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Acha El Marxismo Del Joven Laclau

Este documento analiza el marxismo temprano de Ernesto Laclau entre 1960 y 1973 y cómo esto anticipó su posterior postmarxismo. Examina las influencias iniciales de Laclau en el socialismo argentino y su deriva hacia posiciones de izquierda nacionalista y populista en la década de 1960. También explora cómo sus primeros escritos mostraban las semillas de algunos de los conceptos clave que desarrollaría en su teoría postmarxista posterior, como el énfasis en la contingencia histórica y la importancia de las demandas populares.
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Acha El Marxismo Del Joven Laclau

Este documento analiza el marxismo temprano de Ernesto Laclau entre 1960 y 1973 y cómo esto anticipó su posterior postmarxismo. Examina las influencias iniciales de Laclau en el socialismo argentino y su deriva hacia posiciones de izquierda nacionalista y populista en la década de 1960. También explora cómo sus primeros escritos mostraban las semillas de algunos de los conceptos clave que desarrollaría en su teoría postmarxista posterior, como el énfasis en la contingencia histórica y la importancia de las demandas populares.
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El marxismo del joven Laclau (1960-1973):

una antesala del postmarxismo

El postmarxismo del teórico argentino Ernesto Laclau diseñó uno de los intentos más
ambiciosos por “superar” al marxismo (esa es la clave de la apuesta postmarxista: que el
marxismo es obsoleto). El postmarxismo de Laclau adquirió madurez teórica en el libro
escrito junto a Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista (1985). Una peculiaridad
del marxismo de Laclau consistió en su revisión de las categorías marxistas. Por eso, su
postmarxismo no se comprende cabalmente sin la reconstrucción de cuál fue su noción de
marxismo, pues afianzó la clave de lectura de otros marxismos posibles. Este trabajo
intenta aportar a una concepción crítica de su idea del marxismo y de la política vinculada a
su perspectiva nacional-populista consolidada durante los tempranos años sesenta.
 
