Bella y Bestia - Tiger Rose III - Rachel Bels
Bella y Bestia - Tiger Rose III - Rachel Bels
Este libro electrónico está licenciado exclusivamente para su uso personal. Este libro
electrónico no se puede copiar, revender o entregar a terceros. En caso de desear compartir
este libro con un tercero, por favor compre una copia adicional para cada receptor. Si está
leyendo este libro y no lo compró, por favor vaya a Amazon y compre su propia copia. Gracias
por respetar el duro trabajo de este autor.
Mario Benedetti
Índice
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Diciembre
Parte Uno Bella
Marzo
Mayo
Junio
Julio
Agosto
Septiembre
Parte Dos Bella y Daniel
Domingo, 9 de septiembre
Lunes, 10 de septiembre
Martes, 11 de septiembre
Viernes, 14 de septiembre
Sábado, 15 de septiembre
Domingo, 16 de septiembre
Lunes, 17 de septiembre
Martes, 18 de septiembre
Viernes, 26 de octubre
Parte Tres Daniel
Octubre
Noviembre
Diciembre
Enero
Febrero
Marzo
Junio
Parte Cuatro Bella y Bestia
Y comieron perdices…
Epílogo
Agradecimientos
¡Encuentra aquí las imágenes del concurso de Fanart!
Sobre la autora
Otros títulos de la autora
Prólogo
Diciembre
Daniel
Deslizo mi mano entre sus piernas sujetándola de espaldas contra mi pecho. Mis labios succionan
su cuello mientras la pego más a mí, abarcando uno de sus pechos con la palma de mi otra mano. Con
los ojos cerrados, me pierdo en este instante de posesión, dejándome llevar por la calidez de su
cuerpo contra el mío, centrándome en esa exigencia carnal que aúlla en mi entrepierna con
insistencia. No espero más, la empujo contra la cama obligándola a colocarse a cuatro patas, y
enredando mi mano en su pelo para tirar de ella hacia mí la penetro de una sola estocada, sin ningún
tipo de contemplación. Gruño y comienzo a golpear con fuerza, quizá demasiada, pero es la
necesidad la que me domina pidiendo ser calmada, puesto que esta dejó de ser saciada hace ya
mucho tiempo. Incluso hay días que llega a ser tan intensa que es hasta dolorosa.
Bella
Con las rodillas sobre el colchón y los nudillos blanquecinos de apretar la sábana entre mis dedos,
me dejo llevar por el vaivén de sus embestidas, nublando mi mente con cada ínfima sensación. Le
escucho gruñir tras de mí, tratando de contenerse, esperando que yo decida acompañarle, pero de
nuevo me cuesta, no es tan fácil. Al principio lo era, pero el tiempo corre en mi contra… Deshecho
de nuevo esa emoción que pugna por salir y me centro en este momento, buscando el placer que
insiste en regalarme afanosamente. Y, por fin, parece que lo consigo. Estoy a punto, y como siempre
(y aunque no sea él el que me lo pida) grito su nombre jadeante al sentir como me arrolla mi propio
placer. Sin duda, esto es más por mí que por él, aunque por mucho que me empeñe no sacia esa
necesidad…
—¡Barry…! —jadeo extasiada tumbándome boca abajo sobre el colchón.
Él se deja caer como un peso muerto junto a mí, cogiéndome de la cintura para acercarme a su
cuerpo y depositar así un tierno beso en el hombro.
—Are you ok, honey? —me pregunta en un perfecto inglés.
Asiento sonriente girando entre sus brazos, buscando esa sonrisa que me enamoró hace ya un
año.
Y ahí está, el brillo de esa blanca dentadura. Me encantan las arrugas que se le forman
alrededor de los ojos cuando la curvatura de sus labios se eleva para mí.
—Estás preciosa —añade con ternura mirándome con veneración justo antes de darme otro
suave beso, pero esta vez en los labios—. ¿No has pensado en dejártelo crecer de nuevo?
Sus ojos azul claro me examinan con devoción mientras desliza sus largos dedos entre los
mechones de mi corta melena de tonos dorados.
—Me gusta así —respondo algo seca al tiempo que me hundo en el hueco de su cuello,
aspirando el delicioso aroma de su piel mezclado con su habitual colonia masculina.
—¿Sabes? Me hubiese gustado conocerte con el pelo largo.
Esta vez se dirige a mí en un español de acento argentino que le hace ser más encantador y
sensual si cabe, impregnándole, además, un tono de melancolía a ese deseo.
—Ya crecerá.
Crecerá y me lo volveré a cortar. Nada será como antes, ni siquiera algo tan banal como mi
corte de pelo.
Suena el teléfono.
Barry se levanta y como Dios lo trajo al mundo, abandona la habitación en silencio. Yo ni hago
el intento de moverme, el noventa y nueve por ciento de las llamadas son del hospital requiriendo su
presencia. Tener un novio cirujano es lo que conlleva; llamadas constantes y a todas horas.
Dejo caer mis pies al suelo, percibiendo la calidez de la madera bajo las plantas, y tras una
nueva e intensa inhalación cojo el impulso que necesito para ponerme en pie. Me cubro con un
cómodo pijama de algodón y, cuando voy de camino al baño, aparece Barry tendiéndome el teléfono.
—Es para ti.
Alza ambos hombros a la vez y se mete en el baño.
—¿Diga? —exhalo contra el aparato.
Me parece extraño, pocas personas me llaman a casa. Casi la única que lo hace es mi padre y
teniendo en cuenta la hora que debe ser en España… dudo mucho que sea él.
—¿Bella?
Una voz masculina, que no tardo en reconocer, pronuncia mi nombre con una confianza que
provoca un hieratismo instantáneo en mí.
—Sí, soy yo.
—¿Qué tal Bella? Soy Peter Goldstein.
Trago con fuerza en un vano intento por deshacer un pesado nudo que se ha instaurado en el
fondo de mi garganta.
No tengo problema con Peter, ni con nadie ni nada relacionado con mi pasado, hace tiempo que
dejé de huir y simplemente empecé a mirar hacia delante, con decisión; lo que me ha llevado a donde
estoy ahora, sin necesidad del empuje de nadie más que del mío propio. Por lo que no considero
justa esta intromisión en este instante de mi vida, en el que me siento completamente feliz. Injusto
para Barry. Injusto para mí.
—Eh, hola Peter ¿qué…? —dejo la frase en suspenso. Me siento incapacitada para acabarla.
—Disculpa que te moleste Bella… espero que todo vaya bien.
—Sí, muy bien, gracias—respondo casi por inercia, aunque también un tanto cortante—. ¿Qué
quieres?
Todavía estoy tratando de subir los plomos que han saltado en mi cabeza al escucharle al otro
lado del teléfono permitiendo que los recuerdos comiencen a inundarme improcedentemente.
—Te llamo porque en menos de dos meses se celebra el juicio contra Daniel, por lo de…
—Sí —le irrumpo afirmando con sequedad. No hace falta que siga, tengo muy claro a qué se
debe esta llamada.
—¿Cómo?
—Me has llamado para pedirme que testifique, ¿no es así?
—Claro —responde estupefacto.
—Pues sí, lo haré, cuenta conmigo. Mándame un correo con toda la información y ya nos
vemos allí el día del juicio.
—Gracias, Bella. Daniel te está…
—¿Algo más? —le irrumpo de nuevo.
Ha sido escuchar su nombre y sentir como mi corazón se anteponía a su recuerdo con una
sacudida ya fuera de lugar.
—No.
—Nos vemos entonces. Adiós Peter.
Parte Uno Bella
Marzo
Salgo del edificio despidiéndome del portero, que siempre me saluda con mucha amabilidad,
aunque tras casi seis meses yo sigo sin saber cómo se llama. Un par de pasos fuera y el aire frío me
insta a dar una vuelta más a la larga bufanda de colores vivos que apresa mi cuello, ilusa de mí creía
que no había frío como el invierno de Madrid, está claro que no había estado en pleno marzo en
Nueva York. Apresuro mis pasos de camino al Organic, un pequeño local en el que preparan batidos
verdes. Me pido un detox: una mezcla deliciosa de pepino, albahaca, jengibre y manzana. Quién me
lo iba a decir ¿verdad? Yo, sustituyendo mi dosis de café matutina por un batido de matojos; pero es
que mi vida ha cambiado ostensiblemente desde hace año y medio. Además, tener un novio médico
(en realidad neurocirujano), es lo que tiene, que te anima a cuidar tu salud más de lo que lo hayas
hecho en toda tu vida. Hasta he comenzado a correr de nuevo todas las mañanas y a hacerlo por
Central Park, ¡eso sí que es un parque! Lo siento, adoro Madrid y el Parque del Retiro, pero no hay
punto de comparación. Estoy tan metida en el running, que hasta me he propuesto correr la famosa
maratón de Nueva York que se celebrará en noviembre. Barry ya la ha corrido tres veces, así que,
aprovechando su experiencia, le he nombrado mi entrenador personal, y lo cierto es que está muy
comprometido con el asunto (quizá demasiado), tanto, que incluso hemos tenido alguna que otra
discusión al respecto, ya que a veces me trata como a un jodido preso de Guantánamo. Ya le he dicho
como tres millones de veces que yo quiero correr la maratón, no ganarla, pero él está empecinado
tratando de convencerme de que, si le pongo más empeño, podría quedar en un buen puesto, cosa que
a mí me importa más bien poco, la verdad. Mi idea es correr y punto. Como si quedo la última… De
todas maneras, lo que realmente tiene relevancia en todo esto es que Barry se ha presentado todas las
veces a la maratón con su ex novia y al parecer ella era como la Carl Lewis argentina, y no exagero,
llegó a quedar octava una vez ¡¡octava de más de 54.000 corredores!! Así que creo que queda
bastante claro cómo me hace sentir eso, sobre todo cuando Barry insiste en que no me esfuerzo lo
suficiente. En fin, dejémoslo ahí.
Le doy un último sorbo al batido y tiro el vaso de cartón reciclado justo antes de meterme en la
línea de metro de La Séptima Avenida con Broadway; aún me quedan unos veinte minutos de viaje
hasta casa de Chloe. Es domingo y uno podría pensar que debido a ello habrá menos bullicio del
habitual, pero no, esto es La Gran Manzana y aquí todos los días parecen jodidos lunes.
Me siento en el primer asiento que encuentro libre, me pongo los auriculares y me dejo llevar
por los acordes de «Animals», esta canción siempre me anima y me traslada con apabullante agilidad
a la noche en que conocí a Barry en un concierto de Maroon 5, hace ya un año y tres meses. Es
agradable recordar como sucedió todo entre nosotros, de una manera tan natural y fluida, sin dramas
de por medio. Chloe me invitó al concierto, está enamorada de Adam Levine y a mí me gusta su
música, así que: combinación perfecta. Fuimos un grupo de unas diez personas, de las que en
realidad solo conocía a tres o cuatro, los demás eran amigos de amigos entre los que se encontraba
Barry: rubio, alto, ojos azules, y atlético. Laura, una andaluza amiga de Chloe y afincada en Nueva
York desde hace más de diez años, fue quien nos presentó. Y tengo que decir que un principio no me
llamó para nada la atención, nos saludamos con un beso en la mejilla que Barry se encargó de alargar
más de lo socialmente establecido, depositando, además, su mano izquierda en mi cintura con
intención de acercarme más a él. Y eso sí que fue algo que captó mi atención; un gesto atrevido pero
dulce que, siendo sincera, generó un desconcierto en mí debido, probablemente, a que hacía meses
que no me tocaba un hombre y ese acercamiento, aunque nimio, no me había incomodado. Fue ahí
cuando me vi impelida a admitir que después de todo, el paso de Daniel en mi vida claramente había
tenido sus consecuencias, logrando que derribara, de una vez, esa barrera que siempre había
mantenido bien erguida ante cualquier contacto con el género masculino. Quizá deba estarle
agradecida a esa bestia después de todo.
Barry no es un hombre que nada más verle destaques su belleza, no de una manera tan obvia
como lo era Daniel y sí, digo era, porque eso es él para mí: pasado, aunque, para mi desgracia,
seguirá siendo tan endiabladamente guapo como siempre. Como decía, Barry también tiene su
atractivo, aunque es algo que quizá no se perciba en primera instancia; pero que después de
compartir un rato junto a él, resulta inclusive de lo más evidente con esa manera de moverse y actuar
tan grácil y sofisticada. Deduzco que eso, mi desconcierto inicial ante su contacto (por el que no me
sentí asqueada) y su fuerte halo hipnótico, fueron lo que me llevaron a no poder quitarle el ojo de
encima entre canción y canción durante el concierto. Y teniendo en cuenta que, tras el tsunami Daniel,
había perdido el interés por el sexo masculino, resultó soberanamente sorprendente. Como decía,
incluso estando cada uno en una punta, nos lanzábamos miradas furtivas como dos colegiales. A
veces me cazaba él y otras era yo quien lo hacía, lo que provocaba tímidas sonrisas por ambas
partes. Hasta que Barry se marchó unos acordes antes de la última canción, y me quedé sin mi
primera ración de coqueteo con un hombre desde que terminé definitivamente mi relación con Daniel.
Más tarde, averigüé que era neurocirujano y tuvo que irse debido a una emergencia en el hospital
Mount Sinai, que es donde trabaja. Se puede decir que me había gustado aquel pequeño tonteo; pero
del que claramente ya me había olvidado varias semanas después cuando recibí una llamada de un
número desconocido, y sí, todavía sigue en mí ese pánico repentino al recibir llamadas de número
extraños. Podría deberse a Luis o incluso a ese otro hombre que dispone de todos los medios para
localizarme como sea; pero brota aún en mí esa sensación de vacío bajo mis pies que produce esa
incertidumbre. No era Daniel, ni mucho menos Luís, que jodido susto si no, lo que me faltaba; recibir
llamadas de ultratumba. Era Barry, hablando un perfecto español que me dejó algo descolocada.
—¿Bella?
—Sí, ¿quién eres? —respondí cortante. Como dije antes, no me gustan las llamadas sorpresas
de desconocidos.
—Soy Barry Wilson —mutismo por mi parte.
Admito que en ese momento no me acordaba para nada de él; además, cuando le conocí
hablaba inglés y no español con acento ¿argentino?
Al ver que no decía nada, optó por explicarse.
—Nos conocimos hace unas semanas en el concierto de Maroon 5. Me he permitido el
atrevimiento de pedirle tu número a Laura y llamarte —seguía sin saber qué decir. Y esa manera de
hablar… ¿qué era: un trovador? —. Me preguntaba si te gustaría quedar a cenar conmigo un día —…
—. Bella, ¿estás ahí?
—Sí, perdona. Es que me has pillado un poco desprevenida. No… me lo esperaba.
—No sales con nadie ¿verdad? Le pregunté a Laura antes de pedirle tu número y me aseguró
que estabas soltera.
Qué previsor mi osado trovador.
—Vale.
Y ese «vale», fue el principio de una sucesión de citas que comenzaron con una cena en...
Esperad, que esto os va a encantar. El universo parecía haber estado ausente durante muchos meses
sin hacer una de sus apariciones estelares; pero como todo lo bueno dura poco… Llegó la noche en
que Barry me llevó a cenar con toda su buena intención y supongo que, con la idea de impresionarme,
a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, uno carísimo y bien reconocido llamado Daniel. Sí,
habéis oído bien: DANIEL. Sentí como si me hubiesen metido las tripas en una Thermomix de última
generación. Ni siquiera llegué a sentarme después de que la amable recepcionista nos acompañará
hasta nuestra mesa, ni tampoco cuando Barry deslizó educadamente la silla mirándome con una dulce
sonrisa, porque fue exactamente en ese instante en el que me vi obligada a salir corriendo al servicio
para no estropearle la romántica cena a alguno de los comensales vomitando junto a su mesa.
Tras el desahogo pude encontrar la energía suficiente para gritarle un par de improperios al
universo encerrada en aquel elegante servicio. Volví sobre mis tacones más caros o con pinta de
serlo (tan solo eran una imitación de unos Jimmy Choo) intentando recuperar la dignidad, tratando de
no pensar sobre las cábalas que se estaría haciendo mi apuesto acompañante y flagelándome a mí
misma por haber estropeado la única cita que había tenido en mucho tiempo y con un hombre,
además, que vete a saber por qué, no me producía ninguna clase de rechazo.
Evidentemente Barry alucinó con mi comportamiento, teniendo en cuenta que nada más ver el
nombre del lugar ya me había quedado muda, y mis sonrisas forzadas eran menos naturales que las de
un dibujo animado. Me senté por fin en la mesa, frente a él, buscando alguna clase de excusa que no
me hiciera parecer una chiflada o peor quizá, convencerle de que no me había entrado un apretón; así
que me sinceré, no de verdad, pero sí para explicar mi singular actitud.
—Lo siento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó estirando el brazo sobre el mantel de hilo blanco, para
cogerme de la mano con una ternura que ciertamente no esperaba.
Eso consiguió tranquilizarme.
—Lo cierto es que… ¿Puedo serte sincera?
—Por favor —me pidió con un ligero apretón instándome a continuar.
Me quedé mirando aquella mano masculina cubriendo la mía, acogiendo la sensación de
calidez y protección, sintiéndome reconfortada, como hacía mucho que no lo hacía.
—No me siento cómoda en este tipo de sitios.
—¿En… restaurantes? —preguntó alzando una ceja en un gesto de los más sexy.
No pude evitar reírme.
—No en restaurantes de este tipo —puntualicé—. Digamos que me va más la… sencillez —
concluí arrastrando las palabras al tiempo que levantaba la mirada para enfrentarme de nuevo a sus
ojos. Había dejado de hacerlo; aunque no sabría muy bien decir el motivo.
Me devolvió en respuesta una arrebatadora mirada, y en ese instante algo en mi interior se
agitó. No de la manera en la que lo había hecho en el pasado, pero sí hubo movimiento, algo así
como un ligero cosquilleo, y eso, amigos, ya es algo. Le regalé de vuelta una sonrisa, esta vez sincera
y espontánea, una que no pareciera regalada por el mismísimo Bob Esponja.
Se esforzó, quizá demasiado. Terminamos en Central Park, sentados en un banco, comiendo un
perrito caliente (uno de los mejores que haya probado en mi vida, por cierto), pero un perrito en un
parque, al fin y al cabo.
—¿Qué tal?
—Pues el perrito es de los mejores que he comido —contesté en cuanto logré tragar un trozo
demasiado grande que me había metido a la boca—. Aunque cuando dije sencillez, me bastaba con
comer en cualquier restaurante donde el papel higiénico no fuera más caro que las toallas de mi casa.
Barry no pudo evitarlo y comenzó a reírse a carcajada limpia ante mi ocurrencia. Un sonido
que me hipnotizó, tan cálido y franco.
—Entendido. La próxima buscaré un punto intermedio —propuso guiñándome un ojo.
—¿Habrá próxima? —inquirí incrédula ante esa afirmación.
—Eso espero.
Un deseo que iba acompañado de una mirada profunda.
Y sí, hubo más.
Me resultaba todo tan surrealista y a la vez tan natural, tan poco convencional y a la vez me
sentía agradecida por esa relación que estaba empezando a brotar junto a él: una historia sin dramas,
sucesos traumáticos o episodios duros arrastrados por ambas partes, y supongo que fue precisamente
eso lo que hizo que la cosa funcionara. Ese primer beso en la siguiente cita, pedido y no robado, fue
extraño, pero como todo en Barry, dulce y respetuoso; aunque ese es un punto de él que todavía hoy
no me termina de…, no el que sea respetuoso (eso lo agradezco), pero quizá sí que lo sea en exceso.
A veces, me apetece que haga algo arriesgado, sin preguntar, que me sorprenda. No sé si me
explico… Es demasiado comedido, taimado, un poco clásico e incluso algo cuadriculado, pero
quitando esos pequeños hándicaps (que al fin y al cabo todos tenemos), quitando todo eso, se podría
decir que es el novio perfecto.
—¿Cuánto tiempo hace de tu última relación?
Cuarta cita, era diciembre y me llevó a patinar a Central Park. Tras un buen rato haciendo el
ridículo (esto por mi parte), él parecía haber salido de los puñeteros Juegos Olímpicos de patinaje
artístico. Solo le faltaba esa ropa ajustada que llevan los profesionales de la disciplina. De hecho,
por un momento me pareció un poco homosexual, demasiado amanerado para mi gusto. En fin,
apartando ese extraño momento, tocó la pregunta de rigor sobre el pasado sentimental de cada uno.
—Unos meses antes de venirme a Nueva York, estuve saliendo con un tío, pero no funcionó. Lo
intentamos en un par de ocasiones, pero él viajaba mucho y simplemente no cuajó, demasiado
complicado.
Hasta yo estoy aún sorprendida de la simplicidad con la que resumí la relación con el único
hombre que he amado en mi vida, bueno, el único hasta ahora. Quiero a Barry, aunque admito que no
de la misma manera, cada relación es diferente y tratar de buscar lo mismo en otro hombre… sería un
error. Barry desconoce el tema de la violación y todo lo relacionado con mi ex, incluso quién es
realmente. Como he dicho antes, doy las gracias porque con él no haya habido ninguna clase de
drama, por lo que decidí obviar todo ese pasado innecesario. No obstante, hay momentos, como el
ocurrido hace unos meses, en el que me he replanteado contarle la verdad. Al poco de irme a vivir a
su apartamento, le encontré una mañana apoyado en la encimera de la cocina leyendo el periódico
muy concentrado en un artículo de la sección de economía (apartado que le encanta sentarse a
disfrutar detenidamente), exactamente ese en el que una vez por semana hacen una entrevista a algún
multimillonario poderoso tipo Donald Trump.
—¿Qué estás leyendo?
—Un artículo sobre Daniel Baumann, el cabrón sabe muy bien cómo manejar el dinero —lo
juro, creo que mi corazón dejó de latir por varios segundos—. Demasiado arrogante para mi gusto,
pero sin duda sabe lo que hace. Al parecer acaba de abrir… ¿Bella? ¿Estás bien?
Y sí, esto fue una mezcla entre un numerito para que cerrara el puto pico (por el que por cierto
creo me podrían haber nominado con un Oscar a la mejor actriz de reparto), y una reacción real de
mi sistema nervioso ante esa información que me llegó como una manzana envenenada enviada por la
mismísima bruja de Blancanieves, pero en vez de dejar que la mordiera, me la tiró con fuerza a la
cabeza.
Me agarré de la encimera y flaqueé hasta que Barry dejó de hablar de La Bestia, para por fin
dignarse a ayudarme.
—Sí, sólo me he mareado un poco —fingí (a medias) sentándome en uno de los taburetes.
¿Y qué es lo que tiene tener un novio médico? Pues que te mareas, y te hace un reconocimiento
que ni en la ITV.
Bueno, después de este numerito a lo «Anatomía de Grey», con neurocirujano incluido, y
mientras Barry salía del piso porque debía irse al hospital, aproveché para deshacerme de ese
dichoso periódico; aunque lo admito, antes de triturar el careto de Daniel (y de confirmar que seguía
igual o más guapo si cabe), lancé aquellas hojas por el agujero del triturador (con insultos incluidos),
disfrutando del ruidoso sonido de aquel aparato.
—Sayonara baby.
Y esta es toda la historia en cuanto a lo que sabe Barry sobre mis relaciones pasadas, es decir,
nada. En lo referente a él y a las mujeres, se puede decir que ya me lo había contado en la primera
cita, cuando me explicó la razón de su buen español: su ex novia, Evelin Pistelli, una argentina
afincada en Nueva York. Se conocieron en la universidad y se fueron juntos a hacer la residencia a
Buenos Aires. Una vez finalizada, al parecer, ambos tenían planes diferentes sobre el futuro, así que
Barry volvió a Nueva York solo, mientras que ella decidió establecerse definitivamente en su ciudad
natal.
Así que esa es toda la historia entre Barry Wilson y una servidora.
Salgo de la estación de metro, ya estoy en TriBecCa, a menos de cinco minutos caminando se
encuentra el apartamento que Chloe decidió comprarse en este precioso barrio, ese en el que
compartimos nuestros primeros meses de convivencia y adaptación en Nueva York, hasta que Barry
me pidió que me fuera a vivir con él a su bonito piso del Upper West Side en pleno Manhattan.
Cuánto ha cambiado mi vida en apenas un año y unos meses…
Tras la muerte de Luis, empezó de nuevo un tortuoso proceso de declaraciones a la policía
para el que estaba más que cansada antes incluso de empezar, parecía que mi vida se había
convertido en una constante de meses de calma para luego acabar en una puñetera comisaría de
policía o en algún juzgado. Una vez recuperada físicamente de las heridas de guerra que sufrí en el
enfrentamiento con Luis y tras conseguir la fuerza suficiente (es decir, unos tres meses después del
suceso), me detuve seriamente a replantearme mi vida: una violación; años sin tener relaciones con
hombres; una historia más que complicada con un millonario que arrastraba sus propios demonios, y
con ello me arrastraba a mí con ellos; una muerte (o dos, según se mire); meses sin encontrar
trabajo… Mi vida se había estancado, ¡no!, yo me había estancado en esa cotidianeidad de
desgracias, esperando el siguiente golpe, era como darme constantemente con alguna puñetera pared:
Daniel, Luís, declaraciones a la policía, secretos, mentiras, engaños, decepciones… Parece que
escogiera el camino que escogiera, el resultado sería siempre el mismo: yo, hecha una auténtica
mierda, esperando otro nuevo ataque por otro flanco para empezar a reaccionar. Pero digamos que,
en ese momento, con el vientre rajado en dos y tras un año demasiado intenso, fue lo que a mí me
gusta denominar: «Más vale que espabiles de una puta vez Bella» o lo que comúnmente se conoce
como punto de inflexión. Tomé una clara decisión: dejar de esperar que algo me ocurriera de nuevo
para dar el siguiente paso. Esta vez yo tomaría las riendas de mi vida, sin permitir que nada ni nadie
me empujara para hacer el siguiente movimiento. «Joder, ¡qué soy una mujer valiente! ¡Si hasta he
saltado de un puñetero avión! Con todo lo que he vivido y sigo de pie» me dije. A los dos meses de
la ruptura con Daniel, que fue cuando la prensa empezó a molestarme más de lo que yo podía
soportar y con ese panorama, se me ocurrió buscar trabajo fuera de España, siendo trilingüe, quizá
encontraría alguna oportunidad que valiera la pena fuera del país. Dicen que el que la sigue la
consigue, y la encontré (mi oportunidad quiero decir). Así que aquí estoy, en esta ciudad que nunca
duerme y puede que viviendo el sueño americano; aunque a mí me basta con vivir el mío propio.
—«Alguien está hablando bien de ti». Sin duda es inquietante este mensaje — añade Travis reflexivo
pasándose dos dedos repetidamente por el ridículo bigote que le ha dado por dejarse esta vez.
Le guiño un ojo sonriente, mientras rompo mi galleta de la fortuna. Me encantan estos domingos
que parecen haberse convertido en una tradición: primero un vino en casa de Chloe, luego una vuelta
por algún mercadillo, y, por último, una comida en el restaurante con peor pinta de China Town, pero
que sin duda tiene el mejor yakisoba de la ciudad.
—Es lo que tiene tener un reguero de amantes por toda la isla de Manhattan —suelta Chloe
burlándose del conquistador.
—¡Mira quién fue hablar! —exclama el fotógrafo con desdén fingido.
—A diferencia de ti, yo tan solo me acuesto con un tanto por ciento de la población masculina,
tú, en cambio, no le haces ascos a nada, ya sea hombre o mujer —añade mi amiga con reprobación.
¿Quién es Travis? Pues un personaje al que le he cogido un cariño enorme; aunque bien es
cierto que al principio no le podía ni ver, más que nada porque no hacía más que intentar ligar
conmigo y me hacía sentir de lo más incómoda. Hasta que una noche le solté un bofetón por plasta, y
desde entonces somos los mejores amigos. No ha vuelto a intentar nada; no obstante, teniendo en
cuenta que en cuanto a compañía se refiere no le importa el género al que llevarse a la cama, tiene
donde elegir, y no creo que le supusiera ningún trauma mi rechazo. Travis es de esas personas que no
pasan desapercibidas y no por su belleza precisamente, sino por su desparpajo, además de por sus
pintas: un día va vestido de camuflaje, al otro le da por dejarse una barba y acompañarlo con una
boina, otro se hace una cresta y se pone un pendiente en la nariz o en días como hoy, va a lo hípster
con camisa de cuadros, tirantes y un bigote ridículo que no hace más que retorcerse como si fuera un
gesto de lo más natural en su vida cotidiana. Moreno, de ojos pequeños, no muy alto, de cuerpo
definido y con una labia que ni el mejor donjuán. A veces, me quedo embobada observándole ligar
con algún o alguna, y de verdad que tendría que escribir un manual, algo como «Las técnicas de
Travis» porque, aunque conmigo no le funcionara, he de admitir que tiene un dominio innato que
cautiva a la par que impresiona.
—Supongo que tienes razón —admite el donjuán elevando los hombros restándole importancia
—. ¿Qué dice tu galleta, Bella?
—«La fortuna que buscas se encuentra en otra galleta» ¿Qué mierda de mensaje es ese? —
exclamo frunciendo el ceño.
—Pues yo creo que deberías pensar sobre ello.
Y ese doble sentido de Chloe no me hace ni pizca de gracia.
—¿A qué viene ese comentario? —espeto, bastante molesta, sacudiendo las migajas de la
galleta sobre el mantel.
¡Modo bombillita on! Sí, eso me temo que no ha cambiado.
Deduzco que debería poneros en antecedente para que podáis entender bien el porqué de esta
tensión entre nosotras. Bueno, pues estas asperezas que han quedado sin limar, provienen del día en
el que le dije a Chloe que dejaba el piso que hasta entonces compartíamos, para irme a vivir con
Barry. Momento que ella encontró de lo más oportuno para opinar sobre mi vida, mis decisiones y mi
relación. Ni siquiera creo que lo hiciera porque le molestara que dejara de vivir con ella, Chloe no
es de esa clase de personas y aunque vivimos a gusto juntas, es muy independiente y eso no es algo
que le afectaría. El caso es que considera que me equivoqué con Daniel (de la misma manera que yo
creo lo hizo ella con Berrocal), cree que me precipité apartándole de mi lado por haberme
encontrado a la zorra de su terapeuta en su piso; ya sabéis como es Chloe, todo lo relacionado con
sexo carece de importancia, lo que le lleva a disculpar el comportamiento de Daniel. Cosa que me
toca bastante las narices, lo que menos esperas cuando tu novio te pone los cuernos, es que tu mejor
amiga se ponga de parte del cabrón que te ha roto el corazón. Afirma que aún estoy enamorada de él
y que mi relación con Barry es un completo error abocado al fracaso. Bueno, sus palabras exactas
fueron:
—Acabarás cansándote de él —soltó con tal indiferencia que hizo que me hirviera la sangre en
las venas.
—Yo no soy tú.
—No, eres Bella, y te conozco lo suficiente para saber que, si fuerzas esa relación más de lo
que ya lo estás haciendo, serás infeliz toda tu vida junto a ese tío, y solo por no tener el valor de
perdonar a Daniel. Sigues enamorada de él y Barry no va a llenar ese vacío.
—De verdad, a veces me cuesta creer que seas mi amiga.
—Precisamente, porque soy tu amiga te digo la verdad. Podrás fingir todo lo que quieras, pero
él no te hace feliz, por lo menos no como lo hacía Daniel. ¡Vamos Bella, es un jodido muermo!
—Eso no es cierto —afirmé; aunque bien es cierto que me faltó contundencia en la respuesta.
—¿En serio? Hasta mi abuelo resulta más divertido que él, y te recuerdo que está criando
malvas.
—Creo que te estás pasando, es mi novio del que hablas —le apunté con un dedo en un gesto
amenazante—. Lo más gracioso de todo esto es que precisamente tú, te dediques a darme lecciones
sobre relaciones. La independiente que pasa de amante en amante tan solo para olvidar que está
enamorada de Víctor.
—Eso es diferente —contestó con vehemencia.
La que me faltó a mi antes.
—Ah, ¿sí? ¿En qué es distinto Chloe? Porque yo veo un gran parecido. Bueno espera, no, de
hecho, hay una gran diferencia, y es que a ti no te ha engañado con otra.
—No sabes de lo que hablas —refutó arrastrando las palabras.
—¿Y por qué no me lo cuentas? ¿Qué narices pasó entre vosotros? Porque no soy estúpida,
está claro que hay algo más; pero mira, tú verás… Ahora, no vengas a darme a mí lecciones sobre lo
que debería hacer o no con mi vida amorosa cuando la tuya es un puto desastre. Claramente saltas de
cama en cama tratando de acallar eso que sientes por Víctor. No sé qué demonios ha pasado entre
vosotros, pero a diferencia de ti yo no te digo lo que realmente creo. Que por cierto es bastante
parecido a lo que piensas tú sobre mí, y es que vas a ser una infeliz toda tu vida buscando a Víctor en
cada uno de esos niñatos con los que te acuestas.
Con esa última frase, me marché de esa casa para empezar mi nueva vida junto a Barry, mi
novio. Después de aquella pelea estuvimos dos semanas sin hablarnos, hasta que Travis medió entre
nosotras y lo solucionamos, por lo menos de cara a la galería; porque está claro que cada una sigue
pensando lo mismo que dijo aquel día. Se podría decir que estamos bien si obviamos los temas
sentimentales, digamos que tenemos alguna clase de acuerdo silencioso en el que ninguna hace
mención sobre la vida sentimental de la otra; aunque existen ocasiones como estas, en las que Chloe
decide saltarse ese convenio.
—Hasta una galleta lo tiene más claro que tú —me suelta con un comentario que, aunque trata
de ser jocoso, para mí no tiene ni pizca de gracia.
—Bueno chicas, tranquilidad —Travis trata de moderar entre nosotras—. ¿Qué os parece si
vamos a casa de Laura? Me ha mandado un mensaje porque ha montado una fiestecita improvisada...
—Lo siento Travis, pero me voy —le interrumpo levantándome y lanzándole una mirada de
reproche a mi amiga—. No tengo ganas de fiesta. Ya nos vemos.
Suelto unos dólares sobre la mesa y salgo del restaurante bastante airada, y me molesta irme de
este modo, hace tiempo que decidí dejar de huir y de actuar por impulsos; pero en realidad no es por
escapar que me comporto así: es por respeto a Barry. Podrá decir lo que quiera, pero él es mi novio,
le quiero y le respeto y estar en una mesa junto a una persona que insinúa que de algún modo estoy
engañando a mi pareja en cuanto a mis sentimientos se refiere, es algo que me hiere, y más cuando
viene de ella, mi mejor amiga.
Llego a casa a las nueve de la noche, después de dar una vuelta descubriendo nuevos rincones de la
Gran Manzana. Tras largarme de China Town más dolida que enfadada, merodeé por la ciudad sin
rumbo alguno, hasta que no sé cómo terminé en Harlem, en la otra punta de Manhattan. Un barrio al
que he querido ir en multitud de ocasiones con Barry, pero que él se ha negado a acompañarme ya
que según sus palabras: «es peligroso y no hay nada que ver ahí». Y sí, mejor no voy a hacer ningún
comentario al respecto sobre ese tipo de respuestas que me da de vez en cuando my boyfriend. Así
que aprovechando que es domingo he acabado en una misa de esas con coro Gospel. Sólo puedo
decir que si las misas en España fueran así sería más devota que un nazareno en Semana Santa. ¡Qué
buen rollo! Si es que sales de allí como si te hubieras metido un chute en vena de energía espiritual.
He ido a conciertos en los que había menos ambiente que en aquella iglesia. Estaba tan, pero tan
metida en el culto, que hasta creo haberme oído gritar un amén y un par de aleluyas (aclaro que esto
fue debido a la emoción del momento, no es que yo ahora me vaya a colgar un rosario y leer la Biblia
cada noche); aunque reconozco, que ha sido una gran experiencia que me encantaría repetir alguna
vez.
Entro en casa todavía con ese subidón casi tonificante vibrando en mí, con ganas de ver a
Barry para echarle en cara que no me haya acompañado nunca a ver Harlem, y contarle mi
experiencia de hoy; pero mis ganas se esfuman al comprobar que las luces están apagadas y que
sobre la barra de la cocina hay un post-it (otra cosa que no veré jamás de la misma manera)
pidiéndome disculpas porque ha tenido que salir por una urgencia al hospital, pero que me ha dejado
la cena hecha.
Me acerco al fregadero con la nota en la mano y como todo lo que quiero hacer desaparecer, lo
lanzo por la trituradora acercándome después a comprobar lo que este médico de pacotilla llama
cena: popurrí de verduras al vapor acompañado de una sustancia blanca de poca densidad (de lo que
supongo fue en algún momento algún tipo de pescado). Como decía, el triturador es el mejor invento
que han hecho los americanos.
Saco una cerveza bien fría de la nevera, la abro y sentándome sobre la encimera observo el
piso en penumbra, tan solo iluminado por la luz de la cocina.
—¡Amén! —exclamó en voz alta alzando la cerveza al techo justo antes de darle un largo y
reparador trago.
Me cuesta creer que lleve seis meses viviendo aquí, lo cierto es que han pasado volando.
También es cierto que no paro mucho por casa: sino estoy trabajando, estoy con Barry entrenándome
para la maratón o he salido con Travis y Chloe.
Me viene a la memoria la primera vez que vi este piso, fue cuando Barry me invitó a cenar a su
casa después de llevarme a ver una película francesa que tenía buena crítica. Sinceramente ni me
acuerdo del título de aquella cinta, me pasé las casi tres horas que duraba aquel documental
soporífero sobre la vida en el campo de unos franceses en el siglo pasado, luchando por mantener los
ojos abiertos y no morir de aburrimiento. Cuando al fin salimos de aquella tortura cinematográfica,
Barry, algo nervioso (detalle que me pareció de los más adorable), me llevó a su casa, con cara de
expectación, mirándome con fijeza preocupado por conocer mi opinión. Y menos mal que con los
años he aprendido a ocultar lo que pienso y he mejorado mi cara de póquer, porque si el pobre llega
a estar en mi cabeza cuando entré por primera vez en este piso… Nada más traspasar el umbral de
esa puerta me llevé una primera impresión bastante deprimente, no sabría cómo definirlo. Decir que
imperaba un exceso de limpieza creo que sería quedarme corta. Pulcritud, esa es la palabra que
describiría este apartamento antes de que yo me viniera a vivir: todo tan perfectamente colocado y
limpio, sobre todo muy limpio, casi aséptico. Deduje que se debía a una deformación profesional
como cirujano, aun así, aquella noche que cenábamos en la robusta mesa de madera que hay en el
salón tras el sofá, me vi obligada a tirar migajas de la comida al suelo, e incluso derramé una copa
de vino (vale, lo admito, en realidad esto fue debido a la ingesta de alcohol más que algo
premeditado). Ver todo tan sumamente perfecto, me ponía escalofriantemente nerviosa, lo que
deduzco sacó la parte más malvada de mí y me vi forzada a hacerlo. Más adelante, descubrí que la
razón de tal impecabilidad, se debía a una belleza cubana llamada Liz González, que, por cierto,
estoy convencida de que esa mujer me odia a muerte; de hecho, podría asegurar que se dedica a
hacerme magia negra. Y no, no estoy exagerando, lo digo con conocimiento de causa, ya que la pillé
una mañana con mi cepillo de pelo en la mano quitándole algunos cabellos ¿qué mujer de la limpieza
hace eso? Pues lo que yo digo, solo una que quiere hacerte algún vudú porque está enamorada de tu
novio, y tú te has entrometido en su romance a lo peli de Jennifer López. Estoy segura que no ando
desencaminada.
Una de las grandes ventajas de este apartamento es su ubicación: en una planta decimosexta
situado entre el rio Hudson y el Central Park, todo un lujo vamos. Además, hay un gimnasio en la
planta alta, al que solemos subir tres veces por semana para que Barry pueda descargar conmigo el
estrés de la semana con la excusa de entrenarme para la maratón. A decir verdad, no es un piso muy
grande, teniendo en cuenta que hasta que llegué yo, era tan solo un pisito de soltero; aunque
claramente nada convencional ¿en dónde se ha visto que una casa en la que vive un hombre solo, no
haya: ropa tirada, platos sin fregar, comida basura en la nevera, cercos de vasos en la mesa del salón,
ni un solo pelo en el cuarto de baño? ¿Ni siquiera un váter sin rastros de gotitas? En la de Barry
Wilson claro, está visto que di con el hombre ideal. Y esa es otra de las razones por las que no le
caigo en gracia a la señorita Liz, porque obviamente le doy más trabajo que Don Limpio.
Salón con cocina americana, un dormitorio y un baño sin adornos, sencillo y funcional con una
decoración algo sobria y en tonos oscuros. Sí, ese es el resumen, no hay mucho más que decir.
Reconozco que todavía hoy me cuesta llamarle hogar a esta casa e incluso a esta ciudad que, aunque
es espectacular (Nueva York digo), no siento aún como mi lugar. Se me hace difícil explicar el
porqué. Diría que lo único con lo que me siento realmente plena es con mi trabajo. El resto, está
llevando su propio proceso de adaptación.
Una vez he dado fin a la cerveza, decido irme a dormir, aunque en realidad no estoy muy
cansada, no obstante, en pocas horas Barry me estará despertando para ir a correr antes de entrar a
trabajar y después me estaré arrepintiendo por no haberme acostado más temprano.
Lunes, día de mucho curro en la oficina, lo que para mí se traduce en un gran día (y no, no es
sarcasmo) me encanta mi trabajo y empezar la semana es sinónimo de felicidad.
Por supuesto antes de venir he cumplido con mi sesión de entrenamiento con el Sargento de
hierro, y ahora por fin, puedo relajarme (sí, he dicho relajarme).
—¡Bel!
Exacto, aquí soy «Bel» más a menudo de lo que me gustaría, al parecer a los americanos les
cuesta pronunciar la «elle». Es eso, o «Bela», así que he optado por no quejarme.
—Dime Brooke.
Me acerco a la mesa de mi jefa que está tan solo a un par de metros de la mía, no hay muros ni
paredes en esta oficina, es un espacio diáfano en el que no existen barreras. De hecho, esa fue la
frase que usó Brooke Simmons para definir el concepto de New World el día que llegué a Nueva
York y firmé el contrato con esta prestigiosa revista. Definió el concepto del magazine como un
medio para eliminar barreras y prejuicios sobre el papel de la mujer en el mundo actual «creé esta
empresa hace quince años para demostrar que el mundo está cambiando».
New World sale mensualmente y aunque pueda parecer que está dirigido al público femenino,
la verdad es que no, nuestros lectores son de todo tipo, y de hecho ha sido reconocida en varias
ocasiones con premios a lo largo de su trayectoria, incluso a nivel internacional. Tiene un concepto
un poco transgresor (o eso pensé yo al principio) de hecho llegué a creer que era una revista
femenina dirigida por mujeres que sufrían de misandria; pero ahora puedo asegurar que estaba
completamente equivocada. Bien es cierto que el equipo está formado por doce personas fijas y sí,
todas mujeres, aspecto que puede parecer algo sexista; pero que según palabras de Brooke: «no tengo
problema en contratar a hombres, pero aquellos que he entrevistado no estaban suficientemente
cualificados». Así que como decía, somos todas mujeres; no obstante, se trabaja con más gente
subcontratada o para encargos específicos. Travis, por ejemplo, ha hecho fotos en varias ocasiones
para algún que otro reportaje.
Estoy encantada con este trabajo, no me siento como una secretaria y no es que haya nada malo
en eso, ni mucho menos; pero aquí formo parte del equipo, soy una más. Algo que, por supuesto,
jamás sentí en Marketing McCarthy. En esa empresa tan solo fui la secretaria de Diego, con las
connotaciones que eso conlleva. En cambio, aquí me siento mucho más cómoda, no sabría decir si
por el hecho de que todas sean mujeres, porque el trabajo en sí me parece mucho más interesante o
bien porque me llena a otro nivel que no sea solo percibir un sueldo a final de mes, es algo que va
más allá. Jamás me había pasado que el sábado ya esté deseando que sea lunes de nuevo para volver
a la oficina.
—No te he contado todavía. Ya tenemos cerrada la entrevista para el número que viene, de
hecho, está a punto de llegar —me dice comprobando la hora en la pantalla de su Mac y quitándose
las gafas de pasta negra que ocultan sus pequeños ojos esmeralda.
Brooke es alta, debe medir como metro ochenta, grande, pero en forma, con cabello negro
largo y de belleza obvia; aunque lo que más destaca de ella es la fuerza, seguridad e incluso en
ocasiones un halo de arrogancia que desprende de forma innata y por lo que voy aprendiendo, parece
que eso es algo imprescindible en este mundo repleto de tiburones hambrientos de ambición. De
algún modo me recuerda a Daniel, es algo así como su versión femenina.
—Genial y, ¿quién es? —pregunto con interés.
—Monika Li, ¿la conoces?
—No me suena, la verdad.
—Coincidí con ella en un evento hace un par de semanas, le hice una propuesta y me contestó
ayer mismo.
—Brooke —Dina la interrumpe.
Me giro comprobando que al lado de Dina está… ¿Monika? La hermana de Daniel. Espera…
¿ella es Monika Li?
—¡Bella! —exclama acercándose con premura para darme un caluroso abrazo ante la atenta
mirada de mi jefa y bueno, supongo que también del resto de la oficina.
—¿Qué tal Monika? —pregunto procurando que no se me note lo desconcertada (e incómoda)
que me resulta su repentina presencia.
—¿Ya os conocéis? —irrumpe mi jefa estupefacta, aunque con una curiosidad que es incapaz
de disimular paseando su mirada de una, a la otra.
Mientras, yo trato de disfrazar lo que su presencia logra agitar en mi interior con una sonrisa
demasiado exagerada. No, no es Daniel; pero… es su hermana.
—Bueno, sí… —murmuro bajando la mirada sin saber cómo acabar esa frase.
—Estuvo saliendo con mi hermano —le aclara Monika con esa naturalidad que descubrí el día
que la conocí y que, todavía hoy, me descoloca.
Mi jefa me mira unos segundos impresionada. Y esa mirada… no puedo más que preguntarme
si sabrá que el hermano de Monika es Daniel Baumann. Más que nada porque como es algo que
llevan tan en secreto…
Finalmente, asiente satisfecha, se saludan obviando este extraño y mega ultra súper incómodo
momento (por lo menos para mí y mi cordura), para al fin, pasar a lo que realmente importa: la
participación de Monika Li en el número del mes que viene.
Se unen a nosotras el resto de las asistentes para dar comienzo una reunión en la que se
proponen cosas, se desestiman otras y tras algo más de una hora sale un proyecto en claro para el
número 186 de New World.
Me paso toda la reunión con una extraña sensación instalada en el estómago, incluso, en un
momento dado se cuelan imágenes de Daniel en mi cabeza, trayendo consigo y, por consiguiente, una
ola de sensaciones vividas junto a él que logran empujarme hasta un abismo al que hacía mucho no
me asomaba: el de ese poder que tiene sobre mí sin ni siquiera estar presente, originando un bucle de
intensas emociones encontradas. Es como si estuviera aquí, ahora, aunque sin estarlo. ¡Jodido
Baumann!
—¡Me encanta la idea! —Monika interrumpe mis pensamientos con esa efusividad que le
caracteriza verdaderamente entusiasmada con el proyecto—, y es un honor para mí participar en New
World.
—El honor es nuestro Monika —contesta mi jefa.
Entre halago y halago yo sigo tratando de deshacerme de esa inquietud que ha logrado alojarse
en mi interior.
Tan solo quiero que termine esta reunión y que Monika desaparezca, se esfume, se volatilice.
Lo sé, no tengo razón para comportarme así con ella y siento ser tan intransigente, sobre todo
teniendo en cuenta que, de hecho, siempre me cayó especialmente bien, incluso creo que, si las cosas
entre Daniel y yo no se hubiesen torcido, podríamos haber llegado a ser buenas amigas; pero ahora,
en este preciso momento de mi vida, no la quiero ni en pintura. Sólo representa el recuerdo de algo
que puedo haber sido; pero que nunca llego a ser. Suficiente tengo con hacerme a la idea de que tan
solo en dos días tengo que declarar en el juicio contra Daniel y lo que es más evidente (y aterrador),
volver a verle después de año y medio. Por lo que, en este instante, y tras descubrir la reacción de mi
organismo ante la simple presencia de su hermana, me inquieta soberanamente de qué manera puede
afectarme verle a él, en directo, de nuevo.
En cuanto Brooke da por finalizada la reunión, me levanto con urgencia fingida tratando de
buscar cualquier excusa para largarme de aquí; pero al parecer mis intenciones difieren de las de la
preciosa señorita Li, que me intercepta antes de que pueda escabullirme.
—Bella, ¿tienes tiempo para comer?
La ilusión de Monika es tan sincera que hasta se refleja en sus brillantes ojos negros que me
miran expectantes. Claramente me convertiría en la persona más cruel de la tierra al negarme a esa
petición. No obstante, mi lado egoísta se exprime por desestimar esa oferta de alguna jodida manera
que no resulte muy obvia. Pero mi jefa, que ha escuchado la proposición, se me adelanta y no para
bien precisamente. Quizá Brooke ha percibido mi mutismo en forma de duda, cuando en realidad no
he dicho ni una palabra no porque esperara su permiso, sino porque no encontraba una puñetera
excusa que no sonara a mierda barata. Al fin y al cabo, Monika no me ha hecho nada malo, no tiene la
culpa de lo que pasó entre su hermano y yo.
—No hay problema Bella, tienes tiempo —arguye mi jefa cogiendo su carísimo bolso de
Hermès.
—Disculpa Brooke —añade ahora Monika—, me gustaría comer otro día contigo, pero es que
hace tiempo que no nos vemos y…
—No hay problema, yo ya había quedado con unos amigos —le interrumpe sin ningún tipo de
molestia porque no le haya incluido en su invitación.
—Te has cortado el pelo, y te lo has teñido también ¿no? Está bastante más claro que antes —me
escruta apreciando mi evidente cambio de look.
—Sí bueno, es más cómodo.
Inconscientemente deslizo mis dedos por esta melena que apenas roza mis hombros.
—Estás preciosa.
Su bonita sonrisa muestra mucha sinceridad.
—Gracias.
Nos miramos sin saber muy bien qué decir, sentadas una frente a otra, en una pequeña mesa
ubicada en un rincón de este modesto restaurante elección de Monika. No sé si se debe a mi palpable
incomodidad o a mi escasez de entusiasmo; pero resulta bastante evidente que me aterra sacar el
tema de su hermano y ella es consciente. Lo que me lleva a meditar sobre la elección de este lugar
extremadamente tranquilo, llegando a la conclusión de que no es fruto de la casualidad precisamente;
más bien algo premeditado por parte de mi acompañante, lo que induce a incrementar mi inquietud.
—Creo que va a salir muy bien el reportaje —empiezo a hablar buscando la manera de llenar
este silencio, colmando el tiempo con alguna banalidad e implorando, por lo tanto, que no exista
posibilidad de sacar ese tema que tanto miedo me da—. Te admito que no sigo tu carrera, —añado
con sinceridad a lo que ella responde con una mueca de complicidad— pero está claro que tienes
talento y va a ser un bombazo el siguiente número…
—Bella —me interrumpe estirando el brazo sobre la mesa para alcanzar mi mano con ternura
—. Yo… hay algo que necesito decirte.
Retiro mi mano de mala manera, algo incómoda ante ese contacto innecesario.
Cojo una de las servilletas de papel que llevan el logo del restaurante de lo que parece ¿una
lechuga con ojos? me limpio la boca para mirarla con un ruego que escapa a mi control.
—Monika, si es sobre Da… sobre tu hermano. De verdad, ya ha pasado mucho tiempo y no
me…
—Era yo la que estaba con Nilze en casa de Daniel, Bella —me interrumpe con una franca
mirada cargada de culpabilidad.
—¿Qué… cómo? ¡¿Qué?!
A esto le llamo cortocircuito cerebral.
—Que fui yo la que se acostó con ella, no Daniel.
—Pero… perdona, es que no entiendo nada —consigo al fin pronunciar, aunque no muy segura
de discernir lo que trata de confesarme.
Procuro restaurar el normal funcionamiento de mi cerebro asimilando el significado de esas
palabras, no obstante, empiezo a dudar de que vuelva a ser el mismo. Una confesión que conlleva
más que un secreto guardado, más que eso implica un error cometido. El mío.
—Me gustan las mujeres —confiesa mirándome a los ojos—. Daniel no te dijo nada porque es
algo que no quiero que se sepa y siempre ha respetado mi decisión. Probablemente pienses que es
una estupidez; pero trabajo en el mundo de la moda, con modelos —remarca esa última palabra algo
ruborizada—, mujeres en su gran mayoría y este tipo de cosas todavía no se lleva bien en muchos
sitios —sus palabras se alborotan unas con otras, claramente arrastraba la culpabilidad desde hacía
mucho tiempo—. Bella, de verdad que lo siento. Hablé con él cuando me enteré de lo sucedido con
el tío ese que te atacó, así que le dije, ¡no!, le rogué que por favor te dijera la verdad, que no me
importaba, pero me dijo que era demasiado tarde… que no cambiaría nada, que ya habías tomado
una decisión —un escalofrío me recorre la columna escuchándola relatar esa historia que ahora
mismo me parece demasiado irreal—. Me siento fatal por lo ocurrido, jamás quise que pasara esto,
Daniel no ha vuelto a ser el mismo, y me odio por ello, porque te amaba, porque sé que todavía te…
—¡Basta! —la detengo con brusquedad golpeando en un impulso la mesa con las manos
llamando la atención de las pocas personas que hay en el local.
No puedo seguir escuchando el rumbo que estaban comenzando a tomar sus palabras. Me tapo
la cara con las manos buscando esa fuerza que considero he adquirido en todo este tiempo, porque es
ahora cuando la necesito.
Por un segundo me ha inundado un odio bastante feo hacia ella por el hecho de que hubiese
permitido que yo creyera que era Daniel el que estaba con Nilze, pero ese desdén hacia Monika se
torna con precisión hacia su hermano, porque de nuevo imperó en él la necesidad de proteger a su
hermana (que no digo que esto sea malo, pero considero que de nuevo se excede en su cometido),
poniendo así más distancia entre nosotros. Esto tan solo confirma lo que ya sabía, y es que le mueve
un exceso de control por lo que sucede a su alrededor: nunca me confesó lo que sucedía con Luís,
que claramente le estaba amenazando; le oculta a su hermana la verdadera relación que le une a Kurt,
deja que me crea que me ha engañado por no poner en jaque a su hermana, y no desestimo la
posibilidad de que haya más cosas que se podrían añadir a este listado y las cuales yo ignoro. Daniel
es sinónimo de secretos, siempre. Y en este momento de mi vida, ser conocedora de esta confesión y
a estas alturas, debería importarme bien poco, pero lo cierto es que soy incapaz de negar que me
duele que no luchara por mí, por nosotros. Más aún, sabiendo que su hermana le rogó que me contara
la verdad y claramente se dio por vencido. Lo que me lleva a concluir que si no lo hizo fue por algún
motivo y no digo que no, tendría sus razones, igual que las tuve yo para no dejarle explicarse y
echarle del hospital como lo hice.
Pasados varios largos minutos en los que Monika ha respetado mi silencio, aunque
visiblemente nerviosa además de afectada sin dejar de observarme con algo de temor ante mi
reacción, finalmente y asimilado de cierta manera esa confidencia, me animo a decir algo.
—No debes sentirte culpable, entre tu hermano y yo pasaron muchas cosas y eso, tan solo fue
una entre tantas. Era una relación avocada al fracaso Monika, no iba a funcionar —ni siquiera me
sorprende la frialdad con la que pronuncio cada palabra, sino fuera así, creo que me derrumbaría—.
Y por favor, no te odies.
Le doy un largo trago al vaso de agua, sumergiendo esta confesión en lo más profundo de mí
ser, ahogando cada palabra en algún puto recóndito lugar del que espero no sea capaz de emerger.
Sonrío con ironía porque, aunque a estos hermanos no les corre la misma sangre por las venas,
actúan de la misma manera, una actitud cobarde que les lleva a ocultar constantemente la verdad;
bien por protegerse el uno al otro o por protegerse a sí mismos.
—Creo que hubiésemos sido buenas amigas.
Un pensamiento que incluso a mí se me había pasado por la cabeza hace apenas un rato.
—Yo también —me sincero devolviéndole una sonrisa algo compungida.
Varios largos segundos después en los que cada una se ha sumido en sus propios pensamientos,
Monika irrumpe los míos con una pregunta que ciertamente no me esperaba.
—Vas a declarar en el juicio ¿no?
—Sí, se lo debo —respondo con un tono cortante y frío—. ¿Y tú? Al fin y al cabo, fuiste
testigo, estabas en la gala.
—No —contesta con falsa rotundidad.
La manera en que ha esquivado mi mirada la ha delatado, lo que muestra que no está muy de
acuerdo con esa decisión que sé, sin ninguna clase de duda, no ha tomado ella.
No es algo que me sorprenda, ni hace falta que me dé ninguna explicación. Daniel de nuevo
protegiendo a su hermana, las cosas no han cambiado mucho…
Parece que haber soltado ese remordimiento que claramente le pesaba, ayuda a que la comida
transcurra con mayor naturalidad, consiguiendo incluso que nos dediquemos a conversar sobre
simple banalidades de las que hablarían dos amigas que no se ven desde hace tiempo.
Aunque reconozco, que entre bocado de ensalada y comentario de Monika sobre un lugar que
ambas conocemos en Paris, tengo una lucha interna por no dejar que su reciente testimonio, me haga
replantearme todo lo sucedido con su hermano.
Monika paga la cuenta y me acompaña de nuevo hasta mi trabajo, en cuanto llegamos nos
quedamos un minuto en silencio, hasta que por fin decido romperlo.
—Gracias por este rato Monika, admito que no me sentía muy cómoda al principio, pero te
agradezco tu sinceridad y por favor, no cargues con ninguna culpa. Me alegra haberte visto, de
verdad.
—Lamento que las cosas con mi hermano no acabaran bien, me hubiese encantado que
fuésemos familia.
No sé qué me lleva a decir esto y puede que más adelante me arrepienta, pero las palabras
salen de mi boca antes de que me dé cuenta.
—¿Si quieres podemos vernos otra vez cuando vuelvas a la ciudad?
—Bueno, todavía voy a estar unos días más por aquí…
—Pero no creo que nos veamos —le recuerdo—, me marcho mañana a Madrid.
—Cierto, se me había olvidado. Apunta mi número entonces.
Hacemos un intercambio y tras despedirnos con un sincero abrazo por parte de ambas, nos
alejamos cada una cogiendo su camino: ella calle abajo y yo de vuelta a la oficina, con una extraña
sensación que no veo el momento de que me abandone.
Llego a casa bastante temprano, Brooke me ha hecho el favor de dejarme salir un rato antes ya que
sabe que tengo planes esta noche con Barry y estoy muy ilusionada. En los últimos meses se ha
incrementado su ausencia en casa debido a su trabajo, así que se agradece una noche romántica los
dos solos. Me apetece compartir algo de tiempo con él, y que no sea para salir a entrenar o las
escasas horas que compartimos sobre el colchón. En cuanto le comenté a Barry que debía viajar a
Madrid para arreglar unos asuntos, prometió que sacaría un día para nosotros antes de que me
marchara; aunque para ello tuvo que remover cielo y tierra para lograr esta noche de libertad.
Abro la puerta de casa y en cuanto veo a Barry en chándal recostado sobre el sofá con un libro
en una mano mientras su otro brazo descansa a lo largo del respaldo, en una pose de relax y
comodidad innegable, mi ilusión desaparece casi igual que la cena de anoche: por la trituradora,
rápido y sin esfuerzo.
—Hola —saludo incapaz de ocultar mi mosqueo soltando el bolso y el abrigo sobre la
encimera de la cocina, examinándole con los brazos cruzados sobre el pecho.
Cuando se digna a levantar la vista del manuscrito, ya que se lo ha tomado con calma, parece
que me mire algo confundido mientras frunce el ceño, logrando incluso que me sienta incómoda por
haberle interrumpido, sobre todo porque tarda más de lo debido en abstraerse de lo que sea que tenga
en la cabeza.
—¿Ya son las seis? —pregunta mirando su reloj de pulsera.
—Son las seis y cinco, lo que quiere decir que tendríamos que estar saliendo ya para llegar a
tiempo al concierto.
La idea era que yo pasara directamente del trabajo a recogerle, puesto que el local donde tocan
Blue Fives está bastante cerca de casa, lo que supone que él debía estar más que preparado para
salir…
—Bella, I´m sorry, babe —se disculpa llegando hasta mí, plantando sus manazas en mis
hombros con gesto compungido—. Me he puesto a leer y he perdido la noción del tiempo.
Sus bonitos ojos azules se clavan en mí, mientras pasea su mano por mi rostro en una caricia de
disculpa y una tímida sonrisa que me ablanda sobremanera. Se acerca más, apresando mi cuerpo
contra la encimera y sin dejar de sonreír se agacha para darme un delicado beso en los labios que me
desarma.
—Bueno, todavía estamos a tiempo si te vistes en unos… tres minutos —añado más
conciliadora girando su muñeca para verificar la hora.
Entonces le veo dudar, esquivando mi mirada y deslizando sus dedos por su brillante pelo
rubio un momento antes de dejar caer todo el peso en la mano que apoya sobre la encimera.
—¿Qué te parece si nos quedamos en casa? Pedimos algo de cenar y…
—¿En serio? —le interrumpo apartándole de un empujón—. Te recuerdo que me voy mañana,
durante una semana, y que hace meses que no salimos de estas cuatro paredes Barry —escupo
molesta, gesticulando en exceso—. Por fin consigues un puñetero día libre para que podamos estar
juntos y hacer algo diferente, ¿y me pides que nos quedemos en casa? Por no mencionar que sabes lo
emocionada que estaba con esta noche y a ti se te olvida. Ni siquiera pienso explicarte cómo me hace
sentir eso.
—Bella… lo siento —trata de cogerme del brazo, pero me zafo de su agarre.
—¡Déjame! —exclamo mirándole con furia—. No, si al final resulta que Chloe va a tener
razón en todo —murmuro en voz baja con un desprecio que quizá no se merezca.
—¿Cómo dices?
—¡Qué te quedes leyendo tu puñetero libro! —le suelto ignorando su pregunta y poniéndome
de nuevo el abrigo.
Salgo por la puerta dando un sonoro portazo, consciente de que en realidad me siento más
decepcionada que enfadada.
—¡¡Abre!!
—¿Bella?
—Sí, traigo cerveza.
Empujo la pesada puerta de hierro en cuanto escucho el inconfundible sonido que me permite
acceder al edificio. Tan solo necesito subir un par de escalones para llegar hasta la casa de mi amiga.
—¿Espero que esa cara no sea por mí? —pregunta tras darme un beso en la mejilla y
examinarme detenidamente con el ceño fruncido.
—No directamente —respondo al pasar por su lado entrando en el loft y tendiéndole la caja de
seis cervezas.
—¿Qué ha pasado?
—Dirás: qué no ha pasado.
—Entonces, ¿qué no ha pasado?
—Que te odio —añado con falso desprecio.
—¿No decías que no tenía que ver conmigo?
—Trae dos cervezas y siéntate anda —le ordeno dejándome caer sobre el sofá.
Le doy un profundo trago mientras ella se acomoda frente a mí en silencio, en una posición casi
idéntica a la mía: con las piernas dobladas sobre los mullidos cojines, esperando que desvele lo que
sea que me tiene en este estado de ¿confusión? Sí, creo que ese es el sentimiento que me domina
ahora mismo. Me he pasado todo el camino hasta aquí con la cabeza bullendo, porque claramente me
molesta que mi novio no haya sido capaz de acordarse de nuestra noche, esa por la que llevo
esperando tanto tiempo, lo que no hace más que despuntar esa virtud que Chloe sacó a relucir cuando
se refirió a él como un muermo. No obstante, incluso teniendo en cuenta eso, admito que lo que en
realidad me ha tocado la fibra es el encuentro con Monika de esta mañana, logrando que lo sucedido
con Barry tan solo haya sido la gota que haya colmado el vaso, sobre todo cuando vamos a estar una
semana sin vernos y voy a reencontrarme con el que ha sido sin lugar a dudas el amor de mi vida. Lo
reconozco, ahora mismo necesito que sea el mejor novio del mundo y claramente me ha fallado.
—He visto a Monika hoy —suelto sin más dilación—, de hecho, he comido con ella.
—¿Qué Monika?
—La hermana de Daniel —le aclaro atenta a su reacción que no se hace esperar.
—¿No? —exclama incrédula con el botellín de cerveza a medio camino de su boca.
—Sí. Resulta que Monika Li, va a ser la portada del próximo número de New World.
—¿Monika Li?
—Sí, es algo así como un pseudónimo o un nombre artístico no sé muy bien cómo definirlo;
además de una clara treta para que no la relacionen con Daniel.
—¿En serio? No puedo creer que nadie sepa que ellos dos son hermanos.
—Yo tampoco, pero supongo que el dinero calla muchas bocas —aspecto que no sabía cuan
cierto era hasta que conocí a Daniel—. El caso es… bueno, en realidad creo que esto te va a
encantar —con agilidad pasmosa deja la cerveza sobre la mesa para poder centrar toda su atención
en mí, al parecer he despertado su interés—. Insistió en que comiera con ella ya que tenía algo que
contarme.
—Sigue —me pide con los ojos cada vez más abiertos.
—Resulta, que quien estaba con Nilze en casa de Daniel aquel día era… ella.
—¿Es…?
—Lesbiana sí, aunque se comporta como si fuera un secreto de estado.
—En el siglo que estamos sigo sin entender que alguien se esconda por su condición sexual;
pero bueno, eso es cosa de cada uno. Lo que importa aquí es por qué Daniel no te lo contó.
—Porque como te digo, era un secreto y Monika no quería que nadie lo supiera. Hasta que se
enteró de lo que el cabrón de Luis me había hecho, entonces le pidió a su hermano que me contara la
verdad; pero esto fue después de que yo echara a Daniel del hospital así que…
—Así que nunca volvió para confesarte la verdad —sentencia.
—Exactamente —reafirmo con la mirada pérdida en algún lugar entre la pared de ladrillo visto
de este amplio apartamento y la última imagen que tengo de Daniel: la de su intensa mirada llena de
reproche atravesándome como un machete en aquella habitación de hospital—. Supongo que tenías
razón Chloe, está visto que me precipité con Daniel.
Se arrastra hasta quedar junto a mí muy quieta, escrutándome con sus pequeños ojos oscuros
para y sin pedírselo, darme un abrazo cargado de empatía que, aunque me cuesta reconocer, lo
necesito y agradezco a partes iguales.
—¿No vas a decir nada? Un «ya te lo dije» o «tenía razón».
—No soy la más indicada para pronunciar esas palabras, teniendo en cuenta que tú también
estabas acertada en algo.
—¿De qué estás hablando?
Con auténtica curiosidad la observo levantarse con esa agilidad y elegancia innata en ella,
tirando del lomo de uno de los libros que hay en la enorme estantería que cubre la pared del fondo.
De vuelta junto a mí, mientras toma asiento de nuevo lo abre y saca lo que parece ser una foto, me la
tiende en un completo silencio que ella aprovecha para dar fin a su cerveza mientras a mí me deja en
un estado de completa conmoción, tratando de descifrar el significado de esa instantánea.
—Esta eres tú —afirmo—. ¿Y este… este es Víctor?
—Uhm —asiente sin dejar de observarme con detalle.
Creo que soy incapaz de apartar los ojos de esta imagen. Chloe, bastante joven, colgada del
brazo de un atractivo Berrocal que pintaba menos canas que ahora. Detalle importante: anillos que
lucen ambos en el dedo anular, además de un cartel que cuelga sobre ellos y que pone «Just
Married».
—¿Puedes por favor explicarme esto? ¡¿Estás casada?! Perdón, repito la pregunta: ¡¿estás
casada con Víctor Berrocal?!
—Eso fue en las Vegas, si no me equivoco ese matrimonio es solo valido en EEUU, así que
supongo que sí, estoy casada con Víctor.
—Me estás diciendo que lleváis… ¿cuánto hace de esto? —inquiero señalando la instantánea.
—Yo tenía 25 años…
—Espera, espera, espera… ¿Llevas casada y con Víctor, desde hace ¡¡doce años!!?
—Supongo.
—¡¿Supones?! Y jamás se te había ocurrido no sé ¿mencionarlo quizá? Algo como: «Hola soy
Chloe y este tío tan atractivo se llama Víctor Berrocal y resulta que es mi marido».
Me levanto, cojo otra cerveza, la abro y me la bebo casi del tirón y sin respirar.
—Siéntate y déjame que te explique anda—me pide con toda la tranquilidad del mundo—.
Conocí a Víctor con 24 años, es decir, año y medio antes de esa foto y tres años antes de conocerte a
ti. Y como ya te conté en su día, tuvimos algo durante aquella época
—¿Algo? ¿En serio le llamas tú a esto, algo? —le digo agitando de nuevo la foto en su cara.
—Cómo te decía —continúa su explicación, no sin antes arrebatarme la prueba del delito de la
mano—, conocí a Víctor en una de mis primeras exposiciones. Según tengo entendido alguien le
había hablado de mí y se pasó por allí a echar un vistazo, le gustó la obra y después de tontear un
poco, nos intercambiamos los teléfonos. De todas maneras, creo que esto ya te lo había contado
alguna vez.
—Claramente, aunque se te olvidó mencionarme un pequeño detalle sin importancia.
—Empezamos a vernos, era evidente la tensión que existía entre nosotros, así que imagino que
era inevitable que pasara. Una cosa llevó a la otra y digamos que empezamos a salir.
—¿A salir? Ni siquiera sabía que conocías esa palabra.
—Estuvimos casi un año como pareja —y esta palabra la entrecomilla con los dedos—, hasta
que Víctor tuvo que hacer un viaje a California. Tenía previsto abrir una galería y me pidió que le
acompañará. Las negociaciones le llevaron menos de lo esperado, por lo que aprovechando que
todavía nos quedaban unos días para volver, nos animamos a hacer una escapada a Las Vegas. Yo
nunca había estado y me hacía ilusión. Tras dos días de borrachera continua y absurdeces varias, no
me digas cómo, acabamos en una capilla casándonos en una boda oficiada por un imitador de Elvis.
Detiene la explicación para coger aire en un gesto casi imperceptible, cerrando los párpados
apenas un segundo devolviéndome una mirada triste y algo melancólica.
—¿Y… qué pasó después? —pregunto con cautela, arropando sus manos con las mías.
Advirtiendo que ahora viene la peor parte.
—¿Sabes? Tan solo he conocido una vez el amor en mi vida y fui tan feliz, me sentía tan plena,
que cuando se… jodió —añade con voz temblorosa—, supe que jamás podría amar de la misma
manera, bueno, de esa, ni de ninguna. Por eso Bella, sé de lo que hablo cuando me refiero a ti y a
Daniel, porque juntos sois un reflejo de lo que un día yo tuve con… él —añade bajando la mirada
incapaz de pronunciar su nombre—. Y por eso no he vuelto a tener ninguna relación seria, no puedo
engañar a nadie y menos a mí misma con tíos que no van a ser más que algo pasajero. Todo lo que fui
capaz de amar, es eso exactamente, pasado.
Creo que jamás me había sentido como ahora, es como si después de tantos años nunca hubiese
conocido a la Chloe de verdad, esa que se esconde tras esa fachada de seguridad de lo controlo todo,
nada me importa y no me verás llorar ni sufrir jamás por algo tan absurdo como el amor.
—¿Qué pasó Chloe?
Mis manos se aferran a las suyas con más fuerza.
—Digamos que uno de los dos no se tomó muy bien descubrir la locura que habíamos
cometido. A ver, yo estaba alucinando, pero teniendo en cuenta que estaba completamente enamorada
de él, no me pareció tan descabellado.
—Dime quién eres y qué has hecho con mi amiga —digo muy seria logrando sacarle una
sonrisa. Triste, pero una sonrisa dentro de lo que cabe.
—Al día siguiente todo cambió entre nosotros. Víctor casi no me hablaba e incluso era incapaz
de mirarme a los ojos. Volvimos a París y estuvimos semanas sin dirigirnos la palabra: yo por
orgullo, después de cómo me había ninguneado me oponía a ser la primera en dar el paso, y él,
bueno, me figuro que simplemente por cobardía. Probablemente su idea de aquel viaje no era volver
con un acta de matrimonio bajo el brazo. Todo siguió igual hasta que pasado un mes, decidí
presentarme en su casa para exigirle una explicación, si quería mandarme a la mierda, que al menos
tuviera el valor de decírmelo a la cara. Hablé con Iris —la todavía ayudante de Víctor— ya que él ni
siquiera me cogía el teléfono, le pedí que le informara que pasaría a recoger mis pertenencias. En
realidad, nunca llegamos a vivir juntos oficialmente, pero sí que tenía bastantes cosas en su casa.
—Menudo cabrón. Joder Chloe, jamás me hubiese esperado algo así de Víctor.
—Cuando llegué a su casa me lo encontré…
Y por el tono, la mirada y la forma de soltar el aire acompañado de una sonrisa bañada de
cinismo, creo saber la respuesta.
—Tirándose a una —la interrumpo cubriéndome la boca con la mano instintivamente.
—A dos —me corrige.
—¡¿A dos?! ¡Será hijo de la gran…! —yo misma irrumpo la lindeza que pensaba dedicarle a
mí ya no tan buen amigo, porque una pregunta que necesita respuesta urgente se antepone a mi afán
por insultarle, así que incapaz de ocultar mi cara de asco lo suelto—. ¿Y cómo has podido seguir
viéndole y acostándote con él? De hecho, ¿cómo has podido mantener esa buena relación después de
eso?
—Estuvimos unos cinco meses sin hablarnos y puedo asegurarte que fueron los peores de toda
mi vida, le echaba tantísimo de menos Bella, que llegué a un punto en el que me di cuenta de que su
ausencia era devastadora y aunque fuera solo como un amigo lo necesitaba en mi vida. Sé que puede
sonar hasta egoísta, teniendo en cuenta que tras los acontecimientos no es que Víctor quisiera tenerme
cerca precisamente, no obstante, era mi decisión y lo sentía así. Pasado ese tiempo, empezamos de
nuevo a vernos, casi por casualidad la primera vez, hasta que poco a poco se fue forjando una
amistad que probablemente en el año que estuvimos juntos no le dedicamos la atención que esa parte
de la relación se merecía.
—Me estás diciendo que jamás, en todos estos años habéis hablado del tema. Ni de la boda, de
tus sentimientos, de su actitud. De nada.
—¿Te acuerdas el viaje que hice a Barcelona con él antes de irme a vivir a Los Ángeles con
Edu?
—Claro.
Como olvidarlo, cuando descubrí que mi amiga engañaba a lo que fuera que significase Edu
para ella con Berrocal.
—Bueno, pues en aquel fin de semana nos dijimos todo lo que nos habíamos callado durante
todos esos años.
—A ver, y se puede saber, ¿cuál era su excusa para tratarte como una basura? Ilumíname.
—Estar enamorado de mí.
—¿Cómo dices?
—Me dijo que me quería y que estaba tan asustado que no supo cómo comportarse.
Estoy tan descolocada con todas estas confesiones y son tantas las preguntas que me asaltan,
que me resulta complicado decantarme por una. Por lo que finalmente decido simplemente soltar lo
primero que sale por mi boca.
—Admito que me cuesta entender cómo has podido tener esa relación con él durante todos
estos años y más estando todavía enamorada.
—Te confieso que esa es una de las razones por las que no te lo he contado antes, ni a ti ni a
nadie. Soy consciente de cómo suena y de que puede ser difícil de entender, pero Bella, era eso o
nada. Y se me hacía más difícil vivir sin él, que tenerlo en mi vida sabiendo cómo se había
comportado. Al fin y al cabo, todos nos equivocamos.
—Entonces, ¿por qué no le dijiste que tú también le quieres? ¿Por qué no te quedaste en
Madrid y lo intentaste?
—Por miedo. Porque quién me dice que si se asustó una vez no le va a pasar una segunda, y en
ese caso sí que no sería capaz de recuperarme.
Una respuesta suficiente para mí.
