Claves de La Memoria Autobiográfica Resaltado
Claves de La Memoria Autobiográfica Resaltado
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Claves de la memoria autobiográfica
JOSÉ MARÍA RUIZ-VARGAS
Facultad de Psicología.
Universidad Autónoma de Madrid
Introducción
Hablar de memoria autobiográfica es hablar de los recuerdos que una persona tiene de su vida
o, más exactamente, de las experiencias de su vida.
Y es que este tipo de memoria constituye el punto crítico en el que convergen los sentimientos,
las motivaciones y los deseos, las metas y los logros, los valores, las creencias y los
significados de cualquier persona.
Creencias falsas sobre la memoria: poca importancia que en nuestra sociedad se atribuye a la
memoria. Paradoja: la gente minusvalora la memoria al tiempo que aumenta su preocupación
por perderla. Cuando las mismas personas que minusvaloran la memoria se enteran o caen en
la cuenta de lo que realmente significa la memoria para la vida, cambian inmediatamente de
opinión.
...a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace
más y más preciosa (...) Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a
retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una
vida sin memoria no sería vida...
Naturalmente, entre estos cuatro factores existe una relación causal, que se manifiesta tanto
desde una perspectiva ontológica y/o epistemológica como desde una perspectiva temporal o
histórica. No considero oportuno detenerme en los detalles de esta observación, pero resulta
bastante patente que el reconocido estatus científico del que actualmente goza la investigación
de la memoria autobiográfica no hubiese sido posible sin el reconocimiento previo por parte de
los neurocientíficos cognitivos de la existencia de diferentes tipos de memoria.
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En un trabajo muy reciente (Ruiz-Vargas, 2002a), me he referido a algunas de las
creencias falsas más extendidas sobre la memoria.
Una definición sencilla, aunque rigurosa, de memoria considera a ésta como la capacidad de
los animales para adquirir, retener y utilizar conocimiento y habilidades. Desde mediados de
los ochenta, ha cambiado sustancialmente la manera como los científicos cognitivos
contemplan la memoria. Como ya he señalado, la vieja idea de la memoria como una entidad
monolítica ha sido desplazada por la evidencia irrefutable de que ésta consiste, en realidad,
en una colección de diferentes sistemas con manifestaciones propias en los dominios
conductual, cognitivo y cerebral. Aunque existen distintas taxonomías de la memoria, creo que
la propuesta por Schacter y Tulving (1994) es la que ofrece mayor cobertura teórica a los
datos empíricos disponibles. En su clasificación, estos autores distinguen un sistema a corto
plazo o memoria operativa, y cuatro sistemas de memoria a largo plazo: la memoria de
procedimientos (o procedimental), el sistema de representación perceptiva, la memoria
semántica y la memoria de episodios o episódica4. Para nuestros objetivos resulta
especialmente pertinente detenernos en la definición de los dos últimos sistemas
mencionados, y, de un modo especial, en la memoria episódica5.
Hace casi treinta años, Tulving (1972) distinguió por primera vez entre una memoria semántica
y una memoria episódica6. La memoria semántica es el sistema encargado de la adquisición,
retención y utilización de conocimiento acerca del mundo en el sentido más amplio, esto es,
hechos y conceptos. La memoria episódica haría lo propio con la información relativa a los
sucesos personales y a los eventos de nuestro pasado que han ocurrido en un momento y en
un lugar específico.
En la memoria episódica, pues, la información está organizada en torno a un episodio vivido y
su recuperación implica necesariamente que las claves disponibles formasen también parte del
contexto de codificación. Esta idea es fundamental para entender tanto el recuerdo como el
olvido de la información episódica. La regla básica está contenida en el llamado “principio de
codificación específica” y reza así: el modo específico como codificamos un suceso
determinará las claves de recuperación que nos ayudarán posteriormente a recordarlo 7. Es
decir, una persona sólo podrá recordar algo con éxito si las claves o las ayudas que tiene
presentes formaron parte del contexto de codificación, por la sencilla razón de que esas
claves, al ser parte del episodio que se desea recordar, son la única vía eficaz para restaurar
o reactivar ese episodio. Por ejemplo, si alguien me dijese “¿Te acuerdas de lo que pasó el 23
de Noviembre de 1963?”, le diría que no recuerdo nada de ese lejano día; sin embargo, si me
dice “¿Te acuerdas del día que asesinaron a Kennedy?”, le respondería, inmediatamente, que
sí y además con absoluta claridad. La razón es que la clave de recuperación que se me ha
proporcionado en el primer caso (“el 23 de Noviembre de 1963”) no forma parte del recuerdo
que guardo de aquel día, mientras que la clave segunda (“el día que asesinaron a Kennedy”)
forma parte del núcleo de mi recuerdo de aquel suceso8.
subrayar que “episódica” en este contexto es el adjetivo derivado de “episodio”, por lo que la
expresión “memoria episódica” se refiere exclusivamente a la memoria de episodios, sucesos
o acontecimientos pasados.
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La definición y las características de todos y cada uno de los sistemas de memoria
enumerados se encuentran expuestas con bastante detalle en varios de mis trabajos
anteriores (e.g., Ruiz Vargas, 1994, 2000, 2002b).
