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Articulos. Faber-Kaiser, Andreas. La Mentira de La Colza

Este documento describe la controversia sobre las causas del Síndrome Tóxico de 1981 en España. Afirma que mientras la ciencia identificó que no fue el aceite de colza y descubrió cómo curar a los afectados, el gobierno ocultó esta información y en cambio acusó a los industriales del aceite de colza. También sugiere que realmente fue causado por un insecticida organofosforado y que se encubrió esto para proteger a los verdaderos responsables.

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Articulos. Faber-Kaiser, Andreas. La Mentira de La Colza

Este documento describe la controversia sobre las causas del Síndrome Tóxico de 1981 en España. Afirma que mientras la ciencia identificó que no fue el aceite de colza y descubrió cómo curar a los afectados, el gobierno ocultó esta información y en cambio acusó a los industriales del aceite de colza. También sugiere que realmente fue causado por un insecticida organofosforado y que se encubrió esto para proteger a los verdaderos responsables.

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LA MENTIRA DE LA COLZA

Andreas FABER-KAISER
La ocultación de la verdadera causa del Síndrome Tóxico
impidió la curación de miles de españoles

Mientras la Ciencia a los 3 meses ya sabía QUE NO PODÍA SER EL ACEITE DE


COLZA, el Poder ACUSABA Y ENCARCELABA a los industriales del ACEITE
DE COLZA. Mientras la Ciencia a los 8 meses ya sabía COMO CURAR A LOS
AFECTADOS, el Poder ocultaba a más de 60.000 enfermos la POSIBILIDAD
DE SU CURACIÓN.

Pacto de silencio
En la primavera de 1981 fueron envenenados más de 60.000 españoles. Más de
700 de ellos, murieron 1. Desde entonces y hasta hoy, los gobiernos de UCD y
del PSOE han centrado sus esfuerzos en impedir que el auténtico criminal salga
a la luz pública. Había que borrar por todos los medios las huellas que
conducían al foco de la intoxicación. Se llegó así a un oscuro montaje de los
distintos sectores del Poder y de los servicios de inteligencia, para conformar el
efectivo “pacto de silencio” que debía evitar que se supiera que aquí se aplicó a
seres humanos una nueva combinación química, aplicable en el futuro a una
posible guerra química.

1 Actualmente sabemos que los muertos son más de 1.100, según datos de la OCU.
Enfermedad nueva
Hagamos un poco de historia de este complejo asunto: a principios de mayo de
1981 se detecta una enfermedad nueva en España, que afecta rápidamente a un
creciente número de individuos. En los primeros días surgen diversas hipótesis
de urgencia sobre el origen que desencadenó la epidemia, hasta que el gobierno
anuncia por televisión que la culpa de todo la tiene una partida de aceite de
colza desnaturalizado, distribuido en venta ambulante.

Los industriales y comerciantes que han intervenido en el proceso de


importación, manipulación y distribución de este aceite son quienes se sentaron
en el banquillo de los acusados. Pero a lo largo de estos años ha habido una serie
de científicos que han evidenciado que el aceite presuntamente tóxico no pudo
haber sido el causante de la tragedia.

Simultáneamente, otros investigadores han ido siguiendo una pista distinta, que
conduce a un origen mucho más lógico para la epidemia, si tomamos en
consideración todos los elementos que conformaron la intoxicación detectada
en 1981. Esta pista tiene su punto de partida en una combinación insecticida,
concretamente un combinado nematicida organotiofosforado que envenenó a
las más de 60.000 víctimas al consumir éstas tomates de una determinada
partida tratada con el aludido insecticida.

La investigación por vía judicial de esta posibilidad, así como de cualquier otra
hipótesis plausible con respecto a la causa real de la enfermedad, investigación
que no debería de finalizar hasta lograr demostrar fehacientemente cuál fue el
indiscutible desencadenante de la tragedia, es el camino que debe de
desembocar en el auténtico juicio del síndrome tóxico, con reparto de
responsabilidades a quien realmente y en justicia corresponda.

La curación no interesaba
La gravedad del problema se acentúa por la circunstancia de que por lo menos
desde finales de julio de 1981 el gobierno estaba suficientemente bien informado
de que no era posible que el aceite fuera el causante de la epidemia.

Desde aquel momento cuando menos debía de haberse incentivado con todos
los recursos posibles el análisis de las otras posibilidades que se barajaban para
el posible origen de la enfermedad, posibilidades que ya estaban también a
finales de julio de 1981 sobre la mesa de quienes empuñan las riendas del poder.
Eso era prioridad absoluta puesto que había personas que se estaban muriendo
y se imponía la urgente necesidad de conocer el origen del mal para poder
intentar la curación adecuada de los afectados.

Meses más tarde, pero siempre dentro del mismo año 1981, el Ministerio de
Sanidad queda ampliamente informado de la posibilidad de que determinado
insecticida organotiofosforado podría haber desencadenado la nueva
enfermedad. Pero no actúa en consecuencia.
Y a mi entender la cosa se agrava aún más cuando 8 meses después de aparecer
el primer caso de síndrome tóxico, un médico militar, el teniente coronel Luis
Sánchez-Monge Montero, envía al gobierno, al INSALUD, “para que lo leyera
Valenciano”, me diría, refiriéndose con ello al Dr. Luis Valenciano, a la sazón
Director General de la Salud Pública, un informe en el que afirmaba que el
origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno que bloqueaba la
colinesterasa, y en el que explicaba cómo había que curar a los enfermos.

Más adelante definiría este veneno como un compuesto organofosforado. No se


trataba de una aventurada teoría: el Dr. Sánchez-Monge ya había curado para
entonces particularmente a unos cuantos afectados. Lo cual quiere decir que tal
vez no todas, pero decididamente muchas de las 60.000 víctimas podrían estar
curadas desde 1982. Pero nadie reacciona en el INSALUD ni en la Dirección
General de la Salud Pública. Mas la gravedad de la inhibición oficial no termina
allí. El Dr. Sánchez-Monge envía también un informe sobre sus evaluaciones y
curaciones a la publicación especializada “Tribuna Médica”, que lo reproduce en
la página 8 de su número 937, correspondiente al 19 de marzo de 1982. Yo me
imagino que el Ministerio de Sanidad debe de estar puntualmente informado de
cuantas noticias interesantes se publican en un semanario de las características
de “Tribuna Médica”. De modo que me imagino al Sr. Ministro enterado de que
hay un médico que está afirmando haber curado a una serie de pacientes de la
enfermedad conocida por síndrome tóxico, enfermedad nueva y desconocida en
cuanto a su tratamiento, y que en aquellos momentos configuraba el problema
número uno planteado a la Sanidad española con carácter de extrema urgencia
permanente, hasta su total resolución. Me imagino que en estas circunstancias
el máximo responsable de la salud de sus conciudadanos lo dejará todo para leer
lo que escribe un médico que afirma haber logrado la curación de unos cuantos
afectados.

Y al minuto siguiente de concluir esta lectura, me imagino al aludido velador de


nuestra salud telefoneando al médico en cuestión, para tenerlo al cabo de una
hora en el Ministerio de Sanidad y discutir con ´el sus experiencias con la
finalidad de aplicarlas —en el supuesto de que realmente resultaran positivas—
al resto de la población afectada por la misma epidemia. Pues no. Nadie, ni
desde el INSALUD ni desde el Ministerio de Sanidad, se acercó a ver que más
tenía que decir el único médico español que había logrado salvar vidas y aliviar a
enfermos de la masiva intoxicación.

De lo que se trataba precisamente —a la vista de toda la evolución del problema,


y tal y como lo documento ampliamente en el libro Pacto de Silencio (Compañía
General de las Letras, Barcelona, marzo 1988)— era de no curar a los enfermos,
para evitar así el que se descubriera el verdadero origen del envenenamiento.

Solamente así cobra sentido el trato oficial dado al Dr. Antonio Muro y
Fernández-Cavada, director en funciones del Hospital del Rey, en Madrid.
Cuando el Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el origen de la
enfermedad había que buscarlo en un micoplasma, de transmisión aérea, y de
entrada en el organismo por vía respiratoria, el Dr. Muro ya afirmaba el 10 de
mayo de 1981 —a los 10 días de detectada la enfermedad— que eso era
imposible, y que la vía de transmisión era necesariamente —dadas las
características de la sintomatología— la digestiva. “Si se hubiera enfocado la
enfermedad por vía digestiva desde el mismo día 10 de mayo en que se dijo, se
habría muerto menos gente y la investigación se habría enfocado en otro
sentido”, me diría el hijo del difunto Dr. Muro, mientras el letrado Juan
Francisco Franco Otegui denunciaba ante el Parlamento Europeo el 26 de
octubre de 1986 que el gobierno había condicionado los diagnósticos, ocultado o
retrasado el reconocimiento de síntomas de la enfermedad, y manipulado
resultados analíticos para añadir que “paralelamente, la Administración
impidió el desarrollo de hipótesis alternativas valiéndose de todo tipo de
medios incluídos la ocultación y falsificación de todos aquellos datos que
exigían la apertura de nuevas líneas de investigación.”

El silencio del pacto


Esas líneas eran las que había que cercenar en el momento mismo en que
comenzaban a brotar. La planta de la verdad no debía crecer, porque en su
configuración iba implícito el nombre de quienes habían envenenado realmente
a más de 60.000 españoles.

