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España y América en Los Siglos Xvi y Xvii

El documento resume la organización política y administrativa del Imperio español en América durante los siglos XVI y XVII. Se establecieron virreinatos en México y Perú para gobernar las colonias de manera centralizada desde Madrid. Los virreyes, gobernadores, audiencias y cabildos municipales ejercían el poder a niveles nacional, regional y local, respectivamente. Aunque la corona buscaba mantener el control a través de una burocracia centralizada, la distancia y dispersión del poder generaron fricciones entre las diferentes ramas del gobierno colonial

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España y América en Los Siglos Xvi y Xvii

El documento resume la organización política y administrativa del Imperio español en América durante los siglos XVI y XVII. Se establecieron virreinatos en México y Perú para gobernar las colonias de manera centralizada desde Madrid. Los virreyes, gobernadores, audiencias y cabildos municipales ejercían el poder a niveles nacional, regional y local, respectivamente. Aunque la corona buscaba mantener el control a través de una burocracia centralizada, la distancia y dispersión del poder generaron fricciones entre las diferentes ramas del gobierno colonial

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Leslie Bethell, “HISTORIA DE AMÉRICA LATINA”.

América Latina Colonial: Europa y América en los


siglos XVI, XVII; XVIII. Capítulo 1_ Resúmen

ESPAÑA Y AMÉRICA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

LAS ASPIRACONES METROPOLITANAS


El Emperador Carlos V adoptó como emblema las columnas de Hércules con el lema: plus
ultra, que fue utilizado obedeciendo a una idea destinada a sugerir que no existían límites para el
poder y los dominios del joven Carlos de Gante; pero de forma creciente, conforme el Nuevo
Mundo iba siendo descubierto y sometido a su dominio, el emblema adquirió una pertinencia
geográfica como símbolo del conjunto del imperio.
La conquista de América creó la posibilidad del primer imperio de verdaderas dimensiones
mundiales. Incluso después de que España y el imperio fueran separados por la abdicación de
Carlos en 1556, Felipe II conservó el título de rey de España y de las Indias. América había añadido
una nueva e imperial dimensión al poder del rey de España. Sin embargo, antes de la llegada de los
Borbones, las Indias eran concebidas como constituyentes de un conglomerado mayor conocido
como la “monarquía española”. En esta agrupación de territorios, Castilla disfrutaba de una
predominancia efectiva en la monarquía. La bula Inter Caetera de Alejandro VI de 1493 confirió el
gobierno y la jurisdicción de las nuevas tierras descubiertas, no a los reyes de España sino a lo de
Castilla y León. Consiguientemente las Indias serian consideradas como posesión de Castilla y se
gobernarían de acuerdo con las leyes e instituciones de aquella. Esto dio a Castilla en el s. XVI el
monopolio sobre los cargos de gobierno y comercio del nuevo mundo. Los amplios poderes
reguladores conferidos por la corona a los altos funcionarios de la Casa de Contratación dieron
lugar a un modelo de comercio y navegación que convirtió a Sevilla en el centro comercial del
mundo atlántico.
Al canalizar todo el comercio americano a través de Sevilla, la corona buscaba asegurar el
máximo control sobre una muy lucrativa empresa, para beneficio de sus propias finanzas y de
Castilla, que aspiraba a derechos monopolísticos sobre las nuevas tierras. Pero el tiempo se
encargaría a de demostrar, que un comercio controlado podía producir su propia forma de
infiltración incontrolada, y que las ventajas del monopolio en el terreno de la organización tendrían
la desventaja de poner un enorme poder en manos de unos cuantos funcionarios.
A estos funcionarios competía esencialmente la mecánica del comercio con las Indias. La
política era diseñada a un nivel superior, y la creciente presión de los negocios forzó los desarrollos
institucionales que constituyeron un aparato burocrático formal. En los primeros años de la
colonización, los reyes pedían asesoramiento a los miembros del Consejo de Castilla; pero en 1523
se estableció el Consejo de Indias, con distintos consejeros responsables para los diferentes estados
y provincias de la monarquía. Por este medio se combinaban distintos intereses con un control
central unificado, y se aseguraba que los asuntos de los nuevos territorios llegaran a la atención del
monarca, y sus deseos, en forma de leyes, decretos e instituciones, fueran debidamente transmitidos.
El gobierno real en América era por otra parte, un gobierno consultivo, en el sentido de que
las decisiones del rey eran adoptadas sobre la base de “consultas”. De todos los consejos, el de
Indias era el que estaba más apartado en tiempo y en el espacio de su zona de jurisdicción. De
manera que, pluma, tinta y papel, eran los instrumentos con los que la corona española respondía a
los retos sin precedentes de la distancia de un imperio de dimensiones mundiales.
Inevitablemente este gobierno mediante papel produjo su propia casta de burócratas. En su
formación y perspectiva eran legalistas; su pensamiento se expresaba en términos de precedentes,
de derechos y de estatus; y se veían a sí mismos como los guardianes de la autoridad real. Esto
condujo a un gobierno más inclinado a regular que a innovar.
A mediados del siglo XVI la distancia aseguraba que prevaleciera la rutina, con lo cual el
gobierno español tuvo éxito al mantener un aceptable grado de orden público y el respeto por la
autoridad de la corona. Pero además, tenía una obsesiva determinación por impedir la concentración
de poder en un solo lugar. No había necesidad de provocar un desafío a la autoridad real
directamente cuando podía organizarse con éxito otra vía indirecta, actuando sobre la debilidad de
un sistema en el que el poder estaba tan disperso. La difusión de la autoridad se reflejaba en las
distintas manifestaciones del poder, administrativa, judicial, financiera y religiosa. Pero con
frecuencia las líneas de separación no estaban tan nítidamente trazadas y las diferentes ramas del
gobierno se superponían generando fricciones que se resolvían por un largo proceso de apelación al
Consejo de Indias en Madrid. Pero estas aparentes debilidades garantizaban en cierto modo, el
predominio de las decisiones tomadas en Madrid, ya que cada agente de autoridad delegada tendía a
imponer un freno a los demás, mientras que, al mismo tiempo, imponiendo una autoridad contra
otra, se dejaba a los súbditos del rey en las Indias, suficiente espacio de maniobra en los intersticios
del poder.
En los primeros años de la conquista los principales representantes de la corona en las Indias
eran los gobernadores. El título de gobernador, normalmente combinado con el de capitán general,
fue concedido a algunos de los primeros conquistadores. La gobernación era una institución ideal
para extender el gobierno español por las Indias. Pero una vez completada la conquista las
gobernaciones no desaparecieron, sino que fueron mantenidas y burocratizadas. La generación
posterior de gobernadores tenía funciones judiciales, tanto como administrativas y militares.
A pesar de la supervivencia de las gobernaciones, la unidad administrativa más importante en
Indias, sería el virreinato. Colón había ostentado el título de virrey pero con su hijo se transformó en
puramente honorífico. Bajo los Austrias, el virreinato fue resucitado como institución, al crearse en
1535 el virreinato de Nueva España y en 1543 el del Perú, con sus capitales en México y Lima. Los
Borbones añadieron dos más: el de Nueva Granada en 1717, con su capital en Santa Fe de Bogotá y
el del Río de la Plata en 1776, con Buenos Aires como capital. Las “leyes nuevas” de 1542
institucionalizaron el nuevo sistema de gobierno virreinal: el virrey era el representante de la
persona del rey, combinando atributos de gobernador y capitán general, y también, como presidente
de la Audiencia, era considerado el principal representante judicial de la corona.
