0% encontró este documento útil (0 votos)
213 vistas26 páginas

Claves de La Memoria Autobiográfica Resaltado

El documento habla sobre la memoria autobiográfica. Define la memoria autobiográfica como los recuerdos que una persona tiene de su vida y experiencias personales. Explica que la memoria autobiográfica es fundamental para la identidad personal y la capacidad de revivir el pasado, interpretar el presente y planificar el futuro. También describe los avances en el estudio científico de la memoria autobiográfica en las últimas décadas.

Cargado por

Elle Black
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
213 vistas26 páginas

Claves de La Memoria Autobiográfica Resaltado

El documento habla sobre la memoria autobiográfica. Define la memoria autobiográfica como los recuerdos que una persona tiene de su vida y experiencias personales. Explica que la memoria autobiográfica es fundamental para la identidad personal y la capacidad de revivir el pasado, interpretar el presente y planificar el futuro. También describe los avances en el estudio científico de la memoria autobiográfica en las últimas décadas.

Cargado por

Elle Black
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 26

1

1
Claves de la memoria autobiográfica
JOSÉ MARÍA RUIZ-VARGAS
Facultad de Psicología.
Universidad Autónoma de Madrid

Lo que se recuerda no es el suceso, sino la experiencia del suceso.


ENDEL TULVING

Introducción

Hablar de memoria autobiográfica es hablar de los recuerdos que una persona tiene de su vida
o, más exactamente, de las experiencias de su vida.

Atributo esencial → sentido de “yo” o de “mí”


Es a través de los recuerdos autobiográficos como percibimos nuestro “yo”

Y es que este tipo de memoria constituye el punto crítico en el que convergen los sentimientos,
las motivaciones y los deseos, las metas y los logros, los valores, las creencias y los
significados de cualquier persona.

En cada recuerdo autobiográfico están los elementos esenciales de la emoción, la memoria y


la personalidad.
La memoria autobiográfica se constituye en el soporte y el organizador de nuestra biografía, de
la historia narrada de nuestras experiencias personales.

Gracias a la memoria autobiográfica los seres humanos podemos organizar y combinar


armónicamente nuestro conocimiento sobre el mundo y nuestro conocimiento sobre nosotros
mismos. Y el resultado esencial de todo ello es la conciencia de identidad personal y la
capacidad de toda persona para revivir su pasado, interpretar el presente y planificar su futuro.

Un marco teórico para la investigación de la memoria autobiográfica

Creencias falsas sobre la memoria: poca importancia que en nuestra sociedad se atribuye a la
memoria. Paradoja: la gente minusvalora la memoria al tiempo que aumenta su preocupación
por perderla. Cuando las mismas personas que minusvaloran la memoria se enteran o caen en
la cuenta de lo que realmente significa la memoria para la vida, cambian inmediatamente de
opinión.

...a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace
más y más preciosa (...) Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a
retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una
vida sin memoria no sería vida...

Hace década y media, aproximadamente, estamos asistiendo a un crecimiento exponencial del


conocimiento científico sobre la memoria humana. Los factores responsables de dicho
progreso son a la vez muchos y de naturaleza diversa. No obstante considero oportuno
mencionar los cuatro siguientes:
1. La convergencia de intereses y de programas de investigación para desentrañar la
naturaleza de la memoria de tres grupos de científicos que, tradicionalmente, no han
compartido ni sus inquietudes ni sus hallazgos: los psicólogos cognitivos, los
2
neuropsicólogos y los neurocientíficos. La comunalidad de intereses y objetivos de
estos tres grupos de científicos cognitivos ha producido, en los últimos años, el
surgimiento de una nueva disciplina –la Neurociencia Cognitiva– que significa, de
hecho, un cambio de paradigma.
2. La constatación de que la memoria no es una sola cosa. En efecto, la abundante
literatura sobre el fenómeno de las disociaciones de memoria ha certificado sin lugar a
dudas que lo que entendemos por memoria no es una entidad unitaria o indiferenciada
sino un conjunto de sistemas independientes, aunque interactuantes, que difieren entre
sí respecto al tipo de información que representan, las reglas que rigen sus
operaciones, y las áreas o regiones cerebrales en las que se asientan (cf. Schacter &
Tulving, 1994; Ruiz-Vargas, 2002b).
3. El cambio paradigmático que ha supuesto la integración, en el seno de la psicología de
la memoria, de dos enfoques o modos de entender y analizar la memoria que, hasta
hace relativamente poco, parecían condenados a no entenderse. Me refiero al enfoque
de laboratorio o cuantitativo, cuyo objetivo es evaluar el número de elementos
almacenados en la memoria, y al enfoque naturalista/ecológico o cualitativo, cuyo
objetivo es evaluar la exactitud o la fidelidad de la representación del pasado.
4. La consolidación de un área de investigación que, si bien no es completamente nueva,
representa el reconocimiento oficial de la pertinencia, de la legitimidad epistémica y del
rigor metodológico de la investigación de un tipo de memoria que, como señala Brewer
(1996), abarca un dominio natural y que, mayoritariamente, es llamada memoria
autobiográfica. Esta observación adquiere una especial relevancia si tenemos en cuenta
que, si bien la importancia y el estudio de los recuerdos personales han estado
presentes en la psicología desde sus inicios como disciplina (e.g., Galton, Freud, Henri y
Henri, Hall, entre otros), no sería hasta la década de 1980 cuando la memoria
autobiográfica empieza a ser estudiada de un modo continuado y sistemático . La razón
principal de tal ausencia, durante la mayor parte del siglo XX, en los programas de
investigación de los psicólogos de la memoria fue de naturaleza metodológica: los
recuerdos de las experiencias personales han resultado difíciles de verificar y, sobre
todo, no se prestan al control experimental. Tras unos años de controversias y disputas
metodológicas entre los partidarios de cada uno de los dos enfoques mencionados en el
punto anterior, la sensatez se ha impuesto finalmente entre la mayoría, que entiende
que la ciencia de la memoria tiene que ser capaz de investigar con el mismo rigor
cualquier fenómeno de memoria en el laboratorio y en la vida cotidiana.

Naturalmente, entre estos cuatro factores existe una relación causal, que se manifiesta tanto
desde una perspectiva ontológica y/o epistemológica como desde una perspectiva temporal o
histórica. No considero oportuno detenerme en los detalles de esta observación, pero resulta
bastante patente que el reconocido estatus científico del que actualmente goza la investigación
de la memoria autobiográfica no hubiese sido posible sin el reconocimiento previo por parte de
los neurocientíficos cognitivos de la existencia de diferentes tipos de memoria.

3
En un trabajo muy reciente (Ruiz-Vargas, 2002a), me he referido a algunas de las
creencias falsas más extendidas sobre la memoria.

Definición de memoria autobiográfica

Para entender la noción de memoria autobiográfica, conviene establecer previamente un cierto


contexto conceptual dentro del cual está teniendo lugar su desarrollo y análisis. La
3
consecución de ese objetivo pasa por ofrecer, en primer lugar, una definición general de
memoria; a continuación, hacer referencia a los distintos tipos o sistemas de memoria humana,
para, finalmente, centrarnos en la definición y características fundamentales de la memoria
autobiográfica.

Una definición sencilla, aunque rigurosa, de memoria considera a ésta como la capacidad de
los animales para adquirir, retener y utilizar conocimiento y habilidades. Desde mediados de
los ochenta, ha cambiado sustancialmente la manera como los científicos cognitivos
contemplan la memoria. Como ya he señalado, la vieja idea de la memoria como una entidad
monolítica ha sido desplazada por la evidencia irrefutable de que ésta consiste, en realidad,
en una colección de diferentes sistemas con manifestaciones propias en los dominios
conductual, cognitivo y cerebral. Aunque existen distintas taxonomías de la memoria, creo que
la propuesta por Schacter y Tulving (1994) es la que ofrece mayor cobertura teórica a los
datos empíricos disponibles. En su clasificación, estos autores distinguen un sistema a corto
plazo o memoria operativa, y cuatro sistemas de memoria a largo plazo: la memoria de
procedimientos (o procedimental), el sistema de representación perceptiva, la memoria
semántica y la memoria de episodios o episódica4. Para nuestros objetivos resulta
especialmente pertinente detenernos en la definición de los dos últimos sistemas
mencionados, y, de un modo especial, en la memoria episódica5.
Hace casi treinta años, Tulving (1972) distinguió por primera vez entre una memoria semántica
y una memoria episódica6. La memoria semántica es el sistema encargado de la adquisición,
retención y utilización de conocimiento acerca del mundo en el sentido más amplio, esto es,
hechos y conceptos. La memoria episódica haría lo propio con la información relativa a los
sucesos personales y a los eventos de nuestro pasado que han ocurrido en un momento y en
un lugar específico.
En la memoria episódica, pues, la información está organizada en torno a un episodio vivido y
su recuperación implica necesariamente que las claves disponibles formasen también parte del
contexto de codificación. Esta idea es fundamental para entender tanto el recuerdo como el
olvido de la información episódica. La regla básica está contenida en el llamado “principio de
codificación específica” y reza así: el modo específico como codificamos un suceso
determinará las claves de recuperación que nos ayudarán posteriormente a recordarlo 7. Es
decir, una persona sólo podrá recordar algo con éxito si las claves o las ayudas que tiene
presentes formaron parte del contexto de codificación, por la sencilla razón de que esas
claves, al ser parte del episodio que se desea recordar, son la única vía eficaz para restaurar
o reactivar ese episodio. Por ejemplo, si alguien me dijese “¿Te acuerdas de lo que pasó el 23
de Noviembre de 1963?”, le diría que no recuerdo nada de ese lejano día; sin embargo, si me
dice “¿Te acuerdas del día que asesinaron a Kennedy?”, le respondería, inmediatamente, que
sí y además con absoluta claridad. La razón es que la clave de recuperación que se me ha
proporcionado en el primer caso (“el 23 de Noviembre de 1963”) no forma parte del recuerdo
que guardo de aquel día, mientras que la clave segunda (“el día que asesinaron a Kennedy”)
forma parte del núcleo de mi recuerdo de aquel suceso8.

subrayar que “episódica” en este contexto es el adjetivo derivado de “episodio”, por lo que la
expresión “memoria episódica” se refiere exclusivamente a la memoria de episodios, sucesos
o acontecimientos pasados.
5
La definición y las características de todos y cada uno de los sistemas de memoria
enumerados se encuentran expuestas con bastante detalle en varios de mis trabajos
anteriores (e.g., Ruiz Vargas, 1994, 2000, 2002b).
4
6
7
El principio de codificación específica es la propuesta teórica más potente para explicar
psicológicamente el recuerdo exitoso y el olvido de los episodios pasados. Este principio fue
formulado por Tulving y Thomson (1973) a partir de sus hallazgos experimentales, y ha sido
avalado desde entonces por los datos de innumerables investigadores.

