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Strafacce Ricardo - La Novelita Triste de Osvaldo Lamborghini 2

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Ricardo Strafacce

LA NOVELITA TRISTE DE
OSVALDO LAMBORGHINI

m ile n a caserola
EL 8 vo_l o c o
E d ic io n e s
Ningún derecho reservado.
Alentamos la reproducción total o parcial de esta obra,
mediante cualquier medio.
PIRATEÁ Y DIFUNDÍ.

Contacto con el autor:


ri cardostra [email protected]

Coordinación general del proyecto


Ana Ojeda / Nicolás Correa / Marcos Alma da
exposición [email protected]

Curadora del volumen:


Ana Ojeda

Coordinación gráfica
Laura Ojeda Bar
[email protected]
laura-o.tumblr.com

Producción
Matías Reck
los reck@hotmai 1.com
JUSTIFICACIÓN

1
. De los textos que Osvaldo Lam­
borghini menciona en su corres­
pondencia y no han sido encon­
trados ("Apodo ajeno", "Falanges",
"Poema es forma de desgracia pasaje­
ra", "La hija de Hartz", "En el cantón
de Uri" y La novelita triste), sólo el últi­
mo se encontraría realmente extravia­
do. Los otros, o bien no se escribieron
nunca y se trató de meros proyectos, o
bien se integraron a obras mayores que
hoy conocemos con otros títulos ("La
hija de Hartz", por ejemplo, se habría
incluido en "Die Verneinung"; "En el
RICARDO STRAFACCE

cantón de Uri", en "La divertidísima


canción del Diantre", etc.).
La novelita triste, en cambio, parece
haber tenido existencia real y autó­
noma y encontrarse, efectivamente,
perdida. César Aira sostiene haber
recibido una copia del texto -que de-
volvió- en 1975 y algunos amigos de
Lamborghini creen recordar que, en­
tre 1979 y 1980, el autor trabajaba en
ella.
Lamborghini la menciona en cuatro
cartas:
Tendrás tu copia de la novelita triste,
más o m enos dentro de unos veinte días
(carta a César A ira del 20-11-76).

Estoy rehaciendo algunas partes de la


novelita triste -e l duque de Ohm es el
gran culpable: ahora quiere figurar tam ­
bién a h í- por lo que deberás esperar un
tiem po más la copia (carta a César Aira
del 7-12-76).
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

Creo que si La M añana es poco potable


(lo es), igual hubiéram os tenido proble­
mas para meter así, de apuro, la novelita
triste, mucho más extensa y, además, con
otro punto débil: el editor hubiera podi­
do razonablem ente recusarla por miedo
a la censura (en este momento, ciertas es­
cenas del texto son objetables desde ese
punto de vista) (carta a H éctor Libertella
del 16-1-77).

Ya te habrás enterado por Héctor (yo re­


cibí carta suya hace cuatro o cinco días)
de que el señor Gusm an se permitió ex­
cluir la novelita triste en una antología
en la cual figuran M edina, Asís, Lastra,
Germ án García y, por supuesto, él m is­
mo. Tuve un verdadero ataque de odio y
de orgullo al mismo tiem po (carta a Cé­
sar A íra del 20-1-77).
Ya sostuvimos en otro lado (Osvaldo
Lamborghini, una biografía, Buenos Ai­
res, Editorial Mansalva, 2008) que no
hubo tal exclusión sino que el texto, al
RICARDO STRAFACCE

parecer, no estaba concluido al prepa­


rarse la antología en cuestión y que,
después de esa carta a Aira en enero
de 1977, su autor jamás volvió a men­
cionarlo. Pero tenemos casi la certeza
de que La novelita triste, aun en estado
inacabado o embrionario, existió.

2. Una especie de nostalgia por esa


novelita perdida nos llevó a plan­
tearnos la posibilidad de escribir una
versión apócrifa. En última instancia,
pensamos, la imitación descarada y
confesa no de una obra en particular
sino de un estilo podría considerarse
una de las armas -lícitas- de la crítica
literaria. El crítico, en lugar de descri­
bir los procedimientos e inventariar
los temas de un autor, se limitaría, sim­
plemente, a remedarlos. En cualquier
caso, este juego en el que nos entretu­
vimos hace ya unos años no es nuevo,
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

aunque ha tenido ejecutores segura­


mente más afortunados.
Quiera el azar, o el destino, que algu­
na vez aparezca la verdadera novelita
triste. Nosotros, mientras esperábamos
esa epifanía, hemos redactado una ver­
sión falsa, pero, también, totalmente
inofensiva. Publiquémosla entonces,
y que los lectores cultos nos perdonen.

R. S.
I

menos de doscientos metros te­

A diosos de esta rueca donde la


hermana de Rimbaud teje pa­
ciente mientras fuma y relojea los la­
tidos retrasados de su herencia, de su
alma mater, de la materia -fecal- de mi
delirio (en una de ésas, ésta es la vez,
y si no lo es, ésa es la espera), la mar se
acerca y se retira de la costa en un vai­
vén de manicomio (Kinbote y su chon­
go en lancha, ya veremos), se acerca y
se retira como quien hace un chiste de
cuartel, se apresta a la partida, se carga
de proyectos. Como Perón en su pron­
tuario, con el pulgar al pie entintado del
decreto por el que declaró monumento
RICARDO STRAFACCE

histórico internacional el forro fugaz de


sus pelotas y le asignó palafrenero (un
conocido de todos nosotros, ofcourse: el
asesor del general Savonarola).
Eran otros tiempos, claro, era claro el
cielo de la Patria cuando por los jardi­
nes laberínticos de la sede de Fabrica­
ciones Militares circulaba sin horario
el "personal civil" -electricistas, tor­
neros, choferes y bufarras- asimilado
a la Fuerza. De uno de ellos, de uno los
acivilados milicoides de la Pitman de
la Escuela de Guerra se prendó mi pa­
dre. En cambio yo, yo me llamo Juana
Blanco, no como él -e l "asesor"-, que
se enchastró las manos con la grasa
que sudaba su operario (me llamo Jua­
na Blanco pero: pero no me voy a casar
de blanco, lo presiento), su overo potro
y su cabal jinete verdadero que vestía
-a reglamento- la azulina indumenta­
ria laboral.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

Se enamoró la paloma. Se calentó


el tero rengo. Y se prendó nomás de
un craso obrero aquel que supo junto
a Savio que el infranqueable mañana
-¡no era tarde!- de la República pasa­
ba, como un tren, por la punta roja de
la fragua dura como el hierro de la tec­
nología de punta (de punta en blanco
no, no se casa Juana Blanco) y por las
efusiones temerarias de su -hasta en­
tonces casi intacto- redondel.
De punta y taco, entonces, el obrero
en su overol lo enamoró sin rirnmel al
otrora asesor, ya Valerio, de aquel ge­
neral emprendedor. Y por la pulpa del
pecho enhiesto de su gallo (o su Ani­
ceto: al parecer le daba lo mismo que
Gainza venga o fuera con tal de que al­
gún gaucho en el sinfín de sus esfínte­
res le hiciera -en fin- esa "gauchada" a
la que invitaba él cuando -¿y qué otra
cosa podía hacer?- se agachaba) yo
RICARDO STRAFACCE

pago. Yo, que no tengo la culpa de que


el "asesor" del general Savio se incli­
nara para mirar la bosta que sembra­
ba los campos de la Patria o para tirar
del cierre que abría, contra el cielo azul
del overol, el pecho del mensual que
lo iba a hacer flamear -bandera- para
siempre. Como la victoria -siem pre-,
como la crema tersa que lo entalcaba
antes de tirar, como quien iza el palur­
do pabellón en el patio de la escuela,
de esa crema (yerta), de esa cremalle­
ra interminable, overol, una prenda.
Una prenda que instalaba en el talante
soñador de mi padre la disuasión de
todo verosímil y, sobre todo -sobreto­
do, gabán o vestidito de felpa-, la di­
suasión de todo límite.
Le temblaban las carnes. Le tembla­
ban y de qué manera. Hacía temblar al
mercado, provocaba: provocaba alzas
en los precios alazanes de la hacienda.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

¡Ay si ese cierre interminable no fuera


una patraña -se ensoñaba el "asesor"-,
si ese cierre incivil no constituyera una
hipertrofiada perversión de la indus­
tria textil (Pionera con Perón, Pilar de
la Nación y Abrigo de la Patria), si toda
su ilusión alguna vez se hiciera cierta
-deliraba-, si todo ese cierre -overol-
fuera bragueta!
Fue ese destino de culastro el que
a mí mismo sin comerla-/» (lamenta­
blemente) ni bebería-/» (lamentable­
mente) me incrustó una muerte joven
y bilingüe: ¿ o v e r o . l . ? Pronto (no se
impacienten, muchachos) me probaré
los mamelucos (en cualquier momen­
to, muchachos) de esa sigla, total ( o v e r
o l : ¿ o . l . a c a b a d o ? ¿ s o b r a o . l . ? ) . Total,
los que escriben (la Dirección de Fabri­
caciones Militares me ha concedido,
merced a la intersección del "asesor",
la gracia de permitirme que elija la
RICARDO STRAFACCE

orvr-trad ucción que más me conven­


ga) novelas tempraneras o de apuro
-apurados sin más por una yegua- in­
curren en todos los errores que no se
les ocurren -y por eso les suceden- a
los principiantes. Sin ir más lejos, la
novela de mi padre y, para ir más cer­
ca del ligustro donde una noche Juana
Blanco perdió el último pétalo de su
reservada margarita prenupcial,1 la del
padre ilustre del lustroso Borges. En
este caso (¿será lugar este cuaderno
para buchonear lo que me reveló una
turbia novela de farra y de bretel?),
porque, la, la-ri, lari-lala, porque al ma­
rido excepcional (¡Experimentar con
mi padre, dejar en paz a las ratas y a
los niños!) de la, de lari-la-la, de la con­
1. En Castelar o en Ciudadela, reunión familiar,
a los postres: nunca se supo cuál de los parien­
tes la invitó a pasear por el jardín para hacer la
digestión, y el ligustro: el ligustro no es ningún
soplón.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