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El principio de codificación específica es la propuesta teórica más potente para explicar
psicológicamente el recuerdo exitoso y el olvido de los episodios pasados. Este principio fue
formulado por Tulving y Thomson (1973) a partir de sus hallazgos experimentales, y ha sido
avalado desde entonces por los datos de innumerables investigadores.
Tulving está insistiendo mucho y de manera muy explícita en sus trabajos más recientes (cf.
Tulving, 1999a,b; Tulving y Lepage, 2000) en dos cuestiones de especial relevancia en este
contexto. Por un lado, en que el concepto de memoria episódica “ha cambiado
considerablemente desde su introducción hace casi treinta años” (Tulving, 1999a, 12). Por
otro, en la singularidad de la memoria episódica, puesta de manifiesto básicamente a
través de dos características absolutamente exclusivas de este sistema; a saber, (1) que
es el único orientado hacia el pasado: la recuperación episódica significa viajar
mentalmente hacia atrás por el pasado personal a través del tiempo subjetivo (todos los
demás sistemas de aprendizaje y memoria están orientados al presente) , y (2) que la
evocación o rememoración episódica va acompañada de “conciencia autonoética”, es
decir, la experiencia consciente de sí-mismo como una entidad continua a través del
tiempo, que permite darse cuenta de que el yo que reexperimenta ahora un episodio del
pasado personal es el mismo yo9 que experimentó ese episodio en un tiempo anterior
(Wheeler, Stuss y Tulving, 1997). Como muy sabiamente señalan Tulving y Lepage, gracias a
la conciencia autonoética podemos distinguir entre “estar pensando en algo” y “estar
rememorando”. Lo sustancial y único de la memoria episódica estaría, por tanto, en esa
sensación consciente de pasado; es decir, en el sentimiento subjetivo de que, en la
experiencia que se revive en el momento presente, una persona está re-experimentando algo
que sucedió anteriormente en su vida; una experiencia mental única e inconfundible que no
tiene nada que ver con conocer o saber algo (memoria semántica).
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Obviamente, para poner este ejemplo, he tenido que consultar antes la fecha en que fue
asesinado el presidente John F. Kennedy. Guardo un recuerdo extraordinariamente rico en
detalles de todo tipo del día en que me enteré del asesinato de Kennedy; sin embargo, la fecha
no forma parte de mi “recuerdo fotográfico” de aquel suceso.
No existe ninguna evidencia experimental en apoyo de una propuesta así, y, además, porque
considero que violaría el principio de parsimonia: si podemos explicar los hechos observados
de forma simple (a saber, el sistema de memoria episódica –cuya existencia está
suficientemente probada– es el encargado de registrar lo que una persona experimenta a lo
largo de su vida y, por ende, su propia biografía) no hay por qué apelar a explicaciones
complejas (i.e., una memoria “episódica” para eventos cotidianos sin relevancia personal, otra
memoria “autobiográfica” para eventos personalmente significativos, etc.). Además, la mayor
parte de los términos propuestos para diferenciar “lo autobiográfico” de “lo episódico” se
refieren, en realidad, como advierte el propio Tulving (1999a, 13), al tipo de información
recordada más que a hipotéticos sistemas de memoria con propiedades específicas distintas
de las del sistema episódico. Por tanto, entiendo que el concepto actual de memoria
episódica cubre adecuadamente la idea de una memoria para los sucesos vividos
personalmente y, en consecuencia, hace innecesaria la introducción de otros términos.
No obstante, soy consciente de que no se puede ser ajeno a lo que para muchos
investigadores actuales significa memoria autobiográfica en su actual contexto de uso, por lo
que asumo ese término como una parte del contenido del sistema de memoria episódica;
aunque, en aras de una coherencia teórica, creo que lo adecuado sería utilizar el término
recuerdos autobiográficos mejor que memoria autobiográfica. En resumen, no hay
razones para asumir la existencia de una memoria autobiográfica distinta de una
memoria episódica, pero sí podemos hablar de “recuerdos autobiográficos” como un
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tipo de información episódica.
Relación con el yo
Existe un consenso general respecto a que una de las características más definitorias –si
no la que más– de los recuerdos autobiográficos es que contienen información
relacionada con el yo10.
William James (1890) señaló que para que un evento mental sea experimentado como
un recuerdo personal éste debe, en primer lugar, referirse al pasado y, segundo, estar
asociado con la sensación de yo, es decir, debe estar incluido en el pasado personal del
sujeto.
El contenido de estos recuerdos es una combinación de informaciones relativas a
lugares, momentos, personas, objetos, sentimientos, creencias, actitudes, prejuicios, y
todo aquello involucrado en la actuación de las personas.
Estructura narrativa
Estos y otros autores (e.g., Bruner y Feldman, 1996) han insistido igualmente en cómo el
discurso empleado influye en lo que se evoca y cómo se evoca. Es un hecho constatado que la
misma persona recuerda el mismo episodio de modo diferente cuando escribe su
autobiografía, cuando lo cuenta a un grupo de extraños, cuando lo rememora con un amigo
íntimo, o cuando lo evoca a través de un diálogo interno (cf. Tenney, 1989; Pillemer et al.,
1991; Robinson, 1996). En definitiva, las convenciones sociales de la escritura o del habla
autobiográfica, el papel de la audiencia, los supuestos sobre el uso del lenguaje en las
conversaciones, el ajuste del significado al contexto, y la relación social entre el hablante y su
audiencia representan un conjunto de factores que determinan tanto la forma como el
contenido de los recuerdos autobiográficos.
