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Vivir Siendo Maestra Travesti Feminista

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andantes

feminismos
feminismos
andantes
BOGOTÁ
Colombia
VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

feminismos
andantes

–1–
– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

Feminismos andantes
© Fundación Heinrich Böll, Oficina Bogotá - Colombia
Publicación con licencia Creative Commons CC BY-NC-ND 3.0
Atribución-NoComercial-SinDerivadas

Fundación Heinrich Böll, Autoras por orden alfabético


Oficina Bogotá - Colombia Alanis Bello Ramírez
Calle 37 N.º 15–40, Bogotá Ana Luisa Muñoz Ortiz
Teléfono: (+57) 1 371 9111 Ángela Arce Sánchez
[email protected] Angie Viviana Reyes Cifuentes
co.boell.org Colectivo Cuerpos Insurgentes
Representante: Florian Huber Fanny Lucía Lozada Silva
Yeimmy Carolina Beltrán Rodríguez
Edición Edna Rocío Cárdenas Cárdenas
Fundación Heinrich Böll. Colectivo Malinches
Oficina Bogotá - Colombia Irleni Milena Corredor Robles
Coordinación editorial Luz Mary Cuervo Plazas
Ángela Valenzuela Bohórquez Deicy Mariana Pérez Rivera
Laura Isabel Villamizar Adela Ávila Rodríguez
Tania Espitia Becerra
Revisión de textos Gina Carolina Brijaldo Olarte
Luisamaría Navas Camacho Lady Carolina Peña Espitia
María Paula Peña Diana Carolina Ochoa Vélez
Natalia Roa Diosas que sanan
Angélica Badillo Ramírez
Portada Angélica Rodríguez Cardona
Ilustración LaSole Diana Katherine Camargo Mendoza
Yenny Marcela Salazar Barreto
Ilustraciones
Doris Y. Gómez Niño
Cristian Porte. (páginas: 8, 26, 46, 50, 78, 94, 140,
Gabriela Gacharná Echeverri
174, 220, 236, 264, 270, 290, 316, 334, 340, 360,
Jenny Natali Julio Cantor
374, 382, 388, 394, 426, 438, 462, 466)
Karina Rivas Cardona
Diana De Moya («Violencia» página 118)
Laila Alejandra Carvajal Palacios
Isabela Velásquez Pedraza («Ventiocho» página 198)
Lucelis Martinez Minota
Todos los derechos reservados
María Consuelo Pérez Restrepo
Diseño gráfico Mariana Botero Ruge
Rosy Botero Maribel Elisa Acevedo Valbuena
Michelly Giraldo Palacio
ISBN Miriam Zarate Durier
978-958-52753-4-8 Nevis Balanta Castilla
Red de la partería tradicional e intercultural Mhuysqa
Primera edición Ruth Amelia Muñoz Sanabria
Diciembre de 2020 Ruth Mary Rivero Zabala
Sofía Elisa Sierra Arteaga
Sofia Lorena Mateus García
Impreso y hecho en Colombia Sol Suleydy Gaitán Pineda
Printed and made in Colombia Yusmidia Solano Suárez

Este documento puede ser descargado gratuitamente en http://co.boell.org


El texto que aquí se publica es de exclusiva responsabilidad de sus autoras y no expresa
necesariamente el pensamiento ni la posición de la Fundación Heinrich Böll, Oficina Bogotá - Colombia.
–2–
VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

VIVIR SIENDO MAESTRA


TRAVESTI FEMINISTA

En este artículo, presento una reflexión sobre mi experiencia como


maestra travesti no binaria que trabaja en el contexto universitario. Mi punto
de vista se sitúa en los feminismos críticos e interseccionales y, a partir de él,
planteo un conjunto de reflexiones sobre el quehacer docente y la lucha por
abrir un espacio educativo que sea incluyente con todos los cuerpos. En el tra-
yecto de este escrito, discuto lo que podría llegar a ser una pedagogía feminista
y expongo mi lucha contra el binarismo de género en la academia, mi defensa
de una ética del cuidado y mi apuesta por hacer de la docencia un lugar sensi-
ble a las opresiones de clase, género, raza y sexualidad.

***

Las siguientes páginas contienen una reflexión sobre mi experiencia como pro-
fesora travesti no binaria y agente de transformación social que hace del femi-
nismo un lugar para interpelar, actuar, pensar y sentir en la vida cotidiana del
activismo y la academia. Hablo aquí de los posicionamientos y de los intereses
que vengo tejiendo en mi experiencia docente. Hablo de cómo el feminismo se
ha convertido en una forma de politicidad que ha afectado la manera en que
percibo y hago mi trabajo en el campo de la educación popular y comunitaria.
Más que un recuento teórico de lo que es (o podría llegar a ser) el feminismo,
lo que busco plantear es lo que significa para mí vivir una vida como maestra
feminista travesti comprometida con el desmontaje de las matrices de opresión
de género, raza, clase y sexualidad. Asumir un compromiso feminista con la edu-
cación implica emprender la construcción de otras prácticas de conocimiento

–9–
– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

que permitan abrir mundos para aquellas existencias periféricas que cons-
tantemente son amenazadas con el exterminio o la normalización.