Un ejemplo más: el Dr. Muro, desesperado por el hecho de que las altas
instancias sanitarias del país hacían caso omiso de sus indicaciones acerca de la
forma en que había que llevar la investigación, se lanzó el día 13 de mayo de
1981 a predecir nuevos focos de afectados: dado que había seguido la pista de la
enfermedad y había logrado dar con la red de distribución del producto
venenoso, notificó en la tarde del 13 de mayo a los doctores Munuera y Cañada
—subdirector general de programas de Sanidad— dónde exactamente iban a
aparecer nuevos casos de afectados al día siguiente, con especificación de
poblaciones y de calles. Al día siguiente, 14 de mayo, aparecieron efectiva y
puntualmente estos nuevos afectados en las poblaciones y en las calles indicadas
por el Dr. Muro. Pero en vez de que ello sirviera para que el Ministerio de
Sanidad se decidiera por hacerle caso, sirvió para todo lo contrario: al día
siguiente, 15 de mayo, un telegrama del Ministerio ordenaba el cese fulminante
del Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada de su puesto de director en funciones
del Hospital del Rey.

Ese cese fulminante, así como la renuncia a acelerar la curación efectiva de los
enfermos —se estaba a tiempo de lograr esta curación efectiva si se hubieran
escuchado las voces que iban bien encaminadas— debía necesariamente de
obedecer a muy poderosas razones que nada tienen que ver con la Sanidad, ni
siquiera con el propio gobierno español. Era el precio que se cobraba el silencio
del pacto.

Más interés en los EE.UU. que en España


Eso ya se notó días antes, cuando el Dr. Ángel Peralta Serrano, jefe del
departamento de Endocrinología del Hospital Infantil de la Ciudad Sanitaria de
La Paz, de Madrid, en artículo publicado en el diario “Ya” de fecha 12 de mayo
de 1981, y después de informar que al INSALUD le habían sobrado 17.000
millones de pesetas aquel año (¡Cuanta urgencia y efectividad podría haberse
aplicado a la resolución de la nueva enfermedad!), afirmaba, refiriéndose al
síndrome tóxico, que en su opinión los cuadros clínicos que se habían
presentado en aquellos primeros días, mejor se explicaban por una intoxicación
por insecticidas organofosforados, que no por una simple infección viral
(neumonía atípica). El artículo en cuestión fue replicado al día siguiente por el
entonces Secretario de Estado para la Sanidad, Luis Sánchez-Harguindey
Pimentel, en carta abierta publicada en el mismo rotativo, con lo cual el
mencionado Secretario de Estado evidenciaba estar perfectamente al corriente
de lo expuesto el día anterior por el Dr. Ángel Peralta. Pero tampoco reacciona,
ni obra en interés de los enfermos. Esa historia, como dije en el párrafo anterior,
parece que no va con el gobierno español: “Ya” es un diario matutino (ojo al
dato). Porque el mismo día 12 en que aparece el artículo del Dr. Peralta
hablando por primera vez de organofosforados, una llamada telefónica de
Madrid —del Dr. Gallardo del Centro Nacional de Virología y Ecología
Sanitaria— a Atlanta, en el estado norteamericano de Georgia, pide ayuda al
Epidemiology Program Office del Center for Disease Control (CDC). Que envía a
Madrid al epidemiólogo William B. Baine. Tal y como manifestaría más tarde la
eurodiputada Dorothee Piermont, investigadores y víctimas implicadas son de
la opinión de que datos, historiales clínicos y documentos establecidos con
ocasión de la visita del epidemiólogo norteamericano, fueron transferidos
íntegramente al CDC estadounidense, no siendo por tanto accesibles ya a los
investigadores españoles que consideran falsa la hipótesis del aceite.

Para finalizar este tema, quiero dejar constancia de la sorprendente realidad de


que cuando el síndrome tóxico —sin estar resulto ni muchísimo menos— deja ya
de ser un tema de importancia para las autoridades españolas, lo sigue siendo
de forma prioritaria para los Estados Unidos. Esto sólo ya es un escándalo en sí
mismo. ¿Es que los americanos querían patentar en su país el sistema de
desnaturalización y re-naturalización de aceite de colza que habían aplicado
quienes se sentaron en el banquillo de la Casa de campo? Que nadie se engañe:
más bien estaban al corriente desde el principio de lo que realmente aconteció
aquí en la primavera de 1981. El detalle que cito aparece textualmente en la hoja
4a del Acta de la sesión del 17 de noviembre de 1983 del Pleno de la Subcomisión
de Investigación Clínica de la Comisión Unificada de Investigación, integrada en
el Plan Nacional para el Síndrome Tóxico dependiente de la Presidencia del
Gobierno. Citando una intervención del Dr. Manuel Posada de la Paz, puede
leerse allí: “A continuación expuso la relación de trabajos que se van a enviar
para ver si pueden ser subvencionados por la vía del convenio Hispano-
Americano. Dicho convenio está basado en un dinero que Estados Unidos paga
al Gobierno español por las bases americanas, que se invierte en proyectos de
investigación conjuntos para ambos países. Hace un año el SAT (síndrome del
aceite tóxico) era un tema prioritario para los dos países, pero en el momento
actual no lo es para España aunque los americanos siguen muy interesados.”

¿Aceite o tomate?
La línea de investigación propugnada por la Administración desembocaría por
ende en la suposición de que la nueva enfermedad fue producida por la
ingestión de determinada partida de aceite de colza desnaturalizado, importado
de Francia y sometido a un proceso de renaturalización (extracción o separación
del producto colorante en España), mientras que la investigación emprendida
por el Dr. Muro y su equipo desembocaría en la suposición de que la
enfermedad fue producida por el consumo de una partida de tomates tratados
con un compuesto de insecticidas organotiofosforados, cultivados en Roquetas
de mar, en Almería.

No pudo ser el aceite


Uno de los pilares en los que basan su acusación quienes argumentan que el
origen del síndrome tóxico radica en el aceite de colza desnaturalizado, es el
hecho —dicen ellos— de que la enfermedad comienza a decaer desde el
momento en que deja de ser consumido el aceite sospechoso: el 10 de junio de
1981 se anuncia por vez primera por TVE la posible relación de unos aceites
sospechosos con el origen de la enfermedad. El 17 de junio se da la orden de
retirada de estos aceites sospechosos. Y el 30 de junio de 1981 comienza la
operación efectiva de canje de los mismos por aceite puro de oliva. A partir de
este día, según la tesis oficial, comienza a remitir la enfermedad, comienza a
decaer la curva de incidencia de entrada de nuevos enfermos en los hospitales.
Pero esta opinión oficial está falseada. Porque observando la curva real de dicha
incidencia, la enfermedad —el ingreso de nuevos enfermos en centros
hospitalarios— decae espontánea y verticalmente a partir del 30 de mayo, o sea
un mes antes de que a la gente se le quitara el aceite presuntamente tóxico, y
fecha anterior incluso a conocerse por los medios de comunicación de forma no
oficiosa que el aceite era el causante del síndrome tóxico.

Hay naturalmente otras muchas consideraciones básicas que excluyen la


posibilidad de que el aceite de colza desnaturalizado fuera el causante de la
tragedia.

Por ejemplo: si fuera el aceite el causante, ¿cómo se explica la discriminación


intrafamiliar? Esto es: ha quedado constatado que es muy rara la afectación de
toda la familia, puesto que siempre permanecen invulnerables alguno o algunos
de sus miembros. Por lo que, dado que el aceite en una cocina como la española
es consumido por todos, éste es difícilmente el vehículo del tóxico.

Lo mismo cabe argumentar para la discriminación interfamiliar. Intrafamiliar


es dentro de la misma familia, en la composición de la familia. Interfamiliar es
en cambio entre familias, la discriminación que la enfermedad hace entre una
familia y otra. Pues es sabido que el “garrafista” ha vendido a lotes completos de
vecinos, y solamente han enfermado por ejemplo los del 2o F, los del 7o C y los
del 1o B, mientras que el resto permanecen sanos, a pesar de que las garrafas se
habían llenado en el mismo momento, del mismo tanque, y fueron vendidas el
mismo día. Etc. etc.

Los catalanes, genéticamente distintos


Curioso y absolutamente determinante, por sus características tan paradójicas
con respecto a la epidemia del síndrome tóxico, es el caso del circuito catalán de
comercialización del aceite supuestamente tóxico, estas características vuelven a
ser un elemento más de los varios que, por sí solos, ya refutan la hipótesis del
aceite fraudulento como vehiculizador del tóxico que causó el citado síndrome
tóxico.
Resulta que durante el año 1981 se distribuyó en Cataluña aceite fraudulento de
composición semejante al distribuido en la región central, que por ello también
fue declarado como aceite tóxico en aquel momento. La cantidad de aceite
comercializado en Cataluña fue superior a 350.000 kg. Pues bien, pese a haber
sido distribuida toda esa cantidad de aceite y haberse vendido al público
durante varios meses de 1981, no se tiene constancia de la existencia de ningún
afectado original de la zona catalana.

Pero lo más sorprendente del caso es que una de estas marcas concretamente
“El Olivo”, fue también distribuida en Castilla, sobretodo en Madrid capital y
poblaciones limítrofes. Pues bien, este aceite oriundo de Cataluña, en donde no
provocó ningún afectado, al ser consumido en Madrid provoca
automáticamente afectación. ¿Es posible que las partidas destinadas a Castilla
sean tóxicas y las que se quedan en Catalunya sean inocuas? ¿O acaso —como
apuntó un letrado de la Defensa durante el juicio— debe atribuirse este
fenómeno a una distinta composición genética o reacción sensible de catalanes y
castellanos?

Mucho más lógico que buscarle estos tres pies al gato, resulta concluir que el
aceite no tuvo en realidad nada que ver con el síndrome tóxico. Nada, excepto
que formaba parte en muchos casos del mismo plato que también contenía los
tomates que llevaban el tóxico.