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Una definición operativa del yo –y que ha permitido que éste sea objeto de estudio de la
psicología empírica– es la que lo considera como una “organización de conocimiento”.
Greenwald y Pratkanis (1984) lo han descrito como una estructura de conocimiento que
combina componentes declarativos y procedimentales, lo que ha favorecido las
conceptualizaciones estructurales del yo como un “esquema actitudinal complejo” o como “una
red de memoria”. Para los propósitos de este trabajo, resulta interesante destacar que las
revisiones históricas sobre el yo ponen de manifiesto la idea dominante de que el yo y la
memoria son dos caras de la misma moneda.
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Puede verse, en este sentido, la reciente y magnífica revisión en castellano de Suengas
(2000) sobre los recuerdos autobiográficos.
Por otro lado, la naturaleza social de los recuerdos autobiográficos supone que los individuos
tenemos que aprender a narrar o a contar las historias que vivimos. Un grupo importante de
psicólogas evolutivas de la City University of New York, lideradas por Katherine Nelson, llevan
varios años aportando datos muy interesantes sobre el desarrollo de las habilidades narrativas
de los niños para hablar a otras personas de sus recuerdos. Entre sus hallazgos destaca el
papel básico desempeñado por los padres y, muy especialmente, los estilos que éstos adoptan
cuando hablan del pasado con sus propios hijos. En este sentido, resulta muy sugerente la
distinción establecida por Minda Tessler entre madres de “estilo paradigmático” y madres de
“estilo narrativo12”. Las primeras se caracterizan por plantear a sus hijos preguntas del tipo
“¿Qué tiene la ardilla en la boca?”, mientras que las “madres narrativas” hacen preguntas
relacionadas con el episodio, como por ejemplo, “¿Viste cómo la ardilla enterraba la nuez para
poder encontrarla y comérsela cuando llegue el invierno?”. A partir de esta distinción, esta
investigadora ha descubierto que los hijos de madres narrativas recuerdan significativamente
más que los hijos de madres paradigmáticas. Y lo que parece más importante, Tessler
descubre también que ningún niño de los participantes en uno de sus estudios –el que incluía
la visita a un museo– recordaba nada de la experiencia del museo si después de la visita no
habían hablado de ello con sus madres. Hasta tal punto eran así las cosas, que los niños sólo
recordaban lo que su madre y cada uno de ellos habían hablado juntos, y eran incapaces de
recordar nada de lo que su madre hubiese hablado sola acerca del museo y nada de lo que
cada uno de ellos hubiese comentado a solas. Estos hallazgos han sido replicados con éxito
en otros estudios y permiten establecer, al menos, dos importantes principios: (1) que la
narración de los episodios experimentados resulta fundamental para que éstos se fijen en la
memoria y sean memorables, y (2) que el contexto social parece esencial tanto para compartir
las experiencias como para compartir los recuerdos que guardamos de ellas . Judith Hudson,
otra investigadora del grupo de Nelson, ha propuesto un modelo de interacción social para
explicar el desarrollo de la memoria autobiográfica, cuyo postulado esencial es que los niños
aprenden de forma gradual cómo hablar con los demás de sus recuerdos a través de las
llamadas “charlas sobre recuerdos” (memory talks) o conversaciones sobre eventos pasados
entre la madre (o los padres) y el niño o la niña y, en consecuencia, a organizar sus recuerdos
narrativamente13.
Una cuestión no resuelta todavía entre los teóricos es si los recuerdos autobiográficos se
almacenan como narraciones o si la estructura narrativa se impone posteriormente durante la
recuperación. Teniendo en cuenta el conocimiento actual sobre la dinámica de la memoria y
su naturaleza constructiva y reconstructiva, yo me inclino a pensar que los recuerdos de las
experiencias de la vida sólo se organizan narrativamente si son recuperados, ya sea para
contarlos a otros o para contárnoslos a nosotros mismos. Por tanto, la experiencia se
convierte en narración a través de la recuperación.
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Desde hace bastantes décadas, se sabe que el pasado personal puede ser evocado desde
dos perspectivas o puntos de vista, la del participante y la del observador (cf. Freud, 1899).
Nigro y Neisser (1983) realizaron la primera investigación experimental sobre este fenómeno y
comprobaron que los “recuerdos de campo” (o del participante) eran más frecuentes que los
“recuerdos de observador”, aunque se puede cambiar con facilidad de un punto de vista a otro.
Además, observaron que las experiencias recientes tienden a ser evocadas desde la
perspectiva de campo, mientras que las más antiguas se evocan desde la perspectiva del
observador; y, algo más muy interesante, cuando los sujetos se centraban en los sentimientos
asociados al episodio aumentaban los recuerdos de campo, frente a un aumento de recuerdos
de observador cuando se centraban en el contexto físico. Para muchos teóricos, ésta es una
prueba más de que una parte importante de nuestra experiencia pasada es construida o
inventada en el momento de la evocación.
