
indicando y describiendo su contenido, así como la presencia de otros testigos al
momento de la apertura, preservando el sellado hermético a lo largo de los diferentes
traslados del material probatorio(47), siendo que la cadena de custodia debe
implementarse desde el momento mismo de la adquisición del elemento de prueba,
debiéndose individualizar, separar y asegurar(48)cada elemento.
9.2.1.5. Hacer constar el estado de las personas, cosas y lugares, mediante
inspecciones, planos, fotografías, video filmaciones, exámenes técnicos y
demás operaciones que aconseje la investigación
Es una de las funciones que permanece prácticamente inalterable en la mutación
de un Código a otro, siendo la novedad que trae esta redacción, el eliminar el vínculo
de la realización de las operaciones técnicas con la peligrosidad en la demora, como
era en la anterior redacción. Así, las constataciones que indica este artículo, deberán
hacerse en todos los casos y no cuando se viera comprometida la investigación si se
demorase su realización como establecía la anterior letra legal.
Es de destacar que así como se lo entendía en la normativa anterior, los informes
técnicos que se confeccionen no revestirán la misma condición de peritajes que los
del art. 161.
La constatación del estado de las personas importará la puntualización de las
características perceptibles a simple vista, sin hacer valoraciones personales o que
impliquen una conclusión médica o psicológica. Sin perjuicio de las pautas generales
que el Ministerio Público Fiscal ordene para esta constatación (art. 91), se deberá
centrar en los posibles datos biométricos obtenibles y en un análisis simple sobre la
orientación en tiempo y espacio de cada una de las personas, lo que no tendrá rigor
científico, ni será válido como elemento de prueba, pero sí como un elemento para
guiar la investigación.
De las cosas y lugares deberá hacerse una descripción detallada y pormenorizada
que deberá ser registrada en el acta que se labre con motivo del procedimiento, sin
perjuicio que de acuerdo con las directivas que se indiquen, puedan, además,
sustentarse en métodos alternativos.
El Código indica, de forma no taxativa, una serie de modos a través de los cuales
se podrá dar cumplimiento a la constatación del estado de las personas, cosas y
lugares. De todos ellos, el único que se encuentra específicamente reglado como
elemento de prueba es la inspección, lo que se trata de una comprobación directa,
que debe ser llevada adelante por el personal de la fuerza de seguridad, debiendo
asentarse en un acta y la presencia de dos testigos (art. 129).
El resto de los procedimientos para constatación no se encuentran reglados, pero
rigiendo la libertad probatoria (art. 127), todos ellos son válidos a los fines de
introducir en la investigación el estado de las personas y cosas, al momento de la
intervención policial.
Entendemos que cuando se indica el plano como método de constatación, éste
debe ser el plano a mano alzada o croquis, realizado por el personal que tiene un
primer contacto con el lugar del hecho, que sirve para dar una primera descripción de
las circunstancias en que se encuentre el lugar en que se llevó adelante un hecho
ilícito. Esto se verá apoyado por fotografías y video filmaciones que tienen la ventaja
de ser elementos objetivos que perduran en el tiempo y admiten diferentes tipos de
análisis.
Cualquiera de todas estas medidas podrá ser profundizada por el Ministerio Público
Fiscal ordenando o requiriendo la orden judicial, según el caso, una medida probatoria
exhaustiva con un fin específico.
Finalmente, la letra legal resulta abierta para permitir que, sobre la base de las
directivas del Ministerio Público Fiscal y los avances tecnológicos, se habiliten nuevas
operaciones para registrar el estado de las cosas, lugares y personas vinculadas a un
hecho ilícito.
9.2.1.6. Reunir toda la información de urgencia que pueda ser útil al
representante del Ministerio Público Fiscal
Este deber de la policía se relaciona sólo indirectamente con la producción de
prueba, pues no resulta estrictamente un medio de introducción de prueba en el
proceso, como puede ser la incautación de documentos, sino que es una tarea
destinada a brindar al fiscal a cargo de la investigación datos para posibles futuros
elementos de prueba. No resulta por lo tanto una facultad genérica para habilitar la
colección por parte de las fuerzas de seguridad de cualquier elemento probatorio que
consideraran necesario, sino que se trata del deber de asentar detalladamente
cualquier dato de interés.
El texto legal nos remite a la urgencia, por lo que debe tratarse de conocimientos
que le generen al fiscal una utilidad de cierta inmediatez para la investigación que
está llevando adelante. Se trata de que la fuerza de seguridad está llamada a recabar
la mayor cantidad de elementos que aporten a la base fáctica(49)a partir de la cual se
investigará el hecho.
En abstracto, y por eso es correcta la redacción legal, es imposible señalar, más
allá de los indicados en el punto anterior, los elementos que deben tener en cuenta
las fuerzas de seguridad para darle cuenta al Ministerio Público Fiscal, siendo que
dependerá de cada hecho y de la experiencia del personal interviniente en un primer
momento, la identificación de elementos que puedan resultar de interés para quien
dirige la investigación.
Siguiendo la temática impuesta por el anterior Código, que se repite en éste, las
informaciones deberán recolectarse respecto de las cosas, lugares y personas, pero
además, deberá reunirse cuantos más datos aparezcan relevantes vinculados al
tiempo, modo y lugar de comisión.
9.2.1.7. Ejecutar allanamientos y requisas cuando les esté permitido
El allanamiento y el secuestro son, por regla general, actos jurisdiccionales (arts.
105 y 137) que se deben cumplir con las formalidades propias de ellos,
correspondiendo su orden únicamente a los jueces a pedido del Ministerio Público
Fiscal, siguiendo un sistema similar al implementado en los Estados Unidos de
Norteamérica, donde, a diferencia del sistema propuesto por este nuevo Código, la
investigación preparatoria, de carácter informal, está a cargo de la policía y los
fiscales(50).
Sin embargo, al igual que en la anterior redacción, las fuerzas de seguridad se
encuentran habilitadas, en determinadas circunstancias excepcionales, para practicar
allanamientos y requisas sin la materialización de la orden judicial.
El registro domiciliario se encuentra habilitado únicamente cuando existen razones
de urgencia que exijan proteger a los moradores de la vivienda o que en la misma se
esté cometiendo un delito (art. 135).Una vez ingresado al domicilio deberá labrarse un
acta con las debidas formalidades (art. 104) en la que se deberá dejar constancia de
la existencia de alguna de las causales de excepción (art. 135).
Adicionalmente, podrá dejarse constancia, a través de algún otro medio idóneo que
garantice su inalterabilidad y fidelidad, lo que nunca podrá valer para sustituir el acta,
sino que será complementario a ella (art. 129).
La requisa sin orden judicial (art. 131) puede realizarse cuando se dé la unión de
dos elementos: 1) que existan circunstancias previas que razonable y objetivamente
dos elementos: 1) que existan circunstancias previas que razonable y objetivamente
permitan presumir que el sujeto a requisar oculta cosas relacionadas con un delito y
2) no fuere posible esperar la orden judicial ante el peligro cierto de que
desaparezcan las pruebas que se intentan incautar.
Ambas condiciones se encuentran relacionadas con la justificación del acto de
avanzar sobre una libertad individual sin la intervención del Poder Judicial. La primera
es condición de la segunda, porque tiene que existir la presunción de que el sujeto
oculta cosas de interés para la investigación, pero que esos elementos corren el
riesgo de desaparecer por el transcurso del tiempo si no se los secuestra sin orden
judicial (incauta). Habiéndose dado la conjunción de ambos elementos requeridos, se
procederá a la requisa, la que deberá realizarse en la vía pública o en lugares de
acceso público. Ambos elementos deben analizarse previamente, con base en
elementos objetivos que razonadamente permitan concluir en la necesidad de
efectuar la requisa sin la orden judicial.
La inexistencia de orden judicial no implica que no deba cumplirse con el resto de
las formalidades que exige la requisa, así, antes de proceder a ella, se deberá advertir
a la persona acerca de la sospecha y del objeto buscado, invitándola a exhibirlo. Se
deberán practicar en forma separada, de conformidad con la identidad de género
autopercibido(51)y respetando el pudor y la dignidad personal. Todo ello deberá
desarrollarse en presencia de dos testigos, que no podrán pertenecer a la fuerza de
seguridad que intervenga, con la excepción de los casos de suma urgencia o
imposibilidad de conseguirlo, circunstancia que se deberá acreditar de manera
fehaciente, debiendo documentarse a través de un acta (art. 130).
En caso de hallarse elementos de interés, se procederá a incautarlos, lo que
deberá hacerse realizando una descripción de ellos, un inventario y la aplicación de
una cadena de custodia (art. 150) para resguardar identidad, estado y conservación
de los efectos, con la finalidad de evitar su modificación o sustitución (art. 141).
9.2.2. Deberes relacionados con el imputado
9.2.2.1. Practicar las diligencias orientadas a la individualización de los autores y
partícipes del delito dispuestas por el representante del Ministerio Público Fiscal
Al tomar conocimiento de un delito de acción pública, inmediatamente después de
su primera intervención, el personal policial debe comunicarlo al fiscal (art. 210) con lo
que comienza indefectiblemente a ejercer su función judicial, quedando supeditado su
accionar a las directivas del representante del Ministerio Público Fiscal que asume la
investigación (arts. 90, inc. g] y 211).
A partir de allí, el fiscal tiene la potestad de ordenar a las fuerzas de seguridad la
producción de diligencias que permitan individualizar al autor y partícipes del delito
investigado. Si bien no es sutil la diferencia, erróneamente se suele asignar sinonimia
a individualización e identificación.
La individualización a la que refiere este concepto es la de hacer singular, distinguir
a una persona de otra, no por sus datos filiatorios (que es identificar) sino por señalar
sus características específicas que lo diferencian de los demás. Entonces, las
diligencias serán las que permitan señalar individuos a los que se les puede atribuir,
prima facie, autoría o participación en un delito, excluyendo al resto de las personas.
Esa indicación del individuo es muy amplia, porque debe incluir cualquier
característica que lo diferencie de los demás.
Asimismo, no cualquier característica del individuo es relevante a los fines de
individualizarlo penalmente, sino que lo que lo distinga debe, además, guardar
relación con el delito investigado.
Por eso, la individualización es tanto desde lo físico (datos biométricos) como
desde lo probatorio (elementos que vinculen a esa persona con el delito). No
necesariamente estas tareas irán escindidas; piénsese en la colección de rastros de
ácido desoxirribonucleico (ADN) del homicida, que hubieren sido hallados en una
víctima de homicidio, esa muestra permite la individualización genética, a la vez que
importa un elemento de prueba de la responsabilidad penal del imputado que lo
relaciona directamente con el ilícito penal. Es el fiscal quien tiene a su cargo la
investigación y sobre el que pesa la carga de la prueba (art. 88), por lo que la
recolección de esos elementos es su responsabilidad, pudiendo ordenar a las fuerzas
de seguridad cualquier diligencia de investigación que no sea un acto jurisdiccional,
ya que estos últimos le están específicamente vedados (art. 9°).
Las diligencias estarán orientadas a unir el delito investigado con determinadas
personas a las que, como consecuencia del resultado de esas tareas, se las puede
indicar como responsables en calidad de autores o partícipes. Se trata de una
finalidad vinculada al cuál y no tanto al quién; las diligencias tenderán a responder la
pregunta, del universo de personas, ¿cuál es la que está vinculada al delito?
Si la persona se encuentra ya individualizada se deberá establecer quién es esa
persona, es decir, su identidad, tarea que es la de identificar.
La individualización, sin dudas, consiste en una tarea probatoria, la que las fuerzas
de seguridad no pueden producir de manera autónoma, sino sólo a partir de la
indicación del fiscal, es decir, deben estar ordenadas, careciendo por lo tanto de la
facultad de actuar por propia iniciativa. En este sentido ha desaparecido la función
policial de investigar autónomamente que estaba receptada en el art. 183 del anterior
Código.
Las tareas investigativas que busquen producir prueba para individualizar a los
responsables del delito que se investiga, necesariamente deberán ser dispuestas por
el Ministerio Público Fiscal, lo que permite pensar a futuro en la concesión de cierto
grado de discrecionalidad a la policía, partiendo de diligencias ordenadas en forma
amplia por ese Ministerio Público, a una policía especial con funciones únicamente
investigativas, que lo asista, bajo el nombre de policía de investigación (art. 207).
Claro que si en un primer momento, inmediato a la comisión del hecho delictivo, no
pudiere individualizarse específicamente a los autores y partícipes, es decir, que de
entre todas las personas presentes no se pudiera puntualizar sobre alguno en
particular (ya sea porque las circunstancias concomitantes lo posicionan como
imputado o porque ha sido indicado por otros como tal), las fuerzas de seguridad
tienen el deber de avanzar sobre la libertad individual disponiendo que las personas
no se alejen del lugar, ni se comuniquen entre sí, pudiendo incluso arrestar a todos
ellos, conduciéndolos a una dependencia policial, o ante el representante del
Ministerio Público Fiscal o el juez por un lapso no mayor a 6 horas (art. 212).
9.2.2.2. Recabar los datos que sirvan para la identificación del imputado, con los
límites establecidos por este Código
Este deber resulta diferente del señalado previamente, porque mientras en aquél lo
que se procura es desarrollar actos que permitan puntualizar cuál persona puede ser
indicada como autora o partícipe de un delito, lo que se busca en el inc. h) del art. 90
del Código es la colección de datos que permitan establecer la identidad(52)de la
persona.
La identificación se hará a partir de los datos personales, señas particulares e
impresiones digitales; admitiéndose como excepción la identificación mediante
testigos (art. 65).
El art. 72 del Código Procesal veda específicamente al personal policial la facultad
de interrogar al imputado —quien ya ha sido individualizado como responsable de un
delito—, permitiendo tan solo que se le requieran los datos para establecer su
identidad.
Sin embargo, el citado artículo establece un límite más, porque supedita la facultad
de requerir datos de identificación sólo a los casos en que el imputado no estuviera
suficientemente individualizado.
Esta previsión, en conjunción con la pérdida de la facultad de interrogar a los
testigos, reemplazada por el deber de entrevistarse con ellos, parece direccionada a
evitar el ingreso a la investigación de la conversación que el personal policial pudiera
llegar a tener con el sospechoso no individualizado, que tan bien planteara
Orgeira(53).
En este sentido, la prohibición sigue dirigida a evitar que el personal policial tome
declaración al imputado(54), pero nada obsta a que las manifestaciones de éste
tengan validez y puedan ser documentadas como acto de investigación, pasible de
generar la producción de un elemento de prueba.
Plantea un interrogante no menor saber cuándo un imputado estará o no
suficientemente individualizado como para admitir que sea interrogado por la policía
para su identificación. Parecería que si se han practicado diligencias probatorias que
permitan la individualización biométrica del imputado, no haría falta que se lo
interrogara, lo que se muestra como un verdadero despropósito, pues no afecta
garantía constitucional alguna que el personal de fuerzas de seguridad practique —
siempre sin coacción alguna— al imputado ya individualizado, un interrogatorio de
identificación.
No debe perderse de vista que la finalidad es que el imputado no preste declaración
frente al personal policial, sino que lo haga únicamente ante el fiscal o juez, asistido
por su defensor (art. 69). En este sentido, debemos destacar que responder
preguntas que tiendan a su identificación no es asimilable a un descargo, porque no
tiene vinculación con el hecho investigado, sino con el propio sujeto, siendo imposible
por lo tanto, la posibilidad de autoincriminación (art. 18, CN).
Finalmente, cualquier información que el personal policial recoja para establecer la
identidad de la persona imputada, mientras no se trate de un acto jurisdiccional,
resulta admisible.
Es de destacar, empero, que esos elementos serán simples datos, no adquiriendo
condición de prueba, esencialmente porque no guardan relación con el hecho
investigado, sino con el individuo imputado, el que adquiere tal condición a partir que
se le atribuya autoría o participación en un delito (art. 63).
9.2.2.3. Efectuar el arresto, detención o incomunicación de personas en los
casos autorizados, informándoles sus derechos en forma inmediata y
comprensible
La posibilidad de arrestar es una atribución que ya se encontraba receptada en el
Código anterior tratándose de la más leve de las afectaciones a la libertad
Código anterior tratándose de la más leve de las afectaciones a la libertad
ambulatoria que se prevén, conforme a la normativa constitucional que habilita la
restricción de ella.
El arresto está previsto exclusivamente para un primer momento de la investigación
en el cual, a los fines de averiguar los hechos, no es posible aún distinguir testigos de
los autores y partícipes (art. 212). La imposibilidad de individualización (art. 90, inc. g])
de éstos respecto de los testigos habilita a restringir la libertad ambulatoria de todos
ellos, con un máximo de 6 horas, para la realización de diligencias que resulten
urgentes e imprescindibles.
La detención es una afectación más grave a la libertad ambulatoria, que nunca
puede extenderse por más de 72 horas. La regla básica es que toda vez que se trata
de un acto jurisdiccional (art. 9°), la detención debe ser ordenada por el juez, a pedido
del fiscal (art. 182) con la finalidad de preparar y fundar la audiencia del pedido de
prisión preventiva (art. 190). En este supuesto, las fuerzas de seguridad son las que
efectivizan la orden de detención emanada del juez, privando de la libertad al
individuo.
Sin embargo, las fuerzas de seguridad pueden proceder a la detención sin la
existencia de la orden judicial, lo que se denomina aprehensión (art. 183). Dicha
medida es excepcional, porque la regla constitucional es que toda persona sea
privada de la libertad por orden de un juez, fundado en ley.
Se admiten dos hipótesis en las cuales se debe aprehender, prescindiendo de la
orden judicial: a) cuando el autor del delito fuera sorprendido en el momento de
intentarlo, cometerlo, inmediatamente después, si fuera perseguido o tuviera objetos o
presentase rastros que permitieran sostener razonablemente que acaba de participar
de un delito (la flagrancia del art. 184) y b) cuando una persona se hubiese fugado de
algún establecimiento penal o de cualquier otro lugar de detención.
Al efectivizarse la detención o la aprehensión, con la finalidad de asegurar el
correcto ejercicio de las garantías constitucionales vinculadas al derecho de defensa,
debe informársele al imputado los derechos que goza (art. 64). Esta información
deberá ser documentada por escrito mediante la confección de un acta, sin embargo,
el incumplimiento de alguna de las formalidades previstas acarrea una nulidad tan
solo relativa porque puede ser suplida sobre la base de otro elemento de prueba (art.
104).
La incomunicación no puede ser ordenada autónomamente por el personal policial,
como ocurría en el anterior Código en el art. 184, inc. 8°, pudiendo ordenarla sólo el
juez o el fiscal (art. 178). En este sentido, la policía también pierde la potestad de
ejercer legalmente un gran avance sobre la libertad individual de los ciudadanos,
como es el privarlos de la comunicación, lo que sólo será un acto jurisdiccional y
excepcionalmente, para los casos de detención sin orden judicial, por parte del
Ministerio Público Fiscal.
La incomunicación es una excepción y no la regla, siendo facultativo tanto del juez
como del fiscal disponerla, siempre por resolución fundada cuando existan motivos
graves para creer que el imputado obstaculizará la averiguación de la verdad.
Sin embargo, para el caso de que la detención se hubiera producido por orden del
juez, será éste quien deba disponer la incomunicación, previa solicitud del fiscal.
Para los casos de aprehensión (detención sin orden judicial), la incomunicación que
ordenará el Ministerio Público Fiscal será por el plazo que sea necesario —que nunca
excederá las 8 horas—, para solicitar al juez que ordene la incomunicación, pudiendo
en este caso extenderse hasta 72 horas.
Se debe destacar que los plazos determinados por horas comenzarán a correr
inmediatamente después de ocurrido el acontecimiento que fija su iniciación (art.
108).
9.2.3. Deberes relacionados con la víctima
9.2.3.1. Recibir denuncias
La recepción de denuncias es un deber fundamental en el proceso penal que debe
ser cumplido por las fuerzas de seguridad en función policial porque se trata de la
primera información de la posible existencia de un delito. Es la notitia criminis, que las
fuerzas de seguridad están obligadas a recibir, siendo, además, una de las formas por
las que se inicia la investigación de un hecho (art. 202). En el nuevo Código se
mantiene la potestad de recibir denuncias, siendo, además, un deber de las fuerzas
de seguridad.
Es una práctica muy difundida en varios organismos de seguridad que cuando los
ciudadanos se presentan a denunciar un delito, al menos alguno de los que no
resultan más burdos o groseros o cuando lo hacen personas con incapacidad de
acceso a poder político o económico(55), el personal les indica que no se la pueden
tomar. También ocurre que en casos de denuncias cruzadas entre imputados, admitan
las fuerzas del orden sólo la de quien primero denuncia. Esto no deja de ser un
incumplimiento de su deber, consistiendo entonces en un delito específicamente
previsto (art. 248, Cód. Penal de la Nación).
previsto (art. 248, Cód. Penal de la Nación).
Esta obligatoriedad se ve además respaldada por la inclusión expresa de los
derechos de la víctima, en cuanto se ha consignado específicamente que las
autoridades no pueden, bajo ningún pretexto, dejar de recibir denuncias (art. 12). La
regla parece restarle al personal policial la potestad de evaluar si la conducta
denunciada constituye delito.
El trámite que debe seguirse a la recepción de la denuncia es la inmediata
comunicación al Ministerio Público Fiscal para que éste asuma la investigación e
indique las diligencias que deben realizarse (art. 207). En este sentido, con la nueva
redacción del Código queda zanjada la antigua discusión que existía respecto a la
necesidad o no de un requerimiento fiscal de instrucción para habilitar la investigación
penal(56)a partir de que la investigación preparatoria se encuentra, sin duda alguna,
en cabeza del fiscal, la recepción de la denuncia habilita el avocamiento de éste en la
investigación, así como la producción de pruebas.
La iniciación por denuncia tomada por las fuerzas de seguridad no hace más que
reafirmar el carácter acusatorio que motiva el espíritu de todo el Código (art. 2°).
9.2.3.2. Prestar auxilio a las víctimas y proteger a los testigos
El prestar auxilio es una función propia de las fuerzas de seguridad en su faz
preventiva o de seguridad, así, ante cualquier persona que requiera asistencia, debe
intervenir prestando su ayuda.
El Código en este sentido establece el auxilio a las víctimas, sin embargo, la
función y el deber de las fuerzas de seguridad es mayor que el limitado sólo a las
víctimas, pues deben auxiliar a una persona herida o amenazada de un peligro
cualquiera (art. 108).
Si bien el concepto de auxilio de la víctima no resulta ajeno a la función de las
fuerzas de seguridad(57), sí es nueva su inclusión en el ordenamiento legal. El
concepto que el Código tiene de víctima (art. 78) es amplio y tiene por función
asegurar correcta y acabadamente a los sujetos que podrán ejercer el rol de
querellantes (art. 82) como también que intervendrán en el proceso penal (art. 12).
Sin perjuicio de la amplitud de la condición de víctima, el Código en este punto se
refiere a un primer momento en el que las fuerzas de seguridad toman contacto con
una persona que se encuentra en estado de necesidad, como consecuencia de la
comisión de un hecho penalmente ilícito, a la que deben socorrer, lo que resulta
distinto al deber de proteger a las víctimas en estado de vulnerabilidad al momento de
la judicialización, deber que se encuentra irremediablemente en cabeza de los
jueces(58).
Es éste el fundamento genérico que subyace a la posibilidad de allanar sin orden
(art. 135), porque justamente lo que se busca es brindar asistencia a una persona que
necesita protección como consecuencia de haber sido víctima de un delito; sin
embargo, esta última condición no resulta excluyente para recibir la asistencia. En
este sentido, la ley 21.965, en el art. 8°, inc. d), establece para los miembros de la
Policía Federal el deber de "defender contra las vías de hecho, la vida, la libertad y la
propiedad de las personas aun a riesgo de su vida o integridad personal", teniendo
también incluida en su ley orgánica la potestad de "esgrimir ostensiblemente sus
armas para asegurar la defensa oportuna de las personas o derechos de terceros"
(59), pudiendo ser su incumplimiento reprochable penalmente(60).
Resulta esencial que los testigos sean protegidos y puedan declarar en el proceso,
tanto en la etapa preparatoria de la acusación, como en el verdadero juicio que es el
debate oral y público, siendo misión del Estado, llevada adelante por su fuerza
policial, el asegurar la integridad para quien declara, siéndolo incluso, para el testigo
que no es víctima y que tuvo su identidad reservada, la que debe darse a conocer a la
defensa en el debate(61).
El deber de protección de los testigos es una reafirmación del art. 9°, inc. c) de la
ley 25.764, que pone en cabeza de las fuerzas de seguridad y policiales (también lo
hace respecto del Servicio Penitenciario Federal), la posibilidad de ejecución material
de las medidas especiales de protección a las personas beneficiadas con la inclusión
en el Programa Nacional de Protección a Testigos e Imputados.
A los testigos se los protege a través de: a) La custodia personal o domiciliaria; b)
El alojamiento temporario en lugares reservados; c) El cambio de domicilio; d) El
suministro de los medios económicos hasta un máximo de 6 meses para alojamiento,
transporte, alimentos, comunicación, atención sanitaria, mudanza, reinserción laboral,
trámites, sistemas de seguridad, acondicionamiento de vivienda y demás gastos
indispensables, dentro o fuera del país, mientras la persona beneficiaria se halle
imposibilitada de obtenerlos por sus propios medios; e) La asistencia para la gestión
de trámites; f) La asistencia para la reinserción laboral; g) El suministro de
documentación que acredite identidad bajo nombre supuesto a los fines de mantener
en reserva la ubicación de la persona protegida y su grupo familiar.
El Código no lo indica, sin embargo, las tareas de protección de los testigos pueden
hacerse extensivas a todas o algunas de las personas que convivan con el individuo
bajo amenaza.
Claro que para ser incluido en este régimen es condición inexcusable, de parte del
beneficiario, la aceptación por escrito de la protección e inclusión en el programa, ya
que la misma implica la restricción al ejercicio de ciertos derechos como el de la
libertad ambulatoria o a la intimidad.
(1) La ley 24.059 define a la seguridad interior como la "situación de hecho basada en el derecho en la
cual se encuentran resguardadas la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y
garantías y la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano y federal que
establece la Constitución Nacional".
(2)Conf. RUBIANES, CARLOS J., Derecho procesal penal, t. 2, Depalma, Buenos Aires, 1977, p. 8.
(4)Conf. ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, t. I, Ediciones Jurídicas Cuyo, Santiago
de Chile, 1994, p. 407.
(5)Conf. BARTOLINI FERRO, ABRAHAM , El proceso penal y los actos jurídicos procesales, t. II, Castellvi,
Santa Fe, 1949, p. 146.
(6)Conf. CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, t. I, Ed. Córdoba, Córdoba, 1984, p. 334.
(8)ZAFFARONI, EUGENIO R., En busca de las penas perdidas, Ediar, Buenos Aires, 1998, p. 142.
(9)Conf. Conf. ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, cit.
(10)Conf. BINDER, ALBERTO M., Iniciación al proceso penal acusatorio, Inecip/Campomanes Libros,
Buenos Aires, 2000, p. 36.
(12)El término es utilizado por CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal...,. cit., p. 335.
(14) En la actualidad, la Policía Federal Argentina, así como el resto de las fuerzas de seguridad
dependen del Poder Ejecutivo nacional, incluyendo la ley 24.059 de seguridad interior, en su art. 7°, inc.
a), al presidente de la Nación como parte integrante del sistema de seguridad interior.
(15) Esta hipótesis es tomada por la ley 14.424 de la provincia de Buenos Aires que crea un cuerpo de
investigación civil profesional, que denomina policía judicial, considerándolo un órgano del Poder
Judicial que depende orgánica y funcionalmente de la Procuración General de la Suprema Corte de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires.
(16)Conf. CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal..., cit.
(17) Art. 147, Constitución de la Provincia de Misiones: "La Legislatura propenderá a la creación y
estructuración de la Policía Judicial integrada por un cuerpo de funcionarios inamovibles, con
capacitación técnica, exclusivamente dependiente del Poder Judicial".
(18) Ver nota 15.
(19) La ley 26.102 de Seguridad Aeroportuaria indica en su art. 12 como misión de esta policía llevar
adelante actividades y operaciones destinadas a prevenir delitos en el ámbito aeroportuario, así como
en su art. 13, la función de prevención de delitos y de investigación de los mismos, brindando asistencia
y cooperación a las autoridades judiciales.
(20) La ley 19.349 de Gendarmería Nacional establece específicamente en su art. 3°, inc. a), que ésta
cumple las dos funciones que expusiéramos, la de seguridad y policía judicial en el fuero federal.
(21) La ley 19.398 de la Prefectura Naval Argentina también establece puntualmente la distinción entre
la función de seguridad y judicial, así en su art. 5° dedica los incs. c) y d) a distinguir las funciones como
policía de seguridad y judicial.
(22) Así lo incluye la ley 24.059 en sus arts. 19 y 20.
(23) CNCasación Penal, sala III, 22/9/1997, "Rodríguez, Andrés y otros", causa 1248; CNCasación
Penal, Fallos: 1997:853.
(24) CNCasación Penal, sala IV, 23/4/1999, "García Dos Santos, Raúl y otros", causa 1444.
(25)TOral Crim. N° 1, 23/12/1992, "Alegre, Jorge", Bol. Jur. CNCrim. y Correc., entrega especial, nro.
3.
(26) En los términos del art. 63 del nuevo Código bastará simplemente con que se le hayan atribuido
de cualquier modo.
(27)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1996,
p. 242.
(28) CNCrim. y Correc. Fed., sala I, 8/7/2014, "S., G. y otros s/procesamiento", DJ 28/1/2015, 66.
(29)CSJN, Fallos: 125:10; 127:36; 189:34; 308:1557, entre muchos otros.
(31)Conf. M IRA Y LÓPEZ, EMILIO, Manual de psicología jurídica, 6ª ed., El Ateneo, Buenos Aires, 1980, p.
113.
(32)TCasación Penal Bs. As., sala IV, 15/8/2013, "O., R. B. s/recurso de casación", Sup. Penal 2013
(noviembre) 79, LA LEY, 2013F, 128, DPyC 2014 (febrero) 159, con nota de M ARIANO N. CASTEX.
(33)Conf. GEISELMAN, EDWARD FISHER, RONALD, "La técnica de la entrevista cognitiva para víctimas y
testigos de crímenes", en RASKIN, DAVID, Métodos psicológicos en la investigación y pruebas criminales,
Desclee de Brouwer, Bilbao, 1994, p. 170.
(34) Incluye solicitar el relato comenzando desde el final; la narrativa de las sensaciones y no de los
hechos; la reconstrucción de la posible visión de otro interviniente en el hecho; el rememorar a través
de imágenes, entre otras.
(35)Éste es el camino que se sigue el Ministerio Público de Chile, que recomienda para el niño se
recurra a la entrevista cognitiva de FISHER Y GEISELMAN, Evaluación pericial psicológica de credibilidad de
testimonio, 2008, p. 142, http://www.fiscaliadechile.cl/Fiscalia/biblioteca/estudios.do, última consulta:
23/2/2013.
(36)Donna y Maiza plantean que "...el testimonio prestado en sede policial no puede ser incorporado al
debate en forma directa mediante lectura (art. 391), como tampoco ser considerado en la sentencia", en
DONNA, EDGARDO A. M AIZA, M ARÍA CECILIA ,Código Procesal Penal, cit. Idéntica postura mantiene Ábalos
quien afirma que el testimonio prestado en sede policial "sirve para iniciar la investigación, pero no
puede ser valorado al momento del debate", en ÁBALOS. RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación,
cit,, p. 422.
(37)CSJN, Fallos: 329:5556.
(38) CFed. Casación Penal, sala IV, 30/8/2013, "B., M. G. y P., P. J. s/recurso de casación", causa
15.514.
(39)Conf. CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos, Editores del Puerto, Buenos
Aires, 2000, p. 132.
(40)Conf. LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, J ACOBO, Instituciones de derecho procesal penal, Akal/Iure,
Madrid, 1999, p. 308.
(41)Respecto al lugar del hecho o escena del crimen el Protocolo Federal de preservación
(http://www.jus.gob.ar/media/183597/Protocolo%20Federal%20de%20Preservacion.pdf, última consulta:
23/2/2013) indica que "corresponde inmediatamente su preservación para garantizar la intangibilidad de
los elementos, rastros o indicios que puedan existir y para evitar cualquier pérdida, alteración o
contaminación"
(42) TSJ Córdoba, sala Penal, 5/10/2007, "Sintora, Oscar H.".
(43)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 246.
(44)Conf. M OLINA QUIROGA, EDUARDO, LA LEY, 2014C, 940, cita online: AR/DOC/1196/2014.
(45)GOZAÍNI, OSVALDO A., "La valoración de la prueba científica", Sup. Doctrina Judicial Procesal 2009
(setiembre), 47, La Ley online, AR/DOC/3056/2009.
(46)En este sentido, el Manual de Procedimiento para la preservación del lugar del hecho y la escena
del crimen del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos
(http://www.mpf.gob.ar/capacitacion/files/2014/08/ManualCriminalistica1.pdf, última consulta:
23/2/2013) brinda las pautas para preservar la cadena de custodia.
"Garantizar que el objeto o sustancia que se presente en juicio como elemento de prueba sea el
mismo que se recolectó como indicio relacionado con la ejecución de un posible delito. Es decir, que no
haya sufrido alteraciones más allá de las propias de su natural deterioro o las necesarias para su
evaluación.
Se debe aplicar la cadena de custodia a los elementos físicos materia de prueba, para garantizar la
autenticidad de los mismo, acreditando su identidad y estado original, las condiciones y personas que
intervinieron en la recolección, envío, manejo, análisis, y conservación de estos elementos y así
mismo, en los cambios hechos en ellos por cada custodio.
Toda persona que encuentre, reciba, recopile, embale, transporte, conserve, genere o analice
muestras o elementos probatorios y documentos, forma parte de la cadena de custodia y recibe el
nombre de Custodio.
Marcación y registro: se describirán cada uno de los elementos, indicios o rastros en idéntica forma a
la que conste en el Acta, evitando diferencias entre lo empaquetado o embalado y el Acta.
Se registrarán todas las transferencias, el nombre y número de la evidencia, investigación a la que
pertenece, fecha que se encontró o allegó al proceso, fecha y hora de la transferencia, nombre de quien
recibe y entrega, lo mismo la Institución a la cual pertenece.
Empaquetado o embalaje: consiste en bolsas contenedoras adecuadas al elemento, rastro y/o indicio
recolectado, con características que eviten la modificación, alteración, contaminación o destrucción.
Con la firma de dos testigos, estas deberán ser cerradas, lacradas o selladas, evitando su posible
violación.
Rotulado: el rotulado debe contener: a) número de causa con que se relaciona; b) lugar, fecha y hora
en que se recogió el indicio; c) cantidad y tipo; d) técnica empleada en la recolección; e) firma, jerarquía
y nombre de quién realizó la recolección; f) firma de testigos que presenciaron el acto.
Preservación: los elementos, rastros y/o indicios que corran peligro de deterioro o pérdida por la
acción del tiempo, el clima o labor del personal actuante, deben ser protegidos con criterio utilizando
cubiertas adecuadas que no permitan su modificación, alteración, contaminación o destrucción.
Se deberá tomar los mismos recaudos en el caso que la recolección de los elementos, rastros y/o
indicios se realice en un escenario de crimen secundario (morgue, comisaría, laboratorio, etc.)".
(47)CNCrim. y Correc., sala IV, 11/9/2013, "V., M. P. s/procesamiento", LA LEY, 2014A, 204, Sup.
Penal 2014 (febrero), 66, DJ, 19/3/2014, 64, cita online: AR/JUR/55929/2013.
(48) CFed. San Martín, 26/8/1992, "Averiguación Contaminación Río Reconquista", LA LEY, 1993E,
338, DJ, 19931195.
(49)Conf. Palacio, que con cita de Dhöring, señala la necesidad de brindar la base fáctica para
avanzar en la investigación, sacar conclusiones y producir elementos de prueba en PALACIO, LINO E., La
prueba en el proceso penal, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 2000, p. 26.
(50)Conf. BOVINO, ALBERTO , Problemas del derecho procesal penal contemporáneo, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 1998, p. 191.
(51) Conforme al sistema implementado a partir de la sanción de la ley 26.743.
(52)La Real Academia Española (www.rae.es, última consulta: 23/2/2013) define identificar, como dar
los datos personales necesarios para ser reconocido; es decir, determinar de quién se trata. Siendo
éste el tratamiento histórico que se le ha dado al término en nuestra legislación, así en su art. 13, la ley
17.671 indica la presentación del documento nacional de identidad para probar la identidad, idéntico
camino que sigue la ley 23.950 que remite a la acreditación de la identidad.
(54)Conf. D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 246.
(55)Conf. ZAFFARONI, EUGENIO R. ALAGIA, ALEJANDRO SLOKAR, ALEJANDRO, Derecho penal. Parte
general, Ediar, Buenos Aires, 2002, p. 9.
(56)Conf. el planteo con mucha claridad en NAVARRO, GUILLERMO R. DARAY, ROBERTO R.,Código
Procesal Penal de la Nación, t. I. Pensamiento Jurídico Editora, Buenos Aires, 1996, p. 382.
(57)Se encuentra previsto en Protocolo Federal de Preservación y el Manual de Procedimiento para la
preservación del lugar del hecho y la escena del crimen, cit.
(58) Del voto de la Sra. vicepresidenta Dra. Elena I. Highton de Nolasco indicando que "La
vulnerabilidad [de la víctima] puede proceder de sus propias características personales o bien de las
circunstancias de la infracción penal", siendo obligación de los jueces "...en todas las fases del
procedimiento penal (...) proteger la integridad física y psicológica de la víctima", en CSJN, 7/6/2001,
"Gallo López, Javier s/causa Nº 2222", G. 1359. XLIII.
(59) Decretoley 333/1958,art. 8°.
(60)CNCrim. y Correc., sala I, 15/11/2007, "Ferreyra, Jorge Raúl", Sup. Penal 2012 (febrero), 64, LA
LEY, 2012A, 212, DJ, 21/3/2012, 77, cita online: AR/JUR/70212/2011.
(61)CNCrim. y Correc., sala II, 9/6/2010, "T., C. J.", LA LEY, 2010E, 201, LA LEY, 2010E, 619, DJ,
29/12/2010, 93, cita online: AR/JUR/44757/2010.
Sin nombre
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Capítulo 10 Actos procesales. Por Mariano R. La Rosa
Capítulo 10 Actos procesales. Por Mariano R. La Rosa
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CAPÍTULO 10 ACTOS PROCESALES. POR MARIANO R. LA ROSA
10.1. GENERALIDADES
El proceso penal se presenta en la realidad como una secuencia (sucesión
ordenada) de actos cumplidos en procura de permitir el conocimiento sobre un hecho
delictivo que es objeto de una acusación, determinar el derecho aplicable, haciendo
realidad la misión de arribar a una decisión jurisdiccional acerca de las posibles
consecuencias jurídicas. Esos actos consisten en expresiones de voluntad o
conocimiento de aquellos sujetos a cuya realización se le acuerda efectos en orden a
la iniciación, desarrollo y finalización del proceso: son los actos procesales que la ley
formal regula en abstracto, predeterminando cuáles son los que se deben o pueden
cumplir, su estructura interna, el tiempo, forma y orden de su realización, quiénes son
los sujetos que los cumplirán a cada uno, sus condiciones de validez y las sanciones
por la inobservancia práctica de tales requisitos.
Entonces, se comprende como acto procesal a aquellas manifestaciones que
desencadenan voluntariamente una consecuencia jurídica en el proceso que, por
consiguiente, han de seguir impulsándolo conforme a la voluntad manifestada(1). Es
decir, que son las expresiones volitivas e intelectuales de los sujetos del proceso
penal o cumplidas por terceros ante el tribunal, cuya finalidad es la de producir
directamente el inicio, desenvolvimiento, paralización o terminación del proceso penal
conforme a lo prescripto por la ley. Lo sustancial del acto es esa expresión de
voluntad o de conocimiento en que consiste. Por la expresión se exterioriza el querer
o el conocer, manifestaciones de la psiquis conjugadas en la actuación: obrar. Pero la
voluntad exteriorizada no se equipara a la del derecho privado, por cuanto ésta tiene
escasa vigencia en materia procesal penal. Es simplemente la dirigida a la eficacia
procesal del acto(2).
De este modo, conforma una declaración de voluntad con incidencia directa en el
proceso que consta de un elemento subjetivo (contenido) y de un elemento objetivo
(forma). El contenido del acto (elemento interno) se refiere a los aspectos regulados
por la ley en cuanto a su causa, intención y objeto. La forma del acto es el elemento
externo mediante el cual la voluntad se manifiesta en la realidad. La forma requiere
ciertos elementos de modo, lugar y tiempo que la ley procesal regula para asegurar la
eficacia del acto. Pero además de ese contenido sustancial y de la exteriorización
formal, el acto procesal requiere para su validez un fundamento jurídico que consiste
en el poder conferido por la ley procesal a un sujeto para cumplirlo: es el contenido
formal del acto(3).
Entonces, como elementos de los actos procesales resultan los sujetos —
principales y eventuales, sus auxiliares y los colaboradores del proceso—, su objeto y
una actividad determinada que se proyecta en cuanto a lugar, tiempo y forma(4). Por
eso es que los actos pueden provenir de los sujetos principales: el tribunal, las partes
o sus auxiliares (para cumplir un acto procesal efectos válidos todos los sujetos deben
tener aptitud: competencia el tribunal y capacidad procesal los restantes). En tanto
que el objeto radica en el contenido del acto y debe reunir dos requisitos, ser tanto
idóneo como lícito(5). En cuanto a la actividad cabe acotar las referencias al lugar, al
tiempo y a la forma, propia de este título V.
Pero estos elementos objetivos de la estructura del proceso penal son
esencialmente proporcionados por la actividad cumplida por las personas que
intervienen en él; que se muestra como una serie o sucesión progresiva de actos
concatenados entre sí, cumplidos por los intervinientes en el proceso y regidos por las
disposiciones del ordenamiento ritual. Es decir que los poderes y deberes de las
personas con aptitud para intervenir en el proceso penal constituyen la energía que
impulsa hacia la efectiva actuación respecto del objeto procesal. Así es como el
proceso penal toma cuerpo, materializándose en la realidad. De esta forma se puede
definir a la actividad procesal penal como un conjunto coordinado de actos que deben
o pueden cumplir los intervinientes en el proceso penal, de conformidad con las
normas procesales, en procura de obtener la cosa juzgada y en su caso para proveer
a su ejecución y a la regularidad procesal. Estos actos se ciñen a un objeto concreto;
persiguen la obtención de los fines del proceso y están regulados por el derecho
procesal(6). A su vez, esta actividad procesal persigue también metas o fines, que por
ser legítimos, el derecho considera valiosos. Administrar justicia penal significa, en
principio, dar solución a un conflicto social concreto, a un caso de la vida social,
según reglas jurídicas predeterminadas por el derecho penal(7). De allí que se haya
considerado que este conjunto de actos que constituye el proceso tiene como
finalidad inmediata la determinación de los hechos y el pronunciamiento de la
sentencia, y en forma mediata la actuación de la ley para lograr un fin supremo de
justicia y paz social que puede condensarse en la idea de seguridad jurídica(8).
También cabe considerar que el proceso está conformado por una serie gradual,
progresiva y concatenada de actos disciplinados en abstracto por el derecho procesal,
mediante la cual se procura investigar la verdad y actuar concretamente la ley
sustantiva. Vale decir que lo conforma un conjunto que está dividido en grado o en
fases con fines específicos, los que avanzan en línea ascendente para alcanzar los
fines genéricos que el derecho procesal determina y que los actos fundamentales de
la serie están enlazados unos con otros, hasta el punto que los primeros son el
presupuesto formal de los siguientes(9). Cabe determinar que, si dicha tarea es
efectuada por los órganos a cuyo cargo está el desarrollo del proceso, quedan
automáticamente incorporados al legajo con su realización. Si provienen de las partes
o terceros, ingresan materialmente con su presentación en la sede, pero la aceptación
como acto procesal depende de la decisión del órgano a cuyo cargo está el proceso,
si es que cumplió con los requisitos correspondientes(10).
En consecuencia, podemos conceptuar a la actividad procesal penal como "un
conjunto coordinado de actos que deben o pueden cumplir los intervinientes en el
proceso penal de conformidad con las normas procesales, en procura de obtener la
cosa juzgada, y en su caso para proveer a su ejecución y a la regularidad procesal"
(11). En ese sentido, hay que tener en cuenta que la tramitación de toda causa penal
debe ser entendida como un estado de continuo avance en la adquisición de material
probatorio que sustente o derribe la imputación, así como de constante progreso
valorativo en la consideración jurídica de los hechos que se le enrostran al
encausado. Este extremo ya fue advertido desde hace tiempo por Carrara al sostener
que "El juicio criminal tiene que recorrer una serie de momentos, más o menos
limitados y distintos en los diversos sistemas, pero que en todos estos existen con
caracteres particulares... Cada una de las fases del juicio tiene reglas o normas
especiales, pero subordinadas todas a principios generales y absolutos, que han de
ser preestablecidos por la ciencia"(12); y fundamentalmente acordes a los principios
emergentes de la Constitución Nacional(13).
Por eso se ha dicho que el juicio es "un procedere, un avanzar, un procedimiento
que comprende una cadena de actos dominados por un fin único y que se realizan
con vistas a la consecución de un objeto determinado; no se trata en el proceso de un
estado de reposo, ni de un acto único y aislado"(14), lo que nos da una idea de
permanente progreso adquisitivo y de actividad procesal concatenada de las
partes(15), elementos que se encaminan a un objetivo en común, esto es, la
obtención de la cosa juzgada. De este modo vemos que un ordenamiento jurídico no
puede quedar reducido a la pura expresión abstracta formal, contenida en las normas
legales, sino que es ante todo una realidad vital, algo que cotidianamente se
realiza(16).
Es que a partir del momento del anoticiamiento de un hecho ilícito determinado, se
suceden una cantidad de actos de procedimiento (procedere significa actuar), cuyo
conjunto se denomina "proceso", término que implica algo dinámico, un movimiento,
una actividad, y que es más amplio que juicio, que es el que antes se empleaba y que
proviene de iudicare, o sea, declarar el derecho(17). De tal modo vemos que el
movimiento, el avanzar hacia una meta determinada (aplicar el derecho) se encuentra
en la base misma y en la esencia del derecho procesal; sin dicho movimiento no
tendremos proceso, sino más bien un mero acto jurídico sin trascendencia y sin
objetivos concretos y determinados(18).
De tal modo, por definición tenemos que los actos procesales son pasos sucesivos
dentro de un procedimiento que se encuentran entrelazados como consecuencia de
que cada uno es presupuesto del otro, lo que nos da una idea de permanente
progreso adquisitivo de material probatorio y de actividad procesal concatenada de
las partes, elementos objetivos y subjetivos que juntos se encaminan a un objetivo en
común, esto es, la obtención de la sentencia(19). Por dicho motivo, debe ser atribuida
esa actividad realizadora a los poderes y en los deberes de las personas que cuentan
con aptitud para intervenir en el proceso penal, la cual constituye la energía que
impulsa hacia la efectiva actuación respecto del objeto procesal, "así es como el
proceso penal toma cuerpo, materializándose en la realidad"(20). De este modo
vemos que un ordenamiento jurídico no puede quedar reducido a la pura expresión
abstracta formal, contenida en las normas legales, sino que es, ante todo una realidad
vital, algo que cotidianamente se realiza(21)y que se configura precisa y
constantemente con la actividad de los sujetos que en el mismo actúan. En esa
dirección nuestra Corte señaló desde hace tiempo que "Que el proceso penal se
integra con una serie de etapas a través de las cuales y en forma progresiva se tiende
a poner al juez en condiciones de pronunciar un veredicto de absolución o de
condena; y por ello, cada una de esas etapas constituye el presupuesto necesario de
la que le subsigue, en forma tal que no es posible eliminar una de ellas sin afectar la
validez de la que le suceden. En tal sentido, ha dicho repetidas veces esta Corte que
el respeto a la garantía de la defensa en juicio consiste en la observancia de las
formas sustanciales relativas a acusación, defensa, prueba y sentencia" (CSJN,
"Mattei, Ángel", Fallos: 272:188).
10.2. MOTIVACIÓN. CONCEPTO Y CONTENIDO
Ciertos actos jurídicos —por su trascendencia— deben estar motivados, por ello, el
artículo 20 dispone que "Las decisiones judiciales deben expresar los fundamentos de
hecho y de derecho en que se basen. La fundamentación no se puede reemplazar
con la simple relación de documentos, afirmaciones dogmáticas, ficciones legales,
expresiones rituales o apelaciones morales. Si se trata de sentencias dictadas por
órganos jurisdiccionales, cada uno de sus miembros debe fundar individualmente su
voto, salvo que adhiera a los motivos expuestos por otro miembro. La adhesión a los
fundamentos de otro no permite omitir la deliberación".
Entendemos que la motivación es la exteriorización por parte del juez o tribunal de
la justificación racional de determinada conclusión jurídica. Se la identifica, pues, con
la exposición del razonamiento. No existiría motivación si no ha sido expresado en la
sentencia el porqué de determinado temperamento judicial, aunque el razonamiento
no exteriorizado del juzgador —suponiendo que hubiera forma de exteriorizado—
hubiera sido impecable. Por ello que en nuestro derecho positivo "falta de motivación"
se refiere tanto a la ausencia de expresión de la motivación —aunque ésta hubiese
realmente existido en la mente juez— cuanto a la falta de justificación racional de la
motivación de la motivación que ha sido efectivamente explicitada(22).
Ello se encuentra reflejado en una larga tradición sostenida por nuestra Corte
Suprema, en tanto tiene entendido que "hay que tener en cuenta que, por su
naturaleza, todas las resoluciones judiciales deben estar fundadas en debida forma
(Fallos: 290:418; 291:475, 292:254 y 254; 293:176; 296:456, entre muchos otros)"
(Fallos: 312:185); dado que "la exigencia de que las sentencias judiciales tengan
fundamentos serios reconoce raíz constitucional" (Fallos: 236:27, 240:160, 247:263),
agregando que es condición de validez de los fallos judiciales que ellos configuren
"derivación razonada del derecho vigente, con particular referencia a las
circunstancias comprobadas en la causa" (Fallos: 238:550, 244:521, 249:275),
descalificando como arbitrarios —y sancionándolos con la nulidad— a los
pronunciamientos que no reúnen dicha condición.
En esta dirección es que los códigos procesales establecen que los autos sean
motivados bajo pena de nulidad, siendo por auto que debe ser impuesta toda medida
de coerción(26); por lo tanto, se exige que el juzgador consigne la razones que
determinan su resolución, expresando sus propias argumentaciones de modo que sea
controlable el iter lógico seguido por él para arribar a la conclusión(27), o sea, resulta
necesario declarar los pasos intelectuales que conducen al resultado. Dar respuesta a
los "por qué" que se suscitan(28); ya que una vez que el juez se ha convencido de
adoptar una decisión, intentará asimismo que su motivación sea convincente para
quienes habrán de tomar contacto con ella, porque no está solo ni aislado sino que
está inmerso en la relación procesal, cuya característica y motor principal es la
comunicabilidad. En la medida en que todos los actos procesales tienen esta
característica, no es posible dejar de considerar a la persuasión como un componente
inseparable de la motivación de las resoluciones, elemento presente tanto en el
discurso fáctico como en el jurídico(29).
Entonces la motivación se erige como una garantía que se acuerda no sólo al
acusado, sino también para el Estado en cuanto asegura la recta administración de
justicia(30), al obedecer a la necesidad de exhibir públicamente los elementos
examinados en el proceso, las razones y las conclusiones del fallo, puesto que
motivar es mostrar a las partes y a la comunidad (dado que una sentencia judicial
constituye esencialmente un acto de gobierno) la valoración que se ha efectuado de
las pruebas y los argumentos jurídicos utilizados para llegar a la fijación de los hechos
y a la aplicación del derecho en el caso concreto. En este sentido nuestra Corte tiene
dicho: "Que es evidente que a la condición de órganos de aplicación del derecho
vigente, va unida la obligación que incumbe a los jueces de fundar debidamente sus
decisiones. No solamente para que los ciudadanos puedan sentirse mejor juzgados,
ni porque es contribuye así al mantenimiento del prestigio de la magistratura es por lo
que la mencionada exigencia ha sido prescripta por la ley. Ella persigue también
excluir la posibilidad de decisiones irregulares, es decir, tiende a asegurarse de que el
fallo de la causa sea derivación razonada del derecho vigente y no producto de la
individual voluntad del juez (Fallos: 236:27 —LA LEY, 86436—). Que, en definitiva, la
exigencia de que los fallos tengan fundamentos serios, señalada por jurisprudencia y
doctrina unánime sobre la materia, reconoce raíz constitucional y tiene, como
contenido concreto, el imperativo de que la decisión sea conforme a la ley y a los
principios propios de la doctrina y de la jurisprudencia vinculados con la especie a
decidir (Fallos: 318:652) (CSJN, 'Casal Alfredo E. y otros, 10/12/1998). Asimismo,
esta necesidad de fundamentar las decisiones sirve 'para acreditar que son derivación
razonada del derecho vigente y no producto de la voluntad individual y que dicha
exigencia se cubre con la seriedad de los fundamentos, pues reconoce raíz
constitucional'" (Fallos: 297:362).
De tal forma, vemos que el requisito de motivación satisface distintas funciones.
Dentro del proceso busca evitar la arbitrariedad judicial y, en su caso, permitir el
control por los órganos judiciales que tienen facultad de revisión de tal clase de
decisiones. Fuera del proceso, la motivación de las decisiones judiciales cumple una
función de prevención general positiva, en cuanto fortalece el convencimiento social
de que los jueces no actúan movidos por criterios arbitrarios, sino sometidos a la
Constitución y las leyes, pues en esa fe reposa su autoridad(31).
Por ende, la explicación o fundamentación de las razones por las cuales se arriba a
una decisión o dictamen satisface una condición básica del régimen republicano de
gobierno dentro del cual quienes administran justicia o contribuyen a la misma deben
responder a la representación popular soberana y, por lo tanto, tienen que expedirse
motivando sus resoluciones para que pueda ejercitarse cabalmente el poder de
contradicción en el proceso, en especial el derecho de defensa de los imputados de
delitos. Ello es a la vez una garantía indispensable para que los justiciables, en
especial los imputados y las víctimas de los delitos, puedan conseguir el control de
legitimidad y justicia reconocido en normas específicas (por ejemplo, el art. 8°, apart.
2°, pto. h]) de la Convención Americana de Derechos Humanos y el art. 14, pto. 5° del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos)(32).
10.2.1. La fundamentación de los autos y de los decretos
De acuerdo con lo prescripto por el artículo 20 es exigencia que las decisiones
estén motivadas, razón por la cual es preciso hacer una distinción entre las
necesidades de fundamentación de una sentencia, la de un auto o de un mero
decreto, puesto que la primera contiene exigencias de certeza que estos últimos no
requieren, dado que debe poner fin al proceso resolviendo sobre el contenido íntegro
de la pretensión punitiva; en cambio los autos, por su carácter provisional y por ser
decisiones que tienden a arribar a dicho estado conclusivo impulsando el proceso, se
sustentan sólo en un juicio de probabilidad acerca de las circunstancias fácticas que
tiene como presupuesto (cabe tener, como ejemplo, al auto de procesamiento que
conforma una declaración de responsabilidad provisional del imputado), razón por la
cual no se requiere de certidumbre apodíctica sobre cada uno de sus extremos. En
ese entendimiento, el artículo refiere que siempre los autos deben ser motivados y los
decretos sólo cuando la ley expresamente lo exija, por ser las decisiones de menor
entidad dentro de nuestro ordenamiento(33).
Es que cualquier restricción en el ejercicio de un derecho fundamental —aunque no
sea definitiva— necesita basarse en una causa específica prevista por la ley y el
hecho o la razón que la justifique deben explicitarse para hacer cognoscible los
motivos que la legitiman. La motivación es un requisito indispensable del acto
limitativo del derecho y el contenido de ésta es aún más necesario cuando se trata de
limitar la libertad personal o restringir algún derecho en aras de la investigación de un
delito. De aquí que surja el deber de motivar toda resolución que signifique una
afectación de derechos individuales, por ejemplo, la prisión preventiva(34), las
intervenciones telefónicas(35), órdenes de allanamiento(36), etc. También al respecto,
diversas normas refuerzan este postulado al requerir, por ejemplo, requisitos
ineludibles para el dictado de un auto de procesamiento (datos personales del
imputado, una somera enunciación de los hechos que se le atribuyan, los motivos en
que la decisión se funda y la calificación legal del delito, con cita de las disposiciones
aplicables, según el art. 308) o para el auto de elevación a juicio (que deberá
contener, bajo pena de nulidad: la fecha, los datos personales del imputado, el
nombre y domicilio del actor civil y del civilmente demandado, una relación clara,
precisa y circunstanciada de los hechos, su calificación legal y la parte dispositiva).
De lo expuesto podemos destacar la clara conexión entre la restricción a un
derecho individual y los justificativos que son empleados para ello, dado que se
consustancia con el imperio de la ley el contar con respaldo normativo y fáctico
expresado a través de un razonamiento que los ligue, para así dar sustento a toda
afectación de derechos fundamentales(37). La motivación, entonces, es un requisito
indispensable del acto limitativo del derecho y su contenido es aún más necesario
cuando se trata de limitar la libertad personal en aras de la investigación de un delito;
por lo cual se ha sostenido que "El cumplimiento de las garantías judiciales
establecidas en la Convención requiere que en todos los casos, sin excepción alguna,
las autoridades judiciales nacionales cumplan en justificar plenamente la orden de
prisión preventiva, y en adoptar la mayor diligencia para decidir sobre el fondo de la
cuestión mientras dure dicha medida" (Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, Informe 2/97, Argentina, 11/3/1997)(38). Por eso, y específicamente para el
caso de medidas de coerción, deben ser fehacientemente acreditadas y ponderadas
en la resolución jurisdiccional las razones que lleven a concluir en la posibilidad de la
perturbación de la investigaciones, de enturbamiento de los trámites y/o de peligro de
fuga del encartado, para poder recién entonces disponer la medida de coerción
personal en su contra(39).
Es que en un sistema fundado en la regla del derecho, la intervención judicial —
entendida simplemente como regla de competencia— no es garantía suficiente para
los derechos fundamentales. Es necesario, además, que la resolución judicial que
ordena la restricción al derecho fundamental sea fundada. La doctrina suele aludir a
esta exigencia bajo el término "motivación" de la resolución judicial(40). Por ello,
desde un punto de vista objetivo, aparte de constatar que la privación de la libertad se
encuentra prevista en la ley y que el órgano que la realiza es competente, también
debe determinarse si el órgano subjetivamente se encontraba en condiciones de
hacerlo. Es decir, corroborar que lo que objetivamente se realiza reconoce
correspondencia subjetiva. Por ello tiene que estar "justificada" subjetivamente la
decisión de poder hacerlo. De la fundamentación de la decisión que dispone la
medida quedará expuesta esta fase subjetiva(41). Es que, si bien el juez puede
dentro de su competencia dictar medidas cautelares, que lo haga fundadamente
demostrará que no es producto de su solo arbitrio, sino que realmente tiene razones
para hacerlo y puede encontrar razones válidas para su decisión en las normas
vigentes que rigen el caso, de acuerdo con los hechos comprobados en la causa. Por
ello, si atendemos a la expresión "podrá" que utiliza el Código (v.gr., arts. 186, 192,
etc.) para hacer referencia a la posibilidad de disponer medidas cautelares a pedido
de parte, vemos que no supone dejar al arbitrio del juez la concesión de la medida,
pues interpretar lo contrario significaría cruzar el límite de razonabilidad impuesto por
la garantía constitucional involucrada(42).
Es que la libertad de las personas (tomada en un sentido lato dentro del proceso
penal, como toda afectación a todos sus derechos individuales que, en esencia,
siempre en el fondo comprometen a su libertad), aunque sean sospechosas de delito,
merece por lo menos que se les diga por qué tienen prueba que determina la
calificación en un delito no excarcelable. No puede tratarse superficialmente la
cuestión cuando está en juego la libertad de una persona(43). En este supuesto, el
requisito de motivación comprende dos extremos diferentes(44): 1) La verificación
prima facie de la existencia de un hecho delictivo y de la participación en él del
imputado(45); razón por la cual deberá tener como base la imputación de un ilícito
con base en concretos indicios de culpabilidad(46). 2) La existencia de riesgo
procesal, en el sentido de que se presuma seriamente la posibilidad de fuga o de
entorpecimiento de la investigación.
Es así que la fundamentación de las medidas restrictivas de la libertad exige que se
apoyen tanto en los hechos comprobados en la causa como en el derecho aplicable al
caso en concreto, de lo cual se sigue que para examinar la procedencia o
improcedencia de la excarcelación en un supuesto concreto, será preciso conocer
cuál es el delito que se le atribuye al imputado(47). Además, si según las
disposiciones contenidas en el art. 18 de la Constitución Nacional nadie puede ser
penado sino en virtud de un hecho —entendido como acontecimiento que trasciende
la mera intencionalidad y afecta a bienes jurídicos tutelados— fácil es concluir que la
sola apreciación de la personalidad del reo no puede ser objeto de aplicación de una
pena y menos aún se podría por dicho motivo restringir la libertad durante la
sustanciación del proceso; por lo tanto, la fundamentación sobre presupuestos típicos
comprobados será la única justificación posible de la medida restrictiva de la libertad.
Sin embargo es menester reconocer que "El grado de valoración de la prueba con
el fin de verificar si se dan los extremos que justifiquen el dictado de una prisión
preventiva es mucho menos exigente que el correspondiente a una sentencia final de
condena, aun sin la existencia de nuevas probanzas que ameriten una opinión
distinta" (CNCrim. y Correc, sala V, 11/8/1999, "Fernández, Marcelo A.", JA, 2002IV
síntesis); extremo que, sin embargo, no importa la falta de justificación suficiente de
una medida que importa la coerción sin sentencia de condena de un individuo(48).
Así es que la importancia de la fundamentación reside en la verificación si en el
caso en concreto la medida de coerción se corresponde con los fines que las mismas
persiguen o si, por el contrario, pueden ser alcanzados por otros medios no tan
invasivos —desde la perspectiva del imputado— para no alterar el equilibrio que debe
respetarse entre los intereses en juego. Ponderando en dicha misión la aplicación del
derecho penal como ultima ratio, esto es, apelando al mismo solamente en aquellos
asuntos donde los otros sistemas de control y los otros instrumentos existentes no
puedan aportar soluciones(49).
Por lo tanto, cuando ciertas decisiones judiciales tienen por efecto la restricción o
limitación de derechos, de garantías o de posibilidades de defensa dentro de un
proceso, sólo deberían autorizarse o admitirse mediante su sujeción a parámetros
legales estrictos. Las condiciones de esos parámetros son su objetividad y su
externalidad, esto es, que respecto de ellos sea posible predicar verdad o falsedad y
que, además, provengan de circunstancias externas a la subjetividad del
juzgador(50). De esta manera se advierte que no sólo la sentencia definitiva tiene
estrictos recaudos de fundamentación y de certeza, sino que todos las resoluciones
que pueden dictarse hasta su arribo y que puedan comprometer derechos o libertades
individuales deben tener un sólido respaldo para poder ser adoptadas. Esto significa
que su corrección debe ser comprobable desde el punto de vista jurídico y que la
decisión esté fundamentada en criterios racionales explícitos. En consecuencia, el
juez no puede partir de cualquier valoración personal que le merezca el hecho o el
autor, sino que los parámetros que utiliza deben ser elaborados a partir del
ordenamiento jurídico, estructurando el complejo de circunstancias relevantes a partir
de la interpretación sistemática y teleológica(51).
10.2.2. Los requisitos propios de la sentencia
Para el dictado de un pronunciamiento condenatorio se exige como ineludible
condición que se haya arribado a la certeza acerca de cómo ocurrieron los hechos
materia de investigación y sobre la responsabilidad que le cupo en los mismos al
individuo que fue sometido al proceso; dirección en la cual el artículo 19 expresa que
"La sentencia debe ser definitiva, absolviendo o condenando al imputado. Los jueces
no podrán abstenerse de decidir so pretexto de oscuridad o ambigüedad de las leyes,
ni retardar indebidamente alguna decisión, ni utilizar los fundamentos de las
decisiones para realizar declaraciones o afirmaciones que no incidan en la decisión".
Por lo tanto, la culpabilidad debe ser fehacientemente demostrada para poder
decretarse una sentencia de condena. Frente a ello, se erige el in dubio pro reo (art.
11) que es, por obra de la normativa supranacional, una garantía de literal estirpe
constitucional por ser la esencia (pues es la contracara) del principio de inocencia (art.
8.2, CADH, art. 14.2, PIDCP, art. 75, inc. 22, Constitución Nacional(52)) que exige
expresamente para que se pueda dictar una sentencia de condena, que se pruebe la
culpabilidad plenamente, es decir, más allá de cualquier duda razonable(53).
Entonces puede afirmarse que "culpabilidad no probada" e "inocencia acreditada" son
expresiones jurídicamente equivalentes en cuanto a sus efectos(54). Cabe aclarar
que este principio no se encuentra comprometido cuando, según la opinión del
condenado, el juez tendría que haber dudado, sino tan solo cuando ha condenado a
pesar de la existencia de una duda(55).
Por ende, un procedimiento penal que no admita esta regla no resultaría confiable,
ya que al no exigir certeza como antecedente necesario del castigo, asumiría de
antemano que se condenarán inocentes. Es así que, por un lado, este principio se
relaciona con un presupuesto fundamental del Estado, cual es la confiabilidad del
procedimiento penal que exige disminuir (al grado más óptimo) la posibilidad de
condenar inocentes. Esta relación lo coloca en la cúspide de la pirámide jurídica. Por
otro lado, una elemental cuestión de orden práctico refiere que si la regla está dirigida
a los jueces, sólo un control sobre éstos puede garantizar su cumplimiento. No existe
norma jurídica eficaz cuando su cumplimiento se deja librado a la voluntad de su
destinatario(56).
Por eso resulta necesario reconocer preliminarmente que el acabado conocimiento
del hecho sometido a juzgamiento implica arribar a la verdad jurídica objetiva que es
misión y guía del ordenamiento procesal penal, al mismo tiempo que ello permite la
correcta aplicación de la ley sustantiva en el caso concreto. Esta "vinculación del juez
a los hechos"(57)debe ser cuidadosamente verificada a fin de que pronunciamientos
carentes de sustento fáctico no se vean legitimados. Pero la sentencia no sólo debe
estar basada en los sucesos comprobados por la investigación sino que, además, su
corrección se obtiene por estar construida sobre un razonamiento que se encuentra
sustentado sobre principios lógicos(58); al mismo tiempo que debe ser legal(59), es
decir fundada en pruebas válidamente incorporadas al proceso; así como veraz, por
cuanto no podrá fabricar ni distorsionar los datos probatorios; específica, puesto que
debe existir una motivación para cada conclusión fáctica; arreglada a las reglas de la
sana crítica(60); completa, ya que debe comprender todas las cuestiones de la causa
y cada uno de los puntos decisivos que justifican cada conclusión y expresa, dado
que el juez debe poner de manifiesto el razonamiento por el cual adopta una decisión
y no otra.
Así se reconoce que una sentencia está fundada, al menos en lo que hace a la
reconstrucción histórica de los hechos, cuando menciona los elementos de prueba a
través de los cuales arriba racionalmente a una determinada conclusión fáctica, esos
elementos han sido válidamente incorporados al proceso y son aptos para ser
valorados (legitimidad de la valoración), y exterioriza la valoración probatoria
siguiendo las leyes del pensamiento humano de la experiencia y de la psicología
común(61). De aquí que la necesidad de motivación imponga al juez el deber de
apreciar la prueba razonadamente, pues no se puede reemplazar su análisis crítico
por una remisión genérica a las constancias del proceso, o a las pruebas de la causa,
o con un resumen meramente descriptivo de los elementos que lo conducen a la
solución, ya que si esto fuera posible el pronunciamiento viviría sólo en su
conciencia(62).
Por ello, la convicción a la que se arriba en un pronunciamiento basado en los
elementos probatorios colectados, no significa una remisión al puro subjetivismo o a
lo que íntima y simplemente crea o decida el juzgador. Su creencia sólo será apta
para punir cuando se asiente en pruebas concordantes que permitan explicarla
racionalmente. O sea que no se admite —por incontrolable— que la verdad se
aprehenda por intuición; se exige, en cambio, que su conocimiento se procure
mediante la razón(63); por lo que dicho acto de razonamiento deberá considerar los
datos objetivos incorporados a la causa, de modo que se justifique y explique de qué
forma se pudieron disipar las dudas existentes y cómo se arribó, a pesar de ellas, a la
convicción de culpabilidad.
Entonces, para que una argumentación ser aceptable, debe además reunir algunos
caracteres; esto es, debe ser coherente (todos los argumentos que apoyan una
premisa débil deben ser compatibles entre sí y se dirigirán al objetivo final que se
tiene en cuenta: reforzar la premisa o tesis defendida. No deben tampoco destruirse
entre sí), no debe ser contradictoria, debe ser lo más completa posible (tratará de
abarcar todos los aspectos del problema) y será constringente (que la argumentación
sea de tal naturaleza que no deje otro camino a la razón, la que debe ser compelida
hacia la tesis propuesta)(65).
Por lo tanto, la fundamentación está constituida por el plexo de razonamientos en
los cuales el juez apoya su conclusión, que es una aplicación del derecho a las
circunstancias comprobadas en la causa y, en consecuencia, si falla el razonamiento,
los hechos no tienen su adecuada solución normativa y el derecho se aplicaría
artificiosamente. De esta forma, se advierte que una decisión jurisdiccional legítima
debe asentarse en elementos aptos para generar un convencimiento cierto y no
meramente probable sobre el hecho. Por eso es que el control de la motivación es un
"juicio sobre el juicio" a diferencia del juicio de mérito que es un "juicio sobre el
hecho". Aquel juicio es fundamental para apreciar la observancia de las reglas de la
sana crítica racional en la valoración de las pruebas que llevan a la determinación del
hecho, pero también lo es para apreciar la observancia de las reglas de la razón en la
interpretación de la ley sustantiva, y en la subsunción del hecho ya determinado en
dicha norma(66).
De tal modo se erige como principio básico la necesidad de que las decisiones se
encuentren debidamente fundamentadas, exponiendo claramente los motivos que
conllevan a su adopción, máxime cuando: "Nadie podrá ser sometido a detención o
prisión arbitrarias" (art. 9.1, PIDCP, art. 7.3, CADH), de manera de hacer posible la
aspiración de afianzar la justicia, principio básico que nuestra Constitución establece
desde su mismo preámbulo.
10.2.3. La doctrina de la arbitrariedad
Podemos destacar que el más grave defecto de la motivación lo constituye una
resolución arbitraria o incluso afirmar que en realidad ello no importa una justificación
razonable a la decisión que se adopta; dado que la arbitrariedad significa una
apariencia de resolución, puesto que no otorga fundamento alguno a lo decidido,
importando un mero acto de fuerza sin apoyatura convictiva que la legitime(67).
Dentro de este concepto se incluyen a las resoluciones que ofrecen argumentos
aparentes, que se amparan en afirmaciones dogmáticas, sin sustento en las
constancias de la causa o sin apoyatura en el derecho vigente o en la doctrina
aplicable al caso.
En este sentido, esta doctrina importa la consagración de una de las más valiosas
garantías judiciales contra los abusos de la decisiones que pretenden escudarse bajo
visos de legalidad por la mera investidura de quien las dicta(68), dado que "de existir
arbitrariedad no habría sentencia propiamente dicha" (Fallos: 228:473, 312:1034,
317:1455); así como que mediante la misma: "se tiende a resguardar la garantía de la
defensa en juicio y el debido proceso, exigiendo que las sentencias de los jueces
sean fundadas y constituyan una derivación razonada del derecho vigente con
aplicación a las circunstancias comprobadas de la causa" (Fallos: 312:1467 y
317:643)(69).
También se han considerado que "constituye una circunstancia que descalifica la
resolución aquí atacada como acto jurisdiccional válido, desde que se ha omitido el
tratamiento de un extremo conducente para la solución del planteo" (conf. Fallos:
308:1589; 311:1299 y 2571, 312:1054, 1310 y 1436, 313:425 y 1427); e incluso "que
frente a las pruebas, indicios y presunciones colectadas a lo largo del sumario, la
conclusión adoptada por el tribunal oral fue posible merced a una consideración
fragmentaria y aislada de tales elementos, incurriéndose en omisiones y falencias
respecto a la verificación de hechos conducentes para la decisión del litigio, lo que
impidió una visión de conjunto de la prueba recurrida, que descalifica el fallo como
acto judicial válido" (Fallos: 311:948).
Pero, no obstante, se ha señalado que la arbitrariedad de sentencia como cuestión
constitucional es estricta, pues atiende a cubrir supuestos excepcionales (Fallos:
312:246, 389, 608, entre otros) o de extrema gravedad, en los que se evidencie que
las resoluciones recurridas prescindan inequívocamente de la solución prevista en la
ley, o adolezcan de una manifiesta falta de fundamentación (Fallos: 310:1707) y no
tiene por objeto corregir fallos equivocados o que se reputen tales, sino que sólo
propende a atender los desaciertos de gravedad extrema cuando, a causa de ellos,
tales pronunciamientos resulten descalificables en tanto actos jurisdiccionales (Fallos:
286:212, 294:376, 301:1218; 302:588, sus citas y otros).
10.3. LA DINÁMICA TEMPORAL DEL PROCESO PENAL
Sucintamente podemos afirmar que la forma en la que se constata la comisión de
una infracción penal en un caso en concreto y se imponen las sanciones aplicables
constituye el proceso penal(70). Asimismo debemos tener en cuenta que prolonga el
derecho constitucional, dando vida y haciendo efectivos sus preceptos en cuanto
representan una garantía de libertad y afirman la personalidad humana; puesto que
los derechos y garantías establecidos en la Constitución carecerían de todo valor y
serían ilusorios si no existiesen las leyes procesales que reglamentan su ejercicio y su
existencia(71).
También se entiende al juicio como medio técnico destinado a ser vehículo de la
jurisdicción, el cual culmina indudablemente en la sentencia, la que debe estar
precedida de un conjunto de actividades que lo hagan factible en el tiempo y en el
espacio; de modo que deba tener una producción conforme a derecho(72).
Pero el interés general que radica en la investigación, prosecución de la acción
penal y finalmente en la condena del sindicado autor de un hecho ilícito, no importa
perder de vista la posición del ciudadano que se enfrenta a la actuación jurisdiccional,
que se hace acreedor de un juicio justo, de gozar de su libertad individual mientras no
cuente con sentencia firme de condena, en el que pueda proveer a su defensa y que
culmine lo más rápidamente posible. De este modo, el distintivo que ofrece el proceso
penal es el de que todos sus institutos giran en torno a ese equilibrio de garantías (de
seguridad para la sociedad y de libertad para el individuo) a punto tal que, en mayor o
menor medida, aparece casi siempre el orden público detrás de cada uno de ellos.
En consecuencia, esta confluencia de valores permite reconocer la necesidad de
que el sistema de enjuiciamiento asegure el máximo equilibrio posible entre ambos, a
fin de que la satisfacción del interés público se consiga con el menor sacrificio de los
derechos de los ciudadanos; puesto que "De ninguna manera podrían invocarse el
'orden público' o el 'bien común' como medios para suprimir un derecho garantizado
por la Convención o para desnaturalizarlo o privarlo de contenido real" (CIDH, OC
5/1985, párr. 67). Por ende, cuando las medidas procesales que facilitan la aplicación
del ius puniendi entren en colisión con el ius libertatis deberían ser ponderados el
interés estatal de persecución penal y los intereses de los ciudadanos en el
mantenimiento del más amplio grado de eficacia de sus derechos fundamentales(73).
De esta manera, es menester poner de resalto que la sola tramitación del proceso
penal importa ya de por sí una restricción de la libertad personal del imputado, en
orden a las condiciones a las que se debe sujetar estando pendiente la resolución de
las actuaciones que en su contra se sustancien(74); razón por la cual la duración del
juicio se encuentra directamente relacionado con la afectación a los derechos
individuales de la persona coactivamente sometida a sus mandatos.
Entonces, puede advertirse que un claro ejemplo de la ineficiencia del Estado en la
investigación de un ilícito, así como, y en ciertos casos, la cabal demostración del uso
abusivo de la autoridad jurisdiccional, lo constituye un proceso penal indebidamente
dilatado. Precisando dicho postulado, puede considerarse que es demostrativo de
ineficiencia estatal, por no poder resolver la cuestión justiciable en tiempo oportuno y
útil, tanto frente a la sociedad como ante el encausado, que exigen una respuesta
eficaz y concreta en relación a un conflicto cuya solución se pretende encauzar a
través de la norma penal. Constituye un uso abusivo de la autoridad jurisdiccional, en
tanto la misión de administrar justicia no se condice con un continuo sometimiento del
individuo a sus mandatos por un lapso sumamente prolongado; así como que la
función judicial requiere soluciones en tiempo adecuado, para que, como cuerpo
regido por la ley, provoque decisiones que acrecienten su credibilidad y su respeto
como institución. Y también que el concepto de una dilación indebida refiere a que los
pasos en los que se desarrolla el proceso no obedecen a un orden lógico o a tiempos
concretos, delimitados o previsibles(75).
Entonces, la duración excesiva del proceso penal irroga al imputado certeros
perjuicios en razón de encontrarse sometido durante un excesivo lapso al poder
jurisdiccional(76). Al respecto, desde uno de los primeros pronunciamientos de
nuestra Corte con relación al tema, se ha establecido que el derecho a obtener un
pronunciamiento definitivo en tiempo razonable ha encontrado su raigambre en el
respeto a la dignidad humana, en un contexto en el que el debido proceso adquiere la
calidad de resguardo del individuo sometido a la potestad judicial. Se ha afirmado de
este modo el derecho que tiene toda persona a liberarse del estado de sospecha que
importa la acusación de haber cometido un delito, mediante una sentencia que
establezca, de una vez para siempre, su situación frente a la ley (CSJN, Fallos:
272:188, "Mattei, Ángel", criterio seguido en Fallos: 298:50, 300:1102, 305:913);
casos en donde destaca la salvaguarda de dos afectaciones de derechos: la
incertidumbre derivada de la indefinición del proceso y la situación de restricción de la
libertad personal(77).
A tal efecto, hay que entender que el proceso es un sistema estructurado como una
serie de actos determinados por una coherencia interna a través del cual se busca la
aplicación al caso en concreto del derecho vigente. Es así que la opinión de Alf Ross:
"las leyes no se sancionan para comunicar verdades teóreticas sino para dirigir el
comportamiento de los hombres —tanto de los jueces como de los ciudadanos— a fin
de que actúen de una cierta manera deseada", lo cual encuentra especial aplicación
en el campo de la legislación que ordena el proceso(78). De esta manera existen
ciertas formas procesales ineludibles que guían la conducta de los partícipes del
juicio, así como existen determinados plazos que deben cumplirse para cada
actividad.
Por lo tanto, debe reconocerse en las formas judiciales "el precio que cada
ciudadano paga por su libertad"(79), razón por la cual si bien son necesarias, en sí
mismas encierran la posibilidad de lesionar este derecho inalienable del individuo, por
cuanto es razonable cierto sometimiento al proceso más no es legítima su continua
subordinación. Al respecto Beling expresaba que "Siendo todo proceso penal un trozo
de vida humana con muchas cuitas y poca alegría, compréndase que el interés de la
seguridad jurídica aspire hacia una reglamentación legal cuidadosa. Un proceso penal
caótico, en que rija el libre arbitrio de las autoridades, exagerado hasta la
arbitrariedad, es insoportable, amarga la vida y llega a producir la descomposición del
Estado. Piénsese en cómo se hace imposible la prueba de descargo, en la posible
condena de quién sólo fue citado como testigo, en la sustitución de la prueba de
culpabilidad por el libre arbitrio judicial. En consecuencia, el valor del proceso penal
depende del grado de cuidado con que el legislador pondere todos los intereses en
cuestión"(80).
Entonces se colige que la ordenación procesal sería imposible sin integrar el factor
temporal en la misma mediante una sucesión de actos propios de cada una de las
distintas fases del proceso. En un sentido genérico, su iniciación, desarrollo y
conclusión se caracterizan por el distinto tipo de actos a realizar(81). La idea de
proceso exige tomar en cuenta el tiempo, dado que éste puede ser definido como un
conjunto de actividades secuenciales(82).
Es así que debemos considerar que el procedimiento conforma una sucesión de
actos entrelazados como antecedentes y consecuentes, unidos por un nexo lógico
que lo conduce hacia la sentencia y su ejecución, con la aspiración finalista de
concretar en el caso particular la norma genérica. Y ocupa lugar en el espacio y
demanda necesariamente un tiempo para su realización(83). Por ello, aun de aceptar
que el factor "tiempo" es en sí un hecho, lo cierto es que funciona como un constante
elemento circunstancial en la actividad procesal. Determina su desenvolvimiento y el
oportuno cumplimiento de los actos; la ley procesal capta así el tiempo con una doble
significación: por un lado fija temporalmente cada acto, período o etapa procesal,
determinando el momento de su producción o cumplimiento; por otro, delimita la
oportunidad del cumplimiento evitando prolongaciones o retrasos(84). Vale la pena
considerar el tiempo en un terreno en el cual las propias instituciones están
constituidas frecuentemente sobre la base de parámetros temporales: penas medibles
en relación al tiempo, regulaciones como la prescripción de la acción basada en el
tiempo; regulación de la reincidencia, etcétera(85).
De este modo vemos que la tramitación de la pesquisa se ve contenida por
parámetros temporales, los que importan concretas delimitaciones al desarrollo de la
investigación; de modo que la demora en el servicio de justicia se encuentra ligada a
principios constitucionales referidos a la potestad de juzgar del Estado. De aquí que
haya que considerar que el tiempo disponible está normativamente limitado. Así, lo
que se espera del desarrollo del proceso es que debe ajustarse a un tiempo
determinado normativamente y de esta manera adquiere un valor que no es sólo
instrumental, sino también sustantivo. Se convierte en un fin(86); constituyendo de tal
modo un límite que obedece a una forma precisa de organizar los distintos momentos
procesales, su desarrollo, culminación y el pase a la siguiente etapa del camino
procesal.
Por lo tanto, el órgano a cargo de la realización del proceso debe forzosamente
realizar una serie de actos de los que no se puede prescindir, porque hacen a la
existencia misma del proceso(87). De allí que para que las garantías constitucionales
funcionen, es indispensable que el proceso se conforme a la ley que lo instituye no
sólo en cuanto a los actos y a las formas que lo integran, sino también a los términos
que la misma establece. De lo contrario, ni la Constitución es aplicada correctamente,
ni el juicio es la actividad regular que debe ser, ni la tutela penal puede realizarse. No
puede concebirse un proceso sin término. Es absurdo imaginarlo como garantía si no
tiene un punto final, de liberación o de condena(88).
Es así que el proceso está conformado por una serie gradual, progresiva y
concatenada de actos disciplinados en abstracto por el derecho procesal mediante la
cual se procura investigar la verdad y actuar concretamente la ley sustantiva. Vale
decir que lo conforma un conjunto que está dividido en grado o en fases con fines
específicos, los que avanzan en línea ascendente para alcanzar los fines genéricos
específicos, los que avanzan en línea ascendente para alcanzar los fines genéricos
que el derecho procesal determina y que los actos fundamentales de la serie están
enlazados unos con otros, hasta el punto de que los primeros son el presupuesto
formal de los siguientes(89).
En consecuencia, podemos conceptuar a la actividad procesal penal como: "un
conjunto coordinado de actos que deben o pueden cumplir los intervinientes en el
proceso penal de conformidad con las normas procesales, en procura de obtener la
cosa juzgada, y en su caso para proveer a su ejecución y a la regularidad procesal"
(90). En ese sentido, hay que tener en cuenta que la tramitación de toda causa penal
debe ser entendida como un estado de continuo avance en la adquisición de material
probatorio que sustente o derribe la imputación, así como de constante progreso
valorativo en la consideración jurídica de los hechos que se le enrostran al
encausado.
Tenemos entonces que los actos procesales son pasos sucesivos que se
encuentran entrelazados como consecuencia de que cada uno es presupuesto del
otro, extremo advertido desde hace tiempo por Carrara, quien afirmaba que "El juicio
criminal tiene que recorrer una serie de momentos, más o menos limitados y distintos
en los diversos sistemas, pero que en todos estos existen con caracteres
particulares... Cada una de las fases del juicio tiene reglas o normas especiales, pero
subordinadas todas a principios generales y absolutos, que han de ser
preestablecidos por la ciencia"(91); y que fundamentalmente la celebración de un
proceso sin demoras es un principio general de raigambre constitucional(92). Por eso
se ha dicho que el juicio es "un procedere, un avanzar, un procedimiento que
comprende una cadena de actos dominados por un fin único y que se realizan con
vistas a la consecución de un objeto determinado; no se trata en el proceso de un
estado de reposo, ni de un acto único y aislado"(93), lo que nos da una idea de
permanente progreso adquisitivo y de actividad procesal concatenada de las
partes(94), elementos que se encaminan a un objetivo en común, esto es, la
obtención de la cosa juzgada. De este modo vemos que un ordenamiento jurídico no
puede quedar reducido a la pura expresión abstracta formal, contenida en las normas
legales, sino que es ante todo una realidad vital, algo que cotidianamente se
realiza(95).
Es que a partir del momento del anoticiamiento de un hecho ilícito determinado, se
suceden una cantidad de actos de procedimiento cuyo conjunto se denomina
"proceso", término que implica algo dinámico, un movimiento, una actividad, y que es
más amplio que juicio, que es el que antes se empleaba y que proviene de iudicare, o
sea, declarar el derecho(96). De tal modo vemos que el movimiento, el avanzar hacia
una meta determinada (aplicar el derecho) se encuentra en la base misma y en la
esencia del derecho procesal; sin dicho movimiento no tendremos proceso sino más
bien un mero acto jurídico sin trascendencia y sin objetivos concretos y
determinados(97).
Por lo tanto, desde la definición misma del concepto de proceso se sugiere ya la
idea del tiempo como componente principal. La voz latina processus (avance, acción
de avanzar) designa una secuencia progresiva en el tiempo y, por lo tanto, una
sucesión de tiempos. El iter del proceso transcurre en el tiempo y se estructura en
fases y grados que, por desarrollarse en el tiempo, tienen normalmente establecidos
plazos de duración(98).
Por dicho motivo, debe ser atribuida esa actividad realizadora a los poderes y en
los deberes de las personas que cuentan con aptitud para intervenir en el proceso
penal, la cual constituye la energía que impulsa hacia la efectiva actuación respecto
del objeto procesal, "así es como el proceso penal toma cuerpo, materializándose en
la realidad"(99). De este modo, vemos que un ordenamiento jurídico no puede quedar
reducido a la pura expresión abstracta formal, contenida en las normas legales, sino
que es, ante todo una realidad vital, algo que cotidianamente se realiza(100)y que se
configura precisa y constantemente con la actividad de los sujetos que en el mismo
actúan. En esa dirección nuestra Corte señaló desde hace tiempo que "Que el
proceso penal se integra con una serie de etapas a través de las cuales y en forma
progresiva se tiende a poner al juez en condiciones de pronunciar un veredicto de
absolución o de condena; y por ello, cada una de esas etapas constituye el
presupuesto necesario de la que le subsigue, en forma tal que no es posible eliminar
una de ellas sin afectar la validez de la que le suceden. En tal sentido, ha dicho
repetidas veces esta Corte que el respeto a la garantía de la defensa en juicio
consiste en la observancia de las formas sustanciales relativas a acusación, defensa,
prueba y sentencia" (CSJN, "Mattei, Ángel", Fallos: 272:188)(101).
En este entendimiento se justifica que la tramitación del proceso deba tener una
justa determinación, lo que obedece a las pautas de razonabilidad en el cual
encuentra su inspiración y que a su vez se enlaza con las finalidades propias del
enjuiciamiento penal: la determinación de la verdad y la justa actuación del derecho
de fondo. Expresado de otra manera, todo aquel tiempo de más, que no esté
destinado a la averiguación del hecho y su autor en función del cumplimiento de los
términos marcados por la ley procedimental y en los cuales se deberán tomar las
diligencias útiles a tal fin, caerá en el ámbito de lo abusivo por exceso de rito(102).
Asimismo, en el análisis de las distintas etapas procesales, podemos advertir que la
vulneración de la garantía a obtener un pronunciamiento en tiempo oportuno se
denota más intensamente en la instrucción, la que debe ser entendida como una
etapa preparatoria del juicio propiamente dicho(103), destinada a dar base a la
acusación o determinar el sobreseimiento y que si ella no da fundamento fáctico o
jurídico para elevar la causa al plenario es preciso que cese la actividad jurisdiccional
que de lo contrario sería ilegítima; en otras palabras, no puede mantenerse un estado
indefinido de pendencia(104), una situación procesal incompatible con los fines del
proceso y con normas esenciales de seguridad jurídica(105).
Pensemos que si el proceso se paraliza o se eterniza en esa etapa, se priva el
acceso al justiciable de la verdadera sustancia del ordenamiento ritual, esto es el
juicio contradictorio en donde las amplias facultades defensivas, el principio
acusatorio, de inmediación, concentración y continuidad están arbitrados en función
del proceso de partes, es decir, en igualdad de condiciones con la acusación; y en
donde el principio in dubio pro reo exigirá que sólo el estado de certeza pueda arribar
a la fundamentación del pronunciamiento condenatorio, quedando así de lado las
imprecisas consideraciones sobre la interpretación de indicios o presunciones (propia
de la actividad preparatoria) que a esa altura de las actuaciones constituyen
elementos insusceptibles de fundamentar la sentencia.
En nuestro sistema procesal podría vislumbrarse lo expuesto según los principios
que guían cada etapa procesal; en tanto en el paradigma inquisitivo, el proceso es un
castigo en sí mismo, la culpabilidad es un presupuesto, las funciones de colectar
prueba e instruir están concentradas en una sola persona, siendo considerado el
imputado como un objeto de persecución al que se le desconoce su dignidad. En
cambio, en el paradigma acusatorio vigente durante la etapa oral, el proceso es
considerado una garantía individual frente al intento estatal de imponer una
pena(106); quedando en última instancia el trámite recursivo posterior, donde las
posibilidades de que la cuestión sea íntegramente revisada en forma eficaz y rápida
encuentra serios escollos de tipo formal que acotan su procedencia(107).
Con lo cual se denota que la actividad investigadora se ve seriamente resentida con
su dilación, ya que se desdibuja la base fáctica misma sobre la cual debe aplicarse el
derecho; puesto que la verdad que se procura relativa a un hecho del pasado (verdad
histórica) no es posible descubrirla por experimentación o percepción directa. Sólo
puede buscársela a través del intento de reconstruir conceptualmente aquel
acontecimiento, induciendo su existencia de los rastros o huellas que pudo haber
dejado o impreso en la persona (en su físico o en sus percepciones) o en las cosas,
que se hayan conservado desde entonces y puedan descubrirse. Esto limita en la
práctica la posibilidad de conocer la verdad, pues a la desgastante influencia que
sobre tales huellas tiene el paso del tiempo, se sumarán el peligro de errores en su
percepción originaria o de distorsión en la transmisión e interpretación o de su
falseamiento, a veces malicioso. Menos inconvenientes presentará algún dato del
presente, cuya verdad es también relevante en el proceso y mucho más alguno del
futuro(108).
Por lo tanto, resulta necesario destacar que lo propio de la normalidad procesal es
el dinamismo, y que la morosidad aparece como una suerte de negación de la misma
esencia del sentido de la regulación procesal y como la manifestación del fracaso de
los mecanismos implementados para la correcta solución de casos(109). Entonces,
una legítima tramitación del juicio constituirá tan solo aquel conjunto de actos
procesales que denoten dinamismo tendiente al avance del proceso hacia su fin. Si
este avance no se cumple de modo estrictamente regular no sería justo otorgarle a
ese no trámite, a ese no proceso, o sea, a lo que no es ni lo uno ni lo otro, el efecto
propio de lo que es. El proceso es o no es y no hay otra posibilidad (principio de
tercero excluido). Si el proceso no cumple su finalidad esencial consistente en
avanzar, no es. Y no podemos otorgarle a algo que no es lo que corresponde
conferirle a lo que es(110).
Queda así en claro que la tramitación de una cuestión penal implica un avance
hacia la comprobación del objeto de conocimiento (el supuesto de hecho típico) y
hacia la acreditación de si el imputado es su autor. Si este avance no se cumple de
modo constante y regular, no es posible afirmar que se le asigne validez a tal
proceder, porque no cumplimenta los fines para los que ha sido instaurado, no es
medio sino fin en sí mismo que importa la negación de la posibilidad de obtener un
pronunciamiento útil y definitivo; ya que ese carácter temporal del juicio constituye
una de las grandes conquistas del derecho, al someter los litigios entre partes a la fría
decisión de jueces y magistrados, con superación de los condicionamientos que
derivarían de la proximidad cronológica a los hechos(111).
Esto nos lleva a pensar que la finalidad del proceso no puede ser alcanzada a costa
de olvidar al individuo que lo protagoniza, y que no lo puede considerar como un mero
instrumento al servicio de la investigación. Es dable reconocer entonces que si un
proceso judicial dura demasiado tiempo, se vuelve inepto para satisfacer lo que con
ese proceso busca o pretende el justiciable; ello para que la pretensión que la
sentencia resuelva no quede, en definitiva, frustrada(112).
Entonces, para que la garantía constitucional sea consagrada, es indispensable
que el proceso se conforme a la ley que lo instituye no sólo en cuanto a los actos y a
las formas que lo integran, sino también a los términos que ella establece, ya que la
duración de cada etapa y de cada paso es un serio indicio para valorar la
razonabilidad del plazo en que debe sustanciarse y del cual no cabe apartarse sin
serio y legítimo justificativo. De lo contrario, ni la Constitución es aplicada
correctamente, ni el juicio es la actividad regular que debe ser, ni la tutela penal puede
realizarse, ya que "No puede concebirse un proceso sin término. Es absurdo
imaginarlo como garantía si no tiene un punto final, de liberación o de condena"(113).
10.3.1. El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas
Este nuevo ordenamiento se encarga de definir certeramente la duración del
procedimiento, además de sentar en el artículo segundo que debe respetarse la
celeridad del procedimiento, específicamente el artículo 18 establece que "Toda
persona tiene derecho a una decisión judicial definitiva en tiempo razonable, conforme
los plazos establecidos en este Código. El retardo en dictar resoluciones o las
dilaciones indebidas, si fueran reiteradas, constituirán falta grave y causal de mal
desempeño de los magistrados", estableciendo de tal modo que "Sin perjuicio de lo
establecido para los procedimientos especiales, todo proceso tendrá una duración
máxima de tres (3) años contados desde el acto de la formalización de la
investigación preparatoria. No se computará a estos efectos el tiempo necesario para
resolver el recurso extraordinario federal. La rebeldía o la suspensión del trámite por
cualquiera de las causas previstas".
Pero, adentrándonos al tema en tratamiento, advertimos que el dato tiempo
siempre ha sido principal en el escenario de la justicia(114), por lo cual, si el carácter
del litigio encierra la afectación de derechos esenciales del ser humano, ello debe ser
tenido indudablemente en cuenta como derivación primaria del adecuado servicio de
justicia.
Por eso, el enjuiciamiento penal hace recaer una sospecha sobre el imputado
quien, a pesar de su derecho a la presunción de inocencia mientras pende de
resolución la causa, se ve sujeto a un juicio dubitativo de la opinión pública, el cual le
impone como correlato el derecho a que se libere mediante una sentencia que
resuelva en forma definitiva su situación ante la ley. Ello significa que el derecho a la
jurisdicción cubre cada una de las etapas del proceso hasta la sentencia definitiva, y
ésta debe dictarse en tiempo oportuno según la naturaleza del proceso, el que a su
vez, ha de concordarse con la índole de la pretensión articulada en la causa(115).
De la misma forma, el proceso penal no puede ser considerado una pena ni un
adelanto de sanción, puesto que todos los gravámenes de índole procesal (la prisión
preventiva es el mayor) no pueden tener otra finalidad que el aseguramiento de la
comparecencia al proceso o la evitación de la obstaculización de la pesquisa, por lo
que deben estrictamente limitarse a dicha necesidad y efectuarse en tiempo
razonable y útil. Por lo tanto, el derecho a obtener un pronunciamiento definitivo en un
lapso razonable encuentra su raigambre garantista en el respeto a la dignidad
humana en un contexto en el que el debido proceso adquiere la calidad de resguardo
del individuo. Ello, en tanto la vigencia de este derecho se relaciona con el principio
de inocencia y el derecho a la libertad e intimidad del imputado y es independiente de
la existencia de pruebas de culpabilidad o de un estado de duda sobre la misma(117).
Este derecho no importa reconocer la falta de participación del acusado en el
hecho, dado que su núcleo está fundamentado en la obtención de una resolución al
conflicto que lo tiene como protagonista y por el cual sus derechos se ven
restringidos, cuando no lesionados por el dictado de medidas cautelares personales,
en consecuencia, el derecho a ser juzgado sin tardanzas contempla que la solución al
caso sea en término razonable, ya sea mediante el dictado de una sentencia de
condena o una absolución.
De la misma forma, tampoco las dificultades de la instrucción y el comportamiento
de los demandantes explican por sí solos la duración del procedimiento, uno de cuyos
principales motivos reside en la manera en que las autoridades condujeron el asunto.
Justamente este derecho pretende evitar el inútil ritualismo y la hueca preferencia por
las formas, extremo por naturaleza reñido con un adecuado servicio de justicia y que
atenta contra la defensa en juicio, ya que no puede presentarse una actividad efectiva
en un proceso en donde la pretensión en concreto resulte dilatada en desmedro del
derecho que se quiere hacer valer. La duración razonable del proceso conforme a la
índole de la pretensión es una exigencia que se funda en la necesidad de que la
sentencia que pone fin a ese proceso se alcance a dictar en tiempo oportuno, y sea
capaz de rendir utilidad y eficacia para el justiciable, y resuelva un profundo conflicto
de índole social; dado que la utilidad de una resolución pasada en autoridad de cosa
juzgada se relaciona íntimamente con la prontitud de la solución del conflicto
sometido a conocimiento y decisión de los órganos estatales, puesto que tanto la
sociedad toda se merece una respuesta temprana frente a la comisión de un delito,
como el encausado posee el derecho a que su condena llegue en tiempo oportuno, ya
que según mandato constitucional, la pena implica resocializar al que ha infringido
una norma social básica de convivencia, en tanto no constituye una reacción
retributiva o mortificante, porque "Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias,
para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ella", entendimiento este
que implica que una sanción que llega luego de un excesivo lapso, pierde su
naturaleza socializadora. Igualmente no menos importante es el caso en que el
acusado sea finalmente absuelto, situación que también se hace acreedora de una
pronta solución, puesto que con mayor razón se impone el derecho a que la
persecución penal cese en tal supuesto. Por lo tanto, la celeridad en el proceso debe
tender, a la par de evitar la dilación indebida con la consiguiente perturbación que ello
ocasiona en la vida de los justiciables a la seguridad jurídica que otorga un
procedimiento eficaz y rápido(118). De tal forma, tampoco debe frustrarse la
jurisdicción. A medida que el concepto de que todo proceso debe concluir en un plazo
prudencial se va adentrando en nuestro derecho y produciendo consecuencias
jurídicas, aparece la necesidad de ir obteniendo nuevos equilibrios. Al mismo tiempo
que deben mantener todo su contenido el derecho a un debido proceso, y la
expectativa de que dicho proceso culmine en un lapso razonable de acuerdo con su
naturaleza, el amparo frente a eventuales frustraciones de dichos principios no debe
desnaturalizarse al extremo de que llegue a convertirse en un instrumento
conminatorio sobre el órgano judicial, introduciendo límites inadmisibles a la prudente
y adecuada reflexión que debe preceder a cualquier decisión(119).
En definitiva, podemos sintetizar que la función constitucional del derecho a un
proceso dentro de un plazo razonable (y de todo el complejo derecho a la justicia) se
manifiesta, específicamente, en una cuádruple faceta: primera, como derecho público
subjetivo básico (por constituir una pretensión frente a los poderes públicos),
autónomo aunque instrumental del derecho a la tutela judicial efectiva, a obtener una
resolución definitiva (firme en expresión del ordenamiento interno) y efectiva en un
plazo razonable, indeterminado pero objetivamente determinable; segunda, como
obligación prestacional (por implicar una obligación del Estado) instrumental de todos
los poderes públicos del Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial); tercera, como
expresión de un orden objetivo de valores (libertad e igualdad, justicia), y cuarta,
como garantía temporal de todas las demás garantías institucionales del derecho
genérico a la justicia(120).
Es que las funciones más importantes del Estado son las de dictar normas
generales, leyes, y normas individuales, sentencias. Pero debemos considerar que
esas funciones vitales tienen un momento, una oportunidad. De nada valen —como
concreción de normas— cuando esa coyuntura ha quedado muy atrás en el
tiempo(121).
Dentro de este punto de vista, se comprende que el derecho a un proceso dentro
de un plazo razonable (manifestación específica del derecho genérico a la tutela
judicial efectiva o debido proceso) constituye un derecho fundamental expresión del
valor libertad que requiere para su realización efectiva de una prestación instrumental,
lo que se traduce en una obligación de los juzgados y tribunales de resolver los
procesos de los que conozcan en los plazos previstos por las leyes, evitando toda
demora injustificada que haga ilusoria la tutela judicial efectiva(122). Por eso es que
nuestra Corte Suprema ha matizado, con notas más enérgicas, que no cabe dilatar en
modo irrazonable o disfuncional el acto capital del proceso, la sentencia final que
debe ser dada en tiempo propio. Su dilación importa una manifestación
axiológicamente negativa del sentido con que la Constitución quiere se preste tan
fundamental servicio, y se agrava según sea la naturaleza de los derechos a tutelar.
En materia penal es una verdadera privación de justicia(123). Es que el derecho a un
proceso sin dilaciones indebidas significa "derecho a que los jueces y tribunales
resuelvan y hagan ejecutar lo resuelto en un plazo razonable. Por tanto, entendemos
que el derecho a un juicio sin dilaciones indebidas es un derecho público subjetivo"
(Tribunal Constitucional Español, sentencia del 31/1/1994).
Podemos arriesgar entonces que el derecho protege tres demandas básicas de la
justicia criminal: a) prevenir encarcelamientos opresivos e indebidos antes del juicio;
b) minimizar la ansiedad que produce en el imputado el desarrollo de un juicio público,
y c) limitar las posibilidades de que se afecte su derecho de defensa(124).¿Cabe
destacar que el ámbito material protegido por este derecho se orienta hacia la
universalización del ámbito material del derecho para todo tipo de procesos: "El
proceso público sin dilaciones indebidas a que se refiere el artículo 24.2 no es sólo
(como pudiera pensarse por el contexto general en que se utiliza esta expresión) el
proceso penal, sino que dentro del concepto general de la efectiva tutela judicial debe
plantearse como un posible ataque al mismo las dilaciones injustificadas que puedan
acaecer en cualquier proceso"(125).
De la misma forma, y aunque hay que reconocer que resultan casos prioritarios,
este derecho funciona en la misma dimensión tanto para aquellos imputados que se
encuentren privados de su libertad (que por lo pronto su situación se encuentra
reforzada por la ley específica de los plazos máximos de la prisión preventiva, ley
24.390 y modificatoria), así como para causas que puedan ser consideradas de
simple investigación y resolución o de significativa complejidad, dado que el interés
individual comprometido es el mismo y debe prevalecer frente a los recursos que el
Estado tiene que asignar en cada caso y la diligencia que cada situación requiere.
Es así que cabe considerar que este derecho abarca un doble aspecto: por un lado,
el derecho de toda persona sometida a proceso penal a que se realice con celeridad,
lo que importa que dentro de un plazo razonable el órgano jurisdiccional debe decidir
en forma definitiva su posición frente a la ley y la sociedad; y por el otro, el derecho a
que si dentro del plazo razonable no es posible por razones seriamente justificadas
terminar con el proceso y el imputado estuviere en prisión preventiva, debe
otorgársele la libertad sin perjuicio de la prosecución de la causa, lo que a su vez no
puede, por el primer motivo ya señalado, prolongarse más allá de lo razonable. Lo
relevante del distingo radica en que la garantía no sólo rige para los supuestos de
prisión preventiva, sino para toda persona que aun en estado de libertad sea
enjuiciada penalmente, también tiene derecho a que su situación se resuelva con
celeridad(126). Por lo tanto, este derecho es considerado "una importante
salvaguarda para prevenir el encarcelamiento indebido y opresivo con anterioridad al
juicio, para reducir al mínimo la ansiedad y preocupación que acompaña a una
acusación pública y para limitar la posibilidad de que el retraso perjudique las
posibilidades de defensa del acusado" ("United States v. Ewell", 383 US 116, 120
[1966]).
Por último, debemos reconocer que el derecho en tratamiento rige a lo largo de la
entera sustanciación del juicio hasta su definitiva conclusión: "El Comité de Derechos
Humanos ha efectuado, entre las observaciones generales adoptadas a fin de
interpretar tal Pacto (Pacto de Derechos Civiles y Políticos) la siguiente mención: 'En
el apartado c) del párrafo 3 se dispone que el Acusado será juzgado sin dilación
indebida. Esta garantía se refiere no sólo al momento en que debe comenzar un
proceso, sino también a aquel en que debe concluir y pronunciarse la sentencia;
todas las fases del proceso deben celebrarse sin dilación indebida. Con objeto de que
este derecho sea eficaz, debe disponerse de un procedimiento para garantizar que el
proceso se celebre sin dilación indebida, tanto en primera instancia como en
apelación' (HIR/GEN/1/Rev. 2, del 29/3/96, p. 19)" (CNCrim. y Correc. Fed., sala I,
18/9/2001 "Aguilar Chávez de Antebi, Arminda y otros s/condena", expte. 31.327,).
