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R. Barthes - El Discurso de La Historia

Este documento analiza los diferentes tipos de "shifters" o marcadores que permiten la transición entre la enunciación y la enunciado en los discursos históricos clásicos. Identifica dos tipos principales de shifters: 1) los relacionados con la escucha, que mencionan las fuentes de información; y 2) los organizadores del discurso, como expresiones que indican el movimiento del relato a lo largo del tiempo y la materia histórica. El documento sugiere que el análisis de estos shifters puede arrojar l

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R. Barthes - El Discurso de La Historia

Este documento analiza los diferentes tipos de "shifters" o marcadores que permiten la transición entre la enunciación y la enunciado en los discursos históricos clásicos. Identifica dos tipos principales de shifters: 1) los relacionados con la escucha, que mencionan las fuentes de información; y 2) los organizadores del discurso, como expresiones que indican el movimiento del relato a lo largo del tiempo y la materia histórica. El documento sugiere que el análisis de estos shifters puede arrojar l

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El discurso de la historia

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~.
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La descripción formal de los conjuntos de palabras superiores
a la frase (a los que, por comodidad, llamaremos discurso) no es
cosa de ayer: desde Gorgias hasta el siglo XIX constituyeron el
.! . objeto propio de la antigua retórica. El reciente desarrollo de la
ciencia lingüística viene a darle, sin embargo, una nueva actuali-
dad y nuevos medios: quizá será posible a partir de ahora una
lingüística del discurso; a causa de su incidencia sobre el análisis
literario (cuya importancia en la enseñanza ya conocemos) in-
cluso llega a constituir una de las primeras tareas de la .se-
miología. .
. Esta segunda lingüística, a la vez que dedicarse a buscar los'
universales del discurso (si es que existen), bajo la forma de uni-
dades y de reglas generales "decombinación, tiene evidentemente
que decidir si el análisis estructural permite conservar la antigua
tipología
~
de los discursos, si bien siempre será legítimo oponer . H",
el discurso poético al discurso novelesco, el relato ficticio al rel~ ó
o
lél.19.hi.s.tóric.o.. S.~,-bre. este .úttimó punto. .es sobre ..el que. querría .•
proponer ahora ciertas reflexiones: la narración de acontecimien-
tos pasados, que en nuestra cultura, desde los Griegos, está some-.
tida generalmente a la sanción de la «ciencia» histórica, situada
bajo la imperiosa garantía de la ~realidad»,-jusffficadap'or prin-
cipios ~ exposición «racional», esa narración ¿difiere realmente,
por--aígún-----rnsgo" ·espéclfico~-por alguna indudable pertinencia,
., .
DE U HISTORIA A LA REALIDAD 164 165 EL DISCURSO DE LA HISTORtA

de la narración imaginaria, tal como la podemos encontrar en la let, que «escucha» la Historia de Francia a partir de una ilumi-
epopeya, la novela, el drama? Y si ese rasgo -o esa pertinencia- ~- nación subjetiva (la revolución de julio de 1830) y da cuenta de
existe, ¿en qué punto del sistema discursivo, en qué nivel deIa ella' en su discurso. El shiiter de escucha no es evidentemente
enunciación hay que situarlo? Para' intentar sugerir una respues- pertinente sólo en el discurso histórico: frecuentemente se lo
ta a esta pregunta someteremos ahora a observación, aunque encuentra en la conversación y en determinados artificios de
~
libre y en absolulo exhaustiva, el discurso de algunos grandes exposición propios de la novela (anécdotas contadas refe~dñ.s a
historiadores clásicos, como Herodoto, Maquiavelo, Bossuet y partir de ciertos informadores ficticios que se mencionan).
Michelet, El segundo tipo de shijter reúne a todos los signos declara-
dos por los que el enuncian te, en este caso el historiador, organiza
su propio discurso, lo retorna, lo modifica a medio camino, en una
1. Enunciación palabra, siempre que utiliza hítosexp~citos. Se trata de un
shifter importante. y los «organizadores» del discurso pueden re-
Y, antes que nada, ¿ en qué ccndiciones el historiad-ir clásico vestir expresiones variadas; todas ellas pueden reunirse, no obs-
se siente obligado -o autorizado-- a designar; dentro de su w:.- tante, como indicaciones de un movimiento del discurso en rela-
curso, el acto por el cual lo está profiriendo? En otras palabras. cion a ..•:.: ::::.:::...•.:.:. -:'. más exactamente, a lo largo de esa materia,
al -nivel del discurso -:-y ya no de la lengua-, ¿cuáles son los algo así como a la manen" ñe los aei...:i.: ....•... .., :~rn~orales o locati-
shifters (en e.1 sentido acordado por Jakebscn a esta palabra)" vos voicifvoila;" así pues, en relación al flujo de la enu:-:!·_;.::::',....
que garantizan él paso del enunciado a la enunciación (o al. tendremos: la inmovilidad (como hemos dicho antes), la subida
revés)? (altius repetere, replicare da pii: alto luogo], la bajada (ma ritor-
Parece ser que el discurso clásico conlleva' dos tipos regulares nando all'ordine nostro, dico come ... ), la detención (sobre él, ya
de embragues." El primer tipo reúne a los que podríamos llamar· 110 hablaremos' más), el anuncio (éstas son las -otras acciones