Las imágenes son igualmente una parte muy sobresaliente de los recuerdos de situaciones
menos extremas que las anteriores aunque también emocionalmente intensas. Un ejemplo
prototípico lo encontramos en los llamados “recuerdos fotográficos” (flashbulb memories), un
tipo de recuerdos muy vivos, muy exactos y muy duraderos, cuyo contenido mantiene de
forma “casi fotográfica” la mayor parte de los detalles sobre las circunstancias en las que nos
enteramos de sucesos emocionalmente impactantes, inesperados y de gran relevancia
personal o social. Por último, la relación entre nivel de imágenes y credibilidad de los
recuerdos ha sido demostrada por Brewer (1988). Este investigador comprobó empíricamente
que los sujetos que asignaban niveles altos de confianza a sus recuerdos autobiográficos
demostraban tener recuerdos repletos de imágenes visuales, mientras que los sujetos que
mostraban poca confianza en sus recuerdos decían tener pocas imágenes visuales de los
mismos. En resumen, la imaginería mental es una característica básica de los recuerdos
autobiográficos.
El componente emocional
Sin duda alguna, la gente sabe que las experiencias cargadas de emociones fuertes se
recuerdan de un modo distinto a aquellas otras en las que la emoción o los afectos apenas son
visibles. Este convencimiento, sin embargo, se torna en problema, y en problema de
dimensiones formidables, cuando los científicos de la memoria tratan de determinar hasta qué
punto y cómo las emociones influyen en los recuerdos autobiográficos. En concreto, las dos
cuestiones más espinosas y controvertidas son las relativas a (1) el efecto real de las
emociones sobre la memoria, es decir, si la emoción aumenta o disminuye la fuerza de los
recuerdos personales, y (2) si para explicar esos efectos hay que apelar a mecanismos
especiales. La resolución de estas dos cuestiones se ha buscado a través de la investigación
en tres ámbitos concretos: la memoria de los testigos presenciales, los recuerdos
fotográficos y los recuerdos de sucesos traumáticos.
Respecto a la primera cuestión, debemos tener presente (piénsese en el caso de los recuerdos
fotográficos, comentados en el apartado anterior) el hecho paradójico y, en consecuencia,
desconcertante, de que las experiencias traumáticas en ocasiones producen recuerdos
excelentes o son recuperadas excesivamente (éste sería el caso de algunas víctimas de
episodios traumáticos) y, por el contrario, otras veces, no se recuerdan en absoluto
(represión/amnesia). Este problema, que no es otro que el del impacto real de la emoción
sobre la memoria, sigue abierto a la investigación y a la teorización; si bien, hallazgos recientes
sugieren que esta relación está determinada por interacciones muy complejas entre muchas
variables de muy distinta índole y cuya identificación y mejor comprensión permitiría explicar el
patrón antagónico descrito.
En un intento por concretar algo más esta última idea, quiero señalar que los teóricos lo que
plantean es que las circunstancias (externas e internas) que rodean a los procesos de
codificación, consolidación y recuperación podrían ser la clave en este asunto. Una línea de
investigación que está resultando especialmente eficaz en la resolución de este problema es la
que está analizando a nivel neurocognitivo los procesos de consolidación de los recuerdos, por
un lado, y el papel de las hormonas del estrés en la modulación de los recuerdos, por otro. Sin
pretensión alguna de exhaustividad, sólo quisiera señalar un par de hallazgos que me parecen
especialmente relevantes. En primer lugar, existen datos que apuntan la posibilidad de
que las situaciones traumáticas reducen la capacidad del hipocampo para integrar
(consolidar) los distintos componentes de los recuerdos emocionales en un todo
coherente. Esta consolidación defectuosa produciría unos recuerdos traumáticos poco
cohesionados y, consecuentemente, muy difíciles de recuperar deliberadamente, lo que
explicaría los casos de amnesia post-traumática y, al mismo tiempo, el que sean
recuerdos cuya recuperación queda a merced de las claves situacionales (cf. McClelland,
1995; Krystal et al., 1995). Por otro lado, y en segundo lugar, el grupo de trabajo del
neurobiólogo de la memoria Larry Cahill16 está aportando datos muy sugerentes acerca de la
importancia crucial de los sistemas endógenos de las hormonas del estrés
(especialmente, las catecolaminas) y del complejo amigdalino (en particular, la amígdala
basolateral) en la codificación y almacenamiento de los eventos emocionales. En
resumen, lo que estos últimos trabajos están mostrando es que las experiencias estresantes
liberan en el organismo diversas sustancias, unas con efectos potenciadores sobre la memoria
(e.g., la
16
Para una revisión reciente, véase Cahill (2000
epinefrina) y otras con efectos inhibidores (e.g., los opiáceos). Las condiciones en las que se
liberan unas u otras es algo todavía no aclarado.
Estos descubrimientos, incluso en su estado actual no definitivo, parecerían apuntar en la
dirección de determinados mecanismos especiales (neuroquímicos y de consolidación) que se
activarían/inhibirían en situaciones emocionales fuertes; sin embargo, esta sigue siendo una
cuestión muy contradictoria todavía.