A diferencia de la memoria episódica, la memoria semántica no representa información alguna


relativa al contexto espacio/temporal en el que se ha producido la adquisición. Las
representaciones semánticas constituyen el conocimiento general de los individuos que
puede ser descrito en forma de proposiciones. Gracias a este sistema, las personas podemos
representar estados, objetos y relaciones entre unos y otros sin necesidad de que estén
presentes físicamente. Por eso, Tulving considera que la representación estructurada del
conocimiento semántico tiene como función principal el modelado cognitivo del mundo.
A pesar de sus diferencias, la memoria episódica y la memoria semántica están estrechamente
relacionadas. Así, desde una perspectiva evolucionista, el sistema de memoria episódica se ha
desarrollado a partir de la memoria semántica; por consiguiente, ambos sistemas comparten
muchas propiedades, aunque la memoria episódica, al ser un sistema más evolucionado,
transciende el abanico de capacidades de la memoria semántica. Las siguientes palabras de
Tulving reflejan éstas y otras ideas acerca de su concepción actual de la memoria episódica:
...la memoria episódica se refiere a un sistema que hace posible el “viaje en el tiempo” mental
a través del tiempo subjetivo: desde el presente hacia el pasado y hacia el futuro, una proeza
que no puede realizar ningún otro sistema de memoria. Al hacerlo, permite al individuo
reexperimentar, mediante la conciencia autonoética, las experiencias previas, y proyectar
experiencias similares sobre el futuro. La memoria episódica evolucionó más tarde que los
demás sistemas, probablemente es exclusiva de los humanos y se desarrolla tarde en la
infancia. Sus operaciones dependen de la memoria semántica y de otras formas de memoria.
Por tanto, comparte mecanismos neurales y procesos cognitivos con otros sistemas, pero,
además, se apoya en mecanismos y procesos específicos que no forman parte de ningún otro
sistema (Tulving, 1999a, 13).

Tulving está insistiendo mucho y de manera muy explícita en sus trabajos más recientes (cf.
Tulving, 1999a,b; Tulving y Lepage, 2000) en dos cuestiones de especial relevancia en este
contexto. Por un lado, en que el concepto de memoria episódica “ha cambiado
considerablemente desde su introducción hace casi treinta años” (Tulving, 1999a, 12). Por
otro, en la singularidad de la memoria episódica, puesta de manifiesto básicamente a
través de dos características absolutamente exclusivas de este sistema; a saber, (1) que
es el único orientado hacia el pasado: la recuperación episódica significa viajar
mentalmente hacia atrás por el pasado personal a través del tiempo subjetivo (todos los
demás sistemas de aprendizaje y memoria están orientados al presente) , y (2) que la
evocación o rememoración episódica va acompañada de “conciencia autonoética”, es
decir, la experiencia consciente de sí-mismo como una entidad continua a través del
tiempo, que permite darse cuenta de que el yo que reexperimenta ahora un episodio del
pasado personal es el mismo yo9 que experimentó ese episodio en un tiempo anterior
(Wheeler, Stuss y Tulving, 1997). Como muy sabiamente señalan Tulving y Lepage, gracias a
la conciencia autonoética podemos distinguir entre “estar pensando en algo” y “estar
rememorando”. Lo sustancial y único de la memoria episódica estaría, por tanto, en esa
sensación consciente de pasado; es decir, en el sentimiento subjetivo de que, en la
experiencia que se revive en el momento presente, una persona está re-experimentando algo
que sucedió anteriormente en su vida; una experiencia mental única e inconfundible que no
tiene nada que ver con conocer o saber algo (memoria semántica).
5
8
Obviamente, para poner este ejemplo, he tenido que consultar antes la fecha en que fue
asesinado el presidente John F. Kennedy. Guardo un recuerdo extraordinariamente rico en
detalles de todo tipo del día en que me enteré del asesinato de Kennedy; sin embargo, la fecha
no forma parte de mi “recuerdo fotográfico” de aquel suceso.

Sobre la base de esas dos características (pasado y conciencia autonoética), Tulving


(1999a, 16) considera que la función de la memoria episódica es “la recuperación
consciente del pasado personal”. Resulta claro, pues, que la memoria episódica es una
memoria autobiográfica, y, de hecho, en la definición de 1972, Tulving ya se refirió
explícitamente a dicha propiedad: “Un evento... es siempre almacenado [en el sistema
episódico] en términos de su referencia autobiográfica...” (p. 385). Por tanto, siguiendo el
pensamiento de este autor, memoria “episódica” y memoria “autobiográfica” serían dos
términos equivalentes.

Investigadores actuales de la “memoria autobiográfica” siguen pegados a la definición


tulvingiana de 1972, y, en consecuencia, continúan pensando que la “memoria episódica”
parece referirse más al recuerdo de listas de palabras en un contexto de laboratorio de
aprendizaje verbal que al recuerdo personal de las experiencias de la vida cotidiana. Esa
limitación conceptual tan primitiva les ha llevado, en su opinión, a tener que introducir
numerosas distinciones conceptuales entre memoria episódica y, por ejemplo, memoria
genérica, memoria de eventos, memoria genérica de eventos, memoria autobiográfica,
memoria recolectora, etcétera, etcétera (cf. Brewer, 1996). En general, lo que estos
investigadores vienen a proponer es que la memoria episódica –entendida como la memoria
de los hechos específicos que ocurren en un momento y en un lugar específicos– sea
considerada como una categoría supraordinal en la que estarían incluidas las otras memorias
mencionadas (i.e., la memoria autobiográfica, la memoria de eventos, la genérica, la
recolectora, etc.). Esto significaría, según ellos, que la memoria autobiográfica es un
tipo de memoria episódica, pero no todo recuerdo episódico es de naturaleza
autobiográfica.

No existe ninguna evidencia experimental en apoyo de una propuesta así, y, además, porque
considero que violaría el principio de parsimonia: si podemos explicar los hechos observados
de forma simple (a saber, el sistema de memoria episódica –cuya existencia está
suficientemente probada– es el encargado de registrar lo que una persona experimenta a lo
largo de su vida y, por ende, su propia biografía) no hay por qué apelar a explicaciones
complejas (i.e., una memoria “episódica” para eventos cotidianos sin relevancia personal, otra
memoria “autobiográfica” para eventos personalmente significativos, etc.). Además, la mayor
parte de los términos propuestos para diferenciar “lo autobiográfico” de “lo episódico” se
refieren, en realidad, como advierte el propio Tulving (1999a, 13), al tipo de información
recordada más que a hipotéticos sistemas de memoria con propiedades específicas distintas
de las del sistema episódico. Por tanto, entiendo que el concepto actual de memoria
episódica cubre adecuadamente la idea de una memoria para los sucesos vividos
personalmente y, en consecuencia, hace innecesaria la introducción de otros términos.

No obstante, soy consciente de que no se puede ser ajeno a lo que para muchos
investigadores actuales significa memoria autobiográfica en su actual contexto de uso, por lo
que asumo ese término como una parte del contenido del sistema de memoria episódica;
aunque, en aras de una coherencia teórica, creo que lo adecuado sería utilizar el término
recuerdos autobiográficos mejor que memoria autobiográfica. En resumen, no hay
razones para asumir la existencia de una memoria autobiográfica distinta de una
memoria episódica, pero sí podemos hablar de “recuerdos autobiográficos” como un
6
tipo de información episódica.

Características de los recuerdos autobiográficos

Relación con el yo

Existe un consenso general respecto a que una de las características más definitorias –si
no la que más– de los recuerdos autobiográficos es que contienen información
relacionada con el yo10.
 William James (1890) señaló que para que un evento mental sea experimentado como
un recuerdo personal éste debe, en primer lugar, referirse al pasado y, segundo, estar
asociado con la sensación de yo, es decir, debe estar incluido en el pasado personal del
sujeto.
 El contenido de estos recuerdos es una combinación de informaciones relativas a
lugares, momentos, personas, objetos, sentimientos, creencias, actitudes, prejuicios, y
todo aquello involucrado en la actuación de las personas.

Estructura narrativa

Otra característica especialmente relevante de los recuerdos autobiográficos es su estructura


narrativa. Cuando una persona evoca cualquier experiencia personal de su pasado lo hace
contando una historia, no recitando una lista fragmentada de atributos o características. Más
aún, la estructura narrativa de estos recuerdos es muy similar a la estructura narrativa de otras
formas de comunicación social, razón por la cual Hirst y Manier (1996) consideran que
rememorar es un acto de comunicación:

La gente rememora la historia de sus vidas escribiendo autobiografías, conversando con


parientes, amigos y extraños, e incluso hablándose a sí mismo... El acto de rememorar no
puede separarse del acto de comunicar, ni la memoria autobiográfica puede ser considerada
como algo distinto del discurso mismo. Las evocaciones surgen... de un deseo de comunicarse
con otros sobre el pasado personal (p, 271).

Estos y otros autores (e.g., Bruner y Feldman, 1996) han insistido igualmente en cómo el
discurso empleado influye en lo que se evoca y cómo se evoca. Es un hecho constatado que la
misma persona recuerda el mismo episodio de modo diferente cuando escribe su
autobiografía, cuando lo cuenta a un grupo de extraños, cuando lo rememora con un amigo
íntimo, o cuando lo evoca a través de un diálogo interno (cf. Tenney, 1989; Pillemer et al.,
1991; Robinson, 1996). En definitiva, las convenciones sociales de la escritura o del habla
autobiográfica, el papel de la audiencia, los supuestos sobre el uso del lenguaje en las
conversaciones, el ajuste del significado al contexto, y la relación social entre el hablante y su
audiencia representan un conjunto de factores que determinan tanto la forma como el
contenido de los recuerdos autobiográficos.

