PEQUEÑOS HÉROES de Alfonso Santistevan
PEQUEÑOS HÉROES de Alfonso Santistevan
PEQUEÑOS HÉROES
1987
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desesperanza. En ese instante el foco se prende: junto al interruptor vemos al PADRE. ¡Eso no te da derecho...! (Se acerca y la contempla
Padre, a quien no hemos visto entrar. Su facha es la de un caballero sesentón desesperado, se sienta en la silla y habla hacia el cielo) ¡Ay Dios! (Mientras,
de principio del siglo XX. Tiene un toque cómico. ella ha dudado) Esta muchacha va a cometer un pecado gravísimo.
¡Que quede claro que yo se lo advertí! A ti te consta, Señor, que
PADRE. ¡Arrepiéntete, pecadora! he intentado por todos los medios hacer de ella una cristiana
cabal, una ciudadana correcta con sentido moral y patriótico. No
EMILIA. (Desconcertada, aleja la pistola de la boca) ¡Déjame en paz! me explico cómo... (Llora melodramáticamente) Es decir... De qué
manera vino a conocer a ese anarquista que la perdió.
PADRE. (Acercándose con pasitos laboriosos) ¡Loca! ¡Vas a desgraciar
el apellido familiar! EMILIA. (Al escuchar lo último voltea furiosa hacia el Padre agitando la
pistola) ¡No te permito que hables de Miguel! (Suena un tiro. Ella cae
EMILIA. (Hace un gesto con los brazos tratando de espantarlo) ¡Yo no de espaldas al piso).
tengo familia!
El Padre corre hacia el fondo. Vuelve. Ella esta llorando. La rabia ha
PADRE. ¡Comunista! ¡Pecadora! (Se arrodilla junto a ella, implora) dejado paso a una tristeza infinita. El la contempla conmovido. Se inclina y
¿Cómo quieres que te lo pida? la abraza. Ambos se mecen.
EMILIA. ¡Vete, que voy a errar el tiro! PADRE. (Tierno) Ya, ya mi niña. Recién te acuerdas de llorar. Las
niña buena lloran porque no se olvidan que hay que tener temor
PADRE. (Parándose) ¡Aprista! ¡Lo que pasa es que eres una de Dios. (Pausa) Cuando tu madre aún vivía, solías refugiarte en
montonera! (Se toma la cabeza desesperado) ¡No hagas eso, mala hija! mis brazos, asustada porque tu abuela te contaba cosas de la
¡Ya no te queda casi nada de vida! revolución de Piérola. "No quiero que vengan los montoneros,
papá" me decías llorando. Yo te sentaba en mis rodillas y te decía:
EMILIA. (Furiosa, lo encara) ¡Tú no eres Dios, papá! "No, mi niña. Ya se fueron los montoneros por Cocharcas. Allá
lejos los ha mandado Piérola, porque ahora él es el Presidente".
PADRE. Pero tengo influencias. ¡Montonera! ¡Vas a matarme de Tú me mirabas asombrada y curiosa y me pedías que te el cuento
vergüenza! de los montoneros. Yo te contaba cómo se habían acuartelado en
la Plazuela del Teatro y de allí vigilaban los movimientos de la
EMILIA. Hace medio siglo que estás muerto. ¡Vete! (Vuelve a gente. Pero nunca te conté que dejaron 1000 muertos en Lima y
colocar el revolver en su boca no sin cierta dificultad). que los cadáveres apestaban. (Pausa, se incorpora) Tal vez debí
contártelo también, a ver si así no te torcías como te torciste.
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EMILIA. (Sin pasión) Tú eres como este país que oculta sus PADRE. (Mirando hacia el publico) Cierto. Te alejaste de él. Pero
muertos, los olvida. Yo también quiero ser olvidada, formar parte ya no había nada que hacer. Sus ideas, sus pensamientos, estaban
de este mar de muertos que es el Perú. vueltos del revés. Se volvió una mujer dura, intolerante.
PADRE. (Al público incorporándose) Yo la alenté a ser maestra. ¡La EMILIA. (Mirando al infinito) Me hice maestra de pobres. Era la
más recta de las profesiones para una señorita! Pero jamás se me parte que me tocaba cumplir en el sueño que construimos con
ocurrió que iba a dedicarse a instruir a esa gente sin remedio, a esa Miguel. Un largo sueño.
indiada que bajó a Lima, a toda esa zambería que quiere llegar a
decente. (La mira) Los montoneros la asustaban, pero los PADRE. Sólo vivía para sus cholitos y para las cartas que él le
anarquistas no. enviaba desde Trujillo. (Confidente) Creía que yo no me daba
cuenta porque él le escribía a la casilla, nunca a la casa. Yo no
EMILIA. Ya te he dicho que no hables de Miguel. (Con dificultad decía nada porque ya la había perdido.
y sin levantarse totalmente va hasta el sofá de dos cuerpos, donde logra
sentarse) EMILIA. Demasiado largo. Diez años de ir al correo para
alimentar el sueño que nos unía. Era algo mucho más grande que
PADRE. (Pasea de un lado al otro) No estoy hablando de él sino del el amor. Era la unión para construir un mundo nuevo.
descastado de González Prada. ¡A ti te envenenaron esos libelos!
Yo orgulloso de mi hija y ella leyendo lo que nunca debió PADRE. Es triste reconocerlo, pero cuando fallecí sabía a ciencia
escribirse. Sin gente como González Prada este país sería el que cierta que ella correría donde él. Y no esperó por respeto a su
siempre debió ser. (Pausa) Fue Miguel el que te dio esos libros, él Padre, no. Era ese gusto por lo clandestino, por lo mal visto lo
corrompió tu alma pura. ¡Un anarquista de lo peor! ¡Te rogué que que la alentaba.
te alejaras de él!
EMILIA. (Se incorpora y camina hacia adelante) Yo cumplí con mi
EMILIA. (Abriendo el tambor del revolver a ver si hay mas balas) Y lo parte. Abrí mi escuela a todo el que no tuviera donde aprender.
hice para mi desgracia. Fue una estupidez no fugarme con él. Les enseñaba a la lección más hermosa que pueden aprender los
(Mirándolo de súbito) ¿A qué viene toda esa perorata de nostalgia? hombres: la de la Unión. Siempre sumar, nunca dividir. Ese era el
Lo perdí por mi culpa, no por darte gusto a ti. (Continua con la camino al paraíso en la tierra que íbamos a construir juntos: indios
pistola). y negros, blancos y cholos, hombres y mujeres.