tradictoria y, para algunos estudiosos


(becas u s a ) , histérica madre de Borges
(Hace/ Vedo), se le dio la loca (no era
mi padre el único cobarde) de escribir
también novela. Con lo cual -con lo
cual- ya podemos babear nuestro teo­
rema: si, como se sabe, Georgie no escri­
bió la novela de su padre que, a su vez,
la publicó por maniobras y apliques de
Doña Leonor de las Santas Conchas de
Acevedo, su santa madre, que a su vez
no la leyó, yo, que no le pido lapicera
al "asesor", yo, que me escribo todas
mis novelas, yo -aunque no me crean-,
yo no soy Juana Blanco ni el pariente
que se la trincó contra el ligustro, yo no
soy el padre del augusto -¿será por eso
que no gusto?- autor de mi deseo, no
soy el padre de Borges, al menos eso.
Al menos eso espero y espero: espero
que me crean.
Con respecto a la novela de mi pa­
RICARDO STRAFACCE

dre estamos en condiciones de afirmar


que, lamentablemente, no se ha ha­
llado a los culpables. Ni de su pobre
vida. Ni de su muerte escasa (dos ve­
ces morir era lo mínimo -d e mimo y de
m ino- que se merecía). Otra negligen­
cia lamentable de mi espada, de la que
mi cabaretera pluma no se va a hacer
cargo. Sin embargo (y para rimar: no
obstante), los que escriben novelas sa­
ben desde la primera idea que no se les
ocurre que lo de princeps -fórceps- an­
tes que dilema de escritor (ya llega la
rima, a no impacientarse) es un frenesí
de parturienta (lo hubieran pensado
antes).2
Volviendo a lo que estábamos vien­
do. Mi padre se llamaba, aunque, en
realidad, se hacía -encima: de la bom­
bacha militar- llamar Nora Perón, con
lo cual el doblez era cuádruple: no era

2. ¿Vieron? Si cumplo, prometo.


LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

él -u n puto raso- esa atorranta de coto­


rro diplomático (no le daba para tanto).
Apenas si se "identificaba" -nada tan
cierto ni menos amargo- con ella, era
su fanática hasta la desfloración desca­
bellada, pero nada más -nada más que
su pito de sirena. Mi padre, no yo, mi
padre -e l "asesor"- le contaba a sus ca­
maradas de Cinzano con soda que era
él la que en las noches endiabladas de
luna cenicienta se largaba para el Cen­
tro (las vecinas -relataba- lo despe­
dían con vítores y escupitajos desde el
umbral de sus batones, la coherencia:
la coherencia no era la flor de nuestro
barrio) convertida en esa loba.
Pero ninguno le creía. Nora Perón:
¿los tomaba por idiotas? Cualquiera
sabía -y si no sabía lo inventaba- que
"Nora Perón" era el nombre de gue­
rra que usaba en las noches bravas un
político justicialista (tenía un segundo
RICARDO STRAFACCE

alias -P oroto- reservado para los más


íntimos) que, no conforme con llevar
una triple vida (padre que da conse­
jos, funcionario corrupto y "Porota"),
se decía pariente directo -y dilecto:
juraba que corrían por sus venas ese
semen y ese sino- del General. Pero
con el nombre de Nora (perdón: con
el nombre de Perón) no se debe jugar,
ni siquiera al doctor (pedimos otra vez
disculpas, pero el peruca -y no "el pe­
luca", como dicen los contreras- del
asunto era abogado, o médico, o las
dos cosas a la vez, por eso la confu­
sión: rogamos que no nos echen, por
lo menos esta noche, el último pol­
vo -perdón, perdón, perdón otra vez,
pagamos, si se acepta, con una copla:
¡Perdón, Perón! /Perdón, Perón!-, que no
nos echen, queríamos decir, del Movi­
miento). El General Perón, queríamos
decir -y ahora debemos implorar que
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

se nos crea-, aun en su almanaque del


descenso, aun en la claque de su ago­
nía, cumplía, decían los muchachos
de la barra brava pastoral (Perón te­
nía conflictos con la Iglesia), cada año
de su próstata y Evita, coreaban en el
playón de la parroquia (las Juventudes
Católicas se la habían jurado), trataba
de evitarlo, ja, de impedirlo, je, trataba
de que se la emporongara el edecán.
Pero por suerte, a mi vez, mi padre no
fue -n i asimismo ni también- simul­
táneamente mi marido. Ni lo es: por­
que no sé por qué motivo, no sé por
qué razón no sele no, nolo - o l - no lo
sé: no se le paraba sé (y ésa es la razón
de mi vida de puto), no se le paraba ni
para mear al cielo. Un día -9 de marzo
de 1947- Evita lo mandó a llamar. Un
día -e l edecán había dado parte de en­
fermo- Evita lo mandó llamar y él, el
cobarde, se escondió en un baño. Pero
RICARDO STRAFACCE

no, nada que ver con el tema. El tema


es, ahora (más tarde habrá, supongo,
otras hogueras), el cáncer -nada de
pulmón-, el cáncer de culo de Perón
(se lo diagnosticó Archie Moore mien­
tras lo matraqueaba en la esquina de la
amariconada casa rosa: 'Tu amor es un
tumor", le dijo3 el boxeador). Excepto
eso, no hay nada que ver ni nada que
se tema (excepto la verga larga como
la otra b del pugilístico negro) ni nada
que ver con el tema. Habría -prosigo-,
habría o lo hubo tal vez, antes del par­
tir, un almuerzo en familia, un liviano
ni comer la a ni beber la b, como el cla­
rear de un vino con soda que se toma
como lo que es: Isabelle, mi hermana,
no necesita que escriba mal o bien para
amarme (que parta hacia el Africa, en
cambio, es una condición que no se
muestra dispuesta a resignar) pero me

3. A Perón, no a Joyce.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

insta, mal o bien, a que pro... (meta y


saque, vaya y ponga) siga, que siegue
el pozo de su intriga. Prosigo entonces
en mi tongo, en el albor del orto donde
nunca se ponía el sol, el culo lívido de
Carlos V, el ano no ya, no encendido
(Rulfo me leía arrebujado en su di­
ván) de su hijo muy amado (demasiado
amado, tal vez). A Felipe II (y no Felipe
segundón, como le gargajeaban las jeri­
gonzas de taberna) le decían, además
de cualquier otra cosa, el Rey Sor (eran
las monjas el jamón de su fideo) y a su
hija, que el latín de lupanar -¿la phíja
sería una errata?- confundía, por sino­
nimia, con el miembro de su padre (es
decir: se creía, en lengua vulgar, que,
por las dudas, lo chupaba también),
la, precisamente, Phíja de la Pija, errata
que, como se dijo (¿o se calló?), man­
dó a galeras a centenares de tipógrafos
de la Imprenta Real y encadenó a otros
RICARDO STRAFACCE

tantos, para siempre y sin franquicia,


en el cepo ignorante del tormento.
La Priora de la Orden de las Santas
Disidentes, ajena a todo esto (y ajena
en general a casi cualquier otra cosa
que no fuera lo que el lector teme y
nosotros lamentamos -aunque, como
hasta el cáncer se aclaró, aunque no la
metamos), tenía una sola prioridad (que
se la cojieran todos los días de Cristo)
y un único alias (allá "Porota", allá ella
con su antifaz y sus disfraces). La "Ja­
món del Diablo" la apodaban en razón
de sus pecados. Se dice que dejó los
hábitos y las bombachas largas preci­
samente el día. El día que habló con el
diablo: Phija (el Malo no se anda con
chiquitas, con correctoras, con pruebas
de página), phija mía, le dijo: hasta la
mar -por licencia, por poeta- carga
carne por la popa. Para eso se acerca al
continente. Para lamerla. A toda costa.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

Me mandan a Buenos Aires. Me man­


dan a Buenos Aires en delicada misión
(encontrar a alguien que me aguante).
Me mandan a Buenos Aires. Madre ha
malvendido sus alhajas y en un bol­
sillo marplatense del batón atesora el
pasaje:
-S e acerca la hora, muchacho. La
horca del partir.
Como no quiero irme planeo, me
planto como una margarita, tengo un
plan: me voy a encerrar en el peque-
ñuelo, en el diminuto toilette-ñoba fa­
miliar, tan limpio, o tan sucio, según se
mire, tan pequeño como -toda ofensa
rima hasta las lágrimas- un pañuelo,
hasta que la hora del micro sea tardía
como para ya no partir, como para cla­
var -madre, hermana y hasta encula-
da sobrina- una pica en Falkner. Con
esa estrategia de maula quiero, pido,
digo y taño me sea concedida una úl­
RICARDO STRAFACCE

tima -ínfim a- voluntad de caprichosa.


Un deseo:
-Antes de soltar amarras, madre, de­
searía desovarme de una ostras, unas
perlas, sacarme de encima un entripa­
do... Tengo anhelos de garcar, madre,
y creo tenerlos con derecho. O bien
creo tener derecho, madre, tener dere­
cho a tenerlos (los anhelos, madre: de
cagar).
Pero la amante del general Savio me
conoce como si me hubiese practicado
ella misma, con el cuchillito de mango
redomón de la cocina, la sanguinolen­
ta -íntim a-, la pérfida ablación: "Ya
no hay tiempo, mi niño", me dice en
español televisado. "Se hace tarde ya.
Tienes que marcharte. Si no quieres
perder el micro deberás salir cagando."
Pero yo, que soy como la mar (lamer­
la toda y a toda -costa- bandera en el
palo de su asta: hasta la costra), ya lo
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

dije, ahora espero en el muelle, ahíta


y vestida de mil cremas, a mi amado.
Pero no quiero: no quiero irme de este
himen de la casa familiar. Y me retran­
co en su tardanza -taaar de tararear, de
bailotear la danza, la del vientre tar-
do- que, de hecho, no es poca. Enton­
ces: entonces echo espuma por la boca
y leo una novela parda en el humo de
mi cigarrillo a contraluz, en el hum, en
el cof, en el cof-cof. ¿Nabokov era un
ruso que cargaba marineros en el Bál­
tico y se los olvidaba en Oklahoma?
Cada pelotón. Cada pelotón del Ejérci­
to Argentino llevaba dos chongos con
grado, honores, mando y paga de sar­
gento, uno para el jefe -éste la pasaba
"bom ba"- y otro para la oficialidad
joven y la (la mar -y dale- de demo­
cráticas nuestras Fuerzas Arm eran, y:
y lo fueron desde siempre), otro para
la oficialidad joven y la, lari-lari-la, la
RICARDO STRAFACCE