 
Del socialismo a la Izquierda Nacional
 
Ernesto Laclau (1935-2014) comenzó su militancia política en el seno de la Juventud del
Partido Socialista (PS) y en el movimiento estudiantil universitario. La Juventud socialista
pasó casi en bloque al Partido Socialista Argentino (PSA), uno de los sectores derivados de
la escisión del PS en 1958. En contraste con el otro núcleo surgido de la división, el
antipopular Partido Socialista Democrático, el PSA diferenciaba a Juan D. Perón de los
obreros peronistas, y planteaba un programa socialista con vocación de liderazgo obrero.
En su primer texto, un artículo aparecido en el órgano de la Juventud del socialismo,
Situación, el joven Laclau recogió ideas centrales de un referente del PSA, el historiador
José Luis Romero. Impugnó el intuicionismo del ensayismo y las dicotomías del
“revisionismo histórico”. Pero aunque reclamó un “análisis marxista” de la historia
argentina, señaló que en materia historiográfica también el marxismo “hasta ahora” era
discutible por imponer mecánicamente conceptos a la realidad histórica y, por otro lado, en
razón de asumir “las polarizaciones procedentes del revisionismo histórico” (Laclau,
1960:18). Concluyó que la historia social argentina estaba “por hacerse”, y las brújulas
adecuadas para esa tarea eran textos de Romero y del sociólogo socialista-liberal Gino
Germani.  
No obstante, el enfoque del joven Laclau expresaba una causalidad diferente a la
prolongada “revolución burguesa” romeriana y la “modernización” germaniana.
Asumiendo las tesis de la “dependencia” y del “imperialismo” como móviles de la
configuración histórica argentina, el “monocultivo”, la inmigración masiva y la
organización institucional característicos de la segunda mitad del siglo diecinueve
participaban “del programa que las potencias imperialistas reservaban a los países
subdesarrollados” (1960:20).
En el temprano ensayo ya aparecen las nociones de “sistema económico” y de “elemento”,
que luego tendrán importancia en su comprensión del marxismo y más tarde del
postmarxismo. El tratamiento del tema inmigratorio estaba supeditado al análisis
germaniano, particularmente en su preocupación por la integración social y, sobre todo
psicosocial, de las masas inmigratorias en el nuevo escenario urbano forzado por la
ausencia de distribución de tierras. En la línea ilustrada tradicional del socialismo
argentino, Laclau adoptó la tesis germaniana de una vieja clase obrera con independencia
social, política y organizativa, y una nueva clase obrera proveniente de las migraciones
internas (rurales), sin hábitos de organización, sin “canales para asimilarse a su nuevo
hábitat” urbano (Laclau, 1960:25). Eso explicaría la declinación del Partido Socialista,
construido para integrar a la vieja clase obrera, una clase que ya se encontraba, dos
generaciones más tarde, en buena medida incorporada a la clase media. Se requería una
actualización de las estructuras partidarias luego de las transformaciones ocurridas en los
últimos veinte años, y anticipar las alternativas por venir. Con el objetivo, en el que
encontramos novedades temáticas no del todo adecuadas al lenguaje tradicional del
socialismo local de “elaborar un plan de liberación nacional, bajo la exclusiva conducción
de la clase obrera organizada, cimentado sobre las contradicciones del capitalismo
imperialista en este momento de la historia latinoamericana” (1960:24).
Socialista en 1960, Laclau estaba inscripto en la crisis teórica y política de un PSA que
pronto se escindiría nuevamente entre una fracción moderada y otra de vocación
revolucionaria. Laclau acompañaría a la fracción revolucionaria, el “socialismo de
vanguardia”, durante dos años. Luego se comprometió en la construcción de una línea de
activismo estudiantil, el Frente de Acción Universitaria (FAU). Con el FAU Laclau ingresó
al partido formado en 1962 por la Izquierda Nacional, el Partido Socialista de la Izquierda
Nacional (PSIN). Su máximo referente, Jorge Abelardo Ramos, defendió entonces la tesis
de que había surgido un partido obrero ya no antinacional como había sido la característica,
a sus ojos, de toda la izquierda argentina. En cambio, el PSIN representaría una izquierda
adecuada a la condición “semicolonial” del país. Su consigna estratégica era el “apoyo
crítico” a los movimientos nacional-populares como el peronismo.
¿Cuáles eran las concepciones políticas del FAU en el momento de disolverse e integrarse
al PSIN? En un texto probablemente redactado por Laclau, el Frente declaró en la revista
Izquierda Nacional –el órgano teórico del PSIN– que sus orígenes universitarios
expresaban la separación de la pequeña burguesía respecto de las “masas populares”, y la
escisión de la izquierda entre las “sectas” sin relevancia política y las opciones
socialdemócratas afines al poder establecido. Y he aquí la proyección que se confiaba hallar
gracias a la acción del PSIN: “incorporar a la pequeña burguesía al eje nucleador del
proletariado”, un aglutinamiento “en unidades más vastas [que] surge de las necesidades
mismas de la lucha y no es posible postularlo abstractamente” (Izquierda Nacional, n° 4,
febrero de 1964).
No obstante, la radicalización era una consecuencia de la condición semicolonial. Un
artículo posterior firmado por Laclau sostendrá la modificación de las demandas
universitarias hacia una significación política y antisistémica pues “las banderas y
reivindicaciones democráticas, en un país atrasado, tienden a transformarse en el curso de
la lucha en banderas revolucionarias” (1964d:1). Este pensamiento dependía de una visión
desarrollista muy usual en la época. La calificación de la Argentina como un “país
atrasado” dificultaba la integración de demandas “populares”. El “sistema oligárquico” era
un “anacronismo” (1964h). Por contextualmente inaceptables, las reivindicaciones
democráticas tendían a devenir en revolucionarias. El razonamiento afirmaba, entonces, un
estancamiento histórico: “La única garantía del desarrollo nacional es el poder popular”
(1964e:1).
 
