Henryk Skolimowski Pasajes Hacia La Autoconciencia
Henryk Skolimowski Pasajes Hacia La Autoconciencia
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01/11/2018
Leemos la obra del filósofo Henryk Skolimowski (Varsovia, 1930) como el que visita un
lugar de culto. Requiere soledad, silencio, esfuerzo concentrado. Redescubre el polaco su
espíritu y el nuestro mientras escribe y nos describe, alienados como estábamos, hasta ese
momento, por los prejuicios. Su integridad ilustrada nos anima a asumir que todas las
cosmologías, todos los mitos y religiones participan de un impulso colectivo, más
profundo que uno personal, un reino hacia el cual podemos dirigirnos para descubrir todo
lo que somos capaces de contener, haciendo accesible a nuestro yo consciente la belleza,
los terrores y la sabiduría de nuestro inconsciente.
La mente participativa
¿Y si el amor fuera sólo fruto de nuestra imaginación? O Dios. O la felicidad. Los medios
de comunicación, e incluso algunos científicos, parecen empeñados en invocar las bases
neuronales del comportamiento humano para explicarlo todo, del imparable ascenso del
populismo a la devoción servil por nuestros iPhones. Como si de un artefacto cultural de
nuevo cuño se tratase, el cerebro es retratado en multitud de pinturas y esculturas,
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exhibido en museos y galerías. La perspectiva de resolver los enigmas más profundos de la
humanidad, a través de su estudio, ha cautivado a los eruditos durante siglos, pero nunca
antes había atrapado, como ahora, la imaginación del gran público.
“En las grandes tradiciones espirituales del pasado, para seguir el camino correcto era
indispensable entender la naturaleza de la mente”, sostiene Skolimowski. En su ensayo La
mente participativa (1994; Atalanta, Memoria Mundi, 2016. Traducción de Juan Arnau y
Su Lleó), se defiende que “un conocimiento más profundo de la mente significa un
conocimiento más hondo de uno mismo”. El padre de la eco-filosofía avanza a
contracorriente de las principales visiones filosóficas del mundo, especialmente las
mecanicistas, que se originaron en el siglo XVII.
Uno de los principales atributos del cosmos es la creatividad, sostiene el autor de Eco-
Yoga (1994): avanzamos hacia la auto-realización. El cosmos es físico y, al mismo tiempo,
trascendente; está gobernado por leyes tanto físicas como trans-físicas, que “invita(n) a la
mente a cualquier nueva forma de bailar. La danza no se puede separar del bailarín”.
Skolimowski se refiere a los seres humanos como seres cósmicos. A medida que
desarrollamos “las sensibilidades, incluidas la sabiduría y la compasión”, nos rehacemos
junto a las formas del universo. En común con algunas filosofías orientales, el afán de
incorporar todas las etapas de la evolución del Cosmos dentro de nuestro cerebro,
adentrándonos en “la verdad participativa, como aventura hacia la completitud universal
(…) un puente hacia las antiguas tradiciones espirituales”.
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Denuncia el erudito de la Universidad de Lodz, Polonia, formado en Varsovia y Oxford, la
gran paradoja del mundo occidental: cuanta más tecnología y desarrollo, más se degrada
la cultura, convirtiéndola en mero anacronismo de una era pre-moderna. “Los adictos al
poder recorren una ruta delirante y se encuentran atrapados en un remolino
autodestructivo”. La tradición proporciona un conjunto de estructuras dinámicas que nos
ayudan a vivir más y mejor: no son meros vestigios del pasado, sino parte inherente de las
estrategias del ser humano para salvaguardar su supervivencia y bienestar. “La filosofía
participativa (…) es una filosofía en proceso (…) esboza un marco y una estrategia, libera
a la mente para que vuele alto y explore honduras”, concluye.
Una neurociencia sin sentido nos lleva a sobreestimar su capacidad de mejorar las
prácticas legales, de marketing y política social. Hoy en día, a pesar de que tenemos más
comodidades y habilidades, gracias a las máquinas que hemos construido, seguimos sin
conocer el significado de la vida. No encontramos sentido en el consumo, el
entretenimiento o la tecnología. De ahí lo oportuno de la dimensión trascendente que nos
propone Skolimowski, a menudo, no siempre, conectada a las religiones. El dominio
neurobiológico es esencial para una comprensión completa de por qué actuamos, aunque
sólo si nos conduce a la plenitud. El cerebro y la mente son diferentes marcos para
explicar la experiencia humana, no una mera cuestión académica: su estudio conlleva el
conocimiento no sólo de la forma en que pensamos, sino también acerca de cómo
aliviamos el sufrimiento que nos provocan la ausencia de amor. O Dios. O la felicidad.