Se hace un reflexivo silencio entre nosotras, en la que cada una se sume en sus propios
pensamientos. Siento como si acabara de conocer ahora mismo a Chloe, después de cuánto, ¿diez
años? Una inmensa tristeza y un profundo desasosiego oprimen mi pecho logrando que me sienta
culpable, como si acaso no le hubiese puesto toda la atención que se merecía. Es como si siempre
hubiese sido yo la herida y todo girara entorno a mí, siempre el foco sobre Bella, como si acaso la
única con problemas sobre la puñetera faz de la tierra fuera yo. Claramente no soy candidata a la
mejor amiga del año, no me he preocupado ni una puñetera vez en conocer de verdad a esa mujer que
dejó de amar para convertirse en alguien frío y despegado, vacío de esperanza y falto de cariño.
—¿Cómo estás?
Y aunque su pregunta podría referirse a cualquiera de las cuestiones de las que hemos hablado
esta noche, sé perfectamente por dónde van los tiros. Ha pasado una hora desde su confidencia, tras
el primer impacto y un par de aclaraciones más por su parte, decidimos pasar de las cervezas a los
gin-tonics.
Medito la respuesta dejándome embaucar por la voz de Fiona Apple que suena de fondo con
«Criminal».
—No lo sé, confundida supongo, es complicado… ¿Dolida, molesta? El miércoles voy a verle
Chloe —le recuerdo.
—Habla con él.
—¿Cómo?
—Dile que lo sabes.
—¿Y de qué serviría eso ahora? Han pasado casi dos años.
—Pero sé que necesitas hacerlo.
Admito que una parte de mí lo necesita, pero otra parte lo considera una temeridad demasiado
estúpida.
—Ni siquiera creo que quiera verme después de cómo le traté la última vez —de nuevo algo
cruza mi mente y es una necesidad inminente de aclarar un punto importante a mi amiga—. Chloe, sé
que no me crees, pero yo quiero a Barry.
—Lo sé y siento mucho lo del otro día Bella, no he sido justa contigo.
Digamos que en eso estamos de acuerdo, ella no lo ha sido conmigo al igual que tampoco lo he
sido yo con ella.
—¿Te acuerdas cuando compramos estas copas? —le pregunto con la mirada perdida en el fino
cristal que sujeto en mi mano, rememorando aquel caluroso domingo.
—Cómo olvidarlo. El que seguro no lo borrará de su memoria será Travis —añade con una
pícara sonrisa trayendo al presente una de esos recuerdos que es fácil crear con Chloe, gracias a su
manera de ver la vida en la que nada es realmente relevante como para preocuparse o sufrir por ello.
Una anécdota en la que le hizo el lío al dependiente que babeaba por Travis y le prometió darle su
número a cambio de que nos rebajara un poco el precio de la enorme compra que habíamos hecho
para la nueva casa. El chico se portó y nos hizo un gran descuento, así que Chloe cumplió con su
parte del trato. El chaval estuvo acosando a Travis algo así como tres meses hasta tal punto que
nuestro amigo se vio obligado a ponerle una denuncia e interpusieron una orden de alejamiento. Y
todo por ahorrarnos unos dólares en unos vasos.
Este recuerdo me impele y termino haciendo un barrido mental de estos últimos años y de
cómo acabamos Chloe y yo de nuevo juntas viviendo en la misma ciudad. En cuanto se enteró de que
estaba hospitalizada grave (aunque fuera de peligro) no dudó en cogerse el primer avión para Madrid
y no separarse de mí hasta que logré convencerla de que estaba recuperada y que podía volver a su
vida en Los Ángeles, esa que, como ya intuía, no era tan idílica como la pintaba. Evitaba a Edu a
toda costa y claramente las cosas entre ellos no funcionaban, ni para mal, ni para bien, directamente
no iban. Una vez conseguí el trabajo en New World decidí contarle mi decisión de irme a Nueva
York y no lo hice antes, supongo que para demostrarme a mí misma que era capaz de tomar una
decisión de tal calibre sin necesidad de tener nadie a mi lado. Chloe se apuntó enseguida, estaba
deseando salir de California, además de que su sueño siempre había sido vivir en la Gran Manzana y
no en el estado opuesto del país. Después de mucho mirar, llamar, preguntar y volverme loca
buscando un sitio para vivir, Chloe me sorprendió a pocas semanas del inminente viaje, cuando yo
me estaba volviendo loca porque no daba con nada, confesándome que se había comprado un piso en
Nueva York y que por lo tanto ya teníamos lugar en el que vivir. Me pareció una locura, pero la
decisión y el dinero eran suyos, así que acepté su proposición de compartir casa y nos mudamos
juntas a ese maravilloso apartamento en TriBeCa, una de las zonas de más auge de Manhattan. Un loft
de techos altos y de una sola planta, un ambiente con tan solo dos puertas: una para separar el baño
del resto del espacio y la otra, una inmensa corredera de metal color azul de aspecto oxidado, para
aislar el dormitorio del resto del espacio.
Desde el primer momento y aunque estaba muy a gusto con ella, le advertí que sería algo
temporal, compartir cama con mi mejor amiga no era algo tan malo, pero tener que irme a dormir a
casa de Travis cada vez que Chloe decidía traerse a algún acompañante era algo que llegó a
resultarme desesperante. Jamás le dije nada, yo ya sé cómo es y la casa al fin y al cabo es suya, no
obstante, la elección que me quedaba para pasar la noche era incluso peor, teniendo cuenta que el
fotógrafo tiene una vida sexual mucho más activa que la de mi mejor amiga (que ya es decir) y,
aunque por lo menos disponía de una habitación propia (es decir, con cuatro paredes) para mí sola,
resulta no ser tan útil cuando tienes que pasar la noche entre alaridos, gemidos y grititos varios;
masculinos, femeninos y una mezcla de todos a la vez. Por lo que, reconozco que cuando Barry me
pidió que me fuera a vivir con él, fue como ver la luz al final del túnel, o como descubrir un lugar en
el que por primera vez los gritos de placer salían de mi propia boca.
Aunque hay algo que tengo que admitir, y es que desde que vine a Nueva York, en el único
lugar en el que me siento como en casa es cuando estoy aquí, en este loft con Chloe. No obstante, no
le doy mayor importancia teniendo en cuenta que es mi mejor amiga y estoy a mil kilómetros de casa,
entiendo que es algo medianamente coherente.
Unos golpes en la puerta me fuerzan a volver a la realidad.
—¿Habías quedado con alguien? —le pregunto a mi amiga procurando que no perciba la
molestia en mi tono, porque sí, estoy cómoda y no me apetece tener que largarme por un tipejo que,
seguramente, no merece la pena.
—No, pero siempre hay alguno que me echa de menos —argumenta guiñándome un ojo de
camino a abrir a quien sea que espera.
Aprovecho para echarle un vistazo a mi móvil: tres llamadas de Barry y dos mensajes.
Si algo he aprendido de Barry en todo este tiempo es que no le gusta discutir y aboga por la
conciliación en todo momento. Nunca levanta la voz un decibelio más allá de lo realmente necesario.
De hecho, nunca le he visto verdaderamente enfadado, molesto sí, pero jamás pierde los papeles.
Demasiado autocontrol para mí, teniendo en cuenta que soy Doña Impulsos.
Espero que ya te hayas desahogado lo suficiente poniéndome verde con Chloe, porque voy a buscarte.
21.32
Y este mensaje es de apenas… cuarenta minutos, así que intuyo que el que llama a la puerta no
es ninguno de los tantos amantes de mi duendecillo, sino el mío.
—Buenas noches.
Me giro y veo a Barry bajo el umbral de la puerta vestido muy elegante con un traje de color
gris oscuro mirando en mi dirección.
—¿Qué tal Barry? —pregunta Chloe sin ningún ademán por intentar ocultar la normal apatía
que le produce mi novio; impidiéndole además el paso con una mano en el marco y otra sobre la
puerta.
—No tan bien como tú sin duda, ya que eres la afortunada que está compartiendo el tiempo con
mi novia.
—Quizá si no se te olvidaras que tienes una, no te pasarían estas cosas.
—¡Nos vamos! —exclamo levantándome de un salto temblando ante la mirada displicente que
mi novio le acaba de regalar a Chloe. Decido poner punto y final antes de que saquen la artillería
pesada—. Gracias Chloe.
Y he aquí la prueba de lo bien que se llevan mi novio y mi mejor amiga. Es prácticamente
impensable tenerlos en una misma habitación o en un radio de 500 metros (en caso de que sea en el
exterior) sin que se dediquen lindezas varias que a mí me hacen sentir de lo más cómoda y feliz.
Siento mi tono sarcástico, pero creo que es más que entendible lo violenta que me resulta esta
situación.
—Buen viaje Bella —me desea Chloe dándome un caluroso abrazo—. Mándame un mensaje
cuando llegues mañana a Madrid.
—Claro. Te quiero, duendecillo. Y gracias.
Gracias por estar ahí; pero sobre todo gracias por confiar en mí y contarme eso que nadie más
sabe. No se lo digo, pero ella es consciente de lo que engloba ese «gracias», puede que me haya
ocultado algunas cosas; pero eso no exime la complicidad de todos estos años en los que con tan solo
una mirada podemos comunicarnos sin necesidad de decir nada.
Sentada en el asiento del copiloto de este Camaro que aún huele a nuevo, miro por la ventanilla en
completo silencio, procurando ignorar como Barry me observa de reojo de manera extraña o más
bien poco habitual. Es bastante metódico a la hora de conducir (bueno, y para otras cosas también),
por lo que no suele perder la concentración de la carretera por nada que no sea relevante para la
propia conducción. Llevamos así desde que salimos de casa de Chloe, con una quietud que da que
pensar, sin mirarnos directamente y sumidos cada uno en sus pensamientos. Y yo no he parado de
hacerme la misma pregunta desde que le he visto aparecer: ¿qué narices hace así vestido?
—¿A dónde vamos? —pregunto rompiendo el silencio. Me mata la curiosidad, además acaba
de aparcar bastante lejos de casa, exactamente en un parking junto a la Quinta Avenida.
—Espero que a hacer esta noche inolvidable —responde pagado de sí mismo abriéndome la
puerta del coche en un gesto muy galante.
—Creo que eso ya lo hiciste hace un rato.
—¿No me vas a perdonar? —pregunta haciendo un mohín.
—Depende.
—¿De qué?
—Si me dices a donde me llevas.
—Lo vas a descubrir ahora mismo—añade colocando la mano bajo mi espalda guiándome a
donde sea que vayamos.
—¿Por qué te has puesto tan guapo?
—Gracias, supongo.
—No has contestado a mi pregunta.
—Ya estamos —concluye deteniéndose frente al…
—El Empire State, ¿qué hacemos aquí?
—¿Has estado alguna vez?
—Ya sabes que sí, contigo, en nuestra quinta cita si mal no recuerdo.
—Buena memoria.
—¿Y para qué me has traído? —le interrogo en cuanto traspasamos las puertas giratorias de
cristal.
No sé porque, pero tengo una misteriosa sensación que me está crispando los nervios y ya
sabemos que en ese estado no puedo dejar de hablar y de decir estupideces.
—Espera —me pide acercándose a un mostrador dejándome sola.
Para subir al mirador del Empire, las colas pueden llegar a alargarse hasta las cuatro horas de
espera; pero sé que Barry tiene un conocido, que fue el que nos echó un cable la última vez y gracias
al enchufe ganamos más tiempo en nuestras vidas.
Tras aprovecharnos de un favor gracias a un primo lejano que de hecho ya le debía una a mi
novio por una consulta gratuita que le hizo a su mujer, subimos por fin los dos ascensores que nos
llevan hasta la planta 86 del emblemático edificio. Nada más salir fuera, el viento dicta sentencia
obligando que me esconda bajo el abrigo, y cuando empiezo a dudar de que el frio en estas alturas
tenga algo que ver con la extraña sensación de mi cuerpo, Barry pasa su brazo por encima de mis
hombros para acercarme a su pecho, ayudando a deshacerme de esa inusual pérdida de templanza.
Hay bastante gente, pero enseguida encontramos un huequito en el que poder contemplar las
preciosas vistas nocturnas que hay de la ciudad desde aquí arriba.
—Es precioso —murmuro acurrucada contra su cuerpo disfrutando de este mágico momento,
hasta que un escurridizo recuerdo se cuela en mi cabeza. Me temo que cerrar los ojos con fuerza e
implorar porque desaparezca no está resultando todo lo efectivo que desearía.
No era Nueva York, la actual vista podría superar con creces a la de mi recuerdo; no obstante,
el diminuto parecido es suficiente para que esa imagen de Daniel rodeándome con su cuerpo desde
atrás en el ático de su casa de Madrid, sea suficiente para hacerme estremecer.
—¿Estás bien?
—Tan solo tengo un poco de frio.
—Espera.
—No hace falta —añado sin éxito, puesto que en un rápido y elegante movimiento se deshace
de su abrigo para colocarlo sobre mis hombros.
—Lo siento Bella —se disculpa sujetando las solapas mirándome muy serio.
Mi mano se desliza por la corbata color azul añil que le regalé por su cumpleaños y que hace
juego con el color de sus ojos.
—Me gusta cómo te queda —musito mirándole directamente.
—Y a mí me gusta como quedas tú a mi lado —añade muy serio con esa confesión que acaba
de ablandarme el corazón y que yo agradezco con una tímida sonrisa.
—Yo también, lo siento Barry. No debí haberme ido de casa de esa manera… ¿qué… qué
haces? —le inquiero contemplando a cámara lenta como hinca la rodilla izquierda en el suelo al
tiempo que se desabrocha el botón de la chaqueta con una mano— Barry, pero ¿qué estás haciendo?
¡Levántate del suelo! —le ruego aterrada con la sangre arremolinándose en mis mejillas al
contemplar como en apenas unos segundos nos hemos convertido en el centro de atención y los
espectadores han formado un corrillo a nuestro alrededor.
Mi corazón se precipita en mi pecho impidiéndome pensar con claridad, lo que sumado a los
ojos testigos que nos contemplan son capaces de causarme un ligero mareo vertiginoso. Qué irónico
¿no? Aquí, en lo alto de este edificio que llegó a ser el más alto del mundo por más de cuarenta años
(información cedida por mi apuesto novio que sigue de rodillas frente a mí) y yo aquí muerta de
vértigo y no por la altura de dicho monumento arquitectónico precisamente.
En cuanto Barry apresa mi mano izquierda entre las suyas con una determinación que ni el
mejor gladiador, mi otra mano instintivamente corre a cubrir mi boca.
—Tenía planeado hacer esto dentro de un par de meses, lo más probable es que hubiese
elegido el día de tu cumpleaños; pero después de que te fueras de casa hoy, me he dado cuenta de que
me moriría si te perdiera de verdad Bella. Echaría de menos lo testaruda que eres y como pones a
prueba mi paciencia que sabes es infinita —no puedo evitar dejar escapar una pequeña carcajada
bajo la palma de mi mano—. Te quiero Bella y no puedo permitir que te vayas a ese viaje sin
saberlo, sin que seas consciente de cuánto necesito que formes parte de mi vida, para siempre —mete
la mano derecha dentro de la chaqueta para sacar una pequeña caja de terciopelo azul que abre con
decisión, mostrando un bonito anillo de compromiso—. Bella, ¿quieres casarte conmigo?
El corazón me late a toda velocidad, mi pecho sube y baja acelerado y mis ojos se escapan
unos segundos de los de Barry para observar a toda esa gente que nos rodea observándonos, bueno
en realidad observándome a mí, pendiente de mi respuesta. Una mujer mayor de pelo cano me mira
con ojos repletos de emoción y expectantes, junto a ella, una pareja joven y enamorada que se
abrazan y sonríen en mi dirección suplicándome que acepte la proposición, además de un chico con
una gorra verde de camuflaje y una cámara de fotos profesional apuntando con su objetivo hacia mí
con una extraña mueca en la boca que mi mente interpreta como una cínica sonrisa; como la que
pondría un paparazzi que ha encontrado algo muy suculento que podría reportarle un gran beneficio.
Asqueada aparto la vista de ese paparazzi dándole razones coherentes a mí subconsciente, ya que no
tiene lógica para que sea lo que imagino, puesto que es Barry el que se me está declarando y no
Daniel Baumann.
Mis ojos se posan de nuevo en los del apuesto cirujano que permanece con el orgullo algo
menos intacto, teniendo en cuenta que los segundos pasan y no he pronunciado una palabra desde que
ha hecho la pregunta de rigor. Con la sonrisa más pletórica de la que dispongo en este instante
asiento, escuchando el murmullo que mi gesto parece provocar.
—¿Eso es un sí? —pregunta expectante.
—Sí —afirmo en alto escuchando vítores y aplausos.
Sin dilación, mi boca es acallada por un beso intenso y lleno de emoción.
—Te quiero —murmura con una orgullosa sonrisa contra mi boca.
—Y yo a ti.
Para celebrar la buena nueva y que básicamente los dos estamos muertos de hambre, terminamos en
Central Park comiéndonos un perrito rememorando nuestra primera cita.
—Por un momento pensaba que ibas a decir que no.
—Me ponía un poco nerviosa toda esa gente observándonos —admito mirando cómo tan solo
de un bocado acaba de comerse la mitad de su perrito.
—¿No querrá eso decir que lo has hecho por la presión? —pregunta haciéndose el ofendido.
—Quizá —me burlo de él.
—Creo que en ese caso tampoco me importaría, por lo menos no me has dejado mal delante de
toda esa gente.
Le doy un manotazo tirando al suelo el último trozo que le quedaba. Nos miramos y empezamos
a reírnos sin control.
—Te voy a echar de menos, aunque sea solo una semana —reconoce acompañando sus
palabras con una triste sonrisa.
—Con todo lo que trabajas no vas a tener tiempo ni de pensar en mí.
—¿Eso es lo que crees?
—Sí.
—De hecho, tengo que admitir que algo de razón tienes —reconoce sin ningún tipo de maldad y
quizá debería sentirme molesta o incluso dolida por ello; pero lo cierto es que no lo hago, soy
consciente de la implicación que requiere un trabajo como el suyo—. Espero que a tu padre le alegre
la noticia.
—¿Qué noticia?
—La del fin del mundo —se mofa de mí—. ¡La de nuestro compromiso, Bella!
Eso, claro.
—Sí, seguro que sí.
—Mándale recuerdos de mi parte y dile que en cuanto pueda nos hacemos un viaje tú y yo para
ir a verle, o a lo mejor podría venir él, ¿qué te parece?
Barry y mi padre en realidad no se conocen personalmente, tan solo han hablado por teléfono,
FaceTime o Skype y bueno, se puede decir que mantienen buena relación.
—Estoy segura de que le encantaría venir. Estuvo una vez, con mi madre.
Inconscientemente la mano se va a mi muñeca buscando el único recuerdo que tenía de ella, ese
reloj que perdí el día que Luis me atacó y que desde que no está conmigo, un sentimiento profundo de
pérdida se instaló en mí arrastrándolo hasta el día de hoy.
—Por cierto, ¿qué tal se encuentra?
—Deduzco que mejor porque está pensando reincorporarse al trabajo.
El mes pasado, mi padre tuvo un accidente de coche. Con eso de que los taxistas no están
obligados a llevar cinturón de seguridad fue más grave de lo que en un principio podría haber sido;
una camioneta se saltó un semáforo y golpeó el lateral del coche, provocando así que mi padre
recibiera un gran impacto en la cabeza contra la ventanilla. Sufrió un traumatismo craneoencefálico,
además de algunos cortes y un esguince en la muñeca izquierda. Ya en el hospital le hicieron un TAC
y tras descartar un sangrado intracraneal agudo y después de 12 horas de observación, le dieron el
alta.
Me llevé un susto de muerte y me replantee no volver a Nueva York en mi vida, la idea de
perder a mi padre es algo que ni siquiera soy capaz de imaginar. Afortunadamente se recuperó
completamente, excepto por unos recurrentes dolores de cabeza, pero que, según me ha informado mi
padre, han ido desapareciendo y según su médico, no hay de qué preocuparse; aunque Barry no hace
más que preguntarme por su evolución lo que me hace sospechar que quizá ese médico que trata a mi
padre no tiene ni idea de lo que está haciendo o quizá, mi padre me engaña con el diagnostico. La
verdad es que prefiero no pensarlo demasiado porque me pongo mala. Ya hablaré con él seriamente
cuando llegue mañana y si hace falta le acompaño a una revisión para saber la verdad de primera
mano en palabras del médico.
—¿Te gusta?
—¿Qué? —exclamo levantando la vista que permanecía fija en la sortija que apresa mi dedo
anular.
—El anillo —me indica haciendo un gesto con la cabeza—. Un solitario de platino, es clásico
supongo.
—Como tú.
—¿Y eso es bueno o malo? —pregunta entrecerrando los ojos, enmarcando el azul de sus ojos
bajo unas pequeñas arrugas que hacen presencia dándole un toque muy sexy.
—Llevo el anillo puesto, ¿no? —Asiente mirándome con una media sonrisa arrebatadora—.
¿No te dice eso algo?
—Cómo te gusta reírte de mí —añade tirando de mi mano para obligarme a ponerme de pie.
—Solo un poquito doctor Wilson.
—¿Te das cuenta de que vas a convertirte en la señora Wilson? —añade levantando una ceja
con diversión, claramente encantado con la idea.
Ni de coña. Eso de cambiarse el apellido como si pasara a pertenecerle o algo así no va a
suceder jamás, yo voy a ser Bella Johnson de aquí al final de mis días.
—Creo que deberíamos irnos, mi vuelo sale a primera hora.
Ya en casa sellamos nuestro compromiso con 17 minutos de sexo pragmático a lo misionero,
que culminan con Barry en la ducha en el minuto 18.
Tras un escueto «buenas noches» termino por dormirme con esa extraña sensación, aún
instalada en el estómago, una oquedad que desconozco y que no llego a interpretar. Un nuevo
acontecimiento en mi vida como lo es estar prometida del hombre al que amo, ¿puede ser acaso eso
la causa de esta forastera impresión?
Seis horas y media de viaje en las que no he podido ni echar siquiera una cabezada. Las primeras
tres con los ojos cerrados autoconvenciéndome de que acabaría durmiéndome y el resto, viendo
películas de dibujos animados, que siendo sincera han sido lo mejor del vuelo; por un rato he sido
capaz de apartar todo lo que deambula por mi cabeza.
El piloto acaba de informar que en apenas unos minutos tomaremos tierra en el aeropuerto
Adolfo Suárez de Madrid. Trato de echar un vistazo por la ventanilla, pero además de que voy
sentada en pasillo, el sol entra con fuerza atravesando la aeronave y, por lo tanto, cegando las
posibilidades de atisbar algo de tierra, al menos desde mi perspectiva. Cojo una de las revistas que
hay dispuestas en el bolsillo delantero y la ojeo sin mucho entusiasmo, tan solo procuro entretenerme
hasta que lleguemos. No he podido deshacerme desde anoche de esa sensación en la boca de mi
estómago que no permite me sienta con total normalidad.
Veinte minutos después, me he leído la revista, la carta de comida que sirven a bordo, el
catálogo con artículos duty free, un periódico en español, otro en inglés, el envoltorio de una
chocolatina y la bolsa para vomitar. Después de esta sesión digna de un erudito de la lectura,
descubro que todavía seguimos sobrevolando la ciudad de Madrid, esperando a que le den la orden
al piloto para poder aterrizar de una santa vez.
De un impulso, me levanto del asiento (aunque según la señal no se puede), pero también se
supone que hace quince minutos debíamos haber tomado tierra… así que con rapidez y comprobando
antes que no me vea ninguna azafata/o (perdón, auxiliar de vuelo), me levanto de mi asiento, abro el
compartimento del equipaje y del bolsillo delantero de mi maleta saco una carpeta azul; pero justo
cuando mi culo está rozando la tela del asiento escucho una voz junto a mí.
—Señora, no puede levantarse, vamos a aterrizar.
—¿Disculpe? —contesto haciéndome la loca mientras me abrocho el cinturón de seguridad con
menos agilidad de la que me gustaría—. Sólo ha sido un segundo.
—Tiene que hacer caso de las indicaciones, señora —me reprende el auxiliar remarcando esa
última palabra con desdén y dirigiéndose a mí en un tono demasiado elevado teniendo en cuenta las
circunstancias, atrayendo de manera deliberada la atención de los pasajeros que nos rodean,
probablemente con la idea de avergonzarme.
Bombillita en 3, 2, 1…
—Perdone, pero es que según las indicaciones del piloto íbamos a aterrizar hace ya… como un
cuarto de siglo, así que decidí coger la carpeta para redactar el testamento, por si me muero antes de
pisar tierra.
Sin añadir nada más, y con una mirada que me podría haber llevado de verdad a camposanto,
desaparece por el pasillo mientras me contengo para no hacerle un corte de manga.
Centro de nuevo la atención en el testamento que, en realidad, son sólo los papeles que me
mandó Goldstein sobre el juicio, y que no he sido capaz de leer hasta… ahora mismo. Bien es cierto
que cuando los recibí tuve intención de echarle un vistazo, pero como la información primordial que
era el cuándo y el dónde iban en una carta aparte que acompañaba la carpeta, no vi ninguna
necesidad, ni tuve interés alguno por lo que hubiese dentro. En cambio, ahora, a un día de la vista, y
tras este tiempo muerto en el que no tengo otra cosa que hacer, como que me ha entrado el gusanillo.
Imagínate que me muero en este avión y en esta carpeta se encuentran los mayores secretos de estado
como: que los extraterrestres están entre nosotros, Elvis sigue vivo o que en realidad soy «La
Elegida» porque tengo un gen único para salvar el planeta. Pero nada más allá de mi ilustradísima
imaginación, abrir esta carpeta aparte de tener una pinta aburridísima, es como abrir un pozo
profundo y oscuro sobre mierda judicial y vocabulario que ni con un gen único sabría descifrar. Peor
todavía es ser consciente de cómo ha logrado que me estremezca de una manera difícil de explicar,
tan solo con un vistazo a su contenido: hojas y hojas sobre lo que debo declarar, posibles preguntas
que puede hacerme la acusación, además de sugerencias para contestar dicho interrogatorio «¿en
serio?». Por un momento me arrepiento de no haber abierto la dichosa carpeta antes y en casa, ya que
le habría dado un final merecidísimo con una banda sonora de fondo que cada vez me parece más
atractiva: el de la trituradora de la cocina. Si voy a ese juicio es porque quiero y considero que se lo
debo a Daniel de alguna manera, no necesito todo este asesoramiento, sé lo que tengo que decir y voy
con la verdad por delante. No es mi primer juicio (aunque rezo para que sea el último), pero puede
que este sea uno de los más incómodos para mí, teniendo en cuenta que no solo tengo que volver a
ver a Fran (el tío que me violó cuando tenía 19 años) y al abogado que le representa, que recuerdo
que es el jodido Killian Balaguer (mi ex amigo), además de Don Labios Finos, dueño y señor del
peor bufete de todo el país, y por supuesto no podemos olvidarnos de que voy a reencontrarme con
Daniel Baumann. Es como mi propia Liga de los Hombres Extraordinarios.
Dejando a un lado el sarcasmo (lo sé y soy consciente de que parece que me he desayunado el
manual «Enfréntate a la vida con sarcasmo») no cabe duda y sería absurdo negarlo, que en realidad
la persona que más atención ocupa mi cabeza entre tanto espécimen es Daniel. Una parte de mí,
ínfima, minúscula, casi imperceptible, tiene un curioso interés por saber qué es de su vida: si ha
engordado 200 kg, si se le ha caído ese bonito pelo y ahora le brilla la cabeza cual bola de billar, si
tendrá alguna relación seria, o por el contrario seguirá tirándose a todas esas bellezas que le rodean
no sin previo contrato de confidencialidad, por supuesto… En fin, no creo que nada de esto sea real,
aunque tampoco debería importarme, menos ahora que estoy prometida y tengo un buen futuro junto a
Barry.
—Es un anillo precioso.
Me giro a mí izquierda y veo a una señora octogenaria mirándome con ternura. Parece una
mujer sencilla, pero que transmite elegancia: vestida de negro, con una falda hasta las rodillas y una
camisa y chaqueta perfectamente planchadas. Siempre me impresiona ver gente con la ropa tan
impecable, teniendo en cuenta que yo solo conozco la plancha para el pelo y la que se usa en la
cocina, bueno, eso en realidad creo que se llama parrilla…
—¿Cuánto lleva prometida? —interrumpe mis pensamientos de nuevo.
Todo el viaje ha estado a mi lado y no había reparado en ella. De la misma manera que no era
consciente de que mis ojos han estado contemplando desde hace ya rato el anillo que me regaló
Barry.
—Apenas unas horas —respondo observando cómo sus brillantes ojos oscuros me contemplan
con curiosidad.
—¡Enhorabuena! ¿Debes de estar en una nube todavía?
—Gracias, sin duda esa es la respuesta más acertada —contesto haciendo una clara referencia
al hecho de que estemos en un avión.
El manual «Enfréntate a la vida con sarcasmo»; mi gran compañero de viaje.
Supongo que debería empezar a acostumbrarme a este tipo de felicitaciones, aunque empiezo a
sentirme abrumada y eso que solo es la primera.
—Es un anillo realmente bonito —apunta acercando mi mano hacia su cara, entrecerrando los
ojos ligeramente—. De corte esmeralda. Clásico y con buen gusto.
—Ese es Barry —suelto casi sin pensar. Claramente es una definición bastante acertada de mi
prometido (que raro suena eso).
Sin previo aviso me coge el mentón y gira mi cara hacia la suya, escrutándome de una manera
un tanto… peculiar.
—Tus ojos no brillan —arguye con una clara convicción.
—¿Perdone?
—Deberían resplandecer como el anillo, querida; ser un nítido reflejo de este precioso
diamante.
—Bueno, estoy cansada, anoche me acosté bastante tarde y…—ni siquiera sé porque me
excuso por las locuras que me suelta esta mujer que apenas conozco.
—Tonterías —asegura irrumpiéndome sin ningún tipo de contemplación—. Tu prometido…
—Barry.
—¿Barry tiene dinero?
—¿Cómo?
—Le has dicho que sí porque es rico —sentencia con una tranquilidad que cuanto menos es
asombrosa, más que nada porque me esté llamando caza fortunas en toda la cara y sin ninguna clase
de reparo.
—Yo no… Bueno sí, es neurocirujano y no tiene que preocuparse por… Pero ¡¡no!! ¡Yo jamás
haría algo así! —trato de explicarme, aunque se me atropellan unas palabras con otras—. Le quiero.
Sí, le quiero.
—Si tienes que convencerte de ello… —añade arrastrando las palmas de sus pequeñas manos
sobre la falda, estirándola más de lo que ya está.
—No es eso, simplemente es que hace tan solo unas horas que me lo ha pedido y me estoy
haciendo a la idea—refuto molesta—. Es muy buen novio: atento, detallista, guapo, y se preocupa
por mí. Con Barry todo ha ido muy fluido desde el principio, sin complicaciones. Es claramente el
novio perfecto.
¿Por qué me siento como si estuviera tratando de convencer a alguien más que a esta
desconocida?
—El amor es complicado y si esa relación no lo es, no merece la pena querida.
—No estoy de acuerdo con eso, ya tuve una relación de ese tipo y creo que la vida ya es
suficientemente compleja sin necesidad de añadir más números a la ecuación. La idea de una
relación de esa clase no me interesa.
—¿Qué crees que era lo malo de aquella relación?
Por un momento me deja fuera de juego; no esperaba esa pregunta. Aunque bien es cierto que
no necesito rebanarme los sesos para dar con la respuesta, puesto que la tengo muy clara,
probablemente con la idea de no volver a cometer los mismos errores, además que la confesión de
Monika ha afianzado más mis conclusiones.
—Los secretos y el daño que nos hicimos el uno al otro por no saber perdonar y… la falta de
confianza, eso también.
Me escucha concentrada, muy atenta, hasta que algo cambia en su mirada; tornándose más
brillante.
—¿Sabes? La vida me ha enseñado que el amor de verdad es ese que da vértigo y no hablo
sólo de mariposas en el estómago, esas se esfuman rápido. Me refiero a sentir que el suelo bajo tus
pies se desvanece; por esa razón logra llevarnos al límite. Cuando más he llegado a conocerme a mí
misma, ha sido estando con Arthur, porque comprobé de lo que era capaz y eso asusta; pero eso sólo
es algo que descubres cuando estás con alguien a quien amas con franqueza, porque tanto lo malo
como lo bueno cobra un sentido que hasta ese momento no lo tenía. Porque es complicado, como todo
lo que vale la pena en la vida, querida.
Esas palabras calan en mí, pero por el hecho de lo irónico que esta situación acaba de tornarse,
teniendo en cuenta que el día que Daniel me confesó que había matado a aquel narco para salvar a
Kurt, me dije a mí misma una reflexión escalofriantemente parecida: «A veces las cosas complejas
son por las que más merece la pena luchar» Lo que me lleva a preguntarme: ¿en qué momento dejó de
merecer la pena…?
—¿Quién es Arthur? —Me ha entrado la curiosidad. Si ella puede preguntarme lo que le entre
en gana, yo no voy a ser menos.
—El amor de mi vida. Nos conocimos muy jóvenes, en Melrose, un pequeño pueblo de
Escocia, en el 58. Yo tenía 16 años mientras que él era 6 mayor que yo —agrega con una mueca triste
que no se me escapa—. Yo acababa de mudarme y Arthur llevaba toda su vida en aquel pueblo, de
hecho, era muy conocido ya que jugaba al rugby profesionalmente y era uno de los mejores —Soy
incapaz de contener una irónica sonrisa que no le pasa desapercibida a mi acompañante. Esto del
rugby es como un permanente en mi vida ¿acaso no hay otro puñetero deporte?—. Recuerdo la
primera vez que le vi, fue en un partido y no pude dejar de mirarle, me tenía completamente
hipnotizada. Y al parecer yo tampoco pasé desapercibida para él, ya que en cuanto finalizó el partido
vino con decisión a por mí. Se acercó con la excusa de saludar a las que eran mis nuevas amigas,
aunque sus ojos solo eran para mí. Siempre admiré esa seguridad que, aunque algo chulesca, le daba
un halo misterioso. Poco a poco me fue ganando… tan guapo, la facilidad con la que me hacía reír y
su insistencia y perseverancia me conquistaron. ¡Hasta me vi haciendo locuras por amor! —suelta
una pequeña carcajada tan entrañable que hace que me contagie sin remedio—. Me comporté como
alguien que no había sido nunca y que me encantaba, porque me ayudo a conocerme; no obstante, era
una relación difícil, yo muy joven, celos de por medio y por ambas partes, mis padres, las
habladurías… La falta de confianza desestabilizaba una relación que era ya de sí complicada, hasta
que un día le planté cara a mis padres, gritando a los cuatro vientos que estaba enamorada y que me
casaría con Arthur; pero, era menor de edad y me obligaron a irme con mi tía Anne a Estados Unidos.
Recuerdo que fue la peor época de mi vida, estuve una semana llorando encerrada en aquella casa de
Brooklyn que me era tan desconocida. Arthur y yo mantuvimos un año el contacto a través de carta,
hasta el día en que cumplí los 18, que apareció en casa de mi tía con intención de llevarme con él de
vuelta a Melrose — aparta la mirada concentrándose en arrastrar de nuevo sus pálidas manos sobre
su falda—. Pero no me fui con él, tuve miedo de arriesgarme... Había pasado mucho tiempo y yo
había cambiado, me había endurecido y preferí quedarme con aquel recuerdo que estropearlo.
—¿Y qué pasó después? ¿Volviste a verle?
—Recibí una carta cada mes durante un año más, hasta que me llegó la última —la observo
sacar de su bolso un sobre ya amarillento por el paso de los años.
Querida Margaret,
Esta va a ser la última carta que voy a escribirte, y no porque me haya cansado de hacerlo, ni porque no haya obtenido ninguna
respuesta de tu parte desde hace un año; si por mi fuera esperaría toda la vida por ti, pero la vida no espera por mí y quiero
formar una familia, esa de la que alguna vez hablamos escondidos bajo la sombra de aquel roble...
He conocido a una mujer, es buena conmigo y me quiere, más de lo que me merezco teniendo en cuenta las circunstancias.
La finalidad de esta carta está en tus manos y puede parecer egoísta porque te estoy obligando a que seas tú la que tome la
decisión, porque creo que yo he dado todos los pasos posibles y ahora te toca a ti; así que estás palabras pueden convertirse en
ese futuro que tanto soñamos y como te he dicho en cada oportunidad que he tenido, en el que nos merecemos, o por el
contrario será una despedida; aunque claramente solo sería un adiós en papel, porque mi corazón siempre te pertenecerá.
En dos semanas me caso, entenderé tu silencio como una bendición, aunque sabes perfectamente que no es silencio lo que
anhelo; pero me voy haciendo a la idea de que eso va a ser lo que obtendré de esta misiva, que ya me sabe a despedida.
Siempre tuyo.
Arthur Ness.
—No le contestaste —afirmo reteniendo las lágrimas que se han acumulado en mis ojos según
iba descubriendo el contenido de cada palabra.
—Falleció la semana pasada de un infarto al corazón. Me llamó uno de sus hijos, que fue el
que lo encontró junto con todas las cartas que nos habíamos mandado y con una foto mía en la mano.
—Lo… lo siento —susurro realmente impactada.
—Yo tomé mi decisión, e intuyo que en poco tiempo te tocará tomar la tuya. Puedes elegir vivir
sin complicaciones como hice yo, por lo menos las que al amor se refiere; cómoda pero infeliz. O
bien pelear junto a esa persona que logra que deslumbre tu mirada. Ningún camino es fácil, ni
tampoco existe el correcto y precisamente por ello, mejor elegir un buen compañero de viaje.
Y con los pelos de punta por esa historia y el runrún de las palabras de Margaret en la cabeza,
aterrizamos por fin en Madrid, logrando que me presente al encuentro con mi padre cual fantasma, y
no debido al jet lag precisamente, aunque así le he hecho creer a él que me ha notado algo distraída.
En cuanto me he bajado del maldito avión me he colado en el primer servicio que he
encontrado libre en el aeropuerto y tras dudar durante varios minutos, me he quitado el anillo,
percibiendo como ese nimio gesto ha logrado deshacer levemente el misterioso agujero que se había
formado en mí desde anoche. He tomado la decisión de esperar a que pase el juicio para contarle a
mi padre la noticia, ya que, aunque haya conseguido deshacerme de esa sensación, ha sido
rápidamente sustituida por otra, aunque una más conocida: nervios de anticipación a lo que me
espera mañana. Afortunadamente, estos los reconozco y creo ser capaz de lidiar con ellos, por lo que
una vez pase este trago, podré centrarme en dar la buena nueva a todo el mundo.
Saco el teléfono móvil de mi bolsillo, para ver, como había presupuesto, algún que otro
mensaje de Barry enviados hace apenas unos minutos.
Ahora entro en quirófano y lo más probable es que siga dentro cuando llegues, así que mándame un mensaje y te
llamo cuando salga.
Dale un saludo a Neil de mi parte.
6:03
Acabo de llegar. El viaje bien, tranquilo, aunque no he sido capaz de dormir mucho, lo que me ha servido para
ponerme al día de toda la cartelera Disney.
6:12
—Una pena que no haya venido Barry, tenía ganas de conocerle, en persona quiero decir.
—Le era imposible.
Oculto el hecho de que esa fue la maravillosa razón que me facilitó ocultar la verdadera razón
de este viaje, teniendo en cuenta que para Barry estoy aquí porque hay un comprador interesado en
mi antiguo piso.
—¿Honey?
Un conato de voz abandona mi garganta; algo así como una especie de gruñido que no termina
de salir, un débil alarido que se cuela por el micrófono de mi teléfono móvil. Me giro sobre el
colchón luchando por ubicarme en esta completa oscuridad que inunda la estancia y que ayuda bien
poco a esa tarea.
—¿Bella? —La voz de Barry me llega suave, casi como una caricia al otro lado de la línea.
—¿Barry? —logro por fin balbucir sentándome en la cama con los ojos todavía cerrados
apoyando la cabeza sobre la mano que sujeta el teléfono, y a su vez con el codo sobre el muslo—.
¿Qué hora es?
—Aquí las siete de la mañana y ahí deben ser las dos de la tarde —me informa.
—¡¿Las dos?! Pues creo que sí he descansado entonces. Me acosté hace un par de horas a ver
si lograba dormir algo —agrego recordando al fin que estoy en Madrid, durmiendo en mi habitación
de juventud.
Me pongo en pie (no sin dificultad) para acercarme a la ventana y levantar la persiana que
ocultaba la brillante luz de un día tan espléndido como el de hoy.
—Yo diría que lo has conseguido —escucho a Barry de nuevo en el momento exacto que me
siento en la cama contemplando mi vieja habitación—, cuando has contestado no sabía si había
marcado el número de mi prometida o por el contrario el del hombre de las cavernas. Ni siquiera
sabía que podías gruñir de esa manera —añade burlándose de mí.
—¡Cállate!— exclamo falsamente ofendida, enfocando la vista en un viejo despertador con
forma de militar que hay sobre la mesilla de noche: con su gorra, su traje de camuflaje y una pistola
en alto que servía para detener la terrorífica marcha que emitía cada mañana para despertarme antes
de ir al instituto. Recuerdo la cantidad de veces que lo tiré al suelo y que, aun así, nunca dejó de
funcionar; de hecho, ahora que lo pienso, jamás le cambié la pila.
—¿Qué tal el viaje?
—Bien, aunque se me ha hecho un poco largo.
—Y Neil, ¿cómo le has visto?
—Bien, en principio. Me ha llevado a desayunar al bar de un amigo al que íbamos todos los
domingos cuando era pequeña y en el que sirven el mejor chocolate con churros de todo Madrid.
Después me ha traído a casa y me he quedado frita, ha sido poco tiempo para dar un veredicto; pero
diría que le he encontrado como siempre.
—Eso es bueno —sentencia con ese tono de voz de médico sexy y profesional que tanto me
gusta—. Estaba equivocado en una cosa.
—¿En qué? —pregunto intrigada.
—Pensaba que con el trabajo no me costaría tanto echarte de menos; pero admito que ya lo
hago, y tan solo hace unas horas que te has ido.
Reconozco que esa confesión ha logrado sacarme una sonrisa de tontorrona estúpida y
quinceañera.
—Me gusta saberlo.
—Espero haberte sacado una sonrisa —añade un poco avergonzado. Lo que ayuda a elevar
más aún la comisura de los labios, teniendo en cuenta que Barry es una persona a la que le cuesta
mostrar sus sentimientos y que esta clase de confesiones no se encuentran dentro de su espacio de
confort y seguridad—. ¿Se lo has contado a Neil?
Su pregunta me empuja bruscamente lejos de esta burbuja de tierna sinceridad que se había
creado entre nosotros.
—Hace escasamente unas horas que he llegado y no he encontrado el momento.
—¿Cuándo has quedado con el comprador? —inquiere de forma áspera cambiando
rápidamente de tema descolocándome de manera abrupta.
—¿Qué comprad…? —¡Mierda! Mis neuronas ahora mismo no tienen una capacidad normal de
reacción—. ¡¡Mañana!! —Exclamo casi en un grito, cayendo en la cuenta de a qué se refiere.
Primera clave para ser una buena mentirosa y que no te pillen con la guardia baja: no coger
llamadas con jet lag nada más levantarte de una profunda siesta.
—Qué entusiasmo.
—Sí, bueno, es que es una gran oportunidad; pero está difícil, es el primer interesado desde
que decidimos ponerla en venta hace ya un año.
De repente usar algo como la venta del piso de mi abuela María para ocultar la verdadera
razón de este viaje, logra que me sienta mal de verdad, e incluso llegue a parecerme bastante
rastrero.
Una voz femenina que reconozco enseguida al otro lado de la línea ayuda a disipar esa desazón
de mentirosa con la que acabo de etiquetarme hace apenas medio segundo.
—¿Está Liz en casa?
Y no hay nada mejor que hacerme olvidar lo mal que me siento por estar mintiendo a mi novio,
¡prometido! Que escuchar la voz de la exuberante cubana al otro lado del teléfono.
—Sí, ha venido más temprano porque tiene que llevar a Jonathan —su hijo—, al médico —
mira que rápido ha encontrado una oportunidad para quedarse a solas con Barry, desde luego no ha
perdido el tiempo—. Por cierto, acabo de hablar con mi madre
—¿Qué tal está?
—Muy bien, pero me ha llamado para invitarnos a comer cuando vuelvas de viaje. Es el
cumpleaños de mi padre, así que será una oportunidad perfecta para contarle nuestro compromiso.
—¡¿Ya?!
—¿Te parece mal?
—No, no… es solo que pensaba que esperaríamos un poco más a no sé… hace apenas un día y
supongo que… —¿Qué demonios me pasa? Porque soy consciente de cómo está sonando está clase
de discurso y de lo que se deduce de mis palabras y mi tono dubitativo. Y para nada es lo que siento,
porque, aunque admito que necesito unos días para hacerme a la idea, soy feliz y quiero estar con él
—. Bueno sí, claro, está bien. Cuando vuelva lo organizamos y se lo contamos.
Beth, su madre, es una mujer amable y muy alegre; aunque también algo superficial. Cuando la
conocí no dejaba de halagar mi buena figura y mi gusto al vestir; aunque esto último creo que fue más
por cortesía, estoy segura de que en el fondo de su ser piensa que soy una hortera sin remedio. En
cambio, Barry, su marido, de ahí recibe mi prometido su nombre (tradición familiar), es un hombre
encantador, aun siendo algo serio e incluso frío, sobre todo con su hijo (un detalle que no me pasó
desapercibido el día que le conocí).
—Bella, ¿estás segura…? —insiste con un tono más adusto que asemeja irremediablemente al
de su padre.
—Bella.
Mi padre asoma la cabeza por el hueco de la puerta, provocando que las palabras de Barry se
pierdan debido a su irrupción.
—Mi padre me necesita, hablamos luego ¿vale? Te quiero —finalizo la llamada con esa rápida
despedida.
—Y yo —le escucho decir justo antes de colgar el teléfono.
—Perdona, ¿estabas hablando con Barry?
—Sí, pero ya habíamos terminado, no te preocupes.
—Acaba de llegar Teresa —me anuncia.
—Ahora voy a saludarla, primero quiero deshacer la maleta.
—Claro cariño. Mientras, voy a echarle una mano con la comida.
Viendo a mi padre cerrar la puerta y todavía con el teléfono en la mano, compruebo que tengo
un mensaje de Chloe.
¿¿¿¿¿Ya llegaste?????
Por cierto, cómo te fue ayer con el Señor Divertido…?
13:18
¿Que no hayas dormido en un vuelo de 7 horas tiene algo que ver con el señor Divertido o con otro señor mejor
conocido como La Bestia?
14:36
Enhorabuena.
14:42
Todavía no.
14:43
—¡Bela!
—Es Bella, gracias —corrijo al joven sonriente arrebatándole el café de la mano.
¡Mierda!
Siento que estoy pagando con cada persona que me cruzo esa jodida frustración que se ha
aferrado a mí haciéndome sentir inquietantemente insegura y tremendamente irritable; tanto, que
mentiría si no dijera que me he comportado como una auténtica tirana con todo aquel que se ha
interpuesto en mi camino en las últimas 48 horas. No me he portado demasiado bien con mi padre,
mucho menos con Teresa y ni siquiera con Barry, que me llamó esta mañana extrañamente exaltado e
ilusionado con no sé qué sorpresa que tiene entre manos; pero de la que todavía no me podía contar
nada. Tampoco puedo olvidarme de un perro que ha empezado a ladrarme en cuanto he pasado por su
lado hace apenas un rato y le he soltado un «¡vete a la mierda!» acompañando esa joya lingüística de
una bonita peineta, de la que doy por seguro habrá disfrutado el dueño del pequeño can peludo. Y
sumo, como última víctima, el pobre chico del Starbucks, que se ha llevado todo mi encanto por no
haber sabido pronunciar correctamente mi bonito nombre de princesa de cuento.
Subo las escaleras y me siento en una diminuta mesa vacía que hay junto a la ventana, tratando
de relajarme y disfrutar del primer café mocca que me bebo en casi dos años; porque, aunque
parezca mentira, no me he tomado uno desde que me fui a vivir a Nueva York. Mi actual rutina
incluye bebidas más saludables, sin cafeína y que estén previamente aprobadas por un médico
llamado Barry Wilson.
Le doy varios tragos en los que me esfuerzo por disfrutar de ese sabor cremoso a la vez dulce y
amargo que siempre me ha resultado tan placentero; pero que, en este preciso momento, tan solo
parece que se burle de mí en una parodia metafórica de este instante de mi vida, teniendo en cuenta
que estamos a viernes, hace dos días del dichoso juicio y no he podido apartar de mi cabeza lo
sucedido. Lo normal sería que siguiera adelante con mi vida, así que: ¿qué se supone que me impide
continuar con mi rutina? Pues claramente hay algo que no me lo permite: otra princesa Disney
llamada Ariel. Parece ser que ahora al señor Baumann le gusta coleccionarlas. Y como colofón hasta
viaje de despropósitos, suena de fondo «Iornic» de Alanis Morissette.
Justo en el momento que iba a confesarle a Daniel que sabía la verdad sobre Nilze,
exactamente en ese segundo que se creó una ya olvidada conexión entre nosotros, con sus profundos
ojos azabache clavados en los míos y su mano rodeando mi antebrazo (sosteniendo algo más que esa
parte de mi cuerpo), una belleza morena aparecía en escena obligándome a volver a la realidad.
—Hola cariño.
La joven de bonitos rasgos que yo acababa de dejar en el baño minutos antes retocándose
frente al espejo, se colgaba del brazo de Daniel saludándole con voz melosa.
Ni siquiera voy a tratar de explicar cómo me sentí. No hace falta tener mucha capacidad
empática para ser mínimamente consciente de lo estúpida, insignificante e incómoda que me encontré
en aquel instante. Justo cuando estaba a punto de abrirme a él y confesarle algo que, claramente, para
Daniel carecía completamente de importancia dadas las circunstancias. Al parecer, alguien no había
pasado página todavía. Y ese alguien era yo.
—Ariel, ella es Bella —nos presentó muy calmado, controlando la situación, como es él.
Apartando esa mano que me sujetaba y que no descubrí cuanto era así, hasta que me abandonó para
rodear la cintura de la futura madre de su hijo, hija o lo que narices sea lo que fuera a salir de ahí
dentro. Admito que en mi mente se asemeja a un bicho verde más parecido a un hijo de Shrek, que a
uno engendrado entre la Sirenita y el príncipe Eric.
—En realidad, ya nos conocemos —matizó ella con voz risueña—. Encantada Bella. —Se
acercó dándome dos besos a lo que para ella debió parecer una estatua del museo Madame Tussauds
de Londres, por lo menos era así como yo me sentía—. Había visto alguna foto tuya, llevas el pelo
diferente ¿no? Por eso creo que no te he reconocido antes.
Ignoré por completo lo que estaba diciendo, un bonito recuerdo se coló en mi mente de una
forma tan sutil, que ni siquiera supe lo que estaba viendo dentro de mi cabeza hasta que me di de
bruces con aquella imagen. Era de aquel día que pasamos en la que fue la casa de los padres de
Daniel en Alemania, en ese pueblo del que hoy todavía no consigo pronunciar correctamente el
nombre, y en aquellas fotografías que colgaban de la pared junto a la chimenea. Exactamente en una
en la que un hombre atractivo con unos ojos idénticos a los de Daniel, agarraba con posesión a una
mujer muy guapa y alegre que sostenía entre sus brazos a un bebé de pelo oscuro y regordete. Ese día
se estableció en mí la certeza de que, en un futuro, colgaría en la pared de nuestra propia casa (la mía
y de Daniel) una instantánea similar. Y algo como ese entrañable sueño de un futuro junto a él, digo
yo que a estas alturas debería estar más que olvidado o superado como mínimo, y más teniendo en
cuenta las circunstancias actuales, tanto las suyas como las mías. Pero algo en mí no había borrado
todavía esa idea de la mente, y no fui plenamente consciente de ello hasta que aquella entrañable
pareja, que parecían recién salidos de un jodido marco de fotos adquirido en una tienda, me
contemplaban con esa clase de perfección que hace te salga urticaria. Después, ya no hizo falta
mucho más para suprimirla de mi imaginación. Únicamente ser testigo de la complicidad que
exudaba Daniel junto aquella joven con nombre de sirena (y digo joven porque lo era, más que él, e
incluso más que yo), sería suficiente para empujarme a resetear mi disco duro.
—Felicidades. Estoy segura de que vas a ser un buen padre.
Eso fue todo lo que logré balbucir exactamente un momento antes de que Peter apareciera por
allí cual hada madrina (con tanta princesa Disney en esta historia, comenzaba a hacerle falta una)
para indicarnos que debíamos entrar a la sala.
Daniel va a ser padre. Al fin y al cabo, es lo que deseaba desde bien joven, cuando iba a
pedirle a Sofía que se casara con él para cumplir ese sueño que finalmente se vio truncado al
encontrársela… Bueno, pues eso, follándose a otro.
Sinceramente y aunque me cueste aceptarlo, me siento feliz por él. Se merece por fin esa
familia que siempre quiso, aunque reconozco que la noticia me ha dejado algo estupefacta y aún estoy
tratando de asimilarla. Tan solo espero que le declaren inocente de los cargos o por lo menos que no
le caiga ninguna condena de cárcel, y esto por él, pero más que nada por ella.
He llegado cuarenta minutos antes, pero es sábado, Teresa hoy no trabajaba y no tenía ganas de fingir
que me apetecía hablar con ella. Así que me he escapado de casa de mi padre para reunirme con
Vero; aunque un rato antes de lo que habíamos quedado.
Sentada en una de las nuevas butacas del Irish Corner, de metal ligero (y no de madera pesada
como las de antes) con una pinta de cerveza negra en la mano, escucho con atención a Alejo, que me
está poniendo al día sobre los notables cambios que ha sufrido el pub. Al parecer, los culpables de
todo esto son nada más y nada menos que Santi y Elena, los antiguos camareros. No era secreto para
nadie que estaban liados, y nunca fue un problema, hasta que Santi comenzó a volverse celoso a la
par que paranoico, mientras Elena buscaba nuevas maneras de llamar su atención tonteando con la
clientela, lo que desembocó en una pelea de bar con sillas rotas, botellas por el aire y tipos volando
a través de la puerta, como si se tratara del mismísimo viejo oeste. Así que los dos se fueron como se
dice finamente: a la puñetera calle.
—Vaya, las cosas no son nunca lo que parecen. No me imaginaba a Santi, tan… violento. De
hecho, parecía un tío de lo más tranquilote —digo asombrada escuchando los detalles de lo que
parece un western protagonizado por el mismísimo Clint Eastwood.
—Yo tampoco, pero la gente nunca es lo que parece.
Ahora tiene a dos nuevos camareros, ambos chicos y aunque ciertamente son muy amables,
admito que no me gusta que todo haya cambiado tanto. Alejo ya no es tan abierto como antes,
relatando sus alocadas aventuras sobre sus viajes; puede que se deba a lo sucedido en su bar y en
cierta manera haya perdido la confianza o simplemente porque los años pasan y la gente cambia. De
todas maneras, qué puedo esperar, han pasado dos años y ni siquiera yo soy la misma. Al menos en
cuanto llegue Vero, podremos recordar los viejos tiempos emborrachándonos a base de cerveza
negra, dejaré que me eche una paliza al billar y por un momento podré olvidarme de todo con sus
salidas de tono.
Algo ha llamado la atención de Alejo, que ha irrumpido nuestra conversación para saludar a
alguien con la mano efusivamente.
Me giro sobre el taburete y no me caigo de bruces y me como el bonito suelo de milagro. Vero,
se acerca a mí acariciándose una incipiente barriga que, aunque no es muy pronunciada, no es difícil
averiguar qué es lo que esconde ahí dentro, y menos con la sonrisa de culpabilidad con la que me
mira.
—Estás… ¿estás embarazada? —logro balbucir en cuanto se detiene frente a mí.
—Noooo, esto —dice señalándose la barriga— tan solo es un postizo que me he puesto para
ver cómo ponías esa cara.
No intento siquiera separar el culo del asiento, sé con seguridad que las piernas no me
responderían si me pusiera en pie.
—Lo siento, es que… no me lo esperaba.
—Anda ven.
Se echa sobre mí rodeándome con sus brazos para darme un fuerte abrazo.
—Vero, no sé qué decir en serio. ¡Está ciudad parece haberse convertido en el epicentro de la
fertilidad!
—¿A qué viene eso? —pregunta frunciendo el ceño.
—Nada, cosas mías. ¡Muchas felicidades!
—Gracias —añade muy sonriente frotándose la tripita con la mano.
—¿Y Marc? ¿Estará contento?
—Hombre Bella, teniendo en cuenta que el bebé no es suyo…
—¡¿Cómo?! —exclamo incapaz de disimular que se me ha salido la cerveza por la nariz—.
¿De qué estás hablando? ¿Quién es el padre?
—Diego.
—¿Qué Diego?
—Diego. Diego McKarthy —dice con total tranquilidad sentándose frente a mí.
Decididamente estoy soñando.
—¡¡Tenías que verte la cara!! —exclama partiéndose de la risa.
—Serás… No te doy un bofetón porque no está bonito pegar a una embarazada que si no...
—Claro que es de Marc. Serás tonta. Te crees que teniendo a ese hombretón, me iba a ir con
otro, ¿con Diego?
—¿Y tú estás segura de que lo que tienes ahí dentro es un niño y no un payaso?
—Ja, ja. Es un niño —afirma sacando un sobre de su bolso—. Tía Bella… saluda al pequeño
Marc.
Me tiende una imagen en 3D, en la que se ve a la perfección y de frente la carita de un bebé. Un
bebé de verdad.
—Vero… es precioso —murmuro emocionada incapaz de levantar la vista de la ternura que
desprende.
—Mi abuelo se llamaba Marcos —me explica—, y fue como un padre para mí. Así que los
hombres más importantes de mi vida van a llevar ese nombre.
—Es genial Vero. ¿De cuánto estás?
—16 semanas, nacerá en septiembre.
—¿Y cómo no me habías dicho nada antes?
—Porque al poco de saberlo me dijiste que vendrías, así que preferí esperar para decírtelo en
persona.
—Y ha merecido la pena —afirmo.
—No lo dudes. Bueno y tú qué, cuéntame ¿qué tal con Barry?
—Bien.
—¿Solo bien?
—Daniel va a ser padre —le suelto dándole un largo trago a la cerveza sin dejar de mirarla.
—¿Qué? ¿Ariel está embarazada? ¿Cómo lo sabes tú? ¿Y por qué narices no lo sé yo?
Le cuento lo sucedido en el juzgado y le expongo las razones del porqué yo sí lo sé, y ella no.
—Y… ¿cómo estás?
—No lo sé. Es decir, desde el día del juicio estoy de un humor de perros… y no sé, algo
confundida.
—Pero tú estás con Barry y él ha rehecho su vida.
—Hay algo que no te he contado.
—¿El qué?
—No puedo darte nombres, porque implica a una persona que no quiere…
—¿De qué narices estás hablando?
—Lo único que necesitas saber es que sé de primera mano que Daniel no se acostó con Nilze.
—¿Cómo? —asiento con la cabeza dándole un nuevo sorbo a la pinta—. De todas formas,
Bella, a estas alturas, importa bien poco. ¿Cuándo te enteraste de esto?
—El día antes de venir. Y claro, eso me desestabilizó un poco. Yo pensaba llegar, declarar y
volver a mi vida en Nueva York. Pero en cuanto me enteré, no sé, sentía que necesitaba hablar con él,
pedirle una explicación y cuando voy a decirle que lo sé, me encuentro con esa…
—Ariel.
—Con esa puñetera princesa de cuento, sí, que resulta va a ser la madre de su hijo. Y no me
mal intérpretes, me alegro por ellos, pero ¡joder!
—Bella, tranquila —me pide con su mano sobre mi pierna.
—¡Todo es una mierda! No tenía que haber hecho este puñetero viaje, no debí haber accedido a
declarar.
—Sabes que eso no es verdad. Lo hubieses hecho de todos modos
—Lo sé, pero es que… ¡ah, Dios!
—¿Puedo decir algo yo ahora?
Asiento haciéndole una seña a uno de los camareros para que me ponga otra pinta de cerveza.
—Mira, ya tienes esa información y crees que no te ha servido más que para desestabilizarte,
pero quizá te valga para vivir en paz y perdonar a Daniel. Dejar de odiarle por creer que te había
engañado. Para aprender de los errores y no volver a cometerlos.
—¿Entiendes lo estúpida que me siento yo ahora, sabiendo que le eché de mi vida sin razón?
¿Qué no había hecho nada? Y fue incapaz de decirme que me estaba equivocando, Vero.
—Siento decirte amiga, que vas a tener que vivir con ello. Estoy segura que ambos cometisteis
errores y si en su momento decidió no hacer nada tendría sus razones, Bella. Siento sonar dura, pero
olvídalo. Tú tienes a Barry y él tiene a Ariel, punto final. Vuelve a Nueva York y vive esa vida que te
mereces junto a ese tío bueno con el que sales. ¿Le quieres Bella? ¿Quieres a Barry, estás enamorada
de él?
Deduzco que ahora sería un bueno momento para contarle lo de nuestro compromiso, pero sé
que no lo voy a hacer. No todavía.
—Sí, le quiero.
—Ahí tienes tu respuesta.
—¿Es feliz?
—Bella… —me advierte.
—¿Es feliz o no? Sólo dime eso.
Tras un largo suspiro lleno de resignación decide darme la respuesta.
—Es feliz.
Terminamos la tarde jugando un billar, que dista bastante de ser tan divertido como los de
antes, es más patético que otra cosa porque Vero con la barriga (que, aunque no es muy prominente)
no se apaña, pero al menos me estoy echando unas risas a su costa mientras trata (inútilmente) de
golpear alguna de las bolas.
Entre intento fallido e intento ridículo aprovecha para contarme los planes que tienen Marc y
ella de comprarse una preciosa casa a las afueras de Madrid, además de todos los detalles de esa
vida perfecta que sin duda ambos se merecen. Hasta que menos de una hora después aparece el futuro
padre, tan arrebatadoramente guapo como siempre.
—Hola papá —le saluda la campeona de billar a lo que Marc responde con un beso que me
resulta demasiado explícito o quizá es que no llevo las suficientes cervezas para esto.
—Espero que no pienses saludarme a mí de la misma manera —añado haciendo un mohín.
—Me temo que no tendrás esa suerte.
—Vaya, que desilusión.
—Estás muy camb…
—¿Cómo digas cambiada te aseguro que tu hijo no llega para conocer a su padre? —le
interrumpo amenazándole con el dedo.
—¡Menudos humos! ¿Estás resentida con el pueblo americano y tratas de desquitarte conmigo?
Pues que sepas que yo soy más español que gringo.
—¿Gringo? Poco español eres tú me parece, nosotros decimos yanky o guiri en su defecto —
le corrijo con chulería.
—¡Anda ven aquí y déjate de rollos gringa! —exclama divertido dándome un abrazo.
Comparto un rato más con los futuros papás poniéndonos al día, hasta que me abandonan para
irse a unas clases de preparto. Vaya planazo. Este es ese momento de la vida en el que te das cuenta
que todos tus amigos/expareja empiezan a casarse (algunos incluso rozando las bodas de plata) y a
tener hijos.
Necesitaba esto: una tranquila mañana de domingo, mis pies golpeando el asfalto, el aire fresco en la
cara y la música a todo volumen incapacitando mi raciocinio. Una de las cosas que más me gusta de
correr es la facilidad con la que me dejo llevar, con el pulso acelerado, ese punto de asfixia en el que
parece que ya no voy a dar más, pero puedo y logro dejarme llevar por el subidón de adrenalina. Y
se convierte en un jodido momento perfecto. No hay lugar para pensar en nada que no sea controlar la
respiración.
He decidido hacer un recorrido en plena ciudad, esquivando peatones, coches y rehuyendo de
semáforos. La razón es que cada obstáculo me aleja de mis pensamientos y me arrastra directamente
al momento presente, consciente del ahora; parece que aquella charla sobre Mindfullness a la que me
llevó Barry hace meses ha dado sus frutos.
Me detengo en la calle Serrano, a la altura de Plaza de Colón, una de las más caras de todo
Madrid. Saco el teléfono y compruebo la aplicación que me chiva los kilómetros que llevo
recorridos: 5,2 km. No está mal, pero no es suficiente, probablemente esas serían las palabras de
Barry o quizá algo como: «puedes dar más, tan solo estás usando un 60% de tu capacidad» (esto con
voz sexy masculina). Sí, ese sería su discurso.
Estoy empapada en sudor y eso que llevo unos pantalones cortos y una fina camiseta de
algodón, también siento la cara bastante colorada. Apoyo las manos sobre las rodillas tratando de
normalizar la respiración y cuando levanto la cabeza, justo frente a mí cruzando la calle, me
encuentro a Daniel y a Ariel saliendo de la tienda de Prada directos a un gran Mercedes de oscuros
cristales que hay frente a ellos. Yo estoy completamente paralizada y no puedo apartar la vista,
consciente de que Daniel acaba de verme. Ariel está a punto de entrar en el coche y no se ha
percatado de mi presencia, ni de porqué el futuro padre de su hijo no aparta los ojos de mi dirección.
Comienza a vibrarme el teléfono en la mano y contesto sin mirar la pantalla. Mis ojos
permanecen clavados en unos de intenso azabache.
—Hola cariño.
—¿Barry?
—¿Estás bien? Te noto agitada.
—He salido a correr.
—Genial cariño. Escucha… ¡Ya tengo lugar para la boda!
—¿Cómo?
—Ya tenemos sitio, he hablado con un tipo que me debía un favor y nos ha conseguido un hueco
en El Plaza para febrero del año que viene, ¿no es genial?
Daniel, de pie, sujetando la puerta del coche justo para entrar, se detiene un tiempo que se me
hace larguísimo, logrando que todo a nuestro alrededor se detenga. Con sus ojos clavados en mí, y
una mirada que se me hace difícil de descifrar: no es dura, pero tampoco dulce. Es una despedida. La
despedida definitiva que necesitaba. Y duele, de alguna retorcida manera eso todavía lo hace, es
como echar sal en la herida, porque sabes que ayudará a sanarla, pero… ¡joder cómo escuece!
—Es lo mejor que podía haber pasado —digo en voz alta, consciente de que mis palabras no
van dirigidas únicamente a Barry, sino también a mí misma.
—¿A que sí? Es una maravilla.
Sé que suena raro, pero creo que soy la única persona en el planeta tierra que no odia los hospitales.
Incluso después de lo que le pasó a mi padre no llegué a cogerle ninguna clase de manía,
simplemente me son indiferentes. Y aunque mi novio, perdón, prometido, sea médico, no me influye
de ninguna manera. De hecho, no he estado con él ni una vez en uno, vamos que podría ser fontanero
y yo creer que se dedica a reparar cráneos.
No hay mucha gente en la sala de espera, pero hacen que parezca tan repleta como un estadio
de fútbol, cada individuo aquí congregado resulta ser más peculiar que el anterior. Frente a nosotros
una chica que no debe ni haber terminado el instituto, acompaña a un niño que mantiene en su regazo
una Tablet y que por las voces que salen del aparato me incita a pensar que está viendo «Dora la
exploradora», en otra de las rígidas sillas un anciano se ha quedado dormido y sus ronquidos
compiten con el de los dibujos animados. Junto a mi padre, un hombre trajeado lleva más de quince
minutos buscando alguna clase de premio en una de sus fosas nasales, y para completar la estampa,
una señora que no ha hecho más que quejarse desde que ha posado su culo en el asiento que hay
pegado al mío.
—¿Qué fue lo que te dijo la última vez el médico papá? —le pregunto tratando de ignorar los
ronquidos, los gritos de la mochila de Dora la exploradora y las quejas de mi vecina.
—Que todo estaba bien.
—¿Y los dolores de cabeza?
—Han remitido. No te preocupes cariño, estoy bien.
—Vivo a miles de kilómetros papá. Tan solo quiero asegurarme.
Da la casualidad de que papá tenía una revisión hoy lunes con el neurólogo, así que he
insistido en acompañarle. Mañana vuelvo a Nueva York y sin duda es un gran aliciente asegurarme
de que se encuentra perfectamente antes de volver.
La verdad que se le ve muy bien, como siempre. Quizá algo más delgado, pero no he notado
nada extraño y eso ya me tranquiliza.
—¿Qué tal con Teresa? Me dijo que ayer te fuiste muy rápido.
—Había quedado con Vero —respondo cortante con la mirada fija en el trajeado Indiana
Jones. Se podría decir que el arca ya no está perdida.
—No te cae bien —afirma con contundencia sacándome de mi ensimismamiento y de la
repugnante visión que me ha regalado Indi.
—No es eso papá…
—¿Entonces? Porque creo que estás siendo injusta con ella. No se merece el trato que le estás
dando. Teresa me gusta y creo que merezco ser feliz —argumenta con palabras llenas de dureza y
para qué negarlo; completamente ciertas e indiscutibles.
Treinta años. Ese es el tiempo que ha estado mi padre de luto.
No era consciente hasta ahora de cómo mi padre se había convertido en una especie de muro
infranqueable referente al amor, que no fue derribado hasta después de que mi abuela falleciera. Al
fin y al cabo, María era la madre de mi madre (valga la redundancia) y mi padre de ninguna manera
se iba a presentar en casa con otra mujer. Mi abuela vivió el amor de mis padres como algo
prolífico, y en lo que se refiere a mí, nunca me había replanteado el tema sentimental de mi padre, lo
que me parece bastante triste por mi parte ya que estamos siendo honestos. Lo que me lleva a ser
consciente de lo egoísta que he sido en general toda mi vida: con él, con Chloe y ahora con Teresa.
Siempre vi a papá como un hombre para el que solo existía una mujer: mi madre. Incluso aunque esta
estuviera muerta y sobre todo después de tantos años. Jamás me detuve a reflexionar sobre las reales
necesidades de mi padre, ni como persona, ni como hombre (y sobre estas últimas creo que es
claramente comprensible, no sé si me explico…). Así que supongo que, con la desaparición de mi
abuela, mi padre se sintió libre para todo eso que había reprimido durante tanto tiempo. Ni siquiera
sé cómo no me había percatado antes. Está claro que uno ve lo que le interesa.
—Lo siento papá. Se me hace difícil adaptarme a verte con una mujer, ni siquiera con otra,
porque en realidad nunca te vi con mamá. No me he portado bien con Teresa y tampoco contigo. Se
nota que la quieres y ella a ti. Y si te soy sincera, la verdad es que me gusta, mucho —admito por fin.
Porque sí, me cae bien, tan solo he tratado de buscar cualquier defecto para poder odiarla, pero la
verdad es que mi padre la quiere y eso es lo único que importa.
—Mamá siempre será única para mí. Las dos lo seréis, cariño.
—Lo sé. Y quiero que seas feliz, de verdad, te lo mereces. Y yo me he comportado como una
idiota.
—No pasa nada, pero tienes que saber que quiero a Teresa y ella a mí.
—Cuando volvamos a casa prometo hablar con ella.
—Me parece una gran idea.
Tras veinte minutos de espera por fin nos llamaron para entrar con el doctor Ramírez; un médico que
debía haber terminado de hacer la residencia antes de ayer. Y no soy exagerada, imberbe podría
haber sido su nombre: Imberbe Ramírez. Por un momento estuve a punto de pedirle el DNI, incluso
miré al techo buscando una cámara por si se trataba algún tipo de broma pesada. Lo siento si suena
mal, pero qué puede saber ese chaval sobre neurología. Según tengo entendido Barry terminó la
especialización y la residencia con arrugas alrededor de los ojos y estoy segura que ese médico ni
siquiera sabe aun lo que es pasarse una cuchilla por el mentón. Quizá exagero, lo sé, igualmente, eso
no me impidió insistirle para que me diera una copia de las pruebas que le han realizado a mi padre
durante estos últimos meses. Admito que si Barry las viera me quedaría mucho más tranquila;
teniendo en cuenta que es uno de los mejores neurocirujanos de la costa este de EEUU, además de ser
lo suficientemente adulto para comprar alcohol sin que le pidan el documento de identidad. Pero no
conseguí copia ninguna ya que, según la experta opinión de Don Imberbe Ramírez, todo va muy bien
y no hay nada de qué preocuparse, papá está fuera de peligro y puede llevar una vida completamente
normal.
Así que salí de la consulta igual que como había entrado, tratando de agarrarme a las palabras
de mi padre y obviando que un niñato es el encargado de asegurar su salud cerebral.
—Me voy a casar papá.
Tras la visita al colegio mayor de médicos, hemos terminado en un bar cerca de casa
tomándonos unas cañas, y acabo de decidir que por fin es el momento de dar la noticia. Lo que no me
esperaba era esta reacción por parte de mi padre. Se ha levantado de la silla de un salto y me ha
arrastrado con él para poder abrazarme ¿debería preocuparme que se haya entusiasmado más que yo
con la noticia?
—¡Cuánto me alegro! ¡Felicidades hija!
—Gracias papá —logro pronunciar en cuanto me suelta brevemente de su abrazo de oso—.
Barry me pidió que me casara con él justo antes de venir a Madrid.
—Bella… ¿Estás contenta? —pregunta frunciendo el ceño.
Asiento sintiendo gran cantidad de emociones verterse sobre mí. E inevitablemente comienzo a
llorar.
—Ojalá mamá estuviera aquí.
Por primera vez en mi vida, pronuncio esas palabras en alto, porque de repente siento más que
nunca que me hace falta su presencia, su consejo, y es raro, muy raro añorar a alguien a quien en
realidad no conoces; pero de la que sabes instintivamente que sería la única que podría entenderte.
Papá no es capaz de decir nada, solo me aguanta entre sus brazos. No hay palabras que vayan a
paliar esa necesidad y él es consciente de ello.
Mayo
Barry ha estado toda la tarde muy pendiente de mí, más que nunca, pero también mucho más distante.
Después de la cruda confesión en el cuarto de lavadoras, por primera vez desde que estamos
juntos, Barry no ha ido a ducharse tras el sexo. Da qué pensar. Y no sé si se compadece más de mí o
de sí mismo.
Se ha dedicado a echarme miradas bañadas de tristeza cada medio minuto mientras me cogía
de la mano. Los dos hemos permanecidos muy callados, no con sus padres, pero sí el uno con el otro.
Soy consciente de que esto ha debido de ser un shock para él. He tratado de darle espacio y algo de
tiempo, sin presionarle.
Ninguno de los dos ha vuelto a tocar el tema.
Por la tarde, hemos jugado una partida de pádel con sus padres, que por cierto nos han dado
una paliza de renombre. Me consuela la certeza de que a ambos nos ha ayudado a olvidar el asunto
durante unas horas.
Tras una ducha (separados), una cena animada con sus padres, un gin-tonic en el jardín para mí,
tres ginebras para Barry y una charla sobre la sanidad española con el señor Wilson, que como es
ginecólogo se ha mostrado interesado por el tema, nos hemos metido en la cama y tras veinte minutos
en los que Barry ha permanecido abrazándome ha dicho sus dos últimas palabras antes de darse la
vuelta y dormirse: «lo siento».
De eso hace más de una hora y he sido incapaz de dormirme. Barry en cambio, no ha tardado ni
diez minutos. A él las preocupaciones le agotan, a mí por el contrario me quitan el sueño.
Tan solo con el camisón de raso negro y descalza salgo de la habitación en silencio y haciendo
el menos ruido posible me voy directa a la playa.
La brisa, el sonido de las olas como único estímulo sonoro, el olor a mar y el tacto de la fina
arena en los pies, tienen sin duda un efecto terapéutico en mí. Sentada junto a la orilla descubro que
el señor Wilson no se equivocaba, que hay una luna llena preciosa y que las vistas son inigualables.
Pienso en Barry y en su deseo de tener hijos conmigo. E inevitablemente me viene a la cabeza
Daniel, y que ese mismo deseo para él se va a hacer realidad.
De repente siento que esta situación pesa más de lo que parecía.
Escucho un ruido.
Es Barry, vestido tan solo con un pantalón corto. Sin decir nada, se sienta a mi lado y nos
quedamos los dos en silencio durante un largo rato, escuchando el ruidoso sonido de las olas
rompiendo en la orilla.