tropa en general. Este pobre no la pa­


saba tan bien, no daba abasto y tarde
o temprano, para salvar la ropa, tenía
que ponerle el orto al resto (al resto: de
la tropa). Tal su destino sudamericano:
partir chongo y volver culastro. Pero
Kinbote, en cambio. Kinbote, el "sa-
vio" empedernido, enloquece solo en
la -traducida- novela de un nabo: ¿Oh,
Shade, sombrío poeta, has abusado de
tu p h ...?
Nuestro horno no está, no se en­
cuentra en condiciones de soportar ni
los más rudimentarios bollos (¿Archie
Moore otra vez? ¿Existió -por decreto
promulgado- el cargo de Amante Iti­
nerante -todos los gastos pagos- del
Primer Mandatario?) de la lingüística
y sin embargo. Sin embargo nos dete­
nemos ahí porque seguimos en fami­
lia. El micro ha partido sin mi phija
que, pegada a mis pelotas, se abusa de
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

mí. Mi madre y mi hermana están en­


cantadas, más contentas que la mierda
-se les nota en la mirada- y mi sobrina
ya: ya pinta para yegua pinta, la tobia­
na. Mi phija, en cambio, no llega a co-
jerme. Pero si yo fuera Archie Moore,
si la tuviera así de larga, me la podría
(y, en tal caso, me la pondría A) chu­
par por lo menos. En cambio así, paja
y paja. En el ojo del amor. Eso sí que
puedo. Apunto y me encinto con la le­
che tibia en la pupila. Caliente como
las chiquillas que se reportaban con la
"Jamón del Diablo", la Priora. Calien­
tes como mis pupilas cuando creo ver,
allá, del otro lado del mar, sus pajitas
de muchacha. Tiemblan las paredes
del cerebro de solo pensar que alguien
vio, que alguien tal vez está viendo
mesmamente ahora (todas las habita­
ciones de las niñas tienen hendijas pa­
norámicas, tecnoteología sadodigital,
RICARDO STRAFACCE

para algunos - n a s a - la vida sí que es


bella), en este mismo momento -¡Oh,
Teresa! ¡Oh, Madre Enjuta!-, las pajitas
de esas (renunciar a la rima habiéndola
entrevisto es la marca de los grandes)
enviciadas, de esas libertinas, de esas
que se meten al convento para diplo­
marse de reverendas (lo siento, no se
aguanta más), de reverendas putas.
Arturo Carrera Bromberg, El Hom­
bre que Vio Cantar a la Partera, impi­
dió que me quedara en su pueblo coro­
nel aduciendo que era mi salud -¿o era,
matrimonio, la de él?- la que andaba
de juerga. Estábamos en la estación de
ómnibus desde donde yo partiría para
arribar a ésta (aunque prefería -pero yo
siempre prefiero- quedarme en y con la
otra) cuando se acercó un circunvecino
de apellido bufarrón pero buen talante
(Alejandro Carrafán, un nombre que
era como un pedo y su eco) y me rogó
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

en dialecto del lugar le hiciera el honor


de trasladarme a su hacienda en cali­
dad de huésped oficial. Otra vez como
peludo de cordel, otra vez mi barba
como regalo lampiño. Otra vez mi sola
lengua -enconchada y materna- dela­
taba mi falta hasta el calambre: yo no
hablaba ni siquiera el francés ni tam­
poco -cada una- ninguna de las otras
lenguas imperiales que se hablan (a
cuatro manos y hasta por el orto: toda­
vía se usa uno solo) en Pringlés.
Pero no fue sin embargo la castilla, ni
mis balbuceos de sirvienta, ni mi ser­
bio cocoliche guaranítico sino mi man­
sa taquicardia, en el sentido pésame de
morgue judicial, el argumento mari­
macho al que apeló el poeta (Aplausos)
para oponerse a mi quedo, a mi queri­
da presencia en ese pueblo milicoide.
Y como a pesar de sus requiebros la
cosa se le ponía más que oscura -Ca-
RICARDO STRAFACCE

rrafán ya cargaba mi valija- sacó de


su billetera de taquero unas palabras
anotadas de su puño color punzó y de
su letra muda que leyó con urinaria,
puñetera: con unitaria entonación. Se
trataba -y, para mi mal, se conseguía-
del dictamen que para la posteridad de
los telégrafos le había dictado mi arte­
ro cuñado, emparentado con el autor
muy descifrable de un libro escrito en
coautoría (¡Aplausos!) por caprichos de
la rima: Gramajo, su mujer por nupcias
regulares, asonaba con Araujo, mi cu­
ñado por parte de marido. Resultado:
el professeur O. Lamborghini-Hartz
de Carrafán, al carajo.
La taquiclaudia cardinal de mis ar­
terias, había dictaminado Araujo (¡Aplau­
sos!), estaba que rompe y raja, que
quema y pela. Estaba -com o esa yegua
inolvidable- que ardía y a lo mejor ya
era esa hora de la tarde en la que los
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

cardíacos están a punto de decir algo


y no lo dicen o lo dicen y nos hacemos
los otarios. Como las otarias-p erras,
que pululan en los relatos del lugar.
Taqui, taqui, taqui. Taqui llegamos,
chapoteaba Bromberg en su onomato-
peya preescolar y le guiñaba todos los
ojos al bufarra postal de Carrafeta, que
ya a esta altura también se hacía el no
tan otario y, más frío que testamento,
me devolvía la valija con cara de asco
por habérmela agarrado -a mí y a ella-
hasta la man, m'hijita: hasta la manija.
Para entonces, Carrera se jugaba una
fija. Su parto -bien que se callaba el
dato- había sido mi estadía y ahora,
con Carraflora de su bando, no había
Dios, ni Cristo, ni monja de burdel que
me permitieran quedarme en ese pue­
blo tragasable.
-Oswal, Oswaldito: sale el micro, ya
es hora de partir.
RICARDO STRAFACCE

El taita Ongaro -pingo secretario Ge­


neral de los obreros gráficos- pagó más
caro que los dientes postizos el yeite
ese de la honesta honestidad cuando le
secuestraron a la Yiya Peletieri -esposa
suya desde la juventud y todavía tran­
sitable a pesar de la edad- y no tuvo
los tintineantes para rescatarla. Los se­
cuestradores aprovecharon la hora sin
sombra para hacer un alto, almorzar
frugal y refrescar las vergas. Y se la pu­
sieron al teléfono:
-Te mentiría, viejo, si te dijera que
me tratan mal pero acá son siete mo­
nos y ninguno es puto. Sí, ya sé que
ni el Cardenal Primado te firma esa
estadística pero como, que yo sepa,
es esta servidora la que pone el culo,
aceptame que me están garchando en
doble turno -y alguno hace horas ex­
tras inclusive. Ya me tragué más leche
que todos los afiliados de tu gremio.
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

"Federación Gráfica" me van a llamar


cuando después de liberada todavía la
leche me siga saliendo por las orejas.
Si no juntás la guita rápido me voy a
quedar sin orto, encima. Me lo están
ensanchando tanto que en cualquier
momento van a lograr unírmelo, con­
tra natura, con el declive natural de la
cajeta, que tampoco está tranquila, no
te creas: cada tanto, algún empecinado
me hace un tiro también por ahí. A lo
mejor me empieza a gustar esto de la
zanja única, quién te dice. Zanja Uni­
ficada, ja, ja. Unificada como tu sindi­
cato saturnista. ¿Te acordás del afiche
que bordaban las vecinas (una manga
de putas, sí, no lo niegues, no: no eran
damas mendocinas)? Si e l g r e m i o t i e n e
TODA LA LECHE, TODA LA LECHE QUE NECE­
SITA, e s p o r O n g a r o . ¡ p o r O n g a r o QUE
Porongaro, no emporongado, ojo.
m ilita !
Pero dejame que vuelva a la zanja que
RICARDO STRAFACCE

me están unificando. No, no te digo


que ya me gusta, pero quién te dice...
No, no comparo (y no solamente por
la rima). Bueno, no discutamos. Mejor
juntá la guita pronto y zanjemos -ji, ji­
la cuestión.
No, no se duerme en los laureles, no
logra conciliar el sueño el héroe sin­
dical de esta novela. Nunca logrará
reunir los necesarios dineros del se­
cuestro. Mala apuesta la honesta ho­
nestidad, cavila a liora. Por jugarle to­
das las fichas a la leche ramplona de la
verdad palurda no tiene los indispen­
sables tintineantes y la Yiya ya. La Yiya
ya no tiene doble agujero. Como antes.
II

n efecto, a la Yiya Peletieri, mu­

E jer de Ongaro por nupcias de


otro tiempo, los secuestradores,
mientras esperaban el pago del res­
cate, le estaban haciendo cargar tanta
carne -d e exportación- por la popa
que era una barbaridad, una locura
era y era: un contento. El líder sindical,
entre tanto, lejos de reunir los dineros
del rescate día por medio publicaba so­
licitadas de medio -p elo - en todos los
medios (al pedo: no las leían ni siquie­
ra los afiliados de su gremio) y la Rama
Femenina de los Gráficos, con el clíto-
ris como asta y un corpiño de bandera,
hacía huelga de concha frente a la Casa
RICARDO STRAFACCE

de Gobierno (no se iban a dejar gar-


char, juraban las manifestantes, hasta
que la Yiya Peletieri fuera liberada).
Pero estaba, precisamente, el Gobier­
no. El Gobierno muy cómodamente
instalado en la Rosada. Y el Gobierno
no dudaba (lujos del poder), el Gobier­
no no se dormía en cabildeos y además,
además: además no se comía los mocos
-por lo menos no todos- el Gobierno. Y
necesitaba la Plaza de Mayo para otros
carnavales. Se vino entonces la brava,
la peluda: Guardia de Infantería con
Bomberos Voluntarios como personal
de apoyo, represión indiscriminada,
cientos de muertas, loco peronismo,
festival. Como por burla (o para hacer
Historia), varias de las huelguistas que
prometían no dejarse garchar hasta que
la Yiya liberada fuera fueron -la gramá­
tica es así: reiterativa e inapelable- vio­
ladas varias veces (antes o después de
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

muertas, este dato no se adjunta) por


la concha (o f course, había que apun­
tarle a su perra reivindicación, a sus
emputecidos idearios, a su clitórica y
antifreudiana bandera), por el culo (se
la iban a perder) y hasta por los aguje­
ros de la nariz: algunos muchachos de
la Guardia de Infantería tienen el pene
del grosor de un fetuccini, lo cual, como
se sabe, ha dado lugar a investigaciones
científicas (pennís puerílís) y a decires
populares (Tirar el fideo. ..).