La búsqueda de un populismo marxista
 
Laclau encontró en el PSIN una serie de orientaciones estratégicas de perdurable arraigo en
su pensamiento. Sin duda que las justificaciones teóricas de las mismas sufrieron
mutaciones a veces dramáticas, pero la evaluación del nacional-populismo constituyó un
suelo conceptual donde implantaría las variaciones teóricas ulteriores. Esto no significa que
el joven Laclau asumiera sin matices el vocabulario político del PSIN, y menos aún la
totalidad de las convicciones de Ramos. Por ejemplo, no compartió la pasión primordial de
Ramos por hallar facciones nacionalistas e industrialistas del Ejército, ni en estrecha
relación con eso y con la asunción de un nacionalismo tradicionalista del “Interior” del
país, aceptó la calificación histórica de Julio Argentino Roca como un militar y presidente
progresista. Con todo, no descartaba que en algún momento, alrededor de un nuevo “eje
histórico” sostenido en la clase obrera, “el ejército reencuentre su tradición sanmartiniana y
rompa los lazos que los unen con el 16 de septiembre [de 1955]” (1964b:1; ver también
1969c:19).
La actividad de Laclau en el PSIN se concentró en los años 1964-1965. La dirección del
periódico Lucha Obrera fue su faena más exigente, tarea que no obstaculizó una promisoria
carrera académica. En esos meses finales de 1963 en que el FAU decidió disolverse en el
PSIN, Laclau publicó un breve ensayo historiográfico en la revista Desarrollo Económico,
sobre la “historia de las mentalidades”. El texto da cuenta de sus ambiciones intelectuales.
Oponía al proyecto de historiografía cultural de J. L. Romero un enfoque marxista, decía,
capaz de dar mejor cuenta del cambio histórico. Lo hacía en una versación histórico-
filosófica por la cual el marxismo era mucho más que una crítica de la sociedad capitalista:
iluminaba el conjunto de la historia humana. Justamente porque postula un “futuro” y
respalda la historicidad, “el marxismo representa la única tentativa valida, hasta el presente,
de ligar la significación peculiar de un momento del tiempo con la totalidad de la historia
humana” (1963:312).
Reconstruiré ahora las líneas directrices de la política defendida por Laclau en el periódico
del PSIN. Aunque admito que hay en ello una dosis de estilización retrospectiva, creo que
en sus textos es reconocible una matriz política de “populismo marxista”. Al evaluar las
alternativas planteadas al sindicalismo apeló al criterio de aglutinamiento de sus demandas
en términos de “luchas populares”. Pues si hasta entonces el sindicalismo peronista fluctuó
entre tácticas negociadoras e insurreccionalistas, en mayo de 1963 se había producido una
elevación en el nivel de “conciencia” y efectividad política, una evolución reiterada en
1964. Al respecto Laclau señaló que se forjaría un “eje histórico de luchas” vinculadas a la
consolidación del mercado interno y al combate contra la oligarquía y el imperialismo. Por
eso “nuevos planes de lucha, de caracteres progresivamente radicales signarán el proceso
de las futuras luchas populares” (1964a:1). No obstante, la mecánica de las luchas tenía un
objetivo por lograr: “El punto de llegada de esta trayectoria será el partido socialista
revolucionario” (Idem).
Una clave constante de la imaginación estratégica del director de Lucha Obrera consistía en
advertir sobre la dispersión de las “fuerzas populares” (1965a:1). Prevenía reiteradamente
contra una disgregación particularista. Si bien la clase obrera era la “vanguardia” de las
“clases populares”, debía realizar una doble tarea: “al par que conquistar su autonomía,
[requiere] superar su aislamiento como clase y darse un programa y formas organizativas