—Con doce años venía a esta playa casi a diario, me gustaba sentarme a observar a la gente, a
otras familias y a los demás niños. Envidiaba a aquellos que tenían hermanos con los que jugar,
contarse secretos, odiarse y quererse con la misma intensidad, daba igual que fueran tímidos, porque
siempre tendrían a ese amigo que además es tu hermano. Uno de esos días en los que me sentía
realmente solo, sentado en este mismo lugar, me hice una promesa a mí mismo: me prometí que
cuando fuera mayor tendría una familia grande, con muchos hijos y que no permitiría que ninguno de
mis hijos sintiera esa clase de soledad. ¿Nunca sentiste algo parecido siendo hija única?
—Me centraba en echar de menos a mi madre —asiente comprensivo—. Barry, siento mucho
no habértelo contado antes, y soy plenamente consciente de que esto cambia las cosas entre nosotros.
—¿De qué estás hablando?
—Bueno, deseas algo que yo no puedo darte y claramente es muy importante para ti, así que…
Me calla con un beso.
—No voy a dejarte Bella. Te quiero.
—Pero tú quieres tener hijos, muchos. No quiero que un futuro te arrepientas…
—Te quiero Bella —repite.
—Pero a veces eso no es suficiente.
Y lo digo con conocimiento de causa.
—Para mí lo es.
—Bueno, también podemos adoptar —arguyo pasados varios segundos de reflexión.
—No —añade con rotundidad.
—¿Por qué…?
—Si no puedo tener hijos que lleven nuestra sangre, no quiero hijos. Además, si soy del todo
honesto, me paso casi todo el tiempo en el hospital, no es que tenga una vida adecuada para formar
una familia precisamente.
Supongo que el concepto de familia para cada uno de nosotros es diferente. Tampoco es que yo
soñara con tener un montón de chiquillos, ni siquiera me lo había replanteado hasta que me
arrebataron la opción de tenerlos, y, aun así, ni me paré a meditar mucho sobre el tema. Lo asumí y
punto.
—Entonces seremos siempre tú y yo campeón —le informo dándole un golpecito en su hombro
con el mío.
—Me parece un plan perfecto.
Solo Barry y yo. Según parece ya tengo plan de futuro.
Junio
—¡ Felicidades cariño!
—Gracias papá. ¿Cómo estás?
—Muy bien, acabo de llegar ahora mismo a casa, he estado toda la noche trabajando y me iba a
sentar a almorzar. Y ¿tú qué tal? No me puedo creer que ya tengas 32 años hija, ¡cómo pasa el
tiempo! Bueno, y ¿cómo se ha portado Barry con mi princesa?
—Por ahora muy bien, acabamos de cenar en un restaurante alucinante y ahora me lleva algún
sitio del que no me quiere decir nada… —digo mirando a mi prometido que se hace el loco centrado
en la carretera— al parecer es una sorpresa. Además, me ha regalado una pulsera preciosa y un ramo
de flores enorme.
—Así me gusta, que te mime. Yo quería mandarte algo de dinero para qué te compres lo que
quieras…
—Papá no quiero nada —le interrumpo— mi regalo eres tú, así que encárgate de arreglar lo de
septiembre que os quiero a Teresa y a ti aquí en esas fechas.
—Yo creo que seguramente vamos. Teresa tenía que confirmar hoy precisamente con una
compañera para que le cambie unos días, pero casi seguro sí.
—¿Ves? Ese es el mejor regalo que podías hacerme.
—Tengo muchas ganas de verte cariño.
—Y yo a ti papá.
—Bueno, y ¿cómo van los preparativos de la boda? ¿la madre de Barry te tiene muy…
mareada?
Lo cierto es que me tiene un poco estresada, pero teniendo en cuenta que mi prometido está
presente creo que voy a obviar comentario alguno sobre la excesiva implicación de Beth con el
bodorrio.
—Pues ya tengo el vestido —de hecho, es lo único que tenemos— lo demás está llevando su
tiempo…
—No te agobies hija, aprovecha que tienes al ayudante ese…
—David.
—Que se encargue, y te quite un poco de trabajo.
—En eso estoy.
—Bueno, cualquier cosa no dudes en llamarme. Sé que no es lo mismo estando tan lejos
pero…
—Gracias papá.
—Os dejo. Pásalo bien y relájate un poco.
—Lo haré. Dale un beso a Teresa de mi parte.
—Claro y dile a Barry que te ayude un poco más.
—Sí… papá. Anda, vete ya a comer.
—¿Me estás echando?
—No, es que nosotros estamos llegando.
—Te quiero cariño.
—Y yo a ti papá.
Me quedo mirando la pantalla pensativa. Tengo muchísimas ganas de verle, espero que Teresa
pueda arreglar lo de las vacaciones y poder tenerle aquí en unos pocos meses.
—¿Cómo está tu padre?
—Bien.
—¿Sabe ya si van a venir en septiembre?
—Teresa tiene que confirmárselo, pero seguramente no haya ningún problema.
—Me alegro, tengo ganas de conocer a tu padre y a Teresa. Además, sé que te ayudará a
relajarte —añade paseando su mano por mi muslo desnudo.
—La verdad es que no te lo niego. Y cambiando de tema, ¿me vas a decir ya adónde vamos?
—En realidad, ya hemos llegado —me indica frenando el coche frente a un local que según
parece tiene aparcacoches y todo.
Cuando me quiero dar cuenta el Camaro de Barry ha desaparecido calle abajo mientras yo
permanecía hipnotizada con la fachada de este emblemático edificio de Manhattan, en el que una
larga cola de gente espera con impaciencia para entrar en el ¿Bella´s? Un cartel con las letras en
color rojo anuncia lo que parece haberse convertido en el nuevo lugar de moda.
—¿Qué te parece? —pregunta rodeándome con sus brazos desde atrás.
—Bella´s. Bonito nombre.
—Llevaba semanas pensando algún sitio en el que pudiéramos celebrar tu cumpleaños, además
de nuestro compromiso —me explica entusiasmado—, quería que fuera algo diferente, ya que
siempre te quejas de que no hacemos nada. Da la casualidad de que leí hace unas semanas que se
inauguraba esta noche el Bella´s —pronuncia el nombre del local con complicidad guiñándome un
ojo—. Han augurado que va a ser uno de los mejores clubs de esta zona de la ciudad sin haberse
inaugurado siquiera. Fue ver el nombre y supe que te tenía que traer aquí.
—Me encanta, es perfecto.
Parece una tontería, pero me hace ilusión, y no solo porque el sitio lleve mi nombre,
casualmente, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, Barry se lo ha currado y me ha
sorprendido preparando una cita inolvidable. Antes de venir hemos cenado en el Buddakan, que
puede ser fácilmente el restaurante más espectacular que haya estado en mi vida. Al entrar,
literalmente me quedé sin palabras: mezcla lo oriental y lo ultra-cool de una manera completamente
única. Y para poner la guinda al pastel, esta mañana me ha despertado con una dosis de buen sexo en
la ducha, un ramo de gardenias blancas y una preciosa pulsera de oro rosa de la que cuelga un
pequeño corazón de Tiffany & Co.
—¿Entramos?
—Claro.
—Ven, por aquí.
—¿No hacemos la cola?
La respuesta me llega clara y sin palabras. Observo a Barry saludar a uno de los porteros
amistosamente; otro que le debe un favor supongo. En ocasiones he llegado a pensar que Barry tiene
una vida oculta de mafioso en la ciudad, no es normal que haya tanta gente y de tantos distritos que le
deba favores, cualquiera diría que ha operado a toda la isla de Manhattan.
Pasamos dentro y tras un par de pasos en los que si no me equivoco nos hemos cruzado con
medio elenco del Paseo de la fama, me alabo a mí misma por haberme decidido por este vestido en
el último momento ya que, aunque en un principio resultó ser algo atrevido y más desbocado de lo
que me gusta lucir, me animé a ponerme en el último momento después de escuchar a Barry decir:
«nena, soy un tipo de lo más afortunado, ¡uauu!». Nada como eso para ayudarme a tomar la decisión,
además de para subir el ánimo, claro está. Blanco y ceñido a mitad del muslo, y como colofón a este
derroche de sensualidad, un escote en v que siendo sincera, invita a mirar. Unos stilettos rojos con
cartera y labios a juego. Y el pelo un poco alborotado, con un aire salvaje.
—¡¿Esa no es Selena Gómez?! —exclamo dejándome arrastrar hacia el fondo de la sala
plenamente ignorada por mi prometido.
Mis sentidos se encuentran sobre-estimulados y mi cabeza no para de dar vueltas (rollo niña
del exorcista) mirando hacia todos lados. Un enorme espacio circular acoge a un centenar de
personas que bailan muy entregadas alrededor de un dj ubicado en el centro de la pista; sobre
nosotros. Cuerpos esculturales de hombres y mujeres casi desnudos (o apenas vestidos), que con
mucha elegancia se deslizan de la impresionante cúpula del techo enredados en gruesas cintas de
color rojo, y lo que más me hipnotiza de este ambiente son los destellos de luces que transfieren al
club carmesí (como he decidido bautizarlo) un halo de exotismo, fuerza y poder. Y no, no se me ha
ido la olla, la corriente que me ha atravesado la espina dorsal hace dos segundos, es prueba
fehaciente de ello.
En cuanto llegamos a lo que parece ser nuestro destino, al fondo del club, descubro una enorme
barra, varios sillones de piel roja, un par de mesas bajas y lo mejor de todo… todos nuestros amigos
están allí reunidos, en lo que deduzco es la zona VIP.
—¡¡Barry!! —grito entusiasmada lanzándome a sus brazos y plantándole un beso en los morros
que el recibe con una deliciosa carcajada sobre mis labios.
Me descuelgo de su cuello para subir los dos escalones que nos separan de todos nuestros
conocidos, que por la pinta que tienen, deben llevar un buen rato esperando y… bebiendo. Hay como
unas quince personas en total entre colegas de Barry, mis compañeras de trabajo, y algunos amigos
más: Travis; Laura, que fue quién nos presentó; Mike, el mejor amigo de Barry; Brooke, mi jefa y
Chloe, que es a la que más me hace ilusión ver. Saludamos a todos, algunos no los veo desde hace
meses, así que aprovechan para felicitarme por mi cumpleaños y por nuestro reciente compromiso.
—¡Muchas felicidades, preciosa! ¡Estás espectacular!
—Gracias Mike —le digo devolviéndole el abrazo.
—Aquí mi amigo es un puto afortunado —añade atestando una palmada a Barry en el hombro
—. Vas a tener que contarme cómo has logrado engañar a este bombón para que se case contigo.
—Pues eso es algo que yo aún me estoy preguntando —arguye guiñándome un ojo con una
espléndida sonrisa que me deja algo atontada.
La verdad es que Barry hoy está arrebatador, y aunque ya he dicho anteriormente que no es un
hombre especialmente guapo, sí que tiene algo que te invita a mirarlo y ahora, junto a su mejor amigo
hace que ese magnetismo destaque más todavía. Siendo sincera, Mike no es gran cosa, aunque sí muy
divertido (algo tenía que tener): no es muy alto, de complexión ni pa ti ni pa mi cómo diría Chloe, es
decir, ni gordo ni flaco; unos grandes ojos castaños escondidos tras unas densas pestañas que le
embellecen de alguna manera; y tiene una calva tan reluciente, que cuesta mirarle cada vez que una de
las luces pasa junto a su cabeza. En cambio, Barry es otra cosa, con una planta más varonil con su
metro ochenta y cinco de estatura y con un buen cuerpo definido que le ayuda a lucir un bonito traje
azul como el que lleva ahora, y que además hace juego con esos ojazos que me conquistaron en aquel
concierto de Maroon 5. Barry juega con ese aire distante y algo frío, siempre tan endiabladamente
perfecto, aunque me ha sorprendido gratamente esta noche con una impoluta camisa blanca sin
corbata (esto es algo así como un hito) con los primeros botones desabrochados, que le da un toque
desenfadado y muy, muy sexy. Tanto, que tras el segundo combinado que me he bebido en el
restaurante, no he dejado de pensar en todas las cochinadas que me apetece hacerle en cuanto
lleguemos a casa.
—¡Felicidades Bel!
—¡Brooke! Muchas gracias por venir.
La jirafa de mi jefa se acerca a saludarme con un Martini en la mano y con esa presencia que
sabe no deja indiferente a nadie. Alta, atractiva y extremadamente arrolladora.
—No me lo podía perder, tu prometido es muy convincente —añade en voz más baja para que
solo lo oiga yo.
—Dímelo a mí que ha conseguido que acepte casarme con él. Por cierto, cuando te fuiste
llamaron para confirmar la participación de Oprah para el número especial de septiembre. Te dejé
toda la información en tu mesa; además te mandé un email, no sé si lo viste…
—Lo vi, gracias Bella, pero, por favor, olvídate de todo eso ahora. Es tu cumpleaños y tu fiesta
de compromiso, así que disfrútalo e ignora el trabajo un rato ¿no querrás convertirte en mí?
—Brooke, ¿cómo estás? —Barry se acerca dándole un beso en la mejilla.
—Muy bien, gracias Barry. En realidad, estaba riñendo a tu futura mujer para que desconectara
un poco del trabajo.
—A decir verdad, creo que soy el menos indicado para dar esa clase de consejos, teniendo en
cuenta que vivo en el hospital.
—Bienvenido al Club —añade mi jefa levantando la copa antes de darle buena cuenta.
¿Es raro si digo que ese comentario por parte de Barry acaba de molestarme? Siento como si
hubiera empañado de alguna manera esta noche de celebración.
—¿Te ha gustado la sorpresa? —irrumpe el susodicho en mis pensamientos susurrándome al
oído.
He dejado de escucharles en cuanto se han enzarzado a hablar sobre inversiones bursátiles y no
sé qué mierdas más. Ni siquiera era consciente de que Brooke había desaparecido.
—Más que gustado ¡me ha encantado! Gracias cariño.
—¿Has hablado ya con Chloe?
—No, ¿dónde está, por cierto? —pregunto mirando para todos lados.
—Viene ahora mismo hacia aquí.
Barry tiene la vista fija detrás de mí.
—¡Felicidades Bella! —escucho a mi amiga exclamar medio segundo después.
Nos fundimos en un abrazo como hace mucho que no nos dábamos y disfruto de ella, porque la
he echado mucho de menos.
—Hola Barry —saluda sin mucho entusiasmo con un movimiento de cabeza.
—¿Cómo estás Chloe? —añade este, y aunque no lo parezca, con algo más de emoción que mi
amiga—. Voy a traerte un gin-tonic Bella ¿quieres algo Chloe? —Mi amiga levanta la copa agitando
el vaso delante de Barry con una sonrisa bastante elocuente.— De acuerdo, ahora vuelvo.
Me da un beso en la mejilla y se marcha dejándonos solas.
Chloe y yo apenas hemos hablado desde que le conté que me casaba con Barry, es decir, desde
que estuve en Madrid, hace casi dos meses. De hecho, es la primera vez que nos vemos y al parecer
sigue con su cabezonería, todavía no la he escuchado darnos la enhorabuena a Barry y a mí.
—Me alegra que hayas venido, Chloe. Estás muy guapa, por cierto—agrego sincera, tratando
de romper el hielo.
—Gracias, tú también —añade algo seca y mirando hacia otro lado—. Tengo que ir al baño,
luego nos vemos.
Y así, sin más, con esa excusa, desaparece huyendo de una conversación que, sabe, tenemos
pendiente. Según parece no tiene ninguna intención de hablar sobre el tema, y pensándolo bien, yo
tampoco. Es mi cumpleaños y mi fiesta de compromiso, no voy a empañar esta noche discutiendo con
la que se supone que es mi mejor amiga.
No he pegado ojo en toda la noche, era imposible hacerlo con tantas cosas en la cabeza. En cuanto
entramos por la puerta y tras el paseo desde el club a lo «2 Fast 2 Furious», me fui directa a darme
una ducha con intención de despejarme un poco las ideas. Me metí en la cama con una mezcla de
tristeza, cabreo y decepción, que se vio aumentada al no encontrarme a Barry en el dormitorio.
Estaba en el salón, sumido en un silencio que cuanto menos era inquietante, por lo menos eso fue lo
que pensé después de hora y media dando vueltas entre las sábanas, incapaz de dormir. Mi insomnio
no sólo se debía a su intencionada ausencia, mi comportamiento en el club tampoco había sido
impecable precisamente; digamos que no me sentía muy orgullosa de mí misma.
Con el camisón de seda negro y con un enorme cacao en mi cabeza, me arrastre en silencio
hasta el salón para encontrarme con un Barry capaz de tambalear más todavía las pocas excusas que
me había dado a mí misma al haber seguido aquel estúpido juego con Daniel. Ni siquiera se giró
cuando me tropecé con la lámpara de pie años 70 que usa habitualmente para leer. Permanecía en
penumbra (para darle más dramatismo al asunto y hacerme sentir más miserable). La luz que entraba
de la calle le daba un aire de hombre atormentado, (a lo Daniel Baumann ¡lo que me faltaba!) que no
iba nada con su estilo, sentado en el sillón de piel marrón, con la mirada perdida en algún punto
frente a él y con los brazos abatidos colgando a ambos lados del butacón. Y hasta que no me acuclillé
frente a él y le quité de la mano el vaso de whisky y lo fui a colocar sobre la mesita de bar de caoba
(con puertita y todo), no fui plenamente consciente de lo mala que era la situación, más que nada
porque allí, junto al resto de botellas de alta graduación que jamás se han tocado en esta casa, se
encontraba una de whisky Balvenie de 12 años escalofriantemente vacía. ¿Qué por qué era algo por
lo que preocuparse? Pues bien, porque a Barry le gusta invertir en mil y una polladas que jamás
entenderé, como en aquella botella de oro líquido escocés comprada junto con su exnovia Evelin y
valorada en algo así como unos 1.000 dólares la botella, que además acababa de beberse como si
fuera agua del grifo. A mí que se bebiera algo tan obscenamente caro me importaba bien poco siendo
sincera, pero estaba plenamente convencida de que cuando se despertara al día siguiente, con la
resaca más cara de la historia, su delgada línea iba a estar observándome con desaprobación durante
muuuuchas horas y durante muuuuchos días. Además, tratar de imaginar las razones que le llevaron a
ello es algo por lo que alarmarse y temblar a partes iguales. ¡Hablamos de Barry, por el amor de
Dios!
—¿Estás bien, cariño? —pregunté en inglés. Di por supuesto que, si no era en su idioma natal,
no sería capaz de entenderme.
Sentada en el suelo y entre sus piernas, arrastré las palmas de las manos por el suave tejido de
sus pantalones de pijama en busca de alguna reacción, o al menos de una mirada. Me miró sí,
después de inclinar la cabeza hacia atrás mientras emitía un gruñido muy varonil más propio de un
momento de placer sexual, que de un enfado. Se me pusieron los pelos de punta, y sí, los pezones
parecían también asombrados con aquella reacción tan poco propia de él, estuvieron a punto de
rasgar la seda y asomarse para saludar a ese forastero.
Cerró los puños con fuerza sin moverse un ápice de su posición, elevó la cadera con lentitud
para dejarse arrastrar un poco más abajo, haciendo que mi pecho rozara intencionadamente sus
muslos y así, por fin clavar su mirada en mí. Y jadeé. No sabría decir en qué momento aquella
decisión de ir a rescatar a mi prometido se había tornado en una de las escenas más eróticas que
había vivido en mi vida. Puede que fuera debido a su obscena mirada que me pedía sin palabras que
le tocara, o quizá a la alta concentración de alcohol que embriagaba el ambiente, pero me sentía
hipnotizada y excitada a partes iguales. Y descubrir la prominente erección que tironeaba de las
costuras de su pantalón consiguió embaucarme y que claudicara con una facilidad asombrosa. Sin
romper ese contacto visual, paseé las palmas de mis manos abiertas por su pecho desnudo,
disfrutando de cada reacción que lograba extraerle, sintiendo como los latidos de su corazón se
tornaban cada vez más agitados, retumbando en mis manos hasta penetrar en mis oídos. Bajé de
nuevo mis curiosos dedos hasta la cinturilla del pantalón, y sin necesidad de palabras Barry se
levantó lo necesario para que pudiera deshacerme de la prenda y liberar así su erección. En ese
punto, nuestras respiraciones estaban entrecortadas y acompasadas, aún no le había tocado, pero la
expectativa, el ambiente que ya olía a sexo y a alcohol del caro, nos mantenía a ambos extasiados.
Me fui acercando lentamente a su erección, torturándolo, mientras mis manos seguían el mismo ritmo
que mi boca. Mi primer contacto fue con la lengua, arrastrando la humedad que brillaba en la punta
mientras contemplaba como Barry parecía que fuera a quebrar con tanta tensión muscular de un
momento a otro. Yo saboreaba el gusto salado de esa gota en mi boca. Levantó la cadera impaciente,
pero yo me aparté incrementando las ganas de ambos. Dejé pasar varios segundos comprobando
como se relajaba esperando, y entonces sí, me incliné hundiendo su plenitud hacia el final de mi
garganta una y otra vez, ayudándome de las manos, lamiendo toda su extensión y gozando de cada
ínfima reacción a través de mis pestañas. No era el único que disfrutaba con aquello, a cada segundo
yo me sentía más húmeda, sedienta y necesitada. Barry se sujetaba con fuerza de los brazos del
sillón, gruñendo y jadeante, deleitándose y mascullando en voz baja palabras inteligibles. Justo
cuando dirigía su mano hacia mi cabeza me levanté sin aviso, me bajé las braguitas y me quité el
camisón de un tirón. Sin dilación, me senté a horcajadas sobre él, desbocada y sin cuidado,
llenándome de su plenitud y obligando a mi cuerpo a acoger su envergadura de un solo movimiento.
Nuestros gemidos retumbaron entre las cuatro paredes del apartamento, Barry me agarró las
caderas apaciguando mi ritmo frenético, acercó mis pechos a su boca para tentarme con lametazos y
succionar a partes iguales. Enredé mis manos en su pelo sin dejar de moverme, aunque sentía como
poco a poco Barry iba tomando las riendas para marcar su propio ritmo.
—Me vuelves jodidamente loco, Bella.
Y con esas palabras se levantó del sillón conmigo entre sus brazos y aún dentro de mí me llevó
hasta la habitación, me tumbó de espaldas sobre el colchón y con una mano a cada lado de mi cabeza,
empezó a marcar un ritmo de fuertes embestidas, dejándome gratamente impresionada.
—Barry… Lo siento, cariño.
No conocía a ese hombre y no sé si debido a ello, a la magnitud del momento o a la crudeza de
sus palabras; pero me corrí como nunca antes lo había hecho, de una manera tan intensa y brutal que
me vi clavándole las uñas en la espalda porque necesitaba un punto de agarre para tal oleada de
intensidad.
—Lo siento —repetí.
Y no me disculpaba por haberme corrido antes que él, no. Por mucho que me gustara este Barry
desatado, sabía que él no estaba bien. Algo le afligía para acabar en una hora con una inversión de
1000 dólares. Él no es de los que se emborrachan para olvidar, ni tampoco de los que arreglan los
problemas con sexo. Y claramente yo era la culpable de que todos esos noes, hayan terminado siendo
síes.
—Vas a ser mi mujer —gruñó con dedos crispados en mi nuca para después besarme con
desesperación marcando penetraciones profundas.
—Ya lo soy, Barry. Soy tuya —jadeé contra su boca.
Y solo necesité esa afirmación para lograr que se corriera con una brutalidad arrolladora, un
insoldable gruñido en mi oído y un «¡Bella!» sobre mis labios.
Despertarme después de una noche como esa, deja resaca, además de un intenso dolor de
cabeza confuso y persistente. Más todavía al comprobar que de nuevo, Barry no está junto a mí, en
nuestra cama, ni en casa.
En la cocina encuentro una nota sobre la encimera:
He ido a correr. No he querido despertarte.
Algo más por lo que sentirme inquieta. Jamás se iría solo a correr.
Necesita tiempo para estar solo.
Tampoco es que le culpe por ello.
—¡Voy!
Llaman a la puerta y abro sin pensar, deduzco que es él que vuelve de sudar todo el alcohol que
se pimpló anoche. Primer error: abrir sin pensar. Un enrome ramo de Tiger Rose aparece frente a mi
puerta.
—¿Bella Johnson?
—Sí, soy yo —digo con voz chiquitita.
—¿Puede firmar aquí por favor?
Me acerco y firmo casi por inercia.
Segundo error: ya sé de quién son y no debería estar aceptando estas flores.
El mensajero, al que no le he prestado ni la más mínima atención, me tiende el ramo junto con
una bolsita que no había visto hasta ahora mismo, se despide y yo le cierro ignorándole.
El pulso se me acelera hasta límites insospechados.
Busco un jarrón, pongo el ramo en agua, lo dejo sobre la encimera y me separo varios pasos
muy nerviosa. Si fuera fumadora sería una buena excusa para acabar con una cajetilla entera. Estoy
replanteándome incluso ir a comprar una.
Me muerdo las uñas.
Doy vueltas por el salón inquieta.
Me paso las manos por el pelo.
Ignoro las flores y esa bolsa. ¿Qué demonios hay en esa bolsa?
Voy a la habitación y vuelvo.
Miro la trituradora. ¡Mierda, no entra!
Cómo venga Barry…
¿En qué cojones estaba pensando anoche?
Tercer error: acercarme, coger la pequeña bolsa azul y sacar su contenido. Una caja y un sobre.
Cuarto error: abrir, y leer el sobre.
Ojalá estuviera ahí para ver la cara que has puesto al abrir la puerta…
Ya fuera de bromas. Me gustaría que aceptaras este regalo, pero para ello supongo que lo suyo sería explicarte el porqué del
mismo. Hace mucho tiempo que lo tengo, pero no he tenido el valor suficiente para hacértelo llegar, hasta ahora.
Ese fatídico 25 de julio en el que perdiste lo que más querías (y no fuiste la única, yo estuve a punto de perderte entre mis
brazos. Lo irónico es que al final te perdí, afortunadamente no de aquella manera, pero sí de una que resulta casi igual de
agónica). Sé que durante el forcejeo con Luís perdiste el reloj de tu madre, me di cuenta de que no lo llevabas justo cuando te
metían en la ambulancia, así que volví a buscarlo y lo encontré (o lo que quedaba de él) pero era literalmente imposible
recuperarlo; era como si hubiera pasado una apisonadora por encima. Y lo siento. Sé lo que significaba para ti. Necesitaba
compensarte esa pérdida de alguna manera, así que mandé hacer uno idéntico, aunque soy consciente de que jamás
reemplazará aquel otro y no quiero que lo haga, tan solo me gustaría paliar de alguna manera “el síndrome del miembro
fantasma”.
Por favor, acéptalo. Es tuyo.
P. D.: La vida fue muy generosa poniéndote en mi camino hace tres años y que lo haya hecho de nuevo, es más de lo que
merezco.
Tan sólo espero que él te haga feliz.
D.B.
Cojo el teléfono en un impulso y busco ese contacto que no pensé que fuera a necesitar.
Hola Monika ¿qué tal? Disculpa las molestias y sé que puede sonar extraño, pero ¿podrías por favor darme el
número de teléfono de tu hermano?
Te estaría muy agradecida.
09:12
De nuevo, el jodido tsunami Daniel Baumann haciendo que todo mi mundo se tambalee. No
puede ser un reencuentro casual en el que dos viejos amigos se ven por casualidad, se cuentan cómo
les va todo y si te he visto no me acuerdo (vale, sí, también tontean), pero noooo, él no podía dejarlo
ahí. Tenía que darle importancia con un enorme ramo de flores, un regalo y una estúpida carta.
Hola, Bella.
Te paso el número.
No me hacen falta explicaciones.
09:14
Muchas gracias.
09:14
Me alegra que no le hagan falta, aunque también me inquieta que no las necesite, pero ahora
mismo se lo agradezco.
—Baumann —contesta con ese tono formal y autoritario que, si no fuera por el cabreo
monumental que tengo en este momento, sé que hubiese puesto más atención en cómo se eriza mi piel
ante esa jodida voz a través del auricular.
—¡¡¿Se puede saber en qué cojones estás pensando?!!
—Buenos días a ti también, Bella. Veo que has recibido mi regalo.
Y su tonito de suficiencia me toca mucho la moral.
—Claro que lo he recibido ¡en la casa de mi prometido! ¡A ti se te va la olla ¿o qué?!
—¿No es tu casa?
—Claro que es mi casa, quiero decir vivo en ella, pero no es mía, en realidad es de Barry…
—Un gracias sería suficiente.
—Mira Daniel, siento lo de anoche.
—Yo no siento nada de lo de anoche.
—Pues yo sí. Siento haberme dejado llevar por ese juego absurdo y siento si te he dado una
impresión equivocada. Se nos fue ligeramente de las manos, estuvo bien vernos y tontear un poco,
pero ¡joder! Vas a ser padre Daniel y yo, ¡yo voy a casarme! Por favor, olvidemos lo que pasó y que
cada uno siga con su vida. Quiero a Barry, y él no se merece esto.
—Mira Bella, no sé qué movidas te estás montando en la cabeza, solo te he hecho un regalo. Y
anoche solo estuvimos hablando, así que…
Escucho el ruido de la puerta al abrirse e instintivamente cuelgo el teléfono, dejando a Daniel
con la palabra en la boca. Me giro con las manos a la espalda escondiendo tras de mí esa nota con la
que esa Bestia acaba de condenarme como una de las mayores embusteras de la historia
contemporánea.
Estoy literalmente paralizada, contemplando lo surrealista de esta situación; ayer estaba
celebrando mi cumpleaños con una vida de lo más monótona y tranquila, y ahora tengo un diseño
floral en la cocina de mi casa que exuda Baumann por cada pétalo, un regalo que no deseo y una carta
llena de palabras que no necesitaba escuchar. Y a Barry, mi prometido (ignorante de mi historia con
Daniel), bajo el umbral de la puerta con la mirada puesta en el ramo, con un ceño cada vez más
fruncido y con un rictus cargado de interrogantes.
—Hola cariño —logro balbucir en un murmullo titubeante, sin moverme de mi sitio, es decir, a
tres metros de él, del ramo, de la bolsa y de mis jodidas agallas.
Saca una botella de agua, se apoya en la encimera, le da un trago, y abandonando por fin la
mirada de ese regalo se decide a hacerme la esperada pregunta.
—¿Y estas flores?
La claridad de sus ojos parece haberse enturbiado, detalle que recojo mientras se aparta el
pelo de la cara en ese gesto tan suyo y a la vez tan manido, pero siempre tan sexy.
Piensa, Bella, piensa.
—Son…de mi padre. Un regalo de cumpleaños.
—Pensaba que su regalo era venir a verte.
—Sí, bueno, eso también. Supongo que era una sorpresa.
—¿Esta no es la flor de…?
—Sí, la misma —le corto.
Por ahí no.
—¿Y esto qué es? —pregunta interceptando la caja.
Ver en manos de Barry ese reloj, entre sus largos, elegantes y gráciles dedos acostumbrados a
sostener herramientas de precisión tales como un bisturí, engendra dentro de mí, en un lugar en el que
antes solo había eco, un quejido lleno de recelo que me cuesta entender y que aparto tragando saliva
varias veces, mientras encuentro la manera de salir airosa de esta.
—Sí, bueno, es una réplica de un reloj que mi padre le regaló a mi madre cuando, tras
conocerse y tener que separarse, le mandó para que no se olvidará de él, un gesto romántico,
supongo. Yo perdí el original, es una larga historia, la verdad… Pero mi padre ha querido que yo
tenga uno como aquel, porque significaba mucho para mí.
¡Respira Bella!
Me siento ahora mismo como una mísera hoja de papel frente a un ventilador, que lucha por
mantenerse firme para no dejarse arrastrar y desaparecer por una ventana, bajo una mesa o el quicio
de una puerta. Más si cabe contemplando cómo esa arruga en su frente se marca cada vez más,
mientras gira el reloj entre sus manos, concentrando todo su interés en la parte de atrás. Demasiada
atención diría yo.
¡Joder! ¿Qué hago? ¿Me acerco o… salgo corriendo?
¡¿Qué demonios pasa?!
¡¡¿Por qué pone esa cara?!!
Mato a Daniel, juro que lo mato.
—«Te perdí en la distancia, pero te encontraré con el tiempo. D.B» —lee con una frialdad que
helaría hasta el mercurio.
¡¡¿D.B?!!
¡¡La madre que lo parió!!
—¡Dwain! —exclamo cómo un resorte y en un tono más alto del realmente necesario.
—¿Qué?
—Dwain es el segundo nombre de mi padre —y esto es completamente cierto—. Y la B es
de… —¿de qué cojones es la B? —. La B es de Buckingham. Ese es el lugar donde se conocieron
mis padres, así que digamos que es un juego de palabras con las iniciales Dwain Buckingham.
Si se traga esta bazofia que acabo de contarle debería replantearme hacerme actriz cómo
mínimo.
Barry asiente, parece que satisfecho, por un momento hasta me doy una palmadita imaginaria en
la espalda (aunque sé que no es algo de lo que sentirse orgullosa). Y él, con una templanza que pone
los pelos de punta, deja el reloj de nuevo en la caja cerrándola con cuidado, se acerca a mí
quitándose la camiseta sudada y me da un casto beso en los labios, y ya, cuando nuestras miradas se
cruzan, un cubo de hielo cae sobre mí. No es literal, pero la impresión es la misma.
Decepción. Eso es lo que he visto en sus ojos.
—Voy a darme una ducha.
—Claro —creo pronunciar.
En cuanto escucho el agua correr al fondo del pasillo, me acerco tiritando hasta la caja y cojo
el reloj entre mis dedos temblorosos. Es una réplica idéntica al que tenía mi madre: de esfera
cuadrada con el borde dorado (a diferencia de que esta es claramente de oro), los números son
romanos y, como aquel que perdí, se ata a la muñeca por una fina correa de piel azul marino. El reloj
que heredé de mi madre era un sencillo Seiko, y este es un jodido Rolex.
Miro en dirección al baño sintiéndome como una basura, porque no soy tan buena actriz como
pensaba, Barry es el que se merece el Oscar. ¿D.B? ¿Un Rolex? Ni él es tan estúpido para creerse la
trola que le he metido. ¿Mi padre regalarme un Rolex? ¿Un taxista que trabaja doce horas diarias
para llegar a fin de mes?
No tengo ni idea de lo que Barry vio anoche cuando nos encontró hablando, pero deduzco que
la comodidad que sentía ayer junto a Daniel era palpable desde la estratosfera por lo menos, o lo
suficiente como para beberse una inversión de 1000 dólares. ¿Un ramo de rosas (y no de cualquier
flor, sino de una que marca mi piel), un Rolex de oro, una frase inscrita (y no cualquier frase) y las
iniciales D.B. grabadas? Vamos, que hay que estar ciego o ser muy estúpido para no verlo. Y mi
neurocirujano tiene vista de lince y de estúpido no tiene un pelo. La única que corona esa cima es una
servidora.
Hace tiempo que dejé la cobardía a un lado.
Inspiro. Espiro.
Allá vamos.
Entro en el baño y compruebo que Barry ya se ha duchado (deduzco que ese impulso de
valentía, me ha llevado más tiempo del que creía). El baño está cubierto por una neblina vaporosa
que juega a mi favor, aún tiene el pecho cubierto de agua y una toalla sujeta a la cadera. Sus dedos,
que hace un momento manejaban con suma destreza ese reloj, ahora agarran la encimera de mármol
con fuerza (quizá demasiada). Barry contempla su reflejo a través del espejo suavemente empañado,
con un semblante que, para mi sorpresa, se asemeja inquietamente al de anoche mismo. Doy un par de
pasos situándome tras él, necesito tocarle, sentirle cerca, romper este abismo.
Llevo mi mano a su espalda, despojándome del pánico a perderle, y como si se tratara de un
perro al que le oculto mi miedo. Le acaricio, con seguridad y respeto. El mismo que siento por esta
relación.
—¿De verdad piensas que soy tan estúpido? —escupe mirándome a través del espejo
formando una delgada línea con los labios—. Solo dime una cosa, ¿hay algo entre vosotros?
—No —sostengo con rotundidad—. Me lo encontré ayer de casualidad y…
—Así que él es tu ex novio —afirma displicente.
—Hace mucho tiempo de eso, Barry.
—Nadie lo diría —arguye.
Eso ha dolido, como un proyectil directo al estómago y, aunque no he podido esquivarla, no
voy a permitir que me afecte. Me cuelo entre sus brazos, que al ver mi intención los cruza sobre el
pecho, marcando distancia, pero yo me sitúo delante, haciéndole frente.
—¿Tú estás segura de que quieres esto? —pregunta señalándonos a ambos.
Asiento trémula, con ojos húmedos y aterrada por estropear esto, por ese otro algo que ya no
existe.
—Te quiero, Barry.
Me siento incapaz de no tocarle al pronunciar esas palabras.
No entiendo tanta inseguridad, no es propia en él. Sé que le he mentido y que debe joder ver a
un tío como Daniel Baumann tonteando con tu futura mujer, todo eso es hasta esperable, pero hay algo
que me estoy perdiendo…
Dos respiraciones profundas que ensanchan su pecho hasta darle un aire de inmensidad que
llena todo el espacio.
—Estás metida tan adentro que duele —gruñe en un quejido desgarrador. Coge mi mano y la
coloca contra su pecho, sobre sus agitados latidos—. Lo sientes, ¿verdad? Mi corazón jamás ha
bombeado con tal intensidad, Bella. Vivo por y para ti.
¿Y cómo se queda una al escuchar y sentir tal confesión…?
—Barry, no hay nada. NADA. Solo estás tú —afirmo con contundencia—. Creo que hay algo
que no me estás contando.
Se aparta el pelo de la cara mostrándome a su vez una mohína sonrisa, esa clase de mueca que
dice: «pillado».
—Siempre has sido muy perspicaz —se aleja un par de pasos buscando algo de distancia, para
varios interminables segundos después confesar—. No me fui de Argentina porque Evelin quisiera
quedarse y yo no, si no porque se había estado acostando con un compañero durante los tres últimos
años —Claro como el agua. Directo como una bala—. Y lo peor no era eso, si no que en el fondo lo
sabía, pero me negué a creerlo. La manera en la que se miraban... Y ayer vi lo mismo en sus ojos
Bella, y en los tuyos también.
Y sí, su tono es acusatorio.
He aquí lo que me estaba perdiendo.
—Barry, lo siento. Siento que tuvieras que vivir esa decepción, pero eso que crees haber visto
entre Daniel y yo no existe, ya no.
Su gesto parece inquebrantable, con una mirada de suficiencia tan arrolladora como para
hacerme dudar de mis propias palabras. Eso me lleva a la única vía posible, a usar el último
cartucho, y hay dos posibles resultados: que acepte mi pasado y quiera seguir con esto, o bien que se
horrorice (a lo Killian Balaguer) y me dé una patada en el culo, pero a diferencia de este último,
Barry sería educado y cortés; las formas no las perdería ni en ese suponer. Creo que es momento de
ser sincera, se lo debo. Sobre todo, si pretendo que esta relación funcione.
—Cuando tenía 19 años, mi novio y otro tío me violaron en un mugriento hotel de carretera.
Primera bomba.
Directa, sin rodeos.
—¿Qué? ¿Eso es enserio? —asiento sin pronunciar palabra—. ¡Mierda, Bella! —exclama con
una expresión de absoluto horror que me veo examinando muy de cerca con verdadera inquietud—.
¿Cómo no me habías contado esto antes?
Hace ademán de acercarse, pero se frena muy agitado, no sabe qué hacer con las manos (algo
inaudito). Se mesa el pelo, las pone en jarras, las coloca entrelazadas en la nuca… Yo permanezco
impasible, incluso diría que un poco fría, mientras dejo que él lo asimile, porque sé que no es fácil.
Tras la impresión del primer momento, parece que se calma contemplándome con verdadero
horror, pasando por la rabia y llegando hasta la ternura. Pero no me toca. Mantiene las distancias.
—Mejor déjame continuar, porque hay más. Si algo me enseñó mi historia con Daniel, es que
de mentiras no se sustenta una relación. Por lo que voy a contarte todo —remarco bien esa palabra,
es importante que entienda que no voy a dejar flecos sueltos—, porque quiero que esto funcione,
porque creo en nosotros, Barry.
Con el asombro aún dibujado en su cara, se sienta sobre el váter (intuyo que necesita alguna
clase de apoyo) y sin añadir nada más, me invita a continuar con un gesto de su mano. Barry Wilson,
siempre tan correcto y educado.
—Por favor.
—Bueno, tras el suceso estuve diez años sin tener relaciones con hombres, de ningún tipo.
—Hasta que apareció él —adivina.
—Sí. Y en cierta manera le estoy agradecida, porque si no fuera por Daniel, ahora mismo tú y
yo no estaríamos aquí, créeme.
Soy consciente de que esta confesión no es fruto de su agrado precisamente, pero es que es una
verdad absoluta, tan cierta como que el sol se pone por el oeste o que las tostadas siempre caen por
el lado de la mantequilla.
Le hago un breve resumen de lo que fue nuestra relación, con los acontecimientos más
relevantes tales como: el encuentro con Fran en la gala, la paliza que Daniel le propinó a este, el
ataque de Luis que me dejó en un hospital por varias semanas y su muerte. Decido omitir el tema: la
agresividad y el alcoholismo de Daniel, es algo que no aporta nada a la historia, más bien creo que
me vería obligada a tener que dar explicaciones innecesarias. Con que entienda que la relación entre
él y yo se terminó definitivamente es suficiente.
—¿Por qué se terminó?
—Me lo encontré con otra y la decepción fue suficiente.
Y aunque ahora sé que lo que vi, no es lo que creí ver, estoy siendo sincera, porque la relación
se rompió por ese motivo. Bueno, por eso y porque:
—Y cuando me desperté en el hospital estaba agotada, exhausta. Daniel no es una persona
fácil, Barry —lo sé, yo tampoco—. No me daba lo que necesitaba, y puede que yo a él tampoco.
—¿Así que cuando te fuiste en marzo a Madrid era para testificar en ese juicio?
—Ajá.
—¡Mierda Bella!
Ahí está, mi guaperas de ojos claros, de mandíbula marcada, sonrisa perfecta y nariz inclinada
ligeramente a la derecha (debido a una pelea con 20 años. Sí, sorprendente). Mí siempre
cuadriculado adusto y controlador, parco en palabras, comedido emocional, meticuloso, mesándose
el pelo en ese ademán tan suyo, inquieto y como nunca antes: desubicado.
—Siento no habértelo contado. Quizá erróneamente, no lo vi necesario. Hasta ahora.
—Eres consciente de que él sigue enamorado de ti, ¿no?
—Ni lo sé ni me importa, si te soy sincera.
¿Y estoy siendo sincera…?
En un impulso se acerca a mí, enmarcando mi cara con sus suaves manos, mirándome con una
devoción arrolladora.
—Antes te quería, pero es que ahora te admiro. Eres una puta heroína, Bella.
No me digas cómo, pero es capaz de conseguir que una palabrota suene a caramelo fundido
entre sus labios y que yo me vuelva adicta a ese dulce sonido.
Rio cómo una boba.
—Te quiero —digo acariciando su cara.
Me acoge entre sus brazos, y yo me deshago en ellos. Hace que me sienta bien, cómoda y
protegida, aunque también hay ausencia de algo que no sé muy bien cómo definir, así que opto por
desterrarlo rápidamente de mi cabeza.
Me besa, invadiendo mi boca con calma, primero un ligero contacto de nuestros labios para
poco a poco penetrar con su lengua hasta lo más hondo, saboreando, degustando y convirtiéndolo
casi en un acto sexual en sí mismo. Desenredando sus hábiles dedos de mi pelo detiene este frenético
beso dejándome sin aliento, jadeante y casi suplicante. No sé en qué momento la toalla que cubría sus
caderas ha decidido desaparecer (puede que la prominente erección le haya puesto las cosas
difíciles). Para equilibrar la balanza, Barry decide deshacerse de mi camisón bajando los tirantes
con premeditada lentitud, dejándolo caer suave sobre mis pies. No hay demora para las braguitas,
que con dedos ágiles logra hacer desaparecer con presteza. Su mirada es tan voraz que me he tenido
que agarrar al lavabo para no perder el equilibrio. Sin tocarme, es capaz de hacerme sentir desnuda
de una manera muy cruda. No sé cómo, pero está consiguiendo que me sienta cohibida. E incómoda.
Y sé a qué se debe…
—Barry —ruego tendiéndole la mano; un puente entre ambos.
Se arrodilla frente a mí, rechazando mi mano y sujetando con las suyas mis caderas, una a cada
lado. Y de nuevo, esa mirada se afianza en mi vientre.
—Barry… —gimo suplicante con mis dedos enredados en su pelo tirando con firmeza hacia
atrás, obligando que me mire a los ojos y retire la vista de ese punto.
Sé lo que está pensando, y no me gusta.
—Te das cuenta de que él siempre va estar ahí, entre nosotros —Y aunque suene a reproche, no
lo es, es peor: un lamento.
¿Y no son acaso ciertas sus palabras?
Julio
Hemos pasado todo el fin de semana juntos, algo inaudito. Creo que es la segunda vez que hemos
podido compartir dos días seguidos, y la primera que cae en fin de semana. Para ello, Barry ha
tenido que pedir algún que otro favor en el trabajo, probablemente más de los que le gustaría admitir,
teniendo en cuenta que no es de los que piden, más bien todo lo contrario. No se siente cómodo con
el hecho de tener cuentas pendientes, eso supone para él hacer una gran concesión, una que, por
cierto, yo no le he pedido, ha sido cosa suya, no obstante, con la idea de agradarme a mí.
El sábado, después de nuestras respectivas confesiones, de aclarar dudas y demás, me deshice
del ramo de rosas que, por cierto, sí que entraba por la trituradora (cada vez estoy más impresionada
con los usos que se le puede dar a ese trasto). El reloj ya es otra cosa, por mucho que me haya vuelto
aficionada a esa maravilla no me veo capaz de destruir esa indecente cantidad de dinero tan
alegremente, aunque admito que después de cómo me la ha liado Daniel con el dichoso regalito,
ganas no me han faltado. Finalmente, he quedado con Barry en que lo devolvería a su remitente, pese
a que eso suponga tener que ponerme en contacto con Daniel para pedirle una dirección, cuestión de
la que Barry es plenamente consciente, pero de la que ha decidido desentenderse o más bien hacerse
el sueco, y bueno, deduzco que confiar en mí. El caso es que antes de llegar a este acuerdo y tras un
tenso silencio todavía encerrados en el baño, me vi empujada a romper aquella tensión lanzándome a
sus labios robándole un beso. Y sí, digo robado porque no se lo esperaba, diría incluso que no lo
quería, pero yo necesitaba distraer sus pensamientos, y ya de paso los míos. Al final, ese hurto se
transformó en un denso deseo por ambas partes, logrando que en apenas unos segundos lo tuviera
empujando dentro de mí, gruñendo con su aliento junto a mi oído remarcando cada envite con un:
«eres mía», que yo reforzaba con un: «soy tuya». Y no, no va mucho conmigo ese tipo de aserciones
que me convierten en algo así como una propiedad, no me gusta tomarme estas afirmaciones tan a la
ligera, pero de alguna manera siento que lo soy, puesto que una parte de mí le pertenece. De la misma
manera que otro tanto por ciento (más elevado) pertenece a… otro hombre. Lo que quiero decir con
esto, no es que Barry ni ningún otro sean mis dueños; no llevo un chip cómo un perro, ni tampoco un
recibo que les permita cambiar de opinión en 30 días si no están satisfechos, no, no va sobre eso. De
lo que hablo aquí es de que una porción de mí, pase lo que pase se va con cada uno de ellos, me
atrevería a decir incluso, que se trata de algo recíproco a la par que irreversible. Tanto Daniel como
Barry han aportado algo a mí vida que hace que, de alguna enrevesada manera, un porcentaje de
Bella les pertenezca, porque ellos han sabido encontrar, mostrarme y encauzar pequeñas fracciones
de mí que hasta entonces no conocía: Daniel me enseñó a pelear, a amar sin barreras, y a vivir
(porque había olvidado hacerlo), mientras que Barry me ha ayudado a centrarme, a pensar las cosas
antes de hacerlas, aportando por tanto más sensatez. Sin duda dos polos opuestos: Daniel es mi parte
pasional, desmedida e impulsiva, mientras que Barry es la racional, más comedida y pragmática. Y
puede que mi lado Barry suene menos romántico, pero es que a veces hace falta algo de cordura, y él
me la da. Además de una estabilidad emocional (que apartando los últimos acontecimientos) que
hasta ahora no conocía; sin olvidar el amor incondicional, la sinceridad y el respeto. Se agradecen
estos rasgos tras el caos en el que había estado sumida antes de conocerle. Es el mar en calma
después de la tempestad, y no hace falta que diga quién es quién en esta metáfora ¿verdad?
Mis pensamientos se pierden con gran facilidad rememorando todo lo sucedido este fin de
semana, mientras yo sigo sin decidirme si meter o no en la bolsa de viaje la dichosa pamela amarilla
que me regaló Beth. A mí no me gusta mucho (o nada, siendo franca), pero Barry ha insistido en que
me queda perfecta y me da un aire más chic (y sí, usó esa palabra), pero vamos, que sé que la voy a
llevar sólo con la esperanza de que una ráfaga de viento me la arranque de la cabeza y se la lleve
lejos, muy lejos, cual pájaro en libertad. Intuyo que no seré tan afortunada…
Apenas vamos a disfrutar de un día y medio en los Hamptons, pero bueno, algo es algo, y pasar
el mítico 4 de julio compartiendo una barbacoa con amigos alrededor de una fogata nocturna y
viendo los fuegos artificiales, me parece una idea de lo más atractiva. La pena es que tengamos que
volver al día siguiente, puesto que Barry tiene una operación programada para el viernes y necesita
descansar. Por lo que va a ser un viaje más corto de lo que me gustaría, aun así, me apetece
compartir este día con él, tengo la intuición de que no es lo mismo celebrar un 4 de julio con un
americano de verdad, que con tu amiga francesa que, digamos, tiene un concepto bastante peculiar (o
distorsionado) referente a cómo celebran los yanquis su Independencia. Llamadme ingenua, pero no
sé porque me da que meterle un billete de cincuenta dólares en un diminuto tanga (eso sí, con sus
barras y estrellas honrando el día como Dios manda) a un rubito cachas al grito de «¡viva América!»
en un local de striptease de Queens, no es la idea que tienen los americanos de festejar el día.
Este fin de semana ha sido cómo un sueño y tan sólo imaginar poder repetirlo de nuevo en un
día tan señalado como el 4 de julio me tiene entusiasmada, como una niña con zapatos nuevos. Diría
que pasar tantas horas juntos, disfrutando el uno del otro durante estos dos días, ha distorsionado mi
percepción de la realidad, en cuanto a mi relación con Barry se refiere. He llegado a arrepentirme de
que hubiera hecho tanto esfuerzo endeudándose con favores a diestro y siniestro, para mostrarme
algo de lo que soy consciente jamás va a formar parte de la cotidianeidad de nuestras vidas, lo que
por cierto me deja con un ardor en el estómago difícil de ignorar. No somos la típica pareja que
cuando llega los fines de semana aprovechan para compartir juntos aficiones como ir al cine, dar un
paseo, tomar una copa o ir de compras. No. Barry es uno de los mejores neurocirujanos de la ciudad
y su compromiso con el trabajo le tiene atado las 24 horas del día los 365 días al año. Es como el
Seven Eleven de la medicina.
Han sido dos días maravillosos, un recuerdo difícil de olvidar y lo ha sido para ambos. Nos
hemos deleitado con cosas sencillas como: una película en un pequeño y viejo cine de esos que
desprenden un encanto especial y que, aunque la película sea mala (como ha sido el caso) logra
embellecer de alguna manera el tiempo transcurrido entre sus paredes; un perrito caliente en Central
Park, rememorando nuestra primera cita, además de una visita a la exposición de la artista Lita
Cabellut.
—Es la pintora española más cotizada del mundo—me contaba Barry mientras yo contemplaba
uno de sus maravillosos cuadros. Exactamente un retrato de Frida Kahlo que me tenía completamente
hipnotizada.
—Creo que Chloe me ha hablado de ella, estoy casi segura.
—Ha desarrollado una variación contemporánea de la técnica del fresco, con una paleta de
colores reconocible que surge de su obsesión por darles piel a sus personajes.
Recuerdo mirar a Barry asombrada por esa demostración de conocimiento sobre la artista, y
como mi cara no pasó desapercibida contestó:
—Lo acabo de leer en este folleto —explicaba agitando el panfleto frente a mi cara de pánfila
—. Sabes bien que no soy muy aficionado a la pintura, pero ya que estamos aquí, aprovecho y
aprendo algo. Además, esta visita ya ha valido la pena, verte poner esa cara ha sido lo mejor de este
fin de semana —se mofaba de mí.
El domingo, sin embargo, decidimos aprovecharlo para pasarlo en casa. Barry, que tiene buena
mano en la cocina, me enseñó a cocinar su plato favorito: un pastel de carne típico australiano que le
enseñó a cocinar su abuela. Adoro contemplar a Barry entre fogones, se mueve con una naturalidad
innata y sus manos manejan cada alimento con un cuidado exquisito. A decir verdad, resulta
desconcertantemente erótico, aunque a veces me quedo un poco trabada pensando si operando será
igual, que estoy segura de que sí, pero en ese territorio ya no me parece tan sensual y con esa imagen
consigo que se me baje toda la lívido a la velocidad que lo hace un pastel al abrir la puerta del horno
antes de tiempo.
—¿Por qué nunca me has llevado al hospital?
Mi pregunta le pilló con el cuchillo en la mano cortando con mucha destreza una cebolla, y juro
que por un momento temí que se rebanara un dedo cuando se giró para mirarme desconcertado.
—¿A qué viene eso? ¿Acaso quieres ir?
Yo estaba sentada en la encimera, vestida tan sólo con su camiseta gigante de los Knicks
mirándome los pies que balanceaba adelante y atrás como si fuera una niña, porque por un momento
me sentí cómo si lo fuera.
—No sé, simplemente es que nunca he visto dónde trabajas. Al fin y al cabo, es el lugar en el
que pasas más tiempo y me preguntaba cómo sería y eso.
Cuanto levanté la vista de mis uñas pintadas de un bonito coral, me encontré con Barry
atareado en lavarse las manos minuciosamente (cómo sólo lo haría un cirujano) bajo el chorro del
fregadero. Cuando terminó, se giró, apoyó su bonito trasero en la encimera frente a mí y me preguntó
con una incipiente marca en la frente:
—No pensé que quisieras ir, tan solo es un hospital Bella. No hay nada atractivo ahí, y por
norma general la gente no se siente muy cómoda en los hospitales.
—Pues yo sí. Además, si no me equivoco tienes un despacho, ¿no?
—Sí, ya lo sabes.
—Pues eso, me gustaría comprobar si es verdad que tienes esa foto que te regalé en la mesa de
ese despacho —dije entrecomillando la palabra.
—Estás como un cencerro —dijo poniendo los ojos en blanco a la vez que me daba la espalda
para continuar con sus quehaceres culinarios.
—A veces he llegado a pensar que eres un gánster.
Una carcajada limpia y sexy abandonó su garganta sin ninguna clase de freno.
—¿Y eso? Por favor, deléitame con tu teoría —me pidió colocándose de nuevo frente a mí.
—Hay evidencias, créeme. La primera y más clara, es que la mitad de la ciudad te debe un
favor.
—Eso es porque me gusta ayudar a la gente.
—Ya… —conteste con escepticismo—. Segunda: tu coche.
—¿Mi coche?
—No te pega. ¿Un Camaro? ¿Siendo médico? Esa es la clase de coche que conduce un bróker
de Wall Street o un...
—Mafioso —se adelantó.
—Exacto.
—Me gustan los coches, los buenos coches. Así que, según tú, ¿cuál es el que debería llevar un
neurocirujano?
—No sé, te pega algo más funcional cómo un Chevrolet o uno familiar, en el caso de que
tuvieras familia, claro.
—Vamos, uno como el que lleva media nación americana. Bueno a ver, y el último punto ¿cuál
es? —dijo esto último colgándose el trapo sobre el hombro justo antes de cruzar los brazos sobre el
pecho.
—Tu forma de ser, sin duda.
—Mi forma de ser, ¿qué le pasa? ¿Es qué hablo como Corleone o…?
—He dicho tu forma de ser, no tu manera de hablar. Ese aspecto de hecho, tendrías que
mejorarlo si quisieras tener atemorizada a toda la ciudad de Nueva York. No asustas ni a un niño. A
decir verdad, hay uno que vive en el barrio de Travis que te da mil vueltas —y sí, ese demonio en
forma de niño logró en una ocasión que le diera veinte pavos y que, además, le diera las gracias por
ello. Desde entonces trato de no cruzarme con él—. Ahora que he expuesto todas mis hipótesis en
alto, me he percatado de que efectivamente no eres un mafioso, estoy segura de que mi foto está en la
impoluta mesa de ese despacho aburrido y soso que tienes.
—¿Estás segura de que no soy un gánster?
—Segurísima.
—¿Y si te digo que has acertado? —susurró acercándose con sigilo, agravando la voz y
oscureciendo sus bonitos ojos azules— y que tengo negocios peligrosos, que controlo toda la zona
este de la ciudad y que lo de doctor Wilson tan sólo es una tapadera.
—Te digo que a tu madre le daría un infarto —de eso no me cabe ninguna duda, yo en realidad
pagaría por ver su reacción—. Así que deja ese rollito de…
—Shhhh… ¿qué tal si cierras esa boca tan sucia que tienes? —me tapó la boca con una mano
mientras que la otra se colaba debajo de la camiseta y amasaba un pecho con dedicación—. Y ahora
que conoces mi secreto, creo que voy a tener que hacer algo para mantenerte callada.
La mano que cubría mi boca fue a parar a mi nuca que, con un repentino movimiento me empujó
contra sus labios para así silenciarme, cual mafioso cachondo.
Terminó follándome sobre la encimera sin ningún tipo de miramiento (algo poco propio de él).
Digamos que Barry no es muy amigo de tener relaciones sexuales fuera de una cama, un sofá o como
mucho un baño, no sé si le preocupa la contaminación cruzada o algo por el estilo, pero vamos, que
fue una sorpresa descubrir a ese Barry juguetón y desenfadado.
—Definitivamente, eres médico —anuncié después del suculento orgasmo que me había
regalado.
—Ah sí, ¿por qué?
—Sólo un neurocirujano iría a lavarse las manos antes de introducir los dedos en mi…
—Hay muchas bacterias que se adhieren a la piel —me interrumpió antes de que nombrara mi
vagina, porque sí, es muy profesional y todo lo que quieras, pero le aterra llamar a las cosas por su
nombre—, y no quiero que cojas ningún tipo de infección.
—Pues eso, lo dicho.
Fue divertido, aunque su parte controladora esté obligada a asomarse en situaciones como
esas.
Ya por la tarde, nos dedicamos a vaguear tirados en el sofá. Mientras Barry leía un libro, yo
ocupaba el tiempo cotilleando las redes sociales, las cuales no visitaba desde que Obama llegó a la
presidencia. Y mientras el Doctor Control masajeaba mis pies diligentemente, yo iba perdiendo
gradualmente el interés por los trending topic, dejándome sucumbir por sus benditas manos. Cerré
los ojos y aunque no me dormí, sí que me relaje pensando de nuevo en las últimas horas, exactamente
en ese intervalo entre las cinco y las seis de la tarde del sábado, cuando disfrutábamos de un helado
en el Lower East Side mientras paseábamos por la ciudad cogidos de la mano muy callados,
compartiendo uno de esos silencios cómodos, en los que no hace falta llenar el espacio con palabras
vacías, tan solo nos deleitábamos con pequeños gestos cómo una caricia con su pulgar en el interior
de mi mano que yo correspondía con una sonrisa sincera. Y esos momentos lo llenan todo, parece
incluso que sean capaces de hacer desaparecer las dudas, la incertidumbre y las preguntas que
quedaron sin responder. Porque a veces un silencio dice más que cualquier locución verbal, hasta
que una niña de cinco años aparece berreando delante de nosotros, quebrantando ese instante de paz.
Resulta que la pequeña se había perdido y no encontraba a su mamá. Barry, sin pensárselo dos
veces, la cogió en brazos para calmarla y se dispuso a buscarla sin perder un segundo. Y cualquiera
diría que no se trataba de su propia hija, en apenas unos minutos, la pequeña niña de tirabuzones
rubios reía abiertamente, mirándole con una mezcla entre curiosidad y devoción. Mientras tanto yo
les seguía en silencio, contemplando cómo el peculiar magnetismo de Barry, se empoderaba cuando
se trataba de niños. Hipnotizada, dejaba que mi helado se derritiera por mi brazo, mientras descubría
algo que ya intuía, y es que Barry ha nacido para tener una familia, una muy grande.
—Serías un gran padre —dije en cuanto la niña volvió con su madre y Barry junto a mí, con un
brillo en la mirada que jamás le había visto.
Y me salió así, sin más. Sin pensar en lo que estaba diciendo, en la carga que acarreaban mis
palabras; pero es que era tan obvio, que no haberlo mencionado hubiese sido un insulto.
¿Qué dijo él? Nada. Ni una palabra.
Un sepulcral silencio.
No sé si decidió callarse o es que no fue capaz de encontrar las palabras, de la misma manera
que yo enmudecí cuando el sábado, encerrados en el baño de casa, sus ojos contemplaron como si
fuera la primera vez, las dos rosas entrelazadas que tiñen mi vientre de color y que ocultan esa
cicatriz.
—¿Babe?
—¡En la habitación! —grito abriendo por cuarta vez el cajón de la cómoda, donde juraría que
vi ese dichoso bañador.
Barry se acerca por detrás agarrándome por la cintura para darme un casto beso en el cuello.
—¿Sabes dónde está tu bañador azul, ese que te regalé y que va a juego con tus bonitos ojos?
—le pregunto girando entre sus brazos.
¿Y qué descubro? Que esta serio, tenso e incómodo.
—Escucha Bella, tengo que comentarte algo —dice mesándose el pelo con inquietud.
—¿Qué pasa?
De manera inconsciente pongo distancia entre nosotros dando un paso hacia atrás, mirándole
con una inevitable, pero cínica, sonrisa en mi cara y un «ya lo sabía» resonando dentro de mí cabeza.
Tengo esa sensación de decepción anticipada, es cómo si ya esperara esto. Lo que me lleva a
recordar las palabras que Chloe me dedicó en mi cumpleaños: «vivir acostumbrada a ser
decepcionada constantemente es lo más triste que hay» ¿Y puede ser que ya me esté acostumbrando a
ello?
—No voy a poder ir mañana a los Hamptons, tengo que asistir a un congreso.
Barry me mira manteniendo ese gesto compungido, cómo si acaso me tuviera que dar algún tipo
de pena.
—¿Cuándo vuelves?
—El viernes.
¿Y acaso me sorprende?
Sabía que esos dos días juntos me iban a pesar, lo que no imaginaba es que fuera a ser tan
pronto.
—¿Dónde es? —pregunto con desinterés dándole la espalda para empezar a sacar todo lo que
había metido en la puñetera bolsa de viaje. Y siento como si cada prenda que sacara se estuviera
burlando de mí, haciéndome sentir una estúpida por haberme creído, aunque fuera por una milésima
de segundo, que las cosas iban a cambiar.
—Es en San Francisco.
—¡Genial! En la otra punta del país —espeto sarcástica—. ¿Y así, de repente?
—El caso es que Kevin, te acuerdas de él, ¿no?
Cómo para no acordarme. Le conocí las navidades pasadas en una cena benéfica que organizó
el hospital. Kevin es… ¿cómo decirlo…? ¿Un capullo baboso al que le gusta beber más de la cuenta
y aficionado (por no decir adicto) al juego? Sí, creo que esa es la definición más certera.
—Es difícil olvidar a alguien como Kevin.
Y no suenan a palabras de aprecio precisamente.
—No sé porque dices eso —espeta molesto—. Bueno, el caso es que iba a ser uno de los
conferenciantes, pero le ha surgido un imprevisto y no va a poder asistir. Me ha pedido a mí el
favor…
—Ya, ya, y no podías decir que no. Ya me sé el cuento de memoria. ¿Cuál es el imprevisto, por
cierto? —pregunto girándome para mirarle a los ojos.
—¿Cómo?
—¿Qué por qué no puede ir él? ¿Se ha muerto su madre, a su última novia se le ha pinchado
una teta o tiene que asistir al Bar Mitzva de su prima?
Por cierto, lo de la novia viene a colación de que le «ponen muy cachondo» (palabras
textuales) las tías con los pechos operados y bien grandes. Dato que para mí desgracia decidió
compartir conmigo en aquella cena de navidad.
—Tiene que estar en la ciudad para arreglar un asunto.
—Un asunto… ¿El qué exactamente?
—¿De verdad necesitas saberlo?
—Ya que va a estropear nuestro 4 de julio, creo que por lo menos tengo derecho a saber el
porqué.
Tras resoplar cómo un búfalo, cómo si acaso el que necesitara paciencia para tener esta
conversación fuera él y no yo, decide darme una respuesta.
—Tiene que viajar a Nevada a saldar una deuda.
—Todavía no entiendo cómo no le han quitado la licencia. ¿Y no puede ir otro día o no puede
hacer una transferencia o mandar un cheque cómo todo hijo de vecino?
Ni siquiera sé porque insisto en el tema, las cosas no van a cambiar.
—No —dice cortante—. Digamos que no funciona de esa manera para la gente a la que le debe
el dinero, Bella.
—Pillado —viniendo de Kevin me espero cualquier cosa—. ¿Y tenía que esperar hasta ahora
para pagarles?
—No tenía el dinero —murmura esquivando mi mirada y entonces sí, mi cabreo aumenta a
límites insospechados.
—¿Cuánto?
—¿Cómo?
—Qué no te hagas el loco, ¿qué cuánto le has dejado?
Nos mantenemos la mirada en una especie de duelo silencioso.
—Seis mil.
—¡¡Seis mil dólares!!
—Sabes que puedo dejárselo.
Y eso es completamente cierto. Barry lo gana bien y además es cómo una jodida hormiguita
ahorrando. Además, creo que ya mencioné que suele hacer inversiones con las que a veces pierde
algo de dinero, pero por las que por norma general suele obtener una buena suma que le permite vivir
más que tranquilo. Y yo… bueno, se podría decir que no paso apuros económicos, Barry es bastante
generoso y casi nunca me deja pagar nada, el apartamento es suyo y lo tiene pagado, yo he tratado en
más de una ocasión sin éxito alguno pagarle un alquiler, pero se ha negado tajantemente. De hecho,
hace unos días estuvimos hablando sobre abrir una cuenta en común ahora que nos vamos a casar. A
mí todavía me quedan unos siete mil euros de lo que pagó Daniel por la fotografía de la exposición.
Sí, eran diez mil y sí, dije que no tocaría ese dinero, pero eso fue hasta que mi padre tuvo el
accidente. Me comí mi orgullo y le di cuatro mil euros a mi padre (después de mucho discutir, ya que
no quería aceptarlo), reconozco que por un momento agradecí disponer de esa cantidad y así haberle
podido echar una mano en un momento como aquel. El resto sigue intacto en una cuenta aparte y por
supuesto, Barry no sabe que lo tengo y menos todavía la procedencia del mismo.
—Además de cornuda apaleada —por la cara que ha puesto puedo deducir que no ha entendido
mi expresión—. Nos jode el viaje y encima le das dinero. Pero, ¿tú te estas oyendo?
—Bella, es mi amigo.
—¿Y yo qué soy, Barry? ¿Un pino? Porque me dejas igual de plantada que uno.
—Eres mi prometida, mi mujer, un pilar importante en mi vida. Precisamente por eso no
entiendo por qué te cuesta tanto entenderlo. Es un amigo que está en un apuro, yo tan solo estoy
tratando de echarle una mano.
—Me gustaría un día ver esa escala de valores en la que tu trabajo y tus amigos están antes que
yo.
—¿A qué viene eso?
—¿En serio te cuesta tanto entenderlo? Todo en tu vida está por encima de mí.
—Bella, eso no es cierto.
—Ah, no. Pues quédate, no vayas —le pido cruzando los brazos sobre el pecho—. Ya le has
dejado el dinero, que se busque a otro para que acuda al congreso ese.
—No puedo, Bella —y de verdad parece compungido y todo.
—Lo que decía. Dices que soy un pilar importante, pero no el único. Claramente no estoy al
nivel de Kevin —escupo con desdén.
—No te pases Bella.
—Ahora que me estás, ¿amenazando?
—No te consiento que hables así de mi amigo.
—¡Qué no me consientes! Es que esto es de coña —murmuro moviéndome de un lado a otro de
la habitación nerviosa devolviendo la ropa que he desperdigado encima de la cama a su lugar.
—Será mejor que te relajes.
Y en vez de calmarme, lo que está consiguiendo es que me altere más.
—No seas injusta. Yo tengo que aguantar los desplantes y las malas caras de Chloe, porque no
me soporta. Y jamás —y esto lo remarca bien, pero tan bien, tan bien, que creo que se ha enterado
hasta la mismísima Chloe— te he montado un numerito por ello.
—¡¿Pero a qué viene eso ahora?! —exclamó cerrando un cajón con fuerza—. Mira, sabes que
te digo ¡qué te largues! ¡que hagas lo que te dé la gana con tu vida, tu dinero…! Estoy harta de
sentirme el segundo plato.
Tiro la pamela por el aire un poco dramática y paso por su lado con intención de salir de la
habitación, pero antes de que pueda abandonarla me impide el paso situándose frente a mí.
—Bella espera. No te vayas así por favor. ¿Te crees que a mí no me apetece ir? ¿Qué no tenía
ganas de compartir ese día contigo?
—¿Entonces? ¿Por qué no me eliges a mí por encima de todo? Por una vez, Barry —digo
suplicante.
—Ya lo hice. El fin de semana pasado.
—¡Oh gracias mi señor! ¡Qué honrada me siento! —exclamo haciendo una reverencia de lo
más teatral.
—Bella, no me hagas esto por favor —en esta ocasión es él quien suplica.
—¡No perdona, no te equivoques! Esto, lo has hecho tú solito, como siempre —le empujo para
que se aparte y cruzo el umbral sin mirar atrás—. No me esperes esta noche.
Justo antes de cerrar la puerta de la calle, escucho un fuerte golpe seco que me sobresalta. Y es
cuánto menos llamativo, porque Barry no es de esos hombres impulsivos que pagan su ira con
cualquier cosa que pillan por delante, por lo menos no lo era, hasta ahora.
Ha sido un alivio llegar a casa, más después de la nochecita que he pasado en la de Travis tras la
pelea con Barry. No entiendo todavía cómo se me había olvidado lo que era dormir entre esas cuatro
paredes; es cómo pertenecer al elenco de una peli X, con la diferencia de que yo no obtengo ningún
placer con ello; más bien todo lo contrario. Y no exagero cuando afirmo que prefiero pasar una noche
bajo el puente de Brooklyn, antes que repetir en esa casa de los horrores (lo digo por los gritos que
salen de ella). Y encontrarme la caja del Rolex sobre la mesa del salón con una nota de Barry no
mejora las cosas precisamente.
Me levanto del taburete: un pie, luego otro, manos a la encimera, me yergo, levanto la vista y…
enfoco. Afirmativo, estoy borracha. No como para caerme redonda, pero sí lo suficiente para hacer
esta llamada. Esa fue la razón para abrir la botella de vodka; encontrar algo de fuerza de voluntad. El
asunto es que creo que ahora tengo demasiada, quizá debería esperar a que se me baje un poco el
pedo… ¡Bah, paso!
—Baumann.
—Hola Daniel, ¿te pillo ocupado? —le saludo, quizá con más entusiasmo del necesario.
—No, dime —responde muy seco y cortante.
—¿Puedes sacarte el palo del culo un momento? ¡hip! Quería disculparme por haberte ¡hip!
Por haberte colgado el teléfono el otro día, pero se me están… ¡hip!
—¿Estás borracha?
—Noooo… Bueno, no sé. Tú que eres experto en estos menesteres, ¿media botella de Vodka es
mucho?
—¡Son las diez de la mañana! ¿Qué ha pasado? —Diría que suena… ¿preocupado? —. No
deberías beber, sea lo que sea que haya sucedido, eso no va arreglar nada.
—Y bien lo sabes tú ¿verdad bribón…? —digo chasqueando la lengua—. Entonces es cierto
que has cambiado… ¡Qué afortunada Ariel! Bueno, me estoy liando ¿qué estaba diciendo?
—Te estabas disculpando. ¿Estás… estás escuchando reggaetón?
Y aunque no puedo verle, sé que tiene una sonrisa en la cara, probablemente pensando lo
ridícula que soy, pero ese es otro asunto…
—Supongo que sí.
Ni siquiera era consciente de que tenía la música puesta, se me había olvidado por completo y
eso que el volumen está lo suficientemente alto como para que mis vecinos se replanteen hacer una
llamadita a la policía. Encendí el reproductor hace ya rato, mientras bebía directamente de la botella
y bailaba por toda la casa celebrando mi propio 4 de julio, bueno en realidad hoy es día 3; pero ese
es un pequeño detalle sin importancia. Incluso estuve sopesando hacer una hoguera con las cosas de
Barry…
Cuéntale que te conocí bailando
cuéntale que soy mejor que él
cuéntale que te traigo loca
cuéntale que tú me quieres ver
Que quizás fue la noche la que te traicionó
o el perfume de mi piel lo que te cautivó
que ya no tienes excusas pa' tu traición
que tuviste mil motivos, que entre en razón
que quizás te hablo al oído como ya el no
o en mi arde el fuego de la pasión
ya no le mientas más y admite tu error
y si es por mí no pidas perdón
digo, queda de ti el que lo perdones
el que lo olvides o lo abandones
porque con llorar no se compone
entonces a mi dame otra noche
Otra, otra noche, otra
¡Madre del amor hermoso! Esa letra… No le había prestado ninguna atención. No es la clase
de música que yo suelo escuchar. A decir verdad, es la lista de reproducción que pone Liz cuando
viene a limpiar a casa.
—Jamás dejaras de sorprenderme.
Me molesta. Mucho. Horrores, que hable de esa manera, cómo si tuviéramos una relación
estrecha, cómo si acaso no lleváramos dos años sin vernos, sin hablarnos.
—Bueno, a lo que iba… Que siento haberte colgado el otro día, pero digamos que me pusiste
en una situación un tanto… incómoda. Perdona, que me estoy liando… ¡hip! Gracias por el regalo, no
quiero que pienses que soy una desagradecida, ¡un puto Rolex Daniel! ¿En qué narices estabas
pensando? En fin… que no puedo aceptarlo. Necesito que me des una dirección para mandártelo de
vuelta. Por cierto, ¿es necesario que contrate un seguro para enviarlo? Lo digo porque ¡¡joder es un
Rolex!! ¿Cuánto te ha costado? No, no, mejor no me lo digas…
—¿Por qué no puedes aceptarlo? —pregunta ignorando el resto de mi verborrea.
—Creo que es obvio.
—Pues yo no lo entiendo, explícamelo.
—Ya echaba de menos tus órdenes: «yo no lo entiendo, explícamelo» —digo con voz grave y
seria tratando de sonar como él—. Mira Daniel, si te soy sincera, no tengo energía ni ganas para
enumerarte las quinientas razones por las que no es la mejor de las ideas regalarle un Rolex a tu
exnovia con un mensaje inscrito en el mismo, del que mejor no voy a hacer mención, y que, para más
señas, lo mandes a la casa donde vive con su actual pareja y prometido. Bueno, que si no quieres
darme una puñetera dirección ya la buscaré por otro lado, no te preocupes.
—Bella, espera —resopla—. ¿Estás bien?
—No.
—¿Puedo preguntar qué pasa?
—Ya lo has hecho.
—¿Y?
¿Y?
Lingotazo de vodka.
—Sinceramente, no me siento muy cómoda hablando de esto contigo Daniel.
—Es por tu novio —masculla con una dificultad que no me pasa desapercibida.
—Prometido —le corrijo—. Sí, en su mayor parte.
—Os habéis peleado.
Y aunque trate de ocultarlo hay un tono de alarma en su voz.
—Siempre has sido un hombre inteligente —digo muy resuelta y sarcástica.
Silencio.
—Puedes contarme lo que sea Bella.
—¿Qué vamos, a ser amigos ahora? —pregunto poniendo los ojos en blanco. Lo que me
faltaba, Daniel y yo AMIGOS. ¡Ja!
—Es una posibilidad.