Repercusiones de la masacre

Ongaro y el Sindicato: meta y ponga


con las solicitadas. El Pueblo en general:
que se jodan, lo hubieran pensado an­
tes. Psicólogos de la televisión: la Guar­
dia de Infantería es, en el fondo, infantil,
es una guardería. Violaron las reglas
como niños (ignoraban que algunas de
RICARDO STRAFACCE

las manifestantes estaban con la regla,


también llamada -en todos los diarios-
"el período"). Tiempo al tiempo.
La Yiya Peletieri, mientras tanto,
abrazada al derrape sexual de su codi­
cia (ya negociaba con los secuestrado­
res quedarse con una parte del rescate)
se entregaba de pies, manos y bomba­
cha al Síndrome de Estocolmo (estaba
prácticamente de novia con el jefe de la
banda). Y se dio el gusto (a nadie se le
niega en la Argentina) de publicar (en
todos los diarios, los secuestradores lo
arreglaron desde la clandestinidad) su
propia solicitada:
M e e s t á n c o j ie n d o c o m o l o c o s .

Y a NO PUEDO MÁS.

M ie n t r a s ta n to m i m a r id o (¿es cornudo

O SE H A C E ?), EL SINDICATO (TRAGALECHE POR


ENFERMEDAD PROFESIONAL) Y TODO EL PUTO
M o v im ie n t o O b r e r o se g a s t a n l a p l a t a d e l

RESCATE EN SOLICITADA TRAS SOLICITADA.


LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

S ólo c o n f ío e n D io s N u estro S eñor y en

el M in is t e r io d e T r a b a jo , h oy en m anos (y
HASTA LAS BOLAS) DE UN TUPIDO BURÓCRATA.

¡LIBERACIÓN O CUALQUIER COSAÍ

En realidad la Yiya no se encontarba


-Estocolmo- a disgusto en su injusto
cautiverio, al contrario. Noviando con el
Pata Charlone, líder supremo, manda-
más y Comandante en Jefe de la banda,
arreglada su parte (15%) en los dineros
del rescate, le dio un antojo: ¿y si le en­
traba a la cosa de escribir sus memorias?
¿Por qué no? Si cualquier chitrulo decía
tener recuerdos. Hasta podía pedir una
beca. ¿Por qué no? Si cualquier orangu­
tán -le constaba- se hacía de subsidios,
prebendas y cometas con la excusa de
escribir cincuenta páginas de boludeces
que, además, al final -y ni siquiera- es­
cribía. ¡Dale que va! ¡A las memorias se
ha dicho! ¡Pediría una flor de beca y que
los otros se jodieran!
RICARDO STRAFACCE

Ya devenía escritora la Yiya Peletie-


ri. Ya acariciaba, además de los hueros
recovecos de las bolas -huevos, metá­
fora- del Pata Charlone, la posibilidad
de obtener un fellozv-íellatio y ponerle
manos a la obra. La obra. Borges. Bioy.
La Obra. La Obra, la mar en coche y
la leche cuajada. Borges/ Bioy (pareja)
escribieron el famoso folleto La Mal to­
na. ¿Por qué motivo? Dos y sólo dos
explicaciones nos vienen, castas, a la
mente. Primera: trabajaban, en silencio
y clandestinos, de obreros gráficos. Sa-
turnistas y esmerados. Trabajaban de
obreros gráficos para entender la otra
parte de los libros, para verlos desde
otra perspectiva (y para tomarse toda
la leche que el cuerpo les pidiera). Se­
gunda (ya implícita en la primera):
eran uno más puto que el otro.4

4. Aunque esto siempre -siem pre- sucede. Siem­


pre uno es más puto que el otro. ¿O acaso puede
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

Pero la Yiya no estaba para estos de­


vaneos. Se había propuesto escribir sus
memorias y las iba a escribir aun antes
de que se le tramitara la beca y aun a
costa de mantener la concha seca y el
culo bien plantado arriba de la silla,
al menos un rato todos los días. Tenía
leído en los suplementos dominicales
de los diarios que los escritores buenos
escriben de mañana, de manera tal que
habló con el Pata Charlone (totalmente
criminal pero novio enamorado al fin
y al cabo) y le arrancó dos concesiones.
La primera: que le despejaran una de
las piezas que tenían reservadas para
mantener a otra gente secuestrada y
allí le instalaran escritorio a todo lujo,
máquina de escribir de última genera-
pensarse en una utópica, quimérica igualdad ex­
presada en fórmulas -d e compromiso- del tipo:
Eran uno tan puto como el otro, Eran igualmente
putos, En lo de putos empataban, No se sacaban dife­
rencia, Definían por penales, etc.?
RICARDO STRAFACCE

ción y le incensaran el ambiente con


sahumerios egipcios de fino aroma de
burdel. La segunda: que por la mañana
no se la garchara ningún integrante de
la banda. Sus memorias iba a escribir
y ponía condiciones: concha seca, culo
apretado sobre cómoda silla... Hasta
pidió bibliografía (el Pata, enamorado
como un chino, se desvivía por ella y
le daba todo los gustos) y una cosita
más, otra cosita: que no se olvidara de
tramitarle la beca. ¿Que el pobre Char-
lone estaba en la clandestinidad? No
era problema -inflexible la Yiya-, no
era problema. No era problema de ella.
Las memorias de la Yiya pivoteaban,
a sus anchas, en dos ejes temáticos
fundamentales: la evocación de su mi­
litan cia y de todas las veces que se la
habían cojido. Dudaba, sin embargo,
si debía insertar en el prólogo -o me­
térselo en el culo- aquel recuerdo de
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

cuando un cuadro muy probado del


gremio se la había trincado al socaire
de una peleada bandera mientras On­
garo vociferaba -cualquier cosa- para­
do arriba de un banquito.
Vacilaciones de escritora, se dijo la
Yiya después del almuerzo, mientras
se la recontracojían (era de tarde, el ho­
rario es el horario) todos los miembros
de la banda excepto su novio (el amor
lo estaba tornando melancólico y de
pija floja). Vacilaciones de escritora, se
dijo la Yiya con no menos de tres ver­
gas dándoles vueltas en redor, como si
quisieran los matones sacarle secretos
del alma, como si quisieran -deliraba
ella- leer sus memorias antes. Antes de
que estuvieran publicadas.
Ajeno a todo esto, Ongaro daba con­
ferencia de prensa en la Biblioteca Na­
cional.
RICARDO STRAFACCE

La conferencia de prensa de
Ongaro

Compañeras y compañeros: como sa­


be hasta el más raso militante, como
bien colige el más criminal de los cula­
tas que me cuidan la espalda y asustan
en las elecciones internas (a los oposi­
tores muchas veces los internan, ja, ja,
perdonen, compañeros, me dio la loca
de hacer un chiste), como saben y no
ignoran el Gobierno, la oposición, los
milicos-marchanta y los miembros
del clero, que a esta hora [Ongaro finge
mirar su reloj pulsera], que a esta hora
[Ongaro hace gestos chuscos de universal
comprensión], que a esta hora deben de
estar pegándose flor de atracón con el
culo de algún niño, niño que, quizás,
fue puesto bajo su guarda, de acuer­
do, ¡pero no para que se la guardaran,
compañeros! [Aplausos], Como sabe,
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

en fin, el enemigo burgués, hay unos


secuestradores que retienen a mi seño­
ra contra derecho y, entre otras cosas,
la privan de su libertad sexual. ¡De su
libertad de género!
Aplausos.
Dicen los voceros de la oposición de
nuestro gremio que a la Yiya... Yiya es
mi señora, compañeros, treinta años de
militancia y matrimonio: permítanme
que a mi señora se las nombre "Yiya",
así, en confianza, como en familia, por­
que, no nos engañemos: ¡El sindicato
es nuestra segunda familia!
Aplausos.
Gracias, gracias, compañeros [Ongaro
hace gestos impacientes para que se apague
la comparsa, cesen los bombos, se afinen las
orejas para escuchar lo que se viene]. Dicen
los contreras de la oposición en el gre­
mio que a la pobre Yiya se la están co-
jiendo a toda hora. Y es verdad, compa­
RICARDO STRAFACCE

ñeros, lo reconozco. Pero no dicen toda


la verdad, y como sabe hasta el ciruja
que trabaja de basurero en el Comité
Central del Sindicato, como no ignora
hasta el último cagatintas del Minis­
terio de Trabajo, ¡no hay peor mentira
que una verdad mal contada!
Aplausos.
Sí, compañeros. Lo que no cuentan
estos sinvergüenzas de la oposición en
el gremio es que la pobre Yiya padece
una enfermedad congénita e incurable
(fiebre uterina en el culo). Yo lo supe
de entrada, ni bien la conocí. ¡Pero
igual me casé con ella, compañeros!
Aplausos, bombos, matracas.
Gracias, gracias, compañeros [Ongaro
hace gestos con las manos y con la cara].
Gracias, gracias [Ongaro hace un visaje a
los de seguridad para que se encarguen de
uno que aturde demasiado con el bombo].
Gracias, gracias, compañeros [Ongaro,
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

de repente, pone cara de chupamedias]. An­


tes de responderles a los contreras del
Sindicato debo hacer un alto para agra­
decerle al señor profesor González, que
dirige (¡A Perón le cortaron las manos,
compañeros! ¡No se conformaron!, no,
claro, qué se iban a conformar, ¡no se
conformaron con los huevos!), el señor
profesor González, decía, que preside
y regentea esta nacional y populosa Bi­
blioteca, haberme concedido la oportu­
nidad de dirigirles la palabra en medio
de estos santos muros, rodeado de tan­
tos libros y fantasmas eruditos.
Aplausos.
Sí, compañeros, aplaudan tranquilos
que la ocasión viene pintada. Porque
la circunstancia [Aplausos] de que un
trabajador pueda acceder nada menos
que a la ¡Biblioteca Nacional! [Aplausos]
para dirigirle la palabra [Bombos; mira­
da de reproche de Ongaro a los de se gurí-
RICARDO STRAFACCE