EMILIA. En mi escuela el Perú no era ese mendigo sentado EMILIA. (Ha llegado junto a él. Tiene un frasco de pastillas en la mano.
sobre una banca de oro. No. Éramos muchos, decididos, Lo mira. Le pasa la mano por el rostro) ¡Fantasma de melodrama!. Ni
marchando con el corazón en la mano y mirando lejos. siquiera lloras de verdad.
PADRE. (Yendo a sentarse a la silla) Mientras viví logré que no PADRE. (Se aleja como avergonzado de haber sido descubierto en su
clausuraran la Escuela. Siempre he tenido influencias. Felizmente condición de fantasma) Los muertos somos como los recién nacidos:
el ministro era mi amigo o amigo de algún amigo. Una vez no lloramos con lágrimas. No sé por qué será, pero es así. Tal vez
conseguí que la citara a su despacho. Y ella en vez de sacar es que al morir las legamos a los que quedan. No lo sé. Pero aún
ventaja, le soltó todo lo que se le pasó por su cabeza loca. así, sin lágrimas, en esta vida se llora mucho.
EMILIA. (Apunta el revolver hacia el frente donde ve al ministro EMILIA. (Lo mira altiva. Con lástima) ¡Con quién hablas, papá?
imaginario) Siento decirle, señor ministro, que usted no tiene Aquí ya no queda casi nadie. (Va a la mesa)
autoridad moral para criticar mis métodos, porque jamás ha
enseñado nada a nadie. En su vida se ha dignado ensuciar sus PADRE. ¿Quién sabe con quién hablo? Se que tú no quieres
distinguidas manos con el glorioso polvo de la tiza del maestro. escucharme. Tal vez hable al vacío. (Mirando la platea) o quizás este
(Aprieta el gatillo. Sonríe. Luego va al aparador) mismo lugar esté poblado de muertos que no se saben muertos.
PADRE. (Al publico) También a él se lo llevaron por montonero. PADRE. ¿A dónde vas, hija?
Ese hijo que no es tuyo, que es una ilusión, una locura. ¡Caramba!
¿Es que nunca se deja de sufrir? (Llora) EMILIA. ¡A la mierda, papá, a la mierda! (Inicia mutis a izquierda)
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PADRE. ¡Si vas a comenzar con tus cosas de comunista, me voy! engominado. Sus movimientos son sigilosos, casi avergonzados. Al entrar
contempla la habitación largamente. Luego descubre al Padre y se le acerca
EMILIA. ¡Vete de una buena vez! ¡Hace cincuenta años que te sin intención de interrumpirlo. El Padre lo descubre de pronto a su costado.
pido que te largues! (Sale) La radio se ha esfumado.
PADRE. ¡Habrase visto! ¡Mocosa atrevida! (Va a la radio y la PADRE. ¡Epa! Me asustó. ¿Quién es usted?
prende. Se sienta en el sillón. Poco a poco la voz del locutor se hace audible.
El Padre saca del bolsillo un periódico viejo y se pone a leerlo. El locutor da MIGUEL. (Suave) Perdón. ¿Dónde está ella?
lectura al comunicado oficial sobre el amotinamiento en los penales. De pronto
se para el Padre y va hacia el publico) PADRE. ¡Ah! Claro, claro. ¿Es por lo del disparo, no? Mire
usted, ella está un poco... Cómo decirle... Un poco nerviosa.
PADRE. (Escandalizado) El país se viene abajo, la indiada se Resulta que la pistola la tiene para asustar a cualquier bandolero
levanta en armas, el orden se quiebra. La culpa de todo esto la que se atreva... Usted sabe cómo están los tiempos.
tiene el facineroso de González Prada y el cholo de Haya de la
Torre. Son una sarta de bandoleros, una peste que levanta los MIGUEL. (Con sutil impaciencia) ¿Dónde esta?
ignorantes de la patria. Ellos predican la guerra contra los
hombres decentes y sus propiedades. Y no hay nada que guste PADRE. ¿La pistola?
más a la turba que esas doctrinas igualitarias. Pero ¿dónde están
los hombres de este país? La culpa es nuestra, debimos criar a MIGUEL. No, ella.
nuestros hijos para la guerra, no para las letras. Hemos poblado el
Perú de poetastros y folletineros estupidizados por el anarquismo Emilia cruza la escena en dirección a la cocina. Parece no haber visto a los
que se dedican a soñar con una patria que no es. ¡Caudillos, los de dos hombres. Al pasar junto a ellos, Miguel le dice lleno de emoción: Emilia.
mi tiempo! Ellos sí eran hombres que entendían que este país hay Ella desaparece por derecha.
que ganarlo palmo a palmo y derramando toda la sangre que sea
necesaria. Ellos sabían que no basta tener ideas, sino que hay que PADRE. Parece que no lo ha visto. Ya se lo advertí, está un poco
actuar con paso firme en el escenario de la historia. ¡Las cosas que chalada.
me han tocado ver!
MIGUEL. ¿A usted tampoco lo ve?
Mientras el Padre ha estado discurseando, Miguel ha entrado a la casa por
entre la puerta y el aparador. Tiene un aire triste: terno claro, holgado y PADRE. Fíjese usted, podríamos decir que es un caso singular,
arrugado, barba de algunos días, sombrero de paja que lleva en la mano y un digno de figurar en más de una enciclopedia: me puede ver, si,
ramo de rosas secas. Lo único que destaca en él es su pelo perfectamente
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pero lo extraño es que yo ya no pertenezco a este mundo. Es importe? Tú sólo sabes claudicar. Tal vez de eso podamos hablar
decir, soy parte de otra esfera... cómo le explico... un poco.
MIGUEL. ¿Quiere decir que está muerto? MIGUEL. Hoy cumples noventa años.
