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Daniel Humberto Jiménez Hermida. Seminario Boecio. 21. 10. 2020

Este resumen describe un documento académico que analiza el concepto de providencia en la obra La Consolación de la Filosofía de Boecio. El documento explica la diferencia entre la providencia, el plan divino, y el destino, las interacciones entre seres. También argumenta que Dios conoce los corazones y motivos de las personas, por lo que los castigos y recompensas son siempre para el bien del alma individual.
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Daniel Humberto Jiménez Hermida. Seminario Boecio. 21. 10. 2020

Este resumen describe un documento académico que analiza el concepto de providencia en la obra La Consolación de la Filosofía de Boecio. El documento explica la diferencia entre la providencia, el plan divino, y el destino, las interacciones entre seres. También argumenta que Dios conoce los corazones y motivos de las personas, por lo que los castigos y recompensas son siempre para el bien del alma individual.
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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía

Seminario: La Consolación de la Filosofía

Director: Alfonso Flórez

Estudiante: Daniel Humberto Jiménez

21 de octubre de 2020

LA MADUREZ COMO ACEPTACIÓN DE LA PROVIDENCIA

El prisionero, hasta el momento, ha logrado recordar qué bienes le pertenecen (2. P.


IV) y, además, hacia dónde debe orientarlos (3. P. X). Por otro lado, ha reconocido ante su
maestra que Dios es el bien por el cual todo deseo se colma, pues en Él habita todo aquello
que es apetecible y solo contemplándolo es factible realizar propósito alguno (3. P. VIII). En
añadidura, el enfermo ha aceptado la simplicidad de Dios, su identidad con el bien y la
posibilidad del hombre de participar de su felicidad absoluta (beatitudo), dedicando su vida
a imitar la completa falta de mezquindad con la que concibe y gobierna el mundo (3. M. 9 –
3. M. 12). Después de todas estas proposiciones y demostraciones llevadas a cabo por
Filosofía, el condenado a muerte pregunta, con cierta reticencia, por cuál es la causa del
triunfo de los malvados sobre los bondadosos, ya que, superficialmente, el hombre justo es
sometido al insaciable capricho de los codiciosos y depravados, mientras estos se elevan entre
los aplausos de la muchedumbre (4. P. I). Filosofía, ante este alegato de su pupilo, expone
una serie de argumentos que afirman que “el bien y el mal son opuestos” (4. P. II) y que, por
consiguiente, quienes hacen el bien se hacen poderosos, felices, divinos y acertivos. También
son premiados por Dios por vivir inmunes al juicio particular de los perversos. En contraste
con los hombres justos, los depravados interpretan de forma particular los bienes, cayendo
en la particularidad que les impide conocer la forma en la que la naturaleza fue dispuesta por
el creador. Por eso mismo, todos los malvados son débiles, desgraciados, incapaces de
alcanzar el bien general del hombre y, por tanto, inhumanos. En consecuencia de estas
flaquezas, son castigados por Dios por ser vulnerables a las inclinaciones terrenales. A pesar
de estas afirmaciones de la augusta dama, su alumno sigue sorprendido al juzgar que “a los
buenos alcance la sanción del crimen y a los malvados se reserve el premio de la virtud.”
Para el prisionero sería menos escandaloso que unos sucesos tan desproporcionados se
dieran, si fuese el caos y el azar, aquello que sujeta las riendas del mundo (4. P. V). Ante esta
situación, la maestra de todas las virtudes indica que el ser humano no contempla bien los
fenómenos regulares producto de Dios, pero sí los errores de su especie que, con una
tremenda deshonestidad, achaca al padre universal (4. M. 5). Por este motivo, se pregunta la
solemne nodriza si:

“¿Es suficientemente recto el juicio de los hombres para que necesariamente


sean buenos o malos los que ellos han declarado como tales? Antes bien, los juicios
humanos se contradicen notablemente en este punto: aquel que unos consideran digno
de recompensa, para otros merece el castigo.” (4. P. VI).

En verdad, los hombres juzgan los hechos del mundo sin conocer al orden que obedecen. Sin
conocer la relación entre el ser y el bien, y los medios de los que el artista universal se sirve
para prestar movimiento al cosmos, culpan a este de los sucesos aparentemente caóticos
presentes en la vida. De esta manera, Filosofía debe regresar a la temática presente en el libro
II, cuando se discute acerca de los bienes que el hombre tiene derecho a reclamar. Pero, en
esta ocasión es necesario discutir, no acerca de los bienes sobre los que el hombre tiene
dominio, sino sobre los medios de los que Dios se sirve para gobernar el universo, teniendo
cada uno de ellos una jurisdicción propia sobre una serie de hechos, porque no es prudente
en esta investigación confundir el fin de todas las cosas con sus medios (3. P. II). Así,
comienza la cuidadora a detallar las diferencias entre la Providencia y el Destino.