Ser travesti es darse de bruces contra un mundo rígido y excluyente que opera
como un muro1. Rara vez, las travestis en Colombia contamos con la oportuni-
dad de permanecer en la escuela y obtener un grado como bachilleres. Mucho
menos, tenemos la oportunidad de estudiar una carrera profesional; por esto,
llegar a ser docentes o directivas de un plantel educativo, se nos presenta como
un objetivo difícil de alcanzar. Teniendo conciencia de la exclusión que impide
nuestras existencias como personas trans en el mundo de la educación, po-
siciono, deliberadamente, mi ejercicio de maestra travesti en la universidad
como una responsabilidad con la diferencia y un lugar de oposición política y
epistémica a los saberes hegemónicos, al androcentrismo académico y a la
mercantilización de la educación.

En este sentido, hablo y actúo como maestra travesti y entiendo esta identidad
como un desafío a los binarismos opresivos de género y a las formas hetero-
centradas del conocer, el sentir y el percibir. Entiendo lo travesti como una
incomodidad en/con el mundo. Como una insistente potencia. Como una terca
voluntariedad dirigida a (intentar) tumbar los muros que impiden nuestro reco-
nocimiento y presencia en el devenir de la historia.

Hacer pedagogías feministas, como señala Chandra Talpade Mohanty, es una tarea
que intenta vincular conocimiento, responsabilidad social y lucha colectiva (Mohanty,
2003). El feminismo engendra conocimiento a partir de sus luchas en contra de
los muros de la opresión y en sus esfuerzos por tirarlos abajo. Hacerse femi-
nista es una experiencia sensorial que te abre el cuerpo a otras percepciones y
te vuelve intolerante al sufrimiento y a las injusticias. Es una metodología para
comprender las desigualdades y su reproducción. Es un modo de actuar y en-
señar que se caracteriza por un compromiso con desnaturalizar las violencias
y con hacer de la desobediencia un bastión para sobrevivir.

1. Empleo las categorías travesti y trans de manera intercambiable. Para muchas personas, estas categorías
son incompatibles, pues, implican formas diferenciales de construcción del cuerpo en la feminidad. Sin em-
bargo, para mí, son palabras para luchar, identidades para resistir y experiencias encarnadas para abrir un
campito que te permita lidiar contra los opresivos binarios de la feminidad y la masculinidad. Travesti y trans
son, en mi cuerpo, categorías políticas para asumir mi inconformidad con un mundo que clasifica los cuerpos
según un sistema de sexo/género binario, heterocentrado y patriarcal.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

Con el feminismo, pronto te das cuenta de que, para no desaparecer, debes insistir
en empujar los muros de la dominación, una y otra vez, para que ellos no te aplasten,
no te invisibilicen. Con el feminismo aprendes que, para poder existir, necesitas
desobedecer tantas veces como sea posible (Ahmed, 2018).

El devenir travesti es una forma de desobediencia a los mandatos hegemónicos


del género. Es experimentar tu cuerpo como un manifiesto de lucha, es ha-
cer de tu cuerpo un grito para reclamar libertad. Por efecto de la dominación,
muchas travestis hemos ganado conciencia de la importancia que reviste el
definirnos a nosotras mismas y apropiarnos del lenguaje para poder inventar
una alternativa. Ser trans en una sociedad binaria y heterosexual suele pasar por
la experiencia del despojo material, emocional y espiritual de nuestras redes de
apoyo. Las personas trans sufrimos el despojo de las redes que hacen que la vida
sea posible. Quiero pensar lo trans como una operación política que nos permite
volvernos inapropiables, en la medida en que combatimos el despojo de nuestra
autonomía afirmando el orgullo de nuestros cuerpos desobedientes.

Son múltiples los cruces entre el feminismo y las experiencias trans2, de ma-
nera que asumo una pedagogía feminista travesti como una operación radical
en el conocimiento y en la praxis política. La educadora brasilera Guacira Lopes
Louro (2003) señala que tomar una postura feminista en el campo educativo
significa reconocer la experiencia personal como una herramienta fundamental
de conocimiento y la vida cotidiana como un escenario en el que se engendran
saberes y se negocian el poder y la identidad. Las pedagogías feministas en-
cuentran valor en las voces y en las experiencias de aquellas personas conde-
nadas al silencio. Este gesto crítico constituye un cuestionamiento directo al
mundo patriarcal y eurocéntrico de la academia, pues, concibe importantes las
experiencias de los grupos oprimidos, de las mujeres y de los disidentes del
género y entiende que el conocimiento no está empaquetado en los libros de
texto o encerrado en las aulas de clase. En las pedagogías feministas, ocurre un
doble rechazo: a la voz autorizada y a las jerarquías de saber que estructuran la
educación y el campo científico (Lopes, 2003: 114).