PADRE. Dicho a la ligera y crudamente, sí. EMILIA. (Ríe tristemente) Vamos, Miguel, a mi edad ya no se
puede tomar la vida en serio, pero qué clase de broma es esta.
MIGUEL. No se preocupe, yo también estoy muerto. ¿Apareces de pronto para festejar mi cumpleaños?
PADRE. ¡Ah! ¿Recientemente? MIGUEL. No es eso, Emilia. He venido porque sé... (Se queda
callado)
MIGUEL. No. Soy de 42.
EMILIA. ¿Hay algo que debo adivinar?
PADRE. Yo del 31. Me disculpa. Voy a ver dónde ha dejado la
pistola esta muchacha. No vaya a ser que se le ocurra... Con MIGUEL. (Con la mirada clavada en el piso) Adivinar...
permiso.
EMILIA. (Camina siempre sin voltear a él) A mi edad ya no se
MIGUEL. Siga, siga, no más. recuerda ni siquiera el aroma más precioso. A mi edad ya no se
odia. Se has venido a pedir que te perdone, te perdono. Lo mismo
El Padre se va hacia la izquierda. Emilia entra por la derecha con un da. Todo ha fracasado. Pronto estaré tan muerta como tú y
cuchillo de cocina en la mano. A pesar de lo que habla Miguel, Emilia volveremos a hacer lo que fuimos siempre: una ilusión que se fue
seguirá su rumbo hasta quedar en el extremo izquierdo. Allí se detiene. gestando en el correo del viento. (Pausa) Esfúmate, Miguel. O
vete. Yo no sé cómo hacen ustedes. (Inicia mutis)
MIGUEL. Emilia, Emilia... he venido porque sé... he sentido en
el aire frío que encierra mi soledad de muerto... el perfume de tus MIGUEL. (Desesperado saca un paquete de cartas viejas del bolsillo) ¡Las
cartas otra vez. No he venido a pedirte perdón, sé que estas cosas cartas, Emilia, tus cartas! Las llevo conmigo siempre. Pensé que
no se perdonan... No sé por qué he venido, pero he querido estar hoy... quizás te fueran a servir.
a tu lado hoy... porque sé que hoy...
EMILIA. Quémalas, piérdelas, olvídalas. Como prefieras.
EMILIA. (Sin voltear a verlo) ¿Qué puede saber tú, Miguel? Hemos
seguido caminos muy distintos. ¿Qué puedes saber tú que me MIGUEL. (Lee con desesperación) "Compañero amado: aquí sigo
siendo la hormiga que lucha contra la tempestad. Cada día, al
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abrir la puerta del colegio, siento un temblor dentro del pecho al MIGUEL. (Abrazado a los pies de ella) Todo lo que no amaba
pensar en la enorme responsabilidad de educar a los hombres del bullía mi lado, yo no me daba cuenta, pero el mundo real, el que
futuro. Dudo, y me entra un miedo que me hace torpe. Solamente despreciaba, me fue tragando poco a poco. Me odié. Tú en
tu palabra me alienta, el aroma franco y decidido de tus cartas... cambio pertenecías al sueño, a lo amable, a lo que había que
conservar a toda costa.
EMILIA. (Reaccionando por fin, como quien trata de romper el hechizo)
¡Ficciones! ¡Ficciones que abren las heridas! ¡Fantasmas! Nada EMILIA. A costa mía.
importa. Olvida las cartas, Miguel. Olvídalas como yo te olvido en
este instante. Ellas no existen. Tú tampoco. (Agotada se sienta en la MIGUEL. (Va al otro extremo de la escena) Tú debiste venir a
silla) Trujillo conmigo. Juntos hubiéramos luchado por este sueño. Tú
no hubieras dejado que el mundo me comiera.
MIGUEL. (Tratando de explicarse) Aquí, en esta otra vida todo es
olvido. Uno no se pregunta si existe o no. Uno está simplemente EMILIA. (Ahora está ensimismada) Fui a Trujillo.
sentado al borde del mar contemplando el oleaje que te devuelve
la vida rota. Y así como vienen se van. No se vive dos veces. Pero Cambio de luz: un cenital blanco ilumina brutalmente la parte central de la
si te queda un tanto así de pasión, puedes desprenderte de la orilla habitación. Miguel está al borde del haz encendiendo un cigarrillo. Emilia
del mar y echar a andar tras las huellas que fuiste dejando. Es corre de la silla. Ahora es joven, vital.
como si estuvieras vivo otra vez.
EMILIA. ¡ Miguel! ¡ Miguel! ¿Dónde has estado? Te he buscado
EMILIA. Y yo soy una huella. (Pausa. Voltea a mirarlo) ¿Por qué, todo el día, interminablemente. Los compañeros en Lima dijeron
Miguel? que había muchos muertos, que había pasado por las armas a
muchos de los nuestros. Me advirtieron que no viniera, pero tenía
MIGUEL. Porque te amaba. Amaba a la utopía que eras tú. que encontrarte... tenía que... (Se lanza a abrazarlo) Los he visto,
Amaba el hombre nuevo que construíamos con palabras de Miguel. Hay montones de cadáveres. E implorado que me dejen
fervor. Amaba la explosión de las ideas. Amaba todo eso porque buscarte entre los mártires. Ha sido atroz. Pero ya estamos juntos.
presagiaba el mundo nuevo, un mundo con un corazón distinto.
MIGUEL. (Absolutamente desconcertado) Emilia...
EMILIA. (Grita) ¡Y con qué corazón me escribiste esas cartas
durante diez años! ¡Cartas de amor, de utopía, que sólo las escribe EMILIA. He venido a quedarme. Siempre debía estar a tu lado.
quien cree de verdad! (Irónica) ¡Tú me amabas! Mi sitio está junto a ti.
MIGUEL. (Al público) Me era difícil abrazarla. Sabía que el sueño MIGUEL. Tú no entiendes.
ya había terminado, que sólo podía existir en las palabras, en las
cartas. Sabía que ese abrazo derrumbaría todo. (A Emilia) Las EMILIA. La música, sólo quiero entender la música. El amor, el
cosas se han puesto peligrosas. amor, Miguel, es la gran fábrica de la revolución humana. El
amor...
