Colin Ward
EL ANARQUISMO COMO UNA
TEORÍA DE LA ORGANIZACIÓN
Y OTROS ESCRITOS
Recopilado, editado y anotado por Anarquismo en PDF
1ª Edición: mayo de 2021
ÍNDICE
Control obrero y contrato colectivo 5
El anarquismo como una teoría de la organización 15
Los pescadores españoles 31
El papel del Estado en la educación 38
La ciudad anárquica 52
La crisis del socialismo 64
La casa anarquista 73
Ciudades ideales 84
¿Qué significado tendrá mañana el anarquismo? 92
Reflexiones sobre las «zonas temporalmente autónomas» 98
Libertad en educación 102
La armonía mediante la complejidad 113
La mirada anarquista: conversación con Colin Ward 127
CONTROL OBRERO Y CONTRATO COLECTIVO 1
E n todos los países industrializados, y probablemente aún en todo
país donde predomina la agricultura, la idea del control obrero
se ha manifestado en uno u otro tiempo, ya como una exigencia, una
aspiración, un programa o una esperanza. Si nos concretamos a este
país y a este siglo, constatamos que ha sido la base para dos movi-
mientos paralelos en el período que comprende a la primera Guerra
Mundial y que podría denominarse: Sindicalismo y Socialismo corpo-
rativo. Esos dos movimientos decaen hacia 1920, y desde entonces
sólo hubo tentativas esporádicas para reconstruir un movimiento de
control obrero en la industria. En la tercera década de este siglo, a
continuación de las realizaciones constructivas del anarco-sindica-
lismo español durante la revolución de 1936, hubo también un ensayo
para promover un nuevo movimiento sindicalista aquí, en Gran Bre-
taña; a fines de 1940 ciertos grupos de izquierda de Londres formaron
la Liga del Control Obrero, y a comienzos de 1961, con idénticos pro-
pósitos, se constituyó un Movimiento Nacional de Militantes (Natio-
nal Rank and File Movement). Pero desde el punto de vista de sus
alcances en gran escala de un movimiento de masas que exigiera el
control obrero; esas tentativas no tuvieron efecto alguno.
1«Workers’ control and the collective contract», en Anarchy, n.º 40, junio
de 1964. Publicado en Reconstruir, marzo-abril de 1969. Traducción de M.
A. Angueira Miranda.
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Los defensores del control obrero tenían más razón para ser op-
timistas en 1920 que en 1960. En aquel entonces el Informe Sankey
(un informe mayoritario de una Comisión Real) abogaba por el «con-
trol mixto», o solidario; y la idea de la propiedad pública de la indus-
tria minera fue rechazada por el Gobierno, considerando que era muy
avanzada y a la vez por los delegados obreros, por no ser suficiente-
mente avanzada. Cuando fueron realmente nacionalizadas las minas,
al cabo de casi treinta años, ni siquiera algo tan moderado como el
control mixto fue propuesto o exigido. También en 1926, los Gremios
de la construcción inician su breve aunque exitosa existencia. En
nuestros días es difícil que las grandes autoridades locales concedan
importantes contratos de obras a los gremios de trabajadores. o que
el movimiento cooperativo pueda financiarlas. La idea de que los tra-
bajadores tuvieran algo que decir en la conducción de sus industrias
fue en aquel entonces aceptada de un modo que luego no se ha vuelto
a repetir.
Y sin embargo el movimiento obrero actual es inmensamente
más fuerte que en los días en que el control obrero tuvo amplia difu-
sión. Ocurre que el movimiento sindical en su conjunto prefiere apo-
yar la noción de que se gana más arreglando por menos. En muchos
países de Occidente, como dice Tony Crosland, 2 los sindicatos
en gran parte ayudados por cambios propicios en la política y la situación
económica logran un control más efectivo por medio de los convenios
colectivos que siguiendo la senda de la administración directa, acosados
como se ven por las dificultades prácticas con que todos los experimentos
anteriores se encontraron y que les hizo fracasar. En realidad, hasta
2 Charles Anthony Raven Crosland (1918-1977), escritor y político británico
del Partido Laborista. Fue muy influyente su libro The Future of Socialism
(1956).
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podríamos arriesgar diciendo que, en general, la fuerza de los sindicatos
es mayor en la medida en que es menor el interés de los trabajadores por
la administración.
La observación es exacta, aunque no sea del agrado de aquellos que
gustan considerar a los sindicatos o a ciertas categorías de militantes
sindicales como vehículos del control obrero. Muchos de los que abo-
gan por el control obrero ven en los gremios los órganos a través de
los cuales ese control se ha de ejercer, presumiendo que la implanta-
ción del control otorgará completa comunidad de intereses en la in-
dustria y que el papel defensivo de las organizaciones obreras llegaría
a ser inútil, hasta obsoleto. Creo que esta manera de ver es una burda
simplificación del problema. Antes de la Primera Guerra Mundial, los
esposos Webb 3 señalan que «las decisiones de los comités ejecutivos
electos más democráticos en relación con los salarios, las horas de tra-
bajo y las condiciones de trabajo de determinadas secciones de sus
compañeros, no siempre satisfacen a estos últimos o por lo menos no
les parecen justas». Y el estudioso yugoslavo Branko Pribićević, 4 en su
historia del movimiento de los delegados obreros en su país, destaca
este punto criticando la idea del control obrero por medio de los sin-
dicatos industriales; dice así:
El control de la industria es incompatible con el carácter del sindicato
como asociación voluntaria de trabajadores, establecido fundamental-
3 Sidney James Webb (1859-1947) y Beatrice Webb (1858-1943), matrimonio
de intelectuales británicos pertenecientes a la Sociedad Fabiana. Escribieron
History of Trade Unionism (1884), que en España se tradujo como Historia
del sindicalismo, 1666-1920, publicado en 1990 por el Ministerio de Trabajo
y Seguridad Social.
4 Branko Pribićević (1928-2003), fue uno de los politólogos más importantes
de la antigua Yugoslavia. Obtuvo su doctorado de la Universidad de Oxford
en 1957 y su tesis doctoral, The Shop Stewards’ Movement and Workers’
Control, 1910-1922, fue publicada como libro en 1959.
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mente para defender y representar sus intereses. Aun en el sistema eco-
nómico o industrial más democrático, o sea aquél en el que los trabaja-
dores tuvieran participación en el control, se necesitarían los sindicatos.
Ahora bien, si suponemos que los administradores, o gerentes, tienen
que ser responsables ante el conjunto de los obreros, no podernos excluir
la posibilidad de que se cometan errores e injusticias. Esos casos tendrán
que ser tratados por el sindicato… Parece muy difícil que un sindicato
pueda empeñarse con éxito en esas tareas si a la vez fuera el órgano de la
administración de la empresa o, en otras palabras, si tuviera que dejar de
ser una organización voluntaria…
Ha sido un error que la idea del control obrero fuera completa-
mente identificada con el concepto de control por medio del sindicato…
Es absolutamente obvio que los sindicatos se opondrían a toda doctrina
que aspirara a crear una estructura representativa en la industria para-
lela a la suya propia.
De hecho, en los únicos casos de que tengo conocimiento de un con-
trol obrero completo o parcial en este país, siempre la estructura sin-
dical estuvo totalmente separada de la administración, y nunca hubo
alguna sugestión de que fuera de otro modo. ¿Cuáles fueron esos
ejemplos? Fueron las cooperativas obreras en coparticipación, que se
dedican a la fabricación de calzado que luego venden las cooperativas
de consumidores. Esos son, por el momento, genuinos ejemplos de
control obrero (no es necesario aclarar que no estoy hablando de las
fábricas dirigidas por el Cooperative Wholesale de Escocia, en forma
absolutamente ortodoxa), aunque parecen no tener suficiente capaci-
dad de expansión o para ejercer alguna influencia sobre la industria
en general. Luego tenemos aquellas empresas donde cierta forma de
control establecido por los empleados ha sido intentada por emplea-
dores ilustrados o idealistas. (Me refiero a firmas como las de Scott
Bader Ltd., y Farmer y Cía., no a aquéllas pesadamente paternalistas
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de elaboración de chocolate o de pretendida coparticipación). Existen
además muy pocos pequeños talleres, como las nuevas «fábricas para
la paz» (Rown Engineering Co. Ltd.) que actualmente funcionan en
Glasgow.
El Corresponsal de The Times de asuntos sindicales señalaba a
propósito de esas tentativas que, mientras ellas ofrecen «un medio ar-
monioso de autogobierno en reducidas empresas», no está demos-
trado que ofrezcan «ninguna solución al problema de establecer la
democracia en gran escala en industrias modernas». Y una gran can-
tidad de personas comparten esta opinión; o sea que, si bien la idea
del control obrero es óptima, resulta de imposible realización (y por
consiguiente no digna de ser promovida) en vista de la complejidad y
el volumen de la industria moderna. En presencia de este. argumento
podemos oponer y destacar cómo los cambios en las motivaciones del
poder tornan igualmente obsoleta la concentración de las industrias y
además cómo los cambios en los métodos de producción (la automa-
tización, por ejemplo) tornan igualmente obsoleta la concentración de
gran cantidad de personas en un lugar. La descentralización es per-
fectamente posible y probablemente ventajosa dentro de la estructura
de la industria tal como se presenta actualmente. Pero probablemente
también los basados en la complejidad de la industria moderna actual
signifiquen algo completamente diferente.
Lo que realmente significa esto es que mientras supone o se
imagina el caso aislado de una firma pequeña en la que las acciones
están en posesión de los empleados, pero que se la dirige de acuerdo
con normas ordinarias de los negocios, como, digamos Scott Bader
Ltd., o mientras se considere el caso aislado de una empresa en la que
el comité de administración es elegido por los obreros, como en una
cooperativa de trabajo, no se piensa o imagina el caso de los que
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manipulan las palancas del alto comando de la economía, que no se
perturban, y menos aún se sienten influenciados por esos admirables
pero reducidos precedentes. Y por supuesto tienen razón: no hay ac-
tualmente en el horizonte político o industrial el menor signo de un
deseo amplio o de una capacidad dispuesta a introducir una transfor-
mación revolucionaria en la estructura y control de la industria.
La pequeña minoría que desea implantar cambios revoluciona-
rios —y es de presumir que así sean— no abriga muchas ilusiones al
respecto. Ni en los partidos políticos de izquierda ni en el movimiento
obrero se hallaría más que una muy pequeña minoría que se manifes-
tase de acuerdo con ellos. Tampoco la historia de los movimientos sin-
dicales de ningún país, con la excepción de España, les dio a esas
minorías motivos para ser optimistas. Geoffrey Ostergaard 5 —desta-
cado investigador social— plantea el dilema en los siguientes términos:
Para ser efectivos como organización defensiva, los sindicatos necesitan
unir tantos trabajadores como sea posible y ello inevitablemente conduce
a una dilución de sus objetivos revolucionarios. En la práctica, los sindi-
calistas se ven confrontados con la obligación de elegir entre ser refor-
mistas y puramente defensivos o revolucionarios y considerablemente
inefectivos.
¿Hay algún camino para salir de este dilema: una táctica que combine
las luchas cotidianas en la industria con una más radical intención de
volcar el equilibrio del poder en las fábricas? Yo creo que existe en
aquello que los sindicalistas y socialistas corporativos acostumbran a
denominar como «control por intrusión», por medio de «contratos
5Geoffrey Ostergaard (1926-1990), fue profesor en la universidad de Bir-
mingham y anarcopacifista. Autor de The Tradition of Worker’s Control y de
Resisting the Nation State: The Pacifist and Anarchist Tradition.
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colectivos». Los sindicalistas ven en eso «un sistema por medio del
cual los trabajadores de una fábrica o taller se hacen cargo de una can-
tidad determinada de trabajo por una suma global a convenir con el
grupo de obreros, que luego se la distribuye como lo considere conve-
niente realizando el trabajo de tal modo que los empleadores renun-
cian a intervenir en el proceso mismo de la producción».
El desaparecido G. D. H. Cole, 6 que volvió a proponer el sistema
del contrato colectivo en los últimos años de su vida, sostenía que «el
efecto del mismo sería unir a los miembros de un grupo obrero impli-
cado, en una empresa común bajo control y auspicio conjunto, y
emanciparlos así de una disciplina externa en relación con sus méto-
dos de trabajar».
¿Pero tiene esto alguna importancia en las actuales condiciones
de la industria? Creo Que sí, y mi opinión se apoya en las experiencias
del sistema de los «grupos autónomos de trabajo» practicados en al-
gunas fábricas de Coventry, que tienen algo en común con la idea del
contrato colectivo y el «trabajo compuesto» introducido en algunas
minas de carbón en Durham, que tienen todo en común con él.
El primero de esos sistemas de grupos obreros fue descrito por
un profesor norteamericano de administración e ingeniería, Seymour
Melman 7 en su libro: Decision-Making and Productivity, donde
6 George Douglas Howard Cole (1889-1959), economista, historiador y escri-
tor inglés, miembro de la Sociedad fabiana y defensor del movimiento coope-
rativista. Es autor de una célebre Historia del pensamiento socialista en
cinco volúmenes.
7 Seymour Melman (1917-2004), economista y profesor de la universidad de
Columbia y activista por la paz y el desarme. En castellano se puede leer su
libro El capitalismo del Pentágono (la economía política de la guerra), Siglo
Veintiuno, 1972.
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muestra un detallado cotejo en la fabricación de un producto similar
bajo condición distinta: el ejemplo ofrecido por él fue el del tractor
Ferguson fabricado bajo licencia en Detroit y Coventry, «para demos-
trar que existen alternativas realistas del reglamento administrativo»
en la producción. Su informe sobre la acción en el trabajo de los gru-
pos autónomos en Coventry fue confirmado por Reg Whright, obrero
industrial, en dos artículos aparecidos en Anarchy (n.º 2 y n.º 8).
De la fábrica del tractor Standard, Melman afirma:
En esta empresa podemos ver a la vez que miles de trabajadores operan
virtualmente sin la supervisión convencional y lo hacen a nivel de gran
productividad; perciben los sueldos más altos de toda la industria britá-
nica; los productos de gran calidad se producen a precios aceptables en
plantas ampliamente mecanizadas; la administración conduce sus negocios
a costos usuales bajos y además los obreros organizados tienen un papel
positivo en las decisiones que allí se toman referidas a la producción.
La política de la producción de la empresa en ese momento era lo más
alejada de la ortodoxia que se puede pedir en la industria; era el re-
sultado de dos sistemas interrelacionados de tomar decisiones: el de
los trabajadores mismos y el de la administración de la empresa:
En la producción, la administración había sido preparada para pagar un
salario elevado y para organizar la producción por medio del sistema de
los grupos autónomos, que requiere que la administración trate con la
fuerza de trabajo agrupada en esa forma, antes que con obreros aislados
o con pequeños conjuntos... El capataz tiene que ocuparse de la vigilancia
o atención detallada de cosas antes que del control detallado de las per-
sonas... La actuación de plantas integradas que emplean a 10.000 obre-
ros no necesita el elaborado y costoso control de la administración
comercial.
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En la fábrica de motores de coches, quince grupos autónomos cuya
composición varía entre 50 y 500 obreros, y la misma fábrica de trac-
tores están organizados como un gran grupo ampliado autónomo.
Desde el punto de vista del obrero, «el sistema de los grupos autóno-
mos obliga a no perder de vista a las cosas en lugar de andar detrás de
los hombres que trabajan». En relación con los pagos por la produc-
ción obtenida se calcula la de todo el grupo y en lo que a la adminis-
tración se refiere, dice Melman:
La voz del grupo como fuerza de trabajo hace mejor impacto que la pre-
sión del obrero aislado. Este efecto del sistema de los grupos combinado
con el sindicato, es bien comprendido en muchas administraciones bri-
tánicas. El resultado, no obstante, es que muchas administraciones se
oponen a la implantación del sistema y defienden el valor del pago incen-
tivado al obrero aislado.
En otro informe sobre organización del trabajo industrial suscrito por
tres autores, se demuestra la capacidad de grupos muy amplios, de 40
a 50 obreros que actúan por autocontrol, desarrollando por sí mismos
un organismo social capaz de mantener al conjunto de trabajadores
en un nivel de alta productividad. El sistema de trabajo compuesto
que es descrito por Herbst —uno de los autores de la obra— destaca
muy claras relaciones con el sistema ya mencionado de los contratos
colectivos. Entre otras características dignas de ser destacadas, seña-
lemos que los grupos están en plena libertad de adoptar sus propias
formas de trabajo, respetando naturalmente los límites de seguridad
requeridos, no están sujetos a ninguna autoridad exterior y la totali-
dad de las remuneraciones se dividen en forma igualitaria entre los
que integran los grupos.
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No obstante ser los autores técnicos distinguidos en su especia-
lidad, de sus observaciones se desprenden elocuentes lecciones para
quienes se interesen en propagar la idea del control obrero: todas es-
tas experiencias revelan la fuerza de la solidaridad, acrecientan el pla-
cer del trabajo y su dignidad y respeto, y hasta satisfacen la exigencia
capitalista de la productividad, aunque ese no sea mi criterio para re-
comendarlas.
Si nuestra perspectiva a largo plazo es el control obrero en la
industria, el contrato colectivo ofrece un punto realista de partida. No
podemos pretender a esta altura de la situación organizar de la nada
un movimiento. Pero sí podemos ampliar la perspectiva de trabajos
que los trabajadores ciertamente controlan.
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EL ANARQUISMO COMO UNA TEORÍA DE LA
ORGANIZACIÓN 8
S e podría pensar, al describir el anarquismo como una teoría de
la organización, que estoy proponiendo una paradoja deliberada:
la «anarquía» puede considerarse, por definición, lo opuesto a la or-
ganización. De hecho, «anarquía» significa, en realidad, ausencia de
gobierno, ausencia de autoridad. ¿Puede haber organización social
sin autoridad, sin gobierno? Los anarquistas afirman que sí y que,
además, es deseable que sea así. Afirman que en la base de nuestros
problemas sociales está el principio del gobierno. Después de todo,
son los gobiernos los que se preparan para la guerra y hacen la guerra,
aunque estemos obligados a luchar y pagar por ella; las bombas de las
que hay que preocuparse no son las bombas que los caricaturistas atri-
buyen a los anarquistas, sino las bombas que los gobiernos han per-
feccionado, a nuestra costa. Después de todo, son los gobiernos los
que elaboran y aplican las leyes que permiten a los «ricos» conservar
el control sobre los bienes sociales en lugar de compartirlos con los
«pobres». Después de todo, es el principio de autoridad el que garan-
tiza que las personas trabajarán para otro durante la mayor parte de
sus vidas, no porque lo disfruten o porque tengan algún control sobre
su trabajo, sino porque lo ven como su único medio de vida.
He dicho que son los gobiernos los que hacen las guerras y se
preparan para las guerras, pero obviamente no son sólo los gobiernos;
8 Publicado en Patterns of Anarchy, una colección de escritos sobre la tradi-
ción anarquista, editada por Leonard I. Krimerman y Lewis Perry, para An-
chor Books, Nueva York, 1966. También apareció en Anarchy, n.º 62, abril
de 1966.
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el poder de un gobierno, incluso la dictadura más absoluta, depende
del consentimiento tácito de los gobernados. ¿Por qué la gente con-
siente en ser gobernada? No es sólo por miedo: ¿qué tienen que temer
millones de personas de un pequeño grupo de políticos? Es porque se
adhieren a los mismos valores que sus gobernantes. Tanto los gober-
nantes como los gobernados creen en el principio de autoridad, de je-
rarquía, de poder. Estas son las características del principio político.
Los anarquistas, que siempre han distinguido entre el Estado y la so-
ciedad, se adhieren al principio social, que se puede ver cuando los
hombres se vinculan en una asociación basada en una necesidad o un
interés común. «El Estado —dijo el anarquista alemán Gustav Lan-
dauer— no es algo que pueda ser destruido por una revolución, sino
una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de
conducta humana; lo destruimos formando otras relaciones, compor-
tándonos de manera diferente». 9
Cualquiera puede ver que hay al menos dos tipos de organiza-
ción. Hay un tipo que se nos impone, que se ejecuta desde arriba, y
hay un tipo que opera desde abajo, que no puede obligarte a hacer
nada, y al que eres libre de unirte o de abandonarlo. Podríamos decir
que los anarquistas son personas que quieren transformar todo tipo
de organización humana en el tipo de asociación puramente volunta-
ria donde las personas puedan salir si no les gusta y comenzar una
propia. En una ocasión, reseñando aquel frívolo pero útil librito, Par-
kinson’s Law, 10 traté de enunciar cuatro principios detrás de una
9 «Schwache Staatsmänner, schwächeres Volk!» en Der Sozialist, 15 de junio
de 1910.
10 El libro más famoso del prolífico escritor e historiador naval Cyril Northcote
Parkinson (1909-1993), cuya primera edición data de 1957. En castellano lo
editó pocos años después la editorial Ariel con el título La ley de Parkinson.
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teoría anarquista de la organización: que han de ser 1) voluntarias, 2)
funcionales, 3) temporales, y 4) pequeñas.
Deben ser voluntarias por razones obvias. No tiene sentido que
aboguemos por la libertad y la responsabilidad individual si vamos a
abogar por organizaciones para las que la adhesión es obligatoria.
Deben ser funcionales y temporales precisamente porque la
permanencia es uno de esos factores que endurecen las arterias de una
organización, dándole un interés personal en su propia supervivencia,
en servir a los intereses de los cargos en lugar de cumplir su función.
Deben ser pequeñas precisamente porque en los grupos peque-
ños las tendencias burocráticas y jerárquicas inherentes a las organi-
zaciones tienen menos oportunidades de desarrollarse.
Pero es a partir de este último punto que surgen nuestras difi-
cultades. Si damos por sentado que un grupo pequeño puede funcionar
de forma anárquica, todavía nos enfrentamos al problema de todas
aquellas funciones sociales para las que la organización es necesaria,
pero que la requieren a una escala mucho mayor. «Bueno —podría-
mos responder como han hecho algunos anarquistas— si las grandes
organizaciones son necesarias, no contéis con nosotros. Nos las arre-
glaremos lo mejor que podamos sin ellas». Bien podemos decir esto,
pero si estamos propagando el anarquismo como filosofía social, de-
bemos tener en cuenta, y no eludir, las realidades sociales. Es mejor
decir: «encontremos maneras en que las tareas a gran escala puedan
dividirse en tareas que puedan ser organizadas por pequeños grupos
funcionales y luego vincularlos federalmente». Los pensadores anar-
quistas clásicos, previendo la futura organización de la sociedad, pen-
saron en dos tipos de instituciones sociales: como unidad territorial,
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la comuna, una palabra francesa que se podría considerar equivalente
a la palabra «municipio» o a la palabra rusa «soviet» en su significado
original, pero que también tiene matices de las antiguas instituciones
de las aldeas para cultivar la tierra en común; y el sindicato —otra pa-
labra de origen francés— o consejo obrero como la unidad de la orga-
nización industrial. Ambos se concibieron como pequeñas unidades
locales que se federarían entre sí para las actividades más amplias de
la vida, conservando al mismo tiempo su propia autonomía, la una
federando territorialmente y la otra industrialmente.
Lo más cercano en la experiencia política ordinaria al principio
federativo propuesto por Proudhon y Kropotkin sería el sistema fede-
ral suizo, más que el norteamericano. Y sin deseo alguno de cantar las
alabanzas del sistema político suizo, podemos ver que los 22 cantones
independientes de Suiza son una federación de éxito. 11 Es una federa-
ción de unidades similares, de células pequeñas, y las fronteras can-
tonales atraviesan las fronteras lingüísticas y étnicas, de modo que, a
diferencia de las muchas federaciones que no han tenido éxito, la con-
federación no está dominada por una o unas pocas unidades podero-
sas. Porque el problema de la federación, como señala Leopold Kohr 12
11Actualmente hay 26 cantones.
12Leopold Kohr (1909-1994), «profesor de economía y filosofía política, es
conocido por su teoría de la magnitud en la organización social. Fue perio-
dista en 1937, durante la Guerra Civil española. Después de que Alemania
invadiera Austria en 1938, emigró a Estados Unidos, donde desarrolló los
conceptos de «renovación de los pueblos» y «tráfico calmado». Kohr aplicó
la noción de escala al análisis social, como crítica al modelo de desarrollo
moderno. El colapso de las naciones (1957), inaugura una morfología social
más allá del relativismo durkheimiano». Lo editó Virus en 2018 y de su web
tomamos la descripción.
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en The Breakdown of Nations, es el de la división, no el de la unión.
Herbert Lüthy13 escribe del sistema político de su país:
Todos los domingos, los habitantes de decenas de comunas acuden a las
urnas para elegir a sus funcionarios, ratificar tal o cual gasto, o decidir si
se debe construir una carretera o una escuela; después de resolver los
asuntos de la comuna, se ocupan de las elecciones cantonales y de las
votaciones sobre cuestiones cantonales; por último.... llegan las decisio-
nes sobre cuestiones federales. En algunos cantones, el pueblo soberano
sigue reuniéndose al estilo de Rousseau para discutir cuestiones de inte-
rés común. Se puede pensar que esta antigua forma de asamblea no es
más que una tradición piadosa con cierto valor como atracción turística.
Si es así, vale la pena examinar los resultados de la democracia local.
El ejemplo más simple es el sistema ferroviario suizo, que es la red
más densa del mundo. A un gran costo y con grandes dificultades, se ha
hecho para atender las necesidades de las localidades más pequeñas y de
los valles más remotos, no como una propuesta de pago, sino porque así
lo deseaba la gente. Es el resultado de feroces luchas políticas. En el siglo
XIX, el «movimiento ferroviario democrático» llevó a las pequeñas co-
munidades suizas a entrar en conflicto con las grandes ciudades, que te-
nían planes de centralización....
Y si comparamos el sistema suizo con el francés que, con admira-
ble regularidad geométrica, está enteramente centrado en París, de modo
que la prosperidad o el declive, la vida o la muerte de regiones enteras ha
dependido de la calidad del vínculo con la capital, vemos la diferencia
entre un Estado centralizado y una alianza federal. El mapa ferroviario
es el más fácil de leer de un vistazo, pero vamos a superponerle otro que
muestre la actividad económica y el movimiento de la población. La dis-
tribución de la actividad industrial en toda Suiza, incluso en las zonas
periféricas, explica la fuerza y la estabilidad de la estructura social del
13 Herbert Lüthy (1918-2002), fue un historiador y periodista suizo.
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país y evitó esas horribles concentraciones industriales del siglo XIX, con
sus barrios de tugurios y proletariado sin raíces.
Cito todo esto, como he dicho, no para elogiar la democracia suiza,
sino para indicar que el principio federal que está en el corazón de la
teoría social anarquista, merece mucha más atención de la que se le
presta en los libros de texto de ciencias políticas. Incluso en el con-
texto de las instituciones políticas ordinarias, su adopción tiene un
efecto de gran alcance. Otra teoría anarquista de la organización es lo
que podríamos llamar la teoría del orden espontáneo: que, dada una
necesidad común, un grupo de personas, por ensayo y error, por im-
provisación y experimentación, desarrollará el orden a partir del caos,
siendo este orden más duradero y más estrechamente relacionado con
sus necesidades que cualquier tipo de orden impuesto externamente.
Kropotkin derivó esta teoría de las observaciones de la historia
de la sociedad humana y de la biología social que le condujeron a es-
cribir su libro El apoyo mutuo, y se ha observado en la mayoría de las
situaciones revolucionarias, en las organizaciones ad hoc que surgen
después de catástrofes naturales, o en cualquier actividad en la que no
exista una forma de organización o autoridad jerárquica. A este con-
cepto se le dio el nombre de control social en el libro homónimo de
Edward Alsworth Ross, 14 quien citó casos de sociedades «fronterizas»
donde, a través de medidas no organizadas o informales, el orden se
mantiene efectivamente sin beneficio de la autoridad constituida: «La
simpatía, la sociabilidad, el sentido de la justicia y el resentimiento
son competentes, en circunstancias favorables, para elaborar por sí
14Edward Alsworth Ross (1866-1951), fue un sociólogo progresista norte-
americano. La obra que cita Ward se titula Social Control: A Survey of the
Foundations of Order y fue publicado en 1901.
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mismos un orden verdadero y natural, es decir, un orden sin diseño
ni arte».
Un ejemplo interesante de la elaboración de esta teoría fue el
Pioneer Health Centre 15 en Peckham, Londres, iniciado en la década
anterior a la guerra por un grupo de médicos y biólogos que querían
estudiar la naturaleza de la salud y el comportamiento saludable en
lugar de estudiar la enfermedad como el resto de su profesión. Deci-
dieron que la forma de hacerlo era crear un club social cuyos miembros
se unieran como familias y pudieran utilizar una variedad de instala-
ciones, incluyendo un baño, un teatro, una guardería y una cafetería,
a cambio de una suscripción familiar y de aceptar exámenes médicos
periódicos. Se dio consejo, pero no tratamiento. Para poder sacar con-
clusiones válidas, los biólogos de Peckham consideraron necesario
que fueran capaces de observar a los seres humanos que eran libres:
libres de actuar como quisieran y de expresar sus deseos. Así que no
había reglas ni líderes. «Yo era la única persona con autoridad —dijo
el fundador, Dr. Scott Williamson—, y la usé para detener a cualquiera
que ejerciera algún tipo de autoridad». Durante los primeros ocho
meses hubo caos. «Con los primeros miembros de la familia», dice un
observador, «llegó una horda de niños indisciplinados que utilizaron
todo el edificio como si estuvieran utilizando una gran calle de Lon-
dres. Gritando y corriendo como vándalos por todas las habitaciones,
rompiendo equipos y muebles», hacían la vida intolerable para todos.
Scott Williamson, sin embargo, «insistía en que la paz debía ser res-
taurada sólo mediante la respuesta de los niños a la variedad de estí-
mulos que se ponían en su camino», y, «en menos de un año el caos
15 El Pioneer Health Centre, situado al sur de Londres fue construido entre
1934 y 1935 por encargo del matrimonio formado por George Scott Wi-
lliamson e Innes Pearsea, ambos doctores, a Owen Williams, para poder lle-
var a cabo su pionero experimento Peckham.
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se redujo a un orden en el que grupos de niños podían ser vistos dia-
riamente nadando, patinando, montando en bicicleta, usando el gim-
nasio o jugando algún juego, leyendo ocasionalmente un libro en la
biblioteca.... las carreras y los gritos eran cosas del pasado».