10
Una definición operativa del yo –y que ha permitido que éste sea objeto de estudio de la
psicología empírica– es la que lo considera como una “organización de conocimiento”.
Greenwald y Pratkanis (1984) lo han descrito como una estructura de conocimiento que
combina componentes declarativos y procedimentales, lo que ha favorecido las
conceptualizaciones estructurales del yo como un “esquema actitudinal complejo” o como “una
red de memoria”. Para los propósitos de este trabajo, resulta interesante destacar que las
revisiones históricas sobre el yo ponen de manifiesto la idea dominante de que el yo y la
memoria son dos caras de la misma moneda.
7
11
Puede verse, en este sentido, la reciente y magnífica revisión en castellano de Suengas
(2000) sobre los recuerdos autobiográficos.
Por otro lado, la naturaleza social de los recuerdos autobiográficos supone que los individuos
tenemos que aprender a narrar o a contar las historias que vivimos. Un grupo importante de
psicólogas evolutivas de la City University of New York, lideradas por Katherine Nelson, llevan
varios años aportando datos muy interesantes sobre el desarrollo de las habilidades narrativas
de los niños para hablar a otras personas de sus recuerdos. Entre sus hallazgos destaca el
papel básico desempeñado por los padres y, muy especialmente, los estilos que éstos adoptan
cuando hablan del pasado con sus propios hijos. En este sentido, resulta muy sugerente la
distinción establecida por Minda Tessler entre madres de “estilo paradigmático” y madres de
“estilo narrativo12”. Las primeras se caracterizan por plantear a sus hijos preguntas del tipo
“¿Qué tiene la ardilla en la boca?”, mientras que las “madres narrativas” hacen preguntas
relacionadas con el episodio, como por ejemplo, “¿Viste cómo la ardilla enterraba la nuez para
poder encontrarla y comérsela cuando llegue el invierno?”. A partir de esta distinción, esta
investigadora ha descubierto que los hijos de madres narrativas recuerdan significativamente
más que los hijos de madres paradigmáticas. Y lo que parece más importante, Tessler
descubre también que ningún niño de los participantes en uno de sus estudios –el que incluía
la visita a un museo– recordaba nada de la experiencia del museo si después de la visita no
habían hablado de ello con sus madres. Hasta tal punto eran así las cosas, que los niños sólo
recordaban lo que su madre y cada uno de ellos habían hablado juntos, y eran incapaces de
recordar nada de lo que su madre hubiese hablado sola acerca del museo y nada de lo que
cada uno de ellos hubiese comentado a solas. Estos hallazgos han sido replicados con éxito
en otros estudios y permiten establecer, al menos, dos importantes principios: (1) que la
narración de los episodios experimentados resulta fundamental para que éstos se fijen en la
memoria y sean memorables, y (2) que el contexto social parece esencial tanto para compartir
las experiencias como para compartir los recuerdos que guardamos de ellas . Judith Hudson,
otra investigadora del grupo de Nelson, ha propuesto un modelo de interacción social para
explicar el desarrollo de la memoria autobiográfica, cuyo postulado esencial es que los niños
aprenden de forma gradual cómo hablar con los demás de sus recuerdos a través de las
llamadas “charlas sobre recuerdos” (memory talks) o conversaciones sobre eventos pasados
entre la madre (o los padres) y el niño o la niña y, en consecuencia, a organizar sus recuerdos
narrativamente13.
Una cuestión no resuelta todavía entre los teóricos es si los recuerdos autobiográficos se
almacenan como narraciones o si la estructura narrativa se impone posteriormente durante la
recuperación. Teniendo en cuenta el conocimiento actual sobre la dinámica de la memoria y
su naturaleza constructiva y reconstructiva, yo me inclino a pensar que los recuerdos de las
experiencias de la vida sólo se organizan narrativamente si son recuperados, ya sea para
contarlos a otros o para contárnoslos a nosotros mismos. Por tanto, la experiencia se
convierte en narración a través de la recuperación.

El papel de las imágenes mentales

Los recuerdos autobiográficos se caracterizan, asimismo, porque su evocación


generalmente incluye imágenes visuales y de otras modalidades sensoriales: “La
memoria episódica nos permite visitar mentalmente y ‘ver’ el pasado”, nos dicen Tulving
y Lepage (op. cit., 213; cursivas añadidas pero entrecomillado en el original).
Una gran diversidad de pruebas apoyan el componente imaginístico de estos recuerdos. Por
ejemplo, esa propiedad de “ver” el pasado es considerada por la gente en general como lo
definitorio de los llamados recuerdos autobiográficos. Este aumento de la credibilidad y de la
veracidad de las evocaciones propiciado por las imágenes se pone especialmente de
manifiesto en las declaraciones de los testigos presenciales de actos delictivos. Y también,
como no podía ser de otra manera, siempre que una persona evoca un episodio personal o lo
narra como parte de su autobiografía cargado de imágenes. Porque, en todos estos casos,
las personas no se limitan a decir lo que sucedió, sino que en su narración nos dicen
que pueden “ver” la situación, “oír” lo que se dijo o “sentir” lo que sintieron,
convencidos de que así avalan y aumentan la exactitud de su recuerdo14.
Vladimir Navokov nos ofrece un ejemplo extraordinariamente rico en imágenes sensoriales y
emocionales en el siguiente pasaje de su autobiografía Habla, memoria, que, sin duda,
aumenta en el lector –y seguro que en el propio Navokov– la sensación de verdad de lo
evocado:

A continuación veo a mi madre conduciéndome hacia la cama a través de aquel enorme


vestíbulo, del que partía una escalera central que subía y subía, y arriba del todo sólo unos
cristales como de invernadero separaban el último rellano del cielo verde claro del anochecer.
Yo solía resistirme y arrastraba los pies o patinaba por la tersa superficie del piso de piedra,
obligando así a la suave mano que se apoyaba en mis riñones a que empujara mi poco
dispuesto esqueleto con indulgentes golpecitos (p.81).

14
Desde hace bastantes décadas, se sabe que el pasado personal puede ser evocado desde
dos perspectivas o puntos de vista, la del participante y la del observador (cf. Freud, 1899).
Nigro y Neisser (1983) realizaron la primera investigación experimental sobre este fenómeno y
comprobaron que los “recuerdos de campo” (o del participante) eran más frecuentes que los
“recuerdos de observador”, aunque se puede cambiar con facilidad de un punto de vista a otro.
Además, observaron que las experiencias recientes tienden a ser evocadas desde la
perspectiva de campo, mientras que las más antiguas se evocan desde la perspectiva del
observador; y, algo más muy interesante, cuando los sujetos se centraban en los sentimientos
asociados al episodio aumentaban los recuerdos de campo, frente a un aumento de recuerdos
de observador cuando se centraban en el contexto físico. Para muchos teóricos, ésta es una
prueba más de que una parte importante de nuestra experiencia pasada es construida o
inventada en el momento de la evocación.

Las imágenes son igualmente una parte muy sobresaliente de los recuerdos de situaciones
menos extremas que las anteriores aunque también emocionalmente intensas. Un ejemplo
prototípico lo encontramos en los llamados “recuerdos fotográficos” (flashbulb memories), un
tipo de recuerdos muy vivos, muy exactos y muy duraderos, cuyo contenido mantiene de
forma “casi fotográfica” la mayor parte de los detalles sobre las circunstancias en las que nos
enteramos de sucesos emocionalmente impactantes, inesperados y de gran relevancia
personal o social. Por último, la relación entre nivel de imágenes y credibilidad de los
recuerdos ha sido demostrada por Brewer (1988). Este investigador comprobó empíricamente
que los sujetos que asignaban niveles altos de confianza a sus recuerdos autobiográficos
demostraban tener recuerdos repletos de imágenes visuales, mientras que los sujetos que
mostraban poca confianza en sus recuerdos decían tener pocas imágenes visuales de los
mismos. En resumen, la imaginería mental es una característica básica de los recuerdos
autobiográficos.

El componente emocional

Sin duda alguna, la gente sabe que las experiencias cargadas de emociones fuertes se
recuerdan de un modo distinto a aquellas otras en las que la emoción o los afectos apenas son
visibles. Este convencimiento, sin embargo, se torna en problema, y en problema de
dimensiones formidables, cuando los científicos de la memoria tratan de determinar hasta qué
punto y cómo las emociones influyen en los recuerdos autobiográficos. En concreto, las dos
cuestiones más espinosas y controvertidas son las relativas a (1) el efecto real de las
emociones sobre la memoria, es decir, si la emoción aumenta o disminuye la fuerza de los
recuerdos personales, y (2) si para explicar esos efectos hay que apelar a mecanismos
especiales. La resolución de estas dos cuestiones se ha buscado a través de la investigación
en tres ámbitos concretos: la memoria de los testigos presenciales, los recuerdos
fotográficos y los recuerdos de sucesos traumáticos.
Respecto a la primera cuestión, debemos tener presente (piénsese en el caso de los recuerdos
fotográficos, comentados en el apartado anterior) el hecho paradójico y, en consecuencia,
desconcertante, de que las experiencias traumáticas en ocasiones producen recuerdos
excelentes o son recuperadas excesivamente (éste sería el caso de algunas víctimas de
episodios traumáticos) y, por el contrario, otras veces, no se recuerdan en absoluto
(represión/amnesia). Este problema, que no es otro que el del impacto real de la emoción
sobre la memoria, sigue abierto a la investigación y a la teorización; si bien, hallazgos recientes
sugieren que esta relación está determinada por interacciones muy complejas entre muchas
variables de muy distinta índole y cuya identificación y mejor comprensión permitiría explicar el
patrón antagónico descrito.
En un intento por concretar algo más esta última idea, quiero señalar que los teóricos lo que
plantean es que las circunstancias (externas e internas) que rodean a los procesos de
codificación, consolidación y recuperación podrían ser la clave en este asunto. Una línea de
investigación que está resultando especialmente eficaz en la resolución de este problema es la
que está analizando a nivel neurocognitivo los procesos de consolidación de los recuerdos, por
un lado, y el papel de las hormonas del estrés en la modulación de los recuerdos, por otro. Sin
pretensión alguna de exhaustividad, sólo quisiera señalar un par de hallazgos que me parecen
especialmente relevantes. En primer lugar, existen datos que apuntan la posibilidad de
que las situaciones traumáticas reducen la capacidad del hipocampo para integrar
(consolidar) los distintos componentes de los recuerdos emocionales en un todo
coherente. Esta consolidación defectuosa produciría unos recuerdos traumáticos poco
cohesionados y, consecuentemente, muy difíciles de recuperar deliberadamente, lo que
explicaría los casos de amnesia post-traumática y, al mismo tiempo, el que sean
recuerdos cuya recuperación queda a merced de las claves situacionales (cf. McClelland,
1995; Krystal et al., 1995). Por otro lado, y en segundo lugar, el grupo de trabajo del
neurobiólogo de la memoria Larry Cahill16 está aportando datos muy sugerentes acerca de la
importancia crucial de los sistemas endógenos de las hormonas del estrés
(especialmente, las catecolaminas) y del complejo amigdalino (en particular, la amígdala
basolateral) en la codificación y almacenamiento de los eventos emocionales. En
resumen, lo que estos últimos trabajos están mostrando es que las experiencias estresantes
liberan en el organismo diversas sustancias, unas con efectos potenciadores sobre la memoria
(e.g., la

16
Para una revisión reciente, véase Cahill (2000

epinefrina) y otras con efectos inhibidores (e.g., los opiáceos). Las condiciones en las que se
liberan unas u otras es algo todavía no aclarado.
Estos descubrimientos, incluso en su estado actual no definitivo, parecerían apuntar en la
dirección de determinados mecanismos especiales (neuroquímicos y de consolidación) que se
activarían/inhibirían en situaciones emocionales fuertes; sin embargo, esta sigue siendo una
cuestión muy contradictoria todavía.
Al margen de estos hallazgos, cuya confirmación aún precisa muchos más estudios, lo que
está fuera de toda duda, y a nosotros nos resulta especialmente revelador, es que disponemos
de numerosos estudios psicológicos que demuestran convincentemente la especial longevidad
y fidelidad de los recuerdos emocionales. En concreto, la memoria de los testigos presenciales
de sucesos emocionalmente negativos ha demostrado ser muy precisa, sobre todo tras
intervalos de retención largos (no inmediatos). Por otro lado, los recuerdos fotográficos
resultan ser muy consistentes en situaciones de test- retest, así como excepcionalmente
claros, ricos en detalles y asombrosamente resistentes al olvido y al paso del tiempo. Por
último, las experiencias traumáticas parecen ir asociadas a evocaciones dolorosamente vívidas
que han demostrado ser muy exactas e inmunes al olvido en muchos de los casos estudiados
(especialmente, en casos de secuestro y de supervivencia en campos de concentración). En
suma, los datos disponibles sugieren de forma abrumadora que las emociones generalmente
ejercen un efecto fortalecedor sobre los recuerdos17.

