Ciencia Ficción Los Orígenes (I) - Jot Down Cultural Magazine
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Miedo en un planeta de verano
Grace Morales
Ciencia Ficción: los orígenes (I) Nunca tantos debieron tanto a tan pocos
David Sucunza Sáenz
Publicado por E. J. Rodríguez
El último de los ocho anillos de John Havlicek
Guillermo Ortiz
¿Quién “inventó” la Ciencia Ficción? ¿Cuándo y cómo nace el género? ¿Cuál es el primer relato de Ciencia Ficción que El voto del miedo
podemos considerar verdaderamente como tal? ¿Se escribía literatura de Ciencia Ficción en la Grecia clásica o en la Elena Costas
antigua India? ¿Fue la creación de una mujer? ¿Quién le puso este nombre? ¿Quién decidió qué forma tendría la El Meetic de Ramón y Cajal
Ciencia Ficción moderna? ¿Cuándo tuvo lugar su edad de oro? ¿Cuándo su era clásica? ¿Por qué el género perdió su Berta González de Vega
prestigio literario durante la primera mitad del siglo XX? ¿Por qué sus premios más importantes se llaman como un Bibliotecas en tu barrio: Camp de l’Arpa-Caterina
personaje al que algunos consideran una de las las peores calamidades que le hayan sucedido al mundillo? ¿Por qué la Albert
Ciencia Ficción estadounidense y británica han dominado el cotarro? ¿Por qué la Ciencia Ficción rusa es,
Diego Cuevas
comparativamente, tan seria y adusta?
Ellas mueren solas
Son muchas preguntas y más que se podrían formular. Especialmente teniendo en cuenta que la Ciencia Ficción es un Luis Landeira
género aparentemente muy popular como deduciría uno contemplando las recaudaciones de según qué películas (que Militantes de la estupidez
para colmo no siempre son verdadera Ciencia Ficción, sino a menudo horror, aventura o mera fantasía disfrazadas Francisco Carrillo
como tal) pero que en realidad mucha gente conoce el género únicamente de manera superficial, a menudo casi Vaya, aquí viene de nuevo: el pasado
exclusivamente a través del cine o la televisión. Podríamos citar unos cuantos ejemplos de películas o programas Mar Padilla
televisivos muy exitosos que pueden dar la impresión más bien equivocada de que la Ciencia Ficción es un fenómeno Ponga un sinestésico en su vida
masivo. Pero si se formulase la pregunta “¿qué es la Ciencia Ficción?” quizá nos toparíamos con que muchas personas María Roces
tienen bastantes problemas para contestar, aunque los más aficionados al género sí tengan una respuesta clara o al
menos una fórmula de consenso a la que recurrir. Y es que se trata de un género eminentemente literario que nació,
creció y alcanzó la madurez en formato escrito. En cierto modo la Ciencia Ficción es un “famoso desconocido”. El cine, Buscar
la radio, la televisión o los cómics se limitaron a acompañar y adaptar —no pocas veces con retraso— las ideas que la
Ciencia Ficción literaria manejaba ya desde bastante tiempo antes. Muchos de los espectadores de grandes éxitos
cinematográficos apenas han leído Ciencia Ficción escrita y todavía menos la de sus épocas clásicas, lo cual ha
generalizado una visión distorsionada del género. Tal vez recorriendo la historia de la Ciencia Ficción escrita podamos
conocer mejor el género, comprender de dónde viene, cómo se gestó, qué cambios fue experimentando y por qué hoy
es como es.
Hay algo de lo que estamos seguros: desde siempre han existido mentes creativas que trataban de imaginar una
realidad física alternativa. Otros mundos, máquinas sorprendentes, seres extraños, los misterios inasequibles del
firmamento, del fondo del mar, del interior de Tierra o incluso del interior del cuerpo humano. Estos y más han sido
temas fantaseados desde muy antiguo. Ni siquiera las posibilidades del progreso científico y tecnológico son objetos de
reflexión exclusivos de la época moderna. Sin embargo no podemos afirmar alegremente que la Ciencia Ficción ha
existido “desde siempre”.