—Ah, ¿sí? Bueno, si esa es la relación que quieres que tengamos dime: ¿cómo está Ariel? ¿Ya
habéis elegido nombre para el bebé? ¿Qué va a ser: niño o niña?
—Bella… —me reprende.
—¡¿Bella, qué Daniel?! No sé a qué estás jugando.
—Yo no juego a nada.
—¿Ah no? Pues peor me lo pones, ¿eso quiere decir que vas en serio con eso de ser amigos?
—Yo siempre voy en serio, Bella.
—De acuerdo. ¿De verdad te interesa mi vida sentimental? ¿Qué quieres saber, qué parte
exactamente es la que quieres que te desvele? ¿Quieres conocer mi vida sexual, es eso?
—Bella para.
—¡Noooooo! Eres tú el que ha empezado. Así que permíteme que te diga que puedes sentirte
orgulloso de ti mismo, porque cuando Barry me folla —remarco bien la palabra— tengo que hacer
verdaderos esfuerzos por alejarte de mi cabeza y no imaginar que eres tú el que está debajo de mí.
¡Ah! Y esa es otra, porque soy incapaz de hacerlo si no estoy encima. Eres el único al que soporto
tener sobre mí —no sé porque he usado el presente para decir eso. Aunque si tenemos en cuenta todo
lo que acabo de confesarle… no es que sea lo más relevante.
—¡Joder, Bella! —Deja escapar en una exhalación.
—Espera, espera, que hay más… Resulta que por fin he podido disfrutar de dos días
maravillosos con mi futuro marido, un fin de semana, ¡un puto fin de semana! Lo siento, pero no creo
que sepas interpretar lo que significa eso con alguien como Barry; un médico esposado a su
profesión. Dos jodidos días idílicos en los que tenía constantemente la certeza de que no se iban a
volver a repetir. Y no ha tardado ni 48 horas en darme la razón cancelando el viaje que teníamos
previsto para mañana, y todo para salvarle el culo al capullo de Kevin; cómo siempre Bella queda en
segundo lugar, demostrando que Chloe de nuevo tiene razón y que, si me caso con él, esa es la vida
que me espera. Claramente no soy su prioridad, por lo menos no la primera, voy después del trabajo
y los amigos. Quizá estoy equivocada y pido mucho… No sé, tú como mi amigo ¿qué crees? —
Aunque hago una pausa no le dejo decir nada, tampoco es que haya hecho el ademán de querer
hacerlo—. Y mejor no mencionar cómo ambos nos hacemos los locos ignorando que él desea tener
una familia que YO, no le voy a poder dar ¡jamás!
Cierro los ojos con fuerza dejándome embargar por una vergüenza sin parangón.
Cojo una profunda bocanada de aire consciente de cómo la intensidad de mis palabras me ha
bajado el pedo a la velocidad que eran pronunciadas, dejándome expuesta a una cruda sinceridad de
la que ni siquiera era consciente. El calor de mis mejillas y la velocidad con la que se han encendido
me delatan dejando al descubierto una abrumadora desdicha.
—Bella… Mi Bella.
Escucharle pronunciar mi nombre de esa manera es lo que ya logra rematarme.
—¡¡Cállate!! ¡No me llames así! ¡No te atrevas a llamarme así! ¡No tienes ningún derecho, ¿me
oyes?!
Cuelgo la llamada con un nudo en el estómago y con lágrimas contenidas, esas que no hicieron
acto de presencia ayer, después de que Barry decidiera estropear las últimas horas compartidas
anulando nuestro viaje. Y tras mirar la pantalla cómo una estúpida, decido apagarlo. No me
extrañaría que me volviera a llamar y no tengo ninguna intención de hablar con él de nuevo, creo que
ya he hecho el ridículo para unos cuantos siglos.
Estoy dolida, borracha y no le tenía delante, cara a cara. Esas son las tres razones por las que
me he lanzado a confesar todas esas barbaridades y avergonzar, ya de paso, a todos mis antepasados.
Y la ganadora al premio a la exnovia más ridícula de la historia es para… ¡Bingo!
Chloe
—Sí, por lo visto la ha dejado tirada para irse a una conferencia y salvarle el culo a un amigo.
—Y luego dices que no me meta… —agrego incapaz de callarme—. A ver si después de esta
espabila de una vez.
—A ver, a mí tampoco es que Barry me haga especialmente ilusión. Me parece un capullo
arrogante que, si no fuera porque se folla a nuestra Bella, diría que le falta un buen meneo, aunque
también te digo que tiene un punto…
—Para ti todos tienen un punto.
—Tiene pinta de ser muy pragmático en la cama.
—¿Y eso te pone?
—Da la sensación de ser muy aplicado, de saber lo que tiene que hacer para no dejarte
insatisfecho.
—Bueno, que no me apetece hablar de él y menos imaginármelo… ¡Dios! ¿Por qué has metido
esa imagen en mi cabeza?
—Tenéis que arreglarlo Chloe —añade ignorando que acaba de darme una razón para no
dormir en varios días—. No podéis seguir en este plan.
—En realidad no estamos enfadadas, tan sólo le estoy dando su tiempo para que se dé cuenta
de que no puede casarse con ese capullo relamido.
—Ya. Qué buena amiga eres.
—Lo sé.
Claro que lo sé.
—Y no puede ser que esté enamorada de él, ¿verdad?
—Ella solo ha estado enamorada una vez y créeme, aquel tío le daba mil vueltas.
—Sí, pero ese del que hablas, ya no está y ella tiene que seguir con su vida.
—Travis, te dejo que llaman a la puerta.
—Suena a excusa barata para colgarme.
—Lo sé, aunque bien sabes que no la necesito para hacerlo, pero es que es en serio, llaman.
—Ok, pero dale un respiro a Bella, please.
—Sí, sí. Adiós plasta.
—Arevoir, mon amour.
Me acerco a la puerta y la abro con desinterés, ni siquiera echo un vistazo a través de la mirilla
para saber quién es, ni pregunto, nunca me ha preocupado especialmente que pueda encontrarme con
un loco al otro lado; fui cinturón negro de Karate y puedo ser como una pequeña ninja si me lo
propongo. Tan solo rezo porque no sea el moreno con el que me enrollé en el cumpleaños de Bella,
no me apetece ser borde a estas horas de la mañana.
Pero tener un cinturón negro no sirve de nada si el que te encuentras al otro lado de la puerta es
a tu marido.
—¡Víctor!
Mi expresión ahora mismo debe ser una réplica a El Grito de Munch.
—¿Trabajando? —pregunta con chulería alzando una ceja.
Antes de que llamara Travis estaba pintando. Miento, me encontraba manchando un cuadro con
pintura en colores tierra. Llevo meses atascada con esta idea, es una imagen borrosa, un sentimiento
agudo que permanece atascado y no consigo descifrar y menos plasmar su esencia en el dichoso
lienzo. Y mi corto vestido de algodón blanco cubierto de colores cálidos, es prueba fehaciente de
ello.
—¿Pero qué narices haces aquí?
—Yo también me alegro de verte, pequeña —me saluda con una gran sonrisa y con un enorme
sarcasmo. No le culpo, mi bienvenida no derrocha alegría precisamente.
—Te repito: ¿qué haces aquí, Víctor?
—¿Puedo pasar y te lo explico?
Me echo a un lado, apoyada en la puerta, observándole entrar y moverse por mi casa con una
naturalidad que me pone el vello de punta, pero que parece logar despertarme de este estado de
catatonia que su presencia ha traído.
—Muy bonita tu casa. Aunque un poco fría, ¿no?
—Quizá se parezca a la dueña. ¿Vas a decirme de una vez qué haces en mi casa? ¿En Nueva
York?
Hasta ahora no había reparado en lo guapo que está, el shock inicial me tenía en una fase de
sedación oculta. Vestido con un sencillo vaquero oscuro y una camisa blanca remangada hasta los
codos, su cabello gris peinado hacia atrás y esos ojos claros que parecen resplandecer cuando me
mira, lo que me intimida sobremanera, obligándome a apartar la vista de ellos.
—¿Puedo…? —pregunta señalando el sofá.
Le hago un gesto con la mano indicándole que se siente y mientras lo hace reparo en que lleva
un sobre en la mano, uno grande, de esos en los que entra un folio sin necesidad de ser doblado.
—¿Qué es eso?
—¿Qué tal si te sientas y te lo explico? —me pide dejándolo sobre la mesa, frente a él.
Lo hago, pero tomándome mi tiempo y en el lado opuesto del sofá con las piernas cruzadas,
tratando de deshacerme de una incertidumbre de la que no estoy acostumbrada. No lo consigo. Así
que recurro a la vieja cajita de metal que hay sobre la mesa, saco un cigarro, el encendedor y le doy
una profunda calada al pitillo con los ojos cerrados.
—¿Has vuelto a fumar? —pregunta con una mueca de disgusto, elevando un poco el lado
derecho de su boca, mostrando así su animadversión hacia el tabaco.
Empecé a hacerlo cuando me fui a vivir a Los Ángeles con Edu. Hacía años que lo había
dejado, pero en aquella época era lo único que me ayudaba a relajarme, y actualmente tan solo acudo
a esta cajita en caso de emergencia. Y ahora, es uno de esos momentos.
—De vez en cuando —respondo dejando escapar una bocanada que crea una nube de humo
entre nosotros.
—Nunca me ha gustado.
—A mí tampoco me gustan cosas de ti.
Ignorando mis palabras coge el sobre y me lo tiende.
—Ábrelo —me pide.
—¿Qué es? —pregunto mirándolo cómo si se tratara de un paquete bomba.
—Ábrelo y lo sabrás.
Dejó caer el cigarro por la boca de un botellín de cerveza que lleva ahí no sé cuánto tiempo y
con manos temblorosas lo abro. Saco el contenido, ojeo y leo lo necesario para descubrir lo que
tengo entre mis manos.
—Es una demanda de divorcio.
—Sí —ratifica, escrutándome detenidamente con la mirada. Estudiando minuciosamente mi
reacción.
—¿Has recorrido más de 5.000 kilómetros para pedirme el divorcio? —pregunto con asombro,
metiendo de nuevo los papeles dentro del sobre, al mismo tiempo que una desazón desconocida de
vuelta a su sitio, sea cual sea ese.
—No exactamente —me informa haciendo una larga pausa—. He venido a darte un ultimátum.
—¿A darme qué?
Si antes mi rostro mostraba una mueca parecida a la de El Grito, ahora por el contrario debo
haber calcado la mueca de La Gioconda, con esa sonrisa que no se sabe si es burlona o melancólica,
porque en este instante no sé si echarme a reír o a llorar. Por primera vez, me siento en la piel de La
Mona Lisa.
—Un ultimátum. Hablo de que llevamos casados doce años.
—¿Y ahora te preocupa? —le interrumpo alzando las cejas con sorpresa—. Has conocido a
alguien —afirmo con una conclusión que, cuanto menos, me resulta extrañamente perturbadora.
—¡No! No he conocido a nadie, Chloe. ¿Me he acostado con alguien? Sí. Igual que tú te
acuestas cada noche con un tío diferente. Y ¿por qué? ¿No te has hecho nunca esa pregunta?
—No fui yo la que…
—No, claro que no fuiste tú, fui yo —me irrumpe, perdiendo esa calma que forzadamente
exhibía hasta este mismo momento—. Yo la cagué, pero lo intenté arreglar y huiste.
Según hablaba, ha ido acercándose a mí, hasta llevar su mano a mi cara con intención de
tocarme, pero no se lo permito. Me levanto de golpe.
—Esto es una locura, Víctor.
Y no, no me refiero al divorcio.
—Lo que es una locura es que seas mi mujer y no pueda verte, tocarte… —pronuncia afligido,
tan cerca de mí que me veo obligada a mirar hacia arriba para ver la tristeza que desprende su
mirada—. Lo que es una locura es que llevemos dos putos años sin hablarnos, y lo que de verdad es
una locura es que yo haya permitido que eso sucediera.
—Será mejor que te vayas —sentencio rompiendo el contacto visual.
—¡¡No voy a irme a ningún lado hasta que solucionemos esto Chloe!!
—No hay nada que solucionar —logro decir en cuanto me recupero de su berrido a lo hombre
de cromañón: «yo no irme, nosotros arreglar».
—¡Derriba ya esa barrera! ¿No ves que no te lleva a ningún lado? ¡Habla conmigo!
Gesticula y se mueve por el piso con nerviosismo. Yo por el contrario estoy tranquila, por lo
menos aparentemente.
—No…
—¡Dime todo eso que te estás guardando, sea lo que sea! ¡Insúltame! ¡Pégame! ¡Pero
reacciona! ¡Haz algo, joder!
—No voy a insultarte y mucho menos pegarte Víctor.
Recojo las botellas que hay sobre la mesa y me dirijo a la cocina tratando de ganar algo de
espacio, tiempo y, porque no, también cordura.
—Chloe… no me ignores por favor —mendiga en un susurro tras de mí.
Sus palabras bañadas de desesperación e impotencia me arrastran al pasado, obligándome a
empatizar con algo ya vivido.
—¡Me rompiste el corazón! ¿Vale? —exclamo girándome para enfrentarle—. ¿Eso es lo que
quieres oír?
Dolor y alivio en su mirada.
—Lo sé pequeña —admite apoyando sus manos en la encimera, una a cada lado de mi cuerpo y
mirándome con una profundidad arrolladora pronuncia—, y lo siento.
—No creo que sea capaz de amar de nuevo, Víctor. Me destrozaste. Ni siquiera haberte
encontrado con aquellas dos tías me dolió tanto como tu desprecio, eso fue lo peor de todo. El que ni
siquiera tuvieras el valor y la confianza para hablar conmigo. Eso me rompió el alma.
—¡Fui un hijo de puta! Lo sé. Pero sigo manteniendo lo que te dije la última vez: te quiero
Chloe. ¡No joder! Te amo, como jamás he amado a nadie. —Sus manos ahora se aferran a mi cuerpo
coaccionándome a sentir cada palabra vibrando sobre mi piel—. Estos dos años sin ti han sido
horribles, estaba sumido en un puto agujero. Antes, aunque no te tenía de verdad, por lo menos
estabas cerca, pero es que ahora… Necesito que retomemos donde lo dejamos o cortar de raíz, pero
no puedo seguir así. No puedo, literalmente me está consumiendo. Tenemos que cerrar este capítulo
de alguna manera, por un lado, o por el otro.
Pegada a su cuerpo me suplica, rasgando con sus dedos una coraza invisible, pero muy
arraigada. Siento su calor traspasar mi cuerpo y sus manos retenerme cómo si fuera la única
salvación.
—Lo siento pequeña, de verdad que siento todo el daño que te hice, pero tenemos que seguir
adelante.
Sus labios se estrellan contra los míos en un intento desesperado de llegar a mí, y aunque el
sabor de su boca me embriaga, lo cierto es que no logra traspasar esa frontera que me tiene retenida.
Me separo de un empujón y casi como un resorte le doy una bofetada que rompe algo más que el
silencio de la habitación. Ha quebrado mis barreras.
Ahora sí, de verdad, se abren las compuertas que tenía cimentadas y sale todo lo que había
estado escondiendo dentro. Las piernas no me sostienen y Víctor me sujeta entre sus brazos mientras
me deslizo hasta tocar el suelo con las rodillas. Le miro y sé que no hay vuelta atrás.
—Te odio —murmuro entre lágrimas, apoyando la cabeza sobre su pecho— y te quiero —
confieso levantando la mirada.
El alivio que siento al pronunciar esas dos palabras es automático y el llanto desconsolado que
abandona mi interior lo hace todavía más intenso.
Víctor me levanta en brazos y me lleva hasta la cama, depositándome en ella como si fuera una
diminuta muñeca de porcelana que fuera a romperse, y tampoco es que se aleje demasiado de la
realidad.
Me deshago, empapando su camisa de todo el rencor, la rabia, pero también del amor, uno muy
profundo que permanecía ya enquistado dentro de mí. Él no dice nada, tan solo me acuna y permite
que me libere de toda la carga.
—¿Y si no funciona?
—¿De qué tienes miedo? —pregunta acariciando mi pelo con ternura.
—No lo soportaría, si me dejaras de nuevo yo no podría con ello.
—Entonces no tienes de que preocuparte, porque no existe nada que me aleje de ti. En el
pasado lo hizo mi egoísmo, y ese es ahora el que me retiene aquí contigo. No pienso dejarte escapar
pequeña. Ya no.
Ahora soy yo la que le busco, acercándome hasta alcanzar sus labios, desenmascarando una
clase de beso que no conocía, con todas las veces que lo hemos hecho antes y no es sino ahora
cuando aprecio el sabor del amor en su boca. Amor puro y sincero. Antes nos besábamos con pasión
y desenfreno, con lujuria, con rabia desmedida e incluso con ira o reproche, pero esto nada tiene que
ver con aquellos cócteles emocionales que representaban dos trenes de mercancía chocando. Este es
un beso paciente, cuidadoso, dulce y repleto de promesas. Su lengua se adentra sin prisas para
rememorar cada rincón. Sus brazos me aferran con firmeza a él y la calidez que emana de su cuerpo
activa cada poro de mi piel rogando ser saciada por él. Me activa, y como si acabara de despertar
me siento a horcajadas sobre Víctor sin romper la conexión visual, porque la admiración que
desprenden sus ojos claros es algo que no se puede obviar y que para nada me quiero perder.
Me deshago del vestido sacándolo por la cabeza, sus manos comienzan un recorrido
ascendente desde mis muslos, pasando por mis caderas, mi cintura, hasta llegar a mis pechos
cubriéndolos en su plenitud con sus manos sabedoras. En ese camino su admiración ha aumentado
con intensidad, logrando incluso que yo me sienta algo cohibida; es cómo si me mirara por primera
vez y diría que así lo siente él también.
Se detiene en mi nuca y llevándome de nuevo a su boca, gira sobre el colchón colocándose
sobre mí. Se aparta y se desviste sin dejar de mirarme.
—Te quiero Chloe —manifiesta con firmeza sin camisa, sin pantalón y sin ropa interior.
Desnudo—. Te quiero.
Y ese último te quiero lo pronuncia ya dentro de mí, y no sólo físicamente, sino en todos los
sentidos en los que eso sea posible.
—Te he echado de menos.
—No tanto cómo yo, pequeña.
—¿Chloe?
—¿Sí? —contesto contemplando cómo los últimos rayos de sol se cuelan por la ventana
creando exóticas figuras en la espalda de Víctor.
—¿Qué tal? Soy Daniel. Perdona que te moleste…
¿Daniel?
—No, no molestas. ¿Cómo estás?
—He tenido días mejores.
—Vaya, lo siento —añado sin apartar los ojos de...
Mi marido.
—Sé que puede sonar extraño, pero necesito pedirte un favor, Chloe.
Sus palabras consiguen captar mi atención, logrando incluso que aparte la vista del juego de
sombras y luces que bañan mi cama.
—¿Tiene que ver con Bella?
—Creo que sobra la respuesta.
—Entonces cuenta conmigo.
Bella
Menuda resaca. Si es que me lo merezco, sólo a mí se me ocurriría beberme media botella de Vodka
a palo seco. Vale lo admito, fue más de media. Y lo peor no es eso, una vaga reminiscencia parece
querer colarse en mi mente, recordándome lo bien que se me da avergonzarme solita. ¡Si es que
tendrían que inventar algo que te prohibiera hacer llamadas a tus ex cuando estás bolinga! Bueno,
creo que en realidad ya lo hay; se llaman amigas, aunque de nada te valen si te emborrachas en la
soledad de tu casa. ¡Madre mía, menudo bochorno! No puedo imaginar lo que habrá pensado Daniel
de mí. Solo quería pedirle una jodida dirección y he terminado confesándole que mientras me acuesto
con mi prometido me acuerdo de él. ¡¡Bravo Bella!!
Me arrastro por el pasillo (no es literal, pero poco me falta) y el hecho de que me pese el
cuerpo no es debido a la ingesta de alcohol, noooo, es a causa del bochorno y la vergüenza, que pesa
mucho más que la resaca. Llego por fin a la cocina y no porque la vea, la potente luz que entra por la
ventana unido al intenso dolor que retumba en mi cabeza como si un puñetero martillo eléctrico
agujereara la única parte sana que me queda, me impiden mantener los ojos abiertos, así que voy a
tientas hasta la nevera.
Medio litro de agua después, un analgésico y ya sobre el sofá tirada de cualquier manera,
empiezo a despertar de mi letargo o lo que es lo mismo, mis ojos parecen sentirse menos reacios a
recibir este nuevo día. Alcanzo el teléfono, lo enciendo y compruebo que no tengo ninguna llamada
de Daniel, no sé si eso debería alegrarme o, por el contrario, es algo por lo que inquietarme. Sin
señales de vida de Barry. ¡Cinco llamadas de Chloe! Con dedos poco gráciles decido devolverle la
llamada, pero ni siquiera ha sonado el primer tono cuando la escucho gritar al otro lado de la puerta,
acompañando su dulce voz de duendecillo con unos estridentes golpes contra la madera por los que
pondría en duda que fuera ella y no los Geos que vienen a apartarme de la civilización para que deje
de avergonzar a la raza humana. Me temo que llegan tarde.
—¡Bella abre!
—¡¡Voy!! —exclamo en un grito que hace eco en mi cabeza, cómo una pelota en pleno partido
de squash.
Efectivamente es mi amiga, divina como siempre, aunque radiante como nunca, lo que no me
pasa desapercibido. Y la encuentro… distinta.
—Menuda pinta tienes, estás hecha un asco —me agasaja con bellas palabras y gestos dulces
cargados de cariño.
Soy consciente de que no es mi mejor día, pero un poquito de mentira por su parte no haría de
menos, digo yo.
—¿Chloe? ¿Qué haces aquí?
—Vengo a recogerte, ¡vamos a celebrar el día de la Independencia!
—¿Cómo que nos vamos? ¿Adónde? No pienso volver a aquel antro de Queens a ver penes, te
lo advierto.
—Con lo bien que lo pasamos aquel día —agrega con añoranza—, pero tranquila, mi plan es
otro bien diferente.
—¿Y es…?
—¡Una sorpresa! —exclama arrastrándome hacia el dormitorio.
—Por favor, no grites —le pido sujetándome las sienes con sumo cuidado.
—Primero date una ducha, porque, perdona que te diga, pero hueles cómo aquel club de
Queens.
—Gracias.
—Yo voy preparándote una bolsa —me informa abriendo varios cajones de la cómoda y
rebuscando entre ellos.
—¿Una bolsa para qué?
—Tú metete en remojo y ahora te cuento. ¡Ah! Y no tardes que nos están esperando.
—¿Quién nos está esperando?
—Ya lo veras…, y deja de hacer tantas preguntas —agrega dándome una palmada en el culo.
—¡Au! —exclamo pasándome la mano por la zona herida— duele.
Suficiente, claudico.
No es que mi relación con Chloe pase por su mejor momento, pero tampoco es que tenga nada
mejor que hacer, aunque admito que me inquieta tanto secretismo.
Un flamante BMW descapotable color gris oscuro, con asientos en rojo, aparcado frente a la
puerta de mi edificio, acapara toda mi atención. El coche y el madurito interesante que espera
apoyado sobre este. Chloe tira de mí hacia él, un poco nerviosa y mirándome con expectación ¿pero
a qué viene…?
—¡Víctor! —exclamo en cuanto descubro tras esas gafas de aviador al marchante de arte-
marido de Chloe.
Este nos recibe con una sonrisa como nunca antes le había visto dándome un abrazo y un
cariñoso beso en la mejilla.
—Hola preciosa —me saluda cogiendo mi bolsa y metiéndola en el maletero.
—¿Qué haces aquí?
—Hacer lo que me pediste —declara alzando las gafas sobre la cabeza haciéndome un guiño
cómplice.
¿Y qué fue lo que le…? ¡Oh!
Mis ojos pasan de uno a otro y resulta tan obvio que, incluso en mi estado con martillo
eléctrico incluido trabajando a pleno rendimiento (tatatatatatatatata), soy capaz de verlo.
—Estáis juntos —afirmo.
Ninguno me responde, tan solo sonríen como dos adolescentes enamorados. Chloe aprovecha
mi estado de conmoción para empujarme al asiento trasero y subirse ella junto a Víctor de un salto.
—Me encanta veros juntos, pero admito que se me hace un poco… raro.
—Pues vas a tener que ir acostumbrándote, porque te recuerdo que Chloe es mi mujer.
—Dais un poco de repelús, en serio.
En serio, lo dan. Pero también me encanta. Les adoro. Les quiero. Son tan monos…Vale, ahora
la del repelús soy yo.
—¿Y cómo sabías que ya no iba a los Hamptons con Barry? —pregunto cambiando de tema y
cayendo ahora en la cuenta.
—Travis.
—Claro, Travis.
Bocazas.
—¿Vais a decirme adónde vamos? ¿No me digáis que nos vamos los tres de Luna de miel?
Porque chicos, yo os quiero mucho, pero cómo que paso.
—Nos vamos a los Hamptons, aguafiestas —contesta mi amiga.
—Agárrense señoritas —nos pide Víctor justo antes de arrancar depositando un dulce beso en
la palma de mi amiga.
—Creo que me gustabais más antes —declaro poniéndome las gafas de sol con intención de
teñir este momento de algo de oscuridad— espero que no estéis así todo el rato…
—Tú tranquila, que no te vas a dar ni cuenta de que existimos.
¿Soy yo, o ese comentario ha sonado un poco… extraño? Paso. Creo que por una vez voy a
dejarme llevar, con el viento sobre la cara refrescándome y la calidez del sol sobre mi piel,
energizándome. Y si desparece la resaca, ya de paso, sería un puntazo.
Tras sellar el acuerdo con Daniel, un extraño silencio y un: «te acompaño a tu habitación» y un:
«mejor voy sola», he logrado, al fin, dar con mis aposentos. Me he refrescado, he tratado de
aclararme las ideas y me he cambiado de modelito, algo más acorde para la ocasión: un sencillo
vestido de gasa en tonos corales de escote en uve y sin mangas, sobre un bikini de flores. A
diferencia de mi amiga, que ha optado por un short vaquero y un bikini con la bandera americana.
—¿En serio te has comprado eso?
—¡God Bless America baby! —exclama a grito huyendo rápidamente de mí, porque sabe que
tenemos una conversación pendiente.
Mi única opción ha sido ayudar a Daniel con la barbacoa, puesto que Víctor y Chloe que se
supone tienen como tarea poner la mesa, están más afanados poniéndose al día el uno al otro. De
verdad que estoy empezando a aborrecerlos, ¿dónde está esa Chloe contenida? Por lo que parece lo
estaba guardando todo para su maridito. Finalmente decido obviarlos y aprender algo más sobre las
tradiciones de este día.
—Creía que no sabías cocinar —le digo a Daniel sentada sobre un saliente de piedra que hay
junto a la barbacoa, contemplando lo concentrado que esta con su tarea.
—¿Cómo? —pregunta levantando la mirada de las brasas.
—Una vez me pediste que te ensañara a cocinar porque no sabías, pero yo te veo muy resuelto.
Él también se acuerda y parece agradarle que yo lo haya hecho, como si de verdad fuéramos
dos amigos rememorando viejos tiempos.
—No hay mucho secreto en esto, sólo es necesario saber controlar las brasas y conocer el
tiempo de cocción de cada alimento. ¿Por qué pones esa cara?
Realmente me ha dejado asombrada, sobre todo porque se quite mérito, conociendo lo
arrogante que suele (o solía ser).
—Qué profesional estás hecho.
—He pasado muchos 4 de julio en Boston con la familia de Marc.
—Así que estás hecho todo un yanqui.
—Me falta mucho para eso, pero la verdad es que lo pasábamos bien.
—¿Y cómo era? ¿Qué hacíais? —pregunto curiosa.
—Marc tiene una familia enorme: tres hermanas, dos sobrinos en aquel momento, ahora tiene
cinco si no me equivoco, seis tíos, dieciséis primos, abuelos y amigos de la familia que siempre se
apuntaban…
—Cómo tú.
—Cómo yo. Aquello era una locura.
—Y te encantaba —afirmo.
Es notable el cariño con que habla de aquella época.
—La verdad es que sí. La celebración duraba todo el día, desde la mañana hasta la madrugada,
nos bañábamos en la piscina, nos emborrachábamos, veíamos el desfile por la tele, los fuegos
artificiales, y Marc siempre trataba de ligarse alguna amiga de la familia.
—No me lo digas; lo conseguía.
—Siempre.
—Con tanta gente en aquella casa era imposible aburrirse.
—Suena divertido.
—Lo era. Parece que lo digas con tristeza —declara observándome con cierto interés.
—Siempre me he preguntado lo que sería tener una gran familia… aunque supongo que es algo
que nunca sabré.
Abandona su tarea y apoyando una mano sobre la piedra a cada lado de mis muslos, pegando
su torso a mis piernas y mirándome de esa manera que hace se me acelere el pulso, me dice:
—Bella, eso no tiene por qué ser así.
Perdona, ¿el qué no tiene que ser así? Siendo sincera, ahora mismo me importa una mierda. Me
estoy controlando por no estirar la mano y deslizar mis dedos por su pelo, de verdad que estoy
haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llevar mi nariz hasta ese rincón de su cuello…
—Chicos, siento interrumpir, pero, ¿queda mucho? Nos morimos de hambre.
—Ya estamos —le informa Daniel a Chloe con sus ojos aún estancados sobre mí.
La escucho alejarse murmurando algo, porque sí, digamos que yo tampoco le he prestado
demasiada atención.
—¿Daniel?
—Dime —susurra acercándose más, quebrantando la ley de alejamiento que voy a imponer a
partir de este momento.
—Será mejor que demos de comer a esos dos —digo muy resuelta.
Se aparta con recelo, uno que yo oculto alejándome lo máximo posible de él y de su dichoso
influjo.
Son las siete de la tarde, en apenas hora y media empezarán los famosos fuegos artificiales.
Hay bastante gente en la playa, hogueras, banderas americanas por doquier y se oye de fondo una
canción de Taylor Swift. Los cuatro sentados a la mesa frente al mar compartiendo este día, una cena
libre de bebidas espirituosas (por compañerismo al anfitrión) y riéndonos a carcajadas, relajados,
disfrutando cómo hacía mucho que no hacíamos y no me equivoco cuando digo que es el estado
general. Víctor y Chloe parece que por fin han solucionado sus problemas matrimoniales o por lo
menos empiezan a dejarse llevar por sus sentimientos, y eso ya es un gran paso para ellos. Mientras
Daniel y yo, bueno, nos dedicamos a simular que somos amigos, aunque sepa que no ha dejado de
mirarme desde que nos hemos sentado y yo no parado de sonreír desde que lo he descubierto. Es
simplemente un momento perfecto.
—Es una casa espectacular Daniel —le dice mi amiga.
—Es vuestra cuando queráis, yo no vengo nunca.
—Pues es una pena, pero tú tranquilo que Víctor y yo pasaremos de vez en cuando a echarle un
ojo —añade Chloe muy considerada ella.
—¿Cuándo fue la última vez que viniste? —pregunto sin saber muy bien el porqué.
—En julio de hace dos años, pasé varios meses aquí. Es un lugar muy terapéutico.
¡Bienvenida cara de idiota! Porque sí, soy consciente del aspecto que debo presentar ahora
mismo, alguna mueca facial que represente que mi exnovio huyó a miles de kilómetros para alejarse
de mí (tal y cómo le pedí), deduzco que para superar que le mandara a la mierda por no haber sido
capaz de hacer algo que yo misma le había pedido previamente: confiar en mí. Sumando además un
problema de alcoholismo. Sin lugar a dudas es admirable el trabajo que ha hecho Daniel en estos dos
años, y, aunque me cueste admitirlo, estar sin mí le ha ayudado a estar mejor.
—¿Bella, me ayudas a recoger? —me pide Chloe consciente de mi estado de tremenda
culpabilidad.
—No hace falta, mañana vendrán a limpiar la casa.
Me levanto, ignorando las palabras de Daniel, y empiezo a reunir platos y cubiertos para
llevarlos a la cocina. Entre otras, es la excusa perfecta para estar un rato a solas con mi amiga.
—Os dejamos solos chicos —añade mi amiga.
—¡Eres una zorra! ¿Cómo se te ocurre? —le reprocho en cuanto llegamos a la cocina—. Cómo
Barry se entere de esto, cancela la boda y razones no le faltarían, créeme.
—Eso es lo único que te importa —afirma altanera colocando los platos que le voy pasando en
un enorme lavavajillas.
—¿Por qué le odias tanto?
—No es que le odie, solo que no me cae bien. Te mereces algo mejor.
—¿No te parece suficiente bueno para mí, es eso?
—No te has visto mirando a Daniel —arguye como si fuera lo más obvio del mundo.
Buf… eso ha sido cruel, porque sé la razón que tiene. Yo no me he visto, pero Barry sí y no me
dejaba en buen lugar, precisamente.
—¿A qué viene eso? —mascullo entre dientes.
—Mira todo el tiempo que habéis pasado sin veros, y cuando os miráis… se para el mundo
Bella, arde, se agita y se calma, todo a la vez. Cuando miras a Barry solo hay… nada. Una gran nada.
Y eso no va a desaparecer, por mucho que te pese.
Estoy cansándome ya de esto, de que crea que sabe más sobre mis sentimientos que yo misma y
de que no sea capaz de ver que quiero a Barry, y que él es bueno para mí.
—¿Solo me has traído aquí para que vea como Daniel y yo nos miramos? —le digo con una
mezcla de burla y cinismo.
—Te he traído porque él me lo pidió y porque seguís enamorados, aunque trates de negar lo
evidente.
—Me voy a casar Chloe y él va a tener un hijo. ¿De verdad no te das cuenta de que lo que
insinúas es una completa locura?
—Tú estás a tiempo y él… Mira Bella, el amor es una locura ¿o es que acaso no has aprendido
nada de Víctor y de mí?
—Por supuesto, que sois unos cobardes y que, si no llega a ser por mí, ahora mismo seguiríais
escondiendo el acta matrimonial en el último cajón de la cómoda, tratando de borrar esa realidad
follándoos a todo ser viviente. Él en Madrid y tu aquí, en Nueva York.
—Lo sé y te lo agradezco —ratifica—. Precisamente ahora, te estoy devolviendo ese favor.
Abandona la cocina dejándome a solas con sus últimas palabras: devolviéndome el favor.
Encima cree que me está haciendo un favor. Lo que está es poniéndome en una situación de lo más
incómoda. Porque… ¿Y si tiene razón? ¿Y si nos estamos equivocando? ¿Acaso él sigue enamorado
de mí? ¿Y yo, sigo enamorada de él? ¿Y Barry?
Pasados unos cinco minutos vuelvo y me siento en mi silla, frente a Daniel. Víctor está muy
entusiasmado hablando sobre... ¡bah! La verdad es que no lo sé. Lo único que advierto es que Daniel
me está mirando, pero yo a él no, y no me hace falta levantar la vista para saberlo. ¿Acaso eso no es
algo que debería preocuparme? ¿Esa extraña conexión que solo tiene cabida con él?
Cojo el móvil que descansa boca abajo sobre la mesa. Sigo sin tener noticias de Barry. Quizá,
y después de lo sucedido entre nosotros, debería ser yo la que dé el siguiente paso.
Soy consciente de que eso último no es del todo cierto, pero según el trato, el jodido peso de
ese Rolex mañana ya no volverá conmigo a Nueva York.
Te quiero.
20:48
Espero varios minutos con los ojos pegados a la pantalla y mordiéndome la uña del pulgar con
inquina, pero Barry no está conectado y, por lo tanto, no voy a recibir una respuesta, al menos por
ahora.
—Voy a dar una vuelta —anuncio poniéndome en pie sin soltar el teléfono de la mano.
Sin dar tiempo de reacción a ninguno de mis acompañantes, me meto directa en el bullicio y,
descalza, empiezo mi trayecto por la playa perdiéndome entre el gentío.
Hoy precisamente no es la noche ideal para un paseo por la playa y para reflexionar sobre esos
interrogantes existenciales de la vida tales como: ¿adónde voy, de dónde vengo?, ¿hay vida en otros
planetas?, o ¿siento algo por Daniel? Y en caso afirmativo: ¿es un error casarme con Barry? Cómo
decía, hoy no importa nada de eso, porque con tanto ruido no oigo ni mis pensamientos.
—¡Vamos guapa, quédate con nosotros! —me grita un púber que no creo que tenga ni la edad
legal para beber.
Ignorando al chaval, miro de nuevo el teléfono esperando recibir alguna noticia de Barry.
Nada. No sé nada de él desde hace ya casi dos días, y estar en los Hamptons con Daniel no ayuda a
sentirme especialmente en calma, porque sí, me siento intranquila después de cómo quedaron las
cosas entre nosotros. Las últimas palabras que recibí de su parte fueron a través de una triste nota en
la que me pedía que me deshiciera del reloj. ¿Y no es acaso esa la razón de que todavía siga aquí,
devolverle el puñetero Rolex a Daniel? Joder, ni siquiera me trago yo esta basura. Estoy aquí porque
me ha dado la gana y punto.
—No es el mejor día para darse un paseo por la playa.
Incluso con todo el jaleo que hay a nuestro alrededor, su voz me llega como el puñetero canto
de una sirena, mejor dicho: un sireno la mar de bueno. Lo sé, me merezco una paliza por esa rima.
¿Pero de verdad no podía concederme dos putos minutos de soledad?
Caminamos en un completo silencio (él y yo, esta noche no es que sea especialmente rumor de
olas). Un par de minutos después, cuándo hemos alcanzado una zona algo menos bulliciosa, dónde
parece que se termina la playa, Daniel se detiene y cogiéndome del brazo con suavidad me pregunta:
—¿Estás bien?
—¿Y tú?
—¿Por qué me preguntas eso?
—¿Y por qué lo haces tú?
—Porque cuando has vuelto de la cocina con Chloe, tu semblante había cambiado. Has estado
toda la tarde relajada, riendo y disfrutando; pero algo ha cambiado en tu mirada. ¿Puedo saber a qué
se debe? —pregunta con dulzura a la vez que tira suavemente de mi brazo hacia él, acercándome
peligrosamente.
Su pulgar en mi muñeca marca una caricia para la que no me encuentro preparada y menos con
sus ojos escrutándome tan íntimamente.
—No todo en la vida es una fiesta Daniel —espeto soltándome algo brusca poniendo algo de
distancia entre nosotros.
—Son todo evasivas, sarcasmo, caras largas… De verdad, ¿en eso te has convertido?
—Siempre he sido así, lo que pasa que no nos conocíamos tanto.
—Eso no es verdad —sentencia ofendido—. Te conozco perfectamente Bella, y tú no eras así.
¿No sé a quién tratas de engañar?
—Pues parece que ahora mismo a Barry.
—¿De qué estás hablando?
—De que estar aquí contigo es una traición y eso me convierte en una persona horrible.
No quiero ser Evelin, cómo una vez me convertí en Sofía para Daniel. No. Ya cometí ese error
una vez y no volverá a ocurrir.
—¡Tú no eres una persona horrible! No sé quién te ha metido eso en la cabeza. ¿Ha sido
Barry? ¿Él te ha dicho eso?
El desdén con el que pronuncia el nombre de mi prometido no me pasa desapercibido, así que
ese tonito se lo puede meter por dónde le quepa.
—¡No! Nadie me lo ha dicho. Soy lo suficientemente adulta para saber cuándo no estoy
haciendo bien las cosas.
—¿A qué viene todo esto Bella?
Cuatro, tres, dos, uno…
—¡A que me comporté como una estúpida!
—¿Cuándo? Pero… ¿de qué estás hablando?
Lo sabe perfectamente; aunque parezca sorprendido, es rápido atando cabos.
—Hace dos años. Monika me lo contó Daniel —Hago una pausa, dejando que asimile la
información—. ¿Por qué no lo hiciste tú? ¿Por qué no…?
—Merecías ser feliz Bella —me irrumpe—. No te dije nada y te dejé marchar porque merecías
ser feliz, y yo no lo estaba consiguiendo —confiesa colocándome un mechón detrás de la oreja—. El
problema es que ahora tampoco lo eres.
—¿Quién te crees para decir eso? —escupo ofendida rechazando su contacto—. ¡Soy feliz!
Nunca he sido más feliz en mi vida.
Ok, esto lo he dicho para hacerle daño y… siendo sincera, tiene razones para afirmar algo
cómo eso.
—En realidad, la culpa es mía —admito—, después de todo lo que te solté ayer por teléfono es
esperable que pienses de ese modo.
—¿De verdad eres feliz Bella?
—¿Y tú? —respondo a la defensiva.
—En este instante lo soy —reconoce con las manos dentro de los bolsillos del pantalón en un
gesto tan cándido que nadie diría que es Daniel Baumann, alias La Bestia, el que tengo frente a mí.
Me siento incapaz de apartar los ojos de él, y que sus palabras desadormezcan un hormigueo en
el epicentro de mi cuerpo no ayudan demasiado. Estamos traspasando una barrera muy peligrosa, y
no es física, es mucho peor: es emocional.
—Un instante es poco tiempo —objeto con franqueza.
—Soy consciente de ello, puedes creerme.
Puta conexión cósmica o como quiera que se llame a este vínculo que mi mente acaba de
establecer, porque ha sido como un déjà vu de la primera vez que Daniel pisó mi casa y terminamos
de rodillas en mi cama mientras él con una calma enfermiza acariciaba mi espalda esperando por mí.
Ahora no estamos en mi habitación, tampoco estamos solos, ni medio desnudos y mucho menos me
está tocando, pero es que su mirada es exactamente la misma que la de aquella tarde: con ese brillo
especial… y con una paciencia infinita. Creedme cuando digo que eso es algo difícil de olvidar. Y
aquí estamos, en un rincón de esta playa abarrotada de gente, conectados de nuevo en silencio. Soy
plenamente consciente de que, si quisiera leer entre líneas, esas escritas con tinta transparente, diría
que Daniel me está confesando algo y no solo que estar a mi lado le hace feliz, eso lo ha pillado
hasta el púber borracho que me he cruzado antes. No, hay algo más: una promesa, una que no quiero
descifrar, pero la misma que me reveló aquel día en mi casa y es que esperaría por mí. Eternamente.
¿Acaso no es eso aterrador? Ahora mismo la niña del exorcista me resulta de lo más adorable, con
vómitos y todo, y con sus peripecias a lo Circo del Sol bajando la escalera de espaldas y reptando
las paredes o girando la cabeza 360 grados, son algo digno de ser presentado en un programa de
talentos. Se me va la olla, lo sé, pero es que esta revelación (eso de que Daniel me esperaría
eternamente) es cómo quedarte afónico antes de salir a cantar el himno nacional frente al presidente
de los Estados Unidos, es decir, una putada bien gorda.
Así que, con intención de volver a ese punto de amigos y antes de traspasar ese otro punto de
no retorno, me dejo caer sobre la arena esperando que él haga lo mismo o que se vaya, me da un
poco igual. Miento, no me da igual, pero debería dármelo.
Finalmente se sienta junto a mí, cómo ya esperaba.
Tras varios minutos con los culos pegados a la fría arena, las miradas perdidas en el oscuro
horizonte y cada uno enfrascado en sus propios pensamientos, algo cruza súbitamente mi mente.
—¿Cuál fue el veredicto?
Ni siquiera había reparado en ello hasta este momento.
—Culpable.
Le miro con ojos muy abiertos, contemplando como destella su figura debido a la hoguera más
cercana a nosotros, exactamente tras él, imprimándole un aspecto oscuro y tenebroso.
—Lo siento —consigo balbucir—. ¿Y cómo es que…?
—Al no tener antecedentes y ser una pena menor de dos años, no tengo que cumplirla. Bueno,
esto es en teoría, puesto que la jueza podría haber dictaminado que sí entrara si hubiese querido, al
final ella es la que tiene la última palabra —me aclara adelantándose a mi pregunta—. Lo que sí he
tenido que pagar es una cuantiosa multa.
—¿No tienes antecedentes?
Sé que el dinero no le preocupa, aunque a mí me jode que ese cabrón vaya a disfrutar del
dinero de Daniel, no puedo negarlo, pero lo que me ha dejado con la mosca en la oreja es eso de que
no tiene antecedentes, porque recordando la paliza que le dio al tío que se tiraba a Sofía…
—Retiraron los cargos, así que no, no hay antecedentes —me aclara sin necesidad de que tenga
que explicarle por dónde iban mis pensamientos—. Lo que quiere decir que me tengo que portar muy
bien de aquí en adelante para no acabar entre rejas.
—Lo cierto es que se te ve más tranquilo y ahora que vas a formar una familia sé que no vas a
cometer ninguna estupidez.
—Bella, en realidad…
Suena mi teléfono. Es Barry.
—Perdona —me disculpo alejándome para encontrar algo de intimidad.
—¡Hi babe!
—Hola.
—¿Qué es todo ese ruido?
—Estoy en los Hamptons, he venido con Chloe y con Víctor, un amigo de Madrid, me raptaron
esta mañana. Es una larga historia…
—Ok, ¿lo estás pasando bien?
—No está mal.
—Me alegro.
—¿Y tú qué tal?
—Fue un viaje muy largo y hoy no he parado en todo el día. Escucha Bella…
—Dime.
—Lo siento. No me gusta cómo acabaron las cosas el otro día, no deberías irte de casa de esa
manera, no me parece bien.
—A mí tampoco. Bueno, ahora no te preocupes por eso, ya cuando vuelvas a casa hablamos
¿vale? Te echo de menos…
—Bella —se hace un silencio—. Me está entrando otra llamada, es de Kevin que tiene que
explicarme un par de cosas, ya hablamos mañana. Te quiero.
Sí, me ha colgado. ¡De puta madre!
Con una desazón difícil de ignorar vuelvo a sentarme junto a Daniel.
—¿Todo bien?
Me mira de lado, con las codos apoyados en las rodillas y la mano derecha agarrando la
muñeca izquierda.
—Sí —contesto tratando de ocultar mi decepción. Se supone que soy feliz ¿no?
—Lo siento Bella.
—¿Qué sientes?
—Lo que dije antes, no soy quien para decir si eres feliz o no.
Otra vez con la misma cantinela… ¡Ya, por favor! Qué pesadilla con la felicidad, la próxima
vez me meto una caja de puto Prozac. ¿Próxima vez?
—¿Por qué has preparado esto?
—Ya te lo dije, ayer cuando hablé contigo te vi mal y sólo trataba de darte eso que…
—Él no me da —irrumpo con voz cansina—. ¿Qué tal si esta vez me cuentas la verdad?
Empezamos: ¿para qué has orquestado todo esto?
Una sonrisa en plan «me has pillado» se dibuja en su cara y tras una profunda respiración,
parece que se anima a admitir por fin la verdad.
—Necesitaba estar contigo —Y son de esas veces que tanta sinceridad abruma, ¿pero acaso no
es lo que le había pedido? —. Pasé tres meses en esta casa tratando de recomponer mi vida y hasta
que no pasó mes y medio no me percaté que era yo el que debía recomponerme. Mes y medio más y
parecía que lo había logrado hasta que cometí el error de volver y pasar por el piso de Madrid.
¡Dios Bella! Fue una puta tortura. Allí estaba tu fotografía, y no era solo por esa imagen, todos los
recuerdos me sacudían como a una jodida veleta incapaz de recuperar el rumbo. Fue horrible, una
pesadilla —suena como si ahora mismo estuviera padeciendo ese recuerdo con sus dedos crispados
enredados entre su pelo.
—Daniel… —susurro.
Como un impulso llevo mi mano hasta su brazo, procurando concederle en una caricia alguna
clase de consuelo de mierda, porque mentiría si no dijera que me siento ligeramente culpable. No
puedo ni imaginar lo que tuvo que suponer para él, porque para mí tambien fue duro de cojones, no
me imagino si aquella angustia y la jodida desazón tuviera que sumarle un problema de alcoholismo.
Y todo porque no fue sincero conmigo, y todo porque no fui capaz de confiar en él.
—La vendí. Vendí la casa con todo lo que había dentro y compré otra.
¿La vendió? ¿Con todo lo que había dentro?
No lo iba a decir porque es un poco ruin admitir esto, pero… me jode, egoístamente me
produce una molestia que me resulta ardua obviar. Se deshizo de todos nuestros recuerdos y compró
otra casa para poder crear otros nuevos junto con su nueva princesa de cuento. Hostia puta como
duele y como quema, arde en el pecho como el fierro con el que marcan al ganado. Y no sé si es por
el hecho de que se haya deshecho de nuestros recuerdos de esa manera o porque conocer el
testimonio de cómo superó nuestra ruptura, es una jodida tortura.
—Unos meses después conocí a Ariel y parecía que todo volvía a su cauce. Retomé la terapia
con otro psiquiatra —dato que no necesitaba, pero ha decidido adjuntar a su historia porque ha
considerado de interés—. Me sentía mejor en un principio, pero luego volvió esa sensación de vacío
que me engullía desde dentro. Y no fue hasta el día del juicio que te vi aparecer por allí, tan
cambiada y a la vez tan igual, que ese agujero en el pecho empezó a disiparse, pero fue cómo la dosis
de un drogadicto, porque supe que con una vez no iba a ser suficiente. Desde ese día he estado
luchando contra esa exigencia que impuso mi corazón el día que apareciste por primera vez en mi
vida, anteponiendo todo lo que fuera necesario, hasta que…
—¿Qué?
—Lo de tu cumpleaños fue casualidad. Una señal, una bendita coincidencia, no sé, llámalo
cómo quieras, pero te aseguro que no era planeado. ¿Cómo iba yo a saber que estarías ahí? Pero
estabas, sola, porque Barry decidió largarse y dejarte allí o porque los astros así lo quisieron, no lo
sé, pero fue una señal Bella. Fue una oportunidad para empezar de cero. Cada uno de nosotros ya
conoce la peor parte del otro, yo he dejado de beber y tú… tú eres mi rendición. Estoy subordinado a
ti, tú me has cambiado, me has hecho mejor.
Yo pensando que había sido Ariel y ahora resulta que es gracias a mí… esto no tiene ningún
sentido.
—Creo que estar sobrio tanto tiempo te ha disecado el cerebro.
—Te estoy hablando en serio Bella —añade muy severo—. Me has pedido sinceridad y te la
estoy dando. ¿Qué tal si me tomas en serio? Mejor, ¿qué tal si tú te tomas en serio esto —remarca
señalándonos a ambos— por una jodida vez en tu vida?
Eh… ¿perdona?
En un giro inesperado de los acontecimientos Daniel se coloca de rodillas frente a mí.
—Lo he intentado Bella, de verdad que sí, durante dos putos largos años, pero no puedo…
—¿De qué estás hablando? —le interrumpo nerviosa.
—Te quiero.
Esa lágrima que parecía esperar recóndita a que llegara este día, hace su excursión hacia la
libertad. Daniel que dispone de una agilidad de la que yo ahora mismo carezco, la atrapa bajo su
pulgar, enredando a su vez sus intrépidos dedos en el cabello que cubre mi nuca.
—¿Te das cuenta de que es la primera vez que te lo digo? —reconoce con la sonrisa de un niño
que acaba de descubrir algo nuevo.
—¿Por qué me haces esto Daniel? ¿Por qué ahora?
—Te quiero Bella y nunca dejaré de hacerlo.
—No lo digas, por favor —le ruego escondiendo la cara entre mis manos.
—Mírame, por favor —me pide y yo lo hago—. No pienso dejar de decírtelo, por todas esas
veces que me lo callé sabiendo que lo sentía, aunque no sea recíproco, aunque no desees oírlo,
aunque no estés delante, aunque ames a otro. Jamás dejaré de decírtelo: te quiero Bella. De aquí en
adelante no dejaré que pase un día sin recordarte que formas parte de mí.
Aturdida por el efecto de esas palabras, no me percato de que Daniel ha ido ganado terreno,
con sus labios tan pegados a los míos que aun sin tocarnos evoca con crueldad el recuerdo de
saborearle en mi boca.
—Te quiero mi Bella.
Esta vez sus palabras remueven algo más que mis sentimientos, impactan de lleno contra mi
cordura, esa que yacía abducida bajo su embrujo.
—¡No! —exclamo apartándome antes de que tengamos que lamentarnos. Antes de que su boca
me toque y sepa con certeza que estoy condenada—. ¿Qué estás haciendo? ¡No!
—Bella…
—¡¡Dios!! ¿Qué narices haces? —le reprendo, ya de pie, poniendo distancia entre nosotros.
—Lo siento, pensaba que…
—¡Deja de pensar, joder! ¡Es una locura! Esto no va a pasar —espeto dando vueltas sobre mí
misa—, parece que tengo que recordarte que vas a tener un hijo y yo voy a casarme con un hombre al
que quiero.
—Pero del que no estás enamorada —me corrige con chulería.
—¡¿Y tú qué sabes?!
—Lo sé —sentencia con prepotencia.
—¿Lo sabes? ¿Qué lo sabes, dices? ¡No sabes absolutamente nada de mí, definitivamente no
me conoces! Yo ya no soy aquella Bella que conociste hace años. ¡NO! Cometí errores y
afortunadamente aprendí de ellos.
—¿Sabes lo que no entiendo? —espeta y casi puedo escuchar desde aquí cómo le rechinan los
dientes.
—¡Alúmbrame!
—Lo fácil que te resultó enrollarte con Kurt estando conmigo y lo digna que te pones ahora
cuando te voy a besar.
No dejo ni que termine la frase porque mi mano va directa a su cara. Y con ganas. Con muchas,
además.
—Por esta razón nunca va a volver a funcionar entre nosotros, porque no lo has olvidado y
mucho menos me has perdonado por ello —Con dedos nerviosos me quito el reloj y lo estrello contra
su pecho—. Madura de una puta vez, Daniel.
En cuanto me giro y emprendo mi camino de vuelta, los fuegos hacen su aparición llenando el
cielo de color, la playa de vítores y con cada estallido, mi corazón inicia un proceso de
acorazamiento irreversible.
Afortunadamente no me sigue, cosa que agradezco, ahora mismo no es que sea mi persona
favorita en el mundo precisamente.
Ya en la casa me encuentro con Víctor y Chloe, que disfrutan tumbados en una hamaca
abrazados y contemplando los fuegos (todo muy romántico y manido), pero en cuanto paso por su
lado con una visible estela de decepción y enfado, ambos se giran mirándome con estupor, cómo si
acaso perteneciera a uno de esos estallidos de pólvora.
—¿Bella, estás bien? —Chloe se levanta con rapidez hasta dar conmigo—. ¿Ha pasado algo?
Sí, que he abierto los ojos.
—Gracias por traerme, me has ayudado a ratificar que no me equivocaba, y que casarme con
Barry es lo mejor que podía hacer.
Porque sí, porque joder, necesitaba darme de bruces con ese Daniel que aunque parecía tan
diferente, tan cambiado y sí vale, tiene su mérito, teniendo en cuenta que no ha probado el alcohol en
mucho tiempo y eso es admirable, me alegro por él, no puedo imaginar cómo tuvo que haberlo
pasado, pero hay otras cosas que permanecen intactas, cómo ese rencor que todavía me guarda y que
se mantiene enquistado en algún lugar recóndito de su corazón, sin olvidarnos de esos «te quiero»
que durante tanto tiempo se había guardado para sí mismo, porque ahora no los quiero, no los
necesito y, de hecho, los aborrezco.
Gracias. Porque yo sí que aprendí del pasado, ya la cagué una vez dejándome llevar por el
rencor, haciéndole daño a él, a mí misma y a nuestra relación. Mientras que él se ciega tratando de
recuperar un sentimiento que no tiene cabida en este espacio dimensional (por llamarlo de alguna
manera). Primero, porque no es congruente. Segundo, porque se mueve desde el rencor y eso siempre
es un terrible error, y tercero, porque existen posibles daños colaterales como Barry o ese pequeño
ser que lleva la sangre de Daniel y que crece en el vientre de una mujer que claramente le ama
(¿quién no lo haría?). Ninguno de ellos merece pagar por nuestros errores, por el mío en el pasado
dejándole marchar y por el suyo hace diez minutos tratando de besarme creyendo estar enamorado de
mí. Lo repito: es tarde, innecesario y no hay cabida para algo así en nuestras actuales vidas.
Agosto
—¿Barry?
No se oye nada, el piso está oscuro, excepto por una tenue luz que alumbra el pasillo. Dejo el
bolso sobre la encimera y con el corazón a mil por hora, la persistente asfixia y ese presentimiento
que no deja de hostigarme, voy directa al dormitorio.
—Barry, te he estado llaman…
No termino la frase, ni siquiera hace falta que me mire ni que diga nada. Una revista que hay
sobre la cama ya lo hace por él, por mí y también por Daniel, o por lo menos eso es lo que se deduce
en un primer vistazo gracias al suculento titular de la misma: «La Bestia disfrutando del 4 de julio
por todo lo alto y en buena compañía». Y no, las fotos no son de cuando estábamos Víctor, Chloe,
Daniel y yo cenando, noooo… están tomadas del rato que estuvimos en la playa y para mi fortuna,
debido a la perspectiva, la poca luz y la potra del paparazzi al pulsar el botón de la cámara, da la
impresión de que Daniel me esté besando. Jodeeeer… La calidad de la imagen es pésima, por lo que
deducir qué es lo que sucede en la misma es simplemente jugar a suponer.
Lo más triste de todo esto, es que una de las razones que me aliviaba de no estar ya con alguien
con la popularidad de Daniel Baumann, era precisamente todo este tema de la prensa, y mira tú,
ironías de la vida, mi careto aparece de nuevo en primera plana en un magacín de puro
sensacionalismo americano. Si es que soy una completa gilipollas, ¿cómo no he podido darme cuenta
de que esto podía pasar? Siendo completamente sincera, simplemente no se me ocurrió que Daniel
moviera tanta expectación de la prensa rosa fuera de Europa.
Y aun con la certeza de que no pasó nada entre él y yo, esta situación se me hace muy cuesta
arriba, porque Barry no está acostumbrado al tema prensa, porque yo tampoco estoy acostumbrada a
este Barry, y porque decir: «no es lo que parece» no va a resolver ninguna de las dos situaciones, ni
mucho menos esta palpable hostilidad que se respira ahora mismo.
Barry no se ha movido desde que he entrado, sentado en el borde de la cama con los codos
sobre las rodillas, las manos entrelazadas tras la nuca y la mirada muy fija en el suelo.
—¿Barry?, ¿puedes mirarme por favor? —le pido sin obtener respuesta—. Puedo explicártelo.
—Puedes explicarlo —exhala con un cinismo que me pone los pelos de punta, pero que no va a
lograr que recule.
—Sí, porque no pasó absolutamente nada —afirmo situándome frente a él—. ¿Puedes, por
favor, mirarme y podemos hablar como dos adultos?
Liberando el cuello de la tensión de sus dedos, levanta por fin la cabeza y me mira. ¡Mierda!
Prefería cuando no lo hacía. Las numerosas vetas rojas de sus ojos revelan un dolor y una rabia que
jamás había visto en él. ¿Y yo soy la culpable de que esté así?
—No creí que fueras hacerme esto, tú no Bella.
20% dolor. 80% resentimiento. De puta madre.
—No te he hecho nada Barry. En esas fotos no se ve una mierda, porque no pasó absolutamente
nada. ¿Intentó besarme? Sí, y créeme que se llevó un buen bofetón por ello.
—Me mentiste Bella —masculla entre dientes—, largándote con él a los Hamptons. Éramos
nosotros los que debíamos estar allí disfrutando de ese 4 de julio —su mano señala en el aire como
si acaso pudiese alcanzar aquel día con sus dedos.
—Espera, espera, te recuerdo que fuiste tú el que se largó a San Francisco jodiendo nuestros
planes y dejándome tirada como de costumbre.
—¿Esa es tu excusa? ¿Porque me largué a hacerle un favor a un amigo ya tenías vía libre para
tirarte a ese cabrón?
En un acto reflejo mi mano se estrella contra la rigidez de su mejilla.
—¡No me hables de ese modo! —le espeto furiosa con el dedo a pocos centímetros de su cara
— ¡Yo no me he acostado con nadie más que contigo! ¿Me oyes? Y no te mentí, porque me fui con
Chloe y unos amigos tal y como te había dicho. Omití decirte que estaba Daniel, SÍ, ¡claro que lo
hice!, porque cuando me llevaron yo no sabía que me encontraría con él allí, jamás hubiese ido si lo
hubiese sabido, pero cuando llegamos era demasiado tarde para volver a Nueva York. Así que me
quedé, y no te lo conté porque sabía lo que pensarías. Erróneamente trataba de evitar esta situación.
—¡¿Tú sabes la vergüenza que he pasado?! —brama fuera de sí poniéndose en pie—. Mike me
ha llamado porque se encontró la revista hace semanas y en todo este tiempo ha sido incapaz de
decírmelo. No podía creérselo.
—Que me hubiese llamado a mí para preguntarme, así nos habríamos ahorrado todo esto,
porque le habría explicado lo mismo que estoy tratando de decirte a ti ahora mismo: que esto —
asevero sacudiendo la revista en su cara— es un puto engaño solo para vender más, y que entre
Daniel y yo no hay absolutamente nada. NADA.
Suelto la revista sobre la cama, me acerco y le acaricio el brazo.
—No me toques, por favor —me pide sin tan siquiera mirarme y apartándose de mi contacto
con gesto severo.
—¿En serio?
—Estoy muy nervioso, Bella.
Y no me está informando, me avisa.
—Barry, lo siento. Lamento no haberte dicho la verdad respecto al viaje, pero precisamente
quería ahorrarte esto, que imaginaras cosas que no son —¿Cómo hacerle ver a alguien algo que no
quiere ver? —. Barry, yo te quiero.
—Si le tuviera delante le partiría esa jodida cara de bastardo engreído.
—Barry, por favor necesito que me creas —le ruego ignorando esa amenaza, que por otro lado
no le pega nada.
—No puedo —declara con la marcada línea de su frente haciendo acto de presencia.
El teléfono de casa empieza a sonar, pero ninguno de los dos hacemos amago de cogerlo.
—¿Y a la primera de cambio desconfías de mí, por unas putas fotos en las que además no se ve
una mierda?
—No quiero imaginar si las ven mis padres.
—¡Joder, solo te importa lo que piensen los demás! Es eso, ¿no?
El teléfono sigue sonando, quien sea que esté llamando está siendo muy insistente. Decido
cogerlo sin apartar la vista de Barry, no voy a permitir que se me escape, no ahora que he
descubierto cuál es la razón de todo el problema: sus padres y el qué dirán.
—¿Sí?
—¿Bella?
—¿Quién es?
Es una mujer, creo que es…
—Soy Teresa —me informa con voz trémula.
¿Teresa llamando a mi casa?
—Hola —la saludo escuchando como sorbe por la nariz— ¿qué… estás llorando?
—Bella yo…
—¿Qué sucede Teresa? —le demando entrando en un inesperado estado de pánico.
—Neil…
—¿Mi padre? ¿Le ha pasado algo a mi padre?
Todos mis sentidos están puestos en los sonidos que provienen del otro lado del auricular.
—Hace unas horas… Bella—solloza desconsoladamente—, tu padre está en coma.
Ahí está, aquello que oprimía mi pecho y que ahora acaba de arrebatarme todo el oxígeno de
los pulmones, impidiendo que pueda asimilar lo que Teresa acaba de decirme. Pierdo el
conocimiento, escuchando a lo lejos como alguien pronuncia mi nombre, no sé si es Teresa o es
Barry, aunque a mí se me parece más a la voz de papá.
No puedo respirar… con una bocanada profunda de aire abro los ojos sobresaltada, despertándome
sentada sobre la cama y con esa asfixiante angustia aún ahorcándome en la garganta.
—Bella, tranquila.
Barry está sentado a mi lado, con gesto adusto y preocupado.
—¿Qué ha pasado?
—Tómate esto nena —me pide tendiéndome un vaso de agua y una pequeña pastilla.
—¿Qué es?
—Algo para relajarte —contesta con una caricia contenida sobre mi hombro desnudo.
Sin hacer más preguntas coloco el calmante sobre la lengua y con el trago de agua me viene
todo a la mente.
—¡Papá!
—Nena tranquilízate.
—¿Y mi padre? Teresa dijo que…
—Al parecer —me irrumpe—, tu padre estaba cambiando la bombona —porque sí, en casa de
papa todavía hay de eso—. Al momento empezó con un terrible dolor de cabeza, náuseas y perdió el
conocimiento en segundos. Afortunadamente Teresa estaba con él y actuó rápido; llamó enseguida a
la ambulancia.
—Está en coma —pronuncio en voz alta recordando las palabras de Teresa.
Barry me mira… circunspecto.
—Pero, ¿por qué? ¿Tiene que ver con el accidente?
—Tiene un aneurisma, Bella.
—Eso… ¿tiene cura?
—Van a intervenirle en unas horas, es necesario operar de urgencia.
Me siento confusa, diría que algo mareada y por momentos me parece no estar entendiendo
nada de lo que Barry me dice.
—Pero, puede curarse ¿no? Se va a poner bien, ¿verdad?
Esquiva mi mirada pasándose la mano por el pelo.
—¿Barry? Dime la verdad, por favor —le ruego— ¿qué probabilidades tiene?
—El cuarenta por ciento de los pacientes cuyo aneurisma se ha roto no sobrevive las primeras
veinticuatro horas —arguye con una sinceridad aplastante—. Escucha Bella, he cogido un vuelo para
dentro de cuatro horas. Yo no puedo acompañarte, pero he llamado a Chloe y va ir contigo, de hecho,
creo que viene de camino.
—Tú… ¿tú no vienes? —pregunto incapaz de ocultar mi decepción.
—Tengo programada una operación para mañana y otra en dos días.
—Barry —le imploro cogiendo su mano—, ven conmigo por favor, eres el mejor neurocirujano
de Nueva York, te necesito conmigo. Mi padre te necesita.
—Por eso mismo tengo que quedarme, hay gente aquí que también me necesita, Bella.
La frialdad con la que me habla me revuelve las tripas.
—¿Vendrás en cuanto puedas?
—Haré todo lo que esté en mi mano por ayudar a tu padre.
Soy consciente de que no ha respondido a mi pregunta.
Parece que la pastilla está haciendo su efecto. Me siento extrañamente calmada, no he
derramado una lagrima desde que me he enterado de que papá esta…
Miro a Barry buscando alguna clase de apoyo que me ayude a enfrentarme a esto; pero está
distante, bastante más de lo habitual con la mirada pérdida en otro lugar y creo saber en cuál.
—¿De verdad crees que me he acostado con Daniel?
—Creo que ahora debes preocuparte por tu padre —contesta ya en pie, poniendo distancia
entre nosotros.
—¿Por qué no me contestas? —pregunto arrodillándome en la cama con el pánico atado a mi
voz—. ¿Estás rompiendo conmigo acaso Barry?
—Yo no estoy decidiendo nada, es el propio destino el que lo hace por nosotros. Quizá no sea
definitivo, puede que tan solo necesitemos tomarnos algo de tiempo.
—¡Habla por ti! Yo no necesito tiempo —escupo completamente hastiada por esas ponzoñosas
palabras.
—Pero yo sí, Bella.
Y ese «Bella» ha sido como la primera palada de tierra que da comienzo el entierro en un
funeral.
Parte Dos Bella y Daniel
Domingo, 9 de septiembre
Bella
Siete horas y media de viaje a unos veinte mil pies son útiles para tratar de asimilar todo lo que ha
sucedido en las últimas horas: mi padre ha entrado en un estado de coma y al parecer mi relación con
Barry también. Y yo, ¿cómo se supone que me tengo que sentir al respecto? ¿Triste quizá? Pues no
siento absolutamente nada. NADA. No he tenido ganas de llorar en ningún momento, ni una mísera
lágrima y no, no es que me esté conteniendo, es que no sé adónde se han ido. Chloe dice que es
normal, que me encuentro en estado de shock, pero no sé qué creer, la verdad… Lo único que sé con
certeza es que me parece tan horrible lo que he dejado al despegar, como lo que me esperaba a la
llegada. He buscado, pero no encuentro nada dentro de mí, estoy fría, vacía y vacua, soy literalmente
un envase sin contenido.
—¿Estás bien?
Paradas frente a la puerta de entrada del hospital, Chloe me mira y coge mi mano con una
entereza completamente fingida. Trata de parecer fuerte por mí, aunque para ella, Neil es más que el
padre de su mejor amiga, siempre han tenido alguna clase de vínculo especial que nunca llegaré a
entender, lo que se traduce en un palo muy duro para ambas.
—No lo sé —contesto envuelta en el reflejo que me devuelve la impoluta puerta de espejo, el
de una mirada cansada, perdida y hueca.
Se abren las puertas y Chloe tira de mí con la vista de un águila en busca de nuestro destino.
Mientras yo, simplemente me dejo llevar como un globo de helio tirado por un niño, arrastrando a su
vez la pequeña maleta de ruedas por el extenso pasillo de paredes amarillas. Según parece la
habitación donde se encuentra mi padre está en el primer piso de este sofisticado hospital compuesto
por dos edificios de seis y cinco plantas, en el que nacen príncipes e hijos de famosos que yo,
claramente, no me puedo permitir. La razón de que papá esté ingresado en este lugar es debido a que
el doctor Sierra, que es quién lleva el área de Neurología, es colega de Barry, y este solo tuvo que
hacer un par de llamadas para que trasladaran a mi padre de La Paz, al Hospital Ruber Internacional.
A mí todo esto ciertamente me da lo mismo, lo único que me importa es que papá salga de esta.
De pagar los gastos médicos ya me preocuparé más adelante, aunque Barry ha insistido en que él se
hará cargo de todo, cosa que no voy a permitir y menos tal y como están las cosas en este momento
entre nosotros, cuando nuestra relación pende de un hilo muy fino.
—Es aquí —me informa Chloe frente a la habitación número 21.
Golpea suavemente la puerta, y antes de que me dé cuenta nos hemos colado en el interior de
esta impersonal habitación que desconozco. Y definitivamente… no estaba preparada para esto.
Sobre la cama yace un hombre alto, atractivo, de unos cincuenta años, entubado, y lleno de cables
que, aunque físicamente se parece a mi padre, en realidad yo no lo veo por ningún lado. Y eso que
después del accidente con el taxi, su aspecto era visiblemente más dantesco con la cara hinchada y
llena de cortes, pero es que ahora soy incapaz de localizar a Neil Johnson entre esas níveas sábanas
de hospital.
Escucho a Chloe sollozar junto a mí, yo en cambio, estoy seca, ni una lágrima. Sigo siendo esa
Bella insustancial que hace horas salió de Nueva York. ¿Acaso se me está pegando la frialdad de los
americanos?
—Hola Bella —me saluda Teresa con voz queda y visiblemente rota.
No me había percatado de su presencia; la impresión inicial había anulado el resto de mis
sentidos.
La cazo escondiendo un maltratado pañuelo de papel en el bolsillo trasero de sus desgastados
vaqueros, tironear de su fino jersey claro hacia abajo y usar sus finos dedos como peine para tratar
de domar alguno de esos rizos rozo pajizo que se yerguen con orgullo y prepotencia al verse
liberados de una coleta tensa, aunque hecha con poco entusiasmo.
—Teresa —murmuro rodeando su cuerpo con mis brazos.
Las facciones de su cara reflejan con franqueza el dolor, la impotencia y el miedo que está
experimentando. Lo que me lleva a envidiarla, con horror, por ser capaz de dejar fluir todas esas
emociones, mientras que yo no puedo evitar preguntarme dónde diablos se han escondido las mías.
—Teresa, ella es Chloe, mi mejor amiga.
Ambas se saludan con afecto, aunque yo pierdo el interés por ellas rápidamente.
Con apabullante calma me arrimo hasta la cama, y con sumo cuidado me siento sobre ella, en el
borde, sujetando esa mano grande, siempre robusta y levemente áspera que, para mi sorpresa y
aunque algo fría, emite una calidez única e inimitable que me empuja a reconocer a mi padre sin que
esta vez haya duda alguna.
—Papá —creo escucharme murmurar.
Soy consciente de que ha pasado un buen rato, quizá veinte o treinta minutos en los que tan solo
me he dedicado a acariciar la piel de papá, tanto la de su mano como la de su cara, sin ninguna clase
de pensamiento en concreto que no sea el de disfrutar de su contacto a través del mío.
—¿Sabes si va a venir el médico? —le pregunto a Teresa contemplando el rostro impávido que
descansa sobre la mullida almohada— Me gustaría hablar con él.
—Voy a llamarle —me informa acercándose al teléfono que hay en un mueble blanco junto a la
cama—, me dijo que le avisara cuando ya estuvieras aquí, quería hablar contigo.
—Perfecto, muchas gracias.
Apenas cinco minutos de la escueta llamada, un hombre con bata blanca que cubre un traje
poco memorable, de unos cuarenta años, algo canoso, de afable mirada y escueta sonrisa, entra en la
habitación con la familiaridad de alguien acostumbrado a este tipo de menesteres.
—Bella, ¿verdad? —pregunta dirigiéndose a mí con paso decidido y el brazo estirado.
—Sí —contesto estrechándole la mano procurando a su vez devolverle una mueca que, por
mucho que me empeñe, difícilmente pasaría por una sonrisa.
—Encantado, soy Alex Sierra. Deduzco que Barry ya te habrá hablado sobre mí, hicimos la
residencia juntos en Buenos Aires. Barry Wilson siempre ha sido de los mejores neurocirujanos con
los que he trabajado.
—Espero que usted también.
Siento que mi respuesta ha sonado más tosca de lo que debería, pero no me veo capacitada
para comportarme de otra manera.
—Eso dice su marido.
—No están casados —le aclara Chloe.
Esa amiga que siempre está en todo.
—¿Cómo está mi padre?
—Voy a serte sincero Bella —palabras que acompaña con un cruce de brazos sobre el pecho.
—Por favor —le ruego escuchando a su vez como banda sonora, y junto a la templada voz del
médico, unos agitados latidos en mis oídos.
—Cuando llegó al hospital le hicieron un TAC con contraste y fue cuando se descubrió el
aneurisma.
—¿Eso es por el accidente que sufrió?
—Cuando un paciente sufre un traumatismo craneoencefálico como fue lo que le ocurrió a tu
padre, no es extraño que, como consecuencia, una arteria resulte dañada sin llegar a sangrar pasadas
unas semanas, pero es que en el caso de tu padre estamos hablando de meses, lo que es poco común.
—¿Entonces? ¿No tiene que ver con el accidente?
—Mira Bella, lo importante ahora es que con la intervención ya hemos detenido el sangrado y
todo ha salido bien.
—Pero, ¿va a despertar?
—Eso es difícil de determinar. Y es importante que sepas que cuanto más tarde en hacerlo, más
complicada puede resultar la recuperación.
—¿Puede no despertar?
—Es una posibilidad.
Una afirmación dura de asimilar.
—Gracias doctor Sierra.
—Llámame Alex, por favor.
¿Ocre o buttercup? Estoy entre esas dos tonalidades de amarillo. Si Beth estuviera aquí no tendría
duda alguna, yo en cambio, me pregunto si será solo una casualidad que las paredes sean de ese color
o es que el universo se ha acordado de mí de repente con una de esas bromas pesadas que ya
empezaba a echar de menos.
Además de la ambientación cromática, la decoración es algo parca: un sofá de piel marrón
junto a la cama y frente a este, haciendo juego en color y tejido, se encuentra un sillón orejero que sin
duda ha visto días mejores. Una tele de tubo gris colgada del techo da sombra a una mesita baja
marrón, sobre la que una insípida lámpara blanca y solitaria, parece buscarle una funcionalidad más
interesante a su existencia que la del mero hecho de iluminar. El baño se encuentra a la izquierda,
nada más entrar, y de frente, un armario de una sola puerta. Lo mejor, y quizá por lo que se paga
tanto, además de por la intimidad de una habitación individual y servicios médicos de calidad, es el
balcón con vistas a un pequeño jardín privado.
—Bella, ahora que estás aquí voy a aprovechar para pasar por casa a darme una ducha y comer
algo si no te importa, ya que entro a trabajar en unas horas.
Son las nueve de la noche, hace más de seis horas que llegamos a Madrid, la diferencia horaria
y el cansancio empiezan a hacer mella tanto en mí como en Chloe, pero también en Teresa, que no se
ha despegado de mi padre desde que se lo llevó la ambulancia en el día de ayer.
—Vete y procura descansar algo. Y Teresa, gracias por quedarte con él.