Ejemplos más dramáticos del mismo tipo de fenómeno son re-
portados por aquellas personas que han tenido la suficiente valentía o
confianza para establecer comunidades no punitivas de delincuentes
o niños inadaptados que se autogobiernan: August Aichhorn 16 y Ho-
mer Lane 17 son dos ejemplos. Aichhorn dirigía una famosa institución
en Viena, descrita en su libro Wayward Youth. Homer Lane fue el
hombre que, después de varios experimentos en Estados Unidos,
fundó en Gran Bretaña una comunidad de delincuentes juveniles de
ambos sexos, llamada The Little Commonwealth. Lane solía declarar
que «la libertad no se puede dar. Es tomada por el niño en descubri-
miento e invención». Fiel a este principio, comenta Howard Jones,
«se negó a imponer a los niños un sistema de gobierno copiado de las
instituciones del mundo adulto. La estructura de autogobierno de la
Pequeña comunidad fue desarrollada por los propios niños, lenta y
dolorosamente, para satisfacer sus propias necesidades».
Los anarquistas creen en los grupos sin líder, y si esta expresión
les es familiar, es debido a la paradoja de que lo que se conocía como
la técnica de grupo sin líder fue adoptada en los ejércitos británico y
americano durante la guerra: como un medio para seleccionar líderes.
16 August Aichhorn (1878-1949) fue un pedagogo austríaco pionero en aplicar
los descubrimientos de Freud a la educación de niños delincuentes. La edi-
ción española de Wayward Youth, de la editorial Gedisa, lleva por título Ju-
ventud desamparada.
17 Homer Lane (1875-1925) fue un educador estadounidense que creía que el
comportamiento y el carácter de los niños mejoraban cuando se les daba más
control sobre sus vidas.
| 22
Los psiquiatras militares aprendieron que los rasgos del líder o segui-
dor no se exhiben de forma aislada. Son, como escribió uno de ellos:
«relativos a una situación social específica; el liderazgo variaba de una
situación a otra y de un grupo a otro». O como dijo el anarquista Mijaíl
Bakunin hace cien años: «Yo recibo y doy, así es la vida humana. Cada
uno dirige y es dirigido a su vez. Por lo tanto, no hay una autoridad
fija y constante, sino un intercambio continuo de autoridad y subor-
dinación mutua, temporal y, sobre todo, voluntaria».
Este punto sobre el liderazgo fue bien planteado en el libro
Health the Unknown, 18 de John Comerford, sobre el experimento de
Peckham:
Acostumbrada como está esta época al liderazgo artificial... es difícil
darse cuenta de la verdad de que los líderes no requieren entrenamiento
o nombramiento, sino que emergen espontáneamente cuando las condi-
ciones lo requieren. Estudiando a sus miembros en el Centro Peckham,
los científicos observadores vieron una y otra vez cómo un miembro se
convertía instintivamente en líder, y era instintiva, pero no oficialmente,
reconocido como tal, para satisfacer las necesidades de un momento en
particular. Estos líderes aparecieron y desaparecieron a medida que el
flujo del Centro lo requería. Como no fueron nombrados consciente-
mente, tampoco (una vez cumplido su propósito) fueron derrocados
conscientemente. Los miembros tampoco mostraron especial gratitud a
un líder, ni en el momento de sus servicios ni después de ellos, por los
servicios prestados. Siguieron su guía siempre y cuando fuera útil y lo
quisieran. Se alejaron de él sin arrepentirse cuando una experiencia cada
vez más amplia los condujo a una nueva aventura, que a su vez les hizo
deponer a su líder espontáneo, o cuando su confianza en sí mismos era
tal que cualquier forma de liderazgo restringido les habría frenado. Una
18 John Comerford, Health the Unknown: The Story of the Peckham Experi-
ment, Hamish Hamilton, 1947.
| 23
sociedad, por lo tanto, si se deja a sí misma en circunstancias adecuadas
para expresarse espontáneamente, logra su propia salvación y logra una
armonía de acción que el liderazgo superpuesto no puede emular.
No nos dejemos engañar por la amable sensatez de todo esto. Este
concepto anarquista de liderazgo es bastante revolucionario en sus
implicaciones, como se puede ver si se mira a su alrededor, porque se
ve en todas partes en funcionamiento el concepto opuesto: el de lide-
razgo jerárquico, autoritario, privilegiado y permanente. Hay muy po-
cos estudios comparativos disponibles sobre los efectos de estos dos
enfoques opuestos de la organización del trabajo. Dos de ellos los
mencionaré más adelante; otro, sobre la organización de los despa-
chos de arquitectos, fue realizado en 1962 para el Instituto de Arqui-
tectos Británicos bajo el título The Architect and His Office. El equipo
que preparó este informe encontró dos enfoques diferentes del pro-
ceso de diseño, lo que dio lugar a diferentes formas de trabajo y mé-
todos de organización. Una categorizada como centralizada, que se
caracterizaba por formas de control autocráticas, y la otra como dis-
persa, que promovía lo que ellos llamaban «una atmósfera informal
de ideas que fluyen libremente». Se trata de un tema de gran actuali-
dad entre los arquitectos. El Sr. W. D. Pile, que en calidad oficial
ayudó a patrocinar el éxito de la arquitectura británica de la posgue-
rra, el programa de construcción de escuelas, especifica entre las co-
sas que busca en un miembro del equipo de construcción que:
Debe creer en lo que yo llamo la organización no jerárquica del trabajo.
El trabajo tiene que organizarse no en el sistema estelar, sino en el sis-
tema de conjunto. El líder del equipo a menudo puede ser más joven que
un miembro del equipo. Eso sólo se aceptará si se acepta que la primacía
está en la mejor idea y no en el hombre de más edad.
| 24
Y uno de nuestros más grandes arquitectos, Walter Gropius, 19 pro-
clama lo que él llama la técnica de «colaboración entre hombres, que
liberaría los instintos creativos del individuo en lugar de sofocarlos.
La esencia de tal técnica debería ser enfatizar la libertad individual de
iniciativa, en lugar de la dirección autoritaria de un jefe.... sincronizar
el esfuerzo individual mediante un continuo dar y recibir de sus
miembros...».
Esto nos lleva a otra piedra angular de la teoría anarquista, la
idea del control obrero de la industria. Muchas personas piensan que
el control de los trabajadores es una idea atractiva, pero que es inca-
paz de realizarse (y por lo tanto no merece la pena luchar por ella)
debido a la escala y complejidad de la industria moderna. ¿Cómo po-
demos convencerlos de lo contrario? Aparte de señalar cómo las fuen-
tes cambiantes de fuerza motriz hacen obsoleta la concentración
geográfica de la industria y cómo los cambios en los métodos de pro-
ducción hacen innecesaria la concentración de un gran número de
personas, quizás el mejor método para persuadir a la gente de que el
control de los trabajadores es una propuesta factible en la industria a
gran escala es señalando ejemplos exitosos de lo que los socialistas del
gremio llaman «control invasor». Son parciales y de efecto limitado,
como es lógico, ya que operan dentro de la estructura industrial con-
vencional, pero indican que los trabajadores tienen una capacidad or-
ganizativa en el taller que la mayoría de la gente niega que posean.
Permitidme ilustrar esto a partir de dos ejemplos recientes de la
industria moderna a gran escala. El primero, el sistema de cuadri-
llas que funcionaba en Coventry, fue descrito por un profesor
19 Walter Adolph Georg Gropius (1883-1969), fue un arquitecto, urbanista y
diseñador alemán, fundador de la Escuela de la Bauhaus.
| 25
estadounidense de ingeniería industrial y de gestión, Seymour Mel-
man, en su libro Decision-Making and Productivity. Intentó, me-
diante una comparación detallada de la fabricación de un producto
similar, el tractor Ferguson, en Detroit y en Coventry, Inglaterra, «de-
mostrar que existen alternativas realistas a la gestión de la produc-
ción». Su relato sobre el funcionamiento del sistema de cuadrillas fue
confirmado por un ingeniero de Coventry, Reg Wright, en dos artícu-
los de Anarchy.
Sobre la fábrica de tractores Standard en el período anterior a
su venta en 1956, Melman escribe:
En esta empresa mostraremos que, al mismo tiempo: miles de trabaja-
dores operaban virtualmente sin supervisión, como se entendía conven-
cionalmente, y con una alta productividad; se pagaba el salario más alto
de la industria británica; se producían productos de alta calidad a precios
aceptables en plantas extensivamente mecanizadas; la gerencia llevaba a
cabo sus actividades a un costo inusualmente bajo; además, los trabaja-
dores organizados desempeñaban un papel sustancial en la toma de de-
cisiones sobre la producción.
Desde el punto de vista de los operarios, «el sistema de cuadrillas lleva
a hacer un seguimiento de los bienes en lugar de hacer un seguimiento
de las personas». Melman contrasta la «competencia depredadora»
que caracteriza el sistema de toma de decisiones de la dirección con el
sistema de toma de decisiones de los trabajadores, en el que «el rasgo
más característico del proceso de formulación de decisiones es el de
la mutualidad en la toma de decisiones con la autoridad final que re-
side en las manos de los propios trabajadores agrupados». El sistema
de cuadrillas, tal y como él lo describió, es muy parecido al sistema de
contratos colectivos defendido por G. D. H. Cole, quien afirmó que «el
efecto sería vincular a los miembros del grupo de trabajo en una
| 26
empresa común bajo sus auspicios y control conjuntos, y emancipar-
los de una disciplina impuesta externamente con respecto a su mé-
todo de trabajo».
Mi segundo ejemplo se deriva de nuevo de un estudio compara-
tivo de diferentes métodos de organización del trabajo, realizado por
el Instituto Tavistock a finales de la década de 1950, publicado en Or-
ganisational Choice, de E. L. Trist 20 y en Autonomous Group Functio-
ning, de P. G. Herbst. Su importancia puede apreciarse en las
primeras palabras del primero de ellos:
Este estudio se refiere a un grupo de mineros que se unieron para desa-
rrollar una nueva forma de trabajar juntos, planificando el tipo de cam-
bio que querían llevar a cabo y probándolo en la práctica. El nuevo tipo
de organización del trabajo, conocido en el sector como trabajo mixto, ha
surgido en los últimos años de forma espontánea en varias minas de car-
bón del noroeste de Durham. Sus raíces se remontan a una tradición an-
terior que había sido casi completamente desplazada en el curso del siglo
pasado por la introducción de técnicas de trabajo basadas en la segmen-
tación de tareas, el estatus diferencial y el pago, y el control jerárquico
extrínseco.
El otro informe señala que el estudio demostró «la capacidad de gru-
pos de trabajo primarios bastante grandes, de 40-50 miembros, para
actuar como organismos sociales autorreguladores y autodesarrolla-
dos capaces de mantenerse en un estado estable de alta productivi-
dad». Los autores describen el sistema de una manera que muestra su
relación con el pensamiento anarquista:
20Eric Lansdown Trist (1909-1993) fue un científico social británico, uno de
los fundadores del Instituto Tavistock de investigación social.
| 27
La organización compuesta del trabajo puede describirse como aquella
en la que el grupo asume la responsabilidad total del ciclo completo de
las operaciones implicadas en la explotación de la minería de carbón.
Ningún miembro del grupo tiene una función fija. En su lugar, los hom-
bres se despliegan a sí mismos, dependiendo de los requisitos de la tarea
de grupo en curso. Dentro de los límites de los requisitos tecnológicos
y de seguridad, son libres de desarrollar su propia manera de organizar
y llevar a cabo su tarea. No están sujetos a ninguna autoridad externa a
este respecto, ni hay dentro del propio grupo ningún miembro que asuma
una función formal de liderazgo directivo. Mientras que en el trabajo
convencional con paredes largas la tarea de obtención de carbón se divide
en cuatro a ocho funciones de trabajo separadas, llevadas a cabo por di-
ferentes equipos, cada uno de los cuales recibe un salario diferente, en el
grupo compuesto ya no se paga directamente a los miembros por nin-
guna de las tareas llevadas a cabo. El acuerdo salarial global se basa, en
cambio, en el precio negociado por tonelada de carbón producida por el
equipo. Los ingresos obtenidos se dividen equitativamente entre los
miembros del equipo.
Los trabajos que he estado citando fueron escritos para especialistas
en productividad y organización industrial, pero sus lecciones son cla-
ras para la gente que está interesada en la idea del control obrero.
Ante la objeción de que, aunque se puede demostrar que los grupos
autónomos pueden organizarse a gran escala y para tareas complejas,
no se ha demostrado que puedan coordinarse con éxito, recurrimos
una vez más al principio federativo. No hay nada descabellado en la
idea de que un gran número de unidades industriales autónomas pue-
dan federar y coordinar sus actividades. Si se viaja por Europa se re-
corren las líneas de una docena de sistemas ferroviarios —capitalistas
y comunistas— coordinados por un contrato libremente acordado en-
tre las distintas empresas, sin autoridad central. Podemos enviar una
carta a cualquier parte del mundo, pero no hay una autoridad postal
| 28
mundial: los representantes de las diferentes autoridades postales
simplemente tienen un congreso cada cinco años más o menos.
Hay tendencias, observables en estos experimentos ocasionales de or-
ganización industrial, en los nuevos enfoques de los problemas de de-
lincuencia y adicción, en la educación y la organización comunitaria,
y en la «desinstitucionalización» de hospitales, asilos, hogares de ni-
ños, etc., que tienen mucho en común y que van en contra de las ideas
generalmente aceptadas sobre organización, autoridad y gobierno. La
teoría cibernética, con su énfasis en los sistemas autoorganizados, y la
especulación sobre los efectos sociales finales de la automatización,
conduce en una dirección revolucionaria similar. George y Louise
Crowley, por ejemplo, en sus comentarios sobre el informe del Ad Hoc
Committee on the Triple Revolution dicen que:
No nos parece menos razonable postular una sociedad funcional sin au-
toridad que postular un universo ordenado sin un dios. Por lo tanto, la
palabra anarquía no está para nosotros cargada con connotaciones de
desorden, caos o confusión. Para los seres humanos que viven en condi-
ciones no competitivas de libertad del trabajo y de prosperidad universal,
la anarquía es simplemente el estado apropiado de la sociedad. 21
En Gran Bretaña, el profesor Richard Titmuss 22 señala que las ideas
sociales pueden ser tan importantes en el próximo medio siglo como
la innovación técnica. Creo que las ideas sociales del anarquismo: los
grupos autónomos, el orden espontáneo, el control obrero, el princi-
pio federativo, se suman a una teoría coherente de la organización
21«Beyond Automation», en Monthly Review, vol. 16, n.º 7, 2 de noviembre
de 1964. Reproducido en Anarchy, n.º 49, marzo de 1965.
22 Richard Morris Titmuss (1907–1973) fue un académico y profesor britá-
nico, fundador de la disciplina que hoy conocemos como política social. En
castellano se puede leer, precisamente, su libro Política social (Ariel, 1981).
| 29
social que es una alternativa válida y realista a la filosofía social auto-
ritaria, jerárquica e institucional que vemos aplicada a nuestro alre-
dedor. El hombre se verá obligado, declaró Kropotkin, «a encontrar
nuevas formas de organización para las funciones sociales que el Es-
tado cumple a través de la burocracia» e insistió en que «mientras esto
no se haga, no se hará nada». Creo que hemos descubierto cuáles de-
ben ser estas nuevas formas de organización. Ahora tenemos que
aprovechar las oportunidades para ponerlas en práctica.
| 30
LOS PESCADORES ESPAÑOLES23
C uando el investigador folklorista Alan Lomax 24 escuchó en una
pequeña población del litoral vasco las polifónicas canciones de
los pescadores, uno de éstos, apoyándose en la mesa donde estaba Lo-
max escuchando, le dijo:
Escucha, americano. Nosotros constituimos una fraternidad, fundada
hace quinientos años, antes que Colón y su tripulación vasca descubrie-
ran América. Poseemos en común nuestros barcos de pesca, y siempre
que el tiempo está inseguro nuestro capitán nos reúne en el puente de
mando y allí se resuelve si hay seguridad para que la tripulación se ponga
a la obra. De tal modo ningún loco caprichoso puede poner en peligro la
vida de los tripulantes, ni nadie que lo siga. De ahí que podamos cantar
unidos, porque somos una hermandad.
«Tengo el presentimiento —comenta Lomax—, de que estos vascos
vienen cantando juntos desde hace largo tiempo».
Esto me hace pensar en el relato de John Langdon-Davies 25 en
su libro Behind the Barricades, sobre las comunidades de pescadores
a lo largo de la Costa Brava, al otro extremo de España. Dice que todo
23 «Spanish fishermen», en Anarchy n.º 86, abril de 1968. Traducción de M.
A. Angueira Miranda. Tomado de Reconstruir, n.º 56, septiembre-octubre
de 1968.
24 Alan Lomax (1915-2002) fue un importante etnomusicólogo estadouni-
dense, considerado como uno de los más grandes recopiladores de canciones
populares del siglo XX.
25 John Eric Langdon-Davies (1897-1971), escritor y periodista británico. Fue
corresponsal de guerra en la guerra civil española. Escribió varios libros so-
bre España, entre ellos Behind the Barricades (1936). La versión española la
editó Península en 2009 con el título Detrás de las barricadas españolas.
| 31
el carácter de esos lugares algo tiene que ver con la vida en el mar, ya
que él observó las diferencias existentes entre los pueblos de la costa
y aquellos ubicados a pocas millas distante del mar, y compara Premià
de Dalt, una aldea del interior, «controlada por curas y medieval», con
Premià de Baix, donde los pescadores eran librepensadores.
Y lo importante es que en la aldea de la montaña era mala la moral; cosas
y tratos terribles soportaban las mujeres de parte de los hombres; y en
cambio entre los librepensadores de la costa las relaciones eran mucho
más satisfactorias. Muy frecuente era que los pescadores no se tomaran
la molestia de casarse legalmente y vivieran con su «compañera» en me-
jores términos de lealtad que los matrimonios legalmente constituidos
de tierra adentro.
Los pescadores, proseguía:
son los primeros en levantarse contra la opresión, y los más enérgicos en
sus determinaciones para romper las cadenas. En la aldea donde yo viví
durante dos años, podían todavía verse las ruinas de la iglesia parroquial
que se había consumido en las llamas durante la Semana Trágica de
1909. En aquella época Sant Feliu se declaró una República Libertaria
independiente por su propia cuenta. No comprendí entonces, cuando allí
viví, cómo o por qué había ocurrido; pero ahora me resulta perfecta-
mente claro.
Este autor escribía esto algunos meses antes de la revolución de 1936;
y luego prosigue relatando sobre otras aldeas de pescadores de Cata-
luña en las fronteras con los Pirineos: entre ellas, Port de la Selva, que
prácticamente estuvo en posesión de la Cooperativa de Pescados,
| 32
llamada Pósito Pescador. 26 Allí los pescadores eran dueños de las em-
barcaciones y de las redes, de la empresa industrializadora, los alma-
cenes y los depósitos, de la planta refrigeradora, los despachos, la
refinería de aceite, los olivares, los camiones de transporte con que
llevaban los pescados a Barcelona, el bar, el hotel, el teatro y la sala de
reuniones para las asambleas.
Al establecer una fábrica de industrialización, la cooperativa se asegu-
raba de que los trabajadores no fracasaran. Si el mercado de pescado es-
taba sobrecargado del producto, la pesca era retirada e industrializada.
Dando a cada uno de los miembros de la cooperativa una plantación de
olivos o un viñedo, o bien un lote para una huerta, se defendían bien
cuando el mal tiempo se prolongaba y el caso podía acarrear un desastre.
Cuando no les era posible trabajar en el mar lo hacían en los viñedos.
Sentarse en un café de Port de la Selva era gozar de una atmósfera de
hombres libres, y nadie podría comprender a España si desconoce y ex-
cluye de sus ideas sobre España esa realidad.
Douglas Goldring, 27 en un volumen de reminiscencias referidas a la
década de 1926, refiere hechos similares sobre el pueblo de Port de
Pollença:
Los habitantes —prácticamente «anarco-comunistas»— conducían su
industria pesquera de acuerdo a métodos cooperativos. El secretario del
Pósito de Pescadores, un venezolano, era casi seguro el único hombre en
esa nueva población de Arcadia que sabía leer y escribir. Él organizaba
todos los negocios de la comunidad y, por su explicable ignorancia, dejó
cesante al cobrador de impuestos. Como no existía Ley ni Orden en la
aldea tampoco había crímenes. La honestidad de aquella gente era
26 Se denominan Pósitos, en España, ciertas asociaciones formadas en coope-
ración o ayuda mutua entre personas, por lo regular de muy modestos recur-
sos, y aún entre las muy pobres. [N. del T.]
27 Douglas Goldring (1887-1960), escritor y periodista inglés.
| 33
absoluta e instintiva; jamás ninguno trató de sacar ventaja a otro... Cada
cual tenía lo suficiente para comer; el vino era abundante y todos se sen-
tían felices. La iglesia más cercana distaba cinco millas del lugar, en la
ciudad de Pollença, y nunca vi un sacerdote en la aldea.
Esas comunidades cooperativas de pescadores son tradicionales; más
antiguas que el anarquismo español y más viejas que el movimiento
cooperativo. El robusto vasco no alardeaba cuando declaraba a Alan
Lomax que ellos estaban allí antes que Colón llegara a América. El
economista Joaquín Costa 28 describe algunas de esas antiguas insti-
tuciones comunales en el capítulo sobre «Colectivismo pesquero» en
su libro Colectivismo Agrario en España, y Gerald Brenan en El labe-
rinto español menciona a la muy antigua comunidad de tejedores de
redes de pescar de Bagur, y dice que la comuna de pescadores de Port
de la Selva y una idéntica a pocas millas de Cadaqués, ya eran conoci-
das y figuran en documentos públicos del siglo dieciséis. Hubo otra
comunidad similar en Tazones, cerca de Villaviciosa en Asturias. El
actual estatuto legal de Port de la Selva, agrega, fue adoptado en 1929,
poco antes de la caída de la dictadura de Primo de Rivera, influenciado
por el movimiento de cooperativas de producción fundado en 1860
por Fernando Garrido. 29
«Aquí también —comenta Brenan— tenemos una moderna
cooperativa de producción, injertada en una antigua organización co-
munal que funciona perfectamente». Y añade:
28 Joaquín Costa Martínez (1846-1911), jurista, historiador, economista y po-
lítico, figura central del movimiento intelectual conocido como regeneracio-
nismo. Su obra Colectivismo Agrario en España data de 1898.
29 Fernando Garrido Tortosa (1821-1883), escritor, historiador, pintor y po-
lítico republicano federal.
| 34
Cuando consideramos el número de cofradías que, hasta no hace mucho
tiempo, poseían y trabajaban la tierra en común en previsión a la vejez y
como seguro para caso de enfermedad de sus miembros; cuando consi-
deramos instituciones populares como la de Cort de la Seu en València
regularizando con una base puramente voluntaria un complicado sis-
tema de regadío; cuando consideramos, por último, el sorprendente
desarrollo, en años recientes, de las sociedades cooperativas y producti-
vas en las cuales campesinos y pescadores adquirían las herramientas de
trabajo, la tierra que necesitaban, las instalaciones necesaria para com-
prar y vender en común, debemos reconocer que la clase trabajadora es-
pañola posee un talento y capacidad espontáneos para la cooperación
que excede a todo lo que se pueda hallar hoy en otros países europeos. 30
Este trasfondo histórico ayuda a comprender las realizaciones indus-
triales y agrarias de tipo colectivo logradas en España, surgidas des-
pués de la revolución de 1936, que fueran liquidadas y hostigadas por
los promotores de la «democracia» como preludio a la victoria de
Franco. La revolución, como afirmaba Gustav Landauer, significa el
descubrimiento de algo que ya existía allí mismo: «la Comunidad, que
de hecho existe paralela y simultáneamente con el Estado, si bien so-
terrada y en agonía».
Durante el verano de 1936, Laurie Lee 31 vivía en otro extremo
de España, en una aldea de pescadores de Andalucía, que en su libro
A Rose for Winter él denomina «Castillo». Allí los pescadores eran
pobres y poco hábiles, comparados con los vascos o los catalanes, y
30 Gerald Brenan, El laberinto español, Ruedo Ibérico, 1962. Traducción de
J. Cano Ruiz.
31 Laurence Edward Alan «Laurie» Lee (1914-1997), poeta, novelista y guio-
nista británico. El libro que cita Ward es A Rose for Winter: Travels in An-
dalusia (1955). Sobre su participación en la guerra civil: Díptico español.
Una mañana de verano de 1934 y Un instante en la guerra, editado por Pe-
nínsula en 2002.
| 35
vivían a merced de los comerciantes y los intermediarios. Él vio aquel
año:
Un verano de furor y de optimismo, de crueldades, muertes y altísimas
esperanzas, cuando los campesinos de la montaña y los pescadores, he-
rederos durante generaciones de anónimas sumisiones, súbitamente se
hallaron con armas en las manos y fantásticas aspiraciones alentando en
su pecho. Yo los vi hacer fuego sobre los mercaderes, llevar a los cañeros
a la montaña, erigir barricadas por los caminos de los cerros y plantar la
bandera de sus comunas en las Municipalidades... El frenesí destructivo
pronto se extinguía. El comité de la comuna tomaba en posesión todas
las mansiones y grandes casas que habían sido abandonadas por sus due-
ños, y en letreros muy grandes en rojo inscribían sus reivindicaciones.
Así decían algunos: «¡Aquí organizaremos una escuela para mujeres!»;
«En esta casa fundaremos un centro juvenil»; «Esta está reservada para
instalar un hospital». El comité se reunía a la noche en la Municipalidad,
las armas sobre la mesa, seguros de que los enemigos serían derrotados;
mientras parecía brotar un estilo de vida imposible.
Pocos días después de terminada la guerra civil, el señor Langdon-
Davies retornó a Port de la Selva y halló expresiones de «serena tris-
teza» en el lugar:
Todavía el pueblo mostraba las señales de los bombarderos italianos de
Franco. La lengua catalana estaba prohibida. Traía consigo las fotogra-
fías que había tomado en 1935, de niños lustrando zapatos, salando las
sardinas en barriles y preparando para las embarcaciones sus grandes
faroles de acetileno necesarios para la pesca nocturna. Pronto varias mu-
jeres, algunas ancianas, otras medianamente jóvenes, pero todas de luto
y con lágrimas en los ojos, se acercaron para decir que Pedro, o Juan, o
Alberto o Ramón estaban en las fotografías, y que ellas no tenían fotos u
otros recuerdos de ellos; que nadie sabía dónde podían estar sus tumbas,
| 36
y si les podía dejar alguna... Pocas eran las familias que no habían per-
dido un padre o un hijo.
Y algunos años después de la guerra, el señor Lee volvió a Castillo en
el Sur:
Hallé al pueblo hambriento y desesperado, la gloria había pasado, y los
trabajadores de los campos y del mar silenciosos y humillados. Al atra-
vesar por la ciudad el tiempo pasado pesaba sobre mis pies. El rostro de
una generación había desaparecido completamente. Unas ancianas me
reconocieron, me tendieron las manos con una exclamación, y se acerca-
ron a mí hablando en voz baja como si quisieran confiarme algo en se-
creto. Mas de aquellos hombres que yo había conocido allí pocas noticias
había y eran confusas las que existían. En su mayor parte habían muerto
o desaparecido.
Las ancianas me miraban con ojos enrojecidos, y cada relato era
diferente… Finalmente me ausenté. No había otro lugar donde inquirir.
Nadie mentía deliberadamente, pero también nadie parecía o demos-
traba estar seguro de la verdad. Ya que la verdad, en sí misma, era dura
de sobrellevar.
Nadie tampoco cantaba en el café de Port de la Selva; nadie en el bar
de Castillo, donde cuchicheaban todos a la noche al oído.
Pero en sus salinos ojos ardidos por el sol, en el rictus de sus labios y en
sus silencios, uno adivinaba lo que no se decía: salvaje pasado, presente
sin gloria y un futuro sofocado de esperanzas que ni debe mentarse.
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EL PAPEL DEL ESTADO EN LA EDUCACIÓN32
¿ Cómo y cuándo el Estado se vio involucrado en la educación?
Históricamente, la lucha en Gran Bretaña para conseguir una edu-
cación obligatoria, gratuita y universal, arrancándola del control
exclusivo de las organizaciones religiosas, fue larga y amarga. La opo-
sición efectiva no vino de los objetores libertarios sino de los que os-
tentaban el dogma y privilegios en la sociedad, así como de aquellos
(padres y patronos) que tenían un interés económico en que los niños
trabajaran o la clara intención de mantenerlos en la ignorancia. Ingla-
terra empezó tardíamente esta reforma. La noción de que la educa-
ción primaria debe ser gratuita, obligatoria y universal es anterior al
Decreto Educativo votado en 1870. Martin Lutero apeló «a todos los
concejos de todas las ciudades alemanas que establecieran y mantu-
vieran escuelas cristianas», observando que la formación que los ni-
ños reciben en casa «trata de darnos sabiduría a través de la
experiencia», tarea para la cual nuestra vida es demasiado corta y que
se podría acelerar a base de una educación sistemática usando libros.
La educación universal y obligatoria empezó en la Ginebra calvinista
en 1536, y el discípulo escocés de Calvino, John Knox, «plantó una
escuela y una iglesia en cada parroquia». En la puritana Massachu-
setts la educación primaria obligatoria y gratuita fue introducida en
1647. Federico Guillermo I de Prusia declaró la obligatoriedad de la
escuela primaria en 1717, y una serie de decretos de Luis XIV y Luis
XV obligaban a la asistencia regular en las escuelas francesas. La
32Publicado bajo el título «The role of the State» en Peter Buckman (ed.),
Education Without Schools, Souvenir Press, Londres, 1973. En castellano lo
publicó Península en 1977 con el título Educación sin escuelas y el texto de
Colin Ward, Tierra de Fuego en 2006 como folleto.
| 38
escuela común, apunta Lewis Mumford, «en contra de lo que a veces
se supone, no es un producto tardío de la democracia del siglo XIX;
jugó un papel decisivo en la fórmula mecánico-absolutista... la auto-
ridad centralizada estaba asumiendo con retraso las funciones que
habían sido negligidas a causa de la abolición de las libertades muni-
cipales en la mayor parte de Europa». Es decir, habiendo socavado los
cimientos de la iniciativa local, el Estado empezó a actuar en su propio
interés. La educación obligatoria se halla estrechamente relacionada
con el contexto histórico de la imprenta, el auge del protestantismo y
del capitalismo y con el desarrollo de la misma nación-Estado. Los
grandes filósofos racionalistas del siglo XVIII se dieron cuenta de los
problemas de una educación popular, y los dos pensadores más bri-
llantes que se pronunciaron sobre la materia se alistaron en bandos
opuestos cuando la discusión se centró en la organización de la edu-
cación. Rousseau, a favor del Estado, William Godwin, en contra.
