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Cuento para Ayudar Con El Miedo A La Muerte #1

El cuento trata sobre Rayo de Sol, una niña india que le cuenta a su hermana Luz de Luna que tiene miedo a morir. Luz de Luna le explica que tuvo una experiencia similar con el miedo a vomitar y que un unicornio mágico le enseñó a controlar la respiración para calmar los miedos. Luz de Luna le enseña la técnica de respiración a Rayo de Sol, lo que la ayuda a superar su miedo a la muerte.

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Cuento para Ayudar Con El Miedo A La Muerte #1

El cuento trata sobre Rayo de Sol, una niña india que le cuenta a su hermana Luz de Luna que tiene miedo a morir. Luz de Luna le explica que tuvo una experiencia similar con el miedo a vomitar y que un unicornio mágico le enseñó a controlar la respiración para calmar los miedos. Luz de Luna le enseña la técnica de respiración a Rayo de Sol, lo que la ayuda a superar su miedo a la muerte.

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Cuento para ayudar con el miedo a la muerte Nº 1

Cuenta la leyenda que había una vez, en un lugar lejos de aquí, un poblado indio. En
él vivían indios e indias, niños y niñas, hermanos y hermanas y también caballos y
yeguas. Vivian en los tipis, que son esas cabañitas de tela que ir al colegio, a descansar
y también a jugar.
Allí vivía una familia que tenía dos hijas. Eran muy parecidas. Su pelo era de color oscuro
y sus ojos grandes y negros. La mayor se llamaba Rayo de Sol y la más pequeña Luz de
Luna. Todos los días, después de cenar, se sentaban un rato a conversar. Una de estas
noches Rayo de Sol le comentó a su hermana que tenía un secreto que le asustaba.
—Luz de luna, no sé qué me pasa, pero todas las noches lloro antes de irme a la cama –
dijo Rayo de Sol a su hermana, con voz baja y asustada.
—¿Y por qué te pasa eso mi querida hermana? –preguntó Luz de Luna un tanto
preocupada.
—Aún no lo comprendo, solo sé que me asusto, incluso del viento. No quiero cerrar los
ojos, me da miedo no despertar, creo que a nuestros padres algo malo les sucederá…
tengo miedo a morir… ¿y si no despierto? –continuó Rayo de Sol acelerada y con gesto
compungido en su cara.
Nuestra querida amiga Rayo de Sol abría los ojos de par en par, su respiración se oía un
montón y lloraba sin poder parar. Luz de Luna, que era más pequeña la abrazó, y, sin
esperar un minuto, todo esto que ahora os digo, le contó.
—No te preocupes, puedes llorar, eso es normal Me lo ha dicho el unicornio mágico que
en el cielo ayer vi y que me dio unos consejos para mí –le dijo Luz de Luna con calma y
sonriente.
—¿Unos consejos… y porqué a ti? –preguntó nuestra querida amiga india mayor.
—Pues porque tener miedo es normal y a mí me pasó con lo de vomitar… un día, después
de jugar, mi cuerpo empezó a temblar, el cuerpo no tenía fuerza y no podía casi respirar.
Entonces empezó mi dolor de barriga y vomité. Me dio mucho miedo, creí que me iba a
morir… pero aguanté un poquito y no fue así. Entonces me tumbé sobre la hierba y miré
hacia el cielo, mirando pasar las nubes… como si estuviesen corriendo.
¡Entonces apareció el gran unicornio mágico… es precioso, de verdad… es blanco, tan
blanco que brilla y tiene un cuerno enroscado y de mil colores…!
Y él sabía lo que me pasaba. Me dijo que los miedos son normales, que a veces aparecen
cuando crecemos, pero que no hace falta entenderlos. Que le pasa a muchos niños,
también lo de vomitar y que por eso no me tenía que asustar. Y que si aprendemos
pequeños trucos a nuestro cerebro enseñaremos y aún más creceremos. Le podemos
enseñar como el miedo y los sustos alejar. Y así se irán. ¿Quieres que te enseñe yo, cómo
puedes aprender a dejar de tener este miedo o cualquier otro que pueda aparecer? –le
explicó Luz de Luna de forma segura, tranquila y con detalles.
—Sí, por favor, dime cómo lo tengo que hacer–le pidió Rayo de Sol, de manera insistente
y subiendo el tono de voz rápidamente.
—El truco está en la respiración… –dijo, Luz de Luna, lentamente.