El virrey estaba sobrecargado de tareas y atado por las instrucciones que recibía del rey desde
su nombramiento y, muchas de las cuales eran totalmente inaplicables a la situación en que se
encontraba. Se promulgaban a cada momento leyes y decretos para las Indias, con diferentes grados
de solemnidad. La de mayor alcance de todas las órdenes de la corona era la provisión, que era una
ley general referida a materias de justicia o gobierno; las Leyes Nuevas, que contenían 54 artículos
relativos a la organización del gobierno y al tratamiento de los indios, eran de hecho provisiones.
Ya hacia finales del siglo XVI había un enorme cuerpo de leyes y provisiones referidas a las
Indias. La gran Recopilación de las Leyes de Indias publicada en 1681 en 4 volúmenes, era más una
guía de las intenciones de la corona en Madrid que una indicación de lo que realmente sucedía en
América; pero el mero hecho de su existencia influía tanto en la vida de los gobernadores como de
los gobernados. Cada virrey sabía que sus enemigos buscarían usar el incumplimiento de alguna ley
o real orden como un cargo contra él. E igualmente sabía que cada una de sus acciones era
observada de cerca por los funcionarios que estaban encargados de guardar la ley: los oidores o
jueces de la Audiencia.
Durante el siglo XVI se constituyeron 10 audiencias en el Nuevo Mundo. Estas audiencias
sumaban unos 90 cargos en los niveles de presidentes, oidores y fiscales. Los 1.000 hombres que
los ocuparon en los dos siglos de gobierno de los Austrias constituyeron la elite de la burocracia de
España en América. Los virreyes iban y venían, mientras que los oidores no tenían límite fijado
para su permanencia en el cargo lo cual proporcionaba un importante elemento de continuidad tanto
administrativa como judicial. Al tiempo que se pretendía que las audiencias fuesen los tribunales
supremos de justicia en el Nuevo mundo, también adquirieron ciertas competencias de gobierno. Al
disfrutar de una comunicación directa con el Consejo de Indias, los oidores estaban bien situados
para hacer llegar hasta el rey las irregularidades de los virreyes.
Virreyes, gobernadores y audiencias formaban el nivel superior de la administración secular
de las Indias. Las áreas de jurisdicción sobre las que gobernaban estaban divididas en unidades más
pequeñas: alcaldías mayores o corregimientos en Nueva España y corregimientos en el resto de las
Indias. Los corregimientos eran esencialmente grandes distritos con un centro urbano. El énfasis del
gobierno local en la ciudad fue característico de las Indias en su conjunto. Cada ciudad tenía su
propio consejo, o cabildo, una corporación que regulaba la vida de sus habitantes y ejercía la
supervisión sobre las propiedades públicas _las tierras, los bosques y pastos comunales y las calles
donde establecerse con los puestos de las ferias_ de las que procedían gran parte de sus ingresos.
Los cabildos se componían de funcionarios judiciales y regidores, que eran responsables del
aprovisionamiento y la administración municipal y representaban a la municipalidad en todas
aquellas funciones ceremoniales que ocupaban tan sustancial parte de la vida urbana.
Los cabildos eran, o se convirtieron pronto en oligarquías de los más prominentes ciudadanos
que se perpetuaban a sí mismas. Donde había elecciones, el derecho a elección tendía a limitarse a
los ciudadanos más destacados; y en la medida en que, desde los días de Felipe II, la corona recurrió
a la venta de cargos, así la balanza entre funcionarios electos y hereditarios se inclinó más a estos
últimos, se redujo aún más cualquier elemento popular.
A veces se celebraba un “cabildo abierto”, el cual permitía a una más amplia representación
de ciudadanos discutir materias de urgente interés, pero los gobiernos de las ciudades eran como
mucho, corporaciones cerradas que, por su carácter, eran más representativas de los intereses del
patriciado urbano que de la generalidad de los ciudadanos.
Sin embargo, un cabildo no era sólo una institución de autogobierno y una corporación en la
que se resolvían las rivalidades de las principales familias. También formaba parte de la más amplia
estructura de autoridad que alcanzaba por arriba a las audiencias, gobernadores y virreyes, y de allí
al Consejo de Indias en Madrid. Era sólo operando dentro de esa estructura y recurriendo a los
grupos de presión, como estos patriciados urbanos podían esperar ejercer alguna influencia sobre la
acción y los decretos del gobierno, ya que no disponían de otras salidas constitucionales. La corona
castellana del siglo XVI se manifestaba en contra de tendencias constitucionales. América había
sido conquistada y colonizada en una época en que la tendencia en la España metropolitana
caminaba hacia el reforzamiento teórico y práctico de la soberanía real, y las Indias, como territorio
virgen, facilitó oportunidades para la afirmación de la presencia del estado hasta un grado que no
era posible incluso en Castilla, donde el constitucionalismo, aunque mortalmente herido, no había
expirado todavía.
El poder del estado en las Indias era mayor a causa de la extraordinaria concentración de
poder eclesiástico en manos de la corona. Esto tenía origen en precedentes ya establecidos en la
corona de Granada, sobre los derechos de “patronato” o presentación de obispados y beneficios
eclesiásticos, que los Reyes Católicos tomaron como modelo, junto con los derechos incorporados a
la corona de Castilla por las bulas papales que le conferían la responsabilidad de la evangelización
de las tierras recientemente descubiertas.
El efecto del patronato fue el de dar a los monarcas de Castilla en su gobierno de las Indias un
grado de poder eclesiástico del que no había precedente europeo fuera del reino de Granada. Ello
permitió al rey aparecer como el “vicario de Cristo” y disponer los asuntos eclesiásticos en Indias
según su propia iniciativa, sin interferencia de Roma. El poder eclesiástico de la corona en Indias
era, en efecto, absoluto con derechos teóricos alcanzados por un control total del patronazgo.
La Iglesia en Indias fue por naturaleza y origen misional y catequizadora, un hecho que hizo
natural el que las órdenes religiosas tomasen la iniciativa en la tarea de evangelización. A fines del
siglo XVI se permitió a otras órdenes religiosas unírseles a las tres originales de los agustinos,
franciscanos y dominicos. Los jesuitas, que fundaron su Provincia de Paraguay en 1607, iban a
jugar un papel especialmente importante en el trabajo misional. La misión de frontera llegó a ser
una de las instituciones más eficaces de España dentro de los límites del imperio, bien en Paraguay,
en el margen oriental de los Andes, o en el norte de México. Pero en 1574 cuando la Ordenanza del
Patronazgo de la corona estableció unos topes al trabajo del clero regular incorporándolo al control
episcopal, se hizo claro que, al menos en las áreas urbanizadas, la heroica época misional había
llegado a su fin.
La primera diócesis del Nuevo Mundo, la de Santo Domingo, fue fundada en 1504. Hacia
1536 había 14 diócesis, y en 1546, Santo Domingo, México y Lima fueron transformados en
arzobispados; y hacia1620 el número total de arzobispados y obispados en la América española era
de 34. Los ocupantes de aquellas sedes eran de hecho funcionarios reales que, además de sus
obligaciones espirituales, ejercían una influencia importante en la vida civil. La línea divisoria entre
Iglesia y estado en la América española nunca estuvo bien definida, y los conflictos entre obispos y
virreyes fueron un rasgo constante en la vida colonial.
Los obispos como los letrados que formaban el personal de las audiencias eran
metropolitanos, más que locales, aunque Felipe III (1598-1621) reconociera las aspiraciones locales
hasta el punto de nombrar 31 criollos para obispados americanos. Los dominicos fueron los más
representados a lo largo del siglo XVI, muchos de ellos seguidores de Las Casas, lo cual sugiere
una determinación de parte de la corona de reforzar su política proindígena contra las presiones de
encomenderos y colonos.
