El Poeta Loco de Yemen teniendo una Visión Extática, del Libro de Hechicerías y Filosofías
Prohibidas de Sir Blythe Guiness, publicado en 1699 en Londres. El único retrato conocido de Abdul
Alhazred, probablemente reproducido de una xilografía previa y actualmente desaparecida. Del texto
puede deducirse que Sir Blythe Guiness sabía poco o nada de la historia y vida del poeta. Sin
embargo, se le incluye en una ilustración del libro. Obsérvese que el amuleto que lleva Alhazred
sobre el pecho es muy parecido al encontrado por la expedición del profesor Haase (véase Figura 1).
Podríamos conjeturar con que el retrato sea auténtico, reproducido de un retrato realizado en vida de
Alhazred, quizá por alguno de sus discípulos.
LA VIDA DEL MAESTRO
(UNA BIOGRAFÍA DE ABDUL ALHAZRED
POR SU DISCÍPULO, EL-RASHI)
Traducido por David T. St. Albans
(Director de Antigüedades Históricas, Universidad de Miskatonic,
Arkham, Massachusetts)
Prólogo a la traducción del texto de El-Rashi
El misterioso «Árabe Loco» de Damasco conocido como Abdul Alhazred, presunto autor del
Necronomicón (llamado Al-Azif por el mundo árabe), y Poeta de Yemen, ha sido desde tiempo ha
una figura envuelta por la bruma de la fábula, el mito y la anécdota. Durante muchos años la
comunidad científica ha afirmado que el Necronomicón era un libro falso, quizá incluso un engaño, o
nada más que los desvaríos de un árabe devoto a las sectas marginales del pensamiento gnóstico; tal
vez un libro que pretendía inspirar espanto y terror hacia el «Mal Supremo» que para los gnósticos
era el «Demiurgo», el creador de todas las cosas materiales. Este libro cayó en las manos más
dispares, lo que provocó que algunos hombres acabaran adorando a los repugnantes demonios
descritos en él, en lugar de evitarlos y despreciarlos. En secreto se crearon cultos, siendo los de
Cthulhu y Yog-Sothoth dos de los más notables. Con el tiempo, con la llegada de la Ilustración se
rechazó una fe tan disparatada, y estos cultos fueron denostados hasta la irrisión por muchos autores.
Más adelante, según cabe suponer, los escritores de horror dentro del género de Lovecraft,
Chambers, Derleth, Bloch, et ál, resucitaron las poderosas imágenes de Cthulhu y Shub-Niggurath y
otros demonios basados en el Necronomicón y las usaron para infundir miedo en sus lectores, a la
vez que placer.
No obstante, ha salido a la luz, gracias a varias excavaciones realizadas por el profesor Simon
Haase de la universidad en Yemen del Sur durante finales de los setenta y principios de los ochenta,
que Abdul Alhazred existió en realidad. No solo esto, sino que era temido y aborrecido
supersticiosamente por todos los habitantes de Arabia durante su vida, alrededor del año 700 d. C.
Quedaba más allá de toda posible refutación que también fuera visionario de cierta fama, intérprete
de sueños y augurios, y explorador y fundador de una misteriosa escuela de cierta importancia
durante aquellos tiempos.
Los nombres del panteón de esta fe son los mismos que aparecen en el Necronomicón, temidos,
olvidados, ridiculizados y resucitados con el tiempo. Efectivamente se trata de «Nombres Muertos»
como sugiere la traducción de la palabra «Necronomicón» (necro: muerto, nomicon: libro de
nombres). Aún queda por ver si estos nombres pretenden ser simbólicos o alegóricos, o los
verdaderos nombres de dioses olvidados de la Antigüedad, resucitados por el poeta Alhazred para
su culto, o si se trata de los nombres de criaturas de las estrellas y de otras dimensiones que, tras
haber visitado nuestro planeta hace evos, fueron adorados por el hombre primitivo en su ignorancia,
seres con los difíciles nombres de Azathoth, Cthulhu, Nyarlathotep, Byatis y Shub-Niggurath. Tal y
como están las cosas, ninguna de estas teorías es imposible o inverosímil. Los discípulos de
Alhazred creyeron fervientemente que tales criaturas existían y que planeaban continuamente el fin de
la humanidad. Creyeron que aquellos seres vivían eternamente, tenían poderes sobrenaturales de
percepción, podían llegar a las mentes de los hombres desde sus prisiones interdimensionales, de las
que intentaban huir, y tenían una sed insaciable de sangre y almas humanas. Creían en todo lo que está
escrito en el Necronomicón.