los embragues de escucha. Esta categoria ha sido' ya señalada dignas de memoria que hizo durante su reinado). El shiiter de
por Jakobson, al nivel del lenguaje, y designada por el nombre organización plantea un notable problema, que aquí nos hemos
de testimonial, y bajo la fórmula CeCaljCa2: además del aconteci- de limitar a enunciar: el que nace' de' la coexistencia, o, mejor
miento relatado (Cs), el 'discurso menciona a la vez el acto del in. dicho. del roce de dos tiempos: el tiempo de la enunciación y el
Iormador (C·I.)-Y.1a palabra del enunciante que a él se refiere tiempo de la materia enunciada. Este roce da lugar a .importan-
.-
(CA2..•). Este shifterdesigna así cualquier mención de fuentes, de tes hechos del discurso; citaremos tres de eUos ..El primero remi-
testimonios, toda referencia a una escucha del historiador, que te a todos los fenómenos de aceleración de la historia: un núme-
recoge un en-otra-parte de su discurso y lo refiere. La escucha ro igual de «páginas» (si es que es ésa la burda medida del tiem-
explícita es una opción, ya que es posible no referirse a ella; po de la enunciación) cubre lapsos de tiempo variados (tiempo de
aproxima al historiador al etnólogo cuando menciona a su infor- la materia enunciada): en las Historias [lorentinas de Maquiave-
mador; así pues, este shijter se encuentra abundantemente en los lo, la misma medida {un capítulo) cubre una vez varios siglos rB \:i
o
historiadores etnólogos, como Herodoto. Sus formas son varia- otra unos veinte años; cuanto más nos acercamos al tiempo dd~
-das: llezan ~ -desde-los incisos del tipo- tal. corno-lo
. -he oído, -según historiador. más fuerte es la presión de la enunciación, más.Ienta.,
mi conocimiento, hasta el presente histórico. tiempo que atesti- -.' se vuelve la historia;' ni siquiera hay ísocronía, lo que ataca irn- _
gua la intervención del enunciador, y hasta cualquier mención de plícitarnente la linealidad del discurso y deja aparecer' un «para-"
grarnatisrno» posible en la palabra histórica.P El segundo hecho
la experiencia personal del historiador; éste es elcaso de Miche- i
,- * No lo traduzco (he aquí/he ahí) porque la equivalencia en español
11. R. Jakobson, Essais de linguistique générale, op. cit., .cap. IX. tiene un uso más restringido y arcaizante, [T.]
* Enibrayeur suele traducirse por «embrague ». [T.] 12. A partir de J. Kristeva (<<Bakhtine, le moto la dialogue et le romzn»,
DE LA °HISTORIA A LA REALIl)AD 166 167 EL DISCURSO DE LA HIs,rrORIA