10.3.2. Las dilaciones indebidas
El término "dilación", según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, significa, entre otras acepciones, "demora, tardanza o detención de una
cosa por algún tiempo"; e indebida refiere a "ilícita, injusta y falta de equidad". De tal
forma, aplicados estos vocablos al tema en tratamiento, constituyen los retardos,
retrasos o demoras que se producen en el proceso por inobservancia de los plazos
establecidos, pero también por injustificada prolongación de los "tiempos muertos"
que separan un acto procesal de otro, sin sumisión a plazo fijo determinado. Son
indebidas estas dilaciones en tanto y en cuanto no las tiene que soportar el justiciable,
es decir, cuando no dependen de su voluntad o de las de sus mandatarios(127). Es
decir, y aunque sea cierto que una definición de diccionario no basta, en principio se
quiere proscribir el retraso, la lentitud del proceso. En esa dirección, el Tribunal
Constitucional español en un esfuerzo de aproximación a través de la similitud, ha
aludido a "dilaciones injustificadas", "dilación anómala o particularmente cualificada",
"tardanza excesiva e irracional", "duración anormal", etc. En la doctrina se habla de
"retardos, retrasos o demoras que se producen en el proceso". Indudablemente es el
tiempo el objeto de preocupación del precepto constitucional(128).
Es decir, que la vulneración del principio de celeridad tiene lugar cuando el proceso
sufre dilaciones indebidas, cuando dentro de él se constata la existencia de los
referidos "tiempos muertos" (de paralización de la actividad procesal) que carecen de
justificación. La duración del proceso puede estar condicionada a su complejidad o
por la conducta procesal de las partes, que generen demoras innecesarias carentes
de una finalidad defensiva plausible. No obstante, es preciso tener en cuenta que, aun
en el caso de una actividad instructoria permanente, es decir, sin lo que designamos
como "tiempos muertos", cabe apreciar la infracción del derecho a ser enjuiciado sin
dilaciones indebidas cuando las medidas adoptadas son innecesarias para la
verificación de los elementos relevantes para la comprobación de la consistencia
fáctica de la acusación(129).
Cabe destacar que la doctrina coincide en resaltar la sinonimia existente entre un
proceso realizado "en un plazo razonable" y sin "dilaciones indebidas"(130).
Entonces lo sustancial radica en que, cuando el derecho no se realiza de forma
natural, se produce la primera quiebra de la armonía inherente al concepto de
ordenamiento jurídico, y las opiniones han coincidido en apreciar que la decisión es
injusta y contraria a la esencia misma del espíritu del ordenamiento jurídico que debe
animar al ser humano a resolver eficazmente sus controversias de forma racional
mediante el derecho(131).
Por ello se ha dicho que una dilación es indebida por superar negativamente todos
los criterios de justificación y pertenecer al ámbito de diligencia exigible a los
tribunales de justicia, con abstracción de la laboriosidad de su titular(132). En ese
sentido, nuestra Corte Suprema ha sostenido que "corresponde un pronunciamiento
definitivo que garantice el derecho que tiene toda persona a que las sentencias no
puedan dilatar sin término la decisión referente al caso controvertido, porque si ello
ocurriera los derechos podrían quedar indefinidamente sin su debida aplicación, con
grave e injustificado perjuicio de quienes lo invocan y vulneración de la garantía de la
defensa en juicio" (Fallos: 318:373 y 322:486).
Sin embargo, resulta necesario aclarar que transitan por diferentes senderos la
duración y la morosidad del proceso penal. En tanto ésta califica la lentitud y la
dilación, aquélla apunta a los extremos temporales comprendidos en el desarrollo del
trámite (extremo que fue destacado por la Corte Suprema en la causa "Sánchez
Reisse y otros" (Fallos: 323:423). Mientras la primera no siempre es censurable, pues
responde a tres circunstancias atendibles —complejidad del caso, número de
resoluciones ordenatorias e instructorias requeridas por el buen trámite y la conducta
desplegada por el imputado, sin que la estrategia defensista implique presumir la
renuncia a obtener un juicio rápido— la última, en general, resulta atribuible a la
incuria de los sujetos públicos —jueces y fiscales— intervinientes. De manera que, sin
desatender el tiempo necesario indispensable insumido —duración— la gran
inquietud responde a la dilapidación acaecida —morosidad— sea por desidia en la
tarea o por el empecinamiento en reiterar actividades inocuas (reproducir hasta el
hartazgo una orden de captura o la citación de un testigo sin adoptar las mediadas de
coerción para hacerlo comparecer)(133).
En definitiva, podemos coincidir en la siguiente definición, por la cual un "proceso
sin dilaciones indebidas sería el que se desarrolla en tiempo razonable, atendiendo a
las exigencias de una buena administración de justicia, según sus circunstancias y la
duración normal de los que tuvieren idéntica naturaleza. Y en consecuencia 'todos'
tienen derecho a que los poderes públicos se les preste un proceso de esta
naturaleza"(134).
10.3.3. Diferencia entre la prescripción y el derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas
indebidas
Las dilaciones indebidas y el instituto de la prescripción constituyen —pese a sus
semejanzas y a su frecuente concurrencia como manifestación de funcionamiento
anormal de la administración de justicia— derechos de distintos orígenes y
categorías. No obstante, ambas coinciden en expresar los efectos jurídicos derivados
del transcurso del tiempo sobre las acciones ejercitadas en el proceso(135), razón por
la cual se entiende que el remedio ante la demora consistirá en declarar la extinción
de la acción penal.
Por lo tanto, si bien es admisible que la duración razonable del proceso es un
derecho diferenciable del instituto de la prescripción, es razonable admitir que esta
última lo contiene y remedia sus violaciones, máxime cuando la referida norma así lo
dispone. En ese sentido, se decidió que "la institución de la prescripción se debe
interpretar en función no sólo de los fundamentos materiales y procesales que
tradicionalmente la explican, sino también del derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas" (sentencia del Tribunal Superior Español, sala 2ª, 20/5/1994); de la misma
forma que "El instituto de la prescripción en el campo penal responde a la necesidad
de que no se prolonguen indefinidamente situaciones jurídicas expectantes del
ejercicio de acciones penales, que sólo pueden poner en actividad a los órganos de
justicia de ese orden impulsadas dentro de los plazos que, según la trascendencia de
la infracción delictiva, establece el ordenamiento jurídico, teniendo su fundamento en
el aquietamiento de la conciencia social y de la intranquilidad producida, en las
dificultades de la prueba y en la enmienda que el tiempo produce en la personalidad
del delincuente, debiendo interpretarse también la institución de la prescripción en
relación con el derecho fundamental a un proceso sin dilaciones indebidas" (sentencia
del Tribunal Superior Español, sala 2ª, 13/10/1995).
Por lo tanto, se advierte que la prescripción conlleva a la extinción de la acción
ejercitada, mientras que las dilaciones indebidas suponen el incumplimiento de la
obligación prestacional del Estado para con sus justiciables, del derecho a un proceso
dentro de un plazo razonable, coincidiendo ambos en este sentido en garantizar
desde diferentes conceptos de Estado los efectos materiales del paso del tiempo
sobre los derechos y obligaciones contemplados en el ordenamiento jurídico. Se trata,
pues, de derechos que pertenecen a categorías jurídicas distintas (pero ambos
responden al valor justicia y al principio de seguridad jurídica), conectados y en
ocasiones concurrentes en un mismo caso, que son expresión de la quiebra del
impulso procesal a que vienen obligados los órganos judiciales(136).
Es menester destacar entonces que la prescripción de la acción penal es el umbral
máximo de vigencia de la acción penal, pero el derecho a un plazo razonable puede
incluso operar antes del transcurso total de la prescripción; no obstante debe
considerarse que la prescripción es un tope inamovible(137). De aquí que deba
entenderse que en toda situación de prescripción concurre la existencia de un
proceso con dilaciones indebidas, como contenido mínimo del derecho
fundamental(138).
No obstante haberse reconocido la diferencia entre el derecho a un proceso sin
dilaciones y el instituto de la prescripción, se ha recurrido a esta última con toda
frecuencia ante la falta de una regulación específica de plazos de duración máxima de
los procedimientos penales. Esto se debe a que la prescripción guarda estrecha
similitud con el derecho fundamental en análisis, no sólo por la consecuencia jurídica,
sino también por el motivo que da lugar a esa consecuencia: el paso del tiempo, el
cumplimiento de un plazo. Y en este punto es, precisamente, donde la prescripción se
aleja de la extinción del proceso por las demás razones extintivas del delito y brinda al
menos un plazo legal estricto, mientras que el derecho a un juicio rápido no ha
conseguido aún un plazo propio(139). Es así como se ha reconocido un mismo
fundamento político para la prescripción de la acción penal y para el derecho a un
pronunciamiento penal rápido. El problema no se reduce a los límites temporales ya
que al ser el derecho penal y el derecho procesal penal "corresponsables" de la
configuración de la política criminal y "ejes estructuradores" del sistema de justicia
penal, no resulta posible proponer un proyecto político coherente si no actúan
cooperando las normas penales y las procesales penales(140).
Por ende, se afirma que la prescripción reglamenta el derecho a obtener justicia en
un plazo razonable, cuya función primordial es la de constituir la única vía jurídica
idónea para determinar el cese de la potestad punitiva estatal por el transcurso del
tiempo. La prescripción de la acción penal, entonces, como cualquier garantía, actúa
en favor del imputado y en perjuicio del Estado(141). En consecuencia: "la amenaza
penal no puede quedar suspendida ilimitadamente ya que la prescripción es el
instrumento realizador de otro derecho fundamental que es el de la definición del
proceso penal en un plazo razonable. Los plazos del código penal son el marco
máximo de duración del proceso, pero la prescripción de la acción debe operar con
anticipación si en la hipótesis concreta el tiempo excedió el marco de razonabilidad
establecido por la Constitución y el derecho internacional"(142). En el mismo sentido,
el Tribunal Constitucional Alemán (BGH, E 35, 137) ha declarado que una lesión
arbitraria y grave del mandato de celeridad puede conducir a un sobreseimiento del
proceso. En conexión con el BvefG (decisión del 7/3/1997—2BvR 2173/96), exige
continuamente que, en el caso de retrasos del procedimientos contrarios al Estado de
derecho, se examine la clase y la medida de esas demoras para establecerlas en la
sentencia y considerarlas efectivamente en la medición de la pena. Esto deja entrever
la consecuencia de que el procedimiento deber ser sobreseído cuando las dilaciones
sobrepasen la escala penal del delito(143).
Es posible que al llegar a cierto punto del trámite judicial sea inaceptable su
continuación y sea necesario acabar con semejante incertidumbre, es decir, resulta
imperativo dar una respuesta concreta a la cuestión(144). En esta dirección, en el
derecho norteamericano se ha resuelto que "cuando el derecho a un juicio rápido ha
sido privado, ello lleva al remedio severo de rechazar la acusación... Ésta es una
consecuencia seria porque significa que un imputado que puede ser culpable de un
crimen quedará libre. Semejante remedio es aún más grave que la regla de exclusión
o una orden para realizar un nuevo juicio, pero es el único remedio posible" (causa
"Baker v. Wingo", 407 US 514 1972)(145).
De esta forma, cobran relevancia las palabras de Carnelutti: "El proceso no puede
durar eternamente. Es un final por agotamiento, no por obtención del objeto. Un final
que se asemeja a la muerte más que al cumplimiento. Es necesario contentarse. Es
necesario resignarse. Los juristas dicen que al llegar a un cierto punto, se forma la
cosa juzgada: y quieren decir que no se puede ir más allá"(146).
Incluso, en supuestos de extrema gravedad, la Corte Suprema (más precisamente
en el caso "Mozzatti", Fallos: 300:1102) decidió la prescripción de la acción penal para
poner fin a un proceso eternizado y creó pretorianamente una causa de invalidez, que
denominó "insubsistencia", por la cual los actos procesales realizados cuando está
excedido lo que puede considerarse como tiempo normal del proceso tienen que ser
declarados inoperantes, lo que puede dar origen a la prescripción de la acción al
desbaratar a la secuela del juicio; puesto que tal insubsistencia se motiva
exclusivamente en la idea que los actos procesales resultan "defectuosos" por haber
sido realizados fuera de los límites razonables de duración del proceso, es decir,
cuando ya el mismo tendría que encontrarse resuelto(147). En dicho caso, y a raíz de
un proceso cuya sustanciación se desarrolló a lo largo de un cuarto de siglo, se
consideró que existía una "...tergiversación —aunque inculpable— de todo lo
instituido por la Constitución Nacional, en punto a los derechos de la personalidad,
vinculados a las declaraciones y garantías concernientes a la administración de
justicia" en cuanto "...resultaron agraviados hasta su práctica aniquilación el enfático
propósito de afianzar la justicia, expuesto en el Preámbulo y los mandatos explícitos e
implícitos, que aseguran a todos los habitantes de la Nación la presunción de su
inocencia y la inviolabilidad de su defensa en juicio y debido proceso legal... Ello así,
toda vez que dichas garantías constitucionales se integran por una rápida y eficaz
decisión judicial".
Podemos entonces atribuir a la prescripción, en última instancia, la función
realizadora del derecho a una pronta conclusión del proceso, ya que sobre la acción
punitiva del Estado (ya frustrada por la virtual inacción) debe prevalecer el interés
jurídico del imputado, porque una indefinición atenta contra la garantía constitucional
de la defensa en juicio(148). En esa dirección se decidió que "El derecho del
imputado a que se ponga fin al proceso penal encuentra tutela en el instituto de la
prescripción de la acción, que puede ser declarada de oficio y en cualquier estado de
la causa, ante las evidentes dilaciones que no han sido provocadas por la encausada
o su defensa sino por la conducta de jueces y fiscales que no han podido llevar a
juicio hechos por los que aquélla viene siendo investigada desde 1989" (CCrim. y
Correc., sala V, 28/12/2000, "Piñeiro, Ana M.", causa 15.211). En el mismo sentido, el
Tribunal Constitucional Español considera (sentencia 36/1984) que siempre que se ha
vulnerado el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, el restablecimiento del
recurrente en la integridad de su derecho sólo puede alcanzarse liberándolo de la
consecuencias dañosas que la dilación le haya ocasionado(149).
Incluso cabe recordar que, desde el punto de vista histórico, la hipótesis más
aceptable es que el concepto de prescripción penal haya comenzado a abrirse
camino mediante las instrucciones romanas de orden procesal, dirigidas a obtener
que los procesos penales no se dilataran excesivamente(150).
Con anterioridad a contar con un instrumento semejante al normado por el nuevo
Código, en donde se ha precisado un plazo cierto de duración del proceso y como
remedio a su vulneración se ha dispuesto la extinción de la acción penal, nuestra
Corte en diversos pronunciamientos ratificó que la vía de la prescripción podría ser la
adecuada para asegurar el derecho a un procedimiento penal rápido. Por ejemplo, en
el caso "Sudamericana de Intercambio S.A. v. Administración General de Puertos"
(Fallos: 312:2075) donde la autoridad aduanera había declarado la extinción de la
acción por prescripción en un proceso por presunta falsa manifestación. Llegado el
caso a la Corte, ésta entendió que la decisión aduanera que declaraba
definitivamente extinguida la pretensión punitiva estatal, tenía el mismo fundamento
garantizador que sirvió de base a los precedentes de "Monzatti" y "Mattei".
Posteriormente, en el caso "Cortegozo" dicho tribunal revocó una resolución de la
Cámara que había rechazado un pedido de prescripción y que había declarado que el
recurso extraordinario interpuesto contra esa denegatoria no constituía sentencia
definitiva. Con invocación de los casos referidos, la Corte tomó en cuenta que se
estaba ante un proceso que llevaba ya quince años de tramitación, sin que se hubiese
fijado aún la fecha para la audiencia de debate, manifestando que tal situación
importaba un exceso de rigor formal(151). Reiteradamente "se ha reconocido la
relación existente entre 'duración razonable del proceso' y 'prescripción de la acción
penal' (Fallos 301:197; 306:1688 y 316:1328), de los que se desprende que el
derecho del imputado a que se ponga fin a la situación de indefinición que supone el
enjuiciamiento penal puede encontrar tutela en la prescripción de la acción. Así, como
se destacó en Fallos 312:2075, el pronunciamiento garantizador del art. 18 de la
Constitución Nacional puede consistir naturalmente en la declaración de la existencia
de esa excepción". Razón por la cual se decidió que "corresponde poner fin a la
presente causa por medio de la declaración de la extinción de la acción penal por
prescripción, en la medida que ella constituye la vía jurídica idónea para determinar la
cesación de la potestad punitiva estatal por el transcurso del tiempo y salvaguardar de
este modo el derecho constitucional a obtener un pronunciamiento sin dilaciones
indebidas" (Fallos: 323:982)(152). Asimismo la Corte consideró que "este Tribunal ha
reconocido varias veces la relación existente entre 'duración razonable del proceso' y
'prescripción de la acción penal' (conf. causa 'Baliarde, José', supra cit.; Fallos
306:1688 y 316:1328 —en los que se consideró que constituía un apego ritual
injustificado la postergación del planteo de prescripción al momento de la sentencia—;
312:2075 —caso en el que se admitió por analogía la aptitud de la prescripción, a
pesar de no encontrarse expresamente prevista en la norma entonces en discusión,
para producir los efectos de otras formas de finalización del proceso favorables al
imputado—). De estos precedentes se desprende que el derecho del imputado a que
se ponga fin a la situación de indefinición que supone el enjuiciamiento penal puede
encontrar tutela en la prescripción de la acción. Como se destacó en Fallos 312:2075:
el 'pronunciamiento garantizador del artículo 18 de la Constitución Nacional... puede
consistir naturalmente en la declaración de la prescripción de la acción penal'" (CSJN,
16/3/1999, "Kippeband, Benjamín s/estafas reiteradas", disidencia de los Dres.
Petracchi y Boggiano).
Asimismo se ha dicho que "el derecho del imputado a que se ponga fin a la
situación de indefinición que supone el enjuiciamiento penal puede encontrar tutela en
la prescripción de la acción... En consecuencia, aun cuando la inteligencia del
concepto 'secuela de juicio' sea un artículo que excede la jurisdicción extraordinaria,
si la duración indefinida del procedimiento provoca una lesión a un derecho de rango
constitucional, la decisión que rechaza la extinción de la acción penal por haber
existido actos procesales interruptivos de la prescripción puede y debe ser revisada
en esta instancia, a fin de evitar que so color de que se trata de interpretaciones de
derecho común se esquive la intervención de esta Corte en asuntos que, como se ha
dicho, afectan derechos federales" (Fallos: 322:360, "Kipperband Benjamín",
disidencia de los Dres. Petracchi y Boggiano). En otro caso sentó que "el tiempo
empleado por el Estado para dilucidar los hechos investigados en el sub lite resulta
incompatible con el derecho a un juicio sin demoras indebidas, amparado por el art.
18 de la Constitución Nacional y los tratados internacionales que la integran.
Resultando el único remedio posible a dicha trasgresión constitucional la declaración
de la extinción de la acción penal por prescripción, en la medida que ella constituye la
vía jurídica idónea para determinar la cesación de la potestad punitiva estatal por el
transcurso del tiempo y salvaguardar de este modo el derecho fundamental vulnerado
(Fallos: 323:982)" (CSJN, 9/3/2004, "Barra, Roberto Eugenio Tomás s/defraudación
por administración fraudulenta", voto del Dr. Vázquez)(153).
En este sentido también se ha decidido que "La Corte Suprema ha reconocido
varias veces 'la relación existente entre 'duración del proceso' y 'prescripción de la
acción penal' (causa 'Baliarde' y doctrina de Fallos 306:1688 y 316:1328 —en los que
se consideró que constituía un apego ritual injustificado la postergación del planteo de
prescripción al momento de la sentencia—; 312:2075 —caso en el que se admitió por
analogía la aptitud de la prescripción, a pesar de no encontrarse expresamente
prevista en la norma entonces en discusión, para producir los efectos de otras formas
de finalización del proceso favorables al imputado—)'. 'De estos precedentes surge
que el derecho del imputado a que se ponga fin a la situación de indefinición que
supone el enjuiciamiento penal, puede encontrar tutela en la prescripción de la acción.
Como se destacó en Fallos 312:2075 el 'pronunciamiento garantizador del artículo 18
de la Constitución Nacional... puede consistir naturalmente en la declaración de
prescripción de la acción penal'. En consecuencia, aun cuando la inteligencia del
concepto de 'secuela de juicio' sea un artículo que excede la jurisdicción
extraordinaria, si la duración indefinida del procedimiento provoca una lesión a un
derecho de rango constitucional, la decisión que rechaza la extinción de la acción
penal por haber existido actos procesales interruptivos de la prescripción puede y
debe ser revisada en esta instancia, a fin de evitar que so color de que se trata de
interpretaciones de derecho común se esquive la intervención de esta Corte en
asuntos que, como se ha dicho, afectan derechos federales (del voto citado en Fallos
322:360, considerando 9º)... esta circunstancia de la duración excesiva del proceso,
que sitúa el caso en el ámbito de la materia federal, no bastaría para provocar, por sí
misma, la extinción de la acción penal, sino que debe compatibilizarse con supuestos
ciertos de prescripción, a la luz de la ley penal y procesal penal, pues, tal como lo
entiende la doctrina de V. E, son cuestiones íntimamente unidas" (voto del procurador
general de la Nación en causa "Egea, Miguel Angel s/prescripción de la acción",
9/11/2004). No obstante la Corte fue más allá y terminantemente concluyó en este
caso: "Que cualquiera sea el criterio que se adopte respecto de la llamada 'secuela
del juicio', en el caso, la duración del proceso por casi dos décadas, viola
ostensiblemente las garantías de plazo razonable del proceso y del derecho de
defensa" (CSJN, 9/11/2004, "Egea, Miguel Ángel s/prescripción de la acción")(154).
En consecuencia es un dato incontrastable de nuestro orden jurídico que la
potestad del Estado de imponer una pena por la comisión de un delito tiene, junto a
otros, un preciso límite temporal. Asimismo, el poder penal del Estado trata de un
poder especialmente limitado, porque resulta ser de alta intensidad y en el concepto
mismo de Estado de derecho se encuentra la idea de su limitación(155). De este
modo, podemos atribuir a la prescripción, en última instancia, la función realizadora
del derecho a una pronta conclusión del proceso, ya que sobre la acción punitiva del
Estado (ya frustrada por la virtual inacción) debe prevalecer el interés jurídico del
imputado, porque una indefinición atenta contra la garantía constitucional de la
defensa en juicio(156).
Por ello se afirmó que "el instituto de la prescripción de la acción se encuentra
íntimamente relacionado con la garantía del juzgamiento sin dilaciones indebidas... Lo
que entra inmediatamente en juego para fundamentar la ilegitimidad de la interrupción
procesal de la persecución penal, es la existencia de un derecho fundamental a la
definición de los procesos en un plazo razonable, regla expresa de la CADH, art. 8.1,
que, ante la ausencia de la regulación de un instrumento procesal propio para ese fin,
debe hallarse, aunque no en todos, en la mayoría de los casos, en el plazo de
prescripción de la acción penal. El cumplimiento de los plazos procesales es una
garantía de juzgamiento, por lo tanto, su violación opera como límite al poder penal
del Estado en el ejercicio de la persecución e imposición de pena" (CNCasación
Penal, sala III, 3/5/2004, "Spiguel, Irma Beatriz s/recurso de casación", expte. 4949,
voto de la Dra. Ledesma). En el mismo sentido se sostuvo: "Por otra parte, el instituto
de la prescripción de la acción se encuentra íntimamente relacionado con la garantía
del juzgamiento sin dilaciones indebidas. Esta relación fue concebida desde antiguo
por la doctrina; Carrara enseñaba que la prescripción de la acción es tolerable ya que,
cuando no hay sentencia judicial, la culpabilidad es incierta. Los ciudadanos dudan de
si ese hombre es un culpable afortunado o una víctima infeliz de injustas sospechas, y
conviene extinguir una acción que se ha tenido por tanto tiempo inactiva y que se
pretende restablecer cuando el tiempo ha hecho más difícil el conocimiento de la
verdad (op. cit., p. 175). Los plazos establecidos por el Código Penal, para que opere
la prescripción de la acción penal, no constituyen un permiso máximo, sino que
encuentran su límite en el derecho fundamental a ser juzgado sin dilaciones indebidas
y dentro de un plazo razonable. Julio Maier ha reconocido que esta garantía impacta
en el derecho sustantivo, al afirmar que los plazos del procedimiento están destinados
a influir alguna vez a la institución de la prescripción en el Código Penal. Agrega que
muy por el contrario de lo que hoy es regla en nuestro derecho positivo, donde la
tramitación del procedimiento prolonga indebidamente el plazo de prescripción, este
derecho del imputado a ser juzgado en un plazo razonable debe provocar una
considerable abreviación de los plazos de prescripción para quien es formalmente
perseguido en un procedimiento judicial (Derecho procesal penal, t. 1, Fundamentos,
Editores del Puerto, Buenos Aires, p. 160)" (CNCasación Penal, sala III, 5/8/2004,
"Amrein, Max", expte. 4712, voto de la Dra. Ledesma). En consecuencia, de dichos
resolutorios se sentó que el marco genérico de los plazos máximos de prescripción de
la acción penal para cada delito en particular no puede ser desatendido como un
baremo por demás razonable para ello.
Por ello, el Código se hace eco de la necesidad de que deba haber un límite
temporal máximo que sea de inexorable cumplimiento por parte del órgano
jurisdiccional, conformando el remedio sustantivo adecuado para procurar su
observancia.
10.3.4. La asunción de la calidad de imputado como criterio determinante
En forma concreta, el Código dispone que la duración máxima del procedimiento
debe ser contada desde la apertura de la investigación; extremo que nos lleva a
admitir que el sometimiento al proceso penal, que padece todo individuo que es
sindicado como autor o partícipe en un hecho ilícito, importa la restricción a su libertad
personal, puesto que se encuentra condicionado al cumplimiento de las obligaciones
impuestas por el tribunal y está supeditado al transcurso de la investigación y de las
distintas etapas del rito. En consecuencia, todo el proceso es coacción (se encuentre
o no detenido el imputado), puesto que implica restricciones a la libertad individual y a
veces al patrimonio y fundamentalmente a la honra (puesto que pesa una imputación
criminal en contra de la persona) que significa menoscabos ciertos y tangibles a la
personalidad humana. Por lo tanto, a partir de que se inicia el proceso en contra de
una persona determinada, nace para ésta el derecho a que se dirima su posición en
tiempo razonable que, según se expuso, constituye una garantía constitucional. Por
eso, cuando se han realizado actos formales tendientes al ejercicio del poder penal,
se presenta un plazo dentro del cual deben llegar a cumplir su finalidad, es decir, un
plazo dentro del cual el Estado debe arribar a una decisión definitiva. El límite se
plazo dentro del cual el Estado debe arribar a una decisión definitiva. El límite se
intensifica, porque al existir una persecución penal en marcha o en movimiento,
también se intensifica respecto del imputado ese poder penal del Estado(157).
En tal sentido, el momento en que debe comenzar a computarse el plazo de
duración del proceso coincide con la imputación concreta que le hace el fiscal al
acusado, puesto que ahí empieza a desplegar el Estado su poder punitivo (y debe
confirmar o desvirtuar una hipótesis incriminatoria(158)), concretizado en una persona
determinada y ahí también comienza a correr para esta última el derecho a un
proceso en un lapso razonable. Al efecto, es necesario remitirse a lo normado por el
artículo 76, en cuanto refiere que "Se denominará imputado a toda persona a quien,
mediante cualquier acto de procedimiento del fiscal o de la policía, se señale como
autor o partícipe de un delito", es decir que no se precisa de ningún otro acto formal,
como la apertura de la investigación preparatoria (art. 235), para considerar que una
imputación se halla en marcha.
Es decir, que la condición de imputado es la premisa sobre la cual comienzan a
actuar las garantías individuales en el proceso penal; lo que ocurre cuando existe
algún acto de los funcionarios de las fuerzas de seguridad o de quienes tienen a su
cargo la instrucción preliminar, que atribuye de alguna manera a una persona una
participación en un hecho penal para someterla a proceso(159). En ese sentido, el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos consideró que "En materia penal, el 'plazo
razonable' del art. 6.1 comienza en el instante en que una persona se encuentra
'acusada'; puede tratarse de una fecha anterior al inicio del proceso... como
concretamente la fecha del arresto, de la inculpación o de la apertura de la
investigaciones preliminares... la 'acusación', en el sentido del art. 6.1, puede definirse
como 'la notificación oficial, emanante de la autoridad competente, del reproche por
haber cometido una infracción penal', idea que corresponde también a la noción de
'repercusiones importantes sobre la situación del sospechoso' (sentencia 'Dewwer', p.
24)" (caso "Eckle v. Alemania", 15/7/1982). Con relación al final del plazo, dicho
pronunciamiento refirió: "En cuanto al fin del 'plazo' en materia penal, el período
regulado por el art. 6.1 cubre el total del procedimiento a examen, comprendidos los
procedimientos de apelación (sentencia 'Köning' del 28 de junio 1978)"(160).
De la misma forma, la Comisión Europea de DD.HH. fijó en el caso "Neumeister",
del 27 de junio de 1968, los extremos desde cuándo debía contarse el plazo
razonable de duración del proceso penal, el cual "empieza necesariamente el día en
que se acusa a alguien" y se extiende hasta "el fallo que resuelva sobre el
fundamento de la acusación, que puede extenderse a la resolución que dicte la
jurisdicción ante la cual se recurre, si se pronuncia sobre aquel extremo", ampliando
así el criterio, que en la misma inteligencia, había postulado la Comisión en su
correspondiente informe, para quien dicho plazo comenzaría a correr "desde que los
indicios en contra de una persona repercutieran gravemente en su situación"(161).
Por su parte, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la decisión recaída
en el caso "Suárez Rosero", respecto al inicio del cómputo, y término del proceso
sostuvo: "El principio de plazo razonable al que hacen referencia los artículos 7.5 y
8.1 de la Convención Americana tiene como finalidad impedir que los acusados
permanezcan largo tiempo bajo acusación y asegurar que ésta se decida
prontamente. En el presente caso, el primer acto del procedimiento lo constituye la
aprehensión del señor Suárez Rosero el 23 de junio de 1992 y, por lo tanto, a partir de
ese momento debe comenzar a apreciarse el plazo... dicho procedimiento duró más
de 50 meses. En opinión de la Corte, este período excede en mucho el principio de
plazo razonable consagrado en la Convención Americana".
De esta forma el respeto hacia el tiempo procesal justo, en materia punitiva,
comienza desde que una persona conoce de la acusación, lo cual puede ser anterior
al mismo enjuiciamiento (supuestos de arresto, instrucción preliminar, averiguación
previa, etc.) y se confronta con la duración del procedimiento(162). Por eso,
"Cometido un hecho que ofrece los caracteres de delito, el autor entra, por así decirlo,
en el engranaje de la máquina punitiva: es un imputado, y en calidad de tal se
establecen a su respecto una serie de relaciones jurídicas —con el juez, con el
ministerio público, etc.— que reciben en nombre genérico de relación procesal, y que
terminan con la absolución o la condena dictadas por el órgano jurisdiccional"(163).
De allí que se haya asegurado que, en donde la tramitación del procedimiento
prolonga indebidamente el plazo de prescripción, este derecho del imputado a ser
juzgado en un plazo razonable debe provocar una considerable abreviación de los
plazos de prescripción para quien es formalmente perseguido en un procedimiento
judicial(164). Incluso se ha propuesto (y ahora fue formalizado) que la solución podría
ser que las leyes procesales penales establecieran un plazo de caducidad, igual al
señalado para la prescripción del delito, que empezara a contar desde el momento en
que el procedimiento se dirija contra el culpable, de tal manera que los jueces se
vieran obligados a terminar las causas dentro del mismo(165).
Por eso cabe reafirmar que se considera imputado a todo individuo que se indica,
en un acto del proceso, como partícipe del hecho delictivo que se investiga. En su
acepción etimológica, la palabra "imputado" proviene del latín imputare, que significa
"inscribir en cuenta", "atribuir, imputar" (derivado de putare, "contar", "calcular") y en
su acepción conceptual, encontramos que se lo traduce como sujeto al que se le
atribuye un delito, acción, culpa o cuenta donde se señala la aplicación o inversión de
una cantidad, sea al entregarla, sea en razón de ella(166). De aquí que el
sometimiento de un individuo a un proceso penal deriva de la asunción de esta
calidad, la cual deviene a consecuencia de que la amenaza genérica de una pena se
pone en relación con un sujeto determinado, por medio de la actividad de una serie de
órganos tendientes a producir en los hechos la consecuencia amenazada, esto es, la
pena; de tal forma se despliega la acción penal, cual momento dinámico de una
pretensión punitiva preexistente y estática, a la cual desencadena la comisión de un
hecho(167).
Es así que sólo cuando el individuo conozca la imputación, sepa que se está
dirigiendo un proceso contra él, y no a sus espaldas, el proceso abandonará en buena
medida su naturaleza inquisitiva y adquirirá la virtualidad que le brinda el principio
acusatorio y el derecho de defensa, con todas sus consecuencias. Para eso es
preciso un acto judicial, pero no cualquiera, sino precisamente aquel que contiene ya
una inculpación formal del "culpable", permitiendo a éste el ejercicio de sus derechos
fundamentales(168).
En definitiva, hay que considerar que la base del ordenamiento está dada por el
imputado. Éste es el centro del proceso, desde el momento en que hay una leve
sospecha en contra de una persona, ésta adquiere tal calidad. En este entendimiento,
el imputado es un sujeto de derecho y la asunción de esta calidad representa una
garantía de defensa que prescribe la Constitución Nacional, implicando como
consecuente, en la amplitud de reconocer a todo el que adquiere esta condición, la
satisfacción plena y eficaz de esta garantía desde el mismo momento inicial de la
acción. No olvidemos que el proceso penal es una sucesión gradual, progresiva,
preclusiva y concatenada de actos procesales dirigidos a descubrir la certeza de
verdad sobre un hecho y a quien se presume autor del mismo a fin de aplicar, en
concreto, la ley sustantiva, en el que el imputado es su sujeto procesal principal,
revistiendo legitimidad pasiva por ser centro del núcleo de una imputación
circunstanciada sobre un hipotético hecho delictual y sus consecuencias jurídicas,
debiendo soportar la carga del peso de la investigación; siendo su intervención en el
proceso tan imprescindible como para superar su propia voluntad, porque la justicia
no se puede discernir sin su presencia(169). En definitiva, es aquella persona que es
sindicada —aun preventivamente— bajo sospecha o indicio de autoría de un
hipotético delito y cuya responsabilidad y alcance de participación se investigará en el
proceso, como objeto de la actividad que desplegarán los órganos facultados para
ello. Y dado que es el sujeto de la pretensión procesal punitiva del Estado, merece las
garantías necesarias para preservar su estado de inocencia desde que el mismo
Estado comienza a accionar sus mecanismos represivos(170). Es así que la
denominación de "imputado" no indica otra cosa que la persona sometida a la
persecución penal por la presunta comisión de un delito(171).
En tal entendimiento se ha afirmado que el acusado tiene un derecho constitucional
a que su proceso avance(172), en tanto que a partir del momento en que un individuo
es sospechado en la comisión de un delito determinado, se hace acreedor a un
finiquito con eficacia de cosa juzgada material(173).
Desde otro punto de vista, es preciso considerar que el artículo 113 dispone que la
rebeldía o suspensión por cualquier causa prevista en el Código suspenderá el
cómputo del plazo del proceso a favor del encausado. Cabe destacar que en tal caso
no es el Estado sino el propio imputado quien inhabilita el ejercicio de la persecución
penal estatal. Incluso en este supuesto la causa no se encuentra "en movimiento"
sino que el efecto producido es exactamente el contrario, el juicio está
paralizado(174).
Con respecto a este tema —pero no obstante dirigido hacia el instituto de la
extinción de la acción penal— Tejedor decía que "El beneficio de la prescripción no
puede aprovechar al que se oculta, destruye los medios de prueba, o procura de
cualquier otro modo ilícito trabar la acción de la justicia y sustraerse al castigo. No es
lo mismo cuando sin participación del culpable, el hecho o el agente quedan
ignorados por los magistrados, o cuando por culpa del juez queda en suspenso la
averiguación o el fallo. Si este estado se prolonga, y el culpable durante este tiempo
guarda una conducta constantemente regular, el legislador puede encontrar en esto
motivos poderosos de borrar el crimen y suspender la represión"(175). Incluso Peco
admitía la suspensión de la prescripción por la rebeldía del procesado: "Cuando se
paraliza la causa por la rebeldía, la suspensión no prolonga indefinidamente los
plazos. Sobre el rebelde no pende una especie de imprescriptibilidad. No puede
colocarse en igualdad de condiciones al procesado dócil y al procesado rebelde"
(176).
La declaración de rebeldía es una consecuencia de la fuga(177), es decir que es
una secuencia formal de la orden de captura(178), la que es considerada como la
situación en que se coloca el imputado con relación al desarrollo del procedimiento en
el cual debe intervenir resistiendo a someterse a la autoridad del tribunal. Es una
actuación omisiva de negarse a comparecer, eludiendo la acción de la justicia(179).
Entonces, la situación de quien evade el proceso se presenta diametralmente
opuesta a la de quien —encontrándose a derecho— ve dilatar injustificadamente una
resolución que ponga fin al estado de incertidumbre que conlleva la tramitación del
juicio penal; puesto que es el acusado con su proceder quien ha provocado el paso
del tiempo sin castigo. No resulta merecedor de la autolimitación impuesta y no podrá
decirse que se haya violado respecto de él la garantía del plazo razonable(180). De
tal forma, el paso del tiempo no puede beneficiar a quien propicia su inacción (debido
a la imposibilidad jurídica de realizar el juicio en ausencia), del mismo modo que no
puede justificar las demoras de la jurisdicción.
Coincidimos entonces en justificar la extensión del límite temporal al ejercicio del
poder penal del Estado, cuando es el propio imputado quien dificulta la persecución,
pues no parece descabellado afirmar que el acto de sustraerse de la jurisdicción no
puede jugar en su beneficio. Es decir que no solamente el carácter del hecho que se
juzga en el proceso permitirá tasar la razonabilidad del plazo en correspondencia con
el mantenimiento de la eficacia preventiva de la pena. La dimensión subjetiva,
articulada en la personalidad del imputado en orden a sus actitudes ante el derecho,
mediará como otro factor de mensuración: el plazo razonable no será igual para quien
a lo largo del tiempo transcurrido después de la comisión de aquel hecho ha
continuado la actividad delictiva, que para quien cesó totalmente en ella: respecto del
primero, en cualquier momento posterior, la pena puede exhibir su eficacia de
prevención especial que instrumenta la general. Lo mismo ocurrirá con determinadas
actitudes del imputado en el proceso: supuestos de rebeldía "dolosa" (es decir,
preordenada a eludir el accionar de la justicia), reiteración de procedimientos
dilatorios destinados a "pausar" la gestión procesal, etc., incidirán en un alargamiento
de sus plazos sin llegar a menoscabar la eficacia preventiva de la pena(181).
(1)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 173.
(2)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, t. II, Marcos Lerner, Córdoba, 1984, p. 233.
(3)Al respecto comenta De la Rúa que la ley procesal debe prefijar las formas consagrando ella
misma su valor, sancionándolas de manera imperativa o meramente ordenatoria. Las primeras deben
ser estrictamente respetadas, las segundas pueden no ser observadas, siempre que no se afecte la
eficacia del acto, sea por determinación judicial, por regulación convencional o por mero cumplimiento
diverso del previsto (DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia [temas procesales], Lerner Editores,
Córdoba, 1980, p. 53).
(4)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, LexisNexis AbeledoPerrot, 2002, p.
258.
(5)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 52. Tal es el caso de la renuncia a un término o un
derecho, o el acuerdo de las partes para abreviar o prorrogar ciertos plazos.
(6)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 205.
(7)M AIER, J ULIO B. J., Derecho procesal penal, t. II, Parte general. Sujetos procesales, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 2004, p. 20. De esta forma el autor define al proceso penal, según su contenido
descriptivo, como la "secuencia de actos, definidos y ordenados por la ley procesal penal, que llevan a
cabo órganos públicos predispuestos y personas de derecho privado autorizadas para ello, con el fin de
lograr la decisión final que solucione el caso, mediante la aplicación del derecho penal material y sobre
la base del conocimiento correspondiente, adquirido durante el transcurso del procedimiento" (p. 21).
(8)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 51.
(9)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, t. II, Marcos Lerner, Córdoba, 1986, p. 115.
(10)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, t. 1, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1992, p.
31. El autor aclara que los actos provenientes de las partes o de terceros están condicionados a la
legitimación procesal de los presentantes. Además al cumplimiento de las pautas de idoneidad; que no
estén afectados por inadmisibilidad, caducidad o nulidad.
(11)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 205. Aclara el autor que
jurídicamente "actividad" es el continuo manifestarse de las facultades humanas sobre un objeto jurídico
y para una finalidad prevista por el derecho.
(12)CARRARA, FRANCESCO, Programa de derecho criminal, vol. I, Temis, Bogotá, 1977, p. 267.
(14)BELING, ERNST, Derecho procesal penal, Labor, Madrid, 1943, p. 2.
(15) Al respecto se sostuvo que "Es en los órganos encargados de la administración de justicia sobre
quienes recae, en forma imperativa, la misión de asegurar que el trámite de la causa principal no se
paralice indefinidamente... y se frustre, de este modo, el objeto mismo del proceso penal" (voto de los
ministros Petracchi y Bossert en Fallos: 321:3323).
(16)M ORELLO, AUGUSTO M., "El derecho a una rápida y eficaz decisión judicial", ED, 79387. Con cita de
DIEZ PICAZO, LUIS, La doctrina de los propios actos, Bosch, Barcelona, 1963; siendo que, en definitiva, el
proceso consiste en una determinada manera de ordenar heterogéneos conflictos de intereses que,
entre los hombres, produce su coexistencia en el mundo.
(17)LEVENE, RICARDO (h.), Manual de derecho procesal penal, t. I, Depalma, Buenos Aires, 1993, p.
207.
(18)Lo expuesto puede ejemplificarse con el siguiente pronunciamiento: "Cuando no obstante el
avance adquirido por la investigación, resulte improbable que se logre reunir elementos de juicio que
puedan constituirse en probanzas cargosas para los encausados y signifiquen el progreso positivo de la
causa en orden a la hipótesis delictual que conforma su objeto, se autoriza la adopción de un
temperamento conclusivo de índole definitivo"(CNCrim. y Correc. Fed., sala I, 19/3/2006, "Borbacci,
Eduardo s/sob. parcial", expte. 26.472).
(19)Al respecto Clariá Olmedo decía que los elementos objetivos de la estructura del proceso penal
son proporcionados por la actividad cumplida por las personas que intervienen en él. Asimismo, dicha
actividad procesal se muestra en una serie o sucesión progresiva de actos concatenados entre sí,
cumplidos por los intervinientes en el proceso y regidos por el derecho procesal penal y a su vez el
conjunto de ellos tiende a una finalidad común (CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t.
II, p. 205).
(20)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 206.
(21)M ORELLO, AUGUSTO M., "El derecho a una rápida y eficaz decisión judicial", cit.
(23)Al respecto señalaba D'Albora que se cumple con esta obligación si el fallo está racional y
concordantemente fundado, permitiendo extraer de las valoraciones que realiza el acierto de la
conclusión a que llega; una motivación válida no requiere, como condición, que excluya explícitamente
otra posibilidad contraria al hecho que sostiene, ya que sólo exige que se funde en pruebas válidas
(CNCasación Penal, sala IV, JA 2000III618). Es indispensable que exista un sustento operante como
ligazón racional de la prueba con la aseveración; jamás puede quedar reservada a la intimidad de la
conciencia de quien juzga (CNCasación Penal, sala DJ, 20003171, f. 15.962). En esto consiste la
obligación republicana para garantizar una correcta administración de la justicia (Preámbulo). Se cubre
si la resolución guarda relación con los antecedentes que le sirven de causa y son congruentes con el
punto decidido, suficientes para el conocimiento de las partes y para las eventuales impugnaciones que
se pudieran receptar (CNCasación Penal, sala II, LA LEY, 31/8/2000, f. 100.805) (D'ALBORA, FRANCISCO
J.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 266).
(24)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 330.
(25)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 266.
(26)En consecuencia se establece una causal de nulidad específica según el art. 166 por estar
prevista de modo expreso por la ley dicha sanción para el acto defectuoso. Conf. CREUS, CARLOS,
Invalidez de los actos procesales penales, Astrea, Buenos Aires, 2000, p. 27.
(27)DE LA RÚA, FERNANDO, El recurso de casación, Depalma, Buenos Aires, 1994, ps. 160 y 162. En tal
sentido también se ha dicho que "La motivación resulta el signo más importante y típico de la
racionalización de la función jurisdiccional. Se establece como uno de los requisitos esenciales de la
sentencia, y para que aquellos que pretenden ver en el fallo solamente su aspecto lógico, la motivación
es la enunciación de las premisas del silogismo que concluye en los puntos resolutivos. La motivación
es una comprobación lógica para controlar a la luz de la razón, la bondad de una decisión surgida del
sentimiento; es la racionalización del sentido de justicia, es la demostración de que el juzgador se quiere
dar a sí mismo antes que a las partes la ratio scripta que convalida el descubrimiento nacido de su
intuición (CALAMANDREI, PIERO, Proceso y democracia, Buenos Aires, 1960, ps. 115 y ss.)" (CNCasación
Penal, sala III, 12/7/1999, "Tourreilles Diego A.").
(28)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, cit., p. 49.
(29)DÍAZ CANTÓN, FERNANDO, "El control judicial...", cit., p. 71.
(30) En esa dirección se ha dicho que "Reiteradamente se ha pronunciado esta sala con relación a la
exigencia de motivar todas las resoluciones impuestas por el artículo 123 del Cód. Procesal Penal de la
Nación, señalando que 'Motivar o fundamentar las resoluciones judiciales implica asentar por escrito las
razones que justifican el juicio lógico que ellas contienen. Entre otras palabras, importa la obligación de
consignar las causas que determinan el decisorio o exponer los argumentos fácticos y jurídicos que
sustentan la resolución, esto es, las razones que poseen aptitud para legitimar el dispositivo. Sin duda
alguna, la exigencia de motivar responde al propósito de que la colectividad pueda controlar así la
conducta de quienes administran justicia en su nombre. Se resguarda a los particulares y a la
colectividad contra las decisiones arbitrarias de los jueces, que no podrán así dejarse arrastrar por
impresiones puramente subjetivas ni decidir las causas a capricho, sino que están obligados a enunciar
las pruebas que dan base a su juicio y a valorarlas racionalmente'" (CNCasación Penal, sala III,
12/4/1994, "Paulillo, Carlos D. s/recurso de casación").
(32)CHIARA DÍAZ, CARLOS A.,"Los jueces deben garantizar un proceso según constitución y no
conforme al procedimiento mixto", en www.apdp.com.ar. En esa dirección se sostuvo que
"reiteradamente ha señalado este tribunal que 'los jueces tienen el deber de motivar las sentencias y
ello se realiza cuando se expresan las cuestiones de hecho y de derecho que los llevan a concluir en un
caso concreto de un determinado modo. Se cumple así con un principio que hace al sistema
republicano, que se trasunta en la posibilidad que los justiciables, al ser absueltos o condenados puedan
comprender claramente porque lo han sido' (conf. causas n. 25 caratulada 'Zelikson, Silvia E. s/recurso
de casación', reg. n. 67 del 15/12/1993 y sus citas; y causa n. 65 caratulada 'Tellos, Eduardo Antonio
s/recurso de casación', reg. n. 64/94 del 24/3/1994, ambas de esta sala). En ese criterio, vemos que el
art. 123 del CPPN establece que las sentencias deberán ser motivadas bajo pena de nulidad y más
aún, el art. 404 inc. 2 del mismo texto legal dispone que la sentencia será nula si faltare o fuere
contradictoria la fundamentación. Esta exigencia comporta una garantía en beneficio de los eventuales
imputados y acusados, como también para el Estado en cuanto asegura la recta administración de
justicia. Motivar o fundamentar las resoluciones judiciales implica asentar por escrito las razones que
justifican el juicio lógico que ellas contienen. En otras palabras, importa la obligación de consignar las
causas que determinan el decisorio o exponer los argumentos fácticos y jurídicos que sustentan la
resolución, esto es, las razones que poseen aptitud para legitimar el dispositivo. La Constitución
Nacional no exige expresamente la necesidad de motivar las sentencias, pero ella surge claramente del
contexto de sus disposiciones; en efecto, la interpretación armónica de los preceptos constitucionales
que vedan toda condena 'sin juicio previo' —exigencia que implica un pronunciamiento jurisdiccional
terminal y definitivo de un proceso regular y legal— 'fundado en ley anterior al hecho del proceso', sólo
lleva a tal conclusión. Esta garantía constitucional de justicia fundada en el régimen republicano de
gobierno, impone la publicidad de las razones que tuvieron en cuenta los jueces para dictar sus
sentencias y facilita el control de la actuación judicial por el pueblo, de quien en definitiva emana la
autoridad. Sin duda alguna, la exigencia de motivar responde al propósito de que la colectividad pueda
controlar así la conducta de quienes administran justicia en su nombre. 'Se resguarda a los particulares
y a la colectividad contra las decisiones arbitrarias de los jueces, que no podrán así dejarse arrastrar
por impresiones puramente subjetivas ni decidir las causas a capricho, sino que están obligados a
enunciar las pruebas que dan base a su juicio y a valorarlas racionalmente' (GAVIER, ERNESTO R., 'La
motivación de las sentencias', en Comercio y Justicia, 15 y 16/10/1961)" (CNCasación Penal, sala III,
14/11/2003, "Lorge, Luis A.").
(33) Al respecto se ha decidido que "Conforme lo dispuesto por el art. 123 del Código Procesal Penal
de la Nación los decretos deberán ser motivados sólo cuando la ley expresamente así lo establezca,
por lo que el que origina este incidente, a través del cual el señor Juez Instructor resolvió una petición
de prórroga para acogerse a los decretos 314/95 y 316/95 disponiendo que se acuda a la jefatura de la
agencia que corresponda de la DGI, no solamente satisface los extremos antedichos respecto de las
formalidades de los decretos de mero trámite, sino también la decisión en sí se ajusta a derecho, pues
obviamente, el nombrado organismo es la autoridad de aplicación para proveer a lo requerido, toda vez
que es en ese ámbito donde debe resolverse el punto, lo que le abrirá, por cierto, las vías de controlador
judicial previstas en el ordenamiento jurídico" (CFed. Salta, 7/11/1995, "Masnaghetti, Rubén Eduardo
s/incidente de nulidad", c. 095/1995).
(34)En nuestro derecho actual contamos con expresos mandatos constitucionales que exigen la
debida racionalidad en la aplicación y en la fundamentación de la prisión preventiva, por cuanto: "Nadie
podrá ser sometido a detención o prisión arbitrarias", art. 9°, nro. 1, Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos; "Nadie puede ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado", art. 9°, Declaración
Universal de Derechos Humanos, "Nadie puede ser sometido a prisión o encarcelamiento arbitrarios",
art. 7°, pto. 3, Convención Americana sobre Derechos Humanos, principios básicos que denotan la
importancia de la justificación de toda orden que implique la privación de la libertad del imputado. En el
mismo sentido, las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia Penal
("Reglas de Mallorca") establecen que "La detención de una persona sólo se podrá decretar cuando
existan fundadas sospechas de su participación en un delito" (art. 19.1) (LA ROSA, M ARIANO R., Exención
de prisión y excarcelación, Astrea, Buenos Aires, 2006, p. 343).
(35) "Cuando el juez de instrucción se enfrenta con la posibilidad de ordenar una medida restrictiva de
los derechos fundamentales, como lo es una escucha telefónica, no debe fundar su decisión en la
certeza moral de que el sujeto pasivo de aquélla está incurriendo en delito sino en un cúmulo de
circunstancias que demuestren, en grado de probabilidad compatible con el estadio primigenio de la
pesquisa, que la conducta ilícita se está por cometer o se halla en curso de ejecución" (CNCasación
Penal, 9/11/2001, "Kuhn, Pedro Miguel y Castello, Herberto M. s/recurso de casación", causa 3740).
(36)Ya que, si bien el requisito de fundamentación de una orden de allanamiento no supone una
comprobación cabal y cierta de la presencia de un delito, por lo menos exige una enunciación expresa
de las razones objetivas que pueden hacer al convencimiento del juzgador, pues "No basta en cambio
con la aseveración de este último de su convicción subjetiva. Es el criterio ponderado del magistrado y
no su apreciación discrecional lo que permite hacer excepción a la garantía de la inviolabilidad del
domicilio" (CPenal Económico, sala A, 17/10/1996, c. 36.724, ED, 173336). "Una orden de registro sólo
puede ser válidamente dictada cuando median elementos objetivos idóneos para fundar una mínima
sospecha razonable de que en el lugar podrían encontrarse elementos que probasen la comisión de
algún ilícito penal... la mera expresión de sospecha de un funcionario público no constituye per se esa
base objetiva" (CSJN, Fallos: 315:1043, voto del Dr. Petracchi).
(37)Por ende: "cabe poner especial énfasis en resguardar el equilibrio entre el derecho del individuo a
no sufrir una persecución injusta, por una parte; y el interés general de no facilitar la impunidad del
delincuente (Fallos 280:297), por la otra. Que el delicado resguardo al que se alude en el considerando
anterior puede resquebrajarse con la utilización automática de fórmulas genéricas y abstractas, en las
que se omitiera la precisión necesaria, referente a las circunstancias concretas de la causa, que
permita considerar razonable la decisión adoptada. Que estas circunstancias se advierten en el sub
examine, pues ni en primera instancia ni en la alzada se establecieron las bases y los elementos
específicos, suficientemente justificativos y concretamente vinculados a los hechos que se investigan,
en los que debería apoyarse el temperamento adoptado" (CSJN, 7/12/2001, "Garzía, Ricardo S.", JA,
2002III753; disidencia de los Dres. Nazareno y Moliné O´Connor).
(38) También se la encontrado conculcado el principio de legalidad al dictar una medida cautelar sin
suficiente justificativo: "La adopción de toda medida cautelar restrictiva de la libertad del encausado,
tendiente a asegurar los fines del proceso —averiguación de la verdad real y aplicación de la ley
sustantiva— necesariamente debe estar precedida de una concreta evaluación de las constancias
incorporadas al legajo para así respetar el principio de legalidad como primera manifestación del
derecho de defensa en juicio de raigambre constitucional" (CContr. y Faltas Ciudad Bs. As., sala 2ª,
22/3/2000, "Gómez, Isaías D.").
(39)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal a propósito de un fallo
acertado", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal, 13/8/2001.
(40) Es así que se ha dicho: "Que es evidente que a la condición de órganos de aplicación del derecho
vigente, va unida la obligación que incumbe a los jueces de fundar debidamente sus decisiones. No
solamente para que los ciudadanos puedan sentirse mejor juzgados, ni porque es contribuye así al
mantenimiento del prestigio de la magistratura es por lo que la mencionada exigencia ha sido prescripta
por la ley. Ella persigue también excluir la posibilidad de decisiones irregulares, es decir, tiende a
asegurarse de que el fallo de la causa sea derivación razonada del derecho vigente y no producto de la
individual voluntad del juez (Fallos: 236:27 —LA LEY, 86436—). Que, en definitiva, la exigencia de que
los fallos tengan fundamentos serios, señalada por jurisprudencia y doctrina unánime sobre la materia,
reconoce raíz constitucional y tiene, como contenido concreto, el imperativo de que la decisión sea
conforme a la ley y a los principios propios de la doctrina y de la jurisprudencia vinculados con la
especie a decidir (Fallos: 318:652)" (CSJN, 10/12/1998, "Casal Alfredo E. y otros").
(41)BRUZZONE, GUSTAVO A., "La nulla coactio sine lege como pauta de trabajo en materia de medidas
de coerción en el proceso penal", en La justicia penal hoy (de su crisis a la búsqueda de soluciones),
Fabián Di Plácido, 2000, ps. 189 y ss. Apunta el autor que "Cómo fundo la medida de coerción de que
se trate es un problema central que debemos tener presente en cada caso y donde debemos constatar,
en relación al fin para el que se dicta, que la medida sea necesaria, idónea y proporcional".
(42)ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, t. II, Editorial Jurídica Cuyo, 1994, p. 733;
criterio también expuesto por la CSJN, en el expte. "Rodríguez Landívar, Blanca S.", rta. 6/8/1991, JA,
1991IV155.
(43)RUBIANES, CARLOS J., "La calificación de la conducta del imputado para decidir excarcelación o
eximición de prisión y su relación con la prueba", en Excarcelación y eximición de prisión, Temas
Penales nro. 1, Jornadas de la Sociedad Panamericana de Criminología, Depalma, Buenos Aires, 1986,
p. 77. El autor agrega que a tal efecto, y como esta persona goza del estado de inocencia, también
resulta aplicable la máxima in dubio pro reo, ya que, por ejemplo, en caso de duda sobre una
circunstancia que torne no excarcelable el delito, ha de estarse a la calificación en la figura delictiva
menos grave que posibilite la excarcelación.
(44)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción. Enunciación universal y
aplicación en los Códigos nacional y bonaerense", LA LEY, 1998E, 1220 y ss.
(45) Por tal motivo se decidió que deben justificarse la presencia de todos los requisitos típicos del
delito atribuido a un imputado: "Es arbitraria la decisión que decreta la prisión preventiva por el delito de
asociación ilícita si ha perdido de vista tanto las notas exigidas en la figura descripta en el art. 210
CPen. como el bien jurídico que se intenta tutelar por su intermedio" (CSJN, 18/12/2002, "Salomoni,
Jorge L. y otros", JA, 2003II647).
(46)Dicho autor refiere que la res. 17 del Octavo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención
del delito y Tratamiento de Delincuentes, en su párrafo 2º, punto b), afirma: "sólo se ordenará la prisión
preventiva cuando existan razones fundadas para creer que las personas de que se trata han
participado en la comisión de un presunto delito", al igual que el Proyecto de Reglas Mínimas para la
Administración de la Justicia Penal, establece en su numeral 19.1: "la detención sólo se podrá decretar
cuando existan fundadas sospechas de la participación de la persona en un delito". Asimismo la CIDH,
informe 2/97 señaló que la presunción de culpabilidad de una persona no sólo es un elemento
importante sino una condición sine qua non para continuar la medida restrictiva de la libertad. También
el Tribunal Europeo en el caso "Fox, Campbell y Hartley" estableció que para la detención de una
persona deben existir "indicios racionales" de que ha cometido un delito, definiendo a éstos como "la
existencia de hechos o de informes que convencerían a un observador objetivo" de tal circunstancia.
(47)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, Depalma, Buenos Aires, p. 40. Por ello se ha decidido
que "Cuando se encuentra en juego las libertad ambulatoria de un individuo —en virtud de la calificación
legal escogida— y a efectos de asegurar, en una ulterior instancia, la posibilidad de revisar los
fundamentos que originan un pronunciamiento, el instructor debe fundamentar aquellos mínimos
elementos de convicción que justifiquen la denegación del beneficio, como también la calificación de la
conducta imputada" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 177/1996, "Vegezzi, Walter Guillermo s/exención de
pris.", causa 12.381, reg. 13.356. En el mismo sentido, sala II, 29/5/1996, "Olivari, Carlos s/ex. de pris.",
c. 12.260 reg. 13.158 y su cita).
(48)En ese sentido se ha dicho que "El criterio según el cual para el dictado de la prisión preventiva no
resulta exigible la certidumbre apodíctica acerca de la comisión de un hecho ilícito no permite, en modo
alguno, fundar medidas que restrinjan la libertad del imputado del delito de administración fraudulenta
sobre la base de contrataciones cuya necesidad, precio y calidad se desconocen" (CSJN, 16/5/2001,
"Panceira, Gonzalo y otros").
(49)SLONIMSQUI, PABLO, "Sobre el uso irracional de las medidas de coerción procesal: la detención
judicial arbitraria", en RDP, Garantías constitucionales y nulidades procesales, 2001I425, Rubinzal
Culzoni.
(50)VIRGOLINI, J ULIO SILVESTRONI, M ARIANO, "Unas sentencias discretas. Sobre la discrecionalidad
judicial y el estado de derecho"; en RDP, Garantías constitucionales y nulidades procesales, 2001I
308, RubinzalCulzoni.
(51)ZIFFER, PATRICIA, Lineamientos de la determinación de la pena, AdHoc, Buenos Aires, 1999, p. 97.
En ese sentido refiere la autora que el deber del juez de fundamentar la sentencia alcanza no sólo a la
imputación del hecho, sino también a la pena. Existe un cierto acuerdo en cuanto a que el juez debe dar
las razones que lo llevan a afirmar la necesidad de una determinada pena. Este deber surge, en gran
medida, del propio ordenamiento material (art. 41, Cód. Penal). Al ordenar los factores que deben pesar
en la decisión se instaura el deber de fundamentación, pues, de lo contrario, sería imposible controlar el
cumplimiento de ese deber.
(52) Por tal motivo se erige como mandato constitucional la motivación de las sentencias, que no solo
se deriva de la interpretación que desde siempre hicieron nuestros tribunales del art. 18 de la
Constitución Nacional, sino que además de lo establecido en los arts. 14.2 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y en el art. 8.2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos en
tanto disponen que toda persona inculpada de un delito tiene derecho a que se presuma su inocencia,
"mientras no se pruebe su culpabilidad conforme a la ley", según la primer fórmula, o "mientras no se
establezca legalmente su culpabilidad", según la segunda norma citada.
(53)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "In dubio pro reo y recurso de casación contra la sentencia
condenatoria", La Ley, Suplemento de Jurisprudencia Penal, 23/12/1999. Asimismo se ha dicho que lo
"esencial es que el juez que entienda en la causa... condene una vez que haya adquirido la certeza o
convicción de responsabilidad penal y que, desde luego, descarte toda duda razonable de inocencia"
(CIDH, informe 5/96, caso 10.970).
(54)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos, Editores del Puerto, Buenos Aires,
2000, p. 70. En apoyo a lo expuesto, el autor destaca el siguiente pronunciamiento: "El principio de la
presunción de inocencia se refiere al 'acusado' y pretende protegerle contra un veredicto de culpabilidad
sin que se haya probado ésta conforme a la ley" (Comisión Europea de Derechos Humanos, "Lutz,
Englert y Nölfenbockoff", Informe del 18/10/1985).
(55)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit., p. 111.
(56)SILVESTRONI, M ARIANO, "La tipicidad subjetiva y el in dubio pro reo en el recurso de casación",
Nueva Doctrina Penal, 1998B612. Trasciende a este pensamiento una cuestión de crucial
importancia: que en la fundamentación del monopolio estatal de la fuerza se encuentra el derecho de los
ciudadanos a ser juzgados con un procedimiento confiable.
(57)M UÑOZ CONDE, FRANCISCO, Búsqueda de la verdad en el proceso penal, Hammurabi, Buenos Aires,
2000, p. 33. El autor destaca que el punto de partida de toda actividad jurídica es el hecho o caso que
surge como problema de la realidad y que se trata de subsumir en el supuesto de hecho de la norma
jurídica. Para ello hay que empezar por constatar ese hecho tal como se ha producido en la realidad;
tarea que supone la reconstrucción de un hecho que no ha sido percibido directamente por el juzgador,
y es ya pretérito.
(58)Los principios lógicos, y especialmente el principio de no contradicción, tienen jerarquía
constitucional. No importa que esta afirmación no se halle expresamente escrita. Tales principios
condicionan la validez de los pronunciamientos. Por eso, si no estuvieran positivizados, su aplicación
deviene de una regla implícita existente en todo sistema jurídico. Un modo de manifestarse de derecho
es la razón misma expresada en reglas (conf. "Modalidades del razonamiento judicial", en GHIRARDI,
OLSEN A. y otros, El razonamiento judicial, Advocatus, Córdoba, 2001, p. 28.
(59) En dicho entendimiento se ha dicho que "...el concepto de la motivación legal involucra la
necesidad de que aquélla sea concordante, es decir, que cada conclusión de la sentencia debe
encontrar su apoyo en el elemento probatorio que le corresponde... no satisface este requisito, y no es
por tanto una motivación legal —lo que equivale a la falta de ella— la motivación que consiste en la sola
mención global de medios de prueba introducidos al debate, método que tiene por efecto que el tribunal
no pueda fiscalizar si existe o no la referida concordancia..." (TSJ Córdoba, sala Penal, B. J. C. T. II, vol.
2, año 1958).
(60)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "In dubio pro reo...", cit.
(62)DE LA RÚA, FERNANDO, La casación penal, Depalma, Buenos Aires, 1994, ps. 119 y ss. Ilustrando el
concepto expuesto por este autor se ha sostenido: "La motivación constituye el signo más importante y
típico de la 'racionalización' de la función jurisdiccional. Se establece como uno de los requisitos
esenciales de la sentencia, y para aquellos que pretenden ver en el fallo solamente su aspecto lógico, la
motivación es la enunciación de las premisas del silogismo que concluye en los puntos resolutivos. La
motivación es una comprobación lógica para controlar a la luz de la razón, la bondad de una decisión
surgida del sentimiento; es la 'racionalización' del sentido de justicia; es la demostración de que el
juzgador se quiere dar a sí mismo antes que a las partes la ratio scripta que convalida el
descubrimiento nacido de su intuición" (CALAMANDREI, PIERO, Proceso y democracia, cit., ps. 115 y ss.).
"La motivación de las sentencias es, verdaderamente, una garantía grande de justicia, cuando mediante
ella se consigue reproducir exactamente, como en un croquis tipográfico, el itinerario lógico que el juez
ha recorrido para llegar a su conclusión; en tal caso, si la conclusión es equivocada, se puede
fácilmente determinar, a través de la motivación, en qué etapa de su camino perdió el juez la
orientación. Es conveniente que el juez tenga también, aun en pequeño grado, algo de la habilidad del
abogado; porque, al redactar la motivación, debe ser el defensor de la tesis fijada en su conciencia
(CALAMANDREI, PIERO, Elogio de los jueces, Buenos Aires, 1969, ps. 175 y ss.; CARNELUTTI, FRANCESCO,
Lecciones sobre el proceso penal, t. III, Buenos Aires, 1950, p. 110; ALCALÁ ZAMORA Y CASTILLO, NICETO
LEVENE, RICARDO (h.), Derecho procesal penal, t. II, Buenos Aires, 1945, p. 190)" (CNCasación Penal,
sala III, 7/12/1999, "Gargiulo, Gerardo Marcelo s/recurso de casación", causa 2098).
(63)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales sobre el proceso penal, Editores del Puerto,
Buenos Aires, 1997, p. 71.
(64) Al respecto se sostuvo que "la necesidad de que la sentencia sea motivada, ha querido, por
cierto, poner un límite al libre convencimiento de los jueces, sometiendo sus juicios a la lógica, que
representa el presupuesto de todo juicio humano y que, por consiguiente, debe presidir el juicio que
significa la motivación de hecho de la sentencia (BJC I, vol. 1, 55). Pues, lo que se procura, controlando
la observancia de las reglas supremas y universales del pensamiento humano, es ver si a motivación
en el plano fáctico, ha rebasado los límites impuestos por la sana crítica racional, porque en ese caso la
fundamentación es sólo aparente, pero en realidad no existe por su manifiesta irrazonabilidad" (TSJ
Córdoba, sala Penal y Correc., 19/4/1968, BJC, XIII, 1969, ps 147/152).
(65)GHIRARDI, OLSEN A., La lógica del proceso judicial, Marcos Lerner, Córdoba, 1992, p. 47.
(66)DÍAZ CANTÓN, FERNANDO, "El control judicial...", cit., p. 78.
(67) Corresponde dejar sin efecto —por falta de fundamentación— aquellos pronunciamientos que son
"producto de la voluntad individual del juez", cuando la decisión se emite "sin más base que la
afirmación dogmática de quienes suscriben el fallo", o con "base en apreciaciones genéricas", o en
"razones de extrema generalidad" (CFed. Salta, 18/9/1996, "Durand Mendioroz, José E. s/denuncia").
(68) Al respecto se ha decidido que "Toda sentencia constituye una unidad lógicojurídica, cuya parte
dispositiva debe ser la conclusión final y necesaria por derivación razonada del examen de los
presupuestos fácticos y normativos efectuados en su fundamentación. No es sólo el imperio del tribunal
ejercido concretamente en la parte dispositiva lo que da validez y fija los alcances de la sentencia, ya
que estos dos aspectos dependen también de las motivaciones que sirven de base al pronunciamiento
(...) Es requisito de validez de las sentencias judiciales que ellas constituyan derivación razonada del
derecho vigente conforme a las circunstancias comprobadas de la causa" (Fallos: 316:609).
(69)Es tan importante esta doctrina, que incluso nuestra Corte se ha pronunciado en reiteradas
oportunidades en contra de las fórmulas genéricas o abstractas que restringen la libertad individual:
"Corresponde dejar sin efecto la sentencia que desechó mediante una fundamentación sólo aparente la
concesión del beneficio de excarcelación, ya que omitió referir cuáles eran las circunstancias concretas
de la causa que le permitían considerar bajo una luz desfavorable 'la personalidad del procesado' y
tampoco expresó concretamente qué elementos podrían fundar que 'la presunta pena a recaer' sería de
cumplimiento efectivo" (Fallos: 312:1904). Asimismo se ha resuelto que "...la sola referencia a la pena
establecida por el delito por el que ha sido acusado y la condena que registra, sin que se precise cuáles
son las circunstancias concretas de la causa que permitieran presumir, fundadamente, que el mismo
intentará burlar la acción de la justicia, no constituye fundamento válido de una decisión de los jueces
que sólo trasunta la voluntad de denegar el beneficio solicitado" (CSJN, 3/10/1999 , "Estévez, José Luis
s/solicitud de excarcelación", causa 33.769).
(70)M UÑOZ CONDE, FRANCISCO ARAN GARCÍA, M ERCEDES , Derecho penal. Parte general, Tirant Lo
Blanch, Valencia, 1993, p. 2. La relación entre el derecho penal y el procesal penal es tan estrecha que
no puede concebirse el uno sin el otro; no obstante lo cual cada uno conserva su autonomía científica y
académica.
(71)LEVENE, RICARDO (h.), Manual de derecho procesal penal, cit., t. I, p. 9.
(72) Es así que nuestro más alto Tribunal ha expresado que "La garantía de la defensa en juicio exige
por sobre todas las cosas, que no se prive a nadie arbitrariamente de la adecuada y oportuna tutela de
los derechos que pudieran asistirle, asegurando a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una
sentencia fundada, previo juicio llevado en legal forma, ya se trate de procedimiento civil o criminal,
requiriéndose indispensablemente la observancia de las formas sustanciales relativas a la acusación,
defensa, prueba y sentencia" (CSJN, ED, 69425).
(74)Vemos que incluso el imputado puede quedar sometido a la jurisdicción un considerable lapso:
"Sólo ha de arribarse a un pronunciamiento conclusivo de tipo definitivo cuando el imputado aparezca
de un modo indudable como exento de responsabilidad (conf. CNCasación Penal, sala I, 10/12/1993,
'Almeyra, M.', reg. 49; 22/5/1997, 'Acuri J. C.', reg. 1574, c. 29.759; 3/9/1998, 'Gargiulo, M', reg. 714 de
esta sala, y 8/2/1996, c. 11.786, reg. 12.783, perteneciente a la sala II de este tribunal entre otras)"
(CCiv. y Com. Fed., sala II, 8/12/2001, "Rodríguez Rodríguez Sandro s/consulta", c. 32.663).
(76)LA ROSA, M ARIANO R., "Algunos aspectos de la dilación del proceso penal", LA LEY, Suplemento de
Actualidad, del 27/3/2003.
(77)BORINSKY, CARLOS, "El derecho constitucional a una pronta conclusión del proceso penal", LA LEY,
1990C, 300.
(78)Citado por VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, RubinzalCulzoni, Buenos Aires, 1989, p.
85.
(79)BERTOLINO, PEDRO J., El exceso ritual manifiesto, Librería Editora Platense, La Plata, 1979, p. 6.
(80)BELING, ERNST, Derecho procesal penal, cit., p. 23.
(81)FERNÁNDEZ VIAGAS, BARTOLOMÉ P., El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, Civitas,
Madrid, 1994, p. 221.
(82)COSACOV, GUSTAVO, El mito de la no impunidad, 1, Universidad Nacional de Córdoba, Centro de
Investigaciones Jurídicas y Sociales, 1988, p. 27.
(83)M ORAS M OM, J ORGE R., "La duración del proceso penal ante las garantías constitucionales", LA
LEY, 1993A, 1146.
(84)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 224.
(85)COSACOV, GUSTAVO, El mito de la no impunidad, cit.
(86)COSACOV, GUSTAVO GORENG, KLAUS NADELSTICHER, ABRAHAM , "Duración del proceso penal en
México", Cuadernos del Instituto de Ciencias Penales, nro. 12, México, 1983, p. 7.
(87)DARRITCHON, LUIS, "Cómo son los plazos y los términos en el nuevo proceso penal", LA LEY, 1994
A, 111.
(88)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO , "El derecho del imputado al sobreseimiento", JA, 1951II23. La
pretensión punitiva debe conciliarse además con el respeto a la persona, porque la defensa contra el
delito ha de conjugarse con los derechos individuales, dado que resulta ser una garantía arbitrada
fundamentalmente a favor del acusado.
(89)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 115.
(90)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 205. Aclara el autor que
jurídicamente "actividad" es el continuo manifestarse de las facultades humanas sobre un objeto jurídico
y para una finalidad prevista por el derecho.
(91)CARRARA, FRANCESCO, Programa de derecho criminal, cit., vol. I, p. 267.
(92)Art. XXV, Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; art. 9.3 y art. 14.3.c,
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 7.5, Convención Americana sobre Derechos
Humanos; art. 40.2.III, Convención sobre los Derechos del Niño.
(93)BELING, ERNST, Derecho procesal penal, cit., p. 2.
(94) Al respecto se sostuvo que "Es en los órganos encargados de la administración de justicia sobre
quienes recae, en forma imperativa, la misión de asegurar que el trámite de la causa principal no se
paralice indefinidamente... y se frustre, de este modo, el objeto mismo del proceso penal" (voto de los
ministros Petracchi y Bossert en Fallos: 321:3323).
(96)LEVENE, RICARDO (h.), Manual de derecho procesal penal, cit., t. I, p. 207.
(97)Lo expuesto puede ejemplificarse con el siguiente pronunciamiento: "Cuando no obstante el
avance adquirido por la investigación, resulte improbable que se logre reunir elementos de juicio que
puedan constituirse en probanzas cargosas para los encausados y signifiquen el progreso positivo de la
causa en orden a la hipótesis delictual que conforma su objeto, se autoriza la adopción de un
temperamento conclusivo de índole definitivo"(CNCrim. y Correc. Fed., sala I, 19/3/2006, "Borbacci,
Eduardo s/sob. parcial", expte. 26.472).
(98)PASTOR, DANIEL R., El plazo razonable en el proceso del Estado de derecho, AdHoc, Buenos
Aires, 2002, p. 87.
(99)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 206.
(100)M ORELLO, AUGUSTO M., "El derecho a una rápida y eficaz decisión judicial", cit.
(101) Quedando entonces en claro que el proceso en sí es actividad, nuestra Corte afirmó: "También
se ha establecido que la finalidad del proceso penal consiste en conducir las actuaciones del modo más
rápido posible, que otorgue tanto a la acusación la vía para obtener una condena como al imputado la
posibilidad de su sobreseimiento o absolución, en armonía con el deber de preservar la libertad de quien
durante su curso goza de la presunción de inocencia (Fallos: 315:1344)" (causa "Santini, Angelo y otra
s/su solicitud de denegación de justicia", publicado en Fallos: 321:3327).
(102)BERTOLINO, PEDRO J., El exceso ritual manifiesto, cit., p. 84.
(103)En ese entendimiento se decidió que "Para el dictado del auto de procesamiento no se requiere
certidumbre apodíctica acerca de la comisión de un hecho ilícito ni de la participación de los procesados
en su producción. Por el contrario y tal como lo sostiene la doctrina para el dictado del auto impugnado
basta con un juicio de probabilidad sobre la existencia del hecho delictuoso y de la responsabilidad que
como partícipe le corresponde al imputado. De lo que se trata, pues, es de habilitar el avance del
proceso hacia el juicio que es la etapa en que se desenvolverán los debates y la confrontación
probatoria con amplitud" (CCiv. y Com. Fed., sala I, 13/6/2000, "Santos Caballero, María Isabel y otros
s/auto de procesamiento", causa 31.613, reg. 537).
(104) Al respecto se ha decidido: "los suscriptos consideran necesario advertir que el efecto interruptor
del curso de la prescripción que detenta la citación a prestar declaración indagatoria cuestionada no
autoriza a que la instrucción pueda permanecer en un estado de investigación preliminar continua, sin
superar de manera paulatina las instancias procesales que robustezcan o rechacen definitivamente la
imputación, situación que conspira tanto contra el derecho del imputado a ser juzgado en un plazo
razonable como contra el ejercicio adecuado y eficaz de la administración de justicia, este último, de
particular relevancia en casos de significativo interés social como los que encuentran comprometido el
patrimonio del estado y el comportamiento de sus funcionarios" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 22/3/2005,
"Incidente de nulidad promovido por Aldo Ferrante —expte. 1240/2000—", causa 21.823).
(105)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "El derecho del imputado al sobreseimiento", cit.
(106)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "El proceso penal en el nuevo sistema constitucional", CAFFERATA
NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales sobre el proceso penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2007.
(107)Ver en tal sentido el excelente comentario de CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "In dubio pro reo..., cit.
(108)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales..., cit., p. 66.
(109)ANITUA, GABRIEL I., "Los límites temporales al poder penal del estado", Nueva Doctrina Penal,
1997/A, p. 214, nota 37, Editores del Puerto, con cita de VÁZQUEZ ROSSI.
(110)GONZÁLEZ, NEMESIO GONZÁLEZ NOVILLO, J ORGE R., "Defensa en juicio y sentencia en tiempo
razonable", LA LEY, 1982A, 1.
(111)FERNÁNDEZ VIAGAS, BARTOLOMÉ P., El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, cit., p. 33. Por
tal motivo, el sentimiento de parcialidad que puede ocultarse en el deseo de una resolución rápida es
algo que tradicionalmente se ha querido evitar.
(112)BIDART CAMPOS, GERMÁN, "Debido proceso y 'rapidez' del proceso", ED, 80703.
(113)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "El derecho del imputado al sobreseimiento", cit.
(114)M ORELLO, AUGUSTO M., "El derecho a una rápida y eficaz decisión judicial", cit. Agrega el autor
que ante la aceleración histórica que nos toca vivir, su significado cobra, todavía, un signo mayor. El
costo adicional que consume el entramado del proceso y el agotamiento de sus fases estructurales
para arribar a la sentencia y luego a su ejecución, es sobradamente oneroso.
(115)BIDART CAMPOS, GERMÁN, "Aspectos constitucionales del juicio penal", LA LEY, 133413.
(116)M ORENO, RODOLFO, El problema penal, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires,
1933, p. 105.
(117)LA ROSA, M ARIANO R., La interrupción de la prescripción de la acción penal por actos del
procedimiento, Fabián Di Plácido Editor, Buenos Aires, 2014, p. 54.
(118)VARELA, CASIMIRO A., Fundamentos constitucionales del derecho procesal, AdHoc, Buenos Aires,
1999, p. 100.
(119)BIELSA, RAFAEL GRAÑA, EDUARDO R., "El tiempo y el proceso", Revista del Colegio de Abogados
de La Plata, año XXXIV, nro. 55, 1994, p. 190.
(120)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado: la justicia y sus límites temporales, J. M.
Bosch Editor, Barcelona, 1997, p. 254.
(121)GONZÁLEZ, NEMESIO GONZÁLEZ NOVILLO, J ORGE R., "Defensa en juicio...", cit.
(122)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 103.
(125)REVENGA SÁNCHEZ, M IGUEL, Los retrasos judiciales. ¿Cuándo se vulnera el derecho a un proceso
sin dilaciones?, Colección Jurisprudencia Práctica, nro. 31, Tecnos, Madrid, 1992, p. 13. El autor aclara
que incluso, dicho ámbito material abarca también los actos preparatorios de la apertura del proceso,
como lo son las diligencias previas.
(126)J AUCHEN, EDUARDO M., Derechos del imputado, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2005, p. 317.
(127)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 21.
(128)FERNÁNDEZ VIAGAS, BARTOLOMÉ P., El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, cit., p. 35.
(129)BACIGALUPO, ENRIQUE, El debido proceso penal, Hammurabi, Buenos Aires, 2006, p. 88.
(130)LA ROSA, M ARIANO R., La interrupción de la prescripción..., cit., p. 61.
(131)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 21.
(132)GOZAÍNI, OSVALDO A., "El derecho a la celeridad en los procesos", ED, 157190. En esa dirección
nuestra Corte ha referido que "la mera prolongación del proceso no afecta por sí sola las garantías
constitucionales sino en cuanto una mayor celeridad sea posible y razonable" (Fallos: 312:573 y sus
citas).
(133)D'ALBORA, FRANCISCO J., "La Corte Suprema y la morosidad del proceso penal", ED, Suplemento
de Derecho Penal y Procesal Penal del 27 de diciembre de 2001.
(134)FERNÁNDEZ VIAGAS, BARTOLOMÉ P., El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, cit., p. 48.
(135)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 255.
(136)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 259.
(137)ZAFFARONI, EUGENIO R. ALAGIA, ALEJANDRO SLOKAR, ALEJANDRO, Derecho penal. Parte general,
Ediar, Buenos Aires, 2002, p. 899. Sin embargo, los autores consideran que la prescripción debe operar
con anticipación si en la hipótesis concreta el tiempo excedió el marco de razonabilidad establecido por
la Constitución y el derecho internacional (ya que consideran que la prescripción tiene raíz procesal);
ante lo cual particularmente entiendo que el derecho realizador que se encuentra en juego es el de
obtener un pronunciamiento en tiempo razonable, por lo que tal motivo hará que el proceso termine y no
la prescripción.
(138)GARCÍA PONS, ENRIQUE, Responsabilidad del Estado..., cit., p. 262.
(139)PASTOR, DANIEL R., El plazo razonable.... cit., p. 447.
(140)ANITUA, GABRIEL I., "Los límites temporales...", cit., p. 223.
(141)ELOSÚ LARRUMBE, ALFREDO A., "Interrupción del curso de la prescripción de la acción penal.
Alcances de la ley 25.990", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal y Procesal Penal del
28/2/2005.
(142)ZAFFARONI, EUGENIO R. ALAGIA, ALEJANDRO SLOKAR, ALEJANDRO, Derecho penal. Parte general,
cit., p. 899.
(143)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit., p. 118.
(144)El BGH (E 35, 137) ha declarado que una lesión arbitraria y grave del mandato de celeridad
puede conducir a un sobreseimiento del proceso. En conexión con el BvefG (decisión del 7/3/1997
2BvR 2173/96), exige continuamente que, en el caso de retrasos del procedimientos contrarios al
Estado de Derecho, se examine la clase y la medida de esas demoras para establecerlas en la
sentencia y considerarlas efectivamente en la medición de la pena. Esto deja entrever la consecuencia
de que el procedimiento deber ser sobreseído cuando las dilaciones sobrepasen la escala penal del
delito (ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit., p. 118).
(145)J AUCHEN, EDUARDO M., Derechos del imputado, cit. p. 325.
(146)CALAMANDREI, PIERO, Las miserias del proceso penal, citado por GONZÁLEZ, NEMESIO GONZÁLEZ
NOVILLO, J ORGE R., "Defensa en juicio...", cit.
(147)CREUS, CARLOS, "El principio de celeridad como garantía del debido proceso en el sistema
jurídicopenal argentino", LA LEY, 1993B, 894, doctrina.
(148)GONZÁLEZ, NEMESIO GONZÁLEZ NOVILLO, J ORGE R., "Defensa en juicio...", cit.
(149)REVENGA SÁNCHEZ, M IGUEL, Los retrasos judiciales..., cit., p. 24.
(150)M ANZINI, VICENZO, Tratado de derecho penal, vol. V, Ediar, Buenos Aires, 1950, p. 138.
(151)CARRIÓ, A LEJANDRO D., Garantías constitucionales en el proceso penal, Hammurabi, Buenos
Aires, 2000, p. 522. También cabe citar otros decisorios en donde se afirmó que "El instituto de la
prescripción cumple un relevante papel en la preservación de la defensa en juicio, al impedir que los
individuos tengan que defenderse respecto de acusaciones en las cuales los hechos básicos han
quedado oscurecidos por el paso del tiempo y al minimizar el peligro de castigo estatal por hechos
ocurridos en un pasado lejano. Esta limitación temporal puede asimismo tener el saludable efecto de
incitar a los funcionarios encargados de aplicar la ley para que investiguen prontamente las supuestas
actividades delictivas (404 US 307, 323, 'United States v. Marion'). Y como dijera este tribunal poco
tiempo atrás, con fundamento en la garantía de la defensa en juicio, el imputado tiene derecho a obtener
—después de un proceso tramitado en legal forma— un pronunciamiento que ponga término, del modo
más rápido posible a la situación de incertidumbre y restricción a la libertad que comporta el
enjuiciamiento penal" (Fallos: 310:57). "De prosperar la excepción de prescripción interpuesta, esta
incidencia constituirá un medio conducente para salvaguardar las garantías constitucionales invocadas
y poner fin al estado de incertidumbre señalado" (Fallos: 306:1688). Asimismo podemos citar a la
justicia española que refirió que "no debe olvidarse cómo el propio Tribunal Constitucional tiene
proclamado que la prescripción del delito 'encuentra fundamento en principios y valores
constitucionales, pues toma en consideración la función de la pena y la situación del presunto inculpado,
su derecho a que no se dilate indebidamente la situación que supone la virtual amenaza de una sanción
penal'" (STC 17/1987 (RTC 1987/17). Así como que "En la prescripción existe un equilibrio entre las
exigencias de seguridad jurídica y las de justicia material, que ha de ceder a veces para permitir un
adecuado desenvolvimiento de las relaciones jurídicas (STC 157/1990 (RTC 1990/157)" (Tribunal
Supremo Español, sentencia 1580/2002, sala Penal, 28/9/2002).
(152) Incluso en el caso citado, la Corte consideró que "atento a la naturaleza de los vicios de
fundamentación de la sentencia impugnada, no corresponde que la causa sea devuelta para que aquélla
sea nuevamente dictada, pues ello implicaría continuar dilatando una situación de indefinición
incompatible con el derecho de defensa y el debido proceso".
(153) Resulta interesante destacar que en el referido supuesto el procurador general destacó que "no
puede predecirse que se obtendrá a corto plazo una resolución definitiva del pleito que ponga fin a las
restricciones que implica el mero sometimiento del recurrente al juicio penal. Durante la dilatada
sustanciación de este proceso, las personas sometidas a él, han sufrido la amenaza a su libertad y la
afectación de sus patrimonios, con motivo de las medidas cautelares que lo aseguraron, situación que
no parece estar próxima a culminar. Y aun cuando la sentencia estuviere próxima, el tiempo ya
transcurrido resultaría excesivo y perjudicial para los derechos de defensa en juicio y al debido
proceso... el Tribunal ha reconocido varias veces 'la relación existente entre 'duración del proceso' y
'prescripción de la acción penal' (confr. causa 'Baliarde', Fallos: 306:1688 y 316:1328 —en los que se
consideró que constituía un apego ritual injustificado la postergación del planteo de prescripción al
momento de la sentencia—; 312:2075 —caso en el que se admitió por analogía la aptitud de la
prescripción, a pesar de no encontrarse expresamente prevista en la norma entonces en discusión,
para producir los efectos de otras formas de finalización del proceso favorables al imputado—'). De
estos precedentes se desprende que el derecho del imputado a que se ponga fin a la situación de
indefinición que supone el enjuiciamiento penal puede encontrar tutela en la prescripción de la acción'.
Como se destacó en Fallos: 312:2075 el 'pronunciamiento garantizador del art. 18 de la Constitución
Nacional (...) puede consistir naturalmente en la declaración de prescripción de la acción penal". "En
consecuencia, aun cuando la inteligencia del concepto de 'secuela de juicio' sea un artículo que excede
la jurisdicción extraordinaria, si la duración indefinida del procedimiento provoca una lesión a un derecho
de rango constitucional, la decisión que rechaza la extinción de la acción penal por haber existido actos
procesales interruptivos de la prescripción puede y debe ser revisada en esta instancia, a fin de evitar
que so color de que se trata de interpretaciones de derecho común se esquive la intervención de esta
corte en asuntos que, como se ha dicho, afectan derechos federales' (del voto citado en Fallos:
322:360, considerando 9°)... En tales condiciones, la duración del presente proceso resultaría violatoria
del derecho del imputado a ser oído judicialmente en un plazo razonable (art. 8°, inc. 1°, CADH). A ello
se agrega que se vislumbra que tal situación habrá de prolongarse, con la consiguiente continuación de
la restricción de la libertad que produce el sometimiento a juicio, lo cual lesionaría, asimismo, la garantía
establecida por el art. 7°, inc. 5°, CADH" (del dictamen del procurador general de la Nación en el caso
"Barra, Roberto Eugenio Tomás s/defraudación por administración fraudulenta", 9/3/2004).
(154)En ese sentido también agregó el Máximo Tribunal que "debe destacarse que aunque esta Corte
tiene dicho que las decisiones que rechazan la defensa de prescripción no constituyen sentencias
definitivas, en tanto no ponen término al pleito ni impiden su continuación (Fallos: 236:392 y 279:16),
también ha sentado el criterio de que dichas resoluciones pueden ser equiparadas a definitivas en sus
efectos, en la medida en que cabe presumir que hasta la sentencia final puede transcurrir un lapso tan
prolongado que por sí solo irrogue al procesado un perjuicio que no podrá ser ulteriormente reparado.
Es decir, que se ha reconocido la relación existente entre 'duración razonable del proceso' y
'prescripción de la acción penal' (Fallos: 301:197; 306:1688 y 316:1328), de los que se desprende que el
derecho del imputado a que se ponga fin a la situación de indefinición que supone el enjuiciamiento
penal puede encontrar tutela en la prescripción de la acción. Así, como se destacó en Fallos: 312:2075,
el pronunciamiento garantizador del Art. 18 de la Constitución Nacional puede consistir naturalmente en
la declaración de la existencia de esa excepción... Que atento la naturaleza de los vicios de
fundamentación de la sentencia impugnada, no corresponde que la causa sea devuelta para que aquélla
sea nuevamente dictada, pues ello implicaría continuar dilatando una situación de indefinición
incompatible con el derecho de defensa y el debido proceso. Dada la magnitud del tiempo transcurrido
desde la comisión del delito de lesiones culposas —más de veinte años y el lapso pasado con
ulterioridad al auto del 12 de marzo de 1987 obrante a fs. 496/496 vta. del principal, conforme con la
doctrina que deriva de los precedentes citados, corresponde poner fin a la presente causa por medio de
la declaración de la extinción de la acción penal por prescripción, en la medida en que ella constituye la
vía jurídica idónea para determinar la cesación de la potestad punitiva estatal por el transcurso del
tiempo y salvaguardar de este modo el derecho constitucional a obtener un pronunciamiento judicial sin
dilaciones indebidas" (CSJN, 4/3/2000, "Amadeo de Roth, Angélica Lía s/lesiones culposas —causa
1395/81—").
(156)GONZÁLEZ, NEMESIO GONZÁLEZ NOVILLO, J ORGE R., "Defensa en juicio...", cit.
(157)BINDER, ALBERTO M., "Prescripción de la acción penal: la secuela del juicio", cit., p. 133.
(158)Conviene al efecto destacar la importancia de esta atribución delictiva, como lo dijo el Tribunal
Supremo Español: "Es evidente que imputar significa la atribución a una persona de hechos que
pudieron ser constitutivos de delito o falta, quiere decir ello que la declaración en concepto de tal
adquiere una importancia vital en cuanto al derecho de defensa, puesto que desde ese momento no
cabe duda alguna de la condición de imputado, superior a la de mero sospechoso, que le hace acreedor
de las garantías procesales necesarias en evitación de la indefensión"(Tribunal Supremo Español,
sentencia del 19 de julio de 1997, ponente José A. De Vega).
(159)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 310. En tal sentido el autor refiere que la
garantía contra el doble juzgamiento tiene como fundamento el de proteger a los ciudadanos de
molestias y restricciones que implica un nuevo proceso penal cuando otro sobre el mismo objeto está
en trámite o ha sido ya agotado.
(160)De este modo, la Corte Europea sostiene que para saber cuando una persona se encuentra
delante de una "acusación" destaca que puede ser en el momento del arresto, de la acusación, de la
iniciación de incidentes preliminares contra el presunto acusado, de la fecha en que el mismo recibe la
notificación de una orden de arresto, entre otros momentos a tener en consideración. En cuanto al
momento final para evaluar el plazo razonable, se engloba al conjunto del proceso, en consecuencia
debe darse por concluido en el momento en que el interesado es notificado de la sentencia definitiva,
quedando comprendido todos los recursos que la legislación permita (ALBANESE, SUSANA, "La garantía
del plazo razonable", Nueva Doctrina Penal 1999/A, Editores del Puerto, p. 171).
(161) En la misma dirección se dijo que "En la actualidad la doctrina prácticamente unánime de esta
Sala Segunda del Tribunal Supremo adopta la posición intermedia: no basta con la apertura de un
procedimiento destinado a la investigación del delito en cuestión cuando este procedimiento se dirige
contra personas indeterminadas o inconcretas o contra personas diferentes de quien interesa la
prescripción, pero tampoco es exigible que se dicte auto de procesamiento o se formalice judicialmente
la imputación (mediante la citación a declarar en concepto de inculpado), siendo suficiente para
entender interrumpida la prescripción por 'dirigirse el procedimiento contra el culpable' que en la
querella, denuncia o investigación aparezcan nominadas unas determinadas personas, como
supuestos responsables del delito o delitos que son objeto del procedimiento, siendo equiparable a esta
hipótesis los supuestos en los que la denuncia, querella o investigación se dirija contra personas que,
aun cuando no estén identificadas nominalmente, aparezcan suficientemente definidas" (Tribunal
Supremo Español, sala Penal, 17/5/2002, sentencia 879/2002).
(162)GOZAÍNI, OSVALDO A., "El derecho a la celeridad en los procesos", cit.
(163)LAPLAZA, FRANCISCO P., "Extinción de la acción penal y de las penas", Revista del Colegio de
Abogados de Buenos Aires, año XIII, t. XII, nro. 3, mayo/junio 1934, p. 171.
(164)LEDESMA, ÁNGELA E., "La excepción de prescripción y el derecho a ser juzgado en un plazo
razonable en el proceso penal", RDP, Defensas y Excepciones II, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2003, p.
244.
(165)REY GONZÁLEZ, CARLOS, La prescripción de la infracción penal en el Código de 1995, Marcial
Pons, Madrid, 1999, p. 64. Agrega el autor que si el transcurso del tiempo hace que no sea eficaz el
castigo, se haya olvidado el delito, se haya corregido el delincuente —fundamentos de la prescripción—
no vemos por qué estas razones desaparecen por el mero hecho de que el procedimiento se dirija
contra el culpable y continúe en marcha.
(166)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "La calidad de imputado y la definición de su situación procesal",
JA, 1997II488. En definitiva, apunta el autor, es aquella persona que es sindicada —aun
preventivamente— bajo sospecha o indicio de autoría de un hipotético delito y cuya responsabilidad y el
alcance de participación se investigará en el proceso, como objeto de la actividad que desplegarán los
órganos facultados para ello. Y dado que es el sujeto de la pretensión procesal punitiva del Estado,
merece las garantías necesarias para preservar su estado de inocencia desde que el mismo Estado
comienza a accionar sus mecanismos represivos.
(167)SOLER, SEBASTIÁN, Derecho penal argentino", t. II, TEA, Buenos Aires, 1998, p. 527. En ese
sentido se dijo que "por 'imputado' se entiende a toda persona sospechada de criminalidad en cualquier
acto inicial de procedimiento, sin necesidad de que el Juez de Instrucción formule declaración o emita
orden alguna en su contra (causa 14.757 'Del Valle Vega', reg. 15.784 del 17/9/1998 —con cita de VÉLEZ
M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 336 y 337, entre otras)" (CNCrim. y Correc.
Fed., sala II, 9/8/2005, "De Jesús, Guillermo y otros", causa 22.679).
(168)J AÉN VALLEJO, M ANUEL, "Prescripción de la acción penal: interrupción del plazo", Revista de
Derecho Penal y Procesal Penal, nro. 14, octubre 2005, LexisNexis, p. 1547.
(169)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "La calidad de imputado...", cit.
(170)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "La calidad de imputado...", cit. Agrega el autor que al respecto
es menester considerar que el ejercicio del ius puniendi del Estado no debe perseguir a cualquier precio
de eficacia su ejercicio, teniendo que ceder este interés público en determinados casos ante el interés
individual de mantener el status libertatis libre de injerencias.
(171)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, cit., p. 148.
(172)CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales.... cit., p. 397.
(173)ALMEYRA, M IGUEL Á., "El derecho al sobreseimiento", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia
Penal del 20/9/1995, p. 53.
(174)ANITUA, GABRIEL I., "Los límites temporales...", cit., p. 230.
(175)M ORENO, RODOLFO (h.), El Código Penal y sus antecedentes, t. III, H. A. Tommasi, 1922, p. 173.
(176)PECO, J OSé, Proyecto de Código Penal. Exposición de Motivos. Presentado a la Cámara de
Diputados de la Nación Argentina el 25 de Septiembre de 1941, Instituto de Altos Estudios Jurídicos,
Instituto de Criminología, Universidad Nacional de La Plata, 1942, p. 199.
(177) En este sentido, por ejemplo, el art. 289 del Código Procesal Penal de la Nación ordena al juez la
expedición de la orden de detención, comprobada la fuga o la ausencia del imputado. Pero es necesario
destacar que se ha decidido que la orden de captura no constituye acto interruptivo del término de
prescripción si se funda en la necesidad de repetir pasos procesales precluidos por cuestiones
totalmente ajenas al justiciable (CFed. San Martín, sala I, 31/5/1996, "Larrea, Nelson J.".
(178)BREGLIA ARIAS, OMAR GAUNA, OMAR , Código Penal y leyes complementarias. Comentado,
anotado y concordado, t. I, Astrea, Buenos Aires, 2001, p. 569.
(179)SEVERO CABALLERO, J OSÉ, Los actos suspensivos e interruptivos de la prescripción de la acción
en el proceso penal, Anales de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, t.
XXXVII, 1998, p. 205, con cita de CLARIÁ OLMEDO.
(180)ALVERO, M ARCELO, "Prescripción de la acción penal a partir de la reforma de la ley 25.990", en
Reformas al Código Penal, B de F, Buenos Aires, 2005, p. 389.
(181)CREUS, CARLOS, "El principio de celeridad...", cit.
Sin nombre
Sin nombre
Capítulo 11 Invalidez de los actos procesales. Por Mariano La Rosa
Capítulo 11 Invalidez de los actos procesales. Por Mariano La Rosa
Capítulo 11 Invalidez de los actos procesales. Por Mariano La Rosa
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CAPÍTULO 11 INVALIDEZ DE LOS ACTOS PROCESALES. POR MARIANO LA ROSA
11.1. EL DEBIDO PROCESO
Desde la declaración de principios que establece este nuevo ordenamiento
procesal en su primer artículo (siguiendo los postulados del art. 18 de la Constitución
Nacional), se establece que "Nadie puede ser condenado sin un juicio previo, fundado
en ley anterior al hecho del proceso, que será realizado respetando los derechos y
garantías establecidos en la Constitución Nacional, en los instrumentos
internacionales de Derechos Humanos y de acuerdo a las normas de este Código", lo
cual nos lleva a adentrarnos en la garantía del debido proceso, base esencial y
presupuesto de validez de todo acto sustanciado dentro de nuestro sistema procesal
penal.
Pero también hay que destacar la expresa inclusión de otras garantías, que hacen
a la esencia de un proceso justo, bajo el sistema acusatorio y gobernado por los
principios de igualdad entre las partes, oralidad, publicidad, contradicción,
concentración, inmediación, simplicidad, celeridad y desformalización (art. 2°); como
el de inocencia (art. 3°), juez natural (art. 7°), la imparcialidad e independencia de los
mismos (art. 8°), el derecho a que nadie puede ser compelido a autoincriminarse (art.
4°), la inviolabilidad e irrenunciabilidad del derecho de defensa (art. 6°), el in dubio pro
imputado (art. 11), la protección a la intimidad y la privacidad en todo acto del
procedimiento (art. 13), la restricción idónea, razonable, proporcional y necesaria de
todo derecho fundamental (art. 16), la exigencia de motivar las resoluciones
jurisdiccionales (art. 20), la validez y la logicidad en la apreciación de la prueba, así
como su validez (art. 10), la interpretación restrictiva de toda medida que afecte
derechos individuales (art. 14); ello bajo la pauta general de que la misión del
ordenamiento consiste en solucionar los conflictos suscitados (art. 22), ello bajo el
debido control y participación de la ciudadanía (art. 23), dado que, en definitiva,
consiste en el mecanismo puesto a su servicio a fin de solucionar los problemas de
mayor gravedad.
Es así que en la esencia del instituto de las nulidades procesales nos encontramos
con que, por un lado, se ubica el resguardo a la genérica garantía del debido proceso,
dado que a través de este medio se priva de eficacia a aquellos actos que se cumplen
en contradicción con los derechos y garantías de las partes. Al mismo tiempo, y
mirando ahora a los intereses de las personas encausadas y de las víctimas, también
se cumple con la no menos importante función de salvaguardar los derechos
fundamentales que se ven involucrados en todo proceso ya desde el mismo
nacimiento de la atribución de responsabilidad penal(1). Por eso es que las nulidades
en el proceso penal tienen un doble fundamento de tipo constitucional: a) garantizar la
efectiva vigencia del debido proceso legal y b) garantizar la efectiva vigencia de la
regla de la defensa en juicio especialmente del imputado(2).
Esta afirmación se deriva al considerar que el principio constitucional del proceso
previo significa una garantía de legalidad judicial y de regularidad en los trámites
predispuestos para llegar a una condena. Esta exigencia es de ponderable
importancia en el proceso penal, atento a la naturaleza de los intereses que en él se
tutelan, puesto que si no se desenvuelve a través de una actividad regularmente
cumplida, esos intereses pueden ser perjudicados, reaccionando el derecho de esta
manera para evitar su desviación. Con esta finalidad, las normas procesales
instituyen sanciones dirigidas contra la actividad anormalmente cumplidas(3). En ese
sentido, resulta necesario acudir a una interpretación progresiva de la garantía del
debido proceso y la defensa en juicio; pues el proceso no resulta una "ruta antojadiza"
seguida a discreción por los operadores judiciales.
En tal sintonía, este nuevo ordenamiento postula que "Los elementos de prueba
sólo tendrán valor si son obtenidos e incorporados al proceso conforme a los
principios y normas de la Constitución Nacional, de los instrumentos internacionales y
de este Código" (art. 10). Entonces, que el proceso previo a toda declaración de
culpabilidad deba ser el "debido" implica que en el Estado de derecho se deje sentir la
necesidad de una regulación fija de la clase y forma de aquella actividad, de la
regulación de un procedimiento jurídico en el cual, dejando a un lado la arbitrariedad y
el oportunismo, queden precisadas la admisibilidad y pertinencia de los actos de
procedimiento y se perfilen previamente las facultades, los derechos y los deberes de
cada parte interesada en el mismo, que en el caso se han dirigido a la consagración
de la defensa del imputado; razón por la cual arribamos a un ineludible
cuestionamiento: "¿De qué serviría garantizar el acceso a un proceso definido por la
arbitrariedad de sus decisiones o la imposibilidad de defensa? Es evidente que el
ciudadano necesita un 'instrumento para la satisfacción de sus pretensiones', pero no
cualquiera sino el adecuado según las exigencias actuales de la cultura jurídica"(4).
De esta forma la eficacia de la garantía del juicio previo, como necesidad de que se
cumplan un conjunto de actos regulados por la ley, depende en último término de la
ley de procedimiento penal la cual define al proceso, determinando y regulando los
distintos actos que lo constituyen. Ella reglamenta el precepto constitucional dándole
vida real: asegura el principio de igualdad en el tratamiento de los imputados y
proscribe el arbitrio judicial. Por eso, para que el juicio sea instrumento tutelar del
derecho, es menester que los actos que lo integran se conformen a las disposiciones
de la ley procesal. De lo contrario, no tendría sentido la previsión constitucional, pues
quedaría al arbitrio del juez la elección del camino a seguir en la adopción de los
medios convenientes a la investigación. Un proceso sin ley que lo regule no
constituiría una garantía de justicia, porque no sería inalterable. Para obtener una
sentencia justa, "que sea un acto de razón preventivamente conforme a la verdad", es
necesario que "el legislador prescriba un rito infalible, y que a él se amolden
escrupulosamente los jueces"(5).