EMILIA. No me importa si estoy a tu lado.
MIGUEL. (La toma bruscamente de los hombros y la zamaquea. Al
MIGUEL. (Abrazándola fuerte. Al publico) Nuestras vidas se público) El amor era un cadáver flotando entre los dos. (A Emilia)
rompían en ese abrazo y sin embargo mis manos buscaban ¡Por Dios! ¡Ya no somos niños!
salvarme, salvarla. (A Emilia) No entiendes, Emilia. No
entiendes. (La suelta). EMILIA. (Lo mira extrañada) ¿Niños?
EMILIA. ¡Abrázame, Miguel! ¡Quiero aturdirme en tus brazos, MIGUEL. (Duramente) ¡Entiéndelo bien por qué no voy a
quiero borrar de mi mente la mirada de esos cadáveres, quiero quedarme a explicártelo! ¡Se acabó! ¡Tú debiste entender hace
creer que el sueño del mundo nuevo esta limpio de sangre! tiempo que todo esto no es posible! (Pausa) Lo siento mucho. Yo
tengo mi vida hecha... y espero que tú... que tú también hagas la
MIGUEL. (Se aleja de ella) Yo... ya no tengo nada que ver con tuya. (Inicia mutis)
todo esto. Yo ya no estoy en el partido.
EMILIA. (Luego de un largo silencio) ¿Y los muertos? ¿Son cosas de
EMILIA. ¡Quiero hablarte de cualquier noche de estos diez años, niños?
cuando cerraba mis ojos y mi corazón trotaba lejos y no se
cansaba de buscarte! MIGUEL. (Gritando desde la oscuridad) ¡Yo no tengo nada que ver
con los muertos! ¿Acaso yo lo maté? ¿Ah? ¿Por qué me hablas de
MIGUEL. No puede darme el lujo de jugar a la revolución. los muertos? ¿No te das cuenta que hay que vivir?
Tendrías que haber estado acá para saber cuán duros han sido
estos años. Los he trabajado día a día para lograr la posición... EMILIA. (Envejecida nuevamente) Sí. La muertos eran también otra
locura. Cinco mil peruanos sumaron su último suspiro al lamento
Comienza a sonar el valse “Idolatría” en la voz de Eloisa Angulo. olvidado de las ruinas de Chan-Chan. ¿Y para qué? (Pausa) Me
EMILIA. (Arrojándose a el) ¡Tómame, Miguel! ¡Rompe este cuerpo quedé sola, con el rostro de los muertos en mis pupilas que no
adormecido! ¡Construye en mi el hombre nuevo! ¿Escuchas la podían llorar porque estaban llenas de horror. Horror por ti, por
música? (Baila arrastrándolo) mi, por la ilusión muerta. No tuviste el valor de decirme que te
esperaba una mujer tonta y concreta con quien tenías los hijos
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respetables de tu claudicación. Pero te atreviste a temblar delante Miguel con el cuchillo en la mano. Cuando esta junto al aparador, el Padre
mío y clavar en medio del dolor un "te amo" que me ha salta sobre el tratando de estrangularlo)
perseguido sin descanso. (Pausa) ¿A qué has venido? Vete, vete a
contemplar las olas del mar. No se vive dos veces. (Va hacia la silla PADRE. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Este es tu fin!
a recoger el cuchillo).
MIGUEL. (Sin defenderse) Déjese de melodramas. ¿No ve que ya
MIGUEL. Emilia.... he venido porque sé... sé que hoy vas a estoy muerto?
sufrir.
PADRE. ¿Quién, ella?
EMILIA. Adiós, Miguel. Ya no queda nada. (Sale)
MIGUEL. No. Se hizo una herida superficial, ya no sangra. Por
La luz ha vuelto a ser la de antes. Miguel intenta seguir a Emilia que ha ahora está dormida. Lo que trato de decirle es que yo estoy
salido por la izquierda, pero el Padre aparece de detrás de la mesa y se muerto.
interpone en su camino apuntándole con el revolver.
PADRE. (Lanzándose nuevamente) ¡Pues lo mato de nuevo!
PADRE. ¡Alto ahí, impostor! ¿Se figura que no me he dado
cuenta de quién es usted? He estado esperando este momento MIGUEL. (Ahora sí deshaciéndose del Padre) ¡No sea ridículo! ¡Ante
casi toda la vida y lo que llevo de difunto. ¡Ladrón de almas puras! quién quiere aparecer como héroe. Estamos muertos y para
¡Usted me robó a mi hija! nosotros esas posturas se acabaron. Uno se siente aliviado de no
tener que estar fingiendo. Somos grotescos, sí, y a nadie le
MIGUEL. ¡No sea imbécil! ¡No se da cuenta que pretende importa.
suicidarse! (Lo empuja) ¡Muévase!
PADRE. Créame que ha logrado darme lástima. No estamos
PADRE. (Trastabillando) ¡No le permito! solos: la historia nos contempla. Mire. (Lo acerca al público) Todos
esos ojos curiosos, perdidos como hormigas ciegas, nos
Miguel corre hacia la habitación. El Padre nerviosamente apunta el revolver contemplan. Están esperando algo de nosotros y hay que tener un
en dirección a Miguel. poco de dignidad para con ellos. ¿No cree? Espero que ahora
entienda mi actitud.
PADRE. (Teatral) ¡Encomiéndate a Dios! (Aprieta el gatillo. No sale
el tiro. Mira extrañado la pistola) Ella lo encubre. (Deja el revolver sobre Le da un puñetazo. Miguel cae al piso y se agarran a golpes. Un ruido
la mesa y va a esconderse tras el aparador. Luego de un momento, entra ensordecedor crece en el aire. Entra Rubén corriendo.
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RUBÉN. ¿Qué ha pasado? No se veía nada. Nos hicieron salir MIGUEL. Ahora todo se acabó. Sólo existimos en el recuerdo
con las manos en la nuca. de los vivos. Es bueno que a uno lo recuerden. A mí ya casi nadie
me recuerda.
PADRE. El hecho es que los han matado.