El Necronomicón no es necesariamente una auténtica representación de la realidad de los cultos
de Alhazred o de las palabras exactas del árabe loco. No es, sin embargo, una falsificación. La
mayor parte la escribió en el siglo VIII d. C., un hombre que era al tiempo profesor y maestro máximo
de uno de los cultos más extraños del mundo. Podríamos verlo en sentido histórico como un maestro
de una religión politeísta recalcitrante en un mundo monoteísta de rápida evolución; un mundo que se
estaba volviendo rápidamente hostil hacia los herejes e infieles. Tal vez Abdul Alhazred fuera uno de
los pensadores religiosos perseguidos tan habituales en tiempos posteriores. Sea cual fuere el caso,
ahora se ha descubierto que el árabe loco fue un personaje histórico real.
En la excavación número 54 de Yemen del Sur, en las proximidades de la ciudad de Taiz, el
profesor Haase descubrió en 1982 un documento de gran relevancia para historiadores y anticuarios
de todo el mundo. Este documento se llama «La vida del maestro», y fue escrito por un tal El-Rashi,
un discípulo del poeta, en el año 742 d. C., al parecer en la misma escribanía que Alhazred empleó
para redactar el Necronomicón, en el hogar del poeta en Yemen. El documento fue encontrado entre
los escombros de los cimientos de una casa quemada, en un estado de conservación comparable al de
los mejores Pergaminos del Mar Muerto. Estaba sellado con cera dentro de un cofre de metal verde
(de una aleación metálica no identificada hasta la fecha), que estaba envuelto en paños empapados en
aceite. Junto al documento biográfico también se encontraba en un tubo de plomo lo que se cree que
es el original del primer borrador de puño y letra de Alhazred del libro que ahora llamamos
Necronomicón.
Este, por supuesto, es un hallazgo digno de mención y muy importante para nuestra Universidad
de Miskatonic, depositaria desde hace mucho de libros tan insólitos como el Libro de Dyzan o el
Necronomicón en latín. La Universidad, no obstante, ha reservado la documentación del original
árabe del Necronomicón para más adelante, en espera de los demás procedimientos de datación y
traducción. Sin embargo, se sabe tan poco del Poeta de Yemen que ha recaído en mí la traducción y
documentación del texto de El-Rashi, su estudiante, discípulo y biógrafo postmortem. Esta traducción
se publica íntegra en una edición muy limitada para la lectura del personal de la universidad y otros
notables.
Nota: En el texto se han cambiado las meses y años del calendario árabe por los del moderno
para facilitar su lectura.
D. St. Albans, Doctor en Filosofía y Letras
Universidad de Miskatonic
9 de septiembre de 1983
La Traducción
El vigesimoprimer día de enero del año 712 d. C. nació en la ciudad de Tabez el hombre al que
muchos llamarían Maestro y Mentor de la Fe Antigua. Es decir, la fe anterior a Mahoma, anterior a
Abraham de Caldea, sí, e incluso anterior a Noé, el Profeta del Diluvio. La Fe ya existía antes de que
el pueblo de la Biblia saliera de Mesopotamia. Antes de que Eva fuese tentada por el serpentino Yig,
padre del Engaño, la Fe ya era antigua en el vacío. Aquellos de la lejana Hibórea conocían la Fe;
aquellos de Atlantis eran fieles, y fueron destruidos por sus creencias.
El Maestro, que trajo la fe antigua de los intersticios entre los cielos y la tierra, hablando, por
decirlo así, con la lengua del poderoso Djinn, nació y recibió el nombre de Abdul Ashif Bethel
Mohamed Alhazred, hijo del platero Abdul Mohamed Halas Alhazred, un acaudalado ciudadano de
Tabez. La madre del Maestro fue una mujer pecadora, una prostituta, salvada por la Fe de Mahoma,
el Profeta de Alá, y casada con su hijo en sus entrañas.