recuerda también, a su manera, que el discurso, aunque lineal enunciado histórico, por medio de los shijters organizadores, tie-
materialmenterconfrontado con el tiempo histórico, tientt.como ne como objetivo, no tanto dar al historiador una posibilidad de
misión, parece ser, la profundización en este tiempo: s~ trata de expresar su «subjetividad» como vulgarmente se dice, como
lo que podría llamarse la historia en zig-zago en dientes de sie- «complicar» el tiempo crónico de la historia enfrentándolo con
rra: así por cada personaje de los que aparecen en sus Histo- otro tiempo que es el del propio discurso, o~ que podríamos
rias, ~rodoto se remonta hasta los antepasados del recién lle- llamar, para abreviar" el tiempo-papel; en suma, la' presencia, en
gado, vuelve después al punto de partida, continúa un poco más la narración histórica, de signos explícitos de enunciación ten-
allá, y vuelve a empezar. Por último, un tercer hecho de discur- dría como objeto la «descronologización» del «hilo» histórico y
so, considerable, atestigua el rol destructor de los shifters de la restitución, aunque 1\0 fuera más que a título dereminíscen-
organización en relación con el tiempo crónico de la historia: se cia o de nostalgia, de un tiempo complejo, paramétrico, nada li-
trata de las inauguraciones del discurso histórico, puntos en los neal, cuyo espacio profundo recordaría-el tiempo mitico de las
que se juntan el comienzo de la materia enunciada y el exordio antiguas cosmogonías, atado él también por esencia a la palabra
de la enunciación.P E;l discurso de la historia en general conoce del poeta o el adivino: los shifters de organización, en efecto, ates-
dos formas de inauguración: en primer lugar, '10 que' se podría tiguan -aunque sólo sea a base de ciertos giros de apariencia
llamar la apertura performativa, pues la palabra en este caso es racional- la función predictiva del historiador: .en ola medida
realmente un acto '::e fundación solemne; su modelo es poético, en que él sabe lo que no se ha contado todavía, el historiador, al
es el yo cai.to de los poetas; de ese modo, Joinville "Comienzasu igual que el agente del mito, tiene la necesidad de acompañar el
historia con una' apelación religiosa (e En el nombre de Dios todo- desgranarse crónico de Olasacontecimientos con referencias al
poderoso, yo, Jehan, señor de JoinvilIe, hago escribir la vida de tiempo propio de su palabra.
nuestro santo rey Luis»), y el socialista Louis Blanc tampoco . Los signos (o shifters) de los que acabamos de hablar se re-
desdeña el introito purificador," hasta tal punto el inicio de la lo
fieren únicamente al propio proceso de la enunciación. Existen
palabra sigue teniendo siempre algo de difícil, y como si dijéra- otros que ya no mencionan el acto de la enunciación, sino', según
mos, de sagrado; a continuación, una unidad mucho más corrien- la terminología de Jakobson, a sus protagonistas (Ta), destina-
te, el Prefacio, acto de enunciación caracterizado, bien sea pros- tario o enunciante:Un hech~ notable y discretamente enigmático
pectivo, cuando anuncia el discurso venidero, bien sea retrospec- es que el discurso literario conlleva muy raramente los signos del
tivo, cuando lo juzga (es el caso del gran Prefacio con que Mi- «lector»; incluso podría decirse que lo que lo especifica es el he-
chelet 'culmina su Historia de Francia una vez completamente cho de ser -:lparentemente- un discurso sin tú; a pesar de que
escrita y publicada). El recuerdo de estas pocas unidades tiene ., en realidad toda la estructura de ese discurso implica un «sujeto»
la intención de sugerir que la entrada de la enunciación en el de la lectura. En el discurso histórico, los signos de destinación
están generalmente ausentes: tan sólo los encontraremos allá
odonde la Historia se muestre como una lección; éste es el caso
Critique, núm. 239, abril 1967, págs. 438465), se designarán con el nombre
de paragrarnas (derivado de los Anagramas de Saussure) las escrituras do-
de la Historia universal de Bossuet, un discurso dirigido nomi-
bles, que contienen un diálogo del texto con otros textos y postulan una o
nalmente por el preceptor a su alumno el príncipe; incluso es~~ ~o
nueva lógica. o

esquema sólo es posible, en cierto modo, en la medida en que eJ:


13. El exordio (de todo discurso) plantea uno de los problemas más in-
teresantes de la retórica cn la medida 'en que es la codificación de las rup-
-: discurso de Bossuet se supone que representa hornológicamen-
turas del silencio y una lucha contra la afasia. te el discurso que el propio Dios dirige a los hombres, precisa-
14. cAntes de tomar la pluma me he interrogado con severidad, y, mente bajo la forma de la Historia de la que les hace donación:
como no he encontrado en mi ni afectos interesados ni odios implacables, sólo porque la Historia de los hombres es la Escritura de Dios
he pensado que podía juzgar a los hombres yO a las cosas sin faltar a la
justicia y sin traicionar a la verdad» (L. Blanc, Histoire de dix ans, Paris, puede Bossuet, mediador de esa escritura, 'establecer una rela-
Pagnerre, 1842, 6 vol.). ción de destinación entre él y el principe.
DE LA HISTORIA A LA REALIDAD 168 169 EL DISCURSoilE LA HISTORIA