Se escucha a Emilia que tararea una canción adentro. Rubén sale corriendo
RUBÉN. ¿Cómo sabe? por detrás. El Padre y Miguel se acercan a ver en dirección a Emilia.
PADRE. ¿Cómo te explicas entonces todo ese ruido? Casi nunca PADRE. Canta.
mueren tantos de una buena vez. ¿Oyes? Es esa alegría
inconfundible de los que recién mueren. MIGUEL. Se ha despertado.
RUBÉN. ¿Alegría? PADRE. Es una niña otra vez. Así cantaba de niña.
MIGUEL. O tristeza, es lo mismo. MIGUEL. Cree que ha muerto y quiere nacer otra vez. Sólo los
vivos pueden renacer cuando lo desean. (Pausa) Sí, es una niña.
PADRE. ¿Sientes ahora cómo se van calmando?
Entra Emilia. Va vestida de blanco. Ya no lleva los zapatones y camina
MIGUEL. Son los heraldos de la tristeza que vuelven a posarse como quien va en paz. Tararea. Va a la puerta y la abre de par en par.
en el silencio. Luego arrastra la carpeta y la pone frente a la puerta. Se sienta de modo que
esta de espaldas al publico. El Padre se queda mirando por la ventana.
RUBÉN. ¿Y cómo es que yo...? Miguel nervioso. Toma su sombrero y se dispone a salir cuando Emilia le
habla.
PADRE. (Mirándolo) Tú también estás muerto como nosotros.
EMILIA. Ahora estamos del mismo lado, Miguel . Ya no siento
RUBÉN. Tengo ganas de llorar pero no puedo. ese olor agrio en la casa. Siento las voces de los niños que habitan
esta casa nuevamente. La voz de Rubén. (Pausa) ¡Ah, claro! Tú no
MIGUEL. Nosotros ya no tenemos lágrimas, pero nunca faltan conoces a Rubén. Apareció en mi puerta el día que cerraron la
las ganas. escuela. Tenía sólo cuatro años. Nadie lo reclamó, nadie quiso
nada con él. Se convirtió en el único alumno de esta escuela
RUBÉN. ¿Qué pasará ahora? inexistente. Crecimos juntos. Fuimos reconstruyendo con calma
el sueño de la escuela libre, del hombre libre. El se hizo maestro
también. Pero un día se lo llevaron, lo acusaron de matar, de
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destruir, de tener ideas peligrosas. Aquí lo esperaré con calma. Tal matando gente sino para hacer una revolución más profunda,
vez pasen años antes que me lo devuelvan, pero aquí me duradera. Somos como hormigas...
encontrará para ayudarlo a cumplir el sueño.
RUBÉN. Feliz cumpleaños, maestra.
MIGUEL. Emilia.... ¿no tendrás una copita por ahí?
EMILIA. (Ríe. Se sienta en la carpeta) Tienes razón, Rubén. ¡Hay
EMILIA. ¿Los muertos podemos tomar? que alegrarse! Ahora soy joven otra vez. Soy una niña. ¡Ya no soy
la maestra! ¡Soy la alumna! ¡Tu alumna! Maestro, enséñeme la
MIGUEL. Sí. A veces es necesario. lección de los peruanos.
EMILIA. En el aparador. Busca en el aparador. RUBÉN. El Perú... el Perú es el país de la tristeza. Eso no lo dice
ningún libro. Pero basta salir a contemplar la cara de la gente para
Miguel va al aparador. Busca y encuentra una botella de Cinzano. Se sirve darse cuenta que es el lugar más triste del planeta. ¿Sabe por qué?
en una copita y apura el trago. ¡Porque por más que andemos y andemos, nunca vamos a ningún
lado! ¡Porque estamos clavados en la mentira y en la muerte!
EMILIA. (Suavemente) ...para encontrarnos desayunados todos la
borde de una mañana eterna. EMILIA. No, no, muchacho. Hay que enseñar con alegría. O,
mejor dicho, hay que enseñar la alegría.
La luz se hace tenue. La puerta se ilumina. Rubén esta parado en el umbral.
Emilia va lentamente y lo abraza. RUBÉN. Maestra, ¿qué puede hacer un peruano que ha perdido
la alegría?
EMILIA. Aquí estoy, niño mío. No te asustes. Ya no estoy en el
mundo, pero estaré a tu lado eternamente. EMILIA. Luchar. Luchar para reconstruirla. Luchar con toda la
vida...
RUBÉN. Maestra...
La radio ha comenzado a sonar potente. Escuchamos la voz del locutor que
EMILIA. ¿Puedes verme? relata la noticia de que el ejercito ha tomado Lurigancho y que se presume
que no hay sobrevivientes entre los presos. Cuando el locutor repite la noticia,
RUBÉN. Sí, maestra, puedo verla. Emilia le toca el rostro a Rubén que tiene un espasmo de llanto.
EMILIA. Tarde o temprano tenía que darse cuenta de que tú EMILIA. Rubén. ¿Estás llorando, Rubén? ¿Por qué no tienes
eres un maestro, que los maestros no estamos para andar por ahí lágrimas? Sólo los muertos dejamos las lágrimas a los que quedan.
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(Se toca la mejilla y descubre una lagrima) ¿Miguel? ¿Papá? ¿Por qué me
brota agua dolorosa de estos ojos que ya no quieren ver? ¡Rubén!
¡Rubén! Llora, mi niño. Llora conmigo hasta que se nos agote la
tristeza. Tal vez entonces...
Apagón.
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PADRE. Francamente me da lástima. ¡Qué poco hombre es RUBÉN. Yo ni siquiera viví una vez.
usted!
MIGUEL. Aunque parezca estúpido, así es como la vida nos
El Padre sale por atrás, como quien va a dar un paseo. Rubén despierta cobra el tiempo que nos presta. Una vez que nos toca morir...
sobresaltado.
RUBÉN. (Cortante) Yo no he muerto, a mí me mataron. ¿Dónde
RUBÉN. Creo que me desmayé. está la Maestra?
MIGUEL. No te preocupes por ella, está bien. Es fuerte, tiene la RUBÉN. Yo no los consideré peligrosos hasta hace un rato.
fuerza de los que no se traicionan.
PADRE. ¿A quién?