Desde niño, el Maestro demostró rápidamente su inteligencia y se volvió experto en los estudios
del Corán y de otros libros sobre Abraham y Moisés, y no tenía rival en el arte de las matemáticas.
Fue educado por los mejores mentores en la historia del mundo, la historia de su pueblo y de otros
pueblos de la tierra. A la edad de once años, el Maestro eclipsaba al tutor más diligente. A la edad
de dieciséis años ya se le llamaba «erudito». A la edad de veinte años se casó con la sobrina del
Gobernador de Tabez, Raquel Sadiz, y engendró dos hijos varones, Abdul y Meta.
Figura 1: Amuleto de barro cocido con estela retratando a un dios con cabeza de octópodo
sacrificando a una víctima (M. U. #5725CP). Babilonia, 3200 a. C. Encontrado en el basurero
número 4 por el equipo de Haase en Tabez. El basurero data de los días de Alhazred. Se conjetura
con que el amuleto (parte de una pieza más grande que se rompió y posteriormente se taladró para
pasar una correa de cuero) era uno de los «ídolos» de Abdul que fueron destruidos por los Ancianos
de Tabez, ya que se le encontró junto al pequeño bronce (véase la Figura 2) y otras piezas de ídolos
rotos. Tal vez sea una de las primeras víctimas de la destrucción de ídolos del Profeta Mahoma.
En el invierno del año de su vigesimocuarto cumpleaños, mientras esperaba la llegada de un
tercer vástago, el Maestro sufrió una extraña dolencia y de repente quedó incapacitado y no podía
moverse ni hablar. En vano fue atendido por los buenos doctores árabes. Se llamó a los rabinos de
Jerusalén para que le estudiasen, y anunciaron que el alma de Abdul Alhazred había huido de su
cuerpo y que estaba poseído y habitado por un demonio. A causa de este desconcertante diagnóstico,
Raquel perdió su tercer y último hijo.
Durante un tiempo se vio que sus ojos brillaban con un extraño fulgor, y no era capaz de
alimentarse o vestirse. Tras varios meses comenzó a hablar como un crío, después como un niño, y
solo pasados unos días volvió a hablar como habla un hombre, aunque con nueva voz y nuevos
propósitos. Gastó la riqueza heredada de su padre y la dote de su mujer en algunos pergaminos y
legajos antiguos e incalificables. Financió caravanas a la lejana Catay y a África, y conversó en
secreto con los sabios griegos y frecuentó los hogares de los hombres que traían nuevas de la India y
Europa. Renegó públicamente de la fe de Mahoma, jurando que solo era superstición y farsa. Esto le
acarreó enemistarse con la gente de Tabez que una vez lo amó. Ni volvió a yacer con su mujer, ni
atendió a sus hijos, sino que los recluyó con unos parientes. Habló con fluidez lenguas que jamás
había estudiado, y enseñó formas de matemáticas que quedaban fuera del alcance del más sabio de
Tabez. A la vez se hizo ermitaño, y nunca se le veía fuera de su casa a la luz del día. Cerró su casa
con pesadas cortinas, y diariamente se le llevaban alimentos y otros géneros. Se decía que inventaba
cosas dentro de su hogar cuya mera presencia habría matado a un hombre sano. Los nobles y doctores
de Tabez concluyeron que estaba poseído por Satán y le intentaron desterrar para siempre de su
ciudad.
Un noche de invierno, soldados del Califa y del Gobernador de Tabez irrumpieron en el hogar del
Maestro y encontraron pergaminos y legajos que hablaban de nigromancia, hechicería, creencias
ocultas y doctrinas gnósticas; también encontraron antiguas tablillas y estatuas de dioses de antaño
como Baal, Moloch y otros. En derredor encontraron muestras de hechicerías y prodigios de los que
apartaron sus ojos para no morir. Todos ellos estaban a favor de desterrar para siempre al Maestro
de Tabez. Y el Maestro juró diciendo:
—¡Estas cosas que tenéis ante vosotros significan menos que nada para mí! ¡Todas están fundadas
en falsas doctrinas y son dignas de desdén! ¡De alguna manera averiguaré los secretos de la Puerta y
los secretos del Guardián de la Puerta! ¡Desde allí liberaré a mi pueblo de la muerte del Tiempo!