En los primeros años del dominio español, los obispos tuvieron en sus manos un importante
instrumento de control sobre los colonos así como sobre los indios, en los poderes inquisitoriales
con que fueron investidos. Un cierto número de desafortunados casos, sin embargo, plantearon la
cuestión de si la inquisición, como un arma para prevenir el judaísmo y la herejía, era un medio
apropiado de asegurar la ortodoxia de los indios; y en 1571 estos últimos fueron alejados de toda
jurisdicción inquisitorial. El Santo Oficio comenzó a establecer sus tribunales en el Nuevo Mundo
para guardar la fe y la moral de la comunidad colonizadora. Esta Inquisición del Nuevo Mundo,
entró en conflicto no sólo con el clero secular y regular, sino también con el episcopado. Como en
otros terrenos de la iglesia en América, aquí también había demasiadas organizaciones e intereses
en competencia como para que se llegara a construir una institución monolítica.
Es este carácter fragmentado de la autoridad, tanto en la Iglesia como en el estado, una de las
más notables características de la América española colonial. Superficialmente el poder de la corona
era absoluto en la Iglesia y el estado; una corriente de órdenes emanaba del Consejo de Indias en
Madrid y una masiva burocracia, secular y eclesiástica, se esperaba que las llevara a efecto. Pero en
la práctica había tanta disputa por el poder entre los diferentes grupos de intereses, que las leyes mal
recibidas, aunque diferentemente consideradas según la fuente de las que procedían, no se
obedecían, mientras que la autoridad era filtrada, mediatizada o dispersa. La presencia del estado no
era del todo directora. Las seguridades de Madrid se disolvían en las ambigüedades de una América
donde el “cumplir pero no obedecer” era un lema aceptado y legitimado.
Una administración bien informada en sus territorios ultramarinos llegó a ser verdaderamente,
casi una meta en sí misma para la corona, especialmente en el reinado de Felipe II con sus
inclinaciones hacia el gobierno planificado y ordenado. En 1571 estableció el cargo de Cronista de
las Indias (cronista oficial e historiográfico de las Indias) y el primero que lo ocupó Juan López de
Velasco, produjo una Descripción Universal de las Indias que representa la primera visión estadista
comprensiva de las posesiones americanas de España.
Pero los imperialistas necesitan una ideología: los castellanos del siglo XVI tenían la
necesidad de relacionar sus empresas con un fin moral superior. La plata de las Indias fue
considerada un regalo de Dios que permitiría a los reyes de Castilla propagar y defender la fe. El
imperio por tanto fue ratificado en este sentido. Aunque las bulas papales resolvían la cuestión
jurídica de someter a los indios, la confrontación de los europeos con numerosos y diversos pueblos
de las Indias provocaron un cúmulo de problemas, tanto morales como jurídicos. En principio la
doctrina compelle eos intrare --“anda por los camino y setos y oblígalos a venir” (San Lucas XVI,
23) -- podría parecer justificación suficiente. Pero había algo de burlesco en el hecho de enfrentarse
a los indios, antes de atraerlos a una batalla, con la lectura del requerimiento, un documento que
exponía la historia del mundo desde Adán en castellano, y apelaba a que los indígenas que lo oían
se sometieran a la autoridad de la iglesia y de los reyes de Castilla.
El malestar sobre el requerimiento y el mal tratamiento de los indios, provocó un debate a lo
largo de la primera mitad del siglo XVI sobre la cuestión de los títulos de la conquista y el
sometimiento de los indios. Ya en 1510 el dominico John Major había mantenido sobre las bases
aristotélicas que la infidelidad era una causa insuficiente para privar a las comunidades paganas del
derecho a la propiedad y a la jurisdicción que les pertenecían por ley natural. Otro dominico
Francisco de Vitoria sostenía esta doctrina aristotélica en la Relectio de Indis, en la que socavaba la
justificación del gobierno español en Indias sobre la base de la donación papal. Del mismo modo,
rechazó los títulos basados en los pretendidos derechos del descubrimiento y en el rechazo de los
indígenas a aceptar la fe.
Sin embargo Vitoria no fue tan lejos, estaba preparado para admitir que el papa en virtud de
una autoridad reguladora, podía encargar a un príncipe cristiano la misión de evangelización y que
esta carga involucraba a sus colegas cristianos. Pero ello no implicaba ninguna atadura sobre los
indios en sí mismos y se correspondía con la no autorización para la guerra o conquista. Si por la
existencia de una ley referida a toda la humanidad, los españoles tenían el derecho a comerciar con
los indios y predicarles el evangelio, los indios debían recibirlos de manera pacífica. Si no lo hacían
así, entonces los españoles tenían una causa justa para la guerra.
Los argumentos de Vitoria habían sido desmentidos por los hechos hacía largo tiempo. En
tanto que el dominio de España sobre las Indias estuvo fuera del alcance de cualquier desafío por
parte de sus rivales europeos, apareció una clara actitud defensiva frente a la opinión pública
internacional, al sustituir oficialmente en 1573, la palabra “conquista” por “pacificación”. Sin
embargo, Vitoria sugería la idea de un posible derecho de tutela sobre los indios si llegaba a
demostrarse que eran seres irracionales que necesitaban ser guiados.
Para Fray Bartolomé de las Casas, empeñado en su amarga campaña contra los malos tratos y
la explotación de los indios por los colonos españoles, sólo podía haber una respuesta. La corona y
sólo la corona, tenía jurisdicción sobre los indios en virtud de las bulas de 1493. Jurisdicción que
estaba unida a la empresa misionera. Las Casas de hecho defendía una forma de reino tutelar, que
proveyera las condiciones necesarias para la conversión de los indios, pero que no les privara de los
derechos de propiedad y de gobierno por sus propios príncipes, que les pertenecían en virtud de Ley
natural.
En las circunstancias de fines de las décadas de 1530 y 1540, el emperador estaba ocupado en
el desafío internacional a su gobierno, pero interesado en el desafío interior representado por los
encomenderos como una potencial aristocracia feudal con siervos indios. Los colonos amenazaban
al mismo tiempo su propia autoridad y, con su escandaloso tratamiento de los indios, la misión
evangelizadora que era la razón de ser del gobierno español.
La agitación acerca del bienestar de los indios estaba alcanzando el clímax en 1541 cuando
Carlos V regresó a España luego de dos años de ausencia. Junto a los informes sobre las luchas
entre almagristas y pizarristas en Perú, aquel problema contribuyó a crear un replanteamiento
radical sobre la política real en Indias. Los consejeros sospechosos de estar pagados por
encomenderos, no fueron consultados, y el emperador reunió una Junta que elaboró las Leyes
Nuevas en 1542, leyes que si se hubieran implantado, habrían realizado los ideales de Las Casas,
aboliendo todas las formas de servicio personal y transformado a los indios de encomienda en
vasallos directos de la corona.
La reacción de los colonos del Nuevo Mundo provocó la retirada del emperador, pero la
campaña contra las leyes Nuevas siguió en la corte. Juan Ginés de Sepúlveda, en su Democrates
Alter publicado en 1545, planteaba la cuestión de la capacidad racional de los indios. John Major
había mantenido en 1510 que vivían como bestias y que, consecuentemente, de acuerdo con los
principios aristotélicos, su inferioridad natural los condenaba a la servidumbre. Siguiendo esa línea,
Sepúlveda no argumentaba a favor de la esclavitud de los indios, sino por una forma de estricto
control paternalista de sus propios intereses. Era un argumento a favor del tutelaje, ejercido, sin
embargo, por los encomenderos y no por la corona. Las Casas en un desesperado intento de
apuntalar a la política antiencomendero, regresó a España y logró que en 1550, la corona
respondiera a su tormenta de protestas, suspendiendo temporalmente todas las expediciones de
conquista al Nuevo Mundo, y convocando a una reunión de teólogos y consejeros para considerar la
cuestión de la conquista y la conversión de los indios.