Al margen de estos hallazgos, cuya confirmación aún precisa muchos más estudios, lo que
está fuera de toda duda, y a nosotros nos resulta especialmente revelador, es que disponemos
de numerosos estudios psicológicos que demuestran convincentemente la especial longevidad
y fidelidad de los recuerdos emocionales. En concreto, la memoria de los testigos presenciales
de sucesos emocionalmente negativos ha demostrado ser muy precisa, sobre todo tras
intervalos de retención largos (no inmediatos). Por otro lado, los recuerdos fotográficos
resultan ser muy consistentes en situaciones de test- retest, así como excepcionalmente
claros, ricos en detalles y asombrosamente resistentes al olvido y al paso del tiempo. Por
último, las experiencias traumáticas parecen ir asociadas a evocaciones dolorosamente vívidas
que han demostrado ser muy exactas e inmunes al olvido en muchos de los casos estudiados
(especialmente, en casos de secuestro y de supervivencia en campos de concentración). En
suma, los datos disponibles sugieren de forma abrumadora que las emociones generalmente
ejercen un efecto fortalecedor sobre los recuerdos17.
Distribución temporal
La investigación ha puesto de manifiesto que la disponibilidad del pasado personal no presenta
una distribución temporal uniforme; aunque esto no implica necesariamente que todo lo más
viejo se recuerde menos.
17
Para una revisión actualizada y rigurosa sobre los efectos de la emoción sobre la memoria,
véase Schooler y Eich (2000).
18
El método de las “palabras clave” fue creado y utilizado por primera vez por Francis Galton
(1883) para describir y cuantificar los contenidos de su propia memoria. Dicho estudio,
recogido en su obra Inquiries into human faculty and its development (Londres: Macmillan), es
considerado como uno de los antecedentes del método de “asociación libre” utilizado unos
años después por Freud. Modernamente, en este tipo de investigaciones se utilizan como
claves de recuperación tanto materiales verbales como no verbales (cf. Rubin et al., 1986).
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El fenómeno de la reminiscencia
La amnesia infantil
Un hecho sobradamente constatado es que los adultos de cualquier edad son incapaces de
recordar los acontecimientos vividos durante los primeros años de su vida. Freud (1905) fue el
primero en identificar este fenómeno, y en llamarlo amnesia infantil, en su obra Tres ensayos
sobre teoría sexual. Concretamente, en el segundo de tales ensayos, “La sexualidad infantil”,
se refirió al mismo como sigue:
...un fenómeno psíquico que hasta ahora ha eludido toda explicación... [es] la peculiar amnesia
que oculta a los ojos de la mayoría de los hombres, aunque no de todos, los primeros años de
su infancia hasta el séptimo o el octavo (...) de
20
Los investigadores han introducido el término “pico de la reminiscencia” (reminiscence
bump) para destacar la naturaleza empírica del incremento de recuerdos procedentes del
período vital comprendido entre los 15 y 30 años (ver Figura 1).
21
Una exposición detallada de las hipótesis explicativas más relevantes se encuentra en el
reciente trabajo de Rubin, Rahhal y Poon (1998).
los que nada hemos retenido en nuestra memoria, fuera de algunos incomprensibles
recuerdos fragmentarios. (...) ¿Por qué razón permanece tan retrasada nuestra memoria con
respecto a nuestras demás actividades anímicas, cuando tenemos fundados motivos para
suponer que en ninguna otra época es esta facultad tan apta como en los años de la infancia
para recoger las impresiones y reproducirlas luego? (...) No puede existir, por tanto, una real
desaparición de las impresiones infantiles; debe más bien tratarse de una amnesia análoga a
aquella que comprobamos en los neuróticos (...) y que consiste en una mera exclusión de la
conciencia (represión). (pp. 41-42)22
Como se puede apreciar, Freud no sólo llamó la atención sobre el fenómeno sino que lo
atribuyó a los efectos de la represión. Desde finales del siglo XIX, se han realizado
numerosas investigaciones con una cierta variedad de métodos y, aunque la mayor parte se
han llevado a cabo con adultos, todas ellas coinciden en que, en efecto, la inmensa mayoría
de los adultos no recuerda nada anterior a su tercer cumpleaños; sin embargo, se han
propuesto diferentes explicaciones alternativas a la represión freudiana.
En una rigurosa revisión de Pillemer y White (1989), se establece que los adultos situamos el
recuerdo más antiguo alrededor de los 3½ años23, lo cual no significa que la llamada amnesia
infantil se acabe a esa edad, porque, como han constatado empíricamente estos autores, en
realidad, la amnesia infantil abarca dos fases. La primera, que se extendería hasta los 3
años aproximadamente, implica un bloqueo prácticamente total de recuerdos, y la
segunda, que iría de los 3 a los 6 años, aunque incluye algunos recuerdos, sigue
presentando una escasez muy significativa de recuerdos accesibles respecto a la
memoria posterior.