Los signos del enunciante (o destinador) son, evídentemente.. del él que hace César. Este célebre él pertenece al enunciado;
mucho más frecuentes; entre ellos tenemos c1te alinear todos cuando César pasa a ser explícitamente errunciante, utiliza el
los fragmentos de discurso .en que el historiador, sujeto vacío de . nosotros (ut supra dÚl1ostravimus). Este él.de César a primera
la enunciación, se va, poco a poco, rellenando de predicados di-: vista ~parece sumergido entre los otros participantes del discurso
1>. versos que están destinados a constituirlo como persona, provis- enunciado, y a ese titulo se ha visto ~n él el signo supremo de la
ta de una plenitud psicológica, .0, es más, de un continente (la objetividad¡' no obstante parece sertq':le se lo puede díferenesar
palabra es una exquisita imagen). Señalaremos aquí una forma formalmente; ¿cómo?, pues observando que sus predicados han ,
particular de este «relleno» que le corresponde más directamen- sido constantemente seleccionados: el él de César no tolera más
te a la crítica literaria. Se trata del caso en que el enunciante pre- que determinados sintagrnas, que. podríamos llamar sintagmas
.;¡ tende «ausentarse" de su discurso, el cual, en consecuencia, ea- de la jefatura (dar órdenes, conceder audiencia, visitar; obligar a
rece.csistemátlcamente de todo signo que remita al emisor del hacer, felicitar, explicar, pensar), todos ellos, de hecho; muy cer-
mensaje histórico: la historia parece estarse contando sola. Este canos a determinados performativos en los que las palabras se
accidente ha hecho una considerable carrera, ya que, de hecho, . confunden con el acto. Hay otros ejemplosde este él, actor pasa-
corresponde al discurso histórico llamado «objetivo» (en el que el do y narrador presente (especialmente en Clausewítz): todos
historiador no interviene nunca). De hecho, en este caso/el enun- ellos demuestran que la elección del pronombre apersonal no es
fiante anula su persona pasional, pero la sustituye por otra per- más que un truco retórico y que la auténtica situación del enun-
sonarla persona «objetiva»; el sujeto subsiste en toda su pleni- ciante se.'manifiesta en la elección de los sintagrnas de los que ,.
tud, pero como sujeto objetivo; esto es lo que Fustel de Coulan- rodea sus actos pasados.
ges llamaba significativarnente (y con bastante ingenuidad tam-
bién) la «castidad de la Historia". Al nivel del discurso, la obje- ,
I
tividad -o carencia de signos del enuncian te- aparece como !
2. Enunciado
una forma particular del imaginario, como el producto de lo que
- podríamos llamar la ilusión referencial, ya que con ella el his- -El enunciado histórico debe poderse prestar a una división
toriador pretende dejar que el referente hable por sí solo. Esto destinada a producir unidades de contenido, que a continuación
no es una ilusión propia del discurso histórico: ¡cuántos nove- podrían clasificarse. Estas unidades de contenido representan
listas .-de la época realista- imaginan ser «objetivos» sólo por- aquello de lo que habla la historia; en cuanto significados no son
que suprimen los signos del )'0 en el discursc! La lingüística y el ni el referente puro ni el discurso completo: el conjunto que
psicoanálisis conjugados nos han hecho hoy día mucho más lu- forman está constituido por' el reférente dividido, 'nombrado, in-
cidos respecto a una enunciación privativa: sabemos que también teligible ya, pero aún no sometido a una sintaxis. No nos pondre-
las carencias de signos son significantes. mes ahora a profundizar en estas clases de unidades, sería un
Acabaremos rápidamente con la enunciación mencionando el trabaje prematuro; nos limitaremos a hacer algunas observacío-
i
caso particular -que Jakobson, al nivel de la lengua, coloca .
nes previas.
• I

1: dentro de la cuadrícula de los shijters-« en que el enunciante del I Al igual que el enunciado, frástico, el enunciado histórico
discurso es, a la vez, partícipe del proceso enunciado, en que el comprende «existentes» y «ocurrentes», seres, entidades ~: SU¡;j¡)
1I protagonista del enunciado es el mismo protagonista de-la enun- predicados. Ahora bien, un primer examen permite suponer qu¡] bo
1I
ciación (Te/T'), en que el historiador, que fue actor en la época unos y otros (por separado) pueden constituir listas relativamen-
'0

1; 'del suceso, se convierte en su narrador: es el caso de Jenofonte, te cerradas, manejables, en consecuencia, en una palabra, colec-:
i que participa en la retirada de los Diez Mil y a continuación se
! cienes cuyas unidades acaban por repetirse .gracias a combinacio-'
convierte en su historiador: El ejemplo más ilustre de esta con- nes evidentemente variables; así pues, en Hercdoto, los existentes
¡ junción del yo enunciado y el )'0 enunciante es sin duda el uso se reducen a dinastías, príncipes, generales, soldados, pueblos y