Rousseau, que con su Émile 33 (1762) postula una educación comple-
tamente individual, (la sociedad humana es ignorada y toda la vida
del tutor está exclusivamente dedicada a Émile), defendió en su Dis-
curso sobre Economía Política (1758) la educación pública «bajo los
reglamentos prescritos por el Gobierno... si los niños se educan en co-
mún, en el seno de la igualdad; si se les imbuyen las leyes del Estado
y los principios de la Voluntad General... No hay duda de que se ama-
rán como hermanos... Y serán en su día defensores y padres de la pa-
tria de la que durante tanto tiempo habrán sido los niños».
Godwin en su Enquiry Concerning Political Justice 34 (1793) cri-
tica toda la idea de una educación nacional. Resume los argumentos a
favor, que son los que Rousseau usa, y añade la pregunta: «Si la
33 Jean-Jacques Rousseau, Emilio o De la educación (Alianza, 2011).
34 Investigación acerca de la justicia política (Americalee, 1945 y Júcar, 1986).
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educación de nuestros jóvenes se halla confinada enteramente a la
prudencia de los padres o a la benevolencia de personas privadas ¿no
seguirá la consecuencia necesaria de que algunos saldrán educados en
la virtud, otros en el vicio y otros sin educación de ninguna clase?».
Vale la pena citar la respuesta de Godwin ya que su voz en el desierto
de fines del siglo XVIII nos habla con el mismo tono de los desescola-
rizadores de hoy:
Los males resultantes de un sistema de educación nacional son, en pri-
mer lugar, que todos los establecimientos públicos son portadores de la
idea de permanencia... la educación pública ha malgastado siempre sus
fuerzas manteniendo prejuicios. Enseña a sus alumnos, no la fortaleza
que llevará todos los problemas a la prueba del examen, sino el arte de
defender los dogmas que están previamente establecidos... Incluso en la
insignificante institución de las catequesis dominicales, las lecciones fun-
damentales que se enseñan son una supersticiosa veneración de la Iglesia
Anglicana y la reverencia a toda persona que viste un abrigo lujoso... En
primer lugar, la idea de una educación nacional se halla fundamentada
en una falsa consideración sobre la naturaleza de la mente humana. Todo
lo que un hombre hace para sí mismo está bien hecho, cualquier cosa que
sus vecinos o su país se propongan hacer en su lugar estará mal... Quien
aprende porque desea aprender escucha con atención las instrucciones y
asimila su significado. Quien enseña porque desea enseñar desempeñará
su ocupación con entusiasmo y energía. Pero en el momento en que una
institución política se propone asignar a cada hombre su lugar, las tareas
de unos y otros se desempeñarán con dejadez e indiferencia... En tercer
lugar, el proyecto de una educación nacional debe ser rechazado por su
evidente alianza con el gobierno nacional... El Gobierno no dejará de em-
plearla para reforzar su brazo y perpetuar sus instituciones... Sus inten-
ciones como instigadores de un sistema educativo serán análogas a las
que tiene políticamente...
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Muchos críticos contemporáneos de esta alianza entre el gobierno na-
cional y la educación nacional estarán de acuerdo en que la idea de
que el Estado tiene un papel positivo en un sistema de educación sin
escuelas, revela una comprensión equivocada del problema por parte
de quienes la sostienen: el problema se debe plantear en términos de
la naturaleza de la autoridad pública para crear instituciones jerárqui-
cas y coactivas cuya función es perpetuar la desigualdad social y hacer
un lavado de cerebro a los jóvenes para que acepten el agujero que les
ha tocado en el casillero del sistema. Cien años atrás, el anarquista
Mijaíl Bakunin definía al «pueblo» en relación con el Estado, como el
«eterno menor de edad, el pupilo eterna y confesamente incompe-
tente para pasar sus exámenes, adquirir el conocimiento que poseen
sus maestros y escapar a su disciplina».
Hoy deberíamos añadir una objeción más al papel del Estado
como educador en todo el mundo: la afrenta que hace a la justicia so-
cial. Reformadores bien intencionados han hecho un inmenso es-
fuerzo para modificar el sistema de manera que se establezca una
igualdad de oportunidades, sin embargo, lo que han conseguido ha
sido un punto de partida teórica e ilusoriamente igual, en una carrera
que rápidamente se convierte en injusta. Cuanto más dinero se vierte
en los sistemas educativos del mundo menos se benefician las perso-
nas de los niveles bajos en la jerarquía educativa, laboral y social. El
sistema de educación universal resulta ser otro medio por el cual los
pobres subvencionan a los ricos. Everett Reimer 35, por ejemplo, de-
mostrando que las escuelas constituyen un sistema tributario regre-
sivo casi perfecto, apunta que, en los Estados Unidos, los niños
35 Everett W. Reimer (1910–1998), teórico de la educación que escribió varios
trabajos sobre política educativa y fue un firme partidario de la desescolari-
zación. En castellano se editó su libro La escuela ha muerto. Alternativas en
materia de educación (Seix Barral, 1975).
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procedentes del 10% más pobre de la población cuestan al público
2.500 dólares en educación, cada uno durante toda su vida, mientras
que los niños procedentes del 10% más rico de la población cuestan
35.000 dólares aproximadamente. «Aunque supongamos que un ter-
cio de esta cifra es gasto privado, el 10% más rico de la población to-
davía obtiene fondos públicos en cantidad 10 veces mayor que el 10%
más pobre».
En un panfleto que la UNESCO censuró en 1970, Michael Hu-
berman llegaba a las mismas conclusiones referidas a la mayoría de
países en el mundo. En Gran Bretaña, aun sin contar la educación uni-
versitaria, gastamos el doble en la educación secundaria que se im-
parte en las Grammar Schools 36, que en la educación de los alumnos
que están a punto de dejar la escuela para siempre en uno de los ins-
titutos ordinarios de enseñanza media. Si incluimos la educación
universitaria en el cálculo, según Labour and Inequality (Londres,
Fabian Society, 1972) gastamos en un año de carrera de un estudiante
la misma cantidad de dinero que en toda la escolaridad de un niño.
«Mientras que el grupo social más elevado se beneficia diecisiete ve-
ces más que el más bajo de los presupuestos universitarios, las clases
más altas solo contribuyen 5 veces más que las bajas a través de los
impuestos para financiar dichos presupuestos». Así pues, podemos
muy bien deducir que uno de los papeles significativos del Estado en
los sistemas de educación del mundo consiste en perpetuar la injusti-
cia económica y social.
36Grammar School: Escuela de educación secundaria para alumnos cuya ca-
pacidad demuestra ser, durante su enseñanza primaria, superior al prome-
dio. De hecho, es uno de los bastiones del clasismo educativo británico que
está siendo absorbido por las nuevas escuelas «integradas».
| 42
¿Pero es el sistema nacional de educación en Gran Bretaña un
sistema estatal? En realidad, ni una escuela británica está dirigida o
forma parte de las posesiones del Estado. Las escuelas pertenecen y
caen dentro de la jurisdicción de las autoridades educativas locales
(con la excepción de las escuelas independientes y de las que reciben
una subvención directa del Gobierno). Las autoridades locales obtie-
nen sus ingresos de las contribuciones (los impuestos locales sobre la
propiedad), pero dado que estos ingresos no son suficientes para su-
fragar los gastos, el Gobierno subvenciona a las autoridades locales
para cubrir la diferencia, obteniendo así un control disimulado pero
efectivo de las actividades de estas. A pesar de esta descentralización
teórica, nuestras escuelas son básicamente iguales, no solamente en
el sentido de la definición de Ivan Illich 37 que entiende la escuela
como un «proceso dirigido por el maestro para una edad específica
que requiere una asistencia total y la existencia de un programa obli-
gatorio», sino en mil detalles de administración y objetivos institucio-
nalizados. No obstante, el sistema británico de descentralización es
útil para el estratega que desea experimentar una educación sin es-
cuelas, ya que cuando tiene que solicitar ayuda oficial, patrocinio o
tolerancia para llevar a cabo una experiencia radical debe recurrir a
las autoridades educativas locales, sobre las que es más fácil ejercer
una presión en un terreno donde puede conseguir el interés y el apoyo
de los habitantes locales. Su trabajo no será tan difícil como tratar de
arañar el monolítico Ministerio de Educación y Ciencia.
El punto clave en la discusión sobre una educación alternativa
en el contexto del sistema oficial en Gran Bretaña, se centra en el
37Ivan Illich (1926-2002), fue un pensador austriaco célebre por su crítica a
las instituciones clave del progreso en la cultura moderna. Su obra más co-
nocida es La sociedad desescolarizada (Barral, 1975).
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hecho, común a otros países, de que las opciones están condicionadas
por la obligación que pesa sobre cada ciudadano de financiar a través
de los impuestos el sistema tal y como existe. Este hecho consumado
no solo inhibe el desarrollo de las alternativas, significa también que
estas alternativas dependen de los ingresos marginales de sus usua-
rios potenciales, que deben seguir pagando la parte que les corres-
ponde para mantener el sistema oficial. Los ricos, teniendo más
ingresos marginales a su disposición que los pobres, pueden mandar
a sus hijos a las escuelas independientes. (John Vaizey 38 ha calculado
que un tercio del coste de la educación en el sector privado se recupera
con las exenciones tributarias). Algunos sectores de las clases medias
también lo hacen, ya sea en el convencimiento de que es lo mejor para
sus hijos, o porque han descubierto un medio para conseguirles una
beca especial. Sin embargo, muchas de las escuelas «independientes»
—exceptuando el pequeño número de las «progresivas»— son idénti-
cas a las del sistema oficial con la única diferencia en el tamaño de las
clases...
Los críticos radicales del sistema oficial pueden escoger entre
tres actitudes. La primera es transferir a los sistemas alternativos
parte del dinero e instalaciones destinados a la educación. La segunda
es intentar modificar el sistema, ya sea con la subversión desde dentro
o la presión desde fuera. La tercera es lanzarse por su cuenta igno-
rando el sistema oficial, pero sin poder evitar el seguir financiándolo
a través de los impuestos y las contribuciones. En la práctica es pro-
bable que adoptemos las tres actitudes a la vez. Por ejemplo, cuando
38John Ernest Vaizey (1929-1984), fue un economista y escritor británico
especializado en educación. En castellano se han publicado varias de sus
obras: Educación y economía (Rialp, 1966), La educación en el mundo mo-
derno (Guadarrama, 1967), Economía política de la educación (Santillana,
1976), etc.
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John Ord y su grupo montaron la Scotland Road Free School en Li-
verpool en 1970, enseguida tuvieron que recurrir a las autoridades
educativas locales en busca de ayuda. Los comentaristas de la prensa
pedagógica lo encontraron muy divertido, pero era perfectamente ló-
gico. Si los padres hubiesen optado por una educación católica, ha-
brían recibido ayuda económica de las autoridades. Si los padres
hubiesen preferido mandar a sus hijos a una de las Grammar Schools
directamente subvencionadas por el Gobierno (suponiendo que sus
hijos fuesen admitidos), su educación habría sido igualmente gra-
tuita. ¿Por qué pues una escuela libre o cualquier experimento en
desescolarización no tiene el mismo derecho al dinero que el munici-
pio de Liverpool hubiera gastado en sus estudiantes? (Todo lo que pe-
dían los organizadores de la Scotland Road Free School era un local,
los descuentos regulares que disfrutan los comedores escolares y mo-
biliario, todo lo que consiguieron fue el préstamo de sillas y pupitres
de segunda mano). Un miembro de la Comisión de Educación declaró:
«Si se nos pide que apoyemos esta escuela, se nos está pidiendo que
debilitemos la estructura de lo que nosotros mismos debemos defen-
der... Tal vez acabaremos concluyendo que ningún niño querrá venir
a nuestras escuelas».
Un comentario revelador. Subraya el hecho de que, para la fa-
milia ordinaria, la «libertad de elección» que existe en teoría, en la
práctica es falsa y evidencia el carácter monopolístico del sistema ofi-
cial. Aquí podemos ver claramente por qué Illich aboga por el des-
mantelamiento del sistema oficial de educación de la misma forma
que se produjo el desmantelamiento de las religiones oficiales. Illich
y otros que sostienen puntos de vista lejanos a los suyos se sienten
atraídos por una idea que está siendo sondeada desde los años cin-
cuenta por una serie de economistas de la educación de izquierda y
| 45
derecha: el concepto de los «vales de educación». Es decir, un sistema
por el cual cada ciudadano al nacer recibe una especie de libro de vales
o cupones que le dan derecho a un determinado número de «unidades
de educación» a canjear en cualquier momento de su vida. Estos vales
representan su porción del presupuesto educativo de la nación.
Cuando el ciudadano es un niño, sus padres pueden gastar algunos de
sus vales en la escuela primaria, en una escuela privada, en una no
escuela, o pueden no gastarlos en absoluto y dejar que Johnny aprenda
a leer en casa o que le enseñen sus compañeros. Cuando tiene catorce
años puede gastar sus vales en una escuela secundaria, en Eton o en
la Scotland Road Free School o puede conseguir un empleo como bo-
tones, mozo en un supermercado o ponerse de aprendiz con el electri-
cista del barrio a cambio de algunos vales. Cuando tiene dieciocho
años puede ir a la universidad, a un politécnico, a una excavación
arqueológica, o puede ahorrar sus cupones hasta que tenga cuarenta
o cincuenta años o hasta que se sienta motivado para comprar otra
experiencia educativa. Si se le acaban los cupones puede pagar en
efectivo.
Esta idea es ampliamente atractiva. Atrae a aquellos que desean
ver una auténtica libertad de elección dentro de la competencia leal
entre modos de aprendizaje radicalmente distintos, y a quienes quie-
ren ver un mercado educativo más adecuado a las necesidades expre-
sadas por los estudiantes. La idea atrae también a quienes encuentran
ridículo que para la mayoría de la gente la «educación» se halle con-
finada al sistema escolar y a la primera década y media de la vida del
individuo, y que consideran que el acceso a la educación «superior»
no debería confinarse a una élite de adolescentes (etapa que puede ser
la menos adecuada para ello), sino que debería estar abierta durante
toda la vida en el momento o momentos que por razones laborales o
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personales se considere útil recibirla. También sienten interés por la
idea quienes quieren preservar los privilegios de los ricos que se con-
sideran maltratados puesto que mientras mandan a sus hijos a escuelas
privadas deben seguir pagando la cantidad que Hacienda considera
que debe contribuir para la educación de otros. Finalmente, el pro-
yecto se considera beneficioso para los que defienden los intereses de
los pobres, puesto que ellos saben que en realidad el sistema existente
es otra forma que tienen los ricos de vivir a costa de los pobres. Un
sistema de vales no significaría el fin del elitismo, es decir, no acabaría
con la restricción de acceso a trabajos de acuerdo con los títulos obte-
nidos en la educación; sólo una revolución podría cambiar esto. Sin
embargo, el sistema podría facilitar la puesta en marcha de los expe-
rimentos alternativos que hoy son abortados por falta de recursos. Por
el momento ningún gobierno parece estar dispuesto a adoptar el sis-
tema de vales, por lo tanto, debemos buscar la forma de explotar la
estructura descentralizada del sistema actual para crear alternativas
auténticas. El mejor ejemplo que tenemos es el de las Friskoler o
escuelas libres de Dinamarca, las cuales sacan provecho de una legis-
lación promulgada originalmente para subvencionar con fondos mu-
nicipales las escuelas religiosas, canalizando estos fondos hacia
pequeñas escuelas controladas por los padres. En Gran Bretaña exis-
ten instalaciones similares en forma de colegios primarios y secunda-
rios fundados por varias instituciones religiosas que reciben el
nombre de escuelas «voluntarias». Un interesante ejercicio de habili-
dad legal sería montar una escuela «voluntaria» secular en un distrito
donde las escuelas están faltas de plazas y pelear a través de la intrin-
cada legislación educativa hasta conseguir que la nueva escuela fuera
considerada una «escuela controlada, ayudada o escuela con estatuto
especial».
| 47
Al principio de la década de los sesenta, Paul Goodman confec-
cionó una lista con media docena de experimentos que la dirección de
cualquier escuela o las comisiones de educación podían adoptar si de-
cidían arriesgarse. Estos proyectos eran (resumidos de forma esque-
mática):
—«Suspender la escuela» para algunas clases (desde el punto de
vista académico esto no haría ningún daño puesto que se ha compro-
bado que un niño normal puede recuperar los primeros siete años de
escolaridad con un período de entre cuatro y siete meses de buena en-
señanza).
—Renunciar al uso de las instalaciones de la escuela para algu-
nas clases. Suministrar los maestros y usar la ciudad como escuela.
—Tanto dentro como fuera de la escuela, invitar a adultos de la
comunidad, sin título de maestro —el farmacéutico, el tendero, el me-
cánico—, como educadores adecuados de los pequeños.
—Abolir la obligatoriedad de la asistencia a las clases, tal como
se hace en la escuela Summerhill de A. S. Neill.
—Descentralizar las escuelas urbanas en pequeñas bases de 20
a 50 estudiantes en locales de clubs o tiendas vacías.
—Usar una parte proporcional del dinero de la escuela para
mandar los niños dos meses cada año a granjas especiales.
El primero de estos proyectos no tiene ninguna posibilidad de
éxito. Probablemente tendría mucho éxito entre los alumnos, pero los
padres se sentirían indudablemente engañados. El último es posible
que se interprete como un truco para obtener mano de obra barata.
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Pero los demás han sido adoptados con éxito por algunas escuelas en
América y se pueden aplicar a Gran Bretaña; uno de los más claros en
cuanto a su aplicación es el de instalar pequeñas unidades educativas
en locales comerciales vacíos.
La idea de la escuela sin muros, por ejemplo, ha sido experimen-
tada durante más de tres años por el Programa de Educación Parkway
de la ciudad de Filadelfia, con el apoyo total de las autoridades educa-
tivas. Los alumnos son seleccionados a base de un sorteo entre los so-
licitantes de los ocho distritos geográficos de la ciudad y cursan los
grados 9 al 12 (las edades aproximadas están comprendidas entre los
14 y los 18 años). La selección se lleva a cabo sin tener en cuenta el
historial académico o disciplinario del solicitante. No hay un edificio
particularmente destinado a la escuela. Cada uno de los ochos centros
(que operan independientemente) tiene un cuartel general con espa-
cio suficiente para el personal administrativo y armarios particulares
para los alumnos. Toda la enseñanza se desarrolla en la comunidad,
la búsqueda de instalaciones se considera como parte del proceso edu-
cativo. «La ciudad ofrece una variedad increíble de laboratorios de
aprendizaje, los estudiantes de arte usan el Museo de Arte, los estu-
diantes de biología se reúnen en el zoo y los cursos de enseñanza
profesional tienen como punto de reunión las instalaciones corres-
pondientes a su especialidad; los periodistas en un periódico y los me-
cánicos en un garaje...».
El programa Parkway cree que «aunque las escuelas deberían
preparar para una vida en la comunidad, la mayoría de ellas aíslan
tanto a sus estudiantes que les imposibilitan la comprensión funcional
de cómo vive una comunidad... Como que la sociedad sufre tanto
como los estudiantes a causa de los fallos del sistema educativo, nos
pareció lógico pedir a la comunidad que asumiera parte de la
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responsabilidad de educar a sus niños». Cualquier administración
provincial de la educación de Gran Bretaña podría empezar un pro-
yecto Parkway mañana mismo.
La mejor palanca de cambio no será el ejemplo de otros o la crí-
tica desde fuera del sistema; la presión desde abajo es lo único que
puede empujar a las autoridades locales a apoyar o iniciar proyectos
de desescolarización. Uno de los argumentos más poderosos en favor
del cambio es la masa de alumnos rebeldes y recalcitrantes que a par-
tir de este año se verán aprisionados en la escuela debido a la exten-
sión en un año de la escolaridad obligatoria. Siempre ha habido una
proporción de alumnos a quienes cuesta asistir a la escuela, que re-
chazan la autoridad de la escuela y sus normas arbitrarias y que valo-
ran muy poco el proceso educativo, ya que su propia experiencia les
muestra que en realidad se trata de una carrera de obstáculos en la
que ellos pierden tan a menudo que es estúpido intentar entrar en la
competición. Ellos aprenden esta lección en la escuela, una escuela a
la que desesperadamente querían entrar cuando tenían cinco años y
de la que desesperadamente quieren salir a los quince. ¿Qué ocurrirá
cuando este ejército de perdedores no tenga amenazas que le achi-
quen ni halagos que le sometan, ni violencia física que le atemorice y
crezca tanto en tamaño que haga imposible el funcionamiento de las
escuelas? Sir Alex Clegg viene profetizando esta situación desde hace
años e insiste en que debemos modificar nuestras prioridades socio-
educativas. La crisis de la autoridad en la educación nos volverá a to-
dos en contra de la escuela. Maestros y alumnos pediremos que se nos
traslade a otro medio.
Entonces, todas las iniciativas a pequeña escala, como los cen-
tros para niños escapados de la escuela, talleres comunitarios y otras
alternativas a la escolaridad quedarán bajo control de las autoridades,
| 50
no porque estas hayan cambiado sus principios, sino como única so-
lución para mantener a los niños fuera de las calles y fuera de las es-
cuelas, las cuales, a su vez, estarán encantadas de sacarse de encima
aquellos elementos que les impiden llevar adelante su tarea de domes-
ticar estudiantes en la meritocracia certificada. Me temo que estas
predicciones son válidas también para el papel creativo de la educa-
ción oficial cuando intenta crear una estructura educativa para el
tiempo libre: su aplicación práctica no sería sino una forma de activi-
dad terapéutica para la masa de población en paro permanente.
Es inútil intentar convencer a los Ministros de Educación o Ins-
trucción Pública del mundo para que liquiden el sistema, un sistema
que refleja y protege los valores del Estado. Sería como esperar la di-
solución del Estado promulgada por un decreto del Parlamento. Tam-
poco debemos caer en la trampa de exigir una legislación que acabe
con la discriminación educativa, ya que sabemos que el Estado es una
institución restrictiva creada para la protección de los privilegios. Lo
que debemos pedir es el derecho por el cual métodos educativos alter-
nativos puedan competir con los oficiales en igualdad de condiciones.
Cuando el emperador le preguntó al filósofo qué debía hacer, el filó-
sofo respondió: «Sólo apártate un poco; me estás tapando la luz».
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LA CIUDAD ANÁRQUICA39
E l anarquismo —filosofía política de una sociedad sin gobierno
formada por comunidades autónomas—, aparentemente, no
tiene nada que ver con los problemas de la ciudad. Sin embargo, existe
también en este campo una corriente de pensamiento anarquista que,
en lo que se refiere a los aspectos históricos del problema, va de Kro-
potkin a Murray Bookchin, y en los ideológicos abarca de John Tur-
ner 40 a los situacionistas. Lo mismo que muchos otros, cuya
contribución a la elaboración de una filosofía anarquista del urba-
nismo podría ser inestimable, no se plantearán nunca emprender el
trabajo porque al menos en espíritu, y muy a menudo en la práctica,
han abandonado la ciudad.
La sede natural de cada gobierno es la ciudad. ¿Ha visto alguien
una nación gobernada desde un pueblo? A menudo, si la ciudad no
existe, se construye a propósito: Nueva Delhi, Camberra, Ottawa, Wa-
shington, Chandigar y Brasilia, son algunos ejemplos. ¿Y no resulta
sintomático que el turista, si quiere ver lo que es realmente la vida de
39 La traducción castellana de este texto se publicó en el número 19 de la Re-
vista de Comunicaciones Libertarias Bicicleta, que salió en septiembre de
1979. En el verano del mismo año se publicó la traducción italiana en A Ri-
vista Anarchica, año 9, n.º 75, con el título de «La città anarchica».
40 John F. C. Turner (1927) es un arquitecto inglés famoso por su dedicación
al estudio y la práctica de la vivienda autoconstruida. Influido desde muy jo-
ven por Patrick Geddes y por el anarquismo, entre finales de los sesenta y
finales de los setenta publicó lo esencial de su obra, en especial Freedom to
Build y Housing by People. En castellano se han publicado algunos de sus
escritos: Vivienda. Todo el poder para los usuarios (Blume, 1977) Libertad
para construir: el proceso habitacional controlado por el usuario, con Ro-
bert Fichter (Siglo XXI, 1976) y Autoconstrucción. Por una autonomía del
habitar. Escritos sobre vivienda, urbanismo, autogestión y holismo (Pepi-
tas de Calabaza, 2018).
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un país, se vea obligado a escapar lejos de las ciudades de los burócra-
tas y tecnócratas? En Brasilia, por ejemplo, debe alejarse alrededor de
quince kilómetros y llegar a Cidade Libre, donde viven los trabajado-
res de la construcción. Ellos edificaron la «Ciudad del 2000», pero
son demasiado pobres para vivir en ella; en la ciudad que se han cons-
truido «se ha desarrollado una forma de vida espontánea, de pueblo
de barracas del West, que contrasta con la formalidad de la gran ciu-
dad, y es demasiado hermoso para dejar que se destruya».
El mito de la vida rural
En Inglaterra, el país más urbanizado del mundo, hemos alimentado
durante siglos el mito de la vida rural, un mito compartido por los se-
guidores de todas las tendencias políticas. En su libro The country
and the City, Raymond Williams 41 ha demostrado como, a través de
toda la historia, este mito ha sido reforzado por la literatura que siem-
pre colocaba el paraíso perdido de la sociedad rural en épocas pasa-
das. La pena es, observa E.P. Thompson, 42 que el mito ha sido:
dulcificado, embellecido, mantenido con vida y, finalmente, asumido,
por los habitantes de las ciudades, como punto de referencia obligado en
la crítica del industrialismo. Por ello, ha servido para proporcionar una
coartada a la falta de valor utópico, a la hora de imaginar cómo podría
ser una verdadera comunidad en una ciudad industrial; incluso para
darse cuenta de todo lo que ya se podría haber realizado en este sentido.
41 Raymond Williams (1921-1988), fue un intelectual marxista galés, perte-
neciente al Círculo de Birmingham. The Country and the City lo editó en
2000 Paidós con el título El campo y la ciudad.
42 Edward Palmer Thompson (1924-1993), historiador e intelectual marxista
inglés, autor de La formación de la clase obrera en Inglaterra y Costumbres
en común, entre otros.
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Como señalan ambos autores, los descuidados pastorcillos del sueño
arcaico, hoy son tan sólo «los pobres de Nigeria, de Bolivia y de Pakis-
tán».
Paradójicamente, las poblaciones rurales del Tercer Mundo se
vuelcan en masa sobre las ciudades. Si quieren encontrarse hoy ejem-
plos de ciudades anárquicas, realmente existentes, es decir, ejemplos
de enormes agrupaciones humanas que no sean el producto de una
planificación gubernativa sino de la acción popular directa, hay que
buscarlas en el Tercer Mundo. En América Latina, en Asia y en África,
el trasvase de enormes masas de población a las ciudades, verificado
en los dos últimos decenios, ha dado lugar a la formación de inmensos
barrios abusivos en la periferia de los grandes centros, habitados por
multitud de esos «invisibles» a quienes, oficialmente, se niega una
existencia urbana. Pat Crooke 43 observa que las ciudades crecen y se
desarrollan en dos niveles: por una parte el oficial, teórico; por otra,
el característico de la mayor parte de las poblaciones de muchas ciu-
dades sudamericanas, es decir, la masa no oficial de ciudadanos que
instauran una economía popular, al margen de las estructuras finan-
cieras institucionales de la ciudad.
Una forma de reducir la presión que amenaza con hacer explo-
tar los contenedores urbanos, sería mejorar las condiciones de vida en
los pueblos y en las pequeñas ciudades provincianas. Pero esto presu-
pone una radical transformación del concepto de propiedad de la tie-
rra, la creación de industrias a pequeña escala con un uso intensivo de
la fuerza de trabajo, y un crecimiento notable de la producción deri-
vada de la agricultura. Mientras todo esto no sea posible, la gente
43 Patrick Crooke (1927-2018), fue un arquitecto inglés relacionado con las
viviendas autoconstruidas.
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continuará eligiendo tentar la suerte en la ciudad, antes que dejarse
morir de hambre en el campo. La gran diferencia entre la situación
actual y la explotación urbanística en la Inglaterra del siglo XIX, se
explica por el hecho de que entonces la industrialización precedió
siempre a la urbanización, mientras que hoy ocurre precisamente lo
contrario.
Generalmente, los barrios de chabolistas de las ciudades del
Tercer Mundo son considerados terreno fértil para la difusión de la
criminalidad, del vicio, de las enfermedades, de la desorganización so-
cial y familiar. Pero John Turner, el arquitecto —anárquico— que, más
que ningún otro, ha contribuido a cambiar nuestra forma de ver esta
realidad, afirma:
Diez años de trabajo en las barriadas peruanas me han enseñado que la
concepción habitual es completamente errónea: aunque funcional para
intereses políticos y burocráticos ocultos, es absolutamente inadecuada
para la realidad… No hay caos ni desorden, sino ocupación organizada
del terreno público a despecho de la violenta represión policial; organi-
zación política interna con elecciones locales cada año; cohabitación de
millares de personas sin protección por parte de la policía, y sin servicios
públicos. Las chabolas de paja construidas durante la ocupación, se
transforman lo más rápidamente posible, en casas de cemento, con una
inversión conjunta en materiales y fuerza de trabajo, del orden de millo-
nes de dólares. Los niveles de empleo, los salarios, los niveles de alfabe-
tización y de instrucción, son mucho más altos que en los guetos del
centro de la ciudad (de los que han huido muchos habitantes de las ba-
rriadas), y, en general, por encima de la media nacional. El crimen, la
delincuencia juvenil, la prostitución y el juego de azar son raros, excepto
para los hurtos de poca importancia, cuya incidencia es, por otra parte,
aparentemente más baja que en otras partes de la ciudad.