La Providencia es el plan trazado en la mente divina que dota a todo ser de lo necesario para
realizar su deber en el mundo, mientras que el Destino es la fuerza, por medio de la cual, esos
distintos seres interactúan unos con otros, generando nexos que les permiten llevar a cabo
sus actividades innatas. Por ejemplo, un recién nacido expresa todas las cualidades materiales
de un ser humano. Este mismo es efecto del apariamiento de sus ancestros. A pesar de esto,
el bebé requiere de cuidados, vestimenta y afectos para poder llegar a desplegar su facultad
principal, la razón. La Providencia planta en el hombre el germen para alcanzar tal poder,
pero, por medio del Destino, Dios forja los vínculos, en un determinado lugar y momento (4.
P. IV), que le permiten desarrollarse hasta el punto de adquirir un uso pleno de razón y, así,
tomar las riendas de su vida, cultivando su carácter biográfico1. Cómo bien indica Astell, hay
una transición en la investigación de la Consolatio desde las causas externas, materiales y
eficientes, hacia las causas internas e intelectuales. Asimismo, las consideraciones del
prisionero mudan de un examen inmediato y particular de su sufrimiento hacia una
evaluación figurativa (Astell, p. 42 – 46, 2019). Esto último significa que el examen de su
situación debe ir más allá de las opiniones imperantes en el contexto popular, pues estas no
permiten percatarse de que: “el orden del Destino depende de la simplicidad de la
Providencia.” (4. P. IV). Es decir, que los lazos que el hombre urde a lo largo de su vida no
contrariar las disposiciones naturales de las que fue dotado por la Providencia, por la mente
divina. Por esto dice Filosofía que:

“(…) todo aquello que está sujeto al Destino depende igualemente de la Providencia,
incluso el mismo Destino; (…). Pues de la misma manera que entre todas las esferas que giran
alrededor de un mismo eje la más interior participa en mayor grado de la unidad e inmovilidad
del centro común, (…), esencialmente uno e indiviso; y al modo que todo se une con tal
centro necesariamente escapa de la complejidad y dispersión que el movimiento supone; así
también cuanto más se aleja un ser de la inteligencia suprema más implicado se ve en las
redes del Destino; (…).” (4. P. IV)

De esta forma, Filosofía insiste en que es el hombre quien se arroja a sí mismo hacia
las vicisitudes del mundo mudable, debido a su limitada capacidad, su ignorancia y la
incontinencia2. La opinión perversa que responsabiliza a Dios del alejamiento del hombre de

1
En este punto sigo las distinciones efectuadas por Aristóteles en su Física (II) entre las
cuatro causas, siendo la causa formal del hombre su uso de razón para llevar una vida prudente y, a
su vez, siendo su causa final la contemplación de Dios, como señala en el libro X de Ética a
Nicómaco.

2
Esta actitud del condenado resulta extraña, pues a lo largo de su tratamiento se han
declamado en varias ocasiones verdades de las que se podría inferir la culpabilidad del hombre de su
desgracia. En el libro II se discutió el deseo desenfrenado y mal enfocado. En el siguiente capítulo se
su estado de plenitud natural, fruto de las astenias mencionadas con anterioridad, ignora el
hecho de que la inteligencia divina no está en el mismo nivel que la humana. En realidad, el
bien supremo cuenta con el conocimiento del corazón y las intenciones de sus criaturas, por
eso, advierte Filosofía: “procede con cautela, no sea que siguiendo la opinión vulgar
vengamos a dar con resultados contradictorios e inaceptables.” (4. P. VII), y, también: “(…),
te diré que tal vez quien tú consideras justísimo y celosísimo de la equidad, es muy diferente
a los ojos omniscientes de la Providencia.” (4. P. VI). Siendo así, Dios conoce el corazón de
los hombres, al ser conciente de la convicción o falta de concordia entre sus pensamientos,
palabras y actos. Por eso, según la condición particular de cada espíritu, el creador destina
castigos o recompensas, prestando de esta manera un balance supraterrenal al alma. Solo al
regirse por el plan divino se puede enfrentar bien al Destino. Como decía el penetrante
Heráclito: “el carácter es el destino de los hombres (Ηθος Ανθρωπῳ Δαιμων)” (García, p.
189, 2006). De esta forma, un hombre que forja su carácter rodeado de bienes particulares,
resulta estar inmiscuido en una prueba de Dios para que vislumbre su perfección a partir de
la imperfección de su entorno mudable, posibilitando el vivir conforme a las leyes de la
Providencia e independizándose de los nexos particulares urdidos por el Destino y, empero,
manteniendo una vida guiada por la razón eterna. En cambio, el malvado, que está sumido
en los bienes inmediatos y evidentes y, por eso mismo, sufre por su incompletitud, es
reformado por el sufrimiento que le sigue al disfrute de estos placeres. Así, Dios quiere ser
intuido por los malvados a partir de la imperfección material, porque, carente de toda envidia
y mezquindad, desea el bien de todos sus hijos (3. M. 9).