que permitan asignarle un papel hegemónico en un futuro frente de clases” (1964h:1). Otra
vez, este lugar –que el movimiento peronista no podía ocupar– le estaba reservado razones
históricas: “al movimiento obrero le corresponde, en un país semicolonial como la
Argentina, la dirección de las luchas por las tareas nacionales que la burguesía es impotente
para realizar” (Idem). Desde luego, esas tareas requerían de un “partido obrero” que “al par
que verifique la independencia política de la clase obrera, permita integrar dentro de una
estrategia revolucionaria las tareas democráticas” (Idem).
En cambio, atacar al “sistema” consistía en acelerar sus divisiones internas, requisito
indispensable para socavar sus fuerzas: “La táctica central de las fuerzas populares es
acelerar al máximo este proceso de disgregación, sin el cual es impensable cualquier toma
del poder. Si el acceso al poder de los sectores populares no podrá resolverse sin lucha
armada, toda la etapa previa debe emplearse en una lucha sin cuartel por quebrantar al
sistema y acelerar sus crisis” (Idem).
Ahora bien, ¿cómo vincular políticamente a la clase obrera con la pequeña burguesía, las
dos fuerzas sociales cuya unión era postulada como decisiva para cualquier proyecto
transformador? La unidad política no podía ser cabalmente realizada con el método de
tomar aisladamente obreros y estudiantes en un ambiente artificial. Tal era el error de las
“sectas de izquierda” que así jamás logran consolidar un partido “sino un ateneo de
salvacionistas” (1966:1). Se debía partir de las experiencias específicas, mostrando que no
bastan las luchas “parciales”.
Como en textos ya citados, trabajadores y estudiantes se hallaban “objetivamente
enfrentados” con el sistema; por lo tanto, debían adquirir “conciencia histórica” del
enfrentamiento. Pero mientras los obreros poseían un “agudo realismo” forjado por su lugar
en el sistema productivo, la pequeña burguesía vanguardista tendía a la “especulación
abstracta”. He allí el obstáculo a la “síntesis histórica” que –era el objetivo del PSIN–
construiría “puentes prácticos” entre la clase media y la clase obrera. Laclau no se privaba
de resolver ese desafío en una esperanza escatológica y necesarista: “La historia trabaja en
ese sentido, a nuestro favor, y el surgimiento del socialismo revolucionario es tan necesario
como próximo” (1966:1). Esta frase es reveladora de su manera de comprender el
marxismo.
En un trabajo de divulgación distinguió “los dos grandes esquemas totalizadores del siglo
XIX: el positivismo y el marxismo” (1968a:21). Mientras el positivismo fue “expresión
ideológica de la confianza en sí misma de una burguesía en el apogeo de su expansión”
(1968a:23), el “materialismo dialéctico” fue “expresión del nuevo proletariado industrial en
formación” (1968a:24). Y adoptó la figura de una filosofía de la historia universal: como en
el citado artículo de 1963, cinco años más tarde todavía Laclau entendía el marxismo como
“una concepción de la historia de la humanidad fundada en el predominio sucesivo de los
diversos modos de producción” (Idem). Cabe señalar aquí la distancia con otro marxismo
transhistórico fundado en la “lucha de clases”, con el que Laclau nunca tuvo afinidad.
Una convicción igualmente presente contravenía la filosofía de la historia atribuida al
marxismo: el historicismo táctico de Laclau, es decir, el convencimiento de que deben
soslayarse las definiciones políticas abstractas o carentes de una explicación genética. En su
opinión la abstracción en política, que por definición elude razonar las condiciones
objetivas, constituye una “deformación pequeño-burguesa del marxismo” (1964f:18), una