Distribución temporal
La investigación ha puesto de manifiesto que la disponibilidad del pasado personal no presenta
una distribución temporal uniforme; aunque esto no implica necesariamente que todo lo más
viejo se recuerde menos.

Un modo sencillo de examinar la disponibilidad de los recuerdos autobiográficos es


pedir a las personas que rememoren distintos períodos de su vida. En este sentido, un
método de probada eficacia consiste en tomar muestras de la memoria episódica de una
manera nada restrictiva, como la que se produce cuando al sujeto se le presentan unas
palabras (llamadas “claves de recuperación”), como, por ejemplo, “casa”, “orgullo”, “fuego” o
“pájaro”, y se le pide que nos cuente el primer recuerdo autobiográfico que le venga a la
cabeza18. Una vez hechas las asociaciones, el propio sujeto debe fechar el episodio descrito
en cada recuerdo. Siguiendo este procedimiento, distintos investigadores han comprobado
empíricamente que la fiabilidad test-retest del fechado es bastante alta y, para el caso concreto
de las personas que hacen un diario –en cuyo caso la verificación es posible–, se ha
demostrado que el fechado es muy preciso (cf. Rubin, 1982). Sin embargo, la fiabilidad del
fechado no significa que los recuerdos

17
Para una revisión actualizada y rigurosa sobre los efectos de la emoción sobre la memoria,
véase Schooler y Eich (2000).
18
El método de las “palabras clave” fue creado y utilizado por primera vez por Francis Galton
(1883) para describir y cuantificar los contenidos de su propia memoria. Dicho estudio,
recogido en su obra Inquiries into human faculty and its development (Londres: Macmillan), es
considerado como uno de los antecedentes del método de “asociación libre” utilizado unos
años después por Freud. Modernamente, en este tipo de investigaciones se utilizan como
claves de recuperación tanto materiales verbales como no verbales (cf. Rubin et al., 1986).

autobiográficos contengan representaciones directas del tiempo: estos recuerdos contienen


información sobre lugares, personas, objetos, acciones, pensamientos y emociones, pero no
sobre la fecha exacta de las experiencias. La edad19 de los recuerdos autobiográficos –salvo
excepciones– no se establece sobre criterios intrínsecos a los mismos, sino a partir de
inferencias derivadas de elementos externos e internos al propio recuerdo.
La distribución de estos recuerdos según su edad permite hacer una estimación de los
recuerdos que cada sujeto tiene disponibles en cada intervalo temporal. Cuando se han
combinado los datos de muchos sujetos y de distintos estudios, se ha comprobado que resulta
un patrón consistente de distribución temporal del pasado personal. El patrón gráfico obtenido
es una función exponencial en forma de S horizontal (ver Figura 1) que representa la
contribución de tres componentes: una función de retención, un factor de reminiscencia y
un factor de amnesia infantil (Rubin et al., 1986). El componente de retención es necesario
para explicar la función monotónicamente decreciente que todas las personas muestran
respecto a los 20 años más recientes de su vida (en la Figura 1, está representado por la
última porción de la curva). El componente “reminiscencia”, que aparecerá si y sólo si los
sujetos tienen más de 35 años de edad, representa un incremento muy significativo de
recuerdos de cuando los sujetos tenían entre 15 y 25 años. Por último, el componente
“amnesia infantil” representa la gran escasez de recuerdos de los primeros años de la vida (en
la Figura 1, corresponde al inicio de la curva).

Figura 1. Distribución temporal de recuerdos autobiográficos de grupos de personas adultas de


más de 70 años. Los datos han sido obtenidos promediando los incluidos en diferentes
estudios publicados.

40

35

30

25

20

15

10

0
3 10 20 30 40 50 60 70

Edad en el momento del acontecimiento

Considero pertinente, en un contexto sobre “autobiografía” como el presente, comentar


siquiera brevemente lo más esencial de los fenómenos de “reminiscencia” y “amnesia infantil”.

El fenómeno de la reminiscencia

La reminiscencia se define como el incremento desproporcionado de recuerdos autobiográficos


de la adolescencia y la juventud. El fenómeno de reminiscencia fue conceptualizado
formalmente por primera vez por el psiquiatra Robert Butler (1963) en un trabajo teórico con un
título muy sugerente: “The life review: An interpretation of reminiscence in the aged”. Allí
escribió:

Entiendo la revisión de la vida como un proceso mental, que es universal y se produce de un


modo natural, caracterizado por el retorno progresivo a la conciencia de las experiencias
pasadas y, particularmente, por el resurgimiento de conflictos no resueltos; simultáneamente, y
normalmente, estas experiencias y conflictos que se revisan pueden ser analizados e
integrados (p. 66).

Sin embargo, las investigaciones empíricas de la propuesta de Butler no parecen confirmar


sus asertos básicos. En concreto, no está claro que todo el mundo “revise su vida” ni que esa
revisión, cuando se produce, conlleve una reorganización de
19
La edad de un recuerdo se define como el tiempo transcurrido desde que se produjo el
evento hasta la fecha actual del acto de memoria.

la experiencia. El problema de la propuesta de Butler es que no puede ser evaluada


adecuadamente (cf. Merriam, 1993). Pero esto no invalida en absoluto ni que la reminiscencia
sea un hecho ni los muchos hallazgos que sobre su naturaleza se están produciendo en los
últimos años en el seno de la psicología de la memoria. Como ha señalado Fitzgerald (1996),
el incremento de los recuerdos autobiográficos del comienzo de la edad adulta es actualmente
un fenómeno bien replicado, aunque su explicación se mantiene abierta. En este contexto
empírico, merecen ser mencionados los siguientes hallazgos: (a) el “pico de la reminiscencia”20
aparece, además de en situaciones de recuperación con claves, en las narraciones libres de la
vida (Fromholt y Larsen, 1991); (b) no se limita a la memoria episódica, sino que la
reminiscencia se produce en todos los ámbitos cognitivos: “lo que se aprende antes de llegar a
la adultez es lo que mejor se recuerda” (Rubin et al., 1998, 3); (c) el período vinculado a la
reminiscencia (15-25 años de edad) tiende a ser identificado por los adultos como “su época” y
en ella colocan su música favorita, los libros más apreciados o influyentes, las películas
favoritas, etc. (cf. Sehulster, 1996); (d) investigaciones psicosociológicas han constatado que
las personas tienden a recordar los sucesos políticos nacionales e internacionales, que
ocurrieron cuando tenían entre 16 y 24 años de edad, como “especialmente importantes”,
influyentes, significativos y formativos, en el sentido de que consideran a tales sucesos como
los definidores de una “generación”.
El fenómeno de la reminiscencia se ha intentado explicar desde diferentes presupuestos
teóricos, de entre los que destacan, por su mayor poder explicativo, las tres hipótesis
siguientes: (1) la hipótesis madurativa, que sugiere que el mayor número de recuerdos de la
adolescencia y la juventud está producido porque en ese período de la vida las capacidades
cognitivas están en su momento álgido; (2) la hipótesis de la formación de la identidad, que
asume que durante ese período se forma la identidad adulta individual y social, así como las
narraciones adultas que se utilizan para comprender y presentar al yo en los círculos sociales,
y (3) la hipótesis del cambio cognitivo, que postula que los sucesos de la adolescencia y la
juventud se recuerdan mejor porque se han vivido durante un período de estabilidad cognitiva
tras un período de cambio rápido21.

La amnesia infantil

Un hecho sobradamente constatado es que los adultos de cualquier edad son incapaces de
recordar los acontecimientos vividos durante los primeros años de su vida. Freud (1905) fue el
primero en identificar este fenómeno, y en llamarlo amnesia infantil, en su obra Tres ensayos
sobre teoría sexual. Concretamente, en el segundo de tales ensayos, “La sexualidad infantil”,
se refirió al mismo como sigue:

...un fenómeno psíquico que hasta ahora ha eludido toda explicación... [es] la peculiar amnesia
que oculta a los ojos de la mayoría de los hombres, aunque no de todos, los primeros años de
su infancia hasta el séptimo o el octavo (...) de

20
Los investigadores han introducido el término “pico de la reminiscencia” (reminiscence
bump) para destacar la naturaleza empírica del incremento de recuerdos procedentes del
período vital comprendido entre los 15 y 30 años (ver Figura 1).
21
Una exposición detallada de las hipótesis explicativas más relevantes se encuentra en el
reciente trabajo de Rubin, Rahhal y Poon (1998).

los que nada hemos retenido en nuestra memoria, fuera de algunos incomprensibles
recuerdos fragmentarios. (...) ¿Por qué razón permanece tan retrasada nuestra memoria con
respecto a nuestras demás actividades anímicas, cuando tenemos fundados motivos para
suponer que en ninguna otra época es esta facultad tan apta como en los años de la infancia
para recoger las impresiones y reproducirlas luego? (...) No puede existir, por tanto, una real
desaparición de las impresiones infantiles; debe más bien tratarse de una amnesia análoga a
aquella que comprobamos en los neuróticos (...) y que consiste en una mera exclusión de la
conciencia (represión). (pp. 41-42)22

Como se puede apreciar, Freud no sólo llamó la atención sobre el fenómeno sino que lo
atribuyó a los efectos de la represión. Desde finales del siglo XIX, se han realizado
numerosas investigaciones con una cierta variedad de métodos y, aunque la mayor parte se
han llevado a cabo con adultos, todas ellas coinciden en que, en efecto, la inmensa mayoría
de los adultos no recuerda nada anterior a su tercer cumpleaños; sin embargo, se han
propuesto diferentes explicaciones alternativas a la represión freudiana.
En una rigurosa revisión de Pillemer y White (1989), se establece que los adultos situamos el
recuerdo más antiguo alrededor de los 3½ años23, lo cual no significa que la llamada amnesia
infantil se acabe a esa edad, porque, como han constatado empíricamente estos autores, en
realidad, la amnesia infantil abarca dos fases. La primera, que se extendería hasta los 3
años aproximadamente, implica un bloqueo prácticamente total de recuerdos, y la
segunda, que iría de los 3 a los 6 años, aunque incluye algunos recuerdos, sigue
presentando una escasez muy significativa de recuerdos accesibles respecto a la
memoria posterior.
Para explicar la amnesia infantil, se han presentado diversas propuestas teóricas: (1) los
recuerdos de los primeros años de la vida han sido reprimidos; (2) la amnesia infantil refleja
sencillamente la no existencia de memoria en los niños pequeños; (3) los niños pequeños
tienen memoria pero el paso del tiempo ha borrado los recuerdos correspondientes a los
primeros años; (4) los recuerdos correspondientes al período de la amnesia infantil resultan
inaccesibles para los adultos porque los esquemas del adulto no son “receptáculos
apropiados” para la reconstrucción de las experiencias infantiles; (5) la amnesia infantil es el
resultado de la ausencia en los primeros años de la vida de un esquema del yo, de una falta de
autoconciencia o de conciencia autonoética, que se traduce en la incapacidad de los niños
pequeños para codificar los acontecimientos que viven como “experiencias personales”, y (6)
la amnesia infantil se explicaría en términos de la incapacidad narrativa de los niños pequeños,
como consecuencia de la falta de un desarrollo apropiado del lenguaje, para implicarse en
conversaciones sobre el pasado guiados por los padres (recuérdese lo expuesto en el
apartado sobre “estructura narrativa” de los recuerdos autobiográficos). De

22
Esta cita procede de la edición de bolsillo publicada por Alianza Editorial (Madrid, 1972) con
el título genérico de Tres ensayos sobre teoría sexual.
23
Durante más de 5 años, he recogido material sobre “el recuerdo más antiguo” con mis
alumnos de la asignatura “Psicología de la memoria”. Sobre una muestra que se acerca
al millar de sujetos, he confirmado que los 3½ años es la fecha en la que sitúan su
primer recuerdo el 80-85% de los participantes.
todas estas propuestas, sólo las dos últimas están recibiendo apoyo empírico; las cuatro
primeras han sido invalidadas por los datos disponibles24.