El valor que le otorga el feminismo a la experiencia debe verse como una estrategia
pedagógica orientada a desactivar regímenes hegemónicos de saber y descolonizar

2. Sobre este encuentro de feminismos y experiencias trans, se pueden revisar el trabajo pionero de la antropóloga
colombiana Andrea García Becerra (2010) y, en literatura inglesa, el trabajo de la socióloga Raewyn Connell (2012).

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– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

nuestras formas de conocer, percibir y sentir. Abordar la experiencia como un


eje pedagógico requiere de un delicado trabajo de análisis, en el que el uso de la
experiencia ha de anclarse a una comprensión histórica, contextual y contingente
de las formas en que se experimentan y encarnan las relaciones de poder. Enten-
der la experiencia en el aula de clase solo como una mera cuestión individual, la
despolitiza, la deshistoriza y la reduce a una simple anécdota.

Aquí me apoyo de nuevo en Mohanty. La autora nos advierte que el desafío que
representa la experiencia no solo es de aprendizaje y autoridad, sino, además,
de margen y centro. Esto es, tendremos que evitar que la experiencia se convierta
en binaria; impedir poner en el centro a las mujeres como «verdaderas conocedo-
ras» y dejar a los hombres como «observadores marginales» sin responsabilidad y
sin nada qué aportar3 (Mohanty, 2003: 203). Una aproximación feminista al abordaje
de las desigualdades en el aula de clase se caracteriza por su insistencia en que
ninguna persona pase desapercibida; es decir, para desmantelar el sexismo o el ra-
cismo, necesitamos emplear experiencias colectivas de aprendizaje que conduzcan
a reconocernos como miembros de diversas comunidades, a aceptar la impor-
tancia de escuchar las diferentes voces y a responsabilizarnos de nuestra vulne-
rabilidad constitutiva e interdependiente. Con bell hooks aprendí que «un objetivo
primordial de la pedagogía feminista» es «convertir la clase en un entorno de-
mocrático en el que todos sientan la responsabilidad de contribuir» (hooks, 1994).

Así las cosas, nos oponemos a aquella instrumentalización que tiende a con-
vertir el feminismo y la experiencia de los grupos sociales subalternos en una
herramienta para «sensibilizar» a los sujetos que ocupan posiciones dominan-
tes. Más allá de educar «hombres sensibles» o «nuevas masculinidades», las
pedagogías feministas emplean la experiencia crítica como un lugar de cues-
tionamiento radical de las estructuras de poder. Esta pedagogía engendra un
lugar de autocrítica, una forma de desestabilizar las subjetividades y de inter-
pelar las epistemologías dominantes que instalan como naturales y normales
las jerarquías de género, raza, clase y sexualidad. El feminismo no se reduce a
una charla de sensibilización: es, ante todo, dinamita pura.

Los feminismos en educación insisten en la necesidad de hacer análisis coim-


plicados: reconocen historias compartidas de opresión y privilegio y enfatizan

3. Este binario centro/margen puede trasladarse a las relaciones entre blancos y negros, heterosexuales y
homosexuales, cisgéneros y transgéneros, adultos y niños, entre otros.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

en nuestra responsabilidad individual y colectiva en la reproducción y en el


desmantelamiento de las matrices de dominación. Las pedagogías feministas te
invitan a mirarte por dentro para poder transformar el afuera.

Hacer un análisis excéntrico, coimplicado y relacional de la experiencia perso-


nal significa introducir un cuestionamiento pedagógico feminista en la educación
popular. Con Donna Haraway (1991), podemos decir que los conocimientos femi-
nistas rechazan la romantización de todas las posiciones sociales, incluidas las
subyugadas. Es decir, aprendes a entender que los conocimientos críticos no se
derivan de una posición automática en una identidad particular, o en un sujeto
popular reificado; se derivan de la construcción de una conciencia de oposición,
de la apertura sensorial a las diferencias internas y externas y de la creación de
alianzas con otras maneras de entender el mundo. Hacerte una maestra feminis-
ta te hace dudar de las certezas, te impulsa a desarrollar una sensibilidad especial
por el asombro y te convierte en una puentera entre-mundos (Anzaldúa, 2003).

Enseñar deviene para ti en un involucramiento con otras luchas con el fin de


producir lo común. No necesitas compartir las mismas opresiones o compartir
soluciones semejantes. Lo que necesitas es empatía y afinidad con la dolori-
dad del otro. Te haces araña tejedora de hilos diversos: actúas con insistencia
para despatriarcalizar los movimientos populares y para desalojar de ellos la
transfobia y el heterosexismo, pero, a la vez, dejas que las luchas anticapitalis-
tas, antirracistas y descolonizadoras abran los ojos de tu activismo. Este es un
movimiento de doble vía en el que aprendes a devenir un agente de tensión en
el propio feminismo y en el campo de la educación popular.