dad] a sus propios compañeros, aun en


un momento tan difícil (mi señora está
secuestrada, no sé si se acuerdan), en
un momento tan aciago (los de la opo­
sición dicen que se la están cojiendo a
lo loco; la pobre Yiya, incluso, lo admi­
tió en una solicitada), esa circunstancia
[Aplausos], esa circunstancia [bombos,
matracas] de que un trabajador pueda
acceder a la cultura... ¡no tiene precio!
Aplausos. Vítores. Carnaval carioca.
Gracias, gracias, compañeros [Cínga­
ro hace gesto de que la corten]. Gracias.
Gracias. Fijensé, compañeros, que
justo ayer yo estaba leyendo un libro
[Ongaro saca un libro del bolsillo del saco]
que me hizo acordar del esfuerzo de
mis padres, de mis abuelos, de mis
bisabuelos inclusive [Aplausos] para
que yo me hiciera trabajador pero que
a la vez le metiera mano, de tanto en
tanto, a la cultura. Y esta circunstan­
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

cia [Aplausos] me dio ganas de leerles


[Ongaro se calza gafas] un breve pasaje
[Ongaro busca en el libro] de este autor,
que se llama Pablo Ramos.
Estallido en las barras: /Co-lo-rado! /Co-
lo-ra-do!
No, compañeros [Ongaro se quita las
gafas y sonríe, condescendiente]. Con
el camarada Abelardo Ramos hemos
acordado y disentido, hemos tomado
distintos caminos que, sin embargo
[Aplausos], conducían siempre a la fe­
licidad del pueblo [Bombos]. Pero este
coso se llama Pablo Ramos. Para ser
franco, no sé si son parientes, pero la
circunstancia [Aplausos] de que ustedes
lo confundieran con Abelardo el Colo­
rado me hace pensar que no es casual
que ese mismo apellido natural ande
siempre meta y ponga por la Libe, por
la Libe. ¡Por la Liberación Nacional!
Esta última rima gusta mucho y Ongaro
RICARDO STRAFACCE

se deja vivar durante quince minutos segui­


dos, hasta que se aburre, hace un gesto a los
de seguridad y se vuelve a calzar las gafas.
Si a ustedes no les parece mal [Algo
amoscado, Ongaro todavía regurgita la
rima anterior, tan celebrada], si a ustedes
no le parece mal, compañeros, les leo
lo que pensaba leerles de este tal Pablo
Ramos. Fijensé, compañeros, que este
libro me hizo acordar de mi abuelo,
que se cansó de pedir fiado en el bur-
del hasta que juntó la plata necesaria
para comprarme mi primer balero. Fi­
jensé, che, fijensé qué lindo escribe este
paisano.
Barras: ¡Co-lo-rado! /Co-lo-ra-do!
Chito, chito. No se vayan por las ra­
mas, compañeros. Chito que les leo a
Pablo Ramos.
Silencio de misa. Lectura de Ongaro:
La casilla com enzó a rodearse de cemento.
Se hicieron losas, una terraza, dos habitacio­
nes y hasta se soñó con un balcón repleto de
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

m alvones y de helechos. Mi abuelo hacía todo


solo o con la ayuda de algún albañil, y el sa­
crificio, lejos de ser una carga, lo llenaba de
alegría: no im portaba cuánto, le daba el cuero
para volver a pie del trabajo y ahorrarse los 10
centavos del tranvía para que Juan y Ángel
fueran a la calesita.

Aplausos. Vítores.
¡La calesita, compañeros! [Ongaro se
quita las gafas con gesto de indignación].
¡La calesita le están haciendo a la po­
bre Yiya, mi señora! Parece que le ha­
cen ronda, compañeros, para vejarla
entre todos y por todos lados. ¡Y los
contreras del gremio, en lugar de dar
una mano, todavía tienen el tupé de
mofarse! ¡Mañana les contesto en los
diarios, ya van a ver! ¡Mis solicitadas
me las escribe Pablo Ramos!
III

R
aymundo Ongaro había conoci­
do a quien sería su primera -y,
a la postre, única- esposa en
un baile de disfraces organizado por
el Comité Confederal de la CGT para
conmemorar cualquier cosa, recaudar
fondos y, sobre todo, conseguirle no­
via a él que, de tanto militar, andaba
más necesitado de cajeta que huérfano
de teta o monaguillo de cura (de cura
proxeneta).
En efecto, a Ongaro le costaba la cosa
con las mujeres, ni siquiera las putas lo
querían atender: a pesar de que igno­
raban con erratas su orgullosa militan-
cia en el gremio gráfico, lo considera-
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

barí, sin reservas, un reverendo plomo.


Y no lo atendían nomás, a pesar de que
el sindicato salía de garante. "Bicicleta
con Suerte" lo llamaban en el áspero,
aunque dicharachero, mundo de la mi­
litan cia sindical.
La Yiya Peletieri, venida de provin­
cias cuando joven, dobló la curva de
los veinte en una peluquería emplaza­
da en una zona brava de San Cristóbal.
Peinadora de salón de buena puntería
y, sobre todo, de mucho palique para
charlarle a las dientas, manicureaba
a varios tauras del barrio que, de tan­
to en tanto, propina de por medio, le
metían alguna mano liviana abajo de
la pollera. Pupi Cariñela, dueño de la
peluquería y puto de toda la vida, no
le reprochaba estos deslices y en su
fuero interno la envidiaba hasta las lá­
grimas (además, con las propinas ma­
nicuras se ahorraba darle a la Yiya uno
RICARDO STRAFACCE

que otro aumento). Si en su próxima


vida (Pupi creía a muerte en la reen­
carnación) le tocaba la suerte de nacer
hembra, se ilusionaba, iba a hacerse
peinadora de salón -la vocación es la
vocación- como la Yiya, pero mucho
más puta que ella.
La Yiya, afiliada al Sindicato de
Peinadores Revolucionarios de la Re­
pública Argentina ( s i p e r r a ) , se dejaba
festejar por Manolo "Lacio" Sagastu-
gue, Secretario General de la entidad.
"Festejar", en realidad, es un decir. Lo
que el Lacio festejaba era lo lindo, pro­
fundo y variado que se la cepillaba a
la Yiya, para desesperación del Pupi
Cariñela, que si bien se favorecía con
este noviazgo (como era prácticamente
la suegra -a Yiya la quería como a una
hija- del capo del gremio, a todas las
otras empleadas las tenía en la palma
de la mano y además: además las te­
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

nía en negro) se ensoñaba imaginando


cómo sería de apuesto el Secretario
General de su futuro cuando él ( r e e n ­
c a r n a c i ó n o m u e r t e era su divisa) se
reafiliara otra vez al sindicato, pero ya
en condición de peluquera.
Así estaban las cosas (la Yiya, pei­
nado y palique a las dientas, propinas
manicuras y noviazgo con el Lacio; el
Pupi, velando las armas para cuando
le llegara la reencarnación manflora;
Sagastugue, firme y vertical en la con­
ducción del gremio) cuando llegó el
baile de disfraces.

El baile de disfraces de la cg t

En el Sindicato de Vendedores de
Confites y Afines, en su subsidiado
Salón de Festejos y Asambleas, salón
presidido por un busto de Perón (Pupi
Cariñela, suspiros: "Cuando me muera
RICARDO STRAFACCE

-reencarnación- yo también voy a te­


ner busto"), tendría lugar el celebrado
baile magno del Confederal. Ongaro
concurrió disfrazado de patrón (bas­
tón, galera, monóculo, habano y cara
de turro) y Yiya Peletieri, disfrazada
de puta (más o menos como se vestía
todos los días para cumplir sus funcio­
nes peluqueras). Pupi, de marinerito.
¿Sabrán las madres que salen con sus
niños de comparsa que todas las teo­
rías sobre la infancia coinciden en que
disfrazar a los niños de marineros no
se debe porque se vuelven indefectible­
mente putos? Salvo que se hagan mari­
neros, en cuyo caso igual van a salir pu­
tos pero allí el disfraz no tiene la culpa.
Pero disfrazar a un niño de marinerito
y llevarlo al corso, francamente, en fin,
es... Es como querer tocarle el culo al
destino. Pero insisten, no hay caso, tiran
dados, creen en el azar. "A mí no me va
LA NOVEL ITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

a pasar", dicen. No, claro, a ellas no les


va a pasar. Al niño marinero le va a pa­
sar. Un portaaviones por el culo.
Hay casos que trepanan el cráneo.
Nosotros mismos hemos presenciado
en el corso de Flores singular episodio.
Miraba la madre imprudente el desfilar
de las carrozas con el niño marinero -
punta en blanco y culito bombón- to­
mado de su mano. Risas, diversión,
sano esparcimiento (y excelente rela­
ción madre-hijo, además). Hasta un po-
mito muy mono le había comprado la
madre al pibe que, tal vez para compe­
netrarse más con su papelito marinero,
se sentía como pez en el agua rociando
con chorritos -aspersión- a los mur-
guistas que por la rivadaviana avenida
desfilaban. Hasta que acertó a pasar
una comparsa que a la madre le pare­
ció particularmente colorida. Las chicas
que danzaban semidesnudas, le decía a
RICARDO STRAFACCE

otra madre con la que acababa de hacer


migas -y, quizás, trabar una amistad
para toda la vida- en el corso y que se
mostraba, por lo pronto, más prudente
(su niño iba disfrazado de policía), le
parecían las más bellas de cuantas ha­
bían desfilado hasta el momento.
La madre y el niño disfrutaban des­
de la vereda. La colorida comparsa,
montada sobre una furgoneta recién
choreada, avanzaba junto al cordón.
Y en el momento en que la madre (to­
das las teorías sobre la infancia coinci­
den en que las madres son boludas o
lesbianas) tuvo a la colorida compar­
sa frente a sí, no resistió la tentación
de aplaudir. Fatal. Fatal porque para
aplaudir tuvo que soltar la mano del
niño marinero, que seguía con su po-
mito, niño que ípsofacto fue alzado en
vilo (el trajecito marinero, con sus vo-
laditos y su manga ranglan, para col­
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