derivación del carácter “alienado” de la peculiar situación de clase de los sectores medios
politizados.      
A mediados de 1966 Laclau partió hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán para hacerse
cargo de una cátedra de Historia, disciplina en la que se había graduado en la Universidad
de Buenos Aires. El golpe de Estado liderado por el General Juan Carlos Onganía
interrumpió esa labor docente, y Laclau regresó a Buenos Aires para proseguir sus
actividades académicas en tareas de investigación en el Instituto Di Tella. Fue en esa
ocasión que elaboró una contribución para un proyecto de estudio sobre la población
marginal. En ella aplicó la tesis de la “renta diferencial” desarrollada sobre todo por Jorge
Enea Spilimbergo, el segundo dirigente más importante del PSIN, para revelar la
configuración de clases y el carácter europeísta y pro oligárquico de la izquierda argentina.
Las ventajas comparativas de la fertilidad pampeana explicaban la naturaleza de la
“oligarquía” y de las izquierdas “liberales” vigentes hasta 1945. En efecto, la prodigalidad
de la producción agropecuaria, el monopolio terrateniente y la conexión “semicolonial” e
“imperialista” con Europa inhibieron el desarrollo industrial, constituyendo a la clase
dominante exportadora en un apéndice de los intereses imperialistas. Dependiente también
de la agroexportación, la nueva clase obrera inmigrante fue el caldo de cultivo de una
izquierda librecambista e indiferente a las reivindicaciones nacionales de las provincias
interiores. El programa nacionalista, anti-imperialista e industrialista del peronismo fue por
eso combatido tanto por la oligarquía terrateniente como por las izquierdas.
Laclau utilizó la idea en sede universitaria para intervenir en dos debates por entonces muy
resonantes, relativos a la “dependencia” y a los “modos de producción”. El objetivo
convergía en la explicación de la situación estructural de Argentina y América Latina en el
concierto del mercado mundial. El debate epocal reformulaba en un lenguaje
vigorosamente renovado por el estructuralismo la discusión sobre la “transición del
feudalismo al capitalismo”. La vertiginosa difusión de los textos de Louis Althusser y sus
discípulos en América Latina de mediados de los años sesenta proveyó un estilo conceptual
que signó la aproximación laclauiana (1969b; 1971).
La clave de su aporte consistió en distinguir un concepto de “modo de producción” como
rasgo decisivo para caracterizar al capitalismo de una más concreta noción de “sistema
económico”. En efecto, un sistema económico admite una diversidad de modos de
producción ensamblados (1969b). La discusión de la tesis de Gunder Frank respecto del
carácter capitalista de América latina desde la colonización europea fue exitosa al
evidenciar su enfoque “circulacionista”. En efecto, Frank desconsideraba la interrogación
por las relaciones de producción con un objetivo claro: “la revolución democrático-
burguesa desaparece del calendario de la revolución y ha de ser reemplazada por una lucha
directa por el socialismo” (1971:25).
Como la inmensa mayoría de la izquierda argentina, Laclau abrazó la tesis leninista de que
el capitalismo central había ingresado a una fase “imperialista” a nivel mundial y devenido
“monopolista” (1968a:18). La “esencia última del capitalismo” residía en la “disociación
entre la propiedad de los medios de producción y la fuerza de trabajo” (1968a:2), y tal
separación estaba dominada por los capitales extranjeros.
Razones de orden interno en el seno del PSIN condujeron a Laclau a alejarse del partido a
fines de 1968. Sin embargo, su concepción del marxismo y de la política revolucionaria
continuó adherida a similares posiciones nacional-populistas.
 