—Pero… ¿le preguntaste por lo de la muerte? –Rayo de Sol le interrumpió.


No podía aguantar más.
—Bueno… no le pregunté, me lo dijo él solito… parecía que sabía mucho de miedos
¿sabes? Yo creo que es el que más sabe de todo el mundo, para eso es mágico –replicó
Luz de Luna.
—¿Y…? –Parece que Rayo de Sol comenzaba a impacientarse.
—Me dijo que morir… es lo que viene después de vivir… y que como viene después, lo
más importante es lo primero… es vivir”. Y que ese miedo se tiene a veces… como el de
que se puedan morir los papás, eso también es normal. Pero están vivos y eso es
primero… y que lo importante es aprender a dejar que se vaya el miedo, aunque dé
miedo. ¡¿Pero te lo enseño ya, que me quiero ir a jugar?! –La pequeña india comenzaba
a impacientarse.

—¡Que sí, jooo… venga ¿cómo es?! –gritó saltando la hermana india mayor.
—Hay que respirar muy despaciiito… inflando la barriga de aire, muy despaciiito… y
luego, después de aguantar hasta 6… 1… 2… 3… 4… 5… 6… lo sueltas otra vez muy, muy
tranquiliiito. –Mientras la escuchaba Rayo de Sol iba haciendo lo que su hermana le
explicaba acostada.

—Es fácil… me gusta –le dijo con voz serena Rayo de Sol, mientras le sonreía
dulcemente.

—Y ahora, cada vez que tu aire se va… el miedo se escapará y no entrará –le comentó
Luz de Luna terminando el con truco.
Nuestra amiga la india mayor, se quedó allí un ratito imaginando como su miedo se iba
alejando cada vez más y más…
Y, desde aquel momento, Rayo de Sol, de pelo negro y ojos oscuros, aprendió que los
miedos son normales y que se pueden quitar. Por eso todos los días, en la cama, antes
de dormir hacía siete respiraciones y su miedo se terminó de ir… pues comprendió que
lo importante es vivir.
Cuento para ayudar con el miedo a la oscuridad Nº 2

“Luis era un niño muy moreno, de ojos oscuros y de cuerpo fuerte, pues hacía mucho
deporte (baloncesto y también tenis). Tenía el pelo muy, pero que muy cortito, y sus
brazos eran muy delgados y sus piernas parecían de chicle, de largas que eran. Durante
el día sonreía con mucha facilidad y las horas transcurrían llenas de juegos, pero por la
noche, nuestro amigo Luis, parecía transformarse.
Cuando la luna se imponía en el cielo y los sonidos del día parecían apagarse su cara
palidecía. Sus ojos se entristecían y el cuerpo parecía encogerse. Luis tenía miedo a la
oscuridad, a que las luces de casa se apagasen y a que sus padres se acostasen.
A Luis la noche le asustaba, y sobre todo dormirse si su habitación se quedaba a oscuras.
Por la noche los colores se transforman y había ruidos que aparecían de pronto sin saber
de dónde. Luis no podía evitar asustarse y llorar. Entonces sus padres acudían a
socorrerlo. Le consolaban, le tranquilizaban y entonces él les contaba:
“Aquí pasa algo, en mi habitación hay bichos... los oigo papá, de verdad... es así... y debe
haber uno gigante... es muy fuerte su ruido”. Cuando apago la luz aparece, no me dejéis
solo... no os vayáis, mamá ven aquí a mi lado”.
Entonces sus padres se sientan a su lado, le acarician, le besan y le susurran que no debe
temer nada pues esos ruidos son normales. Le explican que en ocasiones puede ser el
viento o incluso el tic-tac de su despertador. Pero a nuestro amigo esto no le tranquiliza
pues cada noche sucede lo mismo... así es que todo continua igual. Por eso, cuando sus
padres no se dan cuenta enciende una pequeña luz y de esa forma los bichos
desaparecen... es matemático, siempre sucede. A la mañana siguiente se levanta más
tranquilo pues a esa hora nunca hay nada. Durante el día no hay ruidos extraños. Nada
es extraño... esto también es matemático.
Hoy ha decidido contárselo a uno de sus mejores amigos. En el recreo, mientras toman
el almuerzo, se lo cuenta con cierta vergüenza... tantas veces le han dicho que tener
miedo es cosa de pequeñajos y él ya es mayor, que ahora le da vergüenza... pero su
amigo suele entenderlo bien (sabe cuándo debe pasarle el balón, o cuando le apetece
jugar a los legos y en ocasiones comparten el almuerzo). Sin lugar a dudas le entiende,
así es que se atreve y lo cuenta.
Todo el mundo le dice que no pasa nada, que su habitación es la misma durante el día
que por la noche. Pero Luis no sabe qué sucede... sólo sabe que le teme. Y su amigo
Ángel lo entiende, lo comprende y le pregunta...