El gran debate tuvo lugar en Valladolid en agosto de1550, entre Sepúlveda y Las Casas.
Dentro del esquema aristotélico en torno a la prueba de “bestialidad” o “barbarismo” que justificaba
la subordinación de los indios, Las Casas, a pesar del desacuerdo, no dudó realmente de la misión
de España en Indias, discrepaba con Sepúlveda en el deseo de que la misión se llevara a cabo de
manera pacífica y por la corona y los misioneros, no por los colonos.
Felipe II estableció rigurosas condiciones para los procedimientos a seguir en las futuras
conquistas en las Indias, pero las ordenanzas fueron publicadas hacia el fin de la época de
conquista. Las Casas no pudo rescatar a los indios de las garras de los españoles, sin embargo,
consiguió que la opinión pública internacional hiciera grandes ecos de la “leyenda negra”. A su vez,
el ataque hacia la acción de España en Indias provocó una literatura apologética en respuesta y
ayudó a crear una conciencia nacional castellana de España como defensora de los valores
cristianos. Medido por la legislación surgida de las discusiones del Consejo de Indias, el saldo del
siglo XVI de España en América, fue notablemente iluminado. Se hicieron enormes esfuerzos para
proteger a los indios de las más groseras formas de explotación y hubo un auténtico, aunque
erróneo, intento por parte de la corona y la iglesia de introducir a los habitantes de las Indias en un
modo de vida más elevado. Pero las aspiraciones metropolitanas, tendían a ser frecuentemente
incompatibles entre sí; y una y otra vez las intenciones naufragaban en las rocas de las realidades
coloniales.
LAS REALIDADES COLONIALES
La corona estaba interesada en proteger la llamada “república de los indios”, amenazada por
las depredaciones de los colonos. Por otra parte, la perenne escasez de dinero de la corona
naturalmente la condujo a aumentar al máximo sus ingresos de las Indias por cualquier medio a su
alcance. El grueso de aquellas rentas se derivaba directamente en forma de tributo, o indirectamente
en forma de trabajo que producía bienes y servicios que dejaban un dividendo a la corona. Mientras
la población indígena se reducía de forma catastrófica, el mero intento de conservar las tasas de
tributos en los niveles del período inmediato posterior a la conquista significaba una manera de
incrementar la dureza sobre las comunidades indígenas, cuando al mismo tiempo se producía
también una disminución de la fuerza de trabajo disponible para su distribución.
El pago del tributo fue obligatorio para los indios hasta su abolición durante las guerras de
independencia. Durante la década de 1550 en Nueva España el tributo tuvo que ser retasado ante la
incapacidad de las menguadas comunidades indígenas para pagar sus cuotas y el mismo proceso
tuvo lugar en Perú durante el virreinato de don Francisco de Toledo (1568-1580). Todos los nobles
indígenas perdieron entonces la exención fiscal y lo mismo sucedió con otros grupos. El resultado
de esto fue acelerar el proceso de homogeneización en las comunidades indígenas y socavar aún
más su debilitada estructura.
La organización de la recaudación del tributo se dejó en manos de un nuevo grupo de
funcionarios, los corregidores de indios. Se esperaba que funcionaran como agentes de confianza de
la corona, en la medida en que los encomenderos, con un interés directo en los indios bajo su cargo,
nunca podían serlo. Las obligaciones del corregidor incluían no sólo la recaudación del tributo, sino
también la administración de justicia y la organización del abastecimiento de mano de obra para
obras públicas y particulares. Dependiendo de un pequeño salario extraído del tributo indígena,
normalmente el corregidor usaba su corta permanencia en el cargo para obtener el máximo del
enorme poder con que había sido investido. Donde el encomendero había confiado a las autoridades
tradicionales indígenas para hacerse obedecer, el corregidor, que vivía como un señor entre sus
indios, disponía de un pequeño ejército de funcionarios cuyas actividades recortaban y reducían aún
más la influenciad e los caciques sobre su pueblo.
Pero es el sistema de mano de obra bajo supervisión de los corregidores, lo que más revela las
contradicciones inherentes a la política indígena de la corona. Al tiempo que se realizaban enérgicos
esfuerzos para confinar a los indios en su mundo propio, eran inexorablemente incorporados a un
sistema de trabajo y una economía monetaria europeos. Esta era la consecuencia natural de la
abolición del sistema de trabajo personal a los encomenderos en 1549. Con la esclavitud prohibida y
el reemplazo de la encomienda de trabajos por la encomienda de tributos, se hacía necesario diseñar
métodos alternativos para movilizar la fuerza de trabajo indígena. Los virreyes de la segunda mitad
del siglo XVI estimularon un sistema de trabajo asalariado, pero con la población indígena
disminuyendo rápidamente tuvieron que recurrir a la coerción para salvar del colapso la frágil vida
económica de las Indias. La mano de obra forzada no era nada nuevo, pero en la década de 1570 fue
reorganizada sobre una base sistemática. Los trabajadores indios eran arrancados cruelmente de sus
comunidades y trasladados a los campos, a las obras públicas, los obrajes para la producción de
ropa de lana y algodón, y sobre todo, a las minas. Bajo la llamada política de las “congregaciones”
y “reducciones”, los indios dispersos por áreas rurales habían sido concentrados en asentamientos
donde podían ser más fácilmente controlados y cristianizados.
Hacia comienzos del siglo XVII el viejo estilo de la “república de los indios” basado en
estructuras heredadas del período anterior a la conquista, se hallaba en un estado de avanzada
desintegración. Los indios congregados en asentamientos asimilaron ciertos elementos del
cristianismo; se apropiaron de técnicas europeas, de plantas y animales, y entraron en la economía
monetaria del mundo que les rodeaba. Al mismo tiempo conservaron muchas de sus características
originales. En gran parte mantuvieron la autonomía de las instituciones municipales. Las
municipalidades indias de mayor éxito desarrollaron sus propias formas de resistencia contra las
intrusiones del exterior, la “cajas de comunidad” les permitían crear reservas financieras para
afrontar su tributo y otras obligaciones. Aprendieron cómo asegurar sus tierras con títulos legales y
emplear las técnicas para solicitar y presionar que eran esenciales para la supervivencia política en
el mundo hispánico. Como resultado, estas comunidades indígenas que se consolidaron a sí mismas
durante el siglo XVII, llegaron a actuar como protección contra el lazo asfixiante de la gran
propiedad o de la hacienda, que estrechó contra ellas, pero no llegó a asfixiarlas.
El desarrollo separado de la “república de los indios” implicaba el desarrollo de dos mundos
unidos ente sí, pero con identidades diferentes. En el medio, estaban los mestizos, creciendo
rápidamente y adquiriendo durante el siglo XVII características de casta.
Dentro de la comunidad hispánica, la corona fue incapaz de impedir el establecimiento de una
nobleza indiana. Mientras que en Castilla la sociedad estaba dividida y los nobles exentos de
impuesto, en las Indias toda la sociedad hispánica estaba exenta de impuestos y por lo tanto,
permanecía en una relación de aristocracia frente a la población india. Consecuentemente la élite
entre los criollos _ españoles de sangre nacidos en Indias_ no se distinguía por ningún privilegio
fiscal, ni tenía derechos de jurisdicción sobre vasallos. Igualmente le faltaba cualquier
diferenciación titular, ya que la corona era extremadamente ahorrativa en títulos para los criollos.