Después del partido de la Izquierda Nacional
 
La comprensión de la política de fines de los años sesenta se puso a prueba con ese
parteaguas epocal que fue el Cordobazo de 1969. Laclau explicó el acontecimiento bajo la
tesis del imperialismo como fuerza generadora de una “estrategia”. El Estado argentino se
encontraría desde el coup d’État de 1966 en manos del capital monopolista. Pero las
proyecciones del gobierno militar, sostuvo, se vieron malogradas por la formación de una
“alianza popular” donde convergieron la clase obrera peronista y el estudiantado de clase
media; éste último fue más allá de su anterior liberalismo y comenzó a comprender el
significado histórico del peronismo (Laclau, 1970:13). Por otra parte, también la clase
trabajadora superó su corporativismo, constituyéndose –especialmente alrededor de la
“CGT de los Argentinos”– en referencia “popular” enfrentada a la dictadura militar. Pero
según Laclau esa CGT carecía de una estrategia política coherente.
El aspecto más importante del análisis de la coyuntura del Cordobazo residía en que el
peronismo era simplificado como el “populismo nacionalista” de la clase obrera, que
confluía con el “jacobinismo” de la pequeña burguesía. En ambos casos las adscripciones
ideológicas derivaban de la manera en que sus posiciones sociales eran integrables por el
capitalismo monopolista asociado al imperialismo. En la conjunción entre clase obrera y
clase media estudiantil descansaba la posibilidad de realizar las tareas revolucionarias: “la
destrucción del Estado capitalista y la eliminación del imperialismo” (1969c:20).
En este contexto Laclau, ya instalado desde 1969 en Inglaterra, matizó su adhesión al
imaginario político de la Izquierda Nacional, aunque no a su marxismo. Al compás de una
idea evolucionista del desarrollo, en 1972 Laclau defendió junto a otros intelectuales
argentinos, en el número inicial de los Cuadernos del Socialismo Nacional
Latinoamericano Revolucionario, que la condición semicolonial argentina, debido a su
desarrollo industrial y urbano, confundía la lucha antiimperialista y la lucha anticapitalista.
El nacionalismo participaba del anticapitalismo, esto es, era un “elemento ideológico de
respuesta a la misma explotación capitalista”. Por eso interpretó que al persistir en el
nacionalismo peronista la clase obrera “ha llegado a ser cada vez más consciente de sus
fines socialistas”. La pequeña burguesía habría seguido el mismo derrotero pero por
motivos diferentes: el capitalismo monopolista ya no le garantizaba el ascenso social. De
allí que tampoco podía devenir fascista, y se inclinaba a confluir con el proletariado. Como
muchos otros sectores de la izquierda nacionalista, incluida la Izquierda Nacional a la que
ahora reprendía por mantenerse como “vanguardia” externa al movimiento peronista,
Laclau (1973) aventuró el vínculo entre peronismo y revolución.  
Partícipe de las ilusiones de la izquierda filo-populista, Laclau creyó que el peronismo
excedía a la voluntad política de Perón. Confió en que su autoridad popular estaba
disponible para imprimirle inflexiones radicales. Mas Perón regresó a la Argentina con una
ya decidida agenda de recomponer el sistema institucional capitalista y estatal, lo que
entrañaba necesariamente marginar a la izquierda dentro del movimiento peronista. Pronto
la resistencia y ambición de la izquierda peronista, de formidable crecimiento durante el
bienio 1972-1973, colisionaron violentamente con el líder retornado. La consiguiente
conflictividad política entrelazada con la crisis socioeconómica erosionó el gobierno tras el
fallecimiento de Perón en julio de 1974 generó una profunda inestabilidad institucional. El
golpe de Estado de marzo de 1976 selló a sangre y fuego esa etapa histórica.
 
Colofón
 
Desde distintos sectores de la izquierda, y en particular desde las fracciones intelectuales,
comenzó entonces un agudo proceso de interrogación y revisión de las ideas hasta hacía
poco defendidas. Laclau participó de esta mutación ideológica. Contratado con tareas
docentes en la Universidad de Essex mientras preparaba su tesis doctoral, avanzó en la
revisión teórica y política de sus concepciones previas.
Con una vigorosa impronta althusseriana, sus ensayos contenidos en Política e ideología en
la teoría marxista (1977) constituyeron su esfuerzo postrero por recomponer los dilemas
del marxismo. Ocho años más tarde, en Hegemonía y estrategia socialista, ya había
devenido postmarxista.
La sintética reconstrucción provista en las páginas previas ofrece, creo yo, una perspectiva
para pensar críticamente la génesis de su peculiar postmarxismo. El marxismo del joven
Laclau era más causalista que dialéctico, más transhistórico que históricamente delimitado
a la sociedad capitalista. Sobre todo, operaba respecto de la conexión entre fondo socio-
económico y superestructura política. En oposición a ese marxismo tradicional, décadas
más tarde desarrollará el postmarxismo pluralista y decisionista que lo conducirá, en el
último segmento de su trayectoria, al formalismo populista.
Pienso que el abandono del marxismo por Laclau puede ser pensado como una
convergencia entre la derrota política de las izquierdas durante la década de 1960 y 1970 en
América Latin y Europa, y la crisis teórica de la tradición crítica inaugurada por Marx. Una
componente de esta crisis se debe a los límites alcanzados por los marxismos que
pretendieron ser filosofías de la historia universal y plantearon un esquema de
determinación económico-productiva hacia las “superestructuras” políticas y culturales.
Cuando ese esquema se reveló insuficiente para pensar la historia y para guiar la acción,
toda una generación de marxistas encontró el problema en el marxismo como si el
marxismo tradicional fuera el único posible.
Hoy, en la mezcolanza de imperio del capital y larga crisis de reproducción del mismo en
que vivimos, la crítica del capitalismo es más actual que nunca. Las derrotas y fracasos de
la izquierda –incluida la populista– durante el siglo veinte son insumos para reconfigurar la
crítica revolucionaria con capacidad de acción práctica, política. El postmarxismo quiso
cortar el nudo gordiano de la crisis del marxismo abandonándolo como antigualla obsoleta.
Con ello rescindió el combate contra el capitalismo como sistema global en beneficio de
reformas localizadas, de populismos oportunistas, que en lugar de resolver las dificultades
inocultables de la política revolucionaria y las tareas pendientes en el desarrollo de la teoría
crítica, imaginaron una realidad dislocada, múltiple y contingente. Me parece que los
déficits del marxismo tradicional jugaron en eso un rol importante, que la trayectoria del
joven Laclau revela con nitidez.
 