Para explicar la amnesia infantil, se han presentado diversas propuestas teóricas: (1) los
recuerdos de los primeros años de la vida han sido reprimidos; (2) la amnesia infantil refleja
sencillamente la no existencia de memoria en los niños pequeños; (3) los niños pequeños
tienen memoria pero el paso del tiempo ha borrado los recuerdos correspondientes a los
primeros años; (4) los recuerdos correspondientes al período de la amnesia infantil resultan
inaccesibles para los adultos porque los esquemas del adulto no son “receptáculos
apropiados” para la reconstrucción de las experiencias infantiles; (5) la amnesia infantil es el
resultado de la ausencia en los primeros años de la vida de un esquema del yo, de una falta de
autoconciencia o de conciencia autonoética, que se traduce en la incapacidad de los niños
pequeños para codificar los acontecimientos que viven como “experiencias personales”, y (6)
la amnesia infantil se explicaría en términos de la incapacidad narrativa de los niños pequeños,
como consecuencia de la falta de un desarrollo apropiado del lenguaje, para implicarse en
conversaciones sobre el pasado guiados por los padres (recuérdese lo expuesto en el
apartado sobre “estructura narrativa” de los recuerdos autobiográficos). De
22
Esta cita procede de la edición de bolsillo publicada por Alianza Editorial (Madrid, 1972) con
el título genérico de Tres ensayos sobre teoría sexual.
23
Durante más de 5 años, he recogido material sobre “el recuerdo más antiguo” con mis
alumnos de la asignatura “Psicología de la memoria”. Sobre una muestra que se acerca
al millar de sujetos, he confirmado que los 3½ años es la fecha en la que sitúan su
primer recuerdo el 80-85% de los participantes.
todas estas propuestas, sólo las dos últimas están recibiendo apoyo empírico; las cuatro
primeras han sido invalidadas por los datos disponibles24.
24
Los trabajos de Nelson (1993) y Perner (2000) se hacen eco de estas propuestas y de su
poder explicativo.
Respecto a estas dos ideas, creo que debe advertirse también que ambas forman parte del
patrimonio teórico de la psicología cognitiva de la memoria. Así, la primera de ellas –los
recuerdos son construcciones– está en la médula de la teoría de la memoria de Bartlett (1932),
y la segunda, concretamente en lo que se refiere al papel decisivo del pasado y del presente
en dicha construcción, aparece recogida en el concepto de “ecforia sinergística” de Tulving
(1976), que expresa y enfatiza la idea de que el resultado de un acto de memoria depende
críticamente no sólo de la información contenida en el engrama sino también de la información
proporcionada por el ambiente de recuperación o las claves de recuperación. Me interesa
recalcar estas coincidencias porque, fundamentalmente, son pruebas de confirmación teórica y
empírica de algunos principios esenciales para entender la naturaleza de los recuerdos y, de
un modo muy especial, los recuerdos autobiográficos, como veremos a continuación.
A lo largo de este trabajo, se ha aludido varias veces a la importancia crucial del contexto de
recuperación para que un sujeto recuerde lo que realmente desea. Lo que esto significa, en
esencia, es que para poder recordar cualquier episodio de nuestro pasado tenemos que partir
de una información (las llamadas “claves de recuperación”) que forme parte de la experiencia
que deseamos recordar (este es el presupuesto básico del “principio de codificación
específica” ya comentado). Por ello, conviene insistir en la necesidad ineludible de las claves
y, además, en la riqueza informativa de las mismas, que es lo que, a nivel práctico, las
convierte en eficaces e ineficaces. Por ejemplo, consideremos la clave “cartilla” en dos
condiciones de evaluación de la memoria personal: (1) A un hombre de 72 años se le dice
“¿Se acuerda Vd. de la cartilla?”, y éste responde “Bueno, sí... pero, ¿a qué cartilla se refiere
Vd., porque yo tengo precisamente aquí la cartilla del banco?”; (2) A continuación, a ese
mismo hombre se le pregunta “¿Se acuerda Vd. de la cartilla de racionamiento?”, e
inmediatamente, sin dudarlo un momento, e incluso con un cambio ostensible en su expresión
facial, nos dice “¿Que si me acuerdo de la cartilla de racionamiento? Pues, ¡claro que me
acuerdo!, hombre. Estupendamente... y de las calamidades que pasamos... ¡Qué años
aquellos...!”26. En el primer caso, la clave resulta ser ineficaz o inadecuada, por su imprecisión,
para examinar un período importante de la vida de este hombre, mientras que en el segundo
caso, la clave demuestra ser extraordinariamente eficaz al producir una evocación
autobiográfica repleta de sucesos, detalles senso-perceptivos y emociones.
Siguiendo la lógica del principio de codificación específica, los psicólogos de la memoria
consideramos que el olvido o el recuerdo fragmentado e incompleto de episodios
autobiográficos no significa realmente pérdida de información relativa a dicho episodio sino,
básicamente, el no disponer en el momento preciso de las claves adecuadas. No me cabe la
menor duda de que todos sabemos por experiencia –porque lo hemos vivido muchas veces–
que, en muchos de los casos en que nos rendimos ante la imposibilidad momentánea de
recordar un episodio que nuestro interlocutor nos trata de recordar, y decimos, “Lo siento, no
insistas, no me acuerdo, ...se me ha olvidado”, posteriormente –lo que pueden ser minutos,
horas, días o más–, puede aparecer en nuestra conciencia a pesar de que antes lo dimos por
olvidado. Situaciones de la vida cotidiana, como la anterior, apoyan lo que en el laboratorio
hace años que demostraron los psicólogos de la memoria: la mayor parte de los olvidos
cotidianos de las personas sanas representan fallos para acceder a la información, por falta de
claves adecuadas, y no pérdida o eliminación real de recuerdos concretos.