La mayor inclinación de la corona a responder en el siglo XVII más que en XVI a las
impacientes demandas de honores, de debió a sus acuciantes problemas financieros, pero también
reflejaba cambios sociales, conforme esta élite criolla se fue consolidando. Hacia finales de siglo,
esta élite, tenía una composición mixta, basada en la vieja colonización, la nueva riqueza y
conexiones de influencias. Pero también reflejaba cambios sociales.
Hacia fines del siglo XVI esta élite tenía una composición mixta, basada en la vieja
colonización, la nueva riqueza y conexiones de influencias. Los conquistadores habían sido un
grupo de hombres demográficamente desafortunados. Solo un muy pequeño grupo adquirió
riquezas y encomiendas importantes. A este grupo se unió un cierto número de colonos tempranos
que prosperaron en su nuevo ambiente. Era una ventaja, por ejemplo, tener parientes influyentes en
la corte, tener acceso a fuentes de patronazgo. Funcionarios reales y especialmente de la real
hacienda, casaron a sus familias con aquellas de los más prominentes colonos de la Nueva España.
Conforme avanzaba el siglo, este núcleo de familias dirigentes asimiló nuevos elementos,
especialmente de entre aquellos que habían hecho fortuna en la minería. Alianzas matrimoniales
cuidadosamente planeadas produjeron una red de familias interconectadas que recurrieron al
sistema castellano del patronazgo para evitar la diseminación de la fortuna familiar. Estas familias
destacadas consiguieron en algunos lugares, construir una base formidable de poder.
Los vínculos con funcionarios importantes podían influir en pleitos sobre asuntos de
trascendencia, especialmente en pleitos sobre el control de la mercancía más preciada en un lugar
seco, el abastecimiento de agua. La propiedad de tierras de regadío en las zonas bien elegidas
proporcionaba a los miembros de la élite el monopolio de la provisión de granos a las ciudades,
donde ellos y sus parientes ocupaban regimientos y alcaldías y usaban su influencia para controlar
el mundo de la política local.
Inevitablemente los lazos de parentesco e intereses se unían a esta creciente oligarquía criollo
con sectores de la administración virreinal, así como con nobles y altos funcionarios de la España
metropolitana, hacían potencialmente difícil para Madrid sacar adelante cualquier política
consistente que tendiera a entrar en conflicto con los deseos de la oligarquía. El reforzamiento de
las oligarquías indianas coincidió, por otra parte, con el debilitamiento del gobierno central en
Madrid que siguió a la muerte de Felipe II en 1598; y este debilitamiento, a su vez, dio nuevos
ímpetu a la consolidación del poder de aquellas oligarquías. Para Indias como para la misma
España, el reinado de Felipe III (1598-1621) fue un período en que la visión del último monarca de
una sociedad justa gobernada por un soberano fiel a los intereses de la comunidad en su conjunto
fue empañada por el éxito de determinados grupos de intereses en asegurar sus posiciones
aventajadas de poder.
Una vez que las oligarquías estuvieron establecidas fue imposible que perdieran su posición.
Hubo un intento abortado de conseguirlo en nueva España, al comienzo del reinado de Felipe IV, en
1621, por el virrey Gelves, que fue enviado desde España con la específica misión de reformar el
sistema. En un corto período, consiguió enfrentarse con casi todos los sectores influyentes de la
comunidad virreinal. Ello reflejaba la fuerza de los intereses creados que se sentían amenazados por
sus propios reformadores. Gelves, se ganó la enemistad de un sector tras otro, incluido el de las
altas capas de la iglesia mexicana. Por otra parte hizo frente a la comunidad mercantil, intentando
poner un freno al comercio de contrabando y obtener un crédito forzoso. Existía siempre una
escasez de capital líquido en el virreinato; al desafiar a los mercaderes e insistir en que los oficiales
reales ingresaran en la Haciendas directamente el dinero de los impuestos y tributos, en lugar de
retenerlo por un tiempo para usarlo en operaciones a interés, socavó el sistema de crédito del que
dependía la economía minera de México y hundió al virreinato en una crisis económica.
Las oligarquías estaban en proceso de consolidarse a sí mismas a todo lo largo de la geografía
indiana y estaban generando formas eficaces de resistencia a las directrices de un distante gobierno
real. El creciente poder y la confianza en sí mismas fue uno de los más importantes elementos de
cambio en lo que fue una realidad en constante transformación. La relación entre España y las
Indias nunca fue estática, dentro de un esquema más amplio de intereses y rivalidades
internacionales, del que no podían distanciarse por un momento ni las aspiraciones de la metrópoli
ni las realidades de la vida en el Nuevo Mundo.
LA TRANSFORMACIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE ESPAÑA Y LAS INDIAS
Carlos V, tras renunciar a sus títulos terrenales, murió en 1558. Al dividir su herencia entre su
hermano Fernando, quien le sucedió en el título imperial y las tierras alemanas de los Austrias, y su
hijo, Felipe, a quien dejó España, la Italia española, Los Países Bajos y las Indias, estaba de hecho
reconociendo el fracaso del gran experimento imperial que había dominado la historia de Europa
durante la primera mitad del siglo. Al fin había sido derrotado por la multiplicidad de desafíos a los
que tuvo que hacer frente: el auge del luteranismo en Alemania, la rivalidad de Francia, la perenne
amenaza de los turcos en Europa central y el Mediterráneo y , además, por la escala de la empresa
en la que se había embarcado.las distancias eran demasiado largas, los ingresos nunca suficientes; y
cuando la corona española incumplió sus obligaciones con los banqueros en 1557, entró en
bancarrota todo el sistema imperial que había comprometido desesperadamente su crédito.
La Herencia de Felipe II era al menos más manejable que la de su padre. En un reinado de
aproximadamente 40 años, consiguió imprimir su carácter al gobierno de la monarquía española.
Una profunda preocupación por preservar el orden y mantener la justicia; una concepción austera de
las obligaciones de la monarquía; gran desconfianza en sus propios ministros y funcionarios, de los
que sospechaba que anteponían sus propios intereses a los de la corona y una determinación de estar
completamente informado sobre cualquier problema imaginable. El nuevo rey dio a sus dominios
un gobierno firme, aunque la eficacia de las órdenes disminuía con la distancia y se embotaba con la
oposición de los intereses locales en competencia. Tuvo éxito también en salvar a sus dominios de
la herejía, con excepción de los Países Bajos. Logró unificar la Península Ibérica en 1580
asegurando su propia sucesión al trono de Portugal. Pero se reavivaba el conflicto con los turcos en
el mediterráneo y España centraba todo sus recursos en el Mediterráneo y luego un nuevo frente de
batalla se abrió en el norte de Europa al encontrarse España desafiada por las fuerzas del
protestantismo internacional. Durante los años de 1580 la lucha de las provincias del norte de los
Países Bajos por conservar su libertad de España se amplió a un vasto conflicto internacional, en el
que España, al proclamarse a sí misma defensora de la causa católica, intentó contener y derrotar a
los protestantes del norte: los holandeses, los hugonotes y los ingleses isabelinos.
Era inevitable que esta lucha se extendiera a las aguas del Atlántico, porque era aquí donde
España parecía más vulnerable a sus enemigos y donde podían obtenerse las grandes presas.
Mientras el imperio de Carlos fue esencialmente un imperio europeo, la monarquía española
heredada por su hijo iba a desarrollar las características de un imperio genuinamente transatlántico,
en el sentido de que el poder y las riquezas de la España de Felipe II estaban directamente
vinculados a la relación entre la metrópoli y sus posesiones transatlánticas.