 
Bibliografía
Laclau, Ernesto, “Un impacto en la lucha de clases. El proceso inmigratorio argentino”. En:
Situación 4 (1960).
–, “Nota sobre la historia de las mentalidades”. En: Desarrollo Económico 1/2 (1963).
–, “La crisis del sindicalismo puro”. En: Lucha Obrera 2 (7 de octubre de 1964) [1964a].
–, “Historia melancólica del Ejército azul”. En: Lucha Obrera 3 (14 de octubre de 1964)
[1964b].
–, “Illia o la filosofía de la tortuga”. En: Lucha Obrera 4 (21 de octubre de 1964) [1964c].
–, “Presupuesto universitario y luchas nacionales”. En: Lucha Obrera 5 (28 de octubre de
1964) [1964d].
–, “La U. C. R. P. Entre la espiga y la espada”. En: Lucha Obrera 6 (4 de noviembre de
1964) [1964e].
–, “Conciencia histórica e izquierdismo pequeño burgués”. En: Izquierda Nacional 6 (1964)
[1964f].
–, “La violencia oligárquica no nos intimidará”. En: Lucha Obrera 7 (9 de diciembre de
1964) [1964g].
–, “Siete días decisivos para la clase obrera”. En: Lucha Obrera 8 (23 de diciembre de
1964) [1964h].
–, “Concurrencia electoral y política revolucionaria”. En: Lucha Obrera 10 (29 de junio de
1965) [1965a].
–, “Termina la pax radical”. En: Lucha Obrera 15 (15 noviembre de 1965) [1965b].
–, “Partido revolucionario y realidad argentina”. En: Lucha Obrera 19 (1º de junio de
1966).
–, “La formación del mundo moderno”. En: Siglomundo. La historia documental del siglo
XX 1. Buenos Aires: CEAL, 1968 [1968a].
–, “El siglo XX”. En: Siglomundo. La historia documental del siglo XX 2. Buenos Aires:
CEAL, 1968 [1968b].
–, “La Segunda Guerra Mundial”. En: Siglomundo. La historia documental del siglo XX 32-
33. Buenos Aires: CEAL, 1969 [1969a].
–, “Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación
histórica a los casos argentino y chileno”. En: Revista Latinoamericana de Sociología 5
(1969) [1969b].
–, “Argentina Imperialist Strategy and the May Crisis”. En: New Left Review 62 (julio-
agosto de 1969) [1969c].
–, “Feudalism and Capitalism in Latin America”. En: New Left Review 67 (mayo-junio de
1971).
–, “Peronism and Revolution”. En: Latin American Review of Books 1 (primavera de 1973)

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