Se pone en evidencia que toda sanción del creador, sea un premio o castigo, es efectuada con
miras al bien de la criatura en cuestión. Por eso dice Filosofía:

expone en qué consiste este error del juicio y las motivaciones. E, igualmente, al comienzo del libro
IV se despliegan las consecuencias del desconocimiento del bien supremo (beatitudo).
“(…) los malos han servido de instrumento a la Providencia para que otros como
ellos se hicieran buenos. Solo el poder divino pueden convertir el mal en bien. (…). Existe
un orden general que abarca el universo entero; y todo lo que se aparta del lugar que le
corresponde, puede caer en el ámbito de otro conjunto también ordenado; (…) porque en el
reino de la Providencia, nada ocurre al azar.” (4. P. VI).

Los seres humanos, por su parte, no tienen “ni inteligencia para comprender ni palabra para
explicar la ordenación de la obra divina.”. Ante esta situación, el sabio debe congraciarse con
todos los seres, incluso con los perversos (4. P. IV), pues el odio hacia su ignorancia y
ausencia de poder solo acolita los vicios, mientras que el amor y la preocupación por sus
almas fomenta la vida virtuosa que saca a las inclinaciones conscupiscentes del corazón
humano3, dejando espacio para que sea colmado por el summum bonum: “fin universal, pues
no pueden subsistir sino a condición de refluir conducidos por el amor, hacia la causa que les
dio el ser.” (4. M. 6).

Como es posible observar, Dios solo es capaz de ejercer el bien sobre sus obras, sea ya por
medio de castigos o a través de premios. Así, toda fortuna es buena o, al menos, útil. Incluso
para el sabio que se lanza en ristre contra los embates del caprichoso juego de Fortuna.
Quienes hacen lo que deben y quienes poseen virtud y ecuanimidad aprovechan cualquier
oportunidad para reforzar la fortaleza de su alma, sin ensañarse con odio contra la Fortuna y
sus esclavos, pues es como el soldado valiente que es llamado para asistir al frente de batalla
para repeler al enemigo que, en este caso, es el vicio. Por eso, toda ocasión es una oportunidad
para consolidar la virtud. El carácter benévolo o malévolo de la fortuna depende de las
virtudes que se cultiven, si son buenas, todo suceso es recibido con ecuanimidad, pero, de ser

3
En el diálogo apócrifo Alcibiades I, o de la naturaleza humana, Sócrates muestra una actitud
semejante al preocuparse por el alma de Alcibiades, que está a punto de asumir el comando de las
armas en Atenas mientras, sin embargo, ignora qué implica gobernar, pues cree que por poseer bienes
finitos es digno de asumir tal cargo, descalificando a todo posible maestro que le enseñe las virtudes
necesarias para tal tarea (109d).
malas, se es consumido por el vicio y la búsqueda incansable de todos los bienes en su forma
particular4.