Tampoco quedaría asegurada la actuación de ninguna de las garantías procesales
de las cuales el encausado es acreedor en el juicio penal si no estuvieran prescritas y
precisadas sus modalidades y amenazadas con la sanción de la nulidad para el caso
de su incumplimiento. El conjunto de estas modalidades y formalidades que
conforman el rito fue instituido, como dijo Carrara, para frenar al juez y "la sanción
natural de todos los preceptos que constituyen el procedimiento es la nulidad de
cualquier acto que lo viole. Un código de procedimientos que prescribiera ciertas
formas, sin decretar la anulación de los hechos con que a ellas se contraviniere, sería
una mistificación maliciosa por medio de la cual se pretendería hacerle creer al pueblo
que se provee a la protección de las personas honradas, en tanto que nadie se
protege". Por ello, la observancia del rito no es sólo una garantía de justicia, sino
también una condición necesaria de la confianza de los ciudadanos en la justicia(6).
De esta forma, el debido proceso comprende: A) que ningún justiciable puede ser
privado de un derecho sin que se cumpla un procedimiento regular fijado por ley, de
no haber ley razonable que establezca el procedimiento, ha de arbitrarlo el juez de la
causa; B) este procedimiento no puede ser cualquiera, sino que tiene que ser el
"debido", C) para que sea el "debido", tiene que dar suficiente oportunidad al
justiciable de participar con utilidad en el proceso, D) esa oportunidad requiere tener
noticia fehaciente (o conocimiento) del proceso y de cada uno de sus actos y etapas,
poder ofrecer y producir prueba, gozar de audiencia (ser oído). En otras palabras, se
inserta aquí la plenitud del derecho de defensa(7).
Entonces, el derecho gobierna por entero la actividad represiva y los órganos del
Estado deben ejercerla en un marco jurídico que excluye en grado máximo toda
facultad discrecional. Este principio de legalidad certifica el triunfo de la civilización
jurídica. La represión debe ser per legen et secundum legem, sólo así es legítima(8).
Por lo tanto, la fórmula "debido proceso" no puede convertirse en una mera
declaración axiológica, sino que se identifica con la justicia misma, aplicada al caso
concreto pero fundamentado según reglas generales de valoración y de
procedimiento(9). De esta manera, el enjuiciamiento responde a su naturaleza
jurídica, básicamente a la necesidad de saber a qué atenerse con respecto a los
demás en cuanto a conductas y pasos procesales se refiere, marcando así la
legalidad de la convivencia dentro del proceso. De este modo desempeña un papel
fundamental de certeza sobre las relaciones intersubjetivas y otorga un relativo
margen de predictibilidad en la libertad de acción y de planificación de la actividad
según los pasos rituales que en forma sucesiva se encadenan.
En este orden de ideas, también cabe destacar que la doctrina alemana ha
resaltado que el derecho procesal penal no tiene exclusivamente una función
instrumental respecto del derecho penal material, de tal forma que resulte superfluo
preguntarse por la justicia propia de las normas procesales. Ciertamente, el derecho
procesal penal está presidido por los principios de verdad y de justicia, y ciertamente
la determinación de los hechos que resulten relevantes, desde el punto de vista de la
aplicación de sus normas, se desprende de consideraciones propias del derecho
penal material. Sin embargo, circunscribir la finalidad del proceso a la obtención de
una "verdad" que permita fundamentar una decisión jurídicamente correcta desde la
perspectiva del derecho material conduce a un claro predominio del derecho penal, en
detrimento del derecho procesal y, con ello, el derecho procesal penal es reducido a
una función meramente técnica o instrumental que actualmente no es aceptada con
este carácter absoluto por la doctrina. Si el proceso fuera tan solo "instrumental"
carecería de sentido preguntarse por su justicia y no se justificaría la necesaria
realización de una ponderación de valores en su aplicación. Todo lo cual demuestra
que las normas procesales pueden ser interpretadas desde el punto de vista de la
"justicia procesal", lo que significa que no son simples instrumentos puestos al
servicio de la pretensión punitiva del Estado(10).
Ello nos habla que el orden formal no se encuentra ajeno a la ponderación de
valores y a la salvaguarda de los derechos fundamentales de los involucrados; puesto
que medidas arbitrarias, desproporcionadas o injustificadas no pueden ser adoptadas
sin vulnerar los principios básicos del proceso penal(11); concepción desde la cual se
verifica que para la nulidad como instituto adjetivo no importa sólo la declaración
formal de invalidez de un acto procesal sino que, antes bien, implica la salvaguarda
de valores esenciales que conforman el núcleo de un juicio supeditado a la
salvaguarda de los derechos fundamentales.
En esta dirección, resulta menester tener en consideración que el proceso penal es,
junto con el derecho penal, el sector del ordenamiento en que mayores poderes se
conceden al Estado para la restricción de los derechos fundamentales que la
Constitución reconoce a los ciudadanos y que las gravísimas intromisiones de los
poderes públicos en el ámbito de los derechos más preciados del individuo (justificado
por las necesidades de persecución penal en aras de la tutela de los bienes
esenciales de la comunidad protegido por las normas penales) deben ser limitadas en
la medida en que su práctica no sea útil, necesaria o proporcionada, atendiendo a los
intereses en conflicto, según las particulares circunstancias del caso concreto(12).
Nos encontramos así con que el proceso penal prolonga el derecho constitucional,
dando vida y haciendo efectivos sus preceptos en cuanto representan una garantía de
la libertad y afirma la personalidad humana. Los derechos y garantías establecidos en
la Constitución carecerían de todo valor y serían ilusorios si no existiesen las leyes
procesales que reglamentan su ejercicio y su existencia(13). En ese sentido se señaló
que "la ponderación de intereses establecida por la ley es sintomática de la relación
entre individuo y el Estado válida en una comunidad"(14); dado que el reconocimiento
de derechos fundamentales procesales por un Estado es un criterio para medir el
carácter autoritario o liberal de una sociedad(15).
Pero, con el fin de no someter injustamente al individuo, éste cuenta con una serie
de garantías que constituyen límites al ejercicio del poder estatal, esto es, la
protección del individuo frente a los abusos de tal poder. De allí se sigue que la
sociedad política ha decidido entregarle al Estado el poder penal, es decir, el poder de
encarcelar a las personas. Pero, al mismo tiempo, han quedado establecidas, como
contenido de aquella situación que llamamos "Estado de derecho", una serie de
"garantías" que regulan el ejercicio de ese poder penal otorgado al Estado. Todas las
garantías se resumen en una sola idea: "el uso que el Estado hace del poder penal no
debe ser arbitrario"(16). De aquí que todo el proceso penal deba ser considerado
como un conjunto de garantías que tiene por destinatario asegurar al individuo frente
al poder del Estado, por tal razón la Corte tiene dicho que "los preceptos adjetivos se
presumen sancionados en salvaguardia de los derechos fundamentales de los
justiciables insertados en los mandatos de la Constitución Nacional" (Fallos: 300:97).
Por eso, "Se trata, en último término, de que el derecho no quede a merced del
proceso y de que pueda sucumbir por ausencia o insuficiencia de éste"(17). Por ende,
el derecho procesal penal es un estatuto de garantías, sobre todo para quien es
perseguido penalmente, garantías que, incluso, se subordinan a las demás funciones
que también se le adjudican. Estos límites al derecho de intervención del Estado
sobre los ciudadanos, a título de aplicación de su poder penal, ejercido como
prosecución penal, que protege tanto al inocente, con miras a una condena injusta,
cuanto al mismo culpable, para que no se alcance una condena a costa de su
dignidad personal o la imposibilidad de defender sus puntos de vista, caracterizan la
judiciabilidad del proceso penal y el legismo procesal en que consiste su
regulación(18).
En definitiva, la idea de garantía del derecho penal puede en sí ser actualizado bajo
distintas formas. Pero en lo que aquí concierne destacamos que todo el derecho
procesal penal es una transacción entre las funciones de esclarecimiento y las de
garantía. Constituye tarea de esta última no sólo no condenar inocentes, sino, en
cuanto sea posible, evitar la mera prosecución de procedimientos formales contra
ellos(19). Por eso es que reiteradamente nuestra Corte ha dicho que "la idea de
justicia impone que el derecho de la sociedad de defenderse contra el delito sea
conjugado con el derecho del individuo sometido a proceso, en forma que ninguno de
ellos sea sacrificado en aras del otro, procurándose así conciliar el derecho del
individuo a no sufrir persecución injusta con el interés general de no facilitar la
impunidad del delincuente" (Fallos: 272:188 y 311:652).
Es así que también tenemos que reconocer que la norma procesal se presume
sancionada en salvaguarda de los derechos constitucionales de los justiciables(20)y
que el imputado no es un mero objeto pasivo de la investigación sino un sujeto de la
relación procesal y como tal tiene derecho a ser juzgado por su juez natural, de
conformidad a los modos prácticos y a los términos que la ley prefija(21). De tal
forma, "El hombre es eje y centro de todo el sistema jurídico y en tanto fin en sí
mismo —más allá de su naturaleza trascendente— su persona es inviolable y
constituye valor fundamental con respecto al cual los restantes valores tienen siempre
carácter instrumental" (Fallos: 316:479); o en palabras del propio Kant: "El hombre y
en general todo ser racional existe como fin en sí mismo, no meramente como un
medio para su utilización caprichosa por esta o la otra voluntad, sino que tiene que
ser considerado en todo momento como fin en todas sus acciones, tanto en las que
se halla en relación consigo mismo como en las que se halla en relación con los
demás"(22). En consecuencia, "El procedimiento es un medio para llegar a la decisión
jurisdiccional y no un fin en sí mismo, pues las exigencias procesales no constituyen
un ritual vacío en tanto tienen por objeto asegurar la defensa de los derechos" (conf.
CNCiv., sala D 13/7/1971, ED, 41699, íd. sala C, 31/5/1972, ED, 44233).
Modernamente el imputado es sujeto y no objeto del proceso penal, aunque todavía
persistan algunas concepciones inquisitivas; al respecto se sostiene que "el
delincuente, el procesado, el condenado, quien de alguna manera resulta inmerso
como objeto de la función represiva del sistema penal, tiene derecho a que se respete
su dignidad y su condición de sujeto de derecho. Es frecuente, por el contrario, que el
sistema funcione de forma tal que al delincuente se le clasifique como no ser humano
y a menudo privado de todos sus derechos, desde individuales, hasta los políticos"
(23).
Por lo tanto, la fórmula que consagra al debido proceso no puede convertirse en
una mera declaración axiológica, sino que se identifica con la justicia misma, aplicada
al caso concreto, pero fundamentada según reglas generales de valoración y de
procedimiento. En tal dirección, Carrara entendió que a la legalidad del ordenamiento
jurídico sustancial se le debe adosar la legitimidad del proceso, en tanto no se
concibe uno sin el otro: "si la ley eterna del orden le impone al género humano una
sociedad y una autoridad civil que protejan al derecho; si, por las condiciones de la
naturaleza humana, esa protección de la autoridad social no puede actuarse sin la
amenaza de un castigo que debe infringirse a todo el que viole el derecho, de estas
verdades se desprende como legítimo corolario, que de esos mismos principios de
donde proviene la legitimidad de la prohibición y de la amenaza, tiene que derivarse
también la legitimidad del juicio. Éste es necesario para que al verificarse la previsión
del delito, se haga real la irrogación del castigo; y es necesario que el juicio sea un
acto de razón, así como también es un acto de razón el que prohíbe la violación y
amenaza con pena"(24).
Es así que el enjuiciamiento responde a su naturaleza jurídica, básicamente a la
necesidad de saber a qué atenerse con respecto a los demás en cuanto a conductas
y pasos procesales se refiere, marcando así la legalidad de la convivencia dentro del
proceso. De este modo desempeña un papel fundamental de certeza sobre las
relaciones intersubjetivas, las hace predecibles y otorga un relativo margen de libertad
de acción y de planificación de la actividad según los pasos rituales que en forma
sucesiva se encadenan. Es que en esencia, el proceso es un sistema estructurado
como una serie de actos determinados por una coherencia interna de significado, a
través del cual se busca la definición aplicada al caso en concreto del derecho
vigente. Es así que la opinión de Alf Ross de que "las leyes no se sancionan para
comunicar verdades teoréticas sino para dirigir el comportamiento de los hombres —
tanto de los jueces como de los ciudadanos— a fin de que actúen de una cierta
manera deseada", encuentra especial aplicación al campo de la legislación que
ordena el proceso(25).
Por lo tanto, la Constitución presupone la existencia de un proceso como garantía
de la persona humana, de su dignidad como derecho individual y que establece como
objetivo la realización de la justicia.
Siendo todo proceso penal un trozo de vida humana con muchas cuitas y poca
alegría, compréndase que el interés de la seguridad jurídica aspire hacia una
reglamentación legal cuidadosa. Un proceso penal caótico, en que rija el libre arbitrio
de las autoridades, exagerado hasta la arbitrariedad, es insoportable, amarga la vida
y llega a producir la descomposición del Estado. Piénsese en cómo se hace imposible
la prueba de descargo, en la posible condena de quien sólo fue citado como testigo,
en la sustitución de la prueba de culpabilidad por el libre arbitrio judicial. En
consecuencia, el valor del proceso penal depende del grado de cuidado con que el
legislador pondere todos los intereses en cuestión(26).
En definitiva, el debido proceso exige que nadie pueda ser privado judicialmente de
su libertad o de sus derechos, sin el estricto cumplimiento de procedimientos
establecidos por ley, al mismo tiempo, tal ley no puede ser una mera apariencia
formal, sino que debe dar al imputado la posibilidad real de exponer razones para su
defensa, probar esas razones y esperar sentencias fundadas; vale decir, se le debe
acordar participación, asistencia y representación, principios que resultan esenciales
para su defensa en juicio. De esta forma, y a modo de ejemplo, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos tiene dicho que "Se observa el debido proceso
cuando se respeta el derecho de defensa, el acceso a la justicia, el trato igualitario,
las garantías judiciales y la autonomía, independencia e integridad de los miembros
del Poder Judicial" (CIDH, caso 27/86). Así como también que "La Comisión
Interamericana agregó que más allá de la necesidad de la vigencia plena del Estado
de Derecho, que resguarda adecuadamente el principio de la separación de poderes,
la autonomía, independencia e integridad de los miembros del Poder Judicial apela a
la adopción de medidas que aseguren el acceso irrestricto a la jurisdicción, la
sustanciación de las causas, conforme al debido proceso legal, y su conclusión en un
plazo razonable mediante sentencias exhaustivas" (informe anual 1993, ps. 484 y
485, Nicaragua).
11.2. FUNDAMENTOS DE LA NULIDAD
Cabe apuntar que las nulidades son causas que tienen como consecuencia que los
actos viciados no produzcan los efectos para los cuales fueron realizados(27), es
decir, no se alcanza a la finalidad buscada, pues la norma procesal no sirve para el fin
para el cual fue instaurada, razón por la cual se priva de eficacia al acto por un
defecto que lo descalifica procesalmente.
En ese sentido cabe precisar qué acto válido es el que, reuniendo todos los
elementos o requisitos nominados por la ley, encuéntrase jurídicamente habilitado
para producir los efectos que ella abstractamente le asigna a su especie; por el
contrario, inválido es el que por defecto de tales elementos o requisitos está
inhabilitado para lograrlos(28).
De esta forma, vemos que la nulidad se trata de un problema vinculado
directamente a las formas de los actos procesales, entendida tal expresión en su
sentido amplio en cuanto comprende tanto la estructura o conformación del acto
procesal en sí, como los sujetos que necesariamente deben intervenir, las
circunstancias de tiempo, lugar y modo para su realización, y los presupuestos de la
actividad(29). Por eso es que la nulidad consiste en la invalidación de los actos
cumplidos e ingresados en el proceso sin observarse las exigencias legalmente
impuestas para su realización(30). Es decir que constituye el vicio que afecta a un
acto, consistente en la omisión de una forma o de un requisito legalmente necesario
para su validez(31).
A su vez esta sanción encuentra limitación en su propio destino, ya que no
constituye un fin en sí misma, sino un medio para que la desviación de la actividad no
destruya o ponga en peligro la tutela de los intereses social e individual, cuyo
equilibrio persigue el proceso penal moderno(32). Por lo tanto, para que la nulidad se
configure debe tratarse de un acto procesal y todo acto procesal que se ha viciado,
que ha nacido a la vida jurídica produciendo efectos sólo puede eliminarse por medio
de esta sanción(33).
Por eso es que se priva de eficacia a un acto procesal como consecuencia de
hallarse impedido de producir los efectos previstos por la ley, al alojar en alguno de
sus elementos un vicio que lo desnaturaliza(34); arribándose a la "descalificación de
un acto pretendidamente jurídico como productor de ciertos efectos determinados por
la norma potestativa que lo regula"(35).
Entonces, para eliminar los actos viciados la ley procesal establece las sanciones
procesales. El vicio de que adolece el acto es la causa de sancionabilidad. La sanción
procesal es la privación al acto de los efectos producidos o que debía producir(36).
De allí que "la nulidad, como sanción, se muestra como un medio práctico para
retomar el curso normal del proceso cuando por causa de la actividad procesal
irregularmente cumplida, se ha desviado de sus fines o ha alterado algún principio
fundamental para su inicio, desarrollo o finalización" (CNCrim. y Correc., sala IV,
21/10/2002, "Maselli, Mario O.", c. 19.617)(37).
Así, cabe destacar que esta sanción no constituye un fin en sí misma, sino que
consiste en el medio para que la desviación de la actividad no destruya o ponga en
peligro la tutela de los intereses social e individual, cuyo equilibrio persigue el proceso
penal moderno(38). Por ende, cuando no se procede con la regularidad prevista en la
ley, el desenvolvimiento del proceso es anormal, corriéndose el riesgo de afectar los
intereses tutelados. De aquí que cuando adquiere importancia, en principio debe
impedirse o excluirse la actividad irregular, evitando que se produzcan efectos en el
proceso o eliminando los efectos que se hubieren producido. Es defectuoso el acto
procesal penal que no reúne los requisitos propios de su correspondiente especie al
apartarse de la configuración legal(39).
Tales extremos nos remiten a considerar que el fundamento último de este instituto
debe buscarse en la circunstancia de que el Estado no puede aprovecharse de una
acto irregular, un hecho ilícito o de una actuación defectuosa, pues para condenar o
para proseguir un proceso en contra de una persona se requieren bases morales
irreprochables y una actividad ética ejemplificadora, la cual debe ser coherente y
respetuosa de todo el acervo de derechos y garantías postulados en nuestra Norma
Fundamental.
Esto se consustancia con el principio según el cual la justicia no puede
aprovecharse de ningún acto contrario a la ley sin incurrir en una contradicción
fundamental, pues "otorgar valor al resultado de un delito y apoyar sobre él una
sentencia judicial, no sólo es contradictorio con el reproche formulado, sino que
compromete la buena administración de justicia al pretender constituirla en
beneficiaria del hecho ilícito" (Fallos: 303:1938). En consecuencia, no resulta posible
sustentar un proceso en elementos probatorios obtenidos en desconocimiento a
garantías constitucionales, "pues ello importaría una violación a las garantías del
debido proceso y de la defensa en juicio, que exigen que todo habitante sea sometido
a un juicio en el marco de reglas objetivas que permitan descubrir la verdad, partiendo
del estado de inocencia, de modo tal que sólo se reprima a quien sea culpable, es
decir a aquel a quien la acción punible le pueda ser atribuida tanto objetiva como
subjetivamente" (Fallos: 311:2045). Asimismo no puede desconocerse el postulado
fundamental de que "la razón de justicia exige que el delito comprobado, no rinda
beneficios (Fallos: 254:320), pues en el procedimiento penal debe ser siempre
tutelado 'el interés público que reclama la determinación de la verdad en el juicio', ya
que aquél no es sino el medio para alcanzar los valores más altos: la verdad y la
justicia" (SC de EE.UU., 'Stone v. Powell', 428 US 465, 1976, p. 488 y la cita de D. H.
Oaks, nota 30, p. 491)". (Fallos: 313:1305 y 320:1717).
Pero, si nos atenemos a la esencia de los derechos fundamentales de las
personas, vemos que resultan atribuidos directamente por las normas jurídicas a
todos los individuos, ya se trate de derechos negativos (como los derechos de libertad
a los que corresponden prohibiciones de lesionar) o los derechos positivos, a los que
corresponden obligaciones de prestación por parte de los poderes públicos(40). Y
precisamente, la misión de sustanciar los procesos en legítima forma y el deber de
anularlos ante serias falencias y afectación de derechos individuales, tiene como
exclusivo destinatario al Estado, dado que le impone un concreto y determinado
actuar ante la inobservancia concreta de normas formales o de garantías y derechos
constitucionales.
Por lo tanto, el carácter de la norma es prescriptiva(41), puesto que le obliga al
órgano jurisdiccional a comportarse de determinada manera, es decir, se encuentra
dirigida única y exclusivamente al órgano judicial, conformando una norma que obliga
a la Administración Pública y sólo los particulares pueden amparase en la misma y
hacer valer de modo efectivo dicha obligación(42).
En consecuencia, el supuesto de las normas de derecho procesal, en donde la ley
le impone una conducta concreta a la administración de justicia, el juez y el fiscal se
ponen en destinatarios de la norma (en donde el debido proceso le marca un actuar
preciso y determinado), la cual le impone su modo de actuación y regula su conducta
en el proceso. Entonces: "Su misión, más que declarar el derecho, es cumplirlo. No le
toca tanto examinar cómo otros lo han cumplido o no, sino que debe él mismo hacerlo
observar y ajustarse a sus preceptos que tienen para él el carácter de mandato
actual"(43). De esta forma se afirma el principio según el cual "el Estado no ejerce
discrecionalmente sus funciones. Dicta el derecho, pero se somete a sus propias
(44)
normas"(44).
Dentro de este punto de vista, también debemos considerar que el Estado
constitucional de derecho conforma un instrumento puesto al servicio del individuo y
de la sociedad para la resolución de conflictos y para el mantenimiento de la paz
social, razón por la que "De la coacción penal es sólo titular el Estado"(45). Queda
entonces absolutamente vedado utilizar al hombre como medio al servicio de la
administración de justicia.
Igualmente se advierte que con el instituto de la nulidad el Estado también
autolimita su poder de proseguir la investigación de un ilícito en razón de la
ilegitimidad de un acto o de su incapacidad para producir efectos jurídicos por faltarle
algún componente esencial. Debe reconocerse entonces una confrontación entre la
búsqueda de la mayor eficiencia y la protección de los derechos individuales. El
derecho, en el marco primario de tal oposición, aparece siempre como un límite al
poder. Un concepto formal de Estado de derecho es aquel que denota al poder
limitado por el derecho. Un concepto sustancial del Estado de derecho es impensable
sin la salvaguarda de la dignidad humana(46). Ello, en cuanto ponderamos que los
fines del proceso implica la realización conjunta y paralela de dos tareas,
supuestamente contrapuestas, pero que se funden en una sola: "aplicar el derecho
material a través del conocimiento de los hechos sin lesionar los derechos
fundamentales de las personas", idea en la cual se encarna el Estado de derecho, del
cual deriva una cláusula de resolución de todas las hipótesis de conflicto: la finalidad
de respetar las garantías judiciales de los derechos fundamentales de la persona
sometida a persecución penal tiene un rango privilegiado frente a la tarea de realizar
el derecho penal sustantivo. Por lo tanto, en caso de conflicto, la supremacía de los
derechos individuales limitadores del poder penal debe ser irrestrictamente
asegurada; razón por la cual, la violación de los derechos fundamentales debe
conducir a la cancelación de la autorización jurídica que facultaba al Estado para
perseguir penalmente en el caso dado (principio de descalificación procesal del
Estado)(47).
11.2.1. Diferencias con la inadmisibilidad
Mediante la inadmisibilidad se impide el cumplimiento de la finalidad del acto pero
en otras hipótesis distintas. Inadmisible es el acto que no puede ser propuesto en el
proceso tal como lo fue; su defecto indica la imposibilidad jurídica de introducirlo en
aquél. Constituye, así, la sanción prevista —expresa o tácitamente— en la ley para
declarar la ineficacia de un acto procesal penal que la ley considera que no debe
producir efectos procesales, razón por la cual se impide ab initio su ingreso al
proceso. Pueden provenir de las partes y sus auxiliares o de algunos terceros, no
provocados por el tribunal y cumplidos sin observar determinados requisitos de forma
o sin tener la facultad para actuar eficazmente. Este concepto amplio y descriptivo
comprende dos aspectos: el defecto en la forma exterior (criterio objetivo) y el defecto
en el poder para cumplir la actividad (criterio subjetivo). El defecto en la forma
consiste en una deficiencia estructural del acto por no poder adecuarse al esquema
legal regulado imperativamente. El defecto en el poder consiste en la ausencia de la
atribución para desplegar la actividad que se pretende cumplir(48).
La sanción no elimina propiamente el acto sino que sólo impide su ingreso por ser
irregular a la cadena de actos jurídicos procesales. Es decir, que su causa radica en
los defectos expresamente previstos por el Código, que invalidan el acto. La
inadmisibilidad no es la causa, la causa son los defectos y por esa razón el Código no
permite el ingreso al proceso(49).
Se aplica en el preciso momento de serle puesto el acto a conocimiento del tribunal,
es decir, después de practicarse, pero antes de que surjan efectos en el proceso. O
sea, se aplica declarando la ineficacia del acto viciado en el momento de decidir sobre
su ingreso jurídico en el expediente. En consecuencia, "es como un anticipo a la
declaración de nulidad de los actos que habrían de suceder al inadmitido"(50). Por el
contrario, en la nulidad el defecto es advertido cuando el acto defectuoso ya está
insertado en el proceso y en la inadmisibilidad antes de que ello ocurra(51).
Las causales de inadmisibilidad no están sistematizadas, pero se encuentran
latentes en muchas disposiciones ante los límites que tiene el poder dispositivo de las
partes respecto del contenido del proceso. Muchas prohibiciones de la ley la
establecen sin necesidad de que se la mencione expresamente y ello ocurre en todos
los casos en que se carece del poder de actuar o no se cumple con los requisitos
formales de interposición de planteos, recursos o defensas. Igualmente, la
perentoriedad de los términos es una de las fuentes principales para la vigencia de
esta sanción.
11.2.2. Distinción con la inexistencia
La nulidad del acto presupone su realización, pero su realización defectuosa.
Realizado el acto en el proceso, existe por vicioso que sea. Al contrario, el acto no es
nulo sino inexistente cuando lo realizado no es, aunque defectuosamente realizado, el
acto que pretende ser. El acto inexistente no puede ser convalidado, ni necesita ser
invalidado y, por consiguiente, carece de todo efecto(52). Pero en su núcleo común
advertimos que la nulidad e inadmisibilidad se engendran en vicios que conmocionan
la identidad procesal del acto; la inexistencia se origina en vicios que desplazan su
propia juridicidad en general. Es entonces que se habla de acto inexistente, que
nunca produce efectos procesales, ni siquiera mediando la cosa juzgada, porque su
misma inexistencia la ha tornado imposible(53). No obstante la distinción, en estos
casos la nulidad debe funcionar para los actos que sólo tienen la apariencia de actos
procesales por faltarle el elemento básico que los caracterice como tales, porque sólo
anulándolos se hace posible extirparlos del proceso con todos sus efectos
indebidamente producidos.
11.2.3. La mera irregularidad
No todos los elementos de un acto procesal son requeridos por la ley con la misma
intensidad en cuanto a su necesariedad. Algunos de ellos sólo están destinados a
uniformar los modelos formales para que permitan su inmediata distinción de otros,
evitando —por ejemplo— dificultades o demoras en los proveimientos, pero no
refieren a sus contenidos con relación a las finalidades básicas del acto en el proceso.
Se tratan de meras irregularidades que no llegan a malear el acto mismo hasta el
punto que tenga que ser extirpado como sector de la secuencia procesal(54).
11.3. EL SISTEMA LEGALISTA Y LAS NULIDADES GENÉRICAS
El anterior Código establecía expresamente al sistema legalista, por el cual
taxativamente se enunciaba la amenaza de sanción frente a un acto realizado en
inobservancia a las prescripciones establecidas, es así que el art. 166 disponía que
"Los actos procesales serán nulos sólo cuando no se hubieran observado las
disposiciones expresamente prescritas bajo pena de nulidad"; las cuales son
oponibles únicamente en caso de inobservancia prevista específicamente en cada
norma. En esta dirección se aduce que un acto válido es el adecuado al tipo procesal,
o sea, el que se ha ejecutado reuniendo todos los elementos subjetivos (sujetos),
instrumentales (medios) y modales (circunstancias) enunciados en su definición por la
ley procesal(55).
Cabe considerar entonces que el derecho romano se caracterizó por su extremo
formalismo. Toda inobservancia de las formas prescriptas producían la invalidación de
la actividad procesal porque se consideraba nulo todo lo hecho en contra de la ley. El
derecho germano receptó este sistema anticuado, el que fue moderándose
paulatinamente después en Europa. Ese respeto ciego por las formas no condujo a
nada provechoso y perjudicaba la finalidad práctica del proceso al hacerlo sumamente
engorroso (pues implicaba que cualquier defecto ocasionara la invalidez del acto, sin
atender a la importancia de la forma o a la entidad del vicio). Pero paulatinamente las
modernas concepciones de la justicia fueron limitando ese sistema formalista, el que
fue aniquilado con la introducción del constitucionalismo y con la Revolución Francesa
adquirió auge inmediato en materia procesal penal un criterio totalmente opuesto(56).
Este sistema se deja de lado cuando se atiende al fin del proceso y se concibe la
distinción entre la mera irregularidad y la irregularidad que produce invalidez. Es así
que el sistema legalista permitió distinguir claramente la imperfección del acto de su
invalidación. O sea, es la consagración de la diferencia entre las formas esenciales y
las formas secundarias y sólo se consideran fundamentales las que son
indispensables para que el acto procesal se cumpla y sea eficaz y las que atañen a
los presupuestos procesales y, en particular, las referidas a la igualdad de las partes,
principio de contradicción e inviolabilidad de la defensa(57).
Pero el actual ordenamiento se distancia de tal extremo, dado que en su articulado
no se dispone sanción ante el incumplimiento de las formas previstas para cada acto,
sentando únicamente en el art. 122, como principio general, que "No podrán ser
valorados para fundar una decisión judicial, ni utilizados como presupuesto de ella, los
actos cumplidos con inobservancia de los derechos y garantías previstos en la
Constitución Nacional, en los instrumentos internacionales de Derechos Humanos y
en este Código. Tampoco podrán ser valorados los actos cumplidos con
inobservancia de las formas, que obsten al ejercicio del derecho a la tutela judicial de
la víctima o impidan el ejercicio de los deberes del representante del Ministerio
Público Fiscal".
Es así que pueden distinguirse ambos parámetros, ya que por un lado el anterior
ordenamiento establecía la sanción en la norma misma reguladora del acto previsto,
criterio caracterizado por su taxatividad, lo cual se adecua más exactamente al
principio de la nulidad expresa.
Pero por otra parte, en el actual Código encontramos previstas a las llamadas
nulidades genéricas que son las que pueden ser declaradas por vicios de los actos
aun cuando éstos no estén concretamente amenazados con dicha sanción, ya que la
ley procesal impone u ordena ciertas formas procesales que son obligatorias para un
conjunto de actos, siendo originadas en defectos enunciados por la ley en una
disposición genérica, aplicable a cualquier acto que presente tales defectos.
Entonces, sientan normas genéricas que captan los actos o situaciones posibles de
encuadrarse en ellas(58).
Es decir que la nulidad se produce cada vez que el acto adolece de una falencia
que, pese a no estar sancionada especialmente, afecta la regularidad de cualquiera
de sus elementos y que por lo general se refieren a la inobservancia de ciertas
disposiciones relativas a la conformación e intervención que en el proceso
corresponde a los sujetos esenciales.
Estas nulidades genéricas presentan a su vez un doble criterio de regulación. Unas
de ellas están debidamente sistematizadas en los códigos modernos cuando se
refieren en concreto a las nulidades y otras se encuentran ubicadas en diversos
lugares del cuerpo legal. La sistematización se ha limitado a la observancia imperativa
de normas que regulan actividades fundamentales de los sujetos esenciales del
proceso y con proyección en todo su desarrollo. En su generalidad se vinculan
directamente a los presupuestos procesales, en los que refieren al tribunal, al
acusador público y al imputado en cuanto sujetos esenciales del proceso. Esta
formulación sistematizada se encabeza disponiéndose: se entiende siempre
prescripta bajo conminación de nulidad la observancia de las disposiciones
concernientes a los extremos que se enuncian en diversos incisos. En cambio, las
formulaciones genéricas descentralizadas captan un conjunto de actos integrantes de
un momento procesal, o dirigidos a un tipo amplio de actividad, y pueden derivar
también de otros cuerpos legales.
11.3.1. Las nulidades virtuales o implícitas
Si bien es doctrina mayoritaria que las nulidades se agotan en las dos formas
enunciadas (específicas y genéricas) las implícitas son supuestos de nulidades que
no están expresamente previstos en la norma procesal específica o genérica, pero
que son la consecuencia del incumplimiento de formas impuestas por el orden
jurídico(59).
Se darían cuando, sin conminación expresa de la ley y sin posibilidad de
encuadrarse como nulidades de orden general, presentan situaciones de conflicto con
el proceso que sólo pueden ser superadas mediante la declaración de nulidad; tales
como los casos en donde se han violado prohibiciones explícitas o implícitas de las
leyes procesales o de fondo, o contenidas en normas constitucionales, o no se
cumplen exigencias estrictas contenidas en ellas, con evidente perjuicio a la
regularidad del proceso y, por tanto, notoriamente demostrativos de la improcedencia
del trámite(60). Es decir, se trata de casos en donde la única solución para extirpar un
acto irregular es acudir a la sanción de nulidad(61).
Pero, no obstante la admisión de esta categoría, se ha canalizado su aplicación a
través de las nulidades genéricas, ya que igualmente esta categoría se extrae de la
norma que sanciona con nulidad la inobservancia de las formas esenciales. Con ello
se franquea el obstáculo doctrinario que refiere que las nulidades deben ser siempre
expresas; ya que la ley puede establecerlas genéricamente, como cuando sanciona
con nulidad todos los casos posibles en que se dé una infracción atinente a una regla
considerada esencial para cualquier supuesto. Pertenecen a esta categoría los
presupuestos procesales, o sea, las cuestiones relativas a la constitución, capacidad
e intervención del tribunal y de las partes (art. 167)(62).
11.4. ALCANCES
11.4.1. Nulidades absolutas
Las nulidades absolutas se muestran como más graves que las relativas en lo que
respecta a la calidad e intensidad de la ineficacia del vicio que la provoca. Si bien las
partes tienen facultad para denunciarlas sin límite de oportunidad, mientras el proceso
está en marcha, el tribunal debe declararlas de oficio una vez advertidas (se aplica
mediante un auto cuando se declara inmediatamente después de conocida). No son
susceptibles de convalidación.
Es decir, la nulidad es absoluta cuando un interés público indisponible aparece
comprometido en la observancia de la forma, la que puede y debe ser declarada de
oficio en cualquier estado y grado del procedimiento y no es subsanable ni puede ser
consentida, ni expresa ni tácitamente(63).
Su denunciabilidad no tiene límites subjetivos si se tiene en cuenta que pueden ser
declaradas de oficio —aun sin ser parte en el proceso, podría denunciarlas el
interviniente que cumplió el acto viciado en el proceso: testigo, perito, etc.—; vale
decir, que no funciona la condición de tener interés o de no haber sido el causante del
vicio.
Es así que se establece la distinción entre nulidades absolutas y relativas a partir
de que importen violación de las normas constitucionales. De tal modo se estará
frente a una nulidad absoluta cuando la irregularidad procesal sea de tal entidad que
signifique que el acto lesione una regla constitucional consagrada a favor de la
persona sometida a proceso penal, determinando así una situación jurídica perjudicial
para el sujeto afectado. En consecuencia, cuando la irregularidad procesal no lesione
una norma constitucional que consagra una garantía del proceso penal, estaremos
frente a una nulidad relativa(64). Pero, asignándole un contenido más amplio, se
afirma que "Estaremos frente a una forma procesal realizadora del debido proceso
que da origen a una nulidad de carácter absoluto, cuando tal forma procesal significa
un límite al poder punitivo estatal"(65).
En esta dirección, los códigos no son expresos en la determinación de la calidad de
absoluta de esta sanción, por lo cual ese carácter de la nulidad debe obtenerse en
cada caso de la trascendencia efectual de la norma violada.
Si bien tanto las nulidades relativas como las absolutas tienen como características
comunes que protegen el interés social de justicia y el individuo de la defensa en
juicio; pero éstas tienen a su vez propiedades específicas, a saber: 1. son más graves
que las nulidades relativas en cuanto a la calidad o intensidad de la ineficacia. 2. se
pueden determinar legalmente tanto en función del sistema de nulidades específicas
como del sistema de nulidades genéricas. 3. no obstante la facultad acordada a las
partes para denunciarlas, pueden y deben ser declarads de oficio en todos los casos.
4. la declaración de nulidad procede en cualquier estado y grado del proceso, sin
tenerse en cuenta la oportunidad o acto productor del defecto invalidatorio; 5. atento a
la posibilidad de declararlas de oficio, no tiene límites subjetivos de denunciabilidad;
hasta podría indicarlas el que cumple el acto viciado, aun sin ser parte en el proceso:
el testigo o el perito, etc. No funciona la condición de tener interés o la circunstancia
de no haberla causado. 6. no se hace posible la convalidación en sentido procesal,
esto es que queda a salvo el caso de existencia de cosa juzgada sustancial(66).
En general, las leyes procesales hacen coincidir las nulidades genéricas con las
declarables de oficio cuando los vicios del acto violenten normas constitucionales(67).
Es decir que las nulidades son absolutas excepcionalmente, y ello ocurre en los casos
previstos en el art. 148, siempre y cuando signifiquen inobservancia "de los derechos
y garantías previstos en la Constitución de la Nación, los tratados internacionales de
protección de Derechos Humanos y en este Código".
En definitiva, las nulidades absolutas se caracterizan por ser deducibles por
cualquiera de las partes en todo estado y grado del juicio, no importando quién las
causó; el juez tiene la obligación de denunciarlas en todo estado y grado del juicio y
son insanables(68), ni puede ser consentida ni expresa ni tácitamente(69).
11.4.2. Nulidades relativas
Las nulidades relativas se establecen por la ley en función del interés de las partes
y sin consideración a la organización del proceso en lo que pueda estimarse como
fundamental, si bien este ordenamiento no las expresa específicamente, se deducen
de la letra del artículo 123, cuando refiere que "Todos los defectos deberán ser
inmediatamente saneados, renovando el acto, rectificando el error, o cumpliendo el
acto omitido, de oficio o a petición del interesado", lo cual abre la inclusión de esta
acto omitido, de oficio o a petición del interesado", lo cual abre la inclusión de esta
especie, dado que pueden ser rectificadas. Es que su declaración sólo puede
obtenerse mediante instancia oportuna de parte o terceros interesados que no la
hayan causado con su actuación u omisión (caso en el cual debe tramitarse por vía
incidental, con su debida sustanciación a los restantes actores procesales); por ende,
el tribunal no puede declararlas de oficio, aunque sí evitarlas si fuere posible.
El poder de reclamar su declaración se agota por renuncia y se extingue por
caducidad; lo cual es una clara manifestación del principio dispositivo en el proceso
penal, fundamentalmente en lo que respecta a la subsanación y la oportunidad legal
para articularla.
De aquí que su declaración sólo pueda obtenerse mediante instancia oportuna de
aquéllas o de otro tercero interesado. Quien la pida, para ser atendido, debe tener
interés en esa declaración y no debe ser él quien haya causado la nulidad con su
actuación u omisión(70). Por eso, la entidad de la infracción de la ley condiciona la
declaración de la nulidad a la petición de la parte interesada sin la cual no
corresponde declararla, y puede subsanarse por el consentimiento expreso o tácito de
los interesados. Además, quien reclama la invalidez no debe haber dado causa a tal
sanción.
11.5. CARACTERES
11.5.1. Excepcionalidad
El artículo 122 sienta el principio general de que resultará nulo todo acto cumplido
con inobservancia de los derechos y garantías previstos en la Constitución de la
Nación, los tratados internacionales de protección de Derechos Humanos y en este
Código, así como tampoco podrán ser valorados los actos cumplidos con
inobservancia de las formas, que obsten al ejercicio del derecho a la tutela judicial de
la víctima o impidan el ejercicio de los deberes del fiscal, lo cual sirve de guía para
evaluar que sólo puede declararse la nulidad cuando el vicio es sustancial o esencial.
En esta dirección podemos referir que una característica propia de la nulidad es su
trascendencia (es decir la afectación a un derecho(71)), lo cual importa que, como
carga específica de quien introduce la nulidad, tenga la obligación de alegar y
demostrar el perjuicio que acarrea el acto defectuoso, el que a su vez debe ser cierto
(concreto) e irreparable (tener entidad y no susceptible de subsanación)(72); ya que
esencialmente "El proceso penal no es una ejercitación académica y las formalidades
procesales no son fines en sí mismos" (CNCrim. Fed., sala I, 15/10/1993, "Sneider,
Gladys", c. 24.942).
11.5.2. Necesidad de un perjuicio concreto
En este sentido resultan categóricas las palabras de nuestra Corte por cuanto
consideró que "la nulidad procesal requiere un perjuicio concreto para alguna de las
partes, porque cuando se adopta en el solo interés del formal cumplimiento de la ley
importa un manifiesto exceso ritual no compatible con el buen servicio de justicia"
(Fallos: 291:961, 298:312, 311:237)(73). Por eso, podemos determinar que el
concepto de perjuicio se circunscribe a la limitación de un derecho de las partes
vinculado en forma inmediata al buen orden del proceso y en forma mediata a las
garantías que son su causa(74). Es decir, que con la anulación de una instancia
procesal, siempre se debe perseguir la protección de un derecho concreto que se vea
menoscabado por un acto ilegítimo, ya que no puede aplicarse esta sanción por un
mero interés formal. Al mismo tiempo surge la necesidad de alguna de las partes en
obtener esta declaración(75).
11.5.3. Interpretación restrictiva
Este postulado afirma que los preceptos legales sobre la nulidad de los actos deben
interpretarse restrictivamente, pues la interpretación extensiva o la aplicación
analógica desvirtuarían el régimen legal cerrado que está en vigencia(76); lo cual
incluso procede en caso de que no exista norma expresa al respecto, por cuanto se
trata de un sistema riguroso que no permite extensiones o analogías(77).
Es así que en caso de duda sobre la aplicación de una norma se estará a la
conservación de validez del acto procesal cuestionado(78), dirección bajo la cual
nuestra Corte ha sostenido que hay que privilegiar la interpretación restrictiva de "toda
disposición (...) que establezca sanciones procesales" (art. 2°, CPPN), por lo cual, en
caso de duda sobre la aplicación de una norma se estará a la conservación de validez
del acto procesal cuestionado. Es que, con la anulación de una instancia procesal
siempre se debe perseguir la protección de un derecho concreto que se vea
menoscabado por un acto ilegítimo, ya que no puede aplicarse esta sanción por un
mero interés formal. Es así que tampoco puede advertirse que en el caso haya
existido un "grave quebrantamiento de las normas reglamentarias que determinan el
modo en que deben emitirse las sentencias definitivas de las cámaras nacionales de
apelaciones y causan, por consiguiente, agravio en la defensa en juicio" (CSJN,
9/2/1989, "Cademartori, S.A., quiebra v. Viviendas Suffern Moine y Cademartori, S.A.
y otro", LA LEY, 1989C, 175).
Concretamente, la interpretación restrictiva es aquella que capta el significado de la
norma apretadamente a su texto (ajustada a la terminología y sentido de la
disposición legal) sin extensión conceptual o analógica que pueda producir uno de los
efectos procesales mencionados en la norma, tales como coartar la libertad personal
o limitar el ejercicio de un derecho(79); por eso, y aun cuando el texto admita
lógicamente su extensión a hechos o relaciones conceptualmente equivalentes o
similares a los previstos expresamente por ella(80)no se la puede aplicar a casos
semejantes(81). Por lo tanto, la interpretación restrictiva consiste en reducir el alcance
de una norma, cuando su significación literal no permite razonablemente extenderlo a
determinadas hipótesis ni, frente a otras, mantener siquiera el significado atribuido
para los casos específicos que prevé(82). En definitiva, importa limitarse
taxativamente a lo determinado en la propia disposición legal(83).
11.5.4. Declaración jurisdicional
La nulidad expresa la inidoneidad de alguna acción para poder alcanzar
consecuencias jurídicas, razón por la cual se hace necesario que para que el acto
viciado deje de surtir efectos, sea expresamente declarado mediante una resolución
jurisdiccional. Entonces, aunque la declaración de nulidad retrotrae sus efectos al
nacimiento mismo del acto nulo, desde el ángulo de la necesariedad de la declaración
jurisdiccional no existen procesalmente actos nulos, sino que todos son anulables,
pues la nulidad procesal necesita siempre ser declarada para que el acto sea
reconocido como no válido, por tanto ineficaz, y deje de producir los efectos del acto
típico, extinguiéndose retroactivamente los que estuvo produciendo hasta ese
momento, extremo en el cual se refiere el artículo 125, al decir que "Si no fuera
posible sanear un acto ni se tratase de casos de convalidación, el juez deberá
declarar su nulidad señalándolo expresamente en la resolución respectiva, de oficio o
a petición de parte. La nulidad de un acto invalida todos los efectos o los actos
consecutivos que dependan directamente de éste". Por lo tanto, sea absoluta o
relativa, la nulidad debe declararse jurisdiccionalmente para que la sanción asuma
estado en el proceso. Ello no impide que pueda evitársela, eliminando el defecto o
causa inmediatamente de advertido, para que no propague sus efectos. La
declaración de nulidad, de oficio o a instancia de parte, debe producirse o provocarse
en momento oportuno, evitando en lo posible el progreso del trámite para que éste no
se retrotraiga con el evidente perjuicio para los intereses tutelados.
11.5.5. Quién puede oponer la nulidad
En este punto resulta oportuno señalar que cabe hacer distinción respecto de la
clase de nulidades de que se trate. Con relación a las nulidades absolutas, por su
importancia y entidad, pueden ser denunciadas por cualquier parte en el proceso,
dado que no tiene límites subjetivos de denunciabilidad; hasta podría indicarlas el que
cumple el acto viciado, aun sin ser parte en el proceso, dado que no funciona la
condición de tener interés o la circunstancia de no haberla causado.
Diferente es en el caso de las nulidades relativas que sólo pueden ser alegadas por
la parte que no la haya causado (pues quien haya dado lugar a una nulidad no puede
pretender su reparación), ya que nadie puede invocar su propia torpeza; y siempre
que tenga interés en su declaración porque el vicio le produce un perjuicio y la
aplicación de la sanción le producirá una ventaja. El interés es la medida de las
acciones y esta regla de pura lógica jurídica se aplica en el proceso(84). Sólo cuando
el vicio ocasione un perjuicio efectivo y cuando de la declaración de nulidad la parte
pueda obtener una ventaja jurídica, la petición será procedente. Si esas condiciones
no se dan habrá que rechazarla porque no puede declararse la nulidad por la nulidad
misma. Se considera que no existe interés cuando no obstante su vicio, el acto ha
conseguido sus efectos respecto a todos los interesados; pero esto no es aplicable a
la nulidad absoluta(85).
Entonces, en el caso de las nulidades relativas se requieren dos requisitos: interés
de las partes y la demostración de un perjuicio real y concreto, ya que éstas existen
únicamente con el fin de proteger el interés de las partes frente a vicios ajenos a
cuestiones constitucionales, y que incluso se pueden subsanar o bien perder efectos
por caducidad si no se alegan en la etapa procesal oportuna(86).
Esta disposición se relaciona con el principio de protección que excluye la sanción
cuando el acto emanó del nulidicente. Éste no puede tener opción de aceptarlo ni de
rechazarlo, porque ha ejecutado el acto sabiendo o debiendo saber que lo
invalidaba(87).
11.6. SANEAMIENTO. CONVALIDACIÓN
Por el interés público que subyace a un caso de nulidad absoluta, resulta
indisponible y no es subsanable ni puede ser consentida ni expresa ni tácitamente,
sólo la cosa juzgada tiene ese efecto(88). Es que se sigue el criterio por el cual se
vincula a la nulidad absoluta con la intensidad del menoscabo constitucional, dado
que si la afectación es intensa y supera el interés de la parte, semejante falencia tiene
carácter absoluto; son supuestos donde el defecto tiene resonancia más allá del caso
y de los intereses en conflicto y afecta a la comunidad entera(89).
Pero algunas resultan toleradas por la ley, especialmente cuando no perjudican el
ejercicio de la defensa o el debido cumplimiento de la labor acusatoria, o no
contradicen los presupuestos o principios básicos del proceso(90). Por eso es que las
nulidades relativas son las que pueden ser convalidadas, excepto cuando se
relacionan con la intervención, asistencia y representación del imputado, las cuales
son absolutas(91). Entonces, que las nulidades relativas sean subsanables significa
que, dadas determinadas circunstancias, no obstante la latente ineficacia del acto,
éste puede quedar válido, haciendo imposible su declaración de invalidez(92). Se
trata de una rehabilitación del acto y de todas sus consecuencias en función de la
cual ya no se lo puede eliminar ni se hace necesario reproducirlo o rectificarlo. Hay
convalidación y, por lo tanto, no procede ya aplicar la sanción procesal de nulidad.
Las causas productoras de subsanación deben ser expresas o por lo menos
claramente deducibles de la naturaleza del acto y de la relatividad del vicio que lo
afecta. Está directamente vinculada a la conducta de las partes y se resuelve en
virtud de una expresa o presunta aquiescencia por parte de ellas(93).
Para la mencionada declaración, en primer lugar se requiere su oportuna
interposición, dado que se fijan diversos plazos para el planteamiento oportuno de las
nulidades relativas según cuál sea el momento procesal, con lo cual, vencido el
mismo operará la caducidad y el intento de plantear la nulidad será inadmisible.
Igualmente, las nulidades relativas, debido a la entidad menor de la infracción,
pueden ser subsanadas por el consentimiento expreso o tácito de los interesados,
como cuando éstos aceptan los efectos del acto o cuando por haber aquél alcanzado
sus efectos respecto a todos, desaparece el interés en la declaración(94). Se debe
haber consentido con los efectos del acto viciado antes del vencimiento del término
para oponer su invalidez.
También se subsana la irregularidad si el acto cumple su finalidad respecto de los
interesados, lo cual sucede cuando, pese a sus irregularidades, no ha obstaculizado
el ejercicio de sus facultades procesales. En verdad estos supuestos son aquellos en
los que los defectos quedan convertidos —por imperio de circunstancias
contemporáneas o posteriores a la realización que son demostrativas del
cumplimiento de la finalidad— en meras irregularidades sin trascendencia
nulificatoria(95). Entonces, el acto debe haber conseguido su fin respecto de todos los
que tengan un interés en la incolumnidad del suceso que resultó afectado por una
causal de nulidad. La convalidación de un acto procesal por otro ulterior exige, como
primer requisito, la validez del segundo acto. La situación que en sí misma carece de
validez no puede conferírsela a otra(96).
En verdad, los supuestos propios de cumplimiento de la finalidad del acto son
aquellos en los que los defectos quedan convertidos —por imperio de circunstancias
contemporáneas o posteriores a la realización que son demostrativas del
cumplimiento de la finalidad— en meras irregularidades sin trascendencia
nulificatoria(97).
11.7. EFECTO DE LAS NULIDADES
La declaración de nulidad tiene por finalidad dejar sin efecto a los actos viciados por
su irregularidad, pero también alcanza otros que en sí mismo no son defectuosos y
que son su necesaria consecuencia —es decir, los que directamente dependan del
acto viciado—; pues el proceso se encuentra integrado por diferentes actos
vinculados entre sí por un nexo de validez apareciendo unos como presupuesto de
los otros y éstos, a su vez, como presupuesto de los posteriores, resultando de
fundamental importancia determinar la extensión de la nulidad de un acto procesal en
relación con los posteriores, anteriores y concomitantes(98). No se trata entonces del
efecto de la nulidad sobre el acto que la padece. Se trata del efecto anulador del acto
declarado nulo respecto de actos ulteriores, anteriores o contemporáneos que, en sí
mismos, no tienen vicios que los anulen(99).
Es así que no debiera hablarse de anulación del acto sino de anulación de sus
efectos y de ciertos efectos. El acto conserva vigencia en el sentido de que no
desaparecen algunos efectos ya producidos o a producirse. El acto no es eliminado
materialmente del proceso, ni desaparece de un modo absoluto. Se eliminan sí sus
efectos, pero no el acto mismo que queda incorporado al proceso y subsistirá con
ciertos efectos por una parte y como documento por la otra; para el proceso en que se
cumplió, la actividad existió efectivamente y de cierta manera(100). Por eso es que
imponer la sanción es declarar la nulidad del acto eliminando los efectos producidos,
se lo extirpa del proceso con todas sus ramificaciones perjudiciales(101).
De esta manera, la declaración de nulidad tiene eficacia difusiva sobre otras
actividades cumplidas en el proceso. De aquí que su proyección no se limite al
concreto acto viciado y a su ejecución. Se extiende también a los actos consecutivos
que de él dependan y a los actos conexos cumplidos, ya sea con anterioridad o en el
mismo momento con relación al viciado. La dependencia o conexidad no debe
determinarse en función de los fines comunes del proceso, pues ello podría llevarnos
a anularlo en su totalidad o en una fase entera de él. Debe estar estrictamente
referido a una vinculación específica con el acto mismo. La dependencia debe ser
directa y vinculante. La conexión ha de ser íntima, de manera que la supresión del
acto viciado no permita a los otros alcanzar su finalidad. En atención a las dificultades
para determinar este tipo de vínculo, los códigos exigen la expresa declaración de
nulidad de los actos alcanzados por el efecto difusivo del viciado en función de su
conexión. No la exigen, sin embargo, para los actos posteriores dependientes, dado
que la determinación de este vínculo es más clara, hay una nulidad de derecho, sin
perjuicio de su declaración expresa(102).
En primer lugar hay que distinguir el alcance de la decisión adoptada al decretar
una nulidad, puesto que ésta puede ser total o parcial, según lo consienta la
naturaleza del acto y la entidad del vicio(103). En el primer caso, la declaración de
nulidad de un acto importa la consecuencia de su invalidez total, aunque su estructura
sea compleja. En principio, y en virtud de la unidad de acto procesal, la circunstancia
de que el vicio que es causa de nulidad se inserte en uno de sus aspectos y no en
otros, no significa que la invalidación se parcialice en aquél, sino que recae sobre el
acto completo. La unidad del acto no depende tanto de su estructura formal, cuanto
de la unidad de sus efectos procesales(104). Entonces, del vicio que se extirpa
mediante la sanción de nulidad dependen ineludiblemente el núcleo central de todo el
proceso, razón por la cual afectará a su integridad debiéndose extender sus efectos a
todo el proceso.
Pero hay actos formalmente unitarios que son parcializables en sus efectos
procesales, puesto que éstos radican en sectores autónomos, relativamente
independientes entre sí por razones objetivas o subjetivas. En tales casos puede
hablarse de una nulidad parcial: dado que los motivos pueden referir a una de las
fracciones del acto y no a otras, pero en realidad a lo que hay que atender es a la
independencia de los efectos sectoriales de la estructura fraccionable(105); por lo
cual queda subsistente la matriz del proceso y debe proseguirse su cauce una vez
extirpado el vicio declamado.
La declaración de nulidad con respecto al concreto acto cumplido en forma irregular
produce directamente su invalidación. Equivale a extirpar el núcleo de una zona
viciada del proceso, cuya capacidad difusiva se extiende —en primer lugar— a toda la
zona integrada por actos consecutivos que dependan del mismo. La dependencia
debe ser directa y vinculante. La conexión ha de ser íntima, de manera que la
supresión del acto viciado no permita a los otros alcanzar su finalidad. Existe esta
conexión si la validez del acto ulterior presupone la existencia procesal del acto
declarado nulo. No basta, entonces, que el acto sea simplemente ulterior. Es
necesario que este acto encuentre su antecedente en el declarado nulo(106).
Por ende, cuando el artículo 125 dispone que la declaración de nulidad de un acto
invalida todos los efectos o los actos consecutivos que dependan directamente de él,
denota que las relaciones que se dan entre esos actos no requiere un
pronunciamiento expreso disponiendo la extensión, razón por la cual, si bien no hay
necesidad de declarar la nulidad de los actos consecutivos dependientes de modo
expreso, pero sí de ese modo tienen que ser concretamente indicados, pues si no lo
son, no operaría el efecto extensivo de iure a su respecto(107). Por el contrario, la
nulidad del acto procesalmente anterior o contemporáneo no opera de iure sino que
debe declararse por el tribunal.
Es que el acto procesal no está aislado, razón por la cual, al ser declarado nulo,
produce efectos sustanciales en los actos posteriores. La nulidad se extiende a todos
los actos que dependan de él directamente. De ahí que el acto declarado nulo deba
considerarse como la premisa lógica y jurídica de los actos subsiguientes, de manera
que, al caer tal premisa, deba necesariamente desaparecer también la validez de los
actos que de ella se siguen. Es decir, que la nulidad de un acto produce efectos sobre
otros actos cumplidos, no sobre el mismo acto declarado nulo, y este efecto es el de
hacer caer todos aquellos que dependan, para su validez procesal, del acto
afectado(108). Por lo tanto, debe seguirse una relación causal por la cual el acto
tenga su origen en el anulado, al tiempo que es su presupuesto y su razón de
ser(109).
En estos casos aunque la nulidad del acto posterior no sea de las declarables de
oficio y aunque no medie petición de parte sobre el efecto extensivo, el juez tiene el
deber de pronunciarse sobre dicho efecto. Al tratarse de un pronunciamiento de oficio,
aquél no solamente podrá suplir la omisión de la petición de extensión, sino también,
en caso de mediar instamiento sobre ello, extender la invalidación más allá de la
petición formulada. En defecto de tal pronunciamiento expreso, los actos anteriores o
concomitantes seguirán produciendo sus efectos precarios y las nulidades por
extensión quedarán subsanadas(110).
El acto anterior es conexo al nulo si el primero tiene como objetivo al posterior
anulado. A tal efecto, para considerar vinculado un acto anterior al declarado nulo
debe presentarse una conexión entre ambos que se da si el primero tiene como
objetivo al posterior anulado; por el hecho de que la finalidad del acto anterior se
consuma con la realización válida del anulado, como, por ejemplo, la nulidad del
debate a raíz de la nulidad de la sentencia dictada sobre la base del mismo, por lo
que aquél tiene que repetirse ante el tribunal de reenvío(111). En estos supuestos, la
ley requiere una expresa declaración jurisdiccional sobre la extensión de los efectos
de la nulidad: cuando ésta, por razones de conexidad, vienen a producirse sobre
actos anteriores al anulado o concomitantes con él(112).
Asimismo, el nexo que une al acto declarado nulo con los anteriores puede ser
solamente genérico o también específico. Debe rechazarse la conexión genérica, ya
que no basta la común orientación de los actos hacia el fin último del proceso toda
vez que es característica de todos los actos, aun de los que son independientes, ya
que se reputa nulo y, por ende, tendría una sola consecuencia: provocaría la nulidad
de todo el procedimiento, sin importar que los actos que lo componen hayan sido
perfectamente realizados. Debe admitirse, en cambio, la conexión específica, es
decir, el íntimo nexo que puede aproximar uno o más actos anteriores al acto
declarado nulo, de manera que éste impida al anterior o concomitante seguir su
objetivo(113).
Para los actos concomitantes, la relación ha sido descripta como la que se
manifiesta en una integridad conceptual, en la que se unifica indisolublemente el
destino de los plurales actos. Por ejemplo, cita el autor, como ocurre con la nulidad de
una notificación para una audiencia necesariamente común que se extiende a las
notificaciones no defectuosas. En el mismo sentido se afirmó que la declaración de
nulidad tiene efecto difusivo con respecto a otras actividades cumplidas en el proceso.
Se extiende a los actos consecutivos que dependan del viciado, y a los actos conexos
cumplidos antes o en el mismo momento que el viciado.
La declaración del acto anulado deja una laguna en el proceso como consecuencia
de la declaración de nulidad de los actos procesales, que deben ser cubiertas por los
procedimientos que la ley determina. Esto se efectúa por la renovación y la
rectificación, salvo cuando el acto esté de más o no fuera necesario en el proceso aun
cuando se hubiere cumplido regularmente su renovación o rectificación(114). Por eso,
existiendo la posibilidad de renovación o de rectificación es un deber del juez o
tribunal disponerla, puesto que no sería más que una aplicación del principio que
impone al magistrado el deber de eliminar el vicio que es causa de la nulidad, aunque
ya no como actividad de prevención, sino como de reparación de la regularidad del
proceso. Debe contarse con la necesariedad de este proceso y con la posibilidad de
efectuarlo(115). Pero, si bien el acto anulado queda excluido del proceso por privación
de sus efectos, a veces es innecesario renovarlo o rectificarlo (v.gr., pericia
irreproducible); pero otras veces es preciso renovarlo cumpliéndolo nuevamente, o
rectificarlo corrigiendo los vicios de que adolecía(116).
Estos procedimientos deben ser ordenados por el tribunal que declara la nulidad,
pues es obligación de ellos reponer al proceso dentro de los cánones de legalidad
previstos por el Código y la garantía del debido proceso.
Como una especie de efecto "reflejo" de la declaración de nulidad aparece la
posibilidad de renovación, corrigiéndose los defectos que fueron causa de la
declaración, por medio de la realización de un acto similar(117). Ésta tiene lugar
mediante la reproducción del acto anulado. Es una construcción in integrum del acto
con todos los elementos(118), con el objeto de sanear los motivos por los cuales ha
sido declarado inválido.
Mediante la ratificación los actos que no son alcanzados por la nulidad se reafirman
y a la vez pueden corregirse los defectos advertidos en el acto irregular. Se mantiene
su estructura no viciada que se complementa con los elementos que le faltaba o se
sustituyen los defectuosos.
Por el contrario, la rectificación se practica a través de la corrección de los defectos
advertidos en el acto. Se mantiene su estructura no viciada, la que se complementará
con los elementos faltantes o se sustituirán los elementos defectuosos(119);
agregándole el elemento típico omitido o sustituyendo el erróneamente
introducido(120).
11.8. EL RETROTRAIMIENTO DEL PROCESO A ETAPAS YA SUPERADAS
La declaración de nulidad participa de los criterios limitativos generales de las
decisiones jurisdiccionales: tal es el de la reformatio in pejus, que puede ser
desconocido, por ejemplo, cuando la declaración de nulidad impone retrogradar el
procedimiento en contra del interés de aquél a quien, no dándose esa circunstancia,
dicha declaración hubiese aventado los perjuicios que el acto defectuoso pudiera
irrogarle(121). Entonces, la nulidad de un acto procesal impide retrotraer el proceso a
etapas precluidas en detrimento del justiciable cuando se ha alcanzado a cumplir
instancias esenciales de su desarrollo, imponiendo la obligación de definir la situación
del imputado, razón por la cual cabe decidir su absolución.
De ahí que este punto trata de aquellos casos en los que, declarada la nulidad de
ciertas etapas del proceso, se resuelve su retroceso a instancias ya precluidas, y con
ello se verifica la afectación que dicha situación importa en los derechos del imputado.
Por eso ha sido objeto de numerosas críticas las actuaciones en donde en la
oportunidad de sentenciar, se anulan actos relevantes del proceso y los retrae a la
etapa instructoria(123), lo cual provoca una dilación irrazonable del proceso, máxime
si se tiene en cuenta que el imputado no ha dado ocasión a la producción de la
nulidad; por ello se ha considerado que la reapertura de la investigación después de
cubiertas las etapas de la acusación, la defensa y la prueba con retrogradación del
proceso y dilación de la sentencia es a todas luces inconstitucional, ya que debe
mediar decisorio sobre el fondo del asunto para que el derecho a la jurisdicción quede
satisfecho(124); además que es menester considerar que si por deficiencias en la
investigación o por cualquier otra razón no imputable al procesado se ha dado causa
a una nulidad, los tribunales están inhibidos de retrotraer el proceso a una etapa
precluida(125).
Es así que debemos entender que si, estando el tribunal en condiciones de dictar
sentencia, se advierte un defecto en las etapas previas del proceso, atribuible a la
acusación o a los propios jueces, en tales supuestos, el proceso deberá concluir, no
podrá retrogradar, sea con la absolución del acusado si las fallas han dificultado el
ejercicio del derecho de defensa, sea con la condena (en la medida en que los
elementos de convicción lo justifique) si este derecho de todas maneras ha podido
ejercerse. Fundamentalmente, es el Estado (y no el justiciable) quien debe soportar
las consecuencias de no llevar adelante con eficacia el proceso penal, sin perjuicio de
la responsabilidad de los órganos por esa conducta que afecta gravemente el derecho
de la comunidad a defenderse del delito(126).
Se trata, además, de que el Estado no realice repetidos esfuerzos en pos de
obtener un pronunciamiento condenatorio sobre la base de intentos fallidos producto
de su propia culpa y subsanando sus propios errores. Ello no sólo es violatorio del
derecho a un procedimiento penal rápido, sino además del principio constitucional que
prohíbe someter al imputado a un doble juzgamiento por un hecho único(127). Al
mismo tiempo, cabría cuestionarse si una nulidad, como instituto procesal, se
privilegia por sobre un derecho constitucional(128).
En esa dirección, la quinta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos
consagra que ninguna persona será sometida por el mismo delito a una doble
amenaza de su vida o de su integridad física; esta garantía es denominada como
double jeopardy, que importa la restricción a un nuevo juzgamiento en los supuestos
de nulidad. En el caso "Kennedy", la Corte americana sostuvo que contraría la quinta
enmienda el nuevo enjuiciamiento del acusado si la Fiscalía con el objeto de evitar su
probable absolución, lo ha conducido virtual y malintencionadamente a que tenga que
requerir el mistrial (nulidad). Una situación semejante, en la doctrina de la Corte
norteamericana impone el privilegio de las garantías constitucionales por sobre el
interés del Estado de alcanzar un nuevo procesamiento. Es que si se otorgara mérito
a la acusación para agraviarse de una nulidad provocada intencionalmente, el Estado
aprovecharía de un deliberado abuso del proceso a fin de asegurarse el proverbial
segundo mordisco a la manzana(129).
Puede afirmarse que el principio enunciado, encuentra su raíz en el precedente de
la Corte Suprema (CSJN, "Mattei, Ángel", Fallos: 272:188, LA LEY, 133, 413), que dio
lugar a una prolífica familia de precedentes que llegaron a conformar un verdadero
estándar con arreglo al cual, si el procedimiento penal acusa insuficiencias formales,
ajenas a la actuación del imputado, no cabe preterir la decisión final invalidando todo
lo actuado y mandando a sustanciar nuevamente la causa, pues un temperamento
semejante afecta la garantía de la defensa en juicio "integrada también por el derecho
a una rápida y eficaz decisión judicial" (Fallos: 298:312)(130).
11.9. LAS PROHIBICIONES PROBATORIAS
El debido proceso penal sólo admite como ocurridos los hechos que hayan sido
acreditados por pruebas legalmente incorporadas, objetivas y pertinentes a la
averiguación del suceso en juzgamiento, resultando prohibida toda otra manifestación
irregular que importe la vulneración de algún derecho individual, de una garantía
constitucional, de una disposición expresamente establecida para su realización o
producto de un engaño, coacción o de un hecho ilícito(131).
Entonces, la legalidad del elemento de prueba será presupuesto indispensable para
su utilización en abono de un convencimiento judicial válido. Su posible ilegalidad
podrá obedecer a dos motivos: su irregular obtención (ilegitimidad) o su irregular
incorporación al proceso(132).
Pero cabe precisar que la prueba ilícita figura como exponente del principio de
legalidad penal, en la medida en que nadie puede ser condenado sino por delito
previamente establecido en la ley (previa, escrita y estricta) y siempre que se haya
observado idéntica escrupulosidad en la legalidad del procedimiento y muy
especialmente en enervar la presunción de inocencia a través de pruebas
legales(133); por ello es que se ha afirmado que"Una correcta aplicación del derecho
sustantivo tiene como presupuesto que se acredite a través del proceso el extremo
material objetivo y subjetivo de la imputación"(134).
Asimismo, el problema de la prohibición de la prueba viene a encuadrarse en la
encrucijada entre los intereses del Estado a un efectivo procedimiento penal, en
cuanto comunidad jurídica, y los intereses del individuo a la protección de sus
derechos personales. La problemática de la prohibición de la prueba no es un mero
problema jurídicoprocesal penal, sino que antes bien constituye una cuestión que
responde a la comprensión general de las relaciones entre el Estado y el
ciudadano(135). De esta manera, la prueba ilícita patentiza, por un lado la tensión
entre la tutela de bienes esenciales de la sociedad a través del proceso penal, como
medio ineludible de realización del derecho penal, y por otro, la propia libertad y
derechos de los ciudadanos a quienes se imputa una lesión de tales bienes
esenciales. Entonces se afirma que el ordenamiento en su conjunto se sitúa en el
punto medio de dos factores en tensión: de una parte la tutela de los citados bienes
esenciales y de otra, su tutela cuando se requiere su limitación para hacer posible el
proceso; llegando a la conclusión de que no debe prevalecer el interés de protección
y castigo de las conductas infractoras si para ello se lesionan injustificada o
desproporcionadamente los derechos, tanto de contenido material como los que
determinan el carácter justo y equitativo del proceso(136).
Es así que debe entenderse que la libertad probatoria como la regla general en la
investigación preliminar de un hecho y a su inadmisibilidad (prohibición del ingreso del
acto al proceso) o nulidad (cuando es ilegítimo por un vicio intrínseco) como
excepciones, ya que el límite es la agresión o lesión a garantías constitucionales del
individuo sometido a la jurisdicción(137). Es así que la mera irregularidad, pese a los
defectos que introduce en el acto, no elimina la individualidad procesal de éste y, por
ende, no entorpece sus repercusiones finales(138).
De tal forma es menester reafirmar que el proceso penal de un Estado de derecho
no solamente debe lograr el equilibrio entre la búsqueda de la verdad y la dignidad de
los acusados, sino que debe entender la verdad misma no como una verdad absoluta,
sino como el deber de apoyar una condena sólo sobre aquello que indubitada e
intersubjetivamente puede darse como probado(139). En esta dirección, la
averiguación de la realidad fáctica conforma una obligación que no puede ser obviada
por la normativa procedimental, dado que, desde su concepción, el procedimiento
implica el despliegue de actividad adquisitiva de información sin desmedro de
garantía constitucional alguna, puesto que el juicio sólo será adecuado al
ordenamiento procesal cuando ninguna garantía formal del procedimiento haya sido
lesionada en perjuicio del imputado(140).
Entonces es preciso destacar que, dentro del aspecto probatorio, el respeto a los
derechos individuales impone que únicamente se puede aportar prueba relacionada
con el hecho constitutivo del objeto del proceso y sus circunstancias. Si se rebasa
este límite la prueba carece de pertinencia y debe desestimarse cuando no resulta
idónea para justificar los hechos articulados. Además, la prueba debe tener relevancia
—ser conducente— para influir en la decisión del conflicto(141). En consecuencia, las
limitaciones al principio de libertad probatoria pueden estar relacionadas: a) al objeto
de prueba: la prueba no podrá recaer sobre hechos o circunstancias que no estén
relacionados con la hipótesis que originó el proceso de modo directo o indirecto,
además de ciertos temas sobre los cuales no se puede probar por expresa prohibición
de la ley penal; b) a los medios de prueba: no corresponde admitir medios de prueba
que afecten a la moral, expresamente prohibidos o incompatibles con nuestro sistema
procesal o con el ordenamiento jurídico general argentino. Tampoco aquellos medios
no reconocidos por la ciencia como idóneos para generar conocimiento o los que
puedan producir alteraciones físicas o psíquicas(142).
(2)PESSOA, NELSON R., La nulidad en el proceso penal, 2ª ed., Mave, Corrientes, p. 40. En dicha obra, a
tenor ejemplificativo se hace referencia al fallo de la CNCasación Penal, sala I, 14/4/1994, en autos
"Ferreira": "El principio de indispensabilidad del juicio previo se refiere al procedimiento jurídico definido
por el derecho procesal. En él se establecen los actos que lo integran y el orden que debe observarse al
cumplirlos, siendo así el único medio de descubrir la verdad y de actuar efectivamente la ley penal. El
juicio previo es una garantía de justicia para el individuo y la sociedad y la garantía consiste en la
necesidad irrefragable de que un proceso legalmente definido preceda toda sanción; en la solemnidad y
las formas que deben observarse al cumplir los actos que la integran; en el orden regular que ha de
guardarse y en el tiempo que ha de emplearse; en la intervención y el recíproco control de los
magistrados, funcionarios públicos y demás personas actuantes, algunos de los cuales son
indispensables; en las diversas oportunidades que ellos tienen para cumplir sus deberes o ejercer sus
poderes jurisdiccionales o hacer valer sus intereses".
(3)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", Universidad Nacional de Córdoba,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Cuadernos de los Institutos Instituto de Derecho Procesal,
nro. 95, ps. 91 y ss., 1967.
(4)FERNÁNDEZ VIAGAS, BARTOLOMÉ P., El derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, Civitas, Madrid,
1994, p. 27.
(5)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO , "Los principios fundamentales del proceso penal, según el Código de
Córdoba", JA, 1942IV16, sección doctrina.
(6)FERRAJOLI, LUIGI, Derecho y razón, Trotta, Madrid, 2000, p. 621.
(7)BIDART CAMPOS, GERMÁN, Manual de la Constitución reformada, t. II, Ediar, Buenos Aires, p. 327.
(8)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "Los principios fundamentales...", cit.
(9)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, RubinzalCulzoni, Buenos Aires, 1989, p. 43.
(11)En tal sentido, se afirma que en un Estado de derecho, la verdad no puede obtenerse a cualquier
precio DONNA, EDGARDO A., Teoría del delito y de la pena, t. I, Fundamentación de las sanciones penales
y de la culpabilidad, Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 37. Este postulado es acompañado por un principio
básico del Tribunal Constitucional Federal alemán que declaró: "los derechos fundamentales protegen el
desarrollo, no la degeneración de la personalidad".
(13)LEVENE, RICARDO (h.), Manual de derecho procesal penal, t. I, Depalma, Buenos Aires, 1993, p. 9;
por eso el derecho procesal penal es una rama del derecho público interno, la acción es pública, y la
actividad jurisdiccional corresponde al Estado.
(14)BACIGALUPO, ENRIQUE, Principios constitucionales de derecho penal, Hammurabi, Buenos Aires, p.
31, con cita de Roxin.
(15)BACIGALUPO, ENRIQUE, "La significación de los derechos humanos en el moderno proceso penal",
en RDP, Garantías constitucionales y nulidades procesales, t. I, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2001, ps. 9
y ss.
(16)BINDER, A LBERTO M., Justicia penal y Estado de derecho, AdHoc, Buenos Aires, 1993, p. 143.
Agrega también el autor que de la racionalidad en la aplicación del poder penal del Estado se deriva su
criteriosa y restrictiva aplicación, en cuanto "es deseable que en la sociedad este poder se aplique en la
menor medida que sea posible", ya que el Estado no puede ser pródigo en el uso de su poder penal
porque, en ese caso, estaría utilizando la fuerza como mecanismo para controlar a sus ciudadanos y, si
comenzara a utilizarla en exceso, se convertiría en un Estado autoritario.
(17)COUTURE, EDUARDO J., "El 'debido proceso' como tutela de los derechos humanos", LA LEY, 72
802. De tal forma, el autor resume que para asegurar al individuo la justicia que promete la Constitución
debe darse: 1) La teoría de la tutela constitucional del proceso consiste en establecer la primacía de la
Constitución sobre las formas legales o reglamentarias del proceso. 2) Las Constituciones que
contienen normas que determinan la garantía de los derechos esenciales de la persona humana, frente
a los riesgos del proceso, no pueden ser desconocidas directa o indirectamente por las leyes
procesales. 3) Si la ley procesal priva de la posibilidad de accionar, de defenderse, de producir prueba,
de alegar, de impugnar la sentencia, de ser juzgado por jueces idóneos, en términos razonables es
inconstitucional. 4) La idea de razonabilidad puede determinarse en forma genérica como una relación
adecuada entre el fin y los medios.
(18)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "La calidad de imputado y la definición de su situación procesal",
JA, 1997II491.
(19)M AURACH GÖSSEL ZIPF, Derecho penal. Parte general, t. I, Astrea, Buenos Aires, 1994, p. 156.
Agrega el autor que no existe campo alguno del derecho cuyos medios de poder se extiendan más que
los del derecho penal. Toda aplicación de una pena está en condiciones de perjudicar al afectado del
modo más grave y persistente que cualquier otra rama del derecho. Es evidente que el ejercicio de
semejante poder estatal precisa un fundamento constitucional. Este se encuentra en el principio de
estado de derecho, para el cual son esenciales los elementos de seguridad jurídica y de la justicia
material (p. 154).
(20)BERTOLINO, PEDRO J., El exceso ritual manifiesto, Librería Editora Platense, La Plata, 1979, p. 92.
(21)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "El derecho del imputado al sobreseimiento", JA, 1951II22 y ss.
(22)Citado por DONNA, EDGARDO A., Teoría del delito y de la pena, cit., t. I, p. 111.
(23)CASAS NÓBLEGA, CARLOS A., Algunos temas penales de la posmodernidad, Advocatus, Córdoba,
2000, p. 114, citando a THOMSON, "Derechos humanos, garantías fundamentales y administración de
justicia", Revista IIDH, vol. 10, p. 75.
(24)Citado por VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, cit., p. 43.
(25)VÁZQUEZ ROSSI, J ORGE E., La defensa penal, cit., p. 85.
(26)BELING, ERNST, Derecho procesal penal, Labor, Madrid, 1943, p. 23.
(27)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, t. 4, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1992, p.
107.
(28)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, Astrea, Buenos Aires, 2000, p. 2. El
autor entonces afirma que la temática de la validez está directamente relacionada con la teoría general
del tipo (más bien entendido en el sentido de "figura"). Y la de invalidez de los actos procesales también
se relaciona con la teoría del tipo procesal en cuanto éste es el que condiciona la eficacia para el
proceso de los actos realizados en él.
(30)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, cit., t. 4, p. 128.
(31)LA ROSA, M ARIANO R. RIZZI, ANÍBAL H.,Código Procesal Penal de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, HS Derecho, 2010, p. 370.
(32)Es así que se ha considerado a la nulidad como: "la más importante sanción de los actos del
proceso, y adquiere trascendental jerarquía en los procedimientos penales como consecuencia del
interés público que sus normas tutelan. Consiste en una conminación legal, expresa o tácita, (implícita
de muy estricta aplicación estas últimas, más aún en el sistema de conminación legal), por la cual han
de declararse inválidos determinados actos procesales cumplidos sin observar las disposiciones
exigidas para su realización. Tal declaración de invalidez que corresponde al órgano jurisdiccional,
significa reconocer la ineficacia del acto afectado, privándolo de los efectos producidos y a producir. Es
algo más que privarlo de vida jurídica pues equivale a su extirpación no obstante haber ingresado, con
todas sus ramificaciones. La nulidad se demuestra así como un medio práctico para retomar el curso
normal del proceso, cuando por causa de la actividad procesal irregularmente cumplida se ha desviado
de sus fines o ha alterado algún principio fundamental para su inicio, desarrollo o finalización" (TSJ
Córdoba, 3/3/1989, "Maldonado, José Alberto y otro", sent. 2).
(33)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia (temas procesales), Lerner Editores, Córdoba, 1980, p.
57. Ésta comprende aun a aquellos actos que se consideran inexistentes.
(34)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit.
(36)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 54.
(37)En tal dirección se refirió que "el instituto de las nulidades procesales tiene en mira resguardar el
debido proceso y la defensa en juicio. Por ello, resulta improcedente declarar la nulidad por la nulidad
misma, exigiéndose la existencia de perjuicio (pas de nullité sans grief). Es decir que, cuando la
actividad procesal cumplida perjudique la función de tutela de los intereses comprometidos en el
proceso, por haberse configurado una irregularidad que afecte el ejercicio de la defensa, un presupuesto
procesal o el equilibrio entre las partes resultante del principio de igualdad y del contradictorio, debe ser
invalidada, privándosela de eficacia. Por lo demás, la invalidación de los actos procesales ha sido
instituido a favor del imputado y como garantía de juzgamiento. 'Los principios de protección del
ciudadano, que conforman una estructura prevista en las Constituciones nacionales y provinciales, así
como en el conjunto de pactos internacionales sobre derechos fundamentales, por una parte, están
reconocidos legalmente y, por otra parte, están garantizados. Un principio está garantizado cuando
existe un mecanismo legal que, al advertir la afectación del principio, genera en el juez la obligación de
repararlo. Las formas procesales son las que permiten este mecanismo, al trasladar el principio
reconocido en las leyes fundamentales al funcionamiento del caso concreto en la estructura procesal.
(...) Esta función de traslado hacen que las formas sean la garantía' (BINDER, ALBERTO M., 'Invalidez de
los actos procesales y formas del proceso', en Revista de Derecho Penal 2001I, Garantías
constitucionales y nulidades procesales I, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2001, p. 212)" (CNCasación
Penal, sala III, 30/3/2006, "Aizenstat, Luciano s/rec. de casación", causa 6105, voto de la Dra.
Ledesma).
(38)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 92.
(39)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 267.
(40)FERRAJOLI, LUIGI, "Garantías", en Jurisdicción y democracia, INECIP Ediciones del Instituto, 2004,
p. 9.
(41)Una norma jurídica es un mensaje prescriptivo —que prescribe una actuación determinada—
expresado a través de determinados símbolos, normalmente consistentes en enunciados. Los textos
legales o enunciados legales, constituyen el vehículo de expresión de las normas legales, a cuya clase
pertenecen las normas jurídicopenales. En tal sentido es posible distinguir entre el texto legal y la
norma que expresa. El enunciado legal es un conjunto de símbolos lingüísticos que conviene diferenciar
del mensaje prescriptivo que transmite, único que constituye la norma jurídica (M IR PUIG, SANTIAGO,
Derecho penal. Parte general, 5ª ed., Bosch, Barcelona, 1998, p. 26).
(42)Por el contrario, el enunciado legal que castiga un hecho con una pena, ha de interpretarse como
forma de comunicación de dos normas distintas: de una norma prohibitiva dirigida al ciudadano, que se
ha dado llamar "norma primaria" y de una norma que obliga a castigar dirigida al juez, la cual se la ha
designado como "norma secundaria"(M IR PUIG, SANTIAGO, Derecho penal..., cit., p. 28). En dicho
sentido, las normas primarias están destinadas a apelar a la motivación del ciudadano, prohibiéndole
delinquir. Las normas secundarias refuerzan esta motivación mediante la amenaza de la pena. Las
mismas son imperativas para el juez, puesto que le ordenan la imposición de una pena.
(43)DE LA RÚA, FERNANDO, La casación penal, Depalma, Buenos Aires, 1994, p. 69.
(44)LAPLAZA, FRANCISCO P., "Extinción de la acción penal y de las penas", Revista del Colegio de
Abogados de Buenos Aires, año XIII, t. XII, nro. 3, mayo/junio 1934, p. 179.
(45)J IMÉNEZ DE ASÚA, LUIS, Tratado de derecho penal, t. I, Losada, Buenos Aires, 1965, p. 42.
(46)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, AdHoc, Buenos Aires, 2004, p. 58.
(47)PASTOR, DANIEL R., "El principio de la descalificación procesal del Estado en el derecho procesal
penal", en AA.VV., Estudios en Homenaje al Dr. Francisco J. D'Albora, LexisNexis, Buenos Aires, 2005,
p. 435. De acuerdo con este postulado, el Estado perdería instantáneamente toda capacidad de
persecución en el momento mismo de violar un derecho fundamental del imputado. Esa solución se
funda tanto en el principio de prioridad de los derechos individuales como en el principio de autorización
limitada para la utilización del poder punitivo.
(48)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 55. La inadmisibilidad se aplica a los actos de
las partes, quedando excluidos los del tribunal, sujetos a declaración de nulidad.
(49)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, cit., t. 4, p. 109. Este autor destaca tres
condiciones caracterizadores: 1) se trata de actos realizados por las partes del proceso o terceros; 2)
tienen por objeto que esos actos no se incorporen al proceso jurídicamente, 3) se trata de defectos en
los requisitos o estructura, que el mismo Código especifica.
(50)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 280.
(51)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 9.
(52)NÚÑEZ, RICARDO C.,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, Marcos Lerner, Córdoba,
1992, p. 147.
(53)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 12. El autor acota que un acto
nulo siempre ocurre en el proceso, un acto inexistente, aunque muestre una corporeidad en el
procedimiento, es un acontecer desarraigado de aquél. El acto inexistente es inválido en sí mismo.
Prácticamente de él nunca puede decirse que sea eficaz o ineficaz para el proceso, simplemente no
existe en el proceso, nunca estuvo en él jurídicamente; su corporeidad material es pura mecánica sin
sentido procesal.
(54)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 8.
(55)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 2. En esta dirección cabe
apuntar que se sostenía: "En materia de nulidades, el legislador instauró en el CPr.Cr. un sistema de
taxatividad normativa implementado a través de dos caminos: la especificidad, por lo cual en la misma
norma procesal se establece la sanción (art. 166); y la nulidad genérica que se circunscribe a la
inobservancia de normas que reglan la actividad fundamental de los sujetos en el proceso penal (art.
167), previendo a su vez dos tipos de nulidades: absolutas y relativas" (CNCasación Penal, sala II,
18/11/1993, "Guillén Varela, J.", c. 40).
(56)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 269.
(57)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 51.
(58)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 99.
(59)PESSOA, NELSON R., La nulidad en el proceso penal, cit., p. 83. El autor aclara que incluso en la
jurisprudencia es mayoritaria la noción de que no hay más nulidades que las previstas por vía de la
sanción específica o por vía de las nulidades genéricas.
(60)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 46.
(61)Se ha decidido sobre el tema que "ya sea extendiendo el principio de nulidad expresa a casos
evidentes surgidos como consecuencia del régimen procesal, con la aceptación de la existencia de las
llamadas nulidades implícitas o virtuales, esto es cuando en virtud de expresas prohibiciones o
exigencias de la ley formal o sustancial, surge sin dudas improcedibilidad del trámite, no obstante la
ausencia de conminación de nulidad expresa" (TSJ Córdoba, sala Penal, 9/3/1989, "Maldonado José A.
y otro", LLC, 1990128; citado por TORRES, SERGIO G., Nulidades en el proceso penal, AdHoc, Buenos
Aires, 1999, p. 60).
(62)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 58. El autor aclara que son las formas
sustanciales que han sido definidas como aquellas que hacen efectivas las garantías procesales
contenidas en la Constitución Nacional cuya observancia está impuesta a los jueces como Ley
Suprema de la Nación.
(63)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 58.
(64)Así se decidió que "Para que la nulidad sea absoluta debe haberse ocasionado flagrante violación
de cláusulas constitucionales que acarree perjuicio de tardía o imposible reparación ulterior" (CFed. San
Martín, sala I, LA LEY, del 31/5/1999, f. 98.804).
(65)PESSOA, NELSON R., La nulidad en el proceso penal, cit., p. 126. Al respecto aclara el autor que su
afirmación deriva de entender que la Constitución Nacional no sólo ordena la necesidad de un proceso
penal realizado en legal forma como condición de validez del ejercicio del poder punitivo estatal, sino
que, como consecuencia de su ideología, impone al proceso penal cierto contenido, cierta carga
ideológica que se expresa en ciertas "formas" que el proceso debe cumplir como condición de validez.
(66)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 106.
(67)CLEMENTE, J OSÉ LUIS,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, t. II, Marcos Lerner,
Córdoba, 1998, p. 134. Asimismo dicho autor cita un fallo del Tribunal Superior: "La Constitución regula
sobre los efectos procesales inherentes a la violación de las garantías constitucionales, pero sin
contener una mención expresa al instituto a través del cual se concreta la ineficacia probatoria en el
proceso penal. Se ha interpretado que, en la praxis, el resguardo de la garantía vulnerada se materializa
a través de la anulación de los actos quebrantados" (TSJ Córdoba 30/10/1989, "Suárez, Sergio Daniel",
sent. 19).
(69)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 58.
(70)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 110.
(71)En esta dirección se afirmó que "la nulidad por vicios de forma carece de existencia autónoma
dado el carácter accesorio e instrumental del derecho procesal. Su procedencia exige, como
presupuesto, que el acto impugnado tenga trascendencia sobre las garantías esenciales de la defensa
en juicio o se traduzca en la restricción de algún otro derecho. De otro modo, la sanción de nulidad
aparecería respondiendo a un formalismo vacío, que va en desmedro de la idea de justicia y de la
pronta solución de las causas, en lo que también está interesado el orden público" (CSJN, 4/5/2000,
"Acosta, Leonardo y otros", La Ley online). Igualmente que "en virtud del principio de trascendencia una
de las exigencias fundamentales para que proceda la declaración de nulidad de un acto procesal es la
existencia de un perjuicio concreto, o sea la limitación de un derecho del justiciable vinculado en forma
inmediata al buen orden del proceso y en forma mediata, a las garantías que son su causa; por
consiguiente tanto en el caso de una nulidad relativa como de una nulidad absoluta es menester la
demostración de un perjuicio real y concreto" (CNCasación Penal, sala III, 23/4/2004, "Alais, Julio
Alberto y otros s/recurso de casación", c. 4859, voto del Dr. Tragant).
(72)Al respecto podemos citar: "En virtud del principio de trascendencia se requiere que quien invoque
la nulidad alegue y demuestre (carga específica) que el vicio le ocasionó un perjuicio cierto e irreparable
que no puede subsanarse sino con el acogimiento de la sanción. No hay nulidad en el solo interés de la
ley, desde que las formas procesales no constituyen un fin en sí mismas" (CNCasación Penal, sala III,
15/12/2003, "Muñoz, Jorge Lucas s/recurso de casación", c. 4586). También que "Sólo cabe acudir al
instituto de las nulidades cuando por resultar anormal el desenvolvimiento del proceso, tal irregularidad
resulte trascendente por haberse afectado intereses tutelados, entendiéndose por tales el ejercicio de la
defensa en juicio o los principios básicos del proceso" (CFed. San Martín, sala I, LA LEY, 31/5/1999, f.
98.804).
(73)También puede destacarse al respecto: "debe tenerse presente que las formas deben observarse
dentro de un margen de razonabilidad, atento al criterio restrictivo que en materia de nulidades emerge
del ordenamiento procesal. Es que se requiere un perjuicio concreto para alguna de las partes, porque
cuando la sanción de nulidad se adopta en el solo interés del formal cumplimiento de la ley, importa un
manifiesto exceso ritual no compatible con el buen servicio de justicia. Dicho recaudo no logra
verificarse en la medida en que el imputado puede, de todos modos, llegar a declarar a tenor del art. 294
del CPPN en otras oportunidades, y en tanto el auto atacado puede reformarse, aún de oficio" (CCiv. y
Com. Fed., sala I, 29/10/2003, "Gutiérrez, Diego A. s/nulidad y procesamiento", expte. 35.573). "Es que,
la genérica invocación de garantías constitucionales presuntamente violadas, sin que se logre efectuar
una vinculación seria entre el acto presuntamente viciado y la garantía que se estima afectada no
constituye un argumento suficiente para la invalidación del acto procesal que se cuestiona" (CCiv. y
Com. Fed., sala I, 14/2/2002, "Ganduglia, Carlos M. s/procesamiento y p.p.", expte. 33.626).
(74)TORRES, SERGIO G., Nulidades en el proceso penal, cit., p. 36.
(75)Así se ha resuelto que "Aun en el supuesto de nulidades declarables de oficio (art. 168 párr. 2
CPr.Cr.), debe existir un agravio concreto a las garantías constitucionales de la parte supuestamente
afectada para la invalidación de un acto atacado como viciado. 'Implicar', en la letra de la ley, no
significa otra cosa que envolver, contener una violación a la norma constitucional, lo que no puede
entenderse sino como un agravio concreto, aun desde la misma interpretación literal. No advirtiéndose
vicio, defecto u omisión que haya privado a las partes del ejercicio de alguna facultad y por ende
afectado en modo alguno la inviolabilidad de la defensa en juicio, corresponde rechazar la nulidad
articulada" (CNCrim. Fed., sala I, 15/10/1993, "Sneider, Gladys", c. 24.942. En igual sentido, 30/9/1993,
causa "Capurro, Carlos R.", 24.956, de la misma sala).
(76)NÚÑEZ, RICARDO C.,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, cit., p. 148. Con cita del
TSJ Córdoba, 19/6/1961 "Morillo y otros", y 23/10/1969, "Ceballos". "Que es doctrina reiterada de este
tribunal que en materia de nulidades debe primar un criterio de interpretación restrictiva y sólo cabe
pronunciarse por la anulación de las actuaciones cuando exista un derecho o interés legítimo lesionado,
de modo que cause un perjuicio irreparable, mas no cuando falte una finalidad práctica en su admisión"
(CSJN, 4/5/2000, "Acosta, Leonardo y otros", La Ley Online). Igualmente que "Al respecto se ha dicho
que 'Las nulidades deben considerarse restrictivamente, conforme al criterio sentado por los artículos 2
y 166 del Código Procesal Penal de la Nación'. El Proceso Penal no es una ejercitación académica y
las formalidades procesales no son afines en sí mismas" (CCiv. y Com. Fed., sala I, 26/3/1996,
"Gómez, Carlos y otro s/auto de proc.", causa 26.618).
(77)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 285.
(78)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 77, con cita de EDWARDS,
Régimen del Código Procesal Penal de la Nación, p. 67.
(79)TORRES BAS, RAÚL E.,Código Procesal Penal de la Nación, t. I, Marcos Lerner, Córdoba, 1996, p.
55, con cita de NÚÑEZ, RICARDO. Agrega el autor, que la redacción del anterior art. 2° del CPPN al hacer
alusión a la interpretación restrictiva de toda disposición "que coarte la libertad personal", se refiere a la
libertad física o la libre comunicación con terceros del imputado, sea deteniéndolo o encarcelándolo o
restringiendo, de alguna manera, esa libertad o comunicación, o prolongando algunas de esas
situaciones, o sometiendo su goce a cauciones o condiciones, más allá de lo que expresamente
permite la ley procesal.
(80)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Breves consideraciones prácticas sobre la interpretación de la ley
procesal penal", JA, 1984I783.
(81)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción. Enunciación universal y
aplicación en los Códigos nacional y bonaerense", LA LEY, 1998E, 1220 y ss.
(82)BADENI, GREGORIO, Instituciones de derecho constitucional, AdHoc, Buenos Aires, 2000, p. 119.
(84)El interés en perseguir la declaración existe si, caído el acto impugnado, varía la situación
procesal en sentido favorable a quien la propone. Se requiere la demostración por quien la alega del
gravamen sufrido, concretado en defensas efectivas que no puede utilizar (CNCasación Penal, sala II,
LA LEY, 24/3/2000, f. 100.019 o D.J., 200011386, f. 15.406; CCiv. y Com., sala V, LA LEY, 28/8/2001, f.
102.522).
(85)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 61.
(86)TORRES, SERGIO G., Nulidades en el proceso penal, cit., p. 35.
(87)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, cit., t. 4, p. 130.
(88)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 80. El autor aclara que la cosa
juzgada subsana cualquier nulidad, incluso las declarables de oficio y de carácter absoluto, aun cuando
el defecto esté contenido en la misma sentencia que deviene firme.
(89)PALACIO, LINO E., "A propósito de las llamadas nulidades absolutas en el proceso penal", LA LEY,
suplemento de Jurisprudencia Penal, 28/2/1998, con cita de D'ALBORA FRANCISCO.
(90)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 267.
(92)En este punto el art. 149 dispone que "Todos los defectos deberán ser inmediatamente saneados,
renovando el acto, rectificando el error, o cumpliendo el acto omitido, de oficio o a petición del
interesado. Cuando la invalidez se funde en la violación de una garantía establecida en favor del
imputado el procedimiento no podrá retrotraerse a etapas anteriores. Se entenderá que el acto se ha
saneado cuando, no obstante la irregularidad, ha conseguido su fin respecto de todos los interesados".
De la misma forma, el art. 150 establece como supuestos de convalidación que "Los defectos formales
que afecten al fiscal o a la víctima quedarán convalidados en los siguientes casos: 1) cuando ellos no
hayan solicitado su saneamiento mientras se realiza el acto, o dentro de los tres días de practicado, si
quien lo solicita no ha estado presente. Si por las circunstancias del acto ha sido imposible advertir
oportunamente el defecto, el interesado deberá reclamarlo dentro de las veinticuatro horas después de
advertirlo; y 2) cuando hayan aceptado, expresa o tácitamente, los efectos del acto".
(93)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 111.
(94)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 59.
(95)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 89. Quien reconoce que parte de
la doctrina considera que conforma una causal de subsanación.
(96)NÚÑEZ, RICARDO C.,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, cit., p. 157.
(97)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 88.
(98)TORRES, SERGIO G., Nulidades en el proceso penal, cit., p. 70.
(99)NÚÑEZ, RICARDO C.,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, cit., p. 158.
(100)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 61.
(101)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 284.
(102)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 113.
(103)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 61.
(104)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 93.
(105)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 95.
(106)NÚÑEZ, RICARDO C.,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, cit., p. 158.
(107)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 100. Sin embargo, aclara,
pertenece a la esencia de ese efecto que el mismo se produzca sin necesidad de declaración alguna (y
señalarlos implicaría, al fin, esa declaración), sin perjuicio del debate que podría suscitarse sobre la
dependencia de algunos de ellos con el anulado.
(109)LA ROSA, M ARIANO R., en CHIARA DÍAZ, CARLOS, Derecho procesal penal, t. 2, Astrea, Buenos
Aires, 2013, p. 121.
(110)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 103. Por ejemplo, cita el autor,
como ocurre con la nulidad de una notificación para una audiencia necesariamente común que se
extiende a las notificaciones no defectuosas (para los actos concomitantes).
(111)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 103.
(112)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 102
(113)TORRES, SERGIO G., Nulidades en el proceso penal, cit., p. 71.
(114)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 113. Uno u otro de los
procedimientos indicados para la corrección procesal deben ser ordenados por el tribunal que declaró la
nulidad. No lo hará cuando estime que ello no es posible por razones materiales o jurídicas.
(115)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 107. Por eso, el autor considera
que existen tres clases de actos procesales en orden a la influencia que de la declaración de nulidad
puede tener en el destino final de su existencia en el proceso: a) actos cuya declaración de nulidad los
elimina definitivamente del proceso por imposibilidad jurídica o material de renovarlos; b) actos cuya
declaración de nulidad los elimina del proceso, pero sin que ello impida su sustitución, y c) actos
respecto de los cuales la misma declaración de nulidad, al eliminarlos del proceso, no hace otra cosa
que restablecer su regularidad, por lo que no será necesario renovarlos o rectificarlos.
(116)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 62.
(117)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 106.
(118)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 113.
(119)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., "Nulidad en el proceso penal", cit., p. 113.
(120)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 106.
(121)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 79
(122)DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia..., cit., p. 62.
(123)Por ejemplo: "para que se reciba nuevamente una prueba se complemente un trámite omitido
para dar validez a una diligencia probatoria haciendo desaparecer el plenario, y, en el caso, supliendo la
actividad a cargo de la acusación" (CCiv. y Com., sala IV, 13/3/1979, "Varela, Javier F. y otro").
(124)BIDART CAMPOS, GERMÁN, "Retrogradación inconstitucional del proceso penal", ED, 83191.
(125)CARRIÓ, A LEJANDRO D., Garantías constitucionales en el proceso penal, Hammurabi, Buenos
Aires, 1984, p. 397.
(126)BORINSKY, CARLOS, "El derecho constitucional a una pronta conclusión del proceso penal", LA
LEY, 1990C, 300. Como ejemplo de ello, la Corte ha dicho que "si la investigación de los delitos
presuntamente cometidos se ha desarrollado en forma morosa, no parece solución acorde con un
correcto y eficiente servicio de justicia dictar un sobreseimiento definitivo en la causa, sino por el
contrario, es menester tomar las medidas conducentes para acelerar los trámites y llegar así a
determinar con certeza la verdad" ("Villada de García", Fallos: 294:131).
(127)CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales..., cit., p. 397.
(128)CARRIÓ, ALEJANDRO D., "Nulidad, proceso penal y doble juzgamiento", LA LEY, 1990D, 479.
(129)ALMEYRA, M IGUEL Á., "Nulidad del procedimiento y non bis in idem, el segundo mordisco a la
manzana", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal, 29/5/1998. La Corte de los EE.UU. de
Norteamérica, ha resuelto en este sentido en el caso "Kennedy", que contraría la quinta enmienda el
nuevo enjuiciamiento del acusado si la Fiscalía con el objeto de evitar su probable absolución, lo ha
conducido virtual y malintencionadamente a que tenga que requerir el mistrial. Una situación semejante,
en la doctrina de la Corte norteamericana impone el privilegio de las garantías constitucionales por
sobre el interés del Estado de alcanzar un nuevo procesamiento. Es que si se otorgara mérito a la
acusación para agraviarse de un mistrial provocado intencionalmente. El Estado aprovecharía de un
deliberado abuso del proceso a fin de asegurarse el proverbial segundo mordisco a la manzana que es
un resultado que prohíbe tanto la cláusula del double jeopardy como Kennedy.
(130)ALMEYRA, M IGUEL Á., "Nulidad del procedimiento...", cit.
(131)Al respecto podemos referir que "El ius puniendi, pone una serie de límites a los órganos
competentes para su ejercicio, dentro de esos límites encontramos la llamada prueba prohibida, que no
es más que la que se obtiene con infracción de derechos fundamentales. Una primera consecuencia de
la prueba prohibida es la aplicación de la regla de exclusión. Que una consecuencia de la regla se
conoce en doctrina como del fruto del árbol envenenado en la que la ilegalidad se hace extensiva a las
pruebas lícitas que fueron derivadas o vinculadas con una evidencia obtenida mediante una violación
constitucional. La prueba prohibida implica la prohibición de ciertas pruebas que violen los límites
establecidos por la Constitución, mientras que la citada doctrina se refiere a aquellos elementos de
prueba que se hayan obtenido legalmente, derivadas o producidas de prueba obtenida en violación a un
derecho fundamental o a una garantía constitucional, estarán también contaminados y viciados con la
violación originaria, por lo que tal prueba formal y legalmente válida será viciada en su origen y es
prohibida su utilización y valoración. En definitiva la regla de restricción implica que establecida la
práctica de una prueba prohibida, ésta debe ser excluida del proceso y no debe valorarse por ser nula.
En este sentido debe tenerse presente que un medio de prueba, para ser admitido, debe referirse,
directa o indirectamente, al objeto de la investigación y ser útil para el descubrimiento de la verdad. La
teoría sostiene que los medios de prueba obtenidos en violación a garantías constitucionales no son
admisibles como prueba de cargo; es así como son nulas de nulidad absoluta aquellas que han sido
producidas de forma ilegal. Amparada esta teoría del fruto del árbol venenoso, en la interpretación de
que todas las pruebas obtenidas de un acto ilegal, son ilegales, por haber sido obtenidos con violación a
garantías constitucionales, en aplicación de la regla de exclusión. De allí que surgen las denominadas
'pruebas ilícitas por derivación', son 'aquellas pruebas en sí mismas lícitas, pero a las que se llegó por
intermedio de la información obtenida a través de la prueba ilícitamente conseguida'" (CNCasación
Penal, sala III, 14/7/2008, "Ilic, Dragoslav s/recurso de casación", causa 8610, voto del Dr. Tragant).
(133)ARMENTA DEU, TERESA, Estudios sobre el proceso penal, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2008, p. 263.
En este sentido, podemos referir como ejemplo que "Al respecto, cobran relevancia dos aspectos del
art. 18 de la Constitución Nacional: a) el primero de ellos en cuanto establece que ningún habitante de la
Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, y b) el segundo
en cuanto garantiza que nadie puede ser arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad
competente, la conclusión de que no se satisfacen suficientemente las garantías individuales con la
realización de un proceso previo como presupuesto para la aplicación de una pena, sino que además,
ese juicio debe ajustarse a una ley anterior al hecho del proceso. De ahí se sigue que todo proceso
penal debe ser tramitado de conformidad con una ley preexistente que al mismo tiempo faculte y limite
al Estado en el ejercicio de la coacción procesal. Pero además, que no basta con la existencia de una
ley previa que autorice la coacción estatal con fines procesales, sino que esta autorización legal debe
ser respetuosa de las libertades individuales aseguradas por la Constitución" (CSJN, 22/12/1994,
"Daray Carlos", LA LEY, 1995B, 349).
(134)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 387.
(135)GÖSSEL, KARL HEINZ, El derecho procesal penal en el Estado de derecho, RubinzalCulzoni, Santa
Fe, 2007, p. 146.
(136)ARMENTA DEU, TERESA, Estudios sobre el proceso penal, cit., p. 263.
(137)Queda entonces en claro que la nulidad se vincula íntimamente con la idea de defensa (art. 18,
CN). Sólo cuando surge algún vicio, defecto u omisión que haya privado a quien lo invoca del ejercicio
de alguna facultad, afectando la garantía en cuestión, se produce una indefensión configurativa de
nulidad. Si no media tal perjuicio, la invalidez del acto por nulidad queda descartada. Conf. D'ALBORA,
FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1993, p. 157.
