Entrevista A Esther Díaz (TP 6)
Entrevista A Esther Díaz (TP 6)
Esther Díaz enseña desde hace dos décadas Introducción al pensamiento científico en el
Ciclo Básico de la UBA. Y en esta entrevista describe el descarnado ejercicio del poder que
se ejerce en el mundo científico y académico.
Pregunta: Desde que comenzó el Ciclo Básico Común de la UBA usted dicta la materia
“Introducción al pensamiento científico”, pero en la bibliografía de su programa incluye a
autores como Heidegger, Foucault, Nietzsche, Kuhn, que no son habituales en una materia
que es una especie de metodología de la ciencias.
Esther Díaz: Fue así sin lugar a dudas durante parte del siglo XX. Pero en la segunda
mitad del siglo empezó a aparecer otra mirada. La sociedad empezó a tomar conciencia de
las aplicaciones nefastas de la ciencia: después de Hiroshima, de Chernobyl, de los
trastornos ecológicos cada vez más evidentes, ya no se puede ser positivista. Pensemos en
el tema de la soja, del que se está hablando mucho ahora, cuando en Argentina el 90 % de
los terrenos están siendo cultivados con soja. Se trata de soja transgénica, un producto que
no sabemos con certeza qué efectos puede tener dentro de 10, 15 años. Es por la presión del
mercado que no se puede esperar el tiempo que sería necesario para que esté probado. Es
decir, que hablar hoy de ciencia sin vincularla con la tecnología, y con ese contexto
económico que ejerce una presión tan decisiva, es hablar de una abstracción. Fíjese lo que
pasó en Corea: hace poco se ha logrado clonar órganos humanos con fines terapéuticos.
¿Por qué en Corea, uno de los países más pobres del mundo? Porque Corea, como
Argentina y la mayoría de los países marginales, no tienen leyes contra la manipulación
genética, o tienen leyes muy laxas, o incluso tienen dirigentes fáciles de coimear. Se
experimenta con esas personas y se logran conquistas tecno-científicas que luego van a ser
aprovechadas no por los coreanos, sino por los ciudadanos del primer mundo. Lo más triste
para nosotros es que uno de los dos investigadores que comandan ese proyecto es
argentino, un egresado de la UBA, que reside en EE.UU. y es investigador de la
Universidad de Michigan. Es decir, nosotros hemos financiado la formación de este señor
para que ahora vaya a hacer sus investigaciones al servicio del primer mundo.
Revista: Un estudiante que se forma en la UBA ¿qué espacio tiene para reflexionar sobre
esta cuestión que va a ser imperiosa en el momento en que se reciba? Se va a encontrar con
las presiones del mercado, los intereses económicos...
Esther Díaz: Tiene poco o ningún espacio, si se le puede llamar espacio a los cuatro meses
que nosotros tenemos para reflexionar sobre el tema... Después de esos cuatro meses es
probable que se le haga un lavado de cerebro, por todos los profesores cientificistas que va
a tener. Entonces, cuando se recibe, dice algo tan de sentido común, que la sociedad le va a
dar la razón: “¿Y de qué voy a trabajar acá? ¿De profesor universitario, ganando $ 100 por
mes? ¡Me voy a Michigan y donde me pagan 10.000 dólares!”. Por eso se hacen
insostenibles las ideas que trasmite la epistemología cientificista: que las verdades de la
ciencia son universales, que la investigación científica es neutral y que hay que apoyarla
independientemente de lo que se investigue. Los que dicen esto están siendo funcionales al
imperio. Cuando en Washington o en cualquier otro lugar donde se cocina la ciencia o la
tecnología de punta se establecen los parámetros que rigen la investigación científica,
tienen en cuenta sus propias urgencias y necesidades. ¿Quién se va a preocupar, desde
Frankfurt, si en Santiago del Estero la gente se muere del mal de Chagas? Nadie. Entonces
no hay tal verdad universal. Son parámetros totalmente perspectivistas, pero como son los
que tienen el poder dicen que es universal. Estoy repitiendo lo que hace treinta años dijo
Varsavsky sobre la necesidad de regionalizar la ciencia; y nosotros ahora ya tenemos la
condición de posibilidad, que es el Mercosur, para construir una tecno-ciencia regional, sin
perder de vista lo universal. Está el ejemplo del sida. ¿A quién le importó que se murieran
los africanos de sida? A nadie, y hacía 30 años que se morían, pero los que manejan la
ciencia a nivel “universal”, no se preocuparon, hasta que empezaron a morir los nenes de
mamá en Manhattan. Estos ejemplos dejan muy claro el daño que puede llegar a hacer que
el científico o el técnico esté convencido de que está trabajando con parámetros universales.
