República Bolivariana de Venezuela
Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior
Universidad Politécnica Territorial Valles del Tuy (U.P.T.V.T)
PNF: Contaduría Pública
Trayecto II
Semestre I
El
orden
mundial
desde la
Gran
Guerra
a la pos-
Guerra
Fría
El orden mundial desde la Gran Guerra a la pos-Guerra Fría. De la Liga de las
Naciones al "momento unipolar"
Como la historia ha mostrado, es alrededor del fin de las grandes conflagraciones
bélicas cuando un nuevo orden geopolítico es discutido, negociado y finalmente pactado
por las potencias vencedoras sobre la base de la cuota de poder que cada una haya
logrado y en línea con sus respectivos intereses económicos y estratégicos. Más
específicamente, son los líderes de esas potencias quienes definen los términos del pacto
y los contornos del nuevo orden.
Cuando el fin de la Primera Guerra Mundial estaba cerca, el presidente
estadounidense Woodrow Wilson formuló sus famosos "catorce puntos" que hizo
públicos en un discurso ante el congreso de su país en enero de 1918 (Jackson y
Serensen, 2003: 37). Estos puntos, los cuales epitomizaban el internacionalismo liberal
en boga en esos años, habrían de convertirse luego en las principales directrices del
Tratado de Versalles y posteriormente en los principios medulares de la Liga de las
Naciones, la organización que fue creada para implementar y vigilar la aplicación de
dicho tratado.
En la misma forma, cuando la victoria de los aliados era inminente en las postrimerías
de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de Estados Unidos de América (EUA), la
Unión Soviética y Gran Bretaña se reunieron en Yalta, Crimea, en febrero de 1945 para
discutir el fin de la Guerra del Pacífico y definir los contornos del orden geopolítico que
habría de regir en la posguerra. La verdad, sin embargo, es que las negociaciones fueron
realizadas de conformidad con los principios que Franklin D. Roosevelt y Winston
Churchill habían establecido cuatro años antes y plasmado en la Carta Atlántica, en la
que ambos estadistas resumieron su visión de dicho orden. Ellos mismos fueron,
además, quienes en 1944 acordaron crear una nueva institución basada en esos
principios que sirviera como su ancla, la cual cobró forma años después bajo la
denominación de Organización de las Naciones Unidas (ONU) (Ikenberry, 1996).
De la misma manera, poco antes de que la Guerra del Golfo irrumpiera en la historia,
Mikhail Gorbachov y George H. W. Bush hicieron sendos llamados a crear un nuevo
orden mundial que reemplazara el esquema bipolar que había regido por casi medio
siglo que duró la Guerra Fría. Gorbachov delineó su propuesta en un discurso
pronunciado en diciembre de 1988 ante la Asamblea General de la ONU, en el cual
trazó los contornos del nuevo orden y los principios sobre los que éste se debía construir
(Isaacson, 1988). Bush hizo lo propio en su discurso "Hacia un nuevo orden mundial"
pronunciado ante el congreso estadounidense en septiembre de 1990, en el que también
habló de cooperación soviético-americana, la incorporación de la URSS a las
instituciones económicas internacionales y el fin de la confrontación ideológica. De esa
manera, ambos estadistas moldearon la forma en que el mundo habría de organizarse y
de funcionar en la última década del siglo XX.
A raíz de los acontecimientos ocurridos en el Otoño de las Naciones, los cuales
culminaron con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, así como del
subsecuente colapso de la Unión Soviética acaecido en diciembre de 1991, la llamada
Guerra Fría, que había comenzado en 1947 con la violación de los acuerdos de Yalta
por parte de la Unión Soviética, tocó a su fin. Un nuevo orden mundial nació como
consecuencia, al cual intelectuales y diplomáticos estadounidenses conservadores se
apresuraron a calificar como el "momento unipolar".
A pesar del enorme poderío militar y económico de Estados Unidos, ese momento
resultó ser por demás efímero; lo que en realidad vino a tomar forma fue un singular
arreglo geopolítico en el que si bien la superpotencia vencedora en la Guerra Fría quedó
como el hegemón indisputado, éste pronto tuvo qué compartir la hegemonía y la
iniciativa militar con otras potencias. Esta circunstancia inédita quedó de manifiesto
cuando el gobierno de George H. W. Bush decidió emprender la Guerra del Golfo en el
verano de 1990.
En general, lo más significativo de ese episodio es que mostró que un orden
geopolítico con todo y el entramado de normas, convenciones e instituciones en el que
se sustenta, puede ser desmantelado no sólo por una conflagración de alcance mundial
sino también por movimientos sociales y políticos incubados al interior de algunos de
sus países protagónicos. En el caso del de la Guerra Fría, esos movimientos se gestaron
en una de las dos potencias que definieron su estructura bipolar y en los países que
estuvieron dentro de su esfera de poder. Esto implica que el deterioro de las condiciones
de vida y la falta de libertades políticas, que fueron el fermento de dichos movimientos,
constituyeron los factores que en última instancia precipitaron el colapso de ese orden.