25
La definición de la arquitectura funcional de la memoria, la descripción de los procesos
básicos, así como el análisis de toda su dinámica se encuentra en numerosos textos sobre la
psicología experimental de la memoria. Para consultas generales, pueden verse Ruiz-Vargas
(1994, 2002b), Tulving y Craik (2000).
26
Este ejemplo forma parte de una entrevista formal realizada por mí como parte de un
protocolo de evaluación de la memoria.
27
Existe traducción castellana con el título Recordar (Madrid: Alianza, 1995).
Había sido un día agotador. Martínez abrió la puerta, entró en el salón, se sentó en un sillón y
se puso cómodo.
Veinticuatro horas después, se les pidió que trataran de recordar dicha historia con la mayor
fidelidad posible. Uno de tales recuerdos rezaba así:
Era un día agotador. Martínez llegó a su casa, abrió la puerta, se sentó, se puso las zapatillas
y encendió el televisor29.
En mi opinión, este sencillo hallazgo nos proporciona muchas pistas acerca de la exactitud o el
grado de fidelidad de los recuerdos autobiográficos. Porque, como resulta evidente, el
recuerdo anterior no sólo no es exacto, sino que contiene diversos errores (que comentaré
más adelante). Pero, ¿significa eso que el recuerdo anterior no es verídico, incluso que es
falso o, por el contrario, hay algo en él que se mantiene inalterable a pesar de sus errores?
¿Podemos colegir de este caso y de las ideas anteriores que todos los recuerdos
autobiográficos han de ser inexactos? ¿Los errores o inexactitudes de los recuerdos
autobiográficos los convierten en falsos? ¿Tiene sentido hablar de “verdad” en este contexto?
¿Los errores de los recuerdos autobiográficos se ajustan a un mismo y único patrón de
reglas?... Si encontramos respuestas sólidas a estas preguntas, probablemente habremos
avanzado bastante en nuestra comprensión de los recuerdos personales.
28
Información más detallada sobre estos estudios se encuentra en Ruiz-Vargas (1991, cap.
1)
a saber, la actuación humana no se lleva a cabo directamente sobre los objetos del mundo
sino sobre representaciones mentales de los mismos. Una representación mental, a su vez,
es una construcción, no una copia isomórfica del objeto. Y la razón primera de todo ello es que
la propia percepción del mundo es una interpretación, que se realiza en el contexto del
conocimiento acumulado en la memoria. Por tanto, la realidad de cada persona es una
creación, una construcción mental, donde sólo están representados los aspectos que tienen un
significado personal.
En consecuencia, no tiene sentido alguno suponer que los recuerdos son registros pasivos o
literales de la realidad. La psicología de la memoria ha demostrado que todos los procesos
básicos de la memoria (codificación, almacenamiento, consolidación y recuperación) están
fuertemente influenciados por nuestro conocimiento previo acerca del mundo, por nuestros
esquemas de conocimiento, por nuestro modelo del mundo y, de un modo muy especial, por
nuestro “esquema del Yo”. Las experiencias pasadas, las emociones, las expectativas y las
metas actuales, el estado de ánimo, etcétera, imponen fuertes sesgos sobre lo que percibimos
y cómo lo valoramos. Ello significa que, en todo momento, seleccionamos, abstraemos,
interpretamos, integramos y organizamos la realidad circundante en función de nuestra
experiencia pasada30. En definitiva, el sistema cognitivo humano no está diseñado para
guardar en su memoria copias exactas de la realidad; entre otras razones, porque la realidad
no existe hasta que una mente no la interpreta. Por eso, los psicólogos de la memoria
insistimos en que lo que guardamos en nuestras memorias son las experiencias de los
acontecimientos, no copias de tales acontecimientos. Carlos Castilla del Pino refleja
inequívocamente esta idea cuando, en las primeras páginas de su Pretérito imperfecto, nos
dice:
Ahora bien, el hecho de que los recuerdos sean registros de nuestras experiencias y éstas, por
definición, (re)construcciones de eventos episódicos pasados, no significa que los recuerdos
autobiográficos sean falsos en su totalidad ni que la “base de conocimiento autobiográfico”
sea una fantasía; porque, si así fuera, no podría haber comunicación entre las personas sobre
los acontecimientos experimentados. A este respecto, Katherine Nelson (1993) sostiene que
una de las funciones básicas de la memoria episódica/autobiográfica es, precisamente,
compartir los recuerdos con los demás, lo que convierte a los recuerdos autobiográficos en un
elemento de solidaridad social. No obstante, no puede olvidarse que, en ocasiones, las
personas recuerdan experiencias pasadas que nunca ocurrieron, como el famoso caso de
recuerdo falso experimentado por el propio Jean Piaget31. Pero estos casos, además de ser
excepcionales, no invalidan la naturaleza real de los recuerdos autobiográficos.