La estructura organizativa del conocimiento autobiográfico

La cuestión de la organización de los recuerdos personales ha sido abordada por un elevado


número de investigadores y todos ellos coinciden en que este tipo de recuerdos están
organizados en diferentes niveles de especificidad. Aunque resulte sorprendente, la
extraordinaria complejidad, variedad y casi ilimitada cantidad de recuerdos en los que está
contenida la historia de cada persona se ajustan siempre a una estructura bien definida.
Siguiendo la propuesta de Martin Conway (e.g., Conway y Rubin, 1993; Conway y Pleydell-
Pearce, 2000), todo recuerdo autobiográfico contiene tres tipos de conocimiento organizados
jerárquicamente: períodos de la vida, acontecimientos generales y conocimiento específico de
acontecimientos. Los períodos vitales o de la vida representan el conocimiento más general y
más abstracto y denotan períodos largos de tiempo que se miden en años o décadas. Por
ejemplo, “cuando iba a la escuela”, “cuando estaba en el internado”, “cuando mi hija era
pequeña” o “cuando trabajaba de asistente voluntario en el hospital X”. Los acontecimientos
generales representan tipos más específicos y también más heterogéneos de conocimiento
autobiográfico que suele medirse en días, semanas o meses. Por ejemplo, “los paseos diarios
con mi perro”, “el viaje a las cataratas de Iguazú” o “la reunión anual con los viejos compañeros
de carrera”. Por último, y en el nivel más bajo de la jerarquía, estaría el conocimiento que se
refiere a los recuerdos de acontecimientos concretos y se mide en segundos o minutos y,
posiblemente también, en horas. Por ejemplo, “la pelea en la que se enzarzaron mi perro y el
de un vecino la semana pasada”, “el momento en que vi por primera vez las cataratas de
Iguazú desde la ventana del hotel” o “el malentendido que surgió entre el camarero y mi amigo
X cuando éste llegó al restaurante y preguntó dónde estaba nuestro grupo”.
La investigación experimental ha demostrado que siempre que recordamos el pasado
personal, ya sea en una conversación o al escribir una autobiografía, intervienen entrelazados
o “anidados” los tres tipos de conocimiento descrito. Esto significa que el conocimiento
específico de acontecimientos forma parte de acontecimientos generales y éstos, a su vez,
forman parte de períodos vitales. Esta organización implica que los tres tipos de conocimiento
forman parte de la misma base de conocimiento autobiográfico, es decir, del mismo sistema de
memoria episódica. No obstante, el hecho constatado de que algunos pacientes que sufren
amnesia orgánica retrógrada tengan preservado el acceso al conocimiento relativo a los
períodos vitales y, hasta cierto punto, al de los acontecimiento generales pero, por el contrario,
presenten un déficit severo para recuperar el conocimiento específico de los acontecimientos
correspondientes a los períodos afectados por la amnesia (cf. Conway, 1993), abre la
posibilidad de que el conocimiento específico forme parte de un sistema de memoria distinto al
episódico (dadas las características de este tipo de conocimiento específico de eventos, los
investigadores consideran que es compatible con el “sistema de representación perceptiva”).
Por otro lado, y como parece obvio, cada uno de los tres tipos de conocimiento autobiográfico
cumple una función determinada. En concreto, los acontecimientos generales parecen ser los
puntos naturales para iniciar un recuerdo autobiográfico, mientras

24
Los trabajos de Nelson (1993) y Perner (2000) se hacen eco de estas propuestas y de su
poder explicativo.

que el conocimiento autobiográfico almacenado en los períodos de la vida proporcionaría las


claves para recuperar conocimiento relativo a acontecimientos generales y el conocimiento
específico de episodios individuales.
¿Cómo se construye un recuerdo autobiográfico? En términos generales, la construcción de
un recuerdo implica el establecimiento de un patrón estable de activación en la base de
conocimiento autobiográfico y la intervención de los procesos centrales de control en la
recuperación. Brevemente, el proceso de construcción incluiría una serie de fases con tres
momentos críticos: acceso, búsqueda y verificación. Así, y de acuerdo con este modelo, todo
comienza siempre con una clave (externa o interna) que proporciona el acceso a la base de
conocimiento autobiográfico; a continuación, se inicia un proceso de búsqueda que ofrece un
resultado, y, finalmente, ese resultado es evaluado o verificado a la luz de unos criterios
establecidos de antemano. Si el conocimiento recuperado es consistente con tales criterios,
se da por terminado el proceso de recuperación de un recuerdo, de lo contrario, se inicia de
nuevo todo el ciclo, con la particularidad de que cada vez se accede con una clave nueva o con
la clave anterior modificada. Por tanto, el proceso de construcción de un recuerdo
autobiográfico es un proceso cíclico que implica la localización y recuperación de los
recuerdos por “aproximaciones sucesivas”. Según se desprende de lo expuesto, el éxito en la
recuperación de recuerdos autobiográficos depende de un modo crucial de dos factores: (1)
contar con claves eficaces o adecuadas, tal y como establece y predice el “principio de
codificación específica” (véase, más arriba, el apartado 3), y (2) establecer unos criterios
válidos de verificación. Son muchos los estudios que están demostrando la validez de este
modelo (cf. Burgess y Shallice, 1996; Conway, 1996). A partir de sus propios hallazgos y de
los de otros investigadores, Conway considera que los recuerdos autobiográficos son
construcciones mentales transitorias generadas por procesos complejos de
recuperación a partir de diferentes tipos de conocimiento autobiográfico. Esta propuesta
resulta muy sugerente porque destaca, en mi opinión, dos ideas fundamentales: Primera, los
recuerdos autobiográficos son construcciones resultantes de la combinación de trozos de
conocimiento de cada uno de los tres tipos descritos. Segunda, estos recuerdos son
transitorios, es decir, que en la memoria no existe una representación ni única ni isomórfica de
la experiencia original, sino que cada reconstrucción autobiográfica está determinada tanto por
el pasado como por el presente: la experiencia original será recuperada por un yo que ha ido
cambiando con el tiempo y que interpreta sus experiencias pasadas en función de sus
metas y planes actuales, las expectativas propias y ajenas, el contexto social, etcétera.

Respecto a estas dos ideas, creo que debe advertirse también que ambas forman parte del
patrimonio teórico de la psicología cognitiva de la memoria. Así, la primera de ellas –los
recuerdos son construcciones– está en la médula de la teoría de la memoria de Bartlett (1932),
y la segunda, concretamente en lo que se refiere al papel decisivo del pasado y del presente
en dicha construcción, aparece recogida en el concepto de “ecforia sinergística” de Tulving
(1976), que expresa y enfatiza la idea de que el resultado de un acto de memoria depende
críticamente no sólo de la información contenida en el engrama sino también de la información
proporcionada por el ambiente de recuperación o las claves de recuperación. Me interesa
recalcar estas coincidencias porque, fundamentalmente, son pruebas de confirmación teórica y
empírica de algunos principios esenciales para entender la naturaleza de los recuerdos y, de
un modo muy especial, los recuerdos autobiográficos, como veremos a continuación.

La exactitud de los recuerdos autobiográficos

El problema de la exactitud o de la precisión, esto es, de la fidelidad de los recuerdos


autobiográficos es, sin duda alguna, el gran escollo con el que inevitablemente se encuentra
todo investigador o teórico de la memoria episódica. Dada la complejidad del asunto, resulta
especialmente útil tratar de identificar cuanto antes qué factores se relacionan o intervienen de
un modo decisivo en el grado o nivel de exactitud de estos recuerdos. En este sentido, el
análisis de factores tales como la naturaleza constructiva de la memoria, la importancia crucial
de las claves de recuperación, así como el hecho constatado experimentalmente de que la
memoria humana es extraordinariamente poderosa y precisa, se constituyen en puntos de
partida básicos para abordar el problema de la fiabilidad de los recuerdos autobiográficos.
Veamos, a continuación, lo más relevante de cada uno de estos tres factores.

La memoria humana es extraordinariamente poderosa y precisa

La larga tradición experimental de la psicología cognitiva de la memoria ha proporcionado una


base amplia y sólida de conocimiento acerca de las características fundamentales de los
distintos sistemas mnemónicos. Por lo que respecta a los sistemas que configuran la llamada
memoria a largo plazo, sabemos que entre sus características básicas destacan una
capacidad ilimitada, la permanencia de lo almacenado y unas tasas relativamente bajas de
pérdida de información. Un modo rápido y sencillo de ilustrar estas ideas es reconocer que,
como ya advirtiera T.K. Landauer hace un par de décadas, la capacidad de los seres humanos
para almacenar información es mucho más impresionante que la del ordenador más potente,
ya que no parece que existan límites ni respecto a la cantidad ni respecto al tiempo que la
información adquirida puede permanecer en nuestra memoria.
Por otro lado, la investigación de los procesos que rigen el funcionamiento básico de la
memoria ha destacado el papel crucial que en la obtención y recuperación de información
desempeñan la codificación, la organización y la recuperación, y, de un modo especial, la
interacción entre codificación y recuperación. La información es almacenada en la memoria
a largo plazo mediante una variedad de formatos representacionales y está organizada en
estructuras complejas de conocimiento tales como conceptos y proposiciones, y en
macroestructuras como marcos, guiones y esquemas, los cuales obran y reobran de forma
decisiva sobre la configuración, construcción y reconstrucción en nuestra memoria de los
efectos de las experiencias pasadas. Asimismo, la investigación experimental ha comprobado
que la propia dinámica de estos procesos está influenciada por variables tales como las
voliciones del sujeto, la profundidad de los análisis perceptivos, el conocimiento previo, el
contexto, las claves de recuperación, los procesos de búsqueda, las imágenes mentales, la
toma de decisiones, y otras.
Los estudios de laboratorio certifican, por tanto, que la memoria humana, además de ser de
una complejidad sorprendente, es extremadamente poderosa para la adquisición y
mantenimiento de todo tipo de información, y, en condiciones óptimas de disposición de claves
de recuperación adecuadas, es asimismo de una alta precisión y eficacia para recuperar sus
contenidos. Todo lo cual no significa, en absoluto, negar u olvidar que, con más frecuencia de
la deseada, no podemos acceder y recuperar informaciones concretas. Pero este hecho
cotidiano de relativa frecuencia no puede en modo alguno justificar la posición de aquéllos
que sostienen que, frente a la espectacular capacidad para almacenar y retener información,
los seres humanos no somos nada fiables para recuperarla25.