El relato fantástico es algo que distinguimos de la Ciencia Ficción porque el resorte fundamental de su argumento no es
el producto de una reflexión acerca de los efectos de la ciencia y tecnología sobre la existencia humana, sino el
producto de una una divagación libre que utiliza la “magia” —o sea los procesos no científicos— como Deus ex
machina. Dicho de otro modo: no es lo mismo hablar de monstruos de tres cabezas sin explicar el por qué de su
existencia o atribuyendo su aparición a causas sobrenaturales (literatura fantástica), que hablar de monstruos citando
una posible causa científico-tecnológica de su existencia (Ciencia Ficción). La fantasía sí es un género que existe
prácticamente desde que nació la propia literatura. Algunos ejemplos son universalmente célebres. La Odisea de
Homero, que data del siglo VIII a.C., narra hechos fantásticos que en algún caso pueden parecerse a los de ciertos
relatos que actualmente consideramos Ciencia Ficción. Pero, ¿significa eso que la Ciencia Ficción es un género con
2700 años de antigüedad? Evidentemente, no. La Odisea es uno de los relatos más influyentes de la historia de la
cultura escrita, desde luego, y también ha tenido su influencia sobre la Ciencia Ficción moderna. Pero en la Odisea el
motor de la acción no es producto de la elucubración científica. Es un relato de pura fantasía, no el intento de hacer un
retrato medianamente verosímil de cómo sería el mundo, o una parte de él, a resultas de algún avance tecnológico o
científico, o de algún proceso físico natural explicable mediante conceptos científicos. Así que la Odisea, los poemas
épicos mesopotámicos sobre Gilgamesh, la descripción de la Atlántida de Platón, el Ramayana, el Mahabharata, los
escritos de Ovidio, las Mil y una noches… estos y otros relatos pueden contener algunos elementos similares a la
Ciencia Ficción, pero no tienen el avance científico y tecnológico como hilo conductor ni como elemento catalizador del
relato.
Eso no significa que desde muy antiguo no se hayan escrito historias sobre
máquinas voladoras, artefactos tecnológicos avanzados, autómatas, habitantes
de otros planetas, viajes en el tiempo, etc. Pero estas invenciones solían
constituir mero atrezzo para argumentos realmente basados en la fantasía. Un
caso interesante es la Historia vera de Luciano de Samosata: fue escrita en
torno al año 150 d.C. y narra las aventuras de un hombre que viaja nada menos
que a la Luna. Allí se topa con los extraños habitantes de nuestro satélite y es
testigo de sucesos tales como guerras interplanetarias, algo que así de primeras
podría englobarse dentro de la Ciencia Ficción. Pero la ciencia poco tiene que
aportar en Historia vera, un relato de aventuras que se desarrolla sobre otro
planeta pero que, más allá de ese detalle, apenas puede encajarse en lo que
entendemos como “Ciencia Ficción”. El protagonista de Historia vera viaja a la
Luna no por causa de algún adelanto tecnológico medianamente plausible, sino
arrastrado por una tromba de agua, un extraño accidente natural sin intervención
tecnológica humana. Lo mismo para explicar el resto de sucesos del argumento.
No deja de ser un relato fantástico. Existen otras obras de corte similar en
épocas posteriores como El hombre en la luna de Francis Godwin o
Micromégas de Voltaire, pero que de manera similar han de ser consideradas
Luciano de Samosata, en torno al año 150 fantasía.
d.C., escribió sobre los habitantes de le
Luna. Unos 1500 años después del relato de Luciano de Samosata, el célebre
astrónomo Johannes Kepler escribió también una obra sobre un hombre que viaja a la Luna y se incluían algunos
datos científicos, al menos en la descripción física de nuestro satélite. En su relato, titulado Somnium, Kepler se apoya
en los registros científicos para imaginar cómo era la superficie de la Luna. Esas elucubraciones eran producto de sus
propias observaciones astronómicas y algunas siguen siendo bastante acertadas incluso hoy en día. Así pues, en
Somnium hay algunos elementos de corte puramente científico. ¿Hablamos, pues, del primer relato de Ciencia Ficción?
La verdad es que no. Analizando la trama principal nos damos cuenta de que aquí tampoco es la tecnología o la ciencia
lo que constituye el motor principal de la historia. El protagonista de Somnium visita la Luna por la acción de unos
espíritus —no culpemos a Kepler, lo de imaginar cohetes interplanetarios no resultaba tarea fácil para un hombre de su
tiempo— así que la premisa principal no se explica con una mínima intención de verosimilitud científica. Los datos
científicos aportados por Kepler forman parte del apartado descriptivo y paisajístico, meras mediciones del mundo
natural agregadas al relato, pero no forman parte de la trama principal ni constituyen el motor de la acción. Somnium
sigue siendo un relato de pura fantasía como Historia Vera y parece que a Kepler solamente le interesaba reflejar sus
datos astronómicos en un relato fantástico, pero sin calentarse la cabeza teorizando sobre un modo científicamente
plausible de alcanzar la Luna. Así pues, Somnium no es Ciencia Ficción sino como mucho fantasía con toques
científicos y naturalistas.