,1

I
DE LA HISTORIA A LA REALIDAD 170 I 171 . EL DISeURSO DE LA HISTORIA

lugares, y los ocurrentes a acciones como devastar, someter, aliar-


se, salir'.en expedición, reinar, utilizar tnt!-=estratagema, consul-
tar al oráculo, etc. Estas colecciones, que son (relativamente)
II do así la única posibilidad de lucha que subsiste cuando un go-
bierno sale victorioso de todas las enemistades declaradas a
plena luz. La denominación, al permitir una fuerte articulación
cerradas, deben prestarse a determinadas reglas de sustitución y del discurso, retuerza su estructura; las historias fuertemente
de transformación y debe ser .posíble estructurarlas, tarea más estructura das son historias sustantivas: Bossuet, que piensa que
o menos fácil, evidentemente, según de qué historiador se trate; la historia de los hombres ha !ido estructurada por Dioe, usa con
las unidades de Herodoto, por ejemplo, dependen en general de abundancia sucesiones de abreviaciones 'en forma sustantíva,"
un único léxico, el de la guerra; habría que averiguar si en cuan- Estas observaciones valen tanto para los ocurrentes C0:::n.O--·
to a los historiadores modernos son de esperar asociaciones más .para los' existentes. Los procesos históricos en sí (sea cual fuere
complejas de léxicos diferentes y si, incluso en ese caso, el dis- su desarrollo termínológico) plantean un problema interesante,
curso histórico no está siempre, en el fondo, basado en coleccio- entre otros: el de su estatuto. El estatuto de un proceso puede

'\
nes sólidas (es mejor hablar de colecciones, y no de léxicos, ya ser asertivo, negativo, interrogativo. Ahora bien, el estatuto' del
que-nos estamos manteniendo exclusivamente en el plano del discurso histórico es asertivo, constativo, de una manera unifor- -;
contenido). Maquiavelo parece corno si hubiera tenido la intui- mé;- el hecho histórico está lingüísticamente ligado .a .un prívile-s
ción de esa estructura: al principio de sus Historias [lorentinas \ giodel ser: se cuenta lo que ha sido, no lo que no ha sido o lo
presenta su «colección», es decir, la lista de los objetos jurídicos, que ha sido dudoso. En resumen, el discurso histórico no conoce
'políticos, étnicos, que a continuación pondrá en movimiento a la .negacíón (o lo hace muy raramente, de una manera excéntrí-
lo largo de su narración. ca). De manera curiosa -pero significativa- podría ponerse este
En los casos de colecciones más fluidas (los historiadores me- hecho en relación con la disposición que se encuentra en un
nos arcaicos que Herodoto), las unidades del contenido pueden, enuncíante muy distinto del historiador, que es el psicótico, inca-
sin embargo, recibir una-fuerte estructuráción, no del léxico, sino paz de hacerle sufrir una transformación negativa a un enuncia-
de la temática personal del autor; esos objetos temáticos (recu- do;" podría decirse que, en cierto sentido, el discurso «objetivo"
rrentes) son numerosos en un historiador romántico como Mi- I (el caso del historiador positivista)' se acerca a la situación del
chelet; pero también es fácil encontrarlos en autores considera- ! discurso ésquizofrénico: tanto en un caso co;no en otro, hay una
! censura radical de la enunciación (el sentimiento de ésta es lo
dos corno intelectuales: en Tácito, la fama es una unidad perso-
nal, y Maquiavelo asienta su historia sobre una oposición terná- I único que permite la transformación negativa), reflujo masivo i r¡'
del discurso hacia el enunciado e, incluso (en el caso del historia- I \_
tica, la del mantenere (verbo que remite a la-energía fundamental
del gobernante) y del ruinare (que, por el contrario, implica una
I d01L hacia el referenterno quedanádiéqiie 'asuma el enunciado .. -'
lógica de la decadencia de las cosas)." Es natural que, a través Ii Abordando otro aspecto, esencial, del enunciado histórico, hay
que decir algo sobre las clases de unidades 'del contenido y su
de esas unidades temáticas, a menudo prisioneras de una palabra,
se encuentren unidades del discurso (y no tan sólo del conteni- sucesión. Estas clases son, como indica un primer sondeo, las
do); así se llega al problema de la denominación de los objetos mismas qúéSeh;mcréíao~descúbnr'en él discurso ddicción.18 La
I I _____ o •••• - - ., - .- •• , _._.. ro
históricos: la palabra puede economizar una situación o una b
o
16. Ejemplo: «Antes que 'nada, lo que se ve es 'la in~cencia y I~ saJ*
serie de acciones; favorece la estructuración en la medida en que, duna del joven José ... ; sus sueños misteriosos ... ; sus hermanos celosos ... ;
proyectada en elcontenido, constituye por sí mismii una pequeña la venta de este gran hombre ... ; la fidelidad que guarda a su señor ... ; su
estructura; así, Maquiavelo se sirve de la palabra conjuración castidad admirable; las persecuciones que ésta atrae sobre él; su pris!6~
y su constancia ... » (Bossuet, Discours sur l'histoire universelle; en sus
para economizar la explicitación de un dato complejo, designan- Oeuvres, París, Gallimard, «Bibl. de la Pléiades, 1961, pág. 674).
17. L. Irigaray, cNégation et .transformation négative dans le langage
15. Véase E. Raimondl, Opere di Niccolo MacchiaveIli, Milán, Ugo Mur- des schízophrenes», Langages, n. S, marzo de 19~7, págs. 84-98.
sia, editor, 1966. . .: 18. Véase «lntroduction a I'analyse structurale du récit», Commul1ica·