mo, colaboraba con la operación: lo


agarraron más fácil que a un yudoka)
y se perdió en las profundidades de la
furgoneta robada.
¿Será necesario describir el horror,
horror tardío (lo hubiera pensado an­
tes), de esta madre pusilánime? ¿De­
bemos puntualizar que en la furgone­
ta recién choreada se desplazaba una
pandilla de travestís que, una vez que
el marinerito estuvo a bordo, desertó
del corso con rumbo desconocido?
El niño fue devuelto a su madre mu­
chas horas después en una comisaría
de la zona. Estaba desnudo pero de
buen semblante. Al verlo desnudo en
lo primero que pensó la pobre mujer
fue en el trajecito marinero (era alqui­
lado) pero enseguida se recompuso y
preguntó al oficial de guardia cómo es­
taba el pequeño. "¿Y qué quiere, doña,
cómo quiere que esté? Recontracoji-
RICARDO STRAFACCE

do", repuso el vigilante. Y después, re­


flexivo, agregó: "Los travestis también
tienen poronga, téngalo en cuenta para
la próxima".
Un desvío. Un desvío en nuestro
cuento, un desvío como el de la furgo­
neta choreada que ni bien desertó del
corso tomó por Bonorino y no paró
hasta la villa.
Llora, llora, Urutaú. La pampa tiene
el ombú y la villa, descampado. Un
descampado. Puro cielo. El marinerito
flameaba en la furgoneta y a los san­
tos le pedía que vinieran en su ayuda.
Que vinieran en ayunas mejor, porque
se iba a tener que comer ellos también
unas cuantas vergas. La pandilla de
travestis no se andaba con vueltas.
Hasta el pomito de juguete le metieron
en el culo al niño, al marinero.
Pero volvamos a la fiesta de disfra­
ces. Hagamos de cuenta que salimos a
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

fumar un cigarrillo, un vulgar cigarri­


llo, un último cigarrillo como ese que
se fuma con erotismo de patíbulo el
condenado a muerte. ¿Será cierto que
los condenados piden como última vo­
luntad fumar un cigarrillo? Nos resul­
ta sospechoso. ¿Ninguno pide echarse
un polvo? ¿O hacerse una puñeta por
lo menos?
Puñetas eran las que se hacía Ray-
mundo Ongaro y por eso el Confede­
ral daba la fiesta. A ver si de una buena
vez, a ver si de una vez por todas pin­
chaba el compañero apodado -cariño­
samente, en un marco de camaradería
y respeto-: "Bicicleta con Suerte".
Pero cuando el pobre se divierte...
¡Con lo que ha luchado el sindicalismo
argentino! Lo que ha luchado el sindi­
calismo argentino no tiene nombre ni
parda. Ni siquiera esta novela, que de
a ratos se empantana, puede sostener­
RICARDO STRAFACCE

le con las bolas bien puestas firme la


mirada al Comité Confederal. Incluso
acá, en Mar del Plata, perla del Atlánti­
co y alfiler de corbata de cuanto turista
se calce las ojotas y se ponga la malla,
hay sindicalistas de pelo en pecho. El
Sindicato de Bañeros, por ejemplo. Se
mandan unas huelgas que ¡mamma
mía! Todos los días se ahoga algún gil
alfonsinista. A lo Alfonsina. Yo por eso
no voy a la playa. Me mantengo reclui­
do en la celda familiar y le doy leña y
fogoneo a mis cuadernos y además.
Además envejezco sin descuento, to­
das las noches, cuando el día que ter­
mina ha dejado demasiado poco y sin
embargo -¿será posible?-, sin embargo
igual se va. Sebas, Sebas: ¡ese sí que era
un personaje! "Bicicleta con Suerte", en
cambio, no da ni para extra. El lúcido,
el lúbrico Sebastián tampoco garcha-
ba, es cierto. Pero al menos derrapaba
LA NOVEL ITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

su carencia hacia la lucha, babeaba las


banderas con su labia convencida y su
bien plantada moral (revolucionaria).
En cambio Ongaro... Para colmo en
una fiesta de disfraces. Para colmo dis­
frazado de patrón...
Mucho más sincera -y además, enci­
ma: encima estaba buena-, mucho más
sincera la Yiya -peluquera por las tar­
des y recontraputa todo el santo día-
que concurrió a la fiesta disfrazada de
sí misma. Apenas si acortose un poco
la pollera, apenas. Apenas se afiló de
apuro las turbias pestañas y sobre las
mejillas se echó un balde de rubor, un
balde -en ese rubro- irrespirable.
De balde. De balde disfrazarse de
puta porque eso de ser puta se lleva en
el alma. Si lo sabría el pobre Cariñela
que, siempre de marinerito, se conver­
saba a un guardaespaldas del Sindicato
de Fideeros. Impúdico pero estratégico,
RICARDO STRAFACCE

Pupi, vaya a saberse por qué, le apun­


taba -intuición femenina- a ese gremio.
La orquesta arrancó con música mo­
vida y Ongaro -siempre de patrón-
haciendo caso omiso de la media do­
cena de chirusas que el Confederal
tenía contratadas para que se pusiera
de novio, fuera feliz y de una buena,
de una vez, la embocara (la leche se le
estaba subiendo a la cabeza y el Mo­
vimiento Obrero lo necesitaba despe­
jado), Ongaro, desoyendo los consejos
de los suyos ("No se pierda, Ongaro:
es la mujer de un compañero"), pasán­
dose por los huevos el Decálogo del
Gremialista Enamorado, cagándose
soberanamente, incluso, en su propia
conciencia militante (lo hubieran pen­
sado antes, parecía querer decirles a
los organizadores del evento), sacó a
bailar a la Yiya.
Pero el Lacio Sagastugue, disfrazado
LA NOVEL ITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

de malevo, se acercó a la pareja que ya


danzaba (la Yiya, para variar, no supo
negarse) en el centro de la pista. Muy
compenetrado en su papel, se llevó un
dedo al ala del chambergo a modo de
saludo taura, y pronunciando de a una
todas las palabras, se dirigió a Ongaro
y le habló muy crudo:
-Tenga mano, tallador. Sofrene el
potro, compañero La Martona, que esa
prenda tiene dueño: un servidor...
Sagastugue llevó la mano al sobaco y
peló un acero. Pero Ongaro se le plan­
tó. ¿La Martona? No sólo lo insultaba a
él, pensó. ¡Le faltaba el respeto a todo
el gremio! Y a pesar de que el Lacio ya
manejaba el facón con más garbo que
un espadachín, "Bicicleta con Suerte"
lo quiso pelear a mano limpia.
Afortunadamente, el Secretario Ge­
neral del Sindicato de Vendedores de
Confites y Afines, en su carácter de
RICARDO STRAFACCE

anfitrión y disfrazado de juez de línea,


levantó el banderín. Interponiéndose
entre ambos contrincantes evitó (Evita
los miraba, vigilante, desde un cuadro
mal pintado colgado en la pared señe­
ra -y soñadora- que presidía y regen­
teaba al subsidiado Salón de Fiestas y
Asambleas del sindicato confitero) que
la sangre, la tinta y la leche llegaran al
río. Al río color de ministerio. Después,
al Lacio se lo llevaron a un aparte para
convencerlo de que la cosa era inocen­
te aunque Ongaro... Ongaro estaba re­
caliente y el Confederal no lo ignoraba.
Todavía la orquesta mandaba música
movida pero, ¿qué, qué?, se pregunta­
ban los caciques sindicales, ¿qué, qué?,
se interrogaban los popes del Confede­
ral, ¿qué pasaría cuando llegaran -len-
tos- los susurrados valses, los boleros
maricones, las páginas -m usicales- de
chamuyo y franela? ¿Qué, qué pasaría,
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

se preguntaban? Eso, se contestaban,


eso ni el mismísimo General -desde el
cielo- lo sabía.
Cariñela, a todo esto, ya tenía bas­
tante conversado al guardaespaldas
fideero y al Lacio Sagastugue lo frena­
ban entre cuatro. Ongaro estaba hecho
un demonio, llevaba el ritmo en la piel
y tenía la mirada perdida -aunque
certeramente apuntada- en las partes
principales de la Yiya. Y ella le aguan­
taba la parada, lo seguía por la pista.
En alguno de los revoleos de la danza
un bretel -que, por deslizamiento me-
tonímico, aludía sin tapujos a sus zai­
nos pezones- se le descolgó del hom­
bro desnudo como un monito de circo
y le aterrizó en el codo. Ella lo volvió a
ubicar en su sitio con movimiento dis­
traído y negligé, como quien se pone lo
que se quiere sacar.
Los del Confederal se apersonaron
RICARDO STRAFACCE

a la orquesta. Que no se les ocurriera


-avisaron-, que ni en su más remota
locura les diera la loca de tocar páginas-
franela. Que la siguieran con la música
movida. Eso, nada más, era lo que les
pedían.
Pero la orquesta tenía sus derechos
y planeaba -pentagram a- ejercerlos.
La afiliada orquesta tenía su carnet, su
dignidad y su Convenio. Para colmo
su propio Secretario General, su grato
nombre, se había hecho presente dis­
frazado de trabajador y disfrutaba de
la fiesta. Tenían su propio Secretario
General, tenían. Tenían al día -cada
uno- pagada la cuota de sus financia­
dos instrumentos y tenían su manco
repertorio (diez movidos, cinco lentos)
del que no se pensaban apartar aunque
tocaran a degüello. Estaban por largar
-avisaron con lealtad- los primeros
compases de "Larga poronga", un bo­
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

lero rockeado de Wilfredo Amoroso, y


después... Después no se hacían cargo.
Un dolor de cabeza (metafórico), un
apretón de huevos más verdadero que
el sol para el Confederal. Reuniones.
Consultas. Cabildeos. Sagastugue era
un dúctil elemento, un lobo de la pa­
ritaria y el trabajo a reglamento y ade­
más. Además era el pingo Secretario
General de Peluqueros. Pero Ongaro
era Ongaro. Ongaro era un cuadro
probado en mil batallas, un orador de
fibra y labia, un conductor.
Se tomó una resolución. La suerte
del Lacio quedó echada. Sin amena­
zas, sin titubeos, sin una palabra de
más pero tampoco de menos, a Sagas-
tugue lo mandaron a matar en seco.
Se comisionó para la turbia ejecución
de lo decidido por el Confederal a un
personaje. A un personaje que nuestro
lector ya tiene presentado.
RICARDO STRAFACCE