—No me las des, por favor. No sabría hacer otra cosa —reconoce con el asa del bolso
colgando de su hombro—. Volveré mañana sobre las seis, en cuanto acabe mi turno. Y por favor
Bella, cualquier cosa llámame.
—Vete tranquila.
Se detiene junto a la cama antes de salir, y con una caricia en la frente seguida de un beso lleno
de ternura, se despide de papá hasta mañana.
—Me cae bien —declara Chloe abriendo la boca y estirándose cual felino haciendo crujir la
curtida piel del sofá.
—A mí también.
—Y se ve que le quiere. Tu padre ya se merecía alguien como ella.
—¿Seguro que no quieres irte tú también a casa?
—No, además puedo quedarme contigo. En este sofá podemos dormir las dos perfectamente.
—Te lo agradezco, pero no hace falta. Además, deberías pasar por tu piso, hace más de un año
que lo tienes cerrado a cal y canto. Quién sabe, a lo mejor ahora tienes ocupas morando en él.
—No me parece tan terrorífico, al menos les habré dado cobijo durante una temporada.
Lo dice así, despreocupada y porque la conozco bien, sé que va completamente en serio.
Siempre me ha llamado la atención la dualidad de Chloe, hija de un famoso artista parisino,
acostumbrada a los grandes lujos de ese mundo elitista en el que se ha criado, pero con una faceta
bohemia y algo hippie, por la que sé que sería capaz de cambiar su forma de vida metiéndose en una
comuna o liderando un movimiento okupa (no descarto que esto suceda en un futuro cercano) y
sentirse igual de cómoda que ahora.
—No te preocupes de verdad, vete a casa y mañana vuelves. Me temo que vas a tener muchos
días para pasarlos aquí conmigo —añado más afligida de lo que pretendía, lo que despierta en ella
un sentimiento que pocas veces saca a relucir.
—Sabes que te quiero, ¿verdad?
No era consciente de cuanto necesitaba oírlo, hasta que lo ha dicho.
—Lo sé, y yo a ti también duendecillo —confieso mirándola con ternura sin moverme del
borde de la cama—. Desde que estás oficialmente casada como que te has vuelto un poco ñoña, ¿no?
—me burlo con intención de romper un poco este momento sensiblero con el que sé, no se siente
demasiado cómoda.
—¡Qué va! —exclama levantándose de un salto del sofá y escondiéndose con rapidez en el
baño, falseando que no se ha puesto tontorrona y se le ha escapado una lagrimilla. A ella, no a mí. Ya
hemos quedado en que yo estoy más deshidratada que un tomate secado al sol—. No he hecho pis
desde que hemos aterrizado —se excusa cerrando la puerta tras de sí.
Saco el móvil del bolso, acordándome que recibí un cariñoso, a la par que escueto, mensaje de
Barry: «llámame cuando puedas», así con ternura y desenfreno. ¡No seas tan efusivo Barry, vaya a
ser que se me salga el corazón del pecho!
Habrá que llamarle y acatar su orden.
Salgo al balcón, cierro la puerta y marco su número haciendo mis propias conjeturas sobre lo
que me voy a encontrar al otro lado de la línea.
—Hola nena, ¿cómo estás? —contesta al segundo tono: frío, distante, seco y altivo. Todo eso
en cuatro palabras. Bravo Barry, superándote cada día.
—Más o menos —musito con desgana.
—¿Cómo ha ido el viaje?
—Bien. ¿Y tu operación?
Recuerdo que tenía programada una para hoy.
—Bien. ¿Has visto ya a Alex?
—Sí, es muy amable y habla muy bien de ti, por cierto.
Se hace un largo silencio en el que espero que Barry se pronuncie, pero no lo hace y teniendo
en consideración que hay algo que no deja de rondarme la cabeza…
—Gracias por todo lo que estás haciendo por mi padre y, bueno, quería que supieras que
pienso devolverte todo lo que cueste…
—No te preocupes ahora por eso —me interrumpe con la seriedad digna de un juez.
—¿Puedo entonces preocuparme por otra cosa? —añado mordiéndome el carrillo nerviosa.
Claramente no parece muy dispuesto a hablar sobre nosotros, pero yo lo necesito o me voy a
volver loca. Más después de que se despidiera de mí con un escueto abrazo, un beso en la frente y un
desganado «cuídate». Ni puñetera idea de cuándo vamos a volver a vernos, ¿y esa es su despedida?
Nos hemos convertido en El Puto Hombre de Hielo y La Jodida Mujer Pasa (lo digo por mi reciente
secura).
—Bella… —me advierte tras un resoplido.
—¿De verdad quieres tomarte un tiempo? —me arriesgo a preguntar.
—No lo hagas más difícil, por favor.
—¿Yo? Eres tú el que ha tomado esta decisión por los dos. ¿En serio crees que me he acostado
con Daniel? ¿O lo que te asusta es que tus padres lo crean? Me gustaría que me dieras una respuesta,
te lo pido por favor Barry.
—No voy a hablar de esto por teléfono —asevera cortante.
—¿Y cuándo narices se supone que vamos a hablar? ¡Te recuerdo que estamos a cinco mil
putos kilómetros de distancia!
Diría que estoy subiendo un poquito el tono…
—Ahora te aseguro que no. Lo que tienes que hacer es centrarte en tu padre y punto,
¿entiendes?
Ese «¿entiendes?» ya acaba de encenderme. Miento. Acaba de tocarme muy mucho las pelotas.
—¡¿Pero tú te has dado cuenta de lo arrogante que eres?!—escupo hastiada ya de su actitud de
mierda.
—Bella, estás nerviosa.
—Claro que estoy nerviosa, ¿cómo no iba a estarlo? ¡Cinco minutos después de enterarme que
mi padre está en coma, mi prometido decide dejarme!
—No es definitivo.
—Ah, ¿no? ¿Y que tengo, que esperar a que el señorito se decida si merezco o no la pena?
¿Qué he hecho mal Barry? —Soy plenamente consciente de que mi pregunta está impregnada de una
completa derrota— ¿Puedes, por favor, explicármelo?
—No es tan fácil.
—¡Claro que no es fácil! Sobre todo para mí, que me apartas de tu lado con un desprecio que
no creo que merezca, y encima en un momento como este. Y para colmo no me das ni una jodida
explicación.
—De este modo no estás arreglando las cosas Bella. Hablaremos cuando estés más tranquila.
Adiós.
—¡Gilipollas!
No, no me ha oído, había colgado cuando he espetado esa joyita.
—Perdona, ¿acabas de llamar a Barry gilipollas?
Me giro y veo a Chloe con los ojos más abiertos que le he visto nunca, y con una elocuente
sonrisa que ni puede, ni quiere ocultar.
—¡Joder qué susto! —exclamo con la mano en el pecho.
—¿Me puedes explicar qué ha sido eso?
—¿Desde dónde has escuchado? —le pregunto cubriéndome la cara avergonzada.
—Lo suficiente para saber que me he perdido algo.
Entramos dentro, nos acomodamos en el sofá una junto a la otra y tras un leve suspiro por mi
parte me arranco a contarle todo lo sucedido estos últimos meses, comenzando por el encuentro con
Daniel la noche de mi cumpleaños y su inapropiado regalo del día siguiente. Continúo por el viaje a
los Hamptons del 4 de julio, ese «te quiero» en la playa, su intención de besarme y por consiguiente
la merecida bofetada. Y de ahí paso a Barry fuera de sí por las fotos de la revista, su decisión
unilateral e irrevocable de tomarnos un tiempo y para finalizar, la conversación completa que
acabamos de tener hace apenas unos minutos.
—Primero, menos mal que no estuve delante cuando Daniel te echó en cara lo de Kurt, porque
hubiésemos sumado un par más al listado ese de bofetadas que reservas para él, y eso que sabes que
yo soy Team Daniel —a estas alturas negarlo rayaría lo absurdo—. Segundo, y voy a ir al grano: ¿tú
estás segura de lo tuyo con Barry? Porque, y creo que va a ser la única vez que me escuches decir
esto en toda tu vida, estoy de acuerdo con él en que quizá debáis tomaros un tiempo. Más aún si ni
siquiera confía en ti.
—Quizá yo también le di razones —agrego divagante— la noche misma de mi cumpleaños nos
pilló a Daniel y a mí…
—¿Qué? ¿Hablando? Quítate esa estúpida idea de la cabeza.
—Sabes incluso mejor que yo que cuando Daniel y yo estamos juntos hay algo… latente entre
nosotros. Tú misma me lo dijiste.
—Así que ahora lo admites.
—A estas alturas es negar lo evidente.
—Igualmente Bella, eso es inevitable y tú solo hablabas con él. Entiendo que Barry pueda
ponerse algo celoso, pero repito: no le has dado motivos para que te trate de esta manera. Está todo
en su cabeza. Tú ya me has dicho que en esas fotografías no se ve nada, así que tendría que bastarle
con tu palabra y se acabó. De todas maneras, ya demuestra la clase de persona que es cuando no es
capaz de acompañar a su futura mujer en un momento como este —escupe asqueada.
—Ha organizado el viaje y está pagando todo esto —le defiendo con un gesto que engloba este
hospital—. Me está ayudando cómo puede Chloe.
—No, perdona, no te equivoques: está controlándote.
—¿Controlándome? Pero, ¿de qué hablas?
—Siento decirte esto, pero por muy enfadado que diga estar, volverá contigo, estoy convencida
de ello. Porque por mucho que me pese, ese neurocirujano de pacotilla está loco por ti. En realidad,
es un inseguro de mierda, y la razón de que esté sufragando todo esto —señala imitando mi gesto
anterior— solo es para tenerte atado a él.
—No tiene sentido, pero si yo ya quiero estar con él. Es él precisamente el que me aparta.
—¿De verdad no lo ves? Te tiene atada con todo este teatro haciéndote sentir mal y culpable
por algo que no has hecho. Cada euro que paga por esto Bella, es una inversión que te amarra más a
él.
—Tienes unas ideas un tanto retorcidas —le digo incomoda por la convicción que muestra con
esas elucubraciones.
Pero estamos hablando de Barry, El Hombre Inversión. Acostumbrado a especular en bolsa con
inversiones de alto riesgo, capaz de gastarse la friolera de mil dólares en una botella de whisky, tres
mil en una horrenda escultura modernista de bronce (a pesar de no gustarle el arte), además de ser el
principal socio capitalista en la clínica de Mike. Siempre he pensado que, si Barry no se hubiese
dedicado a la medicina, sería Bróker o algo por el estilo. Así que, según Chloe… ¿Barry me
considera un activo?
—¿Puedo serte sincera, pero de verdad?
—Desembucha.
—¿Sabes porque nunca me ha gustado? Porque te anula. Dejaste de ser tú misma el día que
puso los ojos en ti. Lo más probable es que pienses que le tengo manía —Yo pongo los ojos en
blanco y ella rectifica—. Ok, lo admito, un poco sí. Pero en realidad no va sobre eso, y
probablemente tenga muchas cosas buenas que yo desconozco. Lo que me preocupa es que hace
contigo lo que quiere y eso Bella, me quema por dentro —asegura arrugando la mano en un puño
sobre el pecho—. Con todo lo que has pasado, para que termines con un tío que te resta en vez de
sumarte. Que te quita, en vez de darte. Te mereces más, muchísimo más.
—Bueno, gracias por tu sinceridad supongo.
No sé me ocurre que más decir, porque, ciertamente sé a lo que se refiere, y no es fácil
escuchar en boca de mi mejor amiga algo que ya ha distraído mis pensamientos alguna que otra vez,
pero ya me he encargado yo de bloquear, negar o disfrazar con condescendencia toda esa verborrea.
Porque al final no son más que dudas que, ya sea con Barry o con cualquier otro tío siempre van a
existir. Soy consciente de que con él no hay pasión desgarradora que me inunde el pecho, ni se agita
mi estómago con una letanía de sensaciones difíciles de explicar, que no es todo lo cálido, abierto o
íntimo que me gustaría, y puede que su trabajo esté antes que yo, pero me ha aportado otras cosas que
para mí son importantes y dignas de mención tales como: serenidad, estabilidad y calma. Supongo
que a eso se refiere Chloe con que me anula, claro, ya no soy aquella que actuaba sin pensar, por lo
menos no en la misma medida. Barry me ha ayudado a domar mi impulsividad, y estamos hablando
de un aspecto de mí que tan solo me ha dado quebraderos de cabeza en el pasado. Sí, prefiero el
control de mi vida actual. Él no es perfecto, pero yo tampoco. Le quiero, no sabría cuantificar el
amor que le profeso y tampoco definir si es más amor, cariño o aprecio. De lo que estoy convencida
es que es lo suficientemente fuerte como para que desee pasar el resto de mi vida con él. Si es que él
no ha tomado ya una decisión que me excluya de la suya.
La maleta en una mano, el bolso en la otra, y bajo el vano de la puerta mi duendecillo murmura:
—Sabes que puedo dejarte el dinero, todo el que necesites, por eso no tienes que preocuparte.
—¿Y cómo sé que no lo haces para que nunca te deje? —bromeo.
—Porque lo hago precisamente por eso.
Y así, sin más, abandona la habitación.
De acuerdo, el tema del dinero me inquieta más de lo que me gustaría. No me entusiasma la
ingente cantidad de dinero que podría llegar a deberle a Barry, no obstante, mi padre se merece lo
mejor. Así que, digamos que de ese asunto me preocuparé más adelante, cuando papá salga de esta.
Arrastro el sillón orejero hasta colocarlo junto a la cama y con las piernas sobre este, una
pequeña manta en mi regazo y aferrada a la mano de papá, busco en silencio, con rabia, una respuesta
a esa cavidad interior que no hace más que expandirse ganando terreno. O lo paro ahora o sé que
acabará dominándome.
—Papá, lo siento —agacho la cabeza avergonzada—. Perdóname, no sé qué me pasa. No soy
capaz de darte una lágrima, no me sale. Siento como todo se escurre entre mis dedos y… soy incapaz
de reaccionar. No hay nada en mí. Papá… perdóname, por favor.
Cierro los ojos dejándome caer sobre el respaldo del sofá con un ligero temblor, aunque sin
perder el contacto de su mano. No creo que nunca más pueda soltarla.
—No te vayas papá, no me dejes.
Lunes, 10 de septiembre
Bella
Una playa. La reconozco, he estado antes, aunque hay algo diferente… El agua está en calma, la
arena aterciopelada suave se desliza entre los dedos de mis pies, el sol se encuentra en ese punto en
el que es increíblemente acogedor… Levanto la vista y enseguida veo a Barry con el agua hasta la
cintura y su mirada azul cristalina fija en mí. No dice nada, pero sé que me está esperando. Me
acerco a la orilla hipnotizada por el suave rumor de las olas. Me adentro, deleitándome de una
sensación tremendamente placentera. Sonrío complacida al ver a Barry esperándome a pocos metros.
Le saludo con la mano y me zambullo. Nado, sabiéndole paciente por mí. Sigo nadando. Buceo. Nado
un poco más. Una nueva brazada y saco la cabeza. Le busco y descubro que aún está lejos. Me
sumerjo impulsándome con los pies esforzándome por alcanzarle. Nado. A cada brazada parece
alejarse más. Comienzo a estar agotada y el agua empieza a perder temperatura, está cada vez más
fría además de turbia. Lo ignoro y continuo. Nado. Saco la cabeza del agua tiritando, completamente
entumecida, convencida de encontrarme con Barry en la siguiente brazada. No está. Doy una vuelta
sobre mí misma: ha desaparecido. Estoy sola, en medio de un océano casi negro donde no hago pie,
el agua es puro hielo, los pulmones se me cierran y tengo los miembros anquilosados.
—¡Barry! ¡Barry!
No lo veo por ningún lado.
Entro en pánico.
Empiezo a hundirme sin poder hacer nada, paralizada, tragando agua a cada bocanada de aire
hasta la asfixia. Entonces todo se vuelve negro y… el eco de esa certeza se hace real: estoy sola.
Sola.
Daniel
¿Soy el único que piensa que observar a alguien mientras duerme esconde algo demasiado íntimo?
Bueno, pues yo sí lo pienso, y llevo algo más de cuarenta minutos violando esa intimidad (que mal
suena eso), pero es que Bella me tiene completamente hipnotizado. Deduzco que debería sentirme
como alguna clase de depravado, fijaos que he dicho debería. Al fin y al cabo, es el momento más
vulnerable de una persona, pero es que está tan bonita, que duele hasta en el pecho. Acurrucada en
ese sillón, encogida en una postura que no tiene pinta de ser demasiado cómoda, pero que le permite
agarrar la mano de Neil. Y no he sido capaz de despertarla, sé que llegó ayer con Chloe a Madrid y
debe estar agotada, y no solo por las horas de vuelo y el jetlag, la situación en sí resulta bastante
extenuante.
El hecho es que jamás me había replanteado si ver o no dormir a alguien es interesante, intimo
o una estupidez, hasta aquel día; hace años luz cuando despertó en mí un intenso instinto de
protección y me declaré el guardián y señor para velar por sus sueños (dato que ella no sabe, ni falta
que hace). Ocurrió aquella primera vez que me invitó a su casa, yo aún libraba una batalla conmigo
mismo, admitir que, a esas alturas, ya estaba perdidamente enamorado de ella. Pues para ese
entonces y ese día, tras una deliciosa comida que me había preparado, la animé a ver una película
tirados en el sofá de su casa. No pasaron ni veinte minutos cuando perdió el conocimiento. Se quedó
grogui recostada sobre mi pecho, muy cerca de una erección que disfrutaba con aquella cercanía. Y
joder, uno no es de piedra y Bella… Bella es mucho para mí, siempre lo ha sido. La cogí en brazos y
sí, fui débil, no pude evitar oler ese rincón de su cuello entre la clavícula y el lóbulo como un
puñetero pervertido cuando la tumbaba sobre la cama tras cubrirla con una manta. Me pasé unas
cuantas horas embobado mirándola y lo sé, es una locura, pero era como estar en el nirvana. Fue la
prueba de confianza más grande que podía hacerme. Estamos hablando de una mujer que había sido
brutalmente violada, que había perdido la fe en el género masculino y que además de invitarme a su
casa, se sintió lo suficientemente cómoda como para dejarse dormir junto a mí que, al fin y al cabo,
tan solo era un desconocido que la había animado a tirarse de un avión. Si es que Bella, siempre ha
sido una valiente.
—¡Barry! ¡Barry!
Me levanto del sofá como un resorte, no es que me haya asustado, es que el pánico de su voz ha
disparado mi nivel de alerta: respira con dificultad, sus extremidades están tensas y su rostro es un
escalofriante reflejo de lo que diablos esté pasando por su cabeza. Y que exclame con evidente
angustia el nombre de… ese, no es que mejore precisamente la estampa.
—Bella… Bella despierta —le pido acuclillado frente a ella.
Empiezo alterarme y no me refiero a algo físico; ser testigo de esa angustia y descubrir
impotente mi inutilidad para poder combatir algo que solo ve ella, hace que me hierva la sangre.
Mi mano derecha asciende apremiante hacia su mejilla, logrando en ese nimio contacto,
normalizar su respiración, y ya de paso también la mía.
—Bella —susurro con mis dedos acariciando la fina piel de su rostro, descubriendo cómo se
produce un cambio extremo en ella, apaciguando todo eso que parece perturbarla.
Abre los ojos al fin; aunque con una serenidad que ciertamente no me esperaba. Mira a su
padre, a la mano que aún permanece aferrada a él y luego a mí, clavándome sus dilatadas pupilas.
—¿Daniel? —pronuncia con tímido asombro.
Dije que verla dormir era intimo ¿verdad? Pues rectifico, este instante acaba de transformarse
en algo abrumadoramente más personal que eso. A ver si me explico, si ahora mismo entrara alguien
por la puerta, me sentiría extremadamente más incómodo que si nos hubiesen pillado desnudos y en
plena faena. Parece desarmada, frágil e incluso vulnerable; una Bella que no pensé volvería a
contemplar jamás. Está mostrándome algo que difícilmente podría pasarme desapercibido, yo lo
traduciría como alguna clase de vestigio del pasado, como si estuviéramos compartiendo algo ya
vivido.
Antes de que pueda decir nada, se lanza a mis brazos y hundida en mi pecho comienza a
sollozar fuera de control, sin rumbo y desconsolada.
—Eh, preciosa —susurro con cariño, sujetándola con firmeza contra mi cuerpo— tranquila.
Me rompe el alma verla así, deshecha, no obstante, y dada la situación, es algo completamente
comprensible. Lo que no quiere decir que yo no muera de rabia por dentro al no poder hacer nada
más que sustentarla mientas tiembla como un pajarillo desvalido, y se deshace en lágrimas asida a mi
cuerpo, con sus manos empuñando con fuerza el jersey sobre mi espalda.
Inevitablemente me veo arrastrado a hace tres años, cuando sin apenas conocernos, Bella
golpeaba exasperada mi pecho tras huir de un barco ofendida por mis palabras. Mientras yo, en mi
estúpida arrogancia por querer salvarla de sí misma, la llevé al límite sin piedad, consiguiendo que
se derrumbara deshaciéndose en lágrimas frente a mí. Y sé que suena a locura, pero creo que ese fue
el día que se creó una conexión especial entre nosotros, una especie de anclaje que convierte de
nuevo este dolor compartido, en algo íntimo, personal e indudablemente intransferible; porque estoy
plenamente convencido de que nadie llega a ella como yo lo hago, por muy presuntuoso que suene. Y
es algo recíproco, Bella para mí es la única, por mucho tiempo que transcurra y por muchos Barrys
que se interpongan.
Han debido pasar unos diez o quince minutos y hace solo dos que ha empezado a calmarse
normalizando la respiración, y aflojando su agarre sobre mí. Empieza a alejarse con timidez, dando
un paso hacia atrás, viéndome obligado a soltarla a regañadientes a la vez que la contemplo con
inquietud. Levanta la cabeza mirándome avergonzada a través de los hilos de sus pestañas y de los
ojos hinchados, su pelo revuelto sobre la cara sonrojada y algunos mechones pegados sobre sus
pómulos. Está tan bonita que me vibra el corazón. Si es que no puedo evitar quererla. ¿Cómo no
podría hacerlo? Si han pasado dos años y sigo necesitándola más que el primer día.
—Lo siento —balbucea con voz apagada—, te he llenado la camiseta de mocos.
Como si acaso me importara. Acaba de regalarme su olor, un sensual almizcle floral
amaderado que aviva por completo mi torrente sanguíneo, casi debería darle yo las gracias por ello.
—¿Cómo te encuentras?
—Hasta hace un momento, no tenía ni idea, la verdad —declara dibujando una mustia sonrisa
—. Ahora, muy triste. Así que gracias por darme algo que sentir —añade con franqueza.
¿Darle algo que sentir…?
Toc. Toc.
Chloe se desliza en la habitación con sigilo.
—¿Daniel? Qué pronto has llegado. No son ni las ocho.
Mis ojos están aún puestos en Bella que, tras su respuesta y aunque me esté dando la espalda
para atender a su padre, me perturba indudablemente.
—La idea era venir ayer, pero no me dio tiempo —confieso dándole un abrazo pendiente de
cada movimiento de Bella.
—Lo importante es que estás aquí, ¿verdad Bella?
—Sí, sí —responde acercándose a su amiga enjugándose los ojos—, gracias por venir Daniel.
—No me…
—¿Has llorado? —me interrumpe Chloe frunciendo el ceño.
—Eso parece —responde sonriente metiéndose en el baño.
¿Por qué parece sorprenderse Chloe de eso?
—¿Qué le has hecho? —me increpa la renacuaja artista atestándome un puñetazo en el brazo
(demasiada fuerza para ese tamaño)—. Sabes que estoy de tu lado, pero ahora no es momento de
jueguecitos. Espero que no hayas traído hasta aquí a ese Daniel que se comportó como un auténtico
capullo en los Hamptons.
—¿De qué estás hablando? Yo no…
—Que desde que hemos llegado no ha derramado ni una gota, estaba fría como un témpano.
Llegas tú y me la conviertes en un mar de lágrimas.
No me da tiempo a verbalizar mi sorpresa en voz alta, Bella sale del baño observándonos con
el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Daniel me estaba comentando que quiere invitarte a desayunar.
—No tengo hambre.
—No has comido nada desde ayer —le reprocha su amiga—. Es solo un rato, yo me quedo con
Neil —sentencia acomodándose en el sofá donde antes estaba ella.
Chloe es como un pequeño general al que resulta difícil llevar la contraria.
—Vamos Bella —la animo—, te sentará bien salir un rato.
Sabiéndose en una batalla perdida, se cuelga el bolso sobre el hombro y arrastrando los pies se
encamina hacia la puerta, no sin antes echarle un vistazo a su padre y murmurar un «gracias» a su
amiga.
Con Bella fuera y yo bajo el vano de la puerta:
—¡Daniel! Pórtate —me advierte Chloe en voz baja apuntándome con un dedo.
—Descuida.
Antes de cerrar la puerta, la veo guiñarme un ojo.
Bella
—Seguro que tienes cosas que hacer, entiendo que tengas que irte…
—No voy a irme a ningún lado, a no ser que tú me lo pidas, claro está.
¿Y… se lo voy a pedir?
Con la puerta como sustento, contemplo a Daniel que muy paciente espera en el rellano,
impregnándome con su sola presencia de esa seguridad suya tan característica como abrumadora. Me
vuelvo para mirar tras de mí, dentro de esta casa que parece desdibujarse ante la perspectiva de que
nunca vuelva a ser habitada: primero fue mi madre, luego mi abuela y ahora… no soy capaz siquiera
de formalizar ese supuesto en mi cabeza. «Papá va a salir de esta» me repito como un mantra.
Tiemblo ante la idea de pasar una noche con la única compañía de esos fantasmas que parecen
acumularse entre estas paredes. La desoladora soledad en la que se ha convertido este piso es
demasiado latente y terriblemente escalofriante. Siendo sincera… no me veo capaz de enfrentarme a
esto yo sola.
—Dijiste que querías ser mi amigo —le digo aferrándome a esa posibilidad que, aunque queda
ya lejana, él puso sobre la mesa hace meses y puede que con un pretexto tan egoísta como el mío.
—Así es.
El aplomo de su voz se disipa… la imponente visión que tengo de Daniel en este instante
abotarga con pericia el resto de mis sentidos dejándolos apenas inservibles. Le contemplo sin
remilgos: su presencia imponente, la sensualidad de sus labios, su magnetismo altamente sexual, la
sinceridad de sus manos, su mirada dulcificada por mí, su innegable masculinidad…
—¿Sigue todavía en pie?
—Siempre.
—Entonces… ¿amigos? —añado tendiéndole la mano.
—Amigos.
Un apretón de lo más extraño y Daniel y yo acabamos de convertirnos en amigos. AMIGOS.
Con alguna que otra salvedad, como es obvio, sería estúpido asegurar lo contario con todo lo que
llevamos a nuestra espalda: tanto juntos, como por separado. Recuerdos compartidos nos
sobrevuelan amenazantes. Decido no replantarme el hecho de si para él esta amistad forzada y algo
sintética tiene el mismo significado que para mí. Lo mío es puro egoísmo, porque necesito alguien a
mi lado: le necesito a él. No me siento con la entereza suficiente para enfrentarme a nada en este
instante de mi vida, y si no estoy equivocada Daniel lo entiende y lo asume. Quizá lo haga por
respeto a mí, debido a la delicada situación actual o porque después de lo sucedido en los Hamptons
ha optado por echar el freno de mano y puede que hasta meter la marcha atrás. Me dan igual sus
razones, lo importante es que puedo contar con él, y eso me basta.
Esta mañana, y después de que literalmente me salvara de morir ahogada en ese inquietante
sueño (del que por cierto he preferido no hacer ningún tipo de interpretación), incluso dentro de esa
inconsciencia, le sentí: lo justo para que me devolviera a la superficie, lo suficiente para
despertarme en paz y lo necesario para volver a ser yo de nuevo. Las lágrimas vinieron después, sin
avisar, e incontrolablemente desbordantes. Según parece en eso me he convertido: en todo o nada.
Finalmente, y alentada (o coaccionada) por mi pequeño duendecillo dictador y bajo la mirada
oscura de mi propio Mitch Buchannon (o séase Daniel Baumman; Socorrista de sueños), me dejé
arrastrar fuera de la habitación, del hospital e incluso del perímetro que lo rodea. Yo pensaba que
desayunaríamos algo en el bar del propio centro hospitalario o en algún lugar cercano a este, pero
no, Daniel me subió en su moto y me llevó hasta Las Tablas, otro barrio residencial y familiar del
estilo a donde está ubicado el propio hospital, con la excusa de hacerme probar uno de los mejores
sándwiches vegetales de toda la capital. Efectivamente, no se equivocaba, rara vez lo hace.
—Me inquieta que conozcas mejor que yo mi propia ciudad— apunté ya sentados en un rincón
del local entre dos grandes ventanales.
—Te recuerdo que no nací aquí, pero sí que viví muchos años.
Sinceramente, no era eso lo que me inquietaba, sino los diez minutos de recorrido en moto
hasta el lugar, porque se me hicieron cortos y turbadoramente placenteros. Rodeándole la cintura,
sabiéndome segura, su mano que con osadía soltaba el manillar para asegurarse que mi agarre era
suficiente para estar a salvo, y la sensación efímera de que sobre esas dos ruedas solo éramos él, yo
y la carretera. Nada más.
—No te gusta —afirmó Daniel muy serio.
—¿Cómo?
—El anillo, no te gusta.
No era consciente de que me había quedado mirando con fijeza el solitario que aún hoy adorna
mi dedo anular.
—Es bonito, quizá algo clásico.
—Te equivocas, es corriente y tú, excepcional. Claramente el que te regaló ese anillo no lo
sabía.
Pudo pronunciar su nombre en ese momento y no lo hizo, aguantó un poco más. Unos diez
minutos más tarde, cuando yo apenas había mordisqueado medio sándwich, algo alentó a Daniel para
hacerme esa pregunta que yo había estado esperando desde que me desperté esta misma mañana.
—¿Y Barry?
Ni siquiera me miró, tan solo ojeaba su Smartphone con fingido desinterés.
—¿Qué pasa con Barry?
Si iba a preguntármelo que lo hiciera con dos pares, que para eso los tiene.
—No ha venido.
Y está vez si me miró, directo y sin contemplaciones.
—No, no ha venido —repetí.
Imposible escapárseme su cínica sonrisa, pero la ignoré o al menos traté de hacerlo durante el
largo silenció que se instaló entre nosotros y en el que Daniel no hacía más que removerse en su
silla, atusarse el pelo repetitivamente o mirar a la calle a través del ventanal con la mandíbula tensa,
luchando por contenerse y no soltar todo aquello que indudablemente bullía en su cabeza.
—¿Puedo decir algo?
Un minuto y veintiséis segundos fue lo máximo que alcanzó a contenerse antes de llegar a su
punto de ebullición.
—Tú dirás —respondí con una mezcla de indiferencia y desdén.
Puede que no se mereciera ese trato de mi parte, pero mi padre está en coma, mi prometido
puede que deje de serlo y a esto hay que sumarle, además, un terrible cansancio debido al jetlag por
el viaje, además de uno emocional.
—¿Cuál es su excusa? —espetó.
Codos sobre la mesa, torso inclinado hacia adelante, manos en un tenso puño cubriéndose la
boca… era incapaz de esconder su evidente hostilidad.
—No me entra en la cabeza Bella. ¿Cuál es su excusa para no dignarse a acompañar a su
prometida en un momento tan delicado como este?
De verdad que él parecía realmente ofendido y yo… yo podría haber puesto un millar de
excusas: como que es un importante neurocirujano muy implicado en su trabajo y para el que no es
tan sencillo cruzar el Atlántico de la noche a la mañana (lo cual es cierto, aunque no le exime de ser
un capullo), que igualmente vendría en unos días o que le daban miedo los aviones ¡yo que sé! Pero
hay algo en mí que, indudablemente ha cambiado, haber vivido una de las relaciones más importantes
de mi existencia sustentada en mentiras te hace ver cosas como que no puedes exigir lo que no das,
pero, sobre todo, que ocultar la verdad no lleva a ningún lado, por lo menos no a uno al que yo
quiera volver de nuevo.
—Su excusa —expuse imitando su postura con los codos sobre la mesa mirándole de frente—
es querer tomarse un tiempo de nuestra relación —y no me pasó desapercibida la incredulidad que le
produjeron aquellas palabras, como si le hubieran flasheado con las luces de un camión tamaño
mastodonte.
Y por una vez en su vida, Daniel Baumann se quedó sin palabras.
Volvimos en silencio al hospital, yo convencida de que me dejaría allí y regresaría a su rutina
de hombre de negocios, y que sumariamos este, a otro de esos encuentros desastrosos: error.
Permaneció todo el día a mi lado, no físicamente, a decir verdad, se le veía distante y pensativo, no
obstante, estaba ahí, aunque en un segundo plano.
Ya por la tarde llegó Teresa con un semblante más relajado al que tenía en el día de ayer (al
menos en apariencia), tratando de distender el ambiente relatando anécdotas laborales sobre
ancianos con ideas confusas sobre la labor que realiza una enfermera o sus propios errores cuando
empezó en el gremio.
Un par de horas después Chloe desapareció para ir a buscar a Víctor al aeropuerto, que al fin
volvía de Nueva York. No había encontrado billete hasta hoy. Y ya cuando empezó a oscurecer fue
Teresa la que me pidió encarecidamente que me fuera a casa a descansar, puesto que esta noche sería
ella la que se quedaría con papá.
Así que aquí estamos, Bella y Daniel, dos viejos amantes dispuestos a reciclar esa desfigurada
relación, hasta convertirla en algo parecido a una amistad.
Pasado por fin el temible umbral de la puerta, me adentro en este hogar que ya no lo es tanto, y
aun teniendo a Daniel a mi espalda, me siento incapaz de avanzar más allá de la penumbra de este
salón. Y es el de siempre: con su parqué desgastado y sin brillo a causa de los años, con ese horrible
plafón que, a pesar de su desorbitado tamaño, nunca ha iluminado lo que cabría esperar. En el
aparador, ese bote con arena de una playa valenciana que con ilusión recogí para mi abuela de un
viaje en Semana Santa que compartí con Luis; aún se puede leer: «El Saler, 2004» escrito con
rotulador negro sobre el cristal. Permanecen intactas las marcas horizontales con sus
correspondientes fechas que papá iba haciendo año tras año sobre el marco de la puerta que da a la
cocina, y que ahora, conforman incuestionablemente un vestigio de que este fue siempre un hogar
para mí. El cuadro que cuelga en la pared sobre el sofá del jilguero que bordó mi madre estando
embarazada de mí, y que yo bauticé con el nombre de Jilguero Manero debido a que las alas del ave,
imitan a la perfección el famoso paso de baile que hizo famoso a John Travolta en «Fiebre del
sábado noche». Todas esas cosas componen un hogar que veo diluirse ante mis ojos con una penosa
impotencia.
—¿Estás bien?
—Sí, simplemente me siento algo desbordada, todo ha pasado muy rápido.
—¿Por qué no te das un baño mientras yo pido algo de comer?
Su voz tan sugerente… Sus manos sólidas sobre mis hombros… Nada como Daniel Baumann
para serenarme e imprimarme una voluntad que ya ni siquiera recordaba que tenía. Y por esto le
necesitaba precisamente a él, porque sabe tomar las riendas de la situación cuando es necesario.
—Pensaba que me harías algo de comer —me burlo despertando al fin de mi bloqueo.
—Sabes que la cocina nunca ha sido lo mío.
—Cierto.
Arrastro la maleta directa a mi habitación de adolescencia, sin hacer paradas innecesarias en
el resto de estancias de la casa. Me doy una dilatada ducha con efecto reparador, buscando ese punto
de mente en blanco que, por otro lado, no consigo; siempre he creído que ese concepto es alguna
clase de mito o leyenda urbana. Como digo, no conquisto la cima de la Mente en Blanco, pero al
menos las lágrimas ya no son un problema, y que el agua borre su rastro al pasar ayuda. Porque todo
ese vacío que había perdido ha sido substituido por una presión desgarradora que mezcla el miedo,
la incertidumbre y el desasosiego en un cóctel que duele hasta las entrañas. Ya sería difícil volver a
enfrentarme a otra pérdida, pero hacerlo a dos… Barry… Papá… Son tantos los pensamientos que se
le pasan a una… entre ellos se cuela el recuerdo del pelo largo de Daniel pegajoso debido al salitre,
el olor a alcohol disfrazando su acogedor almizcle, la luna llena mostrando su vulnerabilidad
amalgamada a su indudable atractivo, y una de sus primeras confesiones en aquella cala de Ibiza. El
dolor por la pérdida de sus padres y de la que creía la mujer de su vida en un mismo día, ese azote
que le atestó la vida de una sola vez, de un solo golpe. Y aquí está, catorce años después, en la
habitación de al lado de esta casa que apenas reconozco como mía, en pie, luchando cada día contra
una adicción, peleando por mantener un imperio que tuvo que levantar casi de cero, levantándose una
y otra vez como un auténtico guerrero, como La Bestia que es. Cuánto menos es inspirador, no por
ello hace que sea menos dolorosa la posibilidad de que mi padre no vuelva a despertar y que se haga
realidad esa pérdida. O que despierte y no vuelva a ser él. Resulta arduo discernir cuál de las dos
posibilidades me aterra más.
—Bella —escucho a Daniel golpear con suavidad la puerta—. Bella, ¿estás bien?
—Sí, ya salgo.
—Ha pasado un buen rato y ya han traído la cena. Te iba a decir que se enfría, pero es sushi,
así que…
—Gracias.
Sin mucha dilación me seco el cuerpo y me paso un peine, ahora que lo tengo corto es mucho
más cómodo. Rebusco en el armario algo que ponerme: un pantalón corto gris de algodón y una
camiseta holgada, con las letras de Metallica ya desgastadas, parecen una buena opción.
Descalza y con la misma tristeza que antes, aunque más reconfortada solo por el hecho de oler
ligeramente mejor, llego al salón casi reptando (anímicamente me refiero). Encuentro a Daniel
sentado en el suelo, frente a la mesa de centro con la espalda apoyada sobre el borde del sofá, sin
zapatos ni jersey: una sencilla camiseta azul añil, unos vaqueros oscuros y una mirada que, al posarse
sobre mí percibiendo mi presencia, ha agitado algo más que un olvidado aleteo de mi estómago.
Porque siento como si me viera por primera vez: con devoción, cariño e incluso amor.
Le sonrío. Me sonríe. Probablemente no son las sonrisas más radiantes de la historia, no
obstante, son sinceras, íntimas y tranquilizadoras. Al menos la suya lo es.
—Ven, siéntate —me pide haciéndome un hueco a su lado.
Lo hago, en silencio, aparentando distraerme con las bandejas repletas de rollitos de arroz
envueltos en algas que ocupan casi por completo la ajada mesa de madera.
Daniel me tiende unos palillos que llevan grabados en negro y rojo el nombre de ese
restaurante que, inevitablemente, me trae recuerdos de un pasado compartido.
—Maki Madrid —murmuro acordándome de Xavi, chef galardonando con tres Estrellas
Michelin, amigo y socio de Daniel y creador de estas delicias—. ¿Aún sigue regalándote todo el
sushi que quieras? —le digo levantando una ceja.
—Me temo que no, ahora me toca pagarlo.
—Qué pena me das… igual te arruinas.
—Si esta comida logra que sonrías de esa manera —añade apuntándome con un palillo a la
cara— sin duda me arruino, pero con gusto.
—Daniel… —le reprendo.
—¿Qué?
—Hemos dicho amigos.
—¿Acaso no puedo disfrutar viendo sonreír a una amiga?
No es que no me gusten sus halagos, es que no me siento cómoda con ellos. Tampoco creo que
sea tan raro de entender…
Lo dejo pasar, y lo más probable es que hacerlo sea una equivocación por mi parte. Si la
sensatez me funcionara con normalidad debería explicarle el verdadero significado de esta pseudo
amistad. Igualmente, mi pensamiento dubitativo y cobarde es gratamente irrumpido por Daniel, que se
siente más cómodo haciendo fluir la conversación, aunque sea por otros derroteros.
—¿Y cómo es que no te quedas en tu piso? —niego con la cabeza—. He tocado un tema
delicado —concluye observando mi reacción.
—Desde que falleció mi abuela no he vuelto a pisarlo. Son demasiados recuerdos, no sé… Fue
mi casa durante varios años, pero antes de eso había sido la suya, y para mí, siempre será la casa de
mi abuela.
—Lo siento Bella —se disculpa compungido—. Marc me lo contó y estuve tentado a llamarte,
pero no lo vi oportuno después de todo lo que había pasado.
—No tienes que justificarte Daniel, tomaste la mejor decisión.
—¿Qué le pasó? —pregunta con naturalidad, pescando, hábil, un rollito con los palillos.
No sé si por la vida que le ha tocado vivir, pero Daniel siempre parece enfrentarse a la muerte
con una entereza, valentía y normalidad que cuanto menos es turbadoramente admirable. Al menos, a
mí me lo parece.
—Un infarto al corazón, fue muy repentino. Yo acababa de llegar a Nueva York cuando sucedió
—respondo sintiendo ese doloroso recuerdo emerger.
—¿Y cómo qué elegiste Nueva York?
Percibiendo mi incomodidad, Daniel ha optado por desviar la conversación.
—Quería salir de España… la prensa no dejaba de atosigarme y decidí que lo mejor sería irme
fuera, además el trabajo estaba muy mal aquí. Mandé currículos a bastantes sitios, pero el único que
me dio respuesta fue New World.
—Está claro que vieron tu potencial —declara con orgullo.
—Gracias —respondo divagante.
Divagante por qué, os preguntareis. ¿Sabéis de esas veces que la cabeza empieza a hilar unos
pensamientos con otros hasta dar con un interrogante que no sabes por qué, pero necesitas resolver?
¿No, no os ha pasado? Bueno, pues a mí sí.
—Oye Daniel, ¿tú crees que lo que hice fue huir? Una vez me dijiste que me fui a Paris
huyendo, ¿piensas que hice lo mismo esta vez?
No sé el por qué me urge saber su opinión al respecto.
Con un gesto que bien podría denominar como dogmático (lo que viene siendo sinónimo de
Bestia), se vuelve hacia a mí, probablemente sorprendido por la inesperada pregunta.
—No. No creo que estuvieras huyendo, estabas buscando esa vida que siempre te has
merecido. Fuiste muy valiente, siempre lo has sido —culmina deslizando la servilleta de papel sobre
sus labios, en un ademán demasiado sexy para mi fuerza de voluntad—. Mira Bella, en el pasado dije
muchas cosas y… no siempre llevo la razón.
Ese ataque de sinceridad como que me ha dejado algo descolocada/patidifusa.
—¡Vaya! —exclamo chasqueando la lengua—. Sí que ha cambiado usted señor Baumann,
¿dónde ha quedado esa pedantería presuntuosa por la que es mundialmente conocido?
—Digamos que he aprendido a separar a Daniel de La Bestia. Reservando a cada uno para lo
que corresponda.
—¿Y con quién tengo el placer de compartir ahora mi tiempo?
Ya lo sé, quien juega con fuego se quema…
—Tú ya lo sabes, con Daniel. Eres la única con la que soy capaz de sentirme yo mismo.
Y sí, es cierto, yo nunca he necesitado de su aclaración para saber cuál de esas dos partes es la
que me muestra; siempre ha sido Daniel, La Bestia tan solo es un papel de tipo duro que le ha venido
bien de cara a la galería. Aun así, contrariamente a lo que probablemente pretendía con su
declaración, lo único que ha logrado es que me ardan las tripas de pura furia, porque no olvidemos
que tiene pareja. Y creo que, por ahora, yo también.
—¡Qué halagador! —añado sarcástica llevándome una mano al pecho con teatralidad—
Entonces, ¿qué haces con La Bestia: te la guardas para cuando te acuestas con Ariel?
—¿A qué viene eso? —espeta entre asombrado y molesto abriendo los ojos de par en par como
un jodido Lémur.
Vale, sí, quizá me he pasado. Deduzco que, que hable como si todavía fuéramos aquel
nosotros, activa alguna clase de resorte que me hace saltar. Lo que me cabrea más todavía por
dejarme arrastrar por esa Bella impulsiva del pasado que pensaba tener ya más que controlada.
—Lo siento —me disculpo poniéndome en pie claramente arrepentida—. No sé porque he
dicho eso, perdóname Daniel.
Nerviosa, comienzo a recoger los restos de nuestra cena evitando por todos los medios
encontrarme con su mirada.
—Bella —Su mano rodea mi muñeca obligando a detenerme, pero no por ello le miro a la cara
—. Hace meses que no toco a Ariel.
—Cállate —mascullo en un ruego tratando inútilmente zafarme de su agarre—. No me debes
ninguna explicación, tampoco la necesito.
—Mírame por favor —Y lo hago—. Lo que te dije en la playa, mis sentimientos por ti son de
verdad. Es real lo que siento Bella, ¡joder! Puede que me equivocara al no contarte que habíamos
perdido el bebé, pero…
—Evidentemente que te equivocaste —le irrumpo tirando de mi brazo en un gesto brusco
logrando que me suelte—. Y, ¿cómo sabes que lo sé?
—Monika.
Al parecer su hermana no tardó en advertirle que había metido la pata conmigo yéndose de la
lengua.
—Me has tratado como a una estúpida haciéndome creer que ibas a ser padre Daniel, dejando
que te echara en cara algo que probablemente no ha sido fácil para ti, estoy segura que perder ese
hijo no lo ha sido. ¿Y permitiste que yo creyera que eso seguía adelante? Me dejaste hacer el
ridículo, de nuevo.
—No, Bella. No te conté lo del aborto porque no quería que te acercaras a mí por lástima, sino
que lo hicieras a pesar de que yo fuera a ser padre, a pesar de que tú fueras a casarte. Necesitaba que
admitieras que sigues enamorada de mí, que esto entre nosotros no es pasajero, que siempre va a
estar ahí. Que me quieres, igual que yo a ti.
Le sostengo la mirada con una furia casi desconocida.
—Claramente esperabas demasiado de mí.
Le doy la espalda y me meto en la cocina, pagando mi cabreo con los envases que he recogido,
lanzándolos con rabia a la basura.
¿De verdad esperaba que me lanzara a sus brazos sin importarme el daño que pudieran causar
nuestros actos? Bueno, tampoco le culpo, Daniel conoció a una Bella mucho más impulsiva y un poco
descerebrada que poco pensaba en las consecuencias de sus acciones. Afortunadamente, he
madurado, al menos en ese aspecto.
Respiro hondo un par de veces apoyada en la encimera, reflexionando en lo que sea que acaba
de suceder. Debería admitir que estamos forzando algo que es insostenible: ¿Daniel y yo amigos?
Vamos, no hay quién se lo trague. Existen demasiados sentimientos encontrados, conflictos sin
resolver y para qué engañarnos: hay un vínculo más fuerte de lo que yo imaginaba que nos mantiene
conectados, nos guste o no me guste o no.
Vuelvo al salón, pero no está. En un primero momento mi ritmo cardíaco se acelera
especulando con la idea de que se haya largado, pero enseguida descubro que sus cosas (jersey,
chaqueta, botas y cascos de moto) continúan aquí, así que me tranquilizo, no sin antes maldecir a mi
cuerpo por esa desmesurada reacción.
Saco el teléfono del bolso y lo enciendo. Lo apagué tras la conversación con Barry ayer por la
noche. Lo reconozco, algo en mi estómago chispea nervioso esperando obtener alguna señal del que
no sé si seguirá siendo mi prometido. NADA. Lo que sí tengo son varias llamadas y mensajes, pero
de Vero:
Hola preciosa.
Siento mucho lo de tu padre, te he llamado varias veces, pero tienes el teléfono apagado. Supongo que tampoco
tendrás ganas de hablar ahora.
10:23
He tratado de ir al hospital, pero Marc no me deja. Bueno, en realidad, ni él ni los médicos. Se supone que tengo
un embarazo de riesgo, aunque yo creo que es una treta de Marc para no salir conmigo a la calle. ¡Parezco una
puta ballena varada en esta casa!
10:24
Solo quería que supieras que estoy aquí para lo que necesites. No dudes en llamarme para cualquier cosa y a
cualquier hora si es preciso.
Te quiero.
10:24
#LiberadAWilly
#NecesitoSalirDeEstaCasaYaOMeVaADarAlgo
#SacaAlPequeñoMarcDeDentroDeMíTeLoPidoPorFavor
10:25
Gracias guapa.
La verdad que ha sido un palo y creo que todavía estoy en shock.
No puedo imaginar mi vida sin él…
23:52
Por cierto, estás preciosa y eres la madre más bonita que he visto en mi vida.
Estoy segura de que Marc está haciendo lo mejor para ti y para el bebé (o más le vale).
23:52
#EstasComoUnaCabraYCreoQuePorEsoTeQuiero
23:53
A su mensaje va adjunto un selfie y se la ve radiante, de hecho, creo que nunca la había visto
tan guapa. Lo que me hace mostrar una melancólica sonrisa al contemplar la plenitud de su dicha. Y
aunque sí es cierto que tiene la cara más redonda, lo único grande que se ve en la imagen son un buen
par de…
—¡Madre mía! Marc debe de estar encantado —murmuro con la vista pegada en los pechos de
mi amiga.
—¿Encantado con qué? —pregunta Daniel saliendo del pasillo con la frente arrugada, incapaz
de ocultar su intriga.
—Con la futura paternidad.
Puede que no sea un tema a tratar con alguien que acaba de ver frustrados sus intentos de ser
padre…
—Lo está —afirma echándole un vistazo a la imagen que ocupa mi teléfono.
—¿Sabes de qué me acuerdo?
—Dime.
—Del día que los presenté —relato melancólica—. Y de que te advertí de que Marc se había
enamorado de ella.
—No te equivocabas.
¿Yo sonaba melancólica? Está claro que no se había pronunciado todavía Míster Nostalgia.
—Creo que debería irme ya —anuncia recogiendo sus cosas.
—Podrías quedarte. Solo por esta noche.
Daniel
Imposible pegar ojo. No cuando descubres que dejaste escapar a la única mujer que has amado a
miles de kilómetros de distancia y ahora, que crees tenerla más cerca descubres que, en realidad, es
más inalcanzable que nunca. No solo una pared nos separa, es el rencor el que nos aleja, por no
hablar de que el dolor me expulsa completamente de su lado.
Cuando me planté esta mañana en el hospital, ya sabía que no iba a estar en una tesitura
cómoda, las cosas con Bella no terminaron muy bien la última vez, pero mi intención era conseguir
que se sintiera arropada, aunque egoístamente esto me concedía una excusa para verla de nuevo y
quizá, buscar la manera de redimirme por cómo la cagué, no obstante, no estaba preparado para esa
Bella. Y eso que ya tenía referencias de primera mano gracias a Chloe que, aunque es su amiga,
también es mi confidente. Si ya de por sí, no me hacía mucha gracia Barry, tan solo por el hecho de
existir y compartir su vida con Bella, menos me gustó averiguar por palabras de su propia amiga, que
este ha logrado anularla, convirtiéndola en una mujer contenida, infeliz, fingida y lo peor de todo:
conformista. ¿Dónde quedó la Bella espontánea?
Guiada por ese neurocirujano ha creado una armadura a su alrededor, y mentiría si no
admitiera que me irrita enormemente no ser capaz de derribar ese blindaje que se ha autoimpuesto.
He sido testigo hace apenas un momento de como se ha asomado esa Bella de antaño; pero también
de la decepción consigo misma, en una lucha interna entre la que me enamoró a mí y la que Barry ha
construido a su antojo.
Barry. ¡Cabrón engreído!
Cierro los ojos, bufo y me siento en el borde de la cama plantando los pies en el suelo.
Barry saca la peor parte de mí.
En un momento de locura transitoria se me ha pasado por la cabeza incluso hacerle una
llamada. ¿Con qué propósito? Ninguno más que el de desahogarme. Gracias a Dios he tenido la
lucidez justa para descartarlo. Y soy consciente de que no soy el más indicado para meterme, mucho
menos para cabrearme porque tenga el jodido don de la oportunidad haciendo sufrir a Bella en un
momento tan delicado como este (obviando que además haya hecho de esta alguien irreconocible).
Supongo que lo que más me molesta es ser testigo de un sufrimiento del que puede que yo tenga más
culpa que el propio Barry. No cabe duda de que eso es jodidamente más insoportable.
Escucho el teléfono vibrar dentro del bolsillo de los pantalones que permanecen doblados
sobre la silla de mimbre que hay junto a la cama. Lo saco con intención de apagarlo, algo que nunca
hago y menos si no le estoy prestando al trabajo la atención que se merece, pero hay otros riesgos
que suponen permanecer localizable todo el día y perdonad, pero no pienso cagarla de nuevo con
Bella. Leo el mensaje que acaba de entrar, ese que si hubiese hecho las cosas bien no debería estar
recibiendo, del mismo modo que yo tampoco debería estar respondiendo. ¿Cobardía?
Probablemente, no lo niego.
Vuelvo a guardar el teléfono y me siento de nuevo consciente de que no voy a pegar ojo esta
noche.
Escucho ruido detrás de la puerta.
Me levanto y en paso y medio, ya estoy girando el pomo. Diminuta sería un eufemismo para
definir el tamaño de esta ratonera habitación. Quizá estoy mal acostumbrado, no digo que no, pero
apenas entra una cama de un cuerpo, una silla, y no puedes abrir la ventana y la puerta a la vez sin
hacer que rocen una con otra. Lo sé, surrealista.
Ahí está, Bella, bajo la luz mortecina del pasillo, descalza, insegura y preciosa. Logrando que,
con su sola imagen plasmada en mi retina, la sangre se cargue de fuerza y corra por mis venas como
si fuera un chute de alguna droga muy dura, como ahora mismo se me está poniendo…
—¿Estabas… —pregunta alzando rápidamente la mirada de mi entrepierna con las mejillas
coloradas—? Lo siento, es que no podía dormir y no sabía si ya estarías…
—No pasa nada. No he hecho más que dar vueltas en el colchón —le digo rascándome la nuca,
nervioso, igual que un puto quinceañero por tener a la bendita mujer de sus sueños delante y no poder
hacer nada más que contemplarla.
—¿Tampoco puedes dormir?
—No.
Bella mira al fondo del pasillo, yo la admiro a ella y un inquietante silencio nos envuelve.
—¿Quieres hablar?
Con esa pregunta la invito a pasar haciéndome a un lado, pegando el culo contra la pared
dejando el espacio justo para que entre.
Me mira. No, no está nada convencida de que esto sea buena idea. Yo tampoco lo estoy…
Miento, claro que lo es: ella, yo, una cama… Es un jodido sueño.
La conozco tan bien… más incluso de lo que puede que se conozca ella misma. Sí, soy
consciente de lo arrogante que suena eso, pero es así, como una ley universal. Con ella todo es
cuestión de tiempo y paciencia, hacerle ver que estás ahí, que no hay prisas, que esperarías por ella
toda la eternidad. Y lo harías, porque es el puñetero centro de tu existencia.
Varios largos segundos de indecisión, Bella entra y se sienta en la cama apoyando la espalda
contra la pared, abrazando sus piernas que mantiene encogidas sobre el pecho, y tras otro lánguido
silencio bajo mi inevitable escrutinio, decide pronunciarse:
—¿Nunca has tenido miedo a la soledad?
Ahí está, mi pequeña, la de verdad. No ese sucedáneo fingido que permanecía atrincherado tras
la inmensidad de un millar de murallas. Con los ojos clavados en los míos, mostrándome sus miedos
sin tapujos.
Me acerco, me siento a su lado apoyando la espalda en la misma pared, aunque con la vista
pérdida en esos recuerdos que comienzan a emerger, flotando en medio de un océano al que he
evitado por todos los medios adentrarme durante años. Lo hago, me sumerjo, por la única persona
que lo haría.
—Esa es la verdadera razón por la que soy alcohólico —confieso—. La soledad te impone un
encuentro contigo mismo del que no hay escapatoria; eres tú contra tus propios demonios. Y yo…
tenía muchos y no era capaz de enfrentarme a ellos de frente. Terminé buscando una vía de escape,
pero tú Bella —hago una pausa para profundizar en ese color miel que se esconde bajo sus pestañas
—, eres fuerte, quizá la persona más valiente que yo haya conocido en mi vida.
—¿Yo? —dice incrédula—. Me tienes en demasiada estima, además de estar siendo demasiado
duro contigo mismo. Eras joven y fue un golpe muy duro Daniel, es admirable hasta dónde has
llegado y lo que has conseguido. Mírate, eres uno de los hombres más ricos del mundo, guapo, con
éxito, has superado una adicción y en ti rebosa una bondad de la que creo aún no eres consciente,
pero que a mí fue, sin lugar a dudas, lo que me enamoró de ti. Eres un ejemplo a seguir.
—Estoy seguro de que eres la única persona en todo el planeta que me ve de esa manera.
—Eso es porque yo conozco a Daniel y el resto prefiere quedarse con La Bestia.
—Bella, yo lo que quiero decirte, es que la soledad aterra, pero es necesaria. Te empuja a
emprender un trabajo interior para el que no todos estamos preparados, al menos yo no lo estaba.
Pero hay que surcar ese camino necesariamente en algún momento de la vida. ¿Sabes cuándo
emprendí yo el mío? Los meses que estuve en los Hamptons, ahí fue cuando me reconcilié conmigo
mismo. No lo veas como un abismo, tienes que percibirlo como un punto de reflexión importante.
Porque Bella, quien teme a la soledad es porque se teme a sí mismo. O lo que es lo mismo, no se
quiere a sí mismo.
—Tú no lo hacías.
—No, pero ahora sí. La carta que me escribiste hace dos años y que encontré en el suelo de mi
piso aquel fatídico día… el estar a punto de perderte de verdad. Todo fue un principio para mí, y
nuestra ruptura, un detonante para empezar a hacerlo.
—Estoy muy orgullosa de ti.
Su confesión repleta de satisfacción, me ha incitado a hinchar el pecho como un puto pavo real.
Dios, son las palabras más sanadoras que pudiera haber escuchado.
—Pase lo que pase, estaré aquí. Lo sabes, ¿verdad?
Clava una mirada cargada de franqueza sobre mí, no me responde con palabras, aunque
tampoco las necesito, me basta con que tenga la certeza de que para mí ella es un para siempre.
—Gracias por no obligarme a enfrentarme a mí misma en este momento.
—Gracias a ti por permitir que me enfrente a esto contigo.
Sujetándola de los hombros la acerco a mí para depositar un sentido beso sobre su cabeza. Uno
que le muestre que estoy aquí con ella, que, de hecho, siempre lo he estado.
Martes, 11 de septiembre
Bella
Demasiado cómoda para optar por despertarme: el peso de un brazo rodeándome la cintura desde
atrás… un cálido aliento en mi cuello… un beso bajo el lóbulo… un cosquilleo en mi estómago… un
gemido… un movimiento de cadera tras de mí… un cosquilleo más abajo…
Me giro entre esos brazos abriendo perezosamente los ojos para descubrir a... Daniel en un
estado de somnolencia parecido al mío.
—¡Mierda!
¡¿Acaba de restregarme su potente erección en el culo?!
Me revuelo, tratando de librarme de su abrazo, pero justo cuando estoy a punto de pisar el
suelo, Daniel más ágil de lo que cabría esperar me sujeta y sin ninguna clase de reparo me tumba de
nuevo con la espalda sobre el colchón. Levanta mi camiseta hasta el ombligo y colando dos dedos en
la cinturilla del short lo baja despacio, no del todo, lo justo para contemplar su descubrimiento.
Pillada.
—¿Bella…? —murmura con la vista clavada en mi piel.
Con las prisas por querer escapar de la cama no era consciente de que había dejado al
descubierto los trazos de las dos rosas que cubren la parte baja de mi vientre.
Levanta la cabeza, tan solo un momento, para mirarme a los ojos, pero yo muerta de vergüenza
me tapo la cara con el antebrazo. Jamás pensé que Daniel llegaría a verlo, y menos de esta manera.
Dos Tiger Rose dibujadas horizontalmente enlazadas por el tallo: una de color rosa con rayas
atigradas en granate (idéntica a la que me regaló tantas veces) y junto a ella, otra que mezcla el rojo y
negro llena de espinas.
—Quería cubrir la cicatriz y… —siento que tengo que darle una explicación, pero se me
apagan las palabras.
—Joder Bella… —murmura acariciando con sus dedos esas dos flores que tienen tanto
significado para nosotros.
Gimo inevitablemente a su contacto.
—Para —le imploro atrapando su muñeca entre mis dedos trémulos—. No me mires así, por
favor.
—¿Cómo te miro?
—Como si no hubiese pasado un día desde que nos separamos.
—Es que para mí no ha pasado y esto —apunta señalando la tinta en mi piel— me dice que
para ti tampoco.
Con paciencia y sigiloso como un felino, se coloca sobre mí apresando mis muñecas a la altura
de mi cabeza, acercando su rostro apenas a unos centímetros del mío. Y lo que antes era un ligero
cosquilleo en mi estómago, acaba de convertirse en un batir de alas difícil de ignorar.
Se mantiene inmóvil, a escaso centímetros de mi cara. Casi puedo saborear uno de sus besos;
el calor que exhala de su boca acaricia mis labios desvelando un deseo que me guste o no, siempre
ha estado ahí.
El tiempo se dilata deliciosamente a su lado, mostrándome sin palabras que él es el único que
soporto tener sobre mí y que, además, me gusta, me excita e incluso (aunque suene raro) me
reconforta. Sería absurdo negar lo contrario cuando el algodón de la camiseta contra mis pezones
resulta verdaderamente doloroso, cuando mis labios tiemblan por ser apresados bajo los suyos,
cuando trato de moverme, pero él me lo impide y yo reacciono con un jadeo, cuando mi ritmo
cardíaco se ha tornado más dinámico al escuchar un ronco gemido animal procedente de lo más
hondo de su garganta…
No me va a besar, soy consciente de ello. Espera que sea yo la que tome la iniciativa. Me
humedezco el labio inferior y lo muerdo bajo su atenta mirada, anticipándome a algo que ya es
irrefutable: mi atracción por Daniel es real. Pero…
Suena el teléfono de casa. Ninguno de los dos nos movemos. Quizá porque parece haberse
detenido el tiempo ¿o es una regresión al pasado? Demasiado complicado.
Daniel sigue aguardando por mí, mientras yo batallo una lucha interna entre el querer (besarle)
y el deber (de no hacerlo porque no es correcto estando aún prometida de un hombre al que quiero).
Llaman de nuevo, pero esta vez un pensamiento mayúsculo colapsa el resto de toda esa
verborrea mental a la que me había visto sumida y arrastrada: «Papá».
—Papá —pronuncio en voz alta tras un parpadeo y un movimiento de cabeza, como si acabara
de despertar de un embrujo.
Daniel no se interpone, afloja mis muñecas sin que tenga que pedírselo, facilitándome la huida
de la cama a toda velocidad.
Corro por el pasillo incrementando el ritmo de mi ya acelerado pulso hasta llegar a la cocina,
donde con manos convulsas descuelgo la reliquia de teléfono verde con disco de marcar y cable
kilométrico que lleva anclado en esa pared desde antes de la Guerra Civil.
—¡¿Sí?!
—Bella, soy Teresa.
—¿Va todo bien?
—Neil… —balbucea entre lágrimas.
Mi cuerpo reacciona con un agudo tembleque que me impide mantener el auricular contra la
oreja.
—¿Está bien? ¿Qué ha pasado?
—Ha despertado Bella.
Una información que actúa sobre mí como un sedante catártico, como si me quitaran parte de
una losa que me empujaba abruptamente más y más hondo. «Papá ha despertado». No sé cómo está,
solo sé que está de vuelta.
Dejo caer el brazo a un lado de mi cuerpo y con él, el teléfono que se queda colgado como un
péndulo, rozando las baldosas del suelo.
Gotas de esperanza humedecen mis mejillas dejándome sumida en un inevitable letargo.
—Teresa, soy Daniel… Sí...
Daniel aparece rodeándome con un brazo contra su cuerpo, tomando el control de la situación,
con esa voz segura, varonil y ese dictamen que solo alguien como él domina a la perfección.
—Ahora vamos para allá… Sí… Descuida… Gracias por llamar.
Atravesar el umbral de una puerta nunca se había convertido en una necesidad tan mayúscula. Mis
Converse chirrían contra el suelo marmoleo debido a la rapidez y la torpe precisión de pisada que
llevo. Apenas quedan unos pasos para llegar y mi ritmo cardíaco retumba con crudeza en mis oídos.
—Bella, espera.
Daniel me detiene con una mano sobre el hombro justo cuando mis dedos se aferran al pomo de
la puerta dispuesta a entrar.
—¿Qué haces? —le recrimino con una mirada agresiva.
No estoy ahora mismo para muchas contemplaciones.
—Quiero que antes de entrar ahí tengas en cuenta por lo que ha pasado tu padre.
—¿A qué viene esto? Sabes algo que yo no, ¿verdad? —Y del reproche paso a un completo
estado de pánico—. ¿Qué te ha contado Teresa? No está bien, ¿verdad?
—Bella, relájate —me pide apartando el pelo de mi cara en una caricia tan íntimamente tierna
que me deshace por dentro, derribando las últimas barreras que mantenían a raya ese miedo que hasta
ahora luchaba por contener.
—Daniel...
—Deja que yo lo sostenga —me pide con dulzura atrapando con el pulgar la solitaria lágrima
que rueda por mi mejilla.
La certeza que se expande en mi interior brama al compás de mi corazón el nombre de Daniel,
el único capaz de infundirme la paz y el valor necesarios para enfrentarme a esta o a cualquier otra
situación. Porque sí, a veces necesitamos a alguien a nuestro lado y tener a Daniel es un glorioso
regalo.
—Gracias.
Acoge mi mano entre las suyas obsequiándome con una mirada tranquilizadora al tiempo que se
lleva hasta los labios el dorso para depositar un beso largo, profundo, reparador, sellando así una
cicatriz más profunda y dolorosa que la que divide en dos mi vientre.
—¿Vamos? —me pide pasado unos largos segundos.
Asiento, permito que suelte mi mano y entro con más entereza de la que hubiese imaginado.
Teresa, que permanece de espaldas y junto a la cama, se pone en pie en cuanto percibe nuestra
presencia. Con una sonrisa ya quebrantada por el constante dolor, me da un abrazo, un beso y se hace
a un lado para dejarme ver a papá.
Sus ojos miel me escrutan con una curiosidad que me inquieta, poniéndome instintivamente en
alerta.
—Hola papá —le saludo luchando por contener las lágrimas que pugnan por salir.
Me mira, pero no me ve a mí, soy una extraña para él. Me giro buscando una respuesta en
Teresa, que mueve la cabeza negativamente conteniendo la emoción que muestra su rostro
desencajado. ¿No?
Vuelvo mi atención a ese hombre para el que soy una desconocida.
—Papá soy yo, Bella.
—Dale tiempo —escucho a Daniel pedirme tras de mí.
—Quiero hablar con el médico.
Viernes, 14 de septiembre
Bella
—…ahora no puedo hablar cariño, estoy reunido…
Dejé de escuchar. No necesitaba más.
Así cacé a Daniel, que con la excusa de atender una importante llamada salió al pasillo con el
error de dejar la puerta de la habitación entreabierta, permitiendo que yo, que abandonaba el baño,
escuchara parte de una conversación que obviamente no pretendía compartir conmigo, aunque admito
que la dulzura de su voz al pronunciar ese «cariño» sonaba algo más plástica de lo que cabría
esperar de un enamorado. Me molestó, terriblemente. Siendo sincera, lo que me sentí fue defraudada.
Supongo que a una parte (egoísta) de mí, le gustaba pensar que Daniel no tenía ojos para nadie más
que para una susodicha, eso siempre agrada y más cuando ves tu mundo desmoronarse y le sientes a
él como único apoyo. Error por mi parte, soy consciente. No solo eso, lo peor era descubrir que de
nuevo me estaba mintiendo. «Hace meses que no toco a Ariel» fueron sus palabras justo antes de
declararme de nuevo sus sentimientos la noche que pasamos juntos en casa de mi padre. ¡Y pensar
que estuve a punto de besarle! ¿A qué demonios está jugando? Jamás pensé que Daniel fuera de esa
clase de hombre, no le pega jugar a dos bandas, ni siquiera es algo que necesite, puede tener a la
mujer o mujeres que y cuando quiera. Está cerca de los cuarenta, pero más que un problema eso se
cuenta más como aliciente (al menos en su caso). Puede que su idea fuera esperar a que cayera yo, y
una vez en el aro, deshacerse de la otra pobre chica. Se me ponen los pelos de punta solo de pensar
de Daniel con esa frialdad digna de un estratega.
Eso ocurrió ayer. Él no se dio cuenta de que le había escuchado y yo, no le saqué de su error.
Lo que sí hice fue pedirle que se perdiera de mi vista (no con esas palabras) aunque sí bastante seca.
Por cierto, mi faceta de actriz está igual de estancada que la memoria de mi padre. Porque esa es
otra, han pasado tres días desde que despertara y apenas ha hablado, está algo desubicado y confuso.
Según el médico, es algo que podía ocurrir, pero hay que esperar a ver cómo evoluciona.
Ayer me reconoció, justo después de que pillara a Daniel hablando con su princesita en el
pasillo. Soy plenamente consciente de que cuando entré mi cara estaba desencajada y precisamente
en ese momento papá me miró, como siempre lo ha hecho, emocionándome mientras yo trataba de
mantener la humedad de mis ojos a raya.
—Bella, ¿qué te pasa?
—¡Papá! —exclamé asombrada al sentirlo de vuelta—, solo que te echaba de menos.
Junto a la cama y frente a la puerta, vi entrar a Daniel al tiempo que yo cogía la mano de mi
padre.
—¿Y Barry?
Sí, la primera vez que parece acercarse a este plano dimensional y lo primero que se le pasa
por la cabeza preguntarme es por Barry. En fin…
—No ha podido venir, tenía trabajo —respondí poniendo mi mejor cara de póquer.
Lo que papá no pudo ver fue el semblante de Daniel cuando mencionó a mi prometido, pero yo
sí, y no era precisamente de dicha.
—¡Daniel! —exclamó sorprendido en cuanto captó su presencia en la habitación.
—Hola Neil —saludó este acercándose al otro lado de la cama, frente a mí—, ¿cómo te
encuentras?
—Bien, aunque un poco cansado.
Estoy segura de que Daniel se alegraba de que mi padre pareciera estar de nuevo de vuelta,
pero al igual que yo, no es precisamente el DiCaprio de la actuación, o por lo menos no lo fue en
aquel momento. Diría que había percibido mi hostilidad de alguna inexplicable manera, teniendo en
cuenta que todavía ni siquiera me había dirigido a él después de haberle descubierto mintiendo tanto
a su novia, como a mí. Puede que la mirada que le lancé me delatara, dicen que hay miradas que
matan…
—Daniel, creo que es mejor que te vayas.
Lo solté así, de repente, dándole rienda suelta a mi parte impulsiva, permitiendo que fuera la
propia desilusión la que hablara por mí.
—Bella, ¿pasa algo?
Y mientras él me preguntaba atónito por ello, yo sentía como la mano que sostenía perdía su
firmeza. Bajé la mirada acumulando más decepción teñida de rabia al encontrar que papá, de nuevo,
había decidido alejarse, esta vez, cerrando los ojos.
—Solo que quiero estar sola con mi padre si no te importa.
—Claro —pronunció estupefacto—, pero si necesitas algo no dudes en llamarme.
Me estudiaba discretamente, aunque con detenimiento, había algo que no le cuadraba y
obviamente a mí tampoco. ¡Bienvenido al club! Y no al de los Milady precisamente.
—No te preocupes estaré bien, vete tranquilo.
Me mordí la lengua para no terminar la frase con un: «vete tranquilo con tu novia».
El tiempo que tardó en dar la vuelta a la cama para acercarse a mí, yo lo dediqué a tragar
fuertemente con la intención de deshacer el nudo que atenazaba mi garganta sin apartar, además, la
vista del único hombre al que ha merecido (y merece) la pena querer, pero que para mí desgracia,
apenas me reconoce.
Daniel me dio un beso en la mejilla del que estoy convencida le hubo haber helado los labios a
causa de la frialdad que exudaba por cada poro de mi piel.
Percibí su ausencia en cuanto desapareció cerrando la puerta tras él. Una parte de mí quería
salir corriendo y rogarle que se quedara, otra necesitaba pedirle una explicación. Afortunadamente la
más sensata fue la que primó por encima del resto, la misma que le dejó marchar hace ya un par de
años: la del miedo irracional.
Para colmo de males, Barry sigue sin dar señales de vida: ni una llamada, ni un mensaje… Me
pasa lo mismo que con Daniel: decepción. En otras circunstancias estaría dolida, tanto en un caso
como en otro, no obstante, en la actualidad, el dolor lo tengo reservado únicamente a mi padre.
Últimamente me ha dado por pensar que mi vida se ha estancado en el Modo Avión (como el de
los aparatos electrónicos), y con esto me refiero a que parezco estar sumida en un estado (o modo) en
el que nadie conecta conmigo ni yo con ellos. A excepción de Daniel, que parecía ser el único que
había dado con la manera de conectarme de nuevo a la red, aunque al final no resultó más que un rato
de Wifi de mierda. Papá no me reconoce, Barry no me habla, Daniel no quiero que me hable, con
Teresa no me apetece hablar y Chloe… Chloe ha querido darme tanto espacio (intimidad) con
Daniel, que ha estado de lo más ausente. Vino el martes acompañada de Víctor en una visita exprés
que agradecí, pero que resulto igual de corta como de intensa (como ella: pequeña e intensa).
Son las la diez de la mañana y Daniel no ha aparecido todavía, puede que mi falta de simpatía en el
día de ayer haya conseguido espantarle o quizá está distraído no tocando a su bonita princesa de
cuento. Durante toda esta semana no se ha apartado apenas de mi lado, ha llegado cada día a las siete
de la mañana con la puntualidad de un reloj suizo: con un mocca para mí, un americano para él y algo
consistente a lo que hincarle el diente como acompañamiento. Sobre la hora del almuerzo o cuando
las tripas decidían delatar mi: «de verdad que no tengo hambre», ponían a Daniel en marcha para
salir a buscar algo que aplacara mi apetito (además del suyo). Ya sobre las doce de la noche más o
menos (la puntualidad a la hora de irse no era tan estricta), pero después de lograr convencerle, se
iba. Y así, hasta el día siguiente.
Hemos compartido tanto conversaciones como silencios cómodos, además de nulos intentos
por acercar a mi padre a este plano dimensional, ya que parece estar constantemente en algún lugar
lejos de aquí. Me he quedado a dormir cada noche en el hospital, Teresa ha tenido turnos de noche y
he tenido la excusa perfecta para quedarme con papá y, por lo tanto, no dormir sola en casa, con la
consiguiente consecuencia de acabar pidiéndole a Daniel que se quedara conmigo como la patética
que soy. Y es que una tiene poder de voluntad, pero hasta un punto, que estoy ya muy saturada y las
fuerzas comienzan a flaquear.
—Hola papá —me levanto en cuanto le veo moverse—, ¿cómo estás?
A las ocho trajeron el desayuno, comió, se dio la vuelta y se volvió a dormir.
—Tengo que ir al baño —gruñe sentándose en la cama.
—¿Necesitas que te ayude?
—¡No! puedo ir solo, no soy ningún niño.
La severidad de sus palabras me empujan a alejarme de él.
El médico ya me informó de que los cambios bruscos de humor son completamente normales,
ya que son causados por la rotura del aneurisma, y no pueden ser controlados por él. Trato de ser lo
más positiva posible, pero es jodido. Le siento lejos, le veo sufrir y me siento terriblemente
impotente. No me importa que me trate mal, en serio, lo único que deseo es verle bien, tenerle de
vuelta. Le echo muchísimo de menos.
Aprovechando que se ha encerrado en el baño, yo decido hacer precisamente lo opuesto y salir
a la terraza a que me dé un poco el aire; llevo tres días sin salir de esta habitación.