No había tóxico en el aceite


Buscando un punto de apoyo que justificara la inculpación del aceite de colza
desnaturalizado, la opinión oficial argumentó que el tóxico se hallaba en las
anilinas que se usaron para su desnaturalización (tinte), y en su defecto en las
anilidas que estas anilinas originaron durante el proceso de re-naturalización
efectuado en España. pero resulta que —como muy ampliamente lo documento
en el citado libro Pacto de Silencio— el aceite sospechoso no contiene tóxico
alguno, ni de anilinas ni de anilidas ni de tipo alguno. Así lo manifestaría por
ejemplo la Dra. Renate Kimbrough, del CDC de Atlanta, USA, el 10 de febrero de
1985 a la televisión alemana: “No hallamos ningún indicio que señalara que el
aceite fuera el causante del síndrome tóxico. Además, muchos otros
laboratorios en Europa han intentado hallar2alguna sustancia tóxica en estos
aceites, y tampoco tuvieron éxito alguno.”

Añadiré que a la vista de todos los datos que hoy poseemos, se hace no ya difícil,
sino absolutamente imposible, mantener que el aceite de colza desnaturalizado
fuera el desencadenante del envenenamiento masivo de la primavera de 1981 en
España. Tal posibilidad ha quedado descartada por los nulos resultados
arrojados al respecto tanto por la investigación toxicológica, como por la
bioexperimental y también por la epidemiológica.

Los tomates venenosos


Si el aceite no fue el causante de la tragedia, ¿por qué la Administración ha
venido fomentando la idea de que fue este agente el que envenenó a tantos
administrados? ¿Por qué ha cerrado sus oídos a tantas voces que indicaban —
algunas susurrando pero otras gritando— que ese no era el camino y que en
cambio había otro que permitía llegar al foco de la epidemia e incluso a la
curación de los afectados? En buena lógica, igual daba que la fisura de los
controles oficiales quedara descubierta en el negocio del aceite, como en el
negocio del tomate. Puestos a tener que reconocer un fallo en el sistema, tanto
daba una que otra variante. La única diferencia estriba en que por la vía del
aceite solamente se descubre un fraude alimenticio, mientras que por la vía del
tomate se descubre una imprudencia temeraria tras la cual se puede esconder
un error dirigido. Solamente así se explica la actitud oficial frente a este
problema. Como diría en su momento el entonces subsecretario de Sanidad del
Ministerio socialista de Ernest Lluch, Dr. Sabando, lo del síndrome tóxico no es
un problema del Ministerio de Sanidad, ni de ningún otro Ministerio; es un
problema de Guerra, Felipe González, CESID, y luego, por decir algo que lo
englobe todo alrededor, digamos KGB-CIA: este es el único problema, y de ahí
no lo podemos sacar.

El origen del drama

Recordemos la historia que llevaba al origen del drama: el 15 de mayo de 1981 el


Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada es destituido como vimos de sus
funciones de director del Hospital del Rey, a causa de los aciertos evidenciados
en la investigación de la etiología del síndrome tóxico. El causante real no debía
salir a la luz pública. A partir del mes de julio del mismo año 1981, y llevando ya
la investigación de forma privada, el Dr. Muro enuncia su hipótesis de que el
síndrome tóxico ha sido causado por un producto fitosanitario, un
organotiofosforado, vehiculizado por una partida de tomates o pimientos. Desde
entonces y hasta su muerte en 1985 —de un cáncer de pulmón, al igual que
Rosón, que moriría al año siguiente y que era otro de los pocos que estaban
perfectamente al corriente de lo que había sucedido— se dedicó sin tregua a
estudiar el consumo de tomates en los afectados, a reconstruir la
comercialización de los mismos, llegando a localizar —mediante un laborioso
proceso de retroceder desde el afectado al productor— al posible agricultor y al
posible campo en donde se plantaron. Se había comenzado a desandar el
camino que llevaba hacia los organofosforados, como causantes de la
intoxicación masiva de la primavera española de 1981.

De acuerdo con las averiguaciones del Dr. Muro, el desencadenante del


envenenamiento fue una partida de tomates, cultivados en Roquetas de Mar
(Almería), y previamente tratados con un compuesto organotiofosforado, el
fenamiphos (comercializado con el nombre de Nemacur), combinado con
isofenphos (comercializado con el nombre de Oftanol). Cabe remarcar que el
isofenphos es el producto que habría causado la característica neuropatía
retardada acusada por los afectados, y que la partícula “tio” (en el compuesto
organo-tio-fosforado) alude a la presencia de azufre en la mortal combinación.
Combinación por lo tanto fosforada y azufrada. Así lo dejaría escrito el Dr.
Muro:
“El nematicida fitosistémico Nemacur-10, prohibido en varios
países por su alta peligrosidad, e introducido en España por
primera vez pocos meses antes de la epidemia del síndrome
tóxico, es un organotiofosforado del grupo fenamiphos (4-
[metiltio]-m-toliletilisopropilamidofosfato) que, de no respetarse
sus muy dilatados intervalos de seguridad (mínimo de tres
meses), se convierte dentro del fruto en un fitometabolito derivado
extraordinariamente agresivo —su toxicidad se potencia unas 700
(setecientas) veces— y cuya composición exacta parece ser alto
secreto militar. Las partes fundamentales de su molécula y su
acción bloqueante irreversible de la acetilcolinesterasa, explica
extraordinariamente bien, pese a los desmentidos globales de la
OMS, la patogenia y cuadro clínico observados en el síndrome
tóxico. Los tomates contaminados son semiselectos de la variedad
“lucy”, razón por la cual su consumo no ha afectado a clases o
zonas urbanas adineradas.”

Arsenal químico
Aporto estas consideraciones porque se observa —cuando se analiza todo este
asunto en detalle— que el pacto de silencio que aquí salta a la vista, sólo puede
justificarse por la extrema gravedad de lo realmente ocurrido. Para ello
conviene recordar que los organofosforados se hallan en la base del moderno
armamento químico como también conviene recordar por qué se estaba
demorando el acuerdo de desarme químico entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética: la creación del arma química binaria hace imposible cualquier tipo de
control internacional, debido a que su producción puede ser organizada
secretamente incorporándola en cualquier empresa química privada.

Implica la experimentación con nuevos tipos de agentes químicos en la


industria de herbicidas, entre otras, existiendo la posibilidad de evitar las
inspecciones en las unidades y empresas que pertenezcan a sociedades privadas
o multinacionales. Cabe señalar que Nemacur y Oftanol son productos de la
multinacional Bayer. Es importante por lo tanto que al enjuiciar lo sucedido en
España con el síndrome tóxico, se tenga presente que la industria química
privada multinacional ofrece la única posibilidad de ensayo impune en el
supuesto de un acuerdo internacional de suspensión de la experimentación y
almacenamiento de armamento químico.

Esto lo sabía perfectamente Juan José Rosón, al igual que cabe suponer lo saben
perfectamente el teniente general Emilio Alonso Manglano, el coronel Catalá y
el general Cassinello, por citar solamente a algunos conocedores del tema.

c Andreas FABER-KAISER, 1988


Todos los derechos reservados.
La última entrevista al Doctor Muro
Realizada por Máximo Fernández (Radio Nacional de España) 48 horas antes
de morir el Doctor Muro. Transmitida por Radiocadena Española:

Antonio Muro y su hermano José Antonio, días antes de morir.

Máximo Fernández: El síndrome tóxico vuelve a ser noticia. Hoy,


concretamente, en la primera página de El País se publica una noticia, en la
cual informa que la Organización Mundial de la Salud mantiene que el aceite
adulterado fue el vehículo del envenenamiento. Tenemos conexión con Madrid,
con el Doctor Antonio Muro, que ha defendido siempre que el aceite no ha sido
la causa de este envenenamiento del síndrome tóxico. ¿Cuál es su opinión,
Doctor Muro, ante esta noticia que hoy publica El País?

Doctor Muro: Pues mire usted, en primer lugar la Organización Mundial de la


Salud es una institución: no tiene voz. Cuando se habla de la Organización
Mundial de la Salud, siempre se refieren a algunas personas. Me gustaría saber
qué persona dice eso, y en qué estudio se apoya. Porque los estudios con los que
engañaron a la Organización Mundial de la Salud, que han estado ocultos hasta
abril de este año, son lo que se llaman los estudios de los casos-control. Y los
casos-control, precisamente, todos ellos, indican que ningún aceite ha podido
ser el vehículo de esta enfermedad, como ya sabía yo desde el año 1981. Yo
quisiera saber en qué estudios -que serán nuevos, porque los antiguos desde
luego no lo dicen- se han basado para afirmar eso. Aparte, me gustaría también
saber qué intereses hay debajo, porque todo el mundo sabe que a mí no me ha
movido más interés que el descubrir la verdad, y sólo estaba detrás de la verdad
y por la verdad en sí. Ahora, si hay otros, que tienen otros intereses, que les
obligan a afirmar, o mantener, otras cosas, que nos digan qué intereses tienen
detrás, y empezaremos a comprender algunas posturas.

Máximo Fernández: Doctor Muro: ¿cuál es su teoría?. ¿Cual sigue siendo su


teoría sobre el síndrome tóxico, porque parece ser que usted dice que fue un
pesticida la causa del envenenamiento masivo?
Doctor Muro: Sí señor, ha sido la metabolización de un nematicida de acción
sistémica. La planta ha creado un tóxico más tóxico que el pesticida que se
añadió, y esa ha sido la causa del síndrome tóxico.

Máximo Fernández: Gertrudis de la Fuente, que preside la Comisión de


Investigación del Plan Nacional para el Síndrome Tóxico, ha declarado que en
el Plan no se ha estudiado el Nemacur, como posible agente del síndrome. Y se
refiere Gertrudis de la Fuente a que los estudios epidemiológicos se hacen
siempre sobre el producto más asociado con la enfermedad. Aparte del aceite
no se ha detectado ningún otro producto ligado a la enfermedad. Esto es lo que
dice Gertrudis de la Fuente, y que en todo caso -dice también Gertrudis de la
Fuente- sus estudios no han sido epidemiológicos. Se refiere a los estudios de
usted y del Doctor Frontela.