\..
DE LA HISTORIA A LA REALIDAD 172 173 EL DISCURSO DE LA HISTOR7.A

primera clase incluye todos los segmentos del discurso que re- .observaciones sobre la estructura del enunciado, podemos sugerir
miten a 'un significado implícito, de acuerde- con un proceso me- que el discurso' histórico oscila entre dos polos, según la densi-
tafórico; así cuando Michelet describe el afiigarramiento de los dad respectiva de sus índices y sus funciones. Cuando en un hís-
vestidos, la alteración -de los blasones y la mezcla de estilos en toriador predominan las unidades indiciales (remitiendo en cada
arquitectura, al comienzo del siglo xv, como otros tantos signífí- momento a un significado implícito) la Historia aparece condu-
r. cantes de un significado único, que es la división moral del fin de cida hacia una forma metaíórícaej- se acerca al lirismo y a 10 sim-
la Edad Media; ésta es, pues, la clase de los índices, o, más exac- bólico: 'éste es el caso de Michelet, por ejemplo. Cuando, porel
tamente, de los signos (una clase muy abundante en la novela contrario, las que lo conducen son las unidades funcionales, la
clásica). La segunda clase de unidades está constituida por los Historia toma una forma metonímica, se emparienta con la epo-
fragmentos de discurso de naturaleza razonadora, silogística, o, peya: como ejemplo puro de esta tendencia podríamos citar la
más exactamente, entímemática, ya que casi siempre se trata de historia narrativa de Augustin Thierry. A decir verdad, hay una
. :-:'---sílogismosimperfectos, aproxímatívos.v Los entimemas no son tercera Historia: la que, por la estructura de su discurso, intenta-o .
exclus'yos del discurso histórico; son frecuentes en la novela, en reproducir la estructura de las opciones vividas por los protago-
la que las bifurcaciones de la anécdota se justifican generalmente, nistas del proceso relatado; en ella dominan los razonamientos:
ante el lector, con seudorrazonamientos de tipo silogístico. El en- es una historia reflexiva, que también podríamos llamar historia
timema introduce en el discurso histórico una inteligibilidad no estratégica, y Maquiavelo seria el mejor ejemplo de este tipo.
simbólica, y por ello es interesante: ¿subsiste en las historias
recientes, en las que el discurso trata de romper con el modelo
clásico, aristotélico? Por último', hay una tercera clase de unida- 3. Significación
des -<¡ue.no es la más pequeña- que recibe 10 que llamamos a
partir de Propp las «funciones» del relato, o puntos cardinales Para que la Historia no·tenga significado es necesario qUI!el
a partir de los que la anécdota puede tomar un curso diferente; discurso' se limite a una pura serie de anotaciones sin estruc-
estas funciones están agrupadas sintagmáticamente en series .tura: es el caso de las cronologías y de los anales (en el sentido
cerradas, saturadas lógicamente, o secuencias; así, en Herodoto, puro del término). En el discurso histórico constituido (podría-
por varias veces encontramos una secuencia Oráculo, compuesta mos decir «rcvestido») los hechos relatados funcionan írresisti-
de tres términos, los tres alternativos (consultar o no, responder blerncntc como índices o corno núcleos cuya misma secuencia
o no, seguirlo o no) y que pueden estar separados unos de otros tiene un valor indicial; e incluso, si los hechos fueran presen-
por unidades' extrañas a la secuencia; 'estas tinh:iádesson, o bien tados de una manera anárquica; al menos -significarían la anar-
los términos de otra secuencia, y entonces el esquema es de im- quía y remitirían a una determinada idea negativa de la historia
bricación, o bien de pequeñas expansiones (informaciones, indi- humana.
cios), y el esquema entonces es el de una catálisis que rellena los Los significados del discurso histórico pueden ocupar al me-
intersticios entre los núcleos. nos dos niveles diferentes. Primero hay un nivel inmanent'e a la
Generalizando -quizá de manera abusiva- estas pequeñas manera enunciada; este nivel retiene todo el sentido que el his-'B Js
toriador concede voluntariamente a los hechos que relaciona (ell ~ o