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¡Qué extraordinaria contribución a la capacidad de solidaridad y de
asistencia recíproca de la gente humilde, de cara a la autoridad! El
lector que conoce El apoyo mutuo, de Kropotkin, no podrá por menos
de recordar, al llegar a este punto, el capítulo en el cual el autor elogia
la ciudad medieval observando que «allí donde los hombres han en-
contrado, o han esperado encontrar, protección tras los muros de la
ciudad, han establecido pactos de alianza, de fraternidad y de amis-
tad, llevados por un único ideal firmemente dirigido a la realización
de una nueva vida de libertad y de solidaridad recíproca. Y han con-
seguido tan bien su intento, que en trescientos o cuatrocientos años
han cambiado la cara de Europa». Kropotkin no es un romántico adu-
lador de las ciudades libres medievales, sabe bien cuáles fueron sus
defectos y cómo no pudieron impedir que se establecieran relaciones
de explotación con las poblaciones campesinas. Pero su interpreta-
ción del proceso de desarrollo, está revalidada por los estudiosos más
modernos. Walter Ullmann, 44 por ejemplo, observa que «representan
un ejemplo bastante claro de entidades autogobernadas», y que «con
el fin de regular sus transacciones comerciales, la comunidad se reunía
en asamblea… y la asamblea no “representaba” simplemente, sino que
ella misma era toda la comunidad».
La ciudad social: una trama de comunidades
Esto presupone que las comunidades tengan ciertas dimensiones y
también Kropotkin, en su sorprendente Campos, fábricas y talleres,
sostiene, con argumentos técnicos, la necesidad de la mayor difusión
44Walter Ullmann (1910-1983), erudito judío austriaco establecido en Ingla-
terra, fue profesor de Historia medieval en la Universidad de Cambridge. En
castellano se han publicado: Historia del pensamiento político en la Edad
Media (Ariel, 1983), Principios de gobierno y política en la Edad Media
(Alianza, 1985) y Escritos sobre teoría política medieval (Eudeba, 2003).
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posible, de la integración entre industria y agricultura y (como dice
Lewis Mumford) de «un desarrollo descentralizado de la ciudad en
pequeñas unidades a medida del hombre, que puedan gozar, al mismo
tiempo, de las ventajas del campo y de la ciudad». En Garden Cities
of To-morrow, Ebenezer Howard, 45 contemporáneo de Kropotkin, se
plantea una pregunta simple: ¿cómo podemos liberarnos de la atmós-
fera falsa de la ciudad y resolver el problema de la escasez de perspec-
tivas que ofrece el campo, motivo por el que tanta gente se traslada a
la ciudad? Y, por otra parte, ¿cómo podemos conservar, al mismo
tiempo, la belleza del campo y las grandes oportunidades que ofrece
la ciudad? Su respuesta a estos interrogantes no es sólo la ciudad jar-
dín, sino también lo que llama la ciudad social, la trama de comuni-
dades. La misma idea es propuesta por Paul y Percy Goodman en
Communitas: means of livelihood and ways of life, 46 en la que el se-
gundo de los tres paradigmas, la Nueva Comuna, es lo que el profesor
Thomas Reiner 47 llama «una ciudad polinuclear, que refleja la propia
matriz anarcosindicalista». Una propuesta análoga se contiene tam-
bién en el sorprendente ensayo de Leopold Kohr The City as Convivial
Centre (La ciudad como centro de convivencia) en el que la metrópoli
ideal está descrita como «una federación polinucleada de ciudades»,
así como la ciudad es una federación de viviendas.
45 Ebenezer Howard (1850-1928), fue un urbanista británico conocido por
ser fundador del movimiento urbanístico de la Ciudad Jardín. Hay una edi-
ción reciente de su libro de 1902, titulado en castellano Ciudades jardín del
mañana (Círculo de Bellas Artes, 2018).
46 El título en castellano es Tres ciudades para el hombre. Medios de subsis-
tencia y formas de vida (Editorial Proyección, 1964).
47 Thomas Andrew Reiner (1931-2009), fue un profesor de la Universidad de
Pensilvania, de origen checoslovaco, autor del libro The place of the ideal
community in urban planning (The University of Pennsylvania Press, 1963).
| 57
Lo mismo que Kropotkin, también A Blueprint for Survival, 48
define como objetivo «la descentralización de la sociedad en pequeñas
comunidades, en las que las industrias sean lo suficientemente reduci-
das como para responder a las necesidades de la comunidad indivi-
dual». Finalmente, mucho antes de que el problema de la crisis
energética saltara a la opinión pública, Murray Bookchin, en su en-
sayo Towards a Liberatory Technology, que publicó en Anarchy, en
1967, y ahora está incluido en el libro Post-Scarcity Anarchism, 49 ade-
lantó, a propósito de la ciudad polinuclear, una propuesta energética:
El funcionamiento de una gran ciudad exige enormes cantidades de
carbón y de petróleo. La energía solar, del viento y de las mareas, es ex-
plotable sólo en pequeña escala. Con excepción de las grandes implanta-
ciones a turbina, los nuevos aparatos raramente proporcionan algo más
que unos pocos millares de kilovatios/hora de energía eléctrica. Es difícil
creer que alguna vez estaremos capacitados para proyectar colectores so-
lares capaces de producir la enorme cantidad de energía que producen
las grandes instalaciones de vapor; es igualmente difícil pensar en una
batería de turbinas a viento, que puedan proporcionar electricidad sufi-
ciente como para iluminar la isla de Manhattan. Si las casas y las fábricas
están concentradas en zonas restringidas, los ingenios para la explota-
ción de la energía limpia, no pasarán nunca de ser simples juguetes; si,
por el contrario, las comunidades urbanas reducen sus dimensiones y se
extienden por los territorios, no existe motivo para que el uso combinado
de estos instrumentos no nos garantice todo el confort de la civilización
industrial. Para usar del mejor modo posible la energía solar, del viento
y de las aguas, la megalópolis debe fracturarse y dispersarse. A las franjas
48 A Blueprint of Survival fue un influyente texto ambientalista que llamó la
atención sobre la urgencia y magnitud de los problemas ambientales. Se pu-
blicó primero como edición especial en The Ecologist en 1972 y posterior-
mente en formato libro.
49 «Hacia una tecnología liberadora» es, en efecto, el capítulo 3 del libro El
anarquismo en la sociedad de consumo (Kairós, 1974).
| 58
urbanas de hoy deben sustituirlas comunidades de nuevo tipo, bien or-
ganizadas y dimensionadas según la naturaleza y los recursos de una de-
terminada región.
La aceptación de la diversidad y del desorden
Una tendencia completamente distinta del pensamiento anarquista
en lo relativo al problema urbano, está expresada en The Uses of Di-
sorder: personal identity and city life de Richard Sennett. 50 En las
páginas de este libro se entrecruzan diferentes líneas teóricas. Una de
ellas, está representada por un concepto que el autor deriva del psicó-
logo Erik Erikson, 51 según el cual en el período de la adolescencia el
hombre busca una identidad depurada para escapar a la incertidum-
bre y al dolor, y sólo con la aceptación de la diversidad y del desorden
alcanza la edad adulta. Otra, está representada por la idea de que la
sociedad americana moderna tiende a congelar al hombre en el estado
adolescente —una burda simplificación de la vida urbana en la cual la
gente, apenas dispone de medios suficientes, huye de la complejidad
de la ciudad hacia los suburbios, buscando seguridad en el universo
cerrado del núcleo familiar— la comunidad depurada. La tercera ar-
gumentación consiste en afirmar que la planificación urbana, tal y
como fue concebida en el pasado, con la subdivisión en zonas y la eli-
minación de los «disfrutadores no conformes» ha favorecido este pro-
ceso, sobre todo al programar futuros desarrollos y basar en éstos los
consumos energéticos y los gastos actuales. «Los proyectistas de auto-
pistas, de reestructuraciones urbanísticas, han entendido los intentos
50 Richard Sennett (1943) es un sociólogo y ensayista norteamericano. La edi-
ción española del libro mencionado por Ward lleva por título Vida urbana e
identidad personal. Los usos del orden (Península, 1975).
51 Erik Erikson (1902-1994), fue un psicólogo y psicoanalista estadounidense
de origen alemán. Elaboró una teoría del desarrollo social a la que llamó teo-
ría psicosocial.
| 59
de comunidades descentralizadas y de grupos comunitarios, no como
momentos naturales de un compromiso de reconstrucción social, sino
como una amenaza para la validez de su obra en proyecto». Según
Sennett esto significa, en realidad, que los proyectistas han querido
considerar la planificación, la programación futura, como «más
reales» que cualquier cambio en el curso de la historia, «que los im-
previsibles momentos que caracterizan el tiempo real de la vida de los
hombres».
La fórmula que Sennett propone para resolver el problema de la
ciudad americana consiste en una inversión de esta tendencia para
«liberarse de la identidad depurada»: quiere ciudades en las que las
personas estén obligadas a establecer confrontaciones de unas con
otras: «No debería haber policía, ni ninguna fórmula de control cen-
tral, de organización escolástica, de subdivisión en zonas, de reestruc-
turación, de actividad humana de cualquier género, que no pueda ser
realizada por medio de la acción comunitaria o, mejor todavía, a tra-
vés de una conflictividad directa, y no violenta, en el interior de la pro-
pia ciudad». ¿No violenta? Claro, porque Sennett sostiene que la
ciudad moderna niega a la agresividad y a la conflictividad cualquier
otro desahogo que no sea la violencia, y que esto ocurre precisamente
por la falta de posibilidades de confrontación directa y recíproca (las
demandas de orden y legalidad son mucho más fuertes en las comu-
nidades aisladas del resto de la ciudad). El ejemplo más claro del
modo en que esta violencia se manifiesta «está constituido por las
funciones de la policía en las ciudades modernas. Los policías son bu-
rócratas a los que corresponde dirimir las controversias y acabar con
las hostilidades», pero «una sociedad que considera instrumento pa-
sivo e impersonal de coerción la intervención de la ley para solucionar
los conflictos, no puede más que favorecer la aparición de reacciones
| 60
violentas contra la policía». La ciudad anárquica que Sennett auspi-
cia, en cambio, es «una ciudad que obligue a los hombres a decirse,
unos a otros, lo que piensan, y realizar de esta forma una condición de
recíproca compatibilidad», y no representa un compromiso entre or-
den y violencia, sino, por el contrario, una forma de vida completa-
mente distinta de la actual, en la cual la gente no estaría obligada a
elegir una cosa u otra.
¿Cambiarán las ciudades?
Deberán cambiar por fuerza porque están al borde del colapso, res-
ponde Murray Bookchin en un libro recientemente publicado en Amé-
rica: The Limits of the City. 52 Según Bookchin, las ciudades del mundo
moderno, enfermas de elefantiasis, se están arruinando: «Se están de-
sintegrando administrativa, institucional y lógicamente; cada vez son
más incapaces de proporcionar los servicios mínimos para la habita-
ción humana, la seguridad personal y el transporte». Incluso en aque-
llas ciudades en las que sobrevive una apariencia de democracia
formal «Apenas ningún problema cívico se resuelve mediante una
acción dirigida a sus raíces sociales, sino mediante el empleo de una
legislación que restringe más todavía los derechos del ciudadano
como ser autónomo y acentúa el poder de los organismos supraindi-
viduales».
Puede ayudar, en este sentido, la opinión de los técnicos profe-
sionales:
[…] la autoconsciencia crítica del planeamiento urbano no profundizó lo
suficiente. Rara vez fue capaz de trascender las destructivas condiciones
sociales ante las que había surgido como respuesta. En el mismo grado
52 Los límites de la ciudad (Blume, 1978). Traducción de José Corral.
| 61
en que se encerró en sí mismo como labor de especialistas (actividad pro-
pia de arquitectos, ingenieros y sociólogos) sucumbió también a la
misma división del trabajo peculiar de la sociedad a la que precisamente
se suponía iba a controlar. No resulta sorprendente en absoluto que al-
gunos de los conceptos más humanistas del urbanismo procedan de ama-
teurs que se mantienen en contacto con las auténticas experiencias de la
gente y al mismo tiempo con las agonías mundanas de la vida metropo-
litana.
Bookchin tiene razón. Ebenezer Howard era un estenógrafo y Patrick
Geddes un botánico. Pero los «no adeptos al trabajo» que, más que
nadie según Bookchin, indican el camino a seguir, son los represen-
tantes de la contracultura juvenil:
Frente a lo mucho que se ha escrito sobre la «retirada» de los jóvenes
automarginados a las comunidades rurales apenas es bien conocida la
medida en que jóvenes contraculturales con visión ecológica sometieron
el planeamiento urbano a un devastador examen avanzando, con fre-
cuencia, propuestas alternativas frente a los deshun1anizadores planes
de «revitalización» y «rehabilitación».
Para los nuevos proyectistas de la contracultura
la finalidad del diseño no era el «objeto agradable» ni su eficiencia ante
el tráfico, las comunicaciones y las actividades económicas. Estos nuevos
planificadores se preocupaban ante todo de las relaciones del diseño con
el fomento de la intimidad personal, las relaciones sociales multilatera-
les, los modos de organización no jerárquicos, las formas de vida comu-
nitaria y la independencia material frente a la economía de mercado.
Aquí el diseño no tiene como punto de partida conceptos abstractos del
espacio o un intento funcional de mejorar el statu quo, sino la crítica ex-
plícita a ese status quo y la concepción de las relaciones humanas libres
que lo habrían de reemplazar. Los elementos de diseño de un plan se
| 62
derivarían de alternativas sociales radicalmente nuevas. Se intentaba
sustituir el espacio jerárquico por el «espacio liberado».
Se estaba, en la práctica, redescubriendo la polis, reinventando la co-
muna. Ahora Murray Bookchin sabe que el movimiento de la contra-
cultura americana ha abandonado las líneas de los años 60; por eso,
ataca a la burda retórica política que ha entrado a formar parte de sus
componentes:
Los puños crispados con ira de finales de los sesenta resultaban mucho
más inadecuados que las flores de mediados de esa misma década para
llegar a un público cada vez más alarmado y desconcertado.
Sin embargo, afirma Bookchin, algunas de las reivindicaciones y de
los problemas planteados entonces, son imperecederos. La demanda
de «comunidades nuevas», descentralizadas, basadas en criterios
ecológicos que integren en sí las características más adelantadas de la
vida urbana y rural no podrá adormecerse nunca, entre otras cosas
porque «nuestra sociedad, hoy, carece de otras alternativas».
| 63
LA CRISIS DEL SOCIALISMO53
A lguna vez los anarquistas de las diferentes partes del mundo con-
cordarán en que es inevitable llegar a discutir la inoperancia del
anarquismo como movimiento político, para ganar el apoyo de algo
más que las apenas visibles minorías en la mayor parte de las pobla-
ciones del mundo. La asunción ha sido usualmente que un día, en al-
guna parte, la situación cambiará, tal vez no en nuestras vidas, pero sí
en las de nuestros hijos o nietos. Es muy posible que, en el último
aliento, se nos diga: «¡Compañeros, alcanzo a vislumbrar en el hori-
zonte, la luz del alba de la revolución social!» ¿Por qué no? La revolu-
ción no es imposible. Hemos visto decenas, todas a través de este
siglo, pero sin excepción se han visto acompañadas por la contrarre-
volución, con los anarquistas entre sus víctimas.
La creencia en la lutte finale es, obviamente, herencia del siglo
XIX y ha sido común a la mayoría de los movimientos socialistas de
todo género, ya marxistas, cristianos, demócratas, sindicalistas o
anarquistas. Todos ellos con la vista fija en ese alborear revoluciona-
rio, y naturalmente, en realidad nunca se presentaba su particular
amanecer revolucionario. Los más desilusionados de todos deben ser
los marxistas —esos socialistas científicos que sabían que la historia
estaba de su lado—, ya que en la actualidad la mayor parte de la su-
perficie terráquea está dirigida por gobiernos que se proclaman a sí
53 «Anarchism and the Crisis of Socialism». Contribución a la Conferencia
internacional «1984: tendencias autoritarias y tensiones libertarias en la so-
ciedad contemporánea», Venecia, 24-30 de septiembre de 1984. Traducción
de Ismael Viadiu, publicada en «Inquietudes», suplemento de Tierra y Li-
bertad, México, mayo de 1987. Tomado del libro El anarquismo y los pro-
blemas contemporáneos (Madre Tierra, 1992).
| 64
mismos marxistas, y todos nosotros sabemos exactamente qué es el
marxismo como ideología rectora. Aun el más crédulo de los creyentes
puede ver que la élite dirigente de la Unión Soviética tiene mucho más
en común con su similar de los Estados Unidos que con la de sus pro-
pios pobres ciudadanos. Todos estamos familiarizados con el viejo
chiste polaco de que bajo el capitalismo el hombre explota al hombre,
mientras que bajo el socialismo sucede exactamente todo lo contrario.
Así que mientras nosotros admitimos la inoperancia del anar-
quismo, considerado como movimiento político, cuán más notoria se
presenta ésta en los movimientos socialistas mundiales en lo que con-
cierne a alcanzar el objetivo socialista, considerando la dictadura del
proletariado en el Este, o las versiones electoreras constitucionales en
el Oeste, así como las diversas parodias de ambos en el Tercer Mundo.
Y si para nosotros el siglo ha sido el de las esperanzas ideológicas frus-
tradas, asimismo ha sido el de las profecías cumplidas, por lo menos
hasta el siglo XIX en lo que a los anarquistas les concierne. Proudhon
y Bakunin fueron los únicos, entre sus contemporáneos, con excep-
ción de su amigo Alexander Herzen, en prever la naturaleza del Es-
tado absoluto del siglo XX.
Existe un famoso pasaje de Bakunin en que describe con rigu-
rosa exactitud el destino del totalitarismo en nuestro actual siglo,
tanto en lo que respecta al estilo bismarckiano, que alcanzó su apo-
teosis en la Alemania nazi (Volksstaat), cuanto al Estado Popular
marxista, que condujo, inevitablemente, a la Rusia de Stalin. Los teó-
logos marxistas presentan una distinción entre ambos debido a su
interpretación mecánica del fascismo como consecuencia del capita-
lismo en su crisis final. Estos dan al olvido el hecho de que el Partido
Nazi fue el Partido Obrero Alemán Nacional Socialista, que, como el
| 65
resto de Europa aprendió a su costa, contaba con enorme apoyo po-
pular.
Existe también un no menos famoso pasaje de Proudhon en el
que cataloga los males inherentes al gobierno. Cuán interesante re-
sulta que, en su enumeración de horrores derivados de ser dirigidos,
que data de 1848, Proudhon no incluya el empleo de la tortura siste-
mática por parte de los gobiernos. Hoy, casi ciento cincuenta años
después, no existe gobierno alguno en el mundo que no sancione con
la tortura a todo individuo que es considerado como sospechoso polí-
ticamente por sus celosos sirvientes.
Se ha llegado a aceptarla como algo normal en todo el mundo.
La seguridad del Estado es el interés supremo para la preservación del
Estado moderno. Pero nosotros sabemos que la supervivencia del Es-
tado descansa en la existencia de una «crisis externa latente», em-
pleando las palabras de Martin Buber, con el objeto de mantener su
ascendencia sobre sus propios súbditos, y de la que se sirve como
arma extrema contra su propia población. Siempre me ha resultado
impresionante el aforismo expresado por Randolph Bourne 54 durante
la Primera Guerra Mundial, en cuanto a que la «guerra es la salud del
Estado», así como la conclusión a que llegó Simone Weil en los años
de 1930 en sus Reflections on War. 55 Esta dice que «el gran error de
todos los estudios recientes sobre la guerra, en el que han caído todos
los socialistas, es el de considerar la guerra como un episodio de la
54 Randolph Bourne (1886-1918), fue un intelectual y escritor progresista
norteamericano. Su ensayo más conocido es The State, publicado póstuma-
mente.
55 «Reflexiones sobre la guerra», un artículo que Weil publicó en 1933 en la
revista La Critique Sociale. En castellano se puede encontrar en el volumen
Escritos históricos y políticos, Trotta, 2007.
| 66
política exterior, cuando es un acto de política interior, y el más atroz
de todos». La guerra de un Estado contra otro, concluye, «se resuelve
en una guerra de un Estado y su aparato militar contra su propio
pueblo».
Todos nosotros hemos visto recientemente cómo la guerra de
las Malvinas (Falklands) sirvió como ideal a sus crisis internas, tanto
para el general Galtieri como para la Sra. Thatcher, y cómo hoy la gue-
rra Irán-Irak tiene precisamente la misma función para ambos regí-
menes. La parte principal de la actividad económica de las grandes
potencias, no consiste tan solo en satisfacer sus propias demandas de
armamentos, sino el de exportarlas a las más débiles, al punto que, en
todas partes de la mitad del mundo pobre, gobiernos de militares-ban-
didos con poblaciones famélicas, están equipados con increíbles ar-
mas sofisticadas y letales junto con los imprescindibles consejeros de
los Estados Unidos y de la URSS. Si cualquiera desea convencer a
alguien de la verdad que encierra la crítica anarquista al gobierno, le
bastará con una simple mirada sobre la actual conducta de los gobier-
nos del mundo.
No deja de sorprenderme que en la actualidad, que contamos
con una completa industria académica analizando la historia del
anarquismo y explicando los errores del anarquismo del pasado, los
estudiosos de una u otra manera siempre omitan que tan sólo los
anarquistas entre los ideólogos del siglo pasado estaban en lo cierto
acerca de la naturaleza del Estado moderno.
Recientemente, el editor de un boletín norteamericano de noti-
cias, Peacework, contestaba a las preguntas de cientos de personas
acerca de «¿cómo podría prevenirse la guerra nuclear?» La respuesta
más satisfactoria, para mí, fue la que formuló Karl Hess (Defensor
| 67
norteamericano de la descentralización de la política y de la tecnología
comunal). A la pregunta de «¿qué hacer?», replica:
Una severa disminución del poder de quienes tienen el poder para des-
viar recursos en armamentos.
Las armas nucleares son el resultado del poder estatal. Estas son
el resultado del poder del Estado. Ellas son la propia afirmación de tal
poder en este siglo. Incluso el Estado más miserable busca afanosamente
el poseer tales armas. Ellas son para el Estado lo que un lujoso coche para
una persona que desea sobre todas las cosas brillar en sociedad. Ningún
Estado moderno se proclama poderoso si no es en base a la posesión de
tales potentes armas. Ninguno se jacta de ser respetado. Ninguno se jacta
de la felicidad del pueblo. Todos se vanaglorian de sus armamentos o se
lamentan por la falta de éstos.
Así, creo que la guerra nuclear es simplemente otra función del
poder estatal. Ambos están íntimamente relacionados.
Emplear el poder estatal para frenar la producción de tales armas
sería pretender que el Estado renunciara a su propio poder. ¿Qué Estado
sería capaz de tal comportamiento? Tal vez Noruega; seguramente,
Suiza. Pero no así las grandes potencias. Ni los nuevos pretendientes al
poder estatal, esos grandes grupos terroristas, desean disminuir su poder
por la renuncia al Gran Estallido. Difícilmente. Ellos probablemente lo
desearán vehementemente después de que tenga lugar tal suceso.
La guerra nuclear se evitaría si, y tan solo sí, el propio poder estatal
disminuyera… 56
56Pat Farren (ed.), What Will It Take To Prevent Nuclear War? (Schenkman
Books, 1983).
| 68
El socialismo se halla en crisis precisamente porque los movi-
mientos socialistas del mundo se han entregado ellos mismos al in-
cremento del poder estatal, más bien que a su disminución. ¿Pero por
qué me refiero yo mismo a la crisis del socialismo más bien que a la
del anarquismo? Porque el movimiento anarquista no está en crisis.
Este permanece exactamente como siempre: compuesto por un redu-
cido número de propagandistas alrededor del mundo, cuyas más agu-
das disputas son de carácter interno, pero cuyas conclusiones
generales son mucho más relevantes hoy que cuando fueron por pri-
mera vez formuladas en el siglo pasado.
Los anarquistas proclamaron que era necesario destruir el po-
der del Estado. Los socialistas proclamaron que era necesario apode-
rarse del control de ese poder. Pero ahora, como acabamos de ver, el
mundo entero se siente amenazado por las armas atómicas, la última
expresión del poder estatal. Los Estados capitalistas o socialistas han
alcanzado lo que todo megalómano dictador había vanamente soñado
a través de la historia: el poder de destruir hasta el último ciudadano
de no importa qué Estado.
Los anarquistas proclamaron que, para la liberación del trabajo,
era necesario que la producción industrial estuviera en las manos de
los productores. Los socialistas proclamaron que debería concen-
trarse en las manos del Estado. El resultado es, como todos podemos
observar mirando alrededor en el mundo de hoy, que cada vez más el
control de la industria está concentrado en las manos del Estado; los
más impotentes son los trabajadores industriales. Comparemos la si-
tuación del trabajador industrial en la Unión Soviética, 69 años des-
pués de la revolución bolchevique, con la del trabajador industrial en
el occidente capitalista (ello no es en elogio del capitalismo, sino en
reconocimiento de que su poder ha sido desviado de manera que no
| 69
previeron ni los marxistas ni los anarquistas). El factor común que
vincula la lucha de Solidaridad en Polonia con la de los mineros del
carbón en Gran Bretaña no es que ellos se enfrenten al capitalismo,
sino que se anteponen al Estado. (En Gran Bretaña la industria mi-
nera fue expropiada por el Estado por 40 años y controlada por éste
durante 47 años).
¿Cuánto tiempo más esperarán los socialistas para alcanzar el
socialismo? Durante el siglo pasado la facción anarquista fue arrojada
de la historia por los creyentes en el socialismo de Estado, por el mar-
xismo en la Primera Internacional o por el fabianismo en la Gran Bre-
taña. Los ciudadanos comunes y corrientes indiferentes no se vieron,
naturalmente, afectados; pero cuando surgieron movimientos socia-
listas de gran envergadura como contendientes por el poder político,
fue el socialismo estatal el que representó la ideología socialista para
la población común no-política. Tanto en el Este como en el Oeste ésta
se ha visto profundamente desacreditada por su propia actuación, ya
que en el Este implica la continuidad de un estado policíaco y el desa-
rrollo de una nueva estructura clasista, con los trabajadores en el
fondo de la pirámide, exactamente igual que siempre lo han estado; y
en el Oeste ello implica una similar jerarquía directriz, si bien más
flexible, con un nuevo subproletariado constituido por la gente super-
flua, para quienes la moderna industria de alta tecnología no les
reserva función alguna, ni siquiera como «ejército de reserva del tra-
bajo», en palabras de Marx. El costo de mantener el sistema de segu-
ridad social capitalista explica el porqué grotescas figuras políticas,
como Reagan en Estados Unidos de América o la Thatcher en Gran
Bretaña, son actualmente populares entre el electorado. (Se requiere
subrayar que la creencia de éstos en el «poco gobierno» no es
| 70
extensiva a los instrumentos clave del Estado: el servicio militar, la ley
y la policía).
No me depara ningún placer la crisis del socialismo, pues no
creo que la desilusión conduzca al pueblo necesariamente hacia el
anarquismo. El movimiento socialista tuvo su origen en generosos im-
pulsos sociales, valioso caudal para cualquier sociedad. Creo en el he-
cho de que nuestro hábito de describir las sociedades humanas como
capitalistas o socialistas es un equivocado legado del determinismo
económico marxista. El carácter de una sociedad no se halla determi-
nado por su sistema económico dominante. Toda sociedad humana es
de hecho una sociedad plural en la que grandes áreas de actividad no
se hallan en conformidad con los valores oficialmente impuestos o de-
clarados. Así como existen muchos aspectos en las sociedades capita-
listas que no operan sobre principios capitalistas, así otros muchos de
las sociedades que se proclaman socialistas no están dominados por
la economía socialista.
Al ciudadano común le asiste toda la razón para alegrarse de tal
pluralismo, dado que es un hecho que hace la vida tolerable en cual-
quier clase de sociedad. Para que los movimientos socialistas recupe-
raran sus ímpetus y su apoyo popular, a mi parecer tendría que ser a
través de que fueran más pluralistas, más tolerantes con la divergen-
cia y disidencia, y menos semejantes con todo aquello que implicaron
regímenes como el de Pol Pot en Kampuchea o como el del período de
la Revolución Cultural en China, que todos los chinos hoy día consi-
deran como un desastre nacional.
El anarquismo siempre ha sido la desoída conciencia de la iz-
quierda política. Si los movimientos socialistas recobran su integridad
a través de un nuevo impulso libertario, ¿cuál sería la función de los
| 71
anarquistas? Creo que la de siempre. Hay un muy conocido pasaje en
La ciencia moderna y el anarquismo, de Kropotkin, donde declara:
A través de la historia de nuestra civilización dos tradiciones, dos tenden-
cias opuestas, han estado en conflicto: la tradición romana y la tradición
popular, la tradición imperial y la tradición federalista, la tradición auto-
ritaria y la tradición libertaria. Entre estas dos corrientes, siempre vivas,
siempre en lucha en la humanidad —la corriente del pueblo y la corriente
de las autoridades sedientas de dominación política y religiosa— nuestra
opción está hecha. 57
Comentando esta cita, veintitrés años atrás en la revista Anarchy, 58
un anarquista australiano, George Molnar, nos recuerda que ésta es
una concepción diferente de la libertad y del papel del anarquismo de
aquélla que pospone todas las soluciones hasta el advenimiento de
una hipotética «sociedad libre». Esta es una concepción de la libertad
que la señala como «una cosa, entre otras causas, que podemos apo-
yar u oponernos», mientras la próxima o no revolución social cede en
importancia, ya que la libertad y autoridad están siempre en lucha.
Prosiguiendo esta línea de pensamiento, destaca: «nosotros podemos
tomar la libertad como una característica no de las sociedades como
totalidad, sino de ciertos grupos, instituciones y maneras del vivir po-
pular de cualquier sociedad, y aún en este caso no como de carácter
exclusivo».
En esta continua lucha entre la tradición autoritaria y la tradición
libertaria, la tarea de los anarquistas para el resto de este siglo podría
ser la de rescatar al socialismo de su desastroso vínculo con el Estado.
57 La cita es en realidad de El Estado y su papel histórico (cap. X).
58 «Conflicting strains in Anarchist thought», Anarchy, n.º 4, junio de 1961.
| 72
LA CASA ANARQUISTA 59
A ntes de abordar el tema de la casa anarquista, deberíamos librar-
nos de la falsa idea de una estética anarquista enfrentada a la es-
tética burguesa. Tras más de un siglo de dar por hecho que la tarea del
artista revolucionario era épater le bourgeois, no está de más admitir
que, pese a tan buena idea, la burguesía constituye la única clientela
del arte revolucionario, cuando no lo es el propio Estado.