—Oye Luis... Por la noche ¿qué es lo que más miedo te da de todo? –preguntó Ángel
mirándole con ojos muy abiertos y cogiéndole por el brazo.
—Lo que más, más miedo me da son esos ruidos que siempre aparecen cuando menos
me lo espero... es que me ponen tan nervioso que no puedo parar de oírlos... salen de
debajo de la cama –le confesó Luis bajando el tono de voz y mirando de un lado para
otro.
—Y, ¿alguna vez los has visto?... ¿Sabes qué forma tienen... cómo son? –preguntó de
forma insistente Ángel. —
Pues no, pero sé que están –afirmo de manera muy segura Luis.

—Es cierto, yo también sé que están... siempre están para asustarnos... no sé por qué
pero ahí están. A mí me pasa lo mismo y a María también, a ella también le sucede. Ella
incluso los vio, eran como enormes “dinos” –le informó abriendo los ojos como platos y
señalándole con el dedo.
Luis se quedó perplejo, con la boca abierta de par en par. Había más gente como él.
¿Qué debían hacer... formar un club de afectados por los bichos ruidosos y, entre todos,
ir casa por casa enfrentándose a ellos como los cazafantasmas? Mientras pensaba en
todo esto su amiga María se acercó. Es una niña alta, rubia y con el pelo muy rizado. Su
cara está llena de pecas y siempre sonríe. Llega saltando y tarareando alguna canción.
—¿Qué estáis haciendo?, ¿jugáis a la comba conmigo?, ¿hacemos algo? –les pregunto
rápidamente y con voz chillona María.
Ella siempre tenía que estar haciendo algo, siempre estaba moviéndose. A veces hasta
pone nervioso a Luis. Pero era tan simpática que era una de sus mejores amigas.
—Oye María, ¿tú tienes ruidos en tu habitación? –le preguntó Luis algo avergonzado y
sonrojado.
—Ya no. Sé cómo asustarlos y se han marchado –les sonrió a ambos mientras saltaba a
la pata coja.
—Pero... son peligrosos... son como dinos –más asustado aún le dijo Luis.
—Ya, pero yo los he echado –repitió María recogiéndose el pelo en una coleta, no podía
estarse quieta.

Luis no podía creerse lo que estaba oyendo. María una niña más bajita que él y los había
asustado. Esto no podía ser verdad, algo no encajaba... pero, por otro lado, si ella podía
a lo mejor si él se lo planteaba... No, pero esto no puede ser. Aquí “hay gato encerrado”.
Algo no le cuadraba.
—Pero María, no me mientas... dime la verdad. No pasa nada. Yo soy tu amigo, yo
también les tengo miedo –insistió Luis asustado y perplejo a la vez
—Pues es que ya no están. Se han marchado... Como tú los dejas que se queden, pues
ahí están. Son tan cómodos y tranquilones que cuando llegan a una habitación de niños,
si les dejan se quedan a vivir –sentenció María una vez más.
—¿Tranquilones, que yo les dejo...? –Luis cada vez estaba más perplejo, asombrado,
pero también más tranquilo.
—Pero María ¿de qué me estás hablando? Yo no entiendo nada –le insistía Luis.
—Mira es muy sencillo. Ellos se alimentan del aire que a nosotros nos sobra, mi abuela
me lo ha explicado. Entonces cuando nosotros respiramos muy deprisa les damos
muchas sobras... entonces ellos se engordan y... hacen más ruidos para que nos
asustemos, porque cuando tenemos miedos respiramos más deprisa. Me lo ha dicho mi
abuela. De verdad, eso siempre pasa. Y entonces hay que aprender. Es verdad que en
mi habitación ya no están, pero en ninguna. Yo ya no les doy sobras... y yo tenía bichos
de todas clases, incluso dinos. Pero en un plis-plas se han ido. Se ahogaron. Claro como
no les di nada se aflacaron –terminó María elevando el tono de voz a cada minuto que
pasaba. —