Filosofía viva
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propósito, o lo impulsa una necesidad ciega? La naturaleza, ¿es un mero caos en el que las
leyes que creemos encontrar son sólo una fantasía? Si hay un esquema cósmico, ¿tiene la
vida más importancia de lo que la ecología nos lleva a suponer, o es nuestro énfasis mera
auto-importancia?
No sorprende que el polaco se centre aquí en las cuestiones más “cósmicas” de la teoría
intelectual, preguntas que muchos reconocerían como típicamente religiosas. Con
característico agnosticismo, Skolimowski declara que él no puede contestar a tales
cuestiones y no cree que nadie pueda contestarlas tampoco. Sin embargo, continúa:
“Somos víctimas del invisible corsé cosmológico que manipula nuestro pensamiento,
subvierte nuestros valores y rebaja nuestra vida. Volvemos a la cosmología, cuyas
invisibles manos coreografían la danza invisible de la vida”. Un propósito importante de la
tradición ilustrada, a la que pertenece el propio autor, es mantener vivo el interés en estas
cuestiones y escudriñar nuevas respuestas.
Rescata el doctor por la Universidad de Oxford una antigua concepción del pensamiento
como forma de vida al insistir en que las cuestiones de significado y valor cósmico tienen
una urgencia existencial, ética y espiritual. En la antigua tradición griega, nos recuerda, la
filosofía no era un mero ejercicio teórico, y los filósofos no eran simplemente, o no eran
en absoluto, pensadores profesionales. “La sabiduría es el fruto del sufrimiento, de la
compasión, del amor”, escribe, para concluir que “la sabiduría es la posesión del
conocimiento adecuado para cierto estado del mundo, para ciertas condiciones de la
sociedad, para cierta articulación de la condición humana”.
Sócrates argumentaba en la República que la búsqueda de la verdad por parte del filósofo
implica reorientar toda su alma hacia el bien, así como la clarificación teórica de lo que es
el alma y en qué consiste su naturaleza. El autor de Eco-Philosophy (1981) continúa esta
tradición con una ética cósmica que conduce a nuestra felicidad y plenitud como seres
humanos, argumentando que “abrazar la esperanza es una forma de sabiduría.
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Abandonar la esperanza es una forma de infierno. En un sentido esencial, la esperanza
permea toda la estructura de la conciencia ecológica”. Identifica así las principales
diferencias entre los enfoques filosóficos y religiosos, mientras rechaza cualquier
apelación a la autoridad de una tradición o un libro sagrado, precepto que no dudaría en
incluir, estamos seguros, al libro que nos ocupa.
La importancia de la introspección
No sólo nos recuerda la importancia de la introspección, sino que nos ofrece una guía
para separar a nuestro yo del espíritu de nuestro tiempo y sus interminables distracciones
triviales, sus blogs y tweets y teléfonos móviles. Escritas por uno de los verdaderos
visionarios de la historia moderna, La mente participativa y Filosofía vivasuponen una
investigación sobre lo que significa ser humano, una que trasciende la historia de la
filosofía y subraya el lugar del polaco entre pensadores revolucionarios como Marx,
Orwell o Freud.
Mapeo de las relaciones entre individuo y grupo o colectivo, sus libros ponen en evidencia
lo que todos los seres humanos tenemos en común, al mismo tiempo que revelan nuestras
diferencias. Precisamente ahora que se impone un agonizante precepto sobre lo que
implica ser occidental, un concepto demasiado fácil de definir en contraposición a un
islam supuestamente fanático (en sí mismo una mezcla política y mediática), nuestro
filósofo subraya y defiende que la civilización es un concepto mucho más complejo. Si el
siglo pasado fue llamado “el siglo freudiano”, hay razones para pensar que éste podría ser
el de Skolimowski. Su tiempo parece haber llegado.
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