Suponga que es albañil, que vive en un pisito del extrarradio y
que le contratan para una de esas arquitecturas fantásticas de algunos
edificios modernos, como los apartamentos diseñados por Moshe
Safdie 60 para la Expo de Montreal, con el suelo que reposa sobre
contenedores, fingiendo un azar cabalmente calculado, o las casas
inclinadas de Piet Blom 61 en Oude Haven (Vieux Port) de Rotterdam,
terriblemente parecidas a la casa encantada de las ferias. Difícilmente
llegará a pensar que construye una casa anarquista: ni hace felices a
los obreros ni ofrece a sus futuros inquilinos algo más allá de la jocosa
ruptura con los viejos presupuestos estéticos. La casa anarquista tiene
59 «The Anarchist House». Texto incluido en las Actas del Congreso Interna-
cional de Grenoble, Universidad de Grenoble, marzo de 1996, con el título de
«La culture libertaire». Impreso el mismo año en el libro Talking to Archi-
tects: Ten Lectures by Colin Ward (Freedom Press). Traducción del francés
de Mariano H. de Ossorno publicada en Archipiélago, n.º 34-35, Barcelona,
invierno de 1998.
60 Moshe Safdie (1938) es un arquitecto israelí-canadiense, principalmente
conocido por los proyectos Habitat 67 en Montreal y Marina Bay Sands en
Singapur.
61 Piet Blom (1934-1999), fue un arquitecto holandés representante del es-
tructuralismo arquitectónico y conocido sobre todo por sus casas cúbicas.
| 73
menos que ver con su concepción artística que con el control sobre
ella.
Según yo lo veo, aun sin ser anarquista, el control de la vivienda
por sus usuarios debería pensarse como un principio fundamental en
cualquier tipo de sociedad. Afortunadamente este principio fue clara-
mente establecido por el arquitecto anarquista John Turner. Pasó
muchos años, durante las décadas de los 50 y 60 ayudando a los po-
bladores de asentamientos ilegales en América Latina. Luego fue a Es-
tados Unidos y descubrió que las ideas que había desarrollado en el
mundo de los pobres eran igualmente válidas para la nación más rica
del mundo. Y cuando finalmente regresó a Gran Bretaña, encontró
que la vivienda en su propio país también estaba en línea con su for-
mulación. La visión esencial de Turner es la siguiente:
Cuando los habitantes controlan las grandes decisiones y son libres de
proponer sus ideas acerca del diseño, la construcción y la gestión de su
vivienda, tanto más el entorno resultante estimula el bienestar individual
y social, Y al contrario, si la gente no tiene ningún control ni ninguna
responsabilidad en las decisiones claves del proceso constructor, el en-
torno acaba convertido en un obstáculo para la realización personal y en
un lastre para la economía. 62
¿Y no es éste el caso de la mayoría de los inmensos y costosos proyec-
tos emprendidos por las autoridades tanto de Estados Unidos como
de Europa occidental? La solución a los problemas engendrados por
las grandes barriadas pasa por potenciar los sistemas de control de los
residentes a través de cooperativas. En los grandes barrios periféricos
de las ciudades europeas y americanas, herederos de un socialismo
62 John Turner en John F. C. Turner y Robert Fichter (eds.), Freedom to Build:
Dweller Control of the Housing Process, Macmillan, Nueva York, 1972.
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burocrático y gestionador, algunas veces es tal el abandono y el dete-
rioro al que se llega que el control de los inquilinos se adopta como
última medida. A Lucien Kroll, arquitecto belga, lo llaman con fre-
cuencia para resolver los problemas de rehabilitación de estos barrios
descuidados por el Municipio. Los resultados de su intervención son
descritos como arquitectura anarquista. Kroll, en cambio, prefiere
hablar de arquitectura controlada por sus usuarios. Es más, afirma
que su única tarea consiste en ofrecer un presupuesto concreto a fin
de que los afectados decidan los gastos prioritarios. Una de las priori-
dades generales es reducir la altura de los edificios y construir más a
nivel del suelo, aprovechando el espacio entre los inmuebles. Otra,
moderar la circulación. ¿Es razonable usar el hormigón sobrante para
levantar túmulos de matorrales y árboles en las plazoletas que alejen
a los vehículos de allí? ¿Y por qué no convertir los jardines municipa-
les en áreas de juego y huertos? ¿Por qué no construir una fila de
talleres y quioscos a lo largo de la calle? El resultado no es el de una
arquitectura anarquista, pero sí el de una arquitectura postautoritaria.
Aunque Gran Bretaña se considere como el país de origen del
movimiento cooperativo, las cooperativas de viviendas son más re-
cientes que en otros países. No obstante, su composición es muy in-
teresante. Algunas cooperativas surgieron al oficializarse la ocupación
de inmuebles vacíos por okupas, y otras, como residencias provisio-
nales en edificios destinados a su demolición. Mientras que los veci-
nos tenían el control de estos edificios, se retrasaba su final previsto,
simplemente porque los ocupantes tenían motivos para mejorarlos.
Por otra parte, en Liverpool y Londres se edificó con arquitectos a las
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órdenes de gentes humildes, que por primera vez contaban con los
servicios de un experto. 63
Sin embargo, los mejores ejemplos provienen de las zonas
donde los lugareños pobres levantaban sus propias casas, agrandán-
dolas y mejorándolas con los años, conforme las familias cambiaban
y se volvían más ricas. Casi todas las casas campesinas tradicionales
europeas son prueba de ello. En el siglo XX esta manera simple y na-
tural de construir se ve dificultada por toda una serie de razones es-
purias como el acceso a la tierra, el elevado precio de los materiales de
construcción y el fárrago de leyes y reglamentos, incomprensibles sin
la ayuda de un experto.
El arquitecto Walter Segal, partícipe de la comunidad anar-
quista de Tessin (Suiza), superó estos obstáculos con un método de
construcción en cuadros de armadura de madera ligera y elementos
estándares: sin hormigón, ni ladrillos y enyesado; todo muy fácil, así
pues, para el constructor aficionado. Segal deseaba producir estos ha-
bitáculos asequibles a la gente en busca de alojamiento, y un munici-
pio londinense le ofreció la posibilidad de hacerlo, aunque no en un
buen terreno, para satisfacción de los residentes, que describieron la
experiencia como un acontecimiento, bajo su control, que les cambió
la vida.
Segal lo recuerda así:
La colaboración estaba asegurada solidaria y voluntariamente, sin coac-
ciones. Esto significa que a la buena voluntad de la gente se le puede dar
curso. Cuanto menos se intente controlar a la gente, más elementos de
buena voluntad se libran. Esto es evidente. Los niños jugaban alrededor
63 Colin Ward, Welcome, Thinner City, Bedford Square Press, Londres, 1989.
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de nosotros. Y los viejos ayudaban si querían. Se evitó cualquier fricción.
Cada familia construía a su ritmo y según su capacidad. Había más gente
joven, pero no faltaban los viejos. Estaba previsto que yo no me metiera
en sus problemas internos, así que les dejaba tomar sus propias decisio-
nes y nunca hubo un solo problema.
Con agrado nos habla de las «innumerables pequeñas variaciones, in-
novaciones y reparos» que los constructores anónimos le hacían y la
conclusión a la que llegó: «Está visto que entre los habitantes de este
país hay grandes talentos». Tras su muerte en 1985, la Walter Segal
Self Build Trust se ha expandido con éxito entre los grupos desfavore-
cidos de los años 90, políticamente trágicos. Pero hace falta más tiempo
para solventar los obstáculos legales de financiación, autorización, di-
seño y construcción a los que se siguen enfrentando quienes tratan de
construir y ocupar sus propias casas.
Hasta aquí la casa anarquista según las experiencias de la gente
de la calle, pero en orden a la multiplicidad de sentidos de la anarquía,
conviene tratar otros aspectos de la misma. Kropotkin dedica un ca-
pítulo de La conquista del pan al problema del alojamiento, en esen-
cia, un verdadero manual sobre lo que debería hacerse en una
sociedad revolucionaria: repartir las viviendas existentes conforme
las necesidades de cada cual. Mas no todo el mundo vive una situación
revolucionaria, así que, para atender los problemas de vivienda en la
sociedad particular de cada cual, no está de más acudir a Proudhon, y
recordar la proclama que popularizó: «¿Qué es la propiedad? La pro-
piedad —contestó— es el robo».
Yo me alegré mucho un día de septiembre de 1969, viendo a los
squatters de la antigua residencia real del 144 de Picadilly, que colga-
ban una enorme pancarta con esta sentencia de Proudhon. Pero, ¡qué
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ironía!, también fue Proudhon el autor de la fórmula «La propiedad
es la libertad».
(Debiera sobrar comentar que Proudhon apunta, una vez, con-
tra el terrateniente absentista, definido por Woodcock como el hom-
bre que usa la propiedad para explotar el trabajo ajeno; una propiedad
caracterizada por el interés y la renta, por la imposición de los no
productores sobre los productores. Y la otra vez, cuando habla de la
propiedad que da la libertad, se refiere a los campesinos. Proudhon
considera la posesión o el control de la tierra y los medios por los cam-
pesinos como «piedra de toque de la libertad», y su principal crítica a
la igualdad de los comunistas era que persiguieran abolirla).
La historia de la Unión Soviética y sus regímenes satélites evi-
dencia el contraste de las opiniones de Kropotkin y Proudhon. En
estos países se lleva a cabo un reparto de vivienda acorde a las nece-
sidades, pero, claro, las necesidades de los jerarcas del partido son
más necesarias que las del resto de los ciudadanos. La colectivización
forzosa de la agricultura (Stalin) acabó con la cultura campesina y
provocó el hambre y la muerte de millones de seres. Al mismo tiempo,
la política de alojamiento en las ciudades estuvo definida por el enca-
prichamiento de los urbanistas por los bloques y las torres, igual que
en el Oeste.
De una manera lenta y subversiva, las actitudes populares
proudhonianas empezaron a cobrar cuerpo. Como ya lo predijera
Proudhon, las huertas privadas de los campesinos abastecieron Rusia,
medio bien, los años antes de la Perestroika:
En 1963, la tierra de los particulares suponía alrededor de 44.000 km2, o
sea, el 4% de toda la tierra cultivable de las fincas colectivas. Por raro que
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parezca, esta tierra privada producía alrededor de la mitad de las legum-
bres de la URSS, tenía el 40% de las vacas y el 30% de los cerdos del país.
Los dirigentes marxistas poseían dachas mientras que en Checoslo-
vaquia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, los ciudadanos hacían su vida
en lo que se han llamado las «instalaciones salvajes» del extrarradio.
En 1979 un geógrafo explicaba:
La existencia de tierras pertenecientes a los campesinos en los alrededores
de las ciudades ofrece las oportunidades para una evolución progresiva
de las instalaciones salvajes repentinas, como las acampadas nocturnas
en Nowy Dwór y alrededor de Varsovia o de Kozarski Bok y Trnje en las
cercanías de Zagreb. Estas comunidades no ven estimulado su desarrollo
por las autoridades, pero se toleran y se las dota de servicios públicos y
sociales en cuanto descargan la presión sobre las viviendas y los presu-
puestos municipales.
Mientras todavía se pensaba que los regímenes comunistas tenían fu-
turo, habría sido bueno recordar a los revolucionarios de toda clase la
importante distinción entre la propiedad/explotación y la propiedad/po-
sesión hecha por Proudhon.
El comunismo, amparado en el terror, auspició la inevitable
reacción individualista, lastrando cualquier aspiración socialista.
Pero nos queda un discurso libertario, más sosegado, concerniente a
la vida en comunidad. Muchos anarquistas se cuestionan la familia
nuclear y la vivienda unifamiliar, aceptada como refuerzo de aquella.
Describen la casa individual como una prisión y siguen en la búsqueda
de una unidad social más amplia. Así lo denunció Kropotkin:
En la actualidad vivimos demasiado aislados. El individualismo propie-
tario —esa muralla del individuo contra el Estado— nos ha conducido a
un individualismo egoísta en todas nuestras mutuas relaciones. Apenas
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nos conocemos; no nos encontramos sino ocasionalmente; nuestros con-
tactos son excesivamente raros. Pero hemos visto en la historia, y segui-
mos viéndolo, ejemplos de una vida en común más íntimamente ligada.
La familia compuesta, en China, y las comunidades agrarias son ejemplos
en apoyo de lo dicho. Allí, los hombres se conocen unos a otros. Por la
fuerza de las cosas, se ven obligados a ayudarse mutuamente en los
órdenes moral y material. La vieja familia, basada en la comunidad de
origen, desaparece. En esta familia, los hombres se verán obligados a co-
nocerse, y ayudarse, a apoyarse en toda ocasión [...]. 64
La vida de las comunas inspiradas en Kropotkin y Tolstói ha sido in-
tensamente estudiada, y ello echa un poco de luz sobre la naturaleza
de la casa anarquista. Una de estas tentativas, la Colonia Libre de
Clousdon Hill, establecida en 1895 cerca de Newcastle upon Tyne, con
una superficie de ocho hectáreas, incluso suscita el atinado comenta-
rio de Kropotkin, cuando sus fundadores le escribieron pidiéndole
consejo. Kropotkin les respondió que, sobre todo, evitaran aislarse de
las otras comunidades del entorno, insistiéndoles en que «se libraran
del estilo de vida cuartelero y optaran por el esfuerzo combinado de
las familias independientes», para terminar con un juicio muy certero
sobre la situación de la mujer. Es importante, les escribe:
Hacer lo posible por reducir el trabajo doméstico al mínimo. En la ma-
yoría de las comunidades este punto se olvida con frecuencia. Las madres
y las hijas perduran su papel de la vieja sociedad, ser las esclavas de la
comunidad. Es esencial para el desarrollo comunitario tomar las medi-
das oportunas a fin de reducir cuantiosamente la increíble suma de labo-
res que las mujeres hacen inútilmente en educar a los niños y efectuar las
tareas domésticas más que procurarse invernaderos o maquinaria agrí-
cola. Pero a pesar de que las comunidades sueñan con tener las mejores
64 P. Kropotkin, Las prisiones, Pequeña Biblioteca Calamus Scriptorius, Bar-
celona, 1977.
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máquinas, raramente prestan atención al desperdicio de fuerzas de la es-
clava de la casa, la mujer.
A mi parecer, ésta es una propuesta muy pertinente en toda suerte de
definición de la casa anarquista. Contrariamente a muchas de las
arquitecturas modernas, las casas clásicas están mejor adaptadas a la
variedad de utilidades en cuanto no dependen de la cantidad de
servicios técnicos que tenemos hoy (agua, gas, electricidad, sistemas
de calefacción y telefónicos). Lo dice Le Corbusier: «Dichoso Ledoux:
ningún tubo». Pero estas comodidades nuestras se las aseguraban los
antiguos por medios humanos: esclavos, sirvientes, camareras, lavan-
deras, mozos, etc. Basta con ver Las bodas de Fígaro para compren-
der de qué modo los criados formaban parte de la arquitectura.
A pesar de la reducción del personal doméstico, los arquitectos
continúan dándole prioridad a los salones y despachos, concentrando
el área de servicios en espacios cada vez más exiguos. Este hecho lo
pone en evidencia Stewart Brand en un texto que bien puede conside-
rarse un manual de la casa anarquista. Brand abraza la filosofía de una
arquitectura «duradera, con estructuras ágiles y poco gasto energé-
tico», reclamando que los edificios en construcción se capaciten para
adaptarse a las necesidades de sus moradores. Unos años antes, el ar-
quitecto anarquista Giancarlo de Cario declaraba que los vecinos de-
ben «tomar» los edificios y apropiárselos, y la expresión que utiliza
Brand para definir ese género de anarquía es la de «caos saludable»,
apuntando cómo esta actitud cambia nuestra manera de ver la casa:
Una manera de institucionalizar un caos saludable es dar el poder de di-
seño a los vecinos del edificio durante el período que lo ocupen. Notamos
la diferencia entre una cocina diseñada para que la use una cocinera, os-
cura y angosta, y la cocina del ama de casa, luminosa, espaciosa y dotada
de todo lo necesario. Un edificio enseña más que toda su planificación
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previa. En la jerarquización de la construcción esto sugiere una gestión
de abajo arriba en lugar de arriba abajo. ¿Cómo será un edificio conce-
bido para ser cuidado fácilmente por sus moradores? Una vez que la
gente tenga lo suficiente para llevar el mantenimiento y las reparaciones
de sus casas, se organizarán de un modo natural, pues ellos son quienes
conocen su entorno y saben cómo mejorarlo. 65
Se puede pensar con razón que si en los actuales países ricos las casas
anarquistas han estado marginadas en beneficio de la economía in-
mobiliaria, en el siglo XXI adquirirán una gran importancia, por mu-
chas razones.
La primera es el grave descalabro económico de la política ofi-
cial inmobiliaria en los países occidentales, pensada en torno al nú-
cleo familiar, aunque casi en ninguna parte ya se sostenga esta norma
estática y el desarrollo de las casas y familias alternativas sea inevita-
ble. La segunda, la lección que los países pobres y las poblaciones
indigentes dan a los ricos. Cuando los indigentes logran acceder a la
tierra, y disponen de los materiales, hacen alojamientos administra-
dos por ellos mismos y adaptados a las necesidades y las circunstan-
cias del momento. La tercera razón es el concurso del feminismo en el
diseño de la casa. Como ya lo indicara Kropotkin, la mujer, mitad de
la población, siempre ha estado excluida de las decisiones en materia
de alojamiento. Mas, como Dolores Hayden 66 señala, hay una vía al-
ternativa, escondida, de la historia.
65 Stewart Brand, How Buildings Learn: What Happens After They’re Built,
Penguin/Viking, Nueva York y Londres, 1994.
66 Dolores Hayden (1945) es una historiadora urbana, arquitecta, escritora y
poeta estadounidense. Es profesora emérita de arquitectura, urbanismo, y
estudios americanos en la Universidad de Yale. Está considerada como una
de las primeras teóricas en planificación y espacios habitados desde la óptica
feminista.
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Mi conclusión tiene en cuenta las consideraciones de viabilidad
ecológica dictadas por los Verdes. Hoy día, una vivienda particular
exige una gran inversión en servicios, un dispendio energético y equi-
pos desechables. Una utilización racional de la energía, en cambio, re-
clama una economía de energía duradera y un reparto de los
equipamientos. El criterio técnico de una casa anarquista prevé que
ésta sea duradera, con estructuras ágiles y de poco gasto energético.
Y la exigencia política radica en la necesidad de su control por parte
de los usuarios.
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CIUDADES IDEALES 67
L os estudios históricos de los planos de ciudades ideales ponen de
manifiesto una descorazonadora obsesión por la geometría y la
simetría. En Las aves, Aristófanes se burla del concepto de ciudades
geométricas, de Platón y sus discípulos y de todos los rígidos planifi-
cadores del futuro de sus semejantes.
Esta insistencia en la geometría evidentemente obedece en parte
a que tanto las ciudades de la época clásica como las del medioevo
estaban amuralladas y fortificadas, y en parte a que tal concepción
responde a lo que los economistas denominan «modelos» y los soció-
logos «tipos ideales». Si hubieran llegado a realizarse habrían sufrido
ciertas modificaciones para adaptarse a las características del lugar, a
las estructuras existentes y a las instituciones sociales. Pero habrá que
esperar hasta los escritores humanistas del Renacimiento para que los
utopistas empiecen a tomar conciencia de estas dificultades.
Así, el gran arquitecto italiano del siglo XV Leon Battista Alberti
no se dedicó a imaginar una ciudad ideal (si bien uno de sus proyectos
consistía en edificar la fortaleza ideal para un tirano, que gozaba de
protección tanto frente a los enemigos del exterior como del interior).
Bastaba, según él, con descubrir aquellos principios que pudieran adap-
tarse a cualquier lugar y a todas las necesidades de los ciudadanos.
Escrita en latín, la obra de Moro adopta la forma de una conver-
sación en el jardín de una casa de Amberes en la que participan el
67 «Blueprints for an Ideal Community», The Unesco Courier, febrero de 1991.
Esta revista se publica simultáneamente en varios idiomas incluido el caste-
llano. No hay información sobre el traductor.
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propio autor, Raphael Hythlodaye y un amigo flamenco llamado Peter
Gilles. Hythlodaye afirma que la vida resulta más agradable en la isla
de Utopía, donde la propiedad es comunitaria, que en Inglaterra.
Para demostrar su afirmación, Hythlodaye describe la sociedad
de Utopía, donde se cuidan con especial esmero la arquitectura y la
planificación de las ciudades:
Sus construcciones son buenas, y tan uniformes que todo un lado de la
calle parece como si fuera una sola casa. Las calles tienen veinte pies de
anchura; hay jardines detrás de todas las casas... todas tienen una puerta
a la calle y una puerta trasera que da al jardín... como no conocen la pro-
piedad, cada cual puede entrar libremente en cualquier vivienda. Por lo
menos cada diez años cambian de casa al azar.
En la ciudad ideal de Moro todo el mundo sabe cultivar la tierra. Los
niños aprenden en la escuela y haciendo visitas al campo. Todos cola-
boran gustosos en las faenas de la recolección. Cuando la población
de una ciudad aumenta, no se construye en los jardines, sino que «se
compensa con ella la escasez de otras ciudades», o bien «se funda una
ciudad nueva en las proximidades, donde los habitantes disponen de
mucho terreno libre y baldío».
La literatura utópica del siglo XVIII, el Siglo de las Luces, recu-
rrió también a las narraciones de viajes por regiones desconocidas
para formular críticas al mundo europeo. Antes incluso de que se
«descubriera» Australia, el escritor francés Gabriel de Foigny publi-
caba en 1676 su Nuevo descubrimiento de Terra Incognita Australis,
donde aparecía por primera vez el principio de una sociedad sin go-
bierno. Tras la exploración de las islas de Oceanía hacia 1760 por el
navegante francés Louis-Antoine de Bougainville, Denis Diderot com-
puso el maravilloso Supplément au voyage de Bougainville (1772),
| 85
publicado póstumamente, después de la Revolución Francesa. En este
diálogo imaginario, un anciano de Tahití describe la libertad y la
abundancia que reinaban antes de la llegada de los europeos, y un ma-
rinero francés relata la miseria en que vivían los pobres en la Francia
prerrevolucionaria.
El paraíso industrial
El siglo XIX trastocó absolutamente todo, hasta las utopías. La má-
quina de vapor, el hierro y el acero, el ferrocarril, las fábricas y el
crecimiento desmesurado de ciudades y pueblos generaron una lite-
ratura utópica que predecía un progreso industrial ilimitado. En 1816
el reformador social Claude-Henri de Saint-Simón pronosticaba que
Francia y los franceses llegarían a estar organizados como una in-
mensa fábrica. A finales de ese mismo siglo, lord Lytton, en La raza
futura o la nueva utopía (1870), vaticinaba un porvenir en el que las
máquinas y los robots funcionarían gracias a una forma de energía
nueva llamada «vril». Otra utopía industrial posterior, muy bien aco-
gida por el público, fue la obra del autor norteamericano Edward
Bellamy El año 2000, una visión retrospectiva (1888), cuyo protago-
nista despierta de un trance hipnótico en el año 2000. Otro personaje
le explica lo siguiente:
La tendencia a una acumulación progresiva de capital y al monopolio, a
la que tan tenaz y vana resistencia se opuso, acabó por imponerse con
todas sus consecuencias como un proceso que no tenía más que llegar al
término de su evolución lógica para abrir a la humanidad un futuro flo-
reciente... Convertida la nación en el único empleador, todos los ciuda-
danos pasaron, en virtud de su ciudadanía, a ser empleados, listos para
ser distribuidos según las necesidades de la industria…
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En el siglo XX, una corriente de literatura distópica, de Wells a Orwell
pasando por Zamiatin, denuncia, adoptando la forma de novelas de
anticipación despiadadas, la dura realidad de la sociedad industrial.
Una vida más tranquila
Pero, paralelamente, desde fines del siglo pasado (XIX) surge una co-
rriente de pensamiento utópico de distinto cuño que aspira a lo que
hoy en día llamaríamos una sociedad postindustrial, ecológicamente
viable y humana.
El poeta y artesano inglés William Morris quedó tan indignado
con la visión de Edward Bellamy del mundo como una gigantesca fá-
brica, que escribió a su vez una historia del futuro, pero tal como él
mismo lo deseaba. En Noticias de ninguna parte, el narrador se des-
pierta, como el héroe de Bellamy, tras un largo sueño en una Inglate-
rra futura que no sólo ha renunciado a las fábricas, sino también al
gobierno y al dinero. Se ha convertido en una nación de artesanos que
disfrutan haciendo hermosos objetos y para los que una fiesta consiste
en remar río arriba para ir a faenar en la cosecha. Los «vastos edificios
lóbregos que eran antaño centros de fabricación» han desaparecido y,
al haber cambiado la finalidad del trabajo, se ha producido la consi-
guiente modificación ecológica del medio humano.
Los ciudadanos del futuro dan las siguientes explicaciones a
Morris, viajero en el tiempo:
Nuestros productos los fabricamos porque son necesarios: cada cual tra-
baja para su vecino como si lo hiciera para sí mismo, no para un mercado
confuso del que ignora todo y sobre el que carece de todo control... No
«puede» hacerse nada que no tenga auténtica utilidad, de modo que no
se fabrican productos de segundo orden. Además, como ya sabemos lo
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que necesitamos, no hacemos nada de más y como no estamos obligados
a producir inmensas cantidades de objetos inútiles, nos quedan tiempo y
recursos suficientes para apreciar el deleite que nos procura hacerlos. De
toda tarea cuya ejecución manual resulte tediosa se encarga una maqui-
naria extraordinariamente perfeccionada; pero las máquinas no intervie-
nen en ningún trabajo que resulte placentero…
Dos autores contemporáneos de Morris mostraron también un viví-
simo interés por las cuestiones prácticas. La obra de ambos se centra
en los pormenores del trabajo productivo y en la descentralización de
los asentamientos humanos. Uno es Piotr Kropotkin, geógrafo y anar-
quista ruso que en su libro Campos, fábricas y talleres (1899) elabora
una teoría a partir del experimento contemporáneo de combinar el
trabajo en fábricas con el trabajo en granjas, el trabajo intelectual con
el manual y los empleos urbanos con las faenas del campo.
Otro utopista contemporáneo de Morris, Ebenezer Howard, se
planteó una pregunta muy sencilla: ¿cómo resolver los problemas que
provoca una superpoblación angustiosa en las grandes ciudades, con
todo su cortejo de miseria humana, y subsanar al mismo tiempo la
despoblación de las zonas rurales, abandonadas por los jóvenes, pre-
cisamente por falta de oportunidades?
La sencilla respuesta que encontró Howard fueron las ciudades
jardín. En Las ciudades jardín del mañana (1898) propone la crea-
ción de un conjunto de pequeñas poblaciones bien planificadas, con
vivienda y empleo, en las que la agricultura se combinaría con la acti-
vidad industrial. Rodeadas por un cinturón verde y conectadas por
una red de transportes públicos, formarían una sola «ciudad social».
Sus ideas influyeron mucho en la planificación urbana y rural. El pro-
pio Howard fundó en Inglaterra las dos primeras ciudades jardín,
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Letchworth y Welwyn Garden City, y mucho tiempo después de su
muerte su obra inspiró el programa de ciudades nuevas del gobierno
británico al término de la Segunda Guerra Mundial.
La ecología utópica
Un abismo separa esas fábulas utópicas, tan populares a finales del
siglo pasado, de la nueva corriente ecológica que surgió en el decenio
de 1970 al cobrarse conciencia de la finitud de los recursos mundiales
y del ritmo aterrador al que se están consumiendo. Son pocos los uto-
pistas que han analizado el porvenir desde un punto de vista ecoló-
gico.
Dos excepciones notables: en Los desposeídos (1974), de Ursula
Le Guin, un habitante de un planeta en el que la sociedad ha conse-
guido imponerse a un medio hostil gracias a una ética kropotkiniana
visita otro planeta cuya sociedad tiene sus fundamentos en un consu-
mismo desenfrenado; y en otra novela norteamericana, Ecotopía
(1975) de Ernest Callebach, se examinan detenidamente los dilemas a
los que se vería abocada una sociedad que tratara de adoptar una ideo-
logía «verde» o basada en la ecología.
Una obra que quisiera recomendar a cuantos se interesan por
las relaciones entre utopía, arquitectura y ecología es Communitas
(1947) de los norteamericanos Paul y Percival Goodman, dos herma-
nos, uno poeta y el otro arquitecto, que escribieron su obra durante la
Segunda Guerra Mundial.
Redactado sin pretensiones pero con ánimo combativo, podría
haber sido un libro más de los muchos que se escribieron en el mundo
entero sobre la «reconstrucción de la postguerra» y que han caído en
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el olvido más completo. Si ello no ha sucedido con Communitas es
porque se trata, según afirma el filósofo Lewis Mumford, de la única
contribución moderna al arte de construir ciudades que «se ocupa de
los valores y finalidades básicos, de carácter político y moral, que de-
ben sustentar todo tipo de planificación».
Para los hermanos Goodman, el «plano de una comunidad» no
era un trazado de calles y casas, sino la forma externa, el cuerpo
mismo de la actividad humana: «Existen muchas formas posibles de
concebir una ciudad: cuadriculada, radial, lineal, satélite o enorme
aglomeración; lo que importa es la actividad que tiene lugar en ella,
en qué medida el plano la determina y hasta qué punto esa actividad
hace buen o mal uso del espacio para sus propios fines y valores». En
el libro se examinan los tres tipos principales de planificación urbana
que se habían desarrollado en el siglo anterior: planes de cinturón
verde, planes industriales y planes integrados. A su juicio, los prime-
ros eran una reacción a la fealdad y suciedad de las fábricas, un in-
tento de recrear valores preindustriales o de vivir decorosamente
«con» la industria. Se centran después en la planificación industrial,
analizando de modo apasionante las olvidadas utopías urbanas de la
Unión Soviética de los años veinte y las soluciones tecnológicas pro-
pias de una economía avanzada que había propuesto el ingeniero nor-
teamericano Buckminster Fuller. La casa «Dymaxion», fruto de sus
especulaciones entre 1929 y 1932, se basaba en la producción masiva
de viviendas ligeras y autosuficientes que no necesitaban servicios pú-
blicos, pero que dependían de la existencia de un complejo industrial
en las cercanías.
Para terminar, los Goodman examinan esos planes utópicos que
integran la ciudad y el campo, como el proyecto del arquitecto Frank
Lloyd Wright, de Broadacre City, que consistía en dispersar a toda la
| 90
población en la zona rural, a expensas de una agricultura en pequeña
escala y una industria vagamente descentralizada. Otro norteameri-
cano, Ralph Borsodi, sostuvo con más éxito esta misma propuesta
afirmando que si se eliminaran los costos de transporte y comerciali-
zación, así como los intermediarios, dos tercios al menos de los bienes
y servicios que se necesitan en un hogar podrían obtenerse mejor en
la propia casa con el empleo de aparatos eléctricos.