Pobre Pupi: ya lo tenía muy conven­


cido al guardaespalda fideero cuando
a su príncipe azul le llegó el encargo
negro. Que se ocupara de Sagastugue
-le mandaron a decir-, que se ocupara
y que no preguntara cómo ni por qué.
Dos tiros en el pecho con orificio de
entrada y salida y uno de gracia en la
cabeza por las dudas. El Lacio quedó
tirado -nunca se supo quién fue- en la
puerta del subsidiado Salón de Fiestas
y Asambleas del Sindicato Confitero.
Lo velaron -cajón cerrado- en la c g t .
IV

l Marqués de Sebregondi, an­

E clado en Buenos Aires por pro­


blemas de remesas y amenazas
calabresas, guarecido en una argentina
pensión de la calle Leandro Alem, ape­
nas asomaba el morro. La mafia cala-
bresa, la más tremenda y criminal de
toda la península, le había remitido al­
gún dinero destinado a la farmacopea
nacional (pastillitas para enloquecer
de todos los colores, barata industria
argentina, sustitución de importa­
ciones), lo cual a Sebre no le parecía
nada mal: hacía una diferencia y no
abrigaba. No abrigaba objeciones de
conciencia abrigado en su gabán. Pero,
RICARDO STRAFACCE

lamentablemente. Lamentablemente
le lamía la mente una idea de cuatrero.
Tenía otros planes el Marqués para esa
plata y además. Además tenía la nariz
y la bragueta cargadas de reproches,
de exigencias. En la droga más pura y
en muchachitos caprichosos se le había
ido disipando, como polvo en el vien­
to, el vento calabrés. Italia, entonces,
Italia ni siquiera pisar y ni siquiera la
mansa, la dulce Buenos Aires era solar
seguro para él. De manera tal que ape­
nas -lo estrictamente indispensable-,
apenas asomaba el morro de aquella
pensión de Leandro Alem donde ha­
bía encontrado cotorro y refugio. No
salía de su chabola sino en ocasiones
extraordinarias, no salía de la pieza
excepto que nariz o bragueta -sus dos
consentidas- se lo pidieran a los gritos.
La noche de nuestro cuento eran ur­
gencias de pernera las que lo llevaron
LA NOVEL ITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

a aventurarse hasta el bar Urraca, un


tugurio del Bajo donde -según men-
tas- se expendía la mitad del fernet
que se bebía en la ciudad y en el que
siempre se podía encontrar un pebeti-
to al que darle uno o dos billetes, dos
o tres sopapos y un pijazo -uno solo
pero suficiente- soberano, soberano.
Soberano en el sentido de Bataille.
El Marqués apartó la cortina mul­
ticolor (esas tiras de plástico que, en
teoría, debían cumplir la función de
impedir o, por lo menos, desalentar la
visita, y permanencia, de moscas al lu­
gar, a juzgar por lo que se veía adentro,
sobre todo durante las tardes de vera­
no, parecía que en realidad les daban
la b de la bienvenida, las invitaban -a
las moscas- a ingresar) y entró al bar.
Esa noche había ambiente en el Urra­
ca. Afuera regía el peronismo general
pero adentro... Adentro: marineros de
RICARDO STRAFACCE

ultramar, bufarras rasos de la zona, so­


plones, pasadores, travestís con som­
bra de barba y abogaduchos after hours
(el Escribano Borracho presidía una
mesa muy nutrida) se dejaban estar en
el local como si el tiempo -que ya les
había cobrado todo lo que cobrarles se
pudiera a esas piltrafas- pasara sola­
mente por afuera llevado por el viento
indiferente, Leandro Alem, una calle.
Un turco que se suicidó por una letra.
Leandro Nicéforo A len...
Alen. Alen, en las noches bravas
de derrape y anagrama, respondía
al nombre de "Lena" y mientras de
día -Alen, turquito inclaudicable- le
metía a las denuncias, por las noches
-"L en a "-, se la chupaba a cualquiera,
incluso: incluso a los enemigos de la
Causa. Pero la verdad se supo (Roca
y sus muchachos lo espiaban). Un día
(Roca se garchaba a la esposa de Wil-
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

de, quince años apenas desvirgados,


una flor), un día Roca lo citó a entre­
vista nacional (a la mujer de Wilde la
tenía, en bolas, acurrucaba en la parte
de no ver de su argentino escritorio),
Roca. Roca lo citó al turquito a política
entrevista y no bien lo divisó entrar, lo
saludó con afabilidad:
-Pase, pase, Lena, póngase cómoda.
(La esposita de Wilde -una niña- le
chupaba la pija mientras tanto en el es­
tilo "Campaña del Desierto", muchos
años después llamado por algunos -
ignoramos con qué pertinencia- "Po­
ronga del Desierto" o, también, "Tus
Memorias las voy a revisar yo, papito,
y de estas mamadas no se va a enterar
nadie, excepto: excepto mi marido".)
-Pasé, Lena -invitó Roca-, póngase
cómoda, póngase todo lo cómoda que
quiera. Yo, total -Wilde's zvífe, sótano
del escritorio-, no tengo apuro.
RICARDO STRAFACCE

(Se controlaba Roca, acababa cuando


se le cantaba el culo.)
El turquito Alen, entonces, supo que
su carrera política estaba destruida.
Intentó, es cierto, un último manota­
zo de ahogado. Si Alen daba "Lena",
y el anagrama se sabía, Aletn -lem a- le
podía salvar el culo ante la multitud y,
de paso, contribuir al desarrollo de la
democracia permitiendo la participa­
ción de las minorías (en su desespe­
ración, acababa de inventar la Ley de
Lemas). Pero nadie le creyó. Se pegó,
entonces, un tiro maricón no sin antes
dejar fundado un partido mentiroso e
instaurar una leyenda. Roca -d icen -
también se lo cojió. Inclinado sobre ese
escritorio nacional, Alen, más Lena y
menos Lema que nunca, recibió ese pi-
jazo argentino con la vista clavada en
unas carpetas donde constaban todos
los detalles de un negociado felón (¿ya
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

lo había denunciado?; con la pija de


Roca trabajándolo de apuro ya ni él se
acordaba). La esposita de Wilde, mien­
tras tanto, tiritaba de frío bajo el pin­
güe escritorio, desnuda hasta las bolas
y despechada como nunca. Hasta afi­
liarse a la Unión Cívica pensó la pobre.
Pero los chillidos de "Lena", que grita­
ba -A lén - como loca de cloaca, la hi­
cieron desistir. Eso sí -se prometió-, se
lo iba a contar todo, con pelos, señales
y detalles, al primer historiador que le
rompiera el culo. Pero los historiado­
res son gente de mucho estudio y poca
pija, por eso esta historia. Por eso esta
historia, hasta ahora, no se supo.
El Bar Urraca. Ahí estábamos, si mal
no recuerdo, cuando el turquito Alén
se murió -d e muerte política- ensarta­
do por Roca. El Urraca. Media docena
de impúberes, a mitad de camino entre
el cambio de sexo y la delincuencia ju­
RICARDO STRAFACCE

venil (aplazaban una decisión impor­


tante, de acuerdo, pero eran jóvenes:
¿para qué apurarse?), paseaban sus
encantos por el lugar. El Marqués se
pidió un fernet puro, lo rebajó con un
gargajo y se lo mandó de un saque. In­
mediatamente se hizo servir otro y re­
pitió la operación. Recién con el tercer
trago en proceso de paladeo y disfrute
sintió que se le despejaba la cabeza,
que se le aclaraban las ideas y que se le
redoblaban las ganas de bragueta (los
mozalbetes iban y venían, a lo Arlt, por
el Urraca). Recién entonces advirtió
que lo tenía al Pupi Cariñela, a quien
conocía del lugar, acodado junto a él.
Lagrimeaba Pupi. Lagrimeaba en la
barra por la partida de un chonguito
muy decente que lo atendía un par
de veces por semana a módica tarifa.
Primeriado por un ganadero que, des­
esperado por el pibe, se lo había lleva­
LA NOVEL ITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

do a la estancia, Pupi estaba inerme


(ni malvendiendo la peluquería po­
día competir con el otro) y recaliente
además. El boyerito, para colmo, aca­
baba de remitirle una carta del género
conceptual donde combinaba viejas
canciones infantiles, letras de tango y
chistes verdes para hacerle saber, en
pose de mujer fatal, que ya no lo vería
nunca, nunca, nunca más.
-Ya no hay poesía -dijo el Marqués
palmeando suave a Cariñela-, ya no
hay poesía -fernet, gargajo, fondo blan-
co-, ya no hay poesía que me espante y
ya no hay prosa -palmadita a Cariñela-,
ya no hay prosa que me afloje la verga.
Con el cuarto fernet Sebregondi ex­
trajo su ración de droga, la peinó sobre
el mostrador y la aspiró en tres tiem­
pos sirviéndose de un billete de cien
dólares enrollado. Después, con la uña
del dedo meñique juntó lo que del pol­
RICARDO STRAFACCE

vo quedaba sobre el mostrador y se lo


llevó a la nariz. Enseguida, reanimado
por la droga, alisó el billete, lo puso
bajo el vaso de fernet y esperó.
Una nube de muchachitos comenzó
a arrimarse. El Marqués los contempló
con paciencia, sin precipitarse -parecía
una señora mirando vidrieras- y al fin
se decidió por uno al que le hurgó con­
cienzudamente las nalgas al tiempo
que con un solo gesto señaló el billete
de cien dólares que esperaba, crujien­
te en virtud del enrollado y el alisado
posterior, tenso como si presintiera
que estaba a punto de cambiar de due­
ño, vaso el bajo de fernet.
-¡Oh, señor! -el impúber ya tembla­
ba de codicia-. ¿Todo para mí?
-Todo, sí, para vos-Sebregondi seña­
ló a otros tres pebetes-, para vos -esa
noche se sentía magnánimo el Mar­
qués- y tus tres amiguitos.
V

ero volvamos. Volvamos a la

P Argentina Federal. Volvamos a


esa Argentina que, perra, repre­
sentativa y democrática, campea en el
Urraca:
-L a literatura, Cariñela, es cosa del
pasado -gargajea Sebregondi en la ba­
rra del bar-. La literatura, entendámo­
nos de entrada, mi querido, es un pre­
so al que le cargan todos los hechos.
¿Decís que el boyerito te escribió una
carta? No le contestes, peluquín, segu­
ro que te quiere sacar más plata.
Sebregondi. Quinto fernet. Gargajo.
Narigueta.
-Yo también me amancebé un putito,
RICARDO STRAFACCE