Mediante mi experiencia como una maestra trans en el universo de la acade-


mia, he sentido que la diferencia se enseña como algo que se debe teorizar,
expropiar, consumir, medir, espectacularizar y explicar. Muchos estudiantes
se han acercado a hacerme entrevistas para absorber mis testimonios, para
exotizar mi vida o, simplemente, para sacar algún ensayo en cualquier mate-
ria4. Personalmente, me molesta esta actitud extractivista tan arraigada en la
forma moderna y colonial de comprender el saber. Contra los conocimientos

4. Con humor corrosivo y tono socarrón, denuncio esta expropiación epistémica en mis clases y conferencias
recordando que, en tiempos pasados (aún pasa), las travestis teníamos que huir de las batidas hechas por
la policía y ahora tenemos que huir del antropólogo, del sociólogo y hasta el educador comunitario y sus
intereses vampíricos de investigación.

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– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

objetualizadores y presuntamente neutrales, las pedagogías feministas reivin-


dican la producción de conocimientos cuidadosos, comprometidos, responsa-
bles, afectivos y vinculantes. Cuando optas por el feminismo como tu forma de
enseñar e investigar, te das cuenta de que la producción de conocimiento es
una práctica que requiere del cuidado de las relaciones que construyes con
el mundo humano y no humano. Te das cuenta de que el conocimiento es
la expresión de una relación y que, allí, la diferencia no opera como algo a
domesticar, sino como un universo de posibilidades, de conflictos, de apren-
dizajes, de disensos, de futuros. En la producción de conocimiento, cuidar es
oponerse a la concepción del otro como alguien inferior, como alguien que
debe tolerarse o asimilarse: el otro no es tu objeto de estudio.

Las feministas no consideramos el cuidado como una labor natural de la iden-


tidad femenina. Es, sobre todo, un trabajo y una ética política. Creemos que
enseñar con cuidado, como señala la filósofa María Puig de la Bellacasa, es
una operación práctica, afectiva y material que nos lleva a reconocer nuestra
vulnerabilidad mutua y la importancia de producir conocimientos que contri-
buyan a reparar nuestro mundo, a sostener la vida y a perpetuar su diversidad
(Puig de la Bellacasa, 2017).

Y no quiero que me mal entiendas: cuando me refiero a la diversidad, no estoy


hablando de un mundo donde las diferencias se experimentan de manera armó-
nica, inocente y desproblematizada. Como maestra feminista, me interesa plantear
debates sobre la diferencia como un lugar para descolocar las comprensiones nor-
males y normativas que gobiernan el orden social. Me interesa generar conmo-
ción. Me interesa perturbar lo cotidiano y azuzar la formación política, entendida
no como una apacible polifonía, sino como la explicitación de los antagonismos
sociales en cuanto ejes centrales de toda política democrática (Mouffe, 2010). Las
feministas y las travestis encendemos fuego en un mundo seco que busca el apa-
ciguamiento y la homogeneidad.

Cuidar significa un compromiso con la diferencia, tanto en nuestra vida coti-


diana, como en nuestras prácticas de enseñanza e investigación. De ahí que
nuestras metodologías estimulen la construcción de culturas públicas de
disenso (Mohanty, 2003: 203), en las que aprendemos y enseñamos, junto a
las comunidades con las que trabajamos, a desafiar en las instituciones he-
gemónicas las políticas de exclusión de las mujeres y de los grupos subalter-
nos. Por medio de las culturas del disenso, hacemos trabajo de diversidad.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

Este consiste en hacer transformaciones institucionales y comunitarias con


el «afán de existir en un mundo que no da cabida a nuestra existencia» (Ahmed,
2018: 133). Con esto, buscamos hacer de los terrenos públicos y privados,
territorios libres de violencias, territorios para ser. Otro eje fundamental de
esta metodología está en combatir la domesticación a la que somete la de-
mocracia liberal capitalista las identidades disidentes del género, la raza y la
sexualidad. Esa democracia reduce la diferencia a un ornamento multicultural
o a una identidad de mercado.

Las pedagogías feministas son pedagogías de la disidencia que le apuestan a


otros caminos posibles, a presentes comunes no regidos por la imposición de
una moral hegemónica o un proyecto preestablecido de formación. El feminismo
te enseña a hacer alianzas y a explorar conexiones apasionantes más allá de las
fronteras, más allá de los currículos, más allá de lo que nos es permitido cono-
cer. Son pedagogías comprometidas con el devenir y con los conflictos inherentes
a la textura de la vida. Estas pedagogías travestis que intento describir sintonizan
con la bella lectura que hace Rita Laura Segato de la politicidad feminista:

No es utópica sino tópica, pragmática y orientada por las contingencias


y no principista en su moralidad. Próxima y no burocrática, investida en
el proceso más que en el producto. El proceso es más importante que el
producto y, sobre todo, solucionadora de problemas y preservadora de la
vida, aquí y ahora (Segato, 2018).

Quiero entender la pedagogía feminista y travesti que encarno, como un pro-


yecto de destitución del dispositivo de la promesa (Flores, 2018: 175); es decir, al
plantear un compromiso y una responsabilidad con el tejido cotidiano de la vida,
estas pedagogías desmontan las retóricas de la transformación que privilegian
la educación para un futuro, para una meta, para un objetivo. Desmontan la
imposición arbitraria de proyectos vitales que buscan fabricar hombres, muje-
res, trabajadores, ciudadanos, revolucionarios…: estas promesas pedagógicas
hacen del otro un sujeto a ser formado para un futuro que no le es propio.