Importancia de las claves de recuperación

A lo largo de este trabajo, se ha aludido varias veces a la importancia crucial del contexto de
recuperación para que un sujeto recuerde lo que realmente desea. Lo que esto significa, en
esencia, es que para poder recordar cualquier episodio de nuestro pasado tenemos que partir
de una información (las llamadas “claves de recuperación”) que forme parte de la experiencia
que deseamos recordar (este es el presupuesto básico del “principio de codificación
específica” ya comentado). Por ello, conviene insistir en la necesidad ineludible de las claves
y, además, en la riqueza informativa de las mismas, que es lo que, a nivel práctico, las
convierte en eficaces e ineficaces. Por ejemplo, consideremos la clave “cartilla” en dos
condiciones de evaluación de la memoria personal: (1) A un hombre de 72 años se le dice
“¿Se acuerda Vd. de la cartilla?”, y éste responde “Bueno, sí... pero, ¿a qué cartilla se refiere
Vd., porque yo tengo precisamente aquí la cartilla del banco?”; (2) A continuación, a ese
mismo hombre se le pregunta “¿Se acuerda Vd. de la cartilla de racionamiento?”, e
inmediatamente, sin dudarlo un momento, e incluso con un cambio ostensible en su expresión
facial, nos dice “¿Que si me acuerdo de la cartilla de racionamiento? Pues, ¡claro que me
acuerdo!, hombre. Estupendamente... y de las calamidades que pasamos... ¡Qué años
aquellos...!”26. En el primer caso, la clave resulta ser ineficaz o inadecuada, por su imprecisión,
para examinar un período importante de la vida de este hombre, mientras que en el segundo
caso, la clave demuestra ser extraordinariamente eficaz al producir una evocación
autobiográfica repleta de sucesos, detalles senso-perceptivos y emociones.
Siguiendo la lógica del principio de codificación específica, los psicólogos de la memoria
consideramos que el olvido o el recuerdo fragmentado e incompleto de episodios
autobiográficos no significa realmente pérdida de información relativa a dicho episodio sino,
básicamente, el no disponer en el momento preciso de las claves adecuadas. No me cabe la
menor duda de que todos sabemos por experiencia –porque lo hemos vivido muchas veces–
que, en muchos de los casos en que nos rendimos ante la imposibilidad momentánea de
recordar un episodio que nuestro interlocutor nos trata de recordar, y decimos, “Lo siento, no
insistas, no me acuerdo, ...se me ha olvidado”, posteriormente –lo que pueden ser minutos,
horas, días o más–, puede aparecer en nuestra conciencia a pesar de que antes lo dimos por
olvidado. Situaciones de la vida cotidiana, como la anterior, apoyan lo que en el laboratorio
hace años que demostraron los psicólogos de la memoria: la mayor parte de los olvidos
cotidianos de las personas sanas representan fallos para acceder a la información, por falta de
claves adecuadas, y no pérdida o eliminación real de recuerdos concretos.

25
La definición de la arquitectura funcional de la memoria, la descripción de los procesos
básicos, así como el análisis de toda su dinámica se encuentra en numerosos textos sobre la
psicología experimental de la memoria. Para consultas generales, pueden verse Ruiz-Vargas
(1994, 2002b), Tulving y Craik (2000).
26
Este ejemplo forma parte de una entrevista formal realizada por mí como parte de un
protocolo de evaluación de la memoria.

La naturaleza constructiva de los recuerdos autobiográficos

Bajo la influencia inequívoca del trabajo de Frederick Bartlett, Remembering27 (1932), la


investigación experimental y la teorización llevadas a cabo por los psicólogos cognitivos de la
memoria desde mediados de la década de 1970, aproximadamente, asume que la memoria,
en general, es de naturaleza constructiva, en el sentido de que sus contenidos no son una
copia literal del pasado sino el resultado de una interpretación. En realidad, esta concepción
constructivista de la memoria fue propugnada por el biólogo alemán Richard Semon en 1904,
es decir, tres décadas antes de que Bartlett publicase su influyente obra. Lo más novedoso de
la teoría de la memoria de Semon fue la importancia dada a la relación entre los procesos de
“engrafía” (codificación) y los procesos de “ecforia” (recuperación). Según este autor, en todo
acto de codificación la situación presente activa la recuperación de pensamientos, imágenes y
recuerdos previos, razón por la cual el “engrama” recién creado no es una copia literal de la
realidad, sino una interpretación en la que están incluidas la información nueva y la información
recuperada. Esto significa que si lo que entra en la memoria no es una réplica exacta de la
realidad, lo que sale tiene que ser necesariamente también algo distinto de esa realidad.
Pero, ¿por qué han de ser así las cosas? En el trabajo experimental de Bartlett se encuentran
algunas de las claves para responder a esta cuestión. En efecto, Bartlett comprobó que
cuando los sujetos recordaban la misma historia una y otra vez, tras intervalos de tiempo cada
vez más largos, sus relatos se iban haciendo cada vez más cortos. Concretamente, observó
que los sujetos omitían detalles o determinados elementos que no encajaban en sus propias
expectativas, cambiaban palabras o nombres por otros más familiares, alteraban el orden de
los acontecimientos y, lo más relevante, el contenido de la historia se iba distorsionando hasta
hacerse cada vez más compatible con las experiencias culturales de dichos sujetos . A partir de
estos resultados, Bartlett llegó a la conclusión de que los recuerdos son reconstrucciones de
eventos vividos que están fuertemente influenciadas por estructuras preexistentes de
conocimiento o esquemas. Con otras palabras, el recuerdo es un proceso esquemático, en el
sentido de que la gente interpreta los estímulos a través de un conjunto de modelos (o
esquemas) que tienen su origen en la experiencia vivida. En consecuencia, cuando el
material que se presenta a un sujeto no es consistente con su modelo de mundo o con sus
esquemas, éste lo interpreta en función de éstos. Por tanto, lo que se retiene en la memoria es
una versión esquematizada del material original, que se utilizará, en el momento del recuerdo,
para reconstruir la experiencia vivida.
Análisis experimentales posteriores, han confirmado las ideas de Bartlett. Por ejemplo, John
Bransford y su equipo de la Universidad de Vanderbilt (EE.UU.) demostraron que cuando las
personas oyen o leen oraciones, pasajes e historias, construyen significados e inferencias, y
son esas construcciones las que almacenan en su memoria a largo plazo, en lugar de lo que
realmente oyeron o leyeron. Asimismo, Walter Kintsch, profesor de psicología de la
Universidad de Colorado (EE.UU.), llegaría a una conclusión similar acerca de la memoria de
historias: cuando los sujetos tienen que aprender pasajes o historias, recuerdan lo esencial del
texto presentado y reconstruyen los detalles de acuerdo con su conocimiento previo. Una
conclusión importante de estos estudios fue que los procesos constructivos se llevan a cabo
durante

27
Existe traducción castellana con el título Recordar (Madrid: Alianza, 1995).

la codificación, y los reconstructivos durante la recuperación 28. En definitiva, estos y otros


muchos estudios posteriores han demostrado que los recuerdos de historias, o de episodios en
general, están fuertemente determinados por el conocimiento previo de los sujetos. De hecho,
la investigación moderna ha demostrado que la influencia del conocimiento previo sobre la
memoria es mucho más fuerte de lo que el propio Bartlett sugirió.
Permítaseme reproducir un hallazgo propio que creo que ilustra con claridad el carácter
constructivo y reconstructivo de los recuerdos autobiográficos y el papel fundamental que
desempeñan en el proceso de construcción y reconstrucción variables tales como los
convencionalismos culturales, las expectativas, hábitos, estereotipos, prejuicios y todo lo que
implica la experiencia previa del sujeto.
A un grupo de alumnos se les leyó la siguiente historia:

Había sido un día agotador. Martínez abrió la puerta, entró en el salón, se sentó en un sillón y
se puso cómodo.

Veinticuatro horas después, se les pidió que trataran de recordar dicha historia con la mayor
fidelidad posible. Uno de tales recuerdos rezaba así:

Era un día agotador. Martínez llegó a su casa, abrió la puerta, se sentó, se puso las zapatillas
y encendió el televisor29.

En mi opinión, este sencillo hallazgo nos proporciona muchas pistas acerca de la exactitud o el
grado de fidelidad de los recuerdos autobiográficos. Porque, como resulta evidente, el
recuerdo anterior no sólo no es exacto, sino que contiene diversos errores (que comentaré
más adelante). Pero, ¿significa eso que el recuerdo anterior no es verídico, incluso que es
falso o, por el contrario, hay algo en él que se mantiene inalterable a pesar de sus errores?
¿Podemos colegir de este caso y de las ideas anteriores que todos los recuerdos
autobiográficos han de ser inexactos? ¿Los errores o inexactitudes de los recuerdos
autobiográficos los convierten en falsos? ¿Tiene sentido hablar de “verdad” en este contexto?
¿Los errores de los recuerdos autobiográficos se ajustan a un mismo y único patrón de
reglas?... Si encontramos respuestas sólidas a estas preguntas, probablemente habremos
avanzado bastante en nuestra comprensión de los recuerdos personales.

La exactitud/inexactitud de los recuerdos autobiográficos

La evidencia experimental acumulada en psicología de la memoria desde el trabajo de Bartlett,


permite afirmar que los recuerdos autobiográficos no suelen ser completamente exactos, por la
sencilla razón de que nuestra memoria no registra representaciones literales de los sucesos
que experimentamos. Pero, como veremos, la exactitud no es un factor relevante.
En realidad, esta cuestión pone sobre la mesa un problema mucho más amplio, que apunta
directamente a uno de los presupuestos fundamentales de la psicología cognitiva;

28
Información más detallada sobre estos estudios se encuentra en Ruiz-Vargas (1991, cap.
1)

a saber, la actuación humana no se lleva a cabo directamente sobre los objetos del mundo
sino sobre representaciones mentales de los mismos. Una representación mental, a su vez,
es una construcción, no una copia isomórfica del objeto. Y la razón primera de todo ello es que
la propia percepción del mundo es una interpretación, que se realiza en el contexto del
conocimiento acumulado en la memoria. Por tanto, la realidad de cada persona es una
creación, una construcción mental, donde sólo están representados los aspectos que tienen un
significado personal.
En consecuencia, no tiene sentido alguno suponer que los recuerdos son registros pasivos o
literales de la realidad. La psicología de la memoria ha demostrado que todos los procesos
básicos de la memoria (codificación, almacenamiento, consolidación y recuperación) están
fuertemente influenciados por nuestro conocimiento previo acerca del mundo, por nuestros
esquemas de conocimiento, por nuestro modelo del mundo y, de un modo muy especial, por
nuestro “esquema del Yo”. Las experiencias pasadas, las emociones, las expectativas y las
metas actuales, el estado de ánimo, etcétera, imponen fuertes sesgos sobre lo que percibimos
y cómo lo valoramos. Ello significa que, en todo momento, seleccionamos, abstraemos,
interpretamos, integramos y organizamos la realidad circundante en función de nuestra
experiencia pasada30. En definitiva, el sistema cognitivo humano no está diseñado para
guardar en su memoria copias exactas de la realidad; entre otras razones, porque la realidad
no existe hasta que una mente no la interpreta. Por eso, los psicólogos de la memoria
insistimos en que lo que guardamos en nuestras memorias son las experiencias de los
acontecimientos, no copias de tales acontecimientos. Carlos Castilla del Pino refleja
inequívocamente esta idea cuando, en las primeras páginas de su Pretérito imperfecto, nos
dice:

Para mis recuerdos me he bastado a mí mismo, y apenas si he tenido necesidad de


contrastarlos. Cuando lo intenté, comprobé que cada uno de los que participamos en la misma
situación la experimentamos de una manera singular (en el supuesto de que la realidad
aprehendida por todos fuera la misma). Expongo, pues, “mi” experiencia y así, sólo así, debe
ser aceptada (p. 13).