Estas palabras, sin embargo, enfurecieron a los soldados y a los eruditos de Tabez que les habían
acompañado. Y el Maestro fue golpeado gravemente en la cabeza e hicieron pedazos sus ropajes y
fue arrastrado ante el Califa. El Califa de Yemen en Ta’izz ridiculizó públicamente al Maestro e hizo
que le esquilaran el pelo, y sin calzado en sus pies el Maestro fue desterrado al desierto que rodeaba
Yemen.
Su esposa, que al principio estuvo de acuerdo con el Califa, pronto cambió de opinión y se
arrepintió, recordando el carácter anterior de su marido, y por tanto se enclaustró en su casa durante
cuarenta y dos días de luto secreto.
Muchos años después de haberse convertido en nuestro mentor, el Maestro nos contó cosas de
aquellos días de pesares. Vagó largo tiempo por el Lugar Vacío. Enfermo y muerto de sed, fue
rescatado por los beduinos de Al-Rayada que no habían sido convertidos a la fe de Mahoma sino que
adoraban a Abraham como verdadero padre. Consideraron a Alhazred un hombre santo extraviado, y
lo alimentaron y vistieron. Tras recuperarse, se llevó al desierto a algunas almas fuertes, en busca de
Irem la de los muchos pilares. Finalmente encontró y recorrió las antiguas calles de aquella ciudad
legendaria, conversando con su espíritu, por decirlo de algún modo, con los demonios de aquel lugar.
Mucho aprendió de las columnas cubiertas de jeroglíficos de Irem. Regresó de aquella sombría
ciudad sin un solo acompañante, y se llevó de ella un cofre de oro verde jamás visto por los ojos del
hombre. De nuevo se aventuró y cruzó el mar Rojo con otro grupo, en busca de la mítica Ciudad Sin
Nombre. Con valor fue a visitar a aquel horrible bastión de la antigua raza de Egipto. Exploró, y
registró y buscó por la ciudad. Además, juró que desde aquel día hasta su fallecimiento los demonios
malignos de aquel lugar prohibido, mitad cocodrilo y mitad humano, le buscaron para destruir su
conocimiento de ellos, porque había blasfemado contra sus templos profanos de los Dioses
Primigenios. Al cruzar de nuevo el mar Rojo con rumbo a Yemen se extravió en una tormenta de
terrible magnitud causada por los demonios, y con su barco se perdieron muchos tesoros
extraordinarios. Todos los que estaban a bordo, excepto él, también desaparecieron. A pesar de todo,
el destino salvó la vida del Maestro y lo arrojó a las costas del norte de Arabia.
Después de dos años fue rescatado por otros beduinos, partidarios de Mahoma. Le llevaron a La
Meca, y desde allí se le socorrió y llevó en caravana hasta Yemen, de regreso a Tabez cerca de
Ta’izz. Entonces fue a los Ancianos de la Fe de Mahoma, y les suplicó que le restituyeran su antigua
posición, diciendo:
—¡He luchado largo tiempo con mi adversario (Shaitan), el demonio que me poseía, y gracias al
poder de Alá lo he desterrado a las tinieblas!
Pero en verdad no podía recordar nada desde el momento en que se sintió enfermo hasta
entonces. La extraña luz desapareció de sus ojos y los Ancianos lo probaron, encontrándolo sano y
de fiar, salvado por la fe renovada en Mahoma. Así se le devolvió a su anterior lugar y de nuevo se
le dio la bienvenida a su hogar.
Así vivió durante muchos meses como maestro y sabio, hasta que una noche se asombró por ser
llamado en un sueño hasta un lugar en las afueras de Tabez donde encontró enterrada una piel de
reptil junto a tablillas de arcilla al modo asirio, y también había fragmentos de cerámica con
imágenes de demonios mitad hombre y mitad cocodrilo. Estaban a cuatro patas adorando a un dios de
horrible aspecto, con tentáculos de calamar en su rostro, pinzas de cangrejo en sus brazos, y alas de
murciélago. No tenía idea de qué significaban esas cosas, ni tampoco podía leer las tablillas asirias.