(138)CREUS, CARLOS, Invalidez de los actos procesales penales, cit., p. 9. En cambio se dice que un
acto es nulo cuando la incongruencia entre lo actuado y el tipo procesal es de tal magnitud que la
individualidad final que éste asigna no aparece en la irregularidad.
(139)M UÑOZ CONDE, FRANCISCO, Búsqueda de la verdad en el proceso penal, Hammurabi, Buenos
Aires, 2000, p. 107. Agrega el autor que lo demás es puro fascismo y la vuelta a los tiempos de la
inquisición, de lo que se supone que ya hemos felizmente salido.
(140)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000.
(141)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 283.
(142)CLEMENTE, J OSÉ LUIS,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, cit., t. II, p. 168.
Sin nombre
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Capítulo 12 Medios de prueba. Por Roque G. Funes y Nicolás Plo
Capítulo 12 Medios de prueba. Por Roque G. Funes y Nicolás Plo
Capítulo 12 Medios de prueba. Por Roque G. Funes y Nicolás Plo
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CAPÍTULO 12 MEDIOS DE PRUEBA. POR ROQUE G. FUNES Y NICOLÁS PLO
12.1. CONCEPTO GENERAL
Antes de comenzar con el comentario específico de cada uno de los medios de
prueba legislados en el título respectivo del nuevo Código Procesal, corresponde
realizar una breve reseña sobre las reglas generales que rigen la incorporación y
valoración de la prueba en materia penal. En ese sentido, entendemos que el nuevo
paradigma procesal ha variado sustancialmente la cuestión en lo que hace a la
intervención del Ministerio Fiscal en la recolección y admisibilidad de las pruebas, la
imposibilidad de los jueces de incorporar prueba de oficio y la habilitación a las
restantes partes del proceso para recolectar por sí mismas las pruebas que
consideren necesarias para la defensa de sus derechos e intereses. Ello, como
consecuencia directa de la implantación de un sistema acusatorio pleno de corte
adversarial que privilegia la actividad de las partes por sobre la de oficio del tribunal,
conforme a las exigencias de la Constitución Nacional, Convención Americana de
Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que
estipulan que el juicio penal debe ser público y frente a un tribunal independiente e
imparcial, por lo que tiene que ser un juicio oral y vertebrado bajo un sistema
acusatorio y adversarial puro. De allí que no puede existir publicidad sin oralidad, ni
imparcialidad, sino sólo cuando el procedimiento es adversarial, es decir, privando al
tribunal de las facultades para actuar de oficio en la promoción de la acción penal y en
el caso especial que nos compete, en la incorporación de la prueba y en el
interrogatorio de los testigos y peritos.
Esta definición de acusatorio y adversarial implica que una de las características
esenciales del proceso es el principio de contradicción que debe reinar entre las
partes durante todas sus etapas, permitiéndoles la posibilidad de contralor de lo
actuado, si bien no es posible ejercerlo de igual manera durante la investigación penal
preparatoria —dada su naturaleza desformalizada—, que durante la etapa del juicio
propiamente dicho, donde rige la contradicción adversarial plena.
En ese sentido, al estar en presencia de un sistema acusatorio puro, cuya
característica principal es la de separar las instituciones procesales de la acción con
la de la jurisdicción, es decir, con el poder de juzgar, sólo reservado a los jueces
letrados o jurados, según el caso, éstos deben mantener una posición equidistante de
las partes y distante del objeto del juicio, siendo totalmente imparciales, lo que se
logra a través de una actividad expectante respecto de la actuación de las partes del
proceso, quienes son las únicas facultadas para incorporar pruebas, siéndole
prohibido al tribunal hacerlo de oficio, dado que comprometería la imparcialidad que
debe conservar hasta el momento en que finalmente debe decidir sobre lo generado
en el debate de las partes. Los arts. 8° y 9° del nuevo Código son categóricos al
disponer, respectivamente: "Los jueces deben actuar con imparcialidad en sus
decisiones. Se debe garantizar la independencia de los jueces y jurados de toda
injerencia externa y de los demás integrantes del Poder Judicial" y "Los
representantes del Ministerio Público Fiscal no pueden realizar actos propiamente
jurisdiccionales y los jueces no pueden realizar actos de investigación o que impliquen
el impulso de la persecución penal".
El tribunal ejerce la jurisdicción, sólo como un árbitro, ajeno a la contienda de
aquéllas y valora las pruebas acompañadas según sus libres convicciones y
observando las reglas de la lógica, los conocimientos científicos y las máximas de la
experiencia, conforme a lo estipulado en el art. 10 del nuevo Código Procesal. A su
vez, en este último artículo se dispone que los elementos de prueba sólo tendrán
valor si son obtenidos e incorporados al proceso conforme a los principios y normas
de la Constitución Nacional, de los instrumentos internacionales y de este Código. El
art. 13 termina de redondear el concepto, al establecer especialmente, que se debe
respetar el derecho a la intimidad y a la privacidad del imputado y de cualquier otra
persona, la libertad de conciencia, el domicilio, la correspondencia, los papeles
privados y las comunicaciones de toda índole y que sólo con autorización del juez y
de conformidad con las disposiciones del Código podrán afectarse estos derechos. En
función de dicha manda específica, entendemos que salvo en casos excepcionales y
mediante orden del juez, en la producción e incorporación de elementos probatorios,
no se pueden vulnerar esos derechos, como tampoco los otros derechos
fundamentales consagrados en la Carta Magna, tales como el de integridad corporal.
De allí que consideramos que la enumeración del art. 13 en lo que se aplica a la
adquisición probatoria es meramente enunciativa y no taxativa, debiéndose analizar
en cada caso en particular si corresponde o no avanzar sobre los derechos
personalísimos del individuo cuando entran en tensión con las facultades del Estado
para llevar adelante la investigación de los delitos en pos de garantizar la seguridad
pública y la paz social.
En el nuevo ordenamiento procesal, acusatorio y adversarial y, por ende,
plenamente contradictorio, la producción de la prueba está dirigida a que cada parte
pueda demostrar las afirmaciones sobre su versión del hecho juzgado y pueda, al
mismo tiempo, debilitar o invalidar las pruebas utilizadas por la contraparte para
acreditar su versión. Finalmente, el tribunal, mediante razonamientos, análisis y
reflexiones sobre lo percibido durante la adquisición probatoria, podrá resolver con el
mayor grado posible de certeza la tesis acusatoria que lo convoca. En el sistema
adversarial la actuación está orientada por la idea del debate, de contradicción, de
lucha de partes contrarias con intereses adversos. Se caracteriza por ser bilateral y
contradictorio. Es un diálogo abierto entre los sujetos del proceso, quienes a través de
sus propias argumentaciones luchan por el predominio de su tesis. Tiene como
aspecto esencial una cuestión litigiosa entre partes que sostienen posiciones
contrapuestas a través de argumentos afirmativos y negativos, buscando cada una de
ellas la imposición de sus postulaciones. A través de la incorporación de las pruebas
propias, el contraexamen de las acompañadas por el adversario procesal y los
discursos y fundamentos persuasivos, cada una de las partes plantea una hipótesis y
la argumentación respectiva con el propósito de convencer al tribunal de que su
versión de los hechos es la única que se corresponde con el evento objeto del
proceso.
Para obtener un profundo conocimiento de los hechos que conforman la hipótesis
acusatoria, a través de las pruebas producidas, se debe acudir al debate oral que
necesariamente debe ser contradictorio o de discusión dialéctica, conforme a lo
dispuesto en el art. 2° que postula como principios del proceso acusatorio los
siguientes: "Durante todo el proceso se deben observar los principios de igualdad
entre las partes, oralidad, publicidad, contradicción, concentración, inmediación,
simplicidad, celeridad y desformalización". La prueba debe ser presentada oralmente
en el juicio, en audiencia pública, en forma directa y personal por todos los individuos
convocados a declarar y el principio de inmediación impide que esos actos puedan
ser reemplazados por la lectura de actas de declaraciones anteriores en las que
posiblemente, ni los jueces y quizás ni las partes estuvieron presentes en su
sustanciación. Asimismo, en caso de haber estado presentes las partes, tampoco
podrían ser sustituidas en el juicio por actas escritas, ya que aquéllas seguramente no
tuvieron las facultades de controlar y contradecir ampliamente su producción en razón
de la naturaleza propia de la investigación penal preparatoria y la circunstancia de
privilegiarse una instrucción desformalizada con el solo propósito de determinar si
existe mérito suficiente para la realización del juicio propiamente dicho.
Por su lado, los jueces deben garantizar las posibilidades de un debate serio y
riguroso entre las partes, ya que el conocimiento adquirido a través de la
confrontación y contraexamen de las pruebas, permite que el juez pueda aceptar
como cierta una información que ha sido debidamente procesada. Previamente le
dará traslado a la contraparte para que eventualmente logre desmentirla o
desvirtuarla utilizando toda su capacidad para contradecirla. Este proceso de
depuración de la información se logra a través de un contraexamen de las pruebas en
un juicio oral, público y contradictorio. La oralidad coloca a las partes frente a frente
para que le hablen directamente al juzgador, sin intermediarios —principio de
inmediación—.
En esa actividad, las partes deben diseñar su planteo del caso, desarrollar un
conjunto de destrezas, aportar pruebas, realizar interrogatorios y alegar sobre todo lo
incorporado al juicio. El juez interviene para impedir que las alegaciones se desvíen
hacia aspectos impertinentes o inadmisibles, sin menoscabar el razonable ejercicio de
la acusación y de la defensa en juicio. También percibe en forma personal y directa la
producción de la prueba, observa y escucha con análisis crítico las intervenciones
opuestas de las partes, lo que también resulta positivo para estas últimas, ya que les
permite conocer otros puntos de vista y así, en su caso, rectificar los propios. En el
juicio adversarial, el debate se torna imprescindible, ya que al motivar su decisión, el
tribunal expresa sus razones y fundamentos que habrá de obtenerlos luego de
procesar el producto útil que ha quedado de la confrontación entre las partes. Por
ende, cada una de éstas se convierten al confrontar la prueba y desarrollar sus
respectivas tesis en colaboradoras del tribunal, en la medida que le aportan ideas y
elementos para que pueda decidir con la mayor aproximación posible a la verdad de
los hechos(1).
12.1.2. Concepto de prueba
Como sabemos, la prueba está constituida por todos aquellos elementos de
convicción incorporados al proceso con el propósito de descubrir la verdad acerca de
los hechos investigados y eventualmente aplicar la ley sustantiva. Prueba es lo que
confirma o desvirtúa una hipótesis o afirmación precedente(2). También "...la prueba
se trata de datos externos a la psiquis del juzgador, que se incorporan legalmente al
proceso (esto es, son legales en su adquisición y se incorporan del modo previsto por
la ley) y que son idóneos para producir el conocimiento necesario para la verificación
de los extremos objetivos (existencia del hecho) y subjetivos (participación del
imputado) de la imputación delictiva, o de cualquier hecho o circunstancia
jurídicamente relevante para la imposición e individualización de la pena (v.gr.,
agravantes, atenuantes o eximentes de responsabilidad; antecedentes y personalidad
del imputado; existencia o extensión del daño causado por el delito)"(3). A su vez,
elemento de prueba es el dato, rastro o señal contenido en un medio de prueba ya
realizado, que conduce, directa o indirectamente, a un conocimiento cierto o probable
del objeto del procedimiento. Por su parte, medio de prueba es el acto procesal,
regulado por la ley de rito, mediante el cual se incorpora en el proceso un elemento
de prueba (ej., declaración testimonial, pericia, documento, etc.). Por último, actividad
probatoria es el conjunto de diligencias sustanciadas durante el trámite del proceso
con el propósito de incorporar y valorar un elemento de prueba(4).
12.1.3. La búsqueda de la verdad
Como se sostuviera tradicionalmente, la finalidad del proceso penal es la búsqueda
de la verdad sobre la hipótesis delictiva puesta en conocimiento de la justicia, con el
propósito de descubrir a su autor y el grado de responsabilidad que le cupo en el
hecho investigado a los efectos de aplicar la ley penal sustantiva. En esa búsqueda,
se habla de la verdad objetiva o material, también se la denomina verdad real y se la
define como la correlación entre la idea que se tiene de un objeto y lo que éste es en
realidad.
Aquella finalidad del procedimiento penal, es decir, la búsqueda de la verdad
objetiva o real sobre el hecho investigado, no puede lograrse de cualquier forma sino
a través de la prueba sustanciada en el proceso que es el medio más confiable y
seguro para obtener la reconstrucción conceptual del acontecimiento histórico que
constituye su objeto. A través de la prueba se obtiene la máxima aproximación a esa
reconstrucción del hecho histórico investigado y por ello algunos autores la definen no
como verdad histórica sino como verdad correspondencia o verdad judicial, ya que no
se corresponde idénticamente con la primera al no derivarse de una aprehensión
directa del objeto por parte del juzgador, sino que se logra por medio del análisis y la
valoración de los rastros y evidencias que surgen de la prueba en un proceso judicial.
A su vez, la prueba constituye una garantía para el justiciable en la medida en que
lo preserva de la arbitrariedad judicial al reducir el ámbito de discrecionalidad y
subjetividad del juzgador. Éste no puede fundar sus conclusiones en meras
especulaciones sin basamento alguno. Por el contrario, sólo se tendrán por sucedidos
los hechos que se encuentren acreditados a través de pruebas objetivas(5).
Sin embargo, en el proceso adversarial el concepto de delito aparece relacionado
con la noción de conflicto entre partes y no como infracción en contra de las normas
impuestas por la autoridad para garantizar la convivencia ciudadana. En razón de ello,
los interesados exigen una intervención del Estado para evitar que la violencia social
se extienda y entonces, las partes presentan al juez un determinado problema penal
—conflicto delictivo o litigio— en busca de una solución real y efectiva. Así, el nuevo
modelo procesal legislado admite sin dificultad salidas del proceso distintas a la
sanción penal, tales como la conciliación y la reparación económica, lo que en
definitiva permite otorgar una mayor cantidad de respuesta frente a los reclamos
sociales.
Ello no significa abandonar totalmente la finalidad de búsqueda de la verdad real o
histórica de los hechos ni asimilar en el proceso penal un sistema de verdad formal
como el que rige en el proceso civil. Pero en realidad, en este nuevo modelo, la
prueba tiene como objetivo principal convencer al juez que la tesis presentada por las
partes es la verdad de lo sucedido, es decir, tiene el propósito de formar la convicción
del juzgador acerca de la verdad del hecho alegado por la acusación o la defensa.
Para esta concepción, el proceso es definido básicamente como un medio de solución
de conflictos, a través de un mecanismo rodeado de las garantías propias de un
Estado de derecho.
Además, en estos sistemas, la etapa de la investigación penal preparatoria pierde
la centralidad que presenta en los modelos mixtos y su objetivo apunta a recopilar
información para establecer si es viable construir una acusación sustentable ante un
tribunal de juicio, por lo que no se justifica la imposición de reglas rígidas para su
recopilación. Con ello no se busca consagrar una informalidad total en la producción
probatoria, ni que las partes puedan aprovechar la desformalización para ingresar
cualquier elemento de dudosa autenticidad con la pretensión espuria de obtener en su
favor un pronunciamiento del tribunal basado en informaciones falsas. Este cambio en
la gestión del proceso importa la vigencia de los principios de probidad y buena fe que
guiarán el accionar de las partes a lo largo de todo el juicio, así como, el deber de
objetividad del Ministerio Público en la conducción de la investigación penal
preparatoria. En ese sentido, el nuevo art. 196 es claro al disponer: "El representante
del Ministerio Público Fiscal dirigirá la investigación preparatoria con un criterio
objetivo, procurando recoger con celeridad los elementos de cargo o de descargo que
resulten útiles para averiguar la verdad".
Como dijimos, las partes tienen un papel fundamental en la producción de las
pruebas, mientras que el juez se coloca en un rol de tercero imparcial y árbitro de sus
alegaciones. Aquéllas defienden su propia versión del hecho y tienen una visión
estratégica del caso y, en función de ello, están en condiciones de discriminar cuál es
la información necesaria que debe sustanciarse en el juicio para lograr sus fines(6).
Toda esa actividad intelectual deberá efectuarse mediante el uso de la razón y la
conclusión final a la que se llegue en el proceso —sentencia—, tendrá que
exteriorizarse en forma de explicación, comprensible para cualquier persona mediante
el uso de su razón. Es decir, no sólo se requiere convicción justificada en pruebas,
sino también debidamente motivada en argumentos sólidos, de modo que sea posible
el posterior control sobre su acierto o error, tanto por las partes del proceso a través
de eventuales recursos e impugnaciones, como por los simples ciudadanos, a través
de la publicidad del debate que les permita conocer la acusación, la defensa, las
pruebas, las argumentaciones de acusador y acusado y los fundamentos de la
sentencia recaída(7).
En el sistema adversarial, el mayor compromiso del juez con la verdad no se
expresa con la idea de búsqueda sino con el deber de exigencia de la verdad de su
hipótesis de trabajo a las partes acusadoras. Estas últimas son las que deben probar
la verdad de sus alegaciones a través de la prueba producida —carga de la prueba—
y si no superan el control de verdad que se expresa en los estándares probatorios y
en el principio del in dubio pro reo consagrado en el art. 11 del nuevo Código, la
acusación no tiene sustento y debe rechazarse, no quedando otro camino que la
absolución(8). El nuevo artículo es categórico al señalar: "En caso de duda, se estará
a lo que sea más favorable para el imputado. La inobservancia de una garantía no se
hará valer en su perjuicio. Las normas procesales no tendrán efecto retroactivo, a
menos que sean más favorables para el imputado".
12.1.4. Estados intelectuales del juez respecto de la verdad
A través de la prueba incorporada por las partes al proceso, en función de la
defensa de sus respectivos casos, el juez irá formando su convicción acerca del
conflicto puesto a juzgamiento, es decir, de los hechos que dieran origen al litigio. Así,
en esa mecánica de acción, las pruebas acompañadas por la acusación y la defensa
van impactando en su conciencia y generando distintos estados de conocimiento que
tendrán diversas consecuencias en las distintas etapas del proceso.
12.1.4.1. Verdad
Conforme a las definiciones clásicas, verdad es la adecuación entre la idea que se
tiene de un objeto y lo que ese objeto es en realidad. La verdad, como
correspondencia absoluta entre un evento delictivo del pasado y lo que se haya
podido conocer de aquel en el proceso, es una aspiración ideal que no se obtiene
fácilmente, por tratarse de un hecho ocurrido en el pasado que debe ser reconstruido
conceptualmente a través de los rastros y huellas que haya dejado.
La verdad que se procura obtener en el proceso es la verdad sobre la eventual
culpabilidad del imputado. Su inocencia se tiene por verdadera hasta que se pruebe lo
contrario en razón de la respectiva garantía constitucional —principio de inocencia—.
Ello no excluye el derecho de la defensa a probar esa circunstancia ni la obligación de
los órganos públicos de no ignorar ni ocultar pruebas de descargo. Para ello se
consagra, en favor del imputado, la exclusión de la carga de la prueba que se estipula
como una obligación a cargo de la acusación. En el proceso civil la carga de la prueba
sobre los hechos se encuentra en cabeza de la parte que los invoca. En cambio, en el
proceso penal, el imputado no tiene obligación alguna de probar su inculpabilidad
dado que, como dijimos, goza de un estado jurídico de inocencia, reconocido por el
art. 18 de la Constitución Nacional y por el art. 3° del nuevo digesto procesal, que
reza: "Nadie puede ser considerado ni tratado como culpable hasta tanto una
sentencia firme, dictada en base a pruebas legítimamente obtenidas, desvirtúe el
estado jurídico de inocencia del que goza toda persona. El imputado no debe ser
presentado como culpable. Los registros judiciales, legajos y comunicaciones no
podrán contener inscripciones estigmatizantes o que desvirtúen el estado jurídico de
inocencia". Corresponde al Estado el esfuerzo de demostrar la responsabilidad penal
del incuso, a través del Ministerio Público y, eventualmente, también con la actividad
procesal del acusador particular.
Además, se debe garantizar que la versión acusatoria pueda ser refutada,
comprobada o desvirtuada mediante procedimientos probatorios idóneos y que sólo
se considere como alcanzada la verdad de la acusación cuando pueda sustentársela
en pruebas de cargo, no desvirtuadas por las de descargo y mediante la valoración de
todas ellas mediante las reglas que orientan el recto pensamiento humano, es decir,
la lógica, los principios de las ciencias, la psicología y la experiencia común, que
permiten discernir lo verdadero de lo falso (reglas de la libre convicción o sana crítica
racional).
12.1.4.2. Certeza
La verdad es algo que está fuera del intelecto del juez, quien sólo la puede percibir
subjetivamente como creencia de haberla alcanzado. Cuando esa percepción es
firme, se dice que hay certeza y se la puede definir como la firme convicción de estar
en posesión de la verdad. A su vez, la certeza tiene una doble connotación: certeza
positiva (cuando existe la firme creencia de que algo existe) o certeza negativa (firme
creencia de que algo no existe). Sin embargo, para llegar a cualquiera de esos dos
extremos absolutos, el intelecto humano debe ir superando obstáculos. En ese
tránsito en busca de la certeza se van produciendo estados intelectuales intermedios,
los cuales son denominados duda, probabilidad e improbabilidad.
12.1.4.3. Duda
Entre ambos extremos del convencimiento —certeza positiva y certeza negativa—
se encuentra ubicada la duda en sentido estricto, que es un estado de indecisión del
intelecto sobre la existencia o inexistencia del objeto de pensamiento, ocasionado por
el equilibrio entre los elementos que inducen a afirmarla y los elementos que inducen
a negarla, todos ellos en un mismo plano de fuerza convictiva.
12.1.4.4. Probabilidad
12.1.5. Sistemas de valoración de la prueba
La doctrina tradicional reconoce que son tres los principales sistemas de valoración
de la prueba: el de la prueba legal o tasada, el de la íntima convicción y el de la libre
convicción o sana crítica racional.
12.1.5.1. Prueba legal
Conforme a esta modalidad, el valor de cada elemento probatorio o las condiciones
para que ciertos hechos se tengan por debidamente probados se encuentran
predeterminados por la ley procesal. Es la ley procesal la que establece la eficacia
conviccional de cada prueba, determinando las condiciones en las que el órgano
jurisdiccional debe darse por convencido de la existencia de un hecho o circunstancia,
aunque íntimamente no lo esté y, por el contrario, señalando los casos en que no
puede darse por convencido, aunque en realidad lo esté. Por ejemplo, las normas que
disponen que el testimonio conteste de dos personas de buena fama será plena
prueba del hecho sobre el cual recaiga y que no se puede tener por acreditado el
hecho delictivo si no constaba la existencia del cuerpo del delito. También se llama
sistema de prueba tasada y es el que estaba vigente en el viejo Código de
Procedimientos en Materia Penal (ley 2372), antes de su derogación en 1992 por el
llamado Código Levene. Corresponde a un proceso de tipo inquisitivo y rigió
principalmente en períodos de escasa libertad política y, por ende, de poca libertad
judicial.
12.1.5.2. Íntima convicción
12.1.5.2. Íntima convicción
En este sistema, la normativa procesal no establece ninguna regla para la
apreciación de la prueba ni la obligación de fundamentar las decisiones judiciales. El
órgano jurisdiccional es libre de convencerse según su íntimo parecer, de la verdad o
no de los hechos presentados por las partes, seleccionando y valorando las pruebas
según su leal saber y entender. Si bien la falta de motivación de las resoluciones
genera el peligro de caer en la arbitrariedad en la evaluación de la prueba rendida en
el juicio, es el sistema que rige generalmente en los jurados populares de tipo
anglosajón, por lo que no resulta posible exigirles los conocimientos y experiencia
propios de un juez docto en la materia. Sus decisiones se encuentran avaladas por
las facultades otorgadas por la Constitución Nacional a la ciudadanía para ser
juzgada por sus pares en el marco del juicio por jurados. Lo expuesto no implica una
autorización tácita a los jurados para interpretar de cualquier modo la prueba
producida ni para producir veredictos irracionales, sino un acto de confianza en el
"sentido común" (racionalidad) connatural a todos los hombres, aunque sean legos en
la materia penal. Seguramente será el sistema que se utilizará cuando se implemente
la participación ciudadana prevista en el nuevo art. 23 del código de rito, a través de
la respectiva ley de juicio por jurados que se dicte al efecto.
12.1.5.3. Libre convicción o sana crítica racional
En el sistema de la libre convicción o sana crítica racional, el juzgador también
dispone de plena libertad de convencimiento, pero se diferencia del anterior, porque
se exige que las conclusiones a las que se arribe sean el fruto razonado de las
pruebas en las que se sustenten. Dicha libertad de pensamiento no autoriza a acordar
categoría de prueba a datos que carecen de esa categoría ni utilizar pruebas ilegales.
La sana crítica racional se caracteriza por la facultad de que el juzgador logre sus
conclusiones sobre los hechos de la causa valorando la eficacia conviccional de las
pruebas arrimadas por las partes con total e irrestricta libertad de conciencia, pero
respetando, al fundar las decisiones jurisdiccionales, los principios de la recta razón,
es decir, las normas de la lógica (constituidas por las leyes fundamentales de la
coherencia y la derivación y por los principios lógicos de identidad, de no
contradicción, de tercero excluido y de razón suficiente), los principios de las ciencias,
no sólo de la psicología utilizable para la valoración de percepciones, estados
emocionales, personalidad, dichos o actitudes; y la experiencia común constituida por
conocimientos vulgares indiscutibles por su raigambre científica —v.gr. inercia,
gravedad, peso, porcentaje, etcétera—.
La otra característica del sistema es la necesidad de motivar o fundamentar las
resoluciones que se tomen, o sea, la exigencia impuesta a los juzgadores de
exteriorizar las razones de su convencimiento, plasmando el nexo racional entre las
afirmaciones o negaciones a que arribó y los elementos de prueba utilizados para
llegar a esa conclusión final(10).
Éste es el sistema adoptado por el nuevo art. 10 del código de forma que estipula:
"Las pruebas serán valoradas por los jueces según sus libres convicciones,
observando las reglas de la lógica, los conocimientos científicos y las máximas de la
experiencia. Los elementos de prueba sólo tendrán valor si son obtenidos e
incorporados al proceso conforme a los principios y normas de la Constitución
Nacional, de los instrumentos internacionales y de este Código".
En igual sentido, Eduardo Jauchen sostiene que el magistrado debe
obligatoriamente decir cuáles son los motivos que surgidos de las pruebas
sustanciadas, determinaron la decisión adoptada, indicando cuál fue la operación
deductiva seguida para arribar a esa conclusión y no solamente el resultado de la
actividad de deducción. Ello impide que el órgano jurisdiccional pueda decidir basado
únicamente en su capricho, en simples conjeturas o en su íntimo convencimiento. En
consecuencia, es necesario que esas razones se extraigan sólo y directamente de las
pruebas sustanciadas en la causa y no en el conocimiento privado del juez o en
constancias no introducidas regularmente al proceso(11).
En función de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha sostenido:
"Es condición de validez de las sentencias judiciales que ellas sean fundamentadas y
constituyan en consecuencia derivación razonada del derecho vigente, con aplicación
a las circunstancias comprobadas de la causa y no podrá basarse legítimamente en el
conocimiento privado del juzgador ni en las meras conjeturas o impresiones
(elementos subjetivos o internos) que surjan de su imaginación o en opiniones
carentes de bases externas, sino de la prueba de la causa, incorporada legítimamente
al proceso y valorada con arreglo a la sana crítica racional"(12).
12.2. LIBERTAD PROBATORIA
Según el nuevo articulado del código adjetivo, rige expresamente en el
procedimiento penal la libertad probatoria. Así, en el art. 127 se dispone: "Podrán
probarse los hechos y circunstancias de interés para la solución correcta del caso, por
cualquier medio de prueba, salvo que se encuentren expresamente prohibidos por la
ley. Además de los medios de prueba establecidos en este Código se podrán utilizar
otros, siempre que no vulneren derechos o garantías constitucionales y no
obstaculicen el control de la prueba por los demás intervinientes".
Ello significa que todos los hechos que integran las tesis acusatorias o defensistas
de las partes pueden acreditarse por cualquier medio de prueba ofrecido por éstas. Al
decir de Eduardo Jauchen, se entiende por libertad probatoria "...la posibilidad
genérica de que todo se puede probar y por cualquier medio". Entendemos que se
justifica esta amplitud de acción en la intención, siempre presente, de tratar de
alcanzar la verdad real del suceso investigado. Sin embargo, la regla no es absoluta
pues registra distintos tipos de limitaciones. En primer lugar, la prueba tiene que estar
relacionada con el objeto que se quiere probar (pertinencia). Además, algunos temas
no se pueden probar por expresa prohibición de la ley penal (ej., prueba de la verdad
en la injuria; art. 111, Cód. Penal) o de la vieja ley procesal (ej., art. 206, CPPN, sobre
la prueba del estado civil de las personas). Igualmente sobre la prueba de los
contratos deben respetarse las limitaciones que establece la ley civil.
Para la obtención de la prueba se deben respetar las garantías constitucionales
(intimidad, vida privada, salud, propiedad particular, etc.) y las formas impuestas para
cada medio probatorio, o de lo contrario, los elementos colectados en contra de estos
postulados no podrán ser valorados al momento de formar la convicción del
tribunal(13).
Con relación a los medios de prueba, no pueden admitirse aquellos que afecten la
moral, sean expresamente prohibidos, como la utilización de cartas sustraídas, o los
incompatibles con el ordenamiento jurídico general, como los que afecten la
inviolabilidad de la conciencia humana (suero de la verdad) o los no admitidos por la
ciencia (adivinación)(14).
Como derivación de la garantía constitucional de inviolabilidad de la defensa en
juicio y el principio de contradicción del proceso en general, tiene especial relevancia
el control de la incorporación de la prueba y la posibilidad de conocerla y discutirla,
posibilitando de ese modo la oposición a su introducción en el proceso mediante las
instancias pertinentes. Luego de producida, se debe garantizar la posibilidad de
realizar alegaciones sobre su mérito probatorio y la oportunidad para contraprobar, es
decir, ofrecer pruebas que desvirtúen las ofrecidas en su contra(15).
12.3. REGLAS SOBRE LA PRUEBA
El art. 128 del nuevo Código Procesal incorpora una serie de normas para
reglamentar la recolección y admisibilidad de la prueba. A continuación comentamos
los aspectos más importantes que se desprenden del texto del artículo.
12.3.1. Intervención del Ministerio Público Fiscal y principios de objetividad y
buena fe
En la primera de las reglas —inc. a)— se dispone que la recolección de los
elementos de prueba estará a cargo del representante del Ministerio Público Fiscal
que actuará bajo los principios de objetividad y buena fe, y deberá requerir orden
judicial previa sólo en los casos en que este Código así lo establece. Ello coincide con
lo dispuesto en el nuevo art. 196 respecto de la etapa de la investigación preparatoria,
donde se estipula que será dirigida por el fiscal con un criterio objetivo, procurando
recoger con celeridad los elementos de cargo o de descargo que resulten útiles para
averiguar la verdad.
Como dijimos, en razón de la adopción de un sistema acusatorio puro, se impone la
necesidad de que la recolección y admisibilidad de la prueba se encuentre en cabeza
del acusador público, quien ejerce la acción penal según las estipulaciones de este
Código y debe ser el órgano que lleve adelante la investigación penal preparatoria
para incorporar los elementos de prueba que servirán para determinar la necesidad
de realizar un juicio y, eventualmente, destruir el estado de inocencia de la persona
acusada o, por el contrario, solicitar su sobreseimiento. Esta modalidad que ya ha
sido adoptada por varios códigos procesales provinciales, como los de Córdoba y
Buenos Aires, tampoco resulta extraña en el ámbito de la justicia nacional y federal,
donde existen normativas similares a través de los arts. 196, 196 bis y 353 bis del
Código Procesal Penal de la Nación (ley 23.984) que colocan en el ámbito de la
Fiscalía la tramitación de los procesos bajo esas reglas especiales, lo que implica
también la recolección y admisibilidad de las pruebas que correspondan.
Por su parte, los principios de objetividad y buena fe, exigidos al Ministerio Público,
significa que en la recolección de las pruebas deben actuar con un temperamento
equilibrado y abierto, moderno y conforme con la legalidad que debe ser su horizonte
de actuación. Al tratarse de una parte del proceso, no tienen un deber de
imparcialidad, que sí cabe esperar del órgano jurisdiccional. Por ello, ya no se puede
exigir que los fiscales actúen como inquisidores o policías con la única finalidad de
lograr la condena del imputado. En consecuencia, pueden formular peticiones y
recabar pruebas aun en favor de la parte acusada y, eventualmente, solicitar el
sobreseimiento o la absolución cuando no existan elementos de cargo suficientes
para fundar la acusación. Ello es así, porque el Estado, titular del poder represivo a
través de los fiscales, jamás debe ética ni jurídicamente sostener imputaciones ni
favorecer la imposición de condenas, respecto de sujetos que no han tenido
intervención alguna en el hecho investigado o que no merecen la aplicación de una
pena de conformidad con el derecho sustantivo(16). El Ministerio Público Fiscal no es
un acusador a ultranza, sus requerimientos y actividad procesal estará orientada por
lo que corresponda a derecho, pues sólo así cumplirá con efectividad su función de
promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, conforme a lo dispuesto
en el art. 120 de la Constitución Nacional(17).
Al ser un órgano público, el Ministerio Fiscal, en su función investigadora y
acusadora, debe desarrollarla de manera objetiva, lo que implica ejercer una
apreciación sincera, real y verdadera de las circunstancias que conforman su juicio.
Su proceder en principio está dirigido a demostrar la verdad de la acusación, pero en
la búsqueda de la verdad debe conducirse tanto en perjuicio como en favor del
imputado. El principio de objetividad obliga al agente fiscal a actuar de manera
desinteresada, sin perseguir objetivos particulares, subjetivos o de cualquier otra
naturaleza que no implique los fines propios del interés público que representa. En la
etapa investigativa los principios de objetividad y buena fe imponen la producción de
todas las pruebas pertinentes para la dilucidación del hecho, ya sea que perjudiquen
o favorezcan al imputado. En función de ello, debe producir las pruebas que le sean
sugeridas por la defensa y que ameriten su intervención, siempre que sean
pertinentes y útiles para los fines del proceso(18). Por eso entendemos que en la
recolección de la prueba, el principio de buena fe determina que el acusador público
no pueda ocultar a las otras partes ni al juzgador, las pruebas que hubiera obtenido
en su actividad investigativa, pero que resultaran favorables a la tesis defensista.
Asimismo, en esa operatoria de recolección probatoria se debe actuar con criterio
amplio y flexible, instrumentando todas las circunstancias informadas por los
auxiliares de la justicia y los dichos y conclusiones de testigos y peritos, aun aquellos
que fueran contrarios a la tesis acusatoria.
Sentado cuanto precede, no quedan dudas de las amplias facultades que tiene el
Ministerio Público Fiscal para recolectar los medios de prueba que impone su labor
investigativa. Sin embargo, existen ámbitos privados resguardados especialmente por
la Constitución Nacional, lo que obliga a dar intervención al órgano jurisdiccional de
control de garantías. Es decir, para determinados actos procesales que requieren
injerencias sobre derechos constitucionales específicos no alcanza con las
potestades otorgadas al fiscal para recabar medios de prueba, sino que debe
obtenerse la autorización judicial previa. Además, dichas diligencias tienen que estar
debidamente justificadas por los antecedentes del caso o por las circunstancias de
hecho presentes al momento de su ejecución(19). Esos casos específicos son las
requisas personales (art. 130), allanamientos de domicilio (art. 133), interceptación de
correspondencia (art. 143), incautación de datos informáticos (art. 144),
reconocimientos en rueda de personas (art. 171) y exámenes corporales (art. 175),
donde se debe pedir autorización al juez de control de la causa.
12.3.2. Recolección de pruebas por las partes a través de legajos y sistema de
revisión jurisdiccional
Por otro lado, el inc. b) del nuevo art. 128 dispone toda una novedad en la
recolección de los elementos probatorios, fundado en las características propias del
proceso acusatorio adversarial, donde se privilegia el principio de contradicción. En
ese articulado se autoriza a las demás partes a recolectar por ellas mismas las
pruebas que consideren necesarias y formar sus propios legajos de prueba, y sólo
recurrirán al Ministerio Público Fiscal si fuese necesaria su intervención. Esta norma
coincide con el nuevo art. 197 que dispone que el fiscal formará un legajo de
investigación, con el objeto de preparar sus planteos, el que no estará sujeto a
formalidad alguna —salvo lo que disponga como registro la Procuración General de la
Nación— y contendrá la enumeración de los documentos y elementos de convicción
recogidos por él y un resumen sumario de todas las diligencias practicadas, de los
datos obtenidos y de la identidad de los sujetos intervinientes y de los entrevistados.
A su vez, en el nuevo art. 198 se afirma que las actuaciones de la investigación
preparatoria, no tendrán valor para fundar la condena del acusado, es decir, se las
considera con un valor probatorio similar al de las "medidas de investigación" que
según la doctrina "son meros actos de averiguación iniciales desarrollados por los
órganos de persecución penal, tendientes a avanzar una pista de una pesquisa,
obtener hipótesis que orienten la averiguación de un delito o verificar la posible
existencia de elementos de prueba de su comisión"(21), aunque, en rigor de verdad,
de conformidad con la nueva normativa procesal, algunas de ellas puedan constituir
medios de prueba en sentido formal, tales como allanamientos, requisas, secuestros,
etcétera.
Es que de acuerdo con la forma en que está vertebrado el nuevo Código Procesal
Penal, se intenta privilegiar los principios de inmediación, simplicidad, celeridad y
desformalización —art. 2°— a través de una etapa de investigación penal
preparatoria, despojada de toda formalidad y alejada del criterio de tramitación escrito
y formación del expediente. Estas diligencias de investigación practicadas durante la
etapa preparatoria, según la doctrina dominante, sólo servirán para determinar si
existe mérito suficiente para fundar la acusación del fiscal con el objeto de requerir la
apertura del juicio propiamente dicho —ver arts. 241, 245, 246 y 247— o directamente
instar el sobreseimiento. Con ello se consagra la tesis que considera medios de
prueba en sentido formal, solamente a aquellos elementos que hubieran ingresado
legítimamente al proceso y hubiesen sido materia de contradicción por todas las
partes, preferentemente los sustanciados durante la audiencia de debate del juicio.
Como dijimos, la estrategia de conocimiento del modelo acusatorio se basa en el
discernimiento obtenido mediante el método contradictorio, que no admite una
relación unilateral del juez con los elementos probatorios, sino que impone que su
adquisición debe procurarse a través de la síntesis lograda en la confrontación de las
partes(22).
Sin perjuicio de ello, así como está redactado el art. 128, inc. b) del nuevo Código,
consideramos que en los legajos de prueba de las partes, especialmente el del
Ministerio Público Fiscal, formados durante la etapa preliminar, se pueden agregar
formales elementos de prueba que no solamente servirán a la postre para fundar la
acusación y el pedido de apertura del juicio, sino que, durante la etapa de la
investigación preparatoria, podrán ser invocados para solicitar o fundar una medida
cautelar, plantear excepciones e instar el sobreseimiento —ver art. 198, último párrafo
—. Llegamos a esta conclusión, toda vez que el referido inc. b), del art. 128, dispone
que las partes recurrirán al Ministerio Público Fiscal cuando su intervención fuera
necesaria. Además, se estipula también que en caso de negativa injustificada de
aquél, las partes podrán recurrir al órgano jurisdiccional competente —entendemos el
juez de Garantías— para que le ordene al fiscal la producción de las medidas de
prueba antes rechazadas. En consecuencia, consideramos que la mecánica de
actuación implementada en la normativa procesal aludida, permite concluir que
cuando aquélla se refiere a la necesaria intervención del fiscal en la recolección de las
pruebas, estamos hablando de pruebas formales cuya inclusión en la etapa
preparatoria debe instrumentarse cabalmente a través de actas con los recaudos
estipulados en el nuevo art. 104, lo que facilitará a las partes el completo
conocimiento de la información obtenida a través de esas medidas con el propósito de
fundar las peticiones que considere necesarias.
Continuando con el análisis del inc. b) del art. 128, y si bien en él se afirma la
posibilidad de que las demás partes del proceso, es decir, acusador particular y
defensa, puedan recoger ellas mismas las pruebas que consideren necesarias para
defender sus derechos; entendemos que esta norma sólo las habilita a la recolección
de ciertos elementos de prueba y no de todos los reglados en este Código (ej.,
adquisición de documentación y fotografías, solicitar informes a organismos públicos y
privados, pedir constataciones a escribanos públicos, etc.). Recuérdese que el
mencionado artículo también dispone la necesidad en algunos casos de recurrir al
fiscal en la recolección de pruebas y un sistema de revisión cuando exista
contradicción entre las partes y el Ministerio Público respecto de la producción de las
medidas. Ergo, se concluye que existen ciertas medidas de prueba que requieren la
necesaria intervención del fiscal para resultar válida su incorporación al proceso, tales
como las pruebas irreproducibles (reconocimientos de personas y cosas) y las que
deben contar con la intervención y control de las otras partes —ver art. 127, in fine—.
Además, como es lógico, deben atender a la utilidad y pertinencia de la prueba con
respecto a la tesis que quiera demostrarse en el juicio.
Asimismo, existen elementos de prueba que por su propia naturaleza imponen la
necesaria intervención del Ministerio Público Fiscal como vimos en párrafos
anteriores. Por ejemplo, consideramos que la defensa y la querella particular no
podrían, por sí mismas, recibir declaraciones testimoniales u ordenar peritajes
técnicos, dado que en esos casos no se podría garantizar adecuadamente el control
de las otras partes del proceso. A su vez, los particulares tampoco están sujetos al
deber de objetividad, como el Ministerio Público, lo que implica un riesgo cierto de que
aquellas pruebas puedan ser recibidas atendiendo a intereses particulares, sufriendo
omisiones o tergiversaciones tendenciosas e inclusive, amén de la buena fe que
pueda tener la parte, con los defectos propios de la subjetividad del que defiende una
visión particular del conflicto. Sin embargo, estimamos que las partes particulares
pueden entrevistar a los testigos que consideren necesarios para demostrar los
extremos de sus respectivas tesituras, tomar nota de sus dichos y en caso de
confirmar que sus intervenciones pudieran llegar a ser útiles para su postura,
posteriormente proponerlos en la etapa del juicio o para que declaren ante el fiscal
durante la investigación penal preparatoria, cuando sea imperiosamente necesario
para resolver una medida cautelar (art. 227). Las partes particulares también se
encuentran habilitadas en sus propios legajos para consultar peritos o asesores
técnicos con el objeto de reforzar sus propios argumentos sobre el hecho investigado
o controvertir los fundamentos de los peritajes realizados a instancia de la acusación.
De igual manera entendemos, sin que ello signifique desconocer el principio de
"igualdad de armas" entre acusación y defensa, que las partes particulares tampoco
estarían habilitadas para realizar por sí mismas diligencias probatorias
irreproducibles, tales como reconocimientos de personas o cosas, reconocimientos
fotográficos, extracción de rastros, etc. Menos aún, aquellas diligencias probatorias
que implican una injerencia en derechos personales con raigambre constitucional y
que deben contar con la autorización del juez de control de garantías (requisa
personal, allanamiento de morada, interceptación de correspondencia, etc.). En caso
de procederse en contrario, consideramos que las pruebas recogidas de esta manera
por las partes particulares resultan inválidas y no pueden ser incorporadas al proceso.
No obstante, la defensa y acusador particular, sí estarían habilitadas para solicitar
al Ministerio Público Fiscal la producción de aquellas probanzas y, en caso de
estimarlo conducente, asistir al momento de su recepción o proponer peritos de parte
para que intervengan en la experticia.
Si bien la mecánica de trabajo de estos sistemas acusatorios impone que las
medidas de prueba se produzcan preferentemente durante la audiencia de juicio, y
sólo se acude al adelantamiento extraordinario de prueba (art. 229) cuando exista
peligro de frustrarse la medida por el transcurso del tiempo, la defensa, amén de los
casos previstos en el art. 229, puede pedir durante la etapa preliminar que se
sustancie en forma urgente una medida de prueba que permita discutir oralmente la
eventual aplicación de una medida cautelar —ver arts. 199 y 227—. Por ejemplo,
ampliar los dichos de la víctima o recibir declaración a otros testigos para confirmar si
el hecho se encuentra consumado o tentado o merece otra calificación legal, teniendo
en cuenta que en ocasiones, dicha circunstancia en atención al monto de la pena
prevista en abstracto, resulta una pauta objetiva para decidir la aplicación de un
encarcelamiento preventivo o el rechazo del pedido de libertad provisoria —ver art.
188—.
El referido inc. b) del nuevo art. 128 admite que a pedido de parte, la prueba
producida en el legajo de la querella pueda incorporarse como anexo al legajo del
Ministerio Público Fiscal. Ello, toda vez que ambas partes resultan acusadoras y en
caso de coincidir en las líneas de investigación, la prueba por ellas sustanciada
resulta generalmente común a sus intereses, sin perjuicio de lo dicho anteriormente,
sobre el deber de objetividad del fiscal.
Por su parte, la defensa tendrá su propio legajo de prueba y, según el nuevo art.
200, la información que ésta recabe en su legajo de investigación no será pública
para las restantes partes del proceso y podrá ser presentada ante el fiscal durante la
investigación penal preparatoria, utilizada en las audiencias preliminares para avalar
sus pretensiones o al momento de control de la acusación (art. 246). Además, la
defensa deberá acceder a toda la información que se hubiera recolectado en el legajo
de investigación del fiscal, luego de su formalización en la audiencia respectiva —ver
arts. 197 y 221—, sin perjuicio del derecho que les otorga a las partes el art. 223, de
solicitar al fiscal información sobre los hechos que fueran objeto de la investigación,
así como de las diligencias practicadas y las pendientes de ejecución. En caso de
oponerse el Ministerio Público Fiscal, podrán solicitarlo al juez de control, quien
resolverá en audiencia y podrá establecer un plazo para que el acusador público
formalice la investigación.
Por último, cabe señalar que el precedente comentario sobre la mecánica de
trabajo, que eventualmente se implementará mediante los referidos legajos de
prueba, se encuentra limitado al análisis del texto legal en estudio, por lo que se
prueba, se encuentra limitado al análisis del texto legal en estudio, por lo que se
estima que las propias partes del proceso y los tribunales que intervengan, irán
delineando a través de la práctica judicial el funcionamiento de este nuevo sistema de
recolección de pruebas.
12.3.3. Prohibición de recolectar pruebas al órgano jurisdiccional
Por su parte, siguiendo con el estudio de las reglas sobre la prueba, tenemos que el
inc. c) del art. 128 del nuevo ordenamiento legal, dispone que los jueces no podrán de
oficio incorporar prueba alguna. Este artículo consagra el papel de árbitro del proceso
que tiene el órgano jurisdiccional con el propósito de garantizar su imparcialidad y el
principio de contradicción que rige la incorporación de la prueba en el sistema
acusatorio adversarial, tal como describimos anteriormente en el punto 12.1.1. La
imparcialidad es la condición de tercero del órgano jurisdiccional, es decir, de no ser
una parte más del proceso, ni estar vinculado a los intereses de la acusación o la
defensa, ni comprometido con sus versiones de los hechos, ni tener prejuicios a favor
o en contra de ellos. Por ende, el tribunal debe privilegiar la actitud de mantener
durante el proceso la misma distancia de la hipótesis acusatoria que de la hipótesis
defensiva (indiferencia, neutralidad) hasta el dictado de la sentencia(23).
A su vez, este inciso armoniza con lo dispuesto en el art. 197 que dispone que el
legajo de investigación del fiscal en ningún caso podrá ser consultado por el órgano
jurisdiccional. Ello, con la intención de garantizar que la valoración de la prueba se
haga a través de las audiencias mediante la inmediación y la alegación de las partes
con el objeto de evitar cualquier tipo de prejuzgamiento o preconcepto que sobre el
particular pudiera afectar la imparcialidad del tribunal al verse eventualmente
contaminado su criterio por los elementos recogidos durante la etapa preliminar.
La imparcialidad del tribunal, tanto en la etapa preparatoria como en la del juicio
propiamente dicho, se ve afectada cuando se le otorga la facultad de incorporar
pruebas de oficio, para procurar por su lado la convicción necesaria para resolver
sobre la acusación fiscal. Imponerle al órgano jurisdiccional la corresponsabilidad de
probar los hechos afirmados por el acusador, significa confundir su rol con el de éste,
haciéndolo coacusador, es decir, coparte en el proceso, situación que genera graves
peligros para su imparcialidad. Por ende, para garantizar la imparcialidad del órgano
jurisdiccional y la igualdad entre acusador y acusado, debe colocarse por un lado la
investigación preliminar en cabeza del Ministerio Público Fiscal y bajo el control de un
juez que no podrá investigar y, por el otro, otorgarle al fiscal la responsabilidad de la
iniciativa probatoria tendiente a descubrir la verdad sobre los extremos de la
acusación, restringiendo al máximo las facultades de investigación autónomas del
tribunal de juicio(24).
12.3.4. Pertinencia y utilidad de la prueba
También se estipula como regla probatoria en el inc. d) del art. 128, que sólo se
admitirán medios de prueba que guarden relación, directa o indirecta, con el objeto
del proceso, sean útiles y pertinentes para la resolución del caso y no resulten
manifiestamente sobreabundantes. Lo expuesto tiene vinculación con la pertinencia
de la prueba que debe sustanciarse en el juicio, que es la que hace referencia al
hecho que constituye el objeto del proceso con el propósito de corroborar su
existencia, inexistencia o circunstancias, o bien la intervención que tuvo el imputado.
Igualmente puede estar dirigida a comprobar un hecho incidental dentro del proceso o
verificar la idoneidad de otro elemento probatorio directamente vinculado al hecho
principal. La prueba puede ser directa o indirecta según se obtenga una referencia del
delito mismo o bien de algún otro hecho que permita demostrar indirectamente aquél.
A su vez, la utilidad de la prueba está vinculada con la relevancia que el elemento
tenga con respecto al objeto que deba probarse, es decir, su importancia, idoneidad y
eficacia para demostrarlo. Por otra parte, las diligencias de prueba propuestas no
deben ser superabundantes, es decir, que surja con evidencia que resultan
manifiestamente excesivas para verificar el hecho o circunstancia que se quiere
probar en el juicio. La impertinencia y superabundancia deben resultar evidentes,
dado que en caso de dudas la prueba debe admitirse y producirse para no vulnerar el
derecho de defensa en juicio(25). En la misma dirección, la norma dispone que no
podrá denegarse prueba si para su producción hubiere conformidad de las partes. Se
entiende que esta disposición rige exclusivamente para la etapa del juicio donde se
verifica con mayor amplitud el principio de contradicción.
12.3.5. Acuerdo de las partes sobre hechos comprobados y hechos notorios
Por último, el nuevo art. 128, inc. e), dispone que si todas las partes consideran un
hecho como admitido, el tribunal puede prescindir de la prueba ofrecida, declarándolo
comprobado en el auto de apertura del juicio. Para ello, durante la audiencia de
control de la acusación (art. 246) podrá facilitar el acuerdo entre las partes si estimara
que según las pruebas ofrecidas, se trata de un hecho notorio. Es decir, si todas las
partes entienden que un hecho o circunstancia que integra el objeto del proceso se
encuentra configurado de un único modo y no hay ninguna contradicción entre ellas,
el tribunal puede declararlo comprobado de esa manera y prescindir de las pruebas
ofrecidas, a los efectos de no incurrir en un inútil dispendio jurisdiccional y facilitar el
principio de celeridad procesal —art. 2°—.
12.4. INSPECCIÓN DEL LUGAR DEL HECHO
Tradicionalmente la inspección judicial es el medio probatorio por el cual el órgano
judicial competente percibe directamente a través de sus sentidos —vista, oído,
olfato, etc.— distintas circunstancias materiales que pueden ser útiles, por sí mismas,
para la reconstrucción del hecho que motiva la acusación, debiendo dejar constancia
objetiva de sus percepciones.
A través de este medio de prueba se intenta comprobar los rastros y otros efectos
materiales que el evento hubiera dejado en el mundo exterior. Los rastros son las
huellas que indican directamente la existencia del delito investigado (ej., heridas y
contusiones que prueban las lesiones, trozos de una puerta que dan cuenta del
desapoderamiento de objetos mediante efracción, manchas de sangre que
demuestran una agresión personal, manchas de semen que indican un posible abuso
sexual, etc.). No hay que confundirlos con los efectos materiales del hecho que son
alteraciones del mundo exterior producidas por el delito, pero que, a diferencia de los
rastros, no indican directamente su comisión (ej., daños producidos en el vehículo que
motivaron la discusión entre las partes con un violento desenlace)(27).
También se ha definido a la inspección judicial como: "...es el reconocimiento de
personas, cosas o lugares vinculados con el hecho punible objeto de la investigación.
Éste es un medio de prueba que se utiliza frecuentemente al comienzo de la
instrucción, es decir inmediatamente después de realizado el hecho, ya que permite
conocer la situación fáctica que rodeó el escenario del delito..."(28). Además, en esos
primeros momentos posteriores al hecho y por razones de urgencia se debe proceder
a la inspección judicial para evitar que el transcurso del tiempo obre
desfavorablemente haciendo desaparecer los rastros, huellas y demás efectos
materiales.
La característica principal de este medio de prueba es la inmediación entre el objeto
verificado y el sujeto que verifica, pues éste opera sin intermediario alguno, captando
por medio de sus sentidos las percepciones de los rastros y efectos materiales.
La mayoría de la doctrina considera que la naturaleza jurídica de la inspección
judicial es la de un medio de prueba autónomo, y que la valoración que efectúa otro
órgano judicial con posterioridad a la medida, será otro medio de prueba distinto de
aquél, es decir, una prueba documental cuando se la instrumentó a través de
actas(29).
Sin embargo, el nuevo art. 129 no privilegia la inmediación de esta diligencia con el
órgano a cargo de la investigación y eventualmente el tribunal del juicio, sino que la
contempla como una medida de prueba que en principio es ejecutada por auxiliares
de la justicia (fuerzas de seguridad). Además, en la referida norma realizó, al igual
que en los otros medios de prueba legislados en particular, una exhaustiva
descripción de los motivos y formalidades que se deben cumplir para dar validez al
acto.
En primer lugar consagra una restricción sobre la posibilidad de ejecutar la medida,
al disponer que no se podrán inspeccionar lugares y cosas, salvo que existiera motivo
suficiente y fundado para presumir que se encontrarán elementos útiles para la
investigación, conforme a las reglas que establece el Código. La restricción expuesta
debemos vincularla a las normas relativas a la orden de allanamiento de morada
prevista en otros artículos de este mismo título y que intentan resguardar la privacidad
del domicilio consagrada por el art. 18 de la Constitución Nacional.
Sin embargo, resulta claro que tratándose en principio del lugar donde se sospecha
que se cometió un delito y en los primeros momentos posteriores a su comisión,
existen motivos suficientes y fundados para proceder a la inspección del sitio o de las
cosas utilizadas o vinculadas al evento, con el propósito de obtener rastros o
percepciones que permitan esclarecer el hecho. Salvo que por alguna razón plausible,
se tenga la plena seguridad de que no se encontrarán elementos útiles para la
investigación y, entonces, no existirán los presupuestos formales que habilitan la
medida. Los motivos y fundamentos los expresará el fiscal al momento de ordenar la
diligencia o solicitarla al órgano jurisdiccional cuando sea el caso, es decir, cuando
sea necesario allanar una morada.
También se estipula en la norma que la diligencia de mención, bajo esas
formalidades, podrá ser incorporada al juicio con posterioridad a que los testigos de
actuación hubieran sido interrogados por las partes y con el acuerdo de éstas. Ello,
para garantizar como vimos en párrafos anteriores, el control de aquellas en la
incorporación de pruebas y el principio de contradicción que rige en el procedimiento
acusatorio.
Se establece que las fuerzas de seguridad serán las encargadas de realizar la
diligencia, encontrándose habilitados para concurrir al lugar el fiscal o personal
auxiliar (peritos técnicos, auxiliares judiciales, etc.) que éste designe en caso de
considerarlo necesario. Entendemos que también podrá concurrir el juez de control de
garantías cuando se estimare necesario y el tribunal del juicio cuando lo soliciten las
partes. El acusador particular y la defensa también podrán hacerlo, con las
limitaciones previstas en el art. 228.
Continúa diciendo el art. 129 que durante la realización de inspecciones y registros,
podrá ordenarse que no se ausenten quienes se encuentran en el lugar o que
cualquier otra persona comparezca inmediatamente. Los que desobedezcan podrán
ser compelidos por la fuerza pública, según lo previsto en el Código. La restricción de
la libertad no durará más de seis horas sin recabar la orden del juez.
Ello significa que el Ministerio Público Fiscal se encuentra facultado para disponer
que las personas que se encontraren en la escena del crimen no abandonen el lugar
y para convocar la presencia inmediata de aquellas que lo hubieran hecho o tuvieran
alguna vinculación con el sitio o las personas involucradas en la investigación.
Recuérdese que en los primeros momentos de la pesquisa, en algunas ocasiones y
hasta tanto se hubieran efectuado algunas medidas de investigación, no se tiene un
panorama claro acerca de quiénes pueden ser en realidad responsables del delito o
simples testigos del hecho. Además, la presencia de las personas que estaban en ese
sitio, generalmente resulta de suma utilidad para brindar datos e información sobre lo
ocurrió en el lugar.
Por último, la potestad que tiene el fiscal para restringir la libertad ambulatoria de
las personas en esa situación, no puede superar el plazo de seis horas y, vencido el
mismo, deberá recabar la orden del juez para prorrogar la medida.
12.5. REQUISA
Es la medida de coerción procesal real por medio de la cual se procede a la
búsqueda sobre el cuerpo de una persona y los efectos personales que lleva consigo
dentro de su ámbito de esfera personal, así como, en el interior de vehículos
terrestres, aeronaves y embarcaciones, cuando se presume la existencia de cosas
relacionadas con el delito, con el propósito de proceder a su secuestro y verificación,
siempre que no las exhiba voluntariamente ante el requerimiento de la autoridad
competente(30).
Está prevista en el nuevo art. 130, donde se ha unificado en una sola norma lo que
se conocía como "requisa personal" e "inspección de vehículos" y figuraban en el
anterior Código en artículos distintos con algunas sutiles diferencias en su redacción
(arts. 230 y 231 bis, CPPN).
Al tratarse de una restricción de derechos fundamentales, entendemos que deben
respetarse los principios previstos en el art. 16 del nuevo Código que dice: "Las
facultades que este Código reconoce para restringir o limitar el goce de derechos
reconocidos por la Constitución Nacional o por los instrumentos internacionales de
Derechos Humanos deben ejercerse de conformidad con los principios de idoneidad,
razonabilidad, proporcionalidad y necesariedad".
Para garantizar los fines del proceso, la persona sospechada no puede oponerse a
la requisa, por lo que la autoridad competente se encuentra facultada para realizarla,
pudiendo recurrir al uso de la fuerza pública, salvo que mediaren causas justificadas
como contempla el propio artículo(31).
Entendemos que la norma recoge la tesis amplia que incluye no sólo las cosas que
el sujeto porta en su cuerpo sino también aquellos efectos personales que se
encuentran dentro de su ámbito inmediato de custodia. En consecuencia, se hallan
incluidos los bolsos, los paquetes, los bultos, etc., pero siempre que correspondan a
la esfera personal y no ambiental del sujeto. En tal sentido, existe doctrina que
sostiene: "...es necesaria la orden de requisa tanto para buscar los objetos que una
persona lleva 'sobre sí', como 'consigo' (bolsos, valijas), o en el automóvil en el cual
se transporta"(32). También jurisprudencia que aplica el mismo concepto, tales como:
CNCP, sala IV, 3/4/1997, "Herscovich", JA 2001Isíntesis y CNCP, sala IV, 3/4/1997,
"H., M.A.",. LA LEY, 1998B, 353.
Se dispone que sea el juez quien ordene la requisa, toda vez que de acuerdo con la
interpretación de las cláusulas constitucionales, convenciones y pactos de derechos
humanos y normas procesales que las reglamentan, se concluye que las restricciones
a la libertad e invasiones a la intimidad personal, deben ser decididas por los
jueces(33). Concretamente, de lo dispuesto por el art. 18 de la Constitución Nacional
en ese aspecto. Además esa doctrina fue consagrada en el caso "Fiorentino" (34)de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, donde se dijo respecto de la inviolabilidad del
domicilio: "...aunque en rigor no resulta una exigencia del art. 18 que la orden de
allanamiento emane de los jueces, el principio es que sólo ellos pueden autorizar esa
medida, sin perjuicio de algunos supuestos en que se reconoce a los funcionarios la
posibilidad de obviar tal recaudo".
Con la finalidad de otorgar mayores resguardos a las garantías constitucionales que
pueden verse vulneradas a través de una requisa, en el articulado en estudio se ha
procurado fijar criterios o estándares que el juez debe observar, antes de autorizar
una medida de esta importancia. En esa dirección se estipula que la medida sea
realizada "a requerimiento de parte", es decir, fiscal y eventualmente acusador
particular, siguiendo las previsiones del sistema acusatorio que prohíbe a los jueces la
incorporación de pruebas de oficio. También se exige que la requisa sea ordenada por
"auto fundado" en el que se consigne la existencia de motivos suficientes para
presumir que una persona oculta en su cuerpo o en el interior de vehículos cosas
relacionadas con un delito. Con similar intención se agrega que "la orden deberá
indicar los objetos buscados", es decir, armas, drogas, cosas robadas, herramientas
utilizadas, etc., con el propósito de restringir al máximo la amplitud e intensidad de la
injerencia personal dispuesta.
Las mismas restricciones deben ser operativas y cumplirse por el personal policial y
fuerzas de seguridad cuando les corresponde actuar a estas últimas. Es que proceder
a la inversa, es decir, exigiendo menos recaudos a las fuerzas de seguridad,
resultaría un incentivo negativo al momento en que aquellas fuerzas deban requerir la
orden de requisa al órgano judicial competente, pudiéndose entender que eludiendo
la intervención del magistrado se brinda mayor celeridad y practicidad a la
investigación y se evitan las limitaciones que pudiera arbitrar el juez de control de
garantías. Asimismo, a través de la orden judicial se le ponen límites razonables a las
fuerzas de seguridad con el propósito de que su accionar no trascienda más allá de lo
estrictamente necesario para obtener el fin buscado con la medida, respetando así el
principio de proporcionalidad que debe regir en todas las medidas de coerción
personal o real —ver art. 16—(35).
Por otra parte, la norma también exige la previa existencia de "motivos suficientes"
con el propósito de evitar que la autoridad judicial o policial pueda verse tentada de
proceder discrecionalmente, sin causa ni razón aparente, lo que implicaría un
avasallamiento de la garantía constitucional del derecho a la intimidad. La
jurisprudencia en el caso "Marinucci"(36)sostuvo: "En la requisa personal el estado de
sospecha requerido por la ley procesal es previo al accionar de la policía".
A su vez, los referidos "motivos suficientes" que justifican una intromisión de tal
gravedad en la esfera de intimidad, deben estar basados en datos serios y objetivos
que permitan presumir fundadamente que una persona oculta en su cuerpo o en el
interior de un vehículo, cosas u elementos relacionados con un hecho ilícito. Además,
los motivos esgrimidos no pueden ser meras apreciaciones subjetivas, conjeturas,
intuiciones, simples comentarios sin otra apoyatura o una denuncia anónima(37). En
tal sentido, en el caso "Lostanau"(38)se dijo: "Si bien coartar la facultad de la
autoridad policial de revisar a quien resulte sospechoso importa, lisa y llanamente
impedir su labor de prevención y favorecer la impunidad de un sinnúmero de delitos,
la actividad policial debe sustentarse en algún dato objetivo que la habilite".
La nueva normativa legal obliga a que antes de proceder a la requisa se deberá
advertir a la persona acerca de la sospecha y del objeto buscado, invitándola a
exhibirlo. La finalidad de este requerimiento previo encuentra motivo y fundamento en
la necesidad de evitar la ejecución directa de la medida sobre el cuerpo de la
persona, lo que implica una grave intromisión y molestia para el que deba soportar la
diligencia, pudiéndose sortear su cumplimiento con la entrega voluntaria de la cosa
ante el requerimiento previo que dispone la norma. En el caso "R., D.C."(39)la
jurisprudencia sostuvo: "La requisa (...) consiste en el acto por el cual se examina el
cuerpo de una persona o cuanto ella lleva, con la finalidad de incautar cosas ocultas
en él y relacionadas con un delito objeto de investigación; circunstancia que no tiene
lugar cuando el propio inculpado voluntariamente y ante el pedido del personal de
seguridad de un supermercado, exhibió lo que pretendía sustraer del
establecimiento".
La normativa dispone que las requisas se practicarán separadamente, con
perspectiva de género, respetando el pudor y la dignidad personal y en los casos en
que correspondiere, por profesionales de la salud. Existen casos en que se tiene que
registrar, palpar y hasta desnudar al individuo para concretar la requisa de sus ropas
o de su cuerpo. Cuando deba operarse de esa manera, la diligencia deberá llevarse a
cabo en lugar y forma tal que en modo alguno afecte objetivamente el pudor y la
integridad física de la persona. Es decir, si se hiciere la medida sobre una mujer
deberá ejecutarse por intermedio de una persona de sexo femenino, para evitar que
afecte su pudor, garantizando el máximo respeto por la dignidad humana. Con los
mismos fundamentos, cuando hubiera que requisar a varias personas, deberá
procederse en forma separada. En caso de buscarse objetos ocultos dentro de la
anatomía personal, deberán intervenir médicos (ej., las denominadas "mulas" del
narcotráfico)(40).
En cuanto a la forma de instrumentación de la medida, el nuevo Código implementa
que la advertencia y la inspección se realizarán en presencia de dos testigos
convocados al efecto, que no podrán pertenecer a la fuerza de seguridad ni a ninguno
de los órganos intervinientes, salvo casos de suma urgencia o imposibilidad de
obtener testigos, lo que deberá ser acreditado. La diligencia y los motivos deberán
constar en el acta que firmarán todos los intervinientes. Si el requisado no quisiera
suscribir el acta, se indicará en ésta la causa de su negativa. Entendemos que el acta
de mención se corresponde con las formalidades del art. 104 y allí se incluirán los
datos de los funcionarios y testigos que intervengan y las circunstancias que se
produjeron durante el desarrollo de la medida. La norma es clara en señalar que la
advertencia sobre la sospecha y del objeto buscado, y la siguiente inspección se
realizarán en presencia de los testigos, es decir, que estos últimos deberán asistir a
toda la secuencia y no bastará con su convocatoria después de haber hallado los
objetos en poder de los sospechados, como habitualmente sucede en los
procedimientos policiales. En caso de procederse de esta última manera, entendemos
que el acto procesal es nulo, salvo que se consignen las excepciones previstas en el
mismo artículo.
Por último, se dispone concretamente que la negativa de la persona que haya de
ser objeto de la requisa no impedirá que dicha diligencia se concrete, salvo que
mediaren causas justificadas. En razón del principio de incoercibilidad personal que
surge del art. 18 de la Constitución Nacional, el imputado no puede ser compelido ni
obligado a suministrar elementos probatorios que puedan ser utilizados en su contra.
Sin embargo, esta garantía funciona únicamente cuando el individuo actúa en el
proceso penal como "sujeto u órgano de prueba", es decir, cuando el imputado a
través de sus declaraciones o actitudes aporta información o prueba. Por el contrario,
cuando el sospechado con su persona física sea el portador material del elemento
probatorio, no se lo considera sujeto sino "objeto de prueba" y entonces, pese a su
negativa, puede ser obligado o forzado a suministrar la prueba, debiéndose respetar
igualmente las previsiones que garantizan el respeto por la dignidad humana(41).
Además, la actitud reticente y su falta de cooperación pueden ser considerados como
indicios en su contra y fundar una presunción en tal sentido o constituir una pauta
objetiva de entorpecimiento probatorio.
12.5.1. Requisa sin orden judicial
Está prevista como excepción en el nuevo art. 131 que contempla los mismos
recaudos legales y formalidades que la requisa judicial, pero sólo podrá efectuarse sin
orden judicial cuando estén presentes en forma unánime todos los requisitos que
dispone la norma, es decir, que existan circunstancias previas que razonable y
objetivamente permitan presumir que se ocultan cosas relacionadas con un delito;
que no fuere posible esperar la orden judicial ante el peligro cierto de que
desaparezcan las pruebas que se intentan incautar y que se practique en la vía
pública o en lugares de acceso público.
Como vimos anteriormente, la regla general es que la requisa debe ser ordenada
por el órgano jurisdiccional a pedido de las partes del proceso y ejecutada por el
Ministerio Público Fiscal, auxiliares de la justicia y las fuerzas de seguridad
comprometidas en la prevención de delitos. Sin embargo, en algunos casos
desarrollados en la vía pública y en los que exista urgencia en proceder ante la
posibilidad de que se frustre la recolección de pruebas, y que por esa misma urgencia
resulte dificultoso obtener la orden judicial previa, la fuerza de seguridad podrá
prescindir de dicha autorización judicial y ejecutar la medida de manera rápida y
directa, debiendo labrar un acta expresando los motivos y comunicar la diligencia en
forma inmediata al fiscal para que disponga lo que corresponda.
Entendemos que si la regla general es que las injerencias a los derechos con
raigambre constitucional deban ser ordenadas por la autoridad judicial, y así se
dispone para la requisa en el art. 130, entonces el fiscal deberá dar inmediata
intervención al juez competente para que ratifique o no la medida, sin perjuicio de que
la recolección de los elementos de prueba esté a cargo del Ministerio Público tal como
lo dispone el art. 128. Consideramos que la circunstancia de practicarse la diligencia
en la vía pública o en lugares de acceso público no le quita entidad a la gravedad de
la medida que vulnera zonas del cuerpo o del interior de los vehículos donde las
personas tienen una razonable expectativa de privacidad.
En consecuencia, para que las fuerzas de seguridad puedan proceder a la requisa
judicial sin orden del juez, deben darse tres requisitos:
a) Que existan las mencionadas circunstancias previas que permitan sospechar el
ocultamiento de cosas relacionadas con un delito. Es decir, deben existir previamente
motivos fundados en datos serios y objetivos de que se trata de un individuo
sospechoso que puede llevar en su persona o vehículo cosas relacionadas con un
delito o que puedan servir de prueba. Son hechos, datos, situaciones, actitudes,
comportamientos, o cualquier otra circunstancia que, razonablemente, esto es, con un
importante grado de persuasión, indiquen una situación sospechosa en el sujeto. Este
juicio previo de razonabilidad debe ser, además, objetivo, es decir, basarse en
aquellas circunstancias mencionadas anteriormente, que son hechos exteriores al
pensamiento del funcionario, o sea, hechos reales que no son producto de su
subjetividad.
b) Que exista "urgencia" de acuerdo con las circunstancias del caso concreto.
Habrá urgencia en los casos en que de no ejecutar inmediatamente la medida, resulte
objetivamente probable que la investigación se frustre, es decir, que exista peligro
inminente de que la prueba se destruya o pueda desaparecer.
c) Que el procedimiento se desarrolle en la vía pública (ej., calles, avenidas, rutas,
etc.) o en lugares de acceso público (ej., plazas y plazoletas, locales comerciales,
bares y restaurantes, etc.) y se dé inmediata comunicación al Ministerio Público
Fiscal. En consecuencia, las fuerzas del orden no tienen atribución para realizar este
tipo de requisas e inspecciones en lugares privados.
Los tres requisitos deben estar presentes al momento de inicio de la diligencia, y la
autoridad competente deberá dejar constancia en el acta pertinente, lo que permitirá
la posterior evaluación sobre la presencia de dichos extremos y si fueron válidos o
no(42).
12.6. REGISTRO DE LUGARES
Al tratarse de una restricción de derechos fundamentales, entendemos que deben
respetarse los principios contemplados en los arts. 13 y 16 del nuevo Código.
Se encuentra previsto en el nuevo art. 132 y entendemos que los "motivos" a los
que se refiere la norma son equiparables a los "motivos suficientes" previstos para la
requisa, por lo que nos remitimos a lo dicho en ese punto sobre el particular. Ello
acontece, cuando durante el desarrollo de la investigación se adquiera mediante otros
datos objetivamente conocidos anteriormente, la sospecha fundada de que en
determinado lugar se puede encontrar algún elemento de prueba relacionado con el
hecho pesquisado o la detención del imputado o prófugo o sospechoso de
criminalidad e inclusive, la víctima del delito (ej., secuestro extorsivo, privación ilegal
de la libertad, etc.). Lo expuesto constituye un límite a la arbitrariedad del fiscal y del
juez al exigir presupuestos o motivos que justifiquen la necesidad de invadir la
privacidad del domicilio. Además, los indicios o datos no deben ser meras
especulaciones o afirmaciones vagas y equívocas, sino datos previamente
comprobados objetivamente en el trámite del proceso. Sólo de esta manera puede el
órgano jurisdiccional evaluar la procedencia y necesidad de la medida y
posteriormente consignar los fundamentos del auto que dispondrá la orden de
registro.
Como dijimos, luego de haber verificado la existencia de los datos objetivos que
indiquen la necesidad y la justificación de ordenar el registro domiciliario, el órgano
jurisdiccional autorizará al Ministerio Público Fiscal para que ejecute la medida en
forma personal, a través de auxiliares judiciales o fuerzas de seguridad, quienes
podrán disponer de la "fuerza pública" en caso de que fuera necesario para concretar
la medida.
Previo a ello, el juez deberá dictar una resolución o "auto fundado" ordenando la
diligencia o rechazando el pedido de la parte, respetando así las previsiones del
nuevo art. 20 del Código que dispone que "Las decisiones judiciales deben expresar
los fundamentos de hecho y de derecho en que se basen". Este requisito implica la
necesidad de dejar asentado en forma motivada las razones por las cuales el juez
considera necesaria la ejecución de la medida solicitada por la parte y los motivos que
la propician, los que deberán surgir de los datos objetivos recabados durante la
investigación o juicio, dejándose constancia de ellos en la resolución. La
fundamentación del auto que dispone la medida permitirá ejercer un adecuado control
de razonabilidad y legalidad de la injerencia.
Por ende, el auto que ordena el registro domiciliario es indispensable y su ausencia
ocasiona la consecuente invalidez de la diligencia en los términos del art. 122 del
nuevo ordenamiento. No sólo por la falta de formas legales previstas expresamente
en el Código, sino también por desconocer el fundamento de la norma que es
preservar el ámbito de intimidad que es el domicilio, protegido por la garantía
constitucional de la inviolabilidad (art. 18, CN). En consecuencia, es indudable que
para el allanamiento de cada domicilio, es necesario un auto fundado que lo
disponga. La decisión del juez debe ser fundada, pues la motivación de su decisión es
el modo de garantizar que el registro aparece como fundadamente necesario y excluir
la arbitrariedad en el uso de la coacción estatal(43).
Sin perjuicio de ello, el fiscal tiene la posibilidad de restringir la información sobre la
ejecución de la diligencia a la parte imputada, a través del art. 231 que establece que
si el representante del Ministerio Público Fiscal solicitare diligencias que requirieran la
autorización judicial previa —como el caso que nos convoca—, sin comunicación al
afectado, el juez las autorizará cuando la reserva resultare estrictamente
indispensable para la eficacia de la misma.
Por último, el requisito de que sea el órgano jurisdiccional quien lo ordene, como
vimos anteriormente en la requisa, deriva de normas constitucionales y fallos de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, tales como "Fiorentino"(44)y otros. En
"Fischetti"(45)el procurador general dijo: "La inviolabilidad del domicilio resguardada
en el art. 18 de la Constitución Nacional se concreta a través de la exigencia legal de
que las órdenes de allanamiento emanen sólo de los jueces y que las resoluciones
que las dispongan deben ser siempre fundadas". Esa doctrina fue posteriormente
consagrada por los jueces de la Corte en "Minaglia"(46).
12.6.1. Allanamiento de morada
Se encuentra previsto en el art. 133 del nuevo ordenamiento procesal, y es un tipo
especial de registro cuyas generalidades responden a las previsiones del artículo
anterior donde se delinearon los requisitos básicos, tratándose en esta ocasión del
registro de un lugar habitado —morada— o de sus dependencias cerradas.
El término domicilio no está empleado en el sentido que le da el Código Civil, sino
en el significado que le da el texto constitucional que consagra la inviolabilidad del
domicilio y, por ende, comprende las habitaciones y lugares cerrados adyacentes a
ella, u otros espacios cerrados en que se despliegue la vida o la actividad de una o
varias personas(47).
La particularidad de esta disposición es que el registro debe efectuarse en una
morada, es decir, en un lugar habitado o en sus dependencias cerradas, quedando
excluido cualquier otro lugar que aunque se encuentre cerrado no esté destinado a
habitación particular.
Por "dependencia cerrada" entendemos todo lugar cercado o vallado de cualquier
manera que sin integrar el recinto propio de habitación esté comprendido dentro del
ámbito de intimidad del habitante, tales como patios, pasillos, balcones, garajes o
jardines(48).
Al ser un lugar destinado a vivienda de los particulares y con el propósito de
proteger el descanso y la tranquilidad de sus habitantes, la norma estipula que la
diligencia deberá realizarse en horario diurno, es decir, fija un término temporal para
ejecutar la medida. No obstante ello, el juez podrá, a pedido de parte, habilitar horas
inhábiles para el cumplimiento de la diligencia cuando razones de urgencia así lo
determinen o las propias circunstancias del caso así lo requieran (ej., cuando otras
medidas de investigación den cuenta que los prófugos buscados sólo pernoctan en el
lugar). La orden que disponga la excepción al horario diurno para la ejecución del
allanamiento deberá explicitar tales circunstancias extraordinarias. En el caso
"Mangiamelli"(49)se invalidó un allanamiento efectuado en la vivienda del imputado
en horario nocturno, si ni de lo actuado por las autoridades de prevención ni de la
orden librada por el juez surgen los motivos por los cuales la intromisión a un
domicilio particular, destinado a vivienda, se debía realizar de noche.
La nueva norma también consagra explícitamente que el allanamiento será
ordenado por el juez y no podrá ser suplido por el consentimiento de quien habita el
lugar. Con esta sana disposición se dejan atrás todos los problemas de interpretación
que acarreaba la falta de una legislación clara al respecto. Se discutía en doctrina si
el consentimiento expresado por el individuo que tiene derecho de exclusión respecto
del domicilio sujeto a una diligencia de registro policial, permitía obviar la
obligatoriedad de la orden de allanamiento en aquellos casos no previstos como
excepción en el art. 135 del nuevo Código.
Concretamente, en la anterior legislación procesal no existía norma alguna que
dispusiera que el consentimiento del morador podía eximir del requisito de la orden de
allanamiento de autoridad competente. Sin embargo, desde antaño se había
interpretado que mediando el consentimiento del habitante de la vivienda para que los
funcionarios policiales pudieran ingresar al lugar, no resultaba necesaria una orden
judicial, ya que no se trataría de un allanamiento propiamente dicho al no existir una
voluntad contraria al ingreso que deba ser superada a través de un mandato de la
autoridad jurisdiccional. Esta interpretación dio origen a una contradictoria
jurisprudencia de los tribunales que a veces aceptaban el consentimiento para validar
un registro, y en otras ocasiones consideraban que no resultaba suficiente para
permitir el ingreso policial y nulificaban la diligencia y todo lo secuestrado en ella por
aplicación de la doctrina del árbol venenoso.
El Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires, en reiteradas
oportunidades ha considerado que no existe allanamiento ni necesidad de orden que
lo disponga cuando el morador de la vivienda expresa su consentimiento para el
ingreso del personal policial. Así, en "Peña, J. O." (50), se aplicó esa doctrina y se
expresó que la mera presencia de las fuerzas del orden, en todos los casos, no
implica una coacción suficiente que impida dar un consentimiento válido para el
ingreso a una morada (en el caso el imputado autorizó la entrada a la vivienda y
colaboró para mover el rodado buscado hacia la vía pública).
Sin embargo, esta postura fue duramente criticada, ya que al no exigirse la
necesidad de una orden de allanamiento, el personal policial tampoco se encuentra
sujeto en su accionar a las restricciones y límites propios de esa clase de
procedimiento, por lo que no tiene que justificar los motivos que lo llevaron a registrar
el domicilio, ni informar al destinatario de la medida qué objetos está autorizado para
secuestrar o a quién se está buscando para detener o con qué hipótesis delictiva está
vinculada la diligencia. También se cuestionó, que la presencia de una comisión
policial en un domicilio, habitualmente provoca una sensación de intranquilidad e
indefensión que impide reaccionar a los moradores con firmeza si se les pide que
suscriban un acta donde se afirma que prestan su consentimiento para el
procedimiento que se llevará a cabo.
En esa dirección, el Dr. Julio B. J. Maier afirmó: "En efecto, la sola presencia de la
fuerza pública implica, en la vida real, coacción suficiente del requirente y, por lo
demás, a la misma fuerza pública le es posible emplear mecanismos sutiles de
coacción, que no se verán reflejados al juzgar el acto, o que serán fáciles de ocultar al
documentarlo o para el caso de intentar la reconstrucción judicial".
Por su parte, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en los casos "Fato"(51)y
"Hansen"(52)aceptó que habiendo consentimiento del morador no existía
allanamiento y, por ende, no había necesidad de requerir orden judicial. Por el
contrario en "Fiorentino" determinó la invalidez de un allanamiento efectuado con el
contrario en "Fiorentino" determinó la invalidez de un allanamiento efectuado con el
consentimiento de un menor detenido previamente por la policía, diciendo que
esperar de aquél una resistencia verbal al ingreso, resultaba irrazonable dada la
situación en que se encontraba. En este último caso y en "Hansen" y "Cichero"(53)se
estableció la regla que no puede haber un consentimiento tácito a un allanamiento
domiciliario. La mera ausencia de reparo no puede equipararse a una autorización
suficiente. Con numerosas idas y venidas, el Tribunal Supremo a través de sus fallos
fue restringiendo la posibilidad de admitir el consentimiento del morador como
habilitación válida para proceder al registro de su vivienda sin la correspondiente
orden del órgano jurisdiccional competente(54).
Ahora bien, con el nuevo art. 133 se evita toda discusión al efecto, ya que la norma
dispone expresamente: "El allanamiento será ordenado por el juez y no podrá ser
suplido por el consentimiento de quien habita el lugar". De ello se deduce que
faltando la orden del juez, aunque se tenga el consentimiento de los moradores, no se
considera válido el registro domiciliario efectuado por las fuerzas de seguridad y, en
consecuencia, también se invalida cualquier secuestro o detención que se hubiere
concretado en el interior de la vivienda.
12.6.2. Allanamiento de otros locales
En estos casos no rige la limitación temporal fijada en el artículo anterior, es decir,
el horario diurno, y entonces el allanamiento puede efectuarse en cualquier horario,
inclusive en horas de la noche. El fundamento de esa amplitud horaria reside en que
esos lugares no son un domicilio personal, cuya inviolabilidad se encuentra
garantizada por el art. 18 de la Constitución Nacional, y además, tampoco se debe
proteger la tranquilidad de los individuos que están allí dado que no se trata de una
residencia particular.
Esta clase de registros está prevista en el nuevo art. 134 que conserva una
redacción muy parecida al anterior vigente, disponiendo que el límite del horario
diurno no regirá para los edificios públicos y oficinas administrativas, los
establecimientos de reunión o de recreo, el local de las asociaciones y cualquier otro
lugar que no esté destinado a habitación o residencia particular. Se estipula como
requisito especial, que para registrar este tipo de locales públicos, únicamente deberá
darse aviso a las personas a cuyo cargo estuvieran los locales, salvo que ello fuera
perjudicial para la investigación. Entendemos que el aviso que figura en la norma es
al solo efecto de que pueda eventualmente participar en la diligencia alguna persona
que permita facilitar el desarrollo de la medida (ej., que tenga llaves de los locales,
que conozca a los titulares de las oficinas, que sepa donde se guardan documentos,
etc.) y como un control adicional, además de la presencia de los testigos, para
fiscalizar que el personal policial se limite exclusivamente a cumplir con lo estipulado
en la orden emitida por el juez.
en la orden emitida por el juez.
También consideramos que el aviso en cuestión deberá efectuarse en el mismo
momento en que se inicia la diligencia y no en un plazo anterior que permita
eventualmente alertar a la parte imputada y otorgarle un tiempo prudencial para hacer
desaparecer la evidencia que la comprometa o profugarse. En función de ello, la
misma norma previene que podrá omitirse el aviso al encargado de los locales, en
caso de que fuera perjudicial para la investigación. En lo demás, se deben cumplir
con todos los recaudos generales previstos para el registro de lugares, tal como
disponen los arts. 132 y ss.
La norma en estudio también dispone de manera especial que para la entrada y
registro en el Congreso de la Nación, el juez deberá dar aviso al presidente de la
Cámara respectiva. Ello, en razón de la importancia institucional que puede revestir
una injerencia de ese tipo en el ámbito propio de otro de los poderes del Estado.
Por último, el nuevo art. 134 contempla que cuando deba ordenarse un registro en
un estudio jurídico, en la medida de lo posible, se dé aviso antes del comienzo de la
diligencia, al colegio profesional correspondiente de la jurisdicción respectiva, que
eventualmente podrá designar un representante para que presencie el acto y en su
caso realice las observaciones que estime corresponder para asegurar el respeto del
secreto profesional. Entendemos que la presencia de un veedor del Colegio de
Abogados no es un requisito para la validez del registro, dado que el aviso previo no
es obligatorio que se cumpla, sino en la medida de lo posible y además, la presencia
del representante es una facultad que tiene la institución y que puede decidir no
ejercerla en el caso particular o verse en la imposibilidad momentánea de hacerlo por
falta de personal idóneo para esa tarea. El aviso debe efectuarse con una anticipación
razonable y prudencial que permita arbitrar los medios para obtener la presencia de
un representante y sin brindar los datos del estudio jurídico donde se efectuará la
medida, con el objeto de evitar cualquier fuga de información que pueda frustrar los
fines de la diligencia.
12.6.3. Allanamiento sin orden judicial
Si bien la regla general es que el allanamiento de un domicilio sólo podrá
efectuarse con una orden judicial, existen casos excepcionales que suponen
situaciones de suma urgencia en los que la solicitud de una orden de allanamiento
demandaría un lapso de tiempo que por la naturaleza de la situación que se quiere
conjurar, haría que la autoridad policial recién pudiera tener la orden cuando ya se
hubieran consumado los hechos negativos que se intentaban remediar con la
ejecución de la diligencia. En estos supuestos de excepción previstos explícitamente
en el art. 135, se faculta a la autoridad policial para que proceda al allanamiento del
lugar sin orden judicial, teniendo en mira la tutela de otros bienes fundamentales de la
sociedad.
Por ser una limitación a una garantía constitucional, la interpretación del referido
artículo debe ser restrictiva, y teniendo en cuenta estas especiales circunstancias, la
doctrina considera que la enumeración de los supuestos de excepción previstos en la
norma es taxativa, por lo que está prohibida cualquier interpretación extensiva o
analógica.
Concretamente, lo que permite excluir excepcionalmente el artículo es la orden
previa del juez para ingresar en el domicilio, pero continúan vigentes las restantes
formalidades legales previstas para la diligencia de allanamiento en general.
Los supuestos de excepción son los siguientes:
1. Cuando por incendio, explosión, inundación u otro estrago se hallare amenazada
la vida de los habitantes o la propiedad. La gravedad y magnitud de los supuestos
previstos por la norma y su amenaza inminente y directa a la vida de los habitantes y
la propiedad, autorizan el ingreso en el domicilio sin orden previa de autoridad
competente, con el propósito de evitar las consecuencias que podría ocasionar el
siniestro. No interesa el origen de la catástrofe, es decir, si fue provocada por una
conducta delictiva, intencional o negligente o un hecho casual, porque lo esencial es
que estén en peligro la vida de las personas que se encuentren dentro del domicilio o
local, o la integridad estructural de la propiedad.
2. Cuando mediare denuncia, cuya entidad resulte verosímil de acuerdo con las
circunstancias, de que una o más personas han sido vistas mientras se introducían en
una casa o local con indicios manifiestos de comisión de un delito. No se trata de
cualquier denuncia sino que debe resultar prima facie verosímil, es decir, creíble que
pueda suceder. Ello, con el fin de aventar injustificadas irrupciones del personal
policial en domicilios particulares invocando denuncias anónimas poco creíbles y
excusas pueriles con el objeto de encontrar algún objeto que pudiera comprometer a
sus habitantes —expediciones de pesca—. No debe entenderse el término "denuncia"
previsto en la norma, en un sentido técnico de denuncia formal del hecho sino con un
significado amplio como de simple aviso o comunicación a la autoridad de lo que está
ocurriendo, dada la urgencia de la situación descripta que torna inconveniente
demorar las diligencias preventivas a la espera de concretar una recepción formal de
la denuncia que bien podría instrumentarse con posterioridad a la intervención
policial.
3. Cuando se introdujere en una casa o local algún sospechado de delito a quien se
persigue para su aprehensión. En este supuesto debe tratarse de un sujeto que ya se
encuentra sindicado por la autoridad como autor, partícipe o instigador de algún
hecho ilícito y que está siendo perseguido por encontrarse imputado en alguna
investigación ya iniciada o que se hubiera fugado estando legalmente detenido o que
se hubiera librado en su contra una orden de detención por autoridad competente en
razón de un proceso penal. En consecuencia, se encuentran excluidas de esta
hipótesis las personas que no reúnan ninguna de estas condiciones, es decir, sería
ilegítimo proceder al allanamiento y detención de un individuo que se encuentra
meramente sospechado de haber intervenido en una conducta delictiva pero respecto
del cual aún no se han reunido los extremos necesarios para disponer su
aprehensión.
4. Cuando voces provenientes de una casa o local pidieren socorro o anunciaren
que allí se está cometiendo un delito. En este caso ante la necesidad y urgencia que
imponen las circunstancias del hecho, se requiere un rápido accionar de la autoridad
policial que deberá actuar en forma preventiva o represiva ante la emergencia de un
siniestro de cualquier naturaleza que origine los pedidos de auxilio; o la de proceder a
los fines de impedir la consumación de un ilícito penal y a la detención de sus autores
y cómplices y la eventual recolección de las pruebas que pudieran existir en el lugar.
5. Cuando se tuvieren sospechas fundadas de que en una casa o local se
encuentra la víctima de una privación ilegal de la libertad y corriere peligro inminente
su vida o integridad física, el representante del Ministerio Público Fiscal deberá
autorizar la medida. También en este caso el motivo de la excepción radica en una
situación de necesidad y urgencia para preservar a la víctima del delito que se
encuentra en una especial situación de indefensión. Además, en razón de tener el
fiscal a su cargo la dirección de la investigación según el nuevo art. 88, por razones
de practicidad y agilidad en la implementación de medidas que no admiten dilación,
debe ser aquél el que autorice el allanamiento. Entendemos que igualmente debería
darse posterior intervención al órgano jurisdiccional para que analice las
circunstancias en que fue ejecutada la medida y ratifique o no el procedimiento. Parte
de la doctrina criticaba un supuesto similar en el anterior Código de procedimientos, al
entender que no resultaba razonable encontrar fundamentos de la excepción en la
"celeridad" que imponía la situación, en razón de la existencia de una norma similar al
actual art. 137, que preveía que la comunicación de la orden pudiera hacerse por
medios electrónicos, lo que reducía cualquier tipo de demora en su tramitación(55).
En el último párrafo del art. 135 se dispone que en el acta que instrumenta el
procedimiento se deberá dejar constancia de la existencia de alguna de las causales
de excepción descriptas anteriormente. Ello, con el propósito de acreditar que
aquellas circunstancias sucedieron de ese modo a través de dicho documento y las
correspondientes rúbricas de los funcionarios y testigos intervinientes. Ese
instrumento facilitará su ulterior revisión por las partes y el juez, a los efectos de
considerar válido o no el registro practicado en aquellas condiciones especiales.
12.6.4. Trámite de la autorización de registro
12.6.4. Trámite de la autorización de registro
En el nuevo art. 136 se detallan los requisitos que debe contener el pedido de
autorización del fiscal dirigido al órgano jurisdiccional para proceder al registro de un
lugar. El mencionado artículo señala que siempre que en el Código se requiera
autorización para realizar una medida de prueba, el fiscal deberá pedirla por escrito o
en forma oral. Esta norma coincide con lo previsto en los arts. 88 y 128, inc. a), que
disponen que el Ministerio Público Fiscal estará a cargo de la investigación de los
delitos y la recolección de los elementos de prueba. Ello, sin perjuicio de las
facultades de las otras partes del proceso en tal sentido. Sin embargo, entendemos
que esta medida siempre debe ejecutarse a través del Ministerio Público Fiscal que
es el encargado de recolectar las pruebas y dirigir la investigación y además le
corresponde la carga de la prueba de la imputación.
El pedido del fiscal deberá contener: a) la determinación concreta del lugar o los
lugares que deberán ser registrados; b) la finalidad del registro, mencionando los
objetos a secuestrar o las personas a detener; c) el nombre del representante del
Ministerio Público Fiscal responsable del control de la ejecución de la medida, los
motivos que fundan su necesidad y cuáles son las evidencias disponibles que, prima
facie, la justifican; d) en su caso, los motivos que fundamentan la necesidad de
efectuar la diligencia fuera del horario diurno; e) la firma del representante del
Ministerio Público Fiscal que requiere la autorización. El juez podrá convocar a
audiencia unilateral previo a tomar la decisión.
La audiencia oral con el fiscal permitirá al juez tomar un conocimiento más acabado
sobre los motivos que sustentan el pedido a través de la inmediación con la prueba y
el alegato. Se trata de una audiencia unilateral dado que la participación de otras
partes del proceso puede frustrar la ejecución de la medida al tener un conocimiento
previo de la finalidad y lugar donde se practicará la diligencia.
Luego de recibido el pedido por parte del Ministerio Público Fiscal, el art. 137
dispone que el juez examinará el cumplimiento de los requisitos formales y la
razonabilidad de los motivos que fundan el pedido y en caso de encontrar reunidos
los extremos para autorizar la medida, emitirá un auto fundado ordenando el
allanamiento del domicilio en cuestión, conforme a lo dispuesto en los arts. 132 y 133
del nuevo Código.
Después de concedida la autorización para el allanamiento a través del auto
fundado, el art. 137 describe que el juez emitirá la orden que será escrita y contendrá
la identificación de la investigación en el marco de la cual se libra, la indicación
detallada del lugar o lugares que habrán de ser registrados, la finalidad con la que se
practicará el registro, el día en que la medida deberá efectuarse y, si correspondiera,
la habilitación horaria prevista excepcionalmente en el art. 133 y la descripción de las
cosas a secuestrar o personas a detener, así como de la autoridad que la llevará a
cabo, que, como vimos en el art. 132, pueden ser el propio Ministerio Público Fiscal y
sus auxiliares judiciales o las fuerzas de seguridad. Entendemos que la omisión de
librar una orden escrita, tal como prescribe la norma, provoca inexorablemente la
nulidad de la medida por afectar directamente a la garantía sobre la inviolabilidad del
domicilio, salvo aquellos casos excepcionales en los que la misma ley procesal
autoriza a la policía a proceder sin orden escrita previa, o en los casos del último
párrafo del art. 137.
Continúa señalando el art.137 que en casos graves y urgentes, la comunicación de
la orden a quien se le encomiende el allanamiento podrá realizarse por medios
electrónicos o por cualquier otro medio idóneo, con constancia fehaciente sobre el
modo de comunicación utilizado y de la identificación del receptor. El destinatario de
la orden comunicará inmediatamente su recepción al juez emisor y corroborará que
los datos referidos en el segundo párrafo sean correctos. El artículo también dispone
que en estos casos graves y urgentes pueda utilizarse la firma digital para suscribir la
orden de allanamiento.
En casos similares, si la solicitud del fiscal fuese por vía telefónica para operar con
rapidez, el juez exigirá igualmente los requisitos previstos en el art. 136 y, si fueran
reunidos, autorizará la medida. Sin embargo, dentro de las veinticuatro horas deberá
dejar constancia por escrito de la orden emitida. Este último párrafo del art. 137
autoriza excepcionalmente, en casos de gravedad y urgencia, que el pedido y la
orden se tramiten enteramente en forma telefónica, es decir, verbalmente, pero dentro
del plazo previsto, el juez deberá dejar una constancia por escrito, para su
conocimiento posterior por las restantes partes del proceso, especialmente la defensa
del imputado que sufrió la injerencia en su domicilio, con el propósito de verificar la
validez de la medida. Entendemos que en ausencia de una orden escrita del juez,
donde se delimiten los alcances de la medida, la diligencia deberá ser efectuada por
el fiscal con el auxilio de las fuerzas de seguridad en caso de ser necesario.
12.6.5. Formalidades para la ejecución del allanamiento
Como se dijera anteriormente, la diligencia de allanamiento podrá ser ejecutada por
el Ministerio Público Fiscal, auxiliares de éste o las fuerzas de seguridad que sean
designadas al efecto, para prevenir cualquier acto de resistencia o desorden, o
disponer la eventual detención de los moradores del lugar (art. 90). También podrán
ser acompañados por miembros de los gabinetes técnicos que resulten necesarios de
acuerdo con la finalidad del procedimiento.
En su caso, el fiscal o funcionario a cargo de la ejecución de la diligencia será quien
dirija y controle el acto, y las partes podrán asistir al registro domiciliario —salvo que
exista posibilidad de frustración de la medida— y proponer medidas, formular
preguntas, hacer las observaciones que estimen pertinentes o pedir que se haga
constar en el acta cualquier irregularidad. Esta facultad de las partes debe
compatibilizarse con las restricciones y recaudos previstos en el art. 228.
El nuevo art. 138 dispone que la orden de allanamiento será comunicada
entregándose una copia de ella al que habite o posea el lugar donde deba efectuarse
el registro o, en ausencia de éste, a su encargado o, cuando también falte este último,
a cualquier persona mayor de edad que se encuentre en el lugar, preferentemente a
los familiares del primero.
El funcionario a cargo del procedimiento deberá identificarse e invitará al notificado
a presenciar el registro. Cuando no se encontrare a ninguna persona en el lugar, ello
se hará constar en el acta. Consideramos que el funcionario autorizado igualmente
podrá practicar el allanamiento en ausencia de los habitantes del lugar, pudiendo
convocar a un cerrajero u otro personal técnico especializado para procurar la
apertura de la puerta de ingreso y de aquellos otros recintos o sitios interiores de la
finca que pudieran estar cerrados con llave (ej., habitaciones, depósitos, sótanos,
roperos, alacenas, cofres, cajas fuertes, etc.). Con respecto a los cofres y cajas
fuertes, entendemos que su apertura sólo podrá realizarse en la medida en que se
encuentre previsto expresamente en la orden de allanamiento. Lo expuesto, con
motivo de la razonable expectativa de privacidad que tiene el dueño sobre su
contenido que se desprende de su propia naturaleza. Por ende, en caso de no
encontrarse especificadas esas facultades de registro en la orden escrita del juez y
tener la necesidad de su revisación, resulta recomendable para aventar futuros
planteos de nulidad que pudieran efectuar las partes, gestionar ante el magistrado de
garantías una ampliación de la orden de allanamiento para habilitar la apertura de los
cofres o cajas de seguridad que pudieran existir en el lugar.
Por otro lado, de no mediar urgencia para concretar la diligencia, y pudiéndose
obtener la presencia de los moradores de la vivienda en un plazo razonable para
franquear el acceso al inmueble sin necesidad de dañar las cerraduras y trabas de las
puertas, entendemos que resulta aconsejable suspender la ejecución de la medida,
asegurar mediante consigna policial y franja de clausura las vías de acceso a la
propiedad para que nadie pueda ingresar a retirar los efectos o documentación
probatoria, y continuar con la diligencia cuando acuda alguno de los habitantes y
facilite la entrada al lugar. Asimismo, consideramos que la presencia de alguno de los
moradores durante la realización del registro domiciliario, preserva las garantías en
favor de la parte imputada, permite el control de la actividad policial desarrollada en el
lugar y otorga mayor validez y credibilidad a sus resultados(56).
En caso de existir evidente riesgo para la seguridad de los testigos del
procedimiento que haga necesario el ingreso previo de la autoridad preventora, sólo
lo hará por el tiempo estrictamente necesario para neutralizar el peligro, dejando
constancia explicativa en el acta que instrumenta la diligencia. Consideramos que en
estos casos, previamente se debe efectuar una requisa a los preventores que
ingresarán primero, en presencia de los testigos de actuación, con el propósito de
aventar cualquier suspicacia que pueda surgir acerca de la posibilidad de "plantar"
evidencia de cargo en el lugar (armas, droga, efectos robados, etc.).
El art. 139 del nuevo ordenamiento procesal señala que el registro domiciliario se
efectuará procurando afectar lo menos posible el derecho a la intimidad de los
habitantes del lugar. La diligencia se circunscribirá al lugar específico donde se
sospecha que pudiera encontrarse el objeto de búsqueda y comprenderá
exclusivamente los elementos que estén relacionados con ese fin.
Si en estricto cumplimiento de la orden de allanamiento se encontraren objetos que
evidenciaren la comisión de un delito distinto al que motivó la orden, se pondrá en
conocimiento del juez o representante del Ministerio Público Fiscal interviniente quien,
en caso de estimarlo adecuado, ordenará su secuestro.
En el acta de allanamiento se dejará constancia explicativa sobre el lugar y la forma
en que fueron hallados todos los objetos secuestrados. Ello, en principio para
demostrar la tenencia en particular de las cosas buscadas respecto de algunos o
todos los habitantes de la vivienda allanada.
Terminado el registro, se dejará constancia en el acta su resultado, con expresión
de las circunstancias útiles para la investigación. Por ejemplo, si tuvo un resultado
positivo y se incautaron objetos, la identidad de todos los intervinientes en la
diligencia, las expresiones y manifestaciones que pudieran haber efectuado los
presentes durante la ejecución de la medida sobre algún aspecto en particular de
interés para el proceso, detallar en qué habitación fueron hallados los objetos, a qué
habitante del lugar corresponde esa habitación, si alguno de los individuos presentes
en el lugar reconoció la tenencia de los objetos secuestrados, etcétera.
Por último, el acta de procedimiento será firmada por todos los concurrentes, es
decir, funcionarios judiciales y policiales, testigos de actuación, moradores de la
vivienda, peritos, etc. Si alguno de los presentes se negare a ello, se harán constar
los motivos en el acta. Entendemos que la omisión o incumplimiento de alguno de los
requisitos formales analizados anteriormente importa una violación a la garantía
constitucional de la inviolabilidad del domicilio y, por ende, invalida el acto y provoca
la aplicación de la regla de exclusión probatoria. En consecuencia, tampoco podría
valorarse la detención del incuso o el secuestro de efectos o documentos resultantes
de aquella diligencia formalmente inválida, con su proyección a todos los demás
elementos probatorios que se hubiesen incorporado como consecuencia directa del
conocimiento de aquel primer hallazgo viciado.
12.6.6. Doctrina de "a simple vista" o plain view doctrine
Como se expresara en párrafos anteriores, relacionado con las formalidades y
ejecución de la diligencia de allanamiento, se encuentra expresamente recogida en el
art. 139 del nuevo Código de forma. Esta doctrina fue iniciada a través de
precedentes de la Corte Suprema de los EE.UU., tales como los casos "Harris v.
United States", 390 US 234 (1968) y "Coolidge v. New Hampshire", 430 US 443
(1971) y más recientemente, "Horton v. California", 496 US 128 (1990).
En los puntos precedentes se concluyó que la normativa legal exige que el registro
de lugares sea ordenado por un juez —salvo expresas excepciones— que deberá
dictar un auto fundado y librar una orden escrita de allanamiento, donde conste la
mención concreta de los lugares a registrar y la enunciación aproximada de los
objetos o elementos de prueba que serán eventualmente materia de secuestro, dado
que no resulta constitucionalmente admisible inspeccionar cualquier sitio o secuestrar
objetos y documentos que no estén relacionados con los motivos que dieron lugar a la
ejecución de la medida, lo que implicaría un serio desborde de las facultades
delegadas a la autoridad policial, violatorio de la privacidad inherente al domicilio
particular de las personas.
Concretamente, en el mencionado art. 139 se estipula que si durante la ejecución
de una orden de allanamiento los funcionarios a cargo de la ejecución se topan
inadvertidamente con objetos o elementos demostrativos de la comisión de un delito
distinto al que originó el registro domiciliario que se está desarrollando, se pondrá en
conocimiento de ello al juez o fiscal, quienes en caso de estimarlo adecuado,
ordenarán secuestrar dichos elementos.
En el Código anterior, se había receptado formalmente esta doctrina a través de la
reforma establecida por la ley 25.434, que la incluyó en el cuarto párrafo del art. 224,
CPPN.
Anteriormente, la jurisprudencia de los tribunales fue delineando su aplicación en
diversos casos que la receptaron abiertamente, tales como "Ramírez Sánchez"(57),
donde se halló casualmente un documento nacional de identidad en blanco mientras
se desarrollaba un registro en busca de estupefacientes. En el fallo se argumentó que
el secuestro era válido en los casos en que durante el procedimiento el funcionario
policial advierta por accidente o a franca o simple vista —mientras requisa en busca
de lo ordenado por el juez— evidencias que hagan presumir la comisión de otro
delito. También hizo notar que el documento en blanco fue encontrado en un lugar
donde razonablemente debían buscarse estupefacientes.