Pero los hermanos Goodman son rigurosamente realistas. En
vez de restarle importancia al hecho, tienen la honradez de insistir en
que cada cual posee sus propios sueños utópicos. Conscientes de que
la utopía de unos es el infierno de los demás, llegan a esbozar tres
tipos de comunidad ideal. La «Ciudad del Consumo Eficiente» no di-
fiere en absoluto de la mayoría de las ciudades europeas o estadouni-
denses actuales. La «Nueva Comuna» parece una versión idealizada
de la microeconomía artesanal de la que hoy vive la región italiana de
Emilia-Romaña. Al tercer tipo lo denominan «Seguridad Máxima Re-
gulación Mínima» y le atribuyen una economía en dos niveles. Todo
el mundo estaría obligado a trabajar por un periodo breve en un sector
básico de la economía, ocupándose de la maquinaria productora de
alimentos, ropa y vivienda, que se distribuirían gratuitamente a toda
la población, y pasaría el resto de sus días en una economía de lujo,
haciendo lo que le viniera en gana. Ciertas necesidades como la asis-
tencia médica y el transporte se atenderían mediante un acuerdo fi-
nanciero entre la economía de subsistencia y la economía secundaria.
¿Esta solución no podría proporcionar acaso materia de reflexión a
los políticos de muchos países, que tratan de conciliar las contradic-
ciones que surgen entre la ideología del bienestar social y la que canta
las virtudes del mercado libre?
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¿QUÉ SIGNIFICADO TENDRÁ MAÑANA EL
ANARQUISMO? 68
E n una fiesta en Ámsterdam para celebrar el número cien de De
As, una revista libertaria del estilo de The Raven, conocí a un
grupo de gente que discutía el papel de la prensa anarquista. Allí es-
taba, por ejemplo, el grupo que hace De RAAF, el periódico de la Fe-
deración Anarquista de Ámsterdam y el colectivo que todavía publica
un boletín llamado De Vrije Socialist, 69 que es el título de un famoso
periódico anarquista holandés fundado en 1898. Cuando creía ha-
berme librado de hacer alguna de esas promesas precipitadas que se
suelen dar en ambientes de camaradería, me vi acorralado por una
agradable pandilla que acababa de sacar el número 28 de su revista
trimestral belga Perspectief. Querían saber mi respuesta a la pre-
gunta: «¿qué significado tendrá mañana el anarquismo?». Se trata de
una cuestión que estaría encantado de evadir, pero, como me lo han
pedido, les he enviado esto.
Para responder a esta pregunta debo comenzar con una serie de
aserciones sobre la historia del anarquismo:
1. Como ideología política, la anarquía fue formulada en el siglo
XIX por sus padres fundadores, los cuales, como los de las otras ver-
siones del socialismo —marxista, fabiana, socialdemócrata— tenían la
visión optimista de un proceso inevitable que llegaría a la meta que
ellos se prefijaban. Estaban todos igualmente convencidos del hecho
68 «What will anarchism mean tomorrow?», publicado en Freedom, y apare-
cido posteriormente en A Rivista Anarchica, en el número de octubre de
1993. Traducción de Pablo Serrano.
69 Era el periódico de Ferdinand Domela Nieuwenhuis.
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que la conquista del poder por parte del «pueblo», sea por vía parla-
mentaria, o en virtud de una acción directa en las calles y fábricas, o
mediante la lucha armada, llevaría a los cambios que ellos auguraban
para la sociedad. Cuando consideremos la no lograda consecución de
estos objetivos por parte de los anarquistas, no debemos olvidar, sin
embargo, que también el socialismo burocrático de estado, tanto en
versión socialdemócrata como en la de tipo marxista, ha fallado sus
objetivos. Los anarquistas pueden en realidad afirmar sin duda que
setenta años de experiencia de socialismo de estado han producido
para la causa del socialismo un retraso de un siglo.
2. La posición de los anarquistas del siglo XIX ha sido única por
el rechazo, no sólo del capitalismo, sino del Estado mismo. En gene-
ral, esta posición ha sido considerada como una prueba de que no se
les podía tomar en serio. Pero toda la historia del siglo XX les ha dado
la razón. Ha sido el siglo de la guerra total, en el que la eliminación de
civiles se ha hecho una consecuencia aceptada por el desarrollo de
unas armas cada vez más sofisticadas, mientras las grandes potencias
han rivalizado una contra otra para vender sus medios de destrucción
a cada pequeño dictador local del mundo. Ha sido un siglo en que el
exterminio de masas se ha convertido en una política aceptada por los
estados civilizados.
3. Los anarquistas del siglo XIX miraban con confianza el adve-
nimiento de revoluciones populares que abrirían el camino a la que
pensaban sería «una sociedad libre». La realidad ha sido distinta. La
revolución mexicana de 1911 ha tenido como resultado la muerte y la
glorificación póstuma de héroes anarquistas como Zapata o Magón y
el dominio por ochenta años de una fuerza de nombre grotesco como
el Partido Revolucionario Institucional.
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La revolución rusa de 1917 desemboca en la brutal supresión de
los anarquistas y de todos los disidentes hasta 1921, a lo que han se-
guido setenta años de dictadura leninista-estalinista, de la cual sólo
recientemente ha podido salir una nueva generación de anarquistas.
La revolución española de 1936 llevó a la supresión de los anar-
quistas antes de que la guerra misma hubiese acabado, y fue seguida
por 40 años de dictadura fascista. ¿Cómo responderían hoy los mexi-
canos, los rusos o los españoles a exhortaciones revolucionarias?
4. Hacia finales del siglo XIX algunos anarquistas comenzaron
a formular la doctrina del anarcosindicalismo, tratando de transfor-
mar cada conflicto en los lugares de trabajo en una batalla por el con-
trol de los medios de producción. Ellos denunciaron como una
traición el acuerdo que los sindicatos reformistas alcanzaban en rela-
ción al salario, al horario y a las condiciones de trabajo. Los éxitos ob-
tenidos por los sindicatos se han hecho en sus países parte integrante
de la legislación (tanto en la España de Franco como en la Suecia so-
cialdemócrata). En los años 90 nos encontramos con que los patronos
del trabajo de toda Europa tratan de dar la vuelta a los reglamentos
con el fin de reducir el costo del trabajo a los niveles existentes en Tai-
wán o en Colombia.
Todo operario de la Ford es consciente del hecho de que cual-
quier actividad sindical a nivel de empresa dará como resultado el
traslado de la producción por parte de la multinacional a otro país.
Sobre este argumento está basada la ley del gobierno británico desti-
nada a abolir los acuerdos que prevén un salario mínimo, puesta en
marcha en correspondencia a la decisión de la Hoover, en el momento
en que escribo, de transferir sus instalaciones de Francia a Inglaterra,
así como el rechazo por parte del gobierno británico del «Protocolo
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Social» previsto en el Tratado de Maastricht; se trata de un argumento
destinado a ejercer influencia sobre las estrategias futuras de la iz-
quierda política, incluidos los anarquistas.
5. Los anarquistas del siglo XIX, así como toda la izquierda, da-
ban por descontado que el nacionalismo era una superstición que el
siglo XX dejaría a la espalda. La misma opinión había en lo concer-
niente a las creencias religiosas. La última cosa que ellos habrían
podido imaginarse era el resurgir a finales del siglo XX de los funda-
mentalismos religiosos militantes, sean cristianos, hebreos, islámicos
o hinduistas. El resultado ha sido que, como otras personas no reli-
giosas y no nacionalistas, no disponemos de un modo de acercarnos a
este indeseable problema: ¿debemos atacar el resurgir religioso, con
el peligro de alimentar, antes que reducir, el potencial divisorio? ¿O
bien debemos, como anarquistas, y por eso como personas fuerte-
mente hostiles al Estado, encontrarnos defendiendo el Estado espec-
tacular contra estas minorías organizadas que lo quieren usar para sus
propios fines? Se trata de una situación que podría no concernirnos a
nosotros, pero que es sin duda actual en los EEUU, donde se nos haya
defendiendo el Estado secular contra Born Again Christians (Cristia-
nos Renacidos), o para los anarquistas israelíes, que defienden el Es-
tado secular contra los hebreos ultraortodoxos, o bien para los
anarquistas egipcios, que defienden las instituciones estatales contra
el fundamentalismo islámico, o también para los que en la India de-
fienden el Estado secular.
En mi opinión, estos cinco puntos sobre la diferencia entre el
mundo de los anarquistas a finales del siglo XIX y el XX, indican la
necesidad de adoptar un estilo distinto para la propaganda anarquista,
en el umbral del siglo XXI. Ante el eclipse no sólo del anarquismo,
sino también del gran filón del socialismo, me parece importante
| 95
subrayar como hice ya hace 20 años en el libro Anarchy in Action, 70
que la anarquía no es una teoría de la utopía, sino de la organización.
Estoy de acuerdo con Paul Goodman cuando observa que «una socie-
dad libre no puede estar en la sustitución por un “nuevo orden” del
viejo orden; ella debe ser la extensión de la esfera del libre actuar,
hasta que haya cambiado la mayor parte de la vida social». Esta con-
vicción me excluye automáticamente de la fila de aquellos que piensan
en términos de revolución de masas (cuyas primeras víctimas, desde
China a Cuba han sido los anarquistas), y me coloca entre aquellos
que, como en la útil polarización propuesta por Murray Bookchin,
creen en la ecología social más bien que en la ecología profunda.
Pienso que la anarquía sacará un mayor apoyo en el siglo XXI no por
los partidos verdes, sino por el más amplio movimiento de los verdes.
Las ideas anarquistas del siglo XIX eran inevitablemente euro-
céntricas, también cuando eran llevadas a Japón, China y las ciudades
de América Latina por estudiantes e inmigrantes. Pero una de las ma-
yores ampliaciones de finales del siglo XX está representada por la
contribución aportada por uno de los estilos distintos del pensa-
miento anarquista, con una etiqueta distinta, que es la del movi-
miento Savodaya en la India 71 y por la transformación de las
iniciativas de autosuficiencia y de autoorganización en África, Asia y
América Latina. 72
70 Anarquía en acción, Enclave de Libros, 2013. Hay una edición anterior con
el título Esa anarquía nuestra de cada día (Tusquets, 1982).
71 Geoffrey Ostergaard, «Indian Anarchism: the case of Vinoba Bhave», en
The Raven, vol. 1, n.º 2, agosto de 1987 (Londres, Freedom Press).
72 Véase, por ejemplo, Jorge Hardoy y David Sattertwaite, Squatter Citizen:
live in the urban third world (Londres, Barthscan, 1989) y Berta Turner (a
cargo de) Building Community: a third world case book (Londres BCB, 1988).
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Los éxitos obtenidos por la economía no oficial, que permiten a
la sociedad ir adelante en el clima desesperado de América del Sur,
ante una clase gobernante depredadora y una casta militar que pasa
periódicamente al terrorismo de Estado, son ahora comúnmente de-
finidos como basismo, esto es, como una sociedad que debe ser cons-
truida por la base. 73
Estoy convencido que un anarquismo inteligente del siglo XXI
continuará haciendo más densos sus vínculos con el mundo de los
movimientos verdes y con las economías no oficiales e informales del
mundo pobre, así como con la de los pobres en el interior del mundo
rico, con el fin de sacar de ellos lecciones anarquistas sobre la super-
vivencia humana. Pienso que las lecciones impartidas del siglo XXI
darán mayor fuerza al mensaje anarquista, pero nuestro lenguaje
debe tener en cuenta las nuevas y complicadas realidades sociales.
73Véase el capítulo final de «Basismo, as if Reality Really Mattered, or Mo-
dernisation From Below», en David Lehmann, Democracy and Develop-
ment in Latin America (Cambridge, Polity Press, 1990).
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REFLEXIONES SOBRE LAS «ZONAS
TEMPORALMENTE AUTÓNOMAS»74
T engo una larga lista de libros que me gustaría leer o escribir y que,
por razones ordinarias, como por ejemplo tener un bajo sueldo,
me quedo en casa a que alguien me los compre o escriba, dando una
falsa imagen al exterior. Eso explica por qué anarquistas de varios paí-
ses, como Francia, Alemania, los Países Bajos e Italia, me han pedido
mi opinión sobre los puntos de vista de Hakim Bey.
Me he avergonzado durante mucho tiempo del hecho de no te-
ner ninguna idea sobre quién es y cuáles son sus opiniones. Muchos
de nosotros, incluyéndome a mí, vacilamos en revelar el extenso al-
cance de nuestra propia ignorancia. Ha habido dos fuentes que me
han explicado de lo que hablaba. Uno, por supuesto, es el inestimable
artículo publicado en Freedom, «Food for Thought... and Action!», y
el otro es el libro de Murray Bookchin Social Anarchism or Lifestyle
Anarchism: An Unbridgeable Chasm. 75
Bookchin y yo tenemos maneras opuestas de hacer frente a la
gente que tiene ideas conectadas, en cierta forma, con las nuestras,
pero con quienes discrepamos. La suya consiste en pulverizarlas con
la crítica de modo que no vuelvan a emerger. La mía sigue la actitud
de Paul Goodman, quien por cierto fue objeto del desprecio de
Bookchin. A Goodman le gustaba explicar lo siguiente:
74 «Temporary Autonomous Zones», en Freedom, primavera de 1997. Tra-
ducido por Anarco-Territoris.
75 Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable (Vi-
rus, 2012).
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Tom le dice a Jerry: «¿Quieres luchar? ¡Cruza esta línea!». Y Je-
rry lo hace. «¡Ahora —grita Tom— estás en mi lado!». Dibujamos la
línea en sus condiciones, pero procedemos en nuestras propias con-
diciones.
Como propagandista encuentro generalmente más útil procla-
mar como compañeros a gente cuyas ideas son parecidas a las mías, y
así fortalecer nuestra posición frente a objetivos comunes, en lugar de
debilitarnos.
Lo que he aprendido del libro de Bookchin es que el libro de Ha-
kim Bey se titula TAZ: The Temporary Autonomous Zone, Ontologi-
cal Anarchism, Poetic Terrorism, 76 que el nombre verdadero del
autor es Peter Lamborn Wilson, y que su libro contiene un montón de
conceptos y nociones que a la gente de la generación de
Bookchin/Ward no atraerían. Murray pregunta, después de la demo-
lición que hace, «¿Que es en definitiva una zona temporalmente au-
tónoma?» Lo explica con una cita de Hakim Bey que la describe cómo:
La TAZ es como una revuelta al margen del Estado, una operación gue-
rrillera que libera un área —de tierra, de tiempo, de imaginación— y en-
tonces se autodisuelve para reconstruirse en cualquier otro lugar o
tiempo, antes de que el Estado pueda aplastarla.
Y continúa citando del ensayo de Hakim Bey cómo en una TAZ pode-
mos «realizar muchos de nuestros Verdaderos Deseos, aunque sólo
sea por una temporada, una breve utopía pirata, una zona libre urdida
en el viejo continuum del espacio-tiempo» y cómo potencialmente
una TAZ incluye «las reuniones tribales de los sesenta, los cónclaves
76 TAZ: Zonas temporalmente autónomas, anarquismo ontológico, terro-
rismo poético (Talasa, 1996).
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de ecosaboteadores, la idílica Beltane de los neopaganos, las grandes
conferencias anarquistas, los círculos gays…», por no hablar menos
de «los nightclubs, los banquetes, los grandes picnics libertarios».
Murray Bookchin, naturalmente, comenta que «Puesto que fui
miembro de la Liga Libertaria en los años sesenta, ¡me encantaría ver
a Bey y a sus seguidores aparecer en un “gran picnic libertario”!». Y
sigue con algunos comentarios sobre las alabanzas de Hakim Bey al
«analfabetismo voluntario» y a los sin-techo como «un sentido de vir-
tud, de aventura». En mi opinión, Murray comenta acertadamente
que:
la falta de hogar puede ser una «aventura» si se tiene un hogar conforta-
ble al que volver, mientras que el nomadismo es el lujo característico de
aquellos que pueden permitirse vivir sin ganarse la vida. La mayoría de
los vagabundos «nómadas» que recuerdo tan vivamente de la época de
la Gran Depresión llevaban unas vidas desesperadas de hambre, enfer-
medad e indignidad y a menudo morían prematuramente; como aún lo
hacen hoy en día en las calles de las ciudades estadounidenses.
Bookchin nos gana con el severo realismo, pero ese concepto de las
zonas temporalmente autónomas me es tan familiar, y probablemente
a él también, que es digno de considerar fuera del contexto que le da
Hakim Bey. Muchos de nosotros hemos estado en situaciones que re-
flejan ciertas experiencias que se parecen a la manera en que creemos
sucederían las cosas si viviéramos en una sociedad anarquista.
Creo recordar que en 1970 un lector de Anarchy, Graham Whi-
teman, escribió en aquella misma revista sobre el equivalente de las
zonas temporalmente autónomas que percibió en los macrofestivales
que comenzaron a suceder a partir de 1967, haciendo especial referencia
| 100
a Woodstock (celebrado en el estado de Nueva York en agosto de 1969).
Desde entonces ha habido muchos más en los años subsecuentes.
Una vez que el concepto de «zonas temporalmente autónomas»
se aloja en tu mente, empiezas a verlas por todas partes: momentos
efímeros de anarquía que ocurren en la vida cotidiana. En este sentido
describe un concepto quizás más útil que el de una sociedad anar-
quista, puesto que las sociedades más libertarias de las que tengo co-
nocimiento tienen elementos autoritarios, y viceversa.
Leía recientemente la biografía escrita por Michael Holroyd del
pintor Augustus John, un anarquista declarado que tenía una versión
particular de la anarquía. Holroyd describe la vuelta de John, a sus 73
años, en 1950, a Saint-Rémy (Francia), un lugar del que había salido
apresuradamente en 1939:
Los alimentos franceses no eran lo que habían sido y el vino parecía ha-
ber desaparecido. Pero por la tarde, en el Café des Variétés, pudo obtener
todavía ese peculiar equilibrio entre el espíritu y el cuerpo que describió
como «detachment-in-intimacy». La conversación giró alrededor de él,
el acordeonista tocaba, y fue recompensado en algunos momentos «por
la aparición de una cara o una parte de ésta, de un gesto o de la conjun-
ción de formas que reconozco como pertenecientes a un mundo más ver-
dadero y más armonioso que al que estamos acostumbrados».
La última frase del viejo pintor describe de forma maravillosa la sen-
sación de lo que otro colaborador de Freedom, Brian Richardson, lla-
maba «momentos dorados». Su inhabituada visión de un mundo más
verdadero y armonioso es el significado que me inclino a atribuir al
concepto «zona temporalmente autónoma».
| 101
LIBERTAD EN EDUCACIÓN 77
L os editores de una reconocida antología de escritos anarquistas
señalaban que, desde el prospecto escolar editado por William
Godwin en 1783 al libro de Paul Goodman de 1964, Compulsory Mi-
seducation, 78 «ningún otro movimiento ha asignado a los principios
educativos, sus conceptos, experimentos y prácticas, un lugar más
destacado en sus escritos y actividades». El tratado de Godwin fue pu-
blicado como An Account of the Seminary that will be Opened on
Monday the Fourth Day of August, at Epson in Surrey, for the Ins-
truCtion of Twelve Pupils. No convenció a ningún padre, y la escuela
nunca se abrió. En este panfleto, declaraba:
La educación moderna no sólo corrompe el corazón de nuestros jóvenes
a través de la rígida esclavitud que los condena, sino igualmente socava
su raciocinio, por medio de una ininteligible jerga con que son desborda-
dos en primer lugar, y por la escasa atención prestada a acomodar sus
actividades a sus capacidades en segundo lugar.
Y añade posteriormente:
No hay nada en el mundo que dé más lástima que un niño atemorizado
ante cada mirada, y apreciando con ansiedad la incertidumbre de los ca-
prichos de un pedagogo.
77 Capítulo 6 de Anarchism: A Very Short Introduction, Oxford University
Press, 2004. Publicado como folleto por Tierra de Fuego en 2010. En 2016
se publicó la versión en castellano del libro de Ward bajo el título Anar-
quismo: Una breve introducción por Enclave de Libros.
78 La des-educación obligatoria (Fontanella, 1976).
| 102
El último libro de Godwin, The Enquirer (1797), contiene, como su
biógrafo correctamente afirma: «algunas de las más destacadas y
avanzadas ideas sobre educación que hubiera escrito». Sus palabras
iniciales son la espléndida afirmación de que: «el verdadero fin de la
educación, como cada proceso moral, es la generación de la máxima
felicidad». Y se desarrolla sobre el principio del derecho de los niños
a rechazar el asumir automáticamente la autoridad de los adultos. Por
ejemplo, observa que:
Los niños, se dice, están al margen de las preocupaciones del mundo.
Pero, ¿están al margen de sus preocupaciones? De todas las preocupa-
ciones, las que provocan el mayor desasosiego son las preocupaciones
por la independencia. No existe otra fuente de mayor regocijo que la con-
ciencia de que se es importante en este mundo. Un niño suele sentir que
no es nadie. Los padres, en la abundancia de su providencia, suelen tener
sumo cuidado en evitar estos amargos recuerdos. ¿Cómo, de repente, un
niño alcanza un envidiable grado de felicidad, cuando siente que tiene el
honor de ser considerado de confianza y consultado por sus superiores?
Entre estos dos destacados manifiestos surgirá el libro más conocido
de Godwin, su Enquiry Concerning Political Justice (1793). A lo largo
de este libro, claramente se distancia de la opinión progresista en In-
glaterra y de los filósofos de la Ilustración como Rousseau, Helvétius,
Diderot y Condorcet, los cuales concebían sistemas nacionales de
escolarización, postulando un Estado ideal, según la perspectiva de
Godwin, eran términos contradictorios. Sus principales objeciones
serían:
Los daños resultantes de un sistema educativo nacional son, en primer
lugar, que todas las entidades públicas promueven el planteamiento de
su permanencia… la educación pública siempre malgastará sus energías
en mantener prejuicios. Esto es así con relación a todas las entidades
| 103
públicas; e, incluso, en las minúsculas instituciones de las escuelas do-
minicales, la principal lección que se enseña es la supersticiosa venera-
ción a la Iglesia de Inglaterra, y someter a todos los seres humanos… En
segundo lugar, la idea de una educación nacional se basa en una incom-
prensión de la naturaleza de la mente. Todo lo que un ser humano haga
por sí mismo está bien realizado; todo lo que sus convecinos o su país
decida hacer en su lugar estará mal hecho. Es nuestra intención que el
ser humano actúe por sí mismo, no que permanezca en un estado de per-
petuo tutelaje… En tercer lugar, el proyecto de una educación nacional
de carácter uniforme debe ser rechazado con base en sus obvios vínculos
con un gobierno nacional. Esta es una alianza de un carácter más temible
que la antigua y más rechazable alianza de la Iglesia y el Estado. Antes de
que dejemos tan poderosa maquinaria en manos de tan ambicioso
agente, deberíamos reconsiderar muy bien lo que estamos haciendo. El
gobierno no dudará en utilizarla para fortalecerse y perpetuar sus insti-
tuciones… Sus planteamientos como instigador de un sistema educativo
no dejan de ser similares a sus puntos de vista acerca de su capacidad
política. [Incluso] en aquellos países en donde todavía prevalece la liber-
tad, es razonable considerar que existen importantes errores, y que un
sistema nacional tendrá la tendencia directa de perpetuar estos errores y
a formar las mentes según un único modelo.
Algunos de los admiradores del pensamiento de Godwin se han sen-
tido contrariados con este «rechazo» a los planteamientos progresistas.
Recuerdan la dura pugna por alcanzar una educación libre, universal
y obligatoria para todos tanto en Gran Bretaña como en los Estados
Unidos a partir de 1870. (La similitud de la terminología educativa en
Gran Bretaña y Estados Unidos lleva a la confusión. En los Estados
Unidos, escuela «pública» son los colegios de primaria y secundaria
sostenidos públicamente. En Gran Bretaña, «privado» y «público»
son dos términos empleados para designar las escuelas junior y sénior
financiadas por padres adinerados para sus hijos privilegiados; las
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escuelas descritas como «estatales» son las que en la actualidad están
administradas por las autoridades locales). En Gran Bretaña, una pu-
blicación por el centenario de la National Union of Teachers, en 1970,
explicaba que, «aparte de las escuelas religiosas y caritativas, las
Dame o escuelas comunales han sido gestionadas por la iniciativa pri-
vada de personas que, en ocasiones, tenían una escasa formación», y
resumía la amplia hostilidad de la clase obrera contra los School
Boards del siglo XIX, con el siguiente comentario: «los padres no
siempre apreciaron las ventajas de una escolarización a tiempo com-
pleto ante la pérdida de ingresos extras».
Sin embargo, historiadores más modernos han apreciado esta
resistencia a la escolarización estatal bajo una luz diferente. Stephen
Humphries halló que, en la década de 1860, las escuelas privadas de
la clase obrera (opuestas a lo que hoy entendemos como escuelas pri-
vadas) suponían una alternativa educativa para un tercio de los niños
de la clase obrera frente a las escuelas «nacionales» o «británicas»
caritativas o religiosas, y ha sugerido que:
Esta extrema demanda de una educación privada frente a la educación
pública tal vez ilustre perfectamente el hecho de que los padres del pro-
letariado en la mayoría de las principales ciudades respondieron a la in-
troducción de las regulaciones sobre la escolarización obligatoria no
enviando a sus hijos a las escuelas sostenidas por el Estado, como pre-
veían los inspectores gubernamentales, sino ampliando el número de ni-
ños educados en las escuelas privadas. Los padres potenciaron estas
escuelas por diversas razones: eran más pequeñas y estaban más cerca-
nas al hogar y, por lo tanto, eran más personales y más convenientes que
la mayoría de las escuelas sostenidas públicamente; eran más informales
y tolerantes con una asistencia irregular y la impuntualidad; no llevaban
registros; no estaban segregadas de acuerdo con la edad y el sexo; se
basaban en la individualización frente a los métodos de enseñanza
| 105
autoritarios; y, lo más importante, pertenecían y eran controladas por la
comunidad frente a las otras, impuestas en el vecindario por una autori-
dad extraña. 79
Las correctas observaciones de Humphries han sido reforzadas por
numerosas evidencias contemporáneas presentadas por Philip Gard-
ner en su libro, The Lost Elementary Schools of Victorian England.
Este investigador concluye que las escuelas obreras, «lograban lo que
los usuarios buscaban: resultados rápidos en capacidades básicas
como leer, escribir y aritmética, sin malgastar el tiempo en estudios
religiosos y disquisiciones morales, y representaban un sistema de
aprendizaje infantil basado en lo que los expertos en educación pres-
cribían».
Desde la perspectiva del historiador Paul Thompson, 80 el precio
de la eliminación de estas escuelas por la imposición del sistema
educativo nacional fue: «la supresión para numerosos niños del pro-
letariado del gusto por la educación y la capacidad de aprendizaje in-
dependiente que la educación progresista actual intenta recuperar».
Radicalmente contrarios a cómo se enseña la historia de la edu-
cación a los estudiantes para maestros, estos planteamientos nos ayu-
dan a situar a los pensadores anarquistas dentro del espectro de los
planteamientos educativos. Estos incluyen, por ejemplo, las especula-
ciones de Lev Tolstói sobre su escuela abierta en Yásnaia Poliana, y
los de Francisco Ferrer, fundador del movimiento de la Escuela Mo-
derna. Ferrer abrió su primera escuela en Barcelona, en 1901, basada
79 Stephen Humphries, Hooligans or Rebels: An Oral History of Working
Class Childhood and Youth, 1889-1939 (Oxford: Basil Blackwell, 1981).
80 Paul Thompson (1935), sociólogo e historiador británico. En castellano se
publicó su libro La voz del pasado. Historia oral (Alfons el Magnànim, 1988).
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en una educación secular y racionalista. Sería emulado en diversos
países, despertando la enemistad de la Iglesia. Cuando el gobierno es-
pañol realizó una campaña de movilización en Cataluña hacia 1909, a
Ferrer se le consideró responsable de los enfrentamientos en Barce-
lona, en donde serían asesinados unos 200 manifestantes, aunque él
no estuviera presente en los hechos. Fue ejecutado, aunque su cam-
paña a favor de una educación secular no murió. Con la revolución del
19 de julio de 1936, al menos 60.000 niños en Cataluña acudían a las
escuelas de Ferrer.
Es interesante apreciar cómo, a partir de esta posición, condujo
a numerosos anarquistas a plantear sus opiniones educativas mucho
antes que los propagandistas progresistas en el siglo posterior. Por
ejemplo, Bakunin, en una simple nota en un debate sobre otras cues-
tiones, preveía que las escuelas serían un recurso para todos:
No serán ya escuelas, sino academias; populares, en las cuales no podrá
hablarse ya de escolares y de maestros, a donde el pueblo irá libremente
a recibir, si lo considera necesario, una enseñanza libre, y en las cuales,
enriquecido por su experiencia, podrá enseñar a su vez muchas cosas a
los profesores que le proporcionarán los conocimientos que él no tiene.
Será, pues, una enseñanza mutua, un acto de fraternidad intelectual en-
tre la juventud instruida y el pueblo. 81
Él escribía en 1870, y si su argumento nos es familiar es, precisa-
mente, porque similares aspiraciones fueron expresadas un siglo des-
pués por gente como Ivan Illich y Paul Goodman en Norteamérica, o
81 Mijaíl Bakunin, Dios y el Estado (Proyección, 1975).
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en Gran Bretaña por Michael Young 82 y por el profesor Harry Rée. En
1972 Rée mantuvo ante una audiencia de jóvenes profesores que:
Pienso que veremos a lo largo de nuestra vida el final de la escuela tal y
como la conocemos. De hecho, existirán centros comunitarios en donde
las puertas estarán abiertas doce horas al día, siete días a la semana, en
donde cualquiera pueda deambular por su biblioteca, talleres, canchas
deportivas, tiendas self-service y bares. En cien años, las leyes que obli-
gan a los niños a acudir a la escuela obligatoriamente seguirán el mismo
camino que las leyes que obligaban a asistir a la Iglesia.
Su profecía probablemente no se realizará, pues, diez años después de
su conferencia, el gobierno entrante culpaba del colapso de la indus-
tria manufacturera británica, sobre todo, lo que sería una improbable
cabeza de turco, a la escuela. Sería seguido por un régimen de inter-
vención sin precedentes del gobierno central en la dirección y curri-
culum de las escuelas de primaria y secundaria, que en Gran Bretaña
estaban sostenidas por las autoridades locales. Esta intervención in-
cluía la imposición, por primera vez, de un Curriculum Nacional por
el gobierno central, un programa continuo de pruebas a los niños a
ciertas edades y una avalancha de formularios para los profesores.