¡Sin embargo sabía que había enterrado los objetos que recogió en la Ciudad Sin Nombre, mientras
aún estaba poseído! En otra ocasión un sueño le llevó a una aldea de los beduinos de Al-Rayada, que
lo adoraron llamándole «Maestro» y «Mago». Sin embargo nada sabía de todo esto. Le entregaron la
caja de oro verde que había dejado con este pueblo. La habían enterrado en el desierto, porque les
parecía que los custodios de la caja enfermaban y morían una muerte horrible, y también lo hacían
sus parientes y animales. Por tanto entregaron de buena gana el cofre al Maestro. Un sueño también le
indicó que colocase el cofre en una caja de oro batido sin junturas, y que pusiese en su interior la
piel de reptil y los fragmentos de cerámica y las tablillas. Sin embargo tuvo que huir de aquellos
beduinos, ya que muchos se habían convertido a Mahoma y le acusaban de hechicería.
En otros sueños el Maestro vagó por los espacios entre el cielo y la tierra, poblados por toda
clase de demonios y ángeles y espíritus. También afirmaba haber visitado las estrellas de Betelgeuse
y Aldebarán y Sirio, y juró haber visto otros tiempos y planetas. Cada vez le acosaban más sueños de
estos, y los Ancianos, viendo su cansancio, se preguntaron si al expulsar un espíritu maligno no había
dejado entrar a otros siete. El Maestro ya no fue feliz con su trabajo corriente, ni con el amor de su
esposa e hijos, que lloraban ante él constantemente.
En las callejas y plazas de Tabez el Maestro comenzó a enseñar una nueva palabra. Hablaba de
dioses que podían tomar los cuerpos de hombres y mujeres mortales y podían usarlos para hacer el
bien o el mal entre los hombres. Decía, sin embargo, que dichos dioses estaban más allá del bien y
del mal y que desde su cielo solo trataban de encontrar la puerta perdida del Tiempo, para entrar en
ella y encontrar la vida eterna que les negó el Señor del Caos, su creador. Todavía no habían
encontrado la puerta y pronto se les acabaría el tiempo. Así que su destrucción era inminente y en sus
cielos había pesar, aunque viviesen un millón de años más. Llamó a estos dioses la Gran Raza. Juró
que fue uno de la Gran Raza quien había poseído su cuerpo, y que ser tocado de este modo por un
dios le hacía santo y que procedería a continuar la Antigua Guerra de la Gran Raza contra los Dioses
Primigenios. Los Dioses Primigenios ya eran poderosos y viejos antes de la llegada de la Gran Raza,
y fueron la primera creación de Azathoth, Señor del Caos, Faraón de las Tinieblas.
Figura 2: Estatuilla de bronce con la imagen de un dios con cabeza de pulpo y cuerpo de hombre
(M. U. #5726CP). Esta pieza grecoegipcia tiene una inscripción en griego en la parte de atrás de su
base de mármol: «El pequeño Dios de los buceadores del coral». Es un dios relativamente
desconocido en el panteón griego y en el egipcio. Tal vez disfrutara de un corto periodo de
veneración por parte de una minoría selecta de pescadores. Recuerda a la descripción de Cthulhu, el
ser de cabeza octopoide del panteón de dioses de Alhazred. Tal vez el árabe pensase que se trataba
de Cthulhu, o quizá haya inspirado su descripción en la pieza encontrada en sus viajes y llevada a
Siria. Sin embargo, quizá no sea más que un recuerdo de los pueblos fenicios/filisteos que adoraban
a Dagon.
Predicó que a Shaitan, un subalterno insignificante del horrible Nyarlathotep, se le llamaba en los
tiempos de antaño «Aquel Cuyo Nombre No Debe Pronunciarse». Todos eran de naturaleza malévola
y buscaban la destrucción de la Puerta del Tiempo que retenía al Caos. Los sueños del Maestro lo
habían despertado, convirtiéndolo en un Guerrero Santo. Predicó que Jesús, Mahoma y Moisés no
eran auténticos santos porque no habían sido tocados por la Gran Raza, los verdaderos dioses. Nunca
antes se habían mencionado esos nombres e ideas en Yemen. Cuando los Ancianos las escucharon, de
nuevo se enfurecieron contra el Maestro Alhazred, y en la oscuridad de la noche los expulsaron, a él
y a sus discípulos, para siempre de Tabez, llamándoles blasfemos, descreídos, infieles y hechiceros.