30
La abundante evidencia experimental sobre los efectos de los esquemas y, concretamente,
de todos estos procesos sobre la memoria, aparece recogida en la revisión de Alba y Hasher
(1983).
31
Piaget relata “su recuerdo falso” en su obra La formación del símbolo en el niño
(p.257). México: FCE. También se encuentra reproducido en Ruiz-Vargas (1991, p. 33).
Siendo estudiante de primer año de Facultad, llevé a un par de amigos a cenar a casa de mis
padres. En un momento de la conversación, salió el tema de las sequías y pensé en un
incidente que nos ocurrió cuando yo tenía alrededor de 5 años, y decidí contar la historia: Mi
familia [conmigo incluida] iba en coche por el Valle de San Joaquín en California y tuvimos un
pinchazo. No teníamos rueda de repuesto, así que mi padre quitó la rueda pinchada e hizo
autostop hasta una gasolinera para reparar el pinchazo. Mi madre, mi hermano, mi hermana y
yo nos quedamos en el coche. Hacía un calor espantoso, más de 100ºF y estábamos
sedientos. Finalmente, mi hermana cogió un par de botellas vacías y se fue por la carretera
hasta una granja. La dueña de la granja le explicó que en todo el valle estaban sufriendo
una fuerte sequía y que sólo le quedaba un poco de agua embotellada. La mujer reservó un
vaso de agua para su niño, que estaba a punto de llegar de la escuela, y rellenó las botellas de
mi hermana con el resto. Mi hermana regresó al coche y nos la bebimos toda. También
recuerdo haberme sentido culpable por no haber guardado nada para mi padre, que
probablemente estaría sediento cuando volviese con la rueda reparada (Johnson, 1985, 1).
Marcia Johnson añade que, cuando terminó de contar la historia, sus padres se rieron y le
dijeron que la historia no había sucedido realmente así, sobre todo en lo referente a la segunda
parte de la misma, cuando –según recuerda Johnson– su hermana va a por agua a una
granja. Es decir, que, efectivamente, una vez hicieron aquel viaje por el valle de San Joaquín,
que era época de sequía, que pincharon y que el padre tuvo que ir a una gasolinera a reparar
el neumático, mientras los demás miembros de la familia se quedaron en el coche, y que la
hermana de Marcia se quejó mucho del calor que hacía, pero que nadie fue a buscar agua a
parte alguna. Johnson argumenta que lo que pasó, entonces, fue que ella imaginó una
solución al problema de la sed y dicha solución imaginada se integró en el recuerdo de aquel
suceso.
La cuestión a destacar en este caso es que, como en los casos anteriores, el error integrado
en el recuerdo no vulneró la esencia del suceso original, ni el conocimiento general acerca del
mundo físico y social –parece natural que si hace calor y se está en un paraje deshabitado
alguien busque agua en alguna parte para compartirla con los demás–, por lo que el recuerdo
de la historia experimentada incluyó algunos detalles falsos que, como también vimos antes,
no sólo no quebrantan su significado sino que le dan más fuerza: una familia tiene un incidente
(el pinchazo de un neumático) que los deja tirados en medio del campo con un calor espantoso
y sin agua para beber.
Pero, además, hay que llamar la atención sobre otra cuestión particularmente importante, y es
que en éste, como en los demás recuerdos analizados y, según parece, en buen número de
recuerdos autobiográficos, las personas tienden a incluir abundantes detalles irrelevantes, es
decir, que a veces las descripciones de episodios pasados se acompañan de una prolijidad
extraordinaria (recuérdese el ejemplo expuesto más arriba de Navokov). Como señalé a
propósito del recuerdo de Navokov, parece claro que la función de los detalles extra –que
suelen ir cargados de imágenes sensoriales de todo tipo– es aumentar la confianza del propio
sujeto que recuerda, así como la del interlocutor, en la historia que cuenta; esto es, aumentar
la fidelidad de su recuerdo. Bell y Loftus (1989), dos grandes expertos en memoria de testigos,
han comprobado que los miembros de los jurados utilizan la presencia de detalles irrelevantes
en los informes de los testigos como prueba de la exactitud de la memoria de estos últimos. En
definitiva, existe abundante evidencia empírica que avala la idea de que los recuerdos que
contienen detalles sin importancia son recuerdos especialmente fiables y precisos.
Podría seguir comentando más ejemplos, pero los expuestos nos permiten apoyar las
conclusiones que los investigadores actuales mantienen respecto a la precisión de los
recuerdos autobiográficos; a saber:
Y nuestro Luis Buñuel cierra sus consideraciones sobre “la memoria” (Capítulo 1 de su
autobiografía Mi último suspiro) confesándonos que:
32
Para evidencia empírica en apoyo de la gran exactitud de los recuerdos autobiográficos,
véase la revisión de Brewer (1996) y los estudios basados en diarios (e.g., Linton, 1978;
Wagenaar, 1986; Thompson et al., 1996).
33
La aceptación implícita de este compromiso es la idea básica del llamado “pacto
autobiográfico” (Lejeune, 1975).
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