La pedagogía feminista es desasosegante, pues, más que apostarle a las gran-


des transformaciones y a las retóricas «salvadoras», opta por la micropolítica y la
generación de experiencias educativas que imprimirán nuevos sentidos en el mun-
do, otras comprensiones de los cuerpos de conocimiento y de los conocimientos
sobre los cuerpos. Es una pedagogía que actúa como una pregunta incesante

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– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

y un cuestionamiento incansable de las violencias, las normalizaciones y los


silenciamientos. La pedagogía feminista nos susurra: antes que una pedagogía
salvadora, lo que necesitamos es un cuidado comprometido.

Esto de no prometer en la práctica pedagógica, se lo debo a las trabajadoras se-


xuales del barrio Santa Fe en el centro de Bogotá, donde hace dos años acompaño
proyectos de educación popular y sus procesos organizativos5. El Estado entiende
la educación de las trabajadoras sexuales como una educación salvadora, pensada
para el supuesto rescate de sus subjetividades desviadas. Mi conflicto con esta
postura es que la educación que para ellas ofrece el Distrito Capital es una pro-
mesa para «limpiarlas» y convertirlas en «mujeres decentes y productivas». Como
maestra feminista, entré en choque con estas técnicas de normalización que están
ancladas a visiones higienistas y a modelos moralizadores de la sexualidad que
infantilizan a las trabajadoras sexuales. Si bien hay muchas mujeres que desean
abandonar el trabajo sexual, este asunto no debería ser el objeto central de una
práctica educativa emancipadora. Aquí, la educación popular feminista me enseñó
a comprender que la educación como práctica de libertad estimula la autonomía,
la autodefinición y la autodeterminación del cuerpo y los placeres.

La pedagogía feminista y travesti que he construido parada en las esquinas con


las compañeras trabajadoras sexuales enfatiza en la importancia de cuestio-
nar aquellos saberes que producen ignorancia y desconocimiento de tu propia
historia y de tu propia sexualidad. Recuerdo cómo algunos maestros y maes-
tras contratados por el Distrito sentían físico pavor al decir «trabajo sexual» o
«prostitución», porque consideraban que la referencia a este mundo interfería
con el proceso educativo de las trabajadoras sexuales. Un gesto ridículo de las
pedagogías de la promesa: educan sin tomar en cuenta las vidas, experiencias
y sentires de los sujetos que en ella se involucran. Una educación sin contexto,
una educación no situada, es una educación funcional para la domesticación.

Las mujeres trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe me dejaron ver su can-
sancio ante las promesas. No quieren salvaciones, talleres o industrias del res-
cate. Algunas buscan tan solo sentirse reconocidas y validadas. Otras quieren

5. Le agradezco mucho a las estudiantes y maestras de la línea de investigación en «Género, identidad y


acción colectiva» y al grupo de «Práctica pedagógica II» de la Licenciatura en Educación Comunitaria, de la
Universidad Pedagógica Nacional, por sus aportes y por las sinergias que nos han permitido construir, junto
a las trabajadoras sexuales, una educación emancipadora, puta y feminista.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

una educación que, más allá de enseñarles álgebra o español, les muestre
cómo fortalecer su autoestima y confianza en sí mismas. Muchas rechazan los
modelos educativos que proponen salvarlas para insertarlas en el mercado de
trabajo explotador y anhelan una experiencia de formación que construya co-
munidad, que las proteja de las violencias y que haga audibles sus voces. Ser
una educadora feminista es preocuparse y hacer cosas para que nuestras es-
tudiantes encuentren una voz propia.

Las putas, como algunas se autodenominan, me han enseñado la importancia


de hacer del placer, el erotismo y la curiosidad motores esenciales para ac-
tivar el pensamiento crítico. En este proceso, bailamos, jugamos, cantamos y
movemos el cuerpo para desempupitrarnos de las disciplinas corporales y los
discursos normativos (y aburridos) del saber. Una posible didáctica feminista
privilegia el aprendizaje sensorial mediante el cuerpo y, es desde allí, desde su
reconocimiento, movimiento y vivencia, que articula críticas al mundo y engen-
dra conocimientos de lucha, de conexión y sanación. Cuando hago pedagogía
feminista, estoy pensando en sanar las heridas producidas por el sexismo y la
heterosexualidad obligatoria en nuestras historias y en nuestra piel. Se trata de
reconocer que estas heridas no son solo individuales, sino que nos conectan,
nos unen, nos reflejan. Conocer es no solo objetivar y racionalizar el mundo, es
también tocarlo, dejarse afectar por él y afectar a otros para producir cambios
en las formas hegemónicas de percibir y de percibirnos.