Doctor Muro: Mire usted: Gertrudis de la Fuente es un químico, que no tiene


ni idea, ni de medicina, ni de epidemiología. Todo lo que dice es porque se lo
hacen decir y porque le interesa. Que diga Gertrudis de la Fuente qué ha hecho
ella, en algo epidemiológico en el síndrome, o desde que está en el síndrome
cobrando, que nos diga qué estudio ha hecho de algún tipo; del que sea. Porque
no ha hecho absolutamente ninguno.

Máximo Fernández: Doctor Muro: ¿sigue usted pensando entonces en que la


causa del síndrome tóxico hay que achacarla a un pesticida, no? ¿Podría
explicarnos cuáles han sido sus estudios y las conclusiones más recientes que
tiene usted sobre este tema?

Doctor Muro: Las más recientes son relacionadas con la patogenia de la


enfermedad. Sobre cómo está actuando ahora mismo en los enfermos el cuadro
clínico. Es decir, la fisiopatología íntima de lo que se está produciendo en los
organismos afectados. Y en efecto, como usted sabrá porque se ha dicho siempre
y además yo me he encargado -nunca he ocultado ninguna de mis
investigaciones-, eso me permitió predecir con uno y dos años de anticipación lo
que iba a pasar. Porque yo sabía qué estaba pasando en la fisiopatología de la
enfermedad, al ver -porque esto lo ha visto todo el mundo- que era una
intoxicación típica por organofosforados. Pero no sólo -como se puede creer-
por cualquier organofosforado, sino por uno determinado. Por ejemplo, es un
organofosforado que además contiene una amina capaz de provocar un
insomnio prolongado. Es el único organofosforado que reúne esta condición.

Máximo Fernández: ¿Por qué razón sus trabajos, Doctor Muro -al igual que
los trabajos del Doctor Frontela, no han sido presentados a una comisión
científica; no se han publicado en revistas científicas? ¿Cuál ha sido el campo
de investigación que ha seguido usted?

Doctor Muro: ¿Qué revista científica, el Lancet? ¿Que todo lo que se ha


mentido alrededor del aceite, sí, pues lo publica, pero si trata de cualquier cosa
que no sea el aceite, no lo publica? ¿Eso es revista científica?
Máximo Fernández: En este sentido... bueno, yo la pregunta se la hago por
lo que dicen también, de que sus investigaciones no han sido publicadas en
revistas científicas. Lo importante del caso es que, hasta este momento, el
síndrome tóxico ha costado la vida a 352 personas.

Doctor Muro: Yo tengo las autopsias de 550.

Máximo Fernández: ¿550 personas?

Doctor Muro: Del síndrome tóxico. Pero 150 las ocultan. Las disimulan, y
dicen que son afectados que han muerto de otra cosa.

Máximo Fernández: Doctor Muro: si realmente se quiere poner una


tapadera sobre un tema tan importante; se quiere decir que ha sido el aceite
adulterado la causa del síndrome, ¿cómo explicar entonces que no se llegue al
fondo de esta investigación, que nos interesa a todos los españoles?

Doctor Muro: Usted pregunte qué intereses hay detrás.

Máximo Fernández: Y usted, ¿qué cree en este sentido? ¿Que sus


investigaciones van a ser consideradas en todo lo que éstas se manifiestan?

Doctor Muro: Supongo que después de muerto yo, sí.

Máximo Fernández: En estos momentos, Doctor Muro, el tema sigue


interesándonos a todos los españoles. Parece que incluso hoy hay una rueda de
prensa...

Doctor Muro: Una rueda para los periodistas extranjeros.

Máximo Fernández: ¿Y qué cree usted que se va a decir en esta rueda de


prensa, Doctor Muro?

Doctor Muro: Sabe usted que la dinámica de grupo es impredecible, y nunca


se sabe cómo va a ir la rueda, ni qué preguntas se van a hacer, ni quiénes van a
intervenir. O sea que eso será una de las cosas en que yo también estoy
interesado, que me digan qué es lo que ha pasado al final. Que se digan algunas
sorpresas.

Máximo Fernández: ¿Nos puede usted explicar un poco, en estas


investigaciones, lo que ha descubierto usted?

Doctor Muro: ¿Sobre qué?

Máximo Fernández: Sobre la reacción de los pesticidas.

Doctor Muro: Bueno, yo he estudiado efectos sobre la piel, sobre el pelo, sobre
los huesos, sobre el sistema nervioso, sobre la transmisión del impulso nervioso,
sobre la amnesia, la pérdida de memoria, sobre el envejecimiento, sobre el
insomnio; o sea que decirle sobre qué han sido, sobre muchas cosas. Tenga en
cuenta que es una investigación de tres años y medio, dedicada mañana, tarde y
noche, sin sábados ni domingos, ni fiestas ni vacaciones... Y aparte los estudios
epidemiológicos, que he realizado sobre las familias afectadas, dentro de la casa
de ellos. Es decir, creo que ha sido una investigación bastante completa, muy
amplia, y resumirla es bastante difícil.

Máximo Fernández: Por último, ¿qué opinión le merecen a usted las


declaraciones del ministro de Sanidad, Ernest Lluch, que ha dicho que el
Nemacur fue retirado del mercado hace meses, por su toxicidad,y no porque
tuvieran conciencia de que fuera el causante del síndrome tóxico?

Doctor Muro: El Nemacur está a la venta libre ahora mismo en Barcelona. Si


quieren comprarlo ustedes, vayan y lo compran. La semana pasada hemos
comprado un saco tranquilamente en el mercado sin decir quién éramos,
pagando al contado, y ya está.

Máximo Fernández: Ya, ya, ya... O sea que en estos momentos, está
ocurriendo que las investigaciones de un hombre como usted, y del Doctor
Frontela, están cayendo en saco roto.

Doctor Muro: Sí; supongo que faltará muy poco para que empiecen a decir los
medios de comunicación -lo que pasa siempre- que Frontela también está loco
como yo, y que hay que echarle como a mí. Porque es la solución que tienen con
los disidentes. No hace falta irse a Rusia para decir que a los disidentes los
mandan al psiquiátrico.
«The Ecologist» en castellano. Octubre del 2000.

LA GRAN FARSA DE LA COLZA


La intoxicación del Síndrome Tóxico no fue causada por el aceite de
colza. Esto es lo que sostienen desde hace años un grupo de médicos,
periodistas y abogados, que han investigado este drama que, hace 19
años, afectó, según la Administración, alrededor de 30.000 personas,
de las cuales murieron más de 1.000. De acuerdo con estos
investigadores independientes, no hay ningún tipo de dato, ni
epidemiológico ni toxicológico, que demuestre que fue el aceite. Por
contra, este reducido grupo de disidentes apunta que la causa de la
intoxicación fue debida a la mala utilización de productos
organofosforados, que se utilizaron en una plantación de tomates en
Almería. La mayoría de estos disidentes sospechan que no sólo habría
habido una negligencia en el uso de pesticidas por parte de un
agricultor, sino que la intoxicación podría haber sido el resultado de un
experimento militar dirigido. Sea como sea, lo que sí acuerdan estos
investigadores es que las Administraciones i instituciones nacionales e
internacionales que han participado en los diferentes estudios que
habían de aclarar la causa de la intoxicación han mostrado un gran
interés en que no se sepa la verdad.

El Dr. Luís Frontela Carreras, forense, que es uno de


los principales críticos de la hipótesis oficial, ha
asegurado a The Ecologist que «la intoxicación no fue
causada por el aceite de colza y esto lo sostengo ante
quien haga falta», y añade que la causa tiene que ver
con compuestos organofosforados. Otro de los
discrepantes que ha investigado las causas de la
intoxicación es la periodista de Reuters, Spiegel y
Stern, Gudrun Greunke. Para esta periodista, que es
coautora junto con Jörg Heimbrecht del libro «El
montaje del Síndrome Tóxico», «no hay ningún grupo de investigación
que administrando el aceite de colza a los animales de laboratorio haya
reproducido la enfermedad. Es más», añade Greunke, «tampoco hay
ningún grupo de investigación que haya encontrado en el aceite ningún
tóxico que explique los síntomas que tenían y tienen los enfermos».
Luís Frontela Carreras

La investigación desarrollada por algunos médicos puso en evidencia


que los síntomas que sufrían los afectados se podían atribuir a una
intoxicación por organofosforados. Entre estos investigadores destaca
el Dr. Muro, quien era director del Hospital del Rey de Madrid cuando
empezó la epidemia, oficialmente el 1 de mayo de 1981. Muro fue el
primero en señalar la pista de los organofosforados y el primero en
atender casos atribuidos al aceite de colza. En esta primera quincena
de mayo, Muro descartó que se tratase de una legionela o bien una
neumonía causada por bacterias o algún virus, como en un primer
momento defendió la Administración. El Dr. Muro llegó rápidamente a
la conclusión que todos los afectados habían comprado,
mayoritariamente, en mercados ambulantes. Es más, se dio cuenta que
los afectados tenían preferencia por las ensaladas, y comenzó a buscar
entre los ingredientes de este plato el agente causante de la epidemia.
Los trabajos de su grupo de investigación le llevaron a descartar la
hipótesis del aceite, antes de que fuera anunciada por la
Administración, el 10 de junio, como causante de la intoxicación.
Después vendría su denuncia que desde la Administración se dijera a
los afectados que no cobrarían las indemnizaciones si no reconocían
haber consumido el aceite.

Antonio Muro Fernández Cavada.