Ahora bien, el hecho de que los recuerdos sean registros de nuestras experiencias y éstas, por
definición, (re)construcciones de eventos episódicos pasados, no significa que los recuerdos
autobiográficos sean falsos en su totalidad ni que la “base de conocimiento autobiográfico”
sea una fantasía; porque, si así fuera, no podría haber comunicación entre las personas sobre
los acontecimientos experimentados. A este respecto, Katherine Nelson (1993) sostiene que
una de las funciones básicas de la memoria episódica/autobiográfica es, precisamente,
compartir los recuerdos con los demás, lo que convierte a los recuerdos autobiográficos en un
elemento de solidaridad social. No obstante, no puede olvidarse que, en ocasiones, las
personas recuerdan experiencias pasadas que nunca ocurrieron, como el famoso caso de
recuerdo falso experimentado por el propio Jean Piaget31. Pero estos casos, además de ser
excepcionales, no invalidan la naturaleza real de los recuerdos autobiográficos.

30
La abundante evidencia experimental sobre los efectos de los esquemas y, concretamente,
de todos estos procesos sobre la memoria, aparece recogida en la revisión de Alba y Hasher
(1983).
31
Piaget relata “su recuerdo falso” en su obra La formación del símbolo en el niño
(p.257). México: FCE. También se encuentra reproducido en Ruiz-Vargas (1991, p. 33).

Los investigadores coinciden plenamente a la hora de señalar que los recuerdos


autobiográficos son inexactos respecto a los detalles pero muy precisos y, por lo tanto,
fidedignos en lo que se refiere a la esencia de lo ocurrido. Si revisamos el ejemplo expuesto un
poco más arriba (“Había sido un día agotador...”, etc.), resulta fácil comprobar que la persona
ha recordado fielmente la esencia del suceso (i.e., que después de un día agotador, una
persona llega a su casa y trata de descansar) aunque ha cambiado los detalles originales e,
incluso, ha añadido detalles nuevos. Pero repárese en que los errores registrados en el
recuerdo no sólo no alteran el significado del suceso sino todo lo contrario, lo realzan.
Esta parece ser la característica esencial de los recuerdos autobiográficos respecto a su
exactitud o precisión: “son inexactos en los detalles pero verídicos en la expresión de la
esencia del propio yo”, nos dice Barclay (1988). En efecto, la investigación experimental y el
análisis de casos de recuerdos autobiográficos parecen confirmar que la inclusión de detalles
erróneos o inexactos es frecuente y, además, que se ajusta a ciertas reglas. Veamos un
ejemplo en el recuerdo que Buñuel tiene de la boda de su amigo Paul Nizan y que dice haber
contado “durante mucho tiempo” a sus amigos:

Marcia K. Johnson, Profesora de Psicología en la Universidad de Princeton, y figura destacada


en la investigación de la memoria, rememora en uno de sus trabajos el siguiente recuerdo:

Siendo estudiante de primer año de Facultad, llevé a un par de amigos a cenar a casa de mis
padres. En un momento de la conversación, salió el tema de las sequías y pensé en un
incidente que nos ocurrió cuando yo tenía alrededor de 5 años, y decidí contar la historia: Mi
familia [conmigo incluida] iba en coche por el Valle de San Joaquín en California y tuvimos un
pinchazo. No teníamos rueda de repuesto, así que mi padre quitó la rueda pinchada e hizo
autostop hasta una gasolinera para reparar el pinchazo. Mi madre, mi hermano, mi hermana y
yo nos quedamos en el coche. Hacía un calor espantoso, más de 100ºF y estábamos
sedientos. Finalmente, mi hermana cogió un par de botellas vacías y se fue por la carretera
hasta una granja. La dueña de la granja le explicó que en todo el valle estaban sufriendo
una fuerte sequía y que sólo le quedaba un poco de agua embotellada. La mujer reservó un
vaso de agua para su niño, que estaba a punto de llegar de la escuela, y rellenó las botellas de
mi hermana con el resto. Mi hermana regresó al coche y nos la bebimos toda. También
recuerdo haberme sentido culpable por no haber guardado nada para mi padre, que
probablemente estaría sediento cuando volviese con la rueda reparada (Johnson, 1985, 1).

Marcia Johnson añade que, cuando terminó de contar la historia, sus padres se rieron y le
dijeron que la historia no había sucedido realmente así, sobre todo en lo referente a la segunda
parte de la misma, cuando –según recuerda Johnson– su hermana va a por agua a una
granja. Es decir, que, efectivamente, una vez hicieron aquel viaje por el valle de San Joaquín,
que era época de sequía, que pincharon y que el padre tuvo que ir a una gasolinera a reparar
el neumático, mientras los demás miembros de la familia se quedaron en el coche, y que la
hermana de Marcia se quejó mucho del calor que hacía, pero que nadie fue a buscar agua a
parte alguna. Johnson argumenta que lo que pasó, entonces, fue que ella imaginó una
solución al problema de la sed y dicha solución imaginada se integró en el recuerdo de aquel
suceso.
La cuestión a destacar en este caso es que, como en los casos anteriores, el error integrado
en el recuerdo no vulneró la esencia del suceso original, ni el conocimiento general acerca del
mundo físico y social –parece natural que si hace calor y se está en un paraje deshabitado
alguien busque agua en alguna parte para compartirla con los demás–, por lo que el recuerdo
de la historia experimentada incluyó algunos detalles falsos que, como también vimos antes,
no sólo no quebrantan su significado sino que le dan más fuerza: una familia tiene un incidente
(el pinchazo de un neumático) que los deja tirados en medio del campo con un calor espantoso
y sin agua para beber.
Pero, además, hay que llamar la atención sobre otra cuestión particularmente importante, y es
que en éste, como en los demás recuerdos analizados y, según parece, en buen número de
recuerdos autobiográficos, las personas tienden a incluir abundantes detalles irrelevantes, es
decir, que a veces las descripciones de episodios pasados se acompañan de una prolijidad
extraordinaria (recuérdese el ejemplo expuesto más arriba de Navokov). Como señalé a
propósito del recuerdo de Navokov, parece claro que la función de los detalles extra –que
suelen ir cargados de imágenes sensoriales de todo tipo– es aumentar la confianza del propio
sujeto que recuerda, así como la del interlocutor, en la historia que cuenta; esto es, aumentar
la fidelidad de su recuerdo. Bell y Loftus (1989), dos grandes expertos en memoria de testigos,
han comprobado que los miembros de los jurados utilizan la presencia de detalles irrelevantes
en los informes de los testigos como prueba de la exactitud de la memoria de estos últimos. En
definitiva, existe abundante evidencia empírica que avala la idea de que los recuerdos que
contienen detalles sin importancia son recuerdos especialmente fiables y precisos.
Podría seguir comentando más ejemplos, pero los expuestos nos permiten apoyar las
conclusiones que los investigadores actuales mantienen respecto a la precisión de los
recuerdos autobiográficos; a saber:

Los recuerdos autobiográficos suelen ser bastante exactos en lo concerniente al significado


personal del acontecimiento original32.
Dado que estos recuerdos son interpretaciones (basadas en parte en acontecimientos reales
y en parte en procesos cognitivos de integración de tales acontecimientos en el esquema
del Yo), frecuentemente incluyen detalles inexactos o erróneos.
La inclusión de detalles erróneos parece seguir ciertas reglas.
Las personas tendemos a integrar en nuestros recuerdos autobiográficos detalles irrelevantes
(unos son exactos y otros inexactos) para enfatizar y aumentar nuestra confianza en la
fidelidad de tales recuerdos.
Las inexactitudes de los recuerdos autobiográficos generalmente son triviales y no vulneran el
significado del episodio recordado.
Las inexactitudes de los recuerdos autobiográficos no les restan veracidad, porque la verdad
de la memoria está mediada por el sentido del Yo, que interpreta y reconstruye honestamente
su pasado. Precisamente, la reconstrucción sincera de los recuerdos autobiográficos –como
señala Barclay (1988)– es la que confiere “verdad” a los recuerdos.

Resumiendo, los recuerdos autobiográficos se caracterizan por no ser nunca completamente


exactos sino por ser compatibles con el esquema del Yo, es decir, con las creencias y el
modelo de mundo del sujeto que recuerda. Y ello significa que la falta de exactitud es
irrelevante, porque, teóricamente, tanto los recuerdos exactos como los inexactos pueden ser
verídicos si el sujeto que recuerda acepta honesta y sinceramente sus errores y sus dudas; es
decir, se compromete a decir la verdad con fidelidad y exactitud33. Estas ideas, derivadas de la
investigación psicológica de los recuerdos autobiográficos, encuentran su expresión más
explícita en las autobiografías, donde los autores suelen insistir, por lo general en las primeras
páginas, en que van a ser excepcionalmente sinceros y honestos. Siempre me ha gustado
cómo Eleanor Roosevelt establece ese pacto con el lector cuando dice que el objetivo de su
Autobiografía es “ofrecer un retrato lo más sincero posible de un ser humano”. Y me resultan
especialmente tiernos y sinceros, por razones distintas, los casos de Wolff y Buñuel.
Tobias Wolff abre su relato autobiográfico Vida de este chico, con la siguiente advertencia:

[Familiares y amigos] me han corregido algunos puntos, fundamentalmente de cronología. Mi


madre piensa que un perro que yo describo como feo era en realidad muy bonito. He dejado
alguno de estos puntos como estaban, porque éste es un libro de memorias, y la memoria
tiene su propia historia que contar. Pero he hecho todo lo posible para que contara una historia
verdadera.

Y nuestro Luis Buñuel cierra sus consideraciones sobre “la memoria” (Capítulo 1 de su
autobiografía Mi último suspiro) confesándonos que:

32
Para evidencia empírica en apoyo de la gran exactitud de los recuerdos autobiográficos,
véase la revisión de Brewer (1996) y los estudios basados en diarios (e.g., Linton, 1978;
Wagenaar, 1986; Thompson et al., 1996).
33
La aceptación implícita de este compromiso es la idea básica del llamado “pacto
autobiográfico” (Lejeune, 1975).

Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato


que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis
lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria (p. 12).