El "desorden" de la pos-Guerra Fría
Desde un punto de vista ideológico, el fin de la Guerra Fría marcó el triunfo del
capitalismo, la entronización de la democracia occidental y la derrota del socialismo
real. En ausencia de una alternativa viable, la democracia occidental fue así proclamada
como la norma universal de organización y convivencia política, y el mercado como el
mecanismo indisputado de agregación social y el principio supremo de coordinación
productiva en países de todas las latitudes. Una euforia generalizada invadió todo el
mundo como consecuencia, junto con la firme creencia de que los triunfos simultáneos
del capitalismo y la democracia eran acontecimientos inextricablemente ligados entre sí
(Gunder Frank, 1993). La expresión culminante de esas emociones fue la interpretación,
por parte de Francis Fukuyama (1989), de que ese doble triunfo era una indicación
inequívoca de que la humanidad había llegado al clímax de su evolución social y de que
por lo tanto la historia había llegado a su fin.
Sin embargo, como se sabe, ese triunfalismo desbordado, especialmente la
proclamación de Fukuyama, fueron desnudados en los años subsiguientes por un
torrente de críticas de académicos e intelectuales de diversas extracciones (e. g. Gunder
Frank, 1993; Ravenhill, 1993; Cowling y Sugden, 1994; Huntington, 1993, 1998).
Tipificando esas reacciones, Gunder Frank puntualizó que
Entre las posiciones político-ideológicas no confirmadas por la realidad está la [...] de
Francis Fukuyama [...] El curso de la historia, el cual es propulsado por fuerzas
económicas, muestra que ni la historia, ni sus o nuestras ideas de la historia —incluso
de la democracia— han terminado (1993: 3).
Desde una perspectiva geopolítica, el fin de la Guerra Fría trajo consigo no sólo el
término de la confrontación entre las superpotencias sino también el reordenamiento del
mapa mundial que había prevalecido desde 1945, la proliferación de nuevos Estados-
nación y la aparición de nuevos poderes hegemónicos regionales como Alemania (en
Europa) y Turquía (en el Cáucaso y Asia Central).5 Como consecuencia, el número de
Estados (miembros de la ONU) se incrementó de 150 en 1979 a 180 en 1992 y nuevos
"súper-Estados regionales" surgieron en Europa y Norteamérica (Nordenstreng, 1993:
461). La formación de estas entidades regionales bajo las égidas de la Unión Europea
(UE) y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue vista como la
respuesta de Occidente ante el vacío de poder que produjo el fin de la Guerra Fría
(Dobbs-Higginson, 1994) y como una estrategia para facilitar la reestructuración de las
economías capitalistas y apoyar los procesos de integración regional en esos continentes
(Itoh, 1992).
Se produjo así una situación paradójica al crearse un enorme potencial para una
cooperación sin precedentes, al mismo tiempo que un fermento sin paralelo para la
aparición de conflictos renovados entre las principales potencias (Rochester, 1993). Esto
generó una atmósfera de crisis y caos que fue calificada como el "desorden de la pos-
Guerra Fría" (Anderson, 1992; Ravenhill, 1993; Drucker, 1994; Cox et al., 1995).
Pero hubo otras visiones sobre esta nueva era. Una planteaba que
[...] el orden mundial creado en la segunda mitad de los cuarenta perdura, más extenso y
en algunos aspectos más robusto que durante la Guerra Fría [...] El fin de [esta guerra]
no fue tanto el fin de un orden mundial sino el colapso del mundo comunista en el
contexto de un orden occidental en expansión (Ikenberry, 1996: 79 y 91).
Otra fue en el sentido de que lo que se instaló en los años noventa en el mundo fue un
nuevo imperialismo, en la medida en que "todas las grandes potencias pagan por tener el
poderío que es, y siempre ha sido, necesario para mantener un orden imperialista"
(Steven, 1994: 295).
Una interpretación más reciente, desde una perspectiva latinoamericana, fue que al
terminar la Guerra Fría se consumó la declinación del sistema político internacional que
se instauró en ese periodo y se inició el surgimiento de un sistema político
internacional-global-regional que fue de corte postwestfaliano en su primera fase (a
partir de 1993) y se tornó "retrowestfaliano" a partir de 2001 (Rocha y Morales, 2008).
Por otro lado, uno de los factores que se dice influyeron más en la conformación del
orden de la pos-Guerra Fría fueron las grandes civilizaciones que subsisten en el planeta
(Huntington, 1993, 1998; Cox, 1996; Strange, 1997).6 Esto se hizo evidente cuando los
países se empezaron a agrupar en torno a aquellos que constituyen el núcleo de sus
respectivas civilizaciones, y de que los principales agrupamientos ya no eran "los tres
bloques de la Guerra Fría sino las siete u ocho civilizaciones más grandes" (Huntington,
1998: 21).
Lo que parece haber emergido en los noventa fue más bien "un extraño híbrido, un
sistema uni-multipolar", como apuntó Huntington (1999). Este híbrido estaba
constituido por una superpotencia con el poderío militar y financiero necesario para
emprender cualquier iniciativa bélica que le viniera en gana, y varias potencias menores
que alentaban "un movimiento internacional en favor de un mundo verdaderamente
multipolar en el que ninguna nación dominara a otras" (Rahman, 2002: 2).
En general, las características medulares del orden geopolítico de la pos-Guerra Fría
fueron: la ausencia de una potencia o grupo de potencias suficientemente fuertes para
amenazar la seguridad nacional de la única superpotencia que quedó en pie —Estados
Unidos—; la reafirmación de la supremacía militar de esta superpotencia; la tensión
entre las fuerzas de integración y de fragmentación (nacionalismo, religión,
desigualdades socioeconómicas) (Gaddis, 1991); y el conflicto entre la imagen de un
mundo unipolar promovida por EUA y el movimiento internacional en pro de un mundo
multipolar más igualitario.