Ahora, ser una maestra feminista no debe confundirse con hacer del cuidado
del mundo una tarea altruista o un sacrificio al que todas deberíamos aspirar.
No. Como bien señala Lopes Louro, nuestra tarea consiste, también, en de-
nunciar aquellos discursos que romantizan el trabajo de cuidado que hacen las
maestras. Es una denuncia a los aparatos de captura que buscan encerrar a las
maestras feministas en una especie de «‘feminismo de la buena muchacha’:
una profesora que sería, de cierta manera, desexualizada y reacondicionada
como un sujeto maternal nutridor» (Lopes Louro, 2003: 118).

Nuestras relaciones con el cuidado no son ingenuas e inocentes. Cuidar y autocui-


darte es algo que también tiene que ver con la desconexión. «No podemos mostrar
cuidado hacia todo, no todo cuenta en un mundo; en un mundo, no todo importa,
igual que no hay vida sin muerte.» (Puig de la Bellacasa, 2017). A veces, necesita-
mos romper relaciones para seguir viviendo, poner distancia para poder respirar y,
con frecuencia, tenemos que limitar nuestras alianzas, ya que no todas ellas resultan

– 17 –
– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

enriquecedoras o estimulantes. En ocasiones, algunas pueden ser desgastantes


y pesadas. Las feministas denunciamos la explotación del trabajo del cuidado en
todos los ámbitos y esto significa, en la educación, denunciar la sobrecarga de
trabajo material y emocional al que se ven abocadas, en su mayoría, las maestras.

Denunciamos los estereotipos de género que contribuyen a desprofesionalizar


el trabajo de las profesoras, pues reducen sus habilidades y saberes en edu-
cación a supuestos rasgos esenciales de la feminidad. Mis estudiantes, en su
mayoría mujeres de los programas de educación infantil y educación especial,
me han hecho caer en cuenta de cómo hay un desprecio hacia su labor en los
circuitos del activismo de izquierda. Hay una gran ignorancia sobre dichas pro-
fesiones. Estas maestras hacen un trabajo gigante que aporta a la economía
nacional y al bienestar colectivo y lo hacen por medio de sus saberes especiali-
zados en los campos del cuidado y la pedagogía. Ellas inciden en los procesos
fundamentales de socialización primaria y posibilitan el acceso a la ciudadanía
de aquellos cuerpos que excluye el sistema capacitista.

Ser maestra feminista es luchar por el reconocimiento de las maes-


tras: por tus compañeras. Es darle importancia a estos trabajos que es-
tán involucrados con el sostenimiento de la vida y con el crecimiento físico,
intelectual y espiritual de las infancias y la juventud. Ya Pablo Freire (1993) lo
había advertido con mucha claridad en una de sus cartas a quien pretende
enseñar. El dijo: «La identificación de la maestra con la tía [es una trampa],
(…) equivale casi a proclamar que las maestras, como buenas tías, no deben
pelear, no deben rebelarse, no deben hacer huelgas» (Freire, 1993: 28).

Cuando el feminismo inocula tu identidad docente, rompes con el molde de la «bue-


na muchacha», con la figura de la tía y asumes tu profesión como un lugar político
que busca tensionar, arruinar, amargar y fastidiar el sueño capitalista patriarcal de
un mundo abnegado ante la explotación. De repente, te ves a ti misma como una
provocadora, como una sujeta insolente y voluntariosa que lucha a contracorriente;
por un lado, para desmontar la primacía masculina en el campo académico; por el
otro, para desestabilizar la cultura burocrática y jerarquizadora de la universidad,
con el propósito de que se puedan resolver con efectividad los problemas, que se
escuchen las voces silenciadas y que se ponga fin el maltrato institucional.

Mis colegas feministas de la Universidad Pedagógica Nacional me han mostra-


do que para sobrevivir en el campo académico, de nada te sirve ser anodina,

– 18 –
VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

discreta y recatada. Podrán decir que las maestras feministas somos peleo-
nas y es probable, pero, en el fondo, lo que buscamos con esta actitud es que
se escuche nuestra voz en los sindicatos docentes, que se respeten nuestros
derechos labores y se acabe con la precarización. Maestra feminista es igual
a asumir una incansable lucha contra las injusticias de clase, género, raza y
sexualidad en el mundo cotidiano y el de la academia. Significa visibilizar el
acoso y la violencia sexual en los planteles educativos y cuestionar la estructu-
ra desigual de prestigio que suele encumbrar a los hombres en posiciones de
audibilidad y poder. La pedagogía feminista nos recalca con insistencia que sin
despatriarcalizar, no será posible alcanzar una universidad pública, gratuita y
universal.

Nuestra voluntariosa actitud de transformación nos lleva a empujar los para-


digmas hegemónicos del saber. Como maestra feminista, insisto en posicionar
los temas de género y sexualidad como elementos claves para comprender el
campo de la educación y las violencias contemporáneas que estructuran el capi-
talismo moderno, colonial y rapiñador en el que estamos inmersas. Aquí entien-
do que es importante construir teorías y perspectivas analíticas no excluyentes,
abiertas a la contradicción y comprometidas con hacer visibles elementos que,
según nuestra percepción, parecen invisibles o inexistentes.