Se permitió a su mujer divorciarse de él para que conservase sus bienes y su casa y sus hijos, porque
los Ancianos sabían que era devota y carecía de malicia.
En sus andanzas el Maestro comenzó a desesperar de los ideales de la Gran Raza, puesto que
sabía que serían destruidos, y por tanto que no llegaría salvación alguna de ellos. Tampoco se
preocupaban por la humanidad más de lo que un hombre se preocupa por la hormiga para investigar
sus costumbres. El Maestro consideró que los Dioses Primigenios que llegaron antes de la Gran Raza
eran más dignos de adoración, y dijo:
—Estos Dioses Primigenios han venido desde un lugar en el que no existe el Tiempo, y no hay
nada en el universo que pueda resistírseles. Fue la Gran Raza la que aprisionó a los Dioses
Primigenios en una dimensión de sueño eterno y son sus sueños los que me revelan cosas, soñando
mientras yacen bajo el mar o en prisiones entre las estrellas. ¡Sin embargo los Dioses Primigenios no
pueden morir! Cuando llegue la hora vendrán de las ruinas sumergidas de R’lyeh y de Noth Vadik y
de sus tumbas entre los planetas. Traerán a los bholes y a Shudde’e-M’ell y renacerán todos los
terrores de la Madre Hidra y el Padre Yig. ¡Engendrarán abominaciones peores que los shuggoth y
los lloigor! Los señores del Caos de Azathoth gobernarán los planetas que giran eternamente en el
vacío. La Gran Raza solo ha ganado un poco de tiempo. ¡Serán como la paja ante el soplido del gran
Cthulhu! ¡Por eso adoraré a Cthulhu y Yig como mis dioses, y Yog-Sothoth, Guardián de la Puerta de
otros reinos, será mi salvación!
El Maestro me mostró el semblante de Cthulhu, el mayor de la progenie de los Dioses
Primigenios de la Tierra, que ahora sabemos que era el dios inscrito en las cerámicas de la Ciudad
Sin Nombre. Les enseñó los ritos de Nyarlathotep, que le habían sido mostrados en sueños. Muchos
no pudieron soportarlo y huyeron. Contó a sus discípulos escogidos los secretos de Yig, llamado Set
por los antiguos egipcios. Además, les mostró los misterios de Shub-Niggurath, la Cabra con un
Millar de Retoños, y construyeron altares en el desierto a Dark Han y Chaugnar Faugn.
El Maestro, tras haber pasado por tantas penalidades, estaba haciéndose viejo, y su vista
empeoraba. A su alrededor parecía brillar un fuego oscuro, un aura de poder y muerte. Los Dioses
Primigenios habían escuchado sus oraciones y súplicas, y gozado con sus sacrificios en los lugares
salvajes, y podía invocar al shuggoth de la tierra y a la sombra descarnada del abismo. Trató con los
gules, que robaban las tumbas de los ricos para él.
A su debido tiempo llegó a Damasco, y dejando de lado sus enseñanzas durante un tiempo se
enclaustró como monje, y escribió su doctrina, lo que había comenzado a hacer en Tabez antes de que
le desterraran. Llamó a este libro de conocimiento horrible Al-Azif, las voces de los condenados.
Fui yo, El-Rashi, el que lo ayudó en aquellos días. Hablaba muy bien de mí y me tenía en alta estima.
Yo vi en él una luz de conocimiento ardiente que no he visto en otro hombre. Cuando leí sus
enseñanzas fui convertido a la fe de Cthulhu. El temor de aquel Dios Primigenio en mi corazón era
mayor que el temor de Alá, así que renegué de la Fe del Profeta y serví al Maestro.