12.7. SECUESTRO DE OBJETOS
Es una medida de coerción real cuyo propósito es la obtención y conservación
durante el proceso de cosas relacionadas con el delito investigado o que resulten
prueba de éste. Concretamente, constituye una restricción a la libertad de disposición
patrimonial del imputado que limita el derecho de propiedad previsto en el art. 17 de la
Constitución Nacional(58).
El secuestro consiste en incautar, recoger, tomar objetos relacionados con un delito
determinado, debiendo proceder a su correcta enumeración y descripción y,
posteriormente, disponer su adecuada custodia y conservación para resguardar su
integridad con la intención de garantizar su presencia con finalidad probatoria en el
proceso criminal.
Si bien el secuestro puede ser ordenado como una medida única e independiente,
generalmente se lo dispone en forma conjunta a otras diligencias procesales ya que
para acceder a los objetos vinculados al delito, ordinariamente se hace necesario
ingresar a un domicilio o extraer las cosas del cuerpo o de las vestimentas del sujeto,
motivo por el cual, también debe emitirse la correspondiente orden de registro o de
requisa personal(59).
Los objetos susceptibles de ser secuestrados corresponden a un concepto más
amplio que el previsto en el Código Civil, dado que no solamente incluye a las cosas
materiales o corpóreas con valor económico, sino que también engloba a cuerpos
sólidos, líquidos o gaseosos y otros objetos aunque no tengan valor económico, como
residuos industriales tóxicos o el cadáver de una persona o documentación de
cualquier clase, como papeles escritos, libros contables, protocolos notariales,
informes, dibujos, fotografías, filmaciones, soportes magnéticos con información,
discos, filmaciones, planos, gráficos, grabaciones magnetofónicas, registros de télex,
pinturas, etc., es decir, objetos que materializan una actividad humana.
Lo esencial es que las cosas susceptibles de ser secuestradas tengan utilidad
probatoria para el trámite del proceso o sean aquellos objetos sujetos a decomiso.
Además debe tratarse de cosas muebles, porque los inmuebles o las cosas muebles
de grandes dimensiones (buques, aeronaves, etc.) que hagan imposible su
incautación por razones de practicidad, generalmente son sujetas al procedimiento de
clausura(60).
Las cosas susceptibles de secuestro en general son las relacionadas con el delito,
las sujetas a decomiso o las que puedan servir como medio de prueba.
a) Las cosas relacionadas con el delito: Son los instrumentos utilizados en la
ejecución del hecho punible (armas, herramientas, etc.), los que presentan rastros o
huellas del delito (trozos de vidrio, prendas con sangre, etc.) y los que se hubieran
obtenido mediante su comisión, ya sea en forma directa (objetos y dinero robado) o
por subrogación (el dinero obtenido por la venta de la cosa robada y viceversa).
También se incluyen las cosas cuya misma tenencia constituye un hecho ilícito, tales
como armas de guerra sin autorización legal o sustancias estupefacientes.
b) Las cosas sujetas a decomiso: Se encuentran enumeradas en el art. 23 del
Código Penal y engloban a los instrumentos del delito y los efectos provenientes del
mismo, de los que la sentencia de condena eventualmente ordenará su decomiso.
Ello significa que dictada la sentencia, el condenado perderá su derecho de dominio
sobre tales bienes y el tribunal deberá disponer de ellos, salvo que pertenezcan a un
tercero no responsable al que le serán devueltos.
c) Las cosas que pueden servir como medios de prueba: Son los objetos que por su
aptitud y significación resulten aptos para demostrar el hecho investigado. Puede
tratarse de cualquier cosa que tenga aquella aptitud acreditativa o corroborante del
hecho delictivo mismo o de circunstancias accesorias a este último que permitan en
forma indirecta la comprobación de algún elemento útil para el esclarecimiento de la
verdad(61).
La nueva normativa legal, en el art. 140, señala que toda persona que tenga en su
poder objetos o documentos que puedan servir como medio de prueba, estará
obligado a presentarlos y entregarlos cuando le sean requeridos, siendo de aplicación
las medidas de coacción permitidas para el testigo que rehúsa declarar, es decir, las
previstas en el art. 152, que dispone el uso de la fuerza pública y el arresto. Si los
objetos requeridos no son entregados se dispondrá su secuestro. Entendemos que es
el Ministerio Público Fiscal quien está facultado para ordenar la diligencia de
secuestro de objetos, dado que no se menciona en el articulado la necesidad de
intervención del órgano jurisdiccional. Recuérdese que por exigencia de los arts. 88 y
128, inc. a) es el Ministerio Público Fiscal quien está a cargo de la investigación y de
la recolección de los elementos de prueba y sólo deberá requerir orden judicial previa
en los casos expresamente estipulados en el Código. Como en el art. 140 no está
prevista la necesidad de solicitar la orden de secuestro al juez, se concluye que el
fiscal, por sí solo, podrá ordenar la medida. Sin perjuicio de esa regla general, en los
casos en que la incautación de los objetos implique la necesidad de realizar un
registro domiciliario o una requisa personal, indefectiblemente el fiscal tendrá que
requerir una previa orden del juez.
12.7.1. Orden de presentación
El art. 140 incluye en su redacción lo que se conoce como orden de presentación,
que es la facultad que tiene el Ministerio Público Fiscal de ordenar, cuando fuere
oportuno, la presentación de cosas u objetos a quien los tenga en su poder, para que
los acompañe o entregue a los funcionarios autorizados para su recepción, evitando
de esa manera la ejecución compulsiva de una orden de secuestro. Por ende, se trata
de una medida de coerción menos rigurosa y subsidiaria de la orden de secuestro y
permite obtener de una manera natural y menos traumática para las partes, aquellos
elementos probatorios necesarios para el desarrollo del proceso, por ejemplo, cuando
se necesite la cosa para su reconocimiento por el imputado o por un testigo.
Continúa diciendo el art. 140 que quedan exceptuadas de esta disposición las
personas que deban abstenerse de declarar como testigos, es decir, las previstas en
el art. 153, por ser familiares, tutores, curadores, pupilos y los que deban guardar
secreto profesional, tales como abogados, procuradores, médicos, farmacéuticos,
parteras, ministros de culto, etc. Ello no significa que se deban excluir como prueba
los objetos útiles que estén en poder de estas personas, sino que estas últimas se
encuentran eximidas de entregarlas voluntariamente cuando se las requiere al efecto.
En consecuencia, tratándose de cosas necesarias para la investigación, se deberá
proceder directamente a su secuestro, lo que generalmente implica la necesaria
intervención del juez para ordenar un registro domiciliario o una requisa personal(62).
12.7.2. Procedimiento para el secuestro
Ratificando lo expuesto precedentemente, el nuevo art. 141 establece que serán de
aplicación para el secuestro las normas previstas para la requisa y el registro.
Entendemos que ello se refiere a la existencia de los motivos para proceder al
secuestro de los objetos y restantes requisitos formales para hacer efectiva la
diligencia (auto fundado, orden escrita, detalle de objetos a secuestrar, acta de
procedimiento, presencia y firma de testigos y funcionarios autorizados, etc.), pero no
a la necesaria intervención del juez cuando no se debe practicar un registro o requisa.
Además, consideramos que si las fuerzas de seguridad por razones de necesidad y
urgencia se encuentran facultadas para proceder a realizar requisas y registros sin
orden del juez (arts. 131 y 135), en las mismas circunstancias podrán proceder a
efectuar la diligencia de secuestro sin autorización del Ministerio Público Fiscal, dado
que uno de sus deberes específicos es incautar los documentos y todo elemento
material que pueda servir para la investigación y custodiar los elementos
secuestrados, dejando debida constancia de las medidas adoptadas con el objeto de
preservar la cadena de custodia (art. 90, incs. d] y e]).
El nuevo art. 141 prosigue diciendo que los efectos secuestrados serán descriptos,
inventariados y puestos bajo custodia segura para evitar su modificación o sustitución.
Podrá disponerse la obtención de copias, reproducciones o imágenes de los objetos
cuando resulte más conveniente para la investigación. Entendemos que esto último
resulta de suma utilidad a fin de acreditar las características extrínsecas de los
objetos secuestrados y eventualmente exhibir las copias e imágenes al juez, las otras
partes o terceros sin tener la necesidad de sacar las cosas de su lugar de resguardo y
evitar el esfuerzo que significa su traslado a otro sitio donde se efectuará el acto de
exhibición.
A su vez, el art. 142 del nuevo código de rito, establece que no podrán ser objeto
de secuestro: a) las comunicaciones entre el imputado y las personas que deban
abstenerse como testigos; b) las notas que hayan tomado los nombrados
anteriormente sobre comunicaciones confiadas por el imputado, o sobre cualquier
circunstancia a la cual se extienda el derecho o el deber de abstenerse a declarar.
Entendemos que la finalidad de esta restricción estriba en la necesidad de resguardar
las garantías de la defensa en juicio, debido proceso legal y la prohibición de declarar
contra sí mismo, así como, la preservación de los lazos familiares. Consideramos que
tampoco deben ser objeto de secuestro, las cosas que no tengan relación con el
objeto de la investigación y los documentos que impliquen un secreto de Estado o un
secreto profesional.
12.7.3. Custodia y devolución de los efectos secuestrados
Por su parte, el nuevo art. 149 dispone que los efectos secuestrados serán
inventariados y puestos bajo segura custodia, a disposición del Ministerio Público
Fiscal. También se establece que se podrá ordenar la obtención de copias o
reproducciones de las cosas secuestradas si éstas pudieran desaparecer, alterarse o
fueran de difícil custodia. Entendemos que la expresa mención de la puesta de los
objetos a disposición del fiscal y no del juez, viene a confirmar lo dicho anteriormente
sobre la facultad de secuestrar dispuesta en cabeza de Ministerio Público Fiscal. De
allí que luego de concretarse el secuestro de las cosas e instrumentarse la diligencia
en el acta respectiva, la norma señala que los objetos serán inventariados, mediante
una descripción detallada para facilitar su identificación. Posteriormente, quedarán
bajo custodia del fiscal, ya sea en la sede de este último o en la seccional policial que
hubiera intervenido en la diligencia de secuestro, preferentemente en un lugar seguro
como una caja fuerte, recinto cerrado bajo llave, etcétera.
Eventualmente, en caso necesario, podrá ordenarse el depósito del dinero en una
cuenta bancaria oficial a nombre del Ministerio Público Fiscal y el depósito de los
efectos secuestrados conforme a las previsiones del art. 2186 del Código Civil y
también la entrega como depositario judicial a la misma persona que detentaba su
tenencia o a un tercero, bajo las obligaciones previstas en el Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación.
En determinados supuestos, el juez podrá ordenar como recaudo la extracción de
copias o vistas fotográficas de las cosas secuestradas, cuando estime que por su
naturaleza o características puedan desaparecer, alterarse, sean de difícil custodia o
resulte más beneficioso para la investigación(63).
Para el caso que se proceda al secuestro de automotores, se deberá verificar
previamente la numeración del motor y chasis del vehículo incautado y efectuar un
completo inventario de sus elementos y accesorios.
La jurisprudencia, en el caso "Lara"(64), sostuvo que la conservación y
aseguramiento de los efectos secuestrados es, fundamentalmente, para tenerlos a
disposición del tribunal cuando éste lo juzgue necesario.
Continúa diciendo el nuevo art. 149 que será obligación de las autoridades devolver
los objetos secuestrados que no estén sometidos a decomiso, restitución o embargo a
las personas legitimadas para poseerlos, inmediatamente después de realizadas las
diligencias para las cuales se obtuvieron. Esta devolución podrá ordenarse
provisionalmente, en calidad de depósito judicial y al poseedor se le podrá imponer la
obligación de exhibirlos.
Entendemos que por tratarse de una medida de coerción real que restringe el
derecho de propiedad, la duración temporal del secuestro debe ser limitada y
razonable. Dicha razonabilidad estará vinculada a la necesidad de conservar a
disposición de la justicia la cosa secuestrada en razón de su finalidad y utilidad
probatoria, o bien por tratarse de cosas sujetas a un eventual decomiso, embargo o
restitución.
En consecuencia, el secuestro puede terminar antes de la sentencia definitiva o con
posterioridad a ella. Durante el proceso cuando haya dejado de ser necesaria la
medida, por ejemplo, cuando hayan sido exhibidos para su reconocimiento en el
debate oral, porque se haya acreditado que se trata de objetos que no tienen
vinculación con el delito, o bien, porque se hayan extraído copias o reproducciones de
los mismos y no resulte necesario conservar los originales. Aquellas cosas que no
sean necesarias para el trámite del proceso y que tampoco estén sujetas a decomiso,
embargo o restitución, como dijimos, serán devueltas a la persona que las tenía en su
poder al momento de efectivizar el secuestro, ya sea en carácter de depósito, es
decir, en forma provisional y con la carga de exhibirlas cuando el fiscal o el tribunal lo
estime pertinente, o en forma definitiva, por ejemplo, si se ha demostrado que los
objetos no tienen vinculación con el hecho juzgado ni relevancia probatoria alguna.
Será el fiscal el que determine el carácter provisional o definitivo de la restitución de
las cosas secuestradas.
En el caso de las cosas que hubieran sido sustraídas, en principio deben ser
restituidas al damnificado, es decir, a quien alegue y acredite debidamente su
propiedad sobre los objetos incautados. Sin embargo, en algunas ocasiones la cosa
al momento de ser secuestrada puede haber estado en poder de otra persona que
según la ley civil reúna la condición de poseedor de buena fe. Entonces,
corresponderá que sea devuelta a este último en virtud de lo dispuesto en el art. 2768
del Código Civil. Por el contrario, si es poseedor de mala fe, o si teniendo buena fe no
reúne las condiciones del artículo precitado, la restitución de la cosa deberá hacerse a
su titular.
Entendemos que cuando se suscite una controversia respecto a quién corresponde
Entendemos que cuando se suscite una controversia respecto a quién corresponde
otorgarle la restitución de los objetos secuestrados, debido a que diferentes personas
la pretenden alegando su condición propietarios, poseedores, tenedores de buena fe,
etc., se impone dar intervención a la jurisdicción respectiva que por razones de
especialidad en la materia estará en mejores condiciones de dirimir la cuestión, es
decir, la justicia civil por tener competencia material para tales supuestos.
Por otro lado, luego de dictada la sentencia definitiva, se hace innecesario
mantener el secuestro de los objetos por haberse cumplido la finalidad probatoria que
motivó su incautación, salvo que además se encuentren sujetos a embargo,
restitución o decomiso, lo que será dispuesto expresamente en el resolutorio de
marras.
De no corresponder a estos últimos supuestos, las cosas serán devueltas a la
persona que las tenía en su poder al momento de practicarse el secuestro, y si las
cosas pertenecen al sujeto condenado, serán retenidas en garantía de las costas del
proceso o de la responsabilidad pecuniaria que se le hubiera impuesto.
Si se tratara de cosas que hubieran sido entregadas a una persona en carácter de
depositario judicial durante el trámite del proceso, se dispondrá su entrega definitiva y
se lo notificará fehacientemente de lo resuelto por el tribunal en tal sentido.
Por último, sostiene la doctrina que una vez finalizado el proceso en forma
definitiva, cuando nadie reclame o acredite tener derecho a la restitución de las cosas
secuestradas o que éstas no hubieran sido incautadas en poder de un sujeto
determinado, transcurrido un año de concluida la causa, se ordenará su decomiso. De
igual manera se procederá cuando alguna persona hubiera reclamado la entrega de
las cosas, pero no haya acreditado legalmente su derecho sobre ellas(65).
12.7.4. Cadena de custodia
El nuevo art. 150 dispone que con el fin de asegurar los elementos de prueba, se
establecerá una cadena de custodia que resguardará su identidad, estado y
conservación. Se identificará a todas las personas que hayan tomado contacto con
esos elementos, siendo responsables los funcionarios públicos y particulares
intervinientes.
La cadena de custodia es el procedimiento de control que se aplica a las pruebas
materiales relacionadas con el delito, desde su localización por parte de un
funcionario o auxiliares técnicos, hasta que ha sido valorada por los órganos
encargados de administrar justicia y deja de ser útil para el proceso, y que tiene como
finalidad resguardar la evidencia física para que no se vicie el manejo de los
elementos probatorios adquiridos, evitando alteraciones, daños, sustitución,
contaminación, destrucción o cualquier acción que varíe su significado original.
En resumen, la cadena de custodia implica la realización de las siguientes etapas:
a) Extracción adecuada de la prueba: el procedimiento e instrumentos por utilizar
deben ser idóneos, válidos y recomendables; b) Preservación: el medio en que es
colocado debe asegurar que sus propiedades no se alteren, ya sea por circunstancias
naturales o artificiales; c) Individualización: debe garantizarse que la prueba o rastro
esté individualizado y registrado debidamente, de manera que no se produzca su
combinación o confusión con otros del mismo u otro proceso. Si es factible marcarla
para su identificación, deberá hacerse constar la señal o marca que se puso; d)
Transporte apropiado: La calidad del transporte debe salvaguardar su integridad de
manera que no sufra daños o alteraciones, ya sea por el movimiento o cambios en el
medio ambiente; e) Entrega controlada: Debe hacerse constar quién la encontró,
quién la recolectó, dónde y en qué circunstancias. La posesión de la prueba debe
estar a cargo de personas autorizadas y con capacidad técnica para manipularla sin
causar su alteración o destrucción. La custodia debe garantizar al juzgador que la
evidencia física, que se le presenta en el juicio, es la misma que se recolectó en el
sitio del suceso, que no ha sido alterada, cambiada o destruida, o bien, que fue
analizada y se entregó su significado.
La cadena de custodia es un sistema de registro que permite resguardar la
incolumidad de los elementos de prueba recogidos en la escena del crimen o
producto de un secuestro de objetos. Tiende a asegurar la fuerza o cualidad
probatoria de la evidencia a la vez que refuerza la garantía del derecho de defensa en
juicio al preservar los objetos secuestrados de cualquier manipulación espuria que
pudiera alterarlos o deformarlos para que prueben una circunstancia distinta. En la
cadena de custodia se guarda un registro de los objetos secuestrados y de los
funcionarios y peritos por los que aquéllos circularon a los efectos de realizar las
tareas periciales o de resguardo respectivas. La cadena de custodia también implica
que se mantendrá la evidencia en un lugar seguro, protegida de los elementos y
agentes naturales y que no se permitirá el acceso a ella de personas que no estén
debidamente autorizadas por el órgano o funcionario que tenga su custodia.
Entendemos que la cadena de custodia tiene que instrumentarse a través de actas
que deben tener los requisitos previstos en el art. 104 del Código Procesal,
especialmente la rúbrica de dos testigos de actuación. Los órganos técnicos periciales
que actúan como auxiliares de la justicia, habitualmente tienen formularios donde se
incluyen expresamente las menciones más importantes que hemos visto
anteriormente y los lugares donde deberán suscribir el instrumento los funcionarios a
cargo del procedimiento y los testigos de actuación.
Por último el art. 150 estipula que serán responsables del respeto irrestricto de la
cadena de custodia, los funcionarios públicos y particulares intervinientes en su
conformación. Consideramos que las sanciones podrán ser administrativas para el
personal técnico oficial y, en caso de adulteración o destrucción de las pruebas, se
aplicarán las sanciones penales correspondientes.
12.7.5. Clausura de locales
El art. 147 del nuevo ordenamiento ritual establece que si para la averiguación de
un delito fuera indispensable la clausura de un local o la inmovilización de cosas
muebles que por su naturaleza o dimensiones no pudieran ser mantenidas en
depósito, se procederá a asegurarlas, previa orden judicial y según las reglas del
registro.
Es una medida de coerción real que implica una limitación a los derechos de
propiedad que se pudieran tener sobre el inmueble (propiedad, locación, habitación,
etc.). En razón de ello, la ley restringe el ámbito de aplicación de la medida a los
supuestos en que existieran vehementes indicios de que en su interior se ha cometido
un delito grave o se están desarrollando actividades ilegales. Se la concreta mediante
el cerramiento y la custodia del acceso a un local, para evitar el ingreso de personas
en el inmueble, previo desalojo del mismo.
Tratándose de un caso especial de secuestro y teniendo en cuenta como está
redactado el artículo, pareciera ser que es el Ministerio Público Fiscal el órgano
judicial autorizado para disponer la clausura. Este razonamiento se ve robustecido por
la facultad de control otorgada a las partes en el siguiente art. 148 donde se dispone
que aquéllas podrán objetar en audiencia ante el juez las medidas que adopten el
representante del Ministerio Público Fiscal, su auxiliares o los funcionarios policiales,
en ejercicio de las facultades reconocidas en este título.
Sin embargo, entendemos que por la magnitud intrínseca de la medida, respecto
del derecho de propiedad, la orden judicial a la que se refiere el artículo es la del juez
y las formalidades del acto son las previstas para la orden de registro. Si para
ingresar en un inmueble es necesaria la orden de registro de un juez, consideramos
que para entrar a un local, eventualmente desalojarlo y posteriormente mantenerlo
clausurado por un tiempo, con más razón debería entender el órgano jurisdiccional.
La clausura tiene una finalidad probatoria dirigida a evitar que sean alteradas las
huellas o rastros del hecho ilícito que obraran en el local o impedir la destrucción o
adulteración de los elementos de prueba allí existentes. Sirve para asegurar el éxito
de las medidas investigativas dirigidas al esclarecimiento del hecho, como ser
inspecciones, secuestros, etcétera.
También se podrá utilizar la clausura de locales, para evitar que en ellos se
continúe cometiendo el delito que diera origen al proceso en el cual se ordena, porque
es función de los órganos judiciales impedir que los delitos cometidos sean llevados a
consecuencias ulteriores.
Tanto la procedencia de la clausura como su plazo de duración, deberán responder
a un criterio de estricta necesidad procesal, es decir, la diligencia tiene que ser
indispensable para concretar el fin buscado. Ello impone una limitación a la vigencia
de la restricción por el tiempo necesario para llevar a cabo las medidas de
investigación(66).
12.8. INTERCEPTACIÓN DE CORRESPONDENCIA
Establece el nuevo art. 143 que siempre que resulte útil para la comprobación del
delito, el juez podrá ordenar, a petición de parte, la interceptación y secuestro de
correspondencia postal, telegráfica, electrónica o cualquier otra forma de
comunicación o de todo otro efecto remitido por el imputado o destinado a éste,
aunque sea bajo nombre supuesto. Se procederá de modo análogo al allanamiento,
es decir, deberán existir motivos suficientes, auto fundado u orden escrita dirigida a la
empresa postal o de comunicaciones correspondiente.
En el marco de una investigación criminal tendiente a la comprobación de una
hipótesis delictiva, el órgano jurisdiccional, a petición de parte, se encuentra
legalmente facultado para interceptar y secuestrar la correspondencia postal,
telegráfica, electrónica o de cualquier otro objeto o documento remitido por el sujeto
imputado o destinado a este último, aunque la carta o encomienda figure bajo un
nombre supuesto o ficticio. No existen dudas de que es el órgano jurisdiccional —juez
— quien se encuentra habilitado para ordenar este tipo de injerencia que vulnera una
garantía constitucional expresamente reconocida (art. 18, CN), tal como lo dispone la
norma expresamente. La finalidad de la medida es permitir conocer la relación que
tiene el contenido de las comunicaciones con la investigación del hecho y, en caso de
resultar útiles para el objeto del proceso, se proceda al secuestro o grabación de las
mismas(67).
Por su parte, existe consenso generalizado que la autoridad policial puede
secuestrar correspondencia pero no se encuentra habilitada para abrirla y examinar
su contenido. Es decir, podrán incautar los sobres cerrados pero deberán remitirlos
intactos al juez competente para que proceda a su apertura. Sin embargo, en casos
de suma urgencia, podrán recurrir a la autoridad judicial más próxima aunque no sea
competente en la materia, la que autorizará la apertura en caso de estimarlo
oportuno.
Concretamente, se entiende por intercepción de la correspondencia a la medida
procesal mediante la cual el juez competente, a pedido de parte, procede a la
captación de la correspondencia remitida a un imputado o enviada por este último, o a
quien se presume que está por cometer un delito, efectuada durante el transcurso de
la remisión hecha por las reparticiones públicas u oficinas privadas de recepción,
despacho y distribución de correspondencia(68).
Se trata de una medida de investigación que se vincula al instituto de la "libertad
probatoria" y constituye una injerencia que impacta fuertemente en la esfera de
privacidad del individuo a la que hiciéramos referencia anteriormente al desarrollar
otros medios de prueba (allanamiento, requisa, etc.). Además, la protección de la
correspondencia encuentra expresa tutela en el art. 18 de la Constitución Nacional
que dispone la inviolabilidad de la correspondencia epistolar y los papeles privados y
que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse sobre
ella(69). Como hemos reseñado en párrafos anteriores, esa ley a la que se refiere la
Carta Magna es, precisamente, la legislación procesal. A su vez, la protección de la
correspondencia, también se encuentra prevista a través del art. 75, inc. 22 de la
Constitución Nacional que ha incorporado los pactos internacionales de derechos
humanos que la recogen expresamente y al constituir un bien jurídicamente tutelado,
se la ha incluido en la legislación represiva de fondo, a través de los arts. 153, 154 y
155 del Código Penal.
Por ello, el concepto de correspondencia a los efectos procesales de su
interceptación es el mismo que tiene el término en los referidos artículos del Código
de fondo, o sea, comunicación enviada por correo, oficial o particular, por un remitente
a un destinatario. Sin embargo, en la norma procesal se agrega la frase "todo otro
efecto" que permite hacer una interpretación más amplia y abarcativa de otros
elementos, tales como encomienda, bulto, escrito, documento, paquete, pliego,
etcétera.
La remisión que hace el artículo a las previsiones del allanamiento determinan que
la interceptación y secuestro de la correspondencia deberá ordenarse mediante auto
fundado. Además, resulta claro que si el artículo dispone que la diligencia podrá
hacerse siempre que resulte útil para la investigación, los fundamentos tienen que
estar basados en motivos graves y suficientes —razones de necesidad y orden
público— que justifiquen la restricción de una garantía constitucional. Estos requisitos
son:
a) La obtención o verificación previa de datos serios y objetivos que provoquen una
sospecha fundada de que la correspondencia está siendo enviada al imputado o
remitida por éste a terceros y que la documentación o efectos que la integran pueden
resultar de utilidad para la investigación.
b) La resolución fundada en la que el juez incluyó tales extremos y las razones que
tuvo para inducir de dichas circunstancias objetivas la necesidad de restringir la
garantía constitucional(70).
Por ello, las consideraciones efectuadas anteriormente en oportunidad de
desarrollar los requisitos de motivación y fundamentación de las órdenes de
allanamiento de domicilio y requisa personal, resultan de entera aplicación para la
medida de interceptación y secuestro de correspondencia, razón por la cual en
homenaje a la brevedad nos remitimos a su lectura.
Asimismo, el artículo reformado también incluyó no sólo la intervención de las
comunicaciones sino también la intercepción del correo electrónico o email, toda vez
que las modernas técnicas de comunicación han venido a mejorar y reemplazar a los
tradicionales métodos de envío de correspondencia interpersonal y no parece
acertado negarles a aquéllos la protección constitucional que gozaban los antiguos
sistemas, máxime cuando las notas típicas de intimidad y privacidad permanecen
inmutables.
La norma no sólo autoriza la posibilidad de interceptación de la correspondencia
enviada o recibida por la parte imputada, sino también, el juez tiene la facultad de
ejecutar la medida igualmente cuando se tengan sospechas de que el sujeto está
actuando bajo un nombre supuesto. También el juez podrá ordenar la interceptación
de la correspondencia dirigida a otra persona distinta del imputado, cuando se estime
sobre la base de datos serios y objetivos obtenidos con anterioridad al dictado de la
medida, que esa persona en realidad actúa sustituyendo al imputado ya sea en los
lugares de envío o de destino de la correspondencia aludida.
Continúa diciendo el art. 143, que la intervención de comunicaciones tendrá
carácter excepcional y sólo podrá efectuarse por un plazo máximo de treinta días,
pudiendo ser renovada, expresando los motivos que justifican la extensión del plazo
conforme a la naturaleza y circunstancias del hecho investigado. Es decir, tratándose
de una medida de prueba que vulnera expresamente una garantía constitucional
vigente, entendemos, tal como establece el artículo, que debe aplicarse de manera
restrictiva y excepcional y no podrá durar más de un mes, salvo que la complejidad de
la investigación así lo determine, debiendo la parte requerir fundadamente al juez la
prórroga necesaria para continuar con la diligencia una vez superado el plazo máximo
fijado por la norma.
A su vez, estipula el artículo de mención, que la solicitud deberá indicar el plazo de
duración que estime necesario según las circunstancias del caso, y el juez controlará
la legalidad y razonabilidad del requerimiento y resolverá fundadamente. Como se dijo
anteriormente, el Ministerio Público Fiscal, a cargo de la investigación y de la
recolección de pruebas (arts. 88 y 128, inc. a]) solicitará al juez la medida en forma
escrita u oral expresando los motivos y fundamentos de la intervención, las pruebas
sobre las que se asienta, los datos necesarios para su ejecución (nombres,
domicilios, cuentas de correo electrónico, números telefónicos, etc.) conforme al art.
136 del Código. A estos datos generales de la petición, el art. 143 incluye de manera
relevante la estimación de un plazo prudencial de duración de la diligencia.
Concretado el pedido del fiscal, el juez analizará los hechos y el cumplimiento de los
requisitos formales antes mencionados y en caso de considerar razonable y legítima
la injerencia pedida por la parte, dictará un auto fundado ordenando la diligencia o
rechazará el pedido por estimarlo impertinente, prematuro o desproporcionado con
relación al objeto procesal investigado.
Sostiene el art. 143 que rige para los funcionarios encargados de efectuar la
intervención el deber de confidencialidad y secreto respecto de la información
obtenida por estos medios, excepto respecto de la autoridad que la haya requerido.
También dice que quienes incumplan este deber incurrirán en responsabilidad penal.
Es decir, en caso de que los funcionarios encargados de ejecutar la medida, revelen
los datos recabados a terceros ajenos a la autoridad que pidió la diligencia, serán
pasibles de incurrir en el delito de violación de secretos (arts. 153 y ss., Cód. Penal).
También dispone el artículo que las empresas que brinden el servicio de
comunicación deberán posibilitar el cumplimiento inmediato de la diligencia, bajo
apercibimiento de incurrir en responsabilidad penal. Entendemos que se trata de una
carga pública que tienen las empresas que están autorizadas para brindar el servicio
de comunicación, público y privado y en caso de incumplimiento, podrán ser
imputadas por el delito de desobediencia (art. 239, Cód. Penal).
Por último, el referido art. 143 establece que si los elementos de convicción tenidos
en consideración para ordenar la medida desaparecieren, hubiere trascurrido su plazo
de duración o ésta hubiere alcanzado su objeto, la injerencia deberá ser interrumpida
inmediatamente. Entendemos que debe ser el Ministerio Público Fiscal a cargo de la
investigación quien valore dichas circunstancias y, en consecuencia, disponga en
forma urgente el cese de la medida.
12.8.1. Apertura y examen de los efectos secuestrados
El nuevo art. 145 establece que recibida la correspondencia o efectos
interceptados, el representante del Ministerio Público Fiscal procederá a su apertura.
Examinará los objetos y leerá el contenido de la correspondencia. Entendemos que
se refiere exclusivamente a la correspondencia o efectos que fueran incautados en
una medida de interceptación en los términos del art. 143. Como hemos dicho en
párrafos anteriores, el fiscal tiene a su cargo la investigación y la tarea de recolectar
las pruebas necesarias para fundar su acusación y destruir el estado de inocencia del
imputado. En consecuencia, será él quien disponga el análisis de las pruebas
recabadas a fin de determinar si tienen interés para la investigación.
También señala el artículo que el representante del Ministerio Público Fiscal en
audiencia unilateral explicará los fundamentos por los cuales solicita mantener el
secuestro de los objetos que tuvieran relación con el proceso. Del resto de los
efectos, el juez mantendrá la reserva del contenido y dispondrá la entrega al
destinatario o a sus representantes o parientes próximos, bajo constancia. Es decir, la
norma impone que el fiscal deba fundar ante el juez de Garantías, en audiencia oral,
los motivos por los cuales decide conservar y mantener reservados la
correspondencia y efectos que considere de interés para la investigación. La
audiencia es unilateral para evitar que la parte imputada pueda eventualmente tener
conocimiento de la medida de interceptación dictada en su contra. No obstante
consideramos, que una vez operado el cese de la misma, se deberá poner en
conocimiento de todas las partes los elementos de prueba así obtenidos y reservados
(art. 225).
Por último, el artículo dispone que regirán las limitaciones del secuestro de cosas y
de preservación de la cadena de custodia. Es decir, no se podrán incautar la
correspondencia y objetos relacionados con las comunicaciones entre el imputado y
las personas que deban abstenerse de declarar como testigos, y las notas que hayan
tomado los nombrados anteriormente sobre comunicaciones confiadas por el
imputado, o sobre cualquier circunstancia a la cual se extienda el derecho o el deber
de abstenerse a declarar. En función de ello, nos remitimos a los puntos respectivos
donde se analizaron los arts. 142 y 150.
12.8.2. Intervención de comunicaciones
Se entiende por intervención de las comunicaciones la medida de coerción procesal
dictada por el órgano jurisdiccional a pedido de parte, que importa interferir las
llamadas telefónicas o cualquier otro tipo de comunicación que por medios técnicos
realice el sujeto imputado o que estén dirigidas a este último, con la finalidad
probatoria de interiorizarse de los temas que pudieran surgir del diálogo interceptado
o de impedir la comunicación en resguardo de la eficacia de la investigación. Dicha
medida se encuentra prevista en el nuevo art. 143, junto con la interceptación de
correspondencia, por lo que requiere los mismos recaudos formales y materiales a los
que nos hemos referidos en el punto anterior.
En consecuencia, la autoridad facultada para ordenar la intervención de las
comunicaciones es el juez de Garantías a pedido de parte, generalmente el Ministerio
Público Fiscal.
Por el contrario, la autoridad policial nunca podrá por sí practicar una intervención
telefónica, sino que durante la prevención, si lo considerase necesario, podrá plantear
la medida al fiscal que la requerirá formalmente al juez de la causa, comunicándole
todos los antecedentes del caso que fundamenten el pedido y, una vez analizada la
situación, será el órgano jurisdiccional quien decida o no ordenar la medida.
Por eso en "P., J."(71)se dijo que cabe declarar la nulidad de la intervención de la
línea telefónica ordenada por el secretario del juzgado y la de todos los actos que de
ella dependan, en caso de inexistencia de orden fundada del juez que así lo disponga.
La finalidad de la medida, como dijimos, es la de recolectar elementos o datos
probatorios vinculados al objeto de la investigación, es decir, al hecho pesquisado o
respecto de algún delito que se estuviera por cometer, con el propósito de frustrar su
ejecución y detener a sus autores, partícipes o instigadores.
Los datos o información de interés para la investigación, estarán constituidos por
mensajes, ideas, pensamientos, propuestas, etc., trasmitidos a través de ese medio
tecnológico, ya sea mediante la palabra, sigla, signos, pulsos, sonidos, etc., entre las
personas que mantienen el diálogo.
Otro objetivo de la medida podrá estar dirigido a impedir la comunicación para
resguardar la eficacia de la investigación, evitando que el sujeto imputado y
legalmente incomunicado, pueda vulnerar la restricción dispuesta, a través de la
utilización de la vía telefónica u otro medio de comunicación similar. Asimismo,
también podrá impedirse la comunicación del imputado que se encuentre en libertad y
no incomunicado, cuando se tenga la sospecha de entorpecimiento procesal a través
de esa vía.
En la práctica, la intervención telefónica se ejecuta mediante la captación de la
comunicación a través de medios técnicos especiales y luego se procede a
desgrabarla y transcribir su contenido en un acta, que será remitida junto con la
grabación al Ministerio Público Fiscal que solicitó la medida. A su vez, la referida acta
y los soportes donde se efectuó la grabación, serán firmados y certificados por la
autoridad que llevó a cabo la medida, conforme a lo dispuesto en los arts. 104 y 139
del código de rito, bajo sanción de nulidad del acta referida.
A través de los referidos medios técnicos, también se podrá impedir el envío o
recepción de comunicaciones de la persona imputada y se podrán requerir informes a
las empresas prestatarias del servicio o a la Comisión Nacional de Comunicaciones,
sobre los registros de llamadas entrantes o salientes a las líneas telefónicas del
imputado, con el propósito de conocer datos sobre las personas vinculadas a éste, las
fechas y horas de los llamados efectuados y cualquier otro elemento de interés para
la investigación.
Con respecto a esto último, en la res. 2013/2004(72)se estableció que no afectaban
el derecho a la intimidad por no advertirse una injerencia o intromisión arbitraria o
abusiva en su vida privada, los datos obtenidos a partir de examinar los registros de
llamadas efectuadas o recibidas por funcionarios o empleados judiciales sospechados
de actos de corrupción, en el marco de un sumario administrativo.
Con relación a la duración de la intervención, ya fue tratada en el punto anterior
donde se analizó el nuevo art. 143, por lo que nos remitimos a lo allí expresado para
evitar repeticiones innecesarias.
Si bien la inviolabilidad de las comunicaciones telefónicas o por otros medios no se
encuentra expresamente prevista en el art. 18 de la Constitución Nacional, en razón
de que a la época de su sanción no existían esos medios técnicos de comunicación,
no puede dudarse que igualmente se encuentra tutelada por la genérica garantía del
derecho a la intimidad que emana de dicha norma. Por ello, debe entenderse incluida
dentro de esa garantía a las comunicaciones telefónicas, radiales, por teletipo, fax,
telefonía celular y cualquier otro medio tecnológico que posibiliten la comunicación
entre dos personas bajo un reducido marco de difusión, de modo tal que los diálogos
o mensajes entre los interlocutores sean sólo conocidos por éstos y que no se vean
expuestos a la escucha premeditada o involuntaria de un número indeterminado de
personas.
Esta última cualidad es la que convierte a esos medios de transmisión en métodos
en los que la persona puede confiar en la reserva de la comunicación, cuyo contenido
quedará encerrado dentro de la intimidad de las personas que se han contactado,
gozando de una "razonable expectativa de privacidad".
Asimismo, resulta claro que la Ley Fundamental a través de su art. 75, inc. 22,
garantiza la inviolabilidad de las comunicaciones a partir de la incorporación de los
Pactos Internacionales de Derechos Humanos que incluyen diversas menciones
sobre el particular(73).
Por otro lado, como ya se ha referido al comentar los restantes medios de prueba
previstos en el código de rito, aquellos derechos de rango constitucional no resultan
absolutos sino que deben compatibilizarse con las normas que se dictan para
garantizar la convivencia social y, además, están sujetos a las leyes que reglamentan
su ejercicio, las que no podrán alterar el contenido esencial de aquéllos. De igual
modo, cualquier injerencia sobre este derecho debe encontrase justificada por
razones previas que indiquen la necesidad, idoneidad y proporcionalidad de la medida
—arts. 13 y 16—.
Así, en "Tellos"(74)se afirmó que las comunicaciones telefónicas y todo lo que los
individuos transmiten por ellas integran la esfera de la intimidad personal y se
encuentran alcanzadas por la protección el art. 19 de la Carta Magna, por lo que los
jueces deben ser sumamente cuidadosos al disponer la intercepción de llamadas
telefónicas de los particulares. También se dijo que queda entonces librado a su
prudencia y equilibrio determinar la procedencia de la medida.
Como dijimos anteriormente, al igual que la mayoría de las medidas procesales que
implican una injerencia dentro de la esfera de privacidad del individuo, la diligencia en
estudio, a través de su remisión al art. 132, impone que la intervención telefónica
debe ordenarse mediante auto fundado, cuya omisión conduce a la nulidad de la
medida. A su vez, del mismo modo que en el caso de la intercepción de la
correspondencia, si bien la norma no hace referencia a la necesidad de motivos
suficientes, resulta claro que el referido auto fundado deberá serlo en ese tipo de
circunstancias objetivas que hubieran sido comprobadas con anterioridad al dictado
de la medida.
Por eso en "Martínez"(75)se dijo que la motivación exigida por los artículos
precedentes para disponer las intervenciones telefónicas importa una garantía en
favor de los imputados, así como, para el propio Estado, en cuanto asegura la recta
administración de justicia, dado que fundamentar las resoluciones implica asentar por
escrito las razones que justifican el juicio lógico que ellas contienen.
En "Quaranta"(76)se afirmó que la necesidad de control jurisdiccional de la
actividad prevencional, aportando garantías de imparcialidad y objetividad al momento
de decidir la medida, garantiza a los ciudadanos la exclusión de decisiones irregulares
o arbitrarias, documentando que ellas constituyen una derivación razonada del
derecho vigente y no de la voluntad individual del juez.
Por el contrario, en "Urquía"(78)y "Torres"(79)se dijo que exigir en todos los casos
que el propio decreto explicite acabadamente sus fundamentos deviene en un
rigorismo formal excesivo si las demás constancias hasta entonces arrimadas
constituyen por sí solas razón suficiente del dictado de la medida.
Según el texto del art. 143, sólo se permite la intervención de las comunicaciones
telefónicas de la persona imputada, es decir, de aquel individuo que figure como uno
de los interlocutores. De ello se deduce que no está permitida la injerencia estudiada
cuando el diálogo o mensajes sean entre dos o más personas que no se encuentren
formalmente imputadas en el proceso, tal el caso de comunicaciones entre testigos o
de éstos con terceros no vinculados a la investigación.
Asimismo, del texto del artículo también surge que únicamente podrán solicitarse
los registros de las llamadas del imputado o de las personas que se comunicaren con
él, mas no la intervención de las comunicaciones telefónicas de estos últimos.
Sin embargo, se ha criticado la limitación impuesta por la norma, dado que en
algunas ocasiones cuando se tuvieran noticias fehacientes de que se está
organizando la perpetración de un hecho delictivo, en esa etapa preparatoria en la
que todavía no se puede dirigir una imputación concreta en contra de persona alguna,
parecería desatinado impedir a la autoridad policial que en su actividad de prevención
no pueda requerir al juez, por intermedio del fiscal, la ejecución de la medida en
contra de los meros sospechosos o personas ajenas al hecho, pero que tengan
conocimiento y datos del mismo, con el propósito de evitar su consumación y detener
a los responsables.
Por otro lado, para contrarrestar esta posición restrictiva, se ha considerado que
debe entenderse con amplitud el alcance del término "imputado" incluyendo dentro de
este concepto a toda persona que de cualquier forma surja como indicada de ser
partícipe de un delito(80).
Por aplicación extensiva de lo dispuesto en los arts. 142 y 145, consideramos que
no podrá ser utilizado como prueba en contra del imputado el contenido de las
comunicaciones que éste hubiere mantenido con las personas que deban abstenerse
de declarar como testigos. De igual manera, las notas que hayan tomado los
nombrados anteriormente sobre comunicaciones confiadas por el imputado, o sobre
cualquier circunstancia a la cual se extienda el derecho o el deber de abstenerse a
declarar.
Entendemos que también están excluidas las comunicaciones que el imputado
hubiera sostenido con personas que por su estado, oficio o profesión deban guardar
secreto profesional, tales como los ministros de un culto admitido; los abogados,
procuradores y escribanos; médicos, farmacéuticos, parteras y demás auxiliares del
arte de curar; los militares y funcionarios públicos sobre secretos de Estado. En
consecuencia, no puede ser presentado como prueba en contra del imputado, el
contenido de las comunicaciones que éste hubiera mantenido con cualquiera de las
personas mencionadas anteriormente, bajo pena de nulidad.
Por último, resulta inconstitucional, por afectar el derecho a la intimidad y a la
defensa en juicio, intervenir las comunicaciones entre el imputado y su letrado
defensor. En ese sentido, el art. 18 de la Constitución Nacional, garantiza la
inviolabilidad de la defensa en juicio y, por ende, su normal ejercicio y la intimidad que
debe existir en las comunicaciones entre el imputado y su abogado. En apoyo de esto
último, a través del art. 75, inc. 22 de la Carta Magna, se ha incorporado la
Convención Americana de Derechos Humanos que en su art. 8.2, letra d) estipula el
derecho de todo inculpado a ser "...asistido por un defensor de su elección y de
comunicarse libre y privadamente con su defensor". Otra cuestión, que impide la
intervención de las comunicaciones entre el imputado y su abogado, está fundada en
la razón jurídicanormativa de la inviolabilidad del secreto profesional(81).
12.8.3. Procedimiento para el registro y conservación
El art. 146 del nuevo ordenamiento dice que las intervenciones comprendidas en
los artículos anteriores de este título serán registradas mediante su grabación
magnetofónica u otros medios técnicos similares que aseguren la fidelidad del
registro. La grabación será entregada o conservada por el representante del
Ministerio Público Fiscal, quien dispondrá las medidas de seguridad correspondientes,
aplicándose los recaudos previstos para el secuestro y la cadena de custodia. El
representante del Ministerio Público Fiscal deberá guardar secreto de su contenido y
asegurará que no sea conocido por terceros. Consideramos que la registración de las
intervenciones no sólo tiene una finalidad de resguardo de los datos que pudieran
surgir, sino que también debe garantizarse la fidelidad de la grabación para la
eventual realización de peritajes de voz en caso de no ser reconocida la participación
en ellas de alguna de las partes involucradas en la investigación.
Con relación a los recaudos previstos para el secuestro y la cadena de custodia nos
remitimos a lo analizado respecto de los arts. 141 y 150 del Código Procesal.
El secreto del contenido de las grabaciones rige para los terceros ajenos al proceso
y para las partes durante la primera etapa de la pesquisa y hasta la audiencia de
formalización de la investigación. Al tratarse de una injerencia en la esfera de
privacidad de las personas, se infiere lógicamente que la información recolectada no
puede ser divulgada a terceros. En caso de violar la disposición legal mencionada, los
funcionarios que lo hagan serán pasibles de las penalidades previstas para el delito
de violación de secretos.
Continúa diciendo el art. 146, que al finalizar el procedimiento por sentencia o auto
de sobreseimiento, los registros de sonido de las comunicaciones y las
transcripciones que se hubieren realizado serán puestos a resguardo del acceso
público. No podrá accederse a éste a ningún fin, sino por orden judicial, y por razones
justificadas. Entendemos, tal como dispone la norma, que aún después de dictada la
sentencia o el sobreseimiento, los registros de las escuchas telefónicas deben
permanecer a resguardo del conocimiento de terceros, toda vez que éstos, amén de
los datos que sirvieran de prueba en el proceso, pueden contener información
personal de carácter íntimo y privado no sólo respecto de las partes imputadas sino
también de aquellos interlocutores telefónicos que ocasionalmente fueron grabados.
Sin perjuicio de ello, consideramos que la reserva de dicho material se debe mantener
solamente por un período de tiempo razonable y después proceder a su destrucción
definitiva. Ese período podría ser el de la prescripción de la acción penal o de la pena,
dado que durante su transcurso, eventualmente serían necesarios los registros para
reabrir el proceso respecto de algún prófugo o rebelde o para sustentar algún recurso
de revisión de la sentencia firme.
12.9. INCAUTACIÓN DE DATOS
El art. 144 del Código recientemente sancionado dispone que el juez podrá ordenar
a requerimiento de parte y por un auto fundado, el registro de un sistema informático
o de una parte de éste, o de un medio de almacenamiento de datos informáticos o
electrónicos, con el objeto de secuestrar los componentes del sistema, obtener copia
o preservar datos o elementos de interés para la investigación, bajo las condiciones
establecidas en el art. 129. Esto último, significa concretamente que para la referida
diligencia rigen los mismos requisitos y formalidades que para el allanamiento y la
requisa personal, es decir, la existencia de motivos suficientes, requerimiento de
partes, auto fundado, detalle de la información o datos buscados, orden previa del
juez, acta de procedimiento, participación de testigos y funcionarios, etcétera.
Con el avance y difusión de los sistemas informáticos para almacenamiento de
datos e intercomunicación entre particulares, a partir de Internet y las redes sociales,
se ha ido ampliando el catálogo de delitos que directamente tienen su origen en la
mala utilización de estas herramientas indispensables para la vida moderna (delitos
informáticos, exhibiciones obscenas, prostitución infantil, grooming, etc.). Lo expuesto
da la pauta sobre la necesidad que durante el desarrollo del proceso se pueda
proceder al registro de dichos sistemas con el propósito de extraer datos e
información que pueden servir de prueba para demostrar la comisión de un delito o
identificar a sus autores y partícipes. A ello se aduna lo previsto en el art. 127 sobre la
libertad de los medios probatorios.
La necesidad de la intervención del juez, y el cumplimiento de los recaudos legales
previstos para el allanamiento de morada, se corresponden con el respeto a la
garantía sobre la inviolabilidad del domicilio y de los papeles privados contemplada en
el art. 18 de la Constitución Nacional. Fíjese que en la actualidad los papeles privados
a que hace referencia la norma constitucional redactada en épocas en que no existían
las computadoras, han venido a ser sustituidos por los datos e información de índole
privada que las personas conservan en los ordenadores.
En consecuencia, iniciada la investigación y siendo necesaria la incautación de los
datos que pudieran existir en un sistema informático, el órgano jurisdiccional a
requerimiento de parte, se encuentra facultado para disponer el registro y extracción
de los datos existentes que tengan interés para el objeto del proceso y que no se
encuentre prohibido su secuestro en los términos del art. 142 del Código.
En la práctica la diligencia generalmente se concreta con el secuestro de la
computadora —CPU— u ordenador o del disco rígido, donde se buscarán y extraerán
posteriormente los datos que tengan interés para la investigación a través de peritos
en informática. Es de especial relevancia franjar los dispositivos de entrada y salida
de información al CPU y disponer una efectiva cadena de custodia sobre él. Ello, para
aventar cualquier cuestionamiento posterior de las partes sobre la legitimidad e
integridad de la información obrante en el ordenador incautado. También se pueden
extraer los datos de la computadora sin tener que retirar el aparato, haciendo una
transferencia a un disco rígido portátil de toda la información que existe en ella (back
up).
Continúa diciendo el art. 144 que el examen de los objetos, documentos o el
resultado de la interceptación de comunicaciones, se hará bajo la responsabilidad de
la parte que lo solicitó.
Una vez secuestrados los componentes del sistema, u obtenida la copia de los
datos, se aplicarán las reglas de apertura y examen de correspondencia. Es decir, lo
previsto en el art. 145 antes analizado.
El artículo también señala que se dispondrá la devolución de los componentes que
no tuvieran relación con el proceso y se procederá a la destrucción de las copias de
los datos. El interesado podrá recurrir al juez para obtener la devolución de los
componentes o la destrucción de los datos.
La norma es clara al disponer la devolución de los componentes del sistema cuya
información y datos no tuvieran interés para la investigación y, en caso de haberse
obtenido copia de esos datos, se ordenará su destrucción. Recuérdese que se trata
de datos e información de carácter privado y rige como regla la garantía del art. 18 de
la Carta Magna. Por ende, el interesado, es decir, el dueño de la información, se
encuentra facultado por el art. 144 para presentarse ante el juez que ordenó la
injerencia y obtener la devolución de los componentes o la destrucción de las copias
de los datos, siempre y cuando no tengan interés para la investigación.
12.10. TESTIMONIOS
12.10.1. Concepto de testigo
El testigo es la persona física citada o comparecida espontáneamente al proceso
con el fin de transmitir con sus manifestaciones el conocimiento que tenga sobre un
hecho concreto, pasado y extraño al proceso, que ha percibido sensorialmente en
forma directa y que resulta de interés probatorio en la causa(82). Es el órgano de la
prueba testimonial.
En palabras de Roxin, testigo es quien, sin estar excluido de esa posición por un
papel procesal de otro tipo, debe dar a conocer sus percepciones sobre los hechos
papel procesal de otro tipo, debe dar a conocer sus percepciones sobre los hechos
ante el juez por medio de una declaración(83).
En la opinión de Gómez Lara(84), la prueba de testigos, también llamada prueba
testimonial, consiste en declaraciones de terceros a los que le constan los hechos
sobre lo que se examina. Que esta declaración de terceros ajenos a la relación
sustancial del proceso se les hace a través de preguntas contenidas en
interrogatorios que formula la parte que ofrece el testigo. Este último debe ser
conocedor directo de las cuestiones sobre las que se le interroga y además, debe
tener la característica de imparcialidad, es decir, de no tener un interés particular en el
negocio y no estar en una posición de relación íntima o de enemistad, con alguna de
las partes en el juicio.
Por su parte, Prieto Castro(85)establece que la prueba testifical es la suministrada
por personas que han presenciado o han oído los hechos sobre los cuales se les
interroga.
Conforme a Palacio(86), dicha prueba posee las siguientes características:
En primer lugar, sólo pueden ser testigos las personas físicas porque las personas
jurídicas o colectivas, en tanto carecen de aptitud material para percibir y deducir
hechos, no pueden ser llamadas a declarar en aquella calidad, sin perjuicio de que lo
sea su representante legal en virtud de estimarse que conoce los hechos
precisamente dados que revisten tal carácter. Sin embargo, las personas ideales
pueden ser sujetas a prueba informativa.
En segundo término, si bien no pueden asumir el rol de testigos por
incompatibilidad funcional o derivada de su posición procesal, el juez instructor, los
magistrados que integran los tribunales colegiados, los funcionarios del Ministerio
Público Fiscal, el querellante privado y el imputado, así como sus respectivos
auxiliares, la finalidad del proceso penal no es obstáculo a la declaración testimonial
del querellante particular, el actor civil y el tercero civilmente demandado, en tanto
sujetos eventuales y no necesarios de aquél.
Queda excluido, a su vez, el coprocesado en función de la garantía constitucional
de que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo (art. 18, CN y art. 8°,
punto 2, apart. g]; punto 3, CADH, y 14.3, apart. g], PIDCP).
Tercero, la prueba analizada puede versar no sólo sobre los hechos conocidos por
el testigo mediante su percepción sensorial, sino también sobre los hechos que aquél
dedujo de sus percepciones.
El testigo debe adquirir su conocimiento por haberlo obtenido por percepción
directa y personal. Ello implica que se debe excluir así al testigo "de oídas", es decir, a
aquel que adquiere información por lo que le ha dicho otra persona, el cual considero
posee escaso valor probatorio debido a lo indirecto de la percepción. Por dicho
motivo, Flamarino sostiene que el testigo de segundo grado no es propiamente una
prueba, sino que es prueba de la prueba de los hechos(87).
Dicho en otras palabras, carece de valor probatorio esa clase de testimonios por
cuanto no es susceptible de transmitir una percepción personal y directa del
deponente sino de quien se lo manifestó.
Sin embargo, la Cámara Nacional de Casación Penal, ha entendido que "...no se
advierte la existencia de norma legal alguna que restrinja la declaración de personas
que depongan sobre sucesos que conocieran a través de referencias de terceras
personas..."(88).
12.10.2. Declaración del coimputado
En lo que respecta al valor probatorio de la declaración del coimputado, entiendo
como la mayoría de la doctrina que las declaraciones de éstos o coacusados no son
prueba, o que, en todo caso, no pueden ser consideradas al mismo nivel que la
prueba testifical(89).
En este sentido, señala Muñoz Conde que "el coacusado, a diferencia de lo que
sucede con el testigo —precisamente porque no tiene ninguna obligación de declarar
— no puede ser acusado tampoco de falso testimonio, por más que se compruebe
luego que sus declaraciones son falsas, así que diga lo que diga, lo hace en la más
absoluta impunidad"(90).
Por su parte, la sala A de la Cámara Nacional en lo Penal Económico, ha señalado,
que lo declarado por un coimputado tiene valor indiciario siempre y cuando esa
declaración no tenga significado autoexculpatorio de quien lo formula(91).
En definitiva, consideramos la incompatibilidad del coimputado para declarar sobre
su consorte de causa, y ello se debe a la presunción clara de parcialidad o
mendacidad de los dichos del coacusado. Por dicho motivo, su invalidez como
elemento probatorio, pues en principio, se trata de manifestaciones naturalmente
sospechosas en razón del "interés" mismo que tiene el imputado en expresarse
siempre a su favor aunque para ello deba recurrir a la falsedad procurando de ese
modo ensayar su defensa. Ese "interés" deviene de su propia calidad de acusado(92).
12.10.3. Protección a testigos
La ley 25.764 crea el Programa Nacional de Protección a Testigos e Imputados,
destinado a la ejecución de las medidas que preserven la seguridad de imputados y
testigos que se encontraren en una situación de peligro para su vida o integridad
física, que hubieran colaborado de modo trascendente y eficiente en una
investigación judicial de competencia federal relativa a los delitos previstos por los
arts. 142 bis y 170 del Código Penal de la Nación y los previstos por las leyes 23.737
y 25.241.
Asimismo, extiende dicho programa a todas o algunas de las personas que
convivan con la persona bajo amenaza (art. 4°).
12.10.4. Testigo de identidad reservada(93)
El art. 33 bis(94)de la ley 23.737 dispone medidas especiales de protección cuando
las circunstancias del caso hicieran presumir fundadamente un peligro cierto para la
vida o la integridad física de un testigo que hubiere colaborado con la investigación.
Éstas podrán consistir en el cambio de domicilio, ocupación e incluso en la sustitución
de identidad del testigo.
Ello genera un claro conflicto con el derecho de defensa en juicio del imputado, y en
particular, con el derecho del imputado a interrogar o hacer interrogar a los testigos.
Precisamente, la Convención Americana en el art. 8.2 refiere que toda persona
inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se
establezca legalmente su culpabilidad... f) derecho de la defensa de interrogar a los
testigos presentes en el tribunal y de obtener la comparecencia, como testigos o
peritos, de otras personas que puedan arrojar luz sobre los hechos.
Por su parte, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en el art.
14.3 se establece que durante el proceso, toda persona acusada de un delito tendrá
derecho, en plena igualdad, a las siguientes garantías mínimas: e) A interrogar o
hacer interrogar a los testigos de cargo y a obtener la comparecencia de los testigos
de descargo y que éstos sean interrogados en las mismas condiciones que los
testigos de cargo(95).
Por dicho motivo, es que comparto lo resuelto por la sala II de la Cámara Federal
de San Martín, en el caso "Arteaga"(96), en cuanto han sostenido que el anonimato
está referido sólo a la figura del denunciante de ciertos delitos y que no es posible
introducir la asimilación analógica del testigo al denunciante. Asimismo, agregó el
tribunal que "las personas que declaran en el proceso tienen la carga pública de
deponer bajo las formalidades de la ley, entre las que cabe considerar a los fines de
asegurar el debido ejercicio del derecho de defensa en juicio, brindar sus datos
personales e indicar las relaciones de parentesco y de interés que pudieran mediar
con el acusado".
En definitiva, entiendo que el pretexto legítimo de los potenciales riesgos que
pudiera correr sobre su integridad personal o sobre la vida, debe ser subsanado por
las medidas de seguridad que desde un inicio debe aplicársele a cualquier testigo y
no en desmedro de nuestra Carta Magna, dado que siempre se encuentran primero
las garantías constitucionales del acusado, es decir, en el caso, la posibilidad de
lograr un interrogatorio eficaz, para su posterior crítica y evaluación.
12.10.5. Obligación de testificar
12.10.5.1. Consideraciones generales
El testigo tiene el deber de comparecer y, a su vez, de referir su testimonio de modo
veraz acerca de los hechos por los que se le interroga. O sea, constituye una carga
pública que poseen todos los habitantes de la Nación.
Asimismo, posee por naturaleza carácter de "insustituible", lo cual implica que no
puede deponer en su lugar otra persona, ni puede realizarlo tampoco por intermedio
de mandatario ni aun con poder especial.
12.10.5.2. Excepciones
Pueden abstenerse de concurrir:
Los que por impedimento físico deben ser examinados en su domicilio o lugar de
alojamiento o internación. Este impedimento deberá ser acreditado mediante
certificado médico, en el cual se deberá expresar la fecha y lugar en donde fue
examinada la persona y el tiempo estimado que durará el impedimento de concurrir a
la sede del tribunal donde fue citado.
Se encuentra exceptuado, a su vez, el "agente encubierto", conforme al art. 6° de la
ley 24.424, salvo en los casos que su testimonio fuere "absolutamente
imprescindible".
Ahora bien, entiendo, siguiendo a la Dra. Moscato, que dicha expresión debe
conciliarse con los derechos del imputado y que el sistema de protección del agente
encubierto no debe estructurarse de forma tal que imposibilite el ejercicio del derecho
de defensa del inculpado en juicio, por lo cual aquél podrá ser llamado a prestar
declaración testimonial durante la sustanciación del juicio. Ello así, sin desconocer
sus derechos en cuanto al sistema de protección y garantías a él como a su
familia(97).
Asimismo, consideramos acertado el criterio de la autora mencionada en cuanto
sostiene que "la información que recoja el agente encubierto podrá servir de base
para la investigación en una etapa inicial del proceso, pero las declaraciones
autoincriminatorias recibidas informalmente por dicho agente, e incorporadas al
proceso a través de su declaración testimonial no pueden dar base a una condena"
(98).
12.10.6. Capacidad de atestiguar y apreciación
El Código establece como principio general la "capacidad amplia" de toda persona
para testificar, dado que no existe en la norma restricción alguna, solamente lo
supedita a la valoración del juez de acuerdo con las reglas de la sana crítica.
Es decir, la apreciación del valor probatorio de una declaración está librado a la
sabiduría, experiencia y buen sentido crítico de los jueces, quienes no tienen otra
finalidad que averiguar la verdad real de los sucesos y valorarla a la luz del derecho
positivo.
En consecuencia, la regla del presente artículo otorga facultad al magistrado para
valorar individualmente a cada testigo y aun fundar en uno solo la imputación de un
hecho hacia el tercero si sus dichos satisfacen las exigencias de la sana crítica con
relación a los principios lógicos y corrientes del entendimiento humano aplicables a lo
subjetivoindividual y a la valoración social razonable.
Asimismo, cabe señalar que la mayoría de los Códigos procesales modernos(99), al
adoptar la sana crítica como sistema de valoración de la prueba, admiten la
capacidad total de las personas para rendir sus testimonios en el proceso penal.
En definitiva, si bien no existe límite de edad para testificar, dado que el artículo
dice "toda persona", ello no implica que no se requiera en los casos de testigos de
actuación, la edad mínima de 18 años, que impone el art. 141 del Código Procesal
Penal de la Nación.
Por último, cabe mencionar que de la ostensible amplitud que exhibe la norma se
sigue que toda persona, cualquiera que sea su sexo y edad, tiene capacidad para ser
testigo en el proceso penal, sin perjuicio de que la atendibilidad de su testimonio sea
objeto de posterior valoración. Ello implica que pueden ser testigos los sordos, los
mudos, los sordomudos aunque no sepan leer ni escribir y los ciegos, siempre, desde
luego, que no depongan sobre hechos para cuya percepción se requiere el sentido
del que carecen(100).
12.10.7. Prohibición de declarar
El Código no prohíbe, tal como lo hacía el anterior, la declaración de un familiar del
imputado. En efecto, simplemente faculta la abstención del cónyuge o conviviente del
imputado, los parientes hasta cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad,
sus tutores, curadores o pupilos.
El ordenamiento procesal obliga a informar dicha circunstancia con el objeto de que
puedan ejercer la facultad de abstenerse antes de iniciar la declaración. Asimismo, se
aclara que la abstención puede ser ejercida en el momento de la declaración o en
determinada pregunta.
No encuentro fundamento para retirar la prohibición, máxime cuando el objeto es
mantener la "cohesión familiar" y de evitar la encrucijada entre destruirla o mentir y en
este caso, incurrir en falso testimonio. Dado que, una disyuntiva semejante choca
visiblemente contra los más elementales principios humanitarios.
Dicha prohibición goza, en algunas provincias(101), de rango constitucional. Sin
embargo, ello no veda el testimonio que éstos pueden prestar a favor del imputado.
Ya que es claro que lo que se intenta proteger es la estabilidad de la familia evitando
resquebrajar los vínculos sentimentales y afectivos que unen a sus componentes.
En lo que a la declaración del cónyuge respecta, cabe señalar que mientras
subsista vínculo —es decir, mientras no esté disuelto por cualquiera de los motivos
que la ley civil establece—, permanece la prohibición del cónyuge de declarar en
contra del imputado. Dicho en otros términos, sólo en los casos de que exista divorcio
vincular y que éste se encuentre firme, desaparece la referida prohibición. Ello implica
que la simple separación de hecho no permite que pueda declarar. Asimismo, resulta
oportuno aclarar que dicha norma no excluye a la concubina/o de la obligación de
prestar testimonio(102).
La prohibición de declarar en contra del imputado, cuya inobservancia —sostiene
D'Albora(103)—, refiriéndose al ordenamiento procesal anterior, genera nulidad
absoluta, tiene excepciones y ello ocurre en los casos en que el delito aparezca
ejecutado en perjuicio del testigo o de un pariente suyo de grado igual o más próximo
que al que lo liga con el imputado. Pues en esos casos ya ha desaparecido el
fundamento de la presente norma, dado que, el hecho presuntamente cometido por el
imputado ya habría desquebrajado la unidad familiar que se intenta proteger.
La sala I de la Cámara Nacional de Casación Penal, ha expresado que la
incorporación por lectura de los dichos(104), por la que se protestó oportunamente,
importó desoír la expresa prohibición que acuña el art. 242 del CPPN en cuanto
sanciona de nulidad el testimonio adverso al imputado que pudieran producir su
cónyuge, ascendientes, descendientes o hermanos(105).
12.10.8. Facultad de abstención
Tal como adelantara en los párrafos anteriores, el Código permite, en razón del
parentesco que los liga con el imputado, la facultad de abstenerse a declarar a los
parientes colaterales hasta el cuarto grado de consanguinidad —estando
comprendidos los hermanos, tíos sobrinos y los primos hermanos (art. 353, Cód. Civil)
— o segundo de afinidad —que abarca el suegro y la nuera, el yerno y la nuera, los
cuñados, el padrastro y la madrastra (art. 363 del Cód. Civil)— y también el artículo
incluye en aquellos en los cuales la obligación de declarar cede, y se convierte en
mera facultad, pero sin llegar a ser prohibición, a los tutores, curadores y pupilos del
imputado.
El fundamento sigue siendo el mismo por el cual el Código prohíbe la declaración
en el artículo anterior, es decir, mantener la "cohesión familiar", pero con la diferencia
de que en estos casos, como el grado de consanguinidad es menor, o menos directo,
el legislador permite que sea el testigo el que tome la decisión de declarar,
convirtiéndola —reitero— en una facultad.
Pese a ello, dicha discrecionalidad se convierte en obligación de declarar cuando el
pariente que es testigo ha sido querellante, denunciante o actor civil en la causa, o en
los casos en que el delito sea ejecutado en su perjuicio o en el de un pariente suyo de
igual grado o más cercano.
Asimismo, cabe señalar que, conforme a lo expresado por Clariá Olmedo, quien
declaró en la instrucción no puede abstenerse en el juicio si se le hizo conocer la
facultad(106), salvo que se trate de hechos diferentes que justifiquen una abstención
solamente con referencia a ellos.
12.10.9. Deber de abstención
Por secreto debe entenderse algo relativo a la vida privada de una persona, que en
interés de ella debe permanecer oculto o reservado. Es por ello que el nuevo art. 153
establece una excepción a la obligación genérica de declarar como testigo a ciertas
personas, lo cual se denomina "deber de abstención", dado que se está ante un
secreto que según la ley debe permanecer reservado. Al poseer carácter de
excepción, debe ser de interpretación restrictiva, pero en caso de duda, debe optarse
por la protección del secreto.
Asimismo, no es necesario que se solicite expresamente, dado que quien acude a
cualquiera de los enumerados en la norma, entiende implícita la obligación de
reserva. Al respecto, resulta oportuno mencionar que, para que pueda abstenerse de
declarar, el secreto debe haberse conocido con motivo del desempeño del estado,
oficio o profesión que la ley prevé, pero no cuando el conocimiento se ha adquirido
por otro medio en razón de haber tomado estado público.
Es decir, la inadmisibilidad del testimonio de los profesionales que se enumeran en
el artículo comentado encuentra razón de ser en la necesidad de preservar el secreto
profesional, pero esa abstención debe ceñirse exclusivamente a lo que aquéllos
pudieron saber por revelación de sus clientes y no a lo que conocieron en forma
personal y directa, por la percepción de sus sentidos(107).
Por otro lado, entiendo, siguiendo a Jauchen, que si bien la ley es clara en la
especificación de las personas que se encuentran comprendidas en el deber de
abstención, también quedan comprendidas todas aquellas que estén de algún modo
relacionadas en forma directa con las enumeradas, como los dependientes, quienes
adquieren conocimiento del secreto por estar vinculados a la actividad del principal
obligado. Sería un contrasentido exigirle sigilo al profesional y no hacerlo a su
empleado(108).
En este orden de ideas, es dable señalar que las personas enumeradas no están
empero exentas del deber de comparecer, sin perjuicio de que, al tomar conocimiento
del motivo o contenido de la declaración, invoquen el deber de abstención.
El Código autoriza la liberación del secreto —salvo a los ministros de culto
admitidos—, cuando es dispensado por el confidente, dado que se trata de un
privilegio conferido a favor de éste.
A todo ello, cabe agregar, tal como indica el último párrafo del presente artículo,
que es obligación del órgano jurisdiccional verificar que el testigo no esté invocando
erróneamente el deber de reserva con respecto a un hecho que no puede estar
comprendido en él, pues en ese caso se procederá a interrogarlo sin más. Sin
embargo, resulta importante destacar que la apreciación acerca de si el testigo se
halla o no en situación de "secreto profesional" (de estado, oficio o profesión) es
privativa de quien declara, pues es quien tiene la mayor y más importante información
al respecto. Debe entenderse que esa persona no puede ser obligada a prestar
testimonio en estos casos, más allá de eventuales responsabilidades penales y
procesales en que pudiere incurrir.
12.10.10. Declaración por exhorto o mandamiento. Residentes en el extranjero
En el nuevo art. 155 el ordenamiento establece que en los casos de que el testigo
se halle en el extranjero se proceda conforme a las normas nacionales o
internacionales para la cooperación judicial, es decir, una declaración a un testigo por
mandamiento o por exhorto, el cual —reitero— será dirigido a las autoridades del
lugar donde resida.
Sin perjuicio de ello faculta, previa autorización del Estado en que se encuentre
testigo, para que sea interrogado por el representante consular o diplomático, por un
juez o por un representante del Ministerio Público Fiscal, según sea la etapa del
procedimiento y la naturaleza del acto que se trate.
Ello no obsta a que en los casos en que se considere indispensable podrá
hacérselo comparecer al testigo, pero, en esos casos, deberá fijar una indemnización
por los costos que le acarree al testigo el viaje.
12.10.11. Compulsión
En los casos en que el testigo no se presente sin causa justificada, debe ser
conducido ante el órgano que lo requirió por la fuerza pública.
Ello, sin perjuicio de la eventual causa penal que se le podría iniciar, en función de
lo normado en el art. 243 del Código Penal. Dado que incurre en la conducta punible
la persona que no concurrió a declarar como testigo, siempre que fuera citada
legalmente(109).
Asimismo, entiende la doctrina que el delito previsto en el artículo citado del Código
Penal, queda consumado con la primera incomparecencia, sin que sea por lo tanto
necesaria la práctica de una nueva citación, y aunque el testigo declare con
posterioridad a raíz de ser conducido por la fuerza pública(110).
El arresto de dos días que establece el artículo debe computarse de conformidad
con las previsiones establecidas en el art. 24 del Código Civil. Es decir, de
"medianoche a medianoche; y los plazos de días no se contarán de momento a
momento, ni por horas, sino desde la medianoche en que termina el día de su fecha",
y de corrido (art. 28 del citado cuerpo legal).
12.10.12. Arresto inmediato
También se podrá ordenar, incluso a pedido de parte el arresto del testigo. Ello con
la finalidad de evitar que se frustre la prueba, y opera como medio de coerción
personal. Asimismo, cabe señalar que dicho poder coercitivo es excepcional.
En consecuencia, implica una restricción a la libertad individual, y por ese motivo, la
resolución que ordena el arresto del testigo deberá ser fundada, es decir, el juez o
tribunal deberá demostrar que existen motivos razonables para creer que se ocultará
o ausentará, de lo contrario, dicho arresto deviene arbitrario. Asimismo, cabe señalar
que el tiempo del arresto deber ser limitado al tiempo indispensable para recibir la
declaración y que nunca podrá exceder de 24 horas.
Por ello, entiendo oportuno recordar, que corresponde a los magistrados adoptar
los recaudos que fueran necesarios para que las referidas medidas no causen al
testigo más molestias que las imprescindibles.
12.10.13. Forma de la declaración
12.10.13. Forma de la declaración
En primer lugar, el testigo deberá brindar sus datos personales para que pueda ser
comprobada la identidad de la persona citada, y a su vez, para que indicando las
relaciones de parentesco y de interés que pudieran mediar con el acusado se pueda
apreciar la veracidad de sus dichos.
En segundo término —o sea, acreditada la identidad—, el testigo deberá ser
instruido de la pena de falso testimonio, debiéndose dar lectura de la norma
contemplada en los arts. 275 y 276 del Código Penal. De dicha manera, se pone en
conocimiento al testigo la importancia del acto y tiene la finalidad, además, de que
tome conciencia de las consecuencias que le pudieran acarrear al hacerlo de la forma
no debida.
Acto seguido, se le requerirá al testigo que preste juramento de decir verdad. Ello
estará a cargo del representante del Ministerio Público Fiscal o del tribunal,
dependiendo el estado del proceso. A tal fin, se utilizará la fórmula "lo juro" o "lo
prometo", dependiendo de sus creencias religiosas.
Su omisión implica la nulidad de la declaración, la referida nulidad es relativa y para
acudir a la Cámara Nacional de Casación Penal debe realizarse la debida reserva.
Sin embargo, se encuentran exceptuados de prestar juramento los inimputables por
minoridad —es decir, aquellos que no hayan cumplido 16 años, art. 1°, ley 22.278—
conforme a los arts. 34 y 35 del Código Penal y de los condenados como partícipes
del delito que se investiga o de otro conexo.
Con posterioridad al juramento se le formularán las preguntas concernientes a las
generales de la ley, las cuales tienen como finalidad individualizar al testigo y
establecer algún posible interés. Sobre ello, la sala IV de la CNCasación Penal, en el
caso "Lavalle"(111), ha establecido que la mendacidad acerca de las generales de la
ley constituye delito de falso testimonio, en tanto la declaración tenga la potencialidad
de generar en el juzgador un error acerca del mérito probatorio de tal declaración.
Sin embargo, en disidencia la Dra. Verraz de Vidal entendió que el delito de falso
testimonio no se vería configurado cuando la falsedad recaiga sobre las generales de
la ley respecto del declarante, dado que requiere para su consumación que el
testimonio se vincule en los hechos del proceso, o sea, que verse sobre los datos
percibidos, sobre la experiencia vivida —de modo directo o indirecto—. Dicho en otros
términos, que de alguna manera interese al proceso.
En igual sentido, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional,
expresó que no se configura el delito de falso testimonio cuando la posible falsedad
está referida en las generales de la ley, ya que dicho interrogatorio tiene un sentido
eminentemente subjetivo, no constituye la declaración sino que la precede y tampoco
forma parte de los hechos de la causa que son el objeto de la investigación judicial,
sino que está destinado a conocer la identidad y capacidad del testigo(112).
Cumplido ello, se le interrogará al testigo sobre los hechos que ha percibido,
conforme a las pautas que establece el art. 118 del código adjetivo. Es decir, no se
podrán utilizar preguntas capciosas o sugestivas. En la declaración, los testigos
responderán de viva voz y sin consultar notas o escritos, salvo en los supuestos que
sea autorizado por el tribunal, o que deba contestar por medio de informe escrito, o en
los casos de sordos, o mudos.
Luego, al terminar el referido interrogatorio debe darse lectura del acta de viva voz;
en dicha oportunidad el testigo podrá aclarar o rectificar sus dichos. Terminado el acto
deberá ser firmado por el juez, secretario y el testigo. En caso de que el testigo
declarante o los de actuación se negaren a firmar, se dejará constancia de ello y el
acto valdrá sin sus firmas.
12.10.14. Declaraciones de menores de edad, víctimas de trata de personas,
graves violaciones de derechos humanos o personas de capacidad restringida
Cuando se trate de víctimas o testigos menores de edad que a la fecha en que se
requiriera su comparecencia no hayan cumplido los 16 años se seguirá el siguiente
procedimiento:
a. serán entrevistados por un psicólogo especialista de acuerdo con las condiciones
de la víctima;
b. si la víctima fuera menor de edad o persona con capacidad restringida, el acto se
llevará a cabo de acuerdo con su edad y etapa evolutiva, o adecuado a su estado de
vulnerabilidad si fuera víctima del delito de trata o explotación de personas u otra
grave violación a los derechos humanos;
c. en el plazo que el representante del Ministerio Público Fiscal disponga, el
profesional actuante elevará un informe detallado con las conclusiones a las que
arribe;
d. el desarrollo del acto podrá ser seguido por las partes desde el exterior del
recinto a través de un vidrio espejado, micrófono, equipo de video o cualquier otro
medio técnico con que se cuente; en ese caso con anterioridad a la iniciación del
acto, el juez o el representante del Ministerio Público Fiscal, según el caso, hará
saber al profesional a cargo de la entrevista las inquietudes propuestas por las partes
así como las que surjan durante el transcurso del acto, las que serán canalizadas
teniendo en cuenta las características del hecho y el estado emocional de la víctima;
e. si la víctima estuviera imposibilitada de comparecer por motivos de salud o por
residir en un lugar distante a la sede del tribunal, o para garantizar la protección de su
seguridad, se podrá realizar el acto a través de videoconferencias;
f. se podrá admitir la exhibición del registro audiovisual de declaraciones previas de
la víctima en ese u otro proceso judicial. Si las partes requiriesen la comparecencia a
los efectos de controlar la prueba, el juez les requerirá los motivos y el interés
concreto, así como los puntos sobre los que pretendan examinar al testigo, y admitirá
el interrogatorio sólo sobre aquéllos que hagan al efectivo cumplimiento del derecho
de defensa;
g. la declaración se registrará en un video fílmico.
Si se tratase de actos de reconocimiento de lugares o cosas, el menor de edad o la
persona con capacidad restringida víctima del delito será asistido por un profesional
especialista. Si se tratare del delito de trata o explotación de personas, la víctima será
acompañada por un profesional especialista; en ningún caso estará presente el
imputado.
La ley 25.852 incorporó en el anterior Código Procesal Penal de la Nación el nuevo
procedimiento para recepción de declaraciones de menores damnificados. La norma
se refiere a la menor, víctima que deba comparecer ante la justicia no habiendo
cumplido los 16 años de edad. El fin de dicha modificación ha sido el de intentar
garantizar un impacto menor sobre su intelectualidad y psicología con respecto a la
victimización producto del delito cometido.
Como consecuencia de ello, se ha prohibido el interrogatorio en forma directa por el
tribunal o las partes, debiendo entrevistarse solamente por psicólogo o psiquiatra
especializados en niños y/o adolescentes, lo que implica tornar efectivo el
cumplimiento del art. 3° de la Convención sobre los Derechos del Niño, en cuanto
asegura al niño la protección y el cuidado que sean necesarios para su bienestar.
Asimismo, se establece también que el lugar en el que deberán ser llevadas a cabo
las entrevistas será especialmente acondicionado con implementos acordes a la edad
y etapa evolutiva del menor, debiéndose detallar en un acta las conclusiones
pertinentes.
Dicha modificación ha sido cuestionada constitucionalmente por entenderse violada
la garantía de juez natural, al delegar la declaración. Al respecto, la sala I de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, en el caso "Bulgarelli"
(113), ha expresado que no existe vulneración del juez natural, porque, de hecho, el
juez sigue controlando el interrogatorio, solamente que lo hace por interpósita
persona.
A su vez, se cuestionó la afectación al principio de defensa en juicio, por la falta de
control. Sin embargo, el mencionado tribunal a dicho agravio contestó que no se
encontraba vulnerado el principio, dado que, tanto el tribunal como las partes tienen la
facultad de seguir las alternativas del acto, desde el exterior del recinto denominado
"Cámara Gesell". Es decir, que en todo momento las partes pueden ejercer el derecho
de controlar la prueba, pudiendo inclusive sugerir preguntas cuya formulación al
menos queda a criterio del profesional que lleva a cabo el interrogatorio.
Por último, la doctrina ha cuestionado la prohibición de la presencia del imputado
durante el reconocimiento de personas o cosas por parte del menor. Dado que ha
entendido más que dudosa la compatibilidad de la norma con las garantías judiciales
mínimas, ya que sustrae no solamente del control del imputado, sino también de
todas las partes e incluso del juez las pruebas sobre la base de las cuales puede
dictarse una sentencia condenatoria(114).
En los casos de los menores que tengan entre 16 y 18 años de edad, el artículo
establece que antes de la declaración el tribunal deberá requerir un informe para
determinar la existencia de riesgo para la salud psicológica del menor. Es decir, si
dicha declaración podría afectar de algún modo su salud mental. En los casos en que
el referido informe establezca que no existe riesgo, la declaración será tomada por el
tribunal. En caso contrario, se deberá seguir con las previsiones que describe el
artículo anterior.
12.10.15. Declaración por escritorio
El nuevo ordenamiento procesal, al igual que el anterior, permite un tratamiento
especial a los enumerados por el Código, es decir, al presidente y vicepresidente de
la Nación, los gobernadores y vicegobernadores de las provincias, el jefe y vicejefe de
gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los ministros y legisladores
nacionales, provinciales, y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los ministros
diplomáticos y cónsules generales, los jueces del Poder Judicial de la Nación, de las
provincias, y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y los fiscales y defensores de
los Ministerios Públicos nacionales, provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, los oficiales superiores de las fuerzas armadas desde el grado de coronel o su
equivalente, en actividad, los altos destinatarios de la iglesia.
La enumeración que se establece es taxativa y debe ser interpretada
restrictivamente con relación a las personas eximidas, no pudiendo extenderse por
analogía a otras que no sean explícitamente enumeradas en la norma.
Por dicho motivo, con respecto a los miembros diplomáticos y cónsules generales,
quedan excluidos del privilegio, así como todo el personal de la embajada. En cuanto
a los "altos dignatarios de la iglesia", debe ser entendido cualquier culto admitido por
el Estado, es decir, no sólo comprende a la religión oficial que es la Católica
Apostólica Romana.
Adviértase que el privilegio —el cual se fundamenta en la protección a la función
pública que desempeña el declarante—, solamente comprende la eximición al deber
pública que desempeña el declarante—, solamente comprende la eximición al deber
de comparecer personalmente, lo cual implica que persiste el deber de declarar como
cualquier testigo. La diferencia está dada en que la declaración la realiza por medio
de informe escrito, en el que debe constar el respectivo juramento y las respuestas al
interrogatorio.
Si bien se han agregado al listado los magistrados integrantes del Ministerio
Público, cabe señalar que ya se encontraban eximidos en función del art. 14 de la ley
24.946 (ley orgánica) que establecía dicha exención. Asimismo, entiendo pertinente
referir que se ha retirado del listado taxativo a los rectores de las universidades
oficiales.
Por último, cabe señalar que los testigos pueden renunciar al privilegio y, de ese
modo, comparecer a prestar la declaración.
12.10.16. Examen en el domicilio
El Código impone al juez que en los casos en que el testigo no pueda concurrir —
siempre que se encuentre domiciliado en el radio del tribunal—, dado que, de lo
contrario deberá ser mediante exhorto— la obligación de constituirse en el domicilio
del testigo o en caso de ser necesario en el lugar de alojamiento o internación.
Para ello, es necesario que sea acreditado mediante el certificado médico
pertinente, en donde debe constar la fecha, el nombre del paciente que fue citado
como testigo, el lugar donde se encuentra y el tiempo —en caso de ser posible— que
estima el profesional que durará dicho impedimento.
12.11. PERITAJES
12.11.1. Concepto
La prueba pericial es aquella en la cual personas ajenas al proceso y mediante un
expreso encargo judicial y en función de sus conocimientos científicos, artísticos o
técnicos que poseen, comunican al juez o tribunal las comprobaciones, opiniones o
deducciones extraídas de los hechos sometidos a su dictamen.
Las causales por las cuales se puede disponer la realización de una pericia son:
que sea necesaria o conveniente. Resulta necesaria, por ejemplo, para ordenar la
cesación de la reclusión del imputado en un manicomio (art. 34, inc. 1°, párr. 2° del
Cód. Penal), o el tratamiento de desintoxicación y rehabilitación aplicado al
condenado o procesado que dependiera física o psíquicamente de estupefaciente
(arts. 16, 17, 18, 20 y 22 de la ley 23.737).
Además, cabe señalar que, aun cuando el juez o el representante del Ministerio
Público Fiscal posea para el caso particular conocimientos especiales sobre la
cuestión que se presenta, no le está permitido prescindir del auxilio del perito. Dado
que la sentencia o resolución no puede fundarse, en lo referente a ese extremo, en
sus propios conocimientos, porque ello implicaría una violación al principio de la
"necesidad de la prueba".
12.11.2. Calidad habilitante
Los peritos son las personas que, ajenas al proceso, informan en él acerca de
cuestiones atinentes a su objeto que requieren conocimientos especiales de alguna
ciencia, arte, industria o técnica. Por ello, dado que —reitero— debe ser ajena al
proceso, la jurisprudencia ha entendido que es inadmisible la designación de perito
recaída en un organismo del Estado que se fusionó con aquel que actúa como
querellante(117).
El Código expresamente establece que se requiere título habilitante, salvo cuando
la actividad no estuviese reglamentada. Ello, a fin de que el aporte probatorio sea
serio. Por dicho motivo, el requisito básico para ser perito es la idoneidad derivada de
su capacidad científica, técnica o artística necesaria para descubrir o valorar el
elemento de prueba que ni el juez ni el común de la gente podrían descubrir o valorar.
En lo que respecta al requisito al que alude la norma, de encontrarse inscriptos en
En lo que respecta al requisito al que alude la norma, de encontrarse inscriptos en
las listas del órgano jurisdiccional, la jurisprudencia ha entendido que es
inconstitucional, toda vez que coarta la posibilidad de que la parte seleccione a un
perito de confianza por el solo motivo de no encontrarse incluido en la lista que se
realiza, a esos efectos, conculca la garantía de defensa en juicio(118).
Por su parte, la sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal, al resolver en
sentido conteste, en el caso "Schinder"(119)ha expresado al respecto que, parece
superfluo el registro del perito ante el tribunal en un proceso penal, pues basta con
reunir las condiciones de idoneidad o capacitación que las leyes reglamentarias de la
profesión requieren y, así se ha sostenido que resulta innecesario, inútil o carece de
razonabilidad el sistema de listas de peritos con carácter cerrado porque el medio
escogido no es conducente al fin buscado desde que no está en juego la necesidad
de asegurar la idoneidad. Agregando en el mencionado fallo que "lo que debe primar
siempre es la libertad de la designación de quien colabora con la asistencia letrada en
la defensa del imputado o en la acusación del querellante y que 'si el proceso
acusatorio se configura a partir de la noción de contienda entre 'partes' en igualdad de
condiciones donde un tercero imparcial resuelve dicha contienda, contradictoria,
respetando el derecho de defensa en sentido amplio, resulta lógico y necesario que la
propia parte tenga la posibilidad de designar al perito de su confianza
independientemente de encontrase inscripto o no'"(120).
La misma sala en la causa "Castells" postuló que "...devienen inconstitucionales los
arts. 254 y 259 del CPP en tanto limitan la garantía de defensa en juicio, debido a la
obligatoriedad de la inscripción de los peritos en las listas formadas por el órgano
competente. Tal obligatoriedad no resulta razonable por cuanto no asegura la
idoneidad de los técnicos y limita la libertad de elección de las partes e indirectamente
la del juez, no pudiendo ser privilegiada, en consecuencia, la supremacía de las
normas reglamentarias en tanto puedan afectar algún derecho o garantía prevista en
nuestra ley fundamental. Dicha circunstancia se verifica, habida cuenta que la
decisión del a quo —no hacer lugar al nombramiento de un médico psiquiatra como
perito de parte pues no se encuentra inscripto en el listado contemplado en el art. 254
del CPPN— vulneraría los arts. 14, 16 y 28 de la Constitución Nacional. Por todo ello,
procede declarar la inconstitucionalidad de los arts. 254 y 259 del CPPN"(124).
Desde la doctrina, Romero Villanueva(125)se inclina por la inconstitucionalidad de
la obligación de registrarse en las listas como panoplia habilitante para desempeñarse
como perito del proceso, sobre la base de los siguientes argumentos: a) no puede
condicionarse por vía reglamentaria el tener que designar obligatoriamente a un perito
inscripto para controlar la producción de la prueba sin lesionar el debido proceso; b)
no resulta razonable, ante la imposibilidad de existir más de dos o tres peritos por
especialidad, cercenar la libertad de elección del actor procesal al único experto
anotado, y c) cuestiona la inviolabilidad de la defensa en juicio para controlar la
producción de la prueba y para ofrecer o asistir a su realización.
En sentido contrario, opinan NavarroDaray al sostener que si bien es criticable que
las partes deban recurrir a desconocidos en defensa de sus intereses, y no asegura
de modo alguno la idoneidad del experto ni su imparcialidad o contralor, ello resulta
insuficiente como para decir violado el derecho constitucional de defensa en
juicio(126).
12.11.3. Incapacidad e incompatibilidad
Las incapacidades que establece el Código son las que están descriptas en el art.
54 del Código Civil. Es decir, las personas por nacer; los menores impúberes, los
dementes y los sordomudos que no saben darse a entender por escrito.
En cuanto a la incompatibilidad, la norma se refiere a los deban o puedan
abstenerse de declarar como testigos, ellos son los que se encuentran enumerados
en el art. 153 (cónyuge, ascendientes, descendientes, hermanos, colaterales hasta
cuarto grado civil, afines hasta el segundo grado, tutores y pupilos).
A su vez, existe incompatibilidad cuando el perito ha sido llamado a ser testigo, ello
se debe a que ésta prevalece sobre la tarea pericial, dado que el testigo es
irreemplazable mientras que el perito es sustituible. Sin embargo, cabe señalar que
no existe prohibición alguna a la inversa. Tampoco pueden serlo los condenados a
cualquier tipo de pena, incluso la de habilitación.
12.11.4. Excusación y recusación
En función a la necesaria imparcialidad que caracteriza a la actividad pericial, la
norma establece las mismas causales de recusación y excusación que para los
jueces, las cuales se encuentran contempladas en el art. 58 y siguientes del código
ritual.
El plazo para recusar al perito es de tres días de notificada la designación con el
ofrecimiento de la prueba en que se funda. El trámite de la excusación o de la
recusación se realiza por vía incidental.
Por último, es preciso señalar que los peritos de parte no pueden ser recusados por
ninguna de las partes. No obstante pueden excusarse en presencia de alguno de los
motivos que la ley prevé.
12.11.5. Obligatoriedad del cargo
El perito que no acudiere a la citación o no presentare el informe a debido tiempo,
sin causa justificada, incurrirá en las responsabilidades señaladas para los testigos.
Los peritos no oficiales aceptarán el cargo bajo juramento.
El perito tiene la obligación, al ser notificado, de presentarse ante el representante
del Ministerio Público Fiscal o del tribunal y de aceptar el cargo. A su vez, tiene la
obligación de producir el peritaje para lo cual ha sido designado, dado que, dicho
imperativo es por naturaleza un deber cívico. Esta imperatividad se extiende a las
citaciones posteriores para ratificar, explicar o ampliar las conclusiones.
En caso de no comparecer deberá ser llevado al tribunal por medio de la fuerza
pública, la que se hará efectiva de inmediato, salvo que exista causa justificada.
El Código equipara, en cuanto a las responsabilidades, a la tarea de los peritos con
los testigos. Además, incurre, en caso de incumplimiento, en las previsiones del art.
243 del Código Penal.
Aceptado el cargo, el perito se encuentra sometido a la autoridad del tribunal y
debe producir el dictamen practicando previamente las operaciones sobre los puntos
sometidos a peritación. Es decir, se debe ceñir a los puntos sobre los cuales se
estableció la pericia, evitando de tal forma las extralimitaciones sobre cuestiones no
solicitadas.
El Código establece que deberán aceptar bajo juramento los peritos no oficiales, lo
que implica que se exime de la referida formalidad a los peritos oficiales. Los peritos
oficiales, son funcionarios públicos en relación de dependencia con el Poder Judicial e
integran un cuerpo técnico pericial destinado a producir peritajes en los procesos en
que fueran designados.
Asimismo, resulta oportuno remarcar que dichos peritos no equivalen a "peritos de
oficio"(128), dado que éstos actúan en las materias no comprendidas por el cuerpo de
peritos oficiales según lo establecido en el art. 52 del decretoley 1285/1958.
En cuanto a la falta de juramento —en los casos de ser necesario—, considero que
la falta de la formalidad implica la nulidad de la pericia, pero se trata de una nulidad
relativa, y por ende subsanable.
12.11.6. Nombramiento y notificación
La designación o nombramiento de los peritos debe ser notificada a la partes que
intervienen en el proceso. Dicha notificación debe realizarse antes de que se inicien
las operaciones periciales, bajo pena de nulidad, a menos que haya suma urgencia o
que la indagación sea extremadamente simple.
En estos casos, bajo la misma sanción, se les notificará que se realizó la pericia,
que pueden hacer examinar sus resultados por medio de otro perito y pedir, si fuere
posible, su reproducción.
En lo que respecta a la notificación, considero, tal como lo ha expuesto la sala II de
la Cámara Nacional de Casación Penal, en el caso "Barbieri"(129)que es nula la
pericia que no fue debidamente notificada a la defensa, dado que la misma no pudo
ser controlada —máxime cuando se torna irreproducible por el extravío del elemento
a examinar—, pues dicha notificación tiene como fundamento el carácter
esencialmente contradictorio de la prueba pericial y la necesidad de que las partes
tengan la oportunidad de intervenir en la operación que realice el perito oficial y de
fiscalizar sus comprobaciones y conclusiones mediante el asesoramiento de otro
experto de confianza.
Asimismo, cabe señalar que en el mencionado fallo, la mayoría expresó que la
nulidad de que se trata es absoluta e insanable por derivar de la inobservancia de una
disposición que concierne a la intervención del imputado en un acto establecido por la
ley (arts. 167, inc. 3° y 168 del Código ritual).
En sentido contrario, la sala IV, del referido tribunal refirió que "...las nulidades
previstas tanto en el párrafo 2° como en la parte in fine del art. 258 del CPPN, son en
principio relativas —no comprendidas en el art. 167 del citado cuerpo legal—, por lo
que la falta de notificación a la parte de la realización del primer peritaje balístico (...)
si bien pudiera ser considerado un vicio procesal, no acarrea por sí una nulidad de
carácter absoluto: esto en el entendimiento de que, conforme a lo normado por los
arts. 170, inc. 1°, y 171, incs. 1° y 2°, del Código de forma, habiendo tenido la defensa
oportunidades concretas de oponer —en tiempo y forma— el planteo invalidante, y
omitido hacerlo, el defecto ha quedado tácitamente consentido y subsanado el vicio
procesal apuntado"(130).
Por su parte, la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal
Económico, sostuvo que la omisión de notificar a los defensores sobre la realización
de un examen técnico sobre la documentación secuestrada constituye una violación
del procedimiento sancionada con nulidad(131).
Asimismo, no debe soslayarse que la nulidad procesal requiere un perjuicio
concreto para alguna de las partes, porque cuando se adopta en el solo interés formal
del cumplimiento de la ley, importa un manifiesto exceso ritual no compatible con el
buen servicio de justicia(132).
Con respecto a quiénes deben ser notificados, la obligación se extiende al
Ministerio Público Fiscal, al querellante, al actor civil y a la defensa, no encontrándose
comprendido el denunciante, pues, conforme lo establece el art. 179 del Código de
forma, éste no es parte, y por ello, no debe notificado del peritaje, careciendo, a su
vez, de la facultad de proponer perito legalmente habilitado(133).
Por último, en lo que concierne a la urgencia, la sala III de la CNCasación Penal,
con cita de Cafferata Nores, ha entendido que se verifica, cuando la demora signifique
una verdadera renuncia a los resultados que se persiguen. Y que resulta motivo
suficiente de urgencia el peritaje sobre el cuerpo de la abortada, con el objeto de
evitar el borrado de las lesiones, por el transcurso del tiempo(134).
12.11.7. Facultad de proponer
12.11.7. Facultad de proponer
Las partes pueden proponer los peritos que entiendan pertinente. En este sentido,
cabe señalar que las costas y los gastos serán solventados por la parte que los
proponga, sin perjuicio de repetirlas oportunamente.
En lo que a la cantidad se refiere, siguiendo a BáezCohen(135), entiendo que en
caso de que el órgano conductor del proceso haga una excepción a la regla del perito
único —designando a más— nace a partir de allí, el derecho de las partes a proponer
el mismo número de peritos que acompañen a los oficialmente designados. Pues, si
bien la norma habla de la facultad de proponer "otro perito" se entiende que la "voz"
"otro perito" no es limitativa para que —a instancias de la parte— se sumen al legajo,
dado que el artículo no lo prohíbe.
12.11.8. Instrucciones
Durante la etapa de la investigación preparatoria, las partes podrán solicitar al
representante del Ministerio Público Fiscal las instrucciones necesarias para que sus
peritos puedan acceder a examinar los objetos, documentos o lugares que se refiere
la pericia o para cualquier otro fin pertinente.
El representante del Ministerio Público Fiscal accederá a la solicitud, salvo en los
casos en que considere necesario postergarla para proteger el éxito de aquélla. El
nuevo ordenamiento procesal fija un plazo de cinco días para que el fiscal se oponga
y lo obliga a que dicha oposición sea fundada. Frente a tal rechazo, se otorga a las
partes la posibilidad de recurrir ante el juez que debe resolver en audiencia.
Por otro lado, los puntos de pericia se pueden fijar de oficio o a pedido de parte, ello
en el caso de que las partes hayan propuesto este tipo de prueba, y a su vez, hayan
propuesto los puntos a resolver.
A ello, resulta oportuno aclarar que el límite de la pericia está dado como una
garantía para las partes, dado que, si bien las partes poseen la facultad de pedir la
pertinente explicación respecto de algún punto que consideren oscuro, se les está
vedada la posibilidad de solicitar nuevos puntos de examen sin la debida autorización
del órgano jurisdiccional.
Por último, es preciso señalar que no obstante estar sometidos a las directivas del
representante del Ministerio Público Fiscal o tribunal que lo designó en lo relativo a los
puntos que debe evacuar en su dictamen, en el plazo en que debe hacerlo, y demás
imposiciones que se le hubieran impartido, el perito tiene en su calidad de especialista
en la materia la libertad de criterio en cuanto a la modalidad, los métodos o reglas de
las cuales habrá de valerse u escoger para realizar la tarea, utilizando los conceptos y
principios que su especialidad le indique, y sean a su parecer los mejores para la
investigación, cotejo o estudio del objeto que se le encomiende(136).
12.11.9. Conservación de objetos
Si bien el Código no aclara, entiendo que si fuere necesario destruir o alterar los
objetos analizados o hubiere discrepancia sobre el modo de conducir las operaciones,
los peritos deberán informar al juez antes de proceder. Ello con el objeto de preservar
las cosas a examinar para que la pericia pueda repetirse. Es decir, para procurar que
la cosa sea en lo posible conservada.
Por ende, deben informar al órgano jurisdiccional que el material será
inevitablemente consumido o destruido, con el objeto de que se tomen los recaudos
procesales pertinentes, pues dicha pericia no podrá ser repetible. A tales efectos,
considero que la decisión debe ser notificada a las partes.
12.11.10. Ejecución
La regla es que el peritaje debe realizarse en unidad, ello fundado en la necesidad
y conveniencia de que el dictamen correspondiente sea el resultado de una discusión
razonada acerca de las circunstancias del caso y de las opiniones de los expertos. En
los casos en que los peritos discrepen en lo sustancial, deberán realizar el informe por
separado. En otras palabras, deben procurar la unidad salvo que exista diversidad de
opinión entre ellos.
12.11.11. Dictamen y apreciación
12.11.11.1. Dictamen
El dictamen pericial configura el acto mediante el cual se culmina el desarrollo de la
prueba pericial y consiste, esencialmente, en la respuesta fundada que suministran
los peritos a las cuestiones oportunamente propuestas por el órgano jurisdiccional.
En cuanto a la forma, en primer lugar, deberá constar la descripción de la persona,
es decir, todos aquellos datos que la identifiquen, en el caso de los lugares o cosas,
debe mencionarse ubicación y dimensiones. Dicho en otras palabras, el perito, al
describir, debe consignar todo aquello que resulte de importancia, máxime cuando
pudiera sufrir algún tipo de alteración como consecuencia de las operaciones
periciales.
Además, la correcta descripción es importante, a los efectos de que tanto el juez
como las partes tengan la seguridad de que las operaciones y los exámenes se
efectuaron sobre el objeto encomendado.
En segundo término, deberá constar un relato pormenorizado de los procedimientos
que se llevaron a cabo y de los efectos que éstos han producido. Ello es necesario,
pues de dicho relato surgirán los datos para la adecuada valoración de la pericia.
Por último, la norma impone que los dictámenes deben contener la respectiva
conclusión a la que arribaron los peritos conforme a los principios de su ciencia, arte o
técnica. Al respecto, resulta pertinente mencionar que en sus dictámenes, los peritos
deben enunciar necesariamente los fundamentos de sus conclusiones o los
basamentos fácticos experimentales que permitieron obtener las apreciaciones.
Asimismo, ha entendido la jurisprudencia que dicho sustento será indispensable
para el juez al momento de meritar el valor de la prueba producida. En consecuencia,
carece de eficacia probatoria el dictamen en el que las conclusiones son breves y
categóricas, sin explicaciones ni sustento científico alguno(137).
A ello, cabe señalar que, si bien la fundamentación debe basarse en los principios
de su ciencia, arte o técnica, ello no implica que no deba ser clara y accesible. Dicho
en otras palabras, debe ser comprendido tanto por el juez como por las partes.
12.11.11.2. Apreciación
En cuanto a la valoración, se debe apreciar al dictamen pericial conforme a los
principios de la sana crítica y libre convicción. En efecto, el dictamen pericial contiene
un juicio de valor relativo a cuestiones de hecho esencialmente técnicas que versan
sobre la ciencia, pero ello no implica que ese juicio técnico obligue al juez. Es decir, la
sobre la ciencia, pero ello no implica que ese juicio técnico obligue al juez. Es decir, la
labor pericial contribuye a aportar cierta información al sentenciante, en una actividad
de asesoramiento, a los fines de facilitar la formación de una opinión fundada acerca
de los puntos que fueron objeto del dictamen. Pero luego, una vez que el juez ha
formado su opinión fundada —en parte pero no exclusivamente por conducto de ese
asesoramiento a cargo del experto—, será el magistrado quien, evaluando la prueba
pericial no aisladamente sino en conjunto con la totalidad de la prueba incorporada al
proceso, conforme a las reglas de la sana crítica, emitirá su juicio a partir de la
convicción o certeza moral acerca del acontecer histórico de los hechos materia de
juzgamiento(138).
Ello implica que el órgano jurisdiccional puede apartarse de las conclusiones
establecidas por los expertos, pero para ello debe encontrar apoyo en fundamentos
objetivamente demostrativos de que la opinión de los peritos no se concilia con las
reglas de la lógica, la experiencia y el correcto entendimiento humano, lo que ocurre
cuando aquélla comporta una mera aserción dogmática, carece de lógica, es
inverosímil o resulta contradictoria con el resto de la prueba producida o con hechos
notorios(139). Dicho en otros términos, para separarse del dictamen pericial deberá
expresar explícita y razonadamente los fundamentos de tal apartamiento.
En consecuencia, es menester que el criterio disidente tenga un serio y lógico
apoyo científico que demuestre claramente, además, por qué los expertos han errado
en su dictamen. Ello así, porque no sería coherente que el juez recurra al auxilio de
un perito, debido a sus falencias de conocimiento y luego, arbitrariamente, se aparte
del dictamen sin razones técnicas, basándose solamente en su particular y profano
parecer sobre cuestiones que desconoce. En definitiva, la prescindencia del informe
pericial producido en la causa sólo respetará los principios derivados de la necesaria
fundamentación de las resoluciones judiciales y el de la sana crítica, cuando se base
en criterios con solvencia técnica o científica. Lo contrario importa la nulidad del
pronunciamiento por carencia de fundamentación y arbitrariedad(140).
En palabras de Roxin, el tribunal debe examinar por sí mismo el dictamen del perito
según su fuerza persuasiva y no puede adoptar en la sentencia los resultados del
perito sin haberlos controlado. Y en caso de que desee apartarse del dictamen del
perito debe fundar su opinión de forma verificable, con una exposición de las
diferencias del dictamen y en la cual no se puede desligar de los estándares
científicos(141).
Por su parte, la sala III de la Cámara Nacional de Casación Penal, en el caso
"Cabral"(142), sostuvo que el tribunal puede fundadamente apartarse de las
conclusiones arribadas en las pericias haciendo uso del principio de sana crítica.
Asimismo, agregó la mencionada sala que "Los jueces deben evaluar dicha prueba
en el caso concreto y, en presencia de un informe pericial debidamente fundado, sólo
pueden apartarse en forma no antojadiza y con sustento valedero. Lo contrario
supone configurar a la prueba pericial como un fin y no como un medio al igual que
las demás, y así conducir a caminos equívocos con alteración de las reglas
procedimentales".
procedimentales".
