Articulos. Faber-Kaiser, Andreas. La Mentira de La Colza
Articulos. Faber-Kaiser, Andreas. La Mentira de La Colza
Andreas FABER-KAISER
La ocultación de la verdadera causa del Síndrome Tóxico
impidió la curación de miles de españoles
Pacto de silencio
En la primavera de 1981 fueron envenenados más de 60.000 españoles. Más de
700 de ellos, murieron 1. Desde entonces y hasta hoy, los gobiernos de UCD y
del PSOE han centrado sus esfuerzos en impedir que el auténtico criminal salga
a la luz pública. Había que borrar por todos los medios las huellas que
conducían al foco de la intoxicación. Se llegó así a un oscuro montaje de los
distintos sectores del Poder y de los servicios de inteligencia, para conformar el
efectivo “pacto de silencio” que debía evitar que se supiera que aquí se aplicó a
seres humanos una nueva combinación química, aplicable en el futuro a una
posible guerra química.
1 Actualmente sabemos que los muertos son más de 1.100, según datos de la OCU.
Enfermedad nueva
Hagamos un poco de historia de este complejo asunto: a principios de mayo de
1981 se detecta una enfermedad nueva en España, que afecta rápidamente a un
creciente número de individuos. En los primeros días surgen diversas hipótesis
de urgencia sobre el origen que desencadenó la epidemia, hasta que el gobierno
anuncia por televisión que la culpa de todo la tiene una partida de aceite de
colza desnaturalizado, distribuido en venta ambulante.
Simultáneamente, otros investigadores han ido siguiendo una pista distinta, que
conduce a un origen mucho más lógico para la epidemia, si tomamos en
consideración todos los elementos que conformaron la intoxicación detectada
en 1981. Esta pista tiene su punto de partida en una combinación insecticida,
concretamente un combinado nematicida organotiofosforado que envenenó a
las más de 60.000 víctimas al consumir éstas tomates de una determinada
partida tratada con el aludido insecticida.
La investigación por vía judicial de esta posibilidad, así como de cualquier otra
hipótesis plausible con respecto a la causa real de la enfermedad, investigación
que no debería de finalizar hasta lograr demostrar fehacientemente cuál fue el
indiscutible desencadenante de la tragedia, es el camino que debe de
desembocar en el auténtico juicio del síndrome tóxico, con reparto de
responsabilidades a quien realmente y en justicia corresponda.
La curación no interesaba
La gravedad del problema se acentúa por la circunstancia de que por lo menos
desde finales de julio de 1981 el gobierno estaba suficientemente bien informado
de que no era posible que el aceite fuera el causante de la epidemia.
Desde aquel momento cuando menos debía de haberse incentivado con todos
los recursos posibles el análisis de las otras posibilidades que se barajaban para
el posible origen de la enfermedad, posibilidades que ya estaban también a
finales de julio de 1981 sobre la mesa de quienes empuñan las riendas del poder.
Eso era prioridad absoluta puesto que había personas que se estaban muriendo
y se imponía la urgente necesidad de conocer el origen del mal para poder
intentar la curación adecuada de los afectados.
Meses más tarde, pero siempre dentro del mismo año 1981, el Ministerio de
Sanidad queda ampliamente informado de la posibilidad de que determinado
insecticida organotiofosforado podría haber desencadenado la nueva
enfermedad. Pero no actúa en consecuencia.
Y a mi entender la cosa se agrava aún más cuando 8 meses después de aparecer
el primer caso de síndrome tóxico, un médico militar, el teniente coronel Luis
Sánchez-Monge Montero, envía al gobierno, al INSALUD, “para que lo leyera
Valenciano”, me diría, refiriéndose con ello al Dr. Luis Valenciano, a la sazón
Director General de la Salud Pública, un informe en el que afirmaba que el
origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno que bloqueaba la
colinesterasa, y en el que explicaba cómo había que curar a los enfermos.
Solamente así cobra sentido el trato oficial dado al Dr. Antonio Muro y
Fernández-Cavada, director en funciones del Hospital del Rey, en Madrid.