RUBÉN. Vamos a buscarla.
RUBÉN. A los apristas.
MIGUEL. Es inútil. Mejor hablemos de tu sueño.
PADRE. Pero este ya no. Los hombres que olvidan no son
RUBÉN. ¡No podemos quedarnos hablando de sueños cuando peligrosos. Este ha tomado tanto que ya no debe acordarse ni de
ella está en la calle y en la calle hay guerra! que está muerto.
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MIGUEL. ¡Los muertos a la tumba, los vivos a la obra! ¡Ja, ja, ja! PADRE. ¡Qué desagradable!
¿Usted conoce el aforismo? ¿O no es así? A ver, a ver, ¿Cómo
era? Usted debe acordarse. O tal vez no... ¿qué año me dijo que MIGUEL. ¿Qué es desagradable?
murió?
PADRE. Escuchar las opiniones de un borracho.
PADRE. No creo que le importe.
MIGUEL. No soy un borracho. Soy un cobarde. Pero no se nace
MIGUEL. ¡Ja, ja, ja! Tiene razón: no me importa en lo absoluto. cobarde, uno se convierte. Es una fe. Uno siente el hedor de los
Solamente trataba de ser amable, de entablar una conversación muertos en el aire y debe tener la suficiente fe para no ponerse a
civilizada con usted. Tal vez no le interese a usted tampoco, pero gritar. Debe tener fuerza para no ceder a la tentación de plegarse
ya fallecí en el año 32. O mejor dicho me mataron. al bando de los muertos o al de los asesinos. La vida debe
continuar. La patria debe salir incólume de la prueba. Vida, patria:
PADRE. Imposible. Usted mismo me dijo que murió el 42. son dos conceptos de una misma imagen: un ejército de cobardes
marchando con una fe increíble al paraíso.
MIGUEL. Sí, ya sé que yo dije eso. Pero ahora digo que me
mataron el 32 o quizá me maté. PADRE. ¡Blasfemo!
Se produce un apagón. Solo hay la tenue luz de la luna que se filtra por la MIGUEL. ¡Vamos! ¡A marchar! Debemos unirnos al gran
ventana destacando las siluetas de los personajes. ejército de cobardes. ¡Con paso firme! ¡Con fe! ¡Abran paso que
aquí pasamos los peruanos!
RUBÉN. Apagón. Toda la ciudad está a oscuras. ¡La Maestra!
¿Dónde está la Maestra? PADRE. Déjese de tonterías. Usted es verdaderamente un
fantoche. Dese cuenta que la historia nos contempla.
MIGUEL. Rubén. ¿A cuántos hijos de puta has matado?
MIGUEL. (Al publico) Entonces puedo hacer algo para salvarme.
RUBÉN. ¿Qué pasa? ¿Por qué no puedo salir? Corro y corro y
siempre estoy aquí. (Rompe la botella. En ese instante regresa la luz. Se lanza contra el Padre)
Emilia se recuesta en el sillón. Hay un cambio de luz. Ahora es de día. EMILIA. ¿Cuándo entonces? (Pausa) Cuando llegaste aquí eras
Vemos a Emilia durmiendo. Rubén entra de la calle por la puerta con un todo un secreto. No había Dios que te sacara una palabra. Pero
maletín en la mano. Lleva otra ropa. Se detiene a ver a la maestra. Luego yo sabía que no eras mudo. No. Tenías miedo, como ahora. Te
entra a la cocina. Casi inmediatamente vuelve a salir con el revolver en la ayudé a descargar esa piedra de terror que aprisionaba tu garganta.
mano. Mira la carga del tambor y se la guarda en la cintura. Esta por salir Ahora ya estoy vieja, pero quiero ayudarte a no sentir miedo.
nuevamente hacia la calle cuando Emilia le habla.
RUBÉN. Tú eres lo más importante para mí. Por eso no puedo
EMILIA. ¿A dónde vas tan temprano? decirte nada. Tal vez no nos veamos por un tiempo, pero siempre
sabrás de mí.
RUBÉN. Buenos días, Maestra.
EMILIA. Sí, sabré de ti hasta que un día toquen a mi puerta para
(Rubén esta paralizado tras ella) decirme que has muerto y eres un héroe. Yo conozco esa historia
muy bien. No. Lo que quiero que me digas es por qué las cosas
EMILIA. ¿A qué hora llegaste? tienen que ser así, por qué quieres ser un héroe.
RUBÉN. Llegué tarde, como a eso de las tres. Me quedé a RUBÉN. No queremos ser héroes. La historia no la hacen los
estudiar con unos amigos. héroes. La guerra es inevitable: 15,000 años de historia humana lo
demuestran.
EMILIA. ¿Qué te pasa, Rubén? Hace semanas que no te veo ni
el polvo. No llegas a dormir y... me mientes. (Pausa) Anoche vino EMILIA. ¿De qué guerra estás hablando, muchacho? Tú y yo
Manuel a preguntar por ti. Dice que no te ha visto por la somos maestros y los maestros hace siglos que estamos en guerra.
universidad en todo el semestre. ¿Qué te esta pasando?
RUBÉN. Sí. La guerra por el paraíso en la tierra.
RUBÉN. No puedo decirte nada, Maestra.
EMILIA. ¿Entonces? ¿A qué guerra te vas? Tu sitio está aquí en
EMILIA. ¿Por qué? (Pausa) Tú y yo la hemos luchado juntos esta casa, en esta escuela.
durante veinte años. Tenemos los mismos sueños, estamos del
mismo lado de la trinchera. ¿O no? RUBÉN. Es que ha llegado la hora de hacer algo más que soñar
en un mundo mejor. No podemos seguir viviendo en la ilusión.
RUBÉN. No puedo decirte nada ahora. Yo no inventé la guerra, es una necesidad histórica, concreta. Hay
que despertar del sueño.