12.12. OTROS MEDIOS DE PRUEBA
12.12.1. Reconocimientos
12.12.1.1. Concepto
El reconocimiento de personas es el acto mediante el cual se persigue verificar la
identidad física o individualización de una persona a través de la declaración de otra
que, al observarla entre varias características semejantes que se le exhiben, afirma o
niega conocerla o haberla visto en relación con un hecho determinado(143). En
efecto, el reconocimiento de personas constituye un genuino elemento de prueba,
dado que aporta un elemento encaminado a generar la convicción judicial.
Asimismo, considero oportuno recordar que con relación a la valoración del
reconocimiento de personas rige la sana crítica racional, que se caracteriza por la
inexistencia de disposiciones legales que predeterminen el valor conviccional de los
elementos probatorios, la cual queda en manos del juzgador, quien podrá extraer
libremente sus conclusiones a condición de que respete las reglas que gobiernan el
razonamiento humano: lógica, ciencias y experiencia común.
El reconocimiento es un elemento de prueba autónomo integrado por elementos
personales y reales combinados en una actividad compleja. A ello, cabe agregar que,
dicho medio de prueba tiene la ventaja de que el juez percibe inmediatamente a
través del acto la actividad del reconociente y de la persona a reconocer. El acto se
lleva a cabo con el concurso de varias personas, y por tanto es un medio de prueba
que permite al órgano jurisdiccional percibir la persona o cosa objeto de la diligencia.
12.12.1.2. Acto definitivo e irreproducible
Al respecto, entiendo, siguiendo a la mayoría de la doctrina, que el reconocimiento
en virtud de la especial naturaleza que reviste, es decir, en el factor psicológico
preponderante de la persona llamada a reconocer, constituye un acto definitivo e
irreproducible.
En efecto, el juicio de identidad o diferencia que el reconociente expresa al serles
exhibidas las personas de la rueda, configura una experiencia que, una vez efectuada
u obtenido su resultado positivo o negativo, tornará ineficaz una nueva realización.
Dicho en otros términos, carecerá de eficacia probatoria un segundo reconocimiento,
pues no puede ser renovado en las mismas condiciones.
12.12.1.3. Garantías constitucionales
El imputado no puede ser obligado a reconocer a nadie, dado que ello implicaría
una violación a la garantía constitucional de no ser obligado a declarar en su contra.
Sin embargo, ello no implica que no pueda ser obligado a someterse al
reconocimiento como sujeto pasivo del mismo.
En efecto, el imputado puede ser obligado a someterse al reconocimiento, con
todas las características del acto originario, para asimilar en todo lo posible a éste con
aquél, no siendo aplicable la garantía constitucional de la incoercibilidad, pues ésta
juega cuando el individuo puede ser sujeto informante de prueba, lo cual sólo puede
hacer voluntariamente, pero no cuando él en persona es el portador del elemento de
prueba, en cuyo caso actúa como sujeto de comprobación, pudiendo ser forzado para
que intervenga en el acto e incluso de su comportamiento negativo y reticente, se
pueden deducir presunciones de cargo que habrá de hacerlas jugar con el resto del
plexo probatorio(145).
Dicho en otros términos, la garantía contra la autoincriminación no ampara las
situaciones en que el imputado constituye objeto de prueba, porque no consisten en
proporcionar información por el relato de hechos, circunstancias o acontecimientos y
para los cuales no es necesario el consentimiento de la persona afectada. En
consecuencia, no constituye una afectación a la garantía contra la autoincriminación
la participación del imputado en una rueda de reconocimiento de personas, lo
prohibido por el art. 18 de la CN es compeler física o moralmente a una persona con
el fin de obtener comunicaciones o expresiones que debieran provenir de su libre
voluntad(146).
12.12.1.4. Procedencia
En primer lugar, el reconocimiento procede cuando, con el objeto de identificar una
persona, sin ser relevante la calidad que éste tenga en el proceso, exista
incertidumbre sobre quién es y sea menester obtener su identificación nominal en
virtud de estar controvertida o ignorada.
En segundo término, procede cuando sea dudosa la identidad física de una
persona, en caso de que la duda recaiga sobre el imputado, el reconocimiento tendrá
como objeto establecer si la persona sometida al proceso es la misma contra la cual
se dirige la pretensión represiva. En el caso de testigos, el fin consistirá en tratar de
verificar si los individuos que se tienen como tales en el proceso son los mismos que
se quiere tener.
Por último, también es procedente para controlar la veracidad de quien dice haber
visto a una persona, pero la credibilidad de sus dichos puede aparecer dudosa. En el
referido caso, el acto tendrá la finalidad de permitir, a quien afirma conocer o haber
visto a alguien, que demuestre con los hechos si en realidad lo conoce o lo ha visto.
12.12.2. Pluralidad de reconocimiento
12.12.2.1. Cuando varias personas deban identificar o reconocer a una
En el caso de que exista pluralidad de personas reconocedoras, el Código
establece que el reconocimiento debe practicarse separadamente y sin que los
testigos se comuniquen entre sí. Ello, con el objeto de que no se torne ilusoria la
eficacia de la diligencia, dado que si todos intercambian opiniones, implica
necesariamente la falta de espontaneidad de cada una de las personas que deben
identificar. Sumado a que ello podría provocar la falta de sinceridad.
12.12.2.2. Cuando sean varias las personas a las cuales una deba identificar o
reconocer
En estos casos, el reconocimiento puede realizarse en un solo acto, pero para ello
deberá respetarse el número de personas a reconocer y el de las demás que integran
la rueda. Asimismo, cabe aclarar que corresponde al criterio del juez determinar si
realiza la diligencia en conjunto o si prescinde de dicha modalidad en virtud de las
particularidades del caso.
12.12.3. Reconocimiento por fotografía
12.12.3.1. Concepto
El reconocimiento por fotografías constituye un medio de prueba de carácter
subsidiario, pues sólo es procedente cuando la persona no esté presente, no
bastando su simple ausencia, sino que, además, se requiere que sea imposible
conseguir su presencia.
En efecto, la diligencia solamente resulta admisible cuando el individuo a identificar
no pueda ser sometido personalmente al reconocimiento. Esto ocurrirá cuando se
halle prófugo o se ignore su paradero o domicilio, o habiendo sido localizado, medie la
imposibilidad material de que comparezca al lugar del acto(147).
En consecuencia, si se trata de la persona del imputado y ésta, presente o estando
ausente pudiera ser fácilmente localizable, el reconocimiento por fotografía es nulo,
en razón de que se soslaya su participación personal en el acto, lo cual implica una
inobservancia de las formas relativas a la intervención del imputado en el proceso.
En este sentido, ha resuelto la sala I de la CNCasación Penal, en el caso "Griguol"
(148)al disponer que debe declararse la nulidad del reconocimiento fotográfico
realizado por la víctima, cuando los imputados ya habían sido individualizados, pues
este medio de identificación es expresamente subsidiario de la rueda de personas
para el supuesto de que quien resultara individualizada no estuviere presente o no
fuere habida.
Para poder llevar a cabo la diligencia, será necesario obviamente disponer de
retratos fotográficos de la persona a reconocer, las cuales en lo habitual
corresponderán a los archivos de la policía. Al respecto, es preciso mencionar que no
resultan admisibles las "fotografías artísticas", dado que, a pesar de las habilidades
del dibujante, no siempre representan todas las características fisonómicas reales.
Por último, no es ocioso mencionar que antes de practicarse la diligencia se deberá
notificar a las partes, bajo pena de nulidad, salvo urgencia. Ello con el objeto de
garantizar el control directo sobre el acto.
12.12.3.2. Acto definitivo e irreproducible
Al respecto, ver comentario del art. 270. Por su parte la sala I de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional ha sostenido que "Deberá
declararse la nulidad del reconocimiento fotográfico del imputado y revocar su
procesamiento, pues se han violado derechos fundamentales de él, esto es, el control
de un acto que era en sí irreproducible, arts. 167 y 168 CPPN"(149).
12.12.3.3. Procedimiento
El órgano jurisdiccional deberá exhibir la fotografía de quien deba ser identificado
junto con otras pertenecientes a otras personas, pero con rasgos semejantes.
En lo que respecta a la cantidad, cabe señalar que si bien la norma no establece el
número mínimo de fotografías que deben presentarse al observador, entiendo que, en
virtud de la remisión que contiene el segundo párrafo del artículo, las pertenecientes a
otras personas deben ser dos o más.
Ante dicha exhibición, el sujeto deberá expresar si se encuentra dentro de las
Ante dicha exhibición, el sujeto deberá expresar si se encuentra dentro de las
fotografías la persona a reconocer. Al igual que en el reconocimiento de personas,
deberá indicarla de manera clara y precisa.
12.12.3.4. Validez del reconocimiento de personas posterior
El reconocimiento fotográfico no invalida al reconocimiento posterior en rueda de
personas. Sin embargo, cabe señalar, que ello puede afectar su valor conviccional,
dado que la muestra fotográfica necesariamente interferirá en la espontaneidad.
12.12.3.5. Eficacia probatoria
Si bien la eficacia probatoria se halla sujeta, como todos los medios de prueba, a
las reglas de la sana crítica, considero, siguiendo a Cafferata Nores, que el
reconocimiento fotográfico no tiene la eficacia del verdadero y propio
reconocimiento(150), y por ende, considero, no puede constituir el único fundamento
de una condena.
En este sentido, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dispuesto que dejar
sin efecto la sentencia condenatoria que se basó fundamentalmente en el
reconocimiento impropio del imputado efectuado a partir de su aparición televisiva,
dado que la privación de su calidad de prueba dirimente trae aparejada la
imposibilidad de cerrar un juicio de imputación penal afianzado en la certeza acerca
de la intervención delictiva de aquél. Agregando, nuestro más Alto Tribunal que "La
sentencia condenatoria que se basa en el reconocimiento impropio practicado en
virtud de la aparición televisiva del imputado, afecta el principio in dubio pro reo que
deriva de la presunción de inocencia máxime cuando, en la causa existen numerosos
indicios que incriminan a un tercero"(151).
12.12.4. Reconocimiento de cosas
12.12.4.1. Concepto
El reconocimiento de cosas es el acto mediante el cual, a fin de identificar una cosa
relacionada con el delito investigado, ésta le es exhibida a una persona para que
afirme o niegue haberla visto con anterioridad y en qué circunstancias(152).
El objeto del acto pueden ser cosas muebles o inmuebles, animadas (animales) o
inanimadas (cosas materiales). Asimismo —reitero— la cosa debe estar relacionada
con el delito investigado, dado que, de lo contrario, la diligencia carecería de sentido y
valor probatorio.
12.12.4.2. Procedimiento
La norma dispone al respecto que el juez invitará a la persona que deba efectuarlo
a que previamente lo describa. Ello se fundamenta en que la descripción previa del
objeto es relevante para poder valorar con posterioridad el juicio de identidad o
diferencia que el reconociente refiera al serle exhibida la que se tiene en el proceso.
Luego, se le exhibirá al reconociente la cosa junto a otras que presten similitudes
con ella, en caso de ser posible, dado que de dicha manera se procura darle mayor
eficacia y seriedad al acto. A continuación, el sujeto deberá ser interrogado sobre si
reconoce entre las exhibidas a la descripta.
12.12.5. Careos
12.12.5.1. Concepto
12.12.5.1. Concepto
El careo es el medio de prueba por el cual se provoca la confrontación entre dos o
más personas, cuyas versiones son contradictorias o divergentes sobre un mismo
hecho importante de la causa. En efecto, carear significa ponerlos uno frente a otro
para saber cuál de ellos dice la verdad.
Asimismo, entiendo que el careo es un medio autónomo de prueba, y por ende, que
no constituye un medio complementario de la prueba confesional y testimonial,
porque si bien es cierto que aquél parte de antecedente de éstas, lo real es que busca
una verdad independiente no producida por la confesión o el testimonio, siendo que
además, como ocurre en éstas, no toma a los deponentes únicamente como medios
de prueba, sino como medios y órganos de prueba, pues en el careo se analizan
situaciones que sólo en el mismo se puede producir, como son las reacciones y
gestos que mantienen los careados(153).
A su vez, por ello, el imputado puede negarse a su realización, dado que, en cuanto
a éste, la medida funciona como medio de defensa, por lo cual no puede ser
impuesta(154). Asimismo, resulta oportuno recordar que su negativa, por estar
amparada por el principio general del art. 18 de la CN, no podrá ser utilizada como
presunción de culpabilidad en su contra.
Por otro lado, cabe señalar que la procedencia o no del careo es una facultad
discrecional del juez, y que le corresponderá a éste juzgar su procedencia en cuanto
a su pertinencia y utilidad para la causa.
En este sentido, la sala I de la CNCasación Penal en el caso "Pinto"(155)ha
expresado que "...el careo es un medio de prueba cuya producción es facultativo,
como surge del texto del art. 276 del CPPN, por lo que su denegación no importa, en
principio, arbitrariedad alguna".
En cuanto a su naturaleza, el careo no constituye un acto definitivo e irreproducible,
de modo que puede ser delegable al Ministerio Público Fiscal, salvo que intervenga el
imputado, y además, es susceptible de renovarse durante el debate.
12.12.5.2. Requisitos
En primer lugar, es necesario que existan en el proceso dos o más declaraciones, y
que en ellas se haya vertido manifestaciones contradictorias sobre hechos o
circunstancias importantes. Es decir, requiere discordancia, la cual puede provenir de
un relato diverso sobre cualquiera de las particularidades de tiempo, modo y lugar del
hecho, llevando a la insuperable duda sobre cuál de las versiones es la que
corresponde a la verdad eventual de lo sucedido.
En segundo término, debe ser de importancia, o sea, de interés para el objeto de la
investigación. En consecuencia, no corresponde ordenar el careo sobre la base de
discrepancias meramente accesorias o de escasa significación y que no son
conducentes para la causa.
Por último, la contradicción debe tornar dudosas todas las declaraciones
discrepantes, pues el careo tiende a despejar las dudas existentes. Dado que, de lo
contrario, el acto carecería de sentido.
En definitiva, el careo tiene como presupuesto: a) la existencia en el proceso del
dicho de los careados; b) que esos dichos sean dudosos, y c) la discrepancia entre
los dichos, cuya aclaración sea de interés para el proceso.
12.12.5.4. Juramento
El juramento es el requisito formal necesario para cumplimentar el acto, sin
embargo, se encuentra exento de juramento el imputado. Dado que, cuando en el
careo interviene el imputado, rigen para él todas las normas de garantías previstas en
la indagatoria.
Dicha formalidad debe efectuarse de la misma manera que para el testimonio, pues
el acto constituye una ampliación autónoma de las declaraciones ya vertidas, y el
pronunciarse sin veracidad hará incurrir el deponente en falso testimonio.
Asimismo, se encuentran exceptuados de prestar juramento los inimputables por
minoridad y los condenados como partícipes del delito que se investiga o de otro
conexo (ver comentario del art. 249).
12.12.5.5. Forma
12.12.5.5.1. Análisis general
La norma dispone, en primer lugar, que el careo deberá realizarse, como regla
general, entre dos personas, lo cual no implica que no pueda realizarse entre más.
El careo puede verificarse entre testigos, entre imputados, o entre imputados y
testigos. Asimismo, entiendo que no puede realizarse entre peritos, dado que, en
caso de existir discrepancia entre sus conclusiones, la norma dispone como solución
la designación de nuevos peritos (ver comentario del art. 262). En contra, Navarro
Daray sostienen que el careo es procedente entre peritos que discrepen(156).
En cuanto al querellante, no se encuentra exento de la obligación de deponer como
testigo, razón por la que puede luego ser sometido a careo, encontrándose obligado
al mismo.
En lo que respecta a la asistencia, en caso de que se realice con el imputado, al
acto sólo podrá concurrir su defensor y el fiscal. En cambio, si se verifica entre
testigos, las partes tendrán derecho a presenciar el careo.
12.12.5.5.2. Procedimiento
En el segundo párrafo, la norma dispone que se debe dar lectura de las partes
referentes a las divergencias que hubiere, es decir, no resulta necesario que se lea la
totalidad de las declaraciones anteriores. Dicha lectura tiene la finalidad de
proporcionar la base de la discusión y circunscribir al ámbito propio de ella.
Luego, el artículo regula que se debe llamar la atención de los careados sobre las
discrepancias, a fin de que reconvengan o traten de ponerse de acuerdo. Ello implica
que éstos están autorizados a preguntarse recíprocamente o a solicitarse
aclaraciones o incluso a invocarse detalles que puedan ayudar a la memoria del otro.
De todo ello se dejará constancia en la respectiva acta, en la cual deberá constar la
ratificación o rectificación dependiendo del caso.
Por otro lado, el artículo prohíbe al juez dejar su impresión personal acerca de la
actitud de los careados, ello con el objeto de preservar la objetividad de la prueba y
de que las referidas impresiones personales del juez no afecten la libertad de
convicción del tribunal que ha de intervenir en el juicio.
Por último, el careo se concluye con la firma de todos los que hayan intervenido
previa lectura y ratificación.
12.12.5.5.3. Eficacia probatoria
La eficacia probatoria del careo podrá provenir tanto de la superación de las
contradicciones, por decisión de los que hayan intervenido —ya sea que alguno de
los careados se haya rectificado o retractado—, como de los nuevos elementos que le
proporcione al juez la confrontación inmediata entre los careados, para valorar la
veracidad y sinceridad de la ratificación de los dichos discordantes.
12.13. IDENTIFICACIÓN DE CADÁVERES Y AUTOPSIAS
El nuevo art. 173 dispone que si la investigación versare sobre la muerte
sospechosa de haber sido provocada por un hecho punible, antes de procederse a la
inhumación del occiso o después de su exhumación, el representante del Ministerio
Público Fiscal, con comunicación a la defensa, ordenará la realización de la autopsia
y descripciones correspondientes. La identificación se efectuará por medio de
testigos, muestras dactiloscópicas o, de no ser posible, por otro medio idóneo.
Consideramos que lo más novedoso de la norma en estudio es la notificación a la
defensa sobre la realización de la autopsia ante el eventual interés que pudiera tener
en ofrecer la intervención de un perito médico de parte. Ello, cuando se pudiera
individualizar a la parte imputada desde el primer momento de tener conocimiento de
la muerte sospechosa y ordenarse la necropsia del cadáver. Sin embargo, en algunas
ocasiones la individualización de los eventuales autores recién se configura después
de la autopsia cuando se tiene la confirmación que se trató de un hecho criminal.
Entendemos que para evitar alguna situación traumática, la exhibición del cadáver
directamente a los testigos podría ser reemplazada por la muestra de fotografías
extraídas al cuerpo. Además, con este método se asegura la permanencia de los
rasgos fisonómicos del occiso que podrían verse modificados por el paso del tiempo y
la eventual inhumación de éste como N.N.
También sirven para procurar la identificación del cadáver, amén de la exhibición a
testigos y extracción de fichas dactilares, los datos provenientes de la necropsia que
pueden brindar elementos sobre la edad de la persona fallecida, profesión, condición
social, enfermedades o defectos físicos evidentes, tatuajes, particularidades
odontológicas, etcétera.
La extracción y conservación de muestras de ADN aparece de gran utilidad práctica
por el margen de seguridad que pueden brindar y la persistencia del material para
análisis en muchas partes del cuerpo aun después de bastante tiempo de producida
la muerte.
El método odontológico es otro mecanismo que tiene importante difusión y buen
margen de seguridad, sobre todo cuando se tienen placas radiográficas o moldes
dentarios para cotejo(157).
Asimismo, resulta aconsejable que se recojan y guarden sus vestimentas y demás
objetos encontrados (anillos, aros, collares, cadenas, relojes, etc.) con el propósito de
facilitar en el futuro alguna posible identificación del cadáver a través de dichos
elementos.
El artículo precitado contempla la exclusiva intervención del Ministerio Público
Fiscal, por ser el encargado de la investigación y la recolección de las pruebas (arts.
88 y 128, inc. a]). En consecuencia, entendemos que los parientes de la parte
damnificada deberán solicitar al fiscal, luego de la realización de la autopsia y las
otras medidas de prueba que resulten necesarias, la entrega del cadáver para su
posterior inhumación, pudiendo el Ministerio Público Fiscal ordenar que el cuerpo no
sea cremado ante la eventual necesidad de exhumarlo en el futuro para efectuar otros
peritajes.
12.14. RECONSTRUCCIÓN DEL HECHO
Se podrá ordenar la reconstrucción del hecho para comprobar si se efectuó o pudo
efectuarse de un modo determinado.
No podrá obligarse al imputado a intervenir en la reconstrucción, pero tendrá
derecho a solicitarla, presenciarla e intervenir en ella.
Consideramos que se trata de una medida de prueba excepcional que en la etapa
de la investigación será dirigida por el Ministerio Público Fiscal, y si bien la doctrina
entiende que es un acto irreproducible, no vemos la imposibilidad de volver a
efectuarla en la etapa del juicio ante el tribunal interviniente a los efectos de garantizar
la inmediación de la diligencia. De todas maneras, se podría reemplazar su
realización en esta etapa con la exhibición de videofilmaciones y fotografías de la
reconstrucción efectuada durante la investigación.
El imputado puede negarse a participar en la reconstrucción, dado que ello
implicaría la realización de actos voluntarios que podrían comprometer su situación
procesal, lo que vulnera expresamente el derecho a no autoincriminarse y la
prohibición de ser obligado a declarar contra sí mismo, consagrados en el art. 18 de la
Constitución Nacional y en el art. 4° de este Código. Es que en el caso en estudio, el
imputado no sería considerado un "objeto de prueba" como en la rueda de
reconocimiento personal, sino que actuaría como "sujeto de prueba" al requerir de su
parte la realización de distintas conductas a pedido del fiscal y las otras partes, y
peritos intervinientes en la diligencia.
Por otro lado, se le reconoce el derecho al imputado para solicitar la realización de
la reconstrucción del hecho y de ser su voluntad, intervenir en ella en defensa de su
versión de los hechos. También tiene la facultad de asistir a la diligencia ordenada, sin
la obligación de participar voluntariamente del acto. Generalmente, en estos
supuestos lo hace junto a la defensa a los efectos de brindar datos a ésta de cómo
sucedieron los hechos y la disposición en que se encontraban los sujetos
intervinientes en el evento.
La reconstrucción del hecho es un medio de prueba que consiste en una
reproducción artificial del hecho objeto del proceso o de algunas circunstancias
relacionadas con ese evento que revistan importancia y utilidad para la investigación,
con el propósito de comprobar si el suceso se efectuó o pudo efectuarse de un modo
determinado.
Durante el desarrollo de la investigación, los dichos de los testigos y del propio
imputado van incorporando diversas versiones sobre el modo en que ocurrieron los
hechos. Para determinar la credibilidad de dichas versiones es que se acude a este
medio de prueba que procura reproducir con la mayor fidelidad posible lo que
aquéllos expresaron con relación a los lugares, espacios, distancias, movimientos,
ubicaciones de cosas y personas, luminosidad y demás circunstancias que permitan
aproximarse con mayor exactitud a alguna de las versiones recogidas. Por ello, en
ocasiones se hace necesario realizar tantas reconstrucciones del hecho como
versiones distintas existieran de él. Para que resulte más fidedigna y aproximada a la
verdad, en lo posible, la reconstrucción se debe realizar en el mismo lugar donde se
supone que ocurrió el hecho, utilizar los mismos objetos secuestrados que hubieran
tenido alguna importancia en el suceso (armas, automóviles, sogas, escaleras,
muebles, etc.) y que también intervengan las mismas personas que lo han
protagonizado y se den las mismas condiciones temporales, es decir, si fue de noche,
conviene hacer la reconstrucción en horario nocturno para verificar las condiciones de
luminosidad del lugar y las eventuales consecuencias que la misma hubiera podido
tener en el desarrollo del evento. Generalmente, el acto será complementado por una
inspección judicial de personas o cosas y diversos peritajes para corroborar los
aspectos técnicos a que pueda dar lugar la reconstrucción y, en su caso, se
interrogará a las personas que actúen para que precisen o aclaren determinadas
circunstancias.
El Ministerio Público Fiscal no está obligado a realizar la reconstrucción del hecho
en todos los casos que se le presenten, sino que podrá ordenarla en forma
discrecional cuando la estime conducente para el esclarecimiento del suceso
investigado. Las partes podrán solicitar su realización al fiscal, pero en caso de
negativa de éste, dará lugar al recurso de revisión previsto en el art. 128, inc. b). La
reconstrucción del hecho también puede ser requerida y realizada durante la etapa
del juicio, siempre que el tribunal la considere pertinente y útil para el desarrollo del
debate.
Por tratarse de una medida de prueba excepcional, cuando se disponga su
realización, deberán ser notificados, salvo disposición en contrario y bajo sanción de
nulidad, el querellante, los defensores y las demás partes legalmente constituidas,
para que asistan a la diligencia si lo estiman pertinente y puedan ejercer el contralor
de la prueba. Durante el desarrollo del acto, las partes podrán formular las
observaciones, indicaciones, preguntas y demás instancias que hagan a la defensa
de sus derechos (art. 228).
En la realización de la diligencia, en principio deberán participar personalmente los
órganos de prueba que previamente hubiesen aportado su versión sobre las
circunstancias en que se desarrolló el hecho investigado. Si por alguna razón no se
obtuviera la comparecencia de aquéllos, el juez podrá ordenar igualmente la
ejecución del acto por medio de sustitutos que realizarán bajo sus indicaciones las
actuaciones que debería efectuar el verdadero protagonista ausente. Como lo indica
la norma, el imputado no está obligado a participar en la reconstrucción del hecho, ya
que de otro modo, podría entenderse compelido a proporcionar información en su
contra, vulnerando la garantía contra la autoincriminación, tal como lo expresamos en
páginas anteriores. Sin embargo, como dijimos, en caso de estimarlo necesario para
el ejercicio de su derecho de defensa, la parte imputada podrá solicitar la realización
de la reconstrucción del hecho e intervenir voluntariamente en su ejecución, gozando
durante la diligencia de todas las garantías y derechos que le asisten por su
condición(158).
Si bien la legislación de rito no prevé expresamente alguna causal de prohibición
para la realización de la reconstrucción, resulta conveniente que el Ministerio Público
Fiscal actúe con la prudencia del caso, omitiendo la ejecución de diligencias de
reconstrucción que de cualquier modo puedan afectar la moral, el pudor privado o el
orden público.
El fiscal dirigirá a todos los protagonistas de la diligencia que intentarán reproducir
las circunstancias que observaran o percibieran al momento del suceso que se
reconstruye, cuidando que la reconstrucción histórica sea lo más exacta posible y se
labrará un acta conforme a las estipulaciones del art. 104 del código adjetivo.
En cuanto a la valoración de la reconstrucción del hecho, se deberá tener en cuenta
que no siempre resultará posible reproducir fielmente las condiciones de lugar, tiempo
y acción en que se desarrolló y que las personas intervinientes en la diligencia podrán
inclinarse subjetivamente a ratificar la versión de los hechos que realizaran con
anterioridad, aunque tal relato no se ajuste enteramente a lo ocurrido en la realidad y
el desarrollo del acto así lo esté demostrando. Por eso, el fiscal debe estar alerta
sobre los aspectos especiales de este medio de prueba, tanto en la dirección como en
la interpretación del acto, y de ese modo, aprovechar la aportación probatoria de esta
diligencia que en determinados casos que se presentan muy controvertidos por las
versiones encontradas de testigos y partes, puede ser de gran utilidad para lograr el
descubrimiento de la verdad.
Para dar mayor eficacia a la reconstrucción, el fiscal podrá disponer todas las
operaciones técnicas y científicas convenientes, es decir, podrá convocar a aquellos
peritos y auxiliares (médicos forenses, ingenieros, expertos en balística, fotógrafos,
dibujantes, camarógrafos, etc.), generalmente pertenecientes a los gabinetes técnicos
de la policía judicial. Los nombrados actuarán bajo las directivas del magistrado y
realizarán todos los estudios técnicos y científicos que resulten necesarios para
aclarar las cuestiones que surjan durante el desarrollo de la diligencia.
En muchas ocasiones, el fiscal necesita de los conocimientos que puedan aportar
estos expertos para obtener un resultado óptimo y profundizado de las inspecciones y
reconstrucciones que se ordenen. Estos profesionales interpretan los hechos
conforme a su ciencia y experiencia y dan las razones de las conclusiones a que han
llegado.
Sin embargo, si bien los técnicos y expertos convocados tienen los conocimientos
especiales de determinada ciencia o práctica, actúan esencialmente como testigos
calificados que ilustran y esclarecen sobre los hechos que, de no ser interpretados
debidamente por aquéllos, el magistrado no podrá conocer en su plenitud. Pero las
respuestas de testigos que tuvieran opiniones técnicas sobre cuestiones propias de
una pericia, no puede considerarse que tengan valor probatorio como tales, aunque
los testigos tengan título profesional habilitante para dictaminar sobre la materia(159).
De ello se concluye que cuando se requieran exclusivamente conocimientos
especiales en algún arte, ciencia o técnica para analizar y comprender algún hecho o
circunstancia relacionada con la investigación, se deberá ordenar la producción de la
prueba pericial pertinente, la que se realizará conforme a las formas previstas para
ese tipo de diligencias en particular. Es decir, si los expertos únicamente efectúan
aclaraciones y recomendaciones durante la reconstrucción, se valorarán sus aportes
como el de testigos calificados.
Si en cambio, el desarrollo del acto indica la conveniencia de profundizar alguna
cuestión técnica, el fiscal tiene la posibilidad de ordenar una pericia al respecto, que
según su naturaleza, podrá desarrollarse en el mismo acto de la reconstrucción —
previa notificación a las partes interesadas— (ej., obtención de rastros, determinación
de la trayectoria de los disparos según las versiones de las partes, planimetría, etc.) o
con posterioridad a la diligencia (ej., pericia médica para determinar si las heridas se
corresponden con los hechos reconstruidos, pericia química para determinar la
distancia de los disparos, etc.). Entendemos que una vez notificadas las partes de la
inspección judicial o reconstrucción del hecho ordenada por el fiscal y la consecuente
convocatoria de los gabinetes técnicos respectivos, se encontrarían cumplidos los
recaudos necesarios para efectuar in situ cualquier tipo de peritaje cuya necesidad
surgiera durante el desarrollo de la diligencia.
12.15. EXÁMENES CORPORALES
Si fuere necesario para constatar circunstancias relevantes para la investigación,
podrán efectuarse exámenes corporales al imputado o al presunto ofendido por el
hecho punible, tales como pruebas de carácter biológico, extracciones de sangre u
otros análogo, siempre que no existiere riesgo para la salud o dignidad del
examinado.
Si la persona que ha de ser objeto de examen, informada de sus derechos,
consintiere en hacerlo, el representante del Ministerio Público Fiscal ordenará que se
practique sin más trámite. En caso de negarse, se solicitará la correspondiente
autorización judicial, exponiéndose al juez las razones del rechazo.
El juez ordenará la diligencia siempre que se cumplieren las condiciones señaladas
en el párrafo primero de este artículo.
El artículo habilita al Ministerio Público Fiscal para que disponga él mismo o, en
caso de negativa del sujeto pasivo, con autorización del juez de la causa, la
realización de exámenes corporales al imputado o a la víctima (pruebas de carácter
biológico, extracciones de sangre u otros análogos), tendientes a constatar
circunstancias relevantes, tales como establecer la individualidad o identidad de la
persona imputada, la filiación genética de la víctima, verificar las huellas dejadas por
el hecho en su cuerpo o cualquier otra circunstancia significativa para el
esclarecimiento del suceso investigado, siempre que no existiere riesgo para la salud
o dignidad del examinado.
Con la nueva redacción de la norma, ha quedado definitivamente igualado el
régimen adoptado, tanto para el imputado como para el presunto ofendido por el
hecho punible —víctima—, recordando que anteriormente existían discrepancias tanto
en doctrina como en jurisprudencia sobre el tratamiento que debía darse a unos y
otros. Más adelante haremos una mención a ello.
Los exámenes corporales de la norma en estudio tienen que ajustarse a lo
dispuesto en el art. 16 de este Código, es decir, efectuarse de conformidad con los
principios de idoneidad, razonabilidad, proporcionalidad y necesariedad, toda vez que
constituyen una restricción o limitación ostensible del goce de derechos de rango
constitucional o reconocidos expresamente por los instrumentos internacionales de
derechos humanos.
El límite impuesto para este tipo de medidas es el respeto a los principios y
garantías mencionados precedentemente, así como la debida consideración al
derecho a la salud corporal y a la intimidad y dignidad de la persona.
En el caso que la persona se niegue a la realización de la medida, el fiscal le
informará los motivos al juez y si éste coincide con la opinión del acusador público,
ordenará que se practique el examen, respetando las garantías mencionadas,
pudiendo hacer uso de la fuerza pública en caso de persistir la negativa del sujeto.
Entendemos que en atención a la importancia de la injerencia dispuesta, el juez
deberá dictar un auto fundado donde consten los motivos por los cuales se tiene que
cumplir con la medida y librará una orden escrita para que se ejecute la diligencia por
los órganos técnicos pertinentes.
En estos supuestos, las personas no pueden negarse a someterse a la diligencia
pues no actúan como sujeto informante de prueba sino como objeto portador del
material probatorio y, en consecuencia, no los ampara la garantía constitucional que
veda la autoincriminación. De ello se deduce que la diligencia deberá realizarse pese
a la negativa del sujeto y, en su caso, podrá utilizarse la fuerza pública para
concretarla.
Cuando el caso fuera complejo y se requiriese un conocimiento especializado, el
fiscal o juez podrán pedir el auxilio de peritos. Ello no significa que la prueba se
transforme en pericial, dado que los peritos no actuarán por sí solos, sino que sólo
ayudarán a practicar la medida a través de su experiencia.
Entendemos que al acto pueden asistir el defensor o una persona de confianza del
examinado, quien será notificado de esta posibilidad con anterioridad a la diligencia.
En caso de tratarse de un acto que por sus características o circunstancias pueda
catalogarse como definitivo e irreproducible, deberá notificarse a todas las partes del
proceso, bajo pena de nulidad. Sólo en ocasiones de suma urgencia debidamente
justificada mediante decreto fundado del juez, podrá prescindirse de la notificación del
acto a las partes mencionadas.
Las diligencias de extracción de sangre e inspección corporal deberán ser volcadas
en actas de acuerdo con los términos del art. 104 del código de rito. Las actas
confeccionadas por los funcionarios policiales serán consideradas instrumentos
públicos en los términos del art. 979, incs. 1° y 4° del Código Civil, y harán plena fe,
en tanto no sean argüidas de falsas por acción civil o criminal, de la real ocurrencia de
los hechos que el tribunal, juez o funcionario exprese como cumplidos por él mismo o
como pasados en su presencia (art. 993, Cód. Civil).
Algunos autores entienden que este tipo de diligencias de examen corporal no
pueden asimilarse a las requisas personales, sin embargo, consideramos que en
algunos casos, como cuando se detecta el transporte de sustancia estupefaciente
dentro del cuerpo humano, ambos institutos se encuentran íntimamente relacionados
y se complementan entre sí(160).
12.15.1. Utilización compulsiva del cuerpo del imputado
En la legislación anterior, al igual que ahora, en los casos en que se hacía
necesario el examen corporal del imputado con motivo de la investigación, la medida
podía llevarse a cabo en forma compulsiva y pese a la negativa de aquél, dado que
no actuaba como "sujeto de prueba" sino como "objeto de prueba" en el proceso, es
decir, el imputado estaba obligado a someterse a su realización (deber de tolerancia).
En estos casos, existe un conflicto de intereses entre la función judicial en lo penal del
Estado y la legítima aspiración del individuo a que se respeten sin restricciones sus
derechos, libertades y bienes jurídicos. En razón de esta confrontación histórica, se
reconoció la necesidad de establecer límites al poder penal del Estado que se
tradujeron en el reconocimiento de un conjunto ineludible de garantías fundamentales
que amparan a la persona penalmente perseguida. Entre ellas se destacan el derecho
del imputado a una esfera privada libre de injerencias y la prohibición del ejercicio de
la coacción estatal para obtener que aquél se incrimine a sí mismo (nemo tenetur se
ipsum accusare).
Sin embargo, ello no significa que sus derechos sean absolutos. Como los de
cualquier individuo, pueden ser restringidos por las leyes que reglamentan su
ejercicio, siempre que no alteren el contenido esencial de la respectiva garantía. La
legislación procesal prevé diversas injerencias en la esfera privada del imputado,
entre otras: la inspección corporal, las extracciones de sangre, la requisa personal, el
allanamiento de la morada, la intercepción de correspondencia y la intervención de
comunicaciones, todas ellas dirigidas a la averiguación de la verdad real sobre el
hecho que constituye materia de acusación. No obstante ello, por otro lado, el marco
constitucional dispone que toda persona tiene derecho al reconocimiento de su
dignidad (art. 75, inc. 22, CN y art. 11.1, CADH).
Con respecto a los límites de la medida, el derecho constitucional que impone la
máxima reducción a las injerencias estatales en la esfera privada del individuo, se
encuentra íntimamente vinculado al "principio de proporcionalidad", que comprende
tres "subprincipios": la idoneidad, la necesidad y la proporcionalidad stricto sensu.
a) Entonces, la medida restrictiva debe ser idónea para su fin específico, es decir,
un instrumento adecuado objetiva y subjetivamente para el logro de sus fines, desde
el plano cualitativo (tipo de medida), cuantitativo (alcance de la intrusión) y subjetivo
(adecuación de la intromisión en función de las características personales del sujeto a
quien se aplica).
b) La necesidad de la injerencia se da cuando ella resulta la alternativa menos
gravosa para lograr el fin propuesto (comparada con otras medidas, la menos lesiva
para los derechos que constituyen el "ámbito privado" del encartado).
1. La proporcionalidad stricto sensu se relaciona con la necesidad de comparar los
intereses en conflicto que implica la ejecución de la injerencia estatal, es decir,
ponderar los intereses individuales del titular del derecho fundamental con el interés
estatal que se intenta salvaguardar con la limitación (determinar si la intrusión en la
"esfera personal" del imputado guarda una relación proporcional con la importancia
del interés estatal que se intenta proteger).
Además, las injerencias en el ámbito privado de la persona deben responder no
sólo al principio de legalidad formal —normativa ritual— sino a la regla de legalidad
material, en función de sus criterios de idoneidad, necesidad y proporcionalidad stricto
sensu. Entonces, el órgano jurisdiccional procederá a la valoración de las
circunstancias concurrentes en el caso concreto para permitir determinadas
injerencias en la esfera personal y, de este modo, podrá reconocérselas como una
medida legítima, no arbitraria y, por ende, admisible.
De lo expuesto, vemos que el imputado goza del derecho a la máxima reducción
posible de toda injerencia estatal en su esfera personal, por lo que cualquier intrusión
que no respete los parámetros que hemos venido apuntando, conduce
inexorablemente a una prohibición de valoración probatoria. Ello, por resultar
intolerable que el Estado obtenga beneficio de una injerencia ilegítima ejecutada a
espaldas de las condiciones que le hubieran otorgado validez constitucional. Por
ende, esta clase de diligencias no pueden considerarse válidas para producir prueba
en el proceso penal, es decir, se trata de una prueba prohibida que no puede ser
valorada en ningún caso(161).
Con relación a la evolución de la jurisprudencia sobre la cuestión, y volviendo al
tema de la autoincriminación, consagrado en los arts. 18 y 75, inc. 22 de la Carta
Magna, existen varias posiciones doctrinarias y jurisprudenciales sobre la aplicación
del principio a los supuestos de inspección corporal contemplados en la legislación
anterior. En la generalidad de los casos, como dijimos, se ha sorteado la cuestión
acudiendo a los conceptos de "sujeto de prueba" y "objeto de prueba", sosteniendo
que la prohibición de la autoincriminación no funciona cuando el cuerpo del individuo
es considerado "objeto de prueba" y no "sujeto de prueba". Es decir, no existe
discusión que resulta ilegítimo obligar a una persona a realizar declaraciones o
reconocer circunstancias autoincriminatorias que debieron provenir de su libre
voluntad, pero sí sería válida la utilización del cuerpo del imputado
independientemente de cualquier expresión de su voluntad, como cuando se lo hace
integrar una rueda de reconocimiento o se le extraen impresiones dactilares para su
debida identificación o sangre para efectuar un dosaje de alcohol o estudios genéticos
y de histocompatibilidad.
En consecuencia, acudiendo a este concepto de "objeto de prueba", se ha
justificado desde antaño el ejercicio de la coerción estatal para lograr la inspección
corporal del imputado y la extracción de sangre y otros fluidos, siempre que dichos
exámenes no resulten vejatorios ni peligrosos para su salud física o psíquica(162).
a) Extracción de sangre: En el mismo sentido, en "Mom, Mario Rufino"(163), se
consideró que "El razonable ejercicio de la facultad estatal para investigar los delitos
incluye el sometimiento del imputado a la utilización de su cuerpo a fin de obtener
prueba". En "Aranguren"(164)se determinó que la extracción de sangre a los efectos
del dosaje de alcohol puede ser cumplida aun en contra de la voluntad del imputado,
siempre que el examen médico realizado por persona idónea no constituya un peligro
para la persona. En "Segundo, Cristian G."(165), se determinó que la negativa del
imputado a someterse a la extracción de sangre no podía ser valorada en su contra,
ya que no era su obligación probar que estaba ebrio, sino inherente al Estado quien
—por medio de sus órganos— podía ejecutar compulsivamente ese examen, pues el
encausado es objeto de prueba.
b) Objetos transportados dentro del cuerpo: En "Álvarez, Juanito"(166), el personal
policial procedió a conducir al detenido a un hospital donde se le aplicaron enemas
para producir la expulsión de los envoltorios con droga que llevaba alojados en sus
intestinos. La mayoría de la sala consideró válido el procedimiento en atención al
consentimiento expresado por el imputado para que le administraran las enemas y
agregó que igualmente no había existido un forzamiento de la voluntad del detenido
para obtener prueba en su contra, dado que de todas maneras tarde o temprano iba a
terminar evacuando su intestino por razones naturales.
En un caso similar, "Carreño Roca"(167), con motivo de un procedimiento de control
general aduanero y a instancias de los propios dichos del imputado, se detectó la
presencia de cápsulas con estupefacientes en el interior de su cuerpo. El Tribunal
Superior consideró válido el procedimiento al existir un estado de sospecha razonable
y el reconocimiento voluntario efectuado por el encausado.
En "Zambrana Daza, Norma B."(168), la Corte Suprema de Justicia de la Nación
validó un procedimiento de incautación de estupefacientes sucedido con motivo de la
expulsión espontánea por vía bucal de una mujer que había concurrido a un hospital
público a hacerse atender por sufrir fuertes dolores de estómago. El Supremo
Tribunal consideró que no existió coerción estatal para procurar la expulsión de las
cápsulas con sustancias estupefacientes que había ingerido; que fue la propia
conducta discrecional de la imputada la que permitió dar a conocer a la autoridad el
hecho enrostrado; que lo ocurrido a la imputada derivaba del riesgo tomado a cargo
del individuo que delinque y que es irrazonable que los médicos de los hospitales
públicos, pese a su carácter de funcionarios públicos, se encuentren impedidos de
denunciar delitos por estar obligados a guardar el secreto profesional.
En "P., N."(169), se decretó la nulidad absoluta del secuestro de material
estupefaciente hallado en el cuerpo de la imputada, si fue encontrado mediante un
accionar manifiestamente ilegítimo del personal policial, que sometió a la imputada a
un trato perverso, indigno e inhumano, al hacerle practicar flexiones y saltos desnuda
para obtener la prueba que la incriminara pues, tales intromisiones corporales
exceden el de una simple requisa y, salvo razones de urgencia, requieren de una
autorización judicial, debiendo realizarse en condiciones tales que no vulneren por
demás el pudor y la intimidad del inspeccionado, ni mucho menos que puedan poner
en peligro su salud.
Por último, en "Baldivieso"(170), se revocó la condena de una persona que debió
atenderse de urgencia en un hospital público con motivo de una grave obstrucción
intestinal provocada por haber ingerido cápsulas con droga para su transporte. Se
dejó sin efecto la doctrina de "Zambrana Daza" y se argumentó que la información
sobre el propio estado de salud constituye una esfera de intimidad privilegiada que
origina un deber de confidencialidad superior al tiempo que se señala que el interés
en la persecución del delito tiene un peso menor. En concreto se trata del derecho a
la vida de la persona que también es el interés del Estado y sería inmoral que este
último persiga delitos aprovechándose del inminente peligro de muerte que pesa
sobre la persona que acude a la atención médica, mediante la imposición de un deber
al médico que lo convierta en un agente de la persecución penal del Estado.
2. Estudios genéticos con motivo de la desaparición forzada de personas: Como
consecuencia de la guerra antiterrorista que enlutó al país durante la década de los
años setenta, se originaron con posterioridad diversos procesos donde debió
investigarse si menores de edad aparentemente adoptados en aquella época no eran
en realidad víctimas de una apropiación ilegítima y consecuente supresión de su
estado civil, por tratarse de niños nacidos de padres subversivos que habían sido
detenidos por el gobierno militar. En el trámite de estos procesos se dispusieron
estudios genéticos y de histocompatibilidad que determinaron la necesidad de realizar
extracciones de sangre tanto a los menores como a sus supuestos padres. Esto
último dio origen a diversos planteos, ya que en algunas ocasiones los supuestos
padres —imputados en dichos procesos— se negaron a acatarlos argumentando
derechos constitucionales que salvaguardaban su privacidad e intimidad e invocando
la garantía contra la autoincriminación en razón de pretender obtener su colaboración
para lograr elementos de prueba en su contra.
En el caso "H., G.S. y otro"(171), la Corte Suprema de Justicia de la Nación, con
cita del caso "Cincotta"(172), rechazó la vulneración a la garantía contra la
autoincriminación, expresando que lo que se encontraba prohibido por la Constitución
Nacional era compeler física o moralmente a una persona para obtener
comunicaciones o expresiones que debieran provenir de su libre voluntad, pero no
como en el caso estudiado donde la evidencia era de índole material y podía
prescindirse de la voluntad del sujeto. Además, dijo la Corte que el estudio ordenado
tenía relación directa con el objeto procesal de la causa, era conducente para el
esclarecimiento del hecho investigado y no excedía los límites del proceso en el que
había sido dispuesto.
También agregó el Tribunal Supremo que la realización del estudio en cuestión no
afectaba los derechos fundamentales atinentes a la vida, la salud o a la integridad
corporal, porque la extracción de unos pocos centímetros cúbicos de sangre por los
medios técnicos utilizados por la ciencia médica, ocasionaba una perturbación ínfima
en comparación con los intereses superiores que estaban en juego; que debía
rechazarse el agravio referido a disponer del propio cuerpo en relación con la zona de
reserva e intimidad, toda vez que la negativa a la extracción de sangre para el estudio
no estaba dirigida a salvaguardar ese derecho sino a obstaculizar una investigación
criminal; que la extracción de sangre no constituía una práctica humillante o
degradante, pues estaba justificada por la propia ley ya que en el procedimiento penal
tiene excepcional relevancia y debe ser siempre tutelado el interés público que
reclama la determinación de la verdad en el juicio y, además, en el caso se
encontraba en juego el derecho a la identidad de una menor de edad y la negativa del
imputado a realizar el estudio importaría desconocer lo estipulado en el art. 8° de la
Convención sobre los Derechos del Niño y, por último, que la sola referencia a la
presunción en contra prevista en el art. 4° de la ley 23.511, para el que se negare al
estudio en los procesos civiles de filiación, no resultaba fundamento válido para
descartar la prueba en sede penal, dado que ambos procedimientos tienen causa,
objeto y finalidad diferentes.
3. Delitos sexuales: El concepto de "objeto de prueba" que sirvió para justificar la
validez de la extracción compulsiva de sangre siguió utilizándose en los casos
"Carbo, Lisandro"(173)y "Pérez, Roberto"(174)—se juzgaban delitos contra la
integridad sexual—, donde también se incluyeron los otros argumentos reseñados
anteriormente. En "Pedrozo, Eduardo V."(175), donde se investigaba un delito sexual,
el voto del Dr. Riquert sugirió la utilización de otros medios menos lesivos que la
extracción compulsiva de sangre.
e) Otros fluidos y tejidos corporales: En "V., M."(176), la Cámara Federal de San
Martín consideró que resultaba válida la extracción de materia pilosa al imputado por
resultar una prueba de relevancia y utilidad para el descubrimiento de la verdad, y la
peritación del caso ocasiona una perturbación ínfima en comparación con los
intereses superiores de resguardo de la defensa de la sociedad y la persecución del
crimen. Además, la medida tampoco lesiona la garantía que prohíbe la
autoincriminación si la evidencia es de índole material y no involucra expresiones que
pudieran coartar la libre voluntad del imputado.
En "Caro, Juan B."(177), se invalidó la obtención de orina realizada en forma
compulsiva para realizar un dosaje de alcohol, en razón de vulnerar la garantía contra
la autoincriminación por haberlo obligado al imputado a actuar como "sujeto activo" de
prueba al exigirle un "hacer". Por el contrario, en el mismo pronunciamiento se admitió
la extracción compulsiva de sangre del encartado para realizar el análisis de marras.
12.15.2. Utilización compulsiva del cuerpo de la víctima y terceros
12.15.2.1. Criterios favorables
Si bien con relación a los imputados, la jurisprudencia ha sido casi unánime en
señalar la validez de la utilización compulsiva de sus cuerpos, no ha ocurrido lo
mismo cuando se trata de víctimas y terceros no imputados, existiendo diversos fallos
en uno y otro sentido.
Así, en "C., J. A." (178), la Corte Suprema de Justicia de la Nación sentenció que la
extracción de sangre a un menor presuntamente víctima de los delitos de retención y
ocultamiento de menor para realizar un estudio hematológico, no constituía una
práctica humillante o degradante y se encontraba justificada por la legislación de rito y
que debía rechazarse el agravio referente al derecho a disponer del propio cuerpo
dado que la negativa del adoptante a la extracción de sangre al menor estaba dirigida
a obstaculizar una investigación criminal en la que éste era imputado.
El mismo Tribunal Supremo, en "Guarino, Mirta L."(179), repitió algunos de los
conceptos antes mencionados y señaló que la extracción de una muestra de sangre
no afectaba ninguna garantía constitucional; que negar su cumplimiento estando en
juego el derecho a la identidad de un menor importaría desconocer lo establecido en
la Convención sobre los Derechos del Niño y que el empleo de la coacción estatal en
este caso no se dirigía a los eventualmente imputados, por lo que no existía relación
alguna entre la medida ordenada y el principio de inocencia.
En "V. S., E."(180), en un caso de sustracción de menor similar a los anteriores,
pero con la variante de que la víctima ya era mayor de edad y se negaba a realizar los
estudios, volvió a sostener la validez de realizar la diligencia bajo la fuerza pública,
haciendo hincapié en algunos de los conceptos antes mencionados y agregando que
la medida resultaba necesaria y determinante para la acreditación del delito y sus
responsables; que existía legitimación para realizar la diligencia, teniendo en cuenta
el principio de proporcionalidad entre la alegada conculcación del derecho a la
intimidad de la recurrente al que se le oponía idéntico derecho de la querellante —
posible abuela biológica—; que la medida guardaba razonabilidad con el objeto del
proceso, cual es el descubrimiento de la verdad y la averiguación de los autores y/o
cómplices y que resultaba improcedente asimilar la prueba hemática con la
imposibilidad de prestar testimonio en contra de los parientes, dado que la extracción
compulsiva de sangre no implicaba producir testimonio alguno.
En "Barnes de Carlotto"(181), se volvió a declarar la validez de la medida pese a la
negativa de la presunta víctima de sustracción de menor, pues el consentimiento del
titular de los datos biológicos resultaba innecesario cuando se los recababa para el
ejercicio de funciones propias de los poderes del Estado, como la tramitación de una
pericia judicial en una causa determinada. También se afirmó que el estudio debía ser
realizado por el Banco Nacional de Datos Genéticos y no el Cuerpo Médico Forense
de la justicia nacional y que debía acotarse el cotejo de muestras de sangre a las
obtenidas de los grupos familiares constituidos como querellantes.
Por su parte, en el voto en disidencia parcial del Dr. Mansur, se destacó la
necesidad de la medida por ser la única vía capaz de destrabar el estancamiento del
proceso sin que pueda alcanzarse ese propósito por otro medio con un menor grado
de afectación; que la ínfima perturbación que podría acarrear la medida frente a la
gravedad de los hechos investigados satisfacía el criterio de proporcionalidad que la
tornaba razonable; que no cabía negativa o cuestionamiento alguno con sustento en
una supuesta conmoción emocional o trastorno espiritual si no había motivo para
suponer que dicho trastorno se debía a la medida —que inclusive podría servir para
demostrar la inocencia del adoptante—, antes que a los negativos efectos del
desconocimiento de la génesis de la propia identidad personal; que no podía
asimilarse la diligencia al aporte de una declaración testimonial dado que no se
requerían expresiones originadas en la voluntad activa y libre del testigo y que era
inaplicable la prohibición o facultad de no testificar por cuestiones de parentesco, la
que rige exclusivamente cuando el delito no aparece ejecutado en perjuicio del propio
declarante, dándose el supuesto de exclusión de la solidaridad familiar al ser evidente
que el delito habría quebrado la cohesión parental primaria que existía antes de su
comisión.
Por otra parte, en "Dorneles"(182), la Cámara Nacional de Casación Penal estimó
procedente la extracción compulsiva de sangre a un individuo que aún no había sido
legitimado pasivamente como imputado, tratándose de una medida complementaria
de otras probanzas y que su realización fuera pertinente y encaminada a la obtención
de certeza sobre los hechos que integran el objeto procesal y sin mengua del principio
de proporcionalidad entre los bienes o derechos que puedan afectarse.
En "Prieto, Guillermo"(183), se autorizó la extracción de material biológico de los
objetos secuestrados al supuesto menor sustraído ya que no era una medida que
implique forzar a la víctima a suministrar al Estado pruebas que incriminen a aquellos
con quienes tiene intensos lazos afectivos, al tratarse de elementos orgánicos que ya
se habían desprendido de su cuerpo. También se afirmó que en los procesos penales
resultaba procedente la utilización de material biológico secuestrado a una persona
sin su consentimiento y que la falta de este último no impide la realización de estudios
genéticos ante el requerimiento de terceros que ostentan un interés legítimo —
parientes biológicos—.
Por último, en "Noble Herrera"(184), se confirmó la sentencia que hizo lugar a la
prueba solicitada por las Abuelas de Plaza de Mayo —querellantes—, disponiendo la
extracción directa, con o sin consentimiento, de mínimas muestras de sangre, saliva,
piel, cabello u otras muestras biológicas pertenecientes en forma indubitada a los
supuestos damnificados, para concretar el peritaje de poligformismo de ADN con fines
identificatorios. Además, se limitó la comparación de los perfiles de ADN obtenidos de
las muestras extraídas a los perfiles de ADN de las muestras aportadas al Archivo
Nacional de Datos Genéticos por parientes de personas detenidas o desaparecidas
con certeza hasta las fechas de nacimiento de los damnificados.
12.15.2.2. Criterios desfavorables
Por el contrario, en otras ocasiones los tribunales han desestimado la posibilidad de
realizar extracciones compulsivas de sangre a víctimas y terceros no imputados,
argumentando la minoría de edad, la violencia física que arrastra el estudio en sí, la
compulsión moral que implica prestarse a la obtención de prueba que será utilizada
en contra de personas a las que considera su familia de crianza, etcétera.
Así, en "Muller, Jorge"(185), donde se investigaba la presunta falsificación de
documentación antecedente de una partida de nacimiento que no correspondía a la
realidad, se ordenó al padre adoptivo de un niño a que se le extrajera una muestra de
sangre para hacer un estudio genético para acreditar o no el nexo biológico con
personas que podrían ser los abuelos de sangre. La Corte Suprema dejó sin efecto la
medida argumentando que "La prueba hematológica importa someter a un menor de
edad que no es víctima del hecho de la causa, y a quien no se imputa acto antijurídico
alguno, a una extracción compulsiva de sangre, vale decir, a una prueba que
presupone ejercer cierto grado de violencia —por mínima que sea— sobre su cuerpo,
lo que de por sí invade la esfera íntima, restringe su libertad en cuanto más tiene de
esencial —esto es la disponibilidad del propio cuerpo—, y comporta la lesión a la
integridad física del niño, bien jurídico este último —en punto al resarcimiento del
daño causado— es susceptible en sí mismo de tutela".
En "I., J. A." (186), se determinó que la negativa del interesado a que se le
practiquen los estudios de ADN, impide que se aplique un procedimiento compulsivo
para lograr esa finalidad. A su vez, en "O., C." (187), se hizo lugar al hábeas corpus
interpuesto y se revocó la orden judicial de realizar una pericia genética de la
imputada para su cotejo con el patrimonio genético de su hija, pues tal medida era
absolutamente inconducente a los fines del objeto procesal que consistía en
establecer el paradero de una menor y, por lo tanto, constituía una injerencia ilícita y
arbitraria en la vida privada, en la persona y en la de la familia. También se dijo que el
estudio quebrantaba el respeto de la dignidad del ser humano generando un riesgo
físico y psicológico para la niña involucrada; que la averiguación de la verdad histórica
encuentra su límite en el respeto de la dignidad del ser humano, principios que se
deben conjugar procurando un justo equilibrio y que debe ponderarse en qué medida
el sacrificio del derecho a la intimidad resulta proporcional con el fin público que se
pretende proteger.
En "F., C.H."(188), la Casación Penal anuló la resolución que dispuso la extracción
de sangre a una persona mayor de edad a los fines de establecer su filiación, pues
dicha medida podría causar graves consecuencias que alterarían su vida, máxime si
resultase que no era su familia la que él considera como tal y con la que convivió toda
su vida y en los que depositó su afecto, así como, que éstos resultaran incriminados
judicialmente a causa de su propia participación en el proceso. Además, consideró
que sería ilegítimo el empleo de la fuerza pública para compeler a una persona mayor
de edad a someterse a una extracción de sangre para determinar su filiación y que
resultaría irrazonable obligarla a ello, toda vez que conllevaría una intromisión
arbitraria en su esfera de libertad personal, intimidad y privacidad, pudiendo
considerarse afectada gravemente en su dignidad como persona humana.
Un caso paradigmático es "Vázquez Ferrá"(189), donde la Corte Suprema de
Justicia de la Nación estimó justificada la negativa de una persona mayor de edad a
someterse a una extracción compulsiva de sangre para realizar estudios de filiación,
si los mismos pueden arrojar elementos de prueba en contra de aquellos a quienes
considera sus verdaderos padres y la ley procesal autoriza a proteger. Además, el
Alto Tribunal sostuvo que la medida resultaba violatoria de respetables sentimientos y
consecuentemente del derecho a la intimidad asegurado por el art. 19 de la
Constitución Nacional; que el Estado no podía obligar a una persona mayor de edad a
promover acciones judiciales destinadas a establecer su verdadera identidad si
aquélla no quería conocerla; que implicaba una invasión en el ámbito íntimo de los
lazos afectivos que duplicaría sus padecimientos; que la medida era innecesaria pues
excedía el objeto del proceso ya que no es absoluta la potestad de los jueces penales
de recabar toda la información que estimen pertinente, debiendo ceder su cometido
cuando la investigación puede vulnerar el ámbito de la intimidad de las personas y la
averiguación sólo traería un conocimiento meramente complementario; que resultaba
improcedente la diligencia dado que su resultado podría ser utilizado en contra de
aquellos a los que considera su familia de crianza y respecto de los cuales se
encuentra en un estado de intensa subordinación afectiva, a resguardo del derecho a
la intimidad.
En "V. W., C. F."(190), el Juzgado Federal interviniente dispuso que ante la negativa
de la presunta víctima del delito de sustracción de menores y ocultación de estado
civil a someterse a una extracción de sangre, debía ordenarse el registro domiciliario
de su vivienda a fin de tomar muestras alternativas de donde extraer información
genética para una pericia de ADN, y que la extracción compulsiva de sangre, respecto
de quien sería víctima del delito implicaría avanzar sobre derechos fundamentales de
las personas.
En "P., J. D."(191), se dijo que había que rechazar la petición fiscal de invitar a la
presunta víctima de un delito, supuestamente cometido durante el Proceso de
Reorganización Nacional, a que se someta a una prueba hemática con el objetivo de
conocer su filiación, toda vez que los derechos a la dignidad, a la intimidad y a la vida
debían privilegiarse frente a la búsqueda de la verdad histórica, en virtud de los
derechos contemplados en los arts. 19 y 33 de la Constitución Nacional y los Tratados
Internacionales incorporados a ella.
(1)Párrafos anteriores conf. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, t. I, Rubinzal
Culzoni, SantaFe, 2012, ps. 406/413.
(2)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y HAIRABEDIAN, M AXIMILIANO, La prueba en el proceso penal,
LexisNexis, Buenos Aires, 2008, p. 3.
(3)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba, t.
I, Mediterránea, Córdoba, 2003, p. 475.
(6)Cfr. GARCÍA YOMHA, DIEGO y M ARTÍNEZ, SANTIAGO, La etapa preparatoria en el sistema adversarial,
Editores del Puerto, Buenos Aires, 2014, ps. 13/15.
(7)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales sobre el proceso penal, 3ª ed. actual, Editores
del Puerto, Buenos Aires, 2005, p. 62.
(8)Cfr. BINDER, ALBERTO M., La implementación de la nueva justicia penal adversarial, AdHoc, Buenos
Aires, 2012, p. 223.
(11)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, p. 719.
(12)CSJN, Fallos: 261:209.
(13)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 707/708.
(15)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 706/707.
(16)Cfr. GRANILLO FERNÁNDEZ, HÉCTOR M. y HERBEL, GUSTAVO A., Código de Procedimiento Penal de la
Provincia de Buenos Aires, t. I, La Ley, Buenos Aires, 2009, ps. 246/248.
(17)Cfr. CAFFERATA NORES, J ULIO I., Cuestiones actuales..., cit., p. 89.
(18)Cfr. SCHIAVO, NICOLÁS,Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires, t. I, Hammurabi,
Buenos Aires, 2014, ps. 292/293.
(19)Cfr. CROCIONI, FRANCISCO J., "Notas sobre el nuevo Código Procesal Penal de la Nación", ADLA,
201434.
(20)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps. 156/157.
(23)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales..., cit., p. 136.
(24)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Cuestiones actuales..., cit., ps. 142/144.
(25)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 700/702.
(26)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 699/700.
(28)Cfr. RIGHI, ESTEBAN y FERNÁNDEZ, ALBERTO A ., Derecho penal, Hammurabi, Buenos Aires, 1996, p.
463.
(29)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t.II, ps. 834/835.
(30)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, p. 197.
(31)Cfr. CREUS, CARLOS, Derecho procesal penal, Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 465.
(33)Cfr. CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales en el proceso penal, 6ª ed. actual y ampl.,
Hammurabi, Buenos Aires, 2014, ps. 256/257.
(34)CSJN, Fallos: 306:1572.
(35)Cfr. CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales..., cit., ps. 259/261.
(36)CNCasación Penal, sala I, 7/2/1997, JA, 2001Isíntesis.
(37)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 198/200.
(38)CNCrim. y Correc., sala IV, 21/4/1997, LA LEY, 1997F, 874.
(39)CNCasación Penal, sala I, 5/10/2006, LA LEY, Suplemento Penal 2007 (mayo), 52.
(40)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 203/205.
(41)J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 197/198.
(42)J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de la prueba en materia penal, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2002, ps.
127/128.
(43)J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps.159/160.
(44)CSJN, Fallos: 306:1572.
(45)CSJN, Fallos: 322:3225.
(46)CSJN, Fallos: 330:3801.
(47)HAIRABEDIAN, M AXIMILIANO, "El concepto de domicilio a los fines del allanamiento", trabajo compilado
en la obra Jurisprudencia penal comparada, Mediterránea, Córdoba, 2004, p. 184.
(48)J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps. 163/165.
(49)CNCasación Penal, sala IV, 16/4/2002, LA LEY, 2002D, 57.
(50)TCasación Penal Bs. As., sala III, 21/6/2005, LLBA, 2005 (diciembre), 1361.
(51)CSJN, Fallos: 311:836.
(52)CSJN, Fallos: 308:2447.
(53)CSJN, Fallos: 307:440.
(54)Cfr. CARRIÓ, ALEJANDRO D., Garantías constitucionales..., cit., ps. 423/437.
(55)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 176/181.
(56)Cfr. FUNES, ROQUE y PLO, NICOLÁS,Código Procesal Penal de la Nación, t. II, La Ley, Buenos Aires,
2007, ps. 248/249.
(57)CCrim. y Correc. Fed., sala II, JA, 1992III186.
(58)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal..., cit., p. 526.
(59)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, p. 224.
(60)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal..., cit., p. 526.
(61)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps. 227/228.
(62)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps. 225/226.
(63)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 232/233. Ídem CAFFERATA
NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal..., cit., p. 529.
(64)CNCasación Penal, sala II, 27/3/1995, reg. 414.
(65)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. III, ps. 233/236.
(67)Cfr. CREUS, CARLOS, Derecho procesal penal, cit., p. 467.
(68)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal..., cit., ps. 530/531.
(69)Cfr. CAFFERATA NORES, J OSÉ I. y TARDITTI, AÍDA,Código Procesal Penal..., cit., p. 531.
(70)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 241/242.
(71)CNCasación Penal, sala III, 16/7/1997, LA LEY, 2000A, 552.
(72)CSJN, 23/11/2004, LA LEY, 2005B, 58, con nota de ALBERTO M. GARCÍA LEMA.
(73)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 246/248.
(74)CNCasación Penal, sala III, 24/3/1994, LA LEY, 1995B, 63.
(75)CNCasación Penal, sala III, 11/8/1999, JA, 2002III, síntesis.
(76)CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 21/11/1997.
(77)CNCasación Penal, sala III, LA LEY, 2003F, 245.
(78)CNCasación Penal, sala II, 28/2/1997, JA, 2001I, síntesis.
(79)CNCasación Penal, sala II, 14/6/2002, LA LEY, 2002F, 677.
(80)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 249/251.
(81)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., ps. 252/256.
(82)J AUCHEN, EDUARDO M., Tratado de la prueba en materia penal, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2004,
ps. 287/288.
(83)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 219.
(84)GÓMEZ LARA, CIPRIANO, Teoría general del proceso, Textos Universitarios, México, 1974, p. 277,
citado por DÍAZ DE LEÓN, Tratado sobre las pruebas penales, Porrúa, México, 1991, p. 370.
(85)PRIETO CASTRO, LEONARDO, Derecho procesal civil, Tecnos, Madrid, 1974, p. 517. citado por DÍAZ DE
LEÓN, Tratado sobre las pruebas penales, cit., p. 371.
(86)PALACIO, LINO E., La prueba en el proceso penal, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 2000, p. 84.
(87)FLAMARINO, NICOLA, Lógica de las pruebas en materia criminal, t. II, Temis, Bogotá, 1991, p. 103.
(88)CNCasación Penal, sala III, 6/5/2003, "Godenzi, Hugo y otros s/recurso de casación", causa 4285,
reg. 217.
(89)CUERDA ARNAU, Atenuación y remisión de la pena en los delitos de terrorismo, ps. 623 y ss., que se
muestra claramente contraria a conceder valor probatorio a la declaración de los coimputados; en el
mismo sentido, respecto a los "arrepentidos", M UÑOZ CONDE, Francisco, Los arrepentidos en el caso de
la criminalidad o delincuencia organizada.
(90)M UÑOZ CONDE, FRANCISCO, Búsqueda de la verdad en el proceso penal, Hammurabi, Buenos Aires,
2000, p. 69.
(92)J AUCHEN, EDUARDO M., Tratado de la prueba, cit., ps. 316/317.
(93)Señala Báez que el testigo de identidad reservada es la persona que depone en forma
juramentada ante el director de la investigación ocultando a los actores procesales su origen filiatorio. La
reserva de identidad, como técnica de investigación encubierta, permite al fiscal o al juez de instrucción
que lleva adelante la pesquisa mantener en secreto los datos de individualización de los testigos cuyos
dichos —seguramente— constituirán un importante indicio de cargo y que —sin acudir al ocultamiento
de este extremo— difícilmente vuelque una deposición incriminatoria o reveladora de datos en función
del temor cierto para su vida (BÁEZ, J ULIO C., "El arrepentido: perfiles de la figura. Su regulación en la
legislación nacional y en la ley 25.742 para la prevención del secuestro de personas", LA LEY,
Suplemento de Actualidad, 21/8/2003).
(94)Incorporado por el art. 12 de la ley 24.424.
(95)BÁEZ, J ULIO C. y COHEN, J ESSICA, "El debido proceso ha sido garantizado", DJ, 2000I585, o
Revista del Colegio Público de Abogados, nro. 7, agosto 2001, donde los autores reivindican un
pronunciamiento de la sala V de la Cámara del Crimen y critican la actuación fiscal, en la que el
representante público había formado un legajo paralelo, donde se habían practicado sendas diligencias
probatorias, todo ello a espaldas del imputado y de su defensor que no han podido controlar la prueba.
(96)CFed. San Martín, sala II, 22/9/1995, "Arteaga, M.".
(97)M OSCATO DE SANTAMARíA, CLAUDIA B., El agente encubierto en el estado de derecho, La Ley, Buenos
Aires, 2000, p. 64; BÁEZ, J ULIO C., "El arrepentido...", cit.
(98)M OSCATO DE SANTAMARíA, CLAUDIA B., El agente encubierto..., cit., p. 76. En sustento de cita el fallo
de la Corte Europea de Derechos Humanos "Texeira de Castro v. Portugal", rto. 9/6/1998, en el cual la
justicia de Portugal había tenido, esencialmente, en cuenta las declaraciones de dos policías para
condenar, se dijo "La convención no impide basarse, en el estadio de la instrucción preparatoria y
cuando la naturaleza del delito puede justificarlo, en fuentes tales como los delatores ocultos; empero su
empleo por el juez de sentencia para justificar una condena plantea un problema diferente".
(99)Códigos de Córdoba (art. 243), Corrientes (art. 242) y San Juan (art. 242).
(100)PALACIO, LINO E., La prueba en el proceso penal, cit., p. 89.
(101)Córdoba (art. 10); Jujuy (art. 23); La Rioja (art. 26); Salta (art. 28); Santiago del Estero (art. 19).
(102)CNCasación Penal, sala IV, 29/11/2004, "Villaverde, Alberto Nicolás s/recurso de casación", reg.
6268.
(103)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, LexisNexis, Buenos Aires, 2002, p.
536: "su inobservancia no exige el reclamo en forma tempestiva para sanear el defecto, pues se trata
de una nulidad absoluta". En contra: NAVARRO y DARAY que sostienen que la nulidad tiene carácter
relativo.
(104)La única prueba de cargo que el Tribunal Oral valoró fue el testimonio del hijo del condenado.
(105)CNCasación Penal, sala I, 11/2/1998, "Mejía Blanco, Humberto s/rec. de casación", causa 1559,
reg. 2023 .
(106)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, t. II, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 1998, p. 316.
(107)CNCrim. y Correc. Fed., sala I, 1/6/2006, "Míguez, Luis A.", causa 38.915.
(108)J AUCHEN, EDUARDO M., Tratado de la prueba..., cit., p. 338.
(109)CNCrim. y Correc., 10/11/1992, "Micchi, Horacio", JA, 1942IV701.
(110)CREUS, CARLOS, Derecho penal. Parte especial, t. 2, 6ª ed., Buenos Aires, 1997, p. 234.
(111)CNCasación Penal, sala IV, 27/3/2002, "Lavalle, Andrea E. s/rec. de casación", causa 2925, reg.
3931.
(112)CNCrim. y Correc., sala V, 30/11/1999, "Bravo, Roberto", causa 12.410; CNCrim. y Correc., sala
IV, 6/10/2005, "Tapia, José Santos", causa 26.602; CNCrim. y Correc., sala V, 21/12/2005, "González,
Roberto Oscar", causa 28.325.
(113)CNCrim. y Correc., sala I, 28/12/2004, "Bulgarelli, Raúl A.".
(114)LANGEVIN, J ULIÁN H., "El derecho del imputado a estar presente en su propio juicio", LA LEY,
27/12/2006, p. 1.
(115)J AUCHEN, EDUARDO M., Tratado de la prueba..., cit., p. 377.
(116)Ver art. 356 del Código Procesal Penal de la Nación.
(117)CNPenal Económico, sala B, 3/4/1997, "Vallbros Internacional S.A.", LA LEY, 1998C, 905.
(118)CNCrim. y Correc., sala IV, 12/3/2002, "Cerón, Ulises", LA LEY, 2002E, 205.
(120)ZANGARO, GABRIELA C., "Algo más sobre la inscripción previa del perito consultor de parte en el
proceso penal", JA, 2001II668/670.
(121)"Lista obligatoria de peritos vs. Derecho de defensa en juicio", LA LEY, 7/8/2007.
(122)"Lista obligatoria de peritos vs. Derecho de defensa en juicio", cit.
(123)CCrim. y Correc., sala VI, 9/11/2000, "Gallina, Roberto y otros", causa 14.218.
(124)CCrim. y Correc., sala IV, JA, 1997I458; también: CCrim. y Correc., sala VI, 7/11/2002, "Suaya
de Jabbaz, Fortunata", causa 18.817 y CCrim. y Correc., sala I, 7/4/2000, "Moño Azul", causa 13.162;
CCrim. y Correc., sala IV, "Burgues González, Marcial", JA, 2001II667.
(125)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "Un fallo medular sobre la prueba pericial y las garantías
constitucionales en el proceso penal", JA, 1997I459.
(126)NAVARRO, GUILLERMO R. y DARAY, ROBERTO R.,Código Procesal Penal de la Nación, Hammurabi,
Buenos Aires, 2006, p. 668.
(127)BÁEZ, J ULIO C. y COHEN, J ESSICA, "Peritos y prueba pericial en el proceso penal nacional", LA LEY,
2003C, 75.
(128)Término utilizado en el art. 45 de la ley 24.050.
(129)CNCasación Penal, sala II, 6/12/2001, "Barbieri, Roberto Mario s/rec. de casación", reg. 4644, LA
LEY, 2002D, 70.
(130)CNCasación Penal, sala IV, 30/4/1997, "Piromalli, Rubén Pascual s/rec. de casación", reg. 822.
(131)CNPenal Económico, sala A, 2/7/1997, "Ferreira, Daniel", LA LEY, 1998A, 375.
(132)Fallos: 311:2337.
(133)CNCasación Penal, sala I, 23/3/2000, "Delucchi, Hernán C.", LA LEY, 2000F, 422.
(134)CNCasación Penal, sala III, 31/8/2000, "Gattas, Felipe Roberto y otros", reg. 472, LA LEY, 2000
F, 939.
(136)JNCrim. de Instrucción n. 4, 12/4/1999, "Pantin, Daniel J. y otros", LA LEY, 2000C, 812.
(137)CNCrim. y Correc., sala V, 14/4/2005, "Goméz de Langella, Rosa".
(138)AMMIRATO, AURELIO L., "Sobre la fuerza probatoria del dictamen pericial", LA LEY, 1998F, 274
LLP, 2000808. En ese sentido se ha establecido que el dictamen pericial no encadena al juzgado quien
tiene la facultad de aplicar las reglas de la sana crítica en comunidad o en correspondencia con la
totalidad del material probatorio anejado al legajo (BÁEZ, J ULIO C., "El fraude a la propiedad intelectual en
la obra científica", Nova Tesis, 2005III339 y ss.; BÁEZ, J ULIO C. y ARCE AGGEO, M IGUEL Á., "El rol del
conductor periodístico y el fraude a la propiedad intelectual en la obra científica", en LA LEY, Supl. Penal
y Procesal Penal, noviembre 2006, p. 37).
(139)PALACIO, LINO E., La prueba en el proceso penal, cit., p. 152.
(140)J AUCHEN, EDUARDO M., Tratado de la prueba..., cit., p. 417.
(141)ROXIN, CLAUS, Derecho procesal penal, cit., p. 239.
(142)CNCasación Penal, sala III, 23/2/1999, "Cabral, Jorge Carlos s/rec. de casación", causa 1634,
reg. 19. Criterio que ha reiterado la sala en la causa 5085, "Anover Montaño, Jhony s/rec. de casación",
reg. 675/2004, 15/11/2004. BÁEZ, J ULIO C "El fraude a la propiedad intelectual en la obra científica", cit.;
BÁEZ, J ULIO C. y ARCE AGGEO, M IGUEL Á., "El rol del conductor periodístico...", cit., p. 37. BÁEZ, J ULIO C. y
COHEN, J ESSICA, "Peritos y prueba pericial...", cit.
(143)PALACIO, LINO E., La prueba en el proceso penal, cit., p. 180.
(144)NAVARRO, GUILLERMO R. y DARAY, ROBERTO R.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 669.
(145)STJ Río Negro, sala Penal, 25/7/1994, in re "García Osella" .
(146)CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 1/2/2005, "Flores Ayllon, Jessica J.".
(147)CAFFERATA NORES, J ULIO I., La prueba..., cit., p. 133.
(148)CNCasación Penal, sala I, 17/2/1999, "Griguol, Luciano F. y otros", reg. 2606, causa 2033, LA
LEY, 2000D, 854 DJ, 20002731.
(149)CNCrim. y Correc., sala I, 19/6/1997, "Lezcano, Ramón A.", causa 7021.
(150)CAFFERATA NORES, J ULIO I., La prueba..., cit., p. 134.
(151)CSJN, 12/12/2006, "Miguel, Jorge A.", DJ, 14/3/2007, p. 608 Sup. Penal 2007 (julio), 23, con
nota de AUGUSTO M. M ORELLO.
(152)PALACIO, LINO E., La prueba en el proceso penal, cit., p. 195.
(153)DÍAZ DE LEÓN, Tratado sobre las pruebas penales, cit., p. 378.
(154)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 327.
(155)CNCasación Penal, sala I, 8/11/1993, "Pinto, Ramón R. s/recurso de queja", causa 66, reg. 75.
(156)NAVARRO, GUILLERMO R. y DARAY, ROBERTO R.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 709.
(157)HAIRABEDIAN, M AXIMILIANO, Novedades sobre la prueba judicial, Mediterránea, Córdoba, 2008, ps.
54/55.
(158)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 847/852.
(159)Cfr. ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, Ediciones Jurídicas Cuyo, Santiago de
Chile, 1994, ps. 511/512.
(160)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 838/844.
(161)Cfr. AROCENA, GUSTAVO A., "La protección del imputado frente a injerencias indebidas en su
ámbito privado", trabajo publicado en RDPP —La injerencia en los derechos fundamentales del
imputado— II, 20062, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 2006, ps. 158/182.
(162)Cfr. J AUCHEN, EDUARDO, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, ps. 838/843.
(163)CNCrim. Correc., sala VII, 20/6/1990, c. 13.348.
(164)CNCrim. Correc., sala I, JA, 1992III, 23.
(165)CNCrim. Correc., sala IV, 3/8/2005, c. 26.660.
(166)CNPenal Económico, sala I, 7/10/1988, LA LEY, 1989B, 513, con nota de CLAUDIA IDA, M ÓNICA
LÓPEZ y ADRIÁN TENCA.
(167)CNCasación Penal, sala III, 7/3/1996, LA LEY, 1997B, 677, con nota de VÍCTOR R. CORBALÁN.
(168)CSJN, Fallos 320:1717, 12/8/1997, LA LEY, 1999B, 166, con nota de GERMÁN J. BIDART CAMPOS.
(169)CFed. Mar del Plata, 7/10/2005, LLBA, 2005 (diciembre), 1373.
(170)CSJN, Fallos: 333:405.
(171)CSJN, 4/12/1995, Fallos: 318:2518, LA LEY, 1997C, 376.
(172)CSJN, 1/1/1963, Fallos: 255:18.
(173)CNCrim. Correc., sala VII, 31/5/2005, c. 26.370.
(174)CNCasación Penal, sala III, 4/10/2006, LA LEY, Suplemento Penal 2007 (abril), 53.
(175)CGarantías Penal Mar del Plata, sala I, 10/11/2006, LLBA 2007 (junio), 569.
(176)CFed. San Martín, sala II, 15/4/2004, c. 2588.
(177)CNCrim. y Correc., sala VII, 30/8/2007, c. 32.200.
(178)CSJN, 4/12/1995, LA LEY, 1996B, 436.
(179)CSJN, 27/12/1996, Fallos: 319:3370, LA LEY online.
(180)CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 14/7/2004, LA LEY, Suplemento Penal 2004 (diciembre), 71.
(181)CFed. San Martín, sala II, 30/9/2004, LLBA, 1189, con nota de ANDRÉS GIL DOMÍNGUEZ.
(182)CNCasación Penal, sala II, 30/111/2004, c. 5263.
(183)CNCrim. y Correc. Fed., sala II, 14/11/2006, La Ley online.
(184)CNCasación Penal, sala II, 2/6/2011, c. 13.957.
(185)CSJN, 13/11/1990, Fallos: 313:1113, LA LEY, 1991B, 473.
(186)CNCrim. y Correc., sala VII, 7/10/1999, c. 111.913.
(187)CGarantías Penal La Plata, sala III, 26/4/2001, LA LEY 2002C, 753.
(188)CNCasación Penal, sala IV, 8/9/2003, LA LEY, 2003F, 964, con nota de SUSANA CAYUSO.
(189)CSJN, 30/9/2003, Fallos: 326:3758, LA LEY, 2003F, 970, con nota de SUSANA CAYUSO.
(190)JFed. Nº 3 La Plata, 31/8/2005, LA LEY, 2006D, 506.
(191)JFed. Nº 1 Santa Fe, 5/2006, LA LEY, 2006D, 389, con nota de EDGARDO I. SAUX.
Sin nombre
Sin nombre
Capítulo 13 Medidas de coerción y cautelares. Por Mariano R. La Rosa
Capítulo 13 Medidas de coerción y cautelares. Por Mariano R. La Rosa
Capítulo 13 Medidas de coerción y cautelares. Por Mariano R. La Rosa
0
CAPÍTULO 13 MEDIDAS DE COERCIÓN Y CAUTELARES. POR MARIANO R. LA ROSA
13.1. EL FUNDAMENTO CONSTITUCIONAL DE LA LIBERTAD DURANTE EL PROCESO PENAL
(3)
competente(3).
Es así que la incorporación de los Tratados Internacionales sobre Derechos
Humanos a nuestra normativa de máxima jerarquía jurídica enriqueció
sustancialmente la cuestión, ya que trajo aparejado la expresa recepción del derecho
a permanecer en libertad durante el proceso penal y las pautas a las que debe
supeditarse la prisión preventiva.
De esta forma se reconoce, en primer lugar, el derecho contra la protección a la
detención arbitraria (art. 9°, DUDH, art. 9.1, PIDCP, art. 7.3, CADH) lo que implica la
racionalidad en la aplicación de toda medida que restrinja la libertad individual (ya se
trate del arresto en la vía pública efectuado por la autoridad encargada de la
prevención, como la detención con orden judicial e incluso la prisión preventiva),
debiéndose fundar tanto en el derecho aplicable como estar motivada en los hechos
que la hagan necesaria, por tal razón se establece que "Nadie puede ser privado de
su libertad sino en los casos y según las formas establecidas por leyes preexistentes"
(art. XXV, DADDH; art. 9°, PIDCP; art. 7°, CADH (Pacto de San José de Costa Rica);
consagrándose al mismo tiempo el derecho a que un tribunal competente verifique sin
demora la legalidad de la medida (art. XXV, DADDH; 9.4, PIDCP, art. 7.4, CADH); por
lo cual la persona acusada tendrá que ser "informada, en el momento de su
detención, de las razones de la misma, y notificada, sin demora, de la acusación
formulada contra ella" (art. 9.2, PIDCP) y deberá ser "llevada sin demora ante un juez
u otro funcionario autorizado por la ley para ejercer funciones judiciales" (art. 9.3,
PIDCP). Al mismo tiempo se reconoce la validez de la limitación de la libertad durante
el trámite del proceso dentro de precisos cauces: "Toda persona (...) tendrá derecho a
ser juzgada dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de
que continúe el proceso. Su libertad podrá estar condicionada a garantías que
aseguren su comparecencia en el juicio" (CADH —Pacto de San José de Costa Rica
—, art. 7.5); "La prisión preventiva de las personas que hayan de ser juzgadas no
debe ser la regla general, pero su libertad podrá estar subordinada a garantías que
aseguren la comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en cualquier otro
momento de las diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo"
(PIDCP, art. 9.3).
Pero el punto de partida en la consideración del tema en tratamiento sin duda nos
remite al derecho a la libertad ambulatoria(4)protegida por nuestra Constitución
Nacional ("entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino", según la
redacción del art. 14)(5), uno de los pilares del régimen republicano que adopta para
su gobierno (art. 1º)(6); principio que sólo debe ser alterado por una sentencia
condenatoria firme que imponga una pena(7), extremo que el PIDCP, art. 9.1 y la
CADH, art. 7°, se encargan de precisar. Así institucionalizada, la libertad física es un
derecho como lo son todas sus demás manifestaciones. El aspecto ambulatorio de la
libertad de las personas representa un estado jurídico que se enfrenta a la autoridad y
a los demás individuos del grupo. Es un derecho subjetivo de la persona
constitucionalmente garantizado; vale decir que tiene su fuente en el derecho público
del Estado. De aquí que sea un derecho subjetivo público. Pero es un derecho que la
Constitución concede captándolo como preexistente al propio orden jurídico
Constitución concede captándolo como preexistente al propio orden jurídico
constituido positivamente: asegurar los beneficios de la libertad(8).
Entonces, por ser un derecho fundamental —e inescindible de la naturaleza
humana— es que se lo rodea de un amplio espectro de garantías que de ningún
modo pueden faltar para poder ser legítimamente cautelada en el trámite de un
proceso penal. De aquí que para poder admitir la afectación de la libertad individual,
se precise de una causa concreta, fundamentada, corroborada legalmente y
previamente reglada; con el fin de que la coerción no sea arbitraria y que pueda
contar con un control jurisdiccional permanente, suficiente y sin demoras(9).
Igualmente debemos considerar que tal derecho es permanente, pues acompaña al
individuo en todos los momentos de su existencia, incluso mientras se desarrolla el
"juicio previo". Y esto último es así porque en virtud del principio de inocencia que se
reconoce a favor del imputado, éste debe ser tratado como tal durante todo el
proceso(10). Es decir, que este derecho es reconocido y garantizado tanto cuando el
habitante no está sometido a proceso como cuando sí lo está; éste tiene derecho a su
libertad con proceso o sin proceso, antes del proceso y durante el proceso (hasta que
sea condenado)(11). En consecuencia, el referido estado de inocencia se estatuye
frente al proceso penal como una valla puesta a los jueces para no entorpecer aquella
libertad en su modalidad ambulatoria(12), dado que la privación de este derecho
solamente es procedente mediando sentencia firme de condena, y su provisional
limitación se compadece únicamente con la razonable aplicación e interpretación de
la reglamentación establecida por los códigos procesales dictados al efecto. De tal
forma, este principio no impide el ejercicio de la aplicación de medidas de coerción
durante el proceso y antes de la sentencia definitiva de condena. Por ello, tampoco el
texto constitucional permite afirmar que las medidas de coerción carezcan de límites,
ni que la autorización para ejercer la fuerza pública asuma características irrestrictas,
conculcando los derechos de las personas(13).
La cuestión posee entonces una profunda importancia institucional, pues aparece
comprometido uno de los valores fundamentales de la persona: el de su libertad de
locomoción, y de aquí surge la afectación a la totalidad de sus derechos individuales,
incluidos su integridad e intimidad. Razón por la cual, detrás del instituto de la libertad
caucionada subyacen principios básicos sobre el modo con que el poder y la ley
deben ser ejercidos e interpretados entre nosotros(14). En términos similares, el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos atribuye a la libertad personal una gran
importancia al considerarla como un derecho fundamental inherente a una sociedad
democrática. Esta posición jurídica constituye el fundamento de toda la construcción
jurisprudencial del TEDH en torno a las exigencias impuestas por el Convenio
Europeo con respecto a la regulación interna de la privación de libertad, a los límites
de la libertad personal, las diferentes modalidades que puede revestir y el necesario
control judicial de las medidas de privación de libertad(15).
13.2. LAS JUSTIFICACIONES AL ENCARCELAMIENTO PREVENTIVO SEGÚN LOS PACTOS
INTERNACIONALES SOBRE DERECHOS HUMANOS
Las medidas privativas de la libertad adoptadas durante la sustanciación del
proceso deben ser instrumentadas con el único fin de hacer posible la realización de
la justicia y —con ello— lograr la consabida finalidad de seguridad que es propia del
sistema penal, al mismo tiempo que deben resguardar la integridad y dignidad del
individuo en orden a la correlativa función de respeto de los derechos fundamentales
de la persona humana; razón por la cual algunas cláusulas de los instrumentos
internacionales de derechos humanos incorporados a nuestra Constitución Nacional
establecen concretos límites y objetivos para la aplicación de la cautela personal. En
este sentido, tanto el texto de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
("...Su libertad podrá estar condicionada a garantías que aseguren su comparecencia
en el juicio", art. 7°, nro. 5), como el del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos ("...su libertad podrá estar subordinada a garantías que aseguren la
comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en cualquier otro momento de las
diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo", art. 9°, nro. 3) son
claros al establecer un único propósito legítimo para el encarcelamiento cautelar. La
detención anterior a la sentencia condenatoria, entonces, sólo resulta legítima en la
medida en que se utilice exclusivamente para garantizar la comparecencia del
imputado al procedimiento penal abierto en su contra. Toda detención que persiga
otros fines, por ende, se torna en una detención ilegítima(16).
Incluso, en consonancia con los mencionados justificativos, vemos que el Estatuto
de la Corte Penal Internacional(17)dispone (en su art. 58) como únicos justificativos
para librar orden de detención contra un imputado que "En cualquier momento
después de iniciada la investigación, la Sala de Cuestiones Preliminares dictará, a
solicitud del Fiscal, una orden de detención contra una persona si, tras examinar la
solicitud y las pruebas y otra información presentadas por el Fiscal, estuviere
convencida de que a) Hay motivo razonable para creer que ha cometido un crimen de
la competencia de la Corte; y b) La detención parece necesaria para: i) Asegurar que
la persona comparezca en juicio; ii) Asegurar que la persona no obstruya ni ponga en
peligro la investigación ni las actuaciones de la Corte; o iii) En su caso, impedir que la
persona siga cometiendo ese crimen o un crimen conexo que sea de la competencia
de la Corte y tenga su origen en las mismas circunstancias"(18).
Vemos así que nuestro sistema constitucional recepta esta significativa fuente
internacional, consolidando y reafirmando su decidida tutela a la libertad corporal del
hombre. Esta forma de hacer explícito el derecho a la libertad física implica reforzar
un principio rector en materia procesal penal; la libertad del imputado antes y durante
la sustanciación del proceso penal, como consecuencia de su estado de
inocencia(19). Como contrapartida se observa que no existe un derecho
constitucional del Estado a detener a una persona, a asegurarse el fin del proceso,
puesto que tales garantías están arbitradas únicamente a favor de los individuos(20),
y la detención provisional constituye, entonces, un ejercicio controlado de fuerza
destinada únicamente a hacer efectiva la aplicación del derecho en el caso en
concreto frente a la evidencia de la comisión de un hecho que se supone delictivo y
ante la férrea presunción de que el sospechado intentará eludirse y, con ello, frustrar
la sustanciación del procedimiento(21).
De tal forma los Pactos Internacionales(22)establecen una nueva orientación en la
interpretación y funcionamiento de las medidas de coerción personal, limitándolas
únicamente a dos pautas: la posibilidad de fuga y el entorpecimiento de la
investigación(23); razón por la cual debe sostenerse que toda medida que incida
sobre la apreciación de la posible pena o que considere estimaciones ajenas a tales
pautas rectoras, deviene ilegítima. Lo importante de dicha previsión es que al
garantizar que la prisión preventiva sólo podrá sustentarse en la presunción fundada
de entorpecimiento del proceso o fuga, y la prohibición de contemplarla como "regla
general", no son más admisibles las presunciones legales que disfrazaban criterios
peligrosistas contrarios al Estado de derecho y se invocaron para cohonestar las
normas procesales que permitían, en el anterior ordenamiento, denegar la
excarcelación por el monto de la pena prevista para el delito y otros aspectos
objetivos similares(24).
En tal dirección, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece
que los derechos allí consagrados nunca pueden ser interpretados en forma
restrictiva: "No podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los derechos
humanos fundamentales reconocidos o vigentes en un Estado Parte en virtud de la
leyes, convenciones, reglamentos o costumbres, so pretexto de que el presente Pacto
no los reconoce o los reconoce en menor grado"; puesto que garantizar un derecho
es mucho más que su simple observancia.
13.3. PRINCIPIOS QUE DELIMITAN LA APLICACIÓN DE LAS MEDIDAS CAUTELARES PERSONALES
13.3.1. El principio de inocencia
El principio de inocencia fue consagrado por vez primera en la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano que reaccionó contra el sistema imperante con
anterioridad a la Revolución Francesa(25); pero no ha tenido como fin impedir el uso
de la coerción estatal durante el procedimiento de manera absoluta. Prueba de ello es
el texto de la regla que lo introdujo, contenida en el art. 9° del aludido documento:
"...presumiéndose inocente a todo hombre hasta que haya sido declarado culpable, si
se juzga indispensable arrestarlo, todo rigor que no sea necesario para asegurar su
persona debe ser severamente reprimido por la ley"(26).
Se ha considerado a este postulado fundamental de civilidad como el fruto de una
opción garantista a favor de la tutela de la inmunidad de los inocentes, incluso al
precio de ocasionar la impunidad de algún culpable, ya que "Al cuerpo social le basta
que los culpables sean generalmente castigados (...) pero su mayor interés que todos
los inocentes sin excepción estén protegidos". Es ésta la opción sobre la que
Montesquieu fincó el nexo entre libertad y seguridad de los ciudadanos: "la libertad
política consiste en la seguridad o al menos en la convicción que se tiene de la propia
seguridad" y "dicha seguridad no se ve nunca tan atacada como en las acusaciones
públicas o privadas"; de modo que "cuando la inocencia de los ciudadanos no esté
asegurada, tampoco lo está su libertad"(27).
En el mismo sentido el Marqués de Beccaría apuntaba: "Un hombre no puede ser
llamado reo antes de la sentencia del juez, ni la sociedad puede quitarle la pública
protección sino cuando esté decidido que ha violado los pactos bajo que le fuera
concedida. ¿Qué derecho sino el de la fuerza, será el que dé potestad al juez para
imponer pena a un ciudadano mientras se duda si es reo o inocente?"(28), caso
contrario, importaría considerar a los individuos que resultan encausados
directamente responsables del hecho que se les imputa.
Tal como acaeció en el proceso inquisitorial en donde la meta absoluta del sistema
de enjuiciamiento —que no reparaba en medios para alcanzarla— consistía en
acreditar la culpabilidad del encausado (que, valga la redundancia, era culpable
desde el inicio del juicio), razón por la cual el principio rector era el principio de
culpabilidad, entendido no en términos actuales, sino como la presunción de
culpabilidad que pesa sobre el imputado quien exhibe un virtual estado jurídico de
culpabilidad durante el proceso y a quien incumbe probar su inocencia, razón por la
cual toda la exhibición de implacable eficacia se justifica "aunque sea duro conducir a
la hoguera a un inocente"(29).
En consonancia con este espíritu, los Pactos Internacionales de Derechos
Humanos incorporados a nuestra Norma Fundamental en forma expresa disponen:
"Se presume que todo acusado es inocente, hasta que se pruebe que es culpable"
(art. XXVI, Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre). "Toda
persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no
se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan
asegurado todas las garantías necesarias para su defensa" (art. 11.1, Declaración
Universal de Derechos Humanos). "Toda persona acusada de un delito tiene derecho
a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad conforme a la
ley" (art. 14.2, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos) "Toda persona
inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se
establezca legalmente su culpabilidad" (art. 8.2, Convención Americana sobre
Derechos Humanos —Pacto de San José de Costa Rica—)(32).
Se colige que la incorporación de estas disposiciones tiene dos efectos principales;
por un lado, el de la introducción expresa en el derecho positivo argentino de máxima
jerarquía del principio de inocencia, el que hasta entonces sólo podía deducirse de la
Constitución Nacional; por otro, el de una formulación sumamente precisa de su
contenido garantizador, al punto que bien puede enunciarse diciendo que todo
acusado es inocente (art. XXVI, DADDH) mientras no se establezca legalmente su
culpabilidad (art. 8.2, CADH), lo que ocurrirá sólo cuando "se pruebe" (art. 14.2,
PIDCP) que "es culpable" (art. XXVI, DADDH), en las condiciones que se establecen.
Quizás el principal impacto de la normativa supranacional sea el de dejar sentado,
expresamente, cómo se debe hacer para establecer la "no inocencia": habrá que
probar la culpabilidad (art. 14.2, PIDCP) más allá de cualquier duda razonable,
"conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las
garantías necesarias para su defensa" (art. 11.1, DUDH)(33).
Por último, es menester destacar que este ordenamiento dispone en su art. 3° que
"Nadie puede ser considerado ni tratado como culpable hasta tanto una sentencia
firme, dictada en base a pruebas legítimamente obtenidas, desvirtúe el estado jurídico
de inocencia del que goza toda persona. El imputado no debe ser presentado como
culpable. Los registros judiciales, legajos y comunicaciones no podrán contener
inscripciones estigmatizantes o que desvirtúen el estado jurídico de inocencia".
Pero, a fin de interpretar correctamente el sentido de este postulado, no puede
decirse que la situación de cualquier persona en la sociedad sea una situación de
"inocencia". Los seres humanos que caminan por las calles no son inocentes. Es que
la "inocencia" es un concepto referencial, que sólo toma sentido cuando existe alguna
posibilidad de que esa persona pueda ser culpable. La situación normal de los
ciudadanos es de "libertad"; la libertad es su "ámbito" básico, sin referencia alguna al
derecho o al proceso penal. Pero cuando una persona ingresa al ámbito concreto de
actuación de las normas procesales, allí sí tiene sentido decir que es "inocente",
porque eso significa que, hasta el momento de la sentencia condenatoria, no se le
podrán aplicar consecuencias penales. En realidad es más correcto afirmar que,
cuando una persona ingresa al foco de atención de las normas procesales, conserva
su situación básica de libertad, salvo algunas restricciones(34).
13.3.2. El principio de necesidad
También la concreta necesidad de aplicar una medida de coerción —y no otra
menos gravosa— es sustentada por la presente norma, puesto que la carencia de
este atributo del poder tornaría a la medida cautelar restrictiva de la libertad en el más
puro arbitrio y en la más absoluta desproporción con relación al fin perseguido, es
decir, el mantenimiento del proceso. En esa misma dirección, Francesco Carrara
pregonaba la razón por la cual la detención provisional sólo era válida si obedecía a la
estricta necesidad, al expresar: "Todos reconocen que la encarcelación de los
imputados antes de la condena es una injusticia, ya que por sospechas demasiadas
veces falaces se lleva la zozobra a las familias, y se priva de su libertad a ciudadanos
que a menudo resultan honradísimos, y de los cuales el sesenta por ciento al final del
proceso o al final del juicio son declarados inocentes. Pero se ha añadido que ésta es
una injusticia necesaria; y la custodia preventiva ha debido ser admitida por las leyes
penales", por ello afirmaba que resulta "Necesaria, para formar el proceso" (para que
el juez pueda contar con el imputado), "Necesaria, para alcanzar la verdad" (sacando
al imputado de los medios de destruir las pruebas), "Necesaria, para la seguridad"
(para que el imputado no continúe cometiendo delitos), "Necesaria para lograr la
pena" (a fin de que el reo no se sustraiga a ella con la fuga), concluyendo que "Si
tales necesidades son la sola justificación posible de aquella injusticia, es manifiesto
que ésta no es tolerable, y es un acto de verdadera tiranía en los casos en que cesan
las razones antedichas (...) Pésimo entre los errores es aquel de estropear los
instrumentos con su propia fuerza"(35).
En concordancia con lo expuesto, el presente principio se erige como la norma
principal o fundante que de alguna manera está marcando las líneas maestras del
subsistema de las medidas de coerción y los criterios fundamentales de las medidas
cautelares, consagrando una regla general en función de la cual corresponde
interpretar las normas reglamentarias instituidas(36). Esto también debido a que todo
el Código, a lo largo de su arquitectura, defiende la libertad pues la considera el bien
más sagrado y sólo autoriza su restricción en casos muy estrictos y determinados.
Esta restricción sólo procede cuando se efectúa con arreglo a las normas y
condiciones que el mismo Código establece y siempre que respondan a dos
condiciones: asegurar el descubrimiento de la verdad y la aplicación de la ley(37).
En la misma dirección, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
en su art. 9º establece: "Presumiéndose inocente a todo hombre hasta que haya sido
declarado culpable, si no se juzga indispensable arrestarlo, todo rigor que no sea
necesario para asegurar su persona debe ser severamente reprimido por la ley"(38);
pensamiento que ya fuera puesto de manifiesto por el Quinto Congreso de Naciones
Unidas sobre Prevención y Tratamiento de Delincuentes(39), y que es seguido por el
Conjunto de Principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier
forma de detención o prisión (res. 43/173 de la Asamblea General de la ONU del
9/12/1988) que, en el párrafo segundo del principio 36, refiere: "Sólo se procederá al
arresto o detención de esa persona en espera de la instrucción y el juicio cuando
requieran las necesidades de la administración de justicia por motivos y según las
condiciones y procedimientos determinados por la ley"(40). Al igual que las Reglas
Mínimas de las Naciones Unidas Sobre las Medidas no Privativas de la Libertad
(Reglas de Tokio)(41)que entre sus principios generales establece la finalidad de
promover la aplicación de medidas no privativas de la libertad (art. 1.1), que tienen
por objeto fomentar una mayor participación de la comunidad en la gestión de la
justicia penal, así como fomentar entre los delincuentes el sentido de su
responsabilidad hacia la sociedad (art. 1.2), sentando a su vez el principio según el
cual: "Los Estados Miembros introducirán medidas no privativas de la libertad en sus
respectivos ordenamientos jurídicos para proporcionar otras opciones, y de esa
manera reducir la aplicación de las penas de prisión, y racionalizar las políticas de
justicia penal, teniendo en cuenta el respeto de los derechos humanos, las exigencias
de la justicia social y las necesidades de rehabilitación del delincuente" (art. 1.5),
razón por la cual se señala la necesidad de flexibilizarlas y evitar la aplicación
innecesaria de la pena de prisión, para lo cual el sistema de justicia penal establecerá
una amplia serie de medidas no privativas de la libertad (art. 2.3), evitando recurrir a
procedimientos formales o a juicios ante los tribunales (art. 2.4) y utilizándose de
acuerdo con el principio de mínima intervención (art. 2.6).
Del mismo modo, debe admitirse que en cuanto desaparezca la necesidad de
mantener la coerción —por desaparición de razones que la determinaron o por su
atenuación—, la prisión preventiva deberá cesar o ser sustituida por otra medida más
leve(42). Por lo tanto, si para asegurar el sometimiento del imputado al proceso y a la
eventual sentencia condenatoria es suficiente con que éste preste una fianza, será
una precaución excesiva mantenerlo encarcelado. Si estos objetivos pudieran
asegurarse con el mero compromiso del imputado asumido al efecto, la exigencia de
fianza también será excesiva y mucho más aún la pretensión de encerrarlo en una
cárcel(43). En consecuencia, habrá que evitar la privación de la libertad si ella no es
absolutamente indispensable pues, en la realidad, nada afecta más la reputación de
una persona que la privación de su libertad durante el proceso, sobre todo cuando
nuestra inquisitiva tradición cultural le asigna (equivocadamente) a esta situación la
función de una pena por la comisión de un delito y muchos de los operadores del
sistema de justicia penal (abusivamente) también lo hacen. Cuando el
encarcelamiento preventivo sea imprescindible, deberá practicarse del modo que
perjudique lo menos posible la reputación del afectado, evitando innecesariamente
severidades(44).
13.3.3. El principio de proporcionalidad
El principio de proporcionalidad es un principio general del derecho que, en un
sentido amplio, obliga al operador jurídico a tratar de alcanzar el justo equilibrio entre
los intereses en conflicto. Por lo tanto, exige el conocimiento de los intereses en
juego, la comparación de los valores sobre los que se apoyan y la limitación, en la
medida de lo necesario, del sacrificio de los que deben ceder(45); de forma tal que,
para alcanzarse un objetivo determinado, se tomen en cuenta los medios utilizados y
se llegue al resultado con el menor sacrificio de derechos individuales(46). En tal
entendimiento, "Se trata tan solo de una ponderación de valores, según la cual, en un
determinado momento, triunfa el interés individual sobre el colectivo, mejor dicho,
sobre el interés estatal implicado en la realización efectiva del poder penal"(47). En
esa dirección se encamina el art. 17 de las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas
para la Administración de la Justicia Penal ("Reglas de Mallorca") en cuanto disponen:
"En relación con la adopción de las medidas limitativas de derechos, regirá el principio
de proporcionalidad, considerando, en especial, la gravedad del hecho imputado, la
sanción penal que pudiera corresponder y las consecuencias del medio coercitivo
adoptado"(48). Ello nos lleva, además, a considerar incluido dentro del comentado
principio a la razonabilidad de la prisión preventiva y a su adecuación al fin cautelar
para el que se encuentra destinada que, al decir de nuestra Corte, pueden ser
resumido de la siguiente manera: "el carácter de garantía constitucional reconocido al
beneficio excarcelatorio —en virtud de la presunción de inocencia de quien aún no fue
condenado (art. 18CN) y el derecho a la libertad física— exige que su limitación se
adecue razonablemente al fin perseguido por la ley (Fallos: 308:1631), y que las
disposiciones que la limitan sean valoradas por los jueces con idénticos criterios de
razonabilidad. Se trata, en definitiva, de conciliar el derecho del individuo a no sufrir
persecución injusta con el interés general de no facilitar la impunidad del delincuente,
pues la idea de justicia impone que el derecho de la sociedad a defenderse contra el
delito sea conjugado con el del individuo sometido a proceso, de manera que ninguno
de ellos sea sacrificado en aras del otro (Fallos: 272:188 y 314:791). Cuando ese
límite es transgredido, la medida preventiva —al importar un sacrificio excesivo del
interés individual— se transforma en una pena, y el fin de seguridad en un
innecesario rigor" (CSJN, 1/11/1999, "Rosa, Carlos Alberto c. Estado Nacional
/Ministerio de Justicia y otro s/daños y perjuicios varios"; JA, 2000III246).