Cuando el Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el origen de la
enfermedad había que buscarlo en un micoplasma, de transmisión aérea, y de
entrada en el organismo por vía respiratoria, el Dr. Muro ya afirmaba el 10 de
mayo de 1981 —a los 10 días de detectada la enfermedad— que eso era
imposible, y que la vía de transmisión era necesariamente —dadas las
características de la sintomatología— la digestiva. “Si se hubiera enfocado la
enfermedad por vía digestiva desde el mismo día 10 de mayo en que se dijo, se
habría muerto menos gente y la investigación se habría enfocado en otro
sentido”, me diría el hijo del difunto Dr. Muro, mientras el letrado Juan
Francisco Franco Otegui denunciaba ante el Parlamento Europeo el 26 de
octubre de 1986 que el gobierno había condicionado los diagnósticos, ocultado o
retrasado el reconocimiento de síntomas de la enfermedad, y manipulado
resultados analíticos para añadir que “paralelamente, la Administración
impidió el desarrollo de hipótesis alternativas valiéndose de todo tipo de
medios incluídos la ocultación y falsificación de todos aquellos datos que
exigían la apertura de nuevas líneas de investigación.”
Un ejemplo más: el Dr. Muro, desesperado por el hecho de que las altas
instancias sanitarias del país hacían caso omiso de sus indicaciones acerca de la
forma en que había que llevar la investigación, se lanzó el día 13 de mayo de
1981 a predecir nuevos focos de afectados: dado que había seguido la pista de la
enfermedad y había logrado dar con la red de distribución del producto
venenoso, notificó en la tarde del 13 de mayo a los doctores Munuera y Cañada
—subdirector general de programas de Sanidad— dónde exactamente iban a
aparecer nuevos casos de afectados al día siguiente, con especificación de
poblaciones y de calles. Al día siguiente, 14 de mayo, aparecieron efectiva y
puntualmente estos nuevos afectados en las poblaciones y en las calles indicadas
por el Dr. Muro. Pero en vez de que ello sirviera para que el Ministerio de
Sanidad se decidiera por hacerle caso, sirvió para todo lo contrario: al día
siguiente, 15 de mayo, un telegrama del Ministerio ordenaba el cese fulminante
del Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada de su puesto de director en funciones
del Hospital del Rey.
Ese cese fulminante, así como la renuncia a acelerar la curación efectiva de los
enfermos —se estaba a tiempo de lograr esta curación efectiva si se hubieran
escuchado las voces que iban bien encaminadas— debía necesariamente de
obedecer a muy poderosas razones que nada tienen que ver con la Sanidad, ni
siquiera con el propio gobierno español. Era el precio que se cobraba el silencio
del pacto.
¿Aceite o tomate?
La línea de investigación propugnada por la Administración desembocaría por
ende en la suposición de que la nueva enfermedad fue producida por la
ingestión de determinada partida de aceite de colza desnaturalizado, importado
de Francia y sometido a un proceso de renaturalización (extracción o separación
del producto colorante en España), mientras que la investigación emprendida
por el Dr. Muro y su equipo desembocaría en la suposición de que la
enfermedad fue producida por el consumo de una partida de tomates tratados
con un compuesto de insecticidas organotiofosforados, cultivados en Roquetas
de mar, en Almería.
Pero lo más sorprendente del caso es que una de estas marcas concretamente
“El Olivo”, fue también distribuida en Castilla, sobretodo en Madrid capital y
poblaciones limítrofes. Pues bien, este aceite oriundo de Cataluña, en donde no
provocó ningún afectado, al ser consumido en Madrid provoca
automáticamente afectación. ¿Es posible que las partidas destinadas a Castilla
sean tóxicas y las que se quedan en Catalunya sean inocuas? ¿O acaso —como
apuntó un letrado de la Defensa durante el juicio— debe atribuirse este
fenómeno a una distinta composición genética o reacción sensible de catalanes y
castellanos?
Mucho más lógico que buscarle estos tres pies al gato, resulta concluir que el
aceite no tuvo en realidad nada que ver con el síndrome tóxico. Nada, excepto
que formaba parte en muchos casos del mismo plato que también contenía los
tomates que llevaban el tóxico.
Añadiré que a la vista de todos los datos que hoy poseemos, se hace no ya difícil,
sino absolutamente imposible, mantener que el aceite de colza desnaturalizado
fuera el desencadenante del envenenamiento masivo de la primavera de 1981 en
España. Tal posibilidad ha quedado descartada por los nulos resultados
arrojados al respecto tanto por la investigación toxicológica, como por la
bioexperimental y también por la epidemiológica.
Arsenal químico
Aporto estas consideraciones porque se observa —cuando se analiza todo este
asunto en detalle— que el pacto de silencio que aquí salta a la vista, sólo puede
justificarse por la extrema gravedad de lo realmente ocurrido. Para ello
conviene recordar que los organofosforados se hallan en la base del moderno
armamento químico como también conviene recordar por qué se estaba
demorando el acuerdo de desarme químico entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética: la creación del arma química binaria hace imposible cualquier tipo de
control internacional, debido a que su producción puede ser organizada
secretamente incorporándola en cualquier empresa química privada.