Para concluir, es importante hacer una mención a Platón en esta transición de la interpretación
literal de la desgracia hacia una figurativa, también expuesta por Astell. La censura realizada
por el fundador de la Academia a los relatos hesiódicos, homéricos, pindáricos, en la
República, tiene el objetivo de salvaguardar las disposiciones virtuosas del alma, pues en
caso de que los hombres conociesen el desmedido ímpetu de Zeus por cohabitar con Hera, o
el cruel destierro de Cronos, por ejemplo, creerían que esas son actividades y actitudes bellas,
dignas de admirar e imitar (375e – 383c). Pero, como advierte el filósofo ateniense: “la
divinidad, pues, es buena, no puede ser causa de todo, como dicen los más, sino solamente
de una pequeña parte de lo que sucede a los hombres; mas no de la mayor parte de las cosas.”.
Por eso no admite la máxima homérica que reza que Zeus sea “dispensador de bienes y
males.”, o que “dos tinajas la casa de Zeus en el suelo fijadas tiene: repleta está la una de
buenos destinos y la otra de malos; (…).”, pues como ya se adviritió, estas consideraciones
obedecen a los impulsos irracionales de los hombres, los cuales buscan su justificación
achacando el comportamiento reprochable a los dioses5. Esta lectura literal, advertida por
Platón, y expuesta por Astell, impide a los seres humanos actuar de acuerdo a principios
universales, es decir, según el plan divino, por lo que terminan extremadamente atados a los
nexos forjados por el orden del Destino. Boecio debe realizar un viaje desde la presencia
material e inmediata de los bienes hacia la presencia inmaterial, aparentemente ausente, de

4
El arte de asesinar, por ejemplo, parece ser una actividad que puede llevarse a cabo de
manera excelente, cosa que no la hace buena ni digna de estima.

5
Al igual que Filosofía, en boca de Fortuna, cuando le recuerda al encarcelado que quien se
suscribe su juego es responsable del desenlace de su vida, no la diosa: “¿No aprendiste de niño que a
la entrada del templo de Júpiter había dos toneles, uno lleno de bienes y el otro de males?” (2. P. II).
Dios, la única fuente de madurez, virtud y autonomía. Como advertía Platón, a través de la
figura de Sócrates:

Porque el niño no es capaz de discernir dónde hay alegoría y dónde no y las


impresiones recibidas a esa edad difícilmente se borran o desarraigan. Razón por la
cual hay que poner, en mi opinión, el máximo empeño en que las primeras fábulas
que escuche sean las más hábilmente dispuestas para exhortar al oyente a la virtud.
(Rep. 378e).

Por esto último, se entiende el por qué en 4. M. 7 Filosofía canta que solo es Hércules6 quien,
de forma efectiva, regresa a su patria, pues al no enfrascarse en un odio contra sí mismo,
debido a haber asesinado a su mujer y a su prole y, por haber concluido sus doce tareas con
esmero, evita cometer venganza, por lo que regresa a las estrellas en medio de la pira que lo
consume. Mientras tanto, Odiseo se granjea el odio del mar al haber vengado a sus marineros,
al sacarlos violentamente de las vísceras de Polifemo, hijo de Poseidón. Por otro lado, por
vengar la muerte de su amante, Aquiles pierde su vida, al desobedecer los consejos de Atenea
y su madre, la diosa Tetis. Agamenón, por su parte, se acarrea la desgracia de perder a su hija
para comprar de vuelta el favor perdido de Artemisa, sacrificando a Ifigenia, por lo que queda
“despojado de su corazón de padre”. Todas desgracias acaecidas por ceder a los impulsos y
propósitos particulares.

Referencias bibliográficas:

Aristóteles. (1985). Ética a Nicómaco, Ética Eudemia. Julio Pallí Bonet (Trad). Madrid:
España. Biblioteca Clásica Gredos.

Aristóteles (1995). Física. Guillermo R. de Echandía. Madrid, España. Biblioteca Clásica


Gredos.

Astell, A.W (2019). Job, Boethius, and epic truth. New York, U.S.A. Cornell University
Press.

6
Claramente, el mito es alterado por Boecio, pues el orden del argumento y su desenlace es
radicalmente distinto al de Eurípides, por ejemplo.
Boecio (2005). La Consolación de la Filosofía. Pablo Masa (Trad), Retamar (Almería),
España. Ediciones Perdidas.

García, C. (2006). Historia, Novela y Tragedia. Madrid: España. Alianza Editorial.

Homero (1993). Odisea. José Manuel Pabón (Trad). Madrid, España. Biblioteca
Clásica Gredos.

McMahon, R. (2006). Understanding the Medieval Meditative Ascent. Augustine, Anselm,


Boethius & Dante. The Catholic University of America Press. Washington, D.C. EE.UU.

Platón (2017). Diálogos VII. Dudosos, Apócrifos, Cartas. Juan Zaragosa, Pilar Gómez
Cardó (Trad), Madrid, España. Biblioteca Clásica Gredos.

Platón (2018). La República. José Manuel Pabón, Manuel Fernández – Galiano (Trad),
Madrid, España. Alianza Editorial.

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