Algo similar ocurre con Cyrano de Bergerac y su obra El otro mundo. Cyrano hablaba entre otras cosas de máquinas
capaces de aprovechar la energía solar… todo un logro de creatividad. Pero también sus ocurrencias tecnológicas eran
mero atrezzo —si bien interesante— en mitad de un relato que tampoco trascendía la fantasía tradicional. En una época
donde la gente común todavía no tenía la percepción de que el progreso científico pudiese modificar rápidamente sus
condiciones de vida, los efectos de la ciencia no eran un motivo de preocupación y por tanto no constituían el objeto
último de los esfuerzos literarios. La relación entre literatura de ficción y ciencia era bastante superficial. Como mucho,
la literatura podía reflexionar sobre la ciencia en su conjunto de modo crítico, a favor o en contra. Los viajes de Gulliver
de Jonathan Swift hacía una reflexión irónica sobre la ciencia. En sentido contrario, la Utopía de Tomás Moro
describía un mundo ideal gobernado de manera racional, anticipando algunos elementos de la Ciencia Ficción de corte
social. Pero estos relatos, productos de la era racionalista, reflexionaban acerca del papel que la ciencia debería cumplir
en la sociedad, no sobre los efectos propiamente dichos de las ciencias aplicadas.Seguía faltando el elemento
catalizador científico y tecnológico como motor de la acción. Lo mismo sucede con la curiosa obra El año 2440 de
Louis-Sébastien Mercier, donde el protagonista visita en sueños un mundo futuro caracterizado por la veneración a la
ciencia, un mundo donde a todos los niños se les regalan telescopios o microscopios, y donde se fomenta con
entusiasmo el conocimiento experimental. Es decir, es otro relato que se limita a hacer apología de un mundo fascinado
por la ciencia como principal característica de una sociedad gobernada por la razón. Estas obras racionalistas contienen
algunas características propias del género de Ciencia Ficción tal y como lo entendemos hoy, especialmente la Ciencia
Ficción social y utópica (término este último que deriva del título de la mencionada obra de Tomás Moro, como es bien
sabido). Pero estos relatos aún se basaban en la pura fantasía libérrima de modo no muy distinto a la Historia Vera.
En este punto ya nos hemos dado cuenta de que para poder hablar de Ciencia Ficción propiamente dicha —al menos
desde la definición más consensuada, aunque podríamos dedicar otro texto a discutir esa definición— necesitamos un
relato donde los avances científicos y tecnológicos sean el resorte fundamental de la acción. Tal cosa no llegaría hasta
principios del siglo XIX, cuando el progreso tecnológico se aceleraba de tal modo que el ciudadano medio no podía
evitar darse cuenta de que su vida estaba cambiando a pasos agigantados. Por primera vez en la Historia la ciencia
empezaba a preocupar de verdad al común de los mortales. Aquel, casualmente, fue el momento en que la Ciencia
Ficción conoció su verdadero nacimiento. Y curiosamente, o quizá no tanto, el hecho no se produciría en la pluma de un
sesudo académico con barba y antiparras, sino por obra y gracia de una brillante jovencita que apenas acababa de
abandonar la adolescencia.
“Irónicamente, el ‘padre’ de la Ciencia Ficción puede que haya sido una mujer de veinte años” (Isaac Asimov)
de la Ciencia Ficción nació con la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, publicada en 1818. Si
The Grand Hotel
bien por entonces no existía un nombre para denominar a este nuevo género, importantes estudiosos consideran que
esta es la verdadera primera novela de Ciencia Ficción como tal. Aunque concebida inicialmente como historia de terror
Punta del Este
—parece que Shelley se inspiró en un sueño— Frankenstein o el moderno Prometeo describe las posibles
consecuencias de unos experimentos científicos que estaban muy de boga en aquellos tiempos: el galvanismo, o sea el
uso de la electricidad para darle movilidad a miembros de animales muertos. La ciencia de entonces sugería que la
electricidad podría terminar utilizándose algún día para revivir a los difuntos, así que la jovencísima Mary Shelley aplicó
esta idea en su relato, elucubrando sobre un posible desarrollo futuro del galvanismo (hoy sabemos que su predicción
no se cumplió, pero en su momento resultaba perfectamente razonable como hipótesis). El argumento de la historia se
ajusta a lo que por entonces se consideraba científicamente plausible, o al menos científicamente imaginable. En
Frankenstein, la ciencia y la tecnología son los desencadenantes y protagonistas de un argumento que reflexiona
precisamente sobre las posibles consecuencias de su uso y abuso. La acción ya no estaba impulsada por un resorte
fantástico, sino por un resorte científico. Mary Shelley había alumbrado así todo un nuevo género, pero eso no significa
que ese género se estableciese de inmediato como algo extendido y popular. La eclosión definitiva de la Ciencia Ficción
no se produjo hasta varias décadas después y de hecho Mary Shelley tuvo que esperar bastante más de un siglo para
que los estudiosos se pusieran de acuerdo en reconocerla como la madre de todo el invento. Mientras tanto, otros se
llevarían los laureles. $ 1.592
En 1863 empezó a publicar sus novelas un escritor francés llamado Jules Verne. Cultivó varios géneros, entre ellos la
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aventura, pero en relatos como Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino,
La isla misteriosa y otros tantos de todos conocidos, Verne llevó la Ciencia Ficción a las manos de miles de ávidos
Despegar.Com
lectores y se convirtió en el gran difusor del género creado por Mary Shelley. También utilizaba el avance científico y
tecnológico como resorte fundamental de muchas de aquellas historias. Ni que decir tiene que su enorme éxito y la
inmensa influencia literaria de su trabajo lo convirtieron en el escritor de Ciencia Ficción más importante del siglo XIX. Si
Shelley fue la responsable del nacimiento del género, podemos considerar al francés como el responsable de su
establecimiento definitivo. Después de Verne ya no había vuelta atrás: la Ciencia Ficción había llegado para quedarse.