Esto lo sabía perfectamente Juan José Rosón, al igual que cabe suponer lo saben
perfectamente el teniente general Emilio Alonso Manglano, el coronel Catalá y
el general Cassinello, por citar solamente a algunos conocedores del tema.
Máximo Fernández: ¿Por qué razón sus trabajos, Doctor Muro -al igual que
los trabajos del Doctor Frontela, no han sido presentados a una comisión
científica; no se han publicado en revistas científicas? ¿Cuál ha sido el campo
de investigación que ha seguido usted?
Doctor Muro: Del síndrome tóxico. Pero 150 las ocultan. Las disimulan, y
dicen que son afectados que han muerto de otra cosa.
Doctor Muro: Bueno, yo he estudiado efectos sobre la piel, sobre el pelo, sobre
los huesos, sobre el sistema nervioso, sobre la transmisión del impulso nervioso,
sobre la amnesia, la pérdida de memoria, sobre el envejecimiento, sobre el
insomnio; o sea que decirle sobre qué han sido, sobre muchas cosas. Tenga en
cuenta que es una investigación de tres años y medio, dedicada mañana, tarde y
noche, sin sábados ni domingos, ni fiestas ni vacaciones... Y aparte los estudios
epidemiológicos, que he realizado sobre las familias afectadas, dentro de la casa
de ellos. Es decir, creo que ha sido una investigación bastante completa, muy
amplia, y resumirla es bastante difícil.
Máximo Fernández: Ya, ya, ya... O sea que en estos momentos, está
ocurriendo que las investigaciones de un hombre como usted, y del Doctor
Frontela, están cayendo en saco roto.
Doctor Muro: Sí; supongo que faltará muy poco para que empiecen a decir los
medios de comunicación -lo que pasa siempre- que Frontela también está loco
como yo, y que hay que echarle como a mí. Porque es la solución que tienen con
los disidentes. No hace falta irse a Rusia para decir que a los disidentes los
mandan al psiquiátrico.
«The Ecologist» en castellano. Octubre del 2000.
«Es un bichito tan pequeño que si se cae se mata». Esta frase del
entonces ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, atribuyendo en un
primer momento la causa de la intoxicación a un microorganismo, es
para algunos un pequeño botón de muestra de lo que ha sido, y es, la
historia del Síndrome Tóxico. El inicio oficial de la intoxicación es el 1
de mayo de 1981, cuando falleció el niño Jaime Vaquero, de 8 años, en
una ambulancia que tenía que llevarle a un hospital.
El fraude del aceite tiene una larga tradición en España. En los años
ochenta, la producción anual de aceite de oliva se situaba en
aproximadamente 450.000 toneladas. De éstas, se exportaban
100.000. Si se tiene en cuenta que, según reconocía el Ministerio de
Agricultura, en todo el estado se consumían unas 800.000 toneladas
de aceite de oliva, se puede suponer que una gran cantidad de este
aceite no provenía, precisamente, de aceitunas.
Ensayo militar:
Frontela Carreras, uno de los más prestigiosos médicos del país, famoso por sus
investigaciones forenses sobre el crimen de Los Galindos, no sólo descarta que
la colza fuera el agente desencadenante de la epidemia que vistió de luto a 352
familias españolas, sino que afirma tajantemente que las anilinas, unas
sustancias colorantes utilizadas para desnaturalizar el aceite, no provocan el
cuadro clínico observado en los afectados por la «neumonía atípica».
A pesar de que esta mujer había contraído la enfermedad meses antes de que se
detectara el primer fallecimiento atribuido a la «neumonía atípica», Frontela
sentencia: «Los hallazgos macroscópicos de autopsia y los análisis de vísceras de
María Concepción Navarro Hernández son coincidentes con los de otros
fallecidos por el llamado "síndrome tóxico"».
Con estos datos, el doctor Muro se dedica a visitar mercados, se entrevista con
asentadores de frutas y verduras, con transportistas e intermediarios y semanas
más tarde consigue averiguar que el tomate sospechoso procede de una huerta
de la localidad almeriense de Roquetas del Mar.
Invernadero de Roquetas de Mar, sospechoso de causar el «síndrome».