En un informe realizado el mes de julio de 1981, el Dr. Muro expuso,
entre otras, las siguientes contradicciones de la hipótesis del aceite de
colza: ¿si es consumido por todos los miembros de una familia, por qué
unos enferman y otros no?; ¿si las garrafas de aceite se han llenado el
mismo día del mismo tanque, por qué unos se intoxican y otros no?;
¿cómo es posible que haya familias con afectados que no han
consumido nunca estos aceites?; ¿cómo puede ser que se intoxiquen
unos miembros de una familia, mientras que los demás miembros
continúan tomando el aceite y no sufran ninguna intoxicación?...

Este médico hizo toda su investigación sin ningún


tipo de ayuda por parte de la Administración, la
cual le notificó su cese como director del Hospital
del Rey el 15 de mayo de 1981. Hasta el momento
de su muerte, en al primavera de 1985, Muro no
dejó de repetir que el alimento que causó la
intoxicación estaba contaminado por una mezcla
de pesticidas, entre los cuales había muy
probablemente el Nemacur y el Oftanol, productos
de la casa Bayer. Esta idea fue apuntada en el
reportaje de portada de la revista Cambio 16, que era dirigida por José
Oneto, el 17 de diciembre de 1984. Para coordinar las investigaciones
sobre la intoxicación, el Gobierno español creó el Plan Nacional del
Síndrome Tóxico (PNST), que pasó a dirigir Carmen Salanueva. Una de
las primeras funciones de este organismo fue reunir epidemiólogos
para conseguir datos que diesen carta de presentación científica a la
teoría del aceite. Entre estos había el matrimonio de médicos María
Jesús Clavera y Javier Martínez, quienes lejos de encontrar
argumentos a favor del aceite, descubrieron contradicciones en los
datos que hasta ese momento utilizaba la Administración para
argumentar que la causa de la intoxicación era el aceite.

La primera evidencia que mantenía la Administración para defender la


hipótesis del aceite era que el número de intoxicados comenzó a
disminuir después que se anunciase por televisión, el 10 de junio, que
la causa podría ser un aceite de colza. «Lo primero que descubrimos
era que la epidemia había comenzado a disminuir de forma espontánea
unas dos semanas antes de este anuncio», asegura María Jesús
Clavera. Si a esto se añade que la Administración sostenía que el
periodo de latencia desde que se consumía el aceite hasta que se
desarrollaba la enfermedad era de una semana, esto implicaba que el
descenso habría de haber comenzado no el 10 de junio sino una
semana después debido a que la gente habría estado consumiendo el
aceite hasta el día del anuncio de que la causa podría ser esta. «Esto
todavía hacía más contradictorio el argumento de que era el aceite»,
reconoce la Dra. Clavera, y recuerda que la exposición de los datos
descubiertos a Carmen Salanueva la horrorizaron. «Nos dijo, 'qué me
decís, esto es terrible..., pero ¿estáis seguros?'. Todo su parlamento nos
parecía sincero, pero pocos días después Salanueva salió en rueda de
prensa y volvió a repetir que había sido el aceite».

El segundo aspecto que el matrimonio Martínez-Clavera investigó fue


el circuito de comercialización del aceite. «Si una epidemia es única, si
hay un síndrome que aparece de golpe en el cual todos tienen más o
menos los mismos síntomas, es que se habían de haber intoxicado con
un producto común», explica Clavera. Estos epidemiólogos
comenzaron su investigación buscando algún punto en común en los
circuitos de comercialización del aceite. «Una vez completamos el
plano, con los circuitos, la identificación de las empresas implicadas,
vimos que no sólo no había ninguna procedencia en común sino que el
origen era muy disperso», y añade que «no había ningún tipo de
coherencia ni territorial ni espacial». El dato más flagrante que el
matrimonio Martínez-Clavera puso sobre la mesa era que sólo un 3 por
1.000 de los consumidores del aceite sospechoso estaba afectado, y que
había víctimas que no habían consumido el aceite sospechoso.

En junio de 1984 expusieron sus discrepancias respecto a la


teoría del aceite de colza en una reunión de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que Clavera recuerda muy tensa.
«Después de la exposición, el presidente no sabía que decir y
optó por interrumpir la reunión. Los jefes se retiraron a un despacho a
deliberar, y cuando salieron informaron que la investigación no se
podía rehacer si el Gobierno español no daba su visto bueno. Después
de decirnos que presentásemos investigaciones más detalladas al cabo
de seis meses, continuaron hablando del aceite como si nada hubiera
pasado».

Después de este tenso encuentro, en septiembre de 1984,


el PNST y el Center for Disease Control (CDC) de los
Estados Unidos firmaron un contrato para prestar un
epidemiólogo al Estado español. Fue seleccionado el Dr.
Edwin M. Kilbourne, quien cuando se produjo la
intoxicación estaba vinculado al Epidemic Intelligence Service (EIS)
del CDC. Kilbourne ya había sido enviado por el CDC para integrarse a
un equipo de investigadores que habían de elaborar seis estudios en la
población Navas del Marqués para averiguar el origen de la
intoxicación. La principal conclusión de los estudios era que los
enfermos habían comido lo mismo que los sanos. Los científicos
pretendían explicar este dato a partir de diferencias genéticas o del
sistema inmunitario entre intoxicados y no intoxicados. Con este
argumento se habría podido explicar, por ejemplo, por qué en
Cataluña, en donde también se distribuía el aceite de colza, no hubo
ningún afectado.

Según el documento firmado entre el PNST y el CDC,


la actividad principal de Kilbourne era la de «colaborar
en un estudio epidemiológico-toxicológico con el fin de
encontrar en el aceite la sustancia química o las substancias más
estrechamente asociadas con la enfermedad». Es decir: el Dr.
Kilbourne no tenía que investigar ningún alimento que no fuera el
aceite de colza. El mismo documento especifica más adelante que
«todos los datos que serán transmitidos al CDC con base a este
contrato pertenecen al gobierno español y tienen carácter
confidencial», y añade que «no pueden ser usados para fines científicos
u otros que no se mencionen en este contrato, si el PNST no da antes su
consentimiento».

A nivel judicial, el caso del Síndrome Tóxico también


generó acontecimientos más propios de una película de
espionaje que de un estricto problema de salud pública. El
letrado Juan Francisco Franco entró en este espinoso
asunto como abogado de los importadores de aceite. «Poco
después recibí una información que me decía que
investigase el tema por qué el aceite no tenía nada que ver,
que esta hipótesis no encajaba en absoluto, y al cabo de un
tiempo conocí los trabajos del Dr. Muro». Su participación
en el caso le llevó el 27 de octubre de 1986 a hacer una
intervención ante el Parlamento Europeo. «En esta época
yo estaba recibiendo llamadas amenazadoras contra mi
familia a les tres de la mañana. Se lo comenté al entonces
eurodiputado Juan María Bandrés y me dijo que había de
hacer público lo que sabia y que habíamos de intentar que
yo hablase en el Parlamento Europeo». En su intervención, Franco
expuso las contradicciones existentes en la hipótesis del aceite: «Mi
propósito es dejar constancia de unos hechos, que por sí mismos,
pondrán en evidencia, las manipulaciones y falsedades de que fue
objeto la investigación científica, esencialmente epidemiológica, para
dar apoyo a la hipótesis oficial e impedir la apertura de líneas
alternativas», y añadió que «pretendo por tanto, denunciar
públicamente estos hechos que han permitido ocultar la verdadera
causa de la intoxicación y perpetuar la caótica situación existente a
España en relación con la prevención sanitaria y el medio ambiente».
En su discurso ante el Parlamento Europeo este letrado también
sostuvo que «la Administración impidió el desarrollo de hipótesis
alternativas valiéndose de todo tipo de medios, incluidos la ocultación
y la falsificación de todos aquellos datos que exigían la apertura de
nuevas líneas de investigación».

¿Por qué toda esta confabulación para enterrar el caso


del Síndrome Tóxico? Greunke sospecha que detrás de
la intoxicación alimentaria hay algo más que un fraude
alimentario. «Se ha argumentado que se tapó porque
en ese momento España negociaba la entrada en la Comunidad
Económica Europea y estas informaciones podrían tener graves
repercusiones sobre el sector hortofrutícola del país». Greunke añade
que «hacer un montaje de este tipo, en el que se falsificaron datos, en el
que se metieron diversos gobiernos para taparlo... Cuesta un poco de
creer que fuera una simple intoxicación alimentaria. Allá detrás debía
de haber intereses más poderosos que los estrictamente económicos».
Inexplicablemente, su libro «El montaje del Síndrome Tóxico» fue
retirado de las librerías una semana después de publicarse; los
doctores María Jesús Clavera y Javier Martínez fueron despedidos de
forma fulminante de la Comisión Epidemiológica del Síndrome Tóxico
poco después de presentar sus datos a la reunión de la OMS y nunca
más han podido trabajar como epidemiólogos; Juan Francisco Franco
dejó de recibir llamadas amenazadoras después de su discurso ante el
Parlamento Europeo; el Dr. Muro murió en 1985 víctima de un cáncer
que muchos sospechan que fue inducido; pocas semanas después de la
publicación en Cambio 16 del reportaje «Un producto Bayer envenenó
España», José Oneto hubo de dejar la dirección de la revista; por su
lado, Carmen Salanueva, después de ser la directora del Plan Nacional
del Síndrome Tóxico fue nombrada Directora del Boletín Oficial del
Estado y fue acusada y condenada por haber comprado cuadros a una
galería de arte en nombre de la Reina y Carmen Romero, esposa del
entonces presidente del Gobierno. Además fue acusada de fraude que
la Intervención General del Estado cifró en más de mil millones de
pesetas. Murió el pasado mes de enero. El Dr. Edwin M. Kilbourne es
quien ha salido mejor, hasta ahora de este asunto: hoy en dia es el
director de la Oficina de Gestión de Datos del Center for Disease
Control de los Estados Unidos.