(Esta evaluación sin fin, demostró sin género de dudas que las escue-
las de los distritos más ricos lograban unos resultados mejores que las
escuelas de las áreas más pobres, en donde la lengua nativa de la ma-
yoría de los niños no era el inglés. Estos eran unos factores sociales
que la mayoría de la gente ya conocía).
Hacia 1995, el Majesty’s Chief Inspector of Schools declararía
que el verdadero impedimento para desarrollar un mejor sistema
82 Michael Young (1915-2002), fue un sociólogo, activista y político labora-
lista británico.
| 108
educativo en Gran Bretaña era «la impronta de determinadas creen-
cias sobre los objetivos y forma de llevar a cabo la educación» y que lo
que se necesitaba era «menos aprender por la manipulación y más
enseñar por medio de la charla». Repudiaba cien años de influencia
progresista sobre el sistema educativo oficial y obligatorio, ampliando
su rango desde la guardería hasta las escuelas secundarias. Lo irónico
de este rechazo a la educación «progresista» por parte de los políticos
de derechas es que los objetivos educativos de muchos anarquistas
eran completamente aceptables para ellos. Michael Smith, el historia-
dor de The Libertarian and Education, señalaba que Proudhon:
Siempre fue consciente del hecho de que el niño sobre el cual hablaba,
era el hijo del obrero. Trabajar sería su vida cuando creciera. Proudhon
no veía nada malo en ello. El trabajo de un hombre era algo de lo cual
estar orgulloso, era algo que le daba interés, valor y dignidad a su vida.
Era correcto, por lo tanto, que la escuela preparara al joven para su vida
de trabajo. Una educación divorciada del mundo del trabajo, esto es, una
educación que estuviera basada en el libro o en el examen de aptitud,
estaba totalmente devaluada desde el punto de vista del hijo del obrero
en general. Por supuesto, una educación que fuera muy lejos en la otra
dirección, daría lugar a que los niños sólo fueran carne para las fábricas,
lo que era igualmente inaceptable. Lo que se requería era una educación
que pudiera equipar al niño para el taller, aunque al mismo tiempo le
diera cierto grado de independencia en el mercado laboral. Esto se podía
conseguir enseñando no sólo los fundamentos de una profesión, sino
toda una gama de habilidades que le asegurara no estar totalmente a
merced de un sistema industrial que requiere la especialización de sus
obreros y que se deshace de ellos cuando su especialización no es ya in-
teresante para la empresa. Así, Proudhon encabezó el planteamiento de
una educación que fuera politécnica.
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Los lectores podrían llegar a la conclusión, correcta, de que Proudhon
sólo se preocupaba por la educación de los niños, aunque esto no será
así con sus sucesores, como Kropotkin, con su esperanza de integrar
el trabajo intelectual y el manual, no sólo en la educación, sino en to-
dos los aspectos de la vida; ni con héroes como Francisco Ferrer en
España, cuyo planteamiento fue similar al de una educación para la
emancipación, como contraria a lo que él veía como una educación
para la sumisión. Las páginas más interesantes para el lector inglés
son en las que Michael Smith describe la «educación integral» puesta
en práctica por el anarquista francés Paul Robin y la escuela que diri-
gió entre 1880 y 1894 en Cempuis. Se basaba en los talleres formativos
y el abandono de las clases a favor de lo que actualmente denomina-
ríamos un centro de recursos. Cocinar, costura, carpintería y trabajos
del metal eran realizados por ambos sexos, mientras «los niños de
Cempuis, tanto chicas como chicos, fueron los primeros niños en
Francia que se dedicaron al ciclismo».
La coeducación, la igualdad de género y el ateísmo provocaron
el final de la escuela de Robin, aunque otro célebre anarquista francés,
Sébastien Faure, dirigió una reconocida escuela llamada La Ruche
(La Colmena). Michael Smith ha comentado que «Faure había apren-
dido una importante lección de la caída de Robin: mantenerse com-
pletamente fuera del sistema estatal y asegurar así su completa
independencia». Sin embargo, en Gran Bretaña ha existido una lucha
continua para desarrollar los planteamientos libertarios sobre educa-
ción en los sistemas escolares financiados con dinero público. Otro
historiador, John Shotton, ha trazado la historia de estos intentos y
similares pugnas para ayudar a todos aquellos niños que han sido ex-
cluidos por el sistema oficial.
| 110
Un siglo de experiencias progresistas ha dejado una profunda
huella en todas las escuelas, aunque son más evidentes en las escuelas
de primaria. El papel del maestro ha evolucionado desde el terrible
martirizador al guía fraterno, en tanto los castigos corporales, anti-
guamente la columna vertebral del sistema escolar, han sido ilega-
lizados. Existe, no obstante, una distinción entre una educación
«progresista» y una educación «libertaria», la cual se basa, en la prác-
tica, en la cuestión de la asistencia obligatoria o voluntaria a las clases.
El más destacado entre los libertarios fue A. S. Neill, quien dirigirá
durante décadas la Summerhill School en Suffolk, que sobrevive hasta
hoy día dirigida por su hija Zoë Readhead.
Neill no estaba de acuerdo con los progresistas de altas miras y
manipuladores. Hacia los años 30 escribió a Dora Russell, de la Beacon
Hill School, que ellos eran «los únicos educadores». Como escribiría
Home Lane, uno de sus mentores:
Darle libertad al niño es la insistente proclama de los Nuevos Educado-
res, pero sus exponentes suelen diseñar un sistema que, a pesar de ba-
sarse en estos sonoros principios, los limitan y contradicen.
Lane se hacía eco de la opinión de William Godwin en The Enquirer,
cuando encontraba que Rousseau, aunque pensara incluso que el
mundo estaba en deuda con él «por la irresistible fuerza de sus escri-
tos y la magnitud de sus especulaciones», había caído en el error co-
mún de manipular al niño:
Todo su sistema de educación es una serie de pantomimas, una exhibi-
ción de títeres, en donde los maestros tienen las riendas y los eruditos
nunca sospecharían de qué forma son manipulados.
| 111
Los planteamientos anarquistas han sido más influyentes en edu-
cación que en la mayoría de los otros campos de la vida. Puede ser
cuestionado y rechazado por los autoritarios, con su nostalgia de un
pasado idealizado, aunque es muy difícil concebir que los jóvenes to-
leren en el futuro un régimen educativo como el que sus abuelos pu-
sieron en práctica con sus padres.
En algunos lugares del mundo, la batalla por la libertad de los
jóvenes ya está superada. En otros, todavía está por ganar.
| 112
LA ARMONÍA MEDIANTE LA COMPLEJIDAD 83
A las personas les gustan las ideas sencillas, y tienen razón. Des-
graciadamente, la sencillez que ellas buscan sólo se encuentra en
las cosas elementales; y el mundo, la sociedad y el hombre están
hechos de problemas insolubles, principios contradictorios y fuer-
zas conflictivas. El organismo significa complicación, y la multipli-
cidad significa contradicción, oposición e independencia.
Pierre-Joseph Proudhon, La teoría de los impuestos (1861)
U na de las razones más frecuentes para rechazar el anarquismo
como teoría social es la de que es fácil imaginarse que exista en
comunidades pequeñas, aisladas y primitivas, pero que es imposible
que exista en las grandes y complejas sociedades industriales. Este
punto de vista es erróneo tanto en lo que se refiere a la naturaleza del
anarquismo como a la naturaleza de las sociedades tribales. Sin duda
alguna, el conocimiento de que existen, o han existido, sociedades hu-
manas sin gobierno, sin autoridad institucionalizada y con códigos so-
ciales y sexuales muy distintos a los de nuestra propia sociedad,
interesa a los partidarios del anarquismo, aunque sólo sea para recha-
zar la acusación de que tiene ideas opuestas a la «naturaleza hu-
mana». Puede encontrarse a menudo en los periódicos anarquistas
descripciones atractivas de anarquía tribal, de algún ejemplo del Siglo
83 Capítulo cuarto de Anarchy in Action. Traducción de Inés López tomada
de Esa anarquía nuestra de cada día.
| 113
de Oro (visto desde fuera) entre los esquimales, o entre los trobrian-
deses, felices sexualmente.
Con estos artículos podría recopilar una impresionante antolo-
gía, tal como los libros de viajes y trabajos de antropología popular,
desde Aku-Aku a Wai-Wai. Algunos escritores anarquistas del pasado
lo hicieron: Kropotkin, en su capítulo sobre «El apoyo mutuo entre
los salvajes»; Élie Reclus, en su Los primitivos y Edward Carpenter
en su ensayo sobre «Sociedad no-gubernamental». Pero la antropolo-
gía ha desarrollado sus técnicas y métodos de análisis desde aquellos
tiempos de enfoque anecdótico, gracias a los relatos de viajeros. Ac-
tualmente, cuando observamos las sociedades más «sencillas», cae-
mos en la cuenta de que no lo son tanto. Cuando los primeros viajeros
occidentales regresaron de sus viajes por África, escribieron con ma-
tices paternalistas y compasivos sobre el sonido cacofónico de los
tambores de los salvajes de la selva, o sobre las primitivas chozas de
barro o paja, ya que estaban anonadados por la presunta superioridad
de su propia sociedad, lo que les cegaba a las sutiles y maravillosas
culturas de otras poblaciones. Actualmente, uno puede pasarse la vida
explorando la estructura de la música africana o la ingenuidad y va-
riedad de su arquitectura. Del mismo modo, antiguamente, ciertos
observadores describieron como libertinaje sexual o matrimonio de
grupo lo que simplemente era un modo distinto de organización fa-
miliar, o describieron algunas sociedades como anarquistas cuando
una nueva investigación puede demostrar que lo que tenían eran mo-
dos tan efectivos de control social como cualquier sociedad autorita-
ria, o que ciertos modelos de comportamiento están tan coaccionados
por las costumbres como para dar lugar a cualquier alternativa.
Hoy en día, teniendo al alcance la información antropológica, el
anarquista debe plantear cuestiones más sofisticadas que sus
| 114
antecesores sobre el papel que desempeñaba la ley en estas socieda-
des. Pero ¿qué constituye «la ley»? Raymond Firth escribe:
Cuando observamos las leyes primitivas, nos encontramos ante dificul-
tades de definición. Normalmente, no existen códigos de legislación ex-
plícitos, emitidos por una autoridad central, ni un cuerpo jurídico oficial
al estilo de un tribunal. Sin embargo, hay normas que se espera sean obe-
decidas y que, de hecho, son normalmente respetadas y existen medios
para asegurar cierto grado de obediencia. 84
Los antropólogos están divididos en lo que se refiere a la clasificación
de estas normas y a la definición de la ley. Según el análisis de los ju-
ristas, que consideran las leyes por lo que se decide en los tribunales,
«los pueblos primitivos no tienen ley, sino simplemente un cuerpo de
costumbres»; para los sociólogos, lo importante es el cuerpo completo
de normas que existen en una sociedad y cómo funcionan. Malinowski
incluía en la ley primitiva «todo tipo de deber obligatorio y cualquier
acto habitual para prevenir violaciones del modelo social». Godfrey
Wilson considera como criterio de acción legal «el acceso a un asunto
por parte de uno o más miembros de un grupo social no involucrados
personalmente», aunque otros definirían, no como ley, pero sí como
arbitraje privado, las condenas referentes a un pariente de edad, o a
un vecino respetable debido a un litigio, todo lo cual Wilson describió
al hablar de los nyakysua. Sin embargo, Kropotkin, en su ensayo Ley
y autoridad, señala este aspecto como la antítesis de la ley:
Muchos viajeros nos han descrito las costumbres de tribus que viven en
absoluta independencia, en que se desconocen leyes y jefes, pero cuyos
miembros han dejado de apuñalarse cuando surgen disputas porque el
84Raymond Firth, Human Types, Londres, 1970. Hay edición en castellano:
Tipos humanos. Una introducción a la antropología social (Eudeba, 1971).
| 115
hábito de vivir en sociedad ha llevado al desarrollo de ciertos sentimien-
tos de fraternidad y de unidad de intereses, y prefieren apelar a una ter-
cera persona para resolver sus diferencias. 85
Sin embargo, Wilson considera la «ley» inseparable de esta costum-
bre de vivir en sociedad y la define como «esa fuerza de la costumbre
que existe debido a las necesidades intrínsecas de cooperación siste-
mática entre sus miembros». Por último, la escuela de pensamiento
representada por Radcliffe-Brown limita la esfera de la ley a un «con-
trol social mediante la aplicación sistemática de la fuerza de la socie-
dad políticamente organizada». Pero, ¿qué tipo de organización
política? Evans-Pritchard y Meyer Fortes distinguen tres tipos de sis-
temas políticos en las sociedades tradicionales africanas. En primer
lugar, los similares al de los bosquimanos, donde los mayores grupos
políticos abarcan a gente relacionada entre sí por parentesco para que
las relaciones políticas se consigan a través de relaciones afines de
parentesco; en segundo lugar, aquéllos con autoridad política espe-
cializada, la cual es institucionalizada e investida en roles sujetos a la
Administración estatal; y, por último, aquéllos en los que la autoridad
política está descentralizada. En ellos, «el sistema político se basa en
un equilibrio de poder entre muchos pequeños grupos, que, por su
ausencia de clases o de burocracias, han sido denominados anarquías
ordenadas». En el simposio «Tribus sin gobernantes», se describen
varias sociedades africanas que no tienen leyes en este aspecto (care-
cen de modelos de legislación oficial, de decisiones jurídicas y de fun-
cionarios de ningún tipo para poner en vigor la ley). 86
85 Piotr Kropotkin, «Ley y autoridad», en Panfletos revolucionarios, 2 vols.,
col. Acracia, Tusquets Editores, Barcelona, 1977.
86 John Middleton y David Tait (eds.), Tribes without Rulers: Studies in Afri-
can Segmentary Systems, Londres, 1958.
| 116
Los tiv, sociedad de 800.000 habitantes, que viven a ambos la-
dos del río Benue al norte de Nigeria, fueron estudiados por Laura
Bohannan, Las actitudes políticas de los tiv se dan a conocer en dos
expresiones: «reformar el país», y «malograr al país». La Dra. Bohan-
nan explica que
cualquier acto que perturbe el curso normal de la vida social —guerra,
robo, brujería, peleas— arruina al país; la paz, la restitución, el arbitraje
acertado lo reforma». Nos avisa también de que, si intentamos «anular,
por considerarlos políticos, ciertos atributos propios de los ancianos o de
los hombres de influencia, falsificamos su verdadera posición social y
cultural [...]. Creo en ello de una forma positiva y no negativa: un sistema
segmentario de este tipo funciona por la ausencia del concepto indígena
de «lo político». Sólo las complejas interrelaciones de intereses y las leal-
tades debidas a la interconexión de ideologías culturales, de sistemas de
agrupamiento social y de organización de instituciones, y la consiguiente
coacción moral de una por la otra, consiguen que la sociedad funcione. 87
Los dinka son una población de 900.000 personas que habitan en las
orillas de la cuenca central del Nilo, en el sur del Sudán. (Un corres-
ponsal del Sunday Times observó que «su reacción característica con-
tra la autoridad es la susceptibilidad, el orgullo y la desobediencia
imprudente.») El ensayo de Godfrey Lienhardt, Tribus sin gobernan-
tes, describe su sociedad como intrincadamente subdividida, y sus
muy complicadas interrelaciones como resultado de la fusión y la es-
cisión de segmentos en diferentes combinaciones para distintos pro-
pósitos económicos y funcionales.
Parte de la teoría política de los dinka consiste en que, cuando una sub-
tribu prospera y se desarrolla por alguna razón, tiene tendencia a
87 Ibíd.
| 117
apartarse políticamente de la tribu a la que pertenecía, y se comporta
como una tribu distinta. Las secciones de una gran subtribu pueden, al
agrandarse, distanciarse políticamente unas de otras, por lo que una
grande y próspera sección de una subtribu puede separarse de las otras
secciones [...]. Los segmentos genealógicos, así como los segmentos po-
líticos de los dinka tienden a crecer separados unos de otros con el paso
del tiempo y gracias a un aumento de población que ellos suponen lle-
gará. 88
Los dinka explican su subdivisión celular con frases como: «Aumentó
tanto de tamaño, que se separó» y «Estuvimos juntos mucho tiempo,
pero ahora ellos se han separado». Valoran la unidad de sus tribus y
de sus grupos subsidiarios, pero, al mismo tiempo, valoran el senti-
miento de autonomía de los segmentos que lo integran y que conducen
a la fragmentación. El doctor Lienhardt observa que «estos valores de
autonomía personal y de sus distintos subsegmentos entran en con-
flicto de vez en cuando».
De un escenario africano totalmente distinto proviene la des-
cripción de Ernest Gellner sobre el sistema de juicio por juramento
colectivo, que funcionaba aún recientemente entre las tribus berebe-
res de las montañas Atlas:
Originalmente, el sistema funcionaba sobre bases anarquistas; no había
nadie que obligase a cumplir la ley. No se parecía en nada a un Estado,
pero, sí existía una sociedad, ya que todos reconocían más o menos el
mismo código y demostraban un interés generalizado por la solución pa-
cífica de las disputas [...]. Supongamos que un hombre es acusado por
otro de una ofensa: el acusado, para ser absuelto del cargo, puede pre-
sentar a un grupo de hombres, cojurados, para hablar, para testificar por
orden fijo, de acuerdo con el parentesco masculino que le une al hombre
88 Ibíd.
| 118
juzgado [...]. La regla consiste en que, si alguno del jurado no se presenta,
no atestigua, o comete una equivocación al atestiguar, el juramento se
invalida y el caso se pierde. La parte perdedora está obligada a pagar la
multa apropiada, que determina la costumbre. En algunas regiones, la
regla es aún más rara: estos jurados, que no se presentaron o se equivo-
caron al atestiguar, son más responsables de la multa que el grupo ates-
tiguador como unidad. 89
Gellner considera extraño que este sistema funcione. No solamente
por su contraste con los procedimientos legales a los que estamos
acostumbrados, sino por las posibles motivaciones de los testigos.
Uno se imagina que siempre atestiguan en favor de los miembros de
su clan, aun cuando lo consideren culpables. Sin embargo, el sistema
funciona, no sólo porque los hombres de la tribu consideran el perju-
rio como un pecado, sancionable por las fuerzas sobrenaturales, sino
porque otras fuerzas sociales están en juego. «Debemos recordar que
cada uno de los dos grupos es tan anarquista en su interior, como en
sus relaciones externas entre sí: no hay maquinaria para imponer el
orden y la ley, ni interna ni externamente, aunque exista una ley reco-
nocida y un deber de respetar la ley y el orden. De hecho, esta diferen-
cia entre la política interna y la externa no se aplica». El sistema se
aplicaba en conflictos de todo tipo, entre dos familias o entre federa-
ciones tribales.
Porque son anarquistas, al no imponer el cumplimiento de la ley tanto
dentro como fuera del grupo, el clan o la familia, emplean un sistema
desprovisto de toda violencia para disciplinar a uno de los suyos, que
consiste en castigarle mediante el juramento colectivo. Frecuentemente,
se presenta un motivo para castigar a un miembro del clan, cuando al-
guien que ofende a la comunidad habitualmente puede convertirse en un
89 Ernest Gellner, «How to Live in Anarchy», The Listener, 3 de abril de 1958.
| 119
peligro para el grupo. Si reitera sus ofensas, puede llegar a provocar que
grupos vecinos formen con él una coalición en contra del juramento co-
lectivo; si es que su propio grupo le apoya en dicho juramento.
Lo harán la primera vez pero la segunda pueden, a pesar de correr con
las consecuencias, decidir darle una lección, aunque sea contraprodu-
cente para ellos. Por lo tanto, el juicio por juramento colectivo puede
ser «un procedimiento de decisión genuino y matizado, cuyo vere-
dicto está en función de varios factores, entre los cuales la justicia es
uno de ellos, pero no el único». Gellner desarrolla mucho más su re-
lato sobre este extraordinario y sutil sistema. La amenaza del jura-
mento colectivo es a veces suficiente para conciliar el asunto de forma
privada, y el juramento, en sí mismo, «concede a cualquier clan real-
mente unido el veto en cualquier decisión, que, de todos modos, en
virtud de esta unidad, no podría ser cumplida a la fuerza; sin embargo,
concede a los grupos la posibilidad de echar los culpables a los lobos,
o de disciplinar al miembro revoltoso sin tener que expulsarle o ma-
tarle». El extraño sistema de control social que describe, no provee
una serie de veredictos que de ningún modo pueden sentenciarse,
pero sí al menos un poco de justicia. Acaba diciendo que un concepto
erróneo corriente es el de que la «situación en contextos anarquistas
mejoraría si los testigos pudiesen superar la lealtad a un clan o a un
grupo, o si, en lugar de decir “mi clan o grupo tiene razón o se equi-
voca”, pensasen y actuasen individualmente [...]». Al contrario, me
parece que a menos de que exista una auténtica coerción, sólo los gru-
pos o clanes pueden conseguir que un sistema anarquista funcione.
Mi propósito al describir cómo se solventan ciertos problemas
sociales en sociedades sin gobierno no pretende sugerir que debería-
mos adoptar los juramentos colectivos como medio para obligar a
cumplir las normas sociales, sino para subrayar que el Gobierno (y no
| 120
la anarquía) es el que crea la esquematización de la organización so-
cial, y que la gran complejidad de estas sociedades tribales es la con-
dición sine qua non de su perfecto funcionamiento. Los autores de
Tribus sin gobernantes resumen las consecuencias en los siguientes
términos:
En las sociedades en las que no hay dignatarios, ni depositarios de la au-
toridad política, las relaciones entre grupos locales se consideran como
un equilibrio de poder, sustentado por la rivalidad entre ellos. Grupos
corporativos pueden formarse jerárquicamente a varios niveles; cada
grupo es importante en distintas circunstancias y en conexión con distin-
tas actividades sociales (económicas, rituales y gubernamentales). Las
relaciones a un solo nivel son competitivas en una situación, mientras
que en otra, los grupos, que antes competían, se unen en una alianza mu-
tua para luchar contra un grupo exterior. Un grupo, a cualquier nivel,
tiene relaciones competitivas con otros para asegurarse el manteni-
miento de su propia identidad y los derechos que le pertenecen como
corporación, y puede tener relaciones administrativas internas que ase-
guren la coherencia de sus elementos integrantes. Los conjuntos que sur-
gen como unidades, en un contexto, se unen en unidades mayores en
otros... 90
El «equilibrio de poder» es, de hecho, el método para mantener el
equilibrio social en estas sociedades. No el equilibrio de poder tal
como se concebía en la diplomacia internacional del siglo XIX, sino el
que fuera la resultante de las fuerzas, al igual que en las ciencias físi-
cas. La armonía es el resultado, no de la unidad, sino de la compleji-
dad. Como dijo Kropotkin:
La armonía se ve, pues, como ajuste temporal, establecido entre todas las
fuerzas que actúan sobre un punto dado: como una adaptación
90 Middleton y Tait, op. cit.
| 121
provisional. Y este ajuste sólo perdura con una condición: la de que su
modificación continúa y la de que cada instante sea la resultante de todas
las acciones en conflicto [...].
Bajo la denominación del anarquismo, surge una nueva interpre-
tación de la vida pasada y de la presente de la sociedad [...] Incluye una
variedad infinita de capacidades, temperamentos y energías individua-
les: no excluye a nadie. Exige incluso lucha y enfrentamiento; porque sa-
bemos que los períodos de enfrentamiento (siempre que se decida
libremente que el peso de la autoridad constituida fuerza la balanza) fue-
ron los períodos en los que el genio humano supo volar más alto y logró
los objetivos más sublimes [...].
Busca el desarrollo más completo de la individualidad, combinado
con un mayor desarrollo de la asociación voluntaria en todos sus aspec-
tos, en todos sus grados posibles, para todos los objetivos imaginables;
asociaciones en perpetuo cambio, en perpetua modificación, que llevan
en sí mismos los elementos de su duración y asumen constantemente
nuevas formas que responden mejor a las múltiples aspiraciones de to-
dos. Una sociedad a la que repugnan las formas preestablecidas, cristali-
zadas en leyes; que busca la armonía en un equilibrio fugaz y
constantemente variable entre una multitud de todo género de fuerzas e
influencias diversas, siguiendo su propio camino... 91
La anarquía es una función, no de la simplicidad de una sociedad des-
provista de organización social, sino de la complejidad y multiplicidad
de organizaciones sociales. La cibernética, la ciencia del control y de
los sistemas de comunicación, da luz a la concepción anarquista de los
complejos sistemas de organización propia. El neurólogo Grey Walter
escribió que, si tenemos que identificar los sistemas biológicos y
91 Piotr Kropotkin, «Anarquismo: su filosofía e ideal», en Baldwin, op. cit.
| 122
políticos, nuestros propios cerebros podrían ilustrar la capacidad y las
limitaciones de una comunidad anarcosindicalista:
No encontramos jefe alguno en el cerebro, ningún ganglio oligárquico o
Hermano Mayor glandular. Dentro de nuestras cabezas, nuestras vidas
dependen de la igualdad de oportunidades, de la especialización con ver-
satilidad, de la comunicación libre sin limitaciones, una libertad sin in-
terferencias. También aquí, las minorías locales pueden controlar, y de
hecho lo hacen, sus propios medios de producción y expresión en libres
y equitativas relaciones con sus vecinos. 92
Sus observaciones ayudaron a John D. McEwan a llevar más allá el
modelo cibernético. Subrayando la importancia del principio de va-
riedad indispensable («si se quiere lograr la estabilidad, la variedad
del sistema controlador debe ser al menos tan grande como la varie-
dad del sistema a controlar») cita el ejemplo de Stafford Beer sobre la
forma en la que las ideas administrativas convencionales, referentes a
la organización, no consiguen llenar los requisitos de este principio.
Beer se imagina a un visitante de Marte que examinara la actividad en
los niveles inferiores de algunas grandes empresas, los cerebros de los
trabajadores involucrados y el organigrama organizativo que intenta
demostrar cómo se controla la empresa. Él deduciría que las criaturas
situadas en lo alto de la jerarquía deben tener cabezas inmensas.
McEwan contrasta dos formas de tomar decisiones y controlar:
En primer lugar, tenemos al modelo común entre los teóricos de la ges-
tión industrial, que equivale al concepto convencional de gobierno en la
sociedad en su conjunto. Este es el modelo de una rígida jerarquía pira-
midal, con líneas de «comunicación y dominio» recorriendo la pirámide
de arriba a abajo. Hay una delimitación fija de la responsabilidad; cada
92 W. Grey Walter, «The Development and Significance of Cybernetics»,
Anarchy, n. 25, marzo de 1963.
| 123
elemento tiene un papel específico; los procedimientos que deben se-
guirse a cualquier nivel están determinados dentro de límites muy estre-
chos, y sólo pueden ser modificados por decisiones de elementos
superiores en la jerarquía. A veces, se considera que el papel del grupo
superior de la jerarquía es comparable al «cerebro» del sistema.
El otro modelo procede de la cibernética y consiste en sistemas
existentes de autoorganización. Se trata de un sistema de gran variedad,
suficiente como para hacer frente a un ambiente complejo e impredeci-
ble. Sus características son: estructura cambiante, que se modifica a sí
misma con continuas realimentaciones del ambiente, manifiesta «redun-
dancia de dominio potencial», y comprometidas, complejas y entrelaza-
das estructuras de control. El aprendizaje y la toma de decisiones están
distribuidos por todo el sistema, quizás más en unas áreas que en otras. 93
La misma crítica cibernética al concepto de organización jerárquica,
centralista y gubernamental proviene recientemente (y en un lenguaje
más opaco) de Donald Schon en sus conferencias dictadas en Reith en
1970. Escribe que «el modelo centroperiférico ha sido el modelo do-
minante en nuestra sociedad para el crecimiento y la difusión de or-
ganizaciones definidas a altos niveles de especialización. Para este
sistema, es esencial la comunicación uniforme y sencilla. La habilidad
del sistema para manejar situaciones complejas depende de una sim-
ple comunicación y del desarrollo por medio de la reproducción uni-
forme». Al igual que los anarquistas, él ve como una alternativa las
tramas de «elementos que se conectan más por sí solos que por me-
diación de un centro», caracterizados «por su amplitud, complejidad,
estabilidad, homogeneidad y flexibilidad», en los cuales el «núcleo de
liderazgo surge y se adapta» a una infraestructura suficientemente
93John D. McEwan, «Anarchism and the Cybernetics of Self-organising Sys-
tems», Anarchy, n. 31, septiembre de 1963.
| 124
poderosa como para que el sistema se aguante unido por sí solo [...]
sin ningún facilitador soporte central». 94
Mary Douglas, la única en comentar las conferencias de Donald
Schon, percibió la conexión con las sociedades tribales no guberna-
mentales:
En otros tiempos, los antropólogos creyeron que una tribu sin autoridad
central no podía tener unidad política. Estábamos totalmente dominados
por la teoría centralista y no veíamos lo que teníamos ante nuestros pro-
pios ojos. Después, en el año 1940, el profesor Evans-Pritchard describió
el sistema político de los Neur, y el profesor Fortes el de los Tallensi. Ana-
lizaron algo que misteriosamente se parecía al Movimiento de Schon o al
sistema de tramas: una estructura política sin centro ni cabeza, unida iló-
gicamente por la oposición de sus partes. La autoridad estaba difundida
por toda la población. En cada caso, se presentaba la política en un
idioma muy general, el idioma del parentesco, que se aproximaba impre-
cisamente a los hechos políticos. En contextos diferentes, las diferentes
versiones de sus principios de gobierno sólo tenían un ligero parecido. El
sistema era invencible y flexible. 95
Por lo tanto, las teorías antropológicas y cibernéticas apoyan ambas
el argumento de Kropotkin de que, en una sociedad sin gobierno, se
obtiene la armonía como resultado de «un ajuste y reajuste perpetuo
y variable del equilibrio de la multitud de fuerzas e influencias», ex-
presadas en «una trama entretejida, compuesta de una infinidad de
grupos y de federaciones de todos los tamaños y grados, locales, re-
gionales, nacionales e internacionales, temporales o más o menos
permanentes, para todos los objetivos posibles: producción, consumo
e intercambio, comunicaciones, servicios sanitarios, educación,
94 Donald Schon, Beyond the Stable State, Londres, 1971.
95 Mary Douglas, en The Listener, 1971.
| 125
protección mutua, defensa del territorio, etc.; y, por otra parte, para
la satisfacción de un número creciente de necesidades científicas, ar-
tísticas, literarias y de relación social». 96
No obstante, cuán tosco parece, por comparación, el modelo gu-
bernamental, tanto en la administración social como en la industria,
la educación o la planificación económica. No sorprende que sea in-
sensible a las necesidades actuales. Tampoco sorprende que, mientras
intenta resolver sus problemas por medio de la fusión, la amalgama,
la racionalización y la coordinación, éstas vayan cada vez peor debido
a los atascos de las líneas de comunicación. La alternativa anarquista
radica en la fragmentación, la fisión más que la fusión, la diversidad
más que la unidad, una masa de sociedades más que una sociedad de
masas.