Hace un bonito día, brilla el sol y el aire de septiembre te invita a cubrirte con una chaqueta;
adoro está época del año. Cuando era más joven me gustaba porque empezaba un nuevo año escolar
y la ilusión del primer día me embargaba con un nudo de anticipación en el estómago: ver a tus
viejos compañeros y poneros al día con las aventuras del verano, conocer a los que empiezan, el olor
a nuevo de los libros, además de todo lo que ese año que empezaba estaba por enseñarnos. Era una
época maravillosa en la que tu mayor preocupación era gustarle al chico de turno, pasártelo bien por
encima de todo, y tu única obligación: aprobar las materias y estar en casa a la hora acordada. ¿Era o
no una época maravillosa? Pues eso es septiembre para mí: el comienzo de una nueva etapa repleta
de cosas por descubrir.
La recuperación de papá por la cirugía tardará entre cuatro y seis semanas en las que no podrá
realizar ninguna actividad física significativa, y eso va a ser muy, muy duro para él. Su vida
cambiará, y claramente también la mía. No sé cómo lo voy a hacer, pero hay algo indudable: y es que
no me voy a separar de papá hasta cerciorarme de que está completamente bien. Por lo pronto, ya he
hablado con Brooke para pedirle algo así como una excedencia, a lo que ella ha reaccionado
apenada, aunque apoyándome al máximo, ha insistido en que puedo volver cuando quiera, y que
siempre habrá trabajo para mí en New World. No quiere decir que no vaya a volver a Nueva York,
pero no lo voy a hacer en una temporada, aunque obviamente tendré que regresar para arreglar
algunas cosas, como mi incierto futuro con Barry, por ejemplo.
—Buenos días preciosa.
Daniel sacude mis pensamientos con su inesperada aparición inclinándose para darme un beso
en la mejilla, el cual recibo con el mayor desdén del que soy capaz, porque el puto de él anda
embriagándome traicioneramente con su delicioso olor, inundándolo todo. ¡Maldito! ¿Por qué tiene
que oler tan endiabladamente bien? Y para colmo me tiende un café y un donut con fondant de
chocolate (mi preferido). Si es que así es una putada odiar a alguien.
—Hola —contesto muy seca—. Qué tarde vienes hoy, ¿no?
Debería haber sonado como una apreciación, pero no, ha sido claramente un reproche en toda
regla. Si bien él prefiere obviarlo apoyando los codos sobre la barandilla con la vista perdida en
algún punto del horizonte madrileño. Aprovecho para contemplarle y dato curioso, hoy lleva traje:
tres piezas, azul añil, con camisa blanca y corbata azul a rayas diagonales. Todos los días ha venido
vestido con ropa de calle (de calle para él, de lujo para el resto), pero vamos, con vaqueros y
camisetas. Y mierda, resulta complejo mantener el enfado con alguien al que le sienta un traje de
semejante manera; una segunda piel que se adhiere a la suya como si fueran una, lo que supone que
bajo cada parte de ese carísimo tejido es perceptible su nada desdeñable musculatura. Sé que parece
que estoy exagerando, pero no es así. EN SERIO. Si además le añadimos como complemento la
mirada de unicidad que me ha dedicado nada más verme, y una dulce sonrisa que parece haber estado
reservándose exclusivamente para mí, tenemos un espécimen con el que es difícil mantener la
compostura. Sobre todo, si tu cuerpo que no está de acuerdo con tus memeces de cabreos, decide
delatarte incrementando el color en las mejillas.
—¿Trabajando? —le pregunto curiosa.
—¿Qué?
—Deduzco que tenías algo importante hoy, por el traje y eso —aclaro señalándole de arriba
abajo.
—Sí, tuve una reunión a primera hora—responde esquivando mi mirada.
Buff… me lo ha puesto demasiado fácil. Cojo aire y…
—¿Una de verdad o del mismo tipo que le dices a Ariel que tienes cuando en realidad estás
aquí conmigo?
Le doy un sorbo a mi mocca orgullosa por mi nada despreciable habilidad para dejarle sin
palabras. No sin antes regalarle una sonrisa de lo más cínica.
Desfigurada, esa es la cara que se le queda a Daniel. Lo que vulgarmente llamaríamos un zasca
en toda su bocaza de empresario embustero. Contemplo como boquea con intención de decir algo,
pero un golpe en la puerta con la consiguiente presencia de una nueva visita, se antepone a su lenta
capacidad de reacción.
Nos giramos a la vez para observar asombrados con cara de gilipollas (ambos) colarse en la
habitación a Kurt Hannigan con una familiaridad (que no entiendo) y muy desenvuelto (como es él).
Entramos, pero antes de dirigirme a un Kurt, con una apariencia algo diferente a como
recordaba, me acerco a la puerta del baño al comprobar que papá aún no ha salido de él.
—¿Papá estás bien? —pregunto golpeando con el nudillo la madera—. ¿Papá?
—¡Me estoy duchando joder!
Mensaje captado.
Vuelco mi atención de nuevo en el hermano que tiene la serpiente tatuada en la espalda.
Decido actuar con agilidad, porque uno: ¿qué narices hace este (Kurt) aquí? Y dos: es bastante
obvio que mi padre no tiene el mejor día para recibir visitas, y menos de alguien a quien realmente
no ha visto en su puñetera vida.
—Kurt, ¿qué haces…?
«Aquí» iba a decir, pero antes de que pudiese terminar la frase me ha atrapado entre sus brazos
en un gesto demasiado íntimo que no esperaba, y por supuesto, no necesitaba; al menos no de su
parte. Se lo agradezco, pero NO.
—Venir a verte —dice resuelto con esa sonrisa canalla que tanto le caracteriza, liberándome
de su efusivo abrazo—. ¿Te iba a preguntar cómo estaba tu padre? Pero ya veo que más animado.
A todo esto, me parece a mí que Daniel se ha quedado en alguna clase de estado catatónico
entre la pillada que le he hecho con su no-novia, y la repentina aparición de su no-hermano. Y lo digo
más que nada porque permanece demasiado callado.
—Hoy no es su mejor día la verdad. A todo esto… ¿tú cómo te has enterado?
Dudo mucho que Daniel se lo haya contado, más que nada porque el rechinar de sus dientes es
audible desde la recepción del hospital.
—Tengo mis contactos —responde con la arrogancia propia de los Baumann, colocando una
mano junto a mi hombro—. Si puedo hacer algo por ti Bella…
—Lo mejor será que te largues —masculla Daniel apartando de manera brusca la mano que
Kurt tenía sobre mí, en algo que ha sonado sin duda como una advertencia —, no pintas nada aquí.
¡Ahí está! Ya estaba tardando…
Ahora, esta actitud de mierda en plan novio celoso se la puede meter por su bonito culo de
farsante. Me irrita sobremanera que se comporte así, pero rápida e inexplicablemente, esa rabia que
se ha encendido dentro de mí sufre una metamorfosis.
Me giro hacia él, y con una enorme serenidad en mi interior le digo:
—Daniel, creo que lo mejor va a ser que te vayas. Llevas muchos días aquí y… estoy segura
de que Ariel te echa de menos.
No ha sido un reproche, de verdad, hasta yo estoy asombrada de mí misma. Creo que verle
actuar de esa manera tan… Daniel de antaño, ha extraído de mí la parte más comprensiva y por otro
lado la más madura (sí, tengo de esa, aunque no la saque mucho a pasear). Para nada es comparable
con la agresividad que mostraba cuando estábamos juntos hace años, ahora tan solo se ha dejado
llevar por un estúpido impulso: no había restos de tensión contenida, ni temblor en las manos, y
tampoco se apreciaba esa negrura sombría que le teñía la mirada como cuando se dejaba llevar por
la ira en el pasado. No. Ya no hay rastro de ese Daniel.
Mi petición ha sido perceptiblemente cariñosa y eso, sin duda, le ha roto, lo sé, no obstante,
creo que debemos empezar a comportarnos como los adultos que realmente somos, y no como los
adolescentes que parecemos ser.
Como alguien que se sabe la batalla pérdida, me mira con la sombra de la decepción (hacia sí
mismo) anublando su cara, para abandonar la habitación sin decir nada segundos después, dejando un
inevitable rastro de pérdida dentro de mí.
—Hay cosas que nunca cambiaran.
Escucho a Kurt murmurar en algo que suena a frase hecha.
—No es cierto, ha cambiado en muchas cosas —salgo en su defensa de manera instintiva.
—Sabes bien que no me refería a eso; Daniel sigue locamente enamorado de ti, y eso no va a
cambiar jamás.
—Estás diferente.
La claridad que entra por la ventana del bar no deja lugar a dudas de que este hombre que
tengo frente a mí es Kurt, pero con cierta salvedad, ya que parece haber pasado por algún
aprendizaje que le ha otorgado un tipo de madurez que antes no tenía: puede que se deba a esas líneas
que ha sumado junto a los ojos, o el hecho de que se tome más tiempo a la hora de hablar, calibrando
las palabras, o quizá que, a pesar del abrazo que me ha dado nada más llegar, parezca más distante
de lo que, yo, al menos, lo recuerdo.
—Creo que una vez me dijiste que yo estaba bien —añade llevándose el botellín de cerveza a
los labios incapaz de ocultar una guasona sonrisa.
—Cómo ibas a olvidarlo.
—Para una vez que me dedicas un piropo… Venga, pero no te hagas la loca, ¿en qué me ves
diferente? Me tienes intrigado.
Realmente parece interesado en conocer mi opinión, lo que ya de por sí resulta bastante
inquietante. No es la clase de hombre que necesite que le regalen los oídos o requiera del criterio de
alguien para saber cómo sentirse. Al menos, no lo era antes, pero ya lo he dicho, no creo que eso que
percibo diferente sea algo físico, aunque, obviamente ha cambiado: lleva el pelo más largo, sus ojos
azules, antes aguamarina, ahora parecen estar en medio de una tormenta, su sonrisa de medio lado
que siempre fue cien por cien seducción ha perdido plenitud, y su incuestionable atractivo ya no
desvela una seguridad tan obvia cómo solía hacerlo, no obstante, no ha perdido un ápice de su
personalidad galante-chulesca (mantiene su merecido puesto en el Club de los Milady, hay que
reconocerlo). Sin olvidarnos de su buen gusto al vestir, mucho mejor que en el pasado con aquellos
trajes ostentosos de colores eléctricos, ahora resulta más elegante con una sencilla camiseta de
algodón gris sobre un torso del que no cabe duda ha hecho suspirar a más de una, unos vaqueros
oscuros ajustados y para darle un toque más elegante unos zapatos negros de cordones más brillante
que la calva de Dwayne Johnson. Sí, sigue estando bien, es innegable.
—Pareces más maduro —concluyo tras mi estudiado escrutinio—, y también extrañamente
nervioso. ¿Qué pasa Kurt?
—No se te escapa una, ¿eh?
No, pero no es algo que haya percibido mientras compartíamos este rato. En realidad, lo
presentí desde que entró en la habitación del hospital, di por hecho que era por Daniel y porque,
como ya imaginaba, su relación no ha cambiado demasiado en estos años, algo que por cierto me
entristece enormemente, no obstante, ahora teniéndole aquí frente a frente, soy consciente de que su
inhabitual nerviosismo no era debido a eso, por lo menos no en su totalidad.
Al momento de irse Daniel apareció Teresa que me animó (con insistencia) a que abandonara
un rato el hospital, oportunidad que Kurt aprovechó para invitarme a tomar algo. Un trayecto
caminando de apenas diez minutos en los que ninguno ha pronunciado una palabra, ni tan siquiera ese
socialmente y socorrido tema ya establecido para romper silencios incómodos sobre el tiempo
atmosférico con un: «pues parece que se ha quedado buen día». Yo no sabía muy bien qué decir (en
mi cabeza ya no hay hueco para tanto hombre), pero tenía mis reservas con respecto a su silencio, es
como si se estuviera conteniendo, esperando llegar al destino para deshacerse de todo eso que,
obviamente, se estaba reservando para desvelar mirándome a los ojos.
—Fui a verte al hospital, pero no llegué a entrar.
—¿Cómo? —Su repentina confesión me ha pillado algo desprevenida— ¿Te refieres a hace
dos años?
—Sí.
—No esperaba que fueras, no me debes ninguna clase de explicación Kurt. Además, fue mejor
así, si te soy sincera no creo que me hubiese hecho mucha ilusión verte por allí, más después de
haber echado a Daniel. Tú hubieses sido el siguiente, sin ninguna duda.
Un recuerdo con el que aún hoy una parte de mi cuerpo parece reaccionar estrangulándome por
dentro.
—Y esa fue la razón por la que finalmente decidí no entrar; no pintaba nada en aquel lugar. Lo
que me llevó hasta la puerta de aquel hospital fue la necesidad de contarte eso que Daniel no fue
capaz.
—Espera, ¿me estás diciendo que tú sabías lo de Monika?
—Uhm, Daniel me lo contó.
—¿A ti? Perdona, pero es que creo que no... ¿Por qué iba Daniel a contarte a ti nada?
—Cuando le dejaste estuvo casi dos días desaparecido sin dar señales de vida. Marc me llamó
bastante preocupado porque había hablado con él por teléfono justo cuando abandonó el hospital y le
notó muy alterado.
—¿Marc te llamó?
¿Es posible que cada confesión me resulte más sorprendente que la anterior?
—No me costó mucho averiguar dónde estaba, ni tampoco en qué circunstancias;
completamente borracho en el antro de un mal tipo nada fiable con el que Daniel y yo solíamos hacer
negocios. Y esa es la razón por la que me llamó Marc, porque, aunque él sea su mejor amigo, soy yo
el que ha compartido sus demonios en los peores años de su vida, y el único que sabría dónde
encontrarle.
—Eres la persona que mejor conoce a Daniel —confirmo.
—Pasó la noche en mi casa. No podía, ni quería dejarle solo, pero la cagué cómo un auténtico
gilipollas, cuando a la mañana siguiente me largué unas horas porque había quedado con un cliente.
Cuando regresé… —Sus palabras quedan bloqueadas por las palmas de sus manos que se pasean por
su rostro con evidente rastro de culpabilidad—. ¡Joder! No sé cómo no se me pasó por la cabeza
Bella.
—¿Qué…?
Ciertamente prefiero no saber la respuesta, pero antes de que pueda decir: «mejor no me lo
cuentes». Kurt pone en manifiesto una realidad que ya intuía, oprimiendo mi pecho angustiosamente.
—Le encontré inconsciente en el baño, se había bebido todo el alcohol que había encontrado
en mi casa y…
—¡Kurt, no! —le interrumpo— Por favor.
Prefiero no conocer los detalles, al menos en este momento. Tampoco es que sea muy difícil
imaginar la clase de estupidez que se le pasó a Daniel por la cabeza.
—Le dejé solo, Bella —admite con pesar.
—Tú no tienes la culpa, ni yo tampoco —Y esto último es un auto-convencimiento.
—Afortunadamente, llegué a tiempo. Dos días después, cuando ya se encontraba más…
animado, me confesó que Monika le había llamado la mañana que yo le dejé solo en mi casa,
pidiéndole que te contara la verdad, pero él insistía en que ya era demasiado tarde, que te había
hecho mucho daño, que casi te matan por su culpa y que lo mejor era dejarte marchar. Yo traté de
convencerle Bella, de verdad que lo hice. Mercerías conocer la verdad.
—Pero nunca me lo contó.
—No. Por eso terminé yo en la puerta de aquel hospital dando vueltas indeciso hasta que me di
cuenta de algo. Sabes que aprecio a Daniel, pero…
—Lo sé…
—Está demasiado acostumbrado a que le salven el culo, y por primera vez fui consciente de
que, si de verdad quería ayudarle, esa no era la mejor manera. Tomé una decisión. Me puse en
contacto con Peter y Marc, y con su ayuda logramos convencerle para que se tratara, pero de verdad.
Un par de días después estaba volando al Caribe, a uno de los mejores centros de rehabilitación del
mundo: el Crossroads Centre.
—Ese es el que fundó Eric Clapton, ¿no?
—El mismo.
Me parece haber leído alguna vez sobre ese sitio; un lugar más parecido a unas vacaciones
paradisiacas que a un centro de desintoxicación.
—¿Cuánto tiempo estuvo?
—Dos meses y de allí se fue a los Hamptons otros tres.
Cuando crees que ya nada puede sorprenderte, llega otro Baumann que te deja muerta no,
muertísima.
—¡Guau! No estoy segura de que necesitara conocer toda esta información, ni siquiera sé
porque me has contado todo esto Kurt —apunto abrumada por tanta sinceridad.
—Porque sé que Daniel trata de recuperarte, y no, no es algo que me haya dicho él
directamente, pero lo sé. Igual que sé que no te ha contado nada de esto.
—Coincidí con Monika en Nueva York y me confesó lo que él no fue capaz, y el resto…
acabas de hacerlo tú.
—Quizá pueda parecer que trato de ponerte en contra de Daniel; nada más lejos de la realidad.
Yo… quiero a mi hermano, pero a diferencia de él, la honestidad es un pilar muy importante para mí.
Me pasé gran parte de mi vida viviendo una mentira, mi madre me ocultó la identidad de mi
verdadero padre y yo… simplemente no puedo con ello. Me duele decir esto, pero Daniel se parece
más a Gabriel —es decir, al padre de ambos— de lo que le gustaría admitir. Con esto no digo que no
sea buena persona, sencillamente creo que está equivocado. Piensa que callando hace menos daño
que contando la verdad. Una sobreprotección que emplea con las dos personas que más quiere: su
hermana y tú. Simplemente te mereces honestidad. Sé que no somos los mejores amigos, pero te
aprecio, más cuando eres la mujer por la que mi hermano daría la vida, Bella.
Sí, ese es Daniel. Solo alguien que le conoce de verdad daría en el clavo de una manera tan
aplastante.
—No se merece un hermano como tú —reconozco.
—Pues yo creo que es al revés.
—Me cuesta creerlo después de todo lo que has hecho por él y más al comprobar la manera
con la que aún hoy te sigue tratando.
—Deduzco que haberme enrollado con la mujer de la que está enamorado, me resta unos
cuantos puntos —apunta con una mohína sonrisa.
—Primero, solo fue un puto beso y segundo, eso pasó hace dos jodidos años, Kurt. Ojalá
Daniel hubiese madurado en todo este tiempo la mitad de lo que tú lo has hecho.
Me regala una condescendiente sonrisa antes de llamar al camarero para pedirle otra ronda y
con ello zanjar el tema.
Se interesa por mi vida en Nueva York, yo por la suya, y pasamos un rato de lo más agradable
hablando sobre trivialidades en el que incluso me da la sensación de que logro olvidarme de todo. Y
es que de repente con Kurt me siento extremadamente cómoda, como si fuéramos dos viejos amigos
que se reencuentran y comparten batallitas y confidencias. Hablar con él, aun sin conocerle bien, me
transmite una confianza y comodidad que no entiendo, pero que se agradece. Yo diría que se debe en
gran medida a su más que tangible honestidad.
Una Coca-Cola light y dos cervezas más tarde, su mirada azul aún mantiene un halo de tristeza
por el que estoy algo intrigada, y solo hay tres razones por las que un hombre arrastraría ese
semblante: dinero, no es su caso; salud, su aspecto salubre me invita a declinar esa opción, así que
solo me queda una…
—¿Quién es ella?
En cuanto levanto la vista de mi burbujeante bebida, sé que he dado en el clavo. Una mezcla
perfecta entre amor y dolor se dibuja en su cara en tan solo unas milésimas de segundos dándome la
razón.
—No se te puede ocultar nada, ¿eh?
—No.
—Hay poco que contar —se anima a hablar, aunque esquivando mi mirada—. Se llama Emma.
—Emma…
—Es divertida, inteligente, fuerte, tremendamente sexy y…
—Y te tiene loco —le irrumpo chasqueando la lengua.
—¿Tanto se me nota? —pregunta mordiéndose el labio ligeramente ruborizado.
—A kilómetros.
Pero que mono… Está para comérselo con ese aire de chico malo torturado por amor.
—Me porté como un capullo.
—No creo que lo hagas peor que tu hermano.
Ya sería toda una hazaña si lograra superarle.
—Hice que la echaran del trabajo y luego le di un sobre con dinero.
Me atraganto con la bebida a poco de escupirle en la cara.
—¿Un sobre con dinero? En serio, ¿dónde narices os han enseñado a tratar a las mujeres?
—Tiene un niño pequeño y… yo tan solo quería ayudarla después de ponerla en la cola del
paro.
—Créeme, un sobre con dinero nunca es buena idea, la dimensión de la ofensa es directamente
proporcional a lo que le gustes.
—Es decir que cuánto más ofendida, más le gusto.
—Algo así.
—Según esa teoría debe estar loquita por mí —agrega burlón.
—Tu ríete, pero estoy en lo cierto. ¿Y puedo saber qué hiciste para que la echaran?
—Mejor no quieras conocer esa respuesta —admite dándole un trago al tercio de cerveza.
—Déjame pensar… La tuviste que liar bien gorda, eso está claro…
—Puse en su lugar al cabrón de su ex —espeta, y no precisamente arrepentido.
—¡Dios! Pero si es que sois iguales; un par de cromañones recién salidos de la prehistoria.
—Se lo merecía, créeme —masculla golpeando la mesa con el culo del botellín.
—No te digo que no, pero mira de qué te ha servido. Has perdido a esa chica, y para colmo,
ahora vagas por el mundo con esa cara de cachorrito abandonado.
—¡No tengo cara de cachorrito abandonado! —exclama ofendido. Lo que le hace más adorable
—. Igualmente, ya no hay solución posible.
—Siempre la hay, y estoy segura de que lograras arreglarlo —trato de animarle cogiendo su
mano por encima de la mesa—. Además, sigues estando bastante bien, ¿sabes?
Terminamos riéndonos, al parecer todavía puedo resultar divertida.
Sábado, 15 de septiembre
Daniel
Bella
—Entonces, ¿no vas a volver a Nueva York?
—Voy a mantener mi piso, pero voy a quedarme en Madrid. Ya sabes que yo puedo crear casi
en cualquier lado, pero Víctor trabaja principalmente aquí, y ahora que somos marido y mujer…
—Tía, que raro suena eso, y que tú lo digas con esa naturalidad más todavía: es espeluznante
—me burlo de ella.
—¡Qué idiota eres! Por cierto, ¿has hablado ya con Brooke?
—Sí, me ha dicho que vuelva cuando quiera.
—Es genial. Eso quiere decir que…
—Que me voy a quedar cuidando de papá y ya veré qué hago con mi vida en La Gran Manzana.
—¿Sigue sin dar señales de vida?
Hablamos de Barry, obviamente. El nuevo innombrable.
—Ni un mensaje, ni una llamada…
—Es un gilipollas, Bella.
Para qué negarlo, lo es.
—Le he llamado y no contesta, así que he optado por dejarle un mensaje contándole las
novedades sobre papá, que visto lo visto no sé si le interesan demasiado, además de explicarle que
no voy a volver en una temporada. Prefería haberlo hablado directamente con él, pero dado que no se
digna si quiera a coger el jodido teléfono…
—¿Y Daniel?
—Con su novia supongo, desde que se fue ayer no sé nada de él. Igualmente es mejor así.
—¿Para quién exactamente?
—Para todos —respondo poniendo los ojos en blanco.
—Bueno Bella tú verás, he decidido que no me voy a meter.
—¿Ahora no te vas a meter?
—Sinceramente creo que las cosas acabarán cayendo por su propio peso.
—¿Y eso qué demonios significa? Cómo te gusta el misticismo…
Ya está con su rollito a lo Yoda.
—¡Me voy! —exclama con el móvil en la mano—. Víctor ya está aquí.
—Qué oportuno.
Me da un beso, otro a papá, que está dormido profundamente, y desaparece.
Cojo la manta y me acurruco de lado con las piernas encogidas en el sillón junto a él, sigo sin
estrenar el sofá-cama, prefiero quedarme a su lado, lo más cerca posible. Y más en un día como hoy
que ha permanecido bastante callado y algo desorientado.
—Buenas noches papá —murmuro antes de dejarme vencer por el cansancio.
Bella
Marc no hace más que moverse de un lado a otro del pasillo, nervioso, y como siga así va a
terminar haciendo un surco en el suelo.
—Todo va a salir bien —escucho a Daniel alentar a su amigo con una mano sobre el hombro.
Hace más de cuarenta minutos que Vero ha entrado en el quirófano para una cesárea de
urgencia por una anomalía en el ritmo cardíaco del pequeño Marc. Supuestamente faltaba una semana
para el parto, pero se ha adelantado y además con complicaciones, lo que, cómo es obvio, tiene a
Marc hecho un manojo de nervios.
Daniel me llamó cuando venía hacia aquí para informarme de que Vero estaba de parto, en el
mismo hospital además en el que está mi padre ingresado, así que no he tenido más que bajar unas
escaleras. Cuando llegué me encontré a Marc solo en la sala de espera tan angustiado que casi no
podía articular palabra. Me dio un abrazo del que pensé no saldría viva. Logré que se sentará con
intención de tranquilizarle tan sólo un par de minutos, lo que tardó en aparecer Luisa, la madre de
Vero, y poco después Daniel, que me saludó con un rápido beso en la mejilla para centrarse
rápidamente en su amigo.
Los padres de Marc tenían previsto venir la semana que viene, que era cuando estaba previsto
el parto, aunque ya Daniel se ha encargado de solucionarlo, y ha mandado su jet privado a Boston
para que estén aquí mañana mismo.
Sentada en una de estas incómodas sillas de plástico ancladas a la pared junto a Luisa, rezo
para que todo salga bien y que tanto la mamá como el niño estén perfectos. Dibujando la mejor de
mis sonrisas y el semblante de mayor tranquilidad que soy capaz de fingir, trato de infundir calma al
papá novato. Al igual que el Daniel ojeroso de aspecto cansado y mirada perdida, que simula una
fortaleza que podría calificar de antinatural. Esta muy raro y es más que obvio que algo le pasa, y yo
soy incapaz de no preocuparme por él.
Como contrapunto tenemos a Luisa, que es como un maldito témpano, tan calmada y tranquila
que resulta casi irritante. Sentada a mi lado, tan impecable con una falda clara hasta las rodillas,
blusa de seda, un bléiser y un pañuelo atado al cuello con ¿patos? El pelo tan oscuro como el de su
hija, recogido en un moño bajo, y los labios perfectamente pintados en un tono rosa demasiado
subido, que logra desentonar con esa perfección para la que parece haberse preparado para dar
instrucciones de seguridad en un vuelo, en vez de para dar la bienvenida a su nieto. No es mala
mujer, pero… es extraña.
—¿Ha podido hablar ya con su marido?
Lleva rato tratando de localizar al padre de Vero y, según la conversación que inevitablemente
he podido escuchar, parece que al fin ha dado con él.
—Está de camino —responde con una amable sonrisa—. Verónica me comentó lo de tu padre
—añade con una dulzura que no esperaba, cogiendo mi mano izquierda entre las suyas—. Espero que
esté mejor.
—Ha sido un gran susto, pero ya está bien. Gracias Luisa.
—Vero te quiere mucho, ¿sabes?
—Y yo a ella.
Hace veinte minutos que Marc ha podido entrar por fin a conocer a su hijo y ver a la mamá, y diez
desde que han pasado los padres de Vero, dejándonos a Daniel y a mis solos, uno frente al otro, en un
silencio difícil de descifrar.
—¿Cómo está tu padre?
—Mejor, le dan el alta el pasado mañana.
—Eso es estupendo —afirma forzando una sonrisa.
No hago más que escrutarle (y no con disimulo, precisamente), él, en cambio, mantiene la
mirada perdida en un punto impreciso entre el suelo y la pared. Y yo me pregunto: ¿estará así por el
tenso momento vivido con Kurt el otro día?
—¿Daniel? —le llamo decidida a averiguar qué es lo que le tiene en ese estado que me pone
los pelos de punta.
—¡Podéis pasar chicos!
Un Marc entusiasmado aparece por el pasillo invitándonos a conocer a su hijo, obligándome a
postergar la conversación con Daniel.
Entramos en la habitación y, rápidamente, me siento embriagada por la emoción que inunda la
estancia.
A la derecha, y junto a unos cuántos ramos de flores, un par de peluches y algún que otro globo,
descubro a una radiante Vero con un pequeño bulto entre sus brazos. Me acerco a ella consciente de
cómo Daniel prefiere mantenerse en un segundo plano, distante, y en el lado opuesto de la cama
frente a mí.
—Hola preciosa —murmuro dándole un beso sobre la frente a mi amiga.
Ella, visiblemente sobrepasada por la emoción, solo atina a sonreírme y tenderme al pequeño
Marc, invitándome a que lo coja. Alargo los brazos algo inquieta, ya que es la primera vez que cojo a
un recién nacido, pero no tardo en olvidarme de ello, porque en cuanto lo pego a mi cuerpo y siento
su pequeño cuerpecito repleto de vida, emanando tanta pureza… Los ojos se me llenan de lágrimas
instantáneamente, y no soy capaz más que de distinguir a un precioso bebé de pelo negro entre mis
brazos. Comienzo a reír y a llorar al unísono, abotargada por tal cantidad de emociones.
—Hola Marc —susurro bajito pasando delicadamente un dedo por su suave mejilla.
—Daniel, ¿quieres cogerlo?
Escucho al papá preguntarle.
No contesta.
—¿Daniel?
Levanto la vista del pequeño y me encuentro con los turbios ojos de Daniel clavados en mí,
brillando cómo nunca antes. Nos sostenemos la mirada; yo, porque trato de descifrar la suya y él…
—Lo siento —se disculpa abandonando la habitación de manera algo abrupta, con la cabeza
gacha y dejándonos a todos con un gran interrogante en la cara.
Sigo con la vista clavada en la puerta cuando siento que alguien me quita al bebé de los brazos.
—Lo mejor será que dejemos descansar a la mamá.
Las palabras de Marc no ocultan su evidente enfado por el más que inquietante comportamiento
de Daniel. Sea lo que sea que le haya pasado, no hay excusa para comportarse de esa manera, hoy es
un día muy especial para nuestros amigos y se merecen lo mejor que podamos darles. Ni siquiera le
he visto darles la enhorabuena.
Me acerco a mi amiga, inevitablemente preocupada por el inesperado giro de los
acontecimientos, pero poniendo mi mejor sonrisa felicito a los nuevos papás:
—¡Enhorabuena chicos! Habéis traído al mundo a un niño precioso.
—Gracias Bella —responden al unísono.
Comparto algo de conversación con Vero sobre dar el pecho, la odiosa cuarentena, o la
posibilidad de volver a emborracharse como una cuba. Hasta que Marc nos invita a todos
amablemente a marcharnos para que, tanto la mamá como el pequeño, puedan descansar. Y digo
todos, porque en este corto espacio de tiempo ha empezado a llegar gente sin parar, y entre tanto
desconocido me he reencontrado con Alejo, el primo de Vero y dueño del Irish Corner, con el que he
mantenido una escueta conversación sobre banalidades.
Abandono la habitación caminando por el hospital sin rumbo, porque antes de volver con mi
padre hay una ferviente necesidad que necesito paliar con urgencia. Saco el teléfono con intención de
llamar a Daniel, y con su número ya en la pantalla descubro que en la cristalera frente a mí que da al
jardín trasero del hospital, en un banco de piedra, un hombre que reconocería hasta con los ojos
vendados, muestra una visión ostensiblemente desalentadora. Daniel no es un hombre que se deje ver
en tales circunstancias y si lo hace, es porque hay algo que realmente le atormenta.
Me siento a su lado, en silencio, él no se inmuta. Le observo, con los codos sobre las rodillas y
sumido en lo que tiene pinta de ser un agitado mar de pensamientos, al que espero esté dispuesto
dejarme entrar.
—¿Va todo bien?
Niega con la cabeza.
—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿si es por lo del otro día de verdad que lo…?
—Ayer terminé con Ariel —me interrumpe alzando la vista al frente, mostrándome su perfil y
con él: su ceño fruncido, la tensión de su mandíbula y el vaivén de su nuez mientras traga con fuerza
una y otra vez.
—Lo… lo siento.
Silencio, mucho silencio.
—No perdió el bebé —confiesa con hilo de voz.
—¿Cómo?
—Interrumpió el embarazo —Sus palabras apenas se sostienen en el aire—. Me mintió, me
hizo creer que lo había perdido, cuando en realidad lo mató. Mató a mi hijo, Bella.
Daniel rompe a llorar sujetándose la cabeza, y el quejido de su voz al decir «mi hijo» me
rompe a mí, aunque trate de mantenerme fuerte, su confesión, su dolor tan visible, la rabia y ver a un
hombre cómo él tan herido pueden conmigo.
Eso es horrible. Que digo horrible es espeluznante.
No sé cómo era su relación con Ariel, pero sí conozco a Daniel lo suficiente como para saber
que tener un hijo y formar una familia es un sueño para él desde que tenía apenas veinte años. Estoy
plenamente convencida de que ya amaba a ese niño antes incluso de saber que existía.
Me arrodillo frente a él, buscando su mirada, agarrando sus muñecas que se mantienen
enlazadas sobre su cabeza.
—Daniel.
—Mi hijo Bella —repite en un lamento que me atraviesa el alma.
¡Dios! Me está matando… ¿Qué se supone que se dice en una situación como esta? Un «lo
siento» no parece ser suficiente.
Sin pensarlo demasiado me siento sobre sus rodillas y le rodeo con mis brazos, permitiéndole
desahogarse sobre mi hombro, cómo yo lo he hecho tantas veces en el suyo.
No parece sentirse incómodo y aunque tarda un poco en reaccionar. Tras varios segundos de
incertidumbre, decide envolverme con sus brazos.
Siento una rabia crecer en mí que jamás antes había experimentado. ¿Cómo se puede ser tan
cruel? No lo entiendo, de verdad que no me entra en la cabeza. ¿Si no quería tenerlo, por qué
simplemente no se lo dijo? Engañarle de esa manera es cruel y completamente innecesario.
Noto sus músculos relajarse, lo que me anima a separarme lo suficiente para enmarcar su cara
con mis manos e infundirle alguna clase de consuelo con la mirada. A veces, las palabras no son
suficientes y esta es una de esas ocasiones, sobre todo si son tantas cosas las que te gustaría decirle
que con ellas te quedarías corta, muy, muy corta. Acerco mi cara a la suya, muy despacio,
permitiendo que contemple lo único que puede expresar lo que yo no soy capaz de transcribir en
palabras. Pego mis labios a los suyos, concediéndole amor a través de un beso. Lánguido, sentido y
extremadamente íntimo. Presionando primero con mi boca, esperando que sea él el que me invite a
entrar. Lo hace, con una timidez poco propia en Daniel, para dejarme invadirle con mi lengua
despacio, dejándose llevar, permitiéndome dominarle, cediendo como creo que jamás ha dejado a
nadie en ningún aspecto de su vida. Con el delicioso sabor de su boca en mis papilas, me concedo el
placer de disfrutar como hacía mucho que no me consentía.
Llevo mi mano derecha a su nuca, enredando mis dedos entre su pelo, aferrándome no solo a
él, sino a este instante más de lo que probablemente debería. Mi otra mano, desciende deslizándose
sobre su pecho, deteniéndose abruptamente al sentir el fuerte retumbar de su corazón bajo la palma, y
me sorprende tanto, que decido retirarla, pero Daniel me lo impide colocando su mano sobre la mía,
obligándome a escuchar lo que, de nuevo, con palabras no es posible expresar.
Con pereza decido retirarme, abrumada. No solo por el acompasado latir de nuestros
corazones, ni por la evidente erección que Daniel difícilmente esconde bajo los vaqueros, ni siquiera
por el delicioso cosquilleo que se ha despertado en mis partes más íntimas, sino por el
descubrimiento de la fuerte conexión que, por si aún no me quedaba claro, sigue existiendo entre
nosotros.
—Concédeme una noche —me pide con su frente sobre la mía y con una mirada capaz de echar
abajo las pocas barreras que me quedaban.
—¿Una noche para qué?
—Para esto, para recordar lo que era la felicidad.
¿Alguna vez habéis sentido el corazón expandirse en el pecho? Yo tampoco, esta es mi primera
vez.
Una respuesta que le llega a Daniel con un beso que me siento incapaz de terminar, porque
acabo de ratificar algo que ya intuía: Daniel es mi hogar y después de dos años fuera, al fin logro
sentirme de nuevo en casa.
Definitivamente estoy flotando, me siento como llevada por unicornios que cabalgan sobre arcoíris y
nubes de colores rosas, bajo una incesante lluvia de purpurina. Para vomitar, soy consciente. ¿Se
debe al encuentro con Daniel? No cabe duda, y no han sido más que dos besos; pero llenos de tantas
cosas, que necesitaría un lustro para enumerarlas. Ha sucedido de una manera tan natural, que ni
siquiera me siento culpable por haber besado a otro hombre que no es mi prometido. Deduzco que
factores como su completa ausencia y su desinterés por mí, han empujado facilitado que las cosas se
dieran de este modo, y no por ello me siento orgullosa, pero tampoco lo lamento, de hecho, estoy
mejor que hace mucho tiempo. Puede que se me haya contagiado la felicidad de mis amigos recién
estrenados como papás, o que la mejoría de mi padre me haya inundado de esperanza o, quizá, que
encontrar el camino de vuelta a casa en los labios de Daniel haya traído de nuevo a una Bella que
tenía restringida hacía tiempo. No lo sé, pero de repente me siento llena de vida y sobre todo de
ganas. ¡Dios, ganas! No sabes lo que son las ganas hasta que las pierdes.
Daniel y yo nos hemos despedido con una mirada llena de promesas, un «gracias» aspirado en
mi cuello y un abrazo que rogaba no volver a separarnos jamás.
—¿Cómo está tu amiga? —me pregunta una Teresa renovada, extrayéndome de mi propio
mundo de ilusión y color.
Nos hemos quedado solas en la habitación, ya que a papá se lo han llevado hace un rato para
hacerle unas pruebas rutinarias.
—Muy ilusionada. Y el bebé es una auténtica preciosidad.
No me había percatado de como la mejora de papá se veía reflejada de la misma manera en
Teresa, que tiene mucho mejor aspecto. Y no solo porque se sienta más animada como para
preocuparse por darle un poco de color a sus mejillas, algo de rímel a sus pestañas o vida a sus
labios con un jugoso color nude, sino porque los rasgos de su cara se han suavizado
considerablemente, además de que sonríe con mucha más naturalidad que antes.
—¿Es madre primeriza?
—Ajá —asiento captando una mirada entrañable destellar en sus ojos—. Teresa, ¿puedo
hacerte una pregunta?
—Claro, cariño.
—¿Por qué no tienes hijos?
Sé que estuvo casada como un porrón de años con un tío que era profesor, y me parece
llamativo que no tuviera ningún hijo, más que nada porque su mirada se ilumina de una forma
especial cuando de niños se trata.
—No pude tenerlos —admite con evidente pesar—. Mi ex marido también quería, puede que
hasta más que yo, pero un problema congénito me impidió cumplir ese deseo.
—¿Y no pensasteis en otras opciones cómo adoptar, por ejemplo?
—Para él esa nunca fue una opción.
De qué me sonará eso…
—Vaya, lo siento. Yo tampoco puedo tenerlos —confieso, quizá tratando de empatizar con ella.
—¿Y te gustaría?
—Creo que sí.
—Pues si me permites un consejo…
—Por supuesto.
—No dejes que nadie te arrebate esa posibilidad si es lo que deseas.
—No lo haré.
Viniendo de alguien que dejó escapar algo que tanto deseaba es, sin lugar a dudas, para tener
en cuenta. En mi caso no es algo que anhelara especialmente, no hasta que he cogido en brazos al
pequeño Marc y he sentido la felicidad de sus padres, no hasta que he visto arrebatada esa ilusión en
Daniel. Y no ha sido hasta este momento en el que de verdad me lo he replanteado, cuando unas
inesperadas palabras han estado a punto de resbalárseme de la boca mientras abrazaba a Daniel con
determinación, un: «ojalá yo pudiera tener hijos, porque me gustaría ser la madre de los tuyos». Pero
más allá de eso, está el hecho de que, aunque fisiológicamente no puedo, sé fehacientemente sin que
él me lo diga, que eso no sería un impedimento para formar una familia. Al menos no como lo es con
Barry.
—Yo no pude tenerlos, pero si él no me hubiese dejado, probablemente no habría hecho lo que
más feliz me ha hecho en la vida y lo que más sentido le dio.
—¿El qué?
—Me uní a Médicos sin fronteras y estuve trabajando como enfermera en lugares como Haití
tras el terremoto del 2010, en la India después de las inundaciones y en Angola, donde llegaban al
centro niños desnutridos que ni siquiera querían comer. A aquellos pequeños ángeles había que
ponerles una sonda nasogástrica, veías cómo según iban ganando un poco de peso empezaban a ganar
de nuevo las ganas de comer, y cómo mejoraban, aunque alguno inevitablemente se te quedaba en el
camino. Yo no pude tener hijos Bella y ¿sabes qué? Que fue una bendición, porque si no hubiese sido
así, probablemente no me habría marchado a otros países a ayudar. Y es verdad que no traje al
mundo a ningún niño, pero salvé a muchos otros de una muerte segura. No creo que haya que ser
madre para actuar como una.
La sinceridad de Teresa al compartir conmigo algo como eso, además de su generoso consejo,
me ayudan a redescubrir algo que ya sabía, pero que quizá preferí no ver, y es que es una mujer
extraordinaria, amable, cariñosa, y lo más importante: el amor que le profesa a mi padre es
completamente puro y verdadero. Lo que me lleva a recordar una promesa que le hice a papá aquel
día que le acompañé a que le viera Don Imberbe Ramírez y que aún hoy, meses después, no he
cumplido.
—Te debo una disculpa Teresa. No me he portado bien contigo. Puede que fueran celos, no lo
sé. Sin duda eres una gran mujer y mi padre es muy afortunado por tenerte a su lado.
—Yo soy la afortunada, Bella —asegura con una radiante sonrisa.
—Jamás he visto a papá tan feliz y eso es gracias a ti. Espero que puedas perdonarme por
cómo me he comportado contigo.
—No hay nada que perdonar.
Lunes, 17 de septiembre
Bella
Nunca recibir una respuesta a una llamada podría cambiar tanto las cosas. Soy consciente de ello y
por esa misma razón me cuesta mantener el teléfono firme en la mano, porque en realidad, no estoy
segura de querer obtenerla.
Deslizo el dedo sobre la pantalla y me llevo el aparato a la oreja olvidándome incluso de
respirar. Una voz al otro lado, la del contestador invitándome a dejar un mensaje, pero ya no tengo
nada que decir, numerosas llamadas y mensajes sin respuesta a lo largo de una semana han sido mis
últimos coletazos desesperados para arreglar esta situación, y esta llamada, un último intento por
salvar algo que quizá estuviera muerto hace tiempo. Todo está dicho y según parece para Barry
también, antes me dejaba esperando escuchando cada pitido pegada al auricular hasta que
simplemente se cortaba la llamada. Ahora, al parecer, mis llamadas simplemente han dejado de ser
bien recibidas.
La decisión está tomada. Gracias Barry por tomarla por mí.
Daniel
Si quería matarme de un infarto ha sido bastante certera.
¡Madre mía! Si no es la mujer más bonita que hay en la tierra que baje Dios, lo vea, y me lo
diga a la cara (si se atreve).
Contemplándola acercarse capto tres mensajes que me llegan claros como una mañana de
verano: uno, su vestido rojo, diferente al que aún permanece grabado en mi memoria, pero con el
mismo efecto. Este es más corto (por la rodilla), de gruesos tirantes y con un escote que ¡joder!
Admito que me va a costar desfijar la mirada de esos sugerentes montículos de felicidad. Dos, lleva
el colgante de la rosa que le regalé, y que a estas alturas ya veía más creíble encontrarlo en una
tienda de empeños que colgando de su precioso cuello. Y tercero y último, pero no menos
importante, se ha quitado el jodido anillo de compromiso. En respuesta, una sacudida agita todo mi
cuerpo desde el corazón, pasando por mi estómago, hasta llegar a la latente presión de mi
entrepierna, que no es inmune a las sugerentes curvas de mi preciosa Bella que, aunque menos
voluminosa que antes, sigue y seguirá siendo la mujer más fascinante que haya conocido.
Estoy nervioso, supongo que, porque ya la he perdido no una, sino dos veces y no estoy
dispuesto a dejar que haya una tercera. Es una oportunidad para recuperarla y no es algo que vaya a
desperdiciar, por algo me llaman La Bestia y la razón es que soy implacable; así que mi idea es hacer
de esta noche algo no solo que no pueda olvidar jamás, sino que simplemente no quiera hacerlo.
Me sonríe tímida, aunque con coquetería. Sus brillantes ojos miel me escrutan discretamente al
tiempo que un delicioso rubor se enciende en sus mejillas, encendiéndome a mí, pero de otra
manera…
—Buenas noches.
—Más que buenas, estás que quitas la respiración —admito con la mano en su cintura.
—Entonces he logrado lo que pretendía —añade pícara.
—No lo pongas en duda.
La acerco a mí jugando un poquito al engaño, le hago creer que voy a besarla en los labios,
pero con una fuerza de voluntad de la que ni siquiera era conocedor, le aparto el pelo y deposito un
beso bajo el lóbulo, inspirando al mismo tiempo su exquisito aroma femenino.
—Gracias —susurro todavía con los labios pegados a su piel.
La escucho suspirar e instintivamente hincho el pecho endiosándome, porque sí, sé que puede
sonar arrogante y presuntuoso (poco me importa), pero recibir esa respuesta de una mujer como ella
es para eso como mínimo. Si no lo apreciara, me pondría al nivel del capullo del que espero deje de
ser su prometido después de esta noche.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa —le digo sujetando la puerta del coche invitándola a entrar.
—La última vez que me dijiste eso terminamos tirándonos de un avión.
—Esta noche el plan es otro, pero cuando quieras repetimos.
Intuyo que va a reaccionar de la misma manera que aquel día en cuanto descubra nuestro
destino.
Ya acomodados en la parte trasera y con el coche en marcha, la agarro de la cintura y la acerco
a mí, bien pegada.
—Estabas muy lejos —confieso apoyando el brazo izquierdo a lo largo del asiento sobre su
cabeza.
—Demasiado.
Y no, no se refiere a la distancia en el coche. Para que engañarnos, yo tampoco lo hacía.
Instintivamente, mi mano derecha se dirige a su cuello y, sin mucha dilación, la atraigo hacia mi
boca (esta vez sí), embebiéndome de ella despacio, pero con ansia.
—Demasiado —repito sobre sus labios antes de besarla.
Presiento que esta noche va a ser una tortura, porque a cada caricia, mirada, sonrisa o beso, se
me hace más difícil separarme de ella, si bien admito que es una tortura por la que daría todo lo que
tengo.
Trato de entretenerla, no quiero que sepa cuál es nuestro destino antes de que lleguemos, o sé
bien que se echará atrás.
—Estás muy guapo y hueles realmente bien.
Me pilla desprevenido y no por las palabras, sino por las ganas que hay en ellas, sutil pero
directa. Una Bella desconocida para mí, pero que me muero de ganas de descubrir esta noche.
Bella
—¿Qué hacemos aquí Daniel?
No es pánico, aunque admito que es lo que hubiese esperado de mi misma, pero el hormigueo
en mi estómago apunta a una sensación más parecida a una incertidumbre incómoda.
Parados frente a mi antiguo piso, y aún dentro del coche, observo como Daniel saca un juego
de llaves. Bueno no uno cualquiera, el que guarda mi padre y que ahora cuelga del índice de su mano
derecha.
¿Sorprendida? Sí y no. Sí, porque esperaba otra cosa y no, porque es Daniel y con él nada
nunca es cómo lo esperas.
—Tienes aliados en todos los frentes, ¿eh? —apunto chasqueando la lengua contra el paladar
—. Primero Chloe, ahora mi padre…
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Tengo otra opción?
—Siempre la tienes.
—Está bien, dime.
—¿Cuál es la razón por la que no has vuelto a esta casa?
—Ya te lo dije: era de mi abuela y me recuerda demasiado a…
—Bella —me irrumpe negando con la cabeza—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que no has
sido capaz de entrar a esta casa de nuevo?
Me jode su tono condescendiente, pero…
Agacho la mirada, examinando el juego de llaves que mantiene en la palma de su mano abierta.
Con sus cuatro llaves: la que abre la puerta a esa parte de mi vida que quise cerrar, al igual que mi
corazón, la de aluminio verde del portal, la pequeñita para el buzón y la de la azotea, todas recogidas
en un desgastado llavero de una paellera, muy Valenciano y muy de mi abuela. Mi abuelita María.
Instantáneamente se me dibuja una sonrisa en la cara. Cuando pienso en ella me invade un recuerdo
dichoso y… serenidad. Su marcha fue un duro golpe y no puedo negar que la echo mucho de menos,
pero es cierto que el dolor no es devastador. Al fin y al cabo, es ley de vida. Entonces, ¿qué tal si
empiezas a ser sincera contigo misma, Bella? Probablemente soy la única que se ha creído esa
patraña de que no he pisado esta casa porque me recuerda a mi abuela. Cuando la verdad es que esta
casa es más que cuatro paredes y un par de muebles suecos. Es el lugar en el que, por primera vez
desde la violación, permití entrar a un hombre, pero no solo fue en mi hogar: sino en mi vida, mi
corazón y literalmente dentro de mí. Esta casa representa lo mejor que me ha ocurrido en la vida.
Esta casa grita Daniel Baumann en cada esquina.
Touché.
¿Cuál fue entonces la verdadera razón por la que no he vuelto a entrar? Deduzco que…
—La misma por la que tú vendiste tu ático.
—No lo vendí —confiesa sosteniéndome la mirada.
—Me dijiste que lo habías hecho —le reprocho.
—No pude, pero al igual que tú, tampoco he entrado en él desde entonces. Hace años que no
piso ese lugar. En realidad, Bella, lo que quiero es hacerte una propuesta. ¿Qué tal si subimos ahí y
derribamos ese muro? Y otro día me acompañas a derribar el mío—propone tendiéndome las llaves
de mi casa.
En realidad… no necesito mucho para pensarlo.
—Hagámoslo.
—¡Esa es mi chica!
—Es el sexto.
—Lo sé.
—¿Entonces porque pulsas el botón de la azotea?
—¿Confías en mí?
—Sabes que sí.
Siento como las pulsaciones comienzan a acelerarse debido a la incertidumbre.
—No me gustan las sorpresas.
—¿No has dicho que confías en mí?
—Me temo que demasiado —rumio.
Al fin se abren las puertas. Salimos del ascensor quedando en algo así como un rellano de
apenas tres metros cuadrados. Daniel golpea con los nudillos un par de veces sobre la puerta de
metal que da a la azotea, y justo cuando le voy a soltar una de las mías, esta se abre y aparecen Chloe
y Víctor.
—Pero…
—Hola bombón —Víctor me asalta dándome un beso en la mejilla— ¡Vamos pequeña!
Dejemos a los tortolitos —se dirige ahora a Chloe, que parece estar susurrándole algo a Daniel la
mar de divertido.
—Chloe, pero, ¿qué…?
—Ahora lo verás… —me susurra mi amiga mientras me abraza— Estás increíble, por cierto.
—Gracias.
—Más te vale echar un buen polvo esta noche, ¿tú has visto que hombre? —arguye mirando a
Daniel con descaro.
Me río, más por nerviosismo que porque me haya resultado gracioso. Porque sí, claro que le he
visto ¿quién no lo haría? Aunque admito que no me he recreado demasiado, porque a veces Daniel
me parece tan… imponente que me abruma. Y hoy es de esas veces, impecable, con un traje azul y
una bonita camisa negra con los dos primeros botones desbrochados mostrando el comienzo de un
cuerpo que, incluso pasado tanto tiempo, se me hace difícil extraer de mi memoria.
—¡Adiós parejita! —exclama Chloe desapareciendo junto con Víctor por el ascensor.
Daniel me mira sujetando la puerta de la azotea con ojos expectantes y esa clase de sonrisa
capaz de derretir los polos.
Conozco este lugar, no he estado muchas veces, pero sí que recuerdo el color gris del suelo
algo deteriorado, las paredes blancas con marcas de óxido y enmohecidas, además de las numerosas
y variopintas antenas que enmarcan este espacio en las alturas. Pero sobre todo las vistas, lo único
por lo que realmente merece la pena venir hasta aquí arriba. El tema es que ahora mismo, lo que
tengo ante mis ojos, dista mucho de ser ese lugar que recuerdo, todo lo que he descrito debe estar ahí
escondido entre las decenas de ramos de rosas Tiger Rose que bordean toda la azotea, las pequeñas
luces que cuelgan sobre nuestras cabezas y la mesa para dos que nos espera en el centro de esta
ambientación recién salida de una película romántica.
Miro a esta bestia hipnotizada por el intenso olor a rosas que inunda mis fosas nasales de
manera casi narcótica, con la mano sobre la boca y los ojos húmedos de emoción.
Daniel, que se ha mantenido en un comedido silencio, coloca su poderosa mano sobre mi
espalda y me pregunta:
—¿Te gusta?
—Es precioso —logro balbucir tratando de obviar el descomunal revoloteo que ha empezado a
despertarse en la boca de mi estómago—. Muchas gracias.
—Gracias a ti —murmura retirando la silla, muy galán, para que pueda tomar asiento.
Contemplando como se acomoda frente a mí, con esa elegancia digna de un dandi, me es
revelado con una claridad irrefutable uno de esos aspectos que tanto me fascinan de Daniel Baumann.
—Siempre me ha gustado eso de ti.
—¿El qué?
—Que no alardees de tu posición económica llevándome a algún lugar extravagante en el que
para nada me sentiría cómoda y que, en cambio, me traigas a esta azotea andrajosa y te esfuerces por
convertirla en un auténtico cuento de hadas, logrando que me sienta única y especial.
Indudablemente mis palabras le agradan y creo incluso que le ayudan a inflar un poco más su
ego, por si acaso no lo tenía ya demasiado grande.
—Solo te ofrezco lo que te mereces, porque efectivamente eres especial y la única para mí. Lo
que me preocupa ahora es haber acertado con la cena —añade invitándome a destapar la comida.
Y lo hago, levantando el reluciente cubreplatos de acero que esconde suculentos sabores:
tabulé, humus, samosas, falafel y todo de…
—¡Shukran! Es mi restaurante libanés favorito. ¿Cómo lo has sabido? —pregunto intrigada
arrugando la nariz—. Te lo ha dicho Chloe —concluyo.
—No, me lo mencionaste tú misma una vez, en una de nuestras interminables conversaciones
telefónicas cuando estuvimos juntos.
—Pero eso fue hace un porrón de tiempo.
—Sí, pero me acuerdo porque ronroneaste como una gatita mientras me describías los sabores
del mejor tabulé que habías probado en tu vida.
Verdaderamente parece acordarse de ese día, yo por el contrario no lo recuerdo, pero que él lo
haga y con tanto detalle hace que me entren ganas de comérmelo.
—Y ahora mismo tú vas a descubrir porque ronroneaba cual gatita.
Cojo un poco de bulgur con el cubierto, me inclino sobre la mesa, y acerco un bocado de esta
delicia hasta su boca.
—Mmm… Está bueno —admite—, realmente bueno.
—Ya te lo dije.
Nos reímos, charlamos y disfrutamos de la comida logrando ese instante de felicidad que
Daniel, confesó, necesitaba y que, siendo honestos, yo también anhelaba. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Esta sensación de complicidad, comodidad y de desear que el tiempo nunca acabe, era algo que
había olvidado que existía. Por eso, era plenamente consciente de que aceptar su invitación era
apostar sobre seguro. Algo que ambos siempre hemos sabido es que encajamos a la perfección,
porque nos entendemos sin palabras y porque nuestro deseo se fortalece con el paso del tiempo; ya
estemos juntos o separados. Encajar nunca ha sido un problema, son otros aspectos los que se han
interpuesto entre nosotros, circunstancias de las cuales la mayoría, somos Daniel y yo los únicos
culpables. Por lo que deduzco que esta cena nos sirve a ambos para descubrir si todo eso con lo que
nos jodimos tanto en el pasado, está ya solventado y/o superado.
—¿Cómo llevas la abstinencia? —me aventuro a preguntar viéndole dar un trago largo de agua.
Elevando los brazos hasta apoyar los codos en la mesa, con la mirada firme en mí y con la
barbilla sobre sus manos enlazadas, se toma su tiempo para dar una respuesta a una pregunta que sé
con certeza que estaba esperando.
—Mejor de lo que hubiese imaginado, aunque hay momentos jodidos en los que he estado a
punto de recaer, esa es la verdad Bella.
Por un segundo esa seguridad se desvanece cuando le cazo esquivando mi mirada, porque
obviamente no está orgulloso de admitir que ha pasado por instantes de debilidad.
Estiro el brazo alcanzando su mano.
—Pero no lo has hecho y eso es lo que vale, Daniel. Todos tenemos momentos de flaqueza.
—No lo hice porque algo me detuvo y no fui yo. Si no llego a frenar…
—¿De cuándo estamos hablando?
—De cuando Ariel me confesó que había sido ella quien había interrumpido el embarazo. La
rabia y la ira me invadieron como hacía mucho tiempo no sentía, arroyándome casi por completo —
no me pasa desapercibida la manera de apretar los puños—. En cuanto se fue, te juro que estuve
conteniendo las ganas de beber, pero… ¡joder! Fui débil Bella. Terminé en un bar con una puta copa
de whisky en los labios, pero no llegué a probarlo, ¿y sabes por qué? No porque dispusiera de una
voluntad de hierro, sino porque Marc me llamó diciéndome que iba a nacer su hijo. Y solo en ese
momento desperté. Llegué al hospital asqueado de mí mismo, sentía que había fallado… Llevo dos
años limpio y estuve a punto de joderla. Luego entramos a la habitación y ¡Dios Bella! Verte con ese
niño en los brazos ¿Sabes lo que pensé? No fue en ese hijo que Ariel me había arrebatado ¡no! Una
miserable parte de mí le agradeció que hubiese irrumpido el embarazo, porque Bella, en ese instante
descubrí que ella tenía razón, y que eres la única mujer con la que quiero formar una familia. Me
sentí aliviado porque ese niño no llegara a nacer —admite en un sollozo ahogado—, soy un jodido
desgraciado.
Me levanto y me siento en su regazo.
—Escúchame bien —le obligo a mirarme sujetando su cara entre mis manos—, no eres nada de
esas cosas que crees, ¿me oyes? Eres humano y, ¿sabes qué? Los humanos cometemos errores. Eres
el hombre más valiente que he conocido en mi vida y pensar eso no te convierte en nadie horrible. Sé
con certeza que, si ese niño hubiese nacido le habrías querido, cuidado y protegido como a nada en
este mundo. Tú Daniel, eres una persona maravillosa y no eres débil por tener la tentación de beber.
Eres alcohólico y es una adicción. Nadie dijo que fuera fácil.
—Quiero hacer las cosas bien Bella, esta vez sí, contigo, ser lo que te mereces.
Esta nervioso y yo en cierta manera también, verle así me parte el alma, pero admito que si
existe alguna probabilidad de que esto funcione, es el momento de hablar las cosas, así que haciendo
acopio de toda la fuerza que dispongo. Me empujo a mí misma a dar este paso.
—¿Quieres empezar a hacer las cosas bien?
—Por supuesto—admite acariciando mi pelo con adoración.
—Tendrás que comenzar entonces perdonándome por besar a Kurt hace dos jodidos años,
Daniel.
Mis inesperadas palabras tensan su mano sobre mi cabeza, evidenciando que aún existen
heridas que escuecen.
—A ti te he perdonado.
—Por la manera en la que me lo echaste en cara en los Hamptons yo no estaría tan seguro de
eso. Cosa que, por cierto, no te pega nada.
—Tienes toda la razón, pero fue simplemente un arrebato de orgullo; estaba desesperado por
recuperarte.
—Pues fue una jugada muy sucia.
—Lo sé, y lo siento. Puedes creerme, eso está olvidado Bella —reconoce rodeándome la
cintura con el brazo, acercándome más a él.
—¿Y a Kurt? ¿A él le has perdonado?
—No es tan fácil…
—Estás muy equivocado, mucho —le reprendo levantándome—. Sigues volcando toda la culpa
de lo que te pasa en él, y permíteme que te diga que Kurt ha hecho más por ti de lo que demuestras
que te mereces.
Me alejo asediada repentinamente por una rabia generada por la cabezonería de Daniel que,
aunque se acerca hasta a mí para seguramente llenar mis oídos de burdas excusas, me repatea
enormemente.
—Tienes razón —admite pasándose la mano por la nuca—. Lo que dices es verdad. Solo dame
tiempo ¿vale?
—Si algo he aprendido Daniel, es que el tiempo no es infinito, deberías hacer algo ya antes de
que te arrepientas. Monika se merece conocer la verdad, no me puedo creer que aún hoy desconozca
que tiene un hermano. Y Kurt… él se merece que le trates como el hermano que es, y al que sé que,
aunque tratas de negar, quieres.
Termino mi perorata con la vista perdida en la vibración nocturna que desprende la ciudad de
Madrid: molesta, porque en todo este tiempo Daniel no haya sido capaz de solucionar nada de todo
eso; cabreada, porque siga construyendo una mentira alrededor de su hermana y porque se niegue a
aceptar a Kurt, incluso después de todo lo que ha hecho por él, de todo lo que le ha demostrado.
—Tienes razón —admite al fin y parece avergonzado.
—¿Y por qué no has hecho nada en estos dos años Daniel?
—Por miedo.
—¿Miedo a qué?
—A perder lo poco que me quedaba. A terminar solo de nuevo, a volver a recaer... ¡Miedo,
Bella!
Es cierto, el terror se exhibe en sus ojos con una claridad turbadora. Soy capaz de sentir ese
pavor con tan solo una mirada.
—Prométeme que harás algo para cambiarlo. Prométeme que, si me quedo a tu lado, te
ocuparás de todo eso.
—Si te quedas conmigo escalo el puto Everest desnudo Bella —asegura con una convicción
tan férrea que he llegado a creerme que lo haría.
—Espero entonces no pierdas tus bonitas pelotas —agrego rompiendo la tensión con una
broma a la que él responde con un beso que me pilla desprevenida, pero tan lleno de entusiasmo que
me deja sin aliento.
—Voy completamente en serio, lo haría.
Ojalá usara esa certeza para solucionar esos flecos sueltos que no le permiten ser feliz con la
plenitud que se merece.
Permanecemos unos segundos en silencio, supongo que cada uno sumido en sus propios
pensamientos.
Le pillo acariciando mi dedo anular, exactamente esa zona en la que aún se percibe el rastro de
un anillo.
—¿Estás segura?
—¿Crees que hubiese aceptado tu petición de lo contrario?
—No quiero que confundas lo que te voy a decir, pero… ¿estarías aquí si él no te hubiese
apartado de su lado?
—Sinceramente: no lo sé, no puedo asegurártelo. Pero lo que sí te puedo decir es que si
estamos aquí ahora es porque hace dos años tomé la decisión de irme a Nueva York; porque al
mismo tiempo tú te fuiste al Caribe a recuperarte; porque yo conocí a otro hombre; porque tú
conociste a otra mujer; porque nos volvimos a encontrar en el juicio y despertaste algo en mí que
creía dormido; porque nos topamos de nuevo en mi cumpleaños y me enseñaste cómo hubiesen ido
las cosas si las hubiésemos hecho de la manera correcta; porque mandaste a hacer un reloj idéntico al
que tenía mi madre; porque me enseñaste lo que es un cuatro de julio; porque mi padre entro en coma
y Barry decidió que era mejor tomarse un tiempo; porque estaba completamente vacía por dentro
hasta que apareciste en ese hospital y me devolviste a la vida; porque me explicaste lo que es la
soledad, pero no me dejaste pasarla sola; porque descubriste que marqué mi piel con tinta y supiste
que era más que un simple tatuaje; porque mi padre te adora, pero mi madre también; porque perdiste
un hijo de una mujer que no te merecía; porque verte destrozado me destroza a mí; porque besarte me
trajo de vuelta a casa; porque me he dado cuenta de que quisiera ser la madre de tus hijos, a pesar de
que es un imposible; porque se ha congeniado el puñetero destino para revelarme algo que ya sabía,
y es que siempre has sido tú Daniel; porque al final, somos la suma de todas nuestras decisiones.
Saca el móvil y tras pasar el dedo un par de veces por la pantalla, la suave melodía de la que
ya es sin duda nuestra canción (que sale de unos altavoces que hasta ahora no había visto) acalla el
ruido lejano de la ciudad. Me tiende la mano invitándome a perderme entre sus brazos bajo la dulce
voz de Pablo Alborán y yo, como siempre he hecho cada vez que sonaba «Pasos de cero», acepto su
invitación y me dejo llevar por él.
Subo mis manos hasta su cuello, sintiendo sus largos dedos perderse más abajo de mi espalda,
guiándome como solo él sabe hacerlo: suave, seguro y susurrándome al oído pedazos de esta canción
que habla sobre nosotros (o por lo menos, así nos gusta creer a ambos).
—Entre tu boca y la mía hay un cuento de hadas que siempre acaba bien, entre las sábanas frías
me pierdo a solas pensando en tu piel (…) bésame, no dudes ni un segundo de mi alma, alteras mis
sentidos liberas mis alas (…) que bueno es sentir que suspiro de nuevo (…) sin ti, yo me pierdo, sin
ti me vuelvo veneno (…) no entiendo el despertar sin un beso de esos (…) tu aliento en mi cuello
(…) que plan más perfecto presiento (…).
Conexión.
La clase de vínculo que no sabes lo obstinado que es hasta que su cuerpo no se acerca lo
suficiente al tuyo, como ahora, y eres literalmente incapaz de ignorar la exigente necesidad que
ambos requerís del otro. Sonrío, con una placidez que no recordaba que existía, porque esta íntima
complicidad no solo es un ídem de aquellas veces en que bailamos esta misma canción, no. Ahora
hay tanta sinceridad filtrándose a través de esa letra susurrada con suma dulzura sobre la sensible
piel de mi cuello, aspirada junto a mis labios, o atravesando mi mirada que, no solo es que la piel se
me erice, suspire cual colegiala enamorada o que las mariposas dominen mi estómago invadiéndolo
de cosquillas; es que este amor es tan intrínseco y real que va contra natura negar que Daniel y yo
hemos nacido para estar juntos. Es así.
Creo que ninguno de los dos éramos conscientes de que llovía hasta que ha terminado la
canción y, como si de un hechizo se tratara, despertáramos de un letargo en el que solo estábamos él,
yo (Pablo Alborán) y el amor que inevitablemente acabamos de profesarnos entre susurros, caricias,
miradas y ganas, sobre todo eso, muchas ganas. Las que Daniel me ha ayudado a recuperar.
—Estamos empapados.
Nos reímos como dos chiquillos a los que la lluvia ha pillado jugando.
—¡Vamos!
Daniel tira de mí arrastrándome dentro del edificio.
—¿Y los altavoces? Se van a estropear.
—Me preocupa más tu salud, además, ya estoy llamando a Iván —argumenta con el móvil en la
oreja— ahora se encarga de todo esto.
Y ya está, así es todo con Daniel. No hace falta preocuparse por quién recogerá nuestra fiesta
privada, porque él tiene gente para eso. Tiene gente para todo. Como Iván, que es su nuevo chófer
multifunciones, es decir, la versión 3.0 de Radko. Radko… No supe nada de él desde que me fui a
Nueva York. La verdad es que yo me desentendí bastante de todo ese tema, hice mis declaraciones
pertinentes a la policía, cogí mis bártulos y me largué a las américas poniendo tierra y mucho mar de
por medio. Nunca llegué a darle las gracias por haberme salvado, porque si no llega a ser por él y
por Daniel no lo cuento, más que nada porque Luis me dejó medio moribunda desangrándome en
aquella casita rural propiedad de Víctor. Radko se encargó de Luís, lo mató. No conozco muy bien
los detalles, nunca tuve interés en conocerlos, pero sí que supe que Radko tuvo bastantes problemas
con el tema de la pistola, porque a pesar de que disponía de la licencia necesaria para llevarla
encima (como escolta de Daniel), el arma tenía el número de serie borrado y sí, siempre supe de
dónde había salido esa arma, pero cómo la policía no me preguntó, yo tampoco dije nada. No sólo el
tema de la pistola le supuso un problema, hablamos de que mató a un hombre (aunque fuera un cabrón
psicópata como Luís, al parecer está mal visto), así que las cosas no se pusieron fáciles para él.
Admito que me despreocupé tanto de todo lo sucedido que, nunca supe que fue de Radko. Y ahora en
frío, siento que me he comportado como una zorra egoísta.
Cuando quiero darme cuenta estamos frente a la puerta del que era, y es mi piso; aunque ya no
viva en él.
—Vamos a entrar —me advierte retirando con ternura el pelo que el agua ha adherido a mi
sien.
—Lo sé.
Daniel espera pacientemente tras de mí mientras yo con la llave ya dentro de la cerradura me
quedo paralizada.
—Tranquila —me alienta con una mano sobre mi hombro.
Lo estoy. De verdad que sí, pero…
—Quiero contarte algo —confieso girándome para tenerle de frente.
—¿Estás bien?
—Sí, solo… antes de entrar me gustaría contarte una cosa.
—¿No me dirás ahora que escondes un cuarto de juegos como Christian Grey?
Me río y me destensa, porque esa ha sido su intención: romper la tensión y que me relaje.
Aunque esta clase de paridas suelen ser más de mi cosecha.
—No idiota, pero seguro que te gustaría.
—Es bien sabido que dominar es algo innato en mí personalidad y dentro de todos los aspectos
de mi vida, así que en el sexual no es una excepción, pero lo más cerca que me verás a mí de algo
como eso será del bondage usando unas esposas. No me excita el sadismo y aún menos el
masoquismo, ni ninguna práctica sexual que consista en marcar tu preciosa piel con nada que no sea
mi po…
—¡Vale, vale! Ya me ha quedado claro —exclamo tratando de callarle antes de que se ponga a
describir y enumerar las cosas que haría con su… Pues eso—. Lo pillo, nada de latigazos,
humillaciones, ni sometimiento. Cosa que agradezco, por cierto.
—Bueno, ¿qué pasa Bella? —Ahora sí, se pone serio—. Si no estás segura de querer entrar…
—Sí, sí que quiero.
Daniel
Es extraño, porque en realidad no parece nerviosa, no la he visto temer ni dudar en ningún momento,
de hecho, sus ojos miel irradian una firmeza mayor aún que la me ofrecían cuando compartimos bajo
la lluvia ese baile en que he sentido por primera vez que Bella me pertenece. Y no estoy hablando de
ella como una propiedad, como si fuera un simple coche, principalmente porque no es a algo físico a
lo que me refiero, es su amor lo que me pertenece, del mismo modo que ella es dueña y señora del
mío.
—Ya sabes que esta ha sido mi casa, mi hogar por mucho tiempo —se arranca por fin, aunque
de manera algo divagante—. He vivido muchas cosas en esta casa, empezando porque por primera
vez en diez años dejé entrar a un hombre: a ti. Y en esta casa me acosté con un hombre por primera
vez tras la violación: contigo. Es innegable que has sido un antes y un después en mi vida.
Me agrada escuchar esas palabras, porque son una confesión, no obstante, una parte de mí se
revuelve y asquea recordando lo mal que hice las cosas después de acostarme con ella la primera
vez.
—Antes de entrar… ¿Te acuerdas cuando me despertaste el día que viniste a verme al hospital
y casi no paré de llorar?
—Sí.
Me acuerdo claramente, lo que no entiendo es que tiene que ver eso con…
—Bien, pues el caso es que hasta ese momento no había derramado ni una lágrima, no sentía
nada dentro de mí, me encontraba como si me hubiera quedado hueca. Era extraño, jamás me había
sucedido algo así: mi padre estaba en coma, mi prometido justo antes de que cogiera un avión sin
fecha de vuelta decidió que era mejor tomarnos un tiempo y yo… Yo no sabía ni dónde estaba, me
sentía en tierra de nadie hasta que… —estiro el brazo deslizando el pulgar por su mejilla—. Hasta
que te vi y me di cuenta de que eras la única persona que necesitaba a mi lado, el único que podría
traerme de vuelta a casa. Daniel, no abandoné mi hogar cuando dejé todo para irme a Nueva York, lo
hice cuando te eché de aquel hospital hace dos años. Tú eres mi hogar, Daniel.
—Bella…
—Te quiero, con toda mi alma —confiesa con su mano sobre la mía con ojos húmedos de
emoción.
—No sabes cuánto tiempo llevo esperando esas palabras, cuanto necesitaba escucharlas.
No hace falta más, porque tampoco tengo la voluntad necesaria para retener toda la necesidad,
el deseo y el amor que me he estado guardando durante lo que me ha parecido una jodida eternidad.
Con un ímpetu, puede que algo desmedido, apreso a Bella contra la puerta, dirigiendo su boca
sobre la mía usando para ello la mano que antes acariciaba su mejilla y que ahora domina su cuello.
No soy suave, no podría serlo ni aunque quisiera. Mi lengua ha penetrado sin barreras en el interior
de su deliciosa boca, permitiéndome degustar ese sabor único y mío, ahora al menos lo es.
Profundizo el beso ostensiblemente excitado, obteniendo como respuesta un gemido por el que he
creído perder el control absoluto, pero con el que pretendo demostrarla que no solo estoy aquí ahora,
si no que lo estaré todo el tiempo que ella me lo permita, porque en esta relación siempre ha sido
Bella la que ha dirigido y yo no he sido más que un mero espectador, pero uno que ha permanecido
demasiado tiempo esperando en el patio de butacas.
Con una habilidad que ni creía poseer y aún perdido en ese desenfreno con Bella aferrada a mi
cuello, boca, corazón y alma, logro girar la llave y abrir la puerta con mi mano libre (dícese menos
ocupada). La arrastro de espaldas al interior de esta casa a la que apenas presto atención, prefiero
centrarme en lo verdaderamente importante: Bella. Ni hago el amago de encender las luces, lo más
probable es que los plomos estén bajados (no voy a perder el tiempo buscando el cuadro de luces), y
la iluminación que entra de la calle me parece suficiente, aunque admito que preferiría ver bien el
precioso cuerpo de Bella, pero a veces sentir es suficiente y eso es lo único que requiero en este
instante. Al parecer para ella también, teniendo en cuenta que ya se ha deshecho de mi chaqueta y se
pelea con los botones de la camisa en este momento.
De repente todo me parece demasiado acelerado.
Me aparto (no sin dificultad), y antes de que le dé tiempo a pensar demasiado la cojo en brazos
y la llevo hasta la habitación tendiéndola con cuidado sobre la cama. Y yo voy detrás colocándome
encima, con una rodilla en el colchón volviendo a atraparla con mis labios, pero esta vez con un beso
más tierno, enterrando mis dedos en su pelo.
—No puedes llegar a imaginar lo que te deseo —confieso embriagado de su sola presencia.
—Yo también te deseo, Daniel.
No podría negarlo, sus dilatadas pupilas se ciernen con tal precisión sobre mí que sería difícil
objetar lo contrario.
—Mi problema es que estas ganas no se sacian con una noche, preciosa.
—¿Y qué es lo que quieres? —pregunta irguiéndose con las palmas de las manos sobre la
cama.
La vida.
—Toda una vida junto a ti.
Ambos somos conscientes de que mis palabras son pura adoración por ella.
—¿Qué tal si empezamos por esta noche? —sugiere poniéndose en pie bajándose el vestido sin
apartar el color miel ahora transformado en bronce de sus ojos sobre mí.
—No es suficiente —logro balbucir abrumado por tenerla frente a mí con tan solo un conjunto
de ropa interior con encaje de color blanco que haría levantar hasta un muerto.
—¿Yo no soy suficiente?
—La vida, no es suficiente.
—Es lo que tenemos.
—Por eso no pienso dejar escapar ni un segundo, ya hemos desperdiciado demasiado tiempo.
—Completamente de acuerdo —sentencia bajándome los pantalones junto con los bóxer de un
tirón, arrodillándose para ello frente a mí, quedando apenas a unos centímetros de mi ya dolorida
erección.
¿Sorprendido? Sin duda.
¿Excitado? Más que en toda mi puñetera vida.
Sin dilación, envuelve con su mano la base de mi pene acercándola a sus carnosos labios,
sacando con picardía la lengua para lamer la punta sin prisa, trágicamente suave y sin apartar la vista
de mí, atenta a los sonidos que con su exquisita tortura está acometiendo: un gruñido sorpresivo al
principio, un gemido ronco después apresado por la rigidez de mi mandíbula y un delirante «¡Dios
Bella!» por último, justo antes de que la introduzca al completo en su maravillosa boca, hasta al
fondo, ayudándose de la mano para abarcar todo lo que su profundidad no es capaz de englobar.