Cariñela. Un putito que tenía el mate


lleno, para no hablar del orto, que tenía
el mate lleno de ilusorias ficciones. Es­
cribía versitos el infeliz. Yo lo trabajaba
con un bravo cinturón de cuero y ta-
chas-fierro. Verga, cinturonazo. Verga,
cinturonazo. Verga, cinturonazo. Cada
tanto, un sopapo -estratégico- en la
nuca. Masoquista el pibe, como se dice
ahora. Además de recontraputo, lógico.
Y cuando yo hacía un alto para clavar­
me algún fernet, el mocoso agarraba la
birome y le daba al escribir. A escribir
sus versitos maricones. La pucha que
trae lecciones el tiempo. El tiempo. Con
sus desalojos y mudanzas.
Los habitués del Urraca a todo esto,
muy coherentes o muy contradictorios,
peroraban en ese momento de mesa a
mesa sobre la relajación de las costum­
bres juveniles y al mismo tiempo -este-
reofónico- a los pebetes que paseaban
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

sus encantos por el bar les metían mano


sin freno ni asco. El Anguila Peralta -
también llamado, por los suyos, en
suma confianza, "Cacho de Carne"- no
ocultaba su preocupación:
-Fíjese que éstos -zarandeó al pibito
que tenía sentado en las rodillas-, és­
tos por lo menos se dejan ensartar por
un billete, se ganan la plata. Pero hay
otros...
No pudo terminar la frase, la indig­
nación le desfiguraba la cara.
Pancho Berlanga, taxista por necesi­
dad y muerdenuca convencido, quiso
dar opinión:
-Pero reconózcame -e l desafiado era
"Cacho de Carne"-, reconózcame que
con esos putitos de oferta uno se aho­
rra un peso...
El Anguila Peralta acarició la blonda
cabecita del mocoso que jugaba al co­
lumpio en sus rodillas y concedió:
RICARDO STRAFACCE

-D e acuerdo, a mí tampoco me sobra


la plata. ¿Pero a costa de qué?
-¡A costa de la perdición! -vociferó
el Escribano Borracho desde la puerta
del baño, al que se disponía a ingresar
con un niñete- ¡A costa de la perdición
de la inocencia juvenil!
Berlanga (aprovechando que el otro
ya se había metido en el toilette):
-Claro, total él tiene la escribanía.
Con el taxi no es lo mismo.
"Cacho de Carne" Peralta:
-E sa se la concedo.
Atornillado a la barra, Sebregon­
di escucha la conversación mientras
piensa en otra cosa. Acunado por los
dulces efectos de la droga y fernetea-
do hasta las bolas, se consuela de sus
muchas penas con un muchachito que
se mece, calmo, entre sus piernas. Le
interesa la droga, el fernet, el bufarreo,
pero le interesa también, se da tiempo
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

para curiosear, la apasionante vida sin­


dical. A Cariñela le recuerda la muer­
te de su Secretario General. Se lo han
muerto, ¿o no? ¿Qué clase de peronista
es el Pupi -le reclama- si ante tan pe­
rra desgracia le viene a llorar por uno,
antes puto de ciudad, ahora boyerito
pampa, que le hacía descuento?
Cariñela no es de meterse en política,
aclara Pupi, y el Marqués lo manda a la
mierda sin escalas. Apacigua entonces
el ronco cantinero, otro fernet, gargajo.
Sebregondi ya tiene al muchachito ovi­
llado entre las piernas y recupera -raro
en é l- la paciencia. Pero no celebra.
Sebregondi no celebra ya ni sus pro­
pias ideas. Decidido a llevarse a unos
cuantos menores a la perra pensión de
Leandro Alem, quiere aprovechar la
charla -mientras se termina el último
fernet- y empaparse del tema gremial.
Es ambicioso, además. Si averiguan el
RICARDO STRAFACCE

autor de la muerte del Lacio -le pro­


pone a Cariñela- la conducción es de
ellos. O por lo menos, la Secretaría de
Redacción del periódico del gremio.
Que Pupi le empiece a meter a la lec­
tura de novelas sindicales, que no se
pierda. Que no se pierda ¿Quién mató a
Rosendo?, le aconseja.
VI

S
erá lícito afirmar, mientras mira­
mos la barra del bar donde Cari-
ñela y Sebregondi -linda pareja-
conversan de la vida en general, que,
contra todas las apariencias, es el Mar­
qués quien nos entristece la novela?
Otra hipótesis fuerte: los bufarras, en
el fondo, aman. Los putos, no.
No se nos escapa... No se nos escapa
ningún mocoso putarrín pero además,
además no se nos escapa que al tocar,
el culo, de este tema nos metemos en
problemas.
La cuestión es que el Marqués de
Sebregondi y Pupi Cariñela, acoda­
dos en la barra del Urraca, se inter-
RICARDO STRAFACCE

cambiaban sucedidos, nostalgias. El


peluquero, sabemos, estaba esperan­
zado hasta las bolas con la reencar­
nación. El Marqués, en cambio, ya
no creía ni siquiera en la impoluta y
peliaguda concha de su madre, y sin
embargo. Sin embargo -y acá viene
lo lindo, lo estadístico del caso-, sin
embargo es el Marqués el que tiene
los recuerdos más nostálgicos, más
amargos: más genuinos. Hubo un
tiempo, rememora Sebregondi sumi­
do en su parva rutina -fernet puro,
gargajo luminoso, polvito de dro­
gar-, hubo un tiempo, Pupi, en el que
yo tuve familia, mujer, tuve el mate
lleno de ilusiones y ahora, para serte
franco, en lugar de garcharme a este
pendejo, me gustaría...
Suspiro de Sebregondi y mueca in­
diferente de Pupi. De repente, el Mar­
qués toma de las solapas a Cariñela, lo
LA NOVELITA TRISTE DE OSVALDO LAMBORGHINI

sacude con iracundia y trascartón le


cruza la cara de un sopapo:
-Escúchame, peluquita, ¿quién cara-
jo sos vos para ponerle cara de orto a
mis recuerdos?
Problemas para Pupi Cariñela. El
no tiene, ni quiere tener, recuerdos o
nostalgias o pindongas del amor de
una mujer. A él le importan un carajo
la concha y la pollera (excepto -reen­
carnación- las propias, no la de esas
locas). Con lo que está sufriendo de ca­
rencia -boyerito, estancia y cielo abier­
to-, ¿encima se tiene que aguantar a un
marqués melancólico? ¡Faltaba más!,
escupe sobre el estaño haciéndose el
guapo. Vase. Vase sin saludar.
El Marqués miró salir a Pupi, algo
sorprendido del arranque varonil del
peluquero. Después se volvió hacia el
último resto de fernet que tenía en el
vaso:
RICARDO STRAFACCE

-Ya basta -últim o trago de fernet-,


ya basta -dijo como hablando consigo
mismo.
Enseguida, izó de los pelos al impú­
ber que tenía ovillado en la entrepier­
na como haciéndole saber que ya era
hora de partir:
-Ya basta. Ya guasca, muchachito.
Arriame a los otros pibes y vamos para
la pensión. Mañana será otro día y tu
culo de princesa, una meca, un santua­
rio, un templo. Infinito.
ACERCA D EL AU TO R

R
icardo Strafacce nació en Buenos
Aires en 1958. Publicó Osvaldo
Lamborghini, una biografía (Man­
salva 2008) y las novelas El crimen de
la Negra Reguera (Beatriz Viterbo 1999),
La banda del Dr. Mandrile contra los co­
razones solitarios (Beatriz Viterbo 2006),
La boliviana (Mansalva 2008), La trans­
formación de Rosendo (Mansalva 2009),
Carlutti y pareja (Mansalva 2010), Crí­
menes perfectos (Mansalva 2011), El
Parnaso argentino (La calabaza del dia­
blo, 2012) y Frío de Rusia (Blatt & Ríos,
2013). En poesía, Bula de lomo (Spiral
RICARDO STRAFACCE

Jetty, 2011) y De los boludos no tenernos


la culpa (Pánico el pánico, 2012). Tuvo
a su cargo la antología Nuestro iglú en
el ártico, relatos escogidos de Mario Le-
vrero (Criatura Editora, 2012).
ARTE DE TAPA

Mariano Combi
Sin título, de la serie "Historias de prensa” .
Impresión digital. 60 x 45 cms. 2012.

ací el 19 de abril de 1984, en la


ciudad de Buenos Aires.
Entre los años 2003 y 2008
cursé la Licenciatura en Artes Visua­
les en el IUNA. Realicé clínica de obra
con Esteban Alvarez (2007) y Mariano
Vilela (2008/2009). En el año 2009 cur­
sé la Beca ECuNHi-Fondo Nacional
de las Artes. En 2011 fui seleccionado
para participar del programa Joven y
Efímero del Centro Cultural Parque
de España, en Rosario. Desde ese año
formo parte del Grupo Excursionistas,
con quienes organizamos muestras en
distintos lugares de la provincia de
Buenos Aires.
Participé en muestras colectivas
que se hicieron en: Fondo Nacional
de las Artes; Centro Cultural Parque
de España (Rosario); ECuNHi; Mu­
seo López Claro (Azul); La Casona de
los Olivera; Galerie Argentine (París);
Espacio Cultural CTA Capital; Museo
Carlos Ameghino (Mercedes); Mundo
Dios (Mar del Plata); Embajada de Ar­
gentina en Berlín.
Que los árboles muertos
en este papel
vuelvan a crecer árboles
cuando hombres y mujeres
hayan saciado su sed
de conocimiento.

Se terminó de imprimir en
Tecno Offset, José Joaquín Araujo 3293, cABA,
en septiembre de 2013.

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