Actualización 30/01/2020
SEMANA 4: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad
“La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos”
Henry Van Dyke.
Conceptos claves: voluntad, bien, felicidad, plenitud.
1. La voluntad humana y la búsqueda del bien
En la clase pasada estudiamos una de nuestras facultades superiores, a saber, la
inteligencia. En esta clase analizaremos la segunda facultad superior que es la voluntad.
Esta capacidad se refiere a los actos libres del ser humano, al ejercicio de su facultad
deliberativa, esto es, la capacidad de elegir un bien apropiado para cada situación. Todos
nosotros deseamos continuamente cosas, deseamos acceder a la educación superior,
terminar nuestra carrera, conseguir un buen trabajo, etc. Deseamos continuamente
cuestiones que percibimos como buenas. Por tanto, podemos afirmar que nuestra voluntad
posee un objeto propio, que es el bien, y una obra propia, que es desear y elegir los medios
para alcanzar eso que desea. ¿Qué significa que el objeto propio sea el bien? El ser humano
siempre actúa conforme al bien. Esta afirmación puede parecer algo extraña, ya que
constantemente vemos personas que no hacen el bien sino el mal. Para comprender esto
debemos hacer algunas aclaraciones.
Cuando el ser humano lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el
convencimiento que esa acción le traerá un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo.
A corto plazo, por ejemplo, está el comer para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un
título profesional, que implica invertir tiempo de estudio y preparación. Nadie actúa para
que le sucedan cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede
deberse a varios factores. Uno de ellos es buscar el aparente beneficio propio por sobre el
bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los beneficios
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materiales que obtendrá por sus actos criminales, que el daño que se causa a sí mismo o los
problemas que generará en las personas a quienes roba. Ahora bien, cuando la persona
desea y decide, debe hacerlo siempre en miras del bien no solo propio, sino del bien de
todos los que componen la sociedad. En unas clases más profundizaremos en esta idea
cuando hablemos de nuestra naturaleza social.
El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. Por ejemplo ¿Cuántas veces
escogiste algo que parecía un bien, pero luego te das cuenta que tu elección no fue la
correcta? De seguro más de una vez, porque si la inteligencia no está bien educada y no le
permite a la persona distinguir el mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien,
es probable que la persona cometa una acción que le cause problemas a sí misma o a
aquellos que la rodean. Por tanto, existen dos tipos de bienes: los reales y los aparentes.
Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas por la voluntad que son realmente
buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen como buenos, pero en realidad
no lo son. Una persona que tiene hambre considera como bueno comerse un berlín, y en
realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si esa persona es diabética. En
ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad no lo es. Lo mismo pasa
cuando peleamos con un amigo: probablemente sentiremos que lo mejor es ignorarlo y
distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo mejor sea
conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando una persona
confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca un mal y no un
bien. Por eso es importante que la voluntad y la inteligencia actúen juntas.
El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando se
nos presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien
se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos.
Devolverlo requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro,
posea la fortaleza de carácter para hacer el bien, aunque sea difícil. Esta elección entre
hacer el bien solo para mí o pensar en los demás, aunque sea dificultoso existe, porque
somos seres libres y podemos decidir cómo actuar. Estas son algunas de las razones por las
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cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.
2. La felicidad o plenitud
Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como
objeto propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el
ser humano para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en
consideración que existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen
bienes que son medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo,
podemos atestiguar que todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá
ser jamás un fin. El dinero es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en
su sano juicio, que tiene dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor
intrínseco. Aquellos que desean dinero, lo desean por las cosas que podemos conseguir con
él. Digamos, por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos tienen
valor en cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la chaqueta, no
la dejo guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto me sirve
para abrigarme o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el dinero
que yo tenía era valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la
supervivencia. Así, entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras
decisiones y elecciones.
Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no
habría nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario:
cuando nos subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si no dices
nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si no
hay un destino, no hay forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de las
personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las
decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta y sin meta no hay camino.
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Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio: ¿cuál es el fin o meta de la
vida de los seres humanos?
Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no tener respuesta, desde hace
milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y profundidad maravillosa: el fin
de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a una nueva pregunta: ¿cómo se
alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas materiales; otros, en sus logros
profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los filósofos antiguos nos dicen que,
si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad y no nos conducen,
automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la pregunta que nos
hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.
Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno
cuando está lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la
pregunta inicial: ¿qué debemos hacer para estar completos y ser plenos? La forma de lograr
esa plenitud es desarrollando nuestra propia naturaleza humana. El ser humano se hace
más profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus cualidades y
facultades naturales. Si comprendemos las facultades superiores que estamos estudiando,
entendemos que la persona debe desarrollar su inteligencia y su voluntad, entre otras
dimensiones. Si los seres humanos buscan el conocimiento verdadero por la inteligencia y
actúan conforme a lo verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco se irán
desarrollando como personas y podrán alcanzar su plenitud, es decir, la completitud de su
naturaleza. De esa forma, lo que debemos hacer para ser felices es buscar la verdad y hacer
el bien, aquello es lo más propio de nuestro ser.
3. Concepciones erróneas de la felicidad
Hemos mencionado que algunos atribuyen su felicidad a la posesión de dinero, el
éxito laboral, el ostentar objetos lujosos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas puede
llevarnos a la felicidad. Siendo la plenitud humana un rasgo fundamentalmente interior, las
cosas exteriores no nos conducen hacia la finalidad de nuestra existencia. La felicidad
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tampoco puede ser reducida al placer, ya que es una satisfacción momentánea que se agota
cuando obtengo aquello que deseo. El dinero, los bienes externos, el trabajo son medios
que están a nuestro servicio para que podamos alcanzar la felicidad, pero no la constituyen.
El fin último de toda vida humana no son objetos ni experiencias que nos producen un goce
momentáneo, la felicidad es un fin accesible en el ejercicio de una vida buena, aquí radica
la importancia de nuestra inteligencia, pues esta debe guiar a nuestra voluntad para poder
elegir correctamente el bien.