Treinta años después del debut literario de Verne y cuando el francés aún estaba vivo, el británico H.G. Wells terminó
de redefinir las características de la Ciencia Ficción moderna destapándose con legendarios relatos como La máquina
del tiempo, La isla del doctor Moureau, El hombre invisible, La guerra de los mundos, El alimento de los dioses o la más
ambigua Los primeros hombres en la Luna. El impacto que produjeron sus escritos ayudaron a extender el género más
allá de la aventura verniana, ya que las reflexiones sociales, políticas y existenciales de las novelas de Wells señalaron Agenda Cultural Jot Down
uno de los más importantes senderos a seguir por los futuros autores de Ciencia Ficción. Se lo puede considerar con
Exposición: Joaquín Torres-García: un moderno en
toda justicia el otro gran puntal del siglo XIX.
la Arcadia
Durante finales de aquel mismo siglo y principios del XX, otros escritores célebres coquetearían también con el género, Jueves, 19 mayo, 2016 - Domingo, 11 septiembre, 2016
algunos con cierta frecuencia y otros de manera anecdótica. Cabe citar nombres como Edgar Allan Poe, Edgar Rice Madrid
Borroughs, Guy de Maupassant, Arthur Conan Doyle, Herman Melville, Jack London, E.T.A. Hoffmann, Edward Exposición: Tras los pasos de Inge Morath. Miradas
Bellamy, etc. Una lista imponente, de hecho. El género todavía no tenía un nombre propio y era referido con sobre el Danubio
denominaciones diversas como “fantasía científica”, “romance científico” y otras que irían variando con el paso del Viernes, 27 mayo, 2016 - Domingo, 2 octubre, 2016
tiempo. Además de aquellos autores que escribían Ciencia Ficción tras la estela de Verne y Wells, hay algún caso Madrid
interesante como del de H.P. Lovecraft, cuyo trabajo se debe calificar más bien como terror fantástico, pero que en sus Exposición: All Access, de Juan Pérez-Fajardo
escritos no solo reflejó ciertas influencias científicas —Lovecraft era aficionado a la astronomía, por ejemplo, y sin duda Viernes, 3 junio, 2016 - Sábado, 30 julio, 2016
leyó Ciencia Ficción— sino que a su vez también influyó en la Ciencia Ficción posterior, aun sin poderlo considerar Madrid
realmente un practicante “legítimo” de la misma.
Exposición individual de Roberta Marrero
Viernes, 10 junio, 2016 - Sábado, 30 julio, 2016
Como hemos visto, la Ciencia Ficción se originó en Europa, pero a finales del XIX los Estados Unidos rápidamente se
Madrid
convertirían en los más entusiastas creadores y consumidores del planeta. Allí el género se expandió con mucha
rapidez y atrajo la atención de todo tipo de literatos hasta el punto de que el país no tardó en establecerse como la Agenda completa
primera potencia mundial en producción de material, seguidos a distancia por el Reino Unido. También estaban Francia
y Alemania, aunque de manera más minoritaria se hacía Ciencia Ficción en prácticamente toda Europa.
Porque mientras tanto a la Ciencia Ficción occidental le empezó a suceder lo contrario: sufría un proceso acelerado de
desprestigio literario. Cualquier aficionado sabe que este fue uno de los principales problemas de la Ciencia Ficción
durante buena parte del siglo XX. Por mucho tiempo fue considerada un género “menor”, de mero escapismo infantil, y
le costó mucho, mucho tiempo empezar a sacudirse este sambenito para alcanzar nuevamente la respetabilidad de que
gozaba a finales del siglo XIX. Al ser un género predominantemente escrito, el que estuviese mal visto precisamente en
los círculos literarios serios fue muy perjudicial y marcó su destino durante décadas. Sin embargo, ese mismo proceso
que le quitó lustre literario al género fue al mismo tiempo una etapa necesaria para su redefinición y para la conversión
en lo que conocemos hoy. Ese proceso no fue otro que la transición del género desde la literatura “formal” a las
publicaciones para el público juvenil.