España y Europa vieron a las Indias como un imperio de plata. Antes del descubrimiento de
México, las exportaciones de dinero desde las indias eran exclusivamente de oro. A fines de la
década de 1540 y en la de 1550, se descubrieron los ricos yacimientos de plata de México y Perú.
La gran montaña de plata de Potosí fue descubierta en 1545. Al año siguiente se encontraron
también grandes yacimientos en Zacatecas al norte de México, y en aún mayores el sur, en
Guanajuato. Tras la introducción en México (1550) y en Perú (1570) del sistema de la amalgama
para refinar la plata con azogue, enormes incrementos en la producción llevaron a un extraordinario
aumento de las exportaciones de plata a Europa. La vida económica y financiera de España, y a
través de ella, de Europa, se hizo fuertemente dependiente de la llegada regular de las flotas de
Indias, con sus nuevos cargamentos de plata. La cuota del rey se destinaba a sus compromisos
internos e internacionales con los que siempre cumplía con retraso.
La contribución de las Indias a la Hacienda Real representaba, en 1590 a finales del reinado
de Felipe II, sólo el 20 por 100 de sus ingresos totales, pero cruciales para las grandes empresas: la
lucha por suprimir la revuelta de los Países Bajos, la guerra naval contra Inglaterra de Isabel y la
intervención en Francia. Era precisamente porque consistía en capital líquido en forma de plata y
era objeto por tanto, de fuerte demanda de los banqueros, por lo que formaba una parte tan atractiva
de sus ingresos. Era sobre la base de los reforzamientos de los envíos de plata desde América, como
el rey podía negociar con los banqueros los “asientos” o contratos, que mantenían a sus ejércitos
pagados y ayudaban a pasar los períodos difíciles antes de que una nueva ronda de impuestos
volviera a llenar las arcas reales.
El resto de la plata que llegaba a Sevilla pertenecía a propietarios individuales. Una gran
proporción adoptaba la forma de pagos por mercancías, que en la medida en que fueran de origen
español, los pagos tendrían destino español. Pero la misma España se mostró cada vez más incapaz
de afrontar las necesidades de un mercado en alza, los extranjeros aumentaros su participación en el
comercio de Sevilla, y mucha de la plata pasaba automáticamente a las manos de estos comerciantes
y productores no españoles. De forma que cualquier fluctuación en las remesas de Indias tenía
amplias repercusiones internacionales.
La segunda mitad del siglo XVI, aunque comenzó con una recesión (1555-1559) y fue
marcada por años de desgracia, fue en general un período largo de expansión en el comercio con
Indias. Pero desde la década de 1620 tanto el volumen como el valor del comercio comenzaron a
descender de manera pronunciada. Hacia 1650 la gran época del comercio atlántico sevillano había
terminado, conforme Cádiz comenzó a sustituir a Sevilla como la salida de Europa hacia América, y
cada vez más los barcos extranjeros incursionaban en las aguas hispanoamericanas comenzaron a
organizarse nuevas pautas de comercio trasatlántico.
Dentro de los límites fluctuantes del comercio oceánico, las relaciones económicas de España
con sus posesiones americanas sufrieron importantes cambios. En la primera mitad del siglo XVI
las economías de Castilla y de las comunidades de colonos que se extendían por e Nuevo Mundo
eran razonablemente complementarias. Castilla y Andalucía eran capaces de abastecer a los colonos
con productos agrícolas – aceite, vino y granos- que necesitaban abundantemente y, al mismo
tiempo, la demanda creciente en Indias servía como estímulo a ciertas industrias castellanas, sobre
todo la textil. Sin embargo hacia la década de 1540 comenzaban a surgir problemas.
No era solo una cuestión de capacidad de abastecer la demanda, sino también cómo producir
tanto para el mercado doméstico como para el americano, a precios internacionalmente
competitivos. La inflación de precios que minó la competitividad internacional de España fue un
perturbador contrapeso para la cara positiva del imperio: para la manifiesta prosperidad de la
creciente ciudad de Sevilla y los ingresos en alza de la corona. Hasta el período 1570-1580 los
productos agrícolas de Castilla y Andalucía constituyeron las exportaciones dominantes desde
Sevilla; pero conforme las Indias comenzaron a desarrollar su producción ganadera y a cultivar cada
vez más su propio trigo, la demanda de producción española comenzó a caer. Su lugar en los
cargamentos fue ocupado por bienes manufacturaos.
En los años posteriores cuando los lazos comerciales se establecieron por primera vez entre
México y Filipinas, los mercaderes de Perú y Nueva España encontraron cada vez más ventajoso
mirar al lejano Oriente más que a la España metropolitana, para abastecerse de textiles de alta
calidad. El rápido crecimiento del comercio oriental supuso la desviación transpacífica vía
Acapulco y Manila, d grandes cantidades de plata. Los intentos de la corona para restringir el
comercio de Filipinas a un galeón al año con destino a Manila y a impedir la reexportación de
productos chinos de México a Perú, prohibiendo en 1631 todo comercio entre los dos virreinatos,
dio lugar a un contrabando en gran escala: las Indias no podían encerrarse indefinidamente en un
comercio puramente hispánico básicamente para satisfacer los deseos de los mercaderes sevillanos.
A partir de 1570 se produjo una divergencia que ninguna cantidad de legislación proteccionista
podía evitar por completo.
Cuando la plata no pudo obtenerse en la forma de pago por productos castellanos, hubo que
conseguirla por otros medios: a través de la manipulación de las tasas de aduanas, de la
introducción de determinados tipos de impuestos y del recurso de toda una variedad e mecanismos
fiscales. La población blanca de las Indias no estaba sujeta a impuestos directos; sin embargo, el
impuesto castellano sobre las ventas la alcabala, fue introducida en Nueva España en 1574 a un tasa
del 2 por 100, y en Perú en 1591 desde las últimas décadas del siglo XVI intentó aumentar sus
ingresos americanos con la venta de tierras o títulos. Por otra parte, de la legitimación de los
mestizos, de donaciones “voluntarias” y de los monopolios. Sobre la venta de oficios, mientras se
trató de oficios administrativos menores o notariales, la práctica no ocasionó gran daño, aunque no
se puede decir lo mismo de la venta de regimientos en las ciudades que aceleró el procesos por el
que el poder municipal se concentró en manos de cerradas oligarquías. Pero ello también implicó la
innecesaria multiplicación de los cargos. El resultado fue el surgimiento de una enorme y parásita
burocracia.
La combinación de un aumento en la producción de las minas con estos nuevos mecanismos
para extraer dinero de la población colonizadora produjo un gran incremento en los ingresos
americanos de la corona en los últimos años de Felipe II. Sin embargo, no bastó para salvar a la
corona de otra bancarrota en 1596. Los gastos absorbieron absolutamente los ingresos de Felipe II,
comprometido como estaba con las enormes empresas militares y navales de los últimos años de su
reinado.
Para estas empresas se necesitaba cada vez más cantidades de plata de las Indias. El
contrabando y la piratería habían formado parte siempre de la vida transatlántica. Los barcos salían
en convoyes desde la década de 1520, y desde3 los años 1560 se estableció un sistema regular de
flotas. La defensa de las mismas, demostró ser más factible que la defensa de las Indias mismas.
Conforme los enemigos de España identificaron la plata de Indias como la fuente del poder español,
creció el deseo de cortar los lazos vitales y establecer sus propias colonias en el Caribe y en tierra
firme americana. Se construyeron elaboradas fortificaciones para la protección de los principales
puertos: la Habana, San Juan de Ulúa, Puerto Rico, Portobelo y Cartagena. Pero el coste de la
construcción y el mantenimiento de las fortificaciones inevitablemente impusieron una carga muy
pesada sobre los ingresos reales en Indias.