Logrando ese punto en el que hace que me sienta suyo, porque esta es la mejor mamada del mundo.
Retiro el pelo que cubre su cara con ambas manos, sujetándolo sobre su nuca para poder
contemplarla con detalle. Pero la visión de ella arrodillada frente a mí con mi polla en su boca
deleitándose, sumado a los ruiditos de satisfacción que emite con sensualidad y la visión de sus
pechos en esta perspectiva, me obligan a detenerla antes de que esto termine antes siquiera de haber
comenzado.
—¡Para, para! Si continuas no voy aguantar y llevo mucho esperando por este momento. No es
en tu boca precisamente donde espero derramarme esta noche, al menos no todavía.
Tiro de ella obligándola a enroscar sus piernas en mi cintura para llevarla de vuelta a la cama,
sintiendo a cada paso su humedad sobre mi estómago ¡Dios!
—Haré que sea inolvidable. Prometo hacer que recordemos este día para el resto de nuestras
vidas, mi amor.
Martes, 18 de septiembre
Bella
«M i amor». Ese apelativo me ha dibujado una imperturbable sonrisa en la cara desde el mismo
instante que Daniel lo pronunció, conmigo entre sus brazos y con una sinceridad tan arrolladora que
hubiese sido difícil no tomarse en serio todo lo ocurrido después. Y estoy feliz, cómo ya no
recordaba se podría estar. Hoy le dan el alta a papá y he pasado una noche maravillosa con Daniel;
aunque admito que una pequeña parte de mí se siente como una sucia traidora por no haber
solucionado las cosas con Barry antes de dar este paso.
El coche se detiene frente a las puertas del hospital y, ocultos tras los cristales tintados de este
extravagante Bentley, no tardo en descubrir a un par de fotógrafos apostados en la entrada. Me
incomodo (no creo que eso cambie nunca), aunque Daniel insiste en que no están aquí por nosotros,
según me ha explicado se debe a que la mujer de no sé qué futbolista ha dado a luz y están ansiosos
por una exclusiva, no obstante, ya sabemos cómo funciona esto, si ya de paso se llevan una
instantánea del regreso de Bella y Bestia, pues mejor que mejor, ¿no? Daniel ha tratado de
convencerme de que ya no levanta tanto interés como antes, y yo no puedo estar más en desacuerdo,
menos aún tras las fatídicas fotos de los Hamptons.
—Quería darte una cosa antes de entrar, pero tienes que cerrar los ojos.
—¿Para qué? —pegunto escéptica.
—Es una tontería.
—Si es una tontería entonces, ¿por qué tengo que cerrar los ojos?
—De verdad, ¿tienes que cuestionar todo lo que te pido?
Me río (porque es cierto) y cierro los ojos (no muy convencida).
No tardo en sentir los fríos dedos de Daniel sujetar mi muñeca con delicadeza. Parece estar
colocándome…
—El reloj —confirmo con los ojos abiertos.
—Es tuyo —asegura terminando de atármelo— y me gustaría que lo llevaras.
Me acerco y como agradecimiento le doy un casto beso sobre los labios, que él recibe con una
ternura que hace que me revolotee esa vida que un día él sembró en mi estómago, y que solo un gesto
suyo pude activar como si de su dueño se tratara.
—Gracias.
Qué puedo decir, me encanta y me parece un gesto precioso. Si no lo acepté la primera vez fue
por respeto a Barry, y ahora supongo que ya no importa, el respeto ya se lo he perdido hace unas
horas y por varias veces.
Entramos en el hospital sorteando a un par de cámaras que, para mi regocijo, tardan en
percatarse de nuestra presencia.
—¿Por qué me miras así?
Todo el camino hasta la habitación ha mantenido la vista clavada en mí, con un semblante de
satisfacción parecido al que soy consciente debo irradiar yo misma en este momento.
—Gracias por hacerme el hombre más feliz de la tierra.
No contento con esa declaración que me ha sacado algo más que los colores, me agarra de la
cintura y gira conmigo para darme un beso de esos de película en plan «qué bonito» (pero tierra
trágame), en los que todo el mundo acaba aplaudiendo y vitoreando. Para mi fortuna, solo había una
enferma como testigo que se ha ruborizado apenas algo más que yo.
En cuanto logro que me suelte se me escapa una carcajada nerviosa y continúo caminando por
el pasillo ignorando que, además de avergonzada, me siento inquietantemente excitada. Maldito
Daniel romántico.
—Estás loco.
—Es que es tenerte cerca… y pierdo la cabeza.
Ambos la perdemos, la prueba es lo sucedido hace unas horas. Ha sido una noche de dormir
poco y amarnos mucho, pero sobre todo de innumerables confesiones. Aunque bien es cierto que en
ningún momento hemos hablado con claridad de qué pasaría después. Sí, nos hemos declarado y
demostrado cuánto nos amamos, yo he prometido quedarme a su lado si de una vez por todas se
sincera con Monika y perdona a Kurt, ambos hemos prometido que no habrá más mentiras entre
nosotros, pero aparte de todo ese compromiso, no ha habido ninguna conversación tipo: «¿y ahora
qué?».
Llegamos a la habitación y nos encontramos con que la puerta está abierta y que de ella salen
risas, además de una voz que debido al sudor frío que acaba de atravesarme la espina dorsal no me
veo capaz de ignorar, pero hasta que no estamos dentro y lo confirme con mis propios ojos no me veo
capaz de creer. Ni de asimilar.
Papá, sentado en la cama. Teresa, de pie junto a él. Y Barry, (¿Barry?) frente a ellos, con ese
talante de médico presuntuoso envolviendo la escena con su inquietante atractivo tan bien
engalanado, con pantalón de pinzas marrón y jersey de punto azul a juego con sus escrutadores ojos.
Una estampa que deseé ver hace días, y que ahora me resulta de lo más turbadora.
Nuestra aparición ha provocado un repentino e incómodo silencio y una tensión palpable en la
mirada acusadora de Barry, la incómoda de Teresa y mi padre a partes iguales, y la aversiva de
Daniel.
—Babe…
Barry se acerca atrapando mi cara entre sus manos y me planta un beso en la boca que me sabe
a estafa de inmediato.
Le aparto sin parecer muy brusca; no me apetece montar un numerito.
—¿Qué haces aquí?
No creo que a nadie se le haya escapado mi tono acusatorio, aunque él trate de disimularlo con
una cínica sonrisa.
—Era una sorpresa. Vi que anoche me llamaste, pero estaba en el avión, por eso no pude
contestar tu llamada.
—¿Cómo no me avisaste de que venías? —reitero.
—¿Qué te parece si vamos a por un café, que con el jet lag…? Además, Alex no entra hasta—
añade comprobando la hora en su reloj— dentro de una hora, que será cuando le dé el alta a tu padre.
Sin darme tiempo a responder, me ancla a su lado con la mano en mi cintura, para dirigirse a
Daniel estirando el otro brazo con intención de estrecharle la mano.
—David, ¿verdad? —pregunta con inquina.
—Daniel —le aclara este con una mirada muy, muy oscura.
—Cierto, Daniel Baumann. Gracias por acompañar a mi prometida estos días —remarca el
posesivo ajustándome más a su cuerpo—, pero creo que lo mejor será que te vayas —sí, sí ha sonado
a amenaza. Barry, no te pega nada—. Un hombre cómo tú seguro que tienes asuntos más importantes
que atender.
Daniel me mira, deduzco que con expectativa de que yo diga o haga algo, pero no, me quedo
petrificada cuál Venus de Milo.
—Me alegra que estés mejor Neil. Un placer Teresa —se despide evitando mirarme a mí
directamente.
Está… decepcionado.
—Gracias Daniel —añade mi padre fingiendo que esta situación no le incomoda.
En cuanto le veo desaparecer por la puerta mi ritmo cardíaco parece detenerse atrayendo
consigo un estado por el que no pienso pasar de nuevo. Aparto el brazo de Barry y salgo tras él.
—¡Daniel! ¡Espera! —exclamo alcanzándolo ya al final del pasillo—. Lo siento, no tenía ni
idea…
—¿Le llamaste anoche antes de vernos? —masculla claramente molesto.
—Sí.
Se gira airado y continúa con paso firme, pero logro detenerle plantándome frente a él,
frenándole con una mano sobre el pecho.
—¡Daniel para! ¿Por qué te pones así?
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque ambos sabíamos lo que implicaba tu invitación Daniel, y yo aún… todavía estamos
prometidos.
—Y tú y yo nos comprometimos a ser sinceros y sabes bien que ahora estás incumpliendo a tu
palabra. ¿Te digo yo por qué le llamaste? —No me pronuncio—. Para asegurarte de que no quería
volver contigo.
—Bien, ¡vale! Tienes razón le llamé por eso, pero no puedes culparme por ello —Le jode,
pero sabe que tengo razón—. Igualmente, Barry no cogió esa llamada y con ello solo consiguió
acelerar algo inevitable, porque casarme con él hubiese sido un terrible error. Todo lo que te dije
anoche era verdad, te quiero Daniel y quiero estar contigo.
—¿Entiendes cómo me sienta verte con él? ¿Sabes la cara de gilipollas que se me ha quedado?
—Lo entiendo y lo siento de verdad, a ambos nos ha pillado por sorpresa, pero tengo que
hablar con él, se lo debo Daniel —asiente sin mirarme—. Espérame, por favor.
—He esperado dos años, podré aguantar un poco más.
—Gracias.
Daniel
—¿Estás seguro de eso Daniel?
—Hace mucho tiempo que debí haberlo hecho.
—No seré yo quien te lleve la contraria, pero como tu abogado, y por el bien de tus intereses,
tengo el deber de advertirte que estás cometiendo un error.
—Y cómo amigo, ¿cuál es tu opinión, Peter?
—Como amigo me parece una locura, pero te apoyo al cien por cien.
—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
—Me pongo a ello.
—Gracias.
Tengo que empezar a saldar deudas, así que empecemos por esta.
Bella
—Entonces ¿Daniel y tú…?
Papá es incapaz de ocultar la ilusión que mi reciente confesión le produce.
—Sí —acompaño la respuesta con una sonrisilla culpable que no puedo evitar, porque es
mencionar a Daniel y un hormigueo invade mi cuerpo recordando todas las cosas que nos dijimos e
hicimos anoche.
—Me alegra cariño. Él me gusta y es el único que te hace sonreír de esa manera. Y si te soy
sincero, había algo en Barry que no terminaba de gustarme.
—Siento todo ese momento de antes, no tenía ni idea de que iba a venir. Si lo llego a saber,
créeme que me hubiese ahorrado todo ese bochorno.
—Bueno, qué puedo decir. Sin duda ha sido lo más divertido de las últimas semanas.
—Pues no parecías muy cómodo, papá.
Yo tampoco.
—Cierto, no lo estaba.
—Por cierto, Daniel nos ha dejado su coche junto con su chófer, que está esperando fuera para
llevarnos a casa.
—Siempre está en todo.
—Siempre.
El alta ya está dada y papá preparado para marcharse. Tan solo estamos haciendo tiempo
mientras Teresa saluda a una antigua compañera de trabajo.
—Y… ¿has quedado con él?
—He quedado en llamarle en cuanto tuviera un momento.
—Ve a hablar con él, nosotros te esperamos en el coche —añade saliendo por la puerta.
—¡Espera papá! —me acerco y antes de que se vaya le doy un beso en la mejilla—. Me alegra
que estés bien, te quiero muchísimo.
—Y yo a ti cielo. Dale las gracias a Daniel.
—Lo haré.
Salgo al balcón marcando su número, me siento algo ansiosa e intranquila. Antes de irse
hablamos y creo que las cosas quedaron bien, pero hace un par de horas de eso y siento que ya le
echo de menos.
—Bella.
—Hola.
—¿Cómo ha ido? —pregunta con urgencia.
—Digamos que no cómo me esperaba. Me he llevado alguna que otra sorpresa.
—¿Qué ha pasado?
—Resulta que llevaba desde julio acostándose con su ex.
—Hijo de puta —masculla.
—Por eso lo de tomarse un tiempo, estaba confundido, pero parece que ya se había aclarado
porque, aun sabiendo que anoche me acosté contigo, pretendía intentarlo de nuevo.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta con esa dulzura que me desarma.
—Triste y decepcionada. No lo hubiese imaginado jamás y, no sé, ha sido raro.
—¿Se ha… comportado?
—Alguna lindeza me ha dedicado, pero bueno, incluso viniendo de él, era algo que ya me
esperaba.
—He estado a punto de quedarme y esperarte en la puerta de la cafetería. Te admito que no
estaba muy tranquilo dejándote a solas con él, pero me he dado cuenta de que era algo que tenías que
hacer y que no sería muy maduro por mi parte. Si me hubiese quedado no habría sido yo, sino el
Daniel del pasado.
—Te lo agradezco, era mejor así. ¿Dónde estás?
—En el aeropuerto.
—¿Te vas?
—Sí, ha sido algo de última hora.
—Me hubiese gustado despedirme.
—A mí también, pero ha sido muy repentino.
—Y… ¿cuándo vuelves?
—El problema es… que no lo sé, Bella.
—¿Ha pasado algo?
—Nada de lo que tengas que preocuparte. Cuéntame, ¿cuáles son tus planes ahora?
—Quiero quedarme con mi padre una temporada, acompañarle durante la recuperación; pero
también voy a tener que volver a Nueva York a solucionar algunos asuntos, sacar mis cosas de casa
de Barry… Así que deduzco no tardaré mucho en coger un vuelo, me gustaría quitarme todo esto de
encima lo antes posible. Daniel, ¿por qué tengo la impresión de que pasa algo?
Su silencio me está crispando los nervios.
—No es nada, de verdad, tan solo debo arreglar un par de cosas. Con ello estoy cumpliendo mi
promesa.
—¿Cuál de todas?
Cómo ya he dicho, anoche se hicieron muchas.
—Digamos que es un compendio de todas ellas.
—Prométeme que volverás —le ruego.
—Lo haré, y cuando lo haga nada nos separará, te lo prometo, mi amor.
Ahí está otra vez: «mi amor». Siento que cualquier barrera desaparece con esas dos palabras.
—¿Por qué me suena a despedida Daniel?
—¿Confías en mí?
—Ya conoces esa respuesta.
—Pero necesito escucharla.
—Sí, confío en ti.
—Entonces todo irá bien.
En realidad, creo que trata de convencerse a sí mismo.
Viernes, 26 de octubre
Bella
Diez días en Nueva York, siete sin saber nada de Daniel. Cada hora que pasa sin tener noticias
suyas siento como si mi corazón se hubiese anquilosado y una voz raspara dentro de mí con
insistencia un: «no vas a saber más de él», «lo ha vuelto a hacer: te ha abandonado», o un: «esta vez
ni siquiera hay post-it de despedida». Claramente algo pasa. Es extraño, inquietante y molesto.
Nuestra última conversación fue el viernes pasado y le noté raro, lo que ya activó en mí está
sensación de «algo se avecina». La charla fue como siempre: hablamos de las ganas de vernos, de su
trabajo, de mi padre y de mis escasos avances zanjando cosas con respecto a Barry, pero además de
la anormalidad en su tono, tan sereno (parecía que se había tomado una caja de Valium), hubo algo
más que me dejó intranquila.
—Te quiero, preciosa. No lo olvides —susurró suplicante.
¿Por qué demonios se supone que iba a hacerlo?
—No podría hacerlo.
Durante toda la llamada tuve la sensación de que no quería colgar. A ver, siempre suele ser así,
pero ese día en concreto… se aferraba de una manera distinta a aquella conversación. Y si añadimos
a eso que justo antes de colgar escuché un «perdóname», que trate de autoconvencerme que en
realidad no había oído, pero que, tras siete días sin noticias suyas, sería una estupidez descartar la
opción de que efectivamente hay algo que voy a tener que perdonarle.
Como decía antes, las cosas con Barry no han ido precisamente con fluidez, puesto que no ha
hecho más que ponerme piedras en el camino: cambió la cerradura impidiéndome que saque mis
cosas del piso, se negó a cogerme el teléfono e incluso prohibió que le pasen llamadas mías en el
hospital (como si fuera una psicópata de esas de película de serie B que echan los domingos en la
tele ¡lo que me faltaba!). Hasta que pareció entrar en razón hace tres días, y se puso en contacto
conmigo para invitarme a cenar y así «arreglar las cosas como adultos». De chiste, porque el único
que no se ha comportado como uno ha sido él, pero bueno, dejémoslo estar… Así que este pasado
miércoles nos vimos, después de un mes de aquella incómoda conversación en el hospital. Acudí
animada pensando que se comportaría al fin, como cabría esperar de un neurocirujano de 38 años.
Vaya sorpresa me llevé (o no) según se mire, porque no sé en qué momento dedujo que aquello era
una cita. Debí intuirlo, tan solo por el hecho de que, en vez de quedar a comer, lo hiciera para cenar,
pero como siempre está tan ocupado… pues no le di importancia. Primer error. Se pasó los veinte
minutos que duró la cena (que fue lo máximo que aguanté) disculpándose por su comportamiento de
los últimos días y rogándome que volviera con él. Siento decir esto, pero lo que me dio fue pena, y
mucha, aunque solo hasta un punto, porque en cuanto le expliqué (como lo hubiese hecho con un niño
de tres años) que no habría posibilidad alguna de un segundo acto Barry-Bella, sacó su lado
vengativo y ruin comportándose como el auténtico capullo arrogante que siempre ha sido, pero que
yo me he negado a ver.
Me levanté de la mesa, le devolví el anillo y le entregué un cheque por valor de 8.500 dólares,
que era todo lo que había logrado ahorrar en todo este tiempo (sumando los 7.000 que me dio Chloe
por la compra de la fotografía).
—Ahí tienes el dinero por lo de mi padre.
—Esto no cubre ni el traslado en ambulancia —se burló con arrogancia mirando el cheque con
una cínica sonrisa.
—Te lo devolveré, dime el total y me encargaré de hacerte llegar lo que falte.
Me dijo la desorbitante cantidad regocijándose en ello, tratando de hacerme sentir una ingenua
por pensar que con esa calderilla saldaría mi deuda. Lo logró; hacerme sentir ridícula quiero decir.
Por ello en cuanto salí, llamé a Chloe para contarle cómo había ido la estúpida cena. Se puso como
una auténtica fiera, con un par de «ya te lo dije», que me sentaron como una patada en toda la
espinilla, pero que al tener razón me tuve que callar sin rechistar. Así que después de poner a Barry
fino y de cargar conmigo, me obligó a aceptar el dinero que faltaba, y no me negué, porque prefiero
deberle esa indecente suma a mi mejor amiga que al cerdo de Barry para que me tenga atada a él
hasta el fin de los días.
No me digáis por qué, quizá se le apareció la virgen o viendo tanto seso el suyo despertó en
algún momento, pero Barry pareció entrar en razón y me mandó un mensaje ayer informándome de
que podía pasar a recoger mis cosas, y así lo hice. Le entregué el cheque con el resto, cogí una caja,
dos maletas y una bolsa con mis pertenencias que él mismo me ayudó a cargar en el ascensor, y en el
último segundo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, apareció ese Barry Wilson que yo
conocía y del que en algún momento sé que estuve enamorada.
—Siento mucho cómo han ido las cosas, Bella. Soy el mayor culpable de todo lo que ha
pasado, y el único responsable de dejar escapar a una mujer tan maravillosa cómo tú. Daniel es un
cabrón muy afortunado, pero también sé que nosotros nos hemos querido mucho, y yo pienso
quedarme con eso.
—Yo también.
Le di un beso en la mejilla y a pesar de todo: de lo mal que hizo la cosas, del rencor que ha
demostrado guardarme, de haberme insultado e incluso infravalorado, de haberme abandonado en el
momento en que más apoyo necesitaba; a pesar de todo eso, no logré sentir enfado, ni siquiera rabia.
Y aunque no lo dije en voz alta, le desee todo lo mejor. Dicen que a eso se le llama madurar.
Cogí un taxi y me llevé todas mis cosas al piso que tiene Chloe en TriBeCa, que es donde me
estoy quedando, ya que ella está con su recién estrenado maridito viviendo una Luna de Miel de
ensueño en Tailandia ya que la anterior se vio chafada por el repentino ingreso de mi padre en el
hospital.
¿Lo bueno? Ya está todo solucionado y puedo volver a Madrid. Papá está bien y mejorando
cada día. Insiste en que me quede aquí y siga con mi vida, pero ya le he dicho que ahora mismo mi
vida es estar a su lado. Además, los médicos aún no le permiten conducir, por lo que no trabaja y no
cobra ninguna clase de subsidio. El único dinero que entra es el sueldo de Teresa, así que yo ya he
estado mirando algo de trabajo en Madrid para poder echarles una mano, ya que todo lo que tenía
ahorrado ha ido a parar a saldar mi deuda con Barry. Y que conste que lo he hecho con gusto, porque
ha recibido muy buena atención médica y porque gracias a eso, hoy sigue aquí entre nosotros.
Pensaba dedicar la tarde de hoy para buscar un billete de vuelta a Madrid, pero he recibido
una llamada esta mañana de Peter. Sí, de Peter Goldstein, el abogado de Daniel. No sé nada de él,
pero sí que me llama su abogado urgiendo un encuentro para hoy mismo (para echarse a temblar), así
que he tenido que posponer la búsqueda del vuelo. Y digo yo, con lo fácil que sería cerrar los ojos,
golpear los talones tres veces y pronunciar: «se está mejor en casa que en ningún sitio», pero me
temo que no soy Dorothy ni estoy atrapada en Oz.
Lo que está claro es que algo importante tiene que contarme Peter si viene desde Frankfurt o
Madrid (la verdad que no sé dónde vive) para hablar conmigo, y además con tanta premura. Intuyo
que este encuentro va a ser algo por lo que sentirme tal y como estoy: inquieta por la incertidumbre,
aterrada porque sé que se trata de Daniel, y con el estómago revuelto porque confirmar mis
sospechas no tiene más resultado que este.
Entro en La Colombe, una pequeña cafetería del Soho, que es donde hemos quedado. Le veo,
sentado en una mesa lateral acompañado de una taza de café.
—Bella —me saluda tendiéndome la mano en cuanto llego a su altura.
—¿Qué tal Peter?
—Estás… especialmente guapa.
No parece un cumplido, suena sincero, más que nada por la manera en que tuerce la cabeza,
entorna los ojos y sonríe con amabilidad.
—Gracias.
—Siéntate por favor, ¿qué te apetece tomar?
—Una manzanilla, gracias.
Este lugar es conocido por sus cafés, pero últimamente me he vuelto aficionada a las infusiones
y no por decisión propia, más bien porque mi estómago no me da tregua.
Mientras Peter se encarga de pedir, yo aprovecho para observarle y quizá así lograr relajarme
un poco. Compruebo que está exactamente igual que aquella primera vez que le vi en la sala de
reuniones de Marketing McCarthy: impecable con un traje oscuro, zapatos brillantes hasta
deslumbrar, y con ese atractivo a lo Paul Newman, aunque en su caso con unos preciosos ojos verdes
y una embaucadora sonrisa que ponen la guinda a un galán de lo más sofisticado.
—¿Qué tal está tu padre? —me pregunta con verdadero interés en cuanto vuelve a la mesa con
mi infusión.
—Adaptándose después del susto, pero dentro de lo que ha pasado ya está bastante bien,
gracias por preguntar.
—Me alegro. No le conozco, pero Daniel me ha hablado mucho de él, y sé que le aprecia.
Escuchar eso me entibia el corazón sin remedio.
—¿Estás aquí para explicarme por qué no sé nada de Daniel desde hace una semana?
Sonríe.
Me siento especialmente impaciente. Nerviosa. Taquicárdica.
—En cierto modo.
De una cartera de piel negra le veo sacar un sobre blanco que me tiende. Lo cojo algo
escéptica descubriendo mi nombre escrito a mano en el mismo. La rúbrica es de Daniel.
—¿Qué es esto?
—La razón por la que no has podido hablar con él desde hace días. Ábrelo —me invita
echándose hacia atrás en su asiento como si tratara de darme algo de espacio.
Lo hago, con el corazón retumbándome en el pecho y las manos visiblemente temblorosas.
Una carta. Diez páginas a una cara manuscritas por Daniel.
Miro a Peter que con un gesto de cabeza me anima a que la lea.
Mi Bella,
Sé que te estás preguntando de qué va todo esto, cómo es que hace días que no sabes nada de mí y qué demonios hace mi
abogado ahí contigo. Tranquila, ahora mismo vas a encontrar la respuesta a tanta incógnita.
Admito que no es nada fácil escribir esta carta, pero hay cosas que tengo que contarte; así que no me voy a andar con rodeos.
Allá va...
Para empezar, lo primero que debo hacer es pedirte perdón. Necesito que me perdones por cómo me marché el día que dieron
el alta a tu padre, sin una despedida decente y de una manera tan cobarde, pero si esperaba hasta que terminaras de hablar con
Barry sabría que no sería capaz de hacer esto, y es que estaba incumpliendo una de esas promesas que nos hicimos esa misma
noche, concretamente esa de no volver a ocultarnos nada. Yo sí te he ocultado algo y por eso me marché, porque te mereces la
mejor parte de mí y en aquel momento no te la hubiese dado.
Quiero que empecemos de cero, pero de verdad. Así que una vez más gracias Bella, porque estar a tu lado hace que quiera ser
mejor persona. Estoy tan agradecido a la vida por haberte puesto en mi camino, que lo justo y más correcto, es que, a cambio,
yo haga las cosas bien. Se lo debo a la vida, pero más aún, te lo debo a ti.
Radko no mató a Luis, Bella, fui yo quien lo hizo. Estaba solo cuando te encontré desangrándote en el suelo de aquella casa,
entre cristales y caos absoluto. Mi primer instinto fue ir a por Luis, di con él y le disparé; no me lo pensé, esperé que me mirara
a los ojos y apreté el gatillo. Es horrible, soy consciente de ello, pero no creo que puedas llegar nunca a entender cómo me sentí,
porque prometí protegerte y no había cumplido mi promesa. Y sí, no me sentí mejor después de dispararlo, pero admito que
tampoco me sentí mal; nadie me puede negar que la vida es mejor ahora que hay un bastardo menos por el que preocuparse.
Cuando volví a buscarte y te cogí entre mis brazos… sentía que te perdía, no reaccionabas. No he tenido más miedo en toda mi
vida. Nunca. Jamás. Y he de confesarte algo más, y es que, si no hubieses salido con vida de eso, yo tampoco lo habría hecho,
tenía una pistola, no necesitaba más.
Radko llegó apenas unos minutos antes que la ambulancia y la policía. Y acostumbrado a esta clase de situaciones, hizo un
rápido registro de la escena y descubrió algo de lo que yo no me había percatado; Luis llevaba una Glock 26 9mm en el tobillo,
es decir, una pequeña pistola. Deduzco que me había oído entrar en la casa y cuando le encontré en el baño la estaba sacando
para usarla contra mí, pero no le dio tiempo. Si soy sincero me es completamente indiferente, lo que aún me pone los pelos de
punta es el fin con el que llevaba esa arma encima, porque es obvio que su intención inicial no era usarla contra mí.
Radko me propuso que contáramos a la policía que había sido él quién había matado a Luis, al fin y al cabo, es mi
guardaespaldas, tiene licencia para usar un arma y simplemente estaría cumpliendo con su trabajo. Admito que en aquel
momento estaba en tal estado de shock que me pareció buena idea y acepté, pero con lo que no conté (ya te digo que no estaba
muy lúcido, aunque Radko sí que era consciente de ello), es que la pistola que yo usé para matar a Luís era ilegal, y eso fue lo
que posteriormente le trajo grandes problemas a él. Hasta hace unas semanas ha permanecido en libertad provisional, pendiente
de celebrarse el juicio.
Bella, me has ayudado a abrir los ojos y a tomar verdadera conciencia de una realidad que no quería ver, pero que estaba ahí. Y
es que es irrefutable que en mi vida no he sido lo que se dice muy responsable en lo que a mis actos se refiere. Pero se acabó.
Estoy harto de esconderme y de vivir con miedo porque alguien pueda chantajearme o amenazarme con mi pasado, o porque mi
propia conciencia no me deje dormir por las noches. Quiero vivir tranquilo. En paz, a tu lado.
Me marché y decidí empezar por solucionar el lío en el que yo mismo había metido a Radko. Él tiene una familia que
claramente lo ha estado pasando mal, y yo he sido el único culpable de ese sufrimiento. Fui a la policía y conté toda la verdad.
Afortunadamente aún no se había celebrado el juicio contra Radko, así que eso reducía mi pena, pero está el tema del falso
testimonio. Peter alegó como eximente que yo había bebido (completamente cierto), que no hubo alevosía y que fue en legítima
defensa, así que llegamos a un pacto de conformidad con el fiscal, me declaré culpable y me han condenado a ocho meses de
prisión, además de a una cuantiosa multa. Y esta es la razón porque hace días que no sabes nada de mí Bella, ya que estoy
cumpliendo condena en la cárcel Soto del Real de Madrid.
Siento de verdad no haberte contado nada de esto, pero si nos hubiésemos visto o te lo hubiese contado… me habría
derrumbado Bella, y necesito permanecer fuerte. Espero que algún día puedas perdonarme…
Kurt se ha quedado a cargo de Baumann´s Corporation. Lo hizo muy bien los meses que estuve rehabilitándome, puede incluso
que llevara la empresa mejor que yo. Tenías razón con él, es un buen tipo y no he sabido apreciar todo lo que ha hecho por mí a
lo largo de los años. Hemos pasado mucho juntos y… es mi hermano. Y sí, le quiero.
Otro cabo suelto que me quedaba y que prometí solventar era Monika y puede que haya sido lo más duro de todo el proceso.
Le he contado la verdad sobre Kurt, y comprensiblemente no se lo ha tomado muy bien, tampoco puedo culparla por ello. Sólo
espero que ella también, con el tiempo, pueda perdonarme. Parece irónico, las dos únicas mujeres que quiero son a las que más
daño he hecho, pero no es casualidad, es una muestra de lo mal que he gestionado mi vida. No obstante, eso ya se acabó.
Reconozco que ahora que me he encargado de todo esto Bella, y por primera vez en toda mi vida, siento que me he quitado un
gran peso de encima; muchos años cargando con demasiadas cosas. Y ¡Dios! De verdad que necesito cumplir esta condena y
no solo porque es lo justo, sino porque debo pagar por muchos errores cometidos en el pasado. Así que, como puedes ver, he
querido dejar todo solucionado antes de entrar, porque cuando salga, quiero empezar de nuevo y dar esos “pasos de cero” junto
a ti.
Me gustaría pedirte dos cosas, aunque soy consciente de que no tengo ningún derecho a hacerlo. Lo primero, es que aguantes
un poco más en Nueva York. Con mi repentina entrada en prisión la prensa está bastante revolucionada, sobre todo en España,
así que hasta que se calmen un poco las aguas, sería mejor que te quedarás ahí una temporada. Cualquier cosa que necesites
pídesela a Peter, sea lo que sea, y sé que tu orgullo no te va a permitir aceptar nada, pero de verdad Bella, háblalo con él, no
tienes ni que dar explicaciones. Todo lo mío es tuyo. Y a colación de esto último viene la segunda cosa que voy a pedirte, pero
antes de que pases a la siguiente página y averigües de qué se trata, necesito que levantes la vista y mires a Peter, él sabrá que
hacer.
Levanto la vista tal cómo me ha pedido, completamente atribulada, y antes siquiera de que
pueda dotar a mi mente de cualquier pensamiento, me encuentro con una pequeña caja negra sobre la
mesa.
¡¿No puede ser?! No…
Sé que aún no la has abierto y sí, es lo que estás pensando: es un anillo de compromiso, pero no uno cualquiera, sino ese que te
mereces. Lo ordené hacer pensando en ti, hace ya tiempo, poco después de salir de mi recuperación, durante aquellos meses
que pasé en los Hamptons. Mandé a hacer el reloj y este anillo tan… peculiar. Ahora sí, me gustaría que abrieras la caja, por
favor.
Con lágrimas agolpadas en los ojos sujeto la caja entre mis temblorosos dedos y la abro. Y
es… único, irrepetible, precioso; es… Daniel.
Admito que siempre me ha atraído lo gótico, creo que a estas alturas sería absurdo negar que soy un romántico empedernido.
Además, hasta que te conocí siempre he sido oscuridad, así que por eso el oro negro. Digamos que esa parte me representa a
mí y para coronarlo como se merece… no quería un diamante, demasiado vulgar. Pensé en algo rosa. Zafiro rosa. Se nota el
contraste ¿verdad? Ahí estamos, los dos, representados en un anillo. Arriesgado, soy consciente de ello, pero sabes que si no,
no sería yo.
¿Has leído el grabado? «Bella y Bestia» Qué puedo decir, siempre estuve de acuerdo con tu madre.
Lo he guardado desde entonces (hace ya dos años), supongo que siempre supe que algún día lo colocaría en tu dedo. Yo lo
haría, aunque las circunstancias son las que son y no puedo cumplir ese deseo, no sabes lo que me mata eso. Me gustaría que
hubiese sido de otra manera, y lo imaginé muchas, muchísimas veces. Llevarte a algún lugar especial o hacer algo grande,
aunque en el fondo sé que no habría cumplido nada de eso. Quizá, un día después de hacer el amor y aun completamente
desnudo, vulnerable y sin máscaras, me hubiese arrodillado nervioso (sabes que no suelo admitir estas cosas, pero sí, lo estaría)
y vería tu cara de pánico mientras te digo todo lo que significas para mí. Porque desde ese día que te vi despotricando de mí aún
sin conocerme en la puerta de mi local, avivaste en mí una curiosidad tan descomunal, que aún hoy permanece prendida con
viveza. Nunca te lo conté, pero estaba fuera, a pocos metros de ti, mientras me llamabas hortera, egocéntrico y asegurabas que
le ponía nombre a mi polla. Todavía se me pone una sonrisa de idiota en la cara recordando aquella noche. Pero el verdadero
instante en que supe que eras tú la mujer de mi vida, fue cuando el destino te puso de nuevo en mi camino, en aquella reunión
en mis oficinas de Frankfurt y yo haciendo gala del capullo arrogante que era, me porté como un auténtico cretino en aquel
ascensor y por primera vez en toda mi existencia, me hiciste despertar de esa falsa y mediocre felicidad en la que creía vivir;
más aún tras conocer tu secreto. A partir de ahí se convirtió para mí en una obsesión ayudarte, era una tortura separarme de ti.
En realidad, era más que eso. Era devoción por ti, admiración, deseo, amistad, era AMOR con todas las letras. No sé si eres
consciente, pero la verdad es que, desde ese momento hasta ahora, eres TÚ la que me has SALVADO a mí, una y otra vez
Bella. Ahora siento que todo por lo que he pasado en mi vida ha cobrado sentido, lo bueno y lo malo, tenía una razón de ser, ha
sido un aprendizaje que me ha llevado hasta ti. He estado encerrado en mí mismo, ni siquiera creo que viviera antes de
conocerte, tan solo sobrevivía, hasta que apareciste y me diste una razón por la que vivir, me enseñaste a amar de nuevo y me
mostraste un futuro en el que quiero estar: un futuro a tu lado. La pregunta ahora es si tú me ves a tu lado Bella. Y tranquila, no
tienes que responder ya, esa es la parte positiva de que no esté arrodillado (en pelotas) frente a ti en este momento, y es que
tienes ocho meses para pensarlo (así de paso mi ego no sufre y mis testículos no pierden su habitual calidez).
Deduzco que te preguntaras por qué no lo hice antes, pues por una sencilla razón, porque si hubieses dicho que no, no podría
con esto. Porque creer que me vas a esperar cuando salga es lo único que me va a mantener cuerdo estos ocho meses. No nos
vamos a ver, ni siquiera vamos a hablar durante todo este tiempo, ya he hecho las gestiones pertinentes para que no haya
manera de que puedas ponerte en contacto conmigo. Y lo siento, sé que estoy siendo egoísta, pero creer que me vas a estar
esperando, es lo único me da algo por lo que luchar. Me da esperanza. Y no quiero conocer tu respuesta, aún no.
Sé que no he hecho más que pedirte cosas en esta carta, pero esta es la última, te lo prometo. No me olvides Bella, no lo hagas,
porque si lo haces, tengo la certeza de que yo me olvidaré de mí mismo.
Te espero a la vuelta.
Te amo Bella, mi Bella Tiger Rose.
Tuyo siempre.
Daniel Baumann.
Probablemente hace varios minutos que he terminado de leer la carta, pero he sido incapaz de
levantar la vista de la misma. Esto no es una misiva, es un puto misil. Tan solo intentar asimilar todo
esto me parece una jodida broma de mal gusto.
Daniel mató a Luis.
Daniel está en la cárcel.
Daniel me ha pedido que me case con él.
Daniel quiere que le espere.
No voy a verle, ni tampoco hablar con él en ocho meses.
Consigo al fin separar la vista del papel con el corazón encogido, arrastrando sobre la mejilla
y con el dorso de la mano una de las primeras cientos de lágrimas que sé voy a empezar a derramar.
Peter me tiende un pañuelo de tela que acojo con agrado.
—No…
—No tienes que decidir nada ahora.
—Pero… necesito hablar con él Peter, yo…
—Es su decisión —me irrumpe con rotundidad.
Esa respuesta me cae como un enorme monolito a la cabeza. Estoy cabreada, si le tuviera
delante lo más probable es que le abofeteara o le diera un rodillazo en las pelotas. ¿Cómo puede
hacerme esto?
—¿Cuándo saldrá?
Lo siento, pero ahora no estoy para hacer cálculos mentales. Acaban de morir todas mis
neuronas de un puto infarto.
—Junio.
—Eso es… el año que viene. ¡Dios! —exclamo sujetando mi cabeza entre las manos.
—Perdonen.
Un camarero aparece de la nada inclinándose sobre nuestra mesa para coger una torre de
periódicos, revistas y demás que hay en un estante sobre nosotros.
—Se van acumulando y cuando nos queremos dar cuenta han alcanzado la altura del Empire
State —se explica en un inglés con pronunciado acento británico.
Con la torre de prensa en sus brazos se da la vuelta con tal rapidez que se tropieza con un
cliente que no ha logrado verle. Las revistas salen volando y termina todo desparramado por el suelo
y también sobre nuestra mesa, derramando de camino lo que quedaba de mi infusión.
Afortunadamente he sido ágil y he retirado la carta antes de que la mojara.
—Lo siento —se disculpa avergonzado recogiendo y pasando un trapo por la mesa.
Le echo una mano con las revistas y justo cuando voy a entregarle la prensa que he reunido,
atisbo un nombre en un artículo que me resulta familiar.
—Le importa que me quedé con este.
—No, claro iba a deshacerme de ellos.
Es un periódico de deportes fechado en marzo de este año, y en una esquina inferior se puede
leer: «El rugby se viste de luto. Arthur Ness fallece a sus 82 años».
¿Arthur Ness? ¿Arthur Ness?
¡Margaret! ¿Cómo olvidarla? Tan elegante, con esa ropa tan bien planchada y esa historia de
amor que me dejó con el corazón en un puño.
Junto al artículo hay una foto de un joven Arthur y he de decir que era realmente guapo.
Margaret tenía buen gusto, no esperaba menos de ella. Los imagino de jóvenes, enamorados,
felices…
Las palabras de Margaret se presentan ante mí cómo si las estuviese pronunciando ahora
mismo: «cuando más he llegado a conocerme a mí misma, ha sido estando con Arthur, porque
comprobé de lo que era capaz y eso asusta, pero eso sólo es algo que descubres cuando estás con
alguien a quien amas con franqueza, porque tanto lo malo como lo bueno cobran un sentido que hasta
ese momento no lo tenía. Porque es complicado, como todo lo que vale la pena en la vida, querida».
—Bella, tómate tu tiempo para pensar —Peter se levanta, poniéndose el abrigo y me coloca
una tarjeta delante, irrumpiendo mi ensimismamiento—. Ha sido muy impactante, mucha información.
Ahí tienes todos los datos para contactar conmigo, cuando quieras a cualquier hora y como te ha
dicho Daniel: para cualquier cosa que necesites. No dudes en hacerlo. En principio voy a estar en la
ciudad un par de semanas más.
—Y… ¿qué hago con esto? —pregunto señalando la caja con el anillo.
—Eso es algo que tienes que decidir tú. ¿Quieres compartir un taxi?
—No, no, creo que me voy a quedar un rato más.
—Recuerda: cualquier cosa que necesites.
—Sí, gracias Peter —asiento poniéndome en pie para estrecharle la mano.
Aún no ha dado un par de pasos para irse cuando…
—¡Peter! —le llamo. Y en cuanto le veo girarse le pregunto mordiéndome la uña del dedo
pulgar— ¿Cómo está?
—Aguantará. Es La Bestia —añade guiñándome un ojo con su genuina sonrisa de conquistador.
Trato de devolverle la sonrisa sin éxito mientras me desplomo sobre el asiento.
Ahora mismo no sé si Daniel se ha vuelto completamente loco o por el contrario es lo más
sensato que ha hecho en su puñetera vida. Nadie puede negar que ha cogido el toro por los cuernos,
pero que me haya apartado para urdir todo esto, que espere a estar entre rejas para contármelo, y que
encima me pida que le espere y que me case con él… No cabe duda de que tiene más huevos que el
caballo de Espartero.
Es que ni siquiera me entra en la cabeza todavía que Daniel está en la cárcel. ¡En la cárcel!
Mi teléfono suena. Lo saco del bolso y contesto con el mismo entusiasmo que lo haría si
estuviera de resaca.
—¿Diga?
—¿Bella Johnson?
—Sí, soy yo.
—Le llamo de la clínica del doctor Watson, por las pruebas que se hizo, ya tenemos los
resultados.
Diría que llevo en estado de shock algo más de veinte minutos. La carta continúa sobre la mesa, la
caja con el anillo sobre esta, y mi corazón aún late desbocado procurando digerir tanto exceso de
información. Too much, que dirían los americanos.
Finalmente me dejo impeler por esa línea de pensamiento que había empezado a emerger
mientras Caitlyn, la diligente secretaría del doctor Watson, me daba los resultados… Recuerdos
nítidos de aquella noche que Daniel y yo pasamos juntos. Si cierro los ojos, casi parece que puedo
sentirle aquí conmigo: su voz, filtrándose a través mi piel; su boca, anclada a mi cuello; su mirada,
penetrando la mía; sus caricias, envolviendo mi cintura…
Tras prometerme hacer de aquella noche algo inolvidable, sus labios no se separaron ni un
segundo de mi cuerpo. Desnudos, sin nada que interfiriera entre nosotros. Daniel repasaba cada
centímetro con su lengua, con una devoción que lograba sonrojarme: embebiéndose primero de mi
boca, lamiendo mi cuello después, deleitándose con mis pechos a continuación. Degustaba uno de
mis pezones arrancándome gemidos de puro placer, con su habilidad innata para chupar, morder y
pellizcar, arrastrándome así a un vaivén de locura.
Cuando pensaba que podría correrme únicamente por esa tortura, decidió descender con
lánguidos besos en mi estómago para llegar sin premura a mi monte de venus, deshaciéndose sobre
esa pequeña franja de piel; pero antes, se detuvo a contemplar las dos rosas que dibujan mi piel, y
que tan claramente nos representan.
—Tengo que confesártelo… —admitió apoyado sobre sus puños que mantenía a los lados de
mi cadera— Estas dos rosas en tu piel me excitan de una manera que no creo que sea humano.
Y lo dijo tan serio y con una franqueza tan arrolladora…
—Daniel —gemí con las sábanas en un puño.
—Disfruta preciosa.
Y lo hice, oh, claro que lo hice. En cuanto su lengua resbaló sobre mi clítoris y sus labios
jugaron sobre los míos estuve a punto de correrme o quizá no, puede que solo me estuviese
condenando a la locura.
Comenzó despacio, acomodándome en el borde la cama y poder así atravesar mi rincón más
íntimo con su lengua. A lo que se unió un dedo, luego fueron dos y más tarde a su mano le
acompañaban ligeras succiones con sus labios en ese botón que encendió en apenas unos pocos
minutos, el orgasmo más intenso que recuerdo haber tenido. En realidad, fue el primero de ellos,
porque el que de verdad me dejó sin aliento vino después, unas horas después.
Grité su nombre, como sabía que quería que lo hiciera, pero más que eso, como yo necesitaba
hacerlo, y fue una bendita liberación.
—Daniel, quiero sentirte dentro de mí. Ahora.
Fue lo siguiente que le exigí, en cuanto pude recuperar el aliento para hacerlo. Le vi sonreír
orgulloso, siempre le ha excitado que le diga lo que quiero sin tapujos. Y a mí también, para qué
engañarnos.
Se levantó, y aunque no había mucha luz; mis ojos ya se habían acostumbrado a esa penumbra,
pude disfrutar gratamente de su bendito cuerpo esculpido a mano por un ángel. Su erección apuntando
orgullosa, y su mirada cargada de lujuria.
—No hace falta que lo usemos —le informé viéndole sacar un preservativo— no hay riesgo de
embarazo.
Lo sé, no solo sirve para eso, sino para prevenir otras cosas como enfermedades, pero,
sinceramente, no es algo que tuviera en mente en ese momento.
—Eso no sería un riesgo, sino una bendición —afirmó ya en la cama, sobre mí y mirándome a
los ojos—. Tenía tantas ganas de estar así contigo, que me siento cómo un chiquillo enamorado.
Le besé con ganas, enmarcando su cara entre mis dedos y abriendo las piernas de tal manera
que pudiera acomodarse sobre mí. Tan solo sentirle en mi húmeda entrada, a punto, a un paso, a un
único empujón de materializar esta unión, me procuró un placentero mareo de anticipación.
—Yo también estoy nerviosa —admití abrumada por la cantidad de sensaciones (físicas, y no
físicas) que desbordaban cada fibra de mi ser.
—Mírame —me pidió con dulzura acunando mi rostro con su mano.
Lo hice, mientras se deslizaba en mi interior, y creí que moriría de placer. Le vi mascullar mi
nombre y maldecir cuando terminó de acoplarse del todo en mí. Y fue agradablemente raro, porque
sentirle tan adentro traía consigo una inexplicable sensación, como si hubieran pasado un millar de
años, pero a la vez como si no hubiese pasado ninguno. Lo sé, extraño. Se mantuvo así, inmóvil,
asimilando al igual que yo, el hecho de que eso estaba sucediendo de verdad, y puedo asegurar que
fueron los segundos más íntimos de mi existencia (y no porque, obviamente, estuviera dentro de mí),
sino porque en ese instante, en el que ninguno pronunció una palabra, fue en esencia, cuando más
cosas nos dijimos.
Solo cuando estaba todo dicho, Daniel comenzó a moverse, saliendo despacio, aunque
entrando con firmeza, obteniendo con cada empellón un jadeo de mi parte, al que él respondía con
otra certera penetración con dientes apretados y sin dejar de mirarme. Fue silencioso. No hubo
palabras en ese primer encuentro, ambos permanecíamos pendientes a cada ínfima sensación que
procediera del cuerpo del otro.
Definitivamente, había olvidado lo que era el sexo, el de verdad. Porque si alguien me ha
mostrado lo que es, ese ha sido Daniel. Con él siempre es una muestra de algo más que de aguante,
habilidad o fuerza. Con Daniel el sexo es todo, una demostración de lo que significas para él, de lo
que quizá las palabras no llegan a expresar, pero los matices de sus besos calan de una manera que
no se pueden ignorar. Sus caricias no son simples predecesoras, son templadoras, y llegan al
corazón. Daniel se entrega, lo da todo, en otro nivel en el que lo único que importa es estar juntos.
Con Barry me exigía el placer a mí misma, con Daniel surge y se expande más allá de la finalidad de
un orgasmo. Con Daniel no hay distinciones: follar y hacer el amor es el mismo concepto. Con Daniel
estoy relajada, hay confianza. Daniel es ternura y dureza en su justa medida, sin ser desbordante. Con
Daniel somos totalmente nosotros mismos, mucho más allá de la piel desnuda. Y creo que, por esa
razón, Daniel es el único que permito tener sobre mí, porque ha derribado, sin ni siquiera
proponérselo, ese hecho traumático que supone para mí cederle ese poder a un hombre.
He dicho que ese primer encuentro fue silencioso hasta el final. En cuanto sentí ascender la
vibración de anticipación hormigueando en mis piernas, rodeé con ellas a Daniel, elevé la cadera y
él aumentó las embestidas con una mano en el cabecero y la otra sobre el colchón. Entonces mi
orgasmo hizo su aparición algo tímido, con languidez, no obstante, fue algo descomunal. No hubo
manera de que pudiera retenerlo en silencio y grité, sin importarme nada, permitiéndome cerrar un
segundo los ojos arrastrada por la intensidad, pero cuando sentí que Daniel comenzaba a derramarse
en mi interior, y le escuché gruñir con una sensualidad arrolladora, tuve que abrir los ojos, no
pensaba perderme aquella visión. Menos mal que lo hice, porque es una imagen que espero retener
para siempre en mi memoria.
Aunque no lo parezca, ese primer encuentro fue comedido. El segundo, conmigo encima
marcando mi propio ritmo, con sus manos pasando de mis caderas a mis pechos y con su mirada
clavada en mí, magnificando más todavía ese momento, fue más salvaje. Y el tercero, dos horas más
tarde ya fue brutal. Yo me había quedado traspuesta tras una profunda charla sobre esas promesas que
nos hicimos, cuando Daniel me despertó y me llevó hasta el baño. Al parecer, se había dado una
ducha (el espejo estaba empañado) y había encendido un par de velas (de esas que yo siempre he
tenido en el baño pendientes de estrenar).
—Los plomos están detrás de la…
No me dejó acabar. Me colocó de frente al espejo y me calló con un beso profundo y
extremadamente sexual.
—Quería que te ducharas conmigo, pero no he sido capaz de despertarte. Cuando he salido de
la ducha ya estaba empalmado, consciente de que te tenía solo a un par de metros y de que, te dije
que esta noche sería inolvidable… La única manera de que lo sea, es que lo veas con tus propios
ojos, que se grabe en tu retina.
—¿A qué te refieres?
Antes de que terminara de hacer la pregunta, Daniel pasó una mano por el espejo, retirando la
humedad que su baño nocturno había traído. Sin apartar los ojos de mí, comenzó a besarme por el
cuello con una mano en mi pecho y la otra en descenso hasta mi…
—Ah… Daniel… —gemí al sentir y ver sus dedos haciéndose un hueco en mi interior.
—No apartes la vista, no quiero que pierdas detalle de cómo voy a hacerte el amor.
No tardó mucho en penetrarme desde atrás, sin mucho miramiento, de una potente estocada que
me dejó sin aliento. Tiro de mi trasero hacia atrás, obligándome a agarrarme al lavabo.
—Míranos —me ordenó sin dejar de acometer con precisión tras de mí.
¡Joder! Admito que al principio me dio vergüenza, pero Daniel me animó alzando mi cabeza
con los dedos enredados en mi cabello y sí, fue lo más erótico que he presenciado en mi vida. Porque
mientras me penetraba con fuerza, yo contemplaba una imagen difícilmente de olvidar: los músculos
de Daniel contraerse en cada movimiento con una mano sobre mi hombro, para ayudarse a
profundizar más en cada envite mientras que los dedos de su mano izquierda se clavaban
deliciosamente en mi cadera. Su rostro era pura lujuria, su mirada me repasaba sin descaro, su
cuerpo perlado de sudor y la tensión de su mandíbula eran algo que me excitaba soberanamente. Y
luego estaba yo, desinhibida como nunca antes, jadeante, con las mejillas sonrojadas, los labios
hinchados por los besos, a la vez que mis pechos danzaban al son del baile que Daniel había
decidido marcar.
—Más fuerte —le pedí mordiéndome el labio con lascivia.
—Mírate, eres preciosa.
Entonces sí, tuve el orgasmo más largo e intenso de toda mi existencia, tanto, que Daniel
terminó y yo continué con réplicas de placer varios largos segundos. Cuando terminé, las piernas me
flaqueaban demasiado y mi pervertido caballero tuvo que llevarme a la cama en brazos, más que
encantado por el espectáculo que acabábamos de protagonizar.
—Ha sido inolvidable —fue lo último que recuerdo haber pronunciado antes de quedarme
completamente dormida sobre su pecho desnudo ya en la cama.
No cabe duda, Daniel cumplió su promesa, y aquella será una noche que recordaremos para el
resto de nuestras vidas. Lo que él desconoce es hasta qué punto eso es así.
Parte Tres Daniel
Octubre
D aniel Baumann, también conocido como La Bestia, está entre rejas. Casi irreconocible, sin uno de sus habituales y caros
trajes hechos a medida. El multimillonario y presidente de Baumann´s Corporation entró el viernes en la cárcel como poco
acostumbrado nos tiene: vaqueros, camiseta negra, sudadera con capucha oscura y zapatillas. Al llegar, se le retiró la ropa y
recibió un kit de limpieza, ropa de cama y un mono blanco para vestirse durante unas horas.
Soto del Real, también conocida como la cárcel VIP, es una macro cárcel construida en los años 90, grande, diáfana y con toda
clase de equipamientos y comodidades: polideportivo, biblioteca o galería sociocultural se encuentran entre sus opciones.
Famosa por tener entre sus presos a médicos, ingenieros, periodistas, políticos y hasta sacerdotes.
En el caso de Baumann, las fuentes ven muy probable que sea enviado al Módulo 10 (M10), que es uno «de los denominados de
respeto», en los que suele haber internos que, a juicio de la administración penitenciaria, no son peligrosos, aunque, según
informaciones, hay tanto preventivos, como penados en este módulo. De hecho, Soto del Real está vulnerando la ley que
permite que convivan estos dos tipos de presos, y por ello está siendo investigada.
La celda de Baumann tiene una puerta metálica, automática, que es regulada desde la oficina de los funcionarios. Al entrar, a la
derecha, se encuentra un habitáculo que contiene un plato de ducha, un inodoro y un lavabo. A continuación, está su litera
metálica, doble y empotrada en la pared. Al fondo de la celda, debajo de la ventana (con barrotes), hay una mesa de obra con
una silla de plástico.
En el economato (hay uno por módulo), Baumann sólo podrá adquirir productos básicos de higiene, algunos productos
alimenticios, refrescos, café, té, cerveza sin alcohol... Ese tipo de cosas que podrá adquirir por medio de su tarjeta de peculio
(con saldo propio gestionado por Prisiones), con la que no podrá gastar más de 80 euros por semana.
Baumann se levanta cada mañana a las 8.00. El desayuno, entre las 8.30 y las 9.00, consiste en un café con leche de
producción masiva, media barra de pan, un paquete de mantequilla, uno de mermelada y cuatro galletas. Después del desayuno,
podrá salir al patio hasta las 13.30, cuando comienza el almuerzo.
El patio del módulo, en el que Baumann podrá caminar, hacer deporte... Ya sabemos que La Bestia es muy aficionada al
ejercicio. Al fondo del patio hay otra zona que tiene una escuela, una peluquería y un mini gimnasio.
Entre las 14.30 y las 16.30 los internos permanecen encerrados en sus celdas. A las 16.30 pueden salir al patio hasta las 20.00.
A las 20.30 se abren las puertas para volver a subir a las celdas, que se cierran a las 21.00. Entre 21.30 y 22.00 se produce un
nuevo recuento, y ya no hay más actividad hasta el día siguiente.
Baumann tendrá derecho a realizar hasta un máximo de diez llamadas a la semana de cinco minutos de duración cada una, pero
sólo a los números de teléfono que tenga autorizados. Además, tendrá derecho a visita de familiares una vez por semana de 40
minutos de duración a través de cristal y mediante el uso de un telefonillo, explican fuentes jurídicas.
Noviembre
Día 3
C laustrofobia. Jamás la he tenido. Pero puedo afirmar, sin riesgo a equivocarme, que ayer pasé una de las peores noches de
toda mi vida. Me desperté completamente empapado en sudor, con el corazón enloquecido retumbando en el pecho, un
indomable hormigueo en las manos y una angustiosa falta de aire, cómo si alguien estuviera apresándome con fuerza sobre la
yugular con una rodilla. Pensaba que ya había vivido todo tipo de situaciones espeluznantes en mi vida, de nuevo mi arrogancia
me ha cegado, porque de verdad creí que había perdido la jodida chaveta. Me levanté de la cama sobresaltado dando vueltas
cómo un puto animal enjaulado, que es lo que soy ahora mismo. Agradezco no tener compañero de celda, no es algo que me
hubiese gustado compartir con un desconocido.
Pérdida de control. De ser quién está al mando, la autoridad, de dominarlo todo y a todos, he pasado a no poder controlar nada,
porque la única decisión que he podido tomar con “libertad” desde que estoy aquí, es qué título escoger de la biblioteca. Todo
está ceñido a un horario concreto al que yo me tengo que adaptar, porque, obviamente, no me queda otra, y porque no son unas
vacaciones en un resort. Supongo que uno no es consciente de cómo va a ser esta mierda hasta que estás dentro y te asalta un
jodido ataque de pánico nocturno al darte cuenta de que te han privado de lo más preciado que tiene un hombre: la libertad. Qué
grande es, y que poco la apreciamos. Y que razón tenía el puto William Wallace.
Día 6
En cuanto supe que entraba en prisión me puse en contacto con Frank, que fue uno de los terapeutas que me trató en el
Crossroads Centre, y con el que terminé teniendo una muy buena relación. Me recomendó que tratara de llevar un diario
durante estos meses, anotando cualquier cosa que me pasara por la cabeza, y que, aunque ahora me pareciera una estupidez,
más adelante le encontraría el sentido. Y bien lo sabe él, puesto que pasó tres años en una cárcel de Reino Unido cumpliendo
condena por atropellar y matar a una mujer embarazada conduciendo bajo los efectos del alcohol. Lo sé, terrorífico. A partir de
ese momento, su vida fue en declive, hasta que tras cumplir la condena y después de varios años de desfase, terminó
rehabilitándose en el Croassroads Centre, y encontró en ese lugar su propósito de vida: enseñar a otros pacientes a través de su
propia experiencia que de todo se puede salir. Esto fue lo que me confesó una noche junto a la orilla del mar en la que juré que
tiraba la toalla y que lo daba todo por perdido. Al día siguiente, decidí que al volver buscaría a Bella y le pediría que se casara
conmigo.
Día 10
6:30 Me despierto temprano (no puedo quitarme esa costumbre de años en apenas diez días) y con las manos enlazadas en el
cuello miro el techo, reflexionando las razones que me han llevado hasta aquí.
7:00 Me levanto y hago tres series de abdominales, 100 flexiones y 150 sentadillas.
7:30 Me ducho, me visto y me siento a leer.
8:30 Abren las puertas de la celda para ir a desayunar. Continúo sin apetito. Mordisqueo el pan, alguna galleta y salgo rápido al
patio.
8:42 Mientras el resto de presos juegan a las cartas o hablan entre ellos, yo me siento en una silla a observar en silencio.
13:30 Como y vuelvo a la celda.
16:30 Me voy al gimnasio.
20:00 Vuelvo a la celda sin cenar y me pongo a leer hasta que me entra sueño.
Día 11
Día 12
Hoy es uno de esos días en los que no me he podido quitar a Bella de la cabeza. Bueno, no sé a quién trato de engañar, si su
imagen es lo único que veo cuando cierro los ojos. A lo que me refiero es a que ya siento el peso de la decepción apresarme el
estómago: Bella no me va a esperar. Ese el pensamiento que no ha dejado de repetirse hace días en mi cabeza. ¿Y por qué iba
a hacerlo? No he hecho más que mentirle desde que nos conocemos. Me he comportado como un jodido cobarde y un egoísta;
ni siquiera yo encuentro una razón por la que debería aceptar casarse conmigo y mucho menos esperar ocho meses de su vida
a que salga de este agujero. No sé nada de ella y eso me turba soberanamente, y lo peor es que ha sido por decisión propia,
pero no puedo conocer aún su respuesta. No mentía cuando le «dije» que, si ella se olvidaba de mí, yo lo haría también. Y creo
que empiezo a hacerlo, creo que esta mierda va a poder conmigo.
Diciembre
Al fin ha pasado la Navidad. No ha sido más que un mes repleto de silencio. La ocasión lo amerita,
al fin y al cabo, no hay nada que festejar, este lugar es el polo opuesto a la alegría desbordante que se
vive en el resto del planeta en esa época estival.
Y admito que empezar el nuevo año en una celda de aislamiento no era lo que tenía como
propósito precisamente…
No sé cómo cojones consiguió esa foto, lo que sí tengo claro es que lo hizo con intención de
provocarme. Y, obviamente, logró su objetivo.
Soy consciente de que Posion, que es como le llaman, intuyo que Veneno, no es el nombre que
sus padres eligieron para él, aunque bueno, nunca se sabe. El caso es que no me ha quitado el ojo de
encima desde el primer día que entré en prisión y me crucé por primera vez con él en el patio del
módulo. Por un momento (minúsculo), de verdad creí que quizá eran imaginaciones mías, pero no. En
un lugar como este sabes cuando alguien quiere convertirte en su putita, cuando quiere alguna clase
de favor o cuando quieren joderte hasta reventarte el hígado contra las baldosas del suelo, y los
últimos hechos no han hecho más que darme la razón. Poison quiere joderme, pero no ha empezado
por el hígado precisamente, y algo me dice que no tardará en hacerlo.
¿Qué quién es Posion? Pues nada menos que un mejicano líder de esa banda que pulula por el
módulo como si fuera toda una deidad, acechando con miradas poco amistosas a todo aquel que se
detenga a observarle más de lo estrictamente necesario. No es muy alto, de hecho, tira más por lo
bajo, pero sí está fuerte, va al gimnasio cada día acompañado de sus secuaces a primera hora de la
mañana. Momento que yo procuro mantenerme lo más alejado posible de él, y no porque le tenga
miedo, simple y llanamente es que pretendo que mi tiempo entre rejas sea lo más tranquilo posible y
acercarme más de lo necesario a un tipo como Poison, que tiene la puta palabra problemas tatuada
bajo las clavículas (sí, toda una joyita el tipo), me convertiría en un camicace de órdago. Y para
coronar ese look a lo preso de Guantánamo, una ceja partida y una cicatriz en el labio superior
enfatizan su ya cara de asco permanente, sin olvidar los pequeños y numerosos surcos que cubren una
de sus mejillas cómo si acaso le hubiese estallado metralla en plena cara, afeando más aún su poco
agraciado rostro. Vestido siempre con vaqueros anchos, desgastados y algo caídos, y camisas sin
tirantes que muestran con orgullo los numerosos tatuajes que cubren con plenitud sus brazos y reptan
hasta sus nudillos con orgullo, sin olvidar la tinta que oculta bajo el pecho y la espalda.
Como decía, en la tarde del jueves, hace exactamente dos días, volviendo del patio y de
camino a mi celda, él y uno de sus perritos falderos hablaban más alto de lo realmente necesario (y
de lo habitual), describiendo con pelos y señales las prácticas sexuales que deseaban hacerle a lo
que para mí fue en un principio, una pobre mujer en boca de un par de cerdos desgraciados. Peor fue
cuando descubrí que de la que hablaban era de la mía: de mi Bella.
Me volví loco.
Cada vez tengo más claro que era eso lo que esperaban, más que nada porque la situación de
mi celda me obliga a pasar por cojones delante de la suya, y que Poison, colgara en la pared entre
sus viejos posters de mujeres desnudas, un recorte de una revista de la fotografía de la exposición de
Chloe, esa que aún cuelga en la pared frente a mi cama en mi piso de Madrid… eso no fue una
casualidad del destino, sino una provocación.
El cabrón de él y su bufón enano describían de manera burda, explícita y al detalle, todas las
burradas que se les pasaba por la cabeza, mencionando esas partes de Bella de las que aún hoy
conservo el recuerdo de su sabor en mi boca.
Entré completamente fuera de mí, arranqué aquella imagen y agarré del cuello a ese cabronazo
empotrándolo contra la pared de cemento.
—¡¿De dónde cojones has sacado esto?! —bufé pegado a su cara, contemplando su nula
sorpresa ante mi reacción completamente laxo bajo mi mano asfixiadora mientras la otra apresaba
con ira desbocada en un puño la imagen del amor de mi vida.
—¿Si prefieres quedártela tú? —pronunció, no sin dificultad, aunque sin borrar una sonrisa
sardónica de su marcada cara—. Es mejor cascársela así, ¿no crees? Al menos a mí me ha servido
para un par de buenas pajas.
Mi puño impactó en su cara. Incluso escuché el crujido del hueso de su nariz partiéndose bajo
la presión de mis nudillos.
Antes de que me diera tiempo a darle una merecida patada en las pelotas, aparecieron tres
funcionarios y me sacaron de allí a rastras, mientras observaba a ese bastardo escupir su propia
sangre mirándome con una mezcla de odio triunfal que no me pasó desapercibida.
Me jode, terriblemente. Hace mucho que dejé a ese Daniel atrás, pero escuchar a alguien
hablar así de ella… y ver esa imagen que tanto significa para mí mancillada de esa manera… ¡Joder!
Sería un puto cadáver si no hiciera nada al respecto.
Ahora, en esta celda de aislamiento, este suceso solo me ha impelido a pensar más aún en
Bella. En cuánto la echo de menos, en cuánto la necesito y en todo lo que daría por encontrarla
esperándome cuando salga de aquí, dentro de 157 días.
Febrero
Kurt
Daniel tiene un aspecto de mierda, aunque quizá haya mejorado desde la última vez que le vi. Antes
parecía abatido, sin esperanza. Ahora en cambio, su aspecto se asemeja más al de una planta mustia a
la que han olvidado regar. Yo creo que es una evolución estupenda.
—Necesito que me hagas un favor —me pide en nuestra lengua nativa: el alemán.
No hay un saludo, tan solo una petición susurrada en otro idioma.
—Claro, ¿de qué se trata?
Recorre con la mirada los paneles que nos separan del resto de presos y visitantes antes de
darme una respuesta.
—Quiero que averigües todo lo que puedas sobre un tal Poison.
¿Poison?
—Deduzco que esto tiene que ver con el percance del mes pasado —afirmo.
—Sí.
Hablamos sobre ello por teléfono unos días después de que le sacaran de la celda de
aislamiento, pero lo cierto es que no me contó mucho al respecto. Fue bastante parco relatándome lo
sucedido.
—¿Qué necesitas?
—Desde que llegué, el tipo no me ha quitado el ojo de encima, y lo del otro día fue una mera
provocación para joderme. Algo me huele muy mal Kurt.
—¿Qué sabes sobre él?
—Poco. Lo que sí te puedo decir es que es mejicano.
Pillado. Ya sé por dónde van los tiros.
—Crees que tiene algo que ver con Ricardo Amaya —concluyo.
—Estoy casi seguro.
—Dalo por hecho.
—Gracias.
—Cambiando de tema… hay algo que tengo que contarte —me hace un gesto con la cabeza
para que continúe—. Es sobre Hans —le aclaro y de nuevo recibo otro asentimiento—. Ha estado
falsificando las cuentas y lleva meses robando mucha pasta.
No me pasa desapercibido la manera en que ha mudado el semblante, a uno más serio y adusto.
—¿Cómo lo has sabido? —masculla irritado, formando una fina línea con los labios.
—Nunca me he fiado de él y… le he estado vigilando bien de cerca desde que me dejaste al
mando —confieso muy atento a una reacción que no llega—. Mira Daniel, ambos sabemos que Hans
no es trigo limpio. Casi arruina a Gabriel, y ahora estaba tratando de hacer lo mismo contigo. Le he
desvinculado de Baumann´s Corporation y he rescindido el contrato. Con ayuda de Peter y tus
cincuenta abogados no tiene nada que hacer, le tenemos pillado por los huevos, está acabado.
No dice nada. Me esperaba alguna reacción desmedida de las suyas, pero no ese mutismo. Así
que decido continuar.
—Sé que Hans ayudó a Gabriel cuando estaba empezando, pero eso fue hace más de treinta
años. No le debes nada. Has hecho más por él de lo que se…
—Gracias —me irrumpe.
—¿Cómo?
Eso es lo último que hubiese esperado escucharle decir. Venía preparado para un cabreo de
categoría cinco, como los huracanes. Pero jamás para un «gracias».
—Gracias Kurt. Por todo. Últimamente he estado pensando mucho… es lo que tiene esta
mierda, que tengo demasiado tiempo libre —añade tratando de bromear y distender la nada
agradable situación—. Me salvaste la vida cuando Bella me dejó. Si no llega a ser por ti… hoy no
seguiría respirando. Bella tiene razón y no merezco un hermano como tú.
—Daniel, si hay alguien que tiene que…
—Te convertí en mi enemigo desde que supe de tu existencia—me interrumpe de nuevo—; ni
siquiera hubieses tenido una oportunidad de un acercamiento por mi parte. Te odiaba incluso antes de
conocerte.
—Tampoco es que yo haya sido un santo Daniel. De igual manera, si no es por ti, me hubiesen
bañado en plomo hace años. Y ya que estamos, nunca entendí por qué apareciste aquel día, siempre
me has odiado. Conocías a Tony Amaya y sabías que acabaría conmigo, podrías haber dejado
hubiese terminado el trabajo.
—¡Eras un jodido descerebrado! ¿A quién se le ocurre acudir solo a aquella trampa con uno de
los narcos más peligrosos del Cártel de Mejicano? Solo a ti.
—Lo sé. En aquella época era un completo arrogante que me creía por encima de todo y de
todos. Por eso y por el poco aprecio que siempre me has mostrado, nunca he entendido por qué no
dejaste que aquel cabrón acabara conmigo.
—Porque eres mi hermano, me gustara o no. Vivimos muchas cosas juntos y… por mucho que
me costara aceptarlo, te apreciaba. Y también te admiraba Kurt.
—¿A mí?
Una confesión cuanto menos impactante.
—Sí —admite, permitiendo que un breve silencio reflexivo se instale entre nosotros—. Hace
días me di cuenta de que tú y yo no hemos hablado nunca sobre Gabriel, sobre papá quiero decir. Sé
que le conociste, pero no como figura paterna, y ya te advierto que no te perdiste demasiado. Papá no
era un hombre especialmente cariñoso, a decir verdad, su carácter era frio, distante y autoritario. De
hecho, casi siempre estaba de viaje, era más un desconocido que ese supuesto hombre que me había
engendrado. El poco tiempo que compartía conmigo lo usaba para mostrarme todo aquello que
necesitaba conocer, para el día que yo dirigiera la empresa. ¿Sabes con quién me tomé mi primera
copa de whisky? Con papá, a los once años, al parecer ya era un hombre para hacerlo —añade con
mohína ironía—. Le odié, por muchísimo tiempo: por no haber sido un padre de verdad, por haber
engañado a mi madre, por engañar a su familia, pero lo que más me dolió de todo fue su abandono. Y
como consecuencia te odie a ti, porque estabas ocupando desde hacía tiempo, además, ese puesto
para el que me había estado preparando toda mi vida. Claramente, me fue más fácil creer que eras tú
el que estaba llevando a pique la empresa, que admitir que Hans, el único familiar que me quedaba
(a parte de mi hermana), había estado estafando a mi padre. Simplemente no quise ni replanteármelo.
Siento todo el peso y la carga que esas palabras le están quitando de encima. Ha decir verdad,
a ambos nos la quita; nos hemos guardado muchas cosas a lo largo de todos estos años.
—Ciertamente Kurt, nunca me he puesto en tu pellejo. Me he pasado toda mi jodida existencia
mirándome el ombligo compadeciéndome de mí mismo y autodestruyéndome de todas las maneras
posibles, pero tú tampoco tuviste una vida nada fácil, soy consciente de ello. Aun así, siempre has
estado ahí, permitiendo que te tratara como la última mierda, cuando en el fondo te he admirado. Has
demostrado tener bastante más integridad que yo, de eso no cabe la menor duda.
Creo que la palabra que busco es: ¿abrumador? Son palabras que resultan casi sanadoras y ni
siquiera era consciente de que las necesitara, hasta que se las he escuchado decir.
—¿Sabes? Creo que nunca te lo he contado, pero mi madre para nada fue una mujer ejemplar
—confieso—. Después de escucharte describir a Gabriel, puedo asegurarte sin lugar a dudas, que
eran tal para cual. Para mi madre solo fui un nefasto recuerdo de ese hombre al que quiso, pero al
que no pudo tener, y se contentaba con mi padre, que vivía dominado por el miedo a que le apartara
de su lado. Mi madre me trataba con el desprecio más espeluznante que te puedas imaginar. Me pase
toda mi infancia buscando la manera de conseguir su cariño. Y ese hombre, que toda su vida me ha
tratado como si fuera su hijo, sabiendo que no lo era, resulta que fue el que mejor recuerdo. ¿No es
irónico? Reconozco que me reconfortan tus palabras, porque confieso que es algo que esperé
escuchar hace muchos años. Toda mi vida deseé tener un hermano y cuando mi madre me contó la
verdad, ¡joder!, fue un palo muy fuerte, pero luego me reuní con Peter y me contó que Gabriel tenía
dos herederos más y me embriago la emoción descubrir que tenía dos hermanos. Esa fue la razón, aun
sabiendo que me odiabas, por la que nunca te cedí mi parte. No fue ambición, simplemente quería
una familia, aunque tuviese que ser a la fuerza.
—Pues no fue lo que encontraste.
—No. Y probablemente por eso me convertí en un dolor de huevos para ti.
—Kurt, yo… siento lo de Monika.
—Estuve con ella —revelo—, la semana pasada me llamó y estuvimos hablando.
—Y… ¿qué tal? ¿Cómo fue?
La culpabilidad se pasea por su rictus con gran transparencia.
—Bien. Es extraño porque, a pesar de que ya nos habíamos visto alguna vez, era como si fuera
la primera. Supongo que ahora nos vimos con otros ojos.
—Me alegro, ambos os lo merecéis.
—Y… Daniel. Te perdonará.
No es algo que me haya dicho ella directamente, de hecho, no hablamos mucho sobre él, pero
lo poco que lo hicimos mostraba el cariño que le tiene. Al fin y al cabo, Daniel es su única familia.
Miento. Yo también lo soy.
Marzo
Daniel
Continúo tirando hacia mí, una y otra vez, percibiendo como cada músculo implicado trabaja
extenuado hasta el dolor para que, tras hora y media en esta máquina de remo, pueda continuar
manteniendo este desorbitado ritmo de entrenamiento.
Ni pretendo hacerme deportista de alta competición, ni mucho menos es para mejorar el tono
muscular, simple y llanamente me ayuda a conciliar el sueño. Termino tan cansado que logro ser
capaz de dormir de un tirón por las noches. Bien es cierto, que desde hace unas semanas me siento
más taimado, percibo una calma que solo he conocido estando en compañía de Bella. Y creo que está
paz se debe a que en cierta medida y paso a paso, he ido solventando muchas cargas que he
arrastrado desde hacía demasiados años. Monika, Kurt, Marc y Bella. A todos y cada uno de ellos
les he decepcionado en algún momento, pero, aunque me ha costado 39 años, he conseguido dar el
paso más difícil: perdonarme a mí mismo, que es sin duda, la mierda más jodida a la que uno puede
enfrentarse. Demasiados errores cometidos, mucho daño infligido, exceso de odio, y dos personas
muertas. Lo único que me queda ahora, es mantener la esperanza de que tanto Monika como Bella
puedan hacerlo algún día. Puedan perdonarme.
Bella.
Decir que la echo de menos sería un bonito eufemismo, el descomunal desasosiego que tengo
agolpado en las entrañas por no saber nada de ella… (lo sé, fue decisión mía), pero es duro, como
jamás hubiese imaginado. Más cuando el dulce recuerdo de nuestra última noche juntos (y única
desde hacía años) se cuela más allá de mi mente; penetra en mis sentidos. El sabor de sus labios, el
olor de su piel, el sonido de su voz jadeando mi nombre, el tacto de sus pliegues bajo mis manos…
Después de ese primer encuentro de mayor conexión e intimidad que hubo entre nosotros, en el
que no hicieron falta las palabras, Bella decidió tomar el control cabalgando sobre mí, logrando
incluso después de ya haberme corrido una primera vez poner en jaque mi aguante. Era un sueño
demasiado real. Ella sin máscaras, sin miedos, completamente mía. Mis manos no daban tino para
todo lo que ansiaba acariciar, estrujar y demandar como mío. Preciosa, simpleme…
¿Pero qué…?
He caído de la máquina de remo.