A fines del siglo XIX empezaba a quedar bastante claro que una vez pasado el impacto inicial y ele fecto sorpresa del
nuevo género, el público más receptivo a la Ciencia Ficción eran los niños y adolescentes. Algunas revistas juveniles
captaron esta realidad y empezaron a incluir Ciencia Ficción en sus sumarios, con lo que un género hasta entonces
considerado adulto fue acercándose al paladar juvenil. The Argosy, por ejemplo, era un semanario estadounidense
fundado en 1882 que solía incluir los tipos más habituales de narraciones dirigidas a adolescentes: fantasía, aventuras,
terror, misterio, detectives, western, ficción histórica, etc. También publicaba algún que otro relato de Ciencia Ficción, o
sucedáneos fantásticos más o menos identificables como tal. La revista fue importante por otro motiv: los editores de
The Argosy descubrieron que no se dirigían a un público demasiado exigente y que para colmo ese público tenía poco
dinero para gastar, así que llevados por los deseos de reducir costes empezaron a editar la revista en un papel más
barato, rugoso y de mala calidad, que tenía unos bordes irregularmente cortados que a menudo producían una especie
de “confetti” con el uso. Así, en 1896, The Argosy se transformó en la primera revista “pulp” estadounidense. El
calificativo pulp hacía referencia precisamente a la mala calidad física de sus páginas, que a menudo (aunque no
siempre) iba acompañada de mala calidad también en los contenidos. Durante las décadas de 1900 y 1910 la pulp
fiction empezó a proliferar en los EE. UU., consumida por chavales ávidos de literatura imaginativa durante una época
en que no existía la televisión y el cine estaba aún en sus comienzos. Los editores, que por lo general buscaban el
beneficio más inmediato posible, infantilizaron todavía más sus contenidos. Las portadas empezaron a ser cada vez
más coloristas, llamativamente ilustradas para atraer la atención de los niños y adolescentes, y estaban repletas de
títulos sensacionalistas. Lógicamente, el público más adulto veía estas revistas como un subproducto —cosa que, hay Hemeroteca
que confesar, a menudo eran— y sucedió así que la tímida pero creciente asociación de determinados géneros con
aquella morralla expuesta en los quioscos hizo que los círculos literarios “serios” empezasen a considerar esos géneros Hemeroteca
como “cosa de niños”. Elegir mes
Pero, ¿cuál fue la primera revista realmente especializada en Ciencia Ficción? En Rusia, donde ya decíamos que el Redes sociales
género seguía siendo respetable, se fundó una revista en 1911: El mundo de la fantasía, que quizá pueda considerarse
la primera revista de Ciencia Ficción como tal. Pero El mundo de la fantasía estaba básicamente compuesta de
traducciones de autores occidentales como Verne, Wells, Poe y demás. Y aunque se fueron incluyendo paulatinamente
más relatos de escritores autóctonos, no tenían repercusión alguna fuera del país.
El hito se produjo en 1926. Si algún lector se pregunta por qué a los principales premios que se conceden a la literatura
de este género (los “Oscars de la Ciencia Ficción”) se los llama “premios Hugo”, es hora de hablar de Hugo
Gernsback. Era un inmigrante luxemburgués de cuarenta y dos años, que llevaba dos décadas viviendo en los EEUU y
que ya se había iniciado el mundo de la edición publicando la revista científica Modern electrics. Apasionado practicante
de la ciencia —en su haber cuentan incluso algunos inventos menores— pensaba que la ciencia podría popularizarse
entre la juventud con ayuda de los relatos de “fantasía científica” y en aquel año 1926 editó el primer ejemplar de
Amazing Stories. Que fue, ahora sí, la primera revista especializada en Ciencia Ficción compuesta mayoritariamente de
material original. En ella se dieron a conocer autores relevantes como Jack Williamson, E.E. Smith o David Keller. El
papel de Hugo Gernsback en el desarrollo del género resulta controvertido: para algunos fue un divulgador necesario e
imprescindible en su momento, un pionero que abrió las puertas a la expansión del género. Además fue el hombre que
acuñó el término compuesto “Science Fiction”, aunque curiosamente intentó sin éxito imponer otra palabra creada por
él: sciencifiction. Para otros, sin embargo, el papel de Geernsback resulta más discutible. Brian W. Aldiss le dedicó un
bonito elogio: “Gernsback fue uno de los peores desastres que jamás hayan arrasado el campo de la Ciencia Ficción”.
Casi nada. Hugo Gernsback, como editor, tenía una manera de trabajar era moral y laboralmente cuestionable. Era bien
conocido por sus constantes racaneos y engaños a los autores, generalmente jóvenes e ingenuos, de quienes se
aprovechaba. No es inhabitual que en el ámbito de los historiadores de la Ciencia Ficción lo consideren poco menos
que un sinvergüenza. Sea como fuere, su figura está ahí y su importancia, para bien o para mal, resulta completamente
innegable.