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EMILIA. No entiendo de qué me estás hablando. No entiendo EMILIA. (Quitándole las monedas) Trae. Yo compraré el pan.
por qué arriesgar la vida en un instante inútil. ¿Creen que pueden (Pausa) No sé que decirte. Cuando comencé al escuela juré jamás
llevarse el mundo por delante, así como así? No, no puedo levantar la mano contra un niño. Ahora he roto mi promesa. Tal
entender eso. Para mí, la guerra ha sido cada día de mi vida, vez tengas razón. ¿Pero qué puedo hacer yo? Sí, me he pasado la
trabajando por sembrar en los niños la dignidad, la solidaridad, la vida viendo cómo se marchitan los sueños entre estas cuatro
esperanza. (Saca unas monedas de su bolsillo y se las da a Rubén) Anda paredes. Me alegro, me alegro que haya alguien que quiera salir a
compra pan, orea tus ideas un poco y después me explicas tu la calle a agitar los viejos y eternos sueños. Pero el miedo es
guerra con paciencia. inevitable. No te juzgo. Ustedes tienen que hacer hoy lo que
nosotros no hicimos ayer. Lo entiendo pero... ¿qué hago con mis
RUBÉN. Ya no soy un niño, Maestra. Tal vez me falta mucho sueños, con todo lo vivido, con mi amor? Porque yo te amo,
por aprender, pero sé que la dignidad no va a poder contra la Rubén, y amo en ti a todos los que habitarán en el paraíso.
miseria, que la solidaridad no basta para acabar con la opresión,
que la esperanza no es nada contra la muerte. No se puede fundar RUBÉN. Lo sé.
el paraíso en la ilusión. Hay que cambiar los sueños por fusiles, las
buenas intenciones por acciones concretas. Sólo el poder es real y EMILIA. Si vas a irte... Vete de una buena vez.
hay que golpearlo.
RUBÉN. (Inicia mutis, pero regresa) No puedo. Quiero que
EMILIA. No, muchacho. El poder es para los imbéciles y no entiendas.
vale la pena golpearlo. Las conciencias, Rubén, hay que golpear
las conciencias. Así se construye el futuro. Esa es la guerra que EMILIA. ¿Para qué? Soy una loca, una ilusa. Vete. Tú... Ustedes
tenemos que luchar los maestros. son héroes y los héroes no piden permiso a la mamá. Y yo ni
siquiera soy tu madre.
RUBÉN. ¿Para qué? ¿Para sembrar sueños? No. La guerra de los
maestros está perdida. RUBÉN. Necesito que sepas que estamos del mismo lado de la
trinchera. Tienes razón, siento miedo. Pero eso no cuenta. Somos
EMILIA. ¿Quieres decir que me he pasado la vida peleando una hormigas de la historia, ella nos lleva con su viejo movimiento.
guerra inútil? Pero es verdad, saberlo no evita el miedo. El también es real,
concreto. Pero quiero que sepas que te amo y por eso no puedo
RUBÉN. Sí. La guerra de los maestros está perdida. compartir secretos contigo. No quiero que te hagan daño. Tengo
que ir a esta guerra que no entiendes, que no tienes por qué
Emilia le pega una cachetada. entender, porque tú estás al final del camino, en la puerta del
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Rubén sale. PADRE. ¡Los montoneros! Son la plaga de este país. Ellos
vienen a fastidiarlos todo.
EMILIA. ¡Rubén, hijo! ¡Pase lo que pase, quiero que sepas que
no creo en la muerte! ¡Sólo creo en la vida, porque la he visto en MIGUEL. ¡Dispara! ¡Dispara! ¡Valor, compañera!
el rostro de los niños! (Pausa) Pero ¿dónde está la vida ahora?
¿Adónde debo voltear para encontrar la vida otra vez? ¿Son los PADRE. Pero si es papá.
asesinos de la vida? ¿Es esta impotencia, esta indiferencia? Rubén,
muchacho, no te vayas. ¡La vida es comprar el pan cada mañana MIGUEL. ¡Justamente! ¡Dispara!
para empezara trabajar con alegría por el paraíso! ¡Tantos ojos me
miran! ¡Rubén...! ¡Rubén...! El Padre súbitamente se siente amenazado. Levanta los brazos y habla
tembloroso.
Emilia se desploma sobre el sofá. Leve cambio de luz. Entra Miguel
furtivamente y se acerca a Emilia. La incorpora mientras le habla. PADRE. Hija, hija, despierta. Estás soñando.
MIGUEL. Emilia, despierta. .. Ha sonado la hora. EMILIA. Nunca estuve más despierta.
MIGUEL. La hora de la gran revolución. Nos han dado otra EMILIA. Pero, ¿por qué?
oportunidad para enmendarnos. Es la gran guerra que debemos
ganar. PADRE. Hija, yo ya he muerto. No dispares, por favor.
MIGUEL. Contra los cabrones de siempre. Ten, (Le da un EMILIA. ¿Por qué?
revolver) empuña el arma y piensa que el paraíso está cerca. Rápido,
colócate que ya vienen. MIGUEL. Por amor. Hay que disparar por amor.
PADRE. Acuérdate, hija. Me atraganté con un huesito de pollo el Miguel regresa con una frazada. Abriga.
año 31 durante una cena de agasajo al diputado... Al diputado...
¡Ya no me acuerdo! ¡Pero no dispares! RUBÉN. Está muy fría. Tengo miedo.
EMILIA. (A Miguel) ¿Por amor? MIGUEL. Ya no está en edad para pasarse la noche en la calle.
Sí, está fría. Todavía vive, pero no sé cuánto más.
Rubén ha entrado. Le toma la mano a Emilia. Dirige el revolver hacia el
costado de Emilia. RUBÉN. ¿Qué podemos hacer?
RUBÉN. Por amor. MIGUEL. Nada. No hay remedio contra la pena. ¿Tienes
parientes?
Dispara. Suena el tiro. Emilia queda abatida en brazos de Rubén.
RUBÉN. No.
MIGUEL. Se ha desmayado. Hay que acostarla. Está agotada.
MIGUEL. ¿Amigos? ¿Alguien que se acuerde de ti?
RUBÉN. Está fría.
RUBÉN. No sé si están vivos todavía. ¿Por qué?
MIGUEL. Voy a traer algo para abrigarla.
MIGUEL. Porque... Si ella se va... Si se muere, nosotros
Miguel sale por la izquierda. El Padre ha prendido la radio. hay noticias de desapareceremos, caeremos en el olvido. Sólo estamos aquí
la masacre. porque vivimos en ella.