96 Piotr Kropotkin, artículo «Anarquismo», escrito en 1905 para Encyclo-
paedia Britannica, en Baldwin, op. cit.
| 126
LA MIRADA ANARQUISTA: CONVERSACIÓN
CON COLIN WARD
David Goodway
Nacido en 1924, Colin Ward ha sido arquitecto, urbanista y peda-
gogo y ha escrito ensayos sobre filosofía, política y sociología. Desde
muy joven ha venido colaborando con el grupo anarquista Freedom,
posiblemente el colectivo libertario intelectual más importante del
pasado siglo. En Freedom participaron en la difusión y actualización
del pensamiento libertario gentes tan interesantes y capaces como
Vernon Richards —del cual nos hemos ocupado anteriormente en
nuestra revista—, Marie Louise Berneri, Nicolas Walter, Herbert
Read, George Woodcock, Alex Comfort… Desde la experiencia acu-
mulada en sus ochenta años, Colin Ward va repasando en una am-
plia conversación con David Goodway los diversos aspectos y
avatares de su intenso compromiso político, a la vez que recuerda y
rinde homenaje a sus compañeros de lucha. Lo que ahora publica-
mos es un extracto del libro Conversazioni con Colin Ward. Lo
sguardo anarchico, publicado en Italia por Elèuthera a partir de la
edición original inglesa. 97
¿Qué te atrajo de la idea anarquista en una época, los años treinta,
en la cual el entusiasmo por el comunismo estaba en su apogeo?
No estoy seguro del todo de cómo conseguí no ser infectado de la ido-
latría por Stalin que afligía a la izquierda británica. Pero entre las
97 Talking Anarchy (Five Leaves, 2003).
| 127
publicaciones que se vendían en la librería anarquista de Glasgow,
que yo frecuentaba, estaban los escritos de Emma Goldman y de Ale-
xander Berkman. El mismo Frank Leech 98 había impreso y publicado
el panfleto de Emma Goldman Trotsky Protests Too Much. Me habían
impresionado muy pronto la obra de Arthur Koestler y la de George
Orwell. Lilian Wolfe, 99 una veterana de los primeros años de Freedom
Press, había puesto mi nombre en la lista de destinatarios de varios
periódicos de la disensión, como Politics, que Dwight MacDonald 100
publicaba en 1944: todas aquellas publicaciones tenían un rasgo en
común, la aversión respecto del estalinismo omnipresente en la
prensa de la izquierda «regular». En 1944 Freedom Press había pu-
blicado el libro de Marie Louise Berneri Workers in Stalin’s Russia,
que conocería más reediciones en la posguerra y que sostenía que el
criterio fundamental para juzgar cualquier régimen político era: ¿en
qué condiciones se encuentran los trabajadores?, y según este criterio
el régimen soviético era un desastre, con los mismos extremos de ri-
queza y pobreza del mundo capitalista. El libro se había editado en un
momento en el cual, por acuerdo tácito, la prensa británica no criti-
caba a la Unión Soviética. Estoy seguro de que las generaciones pos-
teriores no acabarán nunca de comprender hasta qué punto las ideas
marxista y estalinista habían condicionado las teorías de los intelec-
tuales ingleses y europeos.
¿Cómo explicarías ese apasionamiento casi religioso?
98 Frank Leech (1900-1953), fue un conocido anarquista escocés, relacionado
con Freedom.
99 Lilian Wolfe (1875-1974), fue una anarquista, pacifista y feminista que mi-
litó casi toda su vida en el grupo de Freedom Press.
100 Dwight Macdonald (1906-1982), fue un periodista, escritor y crítico social
estadounidense. En castellano se publicó en 2017 su libro La raíz es el hom-
bre. Radicales contra progresistas (El Salmón, 2017).
| 128
Fue una especie de conversión para muchos: la búsqueda de certezas
extremas. Quizás fue Orwell quien la definió «patriotismo despla-
zado», refiriéndose con esto a cuantos, habiendo abjurado de una leal-
tad incondicional al país de nacimiento, la aplicaban, como un
esparadrapo, a otro país. Se observa bien en el decenio de la posgue-
rra, en el cual los marxistas ingleses, desilusionados del estalinismo,
ofrecieron su lealtad a la Yugoslavia de Tito y, desilusionados de
nuevo, pasaron inmediatamente a la Cuba de Castro. No conozco ar-
mas capaces de vencer esta tendencia, excepto la del ridículo.
¿Cómo defines el anarquismo? ¿Eres socialista? ¿Tu ser anarquista
incluye la concepción de los sindicalistas, de los individualistas, de
los pacifistas…?
Para dar una definición del anarquismo siempre recurro a las palabras
de apertura de un artículo escrito por Kropotkin para la undécima edi-
ción de la Enciclopedia Británica en 1905, 101 en el cual explica que es
El nombre dado a un principio o teoría de la vida y la conducta que con-
cibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la armonía, no por so-
metimiento a la ley, ni obediencia a autoridad, sino por acuerdos libres
establecidos entre los diversos grupos, territoriales y profesionales, libre-
mente constituidos para la producción y el consumo, y para la satisfac-
ción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de un ser
civilizado.
Estoy totalmente de acuerdo con esta definición, que después Kro-
potkin extiende. Eso significa que soy, por definición, un socialista o
aquello que Kropotkin habría definido como un anarcosindicalista.
101 Incluido en la selección que elaboró Roger Baldwin y que fue publicada
por Tusquets, en 1977, con el título Folletos Revolucionarios.
| 129
Pero del mismo modo subrayo siempre que existe un terreno común
para personas que han llegado a un acercamiento al anarquismo a tra-
vés de diferentes rutas. Creo que el grupo de Freedom Press de los
años de la guerra reunió gente que expresaba todas las tendencias, y
que ésta ha sido una característica de aquellos que han estado ligados
a Freedom durante toda su historia. En realidad, no me fío de los
anarquistas que pasan su tiempo demoliendo las posiciones de otra
facción anarquista.
Comprendo lo que dices, pero debo insistir en un aspecto. No veo
ninguna referencia al socialismo (propiedad común de los medios
de comunicación, de distribución y de intercambio) en la defini-
ción que has tomado de Kropotkin.
Porque la mayor parte de las versiones de socialismo que conocemos
implican la actividad de un gobierno central o local. Pero el movi-
miento cooperativo supone en todo el mundo una multiplicidad de
formas de propiedad común de los medios de producción, de distri-
bución y de intercambio, sin depender del Estado.
Cierto, pero pienso que la definición de Kropotkin se atiene al es-
pecífico campo del anarquismo y no del socialismo, aunque tenga
bastantes implicaciones socialistas ¿En qué relaciones estás, per-
sonalmente, con el sindicalismo?
Me parece que el control obrero de la producción es el único acerca-
miento compatible con el anarquismo, por eso soy automáticamente
un defensor de los objetivos del sindicalismo. He visto a menudo
como una minoría militante intentaba alimentar conflictos de impor-
tancia secundaria hasta hacerlos convertirse en luchas extremas,
| 130
perdiendo inevitablemente el apoyo de la mayoría y consiguiendo que
los obreros normales temieran la militancia. Los sindicalistas, como
los novelistas y los sociólogos, tienden a sobrevalorar la presencia de
las grandes fábricas fordianas, organizadas con precisión militar, en
el sector manufacturero, cuando, como revelaba Kropotkin hace un
siglo, el puesto de trabajo típico es el de una pequeña oficina. Quizás,
cuando los sindicalistas consigan disminuir un cierto romanticismo
histórico, sabrán explotar plenamente las nuevas tecnologías de la
comunicación para combatir el capitalismo internacional a escala
global.
¿Y el individualismo?
No es necesario que te diga que las personas más individualistas que
he conocido estaban entre aquellas que rechazaban la ideología del
individualismo y creían firmemente en el comunismo anarquista. No
es una interpretación, sino una observación cotidiana.
¿Y el pacifismo?
También he podido observar a varias generaciones de anarquistas que
han tenido posiciones diversas concernientes a la violencia y a la no
violencia. Recuerdo a un simpatiquísimo viejo irlandés, un anarquista
de los viejos tiempos, Matt Kavanagh, 102 que repetía a menudo: «¡El
problema de los pacifistas es que te golpearían con el puño en la nariz
sin pensárselo dos veces!». Pero a quien considera ingenuo o sim-
plista el pacifismo contemporáneo, le aconsejaría leer el libro de mi
102Matt Kavanagh (1876-1954), anarquista irlandés que trabajó con Kro-
potkin, Malatesta y Rudolf Rocker y sirvió de conexión entre varias genera-
ciones de anarquistas.
| 131
amigo Michael Randle, 103 Civil Resistance, que discute los límites y la
potencialidad de la acción pacifista.
Estoy seguro que George Orwell —quien durante la Segunda
Guerra Mundial dedicó tanto tiempo a atacar la posición pacifista de
amigos suyos como Alex Comfort y George Woodcock— observaba,
pese a todo, que los más dispuestos a criticar la ideología de la no vio-
lencia son también aquellos que tienen más presente la naturaleza ho-
rrible, sórdida y arbitraria de la violencia.
Durante toda tu vida adulta has estado ligado a la misma casa edi-
torial de Londres, Freedom Press, ¿Quieres explicarme algo de su
historia?
El primer número de Freedom salió en 1886, a cargo de una mujer
extraordinaria, Charlotte Wilson, 104 que mantenía correspondencia
con Kropotkin y con su mujer, Sophie, pidiéndole que fuera a Inglate-
rra después que Kropotkin hubo salido de la cárcel en Francia, en
enero de 1886. La notoriedad de él y la capacidad organizativa de ella
produjeron una revista que retomaba la apuesta de la experiencia gi-
nebrina de Kropotkin con Le Révolté en 1879, y de la parisina de La
Révolte, en 1887.
El periódico fundado entonces consiguió sobrevivir, pese a las
irrupciones de la policía y las encarcelaciones durante la Primera
103 Michael Randle (1933) es un activista por la paz e investigador inglés co-
nocido por su implicación en la acción directa no violenta en Gran Bretaña,
y también por haber ayudado al espía soviético George Blake a escapar de
una prisión británica.
104 Charlotte M. Wilson (1854-1944) fue una anarquista inglesa, que cofundó
junto a Piotr Kropotkin el periódico Freedom en 1886; ella editó, publicó y
financió en gran parte su primer decenio.
| 132
Guerra Mundial, hasta 1928. En aquel año, Tom Keell, 105 que había
sido el inquieto director editorial desde 1907, dejó Londres con su
compañera Lilian Wolfe para ir a la Whiteway Colony, una comunidad
Tolstoyana de la Inglaterra occidental que, desde su fundación en
1898, se había convertido en hospitalario refugio de muchos anar-
quistas.
Keell continuaba publicando un Freedom Bulletin para los abo-
nados que quedaban y, mientras tanto buscaba vislumbrar las señales
de un reinicio de la actividad anarquista. Estas se presentaron en
1936, cuando fue interpelado por Vernon Richards, hijo de un viejo
anarquista italiano trasladado a Londres, Emidio Recchioni (1864-
1934), el cual tenía un conocido negocio de alimentación, el King
Bomba, en el número 37 de Old Compton Street, en el Soho.
Vero, como se llamaba en realidad y como lo llamaban los ami-
gos, había fundado una revista, Free Italy, que a partir de 1936 fue
sustituida por Spain and the World. Y Tom Keell se felicitó del hecho
de que fuera un nuevo espacio para albergar las ideas y los viejos
opúsculos que había guardado. Cuando la Guerra de España se enca-
minó ya a su triste conclusión, en 1939, la revista volvió a cambiar de
nombre, primero a Revolt y después a War commentary for Anar-
chism, para después retornar a la cabecera original Freedom, en 1945.
¿Quiénes eran las personalidades más importantes de Freedom
Press y cómo te han influenciado?
Las personalidades centrales eran sin duda Vero y Marie Louise Ber-
neri, incluso por el simple hecho de que participaban hacía tiempo en
105 Thomas Henry Keell (1866-1938) fue un tipógrafo inglés que editó
Freedom y también participó en el Voice of Labour.
| 133
la redacción de la revista. Vero desde 1936, cuando tenía 21 años, y
Marie Louise desde su llegada a Inglaterra en 1937, cuando tenía 18
años, después que su padre, Camillo Berneri, había sido muerto en
Barcelona. 106 El conocimiento que tenían del movimiento anarquista
internacional, de sus tendencias y sus principales exponentes, y la ca-
pacidad de utilizar otros idiomas hacían que sus opiniones fueran las
más escuchadas.
Vero era un hombre fascinante y se dedicaba con deleite al arte
culinario, preparando platos deliciosos con ingredientes simples. Ha-
bía estudiado ingeniería civil y hasta su detención había trabajado en
las construcciones ferroviarias. Era fascinante escucharlo cuando ha-
blaba de trenes y estaciones, pero no ha escrito nunca nada con ese
argumento. Desgraciadamente ha muerto, a los 86 años. Me ha ape-
nado siempre no haber conseguido convencerlo para que escribiera
sobre varios aspectos de su vida: sobre los niños urbanos, las vías fé-
rreas o la horticultura, respecto de todo lo cual tenía una experiencia
directa y cosas importantes que decir.
Luego, inútil decirlo, todos estaban enamorados de Marie
Louise. Una famosa escritora inglesa, Frances Partridge, 107 la describe
de esta manera, narrando una visita, hecha el 22 de enero de 1941, al
escritor Gerald Brennan y a su mujer: «Tenían como huésped en su
casa a una amiga, la anarquista italiana Marie Louise Berneri, que se
había casado con el hijo de King Bomba, el tendero del Soho. Creo que
es la chica más bella que haya visto nunca, y su belleza se acompaña
de una extrema dulzura, de una voz baja y ronca y de una evidente
106 Camillo Berneri fue asesinado en Barcelona durante los sucesos de mayo
de 1937 por agentes comunistas.
107 Frances Catherine Partridge (1900-2004), escritora cercana al Círculo de
Bloombsbury, conocida sobre todo por sus diarios.
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inteligencia». Y cuando Lewis Mumford, también autor de un estudio
sobre las utopías, escribió la recensión del libro de Marie Louise, Viaje
a través de la utopía 108 halló que era «un libro que solo una inteligen-
cia audaz y un espíritu ardiente están en condiciones de producir».
Tengo poquísimos recuerdos personales de Marie Louise. Re-
cuerdo especialmente una ocasión en la cual habíamos comido juntos
en un modestísimo restaurante griego, comiendo moussaka y discu-
tiendo sobre la importancia de William Morris. Se comportaba como
si aquella normalísima comida fuese una ocasión especial, como en
efecto lo era para mí. La conocía solo hacía dos años y a menudo me
he preguntado cuáles y cuántos libros habría escrito, si no hubiese
muerto trágicamente con solo 31 años, en 1949.
Otro miembro de la redacción de Freedom Press que contribuyó
inmensamente en aquellos años fue George Woodcock. Había nacido
en Canadá, en 1912, y lo habían traído a Inglaterra de niño. Y a Canadá
retornó en 1949, destacando como uno de los más conocidos autores
del país. Ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial tenía una
postura pacifista, en 1940 había publicado una revista de literatura,
Now, y en 1942 había entrado en la atareadísima redacción de War
Commentary.
Era de largo el más prolífico de nuestros polemistas, escribiendo
una serie de panfletos en un campo en el cual la propaganda anar-
quista en inglés (y quizás en otras lenguas) era muy débil: el de la apli-
cación de las ideas anarquistas en aspectos específicos de la sociedad.
Me atrajeron sus escritos porque entre ellos estaba el ensayo Rail-
ways and Society y un panfleto sobre el problema de los alojamientos,
108Editorial Proyección. Buenos Aires, 1968. Reeditada en España en 1984
por la Editorial Hacer, con el título El futuro. Viaje a través de la utopía.
| 135
Homes or Havels? Pero para mí tuvo sobre todo importancia su estu-
dio sobre el regionalismo en una serie de artículos para Freedom (más
tarde agregado, me parece, a su biografía de Kropotkin), donde rela-
cionaba a los geógrafos racionalistas franceses como Reclus, a través
de Kropotkin y de Patrick Geddes, con las tesis sobre descentraliza-
ción de Ebenezer Howard, la Regional Planning Association of Ame-
rica y la obra de Lewis Mumford. George murió en 1995 en Vancouver.
John Hewetson (1913-1990) había llegado al anarquismo, pa-
sando por el Forward Movement, nacido de la escisión de una asocia-
ción pacifista, la Peace Pledge Union, y había empezado a escribir en
War Commentary en 1942. Ejercía como médico y en el momento de
su arresto era médico jefe de traumatología en el hospital de Padding-
ton. Salido de prisión, durante el resto de su vida ejerció como médico
generalista en los barrios pobres de Londres. Estuvo entre los prime-
ros en batirse por la contracepción gratuita y por el aborto y por man-
tener una actitud abierta respecto de los consumidores de drogas.
Philip Sansom (1916-1999) provenía de la misma zona de Lon-
dres que yo y enseñaba grafismo publicitario. Era ya objetor al servicio
militar cuando, en 1942, descubrió a los anarquistas y a los surrealis-
tas de Londres. En War Commentary y después en Freedom se ocu-
paba del mundo sindical, pero dibujaba también viñetas de gran
fuerza satírica. En la posguerra trabajó en la imprenta que imprimía
la revista y recuerdo bien dos ocasiones en las que me telefoneó al tra-
bajo para pedirme permiso para tirar copias de más de mis artículos
para distribuirlos como octavillas desde su «palco» de orador en Hyde
Park. Yo, es inútil decirlo, me sentí enormemente halagado por su pe-
tición, y aún lo estuve más cuando me pidió que escribiera el prólogo
de su opúsculo Syndicalism: the worker’s New Step. La característica
principal de su carácter era una generosidad sin reservas, y de él me
| 136
quedan en la memoria las francas risotadas y las canciones improvi-
sadas.
Cuando entré en la redacción de Freedom Press, de ella formaba
parte también John Olday (1904-1977), cuyas ilustraciones para la re-
vista se recogen en el volumen March to Death, donde se reúnen no-
ticias y artículos del tiempo de la guerra seleccionados por Marie
Louise Berneri. La primera edición del libro es de 1943, pero ha sido
reeditado recientemente.
Olday había pasado la infancia en Hamburgo, su padre era in-
glés y su madre alemana (su verdadero nombre era Arthur William
Oldag) y en la Alemania anterior al nazismo había formado parte de
un movimiento juvenil similar al de los Wanderroget, participando
después en la lucha contra el nazismo. Las autoridades alemanas no
ignoraban sus actividades y aprovechó la doble nacionalidad para re-
fugiarse en Inglaterra en 1938. Allí publicó su autobiografía, Kingdom
of Rage, y en 1939 se enroló voluntario en el ejército inglés. Cuando
decidió desertar, otros compañeros del grupo de Freedom tuvieron la
ingrata tarea de lanzar su fusil (un Lee Enfield de cañón largo) en el
canal próximo sin dejarse ver.
Estuvimos los mismos meses en prisión por haber incitado a los
soldados a quedarse con las armas. Olday era un hombre fascinante,
que me explicaba anécdotas folclóricas sobre revolucionarios alema-
nes, como Max Hoelz, 109 y que me enseñó algunos acordes de guitarra.
Al inicio de los años cincuenta John Olday emigró a Australia, pero
Max Hoelz (1889-1933), fue un comunista alemán más conocido por su
109
papel como «bandido comunista».
| 137
después de veinte años volvió trayendo de gira a la escena gay inglesa
y alemana un espectáculo de cabaret […].
Los colegas de la redacción de Freedom han tenido una fuerte
influencia sobre mí, no sólo en la interpretación del anarquismo, sino
en tantos otros aspectos. No hay que olvidar que de los 18 a los 23
años había estado en el ejército, la mayoría del tiempo en lugares
remotos, y procedente de esa nada me encontré en un ambiente que
a mis ojos aparecía refinado y cosmopolita. Entre las nuevas alegrías
que podía disfrutar estaba la de la comida, sobre todo la cocina ita-
liana y francesa. Y obviamente, trabajando en el centro de Londres
había hecho conocer a mis colegas del estudio de arquitectura el King
Bomba, donde un siempre sonriente Eugenio Celoria suministraba a
todos sugerencias gastronómicas mientras empaquetaba los man-
jares.
[…] pero, quizás, el rastro más profundo que me ha dejado el
grupo de Freedom Press viene de su actitud de libertad y de apertura
en los debates sobre sexo. No creo que ningún otro grupo político tu-
viese en su programa algo al respecto, y mucho menos los marxistas.
El artículo de Marie Louise «Sexuality and Freedom» publicado en la
revista de George Woodcock Now (n.º 5, 1945) estuvo entre los pri-
meros en abrir el debate en la prensa inglesa sobre las teorías de
Wilhem Reich. Y John Hewetson fue un pionero, entre los médicos de
sexo masculino, de la contracepción gratuita y del aborto voluntario.
También él, como Marie Louise, estaba interesado en las implicacio-
nes sociales de las tesis de Wilhem Reich. Uno de sus colegas en el
ambulatorio del servicio sanitario nacional en Londres era el doctor
Robert Ollendorf, el cuñado de Reich […].
| 138
Explícame algo más de la cultura anarquista de los años cuarenta
y cincuenta
En los años cincuenta se había pensado en constituir un círculo anar-
quista en pleno centro de Londres: al principio había uno alejado, en
Holborn; no lejos de la librería de Freedom. En 1954 el círculo se tras-
ladó, con el nombre de Malatesta Club, a Percy Street, en las cercanías
de Tottenham Court Road, una zona en la cual cien años atrás se
habían instalado muchos anarquistas alemanes, rusos e italianos. El
mismo Malatesta había habitado allí, trabajando como electricista.
El club albergaba conciertos de jazz tradicional y una larga serie de
oradores interesantes. Lo que recuerdo con más placer son ciertas
canciones satíricas, escritas y cantadas por Philip, que se acompañaba
de un tambor hecho con una caja de cartón. Tras cuatro años el club
fue obligado a cerrar a causa del aumento de los alquileres en el centro
de la ciudad.
No se estilaba todavía ocupar edificios vacíos para hacer centros
sociales (la única excepción era el Tenant’s Corner, un palacio ocu-
pado en la zona sur de Londres, que durante veinte años ha ofrecido
asesoría a los inquilinos de las casas comunales sobre los métodos
para crear cooperativas locales).
Después, estaban las escuelas anarquistas y las Summer Schools…
Sí, estaba la escuela progresista de Burgess Hill, en la zona norte de
Londres, que entre el personal docente tenía a muchos anarquistas:
Tony Weaver, Tony Gibson, Marjorie Mitchell. Por lo que recuerdo
ahí se desarrolló la primera escuela anarquista estival, en 1947, se-
guida de otra en Liverpool en 1948 y en Glasgow y en la isla de Arran
(en el estuario del río Clyde, en Escocia) en 1949. Varios años después
| 139
uno de los anarquistas de Glasgow de mi generación, Robert Lynn,
organizó una escuela estival anual en aquella ciudad.
Uno de los organizadores de la primera escuela de verano anar-
quista donde participé era el psicólogo Tony Gibson (1914-2001), que
enseñaba en la Burgess Hill School, el cual continuó organizando
campos de verano para niños y adultos de 1946 a 1957. En Londres,
en efecto, entre los anarquistas había una vida social más bien in-
tensa, pero quien debía utilizar los domingos para escribir artículos
no tenía ocasión de participar en todas las iniciativas.
Para mí la persona más simpática entre los supervivientes de la
generación anarquista precedente era Matt Kavanagh, un irlandés
que, como Lilian Wolfe, había entrado en el grupo de Freedom antes
de la Gran Guerra y que había conocido en persona a Malatesta, Kro-
potkin, Emma Goldman y toda una generación de míticos oradores
anarquistas.
Dos chicos del lugar, Norman Potter y su hermano, que había
tomado el seudónimo de Louis Adeane, se aproximaron al anar-
quismo gracias a Matt. Louis se convirtió en poeta y crítico, colabo-
rando con la revista de George Woodcock, Now. En la inmediata
posguerra me encontraba a menudo con él y su compañera, Pat
Cooper, pero en 1951 se trasladaron a Cornualles y el pobre Louis mu-
rió, todavía joven, poco tiempo después.
Norman Potter se dedicó al diseño y a la producción de muebles.
Es el autor del libro What is a designer?, considerado un texto funda-
mental en la materia. En los años cincuenta me encontraba a menudo
con Norman y Caroline en la hospitalaria casa de los Hewetson, pero
después lo he visto sólo a intervalos de diez años, cuando intentaba
| 140
ablandarme para que hiciese el discurso inaugural a sus estudiantes
de Londres, Bristol o Plymouth. Cuando murió, en 1995, las necroló-
gicas pusieron en evidencia la deuda que tenía, como yo, respecto del
grupo de Freedom Press.
En mi papel de divulgador anarquista hace muchos años que me
intereso por la sociología de los grupos autónomos y el de Freedom
Press, como lo conocí en el inicio, me parece un ejemplo interesante,
en cuanto contaba con una sólida red interna, basada en la amistad y
en compartir las competencias, y en una serie de redes externas de
contactos en diversos ambientes.
Uno de ellos, gracias a John Hewetson, era el de la experimen-
tación en el campo de la medicina social, con el centro sanitario de
Peckham, en la zona sur de Londres; otro atañía a la experimentación
didáctica, con la Summerhill School de A. S. Neill, donde Marie Louise
hizo una serie de fotografías, y con la Burgess Hill School.
Precisamente en la Burgess Hill School conocí a Herbert Read,
que era uno de los directores de la escuela. Sus Poetry and Anar-
chism, publicado en primera edición por los TIPI de la Faber en 1938,
y The Philosophy of Anarchism, publicado por Freedom Press en
1940, están entre aquellos textos fundamentales, la influencia de los
cuales empujaron a definirse anarquistas a tantos de mi generación y
alguno más anciano que yo. Lo que es válido para variados lectores
suyos, incluido Murray Bookchin.
En los años treinta, cuando Philip Sansom era todavía un estu-
diante en West Ham, él y sus compañeros se impresionaron mucho
por la lectura del libro de Read Art and Industry, publicado en 1934.
Poco antes de que Philip muriese le había enviado la colección de
| 141
ensayos de Read que tú preparaste, Herbert Read Reassessed, y me
telefoneó para confirmarme que cuando, en 1943, había entrado en el
movimiento libertario se había sorprendido de que su maestro de di-
seño fuera un defensor de la anarquía.
A Alex Comfort lo conocí en 1946, cuando todavía estaba en el
ejército, aunque ya libre de participar en las reuniones del domingo
por la noche del London Anarchist Group. El encuentro con George
Orwell llegó mientras bebía un té en la Holborn Hall de Grays Inn
Road, cuando George Woodcock lo convenció para intervenir en una
reunión para pedir la liberación de aquellos desafortunados exiliados
españoles prisioneros en Francia, primero por los alemanes y después
por los ingleses e internados aún en un campo de concentración en
Lancashire.
Read y Comfort eran los anarquistas ingleses más conocidos en la
época ¿Qué impresión te producían como personas? ¿Y qué opi-
nas de su obra?
Read era un tipo tranquilo y gentil, pero cuando nos cruzábamos evi-
taba dirigirme a él porque sabía que era importunado continuamente
por aspirantes a poeta y novelista que solicitaban su ayuda para pu-
blicar sus obras noveles. A mí sólo me interesaba pedirle permiso para
publicar el texto de una transmisión radiofónica en Freedom Press o
en Anarchy.
Apreciaba a Read porque su actividad de promoción del anar-
quismo llegaba a un público mucho más vasto que el que la mayor
parte de nosotros nunca podría soñar. Su Education through Art, 110
110 Educación por el arte (Paidós, 1978).
| 142
junto al opúsculo publicado por Freedom Press, The Education of the
free men, eran importantes no tanto por el contenido sino porque da-
ban un referente de todo respeto a los enseñantes que, ya ellos mismos
luchaban porque se reconociese el rol del arte en la educación. Hasta
finales de los años setenta he llevado a cabo (entre otras cosas) la tarea
de difundir el recurso de la expresión artística en la educación am-
biental y he podido verificar que los escritos de Read gozaban todavía
de una alta consideración en el campo intelectual.
Las relaciones con Alex Comfort eran más simples, porque tenía
un carácter alegre y bromista. Como sabes, su primera toma de posi-
ción pública a favor de la libertad sexual se encuentra en el libro que
le había publicado en 1948 Freedom Press, Barbarism and sexual
Freedom, basado en las conferencias que daba en el London Anarchist
Group. Ningún lector actual puede hacerse una idea exacta de lo so-
focante que podía ser el clima sexual en aquellos días, incluso para
quien llevaba una vida normal, y le sería difícil valorar completamente
la sutil inteligencia de Comfort, que recurría a la ironía para desnudar
y desmontar los comportamientos autoritarios. Para mí, ha sido im-
portante el método abierto con el cual nos ilustraba a todos nosotros
de los temas centrales de la sociología.
No he dicho nada de Read y Comfort como novelistas y poetas,
porque su importancia, en mi opinión, está en los textos que han
afrontado temáticas sociales y no en las «obras de creación».
Pero si entré a formar parte de la serie de redes de relaciones y
de debate que les incluía también a ellos lo debo, en el fondo, a la ini-
ciativa que un Vernon Richards de veintiún años había puesto en mar-
cha a finales de 1936 para hacer renacer la prensa anarquista en
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Londres. En el número que celebraba los cien años de Freedom, Philip
Sansom escribió:
Si Richards no hubiera sacado a la calle Spain and the World, toda
la historia del movimiento anarquista inglés moderno hubiera
sido, no digo diferente, sino inexistente, porque es de aquella pri-
mera simiente que nació. Y el movimiento actual, con todas sus
ramificaciones, se ha desarrollado en gran parte gracias al grupo
inspirado por Freedom Press.
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