Ja,Ja, Ja... no es aflacar, ja, ja, ja es adelgazar María –se burló a carcajadas Ángel.
—¡Déjala que lo diga como quiera! Pero María, si siempre tenemos que respirar,
siempre nos va a sobrar algo... –continuo con sus preguntas Luis, mientras se
tranquilizaba.
—Ya, pero sólo son las sobras rápidas. No les gustan todas. Tienes que conseguir que tu
aire se calme, y respirar si puedes haciendo que tu estómago se infle. Es que este aire
no le gusta nada de nada. Pero si lo haces con la nariz no pasa nada, no te preocupes...
tiene que ser despacio... y el de la barriga les gusta todavía menos... anda, me voy. Están
jugando al elástico, ¿te vienes? –terminó de explicar María mientras se alejaba saltando
a la comba.
Y María, igual que llegó se marchó, con una sonrisa de oreja a oreja y sin bichos. Y ahí
estaba Luis con los ojos abiertos de par en par, pasmado pero tranquilo, muy tranquilo.
Realmente se sintió relajado después de oír a su amiga. Pero ahora qué iba a hacer, ¿lo
intentaría? Entonces, Ángel dijo algo,
—Pues yo lo voy a intentar. Si María lo ha hecho yo también... ¡que se aguanten!, no les
voy a dar más de mi aire... a pan y agua como dice mi abuelo. Pues nada... a aflacarlos…
ja, ja, ja –se dijo así mismo, mientras se reía de sí mismo.
Aunque Luis no dijo nada sí lo pensó. Y pensó “pues yo también”. Y llegó la noche, se
lavó los dientes, se puso su pijama y leyó un poquito. Hasta que llegó su madre y le dio
dos besos. Entonces se apagó la luz. Luis no podía dejar de pensar en su amiga, pero
también en los bichos. Entró su padre y le dio otros dos besos. Al rato comenzó a oírlos...
y, misteriosamente, también oyó la respiración de su cuerpo, de su propio cuerpo.
Entonces recordó “si les das las sobras, se engordan...”. Luis respiró lento, despacito,
hinchando su barriga como si fuera un precioso globo de feria... de esos que flotan en el
aire y soltaba muy, muy despacio el aire que se iba de su cuerpo. Cuanto más despacito
salía el aire y más lenta oía su respiración menos oía a los bichos y misteriosamente sus
ojos comenzaban a ver en la oscuridad. Eran como linternas que enfocaban con luz y le
permitían ver. Esto parecía ser la solución. De repente su padre le despertó.
—Anoche cuando entré ya estabas durmiendo... ¿has descansado? –le dijo su papá,
mientras le daba un beso de buenos días.
—¿Ya es por la mañana papá?... pero si ha sido ahora mismo, ahora mismo me he
dormido... y los bichos... ¿seguro que ya es de día papá? –preguntó estupefacto y
creyendo que todo era un sueño.
—Pues sí, de día y sábado... ¿nos vamos a jugar un partido de baloncesto? –preguntó su
papá.
Y los dos se fueron, después de desayunar. Y por el camino Luis le fue explicando cómo
ya no iba a dejar, en ningún momento, que los bichos que a veces hay en la oscuridad
se queden. Le enseñó cómo hay que “aflacarlos” con las respiraciones tranquilas y cómo
sirve estés donde estés. Y le explicó cómo esto es verdad de la buena. Únicamente hay
que probarlo, respiración tras respiración..., segundo tras segundo..., minuto a minuto...
y noche... tras noche.

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