Es así que el principio de proporcionalidad revela que toda medida cautelar significa
una privación de bienes jurídicos, con lo que puede existir similitud y cierta
superposición con la privación de bienes jurídicos en que sustancialmente consiste la
pena. Específicamente, las medidas cautelares de detención, si bien se dirigen al
aseguramiento del proceso y no a otra cosa, conllevan una pérdida sumamente
gravosa del bien jurídico de la libertad, de la misma forma que la pena privativa de
libertad impuesta al procesado por sentencia también la arrastra. Así (y admitiendo en
última instancia que en aras de la seguridad de la realización del proceso resulta
admisible tan drástica disminución de bienes y derechos de un inocente) debe existir
entre esta medida y la eventual y ulterior sanción que pueda llegar a imponerse a
través de la sentencia, una relación tal que signifique que un procesado no deberá
sufrir una pérdida mayor a título de aseguramiento procesal que la que deberá sufrir
por la condena de derecho sustancial(49).
13.3.4. El principio favor libertatis
Se ha considerado a este postulado como un aspecto más del principio in dubio pro
reo, que reconoce su origen en el iluminismo y asegura que el estado de duda llevará
siempre a una decisión en favor del imputado. Ambos son pautas derivadas de un
mismo origen. El favor libertatis debe entenderse como aquel por el cual todos los
institutos procesales deben tender a la rápida restitución de la libertad personal, y en
cambio el in dubio pro reo (en sentido estricto) es el principio en virtud del cual todos
los instrumentos procesales deben tender a la declaración de certeza de la no
responsabilidad del imputado; y concierne, no ya al estado de libertad personal, sino a
la declaración de certeza de una posición de mérito con relación a la notitia
criminis(50).
El principio en cuestión es definido entonces como: "la posición del sujeto que
soporta una limitación en la propia esfera de libertad jurídica, está favorecida por el
derecho, en el sentido de que dicha limitación sea siempre lo menos gravosa posible
en la reglamentación de los intereses opuestos"(51). Ello implica que las normas
tendientes a impedir el dictado de una prisión preventiva deben guiarse por el sentido
más favorable al procesado en lo que atañe a la restricción de la libertad o al ejercicio
de un derecho; por cuanto de esta manera, la cuestión debe ser resuelta en pro del
derecho liberatorio, toda vez que la libertad durante la tramitación del proceso
constituye además la regla general.
13.3.5. El principio pro homine
Conforme a este principio, ha de estarse siempre a la interpretación que resulta
más favorable al individuo en caso de disposiciones que le reconozcan o acuerden
derechos. Y, con el mismo espíritu, ha de darse preferencia a la norma que signifique
la menor restricción a los derechos humanos en caso de convenciones que impongan
restricciones o limitaciones(52); en tanto se reconoce al sujeto imputado como
plenamente digno en razón de su innegable condición humana. Es así que la
aplicación de la norma que más beneficia a las personas fue receptada por la Corte
Interamericana en la OC 5 en estos términos: "si a una misma situación son
aplicables la Convención Americana y otro tratado internacional, debe prevalecer la
norma más favorable a la persona humana" (párr. 52). De esta forma, si una norma
interna nacional asegura uno de los requisitos del debido proceso legal de una
manera más beneficiosa para el peticionario que una internacional o provincial, debe
prevalecer su aplicación, pues no se trata de enfrentar el derecho interno con el
internacional ni la legislación procesal provincial con la nacional o segregar la
naturaleza de las normas u otra diferenciación semejante, sino de receptar el principio
que se encuentra arraigado en el derecho de todos los tiempos(53).
En consecuencia, debe ser considerado como un valioso criterio hermenéutico que
informa todo el derecho de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a
la norma más amplia o a la interpretación más extensiva cuando se trata de reconocer
derechos protegidos e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida
cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos
o su suspensión extraordinaria. Este principio coincide con el rasgo fundamental del
derecho de los derechos humanos, esto es, estar siempre a favor del hombre(54).
Esta pauta se encuentra consagrada positivamente cuando, en general, los
instrumentos internacionales establecen que ninguna de sus disposiciones autoriza a
limitar los derechos protegidos en mayor medida de la prevista, a limitar el goce y
ejercicio de cualquier otro derecho o libertad que pueda estar reconocido en otra
norma internacional o interna en vigor(55).
13.4. LA EXCEPCIONALIDAD EN LA AFECTACIÓN DE LA LIBERTAD PERSONAL
Este principio medular de las reglas cautelares surge de lo normado por el art. 9°, 3,
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos(56). Por ende, la coerción
personal será procedente cuando existan suficientes pruebas de culpabilidad (que
muestren como probable la imposición de una condena cuyo justo dictado se quiere
tutelar), ella sea imprescindible (máxima necesidad) —y por tanto no sustituible por
ninguna otra de similar eficacia pero menos severa—, para neutralizar el peligro grave
(por lo serio y por lo probable) de que el imputado abuse de su libertad(57). Si este
peligro no concurriera en el caso concreto, el encarcelamiento no será "preventivo"
sino que adquirirá una ilegal naturaleza punitiva(58). Igualmente, de la comentada
raigambre constitucional de la libertad durante el proceso penal, se ha derivado en
forma directa su carácter de medida excepcional frente a la situación ordinaria de
libertad de todo individuo (art. 14, CN). Por este motivo es aquélla y no ésta, la que
debe procurar legitimación constitucional(59).
Por lo tanto estará prohibido imponer a una persona restricciones que no estén
estrictamente justificadas para evitar que se entorpezca el proceso de instrucción(61);
presupuesto que se funda en la gran injerencia que representa la máxima medida
cautelar que el ordenamiento formal puede aplicar(62).
Entonces, es necesario entender que la perspectiva racional válida en este delicado
tema es el respeto por la libertad individual, cuya consecuencia será comprender que
la regla general en el proceso criminal es la libertad del encausado y que la detención
sólo procederá por vía de excepción, fundada en una regla autorizativa especial y en
la comprobación de la necesidad de hacerla efectiva como único medio de evitar la
frustración del proceso; así, la excarcelación no depende de una norma de
autorización expresa, sino de la inexistencia de una situación comprobada de riesgo
procesal, ésta sí, fundada en una regla legal que la autorice especialmente(63). Por
ende, cuando se demuestre que el imputado intenta abusar de su libertad para
frustrar el propósito de afianzar la justicia, nacerá el derecho del Estado de limitar o
restringir la libre locomoción del sospechoso. Será entonces el Estado quien deberá
"demostrar" la existencia en cada caso de los peligros que justifiquen la limitación o
restricción a la libertad del imputado(64).
Asimismo, la elección de la medida coercitiva deberá ser siempre la menos gravosa
de todas aquellas que garanticen, en cada caso, la realización del proceso (art. 18, in
fine, Constitución Nacional(65). Así, se sostiene que el principio de "excepcionalidad"
relaciona medio y fin, es decir, que no se deberá decretar la medida restrictiva si los
fines buscados pueden ser obtenidos por otros medios(66). Con ello además se
quiere poner de resalto que las cauciones tradicionales, juratoria, personal y real,
"representan, precisamente, la sustitución de la privación de la libertad por otro medio
coercitivo más benigno"(67). Ello no sólo habla de la rigurosidad de su apreciación,
sino que se debe demostrar que no puede ser sustituida por otros medios menos
lesivos de la dignidad humana(68).
13.5. LA PRIVACIÓN DE LA LIBERTAD COMO MEDIDA DE ULTIMA RATIO
Del carácter excepcional de la caución personal, directamente se infiere su
aplicación como último recurso, dado que "Los medios privativos de la libertad deben
aplicarse tanto en forma principal como subsidiaria; lo segundo cuando los
meramente limitativos no sean suficientes para conseguir el fin propuesto. De esta
manera se satisface el principio del mínimo sacrificio de la libertad personal"(69).
Este principio también es considerado como "principio de mínima intervención" en
cuanto la idea es que así como el derecho penal es la ultima ratio del ordenamiento
legal de un Estado, las medidas de coerción constituyen también la última
herramienta de política criminal a adoptar(70). Razonamiento que es absolutamente
lógico, puesto que si el Estado se controla en adoptar medidas acotadas de orden
sustantivo en relación a la punición de conductas contrarias al orden social, resulta
ineludible afirmar que tal circunstancia no puede ser habilitada en el transcurso de un
procedimiento y para el caso de individuos todavía no penados. Por ello la coerción
sólo es admisible cuando aparece como la medida menos lesiva entre todos los
medios adecuados que entran en consideración. Es así que si existe una medida
menos lesiva que la prisión preventiva para asegurar los fines del proceso penal, sólo
ésta será legítima(71).
13.6. NATURALEZA INSTRUMENTAL DE LA COERCIÓN PERSONAL
En la estructuración de las medidas cautelares de carácter personal se destaca en
primer lugar su naturaleza instrumental, ya que consisten únicamente en un medio
destinado al arribo de la verdad objetiva de los hechos, por donde el derecho será
aplicado y nunca suponen una finalidad en sí mismas, es decir, nunca consisten en la
directa imposición del ius puniendi propio de la condena; por lo que, en modo alguno,
puede implementarse una medida cautelar utilizando los mismos argumentos, bajo las
mismas condiciones y en la misma medida que la sentencia de condena, pues la
distorsión del sistema de realización de la ley penal de fondo tiene el efecto de alterar
el sentido de todo el sistema penal y, por ende, de las instituciones del mismo
derecho penal de fondo(72). Esto también implica que el hombre sometido al proceso
nunca puede ser considerado un mero instrumento propio de la investigación(73).
13.7. NATURALEZA CAUTELAR DE LA PRIVACIÓN DE LA LIBERTAD
Al respecto hay que considerar el carácter eminentemente cautelar de la coerción
personal, en tanto restringe la libertad al solo resguardo del peligro de fuga o de
entorpecimiento del proceso; siguiendo un postulado predicado desde los autores
clásicos del derecho penal, según el cual: "La cárcel es sólo la simple custodia de un
ciudadano hasta tanto que sea declarado reo; y esta custodia, siendo por su
naturaleza penosa, debe durar el menos tiempo posible, y debe ser la menos dura
que se pueda (...) La estrechez de la cárcel no puede ser más que la necesaria, o
para impedir la fuga, o para que no se oculten las pruebas de los delitos"(74),
reconociéndose así el carácter meramente cautelar de la detención provisional.
En la misma sintonía, este principio fue seguido por los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos(75)y precisados concretamente en las Reglas Mínimas de las
Naciones Unidas para la Administración de la Justicia Penal (llamadas también
"Reglas de Mallorca"(76)) que en su art. 16 establecen que "Las medidas limitativas
de derechos tienen por objeto asegurar los fines del procedimiento y estarán
destinadas, en particular, a garantizar la presencia del imputado y la adquisición y
conservación de las pruebas"; así como en el art. 20.1 refieren que "La prisión
preventiva no tendrá carácter de pena anticipada y podrá ser acordada únicamente
como ultima ratio. Sólo podrá ser decretada cuando se compruebe peligro concreto
de fuga del imputado o destrucción, desaparición o alteración de las pruebas".
Si además atendemos a la naturaleza de las medidas cautelares vemos que su
origen obedece a que la sustanciación del proceso (durante el cual, resguardando el
debido contradictorio, se acopian los elementos de juicio indispensables para adoptar
una decisión sobre el mérito) demanda un tiempo considerable. En su transcurso,
quien ha sido convocado a juzgamiento puede desenvolver su accionar
legítimamente, colaborando con el órgano jurisdiccional y aguardando la resolución
que ratifique o desmerezca su posición. Pero puede también llevar a cabo
determinadas conductas que en definitiva impedirían la materialización del futuro
mandato judicial. Como ello es intolerable para la propia operatividad de la
jurisdicción, surge una actividad preventiva que, enmarcada en esa objetiva
posibilidad de frustración, riesgo o estado de peligro, a partir de la base de un
razonable orden de probabilidades acerca de la existencia del derecho que se invoca
afectado, anticipa los efectos de la decisión de fondo ordenando la conservación o
mantenimiento del estado de cosas existente(77). Esta noción de anticipar los efectos
de la decisión en su más estricto entendimiento —extraído del derecho procesal civil
— es inaplicable en idénticos términos en el derecho procesal penal, en virtud del
resguardo que irroga el principio de inocencia, pero ello no implica que la aspiración
de prevenir los daños que la duración del proceso acarrea, y en la cual una de las
partes puede frustrar el objetivo del juicio con su actividad, sea fundamentalmente
dirigida a garantizar la actuación de la ley en el caso concreto.
Por tal razón se ha considerado que, así como el embargo en derecho procesal civil
no significa una sanción para la inobservancia de una norma jurídica material, puesto
que por él no se pierde la titularidad de los bienes sometidos a esa medida cautelar
sino la manera de asegurar que los fines de ese procedimiento se cumplan, así
tampoco en derecho procesal penal el encarcelamiento preventivo podrá significar el
establecimiento de una pena anticipada al fallo de condena, sino únicamente el medio
de lograr que el proceso se realice y, eventualmente, se cumpla la condena(78). Por
ende, la medida cautelar o precautoria tiene dos aspectos característicos que la
singularizan: el aseguramiento de los fines del proceso y el empleo de la fuerza
estatal (coerción), si fuera necesaria para doblegar resistencias a su instrumentación.
Ello es común a todo tipo de procesos pero adquiere mayor relevancia en el proceso
penal por la entidad de los bienes comprometidos y el orden público que caracteriza a
la mayoría de sus normas condicionantes(79). Por lo tanto, las medidas cautelares
representan supuestos en los que la norma habilita, en términos de eficacia, la
restricción de derechos individuales de carácter patrimonial o personal. Éstos siempre
implican una agresión a la persona o a sus bienes, de mayor o menor grado según el
caso. De ahí la preocupación en el sentido de preservar, a través de las medidas de
coerción, los principios y la operatividad del Estado de derecho(80). Es así que la
coerción debe tener siempre un "carácter cautelar"; pues tiende a asegurar la
consecución de los fines del proceso, evitando que el procesado adopte una conducta
opuesta a ellos(81). En esta dirección, la prisión preventiva es por esencia una
medida de seguridad procesal y nunca una pena, aunque importe una privación de la
libertad y el sacrificio que implica sólo puede ser consentido en los límites de la más
estricta necesidad, la cual debe ser concretamente verificada: "Esto último exige que,
sobre todo con respecto a la excarcelación, el juez tenga los más amplios poderes
para apreciar esa necesidad"(82).
Desde otra óptica se ha asegurado que las medidas cautelares conforman un
verdadero subsistema normativo dentro de la sistemática de los códigos procesales,
que se encuentran sujeto a reglas específicas que regulan su consecución. Son
normas que constituyen ejes interpretativos fundamentales, en cuanto establece que
toda disposición legal que coarte la libertad personal, restrinja los derechos de la
persona o limite el ejercicio de un derecho atribuido por esos códigos deberá ser
interpretada restrictivamente(83). Se ha propuesto así una "teoría general de las
medidas de coerción", debido a que generalmente en su utilización para asegurar los
fines del proceso en materia penal, son abordadas de manera independiente y no en
una visión de conjunto ni sometidas a un control abarcativo(84); de modo que si
consideramos a la prisión preventiva como una verdadera medida cautelar y no la
aislamos de sus presupuestos de procedencia y de los principios que la habilitan,
vemos que debe ser impuesta en miras al aseguramiento del proceso y nunca puede
escapar de tal naturaleza(85).
13.8. LA PELIGROSIDAD PROCESAL
El concepto de peligrosidad se circunscribe a los riesgos que pueden llegar a
presentarse para con la correcta sustanciación del proceso al permanecer el imputado
en libertad, pudiendo suceder que no comparezca más a los llamados de la judicatura
o que con su accionar imposibilite la prosecución de las investigaciones(86). Este
parámetro se encuentra establecido en la norma formal en cuanto requiere elementos
de convicción para disponer tales medidas que hagan presuponer que el encausado
eludirá la acción de la justicia o entorpecerá la pesquisa. Lo importante y trascendente
es que con estos elementos el juez deberá motivar las razones lógicas por las cuales
considera posible la elusión a la justicia o el entorpecimiento a su acción. No deben
ser valoraciones subjetivas sino objetivas basadas en hechos acreditados en el
proceso. La valoración debe ser provisional, en el sentido de que no debe hacerse
con los elementos totales, sino solamente con aquellos que permitan una primera
impresión(87).
De este modo, desde la mayor intensidad posible de peligro de obstaculización del
proceso hasta la segura inactividad del imputado, existen no pocos matices que
requieren distinciones en la reacción estatal. El sistema de justicia reconoce aquellos
matices de peligro, pero —ya en el plano normativo— no tiene capacidad de
responder en forma particular ante cada caso. Con lo cual es fácilmente reconocible
que en innumerables ocasiones dado un nivel de peligro de obstaculización "x", se
utiliza, por la misma incapacidad del sistema procesal, un mecanismo de coerción
varios "talles" más grande. Esto es debido a la carencia de un sistema más
meticuloso de los mecanismos utilizables por el Estado en el proceso penal(89), con
lo cual no puede hablarse únicamente de una relación automática entre la
probabilidad de una sanción gravosa y la elusión de la justicia y sí debe privilegiarse
el análisis concreto del caso a la luz de los principios constitucionales que habilitan la
detención provisional.
Se ha considerado así que la mera acreditación de los extremos previstos en la
norma procesal no permite presumir que la medida cautelar es realmente necesaria; o
sea, no se justifica el temor de que el imputado no estando preso, tratará de eludir la
actuación de la ley; ya que "no justificará la negativa de la excarcelación el simple
hecho de que el procesado tenga una condena anterior, si otros elementos de juicio
permiten presumir que él cumplirá su deber de comparecer ante el tribunal toda vez
que sea citado"(90). Como ejemplo de ello, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos tiene dicho que "en la evaluación de la conducta futura del inculpado no
puede privilegiarse criterios que miren sólo al interés de la sociedad", considerando a
su vez que el encarcelamiento "debe basarse exclusivamente en la probabilidad de
que el acusado abuse de la libertad (...) El interés del individuo que ha delinquido en
rehabilitarse y reinsertarse en la sociedad también debe ser tomado en cuenta"
(CIDH, Informe 12/1996). Destacando además que el hecho de fundar la detención en
los antecedentes penales del imputado implica recurrir a circunstancias que no tenían
relación alguna con el caso y que vulneran claramente el principio de inocencia y el
concepto de rehabilitación (Informe 12/1996)(91); puesto que tales motivos operan
como una suerte de sanción anticipada, de indiscutible corte sustantivista, con
pretensiones moralizantes, muy alejadas de la auténtica misión procesal del instituto.
Ello es así, porque tales pautas no fundamentan ni determinan a priori y por sí misma
el encarcelamiento preventivo(92).
Al afirmarse que la detención preventiva del imputado está destinada a asegurar su
comparecencia al proceso, con lo que se garantizará su desarrollo total, es menester
reconocer que no siempre será necesario mantenerlo privado de su libertad. Hacerlo
sería sustituir la idea de necesidad por la de "comodidad", lo que resultaría
intolerable. Debemos tener presente que el imputado generalmente espera "vencer la
prueba del juicio"(93)por lo cual, sobre todo frente a una acusación leve, seguramente
preferirá afrontar el proceso antes que fugar. Además la experiencia indica que no es
probable, en tales casos, que "se prive de las ventajas de las defensas, muy
imperfecta en la rebeldía, para andar huido y oculto", "con pocos recursos" y "con
grandes probabilidades de empeorar su causa y ser reducido en prisión". Y en el caso
de que lo haga, la intranquilidad de espíritu de quien vive al margen de la ley, que los
procesalistas franceses llaman "insomnio", equivale a la pena de la cual se ha
evadido(94). De esta forma es menester afirmar categóricamente que el peligro de
fuga no existirá siempre sino en ciertos casos extremos y que sólo éstos justificarán el
encarcelamiento del imputado(95).
13.9. REQUISITOS DE PROCEDENCIA DE LAS MEDIDAS CAUTELARES. LA VEROSIMILITUD DEL
DERECHO Y EL PELIGRO EN LA DEMORA
Toda medida asegurativa de la libertad personal tiene los caracteres de una medida
cautelar puesto que persigue los mismos fines, resultando válido por lo tanto aplicar la
teoría de las medidas cautelares para apreciar el verdadero significado de la coerción
personal. Así, resulta válido sostener que "La medida cautelar carece, en rigor, de
autonomía funcional, por cuanto su finalidad consiste en asegurar la eficacia práctica
de la sentencia o resolución que debe dictarse en el proceso, a la cual se encuentra
necesariamente vinculada por un nexo de instrumentalidad o subsidiariedad (...) La
tutela cautelar resulta configurada, con respecto a la actuación del derecho sustancial,
como una tutela mediata, pues más que para hacer justicia, sirve para asegurar el
eficaz funcionamiento de ésta, o bien que el proceso mediante el cual esa tutela se
exterioriza persigue, como objetivo inmediato, garantizar el buen fin del mismo"
(CNCiv., sala E, 19/5/1992, ED, 80727)(96).
Al respecto se aclara que la procedencia de la aplicación de una medida de este
tipo requiere la simultánea concurrencia de dos requisitos(97):
El primero, llamado fumus boni iuris es la apariencia del derecho que se quiere
cautelar, que radica en la función estatal de prosecución de los delitos, mejor dicho,
potestad represiva(98); consistiendo en el plano fáctico en la presencia de "suficientes
indicios a cargo de aquel contra el cual se emite la providencia"(99). Como su
existencia concreta surgirá de la culpabilidad fehacientemente acreditada, su
apariencia surgirá de la aparente culpabilidad del imputado. Esto quiere decir que
dicho requisito se relaciona con la exigencia de pruebas que hagan aparente la culpa
del individuo, como presupuesto indispensable para la eventual restricción a su
libertad durante el proceso; de donde surge la obligación de acreditar
satisfactoriamente la verosimilitud —al menos en grado de apariencia— del derecho
invocado, cuya duda o ausencia a la vista del juez o tribunal torna improcedente la
cautela interesada(100); por lo tanto, es que —como precedentemente se dijo— el
dictado de la prisión preventiva requiere el auto de procesamiento del individuo,
decisorio en donde deben explicitarse los motivos por los cuales se lo considera
incurso en un ilícito de relevancia jurídico penal.
Es así que las medidas precautorias se caracterizan porque al tiempo de
peticionarlas se carece de ese marco inconmovible que confiere la sentencia
definitiva, el que parece reemplazado, en mayor o menor medida, por una situación
de indeterminación, incertidumbre o duda acerca del verdadero acaecimiento de los
hechos invocados y de la subsunción de los mismos en normas jurídicas pertinentes.
Doctrinariamente, es un lugar común señalar que en esta materia no se requiere la
prueba terminante y plena del derecho invocado, sino que resulta suficiente su
acreditación prima facie. Se trata de la verosímil presunción mediante un
conocimiento sumario de que lo que se dice es probable(101). De tal forma, la
preexistencia de la verosimilitud del derecho condiciona la procedencia de cualquier
medida al acopio de un mínimo de prueba de culpabilidad, entendido como un mínimo
de elementos que hagan presumir la probabilidad de condena. Esta base probatoria
actúa como presupuesto genérico de la aplicación de cualquier medida,
estableciéndose además, que mientras más grave sea la restricción que éstas
importen, mayor deberá ser el caudal probatorio. Existe, en consecuencia, una
relación directamente proporcional entre la prueba y los grados de credibilidad que
atraviesa el juzgador(102). Pero es pertinente advertir al respecto que el sustento de
las medidas de coerción sobre simples indicios y/o conjeturas o en evidencias
indirectas, aún no confirmadas con pruebas contundentes producidas en el
contradictorio oral; implicaría introducir en la práctica una suerte de "pena" autónoma
por sospecha o pendencia de juicio que obviamente es ilegal y tiene reminiscencias
inquisitivas(103); por tal motivo, los ordenamientos procesales siempre exigen que el
dictado de la prisión preventiva se realice mediante auto que, bajo pena de nulidad,
debe ser pormenorizadamente fundado.
Al efecto resulta útil recordar que si bien la condición de imputado se adquiere
cuando a una persona se le atribuye participación en un hecho delictivo (v.gr.,
denuncia, querella, o promoción de la acción por parte del fiscal) o a través de actos
que tienen ese significado (detención, aprehensión privada), también es idóneo para
atribuir tal calidad el llamado a prestar declaración indagatoria. Pero no basta que una
persona asuma la condición de imputado para que, sin más, se la pueda someter a
medidas de coerción. Es necesaria la existencia de un mínimo de pruebas que
confirmen la imputación formulada en su contra(104). Caso contrario nos
encontraríamos ante una medida arbitraria por carecer manifiestamente de sustento
fáctico; frente a lo cual resulta necesario destacar la imposibilidad de aplicar
consecuencias parangonadas a la sanción penal antes de la resolución final del
proceso, no sólo porque no es lícito adelantar el resultado del juicio, sino porque
tampoco se cuentan con los elementos necesarios para ello(105), dado que el grado
de conocimiento sobre la prueba y todos los parámetros que se requieren para
mensurar la sanción, no son los mismos con los que se cuenta en la etapa final del
proceso en donde se gradúa la sanción a imponer que en su inicio al ponderar la
libertad caucionada(106). En tal entendimiento, es sabido que para sentenciar se
exige alcanzar el grado de certeza acerca de los presupuestos que habilitan la
imposición de una pena, y que un pronunciamiento de esa índole amerita un juicio de
valor apoyado no sólo en la norma vigente, sino también en presupuestos fácticos
que se hallan debidamente comprobados. Pero tal principio, que implica privar de
bienes jurídicos al acusado en virtud de la comprobada comisión de un delito, no
puede ser destruido antes de arribarse a dicha etapa procesal; ocasionando el
peligroso contrasentido jurídico consistente en privar de la libertad a un individuo que
se desconoce si finalmente será encontrado responsable del hecho que se le imputa,
construyendo, de tal forma, una medida que equivale a la imposición de una
sentencia de condena (ya que importa el encarcelamiento del acusado, ocasionando
perjuicios irreparables para su personalidad y honra) sobre un juicio dubitativo y
provisional.
Sin embargo, existen algunos intentos destinados a burlar este límite, convirtiendo
al proceso penal en un medio de realización directa de éste. Ellos se basan en la
errónea creencia de que la iniciación de un proceso no tiene por fin verificar si se
cometió un delito, sino que es la consecuencia de haber comprobado su comisión, por
lo que resultaría lógico dar a las medidas procesales el carácter de penas. Se le
asigna así a la prisión preventiva los fines de la prevención general y especial propios
de la pena, permitiendo su imposición sin proceso previo, lo que significa autorizar un
modo de realización directa del derecho penal: el proceso, que debería obstaculizar
tal realización directa, en lugar de ello la facilita, "prestándole" sus instituciones(107).
Tal presupuesto además, se opone al principio por el cual la justicia respeta el status
libertatis del imputado y le acuerda los derechos procesales para protegerlo; porque la
coerción personal se impone en el proceso para prevenir el entorpecimiento de su
realización y no tiene la finalidad de constituir un mal para el afectado, que pudiera
ser digno por razón de su hecho, ya que de otra manera serían ilícitas o antijurídicas
por anticipar un juicio de culpabilidad y punibilidad(108). De tal manera queda en claro
que sólo se permite recurrir a la detención cautelar para garantizar la realización del
proceso y no para perseguir una finalidad que solamente puede ser atribuida a la
coerción material o sustantiva, esto es, a la condena. "Nada pues más extraño a
nuestro ordenamiento jurídico que ver en la prisión preventiva una especie de pena
anticipada, pues tal criterio significaría, en definitiva aceptar que el legislador local
puede adoptar decisiones en materia reservada al Congreso Nacional"(109).
En segundo término, el otro presupuesto de aplicación de las medias cautelares
radica en el periculum mora resultante del riesgo que puede derivarse para el derecho
que se quiere proteger, de la no aplicación tempestiva de la medida cautelar(110). Se
advierte que el mencionado riesgo debe ser apreciado de modo objetivo y no con la
mera invocación del peticionante, quien independientemente de la apariencia del
derecho a cautelar debe probar que existe un real riesgo en el tiempo de espera de la
sentencia respecto a obtener un resultado final efectivo con la misma(111). En tal
caso, debe verificarse que el daño temido se transforma en daño efectivo. Tales
acontecimientos, si se registraran efectivamente ocasionarían directamente la
frustración del objeto del proceso; por lo tanto es lícito obviar la espera y dispensar de
la certidumbre absoluta acerca de que la actuación normal del derecho llegará
tarde(112).
La jurisprudencia supranacional ratifica la línea de los códigos procesales que
reglamentan estos aspectos exigiendo la concurrencia simultánea de estos dos
requisitos de procedencia (no basta con uno de ellos; deben verificarse los dos). En
cuanto a lo primero (fumus boni iuris), se establece en general como presupuesto de
la coerción, la necesidad de pruebas sobre el acaecimiento del hecho delictuoso y la
participación posible del imputado: "La detención de una persona sólo puede
justificarse si existe sospecha de que haya participado en la comisión de una
conducta contraria a bienes jurídicos estimados como socialmente valiosos en una
sociedad democrática" (CIDH, informe 35/1996, caso 10.832 del 7/4/1998), porque
sólo la existencia (y consistencia) de aquéllas mostrará como posible la condena,
cuyo justo dictado es precisamente lo que las medidas de coerción procuran asegurar
(es la aparente existencia del "derecho de punir" del Estado). Por cierto que mientras
más fuerte sea la restricción que importa o mayor sea la extensión en el tiempo de la
privación de la libertad, mayor será la entidad probatoria que se requerirá. La
jurisprudencia ha sostenido que, como "la efectividad de las garantías judiciales debe
ser mayor a medida que transcurre el tiempo de duración de la prisión preventiva", la
sola sospecha "resulta insuficiente para justificar la continuación de la privación de
libertad, por lo que los magistrados actuantes deben producir otros elementos
adicionales para otorgar validez a la detención luego de transcurrido un cierto límite
de tiempo" (CIDH, Informe 2/1997, 11/3/1997). Respecto de lo segundo (periculum
mora) los códigos procesales individualizan las hipótesis en las que consideran que
habrá riesgos para los fines del proceso si la coerción no se dispone
tempestivamente, a la vez que instituyen y regulan las medidas coercitivas
encaminadas a neutralizarlos(113).
Es decir, que conforme al principio rector de las medidas de coerción, sólo si se
acredita simultáneamente la probabilidad de condena y el riesgo de frustración de los
fines del proceso será procedente la imposición de una coerción cautelar(114). Pero
no basta que existan pruebas de culpabilidad para que las medidas de coerción sean
automáticamente aplicables. Es preciso, además, que en el caso concreto sean
necesarias, porque su no aplicación signifique poner en serio riesgo el derecho que
se quiere proteger, es decir, que no imponerlas importe renunciar a la posibilidad de
que el Estado castigue el delito(115).
13.10. FUNDAMENTACIÓN DE LA RESTRICCIÓN A LA LIBERTAD
En este aspecto, debemos destacar que en nuestro derecho actual contamos con
expresos mandatos constitucionales que exigen la debida racionalidad en la
aplicación y en la fundamentación de la prisión preventiva o de cualquier medida que
restrinja la libertad individual, por cuanto: "Nadie podrá ser sometido a detención o
prisión arbitrarias", art. 9°, nro. 1, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos;
"Nadie puede ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado", art. 9°, Declaración
Universal de Derechos Humanos, "Nadie puede ser sometido a prisión o
encarcelamiento arbitrarios", art. 7°, pto. 3, Convención Americana sobre Derechos
Humanos, principios básicos que denotan la importancia de la justificación de toda
orden que implique la privación de la libertad del imputado. En el mismo sentido, las
Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia Penal,
("Reglas de Mallorca") establecen que "La detención de una persona sólo se podrá
decretar cuando existan fundadas sospechas de su participación en un delito" (art.
19.1). La forma en que esto se concreta es exigiendo suficiente fundamentación para
mantener cautelarmente privada de libertad a una persona, al decretar la prisión
preventiva. Ello es así en razón de que la fundamentación es una exigencia del
sistema republicano como exteriorización de la razonabilidad que deben llevar los
actos de gobierno(116).
De la letra de las referidas normas se desprende la clara conexión entre la
restricción a un derecho individual y los justificativos que son empleados para ello,
dado que se consustancia con el imperio de la ley el contar con respaldo normativo y
fáctico expresado a través de un razonamiento que los ligue, para así dar sustento a
toda afectación de derechos fundamentales; máxime si tenemos en cuenta la
provisionalidad del auto que decreta la prisión preventiva. La motivación, entonces, es
un requisito indispensable del acto limitativo del derecho y su contenido es aún más
necesario cuando se trata de limitar la libertad personal en aras de la investigación de
un delito; por lo cual se ha sostenido que "El cumplimiento de las garantías judiciales
establecidas en la Convención requiere que en todos los casos, sin excepción alguna,
las autoridades judiciales nacionales cumplan en justificar plenamente la orden de
prisión preventiva, y en adoptar la mayor diligencia para decidir sobre el fondo de la
cuestión mientras dure dicha medida" (Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, Informe 2/1997, Argentina, 11/3/1997).
Es que la libertad de las personas, aunque sean sospechosas de delito, merece por
lo menos que se les diga por qué tienen prueba que determina la calificación en un
delito que impida al imputado tramitar la causa penal en libertad. No puede tratarse
superficialmente la cuestión cuando está en juego la libertad de una persona(117). En
este supuesto, el requisito de motivación comprende dos extremos diferentes(118): 1)
La verificación prima facie de la existencia de un hecho delictivo y de la participación
en él del imputado; razón por la cual deberá tener como base la imputación de un
ilícito sobre la base de concretos indicios de culpabilidad. 2) La existencia de riesgo
procesal, en el sentido de que se presuma seriamente la posibilidad de fuga o de
entorpecimiento de la investigación.
Así es que la importancia de la fundamentación reside en la verificación, si en el
caso en concreto la medida de coerción se corresponde con los fines que persiguen o
si, por el contrario, pueden ser alcanzados por otros medios no tan invasivos —desde
la perspectiva del imputado— para no alterar el equilibrio que debe respetarse entre
los intereses en juego. Ponderando en dicha misión la aplicación del derecho penal
como ultima ratio, esto es, apelando a él solamente en aquellos asuntos donde los
otros sistemas de control y los otros instrumentos existentes no puedan aportar
soluciones(119).
En esta dirección se ha postulado la necesidad de producir una suerte de "inversión
copernicana" de los términos en que los códigos se ocupan del encarcelamiento
procesal. Hasta ahora todos parten de la base de que el Estado siempre tiene
derecho de privar de su libertad al sospechoso de la comisión de un delito. Bajo el
influjo de esa idea se ocupan de los casos en que esa potestad no podrá ser
empleada o deberá cesar. Ello produce como consecuencia que sea la libertad del
imputado la que se deba justificar en cada caso (y no su privación, que se entiende
siempre justificada). En el nuevo ordenamiento procesal penal, queda más claro, en
cambio, el reconocimiento del derecho del imputado a permanecer en libertad durante
el proceso penal, requiriendo que sea su restricción la que se deba justificar en cada
caso concreto, por medio de diversos mecanismos(120); por lo tanto, si reconocemos
que la libertad durante el proceso es un derecho del imputado, de dicho postulado se
deriva que su restricción deba ser, en cada caso, rigurosamente fundada y justificada
puesto que es la excepción a la regla de la preeminencia de la libertad. En razón a lo
expuesto y al respeto al principio de inocencia, no es el imputado quien debe probar
hechos o circunstancias para permanecer en libertad durante el proceso, sino que
cabe al Estado demostrar que las medidas de coerción resultan indispensables y
necesarias en su contra en ese proceso concreto a fin de afianzar la justicia y permitir
la aplicación de la ley vigente(121).
Pero no sólo los alcances de la imputación deben ser justificados, sino también
deben ser fehacientemente acreditadas y ponderadas en la resolución jurisdiccional
las razones que lleven a concluir en la posibilidad de la perturbación de la
investigaciones, de enturbiamiento de los trámites y/o de peligro de fuga del
encartado, para poder recién entonces disponer la medida de coerción personal en su
contra(122); puesto que la sola sospecha de que el imputado, por el monto de la pena
que se espera en caso de recaer condena intentará eludir la administración de justicia
penal, no puede justificar ningún encarcelamiento preventivo. El Estado, para aplicar
un encarcelamiento preventivo constitucionalmente autorizado, debe probar sus
presupuestos(123). Resulta entonces elocuente que los esfuerzos argumentativos
deben estar dirigidos no a predecir con anticipación penas draconianas, sino a
analizar con cuidado cuáles son las razones valederas que autorizan a afirmar que
existe la posibilidad cierta de que el imputado impedirá la realización del proceso
penal, y por qué razón la detención sería la única alternativa útil y
proporcionada(124).
Entonces, debemos reconocer que para justificar la posibilidad de elusión o
entorpecimiento del accionar de la justicia debe mediar una relación comprobada y
directa en tanto unos presupongan estos otros(125), al mismo tiempo que deben ser
debidamente descartadas todas las demás alternativas que contemplan los
ordenamientos procesales para el aseguramiento del proceso, dado que la privación
de la libertad es el último recurso coercitivo que puede llegar a aplicarse(126). De allí
que nuestra Corte haya establecido: "Cuando las características del delito que se
imputa, las condiciones personales del encartado y la pena con que se reprime el
hecho, guarden estrecha relación con la posibilidad de que se pueda intentar burlar la
acción de la justicia y con ello impedir la concreción del derecho material, deberá
denegarse la excarcelación solicitada" (Fallos: 310:1476)(127); razón por la cual
resulta imprescindible fundamentar pormenorizadamente los extremos de los cuales
pueden inferirse el peligro hacia la sustanciación del proceso penal(128).
También se ha sostenido que, con arreglo al principio de exepcionalidad(129), la
peligrosidad procesal debe reunir los siguientes requisitos: a) no puede estar
presumida en abstracto, b) debe ser comprobada en el caso en concreto, c) debe
resultar de pautas de orden subjetivo, esto es, atinentes a la personalidad o situación
del imputado como proclive a la evasión o la obstrucción del proceso. La necesidad
de encarcelar preventivamente al reo dependerá así de la factura de un pronóstico de
inconducta procesal que determine riesgos sobre la realización del proceso
penal(130), por lo que, si bien dicho peligro es una cuestión de índole objetiva para
cuya determinación aparecería como idónea la consideración de pautas de carácter
más o menos objetivo, lo real y cierto es que ese riesgo va unido a una conducta del
procesado considerada de probable ocurrencia, esto lleva racionalmente a que la
probable ocurrencia de una conducta riesgosa debe ser hipotéticamente anticipada
por el juez mediante la consideración de pautas que guarden relación con el autor de
esa conducta; no siendo legítima la ponderación de pautas personales del imputado
que no guarden coherencia con la posibilidad de elusión, como podría serlo su
condición socioeconómica(131). Entonces, en realidad estas pautas no podrán ser
sino subjetivas, es decir, a través de criterios de valoración de la personalidad del reo,
de su actitud concomitante y posterior al hecho que se le atribuye(132), de su
conducta durante el proceso (incluyéndose su predisposición a presentarse a estar a
derecho(133)) y de su situación social, laboral, familiar y económica, en la medida en
que la ponderación de todos estos signos sea suficiente para determinar la mayor o
menor proclividad del sujeto a su sometimiento al proceso y al cumplimiento de la
eventual pena(134).
En este punto, como en todos los vinculados a las medidas cautelares, nos
enfrentamos a un análisis "del futuro", porque sea quien sea el encargado de
contestar esa pregunta deberá imaginar qué es lo que puede ocurrir más adelante y
no evaluar sobre lo ocurrido(135). La restricción a la libertad individual se justifica, en
consecuencia, para evitar que de ahora en adelante el imputado perturbe la actuación
de la justicia para aplicar el derecho, haciendo residir el problema no en lo que el
prevenido "hizo antes" del hecho del proceso, sino en lo que "probablemente hará
después"(136). Entonces sólo interesa apreciar el pasado del autor para determinar si
obstaculizará poder alcanzar los fines del proceso y no abrir un juicio provisional de
cualquier otro extremo diferente que no hace a la cuestión(137). Y si la conclusión es
afirmativa sobre la producción inmediata o mediata de tales peligros, demostrados por
evidencias concretas y/o vehementes, graves y concordantes indicios —no de meras
sospechas (aquí la duda favorece al reo)—, las cuales convenzan al juzgador
respecto a que se verá impedido de descubrir la verdad y hacer justicia en el caso
bajo juzgamiento, y/o que finalmente habrá falta de sometimiento material del incurso,
recién en esas situaciones podrá justificar a nivel constitucional y procesal la prisión
preventiva(138).
13.10.1. Estimaciones indebidas
Al respecto, también cabe consignar que la interpretación restrictiva que impera en
la materia abarca toda norma jurídica de cuya aplicación deriva coerción de la libertad
personal(140), razón por la cual debería ser verdaderamente la excepción la
posibilidad de conjeturar sobre la posibilidad de elusión del imputado, ya que motivos
internos de tal carácter no son percibidos inmediatamente sino a través de
constancias concretas y de posible demostración. Asimismo, en este caso también
cobra plena operatividad el in dubio pro reo, que implica inclinar la balanza a favor del
encausado en caso de duda sobre la acreditación de cualquier extremo que funde la
coerción personal.
13.11. LA PRISIÓN PREVENTIVA
13.11.1. Naturaleza cautelar de la prisión preventiva
Al prohibir nuestra Constitución Nacional el "arresto" que no se cumpla en virtud de
orden escrita emanada de autoridad competente conlleva a colegir que la única
autorización al poder público para restringir la libertad personal en lo físico es que se
proceda a título de simple cautela. Se trata de la privación de la libertad de quien
resulta sospechoso de criminalidad durante los primeros actos de investigación de un
delito o a lo largo del proceso que se le siga a una persona, antes de la sentencia
condenatoria firme que dé paso a la pena(141). Igualmente, este principio es seguido
por los Pactos Internacionales de Derechos Humanos(142)y precisados
específicamente en las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la
Administración de la Justicia Penal, llamadas también "Reglas de Mallorca"
(elaboradas por la Comisión de Expertos reunida en Palma de Mallorca en Sesiones
de Trabajo entre 1990 y 1992, presentada como documento preparativo para el
Noveno Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento
de Delincuentes), que dispone en el art. 16: "Las medidas limitativas de derechos
tienen por objeto asegurar los fines del procedimiento y estarán destinadas, en
particular, a garantizar la presencia del imputado y la adquisición y conservación de
las pruebas"; art. 20.1) "La prisión preventiva no tendrá carácter de pena anticipada y
podrá ser acordada únicamente como ultima ratio. Sólo podrá ser decretada cuando
se compruebe peligro concreto de fuga del imputado o destrucción, desaparición o
alteración de las pruebas".
Por tal razón se ha considerado que, así como el embargo en derecho procesal civil
no significa una sanción para la inobservancia de una norma jurídica material, puesto
que por él no se pierde la titularidad de los bienes sometidos a esa medida cautelar
sino la manera de asegurar que los fines de ese procedimiento se cumplan, así
tampoco en derecho procesal penal el encarcelamiento preventivo podrá significar el
establecimiento de una pena anticipada al fallo de condena, sino únicamente el medio
de lograr que el proceso se realice y, eventualmente, se cumpla la condena(143). Por
ende, la medida cautelar o precautoria tiene dos aspectos característicos que la
singularizan: el aseguramiento de los fines del proceso y el empleo de la fuerza
estatal (coerción), si fuera necesaria para doblegar resistencias a su instrumentación.
Ello es común a todo tipo de procesos, pero adquiere mayor relevancia en el proceso
penal por la entidad de los bienes comprometidos y el orden público que caracteriza a
la mayoría de sus normas condicionantes(144).
Por lo tanto, las medidas cautelares representan supuestos en los que la norma
habilita, en términos de eficacia, la restricción de derechos individuales de carácter
patrimonial o personal. Éstos siempre implican una agresión a la persona o a sus
bienes, de mayor o menor grado según el caso. De ahí la preocupación en el sentido
de preservar, a través de las medidas de coerción, los principios y la operatividad del
Estado de derecho(145). Es así que la coerción debe tener siempre un "carácter
cautelar"; pues tiende a asegurar la consecución de los fines del proceso, evitando
que el procesado adopte una conducta opuesta a ellos. La prisión preventiva es por
esencia una medida de seguridad procesal y nunca una pena, aunque importe una
privación de la libertad y el sacrificio que implica sólo puede ser consentido en los
límites de la más estricta necesidad, la cual debe ser concretamente verificada. Esto
último exige que, con respecto a la prisión preventiva, el juez tenga los más amplios
poderes para apreciar la necesidad de su dictado.
En la misma dirección nuestra Corte Suprema en reiteradas oportunidades ha
afirmado el sentido cautelar de la prisión preventiva al referir que "La prisión
preventiva o privación temporaria de la libertad del encausado, no tiene más objeto
que asegurar la aplicación de la pena atribuida por la ley a una infracción" (Fallos:
102:225). De manera que la prisión preventiva, al tener sentido cautelar, no puede
perseguir otras finalidades que no sean asegurar el éxito de la investigación o el
eventual cumplimiento de pena.
Es decir, que las razones de las medidas de coerción o de injerencia residen en
brindarle a los órganos del Estado —encargados de la averiguación o persecución de
los delitos— los medios necesarios para poder cumplir con los fines del proceso. Si la
medida no cumple con alguna de estas finalidades no se justifica. En consecuencia,
debe señalarse que toda medida de coerción, aunque se encubra bajo el nombre de
una "medida cautelar", si su utilización no responde a los fines mencionados, no
puede ser considerada bajo estos parámetros. Se trata, en realidad, de otra "cosa",
encubierta bajo un rótulo que no le pertenece(146). Por tal motivo es que se entendió
que "Las sociedades civiles deben estudiar los modos para conseguir que la punición
corrija. Pero deberían además estudiar los modos para impedir que la prevención
corrompa"(147), por lo cual en modo alguno puede llegar a admitirse una medida que
a título preventivo constituya una verdadera sanción aflictiva y desocializante.
Si relacionamos lo expuesto con la última cláusula del art. 18 de la Constitución
Nacional, vemos que esa norma se encarga de poner límites precisos al
encarcelamiento cuando expresa que las cárceles de la Nación serán sanas y limpias,
para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas; haciendo clara
referencia tanto al encarcelamiento represivo como al preventivo, vale decir, al
penitenciario y al procesal, y aparece de mayor importancia cuando se la aplica al
segundo. La Carta Magna quiere garantizar enérgicamente esta declaración. Para ello
hace responsable al juez que autorice medidas conducentes a mortificar a los
detenidos so pretexto de precaución, es decir, más allá de lo estrictamente
necesario(148). Se colige entonces que la privación de la libertad es sólo un medio
para prevenir entorpecimientos en la realización del juicio previo, asegurando que se
cumpla con su fin de "afianzar la justicia". En este sentido, se dice que tiene un
carácter preventivo. Queda así admitido que el "arresto" es una medida precautoria,
excepcional, dirigida a neutralizar los peligros que se ciernen sobre el juicio previo,
que podrían apartarlo de su destino de afianzar la justicia. Pero queda también así
aclarado que es la necesidad de evitar aquellos riesgos la "única" razón que lo
justifica(149).
Así, el carácter instrumental de la prisión preventiva es una nota distintiva de
carácter general en el proceso penal(150); en el sentido que —en obsequio al
principio nulla poena sine iudicio (ninguna pena sin juicio)— no es posible en ningún
caso la aplicación de la sanción penal sin el proceso, pues "La aplicación de la pena
está, efectivamente, sustraída tanto al Estado (titular del poder punitivo) como al
particular que quisiese someterse espontáneamente a la sanción penal"(151). La
necesidad práctica del procedimiento se funda, entonces, en que el derecho penal por
sí sólo y aislado no tendría ejecución en la realidad de la vida(152), dado que la
propia estructura de la norma penal evidencia que su actuación requiere la
intervención de una autoridad estatal, porque no se concibe el sometimiento
inmediato a la pena. Consecuentemente, la Constitución Nacional establece cómo se
aplica el derecho penal, puesto que "nadie podrá ser penado sin juicio previo" según
el art. 18, lo que importa la consagración del proceso como presupuesto de la
realización del derecho sustantivo. Entonces, si bien reconocemos que la existencia
del derecho procesal tiene por fundamento dar vida, realizándolo al derecho penal,
aquél no agota su función en ser un mero instrumento de realización de éste sino que,
además, instrumentando al derecho constitucional, reglamente un sistema de
garantías en favor de quien, por sospechárselo autor de un ilícito, se intenta someter
a una pena. Esto es así porque la propia Constitución Nacional establece condiciones
para llevar a cabo el juicio previo a la sanción(153).
13.11.2. La prisión preventiva. Definición y requisitos
Por un lado vimos que la Constitución Nacional consagra la protección frente a toda
privación de derechos con carácter previo a la sentencia firme de condena. El juicio
previo tiene —pues— una finalidad constitucional: servir al afianzamiento de la
justicia(154), razón por la cual las medidas de coerción personal representan
supuestos en los que la norma habilita, en términos de eficacia, la restricción de
derechos individuales de carácter patrimonial o personales. Éstos siempre implican
una agresión a la persona o a sus bienes, de mayor o menor grado según el
caso(155).
Entonces, si también atendemos a la última cláusula del art. 18 de la Constitución
Nacional, vemos que se encarga de poner límites precisos al encarcelamiento
preventivo, al expresar que "las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para
seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas"; no cabe duda de que el
encarcelamiento del imputado tiene su justificación en una razón de seguridad y no de
castigo(156); ante lo cual se ha considerado que "la detención provisional —el más
grave sacrificio impuesto a la libertad, aun antes de constituirse la relación procesal—
se justifica como un medio indispensable para la defensa del derecho, esto es, como
una medida imprescindible para asegurar el imperio de la ley penal. Es una especie
de autodefensa del propio ordenamiento jurídico, ante el peligro de que sea burlado"
(157); lo que a su vez implica que la medida coercitiva cumplimenta con su finalidad a
través de la realización del derecho y debe responder plenamente a dichos
postulados, es decir, nunca puede consistir en una pena o adelantar su ejecución, no
pudiendo tampoco ser arbitraria o aplicarse en forma coactiva, es decir, como medio
de intimidación o de presión contra el encausado.
De esta manera la prisión preventiva es caracterizada como la más enérgica
medida coercitiva que las leyes procesales penales autorizan a tomar contra el
imputado(158), pues una vez dispuesta y hecha efectiva, el encarcelamiento perdura
durante todo el trámite del proceso. A menos que el encierro pueda hacerse cesar
mediante la revocación o sustitución que autoriza el art. 193 del nuevo Código(159).
Uno de sus caracteres fundamentales es que únicamente el juez puede ordenarla,
por lo cual, esta medida de coerción tiene por presupuesto una declaración
jurisdiccional sobre la presunta culpabilidad del imputado, por ello presupone el
conocimiento del juez que la ordena sobre la imputación que se investiga, lo cual se
da en la respectiva audiencia. Esto deriva de la exigencia de que la medida coercitiva
más intensa se apoye en una seria valoración crítica de las primeras investigaciones
sumariales por parte del órgano jurisdiccional, que permita tener en consideración las
más inmediatas pruebas de cargo y de descargo.
En definitiva se ha delimitado que la privación de la libertad, anterior a la sentencia
definitiva, sólo será constitucionalmente admisible —como razonable restricción al
derecho de todo habitante a permanecer en libertad durante el proceso— si responde
a los siguientes fundamentos: 1) Debe existir un proceso penal determinado en el que
el imputado aparezca, con gran probabilidad, sospechado de haber cometido un
hecho punible reprimido con pena privativa de libertad de efectivo cumplimiento. 2) Es
necesario que el imputado haya podido conocer la imputación (intimación), contando
con un defensor y oportunidades de defensa (que haya sido oído). 3) Básicamente, la
libertad del imputado debe poner en peligro los fines del proceso. 4) La decisión debe
ser dictada por el juez natural y estar fundada en la comprobación fehaciente de los
extremos que la justifican. 5) Aun frente a todos estos requisitos, en encarcelamiento
preventivo no podrá ser aplicado si los peligros del proceso ya demostrados pueden
ser neutralizados por medidas de aseguramiento menos cruentas. 6) La privación de
la libertad durante el proceso deberá finalizar no bien cesen las causas que la
justificaron. 7) Finalmente, un criterio rector: dado que la prisión provisional se
asemeja en su apariencia externa a la pena privativa de la libertad, será repugnante al
reglamento procesal que prevé la CN todo encarcelamiento preventivo que se
imponga como pena anticipada, es decir, fundado en la necesidad de aplicar, ya en el
proceso, los fines de la pena estatal(160).
13.11.3. Principios que legitiman a la prisión preventiva
Si atendemos a los principios que legitiman el dictado de la prisión preventiva,
vemos que las pautas relativas al aseguramiento del proceso son las únicas que se
condicen con la restricción de la libertad de una persona sometida a juzgamiento. Así,
es menester comenzar considerando que la libertad durante el proceso penal es un
derecho que requiere una tutela inmediata(161), ya que su restricción es susceptible
de ocasionar perjuicios de imposible reparación ulterior, por lo cual no puede
supeditarse al resultado del proceso ni esperarse a ver si la condicionalidad de la
pena se hace efectiva o no, en el caso concreto.
Igualmente, como toda medida asegurativa, la prisión preventiva tiene todos los
caracteres de una medida cautelar puesto que persigue los mismos fines, resultando
válido por lo tanto aplicar la teoría de las medidas cautelares para apreciar el
verdadero significado de la coerción personal. Por eso, la procedencia de la
aplicación de una medida de este tipo requiere la simultánea concurrencia de dos
requisitos: El primero, llamado fumus boni iuris, es la apariencia del derecho que se
quiere cautelar, que radica en la función estatal de prosecución de los delitos, mejor
dicho, potestad represiva(162); consistiendo en el plano fáctico en la presencia de
"suficientes indicios a cargo de aquel contra el cual se emite la providencia"(163).
Como su existencia concreta surgirá de la culpabilidad fehacientemente acreditada,
su apariencia surgirá de la aparente culpabilidad del imputado. Esto quiere decir que
dicho requisito se relaciona con la exigencia de pruebas que hagan aparente la culpa
del individuo, como presupuesto indispensable para la eventual restricción a su
libertad durante el proceso; de donde surge la obligación de acreditar
satisfactoriamente la verosimilitud —al menos en grado de apariencia— del derecho
invocado, cuya duda o ausencia a la vista del juez o tribunal torna improcedente la
cautela interesada(164).
En segundo término, el otro presupuesto de aplicación de las medias cautelares
radica en el periculum mora resultante del riesgo que puede derivarse para el derecho
que se quiere proteger, de la no aplicación tempestiva de la medida cautelar(165). Se
advierte que el mencionado riesgo debe ser apreciado de modo objetivo y no con la
mera invocación del peticionante, quien independientemente de la apariencia del
derecho a cautelar debe probar que existe un real riesgo en el tiempo de espera de la
sentencia respecto a obtener un resultado final efectivo con la misma(166). En tal
caso, debe verificarse que el daño temido se transforma en daño efectivo. Tales
acontecimientos, si se registraran efectivamente ocasionarían directamente la
frustración del objeto del proceso; por lo tanto, es lícito obviar la espera y dispensar
de la certidumbre absoluta acerca de que la actuación normal del derecho llegará
tarde(167).
Es así que la posibilidad de ordenar la detención se halla supeditada a la condición
de que el peligro concreto no pueda ser neutralizado con medidas cautelares menos
graves, conocido como excepcionalidad de la prisión preventiva(168), por cuanto si
existen indicios de criminalidad, pero está segura la presencia del imputado y la no
afectación del desarrollo del proceso, procede una medida sustitutiva o la imposición
de las cauciones regladas en la norma procesal. De aquí que resulta contrario a la
esencia de la libertad individual aplicar la prisión preventiva considerando que en caso
de recaer condena no será de efectivo cumplimiento, al tiempo que no evalúa la
aplicación de otras medidas y se funda exclusivamente en la sanción expectante,
desvirtuando así el carácter excepcional de la privación de la libertad. Esto también
puede acaecer en casos en donde el imputado cuenta con antecedentes
condenatorios o en donde se le enrostra una abultada escala penal que, sin embargo,
podría permitir la condicionalidad de la pena. En este entendimiento, resulta oportuno
destacar la necesidad de privilegiar la aplicación de las diferentes cauciones que nos
ofrece el ordenamiento procesal, dado que tienen por objeto asegurar que el
imputado cumplirá las obligaciones que se le impongan y las órdenes de la autoridad
judicial correspondiente y que se someterá a la ejecución de la sentencia si ésta fuere
condenatoria(169).
Del carácter excepcional de la caución personal directamente se infiere su
aplicación como último recurso, dado que "Los medios privativos de la libertad deben
aplicarse tanto en forma principal como subsidiaria; lo segundo cuando los
meramente limitativos no sean suficiente para conseguir el fin propuesto. De esta
manera se satisface el principio del mínimo sacrificio de la libertad personal"(170).
En el mismo sentido convergen diversos instrumentos internacionales que en forma
expresa tratan la cuestión; así la Convención sobre los Derechos del Niño, en su art.
37.b), establece que "La detención, el encarcelamiento o la prisión de un niño se
llevará a cabo de conformidad con la ley y se utilizará tan solo como medida de último
recurso y durante el período más breve que proceda". En la misma dirección
encontramos a las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las medidas no
privativas de la libertad —Reglas de Tokio— (res. 45/110 de la Asamblea General
14/12/1990), donde en la regla 6.1 se dispone: "En el procedimiento penal sólo se
recurrirá a la prisión preventiva como último recurso, teniendo debidamente en cuenta
la investigación del supuesto delito y la protección de la sociedad y de la víctima".
Extremo también consagrado en las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la
Administración de la Justicia Penal, "Reglas de Mallorca" (elaboradas por la Comisión
de Expertos reunida en Palma de Mallorca en Sesiones de Trabajo entre 1990 y
1992, presentada como documento preparativo para el Noveno Congreso de las
Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento de Delincuentes), que en
el art. 20.1) establece: "La prisión preventiva no tendrá carácter de pena anticipada y
podrá ser acordada únicamente como ultima ratio. Sólo podrá ser decretada cuando
se compruebe peligro concreto de fuga del imputado o destrucción, desaparición o
alteración de las pruebas".
Este principio también es considerado como "principio de mínima intervención" en
cuanto la idea es que así como el derecho penal es la ultima ratio del ordenamiento
legal de un Estado, las medidas de coerción constituyen también la última
herramienta de política criminal a adoptar(171).
En la misma dirección, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
en su art. 9º establece: "Presumiéndose inocente a todo hombre hasta que haya sido
declarado culpable, si no se juzga indispensable arrestarlo, todo rigor que no sea
necesario para asegurar su persona debe ser severamente reprimido por la ley"(172);
pensamiento que ya fuera puesto de manifiesto por el Quinto Congreso de Naciones
Unidas sobre Prevención y Tratamiento de Delincuentes(173), y que es seguido por el
Conjunto de Principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier
forma de detención o prisión (res. 43/173 de la Asamblea General de la ONU del
9/12/1988) que, en el párrafo segundo del principio 36, refiere: "Sólo se procederá al
arresto o detención de esa persona en espera de la instrucción y el juicio cuando
requieran las necesidades de la administración de justicia por motivos y según las
condiciones y procedimientos determinados por la ley". Al igual que las Reglas
Mínimas de las Naciones Unidas Sobre las Medidas no Privativas de la Libertad
(Reglas de Tokio)(174)que entre sus principios generales establece la finalidad de
promover la aplicación de medidas no privativas de la libertad (art. 1.1), que tienen
por objeto fomentar una mayor participación de la comunidad en la gestión de la
justicia penal, así como fomentar entre los delincuentes el sentido de su
responsabilidad hacia la sociedad (art. 1.2), sentando a su vez el principio según el
cual: "Los Estados Miembros introducirán medidas no privativas de la libertad en sus
respectivos ordenamientos jurídicos para proporcionar otras opciones, y de esa
manera reducir la aplicación de las penas de prisión, y racionalizar las políticas de
justicia penal, teniendo en cuenta el respeto de los derechos humanos, las exigencias
de la justicia social y las necesidades de rehabilitación del delincuente" (art. 1.5),
razón por la cual se señala la necesidad de flexibilizarlas y evitar la aplicación
innecesaria de la pena de prisión, para lo cual el sistema de justicia penal establecerá
una amplia serie de medidas no privativas de la libertad (art. 2.3), evitando recurrir a
procedimientos formales o a juicios ante los tribunales (art. 2.4) y utilizándose de
acuerdo con el principio de mínima intervención (art. 2.6).
Este carácter provisional de la coerción procesal deriva de entender que la regla
general es el estado de libertad del individuo sometido a proceso y lo provisional es
su privación. Pero la sustanciación del juicio previo requerido por el art. 18, CN,
impone afrontar la posibilidad de que, en circunstancias excepcionales y previamente
establecidas con minuciosidad, deba invertirse la regla general y disponerse su
encierro provisorio. La provisoriedad de esta privación de la libertad no admite la
menor hesitación, ante el inapelable carácter de única fuente legítima de pena que
ostenta la sentencia definitiva(175). Por ende, si la sentencia condenatoria constituye
el único título jurídico idóneo para legitimar la restricción definitiva del derecho a la
libertad personal, como exigencia del propio orden jurídico que consagra la potestad
represiva del Estado y la potestad jurisdiccional, la conclusión precedente demuestra
que el encarcelamiento del imputado sólo puede tener, legítimamente, carácter
provisional(176), puesto que el sacrificio que implica sólo puede ser consentido en los
límites de la más estricta necesidad, la cual debe ser concretamente verificada(177).
Vemos así que la característica común de todas las medidas precautorias es su
provisionalidad y no tienen otro fundamento que la estricta necesidad de evitar que
resulten desvirtuados los fines del proceso. Por lo que resulta menester no
desnaturalizarlas y se encuentra vedado disponerlas como si fueran el comienzo
anticipado de una pena aún no impuesta y que el ulterior desarrollo del juicio pueda
descartar(178). Entonces sólo pueden justificarse mientras persistan las razones que
las han determinado, pues mantienen su vigencia en tanto subsistan las
circunstancias que la engendraron(179), es decir, mientras continúan existiendo todos
sus presupuestos(180). De tal modo, si dejan de ser necesarias, deben cesar(181).
13.11.4. La condicionalidad de la pena en expectativa
La remisión que efectúa el art. 185 en su inc. a), en cuanto a que no procederá el
dictado de tal medida "si por las características del hecho y las condiciones
personales del imputado pudiere resultar de aplicación una condena condicional",
resulta una cuestión esencial al estudio de este instituto, pues se remite a
valoraciones que el juez puede efectuar sobre la magnitud del hecho enrostrado y las
condiciones personales del individuo sometido al proceso, ello a los fines de restringir
legítimamente la libertad individual con anterioridad al dictado de la sentencia
definitiva de condena. Por tal motivo, resulta necesario verificar si resulta legítimo que
el juez encargado de decidir sobre la libertad provisional de un imputado efectúe un
pronóstico de la eventual pena (es decir, se adentre a estimar su monto y modalidad
de cumplimiento) que puede llegar a imponerse a la culminación del proceso al
individuo y si, sobre tal valoración, puede razonablemente fundarse la coerción
personal. Dicha cuestión resultan de singular importancia dado que no sólo involucra
la esencia de la detención cautelar —pudiendo incluso llegar a desvirtuarla— sino que
al mismo tiempo implica establecer concretos límites a la facultad del Estado de
ejercer su coerción penal con anterioridad a la decisión que pone fin al litigio que
constituye el objeto del proceso.
Por tal motivo, resulta necesario verificar si resulta legítimo que el juez encargado
de decidir sobre la libertad provisional de un imputado efectúe un pronóstico de la
eventual pena (es decir, se adentre a estimar su monto y modalidad de cumplimiento)
que puede llegar a imponerse a la culminación del proceso al individuo y si, sobre tal
valoración, puede razonablemente fundarse la coerción personal(182). Ello resulta de
singular importancia dado que no sólo involucra la esencia de la detención cautelar —
pudiendo incluso llegar a desvirtuarla— sino que al mismo tiempo implica establecer
concretos límites a la facultad del Estado de ejercer su coerción penal con
anterioridad a la decisión que pone fin al litigio que constituye el objeto del proceso.
La cuestión se circunscribe, entonces, a la probable presencia de un amplio e
indebido margen de discrecionalidad por parte de la judicatura, la que puede dar lugar
a un sinnúmero de decisiones arbitrarias, en un ámbito en donde se ve involucrado el
bien más valioso de un individuo en sociedad, es decir, su libertad personal; máxime
cuando tal medida se adopta durante la sustanciación del proceso penal, sobre la
base de una somera apreciación de las constancias probatorias de la causa y
mediante una proyección de la situación del imputado como si ya se encontrara
realmente condenado. También adquiere relevancia este interrogante al confrontarlo
con el único justificativo que debe encontrar la cautela personal, es decir, con el
aseguramiento del encausado al proceso, dado que en tal ponderación se denota que
esta pauta de análisis escapa a la finalidad de cautela que requiere la detención
provisional, al adentrarse a consideraciones de neto corte sustantivista ajenas a su
raigambre constitucional.
En consecuencia, es menester dilucidar, si el ordenamiento procesal penal hace
referencia a la ulterior pena mínima aplicable al imputado, considerada únicamente en
abstracto, lo que importaría la sujeción a los parámetros objetivos inferiores de las
escalas penales previstas en el Código Penal para cada delito imputado y su cotejo
con las pautas que prevé el Código Procesal Penal de la Nación (esto equivaldría a
constatar solamente si el mínimo legal del delito o de los delitos imputados al
individuo tiene un monto de tres años y el imputado no cuenta con antecedentes
condenatorios), interpretación que provocaría una aplicación más equitativa, uniforme
y racional de las pautas previstas para la prisión preventiva, preservando así la
imparcialidad del juzgador y el respeto por el principio constitucional de inocencia, ya
que contaría como causales impeditivas de la libertad al peligro de elusión o de
entorpecimiento de la pesquisa, exclusivamente. O, por el contrario, si la apreciación
de tal parámetro debe efectuarse en concreto (es decir, efectuando un juicio por
anticipado de la eventual pena aplicable, su cuantía y su modalidad de cumplimiento)
extremo que redundaría en desmedro de los principios que habilitan la coerción
personal, dado que se estaría anticipando la conclusión del proceso y se dejaría así
un amplio margen de discrecionalidad del juez llamado a resolver la cuestión,
impropio si consideramos las garantías que al individuo sometido a proceso le
asisten(183).
Cabe entonces enunciar que el fundamento de la condena de ejecución condicional
(art. 26, Cód. Penal)(184)se halla en el reconocimiento del carácter perjudicial y
criminógeno de las penas cortas privativas de libertad y en la consiguiente necesidad
de evitarlas(185). Pero no por eso debe descuidarse la función de suficiente
advertencia del instituto (mínima suficiencia). Esta fundamentación hecha desde 1906
se complementa desde 1917 con la razón práctica de lograr descongestionar los
establecimientos carcelarios. Resultan así evidentes cuatro fundamentaciones
posibles de tal instituto: a) peligro del encierro breve (razón tradicional); b) mínima
suficiencia (si la advertencia basta, no es necesario el encierro); c) razón práctica de
descongestionar las cárceles (las dos primeras razones se refuerzan en la ley 23.057,
al aludir a la "inconveniencia de aplicar efectivamente la privación de libertad"); d) la
introducción de amplias condiciones compromisorias por el art. 27 bis (ley 24.316),
incorpora otro fundamento: demostración efectiva de la prevención especial, mediante
el cumplimiento de las condiciones de conducta(186).
En este sentido, consideramos que la remisión procesal al instituto de la condena
condicional atiende, sobre todo, a sus requisitos objetivos(187); por los cuales, si el
mínimo de la pena prevista y la inexistencia de condena anterior tornan en principio
procedente el beneficio, el juicio de probabilidad sobre su no concesión, basado en la
personalidad moral del imputado, debe ser realizado con el máximo de cautela(188).
Incluso, para evitar un subjetivismo que puede ser peligroso, el Proyecto de Código
Procesal Penal nacional de 1970 del Dr. Jorge Clariá Olmedo se manejaba con
pautas puramente objetivas; puesto que al no existir la certeza de que la pena sería
de cumplimiento efectivo, el juzgador se debe inclinar por la excarcelación.
No puede tampoco dejar de advertirse que el juicio de probabilidad sobre la pena
efectuado en concreto implica una intromisión en la valoración del quantum de la
pena y en su forma de ejecución, lo que importa opinar anticipadamente sobre la
culpabilidad del encartado y el resultado final del pleito. Por ello se ha reconocido que
es común que los códigos modernos fijen como criterio subjetivo al estimar prima
facie que procederá condena de ejecución condicional. Así se lo establece para la
libertad caucionada por delito cuya pena exceda el límite objetivo y para la
procedencia de la libertad bajo promesa jurada. Si bien en esto las leyes no están
reñidas con la Constitución, Clariá Olmedo pensaba que en estos casos debe
legislarse conforme al criterio objetivo establecido, por el cual, para hacer efectiva la
libertad personal, basta la posibilidad de una condena de ejecución condicional, o
sea, de una pena en concreto no mayor de tres años sin que haya mediado condena
anterior durante diez años (art. 27, Cód. Penal)(189).
Es que la objeción al sistema de un juicio en concreto acerca de la condicionalidad
de la pena radica fundamentalmente en la circunstancia de que se implanta un criterio
de valoración subjetiva no adecuado al fundamento de la medida sobre cuya
aplicación debe resolverse. En efecto, la apreciación de las condiciones morales del
imputado tiene como mira determinar su peligrosidad delictual y establecer un
síntoma de su reincidencia, aspectos que por cierto no agotan los que deben
determinar la aplicación de la medida. Por otra parte, al permitirse en el inicio de la
instrucción apreciar prima facie esas circunstancias, sustituyéndose provisionalmente
al juzgador, perjudica la justicia distributiva frente a infinidad de casos tan variados y
de complejas posibilidades. Los elementos adquiridos sólo han de ser suficientes para
fundar el procesamiento pero no para determinarse a aplicar o no la prisión
preventiva(190). Por lo tanto, como la libertad es un derecho (porque el principio de
inocencia permite a todo individuo el goce de su libertad hasta que se dicte una
sentencia condenatoria), y como no se debe confundir pena anticipada con detención
para cumplir los objetivos del ordenamiento instrumental, pues los códigos procesales
no están destinados a penar sino para saber si hay que penar, es que la
interpretación que debe darse al texto es la más amplia. Por ello, en principio, debe
otorgarse la libertad. Teniendo en cuenta que la gravedad del hecho ya ha sido
prevista por el legislador cuando instituyó las penalidades aplicables a cada delito y
ese mismo legislador estableció un mínimo de sanción que puede conjugarse con el
beneficio de la suspensión de la pena (tres años, art. 26, Cód. Penal), con lo que nos
encontramos con un criterio objetivo de mensura que hará dificultoso que el juicio
hipotético del juzgador pueda ser contrario a la soltura anticipada cuando resulte difícil
demostrar que la pena a aplicar superará los tres años y no exista impedimento legal
para la suspensión del cumplimiento(191).
Si además nos atenemos a la interpretación restrictiva que debe presidir toda
cuestión atinente a la libertad del imputado(192)—en el sentido de que es necesario
ajustarse lo más posible a la literalidad y al sentido de su texto sin incluir supuestos
que signifiquen la privación de este derecho— vemos que no puede sobrepasarse el
tenor literal de la norma que prima facie(193)manda a estimar la condicionalidad de la
pena(194)en tanto que, por definición, prima facie resulta ser una "Expresión latina de
uso frecuente en las actuaciones judiciales, que quiere decir a primera vista o en
principio; con lo que da a entender la apariencia de un derecho o de una situación,
pero sin que con ello se prejuzgue el asunto"(195). Por consiguiente, la aplicación de
una medida de cautela personal es de aplicación restringida, siendo inaceptable que
se pronostique y conjeture acerca de una situación futura sin base científica que la
sustente; correspondiendo aceptarla cuando se acrediten debidamente sus
presupuestos cautelares condicionantes, y ante la duda no cabe restringirla por
respeto al estado de inocencia que ampara al justiciable(196). Surge así la
imposibilidad de interpretar el referido concepto extensivamente, puesto que
prolongar su inteligencia hacia el resultado final del proceso, provoca que una norma
de carácter cautelar irrogue las mismas consecuencias que una sentencia definitiva,
extendiendo así su ámbito natural de actuación que únicamente se circunscribe a una
medida precautoria y por ende acotada a brindar seguridad al proceso. Con lo cual,
del análisis de este término surge la diferencia entre cuando la norma le exige
expresamente al juez motivar una decisión y cuando ello debe hacerse prima facie,
elemento en el que no puede entenderse que el juez se encuentre liberado de fundar
específicamente los motivos por los cuales estimará que la condena no va a ser de
ejecución condicional, puesto que la importancia que reviste la fundamentación de
toda decisión que restrinja la libertad individual con anterioridad a la sentencia de
condena despeja tal parecer. Igualmente, dar pie a una insuficiente fundamentación
podría conllevar a la adopción de decisiones restrictivas de la libertad sin respaldo
necesario, dando paso a la arbitrariedad del juzgador. Al respecto Clariá Olmedo
aclaraba que la expresión prima facie utilizada como criterio para que el juez de
instrucción considere que en caso de condena procederá la ejecución condicional,
aparece "impropio e inadecuado", por lo que "el sistema resulta en definitiva
puramente flexible cuando se trata de quien no ha sido nunca condenado y se haya
calificado el hecho encuadrándolo en una figura punida con prisión cuyo mínimo no
exceda de tres años"(197).
13.11.5. El tiempo en la detención provisional
La prolongación de la prisión preventiva reviste radical importancia, puesto que en
general su cumplimiento se presenta efectivamente como una pena anticipada,
principalmente en aquellos supuestos donde la detención ya ha superado su
razonable duración. Se destaca entonces que la inconveniencia del encarcelamiento
preventivo está ligada estrechamente a la ilimitada duración de los procesos, dado
que si los juicios finalizaran en términos razonables no sería tan grande el daño
derivado de un encarcelamiento indebido, por ejemplo, de dos o tres meses. Pero, en
verdad, sí lo es, y gravísimo, en nuestros casos que duran años(198). De tal forma, el
proceso penal actual cuenta con una serie de límites referidos a la dignidad del ser
humano que impiden llevar a cabo el procedimiento aplicando formas crueles y
contrarias al respeto por el hombre individual, típicas de la inquisición(199). Dentro de
estos parámetros, el aspecto temporal constituye uno de imprescindible validez de
todo el sistema, puesto que importa la aplicación de la coerción penal en un tiempo
determinado —el que legítimamente cuenta el Estado para desplegar su actividad—,
afectando la libertad individual del hombre y sometiéndolo a un estado continuo de
incertidumbre sobre su propia situación personal. De aquí se sigue que la meta de
averiguar la verdad no pueda desequilibrarse a costa del ser humano; frente a lo cual
es menester afirmar que si bien la averiguación de la verdad —como base para la
administración de justicia penal— constituye una meta general del procedimiento, ella
cede hasta tolerar la eventual ineficacia del procedimiento, frente a ciertos resguardos
para la seguridad individual que impiden arribar a la verdad por algunos caminos
posibles, reñidos con el concepto de Estado de derecho(200), puesto que el derecho
constitucional vigente obliga que —luego de un tiempo razonable de prisión
preventiva— el individuo deba ser dejado en libertad no obstante la continuidad del
proceso(201); así como impone que todo sujeto —se halle o no detenido— tiene el
derecho a la realización de un juicio rápido(202).
Frente a ello hay que considerar que, por la magnitud de la injerencia que presenta
el ius puniendi ejercido por el Estado en el proceso penal para el status libertatis de
todo habitante, la constitución y la ley instrumental penal no admiten la incertidumbre
y en consecuencia, la necesidad de pronunciamiento jurisdiccional certero que ponga
equilibrio a la situación procesal del imputado se impone dentro de la garantía del
debido proceso y compatible con el irrenunciable espíritu del proceso penal
vigente(203).
Es dable destacar entonces que el carácter instrumental de las medidas de
coerción personal trae aparejada inescindiblemente su provisionalidad, toda vez que
sólo pueden durar el tiempo necesario para tutelar los fines procesales en peligro y,
por ello, una vez superados, la coerción debe cesar. Vale decir que su duración corre
pareja con la necesidad de su aplicación(204). Por lo tanto, la autorización el
encarcelamiento procesal y su limitación temporal son dos caras de la misma
moneda. La primera implica la segunda; la autorización se corresponde con la
limitación(205).
Pero también la cuestión se presenta como inmediata derivación del principio de
inocencia, pues: "El fundamento que respalda esta garantía es que ninguna persona
puede ser objeto de sanción sin juicio previo que incluye la presentación de cargos, la
oportunidad de defenderse y la sentencia. Todas estas etapas deben cumplirse dentro
de un plazo razonable. Este límite de tiempo tiene como objetivo proteger al acusado
en lo que se refiere a su derecho básico de libertad personal, así como su seguridad
personal frente a la posibilidad de que sea objeto de un riesgo de procedimiento
injustificado" (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, caso "Jorge A.
Giménez v. Argentina"; dictamen de la Comisión; 1 de marzo de 1996)(206), por
cuanto la prisión preventiva no podrá prolongarse más allá del tiempo estrictamente
indispensable para que el proceso se desarrolle y concluya con una sentencia
definitiva, con efectivo resguardo de aquellos objetivos, mediante una actividad
diligente de los órganos judiciales responsables, especialmente estimulada por la
situación de privación de libertad (de un inocente) y sin que pueda pretenderse la
ampliación de aquel término bajo la invocación de que subsisten los peligros para los
fines del proceso o la concurrencia de cualquier clase de inconvenientes prácticos, ni
mucho menos acudiendo a argumentos que escondan la justificación de la comodidad
o displicencia de los funcionarios responsables(207).
Es así que el derecho a obtener un pronunciamiento definitivo en un lapso
razonable también ha encontrado su raigambre garantista en el respeto a la dignidad
humana, en un contexto en el que el debido proceso adquiere la calidad de resguardo
del individuo sometido a juicio. De allí que el cabal cumplimiento de la carga de
administrar justicia en tiempo oportuno atañe también a los derechos de la
personalidad y a la misma dignidad del hombre. En tal sentido se ha declarado el
derecho que tiene toda persona a liberarse del estado de sospecha que importa la
acusación de haber cometido un delito, mediante una sentencia que establezca, de
una vez para siempre, su situación frente a la ley, en atención a que "los valores que
entran en juego en el juicio penal, obedecen al imperativo de satisfacer una exigencia
consustancial con el respeto debido a la dignidad del hombre, cual es el
reconocimiento del derecho que tiene toda persona a liberarse del estado de
sospecha que importa la acusación de haber cometido un delito, mediante una
sentencia que establezca, de una vez para siempre, su situación frente a la ley penal"
("Mattei, Ángel", Fallos: 272:188, criterio seguido en Fallos: 298:50, 300:1102,
305:913 y ss.); casos en donde destaca la salvaguarda de dos afectaciones de
derechos: la incertidumbre derivada de la indefinición del proceso y la situación de
restricción de la libertad personal(208). De aquí que también se vea comprometido el
derecho a la jurisdicción, es decir, a que la acción se encuentre en movimiento y
culmine del modo más rápido posible, que cubre cada una de las etapas del proceso
hasta la sentencia definitiva, ya que ésta debe dictarse en tiempo oportuno(209).
Por lo tanto, para hacer efectivo el respeto a la situación del imputado en menester
considerar que "la efectividad de las garantías judiciales debe ser mayor a medida
que transcurre el tiempo de duración de la prisión preventiva" (Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, informe 2/1997), a fin de no desnaturalizar el
principio de inocencia; razón por la cual, todas las presunciones posibles de extraer
de un prolongado encierro preventivo están dirigidas a otorgar la libertad del
imputado. En el mismo entendimiento también se sostuvo que "El principio de
legalidad, que establece la necesidad de que el Estado proceda al enjuiciamiento
penal de todos los delitos, no justifica que se dedique un período de tiempo ilimitado a
la resolución de un asunto de índole criminal. De otro modo, se asumiría de manera
implícita que el Estado siempre enjuicia a culpables y que, por lo tanto, es irrelevante
el tiempo que se utilice para probar la culpabilidad, cuando, conforme con las normas
internacionales, el acusado debe ser considerado inocente hasta que se pruebe su
culpabilidad" (CIDH, informe 12/1996, rta. 1/3/1996, LA LEY, 1998D, 628). De esta
forma, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha señalado que los arts.
7.5 y 8.1 de la Convención Americana persiguen justamente el propósito de que las
cargas que el proceso penal conlleva para el individuo no se prolonguen
continuamente en el tiempo y causen daños permanentes. Así, el tiempo destinado a
la prisión preventiva es necesariamente mucho menor que el destinado para todo el
juicio. Extremos que para el caso de los detenidos provisionalmente, el derecho a ser
juzgado impone que se dé prioridad de tratamiento a su situación; puesto que todos
los institutos procesales —en orden al principio de inocencia— tienen como misión la
restitución de la libertad personal; principio al cual se opone la detención cautelar sin
soluciones de continuidad.
13.12. LA EXCARCELACIÓN
El art. 193 dispone la revocatoria y la revisión de las medidas cautelares a través
del instituto que se conoce hasta ahora como de la excarcelación, mediante la cual:
"El juez, de oficio o a petición del imputado o su defensa, dispondrá la revocación o
sustitución de la medida de coerción que hubiere sido impuesta, cuando hayan
desaparecido los presupuestos en que se hubiere fundado su imposición. La solicitud
será resuelta en audiencia con presencia de las partes, en un plazo que nunca podrá
ser mayor a setenta y dos (72) horas. La resolución que rechace el pedido será
revisable dentro del plazo de veinticuatro (24) horas".
En sentido lato, puede decirse que la excarcelación es la libertad provisional que se
ordena durante la tramitación del proceso, por efecto de un proveído que puede ser
revocado o modificado. Este procedimiento se encuentra destinado a interrumpir la
privación de la libertad ambulatoria en cuanto ejecución de la detención o prisión
preventiva(210). Se opone así a la libertad definitiva, que pone término a la causa y a
la prisión preventiva impuesta al encausado. Y se denomina excarcelación (en sentido
lato, como una forma de libertad personal) a la libertad caucionada que hace cesar la
prisión preventiva antes dispuesta, o que si es anticipada, evita el
encarcelamiento(211). Entonces conforma un contrapeso —o justo equilibrio— para
aquellas reglas que tienden a privar de la libertad locomotiva al imputado, dando
nacimiento a un estado de libertad sometido a vínculos especiales por las diferentes
cauciones. Convierte entonces la privación de la libertad —como medio de asegurar
los fines de un proceso— en una medida cautelar menos grave que asegura en el
caso eficazmente el cumplimiento de esos fines(212), de modo que la privación de la
libertad sea reemplazada por una garantía(213).
También presupone un pronunciamiento jurisdiccional sobre el mérito de la causa,
provisorio pero incriminador, relativo a un delito reprimido con pena privativa de
libertad de cierto monto que patentice la necesidad de asegurar el sometimiento del
imputado al juicio y a la ejecución penal que se pretenda como posible. Pero, para
satisfacer dicha necesidad, no es indispensable encarcelar al encartado si éste
suministra a cambio de su persona una garantía económica o su promesa jurada de
permanecer a disposición del órgano judicial. Asimismo, permite la imposición de
obligaciones al liberado que aseguren su real sometimiento al proceso. En caso de
que el imputado no cumpla con los compromisos asumidos, la excarcelación podrá
ser revocada y podrá perder la fianza(214).
Por lo tanto, es considerada como un estado de libertad restringida de que goza el
imputado a quien se lo exime o se lo saca de la cárcel o lugar de detención donde
correspondería tenerlo alojado, asumiendo compromisos cuyo cumplimiento asegura
con una caución determinada. De esta forma, el liberado bajo caución contrae la
obligación formal de someterse al órgano jurisdiccional, compareciendo cada vez que
sea citado, debiendo fijar al efecto un domicilio —del cual no puede ausentarse sin
conocimiento y autorización del juez— y de presentarse a cumplir la pena que se le
pueda imponer si resulta condenado(215); quedando dentro de una situación personal
por la que se condiciona el disfrute de su libertad natural al cumplimiento de una
determinada conducta personal(216); esto es, a la obligación de comparecer al
llamamiento judicial cuando le fuere ordenado. La coerción se muestra, en tales
condiciones, referidas únicamente al estado de libertad procesal, lo que nos permite
llamarla caucionada, comprendiendo tanto la excarcelación como lo que se conoce
por eximición de prisión. Este estado no elimina la prisión preventiva; por el contrario,
la presupone o a lo menos como procedente, puesto que lo único que elimina o evita
es el rigor de su cumplimiento. Se sustituye ese rigor por una coerción adecuada a la
estricta necesidad de asegurar el desarrollo y resultado del proceso, estando siempre
latente la amenaza del encarcelamiento ante el incumplimiento de los compromisos
asumidos(217). En otros términos, la excarcelación es una forma de que la prisión
preventiva no se haga efectiva o de que el procesado recupere la libertad mediante
una caución; a cambio de su persona da una garantía económica (caución real o
personal) de que cumplirá las obligaciones que le sean impuestas (de residencia o de
comparendo) o simplemente promete bajo juramento que las cumplirá (caución
juratoria)(218). Por esto es que la libertad bajo caución es el acto cautelar por el que
se produce un estado de libertad vinculada a los fines del proceso penal, en virtud de
una declaración de voluntad judicial(219).
En consecuencia, implica una renuncia por parte del Estado a su facultad de
mantener detenido preventivamente al individuo, basada en el compromiso asumido
por éste de no fugarse. Esta institución constituye una sustitución de garantías; el
prevenido, a cambio de su persona, da una garantía económica (caución real o
personal) de que cumplirá las obligaciones que le sean impuestas (de residencia o de
comparecencia) o simplemente promete bajo juramento que la cumplirá (caución
juratoria)(220); con lo cual siempre será que el imputado queda en libertad o la
recupera al someterse al cumplimiento de obligaciones referentes a la conducta que
debe observar durante la tramitación del proceso(221).
13.13. REBELDÍA
El art. 68 se encarga de regular la declaración de rebeldía, la cual encuentra lugar
en caso de que "Será declarado en rebeldía el imputado que no comparezca a una
citación sin justificación, se fugue del establecimiento o lugar donde esté detenido,
desobedezca una orden de detención o se ausente del domicilio denunciado sin
justificación. La declaración de rebeldía y la orden de detención, en su caso, serán
expedidas por el juez, a solicitud del representante del Ministerio Público Fiscal. La
declaración de rebeldía no suspenderá la investigación ni las resoluciones que deban
dictarse hasta la presentación de la acusación. Cuando el rebelde compareciere o
fuere puesto a disposición de la autoridad que lo requiriere quedarán sin efecto las
órdenes emitidas y sus inscripciones; se convocará a una audiencia en un plazo no
mayor a setenta y dos (72) horas y luego de oír al imputado, al representante del
Ministerio Público Fiscal y al querellante, si compareciere, el juez resolverá en forma
inmediata sobre la procedencia de las medidas que se le soliciten. El trámite del
proceso continuará según su estado". Es decir, que nos hallamos ante la declaración
jurisdiccional que se funda en la comprobación de que el imputado no ha concurrido
en el término de citación impuesto o que ha sido comprobada su fuga o la ausencia
de la residencia asignada y ordena la detención de aquél, importando también la
revocatoria de la excarcelación obligando al imputado al pago de las costas por el
incidente. Así se ha dicho que constituye la situación incierta del reo (procesado o
asimilado, acusado) que no comparece o no es habido ni presentado, ante el juez o
tribunal de la causa, en el término y lugar fijado para ello, o quebrante su situación de
detenido, o no cumpla la cautela comprometida de comparecer ante el juez(222).
Por eso, se ha destacado que el imputado —como sujeto de la relación procesal—
tiene deberes que cumplir, los cuales, junto con sus poderes, integran el contenido
formal de aquélla. El primero consiste en el comparendo personal, es decir, el deber
de comparecer ante el tribunal siempre que su presencia sea requerida, so pena de
ser compelido por la fuerza pública. El segundo es la sujeción a las medidas
coercitivas(223). Por eso resulta un estado de hecho en el que éste se coloca con
relación al desarrollo del procedimiento en el cual debe intervenir resistiendo a
someterse a la autoridad del tribunal. Es una actuación omisiva de negarse a
comparecer, eludiendo la acción de la justicia(224).
Es decir, que el individuo que es requerido por la justicia se coloca en dicha
situación voluntariamente al no comparecer al requerimiento del tribunal o fugándose
en caso de que esté detenido o ausentándose sin licencia del órgano jurisdiccional del
lugar en donde denunció su domicilio real(225). Entonces, las causales que provocan
la declaración de rebeldía son la incomparecencia ante el tribunal de la causa y la
fuga u ocultación. La primera se traduce en una desobediencia a la citación judicial,
por lo cual no debe mediar impedimento justificable. La segunda se refiere a la
desaparición del imputado del lugar donde debe ser encontrado(226).
Por tratarse la rebeldía de una medida restrictiva de la libertad, es preciso llevar a
cabo todas las medidas tendientes a dar con el paradero del imputado. De esta forma,
resulta aplicable la publicación por edictos así como efectuar diligencias colaterales
para tal objetivo (como librar oficio a la Secretaría Electoral y al Registro Nacional de
las Personas para que se informe el último domicilio que registra el individuo)(227).
Entonces, no es la reiteración de notificaciones que nunca llegan a conocimiento del
destinatario lo que amerita dictar la rebeldía, sino la injustificada inasistencia a dichos
requerimientos, de una persona que tiene conocimiento efectivo de que se está
requiriendo su presencia para llevar a cabo un acto procesal en una fecha y lugar
determinados.
Entonces, es un requisito ineludible de la rebeldía que se compruebe
fehacientemente que el individuo no compareció al proceso por propia iniciativa(230),
razón por la cual será improcedente si no fue debidamente notificado(231). Por lo
tanto, el individuo debió conocer que se lo estaba citando(232)y, no obstante, decide
no concurrir(233). Ésta debe ser declarada por el juez de la causa. La rebeldía no es
un estado de hecho. Si bien tiene una base fáctica, lo cierto es que debe ser
declarada por el juez. La rebeldía, entonces, es un concepto netamente normativo, y
la circunstancia de que una persona perseguida por un delito se sustraiga del proceso
no conlleva un estado de rebeldía sino cuando el juez así lo exprese a pedido del
fiscal.
El remedio para contrarrestar la orden de captura dispuesta a consecuencia del
dictado de la rebeldía del imputado se encuentra regulado en el art. 68, en tanto
dispone: "Cuando el rebelde compareciere o fuere puesto a disposición de la
autoridad que lo requiriere quedarán sin efecto las órdenes emitidas y sus
inscripciones; se convocará a una audiencia en un plazo no mayor a setenta y dos
(72) horas y luego de oír al imputado, al representante del Ministerio Público Fiscal y
al querellante, si compareciere, el juez resolverá en forma inmediata sobre la
procedencia de las medidas que se le soliciten. El trámite del proceso continuará
según su estado".
Con respecto a las vías de impugnación que pueden ser deducidas ante una
declaración de rebeldía, vemos que en general existe un criterio restrictivo a ser
materializadas por la vía de la apelación de tal resolución(234). Pero ante todo debe
considerarse que toda medida de coerción personal no puede escapar a la posibilidad
de control, causando un gravamen irreparable una medida que tiene por lógica
consecuencia el libramiento de una orden de detención que, materializada, privará de
la libertad al imputado en caso de ser habido y que la eximición de prisión a veces
entorpece la protección integral e inmediata que merece la libertad personal. En tal
dirección, la ley procesal en todo momento ha procurado regular una amplia tutela de
la persona que esté sufriendo una medida de coerción, con el objeto de establecer un
control efectivo sobre su conformidad jurídica, habilitando para ello recursos contra su
imposición, sustituciones y reducciones, que a su vez ratifican el carácter provisional
de tales medidas(235).
13.14. TRATAMIENTO DE DETENIDOS
El art. 15 dispone que "Está prohibido alojar a personas privadas de libertad en
lugares no habilitados, o en sitios que no reúnan las mínimas condiciones de
salubridad. Toda medida que conduzca a empeorar injustificadamente las condiciones
de detención a presos o detenidos hará responsable a quien la ordene, autorice,
aplique o consienta". Es así que esta norma tiende a no institucionalizar a alguien que
no cuenta con sentencia firme de condena en su contra y que se lo detiene por mera
cautela. Por ello, un principio esencial que hace a la efectiva vigencia del conjunto de
derechos humanos lo conforma el respeto a la dignidad del individuo detenido
preventivamente, que no puede ser desconocido ni franqueado por más que se
encuentre sujeto a la medida coercitiva cautelar de máxima injerencia que establece
nuestro ordenamiento penal; de allí que la persona conserva todos aquellos derechos
no afectados por la necesidad de someterse al proceso(236), puesto que éstos
quedan intactos en su pleno goce y ejercicio(237)y toda medida de coerción que no
sea razonable para el fin cautelar que se persigue, conforma un exceso que no puede
ser justificado por el orden jurídico(238). En tal sentido, la Convención Americana
sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) en su art. 10 establece:
"1. Toda persona privada de libertad será tratada humanamente y con el respeto
debido a la dignidad inherente al ser humano. 2. a) Los procesados estarán
separados de los condenados, salvo en circunstancias excepcionales, y serán
sometidos a un tratamiento distinto, adecuado a su condición de personas no
condenadas; b) Los menores procesados estarán separados de los adultos y deberán
ser llevados ante los tribunales de justicia con la mayor celeridad posible para su
enjuiciamiento. 3. El régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad
esencial será la reforma y la readaptación social de los penados. Los menores
delincuentes estarán separados de los adultos y serán sometidos a un tratamiento
adecuado a su edad y condición jurídica", lo cual hace inferir que la privación de la
libertad no implica un padecimiento ni un castigo sino un estado de cautela, en donde
se restringe únicamente la libertad ambulatoria del sujeto en pos de la prosecución
del proceso(239). En la misma dirección, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) en el art. 5°, Derecho a la integridad
personal, dispone: "1. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad
física, psíquica y moral. 2. Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos
crueles, inhumanos o degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con
el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano (...) 6. Las penas privativas
de la libertad tendrán como finalidad esencial la reforma y la readaptación social de
los condenados"(240).
De tal forma, es menester reconocer que estos recaudos son adoptados por el
Estado en su condición de garante de todos los derechos de los individuos que entran
en la órbita de su esfera coercitiva en virtud de sus obligaciones implícitas asumidas
al detener a un individuo(241), razón por la cual se sostuvo que "El Estado, al privar
de libertad a una persona, se coloca en una especial posición de garante de su vida e
integridad física. Al momento de detener a un individuo, el Estado lo introduce en una
'institución total', como es la prisión, en la cual los diversos aspectos de su vida se
someten a una regulación fija, y se produce un alejamiento de su entorno natural y
social, un control absoluto, una pérdida de intimidad, una limitación del espacio vital y,
sobre todo, una radical disminución de las posibilidades de autoprotección. Todo ello
hace que el acto de reclusión implique un compromiso específico y material de
proteger la dignidad humana del recluso mientras esté bajo su custodia, lo que incluye
su protección frente a las posibles circunstancias que puedan poner en peligro su
vida, salud e integridad personal, entre otros derechos" (Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, dictamen del 10 de marzo de 1999, in re "Menores detenidos")
(242).
Puede concluirse entonces que, en relación a las medidas de coerción personal,
por más inherente que resulte el ilícito imputado, deben prevalecer dos principios: el
que nos dice que el delincuente no cancela su dignidad de persona(243)y el que
señala que la pena no es para castigo(244); razón por la cual no pueden
desconocerse el conjunto de derechos individuales que no se encuentren
conculcados por la medida cautelar, dado que lo único que puede llegar a afectar es
la libertad locomotora con el objeto de no frustrar los fines del proceso(245). Al
respecto resulta ilustrativo lo expuesto por Carrara en este punto: "La cuestión de la
custodia preventiva ha sido mirada por lo general por los publicistas desde el punto de
vista de la libertad individual violada por meras sospechas. Punto de vista respetable,
sin duda; pero respecto del cual se evitan fácilmente las objeciones alegando
condiciones y cautelas que a primera vista parecerían satisfactorias; y no importa,
pues, si se resuelven en humo y en vanas palabras. Pero éste no es el único aspecto
desde el cual debe ser considerado como perniciosísimo el abuso que se vino
haciendo de la cuestión preventiva. Hay que fijarse en el punto de vista de la
moralidad pública expuesta a peligro y de la dignidad humana incautamente
deprimida; y aquí surgen, a mi juicio, las objeciones más graves y menos susceptibles
de contestación"(246).
13.15. LA PRISIÓN DOMICILIARIA
El art. 177, inc. g), regula el arresto del imputado en su propio domicilio o en el de
otra persona, sin vigilancia o con la que el tribunal disponga. Es así que es necesario
aclarar que la detención domiciliaria se distingue a una solicitud excarcelatoria, ya que
deriva de la sustitución de una modalidad de cumplimiento de la prisión preventiva por
otra atenuada y de conformidad con las particulares circunstancias del imputado (de
acuerdo con lo normado por la ley de ejecución de la pena privativa de la libertad,
24.660); dado que en este caso la privación de la libertad continúa rigiendo pero bajo
circunstancias diversas y acordes a las condiciones objetivas que se presentan en el
sujeto; se trata entonces "de una modalidad de ejecución del encierro (pues es
detención), y no de una suspensión de la ejecución, lo que corresponde en su caso a
la condena condicional"(247). En tales condiciones, la detención implica una
restricción de la capacidad locomotora del condenado que se la reduce al ámbito de
su domicilio, la cual queda limitada al edificio en que reside y no sólo a una unidad
habitacional(248).
Hay que tener además en cuenta el principio general que guía la imposición de las
penas privativas de la libertad que se desprende del primer artículo de la ley 24.660,
en donde se prioriza la adquisición por parte del condenado de la capacidad de
comprender y respetar la ley, procurando además su adecuada reinserción social, "y
en tal aspecto la alternativa que ofrece el art. 33 de ella, para la persona condenada
seguirá siendo una forma especialmente atenuada de encierro, debiendo el Estado en
el caso particular del imputado o el procesado asegurarle cuanto menos las mismas
posibilidades"(249). De igual forma, el art. 6º de ese cuerpo normativo procura limitar
la permanencia del condenado en establecimientos cerrados, promoviendo el
cumplimiento de la sanción mediante alternativas regidas por el principio de
autodisciplina, derivándose de tal principio que el encarcelamiento no constituye la
regla general en la ejecución de la pena, sino que las pautas de cumplimiento que la
referida norma penitenciaria consagra derivan de verdaderos derechos de los
condenados que en todo momento pueden hacer valer.
Así, es dable afirmar que cuando el art. 18 de la Constitución Nacional abrió las
puertas al principio de legalidad, no sólo quiso que tanto el delito como la pena
estuvieran determinados por una ley con carácter previo al hecho en que se fundaba
la sentencia condenatoria, sino que también fue su propósito que el cumplimiento de
esa pena se verificara en el modo exactamente previsto por la ley que daba la base al
pronunciamiento jurisdiccional que la establecía. De esta manera se consagró lo que
la doctrina ha dado en llamar garantía de legalidad de la ejecución(250).
Para que sea instrumentada no es necesario que el lugar de detención sea
estrictamente la residencia del condenado. Lo decisivo es el domicilio que, a los fines
de la detención domiciliaria se hubiese fijado, para que allí la supervisión pueda
hacerse efectiva, pues "la detención domiciliaria implica, en todo caso, el
cumplimiento de la obligación de permanecer en el domicilio fijado"(251). Quedando
así circunscripta la medida cautelar a la observancia de permanecer en un
determinado sitio y al cuidado de una persona, quien es la que formalmente efectúa la
petición y asume la responsabilidad de la guarda(252). En estas circunstancias, la ley
presume que con esta doble sujeción al lugar y al individuo responsable, la medida
coercitiva cumplirá con sus finalidades.
Es así que el marco normativo del cual surge la detención domiciliaria nos remite al
art. 33(253)de la ley 24.660(254), que establece dos supuestos diferenciados por los
cuales se puede acceder a la misma.
Por un lado, contempla la situación de quien ya ha cumplido setenta años de edad
y por otra parte, incluye al individuo que padece una enfermedad incurable en período
terminal. El enlace de ambos supuestos legales, la edad y la enfermedad, a través de
la conjunción "o" permite discernir ambas hipótesis con carácter disyuntivo, por lo que
cabe entender que no deberá exigirse en ningún caso que el beneficiario alcance los
setenta años de edad y al mismo tiempo deba padecer además una enfermedad
incurable en período terminal. Bastará con que indistintamente se halle comprendido
por cualquiera de las situaciones enunciadas (así lo ha entendido también la sala I de
la Cámara Federal de San Martín en causa 832 del 16/7/1998)(255). De esta forma, y
cualquiera que sea el monto de la pena que se le imputa al procesado, resulta viable
la detención domiciliaria; puesto que la ley privilegia la edad o la enfermedad del
penado, sobre la necesidad de cumplir su pena en un establecimiento carcelario(256).
Dicha medida es igualmente aplicable en idénticos términos a los individuos que se
encuentran meramente imputados, así como a los que ya están condenados por
sentencia firme, ya que por aplicación del art. 11(257)de la ley de ejecución de la
pena privativa de la libertad se establece una equiparación legal entre el penado y el
procesado; lo que implica que dicha normativa se aplica a quien se encuentra
imputado de un delito, pero respecto del cual todavía no se ha dictado una sentencia
que resuelva si es o no responsable penalmente(258). A tal conclusión se arriba no
sólo por la exégesis de la norma, sino por la aplicación del principio de igualdad ante
la ley(259), a lo que puede agregarse la necesaria proporcionalidad de la medida que
a título cautelar se erige como menos gravosa para asegurar la comparecencia al
proceso, con la modalidad de cumplimiento de la ulterior pena aplicable en caso de
que recaiga sentencia definitiva. Desde tal punto de vista, si consideramos que la
pena que en definitiva podría aplicarse resulta de cumplimiento domiciliario, la
detención provisional no puede (en calidad y especie) ser más gravosa de la que
efectivamente se podría llegar a imponer.
De tal suerte se ha dicho que "No es posible detener a una persona a título de
cautela, cuando en el supuesto de condena no se le podría imponer derechamente
una sanción de tal especie. El medio preventivo no puede ser más grave que la
amenaza"(260), puesto que sería ilógico que el detenido provisionalmente al ser
condenado pase a cumplimentar la sanción en su morada y cuando se lo consideró
inocente no se le otorgó dicho presupuesto. En consecuencia, si el sacrificio de
aplicar la prisión preventiva resulta excesivo, ésta deberá considerarse
inadmisible(261).
(1)De allí también que la libertad durante el proceso se la considere consecuencia directa del estado
de inocencia (PESSOA, NELSON R., Fundamentos constitucionales de la exención de prisión y de la
excarcelación, Hammurabi, Buenos Aires, 1992, p. 53).
(2)El término "arrestado" hace referencia a "privado de libertad física", sin que esa privación signifique
una pena, ello es necesario aclararlo, porque en otras legislaciones, como la española, el arresto es una
reclusión por tiempo breve como corrección o pena, contrariamente a lo que establece la legislación
argentina, que no reconoce al arresto como pena (art. 5°, Código Penal). Conf. LEVENE, RICARDO (h.),
Manual de derecho procesal penal, t. II, Depalma, Buenos Aires, 1993, p. 440. Tal principio le sirve al
autor para afirmar que la principal función del derecho procesal penal es la averiguación de la verdad y
no la aplicación de penas.
(3)"Se afirma que el giro 'autoridad competente' hace referencia a la propia Constitución como órgano
facultado para dictar la prisión preventiva; y, por ende, a las facultades que ella atribuye a las
autoridades que crea, de modo que debe entenderse como 'autoridad competente según esta
Constitución'. En ese sentido, la Constitución faculta a los tribunales de justicia para decidir durante el
procedimiento de persecución penal —incluso sobre las medidas de coerción—, creando el Poder
Judicial de la Nación y obligando a las Provincias a crear y organizar su propia administración judicial y,
por excepción, atribuye también a otras autoridades el poder de emitir la orden escrita que legitima el
arresto (CN, 23, 99 inc. 16, 59, 69 y 70). De todos modos, resulta evidente que, si además de la
facultad de aplicar penas, se entiende que los jueces naturales son los autorizados a emitir la orden
escrita de arresto, permitida por la Constitución, durante el procedimiento penal, ello significa que es
posible y legítima la coerción, aun antes de la sentencia firme de condena (M AIER, J ULIO B. J., Derecho
procesal penal, t. I, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1996, p. 512).