Referencias bibliográficas

Alba, J.W. y Hasher, L. (1983). “Is memory schematic?”. Psychological Bulletin, 93, 203- 231.
Barclay, C.R. (1988). “Truth and accuracy in autobiographical memory”. En M. Gruneberg, P.
Morris y R. Sykes eds.), Practical aspects of memory. Vol. 1. Chichester: Wiley.
Bartlett, F.C. (1932). Remembering: A study in experimental and social psychology. Londres:
Cambridge University Press (Trad. cast., Madrid: Alianza, 1995).
Bell, B.E. y Loftus, E. (1989). “Trivial persuasion in the courtroom: The power of (a few) minor
details”. Journal of Personality and Social Psychology, 56, 669-679.
Brewer, W.F. (1986). “What is autobiographical memory?”. En D.C. Rubin (ed.),
Autobiographical memory. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Brewer, W.F. (1988). “Memory for randomly sampled autobiographical events”. En U. Neisser y
E. Winograd (eds.), Remembering reconsidered: Ecological and traditional approaches to the
study of memory. Nueva York: Cambridge University Press.
Brewer, W.F. (1996). “What is recollective memory?”. En D.C. Rubin (ed.),
Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Bruner, J. (1986). Actual minds, possible worlds. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Bruner, J. y Feldman, C.F. (1996). “Group narrative as a cultural context of autobiography”. En
D.C. Rubin (ed.), Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Buñuel, L. (2000). Mi último suspiro. Barcelona: Plaza & Janés, Edición de Bolsillo. Burgess,
P.W. y Shallice, T. (1996). “Confabulation and the control of recollection”.
Memory, 4, 359-411.
Butler, R. (1963). “The life review: An interpretation of reminiscence in the aged”.
Psychiatry, 26, 65-76.
Cahill, L. (2000). “Neurobiological mechanisms of emotionally influenced, long-term memory”.
En H. Uylings, C. Van Eden, y otros (eds.), Progress in brain research.Vol. 126: Cognition,
emotion and autonomic responses. Amsterdam: Elsevier.
Castilla del Pino, C. (1997). Pretérito imperfecto. Barcelona: Tusquets.
Castilla del Pino, C. (1999). “El sujeto como sistema (Séptimas Conferencias Aranguren)”,
Isegoría, 20, 115-137.
Conway, M.A. (1993). “Impairments of autobiographical memory”. En H. Spinnler y F. Boller
(eds.), Handbook of neuropsychology. Vol. 8. Amsterdam: Elsevier.
Conway, M.A. (1996). “Autobiographical knowledge and autobiographical memories”. En
D.C. Rubin (ed.), Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Conway, M.A. y Pleydell-Pearce, C.W. (2000). “The construction of autobiographical memories
in the self-memory system”. Psychological Review, 107, 261-288.
Conway, M.A. y Rubin, D.C. (1993). “The structure of autobiographical memory”. En A. Collins,
S. Gathercole, M. Conway y P. Morris (eds.), Theories of memory. Hove (UK): Erlbaum.
Fitzgerald, J.M. (1996). “Intersecting meanings of reminiscence in adult development and
aging”. En D.C. Rubin (ed.), Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Fivush, R. (1988). “The functions of event memory: Some comments on Nelson and Barsalou”.
En U. Neisser y E. Winograd (Eds.), Remembering reconsidered: Ecological and traditional
approaches to the study of memory. Cambridge, MA: Cambridge University Press.
Freud, S. (1899).”Los recuerdos encubridores”. Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva.
Fromholt, P. y Larsen, S.F. (1991). Autobiographical memory in normal aging and primary
degenerative dementia (dementia of Alzheimer type)”. Journal of Gerontology, 46, 85- 91.
Greenwald, A.G. y Pratkanis, , A.R. (1984). “The self”. En R.S. Wyer y T.K. Srull (eds.),
Handbook of social cognition (vol. 3). Hillsdale, N.J.: Erlbaum.
Hirst, W. y Manier, D. (1996). “Remembering as communication: A family recounts its past”. En
D.C. Rubin (ed.), Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Hudson, J.A. (1990). “The emergence of autobiographical memory in mother-child
conversation”. En R. Fivush y J.A. Hudson (eds.), Knowing and remembering in young
children. Nueva York : Cambridge University Press.
James, W. (1890). The principles of psychology. Cambridge, MA: Harvard University Press.
(Trad. cast., México: FCE, 1989).
Johnson, M.K. (1985). “The origin of memories”. En P.C. Kendall (ed.), Advances in cognitive-
behavioral research and therapy. Vol. 4. Nueva York: academic Press.
Johnson, M.K., Foley, M., Suengas, A. y Raye, C. (1988). “Phenomenal characteristics of
memories for perceived and imagined autobiographical events”. Journal of Experimental
Psychology: General, 117, 371-376.
Krystal, J., Southwick, S. y Charney, D. (1995). “Post traumatic stress disorder:
Psychobiological mechanisms of traumatic remembrance”. En D.L. Schacter (ed.), Memory
distortion. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Lejeune, P. (1975). Le pacte autobiographique. París: Seuil.
Linton, M. (1978). “Real world memory after six years: An in vivo study of very long term
memory”. En M. Gruneberg, P. Morris y R. Sykes (eds.), Practical aspects of memory. Londres:
Academic Press.
McClelland, J. (1995). “Constructive memory and memory distortions: A parallel- distributed
processing approach”. En D.L. Schacter (ed.), Memory distortion. Cambridge, MA: Harvard
University Press.
Merriam, S.B. (1993). “Butler´s life review: How universal is it?”. International Journal of Aging
and Human Development, 37, 163-175.
Navokov, V. (1994). Habla, memoria. Barcelona: Anagrama (Colección “Compactos”). Nelson,
K. (1993). “Explaining the emergence of autobiographical memory in early childhood”. En A.
Collins, S. Gathercole, M. Conway y P. Morris (Eds.), Theories of memory. Hove (UK):
Erlbaum.
Nigro, G. y Neisser, U. (1983). “Point of view in personal memories”. Cognitive Psychology, 15,
467-482.
Perner, J. (2000). “Memory and theory of mind”. En E. Tulving y F.I.M. Craik (eds.),
The Oxford handbook of memory. Nueva York: Oxford University Press.
Pillemer, D., Krensky, L., Kleinman, S., Goldsmith, L. y White, S. (1991). “Chapters in
narratives: Evidence from oral histories of the first year in college”. Journal of Narrative and Life
History, 1, 3-14.
Pillemer, D. y White, S. (1989). “Childhood events recalled by children and adults”. En
H.W. Reese (ed.), Advances in child development and behavior. Vol. 21. Orlando: Academic
Press.
Robinson, J.A. (1996). “Perspective, meaning, and remembering”. En D.C. Rubin (ed.),
Remembering our past. Nueva York: Cambridge Unversity Press.
Rubin, D.C. (1982). “On the retention function for autobiographical memory”, Journal of Verbal
Learning and Verbal Behavior, 21, 21-38.
Rubin, D.C., Rahhal, T.A. y Poon, L.W. (1998). “Things learned early in adulthood are
remembered best”, Memory and Cognition, 26, 3-19.
Rubin, D.C., Wetzler, S.E. y Nebes, R.D. (1986). “Autobiographical memory across the
lifespan. En D.C. Rubin (ed.), Autobiographical memory. Nueva York: Cambridge University
Press.
Ruiz Vargas, J.M. (Dir.) (1991). Psicología de la memoria. Madrid: Alianza.
Ruiz Vargas, J.M. (1993). “¿Cómo recuerda usted la noticia del 23-F? Naturaleza y
mecanismos de los ‘recuerdos-destello’”. Revista de Psicología Social, 8, 17-32.
Ruiz-Vargas, J.M. (1994). La memoria humana. Función y estructura. Madrid: Alianza. Ruiz-
Vargas, J.M. (2000). “La organización neurocognitiva de la memoria”, Anthropos,
189/190, 73-101.
Ruiz-Vargas, J.M. (2002a). “Mejore su memoria: Siempre hay tiempo”. En Fernández-
Ballesteros, R. (Dir.), Vivir con vitalidad. Volumen III: Cuide su mente (pp. 73-112). Madrid:
Pirámide.
Ruiz-Vargas, J.M. (2002b). Memoria y olvido. Perspectivas evolucionista, cognitiva y
neurocognitiva. Madrid: Trotta.
Schacter, D.L. y Tulving, E. (1994). “What are the memory systems of 1994?” En D.L.
Schacter y E. Tulving (eds.), Memory systems 1994. Cambridge, MA: The MIT Press. Schooler,
J.W. y Eich, E. (2000). “Memory for emotional events”. En E. Tulving y
F.I.M. Craik (eds.), The Oxford handbook of memory. Nueva York: Oxford University Press.
Sehulster, J.R. (1996). “In my era: Evidence for the perception of a special period of the past”.
Memory, 4, 145-158.
Singer, J.A. y Salovey, P. (1993). The remembered self. Emotion and memory in personality.
Nueva York: The Free Press.
Suengas, A. (2000). “Los recuerdos autobiográficos”. Anthropos, 189/190, 168-176. Tenney, Y.
(1989). “Predicting conversational reports of personal events”. Cognitive
Science, 13, 213-233.
Terr, L. (1990). Too scared to cry: Psychic trauma in chilhood. Nueva York: Harper & Row.
Thompson, C., Skowronski, J., Larsen, S. y Betz, A. (1996). Autobiographical memory.
Remembering what and remembering when. Mahwah, N.J.: Erlbaum.
Tulving, E. (1972). “Episodic and semantic memory”. En E. Tulving y W. Donaldson (eds.),
Organization of memory. Nueva York: Academic Press.
Tulving, E. (1976). “Ecphoric processes in recall and recognition”. En J. Brown (Ed.),
Recall and recognition. Londres: Wiley.
Tulving, E. (1999a). “On the uniqueness of episodic memory”. En L.-G. Nilsson y Markowitsch
(Eds.), Cognitive neuroscience of memory. Göttinga: Hogrefe & Huber Publishers.
Tulving, E. (1999b). “Study of memory: processes and systems”. En J.K. Foster y M. Jelicic
(Eds.), Memory: Systems, process, or function?. Oxford: Oxford University Press.
Tulving, E. y Craik, F.I.M. (Eds.) (2000). The Oxford handbook of memory. Nueva York: Oxford
University Press.
Tulving, E. y Lepage, M. (2000). “Where in the brain is the awareness of one´s past?”. En
D.L. Schacter y E. Scarry (Eds.), Memory, brain, and belief. Cambridge, MA: Harvard University
Press.
Tulving, E. y Thomson, D.M. (1973). “Encoding specificity and retrieval processes in episodic
memory”. Psychological Review, 80, 352-373.
Wagenaar, W.A. (1986). “My memory: A study of autobiographical memory over six years”.
Cognitive Psychology, 18, 225-252.
Wheeler, M.A., Stuss, D.T. y Tulving, E. (1997). “Toward a theory of episodic memory: The
frontal lobes and autonoetic consciousness”. Psychological Bulletin, 121, 331-354.
Wolff, T. (1991). Vida de este chico. Madrid: Alfaguara.

También podría gustarte