Aceite sin aceitunas:

Los disparates para llegar a un cabeza de turco.

«Es un bichito tan pequeño que si se cae se mata». Esta frase del
entonces ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, atribuyendo en un
primer momento la causa de la intoxicación a un microorganismo, es
para algunos un pequeño botón de muestra de lo que ha sido, y es, la
historia del Síndrome Tóxico. El inicio oficial de la intoxicación es el 1
de mayo de 1981, cuando falleció el niño Jaime Vaquero, de 8 años, en
una ambulancia que tenía que llevarle a un hospital.

A partir de este momento los ingresos se fueron multiplicando, así


como también los disparates que se fueron divulgando desde el
Gobierno. El mismo ministro Sancho Rof llegó a decir en rueda de
prensa el 22 de mayo de 1981 que «en todas las autopsias realizadas se
detecta el mycoplasma y ningún otro agente. En los cultivos, el germen
crece como un mycoplasma. Se conoce su nombre y su primer apellido,
pero falta su segundo apellido. Se extiende sin ningún agente físico
particular que lo propague».

El 10 de junio, TVE difunde la noticia que podría ser un aceite


adulterado vendido de forma ambulante, sin etiqueta y, por lo tanto,
sin control sanitario. Una semana más tarde, Sancho Rof anuncia que
es el aceite. De esta forma se ponía punto final a la teoría llamada hasta
ese momento como «neumonía atípica».

Para los disidentes, la única cosa que se descubrió en el aceite era un


fraude alimentario al que, en ningún caso, se le podía atribuir el origen
de la intoxicación y que, de hecho, se estaba practicando desde hacia
años.

El aceite de colza se importaba desde Francia, con licencia para su uso


industrial, por lo que era mucho más barato que el aceite de oliva para
el consumo humano. Este aceite de colza tenia que venir
desnaturalizado, lo que implica que se debería de haber teñido con un
2% de anilinas para que su aspecto no invitase a su ingestión. En
algunos casos, este proceso se llevaba a cabo y en otros no. A los
industriales que se sentaban en el banquillo de los acusados de la Casa
de Campo se los acusaba de estar involucrados en un negocio que se
dedicaba a renaturalizar este aceite de colza: le sacaban el tinte -es
decir, las anilinas-, para desviarlo hacia el consumo humano. En este
proceso de renaturalización se generaban anilidas. Según el Gobierno,
las anilinas y anilidas que contenía el aceite serian las substancias
tóxicas a las que cabria atribuir el envenenamiento masivo. Esta
definición volvió a cambiar más tarde, y se optó por la sibilina
expresión «que el aceite de colza era el vehículo del agente tóxico
desconocido».

El fraude del aceite tiene una larga tradición en España. En los años
ochenta, la producción anual de aceite de oliva se situaba en
aproximadamente 450.000 toneladas. De éstas, se exportaban
100.000. Si se tiene en cuenta que, según reconocía el Ministerio de
Agricultura, en todo el estado se consumían unas 800.000 toneladas
de aceite de oliva, se puede suponer que una gran cantidad de este
aceite no provenía, precisamente, de aceitunas.

Ensayo militar:

Pesticidas: mismos productos, diferentes usos.

Los investigadores independientes sospechan que alrededor


de la intoxicación podría haber un caso de ensayo con armas
químicas. En el prólogo del libro «El montaje del Síndrome
Tóxico», el periodista Rafael Cid reconoce que el mismo
CESID investigó directamente el caso. El trabajo de dos
oficiales de este centro concluía que la tesis del aceite no se
sostenía. El informe, elevado al entonces director del
CESID, Emilio Alonso Manglano, apuntaba hacia un ensayo
de guerra química como detonante de la epidemia.

Los productos de la familia de los pesticidas tuvieron su origen en las


armas químicas. En su uso militar, agrario o doméstico, pertenecen al
grupo de los compuestos organofosforados, con una composición
química muy similar. Son productos neurotóxicos porqué bloquean la
acción de la colinesterasa, una enzima sin la que se forman cantidades
tóxicas de acetilcolina, una substancia que destruye el funcionamiento
del sistema nervioso. De ahí que estos productos, con unas pequeñas
modificaciones, se puedan usar para finalidades civiles o militares. De
hecho, los primeros compuestos organofosforados, como el Tabún, el
Sarín y el Somán, fueron desarrollados por el Dr. Gerhard Schrader y
su equipo, que trabajaban como químicos en la Compañía Bayer.

Este estrecho parentesco ha comportado que en algunos casos haya


concordancias entre la fórmula de una patente para uso civil y para uso
militar de un mismo producto. Es el caso de la arma binaria VX
norteamericana. En un documento del gobierno de este país para la
Conferencia Permanente de Desarme de Ginebra, se publicó en 1972
por primera vez la fórmula de la estructura de esta VX, que concuerda
con la fórmula de la patente de Bayer número 3014943.

Guillermo Caba Serra.

(publicado en la revista «The Ecologist» en castellano, octubre del


2000).
Cambio 16. Número 681. 17-24 de diciembre de 1984.

Tres años y medio después de que se iniciara la tragedia atribuida al aceite de


colza adulterado, que causó la muerte a 352 personas y ha producido lesiones
irreversibles a otras 24.000, los resultados de nuevas investigaciones
científicas sostienen que no fue el aceite el culpable. El «Nemacur», un
producto de la firma Bayer que se usa en agricultura para matar gusanos,
aparece en estos informes como desencadenante del llamado «síndrome
tóxico».

Según nuevas investigaciones científicas


Un producto Bayer envenenó España.

El 9 de noviembre pasado, Luís Frontela Carreras, catedrático de Medicina


Legal y director del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Sevilla,
en un informe reservado, afirmaba: «No existe la más mínima base científica
para atribuir al consumo de aceite de colza desnaturalizado mediante anilinas la
causa directa del "síndrome tóxico"».

Luís Frontela Carreras.


El documento de Frontela, producto de dos años de trabajo, en el que participó
todo su equipo de colaboradores de la Universidad de Sevilla, echaba por tierra
las tesis oficiales elaboradas durante el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, que
atribuían al aceite de colza adulterado la causa del envenenamiento masivo
sufrido en varias provincias del país durante la primavera y el verano de 1981.

Frontela Carreras, uno de los más prestigiosos médicos del país, famoso por sus
investigaciones forenses sobre el crimen de Los Galindos, no sólo descarta que
la colza fuera el agente desencadenante de la epidemia que vistió de luto a 352
familias españolas, sino que afirma tajantemente que las anilinas, unas
sustancias colorantes utilizadas para desnaturalizar el aceite, no provocan el
cuadro clínico observado en los afectados por la «neumonía atípica».

«En consecuencia -advierte el doctor Frontela en su trabajo-, estimamos que los


tóxicos fundamentales que ocasionaron el "síndrome tóxico" no son las anilinas,
sino otras sustancias, que pudieron no ser detectadas en los análisis efectuados
por los organismos oficiales encargados de investigar el caso».

El doctor Frontela efectuó su trabajo científico utilizando técnicas matemáticas


y estadísticas, y experimentos de laboratorio, a petición del abogado José
Merino Ruiz, cuya esposa, María Concepción Navarro Hernández, había
fallecido en Madrid durante el verano de 1981, presentando un cuadro clínico
similar al de los supuestos envenenados por el aceite de colza.

A pesar de que esta mujer había contraído la enfermedad meses antes de que se
detectara el primer fallecimiento atribuido a la «neumonía atípica», Frontela
sentencia: «Los hallazgos macroscópicos de autopsia y los análisis de vísceras de
María Concepción Navarro Hernández son coincidentes con los de otros
fallecidos por el llamado "síndrome tóxico"».

Este descubrimiento, junto con la sintomatología que presentaban los enfermos


de la «neumonía atípica», lleva al doctor Frontela a sospechar que el causante
del envenenamiento que llevó a la tumba a 352 personas, según las estadísticas
oficiales -más de 500, según otras fuentes-, y produjo lesiones graves e
irreversibles en otros 24.000 individuos, no era el aceite de colza.

Frontela probó entonces a investigar con insecticidas


organofosforados y sustancias similares, habitualmente
utilizados como plaguicidas por los agricultores,
logrando un sorprendente descubrimiento: el Nemacur,
un producto químico fabricado por la Bayer para matar
los parásitos que se fijan a las raíces de las plantas,
podría ser el origen de la desconocida enfermedad.

Este nematicida, que se fabrica en la planta que la


multinacional Bayer tiene en Quart de Poblet, a pocos
kilómetros de Valencia, al ser absorbido por las plantas
en determinado periodo de crecimiento, podría dejar
residuos tóxicos en los frutos y provocar el envenenamiento de cuantos
individuos consumieran el producto, sostiene el informe del doctor Frontela.
«Las series de ratas intoxicadas directamente con Nemacur y con pimientos
tratados con Nemacur dos semanas antes de la recolección -afirma
concluyentemente el forense sevillano en su informe- presentan similares
lesiones microscópicas que las que se observan en los fallecidos por el síndrome
o neumonía tóxica».

A similares conclusiones había llegado dos años antes el


doctor Antonio Muro Fernández Cavada, ex director del
hospital del Rey, de Madrid, quien, en un voluminoso trabajo
de investigación epidemiológica, establece que la epidemia
detectada en España el 1 de mayo de 1981, cuando en Torrejon de Ardoz moría
el niño Carlos Vaquero, de ocho años de edad, víctima de una desconocida
neumonía pulmonar, estaba provocada por una partida de tomates que habían
sido tratados con el nematicida fabricado por la Bayer en Quart de Poblet
(Valencia).