Tiempos de crisis
Los años 30 fueron una época de vaivenes en el género tras una década de crecimiento sostenido. La crisis económica
mundial sumió al mundo editorial en la inestabilidad y las revistas “pulp” no fueron ajenas al fenómeno. A resultas de
ello —y de una concepción empresarial más bien aventurera— la carrera editorial de Hugo Gernsback empezó a ser
muy accidentada, un fiel reflejo de lo que era el mundillo en aquellos años. En 1929, tras varios años al frente de
Amazing Stories, su empresa editorial se declaró en bancarrota y se vio obligado a vender su querida revista, que siguió
publicándose bajo la tutela de otros dueños. Pero el haber perdido la niña de sus ojos no significaba que el
luxemburgués fuese a rendirse: apenas unos meses después fundó una nueva publicación, Wonder Stories, que era
prácticamente una continuación idéntica de su trabajo anterior en Amazing Stories. La crisis había afectado a las ventas
de revistas, pero la Ciencia Ficción estaba convirtiéndose en una apetecida “novedad” y Wonder Stories fue muy bien
recibida por el público. De este modo, al finalizar la década ya había dos revistas especializadas en el mercado
estadounidense, ambas fundadas por Hugo Gernsback. De hecho se añadió una tercera cuando en 1930 otro editor,
William Clayton, decidió sacar a la venta Astounding Stories, en la que primaba más la Ciencia Ficción de aventuras.
Tres revistas especializadas colgadas simultáneamente en los quioscos de todo el país no era un logro baladí. En los
albores de la Gran Depresión, con una enorme competencia compuesta por decenas de revistas “pulp” de otros
géneros juveniles, algunas de ámbito nacional y muchísimas más de ámbito regional o local, mantener aquellas tres
publicaciones habla mucho de la demanda que había entre el público. La Ciencia Ficción gozaba de una amplia difusión
en Estados Unidos: además de Amazing Stories, Wonder Stories y Astounding Stories, estaban las aportaciones al
género de Weird Tales, amén de ciertas publicaciones especializadas pero de muy corta vida que en algunos casos no
lograban ir más allá de la categoría de fanzines. También estaban los exitosos cómics de Buck Rogers y su imitación
Flash Gordon, que se publicaban a capítulos en periódicos para adultos, aunque se trataba más bien de space opera,
un subgénero híbrido de aventuras fantasiosas que era limítrofe con la verdadera Ciencia Ficción. Pero gracias a ello se
estaba desarrollando una creciente base de aficionados fieles. También muy relevante fue la habilidad de Gernsback
para crear entre los consumidores de su revista un cierto sentimiento de pertenencia a un club. De hecho terminó
creando la Science Fiction League, un auténtico club de fans de la Ciencia Ficción que con los años llegaría a tener
incluso ramificaciones internacionales.
De todos modos, pese a este tropezón de Gernsback, lo cierto es que una vez pasado lo peor, la situación económica
empezó a mejorar y con ella la demanda de Ciencia Ficción. La gran explosión de la Ciencia Ficción resultaba
inminente. Si el siglo XIX había constituido el Big Bang, el periodo 1938-39 iba a convertirse en una supernova.
Aquel suceso coincidió con un auténtico “boom” en la cantidad de material que se publicaba en el país. En términos
históricos, 1939 fue el año de eclosión definitiva de la Ciencia Ficción. Además de las tres revistas especializadas que
ya hemos mencionado, aparecieron simultáneamente más de una decena de títulos nuevos (¡!) en un periodo de pocos
meses. Las revistas especializadas en Ciencia Ficción se multiplicaron como setas tras la lluvia: Startling Stories,
Fantastic Adventures, Science Fiction, Famous Fantastic Mysteries, Future Fiction, Captain Future, Planet Stories,
Astonishing Stories, Super Sciencie Stories, Comet Stories. También las hubo que se centraron en relatos largos, casi
pequeñas novelas, como Science Fiction Quarterly. Incluso surgió una como Unknown que mostraba preferencia por
Ciencia Ficción de corte humorístico (aunque no exclusivamente) y donde se dieron a conocer autores como Fritz
Leiber, Fredric Brown o L. Ron Hubbard, más tarde fundador de Cienciología. Hasta 1941 iban a seguir apareciendo
revistas nuevas, como Stirring Stories o Cosmic Stories. La oferta, como vemos, llegó a ser apabullante.
Por otro lado, en las ferias internacionales empezaba a rendirse homenaje a las revistas de Ciencia Ficción, lo cual fue
reflejado por la prensa y también ayudó a despertar la curiosidad de lectores adultos. En 1939, la Feria Internacional de
Nueva York fue el escenario para la 1º Convención Mundial de Ciencia Ficción, a la que asistieron varios autores e
ilustradores célebres del momento (aunque no quedó exenta de polémica por la decisión de excluir a un grupo de
autores y fans de tendencias izquierdistas). También, en una maniobra muy publicitada, se enterró una “cápsula del
tiempo” que contenía un ejemplar de Astounding Stories destinado a arqueólogos del futuro, lo cual llamó la atención de
lectores potenciales que de repente quisieron comprobar de qué trataba aquella revista que habrían de encontrar
enterrada futuras generaciones.