PADRE. Has de saber, muchacho que en mis tiempos tu lugar MIGUEL. Sí, tal vez sí... Quien sabe si mis hijos. Pero preferiría
sería el de los lacayos. Ahora todo está de cabeza, pero quiero que desaparecer. Le debo a Emilia los únicos momentos reales de mi
sepas que aunque los dos estamos muertos, todavía quedan vida. Aunque todo fuera una mentira, una horrenda mentira, ella
grandes diferencias entre tú y yo. me hizo ver la vida como debe ser. Si yo no hubiera sido
cobarde...
RUBÉN. Sí, lo sé. Es una pena que usted esté muerto y yo no
esté vivo para matarlo. RUBÉN. La historia nos recordará.
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MIGUEL. No creas. La historia casi siempre es un inmenso Revolución, Hombre, Libertad, Justicia. ¡No puedo! Soy uno más
olvido. Cada hombre que entra en ella pisa los huesos de los que como ustedes. Como ustedes he ido resbalando en la butaca, me
llegaron antes. Así, imperceptiblemente, lo que fue vuelve a morir he acomodado a esperar. ¡No me miren!
sin dejar huella.
PADRE. ¡Cínico!
RUBÉN. Yo hablo de los que quedan. Los hombres
desaparecen, sí, pero el pensamiento permanece para guiar a los RUBÉN. Si es verdad que hay alguien ahí mirando, quiero dejar
que vengan. Además, la sangre no es fácil de lavar, sólo con un mensaje: he caído como prisionero de guerra... He cruzado el
sangre. río de sangre... Y estoy acá... Porque la muerte... Camaradas... No
sé qué digo... El paraíso... ¡millones de años de historia nos
PADRE. (Mirando al público) La historia los recordará, sí. Nos contemplan! Perdón... No estoy preparado... El pueblo... ¿por
miran desde el presente, nos ven como parados en un proscenio. qué? No entiendo... Quiero decirles que no vivan en la ilusión...
Hay que ponerse de pie, se dignos, encarnar los ideales de los que El poder, camaradas... ¡No se queden sentados! ¡Levántense! ¡La
nos contemplan. Patria, Libertad, Honor, Hombría. Hay que historia está en la calle! ¡Salgan! ¡Salgan!
saludar, echar una mirada paternal sobre los jóvenes. Ellos
esperan eso de nosotros. Hay que ser responsables ante los PADRE. ¿A quién le hablas muchacho? Aquí no hay nadie.
hombres del presente. No se puede andar por la historia como
alma en pena. MIGUEL. Pero ¿cómo? Se han ido. Yo hubiera jurado... (Ve a
Emilia) Emilia...
Miguel y Rubén se han ido acercando al borde del escenario donde esta
parado el Padre. Todos miran al publico. Solo una luz los ilumina. Emilia Sin que se den cuenta, Emilia está ahora junto a ellos con una maleta
queda en la oscuridad. pequeña y vacía. Mira al público.
MIGUEL. Es verdad. Ahí están, mirándonos. Nunca antes los EMILIA. Mira bien, Miguel. Ahí, ahí.
había visto. Pero ¿qué hacen? ¿Qué esperan que hagamos?
MIGUEL. ¿Dónde?
PADRE. Vamos, señor. Un poco de vergüenza. No basta ser un
héroe. Hay que parecerlo. EMILIA. Ahí. Son los niños, mis niños. Al fin los encontré.
Rubén, mira. Nuestros niños están allí, esperándonos para
MIGUEL. ¡Yo no soy un héroe! ¡No me miren así! ¿Qué quieren construir el paraíso. Están tomando el desayuno universal. Es
de mi? He sido positivista, anarquista, utópico, luego aprista, más nuestra mañana eterna que ha llegado, Rubén.
tarde traidor y después nada. No puedo pararme aquí y decirles
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PADRE. ¡Loca! ¡Ilusa! Al fin has logrado perderte en las tinieblas. RUBÉN. No vamos a ningún lado, Maestra. Tu paraíso es un
fantasma como yo. No hay niños esperando. Los niños han
MIGUEL. ¿A dónde vas, Emilia? No te vayas. Quiero estar crecido y tienen rabia. Lo demás es una ilusión que nos enferma.
junto a ti. Amarte como debí hacerlo siempre. Emilia, no me Sólo después de la guerra podremos construir el paraíso.
dejes, no permitas que caiga en el olvido.
Rubén sale.
EMILIA. Ya no importa nuestro amor, Miguel. Los chicos me
esperan. Son cada vez más y más. Me están llamando para dar la EMILIA. Calla, muchacho. Después de la guerra seremos los
lección del futuro. Míralos, retozan en su mundo sin horror. ¿No mismos. Hay que hacer algo por la vida, porque la vida no puede
sientes el aroma de su pan, la alegría inconmovible de su hermosa ser este esperar a que nos maten de ignorancia. Hay que
tarea? comenzar una vez más. Inventemos el futuro en cada instante, en
cada nervio que nos quede. Yo estoy viva, Rubén y debo
MIGUEL. No veo nada, nunca he visto nada. Soy de una raza continuar. Adiós, papá. Adiós, Miguel. Adiós, pequeño héroe
ciega y torpe. Me voy a mezclar con los ciegos que pueblan las anidado en mi ilusión. Debo seguir, hasta llegar al puerto final de
calles. este amor empecinado.
Miguel, ciego, sale por el fondo. Emilia toma su maleta y comienza a caminar hacia la platea mientras la luz
se va apagando.
PADRE. Tus tinieblas nos cubrirán a todos. A nadie le ha tocado
vivir lo que a mí. He visto el mundo caer, mi raza, la de los FIN DE PEQUEÑOS HEROES
próceres, degradarse en este mar de infamia en que se ha
convertido la patria. Pero tal vez no desaparezca. Alguien ha de © Alfonso Santistevan. Prohibida su reproducción o
acordarse de mí. Al fin y al cabo he tenido influencias. Siempre es representación total o parcial por cualquier medio sin la
mejor estar al tanto. autorización expresa del autor.