Antonio Muro Fernández Cavada

El doctor Muro, un «médico maldito» por haberse enfrentado a las tesis


oficiales que relacionaban el aceite de colza desnaturalizado a la extraña
enfermedad, acabó apartado de la comisión gubernamental que investigaba las
causas de la «neumonía atípica».

Rodeado de un estrecho grupo de colaboradores, Muro se lanzó a investigar por


su cuenta. Entrevistó personalmente a más de 4.000 afectados por la
enfermedad, viajó de una a otra punta del país y, seis meses después, tenía
elaborado el mapa de la enfermedad en todo el territorio estatal.

De esta manera, el médico heterodoxo y su equipo lograban obtener un primer


descubrimiento: gran parte de los afectados por el llamado «síndrome tóxico»
no habían consumido aceite de colza desnaturalizado y, por el contrario, todos
ellos incluían en su dieta alimenticia una determinada variedad de tomate que
sólo se cultiva en escasas zonas del Estado español.

Con estos datos, el doctor Muro se dedica a visitar mercados, se entrevista con
asentadores de frutas y verduras, con transportistas e intermediarios y semanas
más tarde consigue averiguar que el tomate sospechoso procede de una huerta
de la localidad almeriense de Roquetas del Mar.
Invernadero de Roquetas de Mar, sospechoso de causar el «síndrome».

Sus investigaciones le permiten determinar, incluso, la cantidad de tomate que


pudo haber producido el envenenamiento masivo conocido como «síndrome
tóxico»: una partida de unos ochenta y cinco mil kilos cosechada durante los
meses de abril, mayo y junio de 1981 y dedicada al consumo interior por su
escasa calidad.

«Este tomate, de la variedad Lucy -señala a CAMBIO16 Antonio Muro-, se


consumió principalmente en los cinturones periféricos de las grandes ciudades,
lo que coincide con el perfil sociológico de los afectados, todos ellos personas
pertenecientes a un estrato social medio-bajo».

Mientras la comisión gubernamental del «síndrome tóxico» seguía


manteniendo la teoría del aceite de colza desnaturalizado como el vehículo
propagador de la epidemia, Muro centra su trabajo en los insecticidas utilizados
por los agricultores para combatir las plagas y descubre que un producto de la
Bayer, el Nemacur, produce en las cobayas similares efectos a los detectados en
los pacientes afectados por la «neumonía atípica».

Cuando se administra oralmente Nemacur 10 a las cobayas -afirma el doctor


Muro en el folio OJ 6342507 vuelto del sumario de la colza-, éstas mueren al
sexto día. Si, en cambio, se les alimenta con un pedazo pequeño de pimiento
tratado con este nematicida, la cobaya muere al segundo día, de donde se
desprende que, al ser asimilado por la planta, el Nemacur 10 se convierte en un
tóxico más potente que en su preparación original».

Frente a las teorías de los doctores Muro y Frontela, el resto de la comunidad


científica -el Centro de Nutrición y Alimentación de Majadahonda, el Instituto
Nacional de Toxicología y un sector del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas- sigue considerando que el envenenamiento masivo que afectó a 14
provincias españolas a comienzos del verano de 1981 se debió a un tóxico que se
encontraba en una partida de aceite de colza desnaturalizado.
La tesis del aceite de colza, cada vez más débil. La del Nemacur gana terreno.

Los investigadores oficiales fundamentan su hipótesis en que el 97 por 100 de


los enfermos del llamado «síndrome tóxico» habían consumido aceite de colza
adulterado y vendido clandestinamente y en el hecho de que a partir del 30 de
junio de 1981, fecha en que el Gobierno procedió a retirar masivamente este
aceite, la curva de afectados descendió vertiginosamente.

Sin embargo, los intentos de reproducir en laboratorio los efectos del síndrome
inoculando el supuesto aceite envenenado a todo tipo de cobayas, han resultado
vanos hasta la fecha. «En los laboratorios de la Fundación Jiménez Díaz -cuenta
a CAMBIO16 un biólogo- hicimos pruebas con grupos de diez ratas de
quinientos gramos cada una, a las que les dábamos tres miligramos de aceite de
colza de todas las formas imaginables (frito, en ensalada, crudo, etcétera), y
ninguna de las cobayas reprodujo el síndrome. Simplemente, engordaban».

En el Instituto Nacional de Toxicología y en el Centro de Nutrición y


Alimentación de Majalahonda, dos de las instituciones científicas de mayor
prestigio del país, los experimentos dieron parecidos resultados. «La
administración de muchas muestras de aceite a babuinos, monos, cobayas y
hamsters han dado resultados negativos», concluye la Organización Mundial de
la Salud en un informe elaborado en 1983 y dado a conocer este año.

La OMS, que desde que se descubrió el «síndrome tóxico» hasta la


fecha ha enviado a 14 equipos científicos internacionales a nuestro
país para estudiar la sintomatología y los orígenes del
envenenamiento masivo, en un informe de 96 páginas, reconoce la
impotencia de la comunidad científica internacional para determinar
las verdaderas causas de la epidemia.

«Las pruebas de que las anilidas de ácidos grasos fueron la causa de la


enfermedad siguen siendo poco convincentes -asegura en su informe la OMS-
(...) Mientras la toxina exacta del aceite siga sin identificarse, todas las pruebas
de aceite confiscadas deberían conservarse almacenadas, ya que mientras siga
sin descubrirse la causa precisa, no puede tenerse la seguridad de que esta
enfermedad no volverá a presentarse en España u en otros países».

La ausencia de datos concluyentes en las investigaciones de laboratorio sobre


muestras de aceite de colza desnaturalizado ha hecho que muchos científicos
españoles y extranjeros estén en la actualidad utilizando otras hipótesis de
trabajo y que la propia Organización Mundial de la Salud, en un informe
confidencial remitido al Gobierno español, recomienda no descartar ninguna
otra posibilidad de investigación que pueda arrojar luz sobre el origen del
agente tóxico. Es el caso de los doctores Francisco Javier Martínez Ruíz y María
Jesús Clavera Ortiz, antiguos miembros de la Comisión Epidemiológica del
Síndrome Tóxico, quienes han llegado a la conclusión de que el agente causante
del envenenamiento masivo que produjo las «neumonías atípicas» del verano
del año 1981 no estaban en el aceite de colza desnaturalizado, sino, por el
contrario, en las ensaladas.

Doctores Javier Martínez Ruíz y María Jesús Clavera: «El aceite no es el culpable».

«Tras muchos meses de trabajo en el Plan Nacional del Síndrome Tóxico -dice
Francisco Javier Martínez a CAMBIO16- hemos podido comprobar que el tóxico
no fue el aceite, ya que sólo tres de cada mil personas que consumieron la colza
supuestamente envenenada han resultado afectados. Además, no es exacto que
la epidemia cesara el treinta de junio de mil novecientos ochenta y uno, cuando
se mandó retirar el aceite. En contra de la versión oficial, está estadísticamente
comprobado que el llamado "síndrome tóxico" había comenzado a remitir dos
semanas antes».

Por otra parte, el personal científico del Laboratorio Central de Aduanas, que
dirige el doctor Bolaños, que fue el primer centro investigador del país que aisló
las anilinas de los aceites de colza desnaturalizados, tienen serias dudas acerca
de que este tóxico fuera el único causante de la epidemia.

«Después de haber estudiado detenidamente la sintomatología de los enfermos


-señaló un alto cargo del organismo a CAMBIO16-, estamos convencidos de que
entre las sustancias que provocaron las "neumonías atípicas" tenía que haber
obligatoriamente compuestos fosforados».

A esta misma conclusión llegaba, en el verano de 1981, el médico militar Luis


Sánchez Monge, una de las personas que más años ha dedicado al estudio de la
acción de los gases tóxicos.

El doctor Sánchez Monge, experto en armas químicas y bacteriológicas, en un


informe reservado hecho llegar a las autoridades sanitarias del país, aseguraba
la coincidencia entre los efectos del «síndrome tóxico» descubiertos en los
afectados y determinadas fases de la guerra química, donde suelen emplearse
compuestos fosforados en estado gaseoso.

En uno y otro caso, el cuadro clínico era similar: insuficiencias respiratorias


graves con disnea y tos, náuseas y vómitos, dolores musculares, dolores de
cabeza, diarrea y exantema pruriginoso.

Todas estas experiencias apoyan los descubrimientos de los doctores Muro y


Frontela, quienes, trabajando cada uno por su lado, llegaron a la conclusión de
que el posible tóxico determinante de la epidemia era el Nemacur, un
nematicida que se elabora en la planta de Cuart de Poblet, en Valencia, por la
multinacional alemana Bayer. El Nemacur se emplea como plaguicida desde
1972 en el Estado español y lleva fósforo en su composición.

«Según mis investigaciones y las de mi equipo de colaboradores -asegura el


doctor Luis Frontela Carreras a CAMBIO16-, el Nemacur es con mucha
probabilidad el agente causante del envenenamiento masivo conocido como
"síndrome tóxico"».

El doctor Frontela, que recibió a esta revista en su domicilio de Sevilla, en la


avenida de la República Argentina, asegura también que su trabajo no son
especulaciones gratuitas. «Un equipo interdisciplinario de quince personas
llevamos dos años investigando en el tema, hemos hecho centenares de ensayos
con todo tipo de plaguicidas y todos los datos señalan que la epidemia pudo
producirse por una incorrecta utilización de este organofosforado».

Según el Servicio de Defensa contra Plagas e Inspección Fitopatológica del


Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el Nemacur cuando se emplea
en su versión líquida, que posee una alta concentración de organofosforados, es
un producto altamente tóxico, letal para las personas, los animales terrestres y
la fauna acuícola, por lo que debe administrarse a las plantas entre sesenta y
noventa días antes de la recolección, para dar tiempo a la planta a eliminar los
posibles residuos de veneno que puedan acumularse en tallo, hojas y frutos.