-, abigarramiento de los vestidos del siglo xv para Michelet, la im-


tions, núm. 8, noviembre 1966. [Recogido en la col. «Pointss, E.d. du Seuil, portancia de ciertos conflictos para Tucídides, etc.); de este tipo
1981.]
19. Veamos el esquema silogísticc de un pasaje de Michelet tHistoire. .1 pueden ser las «lecciones», morales o políticas, que el narrador
du Moyer: Age, t. III, libro :VI, cap. II): 1. Para desviar al pueblo de la extrae de determinados episodios (en Maquiavelo, o Bossuet). Si
revolución hay que tenerlo ocupado. 2. Ahora bien, el mejor medio es
la «lección» es continua, se alcanza un segundo nivel, el del sig-
entregarles un. hombre. 3. Así. pues, los príncipes escogieron al anciano
Aubriot, etc, nificado trascendente a todo el discurso histórico, transmitido
DE LA HISTORIA A LA REALIDAD 174 EL DISCPRSO DE LA HISTORIA
175 :

por la temática del historiador, que, de este modo, tenemos dere- garse con más precisión sobre el lugar de la «realidad». en la es-
a
cho 'identificar
,
como la forma del sil?'1ificado;así,
-v
la misma tructura discursiva. .
imperfección de la estructura narrativa en Herodoto (que nace 'El discurso histórico supone, por así decirlo, una doble ope-
de determinadas series de hechos sin cierre final) remite en el ración, muy retorcida. En un primer momento (esta descompo-
fondo a una determinada filosofía de la Historia, que es la dispo- sición evidentemente es sólo rr.etafórica), el referente está sepa-
nibilidad de los hombres sometidos a la ley de los dioses; así rado del discurso, se convierte\n algo exterior a 'él,'en ':lgo' fun-
también, en Míchelet, la solidísima estructuración de los signifi- dador, se supone que es el que lo regula: es el tiempo de las res
cados particulares, articulados en oposiciones (antítesis al nivel gestae, yel discurso se ofrece simplem~.tri:e'·contO"histonÚ'''i ••¡.;;~,,;.
del significante) tiene como último sentido una filosofía maní- gestarum: pero, en un segundo momento, es el mismo significado
queísta de la vida y la muerte. En el discurso histórico de nues- el rechazado, el confundido con el referente; el referente entra
tra civilización, el proceso de significación intenta siempre «lle- en relación directa con el significante, y el discurso, encargado
nar» de sentido la Historia: el historiador recopila menos he- simplemente de expresar la realidad, cree estar economizando 'el
chor, que signíficantes y los relaciona, es decir, los organiza con término fundamental de las estructuras imaginarias, que es el
el fin de establecer un sentido positivo y llenar así el vacío de la significado. Como todo discurso con pretensión «realista», el de
pura serie. la historia no cree conocer, por tanto, sino un esquema semántica
Como <sepuede ver, por su propia estructura y sin tener nece- de dos términos, el referente y el significante; la confusión (ilu-
sidad de invocar la sustancia del contenido, el discurso histórico .soría) del referente y el significado define, corno sabemos, los, a
.'es esencialmente elaboración ideológica, o, para ser más precisos, discursos' sui-rei erenciales, como el discurso perforrnativo: po-
imaginario" si entendemos por imaginario el lenguaje gracias al
dría decirse que el discurso histórico es un discurso performa-
cual el enunciante de un discurso (entidad puramente lingüísti-. tiva falseado, en el cual el constativo (el descriptivo) aparente
ca) «rellena» el sujeto de la enunciación (entidad psicológica o no es, de hecho, más que el significante del acto de palabra como
ideológica). Desde esta' perspectiva resulta comprensible que la
acto de autoridad."
noción de «hecho» histórico haya suscitado a menudo una cierta .j " En otros términos, en la historia «objetiva», la «realidad" no
desconfianza. Ya decía Nietzsche: «No hay hechos en sí. Siem-
es nunca otra cosa que un significado informulado, protegido
pre hay que empezar por introducir un sentido para que pueda
tras la omnipotencia aparente del referente. Esta situación defi-
haber un hecho». A partir del momento en que interviene el len- ne 10 que podría llamarse 'el efecto de realidad. La.elunírraciérr
guaje (¿y cuándo no interviene?) el hecho sólo puede definírse de
del s~g!1ificado,fuera del discurso ,~:óbje!h-:o», permitiendo que,
manera tautológica: lo anotado procéde"'de' 16" bb5en'a:bie, pero
aparentemente, se enfrente la «realidad» con su expresión, nun-
10 observable -desde Herodoto, para el que la palabra ya ha
ca deja de producir un nuevo sentido, tan cierto es, unavez, más,
\ perdido su acepción mítica- no es más que lo que es digno de
que en un sistema, toda carencia de elementos es en sí misma
memoria, es decir, digno de ser anotado. Se llega así a esa para-
significante. Este nuevo sentido -extensivo a todo discurso his-
doja que regula toda la pertinencia del discurso histórico (en
tórico y que define, finalmente, su pertinencia- es la propia r(¡'~· i.,
comparación con otros tipos de discurso): el hecho no tiene
lidad, transformada subrepticiamente en significado vergonzantl"* 8
nunca una existencia que no sea lingüística (como término de
el discurso histórico no concuerda con la realidad, lo único que
un discurso), s; no obstante, todo sucede como si-esa existencia
no fuera más que la «copia» pura y simple de otra existencia,
20. Thiers expresó con una gran pureza e ingenuidad esta ítusion rei¿·
situada en un campo extraestructural, la «realidad». Este dis- rencial, o esta confusión entre referente y significado. y fijó el ideal del
curso es, sin duda, el único en que el referente se ve como exte- historiador de la siguiente manera: ••Ser sencillamente veraz, ser lo que
rior al discurso, sin CJ,uejamás,sin embargo, sea posible acercar- las cosas son en sí mismas, no ser otra cosa que ellas, no ser nada sino
gracias a ellas. como ellas, ni más ni menos que ellas> (citado por C. Ju-
se a él fuera de ese discurso. De manera que habría que interro-
~ ....--, '. llian, Historiens [rancais dü XIX siécle, París, Hachette, s.f., pág. LXIII.)
DE LA HISTORIA A LA REALIDAD 176 177 EL DISCURSO DE LA HISTORiA