Aún hubo por aquellas fechas otro factor importante: la eclosión de la Ciencia Ficción británica y centroeuropea. El
Reino Unido era —por obvias cuestiones de idioma— muy permeable a la influencia estadounidense. En los quioscos
británicos podían encontrarse ediciones de las revistas estadounidenses más importantes y empezaron a surgir también
revistas autóctonas que recopilaban espos mismos relatos americanos. Entre 1936 y 1938 surgieron por lo menos cinco
publicaciones importantes: la primera fue fundada por miembros de la rama británica de la Science Fiction League
creada por Hugo Gernsback, el club que ahora se había extendido más allá de las fronteras de USA. Era una especie
de boletín de noticias relacionadas con la Ciencia Ficción, primero llamado Novae Terrae y más tarde rebautizado como
New World. Luego surgieron Amateur Science Stories, Tomorrow, Fantasy o la versión británica de las “pulp fiction”,
Tales of Wonder. Y aunque como decimos estas revistas revistas seguían publicando mayoritariamente a autores
estadounidenses, lo realmente importante es que sirvieron también como trampolín para escritores británicos como
Arthur C. Clarke, que enviaban sus relatos a estas publicaciones aunque después decidieron probar fortuna intentando
vender su trabajo directamente a las revistas norteamericanas. Aquello favoreció el surgimiento de un importante
contingente de creadores en el Reino Unido, que nuevamente por razones lingüísticas lo tendrían fácil para recorrer el
camino inverso y dar a conocer su trabajo en los EEUU. Es por este motivo que la Ciencia Ficción británica ha tenido
tanto peso en la evolución del género, en comparación con otra potencia como la URSS, que por entonces estaba
culturalmente estancada bajo el yugo de Stalin. Por otro lado, en los círculos literarios del Reino Unido la actitud
general hacia la Ciencia Ficción era más benévola que en los Estados Unidos —donde sufría un severo desprestigio—
y algunos intelectuales británicos muy respetados escribieron novelas de auténtica Ciencia Ficción, caso de Aldous
Huxley con su celebérrima Un mundo feliz, aunque es posible que en su día muchos quisieran verla más como una
novela social y política, porque a primera vista costaba relacionar a Huxley con aquellas revistas para adolescentes de
llamativas portadas (aunque temáticamente sí existía esta relación, al menos con parte de estas revistas). Fue también
el caso del filósofo Olaf Stapledon, que se destapó como un consumado escritor de relatos de Ciencia Ficción hasta el
punto de ser considerado uno de los más influyentes autores del género. En cuanto a Europa continental, el trauma de
la I Guerra Mundial o la edición de la obra del recientemente difunto Franz Kafka (que no escribía Ciencia Ficción, pero
que como Lovecraft tendría su influencia en el género) ayudaron a reavivar el interés literario por la vertiente más
distópica del género, interés que ya existía en Europa desde principios de siglo. Desde inicios de la década de los
veinte, en centroeuropa había existido una corriente de escritores que como Huxley se mostraban especialmente
interesados en analizar el posible futuro de la sociedad. En Alemania Thea von Harbou publicó la célebre novela
Metropolis, que sería llevada al cine por su marido, el cineasta Fritz Lang. Eso sí: durante los años treinta, con la
llegada de los nazis al poder, la cultura alemana sufrió un brutal retroceso y la Ciencia Ficción, que hasta ese momento
gozaba de cierto caché literario en círculos intelectuales germanos, no escapó de la debacle: bajo la dictadura de Hitler
el género no pudo evolucionar y la producción alemana no renacería hasta tiempo después de finalizada la II Guerra
Mundial. En Checoslovaquia, Karel Kapec escribió varias obras de Ciencia Ficción tanto en formato escénico como
novelístico y ya de paso popularizó el término “robot”. En la URSS, como ya sabemos, seguían funcionando a su
manera: buena producción y respetabilidad del género en los círculos intelectuales “serios”, pero poca proyección
exterior y, salvo excepciones, un severo estancanmiento estilístico. Ya decíamos que las restricciones políticas del
régimen comunista impedían que la Ciencia Ficción en ruso tomase nuevos caminos como sí hacía constantemente la
estadounidense. Varios de los pioneros rusos de principios del siglo XX seguían escribiendo varias décadas después,
pero estaban encerrados en el callejón sin salida de la censura y básicamente daban vueltas sobre los mismos
subgéneros una y otra vez. La larga tradición de Ciencia Ficción social rusa no pudo quedar ajena a la moda de las
distopías: Eugeni Zamyatin, por ejemplo, llevó el subgénero distópico a unos extremos que inevitablemente le ganaron
la enemistad de las autoridades. Describía de utopías que devienen en totalitarismos —básicamente lo que había
sucedido con el comunismo— lo cual provocaría que terminase en el exilio. En cuanto al resto del mundo, otros países
europeos o sudamericanos tuvieron sus propias versiones de revistas de Ciencia Ficción compuestas básicamente de
traducciones de material norteamericano, acompañadas ocasionalmente de relatos de autores nativos que lógicamente
no gozaron la misma repercusión que los británicos en EEUU, y por ende no tuvieron apenas repercusión en el resto del
planeta aunque a veces fuesen de cierta calidad.