«Yo utilicé el Nemacur -se ratifica Frontela ante CAMBIO16- en plantaciones de


pimientos dos semanas antes de la recolección. Administrados a lotes de ratas,
reproducían fielmente la sintomatología de los afectados por las "neumonías
atípicas" de mayo-junio de mil novecientos ochenta y uno, y morían a los pocos
días».

Informes confidenciales de los servicios secretos, a los que ha tenido acceso


CAMBIO16, señalan que F.M., el agricultor de Roquetas de Mar, empleó
Nemacur -varios bidones de cinco litros de Nemacur en su versión líquida, es
decir, la más tóxica- para exterminar una plaga de fusario -un hongo que afecta
a las raíces- que estaba a punto de arruinar su cosecha de tomates.

«Fue una mala cosecha -cuenta F.M. a CAMBIO16, confirmando los datos en
poder de los servicios de inteligencia-. En un invernadero de dos hectáreas sólo
logré salvar ochenta y un mil quilos de tomates, de la variedad Lucy, que vendí
entre doce y dos pesetas el kilo y que se destinaron en su integridad al mercado
nacional».
El descubrimiento de este agricultor, que confiesa haber recolectado su cosecha
semanas antes de que se detectara los primeros casos atribuidos a un tóxico
desconocido, parece confirmar las hipótesis del doctor Antonio Muro y su
equipo de colaboradores que, a través de un amplio estudio sociológico, cuya
documentación ocupa varios armarios de su antiguo despacho del Hospital del
Rey, determinó en 1981 que los supuestos tomates a los que él achacaba el
origen de la epidemia se habían producido en la provincia de Almería.

Sin embargo, la empresa fabricante del producto plaguicida, la multinacional


Bayer, la primera empresa química del mundo que creó una sección destinada a
la conservación de la naturaleza, rechaza cualquier posible vinculación del
Nemacur con el envenenamiento masivo de mayo-junio de 1981.

«Incluso en caso de una mala aplicación del Nemacur, en un plazo breve por
descuido o intencionadamente, no se presentaría ningún tipo de enfermedad del
tipo de "síndrome tóxico", ya que está demostrado que nuestro producto no es
neurotóxico y, en cambio, los afectados por la "neumonía atípica" han padecido
en su mayoría procesos neurotóxicos», manifestó el jefe de la división
fitosanitaria de Bayer en el Estado español, J. Costa (véase apartado “La Bayer
se defiende”).

Estos argumentos no convencen al catedrático de Medicina Legal de la


Universidad de Sevilla, Luis Frontela Carreras, quien afirma a esta revista que
existen efectos poco conocidos, pero altamente peligrosos, en los nematicidas.
«Estos efectos -asegura- se producen a largo plazo e incluso en personas que no
han consumido grandes cantidades de tóxico y no vienen indicados en los
folletos de los plaguicidas normalmente, por lo que se suele escapar al
conocimiento de los especialistas e incluso de un sector de la comunidad
científica».

Pero no es sólo la Bayer quien pone en duda los informes de los doctores Muro y
Frontela. «Si son rigurosamente serios -asegura Carmen Salanueva,
coordinadora del Plan Nacional del Síndrome Tóxico- que vengan y los
expongan, que aquí a nadie se le cierran las puertas».

Por otra parte, el Gobierno, que sigue con evidente preocupación las
investigaciones de Antonio Muro y Luis Frontela, por el temor de que una mala
utilización del tema puede perjudicar al sector agrícola español en un momento
clave de nuestra integración en la Comunidad Económica Europea, va a invitar a
ambos científicos a que expongan sus teorías ante los foros científicos estatales e
interestatales, para evitar, de una vez por todas, que se siga especulando con un
tema que afecta dolorosamente a numerosas familias del país.

Independientemente de las declaraciones del Gobierno y de los responsables a


nivel asistencial de los afectados por el «síndrome tóxico», el catedrático de
Medicina Legal de Sevilla, Luis Frontela, está convencido de que su trabajo está
en el buen camino. «Dentro de dos semanas, cuando hayamos concluido los
últimos ensayos, la verdad se abrirá paso por sí sola».
El síndrome de la muerte.

El síndrome tóxico, también llamado «neumonía atípica», fue detectado en la


localidad madrileña de Torrejón de Ardoz el 1 de mayo de 1981, al morir por
insuficiencia pulmonar aguda el niño de ocho años Carlos Vaquero.
Posteriormente, seis de los ocho miembros de su familia contraerían la extraña
enfermedad.

En pocos días, la epidemia alcanzó a otras trece provincias españolas, todas


ellas situadas en el noroeste de la Península, salvo Galicia y Cantabria, y afectó
sobre todo a personas de clase media-baja residentes en las zonas periféricas de
las ciudades.

La epidemia alcanzó su punto máximo a mediados de junio, fecha en que se


registraron hasta 600 ingresos en los hospitales de todo el país, y se atendía a
más de cuatro mil enfermos. Durante este periodo se realizaron los primeros
estudios epidemiológicos, que permitieron establecer que la enfermedad no
afectaba a lactantes y que la epidemia incidía más en la población femenina.

El primer dato permitió establecer que la «neumonía atípica» tiene su origen en


un envenenamiento masivo por ingestión de alimentos. Encuestas posteriores
demostraron que la mayoría de los afectados habían consumido aceite de colza
desnaturalizado con anilinas. A pesar de que la mayoría de los afectados habían
consumido también tomates y otros alimentos de consumo generalizado, el
hallazgo de las anilinas en el aceite de colza y las circunstancias políticas que
vivía el partido del Gobierno, la Unión de Centro Democrático, hizo que toda la
investigación oficial se centrara en «la colza».

Datos oficiales estiman que unas sesenta mil personas estuvieron sometidas a
los efectos del tóxico, de las cuales resultaron directamente afectadas 24.000 y
murieron 352. Sin embargo, datos extraoficiales sugieren que la población
expuesta al veneno fue muy superior y que el número de muertos asciende en la
actualidad a más de quinientas personas, 150 de las cuales no son reconocidas
oficialmente, por haber contraído el «envenenamiento» antes o después de que
estuviera en circulación la partida de aceite de colza a que se atribuye la
intoxicación.

Un insecticida altamente tóxico.

El Nemacur es un compuesto químico que se emplea por los agricultores como


nematicida, para combatir las plagas que afectan a las raíces de las plantas.

Fabricado y patentado por la multinacional alemana Bayer, se sintetizó por


primera vez en 1963 y se viene comercializando en el Estado español desde
1972. Su materia activa son los Fenamifos (etil-p-metiltio-m-tolil-isopropil
fosforoamidato), un producto fosforado que actúa como plaguicida por contacto
y es soluble en las grasas.
Se vende libremente en 19 países, especialmente en los tropicales, y en el Estado
español se comercializa en dos versiones: una, líquida, y otra, granulada.

El producto líquido, conocido por Nemacur 40, posee una elevada


concentración de Fenaminos y es altamente tóxico. De acuerdo con las normas
del Ministerio de Agricultura el consumidor debe consignar en un libro de
registro la utilización que le va a dar y no se puede aplicar a las cosechas sesenta
días antes de su recolección.

El Nemacur granulado o Nemacur 10 es bastante menos tóxico y no necesita,


legalmente, un plazo de seguridad para ser administrado a las plantas.

Los organismos internacionales encargados de la salud (Organización Mundial


de la Salud, Organización de Alimentación y Agricultura, etc.), permiten en el
caso del Nemacur un límite de residuos que oscila entre los 0,05 y 0,2
miligramos de plaguicida por kilo de vegetal, según el tipo de cultivo.

El «codex» alimentario de la FAO, por su parte, establece que el IDA (Ingestión


Diaria Admisible) de Fenamifos en el ser humano no debe superar el 0,0006
miligramos por día y kilo de peso de la persona que absorbe el tóxico.

La Bayer se defiende.

La aplicación correcta del Nemacur no tiene ningún riesgo para la salud, porque
los residuos máximos, tanto del preparado como de sus metabolitos, están,
después del plazo de espera, por debajo de la tolerancia aceptada por la OMS,
informa la Bayer a CAMBIO16.

Saliendo al paso de los informes de los doctores Muro y Frontela, la


multinacional alemana asegura que en los estudios efectuados por el Instituto
Nacional de Toxicología efectuados en mayo de 1981, cuando surgió el
«síndrome tóxico», no aparecieron restos de organofosforados, compuesto que
constituye el principio activo del Nemacur.

Señalan también que han vendido su producto en grandes cantidades en el


Estado español desde 1972 hasta la fecha sin que se hayan presentado
envenenamientos debido a que su acción sobre las plantas es muy pequeña.

Bayer España destaca el hecho de que, a pesar de haberse utilizado


masivamente su nematicida en Canarias, Baleares, Alicante, Almería, Murcia y
Valencia, en estas zonas no se han presentado casos de enfermedades con
sintomatología parecida a la «neumonía atípica». «Por el contrario -dicen-, las
regiones más afectadas por el "síndrome" han resultado ser aquellas en que la
aplicación del Nemacur es mínima».

En contra de las hipótesis de los doctores Frontela y Muro, la multinacional


alemana pone de relieve que a pesar de ser el tomate y los pimientos productos
de mucha exportación, en ningún país del mundo se ha detectado el «síndrome
tóxico». El Nemacur se emplea en la actualidad en otros 19 países, desde
Estados Unidos a Camerún, como nematicida. «En ninguno de ellos se han
producido enfermedades similares a la «neumonía atípica» registrada en el
Estado español en 1981», afirma la Bayer.

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