hace es. significarla, no. dejando de repetir esto sucedió, sin que
.
\ (). esta aserción llegue a ser jamás nada más f?tle la cara del signifi-
la estructura narrativa, elaborada en el crisol de las ficciones (por
medio de los mitos y las primeras epopeyas), 'se convierte en sig-
cado de toda la narración histórica. <-
no y, a la vez, prueba de la realidad. También es comprensible
El prestigio del sucedió tiene una importancia y una amplitud que la debilitación (cuando no la desaparición) de la narración>
verdaderamente históricas. En toda nuestra civilización se da un en la ciencia histórica actual, que pretende hablar más de es-
gusto por el efecto de realidad, atestiguado por el desarrollo de p
tructuras que de cronologías, in1 lique, algo más que un Gmple
géneros específicos como la novela realista, el diario intimo, la cambio 'de escuela: una auténtica transformación ideológica;' la
literatura documental, el suceso, el museo histórico, la exposi- narración histórica muere porque, el signo de la Historia, de aho-
ción de antigüedades, ~', cobre todo, el desarrollo masivo de la ra en adelante, es mucho menos lo real que lo inteligible.
fotografía, cuyo único rasgo pertinente (en relación con el dibu-
jo) es precisamente el significar que el acontecimiento presenta- 1967, lniormation sur les scíences sociales
_.__.do ha .tenido lugar realmente+ Una vez secularízada, la reliquia
ya norietenta más sacralidad que la propia sacralidad ligada al
enigma de lo que ha sido, ya no es y SI! ofrece a la lectura, no
obstante, como el signo presente de una cosa muerta. En senti-
do inverso, la profanación de las reliquias es, de hecho, la des-
trucción de la misma realidad a partir de la intuición de que la
realidad nunca es más que un sentido, revocable cuando la his-
toria lo exige y reclama una auténtica subversión de los mismos
fundamentos de la civilización."
Al negarse a asumir la realidad como .significado (o incluso
a separar el· referente de su propia aserción) es comprensible
que la historia, en el momento privilegiado en que intentó cons-
tituirse como género, es decir, en el siglo XIX, haya llegado a ver
en la relación «pura y simple» de los hechos la mejor prueba
de tales hechos, y a instituir la narración como significante pri-
vilegiado de la realidad. Augustin Thierry se convirtió en el teóri-
co de esa historia narrativa, que extra~'su «\,erdad·;;· del mismo
cuidado de la narración, de la arquitectura de sus articulaciones
y la abundancia de sus expansiones (que en este caso se llaman "
«detalles concretos»)." Queda así cerrado el círculo paradójico:
I

lB
2L Véase «La rhétor iquc de I'irnage», Conl1nunicatioJls, n. 4, noviem- If,
~
8
bre de 1964. [Recogido en Lo Obvio y lo Obtuso, 1982. Véase también La
Chambre claire, 1980·(Nota del editor francés).)
21. Este es indudablemente el sentido que hay que da!': más -allá de 'i
cualquier subversión religiosa, al gesto de los Guardias Rojos al profanar
el templo del lugar en que nació Confucio (enero de 1967); recordemos que la
expresión «revolución cultural» es una mala traducción de la expresión'
«destrucción de los fundamentos de la civilización». el más capaz de impresionar y de convencer a todos los espíritus, el que
permite menos desconfianza y deja menos dudas es la narración cornple-
23, «Se ha dicho que el; objetivo del historiador es contar, no probar;
ta ..." (A. Thíerry, Récit des temps 'mérovingiells, vol. H, París, Fume, 11351,
yo no sé, pero estoy seguro de que, en historia, el mejor tipo de prueba, pág. 217).

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