Hacerme una profesora feminista me hizo tomar en serio la importancia de


comprender que las violencias no están jerarquizadas y que no existen unas
opresiones más fuertes que otras. Empleo en mis trabajos las baterías teó-
ricas, prácticas y políticas de la interseccionalidad como una herencia de los
feminismos negros y de mujeres de color para entender que las injusticias
sociales, las necropolíticas, la depredación de la naturaleza, el conflicto ar-
mado y la privatización de la educación, entre otros temas, son asuntos polí-
ticos estructurados por complejas tramas imbricadas de género, raza, clase
y sexualidad.

Cuando miras a través de los lentes de la interseccionalidad, comprendes que los


sistemas de dominación no son separables, se constituyen mutuamente y operan
de forma consubstancial. Es decir, las luchas por la justicia social han de ser
luchas interseccionales, de alianzas e identificaciones estratégicas entre movi-
mientos sociales y no parceladas por la defensa de una identidad-terruño (Viveros,
2016). Hacerte feminista es abogar por lo común sin borrar lo particular y viceversa,
reivindicar lo particular sin olvidar lo universal.

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– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

En un tiempo político convulsionado como el presente, en el que reinan la ra-


piña capitalista, el despojo, la guerra extendida y paraestatal, la exacerbación de
feminicidios, la destrucción de los ecosistemas, el cierre de fronteras, la precari-
zación del trabajo y un robusto fortalecimiento de los nacionalismos y los funda-
mentalismos religiosos, las pedagogías feministas nos estimulan a hacer nuevas
lecturas de los problemas sociales, con el ánimo de arriesgar otras formas de
actuar y de construir comunidades de resistencia.

Como pedagoga feminista, busco hacer conexiones entre categorías y sistemas


aparentemente separados, para tratar de entender cómo el entrelazamiento de
opresiones afecta la vida colectiva, especialmente, la vida de las mujeres y de las
personas con orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas. En
los últimos años, la crítica feminista latinoamericana ha remarcado la urgencia de
entender que la expansión rapiñadora del capitalismo colonial contemporáneo no
se puede desligar de la configuración de una subjetividad específica que sirve de
gancho de dicho modelo económico. El feminismo te enseña a ver que las estruc-
turas de poder se hacen carne, se hacen subjetividad y espacio.

La cultura rapiñadora del capitalismo está íntimamente vinculada con la pro-


ducción de identidades de género tóxicas, como la masculinidad guerrera, que
ha servido como una estructura de personalidad que distribuye en los espacios
domésticos y públicos cruentas violencias que son funcionales al capitalismo
(Segato, 2018). En este truculento juego, el capitalismo neoliberal ha minado
la seguridad del trabajo como estandarte de la posición masculina y, en él, los
hombres se han visto progresivamente socavados en su lugar de poder. Tene-
mos que sumarle a eso que los movimientos feministas y los sectores LGBT han
contribuido a cuestionar de manera pública las viejas ataduras de la domina-
ción masculina, un desafío directo al orden social heterosexual y androcéntrico.

El edificio del poder capitalista requiere consolidar una masculinidad conservado-


ra, hegemónica y heterocentrada para poder sostenerse. En América Latina, esta-
mos enfrentando la emergencia de un fundamentalismo religioso evangélico que
ha sido potable a los intereses del neoliberalismo. Por medio del llamado discurso
de la «ideología de género», la derecha conservadora, religiosa y patriarcal ha que-
rido frenar los avances en materia de reconocimiento de derechos de las mujeres
y de los sectores LGBT; desacreditar los aportes del feminismo, disciplinar el
cuerpo de la niñez y generar la ilusión de restitución del poder masculino sobre

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

las mujeres y las comunidades. En Colombia, el asunto de la «ideología de géne-


ro» logró sabotear el acuerdo de finalización del conflicto firmado entre el Estado
colombiano y la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)6.

Las personas trans sabemos muy bien cómo opera la masculinidad cruel, gue-
rrera y despiadada. Este sistema capitalista, heterocentrado y binario nos mata
de manera sistemática y con nuestra sangre están manchadas las manos de
los jerarcas de la iglesia, las manos de nuestras familias y de muchos maes-
tros, jueces y policías. En Brasil, a comienzos de 2019, un hombre le arrancó
el corazón a una mujer trans en la ciudad de Campinas y justificó su horrendo
crimen diciendo que su víctima era un «demonio»7. ¿Cómo podemos hacerle
frente a la barbarie de este sistema y a sus políticas de muerte?, ¿cómo po-
demos contribuir las maestras feministas a desmontar estas masculinidades
guerreras por medio de nuestro trabajo pedagógico?, ¿cómo podemos hacer
entender a la izquierda más reacia que intervenir los discursos de género es
fundamental para encontrar alternativas al orden capitalista actual?, ¿de qué
formas se están articulando pedagogías para la vida en las organizaciones fe-
ministas, LGBT y de mujeres en nuestros países latinoamericanos?