La alegría repentina de la segunda mitad de los años treinta no duró mucho. En 1939, la Ciencia Ficción británica se
vino abajo con la entrada del país en guerra: las severas restricciones impuestas sobre el uso de papel y de la tinta
reducían muy considerablemente la capacidad editorial británica. Las revistas autóctonas surgidas a raíz de la explosión
del género en 1937-38 fueron desapareciendo paulatinamente durante la II Guerra Mundial, en algunos casos por falta
de medios, y en otros porque sus editores eran directamente llamados a filas (alguno de aquellos editores llegó a morir
en combate, una manera muy triste y estúpidas de que desaparezca una revista). Para 1942, ya no quedaba ninguna
revista de Ciencia Ficción en el Reino Unido. En Alemania, en la URSS y en otros países europeos metidos de lleno en
el conflicto bélico, cabe imaginar la desastrosa situación general y el hiato cultural que se produjo. En diciembre de
1941, con el bombardeo japonés sobre Pearl Harbour, también los Estados Unidos entraban en guerra. empezaron a
sufrir parecidas restricciones de papel y tinta. Unas cuantas de las revistas surgidas durante el apoteósico “boom”
americano iban a desaparecer también. Y las pocas que sobrevivieron lo hicieron en condiciones de suma dificultad
editorial.
No se puede culpar solamente a la guerra del declive de la Ciencia Ficción durante la primera mitad de los años
cuarenta. Obviamente la guerra fue la principal responsable de una nueva crisis, pero la mayoría de los editores habían
cometido ya grandes errores, muy especialmente el error del cortoplacismo económico. Esto fue particularmente
acusado en los Estados Unidos, donde esos editores tuvieron no poca responsabilidad en el hecho de que la Ciencia
Ficción careciese del prestigio como en Europa, donde era menos variada y original, y donde se producía en muchísima
menos cantidad —las obras notables europeas eran, de hecho, habas contadas en comparación— pero donde estaba
literariamente bien vista. Porque no pocos editores estadounidenses habían descuidado el material que publicaban,
buscando más el sensacionalismo instantáneo y populachero que vendiese ejemplares a corto plazo sin pararse a
pensar que los lectores de Ciencia Ficción iban haciéndose mayores, que el mundo estaba cambiando y que se
requerían nuevos tipos de ficción más acordes con los tiempos que corrían. Algunos editores, de hecho, tenían una
revista en la que publicaban su mejor material y otra revista paralela en la que daban salida a aquello que no habían
considerado lo bastante bueno para la primera. Vamos, que publicaban todo cuanto llegaba a sus manos sin apenas
filtro. Seguían abundando las historias escritas por amateurs, que a veces se destapaban con sorprendentes dotes
narrativas… pero la mayoría de las veces no. La Ciencia Ficción, tras la apoteosis comercial de final de los años treinta,
sufrió una difícil pero quizá conveniente depuración durante la II Guerra Mundial. Estaban sembrándose, sin embargo,
las semillas para un nuevo apogeo, cuando ya sin reparo alguno íbamos a poder afirmar que la Ciencia Ficción
alcanzaba su madurez y plenitud, luchando por recuperar el estatus literario que varias décadas de supervivencia en
revistas juveniles había hecho desaparecer. El periodo clásico de la Ciencia Ficción estaba a punto de producirse; lo
único que el mundo necesitaba para llegar a verlo era la paz. (Continúa)
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Brown Fritz Leiber Guy de Maupassant H.G. Wells H.P. Lovecraft herman melville Jack London Jules Verne
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terror? metafórico toda su Escarlata ficción?
vida»
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24 comentarios
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Ciencia Ficción: los orígenes (I)
“La Odisea de Homero, que data del año VIII a.C.” Estaría bien que se revisase esto en una postedición
Hola:
Donde dice “año”, evidentemente debe decir “siglo”, ¡gracias! Creo que ya lo han corregido mis
compañeros.
Un cordial saludo.
Muy buen resumen y buenas referencias. Y buena explicacion de las vertientes pulp y distopica. Esperando la
siguiente entrega. Un saludo.
Enhorabuena por el artículo, está genial. Estoy preparando una ponencia sobre ciencia, ficción y realidad en
los cómics y citaré tu trabajo. Salud!
Pingback: 05/11/12 – Ciencia Ficción : los orígenes « La revista digital de las Bibliotecas de Vila-real
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Ciencia Ficción: los orígenes (y II)
La verdad es que este tema da para libro, muy buen arículo. En relación a la ciencia ficción soviética, aparte
del mencionado Beliaev, cabe destacar también a Dmitr Bilenkin (análogo a Ray Bradbury en temas y forma),
Anatoli Dneprov (recomendable relato ‘El mundo que abandoné’ de corte anticapitalista), Boris Strugatski, los
hermanos Abramov o Ilia Varshavski, entre otros. ¡Un saludo!
Excelente artículo!
Un descanso y a por la segunda parte!
Saludos.
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