El acceso de Felipe II al trono de Portugal en 1580 representó inicialmente un incremento de
la potencia española. Le proporcionó una flota adicional; una nueva costa atlántica, con puerto de
primera categoría en Lisboa; y un nuevo vasto dominio en Brasil. Pero ello fue seguido de la
incursión por primera vez de los holandeses en aguas sudamericanas actuando como transporte de
los portugueses; y desde finales del siglo XVI los cargadores holandeses comenzaron a mostrar un
interés tanto en el comercio con Brasil como en el Caribe, adonde se dirigían en busca de sal. La
aparición de los holandeses en las aguas española del Pacífico mostró que una enorme y
desprotegida línea de costa no iba a estar en adelante libre de ataques. España comenzaba a estar
seriamente preocupada por la deteriorada posición de los Austrias en la Europa central.
En 1616 y 1618 el Consejo de Hacienda de España se quejaba del descenso de los fondos de
la corona en las remesas de plata indiana y culpaba de ello a la retención de grandes cantidades a los
virreyes mucho de este dinero se estaba usando para mejorar las defensas contra los ataques de los
corsarios, y Perú tuvo también que cargar con el peso de destinar 212.000 ducados cada año a la
interminable guerra contra los indios araucanos de Chile. Las cifras de las remesa daban origen a
las quejas de los ministros. Mientras que Felipe II recibía dos millones y medio de ducados al año
en la década de 1590, Felipe III apenas alcanzaba el millón, y en 1620 cayeron a 8000.000 ducados.
Los costes de la defensa imperial estaban subiendo en una época en que los ingresos de la
corona mermaban, y cuando el comercio de Sevilla comenzaba a mostrar signos de estancamiento.
Los días de la plata fácil habían terminado y en Castilla surgía una creciente preocupación por los
costes del imperio más que por sus beneficios, entrando en contraste con la idea de que la conquista
de América era una señal especial del favor de Dios hacia Castilla. A ambos lados del atlántico
surgían fuerzas que tiraban en sentido opuesto.
Y Castilla nunca necesitó tanto de las Indias como tras la llegada de Felipe IV al trono en
1621, cuando expiró la tregua con los Países Bajos, y la nueva intervención de España en un
conflicto que amenazaba con extenderse por toda Europa, la hizo más dependiente de las posesiones
americanas. El régimen del conde-duque de Olivares (1621-1643) se dispuso a explotar los recursos
de los diferentes estados y provincias de la monarquía. El sistema de la Unión de Armas consistía
en la contribución de cada parte de la monarquía con un determinado número de soldados de paga
durante quince años. Se acordó que no era práctico solicitar soldados de las India y, en su lugar se
efectuaría una contribución anual de 350.000 ducados desde Perú, y 250.000 la Nueva España,
dinero que se utilizaría para la organización de una escuadra naval.
El Conde de Chichón nombrado virrey del Perú en 1627 con el encargo de introducir la
Unión, encontró razones para incumplirlo, y no fue hasta 1636 que cuando el proyecto comenzó a
funcionar doblando las alcabalas al 4 por 100y con comparables aumentos en las tasas de aduanas.
En Nueva España se subieron también las alcabalas del 2 al 4 por 100, con el mismo propósito en
1639, esta vez para financiar la creación de una flota especial, la Armada de Barlovento, para
vigilar las rutas del Caribe.
Las décadas de 1620 y 1630 pueden considerarse como un período de nueva e intensificada
fiscalización, donaciones préstamos forzosos, y la venta de derechos, privilegios y cargos. Estos son
los rasgos más destacados de los años de Olivares a ambos lados del Atlántico, cuando el gobierno
de Madrid luchaba por sostener su gigantesco esfuerzo militar y por salvar a castilla del colapso. Se
apelaba a las Indias para soportar los gastos de su propia defensa, mientras simultáneamente
también se esperaba que contribuyeran, y cada vez más a la Hacienda Real.
¿Hasta dónde eran capaces lo territorios americanos en estos años de responder a las
crecientes demandas de Madrid? Al menos para Nueva España, la década de 1620 fue una época de
dificultades económicas. En parte como resultado de los duros esfuerzos de reforma de Gelves, con
su desastroso impacto sobre la confianza y el crédito. Pero fue también una época de condiciones
climáticas inusualmente malas. Los propietarios de las minas, informaban el aumento en los
problemas de la producción con escasez en el abastecimiento de mano de obra y agotamiento de
vetas.
Mantener las minas en producción era una operación altamente costosa. Esto reflejaba
también el descenso del valor de la plata misma en Europa, donde su abundancia había hecho bajar
el valor de un peso plata en relación al oro. Las economías mineras del Nueva Mundo, por tanto,
eran menos remunerativas para los productores que en años anteriores;; y mientras que la vida
económica de Perú y Nueva España se diversificaba durante el siglo XVII con el desarrollo de la
agricultura y la industria locales, la fase de transición por la que estaban pasando los dos virreinatos
los hacía altamente vulnerables al tipo de fiscalismo arbitrario al que se encontraban sujetos en los
años de Olivares.
Al solicitar grandes donativos, o al apropiarse, como en Perú en 1629, de 1 millón de pesos de
la comunidad mercantil, la corona estaba socavando terriblemente la confianza, sacando circulante
de regiones donde ya normalmente era escaso y arruinando el sistema de crédito con el que se
realizaban las transacciones locales y trasatlánticas. Como resultado, el delicado mecanismo de la
carrera de Indias, el vínculo marítimo entre España y el Nuevo Mundo, comenzaba a aproximarse a
una ruptura en la década de 1630. En 1640, el año fatal para España cuando Cataluña y Portugal se
rebelaron contra el gobierno de Madrid, no llegó flota con metales a Sevilla. Las excesivas
demandas fiscales de la corona habían llevado al sistema trasatlántico al punto del colapso.
Durante aquellas décadas centrales del siglo, desde los años 1630 a 1650, parecía
efectivamente como si la monarquía española estuviera al borde de la desintegración. Aunque bajo
Felipe II, el conflicto internacional se había expandido a las aguas del Atlántico, América había
permanecido al margen de la lucha. Sin embargo bajo su nieto las rivalidades europeas adquirieron
una dimensión global, en la que el Nuevo Mundo se encontró en la línea frontal del ataque. Los
asentamientos ingleses en América del Norte en los años que siguieron a la paz anglo-española de
1604 habían mostrado que las esperanzas de mantener un monopolio ibérico en América eran
ilusorias; pero fue la agresividad de los holandeses en los años siguientes al fin de la tregua de los
doce años en 1621 la que reveló la verdadera escala del problema de la defensa que ahora tenía que
encarar Madrid.
En 1624 una expedición organizada por la recién fundada Compañía Holandesa de las Indias
Occidentales tomó Bahía en Brasil. Otra expedición conjunta hispano-portuguesa los desalojó al
año siguiente. Pero ello representó un gran esfuerzo para la maquinaria de guerra española. En 1630
los holandeses lanzaron su segunda invasión a Brasil y esta vez, pudieron consolidar su control
sobre las regiones productoras de azúcar en el noroeste de Brasil.