(4)Cualquiera que mire a un proceso desde afuera advierte que los incriminados esperan la sentencia
de dos formas posibles: en libertad o presos. Esta disyuntiva entre permanecer libre durante el proceso
o estar encarcelado, inquieta realmente al imputado, toda vez que la diferencia entre las dos situaciones
es fundamental. Él tiene, lógicamente, interés de permanecer en libertad. Y este interés no pertenece
solamente al mundo de sus anhelos, sino que, muy por el contrario, se encuentra expresamente
garantizado por la Constitución Nacional (CAFFERATA NORES, J OSÉ I., El imputado, Marcos Lerner,
Córdoba, 1982, p. 149).
(5)Esto significa que el programa procesal penal de la Constitución Nacional, es la vigencia de la
garantía de toda persona perseguida penalmente a ver y vivir su proceso penal en libertad (PASTOR.
DANIEL R., "El encarcelamiento preventivo", en M AIER, J ULIO B. J. (comp.), El nuevo Código Procesal
Penal de la Nación. Análisis crítico, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1993, ps. 43 y ss.
(6)M AIER, J ULIO B. J., Cuestiones fundamentales sobre la libertad del imputado y su situación en el
proceso penal, Lerner Editores Asociados, Córdoba, 1981, p. 23.
(7)Este valor se consagra negativamente al mencionar los casos en que una persona puede ser
privada de su libertad y las condiciones indispensables para ello. En principio, sólo puede ser aplicada
como sanción, vale decir, cumpliéndose la condición esencial del "juicio previo fundado en ley anterior al
hecho del proceso" (LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", en RDP I,
Medidas Cautelares, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 1998, p. 354).
(8)CLARIÁ OLMEDO, J OSÉ A., "Constitucionalidad de las normas que prohíben o limitan la libertad
procesal del imputado", LA LEY, 155117 y ss., doctrina, con cita de BIELSA.
(9)En esa dirección la Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableció que "El artículo I de
la Declaración Americana establece que todos los seres humanos tienen el derecho a la libertad. El
artículo XXV establece que ninguna persona puede ser privada de ese derecho, excepto de acuerdo
con las normas y procedimientos establecidos en leyes preexistentes. Este artículo especifica, en su
parte pertinente, que cualquier persona privada de su libertad 'tiene derecho a que el juez verifique sin
demora la legalidad de la medida...[y] el derecho a un tratamiento humano durante la privación de su
libertad' (...) De manera que el texto del artículo XXV especifica tres requisitos fundamentales: en primer
lugar, la detención preventiva, por cualquier razón de seguridad pública, debe basarse en los
fundamentos y los procedimientos establecidos por la ley; en segundo lugar, no puede ser arbitraria; y
en tercer lugar, debe contarse con un control judicial sin demora" (dictamen de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos del 29 de setiembre de 1999, in re "Coard y otros").
(10)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos. La influencia de la normativa
supranacional sobre derechos humanos de nivel constitucional en el proceso penal argentino, Editores
del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 183.
(11)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", en Excarcelación y eximición de prisión, Temas Penales nro. 1, Jornadas de la
Sociedad Panamericana de Criminología, Depalma, Buenos Aires, 1986, p. 2.
(12)ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, t. II, Editorial Jurídica Cuyo, Santiago de
Chile, 1994, p. 653.
(13)VARELA, CASIMIRO A., Fundamentos constitucionales del derecho procesal, AdHoc, Buenos Aires,
1999, p. 233.
(14)BAQUERO LAZCANO, HORACIO J., "Fundamento constitucional de la libertad caucionada", LA LEY,
132, 1433doctrina.
(15)FEIXES SAN J UAN, TERESA y REMOTTI, J OSÉ C., El derecho a la libertad personal, PPU, Barcelona
1993, p. 371. En consecuencia, para el TEDH, la libertad personal constituye un derecho inherente a
toda sociedad democrática y, en consecuencia, toda privación de libertad debe ser compatible con la
naturaleza propia de la sociedad democrática (caso "Guzzardi"). El TEDH deriva de esta concepción
sobre la libertad personal la exigencia del control judicial sobre las privaciones de libertad (caso "Brogan
y otros") considerando que la fiscalización judicial es inherente a la preeminencia del derecho como
principio fundamental en una sociedad democrática.
(16)BOVINO, ALBERTO , "El encarcelamiento preventivo en los Tratados de Derechos Humanos", en
AA.VV., La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales locales, Editores del
Puerto, Buenos Aires, 1997, p. 444.
(17)Aprobado el 17 de julio de 1998 por la Conferencia Diplomática de Plenipotenciarios de las
Naciones Unidas sobre el establecimiento de una corte penal internacional.
(18)También es oportuno destacar que los fundamentos para la detención deben ser manifiestos y
fundados, dado que en el mismo artículo se establece que "La solicitud del Fiscal consignará: a) El
nombre de la persona y cualquier otro dato que sirva para su identificación; b) Una referencia expresa al
crimen de la competencia de la Corte que presuntamente haya cometido; c) Una descripción concisa
de los hechos que presuntamente constituyan esos crímenes; d) Un resumen de las pruebas y
cualquier otra información que constituya motivo razonable para creer que la persona cometió esos
crímenes; y e) La razón por la cual el Fiscal crea necesaria la detención".
(19)EDWARDS, CARLOS E., Garantías constitucionales en materia penal, Astrea, Buenos Aires, 1996, p.
25. aclara el autor, que los pactos internacionales no se contentan con admitir la validez de la prisión
preventiva, sino que, con un profundo sentido garantizador, le fijan sus propios límites (p. 37).
(20)CARRIÓ, ALEJANDRO, La libertad durante el proceso penal y la Constitución Nacional —una relación
cambiante y difícil—, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1988.
(21)En tales términos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reconoció que "un ambiente
de creciente sospecha contra una persona en el curso del proceso criminal no es per se contraria al
principio de presunción de inocencia. Tampoco lo es el hecho que esta sospecha creciente justifique la
adopción de medidas cautelares, como la prisión preventiva, sobre la persona del sospechoso"("Jorge
A. Gimenez v. Argentina", dictamen de la Comisión, 1/3/1996).
(22)Estos instrumentos (de rango constitucional) comparten con el derecho procesal penal la idea de
establecer límites al poder penal del Estado, más precisamente al abuso de ese poder, en garantía del
respeto irrestricto de los derechos individuales y de la dignidad de ser humano (PASTOR, DANIEL R., "El
llamado 'impacto' de los Tratados de Derechos Humanos en el derecho interno con especial referencia
al derecho procesal penal", Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, nro. 9, AdHoc, Buenos
Aires, p. 44).
(23)Si bien este criterio fue recogido por nuestra jurisprudencia, todavía no goza de plena vigencia: "los
suscriptos habrán de coincidir con la defensa en que, en materia de excarcelación, y tal como se ha
sostenido en retirados pronunciamientos, sólo debe ponderarse la peligrosidad procesal, la que remite al
riesgo de elusión de la acción de la justicia o de entorpecimiento de las investigaciones, únicos
extremos que legitiman la privación de la libertad con fines cautelares, en atención a lo dispuesto por el
artículo 280 del Código Procesal Penal de la Nación (...) Sin embargo, debe destacarse que la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, a este respecto, ha admitido la consideración de la magnitud de
la pena en expectativa como pauta de evaluación del encierro preventivo, afirmando que '...La seriedad
del delito y la eventual severidad de la pena son dos factores que deben tenerse en cuenta para evaluar
la posibilidad de que el procesado intente fugarse para eludir la acción de la justicia...' (Informe 2/97 del
11/3/1997)" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 29/12/2004, "Belloni Víctor Manuel s/excarcelación").
(24)CEVASCO, LUIS J., "El sistema de excarcelación tras la reforma constitucional de 1994", LA LEY,
1997D, 966, doctrina. En tal sentido, el autor audazmente arriesga que en lo que hace a la ley procesal
nacional, directamente debe considerarse abrogado todo el sistema de los arts. 316 y 317, ya que
cualquier decisión acerca de la excarcelación o exención de prisión debe ser analizada a la luz de
aquella norma procesal constitucional. Igualmente, nuestra Corte parece haber entendido estas
directivas al priorizar la posibilidad de fuga en la interpretación de las pautas objetivas en dicho sentido,
al decir que "el legislador nacional en ejercicio de las facultades conferidas por el art. 75, inc. 30 de la
Constitución Nacional, estableció un régimen general que regula la libertad durante el proceso y que, en
lo que aquí concierne, contempla como supuestos de excarcelación aquellos en los que pudiere
corresponderle al imputado un máximo no superior a los 8 años de pena privativa de la libertad y
también en los que, no obstante ello, el juez estimare prima facie que procederá condena de ejecución
condicional (art. 317, inc. 1º, Cód. Procesal Penal de la Nación). La restricción de la libertad se funda en
ambos casos en la posibilidad de que el imputado eluda la acción de la justicia en las primeras etapas
de la investigación" (CSJN, 22/12/1998, "Nápoli, Erika E. y otros").
(25)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, t. I, 2ª ed., Marcos Lerner, Córdoba, 1969, p.
324.
(28)BONESANA, CÉSAR DE, M ARQUÉS DE BECCARÍA, Tratado de los delitos y de las penas, Heliasta, Buenos
Aires, 1993, p. 88.
(29)CAVALLERO, RICARDO J., Justicia inquisitorial, Ariel Historia, Buenos Aires, 2003, p. 88. El autor
aclara que antes que la condena justa, lo que se persigue es la condena, que para el condenado sea
"castigo y para otros ejemplo".
(30)PESSOA, NELSON R., Fundamentos constitucionales..., cit., p. 28. Tal principio, refiere, podría
formularse en estos términos: toda persona es inocente hasta que una sentencia firme emanada del
juez competente dictada en un proceso legal, la declare culpable. Por lo tanto, toda persona sometida a
proceso penal tiene derecho a permanecer en libertad durante el mismo, salvo situaciones
excepcionales legalmente fundadas (CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, Depalma, Buenos
Aires, 1988, p. 7). O, dicho de otro modo, que no se adquiere la calidad de condenado hasta que
sobrevenga una sentencia condenatoria, por lo que mientras ésta no se produce el sujeto es un "no
condenado", insusceptible de castigo, jurídicamente inocente (DE LA RÚA, FERNANDO, "El fundamento
constitucional de la excarcelación", en DE LA RÚA, FERNANDO, Proceso y justicia (temas procesales),
Lerner Editores, Córdoba, 1980, p. 355).
(31)M AIER, J ULIO B. J., Cuestiones fundamentales sobre la libertad del imputado..., cit., p. 24. De tal
forma, el autor distingue entre la reacción por una infracción a los deberes impuestos por las normas,
que significa la pena; de la custodia preventiva como manera de conseguir que los fines del
enjuiciamiento se cumplan, lo que significa que esta última sea de naturaleza cautelar y no, por el
contrario, anticipos de la pena posible, pese a la similitud del efecto privativo de libertad de ambas
formas coercitivas.
(32)El art. 1º del Código Procesal Penal de la Nación, siguiendo estos postulados señala: "Nadie podrá
ser (...) considerado culpable mientras una sentencia firme no desvirtúe la presunción de inocencia de
que todo imputado goza".
(33)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos..., cit., p. 70. Concluye entonces
que "culpabilidad no probada" e "inocencia acreditada" son expresiones jurídicamente equivalentes en
cuanto a sus efectos.
(34)BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, AdHoc, Buenos Aires, 2000, p. 124.
Por ello, el autor considera que es más claro conservar la formulación negativa del principio para
comprender su significado. Y lo primero de esa formulación indica que "nadie es culpable si una
sentencia no lo declara así". Esto en concreto significa: a) Que sólo la sentencia tiene esa virtualidad; b)
Que al momento de la sentencia sólo existen dos posibilidades: o culpable, o inocente. No existe una
tercera posibilidad; c) Que la "culpabilidad" debe ser jurídicamente construida; d) Que esa construcción
implica la adquisición de un grado de certeza; e) Que el imputado no tiene que construir su inocencia; f)
Que el imputado no puede ser tratado como un culpable; g) Que no puede existir ficciones de
culpabilidad, es decir, partes de la culpabilidad que no necesiten ser probadas. En tal sentido se afirma
que tales principios son derivaciones del "juicio previo", por lo que se considera con relación al
postulado de inocencia como las dos caras de una misma moneda.
(35)CARRARA, FRANCESCO, "Inmoralidad de la prisión preventiva", en FINZI, M ARCELO, La prisión
preventiva, Depalma, Buenos Aires, 1952, p. 5. El mencionado autor igualmente sostenía de la
detención preventiva: "Empléesela como una necesidad también en los casos de sospechas cuando lo
exige la índole aterradora del crimen imputado; pero, excepto ello, es un error considerar sólo la
actualidad del momento y las conjeturas a menudo falaces de la policía judicial para familiarizar a los
honestos con la cárcel. La vida anterior debe valer algo también frente a este primer peligro; no se la
respeta bastantemente cuando se dice a un hombre de bien: id a la cárcel que después os liberaré"
(ibídem, p. 25).
(36)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 348.
(37)LEVENE, RICARDO (h.), CASANOVAS, J ORGE O., LEVENE, RICARDO (n.) y HORTEL, EDUARDO C.,Código
Procesal Penal de la Nación (ley 23.984), Depalma, Buenos Aires, 1993. p. 237. En todo caso, pues, el
sacrificio impuesto a la libertad personal obedece a la necesidad de asegurar el imperio efectivo del
derecho penal, procesal o sustantivo (VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO , Derecho procesal penal, cit., t. II, p.
477).
(38)Esta norma parte del estado jurídico de inocencia del imputado y tienen como fin evitar el daño
jurídico que se ocasionaría al perder la posibilidad de afianzar la justicia hacia la cual se orienta el juicio
previo, para evitar que se obstaculice su realización logrando que sus conclusiones se asienten sobre
la verdad (castigo del verdadero culpable) y que se cumpla lo que él se resuelva (LEDESMA, ÁNGELA E.,
"Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 355).
(39)En donde se afirmó que la existencia en muchos países de gran número de personas detenidas
en espera de juicio, y advirtiéndose que la mayoría de tales personas no deberían guardar prisión,
recomendó emplear al máximo los procedimientos jurídicos y administrativos existentes a fin de que
sólo aquellos cuyos delitos fueran de carácter grave o cuya detención preventiva fuera indispensable
por razones de seguridad o de protección a la comunidad o para asegurar su comparecencia ante el
tribunal, estuvieran detenidas a la espera de juicio (Naciones Unidas, 1975b:274); citado por CARRANZA,
ELÍAS, HOUED M ARIO, PAULINO M ORA, LUIS, ZAFFARONI, EUGENIO R., El preso sin condena en América
latina y el Caribe, Naciones Unidas, ILANUD, 1983, p. 60.
(40)Estos caracteres parecen tener mayor acogida en el Código Procesal Penal de la Provincia de
Buenos Aires, que en el art. 159 dispone: "Alternativas a la prisión preventiva. Siempre que el peligro de
fuga o de entorpecimiento probatorio pudiera razonablemente evitarse por aplicación de otra medida
menos gravosa para el imputado, o de alguna técnica o sistema electrónico o computarizado que
permita controlar no se excedan los límites impuestos a la libertad locomotiva, el juez de garantías
podrá imponer tales alternativas en lugar de la prisión, sujeta a las circunstancias del caso, pudiendo
establecer las condiciones que estime necesarias. El imputado según los casos, deberá respetar los
límites impuestos, ya sea referidos a una vivienda, o a una zona o región, como así las condiciones que
se hubieran estimado necesarias, las que se le deberán notificar debidamente, como así también que
su incumplimiento hará cesar la alternativa".
(41)Dichas reglas son establecidas teniendo expresamente presente la Declaración Universal de
Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y constituyen un
documento orientador e interpretador de aquellos pactos de rango constitucional (art. 75, inc. 22, CN).
(42)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos..., cit., p. 188. Cita además que
cuando "el mantenimiento de la detención no está motivado más que por el temor de que el acusado
evite mediante la huida su comparecencia ulterior ante la jurisdicción, la puesta en libertad del acusado
debe ser concedida si es posible obtener de él garantías que aseguren su comparencia" (TEDH,
27/6/1968, "Wemhoff").
(43)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 35. En síntesis, cuando no sea necesario el
encarcelamiento preventivo, es preciso evitarlo o hacerlo cesar, manteniendo o dejando libre al
imputado y asegurarlo mediante garantías económicas o simple promesa su sometimiento al proceso y
a la ejecución de la pena.
(46)Más precisamente puede decirse que este principio tiende a determinar mediante la "ponderación
de intereses según las circunstancias del caso concreto, si el sacrificio de los intereses individuales que
comporta la injerencia guarda una relación razonable o proporcionada con la importancia del interés
estatal que se trata de salvaguardar. Si el sacrificio resulta excesivo la medida deberá considerarse
inadmisible" (GONZÁLEZCUELLAR SERRANO, NICOLÁS, Proporcionalidad y derechos fundamentales..., cit.,
p. 225).
(47)M AIER, J ULIO B. J., Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 528. Por ello, cuando las medidas
procesales que facilitan la aplicación del ius puniendi entren en colisión con el ius libertatis deberán ser
ponderados el interés estatal de persecución penal y los intereses de los ciudadanos en el
mantenimiento del más amplio grado de eficacia de sus derechos fundamentales (GONZÁLEZCUELLAR
SERRANO, NICOLÁS, Proporcionalidad y derechos fundamentales..., cit., p. 244).
(48)Si bien de modo expreso no surge de nuestro texto constitucional el mencionado principio, no
obstante se ha extraído su rango constitucional del principio del Estado de derecho y de la esencia de
los derechos fundamentales; más precisamente de la exigencia al respeto impuesta por los preceptos
constitucionales que garantizan los derechos fundamentales y las libertades públicas (GONZÁLEZ
CUELLAR SERRANO, NICOLÁS, Proporcionalidad y derechos fundamentales..., cit., p. 51). Cabe también
mencionar que el art. 146, inc. 3º del Código Procesal Penal de la Provincia de Bs. As., lo consagra
expresamente: "El órgano judicial podrá ordenar a pedido de las partes medidas de coerción personal o
real cuando se den las siguientes condiciones (...) 3) proporcionalidad entre la medida y el objeto de
tutela".
(49)VIRGOLINI, J ULIO, El derecho a la libertad en el proceso penal, Némesis, Buenos Aires, 1984, p. 52.
Ello determina la necesidad insoslayable de hallar remedios que impidan que por vía cautelar se infiera
a las personas males mayores que los que legitima una sentencia condenatoria criminal.
(50)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción. Enunciación universal y
aplicación en los Códigos nacional y bonaerense", LA LEY, 1998E, 1220 y ss.
(51)LEONE, GIOVANNI, Tratado de derecho procesal penal, t. I, Ejea, Buenos Aires, 1963, p. 188.
(52)M ONCAYO, GUILLERMO R., "Criterios para la aplicación de las normas internacionales que
resguardan los derechos humanos en el derecho argentino", en AA.VV., La aplicación de los tratados
sobre derechos humanos por los tribunales locales, cit., p. 95.
(53)ALBANESE, SUSANA, "La prisión preventiva, el plazo razonable, las vías ordinarias y extraordinarias y
el principio pro homine", JA 2004II737.
(54)PINTO, M ÓNICA, "El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas para la regulación de
los derechos humanos", en AA.VV., La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los
tribunales locales, cit., p. 163.
(55)VARELA, CASIMIRO A., Fundamentos constitucionales del derecho procesal, cit., p. 180
(56)El mismo establece el principio de la excepcionalidad de la prisión preventiva y los parámetros a
los que deberá ajustarse, esto es la comparecencia del imputado al proceso: "La prisión preventiva de
las personas que hayan de ser juzgadas no debe ser la regla general, pero su libertad podrá estar
subordinada a garantías que aseguren la comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en
cualquier otro momento de las diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo".
(57)LA ROSA, M ARIANO R., Exención de prisión y excarcelación, Astrea, Buenos Aires, 2006, p. 310. En
este sentido se ha resuelto que: "Es derecho del imputado a no ser arrestado antes de la condena,
cuando semejante medida cautelar no es indispensable, y no lo será cuando puede sustituirse
eficazmente por otra medida menos rigurosa pero igualmente idónea que pueda lograrse mediante la
fianza, que suplante la seguridad de la detención por la garantía que ofrece. Y si el art. 18 in fine de la
Constitución Nacional consagra el derecho a no ser mortificado con medidas que exceden las
exigencias de la seguridad, parece claro que en el estado actual de las cárceles para encausados, que
no satisfacen los requisitos mínimos de alojamiento de los internos requeridas por nuestra Carta
Magna, el presumido por inocente debe tener derecho a no ser encarcelado, pues es preferible la
alarma social que puede causar la libertad del sospechoso, por mucho mayor que causaría el
conocimiento de que se ha adelantado pena a un inocente" (CCrim. y Correc., sala II, 16/5/1990,
"Gabrielli Alberto J.", LA LEY, 1990D, 15 y ss., con nota de BORINSKY, CARLOS, "Libertad individual y
defensa social".
(58)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos..., cit., p. 77.
(59)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 5.
(60)M AIER, J ULIO B. J., Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 522. En esa dirección, nuestra Corte
Suprema tiene dicho desde hace tiempo que "La prisión preventiva o privación temporaria de la libertad
del encausado, no tiene más objeto que asegurar la aplicación de la pena atribuida por la ley a una
infracción, y si esa seguridad puede en algunos casos obtenerse por otro medio, como la fianza de
cárcel segura, compatible con la libertad a la vez que con las exigencias de la justicia represiva, y
menos gravosa para el encausado que tiene en su favor la presunción de inculpabilidad, puede decirse,
además, que esa garantía del derecho individual se funda también en la Constitución, porque nace de la
forma republicana de gobierno y del espíritu liberal de nuestras instituciones (art. 33, Constitución
Nacional)" (Fallos: 102:225).
(61)Sentido en el cual, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha decidido que el "objetivo
de la detención preventiva es asegurar que el acusado no se evadirá o interferirá de otra manera la
investigación judicial. La Comisión subraya que la detención preventiva es una medida excepcional y
que se aplica solamente en los casos en que haya una sospecha razonable de que el acusado podrá
evadir la justicia, obstaculizar la investigación preliminar intimidando a los testigos o destruir evidencia".
Al mismo tiempo que se reconoce la necesidad de obrar con cautela extrema en la imposición de
semejante medida coercitiva: "La situación jurídica de la persona que se encuentra en prisión preventiva
es muy imprecisa: existe una sospecha en su contra, pero aún no ha logrado demostrarse la
culpabilidad. Los detenidos en tales circunstancias sufren usualmente grandes tensiones personales
como resultado de la pérdida de ingresos, y de la separación forzada de su familia y comunidad. Debe
enfatizarse igualmente el impacto psicológico y emocional al que son sometidos mientras dura esta
circunstancia. Dentro de este contexto, será posible apreciar la gravedad que reviste la prisión
preventiva, y la importancia de rodearla de las máximas garantías jurídicas para prevenir cualquier
abuso" (CIDH, informe 2/1997, Argentina, 11/3/1997).
(62)Para asegurar la aplicación restrictiva de esta medida de coerción, se afirma que deben darse dos
órdenes de supuestos. En primer lugar, no se puede aplicar la prisión preventiva si no existe un mínimo
de información que fundamente una sospecha bastante importante acerca de la existencia del hecho y
de la participación del imputado en éste. Pero no basta, sin embargo, con este requisito. Por más que
se tenga sospecha fundada, tampoco sería admisible constitucionalmente la prisión preventiva si no se
dan otros requisitos: los llamados "requisitos procesales". Éstos se fundan en el hecho de que ese
encarcelamiento preventivo sea directa y claramente necesario para asegurar la realización del juicio o
para asegurar la imposición de la pena (BINDER, ALBERTO M., Introducción al derecho procesal penal, cit.,
p. 199).
(63)VIRGOLINI, J ULIO, El derecho a la libertad..., cit., p. 74. El autor fundamenta este pensamiento en el
principio que siguió la organización política de nuestro país, por cuanto el derecho y el Estado son para
el hombre y no a la inversa. Si nos inspiramos en este postulado, agrega, se deberá concluir que los
defectos o la ineficiencia del sistema penal en su misión de controlar la criminalidad no pueden jamás
ser superados por un autoritarismo destructor, sino por un mayor esfuerzo estatal para obtener
sustitutivos de las medidas de seguridad procesales afectantes de las garantías individuales.
(64)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", cit., p. 2. Es decir, que el Estado deberá evidenciar que tiene derecho a encarcelar en el
caso concreto, probando que lo contrario significaría admitir que la justicia, en lugar de afianzarse, sería
burlada. En este sentido, la Cámara del Crimen de la Capital Federal decidió la improcedencia del
dictado de la prisión preventiva en un caso en donde se imputaba al encausado el delito de homicidio
simple: "El imputado ha mantenido, hasta el momento, una conducta procesal correcta donde, más allá
de penalidad en expectativa, nada hace pensar que intentará fugarse para evitar la realización del juicio
y, atento al tiempo transcurrido, no existe ningún indicio objetivo para representarnos que, ya concluida
la investigación, habrá de entorpecer la realización de la audiencia, razón por la cual, siendo de
aplicación una interpretación armónica entre lo previsto en el art. 310 y lo dispuesto en el art. 280 del
CPPN, no corresponde dictar la medida cautelar prisión preventiva por no ser necesaria al fin
perseguido en este momento, que es el tránsito a la siguiente etapa si así lo consideran la querella y el
Ministerio Público fiscal para la realización del juicio. En este sentido se ha sostenido que '... lo primero
a tener en cuenta, para la comprensión de las medidas de coerción en el marco de un proceso penal,
debe ser su carácter excepcional, y la necesidad de un previo análisis de idoneidad y proporcionalidad
respecto del caso concreto (...) siempre se deberá optar por aquella medida que resultando menos
gravosa asegure igualmente la consecución del fin procesal propuesto (SLONIMSQUI, PABLO, "Sobre el
uso irracional de las medidas de coerción procesal: La Detención Judicial Arbitraria", "Garantías
Constitucionales y Nulidades Procesales", en Revista de Derecho Penal, RubinzalCulzoni, 20011, ps.
425 y ss.)" (CNCrim. y Correc., sala I, 22/6/2004, "Lemus, Ramón", expte. 108.367).
(65)FERNÁNDEZ BLANCO, CAROLINA, "La prisión preventiva, su adecuación al programa constitucional
argentino", Lecciones y Ensayos, nro. 66, 1996, UBA, p. 89. Destaca la autora, que en virtud de la
importancia de la libertad durante el proceso penal, se deberían haber incluido dichas medidas
cautelares dentro de la parte general del Código Procesal Penal de la Nación a fin de su perduración
durante todo el proceso; y no como están reguladas, en su Libro Segundo dedicado específicamente a
las pautas procesales de la instrucción.
(66)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 351. En tal
sentido, la jurisprudencia ha sostenido que "1) El interés de la sociedad, la necesidad de sancionar a
todos los responsables y como consecuencia, la obligación de no aplicar penas a un inocente, son las
máximas generales a cuya sujeción deberán imprescindiblemente someterse los jueces, so pena de
que, la exclusión de cualquiera de ellas, convierta su veredicto en un funesto atentado. 2) El derecho del
imputado a no ser arrestado antes de la condena, cuando semejante medida cautelar no es
indispensable, puede sustituirse eficazmente por otra menos rigurosa, pero igualmente idónea como lo
es la fianza, que suplanta la seguridad de la detención por la garantía que ofrece. 3) El interés del
acusado de permanecer en libertad se encuentra expresamente garantizado por el art. 14 de la CN,
pero, por otro lado, la finalidad de afianzar la justicia requiere que ésta no sea burlada, debiendo ambos
principios ser conciliados. 4) El fundamento del encarcelamiento preventivo es la necesidad de
asegurar el descubrimiento de la verdad y la actuación de la ley, y aquel rigor máximo deja de
justificarse cuando estos objetivos pueden concretarse con medidas menos severas, como la fijación
de una caución real" (CNCrim., sala II, 16/5/1990, "Gabrielli, Alberto", c. 37.163).
(68)Extremo por el cual se afirma que "la presunción de inocencia implica el derecho a ser tratado de
conformidad con este principio. Por lo tanto, todas las autoridades públicas tienen la obligación de no
prejuzgar el resultado de un proceso" (Comité de Derechos Humanos, OG 13, párr. 7). Por ende, la
aplicación de medidas cautelares de carácter personal "exige de los magistrados que, en la medida de
su procedencia, las adopten con la mayor mesura que el caso exija, observando que su imposición sea
imprescindible y no altere de modo indebido el riguroso equilibrio entre lo individual y lo público que debe
regir en el proceso penal" (CSJN, 10/10/1996, "Fiscal v. Vila y otros").
(69)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Tratado de derecho procesal penal, t. V, Ediar, Buenos Aires, 1966, p.
215. Así, la Convención sobre los Derechos del Niño, en su art. 37.b), establece que "La detención, el
encarcelamiento o la prisión de un niño se llevará a cabo de conformidad con la ley y se utilizará tan
solo como medida de último recurso y durante el período más breve que proceda". En la misma
dirección encontramos a las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las medidas no privativas
de la libertad —Reglas de Tokio— (res. 45/110 de la Asamblea General 14/12/1990), donde en la regla
6.1 se dispone: "En el procedimiento penal sólo se recurrirá a la prisión preventiva como último recurso,
teniendo debidamente en cuenta la investigación del supuesto delito y la protección de la sociedad y de
la víctima". Extremo también consagrado en las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la
Administración de la Justicia Penal, "Reglas de Mallorca", que en el art. 20.1) establece: "La prisión
preventiva no tendrá carácter de pena anticipada y podrá ser acordada únicamente como ultima ratio.
Sólo podrá ser decretada cuando se compruebe peligro concreto de fuga del imputado o destrucción,
desaparición o alteración de las pruebas".
(70)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit. Asimismo se ha
afirmado que "Antes de proceder a disponer medidas de coerción personal resulta pertinente agotar las
distintas opciones que presenta la normativa procesal aplicable al caso, para lograr la comparecencia
del nombrado. Lo primero a tener en cuenta, para la comprensión de las medidas de coerción en el
marco de un proceso penal, debe ser su carácter excepcional, y la necesidad de un previo análisis de
idoneidad y proporcionalidad respecto del caso concreto. Siempre se deberá optar por aquella medida
que resultando menos gravosa asegure igualmente la consecución del fin procesal propuesto"
(CNCrim. y Correc., sala I, 25/8/2005, "Orsino, Francisco", c. 26.511; en igual sentido, CNCrim. y
Correc., sala I, 30/9/2005, "Muñoz, César Mario", c. 26.779; CNCrim. y Correc., sala I, 22/6/2004,
"Velázquez, Osvaldo Benjamín", c. 23.719; 29/6/2004, "Bursese, Carlos", c. 22.490; 10/5/2005,
"Martínez, Alberto y otro", c. 25.577).
(71)ZIFFER, PATRICIA, "Acerca de la invalidez del pronóstico de pena como fundamento del
encarcelamiento preventivo", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal, del 26/6/2000. De allí el
deber de reemplazarla por toda otra medida adecuada para garantizar los fines de aseguramiento del
proceso, y por ello es que el legislador ha establecido un sistema de excarcelación caucionada.
(72)CARRANZA, ELÍAS, HOUED M ARIO, PAULINO M ORA, LUIS y ZAFFARONI, EUGENIO R., El preso sin condena
en América latina..., cit., p. 60.
(73)Ya que "El procedimiento es un medio para llegar a la decisión jurisdiccional y no un fin en sí
mismo, pues las exigencias procesales no constituyen un ritual vacío en tanto tienen por objeto
asegurar la defensa de los derechos" (conf. CNCiv., sala D, 13/7/1971, ED, 41699, íd. sala C,
31/5/1972, ED, 44233); dado que "El hombre es eje y centro de todo el sistema jurídico y en tanto fin en
sí mismo más allá de su naturaleza trascendente su persona es inviolable y constituye valor
fundamental con respecto al cual los restantes valores tienen siempre carácter instrumental" (Fallos:
316:479).
(74)BONESANA, CÉSAR DE, M ARQUÉS DE BECCARÍA, Tratado de los delitos y de las penas, cit., p. 99.
(75)Basta para ello citar: "Toda persona (...) tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo
razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso. Su libertad podrá estar
condicionada a garantías que aseguren su comparecencia en el juicio" (CADH —Pacto de San José de
Costa Rica— art. 7.5); "Toda persona detenida o presa a causa de una infracción penal (...) tendrá
derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad. La prisión preventiva de
las personas que hayan de ser juzgadas no debe ser la regla general, pero su libertad podrá estar
subordinada a garantías que aseguren la comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en
cualquier otro momento de las diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo" (PIDCP,
art. 9.3).
(76)Elaboradas por la Comisión de Expertos reunida en Palma de Mallorca en Sesiones de Trabajo
entre 1990 y 1992, presentada como documento preparativo para el Noveno Congreso de las Naciones
Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento de Delincuentes.
(77)DE LÁZZARI, EDUARDO N., Medidas cautelares, t. I, Platense, La Plata, 1997, p. 3.
(79)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal a propósito de un fallo
acertado", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal, 13 de agosto de 2001.
(80)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 346. Agrega la
aurora, que la preocupación señalada no es de carácter meramente teórico sino que su fundamento se
exhibe en las disfunciones del sistema de enjuiciamiento, en particular penal, que transitan la violación
por parte de las propias normas, de los principios garantistas y libertades, codificados y
constitucionalizados como modelo teórico y normativo.
(81)Es así que "El sentido jurídico de la prisión preventiva es de tipo cautelar y pretende impedir que el
imputado eluda la acción de la justicia obstaculizando la investigación o incumpliendo la eventual
sanción penal y así se justifica la privación anticipada de la libertad ambulatoria durante el trámite del
proceso" (CNCrim. y Corr., sala 7ª, 5/12/2003, "R., L. M.").
(82)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "Prisión preventiva y excarcelación", JA, 1951IV100 y ss.
(83)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 438.
(84)BRUZZONE, GUSTAVO A., "La nulla coactio sine lege como pauta de trabajo en materia de medidas
de coerción en el proceso penal", en La justicia penal hoy (de su crisis a la búsqueda de soluciones),
Fabián Di Plácido, Buenos Aires, 2000, ps. 189 y ss. Actualmente, agrega el autor, contamos con una
importante cantidad de disposiciones incorporadas a las leyes procesales que intentan regular todas y
cada una de las medidas de coerción, pero que no las ubican en un contexto general y, lo que es peor
aún: muchas veces lo suelen contradecir al ser confrontadas con la Constitución Nacional.
(85)En la misma dirección nuestra Corte Suprema en reiteradas oportunidades ha afirmado el sentido
cautelar de la detención provisional al referir que "La prisión preventiva o privación temporaria de la
libertad del encausado, no tiene más objeto que asegurar la aplicación de la pena atribuida por la ley a
una infracción" (Fallos: 102:225). De manera que, al tener sentido cautelar, no puede perseguir otras
finalidades que no sean asegurar el éxito de la investigación o el eventual cumplimiento de pena. En otra
oportunidad la Corte también refirió: "Que, en lo que al caso respecta, interesa señalar que en razón del
respeto a la libertad individual y a la libre disposición de los bienes de quien goza de una presunción de
inocencia por no haberse dictado sentencia condenatoria, las atribuciones de carácter coercitivo
cautelar personal o real que se otorgan al juez de instrucción, deben adoptarse con la mayor mesura
que el caso exija, respetándose fundamentalmente el carácter provisional de la medida y observando
que su imposición sea indispensable y necesaria para satisfacer —con sacrificio provisorio del interés
individual— el interés público impuesto para evitar —en ciertos casos— que el presunto delito siga
produciendo sus efectos dañosos" (Fallos: 319:2327).
(86)De tal forma, se hace referencia a la peligrosidad en sentido procesal y no a su significado
material: "El hecho de que el procesado poseyera un arma al momento de ser detenido, hace a la
eventual peligrosidad criminal —entendida como la posibilidad de que el agente cometa nuevos delitos
— y como tal, resulta extraña a aquellas pautas que de conformidad con los lineamientos aludidos por
el artículo 280 del CPP, cabe considerar en materia excarcelatoria, donde sólo debe ponderarse la
peligrosidad procesal, que refiere al riesgo de elusión de la acción de la justicia o entorpecimiento de las
investigaciones" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 9/4/1997, "Russo, Carlos A. s/excarcelación", causa
13.211, reg. 14.093).
(87)DARRITCHON, LUIS, Cómo es el nuevo proceso penal, t. 3, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 1992, p.
24.
(88)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit. En el mismo
sentido en la obra Libertad bajo caución y situación procesal —primeras reflexiones profundas—,
Depalma, Buenos Aires, 1998, cap. I, punto 5. Como ejemplo de que las pautas de peligrosidad rigen
salvo prueba en contrario, nos encontramos con el art. 148 del Código Procesal Penal de la Provincia
de Bs. As.: "Se presumirá, salvo prueba en contrario, que existe peligro de fuga o de entorpecimiento de
la investigación, a partir de las siguientes circunstancias: 1. Magnitud de la pena en expectativa. 2.
Ausencia de residencia fija o estable. 3. Comportamiento del imputado durante el procedimiento u otro
trámite anterior, en la medida en que indicara su voluntad de no someterse al proceso".
(89)RUSCONI, M AXIMILIANO A., "Prisión preventiva y límites del poder penal del Estado en el sistema de
enjuiciamiento", LA LEY, 1997E, 1363 y ss. Se aclara que lo correcto debería ser que, de ningún modo,
el ciudadano procesado asuma el costo de la incapacidad estatal. Es por esto que el Estado debiera
comprometerse a diseñar sus mecanismos de coerción de modo que exista una gama de medidas que
disminuyan al máximo el plus de sufrimiento sobre el necesario para asegurar los fines del proceso.
(90)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Resultado de algunas reflexiones sobre la libertad y el proceso penal",
ED, 94910, con cita de VÉLEZ M ARICONDE, Exposición de Motivos al Proyecto de Código Procesal para
la Provincia de Córdoba. Asimismo se ha decidido: "La mera posibilidad de aplicar pena de efectivo
cumplimiento en los autos principales no autoriza sin más a obstaculizar la soltura del encartado, la que
se torna procedente mediante la aplicación de una caución personal o real cuya elección corresponde al
juez de grado a fin de no privar de instancia, art. 320, CPP" (CNCrim., sala IV, 11/4/1997, "Almaraz,
Damián A.", c. 6470). "Es procedente otorgar la excarcelación bajo caución de tipo real al sujeto
imputado por el delito de robo calificado de automotor dejado en la vía pública en grado de tentativa,
pues encuadra en las previsiones de los arts. 316, 317, inc. 1, CPP. La existencia de una sentencia
condenatoria anterior y la posibilidad de recaer otra de cumplimiento efectivo en proceso actual no
impide dicho proceder, pues de lo contrario se estaría vulnerando el principio de inocencia del cual se
goza, mientras tanto no recaiga sentencia definitiva" (CNCrim. y Correc., sala de feria B, 7/1/2002,
"Villar, Juan B", c. 38B. Nota: Ver en igual sentido, CNCrim. y Correc., sala de feria B, 7/1/2002,
"Vallejos, Juan M.", c. 62 B). "Es viable la excarcelación aun en el supuesto de que el procesado
registre una condena en suspenso dictada con anterioridad" (CNCrim. y Correc., sala IV, 1/10/1999,
"González, María A.", c. 12.099).
(91)BOVINO, ALBERTO, "El encarcelamiento preventivo...", cit., p. 446.
(92)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Resultado de algunas reflexiones...", cit., p. 903.
(93)En el mismo sentido se ha sostenido: "¿Qué necesidad —decía Conforti— hay de detener a un
imputado de delito correccional punible hasta cinco años de cárcel? ¿El temor de que él huya al
extranjero? Me parece vano este temor, ya que el abandono de la patria, de los parientes y de los
bienes, me parece cosa mucho más dura que una pena correccional. El imputado espera siempre
vencer la prueba del juicio, y cuando por sentencia debe expiar la pena correccional, espera conseguir
la gracia y prefiere permanecer en su patria en lugar de conducir una vida nómade e incierta. Pero si
huyese al exterior, ¿estaría él seguro de permanecer allí tranquilo? No, por cierto, ahora que hay entre
las naciones tratados de extradición, ahora que las comunicaciones son tan fáciles, ahora que hay
telégrafos de tierra y de mar, rápidos como el pensamiento, que hay fotografías que reproducen los
semblantes de los malhechores fugitivos" (CARRARA, FRANCESCO, "La prisión preventiva en el
pensamiento de Rafael Conforti", 1873, en FINZI, M ARCELO, La prisión preventiva, cit., p. 14.
(94)CHICHIZOLA, M ARIO I., La excarcelación, La Ley, Buenos Aires, 1963, p. 18.
(95)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 27. Agrega el autor, con cita de Chichizola
Mario, que se justificaba que el reo tuviera un verdadero interés en eludir el juicio y la sanción debido a
la falta de garantías procesales y a la crueldad excesiva de las penas. Poco a poco, a medida que se
fue suavizando el rigor represivo, a medida que se fueron aboliendo los tormentos, a medida que se fue
arraigando el concepto de la función de enmienda de la pena, el peligro de la fuga tenía que ser menor,
según lo expone Máximo Castro.
(96)ÁBALOS, RAÚL W.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., t. II, p. 653.
(97)Estos requisitos han sido sintetizados del siguiente modo: "cabe recordar que la libertad física es,
por así decir, la forma de liberad imprescindible para que la mayoría de las demás libertades pueda
funcionar, su tutela ha sido precaución casi tan antigua como el hombre (BIDART CAMPOS, GERMÁN,
Derecho constitucional, Editorial Ediar, p. 505). De modo tal que el derecho constitucional de
'permanencia en libertad durante la sustanciación del proceso penal', emanado de los arts. 14, 18 y 75
inc. 22 de la CN, sólo puede ceder en situaciones excepcionales y cuando los jueces consideren que
existen causas ciertas, concretas y claras, en orden a que el imputado eludirá la acción de la justicia
(art. 280 del CPP). Estas causales son las constitutivas del periculum in mora como presupuesto
habilitante de la medida cautelar, siempre que se haya configurado la verosimilitud del derecho fumus
bonis iure. Es decir, que el órgano jurisdiccional debe valorar necesariamente las pruebas que le
permitan presumir la existencia de 'peligro en la demora. De ahí que entre los caracteres de las
medidas privativas de la libertad, se encuentren la necesidad de un mínimo de prueba, la interpretación
restrictiva, la subsidiaridad de la medida y el favor libertatis, con fundamento en la previsión
constitucional antes citada" (CNCasación Penal, sala III, 22/12/2004, "Macchieraldo, Ana María Luisa
s/recurso de casación e inconstitucionalidad", causa 5472 voto de la Dra. Ledesma).
(98)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", cit., p. 3. Y como tal apariencia existirá frente a la culpabilidad comprobada, su
apariencia exigirá también una culpabilidad aparente, es decir, pruebas mínimas de cargo.
(99)GIOVANNI, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, p. 261.
(100)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit.
(101)DE LÁZZARI, EDUARDO N., Medidas cautelares, cit., t. I, p. 23. Se cita en apoyo a lo dicho que "La
verosimilitud debe ser entendida como la probabilidad de que el derecho exista, y no como una
incontestable realidad, que sólo se logrará al agotarse el trámite" (CNCiv., sala E, 1/7/1977, LA LEY,
1980C, 714).
(102)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 350. La privación
de la libertad de una persona resulta impensada si no se cuenta con elementos de prueba que permitan
afirmar, al menos en grado de gran probabilidad, que él es autor del hecho punible atribuido o partícipe
en él, esto es, sin un juicio previo de conocimiento que, resolviendo prematuramente la imputación
deducida, culmine afirmando, cuando menos, la gran probabilidad de la existencia de un hecho punible
atribuible al imputado o, con palabras distintas pero con sentido idéntico, la probabilidad de una condena
(conf. M AIER, J ULIO B. J., Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 523).
(103)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit. En la misma
dirección, el autor insiste en que los medios de coerción no pueden tener categoría de medidas
ejemplarizadoras para la comunidad, como demostrativas en sí mismas de eficacia en la restauración
del ordenamiento jurídico alterado por el delito y para devolverle la tranquilidad a la gente honrada, servir
de aliento a las víctimas y resultar un factor disuasivo a quienes se sientan atraídos a cometer ilícitos,
sencillamente porque la Constitución Nacional impide la sanción previa o durante el juicio del acusado,
reconocido con el estado de inocente hasta que el proceso concluya en la sentencia definitiva de
culpabilidad.
(104)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", cit., p. 4.
(105)Tal presupuesto fue reconocido en la ya citada causa "Alderete, Víctor A. y otros s/proc.", de la
CCiv. y Com. Fed., sala I, 25/10/2000, expte. 32.290, aunque no sirviera en dicha oportunidad para
otorgar la excarcelación al procesado, se dijo: "...en cuanto a la posibilidad de que en la hipótesis de
condena ésta sea de cumplimiento condicional, que debe desechársela; pues dada la gravedad de la
imputación que se desprende de la reiteración de los hechos, el presunto perjuicio ocasionado al Estado
Nacional, el importante cargo que le fuera conferido en el Instituto —lo cual conlleva a una mayor
responsabilidad— de conformidad con lo sostenido en los párrafos que preceden en los que se
analizaran el dictado de su procesamiento, habiendo tenido, en principio, intervención personal y directa
en las contrataciones cuestionadas, resultan pautas suficientes para arribar a un pronóstico de pena, no
obstante ser el tribunal de juicio el que luego del debate y con el acabado conocimiento de todos los
elementos incorporados a la causa y sus implicancias, el que se encuentre en una mejor y concluyente
posición para evaluar la que en definitiva corresponda imponer (ver c. 26.427, 'Nicosia, Alberto', rta. el
5/6/1995, reg. 465; c. 30.697, 'Barreda, Diego', rta. el 7/5/1999, reg. 314 de esta sala; causa. 13.604,
'Seligman, Miguel', del 2/11/1997, reg. 15.926 de la sala II; c. 'Mandaradoni, Antonio', rta. el 28/5/1999
por la sala I de la Cámara Nacional de Casación Penal)".
(106)Vemos que "Para el dictado del auto de procesamiento no se requiere certidumbre apodíctica
acerca de la comisión de un hecho ilícito ni de la participación de los procesados en su producción. Por
el contrario, y tal como lo sostiene la doctrina para el dictado del auto impugnado, basta con un juicio de
probabilidad sobre la existencia del hecho delictuoso y de la responsabilidad que como partícipe le
corresponde al imputado. De lo que se trata, pues, es de habilitar el avance del proceso hacia el juicio
que es la etapa en que se desenvolverán los debates y la confrontación probatoria con amplitud" (CCiv.
y Com. Fed., sala I, 13/6/2000, "Santos Caballero, María Isabel y otros s/auto de procesamiento", causa
31.613, reg. 537).
(107)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Relaciones entre el derecho penal y derecho procesal penal", DP, año
10, nro. 38, abriljunio 1987, p. 214. La ilegitimidad de esta postura, se advierte de su simple cotejo con
el art. 18 de la CN, el cual al establecer que "nadie puede ser penado sin juicio previo", veda la
posibilidad de castigar durante el juicio.
(108)DANIELSEN, RAÚL V., "Temas de derecho procesal. Coerción personal del imputado, excarcelación
y culpabilidad", JA, 1974829 y ss., doctrina. Otra demostración de lo inapropiado que resulta aventurar
un pronóstico sobre el resultado final de la causa, lo constituye el caso en que se impute a un individuo,
en las mismas actuaciones, la comisión de varios delitos que deben ser compuestos mediante las
reglas concursales del Código Penal (art. 54 y concs.), y que sobre esa base se pretenda alegar la
imposibilidad de que la pena a recaer sea de ejecución condicional, con lo cual se advierte que un
cálculo composicional como el que es requerido para este tipo de supuestos (art. 58, Cód. Penal) que
veda la mera suma aritmética, sería de dificultosísima producción con escasos elementos con que se
cuentan al comienzo del proceso.
(109)BAQUERO LAZCANO, HORACIO J., "Fundamento constitucional de la libertad caucionada", cit.
(110)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 8, aclarando que si no hubiera pruebas
suficientes de culpabilidad o, habiéndolas, no existiese el peligro para los fines de verdad y justicia que
el proceso penal persigue, no será posible disponer restricciones de la libertad del imputado.
(111)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit. El autor lo
ejemplifica con la probable insolvencia del deudor, con la enajenación de los bienes en litigio o la fuga y
rebeldía del imputado.
(112)DE LÁZZARI, EDUARDO N., Medidas cautelares, cit., t. I, p. 30. El autor aclara que se trata de
motivaciones de orden racional que autorizan a pensar o creer en la factibilidad del desbaratamiento. El
simple capricho debe quedar desterrado.
(113)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., Proceso penal y derechos humanos..., cit., p. 192.
(114)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 348.
(115)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", cit., p. 6.
(116)SOLIMINE, M ARCELO A., Libertad bajo caución y situación procesal en el Código Procesal Penal de
la Nación, Depalma, Buenos Aires, 1998, p. 6.
(117)RUBIANES, CARLOS J., "La calificación de la conducta del imputado para decidir excarcelación o
eximición de prisión y su relación con la prueba", en Excarcelación y eximición de prisión, Temas
Penales nro. 1, Jornadas de la Sociedad Panamericana de Criminología, Depalma, Buenos Aires, 1986,
p. 77. El autor agrega que a tal efecto, y como esta persona goza del estado de inocencia, también
resulta aplicable la máxima in dubio pro reo, ya que, por ejemplo, en caso de duda sobre una
circunstancia que torne no excarcelable el delito, ha de estarse a la calificación en la figura delictiva
menos grave que posibilite la excarcelación.
(118)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit.
(119)SLONIMSQUI, PABLO, "Sobre el uso irracional de las medidas de coerción procesal: la detención
judicial arbitraria", en RDP, 2001425 y ss., "Garantías constitucionales y nulidades procesales".
(120)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 9, con cita de sus "Trabajos preliminares para
el anteproyecto de CPP para la Nación, propuesta de nueva regulación de la prisión preventiva",
ponencia a las Jornadas Uruguayas de Derecho Procesal, 1987, "Proyecto de Constitución para la
Provincia de Córdoba, de la Unión Cívica Radical" (1987), M AIER, J ULIO B. J., "Anteproyecto de CPP
para la Nación" (1986), SUPERTI, HÉCTOR y CORVALÁN, VÍCTOR Y OTROS, "Anteproyecto de reformas al
régimen de la excarcelación del CPP de Santa Fe"(1984). Coincidiendo con esta idea, se agrega que
todas las leyes procesales argentinas se ocupan de fijar las condiciones para que el imputado pueda
lograr ser eximido de prisión o excarcelado, lo que supone la existencia de un preconcepto erróneo: que
el Estado frente a la mera sospecha de la comisión de un delito, adquiere siempre el derecho de privar
de la libertad al sospechoso (preconcepto que parte de la idea de represión inmediata del delito
mediante la prisión preventiva). Pero para evitar la desnaturalización sustantivista del encarcelamiento
procesal, la situación debe plantearse en forma inversa. Lo que deberá justificarse en cada caso será el
derecho del Estado a encarcelar al imputado (CLEMENTE, J OSÉ LUIS,Código Procesal Penal de la
Provincia de Córdoba, t. I, Marcos Lerner, Córdoba, 1988, p. 341).
(121)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit.
(122)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit. En dicho artículo, el
autor comenta el fallo de la CFed. Paraná, 14/12/1998, "Gutiérrez Tomi, Oscar s/apelación auto
denegatorio por eximición de prisión en: 'Dotti, Miguel A. y otro'", en el que básicamente se sostiene:
"Que no obstante la apreciación formulada por el a quo este Tribunal advierte que no se corresponde
con las pautas establecidas por la norma en cuestión, es decir, a) objetiva y provisional valoración de
las características del hecho, b) la posibilidad de la declaración de reincidencia, c) condiciones
personales del imputado o d) si hubiere gozado de excarcelaciones anteriores. En efecto, la denegatoria
del beneficio cabe cuando se presuma fundadamente que se intentará eludir la acción de la justicia y
obstruir su objetivo, para lo que ha de tenerse en cuenta las circunstancias mencionadas".
(123)PASTOR. DANIEL R., "El encarcelamiento preventivo", cit., ps. 43 y ss. A través de esta afirmación,
el autor ensaya una crítica: El criterio opuesto al expresado se halla enquistado bajo el manto
seudogarantista del llamado principio de proporcionalidad (en el sentido de la proporcionalidad que debe
existir entre la pena que se espera de una condena eventual y los medios de coerción aplicables
durante el procedimiento), pero hoy debe ser abandonado porque sigue justificando encarcelamientos
preventivos obligatorios, graves y extensos en casos en los que, por definición legal (constitucional), no
se espera pena de ningún tipo: principio de inocencia.
(124)ZIFFER, PATRICIA, "Acerca de la invalidez del pronóstico de pena...", cit. De otro modo,
seguramente se habrán satisfecho las exigencias de quienes ignoran los peligros de utilizar las armas
del derecho procesal penal para lograr los fines del derecho penal. Los juristas, en cambio, sólo habrán
de temer, una vez más, que la inseguridad de las garantías individuales sigue creciendo.
(125)Es así que "los antecedentes que registra el encausado no pueden operar automáticamente
como pauta objetiva suficiente para considerarlos reunidos, sino que deben verificarse en el caso
concreto (ver causa nº 18.550 "Incidente de apelación de Gallardo, Miguel Orlando" rta. el 25/1/2002,
reg. nº 19.405" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 19/9/2002, "Incidente de excarcelación de Yrazabel Janco,
José Deomidez", expte. 19.316). Tampoco obsta a la libertad la prosecución de otra causa en una sede
judicial diferente: "Para determinar la procedencia objetiva del beneficio, en la órbita del art. 317, inc. 1°
del Código Procesal Penal de la Nación, sólo cabe considerar los ilícitos imputados en la causa en que
se plantea y por los cuales se decreta auto de procesamiento, pues aquellos investigados en otras
actuaciones habrán de ser ponderados eventualmente y exclusivamente a los fines del art. 319 del
citado cuerpo normativo (...) Respecto de los extremos del art. 319 del ordenamiento formal, éstos no
se dan por reunidos sus extremos desde que el procesado, en la otra causa que registra, se encuentra
a derecho y excarcelado" (CCiv. y Com. Fed., sala II, 14/3/2000, "Seligman, Martín", expte. 16.156. Se
citó CCiv. y Com. Fed., sala II, 30/4/1998, "Ganduglia").
(126)En esa dirección se ha decidido que "si la estricta comparecencia a las convocatorias que se le
dirigen a una persona sometida a proceso penal, unida a la conservación de un domicilio fijo (arraigo) y
el cumplimiento de otras pautas o condiciones que se puedan establecer para reforzar la neutralización
de los peligros procesales se encuentra constatada, no es legalmente necesario, ni idóneo para esos
fines encarcelar a un imputado. El conjunto de medidas alternativas que ofrece la ley procesal es amplio
y se extiende desde el régimen de las cauciones (real, personal y juratoria), pasando por restricciones a
la libertad ambulatoria determinadas geográficamente, a la comparecencia en determinado lugar con
fechas estipuladas. Ese abanico de posibilidades es amplio y puede ser utilizado alternativa o
conjuntamente siempre atendiendo al fin buscado que, en la mayoría de los casos, intenta dar
respuesta exclusivamente al peligro de fuga, por constituir la causa más extendida en donde se justifica
el encarcelamiento preventivo"(CNCrim. y Correc., sala I, 22/6/2004, "Lemus, Ramón", expte. 108.367).
(127)De allí que "La simple alusión a la 'objetiva y provisoria valoración de los hechos' endilgados a
Díaz, o las abstractas alusiones a 'la trascendencia de su actuar' o a 'la gravedad de los sucesos', que
no se vincularon concretamente con las circunstancias particulares del caso, impiden dar sustento al
pronóstico de la fuga de la imputada o de una eventual condena privativa de libertad de efectivo
cumplimiento dictada en su contra; hipótesis que tampoco encuentran apoyo suficiente en los genéricos
términos esgrimidos en el dictamen Fiscal al que remite el a quo —obrante a fs. 54—. Por ello, más allá
de la solución que finalmente corresponda adoptar, debe declararse la nulidad de dicha decisión,
conforme establece el art. 123 del CPPN" (CNCasación Penal, sala IV, 27/12/2002, "Díaz, Sonia Liliana
s/recurso de casación", expte. 3624).
(128)De este modo: "El tribunal debe atender a las circunstancias objetivas y ciertas que, en el caso
concreto permitan formular un juicio sobre la existencia del peligro que genera la necesidad de la
medida de coerción (BOVINO, ALBERTO , op. cit., p. 145). El deber de comprobar la existencia del peligro
concreto en el caso concreto exige que el juicio acerca de la presencia de ese peligro esté a cargo
exclusivamente del tribunal. Ese juicio requiere la comprobación efectiva de las circunstancias
concretas, objetivas y ciertas, en un caso particular y respecto de un imputado determinado, que
indiquen la existencia probable del peligro procesal (BOVINO, ALBERTO, op. cit., p. 146) (...) La existencia
de peligro procesal, es importante destacarlo, no se presume. Si se permitiera una presunción tal, la
exigencia quedaría vacía de contenido, pues se ordenaría la detención aún cuando no existiera peligro
alguno" (CNCasación Penal, sala III, 22/12/2004, "Macchieraldo, Ana María Luisa s/recurso de
casación e inconstitucionalidad", causa 5472, voto de la Dra. Ledesma). Idéntico criterio adoptó dicho
tribunal al considerar que "sólo podrá disponer una medida cautelar máxima —encarcelamiento— en la
medida que dé razones suficientes para justificar la presunción contraria al principio de permanencia en
libertad, extremo este que no se acreditó en autos (...) Que de lo expuesto se colige que el Tribunal ha
prescindido del claro e imperioso mandato legal y, no ha expresado razón alguna que pudiera sustentar
su decisión, por lo cual el decisorio impugnado es arbitrario (Fallos: 237:349). Al omitir enunciar cuáles
son los actos ciertos, claros y concretos que le permitieron sospechar que Méndez habrá de eludir la
acción de la justicia, más allá de la sola mención a la condena no firme impuesta a la procesada —que
aún sigue revistiendo este status—. Toda vez que más allá de la afirmación dogmática 'nuevas
circunstancias', en ningún momento se explicitó cuáles eran las razones o los actos inequívocos por
las cuales se consideraba que Méndez eludiría la acción de la justicia" (C. Nac. Casación Penal, sala
III, 5/7/2004, "Méndez, Evelyn G.", voto de la Dra. Ledesma).
(129)Al respecto se ha decidido: "por el art. 319 del CPPN se establece un supuesto de excepción al
principio general de la limitación a la restricción de la libertad personal durante el proceso, de aplicación
a los casos en los que, por estimarse posible que se configure alguna de las situaciones establecidas
por la norma, pese a la calificación legal del hecho o a la situación procesal del imputado, no resultan
viables la excarcelación o la exención de prisión. De este modo, lo previsto por el art. 319 del CPPN,
debe interpretarse como un supuesto de excepción para los casos en los que la excarcelación o la
exención de prisión podrían resultar objetivamente viables, y no a la inversa, como una regla para dejar
sin sentido la disposición legal que no permite la libertad personal durante el proceso en los casos de
los arts. 316, segundo párrafo, y 317 inc. 1 del CPPN" (CNPenal Económico, sala B, 27/3/2002,
"Giménez López, Marciano s/inc. de excarcelación").
(130)Pero ese pronóstico debe fundarse sobre pautas concretas del hecho enjuiciado que denoten una
efectiva falta de sumisión al proceso. Al respecto podemos citar: "Deberá denegarse la excarcelación,
ante la objetiva y provisional valoración de las características que asumiera el hecho, las que dan
cuenta de un innecesario ensañamiento con la víctima, a quien no obstante superar con amplitud en
número, los autores del robo le infligieron una herida cortante en el cuello desde el inicio de la acción, lo
cual revela las condiciones personales de los encartados, que hacen presumir, fundadamente, que no
habrán de asumir los compromisos procesales (art. 319, CPP)" (CNCrim., sala VII, 14/11/1996,
"Parolaro, Sergio", c. 5.772).
(131)En dicho sentido se ha entendido que "La inestabilidad exhibida en materia domiciliaria, junto al
holgado máximo de penalidad con el que se hallan reprimidas, en conjunto, las conductas del imputado
imponen asegurar su futura comparecencia en el legajo de un modo más fehaciente que con su simple
promesa" (CNCrim. y Correc,, sala V, 5/5/2000, "Salcedo, Miguel A.").
(132)Por ejemplo, su anterior rebeldía "Resultando formalmente viable el beneficio (arts. 316 y
317Código Procesal Penal) no se advierte que sea correcto inferir que por su anterior estado de prófugo
intentará eludir la acción de la justicia, máxime que el pedido del beneficio fue presentado unas horas
antes de su detención, presentación claramente demostrativa de su voluntad de someterse al proceso"
(CCiv. y Com. Fed., sala I, 7/12/1995, "Tascon, G. G. s/excarcelación", causa 27.234, reg. 1101).
(133)Es una condición determinante para demostrar que el imputado no se eludirá el hecho de
haberse presentado por voluntad propia a la jurisdicción: "en cuanto al restante argumento utilizado por
el tribunal para denegar el beneficio, referido a que se torna aplicable al sub lite lo prescripto por el art.
319 del Código adjetivo, toda vez que de una valoración objetiva y provisional de las características del
caso, es factible presumir fundadamente que el imputado, en caso de recuperar su libertad, intentará
nuevamente eludir el accionar de la justicia, debo señalar que dicho indicio se ha neutralizado
claramente con la presentación voluntaria que efectuara Paszkowski ante los estrados de ese tribunal,
no obstante tener conocimiento de que se procedería como sucedió a su inmediata detención en
virtud de la orden de captura consecuente de la declaración de rebeldía oportunamente dictada"
(CNCasación Penal, sala III, 28/8/2002, "Paszkowski, Pablo A.", JA 2003I736).
(134)VIRGOLINI, J ULIO, El derecho a la libertad..., cit., p. 25. Como contrapartida, el solo título delictivo
atribuido al imputado no puede racionalmente funcionar como acreditativo de una futura inconducta
procesal, ni como presunción absoluta insusceptible de neutralizar, ni como pauta preponderante al
respecto.
(135)SUPERTI, HÉCTOR C., "La peligrosidad procesal y la libertad del imputado", LA LEY, 1996D, 495.
(136)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 78. Se aclara que la acción de la justicia,
considerada institucionalmente, persigue una doble finalidad: el descubrimiento de la verdad y la
actuación de la ley sustantiva en el caso concreto. A lo primero se llega mediante la investigación. Lo
segundo se posibilita con el sometimiento del imputado al proceso y se concreta mediante el efectivo
cumplimiento de la sanción eventualmente aplicable.
(137)Como ejemplo de tal aserto, se ha decidido que "Cabe señalar, además, que la proclividad
delictiva —concepto cuya esencia remite a la idea de 'peligrosidad', propia de un derecho penal de autor
y no de acto— no es una de las pautas consagradas por nuestro legislador que autorice a rechazar la
solicitud de acceder a la libertad durante el trámite del proceso" (CNCrim. y Correc, 5/5/2000, sala V,
"Salcedo Miguel Á.").
(138)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Resultado de algunas reflexiones...", cit., p. 909.
(139)CHIARA DÍAZ, CARLOS A. (dir.) y LA ROSA, M ARIANO R. (coord.), Derecho procesal penal, t. 1,
Astrea, Buenos Aires, 2013, p. 513.
(140)TORRES BAS, RAÚL E.,Código Procesal Penal de la Nación, t. I, Marcos Lerner, Córdoba, 1996, p.
55.
(141)CLARIÁ OLMEDO, J OSÉ A., "Constitucionalidad de las normas...", cit., ps. 1177 y ss.
(142)Basta para ello citar: "Toda persona (...) tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo
razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso. Su libertad podrá estar
condicionada a garantías que aseguren su comparecencia en el juicio" (CADH —Pacto de San José de
Costa Rica—, art. 7.5); "Toda persona detenida o presa a causa de una infracción penal...tendrá
derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad. La prisión preventiva de
las personas que hayan de ser juzgadas no debe ser la regla general, pero su libertad podrá estar
subordinada a garantías que aseguren la comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en
cualquier otro momento de las diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo" (PIDCP,
art. 9.3).
(143)M AIER, J ULIO B. J., "Peligrosidad y excarcelación", cit., p. 50. El autor aclara que tales criterios
nada tienen que ver con los fines que persiguen la pena, sentido con el que lamentablemente se ha
utilizado muchas veces el encarcelamiento preventivo en nuestro derecho, por lo que las razones que
rigen la privación de libertad procesal, autorizada también por la Constitución en el mismo art. 18, son
totalmente distintas de las que fundamentan la pena.
(144)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit.
(145)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 346. Agrega la
autora, que la preocupación señalada no es de carácter meramente teórico sino que su fundamento se
exhibe en las disfunciones del sistema de enjuiciamiento, en particular penal, que transitan la violación
por parte de las propias normas, de los principios garantistas y libertades, codificados y
constitucionalizados como modelo teórico y normativo.
(146)BRUZZONE, GUSTAVO A., "La nulla coactio sine lege...", cit.
(147)CARRARA, FRANCESCO, "Inmoralidad de la prisión preventiva", cit., p. 5.
(148)CLARIÁ OLMEDO, J OSÉ A., "Constitucionalidad de las normas...", cit.
(149)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 5.
(150)Las medidas de coerción constituyen potestades jurisdiccionales puramente instrumentales, en
tanto que aun cuando puedan traducirse legítimamente en actos que restrinjan la libertad personal
durante la sustanciación del proceso, sólo actúan a título de cautela y no como pena anticipada
(SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit.).
(151)LEONE, GIOVANNI, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. I, p. 6.
(152)BELING, ERNST, Derecho procesal penal, Labor, Madrid, 1943, p. 1. Explica el autor, que el
derecho penal ha de completarse por una actividad supletoria, que deje sentado en cada caso el "si" y el
"como" de la pena, ejecutando el acto punitivo. En el estado de derecho, agrega, se deja sentir la
necesidad de una regulación fija de clase y forma de aquella actividad, de la regulación de un
procedimiento jurídico en el cual, dejando a un lado la arbitrariedad y el oportunismo, queden precisadas
la admisibilidad y pertinencia de los actos del procedimiento y se perfilen previamente las facultades, los
derechos y los deberes.
(153)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Relaciones entre el derecho penal y derecho procesal penal", cit., p.
211.
(154)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., El imputado, cit., p. 149. Como crítica a esta posición se ha formulado
el siguiente cuestionamiento: "¿Cuál es el límite para otorgarle contenido a esta frase abstracta?, ¿con
qué criterio no podría fundarse en la frase 'afianzar la justicia' cualquier procedimiento violatorio de las
garantías fundamentales? Supongamos, por último, que admitimos la posibilidad de que el Preámbulo
sea fuente de justificaciones de este tipo. A poco de proseguir su lectura nos encontraremos que los
constituyentes no sólo proponían 'afianzar la justicia', sino que también estaba dentro de sus objetivos
el 'asegurar los beneficios de la libertad'" (FERNÁNDEZ BLANCO, CAROLINA, "La prisión preventiva...", cit., p.
98). Seguidamente veremos, que dicho postulado interpretativo trata de equilibrar el principio del
afianzamiento de la justicia junto con el respeto a la libertad individual en procura de un orden acorde
con las pautas constitucionales que conforman la libertad durante el proceso penal y con los principios
que la inspiran y regulan tal actividad coercitiva.
(155)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 358. La autora
aclara que las medidas de coerción se sitúan precisamente en el punto de tensión entre los fines a
realizar (eficacia) y la propia realización constitucional (garantías), razón por la cual, todas las medidas
coercitivas (cautelares) penales están en relación con un derecho constitucional.
(156)CLARIÁ OLMEDO, J OSÉ A., "Constitucionalidad de las normas...", cit.
(157)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 479.
(158)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Tratado de derecho procesal penal, cit., t. V, p. 217. A su vez el autor
aclara que se caracteriza frente a las otras de naturaleza semejante, por su mayor prolongación y el
más estricto régimen para su cumplimiento.
(159)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, AbeledoPerrot, Buenos Aires,
1996, p. 299.
(160)PASTOR, DANIEL R., "El encarcelamiento preventivo", cit., ps. 43 y ss.
(161)Ello al decir de nuestro Máximo Tribunal, habida cuenta de que la excarcelación procede como
garantía constitucional (Fallos: 308:1631 y 310:1835).
(162)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Puntos para insistir en materia de eximición de prisión y
excarcelación", cit., p. 3. Y como tal apariencia existirá frente a la culpabilidad comprobada, su
apariencia exigirá también una culpabilidad aparente, es decir, pruebas mínimas de cargo.
(163)LEONE, GIOVANNI, Tratado de derecho procesal penal, cit., t. II, p. 261.
(164)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit.
(165)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 8, aclarando que si no hubiera pruebas
suficientes de culpabilidad o, habiéndolas, no existiese el peligro para los fines de verdad y justicia que
el proceso penal persigue, no será posible disponer restricciones de la libertad del imputado.
(166)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit. El autor lo
ejemplifica con la probable insolvencia del deudor, con la enajenación de los bienes en litigio o la fuga y
rebeldía del imputado.
(167)DE LÁZZARI, EDUARDO N., Medidas cautelares, cit., t. I, p. 30. El autor aclara que se trata de
motivaciones de orden racional que autorizan a pensar o creer en la factibilidad del desbaratamiento. El
simple capricho debe quedar desterrado.
(168)El art. 9°, 3, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece el principio de la
excepcionalidad de la prisión preventiva y los parámetros a los que deberá ajustarse, esto es la
comparecencia del imputado al proceso: "La prisión preventiva de las personas que hayan de ser
juzgadas no debe ser la regla general, pero su libertad podrá estar subordinada a garantías que
aseguren la comparecencia del acusado en el acto del juicio, o en cualquier otro momento de las
diligencias procesales y, en su caso, para la ejecución del fallo".
(169)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 101.
(170)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Tratado de derecho procesal penal, cit., t. V, p. 215.
(171)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit.
(172)Esta norma parte del estado jurídico de inocencia del imputado y tienen como fin evitar el daño
jurídico que se ocasionaría al perder la posibilidad de afianzar la justicia hacia la cual se orienta el juicio
previo, para evitar que se obstaculice su realización logrando que sus conclusiones se asienten sobre
la verdad (castigo del verdadero culpable) y que se cumpla lo que él se resuelva (LEDESMA, ÁNGELA E.,
"Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 355).
(173)En donde se afirmó que la existencia en muchos países de gran número de personas detenidas
en espera de juicio, y advirtiéndose que la mayoría de tales personas no deberían guardar prisión,
recomendó emplear al máximo los procedimientos jurídicos y administrativos existentes a fin de que
sólo aquellos cuyos delitos fueran de carácter grave o cuya detención preventiva fuera indispensable
por razones de seguridad o de protección a la comunidad o para asegurar su comparecencia ante el
tribunal, estuvieran detenidas a la espera de juicio (Naciones Unidas, 1975b:274); citado por CARRANZA,
ELÍAS, HOUED M ARIO, PAULINO M ORA, LUIS y ZAFFARONI, EUGENIO R., El preso sin condena en América
latina..., cit., p. 60.
(174)Dichas reglas son establecidas teniendo expresamente presente la Declaración Universal de
Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y constituyen un
documento orientador e interpretador de aquellos pactos de rango constitucional (art. 75, inc. 22, CN).
(175)D'ALBORA, FRANCISCO J. (h.), "La libertad y la Constitución Nacional", DJ, 1990252, doctrina.
(176)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. I, p. 321.
(177)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "Prisión preventiva y excarcelación", cit.
(178)D'ALBORA, FRANCISCO J.,Código Procesal Penal de la Nación, cit., p. 349.
(179)DE LÁZZARI, EDUARDO N., Medidas cautelares, cit., t. I, p. 8.
(180)SOLIMINE, M ARCELO A., Libertad bajo caución..., cit., p. 18. En el mismo sentido BOVINO, ALBERTO ,
"El encarcelamiento preventivo...", cit., p. 465.
(181)SOLIMINE, M ARCELO A., "Principios generales de las medidas de coerción...", cit.
(182)Al respecto se ha decidido "Que lleva dicho el Tribunal que el artículo 312 inciso 1° del Código
Procesal Penal de la Nación, ha de interpretarse tamizando la citada norma por las reglas del artículo
316 de ese cuerpo legal (...) De modo que, superado el tope de ocho años de prisión previsto en el
artículo recién citado, segundo párrafo, segunda parte, corresponde analizar la procedencia prima facie
de la aplicación de una posible condena de ejecución condiciona"(CCiv. y Com. Fed., sala II,
"Seligmann y otros").
(183)Un resumen de las dos corrientes contrapuestas puede advertirse en el fallo de la sala I de la
CNCrim. y Correc., en autos "Chilavert, Walter Daniel s/excarcelación", expte. 11.193, interloc. 33/170,
de abril de 1999: "Toda vez que la penalidad establecida para el delito por el que Walter Daniel Chilavert
ha sido procesado, con auto de prisión preventiva, esto es, robo, doblemente calificado por haber sido
cometido en lugar poblado y en banda de mercaderías en tránsito —arts. 167, incs. 2° y 4°, en función
del art. 163, inc. 5°, del Código Penal—, permite inferir que, en caso de que el encartado Chilavert sea
condenado en los presentes, la pena a imponer sea de efectivo cumplimiento, corresponde homologar
el auto de fs. 4/4 vta., pues la circunstancia detallada hace presumir fundadamente al tribunal que, en
caso de recuperar su libertad, Walter Daniel Chilavert intentará eludir la acción de la justicia, o
entorpecer la investigación. Por ello, se resuelve: Confirmar la resolución de fs. 4/4 vta., en cuanto no
hace lugar a la excarcelación de Walter Daniel Chilavert, bajo cualquier tipo de caución (art. 319 del
Código Procesal Penal de la Nación). El Dr. Donna dijo: La escala penal del ilícito que se le atribuye a
Walter Daniel Chilavert, en su monto mínimo, permite su excarcelación, por aplicación de lo dispuesto
en el art. 317, en función del art. 316, segundo párrafo, última parte, del Código Procesal Penal de la
Nación, sin perjuicio de que las circunstancias enumeradas por mis colegas de sala, ameriten la
imposición de una adecuada caución para garantizar su presentación a los llamados del juzgado".
(184)Ya desde su implementación se refería que "La condena condicional es una institución nueva que
ha podido proponerse e implementarse como consecuencia de los últimos conceptos acerca de la
penalidad. Mientras la pena fue considerada como un castigo tendiente a imponer al delincuente un
sufrimiento, mientras se entendía que el infractor debía purgar su delito, la imposición del castigo no
podía evitarse por ninguna consideración. Dejar de hacerlo era mantener un desequilibrio y producir el
mal ejemplo. Los puntos de vista modernos, transformadores de los antiguos, son bien distintos; con la
pena se pretende defender a la sociedad de la mejor manera posible, de modo que se prescinde del otro
factor que era antes tan fundamental. Si conviene aplicar la pena, se aplica y en la medida necesaria; si
no conviene se procede de otra manera, sin perjuicio de tener siempre en cuenta principios básicos de
justicia" (M ORENO, RODOLFO [h.], El Código Penal y sus antecedentes, t. II, H. A. Tommasi Editor,
Buenos Aires, 1922, p. 122).
(185)ZAFFARONI, EUGENIO R., Tratado de derecho penal, t. V., Ediar, Buenos Aires, 1987, p. 437.
Fundamento que decidió su incorporación tanto en nuestro país como en el extranjero. En tal sentido se
ha dicho que "Debe ser en suspenso la pena de tres años de prisión impuesta al condenado después
de casi diez años de comenzado el juicio, pues si bien puede tener fundamento en la culpabilidad del
autor, no aparece así dentro de los criterios de prevención —límite de aquélla— tanto especial como
general, habida cuenta que el procesado constituyó un hogar, tiene trabajo estable y no ha vuelto a
delinquir, de manera que la resocialización aparece como cumplida pues ha demostrado su adecuación
a las normas sociales y jurídicas después del hecho" (disidencia parcial del Dr. Donna, CNCrim. y
Correc., sala I, 17/8/1993, "Caranzi de Capello, Zelmira", c. 41.758).
(186)DE LA RÚA, J ORGE, Código Penal Argentino, Depalma, Buenos Aires, 1997, p. 382.
(187)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 50, con cita de la C1ª Crim. Córdoba,
21/10/1959, "Arza Fernández, José" (del voto en minoría del Dr. Alejandro Moyano).
(188)CNCrim. y Correc., sala III, 14/5/1971, "Todres, Isaac", ED 37349.
(189)CLARIÁ OLMEDO, J OSÉ A., "Constitucionalidad de las normas...", cit.
(190)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Tratado de derecho procesal penal, cit., t. V, p. 232.
(191)NAVARRO, GUILLERMO, La excarcelación en las leyes nacionales, p. 41; citado por SOLIMINE,
M ARCELO A., Libertad bajo caución..., cit., p. 285.
(192)Como ejemplo de procedencia de la libertad procesal por el principio de la interpretación
restrictiva de las medidas de coerción, cuando se daba el supuesto de la posibilidad de aplicación de
una pena condicional, se ha dicho: "Consideración aparte merece el argumento esgrimido por el juez de
grado en torno a la aplicación del instituto de la cautela personal impuesta a los imputados, en donde
sostuvo que en caso de recaer una sentencia condenatoria sobre Díaz y Goluscio y en su caso, de
aplicarse las reglas del concurso, la misma no sería susceptible de la concesión de la libertad provisoria
conforme acuerda el artículo 319 del Código Procesal Penal de la Nación. El juez recurre al art. 319 del
Código de rito sin mayores explicaciones que justifiquen su aplicación. En tal sentido no se advierte la
concurrencia de los extremos exigidos por dicha norma. Por otra parte, atendiendo a lo establecido en
el artículo 55 del Código Penal, la pena aplicable tendrá como mínimo, el mínimo mayor, que en el caso
que nos ocupa es de tres años de reclusión o prisión (artículo 282 del Código Penal), por lo tanto,
careciendo de pautas objetivas que permitan sostener la decisión tomada por el a quo, debe estarse a
lo establecido en el artículo 2 del Código Procesal Penal en tanto impone que toda disposición legal que
coarte la libertad personal debe ser interpretada restrictivamente y en consecuencia se habrá de
revocar la prisión preventiva impuesta a Díaz y Goluscio" (CCiv. y Com. Fed., sala I, 1/8/2001,
"Goluscio, Silvia Eusebia y otro s/procesamiento", c. 33.276).
(193)En las normas destinadas a regular la libertad del imputado durante el proceso, encontramos
repetidas referencias a juzgamientos "anticipados" empleando expresiones como las de prima facie
(CREUS, CARLOS, Derecho procesal penal, Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 290).
(194)Vemos así que cuando un término es claro, no es admisible una interpretación que equivalga a
su negación, "...es doctrina de esta Corte que la inconsecuencia o falta de previsión del legislador no se
suponen (Fallos: 306:721; 307:518), por lo cual las leyes deben interpretarse conforme al sentido propio
de las palabras, computando que los términos empleados no son superfluos sino que han sido
empleados con algún propósito, sea de ampliar, limitar o corregir los conceptos" (Fallos: 200:165). En el
mismo sentido, "se destacó que la primera fuente de interpretación de la ley es su letra, sin que sea
admisible una inteligencia que equivalga a prescindir de ésta, pues la exégesis de la norma debe
practicarse sin violencia de su texto o de su espíritu (Fallos: 307:928)" (Fallos: 316:2732).
(195)OSSORIO, M ANUEL, Diccionario de Ciencias Jurídicas Políticas y Sociales, Heliasta, Buenos Aires,
1984, p. 607.
(196)CHIARA DÍAZ, CARLOS A., "Las medidas de coerción en el proceso penal...", cit. En dicho sentido, el
autor refiere que las restricciones a la libertad personal para ser aceptadas como acordes a la
Constitución Nacional no deberían funcionar en calidad de presunciones iuris et de iure, que ante su
simple comprobación impongan al juez o tribunal la privación de libertad sin alternativas, obligándole a
tener por ciertos el peligro de fuga o de entorpecimiento de la investigación (daño jurídico), siendo que
en definitiva éstos son hechos futuros e inciertos acerca de los cuales se conjetura en relación a un
sujeto que goza en su favor del estado de inocencia.
(197)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Tratado de derecho procesal penal, cit., t. V, p. 232. Al respecto se ha
dicho que la prueba que surge de las primeras apariencias (la llamada prueba prima facie), en la cual,
en lugar de la certeza, entra en consideración la probabilidad garantizada por un desarrollo típico de lo
sucedido, sólo es admisible en el proceso civil, pero en el proceso penal está excluida (ROXIN, CLAUS,
Derecho procesal penal, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 105).
(198)PASTOR, DANIEL R., "El encarcelamiento preventivo", cit., ps. 43 y ss.; con cita de ROXIN.
(201)Art. 7.5 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y art. 9.3 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos.
(202)Art. XXV, Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; art. 9.3 y art. 14.3.c,
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 7.5, Convención Americana sobre Derechos
Humanos; art. 40.2.III, Convención sobre los Derechos del Niño.
(203)ROMERO VILLANUEVA, HORACIO J., "La calidad de imputado y la definición de su situación procesal",
JA 1997II495.
(204)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", cit., p. 353.
(205)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Limitación temporal de la prisión preventiva y recepción de los
'estándares' de la jurisprudencia supranacional", LA LEY, Suplemento de Jurisprudencia Penal, del 23
de marzo de 2001. Agrega el autor que no sólo la imposición de la privación de libertad cuando no sea
imprescindible como medio de cautela del proceso, sino también su prolongación más allá del tiempo
imprescindible para tramitar y concluir ese proceso con el efectivo resguardo de sus fines,
desnaturaliza totalmente aquella medida de coerción, al quitarle su máxima necesidad como tutela
procesal.
(206)En dicho pronunciamiento la Comisión agregó que "La prolongación de la prisión preventiva, con
su consecuencia natural de sospecha indefinida y continua sobre un individuo, constituye una violación
del principio de presunción de inocencia reconocido por el art. 8.2 de la Convención Americana. Si el
Estado no determina el juicio de reproche dentro de un plazo razonable y justifica la prolongación de la
privación de la libertad del acusado sobre la base de la sospecha que existe en su contra, está,
fundamentalmente, sustituyendo la pena con la prisión preventiva. De este modo la detención
preventiva pierde su propósito instrumental de servir a los intereses de una buena administración de
justicia, y de medio se transforma en fin. En el caso presente, la privación de la libertad prolongada sin
condena es una violación de su derecho de presunción de inocencia, garantizado por el art. 8.2" (CIDH,
informe 12/1996, caso 11.245, "Jorge A. Giménez v. Argentina").
(207)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., "Limitación temporal de la prisión preventiva...", cit.
(208)BORINSKY, CARLOS, "El derecho constitucional a una pronta conclusión del proceso penal", LA
LEY, 1990C, 300.
(209)BIDART CAMPOS, GERMÁN, "Aspectos constitucionales del juicio penal", LA LEY, 133, 413, en donde se comenta el referido caso
"Mattei".
(210)CREUS, CARLOS, Derecho procesal penal, cit., p. 328.
(211)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO , Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 520, nota 43. En otros
ordenamientos, se distingue entre excarcelación anticipada (después de que el imputado haya brindado
declaración indagatoria, pero antes de su procesamiento), la excarcelación propiamente dicha (luego
del auto de mérito) y la excarcelación relegada (que puede darse a consecuencia de cambios en la
imputación de los hechos enrostrados al individuo en el procesamiento).
(213)LA ROSA, M ARIANO R., Exención de prisión y excarcelación, cit., p. 437.
(214)CAFFERATA NORES, J OSÉ I., La excarcelación, cit., p. 36.
(215)CHICHIZOLA, M ARIO I., La excarcelación, cit., p. 29.
(216)J IMÉNEZ ASENJO, E., Derecho procesal penal, vol. II, Edit. Revista de Derecho Privado, Madrid, p.
87.
(217)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, t. II, Marcos Lerner, Córdoba, 1984, p. 466.
La libertad caucionada tiene como presupuesto el pronunciamiento judicial de la prisión preventiva. Si se
provee anticipadamente, el presupuesto es la posibilidad del procesamiento sobre la base de un delito
que objetivamente dé paso a la prisión preventiva. En consecuencia, el procesamiento y la prisión
preventiva constituyen la base formal de la excarcelación, para llegar a la cual se requiere un trámite
especial que remata en un juicio acerca de su procedencia. Provoca un incidente con intervención del
Ministerio Fiscal. Sea que corresponde decidir sobre su procedencia enseguida de proveerse al
encarcelamiento, con anticipación, o posteriormente durante el curso del proceso, el juez debe reunir
los elementos y hacer mérito de ellos juntamente con las constancias de autos. Por su parte, Vélez
Mariconde considera que la excarcelación no es más que un complemento que tiende a corregir los
graves perjuicios de la prisión preventiva. La situación del imputado, en cuanto a su coerción personal,
resulta de un juego simultáneo de ambas instituciones (VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO , Derecho procesal
penal, cit., t. I, p. 315).
(220)CHICHIZOLA, M ARIO I., La excarcelación, cit., p. 23. Agrega que la excarcelación es una libertad
condicionada a las necesidades del proceso, quedando sometido el excarcelado a ciertas obligaciones,
tales como el deber de comparecencia y de fijar un domicilio determinado, cuyo incumplimiento implica
la revocación del beneficio acordado y el reintegro de aquel estado de detención.
(221)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 521.
(222)D'ALBORA, FRANCISCO J., "Juicio penal en rebeldía", LA LEY, 1993E, 924, con cita de J IMÉNEZ DE
ASENJO.
(223)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 369.
(224)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 91. Aclara el autor que ello puede
ocurrir al iniciarse el proceso, mientras se investiga, durante el juicio o en las etapas impugnativas.
(225)LA ROSA, M ARIANO R., en ALMEYRA, M IGUEL Á. y BÁEZ, J ULIO C.,Código Procesal Penal de la
Nación. Comentado y anotado, t. II, La Ley, Buenos Aires, 2007, p. 467.
(226)CLARIÁ OLMEDO, J ORGE A., Derecho procesal penal, cit., t. II, p. 92.
(227)Desde este punto de vista, la jurisprudencia ha señalado que "ante el desconocimiento del
domicilio del imputado, debe publicarse la citación en el Boletín Oficial (art. 150 CPPN) y oficiar a la
Secretaría Electoral a fin de conocer el domicilio real del imputado, luego de lo cual, de no presentarse a
las citaciones, debe procederse conforme los arts. 288 y 289 CPPN" (CNCrim., sala I, 6/3/2003,
"Fernández, Gustavo").
(228)En esa dirección se decidió que "Antes de proceder a disponer medidas de coerción personal
resulta pertinente agotar las distintas opciones que presenta la normativa procesal aplicable al caso,
para lograr la comparecencia del nombrado. Lo primero a tener en cuenta, para la comprensión de las
medidas de coerción en el marco de un proceso penal, debe ser su carácter excepcional, y la
necesidad de un previo análisis de idoneidad y proporcionalidad respecto del caso concreto. Siempre se
deberá optar por aquella medida que resultando menos gravosa asegure igualmente la consecución del
fin procesal propuesto" (CNCrim. y Correc., sala I, 25/8/2005, "Orsino, Francisco", c. 26.511; en igual
sentido, CNCrim. y Correc., sala I, 30/9/2005, "Muñoz, César Mario", c. 26.779).
(229)Por lo tanto: "Si el imputado no fue notificado personalmente de la fecha fijada para comparecer a
prestar declaración indagatoria, no corresponde ordenar su captura y posterior declaración de rebeldía,
sino buscar una medida menos gravosa que cumpla la misma finalidad, esto es, la presencia del
encausado ante los estrados del tribunal mediante su citación al último domicilio conocido" (CCiv. y
Com., sala I, 29/6/1994, in re "Bursese, Carlos", causa 22.490; en idéntico sentido, CCiv. y Com., sala I,
20/8/2004, "Gómez, Luis Emanuel", causa 23.275; CCiv. y Com., sala VI, 20/9/2005, "Silva Bentencourt,
Claudio", causa 27.319; CCiv. y Com., sala I, 25/8/2005, "Orsino, Francisco", causa 26.511; CCiv. y
Com., sala I, 22/6/2004, "Velásquez, Osvaldo Benjamín", causa 23.719; CCiv. y Com., sala I,
10/5/2005, "Martínez, Alberto", causa 25.577, entre muchas otras). AZUAGA, J IMENA, "Sobre la posibilidad
del juez de apartarse, en favor del imputado, de las reglas procesales previstas en materia de medidas
coercitivas", LA LEY, 2006E, 176.
(230)Por eso se aseguró que "consideramos presupuesto esencial para ordenar la rebeldía del
imputado algún tipo de manifestación de su parte que demuestre su voluntad contraria al sometimiento
al proceso" (C. Nac. Crim. y Corr., sala I, 7/12/2005, "Andrade, Marcelo O.").
(231)"Se advierte claramente que la medida propiciada por el representante del Ministerio Público
Fiscal no resulta necesaria para el fin que se persigue, esto es, lograr que los encausados se presenten
al llamado del Tribunal para prestar declaración indagatoria En este sentido, debe remarcarse que no
existe en autos constancia alguna que permita suponer que los imputados han tomado conocimiento de
la existencia de las presentes actuaciones y que, por ende, no han concurrido de manera deliberada a
las citaciones que se les cursaron. Lo expuesto, demuestra la improcedencia de la medida requerida
por el Sr. Fiscal, en tanto, al no haberse acreditado por parte de los encausados una actitud tendente a
intentar sustraerse de la acción de la justicia, su comparecencia puede lograrse por un medio menos
gravoso, tal como ha sido dispuesto, en el caso, por el magistrado instructor" (CCrim. y Correc, sala I,
10/5/2005, "Martínez, Alberto y otro", c. 25.577).
(232)"Sin conocimiento de la citación, mal puede haber voluntad de no comparecer. En este sentido,
se sostuvo que la detención es una de las facultades más importantes que ejerce un juez, de manera
casi exclusiva; por ello, requiere de un análisis cuidadoso en cada caso, pues, de lo contrario, podría
incurrirse en un caso de abuso de poder. A su vez, el derecho a no ser detenido arbitrariamente es un
derecho reconocido en el orden internacional, en numerosos instrumentos de derechos humanos
incorporados a nuestra Constitución" (CCrim. y Correc., sala I, 20/8/2004, "Gómez, Luis Emanuel
s/rebeldía", expte. 23.275).
(233)"Si el imputado no conocía la imputación en su contra y el delito atribuido resulta excarcelable, no
procede ordenar su captura, en tanto la privación de la libertad no aparece como imprescindible, al
existir medidas de similar eficacia pero menos gravosas y respetuosos de la libertad respecto de una
persona que goza del estado de inocencia. Acorde al principio de proporcionalidad, el mal que se cause
con la medida a imponer debe aparecer adecuado en relación al riesgo que se pretende evitar"
(CNCrim. y Correc., sala VII, 21/6/2005, "Martínez Andino, Tomás", c. 26.857).
(234)En esta disyuntiva se dijo por un lado que "no todo recurso del rebelde debe rechazarse, y
tratándose de la coerción personal del imputado, debe primar la interpretación restrictiva" (CCiv. y
Com., sala I, LA LEY, 9/11/2001, f. 102.884 o DJ, 2001III1047, f. 17.567). Asimismo, se afirmó que
"con la negativa de poder apelar se pone al imputado en un estado de indefensión, de manera que se
violan los principios básicos constitucionales... ya que se lo coloca en una situación kafkiana" (CCiv. y
Com., sala V, 29/7/2005, "Serrano Bethet, Martín", causa 27.324, del voto del doctor Elbert). En los
mismos autos, y desde una posición contraria, el doctor Filozof sostuvo que "la declaración de rebeldía,
y la consecuente captura ordenada, no son autos pasibles de ser revisados por vía del recurso de
apelación; puesto que, amén de no hallarse expresamente previstos en el Código Procesal Penal de la
Nación como cuestiones apelables, su dictado no causa gravamen de imposible reparación, pues
pueden ser revertidas por vía de la exención de prisión —vía más expedita para revertir la decisión
jurisdiccional—".
(235)LEDESMA, ÁNGELA E., "Medidas de coerción personal en el proceso penal", en RDP I, Medidas
Cautelares, RubinzalCulzoni, Santa Fe, 1998, p. 354.
(236)Así, por ejemplo, se le ha reconocido el derecho al sufragio a los detenidos preventivamente: "Si
el sufragio universal hace a la substancia del Estado constitucional contemporáneo; si la prisión
preventiva es una medida cautelar, no punitiva; si sólo algunos derechos son restringidos en virtud de la
detención pero otros subsisten inalterados a intramuros del presidio y si la privación de los derechos
políticos no guarda relación ni con los fines de la detención ni con las necesidades de la organización
del sistema carcelario, corresponde concluir que la limitación contenida en el art. 3°, inc. c del Código
Electoral Nacional que excluye del padrón electoral a 'los detenidos por orden de juez competente
mientras no recuperen su libertad' es contraria a la Constitución Nacional y a los tratados
internacionales" (CSJN, 9/4/2002, "Mignone, Emilio Fermín s/promueve acción de amparo", M. 1491.
XXXVI).
(237)Un caso donde tal principio se encuentra expresamente consagrado es en el Código Procesal
Penal de Portugal, que en su art. 193 establece que la ejecución de la prisión preventiva no debe
perjudicar el ejercicio de los derechos fundamentales que no fueran incompatibles con la urgencia
cautelar de la medida (HENDLER, EDMUNDO [dir.], Sistemas procesales penales comparados, AdHoc,
Buenos Aires, 1999, p. 351).
(238)En esa dirección, la Corte Interamericana de DDHH estableció que la Corte afirmó: "Todo uso de
la fuerza que no sea estrictamente necesario por el propio comportamiento de la persona detenida
constituye un atentado a la dignidad humana en violación del artículo 5° de la Convención Americana.
Las necesidades de la investigación y las dificultades innegables del combate al terrorismo no deben
acarrear restricciones a la protección de la integridad física de la persona" (sentencia de la CIDH del
30/5/1999, in re "Castillo Petruzzi").
(239)Es así que también se dijo que "La Corte ha dicho que en 'los términos del artículo 5.2 de la
Convención toda persona privada de libertad tiene derecho a vivir en condiciones de detención
compatibles con su dignidad personal y el Estado debe garantizarle el derecho a la vida y a la integridad
personal. En consecuencia, el Estado, como responsable de los establecimientos de detención, es el
garante de estos derechos de los detenidos'. La incomunicación ha sido concebida como un
instrumento excepcional por los graves efectos que tiene sobre el detenido, pues 'el aislamiento del
mundo exterior produce en cualquier persona sufrimientos morales y perturbaciones psíquicas, la
coloca en una situación de particular vulnerabilidad y acrecient[a] el riesgo de agresión y arbitrariedad
en las cárceles' (...) La Corte sostuvo en el caso Loayza Tamayo que la infracción del derecho a la
integridad física y psíquica de las personas es una clase de violación que tiene diversas connotaciones
de grado y que abarca desde la tortura hasta otro tipo de vejámenes o tratos crueles, inhumanos o
degradantes cuyas secuelas físicas y psíquicas varían de intensidad según los factores endógenos y
exógenos (...) El carácter degradante se expresa en un sentimiento de miedo, ansia e inferioridad con el
fin de humillar, degradar y de romper la resistencia física y moral de la víctima" (sentencia de la CIDH
del 30/5/1999, in re "Castillo Petruzzi").
(240)Igualmente, nuestro Máximo Tribunal del país ha recogido los principios expuestos en dichos
pactos, al decir: "La dignidad humana de una persona sometida a privación de libertad se encuentra
amparada no sólo por el art. 18 de la Constitución Nacional, sino también por tratados internacionales
con jerarquía constitucional (art. 75, inc. 22, de la Carta Magna), tales como la Declaración Americana
de los Derechos y Deberes del Hombre—art. XXV—, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos —art. 10—, la Convención Americana sobre Derechos Humanos —art. 5°—, y reconocida en
documentos internacionales orientadores, como los 'Principios Básicos para el Tratamiento de los
reclusos', adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 45/111 del 14
de diciembre de 1990 —principio 24— y las 'Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos',
adoptadas por el Primer Congreso de las Naciones sobre Prevención del Delito y Tratamiento del
Delincuente, resoluciones 663C y 2076 del Consejo Económico y Social —arts 22 a 26—" (CSJN,
1/11/1999, "Gallardo, Juan Carlos s/hábeas corpus").
(241)En esa dirección, se ha sostenido: "Que para garantizar efectivamente los derechos
consagrados en la Convención Americana, el Estado Parte tiene la obligación erga omnes de proteger a
todas las personas que se encuentren bajo su jurisdicción. Como lo ha dicho la Corte, tal obligación
general se impone no sólo en relación con el poder del Estado sino también en relación con actuaciones
de terceros particulares. En las circunstancias del presente caso, las medidas que se adopten deben
incluir las que puedan favorecer al mantenimiento de un clima de respeto de los derechos humanos de
las personas privadas de libertad entre sí, en particular, la separación de los internos por categorías, las
medidas para evitar la presencia de armas dentro de los establecimientos y las mejoras en las
condiciones de detención" (CIDH, 18/6/2005, "Medidas Provisionales Caso de las Penitenciarías de
Mendoza"). También nuestra Corte ha establecido que "El art. 18 de la Constitución Nacional impone al
Estado, por intermedio de los servicios penitenciarios respectivos, la obligación y responsabilidad de
dar a quienes están cumpliendo una condena o una detención preventiva la adecuada custodia que se
manifiesta también en el respeto de sus vidas, salud e integridad física y moral" (CSJN, 3/5/2005,
"Verbitsky, Horacio s/hábeas corpus", v. 856. XXXVIII).
(242)Resulta útil agregar que en dicho informe la Comisión además consideró que "La obligación que
dimana de esta posición de garante implica entonces que los agentes del Estado no sólo deben
abstenerse de realizar actos que puedan infligir lesiones a la vida e integridad física del detenido, sino
que deben procurar, por todos los medios a su alcance, mantener a la persona detenida en el goce de
sus derechos fundamentales y, en especial, del derecho a la vida y la integridad personal (...) Cuando el
Estado omite esta protección a los reclusos, especialmente a aquellos que por situaciones particulares
se encuentran en una situación de desamparo o desventaja, como sucede con los menores, viola el
artículo 5° de la Convención e incurre en responsabilidad internacional. Así lo ha entendido la Corte al
interpretar el artículo 5 de la Convención, cuando dice que este precepto se refiere, en esencia, a que
nadie debe ser 'sometido a torturas, ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes, y a que toda
persona privada de libertad debe ser tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser
humano'".
(243)Quien sea detenido "tiene derecho a vivir en condiciones de detención compatibles con su
dignidad personal y, el Estado debe garantizarle el derecho a la vida y a la integridad personal". La Corte
ha establecido que el Estado, como responsable de los establecimientos de detención, es el garante de
estos derechos de los detenidos, lo cual implica, entre otras cosas, que le corresponde explicar lo que
suceda a las personas que se encuentran bajo su custodia. Las autoridades estatales ejercen un
control total sobre la persona que se encuentra sujeta a su custodia. La forma en que se trata a un
detenido debe estar sujeta al escrutinio más estricto, tomando en cuenta la especial vulnerabilidad de
aquél (CIDH, 18/9/2003, "Bulacio v. Argentina").
(244)BIDART CAMPOS, GERMÁN, "Prisión fuera de la cárcel por razones de salud", LA LEY, 1999C, 261.
Concluye el autor, que el fin de la defensa social del que se hacen cargo la política criminal, el derecho
penal y el derecho peticionario, por muy importante y valioso que sea, debe conciliarse y
compatibilizarse con el aludido plexo de valores, principios y derechos, de forma que en vez de entrar
en colisión y pugna, se integren en la mayor armonía. Por tal motivo se ha dicho que "el aislamiento
prolongado y la incomunicación coactiva son, por sí mismos, tratamientos crueles e inhumanos, lesivos
de la integridad psíquica y moral de la persona y del derecho al respeto de la dignidad inherente al ser
humano" (sentencia de la CIDH del 30/5/1999, in re "Castillo Petruzzi").
(245)Reconociendo este principio, nuestra Corte sostuvo: "La privación de los derechos políticos de
un ciudadano encarcelado pero no condenado aún, constituye una restricción inadmisible de un derecho
fundamental que no guarda relación ni con los fines de la detención ni con las necesidades de la
organización del sistema carcelario" (CSJN, 27/9/2001, "Alianza 'Frente para la Unidad'", JA, 2002II
459, del voto de los Dres. Fayt y Vázquez). "Conforme al art. 23 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos sólo se hallan privados de derecho a ser elegidas aquellas personas respecto de
las cuales se puso fin a su situación procesal mediante una sentencia condenatoria, y por lo tanto tal
restricción no pesa sobre quienes se encuentran bajo proceso o prisión preventiva" (CSJN, 27/9/2001,
"Alianza 'Frente para la Unidad'", JA, 2002II459, del voto del Dr. Boggiano).
(246)CARRARA, FRANCESCO, "La prisión preventiva y los proyectos de reforma", en FINZI, M ARCELO, La
prisión preventiva, cit., p. 21.
(247)DE LA RÚA, J ORGE, Código Penal Argentino, cit., p. 143.
(248)LA ROSA, M ARIANO R., Exención de prisión y excarcelación, cit., p. 455.
(249)PERALTA, OMAR A., "Prisión domiciliaria", LA LEY, 23/10/1999.
(250)CESANO, J OSÉ D., Los objetivos constitucionales de la ejecución penitenciaria, Alveroni, Córdoba,
1997, p. 151. En el mismo sentido la Corte Suprema en el fallo "Dessy, Gustavo G." (19/10/1995)
estableció que "...la pena de la ley penal debe ser praevia, scripta y stricta. Es por ello que el modo de
ejecución de las penas no puede revestir el carácter de una condena accesoria que no corresponda a
las aplicadas en las sentencias que emanan del Poder Judicial, ni a la pena establecida por la ley para
el delito de que se trate".
(252)Con relación a este requisito, cabe tener en cuenta que "No mediando un pedido de un familiar,
persona o institución responsable que asuma el cuidado del encausado enfermo con auto de prisión
preventiva que autorice la detención domiciliaria corresponde mantener la medida cautelar en un
establecimiento carcelario" (CNPenal Económico, sala A, 22/2/2000, "J. L.", JA, 2001I731).
(253)Art. 33.— "El condenado mayor de 70 años o el que padezca una enfermedad incurable en
período terminal, podrá cumplir la pena impuesta en detención domiciliaria por resolución del juez de
ejecución o juez competente, cuando mediare pedido de un familiar, persona o institución responsable
que asuma su cuidado previo informe médico, psicológico y social que fundadamente lo justifique. Si lo
estimare conveniente, el juez podrá disponer una supervisión adecuada en la forma prevista en el art.
32".
(254)Promulgada el 8/7/1996 y publicada en el BO el 16/7/1996.
(255)PERALTA, OMAR A., "Prisión domiciliaria", cit.
(256)EDWARDS, CARLOS E., Régimen de ejecución de la pena privativa de la libertad, ley 24.660, Astrea,
Buenos Aires, 1997, p. 72.
(257)Art. 11.— "Esta ley, con excepción de lo establecido en el art. 7°, es aplicable a los procesados a
condición de que sus normas no contradigan el principio de inocencia y resulten más favorables y útiles
para resguardar su personalidad. Las cuestiones que puedan suscitarse serán resueltas por el Juez
competente". La jurisprudencia al respecto ha dicho: "si bien el art. 33 de la ley se refiere a quien cumple
condena resulta equitativo que se aplique también a los procesados puesto que, respecto a estos
últimos rige el principio de inocencia. Tal extensión aparece reafirmada en el art. 11 de la norma citada"
(CNCasación Penal, sala VI, 10/4/1997, "Lovecchio, Nicolás", causa 5645).
(258)EDWARDS, CARLOS E., Régimen de ejecución de la pena privativa de la libertad, ley 24.660, cit., p.
45.
(259)Al decir de nuestro Máximo Tribunal, básicamente consiste en: "Que desde sus primeras
decisiones (Fallos: 16:118) este tribunal ha interpretado que la garantía de la igualdad consagrada en la
Constitución Nacional consiste en aplicar la ley a todos los casos ocurrentes según sus diferencias
constitutivas, de tal suerte que no se trata de la igualdad absoluta o rígida sino de la igualdad para todos
los casos idénticos, lo que importa la prohibición de establecer excepciones que excluyan a unos de lo
que se concede a otros en las mismas circunstancias (Fallos: 123:106, 180:149); pero no impide que el
legislador establezca distinciones valederas entre supuestos que estime diferentes, en tanto aquéllas no
sean arbitrarias, es decir, que no obedezcan a propósitos de injusta persecución o indebido privilegio,
sino a una objetiva razón de discriminación (Fallos: 301:381, 1094; 304:390)".
(260)VÉLEZ M ARICONDE, ALFREDO, "Prisión preventiva y excarcelación", cit.
(261)En esa dirección se decidió que "si el legislador contempla la posibilidad de cumplimiento de pena
en detención domiciliaria cuando está descartada la presunción de inocencia por haber una condena a
pena privativa de la libertad, con más razón es aplicable la excepción cuando subsiste esta presunción
de inocencia a favor de un hombre" (CCiv. y Com. Fed., sala I, 21/12/2000, "Riveros Esparza, Ángel
s/arresto domiciliario", autos 32.719), con nota de LA ROSA, M ARIANO R., "La detención domiciliaria como
modo de sustituir la prisión preventiva", LA LEY, 2001E, 488.
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