Sin embargo, los intentos de reproducir en laboratorio los efectos del síndrome
inoculando el supuesto aceite envenenado a todo tipo de cobayas, han resultado
vanos hasta la fecha. «En los laboratorios de la Fundación Jiménez Díaz -cuenta
a CAMBIO16 un biólogo- hicimos pruebas con grupos de diez ratas de
quinientos gramos cada una, a las que les dábamos tres miligramos de aceite de
colza de todas las formas imaginables (frito, en ensalada, crudo, etcétera), y
ninguna de las cobayas reprodujo el síndrome. Simplemente, engordaban».
Doctores Javier Martínez Ruíz y María Jesús Clavera: «El aceite no es el culpable».
«Tras muchos meses de trabajo en el Plan Nacional del Síndrome Tóxico -dice
Francisco Javier Martínez a CAMBIO16- hemos podido comprobar que el tóxico
no fue el aceite, ya que sólo tres de cada mil personas que consumieron la colza
supuestamente envenenada han resultado afectados. Además, no es exacto que
la epidemia cesara el treinta de junio de mil novecientos ochenta y uno, cuando
se mandó retirar el aceite. En contra de la versión oficial, está estadísticamente
comprobado que el llamado "síndrome tóxico" había comenzado a remitir dos
semanas antes».
Por otra parte, el personal científico del Laboratorio Central de Aduanas, que
dirige el doctor Bolaños, que fue el primer centro investigador del país que aisló
las anilinas de los aceites de colza desnaturalizados, tienen serias dudas acerca
de que este tóxico fuera el único causante de la epidemia.
«Fue una mala cosecha -cuenta F.M. a CAMBIO16, confirmando los datos en
poder de los servicios de inteligencia-. En un invernadero de dos hectáreas sólo
logré salvar ochenta y un mil quilos de tomates, de la variedad Lucy, que vendí
entre doce y dos pesetas el kilo y que se destinaron en su integridad al mercado
nacional».
El descubrimiento de este agricultor, que confiesa haber recolectado su cosecha
semanas antes de que se detectara los primeros casos atribuidos a un tóxico
desconocido, parece confirmar las hipótesis del doctor Antonio Muro y su
equipo de colaboradores que, a través de un amplio estudio sociológico, cuya
documentación ocupa varios armarios de su antiguo despacho del Hospital del
Rey, determinó en 1981 que los supuestos tomates a los que él achacaba el
origen de la epidemia se habían producido en la provincia de Almería.
«Incluso en caso de una mala aplicación del Nemacur, en un plazo breve por
descuido o intencionadamente, no se presentaría ningún tipo de enfermedad del
tipo de "síndrome tóxico", ya que está demostrado que nuestro producto no es
neurotóxico y, en cambio, los afectados por la "neumonía atípica" han padecido
en su mayoría procesos neurotóxicos», manifestó el jefe de la división
fitosanitaria de Bayer en el Estado español, J. Costa (véase apartado “La Bayer
se defiende”).
Pero no es sólo la Bayer quien pone en duda los informes de los doctores Muro y
Frontela. «Si son rigurosamente serios -asegura Carmen Salanueva,
coordinadora del Plan Nacional del Síndrome Tóxico- que vengan y los
expongan, que aquí a nadie se le cierran las puertas».
Por otra parte, el Gobierno, que sigue con evidente preocupación las
investigaciones de Antonio Muro y Luis Frontela, por el temor de que una mala
utilización del tema puede perjudicar al sector agrícola español en un momento
clave de nuestra integración en la Comunidad Económica Europea, va a invitar a
ambos científicos a que expongan sus teorías ante los foros científicos estatales e
interestatales, para evitar, de una vez por todas, que se siga especulando con un
tema que afecta dolorosamente a numerosas familias del país.
Datos oficiales estiman que unas sesenta mil personas estuvieron sometidas a
los efectos del tóxico, de las cuales resultaron directamente afectadas 24.000 y
murieron 352. Sin embargo, datos extraoficiales sugieren que la población
expuesta al veneno fue muy superior y que el número de muertos asciende en la
actualidad a más de quinientas personas, 150 de las cuales no son reconocidas
oficialmente, por haber contraído el «envenenamiento» antes o después de que
estuviera en circulación la partida de aceite de colza a que se atribuye la
intoxicación.
La Bayer se defiende.
La aplicación correcta del Nemacur no tiene ningún riesgo para la salud, porque
los residuos máximos, tanto del preparado como de sus metabolitos, están,
después del plazo de espera, por debajo de la tolerancia aceptada por la OMS,
informa la Bayer a CAMBIO16.