La incapacidad de la corona española para salvar Pernambuco de los holandeses tuvo grandes
repercusiones en la península. La unión de las coronas de España y Portugal en 1580 nunca fue
popular. Uno de los argumentos era que los portugueses podían aprovecharse de los recursos de
España para la defensa de sus propios territorios ultramarinos. Simultáneamente, los mercaderes
portugueses, que se habían beneficiado de la unión de las coronas para introducirse en la América
española y especialmente en el virreinato del Perú, se encontraron expuestos en los años 1630 a una
creciente hostilidad y discriminación por parte de los españoles y criollos. Hacia 1640, la unión no
ofrecía ya las ventajas que una vez tuvo, y esto a su vez predispuso a muchos de ellos a aceptar los
hechos consumados del 1 de diciembre de 1640, cuando el duque de Broganza fue declarado rey en
un Portugal independiente.
La secesión de Portugal fue otro golpe para la carrera de Indias, que socavó aún más la
confianza de Sevilla y la privó de las inversiones que tanto necesitaba. Además, al tiempo que
Brasil s desgajaba de la monarquía esta sufría aún más las pérdidas en el Caribe. En la década de
1640 el Caribe comenzaba a ser un lago europeo, con Tortuga, Martinica y Guadalupe ocupadas por
los franceses, con los ingleses en Barbados, San Cristóbal y Antigua, y con puestos comerciales
holandeses establecidos en las islas de la costa venezolana.
Los españoles respondieron con lo mejor que pudieron. La Armada de Barlovento entró por
fin en acción en 1640, pero no fue tan eficaz. Los propios colonos tuvieron éxito al rechazar
algunos ataques, y la tierra firme y las principales islas estaban defendidas satisfactoriamente
gracias a las reforzadas fortificaciones. Pero la captura de Jamaica por los ingleses en 1655 fue
sintomática del cambio importante que había tenido lugar en el Caribe durante el medio siglo
anterior. España salió de sus problemas de mediados de siglo con su imperio de las Indias en gran
medida intacto, pero había perdido para siempre el monopolio del Nuevo Mundo. El tratado de paz
de Münster en 1648 ponía fin a 80 años de guerra con los holandeses permitiéndoles a estos
continuar en posesión de los territorios que estaban ocupando aunque se les prohibiera comerciar
con las Indias española.
La relación entre España y las Indias experimentó, de este modo, un cambio decisivo como
resultado del conflicto internacional desde los años 1620 a 1650. España misma resultó
tremendamente debilitada; el Caribe se hizo internacional y se convirtió en una base desde la cual el
comercio ilícito podía realizarse a gran escala con la tierra firme americana; y las sociedades
coloniales de las Indias se vieron dependientes de sus propios recursos, inclusive en la importante
área de la organización militar.
Aunque de España se traían soldados para servir en las guardias virreinales y para las
guarniciones de las fortificaciones costeras, las irregularidades y la falta de idoneidad de estas
tropas hicieron que los destacamentos tendieran a estar incompletos y los colonos tomaron
conciencia de que , en caso de peligro había poca esperanza de salvación, a menos que se salvasen
ellos mismos las milicias urbanas y las levas voluntarias jugaron, por tanto, un papel cada vez más
importante en la defensa de las Indias.
Así, militar y económicamente los lazos entre las Indias y la España metropolitana casi se
habían perdido.la combinación en el siglo XVII de abandono y explotación no podía dejar de tener
una profunda influencia en el desarrollo de las sociedades americanas. Creó oportunidades para las
oligarquías locales que consolidaron aún más el dominio en sus comunidades adquiriendo por
compra, chantaje o usurpación extensas áreas de tierra. La formación de latifundios tenía relación
con el debilitamiento del control real en las Indias. Ni tampoco dejaba de tener relación con el
caciquismo rural, ya que en el contexto político y administrativo del siglo XVII se presentaban
innumerables oportunidades para el magistrado local de convertirse en el patrón local.
Latifundismo y caciquismo eran en cierto modo los productos del abandono metropolitano.
Un tercer resultado fue el crecimiento del criollismo, el sentimiento de la diferente identidad criolla,
reflejaba otra faceta de la vida de las Indias: la explotación metropolitana. La relación entre criollos
y los recién llegados de la península, los llamados gachupines, nunca habían sido completamente
cordiales. El resentimiento venía de las frustraciones de una comunidad mercantil irritada por las
restricciones que ejercía Sevilla en su monopolio. Pero por sobre todo, venia del hecho de que
tantos y casi los mejores cargos, en la iglesia y el estado, estuvieran reservados a los españoles.
Las órdenes religiosas, en particular, estaban fuertemente dividas por rivalidades entre
peninsulares y criollos. Cada nueva generación de criollos se sentía un paso más alejada de la
España metropolitana y, por tanto, cada vez más reacia a aceptar el tipo de tutelaje implícito en la
relación entre la madre patria y sus colonias.
Pero los vínculos de parentesco, intereses y cultura que ligaban a la metrópoli con los colonos
de las Indias eran profundos. La cultura urbana desarrollada en América era y continuó siéndolo,
fuertemente dependiente de la española. Mientras que los libros y obras españolas mantenían a los
colonos en contacto con las últimas tendencias intelectuales de Madrid, los colegios dominicos y
jesuitas que se expandieron por el Nuevo Mundo daban la educación hispánica tradicional. La
ciudad de México y Lima tuvieron sus propias universidades en 1551. La educación escolástica al
estilo metropolitano que los hijos y nietos de los primeros conquistadores recibían en las
universidades indianas era a la vez un símbolo de la alta posición social y un indicativo de su
participación en una amplia tradición cultural que no conocía frontera atlántica. Pero, incluso
cuando la cultura hispánica buscó reproducirse a sí misma, estuvo sujeta a sutiles cambios. Durante
el siglo XVII se multiplicaron los indicios de que los criollos se habían embarcado en la larga
búsqueda de su identidad.
Hacia 1700, cuando la dinastía de los Austrias se había extinguido, lo Borbones se
encontraron con un legado que no se prestaba a una fácil administración. Durante el siglo XVI la
corona, a pesar de todos sus fracasos, había conseguido mantener un control sobre la nueva
sociedad posterior a la conquista. Sin embargo a fines del reinado de Felipe II, las tensiones
comenzaban a producir efectos. Durante el siglo XVII la crisis se agudizó en la metrópoli y si ello
ocasionó nuevos intentos de cruda explotación de las Indias para el beneficio de aquella, también
significó mayores oportunidades para las confiadas y firmes oligarquías de América de tomar en su
beneficio las desesperadas necesidades del estado. Una inflada burocracia indiana daba lugar a
interminables oportunidades para inclinar las normas y satisfacer las necesidades locales; una
corona lejana y en quiebra podía normalmente comprarse cuando interfería demasiado en los
detalles de las relaciones entre la élite colonizadora y la población indígena. En las Indias, como en
las demás partes de la monarquía española, el siglo XVII fue eminentemente la época de la
aristocracia.
El sistema que los Borbones encontraron podía ser descrito como de autogobierno a la orden
del rey. Las oligarquías de las Indias habían alcanzado un nivel de autonomía dentro de un esquema
más amplio de gobierno centralizado y dirigido desde Madrid. Reflejando un tácito balance entre la
metrópoli y las comunidades de colonos, ofrecía estabilidad más que movimiento, y sus principales
víctimas eran los indios. Permitió a la América española sobrevivir a las calamidades del siglo XVII
e incluso prosperar moderadamente y, a pesar de las depredaciones extranjeras, el imperio
americano de España seguía prácticamente intacto cuando el siglo se aproximaba a su final.
Quedaba por ver si un sistema tan flexible y cómodo podría sobrevivir a un nuevo tipo de rigor, el
rigor de la reforma del siglo XVIII.

INTEGRANTES:

Canto Torréns María del Pilar


Castro Florencia
Gonzalez Luciana
Juárez María Belén
Pavón Emilse
Peralta Giselle

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