Revista: Esta visión crítica de la ciencia ¿estaba prevista en los objetivos iniciales del
CBC?
Esther Díaz: No, el proyecto inicial por el cual se incluyó esta materia es justamente lo
opuesto de lo que hicimos nosotros. Se trataba y se sigue tratando de formalizar la
epistemología, porque una epistemología formalizada no jode a nadie, ya que se separa al
conocimiento científico de todos los lazos que lo vinculan con el contexto social. UBA
XXI, por ejemplo, que va a todo el país, porque se puede hacer a distancia, es totalmente
neopositivista. Y cuando yo me vaya de la UBA todas las cátedras de Introducción al
Pensamiento Científico -con la sola excepción de la de Mario Heller, que también tiene una
posición crítica- van a quedar en manos de los cientificistas.
Revista: ¿Usted ha sufrido presiones por presentar esta visión crítica de la ciencia?
Esther Díaz: Con el grupo de docentes con el que trabajo hemos soportado todo tipo de
presiones. Cuando recién comenzábamos, Gregorio Klimovsky era decano de la facultad de
Ciencias Exactas y, por ende, su voz tenía mucho peso sobre una estructura académica
precaria como el CBC. Bien, Klimovsky me hizo llegar advertencias para que revisara mi
programa, porque no se podía enseñar epistemología criticando a la ciencia. Yo defendí mi
programa diciendo que damos todo lo que daría un neopositivista y además un plus. Y
como existe libertad de cátedra en Argentina, nadie puede objetarme que yo incluya una
visión alternativa de la epistemología. Con este discurso pude zafar los años que estuvo este
señor como decano de Exactas. Unos años después, tuve que defender mi cátedra en un
concurso y me tocó ¡¡¡otra vez!!! Klimovsky, ahora de jurado. Y este señor prefirió dejar
un cargo desierto, alegando que la profesora Esther Díaz no estaba en condiciones ni
intelectuales ni pedagógicas de estar al frente de una cátedra, a pesar de que hacía 10 años
que yo estaba a cargo de la cátedra. Pero tuve la suerte de que cometieran un error
increíble. Yo había presentado un proyecto de investigación con un colega. Ahora, miren lo
que pasó: este colega con el que yo presento la investigación obtiene su cargo en el
concurso. Pero en el fundamento para dejarme fuera del orden de méritos del concurso era
que mi proyecto de investigación era confuso y sin un objetivo claro. Y al colega que hizo
la misma investigación conmigo, presentada con las mismas palabras, le dieron el cargo
porque ¡su investigación era “excelente y correspondía perfectamente a los objetivos de la
materia”! Los jurados, Klimovsky, un sociólogo llamado Fishermann y una metodóloga
que se llamaba Ruth Sautú, ni siquiera se tomaron el trabajo de leer los antecedentes,
porque si los hubieran leído se tendrían que haber dado cuenta de que ambos proyectos eran
uno y el mismo, y que nosotros así lo explicitábamos. Por supuesto yo impugné el
concurso, pero pasé un año hasta con fantasías de suicidio, porque era mi muerte
profesional, ese dictamen que me había dado una de las personas más prestigiosas de la
Argentina. Yo iba al CBC y era como si entrara un leproso de la Edad Media, la gente me
eludía, porque si Klimovsky había dicho eso de mí... “por algo será”, como solíamos decir
los argentinos. Esto tuvo un final feliz para mí, porque el concurso fue anulado.
Revista: El final feliz es un acto fallido por parte de estos jurados, porque imaginemos que
hubieran encontrado una manera más inteligente de dejarla afuera...
Esther Díaz: Cosas así hicieron en toda la Argentina. Dejaron afuera a la gente que
pensaba diferente de ellos. A estos señores les pasó como a los militares: ya venían cebados
de tanto imponer el poder sin una verdad que lo acompañe. Y como decía Foucault, no hay
poder que no tenga relación con la verdad, así como no hay verdad que no tenga relación
con el poder. Entonces, ellos creyeron que con el poder solo era suficiente, y cometieron
esa desprolijidad que hizo que el Consejo Superior de la UBA, por primera vez desde el
advenimiento de la democracia, declarara ese concurso disuelto y acusara al jurado de
sospechoso de arbitrariedad contra mi persona.