Estas preguntas me zumban en la cabeza y lo primero que atino a decir es que, en


estos momentos, tenemos que radicalizar nuestro voluntarioso trabajo disidente
en la escuela, en la calle, la universidad y la comunidad. Tenemos que insistir en
que, al cuestionar las relaciones de género y sexualidad en la educación, nuestro
trabajo se convierte en un ejercicio de protección de la vida. Necesitamos insistir
en una educación feminista y antinormativa que nos permita protegernos de las
violencias del Estado y de la exacerbación de la barbarie feminicida y transfóbica.
Hacer pedagogías feministas es crear espacios para reinventarnos individual y
colectivamente; quizás, como plantea la travesti argentina Susy Shock, tendre-
mos que reclamar el deseo de no querer ser más esta humanidad.

Como maestras y maestros comprometidos con la justicia social y la transfor-


mación, debemos desterrar de nuestras prácticas y discursos pedagógicos
aquellos lenguajes que niegan la existencia de la diferencia, las miradas que
reproducen el código binario normal/anormal y, sobre todo, romper con la

6. Para ampliar la afectación de la llamada «ideología de género» en el proceso de paz en Colombia, revisar
el trabajo de Camila Esguerra Muelle (2017).
7. Noticia disponible en: https://www.catalunyapress.es/texto-diario/mostrar/1306511/chico-20-anos-arran-
ca-corazon-travesti-considerarlo-demonio

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– ALANIS BELLO RAMÍREZ –

hegemonía del pensamiento heterosexual y abrazarnos mucho para que poda-


mos hacer posibles otras vidas, nuestras vidas.

Debemos hacer un trabajo sensorial y de base comunitaria. Necesitamos desa-


nestesiar nuestra sensibilidad, ya que el capitalismo y sus valores de competencia,
crueldad, falta de empatía con el otro y virilidad exacerbada nos han convertido en
cadáveres fríos incapaces de conectar con el dolor de los demás.

Nuestras prácticas pedagógicas pueden orientarse a romper las «pedagogías


de la crueldad» que aprendemos en la televisión y en el internet, donde se nor-
maliza el exterminio del otro y se espectaculariza el sufrimiento (Segato, 2018).
Podemos actuar construyendo pedagogías afectivas, cuidadosas y abiertas al re-
conocimiento del dolor, pues, allí reside un enorme potencial para acabar con las
violencias, con las guerras, con la consumición del otro. Quizás el feminismo en
educación es una ética del duelo con la que podemos aprender a cuidar de la vida
de todas y de todos y a sentir que las muertes y las discriminaciones ajenas nos
afectan, nos minan. La pedagogía feminista nos enseña a sentir que yo soy otra tú.

Deborah Britzman (2001) apunta la importancia de convertir el espacio educa-


tivo en un lugar para la imaginación, para vivir la sexualidad con libertad y sin
miedo. El «dominio imaginario» es un terreno fundamental para oponernos a la
domesticación y al control del orden patriarcal neoliberal. Cuando estimulamos
la construcción propia de la sexualidad y el conocimiento de nuestros cuerpos,
estimulamos la curiosidad y la voluntad de ejercer nuestro derecho a la autode-
terminación. Cuando creamos condiciones para ejercer la libertad sexual, en-
señamos a cuestionar el orden social. La escritora colombiana Marvel Moreno
lo enunció hermosamente en una de sus últimas entrevistas:

El poder trata de infantilizar a los seres humanos, haciéndolos sentir


culpables de su sexualidad, para que se conviertan en unos ovejos (…).
La privación de la sexualidad por parte del poder se vuelca en contra de la
sociedad; siempre nos han querido reducir así. Luchar para recuperarla es
necesario para poder afirmarse en el mundo (Moreno, 2018).

Cierro con esto. Las pedagogías feministas que aquí he descrito como mi expe-
riencia, mi aprendizaje, mi taconeo por la vida, me han servido para afirmarme en
el mundo. Para no sentir vergüenza, para sanar muchas heridas, para no perder
el impulso, para reírme en la cara de los odiosos y para celebrar mi existencia.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

Soy afortunada por haberme encontrado con el feminismo: me salvó la vida. El


feminismo me conectó con otras para luchar colectivamente y para enseñar con la
esperanza radical de que, por medio de alianzas, podemos hacer de este mundo un
lugar menos doloroso. Por cierto, debo decir, también, que el feminismo, para ser
feminismo, ha de ser inexorablemente antitransfóbico y excluir de sus bases cual-
quier ideología de odio que prive a las personas trans de ser parte de esta lucha.

El feminismo es una praxis que le apuesta a hacer del mundo un lugar más placen-
tero, más comprometido con el cuidado de la vida y la naturaleza. Este es mi com-
promiso, este es mi camino, el camino de una vida como maestra travesti feminista.

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VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA

ALANIS BELLO RAMÍREZ


Socióloga, Mágister en Estudios de Género de la Universidad
Nacional de Colombia. Pedagoga trans e investigadora en
temas de memoria y conflicto armado.
Docente de la Licenciatura en Ciencias Sociales, de la Uni-
versidad Pedagógica Nacional y estudiante del Doctorado en
Educación de la Universidade de São Paulo, Brasil.
[email protected]

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