Creí que el mal era superior al bien, y también creí que la humanidad era la escoria de la gran
alquimia de Cthulhu de los días cuando la Tierra era joven. El Maestro me instruyó acerca de la
inminente resurrección de Cthulhu de su sueño similar a la muerte en la sumergida R’lyeh, que si
podía, él ayudaría a ejecutar. El Maestro me enseñó el secreto de la Piedra Brillante multifacetada de
Atlantis. La Piedra Brillante aún podía encontrarse si algún hombre joven y enérgico tenía el valor
necesario para buscarla, y le juré que lo haría. Cuando la encontrara, dijo, todo lo que debía hacer es
mirar su interior y mantenerla en completa oscuridad durante un cierto tiempo y comenzaría el
principio del fin de la humanidad. La recompensa a los discípulos fieles de Cthulhu será la vida
eterna y la ceguera perpetua, para que no se vuelvan locos al mirar el Vórtice de Caos cuando se
desencadene. En lugar de eso, a los fieles se les otorgará otro sentido de la vista mucho mejor, para
que puedan presenciar el glorioso reinado de Cthulhu.
En aquel tiempo el Maestro salió de su retiro, y su fama comenzó a extenderse por toda Arabia,
Siria e Iraq. Muchos contemplaron pasmados sus poderes arcanos, ya que podía invocar fuegos de
los cielos con solo mandarlo y lanzar demonios horribles sobre las casas de sus enemigos. Sabía
secretos que podían matar y causar la locura en quien quisiera. Muchos comenzaron a creer en sus
palabras, que explicó en poesías en la plaza de la ciudad. La Fe Antigua se hizo manifiesta en
Damasco. Se pidió al Maestro que fuera el astrólogo de la corte del califa de Bagdad, y por un
tiempo todo fue bien.
Sin embargo, tras su primer año en Bagdad, la salud del Maestro comenzó a abandonarlo. Viajó
una vez más a Damasco, decidido a construir un templo a Cthulhu para albergar la Piedra Brillante.
Yo todavía no había marchado a buscar la Piedra, pero era fiel sirviendo al Maestro, ya que era su
pupilo más querido. Otros discípulos buscaron pero no encontraron nada, o nunca se volvió a saber
de ellos tras acudir a las lejanas tierras de Malasia y Japón. La gente de Damasco juraba que el
Maestro rivalizaba con Simón el Mago, el Mentor gnóstico de antaño, rival de Pablo de Tarso, y de
Pedro, el discípulo de Jesús el Nazareno. Incluso los devotos de Thoth-Hermes llamaban al Maestro
«Pater», que viene a ser «Padre». Sin embargo, muchos otros aún le llamaban árabe loco, blasfemo y
hechicero. Muchos también lo odiaban y lo habrían matado si no fuera por sus poderes.
Un día (en verano del 732 d. C.), mientras el Maestro se encontraba en los cimientos del templo
consagrado a Cthulhu que estaba construyéndose, y predicaba a una multitud de partidarios y
mofadores y curiosos, Abdul Alhazred, el Poeta de Yemen, Maestro de la Fe Antigua, desapareció de
la vista, como si el mismo aire se lo hubiera tragado o la tierra se hubiera abierto a sus pies para
recibirle. Por el suelo estaban desaparramados sus ropajes y también sangre seca en forma de polvo.
Muchos dijeron que había sido devorado entero o destrozado por demonios. Sin embargo, sus
discípulos juraron que la gracia de Cthulhu lo había llevado a los espacios entre los cielos y la tierra
para esperar el fin de los tiempos, y que, como Jesús, vendría de nuevo para llevarlos a un nuevo
mundo. No obstante, el Maestro no se nos volvió a aparecer. Muchos de nuestros fieles desesperaron
y se arrepintieron y volvieron a la Fe del Profeta una vez más. Éstos mandaron a los soldados del
Califa contra nosotros, que mataron a todos los fieles menos a dos.
Yo y otro, Ibn Kallikhan Rashid, huimos a Yemen disfrazados. Conmigo llevé el Al-Azif y otras
posesiones del Maestro, sus riquezas obtenidas en Bagdad, la piel de reptil, el cofre de oro verde, e
incluso la sangre en polvo de los cimientos del templo, porque creía que eran los restos mortales del
Maestro. No sé qué lo mató… Quizá un demonio de la Ciudad Sin Nombre, quizá un poder, o una
enfermedad contraída en uno de sus muchos viajes; quizá hubiese trascendido la carne mortal para
morar con los servidores de Cthulhu en la lejana Aldebarán.