Estoy en el suelo y tengo un fuerte dolor detrás de la cabeza. Me llevo la mano a la zona
afectada y justo cuando contemplo abundante sangre entre mis dedos, recibo un nuevo golpe, esta vez
en el estómago.
Estoy agotado del ejercicio, pero la adrenalina corre por mi cuerpo al percatarse de que estoy
en peligro. Trato de levantarme, pero antes siquiera de que pueda ponerme en guardia tengo a cuatro
tíos encima. Tres me sujetan, inmovilizándome, mientras otro me golpea primero directo a la cara,
luego a las costillas, de vuelta al mentón, y una decena de golpes más de los que pierdo la cuenta del
número y lugar. Trato de cubrirme, agitarme y defenderme torpemente. Tan solo logro darle un
codazo al más pequeño de todos, que me lo devuelve con ganas y por duplicado.
¿Dónde están los jodidos funcionarios cuando los necesitas?
—¿Qué…?
No puedo terminar la frase. Poison, al que he logrado reconocer cuando golpeaba mis costillas,
es rápido y yo estoy exhausto, además, ellos son cuatro y han jugado con el factor sorpresa.
El líder me agarra con fuerza del pelo y me levanta la cabeza, que no soy capaz de mantener en
su sitio.
—¿A poco te crees que ibas a salir vivo de aquí? Ricardo no se anda con chiquitas, pendejo.
Lo sabía. Sabía que eran mandados de Ricardo Amaya.
—¿De qué…?
Un fuerte pinchazo en el abdomen acalla mis palabras. Poison que permanece pegado a mí con
la mano en ese doloroso punto, retorciendo lo que sea que me haya clavado me susurra al oído:
—Sabe que mataste a su hermano hijo de tu chingada madre.
—¡Chingale deja de madrearlo y acaba con él! —le ordena a una de esas ratas que siempre le
acompañan y que tan obediente como es, se encarga de que no vuelva a abrir los ojos.
Todo se vuelve oscuro, denso y gravemente asfixiante.
Olor a rosas, la sonrisa de mamá, el roce de la nieve sobre mi cara en mi quinto cumpleaños, papá
con una copa de whisky en la mano, caminar descalzo sobre la hierba, una carcajada, el calor del sol
sobre la cara, el primer «Daniel» de Monika, sujetarla en mis brazos, la noche de reyes, reír con
ganas, navegar sin rumbo, el silencio, saltar al vacío, el primer baño en el mar, correr sin razón, las
galletas de canela de Eva, una fiesta interminable, correr hasta quedar sin aliento, conducir, la
música, ver amanecer, leer, el sabor del primer beso, Bella, un vuelco al corazón, volver a creer, mi
nombre en su boca, la suavidad de su piel bajo mis yemas, bailar, el cosquilleo de su elixir en mi
lengua, su dulzura, ese rincón en su cuello, verla dormir, el sabor de sus lágrimas, dormir abrazados,
mi olor en su cuerpo, amar, una mirada, sentirme amado, su paz, sus dedos en mi pelo, estar dentro de
ella, su profundidad, mi sexo en su boca, provocar sus jadeos, el rubor de sus mejillas a través del
espejo, sentir su placer, dejarme llevar por el mío, rodearla con mis brazos, el último te quiero.
«Te quiero».
Monika
—No es tafetán.
—Lo sé, pero…
—Te dije tafetán de seda. ¡Esto es muaré!
De verdad que no suelo ser una dictadora, aunque sí soy exigente y quiero las cosas bien
hechas. Supongo que gracias a ello he llegado tan alto. Bueno, por eso y espero que también por mi
talento. Pero mi asistente Cynthia está de baja por maternidad y he tenido que contratar a alguien para
suplir su ausencia, y esto es lo que pasa cuando le haces un favor a un amigo que tiene un primo que
acaba de terminar sus estudios de moda en Milán, y necesita que le den una oportunidad. Y yo se la
doy, y Chad la jode por tercera vez esta semana y en esta ocasión con la tela para uno de los diseños
del desfile de la Fashion Week de septiembre.
—¿Con quién hablaste para que mandara la tela?
—Monika, perdona —nos interrumpe Bárbara, una gran diseñadora con talento que contraté
hará año y medio y que, a diferencia de Chad, es de lo más eficiente.
—¿Dime?
—Preguntan por ti.
—Ahora no puedo, que te deje el mensaje y luego le devuelvo la llamada.
—Dice que es urgente —insiste.
—Está bien, pásamelo —claudico estirando el brazo.
—No, no está al teléfono. Está aquí, en tu oficina.
—¿Cómo? ¿Quién es?
—Kurt Hannigan.
¿Kurt? ¿Aquí? ¿En Paris?
—Perdona —me disculpo con Chad, que está más atento en actualizar su estado de Twitter que
en buscar la manera de resolver su error con las telas.
Llego a una sala grande y espaciosa en colores claros, que digamos hace las veces de
despacho, con una enorme mesa de madera, un sofá tres plazas de estilo Luis XV, una pared llena de
bocetos y un par de carros con diseños de la temporada anterior. Un estudio de estilo colonial con
suelo y puertas de madera ubicado en la Avenue Montaigne, conocida por ser la segunda vía más
cara de Europa. Y ahí está, Kurt, frente al gran ventanal, con un traje de corte italiano gris marengo
claramente hecho a medida. Los trajes italianos son perfectos para hombres con un buen porte como
el de Kurt, puesto que dejan los hombros anchos y la cintura estrecha, además, el bolsillo sin solapa
favorece la silueta, así como la falta de cortes en la chaqueta. Lo que está claro, es que mi nuevo
hermano tiene buen gusto.
—¿Kurt? ¿Qué haces aquí? —entro cerrando la puerta a mi espalda, incapaz de ocultar mi
asombro (y mi inquietud) por su inesperada presencia.
Se gira y su semblante…
Sus bonitos ojos carecen de ese brillo que le hace tan especial. Ni tan siquiera finge una
sonrisa, parece realmente turbado.
—¿Qué ha pasado?
Da un paso hacia mí sacando las manos del pantalón.
—Es Daniel… Hubo una pelea en el módulo y… —su voz se apaga y yo termino por
irrumpirle presa del pánico.
—¿Está…? —me cubro la boca con ambas manos— Dime que está bien Kurt, por favor.
Acorta la distancia que nos separa y me acoge entre sus brazos.
—El jet está preparado, nos vamos a Madrid —murmura junto a mi oído.
—¿Cuándo?
—Ahora.
Junio
Daniel
Hay cosas que con el tiempo pierden todo su sentido, como, por ejemplo: este ático. Me cuesta
entender qué es lo que veía en él. Las vistas desde aquí arriba son… vistas. Ni siquiera soy capaz de
encontrar un adjetivo para definirlas. Esta casa (a la que no me veo capaz de llamar hogar) parece
haberse vuelto fría, impersonal y desprende algo más de arrogancia de la que recordaba, o puede que
siempre haya sido así y yo no me haya percatado de ello hasta ahora. Al parecer, ocho meses en la
cárcel no solo te aportan una nueva experiencia, también trastocan tu percepción de ese mundo que
conocías, sin que haya posibilidad de volver atrás. Hablamos de un punto de no retorno, pero, ¿acaso
quiero volver a dónde estaba?
—Daniel, perdona.
Aparto la vista del skyline de Frankfurt para centrarme en Peter, mi abogado, amigo y el único
que me ha acompañado los últimos dos días que hace que salí de prisión.
—Dime.
—Me voy ya. Te he dejado todo lo que me pediste sobre la mesa de tu despacho.
—Perfecto, gracias por todo Peter. De verdad.
—Es mi trabajo. Ah, por cierto, no te olvides de lo de mañana. De lo contrario tu hermana me
mata —añade chasqueando la lengua.
—A la una —confirmo.
—Exacto. Y otra cosa, mañana a primera hora vendrán a traerte un traje.
—¿Un traje?
—Ya sabes cómo es Monika, tiene que controlarlo todo. No me ha dejado objetar nada al
respecto, argumentando que como has adelgazado, nada de lo que tienes te iba a servir.
—Supongo que no me queda otra.
—Supones bien.
Dentro de dos días es el cumpleaños de Monika y ha querido celebrarlo mañana en la casa de
Rothenburg, con una fiesta a la que deduzco habrá invitado a nuestros amigos más cercanos.
Ciertamente, no tengo ganas de celebraciones, pero no por ello voy a fallarla. Ya no. Suficiente tuve
con no saber nada de ella durante los seis meses que le duró la decepción, y lo más probable es que
si no hubiese estado a punto de palmarla, actualmente continuaría sin tener noticias de mi hermanita
pequeña. Tampoco digo que no me lo merezca, a ver, soy consciente de la clase de capullo que he
sido. Sí, uno a la altura de mi padre, teniendo en cuenta que he perpetuado esa tradición familiar
consistente en ocultar la verdad. Lo realmente importante aquí es que vino a verme a la cárcel tras
enterarse de la brutal paliza que recibí en el gimnasio de la prisión. Estuve varios días inconsciente
y, según los médicos, poco me faltó para no contarlo; había perdido mucha sangre debido a la
puñalada que me atestó el cabrón de Poison en el estómago con una navaja hecha con un pico de
cristal y cinta aislante. Afortunadamente y antes de que me quedara en el sitio, aparecieron los
funcionarios, eso sí, cuando ya había perdido el conocimiento. Según me informaron más tarde, a
Poison y a su cuadrilla los trasladaron de módulo y permanecieron en una celda de aislamiento por
unos buenos días mientras que yo estuve bastante jodido por un par de buenas semanas. Pero ver de
nuevo a Monika, supuso una mejoría física y moralmente incuantificable.
—Daniel lo siento. Lamento no haber venido antes —se disculpó con lágrimas en los ojos y
con un inevitable semblante de preocupación.
—Lo importante es que estás aquí.
—Pero es muy triste que haya tenido que pasar esto para que haya decidido venir a verte.
—Tenías tus razones.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó ignorando por un momento esas razones.
—Bastante mejor —mentí. La verdad es que las estuve pasando bastante putas— ¿Qué tal con
Kurt?
Procuré desviar del tema.
—Me gusta.
—Me alegro.
—Y te adora —añadió suspicaz y sonriendo por primera vez desde que había llegado.
—¿Y tú?
Yo no podía verme, pero sé con certeza que mis ojos acuciaban suplicantes. Necesitaba
escucharlo. Demasiados días encerrado en aquel lugar. Estaba en un punto inconexo, en el que no
lograba encontrarme: extraño, dolorido, hastiado y por qué no decirlo, empezaba a rendirme.
—Yo te quiero, pero tienes que dejar de tratarme como lo hacía papá.
—Lo sé, lo he hecho durante mucho tiempo —admití.
—Demasiado.
Sé con certeza que su visita fue una recarga de energía bestial, aunque todavía me faltaba
recuperar a otra mujer para que regresar de entre los muertos hubiese merecido verdaderamente la
pena.
No solo eso, la visita de Kurt tres semanas después y sus noticias apaciguaron mi
intranquilidad, porque, obviamente, tras aquel aviso proveniente de Ricardo Amaya era complicado
descansar a pierna suelta. Cosas de la vida, resultó que la DEA llevaba detrás de Amaya unos buenos
años, y cuatro días después de recibir su aviso a través de Poison, murió en un tiroteo durante una
redada en su propia casa. Y… no puedo decir que lamentara su perdida.
—Daniel.
La voz grave de Peter me arrastra de vuelta a la actual realidad, acompañando esa llamada de
atención de un gesto lánguido de su brazo que, con cuidado, deposita sobre la mesa de centro esa
pequeña caja negra que le entregué junto con una carta y una petición hace ahora ya más de ocho
meses. Y no es que me sorprenda, teniendo en cuenta que no he sabido nada de Bella desde que salí,
pero supongo que la esperanza es lo último que se pierde y admito que yo aún guardaba algún
vestigio de ella.
—Lo siento.
La visión de esa caja de vuelta, junto con sus palabras, obran el mismo efecto que una granada
explosiva; no te la esperas, pero cuando eres consciente de su presencia, el tiempo de reacción antes
de que te estalle es irrisorio e indiscutiblemente aniquilador.
—Llévatelo, por favor —le ruego ensordecido por el ruido de mi corazón al fracturarse en
diminutos pedazos junto con el del último suspiro de mi alma al abandonarme.
—¿Qué quieres que haga con él?
—Me da igual —reconozco incapaz de ocultar la derrota que muestran mis palabras, que se
han dejado escuchar como un anodino suspiro—. Gracias por todo, nos vemos mañana.
En cuanto compruebo que se ha llevado la granada y se encamina hacia el ascensor, vuelvo la
vista a la fulgurante vida nocturna que presenta esta abarrotada ciudad financiera.
—¿Crees en los milagros?
Me giro y veo que Peter permanece con un pie en el ascensor y otro dentro de casa.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Simple curiosidad —arguye alzando ambos hombros a la vez.
—Teniendo en cuenta que he estado a nada de palmarla… Diría que sí. De vez en cuando
ocurre alguno, supongo. Pero… ¿sigo sin entender a qué viene…?
—Creo que eres un cabrón de lo más afortunado —me interrumpe—, el problema Daniel, es
que aún no lo sabes. Nos vemos mañana.
Se despide y desaparece, ahora sí, con esa inquietante respuesta, aunque si me detengo a
meditar sobre ello, lo cierto es que sí que soy afortunado, no todo el mundo tiene la suerte de
regresar de entre los muertos.
Un viaje de un par de horas en completa soledad y en el interior de este flamante Ferrari, me han
servido para reflexionar, aunque quizá en demasía, teniendo en cuenta que la última vez que cogí este
coche iba acompañado de Bella y hacíamos este mismo recorrido. No cabe duda de que me gusta
torturarme con esos recuerdos junto a ella una y otra vez; ya esté en la cárcel o fuera de ella.
Apenas he pisado esta casa en los últimos dos años, en concordancia con mi piso de Madrid,
venir aquí es atraer demasiadas alusiones del pasado, y algunas claramente dolorosas,
específicamente una que me atormenta por encima del resto. Por fin Bella había venido hasta
Frankfurt tras pedírselo en repetidas ocasiones, e ilusionado como estaba le mostré ese lugar donde
me crie, ese mismo donde las cosas se desbordaron en pocas horas y claramente dejé que se me
escapara para siempre.
Pero volviendo a lo que concierne, hoy es el cumpleaños de mi preciosa hermana y esto es
algo que, a pesar de mi luto interior quiero disfrutar, y no fingir que disfruto. Así que me he
engalanado como tocaba, ataviado con un bonito traje negro de alta costura (no olvidemos que el
regalo proviene de mi hermana) con chaleco en el mismo color, camisa blanca y pajarita. Admito que
me ha sorprendido lo de la pajarita, ni siquiera recuerdo la última vez que me puse una, no obstante,
Monika tiende a organizar fiestas donde la etiqueta, el buen gusto y la elegancia son indispensables,
por lo que no es algo sorpresivo y entra dentro de su normalidad.
La puerta de fuera, la de la verja, está abierta, y lo que llama más mi atención es que la de la
propia casa también. Lo normal es que estuviera Monika recibiendo a los invitados, o en su defecto
Eva, que es otra gran anfitriona; cuando la casa está abarrotada de gente es cuando ella se siente útil
y dichosa.
Entro y me invade una inquietante calma teniendo en cuenta que se supone se está celebrando
una fiesta, no obstante, es casi la una y no se oye ni un ruido.
—¿Hola?
Silencio, calma y quietud.
Dentro de mí se activa un estado de alerta y comienzan a colarse ideas de lo más descabelladas
por mi cabeza: ¿y sí Ricardo no está muerto? ¿Y sí ha mandado a alguno de sus sicarios a por…?
—Hola Daniel —escucho a mi espalda.
Literalmente me quedo paralizado. Como una puta estatua de piedra.
Esa voz…
¡No puede ser!
—¿Bella?
Tengo verdadero pánico a darme la vuelta y descubrir que eso que he escuchado no es real.
Que sea una jodida imaginación. Pero…
Antes si quiera de que llegue a comprobar que no me he vuelto loco, su mano aterriza con rabia
premeditada en mi mejilla, obsequiándome con el bofetón más placentero de la historia. Y no voy a
ser yo el que diga que no me lo merezco.
Para lo que claramente no estaba preparado era para verla, porque Bella no está sola, puesto
que viene acompañada.
—Enhorabuena Daniel —balbucea con una mirada cargada de emoción clavada en mí—, vas a
ser padre.
Una preciosa Bella vestida con una bata de seda blanca, se acaricia una abultada barriga con
los ojos empañados en lágrimas, y una sonrisa cargada de esperanza que me infunde esa deliciosa
sensación de estar de vuelta en casa.
¿Voy a ser padre?
¡Voy a ser padre!
Pero, ¿cómo es…?
Y aunque no hago la pregunta en alto, obviamente Bella la lee con claridad en mí.
—Hace tres años los médicos me dijeron que la herida que sufrí en el interior del abdomen
había dañado indirectamente los ovarios —hace un elocuente silencio para proseguir con su
explicación—. Parece ser que el daño era grave, aunque no tanto como pensaban, tan solo
complicaba en cierta medida la concepción.
Deduzco que debido al estado de conmoción en el que me encuentro comienzan a temblarme
las piernas, las manos, la voz no me sale y el corazón ha decidido de motu proprio volver a latir de
nuevo. Y bombea con tanta fiereza que hace que sienta la sangre fluir por cada jodida vena de mi
cuerpo.
Voy a ser padre.
Caigo de rodillas, frente a ella. No solo porque mis piernas hayan perdido la fuerza natural con
la que me sostienen, es que ha despertado en mí alguna clase de primitiva necesidad de veneración,
postrándome a sus pies; porque es la mujer que lleva a nuestro hijo en su vientre. Y con la mayor
delicadeza que estimo ser capaz (casi como si fuera de cristal), coloco las palmas de mis manos
sobre la suave seda, a la altura del ombligo y simplemente, trato de asimilarlo.
Mi hijo.
Voy a ser padre.
Miro hacia arriba, buscando los ojos de esa mujer maravillosa, la que además de haberme
robado el corazón, me acaba de arrebatar la cordura, porque va a hacerme padre. Algo que ya había
desestimado, puesto que solo me hacía feliz serlo con ella y porque… eso era completamente
inconcebible.
—Es una niña —me informa con dulzura.
Apoyo la frente en su vientre, y simplemente dejo que las lágrimas fluyan. No trato de
contenerlas, no quiero contenerlas. ¿Quién querría reprimir la felicidad?
Hasta que… percibo algo bajo la palma de la mano izquierda.
—¿Qué ha sido eso?
No creo que mis ojos puedan abrirse más de lo que están: atentos, expectantes, curiosos.
—Creo que tu hija te está saludando.
—Mi pequeña —susurro con una enorme sonrisa que logra contagiar a la preciosa mamá—. Es
un milagro —sentencio recordando ahora las palabras de Peter.
—Lo es.
Pero en su mirada percibo un halo de tristeza que me impele de la abrumadora felicidad a un
estado de angustiante culpabilidad, al que se suma una apabullante congoja, porque la he abandonado
durante todos estos meses. Y no solo a ella, también a… mi hija.
A pesar de lo mal que he hecho las cosas, y la vida me bendice no solo con una mujer
inigualable, única, preciosa y tremendamente valiosa, sino que además me otorga mi mayor deseo:
ser padre y, por si fuera poco, con la mujer a la que amo.
Abotargado con tanta emoción, me pongo en pie y con la mano en su mejilla le digo lo único
que logro articular que, en un principio iba a ser un «gracias», pero termina transformándose en un:
—Lo siento, preciosa.
Con mis pulgares arrastro las gotas que sus ojos no permiten retener por más tiempo,
sintiéndome incapaz de apartar mis ojos de ella; contemplándola, porque está preciosa y
admirándola, porque no sabría hacer otra cosa.
—Agradezco que te disculpes Daniel, aunque eso no va a cambiar los horribles ocho meses
que he pasado.
No es reproche, es vasta sinceridad.
—Lo sé.
Soy consciente de que ella aún no me ha tocado, está contenida, y por lo que la conozco intuyo
que se prepara para recitar un discurso que ha estado cociéndose durante muchos meses, y acercarse
más de lo adecuado a mí la haría flaquear.
—Me sentí abandonada y terriblemente sola. Hubo un punto que te odié muchísimo por
habernos dejado solas, pero luego lo entendí ¿sabes? Era algo por lo que tenía que pasar, tal y como
tú me dijiste una vez: «la soledad aterra, pero es necesaria» —detiene su discurso esquivando un
segundo mi mirada—. Cuando Kurt me llamó para contarme lo que te hicieron en la cárcel… pensé
que no te volvería a ver y que Rose no conocería a su padre —añade esto último acariciándose la
barriga de forma protectora.
—¿Rose?
—Sí, Rose. Me he tomado la libertad de elegir un nombre, como comprenderás si tardas un
poco más en salir, tu hija llega a este mundo sin identidad. Y tampoco es que tuviese la posibilidad
de discutir contigo sobre posibles opciones.
Uf…, eso ha dolido. No obstante, tiene toda la jodida razón.
—Es perfecto Bella —aseguro contemplando la especial belleza que irradia—. Tú eres
perfecta y tremendamente valiente.
No sé si es por el embarazo o por todo lo que la he echado de menos, pero está realmente
hermosa y yo… Yo estoy completamente enamorado de ella. Me siento incapaz de apartar mis manos
de ella, ahora que la tengo frente a mí, es una jodida prueba de voluntad que no sé por cuánto tiempo
voy a poder contener, con mis dedos ahora acariciando sus labios…
Pero Bella atrapa mi muñeca con su mano, pidiéndome sin palabras que me detenga, que la
mire a los ojos y que ahora sí, escuche todo lo que tiene que decir.
—Daniel, necesito soltar todo esto.
—Hazlo —la animo alejando mi mano y dándole el espacio que necesita.
—Hemos pasado por muchas cosas, tanto juntos como por separado. Pero hay algo a lo que
aún no me había enfrentado: estar sola. El mismo día que Peter me entregó la carta y el anillo me
enteré de que estaba embarazada.
—Bella…
—Y estaba sola. Feliz y muerta de tristeza porque no podía contártelo, porque joder Daniel,
hemos creado un milagro.
—¡Dios! No sabes lo que me mata saber que has pasado todo esto…
—¡No! Espera —me detiene—. Daniel, en el fondo tengo que darte las gracias, porque, aunque
es innegable que me hubiese encantado tenerte a mi lado todo este tiempo, cuidándome, también
entiendo por qué lo hiciste. Y no, no te puedo odiar por ello. A mí me ha servido este periodo para
empezar a enfrentarme a todo eso que me aterraba. Toda mi vida he estado siempre aferrándome a los
demás: a ti, a Chloe, a Killian, a Barry… Afortunadamente no estabas, y digo afortunadamente
porque tú tenías que hacer lo que hiciste para seguir adelante: por nosotros. Pero es que yo también
debía hacer algo por mí misma, para que en un futuro esta relación pudiera funcionar, y más
importante aún, para que yo pudiera funcionar en un futuro. Los dos primeros meses permanecí en
Nueva York, tal y como me pediste, y fueron una pesadilla. Hasta que poco a poco todo fue cobrando
sentido. Brooke, mi ex jefa, se puso en contacto conmigo para invitarme a la fiesta anual de la
revista, y no es que yo estuviera muy animada a asistir a un evento de esas características
precisamente: me sentía gorda, abandonada, sola, terriblemente perdida, y lo peor es que estaba en
un proceso de autocompadecimiento abominable, pero gracias a Dios algo en mi interior me alentó a
aceptar la invitación. Y resultó ser una experiencia de lo más reveladora Daniel. Conocí a Tyra
Robbins, una mujer fascinante que, con cuarenta años, fundó una de las asociaciones de mujeres
supervivientes más importantes del país. Desde entonces no ha dejado de viajar por todo el mundo
dando conferencias contando su experiencia, inspirando y animando a otras mujeres a alzar su voz.
Aquella noche me abrió los ojos, Daniel, no sé, ¿nunca has sentido que tienes algo más que aportar al
mundo? Hablo de dejar una huella, de aportar valor, de que: ¿y si eso por lo que pasé tiene una razón
de ser? ¿Y si yo tengo una razón de ser? —Y se la ve tan entusiasmada, tan llena de vida. Le brilla la
mirada de una manera… especial—. Así que simplemente lo supe. Mi experiencia, como la de Tyra
Robbins, ayudaría a otras mujeres.
—Eso es increíble Bella —reconozco verdaderamente impresionado e impactado por todo su
testimonio.
—Me alegra que te lo parezca, porque he creado una fundación para ayudar a mujeres víctimas
de maltrato ya sea físico, sexual o psicológico, y tú has aportado una cantidad importante de dinero.
Bueno de hecho, ha sido Kurt el que lo ha hecho, pero en tu nombre —Dibujo una sonrisa que me
sale de lo más profundo— ¿Qué… qué te parece?
—Que no me equivocaba cuando dejé a Kurt al mando.
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —inquiere decepcionada.
—Por supuesto que no —respondo con calma, acogiendo su cara entre mis manos—. Tampoco
me equivoqué cuando te pedí que te casaras conmigo, porque eres fascinante y la mujer más
jodidamente valiente que he conocido en mi vida. Eres bella por fuera, pero lo que hay dentro de ti…
no tiene cabida en este mundo.
Sin más dilación, entierro mis dedos en su pelo y acerco mis labios a los suyos, al fin. Estoy a
punto de besarla…
—Espera, no tan rápido —me detiene.
—¿Ahora qué pasa?
Mete la mano en un pequeño bolsillo de la bata y saca una caja que obviamente reconozco.
—Deberías saber que todos nuestros familiares y amigos están elegantemente vestidos
esperando por nosotros en el jardín trasero.
—¿Cómo?
—Que, si quieres que me case contigo Daniel, vas a tener que pedírmelo de verdad. No pienso
darte un sí a una petición hecha por carta.
Sonrío. Inevitablemente. Y encantado de que siempre busque nuevas maneras de ponérmelo
difícil, porque me lo merezco y ella se merece que yo esté a la altura de una mujer como ella.
Le arrebato la caja de las manos y sin pensarlo demasiado hinco la rodilla en el suelo
preparado para hacer todo lo que sea necesario, con tal de escucharla decir de una jodida vez un «sí,
quiero, Daniel».
—Antes has dicho que sentías una gran necesidad de dejar una huella, de aportar valor al
mundo, pues te aseguro que eso ya ha sucedido, hace tiempo que dejaste una huella indeleble en mí,
en mi corazón —aseguro llevándome la mano al mismo—. Porque me has salvado de mí mismo
Bella, y con ello has logrado que mejore todo a mi alrededor: me he reconciliado con Kurt, me he
sincerado con Monika y, por si fuera poco, me vas a hacer el mejor regalo del mundo: me vas a hacer
padre. Sería un idiota si no viera lo especial que eres. Y por eso te pido que sigas aportando valor a
mi vida, tal y como llevas haciendo desde que te conocí. Bella, cásate conmigo.
No espero su respuesta, está muy emocionada; así que deslizo el anillo en su dedo, y ya de pie
la rodeo con mis brazos (no sin dificultad debido a la abultada barriga) y la beso.
¡Dios qué ganas tenía!
Invado su boca de la misma manera que ella ha invadido mi vida y mi alma, sin olvidarnos que
le ha insuflado una nueva esperanza a mi corazón.
No es un beso muy largo, no obstante, es profundo, exigente y apasionado.
—No sé si lo sabías —murmura recobrando el aliento—, pero es peligroso besar con esa
pasión a una embarazada que no ha tenido actividad sexual en muchos meses.
—Aún no has contestado —demando pegado a ella.
—Ya conoces la respuesta.
—¿Por qué siempre eres tan difícil?
—Porque he aprendido del mejor.
Parte Cuatro Bella y Bestia
Y comieron perdices…
Bella
Siento como si en vez de meses hubiesen pasado décadas, y no solo por la larga espera que ha
supuesto este tiempo sin Daniel (qué también), a lo que me refiero realmente es al cambio tan
abismal que se ha forjado en mi durante este periodo, y no solo porque vaya a convertirme en madre
(eso lo doy por hecho), hablamos de haberme enfrentado a miedos que ni siquiera sabía que tenía, a
la soledad, a esa clase de incertidumbre que se aferra a una cuando decide emprender un nuevo
proyecto, a arriesgarme a pesar de que las cosas no vayan a salir bien; en definitiva, a vivir siendo
yo misma, sin importarme nada más. Y lo cierto es que es un proceso que ha ido cocinándose muy
lento, porque abarca toda una vida; pero han sido estos últimos meses los que han marcado la
diferencia, los que me han puesto a prueba y solo tenía dos opciones: dejarme arrastrar por el
autocompadecimiento o, por el contrario, asumir, enfrentar y arriesgar. Ni mucho menos ha sido un
camino fácil, pero es que si lo fuera no tendría ninguna gracia, no haría que, probablemente, y por
primera vez en mi vida, me sienta orgullosa de mi misma. No hace tanto tiempo no era capaz de
plantarme frente a un espejo más de lo estrictamente necesario y ahora, en cambio, me examino con
detenimiento frente a uno de grandes dimensiones, en el que no solo contemplo a una Bella más
madura, además veo a una madre que sabrá la manera de mostrarle a su hija esa fuerza única que
todas las mujeres llevamos dentro. Porque es algo que he podido comprobar en todas esas valientes
que me rodean: empezando por Tyra Robbins, a la que su madre abandonó nada más nacer, dejándola
con un padre alcohólico que le daba continuas palizas hasta el punto de no poder sentarse en el
pupitre del colegio porque se le abrían las heridas, pero que da las gracias a la vida que ha tenido, ya
que esa experiencia le ha conferido la motivación necesaria para ayudar a miles de mujeres; en
Brooke, que fundó la que en la actualidad es una de las revistas más influyentes del continente
americano, pero anteriormente tuvo que arruinarse hasta tres veces antes de lograr el éxito; en Vero,
que a pesar de lo que diga la gente, ha decido dedicarse en exclusiva a formar una familia y no solo
porque puede, sino porque quiere; en Chloe, una de las artistas con más proyección y mejor
reconocidas a nivel mundial que, a pesar de tener un padre con los contactos necesarios para triunfar,
jamás hizo uso de esa influencia para llegar tan alto como lo ha hecho; en Teresa, que aunque no pudo
concebir esos hijos que tanto anhelaba, decidió marcharse a prestar sus servicios como enfermera a
otros países alrededor del mundo devastados por guerras, hambre y fenómenos naturales,
demostrando que nada detendría esa necesidad de ser madre, cuando podía serlo con el resto de
niños desfavorecidos del planeta. Cada una de ellas tiene su propia historia, sus razones, y se
enfrenta a la vida a su manera. Todas inspiradoras y mujeres a las que me siento orgullosa de
admirar, tanto como a esa que veo reflejada en el espejo en este mismo instante.
Teresa y Monika me han ayudado con el traje, y una amiga de la diseñadora y pronta cuñada
oficial, se ha encargado de maquillarme (suave y natural), y de peinarme con un recogido de aspecto
desenfadado con algunos mechones sueltos, que tengo que admitir que me ha encandilado. Pero todo
este equipazo de profesionales acaba de marcharse: uno, con intención de avisar a mi padre para que
venga y dar comienzo la ceremonia, y dos, porque yo misma les he demando un instante de
privacidad. Y ha durado eso mismo: un instante, porque no han tardado en aparecer la señora Potts y
Chip, o séase Chloe y Travis. Y la razón de estos nuevos apodos, es que durante el último mes el
comportamiento de ambos ha sido intrigantemente parecido el de los personajes del clásico de
Disney; Travis no dejaba de preguntar por qué a todo, como la pequeña tacita y Chloe, ha usado su
tono más condescendiente para mandarle a… la alacena.
—¿Cómo estoy?
—Eres la novia más follable que he visto en mi vida.
—Travis, ¿en serio? —le reprende Chloe con cara de pocos amigos.
—Ella ha preguntado —se excusa alzando las palmas de las manos.
—Se nota que aún no conoces al futuro marido, te aseguro que no harías esa clase de bromas si
estuviera delante.
—De hecho, sí le conozco. Hace un momento nos acaban de presentar y he de decir, futura
señora Baumann —agrega dirigiéndose a mí— que ahora entiendo que no te quedaras con Barry,
joder ¡ese hombre es el jodido doble de Joe Manganiello! Sólo Sofía Vergara y tú tenéis un hombre
así, y esas tetas.
—¿Qué tal si bajas y no sé, te pones a hacer fotos a los invitados, por ejemplo? —le pide mi
amiga.
—¿Estás tratando de decirme algo?
—¡Lárgate!
En cuanto Chip se marcha, la señora Potts ocupa posición tras de mí, con las manos sobre mis
hombros, esperando que nuestras miradas se crucen a través del espejo, para darme su sincera
respuesta.
—Estás preciosa, Bella.
Y lo cierto es que ella también está resplandeciente con un vestido largo de gasa de seda con
un solo tirante, en un tono azul muy claro que casi parece gris. Lo ha diseñado Monika, al igual que
mi vestido de novia. Y yo encantada de ponerme en manos de alguien como ella que me ha ahorrado
grandes quebraderos de cabeza, así no he tenido que patearme todas las tiendas de novias buscando
un vestido que ni siquiera tenía claro cómo quería que fuera. Monika me lo puso fácil preguntándome
directamente qué es lo que NO quería, ya que al parecer es lo único que tenía bastante claro: uno,
alejarme lo más posible de mi recurrente visión del muñeco de Michelin teniendo en cuenta las
dimensiones que rondaría para esta fecha; dos, fuera cola, velos, y pomposidades del estilo merengue
y tres, no al color blanco. No sé por qué, pero esa perfección del impoluto blanqueo níveo es algo
que me horroriza: ni soy virgen, ni santa y tampoco pretendo serlo. Así que, con todos estos noes
resueltos, junto con el maravilloso talento de Monika Li, ha surgido el vestido de novia más bonito
de la historia, al menos a mí así me lo parece, y espero que a Daniel también. Finalmente nos
decantamos por un diseño de encaje con manga larga, escote en v y de caída recta con una pequeña,
(muy pequeña) cola. Lo cierto es que tiene cierto aire vintage. En cuanto a los zapatos y después de
mucha indecisión, opté por unos Mary Jane de estilo retro en color hueso como el vestido y con poco
tacón, no olvidemos que estoy de casi nueve meses y mis pies se asemejan más a los de una pata de
elefante que a los de una elegante y esbelta novia de Vogue.
—Me voy a casar.
—Sí.
—Y voy a ser madre.
—Eso también. ¿Cómo te encuentras?
—Como un flan —confieso—. Desde que Daniel ha puesto sus manazas en mi barriga Rose no
deja de revolverse.
—Está contenta de tener a su padre de vuelta.
—Ambas lo estamos.
—Sé que han sido unos meses difíciles Bella, pero disfruta todo lo que viene a partir de ahora,
porque te lo mereces; ambas lo merecéis.
—Gracias.
—Por cierto, quizá no es el mejor momento, pero…
—¿Qué pasa? —demando dándome la vuelta.
—Me he mudado a casa de Víctor.
Porque sí, hace meses que están juntos oficialmente, de hecho, se han encargado de ir
informando procedentemente a todos esos que tocaba no solo de que habían vuelto, sino de que
estaban casados. Pero aun dando este gran paso, todavía no habían tomado la decisión de irse a vivir
juntos, aunque sé que esto se debía más por Chloe que por el marchante de arte.
—Ya era hora hija mía. Bueno, ¿y cómo te sientes?
—Mejor de lo que creía, pensaba que iba a ser raro, pero me encuentro bien, a gusto.
—Me alegro —afirmo realmente contenta por esa decisión, no obstante, la conozco demasiado
y sé que…—¿Qué pasa?
—Nada —contesta entretenida con uno de los mechones que cae sobre mi cara.
—A mí no me engañas duende —espeto entrecerrando los ojos—. Tienes miedo.
No dice nada, ni falta que hace, su mirada la delata.
—Chloe —digo cogiéndola de las manos—. No puedo decirte que todo va a ir bien, porque
eso no lo sabemos ni tú ni yo, pero si hay algo de lo que no tengo ninguna clase de duda es de lo
mucho que te quiere Víctor y de lo enamorado que está de ti. Eso sí te lo puedo asegurar porque lo he
visto con mis propios ojos, y no solo eso, la manera que habla de ti Chloe… Mira, yo creo que las
personas pueden cambiar, ¿y tú?
—También —admite con la boca pequeña.
—Pues ahí tienes tu repuesta. ¡Deja de vivir ya en el pasado y disfruta el presente, joder!
Mi énfasis le ha sorprendido, pero sé que también ha funcionado.
—Se supone que la adulta de las dos era yo —bromea con ojos húmedos de emoción.
—Eso ha sido hasta que he descubierto que me iba a convertir en mamá y los roles han
cambiado a la fuerza.
—Me gusta así.
—Curiosamente a mí también —admito recibiendo el abrazo de mi duendecillo.
—Es muy difícil abrazarte con Rose en medio —se queja divertida.
Toc. Toc.
—¿Se puede?
—Pasa papá —le pido viéndole asomar la cabecita.
—Ahora nos vemos.
Chloe se despide y sale de la habitación, no sin antes darle un beso a mi padre en la mejilla.
—Hola papá —murmuro sintiendo como de nuevo me envuelven las ganas de llorar—. Estás
tan guapo.
Y lo está, y yo no puedo evitar emocionarme al verle vestido de traje, tan elegante y tan…
saludable. Después de los últimos meses tan intensos por los que hemos pasado: desde su accidente
de coche, pasando por el coma, la operación, el proceso de recuperación, el paso de Daniel en la
cárcel, mi embarazo… No sé cómo lo harán el resto de novias embarazadas, pero yo soy una
puñetera catarata, aunque probablemente ellas no habrán tenido que pasar por tantas aventuras, yo en
cambio parezco un batiburrillo de series de Netflix.
Se acerca y me limpia las lágrimas que ruedan por mis mejillas, porque, aunque lo he
intentado, no he logrado mantenerlas a raya.
—Cielo, eres la novia más bonita que existe —afirma dándome un beso en la mejilla.
—Y la más llorona.
—Es normal cariño, son muchas emociones juntas.
—Lo sé.
—¿Estás preparada? —asiento nerviosa, pero con una férrea convicción—. Pues vamos, a ese
novio le va a dar un infarto cuando te vea.
Daniel
¿Nervioso? Sí.
¿Emocionado? Más que en toda mi vida.
¿Feliz? Tanto que creo que se me va a salir el corazón del pecho.
Mientras Bella ha subido para vestirse, yo he salido al jardín para ver el precioso trabajo que
ha realizado; además de para saludar a todos nuestros amigos y familiares. Admito que he tenido que
contener más de una lágrima con tanto reencuentro; algunos de ellos han resultado ser bastante
intensos. El primero ha sido con Radko, Ana y la pequeña Ekaterina, que ya tiene seis años y es una
preciosidad de pelo rubio de lo más encantadora. Lo cierto es que a Radko le vi antes de entrar en
prisión, necesitaba tener una conversación con él y arreglar las cosas, porque a pesar de que casi
entra a la cárcel por salvarme el culo, para él nunca fue algo por lo que sentirse disgustado; Radko
afirma que era su trabajo y no me guarda ningún rencor por ello. Lo que sí ha resultado una novedad
ha sido descubrir que vuelve a ser mi jefe de seguridad, y esto ha sido cosa de Bella, por supuesto, y
no sabe lo que se lo agradezco, porque no solo es el mejor guardaespaldas que haya tenido nunca, es
mucho más que eso, Radko es un amigo.
Richard y Eva, fueron los siguientes, y confieso que me sorprendió verlos hablando con Kurt,
con el que tuve un par de palabras, pero en el buen sentido.
—Tú lo supiste todo este tiempo —le acusé.
—Deberías saber que tu mujer es muy persuasiva, diría que más que tú. Mejor no te cuento con
lo que me amenazó con hacerme si se me escapaba algo del embarazo…
—Gracias por ayudarla con la asociación y por cuidar de ella.
—¿Eso te lo ha dicho ella, que he estado ayudándola? —preguntó sorprendido.
—No ha hecho falta.
—En realidad, me ha cuidado Bella más a mí que yo a ella — aseguró plenamente convencido.
Peter llegó después, con una gran mueca de diversión dibujada en la cara.
—¿Existen o no los milagros?
—¡Eres un cabronazo! —espeté— ¿Y ese jueguecito del anillo? ¿Tan seguro estabas que te iba
a pedir que te deshicieras de él?
—Son muchos años Daniel, no te tortures.
Muchos años que me convierten en alguien bastante predecible, por lo visto.
No tardaron en aparecer Chloe y Víctor para darme la enhorabuena, abrazarme, besarme y
amenazarme con asesinarme mientras duermo si no me porto debidamente con Bella, esto último fue
cosa de Chloe y obviamente, le contesté con un: «creo que llegas demasiado tarde».
Vero y Marc fueron los siguientes y venían además con petición:
—Nos gustaría que fueras el padrino de Marc —dijo Vero con el pequeño en brazos.
Tengo que confesar que está resultando un día de lo más abrumador teniendo en cuenta que tan
solo hace unas horas que salí de la cárcel y de repente voy a ser padre, me voy a casar y mi mejor
amigo quiere que sea el padrino de su hijo. Y no estoy quejándome ni nada de eso, simplemente
reconozco que me está costando asimilar tanta información.
—Voy a ser padre —pronuncié en voz alta tratando aún de hacerme a la idea en cuanto Marc y
yo nos quedamos a solas.
—Lo sé.
—Vas a tener que darme algunos consejos.
—Claro, olvídate de dormir y follar para siempre.
—Eso es una hipérbole ¿verdad? —refuté escéptico—. Tu hijo tiene nueve meses, y Vero ya ha
pasado hace tiempo la cuarentena.
—Pues imagínate…
—He estado ocho meses en la cárcel, creo que podré soportarlo.
—¿Qué es lo que podrás soportar?
¿Quién diríais que es la persona que menos querrías ver aparecer en medio de una
conversación sobre la abstinencia sexual…? Exactamente, tu futuro suegro. Sobre todo, cuando
abandonaste a su hija embarazada para decidir por cuenta propia, que era el mejor momento para
entrar en chirona durante ocho meses.
—La cuarentena después del embarazo—soltó el muy cabrón de Marc mientras yo disimulaba
las ganas que tenía de romperle la nariz.
—Neil, que bien te veo —aseguré tras un carraspeo con la intención de obviar las palabras de
Marc, que para su fortuna ya había huido dejándonos a solas.
—La verdad es que me encuentro bien.
Y se le ve bien, incluso diría que ha ganado algo de masa muscular, parece algo más
corpulento… o quizá fuera el traje, no sé.
Mientras me contaba cómo habían ido estos últimos meses con respecto a su recuperación, yo
no hacía más que cavilar en la idea de que le debía una disculpa.
—Siento mucho como han ido las cosas Neil.
—Entiendo que es algo que debías hacer Daniel, tan solo espero que a partir de ahora sepas
manejar de otra manera las cosas. Sabes que te aprecio, siempre me has caído bien y, bueno, mi
pequeña está enamorada de ti y vas a ser el padre de mi nieta. Sé que las vas a cuidar, a ambas, pero
aun así me siento en la obligación de pedirte algo —asentí severo—: no le hagas pasar por lo mismo.
Tuve que ver a Bella devastada una vez, no pienso permitir que haya una segunda.
—Precisamente por eso lo hice, para poder cuidar de ella como se merece. Bella y… ahora
también Rose, son lo más importante para mí, Neil.
—Sé que Bella no podría estar en mejores manos.
—Gracias, significa mucho para mí.
De alguna manera necesitaba su bendición. Neil es importante para Bella, lo que significa que
también lo es para mí.
No tardó en aparecer mi hermana junto con Teresa, ambas radiantes. Mientras que mi hermana
se ha decidido por un discreto conjunto de top y pantalón azul, Teresa se ha enfundado en un
espectacular vestido de color verde que ayuda a resaltar el color de sus ojos y su natural belleza
pelirroja.
—Puedo asegurarte que Bella es la novia más bonita a la que he vestido nunca.
Monika avivó mis ganas con esa confesión, por si acaso no estuviera ya ansioso por ver a mi
futura mujer.
Y entre tanto conocido, me presentaron a un par que no lo eran: el primero fue Travis, un tipo
bien parecido y cuanto menos de lo más peculiar, quizá se debiera al traje con estampado de flores
negras y blancas que lucía; yo desde luego no sería capaz de ponerme algo como eso, es…
francamente admirable. Y por otro lado conocí a David, americano, amigo de Bella y organizador de
bodas, exactamente de la nuestra, además le acompaña su mujer Amanda, una tejana de lo más
divertida.
—Tengo que admitir que habéis hecho un gran trabajo, nunca he visto el jardín tan bonito.
—Gracias, me alegra que te guste. Bella lo tenía muy claro, quería que fuera lo más sencillo
posible.
—Sin duda ha acertado.
Y ahora, aguardando a que dé comienzo la ceremonia, puedo contemplar con todo lujo de
detalle el trabajo que han realizado. El lugar desprende cierto aire vintage y rezuma alguna clase de
humildad que me recuerda inevitablemente a Bella. Dos filas de sillas blancas de madera frente a mí
formando un pasillo cubierto de pétalos de Tiger Rose, de hecho, toda la decoración floral está hecha
con esa rosa. Las dos sillas de la fila más cercana a mí, están ocupadas: una, por una fotografía
enmarcada de la madre de Bella, y la otra, por una antigua instantánea de mis padres recién casados;
un detalle sencillamente conmovedor. Y conformando el altar únicamente estaremos Bella, yo y este
arco de rosas que un día le mostré y que ha decidido utilizar como testigo de nuestra unión; además,
nos acompaña Leopold, que es el funcionario encargado de dar validez a esta unión. A un lado del
jardín, unas diez mesas con manteles blancos conforman la zona para el convite, y junto a este, un
improvisado suelo entarimado en madera y un escenario crean una acogedora pista de baile. Además,
hay uno de esos photocalls tan de moda, en el que se puede leer en letras de madera en color blanco:
«Bella & Bestia» y que, irremediablemente, me saca una sonrisa.
Siento un par de movimientos al fondo del pasillo que me expulsan vertiginosamente fuera de
mi ensimismamiento, ayudándome a volver a la realidad mientras comienza a escucharse una melodía
que indica el inicio de la ceremonia. Todos los presentes se giran expectantes por ver aparecer a la
novia, y entre ellos yo, que siento se me va a escapar el corazón del pecho bajo la preciosa melodía
de esta perfecta elección musical: «Rise up» de Andra Day.
Contengo la respiración viéndola aparecer agarrada al brazo de Neil, y no miento cuando digo
que brilla con luz propia, como un ángel que ha venido a salvarme. Una enorme paz me inunda
contemplándola caminar hacia mí, y es tanto el amor que siento… como si el mundo empezara y
acabara aquí, con ella, este día y en este instante. Los ojos se me humedecen sin dilación, porque no
hay palabras para describir lo que ahora mismo bulle en mi interior por esta mujer extraordinaria,
solo sé, con una certeza absoluta, que merece la pena todo lo que he pasado solo porque este día se
hiciera realidad.
Entonces me mira con esos brillantes ojos miel y no solo es que desaparezca todo a nuestro
alrededor, es que también lo hacen los miedos y las inseguridades, los errores del pasado y todo el
sufrimiento. Lo que nuestros ojos se dicen únicamente tiene que ver con la devoción y el amor, el
respeto y la confianza; no hay cabida para nada más. Solo la veo a ella, y sé que ella solo me ve a mí,
restableciendo una conexión que despertó en aquel ascensor de mi edificio de oficinas hace tres años
en Frankfurt, cuando sin proponérnoslo, ambos nos quitamos las máscaras frente alguien que, en
aquel momento, no era más que un desconocido. Aquel día supe con una certeza arrolladora que tenía
que hacerla mía, porque yo ya era suyo irrevocablemente.
Neil le da un beso en la mejilla y me entrega la mano de Bella en un gesto que refuerza una
firme voluntad: cuidar de ella y, por supuesto, también de Rose. Me llevo la mano a los labios y
deposito un lánguido beso repleto de promesas sobre el dorso, contemplando como, aún hoy, se le
suben los colores por este gesto que, aunque parece nimio, no lo es en absoluto, porque es la manera
que tengo de darle las gracias por haber aparecido en mi vida. Una manera de tantas.
Bella
—¿Te gusta?
—Es precioso cariño.
No es un Rolex, porque lo he comprado con mi dinero y no me daba para uno, pero es elegante
y muy especial.
—Dale la vuelta —le pido esperando que lea el grabado con ese «gracias» que tanto se
merece, y con el que parece hemos terminado replicando esa historia de amor que vivieron mis
padres.
Lo ve, pero no dice nada, tan solo me regala una amplia sonrisa de complicidad, de esas que
aportan un calor especial a mi corazoncito, y yo… no puedo resistirme a mi recién estrenado marido;
así que me acerco y le doy un efusivo beso en los labios.
—Gracias —susurra aún pegado a mi boca, igual que ha hecho antes, tras el beso que daba por
finalizada la ceremonia.
Y ha sido una ceremonia corta, aunque preciosa, con unos votos clásicos, pero pronunciados
desde el lugar más recóndito de nuestro corazón. No podía haber sido más perfecta: él, yo, nuestro
pequeño gran milagro y las personas que amamos como testigos.
Los primeros en felicitarnos como recién casados fueron mi padre y Teresa. Luego vino el
resto tras una lluvia de pétalos y arroz, y hasta que no escuchamos el último «¡enhorabuena!», papá
fue incapaz de dejar de llorar. Jamás le había visto tan sensible. Parece que fuera él la embarazada y
no una susodicha.
Un cóctel de bienvenida para los invitados mientras Travis, que es el fotógrafo oficial de la
boda, nos sacaba un par de instantáneas para la posteridad, pero lo dicho, solo un par, ya que empecé
a sentirme un poco mareada y Daniel, que es como un sabueso, en cuanto percibió mi malestar dio
por finalizada la sesión.
Convite con brindis y discursos incluidos, tanto divertidos como emotivos, pasando también
por los vergonzosos, pero para mí, no para el resto ni para Chloe que, no sé en qué momento decidió
que contar como anécdota lo que dije de Daniel aquella noche cuando nos conocimos frente a su
club, era algo digno de mencionar en nuestra boda. A todos les pareció la mar de divertido, y a
Daniel probablemente el que más. Para mi fortuna David decidió entre tanta carcajada que era el
momento idóneo para el postre: una tarta temática creada y diseñada por Amanda, que además de su
mujer, es una pastelera increíble. De color blanco con varios pisos y coronada con una urna y dos
rosas Tiger Rose enlazadas en su interior; muy parecidas a las que cubren la piel de mi vientre.
Inspirada en «La Bella y La Bestia», pero pensada en Daniel y en mí. Y era realmente preciosa, pero
estaba más buena aún. Me atrevería a asegurar, incluso, que es la mejor tarta de chocolate que haya
probado en mi vida, y ya sabemos que yo no juego con esas cosas.
Un rato después, mientras sonaba el «Single ladies», me acerqué a la mesa en la que está
sentada Teresa, y le entregué mi ramo de novia (por supuesto de rosas Tiger Rose) contemplando su
cara de sorpresa, pero sobre todo la de mi padre, esa sí que era digna de inmortalizar… Diría que la
indirecta le quedó bastante clara.
Durante toda la boda, Daniel no se ha separado de mí un instante, y yo encantada, para qué
negarlo. Ambos nos hemos echado mucho, muchísimo de menos, no obstante, me atrevería a decir
que el comportamiento excesivamente protector de Daniel (solo le faltaba ser un canguro y llevarme
en su bolsita) se debe primordialmente a que una parte de él se siente culpable por haberme
abandonado durante el embarazo, pero más probable todavía sea porque sienta cierta pelusilla por
no haber estado presente durante todo el proceso, eso le hubiese encantado, aunque no tanto como a
mí.
—Estaba pensando…
—¿En qué?
—Que se me hace raro que estés aquí, y más aún que estemos casados —digo atónita
levantando la mano en la que llevo además de su precioso anillo, una alianza que lleva su nombre
grabado—. Y pienso en que, si para mí es raro, para ti… Quiero decir, ¿no te sientes abrumado?: la
boda repentina, descubrir que vas a ser padre…
Su elocuente sonrisa lo dice todo.
—Yo también estoy aún haciéndome a la idea Bella, pero más que nada porque ya daba todo
esto por perdido —declara con una mano en mi mejilla y otra sobre mi barriga.
—Perdonad chicos —nos interrumpe David—, toca abrir el baile.
Daniel me mira no muy convencido con esa idea, pero no se dirige a mí, sino a David.
—No sé si es buena idea con Bella así…
—¿Así cómo? —espeto (quizá) algo desmesurada— No estarás diciendo que estoy demasiado
gorda para bailar, ¿no?
—No —pronuncia con rotundidad—. Digo que estás a nada de dar a luz y que antes, en la
sesión de fotos, ya parecías estar agotada. Estás preciosa, así que deja de decir gilipolleces.
—Lo siento —me disculpo avergonzada—, son las hormonas.
Las hormonas y que es la primera vez que me ve en un porrón de meses y no me siento muy
sexy que digamos, ni ágil, ni esbelta… Además, tengo una sorpresa preparada y no pienso quedarme
aquí sentada cuando aparezca.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Por supuesto, pero no esperes de mi un baile a lo «Dirty Dancing» —bromeo guiñándole un
ojo.
—Lo tendré en cuenta, Baby —agrega haciendo una clara mención a la protagonista de la peli.
Y de camino a la pista yo me quedo pensando en cómo es que Daniel sabe el nombre de la
prota, no sé, jamás he conocido a un tío (heterosexual) que le guste esa película, y menos aún que
recuerde el nombre de alguno de los personajes. Una incógnita que ya me encargaré de resolver… y,
ciertamente, espero que de aquí en adelante las sorpresas sean de este estilo y no de la clase: «hay un
cadáver enterrado en el jardín» o «trabajo para la mafia rusa los fines de semana», no sé yo hasta qué
punto un ser humano puede retener tal cantidad de secretos y actuar como si nada. Y por «ser
humano» me refiero a mí.
—Tengo una sorpresa —le susurro con la mirada puesta en el escenario.
—¿Otra más?
No tarda en descubrirla. Pablo Alborán (el de verdad) ya está en el escenario micrófono en
mano y muy amable y cercano, nos dedica unas bonitas palabras a nosotros, los recién casados, justo
antes de ponerse a cantar nuestra canción. Y esta vez sí, vamos a ser Daniel, Pablo Alborán (en carne
y hueso) y yo. Y reconozco que no importa este trío…
—Eres una caja de sorpresas preciosa —murmura mi recién estrenado marido con las manos
ya en mi cintura.
Comenzamos a movernos al son de la melodía, embelesados el uno en el otro, y, probablemente
no sea un baile espectacular, pero hay otras cosas que lo hacen más grandioso: no todo el mundo es
capaz de lograr no solo que el mundo se detenga a nuestro alrededor, sino que como sentí aquella
primera vez en que bailamos juntos esta misma canción, alguien que cree esa magia en la que ni
siquiera eres capaz de recordar tus mayores temores, ya que tu único pensamiento consiste en que no
acabe jamás ese momento junto a él, porque ese hombre, sea quien sea, merece la pena. Y ahora ese
hombre, es mi marido.
Nos sostenemos la mirada colmados de complicidad, seducidos por cada sonrisa o suspiro que
emana del otro, dando pasos cortos pero precisos, inmersos en nuestra propia intimidad, esa en la
que solo él y yo tenemos cabida.
Cierto momento, atisbo un halo más oscuro ensombrecer la mirada de Daniel, y no tardo en
descubrir la razón.
—¿Sabes una de las peores cosas de la cárcel? —No se me escapa el regusto de amargura que
desprende esa pregunta—. La ausencia de contacto humano. Ocho meses sin sentir esto —arguye
acariciando mi cuello, rozando el icónico colgante de la rosa que un día me regaló.
Deduzco que es una de esas cosas de las que no eres consciente hasta que pasas por ello y yo
no he estado allí, pero que lo haya hecho él… Supongo que con lo que tenemos que quedarnos es que
ambos hemos hecho lo necesario para que este matrimonio funcione, al menos con una normalidad
terrenal. Con eso yo me doy por satisfecha. No creo que vaya a ser perfecto, no al menos como dicta
la propia palabra, creo cada uno le da a esa palabra un significado distinto. Por ejemplo, la
perfección para mí es poder levantarme cada mañana a su lado, que mi hija crezca junto a él, que
envejezcamos juntos, que tengamos peleas (porque las habrá), pero que sepamos encauzarlas para
que se conviertan en reconciliaciones memorables, que alguno de los dos se equivoque y que el otro
sepa perdonarlo, que se nos olviden cosas importantes, pero que no le demos importancia a las cosas
que no la tienen, que consigamos repetir momentos vividos y, por supuesto, crear otros nuevos, que
aprendamos el uno del otro, que descubramos manías insoportables y eso nos enamore más todavía,
que podamos reír juntos, pero que también lloremos, que no dejemos de querernos tanto como
podemos llegar a odiarnos, porque eso es así y tener claro cuál es mi definición de perfección va a
hacer que la vida junto a él sea simplemente idílica, perfecta e inolvidable. Ambos hemos luchado
por esto con garras y dientes, por ello sé que vamos a esforzarnos por dar lo mejor de nosotros
mismos.
—Sé que te lo he dicho como unas cincuenta veces en lo que va de día, pero estás tan bonita…
Sonrojada, escondo una vergonzosa carcajada apoyando la cabeza sobre su pecho. No tardo en
sentir un beso sobre mi pelo.
—Te quiero —pronuncio con toda la intensidad con la que se pueden decir esas dos palabras.
—Te quiero, señora Johnson.
—Baumann, señora Baumann.
Epílogo
Bella
— Sorpresa… —susurra tras de mí junto al oído, retirando a su vez el pañuelo que cubre mis ojos.
Daniel no aparta sus labios de mi cuello, logrando erizar esa fina piel, despertando, además,
unas ganas y una necesidad que no han menguado un ápice a lo largo de todos estos años, tan solo han
quedado relegadas a un segundo plano, y por un periodo demasiado largo, lamentablemente.
Y aquí estamos, en este ático en pleno centro de Madrid que decidimos conservar,
convirtiéndolo así en un lugar ideal para refugiarse y escapar del estrés de la vida diaria en el que
pudiéramos crear nuevos momentos de intimidad y confesiones. Al principio veníamos una vez por
semana, luego pasó a ser una cada quince días, más tarde un día al mes, y si no me equivoco hace
casi un año de la última vez que pisamos juntos este sitio. Y probablemente por eso, Daniel se ha
esforzado tanto en ambientarlo con velas y ramos de rosas Tiger Rose por cada rincón de este
segundo hogar hecho solo para dos.
—Bueno, ¿qué te parece? —pregunta abrazándome desde atrás.
—Que eres el mejor marido del mundo, gracias cariño.
Giro entre sus brazos hundiendo los dedos entre los mechones de su pelo, ese en el que ya
abunda más el gris que el azabache, deteniéndome a observar que sigue siendo para mí el hombre
más atractivo que haya visto jamás, sobre todo en corazón, ahí, en belleza, no le supera nadie.
La profundidad de sus ojos continúa siendo la misma y a mí me encanta perderme en ellos,
como ahora, justo antes de disfrutar de un beso de los de verdad, de los que hacen cosquillas y
activan partes recónditas de mi cuerpo, de esos apasionados y desbordantes que deseas que no
acaben nunca, de esos que, desgraciadamente, se pierden con el día a día, la cotidianeidad, las prisas
y las obligaciones. Por eso me encanta venir a este lugar, porque avivamos la llama y nos
recuperamos a nosotros mismos, para además reencontrarnos con ese lado del amor que dejamos de
anteponer a diario, el del deseo irrefrenable, las ganas y la necesidad.
—Feliz aniversario —murmura en cuanto separamos nuestros húmedos y excitados labios.
Y es que hoy hace exactamente cinco años que nos casamos, cinco años en que nuestras vidas
cambiaron para siempre de una manera de la que ni siquiera éramos conscientes. No solo porque nos
lanzamos a una boda sin precedentes, sino porque después de casi tres años separados la vida nos
unió gracias a un milagro; una niña que cambiaría toda la percepción que teníamos hasta entonces del
mundo, de la responsabilidad y del amor, especialmente del amor.
—Felicidades —susurro un segundo antes de regresar a sus labios, para enlazar de nuevo
nuestras lenguas con ímpetu y exigencia.
Y simplemente nos dejamos llevar…
Daniel comienza bajándome los tirantes de este vestido color carmesí que tan a propósito he
elegido, acariciando a su paso, y con los labios, la piel que va descubriendo mientras que yo,
aprovecho y me deshago de su camisa, en un principio con calma desabrochando cada botón, pero
cuando tan solo estoy a dos de hacerme con el torso de mi hombre, la impaciencia me puede debido
al tiempo que llevamos sin tenernos de esta manera, y hago saltar por los aires esos pequeños
traidores. Ahora sí, puedo pasear las yemas de mis picantes dedos por el perfecto cuerpo esculpido
de Daniel, ese por el que parece no haber pasado el tiempo, ya que las líneas que se dibujan sobre su
piel, no se han difuminado ni un ápice a lo largo de los años.
—Necesitábamos esto, lo sabes, ¿verdad? —arguye con vehemencia apartándome un mechón
de la cara—. No quiero perder esto jamás Bella, y no me refiero a este lugar.
—Yo tampoco.
Y así es como terminamos como tantas otras veces, haciendo el amor apenas a dos pasos de la
puerta, dejándonos arrastrar por el anhelo, porque pisar este lugar siempre tiene el mismo efecto, o
quizá somos nosotros que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez y ya no podemos
retenerlo más. En casa, las noches de pasión han quedado relegadas a una cama para tres en la que
Rose lo llena todo y a ambos nos encanta, pero ahora podemos permitirnos ser solo Daniel, el
mueble de la entrada y yo. Y no se demora alzándome con sus poderosas manos bajo mis muslos para
sentarme sobre él, con esa sonrisa de depredador que consigue me humedezca (más todavía) y me
sonroje sin remedio (pero gratamente).
Cuando me quiero dar cuenta, entre manos, besos y caricias, Daniel se ha quitado los
pantalones y se ha colado en mi interior con un rugido que activa, más si cabe, mi ya acuciante
lívido, aprisionándome entre su cuerpo y la pared, robándome el aliento mientras yo me aferro a él, y
a la deliciosa precisión de sus embestidas que cada vez son más fuertes, porque yo se lo pido,
porque él quiere, pero más que nada, porque ambos lo necesitamos.
—Sí, Daniel… ¡Más fuerte!
Se aparta ligeramente buscando uno de mis pechos con su boca, además de colar su mano entre
nosotros estimulando el punto exacto con el movimiento preciso para acelerar mi excitación, con esa
habilidad que solo un mago o Daniel tienen en los dedos, porque eso que hace es pura magia.
—¡Vamos cariño! Estoy a punto —gruñe impaciente.
No tarda en arrollarme una ola de placer suficiente para hacerme perder la cordura en cuanto
siento la calidez de Daniel allanar mi interior. Logramos alcanzar juntos el clímax, como hacía meses
que no compartíamos entre gemidos, gritos y alguna que otra carcajada.
—Te quiero, preciosa.
—No tanto como yo a ti, mi bestia.
Y lo de bestia suele ser figurativo, pero acaba de tornarse carnalmente literal.
Daniel
Una agradable cena a la luz de las velas de esta templada noche de junio tras un encuentro
espectacular con mi preciosa mujer es, sin duda, de los mejores planes para celebrar este quinto
aniversario de boda. Más que eso, es el cielo en la tierra.
Ahora, y tras hacer el amor de nuevo, pero esta vez sobre la cama, disfrutando más
pausadamente el uno del otro, me he apoderado de ese codicioso instante de contemplación a Bella
mientras duerme enredada entre las sábanas. Algo que continúa siendo un nirvana para mí, un
momento repleto de intimidad que me colma de dicha hasta empacharme, pero que siento como
efímero y me cuesta asimilar como real. Soy consciente de que es el miedo el que se apodera de mí,
porque temo que algo malo vaya a suceder. Afortunadamente hay algo que me devuelve los pies a la
tierra, que aleja la inseguridad y los miedos irracionales.
Busco la página exacta que me ayuda a paliar ese terror a la pérdida, con el que tengo que
luchar más a menudo de lo que me gustaría desde ese día en el que perdí a mis padres, un par de
líneas manuscritas que dan sentido a todo lo que, a veces, no parece tenerlo.
—¿Qué haces?
Me giro apartando la vista del cuaderno que sostengo entre mis manos para descubrir a Bella
completamente desnuda, con el pelo cayéndole sobre los hombros mirándome con ternura y
devoción. Lo dicho: un nirvana y la razón por la que mi corazón sigue palpitando a cada segundo.
—Es el diario —afirma, aunque con un matiz curioso.
Sí, es el diario que escribí los meses que pasé en la cárcel y que he guardado durante todo este
tiempo en el cajón de la mesilla.
—Ahora lo entiendo —arguyo.
—¿El qué?
—¿Te acuerdas de Frank?
—Sí, claro.
Le hablé de él en varias ocasiones, algunas de ellas cuando la abstinencia se convertía en una
pesadilla. Bella me pedía que le hablara sobre el centro en el que estuve rehabilitándome, tratando
de ayudarme a superar esos momentos de bajón.
—Antes de entrar en la cárcel hablé con él y me recomendó que llevara un diario. Me dijo que
algún día entendería el sentido de hacerlo.
—Y lo has encontrado, el sentido quiero decir.
—En más de una ocasión de hecho, pero hay algo en concreto que me ayuda a recordar que si
sobreviví a aquello fue por una razón, porque debía quedarme, porque había algo que ya presentía,
aunque no fui capaz de interpretar en aquel momento.
—¿El qué?
—Ser padre.
—¿Qué quieres decir?
—Me gustaría leerte algo.
—Sí, por favor.
—«…sigue repitiéndose el sueño, cuanto más se acerca la fecha de salir más recurrente
resulta, pero no es solo que sea tan vívido, es que siento que hay algo más, cómo si tratara de
decirme algo que no llego a comprender».
—¿Qué soñabas? —pregunta muy intrigada.
—Contigo. Aparecías vestida de blanco, descalza corriendo por un enorme prado verde,
siempre ibas a unos metros por delante de mí y reías a carcajadas. Nunca hablabas, tan solo te
girabas y me sonreías. Jamás llegaba a alcanzarte. No fui consciente hasta mucho tiempo después,
cuando volví a leer este diario, de un importante detalle.
—¿Cuál?
—«…y aunque no logro llegar hasta ella no siento rabia, ni impotencia, ni siquiera tristeza, tan
solo la sigo, embaucado por las carcajadas de Bella que, a veces, suenan a ella y otras, se parecen
más a las de una niña pequeña».
Bella no tarda en reaccionar a esta nueva confesión, sentándose sobre mis piernas con ojos
empañados de emoción.
—Supongo que algo dentro de mí sabía que iba a ser padre, que ese milagro ya había sucedido,
pero no solo eso Bella, también me di cuenta de que por mucho que corras, nunca me cansaré de ir
detrás ti. Rose y tú, sois el ancla que me mantiene vivo.
—Y tú el barco que nos guía, Daniel.
Rose
Hoy ha sido mi cumple, he cumplido cinco años ya. Mamá dice que ya soy una mujercita y papá dice
que de eso nada. Luego he ido a preguntarle al abuelo qué soy, y me ha dicho que la persona más
bonita del universo. Los mayores son un rollo y no se aclaran.
Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida, lo hemos celebrado en casa con una súper fiesta con
globos, una piñata de «Frozen», un montón de chuches y una tarta enorme de princesas; me encantan
las princesas.
Han venido todos: el tío Marc y la tía Vero con el pesado de Marc, que siempre está
molestándome. Yo no quería que viniese a mi cumple, pero papá me dijo que no le haga caso, que los
niños son así y que ya cambiará, pero mientras tanto tengo que aguantarle. Es un idiota. Ya podía ser
como sus hermanos, los gemelos Ian y Brian, solo tienen tres años, pero son muy monos y divertidos.
También ha venido la tía Monika con su novia, porque a ella le gustan las chicas, y yo creo que es
mejor que te gusten las niñas, porque no huelen mal como los chicos, te puedes poner su ropa y
podéis ver la peli de Barbie todas las veces que quieras. Yo también prefiero una novia, además se
lo he dicho a papá, él dice que lo que quiera, pero que ahora es muy pronto.
Chloe y Víctor son los tíos más divertidos de todos, me han regalado un montón de cosas para
pintar que luego hemos usado sobre una enorme tela blanca usando solo las manos. La tía Chloe le ha
dejado su mano llena de pintura amarilla en el culo al tío Víctor. Ha sido divertidísimo.
También ha venido el tío Kurt con la tía Emma, que está embarazada, y le va a dar un hermanito
a Jimmy, que es mi primo favorito, aunque es bastante mayor que yo, pero siempre me cuida y me
protege del plasta de Marc. Además han traído cosas ricas para comer porque la tía Emma tiene un
restaurante y siempre que hay alguna fiesta trae algo que ha cocinado ella.
El mejor regalo ha sido el del abuelo Neil y la abuela Teresa, que me llevaron ayer al Zoo a
ver jirafas, monos y ¡osos panda! Papá y mamá no vinieron porque estaban celebrando su cumple de
boda, que es un día antes que el mío, porque yo nací al día siguiente. Mamá dice que todavía iba
vestida de novia cuando yo salí de su barriga.
Papi ha pintado conmigo y la tía Chloe, pero luego se ha ido con mamá y han estado besándose
en la boca cuando creían que no les miraba, pero les he visto, que conste.
Ha sido un día genial y la verdad que estoy un poco cansada, pero mañana no hay cole y quiero
que papá me lea. Y quiero dormir con papá y mamá, aunque ya soy mayor y no me dejan, pero al final
siempre me salgo con la mía.
—Papi, ¿me lees?
Entro en la habitación y veo que está con la Tablet en la mano mirando algún rollo de esos de
números que siempre ve.
—Es muy tarde cariño, ¿no estás cansada?
—No —miento bostezando.
—Anda ven —me subo de un salto a la cama y le doy el libro que he traído.
—¿Cuál quieres?
—El de siempre, papi.
—¿No quieres otro? El abuelo te ha regalado un montón.
—No, yo quiero el de mamá y tú.
—¿La Bella y La Bestia?
Se está riendo, porque ya sabe que quiero ese; siempre quiero ese.
—¡¡Sí!! —aplaudo contenta.
—¿Qué haces aquí cariño? —mami sale del baño y se sienta a mi lado dándome un beso en la
cabeza— ¿Aún no te has dormido?
Niego con la cabeza bostezando de nuevo. ¡Jope!
Nos ponemos todos cómodos, yo entre ellos dos y papi comienza a leer…
—«Erase una vez, en un país lejano, un joven príncipe que vivía en un resplandeciente castillo.
A pesar de tener todo lo podía desear, el príncipe era déspota, egoísta y consentido, pero una noche
de invierno llegó al castillo una anciana mendiga y le ofreció una simple rosa a cambio de cobijarse
del horrible frío…»
—¿Por qué te gusta tanto este cuento cariño? —interrumpe mamá.
—Pues porque es la historia de mis papis y esa es la más bonita del mundo.
Agradecimientos
Madre mía, por dónde empiezo... Aún me cuesta hacerme a la idea de que esta historia haya
llegado a su final, pero solo en papel: Bella, Daniel, Rose, Neil, Chloe, Víctor, Vero, Marc y el resto
de personajes, seguirán haciendo de las suyas en algún rinconcito de mí corazón.
Un año ha pasado desde que autopublicara «Bella al desnudo», la primera parte de esta
historia que tantas alegrías me ha dado. Un año en el que mi vida ha cambiado por completo,
principalmente, porque tanto la historia como el propio proceso de creación, me han arrastrado
deliberadamente a un lugar al que necesitaba llegar: encontrarme a mí misma. Gracias al universo
por ayudarme a encontrar mi camino, tal como lo ha hecho Bella, tal como lo ha hecho Daniel.
Infinitas gracias a mi marido por aceptar ser mi compañero en esta aventura y en todas las que
están por venir. Te amo. Y gracias a Vilma, nuestra hija peluda por su inquebrantable amor
incondicional.
Gracias a mi madre y a mi hermana, dos mujeres a las que le debo todo, porque son ellas las
que, sin saberlo, fueron el detonante de que me pusiera a escribir de nuevo, porque vosotras sois un
ejemplo de lo fuerte que podemos llegar a ser las mujeres, y eso, era digno de plasmar en una
historia; aunque no lleve vuestros nombres, cada mujer de esta historia, representa una parte de cada
una.
Gracias desde el fondo de mi corazón a Jenny López, porque gracias a sus correcciones,
«Bella y Bestia» ha tomado la forma necesaria para que no solo pueda ser leída, sino también
sentida. Gracias hermana en la distancia.
Una de las personas a la que no puedo olvidar y a la que le debo un enorme GRACIAS, es a
Alex Callejas. Quién diría que mi mejor amigo de la infancia se convertía en el gran médico que es
hoy en día, y que yo acudiría a él en busca de ayuda. Gracias Alex por cederle tus conocimientos de
medicina, además de tu nombre, al doctor Alex Sierra.
Gracias prima Evelin por permitirme usar tu nombre, quizá no ha sido el personaje con la
cabida que alguien como tú se merece, pero es que esa importancia la reservo para la vida real. Te
quiero.
Gracias Tania Guzmán por tu apoyo incondicional, porque sin pretenderlo te has convertido en
una gran amiga en la distancia, y gracias por intercambiar conmigo expresiones y ayudarme con la
jerga mejicana. Las próximas clases que sean de fiesta, y con una copa delante.
Muchísimas gracias a toda la comunidad bloguera por su apoyo y su constante interés en esta
historia. Os debo mucho.
Y no me puedo olvidar de todas mis Bellas y Bestias, gracias por enamoraros de esta historia
cargada de ficción, pero llena de realidad, por vuestra paciencia, vuestros ánimos, vuestro cariño,
vuestros mensajes incesantes repletos de palabras y testimonios que jamás creí llegar a escuchar.
Haré todo lo posible por teneros junto a mí todo el tiempo que me sea posible.
Estas son algunas de las imágenes del concurso de Fanart que hicieron nuestras Bellas
Si quieres ver todas las imágenes que faltan accede a este link:
https://www.facebook.com/RachelBelsWriter/photos/?
tab=album&album_id=1629329170712490
Sobre la autora
Rachel Bels, (Madrid, 1984) en la actualidad reside en Tenerife junto a su marido y a su perra
Vilma. Rachel fue seleccionada para la publicación de un texto en el I Concurso de microrrelatos
eróticos DSS «Erotismo en estado puro». Además, ha realizado diversos talleres de escritura en la
Escuela Literaria de Antonia Molinero y ha recibido formación por parte del escritor zamorano Jesús
Ferrero y el tinerfeño Víctor Conde.
Rachel se levanta cada día con la emoción de saber que está cumpliendo sus sueños y para la que
escribir llegó un día así por arte de magia; pero no fue gracias a un hechizo, tan solo era la pasión
que permanecía escondida, atrapada por causas ajenas a ella. Hasta que llegó el día en que decidió
romper con todo y hacer su merecido acto de presencia. Rachel empezó escribiendo para sí misma;
pero un día descubrió «que mejor que leer historias, era contarlas».
Es soñadora, como no podía ser de otra manera. Nerviosa por naturaleza, extrovertida (hace amigos
en cualquier lugar, hasta en el más extraño), le gusta pensar que es divertida y es extremadamente
sensible. Vegana desde hace años, ama a los animales, le vuelve loca el chocolate, poner la música
alta en el coche, bailar hasta caer exhausta, disfrutar de una cervecita al sol con amigos, le emociona
ver a la gente cumplir sus sueños, leer hasta que se le cierran los ojos, el cine de cualquier manera y
los días de lluvia, que le hacen sentir en casa.
Web: www.rachelbels.com
Facebook: https://www.facebook.com/RachelBelsWriter/
Twitter: https://twitter.com/rachelbelswrite
Instagram: https://www.instagram.com/rachelbelswriter/
Email: [email protected]
Muchas gracias por leer este libro y espero que hayas disfrutado tanto
de él como lo hice yo al escribirlo.
leer.la/bellaybestia
Otros títulos de la autora
leer.la/bella
leer.la/bestia