Esther Díaz: La última estocada fuerte fue después de que se hicieron los nuevos
concursos, a fines de 2003. Por supuesto, ya no pudieron poner a Klimovsky en el jurado,
pero ponen a sus amigos, porque esa corriente epistemológica sigue siendo hegemónica.
Pero a esta altura, mi curriculum es de tal volumen y mi capacidad para luchar es tan
grande, que entonces no pudieron dejarme afuera. Pero le puedo asegurar que yo tuve que
hacer un curriculum 4 veces más grande (hablando como un almacenero) que cualquiera de
los otros que obtuvieron el cargo. Porque eran mis enemigos los que me evaluaban. Me
dieron el cargo, pero no fue todavía tan fácil. Tan pronto como me lo dieron, once de los
doce profesores que quedaron como titulares de IPC, por supuesto neopositivistas,
presionaron para desmembrar al grupo de docentes a mi cargo, alegando que mi cátedra
tenía demasiados docentes. Es verdad, somos la cátedra de IPC más grande... ¿por qué
será? Porque hemos consolidado un grupo de investigación que nos dio un arraigo y nos
hizo tomar conciencia de que ocupamos un lugar alternativo en la epistemología argentina.
Una vez más, la posición de los profesores de mi cátedra fue tan firme que logramos evitar
el desmembramiento.
Revista: Usted habló de la libertad de cátedra. Ahora, por todo lo que dijo, parece que
fuera muy precaria; porque, en todo caso, usted como titular puede defender su visión
crítica, pero esa libertad de cátedra no existe para los estudiantes que por azar van a caer en
alguna de las once cátedras positivistas, o a lo mejor en las dos que tienen una visión
distinta. Y la libertad de cátedra tampoco existe para los centenares de docentes auxiliares,
que están al frente de las aulas todos los días.
Esther Díaz: Tal cual, porque si algún profesor de mi cátedra no se sintiera cómodo con la
postura teórica que sostenemos, tendría para elegir once cátedras neopositivistas. En
cambio, si profesores de esas cátedras quisieran pasarse a mi cátedra (cosa que ha pasado),
no podrá, con la excusa de que esta cátedra es muy grande: “vos no podés seguir
acumulando profesores”. Ellos no dicen la palabra que una puede leer tranquilamente, no
dicen “no podés seguir acumulando poder”. Acumular profesores y acumular alumnos
significa acumular poder. Para ellos, “poder” es una mala palabra, para mí no, porque yo lo
considero como una instancia positiva, mientras no sea mero dominio.
Revista: Pero para ellos es una mala palabra decirlo, pero ejercerlo no...
Revisa: Además, creo que cuanto más y peor se ejerce el poder es cuanto menos se lo
nombra. Porque nombrarlo es desenmascararlo.
Revista: Ahora, parecería que este proceso va en dirección de endurecer esa hegemonía de
la tecnociencia, parece muy lejos de abrirse hacia perspectivas alternativas. El poder
tecnocientífico se está consolidando.
Esther Díaz: Sí, porque el poder del dinero es el de la eficacia. A raíz de investigaciones
que nosotros estamos haciendo en UBACYT, descubro algo que para mí es novedoso: yo
creía que las que más invertían en investigación en el país eran las empresas y no las
universidades; pero no: son las universidades las que más invierten. Las empresas privadas
invierten muy poco, invierten por ejemplo en ver qué gusto de hamburguesas pega más en
el mercado argentino, investigaciones absolutamente al servicio del mercado, que no tienen
nada que ver con las necesidades regionales. Y lamentablemente quienes administran el
dinero para las investigaciones en las universidades nacionales se formaron en la creencia
de que están haciendo una gran obra para la humanidad. Bueno, puede ser que a algunas
humanidades lejos de nosotros se les esté haciendo bien, pero a nosotros... Por ahora, sólo
nos queda resistir. Y en eso, deberíamos sentirnos como Sísifo, que fue condenado por los
dioses a cargar una pesada piedra hasta la cumbre de una montaña. Pero cuando llegaba, la
piedra caía nuevamente y cada día debía renovar su tarea. Sin embargo, imagino su sonrisa
satisfecha. Es la que se dibuja en el rostro del que no se deja vencer ante la adversidad y se
enfrenta al poder con la alegría de resistir con dignidad.