En aquellos días Ibn Kallikhan Rashid se apartó de mí en Ta’izz y no sé dónde fue, ni tampoco he
vuelto a oír de él. Juró, no obstante, que demostraría de algún modo la existencia de los Dioses
Primigenios. Yo estaba consternado por la desaparición del Maestro, pero no renegué de mis
creencias. Fui a Tabez y compré la antigua casa del Maestro por más de su valor a su viuda, pero no
le dije quién era. Sus hijos se habían mudado a Ibb y La Meca para hacer fortuna y huir de la carga
del nombre de su padre.
En Tabez estuve solo y temeroso, y no pude predicar la palabra que el Maestro me había legado,
porque mi fe flaqueaba. En solo unos años, el Maestro cayó en el olvido salvo para unos pocos que
le llamaban «aquel Poeta Loco» y «ese viejo blasfemo de Yemen». Nadie recordaba ya los extraños
poderes de sus obsesionantes ojos. Nadie lo volvió a considerar mentor o maestro. Pero yo lo
recordaba bien, aunque comenzaba a creer que había puesto su fe en las cosas equivocadas.
Han pasado años desde la primera vez que vi a Abdul Alhazred, y aun así todas las noches mis
sueños me llevan a las moradas de los Dioses Primigenios y al Vórtice del Caos. Aunque he perdido
la fe, creo sinceramente que mi alma es de Cthulhu, que me envía sus sueños. Me gustaría huir de los
Primigenios pero no puedo. Las oraciones a Alá solo empeoran las cosas. Estoy temeroso y enfermo
de continuo. A diario miro fijamente el cofre de oro verde y medito. Me pregunto cómo sería
cabalgar sobre la repugnante ave shantak hasta el mismo trono de Azathoth y vivir dentro de la eterna
presencia del dios ciego e idiota.
He copiado dos veces el Al-Azif y envié los ejemplares a unas sectas de Damasco y Siria, que
me han localizado y creen que Alhazred fue un profeta. No pude desmentirlo, y también les advertí en
firme acerca de los efectos de las enseñanzas sobre las mentes frágiles de los hombres.
A diario, en mis sueños y durante mi vigilia, parecen acecharme extraños truenos y raspaduras
bajo la tierra. He decidido viajar a Cádiz, en Al Andalus, esperando dejar atrás de algún modo a
estos demonios que me obsesionan. Sin embargo, creo de corazón que será en vano. Seguiré la senda
del Maestro hasta que mi alma se consuma en las fauces colmilludas del semblante serpentino y
siseante de Yig el Mentiroso. El bhole consumirá mi carne y el ave shantak entregará mi espíritu
inmortal a Azathoth, que sonríe en su trono ante la vil cacofonía musical de los habitantes del
Infierno. Por eso escribo este relato de Abdul Alhazred, Maestro de la Fe Antigua, sin saber si es una
alabanza o una advertencia. Las raspaduras y arañazos y estruendos suenan cada vez más bajo mi
casa. Debo despertar de mi pereza y marcharme a…
Nota del traductor: La ciudad de Tabez fue destruida por un violento terremoto y el subsiguiente
incendio en el año 754 d. C. No se sabe si El-Rashi llegó a viajar a Cádiz y sobrevivió a la
catástrofe. Sin embargo, la historia no dice que hubiera supervivientes. Hasta nuestros días, Tabez
sigue siendo considerado un lugar maldito o impío, y los pueblos beduinos de Yemen lo esquivan. El
documento que acaban de leer fue descubierto en los cimientos de una casa que mostraba todas las
señales de haberse derrumbado para seguidamente arder. Había otro fajo de escritos de la biografía a
cargo de El-Rashi, pero era ininteligible a causa de su mal estado. También estamos bastanteseguros
de que el cofre de oro verde mencionado con tanta frecuencia en el manuscrito es el mismo en cuyo
interior se descubrió el libro. Sin embargo, se ha desintegrado cualquier «piel de reptil» o sangre en
polvo.
D. St. Albans, doctor en Filosofía y Letras